goldar- sobre el juguete rabioso

21
GOLDAR, Roberto . Proceso a Roberto Arlt. BS.As.: Plus Ultra, 2000 EL ROBO LA COMEDIA DE ROBAR El primer capítulo de El juguete rabioso se llama Los ladrones. Relata la aventura liminar de Silvio Astier, a quien lo inicia un zapatero andaluz. Las primeras deducciones son unos cuantos libros sobre famosos bandidos españoles, amigos de los pobres y terror de los poderosos, que el muchacho fantasea imitar. Son ensoñaciones, pura imaginación adolescente, una operación —si se quiere— para incluir en la categoría de los actos poéticos. Astier y su bandita persiguen lo imposible, se evaden de la realidad desrealizándola. Son ladrones quiméricos, indigestados de literatura (“Yo ya había leído los cuarenta y tantos tomos que el vizconde Ponson du Terrail escribiera acerca del admirable Rocambole”) y postulan la inmortalidad. Robar es bello y para hacerlo fundan un club que, para iniciarse, comienza la carrera ‘desvalijando casas deshabitadas”. Los ritos secretos del oficio, los planes, la urgencia de esas apropiaciones desesperadas, el goce de apoderarse de cosas ajenas verificando violencias, intimidaciones y la ejecución de desórdenes, parece perfeccionar a los actores, y los integrantes de “Los Caballeros de la Media Noche” se sienten singulares aristócratas, como las tías de los Irzubeta —una familia pobrísima, en el fondo de cuya casa se reúne la pandilla—, que evocan “añejos esplendores” y caídos títulos de nobleza. Es posible que sean patrañas; pero los chicos lectores de aventuras que representan la comedia de convertirse en ladrones, una vez configurados los primero delitos pasarán, socialmente a representar otra: la de ser propietarios. Son poseedores de bienes por acciones prohibidas y el goce que detentan sobre los objetos robados nunca será verdadero. Los placeres de los ladrones son ficticios; así, el paso de los libros al delito, la trayectoria que va de la comedia de ladrón a la ficción de propietario permite develar otra vez a la comedia estructurando la narrativa de Roberto Arlt. En Silvio y sus compinches el robo es un juego de la imaginación. Roban “con la presteza de los transformistas en las tablas”; en los comercios “engatusan” a los empleados y cuando dan un golpe considerable esperan las tardes de lluvia, pasean en automóvil y “se imaginan” que viven en París o en la brumosa Londres: “sueñan en silencio , Lucio —un participante de la banda que luego se hará policía-.- informa de novedades a sus compañeros “mirando de través y moviendo los brazos a semejanza de ciertos artistas de cinematógrafo”. El club es una comunidad delincuente que anticipa la Sociedad Revolucionaria de Los siete

Upload: roxana-roda

Post on 09-Jul-2016

6 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Goldar

TRANSCRIPT

Page 1: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

GOLDAR, Roberto . Proceso a Roberto Arlt. BS.As.: Plus Ultra, 2000

EL ROBOLA COMEDIA DE ROBAR

El primer capítulo de El juguete rabioso se llama Los ladrones. Relata la aventura liminar de Silvio Astier, a quien lo inicia un zapatero andaluz. Las primeras deducciones son unos cuantos libros sobre famosos bandidos españoles, amigos de los pobres y terror de los poderosos, que el muchacho fantasea imitar. Son ensoñaciones, pura imaginación adolescente, una operación —si se quiere— para incluir en la categoría de los actos poéticos. Astier y su bandita persiguen lo imposible, se evaden de la realidad desrealizándola. Son ladrones quiméricos, indigestados de literatura (“Yo ya había leído los cuarenta y tantos tomos que el vizconde Ponson du Terrail escribiera acerca del admirable Rocambole”) y postulan la inmortalidad. Robar es bello y para hacerlo fundan un club que, para iniciarse, comienza la carrera ‘desvalijando casas deshabitadas”. Los ritos secretos del oficio, los planes, la urgencia de esas apropiaciones desesperadas, el goce de apoderarse de cosas ajenas verificando violencias, intimidaciones y la ejecución de desórdenes, parece perfeccionar a los actores, y los integrantes de “Los Caballeros de la Media Noche” se sienten singulares aristócratas, como las tías de los Irzubeta —una familia pobrísima, en el fondo de cuya casa se reúne la pandilla—, que evocan “añejos esplendores” y caídos títulos de nobleza. Es posible que sean patrañas; pero los chicos lectores de aventuras que representan la comedia de convertirse en ladrones, una vez configurados los primero delitos pasarán, socialmente a representar otra: la de ser propietarios. Son poseedores de bienes por acciones prohibidas y el goce que detentan sobre los objetos robados nunca será verdadero. Los placeres de los ladrones son ficticios; así, el paso de los libros al delito, la trayectoria que va de la comedia de ladrón a la ficción de propietario permite develar otra vez a la comedia estructurando la narrativa de Roberto Arlt. En Silvio y sus compinches el robo es un juego de la imaginación.

Roban “con la presteza de los transformistas en las tablas”; en los comercios “engatusan” a los empleados y cuando dan un golpe considerable esperan las tardes de lluvia, pasean en automóvil y “se imaginan” que viven en París o en la brumosa Londres: “sueñan en silencio , Lucio —un participante de la banda que luego se hará policía-.- informa de novedades a sus compañeros “mirando de través y moviendo los brazos a semejanza de ciertos artistas de cinematógrafo”. El club es una comunidad delincuente que anticipa la Sociedad Revolucionaria de Los siete locos: lleva un diario de sesiones donde se apuntan las propuestas criminales, se distribuyen cargos de “falsificador” y “químico oficial” y se adopta un sello con “el emocionante espectáculo de un corazón perforado por tres puñales”. Es una infatuación de adolescentes, un juego, el recuerdo de historias rocambolescas. Los conjurados son chiquilines “lívidos de tanto masturbarse”, inconscientes y soberbios, y una analogía estricta con la futura sociedad del Astrólogo sería una remisión injusta, aunque “Los caballeros” también se propongan “envenenar las balas con ácido prúsico”, “aterrorizar a la cana” y mandar a los jueces “bombas por correo”.

En principio, “Los caballeros” robarán con inocencia, sin remordimientos ni vergüenza. Asaltarán para experimentarse, aunque son pobres y habitan la clase media indigente. El vértigo del robo es utilizado para sorprenderse, para tensionar la sordidez de la vida hacia más allá de lo verdadero y también para consumir aquello que la Sociedad Poseedora les prohíbe y, en consecuencia, reproducir el acto capital de poseer en la sociedad de propietarios. De este modo se sentirán menos desplazados y una práctica irreal y destructiva los íntegra a la comunidad. Pero el proyecto de los ladrones jóvenes fracasa: la operación delictiva los significa en la irrealidad, no los hace propietarios y solamente los sacia de imaginación. “Así conversábamos en torno de la mesa del café, sombríos y gozosos de nuestra impunidad ante la gente, la gente que no sabía que éramos ladrones, y un espanto delicioso nos apretaba el corazón al pensar con qué ojos nos mirarían las nuevas doncellas que pasaban, si supieran que

Page 2: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

nosotros, tan atildados y jóvenes, éramos ladrones.. ¡ladrones ¡”. Y el sexo adolescente está ahí, ocupándolo todo. Los robos y el goce se desvanecen y los ritos de la sociedad delincuente se contunden con las noches solitarias de Silvio, robando imágenes de mujeres perturbadoras cuando se masturba en la buhardilla de la `ladronera’ de Don Gaetano. El robo y el onanismo son el mal sueño del protagonista. Representan su comedia de la posesión, la irrealidad, la magia de dos actos condenados por la Moral, pues deben ser realizados en secreto.

