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DOSSIER Espacio y cultura 8 TRA TRA TRA TRA TRAYECT YECT YECT YECT YECTORIAS AÑO VII, NO. 1 ORIAS AÑO VII, NO. 1 ORIAS AÑO VII, NO. 1 ORIAS AÑO VII, NO. 1 ORIAS AÑO VII, NO. 17 7 7 7 7 ENERO-ABRIL 2005 G I L B E R T O G I M É N E Z Ter er er er errit it it it itor or or or orio e iden io e iden io e iden io e iden io e identida tida tida tida tidad Brev Brev Brev Brev Brev e introducción a la g e introducción a la g e introducción a la g e introducción a la g e introducción a la g eo eo eo eo eo gr gr gr gr gr afía cultur afía cultur afía cultur afía cultur afía cultur al al al al al R esulta sorprendente el desconocimiento re- cíproco que todavía existe –sobre todo en México– entre antropólogos y sociólogos, por un lado, y geógrafos, por otro, a pesar de que estos últimos han intentado desbordar –por lo menos desde los años setenta– la perspectiva me- ramente naturalista para definir su disciplina tam- bién como una ciencia social. 1 Y de hecho, la llamada nueva geografía no parece hacer otra cosa en nues- tros días sino subsumir y replantear, bajo su propia óptica, los mismos problemas que afrontan nuestras disciplinas en el campo de la economía (geografía económica), del poder político (geografía del poder), de la cultura (geografía cultural), de la comunica- ción (geografía de la comunicación), de las relacio- nes internacionales (geopolítica) y hasta de la globa- lización (geografía del espacio mundial). De este modo se produce una situación paradójica: por un lado están las ciencias sociales tal como las practican los antropólogos y los sociólogos, y por otro las cien- cias sociales como las practican los geógrafos de modo paralelo. Esta compartimentación absurda debe termi- nar. Ha llegado el momento de acercarnos a los geó- grafos para compenetrarnos con su modo de traba- jar y de plantear los problemas, cosa que han hecho ya, por su lado, los historiadores siguiendo el ejem- plo de Fernand Braudel (1986) en su Identité de la France. Uno de los beneficios invaluables que podría- mos esperar de este acercamiento transdisciplinario podría ser la recuperación del sentido del contexto espacio-temporal o geohistórico como matriz indiso- ciable de los hechos sociales que constituyen nuestro objeto de estudio. Los geógrafos nos han reprocha- do muchas veces el hecho de hacer girar las ciencias sociales en un espacio vacío y sin dimensiones. Y sa- bemos que éste es precisamente el problema que ha venido a instalarse en el centro del debate contem- poráneo sobre el estatuto epistemológico de las cien- cias sociales, incluidas la antropología y la sociología (Passeron, 1991; Berthelot, 2000). Éstas tienden a definirse en nuestros días como ciencias empíricas de observación del mundo histórico que, por defini- ción, es indisociable de un determinado contexto es- pacio-temporal (Giménez, 1995). En lo que sigue nos proponemos presentar, a fuer de sociólogos y antropólogos, una síntesis apre- * Una versión preliminar de este trabajo fue presentada como ponencia en la XXVI Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, realizada en Zacatecas del 29 de Julio al 3 de Agosto de 2001. Se podrá encontrar un desarrollo más amplio de este mismo tema en Giménez, 2000: 19-52. 1 Felizmente, las cosas parecen estar cambiando últimamente, a juzgar por la aparición de una serie de monografías sociológicas y antropológicas importantes que han intentado apropiarse de algunos de los conceptos básicos de la nueva geografía social, en actitud abiertamente transdisciplinaria. Véanse, por ejemplo, Barabas, 2003; Millán y Valle, 2003: Castorena, 2003; Contreras, 2002; y Bozzano, 2000. *

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88888 TRATRATRATRATRAYECTYECTYECTYECTYECTORIAS AÑO VII, NO. 1ORIAS AÑO VII, NO. 1ORIAS AÑO VII, NO. 1ORIAS AÑO VII, NO. 1ORIAS AÑO VII, NO. 17 7 7 7 7 ENERO-ABRIL 2005

G I L B E R T O G I M É N E Z

TTTTTerererererrrrrritititititorororororio e idenio e idenio e idenio e idenio e identidatidatidatidatidadddddBrevBrevBrevBrevBreve introducción a la ge introducción a la ge introducción a la ge introducción a la ge introducción a la geoeoeoeoeogrgrgrgrgrafía culturafía culturafía culturafía culturafía culturalalalalal

Resulta sorprendente el desconocimiento re-cíproco que todavía existe –sobre todo enMéxico– entre antropólogos y sociólogos,por un lado, y geógrafos, por otro, a pesar

de que estos últimos han intentado desbordar –porlo menos desde los años setenta– la perspectiva me-ramente naturalista para definir su disciplina tam-bién como una ciencia social.1 Y de hecho, la llamadanueva geografía no parece hacer otra cosa en nues-tros días sino subsumir y replantear, bajo su propiaóptica, los mismos problemas que afrontan nuestrasdisciplinas en el campo de la economía (geografíaeconómica), del poder político (geografía del poder),de la cultura (geografía cultural), de la comunica-ción (geografía de la comunicación), de las relacio-nes internacionales (geopolítica) y hasta de la globa-lización (geografía del espacio mundial). De estemodo se produce una situación paradójica: por un

lado están las ciencias sociales tal como las practicanlos antropólogos y los sociólogos, y por otro las cien-cias sociales como las practican los geógrafos demodo paralelo.

Esta compartimentación absurda debe termi-nar. Ha llegado el momento de acercarnos a los geó-grafos para compenetrarnos con su modo de traba-jar y de plantear los problemas, cosa que han hechoya, por su lado, los historiadores siguiendo el ejem-plo de Fernand Braudel (1986) en su Identité de laFrance. Uno de los beneficios invaluables que podría-mos esperar de este acercamiento transdisciplinariopodría ser la recuperación del sentido del contextoespacio-temporal o geohistórico como matriz indiso-ciable de los hechos sociales que constituyen nuestroobjeto de estudio. Los geógrafos nos han reprocha-do muchas veces el hecho de hacer girar las cienciassociales en un espacio vacío y sin dimensiones. Y sa-bemos que éste es precisamente el problema que havenido a instalarse en el centro del debate contem-poráneo sobre el estatuto epistemológico de las cien-cias sociales, incluidas la antropología y la sociología(Passeron, 1991; Berthelot, 2000). Éstas tienden adefinirse en nuestros días como ciencias empíricasde observación del mundo histórico que, por defini-ción, es indisociable de un determinado contexto es-pacio-temporal (Giménez, 1995).

En lo que sigue nos proponemos presentar, afuer de sociólogos y antropólogos, una síntesis apre-

* Una versión preliminar de este trabajo fue presentada comoponencia en la XXVI Mesa Redonda de la Sociedad Mexicanade Antropología, realizada en Zacatecas del 29 de Julio al 3 deAgosto de 2001. Se podrá encontrar un desarrollo más amplio deeste mismo tema en Giménez, 2000: 19-52.1 Felizmente, las cosas parecen estar cambiando últimamente, ajuzgar por la aparición de una serie de monografías sociológicasy antropológicas importantes que han intentado apropiarse dealgunos de los conceptos básicos de la nueva geografía social, enactitud abiertamente transdisciplinaria. Véanse, por ejemplo,Barabas, 2003; Millán y Valle, 2003: Castorena, 2003; Contreras,2002; y Bozzano, 2000.

