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HISTORIA DE ANDALUCÍA (IV): ANDALUCÍA EN LA EDAD MEDIA 1. AL-ÁNDALUS 1.1. DESARROLLO HISTÓRICO DE AL-ÁNDALUS 1.1.1. La conquista islámica de la Bética (711-756) Entre los años 711 y 715, los generales del Califato Omeya conquistaron una parte de la península ibérica, aunque sin ningún tipo de dominio efectivo al norte del Sistema Central. La entrada de los musulmanes en la península se produjo con el desembarco en Gibraltar (Yebel Tárik), el 27 de abril de 711, de Táriq Ibn Ziyad, lugarteniente del gobernador de Tánger (Musa ibn Nusair), liderando un ejército de 9000 hombres. Poco después, el 19 de julio, los visigodos fueron derrotados y su rey Rodrigo murió en la batalla de Guadalete. En ese mismo año Tariq tras dar remate a lo que quedaba del ejército rival en Écija emprende una rápida conquista, en dirección a Toletum (Toledo). Desde 716 la Península fue dirigida desde Qurtuba (Córdoba), por un gobernador (wali) nombrado por el califa de Damasco. Los primeros gobernadores se dedicaron a organizar el estado islámico y asentar a inmigrantes árabes, sirios y sobre todo bereberes. 1.1.2. Emirato Independiente (756-929) En 756, Abderramán I –que había escapado del sangriento destino final de los Omeyas logrando huir de Damasco– desembarcó en al-Ándalus y se proclamó emir (comandante en jefe) tras conquistar Córdoba y, en 773, se independiza de la nueva capital abasí, Bagdad. Esta independencia es política y administrativa pero se mantiene la unidad espiritual y moral al continuar el vínculo religioso con el Califato abasí. Abderramán solamente terminó por unificar la Iberia musulmana en 781. Sin embargo, el verdadero organizador del emirato independiente fue Abderramán II, quien delegó los poderes en manos de los visires y logró una islamización muy rápida de la península, reduciendo considerablemente el número de cristianos en territorio musulmán (llamados mozárabes o dhimmis). No obstante, estos siguieron representando la mayoría de al-Ándalus por lo menos hasta el siglo XI. Las disputas entre árabes y beréberes no cesaron tras la proclamación del Emirato, lo que permitió la reorganización de los reinos cristianos en el norte, dando inicio a la Reconquista, alentada por la política pro-árabe mantenida por la dinastía omeya, lo que provocó numerosas sublevaciones protagonizadas por muladíes, que llegaron a poner en peligro la existencia misma del Emirato. El momento culminante llegó con la revuelta liderada en 878 por Omar ibn Hafsún. Éste, con el apoyo de su tío Muhadir consiguió reunir una partida de mozárabes, muladíes e incluso beréberes descontentos con la aristocracia de origen árabe dominante, y dando muestras de lo que después fuera probado en multitud de contiendas, es decir sus grandes dotes de estratega militar, Omar, como primera medida reforzó y mejoró las defensas del castillo de Bobastro, en el norte de la provincia de Málaga, haciéndolo prácticamente inexpugnable, como se demostraría a lo largo de los más de cuarenta años que resistió los envites de los Omeyas. En el cenit de su poder, Omar Ben Hafsún dominaba las provincias de Málaga y Granada (donde el Emirato tuvo que reconocerle oficialmente como gobernador) y tenía intensas relaciones con los rebeldes de Jaén. 1.1.3. Califato de Córdoba (929-1031) Los reinados de Abderramán III (929-961) y su hijo Alhakén II (961-976) constituyen el periodo de apogeo del Califato omeya, en el que se consolida el aparato estatal cordobés. Para afianzar el aparato

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HISTORIA DE ANDALUCÍA (IV): ANDALUCÍA EN LA EDAD MEDIA

1. AL-ÁNDALUS

1.1. DESARROLLO HISTÓRICO DE AL-ÁNDALUS 1.1.1. La conquista islámica de la Bética (711-756) Entre los años 711 y 715, los generales del Califato Omeya conquistaron una parte de la península

ibérica, aunque sin ningún tipo de dominio efectivo al norte del Sistema Central. La entrada de los musulmanes en la península se produjo con el desembarco en Gibraltar (Yebel Tárik), el 27 de abril de 711, de Táriq Ibn Ziyad, lugarteniente del gobernador de Tánger (Musa ibn Nusair), liderando un ejército de 9000 hombres. Poco después, el 19 de julio, los visigodos fueron derrotados y su rey Rodrigo murió en la batalla de Guadalete. En ese mismo año Tariq tras dar remate a lo que quedaba del ejército rival en Écija emprende una rápida conquista, en dirección a Toletum (Toledo).

Desde 716 la Península fue dirigida desde Qurtuba (Córdoba), por un gobernador (wali) nombrado por el califa de Damasco. Los primeros gobernadores se dedicaron a organizar el estado islámico y asentar a inmigrantes árabes, sirios y sobre todo bereberes.

1.1.2. Emirato Independiente (756-929) En 756, Abderramán I –que había escapado del sangriento destino final de los Omeyas logrando

huir de Damasco– desembarcó en al-Ándalus y se proclamó emir (comandante en jefe) tras conquistar Córdoba y, en 773, se independiza de la nueva capital abasí, Bagdad. Esta independencia es política y administrativa pero se mantiene la unidad espiritual y moral al continuar el vínculo religioso con el Califato abasí. Abderramán solamente terminó por unificar la Iberia musulmana en 781.