EL DINERO“Le entregaba dinero a la prostituta, y sin haberla usado, huía hacia otro infierno a gastar

el dinero que no le pertenecía”. El ladrón padece de remordimientos súbitos pero al mismo tiempo comprende que el dinero puede conquistarlo todo. No le pertenece pero es esa simple posesión la que hace de Erdosain, el desdichado, otro individuo, ahora poseedor. El protagonista pasa de miserable a un ser que puede comprar y sus facultades serán, con exactitud, su dinero. Pero todo es excesivamente tortuoso. En cambio, donde el dinero enseñorea su poderío sin ningún tipo de preocupaciones es en el universo de la novela. Hace estornudar de emoción a un negro que observa en un café a los rufianes que se lo reparten; su posesión, proveniente del robo, obliga a Remo Erdosain a gastarlo de manera frenética, sin que se le ocurra que con esos pesos “se podría comprar botines” y es su carencia la que lo hace ladrón, y será en razón de su poder enajenante que se establece financiar la Sociedad Revolucionaria con la renta de los prostíbulos y la extorsión de Barsut. Así, la tentación de la plata despierta los alardes ingeniosos de Ergueta para maquinar la martingala; su poder desintegrador de la personalidad convierte a Erdosain en un humillado, a Astier en un traidor, a La Coja en chantajista y a Haffner en rufián: “Plata en mano, culo en tierra”. Y cuando no se tiene, su demanda se transparenta en visiones, en delirios. Remo camina por un barrio rico y se imagina que “desde la mirilla de la persiana de un palacio lo está mirando con gemelos de teatro cierto millonario melancólico y taciturno” que lo invitará a pasar y le ofrecerá dinero para continuar sus inventos. En la vida de los personajes principales el dinero será el equivalente de lo irreal (“un gozoso ensueño”), un ser sin objeto, una demanda inefectiva basada en la necesidad, en las pasiones y deseos. El dinero —demuestra Arlt— es el poder universal, el que transforma las ilusiones en realidad y la realidad en meras ilusiones. El dinero son las representaciones abstractas que bloquean a los protagonistas (a Erdosain, desde la Luna, ‘una millonaria’ le tiraría besos; el Astrólogo, por su parte, asegura que “hace falta oro para atrapar la conciencia de los hombres”, y para Silvio el dinero es el centro de sus angustias y de sus imposibilidades.” ¡No me hable de dinero, mamá, por favor!”). El dinero es el desvarío de los protagonistas, el espacio de la irrealidad.

“SABÍA QUE ERA UN LADRÓN”“Avizorábamos continuamente las cosas ajenas”. A Silvio, el ladrón, le está prohibida la

posesión material de las cosas, y su aventura será un largo esfuerzo para destruir aquello que no puede tener, o para construirse una ilusión de un doble imaginario, que será el único que pueda poseer. “En las manos teníamos una prontitud fabulosa...”. Como en la Sociedad Propietaria el ser se define por el acto de poseer, Silvio quiere poseer para ser alguien. La clase media, a la que pertenece, debe ser poseedora o el descenso social es inevitable.. Pero los modos de apropiación legales le son negados: nada podrá comprar ni recibir herencia. Le quedará el trabajo, el estudio o su talento. En las tres tentativas fracasa, e insiste en robar porque le han enseñado a respetar la propiedad. Sabe que en la sociedad el ser y el tener no pueden disociarse. Y el “golpe” que prepara con el Rengo es para darse una vida de “bacanes” y “salir de la pobreza”.

La peripecia es demasiado costosa. “Éramos ladrones!”. Se descubre que es ladrón y esas niñas, por consiguiente, también podrían descubrirlo. Entonces se declara culpable: recuerda cínicamente que ha decidido robar y está anonadado. “¡Éramos ladrones!”: está irreconocible. Ha emprendido una acción irreflexiva, secreta, silenciosa, íntima. No duda de que robar es un

Page 3: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

crimen y desde ese momento sus dieciséis años destierran a la infancia, lo separan de la solidaridad familiar, lo aíslan y se reconoce avergonzado, infecto. “El aprendizaje de ratero tiene esta ventaja: darle sangre fría a uno, que es lo más necesario para el oficio”. Hay soberbia y cinismo, también indiferencia y, todavía, audacia para discutir los valores y principios de la moral pública. Cuando la banda dispone despojar “nada menos” que la biblioteca de una escuela, es un asalto a la Civilización. Pero al relato lo domina ese tono de pobreza confesional, de maldición ontológica, de insulto a sí mismo que el protagonista en primera persona no desea ocultar de la novela. Es verdad que los muchachos están “jubilosos de abochornar el peligro a bofetadas de coraje”, pero todo es una bravuconada, un miedo que se disfraza frente a la Moral que los condena, Moral, por otra parte, que se ha inculcado tan profundamente en el alma de esos ladrones que ha establecido en cada uno de ellos a un gendarme que los persigue y acusa. Son ellos quienes han cometido el delito y serán los que se lo reprocharán más severamente. La rebeldía adolescente es un mito, triunfarán los adultos que van parejos con el Orden, y la pena por haber robado será una reprobación para que Astier no cambie nunca, para que arrastre su pecado original y, suceda lo que sucediere, haga lo que hiciere, cualquiera sea la salida que imagine deberá aceptar su identidad de ladrón descubierto, de enjuiciable y, finalmente, de traidor.

Observa Juan Carlos Ghiano que el primer acto de Los siete locos es un juicio. Remo en la gerencia de la Compañía Azucarera acusado de defraudación: “Tenemos la denuncia —le dicen— de que usted es un estafador, que nos ha robado seiscientos pesos”. El director, el contador y el subgerente lo miran, detienen la vista “en su corbata deshilachada” y de esta forma recibe la primera humillación de la novela. Erdosain, por ser ladrón, debe sentirse culpable y humillado. Desde la inculpación se conoce como alguien que puede ser “mirado” porque no es como los otros. Este distintivo particular del personaje lo excluye de cualquier reciprocidad, de toda solidaridad y convivencia. La denuncia lo pone en soledad, lo hace consciente (“ Sabía que era un ladrón”) y desde ese momento —y aun antes— Remo sabrá que todos los otros, cualesquiera sean las diferencias que los separan, se reconocen semejantes en que no son ladrones y que tienen, en consecuencia, el derecho indiscutible de señalarlo con “ojos escrutadores” y “miradas implacables”. Cada uno de ellos puede leer en los ojos de su vecino el desprecio que inspira Erdosain: “Permaneció allí tristemente de pie mirándolos a los tres”; y los Otros, convertidos en tribunal, constituyen la unánime conciencia de la Opinión Pública que lo maldice, lo humilla y lo juzga. Se han echado contra él; Erdosain ha hecho la opinión contra sí mismo.

