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  • 7/30/2019 Escritos Personales Jaime Guzman Errazuriz

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    Escritos personales

    Jaime Guzmn Errzuriz

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    ndice

    Prlogo

    PRIMERA PARTE

    1. EL ESPRITU DE CONSIGNAPor el camino de la polticaDesafiar la consigna: el temor de los polticosAcomodarse a los nuevos vientosFigura moral de Alessandri

    2. UNIVERSIDAD Y GREMIALISMOLa DC y su ingerencia en la UniversidadProhibido prohibir en la U.C.Argumentando con xitoProtegerse de los vicios polticosNi torres de marfil ni polticos disfrazadosLa fuerza del ideario gremialistaRiqueza de la diversidad

    3. EL MOVIMIENTO MILITARCrnica de los hechos

    Pronunciamiento de 1973La razn del 11 de septiembre

    4. DEMOCRACIA Y ELECCIONESLa verdad del plebiscitoEl atractivo de las ideas-fuerzaDespus de todo quin es el pueblo?Las limitantes del sufragio universalEl voto: una campanada de alertaAntidemagogia y preservacin del sistema

    5. DERECHOS HUMANOS

    Mi propia experiencia frente al temaDerechos humanos: un enfoque serioJerarqua y niveles de derechosConsigna panfletaria y derechos humanosMirada a la realidad chilenaJuicio a los ltimos aos

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    SEGUNTA PARTE

    Anexo

    LDERES POLTICOS DE CARA AL FUTURO

    Un nuevo estilo polticoParticipacin en el Gobierno MilitarDeficiencias del articulado transitorioNovedades de la ConstitucinEl tema de los Derechos HumanosDesaparicin de la DINA y Ley de Amnistatica y lucha antisubversivaSucesin presidencial: negociar con las FFAAFragmentacin de los partidos de derechaFuerzas Armadas en el futuro polticoImportancia de la Proscripcin del P.C.Mi candidato para el plebiscito

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    PRLOGO

    Despus de la muerte de Jaime Guzmn E., al ordenar sus papeles se hall una serie deescritos claramente estructurados como partes de un libro en los que, de acuerdo a unesquema hecho por el mismo autor, esbozaba lo que sera una futura publicacin.

    El contenido de los textos encontrados es amplio, pues abarca diversos periodosde la historia poltica chilena de las ltimas dcadas. En ellos Jaime Guzmn explicitasu personal y profunda visin de lo que significa actuar en la vida pblica, al tiempoque repasa desde la perspectiva del que est en la primera lnea de losacontecimientos situaciones que influyeron de manera notable en el devenir histriconacional.

    Desafortunadamente, slo dej escritos cuatro captulos de un total de ocho quese propuso tuviera su libro, el primero que escriba. Estos constituyen la parte sustantiva

    de esta publicacin, que para ayuda del lector, se han ordenado siguiendo un criteriohistrico.En relacin a los captulos que por su repentina muerte no alcanz a escribir,

    pero que dej sugeridos en un ndice, slo se ha incorporado el referido alpronunciamiento militar, reconstituido con otros escritos suyos. Si bien ellos fueronredactados en otro momento, dan testimonio de su pensamiento sobre el tema. El restode los captulos, una vez recopilados, integrarn futuras publicaciones.

    El libro que el lector tiene en sus manos consta de dos partes. La primera deellas comprende los cuatro captulos que el autor escribi, alrededor de 1985, ms elque se mencion sobre el movimiento militar. En ellos, se encontrar con la visin queel destacado senador tena sobre la poltica chilena y con el ejemplo de un gran estadistaque marc su personal experiencia. Los siguientes grafican el proceso de politizacin de

    las universidades chilenas y la creacin del Movimiento Gremial, el cual buscaba crearun nuevo estilo para abordar la actividad pblica. A continuacin se describen lascircunstancias y razones de la intervencin de las Fuerzas Armadas en 1973, e incluyetres cartas enviadas a su madre, una entrevista dada a un periodista extranjero y unbreve documento indito referido al tema. En el cuarto captulo da a conocer supensamiento sobre la democracia y, en especial, sobre los distintos tipos de sistemaselectorales que favorecen su aplicacin. Por ltimo, en el quinto, Jaime Guzmn haceun anlisis del tema de los derechos humanos y de su personal esfuerzo desplegado paranormalizar la situacin en Chile.

    La segunda parte contiene una entrevista realizada a Jaime Guzmn en abril de1987, en la que se extiende sobre su participacin en el Gobierno Militar y otros temasque permitirn al lector tener una visin ms global de su pensamiento.

    Jaime Guzmn fue conocido por su extensa labor pblica, la cual le llev aparticipar en las grandes tareas nacionales creando instituciones a travs de las cualesproyect su visin poltica. Sin embargo, fue una persona con ideas originales enmbitos ms amplios que los estrictamente polticos. Posea una voluntad de serviciopblico tal, que le hizo postergar otras sentidas aspiraciones personales. Esta vocacinse manifiesta claramente en su especial inters en la formacin religiosa, moral y lapoltica de la juventud, a lo cual dedic gran parte de su tiempo. A travs de mltiplesactividades fue dando de s sus mejores energas, en un ejemplo de integridad ycoherencia de vida que merece ser recogido para beneficio del pas y de lasgeneraciones futuras. Al mismo tiempo, de su labor destaca no slo la dedicacin a ella,sino, muy especialmente, la eficacia con que sta fue abordada, lo cual le permiti

    cosechar frutos de mucha envergadura.

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    Esquema manuscrito del libro que proyectaba Jaime Guzmn. Slo alguno de suscaptulos llegaran a ser redactados en forma completa.

    Uno ms de estos frutos es la publicacin de este libro. Hoy ve la luz gracias aque la Fundacin Jaime Guzmn E. naci con el fin de preservar y dar a conocer dichalabor. Esta es una institucin cuyo objeto es mantener y continuar el testimonio de lavida de Jaime Guzmn mediante la defensa de valores, la promocin de ideas nuevas y,especialmente, la formacin de juventud, todo ellos inspirado en una concepcinespiritual y trascendente del hombre.

    Al momento de presentar este libro, queremos agradecer a todas aquellaspersonas que en forma desinteresada colaboraron con esta tarea, y en forma especial a laperiodista Mara Cecilia Alamos, quien dirigi su produccin.

    Agradecemos la gentileza de los Centro de Documentacin del Diario ElMercurio y de Copesa, quienes aportaron importante material fotogrfico.

    FUNDACIN JAIME GUZMN E.

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    PRIMERA PARTE

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    1. EL ESPRITU DE CONSIGNA

    Por el camino de la poltica

    Cuando de nio le por primera vez El Principito, de Antoine de Saint-Exupry, hubo muchaspartes cuyo significado no entend. Slo la madurez me permitira comprender ese libro escrito bajola forma de estar dirigido a los nios, pero cuyo mensaje alcanza a todos los seres humanos, sinfronteras de edades, culturas o creencias. Desde su primera lectura ese libro me cautiv,mantenindose hasta hoy como una de las obras por m ms queridas.

    Entre los trozos cuyo significado menos capt en esa primera lectura, estaba la visita delPrincipito a un diminuto planeta, en el cual slo exista un farol y un hombre que lo prenda yapagaba maquinalmente segn una periodicidad rgida, casi esclavizante.

    Interrogado por el Principito sobre por qu haca lo descrito, el farolero le respondisimplemente: "es la consigna". Ante la rplica del Principito sealndole que no le entenda, suinterlocutor le precis "no hay nada que entender... la consigna es la consigna".

    El farolero explic enseguida que antes su oficio era razonable, porque el planeta giraba a una

    velocidad que le exiga encender y apagar el farol una vez por da. Pero que ahora el planeta girabacada vez ms rpido y su tarea se haba vuelto agotadora... porque la consigna permaneca idntica.

    Cuando comenc a conocer la poltica chilena, descubr poco a poco que su desenvolvimiento, ycon ste el destino del pas, estaba esclavizado por consignas. Cualquier intento de cuestionarlasapareca tan temerario y estril como el ingenuo esfuerzo del Principito. Y la mayora de losciudadanos se someta a los moldes de las consignas sin pretender explicaciones satisfactorias.Igual que el farolero, las acataban como algo impuesto, respecto de lo cual nada haba que procurarentender.

    Las consignas eran similarmente compactas y cerradas de parte de quienes sustentaban posicionesms conservadoras y de aquellos que convocaban a aventuras revolucionarias. El xito que estasltimas alcanzaron entre 1964 y 1973, bajo las sucesivas frmulas de la Democracia Cristiana y elmarxismo-leninismo que gobernaron al pas en ese decenio, fue el fruto de un ambiente general que

    haca ms atrayentes las consignas revolucionarias, de grandes mitos globalizantes frente a lasociedad.No se trataba del respaldo consciente del pueblo a determinadas ideas precisas, analizadas y

    evaluadas con un mnimo rigor. Era la efmera subyugacin ante ciertas consignas revolucionarias,ya que frente a ellas slo se levantaban otras consignas y no un cuerpo de conceptos slidos, capazde desnudar y vencer a las primeras. Y mientras las revolucionarias emergan con todo el vigor delas utopas, las consignas opuestas languidecan opacas, reflejando a una derecha desgastada yacomplejada.

    Ciertamente, el lenguaje oficial del gobierno militar implantado en 1973 no ha sido tampoco ajenoal espritu de consigna. Pero creo que, contra lo que pudieran pensar quienes lo pintan como unrgimen opresivo, la ciudadana ha conocido en este periodo una vida menos sometida al quehacerpoltico, y por ese especfico motivo, con mayores posibilidades para formarse un juicio propio mslibre y ajeno a las consignas.

    Creo que el actual repudio ciudadano a las viejas dirigencias polticas, por entero ajenas a laprofunda evolucin experimentada por el pas desde 1973, expresa un rechazo a la perspectiva deque se nos arrastre nuevamente a una pugna entre consignas ciegas y huecas, que slo disfrazan yasea pequeas ambiciones, intereses y rencillas personales o de grupo, o bien grandes amenazas designo mesinico o totalitario. Porque la consigna es til para cualquiera de estas dos hiptesis. Para lonico que no sirve es para construir un rgimen poltico, ni mucho menos una democracia sana,moderna y eficiente.

    Desafiar la consigna: el temor de los polticos

    La reduccin de la vida poltica a una batalla entre consignas, revela toda una deprimida actitud moral

    de los cuadros dirigentes que la impulsan o que se someten a ella. Detrs de tal conducta, subyacesiempre una falsificacin de la realidad. El eslogan reemplaza al raciocinio y los instintos ms

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    viscerales sustituyen al autntico ejercicio de la voluntad.Quizs la nica diferencia reside en que los totalitarismos son consecuentes al proceder de ese

    modo, porque en su esencia est siempre el propsito de anular la capacidad crtica de los sereshumanos a quienes procura someter. Ms an, los totalitarismos aspiran a moldear las concienciashasta sus ms ocultos rincones para asegurar as sus pretensiones de irreversibilidad.

