ese día no hubo llanto. karla anotó un triplete...
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Karla tenía diez años, cursaba el quinto grado
de primaria y vivía con su madre en Xalapa.
Era una niña como cualquier otra, con boca, ojos,
nariz, dos piernas, brazos. Pensaba, sentía y habla-
ba como cualquier niña de su edad o, más bien,
como cualquier otro ser humano, pues para ella no
había diferencia entre los niños y las niñas, no en-
tendía por qué había “cosas para niños” y “cosas
para niñas”, porque estaba convencida de que todo
era para todos.
Le gustaban las historietas de superhéroes y los
videojuegos, más que las muñecas. Prefería salir a
jugar futbol, pero cuando no la dejaban, utilizaba
a sus muñecas para crear increíbles historias de
heroínas y héroes.
4
—Te quiero, mamá.
—Yo también, hija. Te quiero mucho.
Al día siguiente, Karla fue con su madre al cam-
po de futbol. Mario y el resto del equipo se alegra-
ron de verla, ya que ese día jugaban la final del
campeonato. Ese partido acabó 9-1, ella anotó tres
goles y el resto del equipo, incluso la pequeña Lizet,
también anotaron.
Karla tenía diez años, cursaba el quinto grado
de primaria y vivía con su madre en Xalapa.
Era una niña como cualquier otra, con boca, ojos,
nariz, dos piernas, brazos. Pensaba, sentía y habla-
ba como cualquier niña de su edad o, más bien,
como cualquier otro ser humano, pues para ella no
había diferencia entre los niños y las niñas, no en-
tendía por qué había “cosas para niños” y “cosas
para niñas”, porque estaba convencida de que todo
era para todos.
Le gustaban las historietas de superhéroes y los
videojuegos, más que las muñecas. Prefería salir a
jugar futbol, pero cuando no la dejaban, utilizaba
a sus muñecas para crear increíbles historias de
heroínas y héroes.
4
—Te quiero, mamá.
—Yo también, hija. Te quiero mucho.
Al día siguiente, Karla fue con su madre al cam-
po de futbol. Mario y el resto del equipo se alegra-
ron de verla, ya que ese día jugaban la final del
campeonato. Ese partido acabó 9-1, ella anotó tres
goles y el resto del equipo, incluso la pequeña Lizet,
también anotaron.
No tenía amigos en la escuela. Las niñas y los
niños la creían extraña y se burlaban de ella, di-
ciéndole frases como “eres niño” o “eres fea”.
Pero nada de eso le importaba, actuaba como
una persona, le gustaban cosas, le desagradaban
otras (las berenjenas y las espinacas, por ejemplo),
sabía hacer varias cosas y otras no, y según ella, en
lo que todos los humanos nos parecemos es que
somos diferentes. Vaya disparate de frase, ¿verdad?
Continúen leyendo y la entenderán.6
Después del partido, todos fueron a celebrar a
su casa. Su madre preparó unos deliciosos tamales
de frijol y unas sabrosas enchiladas rojas. Mientas
comían, Karla le dijo a Mario:
—Gracias.
—¿Po-po-por qué?
—Por ser mi mejor amigo, tontín. ¿Por qué más?
—No me re-re-regañes, sa-sa-sabelotodo.
—Te quiero, Mario.
—Yo también te quiero, Karla.
Y ahí estaban los dos amigos, tan iguales, tan
distintos. Cuando Mario miró los bellos ojos verdes
de Karla, brillaban como las más majestuosas de
las estrellas.
42
Samuel Antonio Hernández LaraJulia Polanco
Ilustradora
una humana
—¿Qué dices, niño?
—Que se equivoca, nosotros no le enseñamos
nada a Karla, al contrario, ella nos enseñó a noso-
tros.
Michelle intervino:
—Ella me enseñó que todo se podía si me esfor-
zaba —recordó las tardes en las que se quedaba con
Karla a practicar—, me ayudó a ser mejor jugadora
de futbol y siempre me impulsa a dar lo máximo.
Ese día no hubo llanto. Karla anotó un triplete al
portero contrario que era seis años mayor que ella,
y cuando la derribó un muchacho robusto llamado
Milo Brizuela, se levantó casi al instante y recuperó
el balón para darle el pase de gol a Aureliano, quien
anotó y les hizo ganar el partido. A partir de ese día,
se volvió titular en el equipo del barrio.
Dos años después, Aureliano se fue a las fuerzas
básicas del Veracruz, y pese a ser la menor, fue ele-
gida como la nueva capitana. Impulsadas por verla
jugar, otras niñas se incorporaron al equipo. Estaba
Lizet, una niña de baja estatura, pero increíblemen-
te ágil al saltar y con reflejos que hasta el más hábil
de los gatos envidiaría, por lo que se volvió la portera
del equipo. Michelle, una muchacha que al inicio era
algo torpe con el balón, pero con ayuda de Karla, se
volvió su compañera perfecta en la delantera.
Después estaba Ruth, una chica robusta y el mayor
temor de los delanteros contrarios, pues de ella
nadie pasaba en la defensa, y si lo hacían, Lizet
detenía la pelota con enorme agilidad y, con una
fuerte patada, mandaba el balón a Michelle o Karla
para anotar gol. 10
Cuando Karla llegó, su madre notó que había
perdido su encanto, su risa ya no era contagiosa,
ahora su sonrisa era falsa. Cuando la miró a los ojos,
observó que se habían vuelto de un verde oscuro
triste, casi gris. Recordó cómo brillaban el día en
que regresó a casa con tierra en las rodillas, dicién-
dole con entusiasmo que había anotado tres goles,
pero ella sólo le había respondido que no hiciera
“cosas de niños”. Recordó cómo le había contesta-
do cuando la invitó a jugar a los superhéroes o
cuando le enseñó su dibujo del hombre murciélago.
Al recordar todo esto, la frase de Karla cobró sen-
tido. Su madre la abrazó fuertemente y le dijo:
—No es tu culpa, hija, es mía.
—¡Mamá!
—Tu padre y yo nos separamos por cosas de
adultos, no fue por tu culpa. Nosotros te amamos
más que a nada en el mundo y yo debí de hacerlo
sin importar cómo fueras. Lo siento, mi amor.
—Mami, no llores.
Las dos se abrazaron. Su madre le dijo:
—Mañana te iré a ver al futbol, ¿de acuerdo?
—¿En serio, mamá? ¿De verdad irás?
—Sí, hija, a partir de ahora iré a todos tus parti-
dos —su madre se alegró al ver que los ojos de su
hija volvían a brillar como la primera vez que re-
gresó a casa del futbol—, y si quieres después po-
drás invitar a todos tus amigos a la casa.
38
Ruth y Lizet hablaron:
—Ella nos ayudó a aprovechar lo que teníamos
y a no subestimarnos ni limitarnos —dijo Lizet.
—Una vez me dijo que no me importara lo que
me dijeran los demás, que yo era especial —men-
cionó Ruth, quien recordó la ocasión en la que
Karla la defendió cuando el equipo contrario la
molestaba por su complexión.
—Con ella aprendí que todos pueden hacer lo
que deseen sin importar qué o quién sean —habló
Sergio recordando la primera vez que la vio jugar.
—Karla me enseñó que no soy raro, sólo me
gustan cosas diferentes a los demás. Me enseñó que
todos somos iguales, ¿nunca le dijo que lo que te-
nemos todos en común es que somos diferentes?
—agregó Mario.
La madre de Karla recordó cuando su hija se lo
dijo en una de sus acostumbradas discusiones. Ese
día le contestó: “no digas incoherencias, hija”. Para
los adultos lo incoherente suele ser lo que no en-
tienden.
—Ella cree que si cambia, usted y su padre vol-
verán a estar juntos. Si usted cree que es feliz sien-
do así, vea sus ojos —dijo Mario. Todos se
sorprendieron al notar que en ningún momento
había tartamudeado—. Nos vemos, señora.
Entonces Mario y los demás se dieron la vuelta
y regresaron a sus casas. La señora se quedó pen-
sando en lo que le habían dicho los niños. 36
y era el responsable de sus gustos. Era quien le
había enseñado que “todo es para todos”, además,
le enviaba tenis, balones de futbol y playeras del
Barcelona, su equipo favorito (aunque también le
gustaba el Veracruz).
Era una excelente jugadora de futbol y la capita-
na del equipo del barrio, sus únicos amigos estaban
en esa cancha. Todavía recuerda la primera vez que
quiso jugar, tenía seis años.
—Lo siento, Karlita, no te podemos dejar jugar
—le dijo uno de los muchachos.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—No te queremos lastimar —le contestó—, no
queremos que llores.
—Déjenla jugar, no pasa nada —intervino Aure-
liano Márquez, el capitán del equipo.
—Bueno —contestó otro jugador—, pero si lloras,
te sales.
—Me parece bien —respondió desafiante, su
mirada demostraba decisión.
La madre de Karla tampoco estaba de acuerdo
con el comportamiento de su hija, intentaba que
ella fuera “como las otras niñas” y trataba que hi-
ciera “cosas de niñas”. Siempre que su mamá insis-
tía con eso, ella contestaba: “Mamá, todo es para
todos”.
Sin embargo, su mamá no entendía y seguía in-
tentando que Karla fuera como ella deseaba. A veces
a los adultos les cuesta entender cuando un niño
tiene razón. Su madre hacía reuniones con amigas
y las hijas de sus amigas, con la esperanza de que
jugara con ellas y “agarrara sus costumbres”, aunque
estas reuniones casi siempre terminaban con las
niñas burlándose de Karla (aunque eso no le impor-
taba) y con las madres criticándola. Su mamá tam-
bién intentaba que practicara ballet, aunque ella
prefería leer cómics, dibujar y jugar futbol.
El padre de Karla era un escritor que vivía en
España, se había separado de su madre cuando ella
era una pequeña de cuatro años, se llamaba Gabriel,
8
Ruth y Lizet hablaron:
—Ella nos ayudó a aprovechar lo que teníamos
y a no subestimarnos ni limitarnos —dijo Lizet.
—Una vez me dijo que no me importara lo que
me dijeran los demás, que yo era especial —men-
cionó Ruth, quien recordó la ocasión en la que
Karla la defendió cuando el equipo contrario la
molestaba por su complexión.
—Con ella aprendí que todos pueden hacer lo
que deseen sin importar qué o quién sean —habló
Sergio recordando la primera vez que la vio jugar.
—Karla me enseñó que no soy raro, sólo me
gustan cosas diferentes a los demás. Me enseñó que
todos somos iguales, ¿nunca le dijo que lo que te-
nemos todos en común es que somos diferentes?
—agregó Mario.
La madre de Karla recordó cuando su hija se lo
dijo en una de sus acostumbradas discusiones. Ese
día le contestó: “no digas incoherencias, hija”. Para
los adultos lo incoherente suele ser lo que no en-
tienden.
—Ella cree que si cambia, usted y su padre vol-
verán a estar juntos. Si usted cree que es feliz sien-
do así, vea sus ojos —dijo Mario. Todos se
sorprendieron al notar que en ningún momento
había tartamudeado—. Nos vemos, señora.
Entonces Mario y los demás se dieron la vuelta
y regresaron a sus casas. La señora se quedó pen-
sando en lo que le habían dicho los niños.36
y era el responsable de sus gustos. Era quien le
había enseñado que “todo es para todos”, además,
le enviaba tenis, balones de futbol y playeras del
Barcelona, su equipo favorito (aunque también le
gustaba el Veracruz).
Era una excelente jugadora de futbol y la capita-
na del equipo del barrio, sus únicos amigos estaban
en esa cancha. Todavía recuerda la primera vez que
quiso jugar, tenía seis años.
—Lo siento, Karlita, no te podemos dejar jugar
—le dijo uno de los muchachos.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—No te queremos lastimar —le contestó—, no
queremos que llores.
—Déjenla jugar, no pasa nada —intervino Aure-
liano Márquez, el capitán del equipo.
—Bueno —contestó otro jugador—, pero si lloras,
te sales.
—Me parece bien —respondió desafiante, su
mirada demostraba decisión.
