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GLOBALIZACIÓN, NEOLIBERALISMO Y NEOINSTITUCIONALISMO: LA OBRA DE D.C. NORTH. (Tres voces ampliadas del Diccionario de Sociología). POR ÁLVARO ESPINA Resumen: Este trabajo es una reelaboración de las voces “Globalización”, “Neoliberalismo” y “D.C. North”, preparadas para la segunda edición del Diccionario de Sociología, de S. Giner, E. Lamo y C. Torres (Eds.), de próxima aparición en Alianza Editorial. En él se amplía considerablemente el escueto tratamiento dado a estas voces en el Diccionario, se interrelacionan los tres conceptos y se agrega un epígrafe final que analiza algunos nexos entre instituciones y desarrollo, extrayendo conclusiones para el futuro.

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GLOBALIZACIÓN, NEOLIBERALISMO Y NEOINSTITUCIONALISMO: LA OBRA DE D.C. NORTH.

(Tres voces ampliadas del Diccionario de Sociología).

POR ÁLVARO ESPINA

Resumen: Este trabajo es una reelaboración de las voces “Globalización”, “Neoliberalismo” y “D.C. North”, preparadas para la segunda edición del Diccionario de Sociología, de S. Giner, E. Lamo y C. Torres (Eds.), de próxima aparición en Alianza Editorial. En él se amplía considerablemente el escueto tratamiento dado a estas voces en el Diccionario, se interrelacionan los tres conceptos y se agrega un epígrafe final que analiza algunos nexos entre instituciones y desarrollo, extrayendo conclusiones para el futuro.

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GLOBALIZACIÓN, NEOLIBERALISMO Y NEOINSTITUCIONALISMO: LA OBRA DE D.C. NORTH.

(Tres voces ampliadas del Diccionario de Sociología).

1.-De la sociedad tradicional a la modernidad: una larga marcha histórica 1 Aunque sólo los dos últimos siglos han conocido una fuerte aceleración en el avance

hacia la globalización, se trata de un proceso de muy larga duración. La aspiración a abarcar todo el universo con la razón* y con la acción humana* es tan antigua como la civilización,* y especialmente la cristiana. Para San Anselmo (Siglo XI), ese es el principal atributo de Dios, “que está en todas partes y siempre”, y constituye el modelo de perfección última de la humanidad. El primer paso para explorar todo el planeta lo dio Elcano, al circunnavegar el mundo en 1522. La Monarchia Universalis de Carlos V fue el primer proyecto político de mundialización*, construyendo un gran imperio moderno a través de la cooperación política, militar, económica, monetaria y financiera a escala global (John Maynard KEYNES; Henry Kamen). En Europa, los principales agentes del proceso fueron los incipientes estados* “protonacionales” (José Antonio Maravall), conformados a través de la guerra* (Charles Tilly).

Con Maquiavelo –o, más bien, con Fernando el Católico, en quien el florentino se inspiró como modelo de príncipe renacentista- se iniciaba el segundo gran ciclo histórico en la edificación de la sociedad occidental,2 que tuvo su origen en Grecia. En principio, la sociedad fue la Polis (primera forma de Estado), en donde la complejidad derivada de la heterogeneidad de los individuos pudo controlarse reduciendo Aristóteles al hombre a la condición de “animal que vive en la Polis”. Ella fue la unidad social relevante y el verdadero agente de la civilización griega. La paideia garantizaba que el individuo subordinaba sus fines a los de la ciudad-Estado. Quien no lo hacía era considerado un idiota, no un ser humano. El fin de la Polis griega a manos de Macedonia puso de manifiesto la insuficiencia de esta primera forma superior de organización política y social.

El helenismo construyó las tres primeras filosofías individualistas, que acabarían constituyendo el soporte filosófico del imperio romano. Roma creó el derecho para defender la esfera privativa e inviolable del individuo, concebido por la escuela estoica como

1 El texto de este epígrafe toma como guión -ampliándolo- la voz “Globalización” escrita para la 2ª edición del Diccionario de Sociología de Alianza Editorial, en prensa. La marca * y los nombre de autores en mayúsculas remiten a otras voces del diccionario. Se mencionan también autores que han hecho contribuciones relevantes a la cuestión. Por ser perfectamente conocidas, en muchos casos no se menciona la obra específica en que lo hicieron.

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2 Véase Álvaro Espina, “Individuo, Ley Valor: fundamentos para una teoría tridimensional de la regulación social”, Hacienda Pública Española, nº monográfico 1/1995, sobre Regulación y Estado del Bienestar, pp. 9-89

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ciudadano universal. Pero la eclosión de la heterogeneidad individual (expresada en el politeísmo, sin la argamasa de la paideia) disgregó a la sociedad política. En ausencia de un principio de cohesión interiorizado por el individuo, ni el derecho ni el generoso uso de la coacción por parte del Imperio constituyeron amalgama suficiente para mantenerla cohesionada. La tardía expansión del cristianismo –y, sobre todo, su eclecticismo político- no sirvió para paliarlo, sino que agudizó el problema, de modo que finalmente el imperio tuvo que confiar su defensa a las tribus germánicas, cuya cohesión venía garantizada por la prevalencia de los lazos de parentesco -la solidaridad mecánica, en palabras de Emile Durkheim (E.D.), impresa en los genes-, que con el tiempo habrían de trasmutarse en el concepto de nación (o de solidaridad orgánica, según E.D.)

Poco antes del colapso de Roma, a comienzos del siglo V d. C., San Agustín había realizado en su teoría de las dos ciudades la síntesis entre el dualismo escatológico y social de la iglesia africana –y de la tradición idealista griega- y el historicismo realista de los estoicos, materializado en la construcción de la política universalista del Imperio romano. Tras la irrupción de los bárbaros y su aceptación por los hispano-romanos, el obispo Orosio –a modo de exculpación frente a la imputación de responsabilidad al cristianismo por la caída del Imperio- interpretó la nueva fase como un escalón más en el cumplimiento de los designios de la Providencia (Dios) y construyó una nueva síntesis en la que, a la tesis sobre el origen divino del poder y a la formulación política de la idea de humanidad, agregó:

“.... la idea de pluralidad y particularidad de los pueblos, es decir, la idea de patria como factor político”3 La discontinuidad provocada por la irrupción de los pueblos germánicos, impulsados

por los hunos, en el imperio romano, impidió la consolidación del “estadio chino” en la historia europea, haciendo imposible que fraguara aquí ningún imperio, como señaló Ortega y Gasset. La interrupción medieval resultó decisiva, hasta el punto de que la característica diferencial de Europa en la Historia universal consiste precisamente en el rechazo permanente de cualquier forma de dominación no voluntariamente aceptada y, al mismo tiempo, en la pugna constante por expandir su civilización, asimilando a las demás, lo que exigió de ella progresar en busca de la universalización. Esta pasión aparece por primera vez en los héroes aqueos, y las odas homéricas hicieron de ella la aspiración última del alma griega. Su realización culminó con la epopeya de Alejandro, impulsada por el afán incontenible de dominar todo el mundo conocido –desplegando el valor y la potencia de Aquiles- y de explorar nuevas fronteras –urgido por la curiosidad y la astucia de Ulises-. Pero la universalización nunca se logró definitivamente porque se mantuvo embridada por la pasión antagónica de la diferenciación particularista, que condujo en última instancia al ocaso del mundo de las polis griegas y reemergió tras un breve paréntesis a la muerte de Alejandro, de la mano de los Diadocos.

Sin embargo, la pasión tumultuosa por avanzar hasta el borde del “precipicio de la perfectibilidad” –como dijo Malthus- resurgió con el imperio romano. Tras una interrupción de diez siglos los humanistas del Renacimiento la recuperaron para hacer de ella el carácter distintivo de la civilización europea durante la era moderna. La plena realización de esta pasión acabaría permitiendo a las otras civilizaciones apropiarse paulatinamente de sus frutos, hasta consumar el mito del Rapto de Europa, tal como lo describió Luis Díez del Corral. Esto fue posible precisamente porque desde su fundación el estado moderno europeo –tanto en España como en Holanda- se concibió a sí mismo como un Estado universal.4

3 José Antonio Maravall, El concepto de España en la Edad Media, Madrid 1958, pp. 35-36.

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4 “Globalisation: The Argument of our Time”, diálogo entre David Held y Paul Hirst, en Opendemocracy, Enero 2002, reproducido en: www.globalenvision.org/library/8/528.

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Con la disgregación del imperio romano occidental por las tribus germánicas se había cerrado el primer gran ciclo de estructuración de los tres grandes principios motores sobre los que se construyó la civilización occidental: Estado, Individuo y Nación. El ciclo se reproduce de nuevo en la era moderna, tras la fundación del Estado Absoluto. La eclosión ulterior del individualismo adoptó, primero, la forma del humanismo renacentista y alcanzó su cenit con el utilitarismo y la revolución liberal. Pero, en paralelo con la reformulación moderna del binomio Estado / individuo -y en cierto modo sobre las espaldas del político-Príncipe, perfilado por Maquiavelo-, se estaba gestando también una nueva forma del principio nacional, que acabaría fraguando en el moderno sistema de nacionalidades. Pierre BOURDIEU analizó este paralelismo poniendo de manifiesto el proceso de monopolización informacional, simbólica, jurídica y honorífica que culminó en “la construcción de una suerte de trascendental histórico común inmanente a todos los ‘sujetos’” que formaban parte de cada nuevo Estado.

Los ceremoniales (a los que Herbert SPENCER denominó Instituciones *) revistieron con un simbolismo de autoaceptación el tránsito desde una sociedad guerrera –aunque caballeresca- a otra cortesana, cantada por Castiglione y Garcilaso. La imposición de prácticas cuya última ratio fue la coacción* (Norbert ELIAS), necesitó de algo más que la pura fuerza para mantenerse amalgamadas a largo plazo, lo que se consiguió internalizando cada individuo las restricciones a su propia acción emanadas de aquellas. Así se impuso “una especie de consenso sobre el conjunto de evidencias compartidas que constituyen el sentido común”* y las tradiciones propias de cada sociedad particular. Sentido común al que BOURDIEU denominó el “habitus”*, base para la aparición de la identidad* o carácter “nacional”*. Los nacionalismos* hicieron coincidir el territorio de los estados nacientes con el de la cultura* monopolizada por la élite* dirigente (Ernst GELLNER), que se alzó con los beneficios ligados al monopolio de la fuerza, rompiendo particularismos e imponiendo “universalidad” con su lengua, su cultura y la burocracia.*

Se trataba, lógicamente, de una universalidad pretendida e intencional, no de una universalidad conformada por un sujeto universal, ni siquiera contrastada ex post facto. Pero fue un artefacto extraordinariamente eficiente para neutralizar el salto hacia la complejidad que había introducido el humanismo renacentista al hacer saltar al individuo hasta el primer plano de la agencia histórica –con lo que ello suponía de aceptación de la heterogeneidad de fines, frente a la homogeneidad de los estamentos y las corporaciones posmedievales-, lo que acabaría consumándose en la revolución liberal, y también, a su modo, en el creacionismo de valores romántico que acompañó a los nacionalismos del siglo XIX.

