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  • 8/10/2019 GmzRbledo - Platn 4.pdf

    1/63

    VII. LA LfNEA Y LA CAVERNA

    Recurriendo a un smil que no tiene esta vez nada d~ esplendo-

    roso, sino que es de simple geometra lineal, nos invita el S -

    crates del dilogo a representarnos ambos mundos, el visible v

    el inteligible, en una lnea recta continua, pero dividida en do~

    segmentos, as:

    A

    1 3

    Cada uno de estos segmentos se subdivide a su vez en otros

    dos, de este modo:

    A

    /

    1 3

    B'

    Antes de pasar adelante, advertiremos que por comodidad de

    ~xposicin: y por no creer, adems, que la cuestin tenga mayor

    unportancia desde el punto de vista filosfico, hemos delineado

    por ahora tanto los segmentos principales como los secundarios

    con igual extensin entre s. Platn, no obstante, dice, por lo

    menos en el texto seguido por la mayora, que son desiguales;

    pero como no precisa a cules debera atribuirse una extensin

    mayor, y a cules una menor, se ha trabado sobre esto, entre los

    s~holars,

    una complicada discusin, de la que diremos algo a su

    tiempo, pero que, por el momento, preferimos omitir, en gracia

    a la claridad expositiva del smil en sus rasgos fundamentales.

    Asimismo creemos conveniente decir que si bien hemos trazado

    una lnea horizontal, igualmente por comodidad expositiva

    y

    como suelen hacerla la mayora de los intrpretes, en realidad

    se trata de una lnea vertical, ya que por ella se representa el

    ascenso de uno al otro mundo: del sensible al inteligible, con

    el asc~ns.oconcomitan~

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    178

    LA LNEA Y LA CAVERNA

    sobre ellas, sino sobre el cuadrado en s o la diagonal en

    s , que no pueden ya aprehenderse sino por el pensamiento,

    queda, empero, el hecho irrecusable de que al final, despus

    de la demostracin, son las mismas hiptesis o premisas las que

    pasan a ser principios,

    y

    por ms que stos sean formalmente

    del orden in teligi ble.

    Manifistase

    aqu,

    como en uno de sus lugares principales,

    el alto aprecio

    en

    que

    Plarn

    tuvo siempre a las matemticas,

    y la razn profunda de que en el prtico de la Academia, segn

    reza la leyenda, estuviera grabada esta inscripcin: No entre

    aqu nadie que no sepa geometra . Se non

    e

    vera,

    e

    ben tro-

    uato ...

    Al contrario de las ciencias de la naturaleza, que son

    meramente descriptivas o que, en todo caso, no

    Ilegan

    ms all

    de comprobar la regularidad de los fenmenos, las matemticas,

    por el contrario, nos introducen directamente en el reino de

    lo inteligible, nos familiarizan con l, y constituyen, por ello, la

    mejor propedutica filosfica. El conocimiento matemtico no

    es, de acuerdo con este modo de pensar, una opinin, sino que

    es, con todo rigor, conocimiento cientfico. Su objeto, sin em-

    bargo, los objetos matemticos, por no poderse desprender del

    todo de la representacin sensible, no son an ideas puras,

    sino que constituyen apellas la seccin inferior del dominio del

    pensamiento puro.

    Es apenas en la l tima sec/m. la superior de lo inteligible.

    cuando el entendimiento, aunql1e partiendo siempre de hipte-

    sis, puede liberarse de ellas por completo, pues se sirve de ellas

    como de trampolines para lanzarse, de una Idea en otra, hasta

    el principio universal

    y

    anhi pottico.e Otro tanto,

    pari passu,

    en la marcha inversa, es decir descendente del supremo prin-

    cipio a sus conclusiones, las cuales estarn as fundadas, esta

    vez, no en observaciones empricas, sino en conexiones de esen-

    cia. Tal vendra a ser, y as se cerrara, el movimiento circula-

    torio entre lo sensible y lo inteligible. La imagen, esta ltima,

    no es ya de Platn, pero la creo justa. Del supremo principio,

    una vez percibido, o lo que es lo mismo, de la Idea del Bien,

    vendra la sangre nueva que alcanza a purificar hasta los ms

    humildes datos sensoriales, y de turbios que antes eran, los

    deja limpios y claros, al descender hasta ellos la luz que viene

    de lo ms alto de la escala.

    I

    I

    3 5 u : o l o v

    bl~6.aEI;

    TE %C Q~I.;, rv a ~~;(Ql TO UVlJWOTOU E . . - tL TijV

    TO aUVTO; o.(>j(Tv l()v.

    I

    I

    I

    LA LNEA Y LA CAVER'iA

    179

    Antes de explicarlo ms, tracemos de nuevo nue~t,ra lnea,

    una vez que conocemos ya el contenido de caela s~ccOn, en la

    forma que lo hace James Adam en su comentano a la

    Re-

    oblica:'

    pa : (c X. (O OSM' t cX .) \/oi'} 't .

    I

    V OT )'t.

    inferiores

    I

    vOi '} tcX.

    superiores

    A'

    A~

    Por ms que lo representemos todo lo grf~c.amente que po-

    damos, somos bien conscientes de las muchas dthcult~de.s herme-

    nuticas

    que ofrece la Lnea

    platnica,

    en sus dos

    ltimas

    sec-

    ciones sobre todo. Vamos a ver si podemos aclar~rlas, en parte

    por lo menos, a la luz de lo que Platn denoml~a las c,uatr~

    operaciones del espritu o estados d el alma (1i:CLBi'}J.Q.'tCL EV d1:11

    . . ada una e

    I j; ux ) ,

    y que se corresponden respectnamente con c

    la misma extensin las cuatro secciones,

    y

    Como se ve, dejamos con . ) ser claro el texto ya que

    , La pnmera pOI 1( .- ,

    esto

    por vanas razones. . bi ,.. Desde la antigedad dura

    donde unos Icen o.vwa, otros, en c~m

    ~IO, (IV

    w,~.ve

    que

    haya de acabarse

    la

    discusin, y no parece, por

    to

    o o

    q,~c

    se: no sabemos pues

    t J a sC lmda porque an levcndo uviou TJ.l.l1J.l.uTa. l' .

    plOn o., ' . es habr que dar a mayor

    Ptatn no lo dice. a qu segmentos o secClon

    t

    . .

    > ha especulado de' lo

    longitud,

    y

    a cules la menor. Sobre esto ta~ uen se . d las tpicas

    . 1 1 - la cucsnou como HIla e

    lindo

    y ya l'lutarco COIlSl(

    cra

    oa , .

    L' R

    bin

    I )

    'Para no hablar sino de los modernos, a eon o.

    tl1T1HtaTfl rt ,UTWVlXU. 1 lo modelo puede

    l~or ejemplo, le parece evidente que, roda vez qu; ( e ,un e:dr:'t uue ser ms

    haber infinidad de copias, el segmento de los OQUTU

    d

    1 I perm it i-

    I

    de I 'De nuestra parte, h umi l cmente, nos

    lauro que e e os VOl')TU dI' ten.

    rel~~os obsen'a; que as ha de ser, a condicin de que

    10

    ls os V01]co'n

    U

    tI'ario

    . l' 'pero no en e caso ,

    van de algn modo su copla en os oonr. 'd I

    ,')' . d: .r ,

    f

    e mayor el numero e os

    en la hiptesis, es decir, de que

    10

    avia

    .~es e de las ml-

    . d', ' de los imitados ) de los no Imitados, que el d ..

    p.lla l~llas, , .o uin odrla decidir este

    tiples

    imitaciones

    de

    l os pr llneros. Ahora

    bien,

    eq .

    P .

    , d i I Id en DlOS cuva esencia es

    runto, sobre todo cuando se ra ican as. eas. ' ' , .

    L

    f

    i1/ilalllenle imitable? Quis enim COllSlllarltls eius f1.llt? opomndose

    l

    a

    Robin, sostiene Adarn, por su parte, que no han

    ~e

    ten.erse

    >

    en cuenta o~

    objetos de cada seccin por su posible caut idad, SIllO .slmplemente su .res

    pectva

    oscuridad o claridad, por ser lo nico que Platon dice;. Y.l:, ~e::

    do as, el segmento de lo inteligible, por .. ser el de mayor clari a ' .. e

    ser, consecuentemente, el de mavor extension. De nuestra parte tamiJI~. }_

    por ms que esta interpretacin parezca apegarse ms al texto, nos preoun

    tamos si podr cuantificarse, as no ms, lo que es ta[~ supremament~ c~a-

    li ta ti vo como esta (JU(JyY1

    VElU

    o acrq;Elu, del orden estrctarnente onto grco,

    Cmo hablan los eruditos en los sile ~cios de, Platn, en lugar de ahondar

    en lo que para todos dice

    y

    que mas Importa.

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    180

    LA LNEA Y LA CAVERNA

    las cuatro secciones de la lnea. sta, en efecto, represen la

    tanto la Escala del Ser como la Escala del Conocimiento, por

    lo que una cosa podr entenderse por la otra, () en el peor de

    los casos, integrarse las aportas.

    Lo ms cierto y lo ms claro, para empezar por esto, es

    que, desde el punto de vista del conocimiento, las dos primeras

    secciones constituyen el dominio de la opinin

    (o~a).

    y las

    dos ltimas, a su vez,

    el

    de la ciencia

    ( b t L O t 1 I J . T ) ,

    o sea del sa-

    ber o conocimiento en el sentido

    ms

    propio del trmino. En

    trminos

    ms

    modernos, oriundos

    de

    la filosofa kantiana, po-

    dramos hablar de conocimiento asertrico y conocimiento apo-

    dctico.

    Platn,

    sin emhargo, no se contenta ahora con la

    acos

    tumbrada caracterizacin general de uno y otro tipo de cono-

    cimiento, sino que a cada una de las cuatro secciones le asigna

    el suyo, con la siguiente nomenclatura,

    Al conocimiento correspondiente a la primera seccin de lo

    sensible, a las imgenes , lo llama Platn

    d x a O L a ,

    trmino que,

    a falta de otro mejor, traduciremos por conjetura . Su cam-

    po de aplicacin es, en realidad, mucho ms amplio del que

    Platn le asigna en estos lugares, al hablar de sombras o refle-

    jos, pues se extiende en general a todo aquello de que tenemos

    un conocimiento incierto, dubitativo, o simplemente de se-

    gunda mano o por reflexin de la realidad verdadera. Con-

    jetura , y no otra cosa, es para Platn, por ejemplo, la preten-

    dida ciencia del jurista

    prctico,

    pero esto nada ms, que litiga

    en los tribunales sobre las sombras de lo justo o sobre las

    imgenes proyectadas por estas sombras , y que, por no haber

    contemplado nunca lo justo en s , toma por esto mismo lo

    que no es sino su sombra: la ley positiva, o peor an, el caso

    particular, que no es sino imagen o sombra de sombras. Todo

    esto lo dice Platn muy poco despus, al pasar de la Lnea

    a la Caverna; y como este mito es, segn su propia declara-

    cin, una imagen de la condicin humana en general, y como

    EII griego no hay problema, ya que la percepcin de imgenes; Etx6vf~.

    no puede llamarse sino [[-w.ola. En castellano, empero, no IIOS parece po-

    sible traducir Eir.aox por imaginacin , como lo hacen muchos, por ser

    sta, a lo que 1I0S parece, la representacin interior de un objeto ausente,

    en ese momento, de la percepcin sensorial; ahora bien, la EtxaoLa plat-

    niea es precisamente esta percepcin, slo que de sombras o reflejos de los

    objetos reales.

