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Orden de Carmelitas Descalzos 1 Un lugar místico para el encuentro con el misterio EL TEMPLO: Fray Eliber Salcedo D’Andrey OCD Vida Espiritual N° 169 Febrero - abril 2013 Orden de Carmelitas Descalzos Provincia de Colombia Vida espiri ual www.monticelo.org / [email protected]/ (574) 311 4444 ext. 103 / Calle 10A N°22- 6 / Medellín, Colombia al partir el pan LO RECONOCIERON Padre Carlos Alberto Ospina A. OCD ¿Padre de cual Hijo? ¿HIJO DE CUAL PADRE? Padre Luis Hernando Alzate OCD

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Orden de Carmelitas Descalzos

1

Un lugar místico para el encuentro con el misterio

EL TEMPLO:

Fray Eliber Salcedo D’Andrey OCD

Vida Espiritual N° 169Febrero - abril 2013Orden de Carmelitas DescalzosProvincia de Colombia

Vidaespiri ual

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Libros / películas / músicaRecomendados

CONTENIDOEditorial3

Vidaespiri ual

Vida Espiritual No 169Una publicación de la Orden de Carmelitas Descalzos,

Provincia de Colombia

Monticelo Casa de Espiritualidad y ConvencionesCalle 10 A No 22 – 6 / Tel. (+57 4) 3114444

[email protected]

Superior Provincial: Padre Jorge Mario Naranjo M. OCDConsejo Editorial: Director:

Padre Carlos Alberto Ospina OCD [email protected], Catalina Schuth B. [email protected],

Claudia Victoria Llano [email protected], Camilo Jaramillo A. [email protected]

Colaboradores en esta edición: Padre Luis Hernando Alzate Ramírez O.C.D.

Sacerdote Carmelita Descalzo, Doctor en Teología Moral, Superior del Seminario Carmelitano Santa Teresa de Jesús y Director de la Casa Tere-siana de Oración, Medellín; Padre Carlos Alberto Ospina Arenas O.C.D.Sacerdote Carmelita Descalzo, Teólogo, Superior de Monticelo Casa de

Espiritualidad, Medellín; Fray Eliber Salcedo D’Andrey O.C.D.Arquitecto, Licenciado en Ciencias Religiosas, Teólogo, Conventual de la Parroquia El Santísimo Sacramento, Cali; Padre Hernando Uribe Carvajal OCD, Monticelo Casa de Espiritualidad, Medellín; Merceditas Londoño, Julia Castro Isaza, Sergio Isaza Restrepo, Claudia LLano (Tita), Laicos

Carmelitas, Monticelo Casa de Espiritualidad, Medellín.

ISSN 0120- 811X / Resolución No 00535 Mayo 1962 / Mingobierno

Diseño: ADMARK GROUP/ www.admargroup.co / [email protected]

Fotografías: / AdMark Group / www.shutterstock.com / Verónica Ossa C./ Julia Castro Isaza/

Archivos particulares / www.sxc.hu / wordpress.org / Camilo Jaramillo A.

Medellín / Febrero de 2013 / Valor de la edición $17.000

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al partir el panLO RECONOCIERON

Padre Carlos Alberto Ospina A. OCD

¿Padre de cual Hijo?¿HIJO DE CUAL PADRE?

Padre Luis Hernando Alzate OCD

Padre Hernando Uribe Carvajal OCDClaudia Victoria LLano (Tita)

Un lugar místico para el encuentro con el misterioFray Eliber Salcedo D’Andrey OCD

EL TEMPLO:

26Una aventura inolvidablePANACHI

Merceditas Londoño

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EditorialLa fe exige momentos especiales:

Algunos son fuertes y marcan inicios; otros son cotidianos,breves, simples y son los que

permiten crecer espitualmente.

Orden de Carmelitas Descalzos

Tener nuevos sueños, hacer planes, considerar la posibilidad de un cambio o simplemente abrir los brazos a un nuevo año es un buen contexto para comenzar una experiencia espiritual.

La fe exige momentos especiales. Algunos son fuertes y marcan los inicios; otros son cotidia-nos, breves, simples y son los que permiten cre-cer espiritualmente. En ocasiones, basta solo la memoria de ese momento con Dios y nos volve-mos a sentir suyos. Otras veces, los recuerdos de esa fuerza divina están acompañados de una melodía, una película o un lugar y nos marcan la vida. Volver a escuchar la canción, ver de nuevo esa película, entrar otra vez a ese lugar sagrado, nos llena de emoción pura y nos ayudan a seguir el camino.

Lo sagrado necesita de un deseo, un espacio y un tiempo. Por ejemplo, un templo puede evocar-nos muchos recuerdos. El templo de la infancia tiene sonidos de campanas, olores de Semana Santa, vestidos suntuosos y esa solemnidad que nos llevaba a intuir algo especial. El templo de la madurez espiritual nos trae el silencio, el en-cuentro, la alegría y el pan. Allí está el Jesús que nos enamora. Desde allí le damos espacio al Jesús nuestro, el que nos habita, al que lla-mamos para que se despliegue en toda nuestra existencia.

¿Qué provocó ese cambio?

Una misa puede ser algo rutinario. Incluso arro-dillarse durante la consagración puede ser una simple norma. Un bautizo es un buen momento para encontrarse con la familia. Un matrimo-nio es fiesta. Un funeral, acto social. Pero ese mismo rito cargado del sabor de lo sagrado, nos llena de Espíritu. Y hace, inexorablemente, re-formular la vida.

¿Quién provocó ese cambio?

Pareciera que una especial sensibilidad, un ins-tante en que el corazón estaba correctamente alineado, nos permite el cambio. Vamos adqui-riendo, paso a paso, morada tras morada, un conocimiento diferente. Textos que antes no tenían significado, de pronto adquieren una nueva dimensión. Autores que parecían anticua-dos, aparecen reveladores. Canciones que no eran de nuestro agrado, se vuelven poderosas. Vamos añorando cada vez más encuentros con lo sagrado para escuchar a Dios, entender sus proyectos, sus rutas. Y suele acontecer que una persona que no tenía ninguna importancia en nuestra existencia, un día cualquiera, mientras estábamos en camino, se convierte en un verda-dero Maestro. Y el pan se vuelve Vida, el hijo se vuelve Hijo, y el padre, Padre.

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Cristo es ese lugar de en-cuentro y, según Teresa de Jesús (moradas primeras), Él habita en el interior del

hombre, es su centro.

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un lugar místico para el El templo:

Desde siempre, los hombres han sentido admira-ción por la arquitectura religiosa.

¿Búsqueda de lo sagrado, idolatría o belleza?

Fray Eliber Salcedo D´Andrey O.C.D.Parroquia El Santísimo Sacramento Cali, Valle

Existen en la actualidad diversos espacios de cul-to que, como tales, muchos son solo espacios sin ningún tipo de expresión que evoque, convoque o provoque una vivencia profunda con el misterio.

Muchos de estos espacios además tenían otro uso antes y fueron adecuados o readaptados a un nuevo uso de tipo religioso sin criterios de diseño que tuvieran un verdadero sentido que pudiera expresar y motivar un ambiente de encuentro es-piritual.

No obstante, hay lugares finamente detallados y diseñados con el fin de promover lo estético de la vivencia espiritual -pero, aun así, algunas ve-ces solo se quedan en linduras y no entran al sentido teológico de la belleza-, que es lo que, en últimas, debe llevar a una conciencia de fe apostólica madura.

Toda experiencia de fe requiere un contexto (tiempo y espacio); no se puede dar por sentado que cualquier lugar es bueno para orar o para fo-mentar el crecimiento espiritual o para celebrar la fe; es importarte pues, darle un sentido tras-cendente al espacio, al lugar.

De igual manera, el ser humano necesita momen-

tos para lo trascendente, de encuentro interior y con el Misterio. Por eso, la liturgia requiere de un lugar para celebrar; éste debe poseer be-lleza en sentido estético y trascendente (mas no la belleza por la belleza) que anime y motive al encuentro con el misterio.

La Teología, a través de la espiritualidad, ofrece una gran gama de signos y símbolos de los cuales se puede hacer una hermenéutica que permita a los diseñadores crear espacios para la experien-cia mística. Por tal razón, la arquitectura como arte, junto con la teología, deben configurarse para que todos los fieles que participan en la ce-lebración de la fe, se vinculen activamente en interacción con el espacio y el entorno.

El templo como lugar de encuentro con el misterio

Dios marcó su encuentro con el hombre en todas las cosas. En ellas el hombre puede encontrar a Dios. Por eso todas las cosas de este mundo son o pueden ser sacramentales. Cristo es el lugar de encuentro por excelencia: en Él Dios esta de for-ma humana y el hombre de forma divina.

encuentro con el misterio

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Partiendo de esta afirmación, podemos configurar una teo-logía del espacio basada en la antropología teológica y la cris-tología.

