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EVOLUCIÓN REDACTORES " Julio Niny Silva, VíctorZerbino, Alfredo Péi sico, Eduardo Giménez de Aréchaga, Eduardo Rodríguez Larreta, Enrique Rodríguez Castro, Humberto Pitta-- miglio, Raúl Leiena Acevedo,Hugo del Priore, Alfredo Jiménez de Aréchaga, Horacio Platero, Héctor H Muirlos Carlos A. Velasco Lombardini, Carlos ' *. Praderi, Miguel C. Rubino Julio de 1908 LA DIRECCIÓN DE LA REVISTA Disciérneme alto honor la Comisión Di- rectiva de la Asociación de los Estudian- tes al confiarme la Dirección de esta re vista, predilecta del juvenil entusiasmo y gloria de las nuevas mentalidades uru- guayas. Todos cuantos hemosdedicado nuestro esfuerzo al engrandecimiento del primer centro estudiantil de la República, abri- gamos el firme convencimiento de que en EVOLUCIÓN deben sintetizarse las as- piraciones de nuestra cultura universi- taria, haciendo públicos los gallardos es- fuerzos y los legítimos triunfos de todo paladinen las. justas de la Idea; y ha sido incesante nupstro desvelo por la publicación que refleja las combinantes de nuestra fisonomía como colectividad robusta, ágil, inquietamente febril y ge- nerosamente fecunda. Si todos cuantos me favorecen con su cooperación en el cargo de redactores participan de semejantes entusiasmos, la tarea será más armónica y completa, desde que solo con la variación de los materiales á insertarse puedejí conse- guirse las ventajas prácticas cuya reali- dad persigue EVOLUCIÓN. Porque no se oculta á ninguna sagaz mirada quilos momentos actuales sig- nifican pá^ nuestra institución estu- diantil, la cftítísagración material y snen-. ciosa del más legítimo triunfo. Días son éstos en que el premio de esfuerzos ge- nerosos se cobra con explendidez justi- ciera. La intelectualidad estudiantil uruguaya ha dejado de ser por siempre la bulliciosa falanje, útil solo á la diver- sión en frivolidades de colegial inapli- cado; la intelectualidad estudiantil uru- guaya ha impuesto su nombre y su pres- tigio ante propios y extraños en graves torneos de ciencia y en la comunidad ^vidente de los idealismos generosos. La enseña ha escalado ya las cumbres ma- gestuosas y altivas; hora es de mante- nerla con seguridades enérgicas. Tal es el fin de EVOLUCIÓN, cuyo pres- tigio, merced á los cuidados de Héctor Miranda, el más volitivo de los inte ec- tuales y de Baltasar Brum, el más inte- lectual de los volitivos, se acrece en la vastedad de nuestras Américas. EVOLUCIÓN en la elocuente irrefuta- bilidad de sus columnas palpitantes, ha proclamado que en el Uruguay existe una juventud capaz de apasionarse por una concepción nueva é intensa;ha mos- trado como la ciencia abstracta y la ex- perimentación pacientemente sagaz ena- moran á los cerebros matinales; ha dicho la excelencia de nuestras demo- cracias, la fe en el porvenir con que en las suaves riberas.se combate; por Evo- 377

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EVOLUCIÓN REDACTORES "

Julio Niny Silva, VíctorZerbino, Alfredo Péi sico, Eduardo Giménez de Aréchaga, Eduardo Rodríguez Larreta, Enrique Rodríguez Castro, Humberto Pitta--miglio, Raúl Leiena Acevedo,Hugo del Priore, Alfredo Jiménez de Aréchaga, Horacio Platero, Héctor H Muirlos Carlos A. Velasco Lombardini, Carlos

' *. Praderi, Miguel C. Rubino

Julio de 1908

LA DIRECCIÓN DE LA REVISTA

Disciérneme alto honor la Comisión Di­rectiva de la Asociación de los Estudian­tes al confiarme la Dirección de esta re • vista, predilecta del juvenil entusiasmo y gloria de las nuevas mentalidades uru­guayas.

Todos cuantos hemosdedicado nuestro esfuerzo al engrandecimiento del primer centro estudiantil de la República, abri­gamos el firme convencimiento de que en EVOLUCIÓN deben sintetizarse las a s ­piraciones de nuestra cultura universi­taria, haciendo públicos los gallardos es­fuerzos y los legítimos triunfos de todo paladinen las. justas de la Idea; y ha sido incesante nupstro desvelo por la publicación que refleja las combinantes de nuestra fisonomía como colectividad robusta, ágil, inquietamente febril y ge­nerosamente fecunda.

Si todos cuantos me favorecen con su cooperación en el cargo de redactores participan de semejantes entusiasmos, la tarea será más armónica y completa, desde que solo con la variación de los materiales á insertarse puedejí conse­guirse las ventajas prácticas cuya reali­dad persigue EVOLUCIÓN.

Porque no se oculta á ninguna sagaz mirada qui los momentos actuales sig­nifican p á ^ nuestra institución estu­diantil, la cftítísagración material y snen-.

ciosa del más legítimo triunfo. Días son éstos en que el premio de esfuerzos ge­nerosos se cobra con explendidez jus t i ­ciera. La intelectualidad estudiantil uruguaya ha dejado de ser por siempre la bulliciosa falanje, útil solo á la diver­sión en frivolidades de colegial inapli­cado; la intelectualidad estudiantil uru­guaya ha impuesto su nombre y su pres­tigio ante propios y extraños en graves torneos de ciencia y en la comunidad ^vidente de los idealismos generosos. La enseña ha escalado ya las cumbres ma-gestuosas y altivas; hora es de mante­nerla con seguridades enérgicas.

Tal es el fin de EVOLUCIÓN, cuyo pres­tigio, merced á los cuidados de Héctor Miranda, el más volitivo de los inte ec-tuales y de Baltasar Brum, el más inte­lectual de los volitivos, se acrece en la vastedad de nuestras Américas.

EVOLUCIÓN en la elocuente irrefuta-bilidad de sus columnas palpitantes, ha proclamado que en el Uruguay existe una juventud capaz de apasionarse por una concepción nueva é intensa;ha mos­trado como la ciencia abstracta y la ex­perimentación pacientemente sagaz ena­moran á los cerebros matinales; ha dicho la excelencia de nuestras demo­cracias, la fe en el porvenir con que en las suaves riberas.se combate; por Evo-

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LUCIÓN, en fin, la América sabe de nues-tz*a entonación indignada ante los aten­tados brutales, de nuestra veneración por los grandes pueblos de justicia, de nuestra fraternidad amplia y sincera para todos los argonautas del ideal y para todos los justadores de lo verda­dero.

Ved, pues, si es alto el sitial que estoy llamado á ocupar por virtud de una elec­ción cuyo acierto es, á todas luces dudoso. Bien me sé la inmensa dificultad del ven­cimiento. Alcanzo que, cuando los ante­cesores en un puesto de combate se llaman Héctor Miranda y Baltasar Brum,

Si la prostitución femenina, continúa Joly, favorece el crimen, más aún lo hace la prostitución masculina ó ant i ­física. Ella suministra una fuente ina­gotable de recursos para los que viven de las torpezas de los otros: cuanto ma­yor sea esa torpeza ma or será el pro­vecho de aquel que la sorprenda, la siga, la provoque ó la satisfaga, pues entonces el chantaye se ejerce mis fácilmente. Saint Didier, dice: «que en Paris la pederastía es la escuela en la que se forman los más hábiles y audaces crimi­nales».

Esa causa que es una de las más importantes, y que por sí sola determina una especie de criminales urbanos, no actúa en la campaña, la prostituta no se desarrolla en aquel medio porque no es apropiado; la vanidad y el parasitismo, causas productoras de los ataques contra la propiedad, no son conocidas. Pero eso no quiere decir que la prostitución rural sea inofensiva, no, lo que hay es que va-

es menester alma serena y brazo pujan­te para no desmerecer en la contienda honrosa.

Yo confío, empero, en los compañeros que buenamente han querido secundar­me; yo espero de ellos la gloria del común esfuerzo; yo confio en la consecuente amistad de.quienes nos han favorecido con sus colaboraciones asiduas. Que EVOLUCIÓN sea en el futuro, como ahora, el auxiliar de los estudiosos y la gallar­da enseña de una falange triunfadora Tal es mi propósito.

Juan Antonio Biiero.

riando sus caracteres varían también loa delitos. La prostitución rural no conoce la afición al lujo, ni tampoco conoce el parásito: lo primero porque la vanidad solo se desarrolla cuando puede ser ob­jeto de admiración, de envidia; la vani­dad no existe en la soiedad, ella necesita un amplio escenario, necesita un públi­co que la comprenda, y es indudable que esas condiciones no se encuentran en la prostitución de campaña; ella no co­noce lo que constituye el confort de una buena vivienda; su toillette es sencilla, ignora la existencia- de los caprichos de la moda, y aún usa para sus trajes los clásicos percales floreados.

Decía que tampoco existe el parásito, porque este no vive aislado, necesita la compañía'de otros que lo estimulen, lo aplaudan, atenuando así el menosprecio social; para que aqae^ viva es nece­sario que la prostitución sea numerosa; siendo así que la característica rural es precisamente el aislamientos 4e ahí pues

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Influencia del medio urbano y rural sobre la criminalidad

( C O N C L U S I Ó N — V É A S E P A G . 567 T O M O I I )

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Que no se formen grupos de parásitos, como dijimos, pues ellos no viven aisla­dos porque no resisten el desprecio de una población sana y fuerte, en la que abunda el trabajo, para el que todos son aptos.

No existiendo las causas que en las ciudades llevan á la prostituta á ex­plotar ó robar, es natural también que esos efectos no existan. Sin embargo ella no es inofensiva, es la causa de numero­sos delitos de sangre: es el combate por la hembrajes el celo, ese sentimiento tan arraigado en nuestras poblaciones, quien origina la riña, quien causa el homici­dio en franca lucha; delitos que no reve­lan corrupción, sino que únicamente son efectos de preocupaciones erróneas, de la educación, etc.

Hay otras causas productoras de la de­lincuencia, propias de la civilización; así como ella ha hecho frecuente cier­tas locuras por el aumento del uso de sus­tancias tóxicas, excitantes, que eran des­conocidas á los salvajes. La civilización favoreciendo la creación y difusión de diarios, que siempre contienen crónicas escandalosas, crea nuevas causas de emu­lación y de imitación para los crimi­nales.

Los alojamientos nocturnos á bajo precio para los pobres, son lugares de incitación.

Las leyes políticas y las nuevas formas de gobierno popular impuestas por la civilización moderna, favorecen la forma­ción de sociedades bajo pretexto de di­versiones comunes, empresas adminis­trativas, ó de socorros mutuos. Algunas sociedades hasta llegan á cometer deli­tos impune y oñcialmente en medio de florecientes ciudades, como San Fran­cisco, New York, Chicago, etc., y consi­guen legalizar sus fraudes

Hemos dicho en páginas anteriores que las grandes vidrieras, los grandes almacenes ejercen una influencia ince­sante en la delincuencia urbana. Esa de­lincuencia se especializa, sobre todo, en la mujer. Ella es una de las fuentes más frecuentes de los robos femeninos. Los grandes almacenes son el campo donde habitual mente ejerce la mujer su acti vidad en el rol». La estadística revela entre las ladronas un gran número de monomaniáticas, entre las que se bailan las histéricas,, embarazadas etc. Fácil­

mente se comprende la existencia de esas anormales, pues la ocasión, la faci­lidad, impresionan fuertemente sus de­bilitados sistemas nerviosos. De ahí pues que algunos grandes almacenes tomen sus precauciones para distinguir las la­dronas profesionales delaskleptómanas, para no llevar á éstas á la infamia cuando en verdad no lo merecen.

El alcohol, el terrible enemigo de la vida humana, es otra de las causas pro­ductoras de la delincuencia, pero se di­ferencia de las demás en que su influen­cia se ejerce no sólo en las ciudades, sino también en la campaña; ya se expenda en los despachos de bebidas ó en las pulperías, su acción siempre es la misma, sus efectos son infaliblemente fatales: delincuencia de sangre.

Ese factor puede estudiarse conjun­tamente con el juego; casi siempre obran juntos, y están muy extendidos en la campaña de donde no ha sido posible extirparlo, más bien que porque sea un vicio incurable de nuestro paisano, por la desidia de la iniciativa individual. Las leyes que con ese objeto se han dic­tado han sido completamente inútiles. Como tendremos ocasión de ver, es bajo la influencia del alcohol y del juego que el campesino comete la mayor parte de sus delitos.

III

FORMAS DE DELINCtTEífelA

Una diversidad tan grande de causas que obran en el medio urbano deben producir naturalmente una criminalidad mi getieris y un tipo criminal perfecta­mente delineado y diferenciándose pro­fundamente del delincuente rural. Exa­minaremos primeramente la forma de la delincuencia.

En las ciudades son muy frecuentes los delitos sexuales. La civilización moderna esparciendo la instrucción au­menta el erectismo del sistema nervioso, que á su turno reclama siempre placeres nuevos y más agudos; ahora bien, parece que cuanto más el hombre se eleva en la actividad psíquica, más acrece el número de sus necesidades y su gusto por los placeres, sobre todo cuando su espíritu no está ocupado por grandes ideales. (I)

(1). Lofflbros». El delito, sas cansas y remedios.

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Sobreexcitados por las facilidades mis­mas de su satisfacción, los deseos de los sentidos adquieren en las poblaciones aglomeradas una acuidad malsana. « Sin negar, dice Tarde, la acción de las cau­sas físicas, puesto que su curva estadís­tica anual se eleva regularmente en verano, no se puede reconocer que su repartición geográfica revela la acción dominante de las causas sociales. En Francia, p. ej., en los mapas dirigidos por M. Lacassagne, la infección criminal que nos ocupa se extiende en círculos concéntricos alrededor de las grandes ciudades, París, Nantes, Marseilles, Bor-deaux. Únicamente la meseta central y algunas montañas se escapan á esa inundación. Tenemos pues que creer que la mayor parte de los hombres recono­cidos cupables de ese crimen, lo han sido porque han tenido la desgracia de nacer 6 de establecerse en el seno ó en la ve­cindad de nuestras Babilonias en lugar de nacer ó vivir en la Aubergne ».

Entre los delitos sexuales hay una forma que ha tomado gran desarrollo en las ciudades: es la violación ó atentado contra el pudor de los niños. Es un cri­men esencialmente senil, masculino y urbano. Más aumenta su número, más aumenta la edad de los que lo cometen; la proporción de ios delincuentes de 60 años crece, lo que revela la acción de una causa patológica. ¿No es, pregunta Tarde, porque las costumbres de libertinaje, bajo el imperio de las excitaciones ur­banas se han generalizado y arraigado en los jóvenes y en los hombres, que los hombres maduros y viejos caen en esa aberración del sentido sexual resultante de una vida de libertinaje ?

Lo que denuncia la estadística, es la voluptuosidad, la disolución creciente de nuestras costumbres. La progresión de los abortos é infanticidios confirman esa inducción. Los primeros escapan á la acción de la justicia. Estos delitos no siempre son inspirados en móviles anti sociales, al contrario en la mayor parte de los casos lo están en móviles de honor, móvil eminentemente social. Este cri­men, según la estadística, es especial­mente rural, porque en efecto, allí es donde la mujer conserva más intensa­mente el sentimiento del honor. La es­tadística revela que 3/4 de infanticidios son cometidos en campaña, y esto se debe

á que las mujeres son más accesibles á la vergüenza que sus similares de la ciudad, y también porque su asistencia no está tan organizada.

La forma de la criminalidad no es la misma en las ciudades que en la cam­paña: los dos tercios de los acusados empleados en la industria ó en el co­mercio, son culpables de crímenes con­tra la propiedad, en tanto que la pro­gresión para los campesinos apenas so­brepasa el tercio.

En campaña hay robos, no pretendo negarlo, pero es el robo de la vaca, de la oveja, no con el objeto de satisfacer ne­cesidades de lucro,sino únicamente para matar el hambre, es el caso de Jean Valjean repetido al infinito.

El paisano es imprevisor; cuando constituye hogar aumenta inmoderada­mente el número de hijos, cuenta con el trabajo de sus brazos para alimentarlos; pero ese trabajo no siempre se encuentra, una sequía, ó una paralización cualquie­ra en los negocios les quita el sustento ; y como la remuneración que percibe es escasa, no alcanza para economizar. Guando llega el momento de crisi" pide carne, pero no es posible vivir mucho tiempo en esa forma cuando se tiene fa­milia, y entonces el paisano roba, ¡pero sólo roba la carne !

En campaña existe una profunda aversión por el robo. El vecino proteje y encubre al homicida, al que considera víctima de una fatalidad, de esas que le suceden ácualquiera y que no denuncian corrupción moral; en cambio arroja de su casa, ó denuncia, al ladrón, al que siendo hombre y fuerte se vale de medios ilícitos para vivir. Pero aún en los autores de robos de oveja, no se en­cuentra la corrupción moral del ladrón urbano; porque ese hombre es fiel, porque ese hombre es incapaz de tocar el cinto con dinero que le entregó su patrón. El paisano que ha estado preso, cuando se le habla de ello dice: que estuvo preso porque tuvo la desgracia de matar ó herir á otro, y enseguida agrega, que nunca ha rabudo.

Un tipo fecundo en crímenes es el vago, el parásito compadre que recorre las estancias y pulperías; pero ese tipo es á menudo un residuo de las cárceles ó de los cuarteles.

La guerra es otra, causa poderosa;

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ella hace surgir del espíritu las ten­dencias malsanas que se hallan ador­mecidas, neutralizadas por las buenas. Familiarizando á los individuos con la vista de la sangre, con el uso y hasta el abuso de Ja fuerza física, la guerra endurece el corazón. La guerra remueve las pasiones violentas, los instintos sal­vajes que dormitan en la interioridad de nuestro ser moral. La guerra por otra parte, por su acción sobre el estado eco­nómico, destruyendo las riquezas, para­lizando el trabajo, arrancando de la pobla­ción multitud de brazos, sume al país en una verdadera crisis económica, que repercute sobre la criminalidad. (Delle-piani. Causas del delito).

IV

TIPO CRIMINAL URBANO Y RURAL.

SUS CARACTERES

Determinadas las cansas ó factores de la criminalidad urbana y rural, es fácil, deducir que el producto de unos y otros será distinto. Para el estudio de esta parte nos servirá de precioso auxiliar el eminente profesor Tarde, que en su obra Filosofía Penal, hace un brillante para lelo entre esos dos tipos de delincuentes.

Sostiene Tarde que para hacer una buena clasificación de los delincuentes en las cárceles, no se debe recurrir á la fisiología, patología mental, psicología; expresa irónicamente su admiración de que no se haya propuesto aún una divi­sión fundada en la dolicocefalia, bra-quicefalía de los malhechores, en el carácter atávico, atípico ó patológico de sus anomalías craneanas ó corporales. Dice que para obtener una clasificación exacta debe tenerse en cuenta la calidad social del delincuente, con esto no quie­re decir que se deberá hacer las clasifi­caciones según sus profesiones ú oficios; pero si, debe tenerse en cuenta por la importancia del rol que desempeñan en sociedad, dos grupos y que son : poblaciones rurales dedicadas á la ga­nadería y agricultura, por un lado, y las poblaciones urbanas, dedicadas á las profesiones industriales y mercantiles por el otro. Seguramente esos grupos se tocan, pero se oponen por tantos rasgos uno es tan fiel á las costumbres y tradi­ciones, el otro es tan abierto á las nove­

dades; el uno es tan dócil á los ejemplos de los antepasados domésticos ó patrió­ticos, el otro á la influencia de los ex­tranjeros; el uno es tan violento en su grosería, el otro tan depravado en su ra­zonamiento, que no es posible confun­dirlos.

Tanto el criminal urbano como el rural tienden á constituir asociaciones, de igual manera, dice Tarde, que los anillos cortados de un serpiente tienden á unirse. Tienen un carácter común yes el deseo de enriquecerse ó vivir por otros medios que el trabajo, es decir, á expen­sas de los otros. Pero aún en eso difieren. La avidez del bandido rural no tiene otro fin que la satisfacción de necesidades primordiales, ella se relaciona tanto al orgullo como á la vanidad ó al gusto del poder ejercido por el terrorismo sobre el espíritu turbado de las poblaciones; el bandido urbano, más vano que fiero, más vicioso que ambicioso, no aspira sino á satisfacer sus necesidades de lujo y dé orgía, inoculadas por la civilización.

El campesino llega al crimen profe­sional, por un crimen de vendetta, como en Córcega; por un sentimiento de re­beldía contra las opresiones sociales, co­mo en Sicilia, en Calabria, ó por una disputa originada generalmente por bro­mas que atacan al honor, á las que se agrega la influencia del alcohol, ó por el juego, como entre nosotros.

El urbano se hace criminal, general­mente, por la desesperación que ocasio­na una fortuna disipada en el libertinaje, por una falta de la juventud, por el apetito desenfrenado de los placeres, etc.

La intensidad y la tenacidad de los odios ó de las ambiciones, en el uno, la intensidad y la multiplicidad de los v i ­cios ó de la codicia en los otros, fueron la fuerza de impulsión al crimen.

Un bandolero corso, empieza por ser bandido; el bandidismo es allí un géne­ro de vida reconocido por todos y que no deshonra á nadie; un corso después que se ha vengado, para huir de la gen­darmería se arroja en los montes, con el fusil á la espalda, solo ó acompañado de sus parientes, vaga por el desierto, sufre hambre y sed y duerme al aire libre ó en alguna gruta. Mientras el vengador no cae en el bandolerismo, dice Paul Bourd, conserva la simpatía pública. Pero ame-nudo se cae en él. Es necesario comer y

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toeber én lugares estériles: se empieza por exigir rescate á los viajeros para te­ner con que vivir, después se les exige rescate para hacer fortuna. Un fenóme­no análogo pasó en Inglaterra durante los siglos XIII y XIV.

Otras veces se forman los bandidos por el deseo de escapar á la humildad de su suerte, para obtener una posición superior á la de su clase de origen, éste es frecuentementeelorigendel bandidaje en Córcega, ó en Sicilia y Calabria. En estos países de la vendetta, maffia, camo­rra, existe una verdadera aristocracia del delito. El medio de hacerse respetar en Sicilia, dice Franchetti, es que se le considere autor de algún homicidio. De ese modo muchos paisanos tratados con menosprecio por el gran propietario vecino, no resisten á la tentación de co­meter una fechoría para obtener la con­sideración que requiere su orgullo, ese orgullo incomensurable que es la carac­terística de aquellos insulares. Su ambi­ción es hacerse pronto capo-banda, y ser el terror de aquellos que lo desprecia­ban (l).

No es tan fácil hacerse bandido urbano; es necesario, en general una preparación más precoz, un aprendizaje comenzado á tiempo y bajo la vigilancia de expertos patrones: es el caso de los niños abando­nados ó mal vigilados.

Otras veces basta la desesperación causada por el libertinaje, el juego, ó alguna catástrofe económica, para llevar á un hombre civilizado á la desclasifica­ción, esa selva corsa de la civilización, como dice Tarde.

El abandono de niños, la desclasifica­ción, en otros términos la vagancia, son el equivalente urbano del bandidismo. Ellos son á los cafés repletos de asesinos y de ladrones que hablan su argot espe­cial, sin cesar renovado, lo que el bandi­dismo es á las cavernas de asesinos y ladrones, que hablan su patois materno é invariable, en las montañas corsas. «Cuando se vé en la circunscripción de Sarténe (Córcega), dice el autor citado, aumentar desde hace 20 años el número de bandidos, de individuos, que, sea después de haberse vengado, sea para vengarse, sea para escapar á la venganza de sus enemigos, vagan, sin fuego ni ho-

(1) Tarde. Filosofía penal.

gar, en los bosques, fuera de la ley, uno se admira de que no se multipliquen los asaltos en los grandes caminos». Lo mismo cuando se ve nuestra estadística revelar la progresión no interrumpida del delito de vagancia y de mendicidad, de niños abandonados, no debe sorpren­derse al constatar el acrecimiento de las agresiones nocturnas, de ios robos con efracción y mano armada, cometidos en las grandes ciudades.

El mismo homicida rural es distinto del asesino urbano; aquel obra por ven­ganza, inspirado en un principio de solidaridad familiar, que hace considerar como defensa propia la defensa de los miembros de la familia. Existe entre uno y otro la misma diferencia que la que existe en el suicidio de un japonés ó chino por venganza, animosidad, ó en el suicidio romano por el estoicismo, por epicureismo, algunas veces, ó el suicidio heroico, legendario de un Codro y de un Decius, que no tienen nada de común con el suicidio moderno por desespera­ción ó locura.

El actor criminal en nuestra campaña es el gaucho mezcla de raza española y de raza indígena. Si el factor raza tiene influencia en la criminalidad, si la esta­dística no se equivoca cuando atribuye á España una gran criminalidad de san­gre, el cruzamiento de esa raza con la indígena, guerrera y sanguinaria, debe­ría producir un tipo, ya sea por heren­cia ó atavismo, sanguinario y despreocu­pado por la vida. Son esas precisamente las cualidades de nuestros paisanos. Acos­tumbrados desde la infancia á ejercitar sus músculos, á vencer diariamente en una lucha de destreza, ya sea al toro, ya sea al potro; oyendo contar durante las horas de ocio valerosas hazañas, su espí­ritu se despierta, y la fuerza hereditaria domina esa naturaleza, reproduciendoen ella el tipo legendario del conquistador español: valiente y sanguinario. El me­dio, esa campaña abierta á todos los rumbos, hace nacer el sentimiento de la independencia, de la altivez; esos caba­llos que forman una sola pieza con el ginete, que responden á las menores ex­citaciones de la espuela, dan al paisano la conciencia de su fuerza. Todas esas cualidades se encarnan en una: el honor.

Por el honor, por vengar una ofensa, el paisano da ó recibe la muerte; la cau-

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sa de casi todos los hechos de sangre en campaña, es la misma: en la pulpería, club rural, donde se reúnen á contar las hazañas del trabajo, nace una broma irónica que acogida por la risa de los presentes motiva una réplica, y así van aumentando las susceptibilidades, hi­riendo cada vez más el sentimiento del honor; y si á todo eso se agrega la in­fluencia del alcohol, se comprenderá como nace la pelea, esos duelos criollos, -quetienenportestigostodaunareunión, ó que en otros casos se efectúan en la salvaje soledad del campo, —en que las armas se igualan por la habilidad de los contrarios, y donde el que cae, cae muer­to por innumerables heridas recibidas todas de frente.

El gaucho, pues, es un criminal de ocasión, rara vez lo es habitual, y cuan­do eso sucede si se examina al individuo se encontrará en él un producto de la cárcel ó del cuartel, es decir, un produc­to de la civilización, de las ciudades.

Así como en el tipo moral, se diferen­cian profundamente por su tipo físico. Los rurales, lejos de disfrazarse, usan sus trajes tradicionales, y muy á su pesar los han renunciado. El paisano de larga barba y melena, ancho sombrero, chiri­pá, botas de potro, facón, caballo lujosa mente ensillado, etc., constituye e. ti­po ideal que se ha encarnado en las masas; á todo eso agreguemos sus cua lidades personales valiente, bailarín, carrerista, etc., y tendremos el tipo sobre cuyas hazañas se forman le­yendas fabulosas, y que en nada tiene que envidiar á sus congéneres de las le­yendas europeas, Fra Diavolo, Erna-ni, etc.

Por otra parte el rol histórico del ban­dido rural es más interesante que el del urbano; á menudo sus esfuerzos han sido utilizados por reyes, emperadores. En nuestro país el gaucho bandido ha car gado con sus compatriotas, carabina á ¡a espaldit y salle en mano, durante las lu­chas titánicas de nuestra independencia. Es precisamente á ese arranque, £i ese valor sobrehumano que debemos casi todas nuestras victorias; es á ellos, es­trellándose contra los aguerridos vete­ranos de las campañas napoleónicas, que los campos de Catalán, Tacuarembó, In­dia Muerta, etc., quedaron cubiertos de cadáveres, mostrando al mundo de lo

que es capaz un pueblo cuando lucha por la conquista de sus derechos!

Por esos y muchos otros rasgos el cri­minal urbano contrasta con el rural: aquél habla un idioma especial, com­puesto de retazos de otras lenguas; se disfraza amenudo con los trajes más banales; sus conciliábulos se efectúan no en las anfractuosidades de las rocas, sino en los cafés, garitos, etc. Hombre de progreso, conoce la división del tra­bajo y tiene sus especialidades; en tanto que el bandido rural, como los obreros de las aldeas, está obligado á hacer de todo, pero con una sencillez de procedi­mientos que se opone á las complicadas astucias de su simil urbano.

Para esos dos grupos tan distintos de criminales ha sido menester crear dos policías distintas: urbana y rural; ésta puede emplear siempre los mismos pro­cedimientos con buenos resultados, por­que el bandido rural tiene poca inventiva; en cambio la policía urbana solo vale por la fertilidad inagotable de su inven­ción, pues ella tiene que oponerse al criminal urbano que lleva inmensa ventaja, en sagacidad,astucia, iniciativa, etc. al criminal campesino.

Por otra parte, el bandido rural acoje muy difícilmente las invenciones ex­tranjeras: el urbano, en cambio es esencialmente cosmopolita. El rural no emigra, sus formas de delincuencias son amenudo ancentrales ó hereditarias.

Las bandas criminales, tanto ruraleB como urbanas, tienden á desaparecer ante la persecución inauditade la policía y ante la influencia creciente del pro­greso, facilidades de comunicaciones, iluminación etc., y tiende á sustituirse por la forma más simple del tiers, ó por el aislamiento del criminal.

En resumen, por todos esos caracteres exteriores é interiores; por sus aparien­cias mas disimuladas y mas múltiples, como por su naturaleza mas astuta y mas voluptuosa, por sus procedimientos mas ingeniosos y menos rutineros, como por el origen social mas variado y mas exótico de sus agentes, la criminalidad urbana contrasta sobre manera con la criminalidad rural.

