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Catedral de Granada Historia de la Arquitectura 2. Ángel Coello Hernández Cristina Galicia de Castro Samuel García Aguilón Manuel García Durán Adriana García López Víctor Rivera González

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Catedral de Granada

Historia de la Arquitectura 2.

Ángel Coello Hernández Cristina Galicia de Castro

Samuel García Aguilón Manuel García Durán Adriana García López

Víctor Rivera González

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Índice >> El renacimiento

>definición general >causas >el arte del renacimiento >ciencia y tecnología >política >religión

>> Contexto histórico. Europa

>inicio de la época moderna >el nacimiento de una nueva era >la reforma protestante >guerras religiosas

>la era del absolutismo >centralización del estado >visión secular del mundo >el despotismo ilustrado

>> Contexto histórico. España >> Contexto histórico arquitectónico: referencias >> La construcción a través de sus maestros

>Enrique Egás >Diego de Siloé >Alonso Cano >Ambrosio de Vico

>>La obra a través de sus partes: evolución histórica y descripción.

>La Catedral de Granada >La Capilla Real >El Sagrario >La Lonja

>>Modificaciones posteriores y restauraciones >>Cronología >>Bibliografía

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>> El renacimiento

>definición general

El Renacimiento es el movimiento intelectual y artístico que surgió en Italia en el siglo XIV y que se desarrolla plenamente en el XV extendiéndose por el resto de Europa. Se llama así porque se refiere a un resurgimiento de los valores y la estética del mundo clásico grecorromano. El conocimiento del pensamiento griego y los descubrimientos de piezas artísticas de la antigüedad son la base de la cultura renacentista.

El Renacimiento no fue una simple exhumación de las artes antiguas. El interés por el arte grecorromano fue una consecuencia. En principio, se aspiró a una renovación en todas las parcelas de la cultura humana -filosofía, ética, moral, ciencia, etc.- para crear a un nuevo hombre en el que se conciliasen todas las ramas del saber en una actitud fecunda: el hombre del Renacimiento. En este periodo, la sociedad feudal de la Edad Media, caracterizada por una economía básicamente agrícola y una vida cultural e intelectual dominada por la Iglesia, se transformó en una sociedad dominada progresivamente por instituciones políticas centralizadas, con una economía urbana y mercantil, en la que se desarrolló el mecenazgo de la educación, de las artes y de la música.

Frente al teocentrismo medieval, el Renacimiento, sin olvidar a Dios, convierte al hombre en el centro de sus intereses y hará de él un ser más crítico e individualista. Este volver a centrarse en lo humano no significa un abandono de lo divino; bien al contrario, lo divino es revisado desde la perspectiva humana para dotarlo de una mayor significación: Dios trata de hacerse inteligible a la razón humana, en vez de limitarlo a la emoción de la fe.

El término ‘renacimiento’ lo utilizó por vez primera en 1855 el historiador francés Jules Michelet para referirse al “descubrimiento del mundo y del hombre” en el siglo XVI. El historiador suizo Jakob Burckhardt amplió este concepto en su obra La civilización del renacimiento italiano (1860), en la que delimitó el renacimiento al situarlo en el periodo comprendido entre el respectivo desarrollo artístico de los pintores Giotto y Miguel Ángel, y definió a esta época como el nacimiento de la humanidad y de la conciencia modernas tras un largo periodo de decadencia.

La más reciente investigación ha puesto fin al concepto de la edad media como época oscura e inactiva y ha mostrado cómo el siglo previo al renacimiento estuvo lleno de logros. Gracias a los scriptoria (aulas dedicadas al estudio) de los monasterios medievales se conservaron copias de obras de autores latinos como Virgilio, Ovidio, Cicerón y Séneca. El sistema legal de la Europa moderna tuvo su origen en el desarrollo del Derecho civil y del Derecho canónico durante los siglos XII y XIII, y los pensadores renacentistas continuaron la tradición medieval de los estudios de gramática y retórica. En el campo de la teología, durante el renacimiento se continuaron las tradiciones medievales del escolasticismo y las establecidas por las obras de santo Tomás de Aquino, Juan Escoto y Guillermo de Ockham. El platonismo y el aristotelismo fueron cruciales para el pensamiento filosófico renacentista. Los avances en las disciplinas matemáticas (también en la astronomía) estaban en deuda con los precedentes medievales. Las escuelas de Salerno y Montpellier fueron destacados centros de estudios de medicina durante la edad media.

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>causas La península italiana nunca se había visto implicada íntimamente con la

corriente internacional del Gótico. Sus manifestaciones góticas tienen un carácter muy particular, siempre más ligado a su propia tradición románica y clásica que a las evoluciones estilísticas de Francia, el gran eje rector del estilo gótico. Durante el Trecento se había ido planteando las bases de una renovación del arte. La ruptura no llega de la nada, sino que tiene sus raíces.

Los pilares de la ruptura, o de la renovación, son varios. El eje más llamativo es el Humanismo como nuevo enfoque de la visión teocrática de la sociedad y el cosmos hacia el papel central del hombre y sus actos.

El mecanismo de la recuperación de la Razón tuvo sus apoyos en la reintroducción de la sabiduría clásica. El estudio de la lengua griega se desarrolló gracias a la emigración de eruditos bizantinos que, tras la caída de Constantinopla en manos del Imperio otomano en 1453 se instalan en Italia y llevan con ellos nuevos manuscritos clásicos, conservados por los árabes; la sabiduría helenística, los conocimientos de cábala y astrología oriental, etc. El estudio de la literatura antigua, de la historia y de la filosofía moral, aunque a veces degeneró en una imitación de los clásicos, tenía por objetivo crear seres humanos libres y civilizados, personas de gusto y juicio, ciudadanos, en definitiva, más que sacerdotes y monjes

Una de las más significativas rupturas renacentistas con la tradición medieval se encuentra en el campo de la historia. La historia se convirtió en una rama de la literatura más que de la teología; los historiadores renacentistas rechazaron la división medieval cristiana de la historia que se iniciaba con la Creación, seguida por la encarnación de Jesús, para terminar con el posterior Juicio Final. La visión renacentista de la historia también constaba de tres partes: comenzaba con la antigüedad, continuaba con la edad media y se completaba con la edad de oro, o renacimiento, que acababa de iniciarse. Mientras que los eruditos medievales contemplaban con recelo el mundo pagano griego y romano creyendo que vivían en la última etapa histórica, previa al Juicio Final, el Renacimiento exaltaba el mundo clásico, condenaban el medioevo como una etapa ignorante y bárbara y proclamaban su propia era como la época de la luz y de regreso al clasicismo.

La idea renacentista del humanismo supuso otra ruptura cultural con la tradición medieval. Esto supone la tendencia general del renacimiento a “conceder la mayor importancia a los estudios clásicos y a considerar la antigüedad clásica como la pauta común y el modelo a seguir en toda la actividad cultural”. Se estudiaron los textos clásicos y se enjuiciaron por sus propios valores; desde este momento ya no se utilizarían más para embellecer y justificar la civilización cristiana. El gran interés por la antigüedad tuvo su expresión en la febril y fructífera búsqueda de manuscritos clásicos; se redescubrieron los Diálogos de Platón, los textos históricos de Heródoto y Tucídides, las obras de los dramaturgos y poetas griegos, así como de los padres de la Iglesia, que se publicaron críticamente por primera vez. El estudio de la lengua griega se desarrolló en los siglos XV y XVI gracias a la emigración de eruditos bizantinos que, tras la caída de Constantinopla en manos del Imperio otomano en 1453, la enseñaron en Florencia, Ferrara y Milán. El estudio de la literatura antigua, de la historia y de la

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filosofía moral, aunque a veces degeneró en una imitación de los clásicos, tenía por objetivo crear seres humanos libres y civilizados, personas de gusto y juicio, ciudadanos, en definitiva, más que sacerdotes y monjes.

Los estudios humanísticos, junto a los grandes logros artísticos de la época, fueron fomentados y apoyados económicamente por grandes familias como los Medici en Florencia, los Este en Ferrara, los Sforza en Milán, los Gonzaga en Mantua, los duques de Urbino, los dogos en Venecia y el Papado en Roma.

La aparición de la clase media y la burguesía frente a la sociedad estamental medieval fue una de las claves de la ruptura. En Italia aparecen ciudades autónomas en las que, debido a la extensión del comercio y al nuevo sistema fabril, aparece una burguesía que se enriquece y desafía a la nobleza rural.

El Renacimiento italiano fue sobre todo un fenómeno urbano, un producto de las ciudades que florecieron en el centro y norte de Italia, como Florencia, Ferrara, Milán y Venecia, cuya riqueza financió los logros culturales renacentistas. Estas mismas ciudades no eran producto del Renacimiento, sino del periodo de gran expansión económica y demográfica de los siglos XII y XIII. Los comerciantes medievales italianos desarrollaron técnicas mercantiles y financieras como la contabilidad o las letras de cambio. La creación de la deuda pública (concepto desconocido en épocas pasadas) permitió a esas ciudades financiar su expansión territorial mediante la conquista militar. Sus mercaderes controlaron el comercio y las finanzas europeas. Esta fluida sociedad mercantil contrastaba claramente con la sociedad rural de la Europa medieval. Era una sociedad menos jerárquica y más preocupada por sus objetivos seculares.

>el arte del renacimiento

La recuperación y estudio de los clásicos originó la aparición de nuevas disciplinas —filología clásica, arqueología, numismática y epigrafía— y afectó críticamente al desarrollo de las ya existentes. En el campo de las bellas artes la ruptura decisiva con la tradición medieval tuvo lugar en Florencia en torno a 1420, cuando el arte renacentista alcanzó el concepto científico de perspectiva lineal que hizo posible representar el espacio tridimensional de forma convincente en una superficie plana. Desde mediados del siglo XV, las formas y temas clásicos volvieron a ser utilizados.

Características: -Imitación de Grecia y Roma: Se intenta revivir los estilos clásicos,

considerados como la feliz culminación del esfuerzo del hombre por lograr un canon de perfección.

- Idealismo: El arte del Renacimiento se inspira en una idea de belleza abstracta que realiza arquetipos, es decir, formas que se ajustan a una previa y calculada concepción de lo bello.

- Racionalismo: En la elaboración de esta idea de belleza abstracta entra de forma decisiva el sentido razonador del hombre del Renacimiento. Sin negar del todo la inspiración, le asignan una modesta parte en el acto creador. La belleza del arte brota de leyes que establecen relaciones numéricas exactas. El número, la proporción, la regla de oro y el orden están presentes en todas sus obras.

-Naturalismo: Sin embargo, este principio idealista no excluía la obediencia a la naturaleza, tomada como modelo y maestra de sabiduría infalible. El estudio

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de la armonía, de la luz, de las leyes ópticas responde al afán del artista por acercarse a la naturaleza y poder representarla con todas las apariencias de verdad. La observación infatigable del mundo es la virtud cardinal del artista.

-Serenidad y equilibrio: La exacta proporción de las partes, la justa relación de los distintos elementos de la obra, infunden a ésta una seguridad y reposo, que se traduce en la sensación de serenidad. La pintura y la escultura, salvo raras ocasiones, se propusieron dar una imagen plácida y serena de la realidad; y la arquitectura, en su contenido juego de líneas y volúmenes, aspiraba presentarse como una totalidad orgánica en la que cada una de sus partes ejerce su función sin esfuerzo alguno.

-Universalidad: En definitiva, el objetivo último del arte del Renacimiento fue hacer obras inspiradas en principios inmutables que asegurasen su permanencia ejemplar. Los artistas del Renacimiento se esforzaron en dar realidad a un arte insuperable, y, por lo tanto, válido para siempre y para todo el mundo. Universalidad y eternidad son las dos ideas rectoras del arte del Renacimiento.

>ciencia y tecnología

También se hicieron progresos en medicina y anatomía, especialmente tras la traducción, en los siglos XV y XVI, de numerosos trabajos de Hipócrates y Galeno; también fueron traducidos en el siglo XVI algunos de los más avanzados tratados griegos sobre matemáticas. Entre los avances realizados destacaron la solución de ecuaciones cúbicas y la innovadora astronomía de Nicolás Copérnico, Tycho Brahe y Johannes Kepler. A finales del siglo XVI, Galileo ya había dado un paso fundamental al aplicar modelos matemáticos a la física. La geografía se transformó gracias a los conocimientos empíricos adquiridos a través de las exploraciones y los descubrimientos de nuevos continentes y por las primeras traducciones de las obras de Tolomeo y Estrabón. En el campo de la tecnología, la invención de la imprenta en el siglo XV revolucionó la difusión de los conocimientos. La imprenta incrementó el número de ejemplares, ofreció a los eruditos textos idénticos con los que trabajar y convirtió el trabajo intelectual en una labor colectiva. El uso de la pólvora transformó las tácticas militares entre los años 1450 y 1550, favoreciendo el desarrollo de la artillería, que mostró sus efectos devastadores contra los muros de piedra de castillos y ciudades. El ejército medieval, encabezado por la caballería y apoyado por arqueros, fue reemplazado progresivamente por la infantería, provista de armas de fuego y picas; tales fuerzas formaron los primeros ejércitos permanentes de Europa.

