james p. brennan, el cordobazo. las guerras obreras en córdoba, 1955-1976 (ocred)

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COLECCIÓ N HISTORIA Y CULT URA  Dirigida por Luís Alberto Romero

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COLECCIÓN HISTORIA Y CULTURA

Dirigida por Luís Alberto Romero

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JAMES R BRENNAN

El CordobazoLas guerras obreras en Córdoba, 1955-1976

Traducción de HORACIO PONS

P ü

m

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Diseño de tapa: María L. de Chimondeguy f Isabel Rodrigué

IMPRESO EN LA ARGEN TINA

Queda hecho el depósi t o que pr eviene ta ley 11,723.

© 1 9 96 , E d i t o r i a l S u d a m er i c a n a S .A ., Hu m ber t o I o. 531 , Buenos Ai r es .

ISBN 950-07-1X84-2

Título del original en inglés T h e L a b o r Wa r s i n

Cord oba , 1955 -1976

© 1994 by the President and Fellows of Harvard Coliege

Ali rights reserved

Published by arrangement with Harvard University Press

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Pa r a m i m a d r e y m i p a d r e

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Prefacio para la edición argentina

El oficio de investigar y escribir sobre la historia de un país ajeno tiene algo de extraño. Es una vocación, permitida a personas como yo por la universidad norteamericana de la época de la posguerra,

por entonces opulenta y ahora en un estado de lento ocaso. Pero a pesar de las satisfacciones personales que le brinda al investigador la posibilidad de conocer a fondo otro país, deja a veces un cierto malestar: uno se pregunta por qué y para quién se está escribiendo.

Escribí este libro pensando en un público académico anglo- parlante. Nunca creí que sería de real interés para un público argentino, cuyos historiadores están explicando y explicarán esta historia mucho mejor que yo. Seguramente hay errores de interpretación que se deben a mi condición de extranjero. Pero si algo tiene de valor e interés para los lectores argentinos, quizá sea justamente por la perspectiva de un espectador de afuera. A veces, es interesante ver cómo nos ven.

Si mi propósito original no fue escribir un libro para un público argentino, menos aún pensé que tendría hoy una relevancia política. Pero las circunstancias de la historia reciente le han dado una cierta actualidad: el largo dilema argentino una vez más se manifiesta de una forma especialmente dramática en Córdoba. La actual crisis política de la provincia, los serios problemas económicos que la afligen, los brotes de protesta social y sindical han demostrado de nuevo que Córdoba tiene un protagonismo central en la historia argentina.

¿Los sindicatos honestos, democráticos, combativos y fuertemente politizados de la Córdoba de antaño podrían servir como un modelo para el sindicalismo argentino de fines del siglo XX? Debo decir que, básicamente, me parece que no. El contexto nacional e internacional ha cambiado radicalmente en los últimos veinte años. En lo nacional, el actual contexto democrático, con todas sus fallas, está muy lejos de los gobiernos militares en los cuales floreció el sindicalismo cordobés. Los cambios ideológicos dentro del peronismo y en el mundo en general también parecen poco apropiados para una simple reencarnación del sindicalismo cordobés de los años sesenta y setenta. En rigor de verdad, la transnacionalización de la pro

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Prefacio

Éste es un estudio histórico de la política obrera en la ciudad

industrial argentina de Córdoba entre 1955 y 1976. En esos años, Córdoba fue el centro de la industria automotriz argentina y el escenario de una clase obrera inusualmente activa y militante. La ciudad experimentó un rápido crecimiento industrial en la década posterior al derrocamiento del gobierno de Juan Domingo Perón en 1955. La llegada y expansión de empresas automotrices extranjeras, principalmente IKA-Renault y Fiat, promovieron un tipo particular de desarrollo industrial y crearon un “nuevo trabajador industrial” de orígenes predominantemente rurales, jóvenes ex chacareros y habitantes de pequeñas ciudades que fueron súbitamente empujados al mundo de la fábrica moderna y los sistemas de relaciones industriales de la corporación multinacional.

El dominio de la economía local por una sola industria, la fabricación de automóviles, y el papel prominente desempeñado por los sindicatos de los trabajadores de esa industria en el poderoso movimiento obrero local, que culminó en la más grande protesta obrera en la historia latinoamericana de la posguerra, el Cordobazo de 1969, son analizados en este volumen en el contexto de los recientes debates sobre la política obrera en América Latina, especialmente la de los trabajadores de los sectores industriales modernos. Espero demostrar que la pronunciada militancia e incluso la radica-

lización política de la clase obrera cordobesa se debieron no sólo a los cambios ocurridos en la cultura política de la Argentina, sino también a la dinámica relación entre la fábrica y la sociedad durante esos años y a las condiciones específicas de la base fabril y la cultura del lugar de trabajo que crea la producción automotriz en un país semiindustrializado como la Argentina.

El libro tiene una estructura alternativamente analítica y narrativa, dado que no me parece que ambos sean modos incompatibles del análisis histórico. La Parte I se refiere principalmente a la formación de la clase obrera y analiza los factores que contribuyeron al desarrollo de un movimiento sindical militante en la ciudad. Las

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12 El Cordobazo

Partes II y III estudian la política de poder del movimiento sindical

argentino y específicamente del cordobés entre 1966 y 1976. La Parte IV brinda un estudio detallado en el nivel de la base fabril de las plantas automotrices locales y expone mi argumentación principal con respecto a la primacía de la fábrica como el crisol y el ámbito de la política obrera cordobesa.

Es posible que los historiadores adviertan que se presta relativamente poca atención a la relación entre el Estado y los sindicatos locales. Los estudios de la política obrera en América Latina han tendido a concentrarse en la historia pública de los gremios, en la interacción entre gobiernos, ministerios de Trabajo y conducción sindical. Por motivos que tienen que ver con la historia de Córdoba, tal preocupación casi exclusiva —cuestionable, creo, para las historias de la política obrera en general— es claramente inapropiada para este movimiento sindical. Los sindicatos cordobeses fueron en gran medida independientes del Estado, estuvieron, en realidad, en abierta oposición a él durante la mayor parte de este periodo, y se encontraban aislados del centro del poder político, económico y sindical del país, Buenos Aires. Las historias internas de los sindicatos, su interacción recíproca y con otros grupos y clases, y en especial la política obrera tal como se forjó y desarrolló en el lugar de trabajo son, en consecuencia, mis preocupaciones principales.

Estoy en deuda, como invariablemente lo está cualquier historiador académico, con todas las personas que me ayudaron a reconstruir una historia en la que personalmente no desempeñé ningún papel. Los muchos trabajadores que compartieron sus recuerdos conmigo y, en algunos casos, me prestaron materiales que habían ocultado durante los años de dictadura militar entre 1976 y 1983, son por cierto los primeros a quienes me gustaría expresar mi gratitud. La asistencia del personal de los archivos de la empresa Renault en Boulogne-Billancourt, Francia, y en especial el inteligente aseso- ramiento y la guía brindados por el doctor Patrick Fridenson y Gilíes Gleyze, dos historiadores de Renault, durante mi investigación en Francia, contribuyeron grandemente a dar a este libro el valor que pueda pretender. De manera similar, el doctor Cristiano Bufia, del archivo de Fiat en Turín, me prestó generosamente su tiempo y sus consejos y me ayudó en sumo grado en mi investigación en Italia. En la Argentina, la colaboración de Héctor Luti y Hernán Avendaño del Departamento de Relaciones Industriales de Renault en Santa Isabel, y su asistencia en la acumulación del material estadístico de las fábricas IKA-Renault entre 1966y 1976, fueron una ayuda invalorable para iluminar la política de base fabril en esos años. Naturalmente, los argumentos presentados en este libro son míos y no reflejan necesariamente las opiniones de ninguna de estas personas. De igual

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Prefac io 13

mocb- ^rabien son mías las traducciones del castellano, francés e italiano al inglés. Tengo una deuda enorme con el personal de la Biblioteca Mayor y de la Biblioteca de la Legislatura de Córdoba (en especial con Javier Troilo en esta última), lo mismo que con el de las seccionales cordobesas de los Sindicatos de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor y de Luz y Fuerza. El apoyo financiero brindado por el Departamento de Historia de Harvard, el Comité de Estudios Latinoamericanos e Ibéricos de la Universidad de Harvard, la Fundación Tinker, el programa Fullbright-Hays y el Consejo de Investigación en Ciencias Sociales (SSRC) me permitió darme el lujo de dedicar gran cantidad de tiempo a investigar y escribir. Espero que este libro sea digno de la confianza que mostraron en mí.

Durante mis años de investigación sobre este tema, tuve la suerte de conocer y trabar amistad con algunas personas excepcionalmente generosas e inteligentes, cuya ayuda también me gustaría agradecer. Ofelia Pianetto y Susana Fiorito, que vivieron en Córdoba durante los años que abarca el estudio y que son eruditas en la historia de la clase obrera argentina, me explicaron cosas que de otra manera no habría entendido y, lo que es más importante, me brindaron su amistad. De igual modo, Mónica Gordillo se convirtió tanto en una buena amiga como en un crítico inteligente, y compartió conmigo sus ideas sobre esta historia así como su tiempo, ayudándome en la investigación para el capítulo sobre el Cordobazo. Los primeros capítulos de este libro aprovecharon en gran medida nuestras abundantes discusiones y su importante trabajo sobre los sindicatos cordobeses en la década de 1960. Daniel James y Juan Carlos Torre me brindaron aliento a lo largo de los años e hicieron inteligentes y útiles críticas del manuscrito, que aprecio muchísimo. Hay tres maestros a los que necesito agradecer especialmente. John Finan fue el primero que me enseñó sobre América Latina, y Orlando Letelier, asesinado por la policía secreta chilena en Washington, D.C., en septiembre de 1976, me abrió los ojos acerca de muchas cosas mientras yo era estudiante. John Womack, Jr., mi

consejero graduado en Harvard, se desempeñó durante muchos años como un crítico atento y paciente de mi obra, incluyendo este libro, y es la persona que más me enseñó acerca de la historia y lo que significa ser un historiador.

Mis mayores agradecimientos son para mi madre y mi padre, que siempre me alentaron a hacer lo que yo quería y soportaron mis largas ausencias durante los años en que trabajé en el manuscrito, lo mismo que mi hermano y mis hermanas. Espero que ellos y mi esposa, Olga Ventura, me perdonen por haber sido a véces tan hosco mientras escribía este libro, y que sepan que los amo mucho y

siempre agradecí su apoyo.

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¿Quién puede negar el papel esencial que el peronismo ha desempeñado en la “homogeneización* de una identidad de clase entre los trabajadores argentinos...? ¿Quién puede cerrar los ojos a esta realidad, al hecho de que la dinámica de la política argentina presente una identificación casi absoluta de la clase obrera con el peronismo... que exhibe una solidez inconmovible y considerable resistencia a los intentos de integración política emprendidos por las clases dominantes de la Argentina?... Ésta, entonces, es la tragedia de la izquierda argentina; si la acción no puede comenzar allí donde terminan las relaciones de producción, salvo que se corra el riesgo de aislarse completamente de la clase obrera, no es posible extraer sino una conclusión: la necesidad de reconsiderar el lugar de trabajo, la fábrica.

José Aricó, Pasado y Presente

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Abreviaturas

AAA Alianza Anticomunista Argentina

ATE Asociación de Trabajadores del EstadoCGE Confederación General EconómicaCGT Confederación General del TrabajoCGTA Confederación General del Trabajo de los ArgentinosEPEC Empresa Provincial de Energía de CórdobaERP Ejército Revolucionario del PuebloFAL Fuerzas Armadas de LiberaciónFAP Fuerzas Armadas PeronistasFAR Fuerzas Armadas RevolucionariasFATLYF Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza

FREJUL1 Frente Justicialista de LiberaciónFUC Federación Universitaria de CórdobaGAN Gran Acuerdo NacionalGOCOM Grupo Organizador de Comisiones Obreras Metalúrgi

casLAME Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del EstadoIKA Industrias Kaiser ArgentinaIME Industrias Mecánicas del EstadoJTP Juventud Trabajadora PeronistaMÁS Movimiento de Acción Sindical

MRS Movimiento de Recuperación SindicalMSC Movimiento Sindical CombativoMUCS Movimiento de Unidad y Coordinación SindicalPC Partido ComunistaPCR Partido Comunista RevolucionarioPRT Partido Revolucionario de los TrabajadoresPST Partido Socialista de los TrabajadoresSITRAC Sindicato de Trabajadores de ConcordSITRAGMD Sindicato de Trabajadores de Grandes Motores Diesel SITRAM Sindicato de Trabajadores de MaterferSMATA Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Auto

motor

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16 El Cordobazo

UIAUOMUTAVC

Unión industrial Argentina Unión Obrera Metalúrgica Unión Tranviarios Automotor Vanguardia Comunista

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Introducción

A principios de 1944» Agustín Tosco dejó la chacra propiedad de su familia en Coronel Moldes, una pequeña ciudad en la mediterránea provincia argentina de Córdoba, y viajó hacia el norte, a la ciudad capital de la provincia. Los orígenes rústicos del larguirucho y apocado chacarero saltaban a la vista en su castellano rural, un castellano entrelazado con el dialecto italiano hablado en su hogar, así como en la dentadura manchada, producto de años de beber agua de pozo*, agua intensamente caliza que dejaba manchas pardas y huellas en las sonrisas de los agricultores cordobeses y sus familias. La migración de Tosco fue una odisea personal, pero no notable en lo que respecta a su familia o su generación. Por su cuen

ta, su padre y su madre habían hecho antaño un viaje similar, desde las montañas del norte de Italia, en el Piamonte y a través del mar hasta la Argentina. Ésos eran también los años de las grandes migraciones rurales desde el campo argentino a los centros urbanos, en especial a Buenos Aires pero también a ciudades más pequeñas como Córdoba. Lo mismo que a Tosco, a muchos emigrantes los sedujo un sentimiento juvenil de aventura, así como la esperanza de encontrar trabajo en una de las industrias de la ciudad, tal vez incluso en una de las fábricas militares más grandes de municiones o aviones, que habían iniciado la transición de Córdoba de una economía agraria a una industrial moderna.

Muy lejos de las profundidades australes de la Argentina de Tosco, en lo que los argentinos aún consideran los centros de la civilización y la cultura occidentales, en esos comienzos de 1944 estaban produciéndose acontecimientos que más tarde afectarían la vida de Córdoba y aun la del propio Tosco. En un invierno de guerra, los países industriales de Europa y América del Norte vislumbraban los

* En castellano en el original. Lo mismo vale para todas las palabras en itálica en el resto del iibro, incluidos los títulos de los capítulos (n. del t.).

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18 El Cordobazo

cambios que seguirían a la probable derrota de las potencias fascistas. En los Estados Unidos, Henry J. Kaiser, un incansable empresario decidido a expandir su ya formidable imperio industrial, se proponía construir una empresa automotriz que, tenía la esperanza, se ganaría un lugar junto a Ford, General Motors y Chrysler como fabricante en lo que se había convertido en la industria más prestigiosa, lucrativa y representativa del siglo. Como otros empresarios automotores de la época de la guerra, Kaiser esperaba que sus fábricas de Willow Run, cerca de Detroit, fueran capaces de explotar la escasez interna de vehículos y obtuvieran una pequeña porción del mercado. No obstante, resultaba evidente que, con la conclusión de la guerra, la competencia volvería a favorecer a los gigantes automotores. Las máquinas herramienta automáticas y las de transferencia que sus departamentos de ingeniería estaban diseñando y con las que ya experimentaban, amenazaban transformar el proceso manufacturero y generar demandas de capital que empresas más pequeñas como la de Kaiser tendrían dificultades para afrontar.1

En la Francia ocupada, el imperio de otro industrial estaba al borde de la ruina. El distinguido parisino Louis Renault, mediante la combinación de ambición y optimismo sincero que diferencia al empresario del hombre de negocios corriente, había desarrollado años antes su otrora pequeño taller casero hasta convertirlo en un gran complejo industrial automotor en Boulogne-Billancourt, en los suburbios del sudoeste de París. A diferencia de los fabricantes americanos, Renault había destinado sus autos primordialmente a un mercado de lujo, y sus plantas sólo habían utilizado métodos modificados de producción de Ford. No obstante, hacia la década de 1930, las fábricas Renault eran comparables a las de las empresas estadounidenses y habían hecho de Louis Renault uno de los fabricantes de automóviles más exitosos de Europa. Renault había decidido proseguir con la producción bajo la ocupación alemana y, además,

permitir el uso de algunas de sus plantas para el mantenimiento y fabricación de vehículos militares, evitando con ello las amenazas de expropiación formuladas por los ocupantes. En 1944, éste pareció ser un primer y fatal desacierto. Después de la liberación de París, la culpa colectiva de Francia por su papel en la guerra fue parcialmente mitigada por la detención de los colaboracionistas más notables, entre ellos Louis Renault. En 1944, mientras aguardaba ser

juzgado como prisionero del gobierno francés, Renault murió, en el mismo momento en que su compañía, recientemente nacionaliza.- da, atravesaba la transición de empresa privada a estatal.2

Entretanto, en las plantas de Fiat enTurín, la derrota inminente de los fascistas provocaba confusión y temor en muchos y esperan

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Introducción

zas en unos pocos. Como corazón industrial del Estado fascista ita-liano, Turín tenía muchos vínculos, emocionales y prácticos, con el

agonizante régimen de Mussolini. La familia Agnelli, fundadora y propietaria de la Fiat, había sido uno de los primeros respaldos de Mussolini y beneficiaría principal de su programa económico. La clase obrera turinesa había abandonado parcialmente su identidad socialista y comunista en favor de una fascista, hipnotizada por la imaginería revolucionaria y cultural que, hábilmente, ofrecía el fascismo, así como por los beneficios económicos de un régimen comprometido con el pleno empleo y la prosperidad económica a través de programas de rearmamento industrial y expansión imperial.3 Con sus fábricas gravemente dañadas por los bombardeos aliados, Fiat

apenas sobrevivió al colapso del fascismo, y la década siguiente sería testigo de crisis y conflictos incesantes, con la compañía continuamente amenazada por la bancarrota y los trabajadores ajustando cuentas por los engaños del fascismo a través del renacimiento de sindicatos socialistas y comunistas militantes. La hostilidad de Fiat a la representación sindical de sus trabajadores, sin embargo, se mantendría inconmovible» y la dirección aprovecharía plenamente la derrota de comunistas y socialistas en las elecciones sindicales de 1955 para barrer con todos los vestigios de poder gremial que habían vuelto a Insinuarse en la empresa después de la guerra.4

A pesar del cambio evidente de los hados de la guerra, el fascismo no estaba en modo alguno desacreditado en la Argentina en 1944, año en que Tosco llegó a Córdoba. Los militares argentinos conservaban gran simpatía por las potencias fascistas, seguían creyendo en su victoria inminente y procuraban imitar sus métodos y programas allí donde fuera posible. En las fábricas de armas dé Córdoba, la disciplina militar y los sentimientos militaristas impregnaban todas sus operaciones. En la década de 1930, la ecuación de las fuerzas armadas que asimilaba grandeza nacional con una poderosa industria armamentística les había permitido obtener la aprobación gubernamental para expandir la producción de armas y suscribir convenios de licencias con las potencias fascistas para la fabricación de tecnología militar de avanzada.5 Varios años más tarde, el gobierno de Ramón Castillo (1940-1943) cedió a las presiones de los sectores castrenses nacionalistas creando en 1941 una

junta de planeamiento industrial militar, la Dirección General de Fabricaciones Militares, con lo que reconocía un papel industrial permanente a las fuerzas armadas. De ese grupo de militares nacionalistas surgió una logia secreta con indisimuladas simpatías pro fascistas, el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), que tomó el poder en 1943. Uno de los miembros de ese grupo, Juan Domingo Perón,

había estudiado en Turín en la década de 1930 y cumplido funcio

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20 El Cordobazo

nes de observador militar en la División Alpina, grupo de eitre de Mussolini. La admiración de Perón por las reformas fascistas encontraría expresión en su cargo de secretario de Trabajo de la Argentina y especialmente luego, al ser elegido presidente en 1946.

En los años en que el joven Tosco luchaba por abrirse paso en su ciudad de adopción, Perón llegaba por primera vez a la prominencia nacional a través de su sorprendentemente eficaz e innovador desempeño en la Secretaría de Trabajo, A pesar de la profunda impresión personal que le provocó su experiencia italiana, como secretario de Trabajo y como presidente Perón fue incapaz de recrear un Estado fascista en la Argentina, en parte debido a las muy diferentes circunstancias históricas que existían en el país y en parte al descrédito internacional del fascismo como resultado de su derrota en la guerra.

Más que como fascistas, es necesario entender y ubicar decididamente a Perón y al peronismo dentro de la historia de otros movimientos políticos populistas de América Latina durante esos años. Lo mismo que éstos, la revolución de Perón sería esencialmente política y cultural, no económica y ni siquiera social. Al margen de la nacionalización de los ferrocarriles y las empresas de servicios públicos, las políticas económicas peronistas no afectaron los intereses de los grupos económicos dominantes del país, y tampoco se apartaron significativamente de las seguidas por los gobiernos conservadores de la década de 1930 y principios de la de 1940, cuando una tambaleante alianza de la elite terrateniente y los militares dirigió el país y restableció el gobierno de los poderosos, dando fin a más de una década y media de una pendenciera política de partidos. Los proyectos de obras públicas, el aumento de la inversión en la industria, cierta expansión arancelaria y la manipulación de los tipos de cambio para desalentarlas importaciones, así como un tratamiento diferencial de la elite terrateniente —esta última política sólo ligeramente modificada por Perón con el establecimiento de un

monopolio estatal para la comercialización de las exportaciones agrícolas— , eran tanto las políticas del ex presidente Agustín P. Justo (1932-1938) como las de Perón. De manera similar, y lo mismo sucedió con Justo, los grandiosos planes para utilizar al Estado como una herramienta del desarrollo económico rara vez se tradu

jeron en una política efectiva. Si bien Perón emprendió un amplio programa de nacionalizaciones en sectores tan importantes de la economía como los ferrocarriles, las obras portuarias, los teléfonos y la mayor parte de la industria de la energía eléctrica, el período peronista (1946-1955) se caracterizó por un volumen de producción

relativamente consistente, una modesta inversión en infraestructura y escasa. innovación tecnológica en la industria. En realidad,

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particular de desarrollo industrial. La urbanización y la concentra

ción de un mercado considerable para un conjunto amplio de bienes industriales estimularon la expansión de industrias privadas, livianas y de mediano tamaño. Eí crecimiento alcanzó su mayor velocidad durante la Segunda Guerra Mundial, los años cruciales para la formación de la burguesía industrial peronista, pero continuó a lo largo de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta.10Esta nueva clase de industriales, en lo sucesivo conocida como burguesía nacional, se caracterizaba por tener pocos vínculos con el capital internacional y una dependencia casi completa de los mercados internos, actuando en gran medida como fabricantes y proveedores en las industrias de bienes de consumo. Agrupados desde 1952 en la Confederación General Económica (CGE), sus rivales se reunían en la Unión Industrial Argentina (U1A), una organización de exportadores e industriales con lazos con el comercio y las finanzas internacionales que incrementaron su peso económico y político a fines de la década de 1950 y a lo largo de la de 1960, dando a la burguesía argentina un carácter aún más dual que el que puede encontrarse en otros países latinoamericanos.11

Las orientaciones económicas de Perón eran predominantemente una extensión de su política, herramientas usadas para acumular y cimentar lealtades y alianzas. La vulnerabilidad de una economía agraria y un empequeñecido desarrollo industrial eran motivo de poca preocupación, en la medida en que las condiciones excepcionalmente favorables para las exportaciones tradicionales argentinas y los gruesos excedentes comerciales permitieron a Perón financiar su Estado de bienestar y comprar lealtades políticas. El deterioro de los términos del intercambio para esas exportaciones y el agravamiento de los problemas fiscales que se hicieron evidentes hacia principios de la década de 1950 obligaron a un cambio a regañadientes. Durante su segunda presidencia (1952-1955), Perón cortejó a los inversores del exterior y finalmente impulsó una legislación que aligeró en gran medida las restricciones al capital extran jero, reconociendo tardíamente que sus anteriores políticas económicas habían sido ineficaces. Por ejemplo, poco después de su reelección estableció contactos con una serie de fabricantes automotores europeos, entre ellos la Fiat, buscando posibles inversiones en la Argentina. Por entonces, las medidas nacionalistas tomadas durante su primera administración habían fracasado completamente en su intento de crear una industria automotriz nacional. Las restricciones, que equivalían prácticamente a una prohibición de efectuar remesas de beneficios, y las dificultades para obtener los permisos de cambio obligatorios para las importaciones habían forzado a Ford y otras compañías estadounidenses a cerrar sus plan

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introducción 23

tas argentinas de ensamblado a fines de la década de 1940. El poco entusiasta intento de Perón de crear una industria automotriz nacional con el establecimiento de Automotores Argentinos S.A. en1949 y la conversión de algunas de las fábricas militares cordobesas a la producción de vehículos motorizados habían halagado las sensibilidades nacionalistas, pero produjeron escasos resultados.!2En 1952, en los mismos días en que Agustín Tosco terminaba su primer año como delegado gremial en la compañía de energía eléctrica donde había encontrado trabajo, Perón y las empresas automotrices extranjeras discutían términos que fueran aceptables para ambas partes para la inversión en la Argentina.

Las negociaciones con las compañías fueron arduas, y su resultado se mantuvo incierto durante varios años. Pero, si bien la política económica peronista no había logrado crear una economía industrial moderna en la época en que aquéllas comenzaron, los otros efectos del régimen sobre el país eran más claros. Apenas transcurridos unos pocos años en el poder, Perón había dado origen a un complejo conjunto de lealtades y alianzas a lo largo y lo ancho de la sociedad argentina. En general, se favorecían los intereses de la clase obrera y, en una menor medida, los de los nuevos industriales a expensas de otros. El apoyo y la oposición al régimen no siempre se ordenaban a lo largo de simples líneas de clase. Incluso en la clase media, presentada en general como un bastión del antiperonismo, podían encontrarse el pequeño rentista, el aspirante a industrial o el funcionario gubernamental que de algún modo se beneficiaban con el peronismo. La relación entre éste y la clase obrera, aunque compleja y no sin tensiones, era sencillamente menos ambigua que la existente entre otras clases y el régimen. La base social del peronismo eran incuestionablemente las clases trabajadoras del país. El carácter único del peronismo en la historia moderna de América Latina, su genio peculiar, fue su aptitud para unir a la clase obrera a un régimen político decidido a transformar gran parte

de la cultura política y las formas de asociación establecidas de los trabajadores en favor de sus propios fines, socavando con ello su aptitud para tomar medidas colectivas e independientes. La cooptación estatal del movimiento obrero organizado es, desde luego, un leitmotiv en la historia de América Latina en este siglo, pero el peronismo difirió tanto en escala como en carácter de otros ejemplos de incorporación de las clases obreras urbanas latinoamericanas, por su naturaleza masiva y completa. Dadas las ambiciones políticas de Perón y la estructura de clases del país, con la ausencia de un gran campesinado o de una subclase sin propiedades y a la deriva, el cortejo de la clase obrera por parte del peronismo era tal vez inevitable. El crecimiento del proletariado urbano en los años

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treinta y cuarenta implicaba que cualquier régimen que no deseara

meramente apuntalar los intereses conservadores tendría que tomarlo en cuenta. Sin embargo, el poder de las clases trabajadoras aún era sólo latente, el resultado de los números más que de la conciencia de clase o la robustez de las organizaciones. La perspicacia política de Perón le permitió reconocer su potencial antes que lo hicieran sus rivales. Su ambición y sus considerables dotes le permitieron traducir ese potencial en poder.

Oficial de carrera, Perón fue fundamentalmente un conservador durante toda su vida. Lo mismo que en los líderes fascistas europeos y los populistas latinoamericanos, su visión de la clase obrera, al margen de la estricta utilidad política de ésta para su movimiento, era esencialmente corporativista. Perón intentó incluirla en una alianza con las otras clases del país, hacer que tuviera interés en una Argentina capitalista y explotar su poder político latente. Por encima de todo, esperaba reemplazar la incipiente lealtad de clase del proletariado urbano por una clara identificación con el Estado

—un Estado que era cada vez más un sinónimo del movimiento peronista—. Para lograrlo, tuvo que hacer concesiones reales a los trabajadores. Tal como sucedió en el caso de los nuevos industriales, las lealtades y el apoyo de la clase obrera al régimen se vincularon con su propio interés. Las necesidades de ambos grupos eran satisfechas mediante la expansión del mercado interno, la redistribución más equitativa de la riqueza del país y el crecimiento del poder adquisitivo de la floreciente clase obrera.

Los mercados para las exportaciones agrícolas argentinas crecieron explosivamente en los años de la inmediata posguerra, y Perón usó la riqueza, en parte, para crear los rudimentos de un Estado de los trabajadores. La clase obrera experimentó un crecimiento del 20% en sus salarios reales entre 1945 y 1948, una cifra que se tradujo en un ascenso de su participación en el ingreso nacional del 40,1% en 1946 al 49% en 1949 y un aumento promedio anual de los consumos personales de 7,5%.,3 El deterioro de la economía después de 1949, cuando los trabajadores experimentaron una caída significativa de los salarios reales, tampoco indicó una inversión de las políticas redistributivas peronistas en favor de las clases propietarias. La clase obrera tal vez se vio menos afectada que la mayoría por los problemas económicos del país, y a decir verdad no hubo una redistribución significativa del ingreso nacional que la perjudicara.'4 El apoyo profundo, aunque menos bullicioso, de los trabajadores al régimen en los años de vacas flacas de la década de 1950 reflejó su reconocimiento de que el Estado peronista había tendido a satisfacer sus necesidades materiales como ningún otro gobierno lo había hecho antes.

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Introducción

Los mejores salarios y una mayor participación en el ingrese nacional, sin embargo, sólo explican parcialmente la lealtad de ia clase obrera a Perón y su creciente identidad peronista. El tipo mismo de identificación personal que los trabajadores argentinos sentían por el régimen se debía a ía capacidad del peronismo para articular sus frustraciones, rencores y esperanzas como ciase en un idioma que les llegara emocionalmente.15 En parte, su capacidad para hacerlo se debía a su novedad, al hecho de que el peronismo representara simplemente un nuevo estilo político. El mejor representante del cambio fue el propio Perón. Su ingenio, su lenguaje vulgar y su vestimenta informal, su reputación entre los vivillos de la calle y su preferencia por las diversiones del hombre común, ostentada en bien publicitadas amistades con boxeadores y jugadores de fútbol, en contraste con las pretensiones aristocráticas de la elite política elegante y asidua del Teatro Colón, contribuyeron a crear su imagen de político de los trabajadores.

La atracción del peronismo se debió en parte, sin duda, a la personalidad única y muy fuerte de Perón. Otros aspectos de su imagen política eran más premeditados, aunque no menos eficaces. Los peronistas procuraban cultivar un estilo político familiar. Utilizaban un nuevo vocabulario político, menos formal y rígidamente retórico que el de los partidos tradicionales del país. De manera si

milar, se apropiaron deí término compañero, despojándolo de sus connotaciones marxistas y particularmente comunistas, y en general adaptaron expresiones y fragmentos del lunfardo de la clase obrera a su propio argot político. Como lo señala Daniel James, el vocabulario político personal de Perón, sus a veces empalagosos y grandilocuentes himnos a los descamisados y los muchachos pero nistas , era sorprendentemente diferente de las despreciativas referencias de la oligarquía a la chusma, e incluso del discreto y a veces pedante lenguaje político de los partidos radical y Socialista. A decir verdad, ninguno de los partidos políticos del país había advertido el poder del lenguaje; todos imitaban el estilo político establecido por la elite y dejaban en manos de Perón el uso de un vocabulario más popular que lo ayudaba a hacer acopio del apoyo de la clase obrera. Aunque a menudo fuera pomposo y sensiblero, elevó la autoestima de ésta y fortaleció los lazos emocionales de los trabajadores con el régimen.

Las lealtades de los trabajadores también eran cortejadas por medios menos sutiles, a través de la creación de una cultura política peronista. Si bien el Estado peronista no intentó establecer un control absoluto sobre la vida argentina, como el ejercido por los regímenes totalitarios europeos en la década de 1930, instauró, no obstante, una versión modificada del mismo. La difusión de la doctri

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na ju sticia lista en libros de texto primarios y secundarios, el sub

sidio y exhibición del “arte” peronista, el uso de símbolos e imaginería política —el ubicuo escudo peronista y los obligatorios retratos de Perón y Evita en todos los edificios públicos— representaron colectivamente un intento por parte del Estado peronista de imbuir a la nación argentina del espíritu y las enseñanzas de la revolución justicialista.'6 Los elaborados programas de bienestar social creados por Perón también tenían su valor propagandístico. La caridad se convirtió en un pilar del Estado peronista y tal vez en su institución obrera más representativa. La beneficencia estatal se utilizó para reducir las tensiones de clase y cimentar las lealtades

de los trabajadores de una manera en que no podían hacerlo los incrementos de salarios o de la participación en el ingreso nacional. Este impulso paternalista del peronismo se expresó también a través del vasto cuerpo de una legislación social extensa e indudablemente elogiable y bienvenida. Seguros médicos, planes de

jubilación, leyes de derecho al trabajo, viviendas subsidiadas para las personas de bajos ingresos, vacaciones pagas, leyes sobre el ira- bajo infantil, un sistema de aguinaldo anual y otras medidas datan de esos años.