Cristo es ese lugar de encuen-tro y, según Teresa de Jesús (moradas primeras), Él habita en el interior del hombre, es su centro: sólo porque Dios es superior, es interior. Por consi-guiente, el hombre es, por ex-celencia, lugar de encuentro con el misterio y, de hecho, se-gún Boff, en el mundo en donde también podemos encontrar a Dios, se ubica la persona tem-poral y espacialmente.

La arquitectura religiosa es el arte con sentido que conjuga elementos teológicos y al mismo tiempo, estéticos y funcionales; es como pasar de lo físico, ma-terial e inmanente a lo estéti-co, afectivo y trascendente. Y existe un camino: el símbolo.

La arquitectura responde a las facultades y posibilidades del cuerpo humano y posee cua-lidades que dialogan con las emociones del ser y en oca-siones le representan aquellas fuerzas que trascienden su co-tidianidad. Por ende, como ya lo hemos venido señalando, desde la experiencia cristiana y la arquitectura como arte en interacción con la comunidad humana, constituyen una rela-ción reciproca en la cual la fe crece, el creyente y su Iglesia se nutren con mucho y de esta manera nos abrimos a la gran plenitud de Cristo en nosotros. Así, la arquitectura deja de ser un montón de ladrillos ordena-dos para convertirse en un gran acicate del misterio cristiano, cuyo centro es Cristo y Él en el

rostro de cada mujer y hombre.

El espacio arquitectónico en la espiritualidad tere-siana

Para la madre Teresa de Ávila era fundamental tener un espa-cio o lugar en el que se pudiera vivir la espiritualidad, tanto así que rompió los esquemas de su época y fundó varios monaste-rios de monjas e incluso de frai-les, con el fin de lograr la salva-ción de las personas por medio de esta vida en el Espíritu.

Para el padre místico Juan de la Cruz, el espacio físico para el encuentro con Dios debe llevar a la interioridad y no distraer tanto los sentidos, y en caso tal sea mucha la belleza del lu-gar, debe volver al encuentro interior, de donde, aunque los templos y lugares apacibles son dedicados y acomodados a la oración, todavía para negocio de trato tan interior como este que se hace con Dios, aquel lu-gar se debe escoger que menos ocupe y lleve tras sí el sentido (1 S 39,2).

El santo poeta, figura al hom-bre como la morada de Dios, nuevamente una terminología espacial para designar un esta-do trascendente de la persona. Juan de la Cruz dirá: Bien está, pues, el alma aquí escondida y amparada aquí en esta agua tenebrosa, que está cerca de Dios. Porque así como al mismo Dios sirve de tabernáculo y mo-rada, le servirá ni más ni me-nos, al alma de otro tanto y de amparo perfecto y seguridad… (2N 16,13). Dios hace intimidad con el hombre desde él mismo, haciendo morada en él, re-

creándose en él.

La profundidad del amor del Señor que quiere expresar el santo carmelita, connota la significación metafórica más hermosa allende de las letras, hacia la experiencia viva de la persona. Es la intimidad simbó-lica que configura un espacio trascendente, el viviente del símbolo se implica en su reali-dad significante. Tal es lo que poéticamente el místico ex-presa como secreto del alma: Y, porque todo esto pasa en la íntima sustancia del alma, dice

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luego ella: Donde secretamente solo moras. (L 4,13).

De acuerdo con lo que nos expresan nuestros san-tos místicos, podemos dar una respuesta a un tipo de propuesta de diseño arquitectónico te-resiano en el contexto de la espiritualidad. Te-resa enuncia de un modo natural las categorías fundamentales de la arquitectura, que ya habían sido definidas por Vitrubio en la antigüedad. Estos fundamentos son la directriz para consolidar un tipo de arquitectura carmelitana según la santa. Firmitas (firmeza), dado en la solidez de sus casas de religión, la utilización de piedra labrada en la Iglesia haciendo referencia la dignidad espiritual, reflejando los principios de austeridad. Utilitas (utilidad), en donde establece relación entre for-ma y función correspondiente a lo necesario, para que no se atente contra la vida espiritual y la ve-nusta (belleza), que es la armonía primordial de los elementos arquitectónicos entre sí y su con-texto. Estos criterios para diseñar según la San-ta, generan espacios cargados de espiritualidad, evocando siempre el encuentro con el misterio.

A partir de esto la espiritualidad teresiana genera enriquecedores e inspiradores aportes para dise-ñar espacios para el espíritu. Tanto Santa Teresa de Jesús como San Juan de la Cruz manifiestan esta tendencia a usar metáforas arquitectónicas: Castillo, morada, habitación, edificio y mobilia-rio; lo que les ayuda a expresar el recorrido que sigue el alma en su itinerario a la unión divina. Es así, como estos símbolos del agua y de las fuen-tes, la naturaleza, la casa, el castillo, el movi-miento kenótico que acontece en la intimidad del místico, la austeridad del desierto y hasta el mis-mo silencio pasaran a ser directrices para diseñar en arquitectura.

Sentido de la simbología teresiana en un diseño arquitectónico

En la arquitectura y en la espiritualidad el centro es el hombre insuflado por el Espíritu del Todo-poderoso (Dios mismo). Ambas convergen en un mismo lenguaje del símbolo, traduciéndose de este modo como Dios-misterio en la espirituali-dad que equivale a belleza-trascendencia; esto en la arquitectura se codifica como diseño y en la espiritualidad se hace mística. La delicadeza y la sobriedad son sellos que deben llevar las obras,

ya que en esta sintonía, Santa Teresa proscribe expresamente la suntuosidad y el ornato, sugi-riendo una arquitectura elemental y atmosfera serena y armoniosa, un espacio intimo y recogi-do, una definición de belleza basada en lo inmu-table y permanente .

La sobriedad es belleza, y es una característica fundamental de la mística. La belleza, o mejor el proceso que la crea en nosotros, es una per-fección que estimula nuestra vida bajo sus tres formas a la vez: sensibilidad, inteligencia y vo-luntad. Si la belleza es vivencia de todo el hom-bre mediante la acción acordada, por las formas mencionadas, para producir en nosotros el sen-timiento placentero de lo bello, aquel aceptará mejor la belleza que esté mejor dispuesto para producir en su espíritu ese sentimiento placente-ro de lo bello. Por tal motivo, hablar de belleza, amor y arte es referirnos a algo único, Dios.

La arquitectura deja de ser un montón de ladrillos ordenados

para convertirse en un gran acica-te del misterio cristiano

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trascendencia, señalada por los pináculos que apuntan hacia el cielo, indicando que en dicho lugar atisbamos la eternidad. El ac-ceso o entrada, generalmente de vano ojival y de gran amplitud, señala y demarca el acceso al lugar de encuentro con el misterio, suscitando un llamado o convocatoria a dicho encuentro.

Las naves, lugar donde se ubican los fieles, se disponen en sentido perpendicular al altar; y se distribuyen espacialmente de forma proporcionada y geométricamente regular, expresando armonía y equilibrio, permitiendo el sosiego del alma y la disposición al en-cuentro.

El ambón, como altar o mesa de la palabra, realza la belleza de la voz del Amado que habla al corazón del fiel contemplativo. Éste se dispone en un lugar visible y alto para expresar la soberanía del Verbo que se encarna en la existencia del hombre, ejerciendo des-de la escucha de éste, su acción salvífica.

El presbiterio, lugar donde se ubica la sede y la mesa del Resucita-do, busca manifestar la cena íntima de los amantes que se hacen

Es esta presencia misteriosa que invade, que habita, que eternamente mora en las pro-fundas cavernas del sentido y que genera en la persona la extraordinaria virtud de la con-templación. Aquello que lo lle-va más allá de sí, haciendo de ese éxtasis del arte una verda-dera experiencia mística. Es allí donde el místico, a través del lenguaje simbólico, no es más que un artista del Espíritu; él va mas allá de la simple mirada estética, trascendiendo de la proporción, el color y demás es-quemas que teorizan el arte. El místico franquea con su visión iluminada esos campos de la forma estructurada y concreta y penetra hasta la profundidad óntica de lo bello, ordenando en una síntesis divina toda la hermosura .

Esbozo de una muestra de la ti-pología del templo teresiano

De acuerdo con nuestra tra-dición carmelitana, tomamos como referencia la tipología de algunos de nuestros tem-plos carmelitas en Colombia, heredados del estilo neo-gótico español, que no es más que la evocación del gótico tardío de la España del siglo XIII, con sus respectivas características y significaciones. Veamos enton-ces el sentido de este estilo ar-quitectónico que fue escogido para erigir nuestros lugares de culto .

La iglesia de Santa Teresita de la parroquia de nuestra Señora del Carmen de Bogotá (al igual que las de Sonsón, Pereira, Manrique y Palmira en Colom-bia) que expresan claramente el simbolismo teresiano. La fa-chada refleja la búsqueda de la

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uno en comunión mística y que actualiza el memorial de la expre-sión máxima del amor; llevando consigo la experiencia unitiva de lo eterno y lo finito, degustando así el ya pero todavía no, de la plenitud en Cristo.