La madre de Karla tampoco estaba de acuerdo
con el comportamiento de su hija, intentaba que
ella fuera “como las otras niñas” y trataba que hi-
ciera “cosas de niñas”. Siempre que su mamá insis-
tía con eso, ella contestaba: “Mamá, todo es para
todos”.
Sin embargo, su mamá no entendía y seguía in-
tentando que Karla fuera como ella deseaba. A veces
a los adultos les cuesta entender cuando un niño
tiene razón. Su madre hacía reuniones con amigas
y las hijas de sus amigas, con la esperanza de que
jugara con ellas y “agarrara sus costumbres”, aunque
estas reuniones casi siempre terminaban con las
niñas burlándose de Karla (aunque eso no le impor-
taba) y con las madres criticándola. Su mamá tam-
bién intentaba que practicara ballet, aunque ella
prefería leer cómics, dibujar y jugar futbol.
El padre de Karla era un escritor que vivía en
España, se había separado de su madre cuando ella
era una pequeña de cuatro años, se llamaba Gabriel,
8
—¿Qué dices, niño?
—Que se equivoca, nosotros no le enseñamos
nada a Karla, al contrario, ella nos enseñó a noso-
tros.
Michelle intervino:
—Ella me enseñó que todo se podía si me esfor-
zaba —recordó las tardes en las que se quedaba con
Karla a practicar—, me ayudó a ser mejor jugadora
de futbol y siempre me impulsa a dar lo máximo.
Ese día no hubo llanto. Karla anotó un triplete al
portero contrario que era seis años mayor que ella,
y cuando la derribó un muchacho robusto llamado
Milo Brizuela, se levantó casi al instante y recuperó
el balón para darle el pase de gol a Aureliano, quien
anotó y les hizo ganar el partido. A partir de ese día,
se volvió titular en el equipo del barrio.
Dos años después, Aureliano se fue a las fuerzas
básicas del Veracruz, y pese a ser la menor, fue ele-
gida como la nueva capitana. Impulsadas por verla
jugar, otras niñas se incorporaron al equipo. Estaba
Lizet, una niña de baja estatura, pero increíblemen-
te ágil al saltar y con reflejos que hasta el más hábil
de los gatos envidiaría, por lo que se volvió la portera
del equipo. Michelle, una muchacha que al inicio era
algo torpe con el balón, pero con ayuda de Karla, se
volvió su compañera perfecta en la delantera.
Después estaba Ruth, una chica robusta y el mayor
temor de los delanteros contrarios, pues de ella
nadie pasaba en la defensa, y si lo hacían, Lizet
detenía la pelota con enorme agilidad y, con una
fuerte patada, mandaba el balón a Michelle o Karla
para anotar gol. 10
Cuando Karla llegó, su madre notó que había
perdido su encanto, su risa ya no era contagiosa,
ahora su sonrisa era falsa. Cuando la miró a los ojos,
observó que se habían vuelto de un verde oscuro
triste, casi gris. Recordó cómo brillaban el día en
que regresó a casa con tierra en las rodillas, dicién-
dole con entusiasmo que había anotado tres goles,
pero ella sólo le había respondido que no hiciera
“cosas de niños”. Recordó cómo le había contesta-
do cuando la invitó a jugar a los superhéroes o
cuando le enseñó su dibujo del hombre murciélago.
Al recordar todo esto, la frase de Karla cobró sen-
tido. Su madre la abrazó fuertemente y le dijo:
—No es tu culpa, hija, es mía.
—¡Mamá!
—Tu padre y yo nos separamos por cosas de
adultos, no fue por tu culpa. Nosotros te amamos
más que a nada en el mundo y yo debí de hacerlo
sin importar cómo fueras. Lo siento, mi amor.
—Mami, no llores.
Las dos se abrazaron. Su madre le dijo:
—Mañana te iré a ver al futbol, ¿de acuerdo?
—¿En serio, mamá? ¿De verdad irás?
—Sí, hija, a partir de ahora iré a todos tus parti-
dos —su madre se alegró al ver que los ojos de su
hija volvían a brillar como la primera vez que re-
gresó a casa del futbol—, y si quieres después po-
drás invitar a todos tus amigos a la casa.
38
Un día soleado en la escuela de Karla, los alum-
nos de quinto estaban platicando y jugando mien-
tras llegaba la maestra. Cuando llegó, llevaba a su
lado a un niño de pelo castaño y rizado.
—Alumnos, el día de hoy un nuevo compañero
se integra a nuestro salón. Preséntese, señor Llosas.
—Ho-o-la, mi no-nombre e-e-es Mario y vengo
de-de Pe-pe-rú.
—Mu-mucho gu-gusto, Mario —dijo un alumno
llamado Vernon Suárez, en tono de burla.
—Compórtese, señor Suárez —dijo la profesora
levantando la voz—, el señor Llosas tiene un tras-
torno del habla, espero que lo traten con el respe-
to que se merece.
—Sí-sí, pro-profesora —dijo Vernon en voz baja
riéndose.
—Ahora vamos a conocer un poco más a su com-
pañero. ¿Qué cosas le gustan, señor Llosas? ¿Prac-
tica o asiste a clases de algo en especial?
—Sí-sí, me gusta salir en bicicleta, los animales
me-me gustan, el pan que hace mi padre, me
gu-gusta la música y —dijo en voz muy baja—
pra-practico ba-ballet.
—¿Qué dijo, señor Llosas?
—Que-que pra-practico ba-ballet —Mario bajó
la cabeza y se escondió detrás de la maestra. Ver-
non gritó:
—¡Le gusta el ballet, es niña!
Todos empezaron a decir al unísono:
—¡El tartamudo es niña!14
En la tarde, Mario le comentó la situación al
equipo de futbol y todos decidieron ir a casa de
Karla para hablar con ella.
Cuando llegaron, su madre les abrió la puerta y
les dijo:
—Ah, son ustedes, Karla no está, fue a casa de
una de sus nuevas amigas —se esforzó en resaltar
la palabra “amigas”—. ¿Qué quieren?
—Ve-ve-venimos a ha-ha…
—A hablar con Karla —interrumpió Ruth.
—Pues como ya les dije, ella no está, está con
mejores amigos que ustedes, con gente que no le
enseña a hacer “cosas de varones” —ese comenta-
rio molestó a Mario y le recordó lo que le decían
sus compañeros de Perú—. Ahora Karla es igual a
las demás niñas, y no permitiré que arruinen eso
con sus malas influencias.
Entonces Mario explotó:
—Se equivoca.
34
También estaban los tres mediocampistas: Juan,
Emilio y Sergio. Sergio fue quien le negó jugar a
Karla la primera vez que ella quiso. Al principio,
no la aceptaba del todo, pero con el tiempo se
volvieron buenos amigos. Ella solía ir a casa de él
con el resto del equipo, ahí jugaban videojuegos,
comían pizza y a veces ponían canciones y las
cantaban a todo pulmón, esas reuniones le gustaban
mucho.
Su mamá no estaba de acuerdo con esos amigos,
los consideraba “malas influencias”, lo mismo
pensaban varias madres, ya que les prohibían a sus
hijas hablarles o jugar con ellos, aun así, en esa
cancha había encontrado verdaderos amigos.
11
A la mañana siguiente, después del tono del re-
creo, Mario se acercó a Karla.
—Ho-ho-hola.
—Ah, hola, Mario —respondió fríamente.
—Ya-ya no me ha-ha-hablas.
Karla lo miró, él se dio cuenta de que su amiga
estaba llorando, se levantó y lo abrazó con fuerza,
mientras le decía:
—Es mi culpa, mis papás ya no están juntos por
mi culpa.
—Ka-Ka-Karla.
—¡¿Ya vienes?! —gritó una de las niñas con las
que había empezado a llevarse.
—¡Sí, ya voy! —dijo secándose las lágrimas— Nos
vemos, tontín —se despidió y salió del salón.
En la escuela, Karla era la más inteligente de su
clase y sacaba buenas calificaciones en todo… bue-
no, casi todo, porque nunca le había encontrado
pies ni cabeza a las matemáticas, sin embargo, en
lo demás, era una niña muy lista.
En clase, sus compañeras solían insultarla di-
ciéndole “fea”, “cara de sapo”, entre otras cosas.
Pero no era cierto, ella era la niña más bonita de su
salón: era más alta que todas sus compañeras, tenía
ojos verde esmeralda –heredados de su padre– y
una bella cabellera negra –heredada de su madre–.
Contrario a lo que todos decían, era muy cuidado-
sa con su aspecto. En una ocasión le había pregun-
tado a su papá por qué siempre salía arreglado, él
le contestó: “Si te ves bien, te sentirás bien”, debido
a eso, nunca se veía mal vestida o mal peinada,
excepto por las mañanas antes de ir a la escuela.
Era feliz. Hacía lo que le gustaba, tenía amigos,
su madre la quería mucho –pese a todo– y su padre
igual. Sin embargo, se sentía incomprendida. Aun-
que sus amigos la apreciaban, sabía que de todas
maneras la consideraban rara. Necesitaba a alguien
que mirara a través de sus ojos y que ella mirara a
través de los suyos. Ese alguien llegaría, su nombre
era Mario.
12
A la mañana siguiente, después del tono del re-
creo, Mario se acercó a Karla.
—Ho-ho-hola.
—Ah, hola, Mario —respondió fríamente.
—Ya-ya no me ha-ha-hablas.
Karla lo miró, él se dio cuenta de que su amiga
estaba llorando, se levantó y lo abrazó con fuerza,
mientras le decía:
—Es mi culpa, mis papás ya no están juntos por
mi culpa.
—Ka-Ka-Karla.
—¡¿Ya vienes?! —gritó una de las niñas con las
que había empezado a llevarse.
—¡Sí, ya voy! —dijo secándose las lágrimas— Nos
vemos, tontín —se despidió y salió del salón.
En la escuela, Karla era la más inteligente de su
clase y sacaba buenas calificaciones en todo… bue-
no, casi todo, porque nunca le había encontrado
pies ni cabeza a las matemáticas, sin embargo, en
lo demás, era una niña muy lista.
En clase, sus compañeras solían insultarla di-
ciéndole “fea”, “cara de sapo”, entre otras cosas.
Pero no era cierto, ella era la niña más bonita de su
salón: era más alta que todas sus compañeras, tenía
ojos verde esmeralda –heredados de su padre– y
una bella cabellera negra –heredada de su madre–.
Contrario a lo que todos decían, era muy cuidado-
sa con su aspecto. En una ocasión le había pregun-
tado a su papá por qué siempre salía arreglado, él
le contestó: “Si te ves bien, te sentirás bien”, debido
a eso, nunca se veía mal vestida o mal peinada,
excepto por las mañanas antes de ir a la escuela.
Era feliz. Hacía lo que le gustaba, tenía amigos,
su madre la quería mucho –pese a todo– y su padre
igual. Sin embargo, se sentía incomprendida. Aun-
que sus amigos la apreciaban, sabía que de todas
maneras la consideraban rara. Necesitaba a alguien
que mirara a través de sus ojos y que ella mirara a
través de los suyos. Ese alguien llegaría, su nombre
era Mario.
12
Un día soleado en la escuela de Karla, los alum-
nos de quinto estaban platicando y jugando mien-
tras llegaba la maestra. Cuando llegó, llevaba a su
lado a un niño de pelo castaño y rizado.
—Alumnos, el día de hoy un nuevo compañero
se integra a nuestro salón. Preséntese, señor Llosas.
—Ho-o-la, mi no-nombre e-e-es Mario y vengo
de-de Pe-pe-rú.
—Mu-mucho gu-gusto, Mario —dijo un alumno
llamado Vernon Suárez, en tono de burla.
—Compórtese, señor Suárez —dijo la profesora
levantando la voz—, el señor Llosas tiene un tras-
torno del habla, espero que lo traten con el respe-
to que se merece.
—Sí-sí, pro-profesora —dijo Vernon en voz baja
riéndose.
—Ahora vamos a conocer un poco más a su com-
pañero. ¿Qué cosas le gustan, señor Llosas? ¿Prac-
tica o asiste a clases de algo en especial?
—Sí-sí, me gusta salir en bicicleta, los animales
me-me gustan, el pan que hace mi padre, me
gu-gusta la música y —dijo en voz muy baja—
pra-practico ba-ballet.
