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    Grian

    Un nuevo mensaje del mtico

    jefe nativo americano

    Seor Presidente

    ... soy el Jee Seattle

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    A todos los nacidos bajo el arco iris

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    Agradecimientos

    Un libro, por pequeo que sea, es el producto del esfuerzode muchas personas que merecen un reconocimiento. Enprimer lugar, debo de dar las gracias a todo el personal de

    Ediciones Obelisco, especialmente a Anna Maas, MontseCruellas, Giovanna Cuccia y Juli Peradejordi, por su tra-bajo y por el cario con que me han tratado siempre, a my a mis libros.

    Gracias tambin a todos los voluntarios del Proyectovalon Iniciativa para una Cultura de Paz, que me ins-piran para seguir trabajando por un mundo mejor.

    Mi agradecimiento ms profundo a Elena Prez, An-tonio Martnez Torres, Carmen Garca Calvente, AuroraBuenda, Jos Chamorro, Fernando Romero, Toi Matas,Anna Ventura, Paco Gracia, Ana Prez Sierra, James Kil-garriff y Alfredo Ugarte (extraordinariamente agudo en ladiseccin del texto) por sus acertados comentarios y re-exiones.

    En las fases fnales de este proyecto, tuve el honor y lasatisfaccin de entrar en contacto con el sucesor del JefeSeattle en el consejo tribal de la Nacin Suquamish, el Ho-norable Leonard Forsman, as como con el presidente de

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    la Fundacin Suquamish, el seor Michael Felts, a quie-nes agradezco sus clidas atenciones y su inters. Tambin

    quiero dar las gracias a Astrid Aveledo, venezolana, perode sangre yakama, que tradujo algunos fragmentos de estelibro para el seor Forsman.

    Y, por ltimo, cmo no dar las gracias a quienes mehan aguantado y me aguantan, y me permiten disponer detiempo para poder escribir, a Elena Prez, Nandy Jareo,Govinda Rovira y Diana Cutanda, y a mi hermosaAzaha-

    ra, Marta Ventura, luz de mis ojos.

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    Seor Presidente,

    soy el Jee Seattle

    Un nuevo mensaje a la humanidad

    del amoso jee nativo americano

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    Un evangelio ecologista

    En la dcada de 1970, se difundi en todo el mundo unacarta que, supuestamente, haba escrito en 1854 el JefeSeattle, lder de las tribus suquamish y duwamish, pobla-

    dores originarios de la costa noroccidental del Pacfco.Tal carta iba dirigida, segn se deca, al presidente de Es-tados Unidos en aquella poca, Franklin Pierce, y era surespuesta a la propuesta de ste de comprar las tierras an-cestrales de estas tribus con el fn de ubicar posteriormentea sus pobladores en una reserva.

    La supuesta misiva era un hermoso canto a la inextri-

    cable unidad de todas las formas de vida en la Tierra, ascomo un doloroso alegato y una denuncia a la destruc-cin del medio ambiente por causa de la codicia del hom-bre blanco. Su mensaje prendera de inmediato en todosaquellos que vivan con inquietud el progresivo y ya evi-dente deterioro natural, fruto de la industrializacin y deun crecimiento econmico irracional que, por entonces,

    ni siquiera se planteaba la posibilidad de un desarrollosostenible.Las palabras del Jefe Seattle se convertiran en pocos

    aos en un smbolo de los movimientos ecologistas y de

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    las flosoas medioambientales, y seran citadas en revis-tas, artculos y libros, imprimindose en psters, tarjetas y

    camisetas, y siendo desde entonces objeto de comentarioen los discursos, obras y escritos de intelectuales, artistas,flsoos e incluso polticos de medio mundo. El furor queprovoc la supuesta carta del lder nativo fue tal que buenaparte de su mensaje se convertira incluso en protagonistadel pabelln de Estados Unidos en la Expo de Spokane,Washington, de 1974.

    Desde entonces, la carta de Seattle al presidente Piercese ha convertido en una especie de evangelio ecologista,que nadie que se precie de ser un defensor de la naturalezapodra permitirse el lujo de desconocer.

    Pero, ms all de las citas y de los fragmentos que deeste texto han aparecido por aqu y por all, cul fueel texto ntegro atribuido al jefe de los suquamish y los

    duwamish? Qu deca exactamente el Jefe Seattle?