“Se vio obligado a robar porque ganaba un mensual exiguo” y lo que más lo espantó es que “no se revelara en su semblante que era un ladrón”. Se siente previsible para los demás pero no para él mismo; se teme, se espera como si fuese otro. Se vigila, se acecha: “no se revela en su semblante , etcétera. Sus robos se convierten en justificaciones, en acontecimientos exteriores que sufre impotente y de los que, no obstante, es responsable. Dice el narrador que “cuando defraudó los primeros veinte pesos se asombró de la facilidad con que se podía hacer ‘eso’“. Se espía, como si el acto de robar fuese un instrumento extraño que lo doblega; se entrega, alguien está en él que lo posee y en este dudoso combate (“deliberadamente se iba enlodando ) ser él mismo equivale a ser otro distinto, y ya después de transmutarse en ladrón ni siquiera se cree. Remo se desconfía, un porvenir extraño lo ridiculiza y la Fatalidad se sitúa en su práctica, en su origen.

Aún más. Tiempo después, en la noche junto a La Coja, recordará “cuán exacto era su presentimiento de inminente caída, cundo aún no había pensado en defraudar a la Azucarera, pero ya buscaba en los parajes siniestros una imagen de su posible personalidad”. Está poseído, no puede lidiar contra el Mal que está en él.- Expresa atontamiento, temor, ira, vergüenza. Remo ha elegido o peor porque no podía elegir otra cosa. Su vida de ladrón estaba trazada antes de robar. Y porque no puede eludir a la fatalidad hará de la fatalidad su imposibilidad de vivir y entonces pretexta, argumenta, quiere al destino que le está reservado, trata de comprender su desdicha y vivir el Mal hasta la paradoja, porque ya no puede volverse

Page 4: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

atrás: “Es cuestión de tener voluntad de hacerlo y nada más”. Se ha convertido, ha decidido ser lo que es, lo que era, y se proyecta para el porvenir. Se apodera de él la maldición que viene desde el fondo de su pasado, de su familia, el padre atroz, el matrimonio miserable.

Remo Erdosain es un ladrón porque ha sido acusado. Ha sido nombrado “ladrón” y él se repite esa palabra mágica que resuena con todos los remordimientos. La palabra con gusto a delito, la palabra que lo sigue como un predicado permanente, la palabra obsesiva que contiene su alma, que lo significa, que lo nombra, que une a Ser y Ladrón en una misma cosa. “Aún yo no era ladrón”: Remo quiere perdonarse, invertir el tiempo, evitar que esa palabra estalle. Quiere decir que antes hubo un tiempo (un paraíso perdido) en que no era ladrón y no era desdichado. Pero su aventura consiste precisamente en lo que es. Miente, está abrumado, no hace más que padecer. Erdosain, el ladrón, no comprende nada de lo que le sucede. Se vuelve para buscar su inocencia y no encuentra a nadie.

Por otra parte, en las novelas a acción de robar va unida a las expresiones sociales más descalificadas. Son ladrones los comerciantes del Mercado del Plata; los feriantes, fregonas, sirvientas, pescaderos y mondongueras que siguen a Silvio en la feria de Flores y en los comercios donde corretea papel de envolver. Los tenderos son “bribones” — dice el narrador— “empeñados en robarse”. Don Gaetano es un “napolitano ladrón”, “un estafador”, según cuenta su mujer. También lo son El Rengo, por definición, y porque “tiene pinta de chorro”, Lucio, el ex ladrón “regenerado” y luego policía, y toda la caterva de integrantes de la Sociedad Secreta en Los siete locos que practican el hurto como delito conexo, los malandrines de café y los contertulios del “Ambos Mundos” en Las fieras. El robo es una predisposición profesional de los arquetipos arltianos, un hecho bruto, una herencia viciosa convertida en imperativo. Es un martirio para cada uno, una ética negra generalizada. Arlt descubre sus penurias pero al mismo tiempo la coacciona con el Bien, con la Moral. Silvio y los feriantes. Remo y los tenderos, son unidos y señalados desde la otra vereda, desde la moral desgastada de los propietarios. Son ladrones y no tienen valores: están perpetuados, deberán sucumbir y a decisión de robar los matará como un cáncer.

LA TRAICIÓNEL ADOLESCENTE Y LOS ADULTOS

Está destinado a traicionar. Antes de que ni siquiera haya soñado con hacerlo, los personajes que rodean su infancia, los que van viéndolo tropezar y caer, y el lector, perciben a Silvio prefigurado: merece desconfianza, es resentido, sádico, ha intentado suicidarse, todo le va mal. También, entonces, será capaz de venderse y provocar indignación. Perteneció a comunidades que se degradan: su familia, los amigos del barrio, las relaciones laborales; a proyectos que se desintegran: la ilusión científica en la Escuela de Aviación, el “invento”. Los planes se pulverizan; la Sociedad de los Adultos y de los Honestos, a medida que le exige imperiosamente la integración al mundo ordenado y al tiempo que pone en evidencia las imposibilidades de Silvio para hacerlo, lo excluye. Astier siente esa marginación como una enfermedad de su persona y, en verdad, está enfermo. Al separarlo, la Sociedad lo va consagrando ilícito; luego, de él puede esperarse cualquier cosa y Astier, por no poder integrarse, se consumará en traidor. La traición es la desintegración que se hace a sí mismo, a ejecución de un crimen irreparable y reflexivo que sintetiza el fracaso de su vida. La traición lo segregará para siempre del resto; el mundo novelesco, a Sociedad, los lectores, la historia de la literatura argentina no podrán perdonarle el ejercicio de este Mal mayor. Porque la traición es un tabú y el violador, al robar secretos, genera horror y convierte a los Otros en sus enemigos. Después de todo, Astier coincide con los demás por lo menos en un punto: se pone de acuerdo con la opinión que se tiene de él. No quiere huir ni llorar ni enloquecer. Eso sí, experimentará la muerte de no coincidir consigo mismo.

¿Desde cuándo está muerto? Porque conviene recordar los actos que revelan su voluntad de vivir. No podrá soportar la vida pero hay misericordia cuando la policía persigue a Enrique,

Page 5: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

su amigo, y Silvio lo cobija entre sus brazos (“su cuerpo temeroso espantado contra mí”) aunque unos minutos antes, en el robo de la escuela, está dispuesto a “enfriar” sin piedad a un borracho que se les entromete. Y hay otra solidaridad misericordiosa, más adelante, un atisbo de no hacer irremediablemente el Mal, un acto significativo de vivir contra la muerte, al preguntarse, después de oír la confesión del homosexual: “Quién era ese pobre ser humano..?”, y levantarse para acariciarle la frente. Son dos ejemplos y son pocos. En la vida de Silvio Astier, en cambio, la traición aparece como demostración obligatoria y se le anticipa, lo persigue, lo marca, como si la voluntad de los otros protagonistas actuase por él o en él y los hechos traidores empujaran los indicios e indicaran el centro al que debe seguir para que las voluntades traicioneras coincidan con la suya. Será fácil, pues, traicionar cuando se pertenece a una comunidad de traidores. Varios acontecimientos premeditados lo anuncian: Silvio cuenta que el Capitán Márquez, con quien charla sobre balística, “tenía la misericordia” de escucharlo. Pero cuatro días después lo echan de la Escuela, lo reemplazan por otro, porque el Capitán tiene un “recomendado”. Y si en el casino de oficiales lo escuchan, le hacen preguntas y hasta le ofrecen un vermouth, es porque Silvio volvió a soñar despierto. Lo han engatusado, se burlaron de él. Un capítulo, el IV, el final, se titula “Judas Iscariote”. La libertad del narrador ha encadenado al personaje y lo designa con el nombre y apellido más fiel a la abyección. En la primera escena un agente de investigaciones, Lucio, ex ladrón que integró la pandilla adolescente, le hace a Astier “preguntas insidiosas”. Sería capaz de delatarlo. Por boca de él se entera de que Enrique, a quien ha dejado de ver por unos años, ahora está en la cárcel por “estafador”. Sus dos ex amigos son un policía y un fraudulento y el signo de la traición se reitera, porque uno es delator profesional y el otro un ladrón de confianza. Y la peor sospecha —la de ser traidor— también le alcanza al futuro traicionado, como si el acto sencillamente innoble que se está por perpetrar atenuara su vileza en el supuesto de que la víctima escogida detentase alguna reciprocidad: “El Rengo —se asegura— (es) un pícaro habilísimo, del cual se (puede) esperar... cualquier trastada”.