—¿Qué dijo, señor Llosas?
—Que-que pra-practico ba-ballet —Mario bajó
la cabeza y se escondió detrás de la maestra. Ver-
non gritó:
—¡Le gusta el ballet, es niña!
Todos empezaron a decir al unísono:
—¡El tartamudo es niña!14
En la tarde, Mario le comentó la situación al
equipo de futbol y todos decidieron ir a casa de
Karla para hablar con ella.
Cuando llegaron, su madre les abrió la puerta y
les dijo:
—Ah, son ustedes, Karla no está, fue a casa de
una de sus nuevas amigas —se esforzó en resaltar
la palabra “amigas”—. ¿Qué quieren?
—Ve-ve-venimos a ha-ha…
—A hablar con Karla —interrumpió Ruth.
—Pues como ya les dije, ella no está, está con
mejores amigos que ustedes, con gente que no le
enseña a hacer “cosas de varones” —ese comenta-
rio molestó a Mario y le recordó lo que le decían
sus compañeros de Perú—. Ahora Karla es igual a
las demás niñas, y no permitiré que arruinen eso
con sus malas influencias.
Entonces Mario explotó:
—Se equivoca.
34
También estaban los tres mediocampistas: Juan,
Emilio y Sergio. Sergio fue quien le negó jugar a
Karla la primera vez que ella quiso. Al principio,
no la aceptaba del todo, pero con el tiempo se
volvieron buenos amigos. Ella solía ir a casa de él
con el resto del equipo, ahí jugaban videojuegos,
comían pizza y a veces ponían canciones y las
cantaban a todo pulmón, esas reuniones le gustaban
mucho.
Su mamá no estaba de acuerdo con esos amigos,
los consideraba “malas influencias”, lo mismo
pensaban varias madres, ya que les prohibían a sus
hijas hablarles o jugar con ellos, aun así, en esa
cancha había encontrado verdaderos amigos.
11
y sus amigos. Del mismo modo, los muchachos que
jugaban futbol en la cancha, invitaron a Karla a
jugar con ellos. Ella aceptó y todos quedaron per-
plejos cuando anotó dos goles desde media cancha.
Al igual que pasó con el equipo del barrio, varias
niñas empezaron a unirse al juego. A pesar de estos
cambios, seguía pasando la mayor parte del tiempo
con su mejor amigo, quien a su vez disfrutaba estar
con ella y sentirse querido. Ambos se prometieron
que pasara lo que pasara, seguirían siendo amigos.
En los días siguientes, se empezó a comportar
como su madre siempre quiso: dejó de ir a los par-
tidos de futbol, comenzó a llevarse y hablar como
las otras niñas, y se distanció de Mario. A él le
pareció raro que ella comenzara a actuar de esa
manera. Fue a la cancha del barrio y le preguntó al
equipo si sabían por qué había cambiado. Ninguno
sabía nada, le dijeron que no había vuelto a jugar
con ellos desde hacía tiempo. En ese momento,
todos se preguntaron qué le estaba pasando a su
amiga.
Al contrario que sus amigos, su madre estaba
encantada con ese cambio y no le importaba saber
por qué su hija había dejado de actuar como antes,
también ignoraba que en la casa se le veía triste y
desanimada, pues sólo le importaba que por fin
actuara “como una niña”.
30
La maestra intentó calmarlos inútilmente, pues
sus regaños eran sofocados por el coro de sus alum-
nos, pero entonces Karla se levantó y… ¡paf!, lanzó
su sándwich al rostro de Vernon. Sus ojos daban la
impresión de lanzar llamaradas de fuego verde,
Vernon se quitó el sándwich de la cara y justo cuan-
do estaba a punto de abalanzarse furioso sobre ella,
la maestra gritó:
—¡Vernon Suárez Urdapilleta! —Vernon volteó
visiblemente intimidado por el tono de la maestra—
¡A Dirección!
De mala gana, se levantó y salió del salón rumbo
a la oficina del director. La maestra se dirigió a
Karla y, aunque el tono de su voz seguía siendo
severo, era más suave:
—Señorita Cervantes (su nombre completo era
Karla Inés Cervantes Lara), lo que hizo estuvo muy
mal, pero como es su primera llamada de atención
en todo el año y es una muy buena alumna, sólo le
bajaré unos puntos de su calificación. Espero que
esto no se repita.
—Sí, maestra.
—Ahora, señor Llosas, levántese y tome asiento.
Mario, que se había escondido debajo de la mesa
de la profesora, se levantó. Parecía que había llora-
do, se sentó detrás de Karla. En ese momento ini-
ciaría una hermosa y duradera amistad.
16
Una noche en la que Karla no podía dormir, es-
cuchó a sus padres discutir por teléfono. Su madre
culpaba a su padre de que ella se comportara como
“una niña extraña” y de que sus amigos le enseña-
ran “cosas de niño”. Cuando finalizó la discusión,
no pudo evitar llorar y pensó que era culpa suya
que sus padres se hubiesen separado.
29
La maestra intentó calmarlos inútilmente, pues
sus regaños eran sofocados por el coro de sus alum-
nos, pero entonces Karla se levantó y… ¡paf!, lanzó
su sándwich al rostro de Vernon. Sus ojos daban la
impresión de lanzar llamaradas de fuego verde,
Vernon se quitó el sándwich de la cara y justo cuan-
do estaba a punto de abalanzarse furioso sobre ella,
la maestra gritó:
—¡Vernon Suárez Urdapilleta! —Vernon volteó
visiblemente intimidado por el tono de la maestra—
¡A Dirección!
De mala gana, se levantó y salió del salón rumbo
a la oficina del director. La maestra se dirigió a
Karla y, aunque el tono de su voz seguía siendo
severo, era más suave:
—Señorita Cervantes (su nombre completo era
Karla Inés Cervantes Lara), lo que hizo estuvo muy
mal, pero como es su primera llamada de atención
en todo el año y es una muy buena alumna, sólo le
bajaré unos puntos de su calificación. Espero que
esto no se repita.
—Sí, maestra.
—Ahora, señor Llosas, levántese y tome asiento.
Mario, que se había escondido debajo de la mesa
de la profesora, se levantó. Parecía que había llora-
do, se sentó detrás de Karla. En ese momento ini-
ciaría una hermosa y duradera amistad.
16
Una noche en la que Karla no podía dormir, es-
cuchó a sus padres discutir por teléfono. Su madre
culpaba a su padre de que ella se comportara como
“una niña extraña” y de que sus amigos le enseña-
ran “cosas de niño”. Cuando finalizó la discusión,
no pudo evitar llorar y pensó que era culpa suya
que sus padres se hubiesen separado.
29
y sus amigos. Del mismo modo, los muchachos que
jugaban futbol en la cancha, invitaron a Karla a
jugar con ellos. Ella aceptó y todos quedaron per-
plejos cuando anotó dos goles desde media cancha.
Al igual que pasó con el equipo del barrio, varias
niñas empezaron a unirse al juego. A pesar de estos
cambios, seguía pasando la mayor parte del tiempo
con su mejor amigo, quien a su vez disfrutaba estar
con ella y sentirse querido. Ambos se prometieron
que pasara lo que pasara, seguirían siendo amigos.
En los días siguientes, se empezó a comportar
como su madre siempre quiso: dejó de ir a los par-
tidos de futbol, comenzó a llevarse y hablar como
las otras niñas, y se distanció de Mario. A él le
pareció raro que ella comenzara a actuar de esa
manera. Fue a la cancha del barrio y le preguntó al
equipo si sabían por qué había cambiado. Ninguno
sabía nada, le dijeron que no había vuelto a jugar
con ellos desde hacía tiempo. En ese momento,
todos se preguntaron qué le estaba pasando a su
amiga.
Al contrario que sus amigos, su madre estaba
encantada con ese cambio y no le importaba saber
por qué su hija había dejado de actuar como antes,
también ignoraba que en la casa se le veía triste y
desanimada, pues sólo le importaba que por fin
actuara “como una niña”.
30
—Deberías aprender de él —le dijo Lizet a Ser-
gio. Todos rieron.
Al final del día, cuando Mario les contó a sus
padres sobre Karla y sus amigos, su padre sacó el
mejor pan del día para celebrar que su hijo había
hecho verdaderos amigos y había encontrado a la
“futura nuera”, cosa que él no entendió muy bien,
pero aun así le dio gracia.
Semanas después, la maestra organizó con sus
alumnos una muestra de talentos, donde el mejor
de todos ganaría. En casa de Mario, él y Karla se
reunieron para planear y ayudarse en sus presen-
taciones, mientras comían el pan que su padre les
había preparado. Mario le mostró a Karla varios
videos de ballet para ver qué haría en su presenta-
ción. Ella no sabía nada de ballet (nunca puso aten-
ción en las clases), pero sí sabía cuándo algo era
increíble y le dijo que bailara el ballet de Romeo y
Julieta. De la misma forma, Mario, que nunca en su
vida había jugado futbol, la convenció de que hi-
ciera tres vueltas seguidas y después dominara el
balón. Ambos practicaron para mostrar al día si-
guiente lo que podían hacer.23
Karla le devolvió la sonrisa y dio la vuelta cami-
no al salón. Mientras recogía sus cosas, Mario pen-
só que ella tenía razón, él y Vernon no eran tan
diferentes, y que tampoco era una “niñita tartamu-
da” como le decían en Perú y posteriormente le
diría Vernon, sino que simplemente le gustaba una
cosa que a los demás no. Ese pensamiento le per-
mitió ignorar las burlas de sus compañeros con la
misma indiferencia que Karla. Pero algo de lo que
Mario no se dio cuenta fue que durante el resto del
día no tartamudeó ni una sola vez.
De ahí en adelante, se volvieron inseparables.
En la escuela siempre estaban juntos y los demás
se burlaban diciéndoles: “¡Son novios!”. Fuera de
la escuela, Karla invitó a Mario a su casa, su madre
lo miró con malos ojos y, como hacía con todos los
amigos de su hija, lo consideró una mala influencia.
También invitó a su nuevo amigo a un partido
de futbol. Mario miró asombrado cómo Karla juga-
ba con el balón pegado al pie, como si fuera parte
de su cuerpo. Después del partido, él aceptó ir a
casa de Sergio. Era desastroso jugando videojuegos.
Sin embargo, a la hora de cantar, asombró a todos,
pues cantó sin tartamudear y con una voz que has-
ta la más talentosa de las aves envidiaría.
22
Las sorpresas no terminaron ahí. Después de una
curiosa presentación de lanzamiento de globos de
agua, llegó el momento de Mario. Karla puso la
melodía y él bailó la danza más bella y solemne que
se había visto en la escuela. Al igual que con su
amiga, nadie pudo evitar aplaudir. El resultado del
concurso fue un empate en el primer lugar entre
los dos amigos.
Al día siguiente, nadie se burló de ellos, lo que
resultó extraño. Pero aún más extraño fue cuando
un grupo de niñas y un niño le pidieron a Mario
que les enseñara a bailar. Él aceptó y, con Karla
como su intérprete (pues se le dificultaba expre-
sarse), comenzaron las clases de ballet. Con el
tiempo, más niñas y niños se incorporaron a las
clases, dentro de ese grupo se encontraban Vernon
26
Cuando los alumnos salieron al receso, Karla se
sentó en la parte alta de las gradas, al lado de la
cancha de futbol, Mario apareció y le preguntó:
—¿Pu-pu-puedo se-se-sentarme co-co-con…
—¿Conmigo? Sí, claro, no hay problema.
Se sentó a su lado y sacó la dona que le había
preparado su padre.
—¿Qui-qui-quieres?
—Sí, gracias —ella respondió sonriente y tomó
una mitad de la dona. Mientras los dos comían,
Mario dijo:
—Gra-gra-gracias por de-de…
—¿Defenderte? —dijo Karla sonriendo aún más—
No hay de qué.
—E-e-ellos tienen ra-razón, soy una ni-ni-niña,
so-sólo a la-la-las niñas le-le-les gu-gusta el ba-ba-
llet.
