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Índice

Portada

SinopsisDedicatoria

INTRODUCCIÓN. EL SÍNDROME DEL COMERCIAL DE CISTERNAS

EL MUNDO SIN GAFAS SUCIAS

1. REVISTAS FEMENINAS: NUESTRAS MEJORES AMIENEMIGASEl planeta de las mujeres: de cómo me enteré de qué iba todoY mientras tanto, en el mundo de los hombres…Nuestras queridas amienemigas

2. LAS GAFAS SUCIAS. QUÉ ES EL PATRIARCADO Y POR QUÉ TE CONVIENEAVERIGUARLO

El patriarcado encarnado en un Señor de la CulturaLos trucos para dejarte las gafas puestas

3. CARTA ABIERTA AL TÍO QUE ME HACE MANSPREADING EN EL METRO CADA DÍA

4. PARITORIOS PARA HOMBRESEsos días

5. FEMINISMO PARA TORPESMáscaras, trucos y disimulos

6. ¿POR QUÉ ÍBAMOS A HACER CHISTES CON EL ABORTO?El humor necesario

¡MUJER, HAZ COSAS!

7. PARA QUE NO TE VIOLEN, SIGUE LOS CONSEJOS DEL MINISTERIO DEL INTERIORLa cultura de la violación

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El «sí de las mujeres»

8. NO SEAS AGRESIVA Y NO TE HAGAS LA VÍCTIMAEl desvictimizador de víctimasNo pierdas las formas

9. EL MACHISMO TAMBIÉN ES CULPA TUYALa caja rosa y la caja azulEl terror de lo normalLa culpa es de las madres

10. PRACTICA LA SORORIDAD EXTREMAEl secreto mejor guardado del patriarcadoNunca volveré a discutir con otra mujerAmiga desconocida

11. CUÉNTALOLa resistencia al cambio en un plató de televisiónEl primer pene que vio la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero

CREADORAS Y CREADAS

12. EL TEST DE BECHDEL Y EL TEST DE BATMANFollas tan mal por culpa del cine sexistaEl test de Batman

13. LAS OLVIDADAS, LAS LOCAS Y EL «ESTILO FEMENINO»Todas locasEl estilo femenino, Apocalypse Now y el macraméNo es cómo lo contamos, es lo que contamos

14. LOLA FLORES Y LA CORRECCIÓN POLÍTICAEn defensa de la caspaAhora voy a decir una incorrección políticaEl reino del terror

COSAS QUE PARECEN FEMINISTAS PERO NO LO SON

15. LAS MUJERES SOMOS MÁGICASEsas ojeras son fruto del amorLa llamada de la selva

16. LA TRAMPA DEL EMPODERAMIENTOOferta: si te llevas una camiseta feminista, te regalamos un lápiz de ojos feminista

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El empoderamiento como trituradoraAmerican Psycho y tu tía Angelines

17. MUJERES AL PESOContra las cuotasMujeres al peso

18. PARA LA LIBERTADEl feminismo como palanca

AGRADECIMIENTOS

NotasCréditos

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NEREA PÉREZ DE LAS HERAS

FEMINISMO PARA TORPES

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Partiendo de escenas cotidianas, planteadas desde el humor, y desde su propia experiencia, NereaPérez de las Heras analiza de manera crítica todos los aspectos relacionados con el feminismo: elpatriarcado y la manera de estar en el mundo de los hombres, los hitos de la historia delfeminismo, los clichés del negacionismo machista, los mensajes que la sociedad envía a lasmujeres sobre cómo deben comportarse, cosas que parecen feministas pero no lo son… Todo ellodesgajado en escenas cotidianas cargadas de humor que sirven como punto de partida y a la vezcomo toque de atención de la presencia del machismo en el día a día.

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Este libro es para la familia que me tocó: Rosa, Ernesto, Aurora, Belén, Nano e Ignacio.

Y para la familia que elegí: Candela, Victoria y Rebeca.

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INTRODUCCIÓNEL SÍNDROME DEL COMERCIAL DE CISTERNAS

Estuve a punto de no terminar este libro por culpa de un síndrome premenstrual aniquilador y deun repentino déficit de autoestima. Lo primero es un cóctel de hormonas perverso contra el quenada se puede hacer, sus efectos son como los de las drogas recreativas pero al revés, de repentetodo es peor, se apaga la luz del mundo. No se trata de ningún chiste, realmente creo que las que lopasamos, que no somos todas, ni todos los meses, deberíamos optar al Nobel de la Paz solo porseguir atendiendo a las normas que regulan la civilización. Todo resulta triste o irritante o las doscosas; te arrastras por la vida como un caracol dejando un rastro de serotonina y la cabeza se tellena de ideas tenebrosas; una grapadora que se atasca o un anuncio de hipotecas puedenconvertirse en detonante del llanto, la ira o la desazón existencialista. Mi buena amiga Olgaincluso se escribe cartas a sí misma con síndrome premenstrual para recordarse que hay luz alfinal del túnel del terror hormonal.

Recuerdo mis primeros síndromes premenstruales como una especie de posesiones diabólicas,no sabía qué pasaba, por qué estaba tan triste, por qué estaba tan negativa y susceptible, por quéestaba gateando por el techo y blasfemando en lenguas muertas en medio de nubes de azufre. No,en serio, no tenía ni idea de que aquel era un cuadro de síntomas común en algunas mujeresdurante determinadas etapas de su vida y que si no había oído hablar de él, era por la misma razónpor la que el líquido que simula nuestras secreciones en los anuncios de compresas es azul,porque por lo visto no conviene enfrentarse a todo lo que nos atañe solo a nosotras con demasiadaseriedad, profundidad y realismo. Mejor mirarnos a distancia, incluso a nosotras mismas.

Pero no era solo esto lo que me tenía a punto de tirar la toalla a mitad de camino, después detodo tengo treinta y seis años, mi síndrome premenstrual y yo somos viejos enemigos, comoSherlock y Moriarty. Además del desbarajuste hormonal, había una repentina inseguridad, unafalta de confianza en mis capacidades, una vocecita machacona que me decía que lo mejor quepodía hacer era retroceder. «¿Qué tienes que decir tú que no se haya dicho ya?»; «¿Un libro?Imposible, tienes la autodisciplina de un bebé de cuatro meses». «Para»; «Abandona»; «¿No teapetece más hacer unas cuantas instastories del gato?»; «Si publicas esto te van a machacar». Loshaters que me insultaban en redes sociales cuando publicaba artículos o vídeos sobre feminismono eran nadie, eran animadoras con minifalda, comparados con el hater que tenía dentro de lacabeza y que en aquel momento se hacía escuchar más que nunca.

Se me estaba rompiendo la autoestima de tanto usarla; me producía una inquietud enorme estartan segura de mis opiniones, mis experiencias y mi modo de articularlas como para plantarlas ahí,a la vista de todo el mundo. Hacerlo implicaba una confianza férrea en mis propias capacidades,

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falta de pudor, autoridad moral y también un poco de orgullo; actitudes que en el libro deinstrucciones de cómo ser una mujer suelen venir acompañadas de un castigo.

Lo había visto en muchas mujeres de mi entorno: las creativas, las activistas, las quedestacaban en su trabajo; y en otras a quienes había entrevistado siendo periodista: políticas,empresarias, escritoras. El castigo no era tanto el tradicional, clásico y entrañable «¿a quién sehabrá tirado para llegar hasta aquí?», sino las voces cuestionadoras que venían del interior decada una de ellas. De un tiempo a esta parte lo llaman «el síndrome de la impostora», ahora nosgusta categorizar y etiquetar todo, consiste en no considerarse merecedora de los propios méritos,consiste básicamente en escuchar al hater que vive dentro de tu cabeza cuando te dice que no erespara tanto y que los demás no van a tardar en darse cuenta.

Desde el momento en el que naces y un profesional sanitario te da un manguerazo y observa queestás equipada con una vagina, el mundo entero: tu familia, los dibujos animados, los anuncios,empieza a darte pistas, instrucciones o, en el peor de los casos, órdenes sobre tu papel en elmundo relacionadas con el hecho de que supuestamente eres una mujer. Estos mensajes varíansegún el momento histórico y el lugar, han ido desde «no tienes alma y eres una propiedad de tupadre o tu marido un poco más valiosa que una cabra» hasta «el resto de las mujeres son tuscompetidoras». A veces son más sutiles y a veces más directos: «Ten más tetas, no tengas lorzas,ten hijos, no tengas ambición, no tengas celulitis, no te intereses por la ciencia o la tecnología, noseas mandona, no seas autoritaria, no seas promiscua, no seas soltera». Los mandatos de últimageneración van más en la línea de «empodérate, tú puedes con todo», cosa que estaría muy bien sino fuera porque se superponen a las obligaciones de toda la vida en lugar de sustituirlas, pero esteasunto merece un capítulo aparte. Este es un aparato complejo, antiguo, fuerte, y a través de lasgeneraciones ha usado mil trucos para que bajemos la voz, potenciemos algunas partes de nuestroser y encojamos otras para encajar retorcidas y a duras penas en el molde de lo que debe ser unamujer. Parte de ese mecanismo vive dentro de nosotras mismas, el pequeño hater de nuestrascabezas está muy bien alimentado por todos estos mensajes externos y preparado para actuarcuando queremos salir del molde.

Diréis que esto no es así, que no es una cuestión de género, que absolutamente todo el mundoestá asediado por enemigos interiores, hasta los futbolistas, hasta Ryan Gosling, hasta Malumaescucha una vocecita en su interior que a veces le susurra que no es tan rematadamente sexy. Lainseguridad es común a todos los seres humanos, excepto quizá a Kanye West, los hombrestambién reciben instrucciones y mandatos, obviamente, pero estaremos de acuerdo en que elmolde en el que la sociedad pretende encajarlos es bastante más holgado, variado y confortableque el nuestro.

El caso es que, entre las hormonas y el condicionamiento social, estuve a punto de tirar latoalla. Pero entonces me acordé del comercial de cisternas.

El comercial de cisternas no es una metáfora de nada, se trata de un verdadero comercial decisternas de váter llamado José María.

Le conocí trabajando en la redacción de una revista de moda a última hora de la tarde un día decierre. Todo el mundo andaba tecleando con furia, consumiendo cafeína a deshora, paseando suestrés y su cabreo ida y vuelta desde la sección de Arte a la de Redacción. El show de todos losmeses. Mi jefa, una de ellas, porque como redactora rasa sobre mí había niveles de autoridadhasta donde alcanzaba la vista, me dijo que teníamos una reunión justo en ese momento. ¿En plenocierre? ¿A quién se le había ocurrido aquello? La reunión era con Publicidad y un potencialcliente que iba a encargar una serie de publirreportajes. De acuerdo, no había más que hablar,

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estas eran el tipo de gestiones que pagaban mi sueldo, así que dejé lo que estaba haciendo, que eravolver a titular «Todo al rojo» un reportaje sobre pintauñas por millonésima vez en mi carreraperiodística, puse una sonrisa tensa y acompañé a mi jefa a la sala de reuniones.

Allí estábamos todas con cara de agotamiento, mi redactora jefa, la jefa de Publicidad, ladirectora de la revista y yo; y con actitud alegre y relajada, José María, el comercial de cisternas.

No venía a hablarnos de cisternas de váter normales, no, se trataba de cisternas luminosasdecorativas de última generación, «piezas», como él las llamaba, que «aunaban funcionalidad ydiseño». El objetivo de la reunión era que su empresa de sanitarios y complementos para el bañopusiera publicidad en nuestro suplemento de decoración y nosotras siguiéramos cobrando nuestrossueldos. Pero antes, por lo visto, todas las presentes teníamos que «familiarizarnos con elproducto».

«Con el sistema de sensores puedes activar la cisterna solo pasando la mano por delante. Todoslos modelos se pueden programar para elegir el color de los leds. ¿Veis? Morado, rosa, azul,verde… el que quieras, para combinar con los colores del baño. Hay una línea de leds colorpastel, azul y rosa, para baños de niño y niña».

Aquel hombre hablaba de cisternas con la dignidad y la vehemencia de un papa, era un ministrodel Interior de las Cisternas, no había ni rastro de ironía en su voz y, ni por asomo, se le pasabapor la cabeza que a nosotras todo aquello de la gestión ultramoderna de los desechos humanos nospareciera un esperpento. Yo ya me había olvidado de los pintauñas, solo podía imaginar a JoséMaría subiéndose los calzoncillos en un cuarto de baño corriente, lúgubre, de cualquier piso deMadrid, con acumulaciones de roña milenaria en las juntas del alicatado y pelos babosos de jabónen los desagües, activando orgullosísimo los sensores de movimiento de su cisterna de últimageneración.

Le habíamos dejado caer que estábamos «liadísimas» y que hoy nos tocaba quedarnos «hastalas tantas», pero José María no iba a marcharse de allí sin hacer el show completo. José María eraun hombre con una misión. José María era el James Bond de las cisternas. La directora dePublicidad interrumpió su monólogo con un carraspeo.

«Yaaaa —dijo él tomando el ruido por una pregunta completa—. Estás pensando que qué hacessi tiene una avería, ¿no? Pues facilísimo. En este esquema podéis ver cómo el sistema quedaempotrado en la pared y, si tienes cualquier problema, el fontanero te coge y te accede almecanismo desde este hueco sin romper la pared del baño. Esta es otra innovación importante».

Ahora os preguntaréis: ¿pero qué tendrán que ver las cisternas ultramodernas con el feminismo?Mucho. El feminismo baña la realidad en una luz clarificadora, una luz como de halógenos dequirófano a la se puede ver la verdad de todo. La escena: tres mujeres que ocupaban mandosmedios en su empresa, yo era solo una currita, a última hora de la tarde del día más frenético delmes, estresadas, derrengadas, escuchando con educación a un hombre que les hablaba de cisternascomo si fuera un asunto de Estado. Un hombre que se movía con aplomo por la sala de reuniones.Se recreaba, mostraba fotos del catálogo con baños inverosímiles de nave espacial, hacía pausasdramáticas y preguntas retóricas. ¿De dónde sacaba toda esa autoestima tan extraordinaria?Irradiaba amor propio. Su ego era algo enorme, mítico, gigantesco, yo quería cazarlo,despellejarlo y hacerme un abrigo para calentarme durante el invierno.

Respeto la pasión de José María por su trabajo, puedo incluso llegar a comprender que nuestrosgestos de cansancio le pasaran desapercibidos, pero a la luz del feminismo, yo no podía evitarhacer sociología de lo que estaba pasando ahí. El de José María era uno de esos egos de señorque yo había aprendido a olfatear y detectar últimamente en las decisiones de los políticos que

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veía en las noticias, en la autoridad moral de los columnistas, en aquel taxista que no ponía elGPS porque «no hay mejor GPS que yo», en el tipo que vino a arreglarme el bote sifónico y salióde mi casa como si hubiera resuelto el conflicto entre Israel y Palestina, en medio millón de jefesque había tenido y también en medio millón de becarios. Era una sensación subjetiva y parcialclaro, no existe un barómetro para determinar hasta qué punto un ser humano está encantado deconocerse, no hay forma de comprobar que los hombres, en general, tienen mayor autoestima quelas mujeres, en general; pero yo, alumbrando la escena con la luz del feminismo, sentada enaquella sala de reuniones, no podía evitar pensar que cuando tu grupo humano es el que llevatantos siglos detentando el poder, cuando los genios, los héroes, los que importan, los que están enlos libros, los que son individuos y no parejas de, amantes de, madres de, esposas de, los quetoman las decisiones se parecen tanto a ti, algo cala. Ahí estaba. El mismo mecanismo delsíndrome de la impostora pero al revés.

Poco antes de aquella reunión que no se acababa nunca, una amiga que trabajaba en unprograma de divulgación en la radio me había comentado lo complicado que le resultaba quefueran expertas, en lugar de expertos, quienes aceptaran prestarle testimonio[1]. No porque fueranescasas o menos competentes, sino porque solían pensar que no estaban suficientementecualificadas para hablar de lo que se les proponía. «En cambio los hombres», me contó, «suelendecir que sí a la primera, aunque no les estés preguntando exactamente sobre su campo deespecialización». No era el material del que disponíamos, sino la falta de inercia para dar un pasoadelante y mostrarlo.

No está categorizado y etiquetado este sentirse bastante bien de serie, o al menos no estardemasiado programado para sentirte inseguro y juzgado, a lo mejor es porque todo lo que tieneque ver con los hombres se considera la norma y es lo exterior a su orden lo que procede marcar.Propongo una solución para esto, sugiero llamar a esta saludable autoestima de serie, a estamanera pizpireta de moverse por el mundo como si el mundo fuera el salón de tu casa, el síndromedel comercial de cisternas, es un poco largo, pero creo que funciona.

Yo había visto a demasiadas mujeres valiosas que han llegado a lugares importantes con todoen contra, sin viento en las velas, sufrir el síndrome de la impostora y a demasiados hombrescorrientes estar encantados de conocerse, valorar su tiempo, alzar la voz e interrumpir seguros dela importancia de lo que estaban diciendo. A José María no le habían dicho casi nunca que suvalor como ser humano aumentaba o disminuía en relación a sus lorzas o su calva, que tenía quever con si decidía ser padre o no, José María había escuchado que había trabajos que no eran paraél, pero eran tan insignificantes que le había dado igual, miraba a su alrededor y veía que loslíderes se parecían mucho a él. Su mundo a veces se tambalearía, se enfrentaría a dificultades ytemores, pero ninguno tenía que ver con su condición de hombre; al fin y al cabo, el molde físico ysocial en el que se le solicitaba encajar es mucho menos rígido y pocas cosas realmenteinteresantes quedan fuera de él.

Este es otro libro de feminismo, pero es el mío. No sé si merece que te lo leas, desde luegomerece que yo lo escriba, que ninguna de las visiones sobre el cambio que estamos viviendo sepierda, mucho menos porque hagamos caso a la voz interior que nos dice que somosinsignificantes y nos conviene bajar el tono. Tengo algunas cosas que decir y no habrá hormona oprogramación patriarcal que me impida decirlas. La primera es que necesitamos ensanchar nuestromolde, cambiar los mensajes que resuenan por todas partes y se incrustan en nuestra conciencia,

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desterrar a los haters de nuestras cabezas, estar cómodas, tomar posesión del mundo, cambiarnuestro síndrome de la impostora por el síndrome del comercial de cisternas.

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EL MUNDO SIN GAFAS SUCIAS

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1REVISTAS FEMENINAS: NUESTRAS MEJORES AMIENEMIGAS

Cuando tuvo lugar aquella reunión infernal con el tipo de las cisternas, yo ya había hecho el clic,me había dado cuenta de que el feminismo era necesario, me había caído del caballo como sanPablo en el camino de Damasco, me había dado el golpe en la cabeza y lo había hecho en uncontexto que, a día de hoy, aún no sé si es el más insólito o el más lógico: una revista femenina.

Aquellas personas que ronden la veintena pueden no estar muy familiarizadas con el conceptode revista de moda, estilo de vida y actualidad dirigida a las mujeres. Bien, imagina todas esascuentas de Instagram que te atrapan, te hacen evadirte y a la vez te producen un malestarextrañamente adictivo: las de influencers en alegre peregrinaje de evento en evento, gurús delfitness que sonríen a sus batidos de kale y levantan ruedas de camión maquilladas, viajerasprofesionales, instamamis empujando el carrito de su quinto bebé dentro de unos vaqueros de latalla 36. Las revistas femeninas son como todo eso junto, pero llevan funcionando desde el sigloXIX y son de papel, por lo tanto, a diferencia de lo que sucede con el móvil, si se te cae un caféencima, siguen funcionando.

Han sido muy importantes para construir lo que las mujeres creíamos que queríamos, lo quecreíamos que necesitábamos para ser felices y encajar, desde ser un ama de casa ejemplar haceunas pocas décadas, a ser una ejecutiva del IBEX 35 con abdominales oblicuos en nuestros días.No es que las mujeres seamos idiotas, unos seres programables y sin voluntad cuyos deseos sepueden manipular, solo somos sensibles a los mecanismos de una estructura que azuza nuestrossueños y aspiraciones hacia una dirección concreta: nuevos iPads, pieles con menos poros que unaencimera de mármol, bolsos con ciertos logos, y no otros, bien visibles y una lucha a vida omuerte con nuestro propio cuerpo para responder a unas medidas determinadas. Que nuestrosdeseos sean estos y no otros hace girar la rueda de la producción y el consumo y eso es común ahombres y mujeres. Tanto ellos como nosotras aspiramos a ser aceptados, tener éxito y hallar lafelicidad. La diferencia es que solo a las mujeres se nos ha repetido por tierra, mar y aire que lallave del bienestar y la plenitud tiene que ver con conseguir un buen marido y tener el índice demasa corporal de un saltamontes. Recuerda, si te quedan fuerzas para levantar el cepillito de lamáscara de pestañas, es que todavía estás un poco curvy.

Cuando hablo de revistas femeninas, incluyo también las webs y redes sociales con este perfil,todos los productos muy condicionados por la publicidad y no demasiado informativos que hancontribuido mucho a reforzar los bordes de ese molde físico y social en el que tenemos queencajar las mujeres. Sus ideales han ido calando en nosotras hasta el punto de condicionar nuestraautoestima.

Pero no nos apresuremos a tirarlas al fuego, sería una injusticia, somos gente razonable. Sontodo lo anterior, pero no solo lo anterior. Cuando digo que puede que una de estas redacciones seaun lugar bastante lógico para tomar conciencia feminista, es porque las revistas femeninas son

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como una placa de Petri en la que bullen y se retuercen muchas de las contradicciones a las quenos enfrentamos las mujeres de las sociedades en las que se han alcanzado altas cotas de igualdad,tienen aspectos positivos que merece la pena observar. Aquí nada es sencillo, amiga.

El planeta de las mujeres: de cómo me enteré de qué iba todo

Una sección de cuatro páginas encajonada entre reportajes de anticelulíticos y entrevistas aactrices de veintitrés años catapultó el feminismo al centro de mis preocupaciones. La sección sellamaba «Planeta mujer» y no estaba en un diario generalista, ni en un dominical, ni en una revistacultural, estaba en una revista de moda y estilo de vida para mujeres.

La maqueta de aquella sección siempre me llegaba con un pequeño espacio en blanco deaspecto inofensivo, un cuarto de página completado con texto falso, titulado «La cifra». Eseperverso vacío tenía que ser completado cada mes con un número relativo a la situación de lamujer en el mundo. Para alimentar aquel cuadradito tuve que bucear en el pantano de lasestadísticas deprimentes. Informes de la OMS, de Unicef, de Amnistía Internacional, me ibanescupiendo la realidad a la cara mes tras mes: 200 millones de mujeres que están vivas en estemomento han sufrido mutilación genital en los treinta países de África, Oriente Medio y Asiadonde se practica de manera habitual. Cada ocho horas se produce una violación en España. Alaño son más de 160.000 las denuncias por violencia de género. 12 millones de niñas sonobligadas a casarse cada año. 12 millones. Toda la población de Bélgica. De media, las mujerescobran entre un 20 y un 25 por ciento menos que los hombres. El 72 por ciento de las jornadasparciales en nuestro país están ocupadas por mujeres, no por elección; el 20 por ciento de ellas notrabaja a tiempo completo porque tiene niños, dependientes o ancianos a su cargo. Solo un 3 porciento de los hombres trabaja a tiempo parcial por esta razón. Las mujeres dedicamos el doble dehoras al trabajo doméstico y de cuidados…

En «La cifra», en las cifras, había una verdad que me apelaba directamente. Hasta entonces yohabía vivido en la tierra mágica de Narnia, flotando por ahí, en un mundo de fantasía y paridadque solo existía en mi cabeza y pensando que el feminismo era algo muy necesario, pero en otroscontextos, en otros mundos lejanos de burkas y vidas domésticas llenas de violencia. De repentetenía delante de mis narices un enorme marcador y una parte de la humanidad claramente ibaperdiendo en demasiados partidos. Las cifras se referían a circunstancias que parecían muydistintas entre sí, pero eran tentáculos más o menos fuertes de un mismo monstruo que también mequería devorar a mí y que lo ocupaba todo: la economía, las costumbres, los relatos de ficción, lavida de las familias, las relaciones de pareja.

Los números por sí solos producían desazón, pero afortunadamente en aquellas páginas tambiénhabía muchas historias. Por ejemplo, la de Cristina Elda Suaña, que vivía en una isla artificialhecha de una planta llamada «totora» en medio del lago Titicaca, en Perú. «La isla, las casas, lasembarcaciones, la leña, la artesanía… todo es de totora», me contó. Un día llegaron unos viajerosholandeses a su casa flotante y les acogió como pudo. Se corrió la voz y vinieron más de todaspartes. «Ya no tengo sitio para meter a tanto gringo». Con agua, personas y, claro, totora, Cristinaconstruyó un proyecto de turismo responsable en las islas de los Uros y se convirtió en una líderen su comunidad. Organizó a su gente para traer camas, casitas flotantes y hasta cubiertos a su isla.

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«Busqué programas de capacitación para aprender hostelería. Quería recibir turistas sinintermediarios que nos tratasen como animales de un zoo». Lo hizo sola y sin Internet.

Intercambié muchos whatsapps con Raquel Saavedra, que en lugar de darse la vuelta, agachar lacabeza y seguir buscándose la vida cuando fue a pedir trabajo como estibadora en el puerto deAlgeciras y le dijeron «No se admiten mujeres», se revolvió. Movilizó a sus vecinas, se peleó conla patronal, apretó los dientes para que le resbalaran las amenazas y después de cuatro añosconsiguió que, de los cuatrocientos sesenta contratos del puerto, más de veinte fueran para lasmujeres. No para ella, claro, como muchas antes que ella, pagó el precio por derribar la barrerapara que otras pudieran avanzar.

Viktoria Modesta también ocupó esta sección. Una negligencia médica en el momento de sunacimiento acabó por hacerle perder gran parte de la pierna izquierda a los veinte años, estacantante y compositora británica no quiso sentirse incompleta, sino biónica. Hizo de la necesidadvirtud, alegría, imaginación y barroquismo cubriendo el vacío con las prótesis más fantasiosas,pequeñas obras de arte que quedaron incorporadas a su deslumbrante singularidad en una industriallena de estrellas del pop tan perfectas y completas que ni siquiera parecen reales. Me dijo:«Mira, el mundo está lleno de personas retrógradas y aburridas y nadie las llama discapacitadas».

Gracias a este espacio pude entrevistar a Anna Ferrer, presidenta de la Fundación VicenteFerrer y la mujer que trabajó al lado de su fundador como cooperante en la India rural, en ladesesperación, en la pobreza extrema, durante cuarenta años hasta que él murió. Era pacienteAnna, dura y paciente, miraba al horizonte de su labor y era capaz de ver los cambios operarse através de las generaciones. Me contó que pasaron siete años hasta que ella y su marido pudieronhablar directamente con una mujer, al principio solo podían dirigirse a los maridos. «Nopodíamos tratar la igualdad, claro, empezamos trabajando por la educación y la higiene». Tambiénme dijo que no hay que rendirse nunca. La organización que aún preside en uno de los países másmachistas del planeta beneficia a cerca de tres millones de personas.

No, las revistas femeninas no son perversos artilugios propagandísticos para hacernos sentirfracasadas, gordas, profesionales cutres y madres descuidadas y aburridas, incapaces de hacer unbanana bread con harina integral decente, sin otro remedio que comprar las versiones low cost delas grandes marcas para llenar el vacío. Bueno, a veces sí lo son, pero no en su totalidad y nosiempre. También han sido —son— los altavoces de estas historias desperdigadas en medio delglamour, que se supone que tanto nos interesa a las mujeres, un altavoz nada desdeñable en estostiempos. ¿Cómo vamos a tirarlas al fuego?

Hoy en día, unas cuantas cabeceras se están ocupando de reinventarse para acompañarnos a lasmujeres, que tanto hemos cambiado y lo que nos queda. Las paradojas siguen siendo muchas. Enlos contenidos se alternan editoriales de moda a precios prohibitivos con entrevistas a políticas,agendas culturales elaboradas confiando en la inteligencia de la lectora y consejos para adelgazarelaborados despreciándola, un reportaje que denuncia la situación de las niñas de Bangladeshobligadas a casarse antes de los quince años[2] y, tres páginas después, un bazar con losaccesorios low cost más hot de la temporada fabricados por esas mismas niñas en condicionesinfrahumanas. Cada mes de marzo, para celebrar el Día Internacional de la Mujer, los mediosrepasan los logros del feminismo en las secciones dedicadas a actualidad y entrevistas. Lo que seconmemora en esa fecha es la muerte de ciento cuarenta y seis obreras en el incendio de unafábrica textil en Nueva York, en 1911, esta tragedia queda lejos en tiempo y víctimas comparadacon la del complejo fabril Rana Plaza en Savar (Bangladesh), en 2013, en la que murieron más demil personas y más de dos mil resultaron heridas. Lo que se fabricaba en aquel infierno eran las

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prendas que llenan las secciones de moda asequible. En marzo y todos los meses del año. Lasrevistas femeninas se han convertido en una especie de extrañas y simpáticas amigasesquizofrénicas que con una mano sostienen una pancarta contra el sistema judicial patriarcal ycon la otra te intentan vender un contorno de ojos de veneno de abeja.

¿Tu cabeza está a punto de estallar? Bienvenida al club. Imagínate yo que con estas mismasmanos que ahora teclean reflexiones feministas he escrito: «Espabila, amiga, no vas a conseguir elculo que quieres sentada en el culo que tienes». Le di a mi lectora consejos para tener un cuerpode modelo sabiendo perfectamente que mi lectora nunca iba a conseguir un cuerpo de modelo,básicamente porque posiblemente mi lectora no descendía de una larga estirpe de jugadoras debaloncesto balcánicas como la chica de la foto con la que ilustraba el reportaje. Hablé de musthaves, es decir, de accesorios o tratamientos de belleza en términos de supervivencia, lo necesitaseste otoño, lo tienes que tener, no puedes pasar sin él. Un maxibolso al mismo nivel que el oxígenoy el agua potable.

Pero escribir estas cuatro páginas una vez al mes me hizo despertar, y espero que tambiénalgunas despertasen leyéndolas.

Y mientras tanto, en el mundo de los hombres…

¿Sabéis cuántas veces he titulado un artículo «En femenino singular»? Mil millones. Si mehubieran dado un euro por cada vez que lo he hecho ahora estaría liándome porros con billetes dequinientos al borde de la piscina de Rihanna y contándole todas estas cosas a ella en vez de avosotras. Pero nunca he titulado ningún artículo «En masculino singular». Nadie sabría a qué merefiero; ¿qué sentido tiene señalar que alguien es un solo hombre cuando vivimos en un mundo enel que la norma gira alrededor del hombre y lo que le concierne? Lo que es reseñable es referirsea una mujer, a un sujeto femenino y singular, por eso es tan fácil cercar a las revistas femeninaspara someterlas a juicio, a todo lo femenino en realidad. Pero cuando volvemos la mirada alreverso masculino de las cosas, ay, es en las comparaciones cuando el absurdo machista brilla conmás fuerza.

La foto de portada de la primera revista masculina en la que colaboré era un primerísimo planode Peter Dinklage, el actor que interpreta a Tyrion Lannister en Juego de Tronos. Un hombre sinmaquillar o imperceptiblemente maquillado, maduro, despeinado, serio y con acondroplasia. Lafoto tenía una iluminación dramática y Dinklage dirigía a la cámara una de esas miradas suyas quepueden asar un pollo. Era una buena foto del actor del momento transmitiendo lo que tiene quetransmitir un actor, que es carisma y magnetismo, sin ningún enmascaramiento de ninguna de suscaracterísticas físicas. En las revistas femeninas de las que venía, una foto buena era otra cosa.Esto ha cambiado en un puñado de ellas en los últimos años, pero por lo general la ausencia demaquillaje es impensable, la ropa que lleva la retratada se la prestan varias marcas que no creenen las tallas más allá de la 38 y en el resultado se retoca tanto que, a veces, incluso se prescindede elementos que pueden enturbiar el glamour y la armonía de la imagen. Por ejemplo, un brazo.

Existía hasta una fórmula en clave: «No da en foto». Espero que haya desaparecido ya, queríadecir que por muy interesante que fuera el personaje que proponías, si tenía la ocurrencia de, porejemplo, tener sesenta años o triple papada, la extensión del reportaje se reducía mucho. «Esporque la imagen supone la mitad del contenido», te decían. No, la imagen no, la imagen de las

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mujeres. La imagen totalmente fuera de cánones de Peter Dinklage daba y sigue dando en foto. Dapara portada y para las páginas que haga falta y no solo la suya. En otras portadas de la mismapublicación, Benicio del Toro parecía recién levantado de una siesta de tres horas en una cuneta,Clint Eastwood, un árbol centenario y Woody Allen…, bueno, Woody Allen parecía Woody Allen.Dios mío, era una liberación, por fin podía entrevistar a gente importante sin tener en cuenta queen las fotos tendrían la pinta de algo que ha sido masticado y escupido. ¡Da igual! ¡Estamoshablando de tíos! Se les juzgará por lo que digan, no por el aspecto que tengan. En sus fotos lo queimporta es la intensidad, el carisma, la verdad.

Trabajando en masculinas pasé de la lucidez al cabreo. Eso sí que era despertarse de una buenasiesta. Las exigencias físicas no era lo único que cambiaba en este contexto. Por aquí ya no sehablaba de nutrición, sino de gastronomía; los must haves y el resto de imperativos se tornabaneducadas sugerencias y en la sección de Belleza no había agujas, ni fotos de chicas con el cuerpodespiezado por marcas de rotulador como si se fueran a hacer cuatro juegos de párpados con lapiel del culo, solo colonias. «Nos tienen ocupadas en chorradas», pensé, «esto tiene que ser unaconspiración mundial, un plan maestro. Ellos se sienten James Bond con sus entradas y sus pelosen las orejas y siguen dominando el mundo tranquilamente, mientras que nosotras nos afanamos entener menos pelos que un delfín. ¿Cómo ha podido pasar esto? Las revistas, la revistas deben deser las culpables». Obviamente no, son a la vez parte del problema y parte de la solución.

Nuestras queridas amienemigas

Las revistas femeninas están hablando de feminismo. Le están dedicando páginas y páginas aaquellas cifras que hace diez años yo colocaba en un centímetro cuadrado y lo han hecho muchasveces a lo largo de su historia. Grandes escritoras como Joan Didion o visionarias de la imagencomo Diana Vreeland se desarrollaron en Vogue o Harper’s Bazaar. En 1987 se publicó el primernúmero de la edición española de Marie Claire en el que su directora, Ana Rosa Semprún,entrevistaba a Cory Aquino, presidenta de Filipinas. En aquellas páginas firmaban Juan Goytisolo,Carmen Rico-Godoy o Carmen Rigalt. En muchos momentos han sido espacios en los que se hahablado de los obstáculos de las mujeres en la vida profesional, de maternidad, anticonceptivos,divorcio o aborto.

«El feminismo está de moda, si está presente en estas revistas es por puro marketing, simpleanálisis de mercado». No sé cuántas veces he escuchado cosas tan tristes como esta mientrasescribía historias como las que me hicieron despertar hace una década. Quienes consideran unamoda un asunto de derechos humanos y cambio social como el feminismo es porque no se hanenterado de nada, les va a dar igual que se lo cuenten desde una revista de moda o en una sesiónde hipnosis. Incluso si todos esos cínicos y amargados tienen razón y las motivaciones de lasrevistas de moda para hablar de feminismo son oportunistas y perversas ¿por qué no aprovecharsu tirada, sus newsletters y sus mastodónticas redes sociales para que nuestro mensaje se imprimacuarenta mil veces y llegue a un millón de pantallas?

Sáltate todas esas páginas sobre compras y anticelulíticos o no lo hagas, pero trata con cariño aestas amigas esquizofrénicas llenas de publicidad, disparatados hábitos de consumo, cultura,historias de mujeres excelentes, accesorios de otoño y voces por el cambio. Personalmente lasquiero y las valoro y he aprendido casi todo lo que sé en sus redacciones de otras mujeres

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brillantes. Tirarlas al fuego sería arrasar con una parte de nuestro relato, aunque no sea perfecta, ynegar nuestras contradicciones.

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2LAS GAFAS SUCIAS. QUÉ ES EL PATRIARCADO Y POR QUÉ TE

CONVIENE AVERIGUARLO

La expresión «ponerse las gafas violetas»[3] hace referencia a cómo la conciencia feminista noshace ver el mundo a través de un filtro diferente. Nunca me ha gustado demasiado; primero,porque las gafas violetas son un accesorio de estilo neohippie que me espanta, el equivalente encomplementos a un atrapasueños, un horror, una terrible elección estilística incluso para unametáfora. Pero, sobre todo, porque la figura me parece poco efectiva; creo que tomar concienciafeminista se asemeja más a quitarse unas gafas sucias y pequeñas que alguien te colocó cuandoeras una niña. Unas gafas que no son de tu talla ni de tu graduación y que, además, son muy feas,como de funcionario de Correos soviético, con una de esas monturas de metacrilato nadaergonómicas que dejan marcas rojas en el puente de la nariz.

La conciencia feminista no implica ponerle al mundo un filtro de otro color, sino empezar averlo tal y como es, sin la capa de roña y la lente defectuosa que nos lo enturbiaba todo.

Cuando te libras de ellas el campo de visión se amplía, empiezas a ver más lejos y más claro,los contornos difusos de las situaciones y los objetos se definen. Se hace mucho más fácil, porejemplo, anticipar el peligro, identificar su verdadero origen y no darte de bruces contra lasfarolas en la calle. Es una sensación excitante, liberadora y nueva pero con toda esa nitideztambién llega un poco de mareo.

Mis gafas estaban empañadas, pero no absolutamente mugrientas; algo podía vislumbrar, elfeminismo estaba ahí pero no era el centro de mis preocupaciones, entendía muchas de las cosasque leía en los periódicos o en las redes como casualidades. ¿Que nunca ha habido una presidentadel Gobierno? Bah, todo llegará. ¿Que la foto del G20 parece la del colegio cardenalicio? Bueno,pero por ahí asoma la melena cobriza de Angela Merkel y eso tampoco nos tranquiliza, ¿verdad?¿Que somos mayoría las que acabamos carreras universitarias, pero minoría en puestosdirectivos? Feminismo también es ELEGIR LIBREMENTE sacrificar tu trabajo para dedicar mástiempo a la familia, ¿no? Todo esto no son casualidades, son pistas.

Pruebas de que existe una estructura injusta con las mujeres: el sistema patriarcal. Te enteras yzas, de un día para otro, las gafas se hacen añicos. Un martes convives con todo lo que heenumerado ahí arriba y el miércoles estás tirando latas de cerveza llenas, alitas de pollo y gatosvivos a la televisión porque has visto siete segundos de El Hormiguero. Es como si hubieranencendido la luz en una habitación en penumbra y, de repente, descubriera que hay un montón deadultos por el suelo jugando al Twister.

