genotecnología, cibercultura y biopoder: ¿hacia un hombre post-orgánico?

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Romeo César ¿Hombre post-orgánico? 1 Genotecnología, cibercultura y biopoder: ¿Hacia un hombre post-orgánico? No hay duda: un hombre post-orgánico es un proyecto fáustico. La metáfora no es novedosa, y se está por convertir en un lugar común, pero creo que todavía es conveniente insistir en ella. Un hombre post-orgánico... ¿Qué entenderemos por él, aquí, provi- soriamente? Un hombre que pretende superar, mediante la ciencia y la tecnología contemporáneas de base fundamentalmente in- formática y digital, su constitución orgánica; esto es, transformar su cuerpo, construido pacientemente durante miles de millones de años de evolución, en algo casi por completo artificial. Una suerte, por tanto, de aspiración neo-gnóstica, con dejos de maniqueísmo: no aceptar el carácter físico, material del cuerpo humano tal como es, y sí, en cambio, reconfigurarlo siguiendo un ideal de regenera- ción continua e inmunidad absoluta, un ideal de belleza elegida y programada “sin granos ni lunares”, un ideal de salud y juventud eterna, esto es, un ideal de inmortalidad feliz, sin dolores ni pade- cimientos. El mito de la eterna juventud ahora posible sin elixires ni pócimas alquimistas sino con las hazañas de la genotecnología. ¿Por qué fáustico? Una acepción vulgarizada de esta palabra pre- supone la imagen de querer la realización consumada de los dese- os a costa de perder el alma vendiéndola al diablo. Pero en este ca- so, le daríamos un matiz específico. El proyecto fáustico del hom- bre post-orgánico lo presentaremos como el deseo ilimitado de al- canzar un poder de dominio omnímodo sobre el cuerpo humano (y los de todas las demás cosas, vivientes y no vivientes) con la ayuda

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Romeo César – ¿Hombre post-orgánico?

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Genotecnología, cibercultura y biopoder:

¿Hacia un hombre post-orgánico?

No hay duda: un hombre post-orgánico es un proyecto fáustico. La metáfora no es novedosa, y se está por convertir en un lugar común, pero creo que todavía es conveniente insistir en ella. Un hombre post-orgánico... ¿Qué entenderemos por él, aquí, provi-soriamente? Un hombre que pretende superar, mediante la ciencia y la tecnología contemporáneas de base fundamentalmente in-formática y digital, su constitución orgánica; esto es, transformar su cuerpo, construido pacientemente durante miles de millones de años de evolución, en algo casi por completo artificial. Una suerte, por tanto, de aspiración neo-gnóstica, con dejos de maniqueísmo: no aceptar el carácter físico, material del cuerpo humano tal como es, y sí, en cambio, reconfigurarlo siguiendo un ideal de regenera-ción continua e inmunidad absoluta, un ideal de belleza elegida y programada “sin granos ni lunares”, un ideal de salud y juventud eterna, esto es, un ideal de inmortalidad feliz, sin dolores ni pade-cimientos. El mito de la eterna juventud ahora posible sin elixires ni pócimas alquimistas sino con las hazañas de la genotecnología. ¿Por qué fáustico? Una acepción vulgarizada de esta palabra pre-supone la imagen de querer la realización consumada de los dese-os a costa de perder el alma vendiéndola al diablo. Pero en este ca-so, le daríamos un matiz específico. El proyecto fáustico del hom-bre post-orgánico lo presentaremos como el deseo ilimitado de al-canzar un poder de dominio omnímodo sobre el cuerpo humano (y los de todas las demás cosas, vivientes y no vivientes) con la ayuda

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de medios científico-tecnológicos, poder que haría posible aquellos ideales, en especial el de la inmortalidad. El énfasis en el proyecto fáustico está puesto en su carácter ilimi-tado. Los límites – que de hecho existen y la ciencia y la tecnología los encuentran a cada paso – están todos ellos como un incentivo para ser corridos o franqueados sin que se admita un “imposible” ni físico ni moral a priori.1 Quien está animado por un proyecto así – y esto es típico del hombre occidental –, al encontrar un límite no se queda inerte o de brazos cruzados. Al contrario. Dice: “He aquí un límite que por el momento me es imposible franquear pero ve-remos si no es posible en un futuro que trataré que sea lo más cer-cano posible”. Es cierto que el ideal ilimitado de inmortalidad se puede admitir como un imposible absoluto (y quizás como un deseo que no es si-quiera conveniente ni deseable). Pero la imposibilidad de alcanzar-lo opera como atractivo: suscita la tentación de aproximarse a él tanto como sea posible. O sea, lograr una cercanía al ideal ilimita-damente aproximada. Todo límite, entonces, es visto en nuestra

1 Entre los rasgos que caracterizan al hombre moderno europeo, podemos señalar

para nuestro propósito aquí, (1) el reclamo de total autonomía (para sus empren-dimientos y acciones, para sus conocimientos y determinación de fines, en sus decisiones políticas y códigos morales; (2) el ideal de in-finitud en sus logros inte-

lectuales, en sus empresas industriales y comerciales, en sus deseos de conquista y ordenamiento del mundo. El hombre moderno, en su desmesurado deseo, se

sintió capaz de llegar a conocerlo todo, de poderlo todo, de dominarlo todo, de consumirlo todo, de consumarlo todo... con el tiempo, claro. Esta fervorosa, casi religiosa aspiración a la autonomía e infinitud es fácil de verla en las ciencias y las tecnologías modernas. Ellas están dominados por el deseo de que nada quede fuera de su alcance e investigación. Ni el origen del universo, ni las partículas elementales. Ni el código genético ni el funcionamiento del cerebro. Ni la psiquis ni el entrenamiento deportivo. Ni la organización de la sociedad ni la producción de bienes y su comercio. Ni las relaciones internacionales ni el intercambio de los signos de comunicación. Ni el cultivo de los campos ni la publicidad. Ni la ense-ñanza ni fenómenos culturales de todas las etnias. Ni la lengua ni los instrumen-tos musicales. Ni siquiera los fenómenos parapsicológicos.

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cultura actual como un desafío que provoca el deseo de correrlo o hacerlo desaparecer.2 Hay una formulación del deseo fáustico que se expresa como la ley de lo posible: “Si algo es posible, se ha de hacer, pues si tú no lo haces, otro lo hará”. Se le suele oponer al proyecto fáustico, propio de la modernidad, el proyecto prometeico. Éste también persigue el dominio de la natu-

raleza, pero es un proyecto que admite límites al menos límites éti-co-políticos. Supone pues, diríamos hoy, un dominio compatible desde sus comienzos con lo sustentable. Prometeo, como cuenta Platón en su Protágoras, robó el arte del fuego y del tejido a Hefesto y a Atenea para dárselos a los hombres como medios de supervi-vencia. Pero, ya en esta versión del mito se señala que la posesión del arte del fuego y del hilado no aseguraba la vida en común, ni siquiera una buena defensa. Los hombres necesitan además sabi-duría política. De modo que Zeus encargó a Hermes que distribu-

yera entre todos, la justicia ( ί ) y el respeto ( ἰ ώ ) para fundar

el orden y los vínculos solidarios, de mutuo aprecio ( ί ), que

hacen posible la vida comunitaria en la ciudad.3 Platón señalaba en la República: el mismo saber médico que salva una vida es ca-paz de matar secretamente.

2 Si todo límite es un acicate para correrlo o franquearlo, cuanto más se resista,

más esfuerzo se pondrá para demostrar que se lo puede superar ya sea en la “na-turaleza” o en las conductas de la gente, con o sin ciencia. Es curioso: el saber-científico que mide pide para sí un poder sin medida, literalmente, des-mesurado. 3 Ya desde la época homérica, el respeto y el aprecio vincular de la ί eran va-

lores muy estrechos. El ἰ ώ es el sentimiento de deferencia hacia aquel con el

que alguien se encuentra vinculado y que funda la solidaridad. En la comunidad

de la polis, el ἰ ώ sustenta también el honor, la lealtad, la benevolencia colecti-

va, la misericordia de los superiores, la prohibición de ciertos actos y conductas. De allí, finalmente, el sentido de “pudor” y de “vergüenza” con que se suele tradu-cir usualmente la palabra griega. “Aidôs ilustra el sentido propio del phílos: los dos se emplean para las mismas personas; las dos designan, en suma, relaciones de igual tipo. Parientes, aliados, criados, amigos, todos aquellos que están unidos entre sí por deberes recíprocos de aidôs se llaman phíloi. E. BENVENISTE, Vocabula-rio de las Instituciones indoeuropeas, Madrid, Taurus, 1983, 219.

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El proyecto fáustico es, como dije, un típico proyecto de la moder-nidad. Está guiado por la idea de infinito que comenzó a funcionar en la ciencia a partir del cálculo integral que idearon Newton y Leibniz. No se trata de la idea de un “ser infinito”, como concep-tuaba la onto-teología medieval, idea que sirvió de base a Descar-tes para intentar la versión propia (aunque con antecedentes) de una prueba filosófica de la existencia real de Dios. Se trata, antes

bien, del infinito matemático: me puedo aproximar ilimitadamente a un límite numérico, esto es, tanto cuanto quiera; o puedo hacer

series numéricas ilimitadamente hasta el infinito ( ), etc.. Se trata pues de un tipo especial, particular, noción de límite y de infinito pero que nos revela algo de la figura intelectual de una épo-ca, su manera de entender la verdad, y sus proyectos de conquista y dominio del mundo así representado. Esta idea de la ilimitación se transfirió a la antropología (tuvo an-tecedentes en el siglo XV con Pico de la Mirandola 4). El hombre comenzó a ser concebido como un ser capaz de producir objetos de manera ilimitada y como un ser capaz de consumir los productos de la industria humana también ilimitadamente. La idea de infinito se difundió: atravesó al sistema productivo industrial y los consu-midores, a la ciencia, a la tecnología (en especial la miniaturiza-ción), a sus cálculos, al mercado, al deseo de acumulación del ca-pital, al poder político, a los Estados, a los movimientos revolucio-

4 El conde italiano, en su conocido Discurso de la dignidad del hombre, imagina a

Dios, después de haber creado al mundo y todos los seres que lo pueblan, dese-ando crear una criatura capaz de comprender la razón de tal empresa, de amar su belleza, de admirar su espléndida grandiosidad. Pensó, pues, en crear al hom-bre. Pero se encontró que ya no tenía nada propio que darle pues había repartido todos los dones y atributos entre todos los seres, celestiales y terrenos. Al no po-der darle nada propio, estableció que compartiría con el resto de los seres lo que había concedido a estos. Así tomó al hombre y poniéndolo en medio del mundo, le dijo: “Tú, que no estás constreñido por límite alguno, determinarás por ti mismo los límites de tu naturaleza, según tu libre albedrío, en cuyas manos te he confia-do”.