Como ornato, vale la pena resaltar los rosetones y vitrales que permiten la iluminación del templo, llenándolo de colorido y her-mosura, señalando la policromía de la creación, en la que la luz de color materializa la presencia de Dios (lux mundi). La luminosidad coloreada pretende representar las sensaciones de una Jerusalén celestial.

El muro traslucido, hace que esta arquitectura transparente y diá-fana, evidencie la eternidad en la que no hay materia inerte pa-siva.

A partir del pensamiento de la santa Madre Teresa de Jesús, quien pide hacer torres con fundamento no a partir de la grandeza de las obras sino por el amor con que se hacen, se puede afirmar que la espiritualidad en el lineamiento de la mística, constituye una

base y fuente fundamental para la experiencia del encuentro con Dios. El lenguaje simbólico de la vivencia de fe fructifica y embellece la polivalencia de significados para aproximarse a la unión con el misterio.

Es la espiritualidad iluminada en la mística la que como eje trascendente configura una rea-lidad más allá del mismo, esto le permite agudizar sus sentidos desde lo estético. El recorrido místico es uno de los grandes temas que el ser humano puede emprender en la búsqueda de infinito, avocado siempre a su interioridad. De este modo, al reconocer el templo como es-pacio de encuentro con Dios por excelencia, connotamos que es el mismo hombre quien al sen-tirse inhabitado por lo inefable, se convierte en el lugar privile-giado de salvación.

De esta forma, en la espiritua-lidad la oración se convierte en el espacio trascendente de encuentro con el misterio. El templo evoca la presencia del Señor, por tanto genera la po-sibilidad de habitar en perma-nente oración. Su espacio habla del Infinito, esto es oración. Así, es la expresión interior del hombre, que desde el amor sen-sible se hace fuerza y realidad en su propio existir. Es vínculo amoroso que sólo se comprende desde la propia experiencia de unión con Dios. Orar es el es-pacio generador de diálogo, de adoración, de silencio, de con-templación mística.

Caminar por el arte y la espiri-tualidad en las rutas de la ar-quitectura permite destilar de la poética del espacio, los néc-tares de la estética del Creador,

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para el deleite de la contemplación en el misterio humano siem-pre capaz de lo infinito. Así, Dios y el hombre trascienden en la espacialidad; el interior (la persona) y el exterior (el cosmos) son amalgama de una relación mística…este es el verdadero lugar de encuentro con el misterio. De tal manera que el verdadero y único símbolo teresiano, en la tipología de sus templos, es esencialmen-te el hombre inhabitado por Dios.

La belleza, o mejor el proce-so que la crea en nosotros, es una perfección que estimula nuestra vida bajo sus tres

formas a la vez: sensibilidad, inteligencia y voluntad.

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El Evangelio es la presen-cia de la Palabra de Dios

hecha carne, y los Hechos de los Apóstoles dan cuen-ta de la Palabra transfor-mada en Banquete euca-rístico para las primeras comunidades cristianas.

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(Lucas 24,35)

Lo reconocieronal partir el Pan

Que bien sé yo la fonte que mana y corre,aunque es de noche.

Aquesta eterna fonte está escondidaen este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.(San Juan de la Cruz)

Padre Carlos Alberto Ospina Arenas OCDSuperior de Monticelo Casa de Espiritualidad/Medellín, Antioquia/

El valor de la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura no está dado exclusivamente por el conjunto de los setenta y tres libros que la com-ponen, sino por la riqueza de cada uno de los versículos. El presente artículo busca motivar el diálogo permanente con Dios en su Hijo Je-sucristo por medio del Espíritu ayudados por el tesoro contenido en la Biblia; despertar ade-más la necesidad de hacer de nuestras reunio-nes litúrgicas espacios donde el Señor se haga presente no sólo en el rito, sino también en la vida de los creyentes. Como modelo se presen-tan las siguientes páginas dedicadas al versícu-lo final del relato conocido como Los Discípulos de Emaús: Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24,35).

Claro que es necesario tener en cuenta que una lectura de un trozo de la obra lucana no puede pretender absolutizar posiciones, ni controver-tir enfoques, ni radicalizar las diferencias que

un libro tan complejo como fascinante ha pro-ducido a lo largo del cristianismo. Hago eco de algunos estudiosos del tema, combino elementos de exégesis y teología, trato de desentrañar po-sibles perspectivas que nos ayuden a leer como Iglesia la actualidad del mensaje revelado en el tercer evangelio, del elenco canónico, de nues-tra Biblia.

Es un dato aceptado casi de manera unánime por los especialistas que la obra lucana, constituida por el tercer evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles, forma un todo, pensado y elabora-do por el propio Lucas. Dicha obra, escrita de manera magistral, determina un pico alto desde donde se puede contemplar unitariamente todo el desarrollo del primer siglo del cristianismo.

Como veremos a continuación el relato de Emaús responde a la vida y enseñanzas de Jesús, y sir-ve de preámbulo a lo que será el acontecer de los discípulos sin la presencia física del Maestro. Este pasaje se desarrolla como una especie de

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liturgia, una celebración com-puesta de Palabra y Banquete,1 conceptos que podrían muy bien resumir el conjunto de la obra lucana; el Evangelio es la presencia de la Palabra de Dios hecha carne, y los Hechos de los Apóstoles dan cuenta de la Palabra transformada en Ban-quete eucarístico para las pri-meras comunidades cristianas.

Un encuentro para la celebra-ción.

Un relato propio de Lucas, don-de se percibe la excitación de la intriga: algo maravilloso ha acontecido, y nuestro evange-lista se toma el tiempo nece-sario para transmitirlo. Cons-truye una obra teatral (Lucas es un artista refinado y sabe de sobra que la experiencia de Dios, hecha vida, sólo puede ser expresada con la ayuda del lenguaje inefable del arte para dar cuenta de lo humano y de lo divino, de lo inmanente y de lo trascendente, del misterioso intercambio del amor de Dios entre los hombres), con tiem-pos, espacios, actores, diálo-gos, silencios, movimientos, exquisitamente elegidos y dis-tribuidos.

La trama se desarrolla en cua-tro secciones: el encuentro (vv. 13-16), la conversación por el camino (vv. 17-27), la cena en Emaús (vv. 28-32) y el regreso a Jerusalén (vv. 33-35).2

El relato de Emaús se sitúa en el espacio y en el tiempo (como

1 Cfr. SCHÖKEL, Luis Alonso. Biblia del peregrino: Nuevo Testamento. Edición de estudio: tomo III. Cuarta edición. Bilbao, Ediciones Mensajero; Estella, Verbo Divino, 2002. p. 225.2 Cfr. FITZMYER, Joseph A. El Evangelio según Lucas IV. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2005. p. 579.

es tradicional en Lucas). Todo inicia el primer día de la sema-na, el día primero de la nueva creación, del nuevo pueblo, de la comunidad, de la Iglesia. Dos discípulos están abandonando Jerusalén para regresar a su aldea y el mismo Jesús se une a ellos, pero no es reconocido; tratan de evadir la muerte del Maestro, sin embargo, él no los había abandonado. Con todo, se inicia un diálogo de pregun-tas y contra preguntas, de res-puestas y clarificaciones a la luz de la Palabra, de la histo-ria de Dios en medio de Israel. Mientras el diálogo avanza, el camino está por concluir con la llegada a Emaús, pero aquello que parece finalizar posibili-ta un nuevo inicio, el camino donde se han compartido pala-bras, motiva a compartir el pan bajo un mismo techo. El relato cambia ahora de ambiente, se hace más cálido en la posada de Emaús, en la fracción del pan, pues por sentido común el ofrecimiento de hospitalidad entraña en sí mismo comer jun-tos, compartir el hogar implica

compartir el alimento.3

La trama se ha desarrollado dentro de la lógica de los hom-bres. Todos hemos caminado en medio de un acontecimien-to triste, hemos encontrado desconocidos que nos sorpren-den, hemos invitado personas a compartir un trozo de pan… Pero en la historia de Emaús algo sorprendente está por ocu-rrir cuando el invitado asume la postura de anfitrión, parte el pan y lo reparte. En ese gesto el desconocido adquiere identi-dad nueva, y al mismo tiempo desaparece. Entonces los dos compañeros de viaje compren-den quién era aquel peregrino, sus ojos se llenan de luz y su miedo se convierte en valentía para regresar a Jerusalén y re-unirse con los Once y los demás discípulos, quienes por su parte han experimentado la misma verdad: ¡El Señor ha resucita-do! (v. 34).

Las palabras finales del relato

3 Cfr. LAVERDIERE, Eugene. Comer en el Reino de Dios: Los orígenes de la Eucaristía en el Evangelio de Lucas. Op. Cit. p. 199.

