fma novela 4 - bajo el distante cielo~historia 1 [bluwim]

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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(To�i Sora no Shita de)

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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H I S T OR I A 1

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Bajo eBajo eBajo eBajo el l l l distantedistantedistantedistante cielo cielo cielo cielo EDWARD SOÑÓ que había regresado a casa.

Varias cosas a su alrededor le resultaban familiares: la colina cubierta de

verde césped meciéndose con el aire. Las ovejas apiñadas en grupos,

pastando. Y, en medio de las ovejas con su lana blanca y suave, un

pastor tocando una flauta. Granjeros levantando sus azadas, labrando las tierras. Mujeres

recogiendo fruta en los huertos. Niños corriendo desde su casa al colegio, unos cuantos

perros ladrando y sentados sobre sus patas.

Uno de los perros se separó del resto, corriendo hacia la colina donde estaba

Edward y lloriqueándole en los pies.

…Den.

El perro se restregó por su pierna. Edward le dio una palmada en la cabeza. El perro

de Winry. Era completamente negro excepto por el hocico, la panza y las puntas de sus

patas, que eran blancas y sin manchas. Edward había ayudado a criarlo desde que era un

cachorro. Con la mano descansando en la cálida cabeza del perro, Edward volvió a mirar el

paisaje.

Resembool…

Edward entrecerró los ojos mientras paseaba su mirada por la ciudad. El viento, el

cielo, los árboles, la gente – todo estaba tranquilo y calmado.

Allí, no había el ajetreo de la ciudad. Las noticias del mundo exterior, si es que

llegaban, lo hacían sin prisas, y cada día transcurría sin incidentes. Podías ir andando sólo

por la calle, pero tarde o temprano algún adulto te acabaría saludando, o un chico de tu

edad te invitaría a unirte a un juego. Era una ciudad acogedora, donde la gente se

preocupaba unos de otros.

Edward reconoció a un chico que corría por la calle y le llamó.

Pero no le salió la voz.

¿Huh? ¿Por qué no puedo hablar?

Olvidando por un instante que estaba soñando, Edward fue a echarse la mano a la

garganta para frotársela cuando se dio cuenta que estaba sosteniendo un farol en su mano

derecha. Su mano, que agarraba firmemente el farol, era un centelleante automail. Más

abajo, su pierna izquierda de automail brillaba débilmente con la luz que reflejaba el farol.

Edward supo qué era lo que tenía que hacer.

Tengo que salir de aquí. No puedo quedarme aquí sentado contemplando el pueblo.

Lo he decidido.

Bajo el cielo azul, Resembool parecía tan tranquila como siempre. Se giró para mirar

el hogar de su niñez, la casa donde su hermano y él habían crecido. Estaban las plantas

perennes que su madre había cultivado, creciendo al lado de la puerta principal. En la pared

contigua, distinguió las huellas fruto de una competición de salto que hizo con un amigo

hacía un año. Un pequeño caballo de estaño yacía de lado en el salón. Fue una de las

primeras cosas que Al y él habían hecho mediante la Alquimia. Los garabatos que había en

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Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

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una esquina de la mesa de la cocina, sin embargo, fueron obra de Winry, de cuando era

pequeña.

Edward le prendió fuego a todo y vio como la casa ardía.

El fuego no se contuvo. Consumió todo: los libros de ilustraciones que habían leído

una y otra vez, fotografías que seguían en los marcos, los columpios de madera del jardín –

todos sus recuerdos, quemados.

Edward murmuró para sí, con el calor de las llamas reflejando en su rostro. “No hay

vuelta atrás”

En el sueño, Edward se escuchó a si mismo hablar. Sus ojos se abrieron.

LA BRILLANTE LUZ DEL SOL le daba en la cara. “Nnngh….” Edward entornó los

ojos y se sentó.

El sol de la tarde entraba por la ventana hasta llegar a la cama. Edward alargó el

brazo para echar la cortina. Llenó un vaso con agua de un frasco que había en una mesita a

su lado y bebió. “Estoy hecho polvo” le dijo a nadie en particular, echándose hacia atrás

sobre las sábanas, mojadas con su sudor.

Con la cortina echada, la habitación estaba oscura y más fría, lo que hizo que

Edward sintiera sus mejillas más calientes. Tenía el pelo dorado pegado a su frente

sudorosa. Edward se giró, apartándose con una mano los mechones dorados.

Sabía que el cansancio y el calor que se adueñaban de su cuerpo no eran culpa del

sol.

“Unnnh…” gruñó Edward, tosiendo dos veces mientras se tapaba la boca con la

mano y miraba al techo. Varios días antes, Edward había estado fuera mientras llovía y

había pillado un resfriado.

Si su hermano, Alphonse, no se hubiera dado cuenta de que le había subido fiebre la

pasada noche, y no se las hubiera apañado para quedarse en ese pueblo, ahora estaría

probablemente tirado en alguna cuneta por ahí perdida. Al menos así era como se sentía

Edward.

Afortunadamente, Alphonse había encontrado a alguien que les ofreció un sitio

donde poder quedarse – una casa vacía cuyo propietario estaría unos días fuera del pueblo

– y les procuró unas mantas y una cama. En cuanto la cama estuvo hecha, había metido a

Edward dentro a pesar de las protestas de su hermano.

“Has estado yendo para arriba y para abajo como un descuidado, y ahora estás

pagando las consecuencias”, había dicho. “Será mejor que descanses ahora, ¡o todas las

molestias que te has estado tomando hasta ahora vendrán a reclamar venganza!”

“Agotado…” Edward volvió a mirar al techo. Estaba solo, con una pequeña cocina, la

cama, una mesa y una silla como única compañía, mientras Alphonse buscaba un médico.

Una brisa de aire movió la cortina y le rozó la mejilla.

“Ya casi ha pasado un año” susurró Edward de repente. Había pasado un año desde

que habían abandonado Resembool. Por supuesto, estaba agotado y soñaba con el hogar.

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Cuando partieron, él tenía doce años. Ahora Edward tenía trece. Su pelo dorado,

recogido en una trenza en la espalda, había crecido mucho, y sus ojos dorados habían

adquirido una mirada que parecía decir que estaba cansado de la vida. Aún así, no

importaba lo mucho que había cambiado por dentro, por fuera seguía siendo un niño y los

duros viajes sin fin le habían pasado factura – tanto mental como físicamente.

Todavía tenía que seguir caminando hacia delante. Tenía que recuperar su cuerpo y

el de Alphonse.

Su intención no había sido mala, era cierto, pero habían roto uno de los tabús más

sagrados de la Alquimia. Pensaron que la Transmutación Humana era la única forma que

tenían de volver a ver a su madre fallecida. Pero, equivocados o no, la Alquimia había

fracasado. Los hermanos no consiguieron traer de vuelta a su madre y, a cambio de sus

insensateces, Edward perdió su pierna izquierda y Alphonse todo su cuerpo. Temiendo

perder a la única familia que le quedaba, Edward volvió a usar la Alquimia una vez más.

Aunque eso le costó su brazo derecho, se las arregló para atar el alma de su hermano a una

armadura.

Ahora, tanto la pierna izquierda como el brazo derecho de Edward no eran de carne,

sino de automail, y Alphonse tenía su voz y personalidad atadas a una gigantesca armadura

de bronce tan enorme y mecánica que era difícil creer que era el hermano menor por tan

solo un año.

Mucha gente se hubiera considerado afortunada y hubiera dejado las cosas tal cual,

pero no Edward y Alphonse. Ellos querían recuperar sus cuerpos.

Edward se convirtió en un Alquimista Nacional. El dinero que tendría a su disposición

y su recién descubierto acceso a información les facilitarían el camino para recuperar sus

cuerpos. ¿Qué importaba que la gente le llamara ‘perro de los militares’? Alphonse le apoyó

y ambos no volvieron la vista atrás.

Pero el año que habían pasado con sus andanzas había sido duro. Allí fuera, el

desánimo iba aumentando con las horas y los días. El cuerpo de Edward estaba esperando

el momento adecuado para explotar.

“Ni de coña pienso pasarme el día entero aquí tumbado” murmuró Edward,

intentando incorporarse de nuevo. Sus miembros le pesaban como si estuvieran hechos de

cemento.

“Maldición, ¡vaya pérdida de tiempo!” dijo Edward bruscamente, enfadado por la

traición de su cuerpo. ¿Cómo podían obligarle a permanecer en un lugar ahora, cuando su

objetivo estaba tan claro? Enfadado, Edward le dio una patada a las sábanas de su cama.

“Hey, creí haberte dicho que te lo tomaras con calma” gritó Alphonse. Acababa de

abrir la puerta y pilló a su hermano quejándose en la cama, con todas las sábanas caídas

por el suelo. “Se te han caído las mantas”. Recogió las mantas y arropó a su hermano, en

un gesto que parecía ser de hermano mayor. Su armadura asustaba con tan solo mirarla,

pero la personalidad que albergaba era la de un muchacho de naturaleza bondadosa y

amable.

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Edward, por el contrario, era un luchador. Prefería moverse y actuar a quedarse

sentado y pensar. Justo como cuando se había convertido en un Alquimista Nacional a una

inaudita temprana edad, una vez que decidía algo, lo hacía.

“Al, vayámonos de aquí”

“¿Huh?”

“Mira, estoy bien. Quiero atravesar esas montañas y llegar a una gran ciudad. Quizás

encontremos una pista sobre la Piedra Filosofal”

La Piedra Filosofal – ese legendario artefacto, del que se contaba que poseía el

poder para amplificar los efectos de la Alquimia – había sido el centro de atención de sus

correrías. Sin algo que pudiera ignorar la ley fundamental de la Alquimia – la conservación

de la masa conocida como Intercambio Equivalente – la Transmutación Humana era algo

imposible. Si algo contenía la llave para romper esa Ley, era la Piedra Filosofal lo que haría

eso posible.

Pero la Piedra, su única esperanza en el mundo, era poco más que un mito. Nadie

vivo la había poseído. Su mera existencia era una incógnita. Tampoco era fácil encontrar

pistas. Edward y Alphonse habían ido de tren en tren, visitando ciudades enormes, a veces

trotando entre montañas a través de desiertos, buscando alguna pizca de información sobre

el paradero o el método de fabricación de la Piedra que pudieran encontrar. Pero habían

decidido no parar hasta haber llegado a los confines del mundo, por lo que seguían

avanzando. Alguna tierra nunca antes pisada, o alguna ciudad no visitada eran posibilidades

a tener en cuenta… Pero Alphonse no permitiría que Edward saliera de la cama.

“Aún tienes fiebre. No podemos irnos ahora”. Alphonse echó el resto de agua del

recipiente a una palangana y remojó una toalla cogiéndola por el pico. “Encontré un médico

y le pedí que te visitara. Duerme hasta que llegue, ¿vale?”

“Has… ¿encontrado un médico?” a Edward se le amargó el rostro. Edward estaba

convencido de que la búsqueda de Alphonse de un hospital sería en vano, tan lejos de una

gran ciudad. De hecho, había estado contando con ello. Si un doctor venía a verle, no podría

ocultar su fiebre de ninguna manera. Se vería obligado a reposar allí hasta que le

desapareciera, y eso podría llevar días. Para Edward, que solo quería irse lo antes posible,

un doctor era su peor pesadilla.

Alphonse podía ver bien a través de él. “Solo es una revisión, eso es todo. Nunca te

había visto con una fiebre tan alta. He estado preocupado. Quiero decir, ¿y si realmente

estás enfermo?”

Edward frunció el ceño y se quedó en silencio, sintiéndose de repente culpable por

hacer que su hermano se preocupase. Alphonse le puso suavemente la toalla mojada en la

frente. “Cuando le describí tus síntomas al doctor, dijo que seguramente se trataba solo de

un resfriado, pero que deberías de esperarte antes de volver a ponerte en marcha. Creo que

en verdad hemos tenido suerte. No estaba seguro de que pudiera encontrar a alguien aquí.

Al parecer, es el único médico en toda la zona – estaba tan ocupado que no va a poder venir

él mismo, pero dijo que mandaría a su ayudante con algunas medicinas”.

“Genial”, contestó Edward, viendo una posibilidad en el acuerdo. “Entonces, una vez

que me revisen y me den las medicinas, nos marchamos. ¿Vale?”

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“No vale. ¡De ninguna manera!”

“¡Pero no me puedo quedar aquí durmiendo!”. Edward le volvió a pegar una patada a

las sábanas. “¡Dormiré en el tren! ¿¡Y si se nos escapa alguna pista mientras estamos aquí,

holgazaneando!? ¿Ves? ¡De verdad, estoy bien!”

“Tu boca está bien, de eso estoy seguro. Pero no tengo tan claro que el resto de tu

cuerpo lo esté”.

“Solo es un poco de fiebre”, dijo Edward mientras se empezaba a sentar. “Quiero

decir… ¡Nngh!”

Alphonse le metió un termómetro de un empujón debajo de la lengua. “No te

muevas. El doctor quería que te tomara la temperatura. Y no es nuestro termómetro, así que

no lo rompas”.

Cualquier otro día, Edward habría sido lo suficientemente rápido como para esquivar

el termómetro, pero su fiebre le había ralentizado los reflejos de una forma considerable.

Alphonse le estaba forzando para que se tumbara en la cama cuando escucharon la voz de

un joven que les gritaba desde el exterior.

“¡Estoy aquí por la revisión! ¿Es aquí donde está el paciente?”

“Parece que ha llegado el ayudante”.

Alphonse se levantó de inmediato. Tras él, Edward murmuró para sí, “Estupendo.

Solo fingiré que estoy mejor delante del doctor, y podremos salir de aquí pitando… “. Se

sentía agradecido por la preocupación de Alphonse, pero tenía cosas más importantes que

hacer que ‘descansar’.

Edward se sacó el termómetro de la boca y lo miró fijamente. Noventa y nueve ya1.

Si lo dejara más tiempo, seguro que sobrepasaría los cien. Edward se echó rápidamente el

agua que quedaba en la taza en la boca, y volvió a meter el termómetro debajo de su

lengua.

Noventa y nueve está bien. Tampoco quiero que sea demasiado bajo, o sospecharán

algo. Edward sonrió mientras Alphonse se giraba. “Hey, ¿qué estás haciendo con el

termómetro…?”

“Echa un vistazo”. Edward sacó como si nada el termómetro de su boca y lo puso

sobre la mesa.

“Qué oportuno. Ahora se lo podremos enseñar al doctor”. Alphonse se volvió hacia la

puerta. “Si de verdad ha venido”. Se puso las manos, ahuecadas, en la boca, y gritó por la

puerta, “¿Sigue aún ahí?”.

“¡Perdone! ¡Ya puede entrar! Siento haberle hecho… ¿Urk?”

Alphonse se quedó pasmado, mientras su mente trataba de procesar varias cosas a

la vez. Lo primero, el doctor era un hombre mayor y amable de conducta cariñosa, y

esperaba que su ayudante fuese alguien similar. Estaba claro por la voz del ayudante, que

se trataba de alguien mucho más joven. Alphonse no había esperado ver a alguien tan

joven… o con un aspecto tan familiar.

1 Aquí Edward está usando la escala Fahrenheit (ºF) de temperatura. En la escala Celsius (ºC), más común en

otros países, 99 ºF corresponderían a unos 37’2 ºC.

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El chico que estaba parado frente a la puerta llevaba gafas en su pecosa cara, y

llevaba una bolsa con instrumentos médicos bajo su brazo. Su pelo era corto y ondulado, de

color marrón, y sus ojos eran de un verde oxidado. Llevaba unos pantalones por la rodilla de

color crema y sus delgados brazos salían de una camiseta blanca. Parece un chico que

acaba de salir de jugar en la montaña.

El chico miró a Alphonse, asombrado – aunque su expresión no era la de la típica

sorpresa al ver a una armadura que andaba y hablaba. Alphonse también se quedó sin

habla.

“¿Pasa algo?” gritó Edward desde la cama, viendo a Alphonse petrificado delante de

la puerta. Luego miró al otro lado, y aulló.

Los ojos de los tres chicos se cruzaron y, tras una pausa, todos gritaron al unísono.

“¡Pitt!”

“¡Edward y Alphonse!”

“¡Eres tú, eh!”

Pitt Renback era un amigo de los hermanos Elric, de Resembool. Nunca había

llevado gafas, pero su sonrisa intrépida y sus ojos eran iguales a los que ellos recordaban.

“Wow, ¡cuánto tiempo sin veros! ¿Qué hacéis aquí?” preguntó Pitt sonriente mientras

corría a la cabecera de la cama.

“¡Era lo que estaba a punto de preguntarte!” dijo Edward, ignorando las protestas de

su cuerpo mientras se incorporaba y salía de la cama.

En Resembool, Edward y Pitt habían sido inseparables. No importaba lo que pasara,

uno siempre estaba con el otro, y apenas pasaba un día sin que hablaran. Compartían

similitudes, aparte de su ciudad natal. Edward había perdido a su padre de pequeño, y el

padre de Pitt se pasaba casi todo el año fuera por trabajo. La única diferencia era que Pitt

admiraba a su padre, un médico viajero, mientras que Edward odiaba al suyo.

La falta de un padre había hecho que se parecieran también en otra cosa: ambos

chicos habían crecido en parte apoyando a sus madres, lo que les dio independencia y

coraje, a diferencia de los otros niños de su edad. Pitt y Edward fueron los líderes naturales

de la ciudad de los niños. Sí, al mismo tiempo, seguían siendo niños. Independencia y

coraje se convirtieron rápidamente en una obstinada imprudencia, y ambos habían acabado

heridos más de una vez, haciendo fuertes secretos en los árboles o metiéndose en ríos de

barro. Al final, acababan dándole más preocupaciones a sus madres que ayuda.

“¿Cuándo fue la última vez que te vi? ¿Ha pasado ya un año?”

“Desde que dejamos Resembool, supongo”.

“Me preguntaba que os había pasado”.

“Igual que yo”.

Edward y Pitt sonrieron y se miraron el uno al otro.

“En verdad…”

De repente, las manos de ambos chicos se alzaron en el aire. Los dos juntaron los

dedos poniendo las palmas rectas, y bajaron las manos despacio hasta que cada una quedó

descansando en la cabeza del otro. Los ojos de ambos chicos se abrieron de par en par.

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“¡Gané!”, gritaron al mismo tiempo, y luego, un segundo más tarde, se quedaron

mirando mutuamente.

“¡Ni hablar! He ganado sin duda. Soy más alto que tú”.

“¿Perdona? ¿De qué estás hablando? Obviamente yo soy más alto”.

Edward quitó la mano de la frente de Pitt, acercándola a su propia frente, y

deslizándola hacia abajo. Su mano sobrepasó la cabeza de Pitt, sin rozarle el pelo siquiera.

“¿Ves? Soy más alto. ¡Uf! Y yo que he perdido un año entero preocupándome por eso”.

Edward bajó la mano con gesto dramático.

Ahora, fue la mano de Pitt la que atravesó el aire, hacia la cabeza de Edward. “¿Ves

eso? Prueba. No intentes engañarme”.

“¿Eh? Cierto. Tú llevas zapatos. Por qué no admites la verdad y punto: soy más alto

que tú”.

“¿Y por qué no admites el hecho de que tú eres el enano de pueblo?”

Alphonse suspiró mientras ambos se golpeaban las cabezas con las manos. Edward

había olvidado por completo su fiebre, y Pitt había olvidado claramente que había venido a

comprobar la salud de Edward.

“Algunas cosas nunca cambian”, suspiró Alphonse.

Como habían averiguado en muchas ocasiones, ser similares no significaba

necesariamente que Edward y Pitt se llevaran siempre bien. Al ser siempre los dos chicos

más populares del pueblo, constantemente competían por el puesto número uno.

Resultados de exámenes, carreras, pulsos, incluso quien era más rápido en comerse su

comida… Todo era una competición abierta y, sobre todo, cuando se trataba de la altura.

Hasta donde le llegaba la memoria, Alphonse recordaba que ambos se habían enfrentado

siempre, y nunca habían alcanzado una solución satisfactoria.

“Mira, es un hecho. Eres más bajito que yo”.