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99999TRATRATRATRATRAYECTYECTYECTYECTYECTORIAS AÑO VII, NO. 1ORIAS AÑO VII, NO. 1ORIAS AÑO VII, NO. 1ORIAS AÑO VII, NO. 1ORIAS AÑO VII, NO. 17 7 7 7 7 ENERO-ABRIL 2005

Territorio e identidad

tada de los conceptos centrales de la nueva geografíacultural, seguida –a título de ilustración– de un ensa-yo de aplicación derivado de una investigación em-pírica realizada a fines de los noventa en el valle deAtlixco, Puebla, en la que se adopta precisamenteuna perspectiva regional y geo-cultural.

EL TERRITEL TERRITEL TERRITEL TERRITEL TERRITORIO COMO ESPORIO COMO ESPORIO COMO ESPORIO COMO ESPORIO COMO ESPAAAAACIOCIOCIOCIOCIO“““““APRAPRAPRAPRAPROPIADO”OPIADO”OPIADO”OPIADO”OPIADO”

El primer concepto que nos proponemos recuperarde la nueva geografía es el de territorio o territoriali-dad. Se trata de un concepto extraordinariamenteimportante, no sólo para entender las identidadessociales territorializadas, como las de los gruposétnicos, por ejemplo, sino también para encuadraradecuadamente los fenómenos del arraigo, del ape-go y del sentimiento de pertenencia socio-territorial,así como los de la movilidad, los de las migracionesinternacionales y hasta los de la globalización.

Según la concepción hoy dominante entre losgeógrafos franceses y suizos (Raffestin, 1980; DiMeo, 1998; Scheibling, 1994; Hoerner, 1996), se en-tiende por territorio el espacio apropiado2 por un gru-po social para asegurar su reproducción y la satis-facción de sus necesidades vitales, que pueden sermateriales o simbólicos3. En esta definición, el espa-

cio se considera como la materia prima a partir de lacual se construye el territorio y, por lo mismo, ten-dría una posición de anterioridad con respecto a esteúltimo. Dicho de otro modo: al margen de sus con-notaciones geométricas abstractas o kantianas, el es-pacio sería una porción cualquiera de la superficieterrestre considerada antecedentemente a toda repre-sentación y a toda práctica.

El proceso de apropiación sería entonces con-substancial al territorio. Este proceso, marcado porconflictos, permite explicar de qué manera el terri-torio es producido, regulado y protegido en interésde los grupos de poder. Es decir, la territorialidadresulta indisociable de las relaciones de poder, comolo ha demostrado brillantemente Raffestin (1980) ensu obra clásica Pour une géographie du pouvoir. Enefecto, bajo la perspectiva que estamos asumiendo elespacio no es sólo un dato, sino también un recursoescaso debido a su finitud intrínseca, y por lo mis-mo, constituye un objeto en disputa permanente den-tro de las coordenadas del poder.

2 La apropiación supone productores, actores y “consumidores”del espacio, como son entre otros el Estado, las colectividadeslocales, las empresas, los individuos, etc. (Scheibling, 1994)3 Desde esta perspectiva, la historia de la humanidad podría versecomo la historia de la apropiación progresiva del espacio por losgrupos humanos en función de sus necesidades económicas, so-ciales y políticas. He aquí otras definiciones equivalentes: “El te-rritorio [...] es aquella porción del espacio apropiada por las so-ciedades humanas para desplegar en ella sus actividadesproductivas, sociales, políticas, culturales y afectivas, y a la vezinscribir en ella sus estrategias de desarrollo y, todavía más, paraexpresar en el curso del tiempo su identidad profunda mediantela señalización de los lugares” (Lecoquierre y Steck, 1999: 47);“Se entiende por territorio todo espacio socializado y apropiadopor sus habitantes, cualquiera sea su extensión” (Baud, Bourgeaty Bras, 1997: 130). Roger Brunet llama “espacio geográfico” –por oposición a “espacio natural” o a “medio ambiente” (milieu)–a lo que sus demás colegas llaman territorio.

El proceso de apropiaciónsería entoncesconsubstancial alterritorio. Este proceso,marcado por conflictos,permite explicar de quémanera el territorio esproducido, regulado yprotegido en interés de losgrupos de poder.

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En términos más concretos, la apropiación delespacio se realiza siempre a través de operacionesque se acomodan obligadamente a la sintaxiseuclidiana. Es decir, en todos los casos se trata demanipular líneas, puntos y redes sobre una determi-nada superficie.4 O, lo que es lo mismo, se trata deoperaciones de delimitación de fronteras, de controly jerarquización de puntos nodales (ciudades, po-blaciones, islas...), y del trazado de rutas, de vías decomunicación y de toda clase de redes. Para perca-tarse de ello, dice Raffestin, (1980:131),

bastaría con analizar desde el Renacimiento las grandespolíticas espaciales de los Estados en relación con sus rea-lizaciones territoriales. En su voluntad de lograr una sali-da al mar, de preservar el acceso a las rutas, de implantarpoblaciones, de hacer coincidir la frontera con una líneade picos o un río, los Estados han modulado sus políticassegún una axiomática no declarada, pero bien presente ybien real.

Según este mismo autor, las prácticas espacia-les a través de las cuales se fabrica un territorio sereducen analíticamente a tres operaciones estratégi-cas: división o partición de superficies (“maillages”);implantación de nudos (nœuds); y construcción deredes (réseaux). Estas operaciones de apropiación delespacio pueden darse en función de imperativos eco-nómicos, políticos, sociales y culturales. De aquí re-sulta lo que el mismo autor llama “sistema territorial”,que resumiría el estado de la producción territorial enun momento y lugar determinados (Ibid, p. 137).

Aquí vamos a simplificar este “sistema” dicien-do que la apropiación del espacio puede ser predo-minantemente utilitaria y funcional, o predominan-temente simbólico-cultural. Por ejemplo, cuando seconsidera el territorio como mercancía generadorade renta (valor de cambio), como fuente de recur-

4 Roger Brunet llama “corema” a la combinación de estas dimen-siones (Scheibling, 1994).

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sos, como medio de subsistencia, como ámbito dejurisdicción del poder, como área geopolítica de con-trol militar, como abrigo y zona de refugio, etc., seestá enfatizando el polo utilitario o funcional de laapropiación del espacio. En cambio, cuando se loconsidera como lugar de inscripción de una historiao de una tradición, como la tierra de los antepasa-dos, como recinto sagrado, como repertorio degeosímbolos, como reserva ecológica, como bienambiental, como patrimonio valorizado, como solarnativo, como paisaje natural, como símbolo metoní-mico de la comunidad o como referente de la identi-dad de un grupo, se está enfatizando el polo simbó-lico-cultural de la apropiación del espacio. Comodecíamos más arriba, esta dimensión cultural del te-rritorio es de capital importancia para entender, porejemplo, la territorialidad étnica. (Barabas, 2003: 20ss.) Entre los grupos étnicos se dan situaciones enlas que la apropiación misma asume un carácter to-talmente simbólico, como en el caso de los yaquis deSonora, que ratifican anualmente la posesión de suterritorio mediante un recorrido ceremonial de nor-te a sur atravesando los ocho pueblos tradicionales(Olavarría, 1999, 120 ss.). Por lo demás, el espaciogeográfico yaqui –constituido concéntricamente porel territorio, los ocho pueblos, el pueblo, el tebat opatio, la iglesia, el altar y el hogar– es percibido pri-mariamente por sus habitantes como un espacio cua-si-sagrado pletórico de geosímbolos 5 (ibid., p. 81).

