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Enrique Zileri: “Daphne eligió el camino de la poesía, a través de la fotografía” Un recorrido de la vida de Daphne Zileri, en palabras de su esposo Por: Nicolás Bello Enrique Zileri siempre estuvo enamorado de Daphne Dougall. Ella, una mujer de mundo, que en cuanto pudo, se aventuró en un barco y salió de su Argentina natal para vivir el sueño de ser independiente, en Nueva York. Él, un joven publicista, hijo de la legendaria periodista Doris Gibson, y heredero de Caretas, posiblemente la revista más influyente en los últimos cincuenta años. La siguiente, es una historia de amor, y de una vida entera dedicada al arte de la fotografía. Una historia de amor eterno Daphne Dougall de Zileri nació el 19 de abril de 1936 en la provincia bonaerense de El Tigre, en Argentina. Hija de un padre escocés y una madre inglesa, recibió una férrea educación victoriana. Por ello, en cuanto pudo, huyó de la ciudad y se dirigió a los Estados Unidos. Pero fue en sus viajes, trabajando como Fly Hostess, que conoció a quien sería su compañero de toda la vida. Enrique me recibe en su oficina frente a la Plaza de Armas. Un lugar legendario por ser el centro de operaciones de tantas denuncias que marcaron agendas, de gritos que formaron el carácter de algunos de los reporteros más reconocidos del medio, e incluso de ataques con bombas lacrimógenas para dispersar revueltas en la

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Page 1: Entrevista Con Enrique Zileri

Enrique Zileri: “Daphne eligió el camino de la poesía, a través de la fotografía”

Un recorrido de la vida de Daphne Zileri, en palabras de su esposo

Por: Nicolás Bello

Enrique Zileri siempre estuvo enamorado de Daphne Dougall. Ella, una mujer de mundo, que en cuanto pudo, se aventuró en un barco y salió de su Argentina natal para vivir el sueño de ser independiente, en Nueva York. Él, un joven publicista, hijo de la legendaria periodista Doris Gibson, y heredero de Caretas, posiblemente la revista más influyente en los últimos cincuenta años. La siguiente, es una historia de amor, y de una vida entera dedicada al arte de la fotografía.

Una historia de amor eterno

Daphne Dougall de Zileri nació el 19 de abril de 1936 en la provincia bonaerense de El Tigre, en Argentina. Hija de un padre escocés y una madre inglesa, recibió una férrea educación victoriana. Por ello, en cuanto pudo, huyó de la ciudad y se dirigió a los Estados Unidos. Pero fue en sus viajes, trabajando como Fly Hostess, que conoció a quien sería su compañero de toda la vida.

Enrique me recibe en su oficina frente a la Plaza de Armas. Un lugar legendario por ser el centro de operaciones de tantas denuncias que marcaron agendas, de gritos que formaron el carácter de algunos de los reporteros más reconocidos del medio, e incluso de ataques con bombas lacrimógenas para dispersar revueltas en la plaza. Esta vez, no hay denuncias, ni gritos y las bombas lacrimógenas se exhiben como trofeos de guerra en una mesita al lado de un muro.

El patriarca de los Zileri llega un rato después de lo acordado. A pesar de su avanzada edad, es joven de espíritu. Lleva puestas unas zapatillas, un blue jean y una camisa, debajo de una chompa color verde. Se disculpa. Una reunión en la mañana y el tráfico del centro de Lima lo han retrasado. Mientras saco la grabadora, él apaga el iPhone. “Este aparatito, aunque no parezca, saca buenas fotos. Incluso algunas que han dado para el impreso”, me cuenta.

Todo está listo. Empezamos a grabar.

¿Cómo se conocieron usted y Daphne?