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narios, al ansia de libertad sin ningún tipo de sujeción, al espíritu de crítica sin respetar nada “sagrado”... y por supuesto al análisis de la psiquis y al cuidado y salud del cuerpo humano. Todavía Mary Shelley, a principios del siglo XIX, y bajo la influen-cia de los experimentos científicos de esa época - que incluían la energía eléctrica, el nuevo “fuego” -, subtitulaba su Dr. Frankens-

tein, El Prometeo moderno. Un impulso irresistible, casi frenético impelía al Dr. Frankenstein a seguir adelante con su experimento, como él mismo confiesa. Es cierto que fracasó. Había límites que debían ser respetados, que no se debían profanar pues, en la vi-sión de la novelista, están reservados exclusivamente a las poten-cias divinas. Pero la idea de un poder fáustico, ilimitado, sobre los cuerpos, capaz de resucitarlos o de encender de nuevo la chispa misteriosa de la vida, ya había comenzado a gestarse. Haría eclo-sión revolucionaria con la biotecnología molecular, en el siglo XX.5 La unión entre el poder y el saber, la idea de ilimitación que animó a ambos, y la pasión por alcanzar el dominio absoluto en todos los ámbitos de la vida social - hoy analizada, con ahínco por muchos investigadores, como el dominio bio-político de los cuerpos -, con-vergió en la biociencia tecnológica contemporánea. Biociencia que tanto anhela superar todas las limitaciones que se derivan de la condición orgánico-material del cuerpo humano como anhela su conocimiento, control y dominio absuelto de toda condición física y moral. En esta convergencia se destacan (si bien no son las únicas)

5 Por supuesto, los dos proyectos conviven en la ciencia actual, pero el espíritu

fáustico es más decisivo. En la tradición prometeica subsiste un deseo de eman-cipación: enfatiza el lado liberador del conocimiento científico y los productos tec-nológicos. Apuesta a que el desarrollo gradual de éstos “llevaría a la construcción de una sociedad racional, asentada en un sólida base científico-industrial capaz

de erradicar la miseria humana”, dice P. Sibilia, en El hombre postorgánico. Cuer-po, subjetividad y tecnología digitales, Bs. As., FCE, 2006, 45. Esa tradición, seña-la esta autora, cree en la ciencia como conocimiento puro y en el mero carácter instrumental de la tecnología. A la tradición fáustica, podemos añadir, estas dis-tinciones le resultan indiferentes, insignificantes.

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la biología molecular por un lado y por otro la física que hizo posi-ble el dominio del átomo y las partículas elementales y la creación de circuitos digitales que potenciaron la informática. La última Terra incognita ha sido descubierta e invadida. Y el tra-bajo de la cultura humana, del saber hacer de la tékhnê, potencia-da hasta el infinito por los que tienen el poder y los recursos finan-cieros para llevarlo a cabo, ha comenzado a transformar ese conti-nente fascinante y lleno de peligros: los seres vivos. Como conse-cuencia de esto los procesos biológicos se han vuelto programa-bles, o mejor, re-programables, si partimos de que el código recibi-do genéticamente es un programa ya programado que podemos re-combinar. E incluso no es nada original afirmar que los procesos biológicos pueden almacenar y procesar datos a la manera de las computadoras digitales, de las que poco se diferencian en ciertos aspectos. Un gen puede ser visto como una máquina informática. La ciencia, pues, muestra más y más su hardcore tecnológico. No sólo porque es imposible la realización de la ciencia teórica más pura sin algún instrumento (puede ser un simple lápiz) sino por-que la ciencia es una técnica para el dominio cognitivo y práctico, para el dominio confiable y probado del mundo, y de los seres que lo pueblan. En tal sentido es una empresa para la construcción de instrumentos. Y para ello instrumentaliza lo que recibe, lo “dado” en lo que llamamos “naturaleza” (sin entrar aquí en el problema de ésta como construcción cultural).

La ciencia es pues tecnológica en su más íntima entraña, porque gran parte de su tarea consiste en construir instrumentos lógicos y gnoseológicos con miras a la producción de modelos y teorías, de creciente efectividad explicativa y predicción calculada y acotada hasta con margen de error (las funciones y las ecuaciones, permí-taseme una trivialidad, son también “máquinas predictivas”). Con-siste igualmente en la construcción de aparatos de medición, cálculo, y creación de modelos muy sofisticados, imprescindibles

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para sus investigaciones. Entre esos aparatos tenemos que contar los de la informática con sus redes de computadoras y programas tan complicados como útiles y serviciales, además de todas las nuevas tecnologías de la información y comunicación.6 Consiste asimismo en la manipulación, digitación, control y regulación de lo natural con miras a conocerlo con formas cognitivas convincentes y confiables. Y, si fuera necesario, utilizarlo o transformarlo bus-

cando un supuesto beneficio para los hombres (sabemos: hemos de ser suspicaces para con estos “supuestos beneficios”, pero, prescindiendo de esa retórica, tantas veces sospechosa, no hay duda que la ciencia utiliza e introduce modificaciones en su objeto de estudio). Pero, su carácter tecnológico no termina con esas dimensiones de su quehacer. La ciencia es también tecnología de gestión: organiza, fija pautas metodológicas y cronogramas de tareas de investiga-ción, las supervisa, controla, evalúa, dictamina sobre ellas, de acuerdo con su propia lógica... científica.7 Por eso, en su campo se

6 Recuerdo aquí que en el siglo XVIII, los instrumentos científicos se clasificaban

en matemáticos (para mediciones geodésicas, o hallar la latitud en la navegación o medir con precisión el tiempo), ópticos (básicamente telescopios y microscopios) y filosóficos (para la experimentación en la filosofía natural como la bomba neumá-tica, máquina eléctrica, etc.). A pesar de las enormes diferencias existentes entre los gentlemen de la Royal Society y los fabricantes de esos instrumentos para la élite de la comunidad científica profesional, algunos fabricantes de instrumentos matemáticos (no los más populares de tipo experimental) fueron aceptados como

fellows de esa sociedad real, con lo que pasaban a ser miembros plenos del cam-po científico inglés, publicaban artículos en las Philosophical Transactions e inclu-

so tres de ellos recibieron el galardón más alto de ese círculo elitista, la Copley Medal: E. Troughton, J. Ramsden y J. Dollond. Por supuesto, los fabricantes in-gleses lideraban en esos tiempos la manufactura de instrumentos a nivel mun-dial. Cf. J. A. BENNETT, “La fabricación de instrumentos científicos en la era indus-trial”, en A. ELENA et al. (comp.), Después de Newton: ciencia y sociedad durante la Primer Revolución Industrial, Bogotá, Anthropos/Uniandes, 1998, 102-118. 7 Debido a esto se va reconociendo día a día que la distinción entre ciencia pura,

ciencia aplicada y tecnología se va borrando. No es pues de extrañar que algunos físicos hayan ganado premios Nobel por haber construido aparatos para estudiar

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lucha, entre otras cosas, por tener capital simbólico y real dentro de él, por ser su vocero autorizado, por ser su administrador y ge-rente, por tener el poder de decidir quién pertenece a él y quién no, qué teoría es admisible (provisoriamente) y cuál no, qué trabajo de investigación está hecho “con todas las de la ley” científica y cuál no, quién ha de ser promovido y quién no, a quién se le otorgan fondos o premios y a quién no, qué se publica y qué no, o de qué

manera se acredita la labor de un universitario y de una universi-dad, etc.. La lista de los aspectos sobre los que se quiere tener el poder de última instancia en el campo científico es muy larga... Y los que luchan allí por obtenerlo lo hacen palmo a palmo, en cada punto del terreno.8 Las técnicas biológicas asociadas al “poder” no es, por cierto, in-vento moderno. Es muy antigua.9 Formas de conservación de ali-mentos, o la fermentación de la cerveza o la levadura para el pan, el yogurt o el queso pertenecen a la biotecnología desde hace muchísimo tiempo. También la poda de árboles y los injertos de especies distintas de frutales son obra de muy vieja biotecnología. Si se quiere, primitiva, externa, basada en la amputación (como lo declara su etimología), pero efectiva. Y no hay duda de que la técnica de los injertos es bastante sofisticada. Por cierto, también la selección artificial de las especies, que sirviera de base a Darwin para su teoría de la selección natural fue y es una actividad de “bio-poder”, si no restringimos esta palabra al dominio de la acción política exclusivamente. De todos modos, aun tomando la acepción restringida, es innegable que la búsqueda de los mejores ejempla-

cierto tipo de fenómenos. 8 El lector conocedor se habrá dado cuenta que en este párrafo que he usado de

manera algo laxa ideas de P. Bourdieu sobre el campo científico. Hay muchísima literatura sobre esto, fácil de hallar. A ella remito. 9 Sigo aquí el consejo “arqueológico” de Aristóteles en la Política (1252 a 24). Allí

afirma que la visión teórica ( ή ) más conveniente y ajustada ( ά ) es

la que observa el desarrollo de las cosas partiendo de su origen o arkhé (ἐ ἀ ῆ ς).

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res de caballos para la guerra, para la comunicación o la labranza era, en la antigüedad, una actividad fundamental de la bio-política. ¿Y la disciplina de los cuerpos, prescindiendo de la militar desti-nada a la defensa de la ciudad o de la guerra? Bastaría con leer Las Leyes de Platón (y no sólo ese diálogo, pero uso éste aquí ex-clusivamente a guisa de ejemplo) para enterarse de la importancia que podría tener para un legislador - el que hacía posible la vida en

común y la daba a esa vida el sello étnico -, en la formación o pai-deia del ciudadano que regiría la ciudad, la educación de los cuer-pos por la comida y el vino, la música y la gimnasia.10 Según el filósofo ateniense, la educación ha de brindar cuerpos fuertes, ar-moniosos, sofrenados con sensata y razonable prudencia, que irradien plasticidad y gracia, que sepan actuar grupalmente con “espíritu de cuerpo”, y bien formados en el uso de la palabra con la que incidirán en las decisiones que tomen las asambleas y otros órganos de gobierno.