Sin embargo, el verdadero organizador del emirato independiente fue Abderramán II, quien delegó los poderes en manos de los visires y logró una islamización muy rápida de la península, reduciendo considerablemente el número de cristianos en territorio musulmán (llamados mozárabes o dhimmis). No obstante, estos siguieron representando la mayoría de al-Ándalus por lo menos hasta el siglo XI.

Las disputas entre árabes y beréberes no cesaron tras la proclamación del Emirato, lo que permitió la reorganización de los reinos cristianos en el norte, dando inicio a la Reconquista, alentada por la política pro-árabe mantenida por la dinastía omeya, lo que provocó numerosas sublevaciones protagonizadas por muladíes, que llegaron a poner en peligro la existencia misma del Emirato. El momento culminante llegó con la revuelta liderada en 878 por Omar ibn Hafsún. Éste, con el apoyo de su tío Muhadir consiguió reunir una partida de mozárabes, muladíes e incluso beréberes descontentos con la aristocracia de origen árabe dominante, y dando muestras de lo que después fuera probado en multitud de contiendas, es decir sus grandes dotes de estratega militar, Omar, como primera medida reforzó y mejoró las defensas del castillo de Bobastro, en el norte de la provincia de Málaga, haciéndolo prácticamente inexpugnable, como se demostraría a lo largo de los más de cuarenta años que resistió los envites de los Omeyas. En el cenit de su poder, Omar Ben Hafsún dominaba las provincias de Málaga y Granada (donde el Emirato tuvo que reconocerle oficialmente como gobernador) y tenía intensas relaciones con los rebeldes de Jaén.

1.1.3. Califato de Córdoba (929-1031) Los reinados de Abderramán III (929-961) y su hijo Alhakén II (961-976) constituyen el periodo de

apogeo del Califato omeya, en el que se consolida el aparato estatal cordobés. Para afianzar el aparato

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estatal los soberanos recurrieron a oficiales fieles a la dinastía omeya, lo cual configuró una aristocracia palatina de fata'ls (esclavos y libertos de origen europeo), que fue progresivamente aumentando su poder civil y militar, suplantando así a la aristocracia de origen árabe. En el ejército se incrementó especialmente la presencia de contingentes bereberes, debido a la intensa política califal en el Magreb. Abderramán III sometió a los señores feudales, los cuales pagaban tributos o servían en el ejército, contribuyendo al control fiscal del Califato.

Las empresas militares consolidaron el prestigio de los omeyas fuera de al-Ándalus y estaban orientadas a garantizar la seguridad de las rutas comerciales. La política exterior se canalizó en tres direcciones: los reinos cristianos del norte peninsular, el Norte de África y el Mediterráneo.

La Fitna de al-Ándalus (1009-1031) fue el período de inestabilidad y guerra civil que supuso el colapso del Califato de Córdoba y la aparición de los primeros reinos de taifas. Comenzó en 1009 con la Revolución Cordobesa, un golpe de Estado que supuso la deposición del califa Hisham II y el ascenso al poder de Muhammad Abd al-Yabbar, bisnieto de Abderramán III. Dividido todo el territorio andalusí en una serie de reinos taifas, se considera que la fitna llegó a su fin con la abolición definitiva del Califato en 1031, aunque varios reyezuelos siguieran proclamándose califas. En el trasfondo de los problemas políticos se hallaban las purgas realizadas por Almanzor en el seno de la dinastía Omeya cordobesa, y la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos amiríes.

1.1.4. Reinos de Taifas (1031-1085) Desde 1031, diversas ciudades se autoproclaman independientes de la autoridad de la antigua

capital, regidas por clanes árabes, bereberes o eslavos. En el trasfondo se hallaban problemas muy profundos. Por una parte, las luchas por el trono califal no hacían sino reproducir las luchas internas que siempre habían asolado el emirato y el califato por causas raciales: árabes, bereberes arabizados y nuevos, muladíes o eslavos. También influían la mayor o menor presencia de población mozárabe, el afán de autonomía de las áreas con mayores recursos económicos y la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos.

Inicialmente se constituyeron más de veinte pequeños estados o taifas autónomas dirigidos por caudillos locales procedentes de una familia que se perpetuó a lo largo del siglo XI en una dinastía reinante. Así ocupan el poder clanes bereberes muy arabizadas, que formaban parte de la población andalusí desde la conquista de Tariq a comienzos del siglo VIII: los birzalíes en Carmona, ziríes en Granada, hamudíes en Algeciras y Málaga y abadíes en Sevilla. Con el paso de los años, la taifa de Sevilla (que había conquistado todas las pequeñas taifas de la Andalucía occidental y Murcia en la parte de la oriental) constituiría la potencia islámicas meridional. Durante su apogeo los reyezuelos abadíes intentaron reproducir las estructuras del califato omeya a una escala menor. Para ello compitieron entre sí no solo militarmente sino también procuraron mostrar su esplendor intelectual. Para ello, trataron de rodearse de los más prestigiosos poetas, científicos y artistas. Paradójicamente, el periodo de taifas fue a su vez el del máximo apogeo de la cultura andalusí, y en este siglo sus creaciones intelectuales adoptan caracteres propios e independientes del islam oriental.