Es un hecho demostrado por la esta­dística que «la criminalidad violenta ha disminuido considerablemente en cam­paña y aumentado mucho en las ciuda-

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des», dice Socquet. Si en las ciudades ha aumentado el número de crímenes, en cambio, sus móviles han variado. Los asesinatos por interés han aumentado en los años 1820 á 1880 de 13 á 2 2 ° / , en tanto que los homicidios por venganza han disminuido de 31 á 25 °/0. Es preci­samente en las grandes ciudades, donde el asesino y la víctima no se conocen, que la avidez es el alma de la muerte y del asesinato. Bajo este punto de vista entre la ciudad y la campaña existe una profunda antítesis; no hay de común más que el nombre de asesino--, entre los au ­tores de los homicidios vindicativos y rurales del uno, y el homicidio urbano y ávido del otro No es justo considerar el culto de la venganza familiar, heredita­ria, como un sentimiento innato en el hombre; nada, dice Tarde, está menos de acuerdo con el carácter olvidadizo de los salvajes que ese recuerdo tenaz y perseverante de las injurias. La vengan­za inmediata es natural, pero no así la venganza á largo plazo. Y es esa la causa de que los pueblos civilizados de la an­tigüedad que han creado los dioses á la imagen de susjefes, hayan mirado la ven­ganza como un placer divino. La tena­cidad en vengarse colectivamente es en las sociedades bárbara-, ó poco civiliza­das, un modo de ennoblecerse. Los ase­sinatos vindicativos son tan frecuentes en España, Córcega, Cerdeña, porque el espíritu de familia es muy intenso. Pero á medida que esa solidaridad de origen antiguo, aristocrático, es disuelto por el individualismo de fuente moderna y urbana, la necesidad de gozar se susti­tuye á la de hacerse respetar ó temer, la necesidad de enriquecerse á la de ven­garse. No es extraño pues que en las ciudades florezcan los homicidios por codicia.

Lo que confirma la estadística es la voluptuosidad, la disolución creciente de nuestras costumbres. La progresión de los abortos é infanticidios confirman esa inducción; los primeros, por su natu­raleza, escapan frecuentemente á la ac­ción de la justicia, no así los segundos, que por el hecho de existir en menor número en las ciudades que en la cam­paña, confirman precisamente la superio ridad moral de ésta, pues se trata de un delito inspirado por lo general en móvi­les de honor, es decir, sociales.

La acción prolongada de las grandes ciudades sobre la criminalidad está ma­nifiesta; nos aparece en la substitución lenta, no de la astucia á la violencia pre­cisamente pero sí, de la violencia ávida, astuta y voluptuosa, á la violencia vin­dicativa y brutal.

V

Un poco de estadística confirmará la aseveración hecha repetidas veces en estos apuntes, de la superioridad moral de la campaña sobre las ciudades

En 1880, dice Pellizzari, 100.000 habi­tantes de las comunas rurales dieron 8 acusados, é igual número urbano, dio 16. En 1884 la progresión es de 7 á 14. Si las condiciones de la vida urbana no mejoran, el acrecimiento de las ciudades es y será una causa evidente de acreci­miento de la criminalidad, porque en igualdad de cond ciones 100.' 00 indivi­duos que abandonan la aldea por la ciu­dad, arriesgan cometer 16 ó 17 delitos en lugar de 8.

Proal, en su libro Crimen y pena, nos suministra datos análogos, dice que en 1887 el guarda sellos constata que «so­bre tres crímenes juzgados por las cortes de assises, dos han sido cometidos en las ciudades». En el mismo año, conti­núa, hubo 11 acusados en las ciudades sobre 100.00) acusados, y solo 7 para igual número de campaña. En las cam­pañas circundantes á las gra'ides ciuda­des la criminalidad es mayor: Seine 961; Seine Inferieur 834; Rhone 1045; en cam bio: Deux Sévres 242; Vendée 254, etc.

En nuestro país es absolutamente im­posible obtener datos á ese respecto de nuestra estadística, que presenten si­quiera visos de exactitud. Sin embargo ahí van algunos:

Sobre 725 condenados por los juzga­dos de paz en la República durante el año 1901, corresponden 386 á los juzga dos de la capital, lo que arroja un pro­medio desfavorable á ésta, si se tiene en cuenta que su población es la 1¡i parte de la población del país. En cuanto alas causas más graves: 1281 sometidos á los Jueces Letrados Departamentales, 1167 á los Juzgados de instrucción Criminal, la proporción es más ó menos la misma anterior. Entre la delincuencia rural sobresalen, los abigeatos con 361; heridas

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198; homicidios 2; hurtos 64; peleas 81; peleas y heridas 135; robos 52 En la capital: abigeatos 6; heridas 135; homi­cidios 25; hurtos 25; peleas 57; peleas y heridas 35; robus 122. Se ve que el abi­geato es un delito exclusivamente rura.; los delitos de hurtos también son más numerosos aunque inferiores en propor­ción, lo mismo pasa con las peleas y heridas; en cambio el robo y el homi­cidio son esencialmente urbinos.

Estas conclusiones de la estadística están de acuerdo con lo que hemos sos­tenido en este trabajo, es decir, mayor abundancia en campaña de aquellos de­litos que no revelan propiamente senti­mientos anti-sociales, sino que son el re­sultado de la costumbre, prejuicios, etc.

«Hay razones, sin embargo, para que los hombres busquen los centros mas poblados. No todo es inmoral en esa ten­dencia de un número tan grande de familias. Tal vez, porque la tierra mejor cultivada exija menos brazos y con mas rendimientos, ó porque se busca en las ciudades una cultura intelectual y cien­tífica que mejorará ;as campañas. Si ese espíritu predomina un día en las emigra­ciones rurales, las aglomeraciones ur­banas se resentirán favorablemente. Nada hay de inevitable en la distribu­ción de la criminalidad. Las ciudades tienen peligros que no han podido con­jurar, tienen también recursos que no han sabido desarrollar eu beneficio del mayor número. ¿Porque no cambiará? Kl medio en si mismo es una cosa inerte: las virtudes buenas ó malas que se les presta, no son otra cosa que los resulta­dos de los esfuerzos que hacemos para ejercitar en ellos nuestros talentos, ó adaptarlos á nuestros vicios».

Lombroso, estudiando la profilaxia y terapéutica del crimen,dice: «si el crimen es en algunos casos una consecuencia de ciertas organizaciones, naturalmente predispuestas, es casi inevitable; y sólo las prisiones y la instrucción son los medios para combatirlo. No basta repri mir el crimen, es necesario prevenirlo, y ya que no podemos suprimirlo, tratemos al menos, de atenuar en los criminales la influencia de las causas generales.

«El célebre procedimiento de los sosütut/vi de Ferri, nos suministrará me­dios para disminuir la criminalidad ur­bana y rural. Se puede atenuar la for­

mación del bandidaje rural aclarando las selvas, fortalezas naturales de los malhechores ; abriendo nueva:- \¡:-.s, fundando ciudades ó villas en los Iu ares mal reputados, como hizo Luitp. ando en 763 para extirpar el bandolerismo que infestaba las campañas desiertas de Modena; con rápida y vigorosa represión que reprimirá los abusos de los podero­sos tanto como de los débiles, causas principales del bandidaje; vigilando las emigraciones, impidiendo ó destruyendo las asociaciones de malhechores apenas formadas; incitando las denuncias mu­tuas, atacando severamente á los encu­bridores y cómplices, etc.

Puede ensayarse impedir las malas influencias de los grandes centros, trans­portando de ellos á centros menores, aquellas instituciones que actualmente atraen nuevas multitudes hacia las grandes ciudades ya sobre pobladas, ta­les como universidades, colegios milita­res, academias, etc.

Se puede purificar á las grandes ciu­dades de ese fermento criminal, aclaran dolas, es decir favoreciendo la emigra ción de obreros desocupados, acord nido les, si fuera necesario, el transporte gratuito; y en el caso de que' la población llegara á una proporción exajerada con relación á la alimentación, entonces los preservativos preferibles serían los l í­quidos y métodos llamados malthusia-nos. Hill propone suprimir en las (iuda-des esas causas que son el refugio habi­tual de los cr mínales También se deben atacar con pena severa á los encubrido­res que casi siempre quedan impunes y que sin -embargo debían temer mas á la ley. Para impedí» que la emigración, donde es económicamente útil, aumente el número de crímenes debería practi­carse una selección como se hace en los Estados Unidos, y no aceptar más que inmigrantes válidos, honestos,que tengan algunos medios y una habilidad manual incontestable».

A los so-titutvi propuesto por Lombro­so se podrían agregar en nuestro país, la supresión de las guerras, la iniciación de una enérgica campaña contra el a l ­coholismo, contra el juego, y contra algunos prejuicios fuertemente arraiga­do en las masas populares.

Tales son los datos mas importantes que he podido conseguir sobre esta inte-

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resante cuestión, que no ha merecido, sin embargo, mas que una lijera ojeada de los principales profesores de la cien­cia criminal.

Sólo me resta pedir á mi profesor y compañeros, disculpa por la aridez de

Era preciso ahora proceder á la for­mación de los cuerpos deliberantes; en ella estaba indicado el cometido natural de M. Sieyes. Habíase establecido en la Constitución que el Senado eligiría los miembros de todos los cuerpos delibe­rantes; faltaba saber quienes compon­drían el primer Senado. Por un artículo particular de la Constitución se estab e-ció que Sieyes y Roger Ducos, que cesa­ban de ser Cónsules, reunidos á Camba-ceres y Lebrun que iban aserio, nom brarian la mayoría absoluta del Senado que era de treinta y un individuos entre sesenta. Los treinta y un Senadores así elegidos debían elegir á su vez por escrutinio los veintinueve Senadores restantes. El Senado una vez completo debía proceder á la formación del Cuerpo Legislativo, del Tribunado y del Tribu­nal de Casación.

Por medio de estas diversas combina­ciones quedaba el general Bonaparte constituido en jefe del poder ejecutivo pero observábase al mismo tiempo cierta apariencia de justicia excluyén­dole de la formación de los cuerpos deliberantes llamados á intervenir sus actos. Dejábase este cargo principal­mente al legislador de ia Francia, Sieyes

este trabajo, cuya única excusa seria la falta de tiempo.

Montevideo, Septiembre 29 de 1906.

Baltasar Brnm.

©

cuyo papel activo quedaba ya terminado, y se le aseguraba la presidencia del Senado como digno retiro. Quedaban así los puestos convenientemente distri­buidos y salvas todas las apariencias.

Decidióse que la Constitución se some­tería al voto nacional por medio de r e ­gistros abiertos en las alcaldías, sudien cias de paz, escribanías y secretarías ó archivos (greffes) de los tribunales y que mientras se verificaba la aceptación que, no parecía dudosa, el Primer Cónsul, los dos Cónsules cesantes y los dos Cón­sules nuevos procederían á la elección que se les cometía, para que el l.c de nivoso quedasen constituidos los grandes poderes del Estado, y prontos aponer en práctica la nueva Constitución. Era esto indispensable para que cesase la dicta­dura de los Cónsules provisionales que empezaba ya á disgustar á algunos, y para satisfacer la impaciencia de ver Analmente establecido un gobierno nor­mal. Todos en efecto deseaban con ardor un gobierno estable y justo que robus­teciese la fuerza, y la unidad del po­der sin sofocar la libertad, y en el cual los hombres probos y capaces de todas las condiciones y de todos los par­tidos hallasen el lugar que de derecho

HISTORIA UNIVERSAL

LA CONSTITUCIÓN FRANCESA DEL AÑO VIII

( C O N C L U S I Ó N — V É A N S E LOS N Ú M E R O S 16, 17, 18 y 19)

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es pertenecía. Estos votos, preciso es confesarlo, podían muy bien quedar cumplidos bajo la Constitución del año VIII; podía ésta satisfacer á todos los ánimos sin las violencias que después la hizo sufrir un genio extraordinario que favorecido como lo era por las circuns­tancias, hubiera podido por lo demás salvar diques muchos más poderosos que los que podían oponerle la tarea legisla­tiva de Sieyes ó cualquiera otra que en­tonces se hubiera imaginado.

La Constitución terminada'en la no­che del 12 al 13 de Diciembre <21 á 22 de Frimario) se promulgó el 15 de Di­ciembre de 1799 (24 de Frimario año VIII) con gran satisfacción de sus auto­res y del mismo público. Agradó á los ánimos por la novedad de las ideas y por la habilidad del artificio. Abriéronse las esperanzas en ella y en los hombres que iban á ponerla en ejecución.

Precedíala el siguiente preámbulo: « Ciudadanos, se os presenta una nueva « Constitución.

« Esta Constituciód pone término á las « incertidumbres que ocurrían al go-« bienio provisional en las relaciones « exteriores y en la situación interior y « militar de la República.

« En las instituciones que establece < coloca á los primeros magistrados cuyo « celo se ha creído necesario para su « actividad.

« La Constitución se funda en los ver-« daderos principios del gobierno repre-« sentativo y en los derechos sagrados « de la propiedad, igualdad y libertad.

« Los poderes que instituye serán « enérgicos y estables tales como deben « serlo para garantizar los derechos de «los ciudadanos y los intereses del « Estado

« Ciudadanos, la Revolución reducida « á los principios que la comenzaron « acaba hoy».

Dos hombres como el general Bona-parte y Sieyes exclaman en 1800: La Revolución acaba hoy! ¡Prueba singular de las ilusiones de la mente humana;

Sin embargo otra cosa acababa en ver­dad y era la anarquía.

Grande era en todos los que habían puesto mano en aqnella obra el gozo de verla concluida. Algunas ideas de Sie­yes quedaban desechadas, pero adoptá­base su Constitución ca i íntegra, y á menos de reunir un poder absoluto como el de Solón, Licurgo ó Mahoma, poder que en nuestros tiempos de duda en que todo prestigio individual desaparece, ningún hombre podría alcanzar, no era posible depositar en la Constitución de un gran pueblo una parte mayor de su pensamiento y aquella Constitución tal como era hubiera podido alcanzar larga vida sin disponer un triunfo al poder absoluto, si el vencedor de Marengo no hubiese introducido en ella más adelante dos alteraciones considerables, como el derecho hereditario imperial y la supre­sión del Tribunado.

Después de haber puesto Sieyes en manos del general Bonaparte la espada que sirvió para derrocar al Directorio y después de haber hecho una Constitución iba á entregar la Francia á la actividad devoradora del joven Cónsul retirándose por su parte al ocio de la meditación que prefería al movimiento agitado de los negocios. Quiso el nuevo primer Cónsul tributar al legislador de la Francia un homenaje de agradecimiento nacional, é hizo que las comisiones legislativas propusieran se le cediese en don la tierra de Crome. Decretóse esta dádiva, y se anunció á M. Sieyes con las nobles ex­presiones de la pública gratitud. Sieyes expt rimentó una viva sati- facción, por­que á pesar de su incontestable probidad era sensible á los goce de la vida, y le li­sonjearon además las formas delicadas y egregias con que se le tributaba aque­lla recompensa.

Tomáronse en seguida todas 'as dis­posiciones necesarias paia poner la Constitución en vigor á principios de Enero de 1800 (nivoso'def año VIH, es decir, en los primeros días del año que iba á dar principio á este gran siglo.

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SUMARIO BEL CURSO DE IrjTRODUOCIÓN

A LAS MATEMÁTICAS SUPE LUGRES en la Facultad de Matemáticas de Montevideo

A.-ÁLGEBRA

a).—ANÁLISIS COMBINATORIO:

1.—Disposiciones simples: definición, símbolo, fórmula hallarla) y forma sim­bólica de ésta.

9.—Disposiciones con repetición: de­finición, símbolo, fórmula hallarla).

3 .—Permutaciones: definición, í m -bolo, fórmula (hallarla y forma simbóli­ca de ésta. Pasaje de la permutación primitiva á otra cualquiera; inversiones pares, impares.

4, Teorema de Bezout. 5.—Corolario del teorema de Bezout. 6 . Combinaciones simples: defini­

ción, símbolo, fórmula hallarla) y for­mas simbólicas de la misma.

J.—Coeficiente binomial: deflninición y símbolo. Demostración de las siguien-propiedades:

n / n m/ \u—m

ny/n-lWn-l ral \ m / \ in-1

Triángulo de Tartaglia (ó de Pascal)

8 . — Combinaciones con repetición: definición, símbolo, fórmula (hallarla) y forma simbólica de la misma.

í#. - F ó r m u l a del binomio. Regla de los coeficientes (deducirla). Demostra­ción de las desigualdades

, n n (a-I b) a <n(a-|-b)

n - l

(a l~b) a >na

n 1

0>. DETERMINANTES:

10 .— Definición de: detnmimivte; <»•• den, demento, di u/onalts y vulor de un de­terminante.

t i . — Desarrollo del determinante manteniendo lijos en e término de la diagonal principal, ora los segundos ín • dices ora los primeros.

1 2 . — E l valor de un determinante no muda si se cambian en él las lilas en columnas.

1 3 . —Desarrollo de un determinante de 3.e r orden por la regla de Sarrus. ídem por la regla de Laplace.

1 4 . - F u n c i ó n .ineal de ,r¡, .>:.,,. . . , xu; cuándo es homogénea. Relación ó e c u a ­ción lineal y homogénea. Un d e t e r m i ­nante es una función lineal homogénea de los elementos de una de sus lilas ó commnas.

1 5 . — S i todos los elementos de una fila, ó columna, de un determinante son nulos, el determinante es nulo. Si se multiplican todos los elementos de una lila, ó columna, de un determinante por una misma cantidad, el determinante resulta multiplicado por dicha cantidad.

16.—Si en un determinante se c a m ­bian entre sí dos filas, ó dos columnas, el determinante cambia de signo, pero no de valor absoluto.

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iy.—Si en un determinante se lleva la i-ésima fila, ó columna, al primer puesto dejando sin variación el orden relativo de las otras filas, ó columnas, el valor absoluto del determinante no se altera; su si >no cambia ó no según que r sea par ó impar.

1H.—Si dos filas, ó dos columnas, de un determinante tienen iguales sus ele­mentos correspondientes, el valor del determinante es cero.

1».—Si dos filas, ó dos columnas, de un determinante tienen proporcionales los elementos correspodientes, el valor del determinante es cero.

20.— Silos elementos de una fila, ó columna, de un determinante son poli­nomios de r términos, el determinante es igual á la suma de r determinantes, que se obtienen del dado poniendo en lugar de cada uno de los elementos po­linomios respectivamente su 1.°, 2°,— , í-ésimo términos.

2 1 . —Si á los elementos de una fila, ó columna, de un determinante se agre­gan los correspondientes de otra fila, ó columna, multiplicados por una misma cantidad, el valor del determinante no varía.

2i?.— Definición de: complementa) io menor y de <:owpl< mentó algébrico Demos­trar que el complemento algébrico de un elemento es igual á su complementa­rio menor tomado con su propio signo ó con signocontrario según que lasuma de los órdenes de la fila y de la columna á que pertenece elelemento sea paró impar

23.—Consideración de las fórmulas: n n

i-=l i = l

2 4 . Demostrar que la suma de los productos de los elementos de una fila, ó columna, por los complementos algébri­cos de los elementos correspondientes de otra fila, ó columna, es nula. Expresión algébrica abreviada de esta propiedad.

25.—Deducir de las fórmulas del n.° 23 de este Sumario, que si todos los elementos de una fila ó columna, de un determinante son nulos, con excepción de uno solo, el determinante se reduce al producto de este último elemento por su complemento algébrico; y recíproca­mente, dado un determinante de orden ?i-ésimo, podemos escribirlo bajo la for­ma de un determinante de orden (n-\-l)-ésimo.

26.—Demostrar que el complemento algébrico de un elemento de un deter­minante, es el determinante que se ob­tiene de éste poniendo la unidad en lu­gar del elemento considerado y cero en el lugar de los otros elementos de la misma fila, ó columna.

27.—Demostrar que si un determi­nante es nulo, entre los elementos de sus varias filas, ó columnas, ex ste una mis­ma relación ineal homogénea.

2 » . - (Reciprocamente) que: si entre los elementos de las varias filas, ó co­lumnas, de un determinante existe una misma relación lineal homogénea, el determinante es nulo.

29«—Demostrar la fórmula:

30.—Definición de determinante ad­junto ó ircíprt ca, de determinante ganso y de determinante simétrica. Demostrar que el complemento algébrico del ele­mento A.pq del determinante adjunto es el producto del elemento &pq del de­terminante primitivo por la potencia O—2j-rs¡ma de este mismo determinan­te. Es decir, la igualdad:

Apq=D11—"3pij.

3 1 . Demostrar que el valor del de­terminante adjunto, es la potencia (ti—i)—éaivm del valor del determinante primitivo.

3 2 . -Demostrar que el determinante adjunto de un determinante simétrico, es también simétrico.

3 3 . Demostrar: 1." Que el valor absoluto de un deter­

minan e ortogonal es 1; 2.° Que el complemento algébrico de

un elemento dado de un determinante ortogonal, es igual al producto del mis­mo elemento dado por el valor del de­terminante;

3." Que si en un de'erminante orto­gonal se cambian las filas en columnas, el determinante que se obtiene es tam­bién ortogonal.

c).—ECUACIOMES LINEALES: 3-1. — Definición de determinante del

sistmiü. Demostrar que en una ecuación lineal, cada incógnita está expresada por una fracción cuyo denominador es el determinante del sistema, y el nume­rador es el determinante qus se obtiene sustituyendo en el del sistema ordena­damente á los coeficientes de la incóg-

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nita considerada, los segundos miembros de las ecuaciones propuestas. Explicar cuándo se dice que una ecuación es consecuencia de todas las demás en un sistema de ecuaciones dadas.

35.— Demostrar que para el sistema de ecuaciones lineales homogéneas sea satisfecho por valores no todos nulos de las incógnitas, su determinante tiene que ser cero. Demostrar que en un sis­tema lineal homogéneo, si D = o y Aim=t=o, el sistema admite infinitas solu­ciones constituidas por números propor­cionales á 4ni, An2, , Anil.

d).—SERIES:

36.— Cuándo se dice que una sucesión admite un Vmite (finito). Demostrar que si una sucesión es creciente y todos sus ele­mentos son menores que un número deter­minado, ó si es decreciente y toaos sus ele­mentos sonmayores que un número deter­minado, la sucesión admite un límite.

3?*—Definición de: serie, términos de la serie; serie convergente; suma de la serie.

3».—Demostrar que si se multiplican todos los términos de una serie con ver gente por un mismo número ', la serie asi obtenida es también convergente, y su suma es el producto por r de la suma de la serie primitiva.

39.—Demostrar que si una serie es convergente, y á sus m primeros térmi­nos,—siendo m un número tomado arbi­trariamente pero fijo,—se sustituyen otros números cualesquiera, la serie que resulta es también convergente.

4 0 . - Demostrar que si á una serie convergente se agregan, al principio, términos en un número finito, la serie resultante es también convergente.

41.—Demostrar que si una serie de términos positivos es convergente, y otra serie tiene sus términos todos posi­tivos y no mayores que los correspon­dientes de la primera serie, esta segun­da serie también es convergente. De mostrar que si en una serie convergente de términos positivos se suprimen tér­minos en número finito ó infinito, la se­rie restante también es convergente.

48.—Demostrar que sien una serie convergente de términos positivos se cambia el signo á un número finito ó infinito de términos, la serie obtenida es también convergente. Demostrar que si una serie de términos positivos es con­

vergente, y si otra serie tiene sus térmi nos no mayores en valor absoluto que los correspondientes de la primera de dichas series, también la segunda de éstas es convergente.

43.—Demostrar que si en una serie de términos positivos la relación de ca­da uno de ellos á su precedente, es,—á partir de uno de ellos, - menor que una cantidad fija menor á su vez que la uni­dad, la serie es convergente.

44.—Demostrar que el limite á que tiende (1+?)"» cuando n toma valores enteros positivos indefinidamente cre­cientes, es ex ,—llamando e el límite á que tiende (l-f,')11. Deducir de esta fór­mula, las siguientes:

'"»• wi+*i ií""-sm=i i n=oo 8=o o

l i m Iogt(l-f-8)_ I S=o & ~~]g&'

lim. e^—1__^ >=o 1

B—GEOMETRÍA ANALÍTICA 1-GEOMETRÍA PLANA

e,.—SISTEMAS DE COORDENADAS EN UN PLANO:

4 5 . - Definición de: coordenadas carte­sianas en un plano, ó planos; ejes coordena­dos rectangulares, ú ortogonales planos,ó en un plai.o; idem oblicuos; abscisa, o denada. Origen. Objeto de las coordenadas pla­nas. Convención sobre los signos Defi­nición de áwr< o de dos rectas teniendo en cuenta dicha convención. Definición de proyección ortogonal) de un seg­mento sobre una recta. Demostrar que dicha proyección es igual al producto del segmento por el coseno del ángulo que el segmento forma con la recta de proyección.

46.—Transformación de coordenadas ortogonales situadas en na plano: páse­se de ejes dados: 1.° á otros que le» sean paralelos; 2.° á otros de mismo origen formando, los ejes de igual nombre, un ángulo dado; 3.° caso general.

47.—Definición de: coordenadas pola-reí, p lo, raaio vector, argumento, eje polar. Transformación de las coordenadas car­tesianas estudiadas, en polares; y vice­versa.

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f). — PUNTOS Y RECTAS EN EL PLANO DE LOS EJES COORDENADOS:

4 § . — Qué es ecuación de un lugar geométrico, en Geometría Analítica pía na (1). Determinar, según la definición que responde á la pregunta que precede, la ecuación d't una neta. Definición de co ordenadas corrientes. Demostrar que cualquier ecuación lineal representa una recta. Defininición de coeficiente angular de una recta. Condicione ^ á que hade satisfacer la ecuación, para que la recta por ella representada: 1.° sea paralela sucesivamente á cada uno de los dos ejes; 2.° pase por el origen. En este últi­mo caso, cómo se determina la direc­ción de la recta.

4 9 . Hállese la ecuación de una rec­ta, dada de posición en el plano de los ejes coordenados. Dada la ecuación Ax-f-By-f C=o, establézcase la posición de la recta z*epresentada por ella, res­pecto de los dos ejes coordenados. De­mostrar que la ecuación de una recta puede siempre reducirse á la forma

a b SO.—Hállese la ecuación de la recta

que pasa por dos puntos (xv y^, (x2, y%).) 51.—Hállese la condición para que

tres puntos dados (x0, y0), (xv y¿, Kx2, y2), estén en línea recta.

52.—Hállese el ángulo de dos rectas dadas por sus ecuaciones, y situadas en el plano de los ejes coordenados. Condi­ciones de paralelismo y de pe>pcnd/culari-dad de dos rectas situadas en el plano de los ejes coordenados.

5 3 . —Hállese el punto de intersección de dos rectas dadas por sus ecuaciones, y situadas en el plano de los ejes.

54.—Hállese la condición para que tres rectas dadas por sus ecuaciones, y situadas en el plano de los ejes, se cor­ten en un solo punto.

55.—Dados dos puntos {xx, y¡), (#,, ?/2) en el plano de los ejes coordenados, há­llese la distancia que los separa.

g).—CÓNICAS

5 6 Qué son secciones cónicas, ó, sim­plemente, cónicas.

(1) R"'SPUE TA.—Es una ecuación entre las co­ordenadas x, y, tal que, todo sistema de valores (•»!» y¡) que la satisfaga determine un punto de la curta por sus coordenadas a y¿.

57.—Hállese la ecuación general del circuí > referida á ejes rectangulares; de­dúzcase la par icular en que el centro del círculo está en el origen. Discusión de la expresión q=+y/r2—p2.

58.—Definición de pora 'ola. Hállese la ecuación de esta cónica en ejes rec- tan-guiares. Definición de: foco, di>fctñz, ej°. vértic, radio rector y pmámetro. Forma de esta cónica (la curva es simétrica; se ex­tiende al infinito . Definición de tangente á una curva plata cualquiera; hállese la ecuación de la tangente á la parábola en un punto dado de la misma; y la de la normal. Demostrar que la normal es bisectriz del ánguulo formado por el ra­dio vector al punto de tangencia y la paralela al eje trazada por dicho punto.

59.—Definición de elipse, y, de hipér­bola. Hállense los ecuaciones de estas có­nica, en ejes rectangulares. Definición de: centro, focos, ejes, semiejes, vértices, ra-deos rectores y excentricdad,—de la curva respectiva. Forma de cada una de estas cónicas (la curva es simétrica; la elipse es una curva limitada; la hipérbola se extiende indefinidamente. Definición de asíntotas, y hállese la ecuación de las asíntotas de la hipérbola. Demostrar que: las asíntotasson simétricas respecto de cada uno de los ejes de la hipérbola; esta cónica está contenida toda ella en­tre dos ángulos opuestos por el vértice, formados por las asíntolas.

60.—Hállese la ecuación de la tan­gente (á la elipse y á la hipérbola) en un punto cualquiera dado en la curva; y considérese el caso particular de las tangentes en los vértices de cada una de estas cónicas. Demostrar que las asíntotas, son las tangentes á la hipér­bola en los puntos situados al infinito.

62.—Demostrar que si un segmento dado se mueve de modo que uno de sus extremos y otro de sus puntos se man­tengan en dos rectas ortogonales, el otro extremo describe una elipse cuyos ejes son las dos rectas ortogonales.

03.—Hállese la ecuación de la hipér­bola equilátera referida á las asíntotas.

FEDERICO N. ABADIE. Profesor de Asignatura

{Concluirá.)

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EVOLUCIÓN DE LA PROPIEDAD TERRITORIAL

CONFERENCIA LEÍDA EN EL AULA DE FILOSOFÍA DEL DERECHO

OCTUBRE 20 y 22 DE 1&05

Á mi maestro de Filosofía del Derecho Dr. José Cremonesi

CAPÍTULO I

IMPORTANCIA DE LA CUESTIÓN

El siglo XX ha amanecido con un ges­to de violeocia. Una sombría multitud de hambrientos y de sectarios, de mise­rables y de soñadores; toda esa inmensa legión proletaria, enloquecida por la quimera, en la exaltación de sus sueños ilimitados había arrojado al mundo una palabra llena de promesas: el Socialismo.