    Los sectores humanistas y favorables a una sociedad libre, al caer en semejante vicio traicionan,en cambio, lo ms bsico de sus principios con una actitud que slo denota inconsecuencia o mvilesbastardos.

    En todo caso, el resultado es siempre el mismo. La poltica se convierte en un martilleo depropagandas en favor de ideas-fuerzas, que procuran evitar el anlisis matizado, sereno y reflexivo.Los polticos temen desafiar las consignas imperantes, aterrados de que una inicial incomprensindificulte sus ambiciones. Las iniciativas se juzgan no por sus cualidades o fallas intrnsecas, sinopor su origen o autora, rechazndose a priori todo cuanto provenga del adversario. Los partidariosde los gobiernos defienden a brazo partido todo lo que ellos realicen u omitan, mientras que losopositores le desconocen cualquier mrito e incluso se esmeran en hacerlo fracasar y se complacenen la medida en que lo consiguen, como si de por medio no estuviese la patria en cuanto objetivocomn que compromete y afecta a todos sus habitantes.

    No hemos palpado acaso, cada uno de nosotros, el regocijo indisimulable con que lassucesivas oposiciones chilenas denuncian el presunto "fracaso gubernativo", ante un incrementopor ejemplo de la inflacin o del desempleo? Basta escucharlas para advertir que nada podradesilusionarlas ms que conocer una estadstica que reflejara un xito del gobierno respectivo.Esperan y anhelan el fracaso de ste como cuervos que otean la proximidad de un posible cadver,para satisfacer sus ansias de reemplazarlo en el poder sin importarles que con esa conducta colaborena destruir al pas que a todos nos vio nacer, en que todos habremos de vivir y que legaremos a lasfuturas generaciones.

    Lo que ocurre es que el objetivo de quienes as proceden no est constituido por servir al pas, sinopor alcanzar o retener el poder. He ah la raz y el fruto del espritu de consigna. De all surge y eneso deriva, exponindose incluso a que el giro final conduzca al establecimiento de un rgimentotalitario.

    Acomodarse a los nuevos vientos

    Corolario lgico de lo anterior es la tctica de "arrebatar las banderas" al adversario, que lossectores no totalitarios han solido asumir. Dada la tendencia socialista que por definicin es inherentea todo totalitarismo (marxismo, fascismo, nacional-socialismo, etc.), la tctica puede enunciarsecomo el empeo de los no socialistas por arrebatarle al socialismo sus banderas.

    Se trata de que los partidarios de una sociedad integralmente libre impulsemos ideas quepropicia el socialismo, slo que ms moderadamente. De tal modo, se piensa que se le privar a stede dicha bandera, asumindola uno mismo, si bien en forma morigerada. La frmula procura justificarsecon la supuesta astucia del Gatopardo, de que "todo tiene que cambiar para que todo siga igual".

    Lo que la referida tctica olvida es que el adversario siempre puede correr ms all susbanderas, sosteniendo que lo realizado es insuficiente y que precisamente corresponde a unartilugio gatopardesco. As, va obligndonos a dar otro y otro paso en la orientacin socializante, ala espera de que la realidad se aproxime ya tanto a su ideal, que entonces le resulte fcil ensayar elasalto final al poder. Y es que el trecho que separar al totalitarismo del poder se habr hechopreviamente cada vez ms escaso, por obra de la funesta tctica sealada.

    Un caso tpico vivido en Chile al respecto, fue el de la reforma agraria. Los partidos de centro yde derecha que gobernaban con don Jorge Alessandri (1958-1964) decidieron "arrebatarle esabandera" al izquierdismo socialista, a comienzos de la dcada del 60. Bajo el embrujo o la presin delGobierno norteamericano de John Kennedy (curiosamente los Estados Unidos han sido campeonesde esta tctica para los pases de Amrica Latina, en la errnea creencia de que hacer "algo desocialismo en este subcontinente bajo el nombre de "reformas de estructuras" es el medioadecuado de producir justicia social y de evitar el comunismo), esos partidos polticos chilenosllevaron adelante una iniciativa de reforma agraria que se transform en ley, previa enmienda de la

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    Constitucin para permitir discriminatoriamente el pago diferido de las expropiaciones agrarias.El texto de esas dos reformas, tanto la constitucional sobre el derecho de propiedad como la ley

    de reforma agraria misma, tena el sello moderado de sus autores que, en el fondo, no las deseabansino que las asuman en la creencia de que con ellas impediran la avalancha. La derecha y elcentro le habran as "arrebatado la bandera" de la reforma agraria al izquierdismo socialista.

    Como era de prever, los exponentes del socialismo chileno descalificaron esa reforma agraria

    por completo, apodndola despectivamente como "del macetero". Y llegados sucesivamente algobierno, primero la Democracia Cristiana (1964-1970) y luego el marxismo-leninismo (1970-1973) realizaron sus propias reformas agrarias, cada una ms radicalizada que la anterior. Con ellose demostr que la bandera segua siendo de sus legtimos dueos.

    Mirado el asunto ms a fondo, pienso que la tctica de "arrebatarle las banderas" al adversariosocialista, revela un grave reblandecimiento moral en los defensores de una sociedad libre. Ellaacusa que se ha concedido que "el mundo va hacia el socialismo" y que slo podemos atenuar odiferir esa ineludible realidad. Denota una falta de fe en los propios ideales de libertad opuestos alsocialismo y en la capacidad de hacerlos prevalecer.

    Semejante actitud poltica, que fue la que yo conoc durante mi juventud escolar yuniversitaria como realidad predominante en los partidos que se englobaban en la llamadaderecha tradicional, no poda resultarme menos atrayente. Igual fenmeno le ocurra a casi todami generacin. Mal puede despertar mstica alguna en la accin poltica aquel que se ha rendidode antemano y que ya slo discurre el itinerario de su propia capitulacin. Aunque ello serealice con la mejor rectitud patritica, que siempre me pareci mucho mayor eso s en lascolectividades de derecha que en la Democracia Cristiana o en el socialismo marxista.

    Era ya en esa poca y sigo siendo un convencido de que en poltica hay que tener siempre elcoraje de desplegar las propias banderas sin temor a una eventual derrota ni autocomplejo frentea las contrariedades de ir contra la corriente. No se trata de confundir esa actitud resuelta, con elmesianismo de quien no est dispuesto a las necesarias transacciones propias de la vidademocrtica. A lo que apunto es a no asimilar el contenido de una transaccin con lo queconstituye y debe seguir constituyendo el propio ideal. A no perder jams la propiaidentidad, entrando en la montaa rusa de lanzarse tras las banderas del adversario.

    Incluso, la tctica de "arrebatar las banderas" al socialismo presenta otro rasgoparticularmente extrao.

    Qu sentido tiene gobernar y luchar por seguir gobernando, si ello se va hacer no pararealizar lo que uno piensa, sino para aproximarse a lo que desea el adversario?

    Podr respondrseme que as se evitan cosas peores. Es posible, y en ms de alguna realidadespecfica puede ser poltica y ticamente valedero. Sin embargo, como actitud global ysistemtica, ella me parece fatal.

    Cuando uno es derrotado polticamente con las propias banderas enhiestas, hay siempre laposibilidad de llevarlas al triunfo ms adelante. Cuando uno permite, en cambio, que se lasarrastren de a poco y a girones, ms preocupado de arrebatarle las suyas al adversario, la derrotapuede demorar algo ms. Pero la perspectiva de revertir la situacin desaparece, porque elpropio ideal se ha abdicado o arriado. Ya no estar ms presente como alternativa, al menosliderado por quienes lo abandonaron para acomodarse a los nuevos vientos.

    Claro que para ser invariablemente fiel al propio ideal, hay que creer en l con una muy profunda

    conviccin del espritu. Y hay que forjar una voluntad que se atreva a desenmascarar las consignas.Aunque hacerlo conlleve desafiar lo que "todos" aparezcan favorecer en un momento. Es, de nuevo,la alternativa de desmitificar las consignas o de sucumbir ante ellas.

    Figura moral de Alessandri

    Mirando en forma retrospectiva, intuyo que el origen de mi ferviente admiracin hacia don JorgeAlessandri proviene principalmente de lo expuesto.

    Mi primera noticia sobre su persona fue con motivo de las elecciones parlamentarias de 1957.Pese a que yo slo tena diez aos de edad, segua las informaciones polticas con avidez. Fue tangrande la impresin que me produjo asistir a los seis aos de edad al desfile en favor de lacandidatura presidencial de don Arturo Matte en 1952, que la poltica y las elecciones ejercieron

    desde muy temprano sobre m un atractivo enorme. Pronto empec a leer diariamente la prensa y aescuchar las conversaciones que los adultos sostenan sobre estos temas, en un ambiente familiar

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    de muchas y variadas vinculaciones polticas. Lo que consegua entender era, por supuesto, muylimitado. Pero desde entonces adopt la costumbre de no desestimar una lectura, una conferencia ouna conversacin por el hecho de que slo lograse captar una parte de ella, a veces incluso muyescasa. Con el tiempo he seguido cultivando esa prctica, ante la prueba de que as uno siempreaprende algo y adquiere una progresiva familiaridad con el tema que le permite comprender cada vezun poco ms a su respecto. Me parece la nica frmula de no permanecer en la ignorancia completa de

    aquello que uno no pueda estudiar de manera sistemtica.La gran votacin con que don Jorge Alessandri fue elegido senador por Santiago en 1957,pese a una brevsima campaa electoral de ltima hora, me impact porque rompa todos lospronsticos previos.

    La eleccin presidencial del ao siguiente, en 1958, despert en m un entusiasmo ilimitado por lafigura de Alessandri. Su triunfo me produjo una de las mayores alegras que he sentido, comoculminacin de una campaa cuyos principales hitos se grabaron en mi mente con una fuerzaimborrable.

    La presidencia de don Jorge, vivida por m entre los 12 y los 18 aos de edad, comenzencontrndome en el colegio y termin hallndome al trmino del segundo ao de universidad.poca decisiva en la formacin de una persona, su figura ejerci sobre m un magnetismoextraordinario. Slo vendra a conocerlo personalmente despus, en 1967, y a acercarme a l en susegunda campaa presidencial, para la eleccin de 1970, en la que particip activamente como

    dirigente juvenil y a consecuencia de lo cual naci una profunda y estrecha amistad con l queperdur hasta su muerte. Pero mi vibrante alessandrismo databa de mucho antes.

    Creo que lo que ms me sedujo de su personalidad fue precisamente su intachable integridadmoral, acompaada de una notable valenta para combatir, desde la soledad, contra los falsos mitosy consignas.

