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Francisco Romero El interrogatorio Baobab Teatro

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Francisco Romero

El interrogatorio

Baobab Teatro

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autoriza-ción escrita de los titulares del Copyright,

bajo las sanciones establecidas en las leyes,la reproducción total o parcial de esta obra por

cualquier medio o procedimiento, comprendidasla reprografía y tratamiento informático, y ladistribución de ejemplares de ella, mediante

alquiler o préstamo públicos.

© 2009 Francisco RomeroBaobab Ediciones

San Francisco, 67. 13270 ALMAGROTfno: 629915273

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En la parte anterior del escenario hay una mesa,un sillón a su lado y una silla separada. El fon-do está vacío y a oscuras. Tan solo se iluminacuando aparecen personajes distintos de Fer-nando y de Julio. La acción transcurre en unsolo acto en una comisaría de policía en la ac-tualidad.

Personajes:

FERNANDO

JULIO

CARMEN

PEDRO

GLORIA

SARGENTO MAESO

DON JULIO SOLER

TERESA

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Se enciende la luz, Fernando está sentado en lasilla con las manos esposadas. Entra Julio sin sa-ludar, se acerca a la mesa y coge un papel. Loexamina sin mirar a Julio.

JULIO. (Mientras camina moviéndose alrededor deFernando.) Vaya, vaya. Esto parece grave, verdade-ramente grave... Hacía tiempo que no me encontrabaante un caso tan interesante.

FERNANDO. Si me deja que se lo explique, todose aclarará muy pronto.

JULIO. (Sin mirarlo.) ¡Cállese! Ya le diré yo cuán-do tiene que hablar. (Continúa leyendo.) Una bande-ra, nada menos que una bandera. Ha quemado unabandera y todavía espera que escuchemos sus expli-caciones por cometer uno de los crímenes más detes-tables.

FERNANDO. No es cierto. Yo no he cometido nin-gún crimen...

JULIO. (De espaldas a Fernando.) ¡Silencio! Es laúltima vez que le aviso. Le aconsejo que no me vuelva

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a poner a prueba porque la respuesta puede que nosea de su agrado. Ha tenido suerte de que esto lehaya ocurrido en un país civilizado en el que se respe-tan las leyes. Conozco sitios en los que por algo mu-cho menos grave se condena a muerte. (Se sienta enel sillón.) Pero no nos precipitemos, no me gusta sa-car conclusiones sin escuchar al culpable... Supongoque usted pensará que tiene unos derechos y que yodebería haber dicho presunto culpable porque aún noha sido juzgado. Pero no hemos venido a jugar, los dossabemos que si se encuentra aquí es porque es culpa-ble.

FERNANDO. ¡Eso es mentira!

JULIO. (Golpeando la mesa con su puño.) ¡Bas-ta!... (Amenazando.) ¿Aún no se ha dado cuenta deque no me gusta que me llamen mentiroso?

FERNANDO. Yo no quiero llamarle mentiroso,pero no debería estar aquí.

JULIO. Eso dicen todos los delincuentes. El afánde inocencia siempre los delata. (Cambiando de tono.)Yo que usted me lo tomaría con calma. Este interro-gatorio puede ser largo y le conviene no gastar toda la

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energía al principio. Relájese y la conversación irámejor para ambos.

Los dos permanecen en silencio. Fernando miraa Julio mientras este continúa sin mirarlo.

JULIO. Eso está bien. Hay que saber disfrutar delos momentos de silencio. Existe un tiempo para lapalabra y un tiempo para el silencio. Es muy impor-tante saber diferenciarlos... Es grave interrumpir elsilencio con palabras innecesarias, casi tanto comoromper la comunicación con silencios absurdos. Aho-ra le ha llegado el turno a la palabra y callar sería unaobscenidad. (Mira el papel.) Según pone en el infor-me, se llama usted Fernando García López.

FERNANDO. Es mi nombre.

JULIO. ¡Qué curiosa coincidencia! Tuve un buenamigo que tenía el mismo nombre, Fernando GarcíaLópez. Supongo que se trata de un nombre bastantecomún. Hace muchos años que no veo al bueno deFernandito. ¿Qué habrá sido de ese pobre desgracia-do?

FERNANDO. (Mirando al comisario.) Yo también

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tuve un amigo con el que jugué en la infancia.

JULIO. Eso no tiene nada que ver con este caso.

FERNANDO. Ese amigo se llamaba JulioFernández Antona, pero nunca imaginé que llegaría aser comisario de policía.

Julio se levanta, deja el papel sobre la mesa ymira fijamente a Fernando.

JULIO. ¡Pero no me digas que eres Fernandito elempollón!

FERNANDO. Algo queda de aquel que usted re-cuerda, aunque el parecido es mínimo.

JULIO. ¡Chico, qué sorpresa más grande! Me ale-gro mucho de volver a verte después de tantos años.

FERNANDO. Conozco sitios mejores que una cel-da para celebrar agradables reencuentros.

JULIO. (Se acerca y trata de darle la mano.) Dameesa mano, la vieja amistad debe estar por encima decualquier circunstancia.

Fernando levanta sus manos esposadas con los

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puños cerrados.

FERNANDO. No es fácil tender la mano cuandose está esposado, pero si quiere estrechar mis puños,aquí los tiene.

JULIO. (Retirando la mano.) Comprendo tu hosti-lidad, para mí tampoco es agradable esta situación.Pero a nadie le ponen esposas si antes no ha hechoalgo para merecerlas.

FERNANDO. ¿Usted cree que siempre es así?

JULIO. Estoy convencido de ello. Mis agentes sa-ben hacer su trabajo y obedecen las órdenes que lesdoy, y yo siempre cumplo con la ley. Es la principal demis obligaciones y estoy orgulloso de mi labor al fren-te de esta comisaría.

FERNANDO. Comprendo, es usted un policía jus-to e incorruptible, de los que nunca se equivocan.

JULIO. No es necesario que me trates de usted.No soy un viejo, ni nuestra amistad es tan lejana.

FERNANDO. El tuteo lo guardo para cuando eldiálogo es posible y todo lo que diga no se utilice en mi

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contra.

JULIO. Está bien, ya veo que el rencor te ciega yno puedes distinguir a los que intentan ayudarte.

FERNANDO. ¿Así lo cree?

JULIO. No soy un policía perfecto. Tengo la debi-lidad de confiar en la recuperación de los delincuen-tes, aunque no soy un estúpido que se deje engañarfácilmente. Conozco mi trabajo.

FERNANDO. Supongo que debe ser uno de losmejores.

JULIO. Por algo he llegado hasta aquí. Nuestracúspide suele coincidir con el infierno de unos pocos,pero no hay otro camino para llegar tan lejos.

FERNANDO. Me gustaría saber qué entiende us-ted por llegar tan lejos.

JULIO. Poder, Fernando, poder. No se trata de te-ner fuerza para golpear, es algo que está más lejos.No es fácil de definir, consiste en un sentimiento es-pecial que solo se conoce cuando se disfruta.

FERNANDO. Ya que tiene tanto poder, ¿es nece-

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sario que tenga puestas las esposas durante el interro-gatorio? Me sentiría menos coaccionado con las ma-nos libres. Le prometo que no haré ninguna tontería sime concede esta pequeña licencia.

JULIO. Con esa petición me pones en una situa-ción muy delicada. Pretendes abusar de mi confianzay me pides que me salte las reglas que he jurado man-tener. Me gustaría que me entendieras. Yo no tengo laculpa de que hayas cometido un grave delito que esseveramente castigado por las leyes. Si te quitara lasesposas, debería poner a un policía armado para quevigilara tus movimientos, y tendría la orden de dispa-rar si intentaras cualquier estupidez. Comprende quepara mí sería muy violento hablar con un amigo mien-tras alguien le apunta con un arma. Se rompería lacomunicación espontánea y no sería una conversa-ción agradable para ninguno de nosotros. Dejémosloasí Fernando.

FERNANDO. Lleva razón, a dos viejos amigos noles gustaría que un policía armado amenazara su im-provisada charla. (Levanta las manos mostrando lasesposas.) Así podrá interrogarme de igual a igual, comosi se tratara de un encuentro casual en un bar.

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JULIO. Te pido que no lo hagas más difícil y teolvides de las esposas. No te molestarán. Piensa queson dos inofensivas pulseras unidas por una cadena...

FERNANDO. Hermosas y resistentes pulseras.Puede que pronto me gane un collar a juego si no con-testo a las preguntas de la manera deseada.

JULIO. Te aseguro que no se trata de un interro-gatorio formal. Nadie va a tomar nota de tus palabras,y nada de lo que aquí digas será utilizado contra ti enel juicio.

FERNANDO. Si eso es cierto, no entiendo el mo-tivo de esta agradable conversación.

JULIO. Te recuerdo que tu situación es muy deli-cada. Yo intento comprender lo que ha pasado paraayudarte. Has sido mi amigo y me preocupa tu futuro.Quisiera que charláramos con la misma sinceridad queen los viejos tiempos para encontrar algo que te salve.

FERNANDO. Me gustaría hacerle una pregunta.

JULIO. Por supuesto. Eres libre de preguntar.

FERNANDO. ¿Antes de entrar sabía que era un

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viejo conocido el reo al que iba a interrogar?

JULIO. Me ofendes con esa pregunta. Dudas demi profesionalidad. Claro que sabía quién eras, perodebía dejar que tú me reconocieras primero para sa-ber hasta dónde debíamos llegar.

FERNANDO. Lo suponía, forma parte del juego.

JULIO. Puedes llamarlo así, aunque se trata de unjuego muy serio.

FERNANDO. Creo que en los viejos tiempos estaconversación, tan amigable, hubiera sido impensable,salvo que los papeles estuvieran cambiados.

JULIO. ¿A qué te refieres?

