galardón corazón de león. discurso alberto galarza a carmen aristegui

7
Discurso del presidente de la FEU Alberto Galarza a Carmen Aristegui.

Upload: federacion-de-estudiantes-universitarios

Post on 17-Feb-2017

79 views

Category:

Education


2 download

TRANSCRIPT

Page 1: Galardón Corazón de León. Discurso Alberto Galarza a Carmen Aristegui

Discurso del presidentede la FEU Alberto Galarza a

Carmen Aristegui.

Page 2: Galardón Corazón de León. Discurso Alberto Galarza a Carmen Aristegui

Hoy declaramos la guerra.

Guerra, una palabra de consecuencias mayores, ligada a la muerte, a las heridas, al dispendio, a la barbarie; una palabra a la que nos acostumbramos en este país violento.Guerra a la que marchamos como ejército; pero nuestro ejército no es como otros y nuestra guerra no es de muerte; porque nuestra guerra es contra los enemigos del hombre; porque no todos los bandos luchan por las mismas causas, porque no todos los guerreros son de sangre y de fuego, de rabia y de sinrazón.

Para los enemigos del hombre la guerra consiste en el instinto bárbaro, en el ansia abyecta de la sangre en el asfalto, en el deseo obsceno de poder, en los demonios inter-nos nutridos de ego y de violencia. Consiste en salir a matar, a silenciar, a aplastar, a destruir huesos, historias, culturas y reputaciones, a imponer sus mentiras como verdades, a combatir el espíritu para abrir paso al reino de la bestialidad. Para nosotros la guerra es la resistencia a todo lo anterior y es nuestra obligación humana. Es el combate que prioriza la inteligencia, que cree que en el hombre hay un lado brillante y vale la pena rescatarlo; que lucha con ideas claras, sólidas, atemporales; que cree en lo que en verdad importa: en el amor, en la amistad, en la esperanza, en el hombre. Pelear es sencillo para los enemigos del hombre, porque generalmente los asesinos del espíritu no tienen el estorbo que representan los escrúpulos, escrúpulos que escondieron desde hace mucho en los abismos de la ignominia. Porque los que responden a impulsos primarios y decidieron asumirse como personajes que entienden la dominación y el exterminio como las únicas formas de supervivencia; los que se amurallan contra el conocimiento, los que asfixian a las voces libres y los que no pueden dormir porque sus demonios y culpas invadieron sus sueños, esos están listos para morir por su ambición, porque esa misma ambición no les dejó espacio para el amor a la vida, y sin amor a la vida, esparcir la muerte es tarea sencilla. Sus razones son válidas sólo para ellos y para los que deciden jugar su juego, para los que siguen con atención estúpida el dictado de sus nociones que se repiten hasta que el sinsentido se convierte en su realidad. Nociones que reproducen todos los días y que convierten en las únicas imágenes de sus reducidas vidas, de sus secretas e inconfesa-bles vidas, en las que pelean para huir de sí mismos, en las que se resguardan por miedo al hombre, en las que mueren de miedo a que despierte su propio corazón que mantienen en coma y con él la culpa de vivir de la muerte de los otros. La guerra que dan todos los días los enemigos del hombre, los ciegos de furia, es resultado de un proceso largo que ha sofisticado sus métodos más no sus principios. Pasaron de los músculos y piedras que fracturaban cráneos, a las hogueras y las espa-das, de las hogueras que quemaban líneas de conocimiento y las espadas que cortaban

lenguas de verdades, a las balas y la pólvora, de las balas que atraviesan cuerpos inocentes y la pólvora que destruye hogares transmutaron a la sutileza de matar, con hambre: las ideas, con bloqueos: la organización, con mentiras: la crítica, con campa-ñas de desprestigio: los argumentos, con dinero (o la ausencia del mismo): las causas, con telarañas en las que los voraces se protegen las espaldas: la idea de democracia. Han asfixiado y presionado con sus nuevas armas a los que no ven más que como un instrumento de dominio o sujetos de dominación, a los que piensan todos los días cómo sobrevivir, o peor aún, a los que deciden abstraerse y dejar de pensar para no ver la realidad de desigualdad, hambre, injusticia y cinismo que nos construyeron y que les dejamos construirnos.

Esos, los enemigos del hombre, los que han decidido mutilar a la libertad, son los que no han parado de luchar. Han cambiado sólo de nombres, de rostros, de tiempos, de falsas ideologías, de métodos, de lugares, pero siempre han sido los mismos. Esos, los enemigos del hombre que usualmente se encarnan en el político y el gobernan-te, en el hombre de medios, en el empresario, en el líder sindical, en el narcotraficante, en el asesino, en el violento; esos nunca han parado de morder, porque nacieron con colmillos que no les dejan cerrar las fauces, porque su visión absurda y desdeñable de un mundo de cazador y presa los condenó a creer que su destino es el de victimarios. Entonces queda claro que hay un bando que se lanzó a las armas decididamente y que no ha cedido ni por un segundo. Queda claro que hay quien está peleando una batalla incesante en contra del intelecto. Queda claro que hay quienes nos seguirán empujando hasta el último reducto de nuestra libertad, ese reducto que muy a pesar de ellos, nunca nadie nos podrá quitar. Esa libertad de la que gozamos y que nos pertenece a pesar de cualquier intento de colonizarla, nos hace también responsables de defenderla con las armas de las que hemos sido dotados: los sueños, el deseo de vivir bien, el amor a los nuestros y sobre todo el corazón.

Por eso vamos a la guerra, por eso salimos a luchar, con corazón. Así es como lo que la ciencia carente de sentimientos reduce a un músculo que bombea sangre se convierte en nuestra arma de guerra.

Un corazón que palpita en el lugar correcto, que ama las cosas importantes del mundo, que sólo moriría para dar lugar a la vida es más poderoso que todas las armas, toda la sofisticación, todas las telarañas y todos los colmillos de los enemigos del hombre.

Un corazón en libertad es un motor indómito que destruye barreras, que se adelanta al tiempo y que permite creer a los que se les quiso robar ese derecho.

Pero la guerra que tenemos que pelear contra los enemigos del hombre no será con sus mismas armas, con su misma vacuidad de ideas, con su misma carencia de principios.

La primera batalla de esa guerra es de todos los que asumimos la responsabilidad de plantarle cara al que se alimenta de nuestra hambre, al que destruye nuestros sueños y los suplanta con miedos y cansancios.

La primera batalla es interior y consiste en encontrar en nosotros un por qué, un para qué y sobre todo un con quién. La primera batalla es no convertirnos en ellos, en entender que no todos los medios se justifican. Esta guerra no será en solitario, aunque nos quieran acorralar, no será con solo dos brazos sino con miles empujando al mismo horizonte, no será con un corazón personal sino uno colectivo que reclame nuestro oxígeno, nuestra tierra, nuestras ansias y nuestra libertad.

Vamos a resistir, resistir con las ideas, con las convicciones, con las carencias, con la dignidad, con el anhelo, no del mundo que tenemos y que así no podemos amar, sino con la imagen idílica del mundo que quisiéramos vivir y heredar.

Marcharemos a la guerra con pies que caminen por el mismo trayecto, con ojos que apunten a metas comunes, con estómagos que tengan el mismo apetito, con brazos ansiosos de abrazar las mismas conquistas. Necesitamos vivir distinto el mundo que permitimos que nos construyeran, porque ahora lo vivimos acostumbrados a estar a raya, agazapados, temerosos del prójimo, incrédulos de los hechos, saqueados, espectadores del cinismo y a resignados de la pobreza material y espiritual. Para eso es indispensable no permitir que los que estamos en este ejército, sean calla-dos por la violencia o el desinterés. Necesitamos amar y proteger la vida de todos y la voz de todos, especialmente la de los que lo dejan todo por contar la verdad. Los enemigos del hombre tienen que entender que no se mata la verdad matando periodistas, a nuestros periodistas.