Y en la sociedad contemporánea que es, según Zini, un gran enfermo de ideal se multiplican esos fermentos revolu­cionarios; llegarán al paroxismo de la violencia, el odio y la envidia de los pequeños por el egoísmo de los grandes. Y quizá no se engañó Carlyle al descri­birnos la lenta desagregación de la so­ciedad contemporánea y haciéndonos ver la tristeza, la melancolía, abatidas sobre este siglo al que Adam Smith había prometido lafelicidad por la li­bertad.

«De la trinidad simbólica con la cual hizo su divisa la Revolución—según el decir de Delaffose-la Democracia con­temporánea no ha retenido más que una palabra: Igualdad».

Y es en nombre de esa aspiración vaga de mejoramiento de la humanidad en un perpetuo devenir que los agitadores

y los humildes piden la destrucción de la organización social, que crea según ellos las desigualdades económicas. To­dos deben poseer derechos efectivos idénticos.

El dogma igualitario que proclamó la Revolución del 89, la igualdad natural de Rousseau, ha fecundado el monstruo revolucionario. Y el materialismo histó­rico, que no vé más que una abstración de la Economía Política, el «homo eco-nomicus», pide la nivelación en nombre de esa libertad á la que llamó «virgen feroz y estéril» y lleva sus ataques más formidables contra el régimen actual de la propiedad.

De todas las reivindicaciones proleta­rias, ninguna más funesta para la liber­tad como ese movimiento regresivo que se quiere iniciar hacia las viejas formas del régimen colectivo.

He aquí, pues, una primera cuestión, que no es más que una de las fases del problema que estudiamos.

Hay otra, puramente doctrinaria, pero no menos importante: los viejos filóso­fos establecieronprincipiosabsolutos co-mofundamento de la propiedad; crearon una forma única para la misma. No qui­sieron o r las voces que venían del Pasado, no quisieron escudriñar la naturaleza y forjaron así tipos inmutables de propie*-dad, hasta que Bagehot inició la reivin-

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dicación de la Ciencia y destruyó el grosero antropomorfismo demostrando que en todos los siglos se opera una lenta pero fatal infuturación, una gestación laboriosísima, que todo lo renueva, que transforma todas las instituciones socia­les. Y veremos por fin caer, á los golpes de luz de la ciencia social todas las vie­jas quimeras; se desvanecerán los la­mentables sueños de los románticos de la ciencia y sólo será un recuerdo, una sombra, un nombre, la enérgica con­cepción de Michelet «1' homme fait la terre» que pudiera ser la idea madre de todas las utopias de perfección civil de que habla Sbárbaro en su «Filosofía de la riqueza» «desde la Atlántida de Pla­tón hasta la iglesia de Saint Simón ; desde la isla Pancaya de Evemero á la Occéana de Harmigton; desde las visio­nes de los Milenarios al Falansterio de Fourier; desde la ciudad del Sol de Campanella á la nueva Armonía de Owen; desde el libro de Tomás Moro ala Colonia delpobre O'Connorque testifican la perpetua agonía de lo perfecto, la sed inextinguible en lo infinito y que son una sublime protesta contra las imper­fecciones de la existencia social».

Tiene, como se ve, la cuestión que es­tudio, proyecciones transcendentales. Ella nos dará la soiución de futuro que mejor responda á las exigencias de la vida; ella nos dará un principio que jus­tifique la propiedad individual; nos dirá que no es absolutamente falso el anatema de Proudhon y nos hará com­prender cuan lejos de la ciencia están las soluciones que predican los filósofos meramente especulativos, como la pana­cea universal, como el remedio de todas las injusticias de la vida.

CAPÍTULO II

PLANTEAMIENTO DEL PLOBLEMA — LA PRO­PIEDAD PRIMITIVA ¿FUÉ INDIVIDUAL? ¿FUÉ COLECTIVA? — COMPROBACIONES HISTÓRICA Y CIENTÍFICA DE LO SEGUN­DO FORMAS DE PROPIEDAD COLECTIVA.

La legislación positiva de todos los pueblos establece las relaciones de la tierra con el individuo Pero ello no nos autoriza á afirmar que el régimen de la propiedad individual haya sido el que ha imperado en todos los ciclos de la historia ni á sostener que fué el prime­

ro y que hayamos vuelto á él después de haber pasado por las diversas manifes­taciones del régimen colectivo.

La legislación sólo consagra fenóme­nos sociales, variables, contingentes, sujetos á la influencia de numerosos fac­tores, de modo que en ella sólo debemos ver - concretándonos á la cuestión que estudiamos,—las relaciones jurídicas ac­tuales que nacen de ésta que bien puede ser la forma límite del fenomenismo eco­nómico ó bien sólo una manifestación inacabada de esa evolución, como lo pretende Aquiles Loria.

No obstante esto, alguien pretende ver en las legislaciones romana y grie­ga, argumento bastante poderoso como para sostener la tesis del individualísimo agrario, por el solo hecho de que consa­gran la propiedad quiritaria ó individual y hacen hincapié en ello para batirse en brecha afirmando que la propiedad colectiva fué un fenómeno particular y no universal.

Haciendo abstracción del hecho de que las legislaciones no tienen un ca­rácter fijo, inmutable y de que ellas sólo pueden servirnos como datos históricos, es indudable que no pudieron, los que sostienen la extraña tesis que discuti­mos, buscar una legislación que sirvie­ra mejor para apuntalar su castillo de naipes.

La legislación romana no ve más que individuos aislados, cuyas relaciones, completamente exteriores, se reducen á acciones y reacciones mecánicas y en un agrupamiento cualquiera de perso­nas, no ve más que esos mismos indivi­duos y no admite entre ellos más que esas mismas relaciones exteriores.

Nos muestran á Roma bajo el régimen del individualismo absoluto, bajo reser­va siempre de utilidad pública, codifica­do bajo el reino de Justiniano.

Nos muestran, pues, el espíritu unita­rio y de igualdad social de la Roma Im­perial. Pero ocurre preguntar si ello no prueba sólo una tendencia cada vez más marcada á una separación más completa de intereses, que implicaría un régimen anterior de menor libertad y si Roma no había pasado por una primitiva edad de indivisión absoluta de la propiedad te­rritorial.

Veamos cómo, además de la misma legislación de Grecia y Roma, la tradi­ción, los más viejos recuerdos de su his-

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toria, nos demuestran que el régimen de la propiedad individual fué precedido por el de la propiedad colectiva.

Aquiles Loria dedica un capítulo de sus «Bases económicas de la organiza­ción social» á la demostración histórica de las transformaciones del derecho. En él se asombra de «la profunda identidad de derecho dominante en los pueblos más diversos en las primeras épocas his-lóricas».

En efecto—afirma el sabio italiano— el derecho primitivo en los Romanos, los Irlandeses, los Galos y los Germanos, era el mismo, no presentando más que imperceptibles diferencias.

Es cierto que los germanos atribuyen la propiedad á la familia, en tanto los romanos la atribuyen al individuo, pero no es menos cierto que en las primeras manifestaciones del Derecho Romano, que conservamos en la monumental codificación de las Doce Tablas, se notan huellas de la colectividad de familia.

Haciendo notar esas notables seme­janzas, Loria llega á sostener la verda­dera doctrina, en la siguiente forma, en la que quizá se exajera la importancia del factor económico:

«El pueblo romano y el pueblo alemán primitivos eran profundamente diferen­tes como raza, como costumbres, como clima; no había en ellos de común más que la identidad de la Constitución económica á la cual los dos pueblos y los dos países estaban sometidos ó, en defini­tiva, más que la identidad de las condi­ciones territoriales en que se encontra­ban y que imponían, con un poder irresistible, esta constitución económica».

El territorio en Grecia era conside­rado como propiedad del Estado, corres­pondiendo á los ciudadanos sólo ei goce del mismo, siempre bajo la acción inmediata de la ley.

Cuando Esparta comienza á asombrar al mundo con el férreo despotismo polí­tico organizado por Licurgo, ya había salido—según Laveleye —del régimen de la comunidad primitiva, llegando al del dominio colectivo de la gens. Había un patrimonio inalienable que fortificaba la tradición de un origen común que era el vínculo solidario de las familias que constituían esa forma social.

Ese patrimonio comprendía montes y bosques y su renta servía para los ban­quetes públicos.

Cita Miraglia la afirmación de Plu­tarco en su «Vida de Licurgo», que dice qué al nacimiento de cada niño, los ancianos de las tribus le asignaban uno de los novecientos lotes de la tierra del común, lotes que significaban un dominio colectivo. Proscribía su legislación el testamento y la venta del suelo.

En Atenas las limitaciones de Solón á la propiedad son regresiones al comu­nismo primitivo.

Roma nos ofrece aún más elementos de juicio.

Un primer argumento nos es dado por la tradición, que nos dice de una edad de oro en que la tierra y sus frutos per­tenecían á todos.

Si bien la leyenda no puede ser toma­da como palabra de verdad, es necesario reconocer que refleja por lo menos al­gunas de las instituciones preexistentes, vestigios de épocas pasadas.

En este caso la tradición está de acuer­do con la historia económica de la hu­manidad y debemos por lo tanto reco­nocer que no toda ella es obra de la ima­ginación poética de los griegos y los romanos.

Los griegos de Lipari, según Diodoro Siculo; Tarento, según Aristóteles; algu­nas ciudades ilalianas, según Porfirio y para Jamblico uno de los Estados de la Magna Grecia ó vivieron con la propie­dad colectiva del suelo ó nacieron ar t i ­ficialmente de ella.

Si estos fueran los únicos elementos de prueba que pudiéramos presentar, bien mereciéramos la burla de quienes nos acusan de buscar en los viejos poe­tas una base cierta para nuestras con­clusiones científicas.

Pero no es así. Muchos hechos confir­man lo que nos dicen esas almas selectas en páginas mordidas por los siglos.

La propiedad mobiliaria precedió á la propiedad de la tierra. Esta era común constituyendo el ager pubhcus cuya exis­tencia se hace necesaria para dar una explicación racional á la de los primeros factores de cambio en Roma.

En ésta, como en la vieja Germania, el carnero y el buey fueron los instru­mentos de cambio.

Si la tierra hubiera sido de propiedad individual no sería posible que el gana do fuera medio de cambio, dada la im­posibilidad de mantenerlo. Lógicamente se impone la conclusión de que la mayor

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parte del territorio sirviera para pastos comunes.

La institución, legalmente organizada, de los banquetes en co ún. sólo expli cable como vestigio de una época en que siendo común la propiedad lo eran tam­bién los frutos; la necesidad del consen­timiento social para la venta de una tierra, con el derecho de preferencia á favor del vecino; «por fin—dice Miraglia, —la prohibición primitiva de enagenar los bienes inmuebles, introducida segu­ramente por las leyes griegas y proba­blemente por las costumbres itálicas; la carencia de testamento en la época de que se habla y más tarde la exclusión de las mujeres de la herencia, porque mediante el matrimonio habrían trans­ferido parte del patrimonio de la fami­lia propia á otra, constituyen otras tan­tas pruebas que confirman la opinión de Momsem y de los demás que piensan como él»

Laveleye reproduce estas mismas ob­servaciones para destruir la afirmación de que la primitiva propiedad colectiva fué solo un hecho de excepción.

Laveleye sostiene y con razón—y en ello están de acuerdo la mayoría de los autores -que basta para afirmar que la propiedad territorial colectiva ha sido la primera forma de su evolución el he­cho de que haya existido en todos los continentes, en todos los climas, en me­dio de todas las razas y de que aun se conserven rastros de la misma. Si la en­contramos en naciones tan distintas, debemos concluir con Laveleye que es ello un fenómeno universal. 8i se hubie­ra encontrado sólo en determinada raza, bajo cierto clima, en un medio especial, entonces si podría afirmarse que ese fe­nómeno obedecía á determinadas condi­ciones de medio.

Pero la historia se encarga de demos­trarnos que esa forma de propiedad exis­tió en todas partes, bajo todos los cielos y que por lo tanto no es posible afirmar que responda á circunstancias particu­lares de una sociedad determinada.

Cuatro siglos antes de Cristo, en ciertas regiones de la India, la tierra se cultivaba en común; en la China primi­tiva las comunidades tenían asignados lotes para su cultura; las comunidades agrarias de la costa de la Arabia feliz, de que habla Diodoro, que son la orga­nización más de acuerdo con las utopías

colectivistas del presente; la marka germana y el bland-el-djemáa de los árabes; en el Egipto de los Faraones; entre los trasmanianos y los pieles rojas; en el antiguo Perú, en que dominaban Manco Capac y Mama Oelio, hijos del Sol, que habían impuesto un régimen patriar­cal y autoritario entre losindios que ac­tualmente ocupan gran parte de Boüvia; enlas organizaciones jesuíticas del Para­guay; entre los indios mejicanos someti-dosá un régimen feudal que consagraba el dominioeminentedel Emperador según Sartorius y los indios Comanches, según Schoolcraft; en numerosos pueblos en contacto con la civilización europea, encontramos manifestaciones de esa pri­mera forma de propiedad territorial que prueban la verdad de la tesis que soste­nemos.

Todo ello nos dice que si las legisla­ciones positivas no han establecido la propiedad colectiva es que las legisla­ciones escritas han aparecido en una época de relativo progreso; que argu­mentar con la propiedad quitaria es argumentar con la historia, despre­ciando las valiosas enseñanzas de la prehistoria y olvidando la ley funda­mental que preside á todas las transfor­maciones sociales. Todos esos datos que hemos indicado sólo se explican como rastros de instituciones que cayeron en el lento rodar de los siglos. Aparecen como anomalías en nuestro régimen de propiedad individual porque son super­vivencias de épocas lejanas.

Y si el único argumento histórico que se ha hecho á esta tesis no ha resistido á una critica severa, lógico es, pues, que concluyamos en qué, históricamente, la propiedad colectiva de la tierra precede al régimen individualista.

Estudiando ahora las diversas fases de la evolución de las sociedades veremos también cómo la propiedad individual no puede considerarse sino como el tér­mino de un progreso económico; cómo en su origen, las sociedades, no solo no conocieron esta forma de propiedad te­rritorial sino que la tierra no podía estar sometida más que á una especie de pro­piedad nacional de orden político y no de orden jurídico privado, como sostiene Leroy Beaulieu al afirmar que la tierra en un principio no fué común más que en un sentido relativo.

Es sabido por todos que el paralelis-

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mo completo entre la vida orgánica y la vida social es muy discutible. Pero nadie discutirá qué, en sus diversas transfor­maciones, siguen un proceso idéntico. La ley de equilibrio es para Spencer la ley de diferenciación. En la sociedad lo homogéneo es la tribu salvaje y lo hete­rogéneo la sociedad civilizada, perfecta­mente dividida en organismos colectivos llegando por la división del trabajo á la especialización de funciones.

En efecto, el estudio de la humanidad nos prueba que su evolución natural es la tendencia á la organización ó sea á la adaptación progresiva de las fuerzas sociales á los disrintos fines sociales.

Y es en virtud de esa ley sabia y fe­cunda que hemos pasado de los conglo­merados mecánicos de las primeras edades á estos verdaderos organismos vivientes en que vibra una idea social y que lleva á sus miembros á una completa emancipación.

Sigamos con Spencer todas esas trans­formaciones sociales. Comprenderemos entonces como nace el sentimiento y el derecho de la propiedad y como se desenvuelve siguiendo un verdadero paralelismo con los demás fenómenos sociales.

Las primeras sociedades, las socieda­des simples de que nos habla Spencer, están bien caracterizadas. Es la época de los cazadores y pescadores. Son pue­blos nómades; no se establecen definiti­vamente; modifican su dominio; corren bajo todos los cielos, hacia todos les horizontes, persiguiendo el rengífero. El sentimiento de la propiedad indivi­dual nace en lo que se refiere á las armas, utensilios, caza, pesca, todo lo que puede ser cogido ó producido por su mano. Pero, en esa situación es claro que no puede nacer ninguna idea respecto á la propiedad de la tierra, porque la tierra no representa para ellos ningún valor.

Bajo ese régimen, cuando las tribus han aumentado en número y han sido estimuladas por el hambre se entregan á rud<>8 combates para defender sus ho­gares de caza. Pero se suceden unas á otras, vencidas por la fuerza brutal del número, sin que en esa peregrinación al través de la tierra nazca el sentimiento ni la idea del derecho.

Cuando se manifiestan las primeras sociedades semisedentarias; cuando hay en el movimiento caótico de esos pueblos

intervalos de estabilidad, recién nace el sentimiento y con él la idea de la pro­piedad.

Después de la cultura, el salvaje cree suya la tierra. La espía, la cuida amoro­samente esperanzado en su fecundación y es suya hasta tanto no dé la primera cosecha.

Cree que debe impedir á las tribus ve ciñas que se apoderen de su suelo para asegurarse la propiedad de los frutos.

Pero, aún en esta etapa de la evolución social, la propiedad es intermitente.

Una vez que la tierra dio sus frutos el salvage no hizo más que quemar los res­tos de la cosecha y se largó á la ventura, en busca de nuevas comarcas. No había, pues, estabilidad.

En los pueblos de vida sedentaria, en­tregados á la agricultura ya hay estacio­namiento definitivo y se delínea con ca­racteres precisos el tipo de la familia patriarcal. El salvage se siente atado á la tierra, la trabaja, la prepara, vuelve á trabajarla después de la cosecha y nace recién entonces el sentimiento de la pro­piedad y la idea del Derecho.

En este grado de la evolución se pone en evidencia que la verdadera propiedad de ia tierra comienza bajo la forma de una comunidad con indivisión. La tierra —en efecto-pertenece á toda la tribu; toda la tribu la defiende; toda ella está interesada en su conservación; se culti­va en común y es común el depósito de los frutos.

La necesidad de establecer un orden en esta indivisión obliga á las autori­dades de la tribu á hacer atribuciones privativas, aunque con carácter tempora­rio. Cauwés—en su «Tratado de Econo mía Política»—dice á este respecto: «La indivisión territorial subsiste pues, en el sentido de que la propiedad como dere­cho perpetuo, no pertenece masque á la tribu, pero la tierra cultivada es repar­tida anu Imente ó por ciclos de años en tre los individuos por vía de autoridad ó por tiraje á la suerte»...

Tal es el régimen de la comunidad de aldea cuya forma tipo estudiaremos en otro capitulo.

En nada se diferencia de éste el régi­men de los germanos descrito por Táci­to. Se mantiene aún en los primeros si­glos de la edad media, con la propiedad alternativa de la marca que contrasta

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con la propiedad perpetua de la casa y del jardín.

Y aún quedan, en pleno siglo XX, ma­nifestaciones típicas de esa forma de co • munidad, fuera del mir ruso, en las co­munidades de aldea de una gran parte de las Indias Inglesas.

Una evolución de esta propiedad pro­dujo la transformación de la comunidad de aldea en comunidad de familia, con la característica de que no se dan lotes individualmente.

Se cultiva en común la tierra y en sus relaciones públicas ofrece los mismos caracteres que la anterior.

La aparición de estos fenómenos so­ciales, sea con indivisión perpetua, sea con división momentánea, se relaciona íntimamente con las costumbres de la familia y las ideas sociales de la auto­ridad.

Eugenio Fourniére, en su hermoso libro titulado «L'Idealisme Social» sos­tiene que en los tiempos primitivos en que el grupo familiar ejecutaba ¡os ru­dimentarios cuidados que aseguraban su subsistencia sin ninguna ayuda exte­rior, la familia era un todo económico indivisible. Todas las operaciones del trabajo se efectuaban en familia. A lo más—dice el autor citado la familia los especializaba entre sus miembros y según sus fuerzas. De más está decir qué, en un organismo así constituido, la indivisión es la regla: cada uno aporta su esfuerzo al servicio de la comunidad que le da en cambio techo y alimentos. La institución de la esclavitud no modi­ficó en nada este régimen por cuanto los esclavos eran incorporados á la familia.

Rambaud afirma que las sociedades primitivas han sido siempre caracteri­zadas por la fuerza de los lazos de fa­milia.

Y esta misma observación sirvió de base á Tarde para uno de los estudios de su libro «Las transformaciones del poder», presentándole la ocasión de pre­cisar las relaciones entre la propiedad y el poder.

«¿Hay un lazo entre los caracteres de uno y los caracteres del otro—se dice— entre la evolución del uno y la evolución de la otra? ¿Cual es ese lazo? ¿Es que, por ejemplo, la propiedad colectiva en el clan primitivo, se acompaña del poder colectivo? No,—responde—el poder del jefe del clan y más tarde del pater fami­

lias era esencialmente individual y á menudo despótico. A la inversa, la apa­rición y el desenvolvimiento de la pro­piedad individual no son de ningún mo­do incompatibles con el poder colectivo: la difusión y la división de la propiedad son lo que más favorece la eclosión del sufragio universal, ejercicio de la sobe­ranía colectiva. La evolución de la pro­piedad y la del poder—concluye Tarde — son independientes en sumo grado».

A la gran transformación económica que implica la substitución gradual del capital á la tierra no ha acompañado ninguna transformación política.

A este respecto se pregunta si podrá afirmarse que sea el paso del feudalismo á la monarquía administrativa. Pero hace observar,y con razón, que en Ingla­terra donde el poder del capital se ha acrecentado más rápidamente que en otra parte, sus progresos á partir de Isabel han sido acompañados del debili­tamiento del poder monárquico en bene­ficio del poder parlamentario y que en Francia, después de haber minado el régimen feudal y aprovechado al poder de los reyes, trajo como consecuencia la constitución, bajo el aspecto simpático de la democracia, de una verdadera pluto­cracia.

Esto no lo lleva á negar que si la pro­piedad no hubiese evolucionado, la evo­lución del poder no hubiese tenido lugar, lo mismo que cualquier otra evolución social. «Si el régimen colectivista—dice el autor citado — ó más bien familiar, de la propiedad primitiva hubiese podi­do resistir á todas las causas que debían inevitablemente destruirlo, jamás la hu­manidad hubiese franqueado las prime­ras etapas de la civilización».

Loria, que sostiene, según Laveleye, «una doctrina desolante que tiende á degradar la especie humana mostrán­dola como únicamente influenciada por el sórdido interés material», se muestra en completo desacuerdo con las afirma­ciones de Tarde. No es difícil darse cuenta del fundamento poco serio de esa oposición sabiendo qué, para él como para Carlos Marx, el fenómeno esencial es el fenómeno económico, que deter­mina la marcha general de la evolución con prescindencia de los demás factores.

Pero, como seguir esta discusión seria salimos del tema, volvamos á él y vea­mos cuales son las observaciones que

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á ese respecto hace Miraglia en su her­moso libro «Filosofía del Derecho». ' Hablando de las diversas transforma­

ciones del régimen colectivo dice: «Habiendo caido en desuso el sistema

de la división común y de la división periódica la tierra se convierte en pa­trimonio hereditario é inalienable de la familia. Cuando después los reiterados abonos y los progresos de la agricultura han creado un suelo más fecundo, se comprende que las tierras pueden dejar­se sin cultivar por un período breve. Por esto los lotes se adjudican á cada uno por tres años, en los cuales el culti­vador se apega á la tierra, la mejora é imprime en ella más cada vez la huella de su actividad. Así se hace cada vez más difícil separar á los grupos de sus campos y la distribución periódica se hace por seis, nueve ó diez años Cuanto máB se alarga la época de la repartición más se advierte la injusticia de hacer pasar á manos agenas tierras que tienen un valor mayor por la grande aplicación del trabajo y del capital hecha por aquellos que ya no pueden aprovecharse de ellos».

Hemos establecido como se llega á esas dos formas tipos de la propiedad colectiva. Antes de entrar á un estudio detenido de ellas y pasar á la transfor­mación que trajo como consecuencia el régimen individualista, conviene que observemos el error fundamental de la obra de Laveleye en lo que á esta cues­tión se refiere.

No es cierto, como lo pretende el céle­bre escritor belga, que la propiedad pri­mitiva de los orígenes sea un efecto del sentimiento de lo justo ó de la afirma­ción instintiva de los derechos naturales del hombre y del concepto de la igual­dad. A este respecto tiene razón Belot —citado por Miraglia- al sostener que ella es la consecuencia de dos necesida­des, una derivada de la naturaleza y otra proveniente del estado social. Derivó en parte de la falta de cultivo de la tierra y de la imposibilidad de hacerlo por su in­mensa esterilidad, por la escasa pobla­ción y la imperfección de los métodos de cultivo. La división de tales tierras —agrega Miraglia—era inútil, y era im­posible cultivarlas por separado; no quedaba, pues, otro recurso que servirse de ellas para pastos comunes. En cuanto al estado social parece innegable que

fuera el comunismo la forma más nece­saria de propiedad de la tierra, puesto que las exigencias de la defensa común imponían la formación de grupos respe­tables para evitar la destrucción.

De modo, pues, que son otras fuerzas y no el sentimiento de justicia las que produjeron las varias transformaciones de la propiedad primitiva.

CAPÍTULO III

ESTUDIO PARTICULAR DE ALGUNAS FOR­MAS DE PROPIEDAD COLECTIVA SU OR­GANIZACIÓN.—SUS INCONVENIENTES.— CAUSAS DE SU DECADENCIA.

Estudiando algunos restos dispersos de la propiedad colectiva primitiva, que han resistido á los siglos y aún se man­tienen formando parte de la organiza­ción social y económica de algunos pue­blos europeos, comprenderemos mejor, según el decir de Vico, la naturaleza y el funcionamiento de esas preformaciones sociales.

Existe en Rusia la vieja institución del mir qué, según Leroy Beaulieu, es, para ciertos escritores eslavos, la que «debe asegurar la grandeza futura de la Rusia y preservarla de las revoluciones sociales». Parece fuera de duda que las violentas explosiones del nihilismo, en 1881 y 82 y la recrudescencia délos fer­mentos revolucionarios en estos últimos tiempos, durante la sangrienta guerra con el Japón, son el desmentido más for­mal á esa aseveración.

En el vasto territorio de Rusia, fuera de la tierra de propiedad de la corona ó de los señores, todo el resto del territorio es de propiedad colectiva, indivisa de la comuna.

Conviene observar que antes de las reformas del gobierno de 1861 y más tarde de Alejandro III, que emanciparon á los siervos, el Mir no podía ser citado como un verdadero ejemplo de propie­dad colectiva y no presentaba sino esca­so interés social, pues los paisanos esta­ban atados á la tierra de la que no po­dían disponer ni colectiva ni individual­mente, á su voluntad; se les aseguraba, por ese régimen absurdo y degradante, contra la exigüidad muy grande de las parcelas, proveniente de un exceso de natalidad, y también contra el paupe-

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rismo. Para evitar esos inconvenientes el amo transportaba una parte á otra región de su dominio, cuando la pobla­ción había llegado al máximun y cuando los más favorecidos ya no podían ayudar en su miseria á los más pobres. Nada recuerda, en este estado, á la propiedad y todo en él indica una simple tenencia de la tierra.

Dice Alfassa: «Es solo después de 1861; después que los paisanos rusos han recibido el beneficio de la libertad, de la posesión de sí mismos, que es intere­sante estudiar, cómo hombres libres de­jados á sus solos recursos para la admi­nistración de su bien; librados de la tutela á menudo pesada y cruel pero á menudo también bienhechora del noble; cómo esos hombres que poseen en común las tierras á ellos atribuidas, cuidan su patrimonio; qué efectos económicos ha podido producir este modo de propiedad en un país de civilización moderna; sise puede encontrar en él una garantía, por lo menos relativa, contra la miseria y el proletariado».

Yeámos cual es la constitución actual del Mir.

Comprende á menudo muchas aldeas distintas y alejadas unas de otras. En cada una de ellas los paisanos se reúnen en familias que forman grupos, por lo general, de ocho á diez. La familia rusa de las aldeas forma la base de la socie­dad. Por su principio constitutivo re­cuerda la de la antigua Roma pues tienen de comúü el rasgo característico del po­der absoluto del jefe, siendo el Mujik más anciano, como el pater familias, quien concentra en sí toda la autoridad. Como la familia romana, es una aglo­meración de muchas generaciones, vi­viendo bajo el poder del jefe de la más antigua.

Toda esa numerosa descendencia del viejo mujik habita el mismo dvor en que se reúnen cuatro ó cinco izbas y posee en común el establo y los instrumentos de labor, aportando cada uno el concurso de su brazo á la obra común.

Cualquiera que sea el procedimiento adoptado para la repartición del suelo se tiene siempre en cuenta el número de trabajadores de que dispone el benefi­ciario, directamente en el caso del ttaglo, implícitamente en el del dourfia.

Él problema capital que se presenta al mujik es el del rendimiento de la tierra

con relación á los impuestos que la gra­van. La atribución de un lote suele ser un pesado fardo cuando, como sucede con lamentable frecuencia, las cargas fiscales absorben todo el rendimiento del suelo. Es entonces equitativo hacer­las soportar proporcionalmente al nú­mero de miembros válidos de la familia. Cuando es la cultura del suelo que ali­menta á los paisanos es menester que los lotes sea suficientes para alimentar á todos los miembros de la familia; en ese caso, para el impuesto, es justo tener en cuenta el número de bocas.

Se concibe qué, dada la constitución económica del mh, los paisanos rusos hayan tenido siempre fundadas razones para considerar una desgracia la sepa­ración, la partida de un miembro de la familia, al cual le debían dar, natural­mente, su parte de establo y de instru­mentos de trabajo así como una fracción de suelo.

Desde los tiempos remotos las cos­tumbres que regían la separación y el reparto entre los miembros de una misma familia no han sufrido ninguna altera­ción.

«El principio de la libertad individual -dice Alfassa-no se ha discutido jamás: todo miembro de la familia, sea casado ó nó, puede, aún cuando sea el padre quien la dirige, abandonar el hogar sin autorización pero no tendrá entonces derecho á ninguna parte de los bienes sean muebles ó inmuebles ; según la expresión corriente parte «con la cruz sola».