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(v.35) alcanzan una relevancia absoluta como conclusión, re-sumen y testimonio pascual: Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían reconocido al partir el pan. No importa que ya se sepa, el encuentro con el Resucitado debe ser contado una y otra vez, es imposible ca-llarlo, pues en cada persona se manifiesta de manera absoluta-mente nueva, ya sea el primer día de la nueva creación o des-pués de dos mil años. En medio del grupo reunido en Jerusalén los discípulos de Emaús se po-nen a contar lo que les ha suce-dido, respetando las dos etapas del camino y de la mesa. No sólo resumen hechos que han marcado un itinerario, sino un acontecimiento de salvación en su doble dimensión de palabra y gesto… El encuentro se produ-ce gracias a los dos momentos, empezando por el orden en que se han dado. Cristo es un acon-tecimiento de palabra-y-gesto. Su memorial en la liturgia ten-drá las mismas características.4

Nuestro texto, por tanto, está describiendo una celebración litúrgica, donde la memoria de Jesús resucitado determina todo el contenido simbólico de la misma. En la fracción del pan a los discípulos se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús. A lo largo del camino hablaban de él como un profeta de Naza-reth, aunque poderoso en obras y palabras delante de Dios y de los hombres (v. 19). Sólo cuan-do compartió su vida con ellos y ellos le correspondieron, escu-chándolo e invitándolo a com-partir la mesa, se les abrieron

4 Cfr. CHENU, Bruno. Los discípulos de Emaús. Madrid, Narcea ediciones, 2006. p. 79.

La pregunta que a lo largo de los siglos muchos cristianos se han formulado, puede ser aho-ra resuelta. Si Jesús no se en-contraba en el sepulcro, enton-ces, ¿dónde lo podían hallar sus discípulos? La liturgia descrita por Lucas responde con creces a este interrogante; la respues-ta es vivencial, y brota de una experiencia profunda, real, del corazón, sin determinismos dogmáticos, sin elucubraciones racionalistas. Todo eso vendrá después, pero lo primero es el encuentro con la Palabra que se hace Pan Partido. La ense-ñanza que brota de esta escena es que, de ahora en adelante, Jesús resucitado estará presen-te en la comunidad de sus dis-cípulos no de manera visible, sino en la fracción del pan. Así es como podrán reconocerlo, porque así es como él estará presente entre los suyos.6

Toda la reflexión anterior no-puede llevarnos a pensar que Jesús resucitado se reduce a una celebración litúrgica, ¡no! Lucas transmite una experien-cia de fe por medio de la cual se inaugura una forma de pre-sencia nueva. Cuando los discí-pulos de todos los tiempos co-men el pan que él les da com-prenden en lo más hondo de su espíritu que ahora él habita en lo más profundo de su ser, que respira en ellos, que habla en ellos, que vive realmente en ellos.7 La comunidad de los hermanos reunidos en torno a la fracción del pan será la ga-rante de la resurrección, y esta deberá ser corroborada en toda

6 Cfr. FITZMYER, Joseph A. El Evangelio según Lucas IV. Op. Cit. p. 578.7 Cfr. NOUWEN, Henri J.M. Con el corazón en ascuas: Meditaciones sobre la vida eucarística. Tercera Edición. Santander, Editorial Sal Térrea, 1996. p. 77.

finalmente los ojos y lo reco-nocieron como el Señor. Jesús dejó de ser un desconocido, un forastero que había visitado Je-rusalén en la Pascua, ahora es el Señor resucitado presente sacramentalmente en la cele-bración de la fracción del pan.

Dicho reconocimiento motiva a los discípulos de Emaús a ca-minar en sentido contrario, es decir a dirigirse a Jerusalén, el lugar de donde se escapa-ron. Seguramente sabían que sus hermanos también estaban tristes como cuando ellos ha-bían comenzado el camino de regreso a su aldea. Nuevamen-te el Señor los sorprende en el seno de la comunidad reunida, pues antes de que tuvieran la oportunidad de contar su ex-periencia, fueron recibidos con esta proclamación: -¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!- (v. 34). Al volver con la Buena Nueva, fueron recibidos con la Buena Nueva.5

5 Cfr. LAVERDIERE, Eugene. Comer en el Reino de Dios: Los orígenes de la Eucaristía en el Evangelio de Lucas. Op. Cit. p. 203.

Todo inicia el primer día de la semana,

el día primero de la nueva creación, del nuevo pueblo, de la comunidad, de la

Iglesia.

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palabra y en todo momento, es decir en la vida misma de los discípulos. La Eucaristía será la celebración de la vida de Jesús, dando vida por medio de sus “testigos”, siempre en medio del misterio propio de Dios que se revela en su Hijo, (hecho hombre, hecho carne, hecho historia), y de éste que se da a sus hermanos en la fracción del pan. Por tanto, la Eucaristía es el gesto más humano y más divino que podamos imaginar. Esta es la verdad de Jesús: Tan humano y, sin embargo, tan di-vino; tan cercano y, sin embar-go, tan misterioso; tan sencillo y, sin embargo, tan inasible.8

El sabor del encuentro hoy.

La situación actual de la Iglesia, en el contexto propio de nues-tra realidad, nos debe llevar, como hombres pertenecien-tes a una comunidad eclesial, a hacer una lectura confiada y esperanzadora de la Escritu-ra, lectura dirigida a iluminar el camino, esclarecer la forma de actuar y proponer formas concretas de cambio, es decir de transformación de los mo-delos causantes del egoísmo, de la falta de solidaridad y de compromiso; a romper con el pulular de ritos vacíos dirigidos simplemente al cumplimiento de la ley, para “tener mi con-ciencia tranquila”, en lugar de aceptar la invitación a anunciar la resurrección hecha por el Maestro en cada Eucaristía, que es mi propia transformación.

El relato de los discípulos de Emaús nos brinda una palabra certera frente a la experiencia cristiana que confiesa a Jesús como el Señor resucitado y úni-

8 Ibid. p. 71.

co modelo salvífico a seguir, si por salvación entendemos libe-ración de la búsqueda privada de los propios intereses, en nuestra vivencia religiosa, de las estructuras absolutamente piramidales contrarias al anun-cio de la Buena Noticia. El en-cuentro con Jesús es en la fe. Tiene una dimensión nueva. Ahora ya no está -delante-, sino que se hace presente -dentro-. Se hace tan nuestro en la fe que es, en nosotros, más que noso-tros; nos hace participar de su vida divina y llena el corazón de gozo… se ha quedado vivo y real en su Evangelio, evangelio entendido como vida que se da, que se parte, que se dona, que se hace pan Eucarístico, que forma comunidad.

Todo lo anterior encuentra en el modelo de la primera co-munidad cristiana (de la cual los discípulos de Emaús son un ejemplo excepcional) la forma más real y concreta de vivir la fe que profesamos en la frac-ción del pan, pues toda comida es celebración de alianza, acer-camiento de personas y tiempo de participación, de compro-miso mutuo… Y si la comida es el mismo Señor resucitado, entonces pasamos de la unidad material del pan a la unión de las personas gracias a la calidad de la relación que hemos esta-blecido. Comer juntos enseña a vivir juntos.9

En su relación con el Señor, la comunidad de los discípulos (Lc 24,34-35) no le vieron resuci-tar; pero lo vieron resucitado10, resucitado en la propia existen-

9 Cfr. CHENU, Bruno. Los discípulos de Emaús. Op. Cit. p. 121.10 Cfr. MAZARIEGOS, Emilio L. Emaús: El camino de la conversión. Op. Cit. p. 145.

cia, en la vida del hermano, en los lazos de fraternidad y de comunión, en su compromiso con la transformación del mun-do. No hay espacio para la des-esperanza, pues el camino de Emaús enseña una forma nueva de leer la historia, de iluminar el propio camino como posibili-dad de ser luz para los demás, de vivir todos los aconteci-mientos en Jesús, de tal modo que cuando los miembros de la Iglesia se reúnan para la cena común, y sobre todo repitan el gesto de la Fracción del Pan, es decir, celebren el derroche de sus vidas por los otros, intuirán cuán permanente es su amor y su presencia, pues el Resucita-do sigue insertándose en el ca-mino de cada uno.11 La Eucaris-tía será por tanto celebración hecha misión, en eso desembo-có la experiencia de los dos ca-minantes de Emaús. La misión de descubrir el actuar de Dios en el individuo y en la comuni-dad, la misión que es sinónimo de Eucaristía, pues la misión es anunciar a Jesús resucitado, y la Eucaristía es la constatación de lo anunciado, La Verdad que nos hace libres (Jn 8,32): Jesús el Señor. Él abre nuestros ojos para que veamos el camino ha-cia la plenitud del amor, del abrazo fraterno, disponiendo el corazón a quien llama sin ruido de palabras12.