Por eso es inadmisible que el 26 de julio de 2011 en Veracruz, Veracruz encontraran

el cuerpo decapitado y con señales de tortura de Yolanda Ordaz De la Cruz, y que la investigación de su caso fuera desechada por un mensaje escrito en una cartulina junto a su cadáver.

Por eso aún duele que el 17 de Julio del año pasado fuera encontrado el cuerpo sin vida de Alberto López Bello, reportero de la sección policíaca en El Imparcial y Radiorama, cuyo único error fue contar lo que sucedía con la venta de drogas en Oaxaca.

Por eso no podemos permitir que nadie más desaparezca como Gregorio Jiménez, el "Goyo", que fue encontrado muerto en una fosa en Las Choapas el día 11 de febrero, en medio de un proceso turbio y escandaloso en el que la solidaridad de los periodistas de todo el país fue lo único que permitió el seguimiento de su caso.

Por eso vale la pena que los que siguen de pie sepan que no están solos, que los recono-cemos y acompañamos por hacer de la adversidad su campo de batalla, por no ceder, por no dar la vuelta y flotar con la corriente como tantos más lo han hecho.

Por eso en nuestro corazón vive Sicilia con su andar, con sus escapularios, con su voz potente y lenta, con la ausencia de su hijo que es una presencia en los hogares de todos los que perdieron a alguien y que están acompañados por el corazón gigante de Javier. Por eso Solalinde es nuestro compañero de lucha, un compañero que siempre que recibe a los Hermanos en el Camino les da un poco de vida, vida que se va con ellos en la Bestia, vida que a veces se le escapa y muere entre narcos, gobernantes y polleros.Por eso Raúl Vera es nuestro ejemplo, un ejemplo de que se puede formar parte de un sistema y vivir para transformarlo, para cambiar las reglas, reescribir la historia y abrirle las puertas a lo que vale en las personas: el corazón.

Por eso José Narro es nuestro cómplice en la inagotable batalla para dejar de desperdiciar a lo más valioso que tiene este país: los jóvenes. Jóvenes que nacimos en un escenario adverso, pero que todos los días en lugares como éste decidimos transformar con acciones inteligentes, honestas y comprometidas nuestro mundo.

Por eso, a pesar de los embates y quizá especialmente por ellos, hoy vale la pena entregar un pedazo de nuestro corazón a una mujer valiosa y valiente, una mujer cuyo rostro convirtieron los hombres de poder de éste país en una diana, a una mujer que no le teme más que perder la libertad, temor que nunca permitirá que se haga realidad.

Una mujer que se ha enfrentado a los intentos de mordaza, a conductores de farándula, a imperios de la comunicación, a periodistas de los medios oficiales y hasta un presidente de la república.

A una mujer que entiende que convertirse en uno de los rostros de este ejército signifi-ca que los gobiernos y los hombres de poder intentarán destruirla, desde su reputación hasta su vida personal. Sabe que es enemiga de los que no tienen alma y vigilan sus propios intereses. Ella como nosotros entiende el riesgo de ponerse en la palestra y enfrentarse sin temor a las estructuras de los enemigos del hombre, porque sabemos que el bien común es superior al daño cobarde que puedan hacer los que se sientan amenazados por nuestras causas.

A una mujer que no se ha cansado de resistir en las batallas y que ha terminado por ganarlas, a una mujer que cuenta con un amplio reconocimiento social, que ha recibido entre otros: el Premio Nacional de Periodismo en 2001, 2004 y 2009, el Premio Ondas iberoamericanas de radio y televisión en 2006, el Premio María Moors Cabot en 2008, la Presea Sor Juana Inés de la Cruz en 2010, La Orden de la Legión de Honor en 2013. Premios que no se convierten en un aderezo del ego sino en armas de esta guerra.

Hoy esta mujer de principios inquebrantables y de integridad, nos acompaña para que le demos un arma en más para enfrentarse a los que pretenden hacer del silencio su reino, a los que pretender esconder las verdades incómodas, a los que pretenden vivir y gobernar desde las sombras.

Hoy, Carmen Aristegui, te damos nuestro Corazón, para que desde ahora su latido se una con el de Javier Sicilia, el de Alejandro Solalinde, el de Raúl Vera, el de José Narro, con el de los universitarios, con el de las víctimas de la violencia, del silencio, de la injusticia, de los abusos de poder, del hambre, de la desigualdad. Para que haga latir eternamente los corazones asesinados de los periodistas que murieron por decir la verdad.

Te damos el Corazón de León para que sepas que vamos juntos en este camino, y que te necesitamos avanzando, porque a tu lado marchamos todos los que como tú anhelamos un país en el que todos puedan cumplir sus sueños, cuidar lo que aman, vivir en paz, seguir creyendo.

Carmen, éste corazón es tuyo y es nuestro. Es tuyo y es de todos los que luchan por la verdad. Es de todos los que hoy marchamos a la guerra que nos declararon los enemigos del hombre, pero sin enfundar armas de muerte sino convicciones de vida.

Carmen, desde hoy y para siempre eres una mujer con Corazón de León

Page 3: Galardón Corazón de León. Discurso Alberto Galarza a Carmen Aristegui

Hoy declaramos la guerra.

Guerra, una palabra de consecuencias mayores, ligada a la muerte, a las heridas, al dispendio, a la barbarie; una palabra a la que nos acostumbramos en este país violento.Guerra a la que marchamos como ejército; pero nuestro ejército no es como otros y nuestra guerra no es de muerte; porque nuestra guerra es contra los enemigos del hombre; porque no todos los bandos luchan por las mismas causas, porque no todos los guerreros son de sangre y de fuego, de rabia y de sinrazón.

Para los enemigos del hombre la guerra consiste en el instinto bárbaro, en el ansia abyecta de la sangre en el asfalto, en el deseo obsceno de poder, en los demonios inter-nos nutridos de ego y de violencia. Consiste en salir a matar, a silenciar, a aplastar, a destruir huesos, historias, culturas y reputaciones, a imponer sus mentiras como verdades, a combatir el espíritu para abrir paso al reino de la bestialidad. Para nosotros la guerra es la resistencia a todo lo anterior y es nuestra obligación humana. Es el combate que prioriza la inteligencia, que cree que en el hombre hay un lado brillante y vale la pena rescatarlo; que lucha con ideas claras, sólidas, atemporales; que cree en lo que en verdad importa: en el amor, en la amistad, en la esperanza, en el hombre. Pelear es sencillo para los enemigos del hombre, porque generalmente los asesinos del espíritu no tienen el estorbo que representan los escrúpulos, escrúpulos que escondieron desde hace mucho en los abismos de la ignominia. Porque los que responden a impulsos primarios y decidieron asumirse como personajes que entienden la dominación y el exterminio como las únicas formas de supervivencia; los que se amurallan contra el conocimiento, los que asfixian a las voces libres y los que no pueden dormir porque sus demonios y culpas invadieron sus sueños, esos están listos para morir por su ambición, porque esa misma ambición no les dejó espacio para el amor a la vida, y sin amor a la vida, esparcir la muerte es tarea sencilla. Sus razones son válidas sólo para ellos y para los que deciden jugar su juego, para los que siguen con atención estúpida el dictado de sus nociones que se repiten hasta que el sinsentido se convierte en su realidad. Nociones que reproducen todos los días y que convierten en las únicas imágenes de sus reducidas vidas, de sus secretas e inconfesa-bles vidas, en las que pelean para huir de sí mismos, en las que se resguardan por miedo al hombre, en las que mueren de miedo a que despierte su propio corazón que mantienen en coma y con él la culpa de vivir de la muerte de los otros. La guerra que dan todos los días los enemigos del hombre, los ciegos de furia, es resultado de un proceso largo que ha sofisticado sus métodos más no sus principios. Pasaron de los músculos y piedras que fracturaban cráneos, a las hogueras y las espa-das, de las hogueras que quemaban líneas de conocimiento y las espadas que cortaban

lenguas de verdades, a las balas y la pólvora, de las balas que atraviesan cuerpos inocentes y la pólvora que destruye hogares transmutaron a la sutileza de matar, con hambre: las ideas, con bloqueos: la organización, con mentiras: la crítica, con campa-ñas de desprestigio: los argumentos, con dinero (o la ausencia del mismo): las causas, con telarañas en las que los voraces se protegen las espaldas: la idea de democracia. Han asfixiado y presionado con sus nuevas armas a los que no ven más que como un instrumento de dominio o sujetos de dominación, a los que piensan todos los días cómo sobrevivir, o peor aún, a los que deciden abstraerse y dejar de pensar para no ver la realidad de desigualdad, hambre, injusticia y cinismo que nos construyeron y que les dejamos construirnos.