LA PAREJA LUMPENSilvio y el Rengo forman una pareja traidora. Son una asociación injusta, una seudo-

comunidad, una precaria yuxtaposición de desamparados ligados por el azar y que inmediatamente se deshace. Ningún orgullo puede unirlos; son ladrones y traidores, el único vínculo que establecen para conocerse y detestarse es la desconfianza. Del Rengo a Silvio: “Decíme, che Rubio, ¿sos de confianza o no sos?”, pregunta que Astier responde: “Mirá Rengo, desde ya te advierto que sé guardar secretos. No pregunto ni tampoco digo”. Es un característico diálogo de traidores y, por qué no, una realización imaginaria, una comedia, ya que los dos se hacen una jugada sucia, se sienten extraños y en cada uno, al mentir y sospechar, existe la voluntad secreta de sentirse rechazado. Cuando Silvio recibe por el Rengo la noticia del robo que se planea lo hace con aparente indiferencia, con “esa frialdad que proviene de haber descubierto un secreto”. Silvio y el Rengo constituyen una pareja, decíamos, pero es una pareja alienada, sin posibilidades ni solidaridad. Son un par de ladrones condenados a vivir la imposibilidad de vivir, una pareja fracasada. A Silvio le tocará ser el duro, el amo de la situación; al Rengo, la parte de la pasividad. Pero los dos están solos; si se resignan a tolerarse es porque no hay entre ellos el mínimo de camaradería. El Rengo al confesar su propósito a Silvio, parecerá, a primera vista, que hace un acto de generosidad y confianza pero lo único real es que necesita del muchacho para robar. Lo ha elegido porque es “muy científico y, al entregarle su secreto, el Rengo se ablanda, se vende a Silvio, le muestra el juego y desde ese momento no cesa de pertenecerle. Cuando el secreto se devela la relación se hace de vasallaje, sin reciprocidad, apenas cómplice. El Rengo descubre su debilidad y su pobreza, no controla la situación: “Me miró con dureza —relata Astier—, después una alegría le desnudó el semblante y en su rostro de gavilán se dilató una gran bondad”. El patotero se ha entregado. El lumpen y ladrón propuso una sociedad para el crimen absolutamente imposible y será traicionado por haber sido el blando de la pareja, la víctima consagrada para humillar —

Page 6: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

según la escala de humillación de a narrativa arltiana— y socialmente, por ser el más impedido, el más marginal.

¿Silvio busca trascender haciéndose traidor o recurre a la delación para escapar de otro delito, el robo, porque quiere dejar de ser ladrón y así “regenerarse”? Nadie duda de que la traición es un acto esencialmente malo; pero, ¿qué es peor para Astier —en la circunstancia de desintegración en que se encuentra—: seguir robando para convertirse en profesional o delatar al Rengo, por horrible que sea, con el objeto de esquivar ese estigma social del que no puede librarse y que lo tienta desde la primera adolescencia? ¿Qué es más grave, desde el punto de vista de la Norma Social y Penal que prohíbe robar y no prohíbe delatar para evitar robar? ¿Acaso Silvio —y aquí la coherencia de su personaje— no opte por el “mal menor” y se dispone a ejecutar algo (irreparable, por supuesto) que según su ideología le permita no marginarse del todo, no echarse la policía encima, y así reacomodarse en la gradación de valores comunes a su estatus social de clase media aterrorizada ante la perspectiva de lumpenizarse?

Esta es sólo una hipótesis de la lectura; aunque para evitar equívocos, conviene adelantar que Silvio Astier no es Remo Erdosain. Este sí quiere “ser a través de un crimen”. Silvio es un adolescente degradándose; Erdosain, un hombre terminado. A Silvio todavía pueden surgirle sorpresas y alguna que otra “alegría de vivir”. Y cuidado con forzar los hechos y pensar que Astier es la juventud de Erdosain. Sería confundir las novelas con la biología. Además la traición de Silvio es un acto sórdido, sin efectos espectaculares, un ejercicio que se desarrolla como una reserva que progresa hacia la plena conciencia en el Mal. En cambio, el crimen de Erdosain es fastuoso: los antecedentes, el balazo, la sangre, la noche. El asesinato, por ser un delito más severamente castigado, necesita de una pompa trágica.

“Me incorporé bruscamente de la silla, fingiendo estar poseído por el entusiasmo”. Cuando el Rengó le revela la idea del delito Silvio, en principio, simula no creer pero enseguida adula, miente, se muestra cauto en preparación del golpe. El Rengo es también sumamente precavido. En la traición que se desarrollará, en ese mundo de rateros, la escena no es más que un juego de apariencias y, sobre todo, de convenciones. ¿Quién podrá opinar que la secuencia de estos embaucadores que figuran seriedad no es sino una empresa absurda, un gesto de comediantes? El lector que la lee; porque sin lector los mentirosos Silvio y El Rengo desaparecerían. Actúan para él y al mismo tiempo, el espectador depende de ellos. En este caso, como en tantos, y de ahí el poder seductor de la traición (y de la literatura) o, mejor, de la comedia como forma de traición, el acto de degradado que propicia Astier es de tal modo fascinante que si no se realiza sería capaz de reducir al público que lo espera a no ser sino sombras, a no existir sino por un muchacho traidor. “Te felicito por la precaución —le dice el Rengo— y la novela vuelve a su lugar.

¿Qué significa cometer la traición? Silvio lo sabe porque interioriza la conciencia antidelatora de la Sociedad; hacerlo es un escándalo, un escándalo mudo si se quiere, una degradación en soledad, un acto de libertad pura para que el Yo maldito se confirme y se evoque.

“Quién soy, entonces?”, se pregunta Silvio. Si traiciona deja de existir para sí mismo, será la opinión que el mundo tendrá de él, pasará ser un sujeto trastornado en cosa, un suicida moral. Ahora los dos están conversando sobre el plan en un cafetín astroso; Astier ya ha maquinado la delación, no ha hecho más que mentir y fingir y de pronto se siente inmensamente triste, juzga lo que va a hacer con el Rengo, lo que hará consigo mismo y el narrador recompone esta situación ambigua con estas palabras: “Del cielo celeste descendía una alegría que se filtraba en tristeza dentro de mi alma culpable”. ¿En qué quedamos? ¿Alegre o triste? ¿Se puede ser a un tiempo alegre y culpable, suicida y alegre, morir para los demás y para él y proclamarse contento? “Y seré hermoso como Judas Iscariote ; “la angustia abrirá a mis ojos grandes horizontes espirituales , para añadir: “mi perversidad encontraba interesante la infamia”, y concretamente: “este negocio puede resultar provechoso”. ¿Cómo explicar a este canalla feliz, a este gracioso traidor? Si el Mal es el desorden absoluto y la nada,