Al carecer de las tropas necesarias, las taifas contrataban mercenarios para luchar contra sus vecinos o para oponerse a los reinos cristianos del norte. Sin embargo, esto no fue suficiente y los reinos cristianos aprovecharían la división musulmana y la debilidad de cada taifa individual para someterlas. La conquista de Toledo en 1085 por parte de Alfonso VI de León y Castilla hizo palpable que la amenaza cristiana podía acabar con los reinos musulmanes de la península. Ante tal amenaza, los reyes de las taifas pidieron ayuda al sultán almorávide del norte de África, Yusuf ibn Tasufin, quien pasó el estrecho de Gibraltar estableciéndose en Algeciras

1.1.5. Imperios africanos (1085-1212) Los almorávides derrotan a Alfonso VI de León en la batalla de Sagrajas en 1086, y a partir

de 1090 se fueron apoderando de los reinos de taifas. Antes de acabar ese año, toman Tarifa y en la primavera de 1091 atacan la importante Taifa de Sevilla. En verano ya habían sucumbido al poder norteafricano Córdoba y Carmona, y en septiembre, rinden Sevilla. Seguidamente es sometida la taifa de Jaén.

Hacia 1125 un nuevo poder estaba surgiendo en el Magreb, el de los almohades, que lograron con un nuevo espíritu de aplicación rigurosa de la ley islámica imponerse al poderío almorávide tras la caída de su capital Marrakech en 1147. Repitiendo el ciclo, fueron adueñándose progresivamente desde el Algarve de todo al-Ándalus, desalojando a la administración almorávide y trasladando la capital de Granada (que lo fue del imperio almorávide en al-Ándalus entre 1090 y 1148) a Sevilla, que será la nueva

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capital almohade andalusí desde ese último año y en ella se erigirán importantes monumentos arquitectónicos e impondrá su hegemonía en el Magreb y al-Ándalus hasta la derrota de las Navas de Tolosa en 1212.

1.1.6. Reino Nazarí de Granada (1238-1492) A mediados del siglo XIII al-Ándalus quedó reducido al reino nazarí de Granada. En el año 1238,

entra en Granada Muhammed I ibn Nasr conocido, asimismo, como Al-Ahmar, "el Rojo". Es el creador de la dinastía Nazarí (que tuvo 20 sultanes granadinos) y fue el fundador del Reino de Granada que, si bien al principio, confraternizó con los reyes castellanos, tuvo que convertirse, pasado el tiempo, en tributario de los mismos a fin de mantener su independencia. En las últimas décadas de la dinastía nazarí de Granada estuvo dividida por una guerra civil interna que enfrentó Al-Zagal, Muley Hacen hermano de Al-Zagal, y su hijo Boabdil. Su derrota en 1492 por los Reyes Católicos puso fin a la Reconquista y el Reino de Granada fue anexionado a la Corona de Castilla.

1.1.7. La sociedad andalusí La población de al-Ándalus era muy heterogénea, sobre todo al principio, y varió durante el

tiempo. La estructura social andalusí estaba condicionada por el origen étnico de cada grupo y por la clase social: desde el punto de vista étnico estaba constituida principalmente por hispanogodos; seguidos por los bereberes, que conformaban el grueso de los ejércitos omeyas, los árabes que eran el grupo dominante y dirigente, y otras etnias como eslavos, judíos y una amplia masa de esclavos.

Desde el punto de vista religioso la población era o musulmana o dhimmi (cristianos y judíos). Se conoce como muladíes a los hispanogodos cristianos de al-Ándalus que se habían convertido al islam o los descendientes de matrimonios mixtos entre árabes e hispanos, mientras que se llama mozárabes a los que conservaron la religión cristiana. Tanto unos como otros adoptaron costumbres y formas de vida musulmanas. La clase dominante estaba formada por árabes, beréberes y muladíes y la clase dominada lo estaba por cristianos y judíos.

Los mozárabes y los judíos gozaban de libertad de culto, pero a cambio estaban obligados al pago de dos tributos: el impuesto personal (yizia) y el impuesto predial sobre el ingreso de las tierras (jaray). Estos dos grupos tenían autoridades propias, gozaban de libertad de circulación y podían ser juzgados de acuerdo con su derecho. Sin embargo, también estaban sujetos a las siguientes restricciones:

no podían ejercer cargos políticos los hombres no podían casarse con una musulmana

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debían habitar en barrios separados de los musulmanes

1.2. PATRIMONIO HISTÓRICO-ARTÍSTICO ANDALUSÍ La invasión árabe del reino visigodo (711) significó, en el ámbito artístico y cultural, un cambio de

orientación de los modelos, pero también un sincretismo del que la civilización árabe es característica; destacadamente, la reutilización de elementos de iglesias visigodas que se transformaron en mezquitas, lo que implicó la adopción y transformación del arco de herradura. Dada la limitación religiosa que afecta a la escultura y la pintura (a pesar de la cual hay algunos ejemplos), su manifestación principal fue la arquitectura, aunque las artes suntuarias (cerámica, eboraria, orfebrería, textil) tuvieron un gran desarrollo.

1.2.1. La ciudad andalusí (madinat) Las ciudades musulmanas carecían de estatuto jurídico; el Islam sólo reconoce la comunidad de

creyentes. Nada dice la ley islámica acerca de la reglamentación de las construcciones, sus emplazamientos, características, como tampoco del trazado urbanístico. Sin embargo, la ciudad de Al-Andalus no es siempre una masa abigarrada de casas construidas sin ningún criterio urbanístico, hay espacios intramuros no construidos que pueden tener diversas utilizaciones.

En definitiva se puede decir que la ciudad musulmana se estructura con total coherencia, pese a su formación,en ocasiones espontánea, o su deseo de preservar la privacidad de la vivienda. Sí es una característica de la ciudad musulmana su fragmentación y la clara diferenciación de distintas áreas:

Áreas de estamentos administrativos, centros religiosos-intelectuales, alcaicerías, alhóndigas y zocos.