Esos, los enemigos del hombre, los que han decidido mutilar a la libertad, son los que no han parado de luchar. Han cambiado sólo de nombres, de rostros, de tiempos, de falsas ideologías, de métodos, de lugares, pero siempre han sido los mismos. Esos, los enemigos del hombre que usualmente se encarnan en el político y el gobernan-te, en el hombre de medios, en el empresario, en el líder sindical, en el narcotraficante, en el asesino, en el violento; esos nunca han parado de morder, porque nacieron con colmillos que no les dejan cerrar las fauces, porque su visión absurda y desdeñable de un mundo de cazador y presa los condenó a creer que su destino es el de victimarios. Entonces queda claro que hay un bando que se lanzó a las armas decididamente y que no ha cedido ni por un segundo. Queda claro que hay quien está peleando una batalla incesante en contra del intelecto. Queda claro que hay quienes nos seguirán empujando hasta el último reducto de nuestra libertad, ese reducto que muy a pesar de ellos, nunca nadie nos podrá quitar. Esa libertad de la que gozamos y que nos pertenece a pesar de cualquier intento de colonizarla, nos hace también responsables de defenderla con las armas de las que hemos sido dotados: los sueños, el deseo de vivir bien, el amor a los nuestros y sobre todo el corazón.

Por eso vamos a la guerra, por eso salimos a luchar, con corazón. Así es como lo que la ciencia carente de sentimientos reduce a un músculo que bombea sangre se convierte en nuestra arma de guerra.

Un corazón que palpita en el lugar correcto, que ama las cosas importantes del mundo, que sólo moriría para dar lugar a la vida es más poderoso que todas las armas, toda la sofisticación, todas las telarañas y todos los colmillos de los enemigos del hombre.

Un corazón en libertad es un motor indómito que destruye barreras, que se adelanta al tiempo y que permite creer a los que se les quiso robar ese derecho.

Pero la guerra que tenemos que pelear contra los enemigos del hombre no será con sus mismas armas, con su misma vacuidad de ideas, con su misma carencia de principios.

La primera batalla de esa guerra es de todos los que asumimos la responsabilidad de plantarle cara al que se alimenta de nuestra hambre, al que destruye nuestros sueños y los suplanta con miedos y cansancios.

La primera batalla es interior y consiste en encontrar en nosotros un por qué, un para qué y sobre todo un con quién. La primera batalla es no convertirnos en ellos, en entender que no todos los medios se justifican. Esta guerra no será en solitario, aunque nos quieran acorralar, no será con solo dos brazos sino con miles empujando al mismo horizonte, no será con un corazón personal sino uno colectivo que reclame nuestro oxígeno, nuestra tierra, nuestras ansias y nuestra libertad.

Vamos a resistir, resistir con las ideas, con las convicciones, con las carencias, con la dignidad, con el anhelo, no del mundo que tenemos y que así no podemos amar, sino con la imagen idílica del mundo que quisiéramos vivir y heredar.

Marcharemos a la guerra con pies que caminen por el mismo trayecto, con ojos que apunten a metas comunes, con estómagos que tengan el mismo apetito, con brazos ansiosos de abrazar las mismas conquistas. Necesitamos vivir distinto el mundo que permitimos que nos construyeran, porque ahora lo vivimos acostumbrados a estar a raya, agazapados, temerosos del prójimo, incrédulos de los hechos, saqueados, espectadores del cinismo y a resignados de la pobreza material y espiritual. Para eso es indispensable no permitir que los que estamos en este ejército, sean calla-dos por la violencia o el desinterés. Necesitamos amar y proteger la vida de todos y la voz de todos, especialmente la de los que lo dejan todo por contar la verdad. Los enemigos del hombre tienen que entender que no se mata la verdad matando periodistas, a nuestros periodistas.

Por eso es inadmisible que el 26 de julio de 2011 en Veracruz, Veracruz encontraran

el cuerpo decapitado y con señales de tortura de Yolanda Ordaz De la Cruz, y que la investigación de su caso fuera desechada por un mensaje escrito en una cartulina junto a su cadáver.

Por eso aún duele que el 17 de Julio del año pasado fuera encontrado el cuerpo sin vida de Alberto López Bello, reportero de la sección policíaca en El Imparcial y Radiorama, cuyo único error fue contar lo que sucedía con la venta de drogas en Oaxaca.

Por eso no podemos permitir que nadie más desaparezca como Gregorio Jiménez, el "Goyo", que fue encontrado muerto en una fosa en Las Choapas el día 11 de febrero, en medio de un proceso turbio y escandaloso en el que la solidaridad de los periodistas de todo el país fue lo único que permitió el seguimiento de su caso.

Por eso vale la pena que los que siguen de pie sepan que no están solos, que los recono-cemos y acompañamos por hacer de la adversidad su campo de batalla, por no ceder, por no dar la vuelta y flotar con la corriente como tantos más lo han hecho.

Por eso en nuestro corazón vive Sicilia con su andar, con sus escapularios, con su voz potente y lenta, con la ausencia de su hijo que es una presencia en los hogares de todos los que perdieron a alguien y que están acompañados por el corazón gigante de Javier. Por eso Solalinde es nuestro compañero de lucha, un compañero que siempre que recibe a los Hermanos en el Camino les da un poco de vida, vida que se va con ellos en la Bestia, vida que a veces se le escapa y muere entre narcos, gobernantes y polleros.Por eso Raúl Vera es nuestro ejemplo, un ejemplo de que se puede formar parte de un sistema y vivir para transformarlo, para cambiar las reglas, reescribir la historia y abrirle las puertas a lo que vale en las personas: el corazón.

Por eso José Narro es nuestro cómplice en la inagotable batalla para dejar de desperdiciar a lo más valioso que tiene este país: los jóvenes. Jóvenes que nacimos en un escenario adverso, pero que todos los días en lugares como éste decidimos transformar con acciones inteligentes, honestas y comprometidas nuestro mundo.

Por eso, a pesar de los embates y quizá especialmente por ellos, hoy vale la pena entregar un pedazo de nuestro corazón a una mujer valiosa y valiente, una mujer cuyo rostro convirtieron los hombres de poder de éste país en una diana, a una mujer que no le teme más que perder la libertad, temor que nunca permitirá que se haga realidad.

Una mujer que se ha enfrentado a los intentos de mordaza, a conductores de farándula, a imperios de la comunicación, a periodistas de los medios oficiales y hasta un presidente de la república.

A una mujer que entiende que convertirse en uno de los rostros de este ejército signifi-ca que los gobiernos y los hombres de poder intentarán destruirla, desde su reputación hasta su vida personal. Sabe que es enemiga de los que no tienen alma y vigilan sus propios intereses. Ella como nosotros entiende el riesgo de ponerse en la palestra y enfrentarse sin temor a las estructuras de los enemigos del hombre, porque sabemos que el bien común es superior al daño cobarde que puedan hacer los que se sientan amenazados por nuestras causas.