“¡Mira quién está hablando! Y si eso fuera cierto, es que estoy en pleno estirón ahora

mismo. He crecido mucho este último año”.

“¿Qué estás en ‘pleno estirón’? ¡Yo sí que he pegado un estirón! Soy más alto. Mira,

si no te crees mis palabras, vamos a preguntarle a Alphonse”.

“Bien, Al, ¡hora de la mediciones!”

Edward y Pitt se quedaron espalda contra espalda. Alphonse sacudió la cabeza. “Os

he medido unos cientos de veces. No está bien. No me creeréis”.

No importa lo científicamente precisas que fueran sus medidas, si Alphonse decía

que Edward era más alto, Pitt se pondría furioso, y si decía que Pitt era más alto, Edward le

obligaría a repetirlo. Alphonse se encogió de hombros y cogió la bolsa de Pitt del suelo. Un

estetoscopio y otros instrumentos médicos asomaban por la bolsa abierta.

“¿Medir vuestra altura es de verdad tan importante ahora mismo?”, preguntó

Alphonse a su viejo amigo.

“Estoy sorprendido de que ya seas el ayudante de un doctor, Pitt. Eh, ¿has venido a

ver cómo se encontraba mi hermano? Quizás deberías empezar y echarle un vistazo…”

“¡Es verdaderamente importante!”. Ambos miraron a Alphonse, ceñudos. “¡Claro que

es importante! ¿Verdad, Pitt?”

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“¡Ya lo sabes, Edward!”

“Y ahora se ponen de acuerdo”, dijo Alphonse, agitando la cabeza y preguntándose

cómo ponerle fin al punto muerto.

De repente, Pitt separó su espalda de la de Edward. “Bien, bien”.

Poniéndose bien las gafas sobre la nariz, Pitt abrió su bolsa, cogió uno de sus

instrumentos, y empujó a Edward hacia la cama. “Bien, hora de la revisión. Abre”.

El ayudante del doctor, otra vez de repente, sacó una espátula de madera y un

pequeño espejo con un entendedor y se arrodilló a un lado de la cama.

“Mira quien es el profesional ahora. ¿De verdad estás trabajando en una clínica? Me

imaginaba que estarías aún dirigiendo a los niños de Resembool… ¡Ngak!”

Pitt introdujo sin piedad la espátula en la boca de Edward.

“Así es. Aquí estaba, pensando en mis asuntos de siempre cuando me enteré de que

te habías ido tras convertirte en un Alquimista Nacional. Me imaginé que te pondrías

enfermo del ejército y que volverías a casa. No esperaba verte aquí cogiendo un resfriado”.

La expresiva contestación de Edward se quedó atrapada en sus arcadas mientras

Pitt le introducía alegremente más instrumentos en la boca.

La cirugía del automail de Edward y la rehabilitación habían tenido lugar en su hogar,

por lo que la gente de Resembool sabía lo de su brazo y su pierna y lo de la armadura de

Alphonse. Pero nadie conocía la verdadera razón de su accidente, y nadie sabía que no

había ningún Alphonse dentro de la armadura. Algunos podrían intuir algo de la verdad, pero

nadie les obligó a dar detalles, y Edward y Alphonse nunca habían hablado abiertamente de

los pormenores.

Incluso su joven amigo Pitt se dio cuenta de que era mejor no preguntar ciertas

cosas, y aunque había visitado a Edward con frecuencia durante su recuperación, Pitt nunca

había intentado investigar. Ni siquiera preguntó el motivo de que Edward quisiera convertirse

en un Alquimista Nacional a una edad tan temprana.

“Oooh, tu garganta está bastante hinchada. Me sorprende que seas capaz de comer

y todo” dijo Pitt mientras movía violentamente la espátula dentro de la boca de Edward,

inspeccionando su garganta. Edward protestó. “¡Eeeh! ¿Puegues jer un pojo ma juave?”2

“Me temo que esta es la forma más suave. Bien, ¡siguiente! Vamos a escuchar tus

pulmones”.

Edward sintió como unas manos fuertes le agarraban por los hombros y le daban la

vuelta. Un estetoscopio de metal le rozó la espalda.

“¡Hey! ¡Está frío! Así que… ¿Por qué eres el ayudante de un doctor aquí? Espera,

¿tu padre no había abierto una clínica en esta ciudad?”

“¿Mi padre, atado a un lugar? Qué va. Sigue vagando por el país, como siempre”.

“¿Así que has venido aquí a estudiar por tu cuenta? Wow, Pitt”, dijo Alphonse,

sonando honestamente impresionado. “Y ya confían en ti para que hagas visitas a domicilio.

Muy impresionante, ¿huh, Edward?”

2 Lo que Edward trata de decir es “¿Puedes ser un poco más suave?”, pero al tener la boca llena no puede

vocalizar bien.

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Edward tenía problemas para compartir el entusiasmo de su hermano. Pitt, al igual

que él, tenía tan solo trece años. Pero ahora, Edward era un Alquimista Nacional, y Pitt

estaba aquí aprendiendo un oficio. Incluso su amiga Winry era una aprendiz de mecánica de

automails que ayudaba a Pinako en casa. Edward no podía dejar de pensar que eran un

poco jóvenes para ser tan… tan responsables.

“¿Aún tienes trece, no?” dijo Edward con una sonrisa sarcástica. “Me refiero a que

me siento un poco nervioso porque seas tú quien me esté revisando”.

Edward y Pitt habían estado peleando desde antes incluso de hablar. Cuando

Edward pensaba en Pitt, recordaba a un chico salvaje corriendo por la calle, y no al médico

aprendiz con un estetoscopio que tenía delante. Cuando Pitt le había agarrado por los

hombres un instante antes, había temido que su viejo amigo se aprovechara de su fiebre

para hacer alguna táctica de lucha.

“En realidad… tengo catorce”, llegó la voz de su amigo, encima de él. Escuchó como

Pitt resoplaba triunfalmente. “Mi cumpleaños fue la semana pasada”.

Incluso aún estando bocabajo, Edward no tenía problemas en imaginar la sonrisa de

Pitt. “¡Ostras! No puedo creer que estemos ya a estas alturas del año…”

A los dos les encantaba competir en todo, pero la única cosa en la que no podían

competir era sobre sus edades. Incluso aunque solo se llevaban unos pocos meses, en los

meses después del cumpleaños de Pitt y antes del suyo, él era un año más joven y a Pitt

nada le gustaba más que restregárselo. Era tradición. Edward esperaba que lo hubiera

medio olvidado tras haberse perdido los cumpleaños de cada uno el año anterior.

No tendré tanta suerte.

Edward alzó la mirada. Pitt le miraba sonriendo. “Madura, ¿quieres?”, le dijo, como

había hecho cada año desde que Edward le conocía.

Edward rechinó los dientes y estaba a punto de decir algo cuando Alphonse le cortó.

“Dime, Pitt, ¿cuánto tiempo crees que tardará mi hermano en recuperarse?”

Pitt se quitó el estetoscopio de los oídos. “Bueno, debería permanecer en cama otros

dos días. Este resfriado se está extendiendo, y puede regresar cuando menos te lo

esperes”.

“¿¡Qué!?”, preguntó Edward chillando. “¿Dos días más? ¡No! Mira, ya estoy mejor”.

Aunque sentía los brazos pesados, Edward se negó a mostrar algún signo de

debilidad. Todo sea dicho, ver a su viejo amigo le había animado considerablemente.

Edward pensó que, con algo de suerte, Pitt estaría equivocado si su salud mejoraba.

Después de todo, solo es el ayudante de un doctor. ¡Puedo tomarle el pelo! Edward se sentó

en la cama, y balanceó los brazos por al aire para demostrar que se sentía bien. “¿Ves?

¡Estoy listo para irme enseguida!”

“No me puedo creer que sigas diciendo eso” dijo Alphonse lanzando una mirada de

súplica a Pitt. “¿Qué opinas?”

“¿Cuál era tu temperatura?” preguntó su amigo, tendiendo una mano hacia Edward

mientras limpiaba sus instrumentos. “Tomaste su temperatura, ¿verdad? Si estaba por

debajo de cien, vale, puedes irte”.

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“Bien, ¡entonces mira eso!” dijo Edward de forma triunfal, blandiendo el termómetro y

posándolo en la mano de Pitt. “¡Justo noventa y nueve! ¡Gracias, doctor!”

Pitt terminó de meter las cosas en su bolsa y miró al termómetro con la mirada fija

antes de dejarlo en la mesa. Luego suspiró.

“¿Qué? ¡Ack!”

Pitt le puso una mano en la frente y le empujó para tumbarlo en la cama.

“Hey, ¿de qué va esto?”

“Tienes fiebre. Puedes tomarle el pelo al termómetro, ¡pero no a mí! ¡Ajá!” Pitt cogió

la taza de la mesita. Solo quedaban unas pocas gotas de agua en el fondo. “¡Te echaste

agua en la boca!”

Pitt puso la taza en la mesa con un golpe. Unas cuantas gotas de agua saltaron

hacia el aullido indignado de Edward. Se las limpió. “Oh, ¿sí? ¿Tienes pruebas? ¡Enséñame

pruebas!”

“¡Había agua en el termómetro! ¡Y encima fuiste tú quien me enseñó ese truco, Ed!”

“Oh… ¿En serio?” Ahora que lo mencionaba, sonaba como el tipo de descubrimiento

que habría compartido con Pitt.

Pitt alejó el termómetro y amenazó a su amigo con un dedo acusador. “Conozco

todos tus trucos, amigo. Escucha, ven mañana a la clínica y deja que el médico te eche un

vistazo. No dejarás este pueblo hasta que estés mejor”.

A Edward no le sentaron bien las órdenes. “¿Quién lo dice? ¿¡Quién te da

autoridad!?”

“Soy tu doctor. La primera persona que te ha visto aquí soy yo. Eso me convierte en

tu médico de cabecera. Soy el único responsable de tu salud”, proclamó Pitt, dejando un

paquete con medicinas en la mesa. “Bebe esto, y guarda reposo. Este resfriado puede ser

pesado. Un montón de gente de la ciudad está en la cama por esto. De hecho, te

recomiendo que, una vez que la fiebre te baje, regreses a Resembool por un tiempo para

descansar un poco”.

“No voy a volver a casa por un resfriado”.

Pitt sonrió a su amigo. “No sería tan malo. Podrías hacer que Winry te cuidara”.

Winry era una aprendiz de mecánica de automails, la nieta de la famosa mecánica

de automails Pinako Rockbell, que había creado tanto la pierna como el brazo de Edward.

Edward y Winry habían pasado mucho tiempo juntos de niños, ya que sus padres eran

amigos, y a Pitt siempre le había gustado burlarse de eso.

“¿Hacer que Winry me cuidara? Ella me cuidará bien. ¡No volvería a andar nunca

más!”

“Oh, ¿he tocado algún tema delicado?”

“¡Grrr…!”

Antes de que Edward, que gruñía en la cama, se abalanzara sobre él, Pitt recogió su

bolsa de médico y se dirigió a la puerta. “¡Hasta luego!”

“Oh… ¡Gracias!” dijo Alphonse, siguiéndole hasta la puerta. “Nunca le había visto

con una fiebre tan alta. Estaba muy preocupado. Gracias por venir a verle”.

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

16

Por detrás de su hermano, Edward le estaba matando con la mirada. Pitt le devolvió

la mirada y le puso a Alphonse una mano en el hombro. “Me temo que no hay cura para tu

hermano”, susurró.

“¿Qué? ¿Qué quieres decir?”. Por un momento, Alphonse temió que su amigo

hubiera visto algo peor que un resfriado cuando le había inspeccionado la garganta.

Pitt negó con la cabeza. “Mira, el problema es, que no tengo medicinas para la

idiotez”.

“¡Te he escuchado!” gritó Edward, haciendo por salir de la cama, pero Pitt le sacó la

lengua y se alejó.

“¡Espera!”

“¡Ed!” Alphonse agarró a Edward por el cuello cuando este alcanzó la puerta y le

arrastró hacia la cama. “¡Tienes que descansar!”

Edward se dejó caer en la cama, todo deseo de lucha le había abandonado. “Me

siento peor que cuando estaba él aquí”.

“Es culpa tuya por ir de un lado a otro. ¡Solo harás que empeore tu fiebre!” Edward

extendió la manta arremolinada en los pies de su hermano y se arropó. “Menuda sorpresa.

Nunca esperé encontrarme con nuestros viejos amigos aquí. Pitt tiene la lengua tan ácida

como siempre, pero creo que ha hecho bien su trabajo. Ahora parece más maduro. Así que

déjate de bromas y ayúdale a que te ayude a ponerte mejor”.

“Bah”. Edward frunció el ceño, quitándose el sudor de la frente, y mirando al techo.

“Lo sorprendente es que quisiera ser doctor”.

El padre de Pitt no era un cirujano ni un médico por el estilo. Más bien viajaba

reuniendo información sobre hierbas medicinales, buscando nuevas plantas en el interior del

país y repartiendo medicinas en las ciudades que no tenían médicos. Edward nunca le había

visto en persona, pero sabía que la gente en su pueblo le respetaba gratamente.

También sabía que Pitt le respetaba, pero nunca le había escuchado decir que

quería ser médico. Y ahora ahí estaba, a punto de convertirse en uno.

Edward intentó encontrar equivalencias entre el Pitt que acababa de ver y el de años

atrás, pero acabó renunciando. Edward sintió el paso del tiempo más que nunca. “Supongo

que las cosas están destinadas a cambiar cuando estás lejos tanto tiempo”.

Edward puso el brazo sobre su frente y cerró los ojos.

Alphonse tenía razón – su fiebre había subido. Podía sentir el calor atrapado dentro

de su cuerpo. Solo le daba frío el automail contra su frente.

Solo eso no había cambiado.

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Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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ERA YA BASTANTE TARDE POR LA MAÑANA cuando Edward saltó de la cama. Se

había hecho a la idea de que tenía que ir a la clínica, solo para impedir la ira de Pitt. Aunque

le costaba admitirlo, su amigo tenía razón, Su fiebre había disminuido mucho gracias a la

medicina, e imaginaba que la forma más rápida de salir de ésta era yendo a la clínica,

conseguir una medicina más fuerte y recuperarse tan pronto como fuera posible.

Al abrir la puerta, la luz del sol que se reflejaba en un río cercano le dio en los ojos.

La casa que les habían prestado bordeaba un campo a cierta distancia del pueblo, con

pastos inclinados salpicados de casas humildes, y un único río que corría por el medio.

Edward buscó alrededor y encontró a Alphonse en el otro lado de la casa, lavando

sus ropas por él.

“Hey, Al, voy a la clínica. ¿Por dónde se va?”

Alphonse se volvió para mirarle, con las manos aún metidas en el cubo del agua con

jabón. “¿Huh? ¿No te dijo Pitt que te pasaras después del almuerzo?”

“Mira, no quiero permanecer aquí más tiempo del necesario… Y, oye, no tienes que

lavar mi ropa, Al…”

Alphonse rió alegremente. “El doctor dijo que necesitabas descansar, y no quiero

que salgas aquí, te enfríes y pilles otro resfriado”. Alphonse permaneció de pie, colgando las

ropas de su hermano con pinzas y poniéndolas en el alero de la casa, y se unió después a

Edward. “La clínica está por ahí. Solo cruza el río”, dijo, señalando un estrecho camino que

pasaba entre dos pastos.

Ambos bajaron por el camino, mirando a las pocas casas que se veían a la distancia.

“Bastante rural, ¿huh?”. Era de noche cuando llegaron y, con la fiebre alta, Edward

no se había parado a analizar los alrededores. Un vistazo a las granjas abandonadas aquí y

allá, y los extensos pastos ofrecían toda prueba necesaria para demostrar que se

encontraban en el campo.

“Este solía ser un lugar en auge con una mina de carbón productiva, pero la cerraron

hace ya un tiempo”, dijo Alphonse, señalando unas colinas bajas y rocosas a un lado del

pueblo. Edward señaló algo parecido a una cueva que se abría en las colinas – lo más

probable es que fuera la entrada a las minas. Incluso desde aquella distancia, podía ver con

claridad los tablones que bloqueaban la entrada de la mina. Por su aspecto, llevaban ya allí

algún tiempo. Había crecido una espesa vegetación sobre los tablones y las paredes de la

mina.

Por lo visto, la economía local había cambiado hacia la agricultura. Las pocas

personas que vieron estaban fuera trabajando en sus campos, cortando heno u ocupándose

de las ovejas. Un granjero se les paró mientras pasaban, al ver a Alphonse, y les saludaron

con la mano. “¡Hey, vosotros! ¿Vais a la clínica?”

“Ah, ese es el tipo que nos está prestando la casa”, Alphonse le devolvió el saludo.

“¡Hola! Tendremos que seguir pidiéndole prestada la casa un poco más. Espero que no le

importe”.

“Oh, por mí bien. El propietario está fuera viviendo en otra ciudad con unos parientes

para buscar trabajo. No regresará en algún tiempo”.

“¡Gracias!”

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“¡Ahora, a descansar bien!”

“¡Gracias!”

El hombre volvió a saludar con la mano, y volvió a balancear la azada.

“La gente de este campo se ha estado mudando – y no solo los mineros. Solo hay un

doctor”. Dijo Alphonse, atravesando el río con la mirada hasta la orilla más lejana. “La clínica

de aquí es la última en esta área”.

Llegaron a un lugar donde un puente cruzaba el río que fluía lentamente. Al otro

lado, vieron una baja estructura de madera. Era la clínica donde trabajaba Pitt.

“¿Ese es el lugar? Es sorprendente que Pitt haya venido hasta aquí para convertirse

en un aprendiz…”

“Sí, lo sé. Me pregunto cuánto tiempo lleva aquí”.

“Bueno, no nos dijo nada cuando le vimos la última vez, hace un año. ¿Quizás sea

este un nuevo progreso para él?”

Edward se paró en el puente. Una brisa recorría los pastos y le desordenaba el pelo.

“¿Qué vas a hacer mientras me están examinando, Al?”

“Oh, te esperaré aquí hasta que acabes”, contestó su hermano, intentando

responderle como si nada – a duras penas – para ocultar la preocupación de su voz.

Edward se encogió de hombros. “Me ha bajado la fiebre. Estaré bien. Y has estado

vigilándome todo este tiempo. Deberías ir a dar un paseo. Si esta es la única clínica, no

quiero ni imaginar lo llena que debe estar. Podría estar un buen rato”.

La carencia de Alphonse de un cuerpo real significaba que nunca se cansaba, pero

sí que pudiera aburrirse, y cuidar de su hermano enfermo no debía de haber sido muy

emocionante.

“Vale, bueno, si tardas demasiado, me iré a casa solo. ¡No mientas al doctor y le

digas que te sientes mejor cuando no es así!”

“¿Haría yo algo así?”

“¡Lo hiciste ayer! ¿Por qué crees que te he estado vigilando cual halcón?” contestó

Alphonse mientras reía.

Edward sonrió y le golpeó en el hombre con el puño de automail. Sabía que su

hermano se burlaba de él para ocultar lo preocupado que estaba, y Edward lo apreciaba.

Saludó con la mano y luego se giró hacia la clínica.

EN LA FACHADA del pequeño edificio colgaba un letrero que rezaba ‘Clínica Médica

del Dr. Norm’. Allí crecía un pequeño jardín, donde arbustos y flores que Edward nunca

había visto se mecían suavemente con la brisa. Por el leve olor medicinal que traía el viento,

supuso que eran hierbas y flores fuertemente aromatizadas, el tipo que solía usarse para

hacer popurrí. Edward echó un vistazo de reojo a la pequeña parcela mientras abría las

puertas dobles de la clínica.

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Había esperado ver una multitud, pero solo había cinco personas sentadas en un

banco en la sala de espera cuando entró. Uno tenía vendado el brazo, pero los otros

estaban tosiendo, y sus caras parecían febriles – víctimas del mismo resfriado que Edward

había pillado. Edward cruzó la sala de espera, deteniéndose ante el mostrador de enfrente.

El espacio de detrás del mostrador servía tanto para la recepción como boticario.