Antes de ser feminista, por ejemplo, no habría localizado correctamente el hecho de que unintelectual me llamase «gallinita». Habría colocado estos sucesos en el ámbito de la anécdotapersonal. Lo que te pierdes sin ser feminista, ¿te das cuenta?

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El patriarcado encarnado en un Señor de la Cultura

Sucedió poco antes de un 8 de marzo mucho menos espectacular y mediático que el de 2018. Yollevaba unos meses en un trabajo nuevo que no viene al caso. Todas mis compañeras eran mujeres,otra vez, y antes de la fecha había estado haciendo un poco de campaña para que secundáramos elparo parcial. El único hombre en plantilla ocupaba un puesto de mando intermedio que tenía quever con asuntos financieros. Solo pasaba por la oficina unos tres días a la semana, rondaba laedad de jubilación y era un gestor taciturno de sus cosas, le llamaremos el Señor de los Números.

Un viernes perezoso de esos, en los que el Señor de los Números no trabajaba, apareció por laoficina un tipo importante que colaboraba con nosotras como asesor externo. Le llamaremos elSeñor de la Cultura.

Nos saludó a todas muy educadamente y se puso a intercambiar cotilleos profesionales con misjefas. Tres personas adultas hablando un lenguaje común de su profesión. Todo en orden. Hastaque el Señor de la Cultura reparó en la ausencia del Señor de los Números y de manera relajada ycasual comentó: «Bueno, bueno, qué tranquilas estáis las gallinitas sin el gallo en el corral».Pensé que había oído mal. ¿Con «las gallinitas» se refería a nosotras? ¿LAS GALLINITAS? De unpuntapié nos envió a todas las presentes, de edades, méritos y categorías profesionales diferentesa un terreno común: el de las gallinitas. Él mismo llevaba diez minutos hablando con dos personascon las que compartía intereses, conocimientos, sensibilidad y estatus profesional, pero esaspersonas eran ante todo gallinitas. El gallo del corral era otro. En concreto el humano que tenía unpene y una corbata. La recepcionista, las directoras, la responsable de logística, yo, todasgallinitas, que en ausencia de la autoridad moral máxima, con toda seguridad, se comportabancomo niñas borrachas en un internado, como un puñado de coristas díscolas que posiblemente sededicaban a correr de un lado para otro como pollos sin cabeza, hacer peleas de almohadas yarreglarse las uñas.

La sociedad en la que vivimos nos coloca a las mujeres, feministas o no, siempre en la cuerdafloja de la cordura, siempre a un pasito de ser una radical histérica si defiendes tus idealespolíticos con vehemencia, de ser una zorra loca si levantas la voz en una discusión. Consciente deesta circunstancia, hasta aquel momento había ido dosificando las ocasiones en las que hablaba demachismo con mis compañeras, los enlaces que les mandaba al grupo de WhatsApp, las lecturasque les recomendaba. Sus percepciones, la mía, la de cualquiera que se haya criado en unasociedad machista, estaban entrenadas para colocarme en el terreno de la plasta obsesiva congatos que siempre está dando la matraca con alguna causa; yo temía perder la atención y el respetode esas mujeres tan valiosas aunque fuera por las razones equivocadas, así que prefería ir conpaso lento. Pero aquel tío con su comentario sobre las gallinitas había pisado el acelerador afondo, había cubierto de abono todo lo que yo había ido plantando en sus cabezas. Si toda laplantilla de mi oficina, jefes incluidos, fueran hombres y solo hubiera una mujer intermitente en unoscuro puesto contable, el Señor de la Cultura habría entrado diciendo: «Ey, patitos, quétranquilitos estáis hoy sin mamá pata». NO LO CREO.

Para el Señor de la Cultura el aire se congeló. Miraba a su alrededor en busca de la sonrisaindulgente que estaba acostumbrado a encontrar después de este tipo de comentarios. Todas nosquedamos calladas y cruzamos miradas fugaces saboreando esa sensación agridulce que genera laindignación compartida. Mis jefas le despacharon abruptamente y volvieron a sus despachos.Todas secundamos los paros convocados para el 8 de marzo.

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Antes de empezar a hablar de feminismo hay que hablar de patriarcado. Según la historiadoraGerda Lerner, que se ha ocupado de estudiar las relaciones entre hombres y mujeres desde el año6 000 antes de Cristo hasta el #Metoo: «El patriarcado es la manifestación e institucionalizacióndel dominio masculino sobre las mujeres y niños de la familia, y la ampliación de ese dominiosobre las mujeres en la sociedad en general»[4]. ¿Estaba el Señor de la Cultura ejerciendo undominio sobre nosotras? No exactamente, pero nos estaba poniendo en nuestro sitio: el de lasgallinitas según una inercia patriarcal. No es inocente camaradería, es un reconocimiento entre«iguales» que refuerza una estructura de poder, una lealtad de vestuario de polideportivo, de clubde caballeros, la del señor que manda, conduce como hay que conducir, lleva el pan a casa y tomalas decisiones. El patriarcado es una jerarquía invisible que está presente en esas complicidadesentre jefe y becario que te ignoran a ti; en los jueces o policías que, ante una violación, empatizancon el sospechoso; en tu novio, que es un tipo encantador hasta que llega un fontanero a casa y, derepente, ambos empiezan a tratarte como si fueras imbécil. Se ve muy bien en cuanto alguien tehace saltar las gafas sucias de una colleja.

Los trucos para dejarte las gafas puestas

El patriarcado es como Alien, puede estar dentro de cualquiera, incluso de ti y parece que no haymanera de acabar con él. «Llevas tanto tiempo en mi vida que no recuerdo nada más», le dice lateniente Ripley, interpretada por Sigourney Weaver, al bicho babeante en Alien 3. El feminismo esel lanzallamas, la explosión, la compuerta que manda al monstruo al vacío una y otra vez, las quehagan falta.

«El feminismo es la noción radical de que las mujeres somos seres humanos». Confío en queesta frase de Cheris Kramarae esté impresa en suficientes camisetas como para que todo el mundola haya leído ya, incluso entendido. Mi optimismo no tiene límites. Sin embargo, el feminismo estárodeado de prejuicios y obstáculos. Yo misma hace unos años era muy ignorante respecto al tema,imaginaba a las feministas como mujeres canosas y amargadas que calzaban Crocs y llevabanjerséis de cuello alto sin sujetador, lo quemaron un sábado loco allá por la segunda olavociferando para reivindicar montones de cosas de las que yo ya dispongo. Puede que algunos deestos prejuicios vengan de ti misma, puede que otros te los hayan lanzado y te hayas quedado sinsaber qué contestar. Volveremos a muchos de ellos con ejemplos e historias durante los capítulosque siguen.

• Si queréis igualdad, ¿por qué no llamarlo «personismo» y no «feminismo»? Eso seríainvisibilizar la dirección en la que está el escalón y el hecho de que ese escalón existe poruna diferencia, no de raza, religión u orientación sexual, sino de género.

• El feminismo busca una situación de supremacía y privilegio para las mujeres. Si estofuera verdad, seríamos idiotas, estaríamos empezando la casa por el tejado. Todavía quedatanto para conseguir la equidad en tantos frentes distintos que tendríais tiempo de sobrapara daros cuenta de nuestro plan de dominación mundial, así que tranquilos. Según elForo Económico Mundial[5], se tardará más de un siglo en salvar la brecha de género. Si apartir del año ciento uno empezamos a copar todos los puestos de poder y forzar

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matrimonios con niños pequeños, podéis comenzar a preocuparos, hasta entonces, porfavor, dejadnos trabajar en paz.

• Sois demasiado radicales, os pierden las formas, os ponéis a la altura del machismo. ¿Ahsí? ¿Igual de agresivas? ¿Seguro? Porque no recuerdo haber visto demasiadascircuncisiones forzadas ni violaciones en grupo a hombres durante las últimasmanifestaciones del 8 de marzo. Y eso que es ahí donde nos volvemos realmente piradas,son como nuestras Fallas, como los Sanfermines feministas. Perdón por el sarcasmo, peroequiparar un discurso firme o agresivo, incluso un discurso emitido a chillido limpio ylleno de insultos, a un sistema patriarcal que quita vidas y obstruye la libertad esarriesgado.

• Odiáis a los hombres. Por supuesto que no, la lucha no es contra los hombres, sino contrael patriarcado; una estructura de poder que recorre todas las demás, está presente en laeducación, en los medios de comunicación, en tu casa y en la cabeza de tíos como el Señorde la Cultura. Es tan fuerte y está tan instaurado que alguien como él puede llegar a sermuy respetado en su ámbito arrastrando todos esos prejuicios. A él, el machismo, laconvicción de que los hombres tienen un papel preponderante en la sociedad, se le escapóen forma de ese «gallinitas»; a otros se les escapa con una hostia o un navajazo a su novia,al juez con una sentencia, al tipo empático y comprometido con un meme de una chicadesnuda e inconsciente en un chat de WhatsApp, incluso a mí misma se me ha escapadoasumiendo que un hombre o una mujer iban a actuar de una determinada manera solo por sugénero. Hay hombres muy concienciados y mujeres que no lo están en absoluto. Lo quedetestamos las personas feministas es el machismo, no a los hombres. Afirmar lo contrarioes tan absurdo como decir que todas las personas que no son racistas odian por definicióna los blancos.

• Las feministas siempre estáis enfadadas. Sí, es cierto, siguiente cuestión.No, en realidad no estamos enfadadas siempre, pero sí frecuentemente. ¿Recuerdas lascifras del principio? Doscientos millones de mujeres que siguen con sus vidas en estemomento han sufrido mutilación genital. Más personas que toda la población de Rusia. Yeste es solo uno en un mar de datos. Creo que el verdadero problema lo tiene quienpermanezca indiferente.

• Las mujeres sois las más machistas. Decía Simone de Beauvoir que «el opresor no seríatan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos», esto es aplicable a todaslas estructuras de desigualdad injusta. Ese machismo femenino se llama misoginiainteriorizada, es el Alien que tienes dentro, ya sabes. Hombres y mujeres nos criamos en lamisma estructura patriarcal y, por lo tanto, es fácil que asumamos muchas de las cosas quenos tratan de colar como naturales e inamovibles; igual que hay hombres que rechazan estesistema, hay mujeres que lo aceptan e, incluso, lo promueven. Pero no olvidemos que loshombres están en el lado beneficioso de la ecuación: que exista misoginia les pone ensituación de privilegio, a nosotras no. Los comportamientos de los hombres machistaspueden ser letales; los de las mujeres machistas, casi siempre solo dañinos.

• Es una moda. Sí, de las que siempre vuelven, como los pantalones de talle alto y el lápizde labios burdeos, llevamos ya tres o cuatro olas de esta moda de los derechos humanos yen cada revival hemos avanzado un poco más. Decir que el feminismo es una moda es unamanera de deslegitimarlo, neutralizarlo, presentarlo como algo frívolo y pasajero, pero enrealidad es una revolución que afecta, no a la mitad, sino a toda la humanidad. Cada vez

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que ha vuelto, las sociedades han cambiado de forma radical. Más te vale adoptarla, lequeda bien a todo el mundo.

• Las feministas primermundistas sois unas pijas que os quejáis de vicio en sociedades enlas que ya está conseguida la igualdad efectiva. Quien te diga esto, ha caído en su propiatrampa. Si afirma que en España disfrutamos de altas cotas de igualdad, es porquereconoce que se puede comparar con las de otros lugares del mundo en las que la situaciónde las mujeres es peor. Incluso si fuera verdad que en España ya estamos viviendo elsueño de la paridad (para pensar esto tienes que haber estado aislada de la realidad y detodos los medios de comunicación en una cueva de la Alpujarra granadina), ¿qué hacemoscon el resto de las mujeres del mundo? ¿Debemos eliminar el feminismo de nuestraspreocupaciones porque supuestamente son nuestras vecinas marroquíes o sudanesas lasque lo sufren y no nosotras? El machismo se manifiesta de manera muy dispar en la vida decada mujer: las españolas cobran menos que los españoles y las saudíes no pueden abrirseuna cuenta bancaria, mientras que los saudíes sí. En ambos casos es una lucha necesaria.

• Las feministas sois exageradas, susceptibles y no tenéis sentido del humor. Sí, enrealidad tenemos muchísimo, si no tuviéramos sentido del humor, quizá llevaríamosdécadas quemando algo más que sujetadores[6]. Pero es posible que estemos cansadas deescuchar los mismos chistes, vosotros también lo estaríais si llevarais tres milenios en ellado malo de la broma oyendo chascarrillos sobre gatillazos y calvicie. El feminismo esuna visión del mundo que incluye grandes dosis de humor para sobrevivir y se trata dehumor bastante profundo.

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3CARTA ABIERTA AL TÍO QUE ME HACE MANSPREADING EN

EL METRO CADA DÍA

Querido hombre que me haces manspreading sin parar en el trayecto de La Elipa a Goya:Tenemos que hablar de urbanidad y de un montón de cosas más. Nos vemos todas las mañanas

de lunes a viernes, los dos cansados, empezando el día. A menudo nos sentamos juntos, yorespetando tu espacio vital, tú no. Tú te desmadejas, te expandes. Tú eres un entusiasta delmanspreading, un virtuoso. Me fijo atentamente en tu postura, me inquieta mucho esa tensiónperpetua, ¿no será demasiado para tus abductores? A ti te pasa desapercibida mi preocupación,vas pendiente del móvil y dando cabezadas, en estado casi líquido sobre un asiento y medio, unasiento y tres cuartos en los días malos.

Yo sé que tú sabes lo que es el manspreading porque en 2017, cuando el Ayuntamiento deMadrid quiso poner avisos en los vagones de metro y en los autobuses para evitarlo, tú escribisteun tuit diciendo que a ver si iba a venir Manuela Carmena a decirte a ti cómo te tenías que sentar.

Yo también lamenté aquella campaña, no te creas. Acababa de escribir un monólogo con unoschistes buenísimos sobre el manspreading y temí que, después de la labor de concienciación, derepente todo el mundo empezase a ocupar solo la superficie razonable en el transporte públicopara una correcta convivencia. Afortunadamente no fue así, los tíos seguís abriendo las piernashasta que os cabe espacio urbanizable entre las rodillas así que mis chistes están a salvo. Menosmal, tantas políticas de fomento de la igualdad nos están dejando a las cómicas feministas sinrecursos.

Hombre que me haces manspreading insistentemente en el trayecto de La Elipa a Goya, te voy adecir una cosa que quizá te sorprenda, esa postura tan complicada y molesta para los demásviajeros ni siquiera te apetece, la adoptas por socialización de género. Permíteme que te expliquea lo que me refiero, no estarás muy acostumbrado a que las mujeres te expliquen cosas, sino másbien a lo contrario; eso también tiene que ver con la socialización de género, se llamamansplaining, felicidades, estás en el lado de la humanidad que se cayó en la marmita de laautoestima. La socialización de género es ese proceso por el que aprendemos loscomportamientos y actitudes asociados a ser un hombre y ser una mujer[7]. ¿Qué quiero decir conesto? Pues que eso que haces no es anatómicamente necesario, el pene no se te va a gangrenar ydesprender del resto del cuerpo si ocupas un solo asiento, tu cuenta espermática se mantendráintacta. Tus genitales no necesitan todo ese espacio libre alrededor, tus genitales no sufrenclaustrofobia, pero tú tiendes a expandirte porque así te han enseñado que se sienta un hombrecomo Dios manda.

Eres un tipo de estatura y peso medio, pero haces notar tu presencia más de lo necesario. Merecuerdas a mi gata, Paloma Picasso, que tiene cuatro meses y pesa lo mismo que un pollotomatero pero se mueve, bufa y se eriza como si fuera un animal de dos toneladas. Mi gata lo hace

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porque, en lo más profundo de su código genético, queda algo salvaje que le dice que está enpeligro y tiene que parecer grande y fiera, aunque la única amenaza a la que está expuesta en suvida diaria sea el robot aspirador. Tú abres las piernas porque en lo más profundo de tueducación, este gesto ha quedado incrustado como algo propio de los hombres. Un hombre en elsentido tradicional es alguien que ocupa un montón de sitio, hace bastante ruido y no sabedistinguir el azul petróleo del azul Klein, ni falta que le hace.

Esas costumbres que seguís Paloma y tú no os sirven para nada ni a ella en mi piso de la Elipa,ni a ti en la línea dos del metro de Madrid. Pero los dos vais sobrados de confianza, ella porquela he educado fatal y tú porque vives en una sociedad patriarcal en la que todo el rato recibes elmensaje de que tú y los que son como tú sois los que partís el bacalao.

Ocupar un asiento y medio responde a los gestos que se esperan de ti, los gestos que se esperande mí son los opuestos: bajar la voz, cruzar las piernas, encoger. La feminidad tradicional seasocia a reducirse, ocupar poco, solo existe algo de margen de expansión si el espacio se va aocupar con tetas. Todo esto no es ninguna tontería, hombre que me haces manspreading sin parar.¿Has escuchado alguna vez que cuanto más feliz estás, más sonríes y que cuanto más sonríes,mejor es tu humor? Los gestos responden al estado de ánimo, pero también se puede seguir elcamino opuesto: a fuerza de sonreír, acabas estando medio contenta, erguirse aporta aplomo,poner los brazos en jarras invoca un poco de seguridad en uno mismo o en una misma. Los gestospropios de mi género tienen que ver con menguar. Lo que acaba sucediendo cuando te reduces, tecruzas, te pliegas sobre ti misma, ocupas medio asiento disponible, es que algo en lo másprofundo de ti va cayendo en picado hacia la insignificancia.

El manspreading es un «micromachismo», odio esta palabra. Me suena a versión monísima ypeludita del machismo, un machismo en miniatura para los viajes. Creo que habría que empezar allamar a los asesinatos, secuestros, violaciones y malos tratos «macromachismo» y a todo lodemás, incluido el manspreading, «machismo» a secas. Pero esto son cosas mías, hombre que mehaces manspreading, no me hagas ni caso. Esto lo digo porque me pone de muy mal humor que sehaya generalizado la palabra «feminazi», como insulto para las personas que nos tomamosdemasiado en serio los derechos humanos, sin haber llegado jamás como movimiento a atentarcontra la vida de nadie. ¿Ves la paradoja? Existe un término para denominar lo monstruoso yfascista que puede ser un movimiento totalmente pacífico: el feminismo; y un término queidentifica la versión de bolsillo de una opresión asesina: el machismo. ¿Entiendes midesconcierto? Seguro que sí.

A mí también me apetece hacer Nereaspreading, pero, volviendo a lo de la socialización degénero, para ser canónicamente femenina conviene mantener las piernas cerradas, para serfemenina te tienen que sudar las ingles. Esto es problemático cuando eres propensa a los hongosvaginales. ¿Demasiada información? Qué quieres que te diga, si tu invades mi espacio, asumo quetenemos ya algo de intimidad para compartir ciertas cosas. Es curioso, hombre que me hacesmanspreading sin parar, cuando desafío los mandatos sociales y me expando hasta que tu rodilla yla mía se tocan, de repente te pones bastante tímido y violento. Te revuelves y me echas unamirada aniquiladora. Eso lo hago solo los días en los que he dormido mejor y tengo ganas dehacer un poco de microguerrilla feminista, que no son tantos.

Yo no quiero mandarte al Tribunal de La Haya por desparramarte como un chimpancé borracho,tú y yo somos dos obreros de camino a nuestro martirio capitalista diario en transporte público.Estamos en el mismo barco, pero podríamos estarlo un poquito más, podríamos estar viajandoademás en la misma clase. Solo te pido que reflexiones sobre lo diferente que es nuestra manera

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de desenvolvernos en el mundo y que te quites de una vez por todas de la cabeza esa idea de quetodas esas micro y macrocostumbres tuyas que estorban, invaden o agreden a las mujeres son algonatural. No lo son. A mí también me encanta tener los genitales ventilados, pero vivimos ensociedad.

Con cariño,

Nerea

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4PARITORIOS PARA HOMBRES

No, en serio, el espacio de este vagón en el que vamos todo el mundo con cara de sueño, hacia nosabemos muy bien dónde, está muy mal gestionado. Conviene intentar que el reparto del sitiodisponible no dependa tanto de circunstancias que no podemos elegir como el lugar de nacimiento,el color de la piel, la orientación o la identidad sexual y sobre todo de lo que cada cual tiene entrelas piernas.

Algunas personas llevamos demasiado tiempo sentándonos encogidas en este mundo, tenemoslas lumbares hechas cisco, nos apetece estar cómodas ¿Crees que estoy exagerando? Espera yverás. Existen algunos ejemplos bastante disparatados de hasta qué punto el entorno no estáadaptado a nosotras.

Hace un tiempo recibí el encargo de entrevistar a una de las ganadoras de un premiointernacional de arquitectura. Se trataba de Marta Parra que, junto a Angela E. Müller, dirigen elestudio que se había llevado el IIDA de diseño de interiores en el ámbito sanitario, por elproyecto de un paritorio para la nueva unidad de parto del Hospital Universitario HM NuevoBelén, en Madrid. Hasta ahí todo normal. Antes de la entrevista, estuve mirando imágenes delparitorio en Internet. Una habitación con cama normal, aparadores, un lavabo y un sillón cómodopara las visitas; solo había bañera en algunas. Como persona escasamente familiarizada con lareproducción humana, asocio el parto en el agua a una mezcla entre sofisticación y misticismo muymoderna, muy propia del parir contemporáneo, muy entre pija y hippie. Y pensaba que por ahíirían los tiros de la propuesta. Pero en aquellas salas no había pequeñas piscinas, no eran fácilesde distinguir de un dormitorio de catálogo de Ikea. Me parecían muy sencillas y estaba tandesencaminada que no acababa de comprender qué tenían de revolucionario. Aquellas salas departo, además de cojines y una pelota de pilates, resultaron contener una de las más grandeslecciones feministas que me he llevado en la vida.

Yo asociaba el parto tradicional a un quirófano. Aparatos, luz fluorescente, instrumental, unpotro metálico sobre el que la parturienta abre las piernas, todo color blanco o verde bilis. Así melo habían contado mis amigas y hermanas que han sido madres y así lo he visto en las películasestadounidenses, chinas y europeas. Un parto es algo parecido a una abducción extraterrestre. Unaescena en la que un montón de gente de aspecto amenazador se mueve alrededor de una mujertumbada que chilla y jura, hasta que aparece un bebé pegajoso y entonces todo el mundo llora deemoción. Nuestra vida, la de las privilegiadas a las que nos toca nacer en países con altos nivelesde desarrollo, empieza en lugares fríos y funcionales. Pero ¿funcionales para quién?

Marta Parra y su socia fundaron el estudio Parra-Müller, arquitectura de maternidades, parallevar a la práctica lo reivindicado y aprendido durante años militando en la asociación El partoes nuestro, fundada para mejorar las condiciones de atención a madres e hijos durante elembarazo, parto y posparto en nuestro país. Luego colaboraron con el Ministerio de Sanidad para

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evaluar y mejorar las instalaciones de las maternidades españolas. Desde entonces han diseñadoáreas obstétricas y maternidades y están inmersas en el proyecto de un hospital público.

En el proceso tradicional de parir que aún persiste en muchísimos hospitales, la futura madre vapasando de sala en sala, desde el lugar donde empieza a dilatar hasta un quirófano tan humano yacogedor como el puente de mando de la Nave Interestelar USS Enterprise, en el que esinmovilizada sobre un potro. Marta me contó que todo ese proceso no solo no es necesario entérminos sanitarios, sino que es contraproducente. Despersonaliza a la madre y la coloca en unaespecie de escaparate en una postura incómoda para ella, pero accesible para los médicos —hastahace no tantos años exclusivamente hombres— que la atienden. Convierte una experiencia salvajey emocionante en una burocracia médica.

Imagínate que los tipos que van a donar semen tuvieran que hacerlo en una habitación abiertacon un abundante trasiego de gente, en una postura antinatural y dentro de un frasco que le resultamuy práctico a la enfermera, pero no al donante.

En la apabullante mayoría de los partos, lo que la madre necesita es moverse, sentirse lo mejorposible, dadas las circunstancias, y dejar que la naturaleza siga su curso. «La mujer que va a parires una mujer sana y el ambiente en el que lo hace se ha estado tratando como cualquier espaciomedicalizado del hospital. El parto requiere unas condiciones de tranquilidad e intimidad, nomover a la mujer de una sala a otra», me dijo Marta que había diseñado paritorios en los que todolo necesario en términos médicos estaba presente, pero no a la vista. «Así la mujer no tiene lasensación de que está en un quirófano porque la inmensa mayoría de los partos no necesitan unquirófano». Yo iba a hacer una entrevista rutinaria y de repente sentía que me iba a estallar lacabeza. «Pero, Marta, ¿tú entonces lo que me estás diciendo es que ni siquiera los paritorios estánadaptados a las mujeres?». Aquella era la conclusión, su estudio de arquitectura se había llevadoun premio internacional en 2017 por adaptar un espacio público a las necesidades de las personasque lo van a usar. Bum.

Las estancias acogedoras en tonos beige de Parra-Müller no eran salas de parto más caras deconstruir, ni mucho más sofisticadas, ni exclusivas, ni raras, ni pijas, ni adaptadas a caprichosextravagantes, eran sencillamente el paritorio que hubiera existido desde los inicios de lamedicina moderna si las decisiones las hubieran tomado las mujeres y no LOS SEÑORES. Elprotagonismo de los hombres es tal que ni siquiera el comienzo de la vida humana está adaptado asus protagonistas, la madre y el bebé.

Hasta el siglo pasado los hombres eran los únicos que tenían acceso a las carreras de medicinay arquitectura, de manera oficial, claro. Las mujeres han ejercido la medicina siempre pero bajotítulos diferentes al de «doctora». A lo largo de la historia han sanado y asistido partos comocuranderas, matronas, chamanas o brujas. En España, la primera mujer que se doctoró en medicinafue la leridana Martina Castells i Ballespí en 1882. Lamentablemente, fue solo un destello, unapionera. Su caso no se hizo norma hasta hace solo unas pocas décadas. También a mediados delsiglo XIX, Margaret Bulkley[8] ejerció la cirugía, realizó complicadas e innovadoras operacionesy alcanzó un alto rango en el ejército… haciéndose pasar por un hombre durante toda su vida. Laencargada de desvestir al eminente doctor James Barry, como se hacía llamar, descubrió que erauna mujer. Se hizo famosa, bueno, famoso, por mejorar las condiciones de presos y leprosos enSudáfrica, pero sobre todo, y aquí vale la pena reflexionar, por realizar una de las primerascesáreas exitosas de la historia.

Volviendo a nuestros días, el de los paritorios adaptados a los hombres es el ejemplo más claroque he encontrado de hasta qué punto las necesidades de las mujeres importan menos: es la

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Capilla Sixtina del machismo estructural y se sigue reproduciendo en los hospitales de nuevaconstrucción.

También nos plantea una moraleja sobre cómo la perspectiva de género aplicada a nuestra vidadiaria, o al inicio de nuestra vida en este caso, puede cambiar mucho la realidad másrotundamente física. Prueba a decirle a alguien que es necesario aplicar un enfoque de género paragestionar ciertos asuntos. Posiblemente tu interlocutor o interlocutora no familiarizado con elfeminismo pondrá los ojos en blanco, te dirá que te vayas a quemar sujetadores y a pintar algo demorado con tus amigas. Este es un buen ejemplo de que el enfoque de género se refiere a algo tanimportante, tan natural y aplastantemente lógico como resolver problemas atendiendo a quieneslos tienen.

Esos días

Las arquitectas Parra-Müller tienen mi simpatía eterna por sus salas de parto que son una metáforasólida de casi todo lo que anda mal con el patriarcado y también por otra de sus propuestas: hanideado unos váteres con un pequeño lavabo incorporado para baños públicos. El conjunto estápensado para que las usuarias de copas menstruales podamos aclararlas sin salir del cubículo conlas manos manchadas de sangre como si acabáramos de cometer un asesinato ritual.

La copa menstrual es uno de mis temas de conversación favoritos desde que empecé a usarlahace unos tres o cuatro años. A lo largo de este tiempo, he tenido que vaciarla en baños públicos.Soy una pésima gestora de casi todo lo relacionado con la vida práctica en general, así que raravez me acordaba de llevar conmigo una botellita de agua para hacer aclarados de emergencia enla intimidad del urinario. He tenido que salir del cubículo hecha una película de terror yempujando el picaporte con los codos ante la mirada, casi siempre muy muy comprensiva, de otrasmujeres. Sinceramente, es una molestia mínima comparada con las ventajas que tiene este objetopara mí y para el medio ambiente. Me he convertido en una evangelista de la copa menstrual, lehablo de sus bondades a todo el que me quiera escuchar, eso explica los comentarios de mi perfilde Blablacar: «Puntual, educada y conversadora. Tratará por todos los medios de que dejes deusar tampones».

Es un dispositivo de silicona sencillísimo, cómodo, reutilizable durante años, barato einofensivo para la salud. Se adapta a mi cuerpo, recoge mis emisiones con eficiencia y discrecióny, además, lo puedo esterilizar en mi propia cocina. En una ocasión recibí a un empleado de GasNatural, que vino a hacerme la lectura de consumo, con mi adorada copa y un dildo de siliconahirviendo alegremente en los fogones. El guiso estrella de la mujer contemporánea.

La adaptación a la copa menstrual no es fácil, sigue el modelo de Kübler-Ross de las cincoetapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación, que se desarrollan de lasiguiente manera.

Negación: Te cuesta abandonar las viejas costumbres después de una vida entera usandotampones y compresas, te resistes a ver las ventajas de un sistema nuevo que además te obliga atener más contacto con tus fluidos del que acostumbras. Piensas que tus amigas forofas de la copamenstrual son unas hippies y, aunque vas a un festival de música cada dos años, la posibilidad detener que vaciar la copa en un urinario portátil te parece una pesadilla de película de Cronemberg.

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Ira: Un día la pruebas. Dios mío, ¿por qué habías sido tan imbécil? Piensas en todo el dineroinvertido al mes en tampones y compresas, podrías haber dado la vuelta al mundo si alguien tehubiera dado una copa menstrual reutilizable con quince años[9]. Piensas que alguien deberíahaberte avisado antes, que todas tus amigas hippies deberían haber insistido más. Reparas en loabsurdo que es todo lo que rodea al ciclo menstrual, el líquido azul de los anuncios, el hecho deque algunas compresas estén perfumadas y te hagan oler como un ramo de peonías en unacarnicería cuando tienes la regla. Todo es un disparate.

Negociación: Empiezas a incorporarla a tu vida y extender sus virtudes. Te conviertes en una detus amigas hippies.

Depresión: La peor parte junto a la ira. Caes en la cuenta de la cantidad de desperdiciosplásticos y de celulosa que has producido a lo largo de tu vida. Piensas en todos esos aplicadoresde plástico con forma de pequeños zeppelines tan aparatosos e innecesarios flotando en el mar,obstruyendo las vías respiratorias de las tortugas y las aves zancudas. Piensas en todos losquímicos y blanqueantes que incorporan los tampones y que te has metido en tu queridísimavagina. También en el susto que te pegaste de pequeña cuando en el prospecto de la caja leíste loque era el Síndrome de Shock Tóxico[10].

Aceptación: Quieres que todo el mundo pase por lo mismo que tú y empiece a usarla, así quehablas mucho de ella; sobre todo en los viajes en Blablacar.

Según la ONU Mujeres, alrededor de un 26 por ciento de toda la población humana menstrúa.Eso es mucha gente. Aunque esta es una experiencia tan cotidiana, universal y humana como dar aluz, hay muchos países en los que la menstruación está asociada a supersticiones y estigmas. Enalgunos lugares del mundo, menstruación es igual a desescolarización; en otros, sencillamente estárodeada de mitos y desinformación. No te vayas muy lejos, también estoy hablando de mi país, deltuyo.

Allá va otro ejemplo de cómo los asuntos de las mujeres, incluso los más cotidianos yacuciantes, se invisibilizan.

Estando yo en pleno romance con mi segunda copa menstrual, allá por 2016, leí en losperiódicos que una formación política había propuesto hablar en los institutos de métodosalternativos de recogida del sangrado menstrual. Ponían en cuestión los talleres que las empresasde tampones y compresas impartían a las estudiantes con el fin de promocionar productos muycontaminantes y demasiado caros para ser una necesidad básica. Me alegré muchísimo de leeraquella noticia, de que se hablase de la regla desde el ámbito público, ya estaba un poco cansadade sacar adelante en solitario la cruzada por el uso de la copa menstrual. Por fin se trataba comoun tema de interés ciudadano y una competencia política algo tan importante en la salud y laeconomía[11] de las mujeres. Aunque fuera desde el pleno de un Ayuntamiento, el tema finalmentesalía de nuestras bragas y entraba en el panorama político.

La formación era la CUP y el Ayuntamiento, el de Manresa; pero este dato no es relevante paralo que me interesa destacar: la reacción que generó esta moción en redes sociales, comentarios aartículos en la prensa digital, incluso entre los propios políticos. Abundaban los insultos y loschistes, pero esta amargura es frecuente en todo lo relacionado con la política en un panorama tanpolarizado como el nuestro. Lo que me dejó perpleja fue el desprecio, el enfoque de aquel temacomo una chorrada o como un asunto íntimo, como algo, ya no secundario, sino directamenteirrelevante. Incluso voces afines a la ideología de aquel partido que, insisto, es lo de menos,andaban diciendo que si aquello era una broma, bien escatológica y de pésimo gusto además. Quebuena gana de andar debatiendo minucias que no se encuentran entre las preocupaciones de los

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ciudadanos. Pues claro que no, imbéciles, a los ciudadanos no les preocupa nada, nos preocupa alas ciudadanas.

La mitad de la humanidad sangra unos días al mes durante casi toda su vida adulta, miles demillones de personas. Los ciudadanos no forman parte de esa mitad de la humanidad, solo losvarones trans. Pero son los ciudadanos quienes llevan siglos decidiendo lo que es relevante y loque no.

Todo en este mundo, ya sea importante, ridículo, gracioso o asqueroso, se ha venido midiendocon parámetros masculinos. Podemos hablar de ello en abstracto o con ejemplos muy reales, comoel de la regla y su gestión. Ejemplos que pringuen, que se puedan oler y tocar; ejemploscuantificables en millones de euros, de gasto y de impuestos, en toneladas de basura, en litros devertidos químicos blanqueantes. La socialización de género que se nos aplica de maneradiferenciada a hombres y mujeres no es un concepto lejano, es lo que te espachurra en el metro, enla vida, en la política.

El rasero para evaluarlo absolutamente todo es injusto por ser incompleto y por estarrotundamente masculinizado; y la perspectiva de género existe para cambiar esta circunstancia.Esto no es un discurso, ni una línea de pensamiento, es una manera de vivir la realidad. Aplicar laperspectiva de género tiene un poder transformador enorme. La perspectiva de género es eldespatarre intelectual que te ayuda a ocupar todo el espacio que te corresponde en este mundo. Esla palanca que saca los problemas de las mujeres del ámbito de lo secundario y ridículo y loslleva a los parlamentos y los plenos de los ayuntamientos. Cambia el mundo. Hay que cambiarloYA porque sin feminismo es un lugar tan delirante que ni los paritorios están pensados para lasmujeres.

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5FEMINISMO PARA TORPES

Dos chicas ojean un libro, se detienen en una foto a toda página de Gandhi.

CHICA 1: Y este, ¿quién es?CHICA 2: Es Mahatma Gandhi. Un político indio, el de la resistencia pasiva, ¿te suena? Un pacifista.CHICA 1: Uf, qué plastas los pacifistas. Siempre hablan de lo mismo, no sé de qué se quejan, si ya hay paz, ¿tú

ves alguna mina antipersona por aquí? ¿A que no? Qué gente más pesada, por favor. ¿Qué lleva puesto en esafoto? ¿Una cortina?

CHICA 2: Ya, se lo podía haber currado un poco, ¿eh? Es un cuadro de comedor todo él entero. Mira las gafasesas redondas, ¿pero este hombre no tendría amigas que le dijeran que esas gafas van fatal con la estructurade su cara y con la calva? Se puede ser pacifista y prestar un poco de atención a la moda, creo yo.

CHICA 1: Espérate, aquí dice que come lácteos, así que tan pacifista no sería.CHICA 2: Uy, no no, que por lo visto hacía huelga de hambre sin parar.CHICA 1: Pues para hacer huelga de hambre, no estaba tan delgado. Esa cortina que lleva es de una talla 38

mínimo. También te digo que una huelga de hambre no te sirve para nada si no tonificas los brazos. La cara deamargado sí que la tiene.

CHICA 2: Sí, tiene pinta de que le vendría bien un buen polvo. Además, qué exageración una huelga de hambre.No sé yo si hace falta ponerse así de radical.

CHICA 1: Este no es un pacifista. Es un pacifinazi.

Después de meses metida en una redacción, buceando en aquella ciénaga de cifras sobre lasituación de las mujeres y las niñas en el mundo; tras la destrucción definitiva de mis gafas suciasy de la observación de todo comportamiento, noticia, cotidianidad o jerarquía a mi alrededor conesta lucidez recién estrenada, yo era una persona con conciencia feminista. Y ahora, ¿qué? Podíaseguir observándolo todo pasivamente hasta desarrollar una úlcera, o tratar de cambiar algo en lamedida de las posibilidades. Opté por emprender el mismo camino que había seguido con la copamenstrual: evangelizar.

Pero la resistencia es grande porque el cambio que supone el feminismo implica arrancar deraíz las costumbres establecidas, trastocar la normalidad instaurada en nuestra mentalidad y entodo lo demás. En otras palabras, es algo que a primera vista parece incómodo y que producemuchísima pereza. La resistencia, como pude comprobar, está muy bien entrenada. Quienesconsideran el feminismo algo irritante, innecesario o incluso demasiado radical, hombres ymujeres, son como marines de la negación. Tienen varios golpes rápidos y ensayados pararesponder cuando intuyen que vas a empezar a ponerles la cabeza como un bombo:

• Ya hay igualdad efectiva total y universal; yo he podido estudiar la carrera que quería y minovio sabe cambiar pañales.

• Los hombres y las mujeres ocupamos lugares diferentes porque somos biológicamentedistintos y desde los hombres de las cavernas (insertar aquí cualquier costumbre

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paleolítica para justificar por qué no sabes poner el lavavajillas / mandas memesmachistas / odias a las gordas).

• No todos los hombres somos violadores o maltratadores, cosa que invalida absolutamentetus argumentos y demuestra que el patriarcado no existe.

• Los hombres cis, blancos y heterosexuales del primer mundo también sufren, cosa quetambién invalida todos tus argumentos y demuestra igualmente que el patriarcado no existe.

• Por supuesto que me he dado cuenta de que el mundo no está para nada equilibrado, que haypocas mujeres en puestos de poder y muchas en situación de violencia solo por el hecho deser mujeres. Habría que buscar algún tipo de solución; no sé… alguna clase demovimiento social, de lucha colectiva, habrá que hacer ciertos cambios en la educaciónpara que no se perpetúe la injusticia. Lo que deberíais hacer las mujeres es organizaros yponeros las pilas para inventar algo así y dejar de dar el coñazo con el feminismo.