Page 7: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

su única posi. bilidad de existencia es que se lo desee ilimitado. Al malvado Astier traición le inspira horror, sabe que le hará el daño más grande, pero necesita que su acción sea deliberada. Debe sufrirla con una pasión extraordinaria y por eso las contradicciones de su conciencia pueden parecer explicables, cómicas, como si el narrador, a su vez, se pusiera mentiroso y quisiese despertar en el lector toda la desconfianza. La ambigüedad de este culpable feliz es el deseo de sufrir que no puede reprimirse. El quiere ser traidor igual que antes usó las fechorías del robo, como recurso para imaginar (para soñar, para inventarse) acciones detestables que le permitan conquistar ese lugar de malo que ha elegido en medio de la sociedad que lo rechaza. La traición es su nuevo descubrimiento genial, su bombarda, su juguete rabioso, su estética falsa para progresar y adiestrarse y vencer la resistencia que le impone el mundo ordenado del Bien. Astier descuartiza su voluntad; y para ello debe poner “alegría” en la voluntad de sufrir. Debe endurecerse y para aumentar el dolor de la traición y el desprecio a sí mismo, aumentar el suplicio. Un culpable alegre, entonces, con la condición de que lleve las cosas al extremo y experimente, por su infamia, libertad: “Y seré hermoso como Judas Iscariote”.

Silvio y el Rengo componen una unidad de pesadilla, una apariencia que se derrumba en cuanto se la toca. Esta sociedad de ladrones es una comunidad extraña, hipócrita, pensada para engañarse mejor. “Toda la tarde caminamos al azar, perdiendo el pensamiento por desiguales ideas”. A Silvio lo atrapa el deseo de diferenciarse. Reanuda el disimulo, trata de poner la mayor distancia frente al compañero. En este sentido la precaria asociación delictiva del Rengo y Astier se asemeje a la empresa revolucionaria urdida por el Astrólogo: ésta también será un pacto ausente de unidad, una apariencia, y el Astrólogo será un fantasma que mandará a otros fantasmas que no le obedecerán, que querrán traicionarle, y a los que él traicionará.

CLASE MEDIA Y DEGRADACIÓNEl juguete rabioso es una novela social. El tema dominante es la marginalidad, porque sus

personajes, las situaciones, la peripecia de Silvio —ladrón, traidor, humillado, hipócrita— manifiesta algunas conductas típicas de los marginales. Con razón la izquierda de los años veinte no entendió la novela y la Editorial Claridad, vocero del pensamiento izquierdista, rechazó el manuscrito y se negó a publicarla. Acontece que la izquierda tradicional concebía como “social” solamente aquello que refiriese, en la trasposición de la obra literaria, a los agentes directos o indirectos de la producción capitalista, el proletariado o la burguesía, reivindicando la toma de conciencia. Esta izquierda ingenua no se había detenido en las consecuencias de la acumulación capitalista, estructura que genera ocupación y plusvalía y, a la vez, numerosos desocupados, marginales, el “ejército industrial de reserva” que el sistema no incorpora al proceso productivo y desecha. El juguete rabioso es la novela de los efectos “del aspecto sucio de la acumulación primitiva de capital”, como escribía Marx. En las primeras décadas del siglo, en el país con escasas industrias, el trasplante de muchedumbres a Buenos Aires en busca de trabajo y el desasosiego por su falta producen el malevaje, el “lumpen”, que deberá delinquir para su supervivencia. En este contexto histórico de delito y mala vida se desarrolla la historia degradada del muchacho de clase media Silvio Astier y por eso los personajes de la novela no son obreros heroicos ni burgueses malditos sino seres decepcionantes, perdedores inexorables, antihéroes.

Astier, al intentar una posición frente al mundo ordenado de las personas mayores, fracasa y, si se quiere, exagera el fracaso, se condena. Queda separado pero ha adquirido una conciencia de sí mismo, la que representa su deseo de reconquistar esa posición. Pero Silvio no cuenta con los medios para hacerlo, para imponer un cambio en su situación, para mantener un estatus equilibrado de clase media. La historia de Silvio Astier es, ni más ni menos, la lucha por un estatuto y a esa historia no se le puede pedir, porque no entra en el horizonte visual del protagonista, una postura revolucionaria tendiente a invertir el orden existente. Astier no concibe otro distinto que éste; más aun, sólo piensa en modelar ese complejo instrumental

Page 8: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

que utiliza —los recursos que van del robo al invento; de la traición al ingeniero que le ofrece trabajo como pago por haber traicionado— para permitirse reclamar un sitio que no quiere perder, su integración a la Sociedad que de él reniega. De ahí que su acción concreta es la falta de rebeldía, y los valores, las costumbres y la cultura que Silvio admira son precisamente los de la casta privilegiada de los propietarios “honestos” que él envidia y si se humilla, sufre se degrada, intenta suicidarse y traiciona, es porque en la búsqueda de ese estatuto social al que quiere pertenecer sigue pensándose a sí mismo de acuerdo con los conceptos y las pautas de sus perseguidores, los ‘caballeros’ como el Ingeniero, que lo desprecia. En realidad, Silvio es un separado porque lo han separado. Está excluido de la estabilidad pequeñoburguesa como si fuera un intocable, y esa situación de hecho, ineficaz y solitaria, describirá la inercia del personaje, su dignidad de proscripto, su soledad, el límite histórico que, aunque lo desee, no podrá traspasar. Silvio Astier, por una condición original de destino, clase o nacimiento, debe detentar su marginalidad como una injusticia mágica, como si perteneciese a una raza inferior. Por eso su- impotencia irascible, la rebelión pasiva, él individualismo. La dignidad que lo sostiene se reduce a la realización de sus empresas perversas.

En una cancha de bochas (“Aquél era un lugar sombrío, propicio para elaborar ideas feroces”) Astier resuelve vender al Rengo. El sitio escogido es, esencialmente, un contrapunto social. Silvio, “científico”, de clase media y “Rubio”, es la antinomia cultural de los tipos que están ahí, bebiendo y matando el tiempo. El lugar lo condiciona; allí le viene la idea: “¿Y si lo delatara?” Astier contempla a su compinche en el contorno social que le corresponde y él, a su vez, se excluye de él. Es un observador de sus propios perseguidores, un espía de la clase poseedora que lo excluye, un voluntario de sus enemigos. Toma toda la conciencia posible de lo repugnante que le resulta el Rengo; lo aborrece y lo ve de lleno, en su realidad de prototipo lumpen, sin el pintoresquismo de la feria ni las argucias de arquetipo: “Con la barbilla en el pecho y el sombrero echado encima de la frente, el Rengo se había dormido. Un rayo de sol e caía sobre una pierna, con el pantalón manchado de grasa”. Es un atorrante: “Entonces un gran desprecio me envaró el espíritu...”.