>política En el campo del derecho, se tendió a sustituir el abstracto método

dialéctico de los juristas medievales por una interpretación filológica e histórica de las fuentes del Derecho romano. Por lo que respecta al pensamiento político, los teóricos renacentistas recusaron, pero no anularon, la proposición medieval de que la preservación de la libertad, del derecho y de la justicia constituía el objetivo fundamental de la vida política. Los renacentistas aseveraron que la misión central del gobernante era mantener la seguridad y la paz. Maquiavelo sostenía que la fuerza creativa del gobernante era la clave para el mantenimiento de su propia posición y el bienestar de sus súbditos, idea consonante con la política de la época.

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Durante el renacimiento, las ciudades italianas se convirtieron en estados territoriales que buscaban expandirse a costa de otros. La unificación territorial tuvo lugar también en España, Francia e Inglaterra, lo que condujo a la formación del Estado nacional moderno. Este proceso contó con la ayuda de la moderna diplomacia, configurada, al tiempo que las nuevas tácticas militares, cuando las ciudades-estado italianas establecieron embajadas permanentes en cortes extranjeras. En el siglo XVI la institución de la embajada estable se hallaba extendida por el norte del continente, en Francia, Inglaterra y en el Sacro Imperio Romano Germánico.

>religión

El clero renacentista, particularmente su más alta jerarquía, ajustó su comportamiento a la ética y costumbres de la sociedad laica. Las actividades de los papas, cardenales y obispos apenas se diferenciaban de las usuales entre los mercaderes y políticos de la época. Al mismo tiempo, la cristiandad se mantuvo como un elemento vital y esencial de la cultura renacentista. Predicadores como san Bernardino de Siena y teólogos o prelados como San Antonino de Florencia, gozaron de gran prestigio y fueron venerados. Además muchos humanistas se preocuparon por cuestiones teológicas y aplicaron los nuevos conocimientos filológicos e históricos para estudiar e interpretar a los padres de la Iglesia. El acercamiento humanista a la teología y a las Escrituras se puede observar desde el erudito y poeta italiano Petrarca hasta el holandés Erasmo de Rotterdam, lo que tuvo un poderoso impacto sobre los católicos y protestantes.

>> Contexto histórico. Europa

>inicio de la época moderna El siglo y medio que transcurrió entre la llegada europea a América y el final

de la guerra de los Treinta Años fue una época de transición y tensión intelectual. Después de 1648, la religión siguió siendo importante en la historia europea, pero no se volvió a dudar de la prioridad de las preocupaciones seculares. Debido a que este cambio de valores suscitó inquietud e incertidumbre en su comienzo, los pueblos de Europa exhibieron una profunda ambivalencia: ya no eran medievales, pero tampoco eran modernos.

>el nacimiento de una nueva era

Esta ambigüedad se manifestó en quienes, a finales del siglo XV, comenzaron a explorar las tierras situadas más allá de las costas europeas. Inspirados por el celo religioso, exploradores como Vasco da Gama, Cristóbal Colón y Fernando de Magallanes hicieron posible un vasto esfuerzo descubridor y misionero. Motivados también por el afán de conseguir bienes materiales, contribuyeron a una revolución comercial y al desarrollo del capitalismo. Portugal y España, como patrocinadores de los primeros viajes, fueron los primeros en obtener beneficios económicos. Aunque la enorme cantidad de plata que fluyó a España contribuyó a una ‘revolución de los precios’ (rápida devaluación del dinero e inflación a largo plazo), en un principio sirvió para poner un extraordinario poder en manos del rey Felipe II, de quien se decía que “en sus dominios no se ponía nunca el Sol”. Heredero de los dominios de los Habsburgo en Europa occidental y América, Felipe se autoproclamó defensor de la fe católica. Su oposición a las ambiciones del Imperio otomano en el Mediterráneo no se debió

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sólo a que los turcos eran competidores imperiales sino también a que eran ‘infieles’ musulmanes. Del mismo modo, sus campañas contra los Países Bajos e Inglaterra tuvieron a la vez motivaciones políticas y religiosas, pues en ambos casos sus enemigos eran protestantes.

>la reforma protestante

La Reforma protestante que Felipe II detestaba comenzó en 1517, año en que Martín Lutero expuso a debate público sus 99 tesis. En busca de la salvación personal y ofendido por la venta de indulgencias papales. Lutero renunció a retractarse incluso cuando se enfrentó a una bula de excomunión. No obstante, a pesar de su carácter religioso, tras proclamar que la salvación sólo se obtiene mediante la fe, el desafío de Lutero a la Iglesia se mezcló con aspectos políticos. Al reconocer el peligro de las repercusiones políticas de sus ideas, Carlos V puso a Lutero bajo proscripción imperial.

La ruptura de Lutero con la Iglesia podría haber sido un hecho aislado si no hubiera sido por la invención de la imprenta. Sus escritos, reproducidos en gran número y muy difundidos, fueron los catalizadores de una reforma más radical incluso, la de los anabaptistas. En su determinación por recrear la atmósfera del cristianismo primitivo, los anabaptistas se opusieron a los católicos y a los luteranos por igual. La Reforma tampoco pudo ser contenida geográficamente; triunfó en Suiza cuando Zuinglio impuso sus ideas en Zurich. En Ginebra, Juan Calvino, francés de nacimiento, publicó la primera gran obra de la teología protestante, Institución de la religión cristiana (1536). El calvinismo demostró ser la más militante políticamente de las confesiones protestantes.

Incapaz de conservar la unidad cristiana occidental, la Iglesia católica no cedió territorio a los protestantes. La Contrarreforma, que no sólo fue una respuesta al desafío protestante, representó un esfuerzo por vigorizar los instrumentos de la autoridad de la Iglesia católica. El Concilio de Trento reafirmó el dogma tradicional católico, denunció los abusos eclesiásticos y potenció la Inquisición y el Índice de libros prohibidos. Con la Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola, la Contrarreforma podía enorgullecerse de contar con una organización tan militante y dedicada como la de cualquier confesión protestante.

>guerras religiosas

Alentada fundamentalmente por los monarcas españoles Carlos V y Felipe II, la lucha entre los católicos y los protestantes no se limitó al área espiritual. Durante el periodo 1550-1650, las prolongadas guerras religiosas ocasionaron la destrucción general del continente. No obstante, estas guerras religiosas se entrelazaron de modo inextricable con las contiendas políticas, que finalmente adquirieron un papel de gran importancia. En Francia, un sangriento conflicto civil entre los católicos y los hugonotes se prolongó durante 30 años hasta que Enrique IV fue reconocido como rey en 1593. Al poner el poder secular por encima de la lealtad religiosa, el protestante Enrique se convirtió al catolicismo, la religión de la mayoría de sus súbditos. En los Países Bajos, la España católica y las provincias holandesas, calvinistas, entablaron una brutal y larga guerra (1567-1609) que finalizó con la victoria de estas últimas. La religión se identificó muy de cerca con las aspiraciones nacionales; el líder holandés Guillermo de Orange-Nassau, católico y luterano antes de hacerse calvinista, reunió a su pueblo para convocar la resistencia nacional por encima de todo.

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También en Inglaterra la lucha religiosa fue parte de un esfuerzo mayor para asegurar la independencia nacional. Bajo la reina Isabel I las razones de estado dictaron la política religiosa; como resultado, la autonomía administrativa protestante y el ritual católico fueron hábilmente tejidos para fabricar una solución intermedia: la Iglesia de Inglaterra (Iglesia anglicana). Con ayuda de tormentas traicioneras (el ‘viento protestante’), la Inglaterra de Isabel rechazó a la Armada Invencible que Felipe II de España había enviado en 1588, lo que supuso una victoria tanto nacional como religiosa. Al conocer esa derrota, el rey español exclamó: “He enviado mis naves a luchar con los hombres, no contra los elementos”. España perdió su liderazgo europeo, que pasó a Francia, su enemigo tradicional.

La guerra de los Treinta Años fue la última guerra religiosa y la primera moderna. Iniciada en Bohemia, donde los Habsburgo católicos y los checos protestantes mantenían una fiera oposición, la confrontación fue alimentada por dos países luteranos, Dinamarca y Suecia. Sin embargo, casi desde el principio, su carácter fue ambiguo; aunque desde el principio las pasiones religiosas contribuyeron a su estallido, en 1635 la guerra se convirtió en una lucha política entre la dinastías Habsburgo y Borbón, ambas católicas. Ejemplo de este periodo de tensiones, a la vez que de transición, fue el cardenal Richelieu, un miembro de la Iglesia católica cuyos intereses eran seculares y que implicó a Francia en la contienda. Al final de la guerra, Francia surgió como la potencia más poderosa del continente europeo y el prototipo del Estado secular y centralizado.

>la era del absolutismo

En la resaca de la guerra de los Treinta Años, el absolutismo comenzó a

tomar una forma reconocible; el Estado, secular y centralizado, reemplazó a las instituciones y conceptos políticos feudales como instrumento de poder e influencia mundial. A través de los esfuerzos de los cardenales Richelieu y Mazarino, Francia entró en escena como la primera gran potencia moderna. En 1661, cuando Luis XIV asumió el gobierno del país, comprendió que sólo se podrían conquistar nuevos territorios mediante la movilización de los recursos económicos y militares de todo el Estado. La serie de guerras que provocó en Europa no pudieron transformar sus sueños más audaces en realidades, pero el esfuerzo en sí mismo habría sido imposible sin las políticas económicas mercantilistas de Jean-Baptiste Colbert y la creación de un gran ejército permanente. La vasta burocracia civil y militar que inevitablemente llevaba consigo la ambición territorial desenfrenada del monarca francés pronto comenzó a tomar vida propia, y, aunque el rey pudo haber creído que él era el Estado, de hecho se había convertido en su principal servidor. La aristocracia francesa corrió una suerte similar. Cuando la diversidad feudal cayó víctima del racionalismo burocrático, los aristócratas fueron obligados a ceder el poder político a los funcionarios de la burocracia estatal, llamados intendentes. En España, la muerte de Carlos II sin sucesor provocó la guerra de Sucesión. La llegada de la nueva dinastía de los Borbones coincidió con la implantación del absolutismo. Felipe V abolió los fueros de los distintos reinos, se extinguieron las Cortes y se centralizó el poder basado en una férrea burocracia.

>centralización del estado

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Otros monarcas europeos emularon rápidamente el absolutismo francés. El zar Pedro I el Grande dedicó sus energías a transformar Rusia en una importante potencia militar. Como parte de este programa de occidentalización creó un Ejército y una Armada permanentes, estimuló el estudio de la tecnología occidental e insistió en que la nobleza se definiera por el servicio al Estado. Tomó, además, medidas para racionalizar la administración del gobierno. Estos esfuerzos se coronaron con éxito cuando Rusia derrotó a Suecia en la guerra del Norte (1700-1721). Pedro y sus sucesores, acomodados en su nueva capital, San Petersburgo, no pudieron ser excluidos durante más tiempo de la ecuación política de Europa. Ni tampoco Prusia, donde la estructura política fruto de su evolución histórica era similar a la de los estados más centralizados: la guerra y el impulso expansionista dictaron la concentración del poder, la normalización de los procedimientos administrativos y la creación de un Ejército moderno y permanente.

El precio a pagar por el fracaso en la centralización del poder político era la decadencia política, como se manifestó en Polonia y el Imperio otomano. La persistencia de la independencia aristocrática debilitó tanto a Polonia que finalmente fue repartida en tres ocasiones (1772, 1793, 1795) por los estados vecinos de Austria, Prusia y Rusia. Los turcos, en otras épocas temidos conquistadores del sureste europeo, fueron incapaces de impedir que los jenízaros y funcionarios provinciales usurparan el poder que una vez perteneció al sultán. Como consecuencia, el Imperio otomano entró, antes del final del siglo XVIII, en un proceso que le acabó convirtiendo en el ‘enfermo de Europa’.