    Su diaria caminata desde su casa hasta La Moneda, hecha como un simple ciudadano,atravesando todo el centro de la ciudad sin vigilancia ni escolta, resultaba factible en una poca enque an no se conoca el terrorismo organizado. Sin embargo, poderlo realizar en medio del msamplio respeto ciudadano, simbolizaba las dimensiones de su figura moral.

    Por otro lado, sus escasos discursos peridicos por radio al pas (la televisin slo surgiembrionariamente en Chile a fines de su gobierno), eran esperados expectantes por la opininpblica y llevaban casi siempre el sello de un vigor polmico capaz de enfrentar con talento las

    ms difciles encrucijadas y las ms violentas mareas, a la vez que llenos de una honda emotividadque su apariencia adusta no consegua ocultar.Recuerdo con particular nitidez una larga entrevista que Alessandri sostuvo, durante alrededor

    de dos horas, con la directiva de la poderosa y temida Central nica de Trabajadores (CUT) y que, anteversiones contradictorias sobre su contenido, el Presidente de la Repblica dispuso que setransmitiera por cadena nacional de radioemisoras. Ms que una entrevista, se trataba de unapolmica recprocamente respetuosa pero muy agitada, en la que el Jefe del Estado se bata coninteligencia, firmeza, dominio de todos los datos o cifras y salidas llenas de un humor propio de sucalidez humana.

    Foto pg. 25

    Jaime Guzmn en el living de su casa junto a una foto de Jorge Alessandri. Admirabaen l la valenta para luchar contra los mitos y las consignas polticas.

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    Entre sus principales discursos, sobresalieron sus dos ltimos mensajes anuales al CongresoPleno, en uno de los cuales previno profticamente a los "sembradores de ilusiones y quimeras",advirtindoles que su camino terminara por conducirnos a "un quiebre de la juridicidad de la cualChile con razn se enorgullece". Asimismo, no olvido una memorable intervencin que tuvo hacia elfinal de su gobierno, al recibir el testamento del Presidente Balmaceda, oportunidad donde fustig

    a don Eduardo Fre y a don Salvador Allende, que ya eran los dos candidatos que competiran por susucesin presidencial, a raz de conductas que, a juicio de Alessandri, privaran a ambos de lanecesaria autoridad moral para gobernar adecuadamente.

    En vez de que el ejercicio del mando desgastara su popularidad, don Jorge Alessandri la fueacrecentando. Lo logr sin recurrir a ningn instrumental propagandstico, sino rehuyndolo hastaextremos que pueden considerarse incluso excesivos, pero que trasuntaban la austeridad y sobriedadms severa que ha caracterizado su retirada existencia. En 1964 tuvo que desautorizarpblicamente una campaa que sus partidarios haban lanzado para recoger firmas tendientes arequerir una reforma constitucional que permitiese su inmediata reeleccin para el periodopresidencial siguiente, iniciativa que empez a prender en la ciudadana con inusitada fuerza, tan sloen pocas semanas.

    La entrega del mando a su sucesor dio lugar a una espontnea manifestacin popular de

    adhesin y homenaje hacia Alessandri, que se convirti en una verdadera apoteosis. Como testigoemocionado de ella, hice un breve relato periodstico de tal acontecimiento al cumplirse veinte aosde su ocurrencia, el cual se inserta como un anexo al final de estos escritos.

    Desde el instante mismo en que abandon la jefatura del Estado, un grupo de amigos personales suyoslanz la idea de que el pueblo de Chile le solicitara a don Jorge que aceptara volver a postular a laPresidencia de la Repblica en 1970, idea que culmin al ser inscrito caso nico en nuestrahistoria como candidato presidencial independiente con la sola firma ante notario de losciudadanos que exiga la ley y sin intermediacin de apoyo partidista alguno para ello.

    Debo hacer la salvedad de que no es el propsito de esta obra, ni menos el del presentecaptulo, aspirar a una resea de la figura, el pensamiento o la obra de don Jorge Alessandri. Supersona aparece necesariamente en ella por ser el hombre pblico chileno hacia el cual mayor

    admiracin profes y que ms fuerte influencia ha ejercido sobre m. Ello lo liga de modoinseparable a muchas de las reflexiones y experiencias que en estas pginas deseo transmitir. Sihe bosquejado algunos de los antecedentes histricos a su respecto, es para facilitar a loslectores que no vivieron estos hechos, la comprensin de las conclusiones que de ellos heextrado. Lo mismo valga como explicacin para las dems referencias a ciertos hechospretritos a que se aluda en este u otros captulos.

    En este sentido, creo til consignar que no me extra en absoluto, sino que me clarific loque me apareca como un enigma, que la reforma agraria impulsada en su gobierno y a la cualantes me refer, se llev adelante a pesar de su tenaz oposicin frente a los partidos que loapoyaban, a quienes no logr convencer del error e inutilidad de su tctica y ante la que, en esascondiciones, se vio obligado en la prctica a inclinarse.

    El fenmeno poltico de Alessandri, madurado y profundizado en la honda amistad que con

    l me lig desde 1970, me revel realidades muy significativas, con la fuerza que tiene sucomprobacin emprica.Ante todo, constat que hay dos grandes modos de abordar la accin pblica. Una, la

    predilecta para la inmensa mayora, busca halagar a la masa, identificndose con las consignasdominantes y cediendo demaggicamente a sus pasiones y caprichos. La otra, mucho msdifcil, intenta guiar al pueblo, librando con valenta moral y de cara ante l, un combaterectificador frente a las consignas falsas, vacas o torcidas.

    Expresada en trminos actuales, la primera frmula est representada por polticos que sonprisioneros de su imagen. Vasallos de las encuestas de opinin pblica, stas constituyen sunorte orientador; su contenido refleja lo que el pueblo prefiere y, por consiguiente, lo que ellosdeben hacer para agradarle y obtener su preferencia. Y ms que al pueblo, a quienes de verdad seapresuran por complacer con particular solicitud, es a los grandes centros de presin o grupos de

    poder.El segundo criterio no supone desentenderse de las aspiraciones populares, pero se autoimpone eldeber de cotejarlas con un anlisis serio de su conveniencia para el pas y de las posibilidades que la

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    realidad ofrece. No teme rechazar lo que no se avenga con ello, porque no se abate ante unaposible derrota. Confa en que si a la negativa se aaden argumentos convincentes y actitudes quelo validen, se pueden cambiar las inclinaciones de la masa y que la eventual derrota de hoy puedeser el germen de la victoria de maana. En todo caso, no hace poltica fijando como supremo norte laconquista o retencin del poder, sino el servicio al pas en la lnea de fidelidad a los propios ideales.

    Valga como digresin, que lo que s estimo indisoluble del xito de una actitud rectificadora, es

    aadirle la capacidad de autorrectificacin que la aleje de todo riesgo de soberbia o mesianismo.Y las autorrectificaciones se diferencian del acomodo oportunista, en que en ste no se reconoce nise fundamenta el cambio de predicamento, requisito que considero esencial para la legitimidad yrespetabilidad de una accin pblica. El oportunista, en cambio, siempre se dejar la puerta abierta aun nuevo giro, tan arbitrario como fuere menester. Por eso no le interesa ni le conviene admitirlo niexplicarlo.

    Ahora bien, arquetipo de la accin pblica conductora y rectificadora, don Jorge Alessandridemostr que ella puede triunfar y conferir una popularidad sobresaliente, aun con los estilosconvencionalmente ms contraindicados para ello. Y este hecho alcanz en l ribetes tanto msslidos y duraderos, cuanto fue respaldado en un testimonio de vida plenamente concordante.

    En la entrega genuina e integral de la propia vida a una causa, reside la ms vigorosa de lasfuerzas que a sta pueda brindrsele. Slo entonces la actividad poltica se hace sinnimo de

    servicio pblico, y emerge como una vocacin que compromete la existencia entera y no etapasparciales de ella.Mientras ms lo conoc, ms me impresion la estricta correspondencia entre la imagen que

    Alessandri proyecta y lo que conforma su personalidad ms ntima y real. Nada hubo en l que fuerauna pose por razones de apariencias. Fue tal cual apareci. Aun en lo que pudiese sugerir mayoresdudas a la suspicacia criolla, como su absoluta falta de ambiciones polticas y su tajante reticencia ala figuracin pblica.

    Como agregado o sntesis de todo lo anterior, don Jorge Alessandri me hizo tangible unarealidad adicional. Al mismo ser humano se lo puede atraer, indistintamente, explotando las msbajas pasiones o apelando a sus ms nobles sentimientos, dualidad que siempre coexiste comoalternativa para la conducta de cada persona. En cada uno de nosotros, siempre se jugar ladisyuntiva entre dejarnos arrastrar a las mayores bajezas o de empinarnos hacia las ms elevadasmanifestaciones de que es capaz el espritu humano. Todo depender de cules sean los estmulosms fuertes que nos rodeen y, en definitiva, de qu actitud asumamos frente al opuesto llamado deambos.

    Obviamente, resulta mucho ms fcil escoger el camino de conquistar la simpata de otro yla del pueblo en general alimentando los impulsos humanos ms ruines, que para nuestra dbilnaturaleza operan como imn grato y tentador. Ms an, ser inevitable que muchas veces quienes asactan, consigan prevalecer en determinados momentos, porque las cadas morales de los pueblosse proyectan como reflejo de las que tampoco nunca superarn del todo las personas que losconforman.

    Sin embargo, tras la frustracin que, a la postre, siempre dejar el vaco espiritual de ceder a laenvidia, al odio, a la permisividad, al libertinaje o a otra baja pasin cualquiera, los seres humanos ylos pueblos buscamos resortes que puedan sacarnos de ese abismo y encontrar en las virtudes ticasla fuente de verdadera felicidad personal y progreso social.

    Es ah donde los ojos se vuelven hacia quienes no han sucumbido ante la avalancha degradante.A quienes han mantenido su propia identidad, sin abandonar sus banderas para salir atolondrados aarrebatarle las suyas al adversario. A quienes han continuado denunciando con perseverancia y corajelos dolos propios de toda falsa consigna, por mtica o arrasadora que pareciese. A quienes no hanrenunciado a contribuir a guiar la historia, ni han credo que sta se mueva por vientos que la voluntadpropia no sea capaz de contrarrestar y modificar. A quienes no han cesado de apelar siempre yslo a los ms nobles sentimientos del alma humana y a los ms altos destinos que ellos puedenplasmar para la convivencia social.

    Este convencimiento y esta lnea de conducta son, a mi juicio, las nicas justificaciones vlidaspara emprender una accin poltica.