11 Cfr. CARDONA R., Hernán. Jesús Camino de Emaús, un Apasionado por los Suyos. En: Vinculum. pp. 51-60., 220(Jul-Sep 2005). p. 59.12 Cfr. SAN JUAN DE LA CRUZ. Obras completas. Edición preparada por Eulogio Pacho. Burgos, Editorial Monte Carmelo, 1987. p. 868.

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Filiación Divina en el libro Moradas del Castillo Interior

¿ Hijo de cuál Padre? ¿ Padre de cuál Hijo?

Dios no es un padre común. Y cuando le permitimos hacer gala de su filiación, nos

convierte en hijos muy especiales.

Padre Luis Hernando Alzate OCDSuperior del Seminario Carmelitano Santa Teresa de Jesús y Director de la Casa Teresiana de Oración, Medellín.

Cuando hablamos de “filiación”, hemos de en-tender que estamos hablando de un “lazo natu-ral y jurídico que une a los hijos con sus padres”. Por lo tanto, “filial” es un adjetivo referido de manera directa al hijo en cuanto relacionado con su padre. Ahora bien, más allá de ese “lazo ju-rídico”, puede darse una “apasionada” relación filial entre ambos y originada por el vínculo “na-tural”, capaz de traspasar las barreras de lo me-ramente jurídico para ubicarse en la dimensión “amorosa” de la relación.

Podríamos decir que es propio de la relación padre-hijo el vínculo amoroso aunque no nece-sariamente se da, ni por saberse engendrado, ni por saberse hijo. Hablar propiamente de rela-ción filial tiene otro tipo de implicaciones y es propiamente en ese tipo de implicaciones en las que deseamos hacer hincapié en este artículo.

Hay un “plus” añadido a esta reflexión que nos ocupa, a saber, el adjetivo “divino” nos refiere inmediatamente a una relación no solamente “fi-

lial” sino, y de manera especial, “divina”; es de-cir, la relación filial de la que queremos hablar es aquella que se establece por vínculos afectivos y amorosos entre Dios, padre de todo viviente, y el hijo -cada uno de nosotros- en cuanto toma-mos conciencia de haber sido engendrados por el AMOR, origen primero y último de toda vida.

Al hablar de “filiación divina” aparece un refe-rente directo que es Dios, pero la figura de Dios Padre ha sido no pocas veces problemática debi-do a la frecuente mala relación que como hijos tenemos con nuestros padres. Muchas personas encuentran en la relación con Dios-Padre fuer-tes dudas, grandes problemas, serias dificulta-des, que, en vez de brindarles una experiencia de tranquilidad, los arroja a un mar de incon-venientes y amargas situaciones, hasta el pun-to de que por esa pesada carga acaban, final-mente, por prescindir de Dios. Sólo quiero dejar constancia de esta situación para que dirigiendo nuestra mirada a la experiencia profundamente amorosa que nos brinda Teresa de Jesús en cuan-

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Santa el “símbolo” del sí mismo; equivale a decir que Jesucristo es el “desafío” de una transfor-mación: alcanzar lo que el ser humano “es” en “esencia” a través de una relación profunda con la persona de Jesús, que será al mismo tiempo, una “profunda” relación del ser humano con lo más “profundo” de sí mismo; es decir, un diálogo cordial (de corazón a corazón) y amoroso de Dios con Dios.

A medida que avanza el camino que conduce al alma hacia el centro del castillo o de sí misma, las referencias a la persona de Jesucristo son cada vez más frecuentes. La relación con Él va siendo cada vez más intensa y va tomando unas connotaciones especiales. Teresa deja constan-cia de ello: Para que más claro veáis, hermanas, que es así lo que os he dicho y que, mientras más adelante va un alma, más acompañada es de este buen Jesús, será bien que tratemos de cómo, cuando su Majestad quiere, no podemos sino andar siempre con Él… (6M 8, 1). Se ve que la condición del caminante que va avanzando con éxito hacia la morada del Rey, es ser acom-pañado por el “buen Jesús”. De “camino” se convierte en “caminante” y sólo andando en su compañía, el caminante (alma) podrá arribar a la meta.

to a su relación filial con Dios, consideremos la posibilidad de una sana relación con la figura de Dios-Padre, alejada de tantos estereotipos que tenemos de la figura paterna, aunque no deje de ser difícil hablar de Dios como padre en una sociedad sin padres.

Ahora bien, queremos hablar de la “filiación divi-na” a partir de la finísima experiencia de Teresa de Ávila plasmada en su obra Moradas del Cas-tillo Interior, presentada en términos amorosos, apasionados, esponsales, salvíficos… Adentrarnos en la aventura apasionante de la santa abulense exige entrar de lleno en la relación Padre-Hijo-Alma-Dios.

Comenzar con un camino al alma.

Partimos de una constatación: para Teresa, es impensable poder arribar a la séptima morada si no es de la mano de la “Sacratísima Humani-dad de Jesucristo”. Nos remite de inmediato a la consideración de la realidad que debería acom-pañar nuestra experiencia de creyentes: Vivir como hijos de Dios. Hacernos hijos en el Hijo, vivir como el Hijo y redimir como el Hijo. Esta será la razón última del viaje que emprenda el alma hacia el interior de sí misma. En esta me-dida, podemos afirmar que Jesucristo es para la

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De manera especial, en la sexta y séptima mo-rada se intensifica la certeza de esta presencia que tiene distintas maneras de hacerse sentir. Así, Teresa afirma haber recibido visiones in-telectuales de Cristo: Acaece, estando el alma descuidada de que se le ha de hacer esta merced ni haber jamás pensado merecerla, que siente cabe sí a Jesucristo nuestro Señor, aunque no le ve ni con los ojos del cuerpo ni del alma.(6M 8, 2). “Sentir” será la experiencia clave en esta aproximación al centro. Un sentir que se sabe presencia, un saberse arropada y amada el alma. La convicción de la presencia divina acompaña las visiones de la Santa. El alma dispone sus ojos para no ver y sus oídos para no escuchar porque sin ver y sin entender es como se puede ver y entender: ver la hermosura del Señor y entender sus palabras: No tengas miedo, soy Yo (6M 8, 3). Certeza en el alma.

La relación filial pasa por la escucha atenta de la palabra que es dirigida desde el centro del alma para asegurar que el alma sea consciente de la presencia divina. A partir de ese momento se activan los sentidos interiores del oído para escuchar las dulces palabras del Señor y de la

visión para ver la hermosura del Huésped Divino.

Es interesante descubrir que el Padre muestra al Hijo o se muestra a través del Hijo y se hace escuchar a través del Hijo; de tal manera que lo que acontece en Teresa es la fascinación por el Padre que así se muestra, sumo Bien y Señor. La Santa percibirá la presencia del Hijo como una gracia dada por Dios o, dicho de otro modo, caer en la cuenta de tal presencia que la arrebata a vivir y asumir todos los sentimientos del Hijo amado del Padre, para ser en Él y por Él, amada y en Él y a través de Él escuchado: …lo que sabía era que era Él el que le hablaba y que no era antojo. Y aunque le ponían hartos temores, to-davía muchas veces no podía dudar, en especial cuando la decía: No hayas miedo, que yo soy. (6M 8, 3). La fuerza de un “decir divino” que despierta en Teresa el deseo de una coherencia vital y su complacencia como hija, se verá ya en sus obra. Se empeñará en todo momento en no hacer nada que desagrade al Padre puesto que la seguridad de sus palabras le dará el coraje para no ofenderlo y para agradar al Padre ce-lestial, absolutamente en todo, como Jesús: Te-nían tanta fuerza estas palabras, que no lo podía

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dudar por entonces, y quedaba muy esforzada y alegre con tan buena compañía; que veía cla-ro serle gran ayuda para andar con una ordinaria memoria de Dios y un miramiento grande de no hacer cosa que le desagra-dase, porque le parecía la esta-ba siempre mirando. (6M 8, 3).

Una relación esculpida en el alma.

La relación filial se caracteriza, también, por la escucha aten-ta de la palabra del Padre, el cual, comunicándole a su Hijo sus secretos divinos, pone en Él su absoluta confianza con la seguridad de no verse defrau-dado. En igualdad de condicio-nes, Teresa como Jesús se dis-

ponen para la escucha atenta y acogen, sin condiciones, la voluntad de Dios. Se apropian de ella, la acogen, la aman y la realizan. Seguir caminan-do hacia el centro del castillo exigirá no solamente afinar los oídos del alma para escuchar a Dios en un diálogo ininterrum-pido, sino que, del mismo modo y de manera especial, disponer al alma para acoger con gozo la voluntad divina.