El otro lado del paternalismo peronista fue menos ambiguamente filantrópico y calculador. El Ministerio de Bienestar Social y la Fundación Eva Perón tenían acceso a la vida de los trabajadores de un modo directo, que no podía igualar ni siquiera la legislación de acción social del gobierno. Evita inspeccionaba personalmente gran parte de las obras de caridad del régimen y, junto con sus favoritos de la burocracia de acción social, escuchaba comprensivamente las pequeñas tragedias, otorgaba favores y resolvía los problemas individuales de miles de trabajadores. Sus campañas de recolección de alimentos y ropa para las familias obreras, la incansable supervisión de los trabajos para aliviar la situación de las víctimas de terremotos e inundaciones, incluso sus planes más excéntricos y recargados, como la erección de una “ciudad peronista” en miniatura como parque de recreo para los niños de clase obrera en las afueras de La Plata, tocaban todos una cuerda emocional que, cualesquiera fueran sus ideales personales, tenía una clara intención política. A decir verdad, los generosos recursos a su disposición, obtenidos gracias al sometimiento de los trabajadores a “contribuciones” obligatorias a sus obras de caridad a través de deducciones mensuales en sus salarios, no sólo le dieron a Evita el monopolio de la distribución de la caridad estatal, sino que también le permitieron explotar su popularidad y el profundo y sin duda merecido afecto popular que la rodeaba; con ello estableció también un monopolio emocional, apresurando la peronización de la clase obrera, en especial de

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la gran cantidad de trabajadores que permanecían sin organizar y

al margen del movimiento sindical oficial.El mayor legado de Perón a la clase obrera, el único que sobrevivió a la política económica justícialista, los elaborados programas de bienestar social y todas las campañas de propaganda del movimiento, fue la creación de un movimiento obrero unificado y poderoso, La organización de los trabajadores en sindicatos industriales nacionales unidos en una sola confederación del trabajo aseguró la supervivencia del movimiento obrero en la vida política del país mucho después de que la coalición peronista originaria se hubiera desintegrado. Perón tomó una ciase obrera naciente, en gran medida apolítica y desorganizada, y en pocos años hizo de ella un formidable factor de poder dentro de la nación.

La creación de un movimiento obrero tan poderoso no careció de un elemento de coerción; cuando era necesario, se recurría a la domesticación gremial y a las tácticas intimidatorias. También en este aspecto el peronismo representó una continuación de las políticas laborales de los gobiernos militares y civiles de la década del treinta y comienzos de la del cuarenta. Esos gobiernos habían seguido una política de diálogo y compromiso con los gremios más poderosos del movimiento obrero. También habían hostigado a los sindicatos más militantes, como.los de los trabajadores de la cons

trucción y los frigoríficos, controlados por los comunistas, al mismo tiempo que alentaban la división en la confederación nacional, la CGT (Confederación General del Trabajo), que había surgido en 1930. Pero, a diferencia de esos gobiernos, el Estado peronista eligió reprimir para volver a construir, eliminar a los elementos envanecidos del movimiento obrero y reemplazarlos por una conducción dócil y agradecida, pero también fortalecer la maquinaria gremial y dar al movimiento obrero un poder nuiicá antes alcanzado, haciendo así de él un formidable aliado político .17 Además de ser ayudado por la división dentro del movimiento obrero y el bajo nivel de sindicalización, la tarea de Perón resultó más sencilla por el hecho de que muchos de los sindicatos que tenían una historia de militan- cia e independencia pertenecían a industrias en crisis y habían sufrido una grave pérdida de afiliados en años recientes. De este modo, Perón descubrió que era relativamente fácil establecer organizaciones laborales rivales, colmarlas de concesiones salariales y beneficios y ganar el apoyo de las bases. Ya en su actuación como secretario de Trabajo había recurrido a estas tácticas para eliminar a rivales comunistas en los gremios textil y del calzado.18

Los efectos combinados del patronazgo estatal, la creciente sindicalización bajo los auspicios de la Secretaría de Trabajo, la eliminación de los aguerridos líderes sindicales anarquistas, socialis

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tas y especialmente comunistas, y ia atractiva personalidad del

mismo Perón ya le habían valido a éste un número considerable de partidarios hacia 1946. No obstante, su influencia en el movimiento obrero aún era tenue, y una serie de gremios no vacilaban en proclamar su oposición a la interferencia de la secretaría en algunas esferas de las cuestiones sindicales. El equilibrio de poder, sin embargo, había pasado definitivamente del movimiento obrero organizado hacia el Estado. La tradición sindical independiente de la Argentina y sus recelos históricos y a menudo abierta hostilidad al Estado estaban llegando a su fin. La estrategia de Perón para eliminar los restos de esa tradición fue desde entonces doble: siguió uti

lizando los poderes del Estado para promover la sindicalización y convenios colectivos favorables, al mismo tiempo que aislaba a los gremialistas remisos que se negaban a reconocer la tutela peronista. Los así llamados laboristas , que deseaban brindarle un apoyo condicional y a la vez conservar la autonomía necesaria para crear un partido laborista independiente, iban a cargar con lo más arduo de los ataques, pero casi todos los sindicatos del país se verían afectados de una u otra manera.

Perón prefería evitar las confrontaciones y sólo recurría al combate contra los líderes sindicales que no cooperaban una vez que todo lo demás había fracasado. En esos casos, las opciones a su disposición eran muchas: podía cancelar el status legal del sindicato, su personería gremial; negar el apoyo de la Secretaría de Trabajo en la discusión de un convenio colectivo, asegurando con ello un resultado desfavorable para la conducción establecida; formar listas rivales para las elecciones sindicales; y, como último recurso, suspender la afiliación del sindicato a la CGT. Como presidente, Perón demostró que seguía estando dispuesto a emplear tácticas de fuerza cuando fuera necesario, y desde su origen el sindicalismo peronista contuvo un elemento de patoterismo por el cual se empleaba la intimidación, y en raras ocasiones incluso la violencia, para mantener a remolque al movimiento obrero organizado. Pero no fue ésta la tendencia dominante durante las presidencias peronistas de las décadas de 1940 y 1950. Perón alcanzó su mayor eficacia en el papel de benefactor y protector y no en el de destructor de sindicatos, al socavar la antigua conducción gremial e instalar a una nueva generación de peronistas leales en el movimiento obrero.

En su mayor parte, los sindicatos se arrebañaron voluntariamente a su lado. También lo hicieron con rapidez. Transcurridos dos años de su primera presidencia, Perón se las había arreglado para obtener el control de prácticamente todos los gremios que habían

mantenido su independencia durante su desempeño como secretario de Trabajo. Sindicatos antiguamente comunistas, como los de

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Introducción 29

los trabajadores de la construcción y los frigoríficos, estaban sólida

mente integrados a su campo, en tanto otros que habían sido históricamente socialistas o anarcosindicalistas tenían, hacia 1948, una conducción peronista o una relación fluida con el gobierno. Como presidente, Perón pudo ofrecer a los gremios una serie de beneficios que habían estado más allá de los medios de ía más circunscripta Secretaría de Trabajo, También estaba dispuesto a utilizar las instituciones del Estado para respaldar a los sindicatos. Por ejemplo, dio a los trabajadores de base un poder más grande que el que nunca habían tenido hasta entonces. La creación de un poderoso movimiento de delegados sindicales, las comisiones internas fabriles, proporcionó a los trabajadores defensores eficaces en todas las cuestiones relativas al trabajo y la producción y garantizó que la legislación laboral peronista fuera observada por la patronal, un hecho que explica la casi uniforme hostilidad de ésta a la misma. De manera similar, los delegados dieron a los trabajadores vínculos orgánicos con sus sindicatos nacionales y la confederación del trabajo, y fueron un medio de inculcar en ellos una identificación con los gremios y un creciente interés en los asuntos sindicales. De este modo, los beneficios de cooperar con el régimen eran muchos. Después de 1946, casi todos los sindicatos del país informaban que sus miembros presionaban para que se afiliaran a la CGT reunificada y

aceptaran un lugar en las filas del movimiento obrero peronista.19La oposición esporádica con que Perón se topó en lo sucesivo, la más célebre de todas la de la áspera y vieja conducción socialista del gremio de trabajadores ferroviarios, La Fraternidad, se limitó casi completamente a su primera presidencia. La intransigencia de ese sindicato, que fue quebrada en mayo de 1951 cuando su conducción socialista fue reemplazada por peronistas leales, fue excepcional durante la primera presidencia y habría sido impensable en la segunda. Después de 1952, Perón estuvo en una posición inexpugnable con respecto al movimiento obrero organizado, y a pesar de huelgas esporádicas en esos años, la peronización del movimiento obrero se consumó plenamente. A medida que aumentaba la dependencia de éste con respecto a Perón, lo mismo sucedía con la recíproca. La influencia obrera creció cuando la coalición peronista original se desintegró y los militares, la Iglesia Católica y los industriales, cada uno por motivos diferentes, se apartaron del régimen. El movimiento obrero se convirtió cada vez más en la institución sustentadora de Perón, y se confió más que nunca a los sindicatos el trabajo de propaganda y las campañas de afiliación a la miríada de organizaciones peronistas existentes. La participación directa de los líderes sindicales en la política también se incrementó. Durante su primera presidencia, Perón había desalentado la búsqueda de

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Introducción 31

dial durante el período de la inmediata posguerra permitió que, por

corto tiempo. Perón realizara el hábil juego de manos con el que parecía subvertir el orden establecido del país cuando, en realidad, apoyaba gran parte de él. En este sentido, el peronismo tuvo un éxito único en la puesta en práctica de ideas que habían Estado en boga en los círculos conservadores e incluso fascistas de América Latina desde la década de 1930. Fue significativo que los más grandes imitadores de Perón en América Latina, el general Marcos Pérez Jiménez en Venezuela y el general Carlos Ibáñez en Chile, fueran ambos presidentes militares que obtuvieron su respaldo de la derecha.

En no pequeña medida, Perón tuvo éxito al aparentar ser más delo que realmente era, empleando el lenguaje del nacionalista belicoso para convencer a los sectores de la sociedad argentina de cuyo respaldo dependía, principalmente la clase obrera, de que el país estaba en camino a la independencia económica y la justicia social. Su régimen no cayó a causa del desencanto de la clase obrera con él, sino por no lograr dar forma a un programa económico que se ajustara a sus necesidades políticas. El mismo Perón se negó obstinadamente a reconocer las realidades económicas internacional e interna existentes y trató de obligar al mundo capitalista a vivir de acuerdo con sus propios términos, de dejar que las bravatas y las cantinelas resolvieran 1a aeomuau esLiuciuiau uci ptus. j-.ua engreimientos del peronismo fueron su ruina, y el tardío reconocimiento de sus fracasos, tal como se expresó en el cambio de políticas de la segunda presidencia, fue incapaz de enmendar pasados errores. No obstante, el peronismo fue siempre mucho más grande que el propio Perón, y el movimiento sobrevivió a proscripciones y persecuciones precisamente porque se había enraizado en la historia vivida de la clase obrera argentinay porque expresó sus necesidades como clase en un momento histórico determinado mejor que cualquiera de los partidos de izquierda del país.

Perón cayó bajo el peso de sus propias contradicciones, lo mismo

que por las conspiraciones de la oligarquía, los militares, la Iglesia y la oposición política. Los gobiernos militares y civiles que siguieron a su derrocamiento en 1955 se movilizaron al principio para fortalecer el papel tradicional del país como exportador agrícola, y luego se inclinaron hacia una esperanza casi desesperada de que el nuevo positivismo latinoamericano, el desarrollismo, sacaría al país de sus cenagales social y político. La popularidad inicial de las ideas desarrollistas fue amplia en la Argentina, y reflejó una preocupación profunda por el malestar económico de la nación, pero también puso al descubierto la naturaleza conservadora de la sociedad argentina y su limitado espectro de opciones políticas. Las ideas de

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Introducción 33

to por la permanente proscripción política del movimiento peronista, incluso los sindicatos fueron al principio renuentes a criticar tal política o a recurrir a argumentos de autarquía económica, que el propio Perón había abandonado en los años finales de su régimen.

El área en que se produjo el mayor cambio político fue la de la inversión extranjera. El capital extranjero, en especial estadounidense, entró arrasando en el sector manufacturero con el mismo entusiasmo con que los británicos habían intervenido anteriormente en las actividades de transporte, bancaria y de seguros. Hacia1969, las inversiones estadounidenses en la industria argentina ascendían a 789 millones de dólares, de un total de inversiones extranjeras de aproximadamente 2,000 millones en la actividad manufacturera. Esto significaba que el aporte estadounidense a la industria argentina se había triplicado en menos de 15 años, a partir de los 230 millones de dólares invertidos en 1955.23Las mayores inversiones extranjeras se produjeron en las industrias de capital intensivo, más particularmente en la fabricación de automóviles y material de transporte, mientras las industrias livianas tradicionales permanecían en manos argentinas. El crecimiento industrial superó los modestos logros de la década peronista y puso a la Ar gentina en un pie de igualdad con las otras principales economías industriales de América Latina. Sólo en la industria automotriz, la producción trepó de un total de 13.901 vehículos fabricados entre 1951 y 1955 a una producción anual de 136.188 ya en 1961.24

La abrupta incorporación de ía Argentina a la era del capitalismo multinacional puso en tensión al país que había creado Perón. El proyecto desarrollista de Frondizi se centró en una obsesión casi personal por eliminar los obstáculos al desarrollo capitalista dejados por Perón. La devaluación del peso establecida por su gobierno, los grandes cortes en el gasto público, incluyendo la eliminación de todos los controles de precios y subsidios, el abandono de lincamientos salariales rígidos y otras medidas apuntaron a atacar los restos del Estado peronista y a restaurar la reputación del país entre los acreedores extranjeros. Frondizi y su asesor Rogelio Frigerio procuraron escapar a las bases agrarias de la economía argentina mediante el diseño de un programa económico en el cual algunas industrias claves, con el apoyo del capital extranjero, serían abiertamente estimuladas. En este aspecto, la industria automotriz füe particularmente estimada por su presunta aptitud para establecer “afinidades” industriales. Entre sus beneficios esperados se contaban la creación de una vigorosa industria siderúrgica, el crecimiento de la industria autopartista y una mayor producción de petróleo, asi como su presunta capacidad para de

sarrollar la experiencia gerencial asociada con una economía in~

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34 El Cordobazo

dustrial moderna.25 A decir verdad, todos los gobiernos del período

consideraron a la automotriz como la industria clave en la transición de la Argentina hacia una economía industrial moderna. Entre 1958 y 1969, el 20% de la inversión extranjera aprobada por el gobierno argentino se destinó a la producción automotriz, y en 1970 la industria efectuaba el 37% de los pagos de regalías de la industria argentina correspondientes ala tecnología extranjera, habitualmente en la forma de acuerdos de licénciamiento.26

Sin embargo, el programa desarrollista no produjo los resultados esperados, y se estancó gravemente a principios de la década de 1960. Las ganancias de las exportaciones agrícolas y las inversiones extranjeras no habían podido mantenerse a la par con las crecientes importaciones de bienes de capital, creando con ello graves problemas en la balanza de pagos, lo que provocó que Frondizi acudiera al financiamiento exterior. Los problemas económicos del gobierno pronto ahuyentaron a los bancos extranjeros, lo mismo que la insinuación de incertidumbre política que siguió a las inesperadas victorias peronistas en las elecciones de 1962. A medida que se aproximaba la fecha de reembolso de los préstamos originales, la mayoría de los cuales habían sido de corto plazo —cinco años— , el programa desarrollista perdía vigor; a esto le siguieron una recesión y la caída del gobierno de Frondizi. No obstante, el programa de éste había comprometido al país con cierto tipo de desarrollo, con una visión concreta del papel de la Argentina en el orden capitalista de posguerra. En lo sucesivo, todos los gobiernos civiles y militares, incluso los efímeros y desafortunados intentos del gobierno radical de Arturo Illia (1963-1966) por revivir algunas de las consignas nacionalistas de Perón, aceptarían ciertos supuestos desarroílistas acerca de la política económica, el papel del Estado y una visión global del lugar de la Argentina en la economía mundial.

Con posterioridad a la caída del gobierno de Illia a causa de un golpe militar en 1966, la Argentina ingresó en un período excepcio

nalmente tempestuoso de su historia. Los gobiernos militares que rigieron en el país desde 1966 hasta comienzos de 1973 procuraron profundizar la estrategia desarrollista, pero sólo se las arreglaron para precipitar una polarización aún más honda de la sociedad, polarización que también fue el producto de complejos cambios en la vida intelectual y la cultura política que habían germinado en la Argentina desde la caída de Perón. Estas nuevas fuerzas dieron origen a una oposición ideológica y política que amenazó ir más allá del reformismo y el extremismo retórico. Los gobiernos peronistas que llegaron al poder entre 1973 y 1976 se enfrentaron al legado de

estos cambios cuando el país exhibía todos los signos de un pasaje ineluctable hacia un prolongado período de violencia civil, si no a la

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¿producción 35

guerra civil misma. En medio de los levantamientos de fines de la

década de 1960 y comienzos de la de 1970, el movimiento obrero organizado y los militares fueron las instituciones que determinaron el curso de la vida política nacional. Con la proscripción de los partidos políticos entre 1966 y 1972, el movimiento obrero organizado siguió desempeñando el papel dual de interlocutor institucional de clase con el Estado y también con el empresariado, como voz del proscripto partido peronista. La política del movimiento obrero desde 1955 había sido algo más que la de la clase obrera exclusivamente: la de la sociedad en su conjunto, en la medida en que la oposición a los regímenes y a las políticas gubernamentales se expresó

con más eficacia en el movimiento obrero que en cualquier otra institución del país. Con el comienzo del gobierno militar en 1966, la política interna del movimiento obrero, así como sus relaciones con la sociedad civil, se convirtieron tal vez en los elementos más decisivos de la vida política nacional.

El papel de la conducción obrera en la política nacional continuó después de 1966, pero luego de ese año también reflejó más profundamente las divisiones de la sociedad. Tanto el apoyo como la oposición a los programas y políticas de los gobiernos del período tuvieron su base institucional más fuerte en la clase obrera. La oposición de otras clases y grupos siguió siendo dispersa y contradictoria, y en los otros poderes corporativos de la sociedad argentina, la Iglesia y los militares, no logró transformarse en algo más que ruidos sordos de menor importancia dentro de las filas. Aunque los militares estaban divididos ideológicamente entre liberales y nacionalistas, y en la práctica en rivalidades por el poder y la influencia, como institución gobernante y principal arquitecto de los programas económicos del país después de 1966 fueron en general hostiles a las soluciones reformistas o revolucionarias. La Iglesia podría haber ofrecido algún apoyo institucional a los descontentos con los gobiernos militares del período, pero su ruptura histórica con el peronismo durante la primera presidencia de Perón, así como un conservadorismo innato producto de su propia historia, frustraron todo alineamiento político, como no fuera el respaldo a las fuerzas del orden y la estabilidad. Dentro de la Iglesia surgirían corrientes disidentes, pero como institución ésta se mantuvo como leal defensora del orden establecido y el statu quo.

Así, una parte importante de la historia política del pais entre 1966 y 1976 se jugó dentro del movimiento obrero y en la relación de esta clase con el resto de la sociedad civil. Después de la toma del poder por el general Juan Carlos Onganía en 1966, sectores del movimiento obrero organizado se convirtieron alternativamente en defensores del régimen, blancos de los programas de modernización

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gubernamental y fuentes de su oposición más eficaz. De manera

similar, después de 1973 los sindicatos fueron tanto partidarios como los principales adversarios de los gobiernos peronistas, en la medida en que surgieron corrientes disidentes que desafiaron la hegemonía peronista sobre las lealtades de la clase obrera y en especial su manejo cotidiano de los asuntos gremiales.

Los años de violencia y disenso desde 1966 a 1976 —cuando hubo fuertes corrientes revolucionarlas en acción bajo la superficie, que nunca llegaron a dominar pero siempre influyeron en el clima político— tuvieron tal vez su representación más reveladora en el movimiento obrero. Los acontecimientos tuvieron su epicentro en

Córdoba, pronta a convertirse en la segunda ciudad industrial de la Argentina. La división del movimiento obrero organizado que se hizo evidente inmediatamente después del golpe de Onganía, entre los caciques gremiales de la vieja guardia peronista y los más militantes sindicatos cordobeses, y la subsiguiente confrontación entre el movimiento obrero peronista y los movimientos clasistas, algunos de cuyos partidarios se identificaban abiertamente con programas revolucionarios y anticapitalistas, tipificaron las luchas que se estaban produciendo en otros niveles de la sociedad argentina, A fines de la década de 1960, la Argentina ingresó en una era de política revolucionaria, y dada la configuración de su estructura de clases y el poder del movimiento obrero organizado en la ciudad, era natural que Córdoba desempeñara un papel decisivo. Obviamente, el movimiento obrero organizado no fue el único actor institucional del período, y la historia de la clase trabajadora según se expresa en el movimiento obrero es inseparable de su interacción con las otras clases e instituciones del país* No obstante, la polarización de la vida política en Córdoba fue más aguda, las luchas más elocuentes y probablemente más significativas para el historiador, y su resultado, ciertamente, más claro.27

Los sucesos de esos diez años serían particularmente trascendentales para Agustín Tosco. En 1955, sin embargo, cuando terminó su primer período como delegado gremial, lo que más le interesaba era la discusión de otras políticas y otras revoluciones. La caída de Perón en septiembre lo llenó de aprensión, lo mismo que a los trabajadores de toda la ciudad, en la medida en que esperaban una reacción contra el movimiento obrero que había apoyado al régimen peronista.

La vida en la antiguamente soporífera Córdoba se vio pronto perturbada por la súbita aparición de extranjeros que hablaban en inglés e italiano: los consultores, ingenieros y gerentes de las plantas

de Kaiser y Fiat que estaban en construcción en las afueras de la ciudad. Los años de regateos entre Perón y los fabricantes extranje

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Introducción 37

ros de automotores finalmente habían producido resultados en 1954 y 1955, y Fiat y la empresa americana Kaiser-Frazier Automobile Company habían convenido invertir en la Argentina. De la noche a la mañana, Córdoba se convirtió en el asiento de la nueva industria automotriz del país. Hacia fines del año, comenzó a llegar la maquinaria; empezaban a contratarse trabajadores y Kaiser consideraba potenciales licenciatarios, entre ellos Renault, a fin de que le proporcionaran modelos adicionales para la limitada línea de autos de la empresa. Pero el pleno significado de todos estos cambios, sin embargo, no era visible para Tosco. Más reales le resultaban su empleo en la empresa local de energía eléctrica, sus responsabilidades en el sindicato y las penurias y los placeres cotidianos de la vida en la ciudad a la cual había apostado su futuro más de diez años antes.

NOTAS

1Norbert MacDonald, “Henry J. Kaiser and the Establishment of an Automobile índustry in Argentina”, Business His tory, vol. 30, n° 3 (Julio de1988), pp. 329-345; Stephen Meyer, “The Persistence of Fordism: Workers and Technology ín the American Automobile Industry, 1900-1960”, en Nelson Lichtenstein y Stephen Meyer, comps., On the Ltne: Essa ys in th e His tory o f Auto Work (Urbana y Chicago: Universiiy of Illinois Press, 1989), p. 91.

2 Anthony Rhodes, L o u i s Ren a u l t : A B i o gr a p h y (Nueva York: Harcourt Brace, 1969), pp. 174-202.

3Palmiro Togliatti, L ec t u r e s o n F a s c i s m (Nueva York: International Publishers, 1976), pp. 59-86; Luisa Passerini, F a s c i s m p n d Po p u l a r M em o r y : Th e Cul tu ra l Exp er ience o f the Tur ín Work in g Class (Cambridge: Cambridge Universiiy Press, 1988), pp. 129-149.

4 Emilio Pugno y Sergio Garavini, Gl i a n n i d u r i a l i a Fi a t : L a r es i s t e m a sin d ícal e e la r ip r esa (Turín: Giulio Einaudi Editore, 1974), pp. 5-14; Gio- vanni Contini, "The Rise and Fall of Shop Floor Bargainíng at Fiat, 1945- 80”, en Stephen Tolliday y Jonathan Zeitlin, comps., T h e A u t o m o bi l e Ind us t r y a nd íts Work er s (Cambridge: Polity Press, 1986), pp. 144-146.

5Por ejemplo, la fábrica de aviones de Córdoba, administrada por los militares, suscribió muchos acuerdos de licencias para fabricar aviones de modelo alemán, y al parecer la presencia de consejeros industriales alemanes no era insólita en las fábricas de armamento cordobesas durante la década del treinta. Informes Militares de los Estados Unidos desde la Argentina, 1918-41. Lamont Libraiy, Harvard University: Informe n° 5812, “Current Events, May”, 31 de mayo de 1938; n° 5867, “Miliiary Avíation- General: Germán Company Offers to Operate Córdoba Army Factory", de

Lester Baker, agregado militar, Embajada de los Estados Unidos, Buenos

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El Cordobazo

Aires. 29 de agosto de 1938; n° 2048-195, '‘Comments on Current Events", de M. A. Devine, Jr., agregado militar, Embajada de los Estados Unidos,

Buenos Aires, 16 de octubre de 1939.s Carlos F. Díaz Alejandro, E s s a y s o n t h e E co n om i c H i st o r y o f t h e A rg en t i n e Rep u b l i c {New Haven, Conn.: Yale University Press, 1970), pp. 166, 256-262 [ En sa yo s sobr e l a h i sto r i a económi ca a rgen t i na , Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1975|; PeterWaldmann, El peron i sm o, 19 43-195 5 (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1981), pp. 193-200.

7Departamento de Estado de los Estados Unidos, Correspondencia Relacionada con los Asuntos Internos dé la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Wíth Reference to the Plans of the Argentine Government for Industrial Projects and for Increased Industrialization of the Country”, carta del embajador George S. Messersmith a Wiliiam L. Clay- ton, subsecretario de Estado de Asuntos Económicos, 835.60/8-2146, 21 de agosto de 1946.

8Wiliiam C. Smith, A u t h or i t a r i a n i sm a n d t h e Crisis o f t h e A r gen t i n e Pol i t i ca lÉconomy (Stanford, Calif.: S tan for d University Press, 1989), pp- 26- 30; Paul H. Lewis, Th e Cr i s i s o f A rg en t i n e Cap i t a l i s m (Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 1990), pp. 184-188.

9Alain Rouquié, Pod er mi l i t a r y soc ieda d pol ít i ca en l a Argen t in a , 194 3 * 1973 , vol. 2 (Buenos Aires: Emecé Editores, 1978), p. 81.

10Díaz Alejandro, E s s a y s o n t h e E co n o m i c H i s t o r y o f t h e A r g en t i n e Republ ic , pp. 166, 256-262.

11Eduardo F. Jorge, Indu st r ia y concentr ación económi ca (Buenos Aires: Siglo XXI, 1970); Jorge Niosi, Los empresarios y elEs ta do a r gen t ino (1955 -196 9) (Buenos Aires: Siglo XXI, 1974); Jorge Schvarzer, Empresar ios de l pasad o ; l a Unión Indus t r i a l Ar gen t i na (Buenos Aires: CÍSEA/Imago Mundi, 1991).

12María Beatriz Nofal, A b s en t e e E n t r e p r en eu r s h i p a n d t h e D y n a m i c s o f t h e Mo t o r Veh i c l e In d u s t r y i n A rg en t i n a (Nueva York: Praeger Publíshers,1989). pp. 14-16.

13David Rock, "The Survival and Restoration of Peronism", en David Rock, comp., A rg en t i n a i n t h e Tw en t i et h Cen t u r y (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1975), p. 187.

14Rock, “The Survival and Restoration of Peronism", p. 191.15Daniel James, Res i s t cm ce and Integratton: Peronism and t h e A rg en t i n e

Work i n g Cl a s s, 1 9 4 6 -1 9 7 6 (Cambridge: Cambridge University Press, 1989). [Res i s t en c ia e in tegra c ión . El p ero n i s mo y l a c l a s e t r ab a j ad o ra a rg en t i n a ,

1 9 4 6 -1 9 7 6 , Buenos Aires: Sudamericana, 1990). El capítulo introductorio de James, y particularmente su discusión sobre la generalización del concepto de ciudadanía por parte del peronismo, es la descripción más perceptiva de los apuntalamientos culturales de este complejo movimiento.

16Alberto Ciria, Pol ít i ca y cu l t u ra popu l ar : l a Argen t in a peron i s t a , 1946 - 5 5 (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1983), pp. 273-318.

i7Hiroshi Matushita, El m o u i mi en t o o b re ro a rg en t i n o , 1 9 3 0 -1 9 4 5 : s u s pr oyeccion es en los or ígenes del per oni smo (Buenos Aires: Siglo XXÍ, 1983). Éste es sólo uno de una serie de estudios que plantean el hoy ampliamente aceptado argumento de la existencia de ciertas afinidades entre las políticas laborales de Perón y las de los gobiernos de las décadas de 1930 y 1940.

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Introducción 39

No obstante, la estrategia de cooptación de los gobiernos anteriores, la voluntad de negociar y comprometerse con el movimiento obrero, especialmente con los sindicatos claves y estratégicos, carecieron de la profundidad de las reformas de Perón, que indudablemente tuvieron el efecto de fortalecer las instituciones del movimiento obrero y establecer vínculos orgánicos entre el Estado y los sindicatos. Colectivamente, las políticas de Perón representan un cambio significativo en la historia del movimiento obrero organizado de la Argentina,

16 Walter Little, "La organización obrera y el Estado peronista”. D e s a r r o ll o Económ i co, vol. 19, n° 75 (octubre-diciembre de 1979), pp. 338-339.

19Louise Doyon, “La organización del movimiento sindical peronista”, Desar r ol l o Económi co, vol. 24, n° 94 (julio-septiembre de 1984), pp. 210- 212. Por la misma razón, fue la degradación de la organización de delegados peronistas en los años sesenta lo que fomentó los movimientos c las is t a s y las rebeliones de base de los setenta.

20WaIdmann, El peron i smo , 1 9 4 3 -195 5 , pp. 149-178.21Little, “La organización obrera y el Estado peronista”, p. 370.22Clarence Zuvekas, “Argéntiñe Economic Policy, 1958-62: The Frondizi

Govemment’s Development Plan*’, In t er -Amer i can Econom i c Affa i r s , vol. 22. n° 1 (1968), pp. 45-75.

23 Gary Wynia, A rg en t i n a i n t h e Po st w a r E r a (Albuquerque: University of New México Press, 1978), pp. 209-210.

24Nofal, A bsen t ee E n t r ep reneu r sh i p a nd the D yna m ics o f t h e Moto r Veh ic l e Ind u s t r y in A rg en t i na , pp. 16-30.

25 Zuvekas, “Argentme Economic Policy, 1958-62”, pp. 45-75; Nofal, A bsen t ee E n t r epeneu r sh ip a nd the D yna mi cs o f t h e Moto r Veh i c l e Indus t r y i n A rgen t i n a , pp. 18-34.

26 Rhys Owen Jenkíns, Depend ent Ind us t r i a l iza t ion in La t ín Amer ica : Th e Aut omobi l e Ind us t r y i n Argen t in a , Chi le a nd Méxi co (Nueva York: Praeger Publishers, 1977), p. 10.

27 Un distinguido historiador estadounidense del trabajo, David Brody, señaló que los sindicatos y el sindicalismo sólo abarcaron una parte relativamente pequeña dé la experiencia de la clase obrera estadounidense; que las influencias de la etnicldad, el género, la religión, la familia y ia comunidad, entre otras, han sido al menos tan importantes para los trabajadores como sus sindicatos. Si bien es probable que esto pueda decirse de la historia de cualquier clase obrera, tal vez haya sido menos cierto en la clase obrera argentina de esos años. El peronismo creó una cultura obrera que echó por tierra toda diferencia étnica y religiosa —en la Argentina nunca tan fuertes como en muchos otros países— que anteriormente hubiera dividido a los trabajadores. De manera similar, en éste país las mujeres nunca representaron un porcentaje de la clase obrera tan grande como en los Estados Unidos, y esto fue especialmente cierto en la era de la industria pesada posterior a 1955. La comunidad obrera, incluso en las nuevas ciu

dades industriales del interior, también era más débil. Yo sostengo que si los sindicatos y el lugar de trabajo no fueron el universo exclusivo de la experiencia de la clase obrera argentina y específicamente de la cordobesa,

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Primera parte

CÓRDOBA

Así como los trabajadores se forman en una fábrica — ordenándo se de acuerdo con la producción de un objeto determinado que une y organiza a trabajadores del metal y la madera, albañiles, electricis tas , etc .—, del mismo modo en la ciudad se forma la clase proletaria de acuerdo con la industria predominante, que a través de su exis tencia ordena y gobierna todo el complejo urbano.

Antonio Gramsci, Programa de L ’Ordine Nuovo

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1. Industria, sociedad y clase

La a menudo citada caracterización de Domingo Faustino Sarmiento acerca de la paradoja de la historia argentina, del conflicto entre civilización y barbarie, el puerto y las provincias, no fue un retrato meramente literario del antagonismo entre Buenos Aires y el resto del país. La naturaleza despareja del desarrollo capitalista de la Argentina había implicado el monopolio del comercio, los negocios y la cultura por parte de Buenos Aires y establecido una grieta histórica entre la ciudad y el hinterland, o el interior, como solían llamarlo los argentinos. Algunas provincias fueron más afortuna

das que otras en esta división de la riqueza y el poder. Entre ellas, Córdoba, con sus ricas tierras agrícolas del sur, se las arregló para obtener una parte de los mercados de exportación e imitar algunos de los cambios que, a fines del siglo XIX, transformaban a la provincia de Buenos Aires y en especial a la ciudad portuaria en el centro económico del Atlántico Sur. La capital provincial de Córdoba, afarnada por su catedral, su universidad y su severa moralidad hispánica, una ciudad de abogados eruditos y amantes de la retórica, eclesiásticos censores y orgullosos catedráticos universitarios, todos salidos de las antiguas familias aristocráticas y estrechamente entrelazados por vínculos de sangre y parentesco en lo que la más mundana elite porteño, calificaba un poco despectivamente como "aristocracia doctoral ”, cambió a regañadientes su ambiente medieval por las maneras cosmopolitas aportadas por la prosperidad.