FERNANDO. Usted era un chico inconformista ymuy rebelde, mientras yo era demasiado obediente.Un buen chico que deseaba que todos le quisieran.

JULIO. Es posible.

FERNANDO. Claro que la rebeldía durante la ju-ventud es natural y hasta beneficiosa, pero un adultorebelde se convierte en un peligro que hay que evitarpor el bien de la sociedad.

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JULIO. Sabes que siempre te aprecié, Fernando.Hemos nacido en el mismo pueblo, hemos crecido jun-tos, hemos compartido muchas experiencias impor-tantes durante la juventud...

FERNANDO. (Interrumpiéndolo.) Unas pocas, yno tan importantes.

JULIO. Ahora vivimos en otra época. Los tiemposhan cambiado, nosotros hemos crecido y la vida nosha ido poniendo en el lugar que nos corresponde... Yopodría ser muy duro contigo, es más, debería serlo. Sete acusa de algo muy grave, de uno de los delitos másrepugnantes que puede cometer un hombre. Pero quie-ro creer que un amigo mío no haría eso, que hubo algoque te condicionó, que no ha sido el Fernando que yoconocí el que ha cometido semejante crimen.

FERNANDO. Lleva razón, el Fernando que ustedconoció hace tiempo que murió. Han pasado casi vein-te años desde que unos jóvenes hablaban del futurocon ingenua ilusión y con ignorancia, una inmensa ig-norancia.

JULIO. Veo que ya vas entrando en razón.

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FERNANDO. Pero la evolución no ha servido demucho. Hemos perdido la ilusión sin salir de la igno-rancia. Los sueños se esfumaron en la lejanía. La rea-lidad suele ser hostil con los soñadores.

JULIO. Pero pone a cada uno en el lugar que lecorresponde.

FERNANDO. Y da armas a los dueños y ejecutoresde la paz.

JULIO. Son los más indicados para llevarlas, paragarantizar la libertad de las personas decentes.

FERNANDO. Las armas no dan la razón, solo em-brutecen a quienes las portan.

JULIO. Eso es idealismo anarquista pasado de fe-cha. Pero no estamos aquí para divagar sobre la utili-dad de las armas. Nos llevaría demasiado tiempo y note serviría de ayuda en tu proceso.

FERNANDO. Según su experiencia, ¿qué me po-dría ayudar?

JULIO. La verdad siempre beneficia al que la dice.

FERNANDO. ¿Qué verdad, la auténtica o la que

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la autoridad quiere escuchar?

JULIO. La única. Tenemos tiempo, todo el que seanecesario para no precipitarnos.

FERNANDO. ¿De verdad?

JULIO. No nos podemos limitar a los últimos acon-tecimientos. Unos actos aislados no son representati-vos de toda tu vida. Hemos de remontarnos en el pa-sado para buscar datos que puedan ser decisivos parala elaboración de las conclusiones finales.

FERNANDO. Le confieso que me sorprende. Nosolo ha llegado a ser comisario de policía, además hacegala de una inmensa paciencia acompañada de gran-des conocimientos psicológicos.

JULIO. En mi profesión, la fuerza es algo secun-dario, no tiene valor si no va acompañada de otrascualidades mucho más importantes. (Se acerca a Fer-nando y le mira fijamente.) Hemos de conocer a laspersonas que tenemos enfrente, comprender sus mé-todos y sus móviles, y analizar la situación social en laque se desarrollan los actos violentos...

FERNANDO. ¿Todo eso sin porras y sin pistolas?

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JULIO. Se acabó la época en la que primero segolpeaba y después se preguntaba. La policía de aho-ra ya no golpea si no se le provoca. Los métodos sondistintos: primero se estudian las pruebas, luego seanalizan las circunstancias, y cuando comprendemoslos hechos, actuamos en consecuencia. Somos comolos médicos, primero diagnosticamos la enfermedad yluego aplicamos los recursos legítimos para curarla.

FERNANDO. Una explicación muy interesante.Tenemos una policía de bata blanca y bisturí. Le con-fieso que esa policía científica que tan bien represen-ta, en la situación que me encuentro, en lugar de tran-quilizarme me causa más temor.

JULIO. Si no eres un criminal, no tienes nada quetemer. Incluso si lo eres tienes la posibilidad del arre-pentimiento. Si lo haces, siempre contarás con nues-tra comprensión. Pero ya habrá tiempo de entrar enesos detalles, ahora hablemos de otras cosas.

FERNANDO. Por razones obvias, usted elige eltema.

JULIO. Lo más razonable es empezar por el prin-cipio. Volver a los orígenes, regresar a la época y al

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lugar donde se desarrolló nuestra infancia y adoles-cencia. ¿Cómo está tu familia? ¿Qué sabes del pue-blo? ¿Cuándo estuviste por última vez?

FERNANDO. Hace mucho tiempo que no voy...Creo que mis padres están bien, pero no sé nada deellos. Desde que dejé el trabajo, y cambié la forma deexpresar mis ideas, renegaron de mí.

JULIO. Supongo que intentarías obtener su per-dón.

FERNANDO. Cuando uno no se siente culpable,no es necesario pedir perdón, aunque intenté que com-prendieran mi postura.

JULIO. Siempre hay algo de lo que somos culpa-bles. La inocencia absoluta no existe. Los padres noreniegan de un hijo si no ha cometido una falta muygrave.

FERNANDO. Siempre ha sido así, ¿verdad? Es elhijo el que avergüenza a los padres. Los padres sonhonrados y buenos. Ellos quieren lo mejor para sushijos, y la única obligación de estos es obedecerlos.Los mandamientos ya dicen que tenemos que honrar

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al padre y a la madre.

JULIO. Así es.

FERNANDO. Yo creo que existen muchas formasde honrarlos, aunque no todas las comprendan y lesgusten. Pienso que si me supero como hombre, mesupero como hijo; y, por tanto, hago mejores a mispadres porque su obra estará más lograda.

JULIO. Me parece que esas palabras tan rimbom-bantes dicen muy poco. Superarse como hombre, quéestupidez. ¿Acaso hay mejor forma de superarse quelograr el amor de los padres?

FERNANDO. Seguro que tiene toda la razón.

Se ilumina la parte trasera del escenario. Lospadres de Fernando están de pie. Carmen estállorando y se seca las lágrimas con un pañuelo.Pedro permanece a su lado.

CARMEN. ¡Dios mío! ¡Qué disgusto más grandenos has dado! ¡Qué vergüenza! No sé cómo has teni-do valor para hacernos pasar por todo esto. (Siguellorando.)¿Qué te hemos hecho nosotros para que nostrates así? Has traído el dolor y la desgracia a la fami-

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lia. No nos merecemos esta deshonra.

FERNANDO. ¿Pero qué os he hecho yo? Decidmecuál ha sido mi traición, suponiendo que haya hechoalgo tan grave.

PEDRO. (Muy enfadado.) Desgraciado, no tienesderecho a hablarle así a tu madre, a la mujer que teparió y amamantó. ¿Acaso no lo hicimos todo por tubien? ¿No nos sacrificamos para que tú llegaras máslejos que nosotros? Te dimos una buena educación,hicimos un gran esfuerzo para que no te faltara denada y pudieras estudiar una carrera. Y así nos lo haspagado...

CARMEN. La gente vuelve la cabeza cuando nosven por la calle y murmuran a nuestras espaldas. Losvecinos ya no quieren venir a casa. Tienen miedo deque les pueda pasar a ellos.

PEDRO. No es extraño, yo tampoco iría a la suya.Tantos años de duro trabajo para esto.

FERNANDO. No os pido que me defendáis, peroconsidero que merezco el mismo respeto que le otor-gáis a cualquier persona. El que yo sea vuestro hijo no

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me convierte en una prolongación vuestra... Vosotroshabéis seguido un camino en la vida y no contasteisconmigo. Yo estoy siguiendo el mío, y no creo que seamotivo para que os sintáis humillados.

PEDRO. ¡Desagradecido! Nos hemos pasado todala vida pendiente de nuestros hijos y ahora nos acusasde no contar contigo.

FERNANDO. Yo no os estoy acusando de nada.

CARMEN. Con lo bueno que eras de niño, siem-pre formal y muy obediente. Tus maestros te querían,decían que eras muy listo y sacabas las mejores notasen la escuela. El padre Gabriel decía que tú serías unhombre de provecho en el mañana porque eras unbuen creyente y servidor de nuestro señor. (Se secalas lágrimas.) Con lo orgullosa que estaba yo de miFernandito.

FERNANDO. Hace tiempo que dejé de ser un niño.Crecí y tuve que tomar decisiones propias, decisionesque influían en mi vida y no podía dejarme llevar por loque otros pensaran. Durante más de treinta y cincoaños fui el hijo obediente que trataba de complacer asus padres, aunque no siempre os dierais cuenta. Es-

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tudié lo que vosotros quisisteis, conseguí un trabajo enuna empresa solvente, que pagaba muy bien, para queestuvierais orgullosos de mí. Siempre hice todo en fun-ción de los demás, pero no era feliz.

PEDRO. ¿Qué más querías? ¿Acaso no hay ma-yor felicidad que ganarse el pan con el trabajo bienrealizado?

CARMEN. No queríamos que hicieras lo que no-sotros, pero esperábamos que fueras una persona for-mal que consiguiera un trabajo decente para podercrear tu propia familia. Lo tenías todo, y, de repente,derrumbaste lo que habías construido, trayendo la des-gracia a nuestra familia.

FERNANDO. Eso tan importante que había cons-truido era falso. Detestaba la carrera que estudié. Eltrabajo consistía en crear mentiras para que la gentecomprara cosas que no necesitaba. Y la buena situa-ción económica se basaba en hipotecas, y no solo dela casa y del coche, sino de la propia vida. Me estabaengañando, no podía continuar así. Ser hombre no podíaconsistir en eso.