En ese momento, ella lo jaló del cuello y le frotó
la cabeza con el puño cerrado y un poco de fuerza.
—¿Po-po-por qué hi-hiciste eso? —preguntó Ma-
rio mientras se sobaba.
—Porque eres un tonto —le dijo riendo. Aunque
a él le molestó que le dijera tonto, rió con ella, pues
tenía una risa contagiosa—. No eres una niña, eres
diferente y por eso eres igual a los demás.
19
—Es que somos diferentes.
—Bien dicho.
Mario observó que los ojos de Karla brillaban
tanto como el sol. Cuando sonó el timbre del final
de recreo, ella se levantó y le dijo:
—¿Vienes?
—Sí, ya voy, só-sólo recojo mis cosas.
—Bueno, nos vemos en el salón, tontín.
—Sí, sabelotodo —dijo él sonriendo.
La práctica se llevó a cabo en la explanada del
colegio. Todos mostraron sus talentos: algunos
pintaban, otros hacían acrobacias, unos bailaban y
unos cuantos intentaban demostrar sus capacidades
físicas. Cuando llegó el turno de Karla, Vernon y
su grupo comenzaron a burlarse, hasta que callaron
por la mirada de la maestra.
—Ahora verán cómo se cae con el balón —mur-
muró Alan Rivera, el mejor amigo de Vernon.
Pero no fue así. Ella elevó el balón y con las dos
piernas hizo diez dominadas, después dio tres vuel-
tas seguidas. Dejó boquiabiertos a todos sus com-
pañeros. Dominó el balón con la cabeza y
finalmente anotó gol de chilena. Más tarde, le diría
riendo a Mario que la había hecho accidentalmen-
te, ya que el balón se había desviado un poco. Na-
die, ni siquiera Vernon, pudo evitar aplaudirle.
Cuando llegó el turno de Vernon, intentó hacer lo
mismo, pero tan sólo al tratar de hacer las diez
dominadas, se dio con el balón en la cara. Karla lo
ayudó a levantarse y él admitió la derrota.
24
—No-no e-e-entiendo. ¿So-soy di-diferente,
pe-pero igual?
—¿Ves que eres tonto, Mario? A ver, cómo te lo
explico, ¿qué tienen en común un helado de cho-
colate con un helado de fresa?
—¿Que-que a-ambos so-so-son he-he-lados?
¿Que-que so-so-son fri-fri-fríos? ¿Que-que ti-ti-
tienen co-cono?
—¿Qué más?
—No-no sé, ¿po-po-por qué me pre-preguntas
eso?
—Lo que tienen en común es que tienen sabor,
tontito. El sabor es diferente, pero ambos poseen
sabor. Aquí pasa lo mismo, eres igual a mí, a las
otras niñas y a los otros niños. Tienes un gusto,
pero no es lo mismo que me gusta a mí ni a Vernon,
por eso eres diferente, y aun así, al igual que los
demás, tienes gustos, ¿entiendes?
—Ma-ma-más o me-menos.
—Todos somos iguales. Hay cosas que sabemos
hacer, nos gustan o nos desagradan. A todos nos
gusta algo, pero a nadie le va a gustar lo mismo que
a los demás. Todos tenemos decisiones que debe-
mos tomar, aunque no todos tomamos las mismas.
Todos tenemos personalidad, aunque no todos
tengan la misma. Además, como tú dijiste, una de
las cosas en común de dos helados con sabor dife-
rente es que ambos son helados, diferentes pero
helados. De la misma forma, todos somos humanos.
Los helados tienen cono, de la misma manera, to-
dos tenemos piernas, pies y brazos. Además, los
helados tienen sabores deliciosos, así como todos
los humanos tienen cualidades que los hacen ma-
ravillosos. En fin, como ya dije, lo que tienen en
común todos los humanos es…
20
—Es que somos diferentes.
—Bien dicho.
Mario observó que los ojos de Karla brillaban
tanto como el sol. Cuando sonó el timbre del final
de recreo, ella se levantó y le dijo:
—¿Vienes?
—Sí, ya voy, só-sólo recojo mis cosas.
—Bueno, nos vemos en el salón, tontín.
—Sí, sabelotodo —dijo él sonriendo.
La práctica se llevó a cabo en la explanada del
colegio. Todos mostraron sus talentos: algunos
pintaban, otros hacían acrobacias, unos bailaban y
unos cuantos intentaban demostrar sus capacidades
físicas. Cuando llegó el turno de Karla, Vernon y
su grupo comenzaron a burlarse, hasta que callaron
por la mirada de la maestra.
—Ahora verán cómo se cae con el balón —mur-
muró Alan Rivera, el mejor amigo de Vernon.
Pero no fue así. Ella elevó el balón y con las dos
piernas hizo diez dominadas, después dio tres vuel-
tas seguidas. Dejó boquiabiertos a todos sus com-
pañeros. Dominó el balón con la cabeza y
finalmente anotó gol de chilena. Más tarde, le diría
riendo a Mario que la había hecho accidentalmen-
te, ya que el balón se había desviado un poco. Na-
die, ni siquiera Vernon, pudo evitar aplaudirle.
Cuando llegó el turno de Vernon, intentó hacer lo
mismo, pero tan sólo al tratar de hacer las diez
dominadas, se dio con el balón en la cara. Karla lo
ayudó a levantarse y él admitió la derrota.
24
—No-no e-e-entiendo. ¿So-soy di-diferente,
pe-pero igual?
—¿Ves que eres tonto, Mario? A ver, cómo te lo
explico, ¿qué tienen en común un helado de cho-
colate con un helado de fresa?
—¿Que-que a-ambos so-so-son he-he-lados?
¿Que-que so-so-son fri-fri-fríos? ¿Que-que ti-ti-
tienen co-cono?
—¿Qué más?
—No-no sé, ¿po-po-por qué me pre-preguntas
eso?
—Lo que tienen en común es que tienen sabor,
tontito. El sabor es diferente, pero ambos poseen
sabor. Aquí pasa lo mismo, eres igual a mí, a las
otras niñas y a los otros niños. Tienes un gusto,
pero no es lo mismo que me gusta a mí ni a Vernon,
por eso eres diferente, y aun así, al igual que los
demás, tienes gustos, ¿entiendes?
—Ma-ma-más o me-menos.
—Todos somos iguales. Hay cosas que sabemos
hacer, nos gustan o nos desagradan. A todos nos
gusta algo, pero a nadie le va a gustar lo mismo que
a los demás. Todos tenemos decisiones que debe-
mos tomar, aunque no todos tomamos las mismas.
Todos tenemos personalidad, aunque no todos
tengan la misma. Además, como tú dijiste, una de
las cosas en común de dos helados con sabor dife-
rente es que ambos son helados, diferentes pero
helados. De la misma forma, todos somos humanos.
Los helados tienen cono, de la misma manera, to-
dos tenemos piernas, pies y brazos. Además, los
helados tienen sabores deliciosos, así como todos
los humanos tienen cualidades que los hacen ma-
ravillosos. En fin, como ya dije, lo que tienen en
común todos los humanos es…
20
—Deberías aprender de él —le dijo Lizet a Ser-
gio. Todos rieron.
Al final del día, cuando Mario les contó a sus
padres sobre Karla y sus amigos, su padre sacó el
mejor pan del día para celebrar que su hijo había
hecho verdaderos amigos y había encontrado a la
“futura nuera”, cosa que él no entendió muy bien,
pero aun así le dio gracia.
Semanas después, la maestra organizó con sus
alumnos una muestra de talentos, donde el mejor
de todos ganaría. En casa de Mario, él y Karla se
reunieron para planear y ayudarse en sus presen-
taciones, mientras comían el pan que su padre les
había preparado. Mario le mostró a Karla varios
videos de ballet para ver qué haría en su presenta-
ción. Ella no sabía nada de ballet (nunca puso aten-
ción en las clases), pero sí sabía cuándo algo era
increíble y le dijo que bailara el ballet de Romeo y
Julieta. De la misma forma, Mario, que nunca en su
vida había jugado futbol, la convenció de que hi-
ciera tres vueltas seguidas y después dominara el
balón. Ambos practicaron para mostrar al día si-
guiente lo que podían hacer.23
Karla le devolvió la sonrisa y dio la vuelta cami-
no al salón. Mientras recogía sus cosas, Mario pen-
só que ella tenía razón, él y Vernon no eran tan
diferentes, y que tampoco era una “niñita tartamu-
da” como le decían en Perú y posteriormente le
diría Vernon, sino que simplemente le gustaba una
cosa que a los demás no. Ese pensamiento le per-
mitió ignorar las burlas de sus compañeros con la
misma indiferencia que Karla. Pero algo de lo que
Mario no se dio cuenta fue que durante el resto del
día no tartamudeó ni una sola vez.
De ahí en adelante, se volvieron inseparables.
En la escuela siempre estaban juntos y los demás
se burlaban diciéndoles: “¡Son novios!”. Fuera de
la escuela, Karla invitó a Mario a su casa, su madre
lo miró con malos ojos y, como hacía con todos los
amigos de su hija, lo consideró una mala influencia.
También invitó a su nuevo amigo a un partido
de futbol. Mario miró asombrado cómo Karla juga-
ba con el balón pegado al pie, como si fuera parte
de su cuerpo. Después del partido, él aceptó ir a
casa de Sergio. Era desastroso jugando videojuegos.
Sin embargo, a la hora de cantar, asombró a todos,
pues cantó sin tartamudear y con una voz que has-
ta la más talentosa de las aves envidiaría.
22
Las sorpresas no terminaron ahí. Después de una
curiosa presentación de lanzamiento de globos de
agua, llegó el momento de Mario. Karla puso la
melodía y él bailó la danza más bella y solemne que
se había visto en la escuela. Al igual que con su
amiga, nadie pudo evitar aplaudir. El resultado del
concurso fue un empate en el primer lugar entre
los dos amigos.
Al día siguiente, nadie se burló de ellos, lo que
resultó extraño. Pero aún más extraño fue cuando
un grupo de niñas y un niño le pidieron a Mario
que les enseñara a bailar. Él aceptó y, con Karla
como su intérprete (pues se le dificultaba expre-
sarse), comenzaron las clases de ballet. Con el
tiempo, más niñas y niños se incorporaron a las
clases, dentro de ese grupo se encontraban Vernon
26
Cuando los alumnos salieron al receso, Karla se
sentó en la parte alta de las gradas, al lado de la
cancha de futbol, Mario apareció y le preguntó:
—¿Pu-pu-puedo se-se-sentarme co-co-con…
—¿Conmigo? Sí, claro, no hay problema.
Se sentó a su lado y sacó la dona que le había
preparado su padre.
—¿Qui-qui-quieres?
—Sí, gracias —ella respondió sonriente y tomó
una mitad de la dona. Mientras los dos comían,
Mario dijo:
—Gra-gra-gracias por de-de…
—¿Defenderte? —dijo Karla sonriendo aún más—
No hay de qué.
—E-e-ellos tienen ra-razón, soy una ni-ni-niña,
so-sólo a la-la-las niñas le-le-les gu-gusta el ba-ba-
llet.
En ese momento, ella lo jaló del cuello y le frotó
la cabeza con el puño cerrado y un poco de fuerza.
—¿Po-po-por qué hi-hiciste eso? —preguntó Ma-
rio mientras se sobaba.
—Porque eres un tonto —le dijo riendo. Aunque
a él le molestó que le dijera tonto, rió con ella, pues
tenía una risa contagiosa—. No eres una niña, eres
diferente y por eso eres igual a los demás.
19
—Deberías aprender de él —le dijo Lizet a Ser-
gio. Todos rieron.
Al final del día, cuando Mario les contó a sus
padres sobre Karla y sus amigos, su padre sacó el
mejor pan del día para celebrar que su hijo había
hecho verdaderos amigos y había encontrado a la
“futura nuera”, cosa que él no entendió muy bien,
pero aun así le dio gracia.