Así como Buenos Aires había atraído a inmigrantes, del mismo modo la riqueza agrícola de Córdoba atrajo a campesinos y trabajadores de la Europa del Mediterráneo, algunos de los cuales abandonaron la más dura vida de campo y encontraron trabajo en el comercio y la industria de la ciudad. Si bien en 1914 aún era un centro urbano de tamaño medio, con aproximadamente 135.000 habitantes, sus talleres e industrias, en especial la cervecería Anglo-

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44 El Cordobazo

comienzo de la Primera Guerra Mundial.1También igual que en

Buenos Aires, en ese momento el mayor desafío al gobierno de la elite provenía no de los trabajadores sino de los agricultores florecientes y en especial de la clase media urbana. Su asalto al símbolo del privilegio y la exclusividad de la elite en Córdoba, la universidad, culminó en el movimiento de !a Reforma Universitaria de 1918. Los comités de la Unión Cívica Radical en los cuales se congregaban también fueron, en su momento, centros sediciosos que expresaban los resentimientos de los excluidos y humillados de la sociedad cordobesa. Como las elites porteños, la aristocracia cordobesa respondió al reto de la clase media mediante la adaptación más que

por la represión. Las elites se aliaron con los partidarios de Marcelo T. de Alvear, líder del ala patricia y alvearísta de la Unión Cívica Radical, los azules, contra el sector yrigoyenísíu local, los rojos. Se reclutó gente de talento político y los resentimientos de clase fueron aplacados permitiendo que se incorporara sangre nueva a las viejas familias. La aristocracia cordobesa abandonó algunas de sus tradicionales lealtades familiares y reconoció la idoneidad para el matrimonio de hombres de clase media capaces y con grados universitarios, siempre y cuando la educación universitaria del aspirante se completara con la evidencia de piadosos sentimientos católicos y no

estuviera manchada por ninguna asociación anarquista o socialista de sus días de estudiante.2La historia de Córdoba, con las mutaciones determinadas por el

carácter especial de su sociedad, reflejó así muchos de los cambios producidos en Buenos Aires durante el medio siglo de gobierno liberal (1880-1929). Sólo hacia fines de ese período se introdujo un elemento que se apartaba del ejemplo de Buenos Aires. En 1927, el gobierno radical de Alvear, respondiendo a presiones militares, concedió fondos nacionales para el establecimiento de una fábrica de aviones en Córdoba. La decisión de ubicarla allí había sido sencillamente una devolución de favores para los aliados políticos de Alvear en la provincia, pero su determinación casual tendría inmensas implicaciones para el futuro de la ciudad. Hacia 1929, la fábrica era uno de los mayores emprendimientos industriales del país, empleando unos 600 trabajadores, si bien tenía una precaria existencia y sufría suspensiones periódicas de la producción debido a la mezquindad del gobierno con los fondos nacionales necesarios para mantenerla en funcionamiento.3 La fábrica de aviones, que pronto construiría aeroplanos Focke-Wulff y planeadores Rhoen-Bussard alemanes, era la primera experiencia en el país de producción masiva de flujo continuo en las industrias mecánicas. Hacia 1932 era un complejo industrial de gran tamaño, con una superficie de 65 hectáreas en las que se levantaban 23 edificios y procesos de pro

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mente. Dentro del complejo ÍAMB existía una escuela técnica con

person al y administración militar para capacitar a los trabajadores reque ridos en las tareas m ás especializadas de las plantas. Para los gerentes militares de las plantas de ÍAME, las fábricas eran una extensión de los cuarteles, y la estricta disciplina militar que siempre ha bía caracterizado los emprendimientos del complejo continuó a lo largo de los años de gobierno peronista. La sindicalización estaba prohibida, la autoridad de la dirección sobre la base era ab soluta y las fábricas de IAME cobraron reputación como una de las pocas indus trias modernas y eficientes del país, aunque en la clase obrera local se las conocía por la dureza con que trataban a su mano de

obra .10

Transporte Automotor)5 Gráficos6 UTA {Unión Tranviarios Automotor}7 Petroleros Privados8 UO M (Unión Obrera Metalúrgica)9 ATE {Asociación ele Trab ajad ores de! Estado)

Figura 2. La ciudad de Córdoba.

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IAME tuvo muchos efectos sobre el ulterior desarrollo económico

de Córdoba. En primer lugar, fortaleció la consideración de ésta como un ámbito atractivo para las inversiones industriales, que en algunas áreas podía competir exitosamente con Buenos Aires. El desarrollo de una experiencia local en ingeniería y del núcleo de trabajadores calificados necesarios para las fábricas mecánicas de ñujo continuo explicaba parte de esta atracción; lo mismo el papel preponderante desempeñado por los militares en la industrialización de la ciudad. La formación de una mano de obra experimentada, sometida a los rigores de la disciplina castrense y renombrada por su docilidad, fue un gran aliciente para las empresas que deseaban evitar las disputas laborales y los problemas personales que habían llegado a asociar con la Argentina de Perón. Contribuyó además al desarrollo industrial la experiencia que los líderes políticos cordobeses habían obtenido en lo que podría llamarse la política de industrialización. Los funcionarios gubernamentales aprendieron el valor del fomento y la promoción industrial, y a seducir a los inversores a través de reducciones impositivas, subsidios y la aplicación flexible de los códigos laborales. Aportaron beneficios, en especial los proyectos de energía eléctrica de Sabattini, dado que Córdoba pudo atraer la inversión industrial mediante la reducción de tarifas posible por el amplio desarrollo de la energía hidroeléctri

ca. La electricidad barata había sido uno de los principales argumentos del general Ignacio San Martín para convencer a Perón de que estableciera la Fábrica de Motores y Automotores, y la importancia de la energía eléctrica perduró durante la expansión de IAME y la era de las inversiones multinacionales en las industrias mecánicas. En una investigación hecha en 1964 sobre los 32 principales establecimientos industriales de la provincia, la gran mayoría de los cuales estaban ubicados en la capital, casi todos señalaron la disponibilidad de energía eléctrica barata como el motivo central de la instalación de sus plantas en Córdoba antes que en otras provincias o incluso en Buenos Aires.11

La energía eléctrica demostró ser la partera de la industrialización cordobesa en la posguerra. Los proyectos hidroeléctricos de Sabattini en la década de 1930 fueron complementados en 1959 por el Plan Ansaldo del gobierno provincial, que permitió que capitales italianos financiaran dos grandes plantas energéticas, Deán Funes y Pilar, y dio a Córdoba lo que indiscutiblemente era la más extensa industria de generación de electricidad del país, al margen de Buenos Aires. A comienzos de los años sesenta, se aprovecharon fuentes de energía termal y la EPEC llevó a cabo un programa de expansión acelerada, construyendo nuevas plantas y transforman

do subestaciones y líneas de transmisión. Si bien por entonces sus

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recursos ya estaban recargados de impuestos y las demandas de las nuevas industrias mecánicas y de los consumidores pronto amenazaron el fundamento económico de la provincia, Córdoba aún tenía una ventaja relativa en la atracción de las inversiones industriales a través de la reducción de las tarifas eléctricas. En 1965 fue la segunda provincia, después de Buenos Aires, en la generación anual de electricidad. Ese año produjo 865.086 kw de energía, mientras sus competidores más cercanos, Santa Fe y Mendoza, estaban considerablemente rezagados, con 443.865 y 667.918 kw respectivamente.12

El éxito de las fábricas de LAME afirmó a Córdoba como el ámbito

preferido del país para las inversiones en las industrias mecánicas. La ulterior transformación de la economía local se produjo con extraordinaria velocidad. En 1946, el 47,9% de los empleos industriales de la ciudad se concentraban en las industrias livianas tradicionales: mataderos, cervecerías, molinos harineros y unas pocas plantas textiles. Otro 9% correspondía a lo que podría llamearse industrias intermedias, primordialmente la producción de cemento. Si bien el restante 43% correspondía a sectores "no tradicionales4*, casi todos esos empleos se concentraban en dos empresas: la Fábrica Militar de Aviones y los talleres del Ferrocarril del Estado, un con

junto de establecimientos dedicados a la reparación, que no fabricaban nada en absoluto. Sólo siete años después, el impacto de las fábricas de LAME era evidente en los cambios del empleo industrial. En 1953, el 63% de la mano de obra industrial correspondía al sector no tradicional, representado de manera abrumadora por las fábricas militares de la ciudad. El complejo de IAME había iniciado un proceso luego proseguido e intensificado por las empresas automotrices. Hacia 1961, el 75% de la mano de obra industrial se encontraba en el sector “dinámico”, sinónimo en Córdoba de las industrias mecánicas, mientras las industrias livianas e intermedias absorbían sólo el 20% y el 5%, respectivamente, de los trabajadores industriales. De manera similar, hacia 1961 las industrias mecánicas eran responsables dél 83% del valor total de la producción industrial de la ciudad.13 :;

En la década de 1950, Córdoba se convirtió en el centro de un nuevo tipo de desarrollo industrial en América Latina, caracterizado por tasas extremadamente rápidas de crecimiento pero concentrado en un solo sector industrial tecnológicamente complejo y sin la gama de cambios económicos, sociales y políticos generalmente

asociados a un proceso genuino de industrialización. Basándose en la tradición provincial en las industrias aeronáuticas y mecánicas,

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los militares y los políticos peronistas cordobeses alentaron a Perón

para que atrajera a las empresas automotrices extranjeras, a fin de conseguir que establecieran sus plantas en Córdoba. Perón, lo mismo que más tarde Frondizi, apreciaba la industria automotriz tanto por su valor simbólico como por el económico, considerando la producción de automóviles como el sirte qua non del ingreso a Jas filas de las naciones desarrolladas. Además, Perón se enfrentaba al fracaso de sus recientes políticas industriales. Los estrictos controles sobre las importaciones y la partida de Ford, General Motors y otras ensambladoras de automóviles de la Argentina, habían conducido a una grave escasez de vehículos nuevos y a! deterioro del stock exis

tente. Así, el Presidente se vio forzado a negociar con los fabricantes automotores extranjeros o, en caso contrario, a ver cómo se perdían en la importación de automóviles valiosas divisas extranjeras.14

Fiat firmó un convenio con el gobierno justicialista el 24 de septiembre de 1954 para la compra de la fábrica de tractores de ÍAME en Ferreyra, como primer paso hacia la edificación allí de un gran complejo de vehículos automotores. En las negociaciones, Fiat actuó con habilidad sobre la vulnerabilidad del gobierno, y Perón, con su régimen por entonces en crisis, tuvo que aceptar los términos establecidos por la compañía italiana. En primer lugar, el gobierno argentino facilitó la compra por parte de Fiat de la fábrica de tractores otorgando a la empresa un crédito a través del Banco Industrial, que redujo en gran medida el costo final de la operación. Además, para elevar su capital de trabajo, Fiat fue autorizada a importar unas 2.000 unidades del Fiat 1400 a un tipo de cambio subvaluado y a venderlas a un precio más alto que el que tenían en Italia. Con ello, la empresa pudo sufragar un monto significativo de los costos de la importación de maquinaria y del reequipamiento de la fábrica de tractores, y realizó una importante operación de inversión extranjera con mínimo riesgo y para una inversión de capital de sólo un millón y medio de dólares,15

Las negociaciones de Perón con el industrial estadounidense Heruy J. Kaiser y más tarde con su hijo, Edgar, resultaron en un convenio similarmente ventajoso para el inversor. El acuerdo firmado el 19 de enero de 1955 para la construcción de un complejo automotor de Kaiser en Santa Isabel, en los suburbios del sudoeste de Córdoba, creó una empresa conjunta estatal-privada entre Kaiser- Frazier Industries y LAME, en la que se invertirían, respectivamente, 10 y 5,7 millones de dólares, al mismo tiempo que se garantizaba expresamente la inversión mayoritaria a los accionistas argentinos individuales a través de suscripciones privadas vendidas en la bol

sa de valores argentina. El reparto final de las acciones"’debía ser de 32% para las Kaiser-Frazier Industries, 20% para LAME y 48% para

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accionistas privados. Sin embargo, el status de Kaiser como socio

menor era una mera formalidad, una artimaña concebida para proteger al gobierno de las críticas de los partidarios del nacionalismo económico al convenio. Kaiser puso como condición para la inversión la promesa de que IAME apoyaría a sus candidatos, con lo que la empresa estadounidense se aseguraría el control del directorio.!6

El arreglo funcionó mientras duró ía participación de Kaiser en la empresa. Los estadounidenses nunca perdieron el control de las Industrias Kaiser Argentina (IKA), y la filosofía gerencial y las prácticas comerciales de Kaiser impregnaron toda la operación. Por otra parte, como Fiat, también aquél recibió un préstamo del Banco Industrial en términos favorables y forzó concesiones de Perón para minimizar el costo de su inversión original, entre ellas el derecho a vender 1.000 autos de su marca en el mercado argentino. La inversión de Kaiser consistió, en gran medida, en la transferencia desde sus emprendimientos estadounidenses a Córdoba de equipos y maquinarias usados e incluso desactualizados. LAME obtuvo el derecho a producir algunas de las herramientas, matrices, aparejos e instalaciones necesarios para IKA a cambio de su inversión de capital.17

Los únicos compromisos significativos de las empresas en sus negociaciones se referían a la localización final de la inversión. Tanto Fiat como Kaiser manifestaron algunas reservas acerca de la conveniencia de Córdoba como ubicación para sus plantas. En las negociaciones con Perón, Fiat había expresado interés en instalarse en Mendoza, para conseguir también el acceso al prometedor mercado chileno. Uno de los principales negociadores de Kaiser y futuro presidente de IKA, James McCIoud, prefería que sus plantas se localizaran en Rosario, que estaba más cerca de Buenos Aires, el principal mercado del país, y no en Córdoba.18La existencia de una considerable mano de obra con experiencia en las industrias mecánicas era un aliciente para ellos, aunque menor, dado que las empresas

sabían bien que sus procesos de producción requerirían un personal obrero predominantemente no calificado, y que incluso muchos de los trabajadores calificados y semicalificados que necesitaban tendrían que volver a ser capacitados para sus nuevas tareas.19Finalmente se convino en que Córdoba sería el lugar de la inversión, en gran medida a causa de dos factores: el bajo costo de la energía eléctrica y la insistencia de Perón, a instancias del general Ignacio San Martín y de otros intereses militares y civiles de la ciudad, para que ésa fuera la localización de las nuevas plantas.

Las suscripciones de acciones de IKA y las inversiones de IAME

eran en pesos, unidad que comenzó a devaluarse en una proporción alarmante después de la firma del convenio. Esto obligó a IKA

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Industria , sociedad y clase

a apresurarse y comenzar la producción lo más pronto posible. Hacia

fines de 1956, la empresa ya había completado la construcción de una serie de plantas, estaba negociando licencias de fabricación con compañías automotrices de Europa y los Estados Unidos para agregar nuevos modelos y había adelantado bastante en las primeras etapas de selección de las más de 12.000 solicitudes de empleo recibidas.20 Su propia linea de jeeps y autos ya salía de las líneas de montaje a comienzos de 1957. A fines de 1958, la empresa firmó un convenio con la compañía italiana Alfa Romeo para fabricar el Alfa Romeo 1900, pagando 375.000 dólares por las matrices y acordando abonar regalías futuras por la licencia de fabricación, la primera negociada por ÍKA.2! Posteriormente firmaría convenios semejantes con Volvo, American Motors y, el más importante, con Renault en 1959, dado que intentaba diversificar sus modelos y adaptar la producción a los gustos del mercado local, yendo más allá del diseño de tamaño excesivo y ligeramente extravagante de los autos de Kaiser.

Las plantas Kaiser introdujeron concentraciones de capital, trabajo y tecnología en una escala desconocida hasta entonces en la industria argentina. En esencia, habían transferido sus operaciones de Detroit a la Argentina, y dividieron el complejo de Santa Isabel en unidades independientes de producción: forja, departamento de prensas, servicio de máquinas herramienta y matrices, planta de motores, montaje de vehículos, departamento de pintura y planta de galvanoplastia. La gran planta de máquinas herramienta y matrices producía todas las matrices de prensas utilizadas en la construcción de la línea de autos propia de Kaiser; la planta de motores y la forja, las más grandes del país, empleaban procesos manufactureros y laborales que revolucionaron la cultura industrial local, si bien quedaban cada vez más desactualízados frente a las normas de las industrias automotrices estadounidenses y europeas. El trabajo en las plantas Kaiser tenía muchas características específicas

—en particular la ubicuidad del trabajo en tandas en oposición a la producción en línea móvil, una alta incidencia de los retoques en los modelos y, por último, una mezcla extrema de productos—, todas las cuales requerían una considerable flexibilidad de la mano de obra.22Pero, en general, IKA estableció en Córdoba una moderna industria de producción masiva, que estimuló el tipo de desarrollo industrial iniciado por las fábricas de IAME y contribuyó a dar forma al peculiar carácter de la vida, el trabajo y la política obrera de la ciudad.

Las plantas de Kaiser también influyeron de muchísimas otras maneras sobre la cultura industrial local. Como operaba en una escala mayor que Fiat y se había levantado y puesto en marcha en

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una fecha anterior, IKA tuvo un efecto más directo sobre ei desarrollo industrial ulterior de la ciudad. La combinación de la legislación gubernamental que establecía requisitos de contenido nacional mínimo en la producción automotriz y la falta de una empresa matriz de IKA que actuara como proveedora de componentes e insu- mos industriales condujo a la compañía a llevar a cabo un programa radical de integración vertical. Decidió no depender de los pequeños fabricantes de partes de la ciudad, que hacían elementos de alto deterioro para automotores (semiejes, algunos engranajes, tambores de freno, piezas forjadas y de fundición sencillas), dado que sospechaba del origen metalúrgico de estos productos y especialmente de sus tolerancias mecánicas. En cambio, comenzó a levantar sus propios establecimientos autopartistas, fábricas que utilizaban procesos de producción “mecanizados" en oposición a los de “talleres de trabajos por encargo", es decir, fábricas que empleaban máquinas herramienta con los ritmos de trabajo formal y los controles de calidad exigentes de las industrias de producción masiva.23

El resultado de esta política fue un mejoramiento en la calidad de los autos Kaiser, pero también reforzó la naturaleza inusualmente concentrada del desarrollo industrial de Córdoba. Cientos de pequeños talleres metalúrgicos surgieron a la sombra de la industria automotriz cordobesa, operando como proveedores de partes y accesorios básicos (velocímetros, espejos, bujías de encendido) para IKA. y Fiat y como autopartistas directos en el mercado de repuestos. No obstante, los propietarios de los establecimientos metalúrgicos eran en general empresarios de poca monta, y nunca surgió en la industria metalúrgica de la ciudad una burguesía industrial digna de ese nombre.

Las diversas plantas de componentes de IKA —Transax (ejes), vendida a Ford en 1967; las fábricas de ILASA (cables, componen

tes eléctricos y carburadores); Pajas Blancas; las varias plantas de Santa Isabel— , así como fabricantes extranjeros independientes, como Thompson Rameo y Associated Spring, que finalmente fueron atraídos al lucrativo mercado local e instalaron fábricas en la ciudad, satisfacían la mayoría de las necesidades de producción de IKA. Más adelante también abastecieron a Fiat y otras empresas, siendo la interdependencia e intercambiabilidad de las partes y componentes de las compañías automotrices una de las características sobresalientes de la industria argentina.24 Por ejemplo, durante muchos años la planta de Transax sería la única proveedora de ejes traseros

para todas las empresas automotrices de la Argentina, y el taller de transmisiones de IKA en el complejo de Santa Isabel fue el abastecedor de las transmisiones usadas por todas las compañías

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de y lucrativa de la ciudad alimentó una especie de paternalismo

riguroso pero benévolo entre los funcionarios de la compañía. Independizados del control moderador que sobre los otros fabricantes de automotores de la Argentina ejercían sus oficinas centrales en el país de origen, los ejecutivos de IKA tuvieron por corto tiempo la ilusión de transformar a Córdoba en su propia versión de ciudad de la compañía, que tendría como centro el parque industrial de Santa Isabel. Con este objetivo, la empresa se entregó a una amplia variedad de asuntos comunitarios. Elaboró un extenso programa para construir viviendas obreras de bajo costo, aunque este plan fue una de las primeras bajas cuando los prósperos días de fines de

la década de 1950 y comienzos de la de 1960 llegaron a su fin. Sí consiguió, en cambio, establecer sus propias clínicas médicas para los trabajadores, así como diversas instituciones educativas abiertas a la comunidad en general. En 1960 fundó la Academia Argüelío y el Instituto IKA, la primera una escuela primaria privada y el últi- mo una institución técnica.28 El Instituto IKA fue la piedra angular del programa de servicio comunitario de la empresa y sus actividades destilaron gran parte de las intenciones paternalistas de ésta. Ofreciendo un programa de tres años de estudios y trabajo, el instituto sirvió al objetivo de formar un nuevo núcleo de trabajadores calificados para las industrias mecánicas locales; adoctrinó a sus estudiantes con una “filosofía IKA”, ligeramente pueril pero a ojos de la empresa indudablemente edificante, de sobriedad, frugalidad y lealtad a la compañía; y probablemente identificó a los indeseables que no podrían emplearse en las plantas IKA. Fue también un hábil gesto de relaciones públicas y se ganó los encomios incesantes de la prensa cordobesa. Su auspicio a numerosas actividades culturales y recreativas, en particular clubes deportivos, completó sus programas de servicios comunitarios.29

Las ambiciones detrás del programa de servicios comunitarios no sobrevivieron al hundimiento de las ventas y a la compra de IKA por parte de Renault en 1967. La empresa francesa, desdeñosa de lo que consideraba como moralismo y paternalismo de IKA, abandonó lo que quedaba de sus programas comunitarios, conservando únicamente la escuela técnica y dándole una personalidad más gala y profesional. Los fantasiosos planes de IKA se habían originado en el éxito incuestionable de que disfrutó como emprendimiento puramente comercial en los primeros años de la producción automotriz en la Argentina. IKA no sólo había dominado sino casi controlado la industria automotriz durante el primer lustro de su existencia. La empresa había aumentado su volumen de producción anual de un modesto nivel de 16.082 vehículos en el año fiscal 1957-1958 a 36.047 unidades tres años más tarde. El

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empleo industrial había crecido de 2.709 en junio de Í958 a más de 9.500 en julio de 1962.30Sus atrevidas inversiones en plantas de partes y componentes en esos años y su intento de diversificación industrial, expandiéndose de la producción de vehículos a la de prensas hidráulicas, maquinaria para soldar y otros productos no relacionados con el automóvil a través de la obtención de licencias de varias empresas extranjeras, fueron un testimonio de una vigorosa actitud empresarial. Hasta 1962 IKA había sido el líder industrial anual en ganancias, y lo fue en ventas totales hasta 1967.31

Además de los complejos de ÍAME e IKA, otros establecimientos industriales mecánicos de Córdoba eran las plantas de Fiat en Ferreyra y una pequeña fábrica de Perkins. Éste, fabricante británico de motores, instaló su fábrica a comienzos de la década de 1960 como proveedor de motores para diversos usos: tractores, autos y compresores de aire, entre otros. Ubicada en Ferreyra, cerca del complejo Fiat, comenzó su producción en 1963 con un personal de 280 operarios, 80 empleados administrativos y 20 supervisores.32De este modo, la planta de Perkins ingresó al mercado justo en el momento en que el boom automotor cordobés empezaba a vacilar, un hecho que posiblemente desalentó la intención de la empresa de llevar a cabo costosos planes de expansión, lo que le permitió adaptarse mejor a las nuevas condiciones en virtud de su especia- lización y su reputación de alta calidad. Lo mismo que en los otros establecimientos mecánicos, su mano de obra comprendía de manera predominante trabajadores no calificados dedicados a la producción masiva, que compartían una cultura de lugar de trabajo común, lo que permitió su participación en la militancia obrera en la década de 1970.

El mayor competidor de IKA y el segundo centro de poder económico en Córdoba era el complejo Fiat en Ferreyra. En los primeros años, Fiat fue un rival más potencial que real, dado que la empresa italiana se abstuvo de producir autos y camiones hasta 1960. Sus dos fábricas principales, Concord y Materfer, se dedicaron inicialmente a la producción de tractores y equipos ferroviarios, respectivamente, y una tercera planta, Grandes Motores Diesel, fabricaba los motores Diesel pesados usados en camiones, ómnibus y locomotoras.33 En 1958, Fiat reequipó su planta de Concord —la antigua fábrica de tractores Pampa de IAME y precursora de las inversiones de Fiat en Córdoba— para convertirla a la producción de autos y camiones. Si bien al principio la fábrica Concord fue una uni

dad de producción integrada, con todas las operaciones mecánicas

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60 El Cordobazo

sus operaciones más cerca del principal mercado interno, Buenos

Aires. La industria de vehículos automotores de Córdoba crecía en una proporción acelerada, pero ya había signos de dificultades inminentes. Ya en 1959 había más fabricantes estadounidenses y europeos que planeaban el establecimiento de instalaciones fabriles como resultado de la legislación de Frondizi.'’8 En los tres años siguientes, Ford, Chrysler, General Motors, Citroen y Mercedes Benz instalarían sus plantas manufactureras en y alrededor de Buenos Aires.

Los efectos de largo alcance de las políticas económicas del gobierno de Frondizi, no obstante, quedaron disimulados por la gran explosión industrial que tuvo lugar en Córdoba a fines de la década de 1950 y comienzos de la de 1960. La velocidad de su transformación económica se evidenció en todos los principales indicadores económicos —consumo de electricidad, niveles de producción industrial y empleo industrial— , que muestran que el crecimiento industrial se concentró entre 1947 y 1965.39Entre 1947 y 1960, sólo el empleo industrial creció a una tasa anual del 3%, tasa que luego disminuyó apenas levemente hasta 1963, el año que marca el primer parate serio de la economía local.'*0Las industrias mecánicas eran literalmente las locomotoras del crecimiento industrial de esos años, y transformaron una somnolienta ciudad provincial en una metrópolis industriad en menos de dos décadas. En particular durante cinco años, 1957 a 1962, Córdoba fue una anomalía en la Argentina, un floreciente centro industrial en una época de extendido estancamiento en el resto del país. Fue una isla de prosperidad y oportunidades durante los años en que gozó de su posición inexpugnable en la producción de automotores, en especial de autos pero también de jeeps y camiones, así como de aviones y vehículos de transporte militar que seguían produciendo las fábricas de IAME. Estando el mercado temporariamente en aprietos, las empresas pudieron reinvertir, expandir la producción y transformar sus complejos industriales en el centro de la economía local. En lo sucesivo, 3a suerte de las industrias mecánicas locales afectó directamente todos los aspectos de la ciudad, no sólo su economía y su estructura de clases sino también su política.

El fin del boom de las industrias mecánicas locales se hizo evidente a mediados de la década del sesenta y fue un hecho establecido hacia su final. Las empresas con base en Córdoba habían pasado de un control casi total del mercado en 1958 a menos del 40% en 1969.41Por otra parte, cuando se produjo la crisis de las industrias mecánicas, Córdoba aún era una neófita industrial, y en mu

chos aspectos su economía había cambiado sólo superficialmente. A decir verdad, más de una década de intensa actividad no había

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logrado producir una revolución industrial en la ciudad, y después

de mediados de los años sesenta la economía local retomó a su andar original, más letárgico. Sólo el aumento de la producción en las industrias tradicionales, en especial la textil y la alimentaria, sostuvo un modesto crecimiento industrial. En 1961, las industrias tradicionales habían representado entre el 17% y el 33% del valor total de la producción industrial. Hacia 1969, su contribución volvía a ascender a la mitad.42

El resultado último de la legislación de Frondizi para la industria automotriz en general fue la consolidación y la internaciona- iización. A lo largo de la Argentina, las empresas automotrices pequeñas, de propiedad local y subcapitalizadas, que habían crecido como hongos durante los primeros años de la presidencia de Frondizi, simplemente clausuraron sus operaciones, mientras otras fueron compradas por fabricantes locales, como sucedió con Siam Di Telia, vendida a IKA en 1965. Entre los fabricantes exclusivamente argentinos de automotores, sólo el complejo estatal de LAME seguía en funcionamiento después de 1966.43 Otras empresas de propiedad total o parcialmente argentina, sobre todo IKA y una llamada IAFA, fueron adquiridas por las multinacionales cuyas licencias habían estado usando (Renault y Peugeot, respectivamente). En la compra de IKA, Renault rompió con su aversión

tradicional a la participación directa en la producción en el extran jero, que históricamente se había manifestado en su preferencia por la concesión de licencias, más seguras y lucrativas. Con su decisión de comprar el imperio de IKA, se afirmó en la determinación de obtener el control completo de la subsidiaria cordobesa. Entre 1967 y 1970, Renault compró las acciones públicas y privadas argentinas de IKA para lograr una porción mayoritaria de la compañía, e integró sus operaciones a la organización de la multinacional francesa.44La legislación nacionalista aprobada en 1971y 1973, que estableció unos requisitos más estrictos de contenido interno y cupos para los miembros argentinos en los directorios y el personal profesional y técnico de las empresas automotrices, no pudo revertir lo que había decidido el mercado. Quiebras, adquisiciones multinacionales y fusión industrial fueron las respuestas inevitables en una industria que se había desarrollado artificialmente, estaba extendida en exceso y producía mucho más de lo que podía consumir el mercado interno.

Dada la naturaleza no diversificada del desarrollo industrial de la ciudad, Córdoba se vio tal vez más afectada por estos cambios que ninguna otra región del país, aunque la economía local pareció adaptarse. Las fábricas militares de LAME quedaron en gran medida al margen de la declinación, dado su acceso a los fondos guber

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industria, sociedad y clase 63

Cuadro 1.2. Crecimiento del empleo en la industria,

mostrado como cambio porcentual

Años Industrias tradicionales (%) Industrias dinámicas {%}

1947-1960 7,3 129,81960-1965 76,4 84,11965-1970 50,4 -32,6

Fuente: Aldo A. Amaudo, “El crecimiento de la ciudad de Córdoba en el último cuarto de siglo", Economía de Córdoba , vol. 8, n° 2 (diciembre de 1970), pp. 8-9.

Así, el crecimiento del empleo industrial en las industrias tradicionales no fue el resultado de que trabajadores mecánicos desocu-. pados buscaran trabajo en las plantas textiles, cerveceras y otras tradicionales de la ciudad. Esas industrias parecen haber tenido mayor propensión a absorber a trabajadores más jóvenes que recién ingresaban al mercado laboral que a operarios del automóvil

desocupados, aunque no crearon empleos con la velocidad suficiente para evitar una notable tasa de desempleo juvenil.46 Si bien después de 1966 habría despidos periódicos en la industria automotriz cordobesa e incluso unos pocos intentos de despidos masivos, en especial en IKA-Renault en 1970 y 1974 y en Fiat en 1971, éstos fueron áspera y eficazmente resistidos por los sindicatos, y en general se trató de respuestas a enfrentamientos y huelgas prolongadas más que de intentos por parte de las empresas de corregir la caída de las ventas o el aumento de los costos. La reducción cíclica de sus planteles se convirtió en la política de las compañías automotrices sólo después de 1976, cuando el gobierno militar suspendió las negociaciones colectivas, prohibió el derecho de huelga y suprimió los sindicatos.

El malestar de la economía local que subyace a la militancia obrera después de 1966 no es plenamente reconocible en las cifras agregadas de desocupación, y ni siquiera en las de producción industrial. Antes bien, se reveló en el deterioro de las condiciones de trabajo en los dos principales complejos automotores y, en menor medida, en la industria metalúrgica que dependía de ellos. En el caso de docenas de pequeños talleres metalúrgicos que proveían a las plantas automotrices de las partes y accesorios más sencillos, que en términos de costos las compañías consideraban

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más eficaz comprar afuera, las nuevas condiciones del mercado a

menudo significaron la quiebra. En cuanto a los pocos que se las ingeniaron para sostenerse, el mercado los impulsó a ajustar sus normas laborales y a asumir una actitud más dura en sus tratos con los trabajadores. Una condición semejante pero más agravada existía en las plantas de Fiat e IKA-Renault, donde las dificultades económicas de la ciudad tendrían su representación más reveladora.

Las empresas automotrices y sus trabajadores eran parte de un ambiente social distintivo en Córdoba, y como tales estaban sujetos a ciertas influencias, aparentemente exógenas pero en realidad estrechamente vinculadas con los acontecimientos de las plantas. Entre esas influencias se contaban la rápida urbanización y las peculiaridades de la estructura de clases resultante del súbito desarrollo industrial de la ciudad. Después de 1955, el crecimiento urbano se produjo con rapidez, acelerándose en los márgenes del sur de la ciudad, los nuevos barrios obreros que rodeaban las fábricas de IKA-Renault y Fiat (véase Figura 1). En las zonas deí este, localización de las plantas de procesamiento de' alimentos, textiles y otras industrias livianas, los barrios obreros tradicionales de Córdoba experimentaron poco crecimiento, y los límites de densidad de vivienda y población parecen haberse alcanzado mucho antes del boom industrial de los años cincuenta. Tampoco cambiaron los más viejos barrios céntricos, cercanos a la Plaza San Martín. Zonas como las del Barrio Clínicas, antaño una ciudadela patricia y hoy el coto de la enorme comunidad estudiantil de Córdoba, y Alto Alberdi siguieron siendo las partes más densamente pobladas y demográficamente inactivas de la ciudad, absorbiendo apenas la cantidad de nuevos trabajadores suficiente para mantenerse a la par con las declinantes tasas de natalidad y una tasa de mortalidad estable.47Los incrementos en la población de la ciudad se concentraron <en los barrios exclusivos del norte y el nordeste, y en especial en las nuevas zonas obreras del sur. Alrededor de Fiat estaban los barrios de Ferreyra, San Lorenzo, Deán Funes y Empalme, donde ahora vivía el proletariado mecánico de esa fábrica. Esas barriadas habían pasado de ser solares abiertos y pasturas de vacas en1950 a una comunidad de 12.503 miembros en 1970. De manera similar, la Villa El Libertador, el Barrio Comercial y Santa Isabel, adyacentes al complejo IKA-Renault, tenían una población obrera

de 23.565 personas en 1970, comparada con las pocas familias que habían vivido allí dos décadas antes.48La formación de jóve

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Industria, sociedad y clase 65

nes barriadas obreras y la concentración en ellas de trabajadores

de las industrias automotrices trasladaron parcialmente el foco del poder de la clase obrera al sur de la ciudad. Los problemas laborales en las plantas automotrices eran así una experiencia vivida y compartida, y dieron a las barriadas su propia identidad. Si bien la participación en los asuntos comunitarios era escasa y parecen haber existido pocas organizaciones barriales en las nuevas zonas residenciales, se crearon no obstante lazos de simpatía y solidaridad. Entre otros efectos, esto dio al proletariado mecánico un poder de movilización que hizo de él un adversario mucho más formidable de lo que lo habría sido si, como la clase obrera de Buenos Aires, hubiera sido ocupacionalmente heterogéneo y estado disperso c.n una amplia área geográfica.