Ahora, si alguno objetara la paideia platónica acusada más de una vez en la historia del pensamiento europeo por su “elitismo”, po-demos tomar como ejemplo a Epicuro. Su planteo es hedonista y dirigido al ciudadano común. Sin embargo su hedonismo no es di-soluto. Alcanzar la felicidad en una vida placentera implica de ma-nera recíproca una vida sensata, honesta y justa (y por supuesto

10 Platón compara con paradigma (él usa es palabra) biológico el arte de la política

en El Político, 275b: el cuidado de la crianza del rebaño humano (P. Sloterdijk ha

escrito sobre esto en Normas para el parque humano). También compara a los jóvenes con potrillos en manada a los que hay que disciplinar para que sean bue-nos soldados y hombres capaces de gobernar una ciudad. 666 e – 667 a. Esa educación parte de la base de que los jóvenes no pueden estarse quietos (ni de cuerpo ni de lengua) y viven saltando, gritando y agitándose. Bailan y juegan rui-dosamente unos con otros. Por eso, las Musas, Apolo y Dionisos que se han dado a sí mismos como compañeros de fiestas y celebraciones, dice Platón, “nos procu-ran juntamente el sentimiento del ritmo y la armonía unido al placer. Con lo cual nos ponen en movimiento y dirigen nuestros grupos enlazándonos unos a otros

en canciones y danzas; y los han llamado coros ( ύ ) por la alegría ( ά) natu-

ral que se da en ellos”. 653e – 654a.

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sin miedo a la muerte). Lo cual comporta “un moderado control de nuestras pasiones”, una disciplina del cuerpo que evite aquellos placeres - en definitiva supuestos placeres, en su opinión - que acarrean muchas más perturbaciones y dolores que dicha y goce. Esta filosofía moral epicúrea, como toda filosofía moral, tenía una consecuencia política negativa, contraria a la ética de la bio-política platónica: aconsejaba huir de la actividad pública en la polis (car-gos, poderes, honores, etc.) por reputarla “dañina y destructora de la vida dichosa”.

La actividad disciplinar sobre los cuerpos, es pues una cuestión eminentemente política, no importa bajo qué sistema o régimen se teorice y con qué medios y maneras se lleve a la práctica. Y los planteos y propuestas que se hagan – dentro de un mismo sistema o dentro de sistemas diferentes – no serán, claro, necesariamente coincidentes.11 Más aún, suelen ser muy distintos y hasta contra-puestos como en el caso de los platónicos y los epicúreos. La disciplina de los cuerpos será inevitable (y por tanto deseable hacerla bien) si se quiere mantener una vida en común sobre la base física y psíquica de cuerpos sanos, fuertes, capaces de resistir los embates de las diversas luchas o esfuerzos a que estamos obli-gados o exigidos, individual y colectivamente: con agentes natura-les (plagas, pestes, epidemias, sequías, inundaciones, terremo-tos...), con otros hombres (en el ágora, en los tribunales de justicia, en la arena deportiva, en los estudios y debates intelectuales, en la guerra con enemigos externos o internos, con las exigencias psi-cofísicas de todo trabajo (sea cual fuera el sistema económico in-

11 Platón insiste en que no hay que huir de la acción política, aunque el filósofo se

sienta tentado de hacerlo viendo lo que sucede en la ciudad real (esto es muy cla-ro en la alegoría de la caverna) y en la que los Sócrates no tienen lugar. Las cele-braciones, fiestas y rituales para él son un descanso momentáneo de la dura lu-cha del vivir diario. Pero, quizás puso demasiadas “pausas” y por eso Aristóteles le echó en cara en la Política (1265 a 7-8) de esa vida demasiado regalada, “caren-te de los trabajos necesarios”, que proponía para su ciudad ideal.

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dustrial en que se ejecute12), con la acción de dispositivos e insti-tuciones que organizan y distribuyen el poder y ordenan las obli-gaciones y cargas comunitarias, etc.. La medicina tuvo siempre un objetivo bio-político. Y el chamán, qué duda cabe, gozó siempre de un poder enorme sobre la comunidad, un poder sobre… natural. Por lo tanto, lo que siempre está en disputa no es el dilema si ha

de haber o no una bio-política de los cuerpos. Lo que está en dis-cusión es qué tipo de bio-política y con qué procesos, dispositivos e instituciones llevarla a la práctica, quién tiene la voz de última ins-tancia en la materia y sus títulos para hacerla efectiva. Ahora bien, pecaría de candidez política quien pensara que es posible lograr un consenso unánime, universal, en estas cuestiones. La acción polí-tica de “partido” se funda en esta imposibilidad y se lucha enton-ces por imponer la hegemonía del proyecto particular en nombre del universal. ¿Qué hay de nuevo entonces en la biotecnología de hoy? Muchas cosas. Una de ellas la utilización del la panoplia tecno-científica con el objetivo de crear vida y luchar contra el envejecimiento y la muerte sobre la base de la manipulación genética de los vivientes como materia prima. Una biotecnología que piensa en términos de toda una población específica viviente y quiere dominar los aspec-tos más ínfimos de su genoma. Una genotecnología que pondría en manos de algunos hombres la posibilidad de guiar artificialmente la evolución de todas las “especies” (sit venia verbo), incluida de

12 La disciplina de los cuerpos y su control no es un invento del capitalismo, aun-

que se haya acentuado en él, y se haya puesto el acento en dimensiones específi-cas de las acciones corporales requeridas por ese sistema económico-político. No olvidemos que el socialismo también disciplinó los cuerpos para su industrialismo estatal y las laborales rurales. Pero por sobre todas las cosas los disciplinó y con-troló para que el sistema político de poder instaurado no se viera amenazado por disidentes que resistieran a las nuevas normativas, a la nueva organización, a las instituciones y dispositivos que hacen posible su mantenimiento, legitimidad y sostén. Esos disidentes en muchas ocasiones se encontraron en el mismo partido e incluso en sus planteos más “izquierdistas”. En esto ya no cabe engañarse, creo.

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manera eminente la humana. Una genocultura, que no se arredra ante ningún límite, incluso ante el más letal de todos ellos: la muerte.13 Una biotecnología que desafía el límite absoluto que el bio-poder de la era preindustrial e industrial encontraba en el fin definitivo de la vida. En la muerte de los sujetos cesaba su poder.14 Ahora, la biotecnología se da un proyecto fáustico, ilimitado, de poder: poder hacer vivir indefinidamente, desprender cuanto sea posible a los cuerpos de su finitud y labilidad natural. Esta marcha tras un ideal imposible tiene efectos reales. Uno sen-cillo, bastante fácil de percibir en sociedades – donde no hay ham-brunas, ni plagas ni virus devastadores como el del Sida o el Évola, ni guerras civiles o externas impiadosas – es el aumento de la ex-pectativa de vida. ¿Hasta dónde se llegará? Chi lo sa... Pero la biología molecular acompañada por las ciencias y tecnolog-ías de la informática y sus fabricantes, por las empresas farmacéu-ticas, por los laboratorios de investigación privados y públicos de-ntro y fuera de las universidades, incitados por los Ministerios de Defensa de todos los países que se pueden permitir semejantes proyectos o por otros poderes, algunos bien intencionados, otros tenebrosos operando en las tinieblas ético-políticas, etc., la bio-logía molecular con sus acompañantes, repito, apunta a transfor-

13 Uno de los problemas que plantean los logros tecno-científicos en la actualidad

es redefinir qué hemos de entender por muerte, sobre todo teniendo en cuenta el

mantenimiento artificial de algunos signos vitales como la respiración y los latidos del corazón que impiden dar a alguien por muerto sin más, y la posibilidad de re-vertir algunos procesos que en épocas pasadas eran declarados irreversibles y de-finían tajantemente el límite entre la vida y la muerte. Hoy esa definición es plan-tea más en términos de probabilidad estadística. Y ni hablar de la cuestión de la técnica de congelamiento, o criogénica, en la que no ahondaremos aquí. Tampoco podemos adentrarnos demasiado en la cuestión de conservar o recuperar la base material que sostendría los hechos psíquicos, cuestión pensada en términos de conservar o recuperar la información, base material de la identidad o, si se prefie-re, de la subjetividad de los sujetos. 14 Cf. M. FOUCAULT, Defender la sociedad, Bs. As., FCE, 20062, 224.

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mar los vivientes desde sus mismos genes, y hacerlos así inmunes a enfermedades genéticas o bacteriales o virales o de “priones”, re-sistentes al deterioro del envejecimiento, bellos y perfectos en su apariencia, siempre jóvenes y lozanos y en caso de accidentes, ofreciendo bancos de órganos y tejidos clonados y un sin fin de otras tentaciones de ese jardín de las delicias carnales que nos pintan.15

Ya se sabe: la brecha entre los beneficiarios de estos programas y los excluidos se agrandará, si todo sigue igual. No sólo por razones económicas o de clase, sino también por cuestiones relativas a las razas, las etnias y los países de procedencia, estados sanitarios y hasta criterios estéticos, etc.. El planeta es finito y no tiene cabida para un número “infinito” de “inmortales”... salvo que se restrinjan los nacimientos... ¿Se podrá vivir en un mundo así? Probablemente nunca lo sabremos: el común de los mortales de hoy no tenemos acceso a tecnologías criogénicas para ser “resucitados” alguna vez. La metáfora de la información con todas sus expansiones semánti-cas se impone en nuestro mundo y por supuesto invade más y más el campo de la biología y sus proyectos ilimitados. Si queremos de-terminar en qué difiere un ser vivo de uno no vivo (da un poco de pudor teórico hablar de seres, pero en fin es una palabra cómoda y si alguien quiere cambiarla por “sistemas” u otra que le agrade podrá hacerlo sin dificultad), no pocos tenderán hoy a responder en términos informáticos (o con alguna otra proposición por el esti-

lo). Por ejemplo, como lo hizo Manfred Eigen, biofísico, premio No-

15 No deja de ser llamativo lo que podemos leer en muchos sitios de la web acerca

de la inteligencia artificial, la robótica, los humanos post-biológicos, la nanotecno-logía y asuntos de esa índole. Por ejemplo, un caso entre miles, en la página de Hans Moravec, que trabaja en el Instituto de Robótica de la Carnegie Mellon Uni-vesity, en Pittsburgh, Filadelfia, en la que la tecnología más avanzada en robótica y la ciencia ficción se entrelazan sin rubor intelectual. Un tipo de investigación puesta en movimiento por preguntas de este tipo: ¿es posible continuar existiendo sin el cerebro que antes soportaba la vida mental? Típica pregunta fáustica...