    G ReJ. 5 '7 d: 1tfQt '(wv '(OUIlLxalouOXIWV T i aya/ ,.t .TooV cv aL ffi(uxl.

    LA LNEA Y LA CAVERNA

    181

    los cautivos del antro no contemplan sino sombras que toman

    por realidades, resulta, en conclusin, que el conocimi.ento urn-

    brtil, la conjetura, es el estado general ( X O L V O V 1 t l h J l J . a ) de la

    masa humana.

    El segundo estado es la

    1 t L O t L C ;,

    trmino que suele traducirse

    ya por creencia o fe,

    y

    es lo ms

    aceptado, o ya tambin

    por conviccin . Cualquiera que sea su traduccin, es, en

    todo caso, la percepcin inmediata de la realidad visible

    y

    con-

    creta. No le niega Platn la eficacia o veracidad que pueda

    tener, como que resulta de la presencia en persona del ob-

    jeto de conocimiento, y nada est tan lejos de su filosofa como

    el berkeleyano csse est percipi. No obstante, pertenece an a

    la opinin este lipa de saber, toda vez (lue, por estar esa

    clase de objetos sometidos en todo al devenir, de nada pode-

    mos predicar nada con certeza mientras

    no

    percibamos, ya

    no con los sentidos sino con la mente, la forma inteligible, nica

    que puede introducir cierta fijeza en el mundo del devenir y

    fundar un saber ms genui

    110.

    Pasando al segmento de lo inteligible, tenemos para los ob-

    jetos de su primera seccin, la inferior, la

    o L v o L a ,

    cuya traduc-

    cin ms fiel nos parece ser la de conocimiento discursivo . No

    se trata, en efecto, de la intuicin intelectual inmediata:

    v o ' < ; ,

    sino del proceso gnoseolgico que va a travs

    ( o L - v O E W )

    de

    sucesivas demostraciones.'

    A propsito de la

    o L v o w . ,

    se nos plantea igualmente el pro-

    blema muy interesante de saber cul pueda ser, en la concepcin

    platnica,

    el campo de su aplicacin. Platn no habla, como

    hemos visto, sino de entidades matemticas, y expresamente

    menciona slo la aritmtica y la geometra; pero la mayora

    de los intrpretes son de opinin que al lado de ellas habra

    que poner tambin a las otras ciencias en que interviene el

    dibujo o simplemente el clculo, como lo seran, limitndonos

    a las ciencias conocidas en la poca de Platn, la msica, la

    astronoma

    y

    la estereometra. En opinin de otros, sin embar-

    go, Nettleship a la cabeza, la o L v o L a sera el hbito mental

    del hombre de ciencia,

    (011

    la generalidad y del modo que hoy

    7 Sin desconocer. claro est, que puede tambin significarse con tVOIa

    hasta las ms altas operaciones del espritu, como lo hace, por ejemplo,

    Aristteles, al llamar Ihavorrnxat uQE'tat a todas las virtudes intelectuales

    en general.

    s Nett leship, Lectures on Plato's Republic, cap. XI; The four stages 01

    iuteltigcncc.

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    182

    LA LNEA Y LA eA V:ERNA

    lo entendemos. En toda ciencia, en efecto, y no slo en las mate-

    mticas, -tenemos que eIevarnos sobre los datos sensibles para

    alcanzar de algn macla una conexin inteligible, como lo son

    las leyes cientficas modernas que desplazaron a las formas

    sustanciales de la antigua ciencia.

    En apoyo de esta extensin de la

    o~civo~a

    a todo el campo de

    la ciencia, estara la circunstancia, varias veces recalcada por

    Platn, de que, si no lo interpretamos mal, lo ms significa-

    tivo del conocimiento dianotico no son tanto los objetos a que

    se aplica, cuanto el hecho de servirse uno de hiptesis que,

    mientras nos mantengamos en esta fase del conocimiento, nun-

    ca pueden superarse del todo; y es ste el momento de hacer

    ver la profunda diferencia que hay entre la hiptesis pla-

    tnica y la que, con el mismo nombre, es uno de los instru-

    mentos habituales de la ciencia moderna. Para nosotros, en efec-

    to, la hiptesis es un simple mtodo de trabajo, y consiste en

    aceptar, a ttulo provisional, esta o aquella teora que

    pueda

    ayudamos

    en la organizacin de los datos enomnicos, pero

    que desde el principio estamos dispuestos a abandonar

    si

    los

    hechos no concuerdan con ella. Para Platn, en cambio, y tam-

    bin para Aristteles, la

    n O E C T L < ;

    no es ninguna verdad provi-

    sional, sino la verdad ltima que por el momento ha podido

    alcanzar la ciencia en cuestin; y no slo ltima en cuanto a

    que no requiere ulterior verificacin, sino tambin,

    y

    es esto

    por ventura lo ms importante, en cuanto a que estas verdades

    o postulados son autosuficientes, aunque siempre dentro de los

    limites de la respectiva ciencia. Ni el matemtico, en efecto,

    se pregunta por la justificacin ontolgica del nmero, ni el

    gemetra por la del espacio, ni el fsico por la de

    Id

    materia

    y el movimiento, ni el bilogo por la de la vida, etctera, sino

    que les basta con la nocin que de cada una de estas cosas

    han podido formarse para el desarrollo de la ciencia que cul-

    tivan. Para este fin, desde luego,

    110

    hay que buscar ms, pero

    s cuando se quiere tener una visin general del universo, den-

    9 op. cit.,

    p. 250: What Plato hcre says of mathcrnatics applies to al

    science whatever.

    10 Sir David Ross comparte la opinin de Ncn lcship, de que, por ms

    que Platn no hable sino de objetos matemticos, la lIuivoto. se ex-

    tiende de suyo a todo el mbito de la ciencia: But in principie bis

    account (so far as the use of hypotheses is concerned) is applicable to all

    sciences which study a particular subject without raising ultimate questious

    about the status in reality of the subject-rnatter, and its relation to other

    subjcct-mattcrs.

    -------__-------------

    LA LNEA Y LA CAVERNA

    tro de la cual deben arricularse entre s las partes del todo, con

    las relaciones de subordinacin y preeminencia entre los dis-

    tintos aspectos con que se nos muestra el ser en general. Slo

    entonces se habrn superado las hiptesis, y slo de este modo

    tendremos un conocimiento acabado,

    y

    no nicamente del todo,

    sino de cada una de sus partes, al ubicar las en su dependencia

    con respecto al supremo princi

    pio

    incondicional:

    a .W7teE O~

    a . p x A

    sta es, en suma, la deficiencia radical del conocimiento

    dianotico, medianero

    11

    entre el conocimiento meramente em-

    prico, correspondiente al segmento cle lo visible,

    y

    el cono-

    cimiento noiico de lo inteligible superior, que sera, a su vez,

    el conocimiento filosfico. Por esto, segn creemos, ha podido

    equipararse al primero con la ciencia en general,

    medianera

    entre el empirismo puro

    y

    la filosofa.

    A

    esta ltima llegamos, en fin, en el tipo supremo de cono-

    cimiento:

    V r C T L S '

    como dice Platn, o inteleccin , como po-

    dramos traducir nosotros, pero a

    sabiendas

    de que se trata ya

    no del discurso , sino de

    la

    intuicin intelectual inmediata.

    En el fondo, y aunque con otros presupuestos metafsicos, es

    la

    Wesenssch a

    de la Icnomenologa husserliana, Ahora s te-

    nemos no slo el conocimiento adecuado de lo particular, en

    cuanto manifestacin de la forma inteligible, sino la visin del

    todo, concebido como un sistema de formas. Ideas en conexin

    y

    subordinacin,

    y gobernado todo por el Bien, que es el su-

    premo principio

    anhipottico.

    Hasta hoy, es la idea que toda-

    va nos hacemos de la filosofa como saber de totalidad

    y

    de

    coordinacin universal;

    y

    aqu est.i precisamente, en los textos

    que estamos considerando, la primera reflexin, pero no por

    esto menos madura, sobre la esencia y programa de la filosofa.

    Por algo dice

    Platn,

    en un lugar posterior de la Repblica,

    que la prueba decisiva para comprobar si alguien tiene verdade-

    ramente un natural dialctico , es decir filosfico, es la de ver

    si es o no un

    crvvn t~x o ~ a.v Tp ,

    un hombre que lo ve todo y a

    la vez, con mirada sinptica, y que es capaz, por ello mismo,

    de percibir las relaciones de parentesco

    (OL XE~ t; tE ;)

    que hay

    entre las ciencias, y sobre esto an, la naturaleza del ser.

    '2

    11 Pense moyenne: es as como Di,s traduce 6uivolU, y Robn, por su

    parte, como pense mcdiatrice. Ct. Lon Robin,

    Le s

    rap

    por ts

    de l'tre et

    de la connaissa-nce d'apres Plato , Pars,

    1957, p. 17.

    12 Rep. 537 c: EL'; ovcunv ohw-trrro; )).lAWV TWV ~a\),l,(ov xa\

    ,)e; ,o) onoe; craEw

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    184

    LA LNE,\

    Y

    LA CAVERNA

    Una vez que lo tenemos as todo: objetos

    y

    fases del cono-

    cimiento, tracemos por ltima vez la Lnea, en su posicin me-

    jor, que es la vertical, y con todo lo que consigo representa,

    en el esquema de Pierre-Maxime Schuhl, con ciertos cambios

    de terminologa; del modo siguiente:

    BIEN

    {

    :: 0

    . , . . . .~

    ~ co

    ] Entidades

    Inteleccin } ~ o

    t

    . . . . . o T )

    I

    ~~

    atemticas Conocimiento discursivo 8 ., ; ; .

    I

    ~

    V

    ~

    - - .

    o-

    o

    ;..

    1-' X

    ,C

    v o

    13

    ~

    cpW~

    [\J(X>u

    'o

    8

    ~

    .o

    ::i.

    ;..

    . . . . -o

    b

    . . .

    ~

    '

    . .

    ~

    .. .

    *

    - - .

    ~

    ~

    ~

    - - .

    - - .

    -.

  • 8/10/2019 GmzRbledo - Platn 4.pdf

    6/63

    186

    y

    ahora, antes de pasar al simbolismo de la alegora, digamos

    unas palabras para aclarar lo que an pudiera haber quedado

    oscuro en la representacin puramente fsica del antro.

    Con nada puede mejor compararse la caverna platnica (ha

    sido un smil a menudo empleado) < ue con una sala de cinema-

    tgrafo, rectangular, subterrnea y en declive, en la que los

    espectadores, como ocurre en estos espectculos, estn sentados

    de espaldas a la entrada y de cara a la pared del fondo. Hay,

    claro, varias diferencias, aparte de la posicin forzada en que

    estn aqu los espectadores cautivos. Una de ellas podra ser la

    de que en esta caverna no hay puerta de entrada, sino que sta

    se encuentra bien abicrt a hacia la luz del da; pero como para

    llegar a ella hay que recorrer un camino elevado, por ser el

    antro largo y en declive, es como si no existiera para los cautivos

    la luz natural, y de ah la necesidad de poner un fuego en la

    rampa que se extiende a todo lo largo de la cueva, como medio

    de proyeccin de las imgenes. Estas, adems, y sera la otra

    diferencia, no son proyectadas por otras imgenes, como las de

    la pelcula en la pantalla del cinc, sino por objetos reales, que

    son tanto los hombres que desfilan por detrs de la tapia, pero

    emergiendo de sta por su mayor estatura, como sobre todo, los

    objetos artificiales que llevan sobre sus hombros al modo que

    los titiriteros lo hacen con sus marionetas, espectculo que ya

    era bien conocido en 1 , , - Atenas de aquel tiempo. Ms que con

    nuestro cine actual, por tanto, sera ms propio comparar esta

    caverna con los espectculos que hay an en algunos pases, y

    que se conocen con el nombre de linterna mgica o sombras

    chinescas: siluetas negr

  • 8/10/2019 GmzRbledo - Platn 4.pdf

    7/63

    188

    LA LNEA Y LA CAVERNA

    propia existencia, pero ya no de la de sus vecinos, al no poder

    en absoluto volver la cabeza en torno suyo. A sus compaeros

    los tomar, por tanto, por las sombras que de ellos ve en la

    pared, en ClIya sola direccin estn irrevocablemente fijos sus

    ojos, y la misma ilusin tendr, y con mayor razn, con res-

    pecto a los dems objetos proyectados en el fondo del antro. L~

    i

    usin

    consiste, precisamente, en pensar, los que en tal condi-

    cin se hallan, que la nica realidad verdadera son las sombras

    de los objetos Iabricados.w As ni ms ni menos, ya que, por no

    tener ningn otro trmino de comparacin, no pueden ni con-

    cebir otra realidad distinta, ni creer que exista otra vida dife-

    rente de la que ellos mismos llevan.