Aunque la sociedad ladrona esté así constituida, entre los malvados, decíamos, no hay solidaridad posible. A Silvio le repugna ese compañero porque es su compañía en la degradación. Luego la banda delincuente nunca existió, nada se unió entre ellos, ni siquiera sus soledades. Ambos se aborrecen de igual modo que la justicia que los condena, pero si la traición los ronda, no piensan en traicionar juntos. Silvio será el traidor porque desprecia más, porque odia más la situación, porque la novela nos ha contado que está más solo. El encarnizamiento hacia el Rengo que Astier desenvuelve en el monólogo interior (“ ... y a vos te hundo... te degüello.., te mando al brodo…” ) es la disolución de ese cónclave absurdo y, también, lo más parecido al veredicto que la Sociedad de los Honestos sentenció contra el muchacho. Silvio es ahora el Fiscal en la comunidad negra y por el acto soberbio de juzgar se siente satisfecho (“... ¡ah! es linda la vida, Rengo... y yo a vos te hundo…” ), porque al hacerlo se excluye él mismo del mundo criminal. De este modo, el Fiscal apela otra vez: quiere de nuevo recuperar su ser conseguir su salvación, que será, como siempre, rechazada. “Te degüello” —le promete el Fiscal al Reo, pero la sentencia para eliminarlo se revertirá contra el acusador, entregador y cómplice, y lo hundirá verticalmente.

Astier, decíamos, ve las cosas a través de dos Culturas, de dos mundos. Al practicar los daños y los robos traiciona a la clase media; y en el seno de la comunidad negra, entrega al compañero. Parece que siempre actúa como uno distinto de sí, como si se traicionase a sí mismo y fuese simultáneamente Otro. Silvio está desintegrado, no se pertenece; si se quiere, está loco. Pero su condición social actuó imperativamente. Silvio, en última instancia, sólo será el traidor de la sociedad de ladrones. Pese a que las personas honradas lo han excluido —o precisamente por eso— Astier delatará en exclusivo beneficio de ellas. El carácter “social” de la traición es nítido: es el desprecio que se siente por el atorrante, el rencor de la clase media hacia la cultura del lumpen (“Te mando al brodo a vos.., sí, a vos.., que sos ‘pierna’.., que sos ‘rana’…” ) y el horror por hacer un traspié, deteriorarse y perderse en la marginalidad. Cuándo

Page 9: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

se produce la catástrofe? ¿En qué instante la idea de la traición se abre al universo entero, se convierte en ocasión, se hace vertiginosa? ¿En qué circunstancia Silvio tiene a la traición como posibilidad única? La traición ya está, como un acto completamente hecho, la tarde anterior al robo, en el contraste que ofrecen los pensamientos “desiguales” de los caminantes ladrones, en la voluntad de provocar ese acto innoble que viene de lejos. Cada gesto —Silvio comienza a “hablar precipitadamente, sin ton ni son”— enriquece, prepara, coima y expresa perfectamente su crisis originaria y lo precipita a la caída. “El Rengo escuchaba abstraído , y el hecho (la conciencia plena del acto) estalla de evidencia porque ningún otro es posible.

“De pronto una idea sutil se bifurcó en mi espíritu, yo la sentí avanzar en la entraña cálida, era fría como un hilo de agua y me tocó el corazón.—Y si lo delatara?”

Ahora todo parece sencillo. La traición posee esa impresión de “ya vista”, de algo que se prevé, que se espera, se sabe, se quiere. Silvio la reconoce como una fatalidad. Era fría como un hilo de agua. La decisión es la misma “conciencia helada” que va a sostener el asesinato de La Bizca por Erdosain. Pero el de Astier es un acto menos sistemático que el otro; en el asesinato no hay cobardía, hay autenticidad y tiene, en su rigor, estilo. En cambio, la traición es lo peor, porque es una maldad que existe apenas y no exige voluntad ni coraje.

ANTE EL FISCALEl juguete rabioso finaliza con un juicio y Los siete locos comienza con lo mismo. El tema

de la sanción al culpable por un tribunal: unipersonal, multitudinario o de la interioridad del protagonista, siempre representativo de un código de valores que se le opone y que él personaje central, por una u otra circunstancia ha violado, es tema recurrente en Roberto Arlt. A Silvio Astier lo juzga el Ingeniero Vitri; a Remo Erdosain, la Compañía Azucarera. En teatro, a Pedro, El fabricante de fantasmas, lo interroga un fiscal; en La fiesta del Hierro, los invitados (y el público) sancionan al padre con la muerte del hijo; y escenas semejantes clausuran Saverio el cruel y El desierto entra en la ciudad. En los cuentos, el narrador de El jorobadito está en la cárcel; el homosexual de El traje del fantasma es calificado por la opinión pública y los protagonistas de Las fieras o Ester Primavera, por ejemplo, son disciplinados por la misma historia. Balder, en El amor brujo, por su conciencia. El antecedente de Porfiri —el fiscal de Crimen y Castigo, de Dostoievski— sigue a Roberto Arlt y le permite regular sanciones. Arlt es excesivamente severo o quizá las situaciones lo sean, pues son de tal modo singulares que una salida distinta a la sanción parece imposible.

Los culpables tienen necesidad de confesar. Silvio Astier está fascinado ante el Ingeniero Vitri, a quien acude para delatar al Rengo. Está tentado de confesar, de decirle todo a ese juez de instrucción que lo interroga y lo humilla: “Entonces usted era su amigo . Siente vértigo, como si ese ingeniero pequeñoburgués que le habla amablemente, tal vez con cierta benevolencia, pidiera un asentimiento, un acuerdo —y Silvio hasta se atrevería a esperar que lo felicitase— porque sentado frente al escritorio del otro comenzaría otra vez más la vana estrategia de integrarse, el permiso a no ser odiado por la Sociedad que Vitri, el Fiscal, representa. Confiesa la asociación ilícita, delata, pide disculpas, se diferencia, es un “científico” social que descubre personajes pintorescos (“Tanto como amigo no” —aclara— “pero siempre me interesó su psicología”), porque sigue obsesionado por la ilusión del amor universal, por el deseo de volver al redil y encontrarse entre personas honorables y respetables, con título, casa y rentas como el Ingeniero, que lo admitan. Quiere pasar la línea y la traición es una solicitud para merecer ternura en ese diálogo aberrante, del que sólo conseguirá reprobación: “No le da vergüenza tener tan poca dignidad a sus años?”.

El fiscal lo rechaza por traidor y a la vez el mundo de los delincuentes, del que quiere escaparse, lo arroja por lo mismo. Hasta el narrador de El juguete rabioso juzga a ese personaje con el que, después de todo, se hallaba bastante implicado por la narración en primera persona. Así en las escenas de las detenciones del Rengo y de su amiga, la sirvienta, hay con ellos conmiseración perfecta. Las secuencias son conmovedoras y, por oposición, el

Page 10: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

narrador abjura del protagonista, lo condena. Silvio Astier es un muchachito que pasa a convertirse en verdugo y las pequeñas dignidades —el dolor de la sirvienta, la corrida del Rengo para liberarse, los golpes— coloca a los traicionados del lado de la piedad, con un inocultable deseo de bien para ellos, departe de quien escribe y del lector, La presencia negativa de la traición engancha su lado positivo. Al Mal le sigue el Bien. El Rengo, por traicionado, es bien visto; y digámoslo, es simpático, nunca dejó de serlo.

De este modo, Silvio es condenado por el Orden y despreciado por el Desorden; luego de la traición lo rechazarán las dos sociedades enemigas. Quizá sea por esto que expresa esa doble fascinación por confesarse ante el fiscal y ponerse en evidencia ante los ladrones, de confesarse para traicionarlos. Es delator por ladrón y así se explica su nerviosidad y sus cambios incesantes de humor, sus caídas y sus exaltaciones. En el ejercicio de la confesión se sintetiza esa doble vida que ha vivido: clase media y lumpen; empleado y desocupado; inventor y fraude, sádico y misericordioso, suicida y “alegre”, ladrón y traidor, delator y compinche. La inestabilidad de su estado de ánimo durante el interrogatorio y la confesión (“Iré por la vida como si fuera un muerto”, que nada corresponde con “la vida es linda, linda”) se debe a la inestabilidad de su situación, siempre fallando pero siempre dispuesto a traicionar para restablecer, aunque sea por un instante, un pacto provisional con las personas honestas, con sus jueces, y si esto no funciona, estar igualmente dispuesto a regresar a la sociedad del delito, confraternizar con los marginales y volver a tentarse para una nueva traición.