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    El mensaje del Jee Seattle1

    Cmo puede usted comprar o vender el cielo o el calor dela tierra? sa es una idea extraa para nosotros. Si no po-seemos la frescura del aire ni los destellos del agua, cmo

    puede usted comprarlos?Cada palmo de esta tierra es sagrado para mi pueblo.Cada aguja brillante de pino, cada playa arenosa, cadabruma en los bosques sombros, cada insecto zumbandosereno, es sagrado en la memoria y en la experiencia de mipueblo. La savia que corre por los rboles porta los recuer-dos del hombre rojo.2

    1. Nueva traduccin, realizada por el autor, a partir del texto original en ingls. La su-

    puesta carta que aparecera en la Expo de Spokane en 1974, que era una versin redu-

    cida y suavizada de este texto (el ms amplio y el ms diundido), comenzaba con El

    Presidente, en Washington, nos enva el mensaje de que desea comprar nuestra tierra.

    De la carta de Spokane se puede encontrar una traduccin en el Apndice.

    2. Hay que destacar que en ninguno de los textos atribuidos a Seattle aparece la pala-

    bra piel roja, red skin. En todo momento, la expresin utilizada es hombres rojos,

    red men. Por desgracia, en muchas traducciones al castellano se ha utilizado la expre-

    sin pieles rojas que, adems de no ser fel al original ingls, constituye un trmi-

    no peyorativo y una grave oensa para la mayora de los nativos americanos. Sobre

    el origen del trmino pieles rojas remtase a la cita de Tina Holder que aparece en:

    http://en.wikipedia.org/wiki/Redskin.

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    Los muertos del hombre blanco olvidan el pas dondenacieron cuando se van a caminar entre las estrellas. En

    cambio, nuestros muertos nunca olvidan esta hermosa tie-rra, pues es la madre del hombre rojo.Nosotros somos parte de la tierra, y ella es parte de

    nosotros.Las ores perfumadas son nuestras hermanas; el cier-

    vo, el caballo, el guila majestuosa stos son nuestroshermanos.

    Las cumbres rocosas, los prados hmedos, el calor delcuerpo del poni y el hombre, pertenecen todos a la mismafamilia.

    As pues, cuando el Gran Jefe de Washington nos envael recado de que desea comprar nuestra tierra nos est pi-diendo demasiado. El Gran Jefe Blanco nos dice que re-

    servar un lugar para nosotros en el que podamos vivircmodamente; que l ser nuestro padre y nosotros se-remos sus hijos. De modo que consideraremos su ofertapara comprar nuestra tierra.

    Pero no ser fcil, pues esta tierra es sagrada para no-sotros.

    El agua que fulgura y corre por nuestros arroyos y ros

    no es slo agua, sino la sangre de nuestros antepasados.Si nosotros les vendemos la tierra, ustedes tendrn que

    recordar que es sagrada, y tendrn que ensearles a sushijos que es sagrada, y que cada reejo etreo en el aguacristalina de los lagos narra los acontecimientos y porta losrecuerdos de la vida de mi pueblo.

    El murmullo de las aguas es la voz del padre de mi padre.

    Los ros son nuestros hermanos, ellos apagan nuestrased. Los ros llevan nuestras canoas y alimentan a nues-

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    tros hijos. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes ten-drn que acordarse de ensear a sus hijos que los ros

    son nuestros hermanos, y los suyos, y tendrn que dar-les a partir de entonces el trato amable que le daran a unhermano.

    Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestroscaminos. Un trozo de tierra es lo mismo para l que el tro-zo que hay al lado, pues es un extrao que llega en la nochey se lleva de la tierra todo lo que necesita.

    La tierra no es su hermana, sino su enemiga, y una vezla conquista, reanuda la marcha. Deja atrs las tumbas desus padres, y no le importa.

    Secuestra la tierra de sus hijos, y no le importa.Se olvida de las tumbas de sus padres y del derecho de

    nacimiento de sus hijos. Trata a su madre, la Tierra, y a suhermano, el cielo, como algo que se puede comprar, saquear

    o vender, como las ovejas o como unas cuentas de colores.Su voracidad consumir la Tierra y no dejar atrs ms queun desierto.

    No s. Nuestros caminos son diferentes de los suyos.La simple visin de sus ciudades le hace dao en los

    ojos al hombre rojo. Pero quizs sea porque el hombrerojo es un salvaje y no comprende.

    No hay lugares silenciosos en las ciudades del hombreblanco. Ningn lugar donde escuchar cmo brotan las ho-jas en la primavera o el zumbido de las alas de un insecto.

    Pero quizs sea porque yo soy un salvaje y no lo en-tiendo.