• El machismo no existe porque en mi casa manda mi madre.

Hay muy poca gente explícitamente machista o antifeminista, pero muchísima que tieneobjeciones al feminismo, que despliega una especie de línea defensiva. Esa es una reacciónnormal si te ponen delante un espejo y lo que ves no te gusta demasiado. Cuando alguien que nohabía pensado demasiado en el machismo empieza a escuchar que no es necesariamente brutal yviolento, sino que se manifiesta en pensamientos y rutinas, posiblemente hará un repaso mental porsus propios tics y prejuicios y, aunque sea mínimamente, se reconocerá en ese retrato tan feo:sentado o sentada plácidamente a la mesa en Nochebuena mientras su madre y su abuela cocinan,organizan y limpian para toda la familia, o asumiendo que una chica joven se pone en peligro a símisma si se viste de determinada manera, o quizá desconfiando de la pericia de una taxista mujer.El camino sencillo es buscar cualquier estratagema posible para evitar el trabajo de transformarlos automatismos y sencillamente negar la mayor y seguir tranquilamente con tu vida.

El feminismo es algo liberador, revolucionario, imprescindible, prioritario y yo quería que almenos mi entorno inmediato estuviera concienciado sobre su importancia. Ser feminista no es unpasatiempo, consiste en ver el mundo de otra manera, ser feminista se parece más a hablar undeterminado idioma que, por ejemplo, a apoyar a un partido político. La comunicación fluye conquienes han tomado conciencia, aunque sea mínimamente, y se estanca con aquellos que estánsatisfechos con las cosas tal y como están. Así que si yo andaba predicando, era casi por cuestiónde supervivencia social; quería hablar la misma lengua con el máximo de personas posible.

Para eso tenía que captar la atención de la gente antes de que optasen por ignorarme, encuestión de segundos, justo antes de que se dieran cuenta de que los estaba metiendo en un terrenoemocionante, bello y repleto de aventuras pero un poco escarpado. La solución pasaba por jugarcon esa ventana de atención, quizá lo que tenía que hacer para concienciar a quienes me rodeabande lo importante que era el feminismo era comportarme como uno de esos captadores de socios delas ONG que te abordan por la calle y te dicen que se te ha caído la sonrisa. Ahora nos parece ungancho bastante cutre, pero durante algún tiempo funcionó.

Siempre me ha molestado mucho la palabra «feminazi». No puedo creer que se hayageneralizado como insulto y hasta los críos de diez años la usen, no puedo creer que les hayallegado la parodia: «feminazi», antes que el concepto: «feminista». Pero no me estaba funcionandodemasiado tratar de explicar que llamar «nazi» a un movimiento no violento que lucha por laigualdad y el bienestar de todos los seres humanos es ridículo. Normalmente me alteraba mucho,

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empezaba a vociferar, a citar a Silvia Federici y a gesticular hasta tirarle la copa a alguien.Acababan por llamarme feminazi.

Entonces escribí el diálogo sobre que Gandhi era demasiado pacifista. Alguien tan radicalmentepacifista que de puro pacifista resultaba violento, pacifinazi, fascifista, y ya de paso bastanteinfollable por sus estilismos.

Junté el gag del pacifinazi con otras situaciones en las que jugaba con el absurdo y escribí unaespecie de conferencia cómica y pedagógica en la que participarían un actor y una actriz, parainterpretar algunas situaciones cotidianas relacionadas con el machismo. De mi torpeza paracomunicar y convencer de manera directa, de la necesidad de usar trucos y llaves de judomentales para que no se notase mucho de qué estaba hablando, nació Feminismo para torpes. Unapequeña obra de teatro, una serie de vídeos y este libro, que son un intento de entrar sigilosamentepor la puerta de atrás de las mentes, saltándome todas las barreras que había encontrado antes.Concienciar a través del humor es como hacer el avioncito con una cuchara sobre la que en vez depuré de verduras hay justicia social.

Máscaras, trucos y disimulos

El humor, como los cuentos con moraleja, sirve para que se note un poco menos que estássermoneando a la gente. La fábula de La cigarra y la hormiga, donde la primera pasa el veranotomando el sol, bebiendo cócteles, procrastinando y tonteando en Tinder, mientras que la segundaguarda comida para el invierno, no hubiera funcionado igual de bien si se hubiera titulado«Ventajas de los planes de previsión e inversión a largo plazo para la productividad». Pasar lahistoria a bichos parlantes ayuda a que la gente se sienta un poco menos aludida y se abra almensaje.

A nadie le gusta que le pongan delante la evidencia, de manera demasiado cruda, la realidad esun asco, un lugar lleno de peligro, injusticia, cuotas de autónomos, jerséis con pelotillas, fracaso ydecepción; y está atravesada por todas partes de machismo, homofobia y racismo entre otras cosasespantosas y arbitrarias. Un buffet variado de terror y odio hacia el otro o la otra. Siempre hay un«nosotros» y un «otro». Mantener en relativa paz comunidades en las que haya diversidad pasapor tratar de comprender al otro, pasa por tratar de calmar nuestros miedos y prejuicios, o almenos hacer lo posible para contenerlos en público. Es decir, si no puedes evitar ser un miserableracista, por ejemplo, al menos haz lo posible por serlo en la intimidad de tu hogar. No delante detus hijos, eso sí. No querrás que sepan que eres un cretino violento, una especie de cacharroobsoleto que sigue funcionando por alguna razón. Por el bien de la humanidad, procura que tusideas venenosas se extingan en ti y no pasen a la siguiente generación.

Entre todas estas convenciones, la situación de preeminencia de los hombres está tannormalizada en tantos aspectos de la vida que es fácil hacerla pasar por algo natural, el feminismoestá para negar esa supuesta normalidad. En el polo opuesto al varón blanco, hetero y con poderadquisitivo del que hablamos sin parar, estaría una mujer no blanca, no heterosexual y pobre; elcolmo de la ausencia de privilegios, una persona que, en el mejor de los casos, discurre por lavida arrastrando una mochila de piedras y tiene todas las papeletas para ser agredida ydiscriminada de un millón de maneras posibles. Entre uno y otra hay toda una escala de lo másprivilegiado a lo más desfavorecido en la que nos distribuimos todos y todas. A veces somos más

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conscientes de nuestro lugar en la escala que otras y esta conciencia nos puede ayudar a fabricarfábulas como la de La cigarra y la hormiga, relatos con moraleja que atraviesen las barreras delos torpes, comodones y tibios para señalar privilegios o desigualdades que están menos a lavista.

Mi amigo Pablo es negro. Tanto él como yo somos madrileños, tenemos estudios superiores, elmismo nivel cultural, nos gusta ir a los mismos bares y a veces hemos ido de vacaciones juntos.Pero la vida es muy distinta para él porque existe el racismo estructural. En muchas ocasiones meha contado que la policía le presta más atención de la cuenta, que tiene que escuchar chistes que leponen las tripas del revés o que mucha gente hace presuposiciones sobre él, por ejemplo, que noes español. Pablo pone sobre la mesa casos concretos del racismo que impregna la sociedad, losque le atañen a él, a su entorno, a gente de otros países, los más leves, los más graves. El caso esque, desde que le conozco, jamás he visto a ninguno de sus interlocutores levantarse de la mesa ydecir «Ey, tío, yo no soy racista, así que no me cuentes tu vida porque no todos los blancosactuamos así». Nadie, ni el más prejuicioso, ni el menos realista, ni siquiera el más racista, seatrevía a negar la existencia del racismo en sí cuando una persona que no es blanca se loplanteaba cara a cara. Yo soy una mujer, pero cada vez que hablo de machismo una voz se alzapara cortarme, negarme o ridiculizarme con todas esas muletillas, con todas esas herramientasdefensivas que enumerábamos al principio.

¿Significa eso que la sociedad es menos racista que machista? Posiblemente no. Me temo quemuchas veces la atención que reciben las denuncias de Pablo no se debe a un respeto yreconocimiento sincero, sino a que el racismo explícito está peor visto que el machismo. Así que,por desgracia, la lectura no es que el racismo por fin esté desapareciendo, sino que se disimulamejor. Los prejuicios están ahí, pero quedan reprimidos por vergüenza; la contención no esprecisamente un comportamiento revolucionario que vaya a cambiar el mundo, solo es un disfraz;el objetivo es que no les haga falta disimular.

Sinceros o no, en los silencios que seguían al relato del racismo al menos no había resistenciatotal, sino una rendija por la que colarse en las cabecitas de los demás. Así que empecé a usarotro truco, el de trasladar las muletillas machistas, tan frecuentes, a muletillas racistas, tanbochornosas.

• Despreciar el feminismo porque no todos los hombres son maltratadores o violadores es tanestúpido como decir que el racismo no existe porque no todos los blancos son del Ku KluxKlan.

• ¿Cómo dices? ¿Que los hombres y las mujeres ocupamos lugares desiguales en la sociedadpor nuestras diferencias biológicas naturales e irrefutables? Adelante, atrévete a decir algoparecido sobre las diferentes etnias en público. Felicidades, ya eres un supremacistablanco.

• Decir que se puede ser tan radicalmente feminista como para rozar el fascismo es tanestúpido como decir que se puede ser demasiado antirracista, un talibán de la tolerancia,un violento terrorista de la fraternidad humana.

• Decir que el machismo no existe porque hay algunas jefas de Estado y de Gobierno y seis osiete tías al frente de algunas grandes empresas tecnológicas es como negar el racismo entodos los estratos de la sociedad porque en algún momento de la historia Obama llegó alpoder.

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La principal razón para no ser machista es la misma que para no ser racista. Es una razón de peso,irrebatible, tan clara y sencilla que está al alcance de cualquiera, no es necesario recurrir ahistorias con moraleja ni a chistes. La principal razón para no ser machista, racista, homófobo,tránsfobo es la firme voluntad de no ser una escoria repugnante.

Feminismo para torpes es un título pegadizo, pero no creo que sea la torpeza lo que frena elavance, ojalá. Cuando Pablo y yo contamos nuestras circunstancias, tan diferentes en algunascosas tan parecidas en otras, quienes están enfrente, arqueando la ceja en silencio o poniendopegas, no son unos patosos encantadores, sino un montón de gente que se resiste a reconocer queha tenido ciertos privilegios y se niega a ceder un ápice del terreno. Es agotador hacer elavioncito con la cuchara, inventar trucos para entrar como ladronas de bancos por algunacompuerta secreta a las cámaras acorazadas de la conciencia de estas personas. De momento mequedan fuerzas para seguir haciéndolo con las herramientas de las que dispongo. Afortunadamentepara todo el mundo lo que se me da bien son los chistes, no las armas químicas.

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6¿POR QUÉ ÍBAMOS A HACER CHISTES CON EL ABORTO?

Un hombre de aspecto rígido y nervioso entra en un edificio grande, intimidante, gris, entrecarcelario y ministerial, frío. Después de pasar por varios controles en los que le registran yhacen preguntas llega a un mostrador ocupado por dos mujeres.

HOMBRE: Hola, buenas tardes. Tengo cita para hacerme una vasectomía.MUJER 1 (en tono agrio): ¿Ha traído el informe de la psicóloga?HOMBRE: Sí, del psicólogo.MUJER 2: ¿Y de la jueza?HOMBRE: Sí, también, pero…MUJER 1: ¿Y el certificado de haber asistido a las charlas orientativas sobre sus derechos reproductivos?HOMBRE: …MUJER 1: No es obligatorio, pero la carta sellada de una sacerdotisa balinesa agiliza mucho los trámites,

aunque, claro, tampoco hay que precipitarse. Tiene que pensarlo bien, es una decisión importante.MUJER 2: Importantísima. Y habrá hablado con su familia, espero. Según las tablas de evaluación, con sus

ingresos anuales puede mantener a un hijo y medio. Supongo que está seguro de que bajo ningunacircunstancia le resulta posible mantener a un hijo y medio porque, en caso contrario, mi obligación moral esdecirle que está cometiendo un error.

MUJER 1: Uno coma cinco hijos podrían ser un ingeniero y medio. Se trata de vidas humanas, son vidashumanas valiosísimas las que tiene en estos momentos dentro de sus testículos, ¿sabe?

MUJER 2: O un presidente del Gobierno y medio.MUJER 1: Cientos, miles de presidentes del Gobierno, ingenieros, pediatras, pilotos de Fórmula 1, papas, el

espermatozoide que descubra la cura del cáncer o ¡columnistas!MUJER 2: ¡Ay dios mío, columnistas! ¿Pero es que no le hace ilusión tener las pelotas llenas de columnistas

inteligentísimos? ¿No se da cuenta? Hay futuro, hay vida dentro de sus cojones, hay profesionales demuchísimo talento. ¿Cómo va a decidir usted solo nada por el amor de dios? Esto lo vamos a tener quelegislar bien nosotras.

MUJER 1: Sí. Rotundamente sí.MUJER 2: Esto y las barbas.MUJER 1: ¿Qué dices?MUJER 2: Con tanta barba es imposible saber quién es guapo y quién es feo.MUJER 1: Qué manía tienes tú también de ser heterosexual, te tengo que decir.MUJER 2: Ya tía. Y que no se me pasa.

Ellas siguen hablando; el hombre, abatido, abandona el edificio en busca de una alternativapara su problema.

Para hacer chistes feministas hay que regular las dosis de amargura —la amargura tiene que estarahí porque el humor feminista está pegado a una realidad incómoda, injusta, sanguinolenta— y depedagogía —también tiene que estar porque a algunas les va la vida en que la cosa por fin seentienda—. En 2018 tuve que escribir un sketch sobre el aborto porque el tema estaba deactualidad. Dos mil dieciocho. ¿Puede haber una lucha feminista más vintage? ¿Puede haber una

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reivindicación que huela más a armario de sacristía cerrado durante siete siglos? ¿Puede haberalgo más deprimente que seguir volviendo una y otra vez a las conquistas de derechos de antañoporque hay lugares en los que todavía están por resolver? El derecho de las mujeres a decidirsobre su propio cuerpo estaba de actualidad en Argentina e Irlanda, porque allí las mujeres teníanque volver a levantarse para reclamarlo.

En Irlanda el derecho a elegir se ganó en un referéndum histórico. La ley abrió las puertas alaborto libre hasta las primeras doce semanas, o veinticuatro en caso de que madre o fetoestuvieran en peligro. Hasta aquel momento, además de jugarte la vida por abortarclandestinamente, te podían caer hasta catorce años de cárcel, la ley también perseguía a losprofesionales sanitarios que ayudaban a estas mujeres. El aborto estaba completamente prohibidoen todos los supuestos, incluso en casos de violación, malformaciones fetales o riesgo para lasalud de la madre. Importaba más la posibilidad de un bebé que la realidad de una mujer. Solo seintrodujo la excepción del riesgo de muerte cuando una mujer falleció por septicemia. Fue en elaño 2014. Mientras la Agencia Espacial Europea, por primera vez en la historia de la humanidad,hacía aterrizar una sonda en un cometa en movimiento, la legislación irlandesa seguía anclada enel medievo decidiendo sobre el cuerpo de las mujeres.

En Argentina el proyecto de ley, que se presentaba en el Congreso por séptima vez, llegó adebatirse por fin. Acabó ganando el miedo, el conservadurismo y la sinrazón, pero la sociedadentera no tuvo más remedio que escuchar a las mujeres en los medios y en las calles. La Ley deInterrupción Voluntaria del Embarazo dio el primer paso para salir adelante el 15 de junio de2018, tras una votación en la Cámara de los Diputados que concluyó con 129 votos a favor y 125en contra. Las manifestantes no se movieron de las calles durante las veintitrés horas que duró elproceso, el mundo entero las estaba mirando, tenían que estar presentes para que nadie perdierade vista lo que estaba en juego. Quién sabe cuántas de aquellas mujeres arrastraban historias comola de esta niña sin nombre de Buenos Aires que recoge un informe de Amnistía Internacional[12]:

En abril de 2014, efectores de salud del hospital Mariano y Luciano de la Vega del partido de Moreno en laProvincia de Buenos Aires, se negaron a realizar un aborto legal a una niña de 13 años embarazada comoconsecuencia de una violación por parte de su padrastro, con el argumento de que su realización pondríaen riesgo la salud de la niña, debido al avanzado estado gestacional y a su estado de salud delicado.Cuando la madre de la niña radicó la denuncia de violación no se le brindó un tratamiento integral comovíctima de violación sexual, ni le ofreció atención y contención psicológica; tampoco se solicitó laintervención al sistema de salud público, ni le brindó la información necesaria sobre su derecho a accedera un aborto no punible, incumpliéndose la aplicación de los protocolos de atención de violencia sexualvigentes en el territorio de la provincia. Además, todo el plantel del hospital Mariano y Luciano de la Vegase declaró objetor de conciencia, haciendo lugar a la objeción de conciencia institucional; dejando, de estamanera, a las mujeres desamparadas frente al servicio de salud.

En el informe hay mucho material de pesadilla como este. Nadie va a gestar sin querer gestar, sila ley te niega la soberanía sobre tu cuerpo, tú la reclamarás a la fuerza, a toda costa, poniendo enriesgo la vida. En 2016, cuarenta y tres abortos acabaron con la muerte de la madre. Lasargentinas daban la batalla en contra de los que ponen objeciones de conciencia para ayudar a unaniña convertida en mujer a puntapiés, los religiosos y los provida.

Pero ¿provida de quién? Lo primero que hay que hacer con los antiaborto es arrebatarles eltítulo de provida y reubicarlo en contextos en los que tenga más sentido. Provida, por ejemplo, esla gente de la ONG Open Arms que ha sacado de las aguas del Mediterráneo a más de 20.000personas que huían de sus países a la desesperada mientras los Gobiernos hacen como que este

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Holocausto playero no existe. ¿No sería estupendo que fueran estas personas las que pasaran a lahistoria como provida? Me parece un comportamiento rotundamente más a favor de la vidahumana que el de los senadores que, en la última votación, decidieron dejar a las mujeresargentinas con una ley del aborto de 1921.

El humor necesario

¿Qué puede importar un chiste en un contexto tan pavoroso como este? Yo pensaba que nodemasiado hasta que hablé con Julia Mengolini, periodista argentina y una de las representantes dela sociedad civil que intervino en la Cámara de Diputados durante el debate por el derecho alaborto libre. Nos conocimos durante su visita a Madrid en las fiestas de San Isidro, exactamenteun mes antes de la votación. Ella andaba fascinada por la erótica del traje regional madrileño, eltraje de chulapa, un artilugio del demonio que combina partes pegadas al cuerpo con otras ampliasy llenas de volantes, sacrificando en el proceso la movilidad de las rodillas, pero queefectivamente es bastante sexy. Allí, entre chulapas que se desplazaban a duras penas praderaarriba y abajo, contoneándose como Jessica Rabbit, o bebían y comían tendidas como sirenas enel césped entre latas de cerveza vacías y servilletas empapadas en grasa, me habló de la comediacomo arma mortífera.

«Existe una falacia sobre el derecho, o no, al aborto libre en Argentina y en todas partes: que esun debate entre dos posturas, pero no lo es. No hay, de un lado, una posición correcta y otraequivocada. En este caso, de un lado hay creencias, prejuicios, pensamiento mágico y, del otro,hay datos concretos y derechos fundamentales. Recuerdo a un pediatra que señalaba en un PowerPoint sus logros personales y profesionales. Su gran alegato era que, si a él le hubieran abortado,no habría podido hacer esas cosas. También a un senador —¡un senador de la nación!— quepublicó un poema en primera persona desde la perspectiva de un embrión que tenía muchas ganasde nacer y querer a su mamá», contaba Julia. Las mujeres por el derecho a decidir estabanponiendo sobre la mesa un tema crucial de salud pública, mientras que sus contrincantes escribíanpoemas desde la subjetividad de un pegote de células de cinco gramos. Ahora lo entendía, lesestaban dando los chistes hechos.

Los que pretendían que la ley no avanzase ponían en pie de igualdad los derechos de la mujer ylos del embrión. Pero «embrión» es una palabra muy fea, «feto» también, ¿«cigoto»? Puaj,impronunciable, demasiado científicas; y ya sabemos que quienes acostumbran a poner versos enboca de fusiones de gametos sin boca no son grandes entusiastas de la ciencia.

Mejor llamémoslo «bebito». La herramienta más tramposa y eficaz, el centro de su discurso, eltruco maestro, llamar «bebé» a lo que no es un bebé. Un discurso a favor de los derechos delsupuesto bebito es mucho más digerible que un discurso en contra de los derechos de las mujeres.«Es muy deshonesto, empezando por el hecho de que para el derecho civil penal, constitucional,un embrión no tiene el mismo estatus jurídico que un bebé. Pero a todo el mundo le conmueven losbebitos; ¿cómo no vas a estar a favor de los bebés?, ¿cómo no te van a enternecer? Estándiseñados para eso», decía Julia. Así que pusieron el foco en el bebito hasta el esperpento y másallá. Pegatinas de bebitos, pequeños bebitos de silicona colgando de los retrovisores, unespeluznante bebito de cartón piedra de tres metros transportado a hombros de variosmanifestantes por las calles de Buenos Aires. Un gigantesco feto de diez semanas de desarrollo

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muy realista, excepto por el pequeño detalle de que alrededor de él le faltaba toda la parte de lamujer gestante con derechos y capacidad de decisión imprescindible para su existencia. La mujernecesaria para que el feto se convierta en ingeniero.

Los conservadores tienen cierta obsesión con el futuro profesional de los cigotos. Nunca lesauguran ocupaciones en el sector servicios. Los bebitos siempre están destinados a superar elsalario medio interprofesional. Para querer salvarle la vida a alguien tienen que imaginárselollevando una corbatita. Mejor ni pensar que el cigoto cuyo desarrollo completo se pretendeasegurar acabe siendo profesor de yoga, cantante de trap o imitador de Liza Minelli en un club dedrag queens. El futuro de la criatura por nacer, sea el que sea, tiene que ser el tema central; asíevitan hablar del futuro de la mujer o la niña que lo lleva dentro, de cómo mantendrá su salud o sutrabajo, de la magnitud de su trauma si el embarazo es fruto de una violación, de si podrápermitirse la baja laboral que exige la gestación y la lactancia, o el precio emocional que conllevaentregarlo en adopción.

A los provida tampoco les gusta demasiado hablar del pasado de esas mujeres o niñas, eslógico, porque los que están a favor del bebito son los mismos que están en contra de la educaciónsexual y del reparto de anticonceptivos. Mientras hablan de cigotos ingenieros aeronáuticos secallan sus verdaderos pensamientos: no es tanto la pasión por el bebito lo que les mueve como laconcepción conservadora y contaminada de religión del sexo. Se trata de personas aterradas porla sexualidad libre de las mujeres, que buscan negarla, disciplinarla y, por último, castigarla. Bajosu punto de vista, el cuerpo de las mujeres no es del todo suyo, es una especie de espaciosemipúblico sujeto a regulación externa, por eso es tan fácil para los enemigos del derecho adecidir minimizar la gestación como si fuera un trámite sin importancia. «Salvemos las dosvidas», dicen, refiriéndose a la de la mujer y la del feto, pero esto no solo es un asunto demortalidad, sino también de voluntad. Una vida tiene que pasar cierto tiempo dentro de la otra.

En su libro Reacción, la guerra no declarada contra las mujeres, Susan Faludi habla de losataques producidos contra los movimientos de igualdad de las mujeres en los años ochenta, sobretodo en Estados Unidos. En ese momento hubo un resurgimiento violento de los movimientosantiabortistas.

En 1800 el aborto era legal en todos los estados y la opinión popular acerca del tema eramayoritariamente neutral. Fue solo hacia la mitad del siglo, con el surgimiento de los movimientos por losderechos de las mujeres cuando el aborto se convirtió en un campo de batalla. A medida que las mujeresreclamaban mínimos derechos relativos a la planificación familiar como la “maternidad voluntaria” —queproponía que las esposas pudieran rechazar tener sexo con sus maridos ocasionalmente por razones desalud—, médicos, legisladores, periodistas y religiosos contraatacaron con una campaña extrema contratodas las formas de control de la natalidad. […]

Parece inevitable que hasta los esfuerzos más modestos de las mujeres para controlar su fertilidaddesatan la tormenta en la oposición. Todas las aspiraciones de las mujeres —relacionadas con laeducación, el trabajo o cualquier forma de autodeterminación— descansan en último término en sucapacidad para decidir si tienen hijos y cuándo. Por este motivo, la libertad reproductiva ha sido siempreel tema más popular en cada una de las sucesivas agendas feministas y el más duramente atacado por losmovimientos de reacción[13].

No es el bebito, no es el amor por la vida hasta en sus formas más primigenias, ni siquiera es lareligión, es el terror a que las mujeres sean plenamente dueñas de su sexualidad y sus destinos.Siempre son los más conservadores los que vuelven al tema. Su preocupación no es la extinciónde la especie humana, sino la libertad. En España el aborto se despenalizó en 1985 con una ley

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que contemplaba tres supuestos. La mujer podía abortar legalmente en cualquier momento si elembarazo suponía riesgo grave para su vida; si había sido violada, hasta las doce semanas degestación y si el feto tenía malformaciones físicas o psíquicas graves, hasta las veintidós semanas.Esta ley se reformó en 2010 para garantizar los derechos sexuales y reproductivos de las mujeresestablecidos por la Organización Mundial de la Salud. Hoy en día las mujeres españolas podemostomar la decisión de abortar legalmente hasta la semana catorce de gestación y hasta la veintidósen caso de riesgo para la salud de la madre o el feto. Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justiciadel Gobierno del Partido Popular, presentó un anteproyecto de ley para volver a la de 1985 nadamás tomar posesión de su cargo, solo dos años después de la reforma. La respuesta delmovimiento feminista fue El tren de la libertad, la mayor manifestación en favor de los derechosde las mujeres hasta la fecha, que el 1 de febrero de 2014 desbordó Madrid, colapsó lostransportes desde todos los puntos de España, provocó movilizaciones de apoyo en Edimburgo,Roma, París o Buenos Aires y acabó por hacer dimitir a Gallardón.

No conviene jugar a los viajes en el tiempo con los avances conquistados. Estaría bien queotros políticos como Pablo Casado, secretario general del PP, o Santiago Abascal, líder delpartido de ultraderecha VOX, que también han manifestado su intención de hacer retroceder losderechos de la mujer sobre su cuerpo, recordaran aquellas riadas de manifestantes.

El chiste de la vasectomía definitivamente puede mejorarse, la idea de hablar de los derechosde los fetos obviando a quien tiene que gestarlos es material cómico de primera, puro MontyPyton. En un lado de la escena tendríamos a la mujer, una ciudadana de pleno derecho, unapersona plenamente formada con pelo, uñas, cerebro, un pasado a sus espaldas. Pongamos que setrata de una mujer adulta, muchas de las que se encuentran en la situación de tomar esta decisiónno son mayores de edad, pero no queremos que el chiste nos quede demasiado negro. En el otrolado de la escena un pegote de células ocupa una placa de Petri. Está quietecito y callado comocorresponde a los pegotes de células, pero a su alrededor un grupo de personas, la mayoríahombres, algunos políticos, otros médicos, otros todo lo anterior y además creyentes, otroscreyentes profesionales que han hecho voto de castidad, mucha toga, corbata y alzacuellos, ya oshacéis una idea, actúan como representantes conscientes del pegote de células.

Hay muchas razones por las que una mujer puede rechazar la idea de gestar un feto hasta que seconvierta primero en un bebé independiente y luego, en director de cuentas de una multinacional.Puede estar en peligro su salud o la de la criatura, puede haber sido violada o no haber recibidoninguna educación sexual o en el caso de haberla recibido, puede que los métodos anticonceptivoshayan fallado. El pegote de células sigue sin decir nada, sus defensores insisten en referirse a élcomo «el bebito» y en tratar de ponerle diminutos lazos, pañales y gorritos con muchasdificultades; de vez en cuando uno de ellos agita un sonajero delante del punto en el que, en algúnmomento del desarrollo, le crecerá una pequeña y adorable nariz. La mujer continúa: «No puedomantenerlo», «Perderé mi trabajo si llego al punto de darlo a luz», «No puedo ni siquieramantenerme yo». Los señores, enloquecidos ya, no la escuchan, vociferan: «Viva la vida». Ellaresponde: «Pero, un momento, viva la vida ¿de quién?».

Es muy sencillo hacer un Derecho al Aborto para Torpes, hasta un cigoto entendería la moralejadel chiste. Los argumentos de una mujer para no querer llevar a término un embarazo siempre sonmás válidos que las creencias de quienes no se han visto en una situación similar ni se veránjamás. Cuando los antiaborto se ponen en plan resolutivo, contemplan como salida entregar albebé en adopción, como si los nueve meses de gestación y el parto fueran un engorro asumible,una anécdota dentro del gran milagro de la creación. Ninguna mujer quiere abortar, el aborto no es

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una actividad que se encuentre en el terreno de los deseos, sino en el de las opciones; y quienelige esa opción la llevará adelante, aunque no sea de forma legal ni segura.

El chiste de la vasectomía, con las dos administrativas sufriendo por los bebitos que ese señoralberga en sus prodigiosas pelotas y que acaban pereciendo en un kleenex acartonado debajo desu cama, no queda tan lejos de los argumentos que se manejaron en el tiempo que duró el debatede la despenalización. Los que estaban en contra eran capaces de derrochar toda la capacidadimaginativa que hiciera falta para empatizar con el embrión antes que con la mujer.

«Las mujeres abortamos en la clandestinidad, las mujeres de las clases populares lo hacenponiendo en riesgo su salud y su vida», dijo Julia Mengolini en su intervención en el Congreso.Otra vez, todas las que haga falta repetirlo. No habló de creencias, ni de interpretaciones ni deprejuicios, no habló del supuesto gran trauma que le provoca a una mujer abortar en comparacióncon gestar y parir un hijo no deseado, no lo hizo porque no hay cifras ni hechos que apoyen esascuestiones, no conviene perder la energía en cuentos sentimentaloides cuando hay problemas quesolucionar.

Como sucede en tantas ocasiones, la razón perdió. Por 38 votos negativos y 31 a favor, laCámara Alta bloqueó el proyecto de aborto legal en agosto de 2018. El Senado argentino le dio laespalda a la razón, al clamor popular, a la dignidad de las mujeres. Les hizo falta muchaimaginación a los que estaban allí dentro decidiendo. Imaginaban que respondían ante un entesuperior, imaginaban que los cigotos son niños, su imaginación llegaba tan lejos que hastaimaginaban que la educación sexual en su país es suficiente y los anticonceptivos, infalibles. Tanpoderosa fue su capacidad imaginativa que les llevó a un lugar de fantasía en el que las mujeresde 2018 gestionaban sus cuerpos con leyes de 1921.

El 15 de junio de 2018 en la madrileña pradera de San Isidro, Julia Mengolini me contaba quesu militancia había sido castigada con muchos insultos en los medios y premiada con muchapurpurina verde en las calles. El verde había sido el color del apoyo a la libre elección en lasmanifestaciones, las redes sociales y los medios. El extra de glitter se lo daban las pibas, aquellaera una revolución joven y brillante, protagonizada por adolescentes que velaban en las calles oque hablaban en el Congreso.

El humor en esta lucha es esa purpurina sobre verde. Una pátina brillante sobre el razonamientoque lo hace aún más visible, más difícil de ignorar, un toque de orgullo, una chanza al enemigo, undejarse llevar por el goce de tener razón y ponerle al discurso un toque decorativo.

Las chulapas que nos rodeaban a Julia y a mí aquel día en Madrid eran un poco más dueñas desus cuerpos enfundados en trajes regionales que las argentinas. Puede que si alguien les explicaraa los provida de una vez por todas que es posible que el bebito no acabe siendo consultor en PriceWaterhouse Coopers, sino humorista feminista, entrarían en razón de una vez por todas.

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¡MUJER, HAZ COSAS!

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7PARA QUE NO TE VIOLEN, SIGUE LOS CONSEJOS DEL

MINISTERIO DEL INTERIOR

Hermana, yo sí te creo. ¿En serio? ¿Y eso por qué? ¿Por qué vas a creer a una desconocida? Nisiquiera sabes cómo era la chica o su nombre. ¿No tienes dudas? ¿Acaso el feminismo es unaespecie de secta? ¿Por qué te apresuras tanto a posicionarte? ¿Insinúas que se debe dar créditoautomáticamente a toda mujer que denuncia una violación solo por el hecho de ser mujer? ¿Es queestabas presente en ese portal de Pamplona donde cinco hombres supuestamente violaron a unachica? Lee la sentencia, en la sentencia las cosas no están tan claras… Fuimos tantas y tantosquienes entonamos el «Yo sí te creo» durante las manifestaciones para mostrar nuestro rechazo alcomportamiento de los jueces del caso de La Manada que parecía algo inapelable, pero no lo era.Desde muchos frentes se trataba de ridiculizar y empequeñecer. Un murmullo constante, fuerte yantiguo nos preguntaba cómo estábamos tan seguras de esta chica a la que tan firmementedefendíamos. Un buen amigo periodista, bien informado, sensible y razonable, me dijo que leparecía infantil convertir el asunto en una cuestión de verosimilitud de relatos, en creer o no creer,cuando existía un sistema que impartía justicia basándose en pruebas y hechos comprobables.«Ella no necesita que creamos su historia, necesita que se aplique la justicia de maneraimparcial». Este que planteaba mi amigo sería un buen mundo en el que vivir. Desgraciadamenteno es el nuestro.

En nuestro mundo, a uno de los jueces que instruyó el caso, cinco hombres turnándose parapenetrar y grabar a una chica paralizada en el cuarto de las basuras, le parece una fiesta, un«jolgorio sexual»[14], le añades a la escena una botella de vino y un plato de espagueti conalbóndigas y tienes La dama y el vagabundo. En nuestro mundo, el policía municipal que recogióla denuncia por violación no anotó que la habían grabado contra su voluntad porque no le parecióimportante. En este juicio celebrado en nuestro desastroso mundo, se admitieron a trámite lasinvestigaciones de un detective con objeto de evaluar si la chica se estaba comportando como unabuena violada. Una web de nuestro mundo Forocoches, difundió los datos personales de lavíctima y algún que otro triste periodicucho como La Tribuna de Cartagena se hizo eco, paratratar de rascar clics de manera miserable. En nuestro mundo, La Manada tenía un club de fans enFacebook. Nuestro mundo está tan intoxicado de machismo individual e institucional que en loscasos de violación, maltrato dentro de la pareja y abuso, las costumbres de la víctima importanmás que las de los agresores. Qué llevaba puesto, por qué no denunció a ese novio que acabó porrajarle el cuello, por qué no habló hace años de ese productor de cine. De mil maneras, desde millugares, la estructura completa nos dice: «Yo no te creo».

No éramos idiotas por creer a una mujer sin nombre, todo lo contrario, el juicio de La Manadanos pilló con los ojos demasiado abiertos. Esta vez íbamos a servir de contrapeso al constante«Yo no te creo». Tanto distorsiona el machismo la visión de las agresiones sexuales, el papel de la

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víctima y el del agresor, que, como dice la periodista Isabel Valdés en su imprescindible librosobre el caso de La Manada, Violadas o muertas, ni siquiera los violadores sabían que estabanviolando[15]. Prenda, Boza, Cabezuelo, Guerrero y Escudero eran cinco chicos normales que sehabían criado respirando el aire enrarecido de la cultura de la violación.

La cultura de la violación

¿Qué es cultura de la violación me preguntas clavando tu comentario misógino de mierda en mimuro de Facebook? Cultura de la violación, eres tú. Esta denominación fue acuñada por elfeminismo de los setenta, es el conjunto de comportamientos que crean un clima de normalizaciónde las agresiones sexuales, ya sea culpando a la víctima o argumentando que el deseo de loshombres es difícilmente controlable. Se manifiesta de maneras muy brutales, como la sentenciaque vio abuso y no violación en el caso de La Manada, para venir a descubrirnos una especie dedisparatado gris legal que sostiene algo así como que te pueden violar un poco, y también demaneras sutiles.

Cultura de la violación sutil es, por ejemplo, cómo en el cotorreo sobre el caso en medios yredes sociales se insistía en algunos detalles y se omitían otros. Reportaje tras reportaje, tuit trastuit, a todo volumen, se repetía que la chica besó a Ángel Boza y entró por su propia voluntad enel portal. Por otro lado, poquísimas reflexiones se detenían en que la chica tenía la mayoría deedad recién cumplida y en que ellos no usaron condón. ¿Cómo podía trascender tan poco que ellano era legalmente una niña solo por meses? La gente de dieciocho años que conozco son adultoslegalmente pero cachorros desorientados para casi cualquier aspecto de la vida práctica. ¿Cómopodía resultar irrelevante que sin usar protección estaban atentando, no solo contra su integridadfísica y su voluntad, sino contra su salud? ¿En qué mundo estos detalles quedaban en segundoplano? ¿En qué mundo, despiadado? Exacto, en el nuestro, contaminado de cabo a rabo por lacultura de la violación y su sistema de creencias. Allá van algunas:

• Las tetas y el respeto. Relacionar lo que lleva una mujer con lo que le pasa en la vida esde primero de machismo. Que las mujeres somos las guardianas de nuestra honestidad yque es lo más preciado que tenemos, te puede parecer una idea sacada de un libro de JaneAusten, pero en realidad sigue muy presente. Respeto por una misma y tetas siguen siendodos conceptos que en el caso de las mujeres se escuchan unidos. «No te haces valer», «Sino te respetas tú misma, ¿quién te va a respetar?», «Ponerte esa falda en clase es una faltade respeto hacia el profesor». Los centímetros de piel a la vista y tu valor como serhumano están ligados por misteriosos vínculos. Es un recurso muy útil cuando quierenecharte la culpa a ti y tu desafortunada elección de vestuario de lo que hacen ellos.

• Para que no te violen, procura seguir los consejos del Ministerio del Interior. Nunca telo dirán así, la cultura de la violación, igual que tantos otros aspectos del patriarcado, esuna cabrona sigilosa que se mete de puntillas en tu manera de entender el mundo conmecanismos más finos. Este mensaje te lo van a transmitir poco a poco desde tu casa, lasociedad y las instituciones. El Ministerio del Interior te apelará a ti y no a los violadoresen las campañas, tus padres te dirán que no te pongas ciertas cosas ni vayas por ciertoslugares a ciertas horas para no dar pie TÚ a que te suceda ALGO. Cuando empieces a leer

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noticias en los periódicos sobre malos tratos y agresiones sexuales encontrarás muchosdetalles sobre la víctima, sus costumbres, si denunció o no, si había estado bebiendo conel agresor o no, si se conocían… y muy pocos sobre los delincuentes. Esto sucede inclusodespués de muertas, especialmente después de muertas. A las víctimas de violenciamachista se las radiografía como si estuviera entre sus características y comportamientos—y no en los de su agresor— la razón de su destino.