Áreas de habitación Arrabales Vega y alrededores de la ciudad El espacio intramuros se articula en torno a la alcazaba, que suele ocupar el espacio más elevado de

le medina. La medina en si se desarrolla alrededor de la mezquita aljama, que marca el centro de la vida social, económica y religiosa. Los barrios comerciales se organizan en zocos, y se sitúan alejados de los barrios de residencia. Extramuros se encuentran los arrabales, en ocasiones protegidos por murallas independientes. Fuera del recinto también se encuentran la musallá, la masura, los mun (residencias de recreo) y algunos cementerios.

Los barrios residenciales, de muy desigual extensión, algunos de tan solo una calle; se encuentran en el interior del recinto urbano y diferenciados de los espacios de tránsito público. El acceso a las viviendas se realiza a través de adarves o azucaques (calle o callejón estrecho sin salida) que desembocan en otras vías más importantes y en pequeñas plazoletas. Una característica importante de la ciudad musulmana es la segregación de los habitantes en barrios. esta segregación podía deberse a muy distintos motivos:

Creencias religiosas: Mozárabes, estos barrios suelen reconocerse por la presencia de una iglesia; Judíos, más claramente diferenciados de los cristianos, solían disponer de sus aljamas lindando con las murallas.

Lugar de origen o tribu: Barrio de los Gomeres (Gumará) o de los Zenetes (Zanata) en Granada. Actividad profesional: Funcionarios de la corte (al zayáyla) en Córdoba, mercaderes de higos (al-tayyamin) en Málaga, o de los halconeros (al-bayyazin) en Granada.

Enfermedad: Leprosos, en Granada

1.2.2. El espacio rural En época califal existía una propiedad del Estado, pero se desconoce si procedía de la conquista o si

se confundía con el patrimonio privado del soberano. Ya en el siglo IX la aristocracia árabe, en Andalucía, poseía grandes dominios parecidos a los latifundia visigodos.

Vemos así que el tipo de cultivo, en secano o regadío, condiciona la vida rural y el régimen de propiedad de la tierra: población concentrada y grandes latifundios en zonas de secano, población dispersa y mediana o pequeña propiedad en comarcas de regadío que practican un cultivo intensivo. El trabajo lo realizan campesinos beréberes o de origen hispanogodo, generalmente convertidos al Islam y cuya suerte parece haber experimentado alguna mejoría con relación a la época anterior. Las formas de contrato difieren también según la naturaleza de la producción: en zonas de secano se generalizan los contratos de aparcería en los que el dueño de la tierra y el colono -este último generalmente muladí-

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ponen, cada uno, la mitad de la simiente y reciben la mitad de la cosecha; por cuenta del colono corre el trabajo de la tierra y el pago de los gastos que se produzcan. Este tipo de contrato -que se generaliza según a partir del siglo X en al-Andalus- se extenderá más tarde a los dominios cristianos y será ampliamente utilizado en los trabajos que requieren una cierta especialización: cultivo de viñedos y reconstrucción de molinos.

La unidad de explotación será la alquería (al-qaryat), una pequeña comunidad rural de unas pocas casas, conformada por una o varias familias, que se dedicaban a explotar las tierras de los alrededores, así como a actividades ganaderas.1 Constituye de alguna manera la continuación de la villa romana y, como ésta, ha dado origen a múltiples localidades. Al igual que otras villas rurales, se crearon en tiempos de paz social, ya que por lo general no disponían de defensas propias, aunque solían estar dotadas de una torre que servía como granero y refugio. En ciertas épocas y zonas llegaron incluso a utilizar otros tipos más sólidos y efectivos de fortificación. Tras la conquista cristiana se siguió usando el término para referirse a este tipo de poblamientos y no es hasta el siglo XV cuando empieza a adquirir su sentido actual de casa de labor (cortijo, hacienda)

1.2.3. Estilo emiral-califal Desde el punto de vista artístico, el emirato andalusí emplea un estilo que no difiere en demasía

del resto del Califato Omeya. Es decir, la adecuación de fórmulas y elementos de las culturas que les habían precedido, en este caso del mundo romano y visigodo. En ningún momento se produce una repetición literal de motivos y formas; al contrario, su inteligente incorporación y asimilación se traduce en una verdadera eclosión creadora, originándose el momento cúspide del arte califal. En él se funden elementos de la tradición local hispano-romano-visigótica con los elementos orientales, tanto bizantinos, como omeyas o abasíes.

Los edificios artísticos se centran, desde el primer momento, en torno a su capital, Córdoba, en la que se construyó una mezquita congregacional destinada a convertirse en el monumento más importante del occidente islámico. Destacan, entre otras, las obras llevadas a cabo durante el reinado de Abd al-Rahmán II, corte que acogió a numerosos artistas, modas y costumbres orientales; impulsó, entre otras, las construcciones alminar de la iglesia de San Juan en Córdoba e hizo mejorar sus murallas y las de Sevilla. El califa Abderramán III, siguiendo la tradición oriental, (según la cual cada monarca, como signo de prestigio, debía poseer su propia residencia palaciega), decidió fundar la ciudad áulica de Medina Azahara (Medina al-Zahra).

1.2.4. Estilo taifa Las viejas alcazabas de los distintos reinos también sufrieron importantes remodelaciones. En la

de Málaga se añadió un doble recinto amurallado con torres cuadradas y un palacio al que corresponden los restos de los llamados Cuartos de Granada. La vieja alcazaba de Granada, conocida como qadima (antigua), situada en la colina del Albaicín, se fortificó con torres cuadradas y redondas y se le añadieron algunas puertas en recodo, como la puerta Monaita y la puerta Nueva. Asimismo, la ciudad conserva unos baños conocidos como El Bañuelo, en la carrera del Darro, organizados en tres estancias de las cuales la central o templada adquiere, por razones de uso, unas mayores dimensiones. Baños muy similares se conservan en Baza. La alcazaba de Almería fue fortificada con muros de tapial, construyéndose en su interior un palacio, al-Sumadihiyya, rodeado de jardines. En Sevilla se conservan deslumbrantes testimonios del palacio taifal dentro del conjunto de los Reales Alcázares.