Estaba abarrotado con varias botellas, todas rellenas con extraños polvos y líquidos. Detrás

estaba Pitt. Iba de un lado a otro, ocupado, con una guía farmacéutica en la mano, abriendo

botellas para sacar medicinas, midiendo montoncitos de polvo en una balanza,

comprobando una lista de ingredientes y metiendo en una bolsa el producto acabado.

Pitt cogió la bolsa y cruzó la puerta próxima al mostrador de la sala de espera, donde

se la tendió a una joven que parecía que se había vestido por el camino.

Lo más seguro es que venga de un pueblo cercano, pensó Edward.

“Tus síntomas no han cambiado desde la pasada semana, así que te he dado la

misma medicina para otra semana más. Vuelve la próxima semana, y el doctor verá cómo

vas”.

Edward se sentó en silencio, asombrado. No podía creer a sus oídos. La única

persona en Resembool que tenía un vocabulario más grosero y un temperamento más vivo

que Edward era Pitt, y ahí estaba, siendo educado. Su amigo miró a un lado y vio a Edward,

sentado con la boca abierta. “Oh, eres tú. ¿No te dije que vinieras por la tarde?”

“¿¡Cuándo te volviste educado!?”

“¿Huh? Oh, eso…” Por un momento, Pitt pareció avergonzado, pero pronto volvió en

sí y le devolvió la mirada a Edward. “¿Qué hay de ti, hombre del ejército? ¿No te han

enseñado ellos buenas maneras?”

“¿A mí?” Edward sacudió la cabeza. “Nunca”.

Edward no se acordaba de haber medido sus palabras alguna vez, estuviera

hablando con un superior o pasando el tiempo en los cuarteles.

“¿En serio? ¿Qué ha pasado con la cortesía militar?” Pitt miró a Edward durante un

rato largo antes de volver a detrás del mostrador. “Aunque… supongo que es de ti de quién

estamos hablando”.

“¿Qué se supone que significa eso?”, gruñó Edward, sabiendo exactamente lo que

se suponía que significaba eso.

“El doctor está fuera haciendo visitas a domicilio. Debería volver pronto. Por qué no

te sientas y esperas”, sugirió Pitt, volviéndose a los viales de medicina. Echó con cuidado

polvos de uno a un bol y empezó a machacar el polvo con un pequeño palo.

Al parecer, la gente de la sala de espera no estaba esperando un reconocimiento,

sino la medicina. Pitt preparó sus recetas una a una, explicando detalladamente a cada

paciente lo que contenía cada una. Habló alto a un anciano que era duro de oído, y le

aguantó la puerta a una madre que llevaba a su pequeño hijo.

Edward miraba desde el banco a los modales de Pitt, casi caballerosos. Era un lado

de su amigo que nunca había visto en Resembool. “Wow”, murmuró por lo bajo. Todos

habían recibido su medicina y se habían ido, dejándole solo en la sala de espera.

“¿Qué ocurre?”, preguntó Pitt mientras limpiaba las botellas de detrás del mostrador.

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“¿No haces ningún chequeo? Hiciste todo ese camino para ir a verme ayer. Parece

como si hubieras podido hacerles un chequeo a esa gente ahora y ahorrarle al doctor un

poco de trabajo”.

“Oh, normalmente los hago. Solo fui a verte porque el doctor estaba muy liado ayer,

y por los síntomas que Alphonse describió, estábamos bastante seguros de que era el virus

que circula por ahí. Aún tenías que venir aquí para el verdadero reconocimiento,

¿recuerdas?”

“Bueno, después de toda esa charla de ayer sobre ser mi primer médico primario…”

“Para serte sincero, ojala lo fuera, pero…”. La voz de Pitt se apagó a mitad de la

frase.

Edward levantó la mirada para ver a su amigo mirándole fijamente desde detrás del

mostrador, con una sonrisa juguetona en los labios. “De todas formas, ¿tú médico primario

no es Winry? No quisiera quitarle el puesto”.

“¡Ya es suficiente!”

“¿Oh? Pero tengo mucho más que eso…”

Edward se levantó corriendo, dándole una patada al banco con su talón, mientras se

dirigía al mostrador. Pitt se fue hacia él, con los puños levantados, cuando la puerta de la

clínica se abrió de golpe. Entró una mujer, llevando a un niño en brazos de unos cinco años.

“¡Doctor!”

“Ah, Sra. Rymar…”. Pitt fue hacia detrás del mostrador, bajando deprisa sus puños.

“Es Danny - ¡No deja de toser! ¿Dónde está el Dr. Norm? ¡Doctor!” gritó la mujer,

golpeando a Edward mientras caminaba hacia el mostrador.

“No se ponga nerviosa, señora”, dijo Pitt tranquilamente. “Lo siento, pero ahora

mismo el doctor está fuera haciendo una visita a domicilio”.

“¡Entonces dame algo de la medicina de antes! Aún te queda algo por ahí, ¿verdad?”

“Me temo que no se me permite rellenar nuevas prescripciones”.

“¡Pero mi hijo!”

Como si lo hubiera hecho a propósito, el niño en sus brazos comenzó a toser y a

gemir. Pitt abrió la puerta y les guió a la sala de reconocimiento. “Pueden descansar aquí en

la cama hasta que llegue el doctor”, le escuchó decir Edward. “Herviré algo de agua – el

vapor debería ayudar a disminuir los síntomas temporalmente”.

“No quiero disminuirlos, ¡quiero detenerlos!” gritó la madre, agitando con furia una

mano mientras hablaba. El dorso de su mano golpeó un lado de la cara de Pitt, haciendo

que se cayeran sus gafas al suelo. “¡Es inútil hablar contigo! ¡Llama al doctor ahora!”

“Debería llegar en cualquier momento, señora. Vamos a hacer lo que podamos hasta

entonces”, dijo Pitt, manteniendo sus ojos fijos en ella. Ni siquiera miró a sus gafas caídas.

Edward podía decir que estaba escogiendo cuidadosamente sus palabras para evitar que la

mujer se alterara más.

“¡Solo eres un ayudante! ¡Qué sabrás tú!”, continuó implacablemente.

“Bueno, el doctor me dijo que el vapor funciona bien cuando los síntomas de Danny

empeoran. Usted sabe eso, Sra. Rymar”.

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“Pues claro, pues claro”, dijo, frunciendo el ceño. “¡Solo es que no me siento cómoda

sin el Dr. Norm aquí!”. En sus brazos, la tos del chico parecía empeorar.

“Hey…”, dijo Edward en voz baja. “Si quiere ayudar a su hijo, ¿por qué no prueba a

que el ayudante del doctor haga su trabajo? Si el doctor le enseñó qué hacer, ¿por qué

motivo no confía en él?”

Edward y Pitt pasaron mucho tiempo en su juventud lanzándose miradas fulminantes

el uno al otro, separados por unos pares de puños alzados, pero cuando uno de ellos estaba

en apuros, tenían una forma de ayudarse mutuamente. Esta vez, Pitt no pareció apreciar el

gesto.

“Tranquilo, Edward. Esto no tiene que ver contigo”, dijo su amigo fríamente.

“Claro, no tiene nada que ver conmigo”, dijo Edward, sorprendido de la respuesta.

Entonces, susurró en la oreja de Pitt, “Solo me estaba preguntando cuándo ibas a dejar de

tolerar las tonterías de esta mujer”.

Por un momento, Pitt pareció titubear. Luego se agachó y recogió sus gafas, y miró a

Edward a través de ellas. “Solo déjame en paz, ¿vale?”

“Hey, puedes hacer lo que quieras. Solo estaba preocupado por el chico”, contestó

Edward, no muy convincentemente.

El sonido de la puerta de la clínica abriéndose rompió la tensión.

“¿Qué es todo esto? ¿Ha ocurrido algo?”, entró un hombre con una bata blanca de

médico y una bolsa de piel negra en la mano.

“¡Dr. Norm!”, la mujer corrió hacia él. “¡Mi hijo está teniendo otro ataque!”

“Ah, así que esa fue la tos que oí. No se preocupe, le echaré un vistazo ahora

mismo. Venga dentro”.

Así que este es el mentor de Pitt, pensó Edward. El hombre miró con tranquilidad al

chico en los brazos de la mujer. Abrió la puerta de la sala de reconocimiento, haciendo

pasar a la madre y al niño, luego se giró para sonreír sarcásticamente a Edward y Pitt en la

sala de espera. “Y ahora bien, no sé a que venían esas miradas que os estabais echando el

uno al otro, pero aquí no quiero peleas. Pitt, ve a hervir algo de agua… Y será mejor que

traigas más medicina del armario a la vuelta”.

“Uh, sí, Dr. Norm”. Pitt se retiró por una puerta en la parte de atrás de la sala de

espera, y el Dr. Norm sonrió amablemente a Edward. “Y tú debes ser Edward. Pitt me habló

de ti. Te veré en cuanto termine con Danny”.

Poco después, la madre andaba hacia la sala de espera, con su hijo Danny

caminando ahora a su lado.

“Tenga cuidado. La próxima vez que tenga un ataque, intente mantener la calma y

hervir un poco de agua. ¿Vale?”. El Dr. Norm abrió la puerta de la clínica y le mostró la

salida a la mujer.

“Ese chico, ¿va a ponerse bien?”, preguntó Edward, en la ahora silenciosa sala de

espera. Por la pesada tos del chico y el pánico de la mujer, temía que el chico tuviera algo

grave.

“Oh, nada grave. No está enfermo, per se. Simplemente nació con los pulmones

débiles. Mientras te quedes calmado y hagas lo correcto, estará bien, pero su madre se

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preocupa tanto que quiere darle todas las medicinas que pueda. No es que no lo entienda,

pero procuro evitar recetar demasiado en los casos más graves…”

El Dr. Norm dijo esto con el ceño fruncido, llevando a Edward a la sala de

reconocimiento. “Eres el siguiente. Gracias por esperar”.

Dentro, Edward vio a Pitt cogiendo un cuenco de agua hirviendo de un rincón de la

sala. Echó una rápida mirada a su amigo, y Pitt le devolvió la mirada a través de las gafas

empañadas.

“Me parece que no os puedo dejar solos, ¿verdad?”, dijo el doctor con una risita.

Sacó una hoja de papel de un pequeño escritorio y se lo tendió a Pitt. “Va a llover pronto, y

quiero que vayas a por las hierbas de esta lista antes de eso”.

“Sí, Dr. Norm”.

Pitt se quedó allí parado un momento, como si fuera a decir algo, pero luego lo

pensó mejor y salió de la habitación. Justo antes de desaparecer por la puerta, se giró y le

sacó la lengua a Edward.

Edward le devolvió el gesto, y su sonrisa se transformó repentinamente en una cara

de sorpresa cuando el Dr. Norm le puso un frío estetoscopio en el pecho. “Bien, suficientes

caras graciosas. Ahora mantén la respiración. Voy a oír tus pulmones”.

A solas con el doctor en la sala de reconocimiento, Edward contuvo la respiración y

observó al nuevo mentor de Pitt.

El Dr. Norm era un hombre mayor. Ya tenía bastantes canas en su cabeza. Aunque

parecía bastante animado, y sin duda tenía que ser el único médico de los alrededores.

“Respira más despacio. Otra vez. Oí que tuviste fiebre. ¿A cuánto llegaste?”

“Ayer no sobrepasé los cien. No estoy seguro de a cuánto llegué antes de llegar a la

ciudad”.

“Bien, ese chico de la armadura dijo que cuando llegasteis, apenas podías pensar

bien. No me sorprendería que hubieses llegado a los 1053. Aun así, has mejorado mucho.

Debes tener una buena constitución. Probablemente no pilles muchos resfriados, ¿estoy en

lo cierto?”

“Bueno, no con demasiada frecuencia”.

“Es bueno estar sano”, dijo el Dr. Norm, asintiendo su cabeza y mirando dentro de la

boca de Edward. “Ah, sí, esta hinchazón es un síntoma bastante común. Y también tienes

fiebre todavía. Te daré un enjuague bucal anti-bacteriano. Tienes que hacer mucho reposo”.

“Así que… ¿Aún tengo que quedarme en la cama?”, preguntó Edward.

“Parece que tienes mucha prisa por irte de la ciudad”, se rió el Dr. Norm, haciendo

que las arrugas de sus ojos se convirtieran en profundos valles. “No te retendré contra tu

voluntad, pero hazte un favor a ti mismo y espera hasta que la fiebre haya desaparecido”. El

Dr. Norm sonrió amablemente y comenzó a medir la medicina.

“¿Cuánto tiempo lleva Pitt aquí, por cierto?”, preguntó Edward. Había pensando que

la mudanza de su amigo era algo reciente, pero Pitt parecía demasiado diferente. El chico

que Edward y Alphonse habían visto al irse de Resembool había sido solo un niño. Aún

3 105 ºF (grados Fahrenheit) corresponden a unos 40’5 ºC (grados Celsius o centígrados).

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quedaban restos del viejo Pitt, sin duda, pero ahora parecía mucho más calmado, y viéndole

siendo cortés con los pacientes despertó la curiosidad de Edward. Parte de él se preguntaba

cómo Pitt se las había arreglado para hacer que ocurriera.

“Bueno, veamos, Pitt llegó aquí hace cerca de un año”, contestó el Dr. Norm,

echando varios sustancias en botes.

“¿Hace un año?”. Eso significaba que Pitt había dejado la ciudad justo después que

ellos.

“Solo apareció un día, pidiéndome que le cogiera de aprendiz. Claro, necesitaba

ayuda, aquí estamos un poco alejados del mundo. No vi la necesidad de que malgastara su

juventud en mitad de ninguna parte, así que le aconsejé que se fuera a una ciudad más

grande con un hospital en condiciones, pero se mantuvo firme”.

“¿Por qué?”

“Al parecer, su padre era un médico viajero especializado en hierbas medicinales.

Eso tiende a ser un gran método más barato que el material procesado”.

“Sí, eso he oído”.

“Por supuesto, algunas enfermedades no pueden ser curadas con remedios

herbales, pero son muy buenas para prevenir y el bienestar. Y las medicinas caras con

serios efectos colaterales dan más problemas que hace que a la gente de poco dinero o de

constitución débil no les merezca la pena. Esos son la clase de gente a los que tu amigo

quiere ayudar. Por eso eligió estudiar aquí – tenemos un montón de hierbas medicinales, ya

ves. Antes, casi solo usábamos medicinas procesadas en la clínica, pero desde que llegó

Pitt nuestros remedios herbales han aumentado notablemente. También es de ayuda

mantener los costes bajos”.

Edward asintió, procesando esta nueva información sobre su amigo.

“Pero claro, solo es un aprendiz, y procuro no pedirle mucho. Nunca le dejo tratar los

temas peligrosos o las medicinas realmente fuertes. Lo está haciendo todo bien. No es fácil

vivir aquí, pero está esforzándose todo lo que puede”.

El Dr. Norm puso la medicina en una bolsita y se giró, señalando un moratón en el

brazo de Edward. “Me parece que tú también has estado pasando lo tuyo. Tienes más

cortes y arañazos que piel, hijo mío”.

Los brazos y las piernas de Edward estaban cubiertos de arañazos y moratones –

señales de un duro viaje.

“Ah, no es nada. No les hago caso, y mejoran con el tiempo”.

“Eso lo tiene que decidir un médico, Edward. Déjame verlos”, demandó el Dr. Norm

amablemente, pero firme. “Algunos podrían mejorarse con un tópico o un poco de

ungüento”.

Edward se dejó someter dócilmente a un examen, pensando que el Dr. Norm era

muy simpático para ser un médico con exceso de trabajo que cuidaba de todo un pueblo.

Incluso si no hubiera sido el único médico en la ciudad, su cálida forma de tratar a los

pacientes garantizaría que a su clínica nunca le faltaran pacientes.

El Dr. Norm terminó de comprobar todos sus arañazos y hematomas, poniendo

algunos vendajes y frotándolos con un poco de ungüento, antes de sonreír a Edward.

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“Pitt y tú os parecéis un montón”.

“¿Huh?”

“¿Sabes por qué has cogido un resfriado?” Edward alzó la vista ante la inesperada

pregunta y se encontró mirando fijamente a los gentiles ojos del Dr. Norm.

“Dices que normalmente estás sano, pero has cogido un resfriado porque estabas

agotado. No me refiero a que solo estabas cansado, sino a que tus días y días de viaje se

han acumulado… y han podido contigo. Deberías relajarte un poco. Tómatelo con calma”. El

Dr. Norm le dio a Edward una ligera palmada en el hombro.

Ya era por la tarde cuando Edward salió de la clínica. Pasó por la sala de espera

llena de gente que esperaba las revisiones de la tarde, y se dirigió al exterior para encontrar

que el tiempo se había puesto peor, como el doctor había advertido. El sol que resplandecía

tan brillantemente esa mañana parecía ahora completamente envuelto en nubes.

Andando al lado del río, Edward escuchó la conversación de algunos niños del

pueblo en la ribera.

“Parece que va a llover, Deberíamos ir a casa”.

“Sí, no me he traído un paraguas”.

“Voy a ir a la casa de Cassie y le voy a dar su saltamontes”.

“¡Mamá dice que me puedo comer un dónut cuando llegue a casa!”

“Ni hablar, ¡ojalá nosotros tuviésemos dónuts!”

Los niños treparon desde la ribera, con cajas y redes para atrapar insectos colgando

de sus manos, y alcanzaron el camino.

Edward se detuvo en el punto más alto del puente con forma de arco. Desde allí,

podía ver toda la ciudad. Se detuvo allí un rato, mirando a los chicos correr hacia casa. Iban

derechos, sin volver la vista atrás.

Vio a Pitt a lo lejos. Arrodillado a un borde del camino, recogiendo hierbas. Alphonse

estaba de pie, cerca de él. Debía de haber ido a ayudarle tras cansarse de esperar a que

Edward acabara su chequeo.

Edward echó a andar hacia ellos, dando un leve suspiro. Alphonse y él no eran tan

diferentes en edad de los chicos que habían estado jugando en la ribera del río. Si no

hubieran partido de viaje, también estarían corriendo a casa para comer dónuts cuando el

cielo parecía a punto de llover. Su búsqueda les había conducido tan lejos de casa, a esta

tierra desconocida.

Edward se mantenía firme – ambos lo estaban – pero su viaje había resultado ser

más duro de lo que había imaginado.

La primera noche fuera de Resembool, habían intentado quedarse en un hotel en

una enorme ciudad, pero les dijeron “No se permiten a niños sin tutores”. El aspecto de

Alphonse asustaba tanto a niños como a adultos. Nadie le creía cuando les decía que

Alphonse era su hermano, y a los dos les llamaban mentirosos casi a diario. Una vez,

cuando intentó enseñar su reloj de plata para adelantarse a los usuales comentarios, alguien

intentó atracarles.

Allá donde fueran, eran tomados por aquello que eran: niños. Los niños que viajaban

solos no podían quedarse en hoteles. Los niños no tenían motivos para viajar solos, así que

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debían mentir. Incluso aunque fuera un Alquimista Nacional, era un niño. Era débil – un

objetivo fácil.

A diferencia de cuando estaba en Resembool, protegido por los adultos que le

rodeaban, Edward había aprendido de la forma más dura lo cruel que podía ser el mundo

para un niño de doce años.

Aún seguía caminando hacia delante, en parte por obligación para proteger a su

hermano. Tenía que hacerlo. Su hermano parecía extraño y era constantemente objeto de

sospecha o, mejor dicho, de miradas inquisitivas. Había elegido unirse a Edward en su viaje

incluso aunque aún tenía solo once años.

Una cosa hacía que los pies de Edward siguieran andando: sabía que no podía

regresar.

Edward se agarró su propio hombro con la mano de automail. Sabía porqué el Dr.

Norm le había dado una palmada en el hombro. Relájate, estaba intentando decir.

Si tan solo pudiera.

Estaban buscando algo que podría no ser real, y el camino que tenían por delante

era oscuro, aun así tenía que seguir hacia delante. No tenían una casa a la que volver. Por

eso había quemado la casa cuando crecieron: así no tendrían una razón para volver la vista

atrás. Así no podrían renunciar.