En Europa, los nacionalismos emergentes se encargaron de hacer inviable la unificación política bajo los Habsburgo, articulada bajo la forma de un patrimonialismo* federalista* en el que cada royaume conservó sus propias instituciones. Por mucho que fuera una reminiscencia medieval, se trató de un “espécimen necesario en su tiempo” (Díez del Corral), que aceleró considerablemente el proceso evolutivo, ya que “el tiempo requerido para la evolución de una forma compleja a partir de elementos simples depende críticamente del número y la distribución de las formas estables que pueden actuar como intermediarias”.

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La aparición de un nuevo sistema político europeo de estructura jerarquizada –en el sentido de mantenerse articulado a partir de los grandes subsistemas preexistentes, tras quedar obsoletos los organismos intermedios medievales- pudo avanzar más rápidamente que la pretensión alternativa, liderada por la casa Valois, de edificar directamente un sistema político complejo de estructura “plana,” cuya configuración “consume mucha más energía,” por mucho que aparente eliminar las redundancias, que son, sin embargo, las que facilitan la descripción y la percepción del sistema. Con ello, los Habsburgo facilitaron la formación del

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“habitus” y aceleraron el desarrollo de fuertes lazos en el interior de las “naciones naturales” –e incluso fortalecieron internamente a su rival francés, según la interpretación de Chaunu-, situando en la génesis misma del moderno sistema europeo de estados un esquema organizativo que se convertiría con el tiempo en una verdadera estructura “casi-descomponible”, definida por Simon como aquella en que la interacción dentro de cada subsistema es mucho más fuerte –y avanza más rápidamente- que la interacción entre subsistemas,5 lo que no impidió que en el muy largo plazo esta última acabase desplegando toda su virtualidad.

La fase patrimonialista de la conformación de los Estados europeos6 se desarrolló siguiendo el guión escrito por Maquiavelo, construido al modo de una “astucia de la razón”, que identificaba los intereses del principado con los del príncipe, lo que le permitía concluir que, para defender aquellos, éste no debía hacer otra cosa que defender los suyos propios, a condición, eso sí, de que el Príncipe conociera su verdadero interés7, y para ello había que educar sus pasiones de acuerdo con el modelo de los antiguos, a imagen de los héroes-fundadores de la cultura grecorromana, que el conocimiento humanístico había consagrado como el más deseable y eficiente. Ciertamente, en su otra gran obra –los Discursos-, Maquiavelo hizo descansar el éxito de la República, no sobre El Príncipe, sino sobre sus ciudadanos, pero entre uno y otro principio no cabía contradicción si éstos actuaban inspirados por la virtú de los antiguos romanos antes de la corrupción de los tiempos del imperio. Ésta había estimulado a Tito Livio, tras la victoria de Octavio Augusto y su promesa de restauración de la República en vísperas de la era cristiana, a reconfigurar la memoria acerca de la fundación de Roma (Ab Urbe Condita) para construir un programa de regeneración, que inspiró el de Maquiavelo.

Como la paideia griega, la virtú maquiaveliana consistía en la subordinación de los individuos a los intereses superiores de la república. Y el círculo se cerraba haciendo descansar sobre las leyes constitucionales, creadas por el príncipe, la responsabilidad de producir ciudadanos virtuosos (Discorsi, I.1). A su vez, el juego de pesos y contrapesos entre, príncipe, magnates y plebe se articulaba igualmente como astucia de la razón bajo la forma del gobierno mixto –recuperado de Polibio-, haciendo descansar sobre cada uno de ellos la defensa o la vigilancia de aquello que le es más querido, confiando a la plebe las garantías de la libertad, para aprovechar su deseo natural de no verse dominada (Discorsi, I.3-I.6), principal virtud sobre la que se asienta el republicanismo. La construcción de Dinamarca como nación democrática constituye probablemente el mejor ejemplo de éxito de la astucia de la razón maquiaveliana. Como ya hiciera Maravall en su Estado Moderno y Mentalidad Social, Kasperen interpreta ahora aquel proceso como el resultado de un “programa oculto” del Príncipe absolutista, que, al implantar la conscripción obligatoria para la defensa del territorio, puso en marcha la maquinaria de socialización que aglutinó a la nación moderna y

5 Véase Herbert A. Simon, “The Architecture of Complexity” [1962], incluido en Complexity In Economics, Edited by J. Barkley Rosser, The International Library of Critical Writings in Economics Series, nº 174. Edward Elgar, 2004, Vo. I, pp. 3-24. De ahí se toma también la cita con que termina el párrafo anterior. 6 Véase Charles Tilly, Coerción, Capital y los Estados Europeos, 990-1990, Alianza Universidad, Madrid, 1992.

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7 Sobre el papel del interés como moderador de la pasión, en contraposición con el ideal del honor y la reputación del monarca, véase O. Hirschman, The passions and the interests: Political arguments for capitalismo before its triumph, Princeton University Press, 1977 (v.e. en Peninsula, 1999), al que se hará referencia más adelante.

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la llevó hacia la democracia constitucional,8 a través de un proceso estrictamente evolucionista.

Tras la derrota del proyecto imperialista de los Habsburgo –que para Díez del Corral era ya anacrónico desde sus inicios-, en Westfalia (1648) el rechazo de la dominación de unos Estados sobre otros –al que Maquiavelo había consagrado su vida y su obra- se extendió ya a toda la fachada atlántica, formando el Sistema Europeo de Estados. Sin embargo, la franja central –Alemania e Italia- no se independizaría hasta el siglo XIX, y la oriental hasta el XX.

En ultramar, por su parte, la estrategia ibérica de colonización extensiva y evangelización cultural de las poblaciones autóctonas cedió paso, un proceso de selección igualmente evolucionista* (Walter Bagehot), a la Anglo-holandesa, de trasplante masivo de población e instituciones –incluida la “revolución” * fiscal y financiera (Jan de Vries) y el republicanismo maquiaveliano (Pocock) 9- a través del Atlántico y el Pacífico, y de formación de un “collar de islas y depósitos por todo el globo” (David Landes), de estructura económica mucho más eficiente y ahorradora de recursos. Tal es el verdadero precedente de la globalización contemporánea, que se aceleró con la formación del sistema internacional de comercio durante el último tercio del siglo XIX y el primero del XX, al mismo tiempo que se generalizaban los Estados-Nación *. Tras las guerras comerciales y militares de los años treinta y cuarenta, el GATT (1947-1994, sucedido por la OMC) recompuso el sistema comercial a partir de acuerdos bilaterales entre 23 países, mientras en la ONU y en Breton Woods se articulaba un sistema político y económico internacional asimétrico que minimizó la apelación a órganos de estructuración exógenos con relación a los Estados signatarios.

Así culminó la primera modernización *, basada en la sustitución de la tradición* por la razón, o, más bien, por la invención de tradiciones “racionales”10, y su difusión masiva a través de la imprenta con tipos móviles, que benefició especialmente a las civilizaciones con escritura alfabética (que codifican el conocimiento* en menos de 50 signos). Giddens interpreta la reaparición de nuevas tradiciones durante la modernidad reflexiva (incluso de las más banales, bajo la forma de rutinas en la organización cotidiana del tiempo) en términos de búsqueda de seguridad ontológica, al permitir preservar un núcleo permanente de acción e identidad en una etapa caracterizada por la compresión del tiempo y la aceleración del cambio, que contagia también a la función que desempeña la cultura como ancla para el mantenimiento de las pautas de interacción social latentes.11

Existe, sin embargo, un sentido más fuerte del término -aunque no tan fuerte como el de las tradiciones basadas en verdades formulares, de carácter religioso-, que se aplica a las tradiciones culturales, ideológicas, científicas o filosóficas –los paradigmas, de Thomas S. Kuhn-. Estas tradiciones resultan especialmente funcionales como formas racionales de encuadramiento de la acción –y simplificación de la heterogeneidad, lo que reduce la complejidad, al permitir un tratamiento de la acción “por lotes,” como sucede en la parábola

8 Véase Lars Bo Kasperen, “How Denmark Became Democratic. The Impact of Warfare and Military Reforms”, Acta Sociologica, Vol. 47(1), 2004, pp. 71-89. 9 Véase J.G.A Pocock, The Maquiavellian Moment. Florentine Political Thought and the Atlantic Republican Tradition, Princetion (NJ), Princenton University Press, 1975 [Traducción española: Tecnos, 2002]. 10 Anthony Giddens “Vivir en una Sociedad Postradicional”, Cap. 2 de U. Beck, A. Giddens y S. Lash, Modernización reflexiva. Política, tradición y estética en el orden social moderno, Alianza Universidad, 1997, (1ª ed. Blackwell: 1994)

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11 Véase, Hanns-Georg Brose, “An Introduction towards a culture of non-simultaneity?” (p. 10), Jan Spurk, “Simultaneity within Non-Simultaneity? Continuity, rupture, emergence –on the temporal dynamic of social formation” (pp. 41-50), y, en general, todo el número de Time&Society, vol 13, nº 1, March 2004, Special Issue Cultures of Non-Simultaneity .

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de los dos relojeros contada por H. Simon-, contribuyendo a articular los procesos de elección social y a reafirmar la identidad del individuo, proporcionándole oportunidades de inclusión de carácter electivo basadas en sus propias preferencias sobre valores y en sus propias opciones racionales (de carácter sustantivo, no meramente formal), inherentes a la sociedad reflexiva y pluralista, en la que la expresión de la cultura y el conocimiento resultan necesariamente multiparadigmáticos y presentan mucho mayor riesgo de desorden12 (aunque ofrecen un conjunto finito de opciones, base para la aparición de tradiciones). Además, estas tradiciones juegan un papel crucial en los procesos de socialización de los individuos. Todo ello puede contemplarse como el conjunto de mecanismos sociales básicos para limitar la tendencia natural hacia la entropía -o dispersión de la acción- y la anomia, que constituye la manifestación en la biosfera de la segunda ley de la termodinámica.

2.- Globalización y reflexividad: sociedad-red, del conocimiento y el riesgo.