1.2.5. Estilo almohade El retorno a la austeridad más extrema condujo a uno de los momentos artísticos de mayor

esplendor (ver arte almorávide), de manera particular en lo que atañe a la arquitectura. El arte almohade construía con azulejos, yeso, argamasa y madera, y mantuvieron, como soporte, los pilares y los arcos utilizados en el período anterior.

Sus mezquitas siguieron el modelo de la mezquita de Tremecén, con naves perpendiculares al muro de la qibla. Se caracterizan por su planta cuadrada y su altura compuesta por dos torres, una de ellas alberga otra y, entre ambas, discurre una escalera o rampa, como en el caso de la Giralda de Sevilla.

La arquitectura palaciega introduce los patios cruzados que ya habían hecho su aparición en Medina al-Zahra, pero que es, en estos momentos, cuando adquieren su mayor protagonismo. Su mejor testimonio se halla representado en el Alcázar de Sevilla, en el que se ha conservado el patio de la casa de Contratación y otro, actualmente subterráneo, conocido como el Jardín Cruzado o Baños de doña

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María Padilla. Este esquema será aplicado, asimismo, en los patios nazarís y mudéjares. Otra novedad aparece en el Patio del Yeso del Alcázar de Sevilla, y tendrá una gran repercusión. Consiste en la colocación de pequeñas aberturas o ventanas cubiertas con celosías de estuco que dan acceso a una estancia y que permiten, de este modo, su iluminación y ventilación.

La arquitectura militar experimenta un enriquecimiento tipológico y se perfecciona su eficacia defensiva que tendrá gran trascendencia, incluso para el ámbito cristiano. Aparecen complejas puertas con recodos a fin de que los atacantes, al avanzar, dejen uno de sus flancos al descubierto; torres poligonales para desviar el ángulo de tiro; torres albarranas separadas del recinto amurallado pero unidas a él por la parte superior mediante un arco, lo cual permite aumentar su eficacia defensiva respecto a una torre normal, como la Torre del Oro de Sevilla; muros reforzados que discurren perpendiculares al recinto amurallado con objeto de proteger una toma de agua, una puerta, o evitar el cerco completo; barbacanas o antemuros y parapetos almenados.

1.2.6. Estilo nazarí Los dos paradigmas del mismo lo constituyen los palacios de la Alhambra y el Generalife. La

arquitectura militar desarrolla los mismos sistemas generados en la época anterior, dotándola de una mayor complejidad. La arquitectura palaciega emplea dos tipos de organización de patios: uno el patio monoaxial, patio de los Arrayanes o de la Alberca, y otro, el patio cruzado, patio de los Leones. Las estancias vinculadas a ellos responden, nuevamente, a dos tipologías: una alargada en cuyos extremos están las alcobas, y otra cuadrada rodeada por las habitaciones, por ejemplo, la Sala de la Barca y la Sala de las Dos Hermanas. Los escasos vestigios de arquitectura religiosa permiten pensar en mezquitas que siguen el modelo almohade, con naves perpendiculares al muro de la qibla. Quizá la única novedad destacable provenga del hecho de la utilización de columnas de mármol cuando el edificio es de cierta relevancia.

En cuanto al repertorio ornamental utilizan una profusión decorativa que enmascara la pobreza de los materiales, emplean desde zócalos alicatados y yeserías de estuco, a decoración pintada como la que se conserva en la bóveda de la Sala de los Reyes. Es característica la columna de fuste cilíndrico y el capitel de dos cuerpos, uno cilíndrico decorado con bandas y otro cúbico con ataurique. Los arcos preferidos son los de medio punto peraltado y angrelados. Las techumbres de madera alternan con bóvedas mocárabes realizadas con estuco como los de la Sala de las Dos Hermanas o la de los Abencerrajes.

2. ANDALUCÍA CRISTIANA 2.1. LA CONQUISTA CASTELLANA DE ANDALUCÍA 2.1.1. Conquista de la Andalucía Bética La conquista de la Andalucía Bética por los castellanos se produce en su casi totalidad durante el

siglo XIII. Es, en gran medida, resultado del desmoronamiento del imperio almohade, carcomido en su interior, tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), por las discordias civiles. En pleno proceso de descomposición interna, afectado además por la reacción antialmohade de la población hispanomusulmana, se producen las primeras campañas de Fernando III en las tierras altas del Guadalquivír (1224-1227), que culminaría con la conquista de Baeza. Córdoba caería en manos de Fernando III en 1236, Jaén en 1246 y Sevilla en 1248, surgiendo el germen de la Andalucía histórica, condicionada por la permanecía de parte de población musulmana (los mudéjares), por la repoblación con gente cristiana proveniente de territorios peninsulares más septentrionales, por el asentamiento de colonias de mercaderes extranjeros y por un largo proceso de feudalización del territorio andaluz. Todo ello bajo la influencia del reino nazarí de Granada a través de la Frontera o Banda morisca y la amenaza de las incursiones de los benimerines, definitivamente derrotados en la Batalla del Salado en 1340.

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2.1.2. La repoblación de las tierras conquistadas La repoblación de Andalucía fue una gigantesca operación de instalaciones de pobladores y de

reparto de tierras y otros bienes inmuebles, de la que surge la nueva Andalucía. Vamos a considerar, por tanto, como aspectos esenciales del proceso, los aspectos demográficos, económicos y sociales del fenómeno repoblador.