Su reloj de plata marcaba el paso del tiempo en su exilio auto-impuesto. No se

detendría por heridas o resfriados. Edward quitó la mano de su hombro y miro al frío acero

de su palma. “¿Cómo puede esto relajarse?”

Era duro, saber lo que quería y, aún sabiéndolo, estando tan lejos. Su mano y su

pierna aún eran de automail, y su hermano aún andaba en armadura.

Y aquí estaba su amigo, un compañero de luchas de Resembool, en esta tierra

lejana, andando con paso seguro hacia su propio futuro. Se habían ido el grupo de amigos,

el jugar, el correr en círculos. Ahora andaban por una línea recta, hacia un claro objetivo.

“Ya ha pasado un año, y no estamos más cerca…”

Sabiendo que Pitt estaba a la altura, viéndole actuar como un adulto, Edward se

sentía como si hubiera sido dejado atrás. Le molestaba más de lo que estaba dispuesto a

admitir.

Edward frunció el ceño ante las nubes que colgaban encima de su cabeza, luego

apretó los dientes y bajó la vista hacia el camino que tenía delante.

UN RATO ANTES de que Edward dejara la clínica, cuando el cielo azul se asomaba

por entre las nubes, Alphonse jugaba con algunos niños del pueblo en la ribera del río. Alzó

la vista cuando escuchó a alguien pronunciando su nombre.

“Hey, Alphonse”.

Pitt estaba de pie en lo alto del puente, llevando un gran cesto en su mano.

“Hey, Pitt”.

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Pitt bajó la mirada hasta Alphonse, medio enterrado entre los enormes juncos que

crecían a lo largo del río. Los otros chicos estaban debajo del puente, con sus jaulas de

insectos y redes en mano, separando la hierba mientras buscaban sus presas.

“¿Qué haces por aquí?”

“Esperando a Edward. Pensé que sería de ayuda coger unos cuantos bichos para

matar el tiempo”. Alphonse se puso de puntillas y levantó una pequeña jaula con un brillante

saltamontes verde en su interior. Era particularmente grande. “Echa un vistazo. Lo cogí yo

mismo”.

Cerca de él, los niños mostraron sus jaulas.

“El tuyo es el más grande, después de todo, Alphonse. El mío es pequeño”, dijo un

chico.

“Bueno, tú me dijiste cuál era el mejor lugar para buscar”.

“Sí, pero es difícil coger los grandes. Son muy listos”.

Los otros niños asintieron, de acuerdo.

“¿En serio?”, dijo Alphonse, señalando uno de las jaulas de los niños. “Creo que la

mariposa que has cogido es más bonita”.

Todos levantaron sus jaulas, comparando sus cazas y riendo.

Parecían viejos amigos, pero no había sido así desde el principio. Solo un rato antes,

Alphonse se había parado en lo alto del puente, esperando a su hermano mientras los niños

jugaban debajo, sin decirse una palabra entre ellos.

Alphonse sabía que lo pensaban: los otros niños le echaban un vistazo y asumían

que se trataba de un adulto y, por si fuera poco, un extraño en la ciudad. Siempre le era

difícil. Quería hablar con los niños de su edad pero le era imposible empezar una

conversación si los niños le tenían miedo. Había intentando varios métodos en el pasado,

pero cuando se esforzaba al máximo en ser amistoso y calmar sus miedos, solo le hacía

parecer más adulto, y se daba por vencido.

Aun así, aunque tenía un poco de pinta amenazadora por fuera, por dentro seguía

siendo un chico de once años.

Por mucho que intentó contenerse, no pudo evitar intervenir cuando uno de los niños

cogió un saltamontes enorme en la ribera.

“¡Qué chulo!”

Esto se convirtió en lo necesario para romper el hielo. Uno de los chicos le invitó a

bajar, prestándole una red y una jaula. Y así, Alphonse se encontró jugando con niños de su

misma edad, por primera vez en mucho tiempo, mientras esperaba a su hermano.

“Se quedará allí un poco más”, le gritó Pitt desde el puente. “Al Dr. Norm no le

bastaba con examinar ese resfriado - le está poniendo al día”.

“¿En serio? ¡Genial!”, dijo felizmente Alphonse. Edward nunca iba al hospital si podía

evitarlo, incluso cuando estaba malamente herido. En cuanto se recuperaba de un altercado,

iba y se hería otra vez. Cualquier oportunidad de que a su hermano le dieran un buen

chequeo era algo bueno, bajo el punto de vista de Alphonse.

“¿A dónde vas, Pitt?”

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Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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“El doctor quiere que le recoja algunas plantas medicinales. Crecen por todo el

pueblo, así que estoy haciendo mi ronda y recogiendo las que encuentro”.

“¿Puedo ayudar?”, se ofreció Alphonse. Mientras no fueran demasiado lejos, Edward

les encontraría cuando saliera de la clínica.

“¿Y qué hay de tu caza de bichos?”

“Oh, está bien. Además, te lo debo por venir a visitarnos a domicilio”. Alphonse se

giró hacia los niños. “Me voy, chicos”.

“¿Qué? ¿Ya te vas?”

“Sí, lo siento. Juguemos otro día, ¿vale?” se disculpó Alphonse, y luego empezó a

mirar alrededor. “Cassie me prestó esta jaula y esta red… ¿La habéis visto?”

Uno de los niños señaló hacia la ciudad. “Cassie ya se ha ido a casa. Su cumpleaños

es mañana, y se van de viaje a comprar a la ciudad de al lado. Se estará preparando para el

viaje. Yo cogeré sus cosas, si quieres”.

“Gracias. Hey, dale este saltamontes, ¿vale?”, Alphonse le tendió al chico su jaula y

su red y echó a andar hacia el camino para unirse a Pitt. “¡Hasta otra!”

“¡Nos vemos!”

“Sip, ¡hasta luego!”

Alphonse les saludó con la mano mientras Pitt y él se encaminaban hacia la ciudad.

“Dime, Pitt, ¿conoces a una chica llamada Cassie? Nunca había visto a una chica que le

gustaran tanto los insectos como a ella”.

“Sí…”. Pitt se detuvo para examinar algunas plantas que crecían a un lado del

camino.

“Y yo que pensaba que Winry era la única chica que no le tenía miedo a los bichos”,

dijo Alphonse riéndose. “¿Te acuerdas de cuando Edward y tú tirasteis todos esos

escarabajos? Y Winry…”

“Entre otras cosas que recordar”. Pitt gruñó, echando una mirada a Alphonse

mientras arrancaba con las manos algunas plantas.

El colegio había empezado tras las vacaciones. Una tarde, Edward y Pitt se saltaron

sus tareas de barrer, y todas las chicas de la clase les gritaban para que limpiasen la

habitación. Analizándolo ahora, ambos chicos estaban claramente equivocados pero, en

aquel momento, parecía más importante que ellos cumplieran el sagrado rol de

alborotadores escolares. Su jurada misión era hacer que las chicas se irritaran por algo. Las

cosas habían estado demasiado tranquilas, así que se “olvidaron” de barrer. Las chicas les

gritaron, así que ellos planearon su venganza. Esa vez, les llevó a reunir dos puñados de

escarabajos apilados y, haciendo caso omiso a los gritos de Alphonse para que pararan, los

arrojaron en clase.

El plan fue un éxito total. Las chicas que no gritaron en el acto se pusieron a llorar

justo después. “¡No seáis tan lloricas!”, les gritaron, golpeándose el uno al otro en la

espalda.

Aunque Winry resistió al ataque – y les lanzó por sí misma un contraataque.

Después de recoger algunos escarabajos del suelo de la clase, se acercó sigilosamente por

detrás de ellos mientras estaban en la cima de la colina más alta de la ciudad,

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regodeándose con el sabor del triunfo y metiendo hasta el último escarabajo dentro de sus

camisetas.

Eso sí, a Edward y a Pitt le gustaban los bichos, pero todo tiene su límite. Los dos se

pasaron unos buenos quince minutos corriendo por la calle, chillando y retorciéndose para

quitarse los imparables escarabajos que tenían en sus camisetas, pantalones y zapatos.

“Jamás olvidaré vuestros gritos. No creo que nadie pueda…”

“Eso fue hace mucho tiempo”, Pitt frunció el ceño, sacudiendo la cabeza. Empujó con

su dedo algunas flores amarillas que crecían en un trozo de tierra abierto. “Hey, mira. Si de

verdad quieres ayudar, ¿por qué no recoges esas hierbas… las que están por allí?

Alphonse fue a recoger las plantas, aún hablando. No tenía muchas oportunidades

de rememorar los viejos tiempos con otra persona que no fuera su hermano. “Ed y tú os

peleabais un montón, pero cuando se trataba de organizar algún plan maligno, erais

inseparables: nuestros líderes hasta el final”.

Podían haber tratado mal a las chicas en el colegio, pero la hostilidad era mutua. En

lo que se refería a los niños más pequeños, Edward y Pitt servían como protectores,

manteniendo la justicia en el patio del recreo y eludiendo los abusos. Fueron líderes,

creando nuevos juegos para que jugaran todos, y para cuando todos los demás empezaban

a jugar con ellos, ellos ya habían pensado en otra cosa nueva que hacer. Alphonse recordó

haberse sentido envidia de ellos. Ellos siempre estaban a un paso por delante de los demás.

“¿Juegas con esos chicos del río? Me refiero a cuando no estás trabajando”.

Pitt sacudió la cabeza. “Yo ya no soy un niño, Alphonse. No tengo tiempo de jugar”.

“¿En serio?... Supongo que debes estar bastante ocupado, con la clínica, tus

estudios y todo eso”, dijo Alphonse con una sonrisa en su voz. Por dentro, se sentía

extrañamente solo. Pitt no era mucho mayor que él – solo tenía catorce. Esperaba que Pitt

volviera a sus antiguos hábitos con los niños de allí, justo como en Resembool. Aun así, lo

único que podía hacer era impresionarse por lo mucho que progresaba Pitt en su carrera.

Alphonse arrojó algunas hierbas en la cesta de Pitt y señaló las gafas de su amigo.

“Apuesto a que se te estropearon los ojos de tanto estudiar. Son graciosas – te hacen

parecer distinto – más adulto”.

“Bueno, tú no has cambiado ni un ápice”, dijo Pitt con una sonrisa irónica, mirando a

Alphonse. Empujó sus gafas de vuelta a su nariz. “Siempre fuiste bueno haciendo amigos”.

Efectivamente, en Resembool Alphonse siempre había sido el primero en romper el

hielo cuando venía un nuevo niño a la ciudad. Las cosas habían sido diferentes en el

camino, sin embargo. Sacudió su cabeza. “Desde no hace mucho, podría decirte que te

equivocas”.

“¿A qué te refieres?”

Alphonse asintió con la cabeza. “Mírame. Cuando estamos fuera por nuestro viaje, la

gente dice todo tipo de cosas de mí. Ellos me dicen lo terrorífico que parezco. Nadie se cree

que solo tenga once – especialmente los niños de mi edad. No puedo cambiar mi aspecto,

claro está, así que intenté cambiar mi forma de actuar. Pero ahora en el río, me di cuenta de

que estoy haciendo las cosas de manera equivocada. Cuando he hablado con esos niños de

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ahora, todo fue bien. Me dejaron jugar con ellos, y lo pasamos bien. Solo les hablé como un

chico normal.

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Me hizo darme cuenta que cuando las cosas fueron mal en el pasado, en parte era

culpa mía. Empecé a esperar a que la gente se asustara, para decir algo un poco raro o

actuar un poco nervioso… Y claro está que eso lleva a un tipo de conversación rara y

nerviosa. Supongo que el truco está en no preocuparse demasiado”. Dijo Alphonse,

sintiendo que se había quitado un peso de encima. Jugar con niños de su misma edad

después de tanto tiempo le hizo darse cuenta al fin de la carga que la soledad podía ser.

“Estoy seguro de que te ha pasado lo mismo, Pitt, dejar Resembool y conocer a todos esos

extraños… He aprendido un montón. Pero tampoco ha sido todo divertido”.

“Sí, lo sé”, dijo Pitt, en voz baja. Sabía demasiado bien lo que era dejar tu hogar e

intentar encontrar un hueco en el ancho mundo. De repente, se giró y le dio una palmada a

Alphonse en la espalda. “¿Sabes? Estoy impresionado. Siempre te vi como el hermano

pequeño de Edward, pero realmente has crecido”.

“Eh, gracias”, dijo Alphonse con una risita. La forma en la que le había golpeado la

espalda le recordaba a Edward. “¿Sabes? En verdad se lo debo todo a Ed. Cada vez que

perdía el rumbo, ahí estaba él para darme una palmada en la espalda y señalarme la

dirección correcta. Me mantiene en marcha. Sé que también ha sido difícil para él, pero no

se ha quejado ni una vez desde que dejamos Resembool. Ni una sola vez…”

Alphonse miró a la distancia, a una casa abandonada en el extremo más alejado del

campo en el que se encontraban. “Estamos mucho más unidos de lo que estábamos en

Resembool, esto casi me hace preocuparme más. Por supuesto, sigue siendo un cabezota y

un temerario, eso no ha cambiado”.

Pitt había estado andando buscando hierbas, con la cara hacia el suelo, pero ahora

la alzó. “¿No habéis vuelto a Resembool?”

“No”.

“¿Ni una vez?”

Alphonse se rió entre dientes. “Nop. Siempre estoy intentando convencerle para

regresar alguna vez y ver qué tal están Pinako y Winry, pero Ed sacude la cabeza y dice que

deberíamos seguir hasta que hayamos conseguido lo que tenemos que hacer. Aun así,

sería genial si pudiéramos dejarnos caer algún día por allí si estamos por la zona. ¿Qué hay

de ti, Pitt? ¿Regresas de vez en cuando?”

“Bueno, no”, murmuró Pitt, frunciendo el ceño ligeramente.

“¿Qué ocurre?”, Alphonse lanzó una mirada curiosa hacia abajo y pilló a Pitt

devolviéndole la mirada.

“No me mires de esa forma”.

“Oh, lo siento”.

“Siempre fuiste más alto que yo. Es molesto”. Pitt apartó la mirada, haciendo un

mohín.

“¡Otra vez no! Ed y tú os preocupáis demasiado por eso, en verdad”.

“Para ti es fácil decirlo. ¡Eres alto! Para nosotros, es un problema serio, no… “, Pitt

se rió. “Bueno, quizás es un problema más serio para Edward que para mí”.

“Vamos, no le llevas tanta ventaja, si así fuera…” Empezó a decir Alphonse, cuando

Pitt le alcanzó y le agarró por el cuello y empezó a sacudirle.

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“¡Ja! ¡Está claro que yo soy más alto! ¡Cualquiera puede ver eso!”

“Bueno, nunca hemos podido mediros exactamente…”

“Vale, ¿quieres exactitud? Qué tal si señalo mi altura en tu armadura ahora mismo y

luego engañamos a Ed para que marque la suya. Comparamos las marcas, ¡y listo! ¡Ni

siquiera Edward será entonces capaz de negar la verdad!”

“Hey, no me pintarrajeéis la armadura, por favor”.

“No es pintarrajear. ¡Es una seria investigación científica! Mira, te prometo que lo

borraré más tarde. ¡Vamos, por favor! Quiero probar, de una vez por todas, que el enano es

Edward, no yo”. Pitt sonrió y, bajo el cielo nublado que se oscurecía rápidamente, sacó una

regla y un lápiz del bolsillo de su camisa.

“No creo que sea una buena idea…” dijo Alphonse, intentando echarse a un lado,

cuando escucharon unos pasos acercarse desde la distancia. Por el sonido, fuera quien

fuera el propietario de los pasos, se acercaba rápido.

“¿¡A quién has llamado enano!?”

“¡Ack, Edward!”

“¡Hey, Ed!”

Alphonse y Pitt levantaron la vista para ver al Alquimista Fullmetal echándose encima

de ellos, con la cara roja por la furia. “¡Te he escuchado!”

Como Alphonse, Edward había estado pensando por su cuenta sobre el año que

habían estado de viaje. Queriendo estar un rato más solo, no fue hacia su hermano y Pitt

cuando los vio a lo lejos. En vez de eso, se tomó su tiempo, acercándose a sus espaldas

lentamente. Se estaba acercando más y estaba a punto de gritarles cuando una oportuna

ráfaga de viento trajo una sola palabra a sus oídos: ‘enano’.

Ed echó a correr a toda prisa, derecho hacia Pitt. “¡Hrrah!”. Corrió sin detenerse

hasta el último minuto, cuando le dio una patada al suelo y voló por el aire hacia su objetivo,

con la rodilla por delante. Era un ataque con el que Pitt estaba estrechamente familiarizado.

Estaba preparado.

“¡Patada voladora!” gritó, lanzando su cesto con las hierbas a un lado y cruzando los

brazos por delante para bloquear el pie de Edward. “El mismo patrón de ataque, ¡cada vez!”.

Cogió con sus manos la rodilla de Edward hábilmente y rió entre dientes. Habían luchado

tantas veces en el pasado que conocían muy bien el estilo de cada uno, hasta el último

ataque.

Pero Edward, aún en el aire y con Pitt cogiéndole la rodilla, tenía una sonrisa

victoriosa en su rostro. “Oh, ¿sí? Bueno, ¡tu siempre has usado el mismo patrón de

defensa!”. La mano de Edward se arqueó y descendió hasta la frente de Pitt. “¡Toma eso!”

Hubo un satisfactorio plaf.

“¡Ouch!” gimió Pitt, frotándose su frente. Edward aterrizó suavemente en el suelo. Su

golpe había sido lo bastante fuerte para dejar una mancha roja y hacer que los ojos de Pitt

lagrimearan. “Grr… ¡Muy bonito! ¡Un ataque en dos partes!”

“¿Te gusta?” Edward rió instantáneamente, olvidando su latente preocupación sobre

su falta de desarrollo en un año. “Vale, ¡enano de Resembool! Vamos a confesarnos, aquí

mismo, ahora mismo. ¡Al puede ser el testigo!”

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“Um, yo no me apunté a esto”. Alphonse suspiró, mirando con recelo a su hermano,

que permanecía victorioso frente a Pitt, que aún se mecía la cabeza entre sus manos. Dio

un paso atrás. En cualquier otra situación, ahora sería el momento para que Alphonse

interviniera, pero sabía instintivamente que una vez que la palabra enano salía a relucir, su

mejor movimiento era retirarse y dejárselo a ellos. Como si confirmara eso, Pitt separó la

mano de su frente e, inmediatamente, la convirtió en un puño, y la batalla fue reanudada.

“¡Tú eres el enano, Edward!”

“¡En tus sueños, Pitt!”

“¡Simplemente admítelo ya, Ed-nano4!”

“¡Admítelo tú, Pit-tapón5!”

Así, se iban gritando y gritando, cada uno buscando una abertura en las defensas del

otro. Cuando Pitt lanzaba un puñetazo, Edward lo bloqueaba. Cuando Edward intentaba

derribarle por los pies, Pitt permanecía sobre sus talones con destreza.

Aun así, aunque ambos conocían los movimientos del otro, ni siquiera era una lucha.

Aunque solo había sido por un año, el tiempo que Edward había estado en el ejército se

notaba. Él era el más fuerte y el mejor luchador de los dos, y Pitt lo notó. Pitt retrocedió,

manteniendo la distancia entre ellos, y adoptó una postura defensiva. “¿Has estado

entrenando?”, le gritó, “Bien, yo también. Vamos, ¡te lo mostraré!”. Agachándose, Pitt

arrancó un pequeño arbusto de bayas que tenía a sus pies, y se lo tiró a Edward.

“Oh, ¿ahora te pones a arrojar hierbajos?”, Edward sonrió sarcásticamente y lo

esquivó echándose a un lado. Algunas de las bayas salieron disparadas del arbusto y se

dispersaron por sus piernas.

“¿Huh?”, conforme las bayas le golpeaban, empezaban a crecer. “¡Ow, ow, ow!”. Al

instante siguiente, las bayas explotaron con un sonido como de petardos, salpicando sus

duras espinas sobre sus piernas y brazos.