    Podrn

    tal vez sentir su

    miseria, el dolor fsico desde luego, y entrever as la posibilidad

    de una existencia mejor, de un modo semejante al en que,

    segn

    Descartes, aflora en nosotros la idea de lo infinito por la con-

    ciencia que tenemos de nuestra finitud, pero ser siempre, para

    nuestros forzados, una idea vacua, sin ningn contenido con-

    creto.

    Por todo esto, tanto por la falta de trmino de comparaclOn,

    como porque en la condicin humana, cuya imagen es la ca-

    verna, est el tratar de avenirse con cualquier situacin y Ile-

    varla lo mejor que sea

    posible.

    los hombres de la cueva aca-

    ban por sentirse hasta cierto punto contentos c~n su .suerte, y.en

    todo caso tratan de organizar su forzada

    coexistencia

    lo mejor

    que pueden. Con su fina percepcin de la naturaleza humana,

    no los representa

    Platn

    gimiendo y llorando, sino consagrados

    concienzudamente a una singular actividad, la nica a su al-

    cance: identificar con toda exactitud las sombras que desfilan

    y

    su orden de sucesin, a fin de poder predecir, con toda exacti-

    tud tambin, cundo volvern a pasar stas o aqullas. De esta

    actividad hacen un certamen regular, y lo toman con tanto ca-

    lor que, segn nos dice Platn, se otorgan entre ellos premios,

    recompensas y honores, que se adjudican a los

    ms

    hbiles en

    este arte de la identificacin y de la prediccin.

    Lo de que los cautivos estn ms o menos contentos de su

    situacin, es an poco decir. Tan a sus anchas estn en ella,

    16 515

    e: ol

    'tOlO'tOL

    oux

    llv

    ano

    'tL

    V O .t ~ O lE V , \

    'tu.c:; 'tW'V O'XEUUO''tii'V

    0'XL' de que, con grandsima probabilidad, Platn de-

    bi haber visto una caverna muy semejante a la que nos pinta

    en las llamadas laiomias de Siracusa, que hasta hoy puede ver

    el viajero, y que eran galeras subterr~neas excavadas e~ las

    canteras para la extraccin de este maten al. En ellas trabajaban

    los mineros, que solan ser esclavos o convictos, y con cadenas

    adems, a la luz de una hoguera encendida detrs de ellos, y

    pudiendo, por tanto, ver sus propias sombras, as como las de

    sus capataces que pasaban, reflejadas en la pared del fondo.

    Con muy ligeras variantes, eran esas latomas exactamente l~

    caverna de la

    Repblica,

    y el confinamiento en ellas un supli-

    cio de los peores, tanto antes como despus de la conquista ro-

    mana. Ir a las minas de cualquier especie: ad mctalla, era la

    peor sentencia de condena en los odos del reo. Por ~ltimo,. no

    deja de ser probable, aunque ya no. tanto, que Platon hubiese

    experimentado todo esto en carne VIva cuando, en uno de sus

    18

    517 a. En este pasaje suelen el' los intrpretes una clara alusin. al

    juicio

    y

    muerte de Scrates, quien pretendi en vano llevar a sus conciu-

    dadanos, en el interior de su alma,

    de

    las tinieblas a la luz.

    19

    SIsa:

    . towuc : ;

    l ' l J1Lv.

    20 J . A. Stewart,

    The Myths 01 Plato,

    Londres, 190,5,

    p.

    2')0.

    ..._-----.- ..- -._-- _.

    ------------.-

    ..

    _ _

    . .

    _.-

    _

    .

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    8/63

    190

    LA L1\EA Y LA CAVER1\A

    desdichados viajes a Sicilia, fue prisionero de Dionisio el

    ]0-

    ven. De cualquier modo, y aunque no se hubiera propasado a

    tanto con su ilustre husped el tirano de Siracusa,

    Platn

    debi

    de haber visitado personalmente estos lugares, y esto explicara

    el verismo de su composicin y lo bien logrado de la alegora,

    ya que tanto la literalidad como la simblica fueron por l

    intensamente vividas.

    Sobre la. alegorla en el platonismo

    Mares de tinta se han vertido sobre si la Caverna es un mito o

    una alegora, y a propsito de ello, o ms bien a despropsito,

    se han dicho muy en serio las cosas ms extravagantes, como,

    por ejemplo, la de que la alegora es una representacin est-

    t.ica, y el mito, a su vez, una dinmica.v' cuando, por el contra-

    rio, lo que salta a la vista en la Caverna es el dinamismo de la

    liberacin del prisionero, con las etapas que recorre en su as-

    censin a la luz del da. Pero si nos dejamos de cavilaciones

    m s

    o menos eruditas, para atenemos al sentido natural de las

    palabras, el mito (J.eo;) es simplemente un cuento o n~-

    rracin, desde luego no histrica, que no dice otra cosa dis-

    tinta de la que objFtivamente dice, o en otros trminos, que no

    conlleva o encubre una significacin esotrica aparte de su sig-

    nificacin literal y exotrica. Tiene, es verdad, la muy impor-

    tante funcin de hacer plsticamente visible, en imgenes vivas

    y concretas, una doctrina moral, y por esto recurren al mito el

    escritor o el predicador, pero precisamente por ser tan clara la

    referencia doctrinal, no hace falta develar en la narracin nin-

    gn sentido oculto. La alegora, por el contrario, es el mito

    que, adems de ser tal, dice otra cosa (a . ) , , ) . : r YOp L cx . : &),,),,0

    a . Y O P E W ) ,

    y

    por esto demanda imperiosamente una interpreta-

    cin, la cual ser propiamente autntica si emana del autor

    mismo de la alegora.

    Tal acontece, muy puntualmente, tanto en Platn como en

    el Evangelio, para no referirnos sino a las dos cumbres mayores

    en este gran arte de hacer tangible una doctrina en smbolos

    plsticos. La mayor parte de las parbolas de Jess (pensemos

    no ms en el Hijo Prdigo o en el Buen Samaritano) no re-

    quieren otra elucidacin, por declararse en ellas trasparen te-

    mente la doctrina moral implcita, la del amor paterno o del

    21 Pcrceval Frutiger, Les mvthes de Platon, Pars. 1930. p. 101 ss.

    LA LNEA Y l.A CAVERNA

    1 ( l I

    amor al proJlmo. La parbola del Sembrador, por el contrario,

    fue menester que Jess la explicara a sus discpulos, en cada

    tina

    de sus correspondencias , tal

    y

    como

    Platn

    lo hace con

    sus dos alegoras ms elaboradas, que son, en opinin de Ste-

    wart, la alegora de la Caverna y la de la Tripulacin Alboro-

    tada, una y otra pertenecientes 'a la

    Rephlica.:

    Si a

    Platn

    le place declaramos en una alegora lo que cons-

    tituye sin duda el

    ms

    alto momento de su filosofa: la Idea

    del Bien

    y

    la ascensin del alma hasta tomar contacto con ella,

    es porque no puede expresar todo esto sino en el lenguaje del

    ximbolo, apto como ninguno par

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    192

    LA L;'EA

    y

    LA CAVERNA

    ~

    I~

    '

    cosas corporales.t Platonismo puro, del mejor por cierto: lo ms

    alto

    y

    lo ms hondo, lo inefable en el discurso directo tiene

    d '

    que arsenos, por ser la nica va posible, por el discurso me-

    tafrico o alegrico.

    A continuacin, y sin arrogarse el mrito de haber sido l

    mismo el inventor de esta exegtica que

    vena

    por lo menos

    desde San Agustn, a quien cita honradamente, puntualiza Salita

    Toms los varios sentidos en que deben tomarse los textos de la

    Sagrada Escritura: el literal ante todo, llamado tambin h i s t -

    rico. en los y'?ros de la ~~critura que son de esta ndole, y tres

    sentidos msticos o espirituales, que reciben los nombres de

    alegrico, tropolgico y anaggico.~4 Todos ellos se encuentran.

    segn Santo Toms, en los libros del Antizuo Testamento.>

    del modo siguiente. La ley antigua, en prim~r lugar, es figu;a

    de la ley nueva, de la ley evanglica,

    y

    segn esto tenemos el

    sentido alegrico. En segundo lugar, en cuanto que la narracin

    o la ley I~lsma son seales o smbolos de la conducta que debe-

    ~lO~ segUIr, tenemos el sentido tropolgico o moral. Cuando, por

    ltimo, tomamos todo ello como significativo de nuestro des-

    tino. eterno:

    9u.ae

    sunt

    in

    aeterna gloria, habr que ver all el

    s~ntldo anagogIco, aquel que nos eleva (civciyw), en la dilata-

    ci n de la esperanza, a la visin de la futura patria, como

    decan Santo Toms y los hombres de su tiempo.

    Cmo operaba de hecho esta exegtica, patrimonio comn.

    en aquella poca, de la ms alta mentalidad europea, nadie

    I:0dr decrnoslo mejor que Dantc Alighicri. cuyo genio po-

    tICO nos hace ms tangible lo que Santo Toms expresa con el

    suyo filosfico. En su conocida carta a Can Grande della Scala,

    que puede considerarse como prefacio a la Divina Comedia,

    toma Dante como ejemplo el texto bblico referente a la salida

    de Egipto del pueblo israeli ta:

    In exitu Israel de Aegypto ... .

    2:1 Sumo 1'heol. I. 1, 9: Spiri tualia sub similituu inc corporalum iradere.

    24 Sum o Theol. 1, 1, 10.

    25 Si ~o ~ismo ocur;c o no en el Nuevo Testamento, es cuestin que,

    por o?vla mcompetcncra en la materia, no nos atrevemos a zanjar. Dire-

    mos Simplemente que, en nuest ra humilde opinin, estara tal vez ausente

    desde luego el sentido alegrico, ya que Cristo, al contrario de Moiss o

    los Patriarcas o Profetas, no es

    [igura

    de otra cosa, sino Presencia absoluta

    que exc~u}'e totalmente, en su Persona, en su mensaje y en sus actos, toda

    referencia a algo ulterior que pudiera completarlo o sobrepasarlo, Hasta

    don~e nosotros lo entendemos, la hereja de Joachim de Fiore consisti

    preClsal~lente. e~1 tomar a Jes.~ y su evangelio corno figura o preludio del

    e~a~gcho definitivo. que sera, segn lo imaginaba aquel visionario, el del Es-

    pmtu

    Santo.

