gk chesterton abc.cultural.12.10.2013

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San Gilbert Keith Chesterton El escritor británico a la puertas de la canonización [ 04 ] ABC cultural N. 1109, 12 DE OCTUBRE DE 2013 twitter: @ABC_Cultural MÜSICA EL DUENDE DE HOWE GELB [ 24 ] LIBROS TRASTIENDA DE HOLLYWOOD [ 14 ] LIBROS H. THOMAS RETRATA A FELIPE II [ 08 ]

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San Gilbert Keith ChestertonEl escritor británico a la puertas de la canonización [ 04 ]

ABCcultural

N. 1109, 12 DE OCTUBRE DE 2013twitter: @ABC_Cultural

MÜSICA

EL DUENDE DE HOWE GELB [ 24 ]

LIBROS

TRASTIENDA DE HOLLYWOOD [ 14 ]

LIBROS

H. THOMAS RETRATA A FELIPE II

[ 08 ]

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Chesterton va camino de los altares. Ya se ha dado el primer paso: la Iglesia se plan-tea abrir la causa de su canonización. La del creador del padre Brown, que se con-virtió al catolicismo, en contra del espíritu de su época. San Gilbert Keith Chesterton

Chesterton, la rara alegría de la fe

En La esfera y la cruz, el gordo Chesterton nos presenta a dos contendientes, un

católico y un ateo, que pese a sus esfuerzos ímprobos no lo-gran batirse en duelo a muer-te, en defensa de sus conviccio-nes, porque la autoridad esta-blecida, muy tolerante y con- ciliadora, se lo impide. Obliga-dos a convertirse en aliados, ur-dirán las más rocambolescas artimañas para burlar la vigi-lancia de esa autoridad que les impide enfrentarse; pero, final-mente, ambos serán detenidos y confinados como energúme-nos, puesto que han osado per-

Portada

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ESCRITOR TODOTERRENO Gilbert Keith Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936), el «príncipe de las paradojas», cultivó casi todos los géneros. NARRATIVA: además de los cuentos del padre Brown, su título más conocido es «El hombre que fue Jueves». ENSAYO: destacan «Herejes», «El hombre eterno», «La Iglesia católica y la conversión» y «Ortodoxia»; en esta última obra reflejó su evolución espiritual. POESÍA: publicó varios cientos de poemas; entre ellos, «La balada del caballo blanco».

turbar la paz social con sus con-troversias teológicas. La esfera y la cruz se trata, por supuesto, de una novela alegórica que ilus-tra a la perfección el totalitaris-mo agnóstico que, so capa de moderantismo y neutralidad, acaba imponiéndose en las so-ciedades contemporáneas.

Todo al revés Contra ese agnosticismo apla-nador y paralizante combatió Chesterton toda la vida, fingien-do que combatía con los atea-zos peleones que se iba encon-trando por el camino. Si leemos sus novelas y ensayos, descu-briremos que Chesterton siem-pre trata a los ateos con defe-

rencia e incluso franca simpa-tía; y que, en cambio, reserva su acritud para los que evitan la lucha, para esos espíritus «con-ciliadores» que tratan de aunar las doctrinas más diversas (sin adherirse a ninguna) y de agra-dar y halagar a todo el mundo. Chesterton entendía que la de-fensa de las propias conviccio-nes solo se podía alcanzar me-diante la disputa; pero en sus disputas, sobre sus dotes de po-lemista, se alza una alegría de vivir contagiosa, un amor ha-cia todo lo creado que se extien-de también hacia sus contrin-cantes, quienes –aunque mohí-nos ante el vigor paradójico de sus razonamientos– no podían

FUENTE DE INSPIRACIÓN Chesterton (abajo) fue un hombre alto: medía un metro con 93 centímetros; lo opuesto, pues, a su personaje más famoso, el padre Brown. Para crearlo se inspiró, al parecer, en John O’Connor, sacerdote que estuvo relacionado con su conversión al catolicismo

sin embargo dejar de aplaudir su gracioso denuedo.