    El ruido no hace mas que ofender los odos. Y ququeda de la vida si un hombre no puede escuchar el graz-nido solitario del chotacabras o las conversaciones de lasranas en torno a un estanque en la noche? Yo soy un hom-bre rojo y no lo comprendo.

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    El indio prefere el suave susurro del viento rizando lasuperfcie de un estanque, y el aroma que lleva el viento,

    purifcado con la lluvia del medioda o perfumado por elpino pionero.El aire es precioso para el hombre rojo, pues todas las

    cosas comparten el mismo aliento; el animal, el rbol, elhombre, todos comparten el mismo aliento.

    El hombre blanco no parece darse cuenta del aire querespira.

    Como un moribundo que agoniza desde hace das, esinsensible al hedor.Pero si les vendemos nuestra tierra, ustedes tendrn

    que recordar que el aire es precioso para nosotros, que elaire comparte su espritu con toda la vida a la que le dasustento. El viento, que le dio a nuestro abuelo su primeraliento, recibe tambin su ltimo suspiro.

    Y, si les vendemos nuestra tierra, ustedes tendrn queconservarla como algo excepcional y sagrado, como un lu-gar adonde incluso el hombre blanco pueda ir, para sentir losaromas del viento, endulzados por las ores de las praderas.

    As pues, consideraremos su oferta de comprar nuestratierra. Si decidimos aceptar, le pondr una condicin: que

    el hombre blanco deber tratar a los animales de esta tierracomo a sus hermanos.

    Yo soy un salvaje, y no lo entiendo de otra forma.Yo he visto miles de bfalos pudrindose en la pradera,

    abandonados por el hombre blanco tras matarlos a tirosdesde un tren que pasaba.

    Yo soy un salvaje y no puedo entender cmo puede serms importante el caballo de hierro humeante que el bfa-lo, al cual nosotros damos muerte slo para mantenernoscon vida.

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    Qu sera del hombre sin los animales? Si todos losanimales desaparecieran, el hombre morira de una gran

    soledad espiritual.Pues todo lo que les ocurra a los animales, no tardaren ocurrirle tambin al hombre. Todas las cosas estn rela-cionadas entre s.

    Ustedes tendrn que ensear a sus hijos que el suelo quepisan son las cenizas de nuestros abuelos. Para que respe-

    ten la tierra, dganles a sus hijos que esta tierra est enri-quecida con las vidas de nuestros familiares.Enseen a sus hijos lo que nosotros hemos enseado a

    los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que lepase a la tierra le pasar tambin a los hijos de la tierra. Si loshombres escupen en el suelo, se escupen a s mismos.

    Porque nosotros sabemos esto: que la tierra no le per-

    tenece al hombre; es el hombre quien pertenece a la tierra.Esto sabemos.

    Todas las cosas estn relacionadas entre s, como la san-gre que une a una familia. Todas las cosas estn conectadas.

    Todo lo que le ocurra a la tierra le ocurrir tambin alos hijos de la tierra.

    El hombre no teji la trama de la vida: el hombre no es

    ms que un hilo de ella.Todo lo que le haga a esa trama se lo hace a s mismo.Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios camina y

    charla con l como un amigo con otro, puede estar exentodel destino comn.

    Quizs seamos hermanos despus de todo.Ya veremos.Pero sabemos una cosa, una cosa que el hombre blanco

    quizs descubra algn da: que nuestro Dios es el mismoDios.

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    Quizs piensen ahora que son ustedes los que le poseena l, del mismo modo que desean poseer nuestra tierra.

    Pero no pueden poseerlo. l es el Dios del hombre, y Sucompasin es la misma para el hombre rojo que para elhombre blanco.

    La tierra es preciosa para l, y hacerle dao a la tierra esacumular desprecios sobre su Creador.

    Los blancos pasarn, quizs antes que todas las dems

    tribus. Contaminen su lecho, y acabarn ahogndose unanoche en sus propios desperdicios.Pero en su cada ustedes brillarn intensamente, ina-

    mados por la fortaleza del Dios que les trajo a esta tierra yque, por algn designio especial, les dio el dominio sobreesta tierra y sobre el hombre rojo.

    Ese destino es un misterio para nosotros, pues nos re-

    sulta incomprensible cuando se sacrifca a tantos bfalos,cuando se doma a los caballos salvajes, cuando los rinco-nes secretos de los bosques se cargan con el olor de tantoshombres, y cuando la visin de las colinas se emborronacon cables parlantes.