La velocidad de la urbanización puso en tensión la disponibilidad habitacional de la ciudad, y el boom industrial de Córdoba tuvo su correlato en una explosión de la construcción de viviendas de dos y tres ambientes durante estos años. En general, la construcción habitacional se mantuvo a la par de la demanda, y Córdoba se las ingenió para absorber sus aumentos de población; si bien hubo escasez de viviendas, ésta no tuvo la gravedad que en general caracterizó la urbanización latinoamericana de la posguerra. De las casas existentes en Córdoba en 1960, el 43,8%, o sea 55.389 vivien

das familiares, se había construido entre 1947 y ese año.49Gran parte de estas viviendas eran casas improvisadas edificadas por los mismos trabajadores. Gracias a los créditos baratos disponibles en los primeros años del boom automotor y, en especial, a los bajos valores de las propiedades, lo típico era que los trabajadores compraran un pequeño lote en una de las nuevas barriadas, levantaran la estructura y el techo de la casa y luego compraran materiales y terminaran la construcción en un período de varios años. En general, tales casas estaban superpobladas; el problema de Córdoba era menos la escasez de vivienda que su calidad. Las cifras de 1965 indican que el 8% de las viviendas ocupadas de la ciudad podían clasificarse como “por debajo de las normas” y el 35,5% tenían una densidad que superaba a la recomendada de 1,3 personas por habitación, pero esas cifras estaban aún por debajo de las de Buenos Aires.50El de la vivienda disminuyó aún más como gran problema urbano en los años siguientes. Hacia 1970, la cantidad de ocupantes por unidad habitacional se había reducido de 4,62 en 1947 a 4,22, y Córdoba experimentaba sólo moderadamente el problema de las usurpaciones urbanas tan común en Buenos Aires; las villas miseria que hoy rodean la ciudad son la herencia de los gobiernos militares de 1976 a 1983 y no de la Córdoba industrializadora de las décadas de 1950 y 1960.51

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66 El Cordobazo

Desde esté punto de vista, parecen sin duda cuestionables los

argumentos que sostienen que la anomia social y la alienación de la clase obrera resultantes de la rápida industrialización son las explicaciones de la militancia obrera y las insurrecciones urbanas en Córdoba a fines de los años sesenta y comienzos de los setenta.52Otros indicios ofrecen un poco más de terreno para tales supuestos, pero también son escasamente concluyentes- Los problemas de la urbanización rápida parecen haberse sentido con mayor agudeza en la inadecuación de ciertos servicios públicos básicos, condiciones que eran particularmente graves en los nuevos barrios obreros. Ya en 1960 hubo problemas en la ciudad debido a la falta de un sistema de transportes urbanos apropiado que satisficiera las necesidades de los trabajadores industriales que viajaban diariamente.53Había muchas quejas por las deficiencias de servicios municipales tales como la limpieza de las calles, la recolección de residuos, la iluminación urbana y los pavimentos. Hacia fines de los años sesenta, la escasez de agua se transformó en un lugar común, con cortes frecuentes, algunos de los cuales duraban varias semanas, y sistemas cloacales pobremente construidos que provocaban desbordes e inundaciones periódicos. La polución del aire y la congestión del tránsito eran notorias, si bien se trataba de problemas que afligían mayormente a quienes residían en el centro, dado que la contaminación producida por los caños de escape era un problema más grande que el que provocaban los complejos automotores. De los problemas urbanos, sin embargo, no pueden extraerse conclusiones. Éstos no eran exclusivos de Córdoba. Afectaban, en mayor o menor grado, a todas las grandes ciudades de la Argentina; los problemas de vivienda, por ejemplo, parecían ser menos graves en Córdoba que en otros centros urbanos. La clase obrera cordobesa sólo hizo referencias ocasionales y al pasar a los problemas urbanos en sus protestas de fines de la década de 1960 y comienzos de la de1970, preocupándose mucho más por los directamente relaciona

dos con el trabajo y la política.El impacto de la demografía en los perfiles sociales que dieron forma a las relaciones entre capital y trabajo en la ciudad fue más directo y significativo para la política obrera. Entre 1947 y 1970, Córdoba fue la ciudad de crecimiento más rápido de la Argentina. Su reputación como la “Detroit argentina", una ciudad que ofrecía trabajo abundante, educación técnica en las plantas y algunos de los salarios más altos del país, atrajo a trabajadores de la campiña cordobesa y de las provincias vecinas, así como a un número considerable de inmigrantes de los países limítrofes. En realidad, las

migraciones hacia Córdoba habían comenzado en los años treinta y principios de los cuarenta, y el viaje de Agustín Tosco desde Co

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Industria, sociedad y clase 67

ronel Moldes a la ciudad formaba parte de un flujo masivo desde el campo cordobés hacia la capital provincial durante los años de la depresión. Estas migraciones cobraron impulso y se diversificaron con la expansión de las industrias mecánicas. Los incrementos de la población en los años de posguerra fueron grandes y sólo parecen haber perdido ímpetu una vez que decayó el dinamismo de las industrias mecánicas locales como empleadores industriales. Después de 1970, Buenos Aires recuperaría su preeminencia como la ciudad de las oportunidades, y en lo sucesivo los aumentos de población comparativamente modestos de Córdoba dependerían en gran medida de la tasa de natalidad de sus propios habitantes. No obstante, entre 1947 y 1970 esta ciudad fue el escenario de una de las grandes revoluciones demográficas de la Argentina en el siglo XX. En esos años, Córdoba tuvo la mayor cantidad de inmigrantes recibidos por una ciudad del interior. Sólo entre 1947 y 1966, su población aumentó en unos 300.000 habitantes, de los cuales más de 152.000 eran inmigrantes que habían dejado sus granjas y pequeñas ciudades para tener una posibilidad de trabajo y una nueva vida en una de las fábricas cordobesas (Cuadro 1.3).54

Cifras adicionales pormenorizan aún más las inmigraciones y brindan un cuadro más claro del carácter del crecimiento demo

gráfico de Córdoba. La primera y más notable tendencia, que repite la experiencia previa de Buenos Aires y otras ciudades latinoamericanas, es la preponderancia de las mujeres en estos flujos migratorios. Las cifras de inmigrantes en Córdoba entre 1947 y 1966 revelan que el 48% eran hombres y el 52% mujeres, un saldo significativo en favor de éstas (Cuadro 1.4). Sin embargo, no fue una diferencia tan grande como la existente, en general, en otros ejemplos de urbanización rápida en América Latina durante el siglo XX. Por otra parte, entre 1955 y 1959, en el punto culminante del boom industrial, tuvo lugar una inmigración masculina consi

derablemente más intensa. El carácter del desarrollo industrial de Córdoba determinó su atracción especial para los inmigrantes varones. Históricamente, en la industria automotriz la fuerza laboral ha sido predominantemente masculina, y Córdoba fue un ejemplo extremo de la preferencia de las empresas automotrices por los trabajadores hombres. Virtualmente no había mujeres en las plantas cordobesas, así como tampoco, a decir verdad, en ninguno de los emprendimientos fabriles automotores de la Argentina; incluso en los talleres de acabado interior, en los que en otros países se empleaban mujeres en cantidades significativas, los hombres operaban las máquinas de coser utilizadas para fabricar los tapizados.55La naturaleza de las oportunidades industriales de la ciudad, específicamente la preferencia de las empresas por los

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6 8 El Cordobazo

hombres y las escasas posibilidades que tenían las mujeres de encontrar trabajo en las plantas, es lo que mejor explica la participación masculina desacostumbradamente alta en las migraciones a Córdoba durante esos años. El número total mayor de inmigrantes mujeres revela, simplemente, las perspectivas aún más sombrías para ellas en el campo. Aunque las mujeres encontraran nuevos empleos en las plantas automotrices, tendrían mejor suerte en las burocracias gubernamentales en expansión, en el comercio y en el servicio doméstico, así como en industrias como la textil, donde siempre habían encontrado trabajo.

El rasgo sobresaliente de estas migraciones fue su carácter regional. Las estadísticas demográficas muestran que casi todos ios años aproximadamente la mitad de los recién llegados provenían de la provincia de Córdoba (Cuadro 1.5). Es de presumir que la economía predominantemente agraria de la provincia alentó a muchos

jóvenes como Tosco a probar suerte en la ciudad, en la medida en que las condiciones en el agro cordobés siguieron siendo difíciles a 1(5largo de los años sesenta. Pero las últimas migraciones también fueron más variadas que las de la época de Tosco. Los inmigrantes de las décadas de 1950 y 1960 eran un grupo heterogéneo, y los flujos migratorios de cada año dependían en gran medida de las con-

diciones económicas locales en las provincias o países de aquéllos. En general, sin embargo, hubo una tendencia a una migración mayor desde la provincia de Buenos Aires, el Noroeste (Catamarca, Jujuy, La Rioja, Salta, Santiago del Estero, Tucumán) y en especial las provincias del Litoral {Chaco, Corrientes, Entre Ríos, Formosa, Misiones y Santa Fe), así como de los países vecinos (Paraguay, Uruguay y Bolivia), que de Cuyo (Mendoza, San Juan y San Luis) o del escasamente poblado sur (Chubut, La Pampa, Neuquén, Río Negro, Santa Cruz, Tierra del Fuego). El intenso flujo de inmigrantes de Santa Fe y Entre Ríos, en especial, representó un cambio fun

damental de los patrones migratorios del país. Históricamente, ambas provincias habían contribuido de manera fundamental a los flujos de población desde el campo argentino hacia Buenos Aires, y su atracción por Córdoba en las décadas del cincuenta y el sesenta da testimonio de los poderosos alicientes que ofrecían por entonces las nuevas industrias mecánicas y auxiliares. La inmigración desde los países limítrofes, si bien relativamente modesta, fue otra innovación en la historia demográfica de Córdoba. De las olas de inmigrantes españoles e italianos que habían llegado a la Argentina a fines del siglo XIX y comienzos del XX, algunos habían cruzado la

pampa hasta Córdoba. No obstante, ésta fue la primera experiencia de la ciudad con uno de los grandes movimientos de población entre países latinoamericanos, y durante un breve período su fama

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IncÍLisíria, sociedad y clase 69

como centro floreciente, con trabajo y buen dinero, desvió a muchos de los paraguayos, uruguayos y bolivianos que, de otra forma, podrían haber ido a los principales centros urbanos de sus países o incluso a Buenos Aires.

Cuadro 1.3. Datos demográficos, Córdoba, 1947*1966

(a) (b) (c) (d) (e) (0

1947 386.828 6.870 2.491 2.930 6.4311948 393.259 11.089 8.495 4.237 15.3471949 408.606 11.711 5.842 4.305 13.2481950 421.854 12.310 8.700 4.267 16.7431951 438.606 12.400 8.258 4.510 16.1481952 454.745 12.648 5.317 4.576 13.3891953 468.134 12,687 4.647 4.555 12.7791954 480.913 12.620 6.143 4.534 14.2291955 495.142 12.751 8.817 4.015 17.5531956 512.695 13.301 10.320 4.907 18.7141957 531.409 14.787 7.078 5.640 16.2251958 547.634 13.651 7.053 5.097 14.607

1959 563.241 13.940 5.492 4.119 14.3131960 577.554 14.196 10.096 5.445 18.8471961 596.401 14.319 7.970 5.437 16.8521962 613.253 13.643 9.689 5.779 17.5531963 630.806 14.293 8.439 5.307 17,4251964 648.231 14.949 8.835 5.501 18.2831965 666.514 14.873 8.372 6.131 17.1141966 683.628 14.615 10.422 6.200 18.837

Referencias: (a) Año; (b) Población total; (c) Nacimientos; (d) Inmigrantes; (e) Muertes; {f) incremento neto.

Fuen te : Carlos E. Sánchez y Walter F. Schulthess, Poblaci ón e inmi gra c ión en la c iud ad d e Córd oba, 1947 -196 6, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Córdoba, 1967, p. 7; Dirección General de Estadística, Censos e Investigaciones, Ministerio de Hacienda, Economía y Previsión Social, “Estadísticas Demográficas y Vitales: Población, 1901-1970”.

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70 El Cordabazo

Cuadro 1.4. Migraciones a Córdoba, 1947-1966

AñoN° total de

inmigrantes Hombres {%} Mujeres {%)

1947 2.491 65,4 34,51948 8.495 51,4 48,61949 5.842 51,5 48,51950 8.700 42,5 57,51951 8.258 57,3 42,71952 5.317 41,7 58,31953 4.647 46,0 54,01954 6.143 46,7 53,31955 8.817 47,7 52,31956 10.320 50,7 49,31957 7.078 56,4 43,61958 7.053 52,8 47,21959 5.492 51,8 48,21960 10.096 43,2 56,81961 7.970 45,8 54,21962 9.689 44,5 55,5

1963 8.439 47,1 52,91964 8.835 47,4 52,61965 8.372 41,2 56,81966 10.422 30,6 .....69,4Tota l 152.476 48,0 52,0

Fuente: Carlos E. Sánchez y Walter F. Schulthess, Pobla c ión e inm ig ra c ión en l a ciu da d d e Cór doba , 19 47 -19 66 , Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Córdoba, 1967, p. 3: Dirección General de Estadística, Censos e Investigaciones, Ministerio de Hacienda, Economía y Previsión Social, “Estadísticas Demográficas y Vitales: Población, 1901- 1970”.

Los patrones migratorios siguieron estrechamente la suerte de la economía iocal y se frenaron considerablemente después de 1966. El aumento de la población de la ciudad de 666.514 habitantes en1965 a 798.663 en 1970 representó el crecimiento más rápido de su historia y estuvo muy por encima del promedio nacional para esos años, pero el estancamiento del mercado laboral local y las mayores oportunidades de empleo ofrecidas en ese momento por Buenos

Aires indican que este crecimiento se debió primordialmente a un

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Cuadro 1.5. Orígenes de las migraciones a Córdoba, 1947-1966

(a) (b) (c) (d) (e) (0 (g) (h)

1947 46,9 12,5 15,6 6,3 3.1 15,61948 43,5 7,9 10,5 17,1 1,3 2,6 17,11949 25,9 9,3 9,3 7,4 —- 48,11950 60,5 3,7 8,6 11,2 1,2 6,2 8,61951 42,7 9,3 9,3 14,7 1,3 — 22,71952 62,2 6,1 8,2 2,1 _ 4,0 18,41953 64,3 11,9 7,1 2,4 2,4 — 11,91954 50,0 8,6 8,6 5,2 3,5 — 24,11955 60,2 3,6 20,6 6,0 3,6 — 6,01956 47,9 9,6 20,2 3,2 1,0 2,1 16,01957 59,7 6,0 16,4 1,5 4,5 _ _ 11,91958 49,2 9,2 7,7 10,8 7,7 6.2 9,21959 41,5 11,3 18,9 — • 9,4 — 18,9

1960 41,8 11,2 19,4 12,2 2,0 3,2 10,21961 34,6 12,8 16,7 25,6 1,3 1,3 7,71962 49,5 6,3 21,1 20,0 — — 3,11963 AQ A jCw ) *X 14,1 12,9 12,9 7,2 1,2 2,31964 49,4 7,9 20,2 16,9 2,2 — 3,41965 48,2 15,3 5,9 10,6 15,3 — 4,71966 39,7 4,3 22,4 24,1 4,3 0,9 4,3

Referencias: (a) Año; (b) Provincia de Córdoba (%); (c) Provincia y ciudad de Buenos Aires (%}; (d) Provincias del Litoral (Chaco, Corrientes, Entre Ríos, Formosa, Misiones, Santa Fe) (%); (e) Noroeste (Catamarca, Jujuy, LaRioja, Salta, Santiago del Estero, Tucumán) (%); (f) Cuyo (Mendoza, San Juan, San Luis) (%}; (g) Sur (Chubut, La Pampa, Neuquén, Río Negro, Santa Cruz, Tierra dei Fuego) (%); (h) Países extranjeros (%}.

Fuente : Carlos E. Sánchez y Walter F. Schulthess, Poblac ión e in mi gra c ión en l a c iud ad d e Cór doba , 194 7-196 6 , Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Córdoba, 1967, p. 5; Dirección General de Estadística, Censos e Investigaciones, Ministerio de Hacienda, Economía y Previsión Social, “Estadísticas Demográficas y Vitales: Población, 1901- 1970”.

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aumento en la tasa de natalidad. Cualquiera que sea la causa de

este último impulso del crecimiento rápido, cuando Córdoba ingresó en un nuevo período de su historia después de 1966 lo que importó fue la herencia de los anteriores 25 años de migraciones. La característica demográfica destacada fue la rápida creación de un proletariado industrial, gran parte de él concentrada en una sola industria. Córdoba se había convertido en la ciudad “más joven” de la Argentina, con el 54% de su población por debajo de los 30 años de edad, comparado con el 46% tanto en Buenos Aires como en Rosario, también centros industriales que absorbían gran cantidad de inmigrantes jóvenes.5'’ En Córdoba, la mayoría de esta población

juvenil se incluía en el grupo de edad de 18 a 30 años, y en 1970, de una población de casi 800.000 habitantes, la sorprendente cantidad de 337.600 tenían trabajos de tiempo completo o parcial.57Por otra parte, el porcentaje inusualmente alto de trabajadores empleados en el sector industrial y su concentración en las industrias mecánicas —en las plantas de IAME, Fiat, IKA-Renault y Perkins, así como en los numerosos talleres de autopartes y componentes de la ciudad—, a pesar del crecimiento pausado y sólo lentos aumentos del empleo después de 1965, siguieron siendo una constante de la estructura de clases de Córdoba hasta los gobiernos militares pos

teriores a 1976.El boom automotor cordobés había creado la mayor concentración de trabajadores industriales del país, al margen de la de Buenos Aires. Desde luego, la clase obrera local no se limitaba a las industrias mecánicas. Extendida en una amplia gama de actividades, incluía un núcleo de trabajadores muy calificados en los complejos automotores, los talleres ferroviarios de la ciudad y la industria local de energía eléctrica; jornaleros comunes de la industria de la construcción; trabajadores gráficos que utilizaban tecnologías que apenas habían cambiado en medio siglo; y la gran masa de trabaja

dores no calificados de las líneas de montaje y producción de los planteles de IKA-Renault y Fiat. “Clase obrera” era también una distinción un poco arbitraria en una ciudad con una clase media pobremente remunerada en las burocracias gubernamental y universitaria y en el comercio. Obreros y oficinistas a menudo vivían lado a lado y compartían un nivel y un estilo de vida similares. Sin embargo, la concentración de la clase obrera industrial de Córdoba en el sector mecánico y la ausencia casi total en la ciudad de una cultura proletaria identificable e incluso de formas de asociación al margen de las del lugar de trabajo y los gremios, dan testimonio de un tipo particular de desarrollo económico en el cual las industrias mecánicas y su mano de obra establecieron un predominio inequí

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voco, no sólo sobre la economía cordobesa, sino también en las arenas social y política.

El crecimiento industrial acelerado y concentrado de Córdoba introdujo de manera abrupta e incompleta las operaciones del capitalismo industrial en una sociedad tradicional. El boom de las industrias mecánicas transformó el ritmo y el ambiente coloniales de la ciudad, pero sus efectos fueron en realidad más superficiales que los de la industrialización en Buenos Aires. El crecimiento industrial producido en ésta en las décadas anteriores, a pesar de sus limitaciones y la pesada dependencia del Estado, parecía un proceso de industrialización más genuino que el que tuvo lugar en Córdoba. En Buenos Aires, la inversión en la industria, la díversificación, la formación de una clase obrera heterogénea y una burguesía industrial nativa repitieron, en conjunto, la experiencia de anteriores economías industrializadas. En Córdoba, el proceso fue más abrupto y menos complejo, tal vez más cercano a los de las clásicas explosiones mineras o agrícolas latinoamericanas que a un verdadero proceso de industrialización. A decir verdad, Córdoba iba a compartir muchas de las características de uña ciudad minera industrial: la concentración de la actividad económica esencialmente en un solo sector; un control casi completo de ese sector por el capital extran

jero; una mano de obra joven, mayoritaríamente masculina y no

calificada; un crecimiento rápido y una declinación repentina.El resultado más significativo del boom industrial cordobés fue, indiscutiblemente, la formación de un fuerte proletariado fabril. La clase obrera cordobesa se convirtió en un actor político destacado entre 1966 y 1976 y estuvo inmediatamente en aptitud no sólo de afectar la política local sino también de ejercer una influencia considerable en el plano nacional, debido al menos en parte a la naturaleza del reciente desarrollo económico de la ciudad. Mientras en Buenos Aires la clase obrera y sus organizaciones tenían la influencia rival de una burguesía poderosa, una burguesía que no carecía de contradicciones pero que en su conjunto era hostil a los intereses obreros, en Córdoba los trabajadores no tenían serios rivales de clase. La vieja aristocracia cordobesa era poco más que una elite social identificable. Los apellidos aristocráticos aún dominaban las listas de los decanatos universitarios y la magistratura, y aparecían ocasionalmente en las juntas locales de IKA-Renault, pero la presencia en política de la aristocracia como clase había disminuido en gran medida. Además, la burguesía industrial local era débil y estaba dividida; sólo los intereses metalúrgicos, agrupados en la Cámara de Industrias Metalúrgicas, tenían algún tipo de unidad, pero su influencia empalidecía frente a las firmas automotrices. Los industriales de éste y otros sectores tradicionales contaban con magros

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recursos de capital y nunca participaron como inversores o socios

en las industrias mecánicas. La clase media exhibía una debilidad y una división similares, incluyendo una minoría de profesionales liberales razonablemente privilegiados y una mayoría de esforzados maestros de escuela, funcionarios gubernamentales y universitarios, empleados administrativos y vendedores. En rigor de verdad, entre todas las clases de Córdoba, sólo los estudiantes universitarios, cuyo número llegó a menudo al 10% de la población, tenían un sentimiento de identidad y poder comparable al de la clase obrera.

Si bien a causa del boom industrial se crearon algunos puestos gerenciales, el desarrollo de la industria automotriz no generó una

nueva clase de empleados administrativos de número considerable, y tampoco favoreció el desarrollo de una burguesía financiera local.58La índole de las empresas, entidades esencialmente extranjeras con una mínima participación argentina, como en el caso de IKA,o subsidiarias multinacionales, como en el de Renault y Fiat, implicó que muchos puestos gerenciales fueran ocupados por sus compatriotas y que una gran parte de las operaciones financieras se realizara a través de sus casas matrices o de los grandes bancos de Buenos Aires. Las oficinas administrativas de las empresas automotrices estaban en la Capital Federal, y excepto cierta participación en las fábricas locales de autopartes y componentes, los bancos provinciales contemplaron cómo la mayoría de los fondos eran manejados por forasteros. Los puestos gerenciales en las plantas mismas ofrecían oportunidades ligeramente mejores para la clase media local, pero apenas había suficientes empleos para satisfacer las necesidades de todo el mundo. Én IKA-Renault, por ejemplo, era política de la empresa reservar los principales puestos técnicos y de toma de decisiones a nativos franceses, en tanto dejaban los de personal y relaciones públicas en manos de argentinos.59 Fiat siguió una política similar y estuvo incluso más predispuesta a poner a sus ciudadanos en posiciones de autoridad, dada la propiedad total

del complejo de Ferreyra por Turín, aunque la mayoría de su personal administrativo, hacia fines de la década de 1960, era argentino. Los profesionales cordobeses, educados en la universidad local, en general no podían aspirar a trabajar más que de consejeros legaleso ingenieros en los escalones gerenciales más bajos de las empresas automotrices.

La herencia del desarrollo económico y social de Córdoba fue, así, una clase obrera que tenía una sensación de poder —una sensación de confianza en su aptitud para enfrentar a la autoridad e influir sobre los acontecimientos políticos— que era rara en la Argentina. La creación de este proletariado hizo que Córdoba estuviera madura para la militancia obrera cuando la ciudad se enfrentó al

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comienzo simultáneo de la dictadura militar y de problemas en la

industria automotriz local. Cuando las compañías, respaldadas por los poderes represivos del Estado, comenzaron a suspender los convenios colectivos e intentaron seguir siendo competitivas e incrementar la productividad laboral a través de racionalizaciones en las plantas, aceleración de los ritmos de producción y ataques generales a los costos laborales, entre los trabajadores creció el resentimiento. A esto se agregaron la cada vez mayor politización de la sociedad cordobesa y el éxito de la izquierda al ganar para los partidos revolucionarios a jóvenes activistas obreros.

Cuando las relaciones de las empresas automotrices con su

mano de obra empeoraron, los rencores, la animosidad y las frustraciones de que daban muestras los trabajadores encontraron una articulación política, por más incipiente e incompleta que fuera, en un nuevo tipo de sindicalismo y en una militancia más difundida entre todos los operarios mecánicos. El gremialismo revolucionario, el clasismo, comenzó a atraer a algunos trabajadores de la industria que estaban desilusionados con lo que veían como un peronismo totémico y un movimiento sindical peronista corrompido, pero para la mayoría de los trabajadores que apoyaban las tácticas militantes de los clasistas la cuestión no era clasismo versus

peronismo sino, más bien, representaciones sindicales honestas y eficaces versus sindicatos deshonestos e ineficaces. No hubo un vínculo simple entre los problemas en la industria automotriz local o las condiciones en las plantas y la historia obrera cordobesa en estos años. La militancia laboral era un fenómeno que abarcaba toda la ciudad y muchos de los activistas sindicales más comprometidos, como Agustín Tosco, estaban en gremios relativamente protegidos de los caprichos de la industria del automóvil. No obstante, tanto la militancia obrera como «I movimiento clasista se centraron en las fábricas automotrices, y los problemas en esa industria constituyeron el ámbito esencial de las herejías ideológi

cas y políticas que medraron en el movimiento obrero cordobés después de 1966.El inusual desarrollo industrial de Córdoba movió el centro del

conflicto laboral de la ciudad hacia las fábricas automotrices, y sus sindicatos adquirieron una importancia política que, sencillamente, no era accesible a los trabajadores empleados en las plantas textiles o los talleres metalúrgicos locales. El conflicto entre dos tipos de gremialismo, parcialmente expresados en términos políticos como peronismo y clasismo pero también, lo cual era más importante para la mayoría de los trabajadores, como dos enfoques

distintos del manejo de los sindicatos, fue más áspero en las plantas de IKA-RenauJty Fiat. Para el trabajador cordobés del automó

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vil, el adversario no era el industrial de poca monta que podía utilizar una panoplia de tácticas intimidatorias e incentivos para manipular y controlar la mano de obra. Antes bien, después de 1966 los enemigos fueron las impersonales empresas automotrices extranjeras, los invisibles gerentes de producción e incluso sus colaboradores de base en los sindicatos, que en conjunto parecían estar haciendo cada vez más gravosas las condiciones de trabajo, así como el Estado, que respaldaba las políticas antiobreras de las compañías. Los trabajadores mecánicos tenían una abundante experiencia compartida a partir de su vida laboral, experiencia que arrastró a algunos hacia el clasismo, una ideología que habría tenido menos peso si Córdoba hubiera experimentado un desarrollo industrial más diversificado y si la clase obrera hubiese estado menos concentrada en las industrias mecánicas. Sin embargo, la identidad colectiva de la mayoría de los trabajadores los arrastraba a una militancia que no requería que renegaran de sus lealtades peronistas.

Las explicaciones sociológicas generales de la historia obrera de Córdoba sólo pueden sugerir la naturaleza de las relaciones entre trabajo y capital en la ciudad, pero no su dinámica específica. Mucho más reveladores y analíticamente útiles son los problemas que se experimentaban en el plano fabril. Fue en su vida laboral donde

los jóvenes trabajadores mecánicos de la ciudad expresaron la herencia del desarrollo industrial de Córdoba y las idiosincrasias de la sociedad cordobesa. Además, los trabajadores cordobeses del automóvil eran parte de un movimiento obrero regional y nacional, y de la misma manera en que influyeron en los acontecimientos fuera de Córdoba, se vieron afectados por factores que estaban alejados de los problemas cotidianos de la base febril.

La relación del movimiento obrero local con el Estado, la CGT y las centrales sindicales abrió a veces oportunidades para los gremios y otras restringió su libertad de maniobra. Las rivalidades, las ambiciones políticas y las vendettas personales también jugaron un papel en la política obrera. La configuración única del movimiento obrero local, la naturaleza específica de las relaciones entre capital y trabajo en la ciudad y los individuos y el equilibrio de poder dentro del movimiento sindical —este último en un estado de fluctuaciones constantes y respondiendo a múltiples influencias—constituyeron en conjunto el mundo de la política de la clase obrera cordobesa y durante casi una década hicieron de Córdoba el centro dél movimiento obrero disidente del país.

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NOTAS

1Adolfo Dorfman, Hi s t o r i a d e l a i n d u st r i a a rg en t i n a (Buenos Aires: So- lar/Hachette, 1971), pp. 278-279; Ofelia Pianetto, "Industria y formación de la cíase obrera en la ciudad de Córdoba, 1880-1906", en Ho m e n a j e al doctor Cefer i no Gar zón Ma ceda (Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 1973).

2 Juan Carlos Aguila, Ec l ip se de una ar istocracia: Una invest i gación sobre la s el i tes d e ía ciudadefe Córdoba (Buenos Aires: Ediciones Libera, 1968). pp. 30-31, 37-38, 72-73.

3 Informes de la Inteligencia Militar de los Estados Unidos para la Argentina, 1918-1941. Edmond C. Fleming, agregado militar, Embajada de los

Estados Unidos, Informe n° 4029, "Current Events for the Month of Au- gust”, 31 de agosto de 1929, p. 4.4 Informes de la Inteligencia Militar de los Estados Unidos para la Argen

tina, 1918-1941. Agregado militar, Argentina, Infonne n° 4489, “Military Supply: Government Production of Military Supplies”, 16 de enero de 1932. Este informe de inteligencia brinda una extensa descripción de las plantas cordobesas.

5 Informes de la Inteligencia Militar de los Estados Unidos para la Argentina, 1918-1941. Lester Baker, Agregado Militar, Buenos Aires, Informe n° 5663, “Current Events, Argentina”, 30 de octubre de 1937, p. 2.

6 Roberto A. Ferrero, Saba t t i n i y l a decadenc i a del y r i goyen i smo , 2 volú

menes (Buenos Aires; Centro Editor de América Latina, 1984). Para un nuevo e importante estudio sobre el sábat t i ni smo, véase César Tcach, Sabat t in ism o y per oni smo. Par t id os pol ít i cos en Cór doba, 19 43 -19 55 (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1991).

7 Ferrero, Saba t t i n i y l a d ecadenc i a d el y r igoyen i smo , vol. 2, p. 134.8Efraín Bischoff, His to r i a d e Cór doba (Buenos Aires: Editorial Plus Ul

tra, 1979), pp. 556-558.9 María del Carmen Angueira y Alicia del Carmen Tonini, Cap i t a l i smo de

E st a d o (1 9 2 7 -1 9 5 6 ) (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1986), pp. 72-73.

,0 Ménica Gordillo, "Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los ’60: El ámbito del trabajo y la dimensión cultural", Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Provincia de Córdoba, I n f o r m e An u a l , 1991, p. 48; Rinaldo Antonio Colomé y Horacio Palmieri, “La industria manufacturera en la ciudad de Córdoba”, Instituto de Economía y Finanzas, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Córdoba, pp. 4-13.

! 1Femando Ferrero, "Localización industrial en la provincia de Córdoba”, Revi st a d e Econom ía y Esta dísti ca, Universidad Nacional de Córdoba, n° 2 (1964), pp. 7-42.

12“La industria en la provincia de Córdoba”, mayo de 1974, pp. 4-13.13Colomé y Palmieri, “La industria manufacturera en la ciudad de Cór

doba”, pp. 8-10.H María Beatriz Nofal, Ab s en t e e En t r ep r e n eu r s h i p a n d t h e Dy n a m i c s o f

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78 El Cordobazo

th e Moto r Veh i c le Indu s t ry in Ar gen t in a (Nueva York: Praeger Publishers, 1989). p. 15.

ir>María del Carmen Angueira y Alicia del Carmen Tonini, Capitalismo de Estado (1927-1956), p. 77; Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Installation of Fíat Plant for Motor Car Productíon”, 835.3331/11-658, 6 de noviembre de 1958.

1(5Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Conversation with Henry J. Kaiser, February 21, 1955**, 811.05135/2-2155, 21 de febrero de 1955.

17Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos

en Buenos Aires, “Letter from Henry J. Kaiser Companíes to U.S. Dept. of State”, 811.05135/1-2055, 20 de enero de 1955.18Carta de James McCloud. presidente de Industrias Kaiser Argentina

entre 1956 y 1967, 24 de julio de 1989. McCloud sostiene que la instalación de Kaiser en Córdoba fue exclusivamente el resultado de las presiones de San Martín y los militares argentinos. Sus afirmaciones fueron confirmadas en un estudio reciente sobre las negociaciones de Kaiser: Norbert MacDonald, “Henry J. Kaiser and the Establishment of an Automobile Industry in Argentina", Bu s in ess H is tory, vol. 30, n° 3 (julio de 1988), p. 336. A principios de los años cincuenta, ni Fiat ni Kaiser estaban interesadas en instalar plantas en Buenos Aires, considerada como el baluarte de la clase obrera peronista, a causa de los problemas laborales que preveían habría allí. Ambas empresas deseaban establecerse en el interior, pero Córdoba era la segunda alternativa para cada una de ellas.

19Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Market Report on Electric Motors-Argentina”, 835.333/ 11-2858, 28 de noviembre de 1958.

20 Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Investigation of Industrias Kaiser Argentina S.A. by the Provincial Government”, 835.3331/12-1955, 19 de diciembre de 1955.

2) Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados

con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Kaiser to Manufacture Alfa Romeo Automobiles”, 835.3331 /12-2358, 23 de diciembre de 1958.

22Joseph Geschelin, ‘‘Argentina’s Automotive Industries, Part III: The Kaiser Empire”, A u t o m o t i v e I n d u s t r i e s , vol. 132, Io de abril de 1965, p, 50.

23 Carta de McCloud; Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Industrias Kaiser Argentina”, 335.3331/10-1955, 19 de octubre de 1955.

34 Joseph Geschelin, "Argentina’s Automotive Industries, Part I”, Automotive Industries, vol. 132, 15 de febrero de 1965, p. 58.

25 Industrias Kaiser Argentina S.A., Memoria y Balance General, 1961.

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Industria, sociedad y clase 79

26 Gilíes Gleyze, "La Régie Nationale des Usines Renault et l’Améríque Latine depuis 1945. Brésil, Argentine, Colombie” (tesis de Maestría en Humanidades, Universidad de París X-Nanterre, 1988), pp. 48-49; Michel Freyssenet, “Les processus d’intemationalisation de la production de Renault: 1898-1979", Cahiers d e l ’Ins t i t u t d e Recherch e Économ i que e t de Pl an íji cat i on d u Dévelop per n ent , n° 6, 1984, pp. 15-49.

27E1 crecimiento de la industria metalúrgica cordobesa, no obstante, fue extraordinariamente rápido. En 1954, muchas otras industrias de la ciudad tenían mayor cantidad de mano de obra: ios talleres ferroviarios (3.373), las industrias alimentarias (21.952) e incluso la del cuero (1.189) eran más grandes. Diez años después, sólo la superarían las empresas automotrices. Censo industrial (1954, 1964, 1974), Ministerio de Hacienda, Economía y Previsión Social, provincia de Córdoba.