En Chesterton conviven la sabiduría de la vejez, la cordu-ra de la madurez, el ardor de la juventud y la risa del niño; y todo ello galvanizado, abrillan-tado por la mirada asombrada y cordial de la fe. En su cons-tante exaltación de la vida (que no es hedonismo, sino confian-za en la Providencia), en su per-petuo arrobo ante el misterio, en su deportiva y jovial belico-sidad, subyace siempre una aversión risueña hacia toda for-ma de filosofía moderna, a la que contrapone el realismo de la fe cristiana: «La muralla ex-terior del cristianismo es una fachada de abnegaciones éti-cas y de sacerdotes profesiona-les; pero salvando esa muralla inhumana, encontraréis las danzas de los niños y el vino de los hombres; en la filosofía mo-derna todo sucede al revés: la fachada exterior es encantado-ra y atractiva, pero dentro la de-sesperación se retuerce, como en un nido de áspides».

Pinta de cerveza Toda la obra de Chesterton, en realidad, no es otra cosa sino una glosa de las verdades de fe contenidas en el catecismo, ex-puesta al modo grácil y mala-bar de un artista circense. Como escribió Leonardo Castellani, para poder enseñar el catecis-mo a los ingleses había que te-ner una alegría de niño, una sa-lud de toro, una fe de irlandés, un buen sentido de cockney, una imaginación shakespeariana, un corazón dickensiano y las ganas de disputar más formi-dables que se han visto desde que el mundo es mundo.

Nada de esto le faltó a Ches-terton; y con esta munición de cualidades –más alguna pinta de cerveza– cuajó una escritu-ra luminosa e incisiva, capaz de entrometerse en los dobla-dillos de las medias verdades para delatar su fondo de mu-grienta mentira, capaz de des-velar la verdad escondida de las cosas, sepultada entre la cha-tarra de viejas herejías que nuestra época nos vende como ideas nuevas.

En los libros de Chesterton, las verda-des del catecismo se po-nen a hacer cabriolas, se pasean por el mun-do como si estuvieran de juerga, llenando cada plaza de ese fenomenal es-cándalo que nos produciría ver a un señor en camisón o a una damisela con bom-bín; y de esta aparente in-congruencia que surge de la lógica más aplas-tante cuando se hace la loca brota su poder

de convicción. Chesterton se pasó la vida refutando todos los tópicos (que es la expresión más habitual de las modernas here-jías), hasta descubrirnos que el sentido común no está en lo que todos repiten, sino en lo que na-die se atreve a formular; y lo hizo divirtiéndose como un niño que destripa un reloj y lue-go lo recompone cambiando de sitio todas las piezas, para de-mostrarnos que no debemos preocuparnos por medir el tiempo, pues dentro de noso-tros habita la eternidad.

En algún pasaje de su Auto-biografía, Chesterton nos con-fiesa que su acercamiento al ca-tolicismo fue una expresión de rechazo al espíritu de su épo-ca: la execración de la Iglesia se había convertido en el pasa-tiempo predilecto de los inte-lectuales; y tanta unanimidad en el vituperio acabó provocan-do en su temperamento inqui-sitivo un movimiento de curio-sidad. Una institución huma-na que concitaba tan ardorosos ataques y lograba resistirlos de-bía, sin duda, estar animada por un fuego divino. Esa curiosidad hacia lo que sus contemporá-neos denigraban acabaría con-virtiéndose en motor de sus pes-quisas intelectuales y en la ga-solina de su escritura.

Talento en tromba Un escritor tan dotado para la paradoja como Chesterton no podía tener otro destino que no fuese paradójico. Y sobrema-nera paradójico resulta, en efec-to, que una época empeñada en descreer de todo aquello en lo que Chesterton fervorosamen-te creía se haya empeñado tam-bién en tributar su veneración a Chesterton. Y es que el agnos-ticismo aplanador de nuestra época –pálido vómito terminal de aquella filosofía moderna tan execrada por nuestro au-tor– no ha podido con el talen-to en tromba de Chesterton, con su sentido común de tonelada, con la insultante buena salud de sus argumentaciones y las delicias de su estilo, que se de-rramó en todos los géneros, lle-nándolos de esa rara alegría de la fe, que es, antes que nada, ale-gría de vivir a todo trapo.

