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HOLES Patricia Ramos Huerga HOLES (HOYOS) AUTOR: Louis Sachar A Sherre, Jessica, Lori, Kathleen y Emily, y a Judy Allen, una profesora de quinto grado de la que todos podemos aprender. PARTE UNA ESTAS ENTRANDO EN EL CAMP GREEN LAKE (Campamento Lago Verde). 1 No hay lago en el “Campamento Lago Verde”. Aquí hubo una vez un lago muy grande, el más grande de Texas. Fue hace unos cien años. Ahora es sólo una tierra perdida, seca y llana. Solía haber un pueblo también en Lago Verde. El pueblo se marchitó y secó junto con el lago y la gente que vivía allí. Durante el verano, de día la temperatura ronda los 95º F. a la sombra (si puedes encontrar alguna). No hay muchas sombras en un gran lago seco. Los únicos árboles que hay son dos viejos robles en la cara oeste del “lago”. Una hamaca está estirada entre los dos árboles y una cabaña de madera permanece detrás de ésta. Los campistas tienen prohibido tumbarse en la hamaca. Pertenece al guarda. Al guarda pertenece la sombra. Fuera en el lago, las serpientes de cascabel y los escorpiones encuentran sombra debajo de las rocas y en los hoyos cavados por los campistas. PAG 3 Aquí hay una buena regla para recordar sobre las serpientes de cascabel y los escorpiones: si tú no les molestas, ellos no te molestan. Normalmente. Ser picado por un escorpión, o incluso por una serpiente de cascabel no es la peor cosa que te puede pasar. No morirás. Normalmente. Algunas veces un campista intentará ser mordido por un escorpión o incluso por una pequeña serpiente de cascabel. Luego intentará pasar un día o dos recuperándose en su tienda, en lugar de tener que cavar agujeros fuera en el lago. 1

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Page 1: HOLES Traduccion

HOLES Patricia Ramos Huerga

HOLES (HOYOS)

AUTOR: Louis Sachar

A Sherre, Jessica, Lori, Kathleen y Emily, y a Judy Allen, una profesora de quinto grado de la que todos podemos aprender.

PARTE UNA

ESTAS ENTRANDO EN EL CAMP GREEN LAKE (Campamento Lago Verde).

1

No hay lago en el “Campamento Lago Verde”. Aquí hubo una vez un lago muy grande, el más grande de Texas. Fue hace unos cien años. Ahora es sólo una tierra perdida, seca y llana.

Solía haber un pueblo también en Lago Verde. El pueblo se marchitó y secó junto con el lago y la gente que vivía allí.

Durante el verano, de día la temperatura ronda los 95º F. a la sombra (si puedes encontrar alguna). No hay muchas sombras en un gran lago seco.

Los únicos árboles que hay son dos viejos robles en la cara oeste del “lago”. Una hamaca está estirada entre los dos árboles y una cabaña de madera permanece detrás de ésta.

Los campistas tienen prohibido tumbarse en la hamaca. Pertenece al guarda. Al guarda pertenece la sombra.

Fuera en el lago, las serpientes de cascabel y los escorpiones encuentran sombra debajo de las rocas y en los hoyos cavados por los campistas.

PAG 3

Aquí hay una buena regla para recordar sobre las serpientes de cascabel y los escorpiones: si tú no les molestas, ellos no te molestan. Normalmente.

Ser picado por un escorpión, o incluso por una serpiente de cascabel no es la peor cosa que te puede pasar. No morirás. Normalmente.

Algunas veces un campista intentará ser mordido por un escorpión o incluso por una pequeña serpiente de cascabel. Luego intentará pasar un día o dos recuperándose en su tienda, en lugar de tener que cavar agujeros fuera en el lago.

Pero nadie quiere ser mordido por una lagartija con manchas amarillas. Esta es la peor cosa que puede pasarte. Morirás con una muerte lenta y dolorosa. Siempre.

Si eres mordido por una lagartija con manchas amarillas, debes, tan pronto como puedas, ponerte a la sombra de los robles y tirarte en la hamaca.

No hay nadie que pueda hacer por ti más.

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El lector se está preguntando probablemente: ¿por qué querría ir alguien a Camp Green Lake?

A la mayoría de los campistas no se les permitió elegir. Camp Green Lake es un campamento para chicos malos.

Si tomas a un chico malo y le haces hacer un agujero todos los días al calor del sol, se convertirá en un buen chico.

Esto era lo que alguna gente piensa.

A Stanley Yelnats se le permitió una elección. El juez dijo “puedes ir a la cárcel o ir a Camp Green Lake.”

Stanley era de familia pobre. Nunca antes había estado en un campamento.

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Stanley Yelnats era el único pasajero en el autobús, sin contar al conductor o al guarda. El guarda se sentó al lado del conductor, con su asiento dando la cara a Stanley. Un rifle descansaba sobre su regazo.

Stanley estaba sentado aproximadamente en la décima fila de asientos, esposado sobre su apoyabrazos. Su mochila descansaba sobre el asiento a su lado. Contenía su cepillo de dientes, pasta dental, y un estuche (papel y bolígrafos) que su madre le había dado. Le había prometido a ella escribirle al menos una vez a la semana.

Miró fuera de la ventana, aunque no había mucho que ver (la mayoría eran campos de heno y algodón). El estaba en un gran autobús que circulaba hacia ninguna parte. El bus no tenía aire acondicionado, y el cálido-denso aire era casi tan duro como los grilletes.

Stanley y sus padres intentaron fingir que sólo estaba yendo al campamento por un rato, sólo como hacen los niños ricos. Cuando Stanley era más joven solía jugar con peluches…

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… y fingía que los peluches estaban en el campamento. Le llamaba “Campamento Diversión y Juegos”. Algunas veces él había jugado con ellos al fútbol con una canica. Otras veces ellos habían corrido una carrera de obstáculos o hacían puenting saltando desde la mesa, atados a gomas elásticas rotas. Ahora Stanley intentaba fingir que estaba yendo a “Campamento Diversión y Juegos”. Quizás haría algunos amigos, pensaba. Al menos podría nadar en el lago.

No tenía amigos en casa. Tenía sobrepeso y los chicos de su instituto a menudo le tomaban el pelo sobre su talla. Incluso a veces sus profesores hacían crueles comentarios sin darse cuenta de ello. El último día de escuela, su profesora de matemáticas, la Sª Bell, enseñaba porcentajes. Como ejemplo, eligió al chico más gordo de la clase y al más delgado, y comparó los pesos entre ellos. Stanley pesaba tres veces más que el otro niño. La señora Bell escribió el porcentaje en la pizarra, 3 a 1; no era consciente de la vergüenza que ella había causado a ambos.

Stanley fue arrestado después de ese día.

Miró al guarda que estaba desplomado en su asiento y se preguntaba si se había quedado dormido. El guardia llevaba gafas de sol, así que Stanley no podía ver sus ojos.

Stanley no era un niño malo. Era inocente del delito por el que había sido condenado. Sólo estaba en el lugar equivocado a la hora equivocada.

¡Todo era por culpa del malo-sucio-podrido-cerdo-grandísimo ladrón de su tatarabuelo!

Sonrió. Era una broma de familia. Donde quiera que algo saliese mal, ellos siempre culpaban al malo-sucio-podrido-cerdo-grandísimo ladrón de su tatarabuelo.

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Teóricamente, él tuvo un tatarabuelo que había robado el cerdo de una gitana con una sola pierna, y ella le había echado una maldición a él y todos sus descendientes.

Stanley y sus padres no creían en maldiciones, por supuesto, pero como quiera que todo iba peor, parecía bueno echar la culpa a alguien.

Las cosas empeoraron mucho. Parecía que estaban en el sitio equivocado en el momento equivocado.

Miró fuera de la ventana al gran desierto. Miró las subidas y caídas del cable del teléfono. En su mente podía oír la áspera voz de su padre cantándole suavemente.

“Si sólo, si sólo” ve al pájaro carpintero,

“La corteza en el árbol fuese un poco más blanda”

Mientras el lobo espera debajo, hambriento y solitario

El llora a la lu-uu-na,

“Si sólo, si sólo”

Era la canción que su padre solía cantarle. La melodía era dulce y triste, pero la parte favorita de Stanley era cuando su padre aullaba la palabra “luna”.

El bus golpeó un pequeño bache, y el guarda se levantó, inmediatamente alerta.

El padre de Stanley era inventor. Para ser un inventor exitoso, necesitas tres cosas: inteligencia, perseverancia y un poquito de suerte.

El padre de Stanley era listo y tenía mucha perseverancia. Una vez empezó un proyecto en el que tendría que trabajar durante años, a menudo pasando días sin dormir. El nunca tuvo nada de suerte.

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Cada vez que un experimento fallaba, Stanley podía oírle maldiciendo a su malo-sucio-podrido-cerdo-grandísimo ladrón de su tatarabuelo.

El padre de Stanley era también llamado Stanley Yelnats. El nombre completo del padre de Stanley era Stanley Yelnats III. Nuestro Stanley es Stanley Yelnats IV.

A todos en su familia les había siempre gustado el hecho de que “Stanley Yelnats” fuese deletreado de la misma manera hacia delante y hacia atrás. Así que ellos se mantuvieron llamando a sus hijos Stanley. Stanley era hijo único, como lo fueron todos los Stanley Yelnats antes de él.

Todos ellos habían tenido algo más en común. A pesar de su horrible suerte, ellos siempre se mantuvieron esperanzados. Como al padre de Stanley le gustaba decir:”Aprendo de los fallos”.

Pero quizá eso era también parte de la maldición. Si Stanley y su padre no estuviesen siempre esperanzados, entonces no les dolería demasiado cada vez que sus esperanzas fueran rotas.

“No cada Stanley Yelnats ha estado equivocado”, a menudo señalaba la madre de Stanley, cada vez que Stanley o su padre se desanimaban tanto que realmente comenzaban a creer en la maldición. El primer Stanley Yelnats, el tatarabuelo de Stanley, había hecho una fortuna en el mercado bursátil. “El no podía haber sido demasiado desafortunado”

Pero ella no mencionaba la mala suerte que le ocurrió al primer Stanley Yelnats. El perdió toda su fortuna cuando fue trasladado de Nueva York a California. Su diligencia fue robada por la ladrona Kissin Kate Barlow.

Si no hubiese sido por esto, la familia de Stanley podría ahora estar viviendo en una mansión en la playa de California. Por el contrario, estaban apretujados en un pequeño apartamento que olía a goma quemada y a pies.

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“SI SÓLO, SI SOLO…”

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El apartamento olía de esa manera, porque el padre de Stanley estaba tratando de inventar una manera para reciclar viejas zapatillas. “La primera persona que encuentre un uso para las viejas zapatillas”, decía, “será un hombre muy rico”.

Fue el último proyecto que dirigió hasta el arresto de Stanley.

El viaje en el autobús se hizo progresivamente más movido, porque la carretera no estaba pavimentada más. En realidad él había quedado convencido cuando descubrió que su tatarabuelo había sido robado por Kissin´Kate Barlow. En verdad, él habría preferido vivir en la playa, en California, pero era una clase de orgullo tener a alguien en tu familia robado por un famoso bandido.

Kate Barlow no había besado en realidad al tatarabuelo de Stanley. Eso hubiese sido realmente malo, ya que sólo besó a los hombres que mató. En su lugar, le robó y abandonó en medio del desierto.

“Fue afortunado de haber sobrevivido”, la mamá de Stanley, apostilló rápidamente.

El bus estaba frenando. El guarda gruñó al estirar sus brazos.

“Bienvenidos a Camp Green Lake”, dijo el conductor.

Stanley miró la sucia ventana. No podía ver el lago.

Y difícilmente nada era verde.

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Stanley se sintió algo confundido cuando el guarda abrió sus grilletes y le empujó fuera del bus. Había estado en el autobús durante unas ocho horas.

“Cuidado”, le dijo el conductor del bus cuando Stanley bajaba las escaleras.

Stanley no estaba seguro si el conductor del autobús quería decirle cuidado al bajar las escaleras o si le estaba diciendo cuidado en Camp Green Lake. “Gracias por el paseo”, le dijo. Su boca estaba seca y le dolía la garganta. Bajó los escalones hacia la tierra dura y seca. Había una cinta de sudor sobre sus muñecas, donde habían estado los grilletes.

La tierra era estéril y desierta. Pudo ver unos pocos edificios haciendo un círculo cerrado y algunas tiendas. Más lejos había una cabaña bajo dos árboles altos. Aquellos dos árboles altos eran las únicas plantas vivas que podía ver. Incluso no había hierbajos.

El guarda llevó a Stanley hacia un pequeño edificio. Un cartel delante decía

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“ESTAS ENTRANDO EN LAS INSTALACIONES DEL CORRECCIONAL JUVENIL Camp Green Lake “. A su lado estaba otro cartel que declaraba era una violación del Código Penal de Texas, portar pistolas, explosivos, armas, drogas o alcohol en el establecimiento.

Cuando Stanley leyó el cartel, no pudo evitar pensar “¡Bien, duh!”

El Guarda llevó a Stanley dentro del edificio, donde sintió la bienvenida refrescante del aire acondicionado.

Un hombre estaba sentado con sus pies sobre la mesa. Volvió su cabeza cuando el guarda y Stanley entraron, pero por lo demás no se movió. Incluso aunque estaba dentro, llevaba gafas de sol y sombrero de vaquero. También agarraba una botella de soda y la vista de ello le hizo ser a Stanley más consciente de su propia sed.

Esperó mientras el guarda del bus le dio al hombre algunos papeles para firmar.

“Esto son muchas pipas de girasol”, dijo el guarda del autobús.

Stanley vio un saco lleno de pipas de girasol en el suelo, cerca de la mesa.

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“Dejé de fumar el mes pasado” dijo el hombre del sombrero vaquero. Tenía un tatuaje de una serpiente cascabel en su brazo, y cuando mostraba su nombre, el cascabel parecía vibrar. “Solía fumar un paquete al día. Ahora, como un saco de esos a la semana (de pipas)”.

El guarda rió.

Debería haber una pequeña nevera detrás de su mesa, porque el hombre del sombrero vaquero mostraba dos envases más de soda. Durante un segundo, Stanley esperó que una debía ser para él, pero el hombre le dio una al guarda y dijo que la otra era para el conductor.

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“Nueve horas hasta aquí, y ahora nueve horas de regreso”, gruñó el guarda. “¡Qué día!”

Stanley pensó sobre el viaje en autobús largo y lamentable, y sintió lástima por el guarda y el conductor.

El hombre con el sombrero vaquero tiró las cáscaras de las pipas en una papelera. Luego, caminó alrededor de la mesa hacia Stanley. “Mi nombre es Sr. Señor”, dijo. “Dondequiera que me hables, debes llamarme por mi nombre, ¿está claro?”

Stanley titubeó “Uh, si, Sr. Señor”, dijo, aunque no podía imaginar que fuese realmente el nombre del hombre.

No estás más en las “Girl Scouts”, dijo el Sr. Señor.

Stanley tuvo que sacar sus ropas delante del Sr. Señor, para asegurarse de que no estaba escondiendo nada. Luego le dio dos paquetes de ropa y una toalla. Cada paquete estaba compuesto de un mono naranja de manga larga, una camiseta naranja, y calcetines amarillos. Stanley no estaba seguro si los calcetines habían sido amarillos originalmente.

También le dieron zapatillas de deporte blancas, un gorro naranja y una cantimplora hecha de plástico duro, que desafortunadamente estaba vacía. El gorro tenía una tira de tejido en la parte de atrás, para protección del cuello.

Stanley estaba vestido. Las ropas olían como el jabón.

El Sr. Señor le dijo que debía vestir un set de ropa para el trabajo y otro para el tiempo de descanso. Se lavarían cada tres días. En esa fecha, sus ropas de trabajo debían estar lavadas. Luego el otro set de ropa debía convertirse en su ropa de trabajo, y debía tener ropa limpia para vestir mientras descansaba.

“Tú tienes que cavar un agujero cada día, incluyendo sábados y domingos. Cada agujero debe tener cinco pies de profundidad, y cinco pies…

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… hacia de cada dirección. Tu pala es tu palo de medida. El desayuno se sirve a las 4:30”

Stanley debía parecer sorprendido, así que el Sr. Señor comenzó a explicarle que empezaban temprano para esquivar la parte más caliente del día. “Nadie va a cuidarte” añadió. “Cuanto más rápido caves tu agujero, más rápido estarás fuera del sol. Si desentierras algo interesante me informarás a mí o a otro cuidador. Cuando acabes, el resto del día es tuyo”.

Stanley asintió para mostrar que comprendió.

“No es un campamento de Girl Scouts” dijo Sr. Señor.

Comprobó la mochila de Stanley y le permitió conservarla. Luego, llevó a Stanley fuera al calor abrasador.

“Echa un buen vistazo a tu alrededor” dijo Sr. Señor. “¿Qué ves?”

Stanley miró a lo largo del terreno baldío. El aire parecía espeso, con calor y suciedad. “No mucho”, dijo, luego cansado añadió “Sr. Señor”.

Sr. Señor rió “¿Ves alguna torre de vigilancia?”5

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“No”

“¿Alguna valla eléctrica?”

“No, Sr. Señor”

“No hay vallas, ¿verdad?”

“No, Sr. Señor”

“¿Quieres escapar?”, Sr. Señor le preguntó.

Stanley le miró hacia atrás, inseguro de que quería decir.

“Si quieres escapar, adelante, ve, comienza a correr. No voy a pararte”

Stanley no sabía a qué clase de juego estaba jugando Sr. Señor.

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“Veo que estás mirando a mi pistola. No te preocupes. No voy a dispararte”, dio un toquecito a su pistolera. “Esto es por las lagartijas de manchas amarillas. No quisiera malgastar una bala en ti”

“No voy a escapar”, dijo Stanley.

“Bien pensado”, dijo Sr. Señor. “Nadie escapa de aquí. No necesitamos vallas. ¿Sabes por qué? Porque tenemos la única agua en cientos de millas. ¿Quieres escapar? Serás comida para las águilas en tres días”.

Stanley podía ver algunos muchachos vestidos de naranja, llevando toallas arrastrándose hacia las tiendas.

“¿Tienes sed?” preguntó Sr. Señor.

“Si, Sr. Señor” dijo Stanley agradecido.

“Bien, mejor que te acostumbres. Vas a estar sediento durante los próximos ocho meses”

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Había seis grandes tiendas grises, y cada una tenía un cartel negro encima: A, B, C, D, E y F, Las primeras cinco tiendas eran para los acampados. Los cuidadores dormían en la F.

Stanley estaba asignado a la tienda D. El Sr. Pendanski era su cuidador.

“Mi nombre es fácil de recordar “dijo el Sr Pendanski mientras estrechaba las manos con Stanley fuera de la tienda. “Tres palabras fáciles: pen, dance, key”.

El Sr. Señor volvió a la oficina.

El Sr Pendansky era más joven que Sr. Señor, y no tan cercano como de aspecto inquietante. Su cabeza estaba afeitada tanto que parecía calvo, pero su cara estaba cubierta por una barba espesa y rizada. Su nariz estaba mal quemada por el sol.

“Sr. Señor no es tan malo realmente”, dijo el Sr Pendanski “Solo ha estado de mal humor desde que dejó de fumar. La persona de la que te tienes que preocupar es del alcaide” Realmente sólo…

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… hay una regla en Camp Green Lake: No disgustar a la Alcaidesa”

Stanley asintió, como si comprendiera.

“Quiero que sepas, Stanley, que yo te respeto” dijo el Sr. Pendanski. “Entiendo que has cometido errores en tu vida. De otra manera no estarías aquí. Pero todos cometen errores. Puede que hayas hecho cosas malas, pero no significa que seas un chico malo”

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Stanley asintió. Parecía que no tenía sentido intentar decirle a su cuidador que era inocente. Creía que probablemente todos dirían eso. El no quería que el Sr. Pen-dance-key pensara que tenía una mala actitud.

“Voy a ayudarle a darle una vuelta a tu vida” dijo su cuidador “pero tienes que ayudarme también. ¿Puedo contar con tu ayuda?”

“Sí señor”, dijo Stanley.

El Sr. Pendanski dijo “Bien”, y le dio una palmadita en la espalda a Stanley.

Dos chicos, llevando cada uno una toalla, estaban cruzando hacia el barracón. El Sr. Pendanski les llamó. “¡Rex!, ¡Alan!, quiero que vengáis a decir hola a Stanley. Es el miembro más nuevo de nuestro equipo”

Los niños echaron un vistazo cansino a Stanley.

Ellos estaban sudando y sus caras estaban tan sucias que le llevó a Stanley un rato darse cuenta que uno era negro y otro blanco

“¿Qué le pasó a Saco de Vómito?”, preguntó un niño negro.

“Lewis está todavía en el hospital” dijo el Sr. Pendanski. “No volverá” Les dijo a los niños que viniesen a estrechar la mano de Stanley y les presentó: “pequeños caballeros”

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“Hola”, gruñó el niño negro.

“Este es Alan” dijo el Sr Pendanski.

“Mi nombre no es Alan” dijo el niño. “Es Calamar y este es Rayos X”.

“Hola, dijo Rayos X”. Sonrió y chocó las manos de Stanley. Llevaba gafas, pero estaban tan sucias que Stanley se preguntaba cómo podía ver más allá de ellas.

El Sr Pendanski le dijo a Alan que fuese al salón y que trajera a los otros niños para presentar a Stanley. Luego le llevó dentro de la tienda. Había siete catres, cada uno a menos de dos pies del que estaba a su lado.

“¿Cuál era el catre de Lewis?”, preguntó el Sr Pendanski.

“Saco de Vómito dormía aquí”, dijo Rayos X, golpeando una de las camas.

“De acuerdo Stanley, éste será tuyo” dijo el Sr Pendanski.

Stanley miró el catre y asintió. No estaba especialmente aterrado por el hecho de dormir en el mismo catre que había sido usado por alguien llamado Saco de Vómito.

Siete cajones estaban amontonados en dos pilas a un lado de la tienda. La cara abierta de los cajones aparecía hacia afuera. Stanley puso su mochila, cambió la ropa y la toalla que solía estar en el cajón de Saco de Vómito. En el fondo del montón había tres.

Calamar volvió con otros cuatro niños. Los tres primeros fueron presentados por el Sr. Pendanski como José, Teodoro y Riki. Ellos se llamaban a sí mismo Imán, Sobaco y Zigzag.

“Todos ellos tienen apodos” explicó el Sr. Pendanski. “Sin embargo prefiero usar los nombres que les dieron sus padres-los nombres por los que la sociedad les reconocerá cuando …

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…vuelvan a ser provechosos y esforzados miembros de la sociedad”

“No es sólo un apodo” Rayos X dijo al Sr. Pendanski. Le dio golpecitos a la montura de sus gafas. “Puedo ver dentro de ti, mamá. Tienes un gran corazón.”

El último niño aunque no tenía nombre real, no tenía apodo. Los dos, el Sr. Pendanski y Rayos X le llamaban Zero.

“¿Sabes por qué su nombre es Zero?” preguntó el Sr. Pendanski. “Porque no hay nada dentro de su cabeza” Sonrió y juguetonamente sacudió el hombro de Zero.

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“Y ésta es Mamá” dijo un niño.

El Sr. Pendanski le sonrió “Si te hace sentir mejor llamarme Mamá, Teodoro, adelante y llámame Mamá”. Se volvió hacia Stanley “Si tienes preguntas, Teodoro te ayudará. Tienes esto, Teodoro, me fio de ti”.

Teodoro tragó una delgada línea de saliva entre sus dientes, causando que algunos de los otros niños se quejen de la necesidad de mantener su “casa” higiénica.

“Vosotros fuisteis nuevos aquí también” dijo el Sr. Pendanski, “y todos sabéis que se siente. Cuento con todos vosotros para ayudar a Stanley”

Stanley miró al suelo.

El Sr. Pendanski dejó la tienda y pronto los otros muchachos comenzaron a salir ordenadamente también, tomando sus toallas y cambiándose la ropa. Stanley estaba aliviado por estar solo, pero estaba tan sediento que sentía que moriría si no conseguía algo para beber pronto.

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“Hey, oh, Teodoro”, dijo, yendo hacia él, “¿sabes dónde puedo rellenar mi cantimplora?”.

Teodoro giró y agarró a Stanley por su cuello. “Mi nombre no es Teo-do-ro”, dijo, “Es Sobaco” Arrojó a Stanley al suelo.

Stanley se mostró aterrado.

“Hay un grifo de agua en la pared del patio de duchas”

“Gracias… Sobaco”, dijo Stanley.

Cuando vio al chico volverse y marchar, no podía por su vida creerse que alguien quisiese llamarse sobaco.

En cierta manera, le hizo sentirse un poco mejor tener que dormir en una cama que había sido usada por alguien llamado Bolsa de Vómito. Quizá era un nombre para hacerse respetar.

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Stanley se duchó –si se puede llamar así, cenó-si se puede llamar así- y fue a la cama –si se puede llamar cama a su maloliente y rasposa catre.

A causa de la escasez de agua a cada campista se le permitía una sola ducha de cuatro minutos. Esta duración hizo que Stanley se duchara sólo con agua fría. No había grifo para el agua caliente. Dio un paso adelante, luego saltando hacia atrás se roció (de agua), hasta que el agua se apagó automáticamente. No se aplicó su pastilla de jabón, que era eso también, porque no habría tenido tiempo para enjuagarse la espuma.

La cena era una especie de carne estofada y verduras. La carne era marrón, y las verduras una vez habían sido verdes. Todo sabía a lo mismo. Comió todo y usó un trozo de pan blanco para limpiar la salsa. Stanley nunca había dejado comida en su plato, no importaba como supiera.

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“¿Qué hiciste?”, le preguntó uno de los campistas.

Al principio Stanley no sabía a qué se refería.

“Ellos te enviaron aquí por alguna razón”

“Oh”, se dio cuenta. “Robé un par de zapatillas de deporte”

Los otros niños pensaron que era divertido. Stanley no estaba seguro por qué. Quizá porque sus delitos eran peor que robar zapatillas.

“¿De una tienda o de los pies de alguien?”, preguntó Calamar.

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“Oh, ninguna de las dos”, contestó Stanley.” Eran de Clyde Livingston”

Nadie le creyó

“¿Pies Dulces?”, dijo Rayos X “Si, de acuerdo”

“No es posible”, dijo Calamar

Ahora, como Stanley yacía en su cama, pensó que era divertido. Nadie le había creído cuando dijo que era inocente. Ahora, cuando dijo que las había robado, nadie le creía tampoco.

Clyde “Pies Dulces” Livingston era un famoso jugador de baseball. Había liderado la Liga Americana en robos de bases durante los últimos tres años. Era además el único jugador en la historia en conseguir cuatro triples en un juego.

Stanley tenía un poster de él colgado en la pared de su habitación. Solía poner el poster en cualquier lugar. No sabía dónde estaba ahora. Había sido cogido por la policía y se había usado como prueba en el juicio.

Clyde Livingston también fue al Juzgado. A pesar de todo, cuando Stanley se dio cuenta de que “Pies Dulces” había ido…

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… a estar allí, estaba realmente excitado sobre la posibilidad de conocer a su héroe.

Clyde Livingston declaró que allí estaban sus zapatillas y que las había donado para ayudar a conseguir dinero para un refugio para los “sin techo”. Dijo que no podía imaginar qué clase de persona malvada podía robar a los niños “sin techo.”

Fue lo peor para Stanley. Su héroe pensaba que era un malo-sucio-horrible ladrón.

Cuando Stanley intentó volverse en su catre, temió que fuera a venirse abajo por su peso. Apenas cabía en é. Cuando finalmente consiguió volverse sobre su estómago, el olor era tan malo que tuvo que darse la vuelta de nuevo y tratar de dormir sobre su espalda. El catre olía como a leche cortada.

Pensó que era de noche. Todavía el aire estaba muy templado. Sobaco estaba roncando dos catres allá.

De regreso a la escuela, un matón llamado Derrick Dunne solía atormentar a Stanley. Los profesores de Stanley nunca tomaron en serio las quejas de Stanley porque Derrick era mucho más pequeño que Stanley. Algunos profesores creían encontrar increíble que un pequeño niño como Derrick pudiera meterse con alguien tan grande como Stanley.

El día que Stanley fue detenido, Derrick había cogido el cuaderno de Stanley y después de un largo juego de tira y coge, finalmente lo tiró a la taza del váter del baño de los niños. Para cuando Stanley lo recuperó, había perdido el autobús y tuvo que ir andando a casa.

Cuando estaba yendo a casa, llevando su cuaderno mojado, con la perspectiva de tener que copiar las páginas estropeadas, fue cuando las zapatillas cayeron del cielo.

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“Estaba caminando a casa, y las zapatillas cayeron del cielo”, le había dicho al juez. “Una me golpeó en la cabeza”.

Le había dolido, también.

No habían caído exactamente del cielo. El justo caminaba bajo el paso de la carretera, cuando la zapatilla le golpeó en la cabeza.

Stanley tomó esto como una especie de señal. Su padre había estado tratando de imaginar una forma de reciclar zapatillas viejas, y de repente, un par de zapatillas cayeron en lo alto de él, aparentemente de ninguna parte, como un regalo de Dios.

Naturalmente, él no tenía forma de saber que pertenecían a Clyde Livingston. De hecho las zapatillas eran de todo menos “dulces”. Quien quiera que las hubiese usado, había tenido un caso grave de olor a pies.9

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Stanley no podía dejar de pensar que había algo especial en aquellas zapatillas, que podrían darle alguna clave para el invento de su padre. Era demasiada coincidencia para ser un mero accidente. Stanley había sentido cómo estaba agarrando el “destino de las zapatillas”.

Corrió. Pensando en regresar, él no estaba seguro de porqué corría. Quizá estaba feliz por llevar las zapatillas a su padre, o quizá estaba intentando alejarse de su triste y humillante día en la escuela.

Un coche patrulla paró a su costado. Un policía le preguntó por qué estaba corriendo. Luego cogió las zapatillas e hizo una llamada con su radio. Rápidamente, allí mismo, Stanley fue arrestado.

Las zapatillas habían sido robadas de un expositor de la rifa para el refugio de los “sin techo”. Esa noche gente rica había ido al refugio y pagado cien dólares para comer la comida que los pobres comían gratis cada día. Clyde…

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…Livingston que había vivido una vez en el refugio cuando era más joven, había ido a hablar y a firmar autógrafos. Sus zapatos iban a ser subastados y se esperaba que pudiesen ser vendidos por unos cinco mil dólares. Todo el dinero iría para ayudar a los “sin techo”.

A causa de la programación del baseball, el juicio de Stanley fue retrasado varios meses. Sus padres no podían pagar un abogado. “No necesitas un abogado” había dicho su madre “Sólo di la verdad”.

Stanley contó la verdad, pero quizá debía haber estado mejor si hubiese mentido un poco. Podía haber dicho que encontró las zapatillas en la calle. Nadie creyó que le s cayeran del cielo.

Se dio cuenta que no era el destino era su malo-sucio…. Tatarabuelo.

El juez llamó al delito de Stanley despreciable. “Las zapatillas habrían valido unos 5000 dólares. Era dinero que podía dar comida y refugio para los sin techo. Y tú les robaste eso a ellos, únicamente porque querías tener un recuerdo”

El juez dijo que había una plaza en el Camp Green Lake, y sugirió que la del campamento debería mejorar el carácter de Stanley. Era eso o la cárcel. Los padres de Stanley preguntaron si podían tener algún tiempo para informarse sobre Camp Green Lake, pero el juez les advirtió que tomaran una decisión rápidamente. “No había más plazas libres en Camp Green Lake”

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La pala se sentía pesada en las suaves y carnosas manos de Stanley. Trataba de clavarla en la tierra, pero la hoja golpeaba contra el suelo y rebotaba sin hacer una mella. Las vibraciones subían por el mango de la pala y por las muñecas de Stanley, haciendo sonar sus huesos.

Era bastante duro. La única luz venía de la luna y las estrellas, más estrellas que las que nunca había visto antes Stanley. Parecía que sólo acababa de haber ido a dormir, cuando el Sr Pendanski entró y los levantó a todos.

Usando todo su poder, golpeó con la pala el lecho seco del lago. La fuerza hacía escocer sus manos, pero no se notó en la tierra. Se preguntaba si tenía una pala defectuosa. Le echó un vistazo a Zero, alejado unos 15 pies, quien espaló una palada de tierra y la arrojó sobre un montón que alcanzaba casi un pié de alto.

Para almorzar, les había sido servida alguna especie de cereales…

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… tibios. La mejor parte fue el zumo de naranja. Cada uno de ellos tenía un envase de medio litro. El cereal en realidad no sabía demasiado mal, pero olía justo como su catre.

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Luego llenaron sus cantimploras, cogieron sus palas y marcharon a través del lago. Cada grupo estaba asignado a un área diferente.

Las palas eran guardadas en un cobertizo cerca de las duchas. Todas le parecían iguales a Stanley, aunque Rayos X tenía su propia pala especial, a quien nadie más le estaba permitido usar. Rayos X decía que era más corta que las demás, pero si era así, era sólo por una fracción de pulgada.

Las palas tenían cinco pies de largo, desde la punta de la hoja hasta el final del mango de madera. El agujero de Stanley debía ser tan profundo como su pala, y él debía ser capaz de dejar la pala recta en el fondo, y moverla en cada dirección (del agujero). Eso era por lo que Rayos X quería la pala más corta.

El lago estaba lleno de agujeros y montículos que le recordaban a Stanley los dibujos que había visto de la luna “Si encuentras algo interesante o inusual”, le había dicho el Sr Pendanski “debes informarme a mí o al Sr Señor cuando pasemos con la furgoneta del agua. Si a la Alcaidesa le gusta lo que has encontrado, descansarás durante el resto del día”

“¿Qué se supone que buscamos?” le preguntó Stanley.

“No estás buscando nada, estás cavando para formar carácter. Sólo que si encuentras , a la Alcaidesa le gustaría saberlo”

Le echó un vistazo inútilmente a su pala. No estaba defectuosa. El era defectuoso.

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Notó una fina grieta en el suelo. Colocó la punta de su pala en lo alto de ella, luego saltó sobre la parte de atrás de la hoja con ambos pies.

La pala se llenó con algunas pulgadas de tierra.

Sonrió. Por una vez en su vida se alegró de tener sobrepeso.

Se apoyó en el mango y levantó su primera palada de tierra, luego la arrojó a un lado.

Sólo diez millones más para marchar, pensó. Luego colocó la pala en la grieta y saltó sobre ella de nuevo.

Desenterró varias paladas de tierra de esta forma, antes de que se le ocurriera que estaba tirando en el perímetro de su agujero. Tiró la pala en el suelo y marcó dónde debían estar los bordes del agujero. Cinco pies era terriblemente ancho.

Movió la basura que ya había escavado fuera de su marca. Tomó bebida de la cantimplora. Cinco pies debía ser horriblemente profundo también.

Cavar se hizo más fácil después de un rato. El suelo era más duro en la corteza exterior donde el sol había horneado una corteza de unas ocho pulgadas de profundidad. Bajo ella, la tierra estaba más floja. Pero a la vez que Stanley rompía la corteza, una ampolla se había formado en el medio de su pulgar derecho y dolía coger la pala.

El tatarabuelo de Stanley se llamaba Elya Yenalts. Había nacido en Letonia. Cuando tenía quince años se enamoró de Myra Menke.

(No sabía que era el tatarabuelo de Stanley)

Myra Menke tenía 14 años. Cumpliría 15 en dos…

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… meses, momento en el que su padre había decidido que debía estar casada.

Elya fue a su padre a pedirle la mano, como había hecho Igor Barkov, el criador de cerdos. Igor tenía 57 años. Tenía la nariz roja y mejillas gordas e hinchadas.

“Te pagaré mi cerdo más gordo por tu hija”, ofreció Igor.

“¿Y tú qué tienes?” Le preguntó a Elya el padre de Myra.

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“Un corazón lleno de amor” dijo Elya

“Preferiría tener un cerdo gordo” dijo el padre de Myra.

Desesperado, Elya fue a ver a la señora Zeroni, una vieja egipcia que vivía al borde de la ciudad. Había llegado a ser amigo de ella, aunque era bastante más vieja que él. Era incluso más vieja que Igor Barkov.

A los otros chicos de la ciudad les gustaba pelear con barro. Elya prefería visitar a la señora Zeroni y escucharle muchos cuentos.

La señora Zeroni tenía la piel oscura y una boca muy ancha. Cuando te miraba, parecía que sus ojos se extendían y sentías como si ella estuviese mirando directo a través de ti.

“Elya, ¿qué va mal?”, preguntó ella , antes de que incluso él le dijera que estaba disgustado. Estaba sentada en un torno casero. No tenía pie izquierdo. La pierna acababa en su rodilla.