Yo la conocí acá en Lima, cuando ella llegó de paso a Buenos Aires, tenía unas amigas en esa época, entonces muchas de las fly hostess que venían en esa época eran argentinas, y tenían una

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de las bases acá. Yo conocía a algunas y una vez la fuimos a recoger al aeropuerto. Ella se quedó unos días y… bueno, pasó. Pero lo curioso es que ella venía de haber trabajado en McCain Erickson, que es una agencia de publicidad muy grande, y yo también había trabajado en la misma agencia, pero acá. Ella había estado en la agencia de allá, en Nueva York.

Ella llega a Nueva York por sus propios medios, ¿no?

Ella tenía 22, 23 años, cuando se va, en un barco caletero, desde Buenos Aires hasta Nueva York a buscar trabajo. Era una chica que, digamos, se había distanciado y había tenido un pleito con la familia. Tenía un espíritu aventurero: primero tuvo un trabajo espantoso y de ahí llego a la agencia de publicidad. Trabajó en una sección que trabajaba en representación de gobiernos extranjeros. Ellos representaban al gobierno de Cuba, de Batista. Resulta que el director de esa sección era un argentino, amigo de su familia. La contrató como secretaria.

De Nueva York a Lima, ¿cómo es ese tránsito?

Cuando ella estaba ya establecida en la empresa, se produce la revolución cubana. El contacto que ellos tenían en Cuba, que era un ejecutivo relativamente mayor, ¡va a la isla a tratar de rescatar la cuenta! Por supuesto, lo sacan a patadas. Resulta que en camino de vuelta, en Miami, se suicida. Se produce una catástrofe en esa sección de la empresa y todo el negocio empieza a derrumbarse. Ahí es cuando ella dice no, “ya me cansé de Nueva York, vamos a buscar otra cosa”. Se hizo fly hostess de PanAm. Ella, como te digo, estaba de paso por Lima, cuando la conocí.

Se conocieron y casi automáticamente se casaron…

Bueno, sí. Y empezamos a tener hijos.

¿Fue un amor a primera vista?

Supongo que sí. Es difícil de definir, pero evidentemente hubo una atracción ahí, estuvimos juntos desde entonces.

Una fotógrafa que huía de las cámaras

Para llegar a Enrique, el primer contacto fue su hijo mayor, Marco, quien por la falta de tiempo no pudo ser entrevistado. En cambio, me contactó con su hermana Diana. Junto con su padre, y el fotógrafo Andrés Longhi, organizaron la muestra “El poder sutil del ojo de una mujer” en la galería Luis Miró Quesada Garland, en Miraflores.

“Para nosotros, la exposición fue parte del duelo, un homenaje póstumo. Y fue muy bonito, y a la vez triste ver cómo finalmente le llegaba ese reconocimiento que no llegó a tener en vida (en parte porque nunca lo buscó). Recuerdo mucho un comentario en el libro de visitas, de una chica

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que decía ‘Me has terminado de convencer de estudiar fotografía’. Tuvimos muchos sentimientos encontrados con esa muestra”, me confesó mientras conversábamos en su departamento, un último piso en la avenida Pardo, desde donde se puede ver el mar.

Al final de la cita, me prometió la entrevista con Enrique. “Lo voy a llamar antes para ponerlo sobre aviso”. Y es con él que seguimos esta conversación.

Se ha dicho de ella que era una fotógrafa que rehuía mucho de las cámaras a pesar de ella misma tenía una sensibilidad extraordinaria…

Era una chica, además muy linda, muy guapa, y lo fue hasta muy mayor. Es increíble ver a una mujer que conserva esa belleza hasta los 75 años. Tenía un trazo muy fino. Y sin embargo ella nunca se creyó linda. Además casi nunca usaba maquillaje. Esa era un área bastante foránea para ella, en parte porque estuvo en un colegio internado que era una especie de campo de concentración de la época victoriana en Argentina. Entonces quizás eso la marcó mucho.

¿Cómo la marcó esta experiencia?