Por el contrario si tiene autorización para partir no hay ya salida sino reparto y recibe una porción del haber cuya importancia es fijada por el padre. Si la familia está bajo el poder del hermano ó del hijo mayor del jefe difunto, todos los mujiks que la componen, compren­didos los hijos del muerto, están bajo su dependenc a, como en vida del padre, en tanto no se hayan casado; cuando lo han hecho y poseen, según la costumbre, to­dos sus derechos de hombre, el reparto es de derecho, consienta ó nó el jefe, haciéndose en este último caso, por par­tes iguales entre todos los causa habien­tes varones».

En lo que se refiere á. las mujeres ellas pertenecen á las familias de sus maridos y no se las tiene en cuenta para nada. En realidad no conviene sentar esto como

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premisa absoluta. Las hijas no casadas no tienen derecho, en caso de reparto, á ninguna parte de la propiedad, salvo una porción de dinero, una fracción de los bienes muebles, á menudo también unas cabezas de ganado, siendo éstas conside­radas como del dominio de la mujer. Tienen la facultad de poseer como cosa propia la casilla ó korobbia mantenida por las economías que puedan hacer sobre el lino ó la lana con que tejen los vestidos, pero esta fortuna no constituye su propiedad, desde el punto de vista de la familia, más que en tanto permanecen en ella. Sus maridos deben entregar una suma igual á los gastos de boda para recibir este peculio. En caso de muerte de una mujer sin hijos, sus bienes pasan á sus hermanas solteras, las mismas que heredan los vestidos y el peculio de su madre. Hay, como se ve, una ley de suce­sión en línea femenina.

La necesidad de la separación y el re­parto, débilmente sentida en otros tiem­pos, es hoy imperiosa, por la sed de in ­dependencia que ha provocado la eman­cipación; esos paisanos que se sienten libres con respecto al amo sufren de la tiranía despótica del padre; la instruc­ción primaria ahonda el abismo entre padres é hijos; las querellas domésticas, provocadas por las mujeres obligadas á vivir en común y ciertas costumbres bárbaras que revelan una inmensa mise­ria moral de parte de los viejos mujiks, favorecidos por la promiscuidad, todo ello conspira contraía estabilidad deesa vieja familia patriarcal, que llena con sus costumbres groseras y sus exotismos las páginas sombrías de las novelas del Norte.

Un dato estadístico nos dirá la verdad que encierra esta afirmación: Después de la emancipación, las familias aisladas con respecto á aquellas de que han sali do, alcanzan á la proporción muy elo­cuente de más de 30 %.

Este dato significativo importa una división cada vez mayor de la tierra, porque los disidentes dejan de practicar el goce en común, en uso en tanto la familia está unida.

De modo qué, además del aumento de la población, ésta es otra de las causas de la división creciente de las tierras, que las desvalorizan, haciendo cada día mayor la miseria y aumentando en can­

tidad considerable la inmensa legión de los proletarios. »

Hay, según Alfassa, una razón más importante de la falta de bienestar pro­ducida por la emancipación, considerada desde el punto de vista material, que no deriva en realidad de un vicio inherente al sistema déla propiedad colectiva.

A la exigüidad de las dotaciones acom­paña un acrecentamiento progresivo de la población: los nacimientos anuales son, por término medio, superiores á las defunciones en 1.5'0.000 individuos. Pero, este peligro, por grande que sea, no se acerca más que por una evolución muy lenta; además, en estos casos de falta absoluta de tierra arable, la emi­gración ofrece un remedio cierto, pues los que quedan no conservan un lote tan pesado para sus fuerzas.

Oigamos al autor citado: «Las penu­rias del suelo laborable que resultan de los repartos de familia es mucho más grave: si los miembros separatistas aban­donasen la comuna para emigrar sea á la Siberia, sea al interior de la Rusia Europea, la totalidad del dominio de la familia quedaría á cargo de aquellos que no parten y constituiría en la mayor parte de los casos un muy pesado fardo para ellos á causa de la falta de brazos. Esto es tan cierto, concluye, que los mu-jicks no pueden fijarse en los alrededo­res de las ciudades manufactureras como lo desearían, en tanto no han roto todo lazo con su comuna, siendo constantemente llamados á su aldea, en la época de los trabajos agrícolas, para ir á prestar su apoyo á sus hermanos que sucumben bajo el peso délas cargas fiscales y de la responsabilidad colec­tiva.»

No puede escapar á la atención de nadie la gravedad de este argumento, que significa un poderoso obstáculo á la liberación definitiva del siervo ruso.

Para remediar estos gravísimos ma­les se han tomado una serie de disposi­ciones, atentatorias á la libertad del mujik y que tienden en realidad á res­tablecer la servidumbre por la sujeción á la comuna ó á la familia.

Tal es el úkase de Alejandro III en 1886 que exigía para los repartos, ade­más del consentimiento del jefe de fami­lia, el asentimiento de los dos tercios de votos en las asambleas comunales, que están directamente interesadas en la

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cuestión á consecuencia de la respon­sabilidad colectiva en materia de im­puestos

En 1889 el czar llegó á nombrar fun­cionarios que tenían por misión contro­lar los repartos y que son conocidos bajo el nombre de Jefes Rurales.

A raíz de una investigación realizada por una comisión nombrada y presidida por Valovief, ministro de Colonias, se propusieron numerosas medidas, á cual más arb.traria, para hacer imposible la salida de los individuos de la familia.

Pero, con todo, no deja de ser in­quietante la desorganización del mir por la separación de sus miemb'Os, que se opera á pesar de todos los obstáculos.

Veamos ahora, cuál es, en el mir, el modo de posesión del suelo.

La fórmula que lo explica sería la si­guiente: propiedad común, goce indivi­dual, teniendo bien entendido que la unidad, el individuo, desde el punto de vista de la comuna, es la familia.

En efecto, la división en lotes, los re­partos periódicos se hacen en tres gra­dos: entre los grupos de familias, entre las familias del grupo, entre los miem­bros de una misma familia.

Para el reparto de los lotes la Comuna hace intervenir la consideración de la salud, el vigor físico y la capacidad de trabajo de sus miembros y les hace so­portar, en lo relativo al impuesto y de­más contribuciones, cargas igualmente proporcionadas.

Pero elia considera también lo que cada uno posee como instrumentos de trabajo, cabezas de ganado, etc.; al que posee más se le da un lote más grande, porque ello en último término no signi-ca sino una mayor capacidad de tra • bajo

Según los dos organizadores más ca­racterizados de la emancipación, que han estudiadoprofundamenteel sistema, Samarme y el príncipe Vassiltchikoff, es este cuidado constante de proporcio­nar las cargas á la capacidad lo que caracteriza al mir y lo distingue de to­das las comunidades agrarias, antiguas ó modernas.

Hay un principio que domina la vida de la comuna: la solidaridad fiscal.

Un autor dice á este respecto: «La so­lidaridad en materia fiscales laque man tiene en muchos casos el régimen de la posesión colectiva, la que erige al mir en

juez de las fuerzas y de las facultades de cada uno; que lo hace dueño de dar y de retirar la tierra á su antojo. Es todavía ella que da al nvr el derecho renovado de la servidumbre, de impedir la partida de la aldea de un paisano provisto de tierras ó de no autorizarlo más que bajo ciertas condiciones y aún de exigir su regreso en la época del cultivo; es toda­vía ella la que da á la Comuna el dere­cho exorbitante de obligar al paisano en retardo para el pago de los impuestos á i r á trabajar á cualquier usina ó ex­plotación agrícola y percibir la totalidad de su salario en lugar suyo.

El único medio que se ofrece al mujik de salir de esa brutal sujeción, es pura­mente teórico: el pago anticipado al Estado.

No hay, en las frías regiones de la Ru­sia, un ¡solo paisano que pueda hacer el pago global anticipado, para indemni­zar á sus señores. De modo qué, á pesar de que el Estatuto Agrario de 1861 lo autoriza á salir de la indivisión y vender su tierra, queda tan esclavo como antes. Esta es una nueva causa de miseria y una de las razones que existen para afir­mar que el Mir no es la solución del porvenir, que no es el pálladium contra el pauperismo

Ese Estatuto Agrario dio al principio sus resultados. ¿ Cuales fueron estos?

Los paisanos más trabajadores, más económicos, eran los únicos que podían libertarse en tanto quedaban en la co­muna los menos solventes. Ei número de los miembros del Mir disminuía en tanto las cargas pesaban más cruel­mente sobre los que quedaban.

Como el desequilibrio económico fué enorme, por la salida de Jos que cultiva­ban las tierras y la venta de éstas, una ley de 1893 declaró, para remediarlo, que los lotes de los paisanos eran inalie­nables, aún en caso de pago anticipado para la liberación definitiva de la servi­dumbre comunal y que no podían ser cedidos más que á un compañero de aldea, llegando al extremo de prohibir salir de la indivisión, en el mejor de los casos, sin el asentimiento de la mayoría de dos tercios de la Asamblea comu­nal.

Otra ley del mismo año estipulaba que desde entonces todas las comunas debían renovar el reparto periódico de lotes de tierra, por lo menos cada doce años.

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Pasemos ahora á estudiar la organi­zación administrativa del mir.

Asombra qué, en un país sujeto al férreo despotismo del Czar, los mujiks gocen á este respecto de una indepen­dencia casi absoluta, por lo menos en teoría.

El estatuto del 61 autorizaba á los paisanos liberados á conservar las cos­tumbres hasta entonces en uso.

¿Cuales son esas costumbres? En tiempo de la servidumbre habían

adoptado,—dice Alfassa, á quien sigo en esta exposición, — ciertas instituciones que presidía el señor, quien ejercía una tutela paternal velando por el respeto de los usos y la salvaguarda de los derechos. Pero no tomaba ninguna participación directa en la administración de la co­muna: controlaba sin inmiscuirse. Tan verdad es esto, que cuando la liberación fué completa y los lazos que unían al noble y los paisanos fueron rotos, no se vio la necesidad de su intervención y debió quedar por ello, como lo está ac­tualmente, completamente extraño al mir.

Para reemplazar esta tutela, para sustituirle una garantía eficaz de todos los derechos y remediarlos inconvenien­tes de una libertad reciente, fué necesa­rio crear un centro de autoridad.

El gobierno quería mantener la auto­ridad administrativa de los mujiks; no unirlos directamente al poder central; no nacerles sentir de una manera muy fuerte su yugo. Tomó por base de las instituciones nuevas que la fuerza de las cosas le obligaba aerear, las que practi­caban los siervos de la Corona desde hacía largo tiempo y que se superponían á una organización del mir idéntica á la de los paisanos de los dominios. Consis­tía esta organización sencillísima en agrupamientos sucesivos:

En la base el mir, después un grupo de miis muy vecinos; en fln un grupo más extenso el v< hat, que podía com­prender hasta 4 000 habitantes. Es este volo.it, que constituye el lazo y el medio de control mutuo.

Las funciones administrativas públi­cas son electivas y ejercidas gratuita­mente por los miembros de las Comunas. A la cabeza del mi> se encuentra el sta-rosta, asistido de una asamblea compues­tas por todos los jefes de familia. El ro' lost es dirijido por un starchine asistido

de un consejo representativo cuyos miembros son elegidos á razón de uno por diez casas y de un Consejo Adminis­trativo permanente compuesto del sta-ro>ta de cada mir, de su adjunto y los co­lectores de impuestos.

El régimen agrario del mir es carac­terístico.

A raíz de la emancipación la tierra abandonada por la nobleza fué concedida á las comunas.

Es conveniente especificar bien que los habitantes de una aldea se dividen en dos grupos: uno está formado por los miembros del mir en posesión de todos sus derechos y que deben recibir tierras. El otro comprende los individuos admi­tidos simplemente á domicilio sin formar parte de la comuna, especialmente los antiguos siervos domésticos que han re­cibido la libertad sin lote de tierra y también aquellos de los antiguos miem­bros de la comunidad que han alienado sus derechos á un lote ó que han sido desposeídos. Este segundo grupo, que carece de medios de existencia, consti­tuye una gravísima causa de perturba­ción para sus comunas y es en parte contra ellos que subsiste la facultad concedida á la Asamblea del mir de ha­cer deportará Siberiapor medida admi­nistrativa, á los mujicks peligrosos para la estabilidad de las instituciones.

Los derechos del primer grupo sobre las tierras varían. Se pueden estudiar cuatro categorías:

1.° La residencia, que comprende: a) el suelo de la casa y sus dependencias

y especialmente el jardín que corres­ponde á la izba y

bi las calles, los abrevaderos, los pastos de uso común, los lugares libres para edificar en ellos. 2 ° Las tierras arables del distrito; 3.° Los tierras arables más alejadas

pero contiguas á este distrito; ' 4.° Por fin, las selvas, landas, pasti- k

zalea, que están á menudo á distancias considerables del centro de la comuna.

Los derechos que corresponden á la primera categoría son los siguientes:

Fuera del suelo de la casa, todo el te­rreno del recinto es de la comuna, con goce colectivo por destinación, como en todos los países.

Lo que levanta discusiones es la pro­piedad del !>'•£!, que no puede pertenecer al dominio colectivo. La cuestión es

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esta: ¿el suelo de la habitación deja de ser bien comunal para serlo de la fami­lia que lo ocupa? ¿es propiedad privada? La respuesta afirmativa á esta última pregunta está de acuerdo con la opinión emitida por la generalidad de los auto­res. Sin embargo, Georges Alfassa, de­muestra con toda claridad que ello no es cierto.

Dice: «Es cierto que una casa no pue­de ser retirada á aquellos que residen en ella y que casi siempre la han cons­truido ellos mismos; pero, por otra par­te, ellas no pueden ser alienadas, es me nester que el üba quede en el dominio de la familia, que se trasmita según las reglas sucesorias vigentes. No hay pues, más que un usufructo perpetuo, en pro­vecho de la familia, de una propiedad de la comuna. Este derecho de propiedad del mir es tan incontestable que éste no solo somete á modificaciones el recinto, el ouiadba en caso de transformaciones profundas sufridas en la composición de las familias sino que se otorga el dere­cho, después de los incendios tan fre­cuentes en las aldeas rusas, de cambiar los lugares de las habitaciones, de mo­dificarlos y de dar á una familia para reedificar su casa un terreno distinto del que había precedentemente tenido».

Esto significa que hay un derecho in­contestable que la Comuna ejerce sobre el suelo de su recinto. Lo que ha fortifi­cado la tesis contraria ha sido el hecho de que en la práctica ese derecho no se ha hecho valer por la Comuna.

Ahora bien. Fuera de la casa, inme­diata á ella y sirviendo de jardín, las dependencias de la misma abrazan los campos contiguos, en que los mujiks practican una cultura relativamente in­tensiva, y que están constituidas por lar­gas y estrechas bandas de tierra, que por su prolongamiento, constituyen la segunda categoría.

Cuando disminuye la capacidad de trabajo de la familia, se reduce el terre­no á que tiene derecho.

Los derechos del mir son pues, teóri­cos sobre el suelo de la casa.

En cuantoá las tierras de gran cultu­ra, que comprenden la segunda y tercera categoría, su dominio está dividido en tres zonas: una consagrada al cultivo del trigo de invierno, la segunda de trigo de verano y la tercera que queda en barbe­cho para dejar reponer el suelo.

Constituyen éstas tres zonas una pr i ­mera gran división.

Pero, como entre los paisanos rusos el principio que domina todo el régimen agrario es la igualdad absoluta que de -be reinar entre los miembros de una co­muna con relación á la productividad del suelo ó las cargas á soportar, para llegar á este fin es necesario que cada uno ten^a derecho de gozar de los terre­nos de diversa naturaleza, de fertilidad más ó menos grande del dominio, no bastando por lo tanto distribuirles lotes extrictamente iguales.

Los paisanos rusos, respondiendo á condiciones especiales del medio, han abordado el problema dividiendo sus tierras en muchos cantones teniendo en cuenta la diversidad de fertilidad, la ex­posición, la distancia á las aldeas, esfor­zándose en constituir tantos como con­diciones diferentes ofrezca el suelo.

Además sucede que las selvas y gran­des colinasdividenla estepa y determinan la creación de nuevos cantones ó kons.

Y como las tierras actúa es de los mir están frecuentemente enclavadas en las de los antiguos amos nace de ahi también la necesidad de constituir nuevos kons.

Y por último, como esos lotes encla­vados presentan figuras geométricas muy irregulares, en la imposibilidad de proceder de una manera racional, los mujiks los dividen en cuadriláteros for­zosamente desiguales y los dan en lotea cada uno, formando así kons nuevos.

De modo que las tierras arables de cada comuna aparecen divididas en un cierto número de cantones agrarios cuyo número en ningún caso es menor de 3 allí donde el reparto se hace cada 3 años, pero que puede llegar á 60 como en ciertos mir de Moscou, es decir, 20 por cada zona.

Siempre que se quiere realizar ese reparto al que se llama «la par­tición negra» dadas sus múltiples des­ventajas, las familias son reunidas en grupos, de modo á simplificar la opera­ción. Se trata en lo posible de no colocar en el mismo grupo más que familias pertenecientes á una misma aldea. Los jefes de familia, eligen entre ellos uno que los represente en el reparto, que presida á la repartición entre ellos, diri­ja sus explotaciones según un plan co­mún, siguiendo las indicaciones del sta-rosta.

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Cada grupo debe tener un lote en cada zona y cada familia una parcela en cada lote.—De modo qué, en aquellas comu­nas en que el número de cantones agra­rios es de 60, cada paisano que tiene un alma de revisión, no teniendo derecho más que á un solo lote, posee en reali­dad 60 parcelas muy alejadas las unas de las otras y de muy pequeñas dimen­siones.

He aquí como se hace el reparto, que siempre está sujeto á la regla de que el actual poseedor de un lote no puede continuar en él. Una vez que la asam­blea del mir, por un voto unánime, ha decidido proceder á un reparto general, se determinan en primer término las tres zonas de rotación trienal de la cul -tura, describiendo alrededor del centro de la aldea tres circunferencias concén­tricas, para conseguir así la igualdad de distancias entre las cuales serán com­prendidas las zonas del trigo de verano, del trigo de invierno y de los barbechos.

Después, en cada uno de los cantones ó h»ia que, existiendo á perpetuidad se trasmiten de generación en generación y no son modificados más que cuando una causa poderosa lo obliga, se deter­minan tantos sectores como grupos de familias hay y en estos sectores tantas nuevas divisiones como copartícipes en la labor.

Una vez hecha esa delimitación se re­parte por tiraje á la suerte primero en­tre los grupos y luego entre las familias.

La regla para determinar quienes son los que tienen derecho á cada lote, difiere de la anterior en el sentido de que se tiene en cuenta si los impuestos son superiores ó inferiores al rendimiento de la tierra. En las regiones en que las cargas son más grandes cada uno trata de reducir su cuota contributiva y la cantidad de tierra que le toca. De ahí nacen dos manifestaciones originales de reparto: el reparto por alma y el reparto por Tiaglio. Según el primero se reparten los bienes y las cargas sobre todos los que figuran en la última revisión está'-1

blecida con motivo del impuesto de capi ación, y según el segundo, cuando la tierra produce bastante para que des: pues del pago de las tasas quede un beneficio para su detentador se atribuye la propiedad según el número de hogares que forman la familia del doucha ó alma.

Por último hay un tercer procedí

miento de reparto, no muy extendido: el reparto por boca, que permite la accesión á la propiedad de todas las mujeres, aún las no casadas.

Pero, cualquiera de esos tres proce­dimientos que se emplee, á medida que aumentan los hijos y van llegando á la edad adulta, es necesario que se les ten­ga en cuenta desde que aumentan la capacidad de trabajo déla familia. Pero, como el nacimiento no obedece en todos los hogares a la misma ley, como no hay una igualdad de reparto de los mismos, variando por lo tanto la composición relativa de las familias, la atribución de los lotes no respeta los principios direc­tores de la propiedad en el mn:

Ni aún las reservas de lotes instituidas por la previsión de a gunas comunas han bastado á evitar esos graves incon­venientes, aumentados por la irregula ridad natural de la disminución de las mismas familias.

Todo esto demuestra que el reparto de lotes no puede ser duradero sin dar lugar á monstruosas desigualdades, ha­ciéndose necesarias reparticiones perió­dicas para las cuales no se podría esta­blecer un plazo racional de duración, siendo extraño que un espíritu tan selecto como Laveleye haya olvidado este argumento irrefutable al proponer que los repartos se hicieran cada 18 ó 20 años.

Esos repartos, en principio, deben tener lugar cada tres años, pero esa regla no se aplica rigurosamente, siendo la periodicidad de 6, 9 ó 12 años, según las regiones, debiendo forzosamente esos intervalos ser múltiples de 3, ya que el modo de cultura en uso es trienal y es sólo al cabo de tres años que cada uno ha podido gozar de las tres zonas.

En lo que se refiere á las praderas y las selvas el reparto se hace obedeciendo á la igualdad y no á la equivalencia.

Paralas praderas se aplican 2 sistemas: 1.° Se hace todos los años ó dos veces

por año operándose como para las tierras arables;

2.° Cuando son de rendimiento dife­rente y extensiones desiguales se hace la siega del heno en común y se reparte el heno en partes iguales.

Para las selvas se usan varios proce­dimientos de explotación, pococonocidos por cuanto no se encuentran casi en las regiones sujetas al régimen comunal.

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Hemos expuesto la hasta cierto punto complicada organización del iwr y, an­tes de pasar al estudio de otras formas de propiedad colectiva, conviene que nos detengamos en el estudio de las cau­sas de su decadencia y de su porve­nir. Y conviene que nos detengamos en ello porque es sabido que los socialistas creen que en él está la solución del pro­blema económico, el germen de la socie­dad futura por el solo hecho de que en él todos son capitalistas y obreros y se des­truye asi la feroz antinomia que produ­ce la lucha de clases.

Veremos en el curso de esta exposi­ción cómo, si el mir consigue hasta cierto punto que no haya ricos y pobres hace á todos inmensamente pobres y es una incubadora de proletarios y por lo tanto un semillero de ideales anárquicos.

Podemos empezar por afirmar que el mir, no ha realizado ni en todo ni en parte las esperanzas de sus panegiristas que creían que su primer consecuencia seria la supresión de las desigualdades sociales.

Hemos visto, al hacer la exposición de la organización social, política y eco­nómica deesa institución, que la miseria pesa cruelmente sobre el mujik á quien el gobierno se ha visto obligado en la mayor parte de los casos á prorrogar los plazos para el pago de la deuda de su emancipación y aún á hacerle gracia parcial de ella; que no pocos paisanos son desposeídos de sus lotes y que no menos emigran, vencidos por la miseria en busca de otros horizontes.

Por medio de algunas cifras compro­baremos las desolantes narraciones de los economistas, que pintan con colores sombríosese inmenso cuadro de miseria.

En 8ti0, sobre 499 distritos, >olo 23 pagaron todos sus impuestos directos; en los demás los atrasos se elevaban á más de 5 años de contribuc'ones.

El 1.' de Enero de l>-94, esos atrasos se elevaban á la suma de 102 millones de rublos de los cuales 57 correspondían á los antiguos siervos de la comuna.

En 1895, un año después, esa cifra se elevaba á 113 millones. Teniendo en cuenta la ferocidad, la crueldad con que en Rusia se hace la percepción de los im­puestos y no olvidando qué, en el orden económico, el rasgo característico de las aldeas rusas es la responsabilidad colee tiva, esas cifras son realmente aterrado­

ras. Representan la deuda del conjunto de las poblaciones rurales y explican porqué e gobierno se opone á toda me­dida que tienda á debilitar la solidaridad fiscal y porqué se vio obligado á tomar esa medida generosa que arrancó á Má­ximo Kovalewsky esta frase llena de iro­nía y de amargura: «Se renuncia de buen grado á rentas imaginarias.»

La Siberia con sus vastas soledades, la esperanza de encontrar en el Sur de la Rusia europea regiones poco pobladas, hacen desarrollar con intensidad ere cíente la emigración y es un cuadro que se puede contemplar á diario, en su mo­notonía desesperante, esa inmensa cara vana de hambrientos y de desheredados que marchan, con el saco al hombro, domi­nados por la quimera de una vida mejor.

Sólo una espantosa miseria puede arrancar á las pocas dulzuras del hogar, á tantos miles de individuos qué, anual­mente, forman en esa interminable cara­vana.

Luego pues, en esos fenómenos socia­les debemos ver manifestaciones ine­quívocas de decadencia.

¿Cual es la causa? No son pocas. Podemos agrupar.as, no obstante, en

5 grandes grupos. 1.° La exigüidad de los lotes y parcelas. 2.° El estado atrasado de la agricul­

tura; la crisis agrícola actual en Rusia; la ausencia de crédito agrícola

3.° Los impuestos muy pesados y la solidaridad de los paisanos frente al im­puesto.

4.0 La autoridad absoluta del mir en lo relativo á los repartos; la rivalidad de las familias ricas y las familias pobres; los abusos que de ella derivan; el acapa­ramiento de las tierras por aquellas en detrimento de éstas.

5.° La desaparición lenta y continua de la pequeña industria doméstica.

En cuanto á la primera causa nadie puede dejar de ver en ella una lamenta­ble fuente de decadencia.

La disminución obedece á una ley na­tural.

La tierra no aumenta pero el acrecen­tamiento dt la población es constante. En un principio el cálculo de los lotes fué quizá razonable pero no se tuvo en cuenta los nacimientos probables y hoy, ante el exceso de la natalidad, las porcio­nes de tierra son cada vez más reducidas.

(Continuará).,,

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NUEVA DEMOSTRACIÓN DE UN PRINCIPIO ANTIGUO

Es más bien una demostración de la d i ­ferencia del empuje en las dos esferas, consecuencia de sus distintos volúme­nes, y no de la aparente pérdida de peso exactamente igual al peso del gas desa­lojado.

l a demostración que hoy ofrecemos es debida al profesor Métral de la Uni­versidad de París y fué publicada por la revista de la misma ciudad «La Nature» de donde la hemos tomado.

Suspendamos del platillo P de la ba­lanza hidrostática dos globos de vidrio A y B que deben escogerse de la misma capacidad y volumen, ó mejor, siendo el A ago mayor que el B. Este está com­pletamente cerrado y sumergido en el recipiente R en comunicación con la atmósfera. El tapón del globo superior va atravesado por dos tubos t y f, en comunicación, el primero con la atmós­fera (para dar salida al aire) y el segun­do con un gasó *eno que comunica tam­bién con R por el tubo T.

Una vez equihbradala balanza, se hace llegar á R por T un gas más pesado que el aire, anhidrido carbónico ó cloro, siendo preferible el segundo, pues hace visible la marcha de la experiencia. Como consecuencia del mayor empuje que produce este gas, la balanza se in­clina hacia P' (no figurado en el graba­do . Haciendo llegar entonces el mismo gas al al globo A por /' se restablece el equilibrio, pues el volumen del gas aña­dido que influye con su propio peso, es

El célebre principio de Arquimedes aplicado á los gases no tenía hasta hace poco otra demostración en los cursos de física que la que más ó menos claramen­te se podía deducir del fenómeno pre­sentado por el aparatito denominado baroscopio.

Pero, á poco que se observe tal expe­rimento, se nos presenta algo obscuro y alejado del íin propuesto, pues no nos traduce en un fenómeno perfectamente visible el enunciado de aquel principio.

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igual al desalojado por B, y por consi­guiente, su peso.

Consigúese así la horizontalidad del brazo de la balanza.

Fácil es ahora dar-ie cuenta de por qué hemos dicho que A debía ser « dgo» mayor que B. Uno obra con su volumen interno y el otro con el externo.

Reemplacemos, por el contrario, núes tros complicados reactivos por un glóbu­lo de levadura viviente, que pondremos en contacto de una solución azucarada.

En pocas horas, el líquido experimen­ta una transformación profunda. Se des­prenden burbujas de anhídrido carbó­nico, desaparece el azúcar y es reempla­zada por el alcohol, al mismo tiempo que se forma una pequeña cantidad deglice-rina y de ácido sucinico. Para conseguir el alcohol, la fórmula de la reacción es de las más sencillas:

CeH1206=2C9H90+2C02

Yo añadiré que es cuantitativa. Pero ¿como se disloca la molécula azucarada? ¿Por qué términos intermedios pasan el carbono, el hidrógeno y el oxígeno antes de agruparse para dar C-HeO? ¿Como ha utilizado la célula viviente la energía acumulativa en el azúcar? Nosotros nada sabemos.

Sin embargo, hemos dado un paso ha-

La belleza de tal demostración está en su senci'lez. Es una simple variante de la usada en el caso de los líquidos, adap­tada al caso actual.

HUGO DEL PRIORB, Proparador de Física on la S. de E.

Secundaria.

cia la explicación del fenómeno. Hace algunos años, Buchner demostró que la fermentación alcohólica del azúcar era debida á la existencia, en la levadura de cerveza, de una diastasa particulaa que llamó zimam. Pudo extraer e-a zimasa de la levadura y la hizo actuar in vit'o sobre el azúcar: la descomposición fué la misma que si hubiese empleado la le­vadura viviente.

Este descubrimiento es muy intere­sante, pero yo no creo que tenga el al­cance que desde luego se le ha atribui­do. No hace más que precisar las condi­ciones del fenómeno; nos ha revelado la existencia de una diastasa más: eso es todo. Sabemos entretanto que la levadu­ra de cerveza que ya secretaba una dias­tasa hidrolizante, la invertina, obrando sobre el azúcar de caña para invertirla, produce una segunda que de-compone el azúcar en alcohol, lo que era de prever.

Que la zimasa obra in vitro, indepen­dientemente de la célula viva; he ahí una

~~&f駧^É¡&$Z.—

LA aüÍMIOA DE LA CÉLULA VIVIENTE POR EL PROFESOR

L E Ó N G R I M B E R T ( Lección inaugural dada en la Escuela Superior de Farmacia de Pans, el 24 de Abril de 1907 )

( CONCLUSIÓN — VÉASE EL NÚM. 20 T. I I )

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propiedad común á todas las diastasas y que precisamente sirve para caracte­rizar as. Pero cualquiera cosa que r e ­sulte en el porvenir, es lo cierto que hasta aquí, la zimasa es un pioducto celular edificado durante la vida del protoplasma y que al obrar al interior ó al exterior de la célula, la manera con que lo hace permanece aún sin descu­brir y sin explicación.