• La violencia es sexy. El porno en Internet, gratis y de fácil acceso, se ha convertido en laescuela sexual de chicos y chicas. Ochenta y un millones de personas visitan al díaPornhub[16], una de las mayores webs de porno gratis del mundo, la mayoría son hombres,por lo tanto los contenidos están dirigidos a ellos. Te costará encontrar cualquierinteracción decente con un clítoris —esta es es una cruzada personal en la que abundarémás adelante—. Lo que sí encontrarás, tú y tu sobrino de once años, es a mujeresneumáticas, jovencísimas, tan depiladas que sus genitales parecen una escultura de JeffKoons en medio de variadas situaciones violentas. Confieso que he sido una consumidoraferoz de porno, hasta que empecé a tomar conciencia de en qué medida sus usos ycostumbres se estaban colando en la realidad de las relaciones y eran bastanteincompatibles con el feminismo. Es imposible masturbarse cuando la vocecita de KateMillett en tu cabeza no deja de repetirte que «lo personal es político». En todos esosminutos de contenido audiovisual he visto muchas cosas, pero jamás he visto a un actorporno sollozar. A ellas las he visto recibir bofetadas, llorar, atragantarse, fingir serforzadas de mil maneras distintas, fingir que se niegan a tener relaciones sexuales paraluego fingir que les gusta… Se repiten las situaciones en las que se presenta la violacióncomo un juego excitante. El malestar de las mujeres es opcional, está en el menú; eso sí, elplacer de los hombres es imperativo.

• El consentimiento sexual es algo muy confuso. No, no lo es, la cultura de la violación loha convertido en algo confuso contándonos que para los hombres es difícil contener susdeseos sexuales y que las mujeres somos en gran parte responsables de cómo ellos secomporten sobre nuestros cuerpos. La mujer víctima no es totalmente víctima, el hombreculpable no es totalmente culpable. La combinación de estas dos creencias es letal, encuanto eliminamos una de ellas, el consentimiento empieza a estar más claro para quienesno lo acaban de ver. Eliminemos el factor mujer, sustituyámoslo por un hombre que viajasolo, que se quita la camiseta en un concierto en una noche de agosto, que lleva talborrachera que pasa la noche tirado en un banco, sube voluntariamente a casa de un amigogay, entra a cualquier espacio cerrado con un desconocido. En la vida de un hombre estasconductas se llaman ser joven. Para las mujeres son excesos de deshinibición, temeridadesque pueden ser castigadas.

El «sí de las mujeres»

Las cosas están así, las gafas patriarcales, de algunos, de muchos, están tan mugrientas ychorreantes que lo ven todo al revés. Esto es grave en términos generales, pero cuando quienesperciben el mundo a través de este filtro son los que imparten justicia es directamente terrorífico.Precisamente para acotar la interpretación de los jueces, para poner a raya su sesgo machista,

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Carmen Calvo, vicepresidenta y ministra de Igualdad, abrió el debate para reformar el CódigoPenal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal; su propuesta: «Si una mujer no dice sí expresamente,todo lo demás es no». Si una ley así hubiera estado vigente, habrían condenado a los chicos de LaManada por violación, no por abuso.

Y de repente tuiteros, columnistas, youtubers, usuarios anónimos de toda red social y de todopelaje, miembros de tu grupo de WhatsApp de primos, compañeros de trabajo, jugadores de laliga de fútbol sala, Internet entero se pone a hablar del consentimiento sexual. Todos los que hastaeste momento habían continuado ocupándose tranquilamente de sus asuntos cuando leían en losperiódicos que en España se denuncia una violación cada pocas horas[17], ahora estándesquiciados, debaten enfervorecidamente; ¡era esto lo que hacía falta para que les interesara eltema! Por fin están realmente preocupados, preocupadísimos, inquietos y confundidos, corriendode un lado para otro, echándose las manos a la cabeza, pero no a causa de la justicia patriarcal, nisiquiera de las violaciones. A ellos lo que les preocupa es el fin de la magia, el principio de unaera de cuestionarios robóticos sin romanticismo ni insinuaciones ni dobles sentidos. La sensaciónde tener que follar ante notario, la idea de una distopía sin «en tu casa o en la mía», sin «¿entrasconmigo y te quedas a desayunar?», sin «¿me vas a dejar contar cuántos lunares tienes?». De quésirve regular por ley que solo sí es sí en un país con más de mil denuncias por violación al año sipor el camino te llevas por delante el ambiguo y misterioso juego de seducción de tíos a los queun «no» les suena como un «sí» y un «sí» les parece una ordinariez.

Con ley sobre consentimiento explícito o sin ella, la clave para ser un ciudadano ejemplar está,entre otras cosas, en no follarse jamás a alguien que no es capaz de darte una respuesta firmesobre si quiere follar contigo o no. Si a todos esos hombres que andan compartiendo memes confalsos documentos de consentimiento sexual les resulta demasiado complicado y restrictivoobtener un «sí» de la persona que va a acostarse con ellos, quizá deberían volver a hacer elcursillo de «no es no».

El 35 por ciento[18] de las mujeres hemos sufrido violencia sexual. No dispongo deestadísticas sobre el número de hombres que se quedan supertristes y frustrados por no echar elpolvo que pretendían echar, pero el número de mujeres que lo hacen contra su voluntad es bastantealarmante. Lo preocupante es que la cultura de la violación en todas sus manifestaciones perversasestá tan arraigada en nuestras mentalidades que hasta es capaz de hacerles ver una solución comoun problema.

Las personas que gritábamos «yo sí te creo», en aquellas manifestaciones, no estábamosprotestando solo contra una sentencia dictada en un tribunal de Navarra, estábamos luchando paracambiar una cultura completa, un sistema de creencias más resistente que las cucarachas. Iba ahacer falta tiempo y esfuerzo, pedagogía, resistencia, acciones políticas e individuales.

La mañana siguiente a una de aquellas marchas en las que mujeres y hombres colapsamos elcentro de Madrid contra la cultura de la violación, paseaba por mi barrio cuando escuché lasvoces de un programa de radio a través de la ventana enrejada de un piso bajo. «Es muyirresponsable meterse en un portal con cinco desconocidos», decía un señor, claro. Fuera denuestra burbuja, seguía sin entenderse nada. Pensamientos en blanco y negro campaban a susanchas por todas partes, se me hizo añicos el optimismo. Entonces apareció ella para rescatarmecaminando hacia mí desde el otro lado de la calle. Era una chica de diecinueve o veinte añosmulata con un sobrepeso prodigiosamente distribuido, rebosando por todas partes de un sujetadorpush up, una camiseta de rejilla y una falda vaquera hasta la ingle, saliéndose de todas las prendasy todos los cánones establecidos. Llevaba un borrón morado en la mejilla. Se le habría

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complicado el fin de la manifestación y se habría ido con sus amigas a disfrutar de la adrenalina ybeberse la vida a tragos. Iba contenta, orgullosa, relajada, con una resaca como un camión de doceruedas, medio en pelotas, feliz, tomando posesión de la calle, del mundo y del futuro a paso lentoy firme. Me sonrió, supongo que porque yo le sonreía a ella. «Tranquila», parecía decirme,«tranquila, hermana, aquí está tu manada».

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8NO SEAS AGRESIVA Y NO TE HAGAS LA VÍCTIMA

Un hombre de mediana edad, con traje y corbata, visiblemente agobiado, camina por una oficinahacia la puerta de un despacho. En la puerta hay un cartel: Patriarchy Account Manager, el hombrellama con los nudillos.

PATRIARCHY ACCOUNT MANAGER: Adelante. Hombre, Gutiérrez, siéntate.GUTIÉRREZ: Hola, buenas.P.A.M.: ¿Qué me cuentas?GUTIÉRREZ: Desde que estoy en Recursos Humanos, he observado que parte del personal, más o menos la

mitad, cobra un 24 por ciento menos que la otra mitad.P.A.M.: Hombre Gutiérrez, eso dependerá de la categoría profesional, digo yo.GUTIÉRREZ: No, no, eso es lo que me extraña. Ocurre dentro de cada rango. Hay personas haciendo el mismo

trabajo por bastante más dinero que otras, según… bueno, según una característica arbitraria.P.A.M.: Arranca, Gutiérrez.GUTIÉRREZ: Los calvos, jefe.P.A.M.: ¿Cómo?GUTIÉRREZ: Los calvos estamos cobrando un 24 por ciento menos de media que la gente que no tiene

problemas de alopecia.P.A.M.: Bueno, algo me había llegado, para qué te voy a mentir. Pero sobre esas cifras de las que me hablas hay

discrepancias; ¿las puedes demostrar? ¿En qué te basas?GUTIÉRREZ: Me baso en las matemáticas. Sí, las puedo demostrar. Los calvos de esta empresa estamos

cobrando entre un 20 y un 24 por ciento menos.P.A.M.: Ya, joder, reconoce que sois menos agresivos, os falta autoestima, bueno por, por lo de…, bueno…, lo

vuestro. Que sois gente muy intuitiva, ¿eh?; y muy sensible, a mí me encanta teneros en mis equipos. Pero,coño, Gutiérrez, reconoce que os falta empuje y en este trabajo yo quiero garra. Tú, por ejemplo, no le hasechado cojones para entrar en mi despacho a decirme esto hasta ahora.

GUTIÉRREZ: Porque solo te relacionas con no calvos. Y solo asciendes a no calvos.P.A.M.: Oye, ¿no te estarás victimizando? Tienes un sueldo decente, tienes moscosos, tienes una situación

buenísima comparada con otros. ¿Tú sabes en qué circunstancias están los calvos en otros países? Los de lasminas de coltán por ejemplo. Me parece una frivolidad que vengas a quejarte de tus problemas de blanco,capitalista y eurocalvo estando como están las cosas por ahí. Tú a tu techo de cristal y a tu brecha salarial,pero si aquí estás como quieres. Además eres padre, tendrás otras prioridades que no sean promocionar.

GUTIÉRREZ: Bonilla también es padre y le acabas de ascender.P.A.M.: Bonilla tiene un melenón.GUTIÉRREZ: Eres un hijo de puta.P.A.M.: ¿Ves? Ya te estás poniendo agresivo. Si pierdes las formas, ya pierdes la razón.

Confío mucho en la efectividad de trasladar las situaciones a señores, cuando sacas a las mujeresde la ecuación y pones de ejemplo a dos señores que son efectivamente iguales, iguales sinmatices, iguales en lo más profundo del subconsciente de cualquiera, se ve mucho más clara laarbitrariedad, el reparto injusto de poder y de tareas. El cerebro empieza a operar con la partereservada a los señores. ¿Quién no va a empatizar con los señores?

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Un señor blanco, hetero, oficinista es la medida de todas las cosas, es el hombre de Vitruvio.Para hablar de justicia resulta muy útil ponerle enfrente a otro equivalente a él, es la mejor manerade entender la arbitrariedad de las desigualdades, repartiéndolas entre dos sujetos que han nacidoiguales. Pero los hombres y las mujeres también, ¿no? Desde luego, pero si en esta escenaGutiérrez hubiera sido una mujer, posiblemente nuestros prejuicios se hubieran despertado comoun veterano de Irak traumatizado y hubieran empezado a vociferar: «Pero puede querer ser madre,eso es una ruina para la empresa», «Pero es verdad que somos menos ambiciosas», «Pero esosnúmeros, ¿de dónde los saca?». No eres tú, son los años de educación machista y socialización degénero los que hablan.

Para nosotras, revolvernos es un poco más complicado que para Gutiérrez, el bueno deGutiérrez, yo me lo imagino robusto, bajito y atractivo, como Jason Statham. Si ponemos encimade la mesa los números de la violencia machista, nos estamos victimizando; cuando denunciamos,exageramos; cuando nos matan, teníamos que haber denunciado y, cuando criticamos el porno,estamos negando la libertad sexual por la que tanto vociferábamos hace unos años. ¿Qué queréis,plastas? Si hablamos con demasiada vehemencia de lo que nos preocupa o nos manifestamos oconvocamos una huelga, estamos exagerando y siendo demasiado agresivas, lo estamosexplicando todo mal, perdemos las formas y, por lo tanto, la razón.

El desvictimizador de víctimas

Corría 2009 o 2010, en los medios no se hablaba apenas de acoso callejero y faltaban muchosaños para el #Metoo. Estaba cenando en un bar de Madrid con mi pandilla cuando a mi buenaamiga Allegra se le cayeron las llaves del bolsillo del abrigo, se las recogí y me las coloqué conlas puntas sobresaliendo entre los dedos. Allegra reconoció el gesto y se rió, ella tambiénacostumbraba a improvisar esa misma arma de autodefensa cuando entraba sola de noche en suportal de Lavapiés, solo que colocaba la llave del cerrojo en el centro porque tenía la sensaciónde que era mucho más letal que las demás. Estuvimos un rato hablando, ella, otras dos amigas quetambién tenían sus propias maniobras ninja de andar por casa, y yo. Todas nos habíamos llevadoalgún susto del que habíamos logrado salir por patas o pegando gritos, ninguna nos veíamossacándole un ojo a nadie llegado el momento, pero al menos hacíamos el intento triste deintimidar. Después de un rato de charla reparamos en que Juan, el novio de Allegra y a día de hoysu orgulloso marido, escuchaba perplejo. Ella nunca hacía nada semejante cuando llegaban a casajuntos por tarde que fuera. Era la primera noticia que tenía de aquel uso alternativo de las llavesque para la persona con la que compartía su vida era tan natural. Ir por la calle de noche como elputo Lobezno formaba parte de nuestro universo, pero no del suyo. Transitar la noche con miedo ybuscar estratagemas para calmarlo era un lugar común en nuestro idioma, el de Allegra, una mujeroriginaria del norte de Italia, el mío, nacida y criada en el madrileño barrio de Usera y el de lasdemás mujeres presentes.

Yo no he tenido que probar mi pericia con el puño americano de llaves. No he tenido quecambiar de número de teléfono porque un tipo no dejaba de llamarme, ni de casa porque no dejabade seguirme, nunca me han violado, nadie me ha dado una paliza, nunca he tenido que salircorriendo de noche para salvar la vida, no he acabado en una zanja, ni en el maletero de un coche,ni en un vertedero, ni en el fondo del mar, mis padres no han tenido que buscar, desesperados, mi

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cuerpo durante meses; nunca ha salido en las noticias una foto mía sonriente mientras una voz enoff relata dónde se me vio por última vez. Yo soy una privilegiada, pero aun así estoy preparadapara que todas esas cosas me pasen. No es que sepa que esas cosas pasan, no, es que estoyentrenada como un marine para que me pasen.

¿Sabes qué? Tú también lo estás, por eso conviertes tus llaves en puñales, eliges el lado másiluminado de la calle, preguntas a tus amigas cómo han llegado, si han llegado, se te cierra lagarganta si tardan en contestar, entras y sales de los portales escrutando los rincones oscuros y lassalidas como Jason Bourne, te piensas mil veces si viajar sola o no a ciertos lugares y, si lo haces,evitas ciertas zonas, te piensas mil, diez mil veces si irte con un tipo simpatiquísimo que te tienecachonda como un mandril adolescente por si resulta no ser lo que parece y la cosa acaba conalguien diciendo en un periódico que subiste a su casa sin pensártelo demasiado.

No tenemos automatizados todos estos comportamientos porque hayamos naturalizado el papelde víctimas o potenciales víctimas, sino porque tenemos ojos y oídos y somos mujeres. Antes deque tuviéramos capacidad de ver y asimilar las cifras de violencia en las noticias, nuestrospadres, nuestras madres y nuestras amigas ya nos habían advertido: «No vayas sola, llama cuandollegues, no camines por aquí, no te defiendas, podría ser peor».

En marzo de 2018 un grupo de veintiocho mujeres entre las que había científicas, políticas,escritoras o galeristas, firmaron un manifiesto llamado «No nacemos víctimas»[19]. Entre lasfirmantes curiosamente no había ninguna que, por ejemplo, se dedicara a recoger fresas en Huelva.Qué cosas. Con este manifiesto pretendían distanciarse del tono victimista que según ellascaracteriza el feminismo actual. Argumentaban que las mujeres en España somos ciudadanas depleno derecho y disfrutamos de plena libertad para elegir cualquier carrera y desarrollarla. Eldestino está en nuestras manos. Fin de la lucha, por fin podemos descansar y dedicarnos a vertodas esas series que tenemos pendientes en el sofá cepillando al gato. Lo logramos.

No es broma, queda trabajo. Mucho. Pero no me apetece señalarlas a ellas, veintiocho personasson una gota de agua en el océano de multitudes que opinan lo mismo. Que no hay que hablarmucho más de la estructura violenta y opresiva, no vaya a ser que nos pasemos de quejicas.Aunque todo lo que tenemos, cada derecho, cada sutil viraje en la mentalidad colectiva, se deba aque nos hemos quejado. Este manifiesto solo articulaba una creencia muy extendida, la misma quetiene el jefe de Gutiérrez: no me llores que hay calvos que lo tienen peor. Y tú mujer, cuando leaseso de que somos mayoría en los trabajos precarios y a tiempo parcial en este país, en esteparaíso mediterráneo de paridad, piensa que te podría haber tocado un burka o una ablación.

Yo puedo elegir carrera, viajar sola y casarme con otra mujer o no casarme jamás con nadie,¿debería por eso abandonar la lucha feminista como un capricho pasajero? Eso sería bastanteegoísta, cutre y corto de miras. Porque mi vecina del tercero sufre malos tratos, a dos calles hayun prostíbulo en el que se trata a las mujeres como mercancía, en un barrio que tengo a tresparadas de metro se mutilan los genitales de las niñas[20], en un lugar a unas pocas horas decoche las mujeres que recogen fresas sufren abusos cada día; un poco más lejos, chicas de miedad, pero con tres hijos que no querían tener, se ahogan huyendo de la miseria y la guerra, unpoquito más lejos el aborto no es legal y un poco más allá está la esclava que ha fabricado lacamiseta de 7 euros que tengo en la mano. ¿Debo mantenerme al margen de estas situaciones?Señalarlas no es victimismo, es realismo, es responsabilidad, es el primer paso para cambiarlas.

No somos víctimas, no, pero ser mujer es un factor de riesgo. Sacamos las papeletas de unaurna diferente en la que hay un montón de sorpresas. Obviamente a los hombres y niños del mundoles pasan cosas terribles, cosas que tienen que ver con guerra, pobreza, explotación laboral,

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delincuencia, falta de acceso a recursos sanitarios, no con la circunstancia fortuita de que sonhombres. A las mujeres que han sido asesinadas por violencia machista en España desde que secontabiliza, cerca de mil, aunque cuando leas este libro posiblemente sean más, no las mató unamina antipersona, ni alguien que quería robarles el móvil, ni un miembro de una facción opuesta,las mataron sus parejas o exparejas porque estaban convencidos de que ellas eran de su propiedady tenían este extraño convencimiento porque eran unos machistas. Punto.

No pierdas las formas

Yo he llegado a explicar el feminismo con marionetas. No es broma, ni es una metáfora, me refieroa marionetas de verdad. En realidad eran unos calcetines a los que mi amiga Olga, la que seescribe cartas a sí misma para consolarse y darse ánimos cuando llegan las tinieblas del síndromepremenstrual, les cosió unos ojitos saltones. Uno hacía del patriarcado y el otro de las dosprimeras olas del feminismo. Este último era un decidido calcetín sufragista con un moño en lanuca, bueno, en el lugar donde los calcetines alegóricos tienen la nuca. Los sacaba en las primerasrepresentaciones de Feminismo para torpes pensando que al público la idea le parecería absurday desternillante de por sí, pero no. Les resultaba didáctica.

Al público adulto le parecía completamente natural que explicara la desigualdad entre hombresy mujeres con un guiñol. Y no solo eso, más de una vez, tras los espectáculos, alguien, siempre unhombre, se ha acercado para decirme que así sí. Que mi aproximación al tema le parecíasuficientemente divertida e inofensiva como para disfrutar e incluso escuchar sin sentirse molesto,apelado o amenazado. Me dejaba siempre preguntándome: «Si lo mío sí, ¿qué será lo que no?».Obviamente lo realmente molesto y, por lo tanto, trascendente: las manifestaciones, las huelgas ola reforma de leyes. Los desafíos incómodos, radicales y agresivos que operan los cambios deverdad.

A diferencia de cualquier otro movimiento social, al feminismo se le exige un tono siemprecomedido y nunca quejumbroso. Se sanciona cualquier atisbo de victimismo, pero también deagresividad. Si pierdes las formas, pierdes la razón. Eh, nena, claro que puedes hablar de lapenosa situación de las mujeres en el deporte, pero ¿podrías hacerlo con un tono de voz suave y unpoco infantil mientras horneas unas magdalenas?

Imagina que a otras luchas ciudadanas se les exigieran las buenas formas que, por lo visto, tieneque guardar el feminismo. A la plataforma contra los desahucios, por ejemplo. Porque lo suyo estámuy bien, tiene mucho sentido, pero toda esa parafernalia de hacer sentadas para que les arrastrela policía resulta un poco irritante, no les costaría ningún esfuerzo hacer sus reivindicaciones deforma menos radical, con marionetas, pongamos por caso, con hashtags o con una campañabonita. Deberían transmitir de una manera un poco más amable, accesible y sexy todo ese rollo tandeprimente del acceso a una vivienda digna.

¿Por qué las personas que tratamos de cambiar las cosas deberíamos parecer inofensivas si nolo somos? El feminismo representa un cambio radical de todo: de lo que hemos aprendido que eraimportante en la historia de la humanidad, de nuestra manera de cuidarnos los unos a los otros, delegislar, de transitar por las calles. Pero hasta para luchar nos exigen que guardemos las formas.Nos siguen llamando hienas con falda, como hacían con Mary Wollstonecraft cuando escribióVindicación de los derechos de la mujer en 1791.

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Lo peor de todo es que tengo la sensación de que nos hemos tragado esta imposición y andamosesforzándonos por resultar simpáticas. Os habla la imbécil que hace activismo con chistes ymarionetas. La labor de relaciones públicas y los trucos de marketing para convencer a los demásde que el feminismo es bueno y necesario me parece algo agotador para las personas que tienenconciencia feminista y ofensivo para las que no. El feminismo es un movimiento a favor de losderechos humanos que se justifica por la existencia de una serie de desigualdades, violencia yprejuicios muy fáciles de apoyar con datos. Tratar de convencer a una mujer de que sea feministadiciéndole que esta toma de conciencia simplemente hará que se sienta bien, aunque engorde y sele caigan las tetas hasta las rodillas, que no conlleva cambios demasiado profundos en su manerade actuar y de pensar, es un engaño. Hablaremos más de este tema en el capítulo «Para lalibertad».

Con los hombres es peor. Los argumentos que más oigo para atraer a los hombres hacia elfeminismo tienen que ver con los beneficios que les puede reportar este cambio a ellos. Ey, tío, elfeminismo es bueno para ti porque ya no estarás sujeto a los asfixiantes mandatos de lamasculinidad hegemónica y podrás llorar con Top Gun, elegir quedarte en casa a cuidar a tus hijosy hacer todo el pilates que consideres oportuno a lo largo de la semana sin que nadie te juzgue. Lajusticia social no es la promoción de una compañía telefónica. No puedes sumarte a unarevolución social porque te estén prometiendo tres meses gratis de HBO, simplemente tienes quehacerlo porque es lo mejor para todo el mundo, incluso si a ti te incomoda.

El feminismo no tiene por qué ser sexy, ni divertido, ni siquiera, en algunos de sus aspectos másprofundos está obligado a ser accesible. Si el feminismo no te va a reportar ningún beneficiodirecto, cosa que dudo, quizá es porque ya los tienes todos. Aun así debes apoyarlo como elcamino hacia un mundo más justo.

Contar muertas, agredidas y explotadas no es victimismo, es hacer inventario, relatar larealidad y, si los modos de hacer del feminismo te parecen agresivos, echa un vistazo a lasdinámicas contra las que estamos luchando y verás lo que es violencia de verdad.

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9EL MACHISMO TAMBIÉN ES CULPA TUYA

Jaime y yo estamos en el parque infantil a primera hora de una tarde de invierno. A veces leacompaño cuando lleva a su hija de cuatro años, Elena, y charlamos lo que podemos porque Elenarequiere más atención que un concursante del reality de drag queens RuPaul’s Drag Race lasveinticuatro horas del día. Hablamos de trabajo, del circo de siete pistas que es la crianza para sumujer y para él en una ciudad, de política… Desde que existe Elena, hablamos más de feminismo.Hoy ha circulado por redes sociales una campaña de una cadena de supermercados para anunciarjuguetes en la que, sobre la foto de un niño en una moto, está escrito «Con “c” de campeón» y,sobre la de una niña con una espumadera en la mano en una cocinita, se puede leer «Con “c” decocinera». Los supermercados han retirado la campaña por sexista. Jaime me dice que las cosasestán cambiando, que tiene la esperanza de que el patriarcado haya acabado para cuando Elenaaprenda que los mocos no se comen. «Sí, vamos por el buen camino», le contesto. Se agradeceque los de esta publicidad hayan puesto «Con “c” de cocinera» en vez de «Con “c” decalientapollas». «Es el principio del fin, colega».

En ese momento entra en el parque una mujer empujando a duras penas un carrito por mitad dela zona de juegos. Lleva un abrigo negro muy voluminoso casi hasta los tobillos, los ojos y loslabios maquillados en tonos morados y el pelo recogido en un moño. Es una figura grande yoscura, parece un Teletubby gótico. Va subida a unas botas de tacón de aspecto incomodísimo queclava y desclava de la tierra a cada paso. Jaime la señala con la cabeza con una sonrisa burlona.Por un segundo estoy a punto de seguirle el rollo a mi amigo y reírme de esa mujer que acaba desacar de un bolso monstruoso un tupper con trozos de manzana. El bolso, en el que posiblementelleva también el recipiente vacío con el que ha transportado su propia comida, el abrigo de pelo,el maquillaje, los tacones sobre los que bascula, esa mujer es un muestrario andante de todos losmandatos de la feminidad. De la feminidad tradicional porque, además del despliegue estético, yalleva al crío apoyado en la cadera; y de la feminidad moderna omnipotente y empoderada, porquedel bolso asoman una carpeta y una tablet. No me voy a reír de esa mujer. A saber cómo ha sido sudía como camarera, comercial, representante de aspiradoras, recepcionista, o quién sabe qué, ymadre, claro. A saber cuáles son sus razones para haber acometido el día subida en esos tacones.

Cuando le quiero explicar todo mi arranque de sororidad a Jaime, me fijo en su hija que trata dedesplazarse hacia uno de los toboganes. La niña está inmovilizada de rodillas hacia arriba porunos leotardos que se le han ido bajando. Es como una foquita dando saltos, como si llevara unapequeña camisa de fuerza. Sobre los leotardos lleva una falda de vuelo que no cumple ningunafunción y encima un abrigo corto con pelo sintético en el cuello y apliques de purpurina. Tambiénhay purpurina en la cuchara con la que Jaime le acaba de dar el yogur, en el pelo de su poni enminiatura, en su botella de agua, en la portada de uno de sus cuentos y en el vestido de una de susmuñecas que va maquillada como Raffaella Carrà en los ochenta. Absolutamente nada de lo que

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rodea a Elena es neutro, todo es específicamente de niña. No tengo nada en contra de vivir en unmundo de fantasía travesti, tengas la edad que tengas y sea cual sea tu identidad sexual; es más,soy una firme defensora de todo lo colorido, ornamental, plumoso, brillante y barroco. Pero sipasas tu primera infancia dentro de una incómoda y recargada carroza del Orgullo Gay, porqueeso es lo que se supone que rodea a una niña, posiblemente, en algún momento de tu vida, teparecerá normal plantarte en el parque con tacones.

A Jaime le parecía ridícula la mujer con tacones y abrigo de pelo, pero no su propia hija casiinmovilizada por unos leotardos. Por cierto, hay que dejar de ponerles leotardos a las niñas. Losleotardos dificultan muchísimo la vida normal, en serio. «Es lo que le gusta a ella», me dicecuando se lo hago notar. Ajá, ahí estaba, la supuesta libertad de elección de una persona de cuatroaños que todavía tiene problemas para controlar sus esfínteres y pasa las tardes sirviéndoles téinvisible a sus muñecos. A Elena le regalaron sus primeras cosas de niña inocentemente, juguetesde determinados colores que tenían que ver con la belleza, el cuidado de bebés o animalitos depeluche. También sus primeros atuendos. Los niños y las niñas pueden vibrar de emoción con elperiplo de un pez huérfano o pensar que un palacio de hielo sin muebles es un sitio estupendo paravivir, pero no son imbéciles, de hecho son unos portentos para detectar lo que agrada o martiriza alos adultos. En la atención de estos les va la supervivencia. Y la socialización de género —laeducación diferenciada según el género— se basa precisamente en que lo que complace o irrita alos adultos es diferente si viene de un niño o de una niña.

A Elena, durante cuatro años, y a la mujer de los tacones, durante —calculé— unos cuarenta,les habían estado diciendo que su cuerpo es su mejor mercancía. No con esas palabras, claro, tutía Ana Mari no te recoge un día de la guardería y te dice: «Acábate la merienda y recuerda que tucuerpo es tu mejor mercancía». Es un mensaje indirecto, basta con decirles a las niñas que estánguapas, insistir en esa cualidad y no en otras, y hacerlo justo cuando lo que llevan puesto seadapta más a la idea de feminidad tradicional. Reforzar positivamente que son formales en lugarde atrevidas, observadoras y no marisabidillas; coquetas en vez de ambiciosas. Afortunadamente,a veces estos mandatos no funcionan del todo o no funcionan en absoluto y estas niñas seconvierten en adultas fieles a sí mismas y no a la presión que han recibido por adaptarse a uncliché.

La presión es complicada de combatir porque es invisible, casi siempre viene de dentro, elpatriarcado se lo ha montado tan bien que hasta resulta verosímil que a una cría de cuatros años leencante llevar las orejas agujereadas y unos artilugios inmovilizadores de lana en las piernas, queuna adulta lleve tacones en terreno blando, que cientos de mujeres nos sometamos a sesiones deláser depilatorio en una habitación de paredes color pastel con música new age de fondo queacaba por oler a beicon quemado porque nos están achicharrando los folículos pilosos hasta quenuestras axilas parecen ratas recién nacidas. Todo esto que, en principio, hacemos porquequeremos, pero que, curiosamente, coincide justo con lo que se espera de nosotras es lo que lafilósofa Alicia Puleo llama «patriarcado de consentimiento». Ella distingue entre «patriarcado decoerción», el que mantiene normas muy rígidas o leyes que diferencian el comportamiento dehombres y mujeres, y «patriarcado de consentimiento», en el que cada persona busca cumplir loque se espera del rol que le ha sido asignado. En el caso de las mujeres: belleza, juventud,simpatía, pasividad, empatía y —en las dos últimas generaciones— también éxito profesional yempoderamiento; aceptable siempre y cuando se compatibilice con los cometidos de toda la vida.

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La caja rosa y la caja azul

Piensa en dos cajas sorpresa, te las dan cuando naces de acuerdo con tus genitales. Una es rosa yla otra, azul. A Elena le dieron la rosa. Las dos cajas se han repartido siempre, pero su contenidova cambiando a través de la historia y a través de tu vida; también es distinto según el lugar en elque nazcas. Si naces en Egipto, hay muchas posibilidades de que encuentres una mutilación genitalen tu caja sorpresa antes de la pubertad, mala suerte; en Chad tienes bastantes papeletas para quelo que haya dentro sea un matrimonio con un adulto al que no conoces. Si lo miramos desde estaperspectiva, Elena es bastante afortunada. En su caja, durante los primeros años, hay montones decosas que parecen bastante inocentes, bueno, excepto esa costumbre de ponerles pendientes a lasrecién nacidas. Me pregunto qué pensaría una civilización extraterrestre que nos visitara de latradición de agujerear orejas de bebés con trozos de metal. En la caja de Elena no hay mandatosfirmes que tengan que ver con su género porque es una alegre niña madrileña de padres jóvenescon profesiones liberales. Solo saca de su interior juguetes rosas y brillantes, mensajes decuidado y delicadeza, cuentos en los que las que se parecen a ella caminan atemorizadas por elbosque o esperan en torreones hasta ser rescatadas. Pero es aquí donde se acostumbrará a vivir suvida, de esta fuente irá sacando sus recursos para enfrentarse al mundo y aprendiendo lo que esnormal y lo que no. En principio serán clases de ballet y no de fútbol, más leotardos y horquillasdel demonio y menos ropa deportiva, recato y poca libertad de movimientos, dulzura en lugar deambición, superficialidad en lugar de curiosidad, creatividad o espíritu aventurero. Después deaños de manejarse en la vida —teniendo muy claro que ella dispone de un margen de accióndiferente al de los chicos— y de hacer lo posible por agradar a los demás —respondiendo a loque se espera de ella—, se encontrará a las puertas de la vida adulta.

A partir de ese momento todo se volverá muy confuso. De repente su caja rosa, su querida cajarosa de herramientas para transitar por la vida, la única que conoce, empezará a escupir un montónde cachivaches extraños, acertijos y comunicaciones contradictorias. Redes sociales en las que leconviene sexualizarse —tomando ejemplo de las divas del pop, si no quiere caer en lairrelevancia—, pero nunca hasta el punto de acabar convirtiéndose en una zorra; opcionesacadémicas y laborales que son más rosas que otras; un príncipe azul que le pide la contraseña delmóvil; un lobo feroz que la espera en el portal de noche y una madrastra que le pregunta adónde vaasí vestida.

El mundo le reclamará algunas cualidades y recursos que nunca estuvieron en su caja por pocofemeninas: agresividad, soberbia, dotes de mando. Escuchará mandatos nuevos: «Sé libre,empodérate, puedes hacer lo que quieras, tienes todas las oportunidades a tu alcance, noconsientas que ningún hombre te controle». Estos imperativos se cruzarán con otros más antiguos:«No vayas por ahí, no te quedes soltera, pon la mesa, cuida de tu abuelo, no seas bruja, no seaszorra, si vas así vestida ya sabes a lo que te expones».

Antes de que se quiera dar cuenta —porque el tiempo pasa muy rápido cuando estás corriendoen zigzag siguiendo instrucciones contradictorias—, su caja rosa estará llena de yunques ypiedras. De jornadas laborales eternas en el mejor de los casos —en condiciones posiblementeprecarias—, de cuidados que nadie ve y que todo el mundo asume como su responsabilidad, decastigos de silencio por haber tenido la desfachatez de envejecer, engordar, ser ella misma,contravenir cualquiera de esas instrucciones agotadoras, fallar en esta yincana extenuante. La caja

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rosa y todo lo que contiene le parecerá una jaula extraña, repleta de realidades que no ha elegido,que eligieron por ella en los tiempos de la inocencia, la purpurina y los palacios de hielo.

¿Y en la caja azul? Ahí dentro también hay mierda por un tubo y gran parte de ella tiene que vercon el machismo, pero es una caja más grande, por ahí dentro es más fácil encontrar un bastón demando y menos sobrecarga de trabajo, por ahí dentro la autoestima no depende de los ojos delotro o de la otra. En esa caja hay menos mandatos y más recursos, es mucho más amplia. Elmachismo es una nube tóxica que nos envuelve a todos, es cierto, pero no hay que perder de vistaque a los hombres les hace toser y a nosotras nos mata.

El terror de lo normal

Las cartas que nos reparten a hombres y a mujeres desde muy muy temprano son distintas, de ahíque sea arriesgado hablar de libertad. Elena puede no aceptar parte de todo esto o nada enabsoluto, pero eso no cambia el hecho de que le tocó la caja rosa desde el primer día y se lavendieron como normalidad. Si sacas algo en claro de este libro, espero que sea que lanormalidad es algo espeluznante. Eso y que los leotardos son bondage. Bondage infantil. Sé queeste es un pensamiento perturbador, esa era mi intención, dejad de ponerles leotardos a las niñas.

Como iba diciendo, normal no es sinónimo de bueno, sino de acostumbrado y aceptado; y loaceptado puede ser un disparate. Durante siglos se prendía fuego a mujeres sospechosas debrujería. Si ardían, es que eran inocentes, pero acababan muertas; si no se quemaban, significabaque eran brujas, por lo tanto eran castigadas con la muerte. Esto, con idas y venidas, fue normal enEuropa aproximadamente desde el siglo XV al XVIII. Hoy se entiende como normal y saludablecomprar un aguacate de cultivo ecológico empaquetado en tres capas de plástico que tardan tresmillones de años en biodegradarse, llegado a tu ciudad gracias a un largo viaje desdeCentroamérica propulsado por toneladas de combustibles fósiles. Hay bastantes pruebascientíficas de que si no evitamos costumbres como esta, el cambio climático hará que acabemostodos viviendo en Resident Evil 3 en muy pocos años[21], pero resulta realmente incómodo parareste suicidio colectivo que llamamos «normalidad». Desmarcarse no es sencillo, pero en muchasocasiones es lo correcto para una misma y para los demás.

La normalidad encajonada en rosa no está funcionando demasiado para nosotras, pero está tanincrustada en nuestras cabezas que seguimos comportándonos conforme a ella. A mí misma lacostumbre me traiciona en cuanto bajo la guardia. Viendo un fragmento de un programa detelevisión sobre cómo son las relaciones sexuales de los adolescentes escuché a unas chicas deunos dieciocho o diecinueve años quejarse. Sus novios eran demasiado bruscos, las agarraban delcuello, no prestaban ninguna atención a su placer y en el intercambio de sexo oral ellas siempreperdían. Regurgité entonces un pensamiento desde lo más profundo de mi programación machista:«Si no os gusta, ¿por qué no lo decís?».

Yo misma me reprendí y me apresuré a contestarme y ponerme la cara colorada. Porque tenerdieciocho o diecinueve años significa estar formándose como adulta y, por lo tanto, convivir conmuchas ansias de encajar, de estar más o menos en los parámetros de lo normal o transgredir lojusto como para destacar sin ser marginado o marginada jamás. Tanto para los chicos como paralas chicas que tienen la infancia pisándoles los talones, esto significa tragarse muchos chupitos deJägermeister, opiniones y conciertos de trap, que en realidad no querían tragarse, y hacer lo que

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intuyen que generará la aprobación del grupo. Solo tratan de ser interesantes, o por los menosparecerlo, y para resultar convincentes necesitan referentes que casi nunca son los mejores. En elsexo, esos referentes vienen del cine y del porno y en ambos lugares de manera más o menosexplícita, la normalidad mainstream está hecha para los hombres, para su disfrute y el desarrollode sus fantasías. Hablaremos del cine y las series más adelante. Respecto al porno, pone en elmenú la depilación extrema, los juegos de asfixia y el sexo anal, para ellas, claro; prueba aproponerle a un chaval hetero que ronde la veintena hacer experimentos con la sodomía. ¿Por quépara ellos no?

Nadie les está poniendo una navaja en el cuello a estas chicas, es el patriarcado deconsentimiento, simplemente viven un supuesto orden natural que no está hecho para ellas. Y creosinceramente que tampoco para muchos de ellos.