“¿Ves eso? Todo lo que necesitan es un pequeño traqueteo y explotan… ¡Y puedes

usarlas para preparar un té estupendo para las gargantas irritadas! ¡Es un nuevo remedio,

recién descubierto! ¡Toma eso!”. Pitt arrancó otro puñado de bayas y se las lanzó a su

oponente, ahora encogido de miedo.

Las bayas dolían más de lo que creía. Edward se agachaba y las eludía, gritando.

“¡Eso pica! ¡Si tú vas a usar tus hierbas contra mí, yo usaré mi Alquimia!”

“¿¡Qué!?”, una mirada de pánico se apoderó de los ojos de Pitt. Incluso en

Resembool, la amenaza de la Alquimia normalmente había sido suficiente para hacer que

una lucha tuviera un final brusco. Poseer un poder alquímico lo bastante fuerte para que un

adolescente ganara el título de Alquimista Nacional dejaba muy claro, incluso ante los ojos

de un aficionado, que no estaba a su altura.

4 He considerado que la mejor forma de traducir esto, dado el grado de amistad e ironía entre Ed y Pitt, es así,

mezclando el nombre de Ed con la palabra “enano”. En inglés, lo que dice es “Ed-runt”, que no tiene excesiva

gracia. Imagino que en japonés será Ed-chibi o algo similar. 5 Ahora, al igual que en inglés, he usado un sinónimo de enano muy usado en España, “tapón”. He escogido esa

más que nada porque empezaba por ‘t’, y Pitt termina en la misma letra. En inglés, se usa el sinónimo de “runt”,

“shrimp”.

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“Hey, ¡no es justo!”, protestó Pitt, “¡pensaba que la Alquimia era para ayudar a las

personas! Pues bien, ¡yo soy una persona!”

“Ja, ¡buen intento!”

“¡Vaya! No, espera…”

Permaneciendo a poca distancia de la furiosa batalla, Alphonse suspiró. Edward y

Pitt, paciente y doctor, se habían olvidado completamente de todo menos de su pelea.

“Supongo que debería dejar que se den el gusto”, murmuró Alphonse, recogiendo la cesta

que Pitt había tirado. Siguió andando, buscando las plantas que Pitt le había dicho que tenía

que recoger.

Cuando volvió a levantar la vista, se encontró que estaba cerca de la entrada de una

antigua mina de carbón. Sus ojos se posaron en una enorme roca de unos tres metros de

altura que estaba colocada justo delante de la entrada del camino que llevaba a la mina. Un

raíl salía de la mitad de la roca e iba hacia la mina. Ese raíl debe ser para un carro minero

de algún tipo.

Pero ahora, la mayor parte del raíl estaba hecho pedazos. El óxido cubría las pocas

partes que quedaban. Habían colocado enormes tablones en forma de ‘X’ en la entrada de

la mina, y el interior estaba demasiado oscuro para poder ver con claridad. Donde una vez

los mineros habían posado sus pies, crecía ahora una espesa hierba verde, que cubría todo.

Muchos tipos diferentes de flores se balanceaban suavemente con la brisa.

Pensando que algunas de ellas podían ser hierbas medicinales que estaba

buscando, Alphonse se encaminó a la mina. Empezó a apartar las flores hacia un lado con

su mano, cuando escuchó una agradable voz enfrente de él.

“¡Oh! ¡Alphonse!”

Alphonse alzó la vista para ver como una niña salía de la entrada de la vieja mina –

la misma chica que había estado cazando bichos bajo el puente.

“¡Cassie!”

Se hizo paso entre los tablones. Tenía toda la pinta de un marimacho, con el pelo

dorado ondulado corto y pantalones y camiseta de chico.

“… ¿¡Cassie!?”

Pitt, que forcejeaba aún con Edward no muy lejos, vio a Cassie y su expresión

cambió en un instante.

Ella desvió su mirada de Alphonse y se posó en la de él. “¡Pitt!”

Viendo como Cassie echaba a correr hacia él, Pitt se liberó a toda prisa del agarre de

Edward. “Lo siento, ¡dejemos esto para otra ocasión! Si me coge, nunca me libraré de ella”.

Salió disparado colina abajo.

“¿Huh? ¡Hey!”, Edward le llamó, “Si te rajas ahora, ¡es lo mismo que admitir que tú

eres el enano!”

“¡Ni lo sueñes! Lo probaré, más allá de toda duda – la próxima vez, ¡solo espera!”

Edward, furioso, se quedó agitando su puño en el aire mientras que Pitt retrocedía

apresuradamente. “Qué le pasa… ¡Hey!”. Algo impactó en la espalda de Edward, a la altura

de su cintura. Miró alrededor.

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“Hey, ¿¡Dónde está Pitt!? ¿A dónde ha ido?” preguntó Cassie, tirando de la camiseta

de Edward. Ella miró por todas partes, pero Pitt ya no se veía por ningún lado.

“Uh, Pitt se ha ido. ¿Necesitas algo de él?”

“¡Sí! ¡Tiene que hacerme la medicina!”

“¿Medicina?”

Alphonse anduvo hasta ponerse a la altura de Edward. “Hey, Cassie. Gracias por

prestarme tu red y tus cosas en el puente”. Alphonse miró hacia los tablones que cubrían la

entrada de la mina. “¿Qué estabas haciendo allí? Pensaba que a estas alturas estarías

preparándote para el viaje de mañana”.

“No sé si podré ir”, dijo.

“¿Huh?”

“Danny tuvo otro de sus ataques de tos. Mamá le acaba de llevar el Dr. Norm, pero

está preocupada. De todas formas, no importa. Aunque quería un regalo de cumpleaños…”

“¿Danny? Creo que le acabo de ver en la clínica. ¿Es tu hermano?”

Cassie asintió con la cabeza.

“¿La clínica? Qué, ¿está enfermo?”

Edward sacudió la cabeza. “El doctor dijo que nació con eso. Aunque le dio algo de

medicina. Si eso detiene su tos, ¿no podrías ir mañana?”

Cassie agitó la cabeza. “No, imposible. Cuando Danny enferma, papá y mamá

apenas salen por una semana. Tuvimos que cancelar un picnic el otro mes. Siempre les

digo que podemos salir si llevamos con nosotros la medicina, pero ellos no piensan así”.

“Hmm”, pensó Edward, recordando su conversación con el Dr. Norm. “Sí, dijo que la

medicina de Danny era bastante fuerte”. Tan fuerte que a Pitt no le estaba permitido

distribuirla, y el Dr. Norm evitaba usarla si podía. Probablemente también fuese cara – no es

la típica medicina que tiras al bolso para un día de viaje. De repente, a Edward se le ocurrió

por qué Cassie estaba buscando a Pitt. “¿Así que quieres que Pitt haga algo con sus

hierbas?”

“Sí. Ya le he escuchado hablar antes sobre remedios herbales, y lo buenos que son

para curar ciertas cosas, incluso toses como las de Danny. Si pudiéramos usar algunas

hierbas, sería más barato que la medicina de la clínica, y quizás podríamos hasta usarlas en

un viaje…”

Si él no hubiera estado seriamente enfermo, entonces una cura natural y más suave

sonaría mejor que la medicina fabricada que su madre siempre le daba. Pero una cosa

preocupaba a Edward: si había una hierba medicinal que podía ayudar a Danny, ¿por qué

no se la preparaba Pitt?

“Últimamente, huye en cuanto me ve. No es agradable”, dijo Cassie, con aspecto de

estar enfadada.

“Es gracioso”. Edward se rascó la cabeza. “Creía que la única razón por la que Pitt

estaba aquí era para crear medicina con hierbas”. ¿No había dicho el doctor que Pitt había

visto la importancia de las alternativas más baratas frente a las farmacéuticas con efectos

más suaves? ¿No estaba aprendiendo sobre hierbas con el único propósito de ayudar a los

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débiles y a los pobres? Debía de haber una razón para que se negara a hacer medicina

para Danny, otra aparte de que no se la quisiera hacer.

“Estoy seguro de que no lo está haciendo a propósito”, dijo Alphonse, consolando a

la niña. “Quizás por aquí no hay plantas que sean buenas para la tos”. Volvió a mirar hacia

la entrada de la mina. “De todas formas, Cassie… ¿Eso no es peligroso? Quiero decir, ¿es

seguro entrar a la mina?”. Aunque la entrada de la mina había conservado su forma,

algunas partes habían empezado a derrumbarse.

Edward estuvo de acuerdo. “Si hubiera un derrumbamiento, podrías ponerte en

grave peligro. ¿La gente del pueblo no os ha dicho que os mantengáis alejados?”.

Seguramente esa era la razón de los tablones.

Cassie se puso roja. “Bueno, sí, ¡pero…!, comenzó, mordiéndose los labios. “Pero

esta es mi guarida secreta”.

“¿Guarida?”

Ella suspiró. “No es divertido estar en casa todo el tiempo. Justo hoy intenté

enseñarle a mamá el saltamontes que cogí, pero estaba demasiado ocupada cuidando de

Danny como para prestarme atención. Cuando cojo un ciervo volante6 enorme, o consigo

algunos abalorios bonitos, o encuentro una roca con forma extraña, es siempre lo mismo.

Papá y mamá nunca miran mis cosas. Por eso escondo aquí mi mejor material. Nadie va a

mirarlo, de todas formas. Y…”. De repente, la fuerza se escapó de la voz de Cassie y

empezó a temblar. “Y mamá y papá solo quieren a Danny, al fin y al cabo. Por eso construí

un lugar secreto solo para mí. ¡Esta es mi verdadera casa! ¡Quiero vivir aquí siempre!”.

Cassie reprimió un sollozo.

Cassie sabía que ellos tenían que cuidar del hermano más joven y débil. Por eso

acosaba a Pitt para que le hiciera medicina para Dan. Pero la promesa rota de ir a comprar

un regalo de cumpleaños combinada con la huída, otra vez, de Pitt, era demasiado para

soportar. Hablando con Edward y Alphonse, sacó a la superficie todo lo que llevaba dentro.

Los hermanos intercambiaron una mirada.

Estaban pensando lo mismo. Cassie parecía una chica muy animada y feliz

correteando por ahí cogiendo insectos con los chicos, y aun así hacía todo eso para

ocultarlos. Como de no-deseada debía sentirse para hacer de esta mina abandonada su

hogar.

“Cassie…” Alphonse acarició suavemente la cabeza de Cassie. Sus hombros subían

y bajaban con cada sollozo.

Alphonse sabía que tenía que decir algo. Cuando se trataba de consolar a alguien,

Edward era terrible. O hacía retroceder a la gente o se ponía a la defensiva.

Pero fue Edward quien habló primero.

“No llores”, su voz era serena. “Estoy seguro de que tu padre y tu madre te quieren

mucho. Tu familia. Deberías ir a casa. Mira, te acompañaremos allí”, dijo Edward, alargando

la mano para coger la de la niña.

6 Una especie de escarabajo.

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Pero Cassie le apartó con ira. “No, no quiero ir a casa. ¡Voy a vivir aquí!”. Con cada

uno de los sollozos de Cassie, una lágrima bajaba por su mejilla y caía al suelo, creando

puntitos mojados. Pronto el círculo de puntitos se ensanchó hasta que se vieron rodeados.

“Hey, está lloviendo”, Alphonse miró hacia el cielo. Las nubes hinchadas colgaban

bajas, y enormes gotitas de lluvia habían empezado a caer.

“¡Cierto!, dijo Edward, “Será mejor que te vayas a casa, Cassie. ¡Qué pasaría si

Danny mejora mañana, y tú no pudieras ir porque has pillado un resfriado por la lluvia!”

“No importa”, dijo. “Papá y mamá ni siquiera se darían cuenta de que no estoy en

casa. Solo se preocupan de Danny”.

Edward la miró, entonces se arrodilló apoyándose de una sola rodilla para poner sus

ojos a la misma altura que los de ella. “Cassie, cuando llegas a casa después de estar

jugando fuera, ¿la puerta está cerrada? ¿No hay comida esperándote?”. Puso la mano en

su cabecita y miró a sus ojos lacrimosos. “No, hay comida, y la puerta está abierta. Eso es

porque tu padre y tu madre te están esperando. Ahí es a donde perteneces, ¿vale?”

Enormes lágrimas salieron de los grandes ojos de Cassie, y ella miró hacia el suelo,

pero Edward pudo apreciar que sus palabras habían hecho que reaccionara.

Cassie le devolvió la mirada. “¿No crees que se hayan olvidado de mí? ¿No me

odian?”

“Pues claro que no. Incluso cuando Danny no está bien y ellos están preocupados

por él, no te olvidarían”.

“¿De verdad?”

“De verdad. Qué tal esto: vas a casa, y cuando entres dices ‘Hola, ¡estoy en casa!’

bien alto. Apuesto a que te saludarán en respuesta. Si no les gustaras o se si se hubieran

olvidado de ti, no dirían nada”.

Edward volvió a agarrar la mano de Cassie. Esta vez, ella no se la apartó.

Para cuando llegaron a la casa de los Rymar, al final del pueblo, la lluvia se había

intensificado, dañando las hojas. Bajo el manto de nubes grises, todo se veía oscuro y sin

vida, excepto por la luz que provenía de las ventanas de la casa.

Cassie se soltó de las manos de Edward y Alphonse, y les miró. “Gracias”, dijo. Sus

ojos estaban secos.

“Hasta luego”, dijo Edward, dándole otra palmadita en la cabeza. Cassie sonrió

ligeramente y corrió hacia su casa.

Edward sabía que costaba mucho superar el sentirse solo en tu propia casa, pero si

alguien tenía las energías para hacerlo, era Cassie.

Mientras miraban, ella saltó los escalones frontales, abrió la puerta principal y entró.

“Hola, ¡estoy en casa!”

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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UNA VEZ QUE LA LLUVIA comenzó a caer, no cesó. Se volvió más y más fuerte

conforme avanzaba la tarde y caía la noche.

Alphonse estaba sentado fuera, en la silla de su casa prestada, mirando a la lluvia

salpicando en los charcos un rato. “Ahí fuera llueve a cántaros”, anunció mientras entraba a

la habitación. “Si mañana llueve así, no podremos irnos, da igual lo bien que te encuentres”.

“Eso dices tú. Me da igual que haya una inundación ahí fuera, nos vamos”, declaró

Edward desde la cama. “Esa medicina que me dio el Dr. Norm funciona como mano de

santo. No pienso quedarme más en esta ciudad”.

Incluso después de haberse empapado de vuelta de la casa de Cassie, el resfriado

de Edward no parecía haber empeorado. Parecía estar mejorando. “Creo que deberíamos ir

más lejos la próxima vez. Había una gran ciudad de camino, ¿verdad? Podríamos conseguir

una pista sobre la Piedra Filosofal”, dijo, impaciente por volverse a poner en marcha. Viendo

lo mucho que había hecho Pitt en ese año le hizo querer progresar tan pronto como fuese

posible.

Pero esta era una de las raras ocasiones en las que Alphonse pensaba de distinta

forma. “¿Qué tal si primero volvemos a Resembool?”

“¿Resembool?”, preguntó Edward, aún de cara a la pared, con la espalda girada

hacia su hermano.

“Sí. Deberíamos ir a casa de vez en cuando. Necesitas un examen de mantenimiento

de tu automail, de todas formas”.

“¿Por qué iba a querer eso? No está roto. Y hay muchos sitios más a los que podría

ir. No tenemos tiempo de ir a casa”.

“Si tú lo dices…”, Alphonse se dio cuenta que hablar de los viejos tiempos con Pitt le

hicieron sentir nostalgia por su hogar. Enterró sus sentimientos e intentó cambiar de tema.

“Me sorprendió que fueras tan amable con Cassie. No hubiéramos podido llevarla hasta su

casa si no hubieras intervenido”.

“Hey, yo siempre soy amable”.

“Cierto, es gracioso. ¿Recuerdas cuando Winry solía caerse y llorar? La llamabas

llorica… Y la hacías llorar más fuerte aún”.

“Una vieja historia”, resopló Edward, mirando a su hermano por encima del hombro.

El particular incidente que Alphonse había recordado ocurrió incluso antes de que estuvieran

en el colegio. Y Edward no había pretendido hacerla llorar más. Él simplemente no sabía

cómo hacer que parara. “Solo estaba intentando ayudarla”.

“Interesante forma de ayudarla”.

Edward frunció el ceño. “Mira, me voy a la cama”, dijo, cubriéndose la cabeza con las

sábanas.

“He estado pensando mucho en el pasado desde que me topé con Pitt”, continuó

Alphonse. “¿Recuerdas la vez que mojaste la cama? Colgaste tus sábanas fuera, con la

lluvia, y Winry las vio. Te pusiste tan nervioso que empezaste a balbucear, y…”

“¡Si vas a recordar algo, que sea cualquier cosa menos eso!”

“¡Wow!” gritó Alphonse mientras la manta de Edward, hecha una bola, volaba hacia

su cabeza. “Si planeas descansar, no te pongas a arrojar tus mantas”, le amonestó,

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devolviendo amablemente la manta a la cama de su hermano. Edward empujó con fuerza la

cabeza debajo de la almohada.

“Duerme algo. Voy a ver a Pitt”.

“¿Pitt?” Edward levantó la cabeza y vio a Alphonse cogiendo una cesta que había en

la puerta. Era la que había estado usando Pitt para reunir sus hierbas medicinales.

“Cuando huyó de Cassie, se olvidó la cesta. Las hierbas se mojaron un poco con la

lluvia, pero creo que ya están lo bastante secas. Voy a llevárselas”.

“¿Quieres que vaya también?”

Edward se sentía, al menos en parte, responsable de que las hierbas se mojaran. Si

Alphonse no se hubiera unido a volver a la casa de Cassie, podría haber alcanzado su casa

antes de que la lluvia hubiera empezado a caer. Edward se sentó en la cama, pero Alphonse

agitó la mano y anduvo hacia la puerta. “No, no podría forzar a un enfermo a salir con un

tiempo como este… Incluso si te gusta la lluvia mucho, mucho”.

“Pero…” comenzó Edward, aún preocupado, y luego la elección de las palabras de

su hermano le golpearon. “Grr… ¡Al!” Edward salió disparado de la cama, pero la puerta ya

se había cerrado. Su gritó resonó por la casa, persiguiendo a Alphonse mientras salía.

“ALGUNAS VECES desearía que no tuviera tan buena memoria…”

Solo en la casa, Edward se quejaba consigo mismo, dando vueltas entre las

sábanas. No podía culpar a su hermano - ese día también estaba grabado vívidamente en

su propia memoria.

Había estado lloviznando toda la mañana después de que Edward mojara su cama,

pero colgó las sábanas fuera en un intento de ocultar las pruebas. Hubiera funcionado si

Winry no hubiera aparecido de pronto mientras Alphonse y él se iban a dar un paseo.

“¿Por qué están colgadas fuera tus sábanas? Van a mojarse”.

“Oh, sí, lo sé”.

“¿No vas a meterlas dentro?”

“No… A mí, uh, me gusta la lluvia”.

“¿Tanto como para dormir en ella?”

“Sí. Me gusta la lluvia mucho, mucho”.

Edward miró al techo. “Winry…”

Algo se encendió dentro de Edward cuando Alphonse mencionó lo de regresar a

Resembool. Lo habían hablado antes muchas veces, pero cada vez él lo dejaba pasar. Si

había un problema con su automail o Alphonse de verdad quería regresar a casa, podrían

haberlo considerado seriamente, pero tal y como era, no tenía sentido ir tan lejos por algo

que no era una emergencia.

“Me pregunto si sigue llorando tanto”.

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Edward recordaba el día en que llamó llorica a Winry. Poco a poco, eso consiguió

que dejara de llorar. Se había puesto furiosa, se plantó delante y le golpeó a Edward en la

mandíbula.

No fue como el día que dejaron el pueblo, cuando Winry estaba de pie llorando frente

a su casa ardiendo. No estando seguro de qué hacer, una vez más dijo la primera cosa que

se le vino a la cabeza. “Siempre fuiste una llorica”. Eso no hizo que parara, y él no pudo

hacerla enfadar más de lo que ya estaba. Edward nunca le contó porqué se iban, y Winry les

había dicho adiós con la mano sin preguntar las cientos de preguntas que él pudo ver en sus

ojos.