Tal vez ahora, si lo suben a los altares, el mortecino ag-nosticismo se decida al fin a retirarlo –¡por pendenciero y alborotador!– de las librerías y de los suplementos litera-

rios, que de este modo se convertirán en tumbas ló-

bregas y vacías; que eso, al fin, una tumba vacía

y lóbrega, es el mundo para el racionalista.

JUAN MANUEL DE PRADA

DETECTIVE Y PASTOR DE ALMAS

Ambas facetas convergen en el padre Brown. El personaje

creado por Chesterton está más vivo que

nunca, como demuestra la adaptación que la

BBC ha realizado de sus aventuras (en la

imagen)

ABC culturalSÁBADO, 12 DE OCTUBRE DE 2013

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Regordete, miope. Así es el padre Brown, el personaje más famo-so de Chesterton. Un detective con sotana cuyo creador no es el único literato que abrazó la fe católica en su vida o en sus obras

«Santoral» literario

Se habla de la beati-ficación de Gilbert Keith Chesterton (con vistas a su ca-nonización poste-

rior), y ese rumor, cada vez más persistente, debería ser mensajero de realidades ulte-riores, porque a sus lectores asiduos nada podría compla-cernos más que ver la inefable figura del creador del padre Brown incitándonos a dirigir-le una plegaria. Es más, yo creo que el proceso para convertir-lo en santo conferiría a la pro-fesión de escritor una ocasión de oro para asumir el estatus de santo, al que no es corrien-te acceder desde la escritura

profana. Luego vendría Tol-kien, desde luego, que sería un deslumbrante santo con pipa. Y Graham Greene y Anthony Burgess (a quien no le extra-ñaba en absoluto la existen-cia del cielo y del infierno). Y, en Francia, qué me dicen de novelistas como Mauriac o Bernanos (por no hablar de Claudel o de pensadores cató-licos como Maritain o Gabriel Marcel). Hay, créanme, mucho material humano susceptible de acceder a la santidad en la literatura contemporánea. Y no pongo ejemplos españoles para no incurrir en la imper-tinencia de algún olvido im-perdonable.

Volviendo al mundo de aquí abajo –el de las opiniones emi-tidas por pecadores irreden-tos como el que suscribe–, re-cordaré una vez más, con mi admirado Juan Bonilla, que no hay página de Chesterton que no contenga un deslumbra-miento.

«La cruz azul» Inteligente como pocos, Ches-terton es una especie de Oscar Wilde sin dandismo y salpi-mentado de milagros. Su con-versión al catolicismo acerca su biografía a la de San Agus-tín, que también se cayó del caballo, camino de Damasco, en un determinado momento

de su vida que lo marcó para siempre.

Tengo muchos estupendos amigos que ejercen como chestertonianos militantes. Debo reconocer que no he lle-gado todavía con la obra de G. K. a ese grado de engagement, pero me muevo con soltura en su universo conceptual y me cae muy simpático el perso-naje. Aunque no sea más que por haber compuesto Lepan-to, uno de los más altos, inten-sos y vibrantes poemas épi-cos de las letras universales. Aunque no sea más que por haberse enfrentado de forma decidida a los pedagogos –que ya empezaban en aquella épo-ca a hacer de las suyas e in-tentaban prohibir los cuentos de hadas como antipedagógi-cos–, diciendo que las histo-rias narradas en los relatos populares con destino a la in-fancia recogidos por Grimm o por Afanásiev no inventan el terror, sino que el terror pre-existe, reinando por doquier, y que los fairy tales son la úni-ca arma que tienen los niños para tratar de superarlo. Y, last but not least, aunque no sea más que por ha-ber creado al de-tective más atí-pico de la litera-tura policiaca,

que es a quien voy a referir-me a continuación.