“Estoy enamorado de Myra Menke”, confesó Elya. “Pero Igor Barkov ha ofrecido (por su mano) su cerdo más gordo. No puedo competir con eso”.

“Bueno”, dijo Madame Zeroni, “eres demasiado joven para casarte. Tienes tu vida entera delante de ti”.

“Pero amo a Myra”

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“La cabeza de Myra está tan vacía como un tiesto”

“Pero es hermosa”

“Pero es un tiesto. ¿Sabe arar la tierra? ¿Sabe ordeñar una cabra? No, es demasiado fina. ¿Puede tener una conversación inteligente? No, es tonta y estúpida. ¿Te cuidará cuando estés enfermo? No, es una malcriada y sólo quiere que tú cuides de ella, Así que es hermosa ¿Y qué? ¡Bah!”

La señora Zeroni escupió sobre la tierra.

Le dijo a Elya que debía ir a América. “Como mi hijo. Allí es donde descansa tu futuro. No con Myra Menke”

Pero Elya no quería oír nada de eso. Tenía 15 años y todo lo que podía ver era la belleza superficial de Myra.

La señora Zeroni odiaba ver a Elya tan desesperado. Contra su mejor juicio, estuvo de acuerdo en ayudarle.

“Acaba de suceder, mi cerda parió una camada de cerditos ayer”, ella dijo.”Hay un pequeño renacuajo a quién no quiere amamantar. Puedes cogerlo. Morirá de todas maneras”

La señora Zeroni llevó a Elya a la parte de atrás de su casa, sonde tenía sus cerdos.

Elya tomó el cerdito pero no vió qué cosa buena podría hacer con él. No era mucho mayor que una rata.

“Crecerá” le aseguró Madame Zeroni “¿Ves esa montaña al borde del bosque?”

“Si”, dijo Elya.

“En lo alto de la montaña, hay una corriente donde el agua corre desde arriba. Debes llevar el cerdito cada día a lo alto de la montaña y permitirle beber de la corriente. Cuando beba, tienes que cantarle”

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Ella le enseñó a Elya una canción especial para cantarle al cerdo.

“El día del 15 cumpleaños de Myra debes subir al cerdo a la montaña por última vez. Luego llévaselo inmediatamente al padre de Mira. Estará más gordo que cualquiera de los cerdos de Igor”

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“Si es tan grande y gordo” preguntó Elya “¿cómo seré capaz de subirlo a la montaña?”

“El cerdo no es demasiado pesado para ti ahora, ¿verdad?” preguntó la Srª Zeroni.

“Por supuesto que no”, dijo Elya.

“¿Crees que será demasiado pesado para ti mañana?”

“No”

“Cada día subirás el cerdo a la montaña. Se hará un poco mayor, pero conseguirás un poco más de fuerza”. Después que le des el cerdo al padre de Myra, quiero que hagas una cosa más por mi”

“Cualquiera” dijo Elya.

“Quiero que me subas a lo alto de la montaña. Quiero beber de la corriente, y quiero que me cantes la canción”

Elya le prometió que lo haría.

La señora Zeroni le advirtió que si no lo hacía, él y sus descendientes estarían malditos para toda la eternidad.

En ese momento Elya no pensó nada en la maldición. Sólo era un muchacho de 15 años y “eternidad” no parecía mucho más largo que una semana del martes. Además, le gustaba la Srª Zeroni y estaría feliz de subirla a la montaña. Debió haber hecho eso justo entonces y allí, pero no era lo bastante fuerte aún.

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Stanley estaba todavía cavando, su agujero tenía unos tres pies de profundidad, pero sólo en el centro. Se derramaba (arena) desde los bordes. El sol estaba sólo asomando desde el horizonte, pero ya podía sentir sus calientes rayos contra su cara.

Al bajarse a coger la cantimplora, de repente tuvo una sensación de mareo, y apoyó sus manos sobre sus rodillas para sujetarse. Por un momento temió caerse, pero el momento pasó. Bebió la última gota de agua de su cantimplora. Tenía ampollas en cada uno de sus dedos, y una en el centro de cada palma.

Los agujeros de todo el mundo eran mucho más profundos que el suyo. Realmente no los podía ver pero podía notar el tamaño de los montones de suciedad.

Vio una nube de polvo moviéndose a lo largo del desierto, y se dio cuenta que los otros niños había parado de cavar y estaban mirándola también. La nube de polvo se acercaba, y pudo ver que se arrastraba detrás de la furgoneta roja.

La furgoneta paró cerca de donde estaban cavando y los muchachos se alinearon detrás de ella, Rayos X el primero, Zero al final. Stanley se alineó detrás de Zero.

El Sr. Señor llenó sus cantimploras de un tanque de agua que estaba en la plataforma de la furgoneta. Cuando cogió la cantimplora de Stanley, dijo “No son las Girl Scouts, ¿verdad?”

Stanley subió y bajó un hombro.

El Sr. Señor siguió a Stanley de regreso a su hoyo para ver qué tal le iba “Debes hacerlo mejor” dijo” O vas a estar cavando más en la parte más calurosa del día” El metió algunas pipas en su boca, hábilmente abrió las cáscaras con sus dientes y las escupió dentro del hoyo de Stanley.

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Cada día Elya subía el cerdito a la montaña y le cantaba mientras bebía del chorro. Mientras el cerdito se hacía más gordo, Elya se hacía más fuerte.

El día del 15 cumpleaños de Myra, el cerdo de Elya pesaba unos 50 stones (300kg). La Señora Zeroni le había dicho que subiera al cerdo a la montaña ese día también, pero Elya no quería presentarse a Myra oliendo como un cerdo.

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En su lugar, tomó un baño. Era su segundo baño en menos de una semana.

Luego llevó el cerdo a Myra.

Igor Barkov estaba allí con su cerdo también.

“Estos son dos de los mejores cerdos que jamás había visto”, dijo el padre de Myra.

También estaba sorprendido con Elya, quien parecía haberse hecho más grande y fuerte en los últimos dos meses “Solía creer que eras un inútil lector de libros” dijo.

Pero veo que puedes ser un excelente luchador de barro.

“¿Puedo casarme con tu hija?” preguntó Elya descaradamente.

“Primero debo pesar los cerdos”

Desgraciadamente, el pobre Elya debía haber subido su cerdo a la montaña una última vez. Los dos cerdos pesaban exactamente lo mismo.

Las ampollas de Stanley habían reventado, y se formaron nuevas ampollas. El cambiaba la empuñadura de la pala, para tratar de evitar el dolor. Por fin, cogió su gorra y la agarró entre el mango de su pala y sus manos en carne viva. Esto ayudó, pero cavar se hacía más duro porque la gorra se deslizaba y resbalaba. El sol golpeaba sobre su cabeza y cuello desprotegidos.

Por lo demás, aunque intentó convencerse, estaba siendo …

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… consciente durante un instante de que sus montones de tierra estaban demasiado cerca de su hoyo. Los montones estaban separados cinco pies del círculo, pero él podía ver que se estaba quedando sin espacio. Aún, por lo demás el fingía (no darse cuenta) y continuaba añadiendo más basura a los montones, montones que finalmente tendría que mover.

El problema era que cuando la tierra estaba en el suelo, estaba compacta. Se expandía cuando era excavada. Los montones eran mucho mayores que la profundidad del agujero.

Era ahora o más tarde. A regañadientes escaló fuera de su hoyo y una vez más cavó su pala en la tierra previamente cavada.

El padre de Myra agarró sus patas y cuellos y cuidadosamente examinó cada cerdo, desde la cola hasta el morro.

“Estos son dos de los mejores cerdos que jamás he visto” dijo por fin. “¿Cómo voy a decidirme?, solo tengo una hija”

“Por qué no permite decidir a Myra” sugirió Elya.

“¡Que ridículo!” exclamó Igor, escupiendo saliva mientras hablaba.

“Myra es sólo una niña con la cabeza vacía” dijo su padre. “¿Cómo puede ella decidir, cuando yo, su padre, no puedo?”

“Ella sabe que siente su corazón” dijo Elya.

El padre de Myra masajeó su barbilla. Luego rió y dijo “¿por qué no?” Le dio una palmada en la espalda a Elya. “No me pasa nada. Un cerdo es un cerdo”

Llamó a su hija.

Elya se ruborizó cuando Myra entró en la habitación “Buenas tardes Myra”, dijo.

Ella le miró. “Tú eres Elya, ¿verdad?”, preguntó.

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“Myra” dijo su padre “Elya e Igor han ofrecido por tu mano cada uno un cerdo. No me importa. Un cerdo es un cerdo. Así que te permito elegir ¿Con quién te quieres casar?”

Myra miró confundida “¿Quieres que decida yo?”

“Correcto, mi flor” dijo su padre.

“Eh, no sé”, dijo Myra “¿Qué cerdo pesa más?”

“Ambos pesan lo mismo” dijo su padre.

“Cielos”, dijo Myra “Creo que eligo a Elya- No a Igor-No, Elya. No Igor. ¡Oh ya se! Pensaré en un número entre uno y diez” Me casaré con el que adivine el número más cercano, OK, estoy lista”

“Diez” dijo Igor

Elya no dijo nada.

“¿Elya?” dijo Myra “Qué número dices?”

Elya no eligió ningún número. “Cásate con Igor” dijo entre dientes.

“Puedes quedarte con el cerdo como regalo de bodas”

La siguiente vez que la furgoneta del agua vino era conducida por el Sr. Pendanski, quien también llevaba bolsas de almuerzo. Stanley se sentó con su espalda contra el montón de basura y comió. Tenía un bocadillo miserable, patatas fritas y una gran galleta de chocolate.

“¿Cómo estás?”, preguntó Imán.

“No realmente bien” dijo Stanley.

“Bien, el primer agujero es el más duro”, dijo Imán

Stanley tomó un largo y profundo aliento. No podía permitirse el lujo de entretenerse. Estaba detrás de los otros y el sol justo se estaba poniendo más caliente. Aún no era mediodía. Pero no sabía si tenía fuerza para levantarse.

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Pensó en abandonar. Se preguntaba qué le harían. ¿Qué podían hacerle?

Sus ropas estaban empapadas de sudor. En la escuela había aprendido que sudar era bueno. Era una forma natural de mantenerte fresco Así que ¿por qué estaba tan caliente?

Usando su pala para apoyarse, logró dirigirse a sus pies “¿Dónde se supone que tenemos que ir al baño?” le preguntó a Imán.

Imán gesticuló con sus brazos hacia la gran extensión que había alrededor de ellos. “Coge un agujero, cualquier agujero” dijo.

Stanley continuó pasmado sobre el lago casi cayendo en un montón de tierra.

Detrás de él oyó decir a Imán. “Primero estate seguro de que no hay nada vivo dentro”

Después de dejar la casa de Myra deambulaba hacia la ciudad hasta que se encontró en el embarcadero. Se sentó en el borde del embarcadero y miró abajo, dentro del agua fría y negra. No podía entender cómo Myra había tenido problemas en elegir entre Igor y él. Creía que le amaba a él. Incluso si ella no le amaba ¿no podía ella ver qué tonto era Igor?

Era cómo había dicho la Srª Zeroni. Su cabeza estaba vacía como un tiesto.

Algunos hombres se estaban reuniendo en otra dársena, y fueron a ver quien se iba a marchar. Un cartel decía:15

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SE BUSCAN MARINEROS

BILLETE GRATIS PARA AMERICA

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No tenía experiencia navegando, pero el capitán del barco le señaló (para que subiera a bordo). El capitán podía ver que Elya era un hombre de gran fuerza. No todo el mundo podía subir un cerdo gordo a lo alto de una montaña.

No fue hasta que el barco había dejado el puerto y había estaba navegando por el Atlántico, que de repente recordó su promesa de subir a la Srª Zeroni a lo alto de la montaña. Se sintió fatal.

No había temido por la maldición. Pensó que no tenía mucho sentido. Se sintió mal porque sabía que la Srª Zeroni había querido beber del chorro antes de morir

Zero era el niño más pequeño del grupo D, pero era el primero en terminar de cavar.

“¿Has acabado?” Preguntó Stanley envidiosamente.

Zero no dijo nada.

Stanley caminó al agujero de Zero y miró las medidas con su pala. La parte de arriba del hoyo era un círculo perfecto y los lados eran lisos y altos.

No había sido quitada de la tierra más mugre de la necesaria.

Zero se subió a la superficie. Incluso no sonrió. Miró abajo a su perfectamente cavado agujero, escupió en él, luego se volvió y se dirigió a los barracones.

“Zero es un tío extraño”, dijo Zigzag.

Stanley habría reído, pero no tenía la fuerza. Zigzag tenía que ser el “tío más raro” que Stanley había visto jamás. El tenía un largo cuello pelado, y una gran cabeza rodeada de pelo salvaje rizado rubio que sobresalía en todas las direcciones. Su cabeza parecía que subía y bajaba sobre su cuello, como si estuviese sobre un muelle.

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Sobaco fue el segundo en acabar de cavar. También escupió en su hoyo antes de regresar al barracón. Uno a uno, Stanley vio a los niños escupir en su agujero y volver al barracón.

Stanley se mantuvo cavando. Su hoyo estaba casi encima de sus hombros, aunque era difícil decir exactamente dónde estaba en nivel del suelo porque los montones de basura rodeaban el hoyo. Cuanto más profundo, más duro era sacar y expulsar la basura del agujero. Una vez más se dio cuenta que tenía que mover los montones.

Su gorra estaba manchada de sangre de sus manos. Sentía que estaba cavando su propia tumba.

En América, Elya aprendió a hablar inglés. Estaba enamorado de una mujer llamada Sara Miller. Ella podía arar la tierra, ordeñar una cabra, y más importante, pensar por sí misma. Ella y Elya a menudo pasaban hasta media noche hablando y riendo juntos.

Su vida no era fácil. Elya trabajaba duro pero la mala suerte parecía seguirle a todas partes. Parecía que estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado.

Recordó a la Srª Zeroni diciéndole que tenía un hijo en América. Elya estaba siempre buscándole. Se acercaba a completos desconocidos y les preguntahba si conocían a alguien llamado Zeroni o alguna vez habían oído hablar de alguien llamado Zeroni.

Nadie lo conocía. Elya no estaba seguro qué hubiese hecho si hubiera encontrado al hijo de la Srª Zeroni de cualquier forma. ¿Subirle a una montaña y cantarle la nada del cerdo a él?

Después de que su establo fuese golpeado por tercera vez por un relámpago…

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…le contó a Sara su promesa rota a la Srª Zeroni.

“Soy peor que un ladrón de cerdos” dijo “Debes dejarme y encontrar a alguien que no esté maldito”

“No te dejo” dijo Sara, pero quiero que hagas una cosa por mi”

“Cualquiera”, dijo Elya.

Sara sonrió. “Cántame la nana del cerdo”

La cantó para ella.

Sus ojos brillaban. “Es tan bonita. ¿Qué significa?”

Elya intentó de la mejor forma traducirla del letón al inglés, pero no era lo mismo. “En letón rima”, le dijo a ella.

“Ya veo”, dijo Sara.

Un año después su hijo había nacido. Sara le llamó Stanley porque se dio cuenta de que Stanley era Yelnats deletreado hacia atrás.

Sara cambio las palabras de la nana del cerdo para que rimaran, y todas las noches se las cantaba al pequeño Stanley.

“Ojalá, ojalá” suspira el pájaro carpintero,

“La corteza en el árbol fuese un poco más blanda”

Mientras el lobo espera debajo, hambriento y solitario

El llora a la lu-uu-na,

“Ojalá, ojalá”

El agujero de Stanley era tan profundo como su pala, pero no lo bastante ancho en el fondo. Hizo una mueca cuando cortó un trozo de tierra, luego lo levantó y lo tiró al montón.

Tiró su pala al fondo del hoyo, y para su sorpresa, estaba bien. Le dio la vuelta y sólo tuvo…

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… que quitar unos trozos de basura, aquí y allá, antes de que pudiera moverla en todas las direcciones.

Oyó la camioneta del agua aproximándose, y sintió una extraña sensación de orgullo al ser capaz de enseñarle al Sr. Señor o al Sr. Pendanski, que había cavado su primer agujero.

Puso sus manos en el borde e intentó impulsarse hacia arriba.

No podía hacerlo. Sus brazas estaban demasiado débiles para elevar su pesado cuerpo.

Usó sus piernas para elevarse, pero no tenía ninguna fuerza. Estaba atrapado en su hoyo. Era casi divertido, pero no estaba de humor para reír.

“Stanley”, oyó llamar al Sr. Pendanski.

Usando su pala, cavó dos puntos de apoyo en la pared del hoyo. Escaló, para ver al Sr. Pendanski caminando hacia él.

“Temía que te hubieras desmayado”, dijo el Sr. Pendanski. “No hubieras sido el primero”

“Acabé”, dijo Stanley, poniendo su gorra manchada con sangre en su cabeza.

“Bien” dijo el Sr. Pendanski levantando su mano para chocarla, pero Stanley no hizo caso. No tenía fuerza.

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El Sr. Pendanski bajó su mano y miró al agujero de Stanley. “Bien hecho”, dijo, “¿Quieres un paseo de regreso (en la furgoneta)?”.

Stanley sacudió su cabeza. “Caminaré”

El Sr. Pendanski subió a la furgoneta sin llenar la cantimplora de Stanley. Stanley esperó que se fuera, luego echó otro vistazo a su hoyo. Sabía que no había nada para sentirse orgulloso, no obstante sintió orgullo.

Sorbió su última saliva y escupió.

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Mucha gente no cree en maldiciones.

Mucha gente no cree en lagartijas con manchas amarillas tampoco, pero si una te muerde, no distingue si crees en ella o no.

En realidad es extraño que los científicos llamaran a las lagartijas por sus manchas amarillas. Cada lagartija tiene exactamente 11 manchas amarillas, pero son difíciles de ver en su cuerpo amarillo-verdoso.

Tiene de 6 a diez pulgadas de longitud, y grandes ojos rojos. En realidad sus ojos son amarillos, y es la piel alrededor de los ojos la que es roja, pero todo el mundo siempre habla de sus ojos rojos. También tiene los dedos negros y la lengua de color blanco lechoso.

Mirando a una podrías haber pensado debía haber sido llamada lagartija “ojos rojos”, o “dedos negros”, o quizá “lengua blanca”.

Si has estado lo bastante cerca para ver sus manchas amarilla, probablemente estés muerto.

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A las lagartijas de manchas amarillas les gusta vivir en agujeros, que les ofrecen sombra para el sol y protección frente a las aves depredadoras. Más de 20 lagartijas pueden vivir en un hoyo. Tienen patas fuertes y poderosas y pueden saltar fuera de agujeros muy profundos para atacar a su presa. Comen pequeños animales, insectos, algunas espinas de cactus y cáscaras de pipas.

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Stanley estaba de pie en la ducha y dejó caer agua fresca sobre su cuerpo caliente y dolorido. Fueron cuatro minutos de cielo. El segundo día en fila, no usó jabón. Estaba demasiado cansado.

No había terraza sobre el edificio de la ducha, y las paredes estaban elevadas 6 pulgadas del suelo, excepto en las esquinas. No había desagües en el suelo. El agua salía fuera bajo las paredes y se evaporaba rápidamente por el sol.

Se puso su paquete de ropa limpia. Volvió a su tienda, colocó la ropa sucia en su cajón, sacó su boli y el estuche y se dirigió a la sala de recreo.

Un cartel decía: “sala de los nervios” (WRECK ROON EN LUGAR DE REC ROOM)

Casi todo en la habitación estaba roto; la TV, la máquina de pinball, los muebles. Incluso la gente parecía rota, con sus cuerpos desgastados repanchingados sobre varias sillas y sofás.

Rayos X y Sobaco estaban jugando al billar. La superficie…

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… de la mesa le recordaba a Stanley la superficie del lago. Estaba llena de montículos y hoyos porque mucha gente había gravado sus iniciales en el fieltro.

Había un agujero en la pared y había sido instalado un ventilador eléctrico delante de él. Aire acondicionado barato. Al menos el ventilador funcionaba.

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Cuando Stanley cruzó la habitación, tropezó con una pierna que estaba fuera.

“Hey mírala”, dijo un bulto naranja que estaba en una silla.

“Mírala tú” murmuró Stanley, demasiado cansado para tener cuidado.

“¿Qué dijiste?”, preguntó el bulto.

“Nada”, dijo Stanley.

El bulto se levantó. Era casi tan grande como Stanley y mucho más firme. “Dijiste algo”. Puso su dedo gordo en el cuello de Stanley. “¿Qué dijiste?”.

Un corro se formó rápidamente a su alrededor.

“Cuidado”, dijo Rayos X. Colocó su mano en el hombro de Stanley. “No se debe jugar con el “Cavernícola”, advirtió,

“Cavernícola está tranquilo.” Dijo Sobaco.

“No estoy buscando problemas”, dijo Stanley. “Sólo estoy cansado, eso es todo”.

El bulto gruñó.

Rayos X y Sobaco llevaron a Stanley al sofá. Calamar se apartó para hace sitio cuando Stanley se sentó.

“¿Viste a Cavernícola allí atrás?”, preguntó Rayos X.

Cavernícola es un tipo duro, dijo Calamar, y él suavemente golpeó el brazo de Stanley.

Stanley se recostó sobre la tapicería de vinilo rota.

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A pesar de la ducha, su cuerpo aún despedía calor. “No estoy intentando empezar nada” dijo.

Lo último que quería hacer después de matarse todo el día en el lago, era pelear con un chico llamado Cavernícola. Estaba contento de que Rayos X y Sobaco hubieran llegado a su rescate.

“Bien, como te fue en tu primer agujero?” preguntó Calamar.

Stanley gruñó y los otros niños rieron.

“Bueno, el primer hoyo es el más duro”, dijo Stanley.

“De ninguna manera”, dijo Rayos X. “El segundo hoyo es más duro. Te duele incluso antes de que te pongas en marcha. Si crees que estás dolorido ahora, sólo espera y ve como te sentirás mañana por la mañana, ¿correcto?”.

“Correcto”, dijo Stanley.

“Además, la ilusión se ha ido” dijo Rayos X.

“¿La ilusión?” preguntó Stanley.

“No me mientas”, dijo Rayos X.”Te apuesto que siempre quisiste cavar un gran hoyo, ¿verdad?, ¿estoy en lo cierto?”

Stanley nunca había pensado realmente sobre ello antes, pero sabía mejor que Rayos X que no tenía razón.

“Todos los chicos del mundo quieren cavar un grandísimo agujero”, dijo Rayos X, “A China ¿verdad?”

“Verdad”, dijo Stanley.

“Mira lo que quiero decir”, dijo Rayos X, “Esto es lo que estoy diciendo, pero la ilusión se ha ido. Y tú tienes que hace un agujero una y otra vez”

“Campamento alegría y juegos” dijo Stanley.

¿Qué hay en la caja? dijo Calamar.

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Stanley había olvidado que la había cogido. “Oh, papel. Voy a escribir una carta a mi madre”

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“¿Tu madre?”, rió Calamar

“Se preocuparía si no (escribiera)”

Calamar frunció el ceño.

Stanley miró alrededor de la habitación. Era el único lugar en el campamento donde podían divertirse entre ellos, y ¿qué podían hacer? Ellos lo destrozaron. La pantalla de la TV estaba rota, como si alguien hubiese puesto su pie dentro de ella. Todas las mesas y sillas parecían haber perdido al menos una pata. Todo estaba apoyado.

Esperó a escribir la carta hasta después de que Calamar había acabado y ganado el juego de billar.

“Querida mamá,

Hoy fue mi primer día en el campamento y ya he hecho algunos amigos. He estado fuera en el lago todo el día, así que estoy un poco cansado. Ya pasé la prueba de la piscina una vez, conseguiré aprender cómo hacer ski acuático. Yo

Dejó de escribir cuando se dio cuenta de que alguien estaba leyendo sobre su hombro. Se volvió, para ver a Zero, de pie detrás del sofá.

“No quiero que ella se preocupe sobre mi”, explicó.

Zero no dijo nada. Sólo miraba fijamente a la carta con una seria, casi enfadada expresión en su rostro.

Stanley resbaló el papel de vuelta al estuche.

“¿Tenían las zapatillas una X roja en la parte de atrás?” le preguntó Zero.

Le llevó a Stanley un momento, pero se dio cuenta de que Zero estaba preguntando sobre los zapatos de Clyde Livingston.

“Si”, dijo. Se preguntaba cómo Zero sabía eso. La marca X era una marca popular de zapatillas. Podía ser que Clyde Livingston hiciese de anunciante para ella.

Zero permaneció de pie ante él durante un momento, con la misma intensidad con la que él había permanecido delante de la carta.

Stanley metió su dedo en un agujero del sofá de vinilo y sacó algo de relleno. No se daba cuenta de lo que estaba haciendo.

“Vamos, Cavernícola, la cena” dijo Sobaco.

“¿Vienes, Cavernícola?” dijo Calamar.

Stanley miró alrededor para ver que Calamar y Sobaco le estaban hablando “Vale”, dijo. Metió el estuche en la caja, lo cogió y siguió a los niños fuera de las mesas.

El bulto no era Cavernícola. Era él (Stanley).

Encogió su hombro izquierdo. Era mejor que Saco de Vómito.

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Stanley no tenía problema para quedarse dormido, pero la mañana llegó demasiado rápido. Cada músculo y articulación de su cuerpo dolorido intentaba levantarle de la cama. Pensaba que no era posible, pero su cuerpo le dolía más de lo que había hecho el día anterior. No eran sólo sus brazos y espalda, también sus piernas, tobillos y cintura le dolían.

Lo único que le impulsaba fuera de la cama era saber que cada segundo que malgastara significaba que estaba un segundo más cerca de la salida del sol. Odiaba el sol.

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A duras penas podía subir la cuchara durante el desayuno, y cuando salió al lago, su cuchara se cambió por la pala. Encontró una grieta en el suelo y comenzó su segundo hoyo.

Se subió a la hoja de la pala y agarró la parte de atrás del mango con la palma de la mano. Así le dolía menos que intentando agarrar el mango con dedos con ampollas.

Cuando cavaba, tenía cuidado de arrojar la tierra lejos…

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… del agujero. Necesitaba despejar el área alrededor del hoyo para cuando fuese más profundo.

No sabía si la había tirado bastante lejos. Rayos X tenía razón. El segundo hoyo era el más duro. Sería un milagro. Todo el tiempo en que el sol no había salido aún, él cambió su gorra y la usó para ayudarle a proteger sus manos. Una vez que el sol saliera, tendría que ponerla en su cabeza. Su cuello y frente se habían quemado de mala manera el día antes.

Cogió una palada al momento y trató de no pensar en la imponente tarea que estaba delante de él. Después de una hora más o menos, sus músculos doloridos parecían recuperarse un poquito.

Gruñó cuando trató de clavar su pala en la tierra. La gorra se deslizó fuera de sus dedos y la pala parecía libre.

La dejó tirada allí.

Tomó un trago de su cantimplora. Supuso que la furgoneta del agua debía venir pronto, pero no acabó toda el agua, por si acaso estaba equivocado. Aprendería a esperar hasta que viese la furgoneta, antes de beber la última gota.

El sol no estaba aún arriba, pero sus rayos se arqueaban sobre el horizonte y traían luz al cielo.

Se agachó para recoger su gorra, y allí, cerca de ella, vio una piedra lisa y ancha. Cuando puso la gorra en su cabeza, continuó mirando la roca.

La cogió. Pensó que podía ver la forma de un pez fosilizado en ella.

Borró algo de suciedad, y el contorno del pez se hizo más claro. El sol asomaba sobre el horizonte, y en realidad él pudo ver pequeñas líneas donde habían estado cada uno de los huesos del pez.

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Miró la tierra estéril a su alrededor. Cierto, todos llamaban a esta zona el lago, pero era difícil creer que ese yermo seco estuviese una vez lleno de agua.

Luego recordó lo que el Sr. Señor y el Sr. Pendanski habían dicho. Si excavaba algo interesante, debía informar a uno de ellos. Si al Alcaide le gustaba, podía cogerse el resto del día libre.

Echó un vistazo al pez. Había encontrado su milagro.

Continuó cavando, aunque muy despacio, mientras esperaba por la camioneta del agua. No quería llamar la atención sobre su descubrimiento, temía que uno de los otros niños tratara de quitárselo. Dejó la roca, cara abajo al lado de su montón de suciedad, como si no tuviese valor especial. Al poco rato vio la nube de polvo dirigiéndose a lo largo del lago.

La furgoneta se paró y los niños se alinearon. Siempre se alineaban en el mismo orden, Stanley se dio cuenta, no importaba quien llegase el primero. Rayos X estaba siempre delante de la fila. Luego venían Sobaco, Calamar, Zigzag, Imán y Zero.

Stanley se puso en la fila detrás de Zero. Estaba contento de estar el último, nadie podía notar el fósil. Sus pantalones tenían bolsillos muy grandes, pero aún así la roca hacía un bulto.

El Sr. Pendanski llenó la cantimplora de cada niño, hasta que Stanley quedó solo.

“Encontré algo”, dijo Stanley, sacándolo de su bolsillo.

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El Sr.Pendanski pidió la cantimplora de Stanley, pero en su lugar, Stanley le dio la roca.

“¿Qué es esto?”

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“Es un fósil”, dijo Stanley. “¿Ve el pez?”

El Sr. Pendanski la miró de nuevo.

“Mire, se pueden ver todos sus pequeños huesos” dijo Stanley.

“Interesante”, dijo el Sr. Pendanski.”Dame tu cantimplora”

Stanley se la dio. El Sr.Pendanski la llenó, luego se la devolvió.

“¿Así que tengo el resto del día libre?”

“¿Por qué?”

“Esto; dijiste que si encontraba algo interesante, el Alcaide me daría el día libre”

El señor Pendanski rió cuando le devolvió el fósil a Stanley. “Lo siento, Stanley, el Alcaide no está interesado en fósiles”

“Déjame ver eso”, dijo Imán, cogiendo la roca a Stanley.

Stanley continuó mirando fijamente al Sr. Pendanski.

“Hey, Zig, cava esta roca”

“Frio”, dijo Zigzag.

Stanley vio su fósil siendo tirado de uno a otro.

“No veo nada”, dijo Rayos X. Se quitó sus gafas, las limpió en sus ropas sucias, y se las puso.

“Mira, hay un pequeño pez”, dijo Sobaco.

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Stanley volvió a su agujero. No estaba bien. El Sr. Pendanski había dicho incluso que su fósil era interesante. Clavó su pala en el hoyo y tiró otro pedazo de tierra.

Después de un rato, se dio cuenta que Rayos X había venido y estaba viéndole cavar.

“Hey, Cavernícola, déjame hablarte un momento”, dijo Rayos X.

Stanley dejó su pala y subió fuera del hoyo.

“Di, escucha” dijo Rayos X. “Si encuentras algo más, dámelo, ¿vale?”

Stanley no estaba seguro de qué decir. Rayos X era claramente el líder del grupo, y Stanley no quería ponerse en el lado equivocado.

“Eres nuevo aquí, ¿verdad?” dijo Rayos X “Yo he estado aquí casi un año. Nunca he encontrado nada. Sabes, mi vista no es muy buena. Nadie sabe esto, pero ¿sabes por qué mi nombre es Rayos X?”

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Stanley levantó un hombro.

“Es “Pig Latín” para Rex. Esto es todo. Estoy demasiado ciego para encontrar nada”

Stanley intentó recordar cómo se hablaba en “Pig Latin”

“Osea”, continuó Rayos X “¿Por qué deberías tomarte el día libre cuando sólo has estado aquí un par de días? .Si alguien se toma consigue un día libre, debería ser yo. Esto es lo justo ¿vale?”

“Ya veo”, asintió Stanley.

Rayos X sonrió. “Eres un buen muchacho, Cavernícola”22

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Stanley recogió su pala.

Entre más pensaba en ello, más contento estaba de estar de acuerdo con Rayos X en permitirle tener los que pudiese encontrar. Si iba a sobrevivir en Camp Green Lake, de lejos era más importante que Rayos X pensara que él era un buen chaval que iba a ser por él que consiguiera un día libre. Por otro lado, no esperaba encontrar nada más de todas formas. Posiblemente no hubiera nada “de interés” allí, e incluso si lo había, él nunca había sido lo que se puede llamar un afortunado.

Golpeó su hoja (de la pala) en el suelo, después arrojó fuera otra palada de tierra. Era una pequeña sorpresa, pensó, que Rayos X fuese el líder del grupo, aunque no era obviamente ni el más grande ni el más fuerte. De hecho, excepto Zero, Rayos X era el más pequeño. Sobaco era el más grande. Zigzag podía haber sido más alto que Sobaco, pero lo era sólo a causa de su cuello. Sí, Sobaco y todos los demás parecían estar dispuestos a hacer cualquier cosa que Rayos X les pidiera.

Cuando Stanley excavó otra palada de tierra se dio cuenta de que Sobaco no era el más grande. El, Cavernícola, era el más grande.

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Estaba feliz de que le llamasen Cavernícola. Significaba que le aceptaban como miembro del grupo. Incluso habría estado feliz si le hubiesen llamado Saco de Vómito.

Era bastante sorprendente para él. En la escuela, matones como Derrick Dunne solían meterse con él. Pero incluso Derrick Dunne se sentiría asustadísimo aquí por cualquiera de estos chicos.

Mientras cavaba su hoyo, Stanley pensaba cómo sería si Derrick Dunne tuviese que pelear con Sobaco o Calamar. Derrick no tendría una posibilidad.

Imaginó que le gustaría si llegara a ser buen amigo de todos ellos, y luego, por alguna razón, todos ellos fuesen con él a su escuela, y Derrick Dunne intentase robar su cuaderno…

“¿Qué crees que estás haciendo?”, pregunta Calamar, mientras golpea sus manos en la cara petulante de Derrick Dunne.

“Cavernícola es nuestro amigo”, dice Sobaco, agarrándole por el cuello de la camisa.

Stanley representó la escena una y otra vez en su mente, viendo cada vez a otro muchacho del grupo D golpear a Derrick Dunne. Esto le ayudó a cavar su hoyo y aliviar su propio sufrimiento. Cualquier dolor que sufría, sería sufrido diez veces más por Derrick Dunne.

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De nuevo Stanley fue el último en terminar de cavar. Estaba la mañana avanzada cuando se arrastró de regreso al barracón. Esta vez hubiese aceptado un paseo en la furgoneta si se lo hubiesen ofrecido.

Cuando llegó a la tienda, encontró al Sr. Pendanski y los otros chicos sentados en círculo en la tierra.

“Bienvenido, Stanley”, dijo el Sr. Pendanski.

“Hey, Cavernícola, ¿conseguiste cavar tu hoyo?” dijo Imán.

Le saludó con la cabeza.

“¿Escupiste en él?” preguntó Calamar.

Asintió otra vez. “Tienes razón”, le dijo a Rayos X “El segundo agujero es el más duro”

Rayos X agitó la cabeza. “El tercer hoyo es el más duro”, dijo.

Ven a unirte a nuestro círculo, dijo el Sr. Pendanski.

Stanley se dejó caer entre Calamar e Imán. Necesitaba descansar antes de tomar una ducha.

“Hemos estado discutiendo qué queríamos hacer con nuestras…

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… vidas”, dijo el Sr. Pendanski “No vamos a estar en “Camp Green Lake” por siempre. Necesitamos prepararnos para el día en que nosotros nos vayamos de aquí y nos unamos al resto de la sociedad”

“Hey, qué bueno, Mama (Sr. Pendanski)”, dijo Imán, “¿Finalmente ellos van a permitirte salir de aquí?”

Los otros chicos rieron.

“Bien, José” dijo el Sr. Pendanski, “¿qué quieres hacer con tu vida?”.

“No sé”, dijo Imán.

“Necesitas pensar en ello” dijo el Sr. Pendanski. “Es importante tener objetivos. De otra forma vas a acabar directo de vuelta a la cárcel. ¿Qué quieres hacer?”

“No sé”, dijo Imán.

“Te debe gustar algo”, dijo el Sr. Pendanski.

“Me gustan los animales”, dijo Imán

“Veterinario”, dijo Sobaco.

“Puede trabajar en un zoo”, dijo Zigzag.

“El está en el zoo”, dijo Calamar, luego él y Rayos X rieron.

“¿Y tú, Stanley?, ¿alguna idea para José?”

Stanley suspiró, “entrenador de animales” dijo. “Para el circo, películas o algo así.”

“¿Alguno de esos trabajos te suenan bien, José?”, le preguntó el Sr.Pendanski.

“¡Eh!, me gusta lo que dijo Cavernícola. Sobre entrenar animales para películas. Creo que sería divertido entrenar monos.”

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Rayos X rió.