NANANANANATURALEZA MULTURALEZA MULTURALEZA MULTURALEZA MULTURALEZA MULTIESCTIESCTIESCTIESCTIESCALARALARALARALARALARDEL TERRITORIODEL TERRITORIODEL TERRITORIODEL TERRITORIODEL TERRITORIO

Entendido como espacio apropiado, el territorio esde naturaleza multiescalar. Es decir, puede ser apre-

hendido en diferentes niveles de la escala geográfi-ca6: local, regional, nacional, plurinacional, mundial.

El nivel más elemental sería el de la casa-habi-tación, no importa que se trate de una mansión, deuna tienda de campaña o de un vagón de ferrocarril.Nuestra casa es “nuestro rincón en el mundo”, comodecía Gastón Bachelard, nuestro territorio más ínti-mo e inmediato, o también, la prolongación territo-rial de nuestro cuerpo. Como territorio inmediato ya priori del hombre, la casa desempeña una funciónindispensable de mediación entre el “yo” y el mundoexterior, entre nuestra interioridad y la exterioridad,entre “adentro” y “afuera”.

5 Un “geosímbolo” se define como “un lugar, un itinerario, unaextensión o un accidente geográfico que por razones políticas,religiosas o culturales revisten a los ojos de ciertos pueblos o gru-pos sociales una dimensión simbólica que alimenta y conforta suidentidad” (Bonnemaison, 1981: 256).

6 En geografía, el término escala designa la serie ordenada dedimensiones de un espacio, de un fenómeno o de un proceso:local, regional, nacional, plurinacional, mundial (Gérin-Grataloup,1995). En términos más técnicos diríamos que la escala, en sen-tido cartográfico, es la relación entre las distancias territorialesmedidas y las distancias cartografiadas. Cuanto más pequeña esla escala elegida (1 / 1 000 000, por ejemplo), el mapa correspon-diente será más pobre en informaciones y se asemejará más a unesquema. Por el contrario, un mapa a gran escala (1 / 25 000, porejemplo) es más rico en informaciones y se acerca más a la reali-dad.

Entre los grupos étnicos sedan situaciones en las quela apropiación misma asumeun carácter totalmentesimbólico, como en el caso delos yaquis de Sonora, queratifican anualmente laposesión de su territoriomediante un recorridoceremonial.

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El siguiente nivel sería el de los “territorios próxi-mos” (Hoerner, 1996: 32), que de alguna manera pro-longan la casa: es decir, el pueblo, el barrio, el munici-pio, la ciudad. Se trata del nivel local, que frecuentementees objeto de afección y apego, y cuya función centralsería la organización “de una vida social de base: la se-guridad, la educación, el mantenimiento de caminos yrutas, la solidaridad vecinal, las celebraciones y los en-tretenimientos” (Di Meo, 1998:101).

Después vendría el nivel de los “territorios in-termediarios” entre lo local y el “vasto mundo” (Mo-les y Rohmer, 1998: 100 ss.), cuyo arquetipo sería laregión. Se trata, como sabemos, de una realidad geo-gráfica difícil de definir debido a la enorme variedadde sus funciones y de sus formas. Pero los geógrafosestán de acuerdo en que coincide siempre con unespacio intermediario, no necesariamente contiguo,situado entre el área de las rutinas locales y el de lasaventuras o migraciones a “tierras lejanas”. ArmandFrémont (1999: 189) lo define así:

De una manera general, la región se presenta comoun espacio intermedio, de menor extensión que la na-ción y el gran espacio de la civilización, pero más vas-to que el espacio social de un grupo y, a fortiori, de unalocalidad. Ella integra los espacios vividos y los espa-cios sociales confiriéndoles un mínimum de coheren-cia y de especificidad. Éstas la convierten en un con-junto estructurado (la combinación territorial) y ladistinguen mediante ciertas representaciones en lapercepción de los habitantes o de los extranjeros (lasimágenes regionales).

Este mismo autor propone tres modelos o ti-pos-ideales de regiones:

1) las regiones “fluidas”, que corresponden a laspoblaciones no estabilizadas, como las de los cazado-res-recolectores y las de los nómadas o semi-nómadas;

2) las regiones “de arraigo”, correlativas a las vie-jas civilizaciones campesinas;

3) y las regiones “funcionales”, enteramente do-minadas por las ciudades y las grandes metrópolis.

En fin, no debe confundirse la región con unespacio puramente material. Hemos dicho que cons-tituye una forma de territorio, es decir, una forma deapropiación del espacio a escala intermedia (Molesy Rohmer, 1998). Y para que desempeñe plenamen-te sus funciones territoriales debe reunir, según losgeógrafos, algunas condiciones:

Conviene, en primer lugar, que el espacio regional posealos caracteres de un espacio social, vivido e identitario,delimitado en función de una lógica organizativa, culturalo política. Se requiere, en segundo lugar, que constituyaun campo simbólico donde el individuo en circulaciónencuentre algunos de sus valores esenciales y experimen-te un sentimiento de identificación con respecto a las per-sonas con quienes se encuentre (Di Meo, 1998: 132-133).

El siguiente nivel escalar corresponde a los es-pacios del Estado-nación. En este caso predomina ladimensión político-jurídica del territorio, ya que éstese define ahora primariamente como un espacio delegitimidad del Estado-nación, aunque no se excluyela dimensión simbólico-cultural, ya que a imagen ysemejanza del territorio étnico, también el territorionacional se concibe como un territorio-signo, es de-cir, como un espacio cuasi-sagrado metonímicamenteligado a la comunidad nacional.

El concepto político de territorio deriva, comosabemos, de los tratados de Westfalia, que pusieronfin a la Guerra de Treinta Años a mediados del sigloXVII. A partir de entonces el territorio se convierteen soporte de las naciones, en el espacio sobre el cualse ejerce la competencia exclusiva de sus Estados. Esla emergencia del Estado-nación, que desde esa épo-ca desempeña un papel decisivo de control político ysocial de las poblaciones. Badie destaca que “el terri-torio aparece en esta historia como el fundador delorden político moderno, en la medida en que su aven-

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tura se confunde ampliamente con la del poder”(Badie, 1995:35).

Podríamos señalar todavía el nivel de los terri-torios supra-nacionales (como el de la Unión Euro-pea, por ejemplo) e incluso el de los “territorios de laglobalización”. Esta última expresión pudiera pare-cer una paradoja, ya que la globalización suele aso-ciarse precisamente con la “desterritorialización” cre-ciente de sectores muy importantes de las relacionessociales a nivel mundial. En términos de Sholte(2000), estaríamos presenciando la proliferación derelaciones supraterritoriales, es decir, de flujos, redesy transacciones disociados de toda lógica territorialen el sentido de que no estarían sometidos a las cons-tricciones propias de las distancias territoriales y dela localización en espacios delimitados por fronteras.Tal sería el caso de los flujos financieros, de la movi-lidad de los capitales, de las telecomunicaciones y delos medios electrónicos de comunicación.