A una mujer que no se ha cansado de resistir en las batallas y que ha terminado por ganarlas, a una mujer que cuenta con un amplio reconocimiento social, que ha recibido entre otros: el Premio Nacional de Periodismo en 2001, 2004 y 2009, el Premio Ondas iberoamericanas de radio y televisión en 2006, el Premio María Moors Cabot en 2008, la Presea Sor Juana Inés de la Cruz en 2010, La Orden de la Legión de Honor en 2013. Premios que no se convierten en un aderezo del ego sino en armas de esta guerra.

Hoy esta mujer de principios inquebrantables y de integridad, nos acompaña para que le demos un arma en más para enfrentarse a los que pretenden hacer del silencio su reino, a los que pretender esconder las verdades incómodas, a los que pretenden vivir y gobernar desde las sombras.

Hoy, Carmen Aristegui, te damos nuestro Corazón, para que desde ahora su latido se una con el de Javier Sicilia, el de Alejandro Solalinde, el de Raúl Vera, el de José Narro, con el de los universitarios, con el de las víctimas de la violencia, del silencio, de la injusticia, de los abusos de poder, del hambre, de la desigualdad. Para que haga latir eternamente los corazones asesinados de los periodistas que murieron por decir la verdad.

Te damos el Corazón de León para que sepas que vamos juntos en este camino, y que te necesitamos avanzando, porque a tu lado marchamos todos los que como tú anhelamos un país en el que todos puedan cumplir sus sueños, cuidar lo que aman, vivir en paz, seguir creyendo.

Carmen, éste corazón es tuyo y es nuestro. Es tuyo y es de todos los que luchan por la verdad. Es de todos los que hoy marchamos a la guerra que nos declararon los enemigos del hombre, pero sin enfundar armas de muerte sino convicciones de vida.

Carmen, desde hoy y para siempre eres una mujer con Corazón de León

Page 4: Galardón Corazón de León. Discurso Alberto Galarza a Carmen Aristegui

Hoy declaramos la guerra.

Guerra, una palabra de consecuencias mayores, ligada a la muerte, a las heridas, al dispendio, a la barbarie; una palabra a la que nos acostumbramos en este país violento.Guerra a la que marchamos como ejército; pero nuestro ejército no es como otros y nuestra guerra no es de muerte; porque nuestra guerra es contra los enemigos del hombre; porque no todos los bandos luchan por las mismas causas, porque no todos los guerreros son de sangre y de fuego, de rabia y de sinrazón.

Para los enemigos del hombre la guerra consiste en el instinto bárbaro, en el ansia abyecta de la sangre en el asfalto, en el deseo obsceno de poder, en los demonios inter-nos nutridos de ego y de violencia. Consiste en salir a matar, a silenciar, a aplastar, a destruir huesos, historias, culturas y reputaciones, a imponer sus mentiras como verdades, a combatir el espíritu para abrir paso al reino de la bestialidad. Para nosotros la guerra es la resistencia a todo lo anterior y es nuestra obligación humana. Es el combate que prioriza la inteligencia, que cree que en el hombre hay un lado brillante y vale la pena rescatarlo; que lucha con ideas claras, sólidas, atemporales; que cree en lo que en verdad importa: en el amor, en la amistad, en la esperanza, en el hombre. Pelear es sencillo para los enemigos del hombre, porque generalmente los asesinos del espíritu no tienen el estorbo que representan los escrúpulos, escrúpulos que escondieron desde hace mucho en los abismos de la ignominia. Porque los que responden a impulsos primarios y decidieron asumirse como personajes que entienden la dominación y el exterminio como las únicas formas de supervivencia; los que se amurallan contra el conocimiento, los que asfixian a las voces libres y los que no pueden dormir porque sus demonios y culpas invadieron sus sueños, esos están listos para morir por su ambición, porque esa misma ambición no les dejó espacio para el amor a la vida, y sin amor a la vida, esparcir la muerte es tarea sencilla. Sus razones son válidas sólo para ellos y para los que deciden jugar su juego, para los que siguen con atención estúpida el dictado de sus nociones que se repiten hasta que el sinsentido se convierte en su realidad. Nociones que reproducen todos los días y que convierten en las únicas imágenes de sus reducidas vidas, de sus secretas e inconfesa-bles vidas, en las que pelean para huir de sí mismos, en las que se resguardan por miedo al hombre, en las que mueren de miedo a que despierte su propio corazón que mantienen en coma y con él la culpa de vivir de la muerte de los otros. La guerra que dan todos los días los enemigos del hombre, los ciegos de furia, es resultado de un proceso largo que ha sofisticado sus métodos más no sus principios. Pasaron de los músculos y piedras que fracturaban cráneos, a las hogueras y las espa-das, de las hogueras que quemaban líneas de conocimiento y las espadas que cortaban

lenguas de verdades, a las balas y la pólvora, de las balas que atraviesan cuerpos inocentes y la pólvora que destruye hogares transmutaron a la sutileza de matar, con hambre: las ideas, con bloqueos: la organización, con mentiras: la crítica, con campa-ñas de desprestigio: los argumentos, con dinero (o la ausencia del mismo): las causas, con telarañas en las que los voraces se protegen las espaldas: la idea de democracia. Han asfixiado y presionado con sus nuevas armas a los que no ven más que como un instrumento de dominio o sujetos de dominación, a los que piensan todos los días cómo sobrevivir, o peor aún, a los que deciden abstraerse y dejar de pensar para no ver la realidad de desigualdad, hambre, injusticia y cinismo que nos construyeron y que les dejamos construirnos.

Esos, los enemigos del hombre, los que han decidido mutilar a la libertad, son los que no han parado de luchar. Han cambiado sólo de nombres, de rostros, de tiempos, de falsas ideologías, de métodos, de lugares, pero siempre han sido los mismos. Esos, los enemigos del hombre que usualmente se encarnan en el político y el gobernan-te, en el hombre de medios, en el empresario, en el líder sindical, en el narcotraficante, en el asesino, en el violento; esos nunca han parado de morder, porque nacieron con colmillos que no les dejan cerrar las fauces, porque su visión absurda y desdeñable de un mundo de cazador y presa los condenó a creer que su destino es el de victimarios. Entonces queda claro que hay un bando que se lanzó a las armas decididamente y que no ha cedido ni por un segundo. Queda claro que hay quien está peleando una batalla incesante en contra del intelecto. Queda claro que hay quienes nos seguirán empujando hasta el último reducto de nuestra libertad, ese reducto que muy a pesar de ellos, nunca nadie nos podrá quitar. Esa libertad de la que gozamos y que nos pertenece a pesar de cualquier intento de colonizarla, nos hace también responsables de defenderla con las armas de las que hemos sido dotados: los sueños, el deseo de vivir bien, el amor a los nuestros y sobre todo el corazón.

Por eso vamos a la guerra, por eso salimos a luchar, con corazón. Así es como lo que la ciencia carente de sentimientos reduce a un músculo que bombea sangre se convierte en nuestra arma de guerra.

Un corazón que palpita en el lugar correcto, que ama las cosas importantes del mundo, que sólo moriría para dar lugar a la vida es más poderoso que todas las armas, toda la sofisticación, todas las telarañas y todos los colmillos de los enemigos del hombre.

Un corazón en libertad es un motor indómito que destruye barreras, que se adelanta al tiempo y que permite creer a los que se les quiso robar ese derecho.

Pero la guerra que tenemos que pelear contra los enemigos del hombre no será con sus mismas armas, con su misma vacuidad de ideas, con su misma carencia de principios.

La primera batalla de esa guerra es de todos los que asumimos la responsabilidad de plantarle cara al que se alimenta de nuestra hambre, al que destruye nuestros sueños y los suplanta con miedos y cansancios.