    Dnde est el matorral? Desapareci.

    Dnde est el guila? Se fue.Es el fn de la vida y el comienzo de la supervivencia.

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    Una carta de Seattle?

    Me sent un tanto decepcionado cuando supe que la su-puesta carta del Jefe Seattle al presidente de Estados Uni-dos no haba sido una carta, sino un discurso que nun-ca llegara a escuchar Franklin Pierce. Al parecer, el Jefe

    Seattle era un consumado orador, pero no saba leer niescribir, y menos an saba ingls; y, aunque alguien lehubiera traducido y escrito la carta, lo ms probable es queel nuevo gobernador territorial del estado de Washington, elmayor Isaac I. Stevens, ni siquiera se la hubiera hecho lle-gar al presidente.

    Pero mi decepcin fue an mayor cuando me enter

    de que, casi con toda seguridad, el Jefe Seattle ni siquierahaba dicho todo lo que se supona que haba dicho!De pronto, la idea romntica del noble nativo ameri-

    cano que, desde la inmaculada inocencia y sabidura de sucomunin con la Vida y con la Madre Tierra, lanzaba unmensaje de cordura y sensatez a travs de ms de cien aoshacindose or en el mundo del hombre blanco, el mis-

    mo mundo que terminara por relegar a su pueblo y a sucultura a la marginacin de una reserva, se desmoronabaante mis arraigados conceptos occidentales de la realidady de la historia.

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    Hijo de una cultura donde el pensamiento lineal-racio-nal lo determina todo, me qued como el nio al que le

    quitan uno de sus juguetes ms preciados. Un defensor dela naturaleza, un pacifsta comprometido y militante comoyo, perda de pronto una de sus referencias clsicas, unade las luces que alumbraban los difciles senderos de unavida de compromiso. De hecho, en mi libro La rosa de lapaz,3 en el que las citas de distintos personajes se sucedena lo largo del texto, yen el que trat tambin de la dimen-

    sin ecolgica de la paz, no se podr encontrar referenciaalguna sobre el Jefe Seattle, algo que sorprendi a muchosde mis lectores. Era un libro perfecto para introducir lasupuesta carta del Jefe Seattle y, sin embargo, ni siquierallegu a mencionarlo.

    No poda mencionarlo. La hermosa carta del Jefe Seatt-le al presidente de Estados Unidos era una fccin. Ls-

    tima! Tendra que recurrir a otras fuentes para introducircitas de respeto a la naturaleza, de amor a la tierra, proce-dentes de la Tradicin Nativa Americana.

    Pero, qu haba pasado con la carta del Jefe Seattle?

    La liebre haba saltado para la opinin pblica en junio de1991, en un programa de radio de la KPLU de la ciudad

    de Seattle. Una periodista de esta emisora, Paula Wissel,fue la que dio la noticia. Encargada de elaborar una notapara conmemorar el 125 aniversario de la muerte del JefeSeattle, de quien procede el nombre de la ciudad, y alerta-da por un miembro de la misma tribu suquamish, se pusoen contacto con Rick Caldwell, del Museo de Historia eIndustria de Seattle. Caldwell le inform de que un his-toriador alemn interesado en la cultura nativa americana,

    3. Publicado en diciembre de 2003, si bien comenc a escribirlo en diciembre de 2001.

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    Rudolf Kaiser, haba estado rastreando a mediados de losochenta el origen de la supuesta carta de Seattle. En sus

    investigaciones, se haba encontrado con cuatro versionesprincipales del mensaje.La ms antigua de estas versiones haba aparecido en el

    peridico Seattle Sunday Starel 29 de octubre de 1887, enuna columna frmada por el Dr. Henry A. Smith y titula-da Scraps from a Diary: Chief Seattle - A gentleman byInstinct.4 En ella, Smith reproduca el discurso que el Jefe

    Seattle haba dado ante el gobernador Isaac Stevens duran-te una de las dos visitas que hiciera ste a la zona del PugetSound en 1854, en la cual Stevens traa la propuesta delpresidente Pierce de comprar las tierras de los indgenas.

    Pero esta versin no se pareca mucho a la versin delmensaje de Seattle que tanta difusin haba tenido en todoel mundo. Aparte de las enormes diferencias de contenido,

    el discurso del Jefe Seattle resultaba tener un estilo litera-rio sospechosamente victoriano.