28 Industrias Kaiser Argentina S.A., Memor ia y Ba la nce Genera l , 1961; Delbert Miller, “Community Power Perspectives and Role Defmitions of North American Executives in an Argentine Community”, Admi n i s t r a t i ve Sc ience Q u a r t e r l y (diciembre de 1965), pp. 364-380.

29Geschelin, “Argentina’» Automotive Industries, Part 111”, p. 47; “Instituto IKA: en abril inicia las clases", Gacet ika , n° 45 (octubre de 1961), p. 1.

30Industrias Kaiser Argentina S.A., M em o r i a y B a l a n c e Gen er a l 1962. El informe de la empresa enumera 6.300 trabajadores directamente dedicados a la producción, 2.390 empleados en el complejo de Santa Isabel y otros 590 en la sede central de Buenos Aires. El personal ejecutivo consistía de 313 personas, muchos de ellos estadounidenses (50 de los 62 “consejeros técnicos*’ del plantel lo eran), si bien IKA había incorporado por entonces un número considerable de argentinos a los puestos de nivel superior.

31 Juan V. Sourrouille, El compl ejo au t omoto r en Ar gen t in a (México: Editorial Nueva Imagen, 1980), pp. 60-61; Nofal, Absen tee En t r ep reneur sh ip a n d t h e D y n a m i c s o f t h e Mo t o r Veh i c l e I n d u st r y i n A rg en t i n a , pp. 32-34.

32 La Voz del In ter ior, 28 de septiembre de 1963, p. 13.33Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados

con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Fiat Proposes to Manufacture Automobiles in Argentina”, 835.3331/11-2458,24 de noviembre de 1958; Grandes Motores Diesel, M em o r i a y B a l a n c e Gen e r a l , 1958.

34 Grandes Motores Diesel, Memor ia y Ba l ance Genera l , 1958.35 Grandes Motores Diesel, Memor ia y Ba lan ce Genera l , 1959.36 Sourrouille, El comp le jo au tomoto r en Argen t i na , pp. 60-61. Fiat tam

bién se vio favorecida por su decisión inicial de especializarse en un sector del mercado automotor, la fabricación de autos pequeños y económicos, y renunciar a la producción de camiones y autos de lujo; Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Fiat Car and Truck Manufacturing ínvestment Approved”, 838.3331/9-2959, 29 de septiembre de 1959.

37 Incluso después de la compra Renault se vio trabada por los acuerdos

de licencias y embarcada en un prolongado y costoso pleito judicial para

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revocar los firmados por IKA con American Motors. Archives des Usínes

Renault:, Boulogne-Billancourt, Directíon Juridique, carpeta 3400, “Argentine", expediente "Rachat actions AMC/KJC", y 4436, “IKA Status Contrate Renault. KJC/AMC/WILLIS".

36 Depto. de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Investment Projects in Argentina”, 811.05135/2-259, 2 de febrero de 1959-

Colomé y Palmierí, "La industria manufacturera en la ciudad de Córdoba", pp. 25-38; Aldo A. Arnaudo, “El crecimiento de la ciudad de Córdoba en el último cuarto de siglo", Econ om ía d e Cór d oba , vol. 8, n° 2 (diciembre de 1970), pp. 7-11.

40 Colomé y Palmierí, “La industria manufacturera en la ciudad de Córdoba”, p. 35.

4' Nofal, Absen t ee En t r ep reneu rsh i p a nd the Dyna mi cs o f t he Moto r Veh ic l e I n d u s t r y i n Arg en t i n a , p. 32.

42Arnaudo, “El crecimiento de la ciudad de Córdoba en el último cuarto de siglo”, pp. 18-19.

43Nofal, Absen t ee En t r ep reneu r sh i p an d the Dyna mi cs o f t he Moto r Veh ic l e I n d u s t r y i n A rg en t i n a >p. 44.

44Gleyze, “La Régie Nationale des Usines Renault et I’Amérique Latine depuis 1945", pp. 58-60.

45Carlos E. Sánchez, “El desempleo juvenil en la ciudad de Córdoba”, Econ om ía d e Cór d oba , instituto de Economía y Finanzas, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Córdoba (diciembre de 1971), p. 13.

4<i Sánchez, "El desempleo juvenil en la ciudad de Córdoba”, pp. 3-20. I./OS hallazgos de la investigación de José Nun sobre la desocupación en la industria en los dos casos estudiados en Buenos Aires en 1967 —específicamente su descubrimiento de la tendencia de los trabajadores del automóvil despedidos a encontrar trabajo en servicios, en la industria y como mecánicos independientes pero no en las plantas automotrices en que habían trabajado anteriormente y ni siquiera en la industria automotriz en general— también valían para Córdoba. Véase José Nun, “Despidos en la industria automotriz argentina: estudio de un caso de superpoblación flo

tante”, Revist a Mexi ca n a d e Sociología, vol. 40, n° 1 (1978), pp. 55-106.47Anna Segre, “La localizzazione deirindustria automobolística in America Latina: I casi di Belo Horizonte (Brasile) e Córdoba (Argentina)", Riu i st a Geogra j i ca I t a l i ana , vol. 80, n° 2 (junio de 1983), pp. 262-264.

45 Municipalidad de Córdoba, Dirección de Estadísticas, “Censo Nacional de Población: familias y viviendas", Departamento Capital, 1970, vol. 1. El estudio de Mónica Gordillo sobre el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) de Córdoba ha demostrado que un gran porcentaje de los trabajadores que se instalaron en los nuevos barrios industriales adyacentes a los complejos automotores eran inmigrantes a la ciudad. Sí bien ésas fueron las zonas de crecimiento más rápido de la ciu

dad, debería subrayarse que sólo una minoría de los trabajadores del SMATA vivía en los nuevos barrios (38,1% para el período 1956-1960, con

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2. Política sindical

Como en la mayoría de los movimientos obreros, la política obrera en Córdoba siempre operó en dos niveles. Una arena se centraba en la base fabril y la relación de los trabajadores con la producción, y la otra implicaba luchas internas de poder y las interacciones institucionales de los sindicatos obreros, así como la relación de los sindicatos con el Estado. La política de la base fabril era una especie de política laboral más casera y casi hermética en la cual los diversos intereses de los trabajadores, representados individualmente por sus delegados y colectivamente por el sindicato, se enfrentaban a los intereses más uniformes del capital. Las relaciones en el

lugar de trabajo, determinadas por la naturaleza de la empresa, por sus mercados, tecnología y prácticas gerenciales, fueron una parte fundamental de la historia de todos los sindicatos cordobeses en este periodo. Tuvieron más importancia, sin embargo, en las industrias en que tanto el trabajo como el capital estaban presentes en una escala tal que hacía que sus enfrentamientos tuvieran consecuencias para toda la clase obrera. En Córdoba, esto quería decir la industria automotriz. Sólo en ésta las apuestas eran tan elevadas y las relaciones tan contenciosas como para poder influir en los otros gremios de la ciudad. Por otra parte, sólo fue después de mediados

de los años sesenta cuando las conocidas escaramuzas entre traba jo y administración en esa industria evolucionaron hacia una guerra abierta, cuyas ondas se difundieron más allá de ios confines de los complejos automotores para afectar a otros sindicatos y al movimiento obrero cordobés en general.

La segunda clase de política laboral, si bien igualmente compleja, era más pública e implicó a un mayor número de sindicatos en un momento anterior en el tiempo. La política gremial era una presencia vaga en la historia de la clase obrera local. Sólo estaba representada de manera incompleta en los manifiestos o en las siglas institucionales que tan a menudo preocupan a los historiadores del trabajo y, de hecho, las motivaciones gremiales fueron con frecuencia apenas escasamente visibles en la evidencia escrita del investigador.

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Política sindical 83

La política interna de los sindicatos y las rivalidades políticas entre

ellos respondían a muchas influencias: personales, estratégicas e ideológicas. Era un reino político que involucraba a todos los traba jadores, pero que estaba representado más tangiblemente por su conducción. El movimiento obrero cordobés se convirtió en algo tanto singular como significativo en la historia reciente de la clase obrera argentina sólo una vez que las dos clases de política laboral se mezclaron para producir un nuevo tipo de sindicalismo. Pero una larga e intrincada historia precedió al nacimiento del movimiento sindical cordobés disidente, y conocerla es crucial para su posterior comprensión y explicación* La mejor manera de describirla es decir que se trata de la política subterránea del poder en el movimiento obrero cordobés.

La historia arranca en los últimos años de la presidencia de Perón. A principios de la década de 1950, cuando el Estado peronista mostraba sus primeros signos de agotamiento, grupos de jóvenes trabajadores empezaron a reunirse en una serie de gremios cordobeses y a cuestionar a la conducción de la vieja guardia peronista. Su desafío era en parte ideológico. Un puñado de ellos, por ejemplo Agustín Tosco, habían comenzado a observar críticamente la relación del peronismo con el movimiento obrero a través del estudio y la reflexión. Tosco y otros como él finalmente acudieron a los in

transigentes anarquistas, socialistas y comunistas de Córdoba, la mayoría de los cuales eran entonces poco más que añosos espectadores del movimiento obrero local, a fin de conocer algunas de las tradiciones obreras que habían precedido a Perón.1Sin embargo, en términos generales su naciente rebelión implicaba cuestiones más mundanas que la ideología, y se centraba en desacuerdos con el enfoque peronista de las negociaciones colectivas o simplemente en un desagrado generacional por la conducción sindical establecida.2

Como resultado del descontento creciente, hacia 1955 una serie de sindicatos claves de la ciudad eran ideológica y políticamente pluralistas en una medida mucho mayor de lo que era común en la Argentina peronista. Sin duda, ese pluralismo fue posible gracias al comparativo aislamiento de Córdoba con respecto a los centros de la política obrera y el poder sindical en el movimiento obrero peronista, Buenos Aires y Rosario. Ese aislamiento había permitido, por ejemplo, que un núcleo de activistas sindicales no peronistas y de izquierda del sindicato de Luz y Fuerza, conocidos colectivamente en la historia del gremio como la “generación de 1953", eligieran a su líder, Agustín Tosco, como miembro del consejo directivo en el apogeo de la ortodoxia peronista, y en 1957 como secretario general, a la temprana edad de 27 años.3 Situaciones similares existían en otros sindicatos locales, como los de trabajadores gráficos y fe

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mecánicas permitió a Aramburu otorgar la jurisdicción de los trabajadores de IKA al Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA), por entonces un gremio pequeño y de poca importancia que representaba esencialmente a los mecánicos de las estaciones de servicio. La decisión fue un golpe para la clase traba

jadora peronista y en especial para la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), que era la conductora de la Resistencia y estaba surgiendo como el sindicato dominante y árbitro final en el movimiento obrero peronista. Al año siguiente, pi-oscriptos los candidatos peronistas, una lista comunista que hacía hincapié en asuntos relacionados con el trabajo ganó la primera elección sindical y el derecho a representar a los trabajadores de IKA. En enero de 1957, los comunistas negociaron con la empresa el primer convenio colectivo. Éste establecía una serie de logros para el sindicato, entre ellos la extensión a los trabajadores de IKA de la ley del “sábado inglés”, una medida provincial que otorgaba a los trabajadores de determinadas industrias una paga de 48 horas por una semana laboral de 44, al mismo tiempo que incluía también numerosas cláusulas referidas a la seguridad y beneficios del trabajo.5

El efecto de la victoria de la lista comunista en 1957 fue galvanizar a un pequeño grupo de militantes peronistas de las plantas de IKA alrededor del apoyo a un programa que destacaba las cuestiones

del pan de cada día a expensas de los intereses políticos más generales del proscripto movimiento peronista. Durante varios meses, los peronistas de SMATA se disputaron internamente el puesto de conducción de su movimiento de recuperación del sindicato, hasta que surgió un hombre, Elpidio Ángel Torres, como su vocero reconocido. El fornido y moreno Torres había usufructuado su notoriedad como tipo duro en Alta Gracia, una pequeña ciudad cercana al complejo de Santa Isabel, para iniciar su carrera en IKA e imponer allí su control sobre los muy desorganizados peronistas. Su campaña para conseguir una presencia peronista más fuerte en las plantas de IKA se había visto obstaculizada tanto por la permanente prohibición a la participación peronista en los asuntos sindicales como por la débil tradición gremial de la joven mano de obra de IKA. Para soslayar los impedimentos legales a la actividad sindical, Torres y el círculo de militantes peronistas que lo rodeaban habían adoptado una actitud conciliatoria hacia la empresa y las autoridades provinciales. En medio de la Resistencia peronista, Torres mantenía una relación cordial pero distante con los sindicatos más activamente implicados.

Como iba a hacerlo a lo largo de toda su carrera sindical, Torres intentaba promover sus propios intereses y los del SMATA cordobés

al mismo tiempo que se mantenía independiente de los caciques

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obreros de Buenos Aires, que controlaban la CGT, y de lo que se conocía como las 62 Organizaciones, la rama política del movimiento obrero peronista. Los peronistas del SMATA abrazaron una posición moderada durante la Resistencia, abogando por restringir y abandonar el sabotaje y otras tácticas militantes para no demorar la restauración del peronismo en la vida política de la nación.6 Lo que es más importante, al distanciarse de los elementos más militantes de la Resistencia, Torres y su círculo tenían las manos más libres para impugnar el control del sindicato por parte de los comunistas. La administración de la empresa y las autoridades provinciales les ahorraron al menos parte de los aspectos más menudos

del hostigamiento al que sometían a los peronistas en otros sindicatos, y Torres y sus colaboradores pronto estuvieron en condiciones de actuar con relativa libertad en las plantas de IKA, a pesar de la proscripción de su movimiento y de las restricciones a la actividad sindical peronista en otros lugares.

El gran problema de Torres era la apatía obrera. Pocos de los trabajadores de IKA tenían una experiencia gremial anterior* Hábilmen- te, la empresa había decidido reclutar su mano de obra en las fábricas no sindicalizadas de las Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME), entre trabajadores industriales primerizos e in

migrantes rurales recién llegados a la ciudad.7A pesar de los logros del sindicato en 1957, la afiliación obrera no aumentó de manera significativa. Las campañas gremiales, e incluso la mención de los sindicatos, eran recibidas con malhumor por el personal obrero. Si bien los trabajadores de IAME estaban familiarizados con la vida fabril, no ocurría lo mismo con la mayoría de la mano de obra. Los trabajadores de IKA eran una abigarrada colección de ex jornaleros agrícolas, changarines, mecánicos independientes, plomeros y hasta mozos de los recreos de la cercana sierra cordobesa.8Las habilidades mínimas requeridas por gran parte de la producción automotriz permitieron a la compañía emplear una mano de obra ampliamente inexperta y luego entrenar a los trabajadores en las simples y repetitivas tareas necesarias para la producción en las líneas de montaje. Estos trabajadores no calificados eran especialmente indiferentes a las propuestas peronistas y presumiblemente también a las de los comunistas, y muchos parecían temer que la participación en el gremio amenazara de alguna forma sus empleos.9

El año 1958 fue un punto de inflexión para los peronistas del SMATA y para el sindicalismo en general en el complejo IKA. Torres comenzó con una mordaz campaña de propaganda contra el contrato de 1957 y la falta de vigilancia de los comunistas en cuanto a la obligación de la empresa de cumplir varias de sus disposiciones. El reciente pacto Perón-Frondizi y la inminente recuperación de la

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legalidad del movimiento obrero peronista a cambio de su apoyo a

la candidatura del segundo alentaron a Torres a adelantar su propuesta de control del sindicato y a adoptar tácticas más agresivas. Hizo un audaz esfuerzo para desplazar a los comunistas y ganar las elecciones sindicales programadas para diciembre de ese mismo año, primero desacreditando a sus rivales y luego capitalizando sus propios lazos peronistas. En parte contaba con que una combinación de la índole metódica y falta de brillo de la conducción sindical comunista, las divisiones dentro de las filas de éstos que los obligaron a presentar listas separadas, sus propias facultades de persuasión y carisma personal y la simpatía de los trabajadores por el más

débil ío ayudaría a derrotar a los comunistas. Confiaba, sobre todo, en que su status de representante de un movimiento cada vez más mitologizado por la clase obrera argentina lo pondría, junto con sus compañeros peronistas, a la cabeza del SMATA cordobés. Las vacilaciones para afirmar su lealtad peronista en 1957 dejaron paso a la comprensión de que esos vínculos podían ser una ventaja distintiva en las diferentes circunstancias políticas de 1958.10

Torres lanzó su ataque contra los comunistas alrededor de la cuestión de la representación sindical efectiva. Acicateándolos para que declararan en marzo unos paros apresurados y pobremente organizados a causa del estancamiento de las negociaciones de los convenios colectivos, contribuyó a aumentar el desafecto de los trabajadores, En la base fabril se generalizó el descontento. Hacia fines de abril, la mayoría de los trabajadores ignoraba las convocatorias comunistas a la huelga, y el secretario general del sindicato, Alejandro Brízuela, había perdido gran parte de su antigua popularidad entre el pequeño número de operarios activos del gremio e irritado a la gran mayoría que simplemente lo había tolerado.

De Buenos Aires llegaban otras presiones para que Torres actuara. A lo largo de la historia del movimiento obrero cordobés, las decisiones sindicales se tomaron a menudo en respuesta a presiones provenientes de las centrales gremiales y la CGT, y en especial a las maquinaciones políticas de las principales autoridades del movimiento obrero peronista que controlaban las centrales y dominaban la CGT y las 62 Organizaciones. En general, esas decisiones procuraban mantener la independencia de los sindicatos cordobeses y resistir las intromisiones de los caciques obreros peronistas porteños en la autonomía sindical local. En el caso específico de 1958, Torres procuró atajar una campaña de la UOM que presionaba a Frondizi para que permitiera que el sindicato metalúrgico afirmara su jurisdicción sobre los trabajadores de IKA. Recientemente

se le había otorgado la correspondiente a los trabajadores de Fiat, y el control del segundo complejo automotor de la ciudad asegurarla

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al gremio una posición dominante en el movimiento obrero cordo

bés y también frustraría las aspiraciones sindicales de jóvenes cordobeses como Torres, que temía con fundamento que la afiliación a la muy centralizada UOM implicara un control absoluto de Buenos Aires, Los rumores sobre las intenciones de la UOM se convirtieron en un desafío abierto en la segunda mitad de 1958, cuando sus representantes comenzaron una campaña en las puertas de las fábricas para afiliar trabajadores, como primer paso para presentar en el Ministerio de Trabajo una solicitud formal de reconocimiento de su jurisdicción. Los trabajadores de IKA demostraron ser tan indiferentes a los avances de la UOM como lo habían sido a las ante

riores campañas sindicales, pero entre los peronistas del SMATA había la sensación generalizada de que se los hacía a un costado y de que la creciente pérdida de prestigio de la conducción comunista amenazaba redundar en beneficio de la UOM.u

Poco después de la primera aparición de los proselitistas de la UOM en Santa Isabel, Torres y sus partidarios armaron la primera lista peronista para enfrentarse a las dos agrupaciones comunistas que competían en las elecciones de diciembre del SMATA. Los resultados de éstas fueron estrechos, y también ilustrativos de hasta qué punto aún existia apatía entre los trabajadores de las plantas. De un plantel de más de 3.000 personas, decidieron votar poco menos de la mitad, obteniendo la lista de Torres 588 votos y las dos comunistas 411 y 274 respectivamente.12La elección de Torres como secretario general puso a los peronistas por primera vez en control del SMATA cordobés, pero el estrecho margen de la victoria y la difundida indiferencia obrera hacia las elecciones y el sindicato en general significaban que el mandato peronista era más aparente que real. Por otra parte, varios de los departamentos de las plantas de IKA permanecieron en manos de los comunistas y Torres se encontró a la defensiva, con un núcleo resentido y capaz de activistas comunistas dispuestos a criticar en toda ocasión su manejo del sindicato.Para consolidar su control en Santa Isabel, Torres continuó con su enfoque independiente y se concentró en ganarse el apoyo de las bases de IKA. Junto con otros peronistas del SMATA, comprendió que el sindicato aún ocupaba una posición precaria. La superficial tradición sindical y la desconfianza palpable hacia los activistas gremiales amenazaban convertir la indiferencia y hasta el apoyo a regañadientes en hostilidad abierta ante una noticia de peso. Los dirigentes del SMATA necesitaban ganarse el apoyo de las bases a través de logros concretos y no subordinar las decisiones sindicales a

los dictados de Buenos Aires. Sus demostraciones públicas de fidelidad a los caciques obreros porteños fueron, en consecuencia, poco

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frecuentes. El mismo Torres se hizo adicto a los floridos discursos

en elogio de Perón, amenazando en un tono intimidatorio con la participación del sindicato en movilizaciones obreras y huelgas generales auspiciadas por los peronistas e ignorando efectivamente las órdenes provenientes de Buenos Aires. Los dos años posterioi~es a la victoria sindical transcurrieron tejiendo alianzas, resolviendo problemas de la base fabril, erigiendo una sólida organización sin- dical y exhibiendo una amplia indiferencia ante las maniobras políticas del movimiento obrero peronista.

Torres se vio estimulado a proseguir con el sindicalismo de las cuestiones cotidianas a causa de los cambios que se estaban produciendo en las plantas. Las relaciones relativamente tranquilas entre el directorio y la mano de obra, que habían caracterizado los primeros años de la historia de IKA, habían comenzado a deteriorarse justo en el momento en que los peronistas asumían el control del sindicato. Si bien las cifras de ventas de la empresa eran elevadas y había plena ocupación en las plantas, había señales de que la

joven mano de obra estaba empezando a reaccionar ante la regi- mentación y los rigores de la vida fabril. El primer reconocimiento empresarial de problemas laborales informaba de un creciente mal humor de los trabajadores hacia la administración y los capataces, e incluso de incidentes ocasionales de franca insubordinación en

las líneas, problemas que la compañía atribuía a la presencia de agitadores gremiales en la base fabril.13En algunos de los departamentos más opresivos crecía la inquietud de los trabajadores. Los túneles de pintura ya eran notorios: para los trabajadores, a causa de su diseño reputadamente descuidado, que provocaba persistentes emanaciones de pintura, perjudiciales para los ojos y los pulmones; para el directorio, porque eran un nido de sediciosos. Cuando los trabajadores comenzaron allí una campaña para hacer que sus tareas fueran calificadas como insalubres y obtener con ello una

jomada de seis horas, tal como lo disponían las leyes laborales argentinas, la empresa se mantuvo firme, considerando esa actitud como una intrusión en el control de la dirección sobre el proceso productivo y como un precedente indeseable para otros departamentos.14Sin embargo, una comisión especial del Ministerio de Trabajo encontró no sólo escasa ventilación en los túneles de pintura sino también un aumento inaceptable de los ritmos de producción, por lo que obligó a la empresa a mejorar la ventilación, distribuir mejores máscaras y ropa de protección y reducir tanto la jomada de trabajo como los ritmos.15

Problemas similares enconaban a otros departamentos, y Torres y la conducción sindical peronista los capitalizaron para establecer

el tipo de organización gremial sólida y con participación de las bases

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que se les había escapado a los comunistas. Los peronistas utilizaron los fondos sindicales para construir la sede del gremio en el centro de Córdoba y establecieron cursos de capacitación para los delegados recientemente electos. También emprendieron una gran campaña organizativa en todos los departamentos, comprometien- do la intervención sindical para resolver los problemas de cada uno de ellos. Comenzó a surgir una clara cadena de mandos, en la que Torres desempeñaba el papel de caudillo obrero al mismo tiempo que contaba con un grupo de jóvenes y duros activistas sindicales peronistas para granjearse el apoyo de los trabajadores. El progreso fue concienzudo. El sindicato obtuvo cierto apoyo entre los trabaja

dores con medidas tales como la creación de un generoso programa médico gremial para competir con los más modestos servicios de salud de la empresa y la resolución de pequeños problemas en cada uno de los departamentos. Pero las afiliaciones aún avanzaban con lentitud. Lo que se necesitaba era una victoria que confiriera prestigio y, en la esperanza de obtenerla, Torres y el sindicato votaron, el 26 de febrero de 1959, rescindir unilateralmente el contrato suscripto con la empresa en 1958 y declarar una huelga.

La huelga de 1959 fue un acontecimiento importante en la historia del SMATA, y estableció precedentes que influirían en la política obrera futura. En primer lugar, esa huelga instauró lo que sería una marca distintiva del movimiento obrero cordobés en los años venideros: el paro activo.Tras la decadencia de la Resistencia y la institucio- nalización del movimiento obrero, los principales sindicatos peronistas, especialmente en Buenos Aires, solían desalentar toda participación de las bases que amenazara ir más allá de límites claramente circunscriptos. Las huelgas tenderían cada vez más a ser asuntos cuidadosamente orquestados y controlados, como el desganado paro matero o paro dominguero, en el cual los trabajadores simplemente se quedaban en sus casas mientras los caciques gremiales negociaban con sus interlocutores del momento —los empleadores, el Estado o, con más frecuencia, ambos—. En contraste, el paro activo era una manifestación militante de la intransigencia obrera, un provocativo arrojar el guante, realizado de manera deliberada para incrementar la participación en la interrupción del trabajo. Tales huelgas llevaban a los trabajadores a las calles y siempre amenazaban con desembocar en enfrentamientos violentos con la policía. La tendencia de los paros de los sindicatos cordobeses en los años siguientes a asemejarse a movilizaciones populares —y frecuentamente a desatar protestas a lo largo y lo ancho de toda la ciudad que a veces, como en 1969 y 1971, se desarrollaron hasta convertirse en toda una insu

rrección urbana— nació con el paro activo y la huelga de 1959.Los peronistas del SMATA no estaban tan interesados en estable

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cal, con líneas abiertas hacia los ejecutivos y gerentes de IKA. El

sindicato también había establecido ciertas prácticas democráticas en una época en que el movimiento obrero peronista se movía hacia un estilo sindical más burocrático y deliberativo, el uandorismo, según llegó a conocérselo en honor al líder metalúrgico Augusto Vandor, que inspiró muchas de sus prácticas.19La huelga de 1959 también contribuyó al nacimiento de una identidad SMATA —una mezcla de orgullo provinciano, recelos hacia Buenos Aires y valores compartidos originados en una experiencia de trabajo en común y, en menor medida, una familiaridad barrial— que dio a la clase obrera de IKA un carácter especial. Por último, estaba la presencia de un

crítico y vigilante grupo de activistas sindicales de izquierda en las plantas. Todos estos factores se combinaron para impedir la consolidación de una pétrea burocracia gremial en el sindicato. Si bien Torres comenzó a adoptar todas las características de un arquetípi- co cacique obrero peronista, alternativamente componedor de problemas y dispensador de favores, y aunque el comité ejecutivo del sindicato asumió de manera gradual un carácter administrativo en oposición a uno de clase, el SMATA cordobés fue, dentro de los límites del sindicalismo peronista del momento, una organización democrática y un defensor eficaz de los intereses de los trabajadores.

De manera similar, los trabajadores de Fiat tenían una historia previa que los erigió en actores independientes de la política del movimiento obrero cordobés, si bien en Ferreyra esa independencia fue un resultado de las maquinaciones empresarias más que de las luchas sindicales. Desde el comienzo, las políticas laborales de Fiat fueron severas e intransigentes, y los funcionarios de la empresa en Ferreyra estudiaron una campaña meticulosamente orquestada para anular cualquier signo de actividad gremial seria en sus plantas. Fiat había comenzado sus operaciones en la Argentina justo cuando estaba llegando a su fin una lucha de casi diez años con la alianza comunista y socialista de la Confederazione Generale Italiana del Lavoro {CGIL), que representaba a sus trabajadores de Turín. La derrota de la CGIL en las elecciones sindicales de 1955 provocó una interrupción de la actividad gremial en esa ciudad. Los trabajadores de Fiat, sometidos alternativamente a las tácticas paternalistas e intimidatorias de la compañía, volvieron a la situación que había caracterizado allí a la representación sindical desde el ascenso del fascismo en la década de 1920 y a lo largo de la guerra. Los trabajadores italianos de la empresa no volvieron a participar en ningún paro obrero de importancia hasta las grandes huelgas de 1970.20

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Era predecible que Fiat no estuviera dispuesta a tolerar en Córdo

ba lo que había considerado inaceptable en Turín. A diferencia del caso de IKA, los primeros esfuerzos de organización sindical por parte de los comunistas no fueron bienvenidos por la compañía italiana, y la actividad gremial fue virtualrnente prohibida hasta 1958. Ese año, en respuesta a los malos vientos que soplaban desde Santa Isabel, donde el SMATA ya había surgido como un formidable adversario sindical, Fiat cedió brevemente a las presiones del gobierno y los trabajadores y permitió la afiliación a la UOM local. Su decisión de mantener divididos a los trabaj adores mecánicos locales demostró ser

juiciosa, y la UOM, un sindicato cuyo poderío se concentraba en Buenos Aires, era en 1958 una opción más atractiva de lo que lo había sido en la época de Aramburu, cuando IKA tuvo que decidir por primera vez la cuestión de la afiliación sindical, debido a la declinación de la Resistencia peronista y el apoyo del movimiento obrero peronista a Frondizi. Un informe de la empresa de 1959 señaló jubilosamente la ausencia de problemas laborales en el complejo, una tranquilidad que comparaba con las condiciones que existían “fuera” de Ferreyra, en una referencia indirecta a Santa Isabel.21 El escaso impacto en Ferreyra de la áspera huelga de los trabajadores metalúrgicos el año siguiente fue la prueba de una representación sindical al menos ini- cialmente timorata y reivindicó la decisión de Fiat de mantener a su

personal al margen de lo que consideraba la perspectiva corruptora y más amenazante de una afiliación al SMATA.En 1960, la empresa dio un paso más en su política laboral y

apartó a sus trabajadores de la tendencia histórica del movimiento obrero argentino al formar sindicatos por planta. Si bien la UOM central y el movimiento obrero peronista en general dieron todas las señales posibles de su disposición a cooperar con el empresariado, el renacimiento del peronismo era aún una perspectiva inquietante para la mayoría de los empleadores, y el directorio de Fiat era consciente de la probabilidad de que la UOM cordobesa adoptara tácticas más combativas para prevenir cualquier movimiento de las bases en favor de afiliarse al sindicato mecánico local. Ambas consideraciones convencieron a los funcionarios de la empresa de que tendrían que tomar medidas más drásticas si querían que en Ferreyra la representación sindical siguiera siendo débil. Como la afiliación a la UOM ya no era vista como la garantía de una futura paz laboral, y siendo el SMATA un anatema para la empresa italiana, a principios de 1960 Fiat propuso a Frondizi y a su ministro de Economía, el conservador Alvaro Alsogaray, que en el complejo de la compañía se constituyeran sindicatos de planta. Aunque la formación de tales sindicatos era una flagrante violación a la ley laboral argentina, el gobierno aprobó parcialmente la solicitud de ía empresa. Bajo ios

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auspicios de la Federación Sindical de Trabajadores Fiat, controlada por la compañía, se constituyeron sindicatos de planta en las fábricas Concord (Sindicato de Trabajadores de Concord, o SíTRAC), Materfer (SITRAM) y Grandes Motores Diesel (SITRAGMD), si bien el reconocimiento legal, la personería gremial, no sería otorgado hasta 1964, durante el gobierno radical de Arturo lllia.23Así, en1960, mientras los peronistas de mentalidad independiente consolidaban su control en Santa Isabel con la conducción de Torres, una representación sindical aún más radicalmente separatista germinaba en el otro complejo automotor de la ciudad.

Mientras los grandes complejos automotores y mecánicos luchaban con los problemas de la representación sindical, estableciendo en las plantas de IKA y Fiat los parámetros de la relación entre movimiento obrero y administración que perdurarían por muchos años, otros sindicatos locales atravesaban su período de formación. A diferencia de los trabajadores de las industrias mecánicas, los de los otros sindicatos de la ciudad no se encontraban en industrias concentradas y de capital intensivo, sino dispersos en la burocracia gubernamental, las industrias de servicios y las livianas y de tecno

logía simple. Teóricamente compartían una identidad de clase con los trabajadores de las industrias mecánicas, pero en realidad la naturaleza de su trabajo, el mercado de sus productos y la relación con sus empleadores los hacía tan diferentes de los trabajadores de IKA y Fiat como lo eran entre sí. Dentro de este grupo heterogéneo estaban comenzando a surgir tres tendencias políticas generales. Cada una de ellas no sólo representaba distintas posiciones ideológicas sino que también formaba parte de alianzas locales y nacionales en la política de poder dél movimiento obrero. Un grupo peronista renegado, una tendencia formalmente dentro del movimiento peronista pero en la práctica independiente y una corriente explícitamente no peronista constituían los bloques de poder del movimiento obrero cordobés al margen de los complejos de IKA y Fiat.

Los sindicatos de la vieja guardia peronista se habían deslizado del status mayoritario de que habían disfrutado antes de 1955 y a través de la Resistencia a una posición minoritaria hacia 1960. La represión sufrida a manos del gobierno durante la Resistencia fue sólo parcialmente responsable de su declinación. Más importantes fueron los cambios que hablan tenido lugar en la economía cordobesa, específicamente la creación de un nuevo proletariado mecánico y el correspondiente aumento del poderío estratégico del sindica

to de trabajadores de Luz y Fuerza, que servía a la industria que era entonces el elemento vital de la economía industrial de Córdoba. En

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esta ciudad, el sindicato que heredó el derecho a representar la

posición vandorista emergente de la tendencia principal del movimiento obrero peronista fue la seccional de la UOM. Durante los gobiernos peronistas de las décadas de 1940 y 1950, el sindicato metalúrgico de Córdoba había sido en realidad un gremio pequeño con poca influencia en un movimiento obrero local cuya expansión sólo se produjo después de 1955.23En la época de Perón, las potencias del movimiento obrero peronista en Córdoba habían estado en las industrias textil y de procesado de alimentos (mataderos, molinos de harina y semejantes}, así como en el sindicato del transporte urbano, especialmente de los conductores de ómnibus, y los de empleados públicos. Si bien en un nivel nacional el sindicato metalúrgico de Vandor estaba dejando su papel de principal protagonista sindical de la Resistencia para convertirse en el sostén del nuevo gremialismo empresario indirectamente adoptado por el v&ndorismo , la UOM cordobesa se negaba a aliarse con esta corriente, en parte a causa de su orgullo regionalista y la poca disposición a subordinar los intereses locales a los dictados de la muy centralizada UOM, pero sobre todo porque el enfoque de línea blanda que representaban los seguidores de Vandor, los así llamados legalistas, no era útil para las necesidades tácticas propias de la UOM cordobesa.