La segunda fase de la modernización se basa en la creación y utilización masiva y recurrente de conocimiento e información para la producción* económica, la interacción social* y la reproducción* del propio conocimiento. Su instrumento desencadenante es la digitalización, * que codifica el conocimiento en sólo dos signos, lo que facilita su almacenamiento y transmisión electrónica global e instantánea y su reutilización en procesos de producción-innovación* retroalimentados* acumulativamente. Su potencial dinamizador se deriva del hecho de que el propio conocimiento es una compleja red de creencias* que ubican el objeto conocido en múltiples redes de relación causal* con otros objetos (Richard Rorty). La Sociedad-red, analizada por Manuel CASTELLS,13 materializa esa posibilidad, del mismo modo que para Weber la burocracia fue el instrumento de la primera modernización (Anthony GIDDENS).14 En última instancia el proceso no hace otra cosa que reproducir la estructura física del soporte neuronal del propio conocimiento, en una etapa en la que la técnica ya es capaz de aprehenderlo y reproducirlo artificialmente.15

En febrero de 2006, a los doce años de su introducción, Internet* constituye el vehículo a través del que comparten el conocimiento y la información 1.020 millones de usuarios, lo que supone el 15,7% de la población mundial -el 68,1% en Norteamérica; el 52,9% en Oceanía, el 35,9% en la UE- con un crecimiento del 176,1% desde el año 2000.16 La sinécdoque “sociedad-red” (del conocimiento*) equivale a expresiones tales como “capitalismo* global”, “nueva economía” o “globalización”, porque los nuevos medios de

12 Véase Paul Hirst, “Globalization and Technology”, conference on Technology and Globalization, 31st October 2001, Copenhagen, http://www.londonconsortium.com/hirst/gt.doc. La primera aplicación de la teoría de Kuhn a la sociología como ciencia multiparadigmática aparece en George Ritzer, “Sociology: A Multiple Paradigm Science”, The American Sociologist, Vol. 10, No. 3, August 1975 (pp. 156-167). 13 Manuel Castells, “Internet y la sociedad red”, La Factoría, nº 14-15, Febrero-spbre, 2001, disponible en internet: http://www.lafactoriaweb.com/articulos/castells15.htm. Para una crítica que califica a su propuesta de elitista, véase Peter Waterman, “The Brave New World of Manuel Castells. What on Earth (or in the Ether) is going on?”, en Global Solidarity Dialogue, http://www.antenna.nl/~waterman/castells.html. 14 Giddens, Anthony. 1996. ‘Out of Place: Anthony Giddens reviews Manuel Castells' "The Rise of the Network Society" ’, The Times Higher Education Supplement, Londres, 13-XII-1996. Para una síntesis crítica véase: Peter Waterman, “The Brave New World of Manuel Castells. What on Earth (or in the Ether) is going on?”, Diálogo Solidaridad: http://www.antenna.nl/~waterman/castells.html. 15 Véase la Página “Redes Neuronales Artificiales,” creada por el profesor Diego Andina, de la Universidad Politécnica de Madrid: http://www.gc.ssr.upm.es/inves/neural/ann2/anntutor.htm.

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16 Véase “Estadísticas mundiales del Internet”, http://www.exitoexportador.com/stats.htm, consulta realizada el 9 de marzo de 2006.

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comunicación redefinen las pautas de interacción humana, convirtiéndose ellos mismos en el mensaje (Marshall McLUHAN).

La sociedad-red prima los subsistemas sociales* más móviles. Como en economía la mayor movilidad corresponde a los instrumentos financieros, la globalización económica empezó por la globalización financiera, estimulada por el FMI. En ausencia de reglas* adecuadas, esto provocó inestabilidad económica e injusticia (Joseph Stiglitz17 y Amartya SEN18). Para Jagdish Bhagwati los tifosi del capitalismo financiero internacional, que se comportan como jugadores del Gun-h, han buscado impulsar el proceso a la velocidad máxima en lugar de buscar la velocidad óptima, que hubiera exigido un mayor gradualismo para dejar espacio a la conducción del mismo y para proporcionarle una cara humana.19 De ahí el rechazo de los movimientos sociales* antiglobalización y la percepción mayoritariamente negativa que aparece en todas las encuestas* del Foro de Davos, aunque para algún miembro de este Foro el malestar acerca de la globalización no es imputable al funcionamiento del mercado, sino a la corrupción de los Estados, “incapaces de proporcionar las condiciones para una existencia civilizada y una economía de mercado dinámica: la competencia y la moralidad de las instituciones.” 20 La Agenda del desarrollo de Barcelona constituye un balance sumamente ponderado de las aportaciones y los déficit de la globalización con relación al desarrollo económico de la humanidad. Como ha señalado Tortella, falta al menos en ella la más mínima referencia al crecimiento demográfico de los países pobres, a la educación y a la igualdad de los sexos, que, por implicar diferencias de valores entre civilizaciones, se prefiere no mencionar pero que constituyen prerrequisitos básicos para el desarrollo.21

En cualquier caso, el debate sobre las múltiples cuestiones que suscita la globalización no ha hecho más que comenzar y promete ser largo y jugoso.22 Visto a ojo de pájaro, la situación actual guarda cierta similitud con la que se registró a finales del siglo XIX, tras la gran oleada de internacionalización registrada entre 1860 y 1880, cuando Jean Jaurés clamaba por “subordinar las leyes brutales de la concurrencia a las superiores leyes de la vida, y no éstas a aquellas”. Jaurés pedía dulcificar “las crisis y los dolores que nacen de las transformaciones bruscas,” que zarandeaban a finales de los ochenta a las masas obreras y que amenazaba a toda la clase media, que, en sus propias palabras, “... será desalojada de sus últimas trincheras antes de medio siglo y rechazada en masa hasta el salariado”. Ante “la humillación continua del proletariado y la continua destrucción de la clase media”, el líder indiscutible del socialismo francés pensaba, que “todos los republicanos, llevando al último 17 J. Stiglitz, Globalization and Its Discontents, W.W. Norton & Company, Junio 2002 (t.e.: Planeta) 18 A. Sen: “Globalization, Past and Present”, Ishizaka Lectures Nº 1, Tokio 18-II-2002, “How to Judge Globalism”, The American Prospect, 1-I-2002, y Globalization and Poverty, Sª Clara University, 29-X-2002, disponibles en internet: http://www.ksg.harvard.edu/gei/Text/Sen-Pubs/Sen_Globalization_past_present.pdf, http://www.prospect.org/print/V13/1/sen-a.html y http://www.scu.edu/globalization/speakers/senlecture.cfm (16-I-2004). 19 Jagdish Bhagwati, In Defense of Globalization , Oxford University Press, 2004, capítulos 15 a 18. Para este autor, la suya es la posición que mejor representa la tradición socialdemócrata. Véase también su réplica a David Held en: http://www.opendemocracy.net/forums/thread.jspa?forumID=129&threadID=43264&tstart=0 y la contrarréplica de éste: “What are the dangers and the answers? Clashes over globalisation”, 11-10-2004, en: http://www.opendemocracy.net/debates/article-6-27-2148.jsp#. 20 Véase Martin Wolf, Why Globalization Works, Yale University Press, 2004, y la síntesis en español, escrita por el propio autor: “Las dos caras de la democracia liberal”, Expansión, 23-julio-2004 21 La Agenda y el artículo aparecen en El País, 1-10 (http://media.barcelona2004.org/es/nota.html?id=5807) y 6-10 de 2004.

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22 Las visiones top/down y bottom/up de la globalización (y sobre el binomio heterogeneidad/uniformidad) se platean con viveza en el debate de Open Democracy: http://www.opendemocracy.net/debates/debate-6-27.jsp.

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extremo la idea de la República, llegarían al socialismo”, y se lamentaba del fracaso del sueño saint-simoniano de la escuela politécnica entre 1830 y 1848, cuando los ingenieros creían que podían ser...

“.....los agentes de la ciencia puesta al servicio del trabajo y de los trabajadores; podían ser no solamente valores técnicos, sino valores humanos; podían organizar no solamente las instalaciones mecánicas, sino también la solidaridad y la previsión, el equitativo reparto de los frutos del trabajo; introduciendo todos los adelantos mecánicos, podían presidir las relaciones entre patronos y obreros, abrir suavemente nuevos caminos a los trabajadores eliminados por la máquina; determinar, por el acuerdo con los productores, los límites...... en una palabra, podían realizar la bella fórmula... del progreso convergente, esto es, la armonía continua del progreso mecánico y del progreso humano”.23 Hoy sin embargo, la diferenciación es fundamentalmente espacial y, por

contraposición a los ideales de Jaurés, la síntesis de los dos últimos siglos de globalización realizada por Williamson24 demuestra que el primer rasgo diferencial entre países ganadores y perdedores consiste precisamente en la mayor participación de los primeros en los intercambios comerciales. Sin embargo, la principal responsable de la pobreza es la escasa integración de los mercados mundiales, provocada por el proteccionismo agrario de los países avanzados y por la escasa integración de los mercados de trabajo mundiales. Además, el avance en esa doble dirección haría mucho más factibles el tipo de reformas institucionales que permiten a los países pobres participar también en los beneficios de la globalización: la apertura comercial a los productos agrarios revalorizaría automáticamente las economías de muchos países en vías de desarrollo (de acuerdo con el teorema de Heckscher-Ohlin25), y la simple apertura de un contingente de visados equivalente al 3% de la oferta de trabajo de los países desarrollados generaría un flujo permanente de doscientos mil millones de dólares anuales hacia los países pobres.26

En cualquier caso, la movilidad que se ha hecho especialmente visible a través de la globalización financiera constituye también la característica principal de la “sociedad civil* global” y de la propia sociología* de nuestro tiempo (John Urry), en la que el modelo* de ciencia* determinista* está siendo sustituido por el modelo analítico de bifurcación histórica de las ciencias de la complejidad,* y el criterio universalista* de razón por la relativización* y la historización* inherentes a los estudios culturales* de lo multicultural* e identitario. Para Inmanuel WALLERSTEIN,27 el comienzo del siglo XXI significa el fin de la falsa certidumbre fundada en el conocimiento objetivo* de la realidad, basado simplemente en criterios de racionalidad formal* o instrumental, particulares a cada ciencia social* fragmentaria.

La centralidad pertenece ya a la racionalidad sustantiva* de procesos de elección social* necesariamente apoyados sobre valores* subjetivos, que sólo pueden ser evaluados -bajo la ética* weberiana de la responsabilidad- en función de los resultados trans-subjetivos 23 En los artículos publicados en La Dépêche, de Toulouse en Marzo de 1889, traducidos por Ciges Aparicio en Acción Socialista, Biblioteca Sociológica Internacional, Barcelona, 1906, Tomo I, pp. 2, 7, 11, 12, 15, 18, 24. 24 Jeffrey G Williamson, "Winners and Losers Over Two Centuries of Globalization" (September 2002). NBER Working Paper No. W9161. http://www.nber.org/papers/w9161. 25 Véase , Heckscher-Ohlin Trade Theory, Harry Flam and M. June Flanders (Eds.), The MIT Press, 1991. 26 T.N. Srinivasan, and Jessica Seddon Wallack, “Globalization, Growth, and the Poor”, De Economist, 152, (2), pp. 251-272: http://www.econ.yale.edu/~srinivas/Globalization%20Growth%20and%20the%20Poor.pdf.

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27 I. Wallerstein, “From sociology to historical social science: prospects and obstacles”. Véanse también las contribuciones de Urry, Beck, Castells, y Esping-Andersen aparecidas en “Sociology Facing the Next Millennium” (J. Urry, ed.), The British Journal of Sociology Millenniunm Special Issue, Vol. 51, nº 1, Enero/Marzo 2000.