CARMEN. ¿Qué te han hecho por ahí? ¿Qué ma-

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las compañías has frecuentado para querer ser distin-to? Mira a Julito, de niño decías que era tonto y copia-ba tus exámenes. Pero ahí lo tienes, ahora es un hom-bre importante que ha sabido encontrar su puesto enla sociedad. (Se vuelve hacia Julio.) Por cierto, con eldisgusto tan grande que tenemos no te hemos dichonada. ¿Cómo está tu madre? ¿Se recuperó de lo suyo?

JULIO. Está mucho mejor, aunque con los acha-ques propios de la edad. Ahora vive con nosotros yestá mejor atendida.

CARMEN. ¿Te casaste? ¿Tienes hijos?

JULIO. Sí, tengo un niño y una niña. El mayor tienenueve años y la niña cuatro y está preciosa. Es laalegría de la casa.

CARMEN. Qué envidia hijo, qué envidia me das.Al menos nosotros tenemos a los hijos de mi Antonio,pero con esta desgracia tan grande no podemos dis-frutar de su compañía... Si al menos tú consiguierasque este hijo mío pudiera entrar en vereda.

JULIO. No se preocupe, señora Carmen, haré todolo que esté en mi mano. Yo también quiero que Fer-

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nando se recupere.

PEDRO. Mano dura es lo que necesita, que sepalo que cuesta ganarse el pan y se deje de tantas tonte-rías. Mira que le dije veces: Que no me entere yo deque hablan de ti por ahí. De mí nadie ha hablado malnunca, y no quiero que un hijo mío me llene de ver-güenza. ¿A quién habrá salido este desgraciado? Des-de luego a mí no. Yo siempre he sido honrado y muyquerido en el pueblo.

JULIO. Es cierto, siempre escuché hablar muy biende ustedes.

PEDRO. Era lo que les quería enseñar a mis hijos.Hice un gran esfuerzo por ellos, trabajé de sol a solpara dárselo todo, pero ya sabía yo que este tenía muymala ralea y que me la iba a jugar cuando menos melo esperara.

Fernando se levanta y mira a su padre muy serio,pero habla sin alterarse.

FERNANDO. Tú nunca me enseñaste nada. Siem-pre estabas muy ocupado cuando necesitaba un pa-dre que me aconsejara. No tenías tiempo para hablar

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con tus hijos, te bastaba con dar órdenes. Entoncestrabajabas mucho, y cuando terminabas, te marcha-bas al casino para jugar a las cartas y beber hastamuy tarde. Muchas noches, cuando pensabais quedormía, os escuché a escondidas mientras os grita-bais. No era agradable escuchar vuestros insultos. En-tonces sentía miedo, siempre pensé que yo era el cul-pable de esas broncas y traté de obedeceros, pero osdaba igual lo que yo hiciera. Nunca me perdonasteisque naciera varón. Yo tenía que haber sido la hija queos cuidara cuando fuerais mayores, que permanecie-ra a vuestro lado sin hacer preguntas, y yo me sentíaculpable por haberos traicionado. Tardé mucho, peroun día me di cuenta de que no tenía nada que ver envuestro odio. Sin mí os hubierais despreciado igual...

JULIO. (Exaltado.) ¡Cállate! ¿No te da vergüenzahablar con tanta insolencia a tus padres? A estas per-sonas que te lo han dado todo de forma desinteresada,les pagas con el desprecio. No sabía que el odio estu-viera tan arraigado en ti. Ya comienzo a explicarmemuchas cosas...

FERNANDO. No se entera de nada, señor comi-sario. Ya no les odio, ya no guardo rencor. Todo eso lo

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he superado y por eso puedo decirlo en voz alta.

JULIO. Así que para ti estar bien supone conver-tirse en un conspirador y traer la humillación a tuspadres.

CARMEN. Gracias Julio, pero ya estamos acos-tumbrados a sus desplantes. Yo rezo todas las nochespara que vuelva al buen camino. Este hijo mío no eramalo, el demonio me lo ha cambiado, pero estoy pre-parada para cargar con este sacrificio que Dios meimpone. Espero que esté arrepentido de sus pecadoscuando el Señor se lo lleve.

PEDRO. Yo no deseo saber nada de este degene-rado. No quiero que me vuelvan a señalar por la callediciendo que ahí va el padre del hombre que, tenién-dolo todo para ser feliz, se volvió loco y arruinó suvida y la de su familia.

JULIO. Déjenlo en mis manos. Les aseguro quedespués de esto no volverán a tener más disgustos.

CARMEN. Gracias, Julito, tú sí que eres un buenhijo. Tu madre puede estar muy orgullosa de ti.

JULIO. Lo intento.

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FERNANDO. Me hubiera gustado que todo fueradistinto, que un día hubiéramos tenido la oportunidadde hablar sin miedo y decir todo aquello que sentía-mos.

Los padres no contestan y, mientras la luz delfondo se apaga lentamente, salen del escenario.

JULIO. Mal empezamos Fernando. Si hasta tus pro-pios padres reniegan de ti, es por algo. Los padres sonlos últimos en perder la esperanza de salvar a un hijo.

FERNANDO. En demasiadas ocasiones la salva-ción se puede convertir en la peor de las condenas.

JULIO. Te confieso que en aquella época me te-nías engañado. Te consideraba el chico más listo delcolegio, y reconozco que en ocasiones te envidiaba.Me hubiera gustado resolver los problemas con la mis-ma brillantez que tú lo hacías. El maestro decía queserías el único que llegaría a la universidad y tendríauna carrera, mientras los demás tendríamos que se-guir trabajando como mulas porque no sabíamos ha-cer otra cosa. Pero veo que don Vicente no tenía mu-cha visión de futuro.

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FERNANDO. Yo, sin embargo, te envidiaba a ti.Faltabas a clase cuando te daba la gana, eras el másfuerte de todos nosotros y el más certero con eltirachinas. Aún recuerdo que podías derribar un pája-ro desde treinta metros. Pensaba que tú sí eras libre,nada te ataba, ni siquiera la iglesia. Mientras los de-más teníamos que ir corriendo a confesarnos de cual-quier pecado de pensamiento, tú podías presumir detus pecados de obra: del robo del vino de misa, deromper las bombillas de las farolas, de espiar a laschicas en los vestuarios del gimnasio, de poner petar-dos en la mesa del maestro... Confieso que entoncespensaba que se trataba de auténticas hazañas, mien-tras yo era un cobarde incapaz de hacer novillos...Recuerdo que siempre quise mentirle al cura, inven-tarme un pecado por el que poder presumir, hacer algoque me creara fama de tipo duro, pero hasta en esofracasé.

JULIO. Aquello eran niñerías y uno no puede que-darse en ellas. El tiempo pasa y vamos creciendo, nues-tra vida cambia y otras prioridades se abren camino.Cuando uno se hace hombre, se da cuenta de que noestá solo en el mundo, pertenece a una sociedad y

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tiene obligaciones que cumplir.

FERNANDO. Cierto, el hombre deja de ser hom-bre y se convierte en un elemento de la tribu. En rea-lidad nunca hemos existido como individuos, siempreformamos parte de algo... Nacemos en el seno de unafamilia que nos integra en una comunidad social quepertenece a una región de un país determinado... Nosinculcan unas creencias religiosas infalibles eincuestionables, antes de que tengamos posibilidad deconocer otras culturas... Nos enseñan a ponernos fir-mes al escuchar cierto tipo de música, y tenemos quesentirnos dolidos cuando suena otra melodía, aunquesea mucho más hermosa... Y, por último, tenemos querendirnos ante unos trapos de colores colgados de unpalo porque dicen que simbolizan todo aquello que hahecho grandes a los ciudadanos de este país...

JULIO. ¡Alto Fernando! Te prohíbo que adoptesese tono agresivo para hablar de los símbolos e insti-tuciones sagradas de nuestra patria. No consentiréningún tipo de agravio.

FERNANDO. Lo siento, pensaba que estábamosen una amigable charla de dos amigos y no existían

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prohibiciones a la hora de hablar.

JULIO. Así será mientras no insultes todo aquellocon lo que nos sentimos identificados los ciudadanoslibres de esta nación.

FERNANDO. Yo no insulto. Tan sólo digo que enel principio el hombre era nómada, su patria compren-día todo el mundo y los únicos límites que conocía eranlos que le imponía la naturaleza. ¿Por qué nos tienenque etiquetar cuando nacemos y nos obligan a perte-necer a un sitio que no hemos tenido la oportunidad deelegir?

JULIO. Yo no he hecho las leyes, pero me sientomuy orgulloso de haber nacido en este país, y te ase-guro que lo defenderé de todos aquellos mal nacidosque intenten atacarlo.

FERNANDO. Y estas esposas están para recor-darme que yo soy un mal nacido. Alguien que se hasaltado las normas y que va a pagar muy cara su afren-ta.

JULIO. Sabes que yo no te estoy juzgando. Ahorapareces fuerte y seguro de tus palabras, pero delante

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de un juez serías una presa demasiado frágil. Te espe-rarían varios años de cárcel sin que nadie pidiera cle-mencia por ti. Yo quiero aclarar tus ideas, ayudarte aque ocupes el lugar que te corresponde...

FERNANDO. (Cortándole con ironía.) Gracias, co-misario, por sus nobles intenciones totalmente desin-teresadas. Yo ya he elegido mi lugar y le aseguro quese encuentra muy lejos del suyo.

JULIO. Ya sé que no te fías de mí y que el ofreci-miento de ayuda te parece una amenaza. (Pausa.) Aun-que no lo creas, quiero ayudarte para que seas tole-rante y te limpies de esos sucios prejuicios que aún nosabemos dónde has adquirido.

FERNANDO. ¿Cómo? ¿Todavía le quedan dudasde cómo me he contagiado de esas ideas subversivastan perniciosas para el buen orden social? Creía quecon sus sofisticados métodos de trabajo lo averigua-ban todo rápidamente.