    LA L:\:E.\ Y L CAVER:--1.\

    Y le aplica los sentidos declarados por Santo Toms, en la ~i

    guiente forma:

    Si atendemos tan slo a la letra del texto, se nos da a

    (;11

    tender la salida que de Egi pto hicieron los hi jos de Israel, c:I

    tie~lpo (~e Mois~; si al sentido alegrico, nuestl:a redencin pOI

    Cristo; SI al sentido moral, la conversin del alma, del duelo

    y

    miser~a del pecado al estado de gracia; si al sentido anaggiro,

    la salida que hace el alma santificada de la servidumbre de

    1 ; ,

    corrupcin mortal a la libertad de la gloria eterna.

    Y

    aunque

    todos estos sentidos msticos reciban diversas denominaciones.

    pueden todos ellos en general llamarse alegricos, en cuanto

    distintos del sentido literal o histrico,

    Todo esto, como qued apuntado, sali del platonismo cris-

    tiano;

    y

    al volver ahora al platonismo sin ulterior califica-

    cin, hemos de comprobar, a propsito de la Caverna o de

    otras alegoras, cmo toda aquella riqueza significativa, bien

    que escrutada sobre todo en los libros sagrados del cristianismo,

    se encuentra igualmente, y con idntica plenitud y variedad, en

    los textos platnicos. En la Caverna, en efecto, tenemos no slo

    el sentido alegrico propiaruerue dicho, sino que con este van,

    aunque sin la nomenclatura, el sentido tropolgico en la con-

    versin del alma al mundo inteligible, y el sentido anaggico,

    en fin, en la subida que, ella misma tambin, efecta desde

    la regin de las sombras hasta la de la ms alta luz. Vemoslo.

    sin otra dilacin, en los textos mismos. .

    Interpretacin de la alegora

    Lo que Platn .viene a decimos, en buenas palabras, es que

    la Caverna se entiende por la Lnea, y recprocamente. Del en-

    dude entre una y otra imagen resulta, con toda propiedad, el

    smbolo:2~

    Si no p~ecisamente en los detalles, Platn se expre,a

    con suficiente claridad en cuanto a las correspondencias princi-

    pales. La caverna misma, en primer lugar, corresponde al pri-

    mer segmento jU C comprende los subscgmentos A' y A) de

    . 26 No estar~ de ms recordar que el smbolo, en su acepcin orrgma-

    ria, es un ob~eto cortado. en dos fragmentos por dos amigos o huspedes.

    cuyos descendientes o parientes los conservaban separadamente. ,\1 reunirse

    de nucv? entre s ambos fragmentos ((l{~~O/.O\:

    (l'Wl~.J).(J),

    se produca

    a.ut~n~lJCalUenle el

    SlgI.l0

    de reconocimiento o amistad. De aqu

    pas

    a

    slglllfca~ la concurrencia o adecuacin entre dos imgenes o dos sistemas

    de relaciones, corno ocurre con toda exactitud entre la Lnea y la Caverna.

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    ]91

    LA J.:\J ,'\ Y LA CA\',ERNA

    la lnea de los objetos

    y

    estados psquicos correlativos; repre-

    senta, por tanto, m~eslro mundo visible en general. El primer

    :ubseg~~nto de la In ea, a su vez, el de las imgenes de los ob-

    jetos visibles, corresponde al espacio de la cueva que media

    entre la t.apra y la pared del fonclo. En cuanto al segundo sub-

    segmento, el de los objetos mismos del mundo exterior tiene

    por smbolo plstico el espacio que hay entre la tapia y' la en-

    trada del antro. El fuego que hay en l, por ltimo, representa

    al sol que no~ alumbra. La cueva entera, en suma, es el equiva-

    lente de la primera parte de la lnea: el op a:t o :; ;1 t oc : , el mundo

    de la

    061 ;a,

    la cual, en comparacin con el autntico saber

    (Em~;']p.l]).'es un conocimiento umbrtil, de grado nfimo, que

    Platon designa con el nombre no precisamente de ignorancia

    ~ero s de incultura (c i7tCUOE\JO'La). Por ltimo, el mundo exte~

    nor a que llega ,el prisionero que puede evadirse del antro, co-

    r~esponcIe alegncamente al segundo segmento principal de la

    Im,ea (~on sus subsegrnenro, E y B) , o sea el mundo de los

    objetos mteligibles: VOl]1:0; ,;o:;, el del verdadero saber)' de la

    cuJ~ura:

    7taLoEa,

    Los reflejos y sombras que el fugitivo se ve

    obligado a contemplar en los primeros momentos de su evasin,

    cegado como esta por la claridad solar, son el equivalente sim-

    blico del subsegmento

    E',

    el de los inteligibles inferiores

    y

    del

    conocimiento discursivo, Los objetos reales que

    podr

    mirar

    despl~s, al habi tuarse a la luz, son, en la lnea, los inteligibles

    supenores del subsegmenlo B, es decir, las Ideas. Y la visin

    que, al final, sea capaz de tener del sol cara a cara, se r , en su

    traslado alegrico, la visin inteligible de la Idea del Bien.

    En trminos generales, es sta la interpretacin autntica que

    con a~oyo en los textos mismos, puede darse de la estupenda

    alegora. El mundo subterraneo de la caverna es el mundo visi-

    ble de la lnea,

    y

    el mundo exterior a la caverna es el mundo

    in.teligible de la lnea; e igualmente se corresponden las dos

    ~lltades de la cueva con las dos mitades del primer segmento

    lmeal, y las dos regiones del mundo extracavernario: reflejos

    y objetos, con las dos mi rades del segundo segmento lineal. A

    una explicacin as, more geometrico, no parece que sea nece-

    sario aadir nada mas. Pero como el espritu de geometra es

    apenas la propedut ira del espritu filosfico, ser necesario

    decir alg.o ms, para sacar; algo ms tambin del mucho jugo

    que conuene esta ~Ieditacin sobre la Condicin Humana, como

    podra llamarse con toda propiedad a la alegora platnica de

    la caverna,

    LA LNEA Y l.A CAVERNA

    195

    Nunca ser demasiado el nfasis qlle se ponga en destacar el

    hecho fundamental de que, como lo dice Platn, los prisioneros

    de la morada subterrnea son iguales a nosotros ( o J .oLou;

    i f ;v) . Por extrao que a primera vista pueda parecer, el esta-

    do fsico de estos troglodras? es, en lo espiritual, el estado de

    la humanidad en general. Apenas unas pocas naturalezas de ex-

    cepcin pueden rebasarlo

    y

    dejar de ser, como lo son sus cong-

    neres, de alma y mentalidad troglodita. Ni ms ni menos que

    los cautivos de la cueva, que no ven sino sombras, comenzando

    por las de ellos mismos, y no oyen sino ecos, as tambin la

    mayora de los hombres no tienen, de s mismos y de cuanto les

    rodea o les atae, sino visiones o conceptos deformados por el

    medio en que aqullos nacen y viven: prejuicios, pasiones y dis-

    torsiones de toda ndole, que, al igual que la tapia de la cueva,

    se interponen entre ellos

    y

    la realidad verdadera, para mante-

    nerlos encorvados

    y

    con la mirada fija en la sola direccin de

    sus apetitos ms viles, Y al igual que los cautivos, tienen ellos,

    a su vez, por la nica realidad posible, las imgenes

    y

    sombras

    en que estn sumidos. dolos de la Caverna

    (id oZa specusv :

    he

    ah en lo que, parodiando a Bacon

    y

    citando fielmente a Pla-

    tn,

    podra resumirse la imagen que tiene del mundo

    y

    de s

    mismo el hombre medio, o si nos place ms, el hombre-masa.

    Pero hay ms an, y es que de esta msera condicin par-

    ticipan incluso aquellos que se tienen por hombres de ciencia,

    (liando

    (-sta

    se reduce simplemente a la observacin de los

    fenmenos, con el fin de comprobar sus conexiones y su regu-

    laridad. Tanto como esto, en efecto, y segn lo advierte muy

    pertinentemente Len Robin, lo hacen muy bien los cautivos

    de la alegora, cuyo entretenimiento, segn vimos, consiste en

    observar de la manera ms sagaz, y en retener del modo mejor

    posible en la memoria, las concomitancias regulares de las som-

    bras y el orden de su sucesin, a fin de poder predecir con toda

    exactitud cundo volvern a pasar. Para Platn -concluye

    Len Robin- el grado nfimo de la cultura est, pues, repre-

    sentado por un saber que consiste por entero en una experiencia

    bien hecha y debidamente registrada de la coexistencia entre

    los fenmenos y el orden de su su cesi n.v = Con esto. nada ms,

    21 En el sentido primario, por supuesto, pero muy a menudo olvidado,

    del vocablo, TQwyf.o6'nl;' cn efecto, viene de 'tQW'(Ar: cueva, y O t V U l :

    sumergirse.

    28

    Robin,

    Les rapporcs de t/re el de la COllltnismct d'o prs Platon,

    p.

    23 ,

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    11/63

    19G

    LA LNEA Y L CAVER~A

    no rebasamos an el dominio de la conjetura. De nuestra

    parte aadiremos que no parece sino que Platn describe,

    auant

    11 1 leitre,

    la teora de la ciencia segn la entendi la filosofa

    ~ositiYa: ciencia de fellm~~os, y con el fin, puramente pragm.i-

    ~,ICO,

    de prever su repeticin para organizar nuestra accin.

    Saber para prC\'er. Prever para obrar. Como uno de tantos

    entre sus cautivos, habra puesto Platri, de haberle conocido.

    a nadie menos que a Augusto Comte.

    y

    la mofa que, en la poca

    de ~u ~pogeo, h. ilO la ciencia positiva de la metafsica y la teo-

    logia, nene su Iiel paralelo en la que los forzados de la caverna

    hacen de los que han podido escapar de ella, cuando vuelven

    a. rel~tar a .sus antiguos compaeros de infortunio sus expe-

    riencias al aire

    y

    a la luz del da.

    . He ~I~ en lo que sobre todo, a nuestro parecer, debe hacerse

    hincapi al comentar, en trminos modernos, la alegora. No

    ofrece, en cambio, mayor dificultad el resto de ella: la libera-

    cin del prisionero y su subida al mundo de arriba con la vi-

    si~n de

    b;

    cosas a l pertenecientes, equivalente tod; ello, segn

    dice Platon, a ~,~ a sc~nsin del alma al mundo inteligible.w

    Tanto la ascenSlOn ~11lsma, como, sobre todo, las visiones que

    gradualmente ,:a teniendo ~l escapado de la crcel: primero las

    sombras

    y

    reflejos de los objetos; luego estos mismos; en seguida

    la luna y los astros nocturnos, y por ltimo el sol mismo en

    s~ propia regin, todo esto corresponde al trnsito por los

    diversos s.egmentos

    y

    subsegrnentos de la Lnea; pero sera ya un

    comentan o pedantesco de la alegora el empearse en adecuar

    exactamente cada una de aquellas visiones con cada una de las

    sub~li jsiOJ~es lineales. No sera Platn el consumado artista que

    es

    SI

    n~ dejara al smbolo hablar por s mismo. Lo ms que pue-

    de decirse tal vez, en una exgesis que no haga violencia a los

    textos, es que ~l .trnsit~ de ~a conjetura a la creencia, y

    luego al

    conocinuento

    discursivo, se lleva a cabo mediante la

    e.duc~~in cient.fi~a,. preparatoria de la educacin propiamente

    filosfica: la dialctica, la cual nos llevara finalmente al ex-

    tremo de la Lnea, a la

    V T lc r ~ < ; .