    Henry Smith, que haba presenciado personalmente eldiscurso de Seattle, lo haba reconstruido a partir de las notasque tomara en 1854 pero lo haba reconstruido 33 aosdespus! El estilo victoriano del discurso era comprensi-ble, dado que el Dr. Smith tena ciertas dotes para la flo-

    sofa y la poesa, y, al parecer, en su labor de restauracin,haba utilizado los recursos de estilo propios de la poca.

    La segunda versin que encontr Kaiser fue muy pos-terior. Era la de un poeta llamado William Arrowsmith,quien, a fnales de la dcada de 1960, haba hecho una re-visin del texto original del Dr. Smith, eliminando de l suoreado estilo victoriano y dndole un estilo ms asequi-ble y familiar para el lector del siglo xx.

    4. Retazos de un diario: El Jee Seattle Un caballero por instinto.

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    Salvo por la modernizacin en las formas, esta versinera muy similar a la primera, pero ninguna de estas dos

    versiones se pareca demasiado a la versin de la cartadel Jefe Seattle que tanta popularidad haba alcanzado enla dcada de los setenta.

    Kaiser, intrigado, sigui indagando de dnde podraproceder aquella otra versin del discurso de Seattle que sehaba convertido en todo un manifesto medioambiental;pero, tal como comentara Caldwell, se encontraba en un

    callejn sin salida.Con el tiempo, las pistas llevaron a Kaiser hasta un do-cumental para televisin que haba emitido la cadena ABCen 1972. Su ttulo eraHome, Hogar, y era un programa(patrocinado por la Comisin de Radio y Televisin Bap-tista del Sur) donde se expresaban las preocupaciones de lapoca sobre las agresiones al medio ambiente. En el guin

    del flm apareca por primera vez el mensaje del Jefe Seattletal como se haba difundido en todo el mundo; y, tirandodel hilo, Rudolf Kaiser lleg hasta uno de los guionistasdel documental, un profesor de cine y teatro del Middle-bury College de Vermont llamado Ted Perry.

    Perry haba estado buscando citas del siglo xix con elfn de incluirlas en el guin de aquel documental ecolo-

    gista, pero no pudo encontrar a ningn indio de 1850que hablase la jerga ecologista de 1970. Para resolver talcontratiempo, se le ocurri que podra crear un discursofcticio, en el cual un antiguo jefe nativo americano hicie-ra un llamamiento a la responsabilidad con respecto a lanaturaleza, la vida y el planeta. Pero, para ello, necesitabauna fuente de inspiracin. Fue entonces cuando entr encontacto con Arrowsmith, a quien haba odo recitar suversin del discurso del Jefe Seattle en la celebracin delDa de la Tierra de 1970.

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    A partir de aquella segunda versin del discurso de Seatt-le, Ted Perry construy un hermoso manifesto que termi-

    nara dando la vuelta al mundo, pero cometi el error decomentarle la fuente de su inspiracin al productor del flmcuando le entreg el guin. En ste, tambin se mencionabael nombre de Seattle, algo que Ted Perry ve ahora como unaidea terrible, aunque en aquel momento me pareci del todoinocente. Si hubiera estado escribiendo una obra teatral, nome habra preocupado lo ms mnimo poner a un Abraham

    Lincoln fcticio diciendo lo que a m se me antojara, sabien-do que el pblico interpretara lo de guin de Ted Perrycomo que sus palabras no eran las palabras del verdaderoAbraham Lincoln. Pero, cuando el documental se emitien la ABC en 1972, el productor no haba puesto en los cr-ditos la frase guin de Ted Perry. Perry protest por ello,pero el productor le dijo que el discurso resultara ms veraz

    si se haca pasar por un discurso autntico del Jefe Seattle.Desde entonces, Ted Perry se encoge de vergenza cada

    vez que ve o escucha lo que l escribi en canciones, car-teles, discursos polticos, letreros de parques naturales eincluso, y paradjicamente, en jaulas de zoolgicos. Unavez hasta lo tuve que escuchar en la iglesia, en el sermndel da, dice Perry, que no pierde ocasin de explicar,

    siempre que puede, lo que verdaderamente ocurri con elfamoso discurso del Jefe Seattle.

    Kaiser haba encontrado, as pues, la tercera versin de laspalabras de Seattle, la versin que, junto con la cuarta, lade la Expo de 1974 de Spokane, que sera una versin re-ducida y retocada (y descafeinada) de la de Ted Perry, seconvertira en el manifesto ecologista por excelencia defnales del siglo xx, el quinto evangelio, como llegarana califcarlo algunos.