JULIO. Verás, yo tengo una forma muy filosóficade ver la vida. En cierto modo soy un humanista, creoen la bondad del hombre por naturaleza...

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FERNANDO. Y por tanto es la sociedad la que locorrompe. Extrañas ideas para un policía científico quevenera al grupo y condena al hombre.

JULIO. No me has dejado terminar. La sociedadno corrompe, todo lo contrario, forma al hombre. Perohay ciertos individuos, que están al margen de la so-ciedad, que amenazan el orden y propagan unas ideasque se extienden como un virus. Estas ideas subversi-vas encuentran su caldo de cultivo en personas débi-les de carácter, y si no se les ataja a tiempo, se puedenconvertir en seres muy peligrosos.

FERNANDO. Entiendo, me han detenido por mipropio bien y sólo quieren aplicarme una vacuna quecure mi enfermedad. Y después de un largo tiempo decuarentena, alejado del mundo para que no pueda vol-verme contagioso, me reintegran en el rebaño. Claroque puede que yo sea irrecuperable y no exista la po-sibilidad de integración.

JULIO. Esa podría ser la forma de contarlo desdeel resentimiento. Nosotros lo vemos de otra forma mu-cho más abierta, no hay nada imposible. Pero no per-damos el tiempo en explicaciones técnicas sobre el

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método. Sigamos con la reconstrucción de los hechospara esclarecer la verdad.

FERNANDO. De acuerdo, sus deseos son órde-nes. Además, usted tiene la llave y yo llevo las espo-sas. No hay lugar para la duda, usted está en posesiónde la verdad.

JULIO. Me alegro de que no hayas perdido la iro-nía. Resulta estimulante encontrar a alguien con el quepoder mantener una charla inteligente. Muchos hom-bres, cuando se encuentran en tu lugar, se derrumbany comienzan a gimotear suplicando clemencia... Essorprendente la debilidad de esos tipos, que se creencon ideas poderosas, cuando se tienen que enfrentara la verdad.

FERNANDO. Cuando se llega a la verdad que dic-tan las armas y la tortura, no hay argumentos que opo-ner por coherentes que sean.

JULIO. (Irritado.) ¿Qué armas? ¿Qué tortura? Aquíno hay armas ni torturadores. Existe el diálogo entrehombres libres, siempre que por educación se respe-ten unas reglas mínimas.

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FERNANDO. Es lamentable que a las comisaríasno se le otorgue un papel determinante entre los forosculturales de este país. Y más cuando casi todas laspersonalidades de la ciencia y la cultura han pasadoen alguna ocasión por estos lugares para celebrar tras-cendentales coloquios con altos cargos de la jerarquíapolicial. Todos reconocen que unas buenas esposas, yuna pistola cerca, ayudan a agudizar el ingenio. Lomás triste es que la opinión pública no se entere deestos actos culturales de libre intercambio. Lo que pa-garían las cadenas de televisión por trasmitir estosinterrogatorios-coloquio que son el ejemplo perfectode la libertad de expresión.

JULIO. (Amenazante.) La ironía no consiste en vol-verse gracioso en todo momento. Te pediría que no tepases. Te conviene no olvidar por lo que estás aquí.Yo puedo cortar en cualquier momento y devolverte ala oscuridad de la celda hasta que recapacites.

FERNANDO. Y yo tengo derecho a la asistenciade un abogado.

JULIO. Cierto, cuando hayamos hecho una acusa-ción firme contra ti. Pero la ley me otorga la posibili-

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dad de mantenerte incomunicado durante setenta ydos horas.

FERNANDO. ¡Yo no soy un terrorista!

JULIO. Es posible, pero eso es algo que todavía nosabemos. (Mira el reloj de su muñeca.) Según mi re-loj, todavía quedan cincuenta y siete horas para quese cumpla el plazo. Mucho tiempo, ¿verdad?... Si co-laboras no será necesario esperar tanto.

FERNANDO. ¿Cómo puedo colaborar si no pue-do comprender las causas del encierro?

JULIO. Para eso estamos aquí, para ayudarte acomprender, y la mejor forma de hacerlo es seguir elmétodo que estamos llevando de una forma distendiday amigable.

FERNANDO. Está bien, sigamos con ese método.

JULIO. Me parece que una etapa muy importanteen la vida de un hombre es la llegada de la juventud.Esa época llena de potenciales peligros y múltiples in-fluencias perniciosas.

FERNANDO. Entre esos peligros, ¿incluye a las

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mujeres?

JULIO. Así es, todos sabemos que las mujeres sonel principal factor de cambio en los hombres.

FERNANDO. Ese cambio no siempre es a peor.

JULIO. Yo no he dicho eso, pero el hombre se vuel-ve muy voluble cuando trata de encontrar el amor.

FERNANDO. Amor... Qué palabra tan extrañacuando se pronuncia en este recinto pestilente.

JULIO. Ya veo que eres un romántico. Necesitasde campos verdes, flores, pajarillos volando y poesíapara hablar de amor.

FERNANDO. No, no es necesario tanto derrochede medios. Basta con sentirlo, y eso es algo interiorque va despojado de falsos ornamentos y de rejas queimpidan el movimiento.

JULIO. ¿Sentiste ese algo interior cuando apare-ció Gloria?

FERNANDO. Ella no tiene nada que ver en esto.

JULIO. Si mal no recuerdo, fue tu primer amor.

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FERNANDO. Es cierto, aunque me parece quetambién lo fue para usted.

JULIO. Sí, lo fue, pero en mí dejó menos huella. Yono era tan sentimental ni tan tímido.

FERNANDO. ¿Es necesario que hablemos de Glo-ria? No creo que aporte nada a la investigación.

JULIO. Sí, es necesario. Yo decido lo que es im-portante.

FERNANDO. Hablemos de Gloria.

El fondo se ilumina y aparece Gloria. Los dos lamiran en silencio.

GLORIA. ¡Hola Fernando! Lamento mucho encon-trarte en un lugar tan sombrío. Te confieso que nuncaesperé verte en estas condiciones.

FERNANDO. Yo tampoco.

JULIO. ¿A mí no me saludas?

GLORIA. De ti sé más cosas. Son bien conocidastus gestas contra el mundo del crimen y la brillantedefensa del orden establecido por las leyes. Reconoz-

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co que es algo sorprendente en alguien que se pasógran parte de su vida tratando de transgredirlas.

JULIO. No estamos aquí para hablar de mi evolu-ción, ya que ha sido razonable y benigna. Queremossaber la causa que ha desviado del recto camino anuestro amigo Fernando.

GLORIA. ¿Qué ha pasado Fernando? ¿Por qué tehan detenido?

FERNANDO. He aprendido, y eso no gusta.

JULIO. (Riendo.) Mucho, ha aprendido mucho.

GLORIA. No lo entiendo. ¿Crees que aprender con-siste en saltarse las leyes?

FERNANDO. No, pero a veces son las leyes, (miraa Julio) o más concretamente los que las interpretan,los que se saltan a los hombres y violan sus derechos.

JULIO. (Irónico.) Es nuestro deporte favorito. Nosdivierte detener a la gente para interrogarla. No tene-mos otra cosa que hacer.

GLORIA. Tú eras bueno, eras un joven muy inteli-gente y disponías de un futuro brillante.

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FERNANDO. Entonces no debía ser lo bastantebueno para ti.

GLORIA. No se trataba de eso, tú me gustabasmucho más que cualquier otro hombre, pero no podíaatarme a ti, no quería ser un lastre... Tenías un largocamino por recorrer lejos del pueblo. Podías conse-guir grandes cosas, pero entonces eras tan tímido, tanfrágil.

FERNANDO. Tan cobarde.

GLORIA. No Fernando, la cobardía es otra cosamuy distinta. Para ser cobarde hay que haber conoci-do la valentía, y tú no habías tenido oportunidad. Elcobarde es el que reniega de algo que conoce y no seatreve a seguir adelante. Tú no tenías nada de lo querenegar porque aún no conocías otras opciones.

JULIO. Siempre me extrañó que alguien tan listofuera tan reprimido. Entonces no sospechaba que lainteligencia podría ser un síntoma de debilidad.

GLORIA. (Mirando a Julio.) Por eso se explica quetú te consideres un hombre muy fuerte.

JULIO. Lo soy, entonces ya lo era, pero a eso le he

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unido el conocimiento y la experiencia.

FERNANDO. Ya lo ves, Gloria, te equivocaste conJulio. Deberías haberte casado con el poder y teneruna vida segura y llena de privilegios.

GLORIA. Nunca me gustó Julio. Todo lo queríahacer muy rápido, sólo deseaba sumar experiencias asu vida: el tabaco, el alcohol, las mujeres, las drogas,los coches rápidos. Nunca supo detenerse a contem-plar lo que le rodeaba porque lo odiaba. Necesitaballegar más lejos que los demás, pero no sabía la direc-ción que debía tomar.

JULIO. Sabes que eso no es cierto.

GLORIA. ¿No?

JULIO. Yo quería aprender, ver todas las posibili-dades que me ofrecía la vida y elegir la que más meconvenía. Pero entonces no lo supiste entender... Túme gustabas mucho y hubiera hecho cualquier cosapor ti.

GLORIA. Pero no quise, y no me arrepiento. (Sevuelve hacia Fernando.) Me hubiera gustado esperar-te. Te juro que te quería, pero mi juventud pasaba y

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tenía que tomar una decisión.

FERNANDO. Nunca te he culpado por ello. Nues-tros caminos estaban muy separados, era muy difícilque volvieran a unirse.

GLORIA. ¿Qué ha pasado durante estos años paraque hayas cambiado tanto?

FERNANDO. Puede que yo no haya cambiado tan-to, creo que he avanzado muy despacio, pero he se-guido un camino lógico.