Cuando un chaval muy joven por presión social, malas influencias que le entran desde todaspartes, videoclips, videojuegos, amigos mayores, empieza a tontear con las drogas, todo el mundoasume que la responsabilidad no es del todo suya. Cuando es una chica muy joven la que acepta unsexo que no le acaba de gustar, debe rebelarse categóricamente, proponer lo que a ella lesatisface, inventar referencias de su disfrute que no ha visto en ninguna parte porque, si no, esidiota, mojigata y poco feminista. Porque a pesar de haber sido criadas en la purpurina y lasapreturas de los leotardos, llegadas a una edad a las mujeres jóvenes se les exige feminismo,como si pudieran pasar de Blancanieves a Simone de Beauvoir de un día para otro. Aquellaschicas a las que yo había juzgado tan apresuradamente habían llegado hasta la cama con su novio,el Johnny —con el que no se corrían ni a tiros—, sin mucha idea de su propio deseo. Habíanestado rebuscando en su caja rosa cómo era el sexo ideal y no habían encontrado casi nada.

Los referentes malos o inexistentes y el diseño de la norma según lo masculino tieneconsecuencias mucho más graves que un mal polvo. Uno de cada tres jóvenes españoles de entrequince y veintinueve años considera inevitable o aceptable controlar los horarios de sus parejas,impedir que vean a sus familias o amistades, no permitirles que trabajen o estudien, o decirles loque pueden o no pueden hacer[22]. Esta es la terrorífica normalidad que hace costra en el fondode la caja azul. Según el mismo estudio, el 93 por ciento de los hombres jóvenes en la mismafranja de edad considera inaceptable la violencia machista. El control sobre las mujeres está tanaceptado que es posible practicarlo, como indican los primeros números, y a la vez posicionarseen su contra, como hace ese 93 por ciento. Antes de juzgar a la mujer que no rechaza el sexo queno le gusta, que no se pone zapatillas de deporte para ir al parque, que no denuncia al primerindicio de malos tratos, hay que echarle un vistazo a su realidad, a la nuestra, al aspecto que tienenlos patrones sobre los que nos construimos como hombres y como mujeres, porque hasta que noveamos los rígidos límites de cada una de nuestras cajas, no las podremos dinamitar.

La culpa es de las madres

Tras un largo debate con Jaime a gritos en los columpios sobre estereotipos dañinos para lasmujeres y tan alienantes que hasta nos impiden reconocer la violencia, su salida fue informarme deque, a Elena, los leotardos se los había puesto su madre. Claro, su madre es la que «se ocupa deestas cosas».

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En este libro hay muchos ejemplos de cómo los pasos que damos hacia el feminismo se usancontra nosotras. Como si cada vez que tratamos de buscar justicia o actuar con libertadestuviéramos tirando un boomerang que en algún momento volverá para golpearnos en la frente.Los golpes son la culpabilización cuando denunciamos públicamente malos tratos o acoso, lasacusaciones por ser demasiado ambiciosas cuando destacamos, o de victimizarnos cuandosimplemente hablamos de nuestra realidad. De todas estas volteretas argumentales machistas, laprimera y la más perversa es decir que el machismo es culpa de las madres porque son ellas lasque se ocupan de la educación de los hijos y las hijas en los roles de género. Si tu novio llevatreinta y cinco años sin limpiar un váter, la culpa es de su madre porque, al fin y al cabo, era ella ysolo ella la responsable de hacer de él un hombre autosuficiente. O sea, el tipo tiene canas y unposgrado de Ciencias Políticas, pero la culpa de que sea un misógino la tiene su madre porhaberle inculcado valores machistas a base de inflarle la autoestima y recortarle los bordes delpan de molde a sus sándwiches de Nocilla.

En resumen: la sociedad no es igualitaria porque solo nosotras nos ocupamos de los cuidados ysolo nosotras nos ocupamos de los cuidados porque la sociedad no es igualitaria. Es un círculovicioso, pero además una mentira y una trampa. Es otra vez la irrespirable normalidad operando atoda máquina, las mujeres nos ocupamos de los cuidados porque nos lo han enseñado otrasmujeres que, a su vez, lo han aprendido así. Y lo hacemos para encajar, no porque sea natural, noporque nos guste ocuparnos del trabajo invisible y tedioso que propicia que los hombres tengantiempo y energía para salir ahí fuera a trascender. La filósofa Ana de Miguel, una referenteimprescindible del feminismo, dice que el machismo es la única opresión en la que la oprimidaantepone la felicidad del opresor a la propia. A la presión por mantener los roles tradicionales, seañaden nuevas presiones: libérate del machismo, progresa, destaca creativamente y rompemoldes, eso sí no sin antes dejar a las próximas generaciones bien formadas en la igualdad degénero, peinadas, planchadas y con la merienda hecha.

¿Cuántas veces has oído eso de «yo no soy machista porque en mi casa manda mi madre»? Nomanda, gestiona, realiza un trabajo de logística constante, agotador y no remunerado. La supuestaautoridad de esas madres, que por lo visto anulan el machismo, se llama carga mental. Consiste enque cuando las mujeres no están haciendo las labores del hogar, las están organizando yrepartiendo. La respuesta más frecuente a esta sobrecarga es: «Si me lo dijera, la ayudaría». Noson capaces de ver que solo pensar y encargar todas las tareas imprescindibles para sacaradelante a unos críos saludables, una despensa bien abastecida, un montón de cacharros fregados,deberes hechos, lavadoras puestas, mascotas vacunadas, abuelos medicados, facturas pagadas,clases extraescolares atendidas ya supone un esfuerzo. ¿Por qué entienden la carga mental y lalabor de gestión cuando la realiza un tipo que manda emails y bajo cuyo nombre ponemanagement? Quizá la sobrecarga de las mujeres se comprendiera mejor si la planteáramos enesos términos corporativos que se llaman «trabajo».

De: MadreEnviado el: 14/12/2018Para: PadreCC: Abuelos, Canguro, ProfesoraAsunto: Planning semanal y gestión del Proyecto de Adulta 1

Estimado Antonio, para agilizar el trabajo esta semana he diseñado un planning completo de modo que elequipo solo tenga que seguirlo de acuerdo con las prioridades detalladas a continuación.

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Tareas prioritarias:1. Suministrar el medicamento para las lombrices de Alba o Proyecto de Adulta 1. He preparado un excelcon la posología del medicamento que puedes encontrar en la carpeta «Enfermedades» del servidor.Me he ocupado de la previsión de avituallamiento para toda la semana, así que solo tendrás que seguir elcalendario que encontrarás en el directorio «Menú».2. Poner lavadoras alternas de blanco y color. Me he encargado personalmente de separar previamente lasprendas.3. Hay dos nuevas citas en el calendario de vacunación y en el calendario de citas con el dentista deProyecto de Adulta 1, también está entre mis competencias mantenerlo actualizado.4. Respecto a las alertas de las nuevas clases extraescolares y el vestuario necesario para cada una, lemandaré avisos de Outlook puntualmente, también para las necesidades de organización e higiene de laoficina que vayan surgiendo a lo largo de la jornada.

Tareas secundarias:1. Reunión de team building con los padres de los amiguitos de clase de Proyecto de Adulta 1. He abierto unnuevo calendario que mantendré puntualmente actualizado para la gestión de sus invitaciones acumpleaños, no dude en acercarse a mi despacho para hablar del presupuesto de cada regalo en funcióndel grado de confianza del homenajeado con el Proyecto de Adulta 1, aunque solo la distribución de tareasentre el equipo no me deja demasiado tiempo para nada más.2. Gestionar la recogida del colegio los martes por parte del Equipo de Apoyo Itinerante Abuelos. Porfavor, recuerde que es importante el trato personal con estos colaboradores, ya que su labor esimprescindible para la buena marcha del trabajo.

Para cualquier imprevisto o aclaración, estaré en mi despacho veinticuatro horas al día, siete días a lasemana.MamáHead of Family Management

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10PRACTICA LA SORORIDAD EXTREMA

Las historias sobre rescates que estamos acostumbradas a escuchar, tanto de niñas como deadultas, suelen incluir príncipes o sucedáneos de príncipes. La candidata al rescate languidecemirando por la ventana, recién duchada y sosteniendo, no una lata de cerveza, sino una taza dealgo que humea. Como veremos más adelante, la ficción no ha reflejado demasiado bien larealidad femenina. En el mundo real, cuando las mujeres contemporáneas andamos necesitadas derescate, porque nos han despedido, porque se nos ha puesto de moda el barrio y ya no podemospagar el alquiler, porque la precariedad nos mastica los nervios y se nos acaban los recursos. Oincluso por amor, no lo hacemos así. Para empezar, eso de que tienes el pelo limpio en plenacrisis es ciencia ficción, lo tienes grasiento. Deambulas por la casa en pijama con las mangasllenas de mocos resecos y los ojos hinchados, pareces el líder de una secta apocalíptica y tu casaun criadero de gallos de pelea.

Al rescate casi nunca llega un hombre en leotardos, excepto si es un amigo homosexual queviene de clase de yoga aéreo. A nosotras nos salva la renovación de un contrato temporal, unaprórroga del casero, la ampliación de la fecha límite para entregar lo que tienes entre manos y,sobre todo, por encima de todo, una amiga, con suerte, dos. Le lloras un rato al teléfono porquecon ella no hay que guardar las formas, ella ha estado cerca siempre y sabe lo que vas a decir tresmeses antes de que lo digas. Tú le dices: «No hace falta que vengas»; y ella te dice: «No bebassola Escarlata. La gente acaba por enterarse y destruye la reputación»; ahí te pilla, ella sabe que teencanta Lo que el viento se llevó porque la cabrona te conoce como si te hubiera parido.

La sororidad es eso, un rescate. Las amigas son lo mejor del mundo, son los vídeos de gatitosde la humanidad. Pueden sacarte del pozo o devolverte a la realidad y ponerte en tu sitio cuandopierdes el manejo de la barca. La sororidad es ese abrazo cálido, ese poder dejarse caer, pero entérminos colectivos. Si el patriarcado es esa mala digestión que te hace vomitar, la sororidad es laamiga que te sujeta el pelo.

El secreto mejor guardado del patriarcado

La sororidad es el pacto de solidaridad entre mujeres distintas que han sido objeto de unaopresión común. Fue la antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde quien popularizó eltérmino. Ella también acuñó la palabra «feminicidio» para visibilizar los sistemáticos asesinatosde mujeres en Ciudad Juárez. Después logró sacar adelante una comisión de investigación sobrelos feminicidios y una ley. Ahora me gustaría mucho que parases de leer un momento yreflexionaras sobre la importancia de localizar los problemas con el lenguaje. ¿Ya? Continuemos.

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La sororidad de los hombres se llama «fraternidad». Sí, lo sé, estás mucho más acostumbrada aescuchar esta palabra. Eso es porque este tipo de relación, este pacto entre iguales, esta «fratria»en palabras de la filósofa Amelia Valcárcel[23] nos ha sido transmitida como un vínculo natural einquebrantable y a ellos también. Cuando un adulto le dice a otro que los niños son más nobles,más bonachones e inocentes y las niñas más astutas; o sea, manipuladoras, es decir, un pococabronas; esos niños y esas niñas siempre están escuchando. A ellos les apuntan a fútbol y lesdicen que sus compañeros de equipo son lo primero. Ellas llevan desde la infancia escuchandoque pertenecen a un grupo cuyos miembros no merecen demasiada confianza.

Escuchas que no hay peor enemiga para una mujer que otra mujer, no es algo que puedascomprobar estadísticamente, pero es una idea que, a base de rondarte, localizas con facilidad en tuentorno. «Si Elena de Recursos Humanos es bastante agresiva en sus mails, debe de ser que sí,que la mujer es una hiena para la mujer». Escuchas que el ambiente en esas oficinas de mayoríafemenina es un poco como el de los sótanos de interrogatorio de los jemeres rojos, pero conregalos del día de la madre hechos con macarrones, como Juego de Tronos si todos los personajesfueran Cersei Lannister. La educación y la perpetuación de clichés sobre la rivalidad de lasmujeres hacen un trabajo minucioso para esconder, empañar y minimizar nuestra maravillosacomplicidad, mientras que se ocupan de insistir en la amistad entre hombres como algo místico. Yfunciona.

Observa todas esas ocasiones en las que criticas el comportamiento de otro tío en grupo y loshombres presentes se ponen de su lado o tratan de disculpar su actuación sin conocerle siquiera.Ellos tienen muy claro el equipo al que pertenecen, se lo han enseñado todas esas pelis decowboys, soldados, ladrones de bancos, compañeros de fraternidad, mili o nave espacial. Estacamaradería automática es algo aprendido que resulta muy útil, por ejemplo, para establecercomplicidad rápida en ambientes laborales y, por lo tanto, prosperar. El compadreo es el pasoprevio al ascenso. Bros before hoes (los colegas antes que las rameras), como dicen en todas esasseries norteamericanas que vemos todo el mundo sin parar.

A nosotras no nos hablan demasiado del comadreo. Lo que escuchamos de crías es que somosrivales naturales, a medida que crecemos esta idea se va reforzando en la cultura popular. Lasgrandes amistades cinematográficas que vemos, desde Eva al desnudo hasta Girls, tienen siemprealtos ingredientes de toxicidad y puñaladas traperas. No porque sean más fieles a la realidad, sinoporque las historias de amienemigas son mucho más jugosas narrativamente hablando, para quénos vamos a engañar.

Y sin embargo, a pesar de todo, contracorriente, somos comadres. Cuando corres al rescate detu amiga, esa que lleva tres días sin salir de casa porque quitarse los trozos de Doritos del pelo leparece un obstáculo insalvable, es porque la quieres, pero sobre todo porque la entiendes. Erescapaz de meterte en sus zapatos, bueno, en este caso, eres capaz de meterte en su pijama roñoso.Ves con claridad de qué manera la vida le ha pasado por encima porque posiblemente a ti te haarrollado de forma parecida. La sororidad es eso elevado a la colectividad. Tomar conciencia deque vivimos en una estructura que es más hostil para las mujeres y tratar de compensarlotendiéndoles la mano de manera automática. La sororidad, en muchos casos, pasa simplemente porpararse a pensar, por ejemplo, antes de criticar a una mujer por sexualizarse para conseguir laatención de los hombres. Este sentimiento de solidaridad debería empujarte a pensar que quizáella solo conoce una herramienta para abrirse paso en esta selva de imposiciones y prejuicios.

En resumen, la solidaridad entre mujeres no solo es importante, también es una especie de armasecreta que la sociedad patriarcal se ha ocupado de ocultar porque es la llave hacia la acción

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colectiva. Nos quieren solas, nos tendrán en manada.

Nunca volveré a discutir con otra mujer

A veces tengo la sensación de que la reacción a esta cuarta ola del feminismo es como esas llavesde judo que usan la fuerza del golpe en contra del oponente, todas nuestras estrategias y luchas setergiversan para volverlas en nuestra contra. Incluso la sororidad, tan positiva, tan útil, puedeconvertirse en otro puñado de arena más que tirarnos a los ojos.

Estar en desacuerdo con otra mujer feminista, discutir airadamente con ella, e inclusoarrastraros mutuamente del moño en redes sociales, no es una falta de sororidad. Es absurdo pedira un movimiento social tan hondo y tan ancho, que se ha extendido tanto por el mundo y por eltiempo, que va cambiando con nosotras, que sea compacto.

Desde que el feminismo está en la conversación se ha puesto de moda preguntar a todas y cadauna de las mujeres con un perfil público, actrices, científicas, estrellas del pop, sobre el tema. Unaprueba del algodón más que se añade a las que ya tenemos que pasar de serie. Además de estarbuena, disimular tu edad y tener una vida afectiva y familiar aceptable sin muchos vaivenes, ahoratienes que ser feminista. El feminismo, cuyo objetivo es aligerarles un poco la carga también a lasmujeres más expuestas, se convierte en una excusa para hacerles pasar otro examen. Las que no lopasan son lapidadas en los altares de la falta de sororidad y, en una paradoja absurda, las que lascritican también.

No es justo usar los conflictos y las discrepancias comunes a cualquier sistema de ideas paranegar la existencia misma de la sororidad. Y sobre todo, hay que dejar un poco en paz a lasactrices, no se nos va a despeñar la revolución porque Paula Echevarría no se haya leído Elsegundo sexo[24].

Amiga desconocida

Soy una cabeza hueca optimista, pero tengo la esperanza en la sororidad como herramienta decambio. Un día miramos fuera de nosotras mismas para darnos cuenta de que formamos parte deuna hermandad de desconocidas que comparte nuestros problemas. Esas mujeres no sonautomáticamente nuestras amigas, pero interiorizar que desde luego no son nuestras rivales, ni unaamenaza, supone un cambio de mentalidad enorme. Llegadas a este punto conviene dar un pasomás, trascender lo que nos afecta directamente, observar también los problemas con los queestamos menos familiarizadas. Atender solo a nuestros asuntos nos convierte en un equipo deanimadoras, no en una comunidad. Como dice la periodista y youtuber Irantzu Varela[25]:

Cuando tienes conciencia feminista sabes que todas las mujeres están en situaciones de opresión, lamayoría peores que la tuya, por cierto. Y que cada decisión que tomas es una elección entre empezar adestruirlas o aprovecharte de ellas. Y eso es lo que define tu práctica política. Así se hace una feminista.

El feminismo es conciencia y acción, la sororidad es emoción. Tiene que ver con mirar a losojos a otra mujer, con una vida completamente distinta a la tuya y pensar que podrías ser tú, ahí es

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cuando empezarás a plantearte transformar el mundo en algo más cómodo para las dos.Me gusta la imagen de la mujer recomponiendo los pedazos de su amiga llorosa en albornoz,

ese es el heroísmo que a mí me interesa. Un vínculo compasivo, humano y poderoso, un rescate deverdad, no como los de los príncipes y los de los bancos. Da vértigo multiplicar la fuerza de esegesto por multitudes. En la manifestación del 8 de marzo de 2018 celebrada en Bilbao, las mujerescorearon la canción «A la huelga» de Chicho Sánchez Ferlosio, a la que habían cambiado la letrapara la ocasión. Estas eran algunas de las estrofas.

Se han llevado a mi vecina, en una redada más,y por no tener papeles, ay, la quieren deportar.A la huelga diez, a la huelga cien, esta vez queremos todo el pastel.A la huelga cien, a la huelga mil, todas a la huelga vamos a ir.Trabajamos en precario sin contrato y sanidad,y el trabajo de la casa no se reparte jamás.A la huelga diez, a la huelga cien, esta vez la cena no voy a hacer.A la huelga cien, a la huelga mil, todas a la huelga vamos a ir.Privatizan la enseñanza, no la podemos pagar,pero nunca aparecimos en los temas a estudiar.A la huelga diez, a la huelga cien, en la historia vamos a aparecer.A la huelga cien, a la huelga mil, todas a la huelga vamos a ir.

Este momento se retransmitió en muchos telediarios nacionales. Presentadores, presentadoras ycorresponsales callaron emocionados para que se escuchase bien lo que las manifestantescantaban como una sola. En sus palabras también había unión, cantaban las injusticias y miseriasde las más débiles de la manada. Esa es la mayor esperanza que he puesto sobre el poder de lasororidad, que sea capaz de unirte a ti con tu vecina subsahariana, a las de los libros de historiade España con las chavalas de la marea verde argentina, a las abuelas que quieren que sus nietassean presidentas del Gobierno con las ministras que quieren legislar para las abuelas de loscuidados invisibles. A todas en una red de manos que se tienden y se aferran, que de verdad seestán empujando y aupando.

Es increíble lo bien que se nos da ser comunidad con las molestias que se han tomado enconvencernos de que nosotras no podemos.

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11CUÉNTALO

Tengo algo importantísimo en común con Harvey Weinstein. Con él y con Donald Trump, Polanski,Terry Richardson, Dustin Hoffman, Woody Allen, con ese tío de la gabardina que se escondíadetrás de los setos de tu facultad y también con aquel exnovio. A mí, como a todos estos señores,me gustan las mujeres. Pero hay ciertos límites que todos ellos han sobrepasado, o sonsospechosos de haber sobrepasado, y yo no. Mis deseos y los de millones de acosadores van en lamisma dirección, ¿por qué entonces nos comportamos de manera tan diferente respecto a lo quedeseamos?

Nunca he perseguido a una mujer por la calle, ni he interrumpido su conversación una y otra vezen un bar hasta obtener su atención de mala gana, ni la he tocado sin conocerla. No he forzadosituaciones de acorralamiento en ningún medio de transporte, portal o ascensor. Si se daba el casode que la mujer deseada y yo teníamos una relación laboral, he tenido en cuenta que podía sentirsepresionada antes de dar ningún paso. No he enviado nunca fotos no solicitadas de mis genitales, nisiquiera aquella vez que traté de depilarme el pubis en forma de rayo y me quedé bastante cercade conseguirlo. Por potentes que fueran mis impulsos, siempre he conseguido reprimirlos para nogritarle nada a ninguna desconocida sobre su cuerpo o su vestuario en la vía pública. Cuando lasmujeres me han rechazado o ignorado, jamás he reaccionado insultándolas. Pues bien, inclusoteniendo presentes todos estos engorrosos aspectos de la interacción humana basada en el respeto,he disfrutado de una vida sentimental y sexual bastante decente, además de libre de problemaslegales. Habré importunado, por supuesto, los humanos somos unos primates maleducados eimprevisibles diseñados para importunarnos los unos a los otros, pero cuando es un grupo —loshombres heterosexuales— el que sistemática y masivamente importuna a otro —las mujeres—,conviene reflexionar y actuar.

Hay quien piensa que combatir el acoso a las mujeres en la vía pública, los festivales, lasuniversidades y los lugares de trabajo traerá consigo la muerte de la seducción tradicional y, a lalarga, el fin de la especie humana. Pero de verdad, pregúntenos a las lesbianas, llevamos mileniosseduciéndonos entre nosotras sin que nadie haya tenido que crear un hashtag para denunciarnuestra tendencia a hacerlo de manera agresiva y violenta.

Apartemos el foco de quienes sufren acoso, insistencia, presión o simplemente ese testeoconstante de la paciencia: las mujeres. Se habla demasiado de ellas. Ya sabéis, esas mujeres conminifalda, con escote, con burka, esas chicas que viajan solas o con seis amigas, que acostumbrana caminar por lugares oscuros, beber con extraños, que tienen la ocurrencia de ser rubias o tetonaso altas o bajitas, que tienen once años o treinta y nueve. Olvidémonos de ellas, son demasiadodiferentes entre sí para sacar nada en claro. Apuntemos hacia las personas que lo llevan a lapráctica. ¿Se trata de gente a la que le gustan las tías? No, ya hemos aclarado que entre las

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lesbianas los límites de la seducción por lo general están bastante claros, la respuesta es: loshombres. Se trata de hombres. De muchos hombres.

En los últimos años millones de mujeres han hecho estallar las cloacas de esa costumbreponiendo sobre la mesa las vivencias que han discurrido en la cara oculta de su experiencia delmundo. El murmullo empezó allá por 2015, una concursante de Master Chef junior Brasil de doceaños fue víctima de un repugnante corrillo de tuiteros que comentaban hasta qué punto eraviolable. El colectivo feminista brasileño Think Olga lanzó el hashtag #Primeiroassedio (primeracoso), miles de mujeres y adolescentes respondieron relatando sus experiencias a los doce años,a los diez, a los siete; por parte de desconocidos, familiares, profesores; en el colegio, en la calle,en sus propios dormitorios. Valentina se encontró, de pronto, rodeada del calor de sus testimonios;de repente, los chistes pedófilos de los tuiteros eran demasiado verosímiles para ser graciosos.Este es un buen ejemplo del poder de la sororidad.

En 2017, las denuncias a Harvey Weinstein por acoso empezaron a despegar la mugre quellevaba décadas acumulándose en lo más profundo de la industria cinematográfica. Primerohablaron tres, después diez, luego setenta, y en octubre, a través del hashtag #Metoo, millones. Amenudo las denuncias, sobre todo a los poderosos, se vuelven contra las denunciantes. Cuandoestán solas es fácil desacreditarlas, amenazarlas con arruinar sus carreras e inclusoculpabilizarlas. Pero esta vez, la unión hizo la fuerza. De nuevo la sororidad como motor de lafuerza bruta, de masa, para cambiar las cosas. Por fin la denuncia no se volvía contra la víctimapara victimizarla doblemente, por fin el ventilador de mierda apuntaba en la dirección correcta.

Desde entonces y hasta hoy, las mujeres famosas y anónimas han seguido hablando bajo otrasetiquetas: #balancetonporc (delata a tu cerdo) o #cuéntalo, creado por la periodista CristinaFallarás. Con sus relatos han sacado a ese vecino sobón, a ese pariente que siempre las buscabaen los rincones oscuros de la casa, a ese compañero de trabajo, exnovio, jefe, que les provocabaun nudo en el estómago, del ámbito del problema individual. Cuando lo mismo se repite entretantas mujeres con tan poco en común y en tantos lugares distintos, entonces el problema no estuyo con ese baboso de la oficina, es de la sociedad. Esa es la normalidad para las mujeres yresulta difícilmente soportable.

Lo hemos visto de repente, de golpe —gracias Internet— y en todas sus intensidades ymanifestaciones. El hecho de que exista una escala muy amplia de gravedad en las actitudes deacoso ha servido para hacer algunos patéticos intentos de desactivar este clamor. «¿Entoncesabrirle la puerta a una mujer me convierte en un opresor?», «¿No puedo volver a saludar a ningunamujer con dos besos?, ¿ni meterme en un ascensor con ella? Estoy confuso, ¿debo comportarmecomo un finlandés con síndrome de Asperger en este nuevo mundo que se escapa a mientendimiento?», «¿Acaso soy un delincuente por gritarle “guapa” a una chica». No, claro que no.Tu abuelo tampoco es un miembro del Ku Klux Klan por hacer un chiste racista en la mesa deNochebuena, pero ¿por qué aquí te cuesta menos ver que, aunque sea a diferente escala, en los doscasos hablamos de racismo?

Esta normalidad no hay quien la aguante, en todas sus dimensiones. La tensión tan familiarcuando, caminando por la calle, tienes que atravesar un grupo de chicos; la irritación cuando undesconocido te solicita sonrisas; la incomodidad cuando uno de esos entrañables señores de másde cincuenta que pueblan las oficinas españolas te saluda agarrándote como si fuera tu pareja detango, todo eso no va a matarnos, ni a traumatizarnos de por vida, ni es comparable a la violenciafísica, pero preferiría que esa inercia masculina a probar la paciencia y la buena educación de las

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mujeres se sometiera a una revisión colectiva en lugar de seguir formando parte de unanormalidad que obviamente es más normal para unos que para otras.

La resistencia al cambio en un plató de televisión

Un clásico de los reproches a las feministas es la supuesta ligereza con la que hablamos de «loshombres» y «las mujeres» en general; de su comportamiento y la educación que reciben.Obviamente, hay muchísimos hombres que jamás en su vida han acosado y, posiblemente, existanmujeres que nunca se hayan sentido violentadas en una situación de este tipo. Pero cuando se hablade dinámicas de opresión comprobables entre diferentes grupos humanos, como el racismo, elmachismo, la transfobia o la homofobia, es bastante incómodo utilizar siempre detrás de «loshombres» la muletilla «excepto tu padre, tu hermano, Benedict Cumberbatch, aquel novio quetuviste en segundo de carrera, tus doce mejores amigos gays, Íñigo Errejón, Carles Francino, TomHardy…». Las feministas habríamos tardado siglos en explicarnos, más siglos, quiero decir.

Cada vez que trato de hablarle a un hombre de la estructura que considera aceptable que seinvada el espacio de las mujeres en la calle, se revuelve. Me dice que «no todos los hombres»,que «ningún hombre que él conozca», que no generalice, «que existen matices». Toda estructuratiene sus excepciones, pero abundar en las felices excepciones no nos va a ayudar a cambiar lanorma.

He dicho hombres, pero también hay mujeres que participan de esta normalidad. Pocas. Yoconocí a una de ellas en un plató de televisión. Una productora me ofreció participar en una mesade debate para un programa piloto sobre feminismo. Así que me hice con una americana rosachicle estilo Tootsie y pedí una mañana libre en el trabajo. El tema de la tertulia era la necesidad,o no, de legislar acerca del acoso callejero en España, al igual que se ha hecho en otros paísescomo Bélgica o México. El caso es que en un momento dado me encontré sentada en una mesaretroiluminada con forma de herradura, maquillada como un travesti filipino en la Nochevieja de1983, tratando de articular mis opiniones sin tacos.

Me rodeaban una mujer que se dedicaba a la música, una guionista y una profesora y ensayistacon un currículum bastante imponente. Las tres primeras estábamos de acuerdo en que la ley debeproteger la dignidad de las personas y asegurar su tránsito por el espacio público sin deteriorarlas libertades. Discrepábamos sobre si ya hay leyes a las que se pueda acoger alguien que sufraacoso callejero, sobre la dificultad práctica de aplicarlas, sobre cuán grave es este tema ennuestro país comparado con otros. Era una fiesta de pijamas bastante aburrida, la verdad, hastaque entró en juego la profesora universitaria para negar la mayor.

Pintó un agradable panorama costumbrista de película de José Sazatornil y defendió los piroposde toda la vida como si fueran patrimonio inmaterial de la humanidad. A ella siempre se loshabían lanzado castizos, copleros e ingeniosos. No sentía que el espacio público fuese un terrenomás amenazador para las mujeres que para los hombres, a pesar de haberse movido en el ambienteuniversitario, con todos esos caminos de setos entre las facultades sembrados de pervertidos quecorretean masturbándose entre las azaleas como perrillos de la pradera cachondos, con todas esasestudiantes con la carpeta apretada contra las tetas como si fuera un chaleco antibalas. Nada, nadade eso había sucedido en su presencia, ella se había mantenido ajena a todo y así nos lo explicó.

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«Pero, aunque usted haya tenido la suerte de que no le haya pasado, sabe que pasa. Que pasamucho, ¿verdad?». En este punto yo sudaba debajo de los focos, el maquillaje de mis ojos y miscejas emprendía un lento viaje hacia mi cuello y empezaba a parecer el payaso del túnel del terrorde la feria de Málaga. Entonces llegó lo peor. Dijo que todas las personas somos distintas ycomplejas, aquí de acuerdo; que no todas las interacciones humanas se pueden regular por ley, ahítambién de acuerdo; y que le molestaba ese «las mujeres», no se sentía incluida, ni apelada, niempática por ese «las mujeres» con el que a nosotras se nos llenaba la boca.

Por lo visto su propia experiencia era tan radicalmente distinta a los millones de tuits del#Metoo y las estadísticas del Ministerio del Interior sobre sexismo que invalidaba cualquierreflexión sobre las mujeres como grupo humano. Más sudor, el rímel ya me llegaba a lasclavículas. Lo que tantas y tantas veces había escuchado de hombres ajenos al feminismo parabloquear mis argumentos, solo por el hecho de que ellos no se sentían directamente identificadoscon lo que les contaba, ahí estaba, en boca de una intelectual. Ese «las mujeres» que tan útil habíasido desde los albores del feminismo para incluir incluso a las que estaban conformes con susituación, o no estaban en disposición de verla, y que nos había llevado a donde estamos, yasabéis: a poder VOTAR, tener propiedades y demás asuntos propios de ciudadanas de plenoderecho, le parecía una generalización caduca, falsa, gravísima, un escupitajo en la cara de supreciosa e incuestionable individualidad. Claro que las mujeres no somos un bloque homogéneo,ni el feminismo es un bloque homogéneo, ni siquiera yo misma era un bloque homogéneo con todaesa sombra de ojos y esa laca resbalándome por el cuerpo.

No quise perder la esperanza. Allá que fui con el argumento de que las mujeres de cualquierorientación sexual no lo hacemos. «Pero, por favor, por favor, por lo menos reconózcame que lainmensa mayoría de las mujeres no interpelan a desconocidos por la calle. Cuando sucede —alas personas no feministas les tranquiliza enormemente que les digas que las cosas suceden comosi fueran fenómenos meteorológicos—, son hombres en su inmensa mayoría quienes lo hacen. ¿Yha pensado por qué? Cuando un hombre te dice: «¿Adónde vas tan solita?», no espera que lecontestes: «A la gestoría, ¿te vienes conmigo?» y la situación acabe con sexo salvaje y champán.Te interpelan por interpelarte. Por marcar territorio. Si empujas un carrito de bebé lo hacen igual,si vas acompañada de una amiga, también, si llevas un hombre al lado, no». No, nada, tampocopor ahí.

Para cuando el debate acabó con unos aplausos desganados del público ordenados por laregidora, yo parecía sacada de una película de John Waters y ella ya había calificado mi posturade puritana. En algún punto de 2018, en una loca voltereta intelectual, cuestionar los usos ycostumbres de toda la vida se había convertido en un ataque monjil a la libertad de expresión.Pero a mi interlocutora, más que la legislación sobre el derecho de las mujeres a disfrutar delespacio público sin ser molestadas, intimidadas o agredidas, lo que le preocupaba era lageneralización, que nadie la confundiera con un miembro de nuestro club de quejicas ytiquismiquis.

Todos aquellos hashtags, todos aquellos relatos habían logrado sacar el abuso del terreno delos asuntos privados que te tienes que resolver tú. También habían logrado colocar el acosocallejero en el debate y dejar de considerarlo una entrañable tradición o un ritual de seducción.Interpelar a las mujeres por la calle porque sí es una característica más de esa normalidad en laque ya hemos visto que los hombres están a sus anchas.. Pero existía una resistencia a toda aquellaoleada de cambio, y venía desde donde menos te lo esperabas.

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El primer pene que vio la escritora ecuatoriana María FernandaAmpuero

Mi revancha personal hacia esta mujer es colocarla exactamente un par de líneas por encima delrelato de cómo mi amiga María Fernanda Ampuero vio un pene por primera vez.

Seguro que ni la periodista y escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero ni el propietariodel pene pensaron jamás que su interacción fuera a tener tanto valor sociológico como para acabaren un libro escrito en España varias décadas después, pero así es. Supongo que ya os vaishaciendo a la idea de que en este relato no hay música de saxofón a la luz de las estrellas nisábanas de satén. Bueno, puede que haya satén, pero definitivamente en un contexto radicalmentedistinto.

Mafe tenía seis años y viajaba en el asiento del copiloto junto a su madre, las dos venían dehacer la compra en un supermercado de su Guayaquil natal. Pararon en un semáforo y un hombreadulto con un brillante y colorido traje de payaso, peluca roja y un manojo de globos en la manotamborileó con sus dedos enguantados en el cristal de la pequeña Mafe para llamar su atención.Ella se giró inocente, ilusionada hacia su madre para pedirle un globo. Cuando volvió la cabeza,ahí estaba, asomando en medio de la vistosa tela de rayas, como si fuera la trompita de un elefanteexplorando el mundo a través de una carpa de circo, su primer pene. En los segundos que tardó envolver la cabeza, lo que había al otro lado del cristal pasó de ser un mundo de magia y fantasía aser, bueno, cómo decirlo, la polla de un desconocido en tu cara. Ver tu primer pene antes de losdiez a veinte centímetros de tu madre, rodeada por las bolsas de la compra semanal, no es lasituación ideal para nadie.

Mafe me contó que entonces su madre hizo un gesto de fastidio y desagrado. «No mires. Soncosas que pasan», le dijo, son cosas que el mundo te lanza a la cara desde niña si eres una mujer.Ya de adulta, comprendió el razonamiento de su madre, su indiferencia. Debió de pensar queaquello era un fastidio asumible comparado con el resto de «cosas que pasan»; ya sabéis, como lalluvia o los huracanes. A medida que fue creciendo, leyendo los periódicos, caminando por lanoche, teniendo relaciones, trabajos, entendió por qué su madre solo se encogió de hombros.Después de todo, lo que había sucedido era algo de lo que en algún momento podría reírse, notodas podían decir lo mismo. Debía de pensar que una tiene suerte si el tipo en cuestión no te toca,ni te retiene ni te acorrala y solo se limita a crearte una relación traumática de por vida con lospayasos.

En este punto, el cien por cien de los hombres que conozco —el cien por cien, sí, denunciadme— no se darán por aludidos con esta historia, no espero que lo hagan, pero sí que traten deimaginar hasta qué punto nuestra experiencia del mundo, la de las mujeres, es diferente y actúen enconsecuencia. Tíos sensibles y cívicos, solo os pido empatía. También se la pido a la mujerconservadora de la tele, otras no pueden ir al circo con tanta tranquilidad como usted, ¿sabe? Enun momento dado de nuestra conversación, ella mencionó el «victimismo» en el que afirmaba quehabía caído el feminismo actual. Otro clásico. Si callas respecto al abuso, eres cómplice. Sidenuncias, además de ser víctima, te lo estás haciendo. ¿Por qué hablar de si somos victimistas ono en lugar de transformar, con educación, como sea, los comportamientos de los hombres que nosobligan a hacernos esa pregunta? Quizá a la mujer conservadora no, pero a mí me pone nerviosadesvictimizar a una niña de ocho años a la que un vecino acorrala en el ascensor. No todas somosfrágiles florecillas, ni estamos en situaciones vulnerables, pero no se pueden usar las excepciones

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para camuflar un problema que tiene que ver con inercias de comportamiento de una parte de lapoblación sobre la otra.

La manera de experimentar el espacio público que tienen los hombres y las mujeres es distinta. Sino la analizamos, si seguimos entendiendo las cosas que nos suceden a tantas como ventiscasfortuitas, si pensamos que el simple cuestionamiento de lo de siempre es puritano, opresivo y va ainstaurar un estado del terror que nos va a convertir en robots, no llegaremos a ninguna parte. Sipongo en la balanza esta normalidad y la que queremos conseguir, prefiero arriesgarme a lucharpor un mundo gris y aburrido en el que ningún tipo disfrazado de payaso te enseña la polla.

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CREADORAS Y CREADAS

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12EL TEST DE BECHDEL Y EL TEST DE BATMAN

Imagínate que todos los personajes masculinos de las películas y las series fueran diferentesversiones de Homer Simpson, Jason Bourne o el vampiro Edward Cullen. No sé si eres un hombreo un adolescente; si no lo eres, imagina que lo eres. Tienes ambiciones, inquietudes, sentimientos,te plantas delante de una pantalla y, como todo ser humano estándar, buscas fantasear, sufrir,empatizar e identificarte con alguno de los personajes, pero tus opciones son esas tres. Ya está. Obien padres de familia, blancos y alcohólicos funcionales con la inteligencia emocional de un sacode piedras, como Homer; o bien psicópatas armados que hacen explotar cosas y persiguen, o sonperseguidos, en vehículos a motor, como Jason Bourne; o bien cursis con un gesto perpetuo de«estoy triste, fóllame», como el vampiro interpretado por Robert Pattinson en la saga Crepúsculo.Nada más, solo esas tres variantes, para todo.