LOS HONESTOSEl Ingeniero Vitri es un hombre de Bien. Está exento de culpa y su misión es obedecer y

hacer obedecer los imperativos de su grupo social: la clase media propietaria y sus encubridores, la policía y los jueces y, por extensión, el mundo de los adultos, que por el hecho de serlo gozan de estabilidad y pueden perdonar y engañar. Están seguros en todo, como la dama rica y bella del Barrio Norte, como los oficiales que toman examen a Astier en el Campo de Aviación. Son “los honestos”, que en la novela se oponen a Silvio. Se definen por el autonomismo del Bien y consideran a Silvio como una negatividad. Para ellos, que siguen el código religioso, el Bien y el Mal son presencias absolutas. Los honestos son maniqueos. Al Mal, sostienen, lo caracteriza el embotamiento, a ignorancia, la miseria, la imbecilidad, las tinieblas, la traición. Del interrogatorio de Vitri al muchacho se alcanza a visualizar cuál es la conciencia que sus oponentes tienen del Mal, personificado por Astier. Si opinan que el Mal es una intención que se quiere expresamente mala, todo o que provenga de Astier debe ser una voluntad singular a la que se le atribuyen todas las ruinas y desgastes. Porque de algún modo Silvio Astier es una creación de ello, un invento de los hombres de Bien, un muchacho delincuente y traidor compuesto por razones de utilidad social, que existe para que ellos se distingan, se singularicen y se reconozcan incontaminados.

Esta hipocresía esencial de las gentes honestas exhibe la misericordia de Vitri con el ladrón traicionado. Cuenta el autor que “fue explícito el deseo del ingeniero que el Rengo sea detenido fuera de su casa, para atenuar la pena que merecía”. De esta manera, al tiempo que garantiza la inmaculación de su domicilio humilla aún más a Astier, al proponerse como prototipo de hombre moderador al que le fastidia el aprovechamiento de esa delación que ha debido escuchar. Además, el Ingeniero Vitri se distingue no sólo moralmente aplicando reglas de misericordia sino que se diferencia en lo social, distanciando su comportamiento del de las clases bajas. Cuando el Rengo es apresado el narrador apunta que “sucedió una cosa horrible”. El hecho “horrible” que perturba la buena conciencia de los justos y emblematiza la aversión que sienten hacia el culpable, al tiempo que les reasegura la conciencia de que están guarnecidos y situados del buen lado de la sociedad, es que “un carnicero de oficio” —un trabajador manual, marginal, violento— “cogió un bastón y s precipitó en persecución del Rengo. A los treinta pasos lo alcanzó. El Rengo corría arrastrando su pierna inútil, de pronto el bastón cayó sobre su brazo, volvió la cabeza y el palo resonó encima del cráneo”. El suceso es el antípoda de las buenas maneras del ingeniero; una deplorable sorpresa para las buenas

Page 11: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

conciencias y, debemos tomarlo en cuenta, algo repugnante (horrible) para el que narra, quien lo pone en la cuenta de Astier, el traidor.

Así, hasta Silvio, a su pesar y en su contra, instala dócilmente en su cabeza la inclinación de personaje singularizado en el Mal que los honrados le atribuyen. Hace suyo el punto de vista de esas personas, reflexiona como ellas y conoce sus propios límites a través de las limitaciones que dictan los Otros. Como los demás esperan siempre lo mismo de él, Silvio se sabe previsible y se tomará precauciones. Al exaltarse y decir “Yo creo que Dios es la alegría de vivir” comenta enseguida que “a veces (le) dan ganas de reír y pegarle puñetazos amistosos a la gente”, pero de pronto se observa, se mira como si fuese un instrumento extraño y él mismo se encarga de volverse a su sitio y conocerse con los ojos reguladores de los Otros, para descubrirse y hacerse versátil, para esperarse en la espera de ellos, para temerse: “Lo que hay, es que esas cosas no se las puedo decir a a gente. Me tomarían por loco”.

¿Y acaso no es un “loco” para el narrador, que describe sus incoherencias; para el ingeniero, que le pregunta si está enfermo; para el lector, que no puede explicarse racionalmente la conducta de Silvio, no ya la traición sino esa degradante escena con el Ingeniero, ante el que se humilla y hace el grotesco y que prefigura la índole de un “loco” declarado, Erdosain, en el episodio del primer capítulo de Los siete locos, con Elsa y el Capitán, que le lleva la mujer.

EL BUEN CULPABLEEl ingeniero Vitri es un hombre educado. Pertenece a la Sociedad de los Normales, al

aparato de los jueces, del dinero y del arte de compadecer y perdonar. La Sociedad ha previsto la existencia de los ladrones y de los traidores y de los “loquitos” como Silvio Astier, y los considera como productos destinados a ser desasimilados y a despreciarse, y por consiguiente, dedicados a realizar la Moral Social, pues la presencia de desdichados como Astier hace que el Mal sea inevitable y derrotado.

Pero el desdén por los vencidos impone su modelo. Al final de la entrevista degradante el Ingeniero le promete conseguirle empleo y lo saluda respetuosamente. Lo humilló todo lo que quiso; le preguntó si estaba mal de la cabeza y también si creía en Dios. Básicamente, desconfía del muchacho, escucha sus incongruencias y se lo saca de encima: “¿En qué puedo serle útil?”. Las preguntas y actitudes del Ingeniero son los mitos esgrimidos por los honestos para glorificar su autonomía frente a esta voluntad mala manifestada por Astier: ese muchacho es un traidor, le causa alegría hacer daño, sólo es libre para obrar mal. En su contra está situado el Ingeniero y las constantes absolutas de la buena acción. Los consejos que le suministra son: a) Silvio debe tener un empleo; b) es imprescindible que ostente una moral orgullosa; c) no debe estar (o hacerse) el loco. El Orden es cuerdo; d) el bien es Dios; e) en cuanto al empleo, deberá (¿como expiación?) trabajar con preferencia en el sur del país. La prioridad es hacer (duramente) la Patria.

En la escena final el ingeniero se vuelve inesperadamente a Silvio y con voz inflexiva le pregunta: “¿Cuánto le debo por sus servicios?”. El Orden lo ha utilizado; ahora pasa a sancionarlo. El acto jurídicamente “bueno” se ha convertido en malo, en repugnante. Silvio no tiene tiempo de recobrar el aliento: esa misma sociedad de residuos que recorrió en las aventuras narradas en el libro, esa sociedad porteña constituida de hipocresía y desperdicios lo vomita. El Bien o conde.na y OS hábitos pequeñoburgueses que Silvio no ha perdido por completo le hacen acumular vergüenza y sentir cruelmente las humillaciones. El Orden lo sanciona por Traidor y el protagonista tendrá que confesarse en ese momento que ha encontrado gente más malvada de la vereda de Los Honestos que de la sociedad de los ladrones. Además, Silvio es demasiado joven, demasiado débil y cobarde para soportar el Mal que ha querido hacer con todas sus consecuencias. Es demasiado consciente y se queda estupefacto al saberse compuesto de inmundicias: “Si, ¿cuánto le debo...? Porque a Ud. sólo se le puede pagar”. El Orden halla en Astier al buen culpable, el que “se ruboriza”, el que tratará

Page 12: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

de enmendarse sin arrogancias —pero con reincidencias—, el que se va a enterar de que el perdón es una cuestión de generosidad que depende del capricho del Ingeniero Vitri.