    En la representacin de la ca-

    verna, lo expresa todo ello Len Robin del modo siguiente:

    La educacin cientfica sera as. para el prisionero hasta

    entonces encadenado, la renuncia a la experiencia sensible de

    la coexistencia o sucesin de las sombras en el fondo de la caver-

    na, con la renuncia a las previsiones con j eturales resultantes de

    ~9 :1 i

    b:

    TtlV

    b E ( 1.\, )

    u: \' Bu .ol v XUL (J uv T)V

    U.v)

    TTV

    el,

    TOV \'Ol]TOV

    r.rov 't1]; 'l'I'/t; ((\,oOOV nade; ...

    LA I.;-'EA

    y

    L CAVERNA

    19 7

    rul experiencia. Sera, adems, la cada de sus cadenas, la penosa

    ascensin por la abrupta pendiente, el deslumbramiento de la

    brusca iluminacin, la necesidad de contemplar los objetos rea-

    les, cuya luminosidad es demasiado viva, en imgenes reflejadas.

    Mas para ver directamente estos objetos, ser necesario aplicar

    otros mtodos.30

    No creemos posible lograr mayor adecuacin entre las par-

    tes de la caverna y los segmentos de la lnea.

    :1 \'0

    le hagamos

    decir a Platn ms de lo que realmente dice,

    y

    dejemos elstico

    o fluctuante lo que l mismo quiso dejar as. Lo que, en cam-

    bio, desarrolla Platn muy de propsito, es la forma prctica

    en que debe efectuarse, mediante la educacin, el

    trnsito

    de las

    tinieblas a la luz, o sea, como dijimos antes, la interpretacin

    moral de la alegora. De esta misma extrae Platn el postulado

    bsico de su teora de la educacin, al decirnos que sta no

    puede ser lo que ciertas gentes (los solistas desde luego) se ima-

    ginan que es: la infusin o inyeccin del saber en el alma

    hasta entonces ignorante, tal y como si se infundiese la visin

    en los ojos de un ciego. Pero si el presente discurso , o sea

    nuestra alegora, quiere decir algo y nos

    ensea

    algo, habr que

    decir, por el contrario, que as como a los cau tivos 110 hay

    que darles la vista que ya tienen, sino hacerles volver sus ojos

    de las tinieblas a la luz, otro tanto habr que hacer con el

    alma del educando, ya que en toda alma existe tanto la fa-

    cultad de aprender como el rgano apropiado,

    y

    lo nico

    (1

    uc hace falta es orientarlo en la direccin correcta.

    Y

    as romo

    los forzados de la caverna no pueden ver la luz natural. tan

    lejana de ellos, con slo volver la cabeza, sino que h.ui de ha-

    cerla con todo el cuerpo, al dirigir sus pasos hacia la entrada

    de la cueva, as tambin,

    pari

    1)(155/1,

    habr que proceder con el

    ojo del alma, que deber ser convertido, con el alma toda

    entera, apartndolo de las cosas perecederas, hasta harcrle capaz

    de sostener la contemplacin del ser y de su partc m.is luuii-

    uosa

    .31

    La educacin, por consiguiente, resulta ser as el arte de

    la conversin del alma

    (--X 'J1 ') 'tf;

    1 tEpw :yt0Yl \ ; ) , de toda ella v no

    slo de su potencia intelectual, pues se trata de una oper;;cin

    que implica la participacin total clel sujeto, y que ha de ha-

    cerse, por tanto, con toda el alma :

    c r I N O A 1 \

    't J l ji vx

    tl . '~

    30 L. Robn,

    Platon,

    Paris, 1935,

    pp. fi3 8 .1 .

    al5lSe.

    :', Podrla tambin designarse

    CO IllO

    rotariu

    el iuov

    i

    m

    ic iu o

    de qu~

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    12/63

    I Y 8

    LA LNEA Y LA CAVERNA

    Vemos as cmo la Caverna platnica es tambin, como dice

    Jaeger, una imagen de la paideia , de la educacin concebida

    como reforma integral del hombre. Por esto mismo, reservamos

    para el captulo de la educacin lo que en seguida se nos dice

    en la

    Repblica,

    sobre las diversas disciplinas, con la dialctica

    como la suprema entre todas, que dirigen el movimiento aseen-

    sional del espritu. Pero como la alegora de la caverna es al

    proI~io tiempo, segn dice Karl Jaspers, la expresin ms irn-

    preSIOnante de la teora de las Ideas, no pudimos eximimos

    de examinarla en este contexto. En el hecho mismo, adems, de

    ser el clebre smbolo una expresin simultnea de la teora

    de las Ideas y la teora de la educacin, pnese de manifiesto

    cmo las Ideas platnicas no son nicamente los arquetipos eter-

    ? O S de la natu~aleza, sino tambin -y es probablemente lo que

    Importa a Platon sobre todo- de la conducta y las instituciones

    humanas.

    habla aqUl Platu,

    y

    sera tal vez la traduccin ms exacta de

    ltEQwyC,,'I:

    pero CU/110 en otros pasajes se sirve igualmente

    y

    para demostrar el mismo

    Icnmcno, del t rmi no anlogo de J, tE1 :0 .( 1 1 :Qo q)' , que rigurosamente significa

    conversin, podemos aplicar esta palabra a todo el proceso. Todos es-

    tos trminos -.dice Jaeger- tienden a evocar la misma idea metafsica: el

    acto de volver la cabeza

    y

    de dirigir la mirada al bien divino.

    Y

    a rengln

    seguido hace notar cmo de aqu deriva, aunque con nuevos elementos por

    supuesto, -el concepto cristiano de

    conversiu:

    El desplazamiento de la

    palabra a (as experiencias cristianas de la fe se opera sobre la base del

    platonismo de los antiguos cristianos Uaegel', Pa id eia, p. G9 G n.)

    ~ jaspcrs,

    Les grands J {osojJhes,

    Pars, J963, p.

    251.

    VIII. LA CRISIS DEL IDEALIS?vfO PLATNICO

    La experiencia exttica de la Repblica: el goce de la ascensin

    a la regin inteligible y la contemplacin, en vislumbre por

    lo menos, de la Idea del Bien, todo esto pervive an en las

    pginas del

    FedTO,

    si aceptamos, como parece ser hoy lo ms

    probable, que este dilogo haya sido escrito con posterioridad,

    ms o menos inmediata, a aquel otro que es, bajo cualquier as-

    pecto, la cumbre del pensamiento platnico. Como quiera que

    sea, lo cierto es que en uno

    y

    otro dilogo se siente el mismo

    clima de alegra exultante que produce la visin del nuevo

    mundo descubierto.

    A un da feliz de verano compara \Vilalllowitz el

    Fedro , y

    agrega que en ningn otro de sus dilogos dio

    Platn

    a su alma

    tan libre movimiento.> Varios de los grandes temas platnicos:

    el alma y el amor sobre todo, cst.in

    tr.uaclos

    all, y no con el

    esfuerzo

    mayutico

    que el otros di;'\ogos es bien visible, sino

    con alada espontaneidad. Fue en razn sobre todo, a lo q uc

    parece, de esta pluralidad temtica, como del hecho de fluir

    libremente la exposicin del princi pal interlocutor, por lo que

    Sch1eiermacher lleg

    l

    tener el

    Feilro

    por el primero de los di-

    logos platnicos; aquel en que Platn habra trazado el primer

    esbozo o programa de su Glosara. En su lugar dijimos por qu

    razones hubo de sucumbir este dictamen en la exegtica poste-

    rior, y no es necesario volver sobre esto. Aceptemos, pues, con

    'Vilamowitz,C (Iue

    Platn

    quiere buenamente solazarse, COlllOse

    solaza el cuerpo en el calor del esto, en la contern placiu re-

    trospectiva de sus grandes hallazgos

    y

    vivencias: Eros

    y

    Psy ch

    y tambin -ni cmo podran faltar?- sus amadas Ideas.

    No es muy amplio, a decir verdad, el lugar que las Ideas

    ocupan en el

    Fedro,

    pelO s uno esplndido, en el esplndido

    mito de la cabalgata de los dioses de las almas bienaventu-

    radas por la regin supiacclesre, ~ llanura de la verdad .

    1

    Ein ghi(:klidlC'

    Sommcrtug . .. :'\iclllab hat

    Pl.uon seiner Seele so Ircie

    Bewegung gestattet. Platon, P: 487.

    2

    Y tambin, por ser desde luego de nuestros mismos das, con Sir David

    Ross, quien coloca el Fedro cut re la ri pli,a

    y

    d Pavmenides, )' preci-

    samente en

    orden a

    establecer el desarrollo

    crouolgiro de

    la teora

    de

    las

    Ideas. Cf, Ross, Plato's Tlieorv o] Ideas, pp. \O }' 80.

    J

    Fcdr o,

    2'17 b-e:

    Jtf( Oll( VLO~

    TJO~ Ti';

    )''lElC\;

    dlto'\'.

    [ I~l'lj

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    2

    LA C:RI~IS PEI. lIJFAl.IS\IU f'LAT:-':ICO

    ;-\0 hay ni que decir que esta regin supraceleste no ha de

    entenderse aqu en trminos de astronoma o cosmologla, como

    sera el caso en el

    Tiineo,

    por ejemplo, ya que no es sino la

    regin inteligible de la

    Repblica

    (int EPO UP .' )O ;,

    v O ' l 1 t c :;

    t 61to;) , slo que en un momento de mayor exaltacin an. dado

    que ahora se la convierte en la morada de los dioses. Y

    lo de que esta regin reciba

    tam bi n

    el otro nombre de llanura

    de la verdad . es en razn de que -sin la menor parfrasis de

    nuestra parte- la realidad que lo es de verdad: las Ideas, au

    11-

    que sin esta denominacin, es la nica que, con el divino cor-

    tejo, ocupa este lugar,

    y

    de cuya contemplacin reciben los bien-

    aventurados su sempiterno deleite. Lemoslo simplemente:

    La realidad que verdaderamente es: sin color, sin figura,

    impalpable; la que slo puede ser contemplada por el intelecto,

    piloto del alma, y alrededor de la cual

    est

    la familia del autn-

    tico saber, ocupa este ltlgar. 4

    No

    es nada nuevo, sin t i uda, con respecto a lo quc ya sabemos

    sobre la configuracin ontolgica de las Ideas, pero s es un

    prodigio de prosa desde lucgo

    -y

    por esto hay que ponerlo

    tambin en su texto original-, y una mezcla admirable de poesa

    y verdad. La sucesin de predicados gramaticalmelltc negativos:

    sin color, sin figura, sin tacto, con que se califica la ovax .:

    realidad, esencia o Idea, como nos plazca, es t aqu para poner

    de manifiesto su absoluta trascendencia del mundo sensible.

    Y

    para nombrarla positivamente, con mxima positividad, como

    al nico ser que lo es en plenitud, no tiene necesidad Platn

    de salir del verbo ser, en sus derivados de sustantivo verbal,

    de adverbio y de participio, para designar as a la realidad que

    real o verdaderamente es: O I J L a .

    o v t t v ;

    o U G a .. Hay que decirlo

    as, una vez ms, para darnos cuenta del tremendo potencial

    de energa ntica, de concentracin cntitativa que alberga la

    Idea. De esta energa, al liberarse o difundirse, reciben su ser

    y

    su valor todas las dems cosas, como reciben su alimento,

    segn sigue diciendo Platn, el pensamiento de los dioses y el

    de toda alma que se cuida de recibir lo que le conviene. De

    acuerdo con las creencias o convicciones de Platn en esta ma-

    teria, esta visin directa de las Ideas, la

    Wcsenschau

    por anto-

    nomasia, sin velos de ninguna especie, la tendrn, con los dio-

    ses, las almas humanas en la. vida anterior a su encarnacin, y

    ~ ~17e: i yo.Q o.ZQl.tU:t; tE xal Uoxr. tna-ro; xu. l u.vaqrl)t; ouala OvtWt;

    oua . 'lj l'zf; %1'j3EQV~Tr.t6vtl (Uti) v< {l , lnQl {]v -ro -rf; o.) .l IOOt; ~ma-r~.trs

    yl o;

    'rorrov

    lt:t

    rv rnov.