Ésta se encontraba en una etapa de crecimiento, no de consoli

dación, y las tácticas conciliatorias, de línea blanda , sólo eran apropiadas para un sindicato que ya hubiera sido aceptado como interlocutor por el empresariado. Su pérdida reciente de los trabajadores de Fiat había sido la última demostración de que las tácticas que privilegiaban la negociación con respecto a la militancia, si bien podían ser apropiadas para Buenos Aires, aún no podían ser aceptadas por los bisoños sindicatos industriales de Córdoba. A partir de ese momento, la UOM representó una facción dentro del movimiento obrero cordobés, denominada inicialmente auténticay luego ortodoxa, facción que profesaba una fidelidad incondicional a Perón pero que en realidad ~y esto es lo más importante- era un poder rival y contrapuesto a Vandor. Los ortodoxos se aliaron con los sindicatos peronistas de José Alonso, principal rival de Vandor en el movimiento obrero, y pusieron de relieve sus credenciales de línea dura a través de su insistencia en el retomo de Perón como prerrequisito de la paz laboral y por su adopción de posiciones más intransigentes y combativas con respecto al Estado y los empleadores.

Además de la UOM, muchos de los otros sindicatos alineados en las filas ortodoxas cordobesas eran meramente caducas organizaciones locales que deseaban vehementemente recuperar el control de lo que se había convertido en un movimiento sindical repentina

y desconcertantemente transformado, tanto en Córdoba como en el

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plano nacional. Un buen número estaba controlado por una gene

ración más vieja de dirigentes sindicales peronistas, los mismos que habían ejercido el poder bajo los gobiernos de Perón de los años cuarenta y cincuenta, que estaban resentidos con los advenedizos, la generación más joven de peronistas —cuyo mejor representante era el mismo Vandor— surgida durante la Resistencia y que a la finalización de ésta propugnaba calladamente un pragmático “ pero nismo sin Perón” que asegurara la continuidad de sus carreras sindicales recientemente conquistadas. Los líderes gremiales ortodoxos cordobeses también salían en gran medida de los sectores nacionalistas y pro clericales del peronismo de Córdoba y entre ellos se con

taban, irónicamente, muchos de los dirigentes laborales que en realidad se habían vuelto contra Perón en los años finales de su gobierno, como resultado de su abandono parcial de un programa económico nacionalista y en especial a causa de su disputa y su ruptura histórica con la Iglesia.24La UOM cordobesa se alió con esta corriente y asumió sin duda la conducción de los rivales locales de Vandor, no debido a una afinidad ideológica sino porque esto servía a las necesidades estratégicas del sindicato y preservaba su independencia con respecto a Buenos Aires. La ideología no era el problema y, a decir verdad, nunca le importaría mucho al sindicato metalúrgico cordobés. La UOM local procuraba aumentar su poder, por lo que, entonces y en el futuro, siguió alternativamente políticas que garantizaran su fortaleza como sindicato y promovieran la influencia de su liderazgo en el movimiento peronista. Su conducta no era atri- buible, como lo afirmó repetidamente la conducción sindical, a una adhesión más fiel a la tradición obrera combativa de la Resistencia, sino que se debía más bien a una aguda percepción dei interés propio del sindicato y a consideraciones tácticas.

En realidad, los combativos sindicatos cordobeses de la Resistencia no habían salido de las filas ortodoxas sino que pertenecían principalmente a su rival en el movimiento obrero peronista de Córdoba, los legalistas. Esta facción estaba compuesta por los sindicatos que nominalmente eran partidarios de las prioridades negociadoras de Vandor, pero que en la práctica también procuraban mantener cierta distancia cón respecto a éste, a fin de evitar cualquier interferencia de Buenos Aires que entorpeciera su aptitud para manejar con eficacia los asuntos sindicales. Un sindicato legalista típico era el de trabajadores del transporte, la Unión Tranviarios Automotor (UTA), bajo la conducción de Atilio López. Éste, que había sido un dirigente agitador en la Resistencia cordobesa, era un sindicalista leal al peronismo y a Perón pero receloso de Vandor y escéptico de un movimiento obrero peronista que promoviera la negociación por parte de unos pocos elegidos y desalentara la mili-

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tancia de las bases. Como el SMATA, un sindicato que no había tenido una participación destacada en la Resistencia pero que finalmente asumiría la conducción de los legalistas cordobeses, la UTA y otros gremios de esa corriente eran más sensibles a las condiciones de sus industrias y durante esos años se preocuparon menos por los planes institucionales y políticos más vastos o las luchas de poder dentro del movimiento obrero peronista. Algunos, como el SMATA, estaban empeñados en esfuerzos para construir su aparato sindical, una empresa que hacía esencial la independencia de acción. Otros estaban atravesando crisis que requerían el tipo de tácticas que Vandor parecía a punto de abandonar.

El sindicato de trabajadores del transporte de López, uno de los más grandes de la ciudad, con más de 1.000 afiliados, se concentraba en la compañía de ómnibus municipales y desde 1957 había enfrentado un plan de privatización que amenazaba los empleos de cientos de sus miembros.25 El sistema de transporte urbano de propiedad pública, la Compañía Argentina de Transporte Automotor (CATA), era un producto de las nacionalizaciones de la primera presidencia peronista y se convirtió en un blanco natural de las privatizaciones bajo el gobierno de Frondizi, debido a que hasta los choferes de ómnibus consideraban que estaba deplorablemente mal administrado. El sindicato resistió los planes de privatización y con

traatacó con una propuesta propia para establecer una cooperativa obrera que administrara la compañía. A fines de 1962, sin embargo, un gobernador militar finalmente llevó a cabo la largamente amenazada privatización de la empresa. La CATA fue disuelta, las líneas de ómnibus se vendieron a inversores privados, y López, la UTA y la posición de línea dura dentro de los legalistas se eclipsaron momentáneamente, aunque el gremio reaparecería varios años después, una vez más con la conducción de López, en los acontecimientos que rodearon al Cordobazo, y a principios de la década del setenta serviría como refugio a los militantes izquierdistas y peronistas.26

Como había ocurrido con la UOM, López y los sindicatos legalistas habían sido empujados a posiciones independientes con respecto a Vandor por consideraciones tácticas más realistas que vagamente ideológicas. Al tratarse de sindicatos ubicados de manera predominante en industrias no estratégicas que tenían poco peso nacional en el movimiento obrero peronista, los legalistas comprendieron que tenían escasas posibilidades de obtener apoyo de Buenos Aires en sus luchas con los empleadores y el gobierno provincial. Ni Vandor ñi la CGT estarían dispuestos a enredarse en disputas que, para ellos, eran cuestiones menores en lo profundo del interior argentino. Por otro lado, una integración plena en el redil

vandorista podía significar una subordinación de las necesidades

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vulnerables a la intimidación que los que pertenecían a estructuras

centralistas. La presencia de un sindicato federal determinado en sus filas, Luz y Fuerza, hacía de los independientes una potencia en la política obrera local. Luz y Fuerza era importante en parte debido a su tamaño —era el más grande y rico de la ciudad después del SMATA, la UOM y los sindicatos de Fiat—, pero sobre todo a causa de su energía, tanto literal como figurada. A través de su aptitud para controlar los cortes y apagones de energía, el sindicato de los electricistas era el único de Córdoba capaz de paralizar de inmediato la ciudad y desencadenar una crisis provincial e incluso nacional. Era un sindicato estratégico en una industria estratégica de la Córdoba industrial, un hecho que quedaría demostrado de manera reveladora en las dos grandes protestas obreras, el Cordobazo de 1969 y el Viborazo de 1971.

Sin embargo, la mayoría de los independientes se concentraban en industrias sin importancia estratégica que debían obediencia al bloque a causa de su larga tradición de lealtad radical, socialista o comunista con anterioridad á los años peronistas. Unos cuantos de ellos se habían convertido a regañadientes al peronismo. De varios, en especial de los sindicatos de trabajadores gráficos y de la sanidad, se había apoderado el gobierno peronista a causa de su intratabilidad. Casi todos tenían un núcleo de sentimientos

visceralmente antiperonistas que alimentaba una compleja red de inquinas y vendettas personales, así como de genuinas diferencias ideológicas y políticas.

El sindicato de traba jadores gráficos y su secretario general, Juan Malvar, eran tan representativos de los independientes como Atiíio López y la UTA lo eran de los legalistas. Los gráficos, diseminados en docenas de pequeñas imprentas a lo largo y lo ancho de la ciudad, tuvieron entre 1955 y 1976 una cantidad de afiliados que nunca bajó de 800 ni rebasó los 1.200. Malvar, fumador empedernido cuyos bigote cuidadosamente recortado y aire melancólico le daban la apariencia de un cantor de tangos más que de un dirigente gremial, llevó a una lista radical al poder en las elecciones sindicales de 1958 y siguió siendo uno de los líderes laborales no peronistas más activos de la ciudad hasta el golpe de 1976. Malvar y otros independientes observaban con absorta satisfacción los altercados dé los peronistas locales. En sus alianzas tácticas preferían a ios legalistas por lo que se consideraba la mayor lealtad de éstos a la clase obrera por encima de intereses meramente personales, pero sólo se aliaron con ellos cuando esto pareció mejorar las posibilidades de mantener un movimiento obrero cordobés políticamente pluralista.

Sindicatos como el de los gráficos nunca cuestionaron el lideraz

go de Luz y Fuerza entre los independientes, en parte porque la

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importancia estratégica de sus trabajadores dejaba pocas dudas acerca de la justicia de su pretensión de autoridad en la alianza, pero sobre todo a causa del prestigio de Agustín Tosco en los círculos obreros locales. Tras ser sólo uno entre varios activistas sindicales no peronistas de Luz y Fuerza a principios de los años cincuenta, Tosco, hacia fines de esa década, se había convertido en uno de los portavoces principales de un movimiento obrero pluralista en la ciudad. Sería la figura dominante del movimiento obrero cordobés en los siguientes quince años y dirigiría la evolución ideológica de los independientes cuando éstos pasaron de una perspectiva vagamente antiimperialista a una posición más genuinamente socialista en cuestiones de planificación económica nacional y reforma política.

De naturaleza solitaria y austera, después de su llegada a Córdoba Tosco había dedicado el tiempo libre que le dejaba su empleo en el taller electromecánico de la Empresa Pública de Energía de Córdoba (EPEC) a sumergirse en la literatura socialista, exhibiendo un ascetismo y una autodisciplina que sin duda formaban parte de la tradición obrera argentina, pero que en su tiempo chocaban con el desprecio general en que los peronistas tenían a los trabajadores intelectuales y lectores. Lo que impedía sus burlas tal vez fuera su imponente presencia física, al haberse convertido el adolescente larguirucho en un hombre de hombros anchos y poderosos antebrazos, cuya fortaleza revelaba los primeros años pasados en el campo. Es más probable, sin embargo, que las desalentara su indiferencia ante las aprobaciones y su evidente inteligencia. El gringo Tosco se ganó con rapidez una reputación como uno de los voceros más capaces e inteligibles del movimiento obrero, y mereció gran respeto y afecto en los círculos sindicales cordobeses, lo mismo peronistas que no peronistas. Con la certeza y algo de la obstinación del autodidacta, Tosco nunca vaciló en los supuestos morales y la ideología política de su tempranamente adquirida cultura marxista. El movimiento independiente fue en gran medida su creación personal, y él y sus colaboradores más cercanos supervisaron cuidadosamente su evolución política.

No obstante, las indudables dotes de Tosco podrían haber quedado en la nada de no haber pertenecido al sindicato de Luz y Fuerza. Los trabajadores de éste eran por entonces los únicos realmente capaces de encabezar una corriente antíuertícalista en el movimiento obrero cordobés. Luz y Fuerza había comenzado a distanciarse de la jerarquía gremial peronista poco después de la elección de

Tosco como secretario general en 1957. Esto fue posible porque el sindicato estaba en una posición favorable en comparación con la mayoría de las organizaciones obreras de la ciudad Sus energías

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no se malgastaban en agotadores programas de construcción gre

mial ni se preocupaba por problemas laborales destacados. El sindicato y su relación con la EPEC eran cuestiones que habían sido decididas durante los años peronistas. Como empresa estatal dedicada a un servicio público que dependía de los presupuestos nacional y provincial y no de las ganancias anuales, la EPEC tenía por esa razón menos que temer de su mano de obra que IKA, Fiat, los propietarios de los talleres metalúrgicos y todas las otras industrias privadas de la ciudad.

Los trabajadores de Luz y Fuerza disfrutaron de un status relativamente privilegiado en la clase obrera local durante esos años. Los despidos eran raros, y la rápida expansión producida desde la década de 1930 se tradujo en mayores oportunidades de trabajo, movilidad dentro de la empresa y algunos de los salarios más altos del país. En 1960, los lucifuercistas constituían la cuarta categoría mejor pagada de los trabajadores argentinos, y finalmente llegaron a estar sólo por debajo de los de las industrias automotriz y química.27De este modo, Tosco y sus más estrechos colaboradores en el sindicato tenían las manos más libres para ocuparse de problemas que eran esencialmente políticos. Tales proyectos políticos podían incluir de todo, desde oponerse a un plan gubernamental que pondría fin al monopolio estatal de la energía eléctrica, una campaña exitosamente montada en 1958 a la que se dio forma de cuestión antiimperialista, hasta construir una alianza obrera pluralista en Córdoba.

Como en todos los sindicatos de la ciudad, dentro de Luz y Fuerza había una intensa vida política. En la historia del movimiento obrero cordobés siempre es necesario tomar en cuenta la política intrasindical, dado que ésta influía en la conducta gremial lo mismo que en la relación de un sindicato con los demás, con la CGT y con el Estado. Las características más salientes de Luz y Fuerza eran su alto grado de afiliación sindical —que hacia principios de la década de 1970 llegó al 98%—, su pluralismo político, el espíritu democrático que lo impregnaba y la debilidad relativa de sus activistas pero

nistas. El monopolio peronista de los cargos sindicales había terminado en 1957 con la victoria de la heterogénea lista de Tosco, que llevó al poder al círculo que guiaría al sindicato, ya fuera desde su sede o clandestinamente, hasta el golpe de 1976. indudablemente, la mayoría de los lucifuercistas del sindicato se identificaban como peronistas. No obstante, las listas apartidarlas de Tosco se impusieron por amplio margen en todas las elecciones posteriores, y los trabajadores de Luz y Fuerza fueron capaces, evidentemente, de conciliar su identidad peronista con el apoyo a aquél. Por otra parte, el núcleo de activistas peronistas que ambicionaban hacer una carrera sindical propia tuvo que adaptarse a la realidad de que no podía

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esperar ayuda desde afuera. La organización nacional de trabajadores de la energía eléctrica, la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza (FATLYF), fue controlada por un grupo mixto de independientes, comunistas y peronistas antiverticalistas hasta1961. Como sindicato de estructura federal, Luz y Fuerza tuvo una existencia relativamente autónoma, y había pocas posibilidades de desplazar a Tosco sin un profundo apoyo de las bases.

En consecuencia, la política sindical no desencadenó una áspera lucha interna por el poder dentro de Luz y Fuerza, en donde existía una relación excepcionalmente cooperativa y en general amistosa entre los activistas peronistas y no peronistas. A diferencia del SMATA, en el que la rivalidad entre los peronistas y la izquierda era feroz y sólo se atenuó por el gradual aislamiento al que Torres sometió a los sindicalistas marxistas, durante muchos años Luz y Fuerza no tendría una vida política polarizada. No hay duda de que el balance del poder se había inclinado tan marcadamente en favor de Tosco, que los peronistas del sindicato decidieron aliarse con él y ganar con ello influencia al obtener puestos en el consejo directivo. El líder de los peronistas de Luz y Fuerza, Sixto Cebailos, comprendió que el prestigio personal de Tosco y su reputación de negociador experto sólo aconsejaban una oposición decorosa y restringi

da. A lo largo de los años sesenta y principios de los setenta, los peronistas a menudo ni siquiera decidieron presentar una lista propia, y nunca impugnaron seriamente la conducción de Tosco hasta la restauración del gobierno peronista en 1973.

La aceptación por parte de Cebailos y los otros peronistas del pluralismo en el sindicato y de su propio status como oposición meramente formal no nacía únicamente de su pragmatismo. Lo mismo que en gran parte del movimiento obrero cordobés, su identificación con el gremio y sus recelos y hostilidad hacia Buenos Aires daban forma a gran parte de su conducta. Su postura era también

el producto de una estructura democrática interna. De todas las organizaciones obreras de la ciudad, Luz y Fuerza era la que más practicaba una democracia sindical participativa, realizando frecuentes asambleas abiertas para debatir cuestiones de importancia y votar los convenios colectivos, los llamados a la huelga y los asuntos gremiales en general. En un sindicato que nunca llegó á contar con más de 3.000 afiliados y que tenía un delegado cada veinte trabajadores, los niveles jerárquicos entre la conducción y las bases eran pocos, una situación fortalecida por la ausencia de puestos pagos y la necesidad de que todos los dirigentes, Tosco incluido, conserva- ran sus empleos y trabajaran la jornada completa.28 Todos los lucifuercistas se identificaban con esta tradición sindical y conservaban celosamente la independencia de su gremio con respecto a

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Para Vandor, el SMATA asomaba como el principal obstáculo a

un movimiento obrero cordobés uniñcado y obediente, plenamente integrado en la jerarquía sindical peronista. La UOM nacional también codiciaba los sindicatos de Fiat y comenzó una campaña a fin de recuperar para el gremio a los trabajadores de Ferreyra, pero Fiat no era una prioridad. La UOM cordobesa conservaba una posición firme en el complejo, dada su juxisdicción sobre los trabajadores de Concord, y una prematura afiliación del resto del personal de Fiat no serviría a otro propósito que el de apuntalar la fuerza de un sindicato que ya tenía una mentalidad demasiado independiente. La UOM local no retiraría su apoyo a los ortodoxos hasta que cambios en el equilibrio de poder dentro del movimiento obrero cordobés la obligaran a hacerlo. El mayor problema para Vandor era el SMATA de Torres, que hacia 1962 era claramente el sindicato más poderoso de la ciudad. Por otra parte, Vandor no podía confiar en que una poderosa central sindical de los trabajadores mecánicos controlara a su díscola regional cordobesa. El SMATA central, un joven sindicato de una joven industria, aún era relativamente débil a principios de los años sesenta y, de todos modos, estaba aliado con el rival de Vandor, Alonso. Como todavía no existía una burocracia poderosa y centralizada del SMATA y como los convenios colectivos de la industria automotriz eran elaborados en el nivel de cada empresa y no en el de la industria en general, no había manera de disciplinar eficazmente al SMATA cordobés u obligarlo a seguir las directivas de Buenos Aires. Torres aprovechó la situación para conservar en sus manos tanto poder como le fuera posible, y evitó hábilmente enredos comprometedores mientras seguía en la búsqueda de un sindicalismo independiente que era más peronista en su vocabulario político y sus exhibiciones públicas de respeto por la iconografía del movimiento que en su participación activa en la política sindical peronista. Entre 1960 y 1962, los dirigentes peronistas del SMATA cordobés tendieron a concentrarse en asuntos de su

propio sindicato. A pesar de los logros obtenidos en el contrato de 1960, aún se encontraban en una posición precaria. Activistas sindicales de izquierda del Partido Comunista y los pocos y sueltos de lengua miembros de la Facción Trotskista de Obreros Mecánicos, perteneciente al pequeño Partido Obrero Trotskista, mantenían una oposición vigilante y crítica, en especial contra el manejo que los peronistas del sindicato hacían de la sensible cuestión del control del trabajo, y en general estaban preparados para explotar en su beneficio cualquier desliz de la conducción sindical.29

Después de firmar el contrato de 1960, la principal preocupa

ción de Torres siguió siendo el fortalecimiento constante del aparato sindical y no la política laboral peronista. Luego de su victoria en

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las elecciones gremiales de noviembre de 1960, Torres y los peronistas del SMATA comenzaron a consolidar su dominio de la maquinaria sindical y a ganarse la lealtad de las bases. La conducción del sindicato necesitaba obtener concesiones del directorio para aumentar su reputación entre los trabajadores como supervisor eficaz, y sin duda indispensable, de su bienestar. Con ese objetivo, Torres comenzó a cultivar vínculos personales con funcionarios de la empresa. Además de relacionarse con el presidente de IKA, James McCloud, estableció una estrecha relación de trabajo con el director de personal, Manuel Ordóñez. La amistad de Torres con éste le permitió consultarlo y negociar directamente los contratos del SMATA entre 1960 y 1966. En privado, sometía las propuestas de las comisiones paritarias (comisiones de negociación colectiva) a Ordóñez, dándole a conocer los límites de las concesiones por parte del sindicato y a menudo obteniendo aumentos salariales sustanciales para los trabajadores de IKA de manera pacífica y sin tener que recurrir a la acción huelguística.30

No obstante, el compromiso tenía sus limites, y Torres comenzó a basarse más en sus propios recursos y en los del sindicato para obtener beneficios de la empresa y aumentar con ello la reputación del SMATA entre los trabajadores. El personalismo pasó a ser una táctica general de la conducción gremial. Las asambleas abiertas en

el Córdoba Sport Club ya se habían convertido en una institución del SMATA, pero después de 1960 Torres mostró una mayor inclinación por su convocatoria. El motivo sólo podía haber sido incrementar la visibilidad de su presencia y la identificación de los traba

jadores con el sindicato, dado que las cuestiones de real significación se decidían a través de los procedimientos formales de la deliberación sindical en las comisiones internas o en consultas privadas entre Torres y la conducción del gremio, no en asambleas abiertas. Sin embargo, tales gestos no carecían de efectos, y contribuyeron a fomentar entre los trabajadores la sensación de participación directa en el manejo de los asuntos sindicales. Los otrora apáticos

jóvenes trabajadores identificaban cada vez más sus intereses con el SMATA, en no pequeña medida gracias a las enormes aptitudes de Torres como organizador sindical.

Éste y el consejo ejecutivo se habían convertido en presencias permanentes en la base fabril de las plantas de IKA. Adoptaron una postura solícita, camaraderil pero paternal, que estaba de acuerdo con la verdadera tradición del movimiento obrero peronista. Cultivar lazos personales en un plantel obrero que ya se contaba por miles no era fácil, pero parece que durante esos años Torres estableció un grado de familiaridad extraordinaria con los trabajadores de IKA,

ayudado por su gran energía personal y su notable memoria, que le

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líneas de montaje (líneas de proceso continuo }, de quienes se decía que no lograban mantenerse a la par con los ritmos de producción establecidos. Para aumentar la productividad de los trabajadores, a fines de 1961 IKA comenzó a instalar una serie de señaíes lumino sas de advertencia a lo largo de las líneas de montaje para indicar cualquier interrupción en el flujo de trabajo.32Estas luces de advertencia y la campaña de productividad en general fueron responsables de mayores tensiones en la base fabril y plantearon nuevas exigencias a Torres y la conducción sindical. Cuando IKA decidió, a fines de 1962, que sus costos laborales aún eran excesivos y comenzó a realizar despidos masivos en las plantas de Santa Isabel, que alcanzaron a 1.500 personas en diciembre, incitando a una respuesta violenta de los trabajadores, Torres se vio obligado a respetar el voto de los operarios de los tres tumos de la empresa en favor de una huelga.33

Envalentonada por la desaprobación popular a las tácticas violentas adoptadas por algunos trabajadores, IKA se negó a negociar los despidos, y la perspectiva de una huelga prolongada y posiblemente fatal convenció a Torres de aceptar la ayuda de Vandor. Más de cinco años de trabajo en la construcción de un sindicato independiente se vieron súbitamente en peligro por la intransigencia de IKA. AI parecer, sería necesario el apoyo de Vandor y de otros sindi

catos para aguijonear al gobierno a fin de que interviniera y llevara a la empresa a la mesa de negociaciones. Vandor respondió al aprieto en que se encontraba Torres, y bajo la amenaza de una huelga general de la UOM en una disputa que era enteramente cosa de los trabajadores mecánicos cordobeses, el gobierno ejerció presiones para lograr una solución, logrando que la compañía cediera e iniciara las negociaciones.34Con eí peso de Vandor y la UOM tras de sí, Torres se las ingenió para conseguir en abril de 1963 un acuerdo que cancelaba los despidos a cambio de una jomada laboral reducida, salvando con ello a la conducción del SMATA de una derrota potencialmente humillante. Para Torres, el costo sería un alineamiento más estrecho con Vandor y, al menos por un tiempo, una pérdida de la independencia celosamente guardada del SMATA.

Mientras Torres y los peronistas del SMATA procuraban recuperarse de estos acontecimientos, la UOM cordobesa intentó fortalecer su posición en el movimiento obrero local. Su líder, el lacónico y metódico Alejo Simó, había logrado controlar el sindicato en vísperas de la pérdida de los trabajadores de Fiat. Simó y otros miembros de la UOM reaccionaron negativamente ante la defensa menos que entusiasta que el secretario general del sindicato, Jerónimo Carrasco, hizo de la jurisdicción de éste sobre los trabajadores de Fiat y ante el cierre reciente de la fábrica de Conarg, uno de los establecí-

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mientos metalúrgicos más grandes de la ciudad.35 Simó ganó las elecciones gremiales de 1963, en gran medida por la cuestión de la afiliación de Fiat, y poco después comenzó una campaña para que se revocara la decisión gubernamental de reconocer los sindicatos por empresa de aquella compañía, en lo que fue el inicio de uno de sus muchos flirteos episódicos con Vandor para obtener el respaldo del c a u d i l l o de la UOM en la campaña de afiliaciones. Simó fue pronto la figura dominante entre los o r t o d o x o s , y junto con Torres, Tosco y López representarían a lo largo de los quince años siguientes una tendencia distintiva del movimiento obrero local —distintiva en términos de tácticas, alineamientos políticos y prácticas sindicales—. Sus modales flemáticos parecían fuera de lugar en el rudo y turbulento mundo del sindicato metalúrgico, en el que las rivalidades a menudo terminaban en violencia y donde el patoterismo y el p i s t o l e r i s m o eran parte constante de la vida gremial, no obstante interpretaciones revisionistas del movimiento obrero peronista. El plácido exterior de Simó ocultaba una aguda percepción de las realidades y oportunidades políticas del momento y una crueldad desnuda que podía emplearse cuando la situación parecía requerirla. Agilmente, modificó sus alianzas y retuvo el poder mientras otros personajes del movimiento obrero caían víctimas de su idealismo e inocencia política.

El SMATA y la UOM se habían convertido en lo más parecido a aliados locales que Vandor tenía en Córdoba. Como cada uno de ellos conducía una de las dos corrientes del movimiento obrero peronista en la ciudad, los l e g a l i s t a s y los o r t o d o x o s respectivamente, a Vandor le parecieron factibles la unificación del peronismo cordobés y su integración a la estructura verticalista. Pero dos factores conspiraban contra el v e r t i c a l i s m o en Córdoba: los continuos esfuerzos de peronistas como Torres y Simó por conservar tanta independencia como fuera posible con respecto a Buenos Aires y la presencia de Tosco y los independientes. Ni Torres ni Simó ansiaban una

confrontación con Tosco y no estaban dispuestos a participar en una campaña para desarmar a los independientes. Como resultado, Vandor y los caciques obreros de Buenos Aires tuvieron que confiar en sus propios recursos y sólo pudieron contar con la neutralidad de los peronistas locales en su intento de llevar a Córdoba al redil verticalista. En 1963, por ejemplo, Vandor financió una campaña de prensa para desacreditar a los dirigentes obreros independientes, como Tosco y Malvar. En los diarios cordobeses se publicaron rumores acerca de sombrías conexiones extranjeras y la pertenencia a siniestras camarillas foráneas, en especial la participación en

una putativa conspiración judía internacional llamada s i n a r q u ía i n t e r n a c i o n a l , durante mucho tiempo un cuco peronista, e historias

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similares fueron corrientes en los círculos sindicales a lo largo del año, pero Torres y Simó se abstuvieron de unirse a los ataques.3̂

Tosco respondió a ellos retirando efectivamente a Luz y Fuerza y a los independientes de la política obrera nacional. Durante toda la presidencia de Illia, desde fines de 1963 hasta el golpe de Onganía en junio de 1966, los independientes cordobeses se concentraron en una estrategia provincial para proteger la integridad y el pluralismo ideológico del movimiento obrero local. El 4 de noviembre de1963, la CGT central de Buenos Aires intervino la CGT cordobesa, como primer paso hacia el establecimiento de una central obrera local completamente peronista. Simó fue nombrado delegado regional para supervisar su reestructuración y coordinar el plan de lu

cha de la CGT nacional, ocupaciones fabriles en todo el país y una huelga general contra el gobierno de Illia.37 Se esperaba que Torres cooperara desde su nuevo puesto de secretario general de la CGT cordobesa. Sin embargo, ni él ni Simó satisficieron plenamente las expectativas de Vandor. Tosco y los independientes reaccionaron con hostilidad al plan de lucha de éste contra el gobierno de Illia y sólo dieron un tibio apoyo a la huelga general del 27 de mayo de1964, haciendo conocer con ello que los independientes cordobeses tenían intenciones de permanecer fuera de los límites del verticalismo, aunque estaban dispuestos a cooperar con los peronistas locales que respetaran la diversidad del movimiento obrero cordobés-38Los ortodoxos y los legalistas no dieron ningún paso para disciplinar a los independientes en el momento de la huelga, a la que apoyaron activamente con ocupaciones de fábricas, y tampoco lo hicieron en los dos años restantes del gobierno de Illia. Tosco, Malvar y otros dirigentes obreros no peronistas siguieron participando activamente y como miembros con voto en la CGT cordobesa.

Torres y Simó, eran socios a regañadientes de la campaña verticalista, no a causa de alguna inclinación al juego limpio y ni siquiera por respeto al pluralismo ideológico en el movimiento obrero cordobés, sino más bien como resultado de una fría evaluación

de las escasas posibilidades de éxito de la campaña y de su propio deseo de mantenerse libres de Vandor. Esto último quedó demostrado de manera convincente sólo dos semanas antes de la huelga general de mayo de 1964, cuando Tosco, postulándose con una plataforma extremadamente crítica con respecto a Vandor, obtuvo la reelección en Luz y Fuerza. Su lista Azul logró 1.114 votos contra 298 de la peronista, que sólo ofreció una oposición formal.39 Por otra parte, la Lista de Tosco era la más pluralista hasta esa fecha e incluía a muchos de los hombres —Ramón Contreras, Simón Grigatis, Felipe Alberti y Tomás Di Toffino— que serían sus más estrechos

colaboradores en los años siguientes. En lo sucesivo, cualquier cam

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paña verticalista debería tomar en cuenta el hecho de que los traba jadores de Luz y Fuerza no podrían ser domesticados simplemente eliminando a Tosco, y que la fuerza del sentimiento pluralista dentro del sindicato tenía raíces profundas.

Había otros factores que también aconsejaban cautela. Hacia el fin del gobierno de Hila, ya había señales de que Luz y Fuerza estaba encaminándose más allá de los límites tradicionales del movimiento obrero argentino y cobraba estatura nacional como la voz de los disidentes y los descontentos del movimiento de ios trabajadores. En el congreso obrero nacional de 1965, realizado en La Cumbre, en la cercana sierra cordobesa, sus representantes, Tosco en especial, lanzaron acerbos ataques contra la burocracia porteña y, por primera vez, hicieron referencias explícitas a su concepción del movimiento obrero como un instrumento de la “liberación naciona!”.40Cuantó más prominente y más franco en sus opiniones se volvía el sindicato, más reacios se mostraban los peronistas locales a participar en cualquier plan para aislarlo y eliminarlo como una fuerza del movimiento obrero cordobés. Por otro lado, los vínculos de los peronistas cordobeses con Vandor y el movimiento obrero peronista hacían que por el momento una alianza con Tosco y los independientes estuviera fuera de la cuestión. El resultado fue una parálisis, una falta de disposición para cumplir los deseos de Buenos Aires y, no obstante, una re

nuencia a unirse a Tosco y hacer de la CGT cordobesa la fuente de su fortaleza en los conflictos en sus respectivas industrias.

Las funestas consecuencias de la ineptitud de los sindicatos peronistas locales para controlar su propia suerte se pusieron de relieve en la controversia de la afiliación de Fiat en 1964-1965. Este incidente demostró una vez más que Vandor estaba tan resuelto a limitar el poder de sus rivales potenciales entre los peronistas cordobeses como a integrar a Córdoba al movimiento obrero nacional. Y, como en el pasado,

el SMATA representaba una amenaza potencial. Vandor había apuntado a los sindicatos de Fiat como parte de su campaña verticalista, pero había riesgos implicados en ello. Si bien Torres y el SMATA ya no eran completamente libres con respecto a Buenos Aires, conservaban empero una independencia considerable, y acontecimientos recientes habían sugerido un papel aún más importante para ambos.

Una de las modificaciones fue que los peronistas del SMATA ya no parecían tan vulnerables como sólo un año antes. La participación de las bases estaba aumentando y la posición de la conducción se había fortalecido, haciendo del SMATA cordobés el sindicato industrial más poderoso del interior de la Argentina y un rival digno de la UOM.41 La lista de Torres, por otra parte, había logrado una

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Política sindical 111

victoria decisiva en las elecciones de abril de 1964. No obstante, por

el momento el SMATA cordobés permaneció leal a Vandor y apoyó sin éxito la lista v a n d o r i s t a en las elecciones de autoridades del SMATÁ central, realizadas ese mismo mes.42Por esa época, Torres estaba completamente sumergido en la política del movimiento obrero peronista, preparándose para desempeñar un papel en la conducción nacional y siendo mencionado en la prensa obrera como el “Vandor cordobés”. Era un consumado negociador gremial y estaba capacitado para los regateos políticos, siendo alternativamente combativo y conciliatorio en la medida necesaria para asegurar su base sindical y propulsar sus ambiciones personales. De este modo, a principios de 1964 había signos de que Torres y el SMATA cordobés estaban recuperando parte del terreno perdido desde 1962 y de que el sindicato de los trabajadores mecánicos, que experimentaba un veloz crecimiento tanto en Buenos Aires como en Córdoba, podía llegar a convertirse en un serio rival de la UOM.