Sigue imaginando y no pierdas de vista que eres un tío. Imagina que los hombres son tanirrelevantes en las historias que te cuentan el cine y las series televisivas que estos tres clichésunidimensionales son suficientes y se los va distribuyendo como comodines. Funcionan comoelementos de relleno en un universo de personajes femeninos variados, complejos y verosímiles.Solo son satélites. Valen para cubrir los huecos del argumento reservados para las escenas en lasque hay que degollar a alguien, practicar sexo heterosexual, tener una pelea callejera, pagar lacena, celebrar los goles o prender fuego a los pedos para animar una velada.

La ficción es importante porque a la vez refleja nuestra visión del mundo y la conforma.Consumir historias significa ponerse delante de un espejo y, en el caso de las mujeres, ese ha sidoun espejo de feria que nos ha devuelto una imagen distorsionada, esquemática y reducida; unespejo que en lugar de multiplicar, resta. Para tratar de invertir el esquema te he puesto delantetres caricaturas de lo masculino con las que dudo que muchos hombres se sientan del todocómodos. Los estereotipos femeninos repetidos hasta la náusea en series y películas responden amás de tres tipologías, pero tampoco muchas más.

Estamos tan acostumbradas a estos estereotipos que podemos hacer una velada de cine clásicopara ver, por ejemplo, Mogambo (1953) y que nos siga pareciendo verosímil que dos megadiosasde la belleza como Ava Gardner y Grace Kelly se peleen por Clark Gable, un señor muycarismático, de acuerdo, pero ya cincuentón y con cara de sillón orejero. En este punto no voy ahablar directamente de las películas de Woody Allen porque no quisiera que os llevarais laimpresión de que soy una persona superficial, maleducada y llena de ira, así que lo que quierodecir, lo diré de esta otra manera: cuando una directora y guionista calva, con escoliosis, en elinfrapeso y con un millón y medio de dioptrías en cada ojo protagonice sus propias películasdurante cincuenta años y nadie vea nada extraño en el hecho de que, en cada una de esas películas,un tío bueno distinto —treinta años menor— se enamora de ella por sus neurosis; en ese momento,

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cuando llegue ese día, entonces y solo entonces, la ficción empezará a estar en paz con lasmujeres.

El cliché de la chica despampanante rendida ante el señor decrépito y otros tópicos parecidoshan acabado siendo creíbles a base de repetirse, pero a la luz del feminismo resalta la parcialidady el absurdo. Nos parece que hay varias reglas no escritas para presentar a las mujeres enpantalla. Allá van algunas:

• Las actrices siempre tienen que tener diez años menos de los que tendría su personaje. Sipor ejemplo el papel es el de la madre de Robert Pattinson —él tiene treinta y dos yaparenta veintiocho—, una actriz de treinta y cinco con chaqueta de punto y collar deperlas será perfecta.

• La regla de los diez años es aplicable a todos los casos excepto a las adaptaciones deLolita. Si vas a decir que la perversa depredadora sexual adolescente tiene trece años,busca a una actriz de veintidós. Sería muy perturbador estar hablando de una niña querealmente pareciera una niña. Si el personaje no llega a la edad mínima de consentimientosexual, al menos que la aparente. El resultado será a la vez tranquilizador para laconciencia y sexy.

• Que las mujeres se duchen siempre enriquece la trama. Es imposible que los espectadoressepan nada sobre los hábitos de higiene personal de los personajes femeninos sin que estospermanezcan unos minutos bajo el agua con la boca sensualmente entreabierta.

• Las mujeres con sobrepeso no existen.• Las mujeres más negras que Beyoncé tampoco existen. ¿Qué quieres decir con Lupita

Nyongo? Lo que dices es muy raro, ¿quieres un vaso de agua?• Un personaje femenino siempre tiene que estar implicado en alguna trama romántica.

Básicamente están para eso, para recibir malas noticas por teléfono y para las escenas enlas que hay que salir de un probador con diferentes looks y reírse sin sentido mientrassuena música pop.

• En serio, tienen que enamorarse o querer enamorarse, o bien que alguien se enamore deellas. En casos muy extremos, qué sé yo, la historia de una mujer que cruza sola elAtlántico en velero o de una entomóloga investigando sola en el Amazonas, recurre a losflashbacks o sugiere cierta tensión sexual con cualquier ser vivo u objeto a mano, un botesalvavidas, un timón, una merluza, lo que sea, pero no la dejes sola.

• La ropa es muy importante.• Comisarias, juezas, fiscales, políticas o periodistas solo resultan creíbles si llevan

constantemente americanas con hombreras de corte masculino. Es la única manera de darcierta sensación de autoridad, esa o quizá colocarles unos pequeños bigotitos postizos,pero eso taparía sus bonitas caras de concentración cuando examinan la escena del crimen.

• Las opciones para las heroínas de acción son monos de licra o camisetas blancas de tirantesmuy escotadas, muy sucias y eventualmente mojadas.

• Es importante que las armaduras de las superheroínas dejen al descubierto las piernas elvientre y la zona del escote, porque ¿qué probabilidades hay de recibir disparos opuñaladas en las zonas sexis?

• Las mujeres están más cómodas con tacones que sin ellos, también en las escenas de acción.Sobre todo en las escenas de acción.

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• Todas las mujeres inteligentes son malvadas excepto Hermione Granger de Harry Potter.Las mujeres inteligentes son criaturas de Satanás.

• Las grandes historias de amor requieren gestos impulsivos que despierten la emoción en elespectador, como, por ejemplo, averiguar los bares que frecuenta la chica, presentarse ensu casa por sorpresa, hablar con su jefe para conseguirle unas vacaciones que no hapedido, enviarle mensajes y paquetes anónimos o merodear a su alrededor de noche en uncoche con las lunas tintadas. La mayor fuente de inspiración para las mejores escenasrománticas es el Código Penal.

¿Por qué estamos mal y poco representadas? Sorpresa: porque los hombres también dominan eldiscurso audiovisual. Ahí van algunas cifras de esas que tanto me gustan. En España, solo un 16por ciento de las películas estrenadas en 2016 estuvieron dirigidas por mujeres; en 2017, estacifra cayó hasta el 7 por ciento[26]. De este mínimo porcentaje salió la película que llevamos alos Oscar en 2017, Verano 1993, de Carla Simón. Sorprende tanta calidad dentro de tan pocacantidad.

No hay barreras explícitas y tangibles que impidan a las mujeres ser directoras o guionistas aestas alturas de la película, nunca mejor dicho, deberíamos ir teniendo claro que no hacen falta. Latradición y la inercia, en esto como en tantas otras cosas, juegan en nuestra contra. En la industriadel cine, apostar por un proyecto implica poner en juego grandes cantidades de tiempo y dinero;para arriesgar lo mínimo, lo lógico es no abandonar los referentes comunes: historias contadas porhombres que presentan lo masculino como importante y universal, y lo femenino como secundarioy accesorio. Entre 2011 y 2013, el presupuesto medio para películas dirigidas por un hombre fuede 2.300.000 euros, mientras que la media para proyectos con una mujer al frente fue de 931.000.Son más, disponen de más medios porque su trabajo goza de mayor confianza y rara vez losdedican a contar historias en las que los personajes femeninos sean los centrales.

Ellos han tenido todo a su favor para contarnos el mundo a su manera, para relatarnos incluso anosotras mismas; y esto tiene consecuencias en todos los aspectos de nuestra vida, incluso en lacama.

Follas tan mal por culpa del cine sexista

La cultura dominante, la más visible y audible, se ha creado alrededor de los hombres, de suimaginario y de sus experiencias. Nosotras no hemos tenido otro remedio que hacer un poco depicaresca de la identificación y tomar como referentes a Superman o Tarzán a falta deSuperwoman o Tarzana, no nos quedaba otra. Pero algunas experiencias no son tan fácilmenteintercambiables, no te las puedes apropiar así como así. Cuando se toca esta frontera, representarla realidad como la ve solo la mitad de la población, puede tener consecuencias desastrosas.

Las mujeres queremos enamorarnos a toda costa, las madres lo son por encima de cualquierotro aspecto de su personalidad, las mujeres se dividen en Lolitas salidas, novias/esposasencantadoras, perturbadas aterradoras o perturbadas atractivas… Hay muchos estereotiposirritantes repetidos machaconamente en el cine y la televisión que acaban filtrando ideasreduccionistas y distorsionadas en nuestros comportamientos, pero solo me voy a extender con

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uno, uno de los más nocivos, uno de los que menos se señalan, un asesino silencioso: sexo es iguala penetración.

En la inmensa mayoría de las escenas de sexo heterosexual la interacción consiste en un hombrey una mujer tratándose mutuamente como un martillo hidráulico trata las obras de remodelación dela Gran Vía. La velocidad y el contacto visual indican el grado de implicación emocional yconsentimiento de los participantes. Existe un detallito que se ha pasado por alto cada vez que elsexo aparece en pantalla, cierto tema que ni siquiera se insinúa: las mujeres disponemos de unórgano en nuestro aparato genital llamado «clítoris», que existe solo para proporcionar placer.Requiere un tipo de estimulación muy específica, pero el cine la obvia para mostrarnos una y otravez a mujeres enloquecidas de puro éxtasis con coitos no muy diferentes a los de los leones en losdocumentales de la sabana africana. No solo es el porno la maquinaria que extiende la idea de quelo que a todo el mundo le gusta en la cama es lo que les gusta a los hombres.

La ficción centrada en los hombres tiene parte de la culpa de que la gente folle peor, así deimportante es. El placer de las mujeres no es algo misterioso y complicado, lo que sucede es queestá poco documentado. Es más fácil ver una escena de sexo en la que el protagonista participa enun tiroteo mientras sigue en plena faena con Monica Belluci, que se agarra a él como un koala yacaba incluso teniendo un orgasmo (Shoot’em up, 2007), que una escena en la que alguien trate aun clítoris como se merece. El sexo en el cine es falocéntrico (recuerda pedir un deseo cada vezque leas la palabra «falocéntrico» en un libro de teoría feminista); y esa desastrosa comunicaciónsobre nuestra anatomía en las pelis es nefasta para la gestión de las relaciones en el mundo real.Hay pocas referencias sobre esta vía de estimulación y las que hay tienen que ver con lamasturbación manual: Fleabag (2016), Orange is the new black (2013), Girls (2012), Secretary(2004) o La forma del agua (2017) son algunos ejemplos; o con vibradores, como en Sexo enNueva York (1998), No es otra estúpida película americana (2001) o Broad city (2014); estasúltimas suelen usarse como recurso cómico. El mensaje es claro: recurre a la autogestión,hermana. Si quieres atender tu principal órgano de placer como es debido, vas a tener que hacerlotú misma.

El protagonismo del placer masculino ha sido una de las cruzadas de la crítica de cine ymilitante feminista Pilar Aguilar. Siendo muy joven y ya muy combativa, Pilar se fue a Paríshuyendo del franquismo, allí descubrió el feminismo y se volvió aún más combativa. En libros,artículos y redes sociales Pilar ha hablado sobre temas como la violencia contra las mujeres en elcine, los modelos de mujer y sus funciones en las narrativas y, por supuesto, el sexo. Ella llevatoda una vida viendo y digiriendo películas, series y datos para devolvernos un análisisdemoledor que se puede resumir así: el discurso dominante nos dice que las historias que merecela pena contar son las de los varones. En su último libro Feminismo o barbarie, una recopilaciónde artículos publicados en Tribuna feminista, Aguilar habla de que todo está hipersexualizado,pero entendiendo que lo que les gusta a unos es lo que le gusta a todo el mundo.

Lo que nos venden y publicitan como modelo de relación sexual es felación y coito. Felación y coito decualquier manera y en cualquier posición. Ya no dicen —como antes— que las mujeres tienen que plegarsea los deseos de los varones, sino que sus deseos, los de las mujeres, son exactamente los mismos. Es decir:un señor te mete sus genitales por donde te quepan, en plan martillo pilón y ya, con eso, alcanzamos todoslos cielos alcanzables. Me gustaría estar exagerando, pero no. Al decir que no exagero no afirmo quetodos los varones ni todas las mujeres sean iguales, ni menos aún que todos —ni menos aún todas— sigandisciplinadamente los mandatos patriarcales. Afirmo —y de manera contundente— que este es el mensajepatriarcal repetido por tierra, mar y aire.

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Acabo de ver treinta y tantas series de televisión (muchas de ellas de última novedad) procedentes de losmás variados lugares del mundo. El mensaje está claro: follar es lo dicho más arriba: coito (a ser posiblede manera acelerada compulsiva y violenta) y felación. Tenemos que cambiar estas mentalidades, esurgente.

Por lo general es más fácil para una mujer obtener un buen orgasmo sentándose en una lavadoradurante el programa de centrifugado que con un polvo conejero de treinta segundos, nosahorraríamos muchos experimentos fallidos si el cine reflejase esa realidad.

Mimetizarse con la manera en la que los hombres experimentan el sexo puede ser muyfrustrante. Esas escenas de mujeres corriéndose como en su vida después de tres empujonesencima de una mesa de oficina, que son lo que la ficción mainstream nos ha presentado y nospresenta como sexo genérico, canónico, sexo para todas y todos, sexo comme il faut, deberíancircunscribirse al género de la ciencia ficción.

El test de Batman

No se puede hablar de sexismo en el cine sin mencionar el test de Bechdel. El test es popular,revelador y sigue muy vigente, se trata de una herramienta ideada por la autora de cómic AlisonBechdel en 1985. En una de sus viñetas, una mujer le dice a otra que para comprobar que en laspelículas existen unos mínimos aceptables de representación femenina se plantea tres preguntas:¿hay al menos dos personajes femeninos con nombre?; ¿esos personajes hablan entre sí?; y si esasí, ¿esa conversación no es sobre hombres? A través de estas tres preguntas, el test pretendeponer a prueba tres puntos muy sencillos en una historia: que refleja un mundo que no solo estápoblado por hombres, que no solo existen mujeres, sino que también tienen voz propia y algunarelevancia en la trama y que los temas que tratan no necesariamente hacen referencia a loshombres y, por lo tanto, no son absolutamente accesorias a ellos.

No se trata de una prueba científica, ni viene de la academia, sino de la militancia feminista y lacreación literaria. Ha recibido críticas y réplicas, pero es una herramienta de reflexión muy útil.Resulta sorprendente la cantidad de películas y series que, sin ser westerns, ni ficciones detemática bélica o sobre mineros o monjes trapenses, no pasan el test.

Juguemos un poco con las ficciones que sí pasan el test de Bechdel, las que nos presentan elmundo como es y no como un monótono campo de nabos, y apliquémosles la prueba a la inversa.Lo he llamado «el test de Batman». No tengo nada personal en contra de Batman, me ha parecidoun nombre apropiado porque ninguna de las ocho películas de la saga incluye a dos personajesfemeninos relevantes que hablen entre sí de algo que no sea un hombre. Ocho películas, todassuspenden.

El test de Batman funciona igual, pero atiende a las interacciones de los personajes masculinos.¿En The Good Wife, Sufragistas, Vis a vis o cualquiera de las ficciones centradas en personajesfemeninos hay dos hombres con nombre que hablen entre sí de algo que no sean mujeres? Larespuesta es sí, en todas. De hecho he buscado con ahínco alguna ficción mainstream quesuspenda en el test de Batman y solo he dado con La casa de Bernarda Alba. No tengo ningunaobjeción, de hecho celebro que ambos sexos se repartan el peso de las historias, la solución nopasa por invisibilizar a los hombres, sino por tomar conciencia del desequilibrio. El test deBatman es una prueba más de que lo universal, lo primordial, lo omnipresente es masculino.

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Siempre que ellos se plantan delante del espejo de la ficción, este les devuelve alguna imagen. Nopuede ser que cuando somos nosotras las que nos miramos, como si fuéramos vampiras, noveamos nada, la superficie brillante solo nos devuelva vacío.

Yo soy la mujer que soy a pesar de La Sirenita, Pretty Woman, Grease, todas las de IndianaJones y el dichoso Batman, dios sabe por qué. Las chicas y jóvenes que están formando ahora suspersonalidades y gustos tienen muchos espejos de feria que romper, por ejemplo, la lánguidaprotagonista de la saga Crepúsculo que antepone el amor a un tipo muerto frente a todo lo demásen su vida, o la igualmente lánguida protagonista de 50 sombras de Grey, que hace lo mismoporque un millonario con déficit afectivo le provoca un calentón monumental. Pero ya no nosvamos a tragar el cuento de la princesa, ni el de la mamá abnegada, ni el de la puta mucho mástiempo, nos aburren. En muy pocos años se han multiplicado las historias de ficción y no ficcióncuyos personajes centrales son mujeres: El cuento de la criada, Big Little Lies, Lasescalofriantes aventuras de Sabrina, Los juegos del hambre, Killing Eve, Ocean s 8, The GoodWife, Vis a vis, Orange is the new black, Sufragistas, Figuras ocultas… Historias de tíasdecentes, malas, blancas, negras, heroicas, cobardes, reales, de ciencia ficción, que son poderosaso que están con la mierda hasta el cuello, historias variadas, fieles a nuestra realidad, en las quemirarse, reconocerse y vibrar.

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13LAS OLVIDADAS, LAS LOCAS Y EL «ESTILO FEMENINO»

Mi ataque de ira todavía no se había desatado por completo cuando salí de la exposición, lollevaba sujeto como un mastín babeante, pero al reparar en el título, impreso en letras de vinilonaranja en la entrada, «Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo», meempezaron a palpitar las sienes. Ahí fue cuando me planteé seriamente entrar a sangre y fuego enla tienda del Museo Picasso de Málaga a hacer justicia y vandalizar cada imán, cada camiseta ycada bolsa de tela con la frase «Somos plenamente libres» impresa. ¿Cómo que «somosplenamente libres»? ¿Encima cachondeo? La mitad de las artistas presentes en aquella exposiciónhabían pasado épocas de su vida internadas en manicomios de mediados del siglo XX, lugares depesadilla, precisamente por haber tenido que ganarse con sudor cada milímetro de libertad paradesarrollar sus talentos.

No estaba enfadada con el museo. Por mucho que el título sonase a pitorreo después de leer lasbiografías de las artistas dispuestas en fila en un panel, estaba justificado por la necesidad dehacer un marketing sexy y empoderante. Supongo que con el título «Las jodieron vivas y murieronolvidadas, bueno, menos Frida Kahlo. Las mujeres artistas y el surrealismo», se habrían vendidomenos imanes de nevera.

Estaba enfadada conmigo misma por haber llegado a aquel punto de mi vida con cinco años decarrera de Historia del Arte en el cuerpo sin tener ni idea de quiénes eran la mayoría de esaspersonas. Me sentía como dentro de uno de esos sueños en los que llegas a un examen para el queno has estudiado nada y además no llevas pantalones.

¿Por qué sabía con quién se había acostado Picasso entre 1936 y 1943 y no sabía quién eraClaude Cahun? Ella experimentó con el género en los años treinta de maneras que haríansonrojarse a un millennial. O Germaine Dulac, que dirigió la primera película surrealista, Lacoquille et le clergyman (La concha y el reverendo), un año antes de que Buñuel realizara Unchien andalou (Un perro andaluz). Había visto exposiciones sobre aquel padrastro que tuvo Dalíentre mediados de enero y principios de febrero de 1954, pero jamás ninguna de la pintora eilustradora checa Marie Čermínová, a quien le exasperaba tanto la idea de adaptarse al papel dela mujer en su época que sencillamente se inventó una solución intermedia. Se cambió el nombrepor el de Toyen, que fonéticamente podía entenderse como ciudadano (citoyen) o ciudadana(citoyenne), hablaba de sí misma en masculino cuando le apetecía y se travestía también cuando leapetecía. Ellas habían llegado muy lejos antes que nadie haciendo malabares con sus talentos y suidentidad, pero la gran estafa histórica del patriarcado nos las había arrebatado. Con lo bien quenos habría venido conocerlas.

El surrealismo fue un movimiento basado en la atención a lo irracional, en soltar los frenos dela imaginación y el inconsciente para crear y vivir respondiendo a los impulsos, a lo primitivo, alo onírico, jamás a las normas. Si los hombres que navegaron por estos cauces creativos

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resultaban bastante subversivos, las mujeres lo eran el doble. Vivían en una sociedadexpresamente diseñada para su incomodidad, para el control de sus cuerpos y la penalización desus deseos —de todos—, creativos, emocionales, intelectuales, todos. Sufrían en sus propiascarnes una inhibición mucho más extrema que la de sus colegas de movimiento. ¿Qué les iban acontar a ellas sobre represión? Fueron ollas exprés creativas a máxima presión. Donde señoressurrealistas como André Breton o Max Ernst tenían que saltar vallas, señoras surrealistas comoDora Maar o Leonora Carrington tenían que demoler muros de hormigón. Si tú quieres caldosurrealista, una mujer te va a dar tres tazas. Nuestra rebelión siempre lo es por partida doble, en1930 y hoy.

A la mitad de ellas se les fue el catamarán en algún momento de su vida. Normal. Su propiaépoca había sido injusta con ellas, porque eran unas extraterrestres indescifrables en los añosveinte y treinta. En su época no existía un casillero de genia en el que encajar así que acabarondeslizándose a otro que le quedaba cerca: el de loca.

El caso de las surrealistas, las fascinantes, las prodigiosas surrealistas, es un buen ejemplo parahablar de lo que ha pasado con la historia de las mujeres creadoras, pero también para localizarun tejemaneje más sutil. Cuando una mujer da un paso fuera de la norma, siempre debe cuidarse deno darlo demasiado largo, un ligero descuido y resbalas hasta la categoría de «loca».

Todas locas

A mí me han empujado a este casillero, pero no a empellones, sino con palmaditas dereconocimiento paternalista. Cuando he producido algo de lo que me he sentido orgullosa, un buenvídeo con las dosis justas de información y humor, un artículo sólido, bien argumentado que lagente compartía mucho (uno de esos trabajos después de los que te quedas vacía y pletórica), aveces he recibido bonitas felicitaciones en las que muy a menudo había un ingrediente extraño:«Me ha encantado esto que has hecho, QUÉ LOCA ESTÁS, TÍA»; «Me he reído mucho con tuvídeo, con ganas de ver el próximo, LOCA». Pero vamos a ver, ¿loca?, ¿por qué? ¿Sabe usted elgrado de cordura necesario para sentarse a levantar un texto coherente con argumentos y datos dela nada?

Como en tantas ocasiones —el #Metoo, por ejemplo, siguió este patrón—, comentando tusmiserias individuales con más mujeres, descubres que son categoría, norma, sistema y estructura.A otras compañeras periodistas, escritoras, youtubers serias, ilustradoras o cómicas les sucedíalo mismo en los casos en los que sus trabajos creativos contenían mínimos ingredientes de humor,intensidad, violencia o ideas políticas expresadas acaloradamente: se convertían en locas.

Un loco es un señor que se sube a una azotea en pololos a gritar que los alienígenas están encamino para liberarnos a todos porque las cabezas de muñecas que tiene en su habitación así se lohan ordenado. Nosotras en cambio estamos siempre caminando al bordecito mismo de la histeria.¿Te enfadas? Estás loca. ¿Desconfías? Estás loca. ¿Tienes opiniones políticas y discutes conquienes tienen otras distintas? Radical y loca. ¿Te vas a Formentera sola? Loca y un poco puta.¿Yoga? Loca mística. Cualquier chica corrientita y aburrida puede convertirse en una fascinantedesequilibrada tiñéndose el pelo de naranja o manifestando cualquier discrepancia con su noviodelante de los amigos de este.

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Pero a mí el que más me preocupa es el «loca» pronunciado con admiración y un poco deincredulidad, ese tonito reservado para el público de los loros que hacen sumas. Ahí no les sale«curranta», ni «genia», ahí hay sorpresa ante una distorsión, algo que no acaba de encajar. Parahablar de nuestro ingenio, originalidad y talento estos admiradores usan una palabra referida a lainestabilidad mental. «Loca» es solo un marcador para avisarnos sutilmente de que nos estamosdesplazando unos milímetros fuera del marco establecido, para señalar algo que chirría porque noacaba de ajustar.

Este desajuste tiene que ver con la imagen de genio. El hombre solitario, pendenciero,estrafalario, volátil y caprichoso para el que la familia es irrelevante ¿Qué te sale si aplicas todasesas cualidades a una mujer? Exacto, una loca. Las surrealistas perdieron la chaveta de verdad afuerza de ninguneo y a nuestras contemporáneas, a nosotras, nos siguen avisando de que la etiquetade «creadoras» no nos acaba de encajar. Es uno de esos avisos sutiles que da el entorno cuandoempiezas a rebelarte, son advertencias que se mueven reptando en el lenguaje, en esas extrañaselecciones de vocabulario, en esa admiración algo condescendiente que se concede con el ceñofruncido. «Eres buena en lo tuyo y eres una tía. Debes de estar mal de la cabeza».

El estilo femenino, Apocalypse Now y el macramé

Solventado el tema de que cualquiera, si quiere, puede estar bastante loca, hablemos ahora dedecapitaciones. Mira los dos cuadros que reproducimos a continuación. Representan ladecapitación de Holofernes. En el Libro de Judith del Antiguo Testamento se relata la historia deesta honrada y valiente viuda que, ante el asedio de su ciudad por parte del general Holofernes,elige tirar por la calle de en medio, seducirle, emborracharle y cortarle la cabeza. Así es comoella decide solucionar la situación, el Antiguo Testamento no es un texto en el que abunden ladiplomacia y la inteligencia emocional.

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Judith y Holofernes, de Caravaggio (1599)

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Judith decapitando a Holofernes, de Artemisia Gentileschi (1612-1613)

El motivo de la decapitación misma, o el retrato de Judith con la cabeza del general en unabandeja, es recurrente en la Historia del Arte desde el románico hasta el siglo XX, es muyconocida la pintura de Klimt, por ejemplo, con una Judith de ojos entrecerrados, rodeada deteselas doradas. En la Biblia hay dos cortacabezas célebres: Judith es la decapitadora buena ySalomé, la que en los Evangelios le pide a Herodes la cabeza de Juan el Bautista a cambio de unlap dance, la mala. La de Judith es una historia bastante atípica, no solo para la tradición bíblica,sino en términos absolutos. Siguen siendo escasas las representaciones de mujeres a las que se lesatribuye cierto heroísmo, no por sacrificarse, sino por tomar una iniciativa violenta. El episodiode Judith es una especie de Kill Bill bíblico.

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Estas son dos de las representaciones más célebres del cuadro, una la pintó Caravaggio en1599; la otra, Artemisia Gentileschi en 1613. A simple vista, sin conocer la obra de ambosartistas, ¿crees que se puede averiguar cuál fue pintada por un hombre y cuál por una mujer? Quépregunta tan absurda, ¿no? Tal cosa es imposible. Hoy en día se sigue insistiendo en que existe unestilo, una sensibilidad y una forma de pintar, filmar, dibujar o componer inherente a la condiciónde mujer. Que existen temas, motivos y lenguajes más femeninos que otros. Basta con repasar lasentrevistas a creadoras de cualquier campo en las que indefectiblemente se alude a que sonmujeres, no solo desde el punto de vista cuantitativo, porque haya pocas en su campo, porejemplo, sino desde el punto de vista cualitativo. La directora de cine Kathryn Bigelow es laautora de En tierra hostil (2009) y La noche más oscura (2012), dos películas bélicas. Esrelevante desde el punto de vista informativo señalar que es una mujer porque hay muy pocaspelículas de este género dirigidas por mujeres, pero es arriesgado decir que su manera de enfocarel tema ha sido femenina, y esto sucede una y otra vez cuando somos nosotras las que producimoscultura. Por supuesto, el género como cualquier factor sociocultural juega un papel importante enla manera de contar las historias, pero en el caso de las creadoras se tiende a pensar que estosucede siempre, que la condición de mujer es la fuente central de toda imaginación, toda reflexión,todo enfoque y que, además, lo es de manera innata.

Volvamos a las decapitaciones y preguntémonos aquí ¿qué características tienen los productosculturales femeninos? Ya contesto yo: son más pequeños, artesanales, menores, intimistas, serefieren a lo personal, lo doméstico, lo íntimo y suelen evitar la mutilación como motivo. Aunquesea muy lejano en el tiempo, me gusta usar el ejemplo de los cuadros de Judith y Holofernes deGentileschi y Caravaggio por un ingrediente en particular: la representación de la violencia. Sondos artistas contemporáneos, Gentileschi seguía la obra de Caravaggio y es muy probable que,incluso, se conocieran en Roma. Ella se inspiró en el óleo del pintor, famoso en sus tiempos porser bastante gore y no solo no lo suavizó, no lo feminizó, sino que se recreó en la brutalidad de laescena permitiéndose hasta unos chorros extra de sangre yugular.

Artemisia Gentileschi fue violada. Lo sé porque este dato no falta nunca en las menciones a lapintora y la obra. Ella fue violada y este cuadro fue su desahogo y su venganza, eso es lo que sedice de mil maneras distintas en todo libro, documental o artículo sobre ella, como si a esa furia yese ensañamiento tan poco femeninos de su Judith les hiciera falta una justificación. Es muy raroque el nombre de Artemisia haya llegado hasta nuestros días, el de pintora no era un rol aceptablepara una mujer, también es muy muy curioso que lo haya hecho su historia personal, resulta queella tuvo el coraje de denunciar a su agresor. Lo que no es excepcional, por desgracia ni en elBarroco ni ayer, es lo que le pasó. La violencia está constantemente presente en la vida de lasmujeres y, aun así, los estilos y modos de expresión supuestamente femeninos son pacíficos.

La vida de Caravaggio tampoco fue un paseo al atardecer. El pintor tenía fama de puñaladafácil y, en un momento dado, tuvo que exiliarse de la ciudad porque se le fue la mano en una peleacallejera y acabó asesinando a otro hombre. Años después le pasó algo parecido en otro altercadoen Nápoles. Pero nunca he escuchado decir que Caravaggio era un macarra de mucho cuidadopara justificar la violencia de su Judith y Holofernes.

La escabechina de Artemisia Gentileschi, las pelis de guerra de Kathryn Bigelow, Crudo, lasangrienta película de la directora Julia Ducournau, o Babadook, la de terror psicológico deJennifer Kent, las brutales piezas teatrales de la dramaturga Angelica Liddell, la novela de cienciaficción, escrita incluso antes de que existiera el propio género, de Margaret Cavendish o las fríascajas de luz de la pionera del arte digital Lillian F. Schwartz, todas estas manifestaciones

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creativas chirrían con la idea de una manera de producir cultura femenina, incomodan. Están entodas partes y en todas las épocas y desafían esa convención de que hay ciertas cosas como latecnología, el terror, la política o los aspectos más oscuros de la condición humana que no nosinteresan solo por el hecho de ser mujeres.

Es cierto que hablamos más de lo pequeño, lo personal, lo emocional y lo doméstico, pero estepatrón no nos viene de dentro, el camino es el opuesto. Lo que contamos es el resultado de nuestraexperiencia del mundo, viene del estímulo exterior, del lugar donde hemos sido colocadastradicionalmente y no de alguna especie de inclinación natural que empuja irremediablemente alos genios varones a hacer puentes colgantes, Apocalypse Now y la Capilla Sixtina; y a nosotras,macramé y novelita erótica.

Cuando las mujeres hablamos de tecnología, terror, violencia, guerra, héroes, ciencia ficción, lohacemos desafiando los espacios y los intereses que se nos habían asignado. Lo hacemos porque,a pesar de todo, muchas hemos sido capaces de esquivar los roles tradicionales y ser fieles anuestros talentos y, en parte, para escapar de la irrelevancia. Porque, por desgracia, por injusticia,por tradición —maldita tradición—, lo que emana de la experiencia exclusivamente femenina seha considerado siempre menor y secundario.

No es cómo lo contamos, es lo que contamos

Por ejemplo, la maternidad. La maternidad es una experiencia universal, que nos toca a todo elmundo, que sucede en todas partes desde los albores de la humanidad. Es importante,trascendental, puede ser heroica, es el vínculo de los vínculos, además de imprescindible para laespecie, mueve los peores terrores y la entrega más sublime, pero está desaparecida de la cultura.El ejemplo no es mío, es de la novelista, crítica literaria, editora y ensayista Laura Freixas.Cuando se quedó embarazada, quiso leer las grandes novelas sobre la gestación y la maternidad,pero no las encontró; solo dio con libros de autoayuda y revistas sobre patucos, estrías, pezones,potitos y peditos. Los productos culturales con el embarazo y la maternidad como tema centraleran escasísimos. Hasta la madre por antonomasia, la Virgen María, tiene como seis frases en laBiblia y todas están en la línea de «Uy, qué agobio, aquí hay muy pocos panes y peces para tantosinvitados».

Laura y yo nos conocimos cuando la entrevisté para un reportaje sobre el papel de la palabra enla nueva ola feminista. En nuestra primera conversación me confesó que, en realidad, lamaternidad no era un tema que le interesase especialmente, pero la práctica ausencia en la culturade algo tan importante era un ejemplo irresistible para ilustrar que la experiencia femenina,incluso si de ella depende toda vida humana, siempre importa menos.

«No se trata solo de completar la historia con nombres», me dijo Laura, «sino de tener presenteque el punto de vista es distinto. Emilia Pardo Bazán habla de la violencia hacia las mujeres enmuchos de sus cuentos y hasta se inventa una palabra: mujericidio. Ella refleja algo que de otromodo hubiera caído en el olvido». Por ese camino vamos también en este momento, la palabratambién es nuestra. Términos que pertenecen a nuestra perspectiva del mundo como mansplainingo manspreading ya están en los medios, los libros y las conversaciones. «Lo que hace ese señorque te toca la pierna sin que tú quieras, ahora se llama acoso y toda esa serie de tareas no

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remuneradas que se supone que las mujeres hacemos por amor se llaman “trabajo doméstico”.Nombrar estas vivencias las señala, las saca de lo individual, las politiza y las problematiza».

Laura cambió «nosotras no estamos» por «vosotros os estáis perdiendo algo». El ejemplo de lamaternidad, poco y mal representada, es mucho más aplastante si se compara con la narrativamachirula por excelencia: la guerra. La guerra en sentido literal y figurado, la alianza de un grupode señores contra otro grupo de señores, o en pos de un objetivo común, una y otra vez, desde laIlíada hasta Resacón en Las Vegas 3, pasando por las ocho millones de novelas y películas sobrela Guerra Civil española, desde Astérix y Obélix hasta el Señor de los Anillos, saga que, porcierto, también se despeña en el test de Bechdel.

La manera de gestionar el poder y el conflicto, de jerarquizar lo que es importante y lo que no,en definitiva, de entender el mundo de los hombres se ha contado desde todos los puntos de vistaposibles, mientras que la nuestra se mantenía en la sombra. Nos encontramos además ante laparadoja de que, si contamos nuestras propias historias, muy probablemente estas quedaríanrelegadas a un segundo plano; mientras que si nos incorporamos al gran relato, corremos el riesgode actuar como impostoras. ¿Cuál es la solución a todo esto? Actuar a la vez en todas partes,movernos hacia el foco a la vez que intentamos torcer el foco hacia nosotras, seguir siendo unaslocas al mismo tiempo que intentamos conquistar el papel de genias.

Nuestra historia no es ni más ni menos importante que la de los hombres y tampoco existe unestilo femenino que emane mágicamente de nuestra sensibilidad, existen historias de mujeres quellevan generaciones volando bajo el radar y, si no se incorporan a la cultura con mayúscula, estase queda coja y tuerta. Quitarse de encima la idea de que el hombre cis, hetero, blanco es el centrodel universo, que lo único que importa es lo que le pasa a él porque él es la medida de lahumanidad, la creatividad, la razón y la autoridad nos va a costar un rato. Está siendo como dejarde fumar pero a nivel cósmico. De vez en cuando, nos traicionará la inercia y caeremos en losviejos malos hábitos, volveremos a pensar que todas esas voces que hablan de paritorios, fogones,violaciones o parvularios no importan; que cuando hablan de violencia, terror, ingeniería omonstruos, no son del todo nuestras voces porque traicionan a esos supuestos mundos femeninos.Da igual. Este es el único camino posible para darle sentido en algún momento, en algunaexposición, al título «Somos plenamente libres».

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14LOLA FLORES Y LA CORRECCIÓN POLÍTICA

Prepárate para entrar en una zona libre de ironía. El siguiente párrafo está enfocado con la máximaseriedad y el más profundo respeto artístico y humano hacia Lola Flores.

Aquello que dijo a finales de los setenta The New York Times sobre ella: «No canta, no baila,no se la pierdan», es una manera muy certera de decir que su talento consistía básicamente enaturdir al público a base de puro carisma, que lo suyo se desborda por todas partes de cualquierdisciplina concreta. Lola era performer, se comunicaba en el lenguaje universal, inclasificable ycasi místico que les es propio. A día de hoy, en cualquier directo de los que circulan por YouTube,Lola te canta «La zarzamora» con esa voz pedregosa, gesticulando con sus brazos fibrosos y susmanos cuajadas de anillos de fantasía y tú la entiendes, seas un gestor de capital riesgo sueco, unapastora de cabras afgana o el empleado de una gasolinera de Xiangzhou ajeno por completo a lasdinámicas del amor romántico mediterráneo. Entiendes todo porque ella se lo explica a tusmismísimas moléculas, a tu cerebro reptiliano.

Era un portento de la comunicación. Yo me pongo semanalmente sus actuaciones y entrevistascomo coaching, contienen herramientas esenciales para manejarse en la vida poniéndole unpoquito de ganas de ser auténtica, o por lo menos de no ser gris. Lola Flores, sin pretenderlo, seadelantó a un debate que hoy salpica constantemente en los ojos al feminismo, el de la correcciónpolítica. Un montón de señores tratan de extender la alarma sobre la falta de libertad de expresiónsolo porque ellos quieren continuar siendo racistas, machistas y homófobos sin que nadie lesmoleste. Qué pereza le hubiera dado todo este tema a Lola.

Con la corrección política nos están intentando hacer una filigrana rara, un juego de intercambiode papeles entre víctimas y victimarios. A las feministas, por ejemplo, nos tachan de censorasagresivas por no permitirles ejercer su agresividad y su censura sobre nosotras. Nos acusan deactuar como una especie de cuerpo de policía que revisa el grado de capacidad ofensiva de cadacomentario o chiste en las redes sociales o en el mundo real. El temible feminismo, rastrea,localiza, juzga, dicta sentencia y lincha a los responsables de la ofensa. No solo somos lasfeministas estas inquisidoras contemporáneas, nos acompañan en la labor de vigilancia ciertasminorías y colectivos que lo son por elección, o no; desde cualquiera que no sea blanco hastacualquiera que haya decidido ser vegano, por ejemplo. Es como si el matón del colegio fuera aquejarse amargamente a la profesora de que los niños solitarios con gafas, pluma, ortodoncias ysobrepeso están atentando contra su libertad de expresión por no permitirle pegarles chicles en elpelo como lleva haciendo desde el jardín de infancia.