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bel, ex director del Instituto Planck, famoso también por su teoría sobre la auto-organización de los sistemas prebióticos: “todas las reacciones químicas de un ser vivo siguen un programa comanda-do, operado por un centro de informaciones, cuya meta es la auto-rreplicación de todos los componentes del sistema, incluyendo la duplicación del mismo programa o más precisamente del material que lo contiene”.

El punto de vista que otorga esta metáfora de la información, que invadió los laboratorios y gabinetes científicos, atraviesa innume-rables interpretaciones que se efectúen en nuestra cultura desde muy distintas ciencias o prácticas discursivas, en escritos litera-rios calificados de ficción, en las artes plásticas, en especial aque-llas que hoy emplean los medios interactivos informáticos del “ci-berespacio”, y las reflexiones de segundo grado sobre la cultura, etc.16 En resumen, según lo expone P. Sibilia, las nuevas ciencias de la vida se alían con la teleinformática de modo cada vez más intrin-cado, y ensayan un verdadero enlace entre estas dos vertientes (entre las más significativas) de la tecnociencia contemporánea (o. c., 91).17 Con su tendencia a la virtualidad, su anclaje en la infor-

16 La noción de cultura ha recibido las más diversas definiciones. En general sub-

rayan su carácter social y adquirido. Se opone a lo congénito, a lo innato, a aque-llo con lo que se nace o que está orgánicamente determinado al nacer. Pero ha

comenzado a ser pensada en términos de información. J. Mosterín la define así: es la información transmitida (entre animales de una misma especie) por aprendi-zaje social (Filosofía de la cultura, Madrid, Alianza, 1993, 32). Definición basada en planteos de raigambre biologista como el de McFarland que afirma, como él mismo Mosterin lo admite (ib., pág. 20): “la conducta cultural implica el paso de información de una generación a la siguiente por medios no genéticos”. En la tec-nociencia, de inspiración fáustico, la naturaleza no es sólo construida desde una visión mecánico-geométrica sino también siguiendo un modelo informático-atómico-molecular. 17 Ya se está experimentando con biochips o wetchips, microprocesadores que

combinan tejidos vivos con circuitos electrónicos. Unos y otros pueden ensam-

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mación casi inmaterial trasformada en bits y los bytes y su base digital, esas dos vertientes se aplican a los cuerpos, las subjetivi-dades y las poblaciones humanas y contribuyen ampliamente a producirlos y modelarlos. Sobre ellas se montan las empresas, el dinero financiero y los poderes políticos (que van desde el funcio-nario municipal hasta los Ministerios de Defensa, desde Bush a Bin Laden y a Castro, desde Bill Gates a Richard Stallman18).

La transformación genética de los cuerpos tras la inmortalidad no es la única dimensión ni la más importante del biopoder que en toda ocasión pueda ser resaltada. Otra decisiva es la vinculación de los cuerpos, sus interacciones y su control regidos por el poder ubicuo, silencioso, invisible, de bits y de bytes. El ritmo de la vida, sus deseos y entusiasmos, sus mensajes y obligaciones, sus luga-res de encuentro y diversión, tiende muy velozmente a digitalizar-se, a moverse al compás que marcan los flujos electromagnéticos, a hiper-conectarse. O sea, como diría Italo Calvino, a vivir confor-me a la levedad cuasi inmaterial de las señales electrónicas. No es necesario ser muy perspicaz para comprobar esto. Basta con ver en los pasillos de la Universidad a los jóvenes estudiantes de las Facultades y del Colegio con sus teléfonos celulares (ellos son el futuro, según reza el lugar común..., ¿lo serán?, ¿lo tendrán?).

blarse y trabajar juntos, intercambiando datos porque operan con la misma lógica digital de la informática. Cada conjunto de seis pares de base nitrogenada en el

ADN corresponde a un bit de información. Consultar en www.wisdom.weizmann.ac.

il/udi. Ya hace unos años que distintas marcas y modelos están vendiéndose en el “mercado”. 18 El saber hacer “cibernético” (la tékhne kybernetiké) ha vuelto a ser arte del go-

bernar y entonces los Gates y los Stallman son los nuevos gurús, los nuevos au-gures del futuro. Unos, acaparando para sí los secretos del sistema operativo (y el lucro inmenso que produce) abren, se cree, los portones del porvenir (gates); otros son los intelectuales que mantienen a raya a quienes monopolizan el poder y el dinero en el establo terrenal, establo común y abierto donde debiéramos estar ins-talados (stall), para el bienestar y creatividad de todos. Y si no de todos al menos del mayor número.

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Toda una generación que funda gran parte de sus relaciones en el dedo pulgar...La generación Pulgarcito... Y esto que expongo con cierta vergüenza - no digo nada que no sepan - se da en una tierra marginal del mundo. Ni hablar de los jóvenes antípodas japoneses, quienes con la tecnología digital más avanzada del planeta sin la que no pueden vivir ya, hasta han sido capaces de proyectar, me-diante sus teléfonos de mano, suicidios colectivos. Y según cuenta

la crónica, fueron los teléfonos móviles y las redes sociales en In-ternet los que en España desenmascararon las argucias del go-bierno de Aznar con relación a los atentados en Atocha del 11M, y provocaron su derrota por Zapatero en las elecciones días después. Cada vez más gastamos nuestra vida delante de pantallas, por tra-bajo, por entretenimiento, o forzados por los bancos o los organis-mos de gobierno. Estamos además en las memorias de muchas re-des de computadoras: de la Municipalidad, de la Cooperativa de luz y agua, de las Compañías de Teléfonos, del Catastro, de la AFIP, de la Banca, de la Policía, de los Servicios de Inteligencia, etc.. Nuestros datos se venden en listas de correos. En términos políticos y sociales acabaremos siendo meros bits de información. No podemos escapar a los satélites. Nos comunican y nos permiten viajar virtualmente sin dinero. A su vez nos rodean, nos espían, husmean nuestros correos o llamados telefónicos, nos vigilan. Lite-ralmente, nos supervisan: nos miran y nos oyen desde los cielos, desde los lugares superiores a nosotros que nos “arrastramos” por

los lugares inferiores y andamos por los suelos. Quizás no lo sepan: “lugar inferior” se decía en latín infernus. Era por lo general un lugar subterráneo, sede del calor de la Madre Tierra y del fuego de la forja de Hefesto/Vulcano (tan cálido él que en ocasiones calcina lo que encuentra a su paso cuando se derra-ma por la ladera de los volcanes). Bien, sin embargo a veces el fue-go puede caer del cielo, no sólo en forma de rayos y centellas sino en la punta acerada de ojivas y otros proyectiles. Y los satélites que

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nos conectan, vigilan y controlan, que ayudan a los aviones en sus vuelos con altruismo servicial y minucioso, también, si fuera nece-sario, son una buena ayuda para las fuerzas armadas de algunos países orientando sus bombas y misiles. En ese caso, la superficie de la Tierra se transforma en un infierno de cuerpos desgarrados y ciudades enteras hechas escombros y ardiendo, como hoy pode-mos ver casi a diario y en tiempo real por la televisión...

Estamos, pues, rodeados de fuerzas electromagnéticas, superco-nectados a sabiendas y con gusto, o sin saberlo ingenuamente y sin problemas... o al acecho paranoico, conocedores de las miradas y los oídos indiscretos con que se nos ubica, controla y supervisa, intentando ser un ciberprotagonista, o lo que fuere. El panóptico está hoy globalizado. El mito de Giges se ha cumplido. Ante los nuevos procesos de digitalización – y sus palabras extra-ñas: chips, CPU, DVD, MP3, MP4, iPads, notebooks, tablets, etc. – y ante las nuevas tecnologías de información y comunicación (NTIC) son posibles muy distintas reacciones. Como en casi todo hecho humano, las reacciones son de todo tipo, “para un lado y para el otro”. Reacciones comunes, compartidas, diferentes, dispa-res, contrapuestas, enfrentadas. Pero no podemos evitar alguna toma de posición ante los “adelantos” tecnológicos y ante los pro-cesos sociales a que dan lugar. Tomas de posición a favor o en con-tra. Con ferviente adhesión, con cautela o con rechazo. Con cinis-mo o resignación. Con espíritu selectivo o con glotonería consumis-ta tan entusiasta como peligrosa. Continúen ustedes la lista. Pero tengamos en cuenta que, como vengo insistiendo, el biopoder no es exclusivamente un invento del capitalismo aunque éste lo haya potenciado fáusticamente en su propio provecho. Se dio en la antigüedad, se dio y se da también en sociedades regidas por Es-tados de estructura económica socialista, con gobiernos y dirigen-tes ideológicamente anticapitalistas. La razón es muy simple: el biopoder, como la misma palabra lo indica, es antes que nada una

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cuestión de poder primeramente, sea cual sea la estructura política, económica y social sobre el que se ejerce o se quiere ejercer. No se reduce pues a ser una mera cuestión buscada por un único siste-ma económico, o por el rédito lucrativo que obtendrían las mega-corporaciones en el mercado globalizado, o cosas de esa índole, que hoy están resaltadas en el contexto mundial, qué duda cabe, por su innegable incidencia y poder en la vida de miles de millones

de los que el pensamiento se hace eco y a veces se obnubila. Las ciencias y las tecnologías de la vida a una con la física y la química podrán estar transidas de presupuestos y valores cultura-les de las sociedades en que se generan y producen sus prácticas y no se entienden fuera de ellos. El “intercambio” entre el laboratorio y los poderes que operan y configuran la vida social es constante. Por más reaseguros que se tomen, para aislar por bioseguridad in-telectual las instalaciones científicas, el “afuera” está “adentro”; y como tal constituye el mismísimo quehacer teórico de la ciencia, sea ésta pura o experimental, teórica o aplicada. Las medidas de asepsia epistemológicas son ilusas. Quedan siempre poros, puer-tas, aire, escapes, fisuras, fallas, en las “murallas” de aislamiento que se edifican con ese ideal de asepsia. Eso no significa que siem-pre lo que entra entre crudo, tal cual. Suele ser transformado y adaptado a las necesidades de la labor específica de la ciencia y la tecnología. Tampoco es frecuente que salga tal cual. Esta “intromisión” del afuera poco reconocida en el corazón de la actividad del laboratorio – aunque hoy por hoy es una información algo banal –, no necesariamente implica que el poder que otorgan sus productos no sea entonces utilizado por los poderes de otras sociedades con presupuestos y valores, con sistemas económicos y estructuraciones sociales diferentes, muy diferentes. Ya se ha di-cho hasta el cansancio: el cañón sirve para uno y otro lado en los campos de batalla. Lo cual obliga a pensar críticamente qué es realmente lo que se