“No te rías Rex”, dijo el Sr. Pendanski. “No nos reímos de los sueños de la gente. Alguien tiene que entrenar a los monos para las películas.”

“¿Lo dices en serio, Mamá?”, preguntó Rayos X. “Imán nunca va a ser entrenador de monos.”

“Tú no sabes eso”, dijo el Sr. Pendanski. “No estoy diciendo que vaya a ser fácil. Nada en la vida es fácil. Pero esa no es razón para abandonar. Estarías sorprendido de lo que puedes llevar a cabo si preparas tu mente para ello. Después de todo sólo tienes una vida, así que deberías intentar hacer lo más que puedas en ella.”

Stanley trató de imaginar lo que le diría al Sr. Pendanski si le preguntara qué quería hacer con su vida. Solía pensar que quería trabajar para el F.B.I., pero éste no era el lugar apropiado para decirlo.

“Hasta ahora todos habéis hecho un buen trabajo para estropear vuestras vidas”, dijo el Sr. Pendanski. “Sé que creéis que estáis en la onda.” Miró a Stanley. “Así que tú eres Cavernícola, ahora, ¿Eh?, ¿Te gusta cavar agujeros, Cavernícola?”

Stanley no sabía qué decir.

“Bien permíteme decirte algo, Cavernícola. Tú estás aquí debido a una persona. Si no fuese por esa persona, no estarías aquí cavando agujeros al sol caliente. ¿Sabes quién es esa persona?”

“El malo-sucio-cerdo-ladron de mi tatarabuelo”

Los otros chicos bramaban de risa.

Incluso Zero sonrió.

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Era la primera vez que Stanley había visto sonreír a Zero. El…

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… normalmente tenía como una expresión enfadada en su cara.

Ahora tenía como una enorme sonrisa que casi parecía demasiado grande para su cara, como la sonrisa de una lámpara hecha con una calabaza.

“No”, dijo el Sr. Pendanski. “Esa persona eres tú, Stanley. Tú eres la causa de que estés aquí. Tú eres responsable de ti mismo. Desordenaste tu vida, y es cosa tuya arreglarla. Nadie va a hacerlo por ti -ni por nadie de vosotros.”

El Sr. Pendanski miró de un chico a otro. “Todos sois especiales en vuestro propio camino” dijo. “Todos tenéis algo que ofrecer. Tenéis que pensar sobre qué queréis hacer, y luego hacerlo. Incluso tú, Zero. No eres totalmente despreciable.”

“¿Qué quieres hacer con tu vida?”, le preguntó el Sr. Pendansky.

La boca de Zero se cerró con tensión. Como el miraba fijamente al Sr. Pendanski, sus ojos oscuros parecían agrandarse.

“Qué hay de esto, Zero?” preguntó el Sr. Pendanski. “Qué te gustaría hacer?”

“Me gusta cavar agujeros”

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Demasiado temprano Stanley estaba de regreso en el lago, clavando su pala en la tierra. Rayos X estaba en lo cierto: el tercer agujero era el más duro. También el cuarto hoyo. Y el quinto hoyo. Y el sexto. Y…

Cavó su pala en la tierra.

Después de un rato, había perdido la cuenta del día de la semana y cuántos agujeros había cavado. Todo parecía como un gran hoyo, y le llevaría un año y medio cavarlo. Adivinó que habría perdido al menos cinco libras (de peso). Imaginó que en un año y medio estaría o en una gran forma física o muerto.

Cavó la pala en la tierra.

No podía siempre haber este calor, pensó. Seguramente estará más fresco en Diciembre. Quizá luego hiele.

Cavó la pala en la tierra.

Su piel se había vuelto más resistente. No le dolía tanto agarrar la pala.

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Cuando bebió de su cantimplora, miró arriba al cielo. Una nube había aparecido temprano ese día. Era la primera nube que recordaba ver desde que llegó a Camp Green Lake.

El y los otros niños la habían estado mirando todo el día, deseando que se moviera delante del sol. De vez en cuando se acercaba, pero sólo se estaba burlando de ellos.

Su hoyo tenía la profundidad correcta. Cavó la pala en la tierra. Cuando la tiró fuera, creyó que había visto algo brillar en el montón de tierra. Lo que quiera que fuese, quedó rápidamente sepultado.

Stanley permaneció de pie delante del montón un momento, inseguro incluso si había visto algo. Incluso si fuese algo, ¿qué debía hacer? Prometió dar lo que encontrara a Rayos X. Parecía que no valía la pena el esfuerzo de trepar el hoyo para comprobarlo.

Echó un vistazo a la nube, que estaba tan cerca del sol que tuvo que guiñar los ojos para mirarla.

Cavó la pala en la tierra, la cargó y la descargó fuera sobre el montón de suciedad.

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Y la tiró sobre su montón de tierra. Pero en lugar de verterla allí, la lanzó a un lado. Su curiosidad había sacado lo mejor de él.

Trepó fuera de su agujero y hundió sus dedos a través del montón. Sintió algo duro y metálico.

Lo sacó. Era un tubo de oro, casi tan largo y ancho como el segundo dedo de su mano derecha. El tubo estaba abierto en un extremo y cerrado en el otro.

Usó unas pocas gotas de su preciada agua para limpiarlo.

Parecía haber una clase de diseño en el extremo plan y cerrado. Echó unas pocas gotas más de agua en ella y lo frotó en el interior del bolsillo de su pantalón.

Miró de nuevo el diseño grabado en el fondo plano…

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… del tubo. Podía ver las líneas de un corazón, con las letras K y B grabadas dentro.

Trató de resolver la forma de no dárselo a Rayos X. Únicamente podía guardarlo, pero no haría con él nada bueno. Quería el día libre.

Miró a los grandes montones de porquería cercanos a donde estaba cavando Rayos X. Rayos X estaba probablemente casi acabando por hoy. Tomarse el día libre difícilmente le beneficiaría mucho. Rayos X tendría primero que enseñar el tubo al Sr. Señor a al Sr. Pendanski, quien luego tendría que enseñárselo al Alcaide. Entonces, Rayos X lo habría cavado todo de todas maneras.

Stanley se preguntó sobre intentar secretamente llevar el tubo directamente al Alcaide. Podía explicar la situación al Alcaide, y el Alcaide debería inventar una excusa para darle a él el día libre, sin que Rayos X sospechase.

Miró a lo largo del lago, hacia la cabaña bajo los dos robles. El lugar le aterraba. Había estado en Camp Green Lake casi dos semanas, y aún no había visto al Alcaide. Eso estaba bien. Si pudiera estar su año y medio completo sin ver al Alcaide, sería bueno para él.

Por otra parte, no sabía si el Alcaide encontraría el tubo “interesante”. Lo miró de nuevo. Le parecía familiar. El …

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… pensó que había visto algo parecido antes en algún lugar, pero no lo ubicaba exactamente.

“¿Que tienes ahí, Cavernícola?” preguntó Zigzag.

La gran mano de Stanley se cerró alrededor del tubo. “Nada, sólo, uh …” Era inútil. “Creo que he encontrado algo”

“¿Otro fósil?”

“No, no estoy seguro de que es.”

“Déjame verlo” dijo Zigzag.

En lugar de enseñárselo a Zigzag, Stanley se lo llevó a Rayos X. Zigzag le siguió.

Rayos X miró el tubo, luego se limpió sus gafas sucias en su camisa sucia y miró al tubo de nuevo. Uno a uno, los otros chicos tiraron sus palas y fueron a mirarlo.

“Parece como la bala de una vieja escopeta”, dijo Calamar.

“Si, probablemente que lo es” dijo Stanley. Decidió no mencionar el diseño grabado. Quizá nadie lo notaría. Dudó que Rayos X pudiese verlo.

“No; es demasiado largo y delgado para ser la bala de una escopeta,” dijo Imán.

“Probablemente sea sólo un trozo de basura”, dijo Stanley.

“Bien, se lo enseñaré a Mamá”, dijo Rayos X. “Veamos que piensa. Quién sabe. Puede que consiga el resto del día libre.”

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“Tu agujero está casi acabado” dijo Stanley.

“¿Y?”

Stanley subió y bajó su hombro. “¿Por qué no esperas hasta mañana para enseñárselo a Mamá?”, le sugirió. “Puedes fingir que lo encontraste al principio de la mañana. Luego puedes tomarte el resto del día libre, en lugar de una hora más o menos esta mañana.”

Rayos X sonrió. “Bien pensado, Cavernícola” metió el tubo en el largo bolsillo de la pierna derecha de su sucio mono naranja.

Stanley volvió a su hoyo.

Cuando la furgoneta del agua llegó, Stanley, comenzó a tomar su lugar al final de la fila, pero Rayos X le dijo que se pusiera detrás de Imán, delante de Zero.

Stanley adelantó un puesto en la fila.

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Esa noche, cuando Stanley estaba tirado su catre oloroso y rasposo, intentó imaginar qué podía haber hecho distinto. Por una vez en su desafortunada vida, estaba en el lugar correcto a la hora correcta, pero aún no le había ayudado mucho.

“¿Lo tienes?”, le preguntó a Rayos X al desayuno la siguiente mañana.

Rayos X le miró con sus ojos medio abiertos detrás de sus gafas sucias. “No sé de que estás hablando” gruñó.

“Sabes…” dijo Stanley

“¡No, no sé!” dijo bruscamente. “Así que déjame solo, ¿vale? No quiero hablarte”

Stanley no dijo otra palabra.

El Sr Señor llevó a los niños fuera, al lago, mascando pipas a lo largo del camino, y escupiendo las cáscaras…

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Alisó el suelo con el tacón de su bota, para marcar dónde se suponía que debía cavar cada niño.

Stanley apretó la hoja de la pala con sus pies, penetrando el suelo seco y duro. No se podía imaginar por qué Rayos X le había hablado bruscamente. Si no iba a aprovechar el tubo, ¿Por qué le hizo a Stanley dárselo?, ¿sólo iba a quedárselo? El tubo era dorado, pero Stanley no sabía si era oro puro.

La furgoneta del agua llegó un poco después del amanecer. Stanley acabó su última gota de agua y salió de su agujero. En este momento del día, algunas veces Stanley podía ver algunas montañas o colinas distantes en el otro lado del lago. Sólo eran visibles durante un rato corto y pronto desaparecerían detrás de la bruma de calor y suciedad.

La furgoneta paró y la nube de polvo a la deriva la paso (a la furgoneta). Rayos X tomó su lugar delante de la fila. El Sr. Pendanski llenó su cantimplora. “Gracias Mamá” dijo Rayos X. No mencionó al tubo.

El Sr. Pendanski llenó todas las cantimploras, luego subió de regreso a la cabina de la furgoneta. Todavía tenía que llevar agua al Grupo E. Stanley podía verles cavando alejados unas 200 yardas.

“¡Señor Pendanski!” gritó Rayos X desde su hoyo. “¡Espere¡ ¡Sr.Pendanski¡ ¡Creo que podría haber encontrado algo!”

Todos los chicos siguieron al Sr Pendanski cuando el corría hacia el agujero de Rayos X. Stanley pudo ver el tubo de oro sobresaliendo de un montón de suciedad al final de la pala de Rayos X.

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El Sr. Pendanski lo examinó y echó una larga mirada a su fondo plano. “Creo que al Alcaide le va a gustar esto”

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“¿Tiene Rayos X el resto del día libre?”, preguntó Calamar.

“Sólo cava hasta que alguien diga lo contrario” dijo el Sr. Pendanski. “Pero si yo fuera tú, Rex, no cavaría demasiado duro.”

Stanley miró la nube de polvo moverse a lo largo del lago hacia la cabaña entre los árboles.

Los chicos del grupo E tendrían que esperar.

No pasó mucho para que la furgoneta regresó. El Sr. Pendanski bajó de la cabina. Una mujer alta pelirroja bajó del lado del pasajero. Parecía incluso más alta de lo que era, al estar Stanley abajo en el hoyo. Vestía un sombrero de vaquero negro y botas de vaquero negras que estaban salpicadas con piedras turquesas. Las mangas de su camisa estaban enrolladas, y sus brazos estaban cubiertos de pecas, como su cara.

Caminó directa hacia Rayos X.

“¿Aquí es dónde lo encontraste?”

“Si, señora”

“Tu buen trabajo será recompensado” Se volvió hacia el Sr. Pendanski. “Lleva a Rayos X de regreso al campamento. Déjale que se tome una ducha doble y dale ropa limpia. Pero primero quiero que llenes las cantimploras de todos.”

“Acabo de llenarlas hace un momento”, dijo el Sr. Pendanski.

La Alcaidesa le miró a él duramente. “Perdón”, dijo ella. Su voz era suave.

“Justamente acababa de llenárselas cuando Rex-“

“Perdón”, la Alcaidesa dijo de nuevo. “¿Te pregunté cuando fue la última vez que se las llenaste?”

“No, pero acabo”

“Perdón.”

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El Sr. Pendanski dejó de hablar. La Alcaidesa movió su dedo de él a ella. “Hace calor y va a hacer más calor”, dijo ella. “Ahora estos amables chicos han estado trabajando duro. ¿No crees que podría ser posible que hubieran bebido desde la última vez que les llenaste las cantimploras?”

El Sr. Pendanski no dijo nada.

La Alcaidesa se volvió hacia Cavernícola. “Cavernícola ¿vienes aquí, por favor?”

Stanley estaba sorprendido de que ella conociera su nombre. Nunca la había visto. Hasta que bajó de la cabina de la furgoneta, incluso no sabía que el Alcaide era una mujer.

Nerviosamente fue hacia ella.

“El Sr. Pendanski y yo hemos estado teniendo una discusión. ¿Has tomado un trago desde que el Sr. Pendanski te llenó la cantimplora por última vez?”

Stanley no quería causar ningún problema al Sr.Pendanski.

“Aún la tengo llena”, dijo.

“Perdón”

Paró. “Esto, bebí algo”.

“Gracias. ¿Puedo ver tu cantimplora, por favor?”

Stanley se la dio. Sus uñas estaban pintadas de rojo oscuro.

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Ella con cuidado tiró la cantimplora, dejando que el agua susurrara dentro del contenedor de plástico. “¿Escuchas los espacios vacios?”, preguntó.

“Si”, dijo el Sr. Pendanski.

“Entonces llénalas”, dijo. “Y la próxima vez que te diga que hagas algo, espero que lo hagas sin cuestionar mi…

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… autoridad. Si es demasiado problema para ti llenar las cantimploras, te daré una pala. Puedes cavar el agujero, y Cavernícola puede llenar tu cantimplora.” Se volvió hacia Stanley. “No creo que fuese demasiado problema para ti, ¿verdad?”

“No”, dijo Stanley.

“Así que ¿qué quieres hacer?”, le preguntó al Sr. Pendanski. “¿Quieres llenar las cantimploras o quieres cavar?”

“Llenaré las cantimploras” dijo el Sr. Pendanski.

“Gracias.”

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El Sr. Pendanski llenó las cantimploras.

La Alcaidesa sacó una horca (apero de labranza), del fondo de la furgoneta. La clavó en el montón de Rayos X para ver si algo más podía haber sido tirado allí también.

“Después de que lo tires, Rayos X, quiero que traigas tres carretillas”, dijo.

Rayos X subió a la camioneta. Cuando arrancó, Rayos X se asomó a través de la ancha ventana y saludó.

“Zero”, dijo El Alcaide. “Quiero que te metas en el hoyo de Rayos X”. Parecía saber que Zero era el que cavaba más rápido. “Sobaco y Calamar, continuareis cavando donde habéis estado” dio ella. “Pero cada uno de vosotros vais a tener un ayudante. Zigzag, tu ayudarás a Sobaco. Imán, tu ayudarás a Calamar. Y Cavernícola, tú trabajarás con Zero. Vamos a cavar la tierra dos veces. Zero, la cavarás fuera del agujero y Cavernícola, y Cavernícola con cuidado la espalará a la carretilla. Zigzag hará lo mismo con…

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… Sobaco, y lo mismo para Imán y Calamar. No queremos perder nada. Si alguno de vosotros encuentra algo, ambos tendréis el resto del día libre y doble ducha.

“Cuando las carretillas estén llenas, tenéis que tirarlas lejos de esta área. No queremos tener ningún montón de suciedad en el camino”.

Alcaidesa permaneció en el terreno el resto del día, con el Sr. Pendanski y con el Sr. Señor, quienes se movieron después de un rato. Ocasionalmente el Sr. Señor marchaba a llevar agua a los otros grupos de acampados, pero por lo demás él y su camioneta del agua permanecían aparcados allí. Alcaidesa lo vio, que nadie del grupo D estaba sediento.

Stanley actuó según lo dicho. Comprobó cuidadosamente toda la suciedad excavada por Zero, cuando él la espalaba en la carretilla, pensaba que no encontraría nada.

Era más fácil que cavar en su propio agujero. Cuando la carretilla estaba llena, la llevó a una buena distancia antes de arrojarla.

Alcaidesa no se podía aguantar. Se mantenía caminado alrededor, mirando sobre los hombros de los muchachos, y clavando su horca a través de los montones de tierra. “Lo estás haciendo bien, muy bien”, le dijo a Stanley.

Después de un rato le dijo a los niños que cambiasen los lugares, así que Stanley, Zigzag e Imán cavaron en los hoyos, y Zero, Sobaco y Calamar cavaron la tierra excavada en las carretillas.

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Después del almuerzo, Zero pasó a cavar de nuevo y Stanley volvió a la carretilla. “No hay suerte”, dijo Alcaidesa varias veces. “Lo principal es no perder nada”

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Los muchachos cavaron hasta que cada hoyo tenía unos seis pies de profundidad y ancho. Aun así, era más fácil para dos niños cavar un hoyo de seis pies que lo era para un niño cavar un hoyo de cinco pies.

“De acuerdo, es bastante por hoy”, dijo Alcaidesa. “He esperado esto mucho, puedo esperar otro día.”

El Sr. Señor la llevó de regreso a su cabaña.

“Me pregunto cómo sabía todos nuestro nombres”, dijo Stanley cuando regresaban caminando a los barracones.

“Nos ve todo el tiempo” dijo Zigzag. “Tiene micrófonos y cámaras ocultas en todo el lugar. En las tiendas, en el salón de recreo, la ducha”

“¿La ducha?”, preguntó Stanley. Se preguntó si Zigzag estaba siendo sólo paranoico.

“Las cámaras son pequeñas”, dijo Sobaco, “No mayores que la uña de tu dedo pequeño.”

Stanley tenía dudas sobre eso. No creía que pudieran hacer cámaras así de pequeñas. Micrófonos, puede ser.

Se dio cuenta de por qué Rayos X no quería hablar con él sobre el tubo de oro en el desayuno. Rayos X temía que Alcaidesa pudiera haber estado escuchando.

Una cosa era cierta: ellos no estaban cavando sólo para “construir carácter”. Definitivamente, ellos estaban buscando algo.

Y lo que quiera que estuviesen buscando, lo hacían en el lugar equivocado.

Stanley miraba fijamente el otro lado del lago, hacia el sitio donde había estado cavando ayer cuando encontró el tubo de oro.

Grabó el hoyo en su memoria.

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Cuando Stanley entró en la sala de recreo, pudo oír la voz de Rayos X desde toda la habitación.

“Mira lo que estoy diciendo”, dijo Rayos X, “¿Tengo razón o tengo razón?”

Los otros cuerpos de la habitación no eran más que pequeñas bolsas de carne y huesos, recostadas a lo largo de sillas y sofás. Rayos X estaba lleno de vida, riendo y saludando con sus brazos, cuando dijo “!Eh, Cavernícola, mi hombre!”, llamó.

Stanley caminó a lo largo de la habitación.

“Hey, quítate, Calamar”, dijo Rayos X “Deja sitio para Cavernícola”

Stanley se tiró en el sofá.

Había buscado una cámara espía en la ducha. No había visto nada, y esperaba que Alcaidesa tampoco.

“¿Qué te pasa?”, preguntó Rayos X.”¿Cansado o algo?”, rió.

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“Hey, más bajo”, refunfuñó Zigzag, “estoy intentando ver le televisión”.

Stanley le echó una mirada insegura a Zigzag, quien miraba muy atentamente la rota pantalla de le televisión.

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Alcaidesa saludó a los niños al desayuno la siguiente mañana y fue con ellos a los agujeros. Cuatro cavaban en los agujeros, y tres atendían los carretillos. “Nos alegramos de verte aquí, Rayos X”, ella le dijo a él. “Necesitamos tus ojos agudos.”

Stanley pasó más tiempo llevando la carreterilla que cavando, porque aún era un cavador lento. El cargaba el exceso de tierra y lo descargaba en agujeros previamente cavados. Tenía cuidado de no descargar nada en el agujero donde el tubo de oro fue encontrado realmente.

Aún podía ver el tubo en su mente. Parecía tan familiar, pero él no podía situarlo. Pensó que podía haber sido la tapa de una pluma estilográfica lujosa de oro. K y B podían haber sido las iniciales de un famoso escritor. Los únicos famosos escritores que él podía recordar eran Charles Dickes, Willian Shakespeare y Mark Twain. Por otra parte esto no parecía la parte de arriba de una pluma.

A la hora del almuerzo, Alcaidesa estaba empezando a perder su paciencia. Les hizo comer deprisa, para que pudieran regresar a trabajar. “Si no podéis conseguir que ellos trabajen más rápido”, ella dijo, “entonces vais a tener que bajar allí y cavar con ellos”.

Después de eso todo el mundo trabajó más rápido, especialmente cuando el Sr. Señor estaba mirándoles. Stanley prácticamente corría cuando empujaba la carretilla. El Sr. Señor les recordó que no eran Girl Scouts.

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No cavaron bastante hasta que todos los demás grupos habían acabado.

Después, cuando Stanley se sentó tumbado en una silla destartalada, trató de pensar en la forma de decirle a Alcaidesa donde había sido encontrado realmente el tubo, sin meterse él o Rayos X en problemas. Esto no le parecía posible. Incluso pensó en salir reptando por la noche y cavar él mismo en ese hoyo. Pero lo último que quería hacer después de cavar todo el día era cavar por la noche también. Por otro lado, las palas estaban encerradas por la noche, en teoría para que no pudiesen ser usadas como armas.

El Sr. Pendanski entró en la sala de recreo.”Stanley”, llamó, al tiempo que se acercaba hacia él.

“Su nombre es Cavernícola”, dijo Rayos X.

“Stanley”, dijo el Sr. Pendanski.

“Mi nombre es Cavernícola”, dijo Stanley

“Bién, tengo aquí una carta para alguien llamado Stanley Yelnats”, dijo el Sr. Pendanski. Se dio la vuelta y la envolvió con sus manos. “No dice Cavernícola en ninguna parte”.

“Uh, gracias” dijo Stanley cogiéndola.

Era de su madre.

“¿De quién es?” preguntó Calamar. “¿De tu madre?”

Stanley la puso en el gran bolsillo de su pantalón.

“¿No vas a leerla para nosotros?” preguntó Sobaco.

“Dadle espacio”, dio Rayos X. “Si Cavernícola no leerla para nosotros, no tiene que hacerlo. Probablemente es de su novia”

Stanley sonrió.

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Leyó la carta después que los otros niños se fueron a cenar.

Querido Stanley

Fue maravilloso saber de ti. Tu carta me hizo sentir como otras mamás que se pueden esforzar en mandar a sus niños a un campamento de verano. Sé que no es lo mismo, pero estoy muy orgullosa de que

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intentes hacer lo mejor de una mala situación. Quizá venga algo bueno de una mala situación.

Tu padre cree que está muy cerca de solucionar su proyecto de las zapallas. Así lo espero. El dueño de la casa está amenazándonos con denunciarnos a causa del olor.

Lo siento por la pequeña señora mayor que vive en el zapato. ¿Debe haber olido horrible!

Besos de ambos.

“¿Qué es tan divertido?”, preguntó Zero.

Estaba delante de él. Pensaba que Zero había ido a cenar con los demás.

Nada, Sólo algo que mi mamá escribió.

“¿Qué dijo?”, preguntó Zero.

“Nada.”

“¡Oh lo siento!”, dijo Zero.

“Bien, mira, mi padre está tratando de inventar la forma de reciclar zapatillas viejas. Así que el apartamento tiene una especie de mal olor, porque siempre está cocinando aquellas viejas zapatillas. Así que de todas formas, en la carta mi madre decía que lo sentía por la pequeña señora mayor que vivía en el zapato, sabes, porque debe haber olido mal allí.

Zero permanecía con la mirada inexpresiva delante de él.

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“¿Conoces la canción infantil?”

Zero no dijo nada.

“¿Has oído la canción de la enfermera que trata sobre la pequeña señora mayor que vivía en un zapato?”

“No.”

Stanley estaba sorprendido.

“¿Cómo es?”

“¿Nunca has visto Bario Sésamo?” preguntó Stanley.

Zero le miraba con la expresión vacía.

Stanley fue a cenar. Se habría sentido un poco tonto recitando canciones infantiles en Camp Green Lake.

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17

Durante la siguiente semana y media, los niños continuaron cavando alrededor de la zona donde supuestamente Rayos X había encontrado el tubo de oro. Ampliaron el hoyo de Rayos X, así como los agujeros en los que habían estado cavando Sobaco y Calamar, hasta el cuarto día, cuando los tres hoyos se unieron y formaron uno grande.

Según pasaban los días, Alcaidesa se volvía menos y menos paciente. Llegaba tarde por la mañana y marchaba temprano por la tarde. Mientras tanto, los niños continuaban cavando más tarde y más tarde.

“Este no más es mayor que cuando os dejé ayer” dijo después de llegar tarde una mañana, una vez bien amanecido (el día).

“¿Qué habéis estado haciendo ahí abajo?”

“Nada”, dijo Calamar.

Fue la cosa equivocada para decir.

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En ese momento, Sobaco llegaba de “hacer sus necesidades”.

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“Qué bonito cómo nos diviertes” dijo ella. “¿Y tú que has estado haciendo?”

“Tuve que..sabes..ir”

Alcaidesa picó a Sobaco con su piqueta, golpeándole hacia atrás en el gran hoyo. La piqueta dejó tres agujeros delante de su camisa, y tres pequeñas manchas de sangre.

“Les estás dando demasiada agua a esos niños”, le dijo Alcaidesa al Sr. Pendanski.

Continuaron cavando hasta bien entrada la tarde, mucho después de que los otros grupos hubiesen acabado por ese día. Stanley estaba abajo en el agujero grande, con los otros seis chicos. Habían dejado de usar las carretillas.

Clavó la pala en una cara del agujero. Sacó algo de porquería, y estaba tirándola a la superficie cuando la pala de Zigzag el alcanzó a él a un lado de la cabeza.

Se desplomó.

No estaba seguro si se había desmayado o no. Miró arriba para ver la cabeza salvaje de Zigzag mirándole hacia abajo. “No quería quitarte la porquería que estabas tirando”, dijo Zigzag. “Es tu tierra”.

“¡Hey mamá!”, llamó Imán, “Cavernícola ha sido herido.”

Stanley llevó sus dedos a un lado de su cuello. Sintió su sangre húmeda y un gran corte hermoso justo debajo de su oreja. Imán ayudó a Stanley a ponerse en pie, luego a elevarse y salir del hoyo. El Sr. Señor hizo una venda con un trozo de su bolsa de pipas y la colocó sobre la herida de Stanley. Luego le dijo que regresara al trabajo. “No es la hora de la siesta”.

Cuando Stanley regresó al hoy, Zigzag estaba esperándole.

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“Esta es tu tierra”, dijo Zigzag.”Tienes que espalarla arriba, está cubriendo mi tierra”.

Stanley sintió un pequeño mareo. Podía ver un pequeño montón de tierra. Le llevó un momento darse cuenta que era la tierrra que había estado en su pala cuando fue golpeado.

La tiró arriba, luego Zigzag clavó su pala en el suelo debajo de donde la “porquería de Stanley” había estado.

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18

La siguiente mañana, el Sr. Señor llevó a los niños a otra sección del lago, y cada chico cavó su propio hoyo, cinco pies de profundidad, cinco pies de anchura. Stanley estaba feliz de estar lejos del gran agujero. Al menos ahora sabía exactamente cuánto tenía que cavar cada día. Y era un alivio no tener otras palas “balanceándose” por su cabeza, o a Alcaidesa merodeando.

Metió su pala en la tierra, después lentamente volvió a arrojarla al montón de basura. Tenía que volverse despacio y suavemente. Si se movía bruscamente demasiado rápido, sentía un dolor punzante, justo sobre su cuello, donde la pala de Zigzag le había golpeado.

Esa parte de su cabeza, entre el cuello y la oreja, estaba considerablemente inflamada. No había espejos en el campamento pero imaginó que parecería como si tuviese un huevo duro cocido saliendo de él.

El resto de su cuerpo apenas le dolía. Sus músculos eran más fuertes, y sus manos resistentes y callosas.

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Aún era el que cavaba más despacio, pero no mucho más despacio que Imán. Menos de 30 minutos después de que Imán regresó al campamento, Stanley escupió en su hoyo.

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Después de su ducha, colocó su ropa sucia en su cajón, y sacó su estuche. Para escribir la carta permaneció en la tienda, para que Calamar y los otros niños no pudieran reírse de él por escribir a su madre.

Queridos mamá y papá.

El campamento es duro, exige mucho esfuerzo. Hemos estado corriendo carreras de obstáculos, y tenemos que nadar largas distancias en el lago. Mañana aprenderemos…

Paró de escribir cuando Zero entró a la tienda, luego volvió a su carta. No tenía cuidado de lo que Zero pensara. Zero no era nadie.

… a escalar rocas. Sé que suena terrorífico, pero tranquilos…

Zero permanecía de pie delante a su lado ahora, mirándole escribir. Stanley se volvió y sintió la vibración de su cuello. “No me gusta cuando lees sobre mi hombro, ¿vale?”

Zero no dijo nada.

… tendré cuidado. No todo son diversión y juegos aquí, pero creo que estoy aprovechándolo. Forma carácter. Los otros chicos…

“No sé cómo”, dijo Zero

“¿Qué?”

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“¿Puedes enseñarme?”

Stanley no sabía de qué estaba hablando “¿Qué te enseñe, a escalar rocas?”

Zero le miraba con ojos penetrantes.

“Quiero aprender a leer y escribir” dijo Zero.

Stanley echó una risa corta. No se quería reír de Zero. Sólo estaba sorprendido. Todo este tiempo él había pensado que Zero estaba leyendo sobre su hombro. “Lo siento”, dijo. “No sé cómo enseñar.”

Después de cavar todo el día no tenía fuerzas para intentar enseñar a Zero leer y escribir. Necesitaba guardar su energía para la gente que importaba.

“No tienes que enseñarme a escribir”, dijo Zero. “Sólo a leer. No tengo nadie a quien escribir.”

“Lo siento”, dijo de nuevo Stanley.

Sus músculos y manos no eran la única parte de su cuerpo que se habían fortalecido tras el paso de varias semanas. Su corazón se había endurecido también.

Acabó su carta. Apenas tenía bastante saliva en su boca para cerrar y pegar el sobre. Parecía que no importaba cuánta agua bebiese, siempre estaba sediento.

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19

Una noche fue despertado por un ruido extraño. Al principio pensó que podría haber sido alguna especie de animal, y esto le asustó. Pero como el sueño le despejó la cabeza, se dio cuenta que el ruido venía del catre al lado de él.

Calamar estaba llorando

“¿Estás bien?” susurró Stanley.

La cabeza de Calamar se dio la vuelta bruscamente. Se sorbió la nariz y recobró el aliento. “Si, sólo… estoy bien.” Susurró y sorbió la nariz de nuevo.

Por la mañana Stanley le preguntó a calamar si se sentía mejor.

“¿Qué eres, mi madre?” preguntó Calamar.

Stanley levantó y bajó un hombro.

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“Soy alérgico, vale?” dijo Calamar.

“Vale”, dijo Stanley.

“Abre tu boca de nuevo y te romperé la mandíbula”

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Stanley mantuvo su boca cerrada mucho tiempo. No habló demasiado a los demás niños, temiendo que pudiese decir la cosa equivocada. Ellos le llamaron a él Cavernícola y todo eso, pero no podía olvidar que ellos eran peligrosos. Todos estaban aquí por una razón. Como dijo el Sr. Señor, esto no era un Campamento de las Girl Scouts.

Stanley estaba agradecido de que no hubiese problemas raciales. Rayos X, Sobaco y Zero eran negros. El, Calamar y Zigzag eran blancos. Imán era hispano. En el lago todos eran del mismo color marrón rojizo-el color de la suciedad.

Miró hacia arriba desde su agujero para ver la camioneta del agua y su nube de polvo móvil. Su cantimplora estaba casi un cuarto llena. Rápidamente la bebió, luego ocupó su lugar en la fila, detrás de Imán y delante de Zero. El aire estaba denso con el calor, polvo y los humos del tubo de escape.

El Sr. Señor llenó las cantimploras.

La furgoneta se marchó. Stanley regresó a su hoyo, pala en mano, cuando oyó a Imán llamarle. “¿Alguien quiere pipas?”

Imán permanecía en el suelo, llevando una bolsa de pipas. Hizo estallar una mano de ellas en su boca, las masticó y las escupió, semillas y todo.

“Aquí”, llamó Rayos X.

La bolsa parecía estar medio llena. Imán enrolló la parte de arriba, después se la lanzó a Rayos X.

“¿Cómo pudiste conseguirlas sin que el Sr. Señor te viera?” preguntó Sobaco.

“No puedo decirlo”, dijo Imán. Agarró ambas manos arriba…

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… movió sus dedos y rió. “Mis dedos son como pequeños imanes”

La bolsa fue de Rayos X a Sobaco y a Calamar.

“Seguro que es bueno comer algo que no venga de una lata” dijo Sobaco.

Calamar le lanzó la bolsa a Zigzag.

Stanley sabía que sería el próximo. Incluso él no quería. Cuando Imán gritó “¿Alguien quiere más pipas?” sabía que habría problemas. Estaba seguro que el Sr. Señor regresaría. Y de cualquier forma, las cáscaras saladas sólo le pondrían más sediento.

“Está llegando, Cavernícola”, dijo Zigzag, “Correo aéreo y entrega especial…”

Es confuso saber si las semillas de derramaron antes de que llegaran a Stanley o antes de que cogiera la bolsa. Le pareció que Zigzag no enrolló la parte alta de bolsa antes de tirársela, y esa fue la razón por la que no pudo cogerla.

Pero todo pasó muy rápido. Un momento la bolsa estaba volando a través del aire, y la siguiente cosa que Stanley vio fue las semillas derramadas en la suciedad.

“¡Oh, hombre!” dijo Imán.

“Lo siento” dijo Stanley cuando trataba de recoger las pipas dentro del saco.

“No quiero comer basura”, dijo Rayos X.

Stanley no sabía qué hacer.

“La furgoneta viene!” gritó Zigzag.

Stanley miró hacia la nube de polvo que se aproximaba, luego de tiró hacia las semillas derramadas. Estaba en el lugar equivocado a la hora equivocada.35

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¿Qué hay de nuevo?

Cavó su pala en el agujero y trató de volver a la tierra y enterrar las pipas.

Lo que tenía que haber hecho, se dio cuenta más tarde, era tirar de vuelta uno de sus montones de tierra a su hoyo. Pero la idea de meter basura en su hoyo era impensable.

“Hola, Sr. Señor” dijo Rayos X. “¿De vuelta tan pronto?”

“Parece como si acabases de estar aquí” dijo Sobaco.

“El tiempo vuela cuando te diviertes” dijo Imán.

Stanley continuó moviendo la tierra en su agujero.

“¿Girl Scouts os lo estáis pasando bien?” preguntó el Sr. Señor. Se movía de un hoyo a otro. Dio un puntapié al montón de basura del agujero de Imán, luego se movió hacia Stanley.

Stanley pudo ver dos semillas al fondo de su agujero. Cuando trató cubrirlas, desenterró una esquina de la bolsa.

“Bien, Cavernícola, ¿Qué sabes?” dijo el Sr. Señor, de pie sobre él. “Parece como que encontraste algo.”

Stanley no sabía qué hacer.

“Sácalo” dijo el Sr. Señor. “Se lo llevaremos a Alcaidesa. Puede que te de el resto del día libre.”

“No es nada”, murmuró Stanley.

“Permíteme ser el juez de eso” dijo el Sr. Señor.

Stanley lo cogió del suelo y tiró arriba la bolsa arpillera (material con que estaba hecha la bolsa) vacía. Trató dársela en su mano, pero el Sr. Señor no quiso cogerla.

“Así que dime, Cavernícola” dijo el Sr. Señor. “¿Cómo llegó a tu hoyo mi bolsa de pipas?”

“La robé de tu furgoneta?”

“¿Lo hiciste?”

“Si Sr. Señor”

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“¿Qué les pasó a todas las pipas?”

“Las comí.”

“Tú sólo.”