Gracias a la conservación de varios libros de repartimiento y de una documentación abundante y expresiva, conocemos en sus grandes líneas el proceso repoblador que siguió a las conquistas, proceso que, alo largo del siglo XIII, adoptó dos modalidades diferentes: En un primer momento, antes de la revuelta mudéjar de 1264, se intentó la puesta en práctica de un sistema de ocupación del territorio que hiciera compatible el control militar del mismo -a través de la concentración de efectivos humanos de origen castellano-leonés en los enclaves de valor estratégico- con la permanencia de las aldeas y distritos rurales de una gran parte de la población musulmana sometida.

Sin embargo, a pesar de los pactos firmados por Fernando III, la situación de los mudéjares andaluces se vio profundamente alterada por la política practicada por Alfonso X durante los primeros años de su reinado (traslados masivos de moros, éxodos forzados de poblaciones enteras, instalación de guarniciones en las zonas de protectorado de la comarca de Guadalete).

Tras la sublevación de 1264, que no fue ajena a estos incumplimientos de lo pactado, Alfonso X Cambia por completo de política. Se entra así en la segunda fase del proceso de poblamiento de la Andalucía Bética, caracterizado por la renuncia deliberada de Castilla y a los nuevos andaluces a la coexistencia entre vencedores y vencidos, a los que se expulsa sistemáticamente o se les fuerza a emigrar, o en el mejor de los casos, se les reduce a la condición de minorías cada vez mas irrelevantes desde el punto de vista numérico.

Esta nueva situación tuvo una extraordinaria importancia para el futuro de la región, ya que es indudable que la casi total extinción de la población mudéjar andaluza significó una clara ruptura con el pasado musulmán y permitió crear ex novo unas estructuras de base que nada o muy poco debían al pasado inmediato de la región.

Hacia 1270 se puede apreciar la crisis de la repoblación andaluza debido a los siguientes motivos: la carestía de la vida en Andalucía (donde un peón de campo recibía el doble de sueldo que en Toledo), los problemas políticos derivados del enfrentamiento entre Alfonso X y el infante don Sancho, su hijo, y la amenaza constante de benimerines y granadinos que sometieron la región a saqueos y asedios constantes entre 1275 y 1285.

Las actividades repobladoras continúan lógicamente en Andalucía durante los últimos siglos medievales. En la frontera, en gran parte llamada la Banda Morisca, durante a la primera mitad del siglo XIV la corona castellana auspicia, no sin grandes dificultades y sacrificios, el poblamiento de las villas y ciudades que progresivamente conquista en el contexto general de la guerra por el control del Estrecho

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de Gibraltar: Gibraltar (1310), Olvera (1327), Alcaudete (1328), Teba (1330), Alcalá la Real (1341), Algeciras (1344), Medina Sidonia (1346), Morón de la Frontera (1378), Antequera (1410). Son repoblaciones modestas a pesar de los incentivos económicos, fiscales, sociales, etc., como la exención de las alcabalas y algunos privilegios extraordinarios para el poblamiento como ferias locales. Hasta su desaparición en 1492, la frontera es un espacio repulsivo para el poblamiento de Andalucía.

Las repoblaciones del interior son muy distintas. El modelo y el método repoblador es la carta puebla, de probada eficacia en las iniciativas poblacionales fronterizas. Pero, en el interior, éstas se deben básicamente al esfuerzo conjunto de algunos señores (nobles locales, instituciones eclesiásticas, órdenes militares) y sobre todo de campesinos (sin tierras o sin las suficientes para sobrevivir) para transformar y humanizar un paisaje antiguo, inculto y yermo, de vastos territorios del interior de Andalucía, como el Aljarafe sevillano y las Campiñas meridionales cordobesas. Lo que se trataba no era solamente poner en explotación la tierra, sino asentar en ella campesinos-vasallos sobre los que ejercer la jurisdicción, en una época caracterizada por la caída de las rentas señoriales.

2.1.3. La Guerra de Granada La Guerra de Granada fue el conjunto de campañas militares que tuvieron lugar entre 1482 y 1492,

emprendidas por la reina Isabel I de Castilla y su esposo el rey Fernando II de Aragón en el interior del reino nazarí de Granada, que culminaron con la Capitulaciones de Granada del rey Boabdil, quien había oscilado entre la alianza, el doble juego, la contemporización y el enfrentamiento abierto con ambos bandos y que tuvo como consecuencias la integración en la Corona de Castilla del último reino musulmán de la península ibérica.

La repoblación del antiguo reino nazarí, recuerda en muchos aspectos a las repoblaciones andaluzas del siglo XIII. Por su carácter socio-militar, se trata de una operación muy selectiva, auspiciada y controlada directamente por la corona castellana, con la técnica de los repartimientos del siglo XIII. Pero los nuevos pobladores procedían ahora y en su mayor parte del mismo Valle del Guadalquivir y en menor medida de otros territorios de Castilla como Murcia y Extremadura. La permanencia de los mudéjares granadinos, y la teórica vigencia de sus capitulaciones, determinan que las repoblaciones cristianas fuesen muy selectivas, afectando a las grandes ciudades que, como Málaga, habían resistido a los castellanos, al menos hasta 1501.

A raíz de la conquista de Granada, la situación cambia por completo con una cascada de repoblaciones de villas y lugares fronterizos, ya regias ya señoriales, y con el crecimiento demográfico de las existentes en los Reinos de Sevilla y de Jaén, cuyos ejemplos más significativos son La Puebla de Cazalla, 1502 y Mancha Real, 1508 respectivamente.