La primera batalla es interior y consiste en encontrar en nosotros un por qué, un para qué y sobre todo un con quién. La primera batalla es no convertirnos en ellos, en entender que no todos los medios se justifican. Esta guerra no será en solitario, aunque nos quieran acorralar, no será con solo dos brazos sino con miles empujando al mismo horizonte, no será con un corazón personal sino uno colectivo que reclame nuestro oxígeno, nuestra tierra, nuestras ansias y nuestra libertad.

Vamos a resistir, resistir con las ideas, con las convicciones, con las carencias, con la dignidad, con el anhelo, no del mundo que tenemos y que así no podemos amar, sino con la imagen idílica del mundo que quisiéramos vivir y heredar.

Marcharemos a la guerra con pies que caminen por el mismo trayecto, con ojos que apunten a metas comunes, con estómagos que tengan el mismo apetito, con brazos ansiosos de abrazar las mismas conquistas. Necesitamos vivir distinto el mundo que permitimos que nos construyeran, porque ahora lo vivimos acostumbrados a estar a raya, agazapados, temerosos del prójimo, incrédulos de los hechos, saqueados, espectadores del cinismo y a resignados de la pobreza material y espiritual. Para eso es indispensable no permitir que los que estamos en este ejército, sean calla-dos por la violencia o el desinterés. Necesitamos amar y proteger la vida de todos y la voz de todos, especialmente la de los que lo dejan todo por contar la verdad. Los enemigos del hombre tienen que entender que no se mata la verdad matando periodistas, a nuestros periodistas.

Por eso es inadmisible que el 26 de julio de 2011 en Veracruz, Veracruz encontraran

el cuerpo decapitado y con señales de tortura de Yolanda Ordaz De la Cruz, y que la investigación de su caso fuera desechada por un mensaje escrito en una cartulina junto a su cadáver.

Por eso aún duele que el 17 de Julio del año pasado fuera encontrado el cuerpo sin vida de Alberto López Bello, reportero de la sección policíaca en El Imparcial y Radiorama, cuyo único error fue contar lo que sucedía con la venta de drogas en Oaxaca.

Por eso no podemos permitir que nadie más desaparezca como Gregorio Jiménez, el "Goyo", que fue encontrado muerto en una fosa en Las Choapas el día 11 de febrero, en medio de un proceso turbio y escandaloso en el que la solidaridad de los periodistas de todo el país fue lo único que permitió el seguimiento de su caso.

Por eso vale la pena que los que siguen de pie sepan que no están solos, que los recono-cemos y acompañamos por hacer de la adversidad su campo de batalla, por no ceder, por no dar la vuelta y flotar con la corriente como tantos más lo han hecho.

Por eso en nuestro corazón vive Sicilia con su andar, con sus escapularios, con su voz potente y lenta, con la ausencia de su hijo que es una presencia en los hogares de todos los que perdieron a alguien y que están acompañados por el corazón gigante de Javier. Por eso Solalinde es nuestro compañero de lucha, un compañero que siempre que recibe a los Hermanos en el Camino les da un poco de vida, vida que se va con ellos en la Bestia, vida que a veces se le escapa y muere entre narcos, gobernantes y polleros.Por eso Raúl Vera es nuestro ejemplo, un ejemplo de que se puede formar parte de un sistema y vivir para transformarlo, para cambiar las reglas, reescribir la historia y abrirle las puertas a lo que vale en las personas: el corazón.

Por eso José Narro es nuestro cómplice en la inagotable batalla para dejar de desperdiciar a lo más valioso que tiene este país: los jóvenes. Jóvenes que nacimos en un escenario adverso, pero que todos los días en lugares como éste decidimos transformar con acciones inteligentes, honestas y comprometidas nuestro mundo.

Por eso, a pesar de los embates y quizá especialmente por ellos, hoy vale la pena entregar un pedazo de nuestro corazón a una mujer valiosa y valiente, una mujer cuyo rostro convirtieron los hombres de poder de éste país en una diana, a una mujer que no le teme más que perder la libertad, temor que nunca permitirá que se haga realidad.

Una mujer que se ha enfrentado a los intentos de mordaza, a conductores de farándula, a imperios de la comunicación, a periodistas de los medios oficiales y hasta un presidente de la república.

A una mujer que entiende que convertirse en uno de los rostros de este ejército signifi-ca que los gobiernos y los hombres de poder intentarán destruirla, desde su reputación hasta su vida personal. Sabe que es enemiga de los que no tienen alma y vigilan sus propios intereses. Ella como nosotros entiende el riesgo de ponerse en la palestra y enfrentarse sin temor a las estructuras de los enemigos del hombre, porque sabemos que el bien común es superior al daño cobarde que puedan hacer los que se sientan amenazados por nuestras causas.

A una mujer que no se ha cansado de resistir en las batallas y que ha terminado por ganarlas, a una mujer que cuenta con un amplio reconocimiento social, que ha recibido entre otros: el Premio Nacional de Periodismo en 2001, 2004 y 2009, el Premio Ondas iberoamericanas de radio y televisión en 2006, el Premio María Moors Cabot en 2008, la Presea Sor Juana Inés de la Cruz en 2010, La Orden de la Legión de Honor en 2013. Premios que no se convierten en un aderezo del ego sino en armas de esta guerra.

Hoy esta mujer de principios inquebrantables y de integridad, nos acompaña para que le demos un arma en más para enfrentarse a los que pretenden hacer del silencio su reino, a los que pretender esconder las verdades incómodas, a los que pretenden vivir y gobernar desde las sombras.

Hoy, Carmen Aristegui, te damos nuestro Corazón, para que desde ahora su latido se una con el de Javier Sicilia, el de Alejandro Solalinde, el de Raúl Vera, el de José Narro, con el de los universitarios, con el de las víctimas de la violencia, del silencio, de la injusticia, de los abusos de poder, del hambre, de la desigualdad. Para que haga latir eternamente los corazones asesinados de los periodistas que murieron por decir la verdad.

Te damos el Corazón de León para que sepas que vamos juntos en este camino, y que te necesitamos avanzando, porque a tu lado marchamos todos los que como tú anhelamos un país en el que todos puedan cumplir sus sueños, cuidar lo que aman, vivir en paz, seguir creyendo.

Carmen, éste corazón es tuyo y es nuestro. Es tuyo y es de todos los que luchan por la verdad. Es de todos los que hoy marchamos a la guerra que nos declararon los enemigos del hombre, pero sin enfundar armas de muerte sino convicciones de vida.

Carmen, desde hoy y para siempre eres una mujer con Corazón de León

Page 5: Galardón Corazón de León. Discurso Alberto Galarza a Carmen Aristegui

Hoy declaramos la guerra.

Guerra, una palabra de consecuencias mayores, ligada a la muerte, a las heridas, al dispendio, a la barbarie; una palabra a la que nos acostumbramos en este país violento.Guerra a la que marchamos como ejército; pero nuestro ejército no es como otros y nuestra guerra no es de muerte; porque nuestra guerra es contra los enemigos del hombre; porque no todos los bandos luchan por las mismas causas, porque no todos los guerreros son de sangre y de fuego, de rabia y de sinrazón.