“¿Y si llora de nuevo?” ¿Y dónde nos quedaríamos? Ya ha pasado todo un año, y

nada ha cambiado. No podemos volver a Resembool”.

Edward cerró los ojos, escuchando el sonido de la lluvia chocando contra el techo.

“¡ED! ED, ¡despierta!”

“¿Huh? ¿Qué? Oh, eres tú, Al…”. Edward se frotó los ojos, aturdido, y rodó en la

cama. “¿Ya es de día? Vamos a prepararnos para partir…”

“No, no es de día - ¡solo levántate!” gritó Alphonse, agitando bruscamente a su

hermano por el hombro.

Edward abrió los ojos, dándose cuenta por primera vez de que algo andaba mal.

Alphonse nunca le agitaba de esa forma. “¿Qué ocurre, Al?”

Edward sintió como si hubiera estado durmiendo mucho tiempo. Había medio

esperado encontrar la luz matutina atravesar la ventana, pero ahora la habitación parecía

tan oscura como cuando cayó dormido. El repiqueteo de la lluvia en el techo era más fuerte

que antes.

“Ed, ¡vamos! El río…”

“¿Río?”, Edward sumó dos y dos. “¿Qué? ¿¡Se ha desbordado!?”

“Aún no, ¡pero es cuestión de tiempo!”

Edward corrió hacia la puerta, escudriñando la lluviosa oscuridad. Se dio cuenta de

inmediato de que el río parecía estar más cerca de lo que lo estaba esa mañana. El nivel del

agua incluso se había elevado de forma considerable. La suave corriente de antes había

desaparecido, sustituida por un torrente salvaje coronado por los blancos bordes de los

remolinos de las olas. A los flancos del río, colgaban de unos postes varios faroles que se

balanceaban ferozmente con el viento.

“Los ciudadanos han empezado a apilar bolsas de arena a lo largo de las orillas,

¡pero no sé cuánto tiempo aguantarán!”

Cuando Alphonse fue a llevar la cesta a la clínica, se encontró al Dr. Norm

trabajando con los demás pueblerinos bajo el chaparrón que aumentaba sin cesar, para

elevar los flancos del río. Estaba chorreando de arriba abajo. “¡La presa del embalse del río

arriba se ha roto!”

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Los sucios muros del embalse aguantaban ligeros incrementos del nivel del agua, e

incluso las ligeras inundaciones de primavera. Si la presa del embalse se había roto, daba

igual lo alto que levantaran los lados del río, no sería lo bastante alto. Alphonse corrió para

alcanzar a su hermano.

“¡No puedo hacerlo yo solo! ¡Tienes que ayudar, Ed!”

“¡Cierto!”, gritó Edward, entendiendo al fin lo que quería su hermano. Poniéndose su

abrigo a toda prisa, se adentró en la lluvia. “¡Creo que el momento de devolverle el favor a

los ciudadanos por su hospitalidad ha llegado antes de lo que esperábamos!”

Ambos bajaron por el camino, todo embarrado, y pronto se les enterraron los pies en

el barro. La tierra, ya tan saturada que era casi como un rió de barro ella sola, estaba

demasiado mojada como para trazar un círculo alquímico en ella. Solo Edward, que podía

usar la Alquimia sin necesidad de un círculo, tenía la esperanza de alzar un dique para

evitar que se desbordara el agua del río.

Mientras caminaban con dificultad a través del barro hacia el río, pudieron oír a los

adultos de la ciudad gritando.

“¡Arrgh! ¡Qué mal! ¡El agua sigue subiendo!”

“¡Levantad las orillas tanto como podáis!”

“¡No dejad que los campos se empapen, estando tan cerca de la época de cosecha!”

Cada hombre sano de la ciudad portaba sacos de arena en masa, apilándolos en los

bordes del río, pero el agua ya había amenazado con sobrepasar su pared construida a toda

prisa.

Edward y Alphonse corrían entre los enormes hombres que llevaban bolsas pesadas

sobre los hombros e iban al puente.

“Oh-oh, ¡esto pinta mal!” Mientras los hermanos observaban, el nivel del agua

ascendió hasta casi tocar el puente. “¡Ha crecido más desde que fui a por ti!”

El río se había convertido en un torrente estruendoso. Los altos juncos del río donde

Alphonse había estado cogiendo bichos ya estaban anegados de agua, y el agua estaba

agitándose contra la base del puente.

“Puede que ya sea lo bastante alto como para detenerlo con diques”, gritó Edward.

Cerca de él, Pitt llegó con muchos niños.

“¡Edward! ¡Alphonse!”

“¡Pitt! ¿La clínica está bien?”

“¡Ni idea! ¡Temía que el agua entrara, así que traje a los niños aquí fuera!”

El nivel de la tierra en el otro lado del puente parecía ser más bajo que en el lado

más próximo, y Edward podía ver el agua ya desbordándose en masa hacia la ciudad.

Pitt, goteándole agua de las gafas, les dijo a los niños que estaban con él que se

dirigieran a la colina, luego corrió hacia el puente. Arriba, el Dr. Norm ayudaba a guiar a las

mujeres y a los niños fuera del pueblo. Cerca de él permanecía un grupo de chiquillos que

tenían demasiado miedo de la ira del río como para moverse. El embalse nunca se había

roto antes, y nunca habían visto una inundación así.

“¡Estaré bien allí!” gritó Edward, corriendo hacia el puente. Edward se le unió y, junto

a Pitt y al Dr. Norm, empezó a empujar a los niños hacia la seguridad.

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“¡Allá vais! ¡Solo un poco más!”

“¡Todos estaremos a salvo en la colina!”

Aquellos que no eran convencidos para caminar, eran agarrados por Alphonse.

“¡Vamos a salir de aquí!”

“Pitt, Edward, salid del puente. ¡Es demasiado peligroso!” gritó el Dr. Norm. El sonido

del agua corriendo se incrementó de repente. El torrente de debajo se levantó y golpeó la

parte inferior del puente. Grandes volúmenes de agua arremetieron contra el otro lado,

saliendo en tropel hacia los campos…

“¡La clínica!” Uno de los hombres que portaba sacos de arena en el río gritó en

alarma. “Espera, ¡la medicina de Danny! Doctor, ¿¡qué hay de la medicina de Danny!?” dijo

el hombre, que debía ser el padre de Danny, arrojando la pala.

El Dr. Norm miró desde donde había estado ayudando a un puñado de rezagados a

llegar a la colina. Estaba claro que nadie tenía tiempo de preocuparse por la medicina.

“¡Déjalo!” gritó el Dr. Norm, agitando furiosamente su cabeza bajo la lluvia. “Podemos

conseguir más medicina pronto, ¡y las hierbas que tenemos funcionarán para la tos de

Danny!”

“Pero…” El padre de Danny frunció el ceño y se giró hacia el puente. Su cara parecía

afligida, con la inquietud de pensar el perder la única cura que podía detener la tos de

Danny de inmediato. “Doctor, ¿¡en qué tipo de bote está la medicina!?”

Ya, el agua estaba tan alta que ir a la clínica parecía un viaje solo de ida.

“No puedes volver - ¡el puente se derrumbará en cualquier minuto!”, gritó el Dr.

Norm, pero el hombre aún no parecía convencido.

“¡Iré a por ella!” gritó una voz enfrente de Edward, que estaba bastante ocupado

intentando averiguar una forma de levantar un dique con el barro. Era Pitt. “¡Yo sé dónde

está la medicina de Danny! ¡Volveré sano y salvo!”

Pero mientras Pitt intentaba cruzar el puente, el padre de Danny le agarró del brazo.

“¡No!”. Con una dura mirada en su rostro, el hombre arrastró a Pitt de vuelta por el puente.

“¡No puedes hacer eso! ¡Tienes que ponerte a salvo con el resto de los niños!”

Su tono dejaba claro que no estaba deteniendo a Pitt por preocuparse de la

seguridad del mismo. Lo estaba deteniendo porque no creía que el chico pudiera hacer

algún bien.

Incluso Edward pudo ver la cara de Pitt contraída detrás de sus gafas chorreantes.

Edward también estaba frunciendo el ceño. Esperaba que Pitt se le enfrentara pero, para su

sorpresa, su amigo tranquilamente se colocó las gafas y corrió hacia el lado seguro del

puente, con el padre de Danny pisándole los talones. De nuevo, el agua martilleó contra la

parte baja del puente. Una oleada sobre el puente golpeó los sacos de arena de la pared, y

el agua corrió hacia los campos.

“¡Los sacos de arena no están aguantando!”

“¡Todo el mundo atrás!”

Los hombres que quedaban arrojaron los sacos de arena y se retiraron del borde del

río. El agua se filtró despacio por el pueblo. Observaron con dolor como el trigo maduro y las

verduras de sus campos se perdían entre espirales de barro.

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Pero mientras los ciudadanos se encaminaban a la colina, Edward volvía solo al río.

¡Este puente se va a derrumbar pronto!

Si los postes de apoyo del puente fallaban, se crearía un agujero en la pared de

sacos de arena, y el río fluiría derecho hacia la ciudad.

Edward miró por encima del hombro a Alphonse, que ayudaba a los niños a subir por

el camino alejándose del río. Si el muro se rompía, entonces los campos llanos y los

caminos de la ciudad se sumergirían de inmediato, y la gente que no estuviera en la colina

sería arrastrada.

“No puedo usar este barro para construir un dique – sería arrastrado demasiado

rápido. Así que, qué puedo…” El cerebro de Edward se revolvía mientras miraba alrededor.

Vio un claro en el campo un poco más abajo del río. Una idea se le vino a la cabeza. No sé

si puedo hacer esto, ¡pero vale la pena intentarlo!

Corriendo camino abajo a dónde el río se curvaba ligeramente antes del campo,

Edward avanzó y juntó sus manos con una sonora palmada.

Los ciudadanos que estaban cerca del río le gritaron.

“¿¡Qué está haciendo!?”

“Hey, tú, ¡el río está a punto de desbordarse!”

“¡Sal de ahí!”

Sin volver la vista, Edward empujó con sus manos el revoltoso río. “¡Que todo el

mundo retroceda!” les gritó, mientras una gran luz brotaba de sus manos.

En el resplandor de la luz, una sección de la orilla del río de la esquina empezó a

hundirse. Pronto todo el campo vacío se convirtió en un gran agujero en el terreno

embarrado, dentro del cual se metió el agua del río acelerado.

Sorprendida por la repentina aparición de un nuevo estanque, la oleada de agua por

debajo del río decreció.

“Genial, ¡funcionó! Vale…”

Edward miró más allá del campo sumergido y, esta vez, la luz alquímica que había

creado el estanque recorrió los laterales del río como un rayo. Ahora, toda la tierra que

había movido para crear el estanque se unió creando una maravillosa pared de barro.

“Y… ¡Hecho!”

La luz se extinguió, y el sonido de la lluvia golpeando y la oscuridad volvieron de

nuevo a la ciudad - y su dique y embalse recientemente construidos. Aunque el agua

torrencial se había comido el suelo mojado entre las orillas, el embalse tenía la fuerza

suficiente como para prevenir que el río rompiera el dique de Edward y el muro de sacos de

arena.

“E-, ¿¡Eso era Alquimia!?”

“¡Asombroso!”

Los pueblerinos se giraron hacia Edward con gran asombro. “Es poco más que un

recurso provisional, pero creo que debería aguantar. Será mejor reforzarlo mientras

podamos”, les dijo, mientras el padre de Danny y los demás hombres salían de su

aturdimiento y empezaban a hablar a la vez.

“¡Simplemente increíble! ¡No tenía ni idea de que fueras alquimista!”

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“¡Y nosotros aquí pensando que solo eras un niño enfermo que pasaba por aquí!”

“Mirad, ¡el agua se está drenando de los campos!”

“¡La clínica también se ha librado de lo peor! Hey, Rymar, ¡parece que la medicina de

Danny estará bien! ¡Bien por ti!”

“¡Ya estaba preparado para renunciar a la cosecha de este año! ¡Gracias!”

Mientras los ciudadanos bajaban por la colina le iban gritando las gracias, con

sonrisas de alegría en cada cara. El padre de Danny sacudía la mano de Edward.

La ruptura del dique del embalse y la corriente habían sido totalmente inesperadas.

Los pueblerinos habían reaccionado lo mejor que habían podido, pero incluso mientras

empezaban a construir el muro de sacos de arena, sabían ya que era un poco demasiado

tarde. Aun así, cuando un desastre natural parecía inevitable, un único chico había venido al

rescate de la ciudad. Para toda una ciudad que se preguntaba cómo lo iban a hacer para

aguantar todo el invierno, era un milagro.

Sonriendo y riendo, los hombres volvieron al trabajo, portando sacos de arena para

reforzar el dique.

“¡Buen trabajo, Ed!”, gritó Alphonse. Llevaba a Danny en la espalda. “Fue una buena

idea, hacer ese embalse”.

“Al”, dijo Edward, levantando una ceja, “¿Estás seguir de que deberías sacar a

Danny con esta lluvia?”

“Lleva un impermeable, así que estamos bien, pero se ha empapado de camino a la

colina. Su madre quería que le llevara a que le viese el Dr. Norm. Al menos no está

tosiendo”.

Desde la espalda de Alphonse, Danny alargó una pequeña mano hacia Edward.

“¡Has salvado mi medicina! ¡Gracias!”. Había estado observando la Alquimia de Edward

desde la colina, y aunque era demasiado pequeño para entender lo que había ocurrido,

Alphonse le había puesto al corriente.

“Sí, la medicina está bien” dijo Edward, apretando la mano de Danny, pero luego el

chico frunció el ceño.

“No me gusta esa medicina. Es asquerosa. Me gusta más la medicina de Pitt”.

“¿Huh? ¿Dices que en verdad hace medicina para ti?” preguntó Alphonse,

recordando lo que había dicho Cassie. Se volvió para mirar a Pitt, que permanecía no muy

lejos. Estaba solo, mirando el dique que Edward había construido con su Alquimia. En mitad

de toda aquella excitación y felicidad, el solitario Pitt parecía que se había tragado algo

amargo.

“Hey, Pitt. ¿Qué ocurre?” preguntó Edward andando, pensando que su amigo debía

de haberse deprimido con lo que le había dicho el padre de Danny.

Pitt desvió lentamente su mirada del embalse creado a Edward. “Ella también hizo

esto, ¿verdad? ¿La alquimista que os tomó como aprendices? “

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“¿Huh? Oh, sí, tienes razón. Creo que lo hizo”

Pitt estaba hablando sobre Izumi, la mujer que había ido una vez a Resembool

durante una tormenta. Como Edward había hecho hoy, ella también construyó enormes

diques con Alquimia para contener al río. Impresionados, Edward y Alphonse le habían

pedido convertirse en sus aprendices y estudiar bajo su tutela un tiempo.

“Qué gracioso, no me había dado cuenta de que estaba copiándola hasta que no lo

has mencionado”.

“Hiciste más que eso. También añadiste el embalse…”

“Sí, pero el dique de Izumi era enorme – mucho más que el mío. Al fin y al cabo aún

sigo en entrenamiento”.

Edward no solo estaba siendo modesto, la Alquimia de Izumi era de primer nivel, y

aunque podría imitarla, sus intentos nunca alcanzarían su nivel sin más años de

entrenamiento.

Pitt frunció el ceño y se volvió. “Oh, vale. Como si necesitaras mejorar más todavía”,

murmuró, levantando una mano para ajustarse sus gafas.

Edward tuvo problemas al oír eso debido a la lluvia y al efecto pantalla de la mano de

Pitt.

“¿Huh? ¿Has dicho algo?”

De repente, Pitt se giró y abofeteó a Edward en la mejilla.

“¡Ouch!”, aulló Edward, tan sorprendido que se quedó sentado en el barro. Cuando

levantó la cabeza, estaba hecho una furia. “¿¡A qué ha venido eso!?”

“¿¡Qué ocurre, Pitt!?” preguntó Alphonse por detrás de ellos.

“¿Cómo puedes decir eso?” preguntó Pitt, su voz era un aullido. “¿Seguir en

entrenamiento? Bueno, eres lo bastante bueno para salvar esa medicina - ¡la medicina que

yo no pude salvar…!”

Edward pudo ver que Pitt se estaba mordiendo el labio y sus manos estaban

temblando – pero no estaba como para tomar ese abuso de forma tranquila. Había esperado

al menos una palabra de gratitud por ayudar, no esto. “¿Qué mosca te ha picado? ¿A quién

le importa proteger esa medicina mala? ¡Puedes hacerla tú mismo!”

“¿Qué sabes tú de eso?”

“¡Lo bastante como para saber que te estás enfadando conmigo por algo que no es

culpa mía!” Edward saltó sobre sus pies, listo para intentar darle, cuando Alphonse corrió

para interponerse entre ellos, aún llevando a Danny en su espalda. “¡Dejad de luchar!

Vamos, la inundación ha sido evitada y la ciudad salvada. ¡Deberíamos celebrarlo junto a

todos los demás!”

“Fiu” Pitt escupió y se giró. Agachó la mirada al suelo, ignorando a Edward, que

estaba de pie con los puños levantados, como un boxeador antes un gran partido.

“Qué, ¿escapando?” le echó en cara Edward, pero Pitt no miró alrededor.

“No estoy escapando de nada. Voy a comprobar las plantas de los alrededores, para

ver si están bien” contestó Pitt en voz baja. Luego recogió su farol y echó a andar.

“¿Qué le pasa…?” murmuró Edward, calmándose de su modo-batalla.

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“¿Está bien tu mejilla?” preguntó Alphonse, subiendo más a Danny en su espalda.

“De todas formas tengo que llevar a este niño con el doctor. Vente tú también, Ed. Y nada

de luchas, ¿vale?”

“Bien”, murmuró Edward en respuesta. Se había preparado para ir tras Pitt y

derribarle al suelo allí mismo, pero Alphonse le había visto las intenciones y le había

cortado. Edward medio había considerado correr hacia Pitt de todas formas, pero al final

decidió que ya le había dado suficientes problemas a su hermano menor desde que habían

llegado a la ciudad.

“Aunque ha sido muy raro que Pitt te golpeara de esa manera”, dijo Alphonse

mientras andaban. “Deberías preguntarle el porqué. Pero más tarde, cuando se haya

enfriado”.

“¡Apuesta a que se lo preguntaré! Se lo preguntaré cinco veces, ¡una por cada

nudillo!” dijo Edward, levantando los puños. Los hermanos se encaminaron al puente. A

través del río, pudieron ver por las luces encendidas de la clínica del Dr. Norm que ya debía

de haber vuelto al trabajo.

Mientras cruzaban el puente, Edward y Alphonse bajaron los faroles y miraron al río

que tenían debajo. El agua estaba marrón por el barro, pero fluía sin poner en peligro el

puente o las nuevas orillas.

En la clínica, las plantas del jardín de la puerta principal habían sido torcidas por el

agua. Cuando abrieron la puerta, encontraron que se había infiltrado algo de agua y había

inundado el suelo de la clínica. Sin embargo, los daños al jardín parecían superficiales, y el

suelo estaría bien tras secarlo.

“¿Dr. Norm?” Alphonse llamó al doctor, que estaba atareado echando el agua hacia

fuera por la puerta trasera, usando una larga tabla.

“¡Ah! Alphonse y Edward, ya veo”.

“¿Cree que podría echarle un vistazo a Danny? Se mojó bastante antes de

encontrarle un impermeable”.

“Claro, claro. Veamos cómo va el resfriado de tu hermano, ya que estamos aquí,

¿no?”

El Dr. Norm les guió a la sala de reconocimiento inmediatamente y, tras sentar a

Danny en frente de una pequeña estufa, escuchó el pecho de Edward con un estetoscopio.

“Pitt me dijo que eras un alquimista pero, para ser honesto, no esperaba que de ese calibre.

Le has hecho un gran servicio a este pueblo. Todos te lo agradecemos”.