2.2. PATRIMONIO CRISTIANO MEDIEVAL EN ANDALUCÍA La recristianización de Andalucía empieza por la construcción de iglesias, ermitas y conventos,

muchas veces sobre los mismos lugares ocupados por mezquitas y oratorios musulmanes. No es de extrañar, por tanto, el gran número de edificios religiosos construidos en la Baja Edad Media en las tierras recién conquistadas por los reinos cristianos. Las formas más características del arte occidental medieval llegan tarde a Andalucía. Los registros románicos son testimoniales y el arte gótico se tiñe en muchos casos de elementos mudéjares, formando un híbrido característico en numerosos edificios andaluces. La arquitectura mudéjar impregna los paisajes de algunas comarcas, como es el caso del Aljarafe sevillano y del Condado onubense.

2.2.1. Evolución del hábitat rural La expansión latifundista de los últimos momentos de Al-Ándalus y durante la repoblación de la

Baja Andalucía, configuró una estructura de la propiedad, y con ello también del hábitat que, dejando de lado la cuestión del desarrollo tecnológico, contiene ya algunos de los elementos propios del agro andaluz moderno y contemporáneo.

Por evolución de la alquería islámica aparecerá el cortijo (hacienda, casa-cortijo o casa de labor, según usos y zonas), el tipo de hábitat rural disperso propio de la zona meridional de España. Consta de zonas de vivienda y otras dependencias para la explotación agrícola de un extenso territorio circundante. El cortijo daba respuesta funcional a la necesidad de alojamiento de trabajadores, estables o jornaleros, al de los propietarios cuando estaban (pues el absentismo era la norma general), al acomodo del ganado y al almacenamiento de los aperos y productos agrícolas, todo ello en edificios amplios, organizados en torno a uno o más patios de distribución. Evidentemente, el tamaño, volumen y

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calidad de estas construcciones, estaba directamente relacionado con las necesidades de cada explotación

La cocina, con una chimenea de gran campana y poyos laterales, era la pieza principal para los jornaleros, los que, en el cortijo tradicional, solo disponían además de gañanías de uso común. Los trabajadores de más cualificación, disponían de habitación privada, y los encargados y caseros, de vivienda propia. Todas ellas, construcciones sencillas y austeras. La vivienda del propietario estaba situada de forma independiente, aunque conectada al conjunto, y era de mayor confort y calidad constructiva.

La base del cortijo es el gran patio, cerrado en su frente con un gran portalón. En torno al patio principal (podía haber otros secundarios), se situaban también las construcciones ganaderas (cuadras, zahúrdas, gallineros, parideras, etc.) y las de almacenaje, la principal de las cuales eran el alfolí (para guardar las semillas) y los graneros. Se completaba el cortijo con edificaciones dedicadas a otros menesteres, como fraguas, carpinterías o talleres de diversos tipos. En conjunto, era un núcleo autosuficiente.

2.2.2. Arte cristiano en Andalucía Dada la cronología de la conquista del valle del Guadalquivir, quedan muy escasos ejemplos del

estilo románico y concentrados en la provincia de Jaén. El mejor conservado es la Iglesia de Santa Cruz de Baeza. Iglesia de tres naves y ábside de tambor. Tiene dos portadas con arquivoltas de medio punto sobre columnas, aunque la occidental fue añadida procedente de las ruinas también románicas de San Juan. El interior presenta arcos apuntados sobre columnas románicas y el vestigio de un arco visigótico, lo que puede suponer que sea una reconstrucción de un templo cristiano usado por los mozárabes durante el dominio musulmán.

Tras la conquista de Córdoba por Fernando III el Santo, el 29 de junio de 1236, se edificaron catorce parroquias, cuyas fechas de construcción pueden encajarse entre mediados del siglo XIII y principios del XIV. A estos templos se les viene dando el nombre de "iglesias fernandinas" o "iglesias de la reconquista". Se trata de edificios de clara influencia cisterciense por lo que su carácter gótico inicial es muy marcado sin haberse desprendido de un cierto carácter románico. Las características fundamentales de estas construcciones son: Planta de tras naves, con ábsides con bóvedas y nervios longitudinales y de eje. Algunas de las más importantes y mejor conservadas iglesias fernandinas de Córdoba son las parroquias de la Magdalena, San Lorenzo, San Andrés... Al mismo programa arquitectónico corresponde la construcción de la iglesia de Santa Ana en el barrio sevillano de Triana. Entre las construcciones civiles del siglo XIII, destacan las Atarazanas Reales de Sevilla, un inmenso astillero medieval de estilo gótico y mudéjar levantado en ladrillo, y la Torre hispalense de don Fadrique. Se trata ésta de una estructura defensiva que aunó la arquitectura gótica con la románica tardía.

Desde la conquista de Sevilla en 1248 se usó como catedral la antigua mezquita almohade, aunque en 1403 comenzó a construirse un templo gótico clásico tras el derribo del edificio musulmán y sus obras alcanzarán el siglo XVI cuando se cierra el cimborrio en 1507 (aunque el actual es obra de Gil de Hontañón tras el derrumbe del primero en el año 1511). Las dimensiones de la Catedral son imponentes ya que se persiguió desde el primer momento la mayor de las monumentalidades: "que se labre otra Eglesia, tal e tan buena, que no haya otra su igual...". Su planta es un rectángulo del que únicamente sobresale la gran capilla real de Carlos V que aunque parece un ábside es una dependencia aparte. Tiene cinco naves más capillas adyacentes y crucero no acusado en planta y girola cuadrada con capillas tras el altar mayor. En lugar de triforio se adoptó la solución de crear un balcón corrido a lo largo de la nave mayor.