Ante todo, y si quiere repararse, debe ser plenamente consciente de su exclusión de la Sociedad Ordenada, además de arrepentirse. Y la pregunta que viene: “...,por qué ha traicionado a su compañero, y sin motivo?”, lo exonera con tal magnitud que Silvio queda sin posibilidad de compensación, sin refugio ni respuesta y, en consecuencia, es aceptable para la Sociedad que este traidorzuelo piense en suicidarse. Ya lo ha hecho, es decir, que al traicionar volvió a intentarlo con éxito y se mató. Les dio a los Honestos y a los Adultos una buena sorpresa, se les anticipó en sus deseos, se vengó (a su manera) de ellos en sí mismo, se castigó y llevó a las consecuencias más extremas la sentencia de exclusión que la sociedad ha dictado contra él.

Silvio traiciona porque no tiene salida; su situación es la peor de todas y el Orden aprovecha para humillarlo, para convertirlo en un objeto, para negarle toda salvación. La escena es dolorosa, molesta pare Astier y para el Lector, a quien también le incomoda ese manoseo farisaico. Pero debe aceptar que los personajes de Arlt no tienen orgullo, que las humillaciones, inevitablemente, reaparecen, y por eso no es acertado decir —como lo hacen algunos comentaristas— que en la traición es en el único hecho donde el protagonista “no fracasa”. Silvio Astier, el excluido de todas las empresas, ¿qué premio recibe por la traición —por su mentado “no fracaso”— sino la sanción exclusiva del Orden (Comprendí todo el desprecio que me arrojaba a la cara”), su propia sanción (“Enrojecido hasta la raíz de los cabellos ) y la separación de la complicidad con el lector, que deja de acompañarle, de implicarse con el muchacho? Judas Iscariote es el nuevo fracaso del protagonista, esta vez definitivo, imperdonable, adjudicable sólo a él, aunque los Otros le hayan introyectado la moralina de a delación. Silvio, al traicionar, ¿no fracasa? Pero si la traición tiene consecuencias espantosas. Ha sido pronunciada para hacer urja “obra de bien” a un Ingeniero que “se la merece’ y este hecho lo lanza contra el destino, le prepara su manera de morir, hace que las hipócritas voluntades obsequiosas reemplacen a la suya y lo conviertan en un policía. La traición hace de él un policía y al mismo tiempo le adiciona toda la culpabilidad y el remordimiento para que Silvio no tenga escapatoria. Al promoverlo traidor lo humilla para siempre.

“Usted me ha insultado” —responde Astier a Vitri— “y sin embargo no me importa”. A Silvio le inspira horror lo que ha hecho. Sabe también que la traición es el acto malvado que le produce el mayor daño. La estafa al Rengo le causa un sufrimiento extraordinario, que se confunde con su deseo de sufrir, con un progreso en el dolor que lo desliza siempre más allá de los Hombres. Y porque el recuerdo del Rengo estará siempre en su vida y en cualquier momento el ladrón traicionado “podrá venir a escupirle la cara” y él “no le dirá nada”, es que en esta escena se repiten las sumisiones de la librería de Don Gaetano, de la Escuela de Aviación, los insultos de los tenderos hediondos, la miseria, el interrogatorio de su ex amigo -el policía. Vuelve la humillación como estructura de la novela arltiana; esas resistencias que se vencen, el descalabro de la voluntad, el sufrimiento que no se puede ni siquiera disminuir —y que por esta razón aumenta—, el desprecio y la falta de compasión de sí mismo, a decadencia deliberada, el sacrilegio de convertirse en su propio verdugo. La sanción que Silvio, por traidor, se inflige a sí mismo, es el despojo de quedarse verdaderamente solo, de aborrecerse, de desesperarse que alguien “le escupa la cara”, de horrorizarse al saberse traidor y considerarse feó, débil, cobarde: “Iré por la vida como si fuera un muerto”.

Por unos minutos el Ingeniero habla por él. Describe con frialdad—como si Astier fuese un mueble de su casa— los vericuetos de la traición, sus abismos: traicionar, dice, es “ensuciarnos por dentro”, es “la necesidad de ser canalla”, de “hacer alguna infamia” y concluye definiendo al traidor como el que “cumple una ley brutal”, una “ley de ferocidad”. Astier lo admite: el alegato del juez lo sitúa, lo marca con palabras, le dice lo que él espera. La traición está en él como un poder que lo transfiere en otro, como un devenir extraño que lo ridiculiza. Su porvenir está dado y la traición es su Destino, una libertad que no reconoce y que se e ha

Page 13: GOLDAR- Sobre El Juguete Rabioso

preparado como una trampa. Traicionar, para Astier, como matar, para Erdosain, es una Fatalidad, el crimen necesario, su drama, el medio señalado por la Providencia para que se manifieste: “Soy un curioso de esta fuerza enorme que está en mí”. Y las preguntas de su Fiscal sobre si “ha estado enfermo”, si “está loco” hacen inteligible el pensamiento naturalista de Roberto Arlt, su determinismo, el acomodamiento perfecto del personaje traidor a su esencia, la subordinación a no expresar sino lo eterno que está en él, Astier es previsible y fatal, es un sacrificado por el Destino y así os sentimientos de Sil vio que van surgiendo en el diálogo, confusos y contradictorios, que pasan de la depresión a la euforia (“en mí hay... una inconsciencia llena de alegría”), de pueriles disquisiciones sociológicas o éticas a valorizaciones optimistas, cambios súbitos, alteraciones mentales y desajustes de a emoción, son los argumentos acostumbrados de Arlt para encuadrar a sus personajes en el Destino y justificar a la traición en Astier como la actitud inesperada y no querida pero coherente con la constante búsqueda de humillaciones. Silvio Astier traiciona para sentirse “como muerto”, para hacerse mal y castigarse, para convertirse inevitablemente en Judas Iscariote.

La traición no se debe a la casualidad; Silvio Astier no sólo intenta lo peor; reclama, además, el fracaso de su tentativa. La traición con- cilla su aventura, revela su vida entera, que aparece como una derrota voluntaria. La traición es su fracaso y designa su existencia. La traición adecua la desdicha de su propia vida, que ha sido un fracaso consentido y una destrucción de sí mismo. Todo ha querido que Silvio cayese y en la traición reside su yerro más profundo, el final lamentable de su peripecia, su reducción a la impotencia. Desde que traiciona lo atrape la soledad y ya no podrá regresar ni a la Sociedad de los Honestos ni al mundo del delito. Es un mal que se ha hecho a sí mismo, pues al querer dejar de ser ladrón ha ejecutado un crimen parásito, de segundo grado, que lo clausura definitivamente. En el final de la novela Astier se despide torpemente del ingeniero: “Tropecé con una silla.., y salí”. La entrevista fracasó. Nada consiguió sino pasar por loco. Humillado de nuevo, perdió. Traicionar es traicionarse. Fracaso y traición vienen a ser lo mismo