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    2. UNIVERSIDAD Y GREMIALISMO

    Universidad Catlica de Chile, culminaba una asamblea del Consejo General de su Federacin deEstudiantes, FEUC. Sus integrantes votbamos una propuesta de la directiva democratacristianaque entonces conduca dicho organismo estudiantil, para declarar una huelga general e indefinida delalumnado, exigiendo el inmediato reemplazo de las mximas autoridades del plantel y el inicio deuna reforma radical en nuestra Universidad.

    Nuevos hombres para una nueva Universidad era el eslogan del movimiento estudiantil queencabezaba aquella directiva de FEUC y a cuyas caractersticas me referir enseguida.

    Como Presidente del Centro de Alumnos de la Escuela de Derecho, yo formaba parte de ese

    Consejo General de FEUC, de alrededor de noventa miembros, liderando una reducida minoraopositora a la directiva democratacristiana y a la huelga por ella propiciada. Las sesiones de eseorganismo eran pblicas. Cualquier persona poda asistir y cualquier estudiante poda participar conderecho a voz. Ese 10 de agosto haba entre 600 y 700 estudiantes, algunos de otras universidades,que desbordaban completamente el recinto hacia los diversos pasillos contiguos a l, hecho deltodo inusual.

    Hasta esa fecha, el Consejo General de FEUC casi nunca congregaba a sus reuniones a ms desesenta o setenta de sus miembros, y prcticamente no asistan alumnos que no integrasen elorganismo. Slo en las semanas inmediatamente previas a agosto de ese ao, la concurrenciacomenz a crecer progresivamente, denotando que el movimiento estudiantil revolucionarioestaba prendiendo en forma rpida y explosiva.

    Esa tarde, ms del noventa por ciento de los presentes favoreca la huelga. Adems, todo estabadecidido de antemano, ya que la directiva contaba con ms de los dos tercios de los votos del consejo,quorum requerido por el reglamento al efecto. Aun as, el debate fue extenso y arduo.

    Me correspondi impugnar la mocin de la huelga en medio de un ambiente espeso y hostil, dondelos exponentes de la minora slo logrbamos hacernos or gracias a una muy firme decisin de dar untestimonio de lucha por nuestros ideales y, tambin, a la calidad humana del presidente de FEUC,Miguel ngel Solar, y de otros dirigentes afines a sus ideas, con quienes habamos trabado unvnculo personal respetuoso a pesar de nuestras profundas discrepancias y de nuestras constantes yagitadas polmicas.

    Sin embargo, esa tarde flotaba un aire diferente. Estbamos ante un cambio de escenario. Laactitud agresiva de muchos asistentes, entre los que sobresalan dirigentes polticos juveniles ajenosa la organizacin estudiantil y la propia universidad, indicaba que all se estaba gestando algo que

    trascenda con mucho a la Universidad Catlica.Inmediatamente despus de pronunciar mi voto negativo al paro en votacin pblica y nominal delos consejeros, abandon discretamente la sala a fin de ahorrarme el desagrado de la euforiahuelgustica mayoritaria, que se desatara una vez concluido el recuento.

    Justo al dejar el Saln de Honor vi que, a pocos metros, se iba retirando de su despacho elRector de la Universidad, Monseor Alfredo Silva Santiago, cuya remocin y reemplazo era elobjetivo ms directo de la huelga. Bajamos juntos las escaleras laterales de la Casa Central mientrasle relataba lo acontecido en la asamblea estudiantil. Lo que ciertamente ni l ni yo podamos presumir,es que sta sera la ltima vez que el mencionado Rector y Arzobispo pisara la UniversidadCatlica.

    Al da siguiente, 11 de agosto de 1967, la Casa Central amaneci "tomada" por la directiva de FEUC,en un audaz e imprevisto operativo realizado durante la noche. Alambradas y pertrechos decombate haran imposible la entrada a quienes los jefes revolucionarios no se la permitiesen,

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    mientras durara la ocupacin fsica de la Universidad por la fuerza. El Canal 13 de televisinqued en manos de ellos, en tanto el frontis de la Universidad se convirti en fachada para susconsignas y tribuna hacia la calle para mtines en la Alameda.

    Con posterioridad a la experiencia de la Unidad Popular, las "tomas" de toda clase derecintos e instituciones se hicieron habituales y cotidianas. Pero en agosto del 1967 elprocedimiento no se conoca. Era la primera "toma" de estas caractersticas que se presenciaba

    en Chile, muy diversa de algunos atrincheramientos de determinados grupos, ocurridos en otrasetapas de nuestra historia cvica.

    De inmediato, el pas comprendi que nos encontrbamos ante un hecho de dimensionesnacionales. As fue recogido por toda la opinin pblica y por la prensa. De ese episodiobrotara una secuela de significativas proyecciones, tanto para la pendiente revolucionaria quedesembocara tres aos despus en el establecimiento de un gobierno marxista en Chile, comopara la conformacin de un movimiento gremialista de signo opuesto, cuya influencia en lasuniversidades y en el pas adquirira considerable relieve.

    Por eso, creo til profundizar algo ms en ciertos rasgos de ese acontecimiento.

    La DC y su ingerencia en la Universidad

    El movimiento estudiantil que hizo eclosin ese da databa sus inicios de varios aos antes.Desde que la Democracia Cristiana asumi el control de FEUC en 1960, esta entidad empez aconvertirse en un instrumento de antagonismo hacia la direccin superior de la Universidad,esbozando gradualmente la bandera de una reforma universitaria y acusando a las autoridadesde representar un esquema autocrtico y conservador.

    Por otro lado, bajo la idea-fuerza de "insertar a la Universidad en la realidad social'' lata elpropsito evidente, aunque no siempre reconocido, de convertir a la educacin superior en uninstrumento del enfoque ideolgico e ideologizado del Partido Demcrata Cristiano sobre cmodeban ser Chile y sus estructuras polticas, econmicas y sociales.

    Dicha tentativa instrumentalizadora se delat crudamente en 1962, cuando a raz de la eleccin

    complementaria de un diputado por Santiago, la campaa del candidato de esa colectividad partidista,Bernardo Leighton, public en toda la prensa un aviso propagandstico que deca textualmente que las"siete universidades del pas tienen siete federaciones de estudiantes democratacristianas", queriendosignificar con ello el respaldo juvenil a esa tendencia poltica. Se incurra as en la ms burda e ilcitautilizacin de organizaciones gremiales estudiantiles como cajas de resonancia para los afaneselectorales del Partido Demcrata Cristiano. Poco despus, con la llegada al gobierno de ese partidoen 1964, tanto la FEUC como sus congneres de otras universidades fueron comprometindose, demodo cada vez ms abierto, con los esquemas, proyectos e iniciativas gubernamentales, al punto queno haba tema alguno de cierta relevancia poltica nacional o internacional, que no suscitase unpronunciamiento oficial de las diversas federaciones estudiantiles. Desde la reforma agraria hastalas huelgas del cobre. Desde la guerra de Vietnam hasta la invasin norteamericana en SantoDomingo. Todo era considerado propio de una postura oficial de las organizaciones estudiantiles, en

    nombre de su compromiso con la realidad social o con el pueblo y sus luchas.A poco andar del gobierno democratacristiano, fue perceptible una creciente fisura dentro delpartido que lo sustentaba. Algunos sectores consideraban que el Presidente Frei no caminaba enforma suficientemente rpida y global hacia las metas revolucionarias de corte socializante,limitando dicho proceso a la reforma agraria. Exigan pasos similares e inmediatos en la reformaurbana, la reforma bancaria, la reforma de la empresa y todo lo que el Partido Demcrata Cristianotermin rotulando como "socialismo comunitario".

    Esa diferencia de ritmo se perfilara luego como una discrepancia en los objetivos, a medida que losectores ms izquierdistas hicieron ostensible su afinidad con los partidos marxista-leninistas o,al menos, su deseo de atenuar las barreras doctrinarias y prcticas que los separaban de stos.Ello culmin en 1969, cuando una fraccin del Partido Demcrata Cristiano se desgaj de lpara formar el MAPU. Poco despus, otra escisin dara lugar a la Izquierda Cristiana.

    Estos dos conglomerados, si bien demostraron no ser significativos dentro de la votacin

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    popular que captaba la DC, tuvieron el potencial electoral suficiente para darle al candidatomarxista Salvador Allende, al que apoyaron en los comicios presidenciales de 1970, los votosnecesarios y decisivos para que ste derrotase a don Jorge Alessandri por un uno por ciento dediferencia. Pero, sin duda, la otra gran importancia de estos grupos se encuentra en el modocomo arrastraron hacia la izquierda al Partido Demcrata Cristiano mientras estuvieron einfluyeron en su seno, lo que se reflej en la plataforma programtica de Radomiro Tomic para

    esas mismas elecciones.Las breves referencias polticas anteriores me parecen necesarias para entender mejor el

    carcter del movimiento estudiantil reformista que se "tom" la Universidad Catlica en 1967 yque, entre ese ao y el siguiente, repetira lo mismo en casi todos lo dems plantelesuniversitarios del pas.

    "Prohibido prohibir" en la U.C.

    En 1967, la directiva de FEUC era todava democratacristiana. Pero resultaba notorio que susintegrantes, sus principales adherentes y sus objetivos respondan ya a la faccin msizquierdista de dicho partido. No en vano tardara poco ms de un ao para el masivo traslado

    de esos dirigentes al MAPU, con muy escasas excepciones. Y a diferencia de lo acontecido enel resto del pas, en la Universidad Catlica atrajeron tras de s al grueso del alumnadotradicionalmente favorable a la Democracia Cristiana, dejando reducida a sta a una muypequea expresin dentro de ese estamento de nuestra Casa de Estudios.

    Ms an, planeado o no, considero que la "toma" de la Universidad Catlica en 1967constituy el primer ensayo de la alianza cristiano-marxista, que despus se manifesten los "cristianos para el socialismo" y en otras frmulas parecidas.

    Quienes muy pronto seran aliados en la Unidad Popular, ya lo fueron en eseoperativo de 1967. Durante la "toma" en cuestin, no ocultaron su concurso activo ysolidario a ella desde el Partido Comunista hasta sus grupos de choque, entre los quedestacaba uno denominado "Espartaco". El presidente de la Federacin de Estudiantes

    de la Universidad Tcnica del Estado, Alejandro Yez, de militancia comunista, hablen esos das desde uno de los balcones de la Casa Central de la Universidad Catlica,acompaado por los mximos dirigentes de FEUC.

    Habiendo vivido protagnicamente todo el periodo de la Unidad Popular, nunca vien l un mpetu revolucionario ms radicalizado que en ese episodio de la UniversidadCatlica. Si bien con menor uso concreto de la violencia fsica, en este ltimo haba unaextraa y explosiva mezcla entre el ingrediente doctrinario de la alianza cristiano-marxista que acabo de sealar y una rebelda anrquica contra todo principio, contratoda jerarqua.