Semanas después, la maestra organizó con sus
alumnos una muestra de talentos, donde el mejor
de todos ganaría. En casa de Mario, él y Karla se
reunieron para planear y ayudarse en sus presen-
taciones, mientras comían el pan que su padre les
había preparado. Mario le mostró a Karla varios
videos de ballet para ver qué haría en su presenta-
ción. Ella no sabía nada de ballet (nunca puso aten-
ción en las clases), pero sí sabía cuándo algo era
increíble y le dijo que bailara el ballet de Romeo y
Julieta. De la misma forma, Mario, que nunca en su
vida había jugado futbol, la convenció de que hi-
ciera tres vueltas seguidas y después dominara el
balón. Ambos practicaron para mostrar al día si-
guiente lo que podían hacer.23
Karla le devolvió la sonrisa y dio la vuelta cami-
no al salón. Mientras recogía sus cosas, Mario pen-
só que ella tenía razón, él y Vernon no eran tan
diferentes, y que tampoco era una “niñita tartamu-
da” como le decían en Perú y posteriormente le
diría Vernon, sino que simplemente le gustaba una
cosa que a los demás no. Ese pensamiento le per-
mitió ignorar las burlas de sus compañeros con la
misma indiferencia que Karla. Pero algo de lo que
Mario no se dio cuenta fue que durante el resto del
día no tartamudeó ni una sola vez.
De ahí en adelante, se volvieron inseparables.
En la escuela siempre estaban juntos y los demás
se burlaban diciéndoles: “¡Son novios!”. Fuera de
la escuela, Karla invitó a Mario a su casa, su madre
lo miró con malos ojos y, como hacía con todos los
amigos de su hija, lo consideró una mala influencia.
También invitó a su nuevo amigo a un partido
de futbol. Mario miró asombrado cómo Karla juga-
ba con el balón pegado al pie, como si fuera parte
de su cuerpo. Después del partido, él aceptó ir a
casa de Sergio. Era desastroso jugando videojuegos.
Sin embargo, a la hora de cantar, asombró a todos,
pues cantó sin tartamudear y con una voz que has-
ta la más talentosa de las aves envidiaría.
22
Las sorpresas no terminaron ahí. Después de una
curiosa presentación de lanzamiento de globos de
agua, llegó el momento de Mario. Karla puso la
melodía y él bailó la danza más bella y solemne que
se había visto en la escuela. Al igual que con su
amiga, nadie pudo evitar aplaudir. El resultado del
concurso fue un empate en el primer lugar entre
los dos amigos.
Al día siguiente, nadie se burló de ellos, lo que
resultó extraño. Pero aún más extraño fue cuando
un grupo de niñas y un niño le pidieron a Mario
que les enseñara a bailar. Él aceptó y, con Karla
como su intérprete (pues se le dificultaba expre-
sarse), comenzaron las clases de ballet. Con el
tiempo, más niñas y niños se incorporaron a las
clases, dentro de ese grupo se encontraban Vernon
26
Cuando los alumnos salieron al receso, Karla se
sentó en la parte alta de las gradas, al lado de la
cancha de futbol, Mario apareció y le preguntó:
—¿Pu-pu-puedo se-se-sentarme co-co-con…
—¿Conmigo? Sí, claro, no hay problema.
Se sentó a su lado y sacó la dona que le había
preparado su padre.
—¿Qui-qui-quieres?
—Sí, gracias —ella respondió sonriente y tomó
una mitad de la dona. Mientras los dos comían,
Mario dijo:
—Gra-gra-gracias por de-de…
—¿Defenderte? —dijo Karla sonriendo aún más—
No hay de qué.
—E-e-ellos tienen ra-razón, soy una ni-ni-niña,
so-sólo a la-la-las niñas le-le-les gu-gusta el ba-ba-
llet.
En ese momento, ella lo jaló del cuello y le frotó
la cabeza con el puño cerrado y un poco de fuerza.
—¿Po-po-por qué hi-hiciste eso? —preguntó Ma-
rio mientras se sobaba.
—Porque eres un tonto —le dijo riendo. Aunque
a él le molestó que le dijera tonto, rió con ella, pues
tenía una risa contagiosa—. No eres una niña, eres
diferente y por eso eres igual a los demás.
19
—Es que somos diferentes.
—Bien dicho.
Mario observó que los ojos de Karla brillaban
tanto como el sol. Cuando sonó el timbre del final
de recreo, ella se levantó y le dijo:
—¿Vienes?
—Sí, ya voy, só-sólo recojo mis cosas.
—Bueno, nos vemos en el salón, tontín.
—Sí, sabelotodo —dijo él sonriendo.
La práctica se llevó a cabo en la explanada del
colegio. Todos mostraron sus talentos: algunos
pintaban, otros hacían acrobacias, unos bailaban y
unos cuantos intentaban demostrar sus capacidades
físicas. Cuando llegó el turno de Karla, Vernon y
su grupo comenzaron a burlarse, hasta que callaron
por la mirada de la maestra.
—Ahora verán cómo se cae con el balón —mur-
muró Alan Rivera, el mejor amigo de Vernon.
Pero no fue así. Ella elevó el balón y con las dos
piernas hizo diez dominadas, después dio tres vuel-
tas seguidas. Dejó boquiabiertos a todos sus com-
pañeros. Dominó el balón con la cabeza y
finalmente anotó gol de chilena. Más tarde, le diría
riendo a Mario que la había hecho accidentalmen-
te, ya que el balón se había desviado un poco. Na-
die, ni siquiera Vernon, pudo evitar aplaudirle.
Cuando llegó el turno de Vernon, intentó hacer lo
mismo, pero tan sólo al tratar de hacer las diez
dominadas, se dio con el balón en la cara. Karla lo
ayudó a levantarse y él admitió la derrota.
24
—No-no e-e-entiendo. ¿So-soy di-diferente,
pe-pero igual?
—¿Ves que eres tonto, Mario? A ver, cómo te lo
explico, ¿qué tienen en común un helado de cho-
colate con un helado de fresa?
—¿Que-que a-ambos so-so-son he-he-lados?
¿Que-que so-so-son fri-fri-fríos? ¿Que-que ti-ti-
tienen co-cono?
—¿Qué más?
—No-no sé, ¿po-po-por qué me pre-preguntas
eso?
—Lo que tienen en común es que tienen sabor,
tontito. El sabor es diferente, pero ambos poseen
sabor. Aquí pasa lo mismo, eres igual a mí, a las
otras niñas y a los otros niños. Tienes un gusto,
pero no es lo mismo que me gusta a mí ni a Vernon,
por eso eres diferente, y aun así, al igual que los
demás, tienes gustos, ¿entiendes?
—Ma-ma-más o me-menos.
—Todos somos iguales. Hay cosas que sabemos
hacer, nos gustan o nos desagradan. A todos nos
gusta algo, pero a nadie le va a gustar lo mismo que
a los demás. Todos tenemos decisiones que debe-
mos tomar, aunque no todos tomamos las mismas.
Todos tenemos personalidad, aunque no todos
tengan la misma. Además, como tú dijiste, una de
las cosas en común de dos helados con sabor dife-
rente es que ambos son helados, diferentes pero
helados. De la misma forma, todos somos humanos.
Los helados tienen cono, de la misma manera, to-
dos tenemos piernas, pies y brazos. Además, los
helados tienen sabores deliciosos, así como todos
los humanos tienen cualidades que los hacen ma-
ravillosos. En fin, como ya dije, lo que tienen en
común todos los humanos es…
20
—Es que somos diferentes.
—Bien dicho.
Mario observó que los ojos de Karla brillaban
tanto como el sol. Cuando sonó el timbre del final
de recreo, ella se levantó y le dijo:
—¿Vienes?
—Sí, ya voy, só-sólo recojo mis cosas.
—Bueno, nos vemos en el salón, tontín.
—Sí, sabelotodo —dijo él sonriendo.
La práctica se llevó a cabo en la explanada del
colegio. Todos mostraron sus talentos: algunos
pintaban, otros hacían acrobacias, unos bailaban y
unos cuantos intentaban demostrar sus capacidades
físicas. Cuando llegó el turno de Karla, Vernon y
su grupo comenzaron a burlarse, hasta que callaron
por la mirada de la maestra.
—Ahora verán cómo se cae con el balón —mur-
muró Alan Rivera, el mejor amigo de Vernon.
Pero no fue así. Ella elevó el balón y con las dos
piernas hizo diez dominadas, después dio tres vuel-
tas seguidas. Dejó boquiabiertos a todos sus com-
pañeros. Dominó el balón con la cabeza y
finalmente anotó gol de chilena. Más tarde, le diría
riendo a Mario que la había hecho accidentalmen-
te, ya que el balón se había desviado un poco. Na-
die, ni siquiera Vernon, pudo evitar aplaudirle.
Cuando llegó el turno de Vernon, intentó hacer lo
mismo, pero tan sólo al tratar de hacer las diez
dominadas, se dio con el balón en la cara. Karla lo
ayudó a levantarse y él admitió la derrota.
24
—No-no e-e-entiendo. ¿So-soy di-diferente,
pe-pero igual?
—¿Ves que eres tonto, Mario? A ver, cómo te lo
explico, ¿qué tienen en común un helado de cho-
colate con un helado de fresa?
—¿Que-que a-ambos so-so-son he-he-lados?
¿Que-que so-so-son fri-fri-fríos? ¿Que-que ti-ti-
tienen co-cono?
—¿Qué más?
—No-no sé, ¿po-po-por qué me pre-preguntas
eso?
—Lo que tienen en común es que tienen sabor,
tontito. El sabor es diferente, pero ambos poseen
sabor. Aquí pasa lo mismo, eres igual a mí, a las
otras niñas y a los otros niños. Tienes un gusto,
pero no es lo mismo que me gusta a mí ni a Vernon,
por eso eres diferente, y aun así, al igual que los
demás, tienes gustos, ¿entiendes?
—Ma-ma-más o me-menos.
—Todos somos iguales. Hay cosas que sabemos
hacer, nos gustan o nos desagradan. A todos nos
gusta algo, pero a nadie le va a gustar lo mismo que
a los demás. Todos tenemos decisiones que debe-
mos tomar, aunque no todos tomamos las mismas.
Todos tenemos personalidad, aunque no todos
tengan la misma. Además, como tú dijiste, una de
las cosas en común de dos helados con sabor dife-
rente es que ambos son helados, diferentes pero
helados. De la misma forma, todos somos humanos.
Los helados tienen cono, de la misma manera, to-
dos tenemos piernas, pies y brazos. Además, los
helados tienen sabores deliciosos, así como todos
los humanos tienen cualidades que los hacen ma-
ravillosos. En fin, como ya dije, lo que tienen en
común todos los humanos es…
20
—Deberías aprender de él —le dijo Lizet a Ser-
gio. Todos rieron.
Al final del día, cuando Mario les contó a sus
padres sobre Karla y sus amigos, su padre sacó el
mejor pan del día para celebrar que su hijo había
hecho verdaderos amigos y había encontrado a la
“futura nuera”, cosa que él no entendió muy bien,
pero aun así le dio gracia.
Semanas después, la maestra organizó con sus
alumnos una muestra de talentos, donde el mejor
de todos ganaría. En casa de Mario, él y Karla se
reunieron para planear y ayudarse en sus presen-
taciones, mientras comían el pan que su padre les
había preparado. Mario le mostró a Karla varios
videos de ballet para ver qué haría en su presenta-
ción. Ella no sabía nada de ballet (nunca puso aten-
ción en las clases), pero sí sabía cuándo algo era
increíble y le dijo que bailara el ballet de Romeo y
Julieta. De la misma forma, Mario, que nunca en su
vida había jugado futbol, la convenció de que hi-
ciera tres vueltas seguidas y después dominara el
balón. Ambos practicaron para mostrar al día si-
guiente lo que podían hacer.23
Karla le devolvió la sonrisa y dio la vuelta cami-
no al salón. Mientras recogía sus cosas, Mario pen-
só que ella tenía razón, él y Vernon no eran tan
diferentes, y que tampoco era una “niñita tartamu-
da” como le decían en Perú y posteriormente le
diría Vernon, sino que simplemente le gustaba una
cosa que a los demás no. Ese pensamiento le per-
mitió ignorar las burlas de sus compañeros con la
misma indiferencia que Karla. Pero algo de lo que
Mario no se dio cuenta fue que durante el resto del
día no tartamudeó ni una sola vez.