Un Jesús “esculpido” en el alma o, para mejor decir, carne divi-na esculpida en el alma: carne humana, resucitada y glorifica-da, seguirá jalonando al alma para introducirla, finalmente, en la cámara del Rey, lugar del matrimonio espiritual. Allí, la

filiación o participación carnal de la realidad divina de Je-sús, el Cristo, el Resucitado, alcanzará su más alta realiza-ción: Cuando nuestro Señor es servido de regalar más a esta alma, muéstrale claramente su sacratísima humanidad de la manera que quiere, o como andaba en el mundo, o después de resucitado; y, aunque es con tanta presteza que lo podría-mos comparar a la de un re-lámpago, queda tan esculpido en la imaginación esta imagen gloriosísima que tengo por im-posible quitarse de ella, hasta que la vea adonde para sin fin la pueda gozar. (6M 9, 3).

En la séptima morada, la del matrimonio espiritual, Teresa afirma de nuevo haber recibido visiones imaginarias e intelec-tuales de Cristo. Pero son to-talmente diferentes de las de la sexta morada, que es la mo-rada del desposorio espiritual: Entended que hay grandísima diferencia de todas las pasadas (visiones) a las de esta morada. (7M 2, 2). Este testimonio de la Santa nos lleva a pensar que conforme se va avanzando en el camino que conduce al centro del alma, la experiencia con la persona de Cristo va siendo

Teresa como Jesús se disponen para la

escucha atenta y aco-gen, sin condiciones, la voluntad de Dios.

Se apropian de ella, la acogen, la aman y la

realizan.

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tado del matrimonio espiritual será, entonces, una identificación plena con Cristo; el alma, dice Teresa, muere porque su vida es ya Cristo. (7M 2, 5).

El objetivo de las mercedes del Señor no se agotan en el deleite del alma: Porque no nos puede su Majestad hacérnosle mayor que es darnos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado; y así tengo yo por cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza -como aquí he dicho alguna vez- para poderle imitar en el mucho padecer. (7M 4, 4). La más grande merced que Dios puede hacer al alma será la de regalarle fuerza y vida sufi-cientes para vivir imitando a su Hijo y en esta imitación logre con Él su total identificación. La filiación divina consistirá, entonces, en vivir de tal manera que la vida del Hijo se manifieste y se trans-parente en la de aquella alma que ha recorrido bien su camino, que ha combatido bien su combate, que ha llegado hasta el final, que ha logrado atravesar todos los obstáculos hasta arribar a la meta para convertirse, así también, en el Hijo Amado en quien Dios puede complacerse.

El dolor de amar al Padre.

Por otro lado, la filiación divina va acompañada del “padecer”. No se puede ser hijo con el Hijo sin padecer la suerte del Hijo, puesto

paulatinamente más fina y, a la vez, va quedando más esculpi-da en el alma del creyente. De igual manera, podemos decir que en esta misma medida, la persona se va viendo cada vez más “cristificada” y van apare-ciendo en ella, con más clari-dad, los gestos divinos del Hijo.

Al describir el matrimonio es-piritual, la Doctora afirma: La primera vez que Dios hace esta merced quiere su Majestad mostrarse al alma por visión imaginaria de su Sacratísima Humanidad para que lo entien-da bien y no esté ignorante de que recibe tan soberano don. (7M 2, 1). La experiencia inicial del matrimonio espiritual im-plica, para la Santa, una visión imaginaria de la Humanidad de Cristo, reconfirmando lo que ya desde el inicio de su vida espi-ritual había dicho: que no se puede llegar al centro del alma más que de la mano de la Sa-cratísima Humanidad de Cristo. De esta manera, la relación con la persona de Jesús, ayuda al alma a tomar conciencia de la condición divina de su humani-dad y de cómo a través de la re-lación filial con el Padre y sien-do obediente hasta el fin, la persona llega a transformarse, como Jesús, en carne glorifica-da y resucitada. La afirmación teresiana podría ser la siguien-te: la carne del Hijo, abrasada y sanada por el Padre, se trans-forma en carne glorificada por la acción de su Espíritu. Así, toda carne que vive como el Hijo predilecto del Padre, ha de sufrir la misma transforma-ción, para verse, finalmente, glorificada por la misma acción amorosa del Padre: carne fiel transformada, resucitada y, fi-nalmente, desposada. El resul-

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que el padecer es signo de fidelidad y de perte-nencia a la persona de Cristo. Quien más cerca está de Él, más sufre su padecer, quien más sufre su padecer, más hijo del Padre es. De hecho, la Santa afirma que quienes estaban más cerca de Cristo, como su madre y los apóstoles, sufrieron las pruebas más grandes. Quien se atreve a vivir su relación filial con el Padre, ha de estar total-mente decidido a correr la suerte de quien se sabe Hijo y quien vive su dimensión filial a través del Hijo, no lo puede hacer más que sufriendo su misma suerte.

Sufrir la misma suerte del Hijo o padecer su pa-sión es participar de su destino, el cual estuvo marcado por el ejercicio supremo del amor. Ir a la cruz como Él o ir a la cruz con Él es haber en-tendido el misterio sublime de la filiación divina. El alma que va peregrinando desde el arrabal al centro del castillo, se ha ido transformando de tal manera que ya sus cosas son las de Él y las suyas (del alma) son las de Cristo. Por tanto, el padecer amorosamente significará dejarse afec-tar por toda la vida del Hijo de Dios que no supo vivir para sí sino para los demás.

En otras palabras, quien es partícipe de la pasión de Cristo se hace partícipe de un amor redentor, de un amor “com-pasionado”, expresado -como diría la mística abulense- en los “dejos” o en los “efectos” que quedan de la relación del alma con su esposo. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13), dirá el Maestro y de Él dirán está fuera de sí (Mc 3,21). Esta es la pasión que ha de vivir el alma que ya ha aceptado a Cristo por esposo: dar la vida por los demás y vivir volcada sobre sus her-manos. Teresa dirá que la mayor alegría para el alma será poder participar de la suerte absoluta de Jesús, así como una buena esposa se preciará de participar de la suerte de su marido. En estos términos, la participación en la “pasión” de Cris-to no es un añadido a la vocación cristiana sino su esencia misma.

Según los relatos evangélicos, quienes pasaban por el Gólgota se burlaban de Jesús y viendo su impotencia le decían: Si eres Hijo de Dios bájate de la cruz (Mt 27,40). Su respuesta fue un silencio profundo, un misterioso silencio. Precisamente porque es Hijo de Dios permanecerá en la cruz hasta la muerte que dará paso a la vida nueva. El

Amor está crucificado y solamente puede sufrir la pasión del Hijo quien está decidido a amar de la misma manera. Así mismo encontrará la vida nueva que surge del amor crucificado. El alma de la séptima morada es aquella que ya Cristo ha tomado por esposa -dirá la Santa-es decir, a la séptima morada, a la cámara del Rey sólo tendrá acceso el alma que crucificada con Cristo haya experimentado la transformación que se opera en un alma para quien ya su vida es Cristo. Así muere la mariposica blanca y graciosa. En Cristo ha encontrado toda su plenitud. Es la razón por la cual el libro de las moradas concluye invitando al mucho padecer, es decir, al mucho amar ya que sólo el amor redime. Esta es la única pasión salvadora, este es el único sacrificio posible.

Es así como el matrimonio espiritual guarda ínti-ma relación con la vivencia de la relación filial, es decir, quien arriba al matrimonio espiritual es porque, de hecho, ha corrido la misma suerte del Hijo y ha vivido su relación con Dios en los mismos términos del Hijo. Cuando Teresa invi-ta a volver los ojos al Crucificado, sencillamen-te nos está invitando a no vivir de otra manera sino de ésta porque sólo con los ojos vueltos a Él tendremos el coraje de imitarlo y de asumir, con todas sus consecuencias, el riesgo del amor: Mirad que importa esto mucho más que yo os sa-bré encarecer; poned los ojos en el Crucificado

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y haráseos todo poco; si su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras? (7M 4, 8). La imitación de Cristo -que es el efec-to de la unión- es una imitación “en el mucho padecer”. Esta imagen, expresada sin palabras da cabida a todas las culebras dentro y fuera del castillo. El mal está presente y, no obstante, ha sido transformado en la persona del Crucificado. Cristo en la cruz representa la vida más grande y el encuentro con lo más genuino y lo más divino del ser humano.

El Hijo sólo puede ser Hijo siendo “esclavo” para ser libre. La paternidad divina libera y la filiación divina capacita para liberar. Esclavitud, crucifi-xión, libertad, vida, son condiciones del Hijo-hijo en quien el Padre expresa su beneplácito: ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien, señalados con su hie-rro que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo fue; que no les hace ningún agravio ni pequeña merced. (7M 4, 8).