Este nuevo estado de las cosas representaba un aprieto para Vandor. La campaña iniciada en 1964 para eliminar los sindicatos de planta de la empresa Fiat podría fortalecer aún más la posición del SMATA. Al estar ahora la planta de Concord completamente reconvertida a la producción automotriz, la decisión lógica sería la afiliación al SMATA y no a la UOM, por lo que Torres pedía pública

mente jurisdicción sobre Ferreyra y ya había enviado a sus hombres a las puertas de Fiat con fichas de afiliación. La situación se complicó aún más ante el deseo de la UOM cordobesa de seguir representando a los trabajadores de la planta de Concord y la exigencia de Simó de que cualquier acuerdo con Fiat debía restablecer el statu quo previo a 1960, por el cual el gremio metalúrgico tenía la representación exclusiva de los trabajadores de la empresa. En 1964, un grupo de activistas radicales y democristianos de la planta de Concord, insatisfechos con la representación de la UOM e impulsados, sin duda, por un estado de ánimo antiperonista, comenzaron a agitar en favor de la afiliación de los trabajadores de Concord

al sindicato de la empresa, SITRAC. Con un comprensivo gobierno radical en el poder, la personería gremial fue otorgada a éste, y la UOM perdió su última jurisdicción en Ferreyra.43

La controversia de la afiliación de Fiat creció en encarnizamiento entre fines de 1964 y gran parte de 1965, en medio deí estancamiento de las negociaciones por los convenios colectivos y una enconada huelga en las plantas de Ferreyra en 1965. La ineptitud del SÍTRAC para negociar eficazmente con el muchísimo más poderoso directorio de la multinacional italiana desalentó hasta a los más entusiastas defensores originales del sindicato de planta. En 1965, el sentimiento obrero era abrumadoramente favorable a la afiliación

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al SMATA, y el primer paso hacia esa meta se dio el Io de abril de ese

año, cuando los trabajadores de la planta de Grandes Motores Diesel votaron casi por unanimidad en favor de la pertenencia al sindicato de los mecánicos, una votación posteriormente refrendada por el Ministerio de Trabajo.44

El SMATA era aún anatema para la empresa, si bien Fiat siguió reconociendo la dificultad de mantener la paz laboral en las plantas sin ninguna representación sindical peronista. Para evitar la largamente temida perspectiva de la afiliación al SMATA, parece que Fiat celebró un trato con Vandor y Simó, quien ahora se desempeñaba como diputado peronista y dividía su tiempo entre Córdoba y Buenos Aires. La UOM trasladó alrededor de 80 de sus activistas sindicales de laS plantas de Fiat bajo su jurisdicción en Buenos Aires a Córdoba. La empresa los dejó ingresar a las plantas de Ferreyra como trabajadores recién contratados, y a pesar de una sospecha inicial entre los obreros acerca de los recién llegados, éstos pronto controlaron el bisoño SITRAC; al menos, ésta era la difundida creencia entre los trabajadores de Fiat, en especial entre quienes dirigirían las rebeliones fabriles en las plantas de Ferreyra varios años más tarde.45

La inesperada conducción de la huelga de i965 por parte de los activistas de la UOM, una riesgosa jugada de Vandor para restablecer el prestigio del sindicato metalúrgico entre la mano de obra y obligar a Fiat a reconocer formalmente su jurisdicción, tomó por sorpresa a la compañía. La huelga terminó con una derrota ignominiosa para el SITRAC, y Fiat prohibió la presencia de la UOM en sus, plantas, aunque los convenios colectivos de ésta serian utilizados como modelos para los propios contratos internos de la compañía durante el resto de la década. La empresa italiana admitió que sería necesaria al menos una representación sindical formal y de compromiso en las plantas para evitar la afiliación al SMATA, por lo que decidió mantener el SITRAC y transformarlo en un apéndice de su

Departamento de Relaciones Industriales, a fin de que estuviera a las órdenes de la compañía más que de los trabajadores. Fiat preservó los dos sindicatos de la empresa, SITRAC y SITRAM, como representantes institucionales de sus trabajadores, al mismo tiempo que se apoyaba en su combinación tradicional de políticas paternalistas y autoritarias más que en una genuina representación gremial para manejar a su mano de obra. Su paternalismo, expresado era sus clubes deportivos y en una bien publicitada campaña para dar empleo a argentinos descendientes de italianos, junto con un status simbólico de “socios”, se profundizó después de la huelga de

1965.46La compañía exigió que SITRAC-S1TRAM mantuvieran en calma al personal y adhirieran al tradicional aislamiento de Ferreyra

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con respecto a la política laboral local y nacional, una tarea que los sindicatos de planta desempeñarían obedientemente durante el siguiente lustro. Torres no abandonó su campaña para incorporar a los trabajadores de Concord y Materfer. Sin embargo, vio que en esta cuestión la compañía no estaba dispuesta a rendirse, y él no quería emprender una lucha prolongada y probablemente fútil que podría poner en peligro la afiliación de los trabajadores de GMD. Temporariamente, admitió la pérdida de los obreros de Fiat afiliados a sus sindicatos de planta.47

La continuidad de la existencia de estos sindicatos de empresa protegió a los independientes y reveló el ya peculiar carácter del sindicalismo cordobés. Para los independientes de Tosco, su supervivencia implicaba la preservación de un movimiento obrero inusualmente heterogéneo, que pusiera obstáculos a la campaña verticalista de Vandor. Si bien Fiat preservó sus sindicatos de planta, éstos fueron durante años una nulidad en la política del poder del movimiento obrero cordobés. Vandor pudo mantener a los trabajadores de Fiat alejados del SMATA, pero no utilizarlos para fortalecer su posición en Córdoba o aislar a los independientes. Todo el asunto Fiat había mostrado precisamente cuán propicias eran las condiciones locales para un movimiento obrero pluralista y qué inapropiadas eran las tácticas de Vandor, dada su doble preocupación de apuntalar a los peronistas cordobeses y asegurarse de que no pudieran representar una amenaza a su control del movimiento obrero peronista en el plano nacional. A duras penas podía Vandor demandar verticálismo y pureza ideológica si estaba dispuesto a prestar su conformidad al aislamiento constante de la segunda mayor concentración de trabajadores industriales de la ciudad. Tosco y los independientes criticaron la interferencia de la UOM en la controversia de la afiliación de Fiat y más tarde denunciaron el sindicalismo “amarillo" de los sindicatos de esa empresa, pero también eran conscientes de que el arreglo los protegía y estorbaba a Vandor. Para los peronistas cordobeses, se trataba de una prueba más de que era necesario que

sus intereses particulares fueran protegidos de Buenos Aires. En este caso en especial, Simó, la UOM y los ortodoxos habían perdido más que Torres, el SMATA y los legalistas, pero nadie estaba feliz con la interferencia de Buenos Aires ni con la exigencia de sacrificar necesidades locales a los cálculos estratégicos de Vandor, y en los años siguientes cada uno procuraría aumentar su independencia.

En los primeros meses de 1966, cuando Vandor tuvo que enfrentar una serie de desafíos a su conducción por parte de su antiguo adversario José Alonso, así como a causa del propósito de los sindicalistas luego apodados pariicipacionistas de llevar el “peronismo sin Perón " un paso más adelante y buscar vínculos orgánicos con el

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probable próximo gobierno militar, la política sindical local volvió a una situación de menor agitación. El equilibrio del poder dentro de y entre los sindicatos parecía ahora estar establecido; al parecer, sólo una fuerza providencial e importante sería capaz de destruirlo. No obstante, ios alineamientos eran menos firmes de lo que aparentaban y más flexibles que en ningún otro movimiento obrero del país. Los independientes de Tosco y los sindicatos de empresa de Fiat introdujeron elementos que estaban ausentes en otras partes. La CGT cordobesa siguió con su rumbo más independiente, una situación que, en la ciudad, ofrecía oportunidades tanto a los sindicalistas peronistas como a los no peronistas. En la elección de abril de

1966 para la conducción del SMATA nacional, la seccional cordobesa fue la única del país que votó por la lista Celeste apoyada por Vandor, indicando de este modo que la alianza de Torres con el líder de la UOM se mantenía firme.48 Si bien era una alianza que en cierta forma restringía la independencia de Córdoba, desde otro punto de vista también fortalecía la autonomía local, dado que protegía al sindicato de la amenaza de interferencia de una entrometida central gremial mecánica.

Sin embargo, la autonomía del movimiento obrero cordobés y el movimiento sindical disidente que contribuyó a crear, fueron el resultado no sólo del juego de tirar y aflojar de la política gremial local sino también del tipo particular de desarrollo industrial que había experimentado la ciudad y de las prácticas sindicales derivadas del mismo. En la industria automotriz, especialmente, existía una relación diferente entre la conducción y los trabajadores, una tradición sindical alternativa modelada a partir de las influencias del trabajo y de las filosofías gerenciales respectivas de las empresas locales. Esa tradición sindical alternativa subyace a las grandes movilizaciones cordobesas producidas entre 1966 y 1976.

NOTAS

1El tutelaje de los dirigentes sindicales cordobeses por una generación anterior de activistas gremiales es una parte poco conocida pero interesante de la historia del movimiento obrero local de estos años. Uno de esos mentores, el legendario dirigente gremial anarcosindicalista Pedro Milesi, tendría una gran influencia personal no sólo sobre Tosco y otros trabajadores de Luz y Fuerza, sino también en los c l a s i s t a s de Fiat de principios de los años setenta.

2Iris Marta Roldán, Sind ica t os y p r o testa socia l en l a Argen t ina , u n es tu d io de caso : e l sind ica to d e Lu z y Fuerza d e Córd oba , 19 69-197 4 (Amster-

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Política sindical

dam: Center for Latín American Research and Documeniaíion, 1978), pp. 118-119.

3Jorge O. Lannot, Adriana Amanteay Eduardo Sguiglia, Ag u st ín Tosco, c on d u c t a d e un di r i gen t e obrero (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1984), p. 12.

4Los programas obreros "La Falda”, ‘'Huerta Grande", “Io de mayo dei 968”, publicación de la CGTA. mayo de 1971.

5 La Vo z del interior, 16 de enero de 1957, p. 5.“Entrevista con Elpidio Torces, secretario general del SMATA-Córdoba,

1958-1971, Córdoba. 25 de julio de 1985.7Los trabajadores de IKA contratados entre 1956 y 1960 eran predomi

nantemente hombres jóvenes (el 67,3% tenía entre 21 y 25 años), para quienes el empleo en las plantas automotrices de Kaiser era su primera

experiencia en la vida fabril. Un estudio sostiene que la demora en la afiliación gremial (sólo el 34,8% se afiliaba al ingresar a la fábrica) indica cierta indiferencia hacia el sindicato de esta mano de obra joven durante sus primeros años de trabajo, un argumento que es respaldado por el testimonio de Elpidio Torres. Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos lideres de Córdoba en los '60: eí ámbito del trabajo y la dimensión cultural*'. Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Provincia de Córdoba, Informe Anual, abril de 1991, pp. 6-9.

8Industrias Kaiser Argentina, M e m o r i a y Bal an ce Genera l , 1959.9Entrevista con Elpidio Torres.10 Ibíd .! 1Ibid .12La Voz de l In ter io r, 16 de diciembre de 1958, p. 9.13Industrias Kaiser Argentina, M e m o r i a y Bal an ce Genera l , 1959; De

partamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Visitto Córdoba", 835.3331/4-1858, 18 de abril de 1958.

lA La Voz d el Int eri or, 13 de junio de 1958, p. 9.15 Ib i d ., 18 de agosto de 1958, p. 9.16Entrevista con Elpidio Torres.17 Ibíd .; Mónica B. Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo: los sindi

catos líderes de Córdoba dentro de la estructura de poder sindical", D e s a rr ol l o Económi co, vol. 31, n° 122 (julio-septiembre de 1991), p. 171.

18La Voz d el I n t er io r, 12 de marzo de 1960, p. 9; Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los ’eO”, p. 29. Como resultado de esta cláusula de ajuste salarial, más adelante IKA afirmó que los trabajadores habían recibido ocho aumentos salariales generales entre 1960 y 1964. Industrias Kaiser Argentina, M e m o r i a y Balan ce ,1964.

,9Daniel James, Res i s t an ce an d In t eg raüo n : Per o n i sm a n d th e Arg en t in e Work in g Cla ss, 1 946 -197 3 (Cambridge: Cambridge University Press, 1988), pp. 161-166.

20 Emilio Pugno y Sergio Garavini, Gl¿ a n n i d u r i a l i a F i a t : L a r e si s t en z a sind ícal e e la r i pr esa (Turin: Giulio Einaudi Editore, 1974), p. 14; Giovanni Contini, “The Rise and Fall of Shop Floor Bargaining at Fiat, 1945-80”, en

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El Cordobazo

StevenTolliday y Jonathan ZeiÜin, comps., T h e A u t om o bi l e I n d u s t r y a n d l t s

Worker s (Cambridge: Polity Press, 1986). pp. 144-146.21Grandes Motores Diese!, Mem o r i a y Ba l a n c e Gen e r a l 1959.22Monica B. Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo”, p. 169; "Algu

nas consideraciones preliminares sobre el conflicto de Fiat", Pasa d o y Pr e sent e, vol. 3, n° 9 (abril-septiembre de 1965), p. 64; Judith Evans, Paul Hoeffel y Daniel James, "Rettecüons on Argén tiñe Auto Workers and Their Unions”, en R. Kronísh y K. Merícle, comps., The Pol i t i ca l Econom y of t he L a t i n A m e r i c a n Mot o r Veh i c l eI n d u s t r u (Cambridge, Mass.: M1TPress, 1984), p. 149.

23En el plazo de una década, la UOM cordobesa se había convertido en uno de los árbitros del movimiento obrero local y el segundo sindicato in

dustrial de la ciudad detrás del SMATA, con más de 6.000 afiliados —aunque éstos estaban dispersos en unos 600 talleres y pequeñas fábricas—. “El sindicalismo cordobés en la escalada”, Aqu í y Ah or a, vol. 3, n° 26 (mayo de 1971), pp. 11-14.

24El peronismo cordobés tenía una forma decididamente conservadora. En una provincia todavía abrumadoramente agraria con sólo una pequeña clase obrera (en 1947, el 70% de la población era rural, en comparación con el 32% en la provincia de Buenos Aires), había obtenido el grueso de su fuerza de tres grupos: los c a u d i l l o s políticos locales antes al servicio del oligárquico Partido Demócrata: la facción s a b a t t i n i s t a nacionalista y antiliberal de la Unión Cívica Radical cordobesa; y especialmente la Iglesia Católica, una institución al menos tan poderosa como el movimiento obrero en Córdoba en los años de la primera presidencia de Perón y que movilizaba a una parte considerable de la ciudadanía cordobesa a través de la Acción Católica. Véase César Tcach, S a ba t l i n i sm o y p er o n i sm o (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1991), p. 82.

25La Voz de l In te r ior, 15 de julio de 1957, p. 9.26Francisco Delich, Cr isi s y prot esta socia l : Cór doba, m ay o de 1969 (Bue

nos Aires: Ediciones Signos, 1970), p. 35.27Carlos E. Sánchez, “Estrategias y objetivos de los sindicatos argenti

nos”, Instituto de Economía y Finanzas, Universidad Nacional de Córdoba, documento de trabajo n° 18, 1973, p. 19.

28Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo”, pp. 172-173; Sánchez, “Estrategias y objetivos de los sindicatos argentinos”, pp. 30-37.

29Gordillo, “Características de los sindicatos líderes en Córdoba en los *60", pp. 31, 84-94.

30 En su estudio sobre Renault, Gleyze señala que la empresa francesa conocía bien este arreglo y procuró detenerlo con la compra de 1967, considerándolo uno de los factores más responsables de la incapacidad de IKA para mantener sus costos laborales de acuerdo con sus ganancias. Gilíes Gleyze, “La Régie Nationale des Usines Renault et l'Améilque Latine depuis 1945. Brésil, Argentine, Colombie” (tesis de Maestría en Humanidades, Universidad de París X-Nanterre, 1988), p. 182.

31Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los ’60", pp. 41-42.

32Industrias Kaiser Argentina, Mem o r i a y Ba l a n c e, 1962.

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Política sindical 117

33La Voz del Int eri or , 2 de diciembre de 1962, p. 11; 16 de diciembre de1962, p. 19.

34Informe, Servicio de Documentación e información Laboral, nQ35 (enero de 1963), p. 11; n° 36 (febrero de 1963), p. 8.

35La Voz del Interior, 2 de mayo de 1964, p. 9.3C'Ib i d . , 5 de julio de 1964, p. 9; 21 de septiembre de 1964, p. 11.37 Ib i d ., 28 de mayo de 1964, p. 13.38Roldán, Sind i ca tos y p ro t est a soc i a l en l a Argen t i na , pp. 133-134.3a Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1964-65,

pp. 34-37.40 íb td

41Ahora, el 50% de los trabajadores ingresantes se afiliaba al sindicato en el momento de su contratación, y otro 27% lo hacía dentro del primer

año de empleo; también se profundizaba la identificación de las bases con el gremio. Gordillo, "Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los '60", p. 7.

42Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 51 {mayo de 1964), pp. 51-52.

^ “Informe preliminar sobre el conflicto Fiat”, Pasado y Presente, vol. 1, n° 4 (1964), pp. 64-65.

44En realidad, los trabajadores de GMD no se afiliarían al SMATA hasta el 15 de septiembre de 1966, cuando el gobierno reconoció finalmente su jurisdicción sobre la planta de Fiat. La Voz de l S MATA, Córdoba, vol. 3, n° 20 (noviembre de 1966), pp. 2-7.

45Entrevistas con los trabajadores de Fiat Carlos Masera, Córdoba, 18

de julio de 1990; Domingo Bízzi, Córdoba, 22 de julio de 1987; José Páez, Buenos Aíres, 11 de julio de 1989; Gregorio Flores, Buenos Aires, 12 de noviembre de 1985. Véase también La Voz d el Interi or, 9 de mayo de 1965, p. 21; 18 de mayo de 1965, p. 9.

46 El intento de “rehacer” al trabajador de la producción masiva —acuiturarlo e inculcarle una estrecha identificación personal con la empresa que aumentara la productividad, socavara la solidaridad obrera y redujera la probabilidad de conflictos industriales— era una marca distintiva de las políticas laborales de Fiat, pero no puede atribuirse meramente a ninguna forma latina de paternalismo inmerso en la cultura. El pionero de esa actitud fue el propio Heniy Ford, lo que se revela específicamente en la intención paternalista de sus famosos “cinco dólares por día” y en las actividades del departamento sociológico de su empresa en los primeros años de la industria automotriz estadounidense. Véase Stephen Meyer III, Th e F ive Dol l a r Day :La bor Man agemen t an d Soc i a l Con t ro l in th e Ford Motor Com- p a n y , 1908-1921 (Albany: State University of New York Press, 1981), pp. 95-168.

47Entrevista con Elpidio Torres.48 Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 75

(mayo de 1966), p. 35.

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3. La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial

En la primera gran oleada de investigaciones históricas que se ocuparon de la clase obrera industrial, historiadores del trabajo como E. P. Thompson, Herbert Gutman, David Montgomery y Michelle Perrot argumentaron convincentemente que las tradiciones culturales de campesinos y artesanos habían intervenido de manera significativa en la formación de la clase obrera: que la industrialización, al menos en Inglaterra, los Estados Unidos y Francia, no se topó con individuos sin modos establecidos de conducta y de pensamiento, costumbres y tradiciones, y que éstos influyeron en gran medida en las formas de asociación y el comportamiento político ulteriores de los trabajadores.1Sin embargo, como estos mismos historiadores lo reconocen a menudo explícitamente en sus escritos, tales argumentos parecen más apropiados para la formación de la clase obrera de la primera industrialización, para la transición del mundo campesino y artesanal al del naciente capitalismo industrial que para los trabajadores de la “segunda revolución industrial”, nacidos en la era de la producción masiva y durante la plena madurez del capitalismo. Parecen ser menos aplicables aún a un país recientemente industrializado como la Argentina.

La fábrica moderna, si bien nunca constituyó todo el universo de la experiencia de los trabajadores, ni en la Argentina ni en ninguna otra parte, modeló la conciencia de clase más directa y completamente de lo que las fábricas iniciales habían afectado a los primeros trabajadores industriales sometidos a la influencia opuesta de las tradiciones campesinas y artesanales, lo que facilitó la resistencia a la disciplina de la vida fabril. En Córdoba, en contraste, había surgido un nuevo trabajador industrial, desarraigado de la chacra o de la pequeña ciudad rural e introducido súbitamente en las operaciones de la producción masiva y los sistemas de relaciones industria

les de la corporación moderna. Este nuevo trabajador industrial sentía escasamente los esfuerzos y los tironeos de tradiciones opues

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La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 119

tas y sin duda fue incapaz de resistir, de manera individual, el po

der abrumador de la fábrica.En las plantas automotrices se modelaron un nuevo conjunto de relaciones y una nueva visión del mundo. El boom industrial de Córdoba introdujo a una mano de obra joven, en gran medida inexperta y no calificada, en un ambiente laboral particular, el ámbito y las exigencias peculiares del trabajo en una industria de producción masiva. La vida en la fábrica se convirtió en el principal vínculo social de los trabajadores, llegando a eclipsar la importancia de otras instituciones obreras como la familia y la barriada. A través de su vida laboral, los trabajadores mecánicos cordobeses adquirieron una visión de la sociedad y de su propio lugar en ella, un complejo con

junto de actitudes formado por la experiencia del trabajo y al que daban significado la cultura política del país y la interpretación política e ideológica hecha por el sindicato del status de los trabajadores como productores en un país agudamente dividido según líneas de clase. La relación dinámica entre fábrica y sociedad en la Córdoba de esos años subyace a la historia del movimiento obrero de la ciudad. El examen de esa relación hará más fructífera la búsqueda por parte del historiador de explicaciones de la historia reciente de la clase obrera cordobesa.

La emergencia gradual de los trabajadores mecánicos cordobeses como un sector militante y de conducción en el movimiento obrero argentino, y su creciente prominencia en la política nacional después del Cordobazo de 1969, pusieron en tela de juicio lo que había sido la sabiduría convencional entre los investigadores de posguerra de las clases obreras latinoamericanas. En tos años sesenta, sociólogos y especialistas en ciencias políticas habían comenzado a aplicar a América Latina argumentos popularizados en los Estados Unidos por Herbert Marcuse, Seymour Lipset y Daniel Bell, que simplemente habían reformulado las teorías de Lenin y Gramsci sobre la aristocracia obrera en relación con el conservadorismo de, al menos, los sectores más privilegiados de la clase obrera estadounidense, con su aburguesamiento creciente y su interés en la obtención de salarios más elevados y movilidad social por encima de la política. La mayoría de los estudios sobre el movimiento obrero latinoamericano escritos antes del Cordobazo parecen sugerir, si no afirmar abiertamente, que los trabajadores de los sectores industriales modernos de América Latina, entre ellos los mecánicos, estaban destinados a convertirse en una especie de aristocracia obrera de la región, potencialmente combativa en cuestiones económicas pero políticamente apática e indiferente a la suerte de otros sectores menos privilegiados de su clase. Se creía que estos “nuevos trabajadores industriales”, que estaban al margen de las estructuras obre

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120 El Cordobazo

ras populistas y tenían una perspectiva pragmática, estaban plena

mente integrados en las empresas para las cuales trabajaban. Los salarios más altos, los generosos beneficios y los sistemas de relaciones industriales más autónomos y eficaces hacían que los traba

jadores dirigieran sus aspiraciones hacia el interior de la empresa antes que hacia una u otra forma de política, ya fuera de oposición o de colaboración.2A la izquierda, una minoría pequeña pero sin pelos en la lengua sostenía que lo que sucedía era precisamente lo contrario: que estos modernos trabajadores industriales, insertados en los sectores más adelantados del capitalismo, estaban en mejor posición para percibir las contradicciones de ese sistema y plantear demandas de naturaleza más avanzada y en última instancia política, actuando así como una especie de vanguardia dentro del movimiento obrero.3

A fines de la década de 1960, un equipo de sociólogos que traba jaban bajo la dirección del sociólogo francés Alain Touraine llevó a cabo investigaciones sobre las actitudes de los trabajadores en varios países de América Latina, entre ellos la Argentina. Esas investigaciones revelaron que los trabajadores de los sectores más ade~ lantados de la industria argentina, al mismo tiempo que exhibían ciertas actitudes “integradoras” hacia sus empresas —según se expresaba en la percepción de su status relativamente privilegiado y su deseo de permanecer como empleados de las compañías, así como en la difundida creencia de que su interés individual dependía de la suerte de éstas y no de la conquista del poder político— , también expresaban escepticismo acerca de la voluntad de los empleadores de satisfacer sus demandas sin la vigilancia del Estado y sus sindicatos. Por otra parte, la percepción de un relativo privilegio no necesariamente suavizaba las tensiones de clase; tampoco hacía que los trabajadores abandonaran su identidad como grupo que en cierto modo estaba en conflicto con la empresa o que percibieran que sus intereses eran necesariamente diferentes de los de otros sectores de

la clase obrera. Así, existía una integración económica junto con una sensación constante de distintividad social, incluso una especie de identidad de clase.4

A decir verdad, los trabajadores de los sectores industriales modernos estaban potencialmente en situación de conducirse ya como una aristocracia obrera, ya como una vanguardia, dependiendo de las condiciones históricas existentes en un momento dado. Al menos en la Argentina, y parecería ser que también en Brasil y México, los sindicatos de trabajadores mecánicos satisficieron inicialmente las expectativas de los científicos sociales y se comportaron más

como una aristocracia que como una vanguardia. Los esfuerzos sindicales se encaminaron al fortalecimiento de la maquinaria gremial

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La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 121

a través de la elevación de los salarios y los beneficios. Las negociaciones colectivas se realizaban directamente con la empresa y con una mínima participación sindical en política, e incluso con una limitada interferencia del Estado. La no participación del SMATA central en la reorganización de la CGT en 1963 o en las ocupaciones de fábricas durante el pían de lucha de 1964 y, por cierto, los primeros años de la construcción del mismo SMATA local, parecían indicar un naciente sindicalismo de negocios en ese sector industrial particular. Sin embargo, los elevados salarios, los elaborados programas empresarios de bienestar social y las políticas laborales paternalistas aplicadas por las empresas no necesariamente hicieron imposible la militancia obrera o impidieron una ulterior participa

ción en política. Después de 1966, cuando la dictadura de Onganía suspendió los privilegios de la negociación colectiva, afectando con ello adversamente los salarios y Tas condiciones de trabajo de los mecánicos cordobeses, el roí de conducción que éstos asumieron en la oposición del movimiento obrero al régimen no fue meramente una reacción ante la pérdida de un status privilegiado; antes bien, se fundamentó en gran medida en su propio sentimiento de identidad de clase, algo foijado a través de una compleja mezcla de factores industriales y culturales y que sólo fueron despertados por el ataque gubernamental a sus ingresos y beneficios.

Los investigadores que han estudiado a los trabajadores mecánicos latinoamericanos dieron prioridad a la política estatal como factor determinante en el rol de liderazgo asumido por los sindicatos de la industria automotriz en el movimiento obrero de la región durante los años sesenta y setenta. John Humphrey, Ian Roxbo- rough y Kevin Middlebrook hicieron hincapié en factores tales como las políticas salariales y laborales de los gobiernos, el colapso de las estructuras obreras populistas-corporativas y los sistemas de relaciones industriales autónomos de las multinacionales automotrices en su intento de explicar la emergencia súbita de los trabajadores mecánicos latinoamericanos como la fuerza principal dentro de sus movimientos sindicales y como importantes actores políticos por derecho propio — sin duda los más importantes en las filas del movimiento obrero organizado— . Ninguno de estos investigadores, sin embargo, ha considerado plenamente el complejo proceso de clase y la formación de la conciencia de clase en todas sus facetas dentro de la industria —específicamente los contextos cultural y de base fabril precisos en los que se desarrolló y las políticas estatales con que interactuó para dar forma a las actitudes de los trabajadores mecánicos e influir en su conducta política—.5

La naturaleza específica del trabajo automotor en América Latina y las interpretaciones ideológicas y políticas de la vida fabril da

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122 El Cordobazo

das por los sindicatos y la sociedad en general son elementos igno

rados o considerados únicamente de pasada en estos estudios. Sin duda, el hecho de prestar atención exclusivamente a los efectos de las políticas estatales en este sector industrial simplificó los orígenes de la mílitancia de los trabajadores mecánicos y subestimó considerar cuán desorganizadora, desconcertante y formativa fue la vida fabril para esta nueva clase obrera. Los investigadores omitieron específicamente reconocer la importancia de influencias industriales tan diversas como los procesos de trabajo, las filosofías gerenciales y las prácticas sindicales en la afirmación de los traba

jadores mecánicos como un sector militante de la clase obrera latinoamericana de la posguerra.

En Córdoba, estos trabajadores de primera generación se introdujeron abruptamente en los rigores únicos del trabajo en una planta automotriz. Tanto en Fiat como en IKA-Renault había tres tumos de ocho horas, y las plantas eran centros de actividad incesante. Para el puñado de trabajadores calificados que habían pasado por las fábricas de LAME, los ritmos y exigencias de la producción masiva eran un terreno conocido y razonablemente cómodo. Pero para la mayoría de los mecánicos, el ruido, el apuro y las tensiones físicas y mentales de ocho horas en la línea eran algo completamente nuevo, y todas las influencias del trabajo en la fábrica los afectaron

mucho. De este modo, es necesario entender no sólo la interacción de los sindicatos con el Estado, sino también las de los trabajadores y sus gremios con las empresas y las particulares condiciones que rodeaban al trabajo en las plantas automotrices cordobesas.

Én las fábricas de Fiat e IKA-Renault había esencialmente tres clases de trabajadores. La primera era la de los altamente calificados encargados de mantenimiento (electricistas y reparadores de maquinarias) y los constructores de herramientas e instaladores que hacían y montaban las matrices, guías, elementos fijos y herramientas específicas destinados a las máquinas herramienta especializadas en la producción de partes. La segunda era la de los operarios: los trabajadores semicalíficados encargados de las máquinas, que taladraban, amolaban, perforaban y desempeñaban otras tareas en los bloques de motor, cabezas de cilindros, cigüeñales y otros componentes mecánicos complicados. Por último estaban los trabajadores no calificados —la mayoría de los empleados— , que se encargaban del armado final y realizaban operaciones simples como montajes, ajustes, clasificación y demás tareas repetitivas de ese tipo. Para los trabajadores semicalificados se establecieron rendimientos estándar, o “índices", y se utilizaron cronómetros para tomar el tiempo de las actividades y determinar las cuotas de producción que se les requerirían. En los primeros años de la industria cordobesa las

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La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial 123

categorías, tanto de los trabajadores semicalificados como de los no

calificados, estaban vagamente definidas; sólo después de la compra de IKA por parte de Renault en 1967 la empresa francesa las estableció con mayor precisión. En lo que se refiere específicamente a los trabajadores no calificados, las categorías dependían en última instancia más de la naturaleza de la tarea desempeñada que de los atributos o aptitudes del trabajador mismo. De este modo, se las determinó por factores tales como la monotonía del trabajo, el esfuerzo realizado {dépense musculaire) y la destreza exigida, y por el grado comparativo de displacer y los riesgos para la salud de los operarios (nivel de ruido; incidencia de irritaciones respiratorias y cutáneas provocadas por el polvo» el vapor y el gas; intensidad de la luz y el calor) antes que por la calificación, como ocurría en las plantas francesas de Renault.6

Los procesos de producción en las plantas de Fiat e IKA-Renault compartían las características generales de la fabricación de autos encontradas en la época en otras partes del mundo, pero con variaciones importantes resultantes de la naturaleza de la tardía industrialización automotriz de la ciudad y de las condiciones del mercado local. Como en las plantas europeas, de los Estados Unidos y el Japón, en las operaciones de forja de las fábricas cordobesas el stock de láminas y lingotes metálicos era utilizado en partes componen

tes o matrices. (Una matriz es una herramienta de alta precisión usada en el estampado de la carrocería, un molde de metal pesado diseñado para un modelo específico de auto, que prensa la lámina metálica para producir paneles de carrocería.) Las matrices mismas eran diseñadas y cortadas con herramientas de alta precisión en las plantas de Fiat e ÍKA-Renault, incluyendo todo tipo de martillos y fraguas de recalcar y verticales. Los matriceros de éste y otros departamentos de las fábricas cordobesas aún conservaban un alto grado de calificación, a diferencia de los de los países industrializados, donde los grandes mercados de consumo y los procesos de producción normalizados habían reducido en sumo grado la necesidad de calificación y criterio propio en la tarea de fabricar matrices. En Córdoba, los trabajadores que producían las matrices, guías e Instalaciones fijas especializadas que se utilizaban en las máquinas herramienta eran más calificados y conservaron un grado considerable de control sobre su trabajo hasta mediados de la década del sesenta, cuando las compañías comenzaron a aumentar la cantidad de modelos producidos anualmente y los procesos de producción se aproximaron más a los existentes intemacionalmente en la industria.

Uno de los procesos típicos en la elaboración de matrices durante los primeros años de la fabricación de autos en Córdoba fue el

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124 El Cordobazo

utilizado para producir las empleadas en las diferentes partes de la

carrocería. Una de estas matrices comenzaba siendo un vaciado de metal pesado al que se modelaba para darle forma, lo que. inicialmente hacían trabajadores que empleaban herramientas generales de usos múltiples; sólo más adelante utilizaron máquinas de perfilado, que tenían un punzón que se movía automáticamente sobre un modelo de la parte y dirigía la fresadora que cortaba el metal a fin de obtener la forma precisa de la matriz. Luego, las matrices eran terminadas a mano para impedir cualquier imperfección después de que se hubiera dado forma a la lámina de metal. Para una sola carrocería de automóvil se utilizaban cientos de matrices.7

Después de los talleres de herramientas y matrices, la producción pasaba por varios departamentos. Las matrices de la carrocería, por ejemplo, eran llevadas a las prensas mecánicas, donde se las acoplaba y empleaba para estampar, curvar y perforar secciones de la carrocería del auto. Ésta pasaba luego a través de varios departamentos de submontaje en los que soldadores y montadores unían el casco de la carrocería. En los departamentos de soldadura del complejo IKA-Renault, aparejos especiales mantenían las partes en su lugar mientras los trabajadores soldaban la carrocería utilizando soldadoras eléctricas. Luego de ello, aquélla pasaba a la línea de montaje donde se cumplían tareas de soldadura adicional, lijado y pulido. Los soldadores utilizaban sopletes para unir las juntas y luego las alisaban con herramientas manuales. La carrocería pasaba entonces a los túneles de pintura, donde los chasis recibían una primera mano, se los cubría dos veces con pulverizadores manuales, se los metía en hornos y se los volvía a pintar antes que pasaran a varias líneas en las que se efectuaban el acabado interior y las terminaciones, luego de lo cual algunos pasarían al siguiente departamento de producción y otros serían almacenados como stock de reserva en caso de cualquier interrupción de la producción. Cada departamento tenía sus propios riesgos ocupacionales. Para los

soldadores, era el caliente goteo de la soldadura que caía de cada auto. En cuanto a los trabajadores de los túneles de pintura, un departamento “lleno de vapores venenosos, pulmones dañados, envenenamiento por benceno y enfermedades de la sangre”, comolo describió Robert Linhart en su famosa descripción del trabajo dentro de las plantas francesas de Citroen; los anteojos protectores y las máscaras de gas no podían impedir la inhalación de emanaciones nocivas, lo que condujo a algunas de las tasas más elevadas de enfermedades industriales dentro de la actividad automotriz.