“Si, Sr. Señor.”

“Hey, Cavernícola” gritó Sobaco, “¿cómo no viniste a compartir alguna con nosotros?”

“Eso está mal, hombre” dijo Rayos X.

“Creía que eras nuestro amigo”, dijo Imán.

El Sr. Señor miró alrededor, de uno a otro niño, luego regresó a Stanley.”Veremos que tiene que decir Alcaidesa sobre esto. Vamos.”

Stanley trepó fuera de su hoyo y siguió al Sr. Señor a la furgoneta. Todavía llevaba la bolsa vacía.

Era agradable sentarse en la furgoneta, fuera de los rayos directos del sol. Stanley estaba sorprendido que algo pudiese sentir algo agradable en ese momento, pero lo sentía. Era agradable sentarse en un asiento confortable por una vez. Y como la furgoneta saltaba sobre la suciedad, le apetecía apreciar el aire flotar a través de la ventana abierta sobre su cara caliente y sudorosa.36

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Era agradable caminar a la sombra de los dos robles. Stanley se preguntaba si así era como se sentía un condenado en su camino a la silla eléctrica –apreciando todas las cosas buenas de la vida por última vez.

Tuvo que caminar alrededor de los hoyos para llegar a la puerta de la cabaña. Stanley estaba sorprendido de ver tantos alrededor de la cabaña. El había esperado que Alcaidesa no quería a los acampados tan cerca de su casa. Pero varios agujeros estaban de frente contra la pared de la cabaña. Los agujeros estaban más juntos aquí también, y eran de diferentes formas y tamaños.

El Sr. Señor llamó con la mano a la puerta. Stanley todavía agarraba la bolsa vacía.

“¿Si?”, dijo Alcaidesa.

“Ha habido un pequeño problema fuera en el lago,” dijo el Sr. Señor. “Cavernícola, ¿contarás todo sobre ello?”

Alcaidesa miraba fijamente al Sr. Señor en ese momento, luego su mirada se dirigió hacia Stanley. El no sintió nada sino pavor ahora.

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“Entra, creo,” dijo Alcaidesa. “Estás dejando escapar el frío.”

Había aire acondicionado dentro de la cabaña. La televisión estaba encendida. Levantó el mando a distancia y la apagó.

Ella se sentó en una silla de tela. Estaba descalza y vestía pantalón corto. Sus piernas eran tan pecosas como su cara y sus brazos.

“¿Así que qué es lo que tienes que decirme?”

Stanley tomó aliento para estar firme. “Mientras el Sr. Señor llenaba las cantimploras, yo entré en la furgoneta y robé su bolsa de pipas.”

“Veo.” Se volvió hacia el Sr. Señor. “¿Esto es por lo que lo trajiste aquí?”

“Si, pero creo que está mintiendo. Creo que alguien más robo la bolsa y Cavernícola está encubriendo a Rayos X o alguien. Era una bolsa de 22 libras y declara habérselas comido él todas.” El cogió la bolsa de Stanley y se la dio en la mano a Alcaidesa.

“Veo” dijo Alcaidesa de nuevo.

“La bolsa no estaba llena,” dijo Stanley. “Y yo enterré muchas. Puedes comprobar mi agujero.”

“En esa habitación, Cavernícola, hay una pequeña caja floreada. ¿Me la acercarías para mi, por favor?”, ella apuntaba a la puerta.

Stanley miró a la puerta, luego Alcaidesa, luego a la puerta. Caminó despacio hacia ella.

Era una especie de vestidor con un lavabo y un espejo. Cerca del lavabo vio la caja, blanca con rosas rosas.

La cogió de regreso fuera Alcaidesa, y ella la colocó sobre el cristal de la mesa de café. Descorrió el pestillo y abrió la caja.

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Era un estuche de maquillaje. La madre de Stanley tenía uno similar a ese. Vio varios embases de esmalte de uñas, quitaesmalte, un par de tubos pintalabios y otros botes y polvos.

Alcaidesa cogió un pequeño embase de pintauñas rojo-oscuro.” ¿Ves esto, Cavernícola?.”

El asintió.

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“Este es mi esmalte especial de uñas. ¿Ves el color rojo intenso? No puedes comprar eso en una tienda. Tengo que hacerlo yo misma.”

Stanley no tenía idea por qué ella le estaba enseñando eso. Se preguntaba por qué Alcaidesa alguna vez necesitaría ponerse esmalte de uñas o maquillaje.

“¿Quieres saber mi ingrediente secreto?”

El subió y bajó un hombro.

Alcaidesa abrió la botella. “Veneno de serpiente de cascabel”. Con una pequeña brocha comenzó a aplicárselo en las uñas de su mano izquierda. “Es completamente inocuo… cuando está seco.”

Acabó su mano izquierda. La movió ondulándola en el aire durante unos pocos segundos, luego comenzó a pintarse las uñas de su mano derecha. “Sólo es tóxico cuando está húmedo.”

Acabó de pintarse las uñas, después se levantó. Alargó la mano y tocó la cara de Stanley con sus dedos. Corrió sus afiladas y húmedas uñas muy suavemente hacia su cuello. El sintió un hormigueo en su piel.

La uña tocó lo justo la herida detrás de su oreja. La afilada picadura de dolor le hizo saltar hacia atrás.

Alcaidesa volvió la cara hacia Sr. Señor, quien estaba sentado en el hogar de la chimenea.

“¿Así que crees que robó tus pipas?”

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“No, él dijo que las robó, pero yo creo que fue-“

Ella caminó hacia él y le golpeó la cara.

El Sr. Señor la miró fijamente. Tenía tres largas señales rojas cruzando la parte izquierda de su cara. Stanley no sabía si la rojez era causada por la laca de uñas o por su sangre.

Le llevó un momento al veneno para que sangrara. De repente el Sr. Señor gritó y apretó su cara con ambas manos. Cayó rodando fuera del hogar (de la chimenea) y en la alfombra.

Alcaidesa habló suavemente. “No me importan especialmente tus pipas.”

El Sr. Señor gimió.

“Debes saber”, dijo Alcaidesa, “me guastaba más cuando fumabas”

Por un segundo el dolor del Sr. Señor parecía retroceder, Respiró varias veces profundamente. Luego su cabeza se movió violentamente y dejó salir un grito estridente, peor que el anterior.

Alcaidesa se volvió hacia Stanley. “Te sugiero que vuelvas a tu hoyo ahora.”

Stanley comenzó a ir, pero el Sr. Señor yacía en el suelo. Stanley podía ver los músculos en su cara saltar y moverse. Su cuerpo se contorsionaba en agonía.

Stanley caminó cuidadosamente hacia él. “¿Se está…?”

“¿Perdón?”, dijo Alcaidesa.

Stanley estaba demasiado asustado para hablar.

“No va a morir,” dijo Alcaidesa. “Desafortunadamente para ti.”

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Era una larga caminata regresar a su agujero. Stanley vio fuera a través de la bruma de calor y suciedad a los otros niños bajando y subiendo sus palas. El grupo D estaba era el más lejano.

Se dio cuenta de que otra vez de nuevo tendría que estar cavando mucho después de que todos los demás hubiesen parado. Esperaba haber acabado antes de que el Sr. Señor se recuperase. No quería estar fuera allí solo con el Sr. Señor.

No moriría, había dicho Alcaidesa. Desafortunadamente para ti.

Caminando por el desierto desolado, Stanley pensó en su tatarabuelo, no el ladrón de cerdos, sino el hijo del ladrón de cerdos, el que había sido robado por Kissin`Kate Barlow.

Intentó imaginar cómo debió haberse sentido después que Kissin`Kate le hubiese dejado abandonado en el desierto. Probablemente no era diferente de la forma en la que él se sentía ahora. Kate Barlow había dejado a su Bisabuelo a merced al árido y caluroso desierto. Alcaidesa había dejado a Stanley a merced al Sr. Señor.

De alguna manera su abuelo había sobrevivido durante 17….

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… días, antes de que fuese rescatado por un par de cazadores de serpientes de cascabel. Estaba loco cuando ellos le encontraron.

Cuando le preguntaron cómo había vivido tanto, decía que “encontró refugio en el puño de Dios.”

Pasó cerca de un mes en el hospital. Acabó casándose con una de las enfermeras. Nunca nadie supo qué quería decir con “puño de Dios”, incluido él mismo.

Stanley escuchó un movimiento. Paró a medio paso, con un pie todavía en el aire. Una serpiente de cascabel yacía bajo su pie. Su cola apuntaba hacia arriba, sonando.

Stanley echó su pierna atrás, luego se volvió y corrió.

La piel de cascabel no fue detrás de él. Había hecho sonar el cascabel de su cola para avisarle de que se mantuviese alejado.

“Gracias por el aviso” Stanley susurraba como su corazón palpitaba.

La serpiente de cascabel sería mucho más peligrosa si no tuviese cascabel.

“¡Hey, Cavernícola!” llamó Sobaco. “Todavía estás vivo.”

“¿Qué te dijo Alcaidesa?” preguntó Rayos X.

“¿Qué le has dicho a ella?” preguntó Imán.

“Le dije que yo robé las semillas”, dijo Stanley.

“Ben hecho” dijo Imán.

“¿Qué hizo ella?” preguntó Zigzag.

Stanley encogió un hombro. “Nada. Ella se volvió loca con el Sr. Señor por haberla

molestado.”

No se sentía como para entrar en detalles. Si él no hablaba sobre ello, entonces quizá no sucediera.

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El volvió a su hoyo, y para su sorpresa, estaba casi acabado. Permaneció ante él, sorprendido. No tenía sentido.

O quizá lo tenía. Sonrió. Desde que había sido culpado del robo de las pipas, se dio cuenta, los otros niños habían cavado su hoyo por él.

“¡Hey, gracias!” dijo.

“A mí no me mires”, dijo Rayos X.

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Confundido Stanley miró alrededor –de Imán a Sobaco, Zigzag, Calamar. Ninguno de ellos tenía valor para hacerlo.

Luego se volvió a Zero, quien había estado cavando despacio en su hoyo desde que el regreso de Stanley. El hoyo de Zero era más pequeño que el de los otros.

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Stanley fue el primero en acabar. Escupió en su hoyo, luego se duchó y se cambió con su equipo de ropa limpia. Habían pasado tres días desde que se lavó la ropa, así que incluso su equipo limpio estaba sucio y maloliente. Mañana estas se convertirían en su ropa de trabajo, y el otro equipo sería lavado.

No pudo encontrar la razón por la que Zero cavó su hoyo por él. Incluso Zero no había cogido ninguna pipa.

“Creo que le gusta cavar agujeros” había dicho Sobaco.

“El es un topo,” había dicho Zigzag. “Creo que come basura.”

“Los topos no comen basura,” había puntualizado Rayos X. “Las lombrices comen basura.”

“¿Hey Zero?” Había preguntado Calamar. “¿Eres un topo a un gusano?”

Zero no había dicho nada.

Stanley nunca había pensado en él. Pero ahora él se sentó sobre su catre y esperaba al regreso de Zero de las duchas.

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“Gracias”, dijo cuando Zero entraba en el piso de la tienda.

Zero le echó un vistazo, luego fue sobre los cajones donde depositó su ropa sucia y la toalla.

“¿Por qué me ayudaste?,” preguntó Stanley.

Zero se volvió. “Tú no robaste las pipas,” dijo.

“Ni tú,” dijo Stanley.

Zero permanecía ante él. Sus ojos se parecían agrandar, y era casi como si Zero estuviese atravesando con la mirada. “Tú no robaste las zapatillas,” dijo.

Stanley no dijo nada.

Vio a Zero salir de la tienda. Si alguien tenía visión de Rayos X, ese era Zero.

“¡Espera!” él llamó, luego salió tras él.

Zero había parado justo afuera de la tienda y Stanley casi corría hacia él.

“Trataré de enseñarte a leer, si quieres” Stanley ofreció. “No sé si sé cómo enseñar, pero hoy no estoy tan cansado, desde que cavaste la mayor parte de mi agujero.”

Una gran sonrisa se extendió sobre la cara de Zero.

Volvieron a la tienda, donde era menos probable que tuvieran pereza. Stanley sacó su estuche y un bolígrafo del cajón. Se sentaron en el suelo.

“¿Conoces el alfabeto?” preguntó Stanley.

Por un segundo creyó que vio un reflejo de rebeldía en los ojos de Zero, pero luego pasó.

“Creo que sé algo,” dijo Zero. “A,B,C,D”

“Sigue”, dijo Stanley.

Los ojos de Zero miraron hacia arriba. “E…”

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“F” dijo Stanley.

“G” dijo Zero. Soltó algo de aire de un lado de su boca. “H…I..K,P.”

“H,I,J,K,L,” dijo Stanley.

“Correcto,” dijo Zero. “Lo he oído antes. Sólo no lo he memorizado exactamente.

“Verdad,” dijo Stanley. “Mira, te lo voy a decir entero, sólo para refrescar tu memoria, luego puedes intentarlo.”

Recitó el alfabeto para Zero, luego lo recitó Zero sin un solo error.

¡No estaba mal para un niño que nunca había visto Barrio Sésamo!

“Vale, lo había oído antes, en algún lugar,” dijo Zero, intentando fingir que no era nada, pero su gran sonrisa le delataba.

El siguiente paso fue más duro. Stanley tenía que imaginar cómo enseñarle a reconocer cada letra. Le dio a Zero un trozo de papel, y cogió una pieza para él mismo. “Creo que empezaremos con la A.”

Escribió la A mayúscula, y luego Zero la copió en su hoja de papel. El papel no tenía líneas, lo que lo hacía más difícil, pero la A de Zero no estaba mal, sólo un poco grande. Stanley le dijo que necesitaba escribir más pequeño y o se quedarían sin papel rápidamente. Zero escribió más pequeño.

“En realidad hay dos formas de escribir cada carta,” dijo Stanley cuando se dio cuenta de que iba a ser incluso más duro de lo que pensaba. “Esa es una A mayúscula. Pero normalmente verás una a minúscula. Sólo tienes que poner mayúsculas al principio de una palabra, y sólo si comienza una frase, o si es un nombre propio, como un nombre.”

Zero asintió como si comprendiese, pero Stanley sabía que había tenido poco sentido.

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Escribió una a minúscula, y Zero la copió.

“Así que hay 52,” dijo Zero.

Stanley no sabía de qué estaba hablando.

“En lugar de 26 letras. Hay realmente 52.”

Stanley le miró sorprendido. “Creo que es correcto. ¿Cómo te imaginaste esto?” preguntó.

Zero no dijo nada.

“¿Sumaste?”

Zero no dijo nada.

“¿Multiplicaste?”

“Sólo es cuántas hay,” dijo Zero.

Stanley subió y bajó un hombro. Incluso él no sabía cómo Zero sabía que había 26 en primer lugar. ¿Las contó mientras la recitaba?

Tuvo a Zero escribiendo unas pocas más Aes mayúsculas y minúsculas y luego cambió a la B mayúscula. Se dio cuenta que esto le iba a llevar mucho tiempo.

“Puedes enseñarme 10 letras al día,” sugirió Zero. “Cinco mayúsculas y cinco minúsculas. Después de cinco días las conoceré todas. Excepto el último día, tendré que aprender 12, seis mayúsculas y 6 minúsculas.”

De nuevo Stanley le miró fijamente, sorprendido de que fuese capaz de imaginar todo eso.

Zero debió haber pensado que le miraba por una razón diferente, porque dijo, “Cavaré una parte de tu hoyo cada día. Puedo cavar sobre una hora, luego puedes enseñarme durante 41

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una hora. Y como soy y cavador más rápido de todas formas, nuestros hoyos estarán hechos más o menos a la vez. No tendré que esperar por ti.”

“Vale,” dijo Stanley

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Cuando Zero estaba pintando sus “B”, Stanley le preguntó cómo había supuesto, que le llevaría cinco días. “¿Multiplicaste?, ¿dividiste?”

“Sólo es eso,” dijo Zero.

“Está bien,” dijo Stanley.

“No soy estúpido,” dijo Zero. “Sé que todo el mundo piensa que lo soy. A mi solamente no me gusta responder sus preguntas.”

Después de esa noche, cuando estaba tumbado en su catre, Stanley reconsideró el acuerdo que había hecho con Zero. Tomar un descanso cada día sería un alivio, pero sabía que a Rayos X no le gustaría. Se preguntaba si habría alguna manera de que Zero estuviese de acuerdo en cavar parte del agujero de Rayos X también. Pero ¿por qué debería? Soy el único enseñando a Zero. Necesito el descanso porque así tendré energía para enseñarle. Soy el único que tuvo la culpa por las pipas. Soy el único a quien le tiene ganas el Sr. Señor.

Cerró sus ojos y las imágenes de la cabaña del Alcaidesa flotaban dentro de su cabeza: sus uñas rojas, el Sr. Señor retorciéndose en el suelo, su florido estuche de maquillaje.

Abrió sus ojos.

De repente se dio cuenta donde había visto ante el tubo de oro. Lo había visto en el baño de su madre, y lo había visto de nuevo en la cabaña de Alcaidesa. Era la mitad de un embase de un pintalabios.

¿K y B? (las inscripciones del extremo).

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Sintió una sacudida de asombro.

Su boca en silencio formó el nombre de Kate Barlow (la ladrona), así que se imaginó si realmente pudo haber pertenecido a la bandida “besadora”.

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Hace 110 años, era el lago más grande de Texas. Estaba lleno de agua clara y fresca, y brillaba como una esmeralda gigante bajo el sol. Era especialmente hermoso en primavera, cuando los melocotoneros, que estaban alineados en la orilla, florecían con flores rosas.

Siempre había un día de campo en el pueblo en 4 de julio. Podían jugar, bailar, cantar y nadar en el lago para estar frescos. Se daban premios al mejor pastel y mermelada de melocotón.

Cada año se le daba un premio especial a la Señorita Katherine Barlow por sus maravillosas melocotones con especias. Nadie más había intentado hacer melocotones con especias, porque sabían que nadie podía hacerlos tan deliciosos como los de ella.

Cada verano la Señorita Katherine recogía celemines (medida de capacidad como el kilo) de melocotones y los conservaba en tarros con canela, clavo, nuez moscada y otras especias, que mantenía en secreto. Las melocotones embasadas…

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… esperarían todo el invierno. Posiblemente tendrían que esperar más (tiempo) que eso, pero siempre eran comidos al final del invierno.

Se decía que Lago Verde era el “cielo en la tierra” y que las melocotones con especias de la Señorita Katherine eran “comida para ángeles”.

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Katherine Barlow era la única maestra del pueblo. Enseñaba en una vieja escuela de una habitación. Incluso entonces era vieja. El tejado tenía goteras. Las ventanas no se podían abrir. La puerta colgaba torcida en sus bisagras curvadas.

Era una profesora hermosa, llena de sabiduría y vida. Los niños le amaban.

Por las noches daba clases para adultos, y muchos de ellos le amaban también. Era muy hermosa. A menudo sus clases estaban llenas de chicos jóvenes, que estaban más interesados en la profesora que en recibir una educación.

Uno de aquellos jóvenes era Trout Walker. Su nombre real era Charles Walker, pero todos le llamaban Trout (trucha) porque sus dos pies parecían como un par de peces muertos.

Esto no era completamente culpa de Trucha. Tenía unos hongos incurables en los pies. De hecho era el mismo hongo de pies que 110 años después afligiría al famoso jugador Clyde Linvingston. Pero al menos Clyde Livingston se los lavaba cada día.

“Me baño cada domingo por la mañana,” debía presumir Trucha, “lo necesite o no.”

La mayoría de todos en Green Lake esperaban que la Señorita Katherine se casara con Trucha Walker. Era el hijo de …

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… el hombre más rico del condado. Su familia poseía la mayoría de los perales y toda la tierra en la cara este del lago.

Trucha a menudo lo ponía de manifiesto por la noche en la escuela, pero (ella) nunca prestó atención. El hablaba en clase y era irrespetuoso con los compañeros que estaban a su alrededor. Era orgulloso y estúpido.

Muchos hombres del pueblo no estaban educados. Eso no importaba a la Señorita Katherine. Sabía que ellos habían gastado la mayor parte de sus vidas trabajando en granjas y ranchos y no habían tenido demasiada escolarización. Era por lo que ella tenía que enseñarles.

Pero Trucha no quería aprender. Parecía estar orgulloso de su estupidez.

“¿Te gustaría dar una vuelta en mi nuevo bote este sábado?” le preguntó a ella una noche después de clase.

“No gracias,” dijo la Señorita Katherine.

“Hemos conseguido un nuevo bote,” dijo. “Incluso no se tiene que remar.”

“Si, lo sé”, dijo la Señorita Katherine.

Todo el mundo en el pueblo había visto –y oído- el nuevo bote de Walker. Hacía un horrible ruido chillón y lanzaba un feo humo negro sobre el hermoso lago.

Trucha siempre había conseguido todo lo que él siempre quiso. Le pareció duro creer que la Señorita Katherine le había rechazado. Le apuntó con su dedo y le dijo: “¡Nadie nunca le dice no a Charles Walker!”

“Creo que acabo de hacerlo” dijo Katherine Barlow.

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24

Stanley estaba medio dormido, cuando se alineaba para el desayuno, pero la vista del Sr. Señor le despertó. La parte izquierda de la cara del Sr. Señor se había hinchado del tamaño de medio melón. Había tres líneas irregulares de color violeta oscuro discurriendo hacia abajo su mejilla, donde Alcaidesa le había arañado.

Los otros muchachos de la tienda de Stanley, obviamente habían visto al Sr. Señor también, pero tuvieron el buen criterio de no decir nada. Stanley colocó un embase de zumo y una cuchara de plástico en la bandeja. Mantenía sus ojos hacia abajo y apenas respiraba cuando el Sr. Señor echó con un cucharón de gachas de avena (o algo parecido) en su tazón.43

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Llevó su bandeja a la mesa. Detrás de él, un niño de alguna de las otras tiendas dijo, “Hey, ¿qué le pasó a tu cara?”

Hubo un estrépito.

Stanley se dio la vuelta para ver al Sr. Señor agarrando la cabeza el niño contra la olla de avena. “¿Hay algo mal en mi cara?”

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El niño trató de hablar, pero no podía. El Sr. Señor le cogía por la garganta.

“¿Alguien ve algo mal en mi cara?,” preguntó el Sr. Señor mientras continuaba asfixiando al niño.

Nadie dijo nada.

El Sr. Señor permitió al niño que se fuera. Su cabeza se dio estrepitosamente contra la mesa cuando cayó al suelo.

El Sr. Señor se puso de pie sobre él, y le preguntó “¿qué te parece mi cara ahora?”

Un gorjeo salió de la boca del niño, luego dijo con un grito ahogado “Perfecto.”

“Estoy atractivo, ¿no crees?”

“Si, Sr. Señor.”

Fuera en el lago, los otros niños le preguntaron a Stanley qué sabía sobre la cara del Sr. Señor, pero el sólo gruñía y cavaba su hoyo. Si no hablaba sobre ello, quizá se olvidaría.

Trabajó tan duro y rápido como pudo, sin cambiar el ritmo. Sólo quería escapar del lago y del Sr. Señor tan pronto como fuese posible. Por otro lado, sabía que tendría un descanso.

“Siempre que estés preparado, sólo dímelo,” había dicho Zero.

La primera vez que la furgoneta del agua llegó, era conducida por el Sr. Pendanski. La segunda vez, el Sr. Señor estaba conduciendo.

Nadie dijo nada, excepto “Gracias, Sr. Señor,” cuando llenó cada cantimplora. Incluso nadie echó un vistazo a su cara deformada.

Cuando Stanley esperaba, pasó su lengua sobre los lados de su boca y dentro de sus mejillas. Su boca estaba tan seca y tan…

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… reseca como el lago. El brillo del sol se reflejaba en el espejo lateral de la camioneta y Stanley tenía que cubrir sus ojos con su mano.

“Gracias, Sr. Señor, “dijo Imán cuando le cogió la cantimplora.

“¿Estás preocupado, Cavernícola?” preguntó el Sr. Señor.

“Si, Sr. Señor”, dijo Stanley, dándole su cantimplora

El Sr. Señor abrió la boquilla y el agua salió del depósito, pero no lo hizo hacia la cantimplora de Stanley. En vez de eso, cogió la cantimplora a la derecha de la corriente de agua.

Stanley miró al agua derramarse sobre la suciedad, donde fue rápidamente absorbida por el suelo sediento.

El Sr. Señor dejó que el agua saliera durante unos 30 segundos. Luego paró. “¿Quieres más?” preguntó.

Stanley no dijo nada.

El Sr. Señor tiró el agua y de nuevo Stanley la miró caer a la suciedad.

“Bien, debe estar llena.” Le dio a Stanley la cantimplora vacía.

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Stanley miró fijamente la mancha oscura del suelo, que rápidamente se redujo ante sus ojos.

“Gracias, Sr. Señor,” dijo.

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25

Había un médico en el pueblo de Lago Verde, hace 110 años. Su nombre era el Dr. Hawthorn. Cuando quiera que alguien estuviese enfermo, debía ir a ver al Dr Hawthorn. Pero debían también ver a Sam, el hombre cebolla.

“¡Cebollas!, ¡Cebollas dulces y frescas!”, Sam gritaría cando él y su burra, Mary Lou, subían y bajaban los sucios caminos del Lago Verde. Mary Lou tiraba de una carreta llena de cebollas.

El campo de cebollas de Sam estaba en algún lugar al otro lado del lago. Una o dos veces a la semana él debía remar en el lago y recoger una nueva tanda para llenar la carreta. Sam tenía brazos fuertes y grandes, pero aún le llevaría todo el día remar a lo largo del lago y otro día para regresar. La mayor parte del tiempo debía dejar a Mary Lou en un cobertizo, que los Walkers le permitían usar sin pagar, pero algunas veces debía llevar a Mary Lou en su barco con él.

Sam aseguraba que Mary Lou tenía casi 50 años, por lo que era, y aún es, extraordinariamente vieja para una burra.

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“No come nada sino cebollas crudas,” Sam debía decir, levantando una cebolla blanca entre sus sucios dedos. “Esto es la verdura mágica de la Naturaleza. Si una persona no comiese nada sino cebollas crudas, podría vivir 200 años.”

Sam no era mucho más viejo de 20, así que nadie estaba bastante seguro de que Mary Lou fuese realmente tan vieja como él decía que era. ¿Cómo podía saberlo?

Sin embargo, nadie nunca discutió con Sam. Y cuando quiera que alguien estuviese enfermo no sólo iría al Dr. Hawthorn, sino también iría a Sam.

Sam siempre deba la misma receta: “Hártate de cebollas.”

Decía que las cebollas eran buenas para la digestión, el hígado, el estómago, los pulmones, el corazón y el cerebro. “Si no me crees, sólo mira a la vieja Mary Lou aquí. Nunca ha estado enferma ni un solo día en su vida.”

También tenía muchas diferentes pomadas, lociones, jarabes y concentrados todos hechos de zumo de cebolla y deferentes partes de la planta de la cebolla. Uno curaba el asma. El otro era para verrugas y espinillas. Otro era el remedio para la artritis.

Incluso tenía una pomada especial que decía que curaría la calvicie. “Sólo frótasela en la cabeza de tu marido cada noche cuando esté durmiendo, Srª Collingwood y pronto su pelo será tan grueso y largo como la cola de Mary Lou.”

El Doctor Hatwthorn no se enfadaba con Sam. Las familias de Lago Verde tenían miedo de arriesgarse. Ellos tomarían medicina “oficial” con el Doctor Hatwthorn y compuestos de cebolla con Sam. Después de que pasaran su enfermedad, nadie podía estar seguro, ni incluso el Doctor Hatwthorn, cuál de los dos tratamientos había hecho trampa.

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El Doctor Hatwthorn estaba casi completamente calvo, y por la mañana su cabeza a menudo olía como cebollas.

Cuando quiera que Katherine Barlow compraba cebollas, ella siempre compraba una o dos más extra y le permitía a Mary Lou comerla de su mano.

“¿Algo va mal?” le preguntó San un día que ella estaba alimentando a Mary Lou. “Pareces distraída.”

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“Oh, sólo el tiempo,” dijo la Srtª Katherine “Parecen nubes de lluvia entrando.”

“A mí y a Mary Lou nos gusta la lluvia,” dijo Sam.

“Oh, y a mí también”, dijo la Srtª Katherine, mientras masajeaba el pelo áspero de la burra en lo alto de su cabeza. “Es sólo que el techo de la escuela tiene goteras.”

“Puedo arreglarlo,” dijo San.

“¿Qué vas a hacer?” bromeó Katherine. “¿Rellenar las goteras con pasta de cebolla?”

Sam rió. “Soy bueno con mis manos,” le dijo a ella. “Construí mi propio bote. Si le entrara agua, tendría en un gran problema.”

Katherine no pudo ayudarle, pero se dio cuenta de sus fuertes, firmes manos. Llegaron a un acuerdo. El accedió a fijar el techo a cambio de seis botes de melocotones especiados.

Le llevó a Sam una semana fijar el techo, porque él sólo podía trabajar por las tardes, después de cerrarla y antes del comienzo de las clases de la noche. A Sam no se le permitía asistir a clase porque era negro, pero ellos le permitían arreglar el edificio.

La Srta Katherine permanecía normalmente en la escuela, corrigiendo exámenes y similares, mientras Sam trabajaba en el tejado. A ella le divertía que la simple conversación que eran capaces de tener, gritándose …

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… uno a otro de arriba abajo. Ella estaba sorprendida por su interés en la poesía. Cuando él se tomaba un descanso, algunas veces debía leerle un poema. En más de una ocasión ella debía comenzar a leer un poema de Poe o de Longfellow, solo para oírle a él acabarlo, para ella, de memoria.

Ella estaba triste cuando el tejado estuvo acabado.

“¿Algo va mal?,” preguntó él.

“No, hiciste un trabajo maravilloso,” dijo ella. “Es sólo que… no se cierran las ventanas. Los muchachos y yo debemos soportar la brisa ahora y después.”

“Puedo arreglar eso,” dijo Sam.

Ella le dio a él dos tarros más de melocotones y Sam fijó las ventanas.

Era más fácil hablar con él cuando estaba trabajando en las ventanas. Le habló de su campo secreto de cebollas, en el otro lado del lago, “donde las cebollas durante todo el año, y el agua corre colina arriba.”

Cuando las ventanas estaban arregladas, ella se quejó de que su silla cojeaba.

“Puedo arreglarla,” dijo Sam.

La siguiente vez que ella le vio, ella le dijo que “la puerta no colgaba recta” y ella tuvo que pasar otra tarde con él mientras arreglaba la puerta.

La final del primer semestre, Sam el Cebolla había convertido el viejo y ruinoso colegio en un edificio bien hecho, recién pintado del que el pueblo entero estaba orgulloso. La gente paseando por él debía parar y admirarlo. “Esta es nuestra escuela. Muestra cuánto apreciamos a educación aquí, en Green Lake.”

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La única persona que no estaba feliz con ello era la Srta Katherine. Ella había acabado con todas las cosas que necesitaban ser arregladas.

Una tarde ella se sentó en su mesa escuchando el sonido de la lluvia en el tejado. No goteaba agua dentro de la clase, excepto unas pocas gotas que venían de sus ojos.

“¡Cebollas!¡Cebollas dulces y calientes!”, gritó Sam fuera en la calle.

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Ella corrió hacia él. Quería abrazarle con sus brazos, pero ella no podía permitírselo. En su lugar, ella abrazó el cuello de Mary Lou.

“¿Algo va mal?”, le preguntó a ella.

“Oh Sam,” ella dijo. “Mi corazón se está rompiendo.”

“Puedo arreglar eso,” dijo Sam.

Se volvió hacia él.

El le cogió ambas manos y la besó.

Por la lluvia, no había nadie más fuera en la calle.

Pero aunque hubiese, Katherine y Sam no se hubieran dado cuenta. Estaban perdidos en su propio mundo.

En ese momento, sin embargo, Hattie Parker, salía de los almacenes. Ellos no la vieron, pero ella les vio. Ella apuntó su dedo tembloroso en su dirección y gritó “¡Dios os castigará!”

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No había teléfonos, pero la frase se extendió rápidamente a través del pequeño pueblo. Al final del día todos en Green Lake habían oído que la maestra había besado al recoge cebollas.

Ningún niño apareció por la escuela la siguiente mañana.

La Srta Katherine se sentó sola en la clase y se preguntaba si había equivocado el día de la semana. Quizá fuese sábado. Esto no le habría sorprendido. Su cerebro y su corazón giraban en barrena desde que Sam le besó.

Ella oyó un ruido, fuera en la puerta, luego, de repente un grupo de hombres y mujeres llegó asaltando el edificio de la escuela. Estaban encabezados por Trout Walker.

“¡Allí está!” gritó Trout. “! La diablesa ¡”

El grupo estaba dando la vuelta a los pupitres y rompiendo los tablones de anuncio.

“Ella estaba envenenando los cerebros de nuestros niños con libros,” gritó Trout.

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Comenzaron apilando todos los libros en el centro de la habitación. “¡Pensad lo que estáis haciendo!”, lloró la Srta Katherine.

Alguien le agarró desgarrando su vestido, pero ella consiguió escapar del edificio. Ella corrió hacia a oficina del Sheriff.

El Sheriff tenía sus pies sobre la mesa y estaba bebiendo una botella de whiskey. “Buenos días, Srta Katherine,” él dijo.

“Están destruyendo la escuela,” dijo ella, jadeando para coger aliento. “¡Lo quemarán todo si alguien no les para!”

“Un momento, preciosa” dijo el sheriff despacio arrastrando las palabras. “Y dime de qué me estás hablando”. Se levantó de su mesa y caminó hacia ella.

“Trout Walker ha-“

“Ahora no vengas a contarme nada malo sobre Charles Walker,” dijo el sheriff.

La Srta Katherine permanecía ante él horrorizada.

“Bésame”, dijo el sheriff.

Ella le escupió en la cara.

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El rió. “Besaste al recoge cebollas. ¿Por qué no me besas a mi?”

Ella intentó escupirle de nuevo, pero la agarró con la mano. Ella intentó liberarse. “¡Estas borracho!” gritó.

“Siempre estoy borracho antes de colgar.”

“¿Colgar?, quién-

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“Va contra la ley que un negro bese a una mujer blanca.”

“Vale, entonces tendrás que colgarme a mí también,” dijo Katherine. “Porque yo le besé a él.”

“No va contra la ley que tu le beses a él,” explicó el sheriff. “Sólo que él te bese a ti.”

“Todos somos iguales a los ojos de Dios”, dijo ella.

El sheriff rio. “Entonces si Sam y yo somos iguales, ¿por qué no quieres besarme?” rió de nuevo. “Te propondré un trato. Un beso dulce y no colgaré a tu novio. Sólo le echaré del pueblo.”

La Srta Katherine liberó su mano. Cuando huía hacia la puerta, escuchó al sheriff decir “La Ley castigará a Sam. Y Dios te castigará a ti.”

Bajó las escaleras hacia la calle y vio humo elevándose de la escuela. Corrió hacia el lago, donde Sam estaba enganchando a Mary Lou a la carreta de las cebollas.

“Gracias a Dios, te encontré,” suspiró, colgándose de él. “Vamos a escapar de aquí. ¡Ahora¡”

“¿Qué-“

“Alguien debe habernos visto besándonos ayer,” ella dijo. “Ellos prendieron fuego a la escuela. ¿El sheriff dijo que va a colgarte!”

Sam dudó por un momento, como si no pudiera creerlo. El no quería creerlo. “Vamos, Mary Lou.”

“Tenemos que dejar a Mary Lou detrás,” dijo Katherine.

Sam permaneció ante ella un momento. Había lágrimas en sus ojos. “Vale.”

La barca de Sam estaba en el agua, atada a un árbol con una cuerda larga. La desató y vadearon a través del agua, y…

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…saltaron a bordo. Sus brazos poderosos remaron lejos de la orilla.

Pero sus poderosos brazos no eran rival para la barca a motor de Trout Walker. Habían cruzado un poco más de medio lago cuando la Srta Katherine escuchó el ruidoso estruendo del motor. Luego vio el feo humo negro…

Así ocurrió:

El barco de Trout chocó contra la barca de Sam. Sam fue disparado y matado en el agua. Katherine Barlow fue rescatada en contra de sus deseos. Cuando volvieron a la orilla vió el cuerpo de Mary Lou yaciendo en el suelo. La burra había sido tiroteada en la cabeza.

Todo eso sucedió hace 110 años. Desde entonces, ni una gota de lluvia había caído en Lago Verde.

Decide: ¿a quién castigó Dios?

Tres días después de la muerte de Sam, la Srta Katherine disparó al sheriff mientras estaba sentado en su silla bebiendo una taza de café. Luego ella cuidadosamente se pudo una fresca capa de pintalabios rojo y le dio el beso que él le había pedido.