De las guerras que asolaron Europa entre 1667 y 1721, surgió un sistema estatal que, en general, sobrevivió hasta 1914. Al comienzo del periodo, Francia permaneció de forma incontestada como la potencia militar más poderosa de Europa; sin embargo, en la segunda década del siglo XVIII aproximadamente, Gran Bretaña, Austria, Rusia y Prusia se convirtieron en potencias con las que había que contar. En lugar de ser un imperio francés, Europa se organizó como un grupo de grandes potencias en equilibrio político. La estabilidad política se convirtió en un principio de la diplomacia europea y en una contestación efectiva a cualquier agresión que tuviera por objeto la hegemonía continental.

>visión secular del mundo

Junto a la secularización de la política hubo una secularización del

pensamiento. La revolución científica del siglo XVII sentó las bases de una visión del mundo que no dependía de las asunciones y categorías cristianas. Al liberarse de la teología, los filósofos descubrieron nuevos aliados en la ciencia y las matemáticas. Para pensadores como Francis Bacon y el filósofo francés René Descartes, el destino del alma era menos importante que el funcionamiento del mundo natural, y aunque Bacon era empirista y Descartes un racionalista, ambos creían que el poder de la razón humana, utilizado correctamente, se imponía a la autoridad.

Entre los distintos creadores del pensamiento moderno, ninguno fue más importante ni más celebrado que el físico inglés Isaac Newton, que descubrió una explicación mecánica que abarcaba todo el Universo sobre la base de la ley de la gravedad universal. El respeto que Newton inspiró a los filósofos del siglo XVIII difícilmente puede ser exagerado. Determinados a popularizar una imagen del mundo científica y a adaptar sus métodos a la tarea de la crítica social y política, las principales figuras de la Ilustración pusieron los problemas del mundo

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directamente en el centro de su actividad intelectual. En el compendio más famoso del pensamiento ilustrado, la Enciclopedia (1751-1772), Denis Diderot, Jean d’Alembert, Voltaire y otros autores cuestionaron la concepción religiosa del mundo y abogaron por el humanismo científico basado en la ley natural.

>el despotismo ilustrado

Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la ilustración se alió con el absolutismo. Inspirados por los filósofos, monarcas absolutos como Federico II el Grande de Prusia, José II de Austria y Catalina II de Rusia, se modelaron a sí mismos en el ideal del rey filósofo e intentaron, con distintos niveles de éxito, utilizar el poder al servicio del bien común. A pesar de su sinceridad, su mayor éxito fue radicalizar aún más el absolutismo. Bajo su mando, el particularismo político continuó su retirada ante el avance de la uniformidad legal a través de los códigos de leyes y las regulaciones administrativas y burocráticas. Efectivamente, hubo un resurgir aristocrático durante el siglo, pero los aristócratas debían su nueva vitalidad a su obligación de servir al Estado. En resumen, bajo los monarcas absolutos ilustrados la centralización del poder se desarrolló rápidamente; en un auténtico esfuerzo por mejorar el bienestar de sus súbditos, los déspotas ilustrados introdujeron aún más el poder del Estado en la existencia diaria. En España, bajo Carlos III florecieron las artes y las letras amparados por gobiernos dirigidos por políticos excelentes, como el conde de Aranda, el conde de Campomanes, Gaspar Melchor de Jovellanos y el conde de Floridablanca, amigos y seguidores de los ilustrados franceses y de los nuevos ideólogos ingleses.

>> Contexto histórico. España

Puede considerarse que la historia moderna de España comenzó con el reinado de los Reyes Católicos (1474-1516), en cuyo periodo se avanzó de forma decisiva hacia la integración, bajo un único soberano, de los diversos reinos y territorios en que se había dividido la vieja Hispania romana.

El matrimonio de Isabel y Fernando supuso la vinculación de las Coronas de Castilla y de Aragón, cada una de las cuales estaba integrada por un grupo de reinos. La Corona de Aragón comprendía los de Aragón, Valencia y Mallorca, además del principado de Cataluña y de los reinos de Sicilia y Cerdeña, en el sur de Italia. La Corona de Castilla abarcaba la mayor parte de la península Ibérica, a excepción de los territorios aragoneses, Navarra, Portugal y el reino de Granada.

Con los Reyes Católicos no se produjo una unión de las Coronas de Castilla y Aragón. De acuerdo con el modelo ya existente en esta última, cada una de ellas mantuvo sus leyes, instituciones y monedas, y continuaron las aduanas en las zonas limítrofes. Sin embargo, ambos reyes intervinieron, en distinta medida, en la gobernación castellana o aragonesa, y —lo que es más importante— en el futuro ambas coronas tendrán un mismo rey.

Pero el proceso hacia la integración del territorio peninsular bajo un único soberano va a ser mucho más amplio. Los Reyes Católicos conquistaron el reino de Granada (1492), y años después, muerta ya Isabel, Fernando incorporó el reino de Navarra (1512). Cuatro de los cinco reinos existentes en España a finales de la edad media pasaron a depender de un mismo soberano. Sólo faltaba Portugal, al que los reyes trataron de incorporar, sin éxito, por medio de matrimonios

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concertados. Fuera de la península Ibérica, las tropas castellanas conquistaron el reino de Nápoles (1504), así como una serie de plazas en el norte de África. Al propio tiempo, se incorporaron de forma efectiva las islas Canarias, y se inició, con el descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón, el dominio de lo que será la América española. No se trataba sólo, por tanto, de la integración bajo un mismo rey de los territorios políticos de la Hispania romana; estaba surgiendo una gran potencia política mediterránea y atlántica, que en virtud de las vicisitudes sucesorias —y de la política matrimonial de los Reyes Católicos— pronto será también una potencia europea, cuando a la muerte de Fernando, la vasta herencia de Castilla y Aragón recaiga en Carlos I (1516-1556), heredero también, por línea paterna, de los Países Bajos, Luxemburgo y el Franco Condado, así como de los dominios patrimoniales de la Casa de Austria y del título imperial.

Apareció así la llamada Monarquía Hispánica, o de los Austrias, Estado supranacional formado por múltiples reinos y territorios cuyo único elemento de unión era la persona del monarca. La Monarquía Hispánica fue también llamada Monarquía Católica, en la medida en que la defensa de la ortodoxia católica frente a los protestantes se convirtió en una de sus principales razones de ser. Con Carlos I, el espacio territorial de la Monarquía Hispánica continuó creciendo, gracias a la incorporación del ducado de Milán y a la rápida conquista de América. Tras su muerte, Felipe II (1556-1598) no heredó ni los dominios de la Casa de Austria ni el título imperial, pero la expansión se completó con la incorporación de territorios como las guarniciones de Toscana, las islas Filipinas, y sobre todo, el reino de Portugal, con su extenso imperio ultramarino en África, Asia y América.

Los años finales del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI fueron un periodo decisivo en la expansión europea más allá del océano. La Corona de Castilla, junto con Portugal, fue la principal protagonista de tal proceso. A mediados del siglo XVI, la América española había alcanzado prácticamente sus límites máximos. En poco más de medio siglo, los conquistadores españoles lograron incorporar vastos territorios en el norte, centro y sur del continente americano. Los dos hechos más importantes fueron las rápidas conquistas de los Imperios azteca (Hernán Cortés, 1519-1521) e inca (Francisco Pizarro, 1531-1533). A partir de los restos de ambos, dos grandes virreinatos, el de Nueva España (México) y el del Perú, coronaban la organización administrativa de la América española.

La expansión y el predominio político que se inició con los Reyes Católicos no podría explicarse sólo por la habilidad política, las combinaciones matrimoniales o la fortuna. A comienzos del siglo XVI, la Corona de Castilla era uno de los espacios más vitales de Europa. Su peso en el conjunto de España resultó decisivo, pues no sólo era más extensa que los otros territorios, sino que su población era mayor, en términos absolutos y relativos, y creció más que la de otros espacios peninsulares. A finales del siglo XVI —el momento sobre el que poseemos datos más fiables— la Corona de Castilla, sin el País Vasco, tenía unos 6.600.000 habitantes, de una población total para el conjunto de España de algo más de 8.000.000. La economía castellana era además la más próspera de la península; desde mediados del siglo XV, Castilla se encontraba en una fase expansiva, mientras que la economía de la Corona de Aragón (principalmente la de Cataluña) sufría un periodo de crisis y estancamiento, tras la prosperidad del siglo XIII.

El crecimiento demográfico de Castilla fue especialmente importante en el mundo urbano. Las ciudades más dinámicas eran las del interior, especialmente en los valles del Duero y del Guadalquivir. En aquél, aparte de Valladolid, que

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destacó por su importante papel político como sede preferente de la corte hasta mediados del siglo, vivieron momentos favorables ciudades como Burgos, sede principal del comercio castellano con el exterior; Segovia, núcleo esencial de la producción textil lanera; Medina del Campo, famosa por sus grandes ferias internacionales, o Salamanca, que albergaba la universidad más prestigiosa. En el sur, junto a grandes núcleos urbanos que vivían esencialmente de la agricultura, el monopolio comercial con América hizo crecer a Sevilla, la principal ciudad española del siglo XVI. En las últimas décadas de dicha centuria, el asentamiento de la corte motivaría el fuerte crecimiento de Madrid. A comienzos de los tiempos modernos, por tanto, las zonas más prósperas de la península se situaban no sólo en la Corona de Castilla, sino especialmente en el interior.

El carácter dinástico o personal, que determinaba la pertenencia a la monarquía de cada uno de los reinos y territorios integrantes de la misma, y la fuerte autonomía que conservaban, junto con la existencia de unas instancias superiores de gobierno en la corte, junto al rey, hicieron de la monarquía de los Austrias españoles una curiosa mezcla de autonomía y centralización. El poder del rey no era el mismo en todos los reinos y territorios, como tampoco eran similares el potencial demográfico y económico de los mismos. En estas condiciones, la riqueza y prosperidad castellana —incrementada posteriormente por la plata que provenía de América— junto al fuerte desarrollo del poder regio en la Corona de Castilla, la convirtieron, ya desde tiempos de los Reyes Católicos, en el vivero fundamental de los recursos humanos y materiales y en el centro de gravedad de la monarquía. Ello tuvo claras ventajas para los grupos dirigentes castellanos: la alta nobleza, los miembros destacados del clero o los letrados disfrutaron de los principales cargos de la monarquía, hasta el punto de provocar recelos en otros territorios. Sin embargo, para el pueblo llano, que pagaba los impuestos, la realidad imperial de la monarquía de los Austrias no supuso sino una creciente fiscalidad y el envío de muchos de sus hombres para abastecer los ejércitos. El sometimiento de Castilla a la política imperial de los Austrias fue aún mayor tras el fracaso de la revuelta de las Comunidades (1520-1521) —de carácter urbano y popular— contra la política del emperador Carlos I.

Durante buena parte del siglo XVI, los éxitos acompañaron la política internacional española, a pesar del fracaso relativo de Carlos V en el intento de impedir la expansión del protestantismo en Alemania. La defensa del Mediterráneo occidental resultó eficaz frente al peligro turco, que se redujo de hecho en las últimas décadas del siglo. Sin embargo, el gran cáncer de la Monarquía surgió en su seno con la rebelión de los Países Bajos, iniciada en 1566, y que habría de dar lugar a una guerra larga, costosa y agotadora, que duró, en conjunto, hasta mediados del siglo XVII, y en la que los rebeldes —las Provincias Unidas de Holanda— contaron frecuentemente con el apoyo de Francia e Inglaterra.

En plena fase de expansión económica, las materias primas castellanas no se utilizaron para abastecer, de forma suficiente, la producción artesanal propia. La lana de los rebaños de la Mesta y el hierro vasco eran los dos principales artículos del comercio de exportación castellano. A cambio, numerosos productos manufacturados extranjeros invadieron el mercado interior, favorecidos por las facilidades aduaneras, la necesidad de abastecer el mercado americano, el crecimiento de los precios en Castilla, o el retraso técnico que pronto empezó a manifestarse. Castilla fue convirtiéndose en proveedora de materias primas y compradora de productos manufacturados, en claro perjuicio de su actividad industrial y sus posibilidades de crecimiento económico. La política no fue ajena a

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dicho proceso, pues el peso excesivo del gobierno hegemónico de los Austrias determinó una fuerte presión fiscal y un notable desgaste demográfico para mantener los ejércitos. Por otra parte, en una época en que el incremento de la producción iba necesariamente ligado al aumento de las superficies cultivadas, el crecimiento demográfico tenía un límite, que en el caso de Castilla, parecía haberse alcanzado hacia las décadas de 1570 y 1580.