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de la acción, actuales y futuros, que estimen su impacto sobre las generaciones sucesivas, para garantizar un desarrollo sostenible* -medioambiental, y del sistema de bienestar.*

La nueva ciencia social histórica de la sociedad global –atisbada por la teoría de la verdad y por el imperativo de responsabilidad del pragmatismo,* celebrados por Emile DURKHEIM- ya no puede construirse aplicando artificialmente el criterio de universalidad, propio del eurocentrismo, sino que ha de ser fruto de un verdadero ejercicio global, a llevar a cabo en los próximos 25 o 50 años. Para Ulrick Beck, el mejor impulso para semejante tarea debería provenir de una nueva actitud de “reflexividad* cosmopolita” que dé forma real al ideal de “ciudadanía* mundial”, tomado de los estoicos y reformulado durante la ilustración.*

Lo que sucede es que, por primera vez en la historia, todo esto ha dejado de formar parte de una utopía normativa –desligada por completo de la realidad positiva-, al demostrarse que ese tipo de legitimidad constituye la única forma factible y práctica de minimizar la incertidumbre sobre un futuro cuya complejidad, multiplicidad y heterogeneidad de agentes ya no resulta controlable por ninguno de los supervisores configurados durante la era moderna, y especialmente por los Estados-nación. Se trata de una legitimidad basada en la transparencia de la información y en una apreciación de la verdad radicalmente universalista, vinculada desde su formulación a criterios de credibilidad, responsabilidad y sostenibilidad.

Esta nueva realidad resulta difícil de aceptar para las viejas unidades dirigentes: lo fue en primer lugar para la Unión Soviética, titular de uno de los polos de poder global durante la guerra fría, que, tras una transición a la economía de mercado extraordinariamente abrupta, se enfrenta ahora a la definición de su propia unidad política frente al nacionalismo periférico - acompañado de terrorismo a gran escala-, que parece abocar a la recuperación de estructuras de autoridad estatal28 fuertemente centralizada, y lo está siendo ahora para EEUU -de ahí el movimiento nostálgico y fundamentalista del unilateralismo neoconservador29-. Pero, a pesar de los movimientos zigzagueantes de la opinión pública democrática –presa fácil de la incertidumbre- la sociedad civil acabará imponiendo la reconducción de la organización global en torno a los criterios de legitimidad y veracidad, porque esa es la única forma racional de controlar el riesgo sistémico global. Un riesgo que es, en primer, lugar existencial, pero también económico: se cotiza en los mercados y determina las expectativas de rentabilidad de las inversiones a largo plazo, y, por lo tanto, el valor de los activos. Y eso es también resultado del capitalismo.

Sin embargo, sería ilusorio pensar que el miedo a lo heterogéneo -que se encuentra detrás de las múltiples formas de pensamiento y acción monista, reduccionista o fundamentalista30- va a desaparecer como por ensalmo. En la medida en que contribuyen a conocer, a familiarizarse, a orientarse y a evaluar las oportunidades y los riesgos inherentes a los contextos complejos derivados de la coexistencia de múltiples individuos con intereses, orientaciones y caracteres heterogéneos, las ciencias de la complejidad pueden contribuir a

28 Steven Lee Myers, “Putin issues Plan to tighten grasp, citing terrorism”, New York Times, September 14, 2004, Late Edition - Final , Section A , Page 1 , Column 5. 29 Aunque no todos los neoconservadores compartan la doctrina de sus dirigentes: Véase Francis Fukuyama, “The Neoconservative Moment”, The National Interest, Summer 2004, http://www.nationalinterest.org/ME2/dirmod.asp?sid=&nm=&type=pub&mod=Publications%3A%3AArticles&mid=8F3A7027421841978F18BE895F87F791&tier=3&aid=C963ABD17A5D4CC988457DAC332DDED4.

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30 Para Borges, el “monismo o idealismo total invalida a la ciencia... [pero] Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden –el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo- para embelesar a los hombres”, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Ficciones (1941). Obras Completas, I, Emecé Editores, 1989, pp. 436 y 442.

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aminorar la enorme aversión al riesgo que se ha manifestado de forma recurrente a lo largo de toda la historia de la humanidad. Borges la describía así:

“También sabemos de otra ilustración de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios”. 31

Borges se hacía eco, obviamente, -entre otras- de la aspiración manifestada en 1615 por los Rosacruz en su Confessio Fraternitatis:32

“¿No sería valioso poder leer el único libro y además con esta lectura comprender y recordar todo lo que en todos los demás libros (que hasta ahora han sido, son ahora y en el futuro aparecerán) ha sido, es y será aprendido y descubierto?”

Para Isaiah Berlin fueron Vico y Herder quienes rompieron este maleficio, creando la doctrina pluralista, según la cual:

“Hay muchos fines, muchos valores últimos, objetivos, algunos incompatibles con otros, que persiguen diferentes sociedades en diferentes épocas, o grupos diferentes en la misma sociedad, clases enteras o iglesias o razas, o individuos particulares dentro de ellas, cada uno de los cuales puede hallarse sujeto a exigencias contrapuestas de fines incompatibles, pero igualmente objetivos y últimos. Estos fines pueden ser incompatibles, pero su variedad no puede ser ilimitada, pues la naturaleza de los hombres, aunque diversa y sujeta al cambio, debe poseer cierto carácter genérico para que pueda llamarse humana. El hecho de que los valores de una cultura puedan ser incompatibles con los de otra, o que puedan chocar dentro de una cultura o grupo o de un mismo ser humano en distintas épocas (o, en realidad, en una misma época) no entraña relativismo de valores, sólo la idea de una pluralidad de valores no estructurada jerárquicamente; lo cual entraña, claro, la posibilidad permanente de choque inevitable de valores, así como la incompatibilidad entre los puntos de vista de civilizaciones distintas o de etapas de la misma civilización.”33

Pero su aportación fue uno de tantos sueños ilustrados, que no se ha abierto paso después más que de forma parcial y reversible. Probablemente el último gran ensueño en la larga búsqueda de panaceas para evitar afrontar la complejidad fue la mentalidad soviética, tal como la describió el propio Berlin:

“La tarea del educador comunista [el ingeniero de Stalin...] consistió en ajustar a los individuos de modo tal que sólo se preguntasen aquellas preguntas para las que había repuestas perfectamente accesibles; que se educasen para encajar de forma natural en su sociedad, con las mínimas fricciones [... La curiosidad per se; el espíritu de indagación individual independiente; el deseo de crear o contemplar cosas bellas por el gusto de la belleza; de encontrar la verdad porque sí; de acometer la consecución de fines porque son lo que son, y de satisfacer algún profundo deseo de nuestra naturaleza, todo eso fue condenado porque podía aumentar las diferencias entre los hombres y porque no conducía al desarrollo armonioso de una sociedad monolítica.”34

A la vista de la experiencia del siglo XX podría afirmarse, pues, que, en ausencia de avances sustanciales en las ciencias de la complejidad, que permitan dominar –o, al menos,

31 La Biblioteca de Babel, Ficciones, citado, p. 469. 32 Véase el Apéndice con los Manifiestos rosacruces en Frances A. Yates, El Iluminismo Rosacruz [1972], FCE, 1999, p. 305. 33 Isaiah Berlin, “El supuesto relativismo del pensamiento europeo del siglo XVIII”, en El fuste torcido de la humanidad, Península, 1992, pp. 92-93.

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34 Isaiah Berlin, “Democracy, Communism and the Individual”, Talk at Mount Holyoke College, 1949, cita de encabezamiento de The Soviet Mind, Brookings Institution Press, Washington, D.C., 2003, p. VII.

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controlar- el riesgo de choque, manteniéndolo bajo el umbral considerado soportable, el aumento exponencial de la heterogeneidad inherente a la “sociedad de riesgo global” podría abonar la vuelta temporal a formas paroxísticas de refugio identitario y la búsqueda compulsiva de seguridad ficticia adoptando verdades hieráticas: verdades viejas, en unos casos, ancladas en un pasado que no volverá -como el que describe la parábola cinematográfica narrada por M. Night Shyamalan en The Village-,35 o verdades nuevas, alentadas por la pasión hacia el esoterismo o por la lascivia de la violencia. Porque, al aparecer el futuro como un terreno cada vez más incierto y discontinuo, la idea de progreso desaparece como pauta de orientación, “la linealidad del tiempo se ve perforada”.36

Este paroxismo crece en situaciones de desconcierto, típicas de los contextos de cambio de época, y parece estar reemergiendo también con fuerza en el presente, al amparo en muchos casos de la ignorancia, el ocultismo, la mentira sistemática, la manipulación mediática, el cinismo cívico, la opacidad informativa y la diversión de objetivos colectivos en pos de señuelos ideológicos. Uno de ellos es el del “choque de civilizaciones”, que se sitúa en las antípodas del proceso de universalización que discurre históricamente a través de la apertura progresiva de las civilizaciones particulares, planteado por Díez del Corral. Se trata de una propuesta que nada tiene que ver con las ideas, “esos instrumentos sutiles y penetrantes que los europeos han utilizado siempre para habérselas con el mundo en que se encuentran”37. La tesis de Huntington no soporta la prueba de la contrastación empírica a la hora de explicar los conflictos internacionales reales registrados en nuestro tiempo,38 pero eso no le ha hecho perder eficacia, al inspirar el programa neoconservador del Presidente G. W. Bush, por el que EE.UU. asume unilateralmente la misión de extender el credo occidental como nuevo orden global39, deformando con ello el ideal del sueño americano como utopía universalista que definió Locke y llega hasta nuestros días.40

35 Véase su traslación al caso de España por Vicente Molina Foie en “Aznar en el bosque”, El País, 15-XII-2004. 36 Véase, Hanns-Geog Brose, “An Introduction towards a culture of non-simultaneity?”, Time&Society, vol 13, nº 1, March 2004, p. 6. 37 Con este párrafo terminaba Maravall su recensión del libro de Díez del Corral en “Una meditación sobre Europa”, J. A. Maravall, Menéndez Pidal y la historia del pensamiento, Ediciones Arion, Madrid, 1960. 38 Véase Errol A. Henderson, “Mistaken Identity: Testing the Clash of Civilizations Thesis in Light of Democratic Peace Claims”, British Journal of Political Science, 34, 2004, pp. 539-563. 39 El choque fue anunciado hace una década por Samuel Huntington en su “The Clash of Civilizations”, Foreign Affairs, 1993, v. 72.3, pp. 22-28, y en el libro The Clash of Civilizations and the Remaking of the World Order del mismo nombre, (Simon and Schuster, 1996), que enfatiza el carácter único, no universal de la civilización occidental (pp. 71 y ss. Y 311 y ss.). Recientemente, Huntington decidió llevar el choque al interior mismo de los EEUU, racionalizando el mito audiovisual que va de Espartaco (1960) a la Guerra de las Galaxias –o de la primera (1968), a la segunda versión (2001) de El planeta de los simios-, otorgando a los WASP la condición de fuerza identitaria y salvadora de la civilización (americana y mundial) y a los hispanos la de nuevos bárbaros. La conferencia de Jose María Aznar en Georgetown podría avalar tal imputación: la documentación digital y algunos comentarios pueden verse en: http://www.veaseademas.com/archivos/000265.html. Sobre Huntington, puede verse: Peter Carlson “Hey, Professor, Assimilate This”, en The Washington Post, 9, March, 2004; P. C01: http://www.washingtonpost.com/ac2/wp-dyn?pagename=article&contentId=A41786-2004Mar8&notFound=true.) Mientras tanto, su idea originaria es adoptada como leit-motiv del enfrentamento entre derecha e izquierda en España: “ Aznar defenderá los valores occidentales frente a ‘la alianza de civilizaciones’, ” ABC, 14-III, 2005.