Este discurso omite el hecho de que la globali-zación, si bien implica cierto grado de “desterrito-rialización” con respecto a las formas tradicionalesde territorialidad dominadas por el localismo y el sis-tema internacional de Estados-naciones, constituyeen realidad una nueva forma de apropiación del es-pacio por parte de nuevos actores, como son las em-presas multinacionales. Por lo tanto, genera una te-rritorialidad propia, no necesariamente continua, quepretende abarcar toda la extensión de la tierra habi-tada. Esta nueva territorialidad se superpone a lasformas tradicionales de construcción territorial tras-cendiéndolas y neutralizando sus efectos regulativosy restrictivos en el plano económico, político y cul-tural. Los “territorios de la globalización” se confi-guran en forma de redes (Network Society, Castells,1996) cuyos “nudos” serían las “ciudades mundia-les” diversamente jerarquizadas y distribuidas por elmundo7. (No olvidemos que la formación de redes ynudos son prácticas espaciales orientadas a la pro-ducción de territorios). Desde el punto de vista car-tográfico, la territorialidad propia de la globalización

asumiría la forma de un espacio puntiforme delimi-tado por fronteras zonales y surcado por flujos decomunicación y libre-intercambio, con la particula-ridad de que tanto los puntos como las redes sedensificarían abrumadoramente en el espacio de latríada: Estados Unidos, Europa, Japón. Es que la glo-balización, al igual que la modernización y el desa-rrollo, constituye en realidad un proceso polarizadoy desigual.8

7 La distribución y jerarquización de las “ciudades mundiales”están siendo estudiadas actualmente por el Grupo y Red de in-vestigaciones sobre las Ciudades Mundiales y la Globalización(GaWC), que funciona en el Departamento de Geografía de laUniversidad de Loughborough, Inglaterra. Su dirección electró-nica es la siguiente: http://www.lboro.ac.uk/departments/gy/research/gawe/html8 Por eso algunos opinan que hablar de “globalización” constitu-ye un abuso de lenguaje, ya que lo que observamos es más bien la“triadización del mundo”.

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EL PEL PEL PEL PEL PAISAISAISAISAISAJE, UNA VENTAJE, UNA VENTAJE, UNA VENTAJE, UNA VENTAJE, UNA VENTANA ABIERTANA ABIERTANA ABIERTANA ABIERTANA ABIERTAAAAASOBRE EL TERRITORIOSOBRE EL TERRITORIOSOBRE EL TERRITORIOSOBRE EL TERRITORIOSOBRE EL TERRITORIO

Paisaje es un término derivado del italiano paese ydel francés pays, como su equivalente alemán land-schaft deriva de land, lo mismo que su equivalenteinglés Landscape. Este término recubre un conceptogeográfico estrechamente relacionado con el territo-rio. Se trata de un concepto elaborado por la geogra-fía clásica alemana y francesa, que ha transmigradotambién a la geografía cultural norteamericana. Enel último decenio ha cobrado una nueva actualidaddespués de un largo eclipse, por dos razones princi-pales: 1) el interés de la geografía física por volver aun análisis global del entorno, asumiendo en estaperspectiva el concepto de paisaje como traducciónvisible de un ecosistema; 2) el interés de la geografíacultural por la percepción vivencial del territorio, loque ha conducido al redescubrimiento del paisajecomo instancia privilegiada de la percepción territo-rial, en la que los actores invierten en forma entre-mezclada su afectividad, su imaginario y su aprendi-zaje socio-cultural.

En efecto, como dice Roger Brunet, el paisajesólo puede existir como percibido por el ojo huma-

no y vivido a través del aparato sensorial, afectivo yestético del hombre9. Por consiguiente pertenece alorden de la representación y de la vivencia. Aunqueno debe olvidarse que, como todo territorio, tam-bién el paisaje es construido, es decir, es resultadode una práctica ejercida sobre el mundo físico, queva desde el simple retoque hasta la configuración in-tegral. Podríamos definirlo sumariamente como “unpunto de vista de conjunto sobre una porción delterritorio, a escala predominantemente local y, algu-nas veces, regional”. En esta definición se enfatizandos aspectos: 1) en primer lugar, la idea de algo quese ve, de una realidad sensorialmente perceptible, encontraposición a los territorios ideales o de muy pe-queña escala, inaccesibles a nuestra mirada y a nues-tro aparato perceptual; 2) en segundo lugar, la ideade un conjunto unificado, es decir, de una multiplici-dad de elementos (peculiaridades del relieve topo-gráfico y del habitat, boscosidades, lugares de me-moria, objetos patrimoniales, jardines, etc.) a los quese confiere unidad y significación.

En este sentido hablamos de paisajes rurales oagrícolas, de paisajes urbanos, suburbanos o “rurba-nos”, de paisajes industriales, de paisajes turísticos,10

etc. Así entendido, el paisaje puede ser imaginario(el Edén, el Dorado...), real (la imagen sensorial,afectiva, simbólica y material de los territorios) o tam-bién artístico (la pintura paisajística a partir del Re-nacimiento, la descripción del paisaje en la literatu-ra, la descripción fílmica del mismo, etc.).11

9 “Sólo es paisaje lo que está presente y entra por los ojos. No estanto conocimiento racional sino sensible. Y, además, sólo visual.Los sonidos, olores, temperaturas, humedad, etc., que concurrencon la representación subjetiva visual no son propiamente paisa-je. Son complementos de la percepción paisajística; pero ajenos aella. Si van pegados a la realidad visual, como el rumor del vientoal movimiento de los árboles, o el bramido del mar al choque delas olas, son elementos secundarios de la belleza del paisaje; peroextrínsecos al paisaje mismo” (Sánchez, 1945: 122)10 No olvidemos que los turistas son grandes consumidores depaisajes.

La función primordialdel paisaje es servir

como símbolo metonímicodel territorio no visible

en su totalidad,según el conocido

mecanismo retórico de laparte por el todo.

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Territorio e identidad

La función primordial del paisaje es servircomo símbolo metonímico del territorio no visibleen su totalidad, según el conocido mecanismo retó-rico de la parte por el todo. Una serie de expresionesrecurrentes en la reciente literatura geográfica remi-te directamente a esta función, como, por ejemplo, laidea de que el paisaje es un “resumen del territorio”,o “una ventana abierta sobre el territorio”, o “el ele-mento visible del espacio percibido”, o “la dimen-sión emblemática del territorio”, o un “mediador te-rritorial”, o “la visión fugitiva del territorio vividopor los individuos que lo producen”, o “la faceta sen-sorial del territorio” o, finalmente, “la parte emer-gente del iceberg territorial”.

Otra función principalísima del paisaje es lade señalar la diferenciación y el contraste entre losterritorios en diferentes niveles de la escala geográfi-ca, destacando la supuesta personalidad o tipicidadde los mismos. En efecto, los geógrafos suelen enfa-tizar la diversidad contrastante de los paisajes. Paraellos, cada porción de la corteza terrestre, definidapor su posición, su situación, su extensión y sus atri-butos concretos, es siempre singular y única.

A la luz de ambas funciones se comprendenciertas prácticas espaciales frecuentemente genera-das desde el poder en nombre del nacionalismo, comola selección de algunos paisajes particulares comocaracterísticos del territorio nacional (v.g. los desier-tos norteños tachonados de cactus como caracterís-ticos del territorio mexicano, la pampa como rasgoprominente del territorio argentino, el Gran Cañóndel Colorado como resumen metonímico del terri-torio norteamericano, etc.); la creación de grandesparques nacionales como modelos reducidos, prote-gidos e idealizados del territorio de ciertos Estados,lo que constituye una práctica estratégica en paísescomo los EE. UU. y el Canadá; y la selección de co-

rredores o litorales turísticos en función del carácterespecialmente pintoresco, estético o catártico de susrespectivos paisajes, etc.