De ahí en adelante, se volvieron inseparables.
En la escuela siempre estaban juntos y los demás
se burlaban diciéndoles: “¡Son novios!”. Fuera de
la escuela, Karla invitó a Mario a su casa, su madre
lo miró con malos ojos y, como hacía con todos los
amigos de su hija, lo consideró una mala influencia.
También invitó a su nuevo amigo a un partido
de futbol. Mario miró asombrado cómo Karla juga-
ba con el balón pegado al pie, como si fuera parte
de su cuerpo. Después del partido, él aceptó ir a
casa de Sergio. Era desastroso jugando videojuegos.
Sin embargo, a la hora de cantar, asombró a todos,
pues cantó sin tartamudear y con una voz que has-
ta la más talentosa de las aves envidiaría.
22
Las sorpresas no terminaron ahí. Después de una
curiosa presentación de lanzamiento de globos de
agua, llegó el momento de Mario. Karla puso la
melodía y él bailó la danza más bella y solemne que
se había visto en la escuela. Al igual que con su
amiga, nadie pudo evitar aplaudir. El resultado del
concurso fue un empate en el primer lugar entre
los dos amigos.
Al día siguiente, nadie se burló de ellos, lo que
resultó extraño. Pero aún más extraño fue cuando
un grupo de niñas y un niño le pidieron a Mario
que les enseñara a bailar. Él aceptó y, con Karla
como su intérprete (pues se le dificultaba expre-
sarse), comenzaron las clases de ballet. Con el
tiempo, más niñas y niños se incorporaron a las
clases, dentro de ese grupo se encontraban Vernon
26
Cuando los alumnos salieron al receso, Karla se
sentó en la parte alta de las gradas, al lado de la
cancha de futbol, Mario apareció y le preguntó:
—¿Pu-pu-puedo se-se-sentarme co-co-con…
—¿Conmigo? Sí, claro, no hay problema.
Se sentó a su lado y sacó la dona que le había
preparado su padre.
—¿Qui-qui-quieres?
—Sí, gracias —ella respondió sonriente y tomó
una mitad de la dona. Mientras los dos comían,
Mario dijo:
—Gra-gra-gracias por de-de…
—¿Defenderte? —dijo Karla sonriendo aún más—
No hay de qué.
—E-e-ellos tienen ra-razón, soy una ni-ni-niña,
so-sólo a la-la-las niñas le-le-les gu-gusta el ba-ba-
llet.
En ese momento, ella lo jaló del cuello y le frotó
la cabeza con el puño cerrado y un poco de fuerza.
—¿Po-po-por qué hi-hiciste eso? —preguntó Ma-
rio mientras se sobaba.
—Porque eres un tonto —le dijo riendo. Aunque
a él le molestó que le dijera tonto, rió con ella, pues
tenía una risa contagiosa—. No eres una niña, eres
diferente y por eso eres igual a los demás.
19
y sus amigos. Del mismo modo, los muchachos que
jugaban futbol en la cancha, invitaron a Karla a
jugar con ellos. Ella aceptó y todos quedaron per-
plejos cuando anotó dos goles desde media cancha.
Al igual que pasó con el equipo del barrio, varias
niñas empezaron a unirse al juego. A pesar de estos
cambios, seguía pasando la mayor parte del tiempo
con su mejor amigo, quien a su vez disfrutaba estar
con ella y sentirse querido. Ambos se prometieron
que pasara lo que pasara, seguirían siendo amigos.
En los días siguientes, se empezó a comportar
como su madre siempre quiso: dejó de ir a los par-
tidos de futbol, comenzó a llevarse y hablar como
las otras niñas, y se distanció de Mario. A él le
pareció raro que ella comenzara a actuar de esa
manera. Fue a la cancha del barrio y le preguntó al
equipo si sabían por qué había cambiado. Ninguno
sabía nada, le dijeron que no había vuelto a jugar
con ellos desde hacía tiempo. En ese momento,
todos se preguntaron qué le estaba pasando a su
amiga.
Al contrario que sus amigos, su madre estaba
encantada con ese cambio y no le importaba saber
por qué su hija había dejado de actuar como antes,
también ignoraba que en la casa se le veía triste y
desanimada, pues sólo le importaba que por fin
actuara “como una niña”.
30
La maestra intentó calmarlos inútilmente, pues
sus regaños eran sofocados por el coro de sus alum-
nos, pero entonces Karla se levantó y… ¡paf!, lanzó
su sándwich al rostro de Vernon. Sus ojos daban la
impresión de lanzar llamaradas de fuego verde,
Vernon se quitó el sándwich de la cara y justo cuan-
do estaba a punto de abalanzarse furioso sobre ella,
la maestra gritó:
—¡Vernon Suárez Urdapilleta! —Vernon volteó
visiblemente intimidado por el tono de la maestra—
¡A Dirección!
De mala gana, se levantó y salió del salón rumbo
a la oficina del director. La maestra se dirigió a
Karla y, aunque el tono de su voz seguía siendo
severo, era más suave:
—Señorita Cervantes (su nombre completo era
Karla Inés Cervantes Lara), lo que hizo estuvo muy
mal, pero como es su primera llamada de atención
en todo el año y es una muy buena alumna, sólo le
bajaré unos puntos de su calificación. Espero que
esto no se repita.
—Sí, maestra.
—Ahora, señor Llosas, levántese y tome asiento.
Mario, que se había escondido debajo de la mesa
de la profesora, se levantó. Parecía que había llora-
do, se sentó detrás de Karla. En ese momento ini-
ciaría una hermosa y duradera amistad.
16
Una noche en la que Karla no podía dormir, es-
cuchó a sus padres discutir por teléfono. Su madre
culpaba a su padre de que ella se comportara como
“una niña extraña” y de que sus amigos le enseña-
ran “cosas de niño”. Cuando finalizó la discusión,
no pudo evitar llorar y pensó que era culpa suya
que sus padres se hubiesen separado.
29
La maestra intentó calmarlos inútilmente, pues
sus regaños eran sofocados por el coro de sus alum-
nos, pero entonces Karla se levantó y… ¡paf!, lanzó
su sándwich al rostro de Vernon. Sus ojos daban la
impresión de lanzar llamaradas de fuego verde,
Vernon se quitó el sándwich de la cara y justo cuan-
do estaba a punto de abalanzarse furioso sobre ella,
la maestra gritó:
—¡Vernon Suárez Urdapilleta! —Vernon volteó
visiblemente intimidado por el tono de la maestra—
¡A Dirección!
De mala gana, se levantó y salió del salón rumbo
a la oficina del director. La maestra se dirigió a
Karla y, aunque el tono de su voz seguía siendo
severo, era más suave:
—Señorita Cervantes (su nombre completo era
Karla Inés Cervantes Lara), lo que hizo estuvo muy
mal, pero como es su primera llamada de atención
en todo el año y es una muy buena alumna, sólo le
bajaré unos puntos de su calificación. Espero que
esto no se repita.
—Sí, maestra.
—Ahora, señor Llosas, levántese y tome asiento.
Mario, que se había escondido debajo de la mesa
de la profesora, se levantó. Parecía que había llora-
do, se sentó detrás de Karla. En ese momento ini-
ciaría una hermosa y duradera amistad.
16
Una noche en la que Karla no podía dormir, es-
cuchó a sus padres discutir por teléfono. Su madre
culpaba a su padre de que ella se comportara como
“una niña extraña” y de que sus amigos le enseña-
ran “cosas de niño”. Cuando finalizó la discusión,
no pudo evitar llorar y pensó que era culpa suya
que sus padres se hubiesen separado.
29
y sus amigos. Del mismo modo, los muchachos que
jugaban futbol en la cancha, invitaron a Karla a
jugar con ellos. Ella aceptó y todos quedaron per-
plejos cuando anotó dos goles desde media cancha.
Al igual que pasó con el equipo del barrio, varias
niñas empezaron a unirse al juego. A pesar de estos
cambios, seguía pasando la mayor parte del tiempo
con su mejor amigo, quien a su vez disfrutaba estar
con ella y sentirse querido. Ambos se prometieron
que pasara lo que pasara, seguirían siendo amigos.
En los días siguientes, se empezó a comportar
como su madre siempre quiso: dejó de ir a los par-
tidos de futbol, comenzó a llevarse y hablar como
las otras niñas, y se distanció de Mario. A él le
pareció raro que ella comenzara a actuar de esa
manera. Fue a la cancha del barrio y le preguntó al
equipo si sabían por qué había cambiado. Ninguno
sabía nada, le dijeron que no había vuelto a jugar
con ellos desde hacía tiempo. En ese momento,
todos se preguntaron qué le estaba pasando a su
amiga.
Al contrario que sus amigos, su madre estaba
encantada con ese cambio y no le importaba saber
por qué su hija había dejado de actuar como antes,
también ignoraba que en la casa se le veía triste y
desanimada, pues sólo le importaba que por fin
actuara “como una niña”.
30
Un día soleado en la escuela de Karla, los alum-
nos de quinto estaban platicando y jugando mien-
tras llegaba la maestra. Cuando llegó, llevaba a su
lado a un niño de pelo castaño y rizado.
—Alumnos, el día de hoy un nuevo compañero
se integra a nuestro salón. Preséntese, señor Llosas.
—Ho-o-la, mi no-nombre e-e-es Mario y vengo
de-de Pe-pe-rú.
—Mu-mucho gu-gusto, Mario —dijo un alumno
llamado Vernon Suárez, en tono de burla.
—Compórtese, señor Suárez —dijo la profesora
levantando la voz—, el señor Llosas tiene un tras-
torno del habla, espero que lo traten con el respe-
to que se merece.
—Sí-sí, pro-profesora —dijo Vernon en voz baja
riéndose.
—Ahora vamos a conocer un poco más a su com-
pañero. ¿Qué cosas le gustan, señor Llosas? ¿Prac-
tica o asiste a clases de algo en especial?
—Sí-sí, me gusta salir en bicicleta, los animales
me-me gustan, el pan que hace mi padre, me
gu-gusta la música y —dijo en voz muy baja—
pra-practico ba-ballet.
—¿Qué dijo, señor Llosas?
—Que-que pra-practico ba-ballet —Mario bajó
la cabeza y se escondió detrás de la maestra. Ver-
non gritó:
—¡Le gusta el ballet, es niña!
Todos empezaron a decir al unísono:
—¡El tartamudo es niña!14
En la tarde, Mario le comentó la situación al
equipo de futbol y todos decidieron ir a casa de
Karla para hablar con ella.
Cuando llegaron, su madre les abrió la puerta y
les dijo:
—Ah, son ustedes, Karla no está, fue a casa de
una de sus nuevas amigas —se esforzó en resaltar
la palabra “amigas”—. ¿Qué quieren?
—Ve-ve-venimos a ha-ha…
—A hablar con Karla —interrumpió Ruth.
—Pues como ya les dije, ella no está, está con
mejores amigos que ustedes, con gente que no le
enseña a hacer “cosas de varones” —ese comenta-
rio molestó a Mario y le recordó lo que le decían
sus compañeros de Perú—. Ahora Karla es igual a
las demás niñas, y no permitiré que arruinen eso
con sus malas influencias.
Entonces Mario explotó:
—Se equivoca.
34
También estaban los tres mediocampistas: Juan,
Emilio y Sergio. Sergio fue quien le negó jugar a
Karla la primera vez que ella quiso. Al principio,
no la aceptaba del todo, pero con el tiempo se
volvieron buenos amigos. Ella solía ir a casa de él
con el resto del equipo, ahí jugaban videojuegos,
comían pizza y a veces ponían canciones y las
cantaban a todo pulmón, esas reuniones le gustaban
mucho.
Su mamá no estaba de acuerdo con esos amigos,
los consideraba “malas influencias”, lo mismo
pensaban varias madres, ya que les prohibían a sus
hijas hablarles o jugar con ellos, aun así, en esa
cancha había encontrado verdaderos amigos.
11
A la mañana siguiente, después del tono del re-
creo, Mario se acercó a Karla.
—Ho-ho-hola.
—Ah, hola, Mario —respondió fríamente.
—Ya-ya no me ha-ha-hablas.