“Buen trabajo, Ed”, dijo Alphonse felizmente, sabiendo bastante bien que su hermano

no lo hacía por llamar la atención, pero sentía gran cantidad de orgullo fraternal al mismo

tiempo. “La madre de Danny estaba viéndolo desde la colina – estaba tan contenta. Dijo que

vendría más tarde aquí, tras recoger a Cassie, y que quería darte las gracias

personalmente”.

“Paso”, dijo Edward desanimado. “Espera, ¿Cassie está sola en casa?”

“Sí. Se fue a casa en cuanto la presa se rompió. Su padre aún seguía apilando

sacos, y su madre planeaba llevar a Danny, pero le sugerí que fuera primero a recoger a

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Cassie – no sabíamos cuánto tardaría la revisión de Danny, y me imaginé que Cassie

jugaría con nosotros y Pitt mientras esperaba”.

Edward se permitió soltar un suspiro de alivio. Le sorprendió lo preocupado que

estaba por la niña que habían conocido un rato antes, y se alegraba de que su hermano se

las hubiera ingeniado para evitar que estuviera otra vez sola en su propia casa.

El doctor rozó un moratón que tenía Edward en la mejilla. “¿Te has peleado o algo?”

Su mejilla se había hinchado donde le pegó Pitt, y empezó a sentirla latir

dolorosamente.

“No fue una pelea. ¡Me lo hizo Pitt sin venir a cuento! Ha conseguido que vaya a

buscarle tan pronto como salga de aquí”.

El Dr. Norm se quitó el estetoscopio y dejó escapar una risita. “Te cayó encima un

poco de lluvia, pero parece que has superado ese resfriado, Edward. Si quieres puedes

partir mañana – pero no te fuerces demasiado, ¿vale?”, el Dr. Norm golpeó el hombro de

Edward.

“Gracias por todo”, dijo Edward, recordando el anterior consejo del médico. Tenía

que aprender a tomar un descanso de vez en cuando, incluso en su viaje aparentemente sin

fin. Había tenido la suerte de haber encontrado un doctor que no solo era bueno

examinando cortes y moratones, sino también corazones cansados. Mejorando, y con

habiendo sido declarado óptimo su estado de salud, Edward se sentía bien. Bostezó.

“¿Qué acabo de decirte? Nada de peleas. Todos a portarse bien, ¿entendido? ¿No

es así, Danny?”, dijo el Dr. Norm, escuchando el pecho del chico con su estetoscopio.

Danny asintió con la cabeza. “Sí. Cassie dice eso todo el tiempo. Y si ella no puede ir

de compras mañana, jugaremos”.

“¿En serio?”

“Es bueno oír eso”, dijo Alphonse, mirando a su hermano. Edward sonrió hasta que

escuchó lo que Danny dijo a continuación.

“¿Sabes qué? ¡Cassie dijo que iba a ir a su guarida secreta esta noche para coger

unas cosas para poder jugar!”

Los hermanos se miraron el uno al otro.

“¿¡Qué ha qué…!?”

“Espera, no se refería a…”

Thuh-kunk. Se escuchó el sonido de una tremenda explosión y la clínica se sacudió.

“¡Oh, no!”

Presintiendo lo peor, Edward corrió hacia el exterior. En la lluvia aún presente, pudo

ver varios faroles tambaleándose, dirigiéndose hacia la entrada de la mina abandonada

conde estaba la guarida secreta de Cassie.

Edward y Alphonse corrieron a máxima velocidad a través del camino que llevaba a

la entrada de la mina, y pasaron a través de la multitud de pueblerinos.

La entrada, que tan sólida parecía el día anterior, se había derrumbado por la mitad.

Los tablones en forma de “X” se habían partido por la mitad, y había astillas desparramadas

por el suelo bajo la lluvia torrencial.

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Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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La madre y el padre de Cassie estaban allí. Por sus expresiones, y por la de la gente

a su alrededor, era obvio que Cassie estaba dentro.

“¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?” gritó el Dr. Norm por detrás de los hermanos.

Les había seguido por el camino.

Uno de los ciudadanos se volvió, levantando su farol. “¡Alguien ha oído gritar a

Cassie pidiendo ayuda desde dentro de la mina, Doctor! Pitt fue tras ella… ¡Pero antes de

que salieran, se ha desplomado la cueva!”

“¿¡Pitt también está ahí dentro!?”, gritó Alphonse, aumentando su preocupación.

“¿Qué hacemos, Ed?”

“¡Ese idiota!”, Edward se agachó para tocar el lado rocoso de la colina, cerca de la

entrada de la mina. Allí se habían amontonado hacia años enormes rocas para reforzar la

mina, pero ahora se habían desperdigado. Se movieron con libertad cuando Edward les dio

un suave golpe con la mano. Detrás de él, podía escuchar las voces nerviosas de los

ciudadanos.

“¿Qué hacemos? Y para empezar, ¿qué hacía Cassie viniendo hasta aquí?”

“¡Pitt podría haber hecho algo mejor que entrar él solo! Ahora hay dos niños ahí

encerrados…”

“¡No va a ser fácil sacarlos de ahí!”

Volvió su espalda a la multitud, Edward alzó su farol y escudriñó a través de los

restos de la entrada de la mina. “Cassie guardaba cosas ahí – sus tesoros”, dijo sin girarse.

“Cuando fue a por ellos, la cueva debió de hundirse y la atrapó. Pitt vino aquí buscando sus

hierbas, y…”

Edward metió la cabeza entre un hueco en las rocas. En la oscuridad más allá del

desastre pudo ver un estrecho sendero que se curvaba hacia la oscuridad. “No es lo

bastante ancho para que quepa un adulto. Por eso Pitt fue solo”.

“¿Puedes hacer algo con tu Alquimia, Ed?” preguntó Alphonse, pero Edward miró por

encima de las ruinas y negó con la cabeza.

“Ni de casualidad. Para empezar, se ha producido un gran derrumbamiento y no

conozco lo bastante bien la estructura del lugar. No podré hacer nada desde fuera”.

“¿Y si cavamos lentamente…?” uno de los del pueblo se acercó y fue a tocar el

hueco entre las rocas. Edward le agarró de la mano, deteniéndole.

“Si empezamos a cavar a ciegas, podríamos hacer que el resto del túnel se viniera

abajo”.

“¿¡Entonces qué hacemos!? ¿¡No hay forma de ayudar a Cassie!?” grito su padre

por detrás de ellos. “¡Mientras estamos aquí sentados discutiendo esto, ella podría estar…!”

El Dr. Norm se acercó a los padres de Cassie por detrás y puso una mano en cada

uno de sus hombros. “Aún es un poco pronto para perder la esperanza”.

“Así es”, confirmó Edward. “Puedo reparar las áreas derrumbadas poco a poco,

luego intentaría ir a través del hueco…”, mientras hablaba, Edward se fue quitando su

chaqueta. “Si Pitt pudo pasar, yo también”.

Edward palmeó las manos, usó un poco de Alquimia para consolidar las rocas de

alrededor del hueco entre los escombros, y empezó a reptar. El paso era estrecho, pero

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descubrió que si retorcía su cuerpo de la forma adecuada podía seguir avanzando. “Creo

que puedo hacerlo. Voy a entrar”.

“¡Ten cuidado!”

Alphonse cogió el farol que tenía el Dr. Norm y observó como su hermano se hacía

paso entre los escombros. “¡Buena suerte, Ed!”

“Sip”, respondió Edward, mirando a su alrededor y agitando su mano lo mejor que

podía mientras se encaminaba mina abajo.

La pendiente que empezaba desde la entrada se había derrumbado parcialmente,

dejando solo casi un metro de espacio para poder arrastrarse. Edward prosiguió, doblado,

localizando los raíles oxidados con sus pies y, poco a poco, la luz de los ciudadanos de la

entrada se fue apagando hasta que ya no pudo ver más. Edward alzó su propio farol y lo

encendió.

Gradualmente, el sonido de la pesada lluvia de fuera se escuchó distante, y el

silencio envolvió a Edward.

“Las cosas parecen mejor por aquí…” murmuró, mirando alrededor del hueco donde

estaba. A diferencia de la entrada, las paredes y el techo parecían estar en sus condiciones

originales. Protegido por los elementos, no se habían erosionado tanto como las partes de la

mina más cerca de la superficie. Edward continuó avanzando, parando de vez en cuando

para arreglar una pared desmenuzada o una viga del techo con su Alquimia.

En poco tiempo, el hueco de la mina por el que pasaba estuvo bien, y el túnel se

volvió lo bastante grande para que pudiera pasar por él de pie. Alzando el farol, miró a su

alrededor. El túnel era ahora un hueco minero en condiciones, con esquinas cuadradas, y

que se bifurcaba de vez en cuando.

“¡Pitt! ¡Cassie!”, gritaba Edward en cada túnel bifurcado por el que pasaba, pero sin

otra respuesta más que su propia voz resonando en la oscuridad. “Estupendo. Supongo que

tendré que dejarme guiar por mi intuición”.

Edward levantó más el farol, entrecerrando los ojos ante la oscuridad que tenía

delante. Todo lo que había a su alrededor se sostenía solo por paredes de tierra y las vigas

de madera que las reforzaban. Ni Pitt, ni Cassie. Al menos, pensó con alivio, la estructura de

la mina parecía estar bien aquí abajo. Cuando escucharon el derrumbe desde la clínica,

había temido lo peor, aun así parecía que había sido menos de lo que aparentaba.

Pero no había escuchado señales de Pitt y Cassie, y ya que no habían salido por

ellos mismos, debían de estar aprisionados debajo de algo.

Edward se detuvo en cada intersección, mirando detenidamente cada pozo,

reconociendo los que parecían estar en peores condiciones antes de seguir adelante. “Pitt al

menos podría venir hacia mí primero…”, dijo Edward en voz alta, intentando olvidarse de la

débil claustrofobia que sentía andando solo por los túneles de la mina. Con su Alquimia,

pudo haber bajado para ayudar a Cassie y evitar que ambos quedasen atrapados. Pero Pitt

estaba enfadado con Edward y, cuando llegó la hora de la emergencia, quiso arreglarlo por

si mismo. Ese fue el error de Pitt.

“De todas formas, ¿cuál es el problema de ese chico?” dijo Edward, gruñendo a la

silenciosa oscuridad.

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Edward se rozó suavemente la mejilla con sus dedos. Pudo sentir la hinchazón

incluso a través del parche que le había puesto el Dr. Norm. La frente de Edward se arrugó.

En el pasado, había sabido sin pensar cómo se sentía Pitt sobre algo. Pero ahora, su viejo

amigo era un completo misterio para él. No podía entender porqué Pitt le había pegado o

porqué había entrado corriendo a la mina solo. “Una cosa está clara – antes nunca había

sido así”, murmuró Edward, enfadado.

Al principio se había sorprendido al ver lo mucho que Pitt había cambiado en el

tiempo que no se habían visto. Su una vez temerario co-conspirador era ahora sereno,

incluso educado. Un médico en prácticas. Edward había estado impresionado, tanto que

lamentó no haber progresado más en el último año.

Pero ahora que lo pensaba, algo andaba mal. Pitt parecía estar conteniéndose –

dejando que la gente se le quejara sin decir ni una palabra. Cuando huyó de Cassie, que

solo quería que le hiciera medicina, y cuando golpeó a Edward, no había dado razones para

su comportamiento. El antiguo Pitt jamás hubiera huido sin decir ni una palabra. Y nunca

hubiera intentando algo tan imprudente como aquello.

Pitt había cambiado, pero no todo era para bien. “Es como si fuera una persona

diferente”, dijo Edward, arrastrando los pies mientras avanzaba. Su mente estaba llena de

preguntas.

Al fin llegó a un sitio donde el túnel cuadrado se retorcía y hundía. Aquí el techo se

había desplomado, y parte de la pared y las vigas de madera estaban despedazadas. Olía a

humedad. Si buscaba un lugar que hubiese colapsado en la lluvia la pasada noche, este

parecía ser un candidato.

“¡Pitt! ¡Cassie!”, gritó Edward, luego se detuvo a escuchar. Sin escuchar respuesta,

siguió adentrándose en el derrumbado túnel y repitió el proceso. Tras haberlo repetido

varias veces, creyó haber escuchado un débil sonido en la oscuridad. Se paró y escuchó.

El túnel estaba tan silencioso que hizo que sus oídos zumbaran, pero entonces lo

volvió a escuchar – un sonido como de tierra desmenuzada viniendo de alguna parte.

Luego, a intervalos regulares, oyó el sonido de rocas chocando contra rocas. Alguien estaba

cavando rocas, abriendo un camino.

Edward se orientó con el ruido y empezó a correr. Pasó varias intersecciones y

continuó, arreglando los pozos que podía, hasta que vio una luz tenue más adelante. Era un

farol. Edward corrió más rápido, abriéndose paso hacia ese farol que se balanceaba en la

oscuridad de más adelante. “¡Pitt!”

Delante, había un farol posado en el suelo rocoso de la mina. Cerca de él, Pitt

arañaba una pared de roca con todas sus fuerzas.

“¡Estás bien!”, gritó Edward, corriendo. “¿¡Dónde está Cassie!?”. Se detuvo y levantó

la vista hacia la pared de roca que bloqueaba el pasillo. En su mente había un millón de

cosas que decir, y aún no había olvidado el puñetazo que le debía a Pitt, pero ahora no

parecía ser el mejor momento.

Pitt estaba trabajando en un agujero de unos treinta centímetros, en las rocas y

tierra. Escudriñando los alrededores, Edward pudo ver a Cassie, que yacía dormida al otro

lado. “¿Está herida?”

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“Solo está cansada de gritar”, respondió Pitt sin mirar a su alrededor. Sus manos

seguían moviéndose, trabajando en las rocas.

“Vale, reforzaré el túnel de aquí y abriré un agujero enorme”. Pitt tenía razón, tenían

que cavar a través de las rocas, pero si intentaban moverlas sin reforzar el túnel del entorno,

harían que todo el lugar se cayese sobre sus cabezas.

Edward juntó las manos, listo para empezar su Alquimia, pero Pitt apartó de un golpe

una de sus manos. “¿¡Qué estás haciendo!?”, chilló Edward, pero Pitt simplemente se dio la

vuelta y siguió arañando las rocas. Edward frunció el ceño y volvió a dar una palmada, solo

que Pitt las apartó una vez más.

La sangre se concentró en la cabeza de Edward. Agarró a Pitt del cuello. “¿Qué

demonios te pasa? ¿Estás loco? ¡Deja de interferir!”

“¡No necesito tu Alquimia!”, gruñó Pitt, su grito ahogó el de Edward. “¡Yo salvaré a

Cassie! ¡No te necesito aquí!”, con una repentina fuerza, Pitt empujó a Edward y volvió a sus

piedras. Edward miró a su espalda, con una expresión mezcla de incredulidad e ira. “¿Qué

mosca te ha picado? ¿Intentas convertirte en una especie de héroe? ¿No puedes elegir otro

momento para jugar que no sea una emergencia?”

“¡Di lo que quieras! ¡Yo estoy haciendo esto, y no necesito tu ayuda!”

“¡Deja de decir estupideces y échate a un lado!”, aulló Edward, agarrando a Pitt del

hombro y empujándole hacia atrás con dureza. “¡Si quieres probar que puedes hacer por ti

mismo, ve a hacer medicina! ¡He oído que puedes hacer la medicina de Danny, después de

todo! ¡Ve a hacer eso, y déjame esto a mí!”

Pitt tropezó mientras andaba hacia atrás y cayó al suelo. Edward no hizo mucho

mientras le miraba, juntando sus manos por tercera vez. Posó las manos sobre las paredes

mientras una luz alquímica resplandecía en el oscuro túnel. La pared de la mina poco a poco

se transformó, volviéndose más fuerte y dura. La pared de tierra desmenuzada se convirtió

en una superficie dura y brillante que se extendió cubriendo todas las rocas alrededor del

agujero que Pitt había hecho. Las rocas se unieron unas con otras para formar una pared de

roca sólida.

Edward volvió a dar otra palmada, tocando la nueva pared rocosa que tenía delante.

Cuando la luz se extinguió, se había formado un agujero en la pared, lo bastante grande

para que un niño pudiera atravesarlo.

“¡Cassie!”, Edward fue al otro extremo y cogió a la niña en sus brazos. Cassie

sostenía una colección de piedras preciosas y jaulas de escarabajos – la colección que

había querido enseñar a Danny. Incluso dormida, cansada, se aferraba a sus preciados

tesoros. Restos de lágrimas brillaban en sus mejillas, líneas que aclaraban su cara llena de

tierra, pero a pesar de lo sucia que estaba, no parecía estar lastimada. Edward dio un

suspiro de alivio y llevó a Cassie hacia el agujero de la pared.

Allí encontró a Pitt, con ambas manos en el suelo y la cabeza caída. “¿Por qué

tuviste que venir aquí?” preguntó, su voz era apenas un susurro.

Edward levantó una ceja. “¿Por qué? Vine a ayudaros, a ti y a Cassie”, contestó

fríamente, incapaz aún de descifrar la inexplicable actitud de Pitt.

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Todas sus ideas de vengarse habían desaparecido, vencidas por su reciente pesar

de que ya no entendía a su amigo.

“¿Viniste a ayudar?”. Pitt levantó la cabeza, mirando a Edward. Su mirada reflejaba

dolor. “Dices eso tan fácilmente… lo haces tan fácilmente… ¿Cómo es que puedes hacerlo

todo por ti mismo? ¿Cómo es que consigues ser alguien? ¿¡Cómo consigo yo ser alguien!?”

“¿Conseguir ser alguien?”, repitió Edward, perplejo. “¡Tú eres alguien! No yo”.

Edward frunció el ceño, luego volvió a hablar, esta vez de forma más suave, con un deje de

remordimiento en su voz. “Supe que habías cambiado la primera vez que te vi, y pensé que

era para mejor. Solo un año fuera de Resembool y ya eras un ayudante hecho y derecho.

Pero has cambiado demasiado… Ya no eres Pitt”.

En parte, a Edward le preocupaba que el cambio que había percibido en Pitt fuera

solo una señal de lo poco que él mismo había cambiado en el último año. Su amigo estaba

yendo hacia delante, y él no había podido mantener el ritmo. Ese año los había distanciado,

una distancia que no se podía cruzar fácilmente. Edward se puso cada vez más triste

pensando en eso.

Pero Pitt sacudió la cabeza. “¡Yo no soy nadie! Sé que no soy yo mismo… Eso lo sé.

Pero yo… Pero yo tengo que cambiar… ¡Tengo que hacer algo!”, la voz de Pitt resonó por

toda la mina. “¿Qué fue eso que dijiste sobre la medicina de Danny? Sí, puedo hacerla.

¡Pero no me dejarán!”

“¿No te dejarán?”, Edward volvió a fruncir el ceño antes las inesperadas palabras.

Había asumido que había otra razón más práctica de porqué Pitt era incapaz de hacer su

medicina – carecer de las hierbas adecuadas o algo por el estilo. Nunca se le había ocurrido

que alguien pudiera estar deteniendo a Pitt para que no hiciera la medicina que Danny

necesitaba. “¿Por qué no?”

La medicina de Pitt era efectiva y barata de hacer. No se imagina por qué alguien no

la querría – Cassie casi le había rogado que la hiciera. Los hombros de Pitt se cayeron aún

más. “Me equivoqué una vez – un diagnóstico incorrecto. Ya no confían en mí”.

“¿Una equivocación?”

“…Fue casi medio año después de llegar aquí. Danny pilló un resfriado. Pensé que

se trataba de una tos normal. Se supone que no debo hacer nada si el doctor no está aquí,

pero sus padres me dijeron que querían medicina, que hiciera algo, así que les di algunos

remedios herbales que había hecho. Fui muy cuidadoso recogiendo solo las benignas, las

que no pudiesen dañar a nadie, pero tuvo una reacción alérgica…”

Pitt arañó el suelo, reviviendo su humillación y lamentando el fallo.