    Lo que poco despus recorrera el mundo como la revolucin universitaria de mayode 1968 en Francia, que tuvo en jaque al gobierno de De Gaulle, ofreci aqu un

    preludio. Las consignas francesas anarquizantes de "prohibido prohibir" o "la imagina-

    cin al poder", posean un halo similar a aquel' no me importan los principios queMiguel ngel Solar espet con toda crudeza en esos das.Considero sintomtico, en ese sentido, el mismo hecho de que Solar fuese el lder

    carismtico e indiscutido de dicho movimiento revolucionario. Se trataba ms bien deun soador que de un conductor; ms bien de un smbolo que de un lder; ms bien deuna mezcla de apstol y poeta que de un dirigente poltico. Por algo abandon todaactividad poltica relevante durante la Unidad Popular, desilusionando explicablementea muchos de sus seguidores.

    Habiendo sido su adversario ms connotado en esa etapa, nunca dej de sentir afecto yaprecio hacia su persona, no obstante que ramos y representbamos la anttesis. Peroen medio de la que siempre me pareci una absoluta y desquiciadora confusin suya deconceptos, haba en l una nobleza de alma que me resultaba cautivante. Algo parecidome ocurri con muchos de los que luego seran dirigentes de MAPU en la Universidad

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    Catlica, sentimiento de afecto que hasta hoy perdura en mi espritu.Miguel ngel Solar era el prototipo de esas personalidades que se encumbran

    abruptamente desde la mediana, interpretan con carisma un fermento bullente que lespermite desatar y encabezar una revolucin y pronto son sobrepasados por eldecantamiento natural e implacable con que sta sigue su curso.

    Ahora bien, aparte de algunos acadmicos que eran directos impulsores e idelogos

    del referido proceso revolucionario, este movimiento se encontraba frente a tresrealidades perfectamente distinguibles.En primer lugar, estaba una direccin superior de la Universidad que encarnaba el

    arquetipo del "antiguo rgimen" que se ve avasallado por las revoluciones.Monseor Alfredo Silva Santiago haba llevado a cabo una rectora fecunda y

    realizadora durante la mayor parte de los diez aos en que ejerci dicho cargo. Quieneslo acompaaban en el gobierno universitario, incluidos los miembros del Consejo Supe-rior que comprenda a los decanos y a otras personalidades acadmicas, eran personasrespetabilsimas y, en ciertos casos, acreedoras del aprecio privado de los propiosdirigentes revolucionarios.

    Pero no estaba ah el problema. Los "antiguos regmenes" que se derrumban en lasrevoluciones caen bajo el peso de una falta de vigor de sus conductores para levantar

    una mstica capaz de enfrentar y vencer a la marea revolucionaria. De una ausencia desensibilidad para sintonizar con las nuevas inquietudes y darles un cauce realista yeficaz, pero a la vez atrayente y desafiante. De un cansancio que suele ser compatiblecon el coraje para resistir con dignidad, pero que carece de imaginacin para renovarsey de vitalidad para combatir y vencer.

    En segundo trmino estaban quienes, ms prximos a la rectora o ms distantes de ella,compartan los anhelos reformistas y crean ver en el movimiento estudiantilrevolucionario una avalancha inevitable y al mismo tiempo inderrotable a la cualms vala sumarse, o por lo menos acercarse, pensando as morigerarla de sus excesos ypotenciarle ciertos enunciados ms propiamente universitarios. All se contaba un porcentajeapreciable del estamento acadmico, cada vez mayor segn ms inatajable se adverta el xito

    revolucionario. Haba de todo. Desde los docentes e investigadores ms serios, moderados yapolticos pero sin intuicin para captar las implicancias y objetivos finales de la revolucin, hastalos pusilnimes y oportunistas de siempre.

    Por ltimo, estbamos quienes percibamos en el movimiento en cuestin un sesgoanarquizante y desquiciador con el cual no caban transacciones ni componendas, sino al que eramenester enfrentar resueltamente, con toda la fuerza interior que da no slo la solidez de principiossino su indispensable agregado de la fe en un ideal opuesto a la utopa revolucionaria, levantadocon igual o mayor voluntad de lucha. Con alegra e ilusin de triunfar, de inmediato o msadelante, pero de triunfar y no de capitular.

    Hubo una cantidad importante de acadmicos que asumieron esta ltima opcin. Pero se tratabade una reducida minora de dicho estamento. Por el contrario, donde este predicamento tuvo mayoreco fue dentro del estudiantado.

    Quizs nuestro entusiasmo y sensibilidad juveniles resultaban ms aptos para una posicincombativa, fruto de una conciencia ms ntida de que entrbamos a una etapa de la historia de Chileen que el pas sera colocado ante una disyuntiva dramtica y radical frente a la que no cabran latransaccin ni las medias tintas. Talvez veamos con ms nitidez que, tras el romanticismo de larebelda o las apariencias del reformismo, asomaba una embestida a fondo del marxismo-leninismo anuestra patria. Acaso advertamos con sentido generacional nuevo que, tras la anarqua, emergera laamenaza totalitaria sin caretas ante la cual sera imperioso dar forma a una fuerza vigorosa eindomable para combatirla. Al mismo tiempo, sta deba ser creadora para abrir el surco tras el cualmovilizar voluntades, una vez conseguida la victoria.

    Me correspondi ser partcipe de ese periodo universitario de un modo muy activo. A fines de 1965,cuando yo terminaba el tercer ao de la carrera de derecho, arrebatamos a la Democracia Cristiana el

    control del Centro de Alumnos de nuestra Facultad, que ese partido haba detentado comobaluarte por varios aos consecutivos. Lo hicimos no en nombre de otra corriente o partidopoltico, sino de postulados gremiales enarbolados por una lista que triunf contra todo

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    pronstico. A principios de 1966 dimos forma al Movimiento Gremial como un ente orgnicodentro de la misma Escuela y nuestro Centro de Alumnos pas a ser la expresin mssignificativa de sus principios.

    Habiendo desempeado el cargo de vicepresidente de ese organismo durante aquel ao, a sutrmino fui elegido presidente del Centro de Alumnos para 1967, afianzndose as en nuestraEscuela de Derecho un predominio gremialista que se extendi casi por veinte aos, sin que

    ningn partido poltico ni coalicin de partidos consiguiera romperlo.Aun antes de que conquistsemos el Centro de Alumnos de Derecho, fui miembro delConsejo General de FEUC como representante de la minora de mi propia Escuela. Durante1966 y 1967 lo fui ya como dirigente de nuestro Centro de Alumnos. Pero en ambos casos, eraexponente de una pequea minora opositora a la conduccin de FEUC.

    De esa experiencia, creo til transmitir cuan decisiva result para mi formacin el habermetemplado en el rigor de la adversidad. Y creo que se fue el rasgo comn que marc a todosquienes contribuimos a formar el gremialismo en la Universidad Catlica por aquellos aos.

    Cuando uno polemiza desde la soledad de una abrumadora minora, aprende que slo unaargumentacin seria, objetiva y respetuosa puede conseguir alguna audiencia o inters. Junto aello, tambin sufre la experiencia de comprobar que para otros ni siquiera eso despierta respeto,sino que casi al revs los mueve a exacerbar an ms los ataques personales, llevndolosincluso al terreno de la injuria o de la ridiculizacin. Entonces uno percibe el imperativo derobustecer la epidermis del propio espritu, hasta hacerlo inmune a esas armas. He visto despusa muchas personas talentosas y valientes, sucumbir ante el riesgo de la injuria y laridiculizacin. Por eso, para actuar en la vida pblica, atribuyo una importancia decisiva aforjarse la fortaleza necesaria a fin de no ser mellado por ellas, obtenido lo cual brota unaserenidad interior indestructible, que termina enervando la eficacia de esos instrumentos deladversario. Pocas cosas me parecen tan fundamentales como sta en la formacin de la disciplinaque requiere el quehacer pblico.

    Estallado el conflicto de 1967 en la Universidad, quienes habamos liderado la oposicin aFEUC en su propio seno, nos constituimos en los naturales aglutinantes del vasto sector estudiantilcontrario a la "toma" de la Universidad y a sus objetivos cada vez ms extremos y evidentes.

    No es del caso entrar aqu en los pormenores que llevaron al triunfo de la "toma"revolucionaria. Ello consta, entre otros documentos, en el discurso que pronunciara Javier Leturiacon motivo de un acto de desagravio a la Universidad, que el gremialismo organiz al cumplirse diezaos de esa "toma", en 1977.

    Slo deseo dejar constancia de que nuestra lucha no era especficamente en defensa delantiguo rgimen, sino del respeto a los nuevos estatutos que la Universidad acababa de aprobarprecisamente en 1967 y que implicaban el trmino del rectorado de Monseor Silva Santiago a finesdel mismo ao, abrindose paso a las posibilidades de una renovacin universitaria necesaria yfecunda, por cauces pacficos, jurdicos y sobre todo respetuosos de la naturaleza jerrquica dela Universidad.

    A su vez, lo que el movimiento estudiantil de la toma pretenda era asestar un golpesimblico al corazn de toda jerarqua, lo cual resultaba idneo para desatar la fuerza

    revolucionaria que lo inspiraba. Ese era el verdadero motivo de no esperar cuatro meses hasta laculminacin reglamentaria de aquel rectorado. Las revoluciones destructoras necesitan derribarsmbolos y actuar con drasticidad psicolgica para aplastar todo nimo de resistencia.

    Tambin quiero sealar que la toma no hubiese logrado jams el triunfo total que alcanz, de nohaber contado con el activo respaldo del Gobierno democratacristiano y del Cardenal SilvaHenrquez. Para el primero se trataba de apoderarse del control de la Universidad para transformarlaen instrumento de gobierno y del partido que lo sustentaba. En tanto que el Cardenal Arzobispo deSantiago (nombrado por la Santa Sede como mediador con facultades para resolver el conflicto, estoes, como virtual interventor), impuso una resolucin que satisfaca ntegramente las banderas delmovimiento revolucionario. Esto forz una dramtica renuncia pblica a su cargo de suhermano en el Episcopado, Rector y Gran Canciller de la Universidad, Arzobispo Monseor

    Alfredo Silva Santiago, a quien el Cardenal ni siquiera consult antes de convenir el arreglo conlos jefes de la toma.

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    La Universidad fue devuelta por los revolucionarios el 22 de agosto, da en que entrarontriunfalmente a ella el propio Cardenal y el recin designado prorrector (que pronto seraelegido Rector), Fernando Castillo Velasco, convertido en emblema docente del movimientoestudiantil triunfante.

    Foto pg. 41

    El cardenal Ral Silva Henrquez y Miguel ngel Solar revisan el acuerdo que puso fina la toma de la UC.Triunfaban los revolucionarios y muy pronto la DC perdi el control del proceso.