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cuela del afuera en la teoría concreta (que guía las investigaciones, el experimento, la construcción y manejo de sus aparatos) y de qué manera lo hace. Porque, como dije, al entrar lo que proviene del afuera, usualmente sufre algún tipo de acción que lo transforma: se lo digiere y metaboliza para que no haga daño al corpus scienti-ficum.19 Como todo práctica humana, la que se realiza en un de-terminado campo científico tiene su sistema inmune. No puede ella permitir que entre cualquier cosa ni de cualquier manera que la ponga en peligro y con ella, en alguna ocasión específica, al campo íntegro.20 La ciencia física, en el siglo XX fue una obsesión de estadouniden-ses (aliados a los ingleses), alemanes, rusos, japoneses y demás. Se enfrentaron en guerras horrendas, “calientes” y “frías”, con las ar-mas que la física les proporcionaba. Ningún general ruso, por con-vencido que estuviera de sus ideas comunistas y por más odio que tuviera al capitalismo de Estados Unidos y sus apetencias imperia-les de hegemonía universal que competía con las apetencias de la URSS, se preocupaba por la cuestión – tan propia de intelectuales – del nacimiento de la ciencia física en la Italia del siglo de fines del siglo XVI, la Italia del capitalismo financiero de las familias bur-guesas de Florencia, Padua, Venecia, Roma, esa Italia tan distinta a la Rusia de Stalin o de Kruschev en tantos sentidos. El general ruso, estratega suspicaz como todo guerrero o belicista, no se pre-ocupaba por esos orígenes “sospechosos”, siempre y cuando esa física le diera poder a sus Fuerzas Armadas y a sus planes nacio- 19 Se trata de responder de manera certera y perspicaz al ataque simplista, muy

hostil, de M. Bunge cuando se pregunta “¿cuál es el contenido social de una fun-ción matemática, cuál el de una fórmula de reacción química”; o cuando afirma “nadie ha descubierto mamás nada acerca de la estructura social estudiando, pongamos por caso, las ecuaciones de Maxwell o forma en que se miden las in-tensidades del campo electromagnético” (Sociología de la ciencia, Bs. As., Sudame-ricana, 1998, págs. 59 y 53 respectimente). 20 Por supuesto, también puede generar en su interior una enfermedad que ataca

su propio sistema de inmunidad. Quede esto meramente insinuado para una ex-posición futura.

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nales en el mundo global. Tampoco el uso del teléfono, inventado por el capitalista Bell, ni el uso de la bombilla eléctrica perfeccio-nada por el capitalista Edison. Ni la computadora... ni el w.c.. Ya he expuesto en otro parte el tema del nacimiento de la física con Galileo.21 Ese nacimiento no se entiende sino en una ciudad italia-na del siglo XVI, fabril, febril, activa, habitada por comerciantes y

banqueros escépticos, de vida sofisticada y lujosa, familiarizados con la utilidad de las matemáticas para el cálculo de sus ganan-cias basadas en préstamos a interés. Ciudad habitada y defendida también por militares interesados en resolver sus problemas de fortificación y artillería: el arte munitoria, que la hiciera “inmune”, protegida de los ejércitos enemigos. Un militar apremiado debía sentirse más inclinado a confiar en los cálculos de Tartaglia que aplicaba la matemática al tiro del cañón o de Benedetti que puso los cimientos de la geometría analítica para el problema de tiro oblicuo. Ese militar apremiado no debió haberse inquietado mucho con las argucias de las escuelas aristotélicas. En la defensa de una plaza fuerte servía más un fuelle o un torno y la abstracción de una función aritmética para realizar cálculos, que un silogismo22. Insisto una vez más. Los muros entre los laboratorios científicos (donde se experimenta para poner a pruebas teorías o resolver problemas) y los intereses, preocupaciones, valores y luchas políti-cas de la sociedad (que sostiene y alimenta esos laboratorios), son porosos en términos estrictos de puridad epistemológica. Por eso, el reloj inventado por los monjes medievales para sus rezos, usado por las comunas para marcar las horas de las labores de la ciudad y el campo, por navegantes para llegar a buen puerto, terminó en-

21 Para entender la modernidad. Los tiempos tempranos: Colón, Galileo, Descartes,

C. Riv., UNPSJB, 2004. 22 Hobbes en su Leviatán lo sostuvo explícitamente: “Las artes de uso público,

como fortificación, construcción de artefactos y otros instrumentos, son poder porque contribuyen a la defensa y a la victoria […] la verdadera madre de ellos es la ciencia y concretamente la matemática”. Primera Parte, Cap. 10.

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trando en el estudio teórico de la naturaleza con la medición y se transformó en “instrumento de precisión”. Y entraron también al gabinete del estudioso con el tiempo las metáforas de la máquina, del trabajo, de la energía, de los programas, de los códigos, la red... La propuesta galileana para la investigación de las cosas físicas tuvo éxito, si bien lo logró gradualmente. Para ese logro fue impor-tante el espaldarazo teórico que le dio años más tarde Newton. Pe-ro el éxito de la ciencia física no sólo se debió al poder teórico de explicación y predicción de su paradigma omnicomprensivo del universo físico, a su capacidad por formular leyes que cumplían con las funciones métrico-matemáticas que medían con cálculo in-finitesimal los procesos en la naturaleza. De manera sostenida, a partir del siglo XVIII se fue haciendo cada vez más evidente que esa manera teórica y metodológica de proceder tenía un rasgo inesti-mable: su utilidad práctica para el dominio tecnológico de la natura-leza material. O sea que a sus bondades teóricas para explicacio-nes y predicciones teóricamente confiables unía la bondad de su utilidad para ciertos intereses, valores, conveniencias, necesidades de los hombres europeos de esa época. ¿Cuáles? Simplificando: herramientas, salud, confort, riqueza y poder (luego se añadirían las organizaciones empresariales - industriales y comerciales - y las burocráticas). No es poco. Herramientas, salud, confort, riqueza, poder, organización ajustada de hombres y aparatos…Valores que muchos europeos estimaban

por encima de otras preferencias. Valores que fueron asumidos claramente por F. Bacon ya a comienzos del siglo XVII. Proclamó sin eufemismo: saber es poder. Y erigió la utilidad industrial como criterio de verdad. El buen éxito en el trato con las cosas con el que se mejora el bienestar de nuestras vidas, como proclamaría el pragmatismo después, se iba a imponer en los siglos XIX y XX, como la piedra filosofal de la “verdad”: una visión en última ins-

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tancia instrumentalista de la “adecuación” famosa.23 Esta imbrica-ción de valores sociales y tecnociencia hará eclosión en el siglo XX con el proyecto fáustico del poder por medio de la bio-digitalización informática de los cuerpos, las subjetividades y las poblaciones. Volvamos al mundo virtual con el que interactúa y se desarrolla buena parte de la vida humana de hoy en estas tierras patagónicas

y que configura muchas dimensiones de nuestras subjetividades, en especial la de los jóvenes... de todas las clases. Sería miope creer que la “realidad virtual”, el simulacro de las pan-tallas, se reduce a ser un mero escape a la irrealidad, una distrac-ción de la vida real, como algunos denuncian. Las pantallas no son sólo para los jueguitos, el chateo descarnado con desconocidos (de los que se conoce muchas intimidades), o para espiar por la cerra-dura de las páginas pornográficas. Tampoco su verdad final se re-duce a ser un “espectáculo espectral” como postula Zizek. Sería miope porque la “red” política, económica, financiera, académica y social real, y esto es una obviedad archiconocida, obtiene en buena medida gran parte de su poder efectivo de la red virtual y de las pantallas conectadas a ella. Y el arte ha comenzado a dar pasos completamente inéditos en la interacción telemática de la red. La realidad virtual tiene efectos reales y hasta letales y es parte inte-grante del mundo con efectos bien físicos y carnales. Y las panta-llas son también un lugar – cada vez más habitado – donde se lu-cha por un mundo mejor, más libre, más igualitario, más solidario. Por tanto, tal miopía se puede pagar caro, porque hay una realidad virtual, con sus lugares digitales y equipos electrónicos informáti-cos, que constituye una dimensión ineludible de la ciudad real. Y

23 Como sostenía el premio Nobel, Thomas H. Morgan, no tiene la menor

importancia entonces establecer si el gen es una unidad hipotética o una partícula material; en todo caso, la unidad está asociada a un cromosoma

específico y puede localizarse mediante un análisis puramente genético.

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como tal dimensión posee una eficacia casi desesperante para la bio-política. En esa ciudad real se sufre carnalmente las conse-cuencias de la expoliación y la violencia; en ella los cuerpos se de-sangran en enfrentamientos y conflictos. Y en algunas regiones de la Tierra, se libran en el vivir cotidiano guerras militares feroces, impiadosas, absurdas, en las que la realidad virtual tiene hoy un papel preponderante y certero. Ella es arma también. Un arma po-

derosa, capaz de teledirigir misiles con precisión asombrosa, de ordenar ataques masivos con tanques y cañones que arrojan pro-yectiles que matan “en serio”, capaz de orientar aviones en misio-nes a ciegas, capaz de espiar permanentemente al enemigo (hasta con la complicidad del sistema operativo y del mismísimo hardwa-re), de golpearle sus centros informáticos de control con bombas o con técnicas electrónicas, dejándolos así inermes. Y por pertenecer a la ciudad real en que vivimos, la web también hace posible que se puedan realizar operaciones quirúrgicas a mi-les de kilómetros o visitar amigos que viven del otro lado del mun-do, hacer compras, acceder a espectáculos musicales que parecían ya perdidos en el tiempo, recrearse con experiencias teledildonics, escudriñar información académica o de investigación de todo tipo que en otros tiempos estaban vedados por imposibilidades de dis-tancia, etc..24 En las máquinas superconectadas del cibermundo, en sus bibliotecas virtuales, en sus supermemorias, en sus bancos de datos, en sus espacios o lugares digitales, acechados y defendi-dos, se archivan las fuentes documentales viejas y nuevas, se con-signan los acontecimientos pasados y presentes y se multiplican,

24 La virtualidad con efectos reales no es nueva. De hecho, como la biopolítica, es

viejísima. El lenguaje articulado, el arte pictórica, la mímica del contador de cuen-tos o del juglar, la poesía, el drama del teatro, la novela, son fenómenos de lo vir-tual capaz de afectar efectivamente nuestra vida real. Lo dicho, lo actuado, lo pin-tado, toma el lugar de algo real para constituirse con su irrealidad, con su entidad cambiada, en algo real. Su manera distinta de hacerse presente en este mundo lo opone por un lado a algo real, y simultáneamente por otro lo da un modo de ser efectivo en el mundo, muy real.