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40 En El Rapto de Europa Díez del Corral interpretó el sueño de Locke como la plena realización del mito clásico a través de la edificación de Norteamérica y de su ideario mesiánico. Para Joseph Nye aquella misión sólo puede llevarse a cabo mediante “Alianzas democráticas”. Para Ramin Jahanbegloo el sueño solo podría cumplirse si se mantuviera como “Empresa compartida”. Esta fue la voluntad de los internacionalistas soñadores desde el siglo XIX, pero, tras el asalto de los neoimperialistas, Richard Rorty se preguntaba antes de las últimas elecciones si para cuando los internacionalistas recuperen el poder no será ya “¿Demasiado tarde?”. Véanse sus tribunas en El País, 18/19-IX-2004.

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Aunque el Presidente Bush haya manipulado esta tradición hasta convertirla en un ideal de cruzada que no admite la menor equivalencia moral -porque cree que el american way of life es el único moralmente decente y racionalmente defendible-, no cabe hacer simplificaciones. La “Operación libertad para Irak” –cuya propia denominación, inscrita en las bombas lanzadas sobre ese país resulta orwelliana, según el antropólogo Richard A. Shewer – contó en su día con un ardiente apoyo liberal, proveniente sobre todo del activismo a favor de los derechos humanos y del feminismo norteamericano, pero también de algunos otros países. Tales apoyos son señal del profundo arraigo de que todavía disfruta la convicción según la cuál Occidente tiene la atribución “de promulgar pautas morales objetivas y universalmente vinculantes” y de extenderlas a través de su acción misionera –lo que no significa dudar acerca del progreso moral, sino rechazar la utilización abusiva de esta idea.41 El segundo mandato del Presidente Bush mantiene todos estos objetivos, pero su gira europea de febrero 2005 parece indicar que está dispuesto a moderar algo el unilateralismo en su aplicación.

El catalizador de este deslizamiento fue en este caso el 11-S, pero la reacción política fue tan desproporcionada como desenfocada: nada justifica el reduccionismo de equiparar Islam con fundamentalismo y fundamentalismo con terrorismo; nada de eso tiene que ver con Irak ni con las armas de destrucción masiva; no se combate el terrorismo global descalificando y boicoteando a la ONU, destruyendo estados viables -aunque imperfectos-, apelando al imperialismo unilateral bajo la excusa de la acción preventiva y empobreciendo la democracia interior. El 11-S se utilizó más como un pretexto para desencadenar una política previamente decidida que el motivo para elaborar y aplicar una política efectiva.42 Para Tom Nairn se trató de un verdadero golpe de estado contra la globalización.43 El problema, para Paul Krugman, es que el grupo que dirige la política norteamericana desde el comienzo del nuevo siglo no cree en la legitimidad del sistema político en que vive.44

Instrumentos similares han sido empleados siempre y en todas partes por los movimientos tradicionalistas, pero ahora parece que no se trata sólo de eso: como ha señalado Ulrich Beck la peculiaridad del tiempo presente consiste en la elevación del riesgo a categoría de la cotidianidad. La encuesta Ängste der Deutschen 2005, realizada por la aseguradora alemana R+V mostraba una elevación generalizada en el miedo de los alemanes al desempleo, la pobreza, las enfermedades y el terrorismo. La encuesta viene realizandose desde 1991 y el miedo afecta ya al 52%, habíéndose duplicado en quince años45 Los problemas de angustia, depresión y comportamiento asocial entre los adolescentes británicos, por su parte, experimentaron un crecimiento del 70% durante los últimos treinta años, tendencia que resulta común a los países desarrollados, según la Organización Mundial de la

41 Véase Richard A. Shweder, “The Idea of Moral Progres: Bush versus Posner versus Berlin”, conferencia sintetizada en “George W. Bush & the missionary position”, Daedalus, Summer, 2004, pp. 27-36, y, en general, todo este número de la revista, dedicado a revisar la idea de progreso, desde su formulación clásica por Condorcet. 42 Mirza A. Beg, “When wrong is right”, September 26, 2004, http://www.yellowtimes.org/article.php?sid=2082. 43 Véase Tom Nairn, Are there Alternatives? Open Democracy, February 20, 2003, reproducido en: http://www.globalpolicy.org/globaliz/define/2003/0220alt.htm. 44 Véase Paul Krugman, The Great Unraveling: Losing Our Way in the New Century , Norton & Company, 2003.

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45 Para el año 2004, véase “Angst for der Armut”, artículo de portada de Der Spiegel, nº 34/2004; “Los alemanes y el miedo: una relación amorosa”, en http://www.dw-world.de/spanish/0,1594,7583_A_1322457_1_A,00.html. El material de la encuesta de 2005 en alemán está en: http://www.ruv.de/de/r_v_ratgeber/partnerschaft_familie/eltern_kind/4_aengste_der_deutschen05.jsp.

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Salud y la Comisión Europea.46 El avance de la extrema derecha en las elecciones europeas del último decenio –y la deriva hiperidentitaria de los neoconservadores norteamericanos, con el correspondiente efecto demostración- están relacionados obviamente con la percepción de una amenaza a la seguridad ontológica de los individuos que nadie parece encontrarse en situación de atajar. Y ante tales amenazas, la respuesta de las masas es en algunos casos visceral, apoyando políticas de agresividad irracional.47

3.- Dos actitudes ante la globalización: Neoliberalismo48 versus Neoinstitucionalismo (la obra de D. C. North)

Contra lo que pudiera pensarse, el término Neoliberalismo no se refiere habitualmente a la renovación del pensamiento liberal emprendida por figuras señeras como: Isaiah BERLIN, que lo delimitó respecto al nacionalismo* e inyectó en él fuertes dosis de pluralismo,* evitando cualquier relativismo; John RAWLS que reformuló el liberalismo* político a través de la definición del concepto de justicia como equidad*, defendiéndolo del ataque comunitarista* de Sandel, McIntire, Taylor, o Walzer;49 Richard Rorty, quien, en diálogo con Jurgen HABERMAS, lo despojó de cualquier fundamentalismo*, a partir de la recuperación del pragmatismo* y de su ética* consecuencialista; Ronald Dworking, que llevó a su máxima expresión la exigencia de neutralidad del Estado* respecto a cualquier concepto del bien, a partir de una ética liberal basada en la superación del reto que supone la vida humana, o como Joseph Raz, cuyo liberalismo “perfeccionista” exige que el Estado proporcione a los ciudadanos oportunidades para la consecución de bienes éticamente válidos: libertad positiva u “oportunidades vitales” (Ralph Dahrendorf).

En Francia el calificativo se asoció en algún momento con las ideas de Alexis de TOCQUEVILLE y a las de Raimond ARON, mientras estos grandes pensadores liberales se veían postergados por * el marxismo, * el estructuralismo* y el existencialismo * – que acuñó la frase “prefiero equivocarme con Sartre a acertar con Aron”, de la que todavía presume algún nuevo filósofo-.

El término neoliberalismo se aplica más bien, a la economía política* de Von Mises, HAYEK y POPPER, difundida por Lippmann, la Mont Pelerin Society, la escuela de Chicago o el “Foro de Davos” (y atacada por Karl POLANYI). Con un carácter más común y general, equivale a “pensamiento único”, “fin de la historia”, “Estado mínimo”, “revolución neoconservadora” o “nuevo determinismo* económico”. 50 Sus antítesis son el ecologismo* y los movimientos antiglobalización. Para Joseph Stiglitz la ideología neoliberal consiste en la defensa fundamentalista* –esto es, sin reparar en las consecuencias, lo que desde la perspectiva pragmatista significa desprovisto de la más mínima ética- de la globalización* 46 Véase Madeleine Bunting, “Today's youth: anxious, depressed, anti-social. Three-generation survey reveals sharp decline in teenage mental health”, The Guardian, September 13, 2004. http://society.guardian.co.uk/children/story/0,1074,1303181,00.html. También: “No care for most young people with mental illness”, 21-9-2004, http://www.euro.who.int/mentalhealth/ChildAdolescent/20040920_1. 47 La formulación clásica la dio Graham Sumner en Folkways (1906). Para una reflexión actual véase Gabriel Tortella, “Estados Unidos, Europa y el mundo ante el terror”, El País , 22-09-2004 48 El texto de la primera parte de este epígrafe reproduce y amplía la voz “Neoliberlaismo” escrita para la 2ª edición del Diccionario de Sociología de Alianza Editorial, en prensa. La marca * y los nombre de autores tienen el mismo significado que en el caso de la voz globalización. 49 Véase S. Mulhall & A. Swift, Liberals and Communitarians, Blackwell, 2ª ed. 1996.

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50 Esto explica el escaso arraigo aparente de las ideas liberales en la España de finales del siglo XX. En “La libertad en la historia” (El País, 30-08-2004), Juan Pablo Fusi parece confundir lo uno con lo otro.

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sin reglas* ni instituciones* y de las políticas del denominado “consenso de Washington”: economía* pura de mercado*, desregulación a ultranza, desmantelamiento de las políticas sociales y del Estado del bienestar, * y políticas draconianas de ajuste económico y de privatización*. En suma, en la construcción de un sistema económico global plenamente autopoiético. Para este premio Nóbel la globalización –y la erosión de normas morales que la ha acompañado, haciendo del riesgo moral el más temible- es la mejor prueba de que el cambio no siempre produce progreso, si éste se entiende en términos paretianos como la mejora de la condición de todos. Porque en un mundo regido puramente por el interés individual –en el que los lazos comunitarios desaparecen con la movilidad- las asimetrías de la información económica y del conocimiento -amplificadas por el cambio tecnológico y la innovación-, las imperfecciones de los mercados y la existencia de monopolios permiten a algunos agentes jugar con ventaja y expoliar a los demás.51

En cambio, para Henrique CARDOSO el neoliberalismo es la única política válida de crecimiento económico. * Esto se debe a que la ortodoxia económica se vio sustituida durante cincuenta años en América Latina por estrategias de desarrollo* con intervención desproporcionada y arbitraria del Estado –en ámbitos en los que el mercado es el mejor medio de elevar el bienestar-, * por lo que todo el área estaba necesitada de un tratamiento de choque para restablecer un nivel razonable de racionalidad económica. A veces el vocablo se emplea también para encubrir el totalitarismo* de quienes acusan a otros de “neoliberales” –como Fidel Castro. Para Pierre BOURDIEU52 la utopía* neoliberal de explotación* ilimitada es “un programa para destruir las estructuras colectivas que impiden la lógica pura del mercado.”

Teóricamente, se contrapone al “neoinstitucionalismo* económico” de Douglas NORTH, cuya trayectoria intelectual constituye la mejor síntesis de la evolución de las ciencias económicas en Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX.53 Premio Nóbel de economía el año 1993, junto a Robert Fogel, en reconocimiento por la fundación de la “Nueva Historia Económica” -junto a Albert Fishlow, entre otros-, Douglas North revolucionó esta disciplina entre los decenios cincuenta y sesenta mediante la aplicación de la teoría económica, la estadística* y la econometría* al estudio del pasado, auto-obligándose a hacer explícitas las hipótesis* empleadas y su contrastación empírica –principalmente cuantitativa, de donde surge la denominación “cliometría”.