    L' CRIS S 1\1':1. 11>I':,\IIS,\IO I'LATi\ICO

    :O l

    d I . nuevo aqucll..s que. consumado el ciclo de sus puri(icac~o..

    ncs, pasen definitivamente a la hienavcnturanza. En el mito

    de la cabalgata celeste que aqu se nos ofrece, describe Platn

    el cspcrtru o que tienen tales almas, en l;~ {orm;~ si~lI.iente: r

    En esta cirrunvalarin tiene ante sus

    )OS

    la .1l1StlClaeu

    SI

    misma y la tcm pl.mzu: y ante sus ojos tambin, aquel saber

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    2 2

    LA CRISIS

    m.r. lDEALlS'VI0

    PLXr:-:ICO

    Las aporlas

    del

    Parmnidcs

    Muchas cosas, en efecto, han quedado sin resolver, y lo peor es

    ql1~

    no se t~'ata de curiosidades especulativas, de parcrga et para-

    lipomena, S1110

    de cosas que deben ser resueltas, inexorablemente,

    s~,la teora de las Ideas

    -y

    es sta, en verdad, su nica justifica-

    CIon- ha de dar razn de este mundo al que pertenecemos,

    y

    si

    ha de fundar y articular, por ello mismo, la ciencia, concebida

    co?I

    o

    saber n~ce~ario y universalmente vl ido. Con respecto al

    primer requermuento, ha quedado del todo indeciso el modo de

    enlace entre ambos mundos, el sensible y el inteligible; y con res-

    pecto al segundo, no ha demostrado Platn, hasta este momento,

    l~ Iegalid~d d: los juicios en cuyo enunciado y concatenacin con-

    siste la CIe~C1a, postulado en el cual no hay variacin alguna,

    (~e~~e ~lato,n. hasta Kant. Porque si el juicio es, el de la pro po-

    SIClO~l cient fica d.escle luego, la unin entre dos conceptos, en sus

    f~ll1clOnes respccuvas de sujeto y predicado, y si el mundo sen-

    siblc, adems, no es sino la copia o rplica del mundo intelizible

    .

    se llnpolle entonces la consecuencia de que este enlace habr de

    darse entre los inteligibJcs mismos, y tanto m.is si se trata no

    de predicados accidentales, si 110 esenciales. Si con este carcter

    pre:licamos, por ejemplo, del fuego el calor y de la nieve el fro,

    y

    Sl..

    de todo esto hay Ideas, ni m s ni menos que de los ms

    sublimes sujetos y predicados de valor, habr que suponer enton-

    ces que la Idea del Fuego participa tambin de algn modo en

    la Idea de lo Clido, y la Idea de la Nieve, a su vez, en la Idea

    de lo Fro, con lo cual se plantea el tremendo problema de la

    comuJlica~in entre los gneros:

    xowv.l'IL rx

    't wv

    yE V W V .

    Y al plan-

    tearse, vacila, por elo mismo, la constitucin entera del reino

    de lo inteligible, porque, en qu quedarn, entonces, aquellos

    caracteres que parecan ser constitutivos por excelencia de las

    Ideas: el ser en s y por s (who

    xc J.9 w J.6 ),

    con lo que cada

    una de ellas era como una unidad hermtica

    y

    conclusa? Ahora,

    por el contrario, se dira que, exactamente como en el mundo

    ?el dev~nir, estuviesen abiertas de par en par a la pluralidad,

    irremediablemente contaminadas en su primera e impoluta pu-

    reza.

    He ah, a modo simplemente de preludio aportico, algo de

    lo mucho con que Platn tendr que habrselas, y precisamen-

    te cuando acaba d~ traspasar el umbral de la vejez, poca en la

    cual suele hoy ubicarse la composicin del Parmnides. Como

    se lo dir el personaje homnimo al Scratcs del dilogo, se ha

    LA CRISIS DEL IJ)FALlSMO l'L,\TNICO

    203

    dejado llevar este ltimo -es decir, Platn=, del impulso, bello

    y divino por lo dems, que lo ha lanzado hacia 1 0 inteligible,

    slo que lo ha hecho con sobrada precipitacin, antes de po-

    nerse a ponderar con toda tranquilidad las dificultades que

    poda traer consigo el ejemplarismo de las Ideas. Y ahora no le

    queda ms remedio que embarcarse l mismo en su segunda

    navegacin, la cual es esta vez -as lo dice Platn, bien mani-

    fiesto tras la mscara del personaje del dilogo- tanto como

    lanzarse a nado, y a su edad, en un vasto y temeroso pilago

    de discursos.

    A despecho de esto, y tambin, si se quiere, de su. sequedad

    estilstica (que no es necesariamente un defecto, habida cuenta

    de su carcter altamente tcnico), el Parmnides es an, como

    los grandes dilogos de la juventud y de la madurez, una consu-

    mada obra de arte. Lo es, en primer lugar, por el prembulo,

    en el cual se nos dice que Cfalo va a narrar a los hermanos de

    Platn, (Iue nos son ya tan conocidos: Adirnanto y Glancn, un

    dilogo que habra tenido lugar, hace ya mucho tiemp?, entre

    Scrates, Zenn, Parrnnides y Aristteles, en casa de Pitodoro,

    el cual se lo habra tr;' illlitido a Cfalo. Todo esto parece a

    primera vista muy artificioso, pero aparte de que esta intro-

    duccin ocupa escasamente una pgina antes de entrar en el

    dilogo directo, esta narracin en cascadas, como dice Augus-

    te Dics,? tiene

    pU

    fin el de producir en nosotros, desde el prin-

    cipio, la impresin del pasado remoto, tan remoto que se des-

    vanece en una Ucrona, para situar en ella el encuentro, que

    casi seguramente no tuvo lugar jams, entre el viejo Parrnnides

    y

    el joven Scrates, tal y como el dilo~o nos

    1,05.

    represen.t~.

    Pero adems y sobre todo, la perfeccin artisuca del dilogo

    es bien visible en su composicin en generaL Como un drama

    -el drama de las Ideas, diremos por nuestra parte- considera

    Dies el Parmnides, el cual estara as dividido en un prlogo,

    dos actos, un entreacto, y un tercer acto como gran final. Cada

    uno de estos actos es un dilogo entre dos interlocutores nicos,

    6 Parm,

    135 d:

    X.0.131'V

    o& v X .o.LO do .

    ;1

    Q ~Y

    \v

    Q ~Q .t;

    e n L ,o u t;

    }..Y0 1' ,? '

    Es, por cierto, un modo encantador de reconocer el mismo Platn los me-

    ritos

    y

    defectos de su propia doctrina, el de poner una

    y

    otra cosa, el

    elogio y la censura, en boca de Parrnen ides.

    7 137

    a: o.nor;

    OllTCJ

    nQc oBT lj< ; O v .. . llo.VECfCl

    TOWTOV

    ,e

    lW.t.

    ,OCfO,OV

    tf.),o:yor;

    l, yOOV .

    8

    En su introduccin a la traduccin francesa del

    Parmcnides,

    ed, Les

    lidies Le

    tt res, Pars,

    19:)0,

    p.

    7

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    15/63

    2

    LA CR TS TS DEL 11)1-:.'\.1';.\10 }>..\T\ICO

    di.:tr~buidos en es~a forma: .S('>crates

    y

    Zenn +Scrates

    y

    Par-

    ~emdes- Parm.n~c1e.s y Anstteles. En esto hay tanta simpli-

    cidad como equ il ibr io, y hay tambin, como lo iremos

    C0111-

    pr~bando, un acierto magistral en la eleccin de estos perso-

    naJes. y del papel tI.ue ~ada llllO representa, en perfecta censo-

    nancia con las pen peClas del drama intelectual que aqu se

    desarrolla.

    Cul es el inters de Platn -es lo primero (Iue debemos

    preguntarnos- en enfrentarse l mismo, detrs de su habitual

    mscara socrtica, con Parmnides y Zenn, es decir, con el fun-

    d~c~o.rde la escuela de Elea

    y

    con su mayor discpulo? No parece

    dicil la r~sl?uesta, a la luz sobre todo de lo que en su lugar

    qued expliciiado sobre la gnesis histrico-Iilosfira de la teo-

    ra de las Ideas.

    En ella suele verse, en efecto, un intento de conciliacin entre

    las dos (~irecciones radicales representadas por el heraclitismo

    y el eIeatlsm~. Conciliac. in, recalqumoslo, y 110 sincretismo, ya

    que la doctrina platIllca, es profundamente original, y justo

    por esto pretende dar razon tanto del ser corno del devenir al

    contrario de aquellos pensadores que la daban tan slo de

    una

    u otra cosa, con absoluta exclusividad. Ahora bien, si ya mu-

    cho antes, en el

    Ciatilo

    sobre todo, ha saldado Platn sus cuen-

    t~s ~on ; 1 heraclitism?, tiene ahora el recelo muy fundado (se-

    ~la esta la reconstruccin psicolgica m.is plausible) de no haber

    ido a dar de bruces en el cleatismo, ya Cjue, en fin de cuentas,

    c~trc la~ Ideas platnicas )' el Ente parmendico no habra otra

    diferencia que entre la pluralidad y la unidad. Que no era ste

    un vano tel~~r, nada ~o demuestra mejor que la direccin, abier-

    lamente .el:atlca, segll1~a por otros

    compafieros

    de Platn, igual-

    mente discpulos de Scrates, como Euclides de Mgara. Por lo

    qU,e. sabemos d~ l, parece haber transformado la doctrina so-

    cratica de la unidad de la virtud en la hipstasis del Bien abso-

    luto, del cual, a su vez, hizo el equivalente total del Ente nico

    el.e Parmnides. Euclides --dice Grote- postul la coinciden-

    CIa c e~

    Bonum

    con ~l.

    = . Unum

    de Parrnnides. La tesis par-

    mendica, que era origmanamente fsica

    1I

    ontologa trascenden-

    tal, pas a ser as tica trascendental.':

    A Platn, como es fcil c~mprender, le interesaba mucho que

    no fuera a tenerse su doctrina corno una variante apenas de la

    o Gcorge Grote, Plato and tlie other com-panion, o[ Sokrates, Londres,

    .875,

    vol.

    IIJ, P..

    171.

    LA CRISIS DYL

    lDl:, \l.IS:\IO

    1'1.A'l':\'lCO

    escuela meg.irica, cuvo jefe, adems, apelaba al mismo maestro

    comn; y le interesaba sobre todo, por encima de rivalidades o

    querellas escolares, saldar tambin sus cuentas con el eleatismo,

    como antes lo haba hecho con el heraclitismo. En algo ms que

    en su pluralidad haban de distinguirse sus Ideas del Ser de

    Parmnides. A ellas haba que trasponer, sin arredrarse por esto,

    ciertos caracteres de la realidad sensible, no slo la multiplici-

    dad, sino el movimiento y la participacin entre ellas mismas, si

    verdaderamente deban aproximarse, uno del otro, los dos mun-

    dos que parecan continuar irremediablemente separados. De

    aqu, en suma, la urgencia de proceder a una revisin sincera

    de la teora misma, en una confrontacin, igualmente sin reser-

    vas, con los eleticos de Mgara, que son aqu los adversarios

    reales y concretos. Pero como stos apelaban tanto a Scrates

    como a Parmnides, a Platn le parece que lo mejor ser, al

    pasar de la realidad a la ficcin literaria, encubrir aquella con-

    frontacin en la que ahora tiene lugar en el dilogo, entre am-

    bos personajes. En el hecho, por ltimo, de poner a Parmnides

    como el personaje central, Platn da a entender suficientemente

    que nicamente a l, al gran filsofo, concede beligerancia; que

    slo con l, y no con ninguno de sus segundones, est dispuesto

    l, Platn, a medir sus armas en un duelo formal.