Como espacio concreto cargado de símbolosy de connotaciones valorativas, el paisaje funcionafrecuentemente como referente privilegiado de laidentidad socio-territorial. Algunos autores han se-ñalado, por ejemplo, cómo los paisajes de los westernshan contribuido a modelar la conciencia nacional delos estadounidenses (Scheibling, 1994). Algo seme-jante se ha dicho de la escenificación paisajística delos grandes parques nacionales norteamericanos pormedio de rutas, veredas de paseo, elevaciones pano-rámicas y belvederes turísticos.12 Estos encuadrespaisajísticos atraen anualmente a millones de visitan-tes y son reproducidos también en millones de co-pias por los magazines, los periódicos, los afichesturísticos, el cine y la televisión, alimentando gradual-mente un fabuloso imaginario popular. Por eso cons-tituyen vectores eficaces de la identidad norteameri-cana.

LA CULLA CULLA CULLA CULLA CULTURA: MEDIATURA: MEDIATURA: MEDIATURA: MEDIATURA: MEDIACIÓN ENTRECIÓN ENTRECIÓN ENTRECIÓN ENTRECIÓN ENTRELLLLLOS HOMBRES Y LA NAOS HOMBRES Y LA NAOS HOMBRES Y LA NAOS HOMBRES Y LA NAOS HOMBRES Y LA NATURALEZATURALEZATURALEZATURALEZATURALEZA

Nos hemos referido más arriba a la dimensión sim-bólica o cultural del territorio. En esta sección nosproponemos ahondar un poco más en esta cuestión,abordando directamente la relación entre cultura yterritorio.

De modo general, los geógrafos consideran ala cultura como una instancia de mediación entre los

11 Las pinturas del paisaje constituyen también un objeto de es-tudio para al geógrafo cuando éste se interesa en las modalidadesde su percepción en diferentes épocas.

12 “Antes de la práctica del turismo de masa, los westerns ya ha-bían vulgarizado estos paisajes entre los habitantes del mundoentero. Ellos los asociaron a la famosa ideología de la frontera, ala de la apropiación igualitaria del espacio, y a la de un ideal dejusticia social asociado a la moral simplista que vehicula esta pro-ducción cinematográfica. Estos paisajes son también el funda-mento de la legitimidad de la colonización del espacio por olea-das sucesivas de emigrantes. Éstos no hicieron otra cosa más quetomar posesión de una naturaleza casi vacía, de cuya conserva-ción se harían cargo en adelante” (Di Meo, 1998: 196).

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hombres y la naturaleza. Así, para Vidal de la Blache(1845-1918), el fundador de la geografía regionalfrancesa, la cultura es todo aquello que se interponeentre el hombre y el medio-ambiente, todo aquelloque humaniza el paisaje.

Pero el problema radica en el carácter confusoe inicialmente restrictivo del concepto de culturaempleado por los geógrafos. En efecto, en sus co-mienzos la geografía que hoy llamaríamos cultural –tanto en su versión europea (F. Ratzel, Vidal de laBlache) como en su versión norteamericana (CarlSauer, 1899-1975) –entiende por cultura el conjun-to de los artefactos que permiten al hombre actuarsobre el mundo exterior. Consecuentemente, los geó-grafos culturales se dedican a inventariar y clasificarlos artefactos materiales de la cultura, como los tipos

de casa y de habitat, los tipos de instrumentos, las prác-ticas agrícolas y las transformaciones del paisaje, todoello en el ámbito de las sociedades tradicionales.

Más adelante, los geógrafos recurren masiva-mente a la vaga noción de modo de vida (“genre devie”, “way of life”) como sinónimo de cultura. El pro-pio Vidal de la Blache, quien por un lado afirma quela cultura pertinente es la que se aprehende a travésde los instrumentos que las sociedades utilizan y delos paisajes que ellos modelan, por otro lado aseguraque estos elementos sólo adquieren sentido cuandose los aprehende como componentes de los génerosde vida (Claval, 1995).

Sólo en los dos últimos decenios la geografíacultural descubre las formas interiorizadas de la cul-tura y coloca las representaciones sociales en el centrode sus preocupaciones bajo el argumento de que elterritorio sólo existe en cuanto percibido y represen-tado por los que lo habitan (Bailly, 1998). La culturase define ahora como un sistema de valores compar-tidos y de creencias colectivas (Hugill y Foote, 1994).Consecuentemente, ya no interesan las técnicas deproducción ni las instituciones societales propias deun grupo, sino la interpretación simbólica que losgrupos y las clases sociales hacen de su entorno, lasjustificaciones estéticas o ideológicas que proponen aeste respecto y el impacto de las representaciones so-ciales sobre la modelación del paisaje. Surge así lallamada “geografía de la percepción” (Frémont,1999), la “new cultural geography” anglosajona (Cos-grove, 1984; Duncan 1992; Crang, 2000), y la lla-mada “geografía humanista” (Tuan, 1976; Adams,2001).

En resumen, la geografía cultural ha osciladoentre los polos del objetivismo y del subjetivismo ensu concepción de la cultura. De aquí la necesidad deuna concepción más elaborada y equilibrada de lamisma, como la propuesta por la antropología inter-pretativa de Clifford Geertz, por ejemplo.

Este autor define la cultura como “pauta designificados” (Geertz, 1992: 20 ss.; también Thomp-

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son, 1998). En esta perspectiva, y en términos des-criptivos, la cultura sería el conjunto complejo de sig-nos, símbolos, normas, modelos, actitudes, valores ymentalidades a partir de los cuales los actores socia-les confieren sentido a su entorno y construyen, en-tre otras cosas, su identidad colectiva. Esta defini-ción permite distinguir dos estados o modos deexistencia de la cultura (Bourdieu, 1985: 91): el es-tado objetivado (en forma de objetos, instituciones yprácticas directamente observables); y el estado“subjetivado” o internalizado (en forma de repre-sentaciones sociales y habitus distintivos e identifica-dores que sirven como esquemas de percepción dela realidad y como guías de orientación de la acción).Esta distinción nos parece capital, ya que postula-mos que no existe cultura sin sujetos ni sujetos sincultura. Además, permite distinguir niveles o estra-tos en la cultura territorial, como el ecológico, el et-nográfico y el de los procesos identitarios vinculadoscon el sentimiento de pertenencia socio-territorial.

En cuanto a las complejas relaciones entre cul-tura y territorio, podríamos resumirlas del siguientemodo, tomando en cuenta por razones de comodi-dad expositiva sólo la escala regional. Si asumimosel punto de vista de las formas objetivadas de la cul-tura, se distinguen dos casos:

1) Por un lado, dichas formas pueden encar-narse directamente en el paisaje regional, natural oantropizado (Demarchi,1983), convirtiéndolo ensímbolo metonímico de toda la región (geosímbolo),o también en signo mnemónico que señala las hue-llas del pasado histórico. Ésta sería la dimensión eco-lógica de la cultura regional, que comprendería tan-to los geosímbolos y los bienes ambientales, como lospaisajes rurales, urbanos y pueblerinos, las peculia-ridades del habitat, los monumentos, la red de cami-nos y brechas, los canales de riego y, en general, cual-quier elemento de la naturaleza antropizada.