Yo creo que este tipo de internados te educan en una especie de soledad muy profunda. Yo creo que esa era parte de su esencia. Pero dentro de esa soledad uno hace una búsqueda de su propia identidad. Y en su caso creo que fueron la familia, los niños, que es un premio fantástico para ella. Y luego, un área que la descubre como por arte de mágia: la fotografía.

¿Ella se hace fotógrafa en esa época?

Fue una cosa casi familiar. Generalmente pasa que nace el bebe y le tomas fotos. Ella lo descubre a través de sus hijos. Ella se da cuenta de que tiene un arte, un ojo especial, y claro, su vinculación con la prensa la ayudó. Hubo un amigo nuestro, un fotógrafo muy bueno, sueco, que pasó por Lima que la ayudó muchísimo, sobre todo con el manejo de arte en el cuarto oscuro. El la ayudó a montar su primer cuarto para revelar fotos. Y lo hacía muy bien, tenía un ojo y una sensibilidad muy especial para determinar lo que era una buena fotografía en blanco y negro.

Entonces ella empieza con sus hijos…

Ella empieza con los niños. Pero de pronto sale esta foto de Doménica, chiquita, de 3 años, sentada en una silla. Esa fue una obrita de arte, una joyita. Y poco a poco empiezan a salir fotos cada vez mejores. Ella en un momento se vincula a través de libros a Cartier Bresson y a Ansel Adams. Sobre todo Cartier Bresson, que es la instantánea significativa, pero también de retratos que nunca son formales, pero tienen un elemento de espontaneidad dentro de la foto.

Un poco como las fotos que hace ella para Caretas, ¿no? Que se nota que hay un grado de informalidad en cómo se representa a los personajes…

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Yo diría de espontaneidad. Mira, ella era una persona que leía muchísimo, tanto en español como en inglés, y todo eso se traslada de alguna forma a su trabajo. Quería escapar del manerismo, por eso era muy rigurosa con las cosas que consideraba que valían la pena. Seguía mucho el trabajo de Cartier Bresson y Robert Capa, estos dos corresponsales de guerra, que luego de la Segunda Guerra Mundial fundan la agencia Magnum. Ellos creían que la función de la fotografía era captar al ser humano, en toda su esencia. Ella se vio muy influenciada por estas ideas.

Ella tomó muchas fotos en los viajes que hicieron juntos…

Yo estaba muy vinculado al International Press Institute, y viajábamos mucho por eso. Nos íbamos a asambleas, congresos, en Turquía, Egipto, Alemania, Inglaterra, Francia, Estados Unidos. Y claro, ella andaba siempre con su cámara, estamos hablando de un equipo que usaba rollo de blanco y negro, sin zoom, así tal cual. ¿Te imaginas qué difícil? Ahora uno toma miles de fotos a ver cuál le sale por casualidad, pero entonces había que aprovechar el rollo. No era, digamos, un asalto a mano armada en un banco, sino un tiro olímpico de precisión con una carabina. Ella hizo muchas fotos en esos viajes, con esa cámara.

Una madre y esposa de hierro.

“Mi madre no nos dejaba tranquilos, ni en vacaciones. Si no nos ponía en clases de natación, eran de fútbol, o vóley. Y no había opción a decir no, que tengo flojera, porque te levantaba de la cama y tenías que ir”, me contaba Diana, días antes de la entrevista con Enrique. Y esa es, tal vez, la esencia que mejor la caracterizó. Una mujer que hacía, que nunca se quedaba quieta, y que siempre estuvo al lado de su familia, incluso en los momentos más difíciles.

La prueba de fuego se dio en 1968, cuando el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado toma por asalto los medios de comunicación. A Enrique, por entonces ya director de Caretas, lo deportan a España. Daphne queda sola, a cargo de sus cinco hijos y decidida a mantenerlos, pase lo que pase.

A usted cuando lo deportan, ella se queda en Lima. Y posiblemente la educación que tuvo, si bien la hizo una persona solitaria, también la hizo muy firme para soportar los temporales. ¿Cómo fueron esas épocas?