    De ah que el primer acto del drama sea tan breve, pues se

    trata de una simple escaramuza entre Scrates y Zenn. Scrates

    aparece aqu como muy joven

    (cr

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    I

    I

    ,

    2 6

    LA CRISIS DEL IDEALIS; \IO PLATNICO

    consecuencias tan absurdas como las siguientes: Si los seres

    son mltiples, habrn de ser a la vez semejantes y desernejantes,

    lo cual es imposible, toda vez que ni los desernejantes pueden ser

    semejantes, ni los semejantes desemejantes. 10

    No es esto lo que t crees? , le pregunta Scrates a

    Zenn,

    tratando as de resumir las conclusiones de su lectura. Esto

    mismo , contesta Zenn; y todava Scrates, para no dejar nada

    indeciso, puntualiza la tesis en la siguiente forma: Por con-

    siguiente, siendo imposible que los desemejantes sean semejantes

    y los semejantes desemejantes, es tambin imposible que exista

    lo mltiple; porque lo mltiple, una vez puesto, tendr que

    llevar consigo aquellas imposibilidades.

    Como Platn no se toma aqu el trabajo de transcribirnos los

    argumentos de Zenn, Jean Wahl, con base en otros textos de

    otros escritores, ha intentado la siguiente reconstruccin: Es

    imposible que los principios sean mltiples, porque los princi-

    pios mltiples o bien participan de lo uno, o no participan. Si

    participan, lo uno est antes que ellos, y no hay principios ml-

    tiples, Si no participan, por esto mismo son semejantes y dese-

    mejantes. l1 El

    no

    de la participacin, en efecto, establece entre

    ellos, conjuntamente, la semejanza de la negacin

    y

    la deseme-

    janza que resulta de no poder decirse, bajo ningn aspecto, que

    uno

    es semejante al otro, al no participar ninguno de lo uno.

    Por aqu habrn ido, ms o menos, los razonamientos del so-

    fista. De cualquier modo, y sea como hayan sido, no se detiene

    Scrates en refutarlos, sino que se limita por lo pronto a poner

    de manifiesto la falta de originalidad de Zenn, quien no hace

    sino reproducir por el reverso lo que Parrnnides ha dicho por el

    anverso. Ni siquiera se digna Scrates dirigirse a Zenn, sino que

    es a Parrnnides a quien apostrofa de este modo: T, en tu

    poema, afirmas que el Todo es uno, y das de ello bellas y buenas

    pruebas; mientras que

    ste,

    por su parte, dice que los muchos

    no son, y ofrece tambin pruebas en gran nmero y de enorme

    extensin.t'= No puede expresarse mejor el respeto por Parrn-

    nides y el desprecio hacia Zenn; el cual, colocado como est

    en presencia de su maestro, se apresura a confesar que su te-

    sis, en efecto, no es sino la de Parrnnides, pero que le ha movido

    la buena intencin de deenderla contra sus detractores, haciendo

    10 127c.

    11Jean \Vahl,

    Etu d c sur le

    Parnuinid

    e de Plat on,

    Pars, 1951, p. 15.

    12128ab.

    LA CRJS IS Df;L IDEALISMO PLATNICO

    207

    ver los absurdos

    y

    las ridiculeces en que caen los defensores de

    lo mltiple.

    Condescendiendo esta vez con su insistente interlocutor, lo

    que hace Scrates es oponerle a Zenn, pura y simplemente, la

    teora de las Ideas. Que las cosas sensibles pueden decirse si-

    multneamente semejantes y desemejantes, o iguales y desigua-

    les, o grandes y pequeas (no lo ha afirmado as el propio Pla-

    ton

    en otros dilogos?) , nada tiene de sorprendente, pues se tra-

    ta de trminos relativos y entre los cuales, en su funcin

    predicativa del mismo sujeto, no hay contradiccin, con slo que

    se precise la diferente relacin que con ellos se significa.t- Lo

    maravilloso, en cambio, sera que lo semejante en s fuese

    desemejante, o que fuese semejante, a su vez, lo desemejante

    en s . O no crees -as interpela Scrates a Zenn- que hay

    una forma en s de la semejanza

    (a\reo xae'

    at) t 'o c L O O r ; t't

    [10t t ' r t 'or;), y otra forma a ella opuesta, IIue es lo desemejante

    en s?

    14

    Pues de estas Formas opuestas participan todas las

    cosas, y por esta doble participacin pueden recibir, sin que esto

    deba extrafiarnos, la doble predicacin consiguiente. De lo Uno

    y de lo Mltiple, por tanto, participan todas ellas tambin, pero

    sin que las Formas mismas, o los gneros, reciban estas afeccio-

    nes contrarias. De que esto fuera de otro modo, habra para

    asombrarse, pero no de aquello. Yo por ejemplo, sigue diciendo

    Scrates, soy uno de los que aqu estamos reunidos, pero ml-

    tiple tambin, si van a enumerarrnc los miembros de mi cuerpo,

    y participo as tanto en la unidad corno en la pluralidad; pero

    ni lo uno como tal ser mltiple, ni lo mltiple

    uno.t- .

    Queda as firme, una vez

    ms ,

    que las Formas inteligibles

    escapan del todo a cualesquiera afecciones contrarias

    ( ' ' t 'avav' ' t 'La

    m ier) ,

    y que s estn sujetas a ellas, en cambio, las cosas sensi-

    bles, aunque siempre bajo diferente respecto o en distinta re-

    lacin. Con estas precisiones, bien puede decirse que es contra-

    dictorio el mundo del devenir, en trnsito continuo, los entes

    que lo constituyen, de uno a otro contrario, pero no es tampoco

    13 Scrates no lo dice as, pero est bien claro que el sofisma de Zenn

    consiste en tomar lo relativo como absoluto; en tomar. digmoslo en tr-

    minos aristotlicos, el predicado accidental de la relacin como predicado

    sustancial de la cosa misma; en prescindir, en fin. del bajo el mismo

    respecto , que es un elemento esencial en el enunciado correcto del prin-

    cipio de contradiccin.

    H129a.

    1;'

    29 e-e.

    . .. ... ..._ _ .... _- ._ _ .. __ o

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    208

    LA CRISIS DEL nn:,\LJSi\IO I'IXr:-:ICU

    una pura ilusin, un no-ser, como quiere el cleatismo, sino

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    210

    LA

    CKbIS DEL IU;-:_\.lS'I1O

    l'LATi'l(;O

    tambin, por parte de las Ideas, a introducir en ellas, de algn

    modo, el movimiento, y: que de otro modo no seran comu-

    nicables o partici pables. He ah lo que inquieta sobremanera

    al Parmnides del dilog: y por esto se decide a intervenir,

    preguntando a Scrates, en primer lugar, si su doctrina ha de

    entenderse como postulando aparte la existencia de las For-

    mas, y aparte , a su vez, la de las cosas que de ellas participan.w

    Son dos apartes por un participar, con lo qlle se encarecen

    desde luego las dificultades de esta operacin.

    Antes de entrar en ellas, sin embargo, Pa r rn n id es cree nece-

    sario dilucidar el otro punto, igualmente fundamental, del con-

    tenido o extensin, con la mayor exactitud posible, del mundo

    eidtic~. A este efecto, pregunta si adem s de la semejanza y la

    desemejanza en s, cuya existencia ha postulado su interlocutor,

    lo hace tambin con respecto a las Formas en s y para s de lo

    bello, de lo bueno y de todas I;.~determinaciones semejantes.

    _ - \1 asentir Scr at cs sin la menor vacilacin (tratase, como ya

    sabemos, del .imhi lo donde con mayor claridad refulge la Idea),

    pasa luego Parmnides del mundo de los valores al de las

    cosas naturales. :Y babr;i tambin -pregunta-- una forma del

    hombre aparte de nosotros y de cuantos son

    COIIIO

    nosotros;

    tina

    forma en

    ~

    del hombre y del fuego y del ;:gua?'

    co

    Con absoluta sinceridad contesta Scrates qlle es sta una

    cuestin que le ha tenido a menudo perplejo (v c X r .o p [ q r .O A .A .r l :-

    %~;); Y su perplejidad sube de punto cuando Parmnidos pasa

    a preguntarle si, el la afirmativa, habra que postular tambin

    una Forma separada hasta con respecto a cosas tales como el

    cabello, el lodo y la suciedad, o cualesquiera otras igualmente

    viles o indignas.

    S c ra tes

    responde as:

    De lodo aquello que vemos, afirmo su existencia; pero en

    cuanto a remar que de todo ello exista una forma, sera tal

    yeZ por extremo absurdo. De cuando en cuando, lo reconozco,

    me Ir a atormentado la idea de que a lo mejor habra que ad-

    mitirlo as para todas las cosas, pero no bien me detengo en ella

    cuando me aparto de alu a toda prisa. por miedo de perderrne

    y

    de caer en UIl abismo de necedades. Y as, vucl vo a mi punto

    de partida, a los objetos en que reconocemos la existencia de

    las formas, y es en ellos en los que me entretengo y ejercito. 21

    , T

    TOl'rOlV cu

    lT~Z.')\'T(J. .

    1

    13u b: CJ.l'T Tl d6 n ;

    d.\'OO( 'j.- -ro u

    1 1 j(t'Q; '1 1

    x o i ~6 (J.t o;;

    21 l : : V i

    d.

    LA CRISIS DFL JPE.\L1SMO PL\T:ICO

    2Jl

    En opinin de todos los intrpretes, es sta una de las ms pre-

    ciosas confesiones de Platn, y de una lealtad conmovedora.