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en hipertextos laberínticos, “rizomáticos”, infinitos, las interpreta-ciones de lo que allí se ha registrado y salvaguardado. El mismo instrumento, pues, que hace la guerra y la política (sin importar ya quién continúa a quien pues todo se vuelve difuso y virtual y la re-tórica también) es el que se usa para escribir la historia. Al comienzo de este ensayo, afirmé que el proyecto fáustico de un

hombre post-orgánico tenía visos de producir un hombre que transforma su cuerpo mediante la ciencia y la tecnología, y lo su-pera (cuerpo que hasta aquí fue construido pacientemente durante miles de millones de años de evolución). Una suerte, en conse-cuencia, de aspiración neognóstica25, con dejos de maniqueísmo: parece que la carne molesta, el cuerpo es un obstáculo que nos li-mita y nos quita libertad. Nuestra prisión, para colmo húmeda y maloliente...

25 Cf. Erik DAVIS, TechGnosis. Myth, Magic and Mysticism in the Age of Informa-tion.. En su libro Davis, un gurú de la cibercultura sostiene que los tecnófilos son firmes candidatos a creer que la Red refleja “el alma profunda del ser”. Para estos nuevos místicos, la web sería la vía regia para acceder a un espacio donde se fu-sionan la mente y el espíritu de millones de individuos capaces de crear “una cria-tura espiritualmente superior”. Según la mitología de este culto, en Internet se puede manifestar una mente colectiva indistinguible de Dios. Por supuesto, el lenguaje de moda para expresar estas ideas procede de la ciencia-ficción. No es raro: ella fue el género literario que exploró y hasta anticipó algunas de las inno-vaciones que hoy disfrutamos en la era digital. No faltan quienes ven en este tipo de fuga del cuerpo en la que se busca experien-

cias “mentales” de conocimiento (por ejemplo, Daniel PINCHBECK en Breaking open the Head: A Psychedelic Journey into the Heart of contemporary Shamanism) un sustituto de la antigua práctica chamanística con técnicas para entrar en trance o con el uso de drogas alucinógenas. Una droga muy famosa y antigua era la que se obtenía con el hongo amanita muscaria, que según la conjetura más convincente, en el Rig Veda hindú aparece como fuente del soma, bebida alucinógena de raíces

en la chamanismo siberiano que se remonta al segundo milenio antes de Cristo. Cf. Peter FURST, Alucinógenos y Cultura, México, FCE, 19942. Para la cuestión de la utopía de alcanzar una iluminación y goce celestial mediante la farmacopea de drogas o intoxicaciones, se puede leer el ensayo de E. OCAÑA, El Dioniso moderno y la farmacia utópica, Barcelona, Anagrama, 1993.

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Curioso y paradójico proyecto de pureza en un mundo que idolatra el “estar en forma”, el gimnasio, las formas físicas llamativas, y se regodea con la conversación desfachatada de sus experiencias sexuales y la exposición pública estéticamente porno de los cuer-pos desnudos. Basta con ver el escaparate de cualquier kiosco de revistas en esta Argentina tan poco puritana, tan dada a los ex-tremos, tan desdeñosa de las formas que toma por mojigatería. 26

El cuerpo humano, concebido como el soporte material de procesos informáticos, vuelve entonces a sufrir una dicotomía de corte platónico-cartesiana27: queda descalificado por sus limitaciones, sus enfermedades, su fragilidad, sus necesidades apremiantes im-postergables (baste mencionar el respirar nada más), sus padeci-mientos, su oxidación degradante, su envejecimiento intolerable, su corta duración, su mortalidad... Bajo esta perspectiva, sobre la base del principio de transformación de la energía, se ha comenza-do a pensar en que se lo puede suplantar como sustrato material, lo que implica de alguna manera en trascender la humanidad, vol-verla “post-humana”, como lo divulgó Catherine Hayles. En realidad, que una forma o finalidad de un instrumento no esté sustentada en una sola clase de materia ha sido en gran parte uno de los ideales de la ciencia moderna. Pensemos en un cuchillo o en un hacha. En la antigüedad, tales herramientas de corte estaban necesariamente atadas a materiales como la piedra o el metal, ma-teriales duros que podían cortar otros materiales más blandos. A partir de la física moderna, y su poderosa manera de abstraer e idealizar, pudimos contar con máquinas de cortar hechas de agua

26 Hasta el sexo y la pornografía, aventuran algunos, se harán más descarnados,

más etéreos, menos húmedos. Todo - carne, percepciones, calores, sudores y de-más - se experimentarán por la mediación inorgánica, fría, distante, seca, de ca-bles y bits de información. 27 “Hoy asoma un neocartesianismo high-tech, en el cual la vieja oposición cuer-

po/alma correspondería al par hardware-software. Y también en este caso la ba-lanza se inclina hacia del software. P. Sibilia, o. c., 111.

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o... ¡luz! Para el padre del hilemorfismo griego, Aristóteles, esto era impensable e inimaginable: no cabía dentro de las posibilidades de la industria humana y no por una política de verdad, que negara otras alternativas teóricas posibles por intereses de poder. Un cuchillo de luz, sólo podía ser hechura de dioses, cuyo poder de transformar la realidad era, precisamente, relatado por los mitos.

Un cuchillo de luz sería para el Estagirita un instrumento imagi-nado por un cuento de mito-episteme... Considerar al cuerpo humano como no “esencial” para ser hombre tiene consecuencias teóricas fascinantes y tremendas, perturbado-ras. Así lo expone P. Sibilia (o.c., 106):

De acuerdo con esta perspectiva, la encarnación biológica de los

hombres sería un mero accidente histórico, un lugar de unas carac-

terísticas inherente a la vida. Por otro lado y de forma concomitante,

si la “esencia” de la humanidad es informática, entonces no habría

diferencias sustanciales entre computadoras y seres humanos, por-que ambos compartirían la misma lógica de funcionamiento.

¿Nos encontramos ante una exageración más de pensadores occi-dentales, tan dados a ellas? Es probable. Pero eso no impide que nos pongamos a pensar sobre sus planteos, entre otras cosas para poner límites y sensatez a su imaginación ilimitada. Ya ha pasado en nuestra historia intelectual: el encandilamiento con una metá-fora suele ser fructífera para descubrimientos teóricos y la elabora-ción de instrumentos, y para encubrimientos y cegueras que termi-nan produciendo “males” o descuidando aspectos de la realidad que se vuelven contra los proyectos humanos fáusticos o no, pro-meteicos o no... El aprendiz de hechicero debe enseñarnos a ser cautelosos con nuestros pobres conocimientos de las cosas... La metáfora universal de los flujos de bits, de las señales de infor-mación, con la que se pretende interpretar la trama íntima de la

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realidad, sin duda alguna nos está volviendo ciegos para otras di-mensiones que no debiéramos desatender ni relegar. El problema radica que no podemos saber a ciencia cierta de qué cosas estamos ciegos porque en eso radica justamente la ceguera. No han dejado de levantarse voces desde muy diversas perspecti-vas y enfoques contra estos proyectos animados por exageraciones

fáusticas de metáforas gnóstico-maniqueas. P. Sibilia en la obra ci-tada (y que me ha servido mucho para esta charla) hace una rese-ña de algunas de esas críticas y allí remito. Destacaría, empero, la que se pone en el mismo terreno de los augures o visionarios del futuro computacional de la conciencia y subjetividad humana. Nuestro cerebro no es una computadora; no razonamos en térmi-nos binarios; no operamos con bits sino mediante configuraciones intuitivas, hipotéticas, holísticas; pensamos sobre la base de datos imprecisos y ambiguos de raigambre sensitiva en interacción cor-poral con el medio, datos procesados culturalmente por el lenguaje (especialmente el metafórico), la imaginación, la memoria, la emo-ción, la acción inteligente, la anticipación del futuro próximo y re-moto, los fantasmas inconscientes, el miedo, el dolor, el deseo, la ilusión y la esperanza, etc.; entendemos y comprendemos en pro-cesos significativos y evaluativos (importancias y preferencias) que no desdeñan las digresiones, ni los márgenes ni los contornos bo-rrosos, ni las colisiones semánticas absurdas, ni el humor, ni los juegos de palabras, ni la invención de expresiones nunca oídas an-tes... Pensamos con el caos, contra el caos, sumergiéndonos en él y lo ordenamos un poco, apenitas, para no perdernos en la locura para siempre... (La lista, por cierto, no termina aquí). Y todo eso lo hacemos sin tener que examinar exhaustivamente cada uno de los innumerables datos (de la mayoría no tenemos ni idea ni noticia vaga) y sin saber si son o no pertinentes en función de nuestros propósitos, y traicionándonos muchas veces. En reali-dad, son significados lo que damos a entender y a interpretar a otros, no señales binarias ni nada por el estilo. Además pensamos

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y razonamos “leyendo entre líneas”, pensando “lo no pensado”; pensamos en disconformidad con lo dado y recibido, insatisfechos con lo claro y distinto, con el discurso hegemónico acostumbrado. El pensador, el artista, y aun el científico piensa también “pelean-do”. Peleando contra lo real que se le hace esquivo y malicioso, o “contra los tópicos de la opinión”. El pintor, nos dicen Deleuze y

Guattari,

no pinta sobre una tela virgen, ni el escritor escribe en una página

en blanco, sino que la página o la tela están ya tan cubiertas de

tópicos preexistentes, preestablecidos, que primero hay que tachar,

limpiar, laminar, incluso desmenuzar para hacer que pase una co-rriente de aire surgida del caos y que nos aporte la visión28

Pensamos (siguiendo la metáfora heideggeriana) abriendo un claro en el bosque para que pueda presentarse a la luz lo que estaba oculto en la espesura... Además, pensamos sufriendo dice Lyotard. Hay un cierto dolor en el pensar – no somos un “esqueleto binari-zado” tan del gusto de intelectuales descarnados – pero ya se sabe, fustiga este autor - “el sufrimiento no tiene buena reputación en la megalópolis tecnológica, sobre todo el sufrimiento del pensar”.29 La genotecnología, la informática digital, la cibercultura, y el bio-poder fundado en ellas son proyectos posibles, circunstanciales, con sus pro y sus contra, que conciben y tratan el cuerpo humano desde una perspectiva restringida (como toda perspectiva), atada a

un espacio y un tiempo, a una cultura y una actitud vital (excedi-damente intelectualista en este caso), o sea nacida en un mundo de significados y valores determinados e históricos que va a cam-biar. Y dentro de sus posibilidades, ese mundo futuro distinto puede llegar a denostar y execrar los horrores a que hubieran dado lugar las exageraciones obcecadas de un grupo reducido de hom- 28 ¿Qué es la filosofía?, Barcelona, Anagrama, 1994, 205 29 Citado por P. Sibilia, o. c., 123.