Para los enemigos del hombre la guerra consiste en el instinto bárbaro, en el ansia abyecta de la sangre en el asfalto, en el deseo obsceno de poder, en los demonios inter-nos nutridos de ego y de violencia. Consiste en salir a matar, a silenciar, a aplastar, a destruir huesos, historias, culturas y reputaciones, a imponer sus mentiras como verdades, a combatir el espíritu para abrir paso al reino de la bestialidad. Para nosotros la guerra es la resistencia a todo lo anterior y es nuestra obligación humana. Es el combate que prioriza la inteligencia, que cree que en el hombre hay un lado brillante y vale la pena rescatarlo; que lucha con ideas claras, sólidas, atemporales; que cree en lo que en verdad importa: en el amor, en la amistad, en la esperanza, en el hombre. Pelear es sencillo para los enemigos del hombre, porque generalmente los asesinos del espíritu no tienen el estorbo que representan los escrúpulos, escrúpulos que escondieron desde hace mucho en los abismos de la ignominia. Porque los que responden a impulsos primarios y decidieron asumirse como personajes que entienden la dominación y el exterminio como las únicas formas de supervivencia; los que se amurallan contra el conocimiento, los que asfixian a las voces libres y los que no pueden dormir porque sus demonios y culpas invadieron sus sueños, esos están listos para morir por su ambición, porque esa misma ambición no les dejó espacio para el amor a la vida, y sin amor a la vida, esparcir la muerte es tarea sencilla. Sus razones son válidas sólo para ellos y para los que deciden jugar su juego, para los que siguen con atención estúpida el dictado de sus nociones que se repiten hasta que el sinsentido se convierte en su realidad. Nociones que reproducen todos los días y que convierten en las únicas imágenes de sus reducidas vidas, de sus secretas e inconfesa-bles vidas, en las que pelean para huir de sí mismos, en las que se resguardan por miedo al hombre, en las que mueren de miedo a que despierte su propio corazón que mantienen en coma y con él la culpa de vivir de la muerte de los otros. La guerra que dan todos los días los enemigos del hombre, los ciegos de furia, es resultado de un proceso largo que ha sofisticado sus métodos más no sus principios. Pasaron de los músculos y piedras que fracturaban cráneos, a las hogueras y las espa-das, de las hogueras que quemaban líneas de conocimiento y las espadas que cortaban

lenguas de verdades, a las balas y la pólvora, de las balas que atraviesan cuerpos inocentes y la pólvora que destruye hogares transmutaron a la sutileza de matar, con hambre: las ideas, con bloqueos: la organización, con mentiras: la crítica, con campa-ñas de desprestigio: los argumentos, con dinero (o la ausencia del mismo): las causas, con telarañas en las que los voraces se protegen las espaldas: la idea de democracia. Han asfixiado y presionado con sus nuevas armas a los que no ven más que como un instrumento de dominio o sujetos de dominación, a los que piensan todos los días cómo sobrevivir, o peor aún, a los que deciden abstraerse y dejar de pensar para no ver la realidad de desigualdad, hambre, injusticia y cinismo que nos construyeron y que les dejamos construirnos.

Esos, los enemigos del hombre, los que han decidido mutilar a la libertad, son los que no han parado de luchar. Han cambiado sólo de nombres, de rostros, de tiempos, de falsas ideologías, de métodos, de lugares, pero siempre han sido los mismos. Esos, los enemigos del hombre que usualmente se encarnan en el político y el gobernan-te, en el hombre de medios, en el empresario, en el líder sindical, en el narcotraficante, en el asesino, en el violento; esos nunca han parado de morder, porque nacieron con colmillos que no les dejan cerrar las fauces, porque su visión absurda y desdeñable de un mundo de cazador y presa los condenó a creer que su destino es el de victimarios. Entonces queda claro que hay un bando que se lanzó a las armas decididamente y que no ha cedido ni por un segundo. Queda claro que hay quien está peleando una batalla incesante en contra del intelecto. Queda claro que hay quienes nos seguirán empujando hasta el último reducto de nuestra libertad, ese reducto que muy a pesar de ellos, nunca nadie nos podrá quitar. Esa libertad de la que gozamos y que nos pertenece a pesar de cualquier intento de colonizarla, nos hace también responsables de defenderla con las armas de las que hemos sido dotados: los sueños, el deseo de vivir bien, el amor a los nuestros y sobre todo el corazón.

Por eso vamos a la guerra, por eso salimos a luchar, con corazón. Así es como lo que la ciencia carente de sentimientos reduce a un músculo que bombea sangre se convierte en nuestra arma de guerra.

Un corazón que palpita en el lugar correcto, que ama las cosas importantes del mundo, que sólo moriría para dar lugar a la vida es más poderoso que todas las armas, toda la sofisticación, todas las telarañas y todos los colmillos de los enemigos del hombre.

Un corazón en libertad es un motor indómito que destruye barreras, que se adelanta al tiempo y que permite creer a los que se les quiso robar ese derecho.

Pero la guerra que tenemos que pelear contra los enemigos del hombre no será con sus mismas armas, con su misma vacuidad de ideas, con su misma carencia de principios.

La primera batalla de esa guerra es de todos los que asumimos la responsabilidad de plantarle cara al que se alimenta de nuestra hambre, al que destruye nuestros sueños y los suplanta con miedos y cansancios.

La primera batalla es interior y consiste en encontrar en nosotros un por qué, un para qué y sobre todo un con quién. La primera batalla es no convertirnos en ellos, en entender que no todos los medios se justifican. Esta guerra no será en solitario, aunque nos quieran acorralar, no será con solo dos brazos sino con miles empujando al mismo horizonte, no será con un corazón personal sino uno colectivo que reclame nuestro oxígeno, nuestra tierra, nuestras ansias y nuestra libertad.

Vamos a resistir, resistir con las ideas, con las convicciones, con las carencias, con la dignidad, con el anhelo, no del mundo que tenemos y que así no podemos amar, sino con la imagen idílica del mundo que quisiéramos vivir y heredar.

Marcharemos a la guerra con pies que caminen por el mismo trayecto, con ojos que apunten a metas comunes, con estómagos que tengan el mismo apetito, con brazos ansiosos de abrazar las mismas conquistas. Necesitamos vivir distinto el mundo que permitimos que nos construyeran, porque ahora lo vivimos acostumbrados a estar a raya, agazapados, temerosos del prójimo, incrédulos de los hechos, saqueados, espectadores del cinismo y a resignados de la pobreza material y espiritual. Para eso es indispensable no permitir que los que estamos en este ejército, sean calla-dos por la violencia o el desinterés. Necesitamos amar y proteger la vida de todos y la voz de todos, especialmente la de los que lo dejan todo por contar la verdad. Los enemigos del hombre tienen que entender que no se mata la verdad matando periodistas, a nuestros periodistas.

Por eso es inadmisible que el 26 de julio de 2011 en Veracruz, Veracruz encontraran

el cuerpo decapitado y con señales de tortura de Yolanda Ordaz De la Cruz, y que la investigación de su caso fuera desechada por un mensaje escrito en una cartulina junto a su cadáver.

Por eso aún duele que el 17 de Julio del año pasado fuera encontrado el cuerpo sin vida de Alberto López Bello, reportero de la sección policíaca en El Imparcial y Radiorama, cuyo único error fue contar lo que sucedía con la venta de drogas en Oaxaca.

Por eso no podemos permitir que nadie más desaparezca como Gregorio Jiménez, el "Goyo", que fue encontrado muerto en una fosa en Las Choapas el día 11 de febrero, en medio de un proceso turbio y escandaloso en el que la solidaridad de los periodistas de todo el país fue lo único que permitió el seguimiento de su caso.

Por eso vale la pena que los que siguen de pie sepan que no están solos, que los recono-cemos y acompañamos por hacer de la adversidad su campo de batalla, por no ceder, por no dar la vuelta y flotar con la corriente como tantos más lo han hecho.

Por eso en nuestro corazón vive Sicilia con su andar, con sus escapularios, con su voz potente y lenta, con la ausencia de su hijo que es una presencia en los hogares de todos los que perdieron a alguien y que están acompañados por el corazón gigante de Javier. Por eso Solalinde es nuestro compañero de lucha, un compañero que siempre que recibe a los Hermanos en el Camino les da un poco de vida, vida que se va con ellos en la Bestia, vida que a veces se le escapa y muere entre narcos, gobernantes y polleros.Por eso Raúl Vera es nuestro ejemplo, un ejemplo de que se puede formar parte de un sistema y vivir para transformarlo, para cambiar las reglas, reescribir la historia y abrirle las puertas a lo que vale en las personas: el corazón.