Durante los siguientes 20 años, Kissin`Kate Barlow fue una de las más temidas bandidas de todo el Oeste.

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Stanley cavó su pala en el suelo. Su agujero tenía unos tres pies y medio de profundidad en el centro. Gruñó, cuando hacía palanca para sacar la tiera, después la echó a un lado. El sol daba casi directamente sobre su cabeza.

Echó una ojeada a su cantimplora tirada al lado de su agujero. Sabía que estaba medio llena, pero aún no tomaría un trago. Tenía que beber con moderación porque no sabía quién vendría conduciendo la camioneta del agua la próxima vez que viniese.

Habían pasado tres días desde que la Alcaidesa había arañado al Sr. Señor. Cada vez que el Sr. Señor repartía agua, echaba la de Stanley directo al suelo.

Afortunadamente el Sr. Pendanski repartía el agua más a menudo que el Sr. Señor. El Sr. Pendanski estaba obviamente al tanto de lo que el Sr. Señor estaba haciendo, porque siempre le daba un poco más. El llenaba la cantimplora de Stanley, después le permitía tomar un largo sorbo, luego se la llenaba para él.

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Le ayudaba también, que Zero estaba cavando parte del hoyo de Stanley por él. Aunque, como Stanley había imaginado, a los otros muchachos no les gustaba ver a Stanley sentado mientras ellos estaban trabajando. Ellos habían dicho cosas como “¿Quién te trata como a un rey?” o “debe ser hermoso tener tu propio esclavo personal.”

Cuando trataba de señalar que fue el único que asumió la culpa por lo de las pipas, los otros niños dijeron que era mentira, porque fue el único al que se le cayeron. “Arriesgué mi vida por esas pipas,” había dicho Imán, “y todo lo que conseguí fue un asqueroso puñado.”

Stanley también había intentado explicar que necesitaba guardar su energía y así poder enseñar a Zero cómo leer, pero los otros muchachos sólo se burlaban de él.

“La misma vieja historia, ¿no es cierto, Sobaco?” Rayos X había dicho. “El niño blanco se sienta mientras el negro hace todo el trabajo. ¿No estoy en lo cierto, Cavernícola?”

“No eso no es cierto,” contestó Stanley.

“No, no lo es,” asintió Rayos X. “No lo es del todo.”

Stanley echó otra palada de tierra. Sabía que Rayos X no debía haber dicho eso como si fuese él el único enseñando a Zero a leer. Rayos X debía estar hablando sobre lo importante que era que él fuera el único. ¿Podía ser el mejor profesor entonces?”

Y eso era cierto. Necesitaba guardar su fuerza para poder ser el mejor profesor, aunque Zero aprendía rápido. Algunas veces, de hecho, Stanley esperaba que Alcaidesa estuviera mirándoles, con sus cámaras secretas y micrófonos, para que pudiese saber que Zero no era tan estúpido como todos pensaban.

Cruzando el lago él pudo ver la nube de polvo aproximándose…

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…Tomó un trago de su cantimplora, luego esperó a ver quién estaba conduciendo la furgoneta.

La inflamación en la cara del Sr. Señor había bajado, pero estaba aún un poco hinchada. Allí habían estado las tres marcas de arañazos bajando su mejilla. Dos de las marcas estaban difuminadas, pero el arañazo del medio debió haber sido el más profundo, porque aún permanecía. Era una línea dentada morada que corría desde debajo de su ojo, hasta debajo de su boca, como el tatuaje de una cicatriz.

Stanley esperó en la fila, luego le dio su cantimplora.

El Sr. Señor la levantó hacia su oreja y la agitó. Sonrió ante el sonido del agua.

Stanley deseaba que no la derramara.

Para su sorpresa, el Sr. Señor colocó la cantimplora bajo la corriente de agua y la llenó.

“Espera aquí,” dijo.

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Aún agarrando la cantimplora de Stanley, el Sr. Señor pasó ante él, luego fue alrededor de la camioneta y entró en la cabina, donde él no podía verle.

“¿Qué está haciendo allí dentro?” preguntó Zero.

“Creo que adivino,” dijo Stanley.

Un momentito después, el Sr. Señor salió de la furgoneta y le dio a Stanley su cantimplora. Aún estaba llena.

“Gracias, Sr. Señor.”

El Sr. Señor le sonrió. “¿A qué estás esperando?” preguntó. “Bebe.” El metió algunas pipas en su boca, masticó y escupió las cáscaras.

Stanley tenía miedo de beberla. Odiaba pensar en qué clase de vil sustancia el Sr. Señor debía haber metido.

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Llevó la cantimplora de regreso a su hoyo. Durante un largo tiempo la dejó al lado de su hoyo mientras continuaba cavando. Luego, cuando estaba tan sediento que a duras penas se mantenía en pie más, desenroscó el tapón, le subió la cantimplora y arrojó todo al suelo. Temía que si hubiese esperado otro segundo, podría haber echado un trago.

Después de que Stanley enseñó a Zero las últimas seis letras del alfabeto, él le enseñó a escribir su nombre.

“Z mayúscula-e-r-o.”

Zero escribió las letras como Stanley se las dijo. “Zero” dijo, mirando al trozo de papel. Su sonrisa se hizo demasiado grande para su cara.

Stanley le miraba escribir una y otra vez.

Zero, Zero,Zero,Zero,Zero,Zero,Zero…

En cierto modo esto le hacía triste. No podía ayudarle porque pensaba que cien veces cero aún no era nada.

“Sabes, este no es mi nombre real,” dijo Zero mientras se dirigían al salón de recreo para cenar.

“Bien, si,” dijo Stanley, “creo que lo sabía.” En realidad nunca había estado seguro.

“Todo el mundo siempre me llamó Zero, incluso antes de llegar aquí.”

“Oh, vale.”

“Mi nombre verdadero es Héctor.”

“Héctor,” repitió Stanley.

“Hector Zeroni.”

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20 años después, Kate Barlow regresó a Green Lake. Era el lugar dónde nadie esperaría encantrarla –un pueblo fantasma en un lago fantasma.

Todos los perales habían muerto, pero había un par de pequeños robles aún creciendo al lado de una vieja cabaña abandonada. La cabaña solía estar en la orilla este del lago. Ahora el margen del lago estaba unas cinco millas alejado y era poco más que una pequeña laguna llena de agua sucia.

Ella vivía en la cabaña. Algunas veces ella podía oír el eco de la voz de Sam cruzando la soledad. “¡Cebollas!¡Dulces y frescas cebollas!.”

Ella sabía que estaba loca. Sabía que había estado loca durante los últimos 20 años.

“Oh, Sam,” solía decir hablando en la gran soledad. “Sé que hace calor, pero me siento tan fría. Mis manos están frías. Mis pies están fríos. Mi cara está fría. Mi corazón está frío.50

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Y algunas veces le podía oírle decir, “puedo arreglar eso,” y podía sentir sus fuertes brazos alrededor de sus hombros.

Ella llevaba viviendo en la cabaña unos tres meses cuando fue despertada una mañana por alguien que de una patada abrió en la puerta de la cabaña. Abrió sus ojos para ver el borroso final de un rifle, a dos pulgadas de su nariz.

Pudo oler los pies sucios de Trout Walker.

“Tienes exactamente 10 segundos para decirme dónde has escondido tu botín,” dijo Trout. “O te volaré tu cabeza.”

Ella bostezó.

Una pelirroja estaba allí con Trout. Kate pudo verla hurgando a través de la cabaña, tirando cajones y golpeando cosas de las estanterías de las armarios.

La mujer llegó hasta ella. “¿Dónde está?” preguntó.

“¿Linda Miller?” preguntó Kate. “¿Eres tú?”

Linda Miller había estado en cuarto grado cuando Kate Barlow era aún la profesora. Ella había sido una niña con cara mona y pecosa y hermoso pelo rojo. Ahora su cara estaba llena de manchas y su pelo sucio y revuelto.

“Esta es Linda Walker ahora,” dijo Trout.

“Oh Linda, los siento, “dijo Kate.

Trout pinchaba su garganta con el rifle. “¿Dónde está el botín?”

“No hay botín,” dijo Kate.

“!No me digas¡” gritó Trout. “”Tú has robado todos los bancos de aquí a Houston.”

“Mejor que se lo digas a él,” dijo Linda. “Estamos desesperados.”

“Te casaste con él por su dinero, ¿verdad?” preguntó Kate.

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Linda asintió. “Pero todo se ha ido. Se secó con el lago. Los perales. El ganado. Yo aguantaba pensando: tiene que llover pronto. La sequía no puede durar por siempre. Pero sólo se ponía más y más caliente…” Sus ojos se fijaron en la pala, que estaba apoyada contra el lugar del fuego (hogar). ¡Ella lo está quemando!” gritó.

“No sé de qué estás hablando,” dijo Kate.

Hubo una fuerte explosión cuando Trout disparó el rifle justo sobre su cabeza (de Kate). La ventana que estaba detrás de ella se hizo trizas. “¿Dónde está enterrado?” preguntó.

“Adelante y mátame, Trout,” dijo Kate. “Pero espero que te guste cavar. Porque tu vas a estar cavando durante mucho tiempo. Hay un gran desierto allí fuera. Tú, y tus hijos, y sus hijos, pueden cavar durante los próximos cien años y nunca lo encontraréis.”

Linda agarró el pelo de Kate y sacudió su cabeza atrás. “Oh, nosotros no vamos a matarte,” dijo. “pero durante el tiempo en que acabemos contigo, vas a desear que estuvieses muerta.”

“He deseado estar muerta durante los últimos 20 años” dijo Kate.

Ellos la sacaron de la cama y la empujaron fuera. Vestía un pijama azul de seda. Sus botas negras con manchas turquesa quedaron debajo de su cama.

Ellos ataron sus piernas juntas así que podía caminar, pero no podía correr. Caminaba descalza sobre el suelo caliente.

Ellos no le permitirían dejar de caminar.

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“No hasta que nos lleves al botín,” dijo Trout.

Linda golpeó a Kate en la parte posterior de sus piernas con la pala.

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“Vas a llevarnos a él más pronto o más tarde. Así que deberías mejor llevarnos más pronto.”

Caminó en una dirección, luego en otra, hasta que sus pies estuvieron negros y con ampollas. Donde quiera que se parara, Linda la golpeaba con la pala.

“Estoy perdiendo la paciencia”, advirtió Trout.

Sintió el mango de la pala en su espalda, y se vio sobre el duro suelo.

“¡Levanta!” ordenó Linda.

Kate luchó con sus pies.

“Estamos siendo buenos contigo hoy,” dijo Trout. “Se va a poner peor y peor para ti hasta que nos lleves a él.”

“¡Mira fuera!” gritó Linda.

Una lagartija saltaba hacia ellos. Kate pudo ver sus grandes ojos rojos.

Linda intentó golpearla con la pala y Trout le disparó, pero ambos fallaron.

La lagartija aterrizó en el tobillo desnudo de Kate. Sus dientes negros y afilados mordieron en su pierna. Su lengua blanca lamió las gotas de sangre que goteaban de la herida.

Kate sonrió. No había nada más que pudieran hacerle a ella. “Comenzar a cavar,” dijo.

“¿Dónde está?”, Linda gritó.

“¿Dónde lo has escondido?” preguntó Trout.

Kate Barlow murió riéndose.

PARTE DOS

EL ULTIMO HOYO

29

El tiempo estaba cambiando.

Para peor.

El aire llegó a ser insoportablemente húmedo. Stanley estaba empapado en sudor. Gotas de humedad bajaban por el mango de su pala. Era casi como si la temperatura se hubiese puesto tan caliente que el mismo aire estuviese sudando.

La fuerte explosión de un trueno sonó a través del lago vacío.

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Una tormenta estaba pasando por el Oeste, detrás de las montañas. Stanley pudo contar más de 30 segundos entre el rayo de luz y el trueno de la tormenta. Era lo lejos que estaba la tormenta. El sonido viajó una gran distancia a través del páramo estéril.

Normalmente, Stanley no podía ver las montañas en este momento del día. La única vez que fueron visibles era justo a la salida del sol, antes de que el aire se volviese nublado (calima). Ahora, sin embargo, el cielo estaba muy oscuro al Oeste, y cada vez que lucían ...

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…los rayos, la oscura forma de las montañas aparecería brevemente.

“¡Vamos lluvia!” gritó Sobaco. “Flota hacia aquí.”

“Quizá lloverá tanto que se llenará el lago,” dijo Calamar. “Podemos ir a nadar.”

“40 días y 40 noches,” dijo Rayos X. “Creo que sería mejor que construyéramos un arca. Consigamos una pareja de cada animal, ¿vale?”

“Vale,” dijo Zigzag. “Dos serpientes de cascabel. Dos escorpiones. Dos lagartijas de manchas amarillas.”

La humedad, o quizá la electricidad en el aire, habían hecho a la cabeza de Zigzag una apariencia más salvaje. Su pelo rubio encrespado se ponía casi recto.

El horizonte lucía con una gran ola de luminosidad. En esa fracción de segundo, Staley pensó que había visto una rara formación de rocas en lo alto de una de las cumbres. El pico le parecía a él exactamente como un puño gigante, con el pulgar señalando hacia arriba.

Luego se fue.

Y Stanley no estaba seguro si lo había visto o no.

“Encontré refugio en el pulgar de Dios.”

Eso era lo que su bisabuelo supuestamente había dicho después de que Kate Barlow le hubiese robado y le dejase abandonado en el desierto.

Nadie supo nunca qué significaba eso. Estaba delirando cuando lo dijo.

“¿Pero cómo pudo vivir durante tres semanas sin comida o agua?” le había preguntado Stanley a su padre.

“No sé. Yo no estaba allí,” contestaba su padre. “Yo no había…

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… nacido aún. Mi padre todavía no había nacido. Mi abuela, tu bisabuela, era enfermera en el hospital donde le atendieron a él. Siempre había hablado sobre cómo ella le trataba en su frente con vendas húmedas y frías. El decía que por eso se había enamorado de ella. Creyó que era un ángel.”

“¿Un ángel de verdad?”

Su padre no sabía.

“¿Y después de que se sintió mejor? ¿Nunca dijo que quería decir con el Pulgar de Dios, o cómo sobrevivió?”

“No. El sólo culpaba al malo-roba cerdo de su padre.”

La tormenta se desplazó al lejano Oeste, junto con cualquier esperanza de lluvia. Pero la imagen del puño y el pulgar permanecían en la cabeza de Stanley. Aunque en lugar de los relámpagos de luz detrás del Pulgar, en la mente de Stanley los relámpagos estaban saliendo del Pulgar, como si fuese en Pulgar de Dios.

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El siguiente día era el cumpleaños de Zigzag. O eso dijo. Zigzag estaba tumbado en su catre cuando todos salían fuera. “Me quedo a dormir, porque es mi cumpleaños.”

Luego, un ratito después se coló en la fila del desayuno, justo delante de Calamar. Calamar le dijo que fuese al final de la fila. “Hey, es mi cumpleaños,” dijo Zigzag, quedándose donde estaba.

“No es tu cumpleaños,” dijo Imán, que estaba detrás de Calamar.

“Lo es,” dijo Zigzag. “8 de julio.”

Stanley estaba detrás de Imán. No sabía qué día de la semana era, menos la fecha. Podía haber sido 8 de julio, ¿pero cómo lo habría sabido Zigzag?

Intentó imaginar cuanto tiempo había estado en Camp Green Lake, si definitivamente era 8 de julio. “Yo vine aquí el 24 de mayo,” dijo en voz baja. “Así que significa que he estado aquí…”

“Cuarenta y seis días,” dijo Zero.

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Stanley aún estaba tratando de recordar cuántos días había en mayo y junio. Miró a Zero. Había aprendido a no dudar de él cuando se trataba de matemáticas.

46 días. Sentían como si fueran más de cien. No cavó un hoyo ese primer día, y no había cavado uno aún hoy. Eso significaba que había cavado 44 hoyos – si realmente era 8 de julio.

“¿Puedo tomar un cartón extra de zumo?” Zigzag preguntó al Sr. Señor. “Es mi cumpleaños.”

Para sorpresa de todos, el Sr. Señor se lo dio.

Stanley clavó su pala en la tierra. Hoyo número 45. “El hoyo 45 es el más duro,” se dijo.

Pero en realidad eso no era verdad, y él lo sabía. Era más fuerte que cuando llegó. Su cuerpo se había adaptado al calor y a las duras condiciones.

El Sr. Señor no estaba privándole más de agua. Después de tenerle con menos agua durante una semana o así, ahora Stanley sentía como que tenía toda el agua que él podía querer.

Por supuesto ayudaba que Zero cavase parte de su hoyo por él cada día, pero eso no era tanto como todos creían. El siempre se sentía incómodo mientras Zero estaba cavando su agujero, inseguro de qué hacer. Normalmente permanecía de pie un rato, antes de sentarse sobre el suelo duro, con el sol golpeándole sobre él.

Era mejor que cavar.

“Si lo eres”, dijo Rayos X. “Ahora ven al frente de la fila, dónde debes.”

“Vale” dijo Stanley.

“No, no vale,” dijo Rayos X ”Levántate y ven”

Stanley dudó, luego fue al frente de la fila.

“Bien, este es el primero,” dijo el Sr. Pendanski, llegando del lado de la furgoneta. Llenó la cantimplora de Stanley y le dio una bolsa de comida.

Stanley estaba feliz por marcharse. Se sentó entre su agujero y el de Zero. Estaba feliz porque debería estar cavando su propio agujero durante el resto del día. Quizás los otros niños le dejarían solo. Quizá no debería permitir a Zero cavar su hoyo por él más. Pero necesitaba guardar energía para ser un buen maestro.

Mordió su bocadillo, que contenía alguna clase de mezcla de carne y queso que venía en un tarro. Simplemente todo en Camp Green Lake venía en un tarro. El camión de abastos venía una vez al mes.

Levantó la vista para ver a Zigzag y Calamar hablándole.

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“Te daré una galleta si me dejas cavar tu hoyo”, dijo Zigzag.

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Calamar rió.

“Aquí, ten mi galleta,” dijo Zigzag acercándosela.

“No gracias,” dijo Stanley.

“Vamos, toma mi galleta” dijo Zigzag pegándosela en su cara.

“Déjame solo” dijo Stanley.

“Por favor, come mi galleta,” dijo Zigzag, poniéndola bajo la nariz de Stanley.

Calamar rio.

Stanley le empujó.

“Zigzag le empujó a él. “¡No me empujes!”

“Yo no… “Stanley recuperó su posición. Miró a su alrededor. El Sr. Pendanski estaba llenando la cantimplora de Zero.

Zigzag le empujó de nuevo. “Dije, no me empujes.”

Stanley echó un paso atrás, evitando con cuidado el hoyo de Zero.

Zigzag se mantuvo tras él. Le empujó más fuerte y dijo “!Deja de empujar!”

“Déjalo tranquilo,” dijo Sobaco, mientras él, Imán y Rayos X se divertían.

“¿Por qué debería?” espetó Rayos X.”Cavernícola en mayor. Puede cuidar de si mismo.”

“No quiero problemas,” dijo Stanley.

Zigzag le empujó fuerte. “Come mi galleta,” dijo.

Stanley se alegró al ver al Sr. Pendanski viniendo hacia ellos, junto con Zero.

“Hola Mamá” dijo Sobaco. Solo estábamos haciendo el tonto.”

“Vi lo que estaba pasando,” dijo el Sr. Pendanski. Se volvió…

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… hacia Stanley. “Vamos, Stanley,” dijo. “Devuélvele el golpe. Tú eres más grande.”

Stanley miraba al Sr. Pendanski atónito.

“Dale una lección al matón,” dijo el Sr. Pendanski.

Zigzag golpeó a Stanley en el hombro con la mano abierta. “Dame una lección”, retó.

Stanley hizo un débil intento de dar un puñetazo a Zigzag, después sintió una oleada de puños contra su cabeza y cuello. Zigzag le había agarrado del cuello (de la camisa) con una mano y estaba pegándole con la otra.

El cuello se rompió y Stanley cayó de espaldas al suelo.

“Es bastante,” gritó el Sr. Pendanski.

No era bastante para Zigzag. Saltó sobre Stanley.

“¡Alto!” gritó el Sr. Pendanski.

Un lado de la cara de Stanley estaba apretada contra el suelo liso. Intentó protegerse, pero Zigzag primero atrapó sus brazos y machacó su cara en el suelo.

Todo lo que podía hacer era esperar a que acabara.

Luego, de repente, Zigzag ya no estaba sobre él. Stanley trató de mirar arriba y vió que Zero tenía su brazo alrededor del largo cuello de Zigzag.

Zigzag gimió, mientras intentaba desesperadamente liberarse del brazo de Zero.

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“¡Vas a matarlo!” gritó el Sr. Pendanski.

Zero se mantenía exprimiéndole.

Calamar cargó contra él, liberando a Zigzag del asfixiante abrazo de Zero. Los tres niños cayeron al suelo en diferentes direcciones.

El Sr. Pendanski disparó su pistola al aire.

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Los demás cuidadores vinieron corriendo de la oficina, las tiendas o desde el lago. Empuñaban sus armas, pero las enfundaron cuando veían que el problema estaba acabado.

Alcaidesa caminó desde su cabaña.

“Hubo un motín,” le dijo a ella el Sr. Pendanski. “Zero casi estrangula a Ricky.”

Alcaidesa miró a Zigzag, que estaba aún estirando y masajeando su cuello. Luego, ella prestó su atención hacia Stanley, quien obviamente estaba en la peor situación. “¿Qué pasó contigo?”

“Nada. No fue un motín.”

“Zigzag estaba golpeando a Cavernícola,” dijo Sobaco. “Luego Zero comenzó a asfixiar a Zigzag, y yo tuve que tirar a Zero de encima de Zigzag. Fue todo antes de que Mama disparase su pistola.”

“Ellos sólo estaban un poco calientes, eso es todo,” dijo Rayos X. “Tú sabes cómo es esto. En el sol todo el día. La gente se calienta, ¿verdad?, pero todo está bien ahora.”

“Veo” dijo Alcaidesa. Se volvió hacia Zigzag. “¿Qué te pasa? ¿No tuviste un cachorro para tu cumpleaños?”

“Zigzag estaba un poco caliente,” dijo Rayos X. “Fuera todo el día al sol. Sabes cómo es. La sangre comienza a hervir.”

“¿Es lo que pasó, Zigzag?” preguntó Alcaidesa.

“Si” dijo Zigzag. “Como dijo Rayos X. Trabajando tan duro bajo el sol, mientras Cavernícola solo se sienta sin hacer nada. Mi sangre hirvió.”

“¿Perdón?”, dijo Alcaidesa. “Cavernícola cava sus agujeros, justo como todos los demás.”

Zigzag se encogió de hombros. “A veces”

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“¿Perdón?”

“Zero ha estado cavando parte del agujero de Stanley cada día,” dijo Calamar.

Alcaidesa miró de Calamar a Stanley y a Zero.

“Estoy enseñándole a leer y escribir,” dijo Stanley. “Es una especie de trato. El agujero se hace cavando, ¿qué importa quién lo cave?”

“¿Perdón?” dijo Alcaidesa.

“¿No es más importante para él aprender a leer?” preguntó Stanley. ¿Eso no forma más el carácter que cavar agujeros?”

“Ese es su carácter,” dijo Alcaidesa. “¿Qué hay de tu carácter?”

Stanley subió y bajo el hombro.

Alcaidesa se volvió hacia Zero. “Bien, Zero, ¿cuánto has aprendido?”

Zero no dijo nada.

“¿Acabas de cavar el hoyo de Cavernícola por nada?”, le preguntó Alcaidesa.

“Le gusta cavar hoyos,” dijo el Sr. Pendanski.

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“Dime lo que aprendiste ayer,” dijo Alcaidesa. “Seguramente puedes recordarlo.”

Zero no dijo nada.

El Sr. Pendanski rió. Levantó la pala y dijo, “¡También deberías tratar de enseñar a leer a esta pala! Tiene más cerebro que Zero.”

“El sonido ‘at’, dijo Zero.

“El sonido ‘at’, repitió Alcaidesa. “Bien, entonces dime como se deletrea c-a-t?”

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Zero echó un vistazo alrededor intranquilo.

Stanley sabía que él sabía la respuesta. Solo que a Zero no le gustaba responder preguntas.

“Cat”, dijo Zero.

El Sr. Pendanski aplaudió. “¡Bravo! El niño es un genio.”

“F-a-t,” preguntó Alcaidesa.

Zero pensó un momento.

Stanley no le había enseñado el sonido “f” aún.

“Eff” Zero susurró. “Eff-a-t. Fat”

“¿Qué me dices de h-a-t?” preguntó Alcaidesa.

Stanley tampoco le había enseñado el sonido “h”.

Zero se concentró profundamente, luego dijo “Chat”.

Todos los cuidadores rieron.

“¡Es un genio, de acuerdo!” dijo el Sr. Pendanski. “Es tan estúpido, que incluso no sabe que es estúpido.”

Stanley no sabía por qué el Sr. Pendanski le tenía manía a Zero. Si el Sr. Pendanski pensara en ello, se daría cuenta que era muy lógico para Zero pensar que la letra “h” hacía el sonido “ch”.

“Vale, por ahora no quiero a nadie cavando más hoyos para nadie,” dijo Alcaidesa. “Y no más lecciones de lectura.”

“Yo no estoy cavando otro agujero, dijo Zero.

”Bueno” dijo Alcaidesa. Se volvió a Stanley. “¿Sabes por qué estás cavando agujeros? Porque es bueno para ti. Te enseña una lección. Si Zero cava tu hoyo por ti, entonces tú no estás aprendiendo tu lección, ¿verdad?”

“Creo que no” murmuró Stanley aunque sabía que ellos no estaban cavando sólo para aprender una lección. Ella estaba buscando…

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… algo, algo que perteneció a Kissin’ Kate Barlow.

“¿Por qué no puedo cavar mi propio hoyo, y sin embargo enseñar a Zero a leer?” preguntó. “¿Qué hay de malo en ello?

“Yo te diré qué hay de malo en ello,” dijo Alcaidesa. “Esto nos lleva a un problema. Zero casi mata a Zigzag.”

“Le causa nerviosismo” dijo el Sr. Pendanski. “Sé que tienes buenas intenciones, Stanley, pero entérate. Zero es demasiado estúpido para aprender a leer. Eso es lo que hace hervir a su sangre. No el calor del sol.”

“No cavaré otro hoyo” dijo Zero.

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El Sr. Pendanski le dio la pala. “Aquí, toma, Zero. Esto es todo para lo que tú siempre serás bueno.”

Zero tomó la pala.

Luego la lanzó como un bate de beisbol.

La hoja de metal golpeó la cara del Sr. Pendanski. Sus rodillas de doblaron bajo su peso. Estaba inconsciente antes de golpear el suelo.

Los cuidadores empuñaron todos sus armas.

Zero puso la pala delante de él, como si estuviera intentado despejar las balas. “Odio cavar hoyos”, dijo. Luego, despacio se marchó.

“No disparéis,” dijo Alcaidesa. “No puede ir a ningún lado. Lo último que necesitamos es una investigación.”

Zero siguió marchándose, pasó el grupo de hoyos que los muchachos habían estado cavando, luego, más y más lejos, se adentró en el lago.

“Va a tener que regresar por agua,” dijo Alcaidesa.

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Stanley vio la cantimplora de Zero tirada en el suelo cerca de su hoyo.

Un par de cuidadores ayudaron al Sr. Pendanski a ponerse en pie y meterse en la camioneta.

Stanley miró hacia Zero, pero había desaparecido en la calima.

Alcaidesa ordenó a los cuidadores hacer turnos vigilando las duchas y la sala de recreo, todo el día y toda la noche. No tenían que permitir a Zero beber agua. Cuando regresara, tendría que pedírsela directamente a ella.

Ella examinó sus uñas y dijo “es el momento par mi de pintarme las uñas de nuevo.”

Antes de irse le dijo a los seis restantes miembros del grupo D que aún esperaba siete hoyos.

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Stanley enfadado clavó su pala en la tierra. Estaba enfadado con todos: Sr. Pendanski, Alcaidesa, Zigzag, Rayos X y el ladrón malo de su tatarabuelo. Pero con quien más estaba enfadado era con él mismo.

Sabía que nunca debió haber permitido a Zero cavar parte de su hoyo por él. Aún podía haberle enseñado a leer. Si Zero podía cavar todo el día y todavía tenía la fuerza para aprender, entonces él debió haber sido capaz de cavar todo el día y todavía tener la fuerza para enseñar.

Lo que debió hacer, pensó era marchar tras Zero.

Pero no lo hizo.

Ninguno de los otros le ayudaron a cavar el hoyo de Zero, y él no los esperaba tampoco. Zero le había estado ayudando a él a cavar su hoyo. Ahora él tenía que cavar el de Zero.

Permaneció fuera en el lago, cavando durante la parte más calurosa del día, mucho después de que todos se hubieran ido. Se mantuvo vigilando a Zero, pero Zero no regresó.

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Debió ser fácil ir tras Zero. No había nadie que le parara. Seguía pensando que debió hacer.

Quizás ellos podían escalar al Pulgar de Dios.

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Si no estaba demasiado lejos. Y si era realmente el mismo lugar dónde su bisabuelo encontró refugio. Y si después de unos cien años el agua aún estaba allí.

No parecía así. No cuando todo el lago se había secado.

Incluso si ellos encontrasen refugio en el Gran Pulgar, pensó, aún tendrían que regresar aquí, de vez en cuando. Luego ambos tendrían que estar cara a Alcaidesa y sus dedos de serpiente de cascabel.

En vez de eso, se animó con una idea mejor, aunque no lo tenía todo organizado aún. Pensó que podía hacer un trato con Alcaidesa. Le contaría dónde había encontrado realmente el tubo de oro si no arañaba a Zero.

No estaba seguro cómo podía hacer el trato sin meterse él en un problema más profundo. Ella podría decir sólo “Dime dónde lo encontraste o te arañaré a ti también.” Además significaría meter en problemas a Rayos X, también. Probablemente ella le arañaría también.

Rayos X estaría no estaría fuera para poder hacerlo sin él hasta los próximos 16 meses.

Clavó su pala en la tierra.

A la siguiente mañana, Zero aún no había regresado. Stanley vio a uno de los cuidadores sentado vigilando el grifo del agua de la pared lateral exterior de la ducha.

El Sr. Pendanski tenía los dos ojos negros, y una venda sobre su nariz. “Siempre supe que era un estúpido,” Stanley le escuchó decir.

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A Stanley se le pidió que cavara sólo un hoyo el siguiente día. Mientras cavaba, se mantenía constantemente mirando fuera para ver a Zero, pero nunca le vio. Una vez más consideró salir al lago a buscarle, pero comenzaba a darse cuenta que ya era demasiado tarde.

Su única esperanza es que Stanley hubiese encontrado el Pulgar de Dios por sí mismo. No era imposible. Su bisabuelo lo había encontrado. Por alguna razón su bisabuelo había sentido la necesidad de escalar a lo alto de esa montaña. Quizá Zero sentiría esa misma necesidad.

Si era la misma montaña, el agua aún estaría allí.

Trató de convencerse a sí mismo que no era imposible. Había habido una tormenta sólo hace unos días. Puede que el Gran Pulgar fuese realmente una especie de torre natural de agua que capturase y almacenase la lluvia.

No era imposible.

Regresó a la tienda, para encontrar a Alcaidesa, al Sr. Señor y al Sr. Pendanski, todos esperando por él.

“¿Has visto a Zero?,” le preguntó Alcaidesa.

“No.”

“¿Ninguna señal de él?”

“No.”

“¿Tienes alguna idea de dónde fue?”

“No.”

“Sabes que no le estás haciendo ningún favor si estás mintiendo,” dijo el Sr. Señor. “No puede sobrevivir allí fuera durante más de un día o dos.”

“No sé dónde está.”

Los tres permanecieron ante Stanley como si estuviesen intentando imaginar…

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… si estaba diciendo la verdad. La cara del Sr. Pendanski estaba tan inflamada que a duras penas abría sus ojos. Eran sólo rajas.

“¿Estás seguro que no tiene familia?” Alcaidesa preguntó al Sr. Pendasnki.

“Está a cargo del Estado,” le dijo el Sr. Pendanski a ella. “Estaba viviendo en las calles cuando fue arrestado.”

“¿Hay alguien que podría hacer preguntas? ¿Algún trabajador social que estuviese interesado en él?”

“El no tenía a nadie” dijo el Sr. Pendanski. “El no era nadie.”

Alcaidesa pensó un momento. “Bien, quiero que destruyas todos sus registros.”

El Sr. Pendanski asisntió.

“¿Te puedes meter en los archivos del Estado desde nuestro ordenador?” ella le preguntó al Sr. Pendanski. “No quiero que nadie en la A.G.´s (organización de justicia) sepa que él estuvo aquí.”

“Creo que no puedo borrarle completamente de todos los archivos del estado,” dijo el Sr. Pendanski. “Demasiadas referencias cruzadas. Pero puedo hacer que sea muy difícil para alguien encontrar algún registro de él por siempre. Como dije, creo, nadie mirará nunca. A nadie le importa Hector Zeroni.

“Bueno”, dijo Alcaidesa.

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Dos días después un nuevo niño fue asignado al Grupo D. Su nombre era Brian, pero Rayos X le llamó Twitch (TIC), porque siempre estaba moviéndose nerviosamente. Tic fue asignado a la cama de Zero y al cajón de Zero.

Las plazas libres no duraban mucho tiempo en Camp Green Lake.

Tic había sido arrestado por robar un coche. Dijo que podía entrar en el coche, desconectar la alarma y arrancar el motor, todo en menos de un minuto.

“Yo nunca me planteé, sabes, robar uno,” le dijo a ellos. “Pero algunas veces, sabes, al caminar ves un coche realmente hermoso, aparcado en una zona solitaria, y, sabes, comienzo a ponerme nervioso. Si crees que soy nerviosos ahora, deberías verme cuando estoy alrededor de un coche. La siguiente cosa que sé es que estoy al volante.”

Stanley yacía sobre sus sábanas rasposas. Se le ocurrió que su camastro no podía oler peor. Se preguntaba si el olor se había ido o si él acababa de darse cuenta de que era el que solía.

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“Hey, Cavernícola” dijo Tic. “¿De verdad tenemos que levantarnos a las 4.30?”

“Se suele hacer.” Stanley le dijo. “Es la parte más fría del día.”

Intentó no pensar en Zero. Era demasiado tarde. O si él hubiese alcanzado el Gran Pulgar, o…

Lo que más le preocupaba a él, lo que más odiaba para sus adentros, era el temor de que no fuese demasiado tarde.

Trataba de sacar la imagen de su mente.

La siguiente mañana, fuera en el lago, Stanley escuchó al Sr. Señor decirle a Tic las explicaciones para su hoyo. “… tan ancho y profundo como tu pala.”

Tic se movió nerviosamente. Sus dedos castañeaban contra el mango de madera de su pala, y su cuello se movía de un lado a otro.

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“Tú no estarás moviéndote demasiado después de cavar todo el día,” le dijo el Sr. Señor. “No tendrás fuerza para mover tu dedo meñique.” Abrió algunas pipas en su boca, hábilmente las masticó y escupió las cáscaras. “Este no es un campamento de las Girl Scout.”

La camioneta del agua vino poco después del amanecer. Stanley se puso en la fila detrás de Imán, delante de Tic.

“¿Y si no es demasiado tarde?”

Miró al Sr. Señor llenar la cantimplora de Rayos X. La imagen de Zero arrastrándose sobre la suciedad caliente y seca permanecía en su cabeza.

¿Pero qué podía hacer? Incluso si Zero estuviese de alguna forma…

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… vivo, después de cuatro días, ¿cuánto tardaría Stanley en encontrarle? Le llevaría días. Necesitaría un coche.

O una camioneta. La camioneta con un depósito de agua atrás.

Stanley se preguntaba si el Sr. Señor había dejado las llaves puestas.

Despacio se retrasó en la fila, luego dio vuelta sobre el lado de la furgoneta. Miró a través de la ventana. Las llaves estaban allí, colgando el arranque.

Stanley sintió que sus dedos comenzaban a moverse nerviosamente.

Tomó un profundo aliento para calmarse y trató de pensar claro. Nunca había conducido antes.

¿Pero cómo sería de difícil?

Realmente es una locura, se dijo. Aunque lo hiciera, sabía que tendría que hacerlo rápido, antes de que el Sr. Señor se diese cuenta.

Es demasiado tarde, se dijo a sí mismo. Zero no puede haber sobrevivido. ¿Pero si no es demasiado tarde?

Tomó otro profundo aliento. Piensa en esto, se dijo, pero no había tiempo para pensar. Se atrevió a abrir la puerta de la camioneta y subió dentro rápidamente.