2) Por otro lado, la región puede considerarsecomo área de distribución de instituciones y prácticasculturales específicas y distintivas a partir de un cen-

tro, es decir, como área cultural en el sentido otroraexplicado por C.Wissler (Mercier, 1971). Se tratasiempre de formas culturales objetivadas, como sonlas pautas distintivas de comportamiento, los trajesregionales, las fiestas del ciclo anual y los rituales es-pecíficos del ciclo de la vida, las danzas lugareñas, lacocina regional, las formas lingüísticas o los socio-lectos del lugar, etc. Como el conjunto de estos ras-gos son de tipo etnográfico, podemos denominarlocultura etnográfica regional (Bouchard, 1994).

Si asumimos ahora el punto de vista de lasformas internalizadas de la cultura, la región puedeser apropiada subjetivamente como objeto de repre-sentación y de apego afectivo y, sobre todo, como sím-bolo de identidad socioterritorial. En este caso, lossujetos (individuales y colectivos) interiorizan el es-pacio regional integrándolo a su propio sistema cul-tural. Con esto hemos pasado de una realidad terri-torial “externa”, culturalmente marcada, a unarealidad territorial “interna” e invisible, resultante dela filtración de la primera, con la cual coexiste.

La identidad regional sederiva del sentido depertenencia socio-regional yse da cuando por lo menosuna parte significativa de loshabitantes de una región halogrado incorporar a supropio sistema cultural lossímbolos, valores yaspiraciones más profundasde su región.

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La llamada “geografía de la percepción” sueleocuparse de esta dimensión subjetiva de la regiónque implica una referencia esencial a los procesosidentitarios.13 En nuestra perspectiva, la identidadregional se deriva del sentido de pertenencia socio-regional y se da cuando por lo menos una parte sig-nificativa de los habitantes de una región ha logradoincorporar a su propio sistema cultural los símbolos,valores y aspiraciones más profundas de su región.Puede definirse con M. Bassand (1981), como laimagen distintiva y específica (dotada de normas,modelos, representaciones, valores, etc.) que los ac-tores sociales de una región se forjan de sí mismosen el proceso de sus relaciones con otras regiones ycolectividades. Esta imagen puede ser más o menoscompleja y tener por fundamento bien un patrimoniopasado o presente, un entorno natural valorizado, unahistoria, una actividad económica específica, o bien, fi-nalmente, una combinación de todos estos elementos.

EL CEL CEL CEL CEL CASO DEL VASO DEL VASO DEL VASO DEL VASO DEL VALLE DE ATLIXALLE DE ATLIXALLE DE ATLIXALLE DE ATLIXALLE DE ATLIXCO,CO,CO,CO,CO,PUEBLAPUEBLAPUEBLAPUEBLAPUEBLA 14

Como señalamos al inicio, los conceptos teóricoshasta aquí elaborados permiten encuadrar adecua-damente una serie de fenómenos sociales que de unou otro modo tienen que ver con la territorialidad. Aquínos referiremos sólo a dos de ellos, como ejemplosde aplicación: el arraigo o apego socioterritorial y lasmigraciones internacionales.

Tenemos razones muy válidas para sostenerque el arraigo o apego socioterritorial es un fenóme-no muy difundido entre las poblaciones campesinastradicionales de México. Una investigación regionalrealizada entre 1998 y 1999 en cinco municipios del

13 Véase a este respecto el número monográfico “Geografia epercezione” de la Rivista Geografica Italiana, 1980, núm. 1; y tam-bién R. Geipel, M. Cesa Bianchi et al, 1980.14 La referencia a esta investigación tiene aquí sólo un papel ilustra-tivo y pedagógico. Se encontrará una información amplia sobre eldiseño y los resultados de la misma en Giménez y Gendreau, 2001.

valle de Atlixco y replicada en dos localidades delestado de Morelos, revela no sólo la notable intensi-dad del sentimiento de pertenencia o apego socio-territorial, sino también el carácter extremadamentelocalista del mismo.

El valle de Atlixco (ver cuadro 1) conformauna región natural caracterizada por un clima queva de semicálido a cálido, con lluvias en el verano encasi toda la región. El suelo es fértil gracias a losnumerosos arroyos que lo atraviesan y que formanparte del río Atoyac. Geográficamente está delimita-do hacia el sureste por la región Mixteca y hacia elnoroeste por el volcán Popocatépetl. Ésta ha sido unazona de importancia económica y de alta densidadcultural y religiosa desde la época prehispánica, porlo que hoy persisten algunos elementos culturales co-munitarios concernientes a la organización de las fies-tas patronales y a los ritos ligados al ciclo de la vida yla muerte que continúan siendo un factor importan-te en la integración de la región cultural.15

Gracias al trabajo etnográfico y a los continuosrecorridos por la región, podemos distinguir analíti-camente las tres dimensiones anteriormente señala-das de la relación entre territorio y cultura a escalaregional, las dos primeras accesibles desde el puntode vista de un observador externo, y la última de ca-rácter subjetivo.

En la primera dimensión, el territorio regionaly sus paisajes constituyen en sí mismos, en su mate-rialidad objetiva, significantes de diferentes signifi-cados culturales; es decir, funcionan como “geosím-bolos”, como territorio-signo. En efecto, pudimosconstatar que el valle de Atlixco cuenta con un patri-monio ecológico ambiental definido: el Popocatépetly la sierra del Tenzo, el cerro de San Miguel y el Cruz-

15 En cuanto a las características sociodemográficas, los cincomunicipios del valle tienen una población de más de 164 mil ha-bitantes. Casi el 50% de éstos viven en la ciudad de Atlixco, y elresto se encuentra ubicado en pueblos dispersos de menos de2,500 habitantes, que conforman una enorme variedad de locali-dades rurales.

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tépetl, que son geosímbolos reverenciados y puntosde referencia permanente; a éstos se añaden el pai-saje irrigado por los numerosos brazos de los ríosCantarranas y Nexapa; la abundancia de agua, ma-nantiales, acequias y pozos considerados como luga-res sagrados; las áreas de cultivo bien definidas des-de la época colonial y la red de caminos rurales quedelimitan y comunican a los diversos pueblos entresí. Encontramos, además, un abundante patrimonioarquitectónico que constituye la “memoria objetiva-da” de las diferentes etapas de la vida económica ysocial en el valle: ex-conventos franciscanos y unaprofusión de iglesias, cada una de ellas con sus res-pectivos santos patronos; viejos cascos de hacienda;plantas textiles con sus zonas de habitación obrera;construcciones recientes en colonias periféricas, en-tre muchos otros elementos.