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bres obnubilados por ideas, o dinero, o poder o lo que sea, apoya-dos por grandes corporaciones y Estados, o movimientos liberta-rios (en la medida en que creyeron que favorecían sus planes de hegemonía mundial). Tanto el cuerpo como el alma (permítaseme hablar así para grafi-car dos dimensiones de experiencias humanas diferentes) están en

el centro de las disputas del poder y en los campos del saber. Están en el centro como objeto de disputa y como sujeto que dis-puta. Son al mismo tiempo creadores de lo social, de otras almas y de otros cuerpos y a su vez ellos mismos creaciones sociales, frutos imperfectos e indomables de conspicuas peripecias y alternativas culturales. Cuerpo y alma son lugares donde convergen para su modelado las más heterogéneas prácticas discursivas, las más di-versas epistemes y ciencias, los más variados sistemas legales y normativos, las más disímiles y aun incongruentes acciones pe-dagógicas, los más distintos llamados a la resistencia, los más di-ferentes intentos de subjetivación (incluidos los del arte conceptual y las performances e instalaciones callejeras). Entre esos diversos intentos de modelado hay que añadir, claro está, los llevados a cabo por quienes pretenden liberarnos de aque-llos nos sujetan, configurando así nuestra subjetividad... incluido Foucault. Hago mías entonces palabras de Sibilia (o. c., 132) aunque ligera-

mente cambiadas para presentar más incisivamente mi pensa-miento:

Las tecnologías de producción de almas y cuerpos obedecen a los

intereses de determinada formación histórica a la nadie escapa. Por

eso están en lucha constante con otras fuerzas que también bata-

llan intentando imponerse. Constantemente resuenan nuevos arpe-

gios de saberes, placeres y poderes, de muy diversas y hasta con-

trapuestas procedencias. Arpegios que crean nuevas configuracio-

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nes de cuerpos y subjetividades, en una clara vocación biopolítica

que no carece de resistencias, fisuras y puntos de fuga, incluso cuando propone, queriendo liberarnos, resistencias, fisuras y pun-

tos de fugas. La vida siempre crea nuevas fuerzas y opone resisten-

cia.

Hay posibles modelados del cuerpo que provienen de mentes im-buidas de una cultura hoy triunfante, expansiva, avasallante: la de

la biología molecular y sus proyectos de recombinar genes para ob-tener seres vivientes de acuerdo con un designio buscado en el la-boratorio sin esperar a que aparezcan en la “evolución” por selec-ción natural. Los procesos evolutivos son muy lentos. Pueden to-mar millones de años. Y encima son aleatorios. Una espera seme-jante es hoy innecesaria y la biotecnología eliminaría el azar, lo imprevisible, cuyos productos pueden ser y todavía son tantas ve-ces implacables, como lo sabemos muy bien por las irregularidades genéticas que originan enfermedades o hijos indeseables. Ya conocemos algunos de los resultados más conocidos de la geno-tecnología y divulgados nada menos que por los supermercados: los alimentos transgénicos. Como conocemos también las luchas por las patentes de los nuevos especimenes, algunas ya concedi-das, otras en vías de serlo. Hay mucho dinero en juego, dinero que, como sabemos, tiende a “acumularse”, por decirlo eufemísticamen-te, en ciertos nodos de la red corporativa de mucha “masa gravita-toria” o en laboratorios universitarios. Ahora bien, que la naturaleza es un noción polivalente construida dentro de una cultura específica, la europea de raíces grecolatinas, es ya un asunto viejo y sobre el que he expuesto en diversos luga-res. También es, obviamente, una construcción de la cultura euro-pea, la noción polivalente de cultura y los diferentes sistemas de oposición que se han dado entre una y otra, de acuerdo con las di-ferentes caracterizaciones hechas de esos términos omnicompren-sivos polivalentes, valorados de muy distintas maneras en la histo-

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ria del pensamiento occidental (incluso se han dado valoraciones de un mismo concepto que son entre sí contrapuestas)30. Por supuesto, hablar de información o código genético es una cons-trucción cultural - además de social - hecha sobre la base de una metáfora lingüística en la subcultura del campo científico de la Biología y aceptada hoy sin demasiadas objeciones por la comuni-

dad de los integrantes de ese campo (si, por simplismo, no se exa-gera con ella su bioactividad real y si no se cae en la ilusión des-medida de que una vez dominada la dinámica de ese código de cuatro letras los biólogos moleculares podrán hacer los seres que se les antoje...).

El proyecto fáustico a que ha dado origen esta perspectiva de in-terpretación no sólo es el cuerpo humano sino toda la biosfera. La técnica del ADN recombinante, que transmuta materias vivas, ya ha dado sus frutos transgénicos, puede reconfigurar la “naturale-za” de los seres vivos, naturaleza entonces que será artificial, o si se prefiere un auténtico artefacto humano (¿con su patente in-cluida?).

Como se ha dicho con metáfora informática: ahora los biólogos mo-leculares estarían en condiciones de programar a gusto el software vital de los vivientes. Y de esas hibridaciones saldrán algunos seres viables y útiles, otros inviables o inservibles, otros que serán ver-daderos monstruos en algunos casos muy peligrosos. Podrán aso-lar nuestras ciudades: nuevas formas de medusas, quimeras, es-finges, y otros seres de la pléyade de rarezas mitológicas de los que tanto se ha mofado la ciencia tiempo atrás, y que ahora la inge-niería genética podría hacerlos realidad... Jurassic Park.

Cuando los monstruos son visibles no son tan aterradores como

30 Cf. R CÉSAR, Naturaleza y Cultura. Un asunto de larga data (2002); ¿Todavía

“dos culturas”? Snow, Sokal y después… (2003); Hablemos de todo un poco. I. Na-turaleza y Cultura, un par que se las trae (2004).

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los invisibles o microscópicos. En especial si forman parte de la panoplia militar y ya no se guardan en la Santa Bárbara sino en instalaciones de máxima seguridad, hechos top secret de los Esta-dos (del signo ideológico que sean porque en estas cosas, en prin-cipio, nadie puede hacerse el distraído o el inocente y tirar la pri-mera piedra). Esos “bichos”, esas esfinges que componen la guerra bacteriológica - una vieja práctica que fue utilizada con particular

éxito en tierras americanas con la viruela que diezmó poblaciones nativas del continente - esos bichos invisibles, repito, sí que son temibles en serio. No tanto las esfinges salvo que ellas fueran pa-radójicamente el rostro verdadero de Edipo, figura declarada por Hegel prototipo del hombre racional moderno.

La modelación de cuerpos imperfectos, incompletos o no bien ter-minados, modelación no sujeta al azar imprevisible, ha sido una acción que viene de antaño. Neonatos defectuosos han sido exter-minados en más de una cultura, y no sólo entre los espartanos según nos cuentan. Y en Esparta, la dura y lacónica Esparta, adiestraba los cuerpos de sus varones con políticas, normativas, campamentos guerreros, ejercicios castrenses, preparándolos para la defensa de la ciudad y, si fuera el caso, para la defensa de la Hélade, como sucedió en las Termópilas.

En la época moderna, la modelación de los cuerpos se llevó a cabo con dispositivos disciplinarios y subjetividades (analizados por Foucault) para encuadrarlos dentro de proyectos socio-políticos específicos, en buena medida de autoreproducción de las estructu-ras económicas, sociales, políticas, culturales. La novedad respecto de épocas pasadas radicó en la extensión y “detalle” con que esta-tizó lo biológico. Así, las sociedades industriales - sumidas encima en guerras de todo tipo - buscaron la forma de adecuar a tal auto-reproducción las poblaciones con la ayuda de los saberes científi-cos (saberes en un principio más prometeicos que fáusticos). De esta manera se embarcó tras ese logro de forma mucho más gene-ralizada, mucho más asegurada, mucho más controlada, mucho

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más profunda y porfiada que en tiempos anteriores. Pero como an-tes, cuerpos y modos de ser – aunque no sin exclusiones, claro – se engendraban en la labor de médicos, pedagogos, psicólogos, arqui-tectos, urbanistas, etc., y en la instrucción militar y el sistema ju-dicial de castigos...

Todos los Estados de la era industrial implementaron sus biopolíti-

cas de planificación, regulación y prevención, con le objetivo de in-

tervenir en las condiciones de vida para imponerles normas y adap-tarlas a un determinado proyecto nacional. Esas estrategias de po-

der comenzaron a delinearse a fines del siglo XVIII, pero se desarro-

llaron plenamente durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo

XX.31

En la edad moderna con saberes nuevos para estudiar la pobla-ción, (p. ej., la estadística y la demografía), se empezó a recolectar datos puntillosamente. Se trataba de medir, clasificar, analizar, evaluar, jerarquizar, prever procesos y fenómenos sociales con índices, promedios, probabilidades, correlaciones. A partir de tales estudios, fue posible una biopolítica basada en principios morales, en leyes y cursos de acción sanitarios, en hábitos de higiene que ayudaran en la prevención de enfermedades y epidemias, en cam-pañas de educación, etc., siempre con miras a controlar el azar, mejorar la salud y prolongar la vida, hacerla menos gravosa, y así

31 P. SIBILIA, O. C., 199. Sigue en esto a Foucault para quien las biopolíticas, en su

condición de pilares de las sociedades industriales son la manera como se in-

tentó, desde el siglo XVIII, racionalizar los problemas propuestos a la práctica gu-bernamental por los fenómenos propios de un conjunto de seres vivos constitui-dos en población: la salud, la higiene, la natalidad, la razas, la educación pública, etc.. Basados en las ciencias humanas, esa racionalización, según cree Foucault, pretendía aumentar la fuerza útil de los cuerpos individuales con un entrena-miento minuciosamente organizado y disciplinar de cuerpos y almas. Disciplina y biopolítica entonces, operaron conjuntamente para asegurar el buen funciona-miento de la sociedad industrial. Cada uno de ellas desplegaba un conjunto es-pecífico de mecanismos y dispositivos de poder, constituyéndose así en instru-mentos de “lo normal” y “lo anormal” para optimizar la utilidad de cuerpos y al-mas. Cf. ib. 201.