    Recuerdo ese da como uno de los ms amargos que he vivido, por el rudo impacto que unaactitud y un desenlace como los descritos produjeron en una sensibilidad an juvenil.

    Sobrevino tambin entonces la profunda desmoralizacin del sector estudiantil contrario ala toma, y los triunfadores empezaron a dominar la universidad con la euforia y el sectarismopropios del inicio de las revoluciones victoriosas en el poder.

    Sin embargo, lo curioso fue que como el mvil de la revolucin distaba de ser universitario,ella se fue diluyendo en dicho campo para trasladarse al terreno propiamente poltico dondeestaban su impulso y su eje. Fracasado el intento por apoderarse del control de las facultades ylos centros de alumnos minoritarios pero muy gravitantes que la revolucin no controlabay que logramos defender con gran esfuerzo, la reforma propiamente universitaria se concentren objetivos como departamentalizar la universidad e introducir un curriculum flexible, lo cual

    podr merecer variados juicios, pero en ningn caso entraa un atractivo revolucionariosuficiente.Desde la perspectiva poltica, en cambio, lo que s tuvo significado fue la estructuracin de

    un enorme y omnipotente aparato rectorial, desde donde se impulsaron centros paralelos a lasfacultades tradicionales para convertirlos en reductos no ya slo democratacristianos, sino msbien de lo que sera el MAPU y la Izquierda Cristiana.

    Al mismo tiempo, se concret la aspiracin del cogobierno estudiantil, otorgndole a dichoestamento un 25 por ciento de los votos en la eleccin de todas las autoridades universitarias(donde la frmula electiva se consagr con caracteres de dogma reformista y democratizador dela Universidad) y tambin un 25 por ciento de los miembros de todos los cuerpos colegiados degobierno universitario.

    En ese cuadro, cremos indispensable presentar una lista gremialista para las elecciones deFEUC correspondientes a la sucesin de Miguel ngel Solar, en octubre de 1967, que decidencabezar como candidato a presidente. Tena el convencimiento de que enfrentar a unarevolucin estudiantil a slo dos meses de su triunfo avasallador, careca de toda posibilidad dexito. Pero comprend tambin que si en ese instante tan adverso no se ofreca una alternativa aella, ms adelante resultara muy difcil que alguien osara levantarla.

    En esa campaa electoral recorr prcticamente todos los cursos de la universidad,combatiendo de modo frontal a quienes haban impulsado la "toma", impugnando en formaresuelta el cogobierno estudiantil ya implantado y sembrando las bases del pensamientogremialista. Fui derrotado por un amplio margen, pero al reunir el 40 por ciento de la votacin,se despert nuevamente el fervor de quienes participaban de nuestras ideas. Al ver laantidemagogia y el combate desde la adversidad en una expresin decidida, renaci en ellos el

    espritu de lucha y se echaron los cimientos del Movimiento Gremial a nivel de toda laUniversidad Catlica, el que adquiri forma orgnica en mayo de 1968, es decir, dos aosdespus que se estructurara en la Escuela de Derecho.

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    Entretanto, los revolucionarios abandonaron la Democracia Cristiana en un anticipo delMAPU que se formara muy pronto. Y a su vez el 11 de agosto de 1968, primer aniversario dela "toma" de la Universidad, sus mximos jefes participaron en la "toma" de la Catedral deSantiago, exigiendo de la autoridad eclesistica un mayor compromiso suyo "con el pueblo ysus luchas".

    Apenas un ao despus, el Gobierno democratacristiano de Frei y el propio Cardenal SilvaHenrquez comprobaban as que haban auspiciado un movimiento que iba mucho ms lejos queellos mismos y que se haba valido de su apoyo como una mera etapa o instancia tctica. Elrefrn de que "quien siembra vientos cosecha tempestades" volva a cobrar validez. Claraleccin para quienes se incorporan a revoluciones de sello marxistoide o anarquizante en lacreencia de que, desde dentro, podrn controlar o moderar su rumbo.

    Fue as como en las elecciones de FEUC de octubre de 1968, ya no postul una listademocratacristiana, sino que la continuidad revolucionaria adopt el rtulo de "Movimiento 11de Agosto" para significar su ruptura con ese partido, rumbo a la izquierda. A ella se le enfrentuna sola lista, la del Movimiento Gremial, encabezada por Ernesto Illanes. Y contra todaprediccin posible, los gremialistas obtuvimos un triunfo estrecho y espectacular.

    Se demostraba as no slo que la antidemagogia puede ganar, sino que las victorias que selogran por obra de la fidelidad a principios sostenidos con valenta desde una situacin adversa,tienen raz firme.

    Al ao siguiente, en 1969, surgi formalmente el Frente de Izquierda en la UniversidadCatlica y, para asegurar su recuperacin de la FEUC, se recurri a Miguel ngel Solar comocandidato ahora no ya democratacristiano, como en 1967, sino mapucista. Pero los gremialistasvolvimos a triunfar con Hernn Larran, que se convirti en el segundo presidente gremialistade la FEUC. Su victoria fue estrechsima, pero el haber sido lograda contra el smbolocarismtico de la "toma" de dos aos antes y contra una lista democratacristiana que entoncessurgi como tercera alternativa minoritaria, consolid el predominio del gremialismo en nuestraUniversidad en forma ininterrumpida por muchos aos.

    Ya en octubre de 1972, Javier Leturia fue elegido con una mayora abrumadora como quinto

    presidente consecutivo de FEUC. Lo que haba sido un feudo democratacristiano pas a ser asidentificado como un bastin gremialista.En ese mismo ao, el gremialismo gan la Federacin de Estudiantes de la Universidad

    Catlica de Valparaso, con Juan Carlos Bull a la cabeza.

    Al frente, las otras seis federaciones de estudiantes universitarias haban cado en poder delmarxismo. La Democracia Cristiana, que en 1962 se jactaba de controlar todas las Federacionesdel pas, diez aos despus no diriga ninguna. Salvo las dos que le arrebatamos losgremialistas, las dems estaban en poder del marxismo. Hecho elocuente que habla por s solo.

    Estimo que los antecedentes que he relatado sucintamente, permitirn comprender yaquilatar mejor el contenido del pensamiento gremialista al conocer la gnesis que suformulacin tuvo en la realidad de los hechos.

    Argumentando con xito

    El gremialismo brot y creci en ese periodo como un rechazo primario y natural de gran partedel estudiantado universitario a la instrumentalizacin poltica de sus organizaciones gremialesy de las universidades en general. Pero nuestro aporte ms importante consisti en darle a esesano sentimiento una base conceptual slida, convirtindolo en un ideal de validez intrnseca ypermanente. Evitamos as que l se redujera a una simple reaccin, meramente contestataria.

    El alumno que rechaza la politizacin de las universidades y de su tarea acadmica respondea un impulso correcto y valioso. Detrs de la defensa de "una universidad para estudiar y nopara hacer poltica", se trasunta el sentido comn con que la mayora de las personas llegan a

    juicios acertados. Sin embargo, nuestra conviccin era que ello no bastaba para el xitoperdurable de una postura gremialista.Era menester desentraar y formular los principios ms profundos que abonan ese punto de

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    vista, desarrollndolos con grantica coherencia lgica, desde sus races doctrinarias hasta susaplicaciones prcticas. Slo as el gremialismo podra convertirse en una causa dotada delatractivo necesario para motivar una organizacin duradera en su favor, situndose encondiciones de refutar intelectualmente las argumentaciones invocadas para pretender justificarel compromiso poltico de las universidades. Slo as, tambin, se lograra satisfacer lasinquietudes ms profundas de los potenciales dirigentes, quienes no se contentan con la pura

    simplicidad del sentido comn, sino que buscan sus fundamentaciones en el campo de las ideas.Parto por sealar que disto de pretender una plena originalidad en el pensamiento que inspira algremialismo. El se remonta a los ms clsicos exponentes de la filosofa de raz cristiana y recogenel aporte que las doctrinas humanistas han ido elaborando a travs del tiempo.

    En este sentido, nuestra originalidad creativa consiste en haber articulado una formulacin delideario gremialista, aplicando aquellas races a nuestra realidad prctica y especficamente al campouniversitario, a base del desarrollo orgnico de los principios fundamentales. Existen numerososdocumentos que detallan ese pensamiento. No pretendo reiterarlo aqu exhaustivamente, sino slosintetizar sus lneas ms gruesas.

    As, del reconocimiento de la dignidad y la trascendencia de la persona humana, se deriva laprimaca que tiene el hombre sobre la sociedad, tanto desde el punto de vista del ser como desde elpunto de vista del fin.

    El hombre es ontolgicamente superior a la sociedad porque mientras aqul es un sersubstancial, es decir, apto para existir en s mismo, la sociedad constituye slo un ser accidental derelacin. No puede existir independientemente de los seres humanos o substancias que la componen,a cuyo respecto es un accidente y no otra substancia diversa de ellos.

    A su vez, el hombre es superior a la sociedad desde la perspectiva de su fin, porque mientras lassociedades temporales se agotan en la historia, el ser humano vive en sta pero la trasciende, porquesu espritu inmortal le confiere un destino eterno.

    De lo anterior se desprende que, en ltima instancia, la sociedad est al servicio de las personasque la integran y no al revs. Ello se traduce en que el bien comn general, fin ltimo y supremo deEstado, debe entenderse como el conjunto de condiciones sociales que permita a todos y a cada unode los seres humanos que lo integran alcanzar su fin personal, o sea, su perfeccin, en la mayormedida posible.

    Tanto el reconocimiento de la persona humana como eje y destinatario de toda la accin de lasociedad, como el sealado concepto del bien comn, nos conducen a concluir que las mltiplessociedades que el hombre crea entre la familia y el Estado para procurar su pleno desarrolloespiritual y material, deben ser respetadas como signos de la naturaleza sociable del ser humanoy del derecho que ste tiene a formar variadas asociaciones con el objeto descrito.

    Si bien la familia conforma la clula bsica de la sociedad y es necesaria en cuanto estsiempre y directamente exigida por la naturaleza humana, ella no satisface por s misma todoslos requerimientos de la sociabilidad del hombre. Las agrupaciones que ligan a las personas porrazones de vecindad (territoriales), de trabajo comn (gremiales) o de cualquier otra afinidadque requiera un vnculo asociativo estable, surgen como una exigencia complementaria yvariable, segn pocas y circunstancias. Ellas dan vida a una variada gama de agrupaciones que,por ser mayores que la familia pero menores que el Estado, se denominan sociedadesintermedias.

    Ahora bien, un aspecto que el pensamiento gremialista enfatiza especialmente, es quedichas sociedades intermedias tienen una finalidad propia y especfica que puede determinarseen forma objetiva, sin recurrir a ninguna ideologa poltica.

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    Los seis primeros presidentes gremialistas de la FEUC:

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    Ernesto Illanes, Toms Irarrzabal, Hernn Larran, Atilio Caorsi, Arturo Fontaine yJavier Leturia.