Cuando al candidato á doctor en me­dicina le presenta el tribunal un enfer­mo imaginarlo, tiene que contestar alas preguntas que ie hace el presidente.

—«¿Porqué — pregunta éste — hace dormir el opio?»

—«Porque—responde el candidato -—posee este producto 1a virtud dormi­tiva».

Y esto hace reir, porque no se conci­be un médico que ignore cosa tan sen­cilla.

Los médicos sufrieron largo tiempo este reproche de ignorancia, pero cuan­do se descubrió la morfina en el opio fué un consuelo y un triunfo. Supimos entonces porque el opio hace dormir: es porque contiene Morfina. ¡Muy bien! Pero, entonces ¿porque hace dormir la morfina? Y hétenos aquí otra vez en el punto de partida.

Asi sucede con la zimasa. No tenemos necesidad de la célula

viviente para exp icar ó para provocar la fermentación alcohólica, puesto que, se dice, disponemos de la zimasa.—Muy bien! Pero, ¿qué es lo que produce la zimasa? Pues ésta es siempre la célula de la levadura.

Notad bien, señores, que no quiero de­ciros que la síntesis de una zimasa no sea realizable algún día; digo solamente que no hemos podido llegar á asimilar los fenómenos bioquímicos á las reac­ciones ordinarias de nuestros labora­torios.

Acabamos de elegir un ejemplo rela­tivamente sencillo, puesto que se trata de la destrucción de un edificio molecu­lar bien conocido que da productos f ipi­les de reconocer y dosificar; pero, ¿qué diríais si se tratase de la síntesis del azúcar mism >, síntesis que se realiza ante vuestra vista todos los días en las hojas de los vegetales, bajo la influen­cia de la radiación solar, sin que noso­tros nos apercibamos, pero síntesis que

, &o ha podido realizarse en nuestros la­

boratorios más que por el genio de un Fischer v vosotros sabéis á costa de qué labor?

Y, si nos trasportamos al dominio de loquímica fisiológica, ¡quede problemas sin resolver! ¡Qué de hechos desconcer­tantes, aun entre los nás sencillos!

El jugo gástrico contiene ácido clor­hídrico casi libre, secretado por las glándulas del estómago. Este ácido clor­hídrico procede verosímilmente del clo­ruro de sodio tan esparcido en la econo­mía; hay, pues, que admitir que el Na Cl ha sufrido una disociación; pero ¿cómo se ha verificado esta disociación?

La secreción de la leche es todavía más extraordinaria. A partir del momen­to en que una hembra de mamífero está íecundada, sus glándulas mamarias van á producir un azúcar desconocido de antemano en su organismo, la lactosa, y que desaparecerá después de la lactan­cia.—Notad que este azúcar no puede fabricarse más que por medio de los materiales usuales que la célula en tiem po normal tiene ásu disposición. Notad, también, que este azúcar es una hexo-biase, es decir, un producto de conden­sación molecular. ¿Cómo el acto de la fecundación ha repercutido sobre el funcionamiento químico del protoplas­ma? ¿Cuál es la fuerza directa que ha impreso á este protoplasma una nueva orientación hacia síntesis hasta aquí desconocidas?

He ahí lo que no podréis explicaros ni por la ley de las proporciones múltiples, ni por las de la Termoquímica, ni por otras.

El hecho mismo de que. la química celular esté bajo la dependencia del sistema nervioso, abre un profundo abismo entre las reacciones de la Química biológico y las de la Química general.

Precisa decirse que la química bioló­gica está aún en mantillas; puede com­parársela á lo que eran la historia natural y la anatomía patológica antes de descubiirse el microscopio, ó al estu­dio de las fermentaciones y de la pato­logía de las enfermedades infecciosas antes de Pasteur.

Lo que aceptamos como leyes genera­les de las acciones químicas no se apli­ca más que á los fenómenos de cierta magnitud, ejerciéndose entre las masas de materia de dimensiones determina­das, pero no podemos racionalmente

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. , *

inferir que ¿tttas mismas leyes se*ia aplicables á fas reacciones micrqsbópi-* cas que se ejercffcenla intimidad de las* células, entre m|ít|$^ de dimensiones infinitesimales, en ulf^lfedio en que pre­domina el estado coloidal tan favorable á las acciones catalíticas.

Las leyes generales que hemos apun­tado están bajo la dependencia de las dimensiones que ocupamos en el espa­cio; están limitadas á lo que pueden percibir nuestros sentidos, necesaria­mente imperfectos.

«Un sencillo cambio en la talla del observador, ha dicho William Crookes, tendría como consecuencia, para él, un cambio total de las leyes del Universo.»

Supongamos, en efecto, un ser dotado de nuestra inteligencia, pero que no posea más que dos milímetros de altura, lo que aún es una talla gigantesca com­parada con las bacterias comunes: ¿ha­béis reflexionado lo que llegariau á ser para él las leyes más elementales de la física?

Crookes supone á este Immunculus, co -mo lo llama, paseándose sobre una hoja de berza, en la que se hallasen deposi­tadas gotas de rocío; éstas se le aparece­rían como enormes globos transparen­tes y brillantes. Si se aproxima á ellos y los toca con el dedo, comprobaría que los globos en cuestión resisten á la pre­sión como pelotas de caucho.

Supongamos que el mismo individuo tiene en la mano un vaso que, propor­cionado á su talla, sería para nosotros del volumen de un litro, y que llega á llenarlo de agua: podrá invertirlo sin derramar una sola gota del líquido y no logrará vaciarlo sino á costa de numero­sas sacudidas y de muchos esfuerzos. Si llegase á sumergir en este mismo líqui­do un tubo de vidrio, vería de repente que el agua se lanza á una altura para él vertiginosa.

¿Qué idea se formará este humimculus de las propiedades físicas de los líqui­dos? Se convencería de que los líquidos en reposo adquieren formas esféricas más ó menos curvas; que no se los puede trasvasar; que no obedecen á la pesantez y que, en consecuencia, la ley de la gra­vitación no es universal.

Los fenómenos de capilaridad y de tensión superficial, que, para nosotros, no tienen más que una importancia se­cundaria, adquirirían para él una im-

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portancia considerable, y, por el contra­rio, ignoraría probablemente las leyes que constituyen la base de nuestra física.

Y bien, señores, el ejemplo que acabo de presentar podéis, para entreteneros, transportarlo al dominio químico y lle­garéis á las mismas conclusiones.

Nuestro humunculus podría, por ejem­plo, proyectar en agua acidulada finas partículas de carbonato de cal, que para él tendría las dimensiones de nuestros adoquines, sin apercibirse de que se des­prende el CO2, porque este último en-contraríase en el líquido, que le disuelve totalmente. (Es una experiencia que po­déis realizar todos los días con el micros­copio).

He aquí porque las manifestaciones químicas de la vida nos parecen aún tan misteriosas y por que se quiso explicar­las por la intervención de una fuerza vital especial, distinta de las fuerzas fí­sicas conocidas.

Más sencillo es admitir que la sustan­cia viviente es el asiento de reacciones físicas y químicas, cuyas leyes todas ig­norábaos, porque nuestra potencia de observación es necesariamente limitada.

Nuestros oidos no pueden percibir so­nidos más que entre lf3 y 48.000 vibra­ciones; más allá está el silencio. Y, sin embargo, estas vibraciones, impercepti­bles para nosotros, no pueden menos de existir. Nuestra potencia visual está li­mitada á los objetos cuya dimensión es superior al cuarto de la longitud d& la onda luminosa. ¿Es esto decir que no existen seres ú objetos más pequeños aun, y, por esto mismo, invisibles?—Yo no hablo, entiéndase bien, de seres mís­ticos, sino materiales, y la experiencia nos tiene demostrado la existencia de microbios que tienen esta dimensión, microbios que se pueden cultivar, inocu­lar, atenuar, pero qde no se pueden per­cibir: tales son el virus de la rabia y de la perineumonía.

¿Quiere decir esto que debemos renun­ciar para siempre jamás á la esperanza de penetrar algún día el misterio de las reacciones biológicas tan intimamente ligadas á esta prodigiosa acumulación de energía química en las células? Ya ciertos hechos adquiridos nos hacen es­perar más luz para el porvenir; quiero hablaros del estado coloidal de la ma­teria.

3

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Se llama estado coloidal al estado de seüdosolución de ciertas sustancias or­gánicas ó minerales.

Estas soluciones aparentes son capa­ces de atravesar un filtro, pero incapa­ces de dializarse; pueden también coa­gularse bajo determinadas influencias físicas ó químicas.

Haciendo saltar en el seno del agua pura las chispas del arco eléctrico entre dos hilos de platino, como lo hizo Bredig, se vé colorear el liquido, al mismo tiem-pé dÜe sé disgregan los electrodos. Así se obtiene una especie de solución de platino en el agua: este es el platino co­loidal que, en tal estado, goza de propie­dades oxidantes enérgicas.

En lugar del platino, puede emplearse el oro ó la plata y obtener seudo-solu-ciones análogas. Por otra parte, la quí­mica mineral nos había ya enseñado á prepáral' én este estado la sílice y el óxido de hierro.

Las sustancias coloidales, orgánicas ó minerales, están, ya lo he dicho, en •disolución aparente; hagamos atravesar, com6 Ib hizo Tyndall, una solución sali­na bór Un rayo luminoso intenso: este es invisible. En una solución coloidal, por el contrario, es visible en todo su reco­rrido como un rayo de sol que penetra en una habitación oscura y es difundido por el tenue polvo en suspensión en la atmósfera,

El í'ayo luminoso, en las soluciones coloidales, ha encontrado, pues, partícu­las sólidas que le han reflejado; partícu­las de tenuidad extrema, de dimensión inferior á la de la longitud de la onda luminosa, y, por consiguiente, invisibles directamente para nosotros cualquiera ue sea la potencia de aumento de que ispongamos. La Consecuencia de esta tenuidad de

las partículas en suspensión en el líqui­do, es la de presentar una superficie con­siderable, y, por asi decirlo, infinita: se ha calculado que un gramo de plau'no coloidal representa una superficie de 50 metros cuadrados. No hace falta buscar en otra parte la causa de la actividad química de tales soluciones. La expe­riencia, por ejemplo, ha demostrado que este mismo platino coloidal era capaz de descomponer el agua oxigenada á la dosis de 1/300 de miligramo en un litro

#e agtfüi i? se<§,' Un miligramo en 300

• ^ i i «üee#lAdo ge halla la materia en tales solncibnes? Evidentemente en otro estado de equilibrio que en el cuerpo aislado ó en verdadera solución. Con este motivo se ha pronunciado el nom­bre de estado alotrópico; la cosa no tiene nada de inverosímil.

Cuando fabricamos el cloro, los áto­mos de Cl, librados de su combinación con H, se unen 2 á 2 para dar á la molé­cula estable que conecemos, pudiendo existir en el estado libre; es decir, en un estado de equilibrio perfecto entre las fuerzas exteriores que le rodean y las fuerzas internas que contiene. Este esta­do de equilibrio confiere á la molécula de cloro las propiedades especificas que le conocemos: color, olor, actividad quí­mica, etc. Pero podemos muy bien con­cebir una agrupación de átomos dife­rente de aquella y que goza de propiedades nuevas; podemos también admitir los átomos libres que proceden de la diso­ciación de las moléculas, como una so­lución ionizada, y que tenga á su dispo­sición una considerable energía química. ¿Se hallará así en las soluciones coloi­dales?

Sabéis, por otra parte, lo que se en­tiende por acciones catalíticas: son ac­ciones químicas provocadas únicamente por la presencia de un cuerpo que pare­ce no tomar parte en la reacción (ejem píos: musgo de platino, níquel reducido, sales de cobalto, etc).

No es ocasión de exponeros las teorías que se han propuesto para explicar es­tos hechos; me contentaré con daros esta definición de Oswaldtque las resu­me todas: «Un catalizador es una sus­tancia que, sin aparecer en el producto, final de la reacción, modifica la velo­cidad».

Ahora bien: casi todas las acciones ca­talíticas se manifiestan por contacto de una materia muy dividida, y acabamos de ver que en un coloide la superficie se encuentra dividida al infinito; por con­secuencia, vosotros mismos concluirés que los coloides deben ser agentes pode­rosos de catálisis y que las materias al-buminoides, que son la base del proto-plasma siendo coloides, hallan en su es-

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tado físico la eftusa misma d©stf actividad >f bioquímica.^"™ " • H"

De una manera gtoferal, pued&dtfsfa'*-se que todas las materia* vyiviflWtM^on coloides, mientras que téébi kFtkduco es cristaloide. El estado cristalizado es el estado de la materia en reposo. Es lo que Graham expresaba con este aforismo: El estado coloidal es el estado dinámico El estado cristalizado es el estado estático. Y añadía: El coloide es él fundamento indis­pensable de la vida.

IV

Las nociones que acabo de exponeros, nos permiten, hasta cierto punto, com­prender el mecanismo de la acción de esos agentes misteriosos que se llaman diastasas.

Eeciben el nombre de diastasas ó fer­mentos solubles las sustancias químicas secretadas por los seres vivientes y que ofrecen la particularidad de poder ac- ., tuar fuera de las célula que las producen y sin tomar parte ellas mismas en la reacción.

Lo que caracteriza una diastasa es la enorme desproporción que existe entre la cantidad de materia que entra en ac­ción y el efecto producido: así es como la invertina puede invertir 10.000 veces su peso de azúcar; como el cuajo puede coagular 600.00J veces su peso de leche; como la toxina tetánica, que es también una verdadera diastasa, puede matar á la dosis de un gramo más de 40.000 co­bayas!

Las diastasas ofrecen los caracteres siguientes: son solubles en agua, al me­nos en apariencia; se destruyen poruña temperatura elevada; se precipitan por gran número de reactivos (alcoholes, sales neutras etc.), y tienen la propiedad de adherirse fuertemente á los precipi­tados coloidales provocados en su solu­ción. El número de diastasas descubier­tas en los seres vivientes, animales ó vegetales, es considerable y aumenta cada día. El papel que desempeñan en los fenómenos biológicos se precisa cada día más. Puede decirse que todas las reacciones bioquímicas se provocan por una diastasa apropiada; su manera de obrar es, pues, tan variada como su nú­mero.

Si ignoramos la naturaleza química de las diastasas, sabemos al menos que

en flaúchas de ellas son coloides asocia­dos á vestigios de materia mineral, cuya presencia es indispensable á su funcio­namiento.

Este hecho muy curioso se ha puesto en claro por las experiencias de G. Ber-trand sobre la acasa, fermento oxidante de la laca: esta oxidasa contiene pequeñas cantidades de manganeso, y G. Bertrand ha probado que su actividad está en fun­ción de la proporción de manganeso que contiene; si se le sustrae, se hace inacti­va y no recobra sus propiedades más que cuando se le restituye.

La pasmasa que coagula la sangre, el cuajo que coagula la leche, deben su ac­tividad á los vestigios de calcio.

No es temerario suponer que este man -ganeso y este calcio, para concretarnos á estos ejemplos, se hallan en la diastasa en el estado coloidal; es decir, en las condiciones más favorables á las accio­nes catalíticas; de suerte, Analmente, que las diastasas en cuestión nos apare­cen como coloides complejos, formados por la asociación de otros dos coloides, orgánico el uno, mineral el otro, y aquí puede estar el secreto de su actividad.

Además, la influencia que ejerce la presencia de vestigios de un cuerpo de­terminado sobre las propiedades de otro cuerpo, es muy conocida en química ge­neral: un vestigio de carbono en el hie­rro lo transforma en acero; un vestigio de iodo transforma al fósforo blanco en fósforo rojo, etc.

En resumen, señores; lo que nos im­presiona en la constitución y funciona­miento de la célula viviente es el predo­minio de las acciones diastásicas que se ejercen en un medio coloidal.

¿En qué estado se encuentra la mate­ria en estas combinaciones tan variadas y tan fugaces, en vía de perpetua trans­formación? No lo sabemos todavía. Sin duda en un estado atómico diferente del de la materia en reposo, y obedeciendo á influencia flsico-químicas todavía no sorprendidas por nosotros.

Llamando vuestra atención sobre es­tas cuestiones generales, creo haberos convencido de que el término biológica, aplicado á una rama de la Química ge­neral, está suficientemente justiflcrdo por la naturaleza de las reacciones que esta parte de la química está encargada

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dé estudiar, reacciones que no tienen co­rrespondencia ni en Química orgánica ni en Química mineral.

Pero habéis podido convenceros tam­bién de que si el dominio de la ciencia no tiene límites, el investigador no tiene á su disposición más que medios muy limitados, y que debe estimarse dichoso cuando ha conseguido levantar la punta del velo que oculta los secretos de la Naturaleza.

«Nuestra inteligencia, ha dichoPascal,

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EJERCICIOS DE

Invitado por algunos redactores de EVOLUCIÓN propongo y resuelvo en se­guida algunos problemas elementales de aquella asignatura para que sirvan de modelo á los propuestos en la clase.

1.*—¿Para el trazado de la meridiana, tiene alguna ventaja él utilizar el centro del circulito de luz que deja pasar el taladro de la pantalla, al de la extremidad de la sombra de la varilla?

En teoría podemos afirmar que sí; es más fácil determinar el centro de dicho pequeño circulo, que el extremo de la sombra que proyecta la varilla, á causa de la vaguedad que produce la penum­bra que siempre acompaña á la sombra. Pero si tenemos en cuenta que el proce­dimiento empleado para resolver el pro­blema no da la exactitud que en algunos casos de Astronomía se requiere, enton­ces la incertidumbre que causa dicha penumbra no produce diferencia sensi­ble en el trazado general, y de consi­guiente tanto vale emplear la som­bra de la varilla como el circulito de luz.

$•*—Dígase un procedimiento práctico

t- .f¡.

ocupa en el orden de las cosas inteligibles el mismo rango que nuestro cuerpo en la eactensión del Universo».

¡Quiero terminar con estas profundas palabras, dejando á vuestra meditación el cuidado de apreciar su alcance y exactitud!

LEÓN GRIMBBRT. Catedrático de Química Biológica en la

Escuela Superior de Farmacia de París

COSMOGRAFÍA

para trazar en el campo la meridiana sin empleo de tableros ni nivelen.

En un espacio de terreno más ó me nos horizontal que comprende un cua­dro de ocho ó diez metros de lado, tomando un clavo, al cual se ata un hilo de aquel largo, se entierra en el centro del cuadro; y á un segundo clavo sujeto á la otra extremidad del cordón, se le hace servir de puntero, describiendo con él una circunferencia de circulo; y luego otras dos concéntricas con ésta, reba­jando para ello el largo del hilo. Se desentierra enseguida el primer clavo y se pone en su lugar una caña bien dere­cha verticalizándola lo mejor posible; se señalan los extremos de la sombra cuando tocan á una circunferencia, y la recta que junta el medio de la línea que une esos dos puntos señalados en la misma circunferencia, con el pié de la caña, es la meridiana, que sobre su per­pendicular tendrá el Este del lado por donde sale el Sol, la Luna, todos los planetas y muchísimas estrellas.

NOTA.—Es bueno estar prevenido con • tra un error muy frecuente entre las

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personas qué no tienen una noción cabal de la ecuación del tiempo: no trazan las-' circunferencias, y marcan la extremidad de la sombra de la varilla á igual tiem­po distante del medio día. Hay que recordar que el Sol no culmina casi nunca á las doce del reloj, ó sea á medio día medio.

3»° — Considerando á un astro colocado sucesivamente en uno de los dos planos ver­ticales fijos (meridiano y vertical prima­rio) ¿qué azimut tendrá el astro en cada caso?

En el meridiano —Enfrentado al Norte 0o ó 360°; enfrentado al Sur 180°.

En el vei tical primario.—Enfrentado al Este 90°; al Oeste 270°.

Si suponemos al mismo tiempo que el astro es una estrella y conocemos su amplitud, podremos de igual manera conocer su altura meridiana, auque no la que tiene al pasar por el primer ver­tical-considerando siempre el proble­ma de un modo elemental. Si el astro no es una estrella, no se conserva á la misma distancia del ecuador durante el tiempo que media entre la salida y su culminación—como así lo aceptamos en la estrella—y entonces no decimos la altura del astro con igual sencillez que en el primer case, esto es, cuando se consideró como astro fijo. Este nuevo problema lo resolveremos más adelante .

4»°—Suponiendo una variación magnéti­ca oriental de 5o ¿qué azimates tendrá un astro cuando papa sucesivamente por cada uno de aquellos dos planos?

Los mencionados ya, 0, 90, 180 y 270 menos 5 o . Si la variación fuera occiden­tal más la variación.

5«°—Aceptando la variación de 5o ¿qué azimutes magnéticos tendrá un astro al salir 1." con una amplitud Norte de 15° 26'; 2. con una Sur de 23° 27'? ¿ Y cuál al entrar con esas amplitudes occiduas?

Para facilitar el cálculo de este ejer­cicio, buscamos los azimutes verdaderos y sumando ó restando después 5 o á cada uno, tendremos los magnéticos. La sen­cillez aumenta todavía recordando estos valores fáciles de concebir y vetener: azimut del punto cardinal Norte, 0o; del Este, 90°; del Sur, - 80°; del Oeste, 270°. Entonces'

¿.« azimut pedido : 90o—15°26'+5°= 74°34'+5°.

2." :~90¿+23o27'+5° = 113027+5°. Téngase presente que el valor 113°27'

— 4

es el azimut verdadero que tiene el Sol en su salida el 23 de Diciembre.

3.°: 270o+15o26'+5°=285o26'+5°. 4.°: 270° -23°27'T5° = 246°33'+5°.

Se puede hacer idéntica observación que antes con el valor 246°33'.

NOTA. — El mayor azimut verdadero que puede tener la Luna al salir ó al en­trar es el del Sol 113°27 ó 246°33' más 5 o y unos minutos que no tienen ningu­na relación con la aguja imanada.

©•°—¿Qué ángulo forman en el centro de la Tierra (considerada como esférica) dos verticales separadas entre sí por una distancia meridiana de 5555metros.55?

Un arco formado en el centro de nues­tro planeta por la vertical de un polo y otra contenida en el ecuador vale 90°, y el arco comprendido entre sus lados so­bre la superficie terrestre, 10.000.000 de metros; y de aquí la proporción

10.000.000 5555.55 90 ~ ~ £ '

de donde 90x5555.55 n n „

ÍC= =0°.05, 10.000.000

próximamente. Más sencillo, I o es de largo 90 ve­

ces menor que 10.000.000 de metros, ó sea m i l í m e t r o s ; y como 4¿0 veces 5555m.55 componen 111.111m, resulta que el ángu­lo buscado vale I o dividido por 20, esto es, 3'.

NOTAS.—I. La milla marina es la ter­cera parte de 5555m.55 que es la legua, también marina; de modo que aquella milla con una extensión de 1851m.85, ó más breve, 1852 metros, es el largo de un minuto de meridiano geográfico.

II. Es fácil obtener el largo de 1" de meridiano dividiendo 1852m por 60, lo que da 31 metros.

III. El grado de paralelo vale menos de 111.111 metros, y tanto menos cuan­to mayor es la latitud.

9.°—¿Quéparte vemos del meridiano de nuestros antípodas?

Por un principio de cosmografía sa­bemos que la latitud de un lugar es igual á la altura del polo sobre el hori­zonte, ó sea, á la codistancia-zenital de ese punto celeste; y siendo la latitud de Montevideo de 34°54' Sur, el polo de éste nombre estará alzado sobre nuestro horizonte esa misma cantidad. Ahora como todos los meridianos arrancan de

3 -

•P*

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un polo y terminan én el otro, como al mismo tiempo el meridiano nuestro y el opuesto se hallan en un mismo plano, resulta de ahí que la parte del cíi'culo celeste indicada en el ejercicio es el mis­mo valor de la latitud, 34°54'.

Y como corolario de este problema se deduce'

1.° Que de nuestro propio meridiano dejamos de ver34°54\

2.° Que el polo Norte se halla 34°54' debajo de nuestro horizonte.

3.° Que toda estrella que enfrentada al Sur tenga en uno de sus parajes meri­dionales menos de 34°54', está cruzando por el meridiano de nuestros antípodas, y no por elnucbUo.

4.° Si la altura de una estrella enfren­tada al Sur vale 12° 10', distará del polo

34°54'-l2°l0'=22°44'.

Entonces cuando esa estrella culmine por nuestro meridiano tendrá una altu­ra de

34°54'-f22044'=57°38', ,

aunque siempre enfrentada al Sur. 5.° Observadas dos distancias zenita-

les de una estrella en sus dos pasajes (alturas extremas de la estrella), una de 77°50', por ejemplo, y otra de 3¿°22', se puede hallar la latitud L del punto dé observación calculando antes la distan^-cia ¡senital (77°oO'+32°220: 2=55°06'j y después £=S0o-55o06'=34°54' .

flOt iQué altura tiene el eóuador celeste sobre el horieonte de Montevideo?

La latitud de un lugar es el arco de meridiano celeste comprendido entre el zenit del lugar y el ecuador celeste, es decir entonces, que nuestro zenit dista del ecuador 34°54', y como aquel punto se encuentra á 90° distante del horizon­te, el ecuador celeste—enfrentado por nosotros al Norte—teridrá una altura de

90°-34°54=55D06',

que es precisamente la distancia zénita ^ del polo.

De este importante problema deduci­mos

1° Que toda estrella enfrentada al Norte que tenga una altura menor de 55°Q6' se halla al Norte del ecuador y mayor al Sur.

2," Que el ecuadar celeste se encuen­tra por la parte Sur de Montevideo á 55°05' debajo del horieonte.

!:%M»*-*-¿ Qué nota e^kt hará un viajero ^m.marche: 1.° el Estii$<0 al Oeetef 8,° en el 8en0o de u» tofrpiiiano?

En el prímwííaso, por cada grado que avance, verá pasar el Sol por su meri­diano cuatro minutos ante» del medio día marcado por su reloj, y á los 15° lo verá con una hora de anterioridad. De manera que si él lleva la cuenta por los días civiles que ve en su camino, cuando llegue al punto de partida habrá gana­do un día en la cuenta: en vez de creerse viviendo en un Lunes, por ejemplo, se hallará en el Domingo anterior.

2." caso. El viajero anda al Oeste. En­tonces sucederá al revés del caso ante­rior: pensando en llegar un Lunes al punto de partida, se encontrará en el Martes inmediato.

5.er caso. No hay variedad en la hora, puesto que debe desecharse el recorrido por el polo; pero si así fuese, el cambio solo sería de 12 horas sin ningún inter­medio; y no verá más días civiles el via­jero aun con este mismo cambio.

NOTAS.—I. La conocida novela de Ju­lio Verne «La vuelta al Mundo en 80 días» tiene un interesante desenlace ba­sado justamente en la primera parte del Ejercicio resuelto, puesto que no ha de ser necesariamente sobre un paralelo que ha de efectuarse la marcha para que se cumpla el cambio de horas; el parale­lo no es más que uno dé los componen­tes del recorrido ortódrómíco y aun mismo loxodrómico.

II. Por el paralelo Norte de 40 á 50o se puede hacer el viaje de Circunvala­ción acaso en menos tiempo que el adop­tado por el novelista francés.

En efecto, el paralelo de 45° de latitud tiene de largo

40.000.000^X^=28.300 km.

Suponiendo que aprovechamos en t o ­dos los casos los encuentros entre un vehículo y otro de trasportej y admi­tiendo al mismo tiempo que entre Una velocidad férrea y otra marítima hay Un promedio de 25 km. por hora, lo que no es mucho suponer, si se tiene en Cuenta que más de la mitad del trayeoto se hará en ferro-carril, resulta que en unos 50 días, más ó menos, quedará terminada la dicha vuelta de circulacióü mundial.

*%.%% — Eri Montevideo son las 12 del día; en este momento son las Sh 20m 18a de la

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mañana en un punta A. ¿Cuál es la lonffa tud del punto A respecto al meridiané p«. Montevideo? ' .

Desde luego el punto Á' Sé hálta al occidente de Montevideo; y á una dis­tancia angular de (12h—9h20m12s')Xl5= 2h39-48sXl5 = 0588^X15 = 143820" = 39°57'.

NOTA.—Tenemos dos expresiones de la misma longitud: 2h39m48s ó bien 39<>57'. Generalmente se adopta la primera, esto es, la expresada en tiempo.

13*—¿Qué hora es en París en el mo­mento indinado en el Ejercicio anterior?

Basta saber que la longitud de Monte­video es de 58°31', occidental al meri­diano de París, longitud que expresada en tiempo da

(58°3 l'j: 15=3511': 15=234m04^=3h54»04»,

ó brevemente 3h54m. De consiguiente cuando en Montevideo son las 12 del día, en París son las 3 y £4 minutos de la tarde.

Europa está habitada casi en su tota­lidad por la raza blanca: sólo en las tie­rras orientales y en las vecinas al círcu­lo polar viven algunos grupos de raza amarilla más ó menos mezclada. La importancia de estos es completamente secundaria y su presencia en el territo­rio europeo se debe á la semejanza que

(1) El presente trabajo del Br. Sr. Paullier forma parte de una obra próxima á publicarse. Nuestros lectores podrán abonar de ¡-u excelencia, ya que la competencia del Sr. Paullier en la materia es de todos conocida

Recomendamos la lectura á los estudiantes de geografía 1." curso.

N. de la R.

14#—Expresar en tiempo la longitud: 1." de nuestros antípodas; 2." de nuestros antéeos; 3." de nuestrosperiecos; y expresar* la primero al meridiano de Montevideo y después al de París.

1.° Nuestros antípodas. Su longitud al meridiano de Montevideo es de 12h i n ­distintamente al Este como al Oeste. Al de París 12h3h54m=8h06m pero oriental, ó sea en un sentido contrario á la nues­tra.

2.° y 3." Antéeos y Periecos. Para loa primeros todo lo deducido para Monte­video : la longitud de Montevideo á su propio meridiano es cero y al de Paría 3h54m occidental., las de nuestros anté­eos es lo mismo. Los periecos en igual caso que los antípodas.

