especialismo

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Relato pulp de Joe Kelso

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Page 1: Especialismo

ESPECIALISMONo quiero verles y no quiero tampoco que me vean. Soy incapaz de comprender cómo consiguen mi número. Sencillamente llaman, comentamos el precio y la forma de pago, y pasada una hora voy al sitio que me indican, allí nunca coincido con ellos. La conversación dura menos de dos minutos, les doy unas breves instrucciones sobre donde y cuando tienen que hacerlo para que salga lo mejor posible. Tiene que ser entre las tres y las cuatro de la mañana, en las afueras, donde aparcar un coche bajo las estrellas no parezca un crimen. No me interesan sus motivos porque, en realidad, nadie tiene nunca motivos suficientes. Si noto que están demasiado nerviosos, cuelgo; si vuelven a llamar, dejo que suene. Solamente trabajo con gente responsable, sin embargo, no sé como he podido llegar a cometer un error después de tanto tiempo.

_¿Estás bien? ¿Te pasa algo?

Acabo de vomitar sangre como si tuviera un reventón por dentro. No se preocupa por mí sino por ella misma, por su seguridad. No sé en que coño pensaba cuando la dejé venir. Han pasado demasiados años como para llenarme de mierda hasta el cuello por culpa de andar pensando con la polla. Aunque nadie diría que precisamente yo piense con eso.

Reconozco que lo de hacer agujeros

en la tierra nunca se me dio bien. No soy una persona especialmente fuerte y cada vez lo soy menos. De un tiempo a esta parte, me estoy dando cuenta de que ya no actúo de una forma metódica; hoy, sin ir más lejos, he dejado una colilla en el suelo, lo que podría costarme muy caro, y mi sangre regando estos hierbajos no consigue mejorar las cosas.

No suelo tardar más de veinte minutos en localizarlo, tampoco suelo dedicar más de media hora. Si son tan idiotas como para no saber seguir unas simples explicaciones, merecen que les abandone a su suerte por inútiles. Se acojonan mucho cuando descubren que les he devuelto el dinero. Les digo que tienen que dejar el cuerpo recostado en el suelo con un chaleco reflectante, todo el mundo lleva siempre un par en el coche. Una vez lo encuentro, abro mi maletero y lo meto dentro como puedo. El rigor mortis hace efecto a las tres horas y media, por eso quiero que lo hagan en el descampado o donde sea, pero que esté allí. Así todos salimos ganando.

El mayor problema de matar es que es muy fácil y cualquier idiota cree que puede hacerlo. Matar no es ningún arte, el verdadero arte es el que consiste en acallar las voces del muerto para siempre, y yo soy un puto Miguel Ángel en esto, lo prometo. Aunque si he de ser sincera, la perfección ya no me preocupa. Últimamente me da la sensación de que un cuerpo inmóvil se parece a un muñeco roto que acaba de quedarse sin pilas, y esta idea absurda me asusta demasiado. ¿Pero qué es exactamente un cuerpo?

POR JOE KELSO

Page 2: Especialismo

_ Vamos a tener que dejarlo. Ya es casi de día.

_ ¿Y qué vamos a hacer?

_ ¿Vamos?

_ No pensarás dejarme aquí sola.

_ ¿No te parece que ya me has complicado la vida lo suficiente?

_ Es tú trabajo. Te pagaré el doble.

_ Ahora ya estamos juntos en esto.

_ Pues entonces cava o vámonos, pero haz algo.

Cavar no es mi estilo, nunca lo fue, por eso estoy tardando tanto. Nadie puede pensar en nada mientras está enterrando un cadáver, sin embargo, yo sí. Todo lo que te obligue a pensar es bueno, sea lo que sea. Por ejemplo, La noche de los muertos vivientes. Al final lo matan por zombi, no por negro. Después de pasar la noche tratando de sobrevivir entre idiotas incapacitados, sin poder beber agua ni dormir, cualquiera se comporta como un zombi. Escogieron al actor porque superó la prueba, no porque fuera negro. Era un negro de los que no dan bien ante la cámara. Era un negro muy raro que cambiaba de color a cada instante, unas veces era negro y otras albino. Ese tío cambiando de color a cada toma. Lo que me daba más miedo era ese puto rollo y no los zombis. ¿Acaso el zombi soy yo? Un muerto que camina todavía y se alimenta gracias a la carne humana.

Me interrumpen nuevos vómitos que inflaman mi garganta. He olvidado las pastillas en mi coche. El rojo es cada vez más espléndido, parece casi escarlata. Sangre translúcida que no parece sangre.

_ ¿Qué te ocurre? ¡Esto no es normal!

_ ¡Esta cosa huele fatal! ¡Lleva demasiado tiempo muerto!

_ Te estás desangrando, qué asco. ¿Estás

enferma o qué? ¡Límpiate con algo!