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    Ted Perry, adems de sentirse avergonzado por algo delo que no fue en modo alguno responsable, supongo que

    tambin habr lamentado en el fondo que no se le reco-nozca a l la autora de tan popular manifesto medioam-biental (amn de los cuantiosos derechos de autor que poreste texto podra haber llegado a percibir). Pero lo cierto esque, muy posiblemente, su texto no habra llegado a tenerla repercusin social que ha tenido de no ser por esa inten-cionada travesura del productor del documental. El he-

    cho de atribuirse el mensaje a un jefe nativo americano delsiglo xix, al Jefe Seattle, le dio a su texto la trascendenciaque, de otro modo, posiblemente no habra llegado a tener.En cualquier caso, sera justo reconocer y agradecer a TedPerry sus inspiradas palabras, que han alimentado el esp-ritu de unos movimientos tan necesarios para la vida today para el planeta como son el movimiento de los derechos

    humanos y el movimiento de defensa de la naturaleza, quetanta inuencia han tenido en nuestra historia reciente.

    As pues, si el manifesto ecologista del Jefe Seattle es en rea-lidad la obra lcida y creativa de Ted Perry, qu es lo quedijo realmente el Jefe Seattle en su famoso discurso de 1854?

    Indudablemente, no habl de los bfalos muertos en la

    pradera, puesto que es muy posible que el jefe suquamishjams viera un bfalo en su vida, dado que las manadas debfalos ms cercanas se encontraban a ms de mil quinien-tos kilmetros de distancia. Y tampoco debi de hablar delcaballo de hierro humeante, por cuanto el tren no lleg aaquella zona de la costa del Pacfco hasta 14 aos despusde la muerte de Seattle.

    Quizs Ted Perry cay en algunos errores inocentesy anacrnicos; o quizs, simplemente, recurri a ciertaslicencias literarias, teniendo en mente que el mensaje lo

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    emita un nativo americano intemporal y no circunscrito atribu ni zona geogrfca alguna.

    Tal como demostraron las investigaciones histricasde Rudolf Kaiser,5 tendremos que ceirnos al artculo delDr. Henry A. Smith aparecido en el Seattle Sunday Starel 29 de octubre de 1887, para obtener una idea aproxi-mada de lo que pudo decir el verdadero Jefe Seattle. Ydigo una idea aproximadaporque del artculo del Dr.Smith tampoco podemos sacar una conclusin defnitiva

    sobre los contenidos exactos del discurso.Para empezar, el Dr. Smith dice que su reconstruccindel parlamento de Seattle no es ms que un fragmento desu discurso, y carece del encanto que le prestara la gracia yla gravedad del viejo orador.

    Pero, adems, hay que tener en cuenta que el JefeSeattle no saba expresarse en ingls, de modo que su dis-

    curso debi pronunciarlo en lushootseed, la variante dela lengua salish que se hablaba en el Puget Sound. Paraque el Dr. Smith (y el gobernador Stevens) entendiera eldiscurso de Seattle, alguien debi de traducirlo desde ellushootseed al chinook, una jerga, una mezcla de variosidiomas, que utilizaban indgenas y colonos para enten-derse en sus transacciones comerciales; y, luego, debi de

    traducirse del chinook al ingls. Esto quiere decir que elmensaje pudo llegarle a Smith fltrado, incluso con distor-siones signifcativas en algunos de sus contenidos, y de ahque existan dudas razonables sobre algunos de los detallesdel discurso del Jefe. Aunque, si bien la reconstruccin deSmith carece de corroboracin en los registros escritos,no deja de ser bastante plausible.

    5. Rudol Kaiser (1987): A Fith Gospel, Almost: Chie Seattles Speech(es): American

    Origins and European Reception, en In B. Swan and A. Krupat (eds.), Recovering the

    Word: Essays on Native American Literature, Berkeley, University o Caliornia Press.

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    Por otra parte, no se han conservado las notas origi-nales que tomara el Dr. Smith durante el parlamento de

    Seattle, y los giros de su reconstruccin literaria no dejanlugar a dudas de que tienen mucho del propio estilo po-tico de Smith.

    Llegado a este punto, puede que ms de un lector se pre-gunte, Entonces, qu nos queda del mensaje del JefeSeattle?.

    Pero, antes de que intentemos buscar respuesta a estapregunta, quizs convendra que nos preguntsemos: Qudijo el Jefe Seattle en realidad? Y, yendo an ms all, quinfue el Jefe Seattle?