Al menos desde la gran crisis epidémica de finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, el interior castellano sufrió una fuerte crisis demográfica y económica que acabó con su antigua prosperidad. Sus ciudades perdieron el papel que habían tenido en la economía y se despoblaron. La sociedad se polarizó y los exponentes de la incipiente burguesía, los sectores intermedios que protagonizaron la actividad manufacturera, mercantil y financiera del siglo anterior, desaparecieron. La obsesión por el ennoblecimiento y por vivir de las rentas agrarias sirvieron de base a una sociedad con fuertes diferencias entre los ricos y poderosos y la gran masa popular, empobrecida.

La crisis no afectó en la misma medida a la periferia, incluida la perteneciente a la Corona de Castilla. La mayor parte de las regiones del exterior peninsular mantuvieron su población, o incluso la aumentaron, a pesar de que algunas de ellas sufrieron fuertemente la incidencia de la peste. En la segunda mitad del siglo XVII, cuando la población y la economía del interior comenzaban a recuperarse, el centro de gravedad de la economía española se había desplazado, definitivamente, hacia la periferia. Durante el siglo XVIII la situación no cambiará, y a pesar de la buena coyuntura general, Cataluña, el Levante valenciano, Cádiz —centro del comercio con América— o las zonas costeras del País Vasco serán las regiones más prósperas, frente a un interior que recuperaba población, pero cuya economía tenía un cariz esencialmente agrario. Madrid, en el centro, era la gran excepción, como consecuencia de su papel político.

Al igual que en otras sociedades de la época, la intolerancia religiosa era un elemento fundamental. En 1492 fue expulsada de España la minoría judía; poco después, se obligó también a los musulmanes a convertirse o emigrar. En ambos casos, sin embargo, la extinción oficial del judaísmo y la religión islámica no acabó con el problema de las minorías, pues buena parte de los judíos y la gran mayoría de los musulmanes se convirtieron a la fe cristiana. Al problema judío le sucedió la cuestión de los conversos, cuya clave última estaba en el rechazo hacia las razas minoritarias. La Iglesia y la mayor parte de la sociedad sospechaban de la sinceridad de las conversiones; la Inquisición, que comenzó a actuar en 1480, fue esencialmente un tribunal contra los conversos de origen judío, al tiempo que, en la sociedad española, se extendía la diferenciación entre cristianos ‘viejos’ y ‘nuevos’, y la demostración de la ‘limpieza de la sangre’ —la inexistencia de antepasados judíos o musulmanes— se convertía en un requisito inexcusable para el acceso a las diversas instituciones administrativas.

A diferencia de los conversos de origen judío, diseminados entre la sociedad cristiana vieja y obsesionados por ocultar sus antecedentes, los antiguos musulmanes, llamados moriscos, al vivir agrupados en determinadas zonas de la península, hacían gala de su religión y sus costumbres y eran claramente reacios a la religión y la cultura cristianas. Mientras los conversos de origen judío vivían preferentemente en las ciudades y trataban de integrarse en la sociedad, con frecuencia en posiciones de cierta relevancia, los moriscos eran campesinos de escasa formación cultural, por lo que durante buena parte del siglo XVI se los consideró menos peligrosos. Sin embargo, la revuelta de las Alpujarras, en 1568, determinó la desarticulación del núcleo granadino, diseminado por la Corona de

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Castilla, e incrementó la intolerancia hacia ellos. A comienzos del siglo XVII, los moriscos —unas 300.000 personas— fueron expulsados de España. En los reinos de Valencia y Aragón, los más afectados, los expulsados suponían, respectivamente, en torno al 30% y al 25% de la población.

El reinado de Felipe IV vivió una de las coyunturas bélicas más intensas de la historia de la Monarquía Hispánica, que acabó por arruinar la economía y la hacienda de Castilla, y que pesó también gravemente sobre otros territorios, en particular el reino de Nápoles. Las repercusiones económicas y sociales de tal esfuerzo, junto a otros factores, como el descontento y las tensiones constitucionales provocadas por los intentos del conde-duque de Olivares de repartir las cargas de la política imperial de la monarquía, para aliviar el peso que soportaba la Corona de Castilla, provocaron una grave crisis interna, cuyas manifestaciones más importantes fueron las revueltas de Cataluña y Portugal, iniciadas ambas en 1640. Tales acontecimientos fueron la antesala de la derrota de la monarquía frente a los holandeses, sancionada por la Paz de Westfalia (1648) y frente a Francia por la Paz de los Pirineos (1659). Unos años después, en 1668, Portugal vio reconocida su independencia.

A pesar de las derrotas de mediados del siglo XVII, durante las últimas décadas de este siglo, la monarquía supo conservar la casi totalidad de sus dominios, gracias, en buena parte, a la habilidad diplomática que la llevó a aliarse con sus anteriores enemigos, Inglaterra y Holanda, frente al expansionismo amenazador de la Francia de Luis XIV. Precisamente, la obsesión por mantener íntegra la herencia recibida de sus antepasados fue uno de los elementos decisivos que llevaron a Carlos II, carente de sucesión, a nombrar heredero al duque de Anjou, nieto del rey francés, que, con el nombre de Felipe V, introduciría en España la dinastía de Borbón (1700).

La existencia de otro pretendiente, el archiduque de Austria, Carlos de Habsburgo, vinculado también a los monarcas españoles por reiterados lazos familiares, junto al temor que inspiraba el poder de Luis XIV, fuertemente incrementado por la herencia de su nieto, provocaron la llamada guerra de Sucesión, que no fue sólo un conflicto europeo generalizado, sino que en España tuvo características de guerra civil, enfrentando a los leales a Felipe V con los partidarios del archiduque austriaco, especialmente numerosos en la Corona de Aragón.

El desenlace internacional de la guerra, en 1713, supuso el fin de la Monarquía Hispánica, pues sus dominios europeos pasaron a manos de los rivales del bando borbónico, en beneficio sobre todo de Austria. En España, la conclusión de la guerra en 1715 reafirmó en el trono a Felipe V, quien, en castigo por el apoyo a su rival, suprimió las instituciones y leyes particulares de los reinos y territorios de la Corona de Aragón. El poder político, en la España del siglo XVIII se organizó, así, de forma centralista, siguiendo el modelo francés. Sólo Navarra y las provincias vascas, leales a Felipe V durante la guerra, mantuvieron sus instituciones y leyes.

El siglo XVIII fue en general un periodo de recuperación demográfica y económica, favorecida por las medidas reformistas, especialmente intensas durante los reinados de Fernando VI, y sobre todo, de Carlos III. A finales de la centuria, la población total española podía estar entre los 10.700.000 y los 11.300.000 habitantes. Apoyada en su imperio ultramarino, la España de este siglo fue una potencia importante en la política europea, si bien su política exterior careció de la grandeza de tiempos pasados y estuvo casi siempre demasiado vinculada a Francia. El influjo de la Ilustración —y el paso del tiempo— redujo considerablemente la importancia de la Inquisición, que a finales del siglo había

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dirigido su actividad a la persecución de las nuevas ideas ilustradas, procedentes principalmente de Francia, y a la censura de libros. Pese a los signos de crisis detectados durante el reinado de Carlos IV, la invasión napoleónica de 1808 vino a truncar la evolución positiva de la España del siglo XVIII. >> Contexto histórico arquitectónico: referencias El proyecto original de Siloe para la catedral de Granada puede considerarse único dentro de la tradición española e incluso dentro de la tradición europea medieval, debido a su constitución compuesta por una forma central combinada con una basilical. No puede decirse que Siloe inventara este tipo compuesto, aunque su ingeniosa integración no tiene precedentes en Europa. Entrando en el estudio de aspectos individuales, las referencias más importantes de la catedral de Granada se establecen con la planta de la catedral de Toledo, y con el esquema espacial de la sección de la catedral de Sevilla. Queda generalmente aceptado que el primer modelo para la planta de la catedral granadina fue la planta de la de Toledo, compuesta por cinco naves vueltas en la cabecera alrededor del altar, disposición que seguiría Enrique Egas (que por aquella época estaba también supervisando la construcción de dicha catedral de Toledo), en su traza de 1521, y que, establecida ya en los cimientos, ataría, en parte, a la posterior obra de Siloe. Aunque la catedral toledana alcanza un alto grado de perfección en la articulación de todos sus elementos, en el caso de Granada, si olvidamos la envolvente, su interior renacentista tiene una organización totalmente distinta. Esta situación estaba provocada por el trabajo de Siloe, quien llegó incluso a rehacer algunos cimientos para escapar del gótico impuesto por Egas y llegar a un estilo renacentista, puesto que para seguir en esa línea habían traído a este maestro del romano para suceder a Egas. La otra gran referencia de la catedral de Granada, como ya se ha comentado, es la de Sevilla, puesto que si atendemos ahora a la distribución espacial de la sección transversal, las cinco naves granadinas reproducen literalmente el esquema espacial de la catedral de Sevilla, con una nave central de mayor desarrollo vertical, elevada sobre otras cuatro naves laterales todas de la misma altura. La sede sevillana es una obra del siglo XV, que surge por tanto pasados ya doscientos años desde el planteamiento de las grandes catedrales góticas del XIII. En la catedral sevillana, las naves tienden a igualarse en altura y en anchura, ganando el conjunto en homogeneidad y casi desapareciendo la subordinación de los ambientes laterales a la nave principal. Los soportes de las bóvedas tienden a estandarizarse en todo el recinto mientras los paramentos ceden su lugar dejando el protagonismo a la repetición del gran elemento aislado. En esta obra aparecen también otras referencias, aunque menos directas, ya que si atendemos a la secuencia longitudinal de la nave principal granadina, que culmina en el gran énfasis espacial de la capilla mayor, encontramos una referencia a las obras realizadas también a lo largo del siglo XV en la catedral de Burgos y, concretamente, en la elevación del gran cimborrio sobre el centro del crucero y la construcción de la capilla del Condestable tras la girola, aproximadamente en el eje principal de la iglesia. Ambos elementos aportan un fuerte énfasis vertical localmente diferenciado. En relación tanto con el cimborrio burgalés como con la capilla del Condestable, Siloé interviene en operaciones arquitectónicas (la Escalera Dorada en Burgos, la reja y algunos retablos en Granada) que establecen diálogos de direcciones espaciales con estos

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elementos de planta central, transmitiéndonos una clara reflexión del maestro sobre su trascendencia organizativa. Por otra parte, la yuxtaposición de dos esquemas espaciales bien diferenciados, central y lineal, respondiendo además a un programa conmemorativo similar al granadino, fue ya intentada por Juan Gas en la iglesia del monasterio toledano de San Juan de los Reyes para el primer proyecto de mausoleo de los Reyes Católicos, cuyo destino quedó frustrado por la conquista de Granada y el posterior traslado del privilegio a dicha ciudad. En la iglesia toledana vemos un claro precedente de la contraposición entre un organismo lineal y una organización central en torno a un programa relacionado con la corona, circunstancias que componen un claro precedente del proceso granadino. En otro orden de cosas, aparte de la evidente referencia al Panteón romano en la cabecera granadina (que queda más explícita en el diseño de Siloe para la iglesia del Salvador de Úbeda) y a la probable evocación de la lejana iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, el precedente antiguo más importante de la cabecera granadina puede ser el mausoleo de Santa Constanza en Roma, organismo de planta central con un deambulatorio perimetral, definido por una formación radial de dobles columnas, y un espacio central más alto y luminoso cubierto por una cúpula hemisférica. Se cree posible no solo el conocimiento directo de dicha obra por parte de Siloe, sino que incluso la obra granadina sea una reelaboración explícita del mausoleo. En cualquier caso, aun cuando no se hubiera dado un conocimiento directo por parte de Siloé, su trabajo y el ambiente ideológico que lo rodean demuestran la coherencia con que ciertos entornos culturales pueden propiciar el surgimiento de organizaciones formales de cierta analogía. Aspectos como el gran acento espacial sobre el vano de una capilla mayor o la contraposición en el mismo edificio de una organización longitudinal y otra central, con uno u otro lenguaje, con una u otra significación, son una constante histórica de toda la cultura occidental. A su vez, cabe destacar también el paralelismo existente entre la capilla mayor granadina y la capilla bautismal que realizara Bramante para Santa Maria sopra San Sátiro, en Milán, tanto por la proporción del espacio cilíndrico como por el dibujo del orden y su continuidad vertical en la bóveda hemisférica. Independientemente del mayor o menor énfasis que se de a cada una de las referencias, y por encima de la posibilidad real del conocimiento directo de estas obras por parte de Siloé, la multiplicidad de fuentes que es posible evocar pone de manifiesto el alcance universal del diseño de Siloe, que exige para su comprensión el recurso a un amplio abanico espacial y temporal de referencias.