JULIO. (Mirando a Gloria y riendo.) Claro, él hasido coherente, es el mundo el que está enfermo. (Sevuelve hacia Fernando y lo mira muy serio.) Lo lógicoes quemar banderas, no seguir los himnos, blasfemarcontra la iglesia, insultar al ejército, reírse de los muer-tos al no respetar los minutos de silencio, para ti esoes lo lógico... Quien no respeta a la familia, ni al esta-do, ni a la iglesia, ni al ejército, ni a la empresa, nomerece pertenecer a esta sociedad.

FERNANDO. Y al hombre, ¿quién lo respeta? Atodas esas instituciones intocables, ¿les importa algoel hombre como individuo? No les interesa un hom-

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bre con capacidad para razonar, que sea independien-te a la hora de tomar decisiones. Quieren borregosobedientes, gente que no dé problemas y a la que pue-dan mantener entretenida para que no proteste.

JULIO. Eso es mentira, nunca las instituciones sehan preocupado tanto por la opinión de la gente comoahora.

FERNANDO. De la gente no, del grupo. Se hacenanálisis de audiencia, estudios de mercado, sondeosde opinión, todo para conocer los gustos y saber queopina el ciudadano medio... A partir de ese momento,todos nos convertimos en ciudadanos medios y el quese salga de esa mediocridad es un inadaptado. El hom-bre sólo es la materia prima de la que se sirven parasus juegos.

JULIO. Eso son estupideces demagógicas. El hom-bre forma parte de la sociedad y quien pretenda apar-tarse de ella está loco. Todos somos importantes en lamedida que servimos a los demás. Pero el tipo egoís-ta, el que quiere su propio bien, es un peligro que hayque extirpar.

FERNANDO. Todo el que no piense como uste-

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des es un peligro, y se dedican a apartarlo. Siempre seha hecho lo mismo y se seguirá haciendo. Aunquecambie el método, se le seguirá llamando tortura.

JULIO. (Sujetando a Fernando por el cuello de lacamisa.) No te pases o se terminarán los privilegios.

GLORIA. ¡Basta ya, dejad de discutir! Por ese ca-mino no vais a conseguir nada.

JULIO. (Suelta a Fernando.) Cierto, me estabadejando arrastrar a un terreno alejado de la justicia.Estos tipos aprenden rápido y saben jugar con las pa-labras para enredar a la gente en su tela de araña.

GLORIA. Fernando, quisiera ayudarte. ¿Puedo ha-cer algo por ti?

Mientras Fernando habla la luz de atrás se vaapagando y Gloria se aleja hasta desaparecer.

FERNANDO. Sí, creer que no estoy loco. El peli-gro no está en las personas que piensan que la paz nose consigue a través de las armas ni de las fronteras.Donde las fronteras son férreas y las armas abundan,hay miedo. Donde existe el miedo existe el odio, yeste sólo lleva a la destrucción.

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JULIO. Un hermoso e inútil discurso para despe-dirse de la amada... Pensaba que le volverías a decla-rar tu amor y le prometerías un futuro lleno de felici-dad.

FERNANDO. Es lo que he hecho, ¿acaso no se hadado cuenta con su sagaz ingenio?

Julio le mira con desprecio y vuelve a coger lospapeles de su mesa.

JULIO. Volvamos a lo que nos ocupa.

FERNANDO. ¿Acaso nos hemos alejado?

JULIO. Llegamos a un momento importante: tú par-tida del pueblo para ir a la universidad. Suele ser unaépoca en la que se producen grandes transformacio-nes en las personas.

FERNANDO. Así es, pero en mi caso fue un pe-riodo lleno de contradicciones. Mi temor era grande,los complejos también, y yo seguía siendo un chicodemasiado obediente. Era un estudiante que sacabamuy buenas notas para complacer a los demás.

JULIO. Supongo que también sacarías algo útil de

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aquellos años.

FERNANDO. El título de una carrera que no ha-bía elegido. Me hubiera gustado estudiar filosofía oliteratura, pero era un cobarde y estudié una carreraque le gustaba a mi familia. Una carrera de provechodonde hubiera oferta de empleo y posibilidades de ac-ceder al mercado de trabajo.

JULIO. Eso no es cobardía, eso es ser prudente.¿De qué sirven todas esas materias anquilosadas enel pasado? Vivimos en un mundo que evoluciona rápi-do y hemos de estar preparados para esos cambios.Necesitamos conocimientos que sean útiles para lasociedad. Lo antiguo ya no cuenta, este mundo estáhecho para el futuro, y quien no llegue preparado, per-derá la batalla.

FERNANDO. A ustedes les preocupan las bata-llas, les obsesionan. Así nunca llegaremos a un puntode encuentro, comisario. Le pido que acelere el inte-rrogatorio, no tiene sentido prolongarlo de forma inne-cesaria.

Julio se acerca a Fernando y le mira sorprendido.

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JULIO. ¿Por qué ese cambio? ¿Por qué tanta pri-sa por acabar?

FERNANDO. Porque la vida que tuvimos en co-mún ya ha pasado, y porque ya estoy harto de estejuego. No somos dos viejos amigos que están charlan-do. No le preocupa lo que pueda ser de mi vida. Yosólo soy una pieza que quiere cazar y trata de incluir-me entre sus trofeos.

JULIO. No te alteres Fernando. La irritación no teayuda.

FERNANDO. No estoy alterado, sino aburrido porrepetir lo que ya sé.

JULIO. Todo está yendo muy bien y no lo irás aestropear ahora. Eres un digno rival, pero no eres miobjetivo de caza. La caza ya está hecha. No tienesmás que mirarte, ya estás atrapado. Si quisiera exhi-birte como trofeo no necesitaría pasarme todo estetiempo hablando contigo, bastaría con hacer una de-claración oficial y recluirte en una celda... Pero esome causaría mucha tristeza. Esos métodos están su-perados. Yo quiero algo mejor para ti.

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FERNANDO. ¿Qué pretende entonces, seguir ju-gando con la presa y provocar su hundimiento? No lebasta con vencer, tiene que destruir.

JULIO. Te pierde el rencor, Fernando. Sabes queyo quiero aprender, conocer. Digamos que soy un es-tudioso de la degradación humana. Imagina que estoyhaciendo una tesis doctoral y necesito experimentarpara demostrar mi teoría... Ciencia, pura ciencia. Elsadismo ha quedado atrás. Lo practican esos tipossolitarios que se creen hombres y quieren cambiar elmundo porque dicen que no les gusta. Siempre ha ha-bido inadaptados, gente que no ha sabido aceptar supapel y, por lo tanto, alguien tiene que enseñárselo. Yoformo parte de esa brigada de educación.

FERNANDO. Si pretende convencerme de miserrores, no lo va a conseguir. Está perdiendo su valio-so tiempo. Enciérreme si quiere, pero acabemos estafarsa.

JULIO. Ahora que estamos llegando a lo más inte-resante, al apasionante momento en el que el hombrehonesto, bondadoso, trabajador se convierte en un pe-ligro social. No me irás a dejar sin esa crucial parte de

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la historia. (Cambia a un tono amenazante.) Te ase-guro que la vas a contar de todas formas, cuanto an-tes lo hagas será mejor para ti, incluso puedes elegirel tono de la narración.

Hay una pausa en la que los dos se miran fija-mente. Fernando agacha la cabeza y mira susmanos esposadas.

FERNANDO. Supongo que he perdido y tengo quecontinuar jugando con sus reglas.

JULIO. No hablemos de derrota, hablemos de unaactitud positiva y coherente.

FERNANDO. Sigamos.

JULIO. Después de pasar por la universidad, su-pongo que vendría el acceso al trabajo.

FERNANDO. Antes de llegar al trabajo hay algomuy importante: la mili en nuestro glorioso ejército,cuando no había opción de librarse de ella.

JULIO. Cierto, gran institución el ejército, formadorade hombres...

FERNANDO. (Cortándole.) Castrados.

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JULIO. ¿Cómo te atreves a decir eso?

FERNANDO. Yo no lo digo. Ellos presumen de supoder de mutilación.

El fondo vuelve a iluminarse y aparece el Sar-gento Maeso.

SARGENTO. (Gritando.) ¡Atención compañía!¡Firmes ar, a cubrirse ar, firmes ar, media vuelta ar!

Fernando y Julio lo miran sin moverse.

FERNANDO. Siempre igual, hay cosas que nuncacambiarán.

SARGENTO. ¡Silencio! ¿Quién le ha dado permi-so para hablar?

FERNANDO. Nadie, mi sargento.

SARGENTO. Apúntese una semana en prevención.Esto es el ejército, aquí no han venido para pensar,ustedes no son nadie, me entienden. No me importa loque fueran en la vida civil, ni los títulos que tengan.Cuando han entrado por esa puerta, han dejado suscojones colgados de la percha. Algunos de ustedes, sise portan bien y obedecen las órdenes, los recupera-

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ran dentro de un año cuando los hayamos convertidoen hombres... Otros muchos no los recuperarán nun-ca porque no servirán para hombres. Pero esos mari-cones que tengan mucho cuidado porque lo van a pa-sar muy mal conmigo. Tan seguro como que me llamoMaeso, sargento Maeso, no lo olviden nunca.

JULIO. Militares así ya no se dan.

FERNANDO. Si usted lo dice, mi comisario, seráverdad. Yo conocí a muy pocos que fueran distintos.

SARGENTO. ¿Quién habla por ahí? O apareceahora mismo ese maricón o arresto a toda la compa-ñía... No lo vuelvo a repetir. ¿Quién ha hablado?

FERNANDO. Un hombre, mi sargento.

SARGENTO. Desgraciado hijo de puta, te vas aenterar de quién tiene los galones. Cuando terminecontigo, no te van a quedar ganas de volver a contes-tar a un superior en toda tu vida.