    Asimismo, ello debe llevarnos a reconocer que toda sociedad intermedia, por definicin, esapta para alcanzar ese fin especfico suyo. Y digo que lo es por definicin, porque si no lo fuese

    desaparecera o se convertira en otra diferente. As, por ejemplo, si un organismo que aspira aser universidad no cuenta con los docentes e investigadores que le den la jerarqua de tal, o bienno llegar a funcionar, o bien lo har como centro de enseanza de nivel medio y nouniversitario, aun cuando se llame universidad. Pero en esta ltima hiptesis, sera apto paraalcanzar el fin. De igual modo, los ejemplos podran multiplicarse.

    Lo que deseo subrayar es que de la referida conclusin emana uno de los principios bsicosde una sociedad libre, cual es el de las autonomas sociales. En sntesis, l consiste en que sitoda sociedad intermedia es apta para alcanzar su fin especfico (entendiendo por tal el real y noel meramente declarado), ella debe gozar de autonoma, es decir, del derecho de gobernarse a smisma. Y, como gobernar es conducir una comunidad hacia sus fines, al mbito legtimo a lavez que el lmite propio de la autonoma de cada sociedad intermedia, se extiende a todocuanto le sea necesario para dirigirse hacia su finalidad propia y especfica, pero slo a eso.

    Por ello, y siguiendo con el caso de la universidad, su autonoma est referida a organizar ydesarrollar sus tareas acadmicas y las estructuras administrativas que la hagan posible. Nadapuede resultar ms infundado que pretender incluir cualquier forma de privilegio o inmunidadterritorial para los recintos universitarios como supuesto componente de dicha autonoma, yaque no hay ningn argumento que permita considerarlo como un elemento necesario para queuna universidad se encamine a su fin.

    La autonoma es una propiedad de toda sociedad intermedia y no slo de las universidades.Cada una la posee para sus fines que, lgicamente, son distintos segn la asociacincorrespondiente. Pero ninguna de ellas contempla ni puede contemplar factores que sustraigansus recintos al pleno imperio de las leyes y de las autoridades competentes del Estado.

    Por otro lado, me parece interesante subrayar que el principio de las autonomas sociales dalugar al ms conocido principio de subsidiaridad. Bien mirado el tema, se trata de la otra cara de

    la misma moneda.En efecto, si toda sociedad intermedia debe disfrutar de autonoma para orientarse a susfines propios y especficos, no resulta lcito que otra sociedad mayor a ella y muyespecialmente del Estado asuma lo que aquella sociedad mayor puede hacer por s misma. Larazn de lo sealado es meridiana. Las sociedades mayores, incluido el Estado, no existen ni sejustifican para hacer lo que los particulares estn en condiciones de realizar, seaindividualmente o agrupados en sociedades menores, incluida la familia. Para ello stos sebastan a s mismos. El Estado se estructura para cumplir aquellas actividades que losparticulares no pueden realizar adecuadamente, y no para absorber lo que stos pueden llevar acabo.

    En tal perspectiva, las tareas propias del Estado incluyen aquellas que por su naturalezajams podran ser asumidas por los particulares (como las relaciones con otros Estados, ladefensa nacional, la dictacin de las normas generales que regulan la convivencia social, su

    aplicacin administrativa o judicial, etc.). Pero la labor estatal tambin comprende aquello que,aunque por su naturaleza podra ser desplegado por los particulares, en la realidad de lascircunstancias stos no lo hacen o lo hacen de modo claramente inadecuado, y siempre que setrate de actividades necesarias o notoriamente convenientes para la comunidad nacional.

    En este ltimo caso, el Estado acta de modo supletorio, precisamente aplicando elprincipio de subsidiaridad. Lo importante es que, como su competencia procede entonces de unvaco o deficiencia de la comunidad, el Estado debe asumir esa tarea slo luego de constatar laincapacidad de los particulares para realizarla convenientemente y siempre estimulando a queesa falla se remonte lo ms pronto posible. As podr irse liberando en mayor medida de laboresde suplencia, para reforzar aquellas que le son esenciales e inherentes por su naturaleza.

    Suele no aquilatarse en todas sus dimensiones cmo la conjuncin del principio de lasautonomas sociales con el de subsidiaridad configuran los cimientos de una sociedad libre, alpotenciar la iniciativa creadora de los particulares en todos los campos y al limitar la esfera deaccin del Estado. La sociedad, en su conjunto, se concibe as como una armona equilibrada ymultiforme de muchas entidades con slidos espacios de libertad para las personas, con

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    estmulos para su creatividad y con posibilidades de participacin efectiva de cada una de ellasen decidir su destino

    Quizs a ms de alguien puedan parecerle demasiado abstractas las consideracionesprecedentes. Por ello, pienso que para captar ms ntida y grficamente sus candentesimplicancias prcticas, resulta til contrastar los principios sealados, propios de una sociedadlibre, con aquellos que informan a las sociedades totalitarias.

    Todos los totalitarismos, cualquiera sea su signo doctrinario o ideolgico, tienen en comnla negacin conceptual o prctica de la dignidad y trascendencia de la persona humana.Los totalitarismos miran al hombre como un ser cuya existencia debe subordinarse integral yunilateralmente al bien del Estado, entendido ste como un todo colectivo ante el cual sediluye el valor de las personas que lo componen. El Estado pasa a endiosarse como unasuperpersona, como una especie de ser sustancial del que las personas son simples partesinstrumentales.

    Al no reconocerle al hombre ninguna trascendencia sobre la sociedad temporal, lostotalitarismos lo consideran como un simple engranaje de la maquinaria estatal. La funcin de lapersona se parece mucho a las tuercas de un motor. Valen en tanto y en cuanto sirvan alfuncionamiento de ste.

    De ah que en los sistemas totalitarios las personas carecen de autnticos derechos quepuedan hacer valer frente al Estado, quien dispensa graciosamente ciertas concesiones a sussbditos, en el grado y oportunidad que su arbitrio lo determine. La nocin de derechosnaturales, anteriores y superiores al Estado, carece de todo sentido para un rgimen totalitario.Eso explica los horribles genocidios que nuestro siglo ha presenciado, en nombre de la utopamarxista-leninista o del mito nacional-socialista de Hitler.

    De lo expuesto se sigue tambin que los totalitarismos no reconocen autonoma alguna a lassociedades intermedias, las que funcionan como meros apndices burocrticos del aparatoestatal, que controla y manipula su funcionamiento. No existen universidades, sindicatos, juntasde vecinos ni asociaciones culturales o deportes realmente libres. Un Estado que todo lo absorbelas deforma en simples instrumentos de sus designios omnipotentes.

    Se entiende, entonces, la profunda diferencia que ocupa la actividad poltica en una sociedadlibre y en un rgimen totalitario. Y es que siendo lo poltico aquello que concierne a laconduccin del Estado, sus alcances estarn forzosamente determinados por los que se le

    confieran al mismo Estado.Mientras en una sociedad libre la poltica constituye una de las dimensiones de la vidahumana que no priva de su valor, su importancia y su carcter especfico al resto de lasmanifestaciones del hombre que se canalizan a travs del grueso de las sociedadesintermedias, en un sistema totalitario la poltica se convierte en la nica expresin realmentesignificativa a la cual se someten todas las dems. Esto ltimo calza con perfecta lgica en unesquema de deificacin del Estado. Si lo nico que importa es, en definitiva, ese ente colectivoerigido en superpersona, todas las manifestaciones humanas deben subordinarse al objetivo deaqul. Al propsito poltico de lograr el control del Estado para la ideologa totalitaria o deafianzarlo una vez que l se ha obtenido. En la etapa de conquista del poder, procura uniformarlos cuerpos intermedios como palancas de la revolucin, con absoluto desprecio o prescindenciade su naturaleza especfica. En la fase de consolidacin totalitaria, ellos se modelan como tteresdel aparato estatal.

    La prohibicin de determinadas formas musicales clsicas o de la pintura abstracta dentrode la rbita sovitica, en nombre del llamado "realismo socialista", ejemplifica hasta qu puntollega lo sealado. Cosa parecida ocurre con la instrumentalizacin poltica del deporte, con latransformacin de los sindicatos en prolongaciones de la burocracia estatal (en lo cual elfascismo y el marxismo presentan especiales semejanzas) y, con tantos otros aspectos socialesque sera largo e innecesario enumerar.

    Mientras las sociedades libres favorecen la variedad y la creatividad como vehculos dedignificacin y progreso del hombre, los totalitarismos dan origen a una vida gris y monocorde,donde todo est planificado para su ms seguro y frreo control.

    Protegerse de los vicios polticos

    Me interesa especialmente aludir a un concepto que se deriva de lo que acabo de resear.En una estructura social libre deben admitirse sociedades intermedias que siten su fin al

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    nivel de la conduccin del Estado, procurando influir en sta conforme a puntos de vista afinesde quienes las forman. Estas sociedades intermedias polticas son los grupos, movimientos opartidos polticos, cuyo objeto de accin se radica justamente en el nivel propio del mbitoestatal.

    Lo importante es que ellos no procuren instrumentalizar para tal propsito al resto de lassociedades intermedias que no son polticas, y que apuntan a dimensiones ms parciales y

    especficas de la convivencia social, como las entidades territoriales, gremiales (sean stassindicales, empresariales, profesionales o estudiantiles) o culturales en su ms amplio sentido.El gremialismo no rechaza ni menosprecia la actividad poltica. La valora como una de las

    ms nobles tareas humanas, indisoluble de la naturaleza sociable del hombre.Lo que el gremialismo impugna es la instrumentalizacin polticas de las sociedades

    intermedias no polticas, porque ello las desnaturaliza, desvirtuando su finalidad y lesionando elaporte que la comunidad nacional entera requiere de ellas. La politizacin de las universidades,de los gremios o de cualquier ente cuyo objetivo no es poltico implica, adems, atentar contrala autonoma de stos, debilitando as uno de los pilares de una sociedad libre.

    Por eso el gremialismo ha reiterado que su afn despolitizador no se refiere a las personas,sino a las instituciones no polticas de la sociedad. No propiciamos que los universitarios, lostrabajadores, los empresarios o los profesionales sean apolticos. Muy por el contrario. Elgremialismo reconoce el derecho de todo gremialista en cuanto persona o ciudadano a asumirla opcin poltica que prefiera, sin otro lmite que el que no sea de contenido totalitario, por elya sealado motivo de que en un Estado totalitario desaparece la posibilidad misma decualquier expresin de autntico gremialismo, al negarse toda autonoma a los cuerposintermedios de la sociedad. Y de hecho, muchos gremialistas hemos ejercitado y ejercitamos esederecho, participando activamente en poltica, cada cual segn sus propias conviccionesideolgicas o contingentes.