En primer lugar de supervivencia. Ella trabajaba como ayudante de una profesora en un colegio. Por ese lado funcionó porque los chicos tenían una cierta beca. Además ella también, en una época, tomaba fotografías de novias. Y hacía traducciones. Lo hacía para parar la olla. Nosotros, además, teníamos un terreno en las Casuarinas, que era cerro pelado. Estábamos en todo el trámite para pedir un préstamo en el Banco Hipotecario. Fue un papeleo larguísimo, y cuando ya estaba más o menos maduro el tema, entra Velasco al poder y me deportan. Entonces a ella se le ocurre ir al banco, y hablar con el presidente, Arturo Seminario, y le dice “acá tengo los papeles”.

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Era plena época de Velasco, estaban expropiando a todo el mundo. Pero le firmó. Yo estaba en España.

Y parecía una chica tímida…

Parecía tímida, un poco retraída, no era de esas personas muy sociables, solo tenía dos o tres amigas, pero muy cercanas. Pero en momentos realmente difíciles, ahí es donde veías su fuerza, su temple. Y ese es su lado escocés. Como bien saben los ingleses, los escoceses son duros de roer.

En este momento nos tomamos una pausa. La grabadora se ha detenido y debo borrar algunos archivos viejos para liberar espacio. Mientras, conversamos de las diferencias entre la fotografía de la vieja escuela (con rollo de fotos, en blanco y negro y producida en un laboratorio) y el advenimiento de la fotografía digital. Enrique recuerda con nostalgia que Daphne usó el mismo tipo de cámara, lentes Leika, sin zoom, y casi sin usar flash, pero que en sus últimos años se aventuró a usar una cámara digital.

“Pero eso sí, nunca perdió esa sensibilidad, ni ese ojo fotográfico que siempre tuvo”, afirmó sonriendo. Pues existe una diferencia fundamental. Mientras uno toma cincuenta fotos con la esperanza de que una salga bien, en una cámara de rollo, solo hay un par de docenas de oportunidades para sacar buenas fotos.

Tras haber liberado espacio en la grabadora, seguimos.

Una artista decidida a dejar su marca en el mundo

Si Daphne intentó alguna vez mostrarle su arte al mundo, fue en 1996. Tras varios intentos fallidos de exponer y vender sus fotografías, decidió publicar dos libros: Soliloquios, una introspectiva de la soledad humana, y Dúos, una serie de fotos que exploran las relaciones más íntimas entre las personas.

A pesar de ello. La venta de los libros fue muy difícil, y solo alcanzaron a tener un éxito relativo tras su muerte. De hecho, fue luego de su partida que se vendió su primera foto, a un precio de 450 dólares.

Usted me decía que Daphne era una mujer bastante tímida, pero con un ojo fantástico.

Te explico, la fotografía es una forma de expresión fantástica. Es una forma de pintura. Una expresión muy personal en la que puedes exteriorizar tu propio mundo. En la muestra que hubo en Miraflores, hubo más de diez mil visitantes. Nosotros teníamos el libro de visitas, que firmaron centenares de personas desconocidas, y muchos, lo que escribían era “gracias por compartir”. Y es curioso, porque lo que significa es “gracias por mostrarnos algo que tú has visto y ahora nosotros también podemos ver”.

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O que tal vez pasa desapercibido. Estoy pensando en las fotos que tomó en París de un tipo en los Campos Elíseos caminando solo, o el otro sentado en una banca…

Es un tipo medio recostado con un cigarrillo, en un momento de paz, es un soliloquio. Y para ella, el favorito. La tomó desde la ventana del hotelito en el que estábamos. El tipo estaba como pensando, de espaldas, y ella tomó la foto. Son cosas que pasarían de largo a cualquier persona, pero que a ella le llamaban la atención. Ella tenía una vinculación con la fotografía realmente artística, en el sentido de compromiso. Ella se comprometía mucho con el tema. Y era muy intenso, pero también sentía una inmensa satisfacción porque salía algo bien hecho.