No deja de ser arriesgado lo que Chesterton hizo al publi-car en la revista The Storyte-ller (septiembre de 1910) la pri-mera aventura del padre Brown, «La cruz azul», que lue-go incluiría en La inocencia del padre Brown, primero de los cinco volúmenes dedicados al personaje. Ni más ni menos que un sacerdote papista ba-jito, regordete, corto de vista, con su negro sombrero cleri-cal y su sempiterno paraguas, era el tipo elegido por el escri-tor londinense para rivalizar con el estilizado Sherlock Hol-mes, quien tan poco tiene que ver con el catolicismo, a juz-gar por su arrogante postura escéptica y su trato frecuente con las drogas.

El candor de Reyes Tras el volumen que inaugu-raba la serie vinieron La sabi-duría del padre Brown (1914), La incredulidad del padre Brown (1926), El secreto del pa-dre Brown (1927) y El escánda-

lo del padre Brown (1935), li-bros traducidos muchas veces al español y desde 2008 reunidos por Acantilado en un solo volu-men, Los relatos

G. K. COMPUSO «LEPANTO», UNO

DE LOS MÁS INTENSOS Y VIBRANTES

POEMAS ÉPICOS QUE EXISTEN

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ABC culturalSÁBADO, 12 DE OCTUBRE DE 2013

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del padre Brown, vertido al caste-llano por Miguel Temprano Gar-cía. El primero de ellos, La ino-cencia, fue obje-to de una es-pléndida traduc-ción española por parte del polígrafo mexicano Alfonso Reyes: El candor del padre Brown (Madrid, Saturnino Ca-lleja, 1921).

Destino cruel Pues bien, en los relatos (alre-dedor de cincuenta) del padre Brown, Chesterton introduce a un hombre de religión, en este caso a un cura seglar ca-tólico, en el profano papel de detective, pero sin que su pro-fesión original –la de pastor de almas– se resienta lo más mínimo. (Parece que Chester-ton se inspiró, para crear este personaje, en el padre John O’Connor [1870-1952], cura pá-rroco de Bradford, en el con-dado de Yorkshire, quien es-tuvo relacionado con la con-versión de Chesterton al catolicismo en 1922.)

El mundo que rodea al pa-dre Brown es un conglomera-do extraño en el que los obje-

tos cotidianos pierden su fun-ción natural y adoptan un des-tino cruel o su-blime; un mun-do que confun-de con frecuen- cia lo que acon-

tece a este y al otro lado del es-pejo; un mundo en el que el crimen se disfraza a menudo de milagro. Y es, curiosamen-te, un hombre del misterio, un hombre de Dios, quien devuel-ve su uso familiar a los obje-tos, quien reconcilia los espe-jos con su función original, el milagro con la lógica más aplastante, e incluso en oca-siones, y esto es lo más impor-tante de todo, al criminal con su conciencia.

Fue mi padre, Juan Antonio de Cuenca, quien puso en mis manos por primera vez un li-bro del padre Brown (era uno de los tomitos encuadernados en piel de la colección «Crisol» de Aguilar, concretamente el titulado El candor del padre Brown). Eso era, gracias a Dios, mucho antes de que se empe-zara a hablar de la posible bea-tificación de su autor.

LUIS ALBERTO DE CUENCA

INTELIGENTE COMO POCOS,

CHESTERTON ES UN OSCAR WILDE SIN DANDISMO Y SALPIMENTADO

DE MILAGROS

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CERCA DE DIOS 1. François Mauriac, la

crisis religiosa. 2. Paul Claudel, la fe recobrada. 3. Anthony Burgess, la

perspectiva católica medieval. 4. Georges Bernanos, la visión

trágica del cristianismo. 5. Graham Greene, la fe

atormentada y vacilante. 6. Tolkien, el catolicismo

con alegorías