Paradójicamente, el principal desencadenante del nuevo enfoque había sido un historiador japonés, Yasukichi Yasuba, quien empleó estas técnicas para demostrar en 1961 que la esclavitud* era viable –porque el precio de los esclavos en el sur, por razones de prestigio social, era muy superior a su coste-, lo que contradecía la opinión imperante, según la cual la Guerra Civil había sido innecesaria porque el sistema económico esclavista ya estaba a punto de derrumbarse, al no resultar rentable la utilización del trabajo esclavo en la producción de algodón –algo desmentido también por el estudio pionero de Meyer y Conrad en 1958-. De modo que esta nueva rama de los estudios históricos nació para combatir la idea según la cual toda intervención política resulta fútil o redundante –como postula el pensamiento reaccionario-, porque el mercado se encarga por sí sólo del progreso –haciendo abstracción de su funcionamiento imperfecto-. Desde entonces, la transmisión de la teoría económica a los estudios de Historia económica ha sido casi inmediata, viéndose ésta última

51 J. E. Stiglitz, Evaluating economic change, Daedalus, Summer, 2004, pp. 18-25. 52 P. Bourdieu, Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal, Anagrama, Barcelona, 1999.

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53 El texto que figura a continuación constituye un amplio desarrollo de la voz “North, Douglas” escrita para la 2ª edición del Diccionario de Sociología de Alianza Editorial, en prensa. La marca * y los nombre de autores tienen el mismo significado que en el caso de la voz globalización.

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fecundada y renovada tras cada avance teórico, participando además por derecho propio en las grandes controversias doctrinales.

De acuerdo con el modelo neoclásico de Arrow-Debreu -cuya teoría del equilibrio general se basaba, en la axiomatización de la teoría de la utilidad llevada a cabo por von Neumann-, North explicó en 1961 El Crecimiento Económico de Estados Unidos entre 1790 y 1860 como la evolución de una economía* de mercado* en la que el comportamiento de los precios orienta el cambio económico. A comienzos de aquel período Norteamérica ya había abandonado la teocracia y disponía del principal prerrequisito para el desarrollo*: una estructura social* y un sistema de sanciones “hospitalarios” para el individuo que persigue el beneficio económico –lo que significa el primer gran paso hacia la complejidad-. Como la edificación de las instituciones* que lo hacen posible quedaba fuera del campo de observación, el impacto de éstas resultaba casi imperceptible –aunque sin ellas la complejidad hubiera resultado incontrolable-.

El principal factor explicativo del ritmo y las pautas del crecimiento económico* habría sido –según esta explicación- el éxito del sector exterior, que permitió expandir el mercado y orientar la industrialización* y la mejora de la tecnología*, asegurando una asignación de la renta* que maximizaba la eficiencia en la inversión en recursos humanos. En Growth and Welfare in the American Past (1966) North sintetizó los primeros resultados de la “nueva historia económica”. Todavía por entonces, la hipotética influencia del gobierno –y especialmente de las políticas contra el desempleo* y la pobreza*- se encontraba “pendiente de un análisis coste / beneficio riguroso.”

“El desarrollo económico ocurre cuando los derechos de propiedad* hacen que emprender actividades socialmente productivas sea algo valioso para el individuo" (North, 1973). El modelo a imitar era el de Inglaterra y Holanda, en donde antes del siglo XVIII ya habían aparecido las instituciones legales “que permiten a las unidades económicas beneficiarse de economías de escala* (tales como las compañías por acciones y la responsabilidad limitada), favorecer la innovación* (el sistema de precios y las leyes sobre patentes), mejorar la eficiencia de los mercados de factores (con los cercamientos, las leyes de comercio, y la abolición de la servidumbre* en el norte), o reducir las imperfecciones del mercado (a través de las compañías de seguros)”. Una compleja red de instituciones que, sin embargo, aparecía como un hecho natural a los ojos de quienes se beneficiaban de ellas.

En El Ascenso del Mundo Occidental (1973)54 North complejizó y problematizó por primera vez la aparición del prerrequisito institucional, asumiendo la paradoja, que había sido descrita por M. OLSON en 1965, según la cual la racionalidad individual no coincide necesariamente con la colectiva. El prerrequisito institucional para el desarrollo económico consiste en “el establecimiento de ordenaciones y derechos de propiedad que creen un incentivo para canalizar el esfuerzo económico individual hacia actividades que aproximen la tasa de ganancia privada a la social. La tasa de ganancia privada es la suma de los ingresos netos que recibe la unidad económica por emprender una actividad. La tasa de ganancia social es el beneficio neto total (positivo o negativo) que la sociedad gana con esa misma actividad. Equivale a la tasa privada de ganancia más el efecto neto de la actividad sobre cualquier otra persona en la sociedad...”. Así pues, las economías externas*, analizadas por la economía del bienestar*, introducían un primer elemento de complicación respecto a la interpretación neoclásica.

Por eso mismo, la innovación institucional sólo surge por asociación* o acción social* voluntaria cuando la iniciativa produce mayores beneficios privados (esto es, divisibles) que

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54 North, D. C. y R.P. Thomas (1973), The Rise of the Western World, A New Economic History, Cambridge U.P.

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los costes en los que se incurre al crearlas. De este modo, los procesos de tipo voluntario resultan más apropiados para articular procedimientos de cooperación entre los miembros de un grupo social* que para excluir a los no miembros de los beneficios derivados de la actuación del grupo o de algunos individuos del mismo. Y como este es precisamente el principal objetivo de los derechos de propiedad, tal exclusión sólo pueden realizarla personas o entidades con jurisdicción y fuerza disuasoria sobre la totalidad de los posibles aspirantes a tales beneficios. En el mundo moderno –bajo el régimen estatal de patrimonialismo dinástico- esto había sucedido prácticamente por generación espontánea, al hilo de la astucia de la razón dibujada por Maquiavelo. En otras circunstancias, sin embargo, el proceso requeriría un diseño específico.

Además, desde el punto de vista económico, crear y mantener tales instituciones resulta muy oneroso, sus beneficios son indivisibles -no se pueden proteger los derechos de propiedad de manera eficiente sólo para unos pocos y no para el resto- y, en ausencia de capacidad de coacción* para obligar a todos a sufragar los costes incurridos, la racionalidad individual aconseja comportamientos oportunistas, como hacer el gorrón* o viajar sin pagar billete. Así pues, la capacidad coactiva y la jurisdicción del Estado* es el prerrequisito del desarrollo económico moderno, siempre y cuando se trate de un Estado limitado, que no aproveche su poder para expropiar a los individuos -en orden a perseguir sus propios fines* cuando se contraponen al bienestar de aquellos-. De ahí la incompatibilidad entre desarrollo y teocracia.

En Estructura y cambio en la Historia Económica (1981) North abandonó el supuesto de que las instituciones son eficientes y convirtió la paradoja de la acción colectiva de Olson en “la paradoja de Occidente”55, ya que sólo en los estados en que habían sobrevivido las libertades tradicionales y el derecho “común” medievales –como Inglaterra y Holanda, considerados por los historiadores generales como estados menos “modernos” y más “imperfectos” que los de España y Francia, y, por lo tanto, excepcionales-, surgieron procesos capaces de resistir el ascenso del poder* absoluto y de defender la libertad* económica contra las pretensiones monopolistas del Estado, al enfrentar los intereses de diferentes cuerpos políticos. Todo ello se había combinado con el cambio en la estructura de creencias*, derivado de la Reforma, que acabó subordinando la naturaleza a las necesidades humanas y propició su control a través del progreso* tecnológico. Éste provenía, según Parsons, de la institucionalización de la investigación científica y de la aplicación de la ciencia a la tecnología –que constituían para él la evidencia de que existe un proceso universal de evolución orientado “hacia la consecución de una capacidad adaptativa generalizada” que actúa como motor del cambio social, principalmente a través de la institucionalización normativa.

La incapacidad histórica de España y Portugal –y, en cierta medida, de Francia, que conformaron el “modelo latino” de modernización política- para alcanzar el diseño institucional adecuado permitía a North explicar también la pobre experiencia del desarrollo del Tercer mundo* durante el tercer cuarto del siglo XX. Un decenio más tarde, de la mano de Stiglitz, las políticas de desarrollo económico del Banco Mundial empezaron a poner énfasis en el “Marco institucional integrado”, imprescindible para el desarrollo, y en la transferencia de conocimiento y el apoyo experto necesarios para ponerlo en pié.

De acuerdo con la lógica de la autonomía económica utilitarista*, la “paradoja de Occidente” comportaba todavía entonces, para North, una preferencia casi absoluta por la autoorganización y la autorregulación, porque permiten la retirada voluntaria o sometida a

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55 Véase D. C. North, “The Paradox of the West”, The Origins of Modern Freedom in the West, R. Davies, ed., Stanford University Press, 1995.

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condiciones específicas libremente asumidas, mientras que en la regulación gubernamental de carácter universalista (erga omnes) la retirada, la no-participación o la adaptación a nuevas circunstancias resulta en unos casos imposible y en otros difícil o muy costosa. Estas características, inherentes a una y otra forma de regulación, aconsejarían reducir la intervención política sobre la economía al mínimo imprescindible para alcanzar aquellos fines.

Cuál fuera este mínimo imprescindible quedaba por el momento en suspenso. El giro radicalmente institucionalista dado por North a partir de la publicación de Instituciones, Cambio Institucional y Desempeño Económico (1990)56 tuvo gran influencia en la percepción pública acerca de la orientación de los estudios económicos –y no solo de la historia económica- durante el último decenio del siglo XX, así como sobre la revitalización del institucionalismo* en el conjunto de las ciencias sociales, alguna de cuyas manifestaciones se analizaron en el capítulo II. Buena parte de los avances en las principales corrientes de pensamiento económico quedaron reflejadas en su reflexión y en la agenda de investigación que propuso durante esta última etapa bajo la forma de “Cinco proposiciones sobre el cambio institucional”57. A saber:

1. La interacción entre instituciones* y organizaciones* –y la competencia entre ellas- es la clave del cambio institucional: las instituciones crean las reglas del juego, las restricciones, formales e informales, y la estructura de incentivos que influye sobre la formación de preferencias* para la acción individual –aislada, o, más propiamente, en el seno de organizaciones-. Entre tales preferencias se encuentra la del propio cambio institucional. De esta forma, las instituciones sirven como marco de encuadramiento de la heterogeneidad individual, proporcionando orden a la complejidad.

2. La competencia obliga a las organizaciones a invertir en capacidades y conocimiento*, lo que altera la percepción de las oportunidades y fuerza el cambio institucional. El aprendizaje* de los individuos y las organizaciones es la clave del ascenso de Occidente. La empresa –redefinida por Ronald Coase- había dejado de ser la caja negra productiva de los neoclásicos, para convertirse en un instrumento de minimización de los costes de transacción* a través de la jerarquía* y el procesamiento interno de la información de forma más eficiente que el mercado (superando a la ordenación del caos walrasiano, que sólo resultaba operativo en condiciones de costes de transacción limitados). Definida la propia empresa como “nexo de tratados”, la organización adquiere un valor* económico crucial bajo circunstancias de mayor complejidad. Las economías de la información y de los costes de transacción, así como la aplicación de las ciencias de comportamiento al estudio de las organizaciones -y de la complejidad de los procesos de decisión dentro de ellas- habían entrado de lleno en el análisis económico de la mano de Herbert A. SIMON y James G. March. Este último, además había definido en 1962 a la empresa como una coalición política.