El influjo de la catedral de Sevilla va a cambiar el escaso panorama gótico de los siglos XIII y XIV y va a servir de modelo para iglesias gótico-tardías como Santa María de Carmona o los templos de Jerez de la Frontera, Utrera y Arcos de la Frontera.

El tardío gótico isabelino encuentra en las puertas de algunos templos andaluces algunas de sus mejores obras. En estas décadas de finales del siglo XV y principios del XVI, se reformaron muchos edificios nazaríes del antiguo Reino de Granada, siguiendo los patrones góticos. En Granada se edificó la simbólica Capilla Real en 1505, además de convertir multitud de templos en iglesias góticas. En Almería, el gótico se introdujo en el castillo, la alcazaba y la Catedral de la Encarnación; mientras que en Málaga, el arte isabelino alcanzó la Iglesia del Sagrario, la Iglesia de Santo Domingo y el Convento San Francisco de Ronda. También en el resto de las provincias andaluzas despuntó el gótico isabelino, prueba de ello es el Palacio de Jabalquinto de Baeza, la Casa de Bailío de Córdoba o el Convento de Santa Clara de

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Montilla, aunque gradualmente, el renacimiento fue encumbrándose como el nuevo estilo arquitectónico.

2.2.3. El mudéjar andaluz El arte mudéjar es un estilo artístico que se desarrolla en los reinos cristianos de la península

ibérica, pero que incorpora influencias, elementos o materiales de estilo hispano-musulmán, es la consecuencia de las condiciones de convivencia existente de la España medieval y se trata de un fenómeno exclusivamente hispánico que tiene lugar entre los siglos XII y XVI, como mezcla de las corrientes artísticas cristianas y musulmanas de la época y que sirve de eslabón entre las culturas cristianas y el islam.

Se trata del estilo que practican los mudéjares, gentes de religión musulmana y cultura árabe que permanecían en los reinos cristianos tras la conquista de su territorio y, a cambio de un impuesto, conservaban su religión y un estatus jurídico propio; pero también moriscos y cristianos que aprendieron las técnicas propias del arte musulmán. No es un estilo artístico unitario, sino que posee características peculiares en cada región, entre las que destaca el andaluz.

Se da un nuevo tipo de material, el ladrillo y una nueva decoración superpuesta a elementos constructivos cristianos y musulmanes. Las estructuras arquitectónicas y los materiales son modestos, pero se logra un gran realce mediante el trabajo ornamental del ladrillo, yeso y madera: ajedrezados, espinas de pez, esquinillas, arcos ciegos, redes de rombos (sebka), cruces cristianas... El mudéjar supone una reacción nacional en contra de los estilos europeos que se estaban introduciendo. En el s. XIII los reyes cristianos van a comenzar a conocer la cultura islámica y se va produciendo un alejamiento de los influjos europeos y un acercamiento hacia la vida musulmana. Los elementos y materiales habituales son yeserías, cerámica vidriada (alicatados), artesonados de madera…

El verdadero mudéjar se da del s. XIII al s. XV. En esta época se daba un dominio casi total y se produce un contacto entre los estilos europeos y musulmanes. Se van a levantar distintas tipologías como Iglesias, sinagogas y mezquitas que se funden en un estilo común. En el foco andaluz se diferencian los estilos de la Baja Andalucía y de la Andalucía Penibética. En Córdoba se mantiene el empleo de la piedra, mientras que en Sevilla predominan el ladrillo y las formas almohades y la construcción de capillas funerarias, iglesias, palacios y sinagogas. Por sus características formales y por su tardía cronología se distingue el mudéjar de la Alta Andalucía, donde perviven elementos de inspiración nazarí, aunque su desarrollo fue frenado por auge del Renacimiento.

La obra cumbre del mudéjar andaluz será el conjunto de ampliaciones que Pedro I de Castilla iniciará en el siglo XIV (y continuarán sus sucesores) en el antiguo alcázar islámico y que dará lugar a los Reales Alcázares de Sevilla. Otras muestras importantes, por provincias, son:

Provincia de Almería: en Huécija, la iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación. Provincia de Cádiz: en Jerez de la Frontera, la Iglesia de San Dionisio; en Medina-Sidonia,

el castillo de Torrestrella, en Sanlúcar de Barrameda, la Parroquia de Ntra. Sra. de la O. Provincia de Córdoba: en Córdoba, su sinagoga, la puerta del Perdón y la capilla Real de la

Mezquita, la Casa de las Campanas, la Casa de los Caballeros y la iglesia de San Miguel. Provincia de Granada: en Granada, la Iglesia de San José, la Iglesia del Convento de Santa

Isabel La Real, el Sagrario del Convento de Santa Isabel la Real, el Minarete junto a la Iglesia de San José, la Iglesia de San Pedro y San Pablo, la Iglesia de Santa Ana, El Palacio de la Madraza, la Iglesia de San Bartolomé, la Iglesia del Salvador, la Iglesia de San Nicolás; en Guadix, la Iglesia de San Francisco.

Provincia de Huelva: en Aracena, Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores; en Moguer, el Monasterio de Santa Clara; en Palos de la Frontera, el Monasterio de La Rábida.

Provincia de Málaga: en Málaga, el convento de la Trinidad y la Iglesia de Santiago; Árchez y gran parte de la Axarquia.

Provincia de Sevilla: en Lebrija, Nuestra Señora de la Oliva; en Mairena del Alcor, la iglesia de Santa María de la Asunción, la ermita de San Sebastián y el castillo de Luna; en Sanlúcar la Mayor, la Iglesia de San Pedro; en Santiponce, el Monasterio de San Isidoro del Campo.