JULIO. No se preocupe, sargento, ya está en bue-nas manos.

SARGENTO. No tenga compasión con él. Este de-

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bió ser uno de esos maricones que se pasó toda la miliescaqueándose de sus obligaciones. Siempre hay al-guno que se escapa sin el suficiente castigo. Yo nopodía ocuparme de formarlos a todos como hombresintegros que sirvieran a la patria.

JULIO. Lo tendré en cuenta.

SARGENTO. Debo seguir con la instrucción delos soldados. Ahora, cabrones, vais a conocer las obli-gaciones del centinela…

Mientras el sargento habla, la luz del fondo se vaapagando.

FERNANDO. Esa es la principal enseñanza delservicio militar.

JULIO. En el ejército se aprenden muchas más co-sas, el compañerismo es muy importante.

FERNANDO. Es un compañerismo falso que estábasado en el terror a la autoridad, y es muy fácil demanipular... Pero sí hay algo más que aprendí en elejército: el arte de beber. Quien más bebía y montabamás broncas era el más hombre.

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JULIO. No estamos aquí para juzgar al ejército.Estás tratando de llevar la conversación hacia un ca-llejón sin salida.

FERNANDO. Estamos jugando con su baraja. Us-ted quería conocer todo aquello que ha sido importan-te en mi vida, y yo me estoy limitando a contárselopara que reúna toda la información necesaria para sutesis. No podrá decir que no estoy colaborando.

JULIO. Ya cuento con información suficiente deese periodo. Es el momento de pasar al trabajo.

FERNANDO. Como desee.

JULIO. ¿En qué empresa trabajaste? ¿Cómo fuetu vida laboral?

FERNANDO. El trabajo, el derecho y deber detodos los ciudadanos. Confieso que tuve mucha suer-te y entré a trabajar en un sector en continua progre-sión. El más importante en la sociedad de consumo, elsector que más ha cambiado el mundo en las últimasdécadas. La mentira convertida en arte. (Mira al co-misario.) Sí, no me mire así señor comisario, yo traba-jé en la publicidad... Usted se preguntará cómo un

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tipo blando como yo llegó a formar parte de un mundotan elitista donde todos se creen artistas geniales y nohay lugar para los mediocres. Yo también me he pre-guntado muchas veces por qué esa empresacazatalentos me llamó un día para hacerme unas prue-bas. Buscaban a alguien joven con ideas innovadoras,alguien dinámico dotado con don de palabra y que tu-viera una gran visión de las necesidades humanas.

JULIO. Así que llegaste a ser todo un privilegiado.

FERNANDO. Mucho más que eso. Tuve una pro-gresión espectacular. Yo tenía un don innato para lavisualización de campañas y a los pocos meses ya eradirector de arte.

JULIO. Nada menos.

FERNANDO. Pero eso era poco. Mis conceptospublicitarios estaban muy por encima de los de missuperiores y los estudios de mercado demostraban quemis campañas vendían más... Muy pronto llegué a serel director creativo ejecutivo de una gran multinacio-nal. ¿Sabe lo que eso significa?

JULIO. No, no lo sé.

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FERNANDO. Poder, mucho poder, aunque distin-to del que usted presume. Mis ideas valían más que eloro, nada me podía molestar para no alterar migenialidad. Las más importantes empresas querían queles creara campañas publicitarias para vender sus pro-ductos. Yo, Fernando García, el tímido chico del pue-blo, era requerido por los presidentes de las compa-ñías porque sabía crear la necesidad en los consumi-dores y aprovechar sus consecuencias. Yo tenía lacapacidad de transformar lo innecesario en impres-cindible.

JULIO. Ahora sí que no entiendo nada. ¿Estás di-ciendo que llegaste a tener un gran éxito en tu trabajo,que estabas en la cima de tu profesión y lo tiraste todopor la borda?

FERNANDO. Así es, pero no fue tan sencillo comoparece.

JULIO. Explícate.

FERNANDO. Durante mucho tiempo me creí latrampa, era muy fácil caer en el engaño. A todos nosencanta que nos halaguen, que nos digan que somosimportantes, y cuando a fin de mes cobras cantidades

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de dinero inmorales, piensas que aún deberías ganarmás porque tus ideas generan enormes beneficios.Cuando te sumerges en esa dinámica, puedes acce-der a una casa lujosa, a los coches más caros, asistir afiestas con la alta sociedad y eres valorado por unasmujeres que antes no se dignarían ni en mirarte. Todoestaba a mi alcance, ya era un triunfador.

JULIO. No veo que tiene de malo. Nada de eso esilegal, y casi todas las personas desearían estar en tulugar.

FERNANDO. Si uno quiere seguir siendo un obje-to de lujo y no desea plantearse el sentido que tiene suvida, no tiene nada de malo... Pero una mañana tedespiertas y te das cuenta de que no eres mejor queantes. Eres un hipócrita que se cree sus propias men-tiras. Te das cuenta de que igual que te han encum-brado te hundirán. La caída será fulminante para queotro triunfador se alce sobre tu pedestal. En la publici-dad no existe la fidelidad, ni las relaciones humanas,cuenta el mercado. Todo lo demás es falso.

La luz se enciende y aparece el señor Soler ves-tido de ejecutivo. Habla por teléfono.

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SOLER. La reunión con los directivos de la petro-lera se hará a las cuatro... Sí, espero llegar a tiempo,no creo que esto me ocupe mucho. Dígale a Martínezque se encargue de hacer la presentación de las mu-ñecas y que por menos de seis millones de euros nomovemos un dedo... En cuanto a la cena benéfica deesta noche, dígale a la señorita Gálvez que iré si estoyen la misma mesa que el presidente de la compañíaautomovilística... Espere mi llamada, hasta entoncesno quiero que nadie me moleste. (Apaga el teléfono ymira a Julio y a Fernando.)

SOLER. ¿Qué ocurre? ¿Por qué estoy aquí? Yotengo muchas obligaciones y no puedo perder el tiem-po.

JULIO. ¿Usted es don Manuel Soler, el presidentede la más importante empresa publicitaria de este país?

SOLER. Y la segunda de Europa.

JULIO. ¿Conoce usted a este hombre?

SOLER. ¿No será peligroso?

JULIO. No se preocupe, no corre usted ningún pe-ligro.

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Soler se acerca a Fernando y le mira detenida-mente.

SOLER. Reconozco que su cara me resulta fami-liar, ¿pero no irá usted a pensar que yo tengo relacióncon delincuentes? No sabe usted con quién está ha-blando.

FERNANDO. No ve, señor comisario, en esta pro-fesión se olvida muy rápido. Mientras eres útil, todoson alabanzas, pero en el momento en el que provo-cas la pérdida de una cuenta...

SOLER. (Cortándole.) Así que es usted. Malditohijo de puta, con ese aspecto no le había reconocido.Veo que ya está donde se merece. Hace tiempo quedebían haberlo encerrado.

FERNANDO. Tranquilícese, señor Soler, recuer-de que ya le han dado dos infartos. ¿Qué pensaríansus honorables clientes si se enteraran de que le da untercero en la cárcel?

SOLER. No se preocupe por eso. Verlo aquí meproduce un inmenso placer. Por fin nos libraremos parasiempre de sus sandeces.

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JULIO. ¿Qué ocurrió entre ustedes para que surelación sea tan amistosa?

SOLER. Diez mil millones, una cuenta de diez milmillones de pesetas que este hijo de puta nos hizo per-der en cinco minutos... Más de un año peleando poresa cuenta y cuando la conseguimos, este desgracia-do provocó el derrumbe de toda la estrategia que ha-bíamos preparado.

FERNANDO. No olvide que esa cuenta la consi-guió gracias a mí. En aquella reunión me limité a decirlo que sentía.

SOLER. ¿Por usted? ¿Acaso se cree importante?Usted no hubiera sido nadie sin la empresa. Se le tratócomo al hijo predilecto, le dimos todo y nos lo pagóasí, dándonos una puñalada en la espalda.

FERNANDO. Cuando yo entré, si mal no recuer-do, el valor de las cuentas que tenía la agencia era detres mil millones. Cuando me fui, se había ascendido alos cuarenta mil. Bueno, treinta mil tras la pérdida dela cuenta de la compañía de tabaco. Supongo que leentregué a la agencia mucho más de lo que le quité, yno siento ningún remordimiento.

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JULIO. Un momento, que me estoy perdiendo. ¿Al-guien quiere explicarle a un profano de la publicidad loque sucedió?

SOLER. Habíamos ganado la cuenta de una de lasmás importantes compañías de tabaco con la presen-tación de una campaña espectacular dirigida a los jó-venes. Fuimos elegidos entre más de diez agenciasporque nuestra idea les encantaba, mostraba un espí-ritu nuevo y vital, el tabaco y la vida marchaban juntosde la mano. Estábamos en la reunión decisiva paraplanificar la campaña...

FERNANDO. Todo era idílico en aquella sala. Porun lado, los más altos directivos de la multinacional,hombres muy poderosos y caprichosos a los que siem-pre había que complacer. Por otro lado, estábamos losencargados de que ellos pudieran obtener unos bene-ficios multimillonarios consiguiendo que la gente fu-mara más. El objetivo de la reunión consistía en ela-borar juntos una estrategia que pudiera engañar a mi-llones de personas haciéndoles creer que el caminohacia la felicidad pasaba por fumar sus cigarrillos.

SOLER. No se trataba de ningún engaño, la publi-

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cidad muestra las cualidades del producto, pero nomiente.

FERNANDO. Me sorprende mucho, señor Soler.A veces pienso que se cree lo que dice.

SOLER. No es que yo lo crea. El mercado confíaen lo que nosotros mostramos. La gente no es tonta,luego nosotros no mentimos.