3. El marco institucional dispone los incentivos para adquirir las capacidades y el conocimiento que proporcionan mayor rentabilidad, desplazando a los precios del lugar estratégico que ocupaban en el mercado neoclásico, sólo aplicable a economías sometidas a costes crecientes –propias de la etapa clásica y / o de los movimientos de corto plazo-. Es este marco el que determina si resulta más rentable invertir en tecnologías y organizaciones de apropiación y redistribución, en las que suelen predominar los intereses

56 North, D. C., Institutions, Institutional Change and Economic Performance, Cambridge University Pres, 1990.

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57 En Explaining Social Institutions, Knight and Sened, eds., Ann Arbor, Un. Of Michigan Press, 1995.Véanse las versiones provisionales de sus últimos trabajos en Economics Working Paper Archive at WURSTL: Economic History, disponibles en: http://econpapers.hhs.se/paper/wpawuwpeh/

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particulares (Mancur Olson), o en tecnologías y organizaciones de producción y crecimiento, en que prevalecen los encompassing interests and organizations (intereses y organizaciones generales).

4. Las percepciones dependen de las construcciones mentales de los agentes, que emplean una racionalidad limitada. En un mundo “no walrasiano” de información incompleta y decisiones complejas, aquellos emplean modelos subjetivos para seleccionar y analizar la información de que disponen. La teoría de la elección racional no puede darlos por supuesto, sino que debe hacerlos explícitos, de acuerdo con la formulación de James S. COLEMAN, que desborda ampliamente el marco de la economía neoclásica.

5. En el mundo neoclásico, el cambio era brusco y respondía inmediatamente a los cambios en los precios. Pero nos encontramos en el mundo evolucionista del conocimiento, del aprendizaje, tecnológico e institucional -definido como learning by doing por Kenneth Arrow (1962)- y de las economías de alcance –reconstruidas históricamente por Alfred Chandler (1990). En este mundo las complementariedades y las externalidades de red derivadas de la matriz institucional –estudiada por Simon y March- producen cambios incrementales y gradualistas, aunque crecientemente acumulativos. Frente a los rendimientos decrecientes neoclásicos aparecen los rendimientos crecientes desarrollados por Brian Arthur, lo que implica que el desarrollo económico es path dependent (depende de su trayectoria anterior). En lugar de una evolución cóncava -en la que los retrasados convergen hacia la posición de los adelantados, aumenta la igualdad y el bienestar se distribuye automáticamente-, nos encontramos ante un mundo convexo, en el que es posible la desigualdad creciente, la acumulación monopolista y el desarrollo desigual, sin capacidad de difusión, sin convergencia -con dualismo económico* o polarización de la riqueza-. La convergencia sólo se produce entre países ya desarrollados, precisamente porque han conformado las instituciones adecuadas. Joan Robinson atribuyó a Keynes la idea de que el análisis de los mercados imperfectos requería disponer de una antropología económica mucho más compleja que la implícita en el paradigma de la mano invisible de Adam Smith. Arrow,* por su parte, adoptó el mismo criterio, al afirmar:

“Los fallos del mercado para prevenirse contra incertidumbres han generado muchas instituciones sociales en las que –en mayor o menor medida- se contradicen los supuestos usuales del mercado... La lógica y las limitaciones propias del comportamiento competitivo ideal bajo condiciones de incertidumbre obligan a reconocer lo incompleto de la visión de la realidad que ofrece el sistema impersonal de precios.”58

4.- Instituciones y desarrollo: implicaciones para el futuro

Un tercio de siglo más tarde, el propio Arrow consideraba difícil imaginar un solo paso en la historia de la teoría económica que haya desencadenado un salto tan importante59. Al conceder conjuntamente el Premio Nóbel de 2001 a Akerlof, Spence y Stigilitz, la Academia sueca de Ciencias reconoció que sus ideas cambiaron el panorama de la economía, al desencadenar el estudio del conjunto de instituciones que constituyen la “mano visible” de muchos mercados actuales. North contribuyó poderosamente a tales cambios enfatizando que el papel de la “mano visible” de las instituciones en la reducción de la incertidumbre, al hacer 58 Kenneth J. Arrow, “Uncertainty and the welfare economics of medical care”, American Economic Review, vol. 53, nº 5, 1963, pp 941-73 (version en español: ICE, nº 574, junio 1981, pp. 47-63).

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59 “Interview with Kenneth Arrow”, The Region, Federal Reserve Bank of Minneapolis, Woodrow, diciembre 1995, vol. 9 nº 4, disponible en: http://minneapolisfed.org/pubs/region/95-12/int9512.html (descargado el 22-III-2002). También, The Economy as an Evolving Complex System, P. W. Anderson, D. Pines and K. Arrow (eds.), Addison-Wesley Pub, Boston, 1988.

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posible la aparición de compromisos “creíbles”, desempeña un papel crucial en el proceso de desarrollo, ya que sin tal credibilidad los agentes no se comprometen en actividades que requieren intercambios impersonales a largo plazo –como el mercado de capitales-, porque los costes de transacción, definidos por Matthews como los costes de preparación, supervisión y cumplimiento de los contratos,60 resultan superiores a cualquier expectativa razonable de beneficios, bloqueando la aparición de tales mercados y el proceso de inversión sostenida imprescindible para el crecimiento moderno.

Pero hay mucho más: el carácter acumulativo del cambio y su dependencia de la trayectoria pasada es fruto de la incrustación del aprendizaje colectivo –resultado de la experiencia histórica- en la cultura y la estructura de creencias que, a su vez, actúan al modo de filtro sobre la información y la experiencia presentes –el habitus* de P. BOURDIEU-, condicionando la receptividad hacia la innovación tecnológica e institucional y, en general, el significado de la acción racional* para individuos y sociedades en cada momento. Esto resulta especialmente relevante en la “segunda revolución económica” –la de la ciencia y la tecnología-, que supone una discontinuidad en el acervo de conocimiento disponible –una nueva y fundamental bifurcación- y requiere cambios fundamentales en la organización, la estructura social y las políticas aplicables -el capital social, de James Coleman61 y el capital cultural*, de Robert P. Putman- imprescindibles para participar en el nuevo proceso, pero incompatibles con las percepciones accesibles a muchos grupos humanos, de modo que sin una poderosa acción cooperativa internacional no es posible la difusión del crecimiento ni la convergencia de los niveles el bienestar entre países, lo que a la larga acabaría boqueando el proceso de globalización*.62 Nos encontramos, pues, a años luz del contexto simplicísimo imaginado por Adam Smith al formular su parábola de la mano invisible.63

El impulso inicial de North, junto a este conjunto de reflexiones, ha dado pie a la aparición de lo que Bertocchi denomina la línea de investigación sobre Crecimiento, Historia e Instituciones (en inglés: GHI), cuya característica central consiste en la aplicación de las técnicas de modelización, medición y contrastación de hipótesis desarrolladas por la economía al estudio conjunto de procesos anteriormente reservados a ciencias sociales compartimentadas en ámbitos claramente separados. Además de las dimensiones histórica e institucional del crecimiento, en este campo de análisis se incluyen, por el momento, el impacto económico a largo plazo de las distintas formas de colonización, la dinámica de extensión de los derechos de voto con relación al Estado de bienestar, la formación de los sistemas educativos, la política económica de la migración, o la interrelación entre los procesos de industrialización y democratización.

Una consecuencia prácticamente inevitable de este enfoque consiste en la subordinación jerárquica de las variables representativas de los procesos no estrictamente económicos a las variables económicas en el orden de prelación causal de los procesos más complejos. Por ejemplo, uno de sus modelos sirve a esta autora para construir la teoría de la determinación endógena de la extensión de los derechos de voto a partir de la evolución de la composición y la distribución de la riqueza, consideradas como variables exógenos –algo que 60 Matthews, R.C.O. (1986), "The economics of institutions and the sources of growth", The Economic Journal, Diciembre, pp. 903-918. 61 Foundations of social theory (1990), Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, Mass. 62 Véase Joseph Stiglitz, “Knowledge for Development: Economic Science, Economic Policy and Economic Advice” Address to the World Bank's 10th Annual Bank Conference on Development Economics (ABCDE), Washington, D.C., April 20, 1998 (100 pp.), http://www.worldbank.org/html/extdr/extme/js-abcde98/js_abcde98.htm.

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63 Véase a este respecto mi trabajo "Sobre la 'mano invisible': valores, sentimientos morales e interés en la Inglaterra moderna", Revista de Estudios Políticos, nº 128, abril-junio, 2005, pp. 129-161.

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recuerda la teoría del estado de Marx-. Otros modelos de la misma autora, en cambio, resultan mucho más sofisticados en lo que se refiere a la interacción entre las dinámicas correspondientes a los distintos ámbitos o sistemas sociales. Por ejemplo el tránsito desde las sociedades agrarias y aristocráticas hacia la industrialización y la democratización se ve reforzado –o frenado- por la evolución de las instituciones del derecho hereditario desde la primogenitura –básica para el funcionamiento de economías agrarias en las que la tierra resulta indivisible- hacia la partición igualitaria, mucho más equitativa y dinamizadora de la acumulación de capital humano o facilitadora de la iniciativa empresarial en actividades con capital divisible.64

Como consecuencia de la ampliación del campo de observación practicado por esta nueva línea de investigación multidisciplinar la escala del tiempo relevante para el análisis de los principales procesos también se ensancha, remontándose en muchos casos hasta mediados del siglo XIX o incluso hasta finales del siglo XVIII. En concreto, de haberse venido tomando el final de la segunda guerra mundial como punto de partida para los modelos de crecimiento económico, la fecha del nuevo consenso se anticipa hasta 1870. Esto exige reconstruir nuevas series de datos temporales y construir modelos comprensivos de todos los estadios del crecimiento, lo que implica mayor complejidad y la existencia de discontinuidades.

Ahora bien, el hecho de que las instituciones importen –y, por lo tanto, también la historia, con la correspondiente herencia institucional, sea ésta colonial o no colonial- no significa la reaparición del determinismo estructural, enraizado en este caso en el carácter fuertemente dependiente de su propia trayectoria (path-dependent) de los complejos institucionales. La principal conclusión de la larga serie de estudios encabezados por Rafael Laporta y Florencio López de Silanes es que si las instituciones importan, las políticas, leyes, nuevas reglas y métodos para garantizar su cumplimiento importan todavía más a la hora de determinar los resultados económicos y el nivel de bienestar de los distintos países.65 Lo que significa que, por muy desventajoso que resulte el contexto institucional heredado, el político innovador tiene actualmente a su disposición un abanico de instrumentos de elección y un bagaje de conocimientos –en el interior, o a través de la consulta con instituciones u organizaciones internacionales especializadas- adecuado para ensayar políticas capaces de superar la desventaja inicial, como se puso de manifiesto en la reciente oleada de casos de éxito económico en el sudeste asiático –Corea del sur, Taiwán, y especialmente China-.