“¡Hey!”, gritó el Sr. Señor.

Le dio vuelta a la llave y pisó el acelerador. El motor aceleró.

La furgoneta no se movió.

Apretó el pedal hasta el suelo. El motor rugió, pero la camioneta estaba inmóvil.

El Sr. Señor llegó corriendo alrededor del lado de la camioneta. La puerta estaba aún abierta.

“¡Mete una marcha!”, grito Tic.

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El cambio de la marcha estaba en el suelo, cerca del asiento. Stanley tiró de la palanca hacia atrás hasta la flecha apuntando a la letra D, de Drive (conducción).

La furgoneta dio un bandazo. Stanley se recostó bruscamente contra el asiento y se amarró al volante mientras la furgoneta aceleraba. Su pié estaba presionando el suelo.

La camioneta fue más y más rápido a través del lecho del lago. Botó sobre un montón de suciedad. De repente, Stanley salió disparado, luego, al momento para atrás, cuando el airbag explotó en su cara. Se salió por la puerta abierta sobre el suelo.

Había conducido de frente a un hoyo.

Yacía sobre la tierra permaneciendo al lado de la furgoneta, que sobresalía volcada en el suelo. El suspiró. No podía culpar esta vez a su tatarabuelo. Esta vez era su propia falta, el cien por cien. Probablemente había hecho la cosa más estúpida que jamás había hecho en su corta y triste vida.

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Logró ponerse en pie. Estaba mareado, pero creía que no se había roto ningún hueso. Echó un vistazo al Sr. Señor, quien continuaba en el lugar en el que estaba, mirando fijamente a Stanley.

Corrió. Su cantimplora estaba sujetada alrededor de su cuello. Golpeaba contra su pecho cuando corría, y cada vez que golpeaba contra él, le recordaba que estaba vacía, vacía, vacía.

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Poco a poco se puso a caminar. Tan lejos como él podía decir, nadie estaba persiguiéndole. Podo oír voces viniendo de atrás desde la camioneta, pero no pudo entender las palabras. Ocasionalmente podía oír el ruido del motor, pero la camioneta no iría pronto a ninguna parte ni por el momento.

Se centró que en lo tenía que pensar era en la dirección del Gran Pulgar. No podía verlo a través de la calima.

Caminando despacio se calmó y le permitió pensar claramente. Dudó que pudiese llegar al Gran Pulgar, y sin agua en su cantimplora, no quería arriesgar su vida con la esperanza de que pudiese encontrar refugio allí. Tenía que regresar al campamento. Lo sabía. Pero él no tenía prisa. Sería mejor volver después, después de que todos tuviesen la oportunidad de calmarse. Y tan lejos como él llegase, también podía buscar a Zero.

Decidió que caminaría tan lejos como pudiese, hasta que estuviese demasiado débil para ir más lejos, luego daría la vuelta y regresaría.

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Sonrió Cuando se dio cuenta que no trabajaría tanto. Sólo iría medio camino –medio camino tan lejos de lo que él pensaba que podía ir, así que él aún tendría la fuerza para regresar. Luego tendría que hacer un trato con Alcaidesa, decirle dónde encontró el tubo pintalabios de Kate Barlow y suplicar un perdón.

Estaba sorprendido por lo lejos que se extendían los hoyos. Incluso no podía ver las instalaciones del campamento más, pero aún seguía pasando agujeros. Cuando pensó que acababa de pasar el último hoyo, tuvo que pasar otro grupo de ellos, un poco más lejos.

De regreso a los barracones, ellos habían cavado en orden sistemático, hilera sobre hilera, permitiendo un espacio para la furgoneta del agua. Pero fuera no había orden. Era como si cada uno por un instante, en un ataque de frustración, Alcaidesa solo cogiese un sitio al azar y dijera: “Qué demonios, cava aquí”. Era como si tratase de adivinar los números ganadores de la lotería.

Stanley se encontró mirando dentro de cada hoyo que pasó. No se confesaba qué estaba buscando.

Después de más de una hora de marcha, pensó que seguramente había visto el último hoyo, pero entonces, a la izquierda vio otro grupo de ellos. En realidad no vio los hoyos. El vio los montones de tierra que los rodeaban.

Caminó sobre los montones y miró dentro del primer hoyo. Su corazón se paró.

Abajo, en el fondo, había una familia de lagartijas de manchas amarillas. Sus grandes ojos rojos le miraban a él.

Brincó hacia atrás sobre el montón y corrió.

No sabía si le estaban persiguiendo. Pensó que debía haber echado un vistazo desde fuera del hoyo.

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Corrió hasta que no pudo más lejos, luego se desplomó. Ellas no habían ido tras él.

Se sentó allí un rato y recuperó el aliento. Cuando se puso en pie, creyó que había percibido algo en el suelo, a unas 50 yardas. No parecía mucho, quizá solo una gran roca, pero en una tierra de vacío, cualquier pequeña cosa parecía inusual.

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Caminó despacio hacia ella. El encuentro con las lagartijas le había hecho muy cuidadoso.

Era un saco vacío de pipas. Se preguntaba si sería el mismo que Imán le había robado al Sr. Señor, aunque ese no lo parecía.

Le dio la vuelta y dentro encontró una semilla pegada en la bolsa.

Comida.

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El sol estaba casi directamente sobre su cabeza. Supuso que podría caminar por no más de otra hora, puede que dos, antes de que tuviera que regresar.

Parecía sin sentido. Podía ver que no había nada delante de él. Nada salvo el vacio. Estaba caliente, cansado, hambriento y sobre todo, sediento. Puede que justo ahora era el momento de dar la vuelta. Puede que ya hubiese hecho medio camino y no lo supiese.

Luego, mirando alrededor vio un depósito de agua a menos de 100 millas más delante de donde él estaba. Cerró sus ojos y los abrió para estar seguro de que no lo estaba imaginando. La piscina (depósito) aún seguía ahí.

Aceleró hacia ella. La piscina aceleró alejándose de él, moviéndose cuando él se movía, parando cuando él paraba.

No había agua. Era un espejismo causado por el reflejo de las olas calor elevándose del suelo seco.

Se mantuvo caminando. Todavía permaneció llevando el saco vacío de…

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… semillas de pipas de girasol. No sabía si podría encontrar algo para ponerlo dentro.

Después de un rato, pensó que podía distinguir las formas de las montañas a través de la calima. Al principio no estaba seguro si era otra especie de milagro, pero cuanto más lejos caminaba su vista se volvía más nítida. Casi frente a él, podía ver lo que estaba buscando desde el principio, con su pulgar señalando hacia arriba.

No sabía lo lejos que estaba. ¿Cinco millas?, ¿cincuenta? Una cosa era cierta, era más de medio camino.

Se mantuvo caminando hacia ella, aunque no sabía por qué. Sabía que había tenido que dar la vuelta antes de llegar allí. Pero cada vez que lo miraba, parecía que le deba ánimo, dándole a él la señal del pulgar hacia arriba (OK).

Cuando continuaba caminando, llegó a percibir un gran objeto en el lago. No podía ver qué era, e incluso si era natural o artificial. Parecía tan pequeño como un árbol caído, aunque no parecía posible que un árbol pudiese crecer aquí. Más seguramente era una loma de rocas o suciedad.

El objeto, lo que fuera que fuese, no estaba en el camino del Gran Pulgar, sino fuera, hacia la derecha. Trató de decidir entre ir a él o continuar hacia el Gran Pulgar. O Quizás dar la vuelta.

Decidió que no había posibilidad en alcanzar el Gran Pulgar. Nunca lo conseguiría. Por todo lo que sabía, era como perseguir la luna. Pero él podía alcanzar el objeto misterioso.

Cambió las direcciones. Dudaba qué era…

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… pero el hecho de que hubiese algo en el medio de toda esa nada hacía que fuese difícil para él no hacerle caso.

Decidió hacer al objeto su punto de medio camino, y él esperaba que ya no hubiese ido demasiado lejos.

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Se rió para sí mismo cuando vio lo que era. Era un barco, o parte de un barco de todos modos. Lo encontró divertido ver un barco en el medio de este páramo seco y yermo. Pero después de todo, se dio cuenta, esto había sido una vez un lago.

El bote yacía sobre un lateral, medio enterrado en la suciedad.

Puede que alguien se haya ahogado aquí, pensó pesarosamente, en el mismo lugar donde él podía muy bien morir de sed.

El nombre del barco había sido pintado en la parte de atrás. Las letras rojas, al revés, estaban desconchadas y desteñidas, pero aún pudo leer el nombre: Mary Lou.

En un lado del barco había y montón de tierra y después un agujero dirigiéndose debajo del bote. El agujero parecía bastante grande para que un animal de buen tamaño se arrastrase por él.

Oyó un ruido. Algo se revolvió bajo el bote.

Estaba saliendo.

“¡Hey!” gritó Stanley, esperando asustarle para meterlo dentro. Su boca estaba muy seca y era duro gritar muy fuerte.

“¡Hey!”, la cosa contestó débilmente.

Luego una mano negra y una manga naranja salieron del túnel.

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La cara de Zero parecía como una linterna de calabaza que había sido dejada fuera demasiados días pasado Halloween –medio podrida, con los ojos hundidos y la sonrisa colgando. “¿Eso es agua?” preguntó. Su voz era débil y rasposa. Sus labios estaban tan pálidos que eran casi blancos, y su lengua parecía flotar inútilmente en su boca mientras hablaba, como si tratase de mantenerse en su sitio.

“Está vacía.” Dijo Stanley. Miró fijamente a Zero, sin creerse bastante que él era real. “Intenté traerte la furgoneta del agua entera, pero,” sonrió tímidamente, “la conduje a un agujero. No puedo creer que estés…”

“Yo tampoco,” dijo Zero.

“Vamos, tenemos que regresar al campamento.”

Zero sacudió su cabeza. “No voy a regresar.”

“Tienes que regresar. Ambos tenemos que regresar.”

“¿Quieres algo de sploosh?” preguntó Zero.

“¿Qué?”

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Zero cubrió sus ojos con su antebrazo. “Está más fresco bajo la barca,” dijo.

Stanley miró a Zero arrastrarse de vuelta a su agujero. Era un milagro que aún estuviera vivo, pero Stanley sabía que tendría que llevarle de vuelta al campamento pronto, aunque tuviese que llevarlo encima.

Se arrastró después de él, y le fue posible apretar su cuerpo a través del agujero. Nunca debió hacer gimnasia cuando llegó a Camp Green Lake. Había perdido mucho peso.

Cuando se impulsó a través del agujero, su pierna se golpeó contra algo duro y afilado. Era una pala. Durante un segundo Stanley se preguntó cómo estaba allí, pero luego recordó que Zero la había cogido después de golpear al Sr. Pendanski.

Se estaba más fresco bajo la barca, que estaba semienterrada en la suciedad. Había bastantes grietas y agujeros en el fondo del barco, ahora el techo, para dar luz y ventilación. Podía ver tarros llenos dispersos.

Zero agarró un tarro en su mano y gruñó mientras intentaba aflojar la tapa.

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“¿Qué es esto?”

“¡Sploosh!” Su voz era tensa cuando trabajaba con el tarro. “Así es como yo le llamo. Estaban enterrados bajo la barca.”

Aún no podía conseguir quitar la tapa. “Encontré 16 tarros. Oye, acércame la pala.”

Stanley no tenía mucho espacio para moverse. Se estiró tras él, agarró el final de madera de la pala y se la ofreció a Zero, la hoja primero.

“Algunas veces sólo tienes que…” dijo Zero, luego golpeó el tarro contra la hoja de la pala, rompiendo la parte de arriba del tarro…

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… limpiamente. Rápidamente llevó el tarro a su boca y lamió el “sploosh” del borde irregular antes de que se derramara.

“¡Cuidado!,” advirtió Stanley.

Zero recogió la tapa rota y le lamió el “sploosh” también. Luego, le dio el tarro roto a Stanley.

“Bebe algo”

Stanley lo cogió en su mano y permaneció ante él un momento. Tenía miedo del cristal roto. También tenía miedo del “sploosh”. Parecía como el barro. A pesar de todo, pensó, debe haber estado en el barco cuando se hundió. Eso significa que tenía probablemente unos cien años. ¿Quién sabía qué clase de bacteria podía estar viviendo en ella?

“Está bueno,” dijo Zero, animándole.

Se preguntaba si Zero había oído lo de la bacteria. Subió el tarro hacia su boca y cuidadosamente tomó un sorbo.

Era templado, burbujeante, néctar blando, dulce y ácido. Parecía como si el cielo fluyese sobre su boca seca y bajara su garganta reseca. Pensó que debía haber sido alguna especie de fruta alguna vez, quizá melocotones.

Zero le sonrió. “Te dije que estaba bueno.”

Stanley no quería beber demasiada. Pero estaba demasiado bueno para resistirse. Ellos pasaron el tarro una y otra vez hasta que estuvo vacío. “¿Cuántas quedan?” preguntó.

“Ninguna.” Dijo Zero.

La expresión de Stanley se volvió sombria. “Ahora tengo que llevarte de vuelta,” dijo.

“No voy a cavar ningún agujero más”, dijo Zero.

“Ellos no te harán cavar,” prometió Stanley. “Probablemente te enviarán al hospital, como a Saco de vómito.”

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“Saco de Vómito pisó una serpiente de cascabel,” dijo Zero.

Stanley recordó cómo él casi había hecho lo mismo. “Supongo que no oyó el cascabel.”

“Lo hizo a propósito,” dijo Zero.

“¿Crees?”

“Antes se quitó el zapato y el calcetín.”

Stanley sintió un escalofrío cuando trataba de imaginarlo.

“¿Qué es Mar-ya Luh oh oo?” preguntó Zero.

“¿Qué?”

Zero se concentró. “Mar-ya Luh oh oo.”

“No tengo ni idea.”65

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“Te lo enseñaré,” dijo Zero. Se arrastró fuera bajo la barca.

Stanley le siguió. Fuera, tenía que proteger sus ojos de la claridad.

Zero caminó alrededor a la parte de atrás de la barca y apuntó a las letras (escritas) boca abajo. “Mm-ar-yuh. Luh-oh-oo.”

Stanley sonrió. “Mary Lou. Es el nombre de la barca.”

“Mary Lou,” repitió Zero, estudiando las letras. “Creí que ‘Y’ formaba el sonido ‘Yuh’.”

“Lo hace,” dijo Stanley. “Pero no cuando está al final de la palabra. Algunas veces ‘Y’ es una vocal y otras veces es una consonante.”

De repente Zero se quejó. Se agarró el estómago y se inclinó.

“¿Estás bien?”

Zero se cayó al suelo. Yacía sobre un lado, con sus rodillas sobre su pecho. Continuó gimiendo.

Stanley le miró sin poder hacer nada. Se preguntaba si era el…

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… splosh. Miró hacia el Camp Green Lake. Al menos lo que él creía que era la dirección del Camp Green Lake. No estaba totalmente seguro.

Zeró paró de gemir y su cuerpo se desdobló lentamente.

“Te llevaré de regreso,” dijo Stanley.

Zero intentó levantarse. Respiró profundamente varias veces.

“Mira, tengo un plan, así que no lo estropearás,” Stanley le aseguró. “Recuerda cuando encontré el tubo de oro. Recuerda, se lo di a Rayos X, y Alcaidesa se volvió loca haciéndonos cavar donde ella creía que Rayos X lo había encontrado. Creo que si le digo a Alcaidesa dónde lo encontré realmente, ella no dejará en paz.”

“No voy a regresar,” dijo Zero.

“No tienes ningún sitio a donde ir,” dijo Stanley.

Zero no dijo nada.

“Morirás aquí fuera,” dijo Zero.

“Entonces moriré aquí fuera.”

Stanley no sabía qué hacer. Había venido a rescatar a Zero y en lugar de eso bebió su último sploosh. Miró a lo lejos. “Quiero que mires algo.”

“Yo no-“

“Sólo quiero que mires la montaña de allí arriba. ¿Ves una que tiene algo saliendo de ella?”

“Sí, creo.”

“Qué te parece? ¿Se te parece a algo?”

Zero no dijo nada.

Cuando analizó la montaña, su mano derecha lentamente formó un puño. Levantó su pulgar. Sus ojos fueron de la montaña, a su mano, luego de vuelta a la montaña.

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Pusieron cuatro de los tarros no rotos en el saco, por si tuviesen que usarlos. Stanley llevaba en saco. Zero la pala.

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“Debería advertirte,” dijo Stanley. “No soy exactamente el chico más afortunado del mundo.”

Zero no se preocupó. “Cuando gastas tu vida entera viviendo en un agujero,” dijo, “la única forma en la que puedes ir es levantado.”

Se hicieron uno a otro la señal del pulgar hacia arriba, luego salieron.

Era la parte más calurosa del día. La cantimplora vacía de Stanley estaba aún sujeta alrededor de su cuello. Recordó la furgoneta del agua, y deseó que al menos hubiera parado y rellenado su cantimplora antes de salir corriendo.

Ellos no habían ido muy lejos antes de que Zero tuviese otro ataque. Agarró firmemente su estómago mientras se tiraba en el suelo.

Stanley sólo pudo esperar para hasta que pasase. El sploosh…

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… había salvado la vida de Zero, pero estaba ahora destruyéndole por dentro. Se preguntaba cuánto pasaría antes de que él también sintiera los efectos.

Miró al Gran Pulgar. No parecía más cercano que cuando salieron.

Zero respiró profundamente y trató de levantarse.

“¿Puedes levantarte?” le preguntó Stanley.

“Sólo dame un segundo,” dijo Zero. Tomó otro aliento, y luego, usando la pala, se puso en pie. Le hizo a Stanley la señal del pulgar hacia arriba y continuaron.

Algunas veces intentaría ir mucho tiempo sin mirar al Gran Pulgar. Se haría una instantánea mental de qué le parecía, luego quizá esperar diez minutos antes de mirarla de nuevo, para ver si le parecía más cerca.

Nunca se hizo. Era como perseguir la luna.

Y si incluso la alcanzaban, reconoció, aún tendrían que escalarla.

“Me pregunto quién es ella,” dijo Zero.

“¿Quién?”

“Mary Lou,” dijo Zero.

Stanley sonrió. “Creo que sería alguna vez una persona real en un lago real. Es difícil imaginarlo.”

“Apuesto que era hermosa,” dijo Zero. “Alguien debe haberla amado mucho, para llamar a una barca como a ella.”

“Si” dijo Stanley. “Apuesto que se vería hermosa en traje de baño, sentada en la barca mientras su novio remaba.”

Zero usó la pala como una tercera pierna. Dos piernas no eran bastante para mantenerle en pie. “Tengo que parar y descansar,” dijo después de un rato.

Stanley miró al Gran Pulgar. Aún no parecía más cercano.

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Temía que si Zero paraba, nunca podría ponerse en marcha de nuevo. “Estamos casi allí,” dijo.

Se preguntaba qué estaba más cerca: el Campamento Green Lake o el Gran Pulgar.

“Realmente tengo que sentarme.”

“Solo mira si puedes ir un poco-“

Zero se cayó. La pala se quedó levantada una fracción de segundo más, perfectamente equilibrada en la punta de la hoja, después, se cayó a su lado.

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Zero se arrodilló, doblándose sobre su cabeza en el suelo. Stanley pudo oir el sonido muy bajo de un gemido viniendo de él. Miró la pal ay no podía ayudarle salvo que pudiese necesitarla para cavar una tumba. El último agujero de Stanley.

“¿Y quién cavará una tumba para mí?” pensó.

Zero se levantó una vez más, haciendo la señal del pulgar en alto.

“Pregúntame algunas palabras,” dijo débilmente.

Le llevó a Stanley unos segundos darse cuenta de qué quería decir él.

Después sonrió y dijo, “r-u-n”

Zero se lo dijo par si en alto. “rr-unn run, run.”

“Bien. F-u-n”

“Fffun”

Deletrear parecía ayudar a Zero. Le hacía concentrarse en algo fuera de su enfermedad y debilidad.

Esto distrajo a Stanley también. La siguiente vez que miró arriba al Gran Pulgar, de verdad parecía más cercano.

Ellos dejaban de deletrear palabras cuando dolía demasiado para hablar. La garganta de Stanley estaba seca. Estaba débil y cansado, aunque tan mal como se sentía, sabía Zero se encontraba diez veces peor. Tan pronto como Zero pudo ponerse en marcha, el pudo ponerse en marcha también

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Era posible, pensó, esperó, que no tuviese nada de la bacteria mala. Zero no había sido capaz de abrir la tapa. Quizás los gérmenes malos, tampoco pudiesen estar dentro. Quizá la bacteria estuviera sólo en los tarros que se abrían fácilmente, los únicos que ahora estaba llevando en el saco.

Lo que más asustaba a Stanley sobre morirse no era la misma muerte. Imaginaba que podía soportar el dolor. No debía ser peor que como se encontraba ahora. De hecho, quizás en el momento de su muerte estaría demasiado débil para sentir dolor. La muerte sería un alivio. Lo que más le preocupaba a él era que sus padres desconociendo que le sucedía, desconociendo si estaba vivo o muerto. Odiaba imaginar qué supondría para su madre y su padre, dia tras día, mes tras mes, ignorándolo, viviendo con falsa esperanza. Para él, al menos, se abría acabado. Para sus padres el dolor nunca acabaría.

Se preguntaba si Alcaidesa enviaría un grupo de búsqueda para buscarle a él. No parecía igual. Ella no enviaría a nadie para buscar a Zero. Pero nadie se preocupaba por Zero. Ellos simplemente destruirían sus archivos.

Pero Stanley tenía una familia. Ella no podía fingir que él nunca estuvo allí. Se preguntaba qué les diría a ellos. Y cuando.

“¿Qué crees que hay allí arriba?” preguntó Zero.

Stanley miró a lo alto del Gran Pulgar. “Oh, probablemente un restaurante italiano” dijo.

Zero logró reírse.

“Creo que pediré una pizza pepperoni y una gran refresco,” dijo Stanley.

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“Yo quiero un helado de chocolate”, dijo Zero. “con cacahuetes y crema montada, y plátanos, y caramelo de leche caliente.”

El sol estaba casi directamente delante de ellos. El pulgar apuntaba arriba hacia él.

Ellos llegaron al final del lago. Grandes acantilados de piedra blanca se elevaban ante ellos.

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No como en la orilla Este, donde estaba situado el Campamento Green Lake, la orilla Oeste no descendía gradualmente. Era como si ellos hubiesen estado caminando a lo largo del fondo plano de una sartén gigante, y ahora, tenían de alguna manera que escalar fuera de ella.

No podían ver más el Gran Pulgar. Los acantilados tapaban su vista. Los acantilados tapaban el sol también.

Zero gruñó y se agarró su estómago, pero se mantuvo en pie. “estoy bien,” suspiró.

Stanley vio una grieta, de unas seis pulgadas de profundidad y un pie de ancho, bajando el acantilado. En la otra cara de la grieta, estaba el borde del acantilado. “Intentémoslo por allí,” dijo.

Parecía ser una escalada de unos 55 pies, de frente.

Stanley aún trataba de agarrar el saco de tarros en su mano izquierda, cuando subía despacio, de borde a borde, entrecruzando la grieta. A veces, tenía que usar el lado de la grieta para apoyarse, para poder llegar al siguiente borde.

Zero permanecía con él de algún modo. Su cuerpo débil temblaba terriblemente cuando escalaba la pared de piedra.

Algunos de los bordes eran bastante anchos para sentarse en ellos. Otros sobresalían no más que unas pocas pulgadas –sólo lo justo para un paso rápido. Stanley paró a unos dos terceras partes de la ascensión, en un borde ancho y limpio. Zero llegó al costado de él.

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“¿Estás bien?” preguntó Stanley.

Zero hizo la señal del pulgar en alto. Stanley hizo lo mismo.

Miró sobre él. No estaba seguro cómo conseguiría llevar al siguiente borde. Estaba a tres o cuatro pies sobre su su cabeza y no veía ningún apoyo para los pies. Tenía miedo de mirar abajo. “Levántame,” dijo Zero. “Después yo te izaré con la pala.”

“Tú no serás capaz de izarme,” dijo Stanley.

“Si” dijo Zero.

Stanley ahuecó sus manos juntas y Zero subió sobre sus dedos intercalados. El fue capaz de levantar a Zero lo bastante alto para agarrar saliente bloque de piedra. Stanley siguió ayudándole desde abajo mientras Zero se impulsaba en el borde.

Mientras Zero conseguía se situaba arriba, Stanley unía el saco a la pala, haciendo un agujero en la tela del saco. Se la pasó a Zero.

Primero Zero agarró el saco, luego la pala. Colocó la pala de tal manera que la mitad de la hoja encajaba en el saliente de la roca. El mango de madera colgaba hacia Stanley. “Vale,” dijo.

Stanley dudó que funcionara. Una cosa era que él levantara a Zero, que pesaba la mitad. Otra muy distinta era que Zero intentase elevarle a él.

Stanley se agarró del mango de la pala para escalar la pared de piedra, usando los lados de la grieta para ayudarle a soportarle. Sus manos se movían una sobre otra, subiendo el mango de la pala.

Sintió la mano de Zero agarrándole por la muñeca.

Soltó una mano del mango y con otra se agarró en lo alto del borde.

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Reunió las fuerzas y por un instante pareció desafiar la gravedad, dio un rápido paso en la pared y , con la ayuda de Zero, se impulsó el último trecho hasta llegar a la repisa.

Cogió aliento. No había posibilidad que hubiese podido hacerlo hace unos meses.

Notó una gran mancha de sangre en su muñeca. Le llevó un momento darse cuenta que era la sangre de Zero.

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Zero tenía cortes profundos en ambas manos. Había agarrado la hoja de metal de la pala, manteniéndola quieta mientras Stanley escalaba.

Zero llevó sus manos a la su boca y chupó la sangre.

Uno de los tarros de cristal se había roto en el saco. Decidieron salvar los trozos. Podían necesitar hacer un cuchillo o algo.

Descansaron un rato, luego continuaron subiendo. El resto del camino era bastante fácil.

Cuando alcanzaron el terreno llano, Stanley miró hacia arriba para ver el sol, una bola de fuego en equilibrio sobre el Gran Pulgar. Dios estaba haciendo girar una pelota de baloncesto.

Pronto estaban caminando por la sombra larga y delgada del pulgar.

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“Estamos casi allí,” dijo Stanley. Podía ver la base de la montaña.

Ahora que ellos estaban en verdad casi allí, se asustó. El Gran Pulgar era su única esperanza. Si allí no había agua, refugio, entonces ellos no tendrían nada, ni incluso esperanza.

No había un lugar exacto donde la tierra plana parase y la montaña comenzase. El suelo era cada vez más empinado y entonces no había duda de que estaban subiendo la montaña.

Stanley no pudo ver más al Gran Pulgar. La cuesta de la montaña se interponía.

Llegó a ser demasiado dura para subir en línea recta. En vez de ello, zigzaguearon de izquierda a derecha, incrementando la altitud poco a poco cada vez que cambiaban las direcciones.

Parches de hierba aparecieron en la ladera de la montaña. Caminaron de un parche a otro, usando la hierba como sujeción en los pies. Cuánto…

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… más alto iban, más abundante era la vegetación. Algunas tenían espinas, y ellos tenían que tener cuidado al caminar entre ellas.

A Stanley le hubiese gustado parar y descansar, pero temía que nunca consiguiesen ponerse en marcha de nuevo. Tanto como Zero pudiese marchar, el marcharía también. Además sabía que no les quedaba demasiada luz diurna

Mientras el cielo se oscurecía, aparecieron bichos sobre los parches de hierba. Una bandada de mosquitas los perseguía, atraídos por su sudor. Ni Stanley ni Zero tenían la fuerza para intentar espantarlas.

“¿Cómo vas?” preguntó Stanley.

Zero hizo el signo del pulgar hacia arriba. Luego dijo “si se me posa una mosca sobre mí, me tirará.”

Stanley le dijo alguna palabra más. “B-U-G-S,” deletreó.

Zero se concentró profundamente. Luego dijo: “BOOGS.”

Se rio. Una amplia sonrisa apareció en la cara cansada y enferma de Zero. “Bugs”, dijo.

“Bien”, dijo Stanley. “Recuerda, es una ‘u’ corta si no hay ‘e’ al final. A ver, una difícil. ¿Qué tal L-U-N-C-H?”

“LUH- LUH UN-“de repente Zero hizo un ruido horrible y desgarrador, mientras se doblaba y se agarraba su estómago. Su cuerpo frágil tembló violentamente y vomitó, vaciando el estómago de sploosh.

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Se arrodilló y respiró hondo varias veces. Luego se puso en pie y siguió subiendo.

La nube de bichos permaneció detrás prefiriendo el contenido del estómago de Stanley al sudor de la cara de los muchachos.

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Stanley no le dijo más palabras, pensando que necesitaba guardar sus fuerzas. Pero unos diez o quince minutos después, Zero dijo “LUNCH”.

Cuando ellos escalaban más alto, los grupos de vegetación aumentaban, y tenían que tener cuidado de que no se les enredaran los pies en las zarzas de espinas. Stanley de repente se dio cuenta de algo. No habían visto ninguna planta en el lago.

“Hierbas y bichos,” dijo. “Tiene que haber agua por algún sitio. Debemos estar cerca.”

En la cara de Zero apareció una enorme sonrisa de payaso. Hizo el signo del pulgar en alto y después cayó.

No se levantó. Stanley se agachó a su lado. “Vamos Zero,” le dijo, “Estamos cerca. Vamos Hector. Hierba y bichos. Hierba y bichos.”

Stanley le empujó. “Ya te he pedido tu helado de chocolate caliente,” dijo. “Lo están haciendo justo ahora.”

Zero no dijo nada.

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Stanley agarró a Zero por los antebrazos y lo puso en pie. Después se agachó y permitió que Zero cayera sobre su hombro derecho. Se incorporó y levantó el cuerpo agotado de Zero del suelo.

Dejó la pala y el saco de tarros detrás, mientras continuaba subiendo la montaña. Las piernas de Zero colgaban delante de él.

Stanley no podía ver sus pies, lo que hacía muy difícil avanzar entre las zarzas. Se concentró en cada paso, uno tras otro, levantando el pie y pisando cuidadosamente. Pensó sólo en el siguiente paso y no en la tarea imposible que tenía ante él.

Subió más y más alto. Sus fuerzas venían de algún lugar profundo dentro de él mismo y también parecían proceder de fuera. Tras concentrarse tanto tiempo en el Gran Pulgar, era como si la roca hubiese absorbido su energía u ahora actuase como una especie de imán gigante atrayéndole.

Después de un rato notó un olor nauseabundo. Al principio pensó…

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… que venía de Zero, pero parecía estar en el aire, cubriendo densamente todo lo que estaba a su alrededor.

También notó que el suelo no estaba empinado. Al tiempo que notó el terreno llano, una gran roca apareció justo delante de él, apenas visible a la luz de la luna. Parecía crecer a cada paso que daba.

Ya no parecía un pulgar.

Y supo que no sería capaz de escalarla.

A su alrededor, el olor se hizo más fuerte. Era el olor amargo de la desesperación.

Incluso si de alguna forma pudiese escalar el Gran Pulgar, sabía que no encontraría agua. ¿Cómo podía haber agua allí, en lo alto de una roca gigante? Las hierbas y los bichos sobrevivían sólo con el agua de las tormentas que caían ocasionalmente, como la que había visto desde el campamento.

Aún así, siguió avanzando. Por lo menos quería llegar al Pulgar.

Nunca lo consiguió.

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Se resbaló. La cabeza de Zero se golpeó contra su hombro mientras caía y rodaba por una pequeña zanja con barro.

Tumbado boca abajo contra el barro, no sabía si sería capaz de volver a levantarse alguna vez. No sabía si incluso podría intentarlo. ¿Había hecho todo ese camino sólo para…? “¡Se necesita agua para hacer barro!”

Gateó por la zanja en la dirección que parecía con más barro. El barro le salpicaba cuando palmeaba el suelo.

Usando ambas manos, cavó un agujero en la tierra húmeda. Estaba demasiado oscuro para ver, pero creyó que podía sentir un pequeño charco…

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… de agua en el fondo de su hoyo. Metió la cabeza en el hoyo y lamió el barro.

Cavó más profundo, y mientras lo hacía, más agua parecía llenar el hoyo. No podía verla, pero podía sentirla- primero con sus dedos, luego con su lengua.

Cavó hasta que el hoyo era tan profundo como largo era su brazo. Había suficiente agua para sacarla con sus manos y arrojarla sobre la cara de Zero.

Los ojos de Zero permanecían cerrados. Pero su lengua salió entre sus labios, buscando las gotas.

Stanley arrastró a Zero más cerca del hoyo. Cavó, sacó agua y la echó con sus manos en la boca de Zero.

Mientras continuaba ensanchando el hoyo, su mano se topó con un objeto redondo y suave. Era demasiado redondo y suave para ser una piedra.

Le quitó la tierra y vio que era una cebolla.

La mordió sin pelarla. El jugo amargo y caliente le estalló en su boca. Pudo sentir cómo subía a sus ojos. Y cuando tragó, sintió su calor bajando por su garganta y por su estómago.

Sólo comió la mitad. Le dio la otra mitad a Zero.

“Vamos, cómete esto.”

“¿Qué es?” Zero suspiró.

Un helado de chocolate caliente.

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Stanley se despertó en medio de un prado, mirando hacia la torre gigante de roca. Estaba cubierta de diferentes tonos de rojo, ocre, marrón y tostado. Debía medir unos cien pies de altura.

Stanley se quedó un rato tumbado, sólo mirándola. No tenía fuerza para levantarse. Sentía como dentro de su boca y garganta estuviesen cubiertas de arena.

Y no le extrañaba. Al girarse, vio el agujero de agua. Tenía unos dos pies y medio de profundidad y unos tres pies de ancho. En el fondo había no más de dos pulgadas de agua marrón.

Sus manos y dedos estaban doloridos de cavar, especialmente bajo las uñas. Sacó algo de agua sucia, la metió en su boca, la movió tratando de filtrarla con sus dientes.

Zero gimió.

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Stanley trató de decirla algo, pero no le venían palabras a su boca, y tuvo que probarlo de nuevo. “¿Cómo estás?”. Dolía hablar.

“No muy bien,” dijo Zero con voz baja. Con gran esfuerzo, se dio la vuelta y se arrastró al hayo del agua. Metió la cabeza dentro y lamió algo de agua.

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Luego se retiró, agarró sus rodillas contra su pecho y rodó a un lado. Su cuerpo temblaba violentamente.

Stanley pensó sobre bajar la montaña para buscar la pala, así podría hacer el agujero del agua más profundo. Quizás eso podría darles agua más limpia. Podrían usar los tarros como vasos para beber.

Pero no creía que le quedasen fuerzas para bajar, ni mucho menos para subir. Y no sabía dónde buscar.

Consiguió ponerse en pie. Estaba en un campo de flores blancas verdosas que parecían extenderse por todos los lugares alrededor del Gran Pulgar.

Respiró profundamente, caminó las últimas 50 yardas hasta el precipicio gigante y lo tocó.

Te la quedas. Te pillé.

Después regresó hacia Zero y el agujero del agua. Por el camino cogió una de las flores. En realidad, se dio cuenta que no era una gran flor, sino que cada flor era realmente un grupo de flores pequeñísimas que formaban una bola redonda. La llevó a su boca, pero tuvo que escupirla

Pudo ver parte del rastro que había hecho la noche anterior, cuando subió a Zero a la montaña. Si iba a bajar y buscar la pala, se dio cuenta, …

PAG

…debía hacerlo pronto, mientras el rastro estuviese visible. Pero no quería dejar a Zero. Temía que pudiese morir mientras él se hubiese ido.

Zero estaba todavía doblado sobre un lado. “Tengo que decirte algo,” dijo con un gemido.

“No hables,” dijo Stanley. “Guarda tus fuerzas.”

“No, escucha,” insistió Zero, cerrando sus ojos con la cara retorcida de dolor

“Estoy escuchando,” susurró Stanley.

“Yo cogí tus zapatillas.”

Stanley no sabía de qué estaba hablando. Las tenía puestas. “Vale,” dijo. “Sólo descansa ahora.”

“Todo es culpa mía,” dijo Zero.

“No es culpa de nadie,” dijo Stanley.

“No lo sabía,” dijo Zero.

“Todo está bien,” dijo Stanley. “Sólo descansa.”

Zero cerró sus ojos. Pero luego dijo de nuevo: “yo no sabía lo de las zapatillas.”

“¿Qué zapatillas?”

“Las del refugio.”

Stanley tardó un momento en comprender. “Las zapatillas de Clyde Livinstong?”

Lo siento, dijo Zero.

Stanley lo miró incrédulo. Era imposible. Zero estaba delirando.