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>>La Catedral a través de sus maestros Maestros de la Obra >> Enrique Egás Perfil biográfico

Hijo del escultor Egás Cueman. Dirigió las obras de San Juan de los Reyes de Toledo (1496) y de las catedrales de Plasencia (1497) y de Toledo (1498). Proyectó además los hospitales de Santiago de Compostela (1501-1511), de la Santa Cruz de Toledo (1504-1515) y de Granada (1511), donde estuvo al frente de las obras de la capilla real (1505) y de la catedral (1521-1528).

El estudio de sus obras de segura atribución le muestra más como un arquitecto arcaizante, apegado a las fórmulas del gótico, que como un precursor del Renacimiento.

Personalidad artística >> Diego de Siloé >Perfil biográfico Hijo de Gil de Siloé, fue uno de los arquitectos renacentistas más importantes de España, y el más destacado entre los andaluces. Nació en Burgos hacia 1490-1495. Estuvo casado con Anda de Santotis y después con Ana de Bazán. Falleció en Granada el 22 de octubre de 1563, gozando de buena situación económica y vivía como hombre culto y de gestos refinados. Compañero de Bartolomé Ordóñez, como escultor Siloé ofrece una labor bastante dilatada. En 1528, marcho a Granada, para dedicarse a tareas arquitectónicas.

En Burgos, aprendería los rudimentos del arte de la escultura, tras lo cual pasaría a Italia en unión de Ordóñez, trabajando en el retablo de mármol para la capilla Caracciola de Vico, en San Giovanni a Carbonara (Nápoles), que se inicio en 1516, siendo de su mano el frontal, el basamento, el segundo cuerpo y las estatuas laterales, quedando lo demás como obra de Ordóñez. En 1517, se halla en Nápoles colaborando con Bartolomé Ordóñez, en la realización de la sillería de la Catedral de Barcelona. Aunque resulta difícil determinar la labor del artista en el altar de los Caracciolo, de San Giovanni a Carbonara a Nápoles, se señala como obra suya el Cristo Muerto del frontal del altar y el relieve de San Jorge y la Princesa de resonancias helenísticas. Las figuras de San Juan Bautista y San Sebastián, de los intercolumnios, especialmente este ultimo, pueden relacionarse con la obra burgalesa posterior de Siloé. Al regreso de Ordóñez a España, Siloé quedaría al frente de su taller napolitano en tanto que no se terminaran las obras contratadas, estando de nuevo en España en 1519.

Retornó a Burgos con un estilo directamente inspirado en lo italiano. En 1519, continúo la ejecución del sepulcro de Luis de Acuña para la capilla de Santa Ana, en la Catedral de Burgos, interviniendo en la Escalera Dorada de la Catedral de Burgos.

En 1522, realizo el retablo de piedra para la capilla del arzobispo Acuña, y también se encargo de completar el retablo de Santa Ana, en la Capilla del

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Condestable que había dejado sin concluir su padre, Gil de Siloe, ejecutando las imágenes de las Santas del segundo cuerpo y del lateral, así como el grupo de Cristo muerto y dos Ángeles en el banco.

En 1523, termino el retablo de San Pedro de la misma capilla destacando la imagen de San Jerónimo. Un año mas tarde realizo el retablo mayor de la capilla del Condestable, donde se retrocede al empleo de doseletes de inspiración gótica, y en el que pertenecen a Siloe, la mitad del grupo central con la Virgen, San José y la sirviente de las tórtolas, las escenas de la Visitación y la Adoración del Niño por sus padres, en el banco en el que también es posible que sean suyas las figuras de San Marcos y San Juan, y arriba, la Iglesia Cristiana, Jesús con la Cruz y a la Columna y los Ángeles del remate. Inicialmente en el retablo de San Pedro, en el que Siloe, labra un San Jerónimo Penitente, de anatomía seca y maltratada sobre un fondo paisajístico. Luego interviene en el retablo mayor de esta capilla (1523-1526), mejor obra del Renacimiento Burgales.

Fruto de la colaboración con Vigarny, son el retablo y los sepulcros de la capilla del Licenciado Toribio Gómez de Santiago, consejero de los Reyes Católicos, en la iglesia de Santiago de la Puebla (Salamanca). Debe proceder de la colaboración de ambos artistas el conjunto de sepulcros y retablo de Santiago de la Puebla (Salamanca), este con un buen relieve de la Piedad, expresivista e italianizante, en el que se descubre la mano de Siloé. Practica también este artista la estatuaria exenta de la que es buena muestra el Cristo a la columnas, en la Catedral de Burgos, de patética cabeza y amplia anatomía, precedente de tantas imágenes procesionales barrocas. La imagen de mármol de San Sebastián, en Barbadillo de Herreros (Burgos), es de pequeño tamaño y muy semejante al mismo santo del retablo de los Carracciolo napolitano. En cuanto al relieve, la composición oval de la Sagrada Familia y San Juan del Museo de Valladolid, en madera rojiza sin policromar, es por su belleza italiana y clasicismo una obra cumbre del arte de Siloé.

Por estos años, debió realizar el sepulcro del canónigo de Burgos. De belleza singular es el grupo, en madera sin policromar de la Sagrada Familia con San Juan (Museo de Valladolid). El monumentalismo miguelangelesco y una expresividad trágica se aúnan en el Cirsto a la Columna de la capilla de Santa Tecla de la Catedral de Burgos, y en el Ecce Homo de San Agustín, de Aneñas (Palencia).

Intervino en la realización de la Sillería de San Benito de Valladolid (1525-1528), y la silla correspondiente a la abadía de San Juan de Burgos, en cuya tabla principal se representa a San Juan Bautista, bajo venera en la forma característica de Siloe, mientras que el sitial inferior lo ocupa un relieve con la Degollación del Bautista.

En 1527, se presento al concurso de la Torre de la Iglesia de Santa Maria del Campo (Burgos). Se encargo de su construcción su ayudante, Juan de Salas, cantero.

Dos años mas tarde realizo el sepulcro exento del patriarca Alfonso II de Fonseca para el convento de Santa Ursula de Salamanca, de Salamanca, siguiendo el tipo de Fancelli. También dio las trazas para la portada del Colegio de los Irlandeses (Salamanca), realizado también por Juan de Álava.

Entre sus primeras obras escultóricas se encuentra la decoración de la iglesia de San Jerónimo, panteón del Gran Capitán, mas interesante por su rica y original

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ornamentación que por su arquitectura, la cual había sido encomendada a Jacopo Florentino hasta su fallecimiento en 1526.

En 1528, asume la dirección de las obras de la Catedral de Granada. Tras su muerte, se hizo cargo de las obras Enrique Egas, repitiendo el mismo esquema en la de Guadix, pero de forma mas simplificada.

Trabajo en las puertas del primer templo granadino, de las que algunas sobresalen por su calidad. La portada del Ecce Homo, es adintelada sobre columnas acanaladas realizada en 1530, siguiendo las trazas de Siloe, por Sánchez del Cerro. Sobre un arco entre gruesos pilares y columnas corintias, muestra gruesos pilares y columnas corintias, muestra un tarjetón rectangular sostenido por las figuras de la Fe y la Justicia, acompañadas de angelitos; otros Ángeles mayores fingen sostener los escudos de los Reyes Católicos y del Emperador, que están en los contrafuertes laterales.

En 1535, el cabildo toledano le solicito unas trazas para ejecutar la sillería del coro de la Catedral, aunque se seleccionaron finalmente las de Alonso Berruguete y Felipe Vigarny. En 1543, trazo la iglesia de Montefrio, en la que tuvo la intervención el propio maestro; así como su intervención en la sillería del coro de San Jerónimo, de Granada, terminada en 1544.

>> Ambrosio de Vico >Perfil biográfico. De origen granadino, hijo de un albañil, vecino de Pinos Puente. En 1575 encontramos ya a Vico como aparejador de la Catedral, al continuarse los trabajos que habían estado detenidos por la rebelión morisca. En 1576, se produce la muerte de Juan de Maeda, el nombramiento y renuncia de su hijo Asensio, y la famosa oposición a la plaza de maestro mayor, a la que concurren Orea, Velasco y Castillo, que tuvo lugar en 1577. Vico quedaría como mero espectador y en el fondo como supervisor técnico de la poca actividad que en aquellos años se producía. Colaboró con Orea en las escasas tareas que se emprendieron para continuar lo mucho que quedaba por hacer en su edificio. No obstante, las responsabilidades de Vico ya comenzaron a ser de importancia. Muerto Orea, el Cabildo decide tomar una postura de compromiso para ahorrar lo más posible en los gastos de la obra. Por ello, decide dar a Vico el cargo de maestro mayor interino, conservando también el de aparejador, al apreciar el Cabildo que cuando la ocasión lo hiciera aconsejable (para un trabajo de gran envergadura) se podía llamar a otros maestros de "ciencia y experiencia", sin tener que costear continuamente a un maestro mayor'. De esta forma, Vico quedará durante 43 años como contralador de la obra más importante de Granada, siendo el maestro que más tiempo estuvo a su cargo. Sin embargo, su aportación no fue lo importante que cabría esperar, debido a las dificultades surgidas en su construcción, a las cuales hubo de enfrentarse con regular suerte. >Personalidad artística Su personalidad y prestigio no pueden compararse con la de los grandes

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maestros del Renacimiento granadino que le precedieron y otros que le habrían de suceder en el Barroco, pero es indudable que fue importante y altamente eficaz para los propósitos de la jerarquía eclesiástica, que siempre encontraba en él la solución precisa a los múltiples problemas y necesidades que continuamente surgían en las numerosas obras de su incumbencia. Su tendencia a la simplicidad, su versatilidad y la capacidad de adaptación a las exigencias particulares de cada caso, nos permiten considerarlo el arquitecto más prolífico de cuantos ocuparon cargos de maestría en la Diócesis, a lo cual contribuyó sobremanera su dilatada vida. Vico vive y trabaja en una época de cambios sustanciales en los planteamientos artísticos, políticos y sociales de la Granada moderna. Si sus obras no llegaron a un rango estético o de trascendencia superior fue debido no exclusivamente a su incapacidad resolutiva, sino a una constante imposición de rígida austeridad, que condenó a la arquitectura granadina, principalmente la secular, a una extrema pobreza y simplicidad, en contraste con la pujante arquitectura regular que inicia ahora su etapa de esplendor y afianzamiento. Frente a la afirmación formulada por Chueca Goitia en su ensayo sobre el Protobarroco andaluz, en el sentido de que Andalucía ofrece un contexto geográfico-social en el que se aprecian unas grandes aglomeraciones, lo cual es causa de su extraordinaria riqueza artística, el caso de Granada, con un habitat muy diseminado y con poblaciones, sobre todo en las Alpujarras, Valle de Lecrín y Vega, muy cercanas unas a otras y con pocos habitantes y muchos de ellos procedentes de otros lugares, impedía que se organizaran grandes y suntuosos organismos, pues además su economía siempre ha sido bastante pobre, salvo zonas puntuales, y la presencia de la nobleza ha sido casi nula, siendo muy escasa la existencia de palacios en nuestras poblaciones. No obstante, pese a esta imposición de austeridad, hemos de reconocer que algunas de las decisiones de Vico, por motivo de la baja exigencia normal a su trabajo, habrían de desembocar en actuaciones un tanto deficientes o inapropiadas, como fue el caso del diseño de las bóvedas de la Catedral. Era, en resumen, un hombre práctico y de una sólida preparación, resultando más artesano que artista, siendo ésto no un demérito para nosotros sino una evidencia definitoria de su proceder.