En la segunda dimensión, el territorio se anali-za como área de origen y de distribución de institu-ciones y prácticas culturales que constituyen lo quehemos llamado, con Bouchard (1994), culturaetnográfica. Hemos podido comprobar que el vallede Atlixco conserva todavía algunas costumbres yrituales prehispánicos, dentro de los que destacan: la

lengua náhuatl fuertemente vinculadaa los ritos del matrimonio; la institu-ción del padrinazgo y del compadraz-go; los bordados autóctonos –que seemplean en algunas prendas de usodiario celosamente escondidas bajo laropa urbana–; los ritos relacionadoscon la continua renovación del siste-ma de cargos y las mayordomías, y al-gunos ritmos y danzas, entre otros. Elarraigo del catolicismo popular, pro-ducto de la enculturación religiosa, esun elemento fundamental en la cultu-ra regional y pueblerina. Esta religióntradicional integra la visión indígena yla española en una síntesis dinámica yarticulada de elementos de ambas

culturas.Los elementos anteriores conforman el sustrato

mínimo que nos permite hablar de región culturaldesde el punto de vista del observador externo y con-siderando la inscripción de la cultura en el espacio ylas prácticas sociales. Son “símbolos objetivados”, se-gún Bourdieu (1979).

Llegamos así a la tercera dimensión, en la que seconsidera la integración del territorio regional y suspaisajes al sistema de valores de los actores socialescomo objeto de apego afectivo y referente de identi-dad. La región se transmuta ahora en “simbolismosubjetivado”. Desde esta perspectiva, que es la de losprocesos de identificación y pertenencia, se necesitaapelar a la percepción de los propios actores socialespara definir su relación con la territorialidad regio-nal. Y es aquí donde se requiere una aproximaciónmetodológica diferente para documentar adecuada-mente esta dimensión subjetiva de la cultura regio-nal no accesible, por definición, a la observación ex-terna. Nosotros adoptamos la metodología de la granencuesta por cuestionario, con base en una muestraestadísticamente representativa que abarcó a la re-gión entera. He aquí algunos resultados.

MUNICIPIOS Y VÍAS DE COMUNICACIÓN EN EL VALLE DE ATLIXCO

Fuente: Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, Carta Carretera, México, 1990.

CUCUCUCUCUADRADRADRADRADRO 1O 1O 1O 1O 1

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A la pregunta: “Si tuvieras que escoger dóndevivir, ¿qué lugar preferirías?”, 85 % de los entrevis-tados responde que en la misma localidad donde vive.Nuestros encuestadores repitieron esta pregunta va-rias veces y de muy diferentes maneras, pero la res-puesta siempre era la misma en un porcentaje mayor80%.

A la pregunta cerrada que les proponía dife-rentes escalas de amplitud territorial entre el localis-mo y el cosmopolitismo, 60.7 % mencionó su pue-blo, y 17.7 % un ámbito todavía menor: su barrio. Esdecir, 78.4 % de los entrevistados manifiesta un vín-culo territorial abrumadoramente localista. El ape-go al municipio (6.6 %), a todo el valle de Atlixco(6.6 %) y al estado de Puebla presentan porcentajesrealmente bajos. Ni qué decir del apego a Méxicocomo país, que sólo representa 5.3 % (ver cuadro 2).

Este último resultado parece sorprendente,porque contradice nuestra hipótesis inicial que pre-veía un alto nivel de nacionalismo en la región, debi-do a la inculcación escolar a través de los textos obli-gatorios y gratuitos; y también debido al hecho deque la región de Puebla se vincula de modo muy es-pecial con un episodio glorioso de la lucha contra lainvasión francesa en el siglo XIX, cuya fecha ha que-dado impresa en la memoria nacional: la batalla del5 de Mayo contra la ocupación francesa.

La descripción del lugar o territorio al que sesiente más ligado se hace siempre en términos alta-mente valorativos y expresivos: por ejemplo, “este esel lugar donde nací”, “aquí me gusta porque soy li-bre y hago lo que quiero”, “me gusta el olor del cam-po”, “el clima y la comida... son cosas que extraña-ría [si viviera en otra parte]”, etc. Pero, además, lamanera en que el territorio es percibido y valoradopor los habitantes del valle se manifiesta a través deuna serie de ritos y festividades relacionadas funda-mentalmente con el ciclo agrícola. En numerosas po-blaciones, los lugareños realizan peticiones al volcánPopocatépetl para tener una buena temporada delluvias, bendicen y colman de flores los pozos de

En numerosas poblaciones,los lugareños realizan

peticiones al volcánPopocatépetl para tener unabuena temporada de lluvias,

bendicen y colman de floreslos pozos de donde se extraerá

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Fuente: Cuadro elaborado por el autor.

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donde se extraerá el agua para el riego y, al final delciclo agrícola, dan gracias a la tierra por la cosecha.En este sentido, la tierra no es percibida en términos“catastrales” o utilitarios, sino fundamentalmentesimbólicos, como tierra-madre, la tierra que susten-ta la vida y cubre piadosamente a los antepasadosque yacen en su seno, conformando una comunidadligada por el ciclo de la vida y la muerte. La siguientefrase, que encierra esta concepción, fue expresadapor un anciano agricultor, Don Miguel: “la tierra noes nuestra, nosotros somos de la tierra.”

Por lo que toca a la estructura motivacionaldel apego, ésta es la que corresponde a una comuni-dad tradicional en el más puro sentido tönniesiano.En efecto, se trata de una estructura basada princi-palmente en la sangre y en la tierra. En 94 % de loscasos, los entrevistados invocan como razón princi-pal de su apego el hecho de que allí radica su familia.En segundo lugar mencionan la propiedad de la tie-rra (88.4 %). En tercer lugar, el hecho de que allíviven sus amigos y todos lo conocen (82.8 %). Y,por último, el hecho de compartir las ideas y cos-tumbres de la comunidad (82.3 %).

Al parecer, una condición que favorece fuer-temente el desarrollo del sentido de pertenencia es lacontinuidad de la residencia. En la población de es-tudio pudimos observar una enorme permanenciaen el lugar de origen, lo que nos habla de una eleva-da autoctonía, ya que 83.5% de la población vive enla misma localidad en que nació, y 91 % vive en elmismo municipio de origen. El fuerte arraigo y esta-bilidad de la población rural, como rasgo caracterís-tico de esta región, no significa que no se hayan pro-ducido desplazamientos migratorios a los centrosurbanos en el curso del siglo XX. Lo que sucede esque esta población que sigue aferrada a su región esla que ha “resistido” en el pasado a las fuerzas quepugnaban por desarraigarla (oferta laboral, movili-dad social, mejoría de las condiciones de vida, servi-cios educativos y de salud). Es también la poblaciónque ha afrontado durante siglos el proceso pauperi-

zador que ha sido crónico en estas zonas rurales. Elloexplica la valoración profunda de la tierra y de lafamilia extensa (biológica y simbólica), así como tam-bién el arraigo profundo y la intensidad del apegosocioterritorial. El arraigo en el lugar de origen se vereforzado por el hecho de ser también el lugar denacimiento de los padres y el lugar donde se trabaja.En efecto, 94.8% trabaja en el mismo municipio enel que vive, es decir, ni siquiera encontramos movi-mientos pendulares significativos que obedezcan amotivos de estudio o de trabajo.

Ahora bien, debido fundamentalmente a fac-tores ligados a los procesos de globalización, a la cri-sis económica nacional y a la que se vive en el campoen particular, en esta región se ha generado un pro-

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ceso de migración internacional muy intenso, que enmenos de veinte años ha afectado a un porcentajeconsiderable de pobladores de la región 66.2% de lapoblación entrevistada aseguró contar con al menosun familiar en el extranjero. De éstos, 100% se en-cuentra radicando en los EE. UU. distribuidos delsiguiente modo: 69.5% en la ciudad de Nueva York,9.7% en los Ángeles y 7.1% en Nueva Jersey, segui-dos por las ciudades de Chicago y Boston. Si consi-deramos el área de Nueva York-Nueva Jersey comouna misma zona (de hecho varios emigrantes seña-laron vivir en Nueva Jersey y laborar en Nueva York),el total de emigrantes de Atlixco en los EE. UU. queviven en dicha área ascendería a 79.2%, lo que le daun peso considerable.