Karla lo miró, él se dio cuenta de que su amiga
estaba llorando, se levantó y lo abrazó con fuerza,
mientras le decía:
—Es mi culpa, mis papás ya no están juntos por
mi culpa.
—Ka-Ka-Karla.
—¡¿Ya vienes?! —gritó una de las niñas con las
que había empezado a llevarse.
—¡Sí, ya voy! —dijo secándose las lágrimas— Nos
vemos, tontín —se despidió y salió del salón.
En la escuela, Karla era la más inteligente de su
clase y sacaba buenas calificaciones en todo… bue-
no, casi todo, porque nunca le había encontrado
pies ni cabeza a las matemáticas, sin embargo, en
lo demás, era una niña muy lista.
En clase, sus compañeras solían insultarla di-
ciéndole “fea”, “cara de sapo”, entre otras cosas.
Pero no era cierto, ella era la niña más bonita de su
salón: era más alta que todas sus compañeras, tenía
ojos verde esmeralda –heredados de su padre– y
una bella cabellera negra –heredada de su madre–.
Contrario a lo que todos decían, era muy cuidado-
sa con su aspecto. En una ocasión le había pregun-
tado a su papá por qué siempre salía arreglado, él
le contestó: “Si te ves bien, te sentirás bien”, debido
a eso, nunca se veía mal vestida o mal peinada,
excepto por las mañanas antes de ir a la escuela.
Era feliz. Hacía lo que le gustaba, tenía amigos,
su madre la quería mucho –pese a todo– y su padre
igual. Sin embargo, se sentía incomprendida. Aun-
que sus amigos la apreciaban, sabía que de todas
maneras la consideraban rara. Necesitaba a alguien
que mirara a través de sus ojos y que ella mirara a
través de los suyos. Ese alguien llegaría, su nombre
era Mario.
12
A la mañana siguiente, después del tono del re-
creo, Mario se acercó a Karla.
—Ho-ho-hola.
—Ah, hola, Mario —respondió fríamente.
—Ya-ya no me ha-ha-hablas.
Karla lo miró, él se dio cuenta de que su amiga
estaba llorando, se levantó y lo abrazó con fuerza,
mientras le decía:
—Es mi culpa, mis papás ya no están juntos por
mi culpa.
—Ka-Ka-Karla.
—¡¿Ya vienes?! —gritó una de las niñas con las
que había empezado a llevarse.
—¡Sí, ya voy! —dijo secándose las lágrimas— Nos
vemos, tontín —se despidió y salió del salón.
En la escuela, Karla era la más inteligente de su
clase y sacaba buenas calificaciones en todo… bue-
no, casi todo, porque nunca le había encontrado
pies ni cabeza a las matemáticas, sin embargo, en
lo demás, era una niña muy lista.
En clase, sus compañeras solían insultarla di-
ciéndole “fea”, “cara de sapo”, entre otras cosas.
Pero no era cierto, ella era la niña más bonita de su
salón: era más alta que todas sus compañeras, tenía
ojos verde esmeralda –heredados de su padre– y
una bella cabellera negra –heredada de su madre–.
Contrario a lo que todos decían, era muy cuidado-
sa con su aspecto. En una ocasión le había pregun-
tado a su papá por qué siempre salía arreglado, él
le contestó: “Si te ves bien, te sentirás bien”, debido
a eso, nunca se veía mal vestida o mal peinada,
excepto por las mañanas antes de ir a la escuela.
Era feliz. Hacía lo que le gustaba, tenía amigos,
su madre la quería mucho –pese a todo– y su padre
igual. Sin embargo, se sentía incomprendida. Aun-
que sus amigos la apreciaban, sabía que de todas
maneras la consideraban rara. Necesitaba a alguien
que mirara a través de sus ojos y que ella mirara a
través de los suyos. Ese alguien llegaría, su nombre
era Mario.
12
Un día soleado en la escuela de Karla, los alum-
nos de quinto estaban platicando y jugando mien-
tras llegaba la maestra. Cuando llegó, llevaba a su
lado a un niño de pelo castaño y rizado.
—Alumnos, el día de hoy un nuevo compañero
se integra a nuestro salón. Preséntese, señor Llosas.
—Ho-o-la, mi no-nombre e-e-es Mario y vengo
de-de Pe-pe-rú.
—Mu-mucho gu-gusto, Mario —dijo un alumno
llamado Vernon Suárez, en tono de burla.
—Compórtese, señor Suárez —dijo la profesora
levantando la voz—, el señor Llosas tiene un tras-
torno del habla, espero que lo traten con el respe-
to que se merece.
—Sí-sí, pro-profesora —dijo Vernon en voz baja
riéndose.
—Ahora vamos a conocer un poco más a su com-
pañero. ¿Qué cosas le gustan, señor Llosas? ¿Prac-
tica o asiste a clases de algo en especial?
—Sí-sí, me gusta salir en bicicleta, los animales
me-me gustan, el pan que hace mi padre, me
gu-gusta la música y —dijo en voz muy baja—
pra-practico ba-ballet.
—¿Qué dijo, señor Llosas?
—Que-que pra-practico ba-ballet —Mario bajó
la cabeza y se escondió detrás de la maestra. Ver-
non gritó:
—¡Le gusta el ballet, es niña!
Todos empezaron a decir al unísono:
—¡El tartamudo es niña!14
En la tarde, Mario le comentó la situación al
equipo de futbol y todos decidieron ir a casa de
Karla para hablar con ella.
Cuando llegaron, su madre les abrió la puerta y
les dijo:
—Ah, son ustedes, Karla no está, fue a casa de
una de sus nuevas amigas —se esforzó en resaltar
la palabra “amigas”—. ¿Qué quieren?
—Ve-ve-venimos a ha-ha…
—A hablar con Karla —interrumpió Ruth.
—Pues como ya les dije, ella no está, está con
mejores amigos que ustedes, con gente que no le
enseña a hacer “cosas de varones” —ese comenta-
rio molestó a Mario y le recordó lo que le decían
sus compañeros de Perú—. Ahora Karla es igual a
las demás niñas, y no permitiré que arruinen eso
con sus malas influencias.
Entonces Mario explotó:
—Se equivoca.
34
También estaban los tres mediocampistas: Juan,
Emilio y Sergio. Sergio fue quien le negó jugar a
Karla la primera vez que ella quiso. Al principio,
no la aceptaba del todo, pero con el tiempo se
volvieron buenos amigos. Ella solía ir a casa de él
con el resto del equipo, ahí jugaban videojuegos,
comían pizza y a veces ponían canciones y las
cantaban a todo pulmón, esas reuniones le gustaban
mucho.
Su mamá no estaba de acuerdo con esos amigos,
los consideraba “malas influencias”, lo mismo
pensaban varias madres, ya que les prohibían a sus
hijas hablarles o jugar con ellos, aun así, en esa
cancha había encontrado verdaderos amigos.
11
—¿Qué dices, niño?
—Que se equivoca, nosotros no le enseñamos
nada a Karla, al contrario, ella nos enseñó a noso-
tros.
Michelle intervino:
—Ella me enseñó que todo se podía si me esfor-
zaba —recordó las tardes en las que se quedaba con
Karla a practicar—, me ayudó a ser mejor jugadora
de futbol y siempre me impulsa a dar lo máximo.
Ese día no hubo llanto. Karla anotó un triplete al
portero contrario que era seis años mayor que ella,
y cuando la derribó un muchacho robusto llamado
Milo Brizuela, se levantó casi al instante y recuperó
el balón para darle el pase de gol a Aureliano, quien
anotó y les hizo ganar el partido. A partir de ese día,
se volvió titular en el equipo del barrio.
Dos años después, Aureliano se fue a las fuerzas
básicas del Veracruz, y pese a ser la menor, fue ele-
gida como la nueva capitana. Impulsadas por verla
jugar, otras niñas se incorporaron al equipo. Estaba
Lizet, una niña de baja estatura, pero increíblemen-
te ágil al saltar y con reflejos que hasta el más hábil
de los gatos envidiaría, por lo que se volvió la portera
del equipo. Michelle, una muchacha que al inicio era
algo torpe con el balón, pero con ayuda de Karla, se
volvió su compañera perfecta en la delantera.
Después estaba Ruth, una chica robusta y el mayor
temor de los delanteros contrarios, pues de ella
nadie pasaba en la defensa, y si lo hacían, Lizet
detenía la pelota con enorme agilidad y, con una
fuerte patada, mandaba el balón a Michelle o Karla
para anotar gol. 10
Cuando Karla llegó, su madre notó que había
perdido su encanto, su risa ya no era contagiosa,
ahora su sonrisa era falsa. Cuando la miró a los ojos,
observó que se habían vuelto de un verde oscuro
triste, casi gris. Recordó cómo brillaban el día en
que regresó a casa con tierra en las rodillas, dicién-
dole con entusiasmo que había anotado tres goles,
pero ella sólo le había respondido que no hiciera
“cosas de niños”. Recordó cómo le había contesta-
do cuando la invitó a jugar a los superhéroes o
cuando le enseñó su dibujo del hombre murciélago.
Al recordar todo esto, la frase de Karla cobró sen-
tido. Su madre la abrazó fuertemente y le dijo:
—No es tu culpa, hija, es mía.
—¡Mamá!
—Tu padre y yo nos separamos por cosas de
adultos, no fue por tu culpa. Nosotros te amamos
más que a nada en el mundo y yo debí de hacerlo
sin importar cómo fueras. Lo siento, mi amor.
—Mami, no llores.
Las dos se abrazaron. Su madre le dijo:
—Mañana te iré a ver al futbol, ¿de acuerdo?
—¿En serio, mamá? ¿De verdad irás?
—Sí, hija, a partir de ahora iré a todos tus parti-
dos —su madre se alegró al ver que los ojos de su
hija volvían a brillar como la primera vez que re-
gresó a casa del futbol—, y si quieres después po-
drás invitar a todos tus amigos a la casa.
38
Ruth y Lizet hablaron:
—Ella nos ayudó a aprovechar lo que teníamos
y a no subestimarnos ni limitarnos —dijo Lizet.
—Una vez me dijo que no me importara lo que
me dijeran los demás, que yo era especial —men-
cionó Ruth, quien recordó la ocasión en la que
Karla la defendió cuando el equipo contrario la
molestaba por su complexión.
—Con ella aprendí que todos pueden hacer lo
que deseen sin importar qué o quién sean —habló
Sergio recordando la primera vez que la vio jugar.
—Karla me enseñó que no soy raro, sólo me
gustan cosas diferentes a los demás. Me enseñó que
todos somos iguales, ¿nunca le dijo que lo que te-
nemos todos en común es que somos diferentes?
—agregó Mario.
La madre de Karla recordó cuando su hija se lo
dijo en una de sus acostumbradas discusiones. Ese
día le contestó: “no digas incoherencias, hija”. Para
los adultos lo incoherente suele ser lo que no en-
tienden.
—Ella cree que si cambia, usted y su padre vol-
verán a estar juntos. Si usted cree que es feliz sien-
do así, vea sus ojos —dijo Mario. Todos se
sorprendieron al notar que en ningún momento
había tartamudeado—. Nos vemos, señora.
Entonces Mario y los demás se dieron la vuelta
y regresaron a sus casas. La señora se quedó pen-
sando en lo que le habían dicho los niños.36
y era el responsable de sus gustos. Era quien le
había enseñado que “todo es para todos”, además,
le enviaba tenis, balones de futbol y playeras del
Barcelona, su equipo favorito (aunque también le
gustaba el Veracruz).
Era una excelente jugadora de futbol y la capita-
na del equipo del barrio, sus únicos amigos estaban
en esa cancha. Todavía recuerda la primera vez que
quiso jugar, tenía seis años.
—Lo siento, Karlita, no te podemos dejar jugar
—le dijo uno de los muchachos.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—No te queremos lastimar —le contestó—, no
queremos que llores.
—Déjenla jugar, no pasa nada —intervino Aure-
liano Márquez, el capitán del equipo.
—Bueno —contestó otro jugador—, pero si lloras,
te sales.
—Me parece bien —respondió desafiante, su
mirada demostraba decisión.