¿Y qué tiene que ver Lola Flores con todo esto? Muchísimo. En el vídeo Lola Flores y lacorrección política[27] está la clave de todo este asunto. Se trata de un documento brevísimo quese ha entendido fatal, ha circulado como un chiste porque ella le pregunta a un entrevistado si es«hemosexual o mariquita». El error gramatical puede ser un lapsus, aunque estoy segura de que en

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su cabeza estaba todo muy claro y que somos todos los demás los que estamos equivocados. Si tequedas en las formas, te pierdes que lo que está haciendo Lola es darte una lección de urbanidadpara toda la vida. Ella sencillamente no sabe muy bien cómo comunicarse con la persona que tieneenfrente sin faltarle al respeto, algo bastante común en los ochenta, ahora y en el Paleolíticosuperior, en tu oficina y en el Parlamento Europeo. Así que con admirable humildad e inteligenciaemocional admite que anda despistada: «No sé cómo entrarte». ¿Cuántos conflictos individualesy colectivos se resolverían mejor y más rápido si una de las partes comenzara admitiendo que nosabe muy bien cómo entrar a la otra? Hay más humanidad en estos siete segundos que en toda lahistoria de Twitter. Y corrección política, claro, que es el tema que nos ocupa. La correcciónpolítica es la manera de comunicarse tratando de no ofender a personas o grupos de personas queya sufren o son oprimidos por la circunstancia que sea. Es una manera de ejercitar la empatía ygarantizar la buena convivencia tratando de ponerse en el lugar de quien tienes enfrente antes dehablar.

Que este comportamiento se generalice, en principio, parece una estupenda noticia. Algunasvoces que hace pocos años eran menos audibles, las de las mujeres, las de las personas LGTBI,las de los gitanos, las de las personas con diversidad funcional… ahora tienen mucha capacidadde respuesta y difusión a través de colectivos, asociaciones y, sobre todo, de las redes sociales.Se han alzado para devolverles el empujón a los abusones. Son voces airadas, cansadas de estarsiempre en la parte que no se ríe, en la parte que traga saliva y aprieta los puños. Son vocesofendidas con razón, pero a quienes están acostumbrados a ir por el mundo como un elefante enuna cacharrería, esta indignación les parece un incordio ridículo. ¿Cómo es posible que despuésde generaciones tragándose la misma mierda no tengan la piel más dura? Se preguntan losdefensores de la incorrección política. ¿Por dónde empiezo yo ahora a callarme lo que pienso?

Quienes se quejan de que se está atentando contra su derecho inalienable a ser unos gañanestienen el espíritu opuesto al de Lola. No saben cómo entrar a casi nadie y les da muchísima perezaponerse a averiguarlo. Patalean y vociferan: «Esto es una dictadura. Ya no se puede decir nada»;cuando lo que sucede en realidad es que ellos ya no pueden decir todo sin recibir respuesta.

Tienen razón en algo, pero están confundiendo el objetivo de sus iras. Es cierto que en nuestropaís hay un grave problema de libertad de expresión. En España un chiste te puede mandar a lacárcel[28], esto sí se parece al tipo de cosas arbitrarias y tiránicas que suceden en las dictaduras,solo que hasta ahora esta ley se ha usado principalmente para castigar a quienes cuestionan alpoder, no para salvaguardar la corrección política y proteger a los ofendiditos.

En defensa de la caspa

Llaman a los ofendidos «ofendiditos»; a la empatía, «corrección política» y a esos valiosísimos,hermosísimos segundos, en los que antes de hablar te pones en el lugar del otro, «autocensura». Ladefensa de lo políticamente incorrecto es tan feroz que cualquiera podría pensar que loscomentarios y chistes racistas, machistas y homófobos están en peligro de extinción. Columnistas,escritores, humoristas, tu portero, tuiteros anónimos, los defienden como si fueran patrimonioinmaterial de la humanidad. Como si fueran el silbo gomero, una forma de comunicación ancestralque se impone rescatar del olvido. Solo hay que asomarse al abismo de los comentarios encualquier noticia que tenga algo que ver con feminismo, inmigración o derechos LGTBI de

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cualquier medio digital. Si echas de menos la incorrección política, ahí sigue, pringandoperiódicos, redes sociales, patios de colegio, oficinas y tertulias televisivas todos los días delaño.

La norma cultural aceptada sobre lo que es gracioso, aceptable y cortés, o sea, la culturahegemónica, se está cuestionando con fuerza porque solo unos pocos habían fijado sus reglas.Esos pocos a los que ahora les indigna la indignación. La cultura hegemónica es tu tío Pelayohaciendo los mismos chistes sobre chinos y maricones en cada reunión familiar. El momento quevivimos es esa Nochebuena en la que tu prima lesbiana, una mujer hecha y derecha que va por sutercera exnovia y lleva un par de copas de verdejo por fin le manda a tomar por el culo.

El pobre tío Pelayo representa un estamento poco habituado a tratar con sensibilidadesdiferentes de la suya. Así que cuando gran parte de los presentes se unen a la prima lesbiana paraarrugarle el morro, su confusión es máxima. Nadie le rellena la copa, la bandeja de percebes pasade largo. Es mucho más cómodo pensar que toda esa gente ha sucumbido a la dictadura de lopolíticamente correcto que hacer autocrítica. «Solo es un chiste», rezonga, «solo es humor».

Ahora voy a decir una incorrección política

Hablemos de Pelayo. Pelayo es el ser más privilegiado de la Tierra, tiene poder adquisitivo, unbuen nivel cultural, cuando habla, los demás escuchan, es más hetero que Shakira y más blancoque un váter, nunca ha sido el objeto de las bromas, tiene la autoestima de un emperador chino, esun tipo afortunado, un campeón capitalista, un estándar del montón de arriba andante. Cuando losmovimientos feminista o antirracista hablan del varón blanco heterosexual, es en el tío Pelayo enquien están pensando, con su corbata y su sonrisa de ganador. Y sin embargo, tiene derecho ahacer chistes ofensivos. Si él decide poner su humor al servicio de las fuerzas del mal de estemundo, de todo lo que es cruel e injusto, es su problema y tendrá que enfrentarse a lasconsecuencias. Defiendo la libertad de expresión, incluso de la expresión de la inmundiciaretrógrada, pero defiendo muchísimo más la libertad de respuesta, la libertad de presión.

El humor, el arte y la ficción no tienen por qué responder a criterios morales. En este terrenopodemos hacer lo que queramos, podemos hacer chistes sobre meter niños en trituradoras ogolpear a ministros con bebés de foca, aquí cabe toda brutalidad y todo absurdo. Si tratáramos decontentar a todas las sensibilidades que operan en el plano de lo real, nos paralizaríamos. Nosquedaríamos sin canciones de reguetón sobre tratar a tu novia como un felpudo, sí, y eso seríaestupendo, pero también sin historias de crímenes, sin chistes sobre enfermedades venéreas, sintodos esos videoclips en los que Rihanna comete asesinatos, robos y ajustes de cuentas.Viviríamos en un mundo dominado por Peppa Pig y su espeluznante familia.

Expresarse es exponerse a recibir una respuesta. Caminar por una cuerda haciendo equilibriosentre no aburrir y no ofender; entre remover conciencias y sentimientos, y juguetear un poco con lainfamia y la exageración tratando de escocer sin abrasar. El público siempre ha sido el mismo,solo que es ahora cuando empieza a tirar tomates. Se llama feedback. Se parece mucho a laselección natural. Los indignados por la indignación tendrán que acostumbrarse a soltar sus ideasy que las sensibilidades de ahí fuera las reciban como la sabana africana recibe a una gacela. Si tuchiste cojea, si se inclina demasiado hacia el agravio, si se mofa de una realidad brutal, la de laviolencia de género, por ejemplo, será devorado.

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Cada cual debe elegir si usa sus capacidades creativas y toda esa manga ancha para aportaralgo digno al mundo o para ser cutre y cruel. Porque el humor es libre, pero a veces duele. Hayque procurar no apuntar hacia quienes ya están heridos. Quienes lo hacen son conscientes, pero lespuede la incontinencia; así que igualmente se lanzan a decir lo que quieren decir, pero avisan: «Loque voy a decir es políticamente incorrecto». Alerta spoiler: lo que viene a continuación no te vaa hacer estallar la cabeza de pura fascinación, limítate a abrir el paraguas porque se avecinatormenta de caspa.

El reino del terror

Ahora tenemos que hablar de una subcategoría que me apasiona, la de los mártires de laincorrección política. Los identifiqué en mis redes sociales durante las jornadas del juicio por elcaso de La Manada y me tienen obsesionada. Son los que se leyeron la sentencia de la primera ala última página para sacarle punta al comportamiento de la víctima, los que hablan sin parar deesa rareza estadística que son las denuncias falsas por violencia de género, los que en pleno#Metoo apuntaban que hay muchas que utilizan el sexo como moneda de cambio; en fin, esos tíos.Son los que buscan grises y matices en el mal para contravenir un supuesto pensamiento únicoterrorífico, orwelliano, que no les afecta en nada ni les impide hacer nada ni se materializa enningún aspecto de su vida, pero que a ellos les tiene preocupadísimos. Los políticamenteincorrectos han estirado el significado de conceptos como «linchamiento», «puritanismo»,«pensamiento único» o «dictadura». Me imagino a Hitler, Pol Pot y Obiang nerviosos tratando portodos los medios evitar sentarse al lado de la Corrección Política en una cena de dictadores. «Eh,Idi Amin, no hagas contacto visual con ella, es la peor de todos». Son los que hacen de abogadosdel diablo, como si el diablo necesitase más abogados de los que tiene. «Voy a hacer de abogadodel diablo» es otra introducción clásica a la caspa y las cavernas.

Los mártires de la incorrección política están convencidos de que muchos otros están pensandolo que solo ellos se atreven a expresar. Se creen Braveheart o Martin Luther King por ircontracorriente y lanzar sin pudor opiniones impopulares y minoritarias. No, quinientos tuitsponiéndote de vuelta y media no te convierten en héroe; ni tu opinión en subversiva, ni a quien telleva la contraria, en horda. A lo mejor esa opinión tuya a la que le están sacando las tripas esimpopular y minoritaria porque eres un machista. Míratelo. Quizá esa opinión ni siquiera esminoritaria, sino un intento de defender la estructura predominante que con mucho esfuerzoempezamos a resquebrajar.

Es refrescante y liberador decirle por fin al tío Pelayo que es un grosero, un carcamal triste,aburrido y violento con la empatía de un destornillador. Decirle que es descorazonador que use suvaliosa libertad de expresión para profundizar en heridas que ya están suficientemente abiertas.Ay, tío Pelayo, la corrección política repara y protege mucho más de lo que condena. Nos ayuda atratarnos entre nosotros cuando no sabemos «cómo entrarnos» mutuamente, a no atravesar elmundo y a las personas que lo habitan como si fuéramos misiles tierra-tierra emocionales. Teprotege incluso a ti, tío Pelayo, de que ningún miembro de la familia haya mencionado queempiezas a tener más pelo en las orejas que un schnauzer.

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COSAS QUE PARECEN FEMINISTAS PERO NO LOSON

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15LAS MUJERES SOMOS MÁGICAS

Las mujeres están locas si pretenden ser iguales a los hombres. Son bastante superiores y siempre lo hansido. Cualquier cosa que le des a una mujer, ella lo hará mejor. Si le das tu semilla, te dará un hijo. Si ledas una casa, te dará un hogar. Si le das alimentos, te dará una comida. La mujer engrandece y multiplicacualquier cosa que le des.

Esta cita, supuestamente de William Golding —autor de El señor de las moscas y premio Nobelde Literatura—, circuló bastante por WhatsApp y redes sociales durante los días 8 de marzo de2017 y 2018. Vamos a hablar de por qué esto es algo muy preocupante. Resulta cargante, pero noescandaloso, que cuando habla de cosas que le puedes dar a una mujer solo se refiera a semen,labores domésticas y comida. No dice: «Si le das una beca, sacará un MBA», tampoco dice «Si ledas un edificio en el centro de Madrid y un préstamo bancario, hará un hostal muy rentable», ni«Si le das el consejo de administración de la televisión pública, te dará contenidos veraces ycontrastados y una programación cultural excelente». No. No dice nada de esto. Por fortuna, la citaestá maquetada en color sepia junto a una foto en blanco y negro de un señor mayor con el peloblanco y un estilismo muy siglo XX. Incluso para aquellos que no estén familiarizados con lafigura del nobel será evidente que la cita viene de una voz del pasado.

No es preocupante que, en su contexto y su tiempo, Golding dijera esto, que tampoco lo dijo...La cita es falsa. Lo que de verdad es espeluznante es que en 2018 apenas nadie le encuentre nadararo a esta cita; sea de un escritor con un amplio currículum machista o del pato Donald. Lo queda ganas de gritar y salir corriendo es que habiendo llegado gracias al desarrollo tecnológico atener unos prodigiosos aparatitos que nos dan acceso a todo el conocimiento humano, decidamoscompartir precisamente un mensaje así.

Hay un carácter común a esta y otras frases pretendidamente feministas que inundan nuestraspantallas cada 8 de marzo: nos dan unas inquietantes palmaditas por ser extraordinarias, pero porunas razones muy concretas. ¿Por sacar el máximo rédito a los microcréditos en países en vías dedesarrollo? No. ¿Quizá porque cometemos menos delitos violentos? Tampoco. Siempre se centranen lo estupendo que es que seamos empáticas, mimosas, intuitivas y, sobre todo, que nosocupemos gratis de hacer bebés y croquetas porque queremos. Son ejemplos de esa cultura quealaba nuestra capacidad de sacrificio y abnegación por amor en lugar de cuestionarla.

En España las mujeres dedican casi el doble de horas a la semana al trabajo no remunerado(26,5 horas a la semana frente a las 14 de los hombres). Este trabajo incluye todas esasactividades invisibilizadas sobre las que se sustenta gran parte de nuestro bienestar físico ypsicológico, nuestro equilibrio emocional, buena salud, civismo, educación desde que nacemoshasta que morimos. Son las mujeres las que dedican el doble de tiempo al día a suministrarantibióticos a los niños, ayudarles a hacer los deberes, insistirles para que den los buenos días alvecino, se sienten bien, dejen salir antes de entrar, no hablen con extraños, coman con la boca

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cerrada. Las que acompañan al abuelo durante su colonoscopia o le bañan o le sostienen del brazomientras da su paseo por la tarde. El doble de tiempo, 26,5 horas semanales, casi una jornadalaboral a tiempo parcial, dedicada a la alimentación, la higiene, la educación, la preocupación.Porque, como hemos visto en el capítulo «El machismo también es culpa tuya», encargarse detodas estas tareas también supone una enorme carga mental y una constante y desquiciantesensación de responsabilidad. Aún sigue muy vigente ese «me ayuda en casa» referido a loshombres que sencillamente comparten las tareas domésticas. Trabajamos más sin cobrar que loshombres en todos los supuestos, en todas las situaciones vitales y a todas las edades, según elINE. Las cifras solo se acercan en un supuesto: cuando no tenemos pareja; en este caso lasmujeres dedicamos 13 horas al trabajo no remunerado frente a las 11 que dedican los hombres. Loque nos revela este dato es que todas estas actividades extralaborales son siempre las mismas,pero cuando hay una mujer cerca para hacerlas, en el doble de ocasiones le tocará a ella. Lacatedrática de Sociología María Ángeles Durán dice en su estudio «La riqueza del cuidado»,publicado por la Universidad de Valencia, que estas labores supondrían el equivalente a 28millones de puestos de trabajo a tiempo completo. Es decir, una cifra que está un 30 por ciento porencima de las horas de trabajo remuneradas en España.

Los datos no son muy distintos a los de los países de nuestro entorno. En la UE en 2016, el 92por ciento de las mujeres de 25 a 49 años (con hijos menores de 18 años) cuidaba a sus hijosdiariamente, en comparación con el 68 por ciento de los hombres. Respecto a las tareasdomésticas y la cocina: el 79 por ciento de las mujeres cocinaba y realizaba tareas domésticasdiariamente, en comparación con el 34 por ciento de los hombres. El 44 por ciento de las mujeresy el 43 por ciento de los hombres europeos, según el Eurobarómetro del pasado noviembre,piensan que el desempeño más importante de la mujer está en casa, mientras que el del hombreconsiste en aportar ingresos.

Somos lo más bello de la tierra, un regalo de los dioses, ángeles del hogar y unas pringadas deprimera por lo visto también.

Estamos ante un reparto injusto de lo que a todos nos toca como seres humanos por cuestionesde supervivencia. Pero en lugar de combatirlo y señalarlo, se sigue reforzando la idea de que esnatural con halagos rancios y cursis. ¿Cuántas veces has oído eso de «las mujeres sois capaces dehacer muchas cosas a la vez»? Se sigue insistiendo en que las mujeres somos mágicas unicorniasde purpurina capaces de hacerte un osobuco con cuatro zanahorias pochas, rellenar un Excel conuna mano, cambiarle la pila del sonotone al abuelo con la otra y hacer cuarenta y cincoempanadillas sin gluten para los niños con los pies. El patriarcado te dice que eres estupenda ymega especial, un ser místico, superior, de una sensibilidad muy distinta a la de los hombres. Elsistema vitorea la supuesta capacidad de las mujeres, y solo de las mujeres, para la multitareatirado en un sillón con el mando de la Play Station en la mano.

Esas ojeras son fruto del amor

Una mujer de mediana edad llega a casa abatida, en el sofá la esperan un hombre, un adolescente yun niño, los tres relajadísimos. El marido le pregunta que qué tal le ha ido la entrevista; «mal»,contesta ella, «pedían referencias». Cambio a primer plano del adolescente, un heterazoguapísimo de mandíbula cuadrada que se dirige a alguien fuera de cámara para contarle que su

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madre no tiene referencias laborales de los últimos años porque estaba criándole a él entre otrascosas. «Tiene unas ojeras que no oculta, ella dice que son producto del amor», dice el chaval.«Por ella no me he convertido en el imbécil que podría llegar a ser. Le saca partido a todo, es ungenio. Debería darle las gracias a mi padre por haberla elegido». Resulta que está en el despachodel hombre que ha rechazado el currículum de su madre. El anuncio termina con fundido a rojo yel logo de Coca-Cola.

Este otro spot es de la multinacional Procter & Gamble. Varias escenas se suceden en cortesmuy rápidos, recogen las rutinas de tres madres en diferentes partes del mundo: lo que parece unpaís del norte de Europa, otro africano y un tercero del Sudeste Asiático. En un fast forward en elque sus actividades se van solapando a toda velocidad, se ve crecer a los tres niños mientras lasmadres preparan meriendas, les transportan en diferentes medios de locomoción, les duermen, lesdespiertan, les consuelan y les acompañan a sus entrenamientos y ponen cara de angustia en lasgradas de sus competiciones. Es un anuncio para el día de la madre, así que es normal que lospapás ni estén ni se les espere por cuestiones de concepto, aunque no podemos evitar pensar quesi el anuncio hubiera sido para el día del padre habría mucha emotividad también, pero menosojeras.

En el clímax, las tres criaturas, ya adultas, compiten en las Olimpiadas y les dedican susvictorias a sus madres que lloran. Tú que lo estás viendo también lloras, claro, porque con todaprobabilidad tienes una madre y esa madre, incluso si no eres campeona olímpica se ha partido laespalda para que tú ahora mismo seas la persona que eres y si estás leyendo un libro sobrefeminismo es que además lo ha hecho bien.

Quiero hablar de un último anuncio que se viralizó recientemente, es de la compañía de tarjetasde felicitaciones American Greetings. Una cámara oculta muestra a diversos aspirantes que hacenuna falsa entrevista por Skype. Aquí de nuevo tiran de la metáfora del trabajo remunerado, comohemos visto en el de las ojeras por amor. El entrevistador enumera las características del puestoante la incredulidad y la alarma de los entrevistados: jornada de veinticuatro horas los trescientossesenta y cinco días del año, no solo no se libra durante los festivos, sino que el trabajo seintensifica. El puesto requiere un alto nivel de resistencia física, atención constante, habilidadesnegociadoras, nociones de medicina, cocina o economía. Por último les informa de que elsupuesto trabajo no está remunerado. Los entrevistados no pueden creer que alguien aceptesemejantes condiciones y, finalmente, el falso entrevistador les revela que en realidad hay billonesde personas en el mundo que lo hacen: son las mamás. Todos los falsos entrevistados reaccionancon mucha ternura, una hasta llora, supongo que habrán eliminado las escenas de los que mandan ala mierda a American Greetings por dar falsas esperanzas estando el mercado laboral como está.

El mensaje final del anuncio es que le regales una tarjeta a tu madre. No es «cuestiona tusprivilegios», ni «échale un vistacito rápido a cómo están repartidas las tareas en la sociedad en laque vives», no, es: mándale una tarjeta a tu madre. Hay unas muy bonitas con una cita de WilliamGolding, la cita es fake, aunque eso da igual, tu madre no podrá leerla porque probablemente estédemasiado puesta de todos esos ansiolíticos que consume para soportar su vida. Pero mándaselade todos modos, las mamás son geniales[29].

Entre las mujeres mágicas, las más mágicas son las madres. En la publicidad el estereotipo dela madre superheroína es casi una categoría en sí mismo. Supongo que resulta útil para llegar a untarget muy amplio porque hay un montón de gente ahí fuera que tiene madre y porque, de esasmadres, un altísimo porcentaje está sobrecargada de trabajo y eso, por lo visto, de alguna formaperversa, despierta la ternura de los consumidores. Les hace sentir parte de algo más grande que

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ellos, una comunidad global de explotadores de madres, supongo. La madre es psicóloga,enfermera, actriz de método, escenógrafa, proctóloga, veterinaria, jueza de paz, camella,contorsionista, matarife, una alquimista en la cocina y una diputada en la cama, un desfase de serhumano. No es un ángel del hogar, es el Batman de Christopher Nolan, pero con útero funcional;¿cómo no va a ser feminista reconocerle su labor? Pues no, es todo lo contrario. Lo que hacenestos mensajes es lo mismo que se hace con los niños cuando se les dice que son unos campeonespor comerse las alcachofas cocidas del día anterior. Unas palmaditas por tragarte la mierda. Esteaplauso a la mujer orquesta fija y abrillanta la idea de que las tareas que tienen que ver con elcuidado, lo afectivo, la atención a los niños, enfermos y débiles corresponden solo a una parte dela población.

Estamos rodeadas de un aparato que glorifica el agotamiento de las mujeres, la muerte pormultitarea de las cuidadoras, sobre todo de las madres. Atender las necesidades de nuestrossemejantes es algo necesario, maravilloso, satisfactorio, humano, dedicarse a otra persona paraconstruirla desde cero y que se convierta en alguien que merezca la pena. Pero quizá habría quetransmitir la idea de que las ojeras por amor están un poco mal distribuidas en lugar de reforzarla.

La llamada de la selva

Llevamos tantas décadas intentando encauzar las cosas a nuestro favor y librarnos de esta clase deestereotipos, dando dos pasos hacia delante y uno hacia atrás, que a veces flaqueamos, dudamos sino será verdad que somos obreras del amor incondicional por naturaleza, si no será verdad quehacemos todas estas cosas de las que habla el falso Golding generación tras generación sin pedirnada a cambio porque estamos hechas para hacerlo. Hay quien incluso dice haber encontradoevidencias biológicas de que todo esto es así.

Las justificaciones biológicas me ponen nerviosa. Sostener que hacemos lo que hacemos yelegimos lo que elegimos por imperativo natural, que somos unas maquinitas íntegramentedominadas por nuestras hormonas, unos primates encantadores saltando por ahí de rama en ramaen un mundo sin condicionantes, sin caja rosa y caja azul sociocultural, sin Netflix, ni redessociales, ni reguetón, ni educación sexista, ni estructuras de poder, ni teléfonos móviles llenos decitas humillantes cada 8 de marzo, me parece algo ingenuo y peligroso. Un argumento muyseductor, además, para aquellos que quieren asignarnos un papel en la sociedad a las mujeresdefinido principalmente por el hecho de que gestamos, parimos y amamantamos.

Veamos por ejemplo lo que dice la psicóloga y ensayista Susan Pinker, autora de algunaspopulares charlas TED sobre la importancia de las relaciones sociales para vivir más y mejor, ydel exitoso libro La paradoja sexual. Ella sostiene que los condicionamientos culturales: cómonos educan, cuál nos dicen desde la infancia que es nuestro lugar en el mundo según nuestrogénero, qué mensajes recibimos desde la ficción, los referentes masculinos en los que se pone elfoco (ya sabes: políticos, deportistas, jefazos) y los referentes femeninos en los que se pone elfoco (ya sabes: modelos, mamás de anuncio de Coca-Cola, divas del pop con braguitas delentejuelas), en fin, todo aquello de lo que hemos hablado hasta ahora, nos definen menos que losgenes y las hormonas. Que son estos factores innatos los que hacen que las mujeres tengamosmayor inclinación hacia las personas y los hombres hacia las cosas. Ella explica que incluso enlos países en los que existe mayor igualdad de oportunidades, las mujeres tendemos a elegir

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jornadas laborales más cortas para estar con los nuestros. Viene a poner en cuestión la idea de queuna igualdad de oportunidades tenga que traducirse necesariamente en igualdad de resultados.Añade que es un error tomar los valores tradicionalmente masculinos: la competitividad, elindividualismo, la ambición económica, como objetivos universales, que el feminismocontemporáneo está tratando de igualar las cosas hacia el lado equivocado.

Me gusta esta última idea, estoy de acuerdo en que todas las sociedades serían más vivibles yjustas si tanto hombres como mujeres cuidáramos más y trabajáramos menos, volveremos a estepunto en el capítulo «La trampa del empoderamiento». Pero todo este discurso de que la biologíanos coloca en nuestro lugar de manera categórica es inquietante. Sugiere que nos dejemos caercuesta abajo hacia las tareas tradicionalmente asociadas a las mujeres, porque se nos dan mejorpor naturaleza, las que hacemos por amor, las que nos reportan ramos de flores y categoría deseres místicos, perdiendo de vista que esas actividades son también las que nos alejan de losámbitos de toma de decisiones, los espacios públicos, el poder económico y político, las que noestán remuneradas o están remuneradas precariamente. Las mismas tareas de las que llevamostratando de librarnos con uñas y dientes desde los albores del movimiento feminista porque no, noson naturalmente nuestras. Quizá si la llamada de la selva fuera tan fuerte como algunos dicen, lasmujeres no nos habríamos incorporado a todos los sectores cuando las condiciones nos lofacilitaban y también cuando no, remando contracorriente, contra las convenciones sociales, losroles de género, los mensajes machacones de toda la sociedad, de todas las sociedades para quenos quedáramos en los lugares que se nos habían asignado.

Como dice la escritora y académica Silvia Federici, una de las mentes más afiladas delfeminismo: «Lo poco natural que es ser ama de casa se demuestra mediante el hecho de querequiere al menos veinte años de socialización y entrenamiento día a día, dirigido por una madreno remunerada, preparar a una mujer para este rol»[30]. Ella lleva toda su vida analizando yteorizando el hecho de que el sistema en el que vivimos se sostiene sobre una enorme cantidad detrabajo invisible y gratuito que, en su mayoría, realizan las mujeres cuya principal remuneraciónes todo este aparato de reconocimientos ñoños, de frases motivacionales, de anuncios para lamejor mamá, de flores, chucherías y parafernalia rosa de premio de consolación cada 8 de marzo,que nos alejan de la igualdad efectiva.

Nosotras estamos en las estaciones espaciales y los parlamentos, pero va a ser complicadoseguir avanzando en buenas condiciones si ellos no empiezan a estar de verdad junto a la cama delos ancianos y en las salas de espera de urgencias con los niños en horario de oficina. ¿Qué tal siempezamos a repartir la magia?

No es nada feminista colocarnos en una posición superior, decir que somos extraordinarias, quenos corre purpurina de amor por las venas, que somos operarias del bienestar de los demásporque implica aceptar y agradecer una carga extra de trabajo como si fuera una inclinaciónnatural en lugar de desmontarla de una vez por todas y empezar a repartir. Eh, chata, eres fabulosa,algo superior, en serio súbete al pedestal y, ya que estás ahí, pasa la mopa. Las mujeres notenemos la exclusiva de la empatía, la abnegación y el sacrificio por los demás. Las tareas que noshacen más dignas de alabanza, más mágicas, más cuidadoras de la humanidad, más merecedorasde toda la basura cursi de Internet son a la vez las más invisibles y precarias.

El feminismo reclama y va conquistando paridad en el poder, en la vida pública, pero esteenorme esfuerzo convive con eslóganes anticuados sobre las cualidades especiales y únicas de lasmujeres para el cuidado familiar y las tareas domésticas. Ha llegado la hora de repartir la magia yla mística: los hombres tienen derecho a sus anuncios lacrimógenos y sus ojeras por amor.

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16LA TRAMPA DEL EMPODERAMIENTO

Nos hemos empoderado. Ahora somos todas Juana de Arco, Xena la princesa guerrera, MargaretThatcher con uñas de gel, Agustina de Aragón con smartphone. Nos hemos empoderado tanto queen estos momentos en España hay más ministras que gente normal. Bravo. Mi generación y lasiguiente se ha tragado la lata de espinacas de Popeye o un montón de drogas excitantes. Estamosen medio de un sprint frenético de reclamaciones. Reclamamos la calle de noche, la dignidad, lavoz, nuestra historia, nuestros relatos, nuestras normas, nuestros propios cuerpos. Lo queremostodo y lo queremos ya porque hemos esperado demasiado. Andamos haciendo terapia de grupocon todas las mujeres del mundo a través de hashtags para sacar los traumas al aire y reajustar laautoestima juntas. No consentimos que se nos arrebate a una más, no queremos ser ni una menos.Somos como estudiantes saliendo a desfogarse después de una eterna época de exámenes. Estamospreparadas, orgullosas, queremos demostrar lo que hemos aprendido y sobre todo queremos serlibres, cuestionar todas y cada una de las imposiciones bajo las que hemos vivido.

Definitivamente nos hemos empoderado o por lo menos estamos en ello, pero el concepto mesigue poniendo nerviosa, lo he mencionado mucho en este libro y ha llegado el momento demeterme en faena. A primera vista parece algo bueno, una invitación para tomar el mando, o paravalorarnos a nosotras mismas y sentirnos bien, aunque no respondamos a los estándares exigidos.Pero paradójicamente el imperativo de empoderarse a cualquier precio se ha convertido en unestándar más. Tiene dos caras: por un lado, es una especie de estado alterado de la conciencia quete invita a sentirte la reina de las Amazonas por quejarte en Twitter de que una cadena textil notiene la talla 46; y por otro, te tiene en permanente estado de presión. Me preocupa queempoderarte no te libere de ninguna de todas esas imposiciones causantes de las ojeras por amor,sino que simplemente sea una piedra más en la mochila de extenuantes instrucciones para sermujer. Pero lo que más me preocupa del empoderamiento es que escucho muy poco su primerapersona del plural: empoderémonos. Es una palabra complicadísima, muy poco sexy, nadacomercial, quizá porque el empoderamiento tiene que ver con el individualismo.

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«Empoderémonos» difícilmente cabe impreso en una camiseta y vivimos un momento en el que elfeminismo es a la vez revolución y mercancía. Desde hace unos años veo las cosas másinsospechadas siendo etiquetadas como feministas y promocionadas con un tono épico. Como siatreverte a llevar una barra de labios permanente rojo cereza te convirtiera en Clara Campoamor.¡Prueba nuestro nuevo eyeliner líquido! ¡Es más resistente que una sufragista inglesa! Muchas

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marcas, sobre todo de moda y belleza, se han apropiado de la lucha feminista como argumento deventa. Donde hace poco el reclamo era que estarás más sexy y serás más deseable con este tinte depelo que cubre perfectamente las canas o aquel sujetador de encaje, ahora es que serás máspoderosa. Eres estupenda tal y como eres siempre y cuando consumas lo que tienes que consumir.No puedo evitar desconfiar de quien me dice que ame y acepte mi celulitis si lo hace paravenderme algo.

El capitalismo lo engulle todo, es capaz de engullir hasta a sus enemigos, convirtiendo losmensajes que lo cuestionan en souvenirs. Si los mecanismos capitalistas detectan unapreocupación por el avance insostenible de nuestra manera de consumir y producir,automáticamente se pondrán a comercializar caretas de Anonymous y camisetas con mensajesecologistas.

El caso de las marcas que usan argumentos feministas es un poco más complicado porcontradictorio. Por un lado, se apropian de lemas como «no es no» o «todo el mundo debería serfeminista», los empaquetan y los despachan para hacer caja. En el otro lado están las chicas quese limitan a comprar estos productos como si fueran mágicas capas empoderadoras made inBangladesh y se echan tranquilamente a dormir seguras de haber hecho el acto feminista del díaporque un tipo torció el gesto al ver un «Girl Power» impreso en su pechera. Por otro lado,colocar el mensaje ahí donde todo el mundo puede verlo, en campañas mundiales, en el Instagramde Rihanna, en latas de refresco, puede acabar siendo un caballo de Troya. No solo el mensaje,también la imagen. La imagen de las mujeres distribuida por la publicidad es parte del problema.Una chica ideal e irreal, siempre joven, blanca, delgada, una Barbie imposible de proporcionesinalcanzables. A fuerza de feminismo, las marcas no han tenido más remedio que relajar losestándares, sin pasarse, claro. Si una firma presume de hacer una publicidad diversa normalmenteofrecerá un Pantone de supermodelos: medidas calcadas y colores distintos. Si una revista saca ensu portada a una mujer de talla grande, será porque tiene una melena sedosa, labios carnosos,pestañas infinitas, una cara normativamente bella. Siempre encajan en el molde por alguna parte.

La diversidad y el body positive se presentan como estandarte y batalla primordial: la divisiónentre mujeres reales de distinto color de piel y talla, con pelos en las axilas, y mujeres dementira; el uso de unas y otras como reclamo para generar ventas y menciones en prensa y redessociales. El caso es mantener el cuerpo como tema central en todo debate alrededor de lofemenino. Los cuerpos necesitan cosas sea cual sea su talla: rímel, maquinillas de afeitar,camisetas con lemas (reivindicativos a ser posible).

Las campañas empoderadoras y diversas parten de una premisa distinta que superficialmenteparece muy refrescante, para llegar al mismo punto: compra para que te quieran, compra paramerecer la pena, compra para ser feminista. La industria de la moda y la belleza estáreivindicándose como solución de un problema que ella misma ha creado. Y es un cambiocosmético. Cada vez que veas una campaña inclusiva pregúntate cómo son las condicioneslaborales de las personas que trabajan en esa marca. El camino hacia el cambio está por esa víaque no te muestran en las marquesinas.

¿Y qué puede tener todo este chiringuito de bueno? Pues que aunque sea por las razonesequivocadas, estas imágenes y estos mensajes están en las calles. Tengo la esperanza de que almenos una de cada mil chicas que lee en una camiseta «No estoy aceptando las cosas que nopuedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar», se interese por saber quién esAngela Davis, acabe leyendo Neoliberalismo sexual de Ana de Miguel o Reacción de Susan

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Faludi. Tengo la esperanza de que las que ahora sí se reconocen en las campañas sientan que almenos su realidad, nuestra realidad, empieza a imponerse a la ficción publicitaria.

El empoderamiento como trituradora

Hace unos años, coincidiendo con el momento en el que se empezaba a escuchar la palabraempoderamiento por todas partes, comencé a observar un fenómeno extraño. Se daba entre algunasmujeres de mi entorno, pero no se comentaba demasiado; se trataba como una droga nueva queconsumíamos en secreto, me incluyo. Unas cuantas chicas independientes, urbanas, liberadísimas,hipermodernas y de toda opción sexual estábamos enganchadas a las cuentas de Instagram demadres perfectas. Nos estábamos chutando con instamamis mormonas que hacían disfracescaseros, con sus fotos de niños gorditos desayunando con pijamas a juego y tardes horneandomagdalenas; nos estábamos metiendo en vena sus escenas familiares de una placidez extrema,desconocida para nosotras, como si fueran cuadros vivientes de Norman Rockwell. Sabíamos quesus vidas estaban editadas para que cada día pareciera una mañana de Navidad en una película deCukor, pero nos daba igual. Asomarse al modelo más rancio de feminidad, al ama de casa joven,siempre guapísima, con buen carácter, sin conflicto aparente, meter las narices en las cocinas delas que tanto les costó salir a nuestras madres y abuelas era una puñalada trapera para ellas, queno quisieron para nosotras el tedioso destino de amas de casa. Normal que nos diera vergüenzaese vicio inconfesable de hurgar en la vida de los ángeles del hogar. De abrazar a la mujer mágicade anuncio de refrescos que ni siquiera tenía ojeras por amor porque además iba perfectamentemaquillada. Era mucho más extremo admitir que andábamos fantaseando con montar fiestasinfantiles temáticas y aprender a hacer cestas de macramé que confesar que estábamos metidas enel sadomasoquismo con electrodos.

Lo hablé con todas ellas y acabé escribiendo un reportaje. Algunas de las entrevistadas eranmadres, otras no, algunas eran heteros, otras no, tenían todo tipo de trabajos e inquietudes. Loúnico que tenían en común es que eran mujeres empoderadas o al menos en el proceso deintentarlo. Todas andaban peleando por conciliar, cumplir sus ambiciones, ser cultas, interesantes,estar informadas, estar buenas, viajar, hacer bikram yoga. Todas andaban corriendo tras el modelode mujer aceptable. Asunción Bernárdez, profesora en la Facultad de Periodismo de laUniversidad Complutense y especialista en Feminismo y Cultura Visual, me habló entonces de ladistorsión que provocan los ideales. «En mis clases hablo del efecto Simpson: papá trabaja fueray mamá en casa con sus tres niños. Solo un 6 por ciento de los estadounidenses cumplen estemodelo de familia. Hay una disociación entre el imaginario social y la realidad», me contó.Respecto a la proliferación de espacios virtuales alrededor del ama de casa de toda la vida y denuestra atracción fatal hacia ellos me dijo que «no es extraño que surja un modelo de familia y dematernidad ideal en un momento en el que es tan complicado de alcanzar para las mujeres quetrabajan fuera de casa. Es un modelo quijotesco que solo tienen a su alcance unas pocas».

No podíamos echar de menos esa vida porque nunca la habíamos tenido, lo que estábamoshaciendo era asomarnos a las antípodas del modelo de mujer empoderada que se nos habíavendido como perfecto y que nos estaba consumiendo. La mujer que cumple con todas susaspiraciones profesionales, es una madre atenta, una amante imaginativa, asciende a codazos, tienevida social, trabaja dieciséis horas al día en un edificio acristalado para llegar a casa y hacer lo

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mismo que hacían las mujeres en el siglo XIX pero con quinua. Mi buena amiga, la escritora yperiodista Gabriela Wiener dice que a veces oye llorar a sus hijos y a veces oye llorar a sucarrera. No hay mejor imagen para describir a la mujer moderna.