En conclusión, la Santa nos dice que Cristo nos acompaña en nuestro camino, que Él es nues-tro camino. Cristo es nuestra verdadera vida y nuestra meta final. Es también el modelo a quien debemos imitar. Esta imitación será sobre todo, en su sufrimiento: poned los ojos en el Crucifica-do. Es esta la exhortación última de Teresa en el Castillo Interior. La travesía del alma por el cas-tillo nos enseña que hay que confiar en el centro del alma. El centro se revela como una realidad vivificadora, en ningún momento, aniquiladora. En el centro hay vida nueva porque en el centro está la vida. La Doctora de Ávila caminó conven-cida de que la realidad última en la vida estaba a su favor y no en contra. Pero no apunta a su vida, sino a la imagen de Cristo crucificado como el símbolo que contiene nuestra vida. En el Cru-cificado encontramos el sentido de nuestra re-lación filial. Digámoslo así, simplemente: Teresa nos revela que la condición filial del alma sólo la podemos encontrar en el Crucificado. Nuestra filiación está crucificada y en ella encontramos la vida.

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El monumento a la Santanderianidad es una de las atracciones más representati-vas del Parque. El monumento está cons-truído en forma de hoja de tabaco, como símbolo de la lucha comunera. Sobre ella se recrea la revolución de los comuneros en 36 esculturas creadas por el Maestro

Luis Guillermo Vallejo.

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Panachiexperiencia inolvidable

VIII Encuentro Nacional de Laicos Carmelitas DescalzosMerceditas Londoño Fotografía: Julia B. Castro Isaza / Sergio Isaza RestrepoLaicos Carmelitas - Monticelo Casa de Espiritualidad

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Cada año, por el mes de agosto, las delegaciones de las Casas de Espiritualidad y de las Parroquias del Carmelo Descalzo se reúnen en oración y fraternidad, con una te-mática común: el estudio profundo de los escritos de Santa Teresa de Jesús, Doctora de la Iglesia, fundadora del Carmelo Descalzo, como preparación de los 500 años de su natalicio. En el año 2012, se llevó a cabo el VIII Encuentro Nacional de Laicos Car-melitas Descalzos, en Bucaramanga, acompañados por una delegación del Ecuador, y espléndidamente preparada por los padres y laicos de esa ciudad y el apoyo decidido de nuestro Provincial.

En el Carmelo Descalzo la simbología es infaltable. Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, la desarrollaron con maestría para que pudiésemos entender la experiencia de Dios que ellos vivieron.

Los organizadores, con la pedagogía propia del Carmelo Descalzo, nos llevaron a un viaje por el cañón del Chicamocha y su Parque Nacional. ¡Experiencia inolvidable!

Los vagones del teleférico descendieron despacio, y todos quedamos abismados ante tanta belleza, un panorama de profundidad y altura que al recorrerlo nos permitía admirar cada detalle: rocas, formaciones del terreno, vegetación con bella gama de verdes y de colores, el rio serpenteante en medio de montañas majestuosas. Una de mis compañeras me dijo: en este lugar, donde se manifiesta Dios en acción, pienso en San Juan de la Cruz, ¡cómo habría expresado este canto de la naturaleza reflejando a Dios!

Luego, el ascenso hasta la otra cúspide, donde todos, en una pequeña capilla, como familia Carmelitana, unidos en lo que amamos, celebramos la Eucaristía; y recordé también al Santo, volé tan alto, tan alto que le di a la caza alcance. Era a la vez un viaje a nuestro interior, bajar a la profundidad de nuestro ser y detallar nuestros riscos, arideces y también nuestros jardines; para luego subir al descubrimiento de nuestra esencia divina.

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Era a la vez un viaje a nuestro interior, bajar a la profundidad de

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Humor OCD

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Padre Hernando Uribe Carvajal OCD

El MesíasHändel

Aleluya, dijo a su asistente: Creo que he visto el cielo delante de mí, y también a

Dios.

Desde la primera vez que escuché El Mesías, me acompaña el canto del Apocalipsis (5, 12): Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la ri-queza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.

La música de esta gran obra se arraiga en las antiguas pasiones y cantatas alemanas. Popular-mente vinculada a la Navidad, se refiere no sólo al nacimiento de Jesús, sino a toda su vida, in-cluyendo muerte, resurrección y ascensión.

Charles Jennens fue el creador del libreto, que es una compilación de textos bíblicos, especial-mente de Isaías, los Evangelios, la Primera Carta a los Corintios y el Apocalipsis, del cual son el Aleluya y los coros finales. Para mi gusto, es un sublime testimonio de fe, de belleza perdurable.

Quien llenó de sonidos este texto, Händel, es un místico conmovedor. Es uno de los composi-tores más influyentes de la música, y una de las cumbres del barroco. Tenemos el gusto de seguir escuchando su inmenso legado musical, síntesis del estilo alemán, italiano, francés e inglés de la

{primera mitad del siglo XVIII, que incluye obras en casi todos los géneros de la época, con 43 óperas y 26 oratorios, entre los cuales descuella El Mesías de 1741. Händel compuso esta obra monumental en duración y complejidad musical en 23 días. Cuando terminó el coro Aleluya, dijo a su asistente: Creo que he visto el cielo delante de mí, y también a Dios. Su estreno, en Dublín en 1742, fue un éxito total. Dedicó las ganan-cias para obras de caridad.

Después, cuando El Mesías se estrenó en el Co-vent Garden, en Londres, al llegar al coro del Aleluya, el rey Jorge II se emocionó tanto que se puso a saltar. Todos hicieron lo mismo y, des-de entonces, en todas partes lo escuchamos de pie.

Händel murió un Sábado Santo de 1759. A su fu-neral acudieron más de tres mil personas. Desde entonces, El Mesías se ejecuta por todas partes en Pascua y Navidad.

Es nuestro recomendado para esta época. Modo maravilloso de celebrar un año nuevo.

Me gusta El Mesías, por su len-guaje musical, fácil, sencillo y transparente. En algunas par-tes me produce tranquilidad, alegría, tristeza, ánimo y júbilo, como en el “aleluya” por ejem-plo.

Wilfer Vanegas, músico y violinista de la Orquesta Filarmónica de Medellín.

Me produce la emoción más grande que un ser humano pue-da experimentar. Como cantante es muy especial, pero como ser humano es aún más por el es-tado de ánimo que es capaz de provocar.

Gustavo Navarro, Coordi-nador académico de la Orques-ta Filarmónica de Medellín.

Amo profundamente El Mesías. Para mi, escucharlo, es una experiencia orante, antes que nada es una con-templación del Misterio de la Encarnación del Señor y de la historia de Salvación.

Padre Francisco A. Tobón OCD, Director del Coro Gre-goriano de Bogotá

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{Los miserables

La miseria de unos que impidela grandeza de otros

Claudia Llano (Tita)

Víctor Hugo nos recuerda que es pues, la certeza de sabernos Hijos de Dios lo que nos obliga a ser bue-

nos

Jean Valjean, hermano mío, ya no perteneces al mal. Con esta plata compré tu alma, te rescaté del miedo y del odio y ahora te devuelvo a Dios . Estas palabras, pronunciadas por un presbítero a un ex convicto con libertad condicional, constituyeron la salvación, la promesa de una nueva vida para un hombre acostumbrado al pecado, es decir a hacer el mal como única opción dejada por la sociedad que lo condenó, lo condena y lo condenará permanentemente.

Esta escena hace parte de la novela Los miserables del famoso escritor francés Víctor Hugo, uno de los grandes de la literatura universal (Capítulos VIII y IX del Libro segundo, primera parte). Magistralmente nos lleva por veinte, treinta páginas, hasta este punto, que desata el desarrollo de la obra y el nuevo curso de la vida salvada de Jean Valjean, de la vida de un hombre al que por fin alguien (una única persona) le ha reconocido como Hijo de Dios. El presbítero perdonando delante de la policía a un hombre que efectivamente le ha robado, no es más que una paráfrasis de Jesús en sus variadas interacciones con el prójimo, mismas que se nos narran en distintos pasajes del evangelio: vete y no peques más, levántate y anda, no te condeno, tu fe te ha salvado…

Claramente, en esta película podemos hacer una lectura espiritual, que aumenta la trascendencia de los hechos narrados. El problema es que las palabras de Jesús no son historia, no son anécdota, las pronunció para enseñarnos cómo pronunciarlas y actuarlas nosotros mismos. Nos

creemos buenos porque cumplimos la ley (la religiosa o la civil) pero ya esa sola convicción, ese solo creernos buenos es lo que nos impide ser realmente buenos. Para ser libres, Cristo nos libertó, dice San Pablo en Gálatas 5,1. De otro modo sostiene que es por gracia y fe, no por la ley que somos salvos. Es el ejercicio de esa libertad dada por Dios para juzgar y discernir, para diferenciar en qué momento aplica la ley y en qué momento se agota, lo que nos hace sujetos éticos. Eso ya nos lo enseño Jesús: nos mostró en cada una de sus salvaciones (milagros) que la ley se agota y es sólo el amor el criterio de juicio y el motivo de acción. Que es el sabernos Hijos de Dios y con deseo de corresponder su infinito e incondicional amor lo que nos impulsa a “hacer el bien y ser fuerza de bien” , no la obediencia temerosa a la ley, y que esa bondad sólo se manifiesta en la relación con el otro, no en la observancia individualista de un canon. Esa es la gran explicación de Pablo, que es quizá quien mejor entiende el mensaje de El Maestro.