Estos autores revisan los estudios comparativos y concluyen que los indicadores institucionales utilizados en los mismos no tienen por qué ser en realidad el fruto de instituciones democráticas. Especialmente esto ocurriría con los indicadores relacionados con el riesgo de expropiación y con la eficacia de los derechos de propiedad y de la acción gubernamental, que aparecen en todos estos estudios como las variables determinantes, pero que no se encuentran indivisiblemente encadenadas a otros resultados derivados del funcionamiento democrático o a la vigencia de otros derechos. Un reciente estudio de Acemoglu y Johson66, por ejemplo, observa que en las sociedades postcoloniales la vigencia efectiva de los derechos de propiedad tuvo una incidencia sobre el desarrollo diferenciada y muy superior a la de las instituciones de contratación.

64 Véase Graziella Bertocchi, Growth, History and Institutions , CEPR DP4738, Noviembre 2004, ya citado, que sintetiza los trabajos de la International Macroeconomics, Public Policy and Economic History Iniciative. 65 Véase E. L. Glaeser, R. La Porta, F. López de Silanes y A. Shleifer, “Do Institutions Cause Growth?”, Junio 2004, en: http://www.nber.org/papers/W10568.

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66 Véase Daron Acemoglu & Simon Johnson, “Unbundling Institutions”, en: http://www.nber.org/papers/W9934, Septiembre 2003.

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Las democracias no ostentan históricamente la exclusiva en garantizar los resultados institucionales básicas que abren el camino inicial hacia al desarrollo. Tales garantías han sido resultado a veces de la acción de cierto tipo de dictadores (no corruptos y firmemente orientados hacia el desarrollo, como el chino Deng-Tsiao-Ping), del mismo modo que no todas las democracias los han garantizado. De hecho, entre los indicadores institucionales favorables al desarrollo empleados por los estudios comparativos aparece siempre el de corrupción, ya sea aislado, ya mezclado con el caciquismo, en variables denominadas eufemísticamente “restricciones sobre la acción del gobierno” o “control de las decisiones del gobierno por intereses particulares”. La captura del gobierno por las oligarquías no requiere regímenes políticos formalmente oligárquicos, no se produce por igual en todas las dictaduras, ni está asociada tampoco en exclusiva a estas formas de gobierno, como ya lo anunciara William Graham Sumner, al considerar el riesgo plutocrático como el principal legado del siglo XIX para el siglo XX.67

En los regímenes efectivamente plutocráticos –oligárquicos, dictatoriales o formalmente democráticos, aunque caciquiles- la protección de los derechos de propiedad se limita efectivamente a los miembros de la oligarquía, existiendo barreras de entrada para formar parte de ella, de modo que tales derechos no son efectivos para el conjunto de la población, lo que limita a la larga el alcance del desarrollo económico. Daron Acemoglu ha construido un modelo que recoge las principales preocupaciones de Sumner: en las fases iniciales del desarrollo las democracias suelen experimentar la tentación de establecer impuestos y regulaciones excesivas, que actúan como obstáculo al desarrollo. Bajo tales supuestos, los regímenes moderadamente oligárquicos no son necesariamente un obstáculo para desencadenar la transición hacia el desarrollo, siempre que las distorsiones causadas por las barreras de entrada no resulten excesivas y no impidan la ampliación de la masa de productores. Sin embargo, a medida que avanza el proceso de desarrollo la iniciativa empresarial y la capacidad de innovación se desplazan fuera de la oligarquía, de modo que las barreras de entrada obstaculizan las mejoras de eficiencia. La dinámica del modelo explica los procesos históricos de ascenso y decadencia de las oligarquías, pero en modo alguno garantiza que esto ocurra, ya que la desigualdad en la distribución de riqueza puede reforzar las instituciones oligárquicas y mantenerlas en funcionamiento cuando ya resultan absolutamente ineficientes.68

Siguiendo una línea minoritaria de análisis iniciada por Seymour Lipset -entre cuyos cultivadores actuales se cuenta Robert Barro-, el mencionado estudio de Laporta y asociados concluye que las oportunidades institucionales que se ofrecen a las distintas sociedades aumentan a medida que lo hacen las disponibilidades de recursos humanos y de “capital social” de la población. La acumulación de estas disponibilidades es el determinante de primer orden a la hora de medir el alcance efectivo de las oportunidades abiertas a la aparición y el buen funcionamiento estable de las instituciones que favorecen el desarrollo. Cómo se lleve a cabo aquella acumulación resultaría más o menos indiferente a efectos del crecimiento, con independencia de las preferencias del observador. En cualquier caso, las instituciones vendrían después, de la mano de la elevación del stock de recursos humanos.

67 Véase su artículo “The Bequests of the Nineteenth Century to the Twentieth,” escrito en 1901 y publicado en Yale Review 22 (1933), pp. 732-54. incluido en On Liberty, Society, and Politics: The Essential Essays of William Graham Sumner, ed. Robert C. Bannister (Indianapolis: Liberty Fund, 1992). Mi comentario en “Textos Clásicos”: “Presentación: El Darwinismo social de William Graham Sumner revisitado: Contra la plutocracia, la democracia y el imperialismo”, Revista Española de Investigaciones Sociológicas (REIS), nº 110, abril-junio 2005, pp. 201-211.

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68 Véase Daron Acemoglu, “The Form of Property Rights: Oligarchic vs. Democratic Societies,” Octubre 2003, en: http://www.nber.org/papers/W10037.

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¿Quiere esto decir que la condensación de la escala de tiempo implícita en la convergencia de los países atrasados hacia el desarrollo económico autosostenido –especialmente en la etapa de transición- se produce indistinta o aleatoriamente a través de la acción de “innovadores políticos autoritarios,” mediante regímenes oligárquicos moderados o a través del funcionamiento de instituciones democráticas? El dilema nos remite de nuevo a la astucia de la razón de Maquiavelo, cuyo innovador político –El Príncipe- actuaba de modo similar a las instituciones republicanas, movido simplemente por su propio interés (o al debate clásico entre las tres formas de gobierno virtuosas y las tres formas corruptas).

Nótese que el debate tiene profundas implicaciones para la política práctica internacional en un mundo globalizado. De aceptarse el determinismo institucional, la política de desarrollo económico global más efectiva consistiría en imponer desde el exterior la construcción del marco institucional adecuado allí donde no se dan las condiciones para la aparición autónoma de las mismas. Cómo pueda hacerse esto es otra cuestión –como también lo es la probabilidad de mantenimiento estable de aquellas instituciones, en ausencia de tutela internacional-. En cambio, de admitirse la línea alternativa, la aparición de instituciones democráticas efectivas sería una derivada de la acumulación de recursos humanos, ya que, una vez alcanzado el umbral adecuado, los países acabarían adoptando, manteniendo y controlando el buen funcionamiento de sus propias instituciones, sin necesidad de tutela. En este caso la cooperación internacional debería priorizar tal acumulación, lo que legitimaría que las instituciones internacionales y humanitarias colaborasen con los “dictadores buenos” y las “aristocracias desarrollistas,” siquiera sea en un plazo de tiempo prudencial, orientando a unos y otros hacia la democracia, para ayudar a la astucia de la razón maquiaveliana. Esto último es lo que ocurrió, por ejemplo, en España, aunque las cosas podrían haber sucedido de otro modo.

En la escala de tiempo de larga duración que condujo al desarrollo económico y a la modernización de los países occidentales pioneros, la acumulación de aquellos recursos básicos y la edificación de instituciones progresivamente democráticas avanzaron pari passu. Ciertamente, entre los primeros países seguidores cabe aducir los casos de Alemania –y también el de la Francia bonapartista, especialmente la del Segundo Imperio (1852-1870)– en los que la acumulación inicial se realizó bajo regímenes autoritarios. El tránsito ulterior hacia instituciones democráticas resultó en ambos casos considerablemente traumático (tras la Comuna de París, en el segundo caso; tras dos guerras mundiales y un holocausto, en el segundo). En otros muchos casos el crecimiento económico llevado a cabo bajo regímenes dictatoriales u oligárquicos fue efectivo, pero el modelo de desarrollo “antagonista” no encontró vías de transición hacia el nuevo marco institucional y se volatilizó. Todas estas interrogantes siguen abiertas. Detrás de ellas no hay sólo modelos analíticos, evidencia empírica y política comparada, sino que se mueven también preferencias sobre valores y cuestiones éticas, y estas últimas raramente admiten una aproximación racional generalizada. Para Amartya Sen, lo único cierto es que en las democracias no hay hambrunas, mientras que en los regímenes dictatoriales y oligárquicos, sí. Finalmente, la libertad y la riqueza son valores inconmensurables.

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Nos encontramos, pues, enfrentados a la dicotomía tradicional entre redistribución y crecimiento. La relación teórica entre una y otro parece ser negativa, aunque la evidencia empírica indica que la relación resulta positiva en la práctica. El problema sólo encuentra solución lógica en un contexto de economías abiertas y sistemas políticos democráticos, ya que en economías cerradas y sistemas oligárquicos las plutocracias dirigentes están interesadas en maximizar el rendimiento de la riqueza, la propiedad y el capital ya existente, como sucede en el modelo de Acemoglu, mientras que en economías abiertas los representantes políticos de las mayorías están interesados, sobre todo, en maximizar las

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disponibilidades de capital, pues esta es la forma de elevar el empleo y los salarios y disponer de recursos para redistribuir el bienestar.

Pero elevar las disponibilidades de capital significa competir por atraerlo, lo que implica moderar la fiscalidad y establecer condiciones institucionales favorables para la inversión, como sucede en el modelo de Rehme.69 Este modelo es el que mejor explica la estrategia que parece empezar a dibujarse en Latinoamérica, con un número creciente de gobiernos de izquierdas que, en lugar de implantar políticas redistributivas directas, tratan de maximizar la distribución de la renta por vías indirectas, adoptando políticas favorables a la inversión extranjera directa -que lo son también para la inversión interna-. De modo que el final del siglo XX parece señalar en este hemisferio la recuperación de la idea saint-simoniana de concordia entre los intereses de industriales y trabajadores, frente a la de antagonismo de clase que prevaleció durante buena parte de la segunda mitad del siglo.

http://opus.zbw-kiel.de/volltexte/2005/2532/pdf/ddpie_141.pdf

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69 Véase Rehme, Günther, “Redistribution and Economic Growth in Integrated Economies”, Darmstadt Discussion Papers in Economics, nº 141, Agosto, 2004, Journal of Macroeconomics, forthcoming

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ÁLVARO ESPINA MONTERO: Doctor en Ciencias Políticas y Sociología, profesor asociado de Sociología (UCM: Cambio social) y Administrador Civil del Estado (Asesor. Ministerio de Economía y Hacienda). Ha sido Secretario General de Empleo y Secretario de Estado de Industria. Dirige Cuadernos de Documentación. Política Económica. Ha sido profesor de Pensamiento Político y de Historia Económica y Social. Es autor de Empleo, Democracia y Relaciones Industriales en España, Empresa, Competencia y Competitividad, y de La reforma del Estado de Bienestar en Europa.

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Currículum ampliado en: http://www.ucm.es/info/socio1/wprofes/aespinacv.htm.