NlNOLÁS N. PlAGGIO, Catedrático do Cosmografía en la Universi­

dad de Moiiteyideo.

(Continuará).

reina en las zonas fronterizas de Europa y Asia y al poder que tuvieron loe turcos en otra época.

Los antropólogos modernos dividen á los europeos de raza blanca en tres gran­des agrupaciones únicas» designando con los nombres de Arios á los pueblos del Norte (Germanos y Anglo Sajones)» Alpinos á los Celtas, y Mediterráneos á los Griegos y Latinos ó Meridionales.

Pero la semejanza de idiomas y la co­munidad de intereses políticos y hasta religiosos han formado un número ma­yor de grupos humanos que pueden re­ducirse á seis: Greco-Latinos* eslavos anglo-sajones, germanos, escandinavos}

LAS RAZAS DE EUROPA Sü EXTENSIÓN ACTUAL Y Sü DIFUSIÓN EN EL PORVENIR

(CAPITULO DE UN LIBRO PRÓXIMO í PUBLICARSE) "

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celtas y pueblos de origen asiáticp. Pertenecen al primer grupo los pue­

blos que viven á orillas del Mediterráneo estendidos hasta el Atlántico, el Mar del Norte, el Rhin, los Alpes y las bocas del Danubio y aunque distintos desde mu­chos puntos de vista, pertenecen á esta gran comunidad los franceses, los espa­ñoles y portugueses, los italianos, los griegos, los rumanos, parte de las belgas y de los suizos y muchas poblaciones de Austria, Rusia y Alemania.

Aunque es difícil establecer de una manera precisa el límite de las razas dadas las mezclas que los alteran en las regiones limítrofes, se le puede asignar al grupo greco latino, más bien que como línea de demarcación de razas, como limite lingüístico, una recta que partien do de Dunkerque en Francia cruzara la Bélgica de Oeste á Este pasando un poco al Sur de Bruselas hasta la fronte­ra Alemana á la altura de Lieja; lue­go la frontera de Bélgica con Alema­nia y un poco arriba de Arlón una línea que, inclinándose al Sudeste penetrara en el Luxemburgo y siguiendo en esa misma dirección por la Lorena, desde Tbionville á los Vosgos envolviese Metz, Chateau Salins, Sarrebourg y parte de los altos valles de Alsacia, continuando después á lo largo del límite actual entre Francia y Alemania. Al entrar en Suiza la línea de separación de las razas corta hacia el Sudeste, envuelve la Suiza fran­cesa, ó romana (formada por los tres cantones de Vaud, de Neufchatel, de Gi­nebra) y la séptima parte de los Berne-ses, diversos valles y mesetas del Jura» las siete décimas partes de los Friburge-ses y más de dos tercios de los valecia-nos;) luego los italianos y rumanches del Teasino y parte do los Grisones. Dicha línea separa en Austria algunas pobla­ciones del Tirol y una angosta faja del litoral dalmato-ilírico hasta Montene­gro y de allí inclinándose al Sudeste en­vuelve la Albania y tomando después hacia oriente hasta Galípoli incluye ]ps_„ griegos, albaneses y poblaciones de raza helénica esparcidos en la Macedonia, península Calcídica y costa del mar de Mármara hasta cerca de Costantinopla., Fuera de este grupo compacto que rodea las costas del Mediterráneo desde el mar , del Levante al Atlántico, circunscrito al Nortejpor la Meseta de los Ardennes, el Rhin y los Alpes, sobre el Mar Negro se

encuentra el grupo'Rumano, sólidamen­te acantonado en su país y allende las fronteras en la meseta de Transilvania y la provincia rusa de Besarabia entre los Balkanes, los Cárpatos, y el Dniéster. Representan los latinos de Europa no menos de 120 millones de personas.

Es difícil determinar para cada pueblo caracteres comunes á todos sus compo­nentes, pero es mucho más difícil indicar con precisión los caracteres de una raza. Los llamados pueblos latinos más que qor los caracteres antropológicos se ase­mejan por hablar lenguas neolatinas y por haberse encontrado mas ó menos re­lacionados y unidos durante un largo pasado histórico y en otras épocas por una misma fe religiosa. La gran civili­zación de los mediterráneos, su arte grandioso, el renombre dejado por los imperios y las empresas á que han dado cima, llenan casi por entero la historia de Europa hasta un período relativa­mente reciente. Son los hombres de la historia y sus orígenes se confunden con los de la vida europea. De ellos es la edad heroica del continente, la grandeza an­tigua, el genio helénico y poderío roma­no, el ordenamiento del caos medioeval por medio del Renacimiento y la época moderna con el descubrimiento de Amé­rica, la Revolución Francesa y la epo­peya Napoleónica. Tienen como heren­cia la tradición griega y romana y ostentan hoy como antes la literatura más rica, las creaciones del arte llevadas á su mayor perfeccionamiento, nombres que son como otras tantas piedras fun­damentales de la ciencia, en una palabra, el genio creador por excelencia, unido al amor á la gloria y al culto del valor, consagrado en cada llano, en cada desfi­ladero, frente á sus ciudades seculares y á la vista de todas las costas durante veinte siglos de continuadas luchas.

Hoy trabajan activamente en toda la tierra, formando nuevas nacionalidades, que son diez repúblicas sudamericanas, cinco de la América Central, Méjico, la gran Antilla y muchas de las pequeñas, el Canadá, Argelia y Túnez, el gran im­perio del Oeste africano y Madagascar. En Europa cubren cerca de 2 millones de kilómetros cuadrados de la zona más favorecida por el clima y las produccio­nes y en ellas viven un tercio de la po­blación del continente. En África domi­nan las mesetas del Atlas donde han

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formado una nueva Francia y oiiéiál-mente el Sahara, el curso del Señégal, Guinea, el Dahomey, las Orillas del Tchad, el curso majestuoso del Congo, las mesetas salubles de Imerina en la gran isla de Madagascar, la Reunión y pequeñas islas. En Asia, continente don­de solo los rusos esparcen colonias, los griegos cimentan la gran idea y pene­trando en el Asia menor, rehaciendo con admirable paciencia el momento Helénico sobre las huellas dejadas por Alejandro y los Bizantinos. La América del Sur y del Centro les pertenece por entero: en la del Norte los descendientes de españoles cubren 2 millones de kiló­metros cuadrados, y los franceses la cuenca del inmenso San Lorenzo hasta los bosques del Oeste. En suma, la parte más fértil y rica de la zona templada en los cuatro continentes, el mar europeo y el mar antillano.

LA RAZA ESLAVA por su masa viene inmediatamente después de la latina. Comprende la mayor parte de los habi­tantes de Rusia, los grandes y pequeños rusos, los polacos, los lituanos, más de la mitad de los habitantes de Austria y Hungría donde forman dos grandes ma­sas separadas por húngaros, germanos y latinos, prolongándose al sur por los servios, búlgaros, montenegrinos y nu­merosas colonias en Turquía. Su número es más ó menos igual al de los grecos latinos.

En varios puntos está muy mezclada la raza eslava, con razas asiáticas en la parte oriental de la gran llanura al norte en Crimea y el Cáucaso y con' los ger­manos y latinos en los confines occiden -tales y meridionales. La actuación de esta raza en la civilización es mucho menor que la de los mediterráneos pero sin duda está llamada á un gran porve­nir. El czar de Rusia, jefe del estado y de ia iglesia ortodoxa es considerado como jefe de los eslavos de Europa y ese ascendiente moral que ha contribuido á la emancipación de los estados balcáni­cos del dominio turco tiende á conver­tirse en ascendiente político.

Por su número vienen enseguida los germanos pero por la importancia eco­nómica y política así como por la difu­sión colosal de su predominio los ANGLO SAJONES ocupan un puesto importantí­simo. Habitan Inglaterra, el sur de Es­cocia y la costa occidental de Irlanda.

Los ingleses que se estienden por la Amé­rica del Norte, el África del sur, Austra­lia é innumerables islas, han nacido de la mezcla de los antiguos clanes célticos con germanos y escandinavos; con ñor • mandos y franceses, entrados con Gui­llermo el conquistador y después de él; con los flamencos que se establecieron en Inglaterra en los siglos XIV, XV y XVI; con los valones que llegaron desde el reinado do Eduardo VI; con los 120.000 hugonotes que buscaron asilo en la isla bretona, cuando se revocó en Francia el edicto de Nantes A cambio de este albergue, los calvinistas llevaron á los ingleses diversas industrias y los flamencos hicieron antes lo mismo. Casi todo lo que constituye la primacía de Inglaterra procede del continente. Lla­mar anglo sajones á los ingleses es agra­viar á la historia. Este nombre solo co­rresponde al elemento germánico que entró en aquella nación, y hace olvidar injustamente el tronco bretón en el cual se ingertaron las otras ramas, y al ele­mento protestante francés, que fué la verdadera levadura de la grandeza in­glesa». (1) Cuentan en Europa con unos 35 milones de representantes Se les con­funde infundadamente con los germanos apesar de ser bien diferentes por su origen y sobretodo por sus condiciones. Es una raza admirablemente dotada para la vida moderna por su energía y perse­verancia, y por el espíritu comercial y aventurero de sus hijos que los ha lleva­do á todas las playas donde fundan fac­torías y colonias. El grupo GERMANO ocupa el centro de Europa donde forman una masa compacta de unos 76 millones. Se extienden sobre la mayor parte del territorio alemán, la alta y baja Austria, diversas provincias de ese imperio donde forman la quinta parte de la población, Holanda, dos tercios de Suiza y parte de Bélgica donde están muy mezclados, con algunas colonias dispersas en Rusia. Los germanos son reflexivos y metódicos, tienen inclinación especial por las cien­cias y actualmente los alemanes y los holandeses ocupan un puesto importante en el movimiento general del comercio y la navegación. No obstante el método y la perseverancia son maleables y fá­cilmente se transforman y adaptan á las

(1) Onesime Reelus.

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costumbres extranjeras. Los Estados Unidos desnacionalizan todos los años á millares de alemanes cuyos rastros ape-sar del número se pierden á la segunda generación. La raza germánica está muy mezclada en sus confines con eslavos, latinos, daneses, lituanos, etc. Los pola­cos forman una masa compacta que crece continuamente en la frontera oriental de Alemania donde pasan de 3 millones; en la frontera del sudoeste hay cerca de trescientos mil franceses; dinamarqueses en la península de Jutlandia; lituanos en Prusia; en Bélgica el elemento ger­mánico está muy mezclado con los valones que no son otra cosa que fran­ceses y aún en Holanda no es poca la sangre de hugonotes franceses y judíos españoles que han intervenido en la formación de la nación La mayo­ría de los germanos son protestantes, dos tercios de los alemanes, seis décimos de los holandeses y la mayor parte de los Suizos. En cambio en Austria y en el sur de Alemania predomina el catolicismo.

Los ESCANDINAVOS pertenecen á la raza germánica pero se diferencia de aquella por muchos conceptos; sus idio­mas derivados del Norso tienen diferen­cias profundas con el alemán. Los mismos caracteres externos de la raza permiten diferenciarlos y los acontecimientos po­líticos, y en particular la expoliación de que fué objeto Dinamarca en 1864 por parte de Alemania ha acentuado más el distanciamiento que los mismos escan­dinavos tratan de provocar entre ellos y los alemanes. La comunidad escandina­va contando los suecos y noruegos de Europa incluso los de la costa de Finlan­dia cuyo total son los Dinamarqueses y los que se encuentran en el Schleswyg-Holstein representan en Europa algo más de 10 millones. Son de elevada esta­tura, ojos azules y cabellos rubios, muy reflexivos, dotados de un intenso amor á la familia y de un verdadero cullo á la hospitalidad. Noruega se diferencia de la aristocrática Suecía por cierta aspe* reza y espíritu democrático; en cambio los suecos han merecido el sobrenombre de los franceses del norte» por su espí­ritu culto y sociable. Es una raza hermo­sa, profundamente ilustrada hasta en sus clases inferiores y que presenta el caso único de haber elevado el término medio de la talla en los dos últimos siglos.

Los CELTAS han formado el fondo de las poblaciones de Francia, Inglaterra, Escocia, Irlanda, España y parte de I ta­lia, pero hoy están reducidos á grupos aislados en estas dos primeras naciones y día á día pierde terreno su lengua, que desde hace tiempo no inspira libros ni periódicos. Comprende así mismo casi toda la Irlanda exceptuando la cos­ta oriental, el norte de Escocia habitado por los Ersas, casi toda la Bretaña fran • cesa y el país de Gales. Se les puede evaluar aproximadamente en 10 millo­nes sin contar que hay más de 2 millo­nes en los Estados Unidos y que sus descendientes de la América del Norte son más numerosos que los de Europa. Hoy solo hablan los antiguos idiomas célticos 4 millones y medio de hombres sin que su número cese de disminuir; pero el límite de la lengua no puede dar una idea exacta de la extensión de esa raza. Siete décimos de los Irlandeses son de tipo moreno, los highlanders de la alta Escocia, los galenaes, los bajo bretones de Francia y muchísimos in­gleses aunque hablen el inglés son de raza céltica. Los irlandeses como los bretones son de mediana estatura, cuer« po robusto, ojos claros y cabellos negros, profesan el catolicismo y se han mante­nido obstinadamente fieles á su ideal religioso y patriótico. Los escoceses son de elevada estatura y protestantes re­calcitrantes.

Por último en el norte y el este de Europa se encuentran algunos pueblos de origen asiático, turcos en el Cuerno de Oro ah'ededor de Constantinopla, son apenas dos millones de raza turca pura en la parte europea de su imperio con tendencia á desaparecer. Forman ade­más grupos compactos en Crimea, en el Delta del Volga, en Táurida. Al norte se encuentran los Lapones y Finlandeses en Rusia y en los Urales Samoyedos, Kiguisos, Tártaros y Baskirios. El único grupo importante de origen asiático es el que forma los húngaros ó majiares, que en número de 8 millones ocupan la llanura del Teiss.

Hay además en Europa más de 8 mi­llones de JUDÍOS pertenecientes á la raza Semita y esparcidos principalmente en Rusia donde se encuentran las dos terceras partes, en Austria, Hungría y Alemania. Aunque dispersos y persegui­dos siempre sobre todo en Rusia, Ale1*

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mania y Rumania, donde es toa intenso y brutal el antisemitismo y á pesar de las infinitas desgracias que han afligido al pueblo de Israel á través de los siglos, tienen en su favor todos los elementos que pueden asegurarle á una raza un puesto honroBO en el futuro—fecundi­dad, inteligencia, culto verdaderamente religioso por la tradición y riqueza. Ninguna nación de 8 millones tiene hoy un poder semejante al de sus finanzas.

En el rincón montañoso de los Piri­neos que forman la frontera occidental franco-española se encuentran los Vas­cos ó Euskaros cuyo idioma no ofrece semejanza con ningún otro de Europa.

Cada una de estas razas extiende dia­riamente su circulo de influencia allen­de los mares, preparando así por medio de la propagación de sus idiomas y cos­tumbres la formación no lejana de grandes grupos de naciones que en el porvenir serán otras tantas confedera­ciones anglosajonas, latinas y eslavas. El gran vínculo del idioma unirá un día numerosos pueblos separados hoy por una frontera ideal: se formarán agru­paciones mayores, síntesis de nacionali­dades que hablarán inglés, ruso, espa­ñol, francés y portugués, borrándose muchas fronteras sin razón de ser que solo sirven para aislar á hombres del mismo origen.

Los siglos futuros serán sin duda del dominio de los pueblos colonizadores, de los que de tiempo atrás luchan por extenderse fuera de sus propios territo­rios, y de éstos los que se han asegura­do la mejor parte son los ingleses, am­bas naciones ibéricas, Francia y Rusia. Hasta nuestros días ha intervenido Eu­ropa como preceptora de los demás con­tinentes; hoy América rivaliza con ella, África se inicia en la civilización y en la Australia se esboza una nación desti­nada á reinar en el Pacifico. Todos los continentes toman parte en el movi­miento general de la civilización y su desarrollo amengua enormemente la importancia de Europa. Esto es incon­testable aunque Europa continúe á la cabeza del movimiento político, intelec­tual y económico del globo. Pero si la importancia de las grandes naciones europeas decrece, si el poder de Ingla­terra y el prestigio de Francia no son tan absolutos, como en el siglo pasado, si los dominios de España y Portugal

están enormemente reducidos, en cam­bio los idiomas y la cultura de esas n a ­ciones tienen nuevos y jóvenes repre­sentantes dueños del porvenir. Lo que las naciones del viejo mundo han perdi­do de influencia en estos últimos cien años, lo han ganado con creces del punto de vista lingüístico en América, África y Oceanía.

Inglaterra no es hoy dueña exclusiva de los mares pero en la América del Norte hay otra Inglaterra dos veces más poblada y veintinueve veces más extensa y hay en formación una Inglaterra Afri­cana y otra Australiana. La España de nuestros días no es la sombra de lo que fué bajo Carlos V ó cuando hizo temblar á Albion con su invencible armada, pero existen diez y seis repúblicas hispano­americanas y frente á Portugal que hoy lleva una existencia anémica, antes activo, dueño de inmensas colonias y del camino de las Indias se alza el Brasil con veinie millones de blancos, negro» y mulatos que hablan portugués. Fi-ancia misma que tantas veces fué arbitro de la política de el mundo, no es hoy la nación formidable que deshizo .cuatro coaliciones europeas; su importancia eat la política universal ha disminuido, pero;, su idioma vive á orillas del San Lorenzo desde el estuario del gran río hasta los lagos helados de Athabasca, y en la pla­taforma del Atlas con probabilidades de llegar á ser hablado casi en la mitad del África. Y Rusia cuya importancia crece desde que la gobernó Pedro justamente llamado el Grande, dará origen á otra gran nación que hoy por hoy es la fría y desolada Siberia. Solo Alemania que preocupa á toda Europa con sus arma­mentos militares y sus intemperancias Cesareanas, Austria é Italia fracasada en sus ensayos coloniales verán dismi­nuir su importancia cada día, dedicados al papel pasivo de alimentar el creci­miento de los yanquis y los neo-latinos. Nada más estéril para Alemania, Italia y Austria que ese oficio de abastecedores de brazos que desempeñan respecto de ambas Américas, Australia y Francia. Hay tres millones de alemanes en la América del norte, más de seis cientos mil austríacos y medio mil.on de ita­lianos y en la América del sur más de dos millones de estos últimos y tres cientos mil de los primeros; en total casi seis millones y medio de hombres perte-

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Decientes á esas tres nacionalidades, perdidos totalmente para ellos, que no obstante han gastado millares de mi­llares de pesos en prepararlos para la vida.

Hay cinco idiomas que marchan á la conquista del mundo: son el inglés, el castellano, el ruso, el francés y el por­tugués; respectivamente cuentan con 135 millones, 70 millones, 100 millones, 50 millones y 25 millones, números que continuamente se acrecientan y que se multiplicarán en uno ó dos siglos. La fuerza de espansión de estos idiomas es más ó menos proporcional á estas cifras. El ruso gana un millón ochocientos mil individuos por año debido al aumento vegetativo de la densa población del im­perio; el inglés aumenta en uno propor ción semejante á espensas de la pode­rosa corriente migratoria que los ale­manes, rusos, austríacos é italianos se encargan de enviar á Estados Unidos y también en parte debido á la fecundidad inglesa. En una forma semejante los neo-españole-, se conquistan anualmente de dos cientas á tres cientas mil per­sonas las que unidas al rápido acrecen­tamiento de sus poblaciones le aseguran á sus idiomas un aumento total de más

de un millón. El francés aunque no cuenta con tierras comparables á la América inglesa ó española es cultivado y difundido por la metrópoli, por belgas, suizos, canadienses, argelinos y habi­tantes de distintas islas gana todos los años cerca de tres cientas rail personas.

Hablan el alemán 70 millones de hombres, casi todos agrupados en el centro de Europa, pero este idioma no ha conquistado todavía un palmo de te­rritorio fuera de Alemania, Austria ó Suiza por lo que su importancia en el futuro será menor que la de las cinco lenguas anteriores. Hablan italiano 36 millones, pero este idioma no se difunde fuera de la penísula. Por lo tanto resulta, y es bueno recordarlo para desvirtuar ciertas preocupaciones en boga que hoy vive sobre la tierra un número casi igual de hombres hablando lenguas neolatinas al de los que reunidos hablan inglés y alemán y resulta que se refuerzan anual­mente las comunidades latina, anglosa­jona y eslava con cerca de dos millones de individuos : de ellos será el dominio de la tierra.

WASHINGTON PAULLIBR.

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GEOMETEIA INFINITÉSIMA!

II. — 0-u.rva/t-u.ra de las superficies (VÉASE NÚMERO 16 TOMO II)

12. DEFINICIONES.—Una superficie es­tá engendrada por una curva variable cuyas ecuaciones encierran un paráme­tro arbitrario. Se puede decir también que las coordenadas de un punto de la superficie, en lugar de ser funciones de un parámetro como cuando se trató de una curva (véase 1) dependen de dos pa­rámetros; la ecuación de la superficie se obtiene pues, eliminando el parámetro entre las ecuaciones de la curva varia­ble ó los dos parámetros entre las expre­siones de las tres coordenadas.

13. PLANO TANGENTE. -Encada punto de una superficie existe, en general, un plano tangente, definido en análisis, como el lugar de las tangentes en ese punto, á todas las curvas trazadas sobre la super­ficie y que pasan por él.

Existen ciertos puntos en los que ese lugar no es un plano, pero nosotros no los estudiaremos.

Se desprende de la definición del plano tangente que un plano cualquiera que pasa por el punto de contacto corta la superficie según una curva, cuya tan­gente en ese punto es la recta de inter­sección del plano secante con el plano tangente.

Supongamos que el plano secante (Fig. 11) sea trazado por la normal mz á la superficie, en el punto de contacto m'

y sea m'mm" la curva de intersección de ese plano con la superficie.

Tomemos sobre esa curva un punto m' infinitamente vecino á m.

La distancia rri'h de este punto al plano tangente, es la misma es la misma que su distancia á la tangente áb según la cual el plano secante corta al plano tan­gente.

Es pues (véase n.° 161. II) de orden su­perior al arco y en general de segundo or-

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den congelación á este arco. Cuando esa .distancia no es de segundo orden, los puntos de la superficie, son puntos sin­gulares que no estudiaremos.

14. INBICATRIZ.—Supongamos una su­perficie cualquiera S (ftg. 12) y sea m un punto de esa superficie por el cual hare­mos pasar un plano tangente P. Por el punto m, levantemos una perpendicular me, al plano tangente y por el mismo

• De manera que Ja ecuación de la su­perficie puede expresarse en la forma

f(x y z)—0 que es una función implícita.

Pero podemos considerar á la canti­dad z como función de las otras dos, y la ecuación se transforma en:

e=$M) (1) que en este caso es una función explí­cita.

Si damos á z un valor determinado d, todos los puntos del espacio que satisfa­gan con sus coordenadas á la ecuación

d=A%y) se encontrarán ala distancia d del plano de las xy.

De modo que si damos kz valores con­tinuos, es decir haciéndolo variar de una manera continua se tendrá una curva que variará también de un modo continuo y engendrará una superficie cuya ecuación es la ya indicada.

Ahora, si nosotros desarrollamos esa ""ecuación (1) tendremos que:

punto m hagamos pasar pi-ovisoriamente un sistema de dos ejes coordenados xtf yy' situ.ados sobre el plano P.

De esta manera tendremos un sistema de tres ejes coordenados (xx' yy\ me) y si tomamos un punto m' de la superficie próximo á ni podremos fácilmente obte­ner sus coordenadas con relación á estos tres ejes.

e-A+Bx+B'y+Cx^+Vxy+Cy +üz8+ ... (2)

Esta ecuación puede simplificarse. En efecto: la superficie pasa por el origen. La condición suficiente para que eso su­ceda es que dos variables eean iguales á cero, puesto que entonces la ecuación (1) se transforma en

f[oo)=0 y el término A de (2) se anula quedando reducida esa ecuación á:

e=Bx+B'y+ Gr'+c'ay+eV-J-Da:8

+-. . . (3) Si se trazan el plano de las ex y el

plano de l&szy, las secciones producidas por esos planos, en la superficie dada 8, .serán tangentes á las intersecciones de los planos zx v zy con el plano tangen­te P.

La sección producida por e\ plano Sx hace y=Q en la ecuación (3) y aquella se reduce entonces á:

I 9*

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Podemos determinar la tangente en un punto cualquiera de esa curva. Tene­mos que el coeficiente angular de una tangente es igual á la relación entre la diferencial de la función y la diferencial de la variable.

De modo que óz

coef. ang =B4-2cx-\-3Dxí+ ... (4) dx

Pero la tangente en el origen tiene e-* coeficiente angular igual á 0 puesto que esa tangente es el miBmo eje de las a; y sus coordenadas xe, en el origen son iguales á cero. Por lo tanto B será igual á cero en la ecuación (4) y también en la ecuación (3).

La sección producida por el plano de las zy, hace x = 0 en la ecuación (3; que­dando aquella reducida á:

e=B,y+C"yi-\-D™y%-\-. .. .

Trazando como en el caso anterior, la tangente en un punto cualquiera, esta tendrá por expresión:

y la tangente en el origen tendrá por coeficiente angular un valor nulo, pues­to que esa tangente es el mismo eje de las y, y las coordenadas yz en el origen son también nulas: de modo que B' será igual á cero en la ecuación (5) y también en la (3) que queda reducida á:

z=Cxi+¿xy-\-c"yi+Dxii+.... (6)

nosotros hasta ahora, hemos supuesto á z valores finitos. Si le damos un valor infinitamente pequeño, los términos ex2

c'xy c"xy2, serán de un orden inferior á los demás términos siguientes Dx*-}-. • • y estos últimos podrán despreciarse por encontrarse al lado de infinitamente pe­queños de orden inferior, de modo que la ecuación (6) cuando s es un infinita­mente pequeño se transformará en:

z=xx*-{-c'xy+c''' y*

y haciendo c=a, c'=2b c"=2c, ten­dremos:

£zztax'i-\-2bxy-{-cy'2 (7)

si consideramos á xc'y como infinitamen • te pepueños de 1 e r orden, z lo será de 2.* orden. De aquí resulta que la ecua-.ción (7) es la de una corina y podemos - decir que la curva de intersección de una

superficie por un plano paralelo al plano tangente en un punto é infinitamente vecino á este plano es una concia.

De todo lo expuesto deducimos que para describirla indicación tenemos, los tres datos siguientes:

1.' Su centro, que se encuentra como hemos dicho en el punto de contacto.

2.° Sus ejes que se encuentran en la dirección de las tangentes á las dos sec­ciones principales de la misma superfi­cie, secciones correspondientes al punto que se considera.

3.° Las lonjitudes de los mismos semi ejes, que son proporcionales á las raíces cuadradas de los radios de curvatura de las dos secciones principales mencio­nadas.

Esta cónica esta relacionada á su cen­tro O pie de la perpendicular bajada del punto de contacto sobre el plano secan­te; sus dimensiones son infinitamente pequeñas; varía al mismo tiempo que el plano secante, pero permanece homote-tica á sí misma puesto qué solo varía el término independiente z se sustituye á este término independiente é infini­tamente pequeño, una cantidad finita cualquiera se obtiene la cónica de di­mensiones finitas

ax*-\-2bxy-\-cy3=d .

que es homotetica y concéntrica á las secciones infinitamente pequeñas de la superficie por planos paralelos al plano tangente en el punto m é infinitamente vecinos á ese plano y que define la su­perficie en los alrededores del punto ni.

Si se la proyecta ortogonalmente en el plano tangente, orientándola como sus homotéticas lo están en planos paralelos, con el punto de contacto por centro, se le da el nombre de indicatnz déla super­ficie en ese punto.

15 FÓRMULA DE EULER.—Vamos á en­contrar ahora la ley según la cual varía el radio de curvatura de una sección hecha en la superficie, por un plano N que pasa por la normal en el punto m. (fig. 12)

La ecuación de la sección producida en la superficie por un plano paralelo al plano tangente é infinitamente vecino á este, ya sabemos que es una cónica y que tiene por expresión:

gssxaaP+Vbxy+cy* (8)

si damos un movimiento de rotación al

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sistema de ejes, en el plano de las xy hasta hacerlos coincidir con los ejes de la cónica, el término en xy desaparece y la ecuación se reduce á:

z=a,xi-\-c,ya'

Si trazamos la sección normal N que contenga la normal en el punto m y que pase por el punto m', su intersección con el plano paralelo al plano P, é infinita­mente próximo á éste, será una recta (o m'=d), que pasa por el centro.

Las condensadas de esta recta son x=dcosoL y=d&en<x

de donde £C2=<Z2COS2a

2/2=cZ2sen2«

siendo * el ángulo que hace esa recta con el plano de las zx.

Sustituyendo esos valores en (8):

•s^a'cos^aí^+c'sen^otd2

—=a'cos2a-j-c'senaa (9)

Proyectemos el punto ni sobre el plano P en h y unamos m con h (la fig. 13 re­produce de frente la sección normal N),

La recta mh será tangente á la super­ficie en el punto m por encontrarse sobre el plano tangente, y también será tan­gente á la sección normal de la superfi­cie que contiene á la recta d.

Por lo tanto el radio de curvatura en el punto m tendrá por expresión

p mh? d'J

2m'h 2%

De manera

1_

P

1

2 p :

2z ~<Z2

_ 3

" a 2

que según (9)

_1_

2? =a'cos2ot+c'sen2oc

relación que nos da el radio de curva­tura de la sección normal N que forma un ángulo a, con el plano de las zx en función de este ángulo y de los paráme­tros a' y c' que dependen del punto con­siderado sobre la superficie.

De la relación

en la que 2s es una constante vemos que el radio de curvatura es proporcional al cuadrado del semi-diámetro corres­pondiente de la indicatriz.

Si hacemos a=0, es decir si cortamos por la sección normal que encierra el eje de las x y designamos por B1 el ra­dio de curvatura correspondiente, ten­dremos:

De la misma manera cortando por la tsección normal que contiene el eje de las y.