    Sin ceder en un pice en cuanto a defender, contra el eleatismo,

    la realidad del mundo sensible sin cortapisa alguna, no se atre-

    YC, sin cmbargo, a dar el paso decisivo: la elevacin de todo

    ello, con lo ms vil y despreciable (cinp.'t l'J.'t ov XI'J.L (j)I'J.VA.'t l'J.-

    -rcv) , a la regin serena y noble de lo inteligible. El problema

    le aprieta y tortura, pero huye de l para refugiarse en sus

    queridos valores, sin querer saber ms. De momento no insiste

    Parmnides (no sera todo lo corts que es si enconara con

    ms preguntas el sufrimiento que confiesa su interlocutor), y

    se limita apenas, con fina irona, a observar lo siguiente:

    Lo que te pasa, Scrates, es que an eres joven, y que to-

    dava no ha hecho en ti presa la filosofa; pero acabar por

    apoderarse de ti, no me cabe duda, el da en que no desprecies

    ninguna de estas cosas. Ahora, en razn de tu edad, miras an

    con - respeto la opinin de los hombres. 22

    Palabras de maravillosa profundidad, stas en que Platn

    ha querido fingir el consejo afectuoso que da el viejo eleatismo

    a la joven teora de las Ideas. El espritu filosfico es espritu

    de arrojo y osada, y nada debe irnportarle, a quien ha sido

    presa de l, el qu dirn o pensarn los otros, si ha de ser l,

    por su parte. fiel a su pensamiento. Para el filsofo, adems, no

    hay nada despreciable ni mezquino, ya que en todo est la

    huella del ser. y en filosofa, por ltimo,

    ms

    tal vez que en

    otra cosa alguna, hay que ir hasta el fin, sea lo que Iuere

    y

    caiga quien cayere. Hasta el fin fue Parrnnides, en su osada

    concepcin del Ente, y este arrojo quisiera

    Platn

    en su teora

    de las Ideas. Se da bien cuenta de que, como parece decrselo

    Parmnides, la lgica doctrinal empuja inexorablemente hacia

    la ilimitacin absoluta, sin hacerle aspavientos a nada, del mun-

    do de las Ideas; pero le arredra conferir una estructura eidtica

    --que estara situada, por lo mismo, entre aquellas divinas For-

    mas, de contornos tan ntidos- a cosas que, aun en lo sensible,

    no parecen tener una estructura definida, como el lodo y cuanto

    pueda serle anlogo por lo viscoso e inestable. De estas cosas

    podra decirse tal vez que su ser es, pura y simplemente, su

    apariencia; y es as, a lo que nos parece, como deben entenderse

    las palabras de Scra te s, cuando dice, con respecto a tales objetos,

    que se limita l a reconocer la realidad de lo que ve, Xo hahra,

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    21 2

    L\ CRISIS DEL JDFAl.ISMO PLATNICO

    dicho de otro modo, otra realidad

    m s

    all del dato bruto

    de

    la intuicin sensible.>

    Sin violentar los textos, no puede hacerse decir a Platn m.is

    de lo que dice en el texto que comentamos; )' es vana, por tanto,

    la pretensin de ciertos exegetas, de zanjar definitivamente la

    cuestin con esta sola base. No hay

    aqu

    ninguna declaracin

    terminante ni sobre la limitacin ni sobre la ilimitacin del

    mundo de las Formas,

    y

    lo ms que puede decirse es que Plain

    se inclina

    ms

    bien por lo segundo quc por lo primero, por el

    hecho de aceptar Scrates -aunque nada ms que por su silcn-

    cio- el consejo de Parrnnides de ir hasta el fin. No queralllos

    nosotros clisiparle a Platn la incertidumbre que l mismo

    1IOS

    confiesa,

    y

    que, segn Aristteles -por qu no hemos de creer-

    let- pes sobre l durante toda su vida.>'

    Simplemente por el inters que tiene la cuestin, consignemos

    aqu la autorizada opinin de Ross, segn el cual el texto en

    que con mayor precisin se habra expresado Platn sobre el

    particular, sera un pasaje de la Sptima Carta, escrita por l,

    por lo

    <

    ue ya sabemos a este respecto, en las postrimeras de

    su vida. Con ocasin de explicar las etapas del conocimiento

    en la geollletra,

    y

    aunque sin servirse de las palabras LOo .

    o

    d ;,x: ,

    Platn afirma all -de esto no hay duda- que hay

    Ideas de las figuras rectas o curvas, del color, de lo bueno, de

    lo bello y de lo justo, de todo cuerpo fabricado o natural, del

    fuego, del agua y de todas las cosas semejantes, de toda especie

    de vivientes, del carcter del alma y de toda suerte de acciones

    o afecciones.

    06

    ta sera, dice Ross, la lista ms

    catolica

    de la poblacin que

    Platn habra reconocido, en su testamento como quien dice,

    en el mundo de las Ideas. Catlica, si lo entendemos bien,

    tanto por su autenticidad como por su universalidad. Nada, en

    efecto, queda fuera, no ya tan slo aquellas cosas nfimas quc

    vimos, pero ni siquiera

    -y

    en esto hay, por ventura, una

    clil'i-

    cultad mayor an- las cosas que son producto del arte o de la

    tcnica,

    y

    cuya idea, por ende, no parece que pueda estar en otra

    parte o ms all de la mente humana. Pues an sobre ellas,

    como sobre todo el resto, se cierne la Idea,

    y

    sta parece ser,

    hasta donde es posible colegirlo, la ltima palabra de Platn.

    23 As entiende el pasaje, con otros intrpretes, Taylor. Cf, Plato, p. 35'(

    24

    Arisr, Met,

    1, 991

    b 6;

    y XII, 1070

    a

    13

    ss,

    2~ Plato's T/COT)' 01 Ideas,

    pp.

    8 5 Y Lit.

    26

    Ep,

    VII,

    342 d.

    LA CRISIS DEL lDFALh:\1O PI.ATNICO

    2 13

    Para l, por lo visto, no fue ineficaz, antes toda, lo con.trario,

    la leccin de coraje filosfico que, en su fantasa potica, se

    i

    m az in

    recibir del viejo Parmnides.

    P~recera, adems, como si el Parrnnides del dilogo, para

    volver a l, hubiera anticipado este resultado, ya que no insiste

    nuis en ello, en lo del recuento de las Ideas, sino que va dere-

    chamente a lo que ms le preocupa, que es el problema de la

    participacin. He aqu, tal como los expone Platn COll toda

    claridad, sus argumentos.

    Si las cosas participan de la Idea, sta habr de encontrarse

    en las cosas o en su totalidad, o por lo menos en alguna de

    sus partes: tertium non

    datur.

    Si lo primero, habr salido to-

    talmente de s misma, v no sed ms en s y para s, lo cual

    pareca ser su elemento' radicalmente. C?:lstitutivo y definit.orio.

    Si lo segundo, la Idea es entonces divisible, co~ lo que pierde

    Sil unidad sustancial, v viene a ser como cualq uicra de las cosas

    del mundo sensible. I~a participacin, en otros trminos, ~s. pre-

    sencia, de cualquier modo, de lo participado en lo partiCipan-

    te

    ( ( . . l 8 E 1 ; L S

    =

    7to.po\Jo-[o.),

    y

    ya

    sea total o slo par~ial, la

    Id~; 1

    habr dejado de ser aq uello cuc es o debe ser, segun la t~ona.

    A estas dificultades intenta Scrates hacer frente recurriendo

    a la comparacin, tan del gusto de Plarn, de la Idea con la

    luz solar, cuyo foco de irradiacin. el sol mismo, contina sien-

    do uno e idntico v sin salir de

    ~

    mismo, no obstante estar

    tambin presente, por la iluminacin

    y

    el calor, en lo.s objetos

    situados en su rea de proyeccin. El sinul es, por CIerto. ex-

    celente, y no se explica uno cmo es que Sciares no se aferra

    a l, sino que deja que Parrunidcs, C011tod.i malicia, se lo rarn-

    bie por el otro, que dice ser equivalente. de un velo que cu-

    briera a numerosas personas. Al asentir Slinates a la supuesta

    equivalencia, est perdido, ya que Pan~lnide, le

    I~(e

    er CIl10

    slo una parte del velo, y 110 todo el, se pps:n;l sobre (ad~

    individuo, con lo que est bien claro que otro unto pasara

    con la participacin cle la Idea, divisible as en p~lrtL', inlini.;as.

    .\ qu absurdos, adems, conducir~ esto de s:lpoIler posible

    la particin de Ideas tales como lo Grande en

    SI

    L : lo 19u:ll en

    s, en las cuales la participacin tendra que ser. ll~rWS:lmt'nt~,

    j) c r uc lia o

    dcsurual

    con respecto a la Forma Doude cstaria

    entonces la eponimia que las cosas deben recibir de la Idea

    por virtud de la participacin?

    En seguida, porque aqu no hay punto de :epo,o, otra tr~-

    menda dificultad, Si atribuimos el mismo predicado a deterrni-

    -------~-------_

    ..

    _-------

    --

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    214

    LA CRISIS l)EL IDEALlS\10 PLATNICO

    nada clase de objetos, es sin duda porque vemos entre ellos

    cierta semejanza, la cual no es desde luego, pues no la percibi-

    mas, la Idea misma, epnirna del predicado comn. Es, por

    tanto, algo intermedio entre la Idea y el objeto; algo que sera

    como la Idea de la semejanza entre ambos. Pero si as es, esta

    nueva Idea tendr a su vez necesidad de otro intermediario

    anlogo,

    y

    ste de otro, y as hasta el infinito. No ser ya una

    -le dice Parrnnides a Scrates- cada una de tus formas, sino

    una multitud infinita. 27

    Es ste el famoso

    y

    conocidsimo argumento del tercer hom-

    bre

    (1 :P~1:0C;

    a. v O P W 7 t O C; ) , del que Aristteles se sirve al impugnar,

    de cuenta propia, la teora de las Ideas. Segn va el argumento,

    entre la Idea del hombre y el hombre concreto habra que

    colocar, como algo intermedio, otra Idea que fuera semejante

    tantu a aquella primera como al individuo real, y que sera,

    por tanto, un tercer trmino o entidad distinta as de la Idea

    suprema como del objeto sensible.

    Sobre esto hay una discusin, interminable como todas las

    de su especie, en cuanto a saber si el argumento del tercer

    hombre lo habra expuesto ya el joven Arsttelcs en el seno

    de la Academia platnica -oralmente, antes de consignarlo por

    escrito, muchos aos despus, en la

    Metaiisica=,

    y si Platn,

    por tanto, no habra hecho sino recoger en el Parmnides, aun-

    que sin tomar el ejemplo del hombre , la objecin de su genial

    discpulo.

    Aunque muchos lo creen as, otros lo tienen por pura fan-

    tasa, corno dice Taylor, fundndose tanto en las fechas respec-

    tivas, hasta donde pueden conjeturarse, del ingreso de Arist-

    teles en la Academia y de composicin del Parmnides, como en

    el hecho concurrente de que Arstteles mismo habla del ter-

    cer hombre como de una etiqueta o sobrenombre que fuera

    habi tual al argumento, es decir, como. algo corriente y familiar

    en la Academia, y no forzosamente -aunque tampoco pueda

    excluirse del todo esta hiptesis- como algo de invencin aris-

    totdic.Cl. Pero adems, y es esto lo ms interesante, Taylor hace

    hincapi en que el argumento aristotlico del tercer hombre

    no supone, ni Aristteles lo dice as, el regressus in injinitum

    que encontramos en el texto correlativo del Parmnides. Se

    ~ 1 132 1 1 : ;w 1 ouzTl ( l } fV hU .

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    216

    LA CRISIS DEL IDEALISMO I'LAT ICO

    cionalidad (Brentano-Husserl), segn la cual todo pensamien-

    to debe forzosamente tener un correlato distinto del pensamien-

    to mismo; por lo menos en la conciencia humana, y dejando

    a salvo, en su lugar nico e incompartible. la v ij cn ; v o -( c n: w ; de

    Aristteles,

    Conclusin formidable

    y

    admonitoria -comenta Sciacca-

    del fundador del idealismo, y que es vlida contra todos los su-

    cesivos idealismos

    lgico-gnoseolgicos

    31

    De esto no hay duda,

    pero nos queda todava la curiosidad de saber por q li razn

    pudo proponer aqu Platn, as haya sido como mera hiptesis,

    una doctrina como la conceptualista, tan disonante con su po-

    sicin habitual del realismo de las Ideas. La explicacin ms

    obvia podra ser la de que quiere simplemente presentar una

    solucin posible, aunque personalmente no la comparta. Segn

    otros, en cambio, Platn habra tratado, en este pasaje, de com-

    pletar o rectificar el pensamiento de su maestro Scrates, cuya

    indagacin filosfica, por lo que sabemos, se habra dirigido

    exclusivamente a los conceptos , y esto apenas en el campo

    de la moralidad. De esta opinin es el mismo Sciacca, quien

    interpreta el texto del

    Parmnides

    como sealando el corte en-

    tre el socratismo y el platonismo, del modo siguiente:

    Esta vez es el

    Scrates

    histrico el que habla, el filsofo que

    descubri el concepto y lo convirti en la l