Vico no fue un arquitecto original, ni planteo grandes proyectos reformadores, que, cuando surgieron en Granada, fue excluido de ellos, como en el caso del magno complejo de Sacromonte, encomendado al jesuita Pedro Sánchez. Sin embargo, en él confluyen los cambios decisivos entre siglos, que supondrá el abandono paulatino de la práctica mudéjar, o ya mudejarizante (de la que a lo sumo se conservará el ladrillo o el esporádico uso de las armaduras en los modestos templo rurales), para dar paso a la bóveda de cañón, la cúpula, el apilastrado toscano y fuertes cornisas de rica molduración, la decoración de yeso y los demás elementos característicos de la ornamentación barroca. Sus repertorios variados se nutren de las tres fuentes concurrentes en el despegue del protobarroco hispano: mudéjar, herreriano y manierismo. Las iglesias por él trazadas reproducen fielmente los tres modelos o corrientes apuntadas. En los proyectos desarrollados para las iglesias rurales, ya fueran reformas o nuevas construcciones, se acogerá a una tradición arraigada a lo largo del XVI, en donde se había ido generalizando una forma de cajón rectangular cubierto con armadura, la cual en este momento se ve reducida al mínimo permisible, dejándola en sus maderos esenciales. También en este caso

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las portadas serán las tradicionales de orden toscano y latericias, que analizaremos en su apartado correspondiente. En un segundo escalón y como modelo un poco más depurado encontramos las parroquiales de Albolote y Atarfe, en donde (sobre todo en la primera) reproduce en planta los modelos del nuevo clasicismo pero cubriéndolas todavía con variadas armaduras: una vez más la técnica mudéjar adapta los modelos clasicistas a sus específicas necesidades productivas. En tercer lugar tenemos los edificios netamente clasicistas en los cuales la influencia del proceso alhambrino fue fundamental, así como sus numerosas visitas y encuentros con otros maestros, que serían buena fuente de conocimiento e irradiación de los modelos y"modas" artísticas. Como diseñador de retablos y de portadas (que más tarde estudiaremos individualmente), Vico parte del esquema clasicista o romanista que se difunde a fines del siglo XVI, teniendo como referencia obligada la obra de El Escorial y el arte que se desarrolla a su sombra, a pesar de que en Andalucía su influencia quedó más restringida por la pujanza de las escuelas locales. De todas formas, Vico romperá con la tradición anterior de la escuela siloesca o machuquiana, tanto en lo conceptual como en el tratamiento estético. En el caso de los retablos sus planteamietnos compositivos son limpios y perfectamente claros, inscribibles en la tipología que viene siendo denominada como retablo purista o manierista: con dos pisos y tres calles, la central más elevada con mutilos, y columnas de orden dórico abajo y jónico arriba. En las portadas se continuará la composición de cuerpo bajo más amplio (bien con pilastras rematadas en cartelas, bien columnas dóricas) y un segundo cuerpo apilastrado con mutilos y frontones partidos, en donde, como ya hemos dicho, desaparece toda concesión a la hojarasca y grutescos anteriores y será la múltiple molduración la que establecerá su nuevo orden ornamental. >> Alonso Cano >Perfil biográfico

Alonso Cano es sin duda el artista más completo del Siglo de Oro, no sólo es conocido por ser un magnífico pintor, sino que su fama también es debida a sus excelentes dotes en la escultura y en la arquitectura, además fue diseñador de muebles litúrgicos y un gran maestro en el dibujo.

Posiblemente la gran cantidad de buenos artistas que se dieron cita en la España del siglo XVII sea la causa de que la obra y la vida de Alonso Cano, no hayan despertado el interés que sin duda merecen.

Alonso nació en Granada el 19 de marzo de 1601. Su padre, de nombre Miguel, era constructor de retablos, daba trazas a otros artistas para su ejecución, y también elaboraba muebles y objetos de culto. No cabe duda que la actividad del padre marcó el devenir artístico de Alonso.

En 1614 se trasladó toda la familia al centro económico más importante de Andalucía, es decir, Sevilla. Allí, Alonso completaría su formación y pudo desarrollar con más facilidad sus dotes artísticas. En agosto de 1616, entró como aprendiz en el importante taller de pintura de Francisco Pacheco, donde coincide con el joven Diego Velásquez durante unos meses. Posteriormente completó su formación como escultor junto al gran maestro Juan Martínez Montañés, con quien parece que estuvo trabajando durante varios años (1626-1629). En su etapa

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Sevillana colabora en numerosos proyectos junto a su padre, y durante todo este período su fama como artista fue creciendo. Especialmente importante fue su intervención en el retablo mayor de la iglesia de Santa María de la Oliva en Lebrija. Trazó el retablo y ejecutó sus esculturas, sobresaliendo por su belleza y maestría la imagen de la Virgen de la Oliva.

Tras una azarosa vida que le llevó incluso a prisión por deudas, en 1637 decide marcharse junto a su segunda mujer M. ª Magdalena de Uceda a Madrid. Recibió el apoyo del valido de Felipe IV, el conde-duque de Olivares, lo que le abrió las puertas de la Corte como ayudante y pintor de cámara. Participó en las grandes empresas artísticas de la monarquía y así culmina su formación. El incendio del palacio del Buen Retiro en 1640, provocó que por una parte participase en la restauración de obras de grandes maestros, y por otra fuese comisionado junto a Diego Velásquez a viajar por las diferentes casas reales para seleccionar obras de arte que decorarían el palacio del Buen Retiro. De nuevo en Madrid se vio envuelto en historias turbulentas que le relacionan con un supuesto duelo con el pintor Sebastián de Llanos, e incluso sufrió un proceso judicial al ser acusado instigador del apuñalamiento de su mujer en junio de 1644.

Tras una breve estancia en Valencia (1644-1645) vuelve a Madrid donde realizaría multitud de trabajos de pintura, escultura y arquitectura efímera de gran calidad, entre los que destacaríamos sus pinturas de los dos retablos, aún conservados in situ, que le son encargados para la iglesia parroquial de la Magdalena de Getafe, u otras importantes obras como el cuadro de El milagro en el pozo del Museo del Prado, o el Descenso al Limbo perteneciente a Los Ángeles County Museum of Art.

Posiblemente debido a problemas de salud, decidió volver en 1652 a su ciudad natal de Granada, donde consiguió el cargo de racionero de la catedral tras multitud de problemas con el cabildo, y gracias a la intercesión del propio rey Felipe IV. Su labor en la catedral, que aún estaba sin terminar, fue muy importante, y en ella hallamos algunas de sus obras emblemáticas, desde el conjunto de cuadros de la serie de la vida de la Virgen que se disponen en el presbiterio, a la celebérrima escultura de la Inmaculada, y sin olvidarnos de los objetos litúrgicos diseñados por él, o de sus trazas para la fachada principal del edificio, obra póstuma de Alonso Cano que supone su culminación como arquitecto.

>Alonso Cano como arquitecto:

Aunque no son muchas sus obras realizadas y conservadas, la dimensión de Alonso Cano como arquitecto resulta bien conocida gracias a los retablos conservados diseñados por él, y sobre todo por la espléndida colección de dibujos que tenemos de su mano en los que el artista presenta multitud de diseños de arquitectura, de elementos decorativos, retablos, el proyecto de una fuente monumental, etc.

Alonso Cano conoce perfectamente el vocabulario del mundo clásico antiguo (columnas, frontones, arquitrabes, guirnaldas, cartelas, etc.) que utiliza de forma contenida. En sus obras más maduras observamos una mayor libertad en las composiciones así como un claro alejamiento del clasicismo, y en ellas predomina la utilización de cartelas, guirnaldas de frutos y hojas, molduras simplificadas, así como una tendencia a reducir e incluso eliminar elementos arquitectónicos esenciales como los propios capiteles y basas de las columnas entre otros, características que dotan

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a su arquitectura de una gran personalidad, tal como se evidencia en sus obras granadinas y muy especialmente en la fachada de la Catedral.

Respecto a sus trabajos arquitectónicos sabemos que se encargó de diseñar la arquitectura efímera del arco del triunfo de la Puerta de Guadalajara para celebrar la entrada en Madrid de la reina Mariana de Austria en 1649. De nuevo su labor en la Corte se muestra con multitud de incógnitas y poco sabemos sobre sus posibles intervenciones en alguno de los múltiples proyectos constructivos que por entonces se estaban realizando en palacios y jardines pertenecientes a la Casa Real, y muy especialmente en aquellos que afectaban a la gran empresa del Buen Retiro.

Mejor conocida es su etapa granadina (1652-1667). De forma documental conocemos que intervino en las obras del Hospital Real de Granada fundado por los Reyes Católicos, aunque ignoramos que fue lo que pudo realizar allí. También intervino directamente en la desaparecida iglesia del convento de franciscanas del Santo Ángel Custodio (1653-1661) y en la fachada principal de la Catedral.

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>>La obra a través de sus partes: evolución histórica y descripción. >>La Catedral de Granada

La primera ubicación pensada fue construirla en la Mezquita de la Alambra, pero por motivos de tamaño y de centralidad en la ciudad la Reina pasa a construirse en la Capilla mayor.

En 1518 se decide que va a ser una catedral con unas trazas exactamente iguales que las de la catedral de Toledo, pero por petición del cabildo de la ciudad a CarlosI, petición sugerida por el rey Fernando antes de su muerte, se sugiere que la capital del imperio estuviese dotada con una catedral de mayor grandeza que la que se estaba proponiendo. Esta petición finalmente fue a parar a buen puerto, siguiéndose de la expropiación de las viviendas necesarias para la creación de un nuevo modelo.

En 1522 comienzan las obras que tuvieron que detenerse solo un año mas

tarde a causa de la peste, hasta entonces solo se habían iniciado los trabajos de apertura de zanjas y parte de la cimentación. Trabajos que se continuaron con lentitud tras el brote de la enfermedad.

En 1528 tras un informe, el cabildo mostró su disconformidad con el trabajo

que se estaba realizando, tomando la decisión de poner a Diego de Siloe a la cabeza de la realización de las nuevas trazas de la obra. Tras la necesaria defensa del proyecto ante el rey, a causa del cambio de estilo, y su posterior aprobación se continuo con la construcción del edificio, que en 1531 ya tenia terminado hasta la cornisa del basamento general a la vez que se labraban las basas de las columnas, se hacía la coronación de la puerta de la girola y se tallaba la de la Sacristía.

Las obras iban a gran velocidad, puesto que en 1537 ya estaba terminada

la portada del crucero con las jambas del arco toral con sus tribunas y además del asentamiento de las portada de la sacristía mayor, se estaba trabajando en la capilla que antecede y se había concentraba una gran cantidad de trabajo en la girola . En 1552 ya se había cerrado la capilla central del ábside, que fue la primera terminada, la capilla mayor había llegado a la primera cornisa, y se había terminado el arco toral, acabándose justo después otros cinco más, lo que ayudó a que la obra de la girola se avanzase mucho, lo que permitió previo al cierre provisional del arco toral y los colaterales , habilitar para le culto la cabeza del templo, que fue completada por Siloe con todos sus detalles, quedando aislado ese recinto del resto. Con lo que se fue trabajando muy lentamente desde la linea del crucero, en el basamento general y en el muro septentrional, hasta la muerte de Diego de Siloe en el año 1563.

Para sucederle se designó a su discípulo predilecto Juan de Maeda, que

construyó el primer cuerpo de la torre, las estilóbatas del segundo y parte del muro oriental, la obra fue paralizada durante siete años, además de que tras estos muió el maestro, con lo que el avance era muy lento. Tras unos va y venes de diferentes maestros, el cargo recayó en Juan de Orea que sólo desempeñó el cargo un año, ya que falleció a principios de 1.581. La dirección psao a manos Ambrosio de Vico, quién proyectó hacer el crucero y coro, alzando para ella varias pilares, pero el temor de que se hundiese la torre de la Mezquita, antes de dar fin a la nueva torre,

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detuvo estos trabajos, activándose, en cambio, los de aquella que, cuando ya estaba a punto de acabarse, en 1.590, presentó señales de ruina que obligaron, a derribarla en parte y a realizar su consolidación, la que impidió continuarla.

La primera de las bóvedas del crucero la terminó Vico de modo similar a las originales, justo antes de terminar la torre, en 1623, murió Vico, dando paso o otro periodo de inactividad en las obras.

En 1936 Miguel guerrero realizó el resto de las bóvedas del crucero y nave Inmediata paralela a él (1.638) y la terminación de las cubiertas de las capillas de la izquierda, terminada en 1.540. En 1666 Alonso Cano asume la responsabilidad de la fachada y la parte inferior de la torre. Esta fachada aunque muy distinta a la propuesta por Siloe fue aceptada por el Cabildo, pero falleció en el mismo año.