Por eso José Narro es nuestro cómplice en la inagotable batalla para dejar de desperdiciar a lo más valioso que tiene este país: los jóvenes. Jóvenes que nacimos en un escenario adverso, pero que todos los días en lugares como éste decidimos transformar con acciones inteligentes, honestas y comprometidas nuestro mundo.

Por eso, a pesar de los embates y quizá especialmente por ellos, hoy vale la pena entregar un pedazo de nuestro corazón a una mujer valiosa y valiente, una mujer cuyo rostro convirtieron los hombres de poder de éste país en una diana, a una mujer que no le teme más que perder la libertad, temor que nunca permitirá que se haga realidad.

Una mujer que se ha enfrentado a los intentos de mordaza, a conductores de farándula, a imperios de la comunicación, a periodistas de los medios oficiales y hasta un presidente de la república.

A una mujer que entiende que convertirse en uno de los rostros de este ejército signifi-ca que los gobiernos y los hombres de poder intentarán destruirla, desde su reputación hasta su vida personal. Sabe que es enemiga de los que no tienen alma y vigilan sus propios intereses. Ella como nosotros entiende el riesgo de ponerse en la palestra y enfrentarse sin temor a las estructuras de los enemigos del hombre, porque sabemos que el bien común es superior al daño cobarde que puedan hacer los que se sientan amenazados por nuestras causas.

A una mujer que no se ha cansado de resistir en las batallas y que ha terminado por ganarlas, a una mujer que cuenta con un amplio reconocimiento social, que ha recibido entre otros: el Premio Nacional de Periodismo en 2001, 2004 y 2009, el Premio Ondas iberoamericanas de radio y televisión en 2006, el Premio María Moors Cabot en 2008, la Presea Sor Juana Inés de la Cruz en 2010, La Orden de la Legión de Honor en 2013. Premios que no se convierten en un aderezo del ego sino en armas de esta guerra.

Hoy esta mujer de principios inquebrantables y de integridad, nos acompaña para que le demos un arma en más para enfrentarse a los que pretenden hacer del silencio su reino, a los que pretender esconder las verdades incómodas, a los que pretenden vivir y gobernar desde las sombras.

Hoy, Carmen Aristegui, te damos nuestro Corazón, para que desde ahora su latido se una con el de Javier Sicilia, el de Alejandro Solalinde, el de Raúl Vera, el de José Narro, con el de los universitarios, con el de las víctimas de la violencia, del silencio, de la injusticia, de los abusos de poder, del hambre, de la desigualdad. Para que haga latir eternamente los corazones asesinados de los periodistas que murieron por decir la verdad.

Te damos el Corazón de León para que sepas que vamos juntos en este camino, y que te necesitamos avanzando, porque a tu lado marchamos todos los que como tú anhelamos un país en el que todos puedan cumplir sus sueños, cuidar lo que aman, vivir en paz, seguir creyendo.

Carmen, éste corazón es tuyo y es nuestro. Es tuyo y es de todos los que luchan por la verdad. Es de todos los que hoy marchamos a la guerra que nos declararon los enemigos del hombre, pero sin enfundar armas de muerte sino convicciones de vida.

Carmen, desde hoy y para siempre eres una mujer con Corazón de León

Page 6: Galardón Corazón de León. Discurso Alberto Galarza a Carmen Aristegui

Hoy declaramos la guerra.

Guerra, una palabra de consecuencias mayores, ligada a la muerte, a las heridas, al dispendio, a la barbarie; una palabra a la que nos acostumbramos en este país violento.Guerra a la que marchamos como ejército; pero nuestro ejército no es como otros y nuestra guerra no es de muerte; porque nuestra guerra es contra los enemigos del hombre; porque no todos los bandos luchan por las mismas causas, porque no todos los guerreros son de sangre y de fuego, de rabia y de sinrazón.

Para los enemigos del hombre la guerra consiste en el instinto bárbaro, en el ansia abyecta de la sangre en el asfalto, en el deseo obsceno de poder, en los demonios inter-nos nutridos de ego y de violencia. Consiste en salir a matar, a silenciar, a aplastar, a destruir huesos, historias, culturas y reputaciones, a imponer sus mentiras como verdades, a combatir el espíritu para abrir paso al reino de la bestialidad. Para nosotros la guerra es la resistencia a todo lo anterior y es nuestra obligación humana. Es el combate que prioriza la inteligencia, que cree que en el hombre hay un lado brillante y vale la pena rescatarlo; que lucha con ideas claras, sólidas, atemporales; que cree en lo que en verdad importa: en el amor, en la amistad, en la esperanza, en el hombre. Pelear es sencillo para los enemigos del hombre, porque generalmente los asesinos del espíritu no tienen el estorbo que representan los escrúpulos, escrúpulos que escondieron desde hace mucho en los abismos de la ignominia. Porque los que responden a impulsos primarios y decidieron asumirse como personajes que entienden la dominación y el exterminio como las únicas formas de supervivencia; los que se amurallan contra el conocimiento, los que asfixian a las voces libres y los que no pueden dormir porque sus demonios y culpas invadieron sus sueños, esos están listos para morir por su ambición, porque esa misma ambición no les dejó espacio para el amor a la vida, y sin amor a la vida, esparcir la muerte es tarea sencilla. Sus razones son válidas sólo para ellos y para los que deciden jugar su juego, para los que siguen con atención estúpida el dictado de sus nociones que se repiten hasta que el sinsentido se convierte en su realidad. Nociones que reproducen todos los días y que convierten en las únicas imágenes de sus reducidas vidas, de sus secretas e inconfesa-bles vidas, en las que pelean para huir de sí mismos, en las que se resguardan por miedo al hombre, en las que mueren de miedo a que despierte su propio corazón que mantienen en coma y con él la culpa de vivir de la muerte de los otros. La guerra que dan todos los días los enemigos del hombre, los ciegos de furia, es resultado de un proceso largo que ha sofisticado sus métodos más no sus principios. Pasaron de los músculos y piedras que fracturaban cráneos, a las hogueras y las espa-das, de las hogueras que quemaban líneas de conocimiento y las espadas que cortaban

lenguas de verdades, a las balas y la pólvora, de las balas que atraviesan cuerpos inocentes y la pólvora que destruye hogares transmutaron a la sutileza de matar, con hambre: las ideas, con bloqueos: la organización, con mentiras: la crítica, con campa-ñas de desprestigio: los argumentos, con dinero (o la ausencia del mismo): las causas, con telarañas en las que los voraces se protegen las espaldas: la idea de democracia. Han asfixiado y presionado con sus nuevas armas a los que no ven más que como un instrumento de dominio o sujetos de dominación, a los que piensan todos los días cómo sobrevivir, o peor aún, a los que deciden abstraerse y dejar de pensar para no ver la realidad de desigualdad, hambre, injusticia y cinismo que nos construyeron y que les dejamos construirnos.

Esos, los enemigos del hombre, los que han decidido mutilar a la libertad, son los que no han parado de luchar. Han cambiado sólo de nombres, de rostros, de tiempos, de falsas ideologías, de métodos, de lugares, pero siempre han sido los mismos. Esos, los enemigos del hombre que usualmente se encarnan en el político y el gobernan-te, en el hombre de medios, en el empresario, en el líder sindical, en el narcotraficante, en el asesino, en el violento; esos nunca han parado de morder, porque nacieron con colmillos que no les dejan cerrar las fauces, porque su visión absurda y desdeñable de un mundo de cazador y presa los condenó a creer que su destino es el de victimarios. Entonces queda claro que hay un bando que se lanzó a las armas decididamente y que no ha cedido ni por un segundo. Queda claro que hay quien está peleando una batalla incesante en contra del intelecto. Queda claro que hay quienes nos seguirán empujando hasta el último reducto de nuestra libertad, ese reducto que muy a pesar de ellos, nunca nadie nos podrá quitar. Esa libertad de la que gozamos y que nos pertenece a pesar de cualquier intento de colonizarla, nos hace también responsables de defenderla con las armas de las que hemos sido dotados: los sueños, el deseo de vivir bien, el amor a los nuestros y sobre todo el corazón.