Lo único –que es lo máximo- que hace el personaje de Víctor Hugo -el obispo- es recordar, hacerle pasar por el corazón a Jean Valjean –el “delincuente”- algo olvidado: que es Hijo de Dios. Lo que hace el “cura” -en el más hermoso sentido de esta palabra- es mostrar el camino de regreso a la casa del Padre, salvar, curar del dolor y de la ira producida por una sociedad condenadora que utiliza la imagen de Dios castigador para manipular y dominar.

En las distintas versiones de la obra llevada

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al cine y en el musical, puede notarse la concordancia entre principio y fin -que no son exactamente el comienzo y el final de la obra escrita-: el comienzo de salvación y desarrollo de toda la vida del protagonista como hombre nuevo y bueno se da al inicio con el perdón del presbítero (que encarna el perdón de Dios, como todos debemos hacerlo), el amor de Dios lo salva para sí y para los otros devolviéndole su dignidad, su divinidad; pero el comienzo de una vida sosegada ante la sociedad-Estado se da al final con el perdón de ésta (que es representada por un inspector rígido y obsesivo por la ley).

Víctor Hugo nos recuerda que es pues, la certeza de sabernos Hijos de Dios lo que nos obliga a ser buenos (Prometiste ser un hombre nuevo), pero esa misma certeza debemos reconocerla en los otros en quien también Dios habita. Muchas veces nuestros hermanos (que justamente no reconocemos como hermanos), viven como viven, sin la posibilidad de hacerse mejores, condenados no por Dios, sino por nosotros mismos. No dejamos que Dios obre su infinito amor.

Lo humano, el bien, el mal disfrazado de bien, el perdón, son reflexionadas y tratadas de manera tan majestuosa por que Víctor Hugo, un grande de grandes, que su más excelsa obra ha sido llevada innumerables veces al teatro, al cine y montada como musical.

Haciendo una buena Lectio Divina en diferentes textos bíblicos podemos entender la esencia del cristianísimo, pero a veces también la comprensión se nos facilita mediada por expresiones artísticas como son la literatura, el cine o la música. Buena recomendación es esta de ir a la esencia del Dios de Jesús (el amor vs. la ley) a través ya no de la Biblia sino de una buena película o de un musical. Se recomienda muy especialmente la versión cinematográfica de 1998 dirigida por Bille August y protagonizada por Liam Neeson (http://www.youtube.com/watch?v=WgHhuzB7dNg), así como la recientemente estrenada en España (diciembre 2012) y dirigida por Tom Hooper y que próximamente veremos en nuestras salas de cine en América. Apoteósico en todo sentido es el musical producido por Claude-Michel Schönberg con libreto de Alain Boublil y que resulta ser uno de los tres musicales de más larga duración en la historia del espectáculo (27 años).

LOS MISERABLES (Víctor Hugo)

I ESCENA (en teatro y cine)

(El convicto Jean Valjean se encuentra en una plaza, mal vestido. Es de noche, no tiene donde dormir, así que lo hace en una banca de cemento. Se le acerca un anciano quien lo despierta y lo manda a la casa del Obispo. Obedece y va, y toca la puerta. Dentro, el Obispo se encuentra a punto de cenar con su ama de llaves, la Señora Magloire. Cuando Jean toca la puerta, abren y se desarrolla la escena dentro de la casa). Jean duerme en la banca. Viejo: (Golpea con el bastón a J. V.): No puede dormir aquí J.V.: ¡Aléjese de aquí! Viejo: ¿Por qué no va a una hospedería? J.V.: ¿Usted qué cree? Viejo: ¿Tocó alguna puerta para pedir albergue? J.V.: Ya toqué. Toqué muchas. Déjeme en paz. Viejo: ¿Ya tocó esa? (señala la puerta de la casa del Obispo) Toque ésa puerta.El viejo se va y J. V. se acerca a la casa del Obispo, quien se encuentra dentro escribiendo y a punto de cenar. La Señora Magloire está sirviendo la mesa cuando J.V. toca. Obispo: ¿Quién será a esta hora? Abre la puerta J.V.: ¿Tiene algo de comer que me dé?Obispo: pase J.V.: No. Soy un convicto. Me llamo Jean Valjean. Pasé 19 años en prisión, me liberaron hace 4 días bajo palabra. Tengo que estar en Vigau el próximo lunes, o me regresarán a prisión. (Saca un sobre amarillo y se lo enseña) mi pasaporte, no sé leer, pero sé lo que dice: es muy peligroso.Obispo: Por favor, sea bienvenido a comer con nosotros. J.V.: (Se descubre la cabeza) soy un convicto, vio mi pasaporte.Obispo: Ya sé quién es.J.V.: ¿Y me dejará entrar a su casa?Obispo: Sí, vamos a cenar, cene con nosotros.(Entran y cierra la puerta. Le ofrecen un asiento a J. V.)Señora Magloire: Siéntese, ahora le sirvo.(Le sirve y empiezan a comer. J. V. come con ganas, hambriento).Señora Magloire: ¿Y de qué lo acusan? J.V.: Tal vez maté a alguien. Silencio. Luego mira

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al Obispo: ¿Cómo sabe que no voy a matarlo?Obispo: ¿Cómo sabe que yo no lo mataré a usted? J.V.: ¿Qué dice? ¿Bromea?Obispo: La confianza tendrá que ser recíproca. J.V.: Yo no maté a nadie, soy ladrón. Robé comida. Robé pero ¡ya pagué 19 años encarcelado bajo la custodia de un policía llamado Javert! Me liberaron, me dieron un pasaporte amarillo. ¿Qué puedo hacer con tal pasaporte? Debo ir a Vigau con mi custodio y ahí morir de hambre. Jajaja 19 años y el verdadero castigo empieza jajajaja Obispo: los hombres son injustos J.V.: ¿los hombres, no Dios? Aún así, ¿qué quiere que sea? Gracias. Comida, y dónde dormir: una cama. A la mañana seré un hombre nuevo.(Se levantan y en el comedor le tienden una especie de catre para que duerma. El Obispo y el secretario salen y dejan ahí a J.V. quien se acuesta y espera a que se vayan. Una vez que se encuentra solo, se levanta y toma su saco. Va al mueble de los cubiertos y los toma todos. En ésas está cuando llega el Obispo Obispo: ¿Hay alguien ahí? (J.V. se esconde. El obispo se acerca a la mesa y mira el saco, se da la vuelta y ve a J. V. quien se le acerca y le pega, luego sale huyendo. A la mañana siguiente, se encuentra el Obispo trabajando en el jardín, el secretario está junto a él. Entran tres guardias: dos llevan escoltado a J.V. y otro lleva el saco).Guardia 1: Lamento molestarloSeñora Magloire: Lo atraparonGuardia 1: Me llamó la atención este hombreSeñora Magloire: ¡gracias a Dios! (Se santigua. El obispo se acerca enojado)Obispo: ¡Estoy enojado contigo, Jean Valjean!Guardia 2: ¿Qué le pasó a su ojo, Monseñor?Obispo: ¿No le dijo que fue mi huésped anoche?Guardia 1: ¡Ah, sí! Después de hurgar en su saco “y encontrar esta plata” (Saca los cubiertos) él dice que…jajajaja “usted se la obsequió” (y le da el saco al Obispo)Obispo: Sí, claro que yo se la obsequié. (Mira a J.V. y le dice:) Pero, ¿por qué no te llevaste los candelabros? ¡Qué gran descuido! Se dirige a la Señora Magloire) traiga los candelabros de plata, que valen por lo menos 2000 francos. ¿Por qué los dejaste? De prisa, Madame, el señor Valjean tiene que irse, ya perdió mucho tiempo. (Se acerca a él y lo toma por los hombros:) ¿olvidaste tomarlos?

Guardia 1: (Enojado) ¿Está diciendo que dijo la verdad?Obispo: ¡Oh sí! ¡Claro! Gracias por haberlo traído, me han tranquilizado.Guardia 1: (a los otros guardias) ¡Libérenlo! (Y le quitan los grilletes. Entra la Señora Magloire con los candelabros de plata y, junto con el Obispo, los meten en el saco de J.V.) J.V.: ¿Me dejarán ir?Guardia 3: ¿No oíste al Obispo?Obispo: Señora Magloire, deles vino a estos hombres, deben tener sedGuardias: ¡Gracias! (Y entran a la casa. Afuera solo quedan el Obispo con J.V.)Obispo: Toma (y le da la bolsa, le quita la capucha) y no lo olvides, jamás lo olvides: prometiste ser un hombre nuevo. J.V.: ¿Pro…”prometí”? ¿Por qué hace esto?Obispo: Jean Valjean, hermano mío, ya no perteneces al mal. Con esta plata compré tu alma, te rescaté del miedo y del odio y ahora te devuelvo a Dios.

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