José Granados de la Barrera, sustituto de Cano, hizo bajo su dirección los pilares de las naves y sus arcos, las capillas de la derecha, la Contaduría y la fachada principal, quedando sin terminar el anillo y cuerpo de luces de la media naranja proyectada por él en la nave central, sobre el trascoro, en 1.684, le sucedió Melchor de Aguirre que realizó la segunda bóveda del coro (nave central) y parte de los muros que habían de encerrar éste, terminando después la fachada, dos bóvedas de la nave del centro y cuatro laterales. Francisco Zurita en unión de Francisco Castillo, hicieron las doce que faltaban y, éste último, la media naranja de Granados, aunque tan erradamente, que tuvo que ser derribada en 1.701, por lo que Castillo fue encarcelado. Con lo que se encargó a los maestros Francisco Otero y Francisco Rodríguez Navajas , quienes dieron fin a la última bóveda de este templo, terminado en 1.704, a los ciento ochenta años de haberse colocado en él la primera piedra.

>Descripción El interior del templo ofrece un tipo de iglesia renacentista alzada sobre un proyecto gótico inicial, con cinco naves, flanqueadas por ambas lados de capillas y con capilla mayor y deambulatorio. En el alzado encontramos pilares compuestos de cuatro semicolumnas corintias y aristas triples de pilastras en media sobre pedestales, entablamento completa y, encima, un rebanco para destacar la redondez de los arcos y dar mayor elevación a las naves principales. Sobre ésto, Síloe, sobrepuso un ático con cornisa corrida sobre los arcos de las naves secundarias y, en torno, ventanas arqueadas bajo las bóvedas. El alzado de las naves, que alcanza unos 30 metros, sobresale en el crucero y nave medial y un segundo crucero que la promedia, que sólo se extiende a las dos colaterales inmediatas. Las dos primeras naves secundarias se cierran ante el crucero mayor, de dos cuerpos con un arco en cada una y, por cabecera de la nave central, se abre la capilla mayor, visible en toda su amplitud a través del arco toral. En el contorno de esta capilla, siete arcos abocinados, con bóvedas de casetones, rompen hacia la girola y, entre ellos, se alzan grandes macizos que sirven de contrarrestos, comunicados entre sí por otras tres series de arcos y en gradación por fuera hasta la cúpula. En torno a ellos corre la girola o nave absidal, prolongación de las colaterales extremas, distribuidas en tramos triangulares y cuadrados alternando, a los que corresponden capillas grandes y pequeñas con arcos de entrada y, encima otros más pequeños y ciegos para estatuas. Las

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capillas tienen bóvedas de cañón con casetones. En la girola las hay baídas, de crucería y otras puramente ojivales. Las ventanas que hay bajo ellas, en gran número, prestan al templo extraordinaria claridad, aumentada por estar sus naves encaladas desde 1.703 y haber perdido la mayoría de aquellas las vidrieras de colores que tuvieron y haberse macizado muchas de estas ventanas, amortiguándose ese efecto en la girola, donde las vidrieras apuntadas que aún se conservan, dan una luz más suave y colorean el magnífico conjunto de la masa del embocinado. La capilla mayor abierta al frente del crucero es circular, abriéndose con un arco toral que va disminuyendo su espesor por la parte interna para adaptarse a la curvatura de la cúpula, así como los siete arcos abocinados de su contorno, abiertos hacia la girola. El interior de la capilla ofrece dos órdenes de columnas corintias superpuestas y entablamentos con relieves, cerrándola una cúpula baída apoyada en diez fuertes aristones y otros más débiles en los huecos. El primer cuerpo cuenta doce semicolumnas, incluidas las del arco toral. Sobre los arcos que comunican con la girola y bajo el primer entablamento hay huecos adintelados, destinados por Carlos V para sepultura de cuerpos reales. Sobre el entablamento, que es prolongación del de las naves, se levanta el segundo cuerpo con otro orden de semícolumnas corintias más finas y otro entablamento. Sobre este cuerpo se abren catorce ventanas con vidrieras y otras diez cierran las ventanas de la base de la cúpula, sobre diseños de Síloe. A ambos lados de la capilla mayor, en el cerramiento de las primeras naves colaterales que Síloe decoró con arcos de triunfo, hay altares en los que estos arcos hacen función de retablos. Su cuerpo bajo tiene arcos de medio punto sobre columnas corintias. Los arcos de la parte superior, más pequeños y con medallones con relieves de cabezas en las enjutas, apoyan en pilastras estriadas.

Los pilares laterales de la nave central se unieron con unos muros, construidos en 1.614, para situar el coro que, desde esa fecha, estuvo aquí hasta 1.926 en que se trasladó a la capilla mayor. Sobre ese muro, y con acceso por escaleritas abiertas en su espesor, se encuentran los órganos, hechos de 1.745 a 1.749. Bajo esta parte de la nave se encuentra el panteón de arzobispo y prebendados.

Alrededor de las naves se estructuran una serie de capillas. El perímetro externo hoy se encuentra casi exento, quedando oculto el lado este por tener adosado el colegio de San Fernando y la sacristía. Desde aquí y hasta la torre de San Miguel, que linda con el Sagrario, queda totalmente visible, detectándose una clara diferencia de tratamiento decorativo entre la cabecera y el resto de las muros circundantes. En la capilla mayor, rematada por el cimborrio y la girola que la rodea, contrasta su riqueza interna con la sequedad exterior que carece de ornamentación específica. Si exceptuamos las gárgolas y pináculos (ambas elementos con una clara doble función estética y funcional), el resto es una pesada máquina sin otro cometido que sostener todo el esqueleto estructural y cerrar sus superficies. Los potentes contrafuertes, los muros lisos y las oscurecidas ventanas, se corresponden hacia dentro con las elegantes pilastras, los escasamientos ricamente moldurados y las encendidas vidrieras. Con ello muestra una clara reminiscencia de la concepción gótica y medieval en general, más preocupada de la espacialidad y luminosidad interior que de un tratamiento estético del volumen de su cabecera. Tan sólo se distingue en un rincón casi oculto la portadita del Ecce Homo, toda ella bastante deteriorada.

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En los muros que cierran las capillas absidiales, desde la portada del Ecce Homo hasta la del Perdón, se observa una notable descomposición de la piedra. La Puerta del Perdón, que se corresponde con el crucero, es la más importante creación, en lo que a portadas se refiere, de Síloe. Su cuerpo bajo realizado entre 1.536 y 1.537, repite en su estructura el esquema de los arcos triunfales de la época imperial romana, con un mayor movimiento de los elementos portantes y enriquecimiento decorativo; columnas exentas y corintias aunque libremente interpretadas en su capitel en el que se sustituyen los caulículos de acanto por formas animadas. En las calles laterales se superponen hornacinas con las veneras hacia abajo, como es habitual en Síloe, con multitud de angelotes y guirnaldas; las esquinas están forzadas por la falta de espacio, remetiéndose las columnas dentro de los contrafuertes que limitan su campo de extensión, siendo utilizados a su vez para ampliar el campo decorativo, y en sus frentes ostenta dos grandes escudos de los Reyes Católicos y del Emperador, como patente de fundación y patrocinio. Corona este cuerpo un frisa corrido con angelotes que separan parejas enfrentadas de monstruos con cabeza y torso humano y cola vegetal. Los relieves son de bastante bulto pero adaptándose al lugar que ocupa su mayor a menor corporeidad, sin que en ningún momento la escultura domine el esquema compositivo sino que lo refuerza.

El segundo cuerpo se termina en 1.610, respetándose la ordenación general, pero con unos relieves mucho más simplificados, de vegetación uniforme desconectada del tradicional grutesco de Síloe y rematada por un frontón partido, clara muestra del nuevo estilo protobarroco en que se movía su maestro tracista: Ambrosio de Vico. Los otros dos cuerpos que se superpusieron, terminándose en 1.637, están totalmente desconectados de los inferiores, no correspondiéndose en sus líneas estructurales.

Desde esta portada hasta la torre en que termina el muro norte, corre el lienzo que cierra las capillas laterales de las naves, lisas en su parte baja y con vano tripartito en la alta, obra de Juan de Maeda en la que introduce novedades como las ménsulas que descargan el entablamento de la ventana central y los áticos laterales. En uno de los cuatro tramos, se encuentra la portada de San Jerónimo que se correspondería con el segundo crucero proyectado por Síloe. Su cuerpo bajo, acabado en 1.532, tiene pilastras con grutescos, en parte restauradas recientemente; el segundo cuerpo fue realizado por Maeda.

En una hipotética vista lateral de la catedral, lo cual es difícil por la presencia de las viviendas colindantes, se observa el escalonado volumen que se origina por las diferentes alturas de las naves y capillas, sirviendo el crucero de elemento de enlace entre ellas y la cabecera, cuya masa queda en parte compensada por la torre. Dicha torre es el elemento angular de unión de las dos fachadas y que debía formar pareja con otra en el extremo sur. Su construcción se inicia durante la maestría de Maeda y como clara obra suya se organiza al modo clásico pero más desornamentado que la de Siloe, Juan de Orea que termina el segundo cuerpo. Vico levanta el tercero faltando por hacer el ochavo y remate con la que alcanzaría una altura de 81 metros frente a los 58 que actualmente tiene. Nos queda, por último, el análisis y descripción de la fachada principal. La fachada trazada por Alonso Cano, presenta la novedad apenas continuada de la eliminación de los órdenes clásicos, siendo los soportes de los tres grandes arcos unos altos contrafuertes, donde los placados y cartelas de hojas de col suplanta la organicidad del acanto. De todos los ornamentos que completan los estribos y las superficies de cierre, según Taylor, serían indicados en el proyecto de Cano el tondo central y los rectángulos de las sobrepuertas laterales, el resto serían

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inducidos por sus sucesores. Estructuralmente se organiza en tres paños, que se corresponden con las tres naves centrales, el central con mayor desarrollo en altura y anchura, separados por estribos salientes cajeados partidos por una cornisa que divide la portada en dos pisos, salvo en la calle central en la que otra cornisa marca el arranque del profundo arco que la cobija. Estos paños no son lisos sino que también se distribuyen en una zona central más profunda, donde se ubican las puertas y óculos, y los laterales que sobresalen con formas apilastradas y cajeadas. Todo ello ayuda a producir el efecto de profundidad y claroscuro.

Constructivamente se percibe en el cuerpo alto, añadido por Melchor de Aguirre, un peor ensamblaje de los sillares y mayor descomposición. Un detalle interesante es la unión que se observa en el lado izquierdo de ella, notándose el encuentro de la parte construida en el siglo XVI y en el XVII, en que se levantaron la torre y la fachada respectivamente. >>La Capilla Real En 1506 se encargó la traza del edificio y se nombró director de la obra a Enrique Egas, maestro de la catedral de Plasencia y de la de Toledo. En 1521 Egas fue nombrado maestro mayor, siéndolo hasta 1528, que le sucedió Diego Siloé. Desde el principio Egas mostró su disconformidad con el trazado del edificio por estimar que resultaba bajo y angosto. En 1514 se encarga a Fancelli el sepulcro de los Reyes y se realiza la portada del lado norte, dándose por acabada las construcción del edificio año y medio después del fallecimiento de Fernando. Cuando el edificio se dio por terminado y los cuerpos reales fueron trasladados a él fue cuando se cubrió de riquezas, convirtiéndose en guardador de las primeras y más nobles joyas del Renacimiento español. Hasta 1521 fueron unos años de actividad inusitada, en los que Granada albergó en el recinto de esta Iglesia el núcleo más florido de artistas italianos y españoles, iniciándose en ella el desarrollo de formas que prontamente se nacionalizaron, definiendo y particularizando el Renacimiento español. El sepulcro de D. Felipe y Dª Juana no se colocaron en su sitio hasta 1603 en cuyo siglo se hicieron los relicarios y en el siguiente, el retablo de la Santa Cruz, que sustituyó al primitivo. La arquitectura de la Capilla Real, de estilo toledano, no presenta ni un genial alarde constructivo ni una novedad entre las de su clase. Es un ejemplar más, y de segundo orden, entre los edificios de su época, con mezquinos y desconcertantes conjuntos decorativos, en el que, sobre la vigencia de una norma gótica, comienzan a asomar aportaciones renacentistas, pregoneras de la iniciada renovación clásica. >Descripción Exteriormente, la Capilla sólo ofrece una fachada, pues las demás están unidas a la Catedral, Sagrario y Lonja. Sus muros apoyados en contrafuertes que rematan floridos pináculos, se coronan por balaustradas caladas con elegantísima crestería, completando la decoración multitud de preciosas gárgolas y ventanales de una sobria elegancia, campeando en todo el edificio los escudos y letras de los fundadores (RRCC), timbrando cada piedra.