2.R2

y reemplazando a' y c' en (6) por sus va­lores:

-=-cos 2 a+-sen 2 * (10)

é invirtiendo

fórmula de gran importancia debida á Euler, que nos da el radio de curvatura de una sección normal en función del ángulo que hace su plano con el plano trazado por la normal, y uno de los ejes de la indicatriz.

Los Radios de curvatura B1 y 2i¡ que figuran también en esta fórmula y que corresponden á las secciones normales que pasan por los ejes de la indicatriz son los radios de curvatura principales, al punto considerado sobre la superficie;

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las secciones normales correspondientes son las secciones principales y son como se ha visto perpendiculares entre sí.

Si trazamos otra sección normal de la superficie, de manera que forme un án­gulo recto con la sección normal que pase por m\ tendremos de la misma ma­nera que en el caso anterior que:

^ = - s e n 2 « + - c o s 2 a (11)

puesto que los ángulos * yp son comple­mentarios.

Sumando miembro á miembro las igualdades (10) y (11) tendremos:

p V B^R,

y como los radios de curvatura y las curvaturas son funciones inversas:

es decir: que la suma de las curvaturas de dos secciones normales cualesquiera es igual á la suma de las secciones principales.

INDICATRIZ ELÍPTICA. — OMBILICUS. — Los parámetros a' y c' son susceptibles de un signo; sucede, pues, lo mismo con los radios de curvatura Bv -E2 y p.

Si a' y c' tienen el mismo signo que puede suponerse, sea siempre el signo -f-, disponiendo convenientemente el el eje de las z, la indicatriz es una elipse.

Por la fórmula, vemos que el radio de curvatura p se encuentra entonces afec­tado del mismo signo cualquiera que seaa; de modo que todas las secciones normales posibles tienen su concavidad del mismo lado del eje de las z. Se dice entonces que en el punto considerado las curvaturas de la superficie son del mismo sentido.

Tales son en todos sus puntos, la esfe­ra, el elipsoide, el hiperboloide á dos hojas, el paraboloide elíptico y el toro en su parte exterior.

Si los radios de curvatura principales son iguales, la indicatriz es un circulo y se dice entonces que el punto m de la superficie es un ombilicus.

Si uno de los parámetros a' y c\ es nulo, la indicatriz es un sistema de rec­tas paralelas. El radio de curvatura principal es infinito y se tiene

1 sen2« 7 ^5^

designando R2, el otro radio de curvatu­ra principal.

Así sucede en el toro, en la parte que la superficie es tocada por los planos tangentes, perpendiculares al eje de ro-tación.

INDICATRIZ HIPERBÓLICA.—La fórmula de la indicatriz puede escribirse en esta forma:

s=a'a32—c'y2

En este caso los dos parámetros a' y c' no son del mismo signo y la indicatriz es una hipérbola. El radio de curvatura p que es proporcional á los cuadrados de los semi diámetros de esta curva, cambia de signo dos veces, llegando á ser infinito.

Cuando la indicatriz es hiperbólica, las curvaturas de la superficie son opuestas, es decir que las secciones nor­males correspondientes á las posiciones de un punto sobre uno de los segmentos de la normal, ofrecen su concavidad hacia este segmento, mientras que las otras la ofrecen hacia el otro.

El hiperboloide de una hoja, el para­boloide hiperbólico, todas las superficies gauchas y el toro en su parte interior, son superficies de curvaturas opuestas.

En este caso hay que considerar ade­más dos secciones normales: que son aquellas cuyos trazos sobre el plano tangente son las asíntotas de la indica­triz y cuyo radio de curvatura es infini­to. De una parte y de otra del punto de contacto su concavidad no está situada del mismo lado, presentando por lo tan­to un punto de inflexión. El círculo de curvatura correspondiente, como tiene un radio infinito, se reduce á una recta, que es la traza del plano de la sección sobre el plano tangente; de donde resul­ta que esta traza en lugar de ser tangen­te á la superficie como la de todas las otras secciones normales, le es oscula-dora.

De modo que tenemos que cuando en yun'punto de una superficie la indicatriz es hiperbólica hay en el plano tangente dos rec­tas que pasan por el punto de contacto.y os-culadoras á la superficie; esas rectas son las asíntotas de Ja indicatriz, trazada y orienta­da en el plano tangente.

CARLOS PÉREZ MONTERO.

(Continuará.)

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La Soberanía Nacional

SU FUNDAMENTO, SU NATURALEZA Y SUS LÍMITES

Hay problemas que nunca pueden ser demasiado dilucidados: la cuestión del poder social, de su origen, de su esencia y de su extensión, es uno de ellos; todas las ciencias políticas están subordina­das á esta cuestión primordial; una no­ción errónea falsea toda la ciencia social.

Se ha escrito mucho sobre este tema y se escribe aun todos los días; yo busco una definición precisa, sólida, al abrigo de la critica de la soberanía; no la en­cuentro en ninguna parte.

La Revolución francesa ha cambiado el titular de la soberanía; ella pertene­cía al rey, ella la ba transferido á la nación; desgraciadamente el nuevo titu­lar tiene solo un defecto, el de no exis­tir en cuanto á realidad viviente y su personería ante la ley; y. sobre todo, la soberanía no ha cambiado de naturaleza pues A una soberanía personal se ha sus­tituido una soberanía anónima, con el mismo carácter de absolutismo y, por lo consiguiente, de tiranía. Herbert Spen-cer ha definido admirablemente el cam' bío que se ha operado cuando dice: «La gran superstición de la política de anta­ño era el derecho divino de los Reyes; la gran superstición de lapoliticadehoy es el derecho divino de los Parlamentos. El óleodeunción, pareceque sehubierades-lizado sin ser notado, deunasolacaheza

sobre las de muchos, consagrando á ellos y sus decretos».

Sería superno el demostrar que no hay hoy en día casi límite, en la opinión pública francesa, á los poderes del par­lamento, emanación y expresión de lo que se llama la soberanía nacional, fuera de los que él mismo tiene á bien impo­nerse, y jamás se ha concedido más creencia á este sofisma peligroso de Dupont-White: ¿«Qué importa á un pue­blo ser gobernado mucho, cuando el pueblo mismo es su gobierno»?

Desde hace más de un siglo, toda nuestra política está fundada sobre este postulado, acreditado por J. J. Rousseau deque «el pueblo es soberano»; de donde se saca la consecuencia lógica que los re­presentantes del pueblo son soberanos. Se ha notado bien que la base sobre la cual Rousseau había fundado esta sobe­ranía era frágil, que descansaba sobre una quimeras y el pretendido contrato so­cial ya no tiene partidarios; pero se ha conservado religiosamente el postulado, sin preocuparse de hallarle un funda­mento filosófico más serio.

Yo quisiera reconsiderar esta cues­tión capital y someter á la crítica las principaleslfcsorias que han sido emitidas sobre la soberanía.

Ahí van dos ideas generales que me

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parecen hoy al abrigo de toda contesta­ción y que debían aclarar toda discusión respecto á la soberanía.

1.a La sociedad es el estado natural y necesario del hombre. El hombre nunca ha sido encontrado viviendo fuera del estado social y no podría vivir. Por lo tanto, es de todo punto necesario que el estado social sea mantenido;

2.a El estado social supone un cierto orden social. No hay sociedad, ni pequeña ni grande, que puede subsistir sin una autoridad capaz de mantenerácada indi­viduo en su esfera, de asegurar el dere­cho y de conservar el orden. Por lo tanto, es de todo punto necesario que haya un poder social.

¿Cual será el fundamento de este po­der social? ¿Quien tendrá las atribucio­nes y las calidades de ejercerlo?

Si interrogamos la historia, vemos que el poder social ha sido ejercido so­bre los hombres á títulos diversos, que pueden juntarse en las categorías s i ­guientes: la fuerza, el derecho divino, la tradición, la soberanía nacional.

Con mucha frecuencia, el poder social se ha apoyado sobre la fuerza; los más fuertes han mandado á los más débiles sin preocuparse de j ustiíicar de otra mane ra su poder de mando. Si á ese respecto damos crédito á un libro reciente y muy sugestivo, publicado por uno de mis co­legas y amigos, el señor Duguit, libro que tiene el gran mérito, si no contiene la verdad, de desenmascarar muchos errores, la fuerza sería, bajo todas sus formas, el único título del poder social: «En todas partes y en todas las épocas, los más fuertes, materialmente, religio­samente, económicamente, moralmente, intelectualmente y numericamsnte, han querido imponer, y en efecto han im­puesto su voluntad á los otros». Volve­remos sobre las conclusiones de esta tesis; pero lo que yo quiero solamente afirmar desde ya, es que es lógicamente inadmisible que la fuerza sea la única ley de las relaciones sociales.

La fuerza es un principio de lucha y de destrucción, por consiguiente, un principio antisocial, y, si la sociedad es un hecho necesario y providencial, la razón no podría admitir que no haya, fuera de la fuerza, un principado orden social, es decir un principio de poder social.

La teoría del dereclio divino de los reyes

no merece casi hoy ser reputada. Ella nunca ba descansado sino sobre una confusión evidente entre la necesidad del poder social y el título de aquellos que lo ejercen.

Se ha podido decir que «todo poder viene de Dios», en el sentido de que es Dios quien, habiendo creado el hombre para vivir en sociedad, ha hecho del poder social una necesidad ineludible. Pero esto toca solamente al principio de la autoridad y no resuelve la cuestión de saber quien será el depositario de es­ta autoridad; y, como Dios no ha desig­nado persona alguna á este efecto, el que se hace dueño del poder sin el consenti­miento de aquellos sobre quienes se ejer­ce, no tiene más título que la fuerza.

La tradición, la larga posesión no es un titulo más serio, á pesar de que se ampara en una especie de consentimien­to tácito, que ya es homenaje rendido al derecho. Yo no quiero hablar de la ad­quisición de la soberanía por prescrip­ción, como lo entendía Loyseau cuando decía: «Hace mucho tiempo que todos los reyes del mundo, quien por conce­sión voluntaria del pueblo, quien por usurpación antigua (la que hace ley en materia de soberanía, quien no puede recibirla de otra manera) han prescrito la propiedad del poder soberano y la han juntado al ejercicio de ella». Esta teoría, que ve en el hombre, en las generacio­nes humanas, en la libertad humana, ma­teria de prescripción, no se discute hoy en día. Yo quiero hablar de la tradición implicando consentimiento tácito en el sentido en que lo entendía Cázales cuan­do decía á la Asamblea Constituyente, el 28 de Marzo de 1791: Yo no creo abso­lutamente que el rey tenga su corona de Dios y de su espada; yo no admito estos cuentos ridículos en manera alguna; él la tiene del voto del pueblo; pero hace 800 años que el pueblo francés ha dele­gado á la familia real su derecho al trono ¡Atrévanse á declarar que Vds. tenían el derecho de cambiar el gobier­no!.... Si llegara el caso deque el pueblo quisiera que el gobierno fuera invertido y el rey destronado, sería necesario que este deseo fuera expresado por el pueblo en una manera unánime». Pero es ma­nifiestamente invertir los papeles! La tradición no crea el derecho si ella no está de acuerdo al derecho; de que una cosa haya durado mucho tiempo, no r e -

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Bulta que sea justa; la esclavitud ha dn-rado desde la infancia del mundo y dura todavía. En cuanto al consentimiento tácito del pueblo, únicamente podría tener algún valor en un estado de liber­tad completa que excluía precisamente el principio del poder absoluto.

El señor Esmein da al argumento ba­sado sobre la tradición, sin,sin embargo, reconocerle un fundamento jurídico su­ficiente, una forma más científica: «Cada nación se desarrolla por una evolución que la es propia, y se da su estructura, su organismo político y su genio parti cular, como un ser animal crea sucesi­vamente sus órganos y su inteligencia. Además cada nación así formada tiene ver­daderamente una vida propia, distinta délas vidas agregadas de los individuos que la com­ponen en un momento dado, donde se combi­nan la actividad y el pensamiento de las generaciones pasadas con los de la genera­ción actual donde se prepara la suerte de las generaciones futuras. Pero, si es así, la organización que es el producto natural de la nación así comprendida ¿no se im­pone ella á las voluntades individuales del ciudadano? ¿no es la soberanía cons­tituida por la evolución histórica, la so­beranía legitima?

El señor Esmein contesta «no» admi­tiendo siempre que debe ser tenida muy en [cuenta. Lógicamente debía haber contestado «sí». Si se ve en la sociedad un organismo vivo y evolucionando fuera y encima de los individuos, espre ciso admitir que este organismo es de de orden muy superior á las moléculas que lo componen, que solamente existen en vista del conjunto y para las cuales los intereses del conjunto deben ser el único objeto. Pero en un siglo que se jacta de su positivismo ¿cómo han po­dido acreditarse semejantes quimeras? He tratado de demostrar en otra parte que hay entre lo que se llama el cuerpo social y un organismo vivo tantas dife­rencias radicales como la ciencia soña­dora alemana, al remolque de Herbert Spencer ha creído ver analogías eviden­tes. Pero ¿por qué es necesario demos­trar eso? El único sistema aceptable cuando se hace fisiología animal ó so­cial, es el sistema de la observación; y es muy evidente que la observación nos hará únicamente ver en toda socie­dad, una colectividad de individuos, or­ganizados de un modo determinado,

pues no hay, realmente, otra cosa como realidad viviente. Las generaciones pa­sadas que han dejado la tradición á la generación actual, ya no existen, y las generaciones futuras cuya suerte se pre­para, no existen todavía! En cuanto á la sociedad, si se quiere considerarla fuera de los individuos, no se encuentra otra cosa que un modo de existir y una or­ganización! Hay que desterrar, una vez por todas, de la ciencia social semejante alucinación.

La tradición no podría, por lo tanto, desde ningún punto de vista servir de fundamento jurídico al poder social.

Y, hemos llegado, después de las eli­minaciones sucesivas, á la teoría elabo­rada por la filosofía del siglo XVIII, consagrada por la Revolución y acepta­da desde entonces sin examen como base de muchas institucianes: La sobe­ranía nacional.

La idea matriz no es nueva; es casi tan vieja como el mundo; casi en todas par­tes las primeras sociedades nos aparecen bajo la forma democrática; el pueblo se reunía para dirigir sus asuntos, por otra parte muy sencillos. Después, asistimos con bastante frecuencia auna larga evo­lución durante la cual las personas y los bienes están más y más sujetos á una autoridad, primero local, que va centra­lizándose poco á poco hasta que el Esta­do entero parece personificado en un solo hombre, que se llama Luis XIV en Francia ó Enrique VIII en Inglaterra; después esta autoridad soberana es bati-daenbrecha;el pueblo reivindica sus de­rechos, el poder absoluto declina bajo su forma personal hasta que la soberanía pasa enteramente álanación, pero para ejercerse bajo una forma nueva, la de la representación.

Este origen histórico de la soberanía nacional es muy apropiado para hacer­nos comprender su sentido vulgar: es siempre la soberanía absoluta, que ha cambiado únicamente de titular.

Es la filosofía del siglo XVIII que ha elaborado este principio nuevo; es á Rousseau á quien hay que pedir prime­ro el fundamento, la expresión y la ex­tensión de la soberanía nacional.

Ahí tenemos algunos pasajes típicos del Contrato Social:

«Si se aparta del pacto social lo que no es esencial á él, se hallará que se reduce á los términos siguientes: cada uno de

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nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la dirección suprema de la voluntad general».

«Siendo el soberano formado solamen­te de los particulares que lo componen, no tiene ni puede tener intereses contra­rios á las de ellos; por lo tanto, el poder soberano no tiene necesidad alguna de garantía para con sus subditos, porque es imposible que el cuerpo quiera dañar á todos losmiembros y veremos más ade­lante que no puede dañar á ninguno en particular. El soberano, por el solo he­cho de que lo es, es siempre lo que debe ser».

«Como la naturaleza da á todos los hombres uu poder absoluto sobre todos sus miembros, el pacto social da al cuer­po político un poder absoluto sobre t o ­dos los suyos; y es el mismo poder que, dirigido por la voluntad general, lleva el nombre de soberanía».

«La soberanía no puede ser represen­tada, por la razón misma de que no puede ser alienada; ella consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad no se representa; ella es una cosa ó la otra; no hay término medio.»

Los diputados del pueblo no son, pol­lo tanto, ni pueden ser, sus representan­tes; son solamente comisionistas; no pueden arreglar nada definitivamente. Todas las leyes que no hayan sido rati­ficadas por el pueblo en persona, son nulas, no son leyes».

Ahí tenemos en sus rasgos esenciales la tesis de Rousseau. Se ve que, según él, la soberanía nacional tiene su base en el contrato social, que tiene su ex­presión en la voluntad general, y que es ilimitada.

Ahora bien, su base y sus límites es­tán tomados de un sueño, en el cual, hoy en día, ya nadie cree. El pretendido pacto social, en el cual cada uno habría involucrado, su persona y su poder bajo la dirección suprema de la voluntad ge­neral» no ha sido nunca cumplido; no solamente que nunca se ha dado un ejemplo, sino que es inconcebible, no habiendo razón de ser, pues el hombre ha vivido siempre en sociedad y no pue • de vivir fuera del estado social. Por lo consiguiente, á la soberanía nacional de Roussesu le falta absolutamente base.

Además, esta soberanía tendría su expresión en la voluntad general. Ahora bien, la voluntad general no existe más

que el contrato social: es un mito! Teó­ricamente se podría concebir una volun­tad unánime de todos los ciudadanos; esto no seria todavía más que un con­cierto de voluntades individuales. Prác­ticamente, es una cosa imposible y eso que se llama voluntad general no es, bajo una etiqueta engañosa, otra cosa que la voluntad del número más grande. La paradoja audaz con la ayuda de la cual Rousseau quiere hacernos creer lo contrario en su demostración más clara.

«Cuando se propone una ley en la asamblea del pueblo lo que se le pregun­ta no es precisamente si aprueba el pro­yecto ó si lo rechaza, sino no si dicha ley está ó no conforme á la voluntad general que es la suya. Cada uno, mientras da su voto, dice su opinión sobre ella y del cál­culo de los votos se saca la declaración de la vohtntad general. Si por lo tanto, la opi­nión contraria á la mía se impone, eso no prueba otra cosa sino que yo me he equivocado y que lo que creía ser la voluntad general no lo era. Si la opinión mía se hubie­se impuesto yo habría hecho otra cesa de lo que habría querido; entonces yo no hubiese sido libre. Lo que resalta de este contra­sentido impertinente, es que Rousseau llama voluntad general la voluntad de la mayoría dotándola de infalibilidad.

La teoría de Rousseau no resiste el examen; y sin embargo es la misma con­cepción de la soberanía nacional que volvemos á encontrar en la mayor parte de las constituciones y que es la base de nuestro derecho públicol

La Declaración de los derechos del 3 de setiembre de 1791 decía: «Elprincipio de toda soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún cuerpo, ningún individuo puede ejercer autoridad que no emana de ella (la nación) expresa­mente». (Art. 3).

«La ley es la expresión de la voluntad general'» (Art. 6).

La Declaración del 24 de Junio de 1793 decía: «La ley es la expresión libre y solemne de \& voluntad general». (Art. 4).

«La soberanía reside en el pueblo; es única é indivisible, imprescriptible é inalienable» (Art. 25.)

Así mismo todavía, la Declaración pre­cediendo la Constitución del año III de­cía: «La soberanía reside esencialmente en la universalidad de los ciudadanos». (Art. 17;. «Ningún individuo, ninguna reunión

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parcial de ciudadanos puede atribuirse la soberanía» (Art. 18;.

Y la Constitución misma se expresaba asi:

« Art. 1.° La República Francesa es única é indivisible. « Art- 2.° La uni­versalidad de los ciudadanos franceses es el soberano. »

Y finalmente, la Constitución de 1848 repetía las mismas fórmulas: « La sobe­ranía reside en la universalidad de los ciu­dadanos. Ella es inalienable ó inpres­criptible.

Ningún individuo, ninguna fracción del pueblo puede atribuirse su ejercicio. «(Art. 1.°) Desgraciadamente todas estas solemnes declaraciones no pasan de ser palabras. La universalidad de los ciudada­nos es solamente una formula que signiñca todos los ciudadanos, y todos las ciudadanas no es otra cosa que un cierto número de individuos yuxtapuestos; y es imposible comprender que la soberanía resida en la universalidad de los ciudadanos si no reside en cada ciudadano individualmente. Nunca una adición de ceros ha dado, ni dará otra cosa que un cero.

Creo que con lo que precede se esta­blece perentoriamente que se buscaria en vano en Rousseau la base de la sobe­ranía nacional.

Pidamos pues á otros unajustiflcación aceptable.

El Si*. Esmein nos propone como fun­damento de la soberanía nacional dos ideas, que entran hasta cierto punto la una en la otra, y agrega una prueba ne­gativa.

Notamos primero que dicho señor re­conoce con nosotros que «la nación en que reside, dice él la soberanía siendo, no una persona efectiva, sino una colec­tividad de individuos, no puede tener vo­luntad por ella misma.» Pero agrega: «El equivalente de esta voluntad indispensable para el ejercicio de la soberanía, solamente puede encontrarse en las voluntades concor­dantes de un número determinado de indiii-ditos tomados del cuerpo de la nación. Ei re­sultado de sus votos será considerado como la expresión déla voluntad nacional. Lo que vuelve á decir: La soberanía nacional debe existir y le falta un apoyo; este apoyo debería ser la voluntad nacional; pero como no hay voluntad nacional se suplirá la falta con la voluntad de la mayoría. En otras palabras, la soberanía llamada nacional no será en realidad más que la

soberanía de un cierto número de volun­tades individuales. Pero entonces viene la cuestión de saber á que titulo son sobera­nos estos individuos.

Los títulos que propone el Señor Es­mein no me parecen muy sólidos.

La primera idea sobre la cual funda la soberanía nacional es, dice él, «una idea de sentido común, casi evidente, que durante mucho tiempo ha bastado para el espíritu de los hombres: es que el poder público y el gobierno que lo ejerce existen solamente en el interés de todos los mienbros que componen la nación» de donde se saca esta conclución igual­mente difícil de contestar: que lo que está establecido en el interés de todos, debe ser arreglado por los interesados, por la voluntad general, participando todos los ciudadanos en este arreglo siempre que se conforme á la ley de la mayoría.

En el mejor de los casos esto tendería á probar que el gobierno del número mas grande se conforma mas al interés de la comunidad que el gobierno monár­quico ó aristocrático; ¿pero de dónde saca el número mas grande el mismo el dere­cho de mandar? ¿ Cual es el fundamento y cual es la natura'eza de la soberanía, llámese nacional, monárquica ó aristo­crática? Ahí esta la verdadera cuestión á la que la idea propuesta por el Sr. Es­mein no da contestación alguna.

Pero sigamos aun al señor Esmein en su demostración. Que el principio de la soberanía nacional haya sido pregonado sea como ayudante de la Reforma reli­giosa en el siglo XVI, sea por aquellos que querían hacer renacer los Estados generosos reconociéndoles derechos li­mitativos del poder real; que Philippe Pot haya exaltado la república romana y que Hotman haya querido, por una evo­lución histórica no interrumpida, esta-blecerque la nación francesa había con­servado lo mejor déla soberanía; es claro que nada de esto nos informa sobre el principio mismo de la soberanía, que permanece siempre un postulado, ni sobre su naturaleza y su extensión.

Y lo mismo hay que decir de la prueba negativa que el señor Esmein agrega á su demostración. Se puede fácilmente hacer justicia á la teoría del derecho di­vino y de la tradición, sin haber por eso, establecido el fundamento jurídico déla soberanía. Veremos al señor Duguit sacar en consecuencia que este funda-

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mentó no existe y que todo gobierno no es más que una manifestación de la tuerza!

Por fin, el señor Esmein nos dice aún que «la soberanía nacional es la única interpretación jurídica de un hecho so­cial incontestable y que se impone. Cualquiera que sea la forma legal de la soberanía entre un pueblo, cualquiera que sean las manos en que esté colocada, ella únicamente subsiste y se ejerce en realidad si los ciudadanos ó subditos la obedecen. La voluntad de la mayoría únicamente puede mantener entre los hombres el imperio de la soberanía». Pe­ro esto no es más que la constatación de un simple hecho, ásaber que la fuerza no podría bastar para fundar el gobierno de los pueblos. Y es el señor Esmein mismo quien nos dirá que la soberanía nacional es incompatible con la forma monárquica, y que reconoce que «esta adhesión de la voluntad general se vuelve á encontrar en todas las formas del Estado; ella exis­te también en las monarquías absolutas, como en las monarquías moderadas». Por lo tanto, se trata aquí también de un simple hecho que podría formularse así: «la fuerza de la mayoría es esencialmen­te superior á la fuerza de algunos»; pero esto no prueba de manera alguna que la soberanía de la mayoría sea más legíti­ma que la soberanía de algunos!

En resumen, el señor Esmein ha acep­tado como un dogma el principio de la soberanía nacional tal cual la entendía Rousseau y se ha entendido después de él, como significando el derecho de mandar; se ha contentado con dar en su apoyo al­gunas razones de conveniencia á la his­toria; yo no creo que haya demostrado el fundamento jurídico de la soberanía, y esto es un punto capital si se quierecom-

•P»i Z-'^^lir

prender comprender la naturaleza de su. alcance.

Tal vez tendremos más suerte con el señor Orlando, profesor de derecho pú ­blico en Palermo, quien ha propuesto también su teoría de la soberanía. Para empezar rindámosle la justicia de que ha visto claramente que la noción de la so­beranía nacional que parece hoy en día umversalmente aceptada,descansa sobre simples postulados. Ahí está un pasaje, extraído de un estudio sobre «La natu­raleza jurídica de la representación po­lítica > que merece ser citado:

«Uno se basa sobre la suposición de que la soberanía reside en el pueblo, sin preocuparse demasiado de determinar con un rigor jurídico, el sentido de esta palabra «•pueblo'». Después, esta voluntad popular, que de antemano se supone so­berana, está manifestada por el cuerpo electoral por intermedio de la elección. La asamblea elejída, gracias á esta vo­luntad popular, se hace depositaría del poder, que, originalmente, pertenece á los electores. Y este punto parece deci­sivo para la noción del poder represen­tativo mismo. Por eso, se dice, en toda elección que se interroga la voluntad del país: la cámara elegida representa la so­beranía popular. Estas no son ideas vul­gares, y expresiones de que se sirven solamente los redactores de los diarios políticos. Es todo una fraseología que, de una manera dogmática, se oye repe­tir todos los días en las asambleas legis­lativas y en las otras manifestaciones más elevadas de la vida pública».

EDMOND VILLEY, Decano de la Facultad de Derecho en Caca,

(Continuará.)

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APUNTES DE QUÍMICA BIOLÓGICA

CONSTITUCIÓN DE LOS ALBUMINOIDEOS

Estos sencillos apuntes que publica­mos no pretenden encerrar un estudio englobando todo, ó lo más que se ha dicho sobre el tópico. Fuera de lo fas­tidioso que sería un trabajo de enei* clopedia para el autor y para los lec­tores hay; razones pedagógicas que nos fuerzan á presentarlo en la forma en que lo hacemos Buscamos, con la pu­blicación de estas líneas, facilitar los primeros estudios de albuminoides á los estudiantes novicios. En ellas se encontrará la síntesis de los trabajos principales de Schuetzenberger, Ko-ssel y Fisher, y, sobre todo, contribui­rá, así lo esperamos, á formar una primera idea de conjunto que provo­cará en el ignorante y avivará en el estudioso los deseosdel estudio profun­do por la sencillez de bosquejo con que se le presenta un estudio que, aborda­do desde un principio en los grandes textos, haría desmayar la voluntad más firme.—V. Z.

Por mucho tiempo ha constituido una interrogación en el campo de la Quíinb. ca, la constitución íntima de los albumi-noideos. La enorme ^molécula proteica se resistía á la observación escrutadora del químico, y, si bien eran conocidos* algunos de sus productos de descompo­sición, no se sabía la relación que los unía, ni la forma en que entraban á for­mar parte de la contextura molecular

del cuerpo proteico. Pero hoy podemos decir que la incógnita ha sido resuelta gracias á los últimos trabajos de Fisher.

El proceso que se ha seguido en esta investigación ha sido completamente lógico y natural. Se ha comenzado por obtener el albuminoideo químicamente puro; se han reconocido sus reacciones diferenciales y sus combinaciones; se ha averiguado la calidad y la proporción de los elementos que lo componían. Lue­go se trató de fragmentar, dividir la molécula proteica para entrar más en el seno de su constitución. Una vez conoci­das las agrupaciones inmediatas consti­tuyentes, se ha tratado de acercarlas y de unirlas para í'econstruir la molécula proteica. Este tercer y último período es el que hoy dice su última palabra por intermedio de Fisher.

Ante todo sorprendía la enormidad, fuera de la complejidad, de la molécula proteica. Los pesos moleculares obteni­dos oscilaban desde 1612 (Lieberkuen), evidentemente bajo, hasta 16218 (Grue-bler) peso de la hemoglobina privada de su grupo prostético. Los métodos para averiguar este peso molecular diferian. Bien se partía de una combinación del albuminoideo con una sal metálica, bien, y era el más exacto, se calculaba sobre uno de los elementos que entran

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en menor proporción, el S, como si solo entrase un átomo de él, y luego se du­plicaba ó triplicaba según la verdadera proporción en que aquel entraba (Sch-miedeberg).

Pero, estas investigaciones, basadas en el análisis elemental, eran deficien­tes, é incapaces de aclarar el problema, pues solo nos dan la composición de la molécula proteica sin decirnos nada so­bre su constitución. Hoy se ha reacciona­do sobre el concepto antiguo que hacia del albuminoideo una especie única, para no ver en él sino un englobado, una trama, una trabazón complicada de va­rios otros cuerpos que presentan ya por sí mismos caracteres de albuminoideos. Entonces, respondiendo á la nueva con­cepción, surgió el nuevo método de in­vestigación, y los químicos comenzaron á desarmar, por decirlo asi, la compleja armazón del albuminoideo, y á revelar los elementos que lo constituían, sepa­rándolos del edificio molecular como otros tantos sillares de él, para estudiar­los aisladamente. Fué entonces que co­menzaron los trabajos de Muelder,Schue-tzemberger, Bechamp, Maly, Kossel, etc., que no son sino una aplicación en el campo de los albuminoideos del mé­todo que Chevreuil dedicó al estudio de las grasas.