Los emigrados, sin embargo, siguen siendoconsiderados como miembros de la familia y de lacomunidad, debido a que de algún modo se encuen-tran siempre presentes. En efecto, éstos mantienenuna relación fluida con la familia y la comunidadgracias a la cobertura de los medios de comunica-ción y, recientemente, a una red de servicios que vin-cula a los paisanos en ambos contextos (el local y elde la ciudad de New York). Como arroja el estudio,cerca 82% de los emigrados del valle mantiene unainteracción frecuente y directa con sus familiares, loque nos permite hablar de una migración orientadahacia el retorno. Esto explica la continuidad del arrai-go y del sentido de pertenencia entre los emigrantes(de primera generación) de la región.

Bajo estas condiciones, la migración interna-cional no deteriora el apego y el sentido de perte-nencia de los emigrantes originarios de Atlixco. Enefecto, en su lugar de destino (New York, New Jer-sey) estos emigrantes se comportan como una au-téntica diáspora, ya que siguen identificándose fuer-temente con sus lugares de origen, con los quemantienen una estrecha comunicación a través delteléfono, de los videos16 y, sobre todo, a través delenvío regular de remesas. Para una población ruralque se encuentra en situación de penuria, la percep-

ción de recursos económicos de parte de los paisa-nos emigrados asegura a los que se quedan la posibi-lidad de permanecer en la comunidad y de conti-nuar el cultivo de la tierra; también contribuye amejorar la infraestructura de los pueblos (mediantela construcción de alcantarillados, por ejemplo) y areforzar los lazos comunitarios a través de la finan-ciación de las fiestas y de los ritos. En palabras deuno de nuestros entrevistados, “Hay que irse parapoder quedarse.” Incluso podríamos afirmar que,contrariamente a lo que hubiéramos esperado, la mi-gración internacional más bien parece haber contri-buido a revitalizar –a través de la comunicación cons-tante y de las remesas de dinero– la cultura y lasidentidades locales, dando lugar a la conformaciónde una “comunidad transnacional” (Goldring, 1992)que liga a los miembros ausentes y presentes.

CONCLUSIONESCONCLUSIONESCONCLUSIONESCONCLUSIONESCONCLUSIONES

Para terminar, quisiéramos destacar al menos tres conclu-siones que parecen desprenderse de nuestra exposición.

1. No cabe duda de que en la provincia mexi-cana –sobre todo en lo que se refiere al campesinadotradicional del centro de México– el marco territo-rial y paisajístico sigue desempeñando un papel pri-mordial, no sólo como contenedor o escenario geo-gráfico de la vida social, sino como componentesubstancial de la misma, es decir, como factor pri-mario de solidaridad, cohesión e integración de lascomunidades rurales. El territorio –con sus paisajescaracterísticos y tipificadores– sigue siendo objeto deun fuerte apego afectivo y se presenta como una pan-

16 En nuestro trabajo de campo encontramos modalidades muypeculiares de uso de las nuevas tecnologías de comunicación. Así,por ejemplo, los lugareños graban videos de bodas, entierros, fies-tas patronales y otros eventos comunitarios para enviárselos a losfamiliares emigrados a Nueva York. Incluso hemos conocido ca-sos de madres que graban consejos en cassette para sus hijos au-sentes. Y éstos, a su vez, graban videos de fiestas de 15 años, decelebraciones a la Virgen de Guadalupe y hasta de partidos defútbol entre paisanos para enviarlos a sus familiares de Atlixco.

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Territorio e identidad

talla sobre el cual las comunidades proyectan su ima-ginario, sus valores y su identidad.

2. Pueden existir una tupida red de “relacio-nes simbióticas” (es decir, funcionales o instrumen-tales, como las de los intercambios comerciales, porejemplo) y una fuerte homogeneidad cultural en elsentido etnográfico del término dentro de una re-gión, sin que les corresponda automáticamente unsentimiento de identidad de igual escala entre loshabitantes. En efecto, a pesar de nuestras expectati-vas iniciales, los pobladores de la región se caracteri-zan por el carácter primordialmente localista y pue-blerino de su sentido de pertenencia (aunque, segúnnosotros, se trata de un “localismo abierto”, ya quese valoriza las ventajas no sólo económicas sino tam-bién culturales de la migración internacional). En laregión considerada, el arraigo socioterritorial esmonocéntrico, en el sentido de que no existen dosáreas o territorios que compitan por la lealtad de lapoblación. La región es importante, pero sólo en fun-ción de la propia localidad.

3. A pesar de su importancia creciente, el flujomigratorio de la región no ha debilitado el arraigosocioterritorial ni ha desintegrado a las comunida-des, como se hubiera podido esperar. Paradójicamen-te, más bien los ha reforzado y revitalizado a travésde las remesas de dinero y de la comunicación per-manente de la diáspora de emigrados con sus lugaresde origen. Es decir, en nuestro caso la migración in-ternacional responde a un modelo integrativo y nodisolutivo. Estos resultados muestran con toda clari-dad que la “desterritorialización” física –como la queocurre en el caso de la migración– no implica auto-máticamente la “desterritorialización” en términossimbólicos y subjetivos. Se puede abandonar física-mente un territorio sin perder la referencia simbóli-ca y subjetiva al mismo a través de la comunicacióna distancia, la memoria, el recuerdo y la nostalgia.Incluso se puede ser cosmopolita de hecho, por ra-zones de itinerancia obligada, por ejemplo, sin dejarde ser “localista de corazón” (Hannerz, 1992: 239).17

Cuando se emigra a tierras lejanas, frecuentementese lleva “la patria adentro”18.

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17 Y viceversa, añadiríamos nosotros. Según Merton (1965), sepuede ser localista de hecho, por razones de migración, de resi-dencia y de trabajo, por ejemplo, sin dejar de ser cosmopolita decorazón. Tal sería el caso del “cosmopolita” que habita en unalocalidad y mantiene un mínimo de relaciones con sus habitan-tes, pero se preocupa sobre todo del mundo exterior, del que sesiente miembro. “Habita en una localidad (Rovere), pero vive enla sociedad global” –dice Merton (1965:300).18 Alusión a una canción folklórica argentina de Calchaÿ y CésarIsella, llamada “Patria adentro”, algunas de cuyas estrofas rezanasí: “Yo llevo mi patria adentro / regresaré para siempre / sin pen-sar que estoy volviendo / porque nunca estuve ausente / [...] Yoestoy allí, nunca me fui / no he de volver ni he de partir / [...] Yollevo mi patria adentro / en mi cerebro y mi voz / y la sangre demis venas / va regando mi canción / Yo llevo mi patria adentro / yen cada nueva mañana / siento mi tierra encendida / en medio delas entrañas”.

A pesar de su importanciacreciente, el flujo migratoriode la región no ha debilitadoel arraigo socioterritorial niha desintegrado a lascomunidades. Paradójicamente,más bien los ha reforzado yrevitalizado a través de lasremesas de dinero y de lacomunicación permanente dela diáspora

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Recibido: mayo 2004Aceptado: septiembre de 2004