Por eso vamos a la guerra, por eso salimos a luchar, con corazón. Así es como lo que la ciencia carente de sentimientos reduce a un músculo que bombea sangre se convierte en nuestra arma de guerra.

Un corazón que palpita en el lugar correcto, que ama las cosas importantes del mundo, que sólo moriría para dar lugar a la vida es más poderoso que todas las armas, toda la sofisticación, todas las telarañas y todos los colmillos de los enemigos del hombre.

Un corazón en libertad es un motor indómito que destruye barreras, que se adelanta al tiempo y que permite creer a los que se les quiso robar ese derecho.

Pero la guerra que tenemos que pelear contra los enemigos del hombre no será con sus mismas armas, con su misma vacuidad de ideas, con su misma carencia de principios.

La primera batalla de esa guerra es de todos los que asumimos la responsabilidad de plantarle cara al que se alimenta de nuestra hambre, al que destruye nuestros sueños y los suplanta con miedos y cansancios.

La primera batalla es interior y consiste en encontrar en nosotros un por qué, un para qué y sobre todo un con quién. La primera batalla es no convertirnos en ellos, en entender que no todos los medios se justifican. Esta guerra no será en solitario, aunque nos quieran acorralar, no será con solo dos brazos sino con miles empujando al mismo horizonte, no será con un corazón personal sino uno colectivo que reclame nuestro oxígeno, nuestra tierra, nuestras ansias y nuestra libertad.

Vamos a resistir, resistir con las ideas, con las convicciones, con las carencias, con la dignidad, con el anhelo, no del mundo que tenemos y que así no podemos amar, sino con la imagen idílica del mundo que quisiéramos vivir y heredar.

Marcharemos a la guerra con pies que caminen por el mismo trayecto, con ojos que apunten a metas comunes, con estómagos que tengan el mismo apetito, con brazos ansiosos de abrazar las mismas conquistas. Necesitamos vivir distinto el mundo que permitimos que nos construyeran, porque ahora lo vivimos acostumbrados a estar a raya, agazapados, temerosos del prójimo, incrédulos de los hechos, saqueados, espectadores del cinismo y a resignados de la pobreza material y espiritual. Para eso es indispensable no permitir que los que estamos en este ejército, sean calla-dos por la violencia o el desinterés. Necesitamos amar y proteger la vida de todos y la voz de todos, especialmente la de los que lo dejan todo por contar la verdad. Los enemigos del hombre tienen que entender que no se mata la verdad matando periodistas, a nuestros periodistas.

Por eso es inadmisible que el 26 de julio de 2011 en Veracruz, Veracruz encontraran

el cuerpo decapitado y con señales de tortura de Yolanda Ordaz De la Cruz, y que la investigación de su caso fuera desechada por un mensaje escrito en una cartulina junto a su cadáver.

Por eso aún duele que el 17 de Julio del año pasado fuera encontrado el cuerpo sin vida de Alberto López Bello, reportero de la sección policíaca en El Imparcial y Radiorama, cuyo único error fue contar lo que sucedía con la venta de drogas en Oaxaca.

Por eso no podemos permitir que nadie más desaparezca como Gregorio Jiménez, el "Goyo", que fue encontrado muerto en una fosa en Las Choapas el día 11 de febrero, en medio de un proceso turbio y escandaloso en el que la solidaridad de los periodistas de todo el país fue lo único que permitió el seguimiento de su caso.

Por eso vale la pena que los que siguen de pie sepan que no están solos, que los recono-cemos y acompañamos por hacer de la adversidad su campo de batalla, por no ceder, por no dar la vuelta y flotar con la corriente como tantos más lo han hecho.

Por eso en nuestro corazón vive Sicilia con su andar, con sus escapularios, con su voz potente y lenta, con la ausencia de su hijo que es una presencia en los hogares de todos los que perdieron a alguien y que están acompañados por el corazón gigante de Javier. Por eso Solalinde es nuestro compañero de lucha, un compañero que siempre que recibe a los Hermanos en el Camino les da un poco de vida, vida que se va con ellos en la Bestia, vida que a veces se le escapa y muere entre narcos, gobernantes y polleros.Por eso Raúl Vera es nuestro ejemplo, un ejemplo de que se puede formar parte de un sistema y vivir para transformarlo, para cambiar las reglas, reescribir la historia y abrirle las puertas a lo que vale en las personas: el corazón.

Por eso José Narro es nuestro cómplice en la inagotable batalla para dejar de desperdiciar a lo más valioso que tiene este país: los jóvenes. Jóvenes que nacimos en un escenario adverso, pero que todos los días en lugares como éste decidimos transformar con acciones inteligentes, honestas y comprometidas nuestro mundo.

Por eso, a pesar de los embates y quizá especialmente por ellos, hoy vale la pena entregar un pedazo de nuestro corazón a una mujer valiosa y valiente, una mujer cuyo rostro convirtieron los hombres de poder de éste país en una diana, a una mujer que no le teme más que perder la libertad, temor que nunca permitirá que se haga realidad.

Una mujer que se ha enfrentado a los intentos de mordaza, a conductores de farándula, a imperios de la comunicación, a periodistas de los medios oficiales y hasta un presidente de la república.

A una mujer que entiende que convertirse en uno de los rostros de este ejército signifi-ca que los gobiernos y los hombres de poder intentarán destruirla, desde su reputación hasta su vida personal. Sabe que es enemiga de los que no tienen alma y vigilan sus propios intereses. Ella como nosotros entiende el riesgo de ponerse en la palestra y enfrentarse sin temor a las estructuras de los enemigos del hombre, porque sabemos que el bien común es superior al daño cobarde que puedan hacer los que se sientan amenazados por nuestras causas.

A una mujer que no se ha cansado de resistir en las batallas y que ha terminado por ganarlas, a una mujer que cuenta con un amplio reconocimiento social, que ha recibido entre otros: el Premio Nacional de Periodismo en 2001, 2004 y 2009, el Premio Ondas iberoamericanas de radio y televisión en 2006, el Premio María Moors Cabot en 2008, la Presea Sor Juana Inés de la Cruz en 2010, La Orden de la Legión de Honor en 2013. Premios que no se convierten en un aderezo del ego sino en armas de esta guerra.

Hoy esta mujer de principios inquebrantables y de integridad, nos acompaña para que le demos un arma en más para enfrentarse a los que pretenden hacer del silencio su reino, a los que pretender esconder las verdades incómodas, a los que pretenden vivir y gobernar desde las sombras.

Hoy, Carmen Aristegui, te damos nuestro Corazón, para que desde ahora su latido se una con el de Javier Sicilia, el de Alejandro Solalinde, el de Raúl Vera, el de José Narro, con el de los universitarios, con el de las víctimas de la violencia, del silencio, de la injusticia, de los abusos de poder, del hambre, de la desigualdad. Para que haga latir eternamente los corazones asesinados de los periodistas que murieron por decir la verdad.

Te damos el Corazón de León para que sepas que vamos juntos en este camino, y que te necesitamos avanzando, porque a tu lado marchamos todos los que como tú anhelamos un país en el que todos puedan cumplir sus sueños, cuidar lo que aman, vivir en paz, seguir creyendo.

Carmen, éste corazón es tuyo y es nuestro. Es tuyo y es de todos los que luchan por la verdad. Es de todos los que hoy marchamos a la guerra que nos declararon los enemigos del hombre, pero sin enfundar armas de muerte sino convicciones de vida.

Carmen, desde hoy y para siempre eres una mujer con Corazón de León

Page 7: Galardón Corazón de León. Discurso Alberto Galarza a Carmen Aristegui