La tensión entre hogar y trabajo nos está fracturando tanto por dentro y por fuera que buscamosevasiones tan desesperadas como retroceder a los fogones y los pañales. Pero la verdaderareflexión es ¿por qué solo a nosotras? En un par de generaciones hemos cambiado radicalmente;¿dónde está el cambio de los hombres? ¿Dónde está el nuevo hombre? ¿Por qué este gigantescoconflicto del que depende la sostenibilidad de nuestras vidas, de nuestras familias no les estáhaciendo estallar la cabeza a ellos también?

American Psycho y tu tía Angelines

En el camino del empoderamiento hemos ganado capacidad de decisión, dinero, autoestima,algunos límites adaptados a nosotras, pero también hemos sido presas de un agotamientoestructural y no hemos cambiado demasiado la raíz de las cosas. Ojeras de mamá, sobre ojeras dedirectiva. Quizá ha llegado la hora de cuestionar el modelo de poder que andábamos persiguiendocomo pollos —en este caso gallinas— sin cabeza, el único modelo de poder disponible: el de loshombres. Como decía, el empoderamiento tiene un plural complicado porque su naturaleza esindividualista. Es fantástico que una niña de un barrio obrero de cualquier parte del mundoconsiga un puesto en una gran empresa por sus propios méritos y talentos, pero, como veremos enel siguiente capítulo, en el que hablaremos de las cuotas paritarias, no garantiza una mejora paranadie más que para ella. Esa niña será una jefa productiva que desafiará lo establecido dentro deun orden, una persona bastante inofensiva para el sistema.

Se fijará en el único modelo de ejercicio del poder del que dispone, el basado en laagresividad y la competitividad. Como todas, como todos, que andamos como chifladas queriendoser como Patrick Bateman, el protagonista de American Psycho, la novela de Bret Easton Ellis.Un psicópata encorbatado al que solo le importa él mismo, exprimir la cultura corporativa almáximo para satisfacer sus propios deseos por equivocados que sean. Me preocupa mucho elempoderamiento que pasa por asimilarse a este ideal.

No puede ser feminista algo que va contra los derechos humanos y el capitalismo feroz vacontra los derechos humanos de los trabajadores y las trabajadoras. También contra el planeta enel que vivimos. No es muy feminista que una mujer llegue a un puesto directivo de pongamos unamultinacional de moda para seguir explotando a seres humanos de cualquier país, edad o género.Eso no puede ser feminista en ningún caso. El feminismo es ante todo un movimiento que atiende aun desequilibrio ancestral de los derechos humanos. Repito, humanos.

Creo sinceramente que el mundo sería un lugar más habitable si las mujeres nos inventáramosunos modos de ejercer el poder cuanto más alejados de los actuales, mejor. Yo no quiero que elmontón de arriba de la humanidad que rige nuestros destinos se parezca a American Psycho,sinceramente preferiría que se pareciera a una abuela malcriadora o a tu tía Angelines. Esemodelo sí me interesa, sí me parece moralmente bueno, sostenible y peligroso para este ordendespiadado, porque desafía la idea de éxito como acumulación de dinero y poder a toda costa. Lorealmente revolucionario sería que todos esos presidentes de bancos, dueños de multinacionales yoligarcas empezaran a estar muy preocupados por la cultura de los cuidados, el medio ambiente y

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el reparto justo de los recursos. En serio, imagínatelo, cursos en Harvard para altos directivos conestrategias y coaching para ser como tu tía Angelines. Tu tía Angelines trabaja lo justo, paraconsumir lo justo, el bienestar del máximo de gente posible y el tiempo con los suyos está en lacima de sus prioridades, le da igual qué coche tengas, lo que le importa es que no seas una cretina,no consentiría que otra mujer como ella fregase escaleras por una miseria porque sabe lo que esser la última de la fila, porque ella sabe que antes del escalón que lleva hasta el poder hay muchosanteriores en los que está la supervivencia. Y es que empoderarse también es una cuestión deprivilegio.

Indudablemente hay que ir a por el dinero y el poder político, no hay discusión, son los ejes deadministración de este mundo, sería muy ingenuo no seguir por ese camino, pero debemosgestionarlos de una manera más humana; no podemos convertirnos en aquello contra lo que hemosluchado toda la vida. Lo menos cómodo pero más necesario es buscar el plural del verboempoderarse. Abrir la mirada y preguntarte quién va a cuidar de tus hijos mientras tú teempoderas, cuáles son sus condiciones laborales, de dónde viene ella, porque en el 90 por cientode los casos será otra mujer, cómo será su futuro, si estará el empoderamiento a su alcance. Estalínea de pensamiento y acción no es tan inofensiva. Remangarte y hundir las manos en cómofunciona nuestro sistema es mucho más laborioso que hacer másteres para llegar a la cima sintransformar nada por el camino.

De nuevo, demasiado trabajo, por eso es clave que los hombres nos acompañen en este cambio.Esto significa ampliar aún más el horizonte de empoderamiento y sus consecuencias, porque ahoraestá incompleto. La clave de la transformación hacia un mundo más habitable es que se equilibrenlos números de mujeres y hombres en el poder a la vez que se equilibran los números de mujeres yhombres que se reducen la jornada para cuidar del abuelo, que lloran un poco el primer día decurso al dejar a las criaturas en el colegio

El anuncio empoderante de lencería en el que salen modelos con cartucheras, te hará sentir muybien; estas otras reflexiones no. Estos pensamientos te llevarán a terrenos menos confortables peromucho más importantes: aquellos en los que se cambian las cosas para las mujeres, para todas, ypara los hombres, para todos. El poder es un asunto muy serio, no tiene que ver con llevar unacamiseta con la cara de Frida Kahlo ni con sentirte guapa aunque vayas despeinada y hayas cogidoquince kilos, ni con ganar 150 euros más al mes. El poder no es un eslogan, es una realidad queaplasta, oprime, sobrecarga de trabajo, se acumula en los lugares equivocados, esclaviza y mata.Es a ese poder al que tenemos que enfocar nuestros esfuerzos y, queridas, ese no va a ser nadafácil de manejar.

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17MUJERES AL PESO

Quiero hablar de otra exposición, esta vez de realistas, no de surrealistas. Se celebró en el año2016 en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Se titulaba «Realistas de Madrid» e incluía alos siguientes artistas: Amalia Avia, Francisco López, Julio López, María Moreno, EsperanzaParada, Isabel Quintanilla y Antonio López. Tuve que leer el título y los nombres tres o cuatroveces porque no creía lo que veían mis ojos. Traté de hacer memoria, no podía ser que no hubieravisto otras exposiciones con aquellas características antes, la culpa era mía que tenía el radarfeminista demasiado sensible justo ese día, de ahí que la evidencia me estuviera saltando al cuelloentonces, mientras que antes me había pasado desapercibida. Pensé y pensé, pero no se me vino ala cabeza ninguna manifestación cultural colectiva de ningún tipo, ni exposiciones de arte, nifestivales de música, ni de cine, ni de documentales, en la que la mayoría de los creadoresparticipantes fueran mujeres y semejante anomalía no se mencionase en el título. Volví a leer«Realistas de Madrid», y de nuevo los nombres: cuatro pintoras y tres pintores.

Cada vez que se da la circunstancia de que en cualquier espacio de cultura, poder u opinión haysolo mujeres o más mujeres que hombres, el título es algo igual o equivalente a «Mujeres quehacen cosas». Todo para señalar la excepción, para localizar el hecho de que ese certamen depesca deportiva, reportaje en un suplemento cultural sobre los mejores libros del año, o feria deturismo rural, no es estándar sino de mujeres. Lo estándar, por supuesto, es masculino. Laparticipación de las mujeres se marca como si fuésemos colectivo, excepción, rareza y anomalía.

Quedamos apartadas así de lo general, o por lo menos marcadas. Me gusta llamar a estosespacios piscinas de bolas para mujeres, me recuerdan a esos parques infantiles reducidos quehay en algunas cadenas de restaurantes familiares para aparcar a los críos y que se entretenganmientras los mayores hablan de sus cosas y se pillan el puntillo. Voy a seguir yendo a ciclos deconferencias sobre mujeres en el periodismo digital, pero lo que de verdad me haríainmensamente feliz es ver a más mujeres en los ciclos de conferencias sobre periodismo digital asecas hablando de su profesión como los hombres.

Porque mientras que a nosotras nos invitan a conferencias sobre mujeres que hacen cosas parahablar del hecho de ser mujeres en nuestras respectivas profesiones y que nos escuchen otrasmujeres, ellos pueden hacer conferenciaspreading y hablan de sus procesos creativos sin perderni un solo minuto en abundar en el hecho de que son hombres.

Nuestra ventana de atención es además muy limitada, se concentra en los meses de marzo ynoviembre, cuando se celebran el Día de la Mujer y el Día Internacional por la Eliminación de laViolencia Contra la Mujer. Los medios se acuerdan de que existen las escritoras, las científicas ylas deportistas y, de repente, hacemos un sprint de visibilidad que se va diluyendo durante el restodel año.

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Me he pasado media vida en muchos de estos espacios acotados, jugando y conspirando enestas piscinas de bolas. Hablando y escuchando hablar a otras mujeres de arte, periodismo,política, literatura; bailando con DJ y bandas formadas por mujeres; admirando la obra defotógrafas o escultoras. Porque, lamentablemente, aún es necesario separarnos y concentrarnos,tenemos que seguir insistiendo en que efectivamente nosotras hacemos cosas mientras las sigamoshaciendo a trancas y barrancas, con problemas específicos, sorteando troncos en medio de lariada, maternidades incomprendidas, acoso, infantilización, prejuicios. Solo con un altoporcentaje de nosotras salen a flote nuestras circunstancias específicas.

¿Qué hacemos entonces? ¿Quedarnos en la piscina de bolas o tomar por asalto los espaciosgenerales? Una vez más, la solución pasa por ser mujeres orquesta y hacerlo todo a la vez.Organizarnos, construir redes y recargar energías en los fuertes alternativos que nos hemosconstruido, a la vez que reclamamos la mitad de todo. Formar nuestras brigadas en las piscinas debolas para mujeres que hacen cosas, hablar de feminismo ahí para luego ponerlo en práctica entodas partes, para abrirnos paso armadas hasta los dientes en el orden construido sin contar connosotras.

Lo que me gustaba de aquella exposición es que parecía venir de un porvenir ideal en el quetodo este trabajo de equilibrio ya se había culminado. Aquella exposición con cuadros de tristesvistas de una Gran Vía franquista, baños destartalados y vasos de agua iluminados por una fría luzinvernal venía del futuro. Era una muestra de la pinta que tendría la cultura cuando el cambio sehubiera operado, cuando tras décadas de tira y afloja, las mujeres no solo fuéramos la mitad de lahumanidad, sino la mitad de lo que importa, lo que merece la pena mostrar. «Realistas de Madrid»resumía el mundo que yo quería: uno en el que la agotadora pelea por existir ya se hubiera ganadoy las mujeres hubieran irrumpido por fin en todos los ruedos como parte de la norma y no comoexcepción.

Contra las cuotas

Los defensores del viejo orden, dicen que cada cual debe llegar adonde le corresponde según suspropios méritos, no según su sexo; que no hay discriminación que sea positiva y que las cuotas depresencia femenina allanan el camino del poder a la incompetencia.

Pero almas de cántaro, si la discriminación positiva ha existido desde que el mundo es mundo,si las cuotas no son algo nuevo. En vuestro querido orden natural de las cosas el acceso de ciertaspersonas al poder independientemente de sus méritos, se llama «patriarcado». Consiste en que ungrupo de personas llamadas «SEÑORES», en la convicción absoluta de que ellos están pornaturaleza mejor capacitados para ejercer el poder, se han perpetuado en él. Se han aupado,apuntalado, nombrado, ascendido los unos a los otros solo por ser hombres, bloqueando el pasode mujeres a menudo mucho más capaces y brillantes. El patriarcado se ha mantenido a flotegracias a milenios de discriminación positiva y cuotas, no del cincuenta-cincuenta sinodirectamente del cien por cien que daba vía libre a la mediocridad más escandalosa, por puraestadística. Nos encantaría probar un poco de eso, la verdad, estamos seguras de que podemosequilibrar la cosa sin demasiada ayuda, ya lo estamos haciendo a una velocidad de vértigo.

El acceso de las mujeres a las universidades en España solo es posible desde hace poco más decien años. En marzo de 1910 se publicó una Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública,

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permitiendo por primera vez la matriculación de alumnas en todos los establecimientos docentes.Hasta entonces, las mujeres solo podían entrar en las universidades como estudiantes privadas, serequería una autorización del Consejo de Ministros para su inscripción como alumnas oficiales.Una de las impulsoras de esta ley, Concepción Arenal, estudió Derecho en la Universidad deMadrid asistiendo a las clases como oyente, usando el mismo truco gracias al que MargaretBulkley ejerció la medicina brillantemente durante toda su vida: disfrazarse de hombre.

Hoy, las mujeres somos mayoría en las universidades y un 58 por ciento de las personas queacaban sus estudios superiores[31]. En un par de generaciones hemos pasado de tener que accederal conocimiento con bigote postizo a ser más numerosas que los hombres en las aulas. Parece quese nos da bien la escalada. Y hablando de meritocracia, a pesar de que somos la mayoría de laspersonas que consiguen un título universitario, somos aplastante minoría en los lugares donde setoman las decisiones. Esto es una curiosísima anomalía estadística. Nuria Varela, autora delimprescindible Feminismo para principiantes[32], lo explica así:

El patriarcado ha mantenido a las mujeres apartadas del poder. El poder no se tiene, se ejerce: no es unaesencia o una sustancia, es una red de relaciones. El poder nunca es de los individuos sino de los grupos.Desde la perspectiva del patriarcado no es otra cosa que un sistema de pactos interclasistas entre losvarones. Y el espacio natural donde se realizan estos pactos es la política.

La explicación es sencilla, les costó soltar el acceso al conocimiento, mucho más el acceso alpoder. Esas puertas siguen atrancadas o entornadas para nosotras, no de manera explícita nimediante leyes, sino mediante la perpetuación de las mismas ideas que nos mantuvieron lejos delas universidades: que los hombres son más competentes para la gestión; que nosotras debemoslimitarnos a los espacios privados; que la ciencia, la tecnología, la economía u otros sectores quehacen girar los engranajes del mundo nos interesan menos; que estamos bien en la salud, laeducación, los cuidados, los servicios. También vamos a tener que forzar esa cerradura y entrar entropel para cambiar las cosas.

Seguimos viviendo en un contexto en el que los baremos son distintos para hombres y paramujeres, no empezamos en la misma línea de salida, por lo tanto seguimos necesitandoherramientas para corregir estas desventajas, no hay discusión. Las cuotas son necesarias comopalanca si el objetivo al que queremos llegar son democracias saludables. Un sistema en el quesolo una parte de la población —con unas problemáticas concretas— tome las decisiones por todala sociedad no es un sistema democrático.

Mujeres al peso

Tengo una mala noticia. Una mujer o incluso muchas mujeres en lugares estratégicos no garantizanel feminismo, solo aumentan las probabilidades. El feminismo es un conjunto de ideas, unaaproximación a los derechos humanos, la política y las relaciones personales; y aunquelógicamente seremos las mujeres quienes se beneficien de sociedades más feministas, es decir,mejor repartidas, disponer de una vagina o identificarse como mujer en el caso de las trans noasegura una determinada manera de pensar.

Tengo que hablar de una cuota de la que no me apetece nada hablar, a quienes están en contra dela discriminación positiva les encanta hablar de este cupo en concreto. Es el de las mujeres

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terribles, insolidarias, malvadas, explotadoras, fascistas, ellas y la meritocracia son el argumentofavorito del machismo para negar la efectividad de la discriminación positiva ¿Por qué aupar a lasmujeres a los puestos de poder si pueden ser tan incompetentes y crueles como los hombres?

Recordemos lo que decía Simone de Beauvoir, que el opresor no sería tan fuerte si no tuvieracómplices entre los oprimidos, y es cierto. Existen las cómplices y además son muy visibles.Existe Lauren Southern, exitosa youtuber canadiense de ideas conservadoras y tránsfobas quecoquetea con el supremacismo blanco, conocida por un vídeo en el que explica por qué esantifeminista. Uno de sus argumentos es que también hay hombres que sufren violaciones. Se leolvida dar el dato de que sus violadores fueron otros hombres. Existe Marine Le Pen, líderultraderechista francesa abiertamente xenófoba, incitadora al odio entre vecinos en un paísmulticultural. Existe Alicia V. Rubio, vicesecretaria de movilización del partido de extremaderecha VOX, quien califica la Ley de Violencia de Género —la única herramienta de la quedisponemos para acabar con una inercia que se ha llevado por delante más vidas que el terrorismoen España— de «invento legal retrógrado, cuya existencia se debe a la ignorancia de la mayoría yla maldad interesada de una minoría». Existe María de los Ángeles Carmona, parte del ConsejoSuperior del Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires, partidaria de la objeción deconciencia de los profesionales sanitarios respecto al aborto, que deja a las mujeresdesamparadas y les niega la soberanía sobre su propio cuerpo. Todas existen, todas destacan y sinfeminismo no hubieran llegado a los púlpitos desde los que están hablando. Sus voces se escuchanen lugares en los que antes solo se oían voces de hombres, pero su discurso es el delautoritarismo, el conservadurismo, la falta de solidaridad y el racismo. De poco sirve que cambiela frecuencia si el mensaje sigue siendo el mismo. Ninguna de ellas va a cambiar nada para mejor.

¿La presencia de mujeres no garantiza progreso? Posiblemente, pero su ausencia es inaceptable.Es un desajuste antidemocrático que hay que corregir como sea. La foto del ejecutivo nombradopor Pedro Sánchez en junio de 2018 incluía a once ministras y seis ministros. La excitación eragrande en aquellos días y por todas partes se escuchaba la buena nueva de que ya teníamosGobierno feminista, pero realmente aún no sabíamos si lo era o no. El feminismo no es una fotollena de mujeres, sino una carrera de fondo de actos. Una mujer al frente de una gran compañía, ode cien, no es un triunfo del feminismo si está ahí para explotar a sus empleados y empleadas, sino facilita la conciliación del trabajo con la vida y los cuidados, si perpetúa la precariedad, lafalta de derechos, la explotación de personas y recursos naturales. No, la cuota de mujeres no esigual que la cuota feminista, de nada sirve la igualdad numérica, la equivalencia al peso, si losmodos de hacer no cambian con nuestra presencia.

Pero aun así la presencia es un primer paso imprescindible. Necesitamos que el poder quederepartido entre gente que no es tan parecida entre sí y la verdad es que personalmente no puedoevitar que me guste ver esa foto. Me genera esperanza porque, igual que sucedía con la exposiciónde «Realistas de Madrid», se acerca más a un mundo equilibrado. Me da la sensación de que lasdecisiones que atañen a mi salud reproductiva, por ejemplo, no se toman en un bosque de trajes ycorbatas. Cuando la miro, me veo. Esas mujeres están ahí gracias al feminismo y solo espero quese acuerden.

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18PARA LA LIBERTAD

Mi madre nació en Madrid, en el verano de 1939. Soy la pequeña de dos hermanos y treshermanas. Ella, Rosa, y mi padre, Ernesto, querían una familia grande, muchos niños con infanciasfelices, libres, llenas de seguridad y amor para curar sus infancias de posguerra y dictadura.

Con poco más de veinte años, mi madre decidió irse a Londres sola. Algo inaudito para unachica joven en la España de los sesenta. Quería aprender inglés, tratar de mejorar su futuro, vermundo, salir del irrespirable Madrid franquista. Cuando se lo comunicó a su padre, él le dijo quesi se iba a Londres, la mataba. Ella le contestó que fuera preparando la escopeta, hizo la maleta yse marchó. Mi abuelo era un republicano manso y lo de la escopeta era pura chulería, ella se fue yél se resignó. Rápidamente empezó a contestarle las cartas y la recibió con abrazos desarmadoscuando volvió de Inglaterra, años después más preparada, más libre y bastante nerviosa porquetraía un libro de Orwell prohibido por Franco en la maleta. Trabajó en el Hammersmith Hospitallimpiando salas de operaciones, era tan menuda que se tenía que dar dos vueltas a la bata máspequeña que había; también estuvo empleada en la embajada de Cuba y, por último, hizo de chicapara todo en la casa de una familia burguesa, los Wolf, que la trataron como a una hija y leenseñaron todo el inglés que aún hoy, con ochenta años, habla exquisitamente. Anduvo conexiliados, conserva una foto que se hizo con Marcos Ana y otra en la gran manifestación contra labomba H en Trafalgar Square. Con su inglés fluido, le resultó mucho más fácil encontrar trabajoen una agencia de viajes y gracias a ese empleo pudo recorrer Italia, ver las pirámides o alojarseen el hotel Negresco de Niza. Logró vivir, al menos en parte, una juventud acorde con susinquietudes, algo que hoy para nosotras es tan natural como respirar y que su generación se ganódejándose la piel.

No he sido realmente consciente de lo excepcional que fue la experiencia de mi madre hastaque empecé a leer sobre los derechos de las mujeres en España. El adulterio se despenalizó en1978, hasta 1981 las mujeres debían pedir permiso a su marido para poder trabajar, cobrar susalario, abrir una cuenta bancaria, el marido podía disponer de sus bienes sin su consentimiento,la mujer soltera se equiparaba a una menor. Algunos derechos adquiridos durante la República,como el divorcio, se perdieron con la dictadura. Lo que pedían las feministas de la Transición enprimera instancia era la amnistía de aquellas que estaban en la cárcel por haber abortado o usadoanticonceptivos. Solo dos semanas después de la muerte de Franco, y sin ninguna formaciónpolítica, las feministas españolas se organizaron y celebraron las Primeras Jornadas por laLiberación de la Mujer. Desde ahí empezaron a avanzar paso a paso en la conquista de susderechos. Siempre conviene mirar el paso anterior, siempre hay que preguntarse de dónde vienenlas que se movilizan, hasta qué punto es complicado hablar de libertad y de derechos cuando sonpalabras completamente ajenas para ti. La libertad no aparece de un día para otro, puede que en elexterior sí, en la Constitución, en las leyes, pero no dentro de las personas que han vivido en la

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represión, eso requiere mucho más tiempo. Aquellas mujeres se habían criado en la España de laSección Femenina y sus dictados de sumisión absoluta, del consultorio radiofónico de ElenaFrancis, un personaje que recibía las cartas, a menudo desesperadas de las españolas[33] y quetambién les dictaba sometimiento total a los hombres y tolerancia a cualquier tipo de maltrato,incluidas las violaciones dentro del matrimonio.

Me contaba el poeta Benjamín Prado que, en las presentaciones de su novela sobre elfranquismo Mala gente que camina, solía leer fragmentos de los textos de la prensa y losconsultorios de la época con consejos para ser una buena esposa. «Si tu marido sugiere prácticassexuales inusuales, accede humildemente, después caerá en un profundo sueño», me recitaba dememoria, «aprovecha para aplicarte tus productos para el cabello y asegúrate de levantarte antesque él para que tenga un café caliente». Me contó que la gente se reía por lo inverosímil deaquellas normas, por lo lejanas que parecían, hasta que un día una mujer del público levantó lamano muy seria y dijo: «Le puedo asegurar que, cuando estabas ahí, esto no tenía ninguna gracia».A Prado le sorprendió sobre todo que aquella mujer que congeló las risas del auditorio no fueraninguna anciana.

Las mujeres que vivieron la opresión explícita, las que fueron ciudadanas de segunda y nopodían ser dueñas ni de sus cuerpos ni de sus destinos, no solo son parte de la historia, están entrenosotras. Son nuestras madres y abuelas, nos mandamos whatsapps con ellas, escriben los librosque leemos, se cruzan con nosotras en el metro, votan a nuestro lado. Me pregunto cuántas de laedad de mi madre o más jóvenes se encontraron con el cerrojo en las narices cuando fueron asalir, cuantas no pudieron moverse, ya no del país sino del quicio de su puerta, y pasaron de latutela del padre a la del marido. A cuántas sí les sacaron la escopeta.

Conviene tener muy presentes lo jóvenes que son los derechos de las mujeres, en España y entodas partes, y no darlos por sentado ni un solo día. No es un ejercicio de nostalgia ni desentimentalismo, es pragmatismo puro, gestión inteligente de los avances que hemos hecho y noqueremos perder bajo ningún concepto. Incluso mi generación, la de las feminazis irritantes que lotenemos todo y nos quejamos por nada, llegamos a ver el famoso «mi marido me pega lo normal»de Martes y Trece en la televisión y hoy estamos a merced de jueces machistas en los tribunales,también herederos de aquella España gris, que nos ha dejado a las luchadoras y luchadores, perotambién muchas rémoras miserables. Las conquistas feministas y los más rancios lenguajesmachistas nos pisan los talones.

Soy una mujer soltera que se administra su vida sola, viajo, tomo el sol desnuda, manifiesto misopiniones políticas a chillido limpio y frecuentemente lo hago en manifestaciones o en bares hastaaltas horas de la madrugada; también las escribo y me las publican a cambio de dinero. Me dedicoa lo que me gusta, pude estudiar lo que me interesaba. He elegido libremente a quién amar,hombres y mujeres, soy dueña de mi cuerpo, mi tiempo y mi destino. Lo que yo hago connaturalidad solo una generación antes habría mandado mis huesos a la cárcel. Una generación,solo una.

Por eso me escandaliza el «ya hay igualdad». La libertad no se logra de un día para otro porquela opresión sobrevive dentro de las oprimidas, en las ideas y en las costumbres, mucho tiempodespués de que se hayan cambiado las leyes. Solo ha pasado una generación y aún hay que cuidary alimentar esa libertad. Y sobre todo pensar muy bien para qué la vamos a usar. No querríaponerme de cara a la historia, de cara a estas mujeres tan duras y tan valientes, las de todas partesdel mundo que lucharon para que nosotras podamos ser lo que somos y decirles que voy a ejerceruna libertad de jardín de infancia.

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Ser feminista no es hacer lo que te dé la gana, es precisamente no hacer casi nada de lo que teda la gana. Es reflexionarlo todo, contener el egoísmo, cuestionar lo establecido, incomodarte tú eincomodar a los que te rodean, ser la aguafiestas que corta la broma machista, la que nuncacompraría lo que se fabrica en las trituradoras de personas del mundo, la que denuncia losprivilegios de otros sobre ella a la vez que reflexiona sobre sus propios privilegios sobre otras.La que no descansa porque le corre prisa el cambio. Hay que pensar y hay que hacer. Esto es unarevolución, no una fiesta de pijamas. El feminismo no es un método de autoayuda para ayudarte aascender en el trabajo, no es un manual de estilo para reprender a quien te llama «médico» enlugar de «médica», tampoco es un arma arrojadiza que lanzar a la cabeza a quienes no estén deacuerdo contigo y ahorrarte la discusión. Es mucho más que eso.

Oigo demasiadas veces la palabra «libertad» aplicada a las mujeres y colocada en contextosque no entiendo, hasta nuestra libertad la quieren usar en nuestra contra, convertirla en un chiste.Que tengamos libertad para operarnos las tetas siendo adolescentes. Libertad para llevar un burka.Se atreven a vincular la libertad a la prostitución, un negocio que se nutre de la trata de sereshumanos, la máquina de opresión patriarcal más antigua del mundo[34]. Insisten en el mito de lalibre elección para poner nuestros cuerpos en el mercado desde las situaciones más desesperadas.La libertad de las mujeres para alquilar sus úteros como si fueran cuartos trasteros. Es una bromapesada hablar de libre elección en un mundo lleno de mujeres encogidas aún por los mandatos deuna sociedad que no está hecha para ellas. Hagamos honor a la libertad que nos estamos ganando,que ganaron para nosotras y usémosla para avanzar; si podemos elegir, no elijamos lo de siempre.

El feminismo como palanca

En estas páginas he hablado mucho de cuánto se menosprecia el carácter transformador delfeminismo, este error también tiene que ver con la desmemoria, pero cada una de las oleadasfeministas ha recibido una reacción contraria para devolvernos al redil. Para que diéramos unpaso atrás por cada dos hacia delante. Incluso movimientos supuestamente emancipadores handejado de lado la lucha de las mujeres por secundaria, por aplazable.

Hoy, desde lugares supuestamente progresistas, se culpa al feminismo del auge de la extremaderecha en toda Europa, en Brasil, en Estados Unidos. Ahora nos dicen que hemos habladodemasiado alto y hemos despertado a los monstruos, pues ya era hora. Mala señal si los monstruosestaban retozando a gusto disfrazados de demócratas en un mundo que no les molestaba. Lasfeministas siempre hemos estado en el lado opuesto al autoritarismo, el fascismo, la injusticia.

Pues claro que la culpa ha sido de las feministas. ¿Qué pensabais que era esto? ¿Una broma?¿Un lema de camiseta? Estamos hablando de violencia estructural, de justicia social, estamosoperando cambios en los parlamentos, en las casas y en las mentalidades. Estamos poniendomuchas muertas encima de la mesa. Claro que la respuesta rancia y reaccionaria es culpa de lasfeministas. Es una culpa compartida con los y las antirracistas, con quienes luchan por losderechos de las personas LGTBI, con quienes defienden que lo que hay que proteger son las vidashumanas, no las fronteras, con los incómodos, con las incómodas, con esos chavales que se pintanlos labios y reclaman su diferencia, su belleza interior y exterior en YouTube. La culpa es de tuprima lesbiana que, por fin, contesta a las bromas del tío Pelayo. Ella, nosotras, tenemos la culpade reclamar nuestra dignidad.

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Pues claro que la culpa es nuestra. Es culpa de la lluvia que crezca el bosque y llene laatmósfera de oxígeno renovado.

Esto de la igualdad iba en serio, la comodidad estaba muy mal repartida. Por supuesto lareacción de quienes quieren mantener las cosas tal y como están es y será feroz. Nos encontraránde frente. El camino no es sentarse a negociar con los defensores de la tradición, quienesdefienden el continuismo para pulir las aristas de nuestra libertad que les molestan, no. Es no darni un paso atrás.

El feminismo no es inofensivo. Va a ser la palanca que lo transforme todo. El feminismo nos hacambiado tanto a nosotras que nosotras vamos a cambiar el mundo.

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AGRADECIMIENTOS

Gracias a Olga y Lidia por estar desde el principio de esto y durante todo el camino, por lapaciencia y la amistad infinita. A mi editora, Ana Lafuente, que posiblemente es la persona conmás inteligencia emocional de España y la mejor gestora del agobio que he conocido. A misamigos del alma: Ernesto, David, Ana, Sara, Íñigo, Juanjo, Allegra, Juan y Alice. A Esti por elamor, los cuidados y las correcciones. A mis queridas compañeras de la galería Marlborough deMadrid, que son la sororidad encarnada. A todas las incansables mujeres que con sus ideas, susconferencias, sus libros y sus manifestaciones han ganado los derechos de los que disfrutamosnosotras.

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Notas

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[1] Las mujeres son un 9 % de las personas expertas consultadas en los medios de comunicación(http://www.rtve.es/noticias/20180307/sesgo-genero-medios-como-se-enfoca-solo-cara-moneda/1690280.shtml).

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[2] Bangladesh tiene el índice más alto en el mundo de matrimonios de niñas menores de quince años según elinforme Ending child marriage de Unicef. Véase: United Nations Children’s Fund, Ending Child Marriage:Progress and prospects, UNICEF, Nueva York, 2014 (en línea:https://www.unicef.org/media/files/Child_Marriage_Report_7_17_LR..pdf).

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[3] La expresión fue usada por Gemma Lienas en su libro El diario violeta de Carlota (Barcelona: Destino,2013).

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[4] Véase: Lerner, Gerda. La creación del patriarcado. Barcelona: Crítica, 1990.

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[5] Véase: The Global Gender Gap Report 2017. Ginebra: Worl Economic Forum (2 de noviembre de 2017)(en línea: https://www.weforum.org/reports/the-global-gender-gap-report-2017).

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[6] En realidad nunca quemamos sujetadores, es una fake news de los años sesenta. Este rumor viene de unhecho ocurrido en 1968 durante las protestas feministas contra el concurso de Miss America en Atlantic City. Lasmanifestantes metieron en bidones algunos objetos simbólicos de la opresión de las mujeres como zapatos detacón, maquillaje y sujetadores, con la intención de prenderles fuego, pero nunca llegaron a hacerlo. La periodistaLindsy Van Gelder escribió un artículo para el New York Post comparando esta quema frustrada con la que losveteranos de Vietnam hicieron de sus tarjetas de reclutamiento.

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[7] Esto es largo de explicar, así que le hemos dedicado un capítulo entero: «La caja rosa y la caja azul».

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[8] Gracias a la correctora de este libro, Ana Sedano, que me descubrió estas y otras apasionantes historias.

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[9] Existen webs con las que puedes calcular lo que has gastado en tampones y compresas a lo largo de tu vidapara que tomes conciencia de si suponen el equivalente a un par de cenas de estrella Michelín, un bolso de Prada,un crucero… Y así sucesivamente en función de tu edad y la abundancia de tus periodos.

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[10] Se trata de una enfermedad muy poco común pero grave. Los prospectos de los tampones incluyen unaadvertencia porque está asociada a su uso en alrededor de la mitad de los casos.

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[11] En 2018, el IVA de tampones y compresas bajó del 10 por ciento al 4 por ciento al contemplarse por fin —insisto, en 2018— que se trataba de un producto de primera necesidad. Dos mil. Dieciocho.

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[12] Véase el informe de Amnistía Internacional: El acceso al aborto en Argentina, una deuda pendiente (enlínea: https://amnistia.org.ar/wp-content/uploads/delightful-downloads/2017/09/EL-ACCESO-AL-ABORTO-EN-ARGENTINA-ENTREGA03-FINAL.pdf).

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[13] Susan Faludi, Backlash: The Undeclared War Against American Women, Nueva York: Three Rivers Press,1991.

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[14] El magistrado Ricardo González pidió la absolución de La Manada de todos los delitos por los que han sidojuzgados: agresión sexual, intimidad y robo con intimidación. En varios momentos del vídeo se pueden escucharpara lo que la Policía Foral de Navarra eran «chillidos de dolor». González describe esos sonidos como «gemidoso jadeos de carácter sexual».

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[15] Valdés, Isabel. Violadas o muertas: un alegato contra todas las «manadas» y sus cómplices. Barcelona:Península breve, 2018.

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[16] La web publica cada año sus estadísticas a nivel mundial. Aquí puedes consultar las de 2017:https://www.pornhub.com/insights/2017-year-in-review

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[17] Las cifras están disponibles por años en el portal de estadísticas de criminalidad del Ministerio del Interior:https://estadisticasdecriminalidad.ses.mir.es/

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[18] Estimaciones mundiales y regionales de la violencia contra la mujer de la Organización Mundial de laSalud: http://www.who.int/reproductivehealth/publications/violence/9789241564625/es/

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[19] https://elpais.com/elpais/2018/03/05/opinion/1520273619_739464.html

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[20] En España hay unas 18.400 niñas en riesgo de mutilación genital según datos de 2017 de la FundaciónWassu-UAB.

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[21] Véase: Klein, Naomi. Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima. Barcelona: Paidós Ibérica,2015. Después de este libro, los informes de Amnistia Internacional sobre matrimonio infantil te parecerán Elprincipito.

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[22] Datos extraídos de la encuesta elaborada por el CIS: «Percepción social de la violencia de género por laadolescencia y la juventud» (2015), por encargo del Ministerio de Sanidad.

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[23] Si sacas una sola cosa en claro de este libro, me gustaría que fuera que hay que leer absolutamente todo loque ha escrito Amelia Valcárcel e ir a todas sus conferencias. Es la Madonna del feminismo español. Nos haparido, intelectualmente hablando, a todas y cualquier cosa que hayamos dicho después son notas a pie de página desu pensamiento y del de Celia Amorós. Bien. Continuemos.

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[24] Simone de Beauvoir. El segundo sexo. Madrid: Cátedra, 2017.

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[25] Véase: Varela, Irantzu. «Por qué no podemos despedir a mujeres embarazadas». Vice, n.º 21 (noviembre,2018) (en línea: https://www.vice.com/es/article/gy7ygm/leticia-dolera-aina-clotet-feminismo-politica).

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[26] Véase el Informe de CIMA (Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales): «Larepresentatividad de las mujeres en el sector cinematográfico español 2017» (en línea:https://cimamujerescineastas.es/wp-content/uploads/2018/10/INFORME-ANUAL-CIMA-2017-4.pdf).

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[27] https://www.youtube.com/watch?v=wuyx9P_YXCQ

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[28] Los músicos Valtonyc, Hasel, La Insurgencia, Strawberry y otras treinta personas desde 2016 han sidocondenadas por el artículo 578 del Código Penal. Véase: https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/espana/libertad-de-expresion

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[29] https://www.youtube.com/watch?v=uGJGQQVNqjg

https://www.youtube.com/watch?v=YY41zMebR_Q

https://www.youtube.com/watch?v=yuU6gcbG8FI

https://www.youtube.com/watch?v=rqf25TQKwRw

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[30] Véase: Federici, Silvia. Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas.Madrid: Traficantes de sueños, 2013.

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[31] Datos y cifras del sistema universitario español curso 2015-2016 Ministerio de Educación, Cultura yDeporte (https://www.mecd.gob.es/dms/mecd/servicios-al-ciudadano-mecd/estadisticas/educacion/universitaria/datos-cifras/datos-y-cifras-SUE-2015-16-web-.pdf).

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[32] Varela, Nuria. Feminismo para principiantes. Barcelona: Ediciones B, 2013. Cita a Cobo, Rosa, Género,op. cit., págs. 63-64.

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[33] Balsebre, Armand y Fontova, Rosario. Las cartas de Elena Francis. Madrid: Cátedra, 2018. Este estudiorecoge un conjunto de cartas que reflejan las experiencias de las mujeres durante el franquismo, a menudo deviolencia. La respuesta que recibían era siempre pasar por el sometimiento total al marido o al padre.

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[34] Nuño Gómez, Laura y de Miguel Álvarez, Ana. Elementos para una teoría crítica del sistemaprostitucional. Granada: Comares, 2017.

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Feminismo para torpesNerea Pérez de las Heras

No se permite la reproducción total o parcial de este libro,ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisiónen cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico,mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos,sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracciónde los derechos mencionados puede ser constitutiva de delitocontra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientesdel Código Penal)

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Título original: Feminismo para torpes

Diseño e ilustración de cubierta: © Marta CerdàImágenes de interior: © Palazzo Barberini Rome - Fine Art Images - Album; © Museo diCapodimonte Naples - Fine Art Images - Album

© Neréa Pérez de las Heras, 2019© Editorial Planeta, S. A., 2019Ediciones Martínez Roca, sello editorial de Editorial Planeta, S. A.Avda/ Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)www.planetadelibros.com

Primera edición en libro electrónico (epub): marzo de 2019

ISBN: 978-84-270-4581-1 (epub)

Conversión a libro electrónico: Safekatwww.safekat.com

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