FERNANDO. Y gracias a la publicidad el mundoes feliz. Aún recuerdo su lema favorito. Lo repetía entodas las reuniones: Si se puede anunciar, se puedevender. Si se puede vender, se debe fabricar. Si sefabrica, hay que lograr que la gente lo considere im-prescindible.

JULIO. Por favor, les agradecería que concreta-ran más. No quiero que me den un curso de marke-ting publicitario. Quiero saber que pasó en esa malditareunión.

FERNANDO. (Se levanta y camina despacio.)Cuando me correspondió mi turno de palabra, teníaque exponer en que se basaba la creatividad. Recuer-do que me levanté, me acerqué a una pantalla, en la

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que había proyectados unos gráficos de ventas poredades, y les dije que el objetivo primordial era restar-le importancia a la muerte. Si decíamos que la vidaera efímera, terrible y llena de sufrimiento, consegui-ríamos que el concepto de muerte fuera mucho másatractivo. Por lo tanto el tabaco no solo dejaría de serpeligroso, sino que sería un incentivo para llegar antesa la meta. Fumar produciría un gran placer y podría-mos lanzar el mensaje: Fuma Smokes y viva la muer-te... En ese momento los clientes se levantaron indig-nados, se terminó la reunión y mis siete años de traba-jo en el mundo de la publicidad.

JULIO. Ya veo que no fuiste muy diplomático contus clientes.

SOLER. Un auténtico hijo de puta. En aquellosmomentos quise matarle con mis propias manos, juroque le habría estrangulado... Ahora me alegro de nohaberme manchado las manos y de que le puedan darsu merecido.

FERNANDO. Usted tenía diez mil millones de ra-zones para matarme mientras yo sólo tenía una parasentirme orgulloso. Creo que fue la primera vez en mi

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vida que hice algo por decisión propia.

SOLER. (Mirando a Julio.) Espero que no le dejensalir con la facilidad que acostumbran ustedes.

JULIO. No se preocupe por eso, le daremos todala justicia que merecen sus actos.

El teléfono del señor Soler comienza a sonar.

SOLER. ¿Diga?... No mama, no podré ir a comer,tengo una reunión muy importante... No, esas son mispastillas para el estrés, las tuyas para la depresión sonlas rojas, pero no te tomes más de una que luego tepones muy mala... Claro que te hago caso, sabes queno hay nadie más importante para mí.

Mientras Soler habla, se va alejando y la luz seapaga lentamente.

JULIO. Vaya con Fernandito, veo que no habíasmentido cuando me dijiste que eras un tipo importan-te.

FERNANDO. Depende de lo que se entienda porimportante. Yo creo que era un mediocre con suerte.

JULIO. Se llame como se llame, lo único cierto es

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que tuviste éxito en la vida, y de repente, sin ningúnmotivo, decidiste poner punto final a tu buena fortuna.

FERNANDO. Yo no lo veo así, señor comisario.Digamos que llegué a ganar mucho dinero, mis veci-nos me saludaban con envidia, mis padres presumíande la posición social de su hijo, hasta podía permitirmeel lujo de tener dos bellísimas amantes... Tenía todo loque un hombre bien nacido desea, pero no me sentíaun hombre. Era más cobarde que nunca.

JULIO. No te entiendo, Aunque me esfuerce no locomprendo.

FERNANDO. No lo hice para que usted lo com-prendiera. Estaba asustado. Cuando salía a la calle,temía que cualquier pobre desgraciado me pudiera atra-car. Llené mi casa de cerrojos e instalé sofisticadasmedidas de seguridad para que nadie pudiera robarmis posesiones, incluso deseé que hubiera un mayordespliegue policial que protegiera a todos aquellos quepagábamos más impuestos y éramos importantes parala sociedad... Yo quería formar parte de una isla a laque los indeseables no tuvieran acceso. Entonces nome daba cuenta de que yo era uno de los peores inde-

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seables.

JULIO. Y pensaste que convirtiéndote en un rebel-de te ganarías la redención...

FERNANDO. No se trataba de rebeldía ni de re-dención. Se trataba de encontrarle un sentido a mivida.

JULIO. Qué equivocado estás, Fernando. Losidealistas siempre queréis mirar demasiado lejos, huísde la realidad. No os dais cuenta de que vivís en elmejor y el único mundo posible. La rebeldía conducea la cárcel o a la muerte. Las protestas contra el siste-ma no aportan nada, solo sirven para alterar el ordenpúblico y crear una confusión tan inútil como innece-saria.

Julio hace una pausa. Se acerca a Fernando enuna actitud amenazadora.

JULIO. Y ya sabes lo que les ocurre a esos apren-dices de revolucionarios, a aquellos que dicen ver ensus sueños un mundo luminoso y muy amplio... Derepente, todo se estrecha y se hace muy oscuro. Mu-chos terminan bajo tierra; otros, en una celda; y los

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menos afortunados, en un sitio mucho más sórdido.

FERNANDO. ¡Basta ya! Usted no puede juzgar-me porque no me conoce. Quería que le contara mivida y ya se lo he hecho. Es el momento de acabarcon toda esta pantomima.

JULIO. ¿Tú crees? ¿Estás seguro de que ya me lohas contado todo? O tal vez puede que falte lo másinteresante.

Fernando permanece en silencio. Julio se acercaa la mesa con parsimonia. Abre un cajón y sacauna carpeta de la que extrae unos papeles quemuestra a Fernando.

JULIO. ¿Reconoces estos papeles?

FERNANDO. Desde esta distancia no los veo bien.

JULIO. Te creía mucho más inteligente y pensabaque te darías cuenta mucho antes. Lo sé todo sobre ti.Estoy siguiendo tus movimientos desde hace dos años.¿Acaso te crees que ha sido casual nuestro encuentroy que te he concedido esta oportunidad por nuestravieja amistad?... No, Fernando, yo no dejo nada a lacasualidad, llevaba mucho tiempo esperando el mo-

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mento de vérmelas a solas contigo. Quería ver al tipoque fue mi compañero de infancia, estudiante brillan-te, publicitario de élite y que no se resignó a su inmen-sa fortuna. No conforme con todo eso, quiso ser unhombre independiente, sin disciplina y sin moral. Al-guien que se permitió el lujo de gastarse el dinero enayudar a desgraciados que no tenían autorización parapermanecer en el país. (Se acerca a él y le muestralas hojas.) Y además, te dedicabas a escribir toda estabasura en los periódicos, haciendo gala de una inmu-nidad que para si quisieran muchos políticos... Pero alfin te tengo en mis manos, tú y yo frente a frente. Y séque aún no me has contado toda la verdad, falta lomás importante.

FERNANDO. Tiene usted razón. Se nota que haaprendido la lección. Todavía no hemos hablado de laúnica persona importante que he conocido en mi vida,pero la policía, (levanta las manos esposadas y le se-ñala,) usted y sus compañeros, señor comisario, cum-pliendo con su ley, la secuestraron y la mandaron eje-cutar.

JULIO. Sabes que eso no es cierto. Ella era unainmigrante ilegal y nosotros nos limitamos a devolver-

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la a su país porque no había cumplido con los trámitesnecesarios para obtener la residencia.

FERNANDO. No, ella no era una inmigrante ile-gal, no existen los inmigrantes ilegales. Lo ilegal es elhambre, la guerra, la miseria y la represión policialcontra los inocentes que buscan su destino. El hombrenace nómada, pero nada más nacer ya lo estamos con-denando a pertenecer a un sitio que él no ha elegido.Supongo que eso debe ser el pecado original, aunquepara algunos es mucho más grave que para otros.

JULIO. Palabras, palabras de un charlatán. Lasleyes están por encima de las palabras y no podemospermitir que miles de inmigrantes asalten nuestro paíssin tener papeles en regla.

FERNANDO. La vida está por encima de las le-yes. Si las personas se ven obligadas a buscar un lu-gar donde vivir, no están violando ninguna ley. Todo locontrario, demuestran ser mucho más valientes quenosotros, pero en lugar de reconocerles ese valor, seles castiga como a criminales... El derecho a una vidadigna no es ilegal, señor comisario.

JULIO. Nuestro país no tiene por qué asumir los

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errores de otras naciones. Además, cuando repatria-mos a los inmigrantes, exigimos garantías de su go-bierno para que no tomen represalias contra ellos.

FERNANDO. No sea ingenuo, a nadie le preocu-pa lo que ocurra con ellos. Nos convertimos en cóm-plices de los tiranos de todo el mundo. Las personasque ellos no han podido exterminar se las devolvemospara que tengan una nueva oportunidad de matarlos.¿Por qué no se reconoce de una vez que la única in-migración ilegal es la de los pobres? Para los ricosnunca han existido las fronteras, sean del país que sean.

JULIO. Lo que dices no se corresponde a la reali-dad. Nuestra justicia no hace distinciones. Todos losciudadanos son iguales ante la ley y respetamos losderechos humanos.

FERNANDO. ¿Quién le ha programado el cere-bro señor comisario? ¿Quién se lo ha llenado de justi-ficaciones legales para represiones inmorales? ¿Quiénle ha dicho que los derechos humanos consisten enmantener derechos a los humanos a fuerza de gol-pes?

JULIO. ¡Basta ya! No te servirá de nada la táctica

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de desviar la atención y volverte en acusador. No pre-tendas convertirte en representante de las causas per-didas.

FERNANDO. Yo no represento a nadie. Mi dolorno es extensible a la sociedad, ni esta me puede con-solar. Cuesta mucho aprender a ser un hombre, tansólo un hombre. Hay que borrar demasiadas verda-des falsas que nos grabaron nada más nacer. Hay quepasar muchos días de soledad y angustia en los que noexiste la posibilidad de consuelo porque nadie te lopuede dar. Es un proceso muy largo y lleno de oscuri-dad, en demasiadas ocasiones parece que no existesalida, pero un día amanece y ves la luz. Es una luzmuy hermosa, en apariencia es la misma de siempre,pero te das cuenta de que es tu mirada la que ha cam-biado... No se ha producido el milagro que uno espe-raba porque no se trata de algo que viene del exterior.Soy yo el que mira, el que ve, el que comprende. (Laluz del fondo se enciende y aparece Teresa.) De re-pente, después de más de treinta años de parálisis,aparece el movimiento y uno se da cuenta de que elamor no está en los demás, no viene de fuera. Es algoque yo tengo y soy capaz de dar.