La confesión de Zero pareció darle algo de descanso. Los músculos de su cara se relajaron. Cuando se estaba quedando dormido, Stanley dulcemente le cantó la canción que había cantado su familia durante generaciones:

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“Ojalá, ojalá” suspira el pájaro carpintero,

“La corteza en el árbol fuese un poco más blanda”

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Mientras el lobo espera debajo, hambriento y solitario

El llora a la lu-uu-na,

“Ojalá, ojalá”

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Cuando Stanley encontró la cebolla la noche anterior, no se había preguntado cómo había llegado allí. La comió agradecido. Pero ahora cuando se sentó mirando al Gran Pulgar y la pradera llena de flores, no pudo evitar preguntarse sobre ello.

Si había una cebolla salvaje, debía haber más.

Entrelazó los dedos de las manos y los frotó para intentar calmar el dolor. Luego se agachó y sacó otra flor, esta vez tirando de la planta entera, incluyendo la raíz.

“¡Cebollas!¡Cebollas frescas, cálidas, dulces!” anunciaba Sam mientras Mary Lou tiraba del carro por la Calle Principal. “Ocho centavos la decena.”

Era una hermosa mañana de primavera. El cielo estaba pintado de azul pálido y rosa. El mismo color del lago y los melocotoneros de la orilla.

La Señora Gladys Tennyson vestía sólo su camisón y bata mientras corría tras Sam.

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La Señora Tennyson era normalmente una dama my educada que nunca se presentaba en público sin llevar puesto un vestido elegante y sombrero. Así que fue bastante sorprendente para los habitantes de Lago Verde verla pasar corriendo.

“¡Sam!” gritó.

“¡So, Mary Lou!” dijo Sam, parando la mula y el carro. “Buenos días, Sra. Tennyson,” dijo. “¿Cómo está la pequeña Becca?”

Gladys Tennyson era todo sonrisas. “Creo que se va a recuperar. La fiebre le bajó hace una hora. Gracias a ti.”

“Estoy seguro que la mayor parte del mérito es del Buen Señor y del Doctor Hawthorn.”

“El Buen Señor, si,” estuvo de acuerdo la Sra. Tennyson. “ Pero no del Dr. Hawthorn. Ese matasanos quería ponerle sanguijuelas en el estómago!¡Sanguijuelas! ¡Por Dios! Dijo que ellas le chuparían la mala sangre. Ahora dime. ¿Cómo puede una sanguijuela distinguir entre la buena y la mala sangre?”

“No lo sé,” dijo Sam

“Fue tu tónico de cebollas,” dijo la Sra. Tennyson. “Eso fue lo que la salvó.

Otras personas del pueblo se acercaron al carro. “Buenos días Gladys, “ dijo Kattie Parker. “No pareces muy arreglada esta mañana.”

Varios se rieron.

“Bueno días Hattie”, contestó la Sra. Tennyson.

“¿Sabe tu marido que andas por ahí en ropa de dormir?” preguntó Hattie.

Hubo más risitas.

“Mi marido sabe exactamente dónde estoy y cómo voy…

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… vestida, gracias,” dijo la Sra. Tennyson. “Hemos pasado ambos toda la noche levantados y media mañana con Rebeca. Casi muero por una infección de estómago. Parece que comió carne en mal estado.”

Hattie se sonrojó. Su marido, Jim Parker, era el carnicero.

“También nos enfermó a mi marido y a mí,” dijo la Sra. Tennyson, “pero casi mata a Rebeca, al ser tan joven. Sam salvó su vida.”

“No fui yo,” dijo Sam. “Fueron las cebollas.”

“Me alegro de que Rebeca esté bien,” dijo Hattie arrepentida.

“no hago más que decirle a Jim que tiene que limpiar los cuchillos,” dijo el Sr. Pike, propietario de la tienda.

Hattie Parker se disculpó y se marchó rápidamente.

“Dile a Rebeca que cuando esté bien, venga a mi tienda a por un caramelo,” dijo el Sr. Pike.

“Gracias, lo haré.”

Antes de volver a casa, la Sra. Tennyson le compró una docena de cebollas a Sam. Le dio diez centavos y le dijo que se quedara con el cambio.

“No acepto limosnas,” dijo Sam. “pero si quieres comprar unas pocas más a Mary Lou, seguro que ella lo agradecerá.”

“De acuerdo entonces,” dijo la Sra. Tennyson. “Dame el cambio en cebollas.”

Sam le dio a la Sra. Tennyson tres cebollas más, y ella se las dio de una en una a Mary Lou. Se rió mientras la vieja burra las comía de su mano.

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Stanley y Zero durmieron a ratos durante los siguientes dos días, comieron cebollas, todas las que quisieron, y bebieron agua sucia. Por la tarde el Gran Pulgar les daba sombra. Stanley trató de hacer el agujero más profundo, pero necesitaba la pala. Sólo conseguía remover el fango y poner el agua más sucia.

Zero estaba durmiendo. Todavía estaba enfermo y débil, pero el sueño y las cebollas parecían estar sentándole bien. Stanley ya no temía que fuese a morir pronto. Pero no quería ir a por la pala mientras Zero estuviese dormido. No quería que se despertase y creyese que le había abandonado.

Esperó a que Zero abriese sus ojos.

“Tengo que ir a buscar la pala,” dijo Stanley.

“Te esperaré aquí,” dijo Zero débilmente, como si tuviese otra opción.

Stanley bajó la montaña. El sueño y las cebollas le habían hecho mucho bien a él también. Se sentía fuerte.

Era bastante fácil seguir el rastro que había dejado dos días antes. Había algunos lugares dónde no sabía si iba bien, pero después de buscar un poco volvió a encontrar el camino.

Bajó bastante pero aún no encontraba la pala. Miró atrás hacia lo alto de la montaña. Pensó que debía habérsela pasado. No podía haber subido a Zero desde este lugar.

De todas formas, siguió bajando. Llegó a un tramo de roca desnuda entre dos parches de hierba y se sentó a…

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… descansar. Decidió que efectivamente, había ido demasiado lejos. Estaba cansado de ir hacia abajo. Hubiese sido imposible haber llevado a Zero cuesta arriba desde allí,

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especialmente tras andar todo el día sin agua ni comida. La pala debió haberse quedado enterrada entre las plantas.

Antes de retroceder, echó un último vistazo en todas las direcciones. Vio un claro en medio de las zarzas, un poco más abajo. No parecía que la pala pudiese estar allí, pero ya que había llegado tan lejos…

Allí, tirada entre las altas hierbas, encontró la pala y el saco de los tarros. Estaba sorprendido. Se preguntaba si la pala y el saco podían haber rodado ladera abajo. Pero ninguno de los tarros estaba roto, excepto el que ya estaba roto. Y si hubiesen rodado ladera abajo, sería muy raro que se hubiesen encontrado la pala y el saco uno al lado del otro.

En el camino de regreso, Stanley tuvo que sentarse a descansar varias veces. Era una subida dura y larga.

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La salud de Zero continuaba mejorando.

Stanley peló una cebolla lentamente. Le gustaba comérselas capa a capa.

El agujero del agua era casi tan grande como los que había cavado en el Campamento Lago Verde. Tenía casi dos pies de agua turbia. Stanley lo había cavado todo. Zero le había ofrecido ayuda, pero Stanley pensó que sería mejor que Zero guardase sus fuerzas. Era mucho más duro cavar en agua que hacerlo en un lago seco.

Stanley estaba sorprendido que no hubiese caído enfermo- por el sploosh, el agua sucia o vivir sólo a base de cebollas. En casa solía estar enfermo a menudo.

Ambos niños estaban descalzos. Habían lavado sus calcetines. Todas sus ropas estaban muy sucias, pero sus calcetines definitivamente eran lo peor.

No mojaron los calcetines en el hoyo, temiendo que…

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… contaminasen el agua. En su lugar, llenaron los tarros y arrojaron el agua sobre los calcetines sucios.

“No iba muy a menudo al refugio para los “sin techo”, dijo Zero. “Sólo si el tiempo era muy malo. Tenía que encontrar a alguien que fingiese que era mi madre. Si hubiese ido solo, me habrían hecho un montón de preguntas. Y si hubiesen averiguado que no tenía madre, me hubiesen puesto bajo custodia del Estado.”

“¿Qué es bajo custodia del Estado?”

Zero sonrió. “No sé. Pero no me gusta como suena.”

Stanley recordó que el Sr. Pendanski le había dicho a la Alcaidesa que Zero estaba bajo custodia del Estado. Se preguntó si Zero lo sabría.

“Me gustaba dormir al aire libre,” dijo Zero. “Solía imaginar que era un Boy Scout. Los veía en el parque con sus uniformes azules.

“Nuca fui un Boy Scout,” dijo Stanley. Las cosas sociales se me daban mal. Los chicos habían bromas sobre mi porque estaba gordo.”

“Me gustaban los uniformes azules,” dijo Zero. “Quizás no me hubiese gustado ser un Boy Scout.”

Stanley encogió un hombro.

“Mi madre fue una vez Girl Scout,” dijo Zero.

“Creí que dijiste que no tenías madre.”

“Todo el mundo tiene que tener una madre.”

“Vale, lo sé.”

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“Ella me dijo una vez que ganó un premio por vender más galletas de las Girl Scout”, dijo Zero. “Estaba muy orgullosa de ello.”

Stanley peló otra capa de su cebolla.

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“Nosotros siempre cogíamos lo que necesitábamos,” dijo Zero. “Cuando era pequeño, ni siquiera sabía que eso era robar. No me acuerdo cuando lo descubrí. Pero sólo cogíamos lo que necesitábamos, nunca más. Así que cuando vi las zapatillas en el refugio, las saqué de la vitrina y las cogí.”

“¿Las zapatillas de Clyde Linvingstone?” preguntó Stanley.

“No sabía que eran suyas. Yo creía que eran las zapatillas viejas de alguien. Era mejor coger las zapatillas viejas de alguien, creí, que robar un par nuevo. No sabía que eran famosas. Había un cartel, pero no podía leerlo, poro supuesto. Entonces, la siguiente cosa es que todo el mundo estaba alborotado sobre cómo habían desaparecido las zapatillas. En cierto modo era gracioso. Todo el mundo se estaba volviendo loco. Ahí estaba yo, vistiendo las zapatillas, y todo el mundo corriendo alrededor diciendo: ‘¿qué pasó con las zapatillas? Las zapatillas han desaparecido’. Y yo saló andando por la puerta con ellas puestas. Nadie se fijó en mí. Cuando estaba fuera, corrí, di la vuelta a la esquina y me las quité inmediatamente. Las puse encima de un coche aparcado. Recuerdo que olían realmente mal.”

“Si, eran esas,” dijo Stanley. ¿Te quedaban bien?”

“Bastante bien.”

Stanley recordó su sorpresa al ver lo pequeñas que eran las zapatillas de Clyde Livingstone. Las zapatillas de Stanley era mayores. Clyde Livingstone tenía pies pequeños y ligeros. Los de Stanley eran grandes y pesados.

“Debía haberme quedado con ellas,” dijo Zero. “Ya me había escapado del refugio y todo. Al final me arrestaron al día siguiente cuando intenté salir de una tienda con un par de zapatillas nuevas. Si me hubiese quedado con aquellas zapatillas viejas y malolientes, ninguno de los dos estaríamos aquí ahora. “

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Zero ya estaba lo bastante fuerte para ayudar a cavar el hoyo. Cuando terminó, tenía unos seis pies de profundidad. Llenó el fondo con piedras para ayudar a separar el agua de la tierra.

Aún era el que mejor cavaba los hoyos.

“Este es el último hoyo que cavaré,” dijo, arrojando la pala.

Stanley sonrió. Deseaba que fuese verdad, pero sabía que no tenían más remedio que regresar al Campamento Lago Verde. No podían vivir de las cebollas para siempre.

Habían dado la vuelta completa al Gran Pulgar. Era como un reloj de sol gigante. Ellos seguían la sombra.

Ellos fueron capaces de ver en todas la direcciones. No había lugar para ir. La montaña estaba rodeada de desierto.

Zero se quedó mirando al Gran Pulgar. “Debe estar hueco” dijo, “lleno de agua.”

“¿De veras?”

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“¿De dónde si no vendría el agua?” preguntó Zero. “El agua no corre ladera arriba.”

Stanley mordió una cebolla. Ya no le quemaban los ojos ni la nariz, y de hecho, no le parecían que tuviesen un sabor intenso.

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Recordó que cuando había subido a Zero a la montaña el aire tenía un olor amargo. Era el olor de miles de cebollas creciendo, pudriéndose y brotando.

Ahora no olía nada.

“¿Cuántas cebollas nos habremos comido?” preguntó.

Zero se encogió de hombros. “Incluso no sé los días que llevamos aquí.”

“Diría que alrededor de una semana,” dijo Stanley. “Y probablemente comemos cada unos unas veinte cebollas al día, así que es…”

“Doscientas ochenta cebollas,” dijo Zero.

Stanley sonrió. “Te apuesto que apestamos de verdad.”

Dos noches más tarde, Stanley estaba tumbado en el suelo mirando el cielo cubierto de estrellas. Se sentía demasiado feliz para quedarse dormido.

Sabía que no tenía motivos para estar feliz. Había oído o leído en algún lado que justo antes de morir congelado, de repente a uno le invade una sensación de felicidad y calor. Se preguntaba si estaba experimentando algo como eso.

Se le ocurrió que no se acordaba de la última vez que había sentido felicidad. Haber sido enviado al Campamento Lago Verde no era lo único que había hecho su vida infeliz. Antes de eso había sido infeliz en el colegio, donde no tenía amigos y los matones como Derrick Dunne se metían con él. No le caía bien a nadie, y en verdad, él no se caía especialmente bien a sí mismo.

Ahora se caía bien.

Se preguntaba si estaba delirando.

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Miró hacia Zero, que dormía cerca de él. La cara de Zero estaba iluminada por la luz de las estrellas, y había un pétalo de una flor delante de su nariz que se movía cada vez que respiraba. Le recordó a Stanley los dibujos animados. Cuando Zero inspiraba, el pétalo se acercaba hasta casi tocarle la nariz. Cuando expiraba, el pétalo se movía hacia su barbilla. Se quedó en la cara de Zero durante un buen rato, antes de caerse revoloteando hacia un lado.

Stanley consideró ponerlo de nuevo delante de la nariz de Zero, pero no sería lo mismo.

Parecía que Zero había vivido siempre en Campamento Lago Verde, pero al pensar ahora en ello, Stanley se dio cuenta de que debía haber llegado allí no más de un mes o dos antes que él. En realidad Zero había sido arrestado un día después. Pero el juicio de Stanley había sido retrasado por la liga de baseball.

Recordó lo que Zero le había dicho unos días antes. Si se hubiese quedado con las zapatillas, entonces ninguno de ellos estaría allí.

Mientras Stanley contemplaba el cielo estrellado, pensó que no había un lugar mejor. Estaba feliz de que Zero hubiese dejado las zapatillas en el coche aparcado. Era feliz de que cayesen desde el puente y le golpearan en su cabeza.

Al principio, cuando las zapatillas cayeron del cielo, recordó haber pensado que era un golpe del destino. Ahora volvió a pensarlo. Era más que una coincidencia. Tenía que ser el destino.

Quizá no tenían que volver al Campamento Lago Verde, pensó. Quizás podían pasar el campamento y seguir el camino de tierra hasta la civilización. Podían llenar el saco con cebollas y los tres tarros de agua. Y tenía su cantimplora también.

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Podían rellenar sus tarros y cantimplora en el campamento. Quizá podrían colarse en la cocina y conseguir algo de comida.

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Dudó que algún vigilante estuviese aún de guardia. Todo el mundo tenía que pensar que estaban muertos. Comida de águilas.

Significaba que viviría el resto de su vida como un fugitivo. La policía siempre estaría tras él. Al menos podía llamar a sus padres y decirles que aún estaba vivo. Pero no podía ir a visitarles, en caso de que la policía estuviese vigilando el apartamento. Aunque si todo el mundo creía que estaba muerto, no se molestarían en vigilar el apartamento. De alguna manera tendría que conseguir una nueva identidad.

‘Ahora, estoy pensando locuras’, pensó. Se preguntaba si una persona loca se preguntaba si estaba loca. Pero incluso, cuando pensaba esto una idea incluso más loca se formaba en su cabeza. Sabía que incluso era demasiada locura considerarla. Pero si iba a ser un fugitivo durante el resto de sus días, le ayudaría tener algo de dinero, quizá un cofre del tesoro lleno de dinero.

Estás loco, se dijo. Además sólo porque había encontrado un tubo de barra de labios con las letras K y B, eso no quería decir que el tesoro estuviera enterrado allí.

Era una locura. Era todo parte de esa loca sensación de felicidad.

O quizás era el destino.

Alargó la mano y sacudió el brazo de Zero. “Hey Zero”, susurró.

“¿Eh?” murmuró Zero.

“¿Qué?” Zero levantó su cabeza. “¿Qué pasa?”

“¿Quieres cavar un hoyo más?” le preguntó Stanley.

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“No siempre fuimos unos sin techo,” dijo Zero. “Recuerdo una habitación amarilla.”

“¿Cuántos años tenías cuando…” Stanley comenzó a preguntar, pero no pudo encontrar las palabras adecuadas. “…dejasteis la casa?”

“No sé. Debía ser realmente pequeño, porque no me acuerdo demasiado. No me acuerdo dejándola. Recuerdo estar de pie en una cuna, con mi madre cantándome. Me sujetaba las muñecas y hacía que mis manos aplaudieran juntas. Solía cantarme esa canción. Esa que tú cantaste… Creo que era diferente…”

Zero hablaba despacio como buscando en su cerebro recuerdos y pistas. “Y después sé que vivíamos en la calle, pero no sé porqué dejamos la casa. Estoy seguro de que era una casa, no un apartamento. Sé que mi habitación era amarilla.”

Era por la tarde. Estaban descansando a la sombra del Pulgar. Habían pasado la mañana recogiendo cebollas y …

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… metiéndolas en el saco. No les llevó mucho, pero si lo bastante para que tuviesen que esperar otro día antes de partir de la montaña.

Querían partir con las primeras luces del amanecer, para tener tiempo de sobra para llegar al Campamento Lago Verde antes de que oscureciera. Stanley creía estar seguro de que podría encontrar el hoyo correcto. Entonces, se esconderían hasta que todos fuesen a dormir.

Deberían cavar tanto tiempo como considerasen seguro, ni un segundo más. Y entonces, con tesoro o sin él, tomarían el camino de tierra. Si era absolutamente seguro, intentarían robar algo de comida de la cocina del campamento.

“Soy bueno colándome y saliendo de los sitios,” dijo Zero.

“Recuerda,” dijo Stanley, “que la puerta de la Habitación de Recreo chirría.”

Ahora estaba tumbado boca arriba, intentado guardar fuerzas para los largos días que tenían delante. Se preguntaba qué les habría pasado a los padres de Zero, pero no se lo

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preguntó. A Zero no le gustaba responder preguntar. Era mejor dejarle hablar cuando tenía ganas.

Stanley pensó sobre sus propios padres. En su última carta su madre estaba preocupada de que pudiesen ser echados del apartamento por el olor de las zapatillas quemadas. Ellos también podían convertirse en unos sin techo fácilmente.

Volvió a preguntarse si les habrían dicho que huyó del campamento. ¿les habían dicho que estaba muerto?

Una imagen apareció en su cabeza, de sus padres abrazándose y llorando. Trató de no pensar en ello.

En lugar de eso trató de recuperar la sensación que había tenido la noche anterior, el inexplicable sentimiento de felicidad, el presentimiento del destino. Pero esos sentimientos no volvieron.

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Sólo se sentía asustado.

La siguiente mañana se comenzaron a bajar la montaña. Habían mojado las gorras en el hoyo del agua antes de ponérselas en sus cabezas. Zero llevaba la pala, y Stanley tiraba del saco que estaba lleno de cebollas y los tres tarros del agua. Dejaron los trozos de los tarros rotos en la montaña.

“Aquí es donde encontré la pala?” dijo Stanley señalando las hierbas.

Zero se dio la vuelta y miró hacia lo alto de la montaña. “Es mucho camino.”

“No pesabas,” dijo Stanley. “Ya habías vomitado todo lo que estaba dentro de tu estómago.”

Se cambió el saco de un hombro al otro. Pesaba. Pisó una piedra suelta, se resbaló y entonces cayó. La siguiente cosa que supo fue que se estaba deslizando por la ladera empinada de la montaña. Soltó el saco y las cebollas se desperdigaron a su alrededor.

Pasó sobre un grupo de plantas y se agarró a una zarza con espinas. La zarza se arrancó de raíz, pero le frenó un poco, lo bastante para que fuese capaz de detenerse.

“¿Estás bien?” dijo Zero desde arriba.

Stanley gruñó al sacarse la espina de la palma de la mano. “Si,” dijo. Estaba bien. Estaba más preocupado de los tarros de agua.

Zero bajó tras él recuperando el saco por el camino. Stanley quitó algunas espinas de las perneras de los pantalones.

Los tarros no se habían roto. Las cebollas los habían protegido…

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…como si fuesen plástico de embalar. “Me alegro de que no hicieses lo mismo conmigo cuando me llevabas a cuestas,” dijo Zero.

Habían perdido aproximadamente un tercio de las cebollas, pero recuperaron muchas al ir bajando por la montaña. Cuando llegaron abajo, el sol se estaba elevando sobre el lago. Caminaron directamente hacia él.

Pronto llegaron al borde de la pared rocosa, por encima del lecho del lago seco. Stanley no estaba seguro, pero creyó ver los restos de Mary Lou a lo lejos.

“¿Estás sediento?”, preguntó Stanley.

“No” dijo Zero. “¿Y tú?”

“No” mintió Stanley. No quería ser el primero en echar un trago. Aunque no habían dicho nada, había llegado a ser una competición entre é y Zero.

Descendieron a la sartén. Era un lugar diferente por el que la escalaron. Se fueron apoyando en los salientes en unos sitios, en otros deslizándose por las rocas, siendo especialmente cuidadosos con el saco.

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Stanley ya no pudo ver a Mary Lou, pero se dirigieron hacia dónde pensaban que era la dirección correcta. A la salida del sol, apareció la calima habitual de sol y polvo.

“¿Estás sediento?” preguntó Zero.

“No,” dijo Stanley

“Como llevas tres tarros de agua llenos,” dijo Zero, “Creo que quizás se está volviendo demasiado pesado para ti. Si bebes algo, la carga será más ligera.”

“No tengo sed” dijo Stanley. “Pero si quieres beber, te daré algo.”

“No tengo sed,” dijo Zero. “Sólo estoy preocupado por ti.”

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Stanley sonrió. “Soy un camello,” dijo.

Caminaron durante lo que parecía ser mucho tiempo y no se encontraron con Mary Lou. Stanley estaba seguro de que iban en la dirección correcta. Recordaba que cuando abandonaron la barca, se habían dirigido hacia el sol poniente. Ahora se dirigían al sol naciente. Sabía que el son no salía y se ponía exactamente por el Este o el Oeste, más bien por el sureste y suroeste, pero no estaba seguro de cuál sería la diferencia.

Su garganta parecía como si estuviese cubierta de papel de lija. “¿Estás seguro de que no tienes sed?” preguntó.

“Yo no” dijo Zero. Su voz estaba seca y rasposa.

Cuando ellos finalmente echaron un trago, acordaron hacerlo al mismo tiempo. Zero, quien estaba ahora llevando el saco lo dejó en el suelo y sacó dos tarros. Decidieron guardar la cantimplora para el final, porque no se podía romper accidentalmente.

“Sabes que no tengo sed” dijo Stanley, mientras desenroscaba la tapa. “Sólo bebo para que tú bebas.”

“Yo sólo estoy bebiendo para que tú bebas,” dijo Zero.

Brindaron con los tarros, y mirándose uno a otro vertieron el agua en sus obstinadas bocas.

Zero fue el primero en distinguir el Mary Lou, quizá un cuarto de milla hacia delante y sólo un poco a la derecha. Se dirigieron hacia el barco. Se sentaron apoyándose en la cara de la sombra y descansaron.

“No sé qué pasó con mi madre,” dijo Zero. “Ella se marchó y nunca regresó.”

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Stanley pelaba una cebolla.

“No siempre podía llevarme con ella,” dijo Zero. “A veces tenía que hacer cosas ella sola.”

Stanley tenía la sensación de que Zero se estaba explicando las cosas a sí mismo.

“Ella me decía que le esperara en cierto lugar. Cuando era muy pequeño, tenía que esperar en lugares pequeños, como en las escaleras de un porche o una puerta. ‘No te muevas de aquí hasta que yo vuelva’ decía.

“Nunca me gustaba que se fuera. Yo tenía un muñeco de peluche, una pequeña jirafa, y me agarraba a ella todo el tiempo hasta que estaba fuera. Cuando me hice más grande, me permitieron estar en lugares más grandes. “Quédate en esta manzana de edificios” o “No salgas del parque.” Pero incluso entonces, me agarraba a Jaffy.

Stanley se dio cuenta de que Jaffy era el nombre de la jirafa de Zero.

“Y entonces un día, no volvió,” dijo Zero. De repente la voz sonó hueca. “La esperé en el parque Laney”.

“Parque Laney” dijo Stanley. “Yo he estado allí.”

“¿Conoces la zona de los columpios?” preguntó Zero.

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“Si, he jugado en ella.”

“Esperé allí durante más de tres meses,” dijo Zero. “¿Conoces ese túnel por el que se pasa a gatas, entre el tobogán y el puente colgante? Ese era el sitio donde dormía.”

Comieron cuatro cebollas cada uno y más o menos medio tarro de agua. Stanley se pudo en pie y miró alrededor. Todo parecía igual en todas la direcciones.

“Cuando dejé el campamento, fui directo hacia el Gran Pulgar”, dijo. “Vi el bote un poco a la derecha. Eso quiere decir que tenemos que ir un poco hacia la izquierda.”

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Zero estaba perdido en sus pensamientos. “¿Qué? Vale”

Se pusieron en marcha. Ahora le tocaba a Stanley llevar el saco.

“Había algunos niños en una fiesta de cumpleaños,” dijo Zero. “Creo que fue unos dos semanas después de que mi madre me dejó. Había una mesa con comida cerca de los columpios, con globos atados a ella. Los chicos parecían tener la misma edad que yo. Una niña me dijo hola, y me preguntó si quería jugar. Yo quería, pero no lo hice. Sabía que no pertenecía a la fiesta, aunque no fuese su parque. Había una madre que no dejaba de mirarme como si fuese una especie de monstruo. Después un niño me preguntó si quería un trozo de pastel, pero entonces la misma madre me dijo.”!marcha¡” y le dijo a todos los niños que se alejasen de mi, así que nunca conseguí el trozo de pastel.. Salí corriendo tan rápido que me olvidé a Jaffy.

“¿La encontraste alguna vez?”

Durante un momento Zero no respondió. Luego dijo “No era de verdad.”

Stanley pensó de nuevo en sus padres, qué horrible debía ser para ellos no saber nunca si estaba vivo o muerto. Se dio cuenta de que Zero debía sentir eso, viviendo sin saber qué le había pasado a su madre. Se preguntó porqué Zero no mencionaba nunca a su padre.

“Espera un momento,” dijo Zero parándose de golpe. “Vamos por el camino equivocado.”

“No, éste es el correcto,” dijo Stanley.

“Si estabas yendo hacia el Gran Pulgar cuando viste la barca a tu derecha,” dijo Zero, “eso significa que debimos haber torcido a la derecha cuando dejamos la barca.”

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“¿Estás seguro?”

Zero dibujó un diagrama en el suelo.

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Stanley aún no estaba seguro.

“Necesitamos ir en esta dirección,” dijo Zero dibujando primero una línea en el mapa y después poniéndose en marcha en esa dirección.

Stanley le siguió. No estaba de acuerdo, pero Zero parecía seguro.

A media tarde, una nube atravesó el cielo y se pudo delante del sol. Fue un alivio bienvenido. De nuevo Stanley sintió que el destino estaba de su lado.

Zero paró y extendió el brazo para que Stanley se parase también.

“Escucha”, susurró Zero.

Stanley no oía nada.

Siguieron caminando muy silenciosamente y Stanley comenzó a distinguir los débiles sonidos del Campamento Lago Verde. Aún estaban demasiado lejos para ver el campamento, pero podía oír la mezcla de voces indistintas. Cuando ellos se fueron acercando, ocasionalmente escuchaba el ladrido inconfundible del Sr. Señor.

Caminaron despacio y silenciosamente, conscientes de que los sonidos viajaban en ambas direcciones.

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Se acercaron a un grupo de hoyos. “Esperemos aquí, hasta que se vayan del lago,” dijo Zero.

Stanley asintió. Se aseguró que no había ningún ser vivo viviendo en él. Zero se metió en el de al lado.

A pesar de haber avanzado por el camino equivocado durante un rato, no habían tardado tanto como Stanley había esperado. Ahora sólo tenían que esperar.

El sol atravesó la nube y Stanley sintió sus rayos golpeándole. Pero pronto más nubes llenaron el cielo, proporcionado sombra a Stanley y su hoyo.

Esperó hasta que tuvo la certeza de que todos los campistas habían acabado dde cavar.

Después esperó un poco más.

Tan silenciosamente como pudieron, Zero y él salieron de sus hoyos y avanzaron con sigilo hacia el campamento. Stanley agarraba en saco entre los brazos, en lugar de sobre el hombro, para que los tarros no hiciesen ruido unos contra otros. Una ola de terror le invadió cuando vio los edificios (las tiendas, el salón de recreo, la cabaña de Alcaidesa bajo los dos robles). El miedo le mareó. Respiró, reunió todo su valor y siguió.

“Ese es”, susurró apuntando hacia el agujero donde había encontrado el tubo de oro. Todavía a unas 50 yardas, pero Stanley estaba seguro de que era el hoy correcto. No había necesidad de arriesgarse más.

Se metieron en los hoyos que estaban al lado, y esperaron que el campamento quedase dormido.

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Stanley intentó dormir, pues no sabía cuándo tendría otra oportunidad. Escuchó las duchas y después el sonido de la cena. Oyó chirriar la puerta del salón de recreo. Sus dedos tamborilearon en la pared del hoyo. Oía los latidos de su propio corazón.

Bebió un trago de la cantimplora. Le había dado a Zero los tarros del agua. Cada uno tenía una buena provisión de cebollas.

No estaba seguro de cuánto tiempo pasó en el hoyo, quizás cinco horas. Se sorprendió cuando oyó a Zero susurrándole que se despertara. No creía que se hubiese

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quedado dormido. Si así había sido, pensó que debió estarlo justamente los últimos cinco minutos. Aunque cuando abrió los ojos, se sorprendió de lo oscuro que estaba.

Sólo brillaba una luz en el campamento, en la oficina. El cielo estaba nublado. Así que se estaba muy poco iluminado por la luz de las estrellas. Stanley pudo ver la silueta de la luna que aparecía y desaparecía entre las nubes.

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Sigilosamente guió a Zero al agujero, que era difícil de encontrar en la oscuridad. Tropezó con un pequeño montón de tierra. “Creo que es éste,” susurró.

“¿Crees?” preguntó Zero.

“Este es,” dijo Stanley sonando más seguro de lo que en realidad estaba. Se metió en el hoyo. Zero le dio la pala.

Stanley calvó la pala en la tierra del fondo del hoyo y apoyó en pie en la hoja. La sintió hundirse bajo su peso. Sacó una paletada y la arrojó a un lado. Luego volvió a hundir la pala.

Zero le observaba mientras tanto. “Voy a intentar rellenar los tarros de agua,” dijo.

Stanley respiró hondo y exhaló. “Ten cuidado” le dijo, luego continuó cavando.

Estaba tan oscuro que incluso no podía ver el final de la pala. Aunque estuviese sacando del suelo oro y diamantes, no lo sabría. Se acercaba cada palada a su cara para intentar ver si algo estaba allí., antes de arrojarlo fuero del hoyo.

Como hacía el hoyo más profundo, llegó a ser más difícil la tierra fuera. Tenía cinco pies de profundidad incluso antes de que empezase. Decidió usar sus fuerzas para hacerlo más ancho.

Era más lógico, se dijo. Si Kate Barlow había enterrado el cofre del tesoro, probablemente no hubiese sido capaz de cavarlo mucho más profundo, ¿para que se molestaría?

Por supuesto Kate Barlow tenía toda una banda de ladrones que la ayudaban

“¿Quieres desayunar?”

Stanley saltó al escuchar el sonido de la voz de Zero. No le había oído aproximarse.

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Zero le dio una caja de cereales. Stanley con cuidado vertió algunos cereales en su boca. No quería meter sus manos sucias dentro de la caja. Casi hace una arcada con el sabor ultra-dulce. Eran copos de trigo cubiertos de azúcar, y después de no comer nada salvo cebollas durante más de una semana, tenía problemas en acostumbrarse al sabor. Lo pasó con un trago de agua.

Zero se puso a cavar. Stanley pasaba sus dedos sobre los montones recientes de tierra, en caso de que se le hubiese escapado algo. Deseó haber tenido una linterna. Un diamante no más grande que una piedrecita valdría miles de dólares. Pero no había forma de que él pudiera verlos.

Acabaron el agua que Zero había conseguido del grifo de las duchas. Stanley dijo que iría a llenar los tarros de nuevo, pero Zero insistió que él lo haría. “No te enfades, pero haces demasiado ruido cuando caminas. Eres demasiado grande.”

Stanley volvió al agujero. Al hacerse más ancho, partes de la paredes se derrumbaban. Se estaban quedando sin sitio. Para hacerlo más ancho, primero tendrían que mover algunos de los montones de tierra de los alrededores. Se preguntaba cuánto tiempo tenían antes de que el campamento se levantase.

“¿Cómo va?” preguntó Zero cuando regresaba con el agua.

Stanley encogió un hombro. Movió la pala de arriba abajo en la pared del hoyo. Al hacer eso, notó que la pala rebotó en algo duro.

“¿Qué fue eso?” preguntó Zero.

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Stanley no lo sabía. Movió su pala de arriba abajo en la pared del hoyo. Cuando la tierra se derrumbó, el objeto duro se hizo más pronunciado.

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Sobresalía de una cara del hoyo a pie y medio del fondo del hoyo. Podía sentirlo con sus manos.

“¿Qué es?” preguntó Zero.

Sólo podía sentir la esquina de él. La mayoría estaba enterrada. Tenía la textura suave y fresca del metal. “Creo que puedo haber encontrado el cofre del tesoro,” dijo. Su voz estaba más llena de sorpresa que de emoción.

“¿De veras? Dijo Zero.

“Eso creo” dijo Stanley.

El hoyo era lo suficiente ancho para sujetar la pala en posición horizontal y cavar los lados de la pared del hoyo. Sabía que tenía que cavar muy cuidadosamente. No quería que el lado del agujero se cayese, junto con el montón enorme de tierra que estaba justo encima.

Arañó la pared de tierra hasta que descubrió un lado entero del objeto. Pasó sus dedos sobre él. Percibió que tendría unas ocho pulgadas de alto y casi dos pies de ancho. No tenía manera de saber cuánto mediría de largo. Trató de tirar hacia afuera, pero no se movió.

Temió que la única forma de sacarlo fuese comenzar a cavar desde la superficie hacia abajo. No tenían tiempo para eso.

“Voy a tratar de cavar un agujero por debajo,”dijo. “Entonces quizá pueda coger la caja por debajo y tirar de ella.”

“Inténtalo,” dijo Zero.

Stanley clavó con fuerza la pala en el fondo de la parte inferior del borde, y cuidadosamente comenzó a cavar un túnel bajo el objeto de metal. Esperaba en que no cediese.

De vez en cuando tenía que parar, se agachaba e intentaba…

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…lo lejos que estaba el final de la caja. Pero incluso cuando el túnel era tan largo como su brazo, aún no podía sentir el otro lado.

De nuevo trató de sacarla de un tirón, pero estaba firmemente sujeta en el suelo. Temía tirar demasiado fuerte y se derrumbase. Sabía que cuando llegase el momento de desencajarla, tendría que hacerlo cuidadosamente, antes de que el suelo que se encontraba arriba se cayese.

Cuando el hoyo se hacía más profundo y ancho, y más precario, Stanley fue capaz de tocar una cerradura a un lado y después un asa Zero.

“¿Puedes sacarla haciendo palanca con la pala?”sugirió Z<ero.

“Temo que la cara del agujero se caerá,”

“Creo que tendrías que probarlo de todas formas.”

Stanley tomó un sorbo de agua. “Lo probaré” dijo.

Metió la punta de la pala entre la tierra y la parte superior de la maleta de metal y intentó moverla hacia los lados para soltarla. Le hubiese gustado ver lo que estaba haciendo.