    Pero ese compromiso poltico no puede legtimamente endosarse a una entidad cuyo fin esdiverso a la poltica, sin daarla gravemente. Es esa indebida extrapolacin lo que el gremialistaobjeta, en la certeza de apuntar a uno de los vicios que ms han perjudicado la solidez y eldesarrollo de Chile como una sociedad libre, creadora y participativa.

    Cuando una ideologa o un partido poltico no totalitario cae en la tentacininstrumentalizadora aludida, traiciona sus propios principios. Acta con la misma incongruencia

    que cuando favorece el estatismo. Porque ambos fenmenos representan puentes de fcil deslizhacia el totalitarismo.En Chile hemos asistido al fenmeno gravsimo de que partidos como la Democracia

    Cristiana, el radicalismo y hasta el Nacional, postulen listas de candidatos a eleccionesgremiales del ms variado gnero, bajo el rtulo o directriz de su colectividad partidista,convirtiendo a los respectivos cuerpos intermedios en terrenos de ensayo y propaganda paramedir fuerzas electorales polticas. O bien que se jacten de controlar determinados sindicatos,colegios profesionales o agrupaciones estudiantiles.

    No vacilo en sostener que esa anomala acusa una de las mayores inconsistencias de esosconglomerados polticos tradicionales con los principios de una sociedad libre que ellossostienen defender. Cuando un marxista o un fascista procede as, acta con coherencia respectode su filosofa. Cuando lo hace un demcrata, transgrede las bases mismas de la sociedad queafirma defender, validando de paso en la prctica la conducta totalitaria al respecto.

    Creo que corregir este aspecto hacia el futuro resulta vital. El gremialismo debierarespetarse como un patrimonio comn a todos los demcratas, sin perjuicio de sus legtimasdiscrepancias y contiendas en la esfera propiamente poltica, cuyos canales legtimos y naturaleshan de ser los partidos y dems agrupaciones de similar carcter, circunscritas a su mbitopropio. En ello se juega la mayor o menor fortaleza futura de una de las bases de una sociedadchilena slidamente libre.

    No ignoro que estoy tocando puntos que se han prestado y se prestan para arduas polmicasy para frecuentes ataques al gremialismo. Es por ello que deseo hacerme cargo de los mssocorridos.

    Ni torres de marfil ni polticos disfrazados

    Una primera objecin consiste en que el gremialismo, tras una apariencia no poltica, encierraun trasfondo conceptual de ndole poltica.

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    Los gremialistas respondemos a eso que jams hemos ocultado que nuestro pensamiento sefunda en la concepcin del hombre y de la sociedad ya esbozada someramente. Dejo en claroque el gremialismo funda en ello su mdula. Deriva de una doctrina basada en la dignidad ylibertad de la naturaleza humana y est inseparablemente ligado a ella.

    Por eso mismo cuando el gremialismo o una agrupacin gremial determinada decualquier carcter combate, oficial e institucionalmente, a una amenaza o realidad totalitaria,

    no hace una excepcin a sus principios o a su papel, como a veces errneamente se cree. No. Ental caso, acta dentro del ms genuino respeto a los principios gremialistas, a la vez que cumplecon uno de sus deberes ms inexcusables precisamente en cuanto organismo gremial, porqueest defendiendo su derecho a sobrevivir como tal, lo que el establecimiento de un rgimentotalitario imposibilitara de modo absoluto e irreversible.

    La lucha gremialista contra el rgimen marxista de la Unidad Popular no fue as unaexcepcin a los postulados gremialistas por obra de circunstancias extremas. Fue la ms fiel einobjetable aplicacin de dichos principios a esa amenaza extrema.

    Lo que sucede es que el trmino "poltico" se emplea habitualmente no para designarsimples enunciados doctrinarios de validez universal y permanente, sino ideologas quepretenden llevar a la prctica esos principios dentro de una comunidad nacional histricadeterminada. Ah reside, a mi juicio, la diferencia ms perceptible entre los caracteres de unadoctrina y de una ideologa.

    De este modo, de una doctrina humanista y de libertad como aquella a la cual adhiere elgremialismo, surgen variadas ideologas sustancialmente compatibles con esa misma doctrina.Denominaciones como conservantismo, liberalismo, democracia cristiana, socialdemocracia yotras, representan algunos de los troncos ideolgicos ms conocidos en el occidente, dentro dela variadsima multiplicidad de versiones que cada uno de ellos ofrece.

    Ms an, el trmino "poltica" abarca tambin y en ocasiones en forma preferente a lasdiversas opciones contingentes en que estas tendencias ideolgicas se manifiestan en cada pasy momento determinados, a travs de grupos, movimientos o partidos polticos. As como deuna misma doctrina pueden derivarse diferentes ideologas, de una misma ideologa puedensurgir diversas formulaciones en lo ms contingente.

    El gremialismo se compromete con la doctrina sobre el hombre y la sociedad antesenunciada, pero no se liga a ninguna ideologa ni partido poltico determinado, dejando tal

    opcin para las personas en cuanto ciudadanos. Por ello, el gremialismo o una entidad gremialpueden declararse en oposicin a un determinado gobierno, ideologa o partido, en el nico yespecfico caso de que stos tengan un signo totalitario. (En otro caso la oposicin ser a una oms medidas y no al gobierno como tal). Pero el gremialismo jams podr comprometerse afavor de un gobierno, ideologa, o partido poltico, porque siempre habr varias opcioneslegtimas y vlidas al respecto, dentro del respeto a la misma doctrina.

    Una segunda objecin esgrime que hay materias que, siendo propias de un cuerpointermedio no poltico, conllevan efectos o alcances polticos. O bien que lo poltico y logremial no es siempre distinguible con claridad.

    Considero que esas aseveraciones son correctas, pero ellas no invalidan en nada elplanteamiento gremialista.

    Los sindicatos que se pronuncian sobre sistemas para negociar las remuneraciones, lo hacensobre un tpico de clara incidencia poltico-econmica, pero no quebrantan por ello el

    gremialismo, porque se estn definiendo en un rubro de su competencia. Lo mismo vale parauna universidad que se pronuncia frente al financiamiento de la educacin superior, a la libertadde enseanza y de ctedra, o cualquier punto que le atae de modo directo. O para un gremioempresarial que asume una posicin ante un rgimen arancelario o tributario. O para unaagrupacin periodstica que opina sobre la libertad de expresin y su normativa legal.

    De ah que el gremialismo no deba describirse como la abstencin de los organismosgremiales respecto de temas polticos, sino de temas ajenos a sus fines especficos. Es eso loque entraa una instrumentalizacin politizadora de sociedades intermedias no polticas.

    Admito tambin, como en todo asunto del orden prudencial y no de exactitud matemtica,que hay zonas fronterizas discutibles en la determinacin de lo que es o no propio de cadacuerpo intermedio. Siempre el buen criterio de sus integrantes ser esencial para resolveracertadamente cada caso. Lo fundamental estriba en que ello se realice desde un autnticocompromiso con los principios gremialistas. Pero cuando una organizacin estudiantil sepronuncia acerca de poltica minera o de problemas laborales, o cuando un sindicato secompromete a favor o en contra de una determinada estructura del Congreso Nacional, o cuando

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    un colegio profesional enjuicia una poltica econmica nacional en su conjunto, ya no estamosen zona fronteriza alguna, sino en un desborde manifiesto de su campo de accin.

    Abusos como sos se han cometido y se cometen en Chile en forma indiscriminada, entrminos que podrn multiplicarse los ejemplos hasta lmites increbles en cantidad y gravedad.Detrs de ellos, flota el argumento declarado o subconsciente de que el organismorespectivo est afecto "indirectamente" por todo lo que ocurre en el pas y hasta en el mundo.

    La falacia queda a la vista. Segn ese criterio, todo cuerpo intermedio podra y deberaasumir posicin ante todos los problemas existentes, sin lmites ni diferencia alguna en razn desu diversos fines y naturaleza. Ese "todos en todo" desemboca fatalmente en el totalitarismo.Ms an, constituye uno de sus rasgos ms inconfundibles como concepcin lgica. Su prcticapor quienes no son totalitarios le pavimenta el camino a aqul, muchas veces con asombro,inadvertencia o irresponsabilidad de quienes lo hacen. El organismo que as procede lesiona supropia autonoma, al exceder su esfera de accin, porque ya a nadie le ser fcil distinguir entresus actividades legtimamente cubiertas por esa autonoma y aquellas que no lo estn.

    Ms an, en qu se diferenciara entonces la naturaleza de un partido poltico respecto delos dems organismos de la sociedad si stos, a pretexto de estar "indirectamente" afectados portodo lo que sucede, pretendiesen abarcar todos los problemas de pas como propios de suincumbencia? Seran otros partidos polticos ms, o bien altavoces de algunos de los existentes,en cuyo beneficio habran enajenado su autonoma, abdicando as de ella.

    Una tercera objecin afirma que los gremialistas seramos polticos disfrazados, porquemuchos de quienes enarbolamos sus principios hemos desarrollado una intensa actividadpoltica, mayoritariamente adems en una misma tendencia.

    Pienso que tal reparo ya est suficientemente replicado con las consideraciones precedentesen cuanto a que el gremialismo jams ha negado a sus adherentes su legtimo derecho a asumirla alternativa ideolgica o contingente que cada cual prefiera (siempre que no sea totalitaria), sisu vocacin as se lo indica.

    Que talvez la mayora de quienes profesamos el gremialismo hayamos coincidido enmuchas definiciones polticas cruciales, nada prueba en contra de lo recin reiterado.

    Ms an, en el caso del respaldo al movimiento del 11 de septiembre de 1973 como nicaforma viable para liberar a Chile del comunismo, dicha coincidencia, ms que explicable,result casi necesaria.

    Tratndose hoy de la Unin Demcrata Independiente (UDI), estimara perfectamentelgico que ella aglutinara o interpretara a la mayora de los gremialistas, desde el momento quees el nico movimiento poltico que ha explicado, de manera oficial e inequvoca, su respeto alos principios del gremialismo y su compromiso de no intervenir jams indebidamente encuerpos intermedios no polticos y de nunca pretender instrumentalizarlos.

    Los miembros de la UDI actuaremos como democrataindependientes en lo poltico, perocomo gremialistas en lo gremial. Y en esta ltima esfera, podremos coincidir as enmovimientos de orientacin gremial con elementos independientes o afines a otrascolectividades democrticas, sin otro requisito que la autonoma que stas ltimas reconozcan asus militantes en el plano gremial, al igual como lo hace la UDI, cosa que espero fervientementeque llegue a ocurrir.

    Una cuarta objecin afirma que el gremialismo tiende a convertir las universidades, lossindicatos y las dems agrupaciones intermedias no polticas en supuestas "torres de marfil", sin

    compromiso con la sociedad en la c