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TERESA. Así es Fernando, tú completaste el ca-mino, descubriste que el amor es patrimonio de cadapersona, que es un sentimiento individual y apátrida.

FERNANDO. Sin ti no lo hubiera conseguido.

TERESA. No es cierto, tú ya eras un hombre cuan-do te conocí.

FERNANDO. Si lo hubiera sido, no habría permiti-do que te hicieran eso. Nunca te hubieran separadode mi lado.

TERESA. No te culpes, tú no tienes ninguna culpa,no lo podías evitar... Sin embargo, me diste algo muyhermoso, algo que siempre existirá y que ellos con susarmas nunca podrán borrar.

FERNANDO. A veces tengo momentos de debili-dad y me pregunto si todo lo que estoy haciendo sirvepara algo.

TERESA. Por supuesto que sirve, no tienes másque mirarlos a la cara. Fíjate en ellos, están asustados,tienen pánico, las armas ya no les sirven para ocultarsu miedo, y continuamente refuerzan sus fronteras conmedidas tan extraordinarias como inútiles... Aquellos

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que se consideran más poderosos se están encerran-do en sus débiles fortalezas. Los dirigentes pretendenmostrar un mundo ideal lleno de seguridad que escon-de una impotencia absoluta a la hora de enfrentarse aun solo hombre. Están obligados a presumir de lospocos que atrapan, pero su caza está fracasando por-que menosprecian al hombre. No han podido idiotizarlosa todos y cada vez aparecen más disidentes.

JULIO. (Muy inquieto.) Tonterías, no hay miedo,no hay persecuciones, no existen las fortalezas, cadavez existe más apertura al exterior y vivimos en unmundo mucho más justo... Para los únicos que no haysitio ni perdón son para los conspiradores, para losdisidentes, para los violentos que no respetan a la so-ciedad.

TERESA. (Mirando a Fernando.) Te das cuenta,sus argumentos son los mismos, se repiten durantecientos de años. Los gobiernos cambian aunque susdiscursos permanecen inalterables. Pero no he venidopara hablarte de ellos, sería una triste pérdida de tiem-po... Te quiero Fernando, siempre te quise. Amé alhombre que no se conformaba con las verdades ofi-ciales; al hombre que deseaba descubrir; al hombre

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que sonreía cuando le gritaban; al hombre que ante lourgente se tomaba tiempo para pensar; al hombre quese emocionaba cuando otros se aburrían; al hombreque reía y que lloraba sin necesitar motivos; y, sobretodo, al hombre que amaba sin mesura.

JULIO. Parecen demasiados hombres para tanpobre cuerpo.

TERESA. No se esfuerce, señor comisario. Se tratade algo que sus músculos nunca comprenderán.

FERNANDO. Yo también te sigo amando, nuncahe dejado de hacerlo y eso me hace más fuerte.

TERESA. Sigue así, cada vez somos más y no nospodrán detener. Aunque te mantengan entre rejas,siempre serás más libre que ellos. Los que tienen elpoder necesitan la protección de la multitud porqueles aterra la soledad. No saben que es nuestra mejoraliada.

La luz del fondo se apaga lentamente y desapa-rece Teresa.

JULIO. Vaya, vaya, no podía ser de otra manera.Tenía que ser una mujer la culpable de tu degradación

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y caída.

FERNANDO. Está usted obsesionado por encon-trar culpables, su trabajo no tendría sentido sin alguiena quien condenar. Para justificar su inocencia cadavez necesita más culpables, más gente a las que dete-ner, más personas a las que torturar... No señor comi-sario, está equivocado, la conciencia no se lava congolpes ni explotando el dolor ajeno.

JULIO. Mi conciencia está muy tranquila. Mi tra-bajo me gusta y quiero que mis hijos tengan un mundofeliz y seguro. Me produce un inmenso placer contri-buir a limpiarlo de basura.

FERNANDO. Al menos reconoce que usted señorcomisario es un basurero. El policía científico, estu-dioso y comprensivo es una máscara que esconde eldeseo de destruir y enterrar todo lo que esté vivo.

JULIO. Vamos Fernando, no te obceques con te-mas absurdos. Sé que tú no eres un mal tipo. Te ase-guro que todo podría ir mejor para ti si reconocierasque fue ella la que te manipuló. Teresa está muertamientras tú sigues vivo. Bastaría con escribir una car-ta en la que reconocieras tus errores y pidieras per-

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dón para que esto se acabe muy pronto.

FERNANDO. No, no reconoceré nada ni escribiréninguna carta que usted pueda exhibir como trofeo.Ella no fue culpable de nada. Yo había hecho todo elproceso solo. Teresa apareció en el momento ade-cuado, cuando yo había recuperado la mirada y esta-ba preparado para verla. Pero me temo que eso esalgo que usted, sin ojos que le permitan ver la luz, nun-ca entenderá.

JULIO. No olvides que yo lo entiendo todo, perohay cosas que no justifico ni permito.

FERNANDO. Y la falta más grave, según su es-trecha ética, es el inconformismo y decir lo que unopiensa.

JULIO. Lo más grave es insultar a tu familia, a tureligión y a tu patria como lo has venido haciendo enlos últimos años. Te has dedicado a hacer apología deunas ideas extremistas que hay que erradicar de cual-quier país civilizado. Estos artículos han ido sembran-do todo tipo de calumnias injustificadas contra institu-ciones intachables.

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FERNANDO. No olvide que todos esos artículosde los que usted habla han sido publicados en periódi-cos legales, autorizados por sus superiores y nunca seha encontrado nada delictivo en ellos.

JULIO. Porque no se han leído con detenimiento.

FERNANDO. Ya le he contado toda mi vida, señorcomisario. Ha escuchado mis palabras y tiene todo loque he escrito. Parece que usted me conoce muchomejor que yo. ¿No cree que es absurdo continuar coneste interrogatorio?

JULIO. Es cierto, ya estamos llegando al final. Todoestá mucho más claro que cuando empezamos.

FERNANDO. Y me parece que no tiene nada quealegar para que yo continúe detenido.

JULIO. Tienes mala memoria. ¿Acaso no recuer-das cómo se inició esta amena charla?

FERNANDO. Usted me acusó de quemar una ban-dera, pero sabe que eso no es cierto.

JULIO. Puede que tú no la incendiaras, pero hasprendido la mecha... En un registro rutinario de tu casa

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ha aparecido una carta que estaba destinada a serpublicada. En esa carta se hace apología de uno delos mayores crímenes que un hombre puede cometercontra la humanidad. (Saca la carta y se la muestra)¿Has escrito esta carta titulada: «Quemando bande-ras»?

FERNANDO. Así es y no me avergüenzo de ha-cerlo.

JULIO. (Comienza a leer la carta). Las banderasno son un invento de la paz, surgieron cuando unoshombres quisieron imponer su dominio a otros. Lasbanderas nacieron de una forma violenta y siemprehan ido unidas a las guerras. ¿Por qué unos trapos decolores llegaron a la categoría de símbolos por los quelos hombres tengan que dar la vida? No es fácil deexplicar, pero esos trapos se rebelaron contra el hom-bre y le hicieron su esclavo. Exigían todo tipo de ritua-les, ofrendas y guerras para demostrar cual de esostrapos era el dominante. Lejos de perder su importan-cia con el final de los conflictos, se han visto elevadasal lugar dominante de la sociedad y se han extendidocomo una plaga. Cada vez hay más, cientos, miles debanderas tiranizan al hombre. (Julio levanta la cabeza

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y le mira. Pausa.) Si hablamos de igualdad y respetohacia todos aquellos que son diferentes de nosotros,¿para qué queremos banderas? Sólo tenemos un pla-neta, todos sabemos de dónde somos y no necesita-mos reivindicarlo. Estoy convencido de que ha llega-do el momento de quemar todas las banderas parapoder salvar al hombre.

Julio deja el papel sobre la mesa. Fernando lemira en silencio.

JULIO. Creo que no es necesario continuar leyen-do, todo está muy claro.

FERNANDO. ¿Qué está claro?

JULIO. Que eres un terrorista y no podemos per-mitir que salgas en libertad.

FERNANDO. Ya lo sabía, pero hasta usted sabeque tengo razón. Sus jefes quieren un mundo ordena-do y rígido, donde no existan hombres que piensen.Quieren seres conformistas que sean obedientes, tra-bajen, vean la televisión y compren lo que se anuncia.Que se crean la realidad virtual que han inventadopara ellos, pero que no pregunten... No nos aniquila-

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rán, saben que nosotros tenemos la fuerza de la ra-zón.

JULIO. (Saca una pistola de un cajón y se acercaa Fernando.) Y nosotros la razón que nos otorga lafuerza, y esta es la única que vale. La única que siem-pre ha valido.

FERNANDO. Aún son más estúpidos de lo quecreía.

JULIO. Vamos levántate. Esto se ha terminado, yano tenemos nada de qué hablar.

FERNANDO. (Poniéndose de pie y acercándosea Julio.) Usted tiene un hijo señor comisario. Algúndía no muy lejano se acercará a usted y le dirá: ¿Papa,cómo puedo ser un hombre?... Usted, señor comisa-rio, dudará, pero después sacará su pistola, la pondrájunto a la sien de su hijo y le dirá: Obedeciendo, hijomío, obedeciendo.

Los dos salen del escenario y las luces se apa-gan.