Como un paso, una transición entre las antiguas ideas y las que las sucedie­ron, tenemos el concepto de Muelder que consideraba en la molécula de albu­minoideo un núcleo común, su protsina, que generaba el cuerpo proteico por su unión con diversos radicales de sulfu­rados.

Quien inició los trabajos por buena vía fué Schuetzcuberger, allá por el año 1875, consagrando sus energías durante catorce ó quince años á la investigación de la constitución molecular por la dis­gregación privada mediante la hidroli-zacíón. Tratando la albúmina en un autoclave á alta temperatura, con agua de barita, obtenía una serie de cuerpos por descomposición de la molécula pro­teica. El constataba luego en estos pro­ductos un primer hecho: la presencia de todos los elementos que habían entrado en el albuminoideo, más H y O en la proporción necesaria para formar agua. Además, un desprendimiento de H y de NHS; la formación de ácido carbónico y ácido oxálico que aparecían combina­

dos con la barita como carbonates y oxalatos. Llamaba la atención que la proporción en que se encontraban estos ácidos y el NH3 desprendido era la mis­ma en que entrarían á formar urea ú oxamida

COi / N H 2

VNH9

Urea

CO—NH2

I CO—NH2

Oxamida

Obtenía á más un grupo de ácidos anudados de la serie acética y otros de la serie grasa (glicocola, leucina, leu-ceina, tirosina\ De manera que inter­pretando estos hechos deducía que en en los hidrógenos de la urea y de la oxamida se sustituían radicales anu­dados:

co / N H - i - R "

\NH—-R 1 1 '

CO-I

co-

-NH-

-NH-

-Rn

-R"

que luego al hidrolizar se desprendían por las partes punteadas para dar los ácidos amidados que obtenía, el ácido carbónico y el ácido oxálico que apare cían combinados con la barita, y, por fin, NHS que se desprendía. Como obte­nía además, como residuo fijo* una can­tidad de tirosina, que permanecía más ó menos constante, supuso que esta era el núcleo sobre el cual se fijaban los grupos ó radicales anteriores (R y R\:

OH

/ \ HC CH I I H C ^ / C H

C—CH 2—CHÍNH 2)— CO.OH

Tirosina

OH

HC C-I

HC. \

-R

-R' C—CH2—CH(NH2) — CO.OH

Por este modo de constitución que atribuía á la albúmina se explicaba la obtención de los diversos grupos deriva­dos de la descomposición.

Luego de Schuetzemberger, los quí­micos, aún persistiendo en la misma senda de análisis, abandonaron el méto­do de hidrolización por la barita que ya había sido agotado. Así es que se pro­vocó el desdoblamiento por los fermen-

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tos (pepsina, tripsina), por la putrefac­ción, por los ácidos (S04H2, HCl) que tienen una función hidrolizante.

Teniendo en cuenta la complejidad enorme de la albúmina, se recurrió co­mo cuerpo de estudio más promisor, á los albuminoides más sencillos, las pro­taminas. He aquí la originalidad de los trabajos de Kossel. Según él, por los trabajos de análisis anteriores, se llega­ba á obtener las agrupaciones constitu­yentes de la molécula, pero no sus rela­ciones, se ve esta pero no se comprende. No se halla el modo como esos diferen­tes grupos deben estar asociados en el edificio molecular. La gran masa del albuminoide y la gran variedad de pro­ductos de desdoblamiento, dificultan é impiden tomar una idea clara déla rela­ción en que entran los diversos elemen­tos. Por eso Kossel recurrió á los albu-minoideos más simples, que dan una corta serie de productos de desdobla­miento. Las protaminas de que se sirvió para sus estudios, son cuerpos sencillí­simos, que se encuentran en el germen macho, más simples aún que los albumi­noides del germen hembra, pues este lleva las materias químicas necesarias para la nutrición del embrión, mientras la célula macho está desprovista de toda función nutritiva no conteniendo sino los elementos propios á la fecundación ó al movimiento. Las protaminas son sustancias coloides, solubles, que con­traen combinaciones con los ácidos con algunos de los cuales dan cuerpos cris-talizables. Por la acción de los fermen­tos dan protonas así como las proteínas dan peptonas.

En la acción de los ácidos hidrolizan-tes sobre las protaminas se obtienen, como decíamos, muy pocos cuerpos co­mo productos de descomposición; y lo que llama la atención sobre todo es que esos cuerpos se presentan como núcleos en C6, formando el 86 ó más por ciento del total de la protamina. A más se pro­duce una pequeña cantidad de ácido diamidovaleriánico y NH3. Esa serie de cuerpos en C° son los que llamó Kossel, hexonas, y son las siguientes:

Leucina -= 06H18NO2

Lisina = C6HuN2O2

Lisatina = C8H9N8O2

Arginina = C6HláN4O2

Son estas mismas sustancias las que aparecen siempre en la descomposición

de las materias albuminoideas, pues los otros grupos que hemos visto se presen­tan al tratar de los trabajos de Schue-tzenberger, no son constantes, encon­trándose en unos y faltando en otros. De ahí que estos cuerpos constantes en todos los albuminoidéos y que constitu­ye en mayoría el núcleo químico de las protaminas, (quizá lo constituyan exclu­sivamente) revistan un gran interés como cuerpos fundamentales de los al­buminoidéos. Este núcleo de hexonas presenta ya caracteres de albuminoi­déos, da la reacción del biuret y sufre la acción de la tripsina.

La leucina es un ácido amintocaproico (CH3)2 = CH CH2—CH(NH2)-CO.OH) de la serie de los ácidos amintoacéticos, en que entran los siguientes que tam­bién 6e encuentran como productos de descomposición de las sustancias pro­teicas: Qhcocola ó glicina de Fisher, ácido amintoacético: CH2í NH2) —CO.OH; la ulaniña, ácido amintopropiónico: CH:!CH (NH2)—CO.OH; el aminobutírico, etc. La lisina es el ácido 1—5diaminocaproi-co: CH2(NH2) - (CH2)3 CH(NH2)-CO.OH. En esta serie de ácidos diaminados se encuentra también la omitina, ácido 1-4 diaminovaleriánico: CH2(NH2)—(CH2J2— CH(NH2)—CO.OH. La lisatina es según Hedín un cuerpo compuesto de arginina y lisina. La arginina debe ser conside­rada como un cuerpo semejante á la creatina, como un derivado de la guani-dina (guanidina sustituida) en que se sustituye un radical ornitina

^NH2

C=NH X N H 2

Guanidina

N H \ N H = C — N H — ( C H 2 ) 8 — C H ( N H 2 ) — C O . O H

Arginina

En esta molécula de arginina se pro­duciría en la hidrólisis un doble corte en esta forma:

/NH2

C=NH + H 2 0 = \y

/ N N H I CH2

I R

=CH3—CH(NH2)—R+NH8 + CO<^J

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dando por consiguiente los cuerpos que se obtienen en la descomposición de la molécula albuminoide: ácido amidado, amoniaco y urea.

Kossel en sus distintas investigacio­nes deducía la siguiente composición para algunas de sus protaminas: la sal-'mina (obtenida del salmón) respondía á un grupo hexónico uniforme, formado por arginina; la estenina á un núcleo complejo formado de tres hexonas dis­tintas. Así, según él, se irían formando los distintos albuminoideos comp'ejos entrando junto á las bases hexónicas grupos secundarios, ácidos amidados de la serie grasa (tirosina), derivados sul­furados (cistina, cisteina), etc. De modo que á medida que los grupos secunda­rios aumentaban y se complicaba la molécula proteica, las propiedades pri­mitivas del grupo hexónico iban desa­pareciendo, y primando, por consiguien­te, las del grupo más importante.

Del conjunto de estos trabajos de aná­lisis se llega á la convicción de que los productos que se pueden obtener en la descomposición de la molécula proteica y que entran en su constitución, son numerosos y variados, pudiéndose agru­par, por sus caracteres afines en estos seis grupos:

1.°— Grupo ureógeno.—Cuerpos que por hidratación ú oxidación pueden dar urea, p. ej.: arginina.

2.°—Ácidos diaminados libres.—Son mu­chos, no solo de la serie acítica sino también de la oxálica como el ácido glutámico y el aspártico. A más el dia-minovaleriánico, la lisina, etc.

CH2—CO.OH CH2—CH2—CO.OH

! ! CH(NH2J—CO.OH CH(NH2)—CO.OH

Acido aspártico Acido ghidánico

3.°—Ácidos monoaminados.—Compren­den la aglicocola, la alamina, la butala-nina, la leacina y las leuceinas, cuerpos semejantes á las leucinas.

4.° — Grupos aromáticos. — Tirosiaa y cuerpos análogos como ac. hipúrico.

5.°—Compuestos pirrólicos.—El núcleo pirrólico es un núcleo cerrado

c—c I I C C j \ / NH

pero este núcleo se encuentra en la for­ma de benzopinol, la benzina intercalada en el núcleo pirrol

06H* / \

c c I I • c c \ / NH

Los compuestos de este grupo se en­cuentran, sobre todo, como producíosle la putrefacción de los albuminoideos. Entre otros se encuentran el indol, el escato], el ac. escatolcarbónico y el es-catolacético que se encuentran á veces en la orina junto con el ac. indoxilsulfú-rico

CH c - CH3

C 0 ! !^ ,CH C°H4<( / C H NH NH Indol Eseatol

C — CH'?

CCHV' ,C—CO.OH NH

Acidí i cscatolcarbí'mico

C—CH3

C°H4<^ C —CH2—CO.OH NH Ácido escatolacétieo

Gran relación con éstos tiene el tripto-fano, ac. indolaminopropiónico

C • CH'2—CH(NH)—CO.OH C6H4<^ / C H

NH

6.°—Grupo furfurógeno.— Son cuerpos capaces de producir furfurol, cuerpo que aparece en el tratamiento de los hidra­tos de carbono en C5 y C8 por el calor.—-Esto hace suponer que existan núcleos de hidratos de carbono ó sustancias que fácilmente darían lugar á ellos en la molécula proteica. Este grupo se en­cuentra, p. ej., en las mucinas.

Tenemos aún que agregar en los 2." y 3.° grupos los derivados tiónicos en que el azufre sustituye al oxigeno alcohóli­co. Tenemos así la cistina y la cisteina:

CH3 CH3 CH3 CH3

I / 0 H l / N H * l / N H * l / N S 3

C \H G \SH ° \ S — S / G

CO.OH CO.OH CO.OH CO.OH Ácido láctico Cisteina Cistina

Como vemos, la cisteina es un ácido

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aminotroláctico, y la cistina una fusión de dos moléculas de cisteina con pérdida de H. Es con la molécula de estos cuer­pos como entra el S en el albuminoideo, aunque se sospecha que aún entra en otra forma que se manifiesta luego en la descomposición como ac. troláctico y como sulfuro de etilo

Vemos, pues, la complejidad de la molécula proteica, y comprendemos, en vista de esta complejidad, la gran varie­dad de fenómenos químicos que en ella se producen como consecuencia da la

Señor Presidente;—Señoras;—Señores:

Yo quisiera que, en lugar de la concu­rrencia que nos ha favorecido, fuese, la presente, la congregación de todo el pue­blo, en este local y esta noche, la que vi­niese á honrarnos. Yo lo quisiera, yo lo desearía ardientemente y con avidez, co mo aspirara á ver colmados mis anhelos, por que, en lugar de reunimos aquí una simple conferencia, congregara una ex­posición de arte nacional, á la población de la República.

Alguna vez, en esas horas de olvido, en esos momentos que, alejado de las bregas del vivir y de prosaísmo de lo or­dinario, he remontrdo mi pensamiento inquieto, á las regiones de lo utópico, de­jando correr á rienda suelta, la imagina ción, esa facultad despótica en que más de un día, he visto resumirse y exteriori­zarse todo mi ser latino; alguna vez, digo, en que mi pensamiento ha vagado, deli­ciosamente, por el país del ensueño, he

gran variedad de funciones que posee. Es por ese gran horizonte de acción que posee, permítaseme esta figura, que el albuminoideo es el siibf-tmctumde la vida, en cuya molécula se cumplen las funcio­nes más delicadas.

Veremos en otro trabajo como se ha conseguido armar sabiamente esa com­plicada máquina molecular.

VÍCTOR ZERBINO.

(Continuará).

visto, he creído ver, bajo nuestros cielos diáfanos y en medio de nuestra natura­leza, exuberante y multicolor, realizada la más grande de mis esperanzas: el im­perio de un arte propio, el vigor, sin res tricciones, de un sentimiento estético na­cional. Entonces han desfilado ante mi vista, llevada al colmo del asombro, edi­ficios y monumentos, poemas y decora­ciones, maravillosas perspectivas que los vapores del ajenjo ó del hatchís no supe­rarían, surgidas de una embriaguez más potente, y de una inspiración infinita­mente más grande y noble en el aniqui­lamiento de la idea, por aquellos agentes destructores de la vida; en ese momento, he visto grande la patria, fuertes sus hijos, viril y poderoso, su pueblo.

Lejos de las realidades terrenas, he amontonado capas de siglos sobre nues­tra hora presente, y estratificado civili­zaciones y adelantos sobre nuestro terri­torio, virgen é inculto, aún, llevando nuestras cosas, pobres, pequeñas y rudi-

EL ARTE ACTUAL (CONFERENCIA LEÍDA EN EL CÍRCULO FOMENTO DE BELLAS ARTES)

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mentarías, al término final de un destino venturoso Después..., después, termina do el sueño, un golpe rudo contra las losas del pavimento, me ha despertado, volviendo mi ser, extenuado por la ten­sión nerviosa del esfuerzo imaginativo, á vivir en las miserias de lo pedestre y en los titubeos de lo desorientado, cara á cara con nuestra pobreza, frente á frente con nuestra sociedad en vías de consti­tuirse, aún, tan distante, en estos momen­tos, de aquellos deleites del ensueño. Mis ojos angustiados, han buscado en­tonces, algo mejor y más claro que nues­tro difuso é incierto presente, hallándole allá, lejos muy lejos, en las viejas socie­dades del mundo antiguo, en ; quellas madres ó hermanas mayores de la nues­tra, que corrieron ya su etapa, que asis­ten al derrumbe ruidoso de su pasado y, acaso, también, de su presente, y á la gestación soberbia é inmensa de su futu­ro, sobre las bases de las grandes con­quistas de la época. Y, al detener en ellas mis ansiosas miradas, su vivir me presen tó el cuadro que voy á trazaros. Perdón, mil veces perdón, si uso el habla brutal de la prosa, para expresarlo. Vosotros lo sabéis; la realidad no dora las cosas, las deja su color, y esa es su grandeza, su grandeza que nos entristece, pues nos vemos tan pequeños, tan impotentes para mejorarla; comienzo. Y. al hacerlo, pon­go mis opiniones bajo la égida sagrada de la Libertad,—que todo lo ampara en el Arte,—de esa suprema diosa que, al inmortal maestro, ha prestado sus fuer­zas de titán para demoler y reconstruir, para encarnar su vida de héroe, su glo­riosa inmolación de mártir, en la supre­ma fórmula de lo grande.

«La verdad está en marcha, y nada la detendrá».

# * *

«En el arte como en el amor, se opera el prodigio de la fecun­didad. La vida es su más bello florecimiento. — (J . Rodríguez Martín—Alma Trágica pág. 49)

El Arte en la actualidad es eminente­mente intelectual. El de otras épocas ha sido sensitivo, diremos con Letourneau, aceptando por un momento, para el Ar­te, su clasificación de las pasiones. Por esa causa, la imaginación esta casi pros­crita de las obras del presente, y ha su­cedido á ella la reflexión profunda y sen­

tida. La composición ha quedado redu­cida á cero, y aquellos trabajos gigan­tescos de imaginación, verdaderos tor­neos de esfuerzo intelectua para los ar-listas de otras épocas, han dejado el campo libre á los más sencillos argu­mentos. En cambio el estudio psicológi­co del personaje, la impresión de sus rasgos culminantes, la idea madre de la obra, la emoción del artista, son hoy en él, como lo fué en otro tiempo la imagi­nación, el complemento de su vigor inr telectual, de su expontaneidad y de su exactitud.

Ello proviene, á mi ver, de que hemos adoptado como formula actual lade Aris­tóteles, y proscrito así el ideal que tuvo en otro tiempo tanto valor, que fué el fundamento y el punto de mira del arte del pasado.

Lo ideal es hijo de la imaginación, lo real de lo que se observa y reflexiona; lo ideal es subjetivo, lo real objetivo; lo ideal sólo mira á la forma, y aunque lo real mira á la forma y al fondo, supedita aquella á éste; lo ideal forja un mundo á su capricho para poder desarrollar sus actividades; lo real no puede salir de lo que cae bajo el dominio de los sentidos; y sólo puede tomar asuntos y formarlos dentro de esos límites. Con lo real, en fin, sólo habremos de concebir el mundo en que vivimos y lo que en él positivamente existe: el Dolor; con lo ideal habremos, por fuerza, de tender hacia lo no existen­te, lo que forje la imaginación, cedien­do al impulso, á la aspiración de los de­seos, á la desaparición de obstáculos y males: al placer, en fin.

Proviene también esa tendencia artís­tica del grado de civilización á que he­mos alcanzado, y del rumbo,—diremos así,—tomado por el genio. Tan alto es el grado de civilización á que vamos lle­gando, que ya invade y ha hecho presa de las generaciones intelectuales presen­tes, ese deseo desmedido de lujo y de boato, avidez de algo mejor que no nos explicamos, esa melancolía persistente á que llama Max Nordan «el mal del si­glo» y que yo denominaría el hastío del dominio, pues que tanta semejanza guar--da con la sensación que se esperimenta al alcanzar sin esfuerzo lo que se quiere. Nos hemos visto, en virtud de ese exceso de civilización, obligados á mirar más al fondo, á dar mayor estensión á nuestro filosofar, á ser lo menos idealistas posi-

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ble, y todo lo realistas que se pueda, por consiguiente: los hombres de ciencia han profundizado sus investigaciones, tal vez se refugió ó halló campo ese deseo de improvisación, hijo legitimo de la fanta­sía humana, que ocupa el arte de las Edades Media y Moderna, y que proscri­bió la Contemporánea; y el arte, obliga­do á huir de lo ideal, de esa tendencia peculiar ante todo á sociedades jóvenes y civilizaciones rudimentarias ó faltas de su total desarrollo, ha desplegado sus actividades en la investigación de la na­turaleza de las cosas y de los hombres, y en la copia sincera y razonada de sus manifestaciones, como producto lógico y explicativo de aquella. Alejada la hu­manidad de las ideas religiosas en razón directa de su civilización, se ha dignifi­cado la materia, despreciada en otro tiempo por considerarla brutal envoltu­ra del Ser moral, y único obstáculo exis­tente entre el hombre y la bienaventu­ranza eterna; y dignificada la materia y abandonado el amor divino y alejado de hecho con él, el «amor de Dios sobre to­das las cosas,» aquella pasión quintesen-ciada y sublime bajó á la tierra, em­pleándose ahora toda en la naturaleza que nos rodea, despreciada pero cariño­sa madre en cuyo seno hallamos el calor y la esperanza que nos negaron quiméri­cos é inconcebibles seres sobrenaturales.

Caímos ó vamos cayendo de la quime­ra á la realidad, del Cielo á la Tierra; y pasado también, por consiguiente, de las escenas iluminadas por divinos resplan­dores y aureolas de Santos que poetizan el cuadro y dulcifican los contrastes, á soberbias impresiones de luz solar y de aire libre; de las luces poéticas de las Concepciones de Murillo y de la Noche del Corregió, á los efectos decididos de Fortuny, y de Manet á las Sombras gris-azuladas de la luz solar, esos efectos don­de resaltan hasta herir los ojos, la blan­cura de las carnes y el verde de las campiñas de exuberante vegetación. He­mos pasado también del placer de la idealidad, á los dolores abruptos y des­piadados del realismo; y caído del encan • to de forjar la quimera de un mundo imaginario á la pena de copiar la reali­

dad del existente: pasamos, en suma, del Placer al Dolor.

Nos habremos causado positivo daño, entonces dirá más de uno, eterno román­tico. No; puede contestársele, ciertamen­te que no. El hombre egoísta de la Edad Media que realizaba su sueño de pintor el Paraíso ó el Infierno, llenaba su aspi­ración profundamente egoísta, también, de soñar para si sólo, con algo mejor que todo lo que le rodeaba: al hacerlo no podía llegar á otra conclusión que la de maldecir su condición de hombre. A lo sumo, vivia para Dios primero. El que hoy pinta la vida humana, el Dolor, por consiguiente; el que pone ante sus ojos y los ajenos los placeres engañosos de una orgía y los dolores de la miseria ó del vicio, jamás puede ser guiado por un sentimiento de desprecio á la raza hu­mana, nunca renegará de su condición de hombre; antes bien sentirá el dolor pro­fundo de su modo de ser, y esa compa­sión inspirada por nuestros propios ma­les respecto de los ajenos. El artista de otros tiempos soñó con mundos ideales y fué egoísta por excelencia; el actual ale­jado de la fantasía y de la mentira, sin más espectáculo que la naturaleza, que el Dolor, sólo puede ser altruista. Con el arte antiguo se amó á Dios para amarse á si mismo; con el de hoy, el artista se ama así mismo, amando abnegadamente á sus demás compañeros de infortunio.

En esta materia, nada he hallado tan á propósito para dar idea de lo expuesto como estas palabras del coloso del natu­ralismo:

¿Es que no marchaban de frente todas las artes? ¿es que la evolución que trans­formaba la Literatura, la Pintura, la Música misma, no iba á transformar la Arquitectura?

Si alguna vez la Arquitectura de un Siglo debiera tener estilo propio, era se­guramente la del siglo en que se iba á entrar muy pronto, un siglo nuevo, un terreno limpio, preparado para la recons­trucción de todo, un campo sembrado re­cientemente, en el cual se esforzaría un nuevo pueblo.

A. L. RAMASSO. (Continuará).

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LA PEREGRINACIÓN A LA AGRACIADA

Con todo brillo y favorecida por un tiempo admirable, realizóse el 19 de Abril la peregrinación patriótica de los estudiantes á la playa histórica.

Fué un nuevo éxito para la comisión Organizadora que presidió el Br. Enri­que Rodríguez Castro, con todo acierto y lucimiento.

LA FIESTA HÍPICA EN MAROÑAS A beneficio de la Asociación délos Es­

tudiantes y prestigiada por una distin­guida comisión de damas, tuvo lugar el 2 de Agosto una reunión de carreras en el hipódromo nacional.

Bello cielo, selecta concurrencia« ring» animado, alegría en el ambiente, todo fué favorable á la grata fiesta estudian­til que demostró una vez mas el prestigio de nuestro centro y las simpatías con que cuenta en el seno de la sociedad montevideana.

BALTASAR BRUM Ha presentado renuncia del puesto de

Director de «Evolución» el Br. Baltasar Brum, á cuyo cargo estuvo la confección de la «Relación Oficial del Primer Con­greso I. de Estudiantes Americanos,» admirable labor cuyo encarecimiento es innecesario.

Hacer el elogio de Baltasar Brum, fue­ra vana tarea, ya que en la conciencia de todos los estudiantes está la firme convicción de sus condiciones superio­

res . Como Secretario del Congreso tanto 1 xomo en la Dirección déla Revista su

"actuación ha sido enérgica, incansable, talentosa y fecunda. Para el compañero que se ausenta, nuestra admiración y nuestro cariño.

LA SUB-DIRECCÓIN DE LA REVISTA.

Desde ei presente número asume la sub-dirección de «Evolución» el Bachi­ller Rafael Capurro, que cursa actual­mente con todo brillo el primer año de la Facultad de Derecho. El Bachiller Capurro no es un desconocido en nues­

tros circuios universitarios: y son bien señalados, por cierto los servicios por él prestados á la causa estudiantil en el ejercicio de la Pro — Secretaria de la Asociación de los Estudiantes y en la or­ganización del Congreso I. de E. Ame­ricanos.

Su intelectualidad intensamente com­prensiva, su criterio sereno y justo y su carácter incomparablemente amable le hacen digno de las más altas considera­ciones.

El prestigio de que goza el Br. Capu­rro en las aulas universitarias no es otra cosa pues, que la consagración justiciera de sus indiscutibles méritos y la espe­ranza que ciframos en su actuación como Sub-Direcior de la Revista no puede menos de ser de acuerdo con tan honro­sos antecedentes.

LOS NUEVOS REDACTORES.

Han dejado de formar pirte de la Re­dacción los Bachilleres, Luis M. Otero, Américo Fossatti, Roberto Berro, Carlos Maria Sorin, Rodolfo Mezzera, Juan J, de Arteaga, Raúl Faget, Braulio Feo, Rogelio Dufour, Roberto Sundberg, José Beretervide.

Es un brillante núcleo universitario el que terminó sus tareas estudiantiles pa­ra consagrar sus afanes á otras más graves y elevadas. Al saludarlos cariño­samente les ofrecemos nuestros votos de prosperidad en el ejercicio délas diver­sas profesiones por ellos elejidas.

La nueva redacción cuenta como re­presentantes de la Facultad de Medicina á los Bachilleres Julio Nin y Silva, Al­fredo Pérsico y Victor Zerbino. Puede decirse con verdad que pocas veces será dado reunir un núcleo de tan excelente selección. Julio Nin y Silva, actualmen­te Vice-presidente de la Asociación y Alfredo Pérsico, han conquistado en bri­llantes lides universitarias un merecido prestigio de talento y laboriosidad. En cuanto á Victor Zerbino que cursa el primer año de Medicina y ocupa el pues­to de ayudante en el Instituto de Fisio­logía, basta la lectura del trabajo por él presentado á la Comisión de Estudios

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Secundarios del Congreso, para llegar á la couvicción de su inteligencia brillan­te y de su admirable clarovidencia.

La Facultad de Matemáticas ha conse guido una representación tan numerosa como bnllante.

La forman: Jaime Botet, elemento de alta valia intelectual; Román Berro, de incomparable y tesonera laboriosidad; Raúl Lerena Acevedo, cuya exquisita cultura y cuyo priviligiado talento me­recen todas las alabanzas; Hugo del Prio-re, admirable, de voluntad vigorosa y de clara comprensión esplicativa, espíri­tu afecto á toda poesía científica y á toda investigación interesante; y Humberto Pittamiglio, brillante ex-congresal que une á una prodigiosa y delicada in­tención del arte, una vera ciencia del matiz y una elocuencia distingida y se­rena.

Por la Facultad de derecho, integran la Redacción de «Evolución» los Bachi­lleres: Eduardo Jiménez de Aréchaga, Eduardo Rodríguez Larreta, Adolfo Be­rro García y Enrique Rodríguez Castro.

Adolfo Berro García, es entre los uni­versitarios objeto de admiración y de afecto por su dedicación ejemplar y por

, su franco carácter. El Br. Eduardo Rodríguez Larreta se

cuenta entre el núcleo selecto que cursa el segundo año de Jurisprudencia.

Lá alta estirpe intelectual de Eduardo Jiménez de Aréchega nos exime de co­mentarios respecto de su robusta perso­nalidad universitaria. Baste decir que no ha desmentido jamáas su envidiable abolengo.

E cuanto á Enrique Rodríguez Castro, decir su clara inteligencia su carácter firme y ecuánime, su bondadosa afabili­dad, fuera incurrir en repeticiones mo­lestas.

Convencidos estamos de que su actua­ción incomparable en las aulas univer­sitarias abona de condiciones eminentes.

En la redacción de Preparatorios el Br. Rodríguez Castro se ha distinguido por su inteligente asiduidad que esperamos ver acenttdkda en la redacción de la Fa­cultad de Derecho.

Horacio Platero, Carlos A. Velasco Lombardini, Héctor A. Muiños y Alfredo

Jiménez de Aréchaga, forman la coali­ción redactora de Preparatorios.

Héctor Muiños y C. Velasco Lombardi­ni son los elementos de mayor valia con que cuenta su año universitario. Hora­cio Platero y Alfredo Jiménez de Aré­chaga se han distinguido en las aulas por una perseverante contracción al es­tudio, reveladora de lucidas inteligen­cias.

La redacción de Farmacia ha sido confiada á la Señorita Francisca Bereter-vide, cuya intelectualidad vigorosa es harto conocida.

En las aulas de preparatorios asi co­mo en la Facultad de sus preferencias, la Señorita Beretervide ha demostrado plena y honrosamente cuánto es noble y hermosa la actitud de quienes despre­ciando viejos prejuicios y fiando en la sola virtud del carácter, logran imponer respeto admirativo hacia superiores cua­lidades.

Agustin Gaminara, que ocupa el pues­to de Redactor por la Facultad de Co­mercio, Carlos Praderi por Agronomía y Miguel Rubino por Veterinaria gozan en el ambiente universitario de merecido prestigio, conquistado en buena lid vic­toriosa.

Como se echa de ver, por esta breve enumeración, la Redacción de «Evolu­ción» es todo una promesa por la selec­ción incomparable de los elementos que la forman y por los nobles entusiasmos de que todos se animan; y, la confianza que en ellos la Dirección deposita no puede menos, de ser plenamente justifi­cada—Que una labor armónica confirme y acreciente nuestra convicción hala» güeña.

EL TORNEO DE AJEDREZ Continúan con toda animación los pre­

parativos para el Campeonato Ajedrecis­ta que se realizará en breve bajo los auspicios de la A. de los E. y al cual au­guramos el más franco de los éxitos. Por­que se ha comprobado indiscutiblemente la afición de nuestros estudiosos por el aritocrático juego de las estrategis pa­cificas;—y este es el momento en que muchas y pensativas frentes se inclinan sobre el tablero enigmático, imajinando quizá los procedimientos revolucionarios de un nuevo Stein, temible y victorioso.#