Movió el extremo del mando, de un lado a otro, de arriba abajo, hasta que notó que la maleta quedaba libre. Luego sintió la tierra caer sobre él.

Pero no fue un derrumbamiento enorme. Al agacharse vio que sólo había caído una pequeña porción de tierra.

Cavó con sus manos hasta que encontró el asa de cuero y luego tiró de la maleta hacia arriba y afuera de la tierra. “¡Lo conseguí!” gritó.

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Era pesada. Se la dio a Zero.

“Lo hiciste, dijo Zero, cogiéndosela.

“Lo hicimos”, dijo Stanley.

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Reunió las fuerzas que le quedaban y trató de salirse del hoyo. De repente, una luz brillante le iluminó la cara.

“Gracias,” dijo Alcaidesa. “Chicos habéis sido una gran ayuda.”

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El haz de la linterna pasó directamente de los ojos de Stanley a los de Zero, que estaba sentado sobre sus rodillas. La maleta estaba sobre su regazo.

El Sr. Pendanski estaba agarrando la linterna. El Sr. Señor estaba junto a él con la pistola en la mano y apuntado en la misma dirección. El Sr. Señor estaba descalzo y sin camiseta, vistiendo sólo los pantalones del pijama.

Alcaidesa fue hacia Zero. También estaba con sus ropas de dormir, vistiendo una extra larga camiseta. Pero llevaba las botas puestas.

El Sr. Pendanski era el único que completamente vestido. Quizás había estado de guardia.

A lo lejos, Stanley pudo ver dos linternas más que se acercaban hacia ellos en la oscuridad. Se sentía indefenso dentro del hoyo.

“Chicos, habéis llegado justo en el momento“ Alcaidesa comenzó a decir…

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… Ella dejó de hablar y dejó de caminar. Luego retrocedió despacio.

Una lagartija había subido a lo alto de la maleta. Sus ojos rojos grandes centellearon bajo la luz de la linterna. Tenía la boca abierta y Stanley pudo ver su lengua blanca entrando y saliendo entre sus dientes negros.

Zero estaba sentado como una estatua.

Una segunda lagartija avanzó por el lado de la maleta y paró a menos de una pulgada del dedo pequeño de Zero.

Stanley temía mirar tanto como no mirar. Se preguntaba si debería intentar salir del hoyo antes de que las lagartijas le atacasen, pero no quería llamar la atención.

El segundo lagarto subió por los dedos de Zero hasta la mistad de su brazo.

Se le ocurrió a Stanley que los lagartos estuviesen probablemente en la maleta cuando se la pasó a Zero.

“¡Ahí hay otra!” gritó el Sr. Pendanski. Alumbró directamente sobre la caja de cereales tumbada junto al hoyo de Stanley. Había un lagarto saliendo de ella.

La luz también iluminó el hoyo de Stanley. Miró hacia abajo y tuvo que contenerse para no gritar. Estaba en un nido de lagartijas. Sintió un grito en su interior.

Pudo ver seis lagartijas. Había tres en el suelo, dos en su pierna izquierda y una en su zapatilla derecha.

Trató de quedarse muy quieto. Algo estaba subiendo por su nuca.

Los otros tres cuidadores se acercaron a la zona. Stanley escuchó decir: “¿Qué pasa?” y luego “¡Oh Dios mio!”.

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“¿Qué hacemos?” dijo el Sr. Pendanski.

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“Esperar”, dijo Alcaidesa. “no durará mucho”

“Al menos tendremos un cuerpo para darle a esa señora,” dijo el Sr. Pendansky.

“Va a hacer muchas preguntas,” dijo el Sr. Señor. “ y esta vez va a traer al A.G. con ella.”

“Permitidle que haga preguntas,” dijo Alcaidesa. “Mientras yo tenga la maleta, no me importa lo que pase. ¿Sabes cuánto tiempo…” se le fue la voz, luego comenzó de nuevo. “Cuando era pequeña veía a mis padres cavar hoyos, todos los fines de semana y vacaciones. Cuando me hice mayor, yo también tenía que cavar. Incluso en Navidad.”

Stanley sintió las pequeñas garras clavándose en un lado de la cara. El lagarto estaba subiendo desde su cuello a través de su barbilla.

“No faltará mucho” dijo Alcaidesa.

Stanley podía oír el latido de su corazón. Cada latido le decía a él que aún estaba vivo, al menos durante un segundo más.

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Quinientos segundos después, su corazón aún estaba latiendo.

El Sr. Pendanski gritó. La lagartija que estaba en la caja de cereales estaba saltando hacia él.

El Sr. Señor disparó.

Stanley sintió las ondas de la explosión en el aire. Las lagartijas corrieron en todas las direcciones por todo su cuerpo. El no se movió. Una lagartija corría sobre su boca cerrada.

Miró a Zero y los ojos de Zero se encontraron con los suyos. De alguna forma ambos estaban aún vivos, al menos, durante un segundo más, un latido más de corazón.

El Sr. Señor encendió un cigarrillo.

“Creía que lo habías dejado,” dijo uno de los otros cuidadores.

“Bien, si, algunas veces la pipas no me quitan las ganas.” Dio una larga calada al cigarro. “Voy a tener pesadillas el resto de mi vida.”

“Quizá deberíamos simplemente dispararles,” sugirió el Sr. Pendanski.

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“¿A quién?” preguntó un cuidador. “¿A las lagartijas o los muchachos?”

El Sr. Pendanski rió siniestramente. “Los niños van a morir de todas formas.” Rió de nuevo. “Al menos tenemos tumbas suficientes para elegir.”

“Tenemos tiempo,” dijo Alcaidesa. “Si he esperado tanto tiempo, puedo esperar otras cuantas…” se le fue la voz.

Stanley sintió una lagartija entrando y saliendo de su bolsillo.

“Vamos a seguir con nuestra sencilla historia.” Dijo Alcaidesa.

“Esa mujer va hacer muchas preguntas. El A.G. seguramente iniciará una investigación. Así que esto es lo que pasó: Stanley trató de escaparse esta noche, cayó en un agujero y las lagartijas acabaron con él. Ya está. Ni siquiera le entregaremos el cuerpo de Zero. A todos los efectos, Zero no existe. Como dijo Mamá, estamos llenos de tumbas para elegir.”

“¿Por qué se iba a escapar si sabía que lo soltaban hoy? Preguntó el Sr. Pendanski.

“¿Quién sabe? Está loco. Por eso no pudimos soltarle ayer. Estaba delirando y tuvimos que vigilarlo para que no se hiciese daño a sí mismo o a alguien más.”

“A ella eso no le va a gustar,” dijo el Sr. Pendanski.

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“A ella no le va a gustar nada de lo que le digamos,” dijo Alcaidesa. Se quedó mirando a Zero y a la maleta. “¿Por qué no estás muerto aún?” preguntó.

Stanley sólo escuchaba la mitad de la conversación de los cuidadores. No sabía quién era esa mujer o qué significaba “A.G.” Incluso no se dio cuenta que eran iniciales. Sonaban como la palabra “Agee-ee”. Su mente estaba centrada en las pequeñas garras que recorrían su piel y atravesaban su pelo.

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Trató de pensar en otras cosas. No quería morir con las imágenes de Alcaidesa, El Sr. Señor, y las lagartijas grabadas en su mente. En su lugar, trató de ver la cara de su madre.

Su cerebro le llevó a la época cuando era muy pequeño. Estaba embutido en un traje de nieve. El y su madre estaban caminando, mano con mano, guante con guante, cuando ambos se resbalaron en una placa de hielo y cayeron rodando por una ladera cubierta de nieve. Pararon al final de la ladera. Recordó que casi llora, pero en su lugar, rio. Su madre rió también.

Podía sentir la misma alegría que entonces, mareado tras bajar la colina rodando. Sintió el frio punzante en la oreja. Veía los copos de nieve en la cara resplandeciente y feliz de su madre.

En este sitio esperaba estar cuando muriese.

“Hey Cavernícola, ¿adivinas qué?” dijo el Sr. Señor. “Eres inocente después de todo. Creí que te gustaría saberlo. Tu abogada vino a sacarte ayer. Fue demasiado malo que no estuvieses aquí.”

Las palabras no significaban nada para Stanley., que estaba aún en la nieve. El y su madre subieron la colina y volvieron a rodar cuesta abajo, esta vez a propósito. Después tomaron chocolate caliente con muchas galletas.

“Ya son cerca de las cuatro y media,” dijo el Sr. Pendanski. “Se estarán levantando.”

Alcaidesa le dijo a los vigilantes que regresaran a las tiendas. Ella les dijo a los vigilantes que sirvieran el desayuno a los campistas y se asegurasen que no hablaban con nadie. Si obedecían las órdenes, no tendrían que cavar más hoyos. Si hablaban serían severamente castigados.

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“¿Con qué les debemos decir que serán castigados?” preguntó uno de los cuidadores.

“Dejadles que usen su imaginación,” dijo Alcaidesa.

Stanley vio a los cuidadores regresar a las tiendas, dejando detrás sólo a Alcaidesa y al Sr. Señor. Sabía que a Alcaidesa no le importaba si los campistas cavaban o dejaban de cavar más hoyos. Ella había encontrado lo que estaba buscando.

Miró a Zero. Tenía una lagartija en el hombro. Zero se mantenía perfectamente inmóvil, excepto su mano derecha, con la que poco a poco formó un puño. Luego estiró el pulgar, haciéndole a Stanley la señal del pulgar en alto.

Stanley pensó en lo que el Sr. Señor le había dicho a él más temprano, y en los trozos de conversación que había oído. Trató de encontrarles sentido. El Sr. Señor había dicho algo sobre una abogada, pero Stanley que sus padres no podrían pagar una.

Le dolían sus piernas de estar tanto tiempo rígido. Permanecer en pie era más cansado que caminando. Lentamente se permitió apoyarse contra la pared del hoyo.

A los lagartos no pareció importarles.

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Amaneció Y el corazón de Stanley estaba aún latiendo. Había ocho lagartijas en el agujero con él. Cada una tenía exactamente once manchas amarillas.

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Alcaidesa tenía círculos oscuros bajos sus ojos, por falta de sueño, y arrugas sobre su frente y cara que parecían exageradas por la brillante luz de la mañana. Su piel parecía manchada.

“Satán”, dijo Zero.

Stanley le miró, inseguro si Zero había hablado o si sólo lo había imaginado.

“¿Por qué no miras si puedes cogerle la maleta a Zero?” sugirió Alcaidesa.

“Si, de acuerdo”, dijo el Sr. Señor.

“Las lagartijas obviamente no están hambrientas,” dijo Alcaidesa.

“Entonces coge tú la maleta,” dijo el Sr. Señor.

Ellos esperaron.

“Sa-tan lee” dijo Zero.

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Un rato después, Stanley vio una tarántula caminando sobre la arena no demasiado lejos de su hoyo. Nunca antes había visto unan tarántula, pero no había duda de que lo era. Momentáneamente estaba fascinado por ella, que avanzaba lentamente sobre sus patas peludas.

“Mira, una tarántula,” dijo el Sr. Señor, también fascinado.

“Nunca había visto una,” dijo Alcaidesa, “excepto en…”

Stanley de repente sintió un pinchazo en un lado de su cuello.

La lagartija no le había mordido, sin embargo. Sólo estaba impulsándose.

Saltó desde el cuello de Stanley y cayó sobre la tarántula. Lo último que Stanley vio del animal fue una pata peluda saliendo de la boca de la lagartija.

“No están hambrientas, ¿verdad?” dijo el Sr. Señor.

Stanley trato de regresar a la nieve pero era más duro conseguirlo cuando el sol estaba arriba.

Al elevarse el sol, las lagartijas se movieron abajo en el hoyo, manteniéndose principalmente en la sombra. No estaban más en su cabeza y hombros, pero se había movido hacia abajo, a su estómago, piernas y pies.

No podía ver más lagartijas sobre Zero, pero creía que había dos entre las piernas, protegidas del sol por la maleta.

“¿Qué tal estás?” Stanley le preguntó tranquilamente. No susurraba, pero su voz era seca y rasposa.”

“Mis piernas están dormidas,” dijo Zero.

“Voy a tratar de salir del hoyo” dijo Stanley.

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Cuando trataba de impulsarse hacia arriba, usando sólo sus brazos, sintió una garra clavándose en su tobillo. Cuidadosamente se dejó caer.

“¿Tu apellido es igual que tu nombre dicho al revés?” preguntó Zero.

Stanley le miraba con asombro. ¿Había estado pensando en eso toda la noche?

Escuchó el sonido de coches aproximándose.

También lo oyeron el Sr.Señor y Alcaidesa.

“¿Crees que son ellos?” preguntó Alcaidesa.

“No van a ser las Girl Scout vendiendo galletas,” dijo el Sr. Señor.

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Oyó llegar a los coches, parar, abrir las puertas y cerrarlas. Un momentito después vió al Sr. Pendanski y a dos desconocidos viniendo por el lago. Uno era un hombre alto vestido con un traje de negocios y sombrero de cowboy. El otro era una mujer baja que llevaba un maletín. La mujer tenía que dar tres pasos por cada dos que daba el hombre. “¿Stanley Yelnats”, ella dijo adelantándose a los otros.

“Le sugiero que no se acerque más,” dijo el Sr. Señor.

“No puede detenerme,” saltó ella y volvió a mirarlo por segunda vez, vistiendo pantalón de pijama y nada más. “Te vamos a sacar de aquí, Stanley”, dijo ella. “No te preocupes;” parecía ser hispana, con pelo liso y ojos oscuros. Hablaba con un pequeño acento mexicano, pronunciando las r.

“¿Qué rayos?” exclamó el hombre alto al llegar junto a ella.

Ella se volvió a él. “Te estoy diciendo ahora, si le sucede algo, presentaremos cargos no sólo contra…

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… la Alcaidesa y el Campamento Lago Verde, sino también contra todo el Estado de Texas. Abuso de menores. Encarcelamiento ilegal. Tortura.”

El hombre era más de una cabeza de alto que ella y era capaz de mirar encima de ella y hablar a Alcaidesa.

“¿Cuánto tiempo llevan allí?”

“Toda la noche, como puede ver por la forma en la que estamos vestidos. Entraron a escondidas en mi cabaña mientras dormía y me robaron la maleta. Les perseguí y corrieron fuera y cayeron en el nido de las lagartijas. No sé en qué estaban pensando.”

“¡Eso no es verdad!” dijo Stanley.

“Stanley, como tu abogada te aconsejo que no digas nada,” dijo la mujer,” hasta que tú y yo hayamos tenido la oportunidad de hablar en privado.”

Stanley se preguntaba por qué Alcaidesa mentía sobre la maleta. Se preguntaba a quién le pertenecía legalmente. Esa era una cosa que quería preguntarle a su abogada, si realmente era su abogada.

“Es un milagro que aún estén vivos,” dijo el hombre alto.

“Lo es” dijo Alcaidesa, con un rastro de desagrado en su voz.

“Y será mejor que salgan vivos de esta” advirtió la abogada de Stanley. “Esto no hubiese sucedido si me lo hubiese entregado ayer”

“Esto no hubiese sucedido si él no fuese un ladrón,” dijo Alcaidesa. “Le dije que hoy le dejaríamos libre y adivino que decidió que intentaría coger algunas de mis cosas. Ha estado delirando toda la semana.

“¿Por qué no le permitió a él marchar ayer, cuando se lo dijo ella?”, ,preguntó el hombre alto.

“No tenía la autorización apropiada” dijo Alcaidesa.

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“¡Tenía una orden judicial!”

“¡No estaba autentificada!” dijo Alcaidesa.

“¿Autentificada? Estaba firmada por el Juez que lo sentenció.”

“Necesito autentificación del Fiscal General” dijo Alcaidesa.”¿Cómo sé yo que la orden es legítima?” Los niños que están bajo mi custodia son peligrosos para la sociedad. ¿se supone que tengo que dejarlos ir cuando alguien trae un pedazo de papel?”

“Si,” dijo la mujer. “Si es una orden del juzgado.”

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“Stanley ha estado hospitalizado durante los últimos días” explicó la Alcaidesa. “Ha estado sufriendo alucinaciones y delirios. Gritaba y decía tonterías. No estaba en condiciones de marchar. El hecho de que haya intentado robarme el día antes de su marcha prueba…”

Stanley trató de trepar el hoyo, usando sólo sus brazos para no molestar a las lagartijas demasiado. Cuando se impulso hacia arriba, las lagartijas se movieron hacia el fondo, manteniéndose fuera de los rayos directos del sol. Subió las piernas de golpe y el último de los lagartos volvió al hoyo de un salto.

“Gracias a Dios”, exclamó Alcaidesa. Avanzó hacia él y se paró en seco.

Un lagarto salió de su bolsillo y le bajó por la pierna.

Stanley sintió un mareo y estuvo a punto de desmayarse. Se mantuvo en pie y se agachó, agarró el brazo de Zero, y le ayudó a ponerse en pie lentamente. Zero aún agarraba la maleta.

Las lagartijas, que habían estado escondidas debajo, corrieron a refugiarse en el hoyo.

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Stanley y Zero se alejaron con dificultad.

Alcaidesa corrió hacia ellos. Ella abrazó a Zero. “Gracias a Dios estás vivo,” dijo, mientras trataba de cogerle la maleta.

El tiró de ella para mantenerla libre. “Es de Stanley,” dijo.

“No causes más problemas,” advirtió Alcaidesa. “La robaste de mi cabaña y os hemos pillado con las manos en la masa. Si os acuso, puede que Stanley tenga que volver a prisión. Ahora, estoy dispuesta, en vista de las circunstancias…

“Tiene su nombre en la maleta,” dijo Zero.

La abogada de Stanley pasó por delante del hombre alto a echar un vistazo.

“Mira,” Zero le mostró a ella. “Stanley Yelnats”

Stanley miraba también. Allí en grandes letras negras estada STANLEY YELNATS.

El hombre alto miró sobre las cabezas de los otros el nombre de la maleta. “¿Tú dices que la robó de tu cabaña?”

Alcaidesa la miraba fijamente sin creerlo. “Eso es im.. impo…Es impo…” Incluso ella no podía decirlo.

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Volvieron al campamento caminando lentamente. El hombre alto era el Fiscal General del Estado de Texas, jefe del órgano judicial de ese Estado. La abogada de Stanley se llamaba Srª Morengo.

Stanley agarraba la maleta. Estaba tan cansado que no podía razonar. Se sentía como si estuviese caminando en un sueño incapaz de comprender qué estaba pasando a su alrededor.

Pararon delante de la puerta de la oficina del campamento. El Sr. Señor entró para recoger las pertenencias de Stanley. El Fiscal General mandó al Sr. Pendanski que le diera a los chicos algo de comer y de beber.

Alcaidesa parecía tan confundida como Stanley. “Ni siquiera sabes leer,” ella le dijo a Zero.

Zero no decía nada.

La Srª Morengo puso una mano sobre el hombro de Stanley y le dijo que aguantase. Estaría viendo a sus padres pronto.

Era más pequeña que Stanley, pero de alguna forma daba la impresión de ser más alta.

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El Sr. Pendanski volvió con dos paquetes de zumo de naranja y dos bollos. Stanley bebió el zumo, pero no tenía ganas de comer nada.

“¡Espera!”, exclamó Alcaidesa. “Yo no dije que ellos robaron la maleta. Esta es su maleta, obviamente, pero colocó mis cosas de la cabaña dentro de la maleta.”

“Eso no es lo que dijiste al principio,” dijo la Srª Morengo.

“¿Qué hay en la maleta?” le preguntó Alcaidesa a Stanley.”Dinos qué hay en ella,, luego la abriremos y veremos.”

Stanley no sabía qué hacer.

“Stanley, como tu abogada, te advierto que no tienes que abrir tu maleta,” dijo la Srª Morengo.

“¡El tiene que abrirla!” dijo Alcaidesa. “Tengo derecho a comprobar la propiedad personal de todos los detenidos. ¿Cómo puedo saber que no hay drogas o armas dentro ¡Robó un coche también! ¡Tengo testigos!” estaba cercana a la histeria.

“El no está más bajo tu jurisdicción,” dijo la abogada de Stanley.

“El no ha sido oficialmente puesto en libertad,” dijo Alcaidesa. “¡Abre la maleta, Stanley!”

“¡No la abras!” dijo la abogada de Stanley.

Stanley no hizo nada.

El Sr. Señor volvió de la oficina con las ropas y el paquete de Stanley.

El Fiscal General le dio una hoja papel la la Srª Morengo. “Eres libre para irte,” él le dijo a Stanley. “Sé que estás ansioso de largarte de aquí, así que puedes quedarte con el mono naranja de recuerdo. O quemarlo, como quieras. Buena suerte, Stanley.”

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Le ofreció la mano para saludarle, pero la Srª Morego llevó a Stanley de prisa. “Vamos, Stanley,” dijo. “tenemos mucho de qué hablar.”

Stanley se paró y se volvió para mirar a Zero. No podía simplemente dejarlo aquí.

Zero le hizo la señal del pulgar hacia arriba.

“No puedo dejar a Hector,” dijo Stanley

“Sugiero que nos vayamos,” dijo su abogada con una sensación de urgencia en su voz.

“Estaré bien,” dijo Zero. Sus ojos miraron a un lado al Sr. Pendanski, luego a Alcaidesa y al Sr. Señor en el otro.

“No hay nada que pueda hacer por tu amigo,” dijo la Srª Morengo. “Tú eres liberado por orden del juzgado.”

“Ellos le matarán,” dijo Stanley

“Tu amigo no está en peligro,” dijo el Fiscal General.Va a haber una investigación sobre todo lo que ha pasado aquí. Por el momento, me hago cargo del campamento.”

“Vamos Stanley,” dijo su abogada. “Tus padres están esperando.”

Stanley permaneció donde estaba.

Su abogada suspiró. “Puedo echar un vistazo a los archivos de Hector?” preguntó ella.

“Por supuesto”, dijo el Fiscal General. “Alcaidesa, vaya a traer los archivos de Hector.”

Ella lo miró sin expresión.

“¿Y bién?”

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Alcaidesa se volvió al Sr. Pendanski. “Tráeme los archivos de Héctor Zeroni.”

El la miró fijamente.

“¡Tráelos!” ordenó ella.

En Sr. Pendanski fue a la oficina. Volvió unos pocos minutos después y anunció que el archivo estaba aparentemente traspapelado.

El Fiscal General estaba furioso. “¿Qué clase de campamento está dirigiendo aquí, Sra. Walker?”

Alcaidesa no dijo nada. Miraba fijamente la maleta.

El Fiscal General aseguró a la abogada que conseguiría los papeles. “Perdon,¿puedo llamar a mi oficina?” Se volvió hacia Alcaidesa. “Supongo que el teléfono funciona.” Entró en la oficina del campamento, cerrando la puerta tras él. Un poco rato después reapareció y le dijo a la Alcaidesa que quería hablar con ella.

Ella soltó una palabrota y entró.

Stanley le hizo a Zero la señal del pulgar en alto.

“¿Cavernícola?¿Eres tú?”

Se volvió para ver a Sobaco y Calamar saliendo de la sala de recreo. Calamar gritó a los que estaban dentro de la Sala. “¡Cavernícola y Zero están aquí fuera!”

Pronto todos los muchachos del grupo D rodearon a Stanley y a Zero.

“Me alegro de verte, hombre,” dijo Sobaco, dándole la mano.

“Creíamos erais comida de buitres.”

“Stanley está siendo puesto en libertad hoy”, dijo el Sr. Pendanski.

“¡Así se hace!” dijo Imán, palmeándole en el hombro.

“Y ni siquiera tuviste que pisar una serpiente de cascabel,” dijo Calamar.

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Incluso Zigzag chocó la mano de Stanley. “Siento lo de… sabes”

“Olvidado”

“Tuvimos que subir la camioneta a pulso,” Zigzag le dijo. “Lo consiguieron todos los del grupo C,D y E. La sacamos.

“Fue realmente chulo”, dijo Tic.

Rayos X era el único que no había venido. Stanley le vio colgado detrás de los otros, después regreso a la sala de recreo.

“¿Adivinas qué?” dijo Imán, mirando al Sr. Pendanski. “Mamá dice que no tenemos que cavar ningún hoyo más.”

“¡Qué bueno!”, dijo Stanley.

“¿Me harás un favor?” preguntó Calamar.

“Supongo,” Stanley asintió, de alguna manera no muy ansioso.

“Quiero que tú “ se volvió a la Srª Morengo , “¡Hey, señora! ¿Tiene un lápiz y un papel para prestarme?”

Ella se lo dio, y Calamar subrayó un número de teléfono, que le dio a Stanley. “Llama a mi madre por mí, ¿vale? Dile a ella… dile a ella que dije que lo sentía. Dile a ella que Alan dijo que estaba arrepentido.”

Stanley prometió que lo haría.

“Ahora ten cuidado fuera en el mundo real,” dijo Sobaco. “No todo el mundo es tan bueno como nosotros.”

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Stanley sonrió.

Los niños se apartaron cuando la Alcaidesa salió de la oficina. El Fiscal General estaba justo tras ella.

“Mi oficina está teniendo algún problema para localizar las grabaciones de Hector Zeroni,” dijo el Fiscal General.

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“¿Así que no tiene autoridad sobre él?” preguntó la Srª Morengo.

“No he dicho eso. El está en el ordenador. Sólo que no podemos acceder a sus registros. Es como si hubiesen caído en un hoy en el ciberespacio.”

“Un hoyo en el ciberespacio,” repitió la Srª Morengo. “Qué interesante. ¿Cuál es la fecha del cumplimiento de la pena?”

“No sé.”

“¿Cuánto tiempo ha estado aquí?”

“Como dije, no podemos…”

“Así que ¿qué estás planeando hacer con él? Mantenerlo confinado indefinidamente, sin justificación, mientras recorre los agujeros negros del ciberespacio?”

“¿Oh? ¿Y qué razón es esa?”

El Fiscal General no dijo nada.

La abogada de Stanley cogió la mano de Zero. “Vamos Héctor, vienes con nosotros.”

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Nunca solía haber lagartijas de manchas amarilla en Lago Verde. No llegaron a la zona hasta después que el lago se secó. Pero la gente del pueblo había oído hablar sobre “los monstruos de los ojos rojos” que vivían en las colinas del desierto.

Una tarde, Sam, el hombre de las cebollas, y su burra, Mary Lou volvían de su barca, que estaba anclada justo al lado de la orilla. Era tarde en noviembre y los melocotoneros habían perdido la mayor parte de sus hojas.

“¡Sam!” alguien llamó.

Se volvió para ver a tres hombres corriendo tras él, moviendo sus sombreros. Esperó. “Buenas tardes, Walter, Bo, Jesse,” saludó cuando llegaban sin aliento.

“Felices de encontrarte”, dijo Bo. “Vamos a ir a cazar serpientes de cascabel por la mañana.”

“Queremos tener algo de tu jugo de lagartija,” dijo Walter.

“Yo no me asusto de la serpientes de cascabel” dijo Jesse, “pero no quiero cruzarme con uno de esos monstruos de ojos rojos. Yo vi…

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… uno una vez, y eso fue bastante. Sabía lo de los ojos rojos, por supuesto. Yo no había oído hablar sobre sus dientes grandes y negros.”

“Es su lengua blanca la que me asusta” dijo Bo.

Sam le dio a cada hombre dos botellas de puro zumo de cebolla. Les dijo que bebiesen una botella antes de ir a la cama esa noche, luego media botella por la mañana y después media botella al almuerzo.

“¿Seguro de que funciona?” preguntó Walter.

“Te lo digo” dijo Sam “si no funciona, ven la próxima semana y te devolveré tu dinero.”

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Walker miró alrededor inseguro, mientras Bo y Jesse Reían. Después, Sam rió también. Incluso Mary Lou dejó escapar un extraño rebuzno.

“Sólo recordar,” Sam le dijo a los hombres antes de que se marchasen. “Es muy importante que bebáis la botella esta noche. Tiene que entrar en el torrente sanguíneo. A las lagartijas no les gusta la sangre de cebolla.”

Stanley y Zero se sentaron en el asiento trasero del B.M.W. de la Srª Morengo. La maleta yacía entre ellos. Estaba cerrada y decidieron que permitirían que el padre de Stanley tratase de abrirla en su taller.

“No sabes qué hay en ella, ¿verdad?” preguntó ella.

“No,” dijo Stanley

“Eso me ha parecido”

El aire acondicionado estaba encendido, pero ellos iban con las ventanas abiertas también, porque “No os parezca mal, pero vosotros, muchachos, realmente apestais.”

La Srª Morengo explicó que era abogada de patentes. “Estoy ayudando a tu padre con el nuevo producto que ha inventado. Pasó que un día mencionó tu situación, así que hice una pequeña investigación. Las zapatillas de Clyde Livingstone fueron robadas algún momento antes de la 3:15. Encontré un hombre joven, Derrick Dunne, quien…

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…dijo que a las 3:20 tú estabas en los baños pescando tu cuaderno de la taza del váter. Dos chicas recordaron verte salir del servicio de chicos con el cuaderno mojado.”

Stanley se sonrojó. Incluso después de todo lo que había pasado, el recuerdo aún seguía avergonzándole.

“Así que no pudiste haberlas robado,” dijo la Srª Morengo.

“No lo hizo él. Lo hice yo,” dijo Zero.

“¿Tú hiciste qué?” preguntó la Srª Morengo.

“Yo robé las zapatillas.”

La abogada se dio la vuelta mientras conducía y le miraba. “Yo no he oído eso,” dijo. “Y te aviso que te asegures que no lo oiga de nuevo.”

“¿Qué inventó mi padre?” preguntó Stanley. “¿Encontró el modo de reciclar zapatillas?”

“No, aún está trabajando en ello,” explicó la Srª Morengo. “pero inventó un producto que elimina el olor a pie. Aquí tengo una muestra en mi maletín. Desearía tener más. Los dos podrías bañaros en él.”

Ella abrió su maletín con una mano y pasó una botella pequeña a Stanley. Tenía un olor fresco y como especiado. Se lo dio a Zero.

“¿Cómo se llama? Preguntó Stanley.

“Aún no hemos tratado el nombre,” dijo la Srª Morengo.

“Huele familiar”, dijo Zero.

“Melocotones, ¿verdad?” preguntó la Srª Morengo. “Eso es lo que todos dicen.”

Un pequeño rato después ambos niños cayeron dormidos. Tras ellos el cielo se había vuelto oscuro, y por primera vez en un ciento de años, una gota de lluvia cayó en el lago vacío.

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PARTE TRES

RELLENANDO HOYOS

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La madre de Stanley insiste en que nunca hubo una maldición. Ella incluso duda que el tatarabuelo de Stanley realmente robase un cerdo. El lector podrá encontrar interesante, sin embargo, que el padre de Stanley inventó su remedio contra el olor de pies el día después de que el tataranieto de Elya Yelnats subiese a cuentas al tataranieto de de Señora Zeroni por una montaña.

El Fiscal General cerró Campamento Lago Verde. La Sra. Walker, que necesitaba dinero desesperadamente, tuvo que vender la tierra que había pertenecido a su familia durante generaciones. Fue comprada por una organización nacional dedicada al bienestar de niñas jóvenes. En unos pocos años, Campamento Lago Verde llegó a convertirse en un campamento de Girl Scouts.

Este es casi el final de la historia. El lector probablemente aún tiene alguna pregunta, pero desafortunadamente, de ahora en adelante…

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…las respuestas tienden a ser largas y aburridas. Aunque a la Srª. Bell, la profesora de matemáticas de Stanley, podría querer saber el cambio porcentual en el peso de Stanley, el lector probablemente se interese más por el cambio en el carácter u autoconfianza de Stanley. Pero esos cambios son sutiles y difíciles de medir. No hay respuesta sencilla.

Incluso el contenido de la maleta se volvió algo aburrido. El padre de Stanley la abrió en su taller, y al principio todos quedaron boquiabiertos con el brillo de las joyas. Stanley creyó que él y Héctor se habían convertido en millonarios. Pero las joyas eran de calidad pobre, valoradas en no más de 20.000 dólares.

Debajo de las joyas había un fajo de papeles que una vez habían pertenecido al primer Stanley Yelnats. Consistían en certificados de bolsa, títulos de propiedad y pagarés. Era muy difícil leerlos e incluso más difícil comprenderlos. La oficina de abogados de la Srª Morengo gastó más de dos meses investigando los papeles.

Resultaron ser mucho más valiosos que las joyas. Después de pagar los costes legales y las tasas, Stanley y Zero recibieron cada uno menos de un millón de dólares.

Pero no mucho menos.

Era lo bastante para que Stanley comprase a su familia una casa nueva, con un laboratorio en el sótano, y para que Héctor contratase un equipo de investigadores privados.

Pero sería aburrido pasar por los tediosos detalles de los cambios que sufrieron sus vidas. En lugar de ello, se presentará al lector una escena final, que ocurrió casi un año y medio después de que Stanley y Zero dejasen el Campamento Lago Verde.

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Tendrás que rellenar los demás hoyos tú mismo.

Había una pequeña fiesta en la casa de los Yelnats. Excepto por Stanley y Héctor, todos eran adultos. Todo tipo de pinchos y bebidas estaban expuestas, incluyendo caviar, champán y los ingredientes para hacer helado de chocolate caliente.

La Super Bowl estaba en televisión, pero en realidad, nadie estaba viéndola.

“Debería salir en el siguiente descanso,” anunció la Srª Morengo.

Se pidió tiempo muerto en el partido de fútbol y aparecieron en la pantalla los anuncios.

Todos dejaron de hablar y miraron.

El anuncio mostraba un campo de fútbol. En una nube de polvo, Clyde Livingston se lanzó a la última base mientras el Catcher cogía la bola y trataba de tocarle para eliminarlo.96

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“¡Salvado!” gritó el árbitro haciendo la señal con los brazos.

La gente de la casa de Stanley gritó, como si la carrera realmente valiese.

Clyde Livingston se levantó y quitó el polvo de su uniforme. Cuando hacía el camino al banquillo, habló a la cámara: “hola, soy Clyde Livingston, pero todo el mundo me llama “Pies Dulces”

“¡Así se hace, Pies Dulces!” dijo otro jugador de basebal, chocándole su mano.

Además de estar en la pantalla de la televisión, Clyde Livinsgton estaba también sentado en el sofá cerca de Stanley.

“Pero mis pies no siempre fueron dulces,” el Clyde Livingstone de la televisión…

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…decía mientras se sentaba en el banquillo. Solían oler tan mal que nadie quería sentarse cerca de mí en el banquillo.”

“Realmente apestaban” dijo la mujer sentada en el sofá al otro lado de Clyde. Agarraba su nariz con una mano y abanicaba con la otra.

Clyde la mandó callar.

“Luego un compañero del equipo me habló del Sploosh,” dijo el Clyde de la televisión. Sacó un bote de Sploosh de debajo del banquillo y lo sostuvo para que todos lo vieran. “Yo sólo me echo un poco en cada pie cada mañana y ahora realmente tengo pies dulces. Además, me gusta el cosquilleo.”

“Sploosh”, dijo una voz. “Un regalo para sus pies. Todo hecho de ingredientes naturales, neutraliza el olor causado por bacterias y hongos. Además, os gustará el cosquilleo.”

Todos los de la fiesta aplaudieron.

“No miente,” dijo la mujer sentada al lado de Clyde. “Incluso no podía estar en la misma habitación con sus calcetines.”

El resto de la gente de la fiesta rió.

La mujer siguió: “No estoy bromeando. Era tan malo.”

“Ya vale,” dijo Clyde, tapándole la boca con su mano. Miró a Stanley. “¿Me harías un favor, Stanley?”

Stanley subió y bajó su hombro izquierdo.

“Voy a por más caviar” dijo Clyde. “Mantén tu mano sobre la boca de mi mujer.” Le dio una palmada en el hombro cuando se levantaba del sofá.

Stanley miró inseguro a su mano, luego a la mujer de Clyde Livingston.

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Ella le guiñó el ojo.

Se puso colorado, y se volvió hacia Héctor, que estaba sentado en el suelo delante del sillón.

Una mujer sentada en una silla tras Héctor, estaba ausente, atusándole el pelo con sus dedos. No era muy vieja, pero tenía la piel gastada, casi como el cuero. Sus ojos parecían cansados, como si ella hubiese hecho demasiadas cosas en su vida que no querían ver. Y cuando sonreía, su boca parecía demasiado grande para su cara.

Muy suavemente, medio cantaba, medio tarareaba una canción que su abuela solía cantarle cuando era una niña pequeña.

“Ojalá, ojala, pero la luna habla, no contesta;

Reflejando el sol y todo lo que fue.

“Sé fuerte mi lobito, sé duro en la batalla

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HOLES Patricia Ramos Huerga

Vuela alto mi pajarillo

Mi ángel, mi bien.”

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