Si dispusiera de una hora más sería perfecto, pero la falta de tiempo hace que no pueda terminar mi trabajo y que tampoco pueda cargármela a ella para quitarme el marrón de encima. No he matado nunca a nadie pero no lo dudaría. Soy más grande que ella, más fuerte, no me costaría nada reventarle el cráneo con la puerta de su propio coche y dejarla allí tirada semiinconsciente. Lo sé, no es una cuestión de fuerza. Hemos cruzado el tiempo y el espacio –sabe dios porqué– para encontrarnos a esta hora del día y en este punto del mapa. Es un regalo. Ahora estamos juntos en esto, eso he dicho. Era una promesa.

Aunque estemos en agosto, un frío sepulcral me obliga a detenerme para volver al coche a buscar una chaqueta de chándal. Tanto esfuerzo es del todo insuficiente, llevo casi una hora cavando el hoyo y quizás tenga que pensar en una alternativa. Nadie nos persigue, nadie sabe nada todavía. Nos encontramos en uno de esos páramos que no pertenecen a ningún particular, a pocos metros de un canal que riega y abastece de agua a varios municipios pequeños de la zona. Tirarlo al agua, sin duda, es una idea pésima, pero es una idea al fin y al cabo.

_ ¿Y si lo tiramos al río?

_ Es un canal.

_ Pues al canal.

_ A parte de contaminar el agua, lo encontrarían en menos de veinticuatro horas.

_ No me importa, tengo un billete de avión.

_ Olvídalo.

_ Estamos juntos en esto.

Page 3: Especialismo

Recibí su llamada en mi otro móvil, pero al oír su voz sentí reconocerla y me dio igual. Me apetecía verla, por si acaso. Saltándome mis propias normas, hemos conducido más de tres horas por separado para encontrarnos en los lavabos de una vieja estación de servicio, cerca de donde ahora estamos. Cuando nos bajamos de los coches temí que me reconociera, pero era del todo imposible, ya no queda ni rastro de la persona que fui y dentro de pocos meses tampoco quedará ni un solo recuerdo de lo que ahora parezco. Ella estaba temblando falda abajo, lleva un conjunto precioso. Tenía el pelo mojado aunque seguramente por el efecto de la espuma que usa. Sus dedos jugueteaban con un cigarro que se le descapullaría hasta en dos ocasiones.

_ ¿Eres una mujer?

_ Hemos hablado por teléfono. ¿No me lo has notado en la voz?

_ Qué raro.

_ ¿Te has dado cuenta de si alguien te ha visto o te ha seguido hasta aquí?

_ No. Lo siento. Estoy algo aturdida todavía.

_ ¿Dónde lo tienes?

Casi me cago en el tanga cuando abro el maletero. Normalmente no les miro a la cara. Un cadáver no es una persona; no tienen ojos, ni boca, ni tiempo. También le conocía, aunque no de hacía tantos años. Quizás ella encontró mi número gracias a él. Las marcas rojas en el cuello son propias de un ahorcado, pero también hay gilipollas que primero estrangulan y después montan el escenario propio de un suicida. Le miré a la entrepierna por si estaba manchado, los ahorcados se orinan y eyaculan mientras mueren. Como a esas horas era imposible ver bien, acerqué mi mano y le agarré la polla bien fuerte, estaba rígida y algo húmeda. En realidad, no me importaba un carajo como había muerto, quería tocarla por última vez, eso era todo.

_ Ya puedes irte.

_ Quiero verlo.

_ ¿Ver el qué?

_ Cómo lo haces.

Nunca pude decirle que no y entonces tampoco supe. Me subí en el asiento del conductor de su coche y vinimos hasta aquí. Sacamos el cadáver y una pala. Ella volvió a su asiento y yo comencé a fingir que mi labor consistía en enterrar los cadáveres de todo el mundo. Si le explico cual es la verdad, tendría que deshacerme de dos cuerpos. Después quizás le haga alguna broma sobre esto.

Vomito otra vez y se me clava una rodilla en la tierra. La muy hija de puta arranca de repente y conduce a toda velocidad con la segunda marcha puesta, soltando una polvareda que la oculta mientras se escapa. Estoy de espaldas cuando esto sucede, me ha dejado tirada con el muerto bocabajo follándose a las piedras y una zanja insuficiente para esconder a nadie. Se ha llevado todas mis cosas, incluidas las llaves del Mazda. Solamente tengo una pala y un cadáver. Pero antes de que sea consciente de lo mucho que me ha jodido, la zorra roza con estrépito los bajos de su coche al cambiar el terreno impracticable de aquella estepa por el del asfalto. En menos de un minuto me quedo a solas y los mareos vuelven a la carga. Vomito sangre a borbotones, tiene un color precioso. Necesito mis pastillas. Miro el color ambiguo que está tomando el cielo mientras me desvanezco. No vendrá nadie, estoy en las afueras.