Edward recordó cómo la madre de Danny había ignorado a Pitt en la clínica, cómo el

padre de Danny había sido frío con él. “Ya lo pillo, es por eso que tú…”

Pitt había querido regresar a la clínica, y en el puente bajo la lluvia, porque sabía que

se había equivocado. Por eso no actuaba como el Pitt que conocía. Tampoco era difícil

imaginarse a los Rymar presionando a Pitt para que les diera la medicina.

Pero ninguno de ellos tenía conocimiento de la alergia de Danny, claro estaba. Había

sido un error honesto, y uno olvidable, pero los sentimientos negativos emanaban de los

Rymar y Pitt. Los padres de Danny habían perdido su fe, y habían ido hacia la medicina más

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fuerte y cara. Cuando Cassie le pidió a Pitt que hiciera más medicina para Danny, no debía

de saber lo que había ocurrido.

Debe haber sido bastante duro para Pitt, solo queriendo ayudar aún siendo

rechazado por los padres de Danny, incapaz de satisfacer la petición de Cassie. Así que

fingió ser otra persona para así ocultar el dolor, la irritación, la infelicidad. Fingió ser un

adulto, imperturbable y sin emociones.

Pitt se sentó con la espalda apoyada en uno de las paredes y deslizó una mano

hacia su cara para ajustarse las gafas. “No puedo hacer nada. Solo soy un niño. Una vez,

eso fue demasiado para mí, e incluso corrí de vuelta a Resembool. Pero tú te marchaste y

no miraste atrás, ¿verdad? ¡Tu Alquimia es tan buena como la de tu profesora!”

Pitt mantuvo la mano sobre su rostro. “Solíamos ser iguales. ¡Pero de alguna forma,

tú seguiste adelante y me dejaste atrás! No quería perder. Es por eso que dejé Resembool

después que tú – pero ahora, te veo un año más tarde, y estás muy lejos, por delante de

mí…” Una única lágrima cayó por detrás de la montura de las gafas de Pitt.

Edward se dio cuenta por primera vez de que cuando Pitt se había parado para

ajustarse las gafas, era para esconder el dolor de su rostro o las lágrimas de sus ojos. Al fin,

pudo entender que mientras Pitt había parecido estar a kilómetros de él, Pitt había pensado

lo mismo respecto a Edward.

“Venga…”, Edward, se acercó a Pitt, tendiéndole una mano. “Deja de meterme

presión para que me adelante. Vamos”.

“¿Qué? Creo que ya te lo he dicho, yo era el único que se preocupaba de ser dejado

atrás…”

Pitt miró con sospecha la mano extendida de Edward. Edward sonrió.

Ambos chicos en verdad se parecían un montón.

En altura, temperamento – especialmente su estupidez – y la forma en la que los dos

intentaban con demasiado esfuerzo ser el primero, eran exactamente iguales.

Pitt había querido ir a conseguir la medicina bajo la lluvia y había venido a salvar a

Cassie porque quería que alguien pudiera confiar en él, más que otra cosa. Edward quería

encontrar la Piedra Filosofal y hacer regresar lo que su hermano y él habían perdido, más

que otra cosa. Ambos querían seguir adelante, y ambos se miraban el uno al otro y se

preocupaban por quién sería el primero en tener éxito.

El Dr. Norm probablemente se hubiera dado cuenta de que cada chico era el reflejo

invertido del otro. Por eso supo exactamente el consejo correcto que darle a Edward –

porque conocía a Pitt. Ambos tenían que aprender a tomárselo con calma.

Edward se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración. Soltó el aire

con un largo y silencioso suspiro. “¿Sabes? Cuando te vi otra vez el otro día, sin duda sentí

que habías sido tú el que se había adelantado”.

“¿Huh?” Pitt le miró sorprendido.

“En Resembool íbamos a la par. Pero aquí pensé que tú habías seguido y me habías

dejado atrás. Fue duro para mí verte trabajando en la clínica, con aspecto de haber tenido

éxito, duro para mí el saber que no tengo un hogar al que regresar. Pensé muchas cosas”.

Pitt escuchó en silencio.

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“La cosa es que, ambos elegimos caminos que nos llevarían a la madurez más

rápido que otros de nuestros amigos. Tenemos que estar preparados para tratar con la

presión – la presión del crecimiento. Ya sabes, ser un adulto”.

A Edward ya no le preocupaba más el estar delante.

Sabía que habría suficientes problemas en los días y meses que estaban por venir.

Solo tenía que enfrentarlos sin compararse a si mismo con nadie. Afrontaría todos los

desafíos que le estuvieran esperando con sus propias reglas, mientras fuera Edward.

Edward rió, pero Pitt no cogió su mano.

“Como digas”, murmuró Pitt, y antes de que Edward pudiera moverse, Pitt golpeó

con su mano, conectándola con la palma de Edward, chocando los cinco. Pitt sonrió.

Era la misma sonrisa de siempre, el mismo viejo Pitt.

A LA MAÑANA SIGUIENTE, tres figuras permanecían de pie en una colina sobre el

pueblo. Soplaba una refrescante brisa, y el cielo era azul claro, sin pizca de nubes, como si

la lluvia torrencial de la pasada noche hubiera sido solo un sueño.

“¡De acuerdo! La lluvia ha parado, el viento es bueno - ¡Un día perfecto para

reanudar nuestro viaje!” dijo Edward con un alto grito, succionando tanto del aire fresco

como pudo. Pitt estaba cerca de él, esperando para ver marchar a los hermanos. Ahora

señalaba hacia una montaña en la lejanía.

“Hay una ciudad enorme por allí. También debería haber una estación de tren”.

“¡Vale, gracias!”

“Gracias por todo, Pitt. Y saluda de nuestra parte al Dr. Norm y a la gente de la

ciudad”.

“Claro”.

En sus brazos, Alphonse llevaba una bolsa llena de panqués de frutas. Los

ciudadanos habían aparecido y les habían obsequiado con regalos cuando intentaron partir,

como agradecimiento tanto por construir el nuevo dique en el río, como por salvar a Cassie.

El Dr. Norm les regaló algunas vendas antibacterianas y Cassie les dio una tarjeta.

Edward alargó el brazo, cogió la tarjeta de la bolsa y la abrió tranquilamente.

Dentro, había dibujado un retrato de Danny y Cassie y sus padres, cogiéndose de la

mano, con un título que rezaba “¡Gracias, Edward y Alphonse!”

“Parece que Cassie va a estar bien”.

“Sí”.

Edward y Alphonse bajaron la vista por la colina hacia el pueblo. El agua de la lluvia

torrencial había empezado a secarse de los campos, y aquí y allá pequeñas olas se rizaban

entre los enormes charcos que quedaban.

El río volvía a fluir abundantemente, y los niños jugaban junto al nuevo embalse.

Incapaces de coger insectos, ahora que todas las hierbas altas de las orillas habían sido

eliminadas, los chicos rápidamente lo cambiaron por la pesca. Edward y Alphonse

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localizaron a Cassie entre el grupo de chiquillos con cañas de pescar en los hombros, que

se reían mientras arrojaban los sedales. Danny estaba sentado cerca de ella.

Después de enterarse de porqué su hija iba a las minas, y tras unas palabras de

consejo del Dr. Norm, los padres de Cassie estaban intentando dejar que Danny y Cassie

jugaran juntos tanto como fuera posible. Lo mejor para Danny era no sobreprotegerle

demasiado, y dejarle que se desarrollara su fuerza. Además, si Cassie podía ayudar a sus

padres vigilando a su hermano, se reforzaría su vínculo con ellos al mismo tiempo.

Incluso cuando dejaron la orilla del agua y corrieron, Cassie seguía teniendo un ojo

puesto en su hermano menor. Solo había pasado un día, y ella ya había asumido el rol de

hermana mayor perfectamente.

“Espero que puedas arreglar esos malos rollos entre tú y los Rymar pronto”, dijo

Edward.

Pitt sacudió ligeramente la cabeza. “Es difícil ganarse la confianza de alguien una

vez que la has perdido. Lo más que puedo esperar es no volver a cometer otro error la

próxima vez que me pidan algo”. Pitt respondió tranquilamente, quitándose sus gafas.

“Supongo que tengo que estudiar más”.

No fue un comentario a la ligera. Pitt había estado pensando las cosas. Estaba

preparado para enfrentarse a la realidad. Su cara parecía relajada, más reluciente, como si

los demonios que le acosaban hubieran por fin detenido su ataque.

“Te pareces más al viejo Pitt sin las gafas”. Edward miró a su amigo entrecerrando

los ojos por la luz.

“¿Eso crees?”

“Sí”.

Pitt nunca había llevado gafas en Resembool. Edward y Alphonse estaban

acostumbrados a verle la cara cuando no esta no se ocultaba tras un par de lentes. Esos

traviesos y familiares ojos castaños centellearon.

Pitt le tendió a Edward sus gafas. “Pruébatelas”.

“¿Yo? Pero yo no uso gafas. Veré todo borroso”. Aun así, Edward soltó su maleta de

viaje, se puso las gafas de Pitt y miró al campo. “Veo… ¿Huh?”, el campo parecía

exactamente igual que antes de ponerse las gafas. “Espera… ¿No son de verdad? ¿Solo

son cristales?” Edward probó a quitarse las gafas y a ponérselas varias veces hasta que

estuvo convencido de que las lentes no eran para nada lentes.

“Sí”, dijo Pitt con una sonrisa. “Me enfermaba que la gente me llamara niño, así que

quise mejorar un poco mi imagen. Pero, como dijiste, no hay que tener prisa por crecer,

¿verdad? Supongo que ya no las necesito”.

“Je” rió Edward, sabiendo demasiado bien cómo se sentía su amigo.

Era parte de la naturaleza de un chico joven el querer crecer tan rápido como fuera

posible, y era la cosa más tonta de hacer. Edward y Pitt por fin se habían dado cuenta de

que solo podían seguir hacia delante, en su propio camino. No había necesidad de

apresurarse, y no había atajos.

Edward jugueteó un poco más con las gafas, luego se las puso otra vez y se volvió

hacia Pitt y Alphonse. “¿Qué creéis, me pegan?”, preguntó Edward con una sonrisa.

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Ambos sacudieron inmediatamente sus cabezas. “Ni de coña”.

“Vamos, podéis mentir solo un poquito. ¡Decid que parezco mayor!”

“Ni siquiera un poco”.

“Siempre serás un niño, Edward, ya lo sabes”.

“¿¡Quéééé!?”

Alphonse y Pitt se rieron, huyendo del puño levantado de Edward. Por un rato se

estuvieron persiguiendo a través de la hierba, como hicieron muchas veces antes. A Pitt le

costó varios minutos controlar su risa. “Hey, ¿recuerdas cuando te conté que regresé una

vez a Resembool?”

“¿Sí?”

“Bueno, fui a casa de Winry. ¿Qué crees que estaba haciendo?”

Edward, sorprendido por la repentina mención de su vieja amiga, se encogió de

hombros, de la manera más casual que pudo. “Probablemente, ¿trabajando en algún

automail, como siempre?”

“A Winry siempre le encantaron esas cosas”.

Edward, Alphonse y Pitt conocían el desdén de Winry por las “cosas de chicas”. Su

único amor había sido siempre juguetear con los automails.

Pitt sacudió la cabeza, despacio. “Incorrecto. ¡Pinako la estaba enseñando a cocinar

estofado!”

“¿¡Winry estaba cocinando!?”

Pitt había regresado a Resembool el día después de haberse equivocado con el

diagnóstico de la tos de Danny. Cuando se dirigía a la casa de los Rockbell, le llegó el olor

del estofado que procedía de la cocina, y al mirar dentro vio a Winry trabajando duro sobre

una olla enorme en el fuego.

“Por supuesto, sigue trabajando también en los automails – por lo que he oído le va

bastante bien. Pero ahí estaba, haciendo estofado para la cena. Incluso Pinako parecía

sorprendida de que ella quisiese aprender. Me preguntó si conocí a alguien al que le gustara

el estofado…” Pitt sonrió a Edward y Alphonse. “Vosotros sois unos grandes fans del

estofado, ¿no?”

“Sí, a los dos nos encanta el estofado”, admitió Alphonse felizmente.

Alphonse se alegraba de oír que Winry no había olvidado su comida favorita incluso

aunque había pasado más de un año. Edward se sentó en silencio junto a su hermano.

“Dijiste que no teníais una casa a la que regresar, pero apuesto a que sé de alguien

en Resembool que os alimentaría y os daría un techo bajo el que quedaros si os dejaseis

caer por allí”.

Las palabras de Pitt hicieron que Edward recordara lo que él le había dicho a Cassie,

cuando ella no quería regresar a casa. Entornó los ojos hacia abajo, mirando el césped bajo

sus pies, tambaleándose con la suave brisa.

No podemos volver a casa. No tenemos un hogar al que regresar.

Y si ven lo poco que he progresado en este año. No quiero hacerles preocupar.

Y si regreso y ya no quiero volver a marcharme.

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Era por eso por lo que ni llamaba a sus amigos en Resembool. No les había escrito.

No había ido a casa. Aun todo eso parecía haberse desvanecido ahora.

“Quizás tengas razón…”

Familias. Te daban la bienvenida al llegar a casa y te daban cosas calientes para

comer. Eso es lo que hacen las familias. Edward se dio cuenta de lo importante que al

parecer eran las cosas simples, y de cuánto su hermano y él habían estado esperando por

ello. Sin esfuerzo, sin siquiera intentarlo, las familias te hacían sentir como que pertenecías

a ellas. Sin saberlo, eso era lo que Winry había querido. Ella había esperado para hacerles

sentir eso, cuando fueran a Resembool, estarían yendo a casa.

Edward tenía la sensación de que, si volvían al pueblo, aún soportando la pesada

carga del destino sobre sus espaldas, Winry les recibiría como si acabaran de volver de

haber pasado el día fuera jugando. Así era ella. Les daría la misma bienvenida si ellos

decidían que no querían volver a irse o si no pudieran esperar a ponerse en marcha otra

vez. Se convirtió en un tremendo alivio para Edward el saber que quedaba en el mundo un

lugar – y una persona – así.

Pitt puso su mano en el hombro de Edward. “Puede que no tengáis vuestro propia

casa a la que regresar, pero siempre tendréis un hogar. Hay gente que os espera. No les

olvidéis”.

Aunque él no se lo había dicho a Edward, cuando Pitt regresó a Resembool, había

aprendido dos cosas. La primera era que la persona que más deseaba volver a ver era

Winry, y la razón por la que siempre se metía tanto con ella era porque le gustaba.

La segunda cosa que había aprendido fue que ella se había entregado a

perfeccionar sus habilidades – primero automail y luego estofado – todo por el bien del chico

que había vivido en la puerta de al lado, y ella no tenía ni siquiera un pensamiento que

dedicarle a Pitt. Incapaz de confesarle a Edward cómo se había dado cuenta de su primer

amor y de cómo lo había perdido al mismo tiempo, hizo lo mejor y le golpeó en el hombro.

Fuerte.

“¡Ouch!”

“¡Ve a por ellos, Edward!”, Pitt sonrió, golpeando a Edward otra vez.

Edward, ajeno a los pensamientos que cruzaban la mente de Pitt, extendió los

brazos enfrente de él. “Nos marchamos”.

“Nos vemos”.

Pitt sacó su propio brazo para que se encontrara con el de Edward, con un desafío

en su sonrisa. “La próxima vez que nos veamos, veamos cuál de nosotros está más cerca

de lograr su objetivo. Y te advierto, odio perder”.

Los dorsos de sus brazos se reunieron delante de sus caras. Era una tradición –

cuando se preparaban para una pelea o planeaban un plan particularmente travieso,

golpeaban así sus brazos – deseándose suerte al otro y, al mismo tiempo, haciendo la

promesa de que sería el ganador.

“¡Hasta luego!”

“¡Gracias, Pitt!”

“¡A ti también, Alphonse!”

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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Y así los tres se despidieron en la colina, cada uno tomando su propio camino. Pitt

bajó de vuelta al pueblo, y Edward y Alphonse se giraron para dar un nuevo paso en su

viaje.

Pero, tan solo unos instantes después, la voz de Pitt resonó a través de la colina.

“¡Heyyyyy!”

Los hermanos se volvieron para ver a Pitt saludando desde una distancia

considerable.

Edward y Alphonse le devolvieron el saludo, pensando que esa era su última

despedida, cuando vieron un pequeño objeto que volaba en el aire hacia ellos. Al mismo

tiempo, la voz de Pitt les llegó con el viento.

“¡Te gano por poco más de un centímetro!”

Edward recogió el objeto que había caído en la hierba, a sus pies, y vio que era una

pequeña botella. Leyó la etiqueta.

“D-, ¿Disolvente para pinturas? ¿¡Qué es esto!?”

“¡Ack!” Alphonse giró su cabeza para mirar su propia espalda. Había dos marcas

pintadas con pintura roja en su espalda, una poco más de un centímetro por encima de la

otra. Cerca había pintadas las letras ‘Yo gano’.

“¿Qué demonios?”

“Es tu altura y la de Pitt. No sé por qué se cree que puede usarme como un puesto

de medida…” Alphonse suspiró.

Edward miró la espalda de su hermano. “¿Alturas? Espera, ¿¡qué significa esto!?

Esta marca de abajo, ¿se supone que es la mía o qué? ¿¡Eso quiero decir que soy más

bajito que él!?”

“Supongo que eso es lo que se supone que significa”.

“¡Pitt! ¡Ni pienses que voy a aceptar esto como prueba! ¡Nunca he aprobado este tipo

de cosas!”

Edward se giró, apretando los dientes, pero no se veía a Pitt en ninguna parte.

Conocía a su amigo lo bastante bien para saber a dónde había ido. Por ahora se

dirigiría a su despacho a estudiar. Una vez que había aceptado un desafío, no tenía

intención de perder.

Edward se volvió, impaciente por progresar con su propia misión y echó a andar.

La suave brisa chocaba contra su cara. Edward se peinó el flequillo.

“Hey, Ed”, le llamó Alphonse mientras empezaban a andar.

“¿Hmmm?”

“Vamos a parar algún día en Resembool, pronto… Si da la casualidad de que nos

encontramos por la zona”.

“Sí, paremos”, contestó Edward, mientras pensaba que era la cosa más natural del

mundo. “Me gustaría ver cómo les va a Pinako y a Winry, aunque solo fuera por uno o dos

días… Pero en verdad no podemos ir a casa hasta…”

“Hasta que recuperemos nuestros cuerpos, ¿cierto?” dijo Alphonse con una risa,

terminando la frase de su hermano en su lugar.

“¡Así es!”

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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No sabía cuánto tiempo les llevaría conseguir su objetivo, pero tenía que seguir

caminando hacia delante. ¿Y qué mejor razón que esa para pararse a descansar de vez en

cuando? Solo sabiendo que había gente esperándoles aligeró un poco el peso sobre sus

hombros, y reforzó su determinación. “Espero que estés listo para esta nueva etapa del

viaje, Al - ¡me da la sensación de que va a ser larga!”

“¡No me extrañaría!”

Edward y Alphonse retrocedieron en el camino bajo un cielo lejos de casa.

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo

Autor: Makoto Inoue Traducción: Bluwim

Diseño e idea original: Hiromu Arakawa

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NOTA: Debido a la gran cantidad de mensajes que he recibido preguntando por las

novelas, y dada la lentitud con la que voy traduciendo (por falta de tiempo), he decidido

publicar la primera historia de esta novela, para ir calmando las ansias xD

La segunda historia, “Las vacaciones de Roy”, tiene más o menos la misma longitud de la

primera, pero iré adelantándola a ratos para no tardar mucho en terminarla.

Siento la tardanza, llevo con esta novela más de año y medio, pero entre que estuve tres

meses en el extranjero, y la caótica vuelta que pareció durar varios meses, me ha costado

mucho volver a coger esta novela, aparte de que me ha costado porque no he terminado de

meterme en la historia, y traducir por obligación es algo que no me gusta.

Bueno, espero que la disfrutéis, y que no me lleguen más preguntas de las novelas en un

tiempo xDDD

Ja ne~!

Bluwim

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FULLMETAL ALCHEMIST Novela 4 Bajo el distante cielo