La madre de Karla tampoco estaba de acuerdo
con el comportamiento de su hija, intentaba que
ella fuera “como las otras niñas” y trataba que hi-
ciera “cosas de niñas”. Siempre que su mamá insis-
tía con eso, ella contestaba: “Mamá, todo es para
todos”.
Sin embargo, su mamá no entendía y seguía in-
tentando que Karla fuera como ella deseaba. A veces
a los adultos les cuesta entender cuando un niño
tiene razón. Su madre hacía reuniones con amigas
y las hijas de sus amigas, con la esperanza de que
jugara con ellas y “agarrara sus costumbres”, aunque
estas reuniones casi siempre terminaban con las
niñas burlándose de Karla (aunque eso no le impor-
taba) y con las madres criticándola. Su mamá tam-
bién intentaba que practicara ballet, aunque ella
prefería leer cómics, dibujar y jugar futbol.
El padre de Karla era un escritor que vivía en
España, se había separado de su madre cuando ella
era una pequeña de cuatro años, se llamaba Gabriel,
8
Ruth y Lizet hablaron:
—Ella nos ayudó a aprovechar lo que teníamos
y a no subestimarnos ni limitarnos —dijo Lizet.
—Una vez me dijo que no me importara lo que
me dijeran los demás, que yo era especial —men-
cionó Ruth, quien recordó la ocasión en la que
Karla la defendió cuando el equipo contrario la
molestaba por su complexión.
—Con ella aprendí que todos pueden hacer lo
que deseen sin importar qué o quién sean —habló
Sergio recordando la primera vez que la vio jugar.
—Karla me enseñó que no soy raro, sólo me
gustan cosas diferentes a los demás. Me enseñó que
todos somos iguales, ¿nunca le dijo que lo que te-
nemos todos en común es que somos diferentes?
—agregó Mario.
La madre de Karla recordó cuando su hija se lo
dijo en una de sus acostumbradas discusiones. Ese
día le contestó: “no digas incoherencias, hija”. Para
los adultos lo incoherente suele ser lo que no en-
tienden.
—Ella cree que si cambia, usted y su padre vol-
verán a estar juntos. Si usted cree que es feliz sien-
do así, vea sus ojos —dijo Mario. Todos se
sorprendieron al notar que en ningún momento
había tartamudeado—. Nos vemos, señora.
Entonces Mario y los demás se dieron la vuelta
y regresaron a sus casas. La señora se quedó pen-
sando en lo que le habían dicho los niños. 36
y era el responsable de sus gustos. Era quien le
había enseñado que “todo es para todos”, además,
le enviaba tenis, balones de futbol y playeras del
Barcelona, su equipo favorito (aunque también le
gustaba el Veracruz).
Era una excelente jugadora de futbol y la capita-
na del equipo del barrio, sus únicos amigos estaban
en esa cancha. Todavía recuerda la primera vez que
quiso jugar, tenía seis años.
—Lo siento, Karlita, no te podemos dejar jugar
—le dijo uno de los muchachos.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—No te queremos lastimar —le contestó—, no
queremos que llores.
—Déjenla jugar, no pasa nada —intervino Aure-
liano Márquez, el capitán del equipo.
—Bueno —contestó otro jugador—, pero si lloras,
te sales.
—Me parece bien —respondió desafiante, su
mirada demostraba decisión.
La madre de Karla tampoco estaba de acuerdo
con el comportamiento de su hija, intentaba que
ella fuera “como las otras niñas” y trataba que hi-
ciera “cosas de niñas”. Siempre que su mamá insis-
tía con eso, ella contestaba: “Mamá, todo es para
todos”.
Sin embargo, su mamá no entendía y seguía in-
tentando que Karla fuera como ella deseaba. A veces
a los adultos les cuesta entender cuando un niño
tiene razón. Su madre hacía reuniones con amigas
y las hijas de sus amigas, con la esperanza de que
jugara con ellas y “agarrara sus costumbres”, aunque
estas reuniones casi siempre terminaban con las
niñas burlándose de Karla (aunque eso no le impor-
taba) y con las madres criticándola. Su mamá tam-
bién intentaba que practicara ballet, aunque ella
prefería leer cómics, dibujar y jugar futbol.
El padre de Karla era un escritor que vivía en
España, se había separado de su madre cuando ella
era una pequeña de cuatro años, se llamaba Gabriel,
8
—¿Qué dices, niño?
—Que se equivoca, nosotros no le enseñamos
nada a Karla, al contrario, ella nos enseñó a noso-
tros.
Michelle intervino:
—Ella me enseñó que todo se podía si me esfor-
zaba —recordó las tardes en las que se quedaba con
Karla a practicar—, me ayudó a ser mejor jugadora
de futbol y siempre me impulsa a dar lo máximo.
Ese día no hubo llanto. Karla anotó un triplete al
portero contrario que era seis años mayor que ella,
y cuando la derribó un muchacho robusto llamado
Milo Brizuela, se levantó casi al instante y recuperó
el balón para darle el pase de gol a Aureliano, quien
anotó y les hizo ganar el partido. A partir de ese día,
se volvió titular en el equipo del barrio.
Dos años después, Aureliano se fue a las fuerzas
básicas del Veracruz, y pese a ser la menor, fue ele-
gida como la nueva capitana. Impulsadas por verla
jugar, otras niñas se incorporaron al equipo. Estaba
Lizet, una niña de baja estatura, pero increíblemen-
te ágil al saltar y con reflejos que hasta el más hábil
de los gatos envidiaría, por lo que se volvió la portera
del equipo. Michelle, una muchacha que al inicio era
algo torpe con el balón, pero con ayuda de Karla, se
volvió su compañera perfecta en la delantera.
Después estaba Ruth, una chica robusta y el mayor
temor de los delanteros contrarios, pues de ella
nadie pasaba en la defensa, y si lo hacían, Lizet
detenía la pelota con enorme agilidad y, con una
fuerte patada, mandaba el balón a Michelle o Karla
para anotar gol. 10
Cuando Karla llegó, su madre notó que había
perdido su encanto, su risa ya no era contagiosa,
ahora su sonrisa era falsa. Cuando la miró a los ojos,
observó que se habían vuelto de un verde oscuro
triste, casi gris. Recordó cómo brillaban el día en
que regresó a casa con tierra en las rodillas, dicién-
dole con entusiasmo que había anotado tres goles,
pero ella sólo le había respondido que no hiciera
“cosas de niños”. Recordó cómo le había contesta-
do cuando la invitó a jugar a los superhéroes o
cuando le enseñó su dibujo del hombre murciélago.
Al recordar todo esto, la frase de Karla cobró sen-
tido. Su madre la abrazó fuertemente y le dijo:
—No es tu culpa, hija, es mía.
—¡Mamá!
—Tu padre y yo nos separamos por cosas de
adultos, no fue por tu culpa. Nosotros te amamos
más que a nada en el mundo y yo debí de hacerlo
sin importar cómo fueras. Lo siento, mi amor.
—Mami, no llores.
Las dos se abrazaron. Su madre le dijo:
—Mañana te iré a ver al futbol, ¿de acuerdo?
—¿En serio, mamá? ¿De verdad irás?
—Sí, hija, a partir de ahora iré a todos tus parti-
dos —su madre se alegró al ver que los ojos de su
hija volvían a brillar como la primera vez que re-
gresó a casa del futbol—, y si quieres después po-
drás invitar a todos tus amigos a la casa.
38
No tenía amigos en la escuela. Las niñas y los
niños la creían extraña y se burlaban de ella, di-
ciéndole frases como “eres niño” o “eres fea”.
Pero nada de eso le importaba, actuaba como
una persona, le gustaban cosas, le desagradaban
otras (las berenjenas y las espinacas, por ejemplo),
sabía hacer varias cosas y otras no, y según ella, en
lo que todos los humanos nos parecemos es que
somos diferentes. Vaya disparate de frase, ¿verdad?
Continúen leyendo y la entenderán.6
Después del partido, todos fueron a celebrar a
su casa. Su madre preparó unos deliciosos tamales
de frijol y unas sabrosas enchiladas rojas. Mientas
comían, Karla le dijo a Mario:
—Gracias.
—¿Po-po-por qué?
—Por ser mi mejor amigo, tontín. ¿Por qué más?
—No me re-re-regañes, sa-sa-sabelotodo.
—Te quiero, Mario.
—Yo también te quiero, Karla.
Y ahí estaban los dos amigos, tan iguales, tan
distintos. Cuando Mario miró los bellos ojos verdes
de Karla, brillaban como las más majestuosas de
las estrellas.
42
Samuel Antonio Hernández LaraJulia Polanco
Ilustradora
una humana
Karla tenía diez años, cursaba el quinto grado
de primaria y vivía con su madre en Xalapa.
Era una niña como cualquier otra, con boca, ojos,
nariz, dos piernas, brazos. Pensaba, sentía y habla-
ba como cualquier niña de su edad o, más bien,
como cualquier otro ser humano, pues para ella no
había diferencia entre los niños y las niñas, no en-
tendía por qué había “cosas para niños” y “cosas
para niñas”, porque estaba convencida de que todo
era para todos.
Le gustaban las historietas de superhéroes y los
videojuegos, más que las muñecas. Prefería salir a
jugar futbol, pero cuando no la dejaban, utilizaba
a sus muñecas para crear increíbles historias de
heroínas y héroes.
4
—Te quiero, mamá.
—Yo también, hija. Te quiero mucho.
Al día siguiente, Karla fue con su madre al cam-
po de futbol. Mario y el resto del equipo se alegra-
ron de verla, ya que ese día jugaban la final del
campeonato. Ese partido acabó 9-1, ella anotó tres
goles y el resto del equipo, incluso la pequeña Lizet,
también anotaron.
Karla tenía diez años, cursaba el quinto grado
de primaria y vivía con su madre en Xalapa.
Era una niña como cualquier otra, con boca, ojos,
nariz, dos piernas, brazos. Pensaba, sentía y habla-
ba como cualquier niña de su edad o, más bien,
como cualquier otro ser humano, pues para ella no
había diferencia entre los niños y las niñas, no en-
tendía por qué había “cosas para niños” y “cosas
para niñas”, porque estaba convencida de que todo
era para todos.
Le gustaban las historietas de superhéroes y los
videojuegos, más que las muñecas. Prefería salir a
jugar futbol, pero cuando no la dejaban, utilizaba
a sus muñecas para crear increíbles historias de
heroínas y héroes.
4
—Te quiero, mamá.
—Yo también, hija. Te quiero mucho.
Al día siguiente, Karla fue con su madre al cam-
po de futbol. Mario y el resto del equipo se alegra-
ron de verla, ya que ese día jugaban la final del
campeonato. Ese partido acabó 9-1, ella anotó tres
goles y el resto del equipo, incluso la pequeña Lizet,
también anotaron.
GOBIERNO DEL ESTADO DE VERACRUZDE IGNACIO DE LA LLAVE
Miguel Ángel Yunes Linares Gobernador del Estado
Rogelio Franco CastánSecretario de Gobierno
Elideth Eloss SotoEncargada de la Editora de Gobierno
Séptimo Concurso de Cuento Infantil 2017Categoría infantilSegundo lugarTítulo de la obra: Karla, una humanaAutor: Samuel Antonio Hernández LaraDirectora de arte: Bredna LagoIlustraciones y formación: Julia S. Polanco Chuzeville
Primera edición: 2018ISBN: 978-607-8489-35-0© Derechos reservadosEditora de Gobierno del Estado de VeracruzKm 16.5 de la carretera federal Xalapa-VeracruzC.P. 91639, Emiliano Zapata, Veracruz, México
Impreso y hecho en México
Karla, una humana de Samuel Antonio Hernández Lara se imprimió en septiembre de 2018,
en la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, siendo Gobernador del Estado, Miguel
Ángel Yunes Linares y Encargada de la Editora de Gobierno, Elideth Eloss Soto. Cuidado
de la edición: Vanessa Aragón Flores. Corrección: Marlén Gutiérrez. Ilustraciones: Julia
Polanco de la Universidad Gestalt de Diseño. El tiraje consta de 300 ejemplares más so-
brantes para reposición.
una humana