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insertar los cuerpos, el individual y el de la especie, en los procesos de producción industrial (sean esos procesos del sistema capitalis-ta o del socialista), o en las acciones desarrolladas en la arena polí-tica. Se buscaba modelar una figura sociopolítica y económica: la de trabajador y la del hombre del partido, la del productor y la del militante, la de la mano de obra eficiente y la de luchador por las instituciones en que se depositaba la realización efectiva de la li-

bertad y la igualdad (y prosiguió, igual que antes, la instrucción de los hombres de armas, de los ejércitos regulares y de los “otros”). ¿Y hoy qué sucede? Ahora una gran disparidad de prácticas dis-cursivas sigue modelando cuerpos y subjetividades. Unas, desde los genociencias de inspiración digital y manipulando los genomas; otras, desde las aulas del sistema educativo; otras, desde las tri-bunas y los despachos políticos; otras, en el interior de las familias o desde los medios de comunicación; otras, desde llamados a la re-sistencia dando a conocer los mecanismos de sujeción bio-política (denunciados como “hegemónicos”); otras, llamando a la anarquía y al lassez faire sin cortapisas; otras...

No necesito seguir: queden estas sugerencias para inspirar otras respuestas. Sin embargo, no olvidemos que no faltan quienes pro-ponen aumentar el mal en este mundo execrable para que todo se desplome definitivamente, condición necesaria para reconstruir de cero si es que tal cosa fuera ya posible. Siempre hay resistencias y las hay de todo tipo y color. Por eso, como ya expuse al comienzo: lo que siempre está en disputa no es el dilema si ha de haber o no una bio-política de los cuerpos y su modelación y control para la

vida en común. Lo que está en discusión es qué tipo de bio-política y con qué procesos, dispositivos e instituciones para llevarla a la práctica, quiénes tienen la voz de última instancia en la materia y sus títulos para tenerla y hacerla efectiva, etc..32

32 Como me dijo un día mi amigo Domingo S. Marcial: “Los que están en contra

de la vigilancia y el control, en realidad lo que quieren hacer es imponer otro tipo de vigilancia y control, porque por lo menos tendrán que vigilar y controlar que no se vigile y controle... y alguna cosa más. Por ejemplo vigilar y controlar a los que

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Ahora bien, pecaría de candidez política quien pensara que es po-sible lograr un consenso unánime, universal, en estas cuestiones. La acción política de “partido” se funda en esta imposibilidad y se lucha entonces por imponer la hegemonía del proyecto particular en nombre del universal. ¿Es posible escapar a esto? Si lo fuera, ¿es deseable? Si lo fuera, ¿con qué tipo de biopolítica? ¿Quién lo dice o decreta? Y la lista de preguntas puede y debe continuar.

Deleuze, en 1990, recalcó un hecho para él irrefutable: las redes de poder ciñeron aún más su entramado y se han vuelto más com-pactas. Y las relaciones de poder se consolidaron con las innova-ciones tecno-científicas, aumentando con ellas su furia por no de-jar nada fuera de su control. En realidad, le han otorgado a ese control una sutileza muchísimo mayor por su vigilancia invisible y silenciosa (haciendo realidad el mito de Giges), por el goce y la di-versión que provocan, por el aura de futurismo que exhiben publi-citariamente, etc., todo lo cual refuerza la supuesta legitimidad del ejercicio mismo del poder. No obstante, éste ya no opera como las viejas maneras. Ahora, en el nuevo régimen, imperan la virtualiza-ción, la descentralización, la globalización, la omnipresencia mun-dial que prescinde de las fronteras nacionales, el borrado de los límites entre lo público y lo privado, la acción preventiva. Y en el campo de los saberes (muy especialmente en el campo del saber historiográfico) se ha vuelto a producir una dispersión, ex-ponencial por la virtualización informática digitalizada. A ello se le unen las posibilidades del hipertexto, acompañadas por una exi-gencia de no aceptar sin más el cauce de supuestas formas regula-res o normadas de emitir enunciados (o sea, en los procedimientos de enunciación) ni, por supuesto, la centralización del mando. Jus-tamente la “red”, como sistema de intercomunicación y como metá-fora, apunta a una pérdida del centro único...33 se den proyectos de matarlos...” Una cuestión para pensar. 33 Sobre en “informacionalismo” de la tecnología informática y el hipertexto de la

historiografía digital he escrito en otro parte (Historiografía digital, C. Riv., UNP-SJB, 2007). Según M. Castells, el nuevo paradigma implica: 1. la capacidad de

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Y para terminar... Cualquier metáfora, concepto, categoría, para-digma o argumento, es pasible de intervenir en acciones de biopo-der. Cualquiera puede ejercer su influjo en la creación de cuerpos y subjetividades. Cualquiera puede servir como instrumento en la producción de identificaciones subjetivas. Cualquiera puede termi-nar siendo una forma de sujeción de otro, de sujetar a otro. No to-das son aceptables, así que habrá que discutir el criterio de acep-tabilidad, tarea que, insisto, difícilmente alcance el consenso uná-nime. Pero, como ideal imposible, esa búsqueda de consenso tiene

sus tecnologías para ampliar por sí mismas el procesamiento de la información en volumen, complejidad y velocidad; 2. su capacidad recombinatoria; 3. su flexibili-dad distributiva. El hipertexto de la red mundial de redes, la famosa World Wide Web, o el valor de Internet, consiste en enlazar cualquier cosa desde cualquier si-tio y recombinarlo. La recombinación es fuente de innovación especialmente si sus productos se convierten en puntos de apoyo para una ulterior interacción o pesquisa investigativa. Entre los efectos que la red trajo a la escritura de la histo-ria se encuentra la polifonía del hipertexto. Me interesa destacar aquí dos co-sas: 1. que en la red no existe – aún - el texto, del vencedor, oficial o único (por tanto, no se puede dar el hipertexto historiográfico del “Gran Hermano” que borra o destruye los registros del pasado y del presente si cree que no se ajustan a sus deseos, a sus alianzas y enemigos circunstanciales; Gran Hermano que lee la his-toria según sus miedos, suspicacias, cegueras u odios ideológicos); 2. que la poli-fonía es realmente la de una multitud de voces que, por ahora, pueden hacerse oír por sí mismas en su propia lengua sin interpósita persona. Esta polifonía quiebra la “linealidad” del tiempo historiográfico.No hay pues un texto canónico, ni hegemónico, ni oficial, ni siquiera apenas unos pocos que se publican según

algún interés político o económico de partido, grupo, casa editorial, nación, orga-nismo o mega-corporación o lo que fuere. No hay una sola voz o unas cuantas.

Pueden hablar y dejar por escrito, en señales digitales disponibles en la biblioteca mundial de la web, todos aquellos capaces de acceder a ella (el acceso está cada vez más facilitado, por el momento). Y el hecho de que haya millones de sitios habla a las claras de lo que aquí sólo consigno sin ningún tipo de valoración en su favor o en su contra. De todas maneras, esta potencia casi ilimitada del hiper-texto historiográfico tiene su contracara: su ilimitación hipertextual, esta disper-sión indefinida de las interpretaciones termina nublando lo acontecido a poco que acaece. Pues lo acontecido se atomiza en fragmentos que tienden a exorbitarse (Braudillard) y se borra toda distinción entre la narración cotejada y la burda mentira que opera mediáticamente. También los ordenadores desordenan. Bah, son armas. En ciertas circunstancias, letales...

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efectos reales: acota el margen de las soluciones que se proponen basadas en la guerra, en la persecución y la tortura, en el genoci-dio o en el despropósito de una vida en común donde todo valga.

Las formas de sujeción más sutiles son aquellas que se proponen como liberadoras de otras sujeciones. Cuando nos identificamos con un pensamiento así, estamos en una sujeción identificatoria gustosa que nos complace. Identificación creadora de vínculos las más de las veces muy difíciles de romper: no lo deseamos. En fin...

Cuando gustosamente no oponemos resistencias al pensamiento que nos dice que hemos de resistir, el pensamiento de la resisten-cia nos sujeta, y en su sujeción nos hace sujetos. Interesante si-tuación, incómoda, paradójica, inconveniente para el debate teóri-co. Por tanto, para pensarla... ¿Ante qué y en qué situaciones habremos de oponer resistencia a argumentos que nos llaman a resistir, simplemente porque de no oponer esa resistencia cometer-íamos un disparate, causaríamos daños irreparables, o enloquecer-íamos, cualquier mal que juzguemos inadmisible?

Quizás el dilema no sea el tener que optar entre un cuerpo imper-fecto y mortal y otro perfecto e inmortal. En definitiva, como ideal imposible, la inmortalidad de un cuerpo indestructible y perfecto redundaría en un bien, y - si fuera llevado a cabo con sabia caute-la y sin codicias megacorporativas más allá de todo límite - tendría a la larga efectos benéficos para un cuerpo que es lugar de enfer-medades, de tormentos, de ruinoso deterioro, de crueldades cau-

sadas por otros...

¿El dilema podría radicar entre promover la racionalidad informá-tica que anima a la genotecnología y la cibercultura actual, una racionalidad enfermiza pues exagera el intelectualismo mental a costa de la vida corpórea y son para pocos sus beneficios de poder, riquezas, salud, calidad de vida, etc., y el ideal, también inalcanza-ble pero con efectos reales, de una acceso equitativo universal que beneficie con mejoras médicas y estéticas inscritas en sus cuerpos

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para el bienestar, si no de todos y de cada uno, al menos de los más posibles en el planeta? Esta última opción de un ideal justicia que sabemos inalcanzable, sería “bellísima”, a mi juicio, pero ¿qué puede importarles a los poderes mis anhelos, ilusiones y delirios? Nada.

El tema de la justicia imbricada con la biotecnología es complejí-simo y exige una Segunda Parte. Entonces, continuará...

******************* Textos para un seminario dado en Comodoro Rivadavia en mayo de 2007

dentro de las actividades del equipo de investigación dirigido por el Dr. Mussacchio sobre Convergencias Interteóricas.