Los libros, ¿cuál es la historia detrás de ellos?

Ella hizo un par de muestras para probar suerte e intentar vender sus fotografías. Pero no tuvo éxito. Nadie compra fotografía, ni siquiera ahora; es muy difícil. La gente no está acostumbrada a que la fotografía se compre, como se haría con la pintura. Después de un par de exposiciones, nadie compró una sola foto. De hecho, la primera foto que vendió fue después de que falleció, y se vendió en Washington. Pero lo que sí nos dimos cuenta es que los libros se venden. Y aún así fue difícil.

¿Alguien la anima a hacer los libros?

Soliloquios y Dúos, que son los nombres de ambos libros, surgen de varias conversaciones, algunas conmigo, una amiga suya que era pintora, algunos amigos fotógrafos. Pero parte no solo de un afán económico, sino de dejar algo para las personas, una evidencia de su paso por el mundo. Y volviendo a la exposición, a veces basta una frase de un desconocido en un libro de visitas para saber que logró dejar su marca.

¿Ella misma eligió qué fotos iban en los libros?

Ella llegó a una imprenta, que quedaba en Arequipa, que era la mejor imprenta en blanco y negro que había en el Perú. Ella misma fue, vio cómo salían las pruebas, supervisó todo el trabajo. Porque eran sus libros, su arte. Y era muy importante que fueran sus libros, porque cuando una mujer es inteligente, con personalidad, lo que no quieren es ser “la esposa de alguien”, sino su propia personalidad, su propia expresión. Y la fotografía le dio esa forma de expresarse a sí misma.

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Un homenaje póstumo

Hacia sus últimos años, ella experimentó con la fotografía digital, ¿cierto?

Sí, ella hizo experimentos de tomar fotos y de ahí jugar con el Photoshop. Pero es un mundo totalmente distinto al de la fotografía en blanco y negro. Directo y sin retoques, yo creo que es un oasis, un respiro de este mundo que se presenta como una catarata de imágenes que salen a cada rato. Era sorprendente en la exposición ver la lentitud, la paciencia con la que la gente miraba las fotos, como si cada imagen fuera una pequeña eternidad. Es una cosa bien hermosa, que ella no habría podido lograr con la fotografía digital.

Fue una muestra póstuma, ¿cómo se pensó en hacer esta exposición?

Enrique respira hondo y se toma unos segundos para responder. Su expresión ha cambiado y se puede ver una profunda tristeza en sus ojos. Pero no deja que eso lo detenga, y prosigue sin que se le quiebre la voz.

Curiosamente, en medio de la tragedia que fue su muerte tan inesperada – de hecho acababa de salir de la clínica el día anterior – porque de hecho le dieron de alta. Pero, ¿qué pasa si te desmayas y estás en tu casa? ¡No tienes quién te entube! Entonces luego de este trauma, primero hicimos dos muestras en el exterior, porque Harlold Forsyth, el embajador de Perú en Estados Unidos, había hecho ya una muestra de sus fotos en Colombia. Entonces me dijo “¿por qué no repetimos esto en Washington?”. Nos convenció de hacer la muestra en la galería de la embajada en DC y de ahí de repetirla en Nueva York.

Y de ahí regresaron a Lima…

Las fotos ya estaban listas. Estaban ampliadas y seleccionadas. Solo tuvimos que agregarle un poco de música a la muestra, algo que le diera ritmo a todo este esfuerzo. Y eso, hubo fotos que no están en la muestra, pero están en los libros. Hay una que muestra un muellecito, de esos medio abandonados, que ni siquiera tenía un letrerito que dijera “prohibido el paso”, nada. Pero tiene de por sí una belleza poética. Y yo creo que ahí estuvo el sentido de todo. Al final, ella eligió el camino de la poesía, a través de la fotografía, que no es más que escribir poesía con luces y sombras.