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En esta fachada, y correspondiendo a los pies de la Iglesia, se abrió la portada, a petición del Cabildo de Granada, en 1527, probablemente por el cantero Juan García de Praves. En ella se conserva de antiguo sólo la parte alta, pues la inferior la rehizo desacertadamente Juan de Aranda, en 1733. La primitiva portada principal de la Capilla se situaba en la fachada contraria, en el lado Norte, y al construirse la Catedral quedó dentro de ella, frente por frente y correspondiendo a la puerto de ésta llamada del Perdón. Dirigió la obra de esta portada maestre Enrique Egas, y aunque nada se sabe del escultor que la labrase se le ha atribuido a Jorge Fernández, por comparación con otras obras de este artista en el retablo de la Catedral de Sevilla, aunque lo de Granada sea muy superior a lo sevillano, debiendo situarse su ejecución hacia 1517, pues en el escudo figura ya el blasón de Navarra. Interiormente, la Capilla presenta planta de cruz latina, cabeza absidal y coro, situados a los pies de la nave, que divide la altura de éste con una bóveda de crucería muy rebajada. Amplios haces de columnas sostienen los arcos, sobre los que apoyan bóvedas igualmente nervadas, decoradas en el cruce de sus nervios con arandelas de madera dorada. Una ancha faja azul rodea toda la Iglesia, a manera de friso, y en ella se extiende una inscripción en letras alemanas con fondo de oro. Sobre esta faja se abren grandes ventanales gemelos, que hasta el s.XVIII tuvieron vidrieras pintadas, decorando las paredes escudos de los Reyes. A un lado y a otro de la nave se abren cuatro capillas, las dos de los pies con arcos rebajados, por caer debajo del coro, correspondiendo la primera a la actual puerta de entrada. La de enfrente, cerrada con una reja plateresca, obra de Bartolomé de Jaén, de hacia 1523. A los pies de la nave se abre una puerta que comunica con la inmediata Iglesia del Sagrario, cuyo arco tal vez sea obra de Juan García de Praves, de 1519 a 1520, trasladándose pasa ello a otro sitio la Sacristía de la Catedral, que allí se encontraba. La puerta da acceso a un pasadizo a cuyos lados hay dos pequeñas capillas, con rejas, y cerrando la comunicación al Sagrario con otra reja, del estilo de Bartolomé y hecha en 1526. Las capillitas restauradas en 1756 por el cantero Luis de Arévalo, tienen retablillos labrados en 1761. Siguiendo hacia arriba la nave del templo, se abren a sus lados las otras dos capillas, de las cuales, la de la izquierda corresponde a la portada principal de él, ya descrita, que da a la Catedral; la de la derecha es la capilla de la Santa Cruz, cerrada por una bellísima reja de acentuado romanismo, con notas góticas. El interior de esta capilla está ocupado por un retablo churrigueresco, terminado en 1752 por Blas Antonio Moreno, retablo que sustituyó a uno plateresco. >>El Sagrario La intención original del proyecto siloesco de Velasco era “hacer el claustro y Sagrario… en el sitio de la iglesia vieja (la mezquita), junto con la segunda torre, que se iba a tener “la misma forma y grandeza de la compañera que agora se va

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prosiguiendo”. Velasco planeaba “echar una línea que venga desde la Capilla Real hacia las casas arçobespales que hacen faz con la cara de la torre que parta del sitio en dos partes y en la parte que corra conjunta con la iglesia nueva, torre y Capilla Real se hará el Sagrario y en la parte que queda al medio día se hará el claustro”. El Sagrario estaba pensado para ser dividido en tres capillas cuadradas siguiendo los anchos de las capillas laterales adyacentes de la Catedral y extendiéndose desde la torre al pie de la Capilla Real. Una de las capillas laterales, probablemente la que está cerca de la torre, era para albergar la pila bautismal. La capilla central, que contenía el altar de la Reserva, debía ser visible desde las capillas contigüas así como desde el crucero secundario de la Catedral. El altar del Sagrario debía verse también a través de las rejas de hierro forjado desde la portada de la Capilla Real, con la cual el altar estaba alineado en su eje este-oeste. >Descripción La descripción de la capilla del Sagrario, como adyacente a las capillas laterales de la Catedral y situada en el punto en el que la línea central del crucero secundario cruza el recorrido longitudinal que va desde el altar de la Capilla Real a través de su portada, es un emplazamiento suficientemente claro. Velasco no presentó alzado de su Sagrario, defecto criticado posteriormente, sin embargo si se describieron ciertos rasgos del alzado de esta capilla. Según Velasco, los elementos arquitectónicos tenían que ser “uniformes y correspondientes” con los de la Catedral en el sentido de que tenían que ser corintios pero “la cornisa alta de él (el Sagrario)… es en la misma altura de la que corre por de fuera, entorno de las capillas hornezinas de el trascoro”. Pro esta razón, el la reconstrucción del alzado la altura del Sagrario ha sido reducida a unos 7/10 del tamaño de los pilares de la nave para conformarla a la altura de esa cornisa exterior. Es interesante destacar que los pilares del actual Sagrario, construido en el siglo XVIII, son de la misma altura, y que las capillas del pasillo adyacente a la Catedral son del mismo tamaño que las proyectadas por Velasco. Aunque las naves del Sagrario actual fueron trasladadas unos diez pies hacia el Sur para obtener unas capillas laterales de poca profundidad (abandonando la alineación de Velasco de la nave norte con la línea central de la puerta de la Capilla Real), las tres capillas de las naves exteriores de la actual estructura han mantenido la escala y la altura de las tres capillas proyectadas por Velasco. Sin embargo, cada una de las tres capillas del Sagrario renacentista estaba pensada para tener “una linterna, que les de luz biba… para que las dichas capillas sean muy luzidas y claras”. Un grupo de tres ventanas, similares a las usadas en la claraboya de la nave, fue proyectado para los lunetos de estas capillas en el lado que da al claustro. La alusión de lunetos en las partes superiores sugiere el uso de pechinas para sostener la bóveda y la linterna y, con este rasgo, la descripción general del alzado del Sagrario de Velasco queda bastante completa. >>La Lonja

Su creación representa uno de los mas importantes episodios de la ciudad, ya que se convierte en una definición de la ciudad gótica, además de la polémica creada por un contencioso que enfrentaba al gobierno con el Cabildo

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de la Capilla Real. La decisión de crear la lonja sale de un reunión que mantuvo el cabildo en 1518.

Tras un vertiginoso comienzo de la obra a manos del canterano Juan García de Pradas, que lo primero que realizó fue el cierre del aljibe para facilitar las obras, van surgiendo intensas peticiones para que la Lonja pasase de manos del gobierno a la iglesia, convirtiéndose en una sacristía. Tras muchas disputas uno de los primeros acuerdos es levantar una segunda planta que albergara este último uso, pero que realmente no llego a ninguna parte.

En 1921 Juan de Sagrado hace un enlucido para la pieza, la cual estaba prácticamente terminada por entonces, ya que se comienzan los trabajos de adecuación del entorno, se crean canales de plomo para la solución de los problemas sanitarios y de evacuación de aguas.

Siete años después se convierte en uno de los principales motivos del desprestigio del cabildo, ya que se decide la creación de una nueva lonja a causa de la imposibilidad de albergar allí toda la actividad necesaria, y sumado a las incesantes criticas recibidas por parte de la iglesia. A la cual pertenece en la actualidad.

>Descripción

La Lonja es un claro ejemplo de arquitectura civil tardo gótica con una meritoria portada plateresca; con un mismo ámbito espacial y estilístico que la Capilla Real. Se cree que sus trazas son obra de Enrique Egas. El piso inferior consta de cuatro arcos semicirculares en el frente y de otros dos en el hastial, sostenidos por columnas con series de bolas, cordones en espiral y capiteles de cardinas. En las enjutas aparecen escudos de la ciudad y se remata este primer piso con una angosta cornisa. Los huecos de los arcos están cegados con un paramento rematado con balaustres y tres puntas en cada arco. Es notable la portada, hecha en 1.521, uno de los primeros ensayos en esta ciudad de ornamentación plateresca. El segundo cuerpo consta de otros tantos arcos semejantes a los de abajo, aunque son escarzanos y de menor altura. Los antepechos presentan adornos con las divisas de los Reyes Católicos por duplicado (yugo y flechas), la orden del Toison y las columnas de Hércules, alusivas a Carlos V. Todos los motivos aparecen circundados por dos cuernos de la abundancia.

El interior presenta en el piso bajo un artesonado con casetones octogonales y cuadrados labrados por Francisco Hernández el cual, en compañía de Melchor Quintero, hizo la armadura del piso superior. Esta es rectangular ochavada de limas moamares con el almizate totalmente apeinazado con lazo de ocho presentando dos centros donde faltan las supuestas piñas de mocárabes. También se apeinazan los arranques de los pares que se cruzan en la mitad de su trayecto. Tiene dos tirantes pareados y apeinazados que apean sobre canes de tracería con tres lóbulos. Las pechinas van ataujeladas con lazo de ocho.

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>>Modificaciones posteriores y restauraciones Una vez terminada la obra en 1704, la catedral de Granada ha sufrido numerosas intervenciones, primero como reformas, y más recientemente como restauraciones. Entre las reformas podemos nombrar el traslado del coro de los canónigos en 1926. Este coro se encontraba originalmente en la nave central enfrente del arco del triunfo de la rotonda y era un elemento importante del diseño espacial, pero el Arzobispo de Granada en la época del traslado mostraba su disconformidad con la posición antes del cambio, declarando que “veía casi dos terceras partes de un templo tan suntuoso sin usar a causa de la localización impropia, equivocada, antiartística y antilitúrgica del coro en el centro de la nave principal, cubriendo esa enorme vista, la inigualable belleza de la capilla mayor”. Por este motivo, el coro fue quitado de la nave y relocalizado en la capilla mayor, mientras que cinco de los siete pasajes que iban del deambulatorio a la rotonda fueron cerrados con muros de piedra de doce pies de altura para dar respaldo a los asientos del coro. Estos cambios fueron satisfactorios desde un punto de vista litúrgico, pero desde un punto de vista histórico y estético fueron las alteraciones más drásticas sufridas por el proyecto de Siloe en los 400 años transcurridos desde su finalización. Por otra parte, la intervención más reciente realizada en la catedral es la restauración que llevó a cabo Pedro Salmerón a partir de 1988, en la que bajo el amparo del Plan de Catedrales de Andalucía se retocaron, con carácter urgente debido a su estado, las cornisas de la iglesia del Sagrario, las cresterías de la Capilla Real y, en la fachada de la Catedral a la plaza de las Pasiegas, la escultura del arcángel San Miguel junto con las cornisas y pináculos.

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Bibliografía >Antonio Gallego Burín. La Capilla Real de Granada. 1931, 1ª edición, Granada. (Plano de la capilla y descripción de la obra). 26/4/30 >Antonio Luis Ampliato y Briones. Muro, orden y espacio en la Arquitectura del Renacimiento andaluz. Teoría y práctica en la obra de D. Siloe, A. Vandelvira y H. Ruiz. Universidad de Sevilla. Conserjería de obras públicas y transportes. 1996, Sevilla. >Carlos Santaou Carreres y Pedro Navascués Palacio. Catedrales de España. 8ª edición. Espasa Calpe SA. Madrid 1988. >Francisco J. Gallego Roca. Revista Periferia nº 7, 1987. Granada. Consolidación y realce de los cimientos de la catedral que amenazaba hundirse a fines del siglo XVI. (Pág. 70-77) >Earl E. Rosenthal. La Catedral de Granada: un estudio sobre el Renacimiento Español. Universidad de Granada, Granada 1990. Colección monográfica Arte y Arqueología, 8. >Antonio Luis Ampliato y Briones. La idea sobre el espacio arquitectónico del renacimiento andaluz. Diego Siloe, Andrés de Vandelvira y Hernán Ruiz. Tesis. AMT >José Manuel Gómez-Moreno Calera. El arquitecto granadino Ambrosio de Vico. Universidad de Granada, 1992. > Antonio Gallego y Burín. La Capilla Real de Granada. Consejo superior de investigaciones científicas, Patronato Marcelino Menéndez Pelayo, 1952. > Ignacio Henares Cuellar y Rafael López Guzmán . Diagnóstico de la Catedral de Granada. Estudio histórico. Noviembre 1988.