La naturaleza especial del trabajo en las plantas automotrices

cordobesas tal vez alcanzara su mejor expresión en los departamentos mecánicos de producción. Hacia la época del boom automotor

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cordobés, el trabajo en los talleres de maquinaria de la mayoría de

las fábricas automotrices había seguido el mismo camino que las otras tareas, transformándose efectivamente en "no calificado”. En efecto, las guías e instalaciones fijas utilizadas para poner en marcha y posición el trabajo en las plantas de autos eran llamadas “herramientas de chacareros”, dado que los obreros novatos e inexpertos trabajaban mejor y más rápido que los mecánicos calificados. En las fábricas estadounidenses y europeas, este proceso había llegado aún más lejos, y a fines de los años cincuenta el trabajo en los bloques de motor era realizado en gran medida por maquinarias automáticas, máquinas de transferencia con dispositivos de alimentación de trabajo que eran controladas por los trabajadores y que

movían la producción a lo largo de la línea mediante cintas codificadas, perforadas o magnéticas.8En contraste, en las fábricas de Córdoba los bloques de motor seguían moviéndose manualmente, en pequeños carretones, más que en cintas transportadoras o máquinas de transferencia, y los operarios trabajaban en ellos utilizando diversas máquinas herramienta de usos múltiples. En rigor de verdad, una de las principales razones por las que Kaiser había trasladado sus operaciones de los Estados Unidos a la Argentina era que no podía invertir en maquinarias automatizadas.

Los trabajadores de los talleres de maquinaria de Córdoba realizaban cientos de operaciones de mandrilado, rectificado, taladrado, enroscado y fresado. En la planta de Fiat Concord, que a ñnes de los años cincuenta había comenzado a experimentar con la producción automotriz, y especialmente en las de IKA-Renault, se realizaba una cantidad desacostumbradamente alta de tareas informales y no automatizadas, lo que quedaba evidenciado por el gran número de herramientas de usos múltiples en los departamentos de maquinarias de las plantas, el progreso más lento del trabajo, el pobre control de calidad y la incidencia de defectos más alta que lo normal9 Estos mecánicos eran trabajadores con amplia experiencia que habían aprendido su oficio en las plantas de

IAME, si bien una buena cantidad de operarios nuevos e inexpertos lo. habían hecho en los departamentos de maquinarias y mostraban un nivel notablemente alto de habilidad mecánica innata, un hecho que en el caso de muchos se debía, según testimonios orales, a su experiencia en el uso y la reparación de la anticuada maquinaria agrícola que aún se empleaba en muchas chacras argentinas, especialmente en Córdoba,

La mayor parte de los trabajos con máquinas se realizaba en los bloques y cabezas de cilindros y en los cigüeñales de los automóviles. En las plantas de Fiat, se utilizaban fresadoras Cincinnati para montar el bloque de cilindros y luego para taladrar en una serie de

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operaciones de cortes y perforaciones, después de lo cual el bloque de cilindros solía sufrir perforaciones manuales. Luego se lo lavaba a presión y se hacía una perforación preliminar de los agujeros para los cojinetes y los cigüeñales. Otras operaciones mecánicas, como el taladrado para el indicador del nivel de aceite y el distribuidor del encendido, que se realizaban manualmente en Córdoba, en las plantas italianas de Fiat eran efectuadas por taladros automáticos que también transferían el bloque; en Italia, el operario sólo cargaba y aseguraba en su lugar el trabajo.10De manera similar, los taladros automáticos se usaban en Turín para perforar los agujeros de la bujía de encendido y para hacer los enroscados necesarios en la cabeza de cilindros, operaciones que en la planta de Concord se efectuaban manualmente. La ausencia de taladros automáticos en esta fábrica preocupaba a los funcionarios de la empresa, a causa de la excesiva dependencia que de operarios de mayor calificación tenía entonces un trabajo mecánico básico.11No obstante, los bajos volúmenes de producción en los primeros años desalentaban la inversión en las máquinas y en la maquinaria en línea también empleada en las plantas de Fiat de Turín para llevar a cabo trabajos de torneado en los cigüeñales y alimentar y hacer cortes en el árbol de transmisión, para lo cual había un proceso completamente auto

mático.En otros lugares de las plantas cordobesas, el trabajo era una variante modificada y más informal de las prácticas de producción fordistas. Como la producción tenía poco volumen, la maquinaria importada de las plantas de Kaiser en Michigan para muchos departamentos permanecía ociosa o subutilizada, un hecho que elevaba sus costos de capital y que rápidamente estimuló a IKA a adoptar prácticas laborales más flexibles y eficaces para su mano de obra.12Tanto en Fiat como en IKA, el montaje del motor se hacía a mano, poniendo los primeros operarios pistones, cigüeñales, pasadores de pistón, válvulas, bombas de aceite, volantes de motor, bielas, bombas de agua y bujías de encendido, mientras ios siguientes añadían los alternadores, bombas de combustible, mangueras de agua y otras partes que permitían que el motor pasara el puesto de inspección y se reuniera con el chasis terminado para el montaje final. Este sólo se realizó en el complejo Fiat hasta mediados de los años sesenta, después de lo cual las líneas de montaje se trasladaron a las plantas de El Palomar, en la provincia de Buenos Aires. No obstante, tanto en Santa Isabel como en Ferreyra, durante los primeros años de la industria el montaje final era un proceso similar. Existían diferentes lineas de montaje para los diversos modelos producidos (en IKA-Renault había tres líneas independientes; en Fiat, dos), que se movían con bastante más lentitud que las de las plan

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tas automotrices de Europa y los Estados Unidos y en las que los trabajadores tenían que realizar más tareas.13

El montaje final comenzaba en el taller de chasis, donde los traba jadores bajaban el motor hacia el bastidor con grúas elevadas y luego enganchaban el eje motor. A medida que el chasis terminado se movía a lo largo de la línea, otros trabajadores atornillaban el motor en su sitio con herramientas eléctricas. Este proceso de “descenso del motor” era seguido por el “descenso de la carrocería”, en el cual ésta, suspendida por encima de la linea y sostenida allí por enormes “manos" mecánicas, era colocada lentamente por los trabajadores sobre el chasis. Una vez en su lugar, la carrocería avanzaba por la línea donde se la atornillaba con firmeza y se le agregaban el volante, el aro

de la bocina y otras partes. Mientras tanto, el trabajo de submontaje en el cercano departamento de tapicería llegaba a su fin y se agregaban los asientos terminados. En la industria, tapicería era considerado de manera generalizada como el departamento de “finura”, que requería manos ágiles y gran destreza, un hecho que tal vez explica la considerable cantidad de mujeres que trabajaban en él en otras industrias automotrices, aunque no en Córdoba. Se empleaban máquinas de coser industriales para coser la gruesa tela y el vinilo, mientras máquinas compresoras especiales prensaban los asientos y respaldos a fin de que se los pudiera cubrir con el tapizado, y se utilizaban planchas de vapor para sacar las arrugas y hacer que las cubiertas de los asientos quedaran bien ajustadas.Simultáneamente se procedía al montaje del frente de la carrocería . Allí se agregaban docenas de partes adicionales, como los faros, las señales de giro, la bocina, la parrilla y el radiador, lo mismo que el cableado eléctrico necesario para el funcionamiento del tablero de instrumentos. El frente era entonces incorporado a la línea de montaje principal, donde se lo hacía descender a su lugar en la carrocería, Comenzaba luego el proceso de “acabado”, en el que se instalaban los asientos terminados y se añadían los adornos cromados, junto con otros cableados eléctricos, los vidrios, los accesorios interiores, la radio, el calefactor y otros elementos. Los operarios atornillaban el frente en su lugar, enganchaban las mangueras de agua y conectaban los cables de los sistemas eléctricos. El auto terminado pasaba luego por los departamentos de prueba e inspección finales y era llevado a las playas para su despacho.

Aunque la naturaleza precisa de los procesos de producción de las plantas y las relaciones en la base fabril tendrían en definitiva un gran efecto sobre la política de ios sindicatos locales de mecánicos, el trabajo en la industria automotriz cordobesa en los primeros

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años, sí bien para la mano de obra no era una experiencia de valor

neutral, sólo tenía el significado político e ideológico que le daban los sindicatos. La prolongada militancia de la clase obrera cordobesa y el papel de conducción asumido específicamente por los traba

jadores mecánicos de la ciudad en la política obrera argentina en las décadas de 1960 y 1970 no pueden explicarse simplemente por condiciones particulares de la clase trabajadora. Antes bien, fueron el producto de las múltiples influencias de la sociedad argentina, en especial de la cordobesa de ese momento, y del carácter peculiar del movimiento sindical local.

La proscripción del peronismo durante esos años fue sirx duda

un factor de enorme influencia en la formación de las percepciones que los trabajadores tenían de su condición. Tras haber completado la campaña de construcción del sindicato, Elpidio Torres habla abandonado su indiferencia inicial y envuelto al SMATA en la política sindical peronista de manera creciente a comienzos de los años sesenta. La participación activa del sindicato en el plan de lucha de 1964, que culminó en una ocupación sin precedentes de las plantas de IKA por los trabajadores, fue sólo uno de los muchos ejemplos de su participación cada vez más intensa en la política del movimiento sindical peronista.

La peronización del joven proletariado mecánico, su creciente autoidentificación como una clase privada de derechos, la fortaleza del sentimiento nacionalista y antiimperialista dentro de sus filas y en individuos que antes pensaban escasamente en esos términos, eran parte de un proceso de asimilación cultural que se producía bajo la tutela del sindicato. La profundización de la identidad peronista servía naturalmente para fortalecer la posición de Torres y la conducción peronista del SMATA, pero el proceso no era simple o cínicamente orquestado desde arriba. Por cierto, muchos de los mismos activistas sindicales farristas eran el producto de esta

peronización, y los trabajadores se veían empujados a adoptar una identidad peronista y finalmente a un alto grado de militancia por factores que estaban más allá del control de Torres y la jerarquía gremial. Uno de esos factores era, sin duda, el carácter único del movimiento sindical cordobés, un producto de la tardía industrialización de la ciudad.

Ya he mencionado la significación de la mayor autonomía que el reciente desarrollo industrial había permitido al movimiento obrero cordobés, específicamente en lo que se refiere a su independencia con respecto a Buenos Aires. Sin embargo, sólo se hizo una breve alusión a los efectos de esta autonomía sobre las prácticas internas de los sindicatos, en especial sobre los de mecánicos, y comprenderlos es esencial para entender la historia de lostrabajadores de la

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hasta los llamados más débiles, esporádicos y en cierto modo dúplices en favor de la participación obrera en la planificación y la administración de la empresa (cogesíión), alimentaron las animosidades de clase e intensificaron la identificación de los trabajadores con la seccional cordobesa.18

En Fiat, en contraste, el potencial existente para desarrollar una tradición obrera similar, gracias a la independencia de las estructuras burocráticas del sindicalismo peronista, no llegó a realizarse, a causa de una filosofía gerencial y unas prácticas gremiales muy diferentes. La diferencia no consistía meramente en el paternalismo de Fiat versus las prácticas más modernas de relaciones industriales de

IKA, dado que esta última, por intermedio de sus clubes deportivos y sus programas de servicios comunitarios también había adoptado elementos de una filosofía gerencial paternalista; Más bien, la diferencia crucial era que Fiat confiaba exclusivamente en prácticas paternalistas para manejar a su personal y enfrentar los problemas que surgían en los lugares de trabajo. La distribución de delantales escolares para los hijos de sus trabajadores, sus fiestas navideñas anuales con el ostentoso reparto de regalos por parte de las esposas de los funcionarios de la empresa, la maternidad que estableció en Ferreyra en 1967 y las actividades del Centro Cultural Fiat, que auspiciaba desde conferencias públicas hasta clubes deportivos y colonias de vacaciones, se incluían dentro de una bien establecida tradición empresaria en pro de reducir las animosidades, los rencores y el descontento creados por él trabajó éñ la línea a través del paternalismo de la compañía, ganándose con ello la lealtad del trabajador y socavando cualquier recurso a la solidaridad obrera o al sindicalismo. El discurso gremial oficial de los sindicatos de planta de Fiat estaba libre de toda insinuación de la animosidad clasista que tanto prevalecía en el SMATA, y tendía a abogar por la cooperación, y hasta la integración, con la empresa. Lo que es más importante, la ausencia de cualquiera de las prácticas participativas al estilo SMATA en las plantas de Fiat, donde los delegados no se renovaron después de 1965 y carecían prácticamente de poder tras el fracaso de la gran huelga de ese año, desalentó la participación sindical y minó la militancia obrera. En plantas donde los salarios y las condiciones laborales eran decididos de manera unilateral por la empresa y aprobados automáticamente

■por los sindicatos de planta, los trabajadores no estaban convencidos de la utilidad de participar en las cuestiones gremiales, una situación que, desde luego, estimuló la apatía entre el personal.19

La mayor significación de la década formativa en la historia del movimiento obrero cordobés desde el derrocamiento de Perón fue,

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por lo tanto, no sólo la elasticidad de las diversas comentes ideológicas y políticas en actividad en los sindicatos de la ciudad, sino también el desarrollo de prácticas sindicales internas que dieron a los obreros de Córdoba características particulares dentro del movimiento obrero argentino. Un motivo para la emergencia y la supervivencia de esas corrientes y prácticas sindicales fue la interacción de la política laboral nacional y local en la ciudad. Otro fue el carácter especial de ía industrialización súbita de Córdoba, que introdujo nuevos y poderosos actores en su sindicalismo y estableció cierto grado de autonomía del movimiento sindical local. Esta autonomía local estimuló prácticas más democráticas y una mayor inclinación que en otras partes del país a emplear tácticas militantes en varios de los sindicatos más importantes de la ciudad. El movimiento obrero cordobés actuaba en un ámbito muy diferente del de otras partes del país, especialmente del de Buenos Aires. En ésta, hacia mediados de la década de 1960 la política obrera se limitaba en gran medida a rivalidades por el control de ia CGT y las 62 Organizaciones, así como a un interés dominante por proteger la posición negociadora del movimiento obrero peronista con el Estado, que en última instancia arbitraba en todas las disputas industriales.

En Córdoba, la política laboral consistía en una lucha constante por ganar fuerza en las negociaciones colectivas, la independencia con respecto a Buenos Aires y el apoyo de las bases. Allí, los peronistas eran más vulnerables y su control sobre el movimiento obrero nunca fue firme. Dado su aislamiento en relación con Buenos Aires, centro del poder económico y sindical de la Argentina, la capacidad de los sindicatos cordobeses para negociar y regatear con el Ministerio de Trabajo y el gobierno era mínima. Esta situación mantuvo a los dirigentes gremiales más cerca de los trabajadores e hizo que les resultara más difícil adoptar el estilo burocrático y las rígidas jerarquías que se estaban convirtiendo en característicos de los más grandes sindicatos industriales peronistas de Buenos Aires, incluyendo el de los mecánicos. También dio al movimiento obrero cordobés una vitalidad sin comparación en el país. En Córdoba, la política obrera no era un ritual torpe y hueco sino una parte vital de la vida urbana, en la cual tanto los dirigentes sindicales como los trabajadores, e incluso otros grupos y clases, estaban comenzando a tener un interés activo y a participar con mayor frecuencia y resolución. La tradición sindical que había cristalizado en Córdoba hacia 1966 era así una combinación de un vigoroso sentido de identidad regional y una animosidad casi visceral contra Buenos Aires, junto con una aceptación, nacida del pragmatismo en algunos sindicatos y de la independencia y la oposición en otros, de la

id d d d f d l l li id ló i d l i i b

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ro local. Por último, había una creciente confianza en la capacidad de Córdoba para participar en la política obrera nacional como una fuerza por derecho propio. Esta tradición obrera local subyace a la siguiente década de luchas, cuando los sindicatos cordobeses influyeron no sólo en la política del movimiento obrero, sino también en la de todo el país.

NOTAS

1E. P. Thompson, T h e Ma k i n g o f t h e E n g l i s h Wor k i n g C l a s s (Londres: Vintage Books, 1963); Herbert G. Gutman, "Protestantism and the Ame- riean Labor Movement”, en Gutman, Work , Cu l tu r e an d So cie ty i n I n d u s - t r i a l i zin g Am er ica (Nueva York: Vintage Books, 1977), pp. 79-117; David Montgomery, T h e Fa l l o f t h e H o u s e o f I j i b o r (Cambridge: Cambridge University Press, 1989); Michelle Perrot, “On the Formation of the French Working Class”, en Ira Katznelson y Aristide R. Zolberg, comps., Wo r k i n g Cla ss Form a t i o n : N in e teen t h Cen tu ry Pa t t ern s i n Wes tern Eu r o p e an d th e Un i t ed S ta t es (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1986), pp. 71- 110 .

2Una manifestación representativa de este consenso pre-Cordobazo fi

gura en Henry A. Landsberger, “The Labor Elite: Is It Revolutionary?”, en Seymour Martin Lipset y Aldo Salari, comps.. Eli t es in Lat ín Am eri ca (Oxford: Oxford University Press, 1967), pp. 256-300.

3Para una síntesis de los argumentos en favor de la aristocracia obrera contra los de la vanguardia, véase Elizabeth Jelin y Juan Carlos Torre, “Los nuevos trabajadores en América Latina: una reflexión sobre la tesis de la aristocracia obrera”. Desar r ol l o Económi co, vol. 22, n° 85 (abril-junio de 1982), pp. 4-23.

4Silvia Siga!, Al t i t u d es ou vñér es en Ar gent i ne: Rap por t d ’enq u ét e (París: Centre d’Études des Mouvements Sociaux, 1974).

5John Humphrey, Ca p i t a l ís t Co n t r o l a n d W o r k e r s ’ S t r u g g l e i n t h e Br a zi l i a n A u t o I n d u s t r y (Princeton, N.J.: Princeton University Press. 1983): Ian Roxborough, Union s a n d Poli t ics in Méxi co: Th e Ca se o f th e Aut omobil e I n d u s t r y (Cambridge: Cambridge University Press, 1984); Kevin Middle- brook, “The Political Economy of Mexican Organized Labor, 1940-1978” (disertación del Doctorado en Filosofía, Universidad de Harvard, 1988).

6Daniel Labbe, ‘Travail formel et travail réel: Renault- Billancourt, 1945- 1980" (tesis de Maestría en Humanidades, École des Hautes Études en Sciences Sociales, 1990), pp. 44-58.

7El mejor estudio general del proceso laboral en esta etapa de la fabricación automotriz sigue siendo Alain Touraine, L ’évolut i on d u t r avai l ouvri er au x us ines Rena u l t (París: Centre de Recherche Scientifique, 1955). Mi análisis de los procesos de producción y relaciones de base específicos existentes en las plantas de IKA-Renault y Fiat se basa primordialmente en los

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archivos empresarios de Renault y Fiat; se les da un tratamiento más completo en el Capítulo 10.

8James J. Fink, “Mass Productíon", en George S. May, comp., E n c y cl o p ed i a o f Am e r i c a n B u s i n es s H i s t o r y a n d B i o g r a p h y : T h e Au t o m o bi l e I n d u s t r y, 1 9 2 0 -1 9 8 0 (Nueva York y Oxford: BruccoK, Clark, Layman, 1989), pp. 323-325.

9“Fiat Someca Concord” e “Industrias Kaiser Argentina”, Archivio Storico di Fiat, “Viaggio nelia Repubblica Argentina”, 11 a 14 de junio de 1958, pp. 4-7. En contraste, en las plantas de Fiat en Turín los trabajos de producción ya eran realizados por maquinarias automatizadas como las existentes en las principales fábricas estadounidenses de ese momento. “ítalian Productíon: A Survey of the Fiat Factory Layout, Methods and Equipment”, Aut omob i l e Eng ineer, vol. 40, n° 531-532 (septiembre-octubre de 1950), pp. 335-341.

10“Italian Productíon: A Survey of the Fiat Factory Layout, Methods and Equipment”, p. 337.

11“Fiat Someca Concord”, Archivio Storico di Fiat, “Viaggio nelia Repubblica Argentina”, 11 a 14 de junio de 1958, p. 4.

12“Visita alia fabbrica Industrias Kaiser Argentina”, Archivio Storico di Fiat, “Viaggio nelia Repubblica Argentina", 11 a 14 de junio de 1958, p. 5.

13William H. Form , B l u e-Co l l a r S t r a t i j i ca t i o n : A u t o Wo r k er s i n F ou r Coun t r i e s (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1976), pp. 42-43.

14La importancia de la autonomía de los sindicatos de mecánicos cordobeses y de las prácticas gremiales internas más democráticas, resultantes de la mayor independencia, fue señalada por primera vez por Juan Carlos Torre en Los sin d i ca t os en el gobiern o , 19 73 -76 (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1983), pp. 58-60, y ha sido explorada más profundamente por Judith Evans, Paul Hoeffel y Daniel James, “Reflectíons on Argentine Auto Workers and Their Unions”, en R. Kronish y K. Mericle, comps., Th e Pol i t i ca l Econom y o f t h e La t ín Am er i can Motor Veh i c l e Ind us t r y (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1984), pp. 138-146, y especialmente por Móníca B. Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo: los sindicatos líderes de Córdoba dentro de la estructura de poder sindical", Desa r r o l lo Eco nómico, vol. 31, n° 122 (julio-septiembre de 1991), pp, 168-172. La discu

sión siguiente se debe mucho a la investigación de esta última. Yo me inclino a creer que estas diferencias quizá no fueron tan tajantes como Gordillo señala, que la IKA también practicó su propia forma de paternalismo y que había una cierta “integración” por parte de la mano de obra allí también, aunque mucho menor que en el caso de los obreros de la Fiat. Donde sí estamos de acuerdo es en el papel distinto desempeñado por el sindicato en las dos empresas.

15 A decir verdad, la existencia de sindicatos de planta o de empresa no define forzosamente ningún tipo de política obrera. En la industria automotriz japonesa, por ejemplo, ios sindicatos de empresa en compañías como Nissan y Toyota fueron los instrumentos mismos mediante los cuales se suavizaron las tensiones en la industria. Los sindicatos de empresa japoneses no trabajaban sobre la base de un sistema de delegados, sino más bien con uno de consejo de administración, en el que tanto los sindicatos

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como el directorio participaban aproximadamente en un pie de igualdad. Estos sindicatos de empresa eran también un escalón a los puestos gerenciales para los trabajadores que tenían cargos en ellos, algo que facilitó la filosofía de cooperación y armonía de clases después de la declinación del gremialismo industrial en la industria automotriz japonesa a principios de los años cincuenta. Véase Michael A. Cusumano, T h e J a p a n e se A u t o m o bi l e I n d u s t r y ; Tec h n o l og y a n d M a n a g e m e n t a t Ni s s a n a n d To y ot a (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1985), pp. 165-171. En Córdoba, el régimen fabril existente en los sindicatos de planta controlados por Fiat era muy diferente. La filosofía extremista y de exclusión de la administración con respecto a la mano de obra dio pábulo al principio a la apatía obrera hacia los asuntos gremiales, y más adelante condujo a furiosas reacciones y una postura tal vez igualmente intransigente por parte de ios

sindicatos c l a s i s t a s SITRAC-SITRAM en esas plantas a comienzos de la década del setenta,16En este aspecto, eran significativas las diferencias entre la seccional

cordobesa y las de Buenos Aires. Aunque el SMATA, como la UOM, tenía una estructura centralista, sus estatutos, que disponían que las seccionales comprendidas dentro de un radio de 60 kilómetros de la Capital Federal enviaran directamente sus cuotas gremiales al SMATA central, y que exigían de manera similar que todas las medidas de huelga y trabajo a desgano fueran decretadas por el comité ejecutivo, no se aplicaban a Córdoba. En consecuencia, la seccional cordobesa tenía una situación independiente que era única dentro de la estructura del sindicato. Véase Evans, Hoeffel y James, “Reflections on Argentine Auto Workers and Their Unions”, pp. 145-146.

17I b i d . t p. 139; Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo", p. 175.18Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo”, pp. 176-180.19Gordillo documentó una serie de incidentes interesantes producidos

durante estos años, que ponen de relieve el carácter muy diferente de los sindicatos de planta de Fiat con respecto al SMATA. Uno de ellos fue la visita de Onganxa a Córdoba en 1967, una visita que provocó fuertes protestas de los demás sindicatos de la ciudad y violentas manifestaciones, en especial por parte del SMATA, pero que sin embargo fue cálidamente recibida por la conducción de SITRAC-SITRAM. Onganía hizo una visita personal a las plantas de Materfer, donde el secretario general del SITRAM, Hugo

Cassanova, pronunció un florido discurso elogiando el programa económico del gobierno, Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los '60: el ámbito deí trabajo y la dimensión cultural”, Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Provincia de Córdoba, Informe Anual, abril de 1991, pp. 44-45.

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Segunda parte

REBELIÓN

Lajuventud cordobesa empezó, desde entonces, a encaminar sus ideas por nuevas vías, y no tardó mucho en dejarse sentir los efec tos ...

Domingo Faustino Sarmiento, Facundo

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4. Córdoba y la “Revolución Argentina”

El golpe militar que derrocó al gobierno de Illia el 28 de junio de 1966 fue concebido como el primer paso hacia la ruptura final e irrevocable con las muchas herencias del peronismo. Los grupos militares y civiles que hablan abogado por el golpe y encontrado una figura convenientemente dispuesta y cándida para conducir la “Revolución Argentina" en el severo general Juan Carlos Onganía, proponían un programa general para detener lo que veían como la obstinada declinación del país. Sus ideas estaban intensamente influidas por las políticas y hasta el estilo del régimen militar del vecino Brasil, que estaba en el poder desde el derrocamiento del gobierno civil de ese país en 1964. Como sus pares brasileños, los apóstoles argentinos del nuevo orden sentían desprecio por las ineficiencias de las políticas parlamentarias y la aducida venalidad de los políticos civiles, que ponían los intereses individuales y partidarios por encima de los de la nación. También como los generales brasileños, estaban decididos a romper los obstáculos estructurales, ya fueran económicos, sociales o políticos, que impedían un desarrollo capitalista exitoso. Procuraban establecer el orden y la disciplina, pior la fuerza si era necesario, en la inconstante vida política del país.1

Pero el legado de las políticas populistas pesaba con particular intensidad sobre la Argentina. Estas políticas eran aún más fastidiosas que en Brasil, debido al colapso de los mecanismos de control que siguió a la caída del gobierno peronista y al poder intacto del movimiento obrero. En tanto el presidente brasileño Vargas y sus sucesores habían incorporado a la clase obrera al Estado en un grado considerable, a través de los muchos tentáculos del Ministerio de Trabajo y los tribunales laborales del país, en la Argentina el movimiento obrero tuvo después de 1955 una relación más conflictiva con el Estado, y conservó un papel institucional que protegía

más fielmente que en el caso de los sindicatos brasileños los intereses de la clase obrera, a través de una combinación de negociación y militancia. Tras el colapso de la Resistencia, el movimiento obrero

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burocracia que en lo esencial operaba al margen del Estado, y su aptitud para satisfacer las aspiraciones de los trabajadores mediante el lobby y el tráfico de influencias era considerablemente menor que la de su contraparte brasileña, que actuaba dentro de los ministerios del gobierno. El resultado era un estancamiento mayor que en Brasil entre el empresariado, el Estado y la clase obrera y una capacidad y disposición más grandes de parte del movimiento obrero para proteger y fomentar los intereses de los trabajadores, a fin de garantizar que no se eliminaran en su totalidad los logros salariales y de nivel de vida obtenidos durante los años peronistas.

Onganía tomó el poder y no fijó ningún plazo para devolverlo a los partidos políticos. Como lo ha señalado Mónica Gordillo, la dic

tadura habló de los "tres tiempos ”— el económico, el social y el político— con una certeza comteana en el resultado evolutivo de su programa autoritario. De manera similar, empleó el término revolu ción no sólo por sus connotaciones de cambio sistémico sino también en su sentido de proceso social sin límites temporales. Se suprimieron todas las formas de participación popular. Se cerró el Congreso argentino, se proscribieron los partidos políticos, las universidades fueron clausuradas y la vida intelectual y cultural del país obligada al silencio a través de la intimidación. La pieza clave de la Revolución Argentina fue un programa económico que procu

raba profundizar el proyecto desarrollista e insertar a la Argentina en el orden económico internacional de la posguerra mediante un continuo desarrollo industrial y una estrecha asociación con el capital multinacional. El ministro de Economía de Onganía, Adalbert Krieger Vasena, abandonó el intento de lilla de promover la industrialización de acuerdo con lincamientos neoperonistas que promovían el mercado interno y apoyaban a los pequeños y medianos industriales que vendían en él. En su lugar, la modernización debía alcanzarse eliminando las trabas a la acumulación de capital, reduciendo el gasto público que alimentaba las presiones inflacionarias e incrementando la productividad laboral, nada de lo cual parecía posible para los planificadores civiles y militares de Onganía en el sistema político pluralista y democrático de la Argentina.2 ;

Una meta clave en el programa de Onganía era redefinir el papel de la clase obrera en la vida económica, social y política del país. La necesidad de crear un mercado laboral flexible y eliminar el considerable poder que el movimiento obrero organizado ejercía en la sociedad civil fue una prioridad para el nuevo régimen. En Brasil, este objetivo se había alcanzado casi sin esfuerzo a través de la legislación laboral de 1966 que había reducido aún más la independencia de los tribunales del trabajo y abolido las leyes que complicaban los procedimientos de despido o disponían costosas indem

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Córdoba y la "Revolución Argentina” 143

to obrero menguaba desde hacía tiempo, y completamente indife

rentes a la suerte de los cañeros mestizos e indios de una provincia distante, tan extranjera para Vandor, Alonso y los de su ralea como Paraguay o Bolivia. La prohibición gubernamental de las negociaciones colectivas y otras medidas eran más perturbadoras, en la medida en que golpeaban el corazón mismo del poder del movimiento obrero. Las presiones sobre la conducción se intensificaron, pero Vandor, Alonso y otros se aferraron durante varios meses a una política de respaldo limitado a Onganía.

La conducción peronista de los grandes sindicatos industriales que controlaban la CGT vaciló durante el resto de 1966. En el “Congreso Normalizador” del 20 de octubre, orquestado por el gobierno para reestructurar la CGT. se eligió, en una sesión en minoría que excluyó a todos los sindicatos militantes, una conducción dócil y obsequiosa que sólo propuso la más moderada de las críticas al régimen.3 De este modo, la respuesta al gobierno recayó en los sindicatos que más cargaban con el peso de las medidas antiobreras. Lorenzo Pepe, de la Unión Ferroviaria, Amado Olmos, de Obras Sanitarias, y otros dirigentes sindicales de las industrias afectadas constituyeron el Comité Central Confederal como comité de resistencia, y finalmente cobraron el vigor suficiente para forzar a la CGT a declarar una huelga el 14 de diciembre —una huelga que fue or

ganizada de una manera chapucera y que sólo tuvo un éxito moderado, pero que fue importante simbólicamente como la primera protesta contra Onganía—, El gobierno respondió a la provocación con mayor intransigencia. En efecto, se suspendió el diálogo incluso con los sindicatos más pusilánimes. Mientras tanto, Vandor y otros caciques obreros habían llegado al límite de la paciencia prudente. La inquietud de los trabajadores -se cocía a fuego lento y la CGT redactó un Plan de Acción que convocaba a dos huelgas generales que se realizarían el I o y el 21 de marzo.10

El paro del I o de marzo de 1967, a pesar de su carácter masivo, terminó en una derrota táctica para el movimiento obrero. El régimen de Onganía estaba en el pináculo de su fuerza, con autoridad para enfrentar al trabajo organizado de cualquier manera, excepción hecha de la violencia abierta o la intimidación física. AI día siguiente de la huelga, Onganía despojó a seis sindicatos, entre ellos la Unión Ferroviaria y la Unión Obrera Metalúrgica, de su estatuto legal, su personería gremial, y luego suspendió todas las negociaciones colectivas hasta el 31 de diciembre de 1968.n Vandor y otros líderes obreros se refugiaron en un silencio malhumorado, mientras secretamente intentaban reconstruir los puentes con el régimen que habían quemado con la huelga del Io de marzo. En el transcurso del año siguiente, los dirigentes obreros de línea dura que

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quedaban, Pepe, Olmos y el joven y carismático líder de los trabajadores gráficos de Buenos Aires, Raimundo Ongaro, incrementaron lentamente su influencia en la CGT.

El 28 de marzo de 1968 debía realizarse en Buenos Aires una convención laboral, el Congreso Amado Olmos (asi llamado en homenaje a Olmos, que murió en un accidente automovilístico poco antes de la reunión), con el propósito de reagrupar a los sindicatos y la CGT, que se encontraban en un estado de confusión desde la huelga general del año anterior, y redactar un nuevo programa para

tratar con el gobierno. El juvenil Ongaro había obtenido la conducción de su sindicato en 1966 y llegado a destacarse nacionalmente después de dirigir en enero de 1968 una áspera huelga contra la editorial Haynes, con la que logró impedir el despido de unos 900 trabajadores. Esa huelga o algo en el mismo Ongaro habían llamado la atención de Perón a principios de 1968. Buscando un heredero de Olmos, el líder exiliado lo alentó en una reunión privada realizada en Madrid muy poco antes del congreso de marzo a que asumiera la conducción de los sindicatos militantes y estableciera el control de éstos sobre la CGT en esa próxima asamblea.12

La relación de Vandor con Perón había sido tirante durante mucho tiempo, y a raíz de la pérdida de prestigio y verdadero poder del líder de la UOM como consecuencia de la huelga general de 1967, aquél casi lo ignoró, lo mismo que a los otros caciques sindicales que aún buscaban un diálogo con Onganía. El Ministerio de Trabajo, Vandor y los caciques obreros percibían el peligro que representaba Ongaro, por lo que utilizaron tácticas obstruccionistas en los días previos al congreso. El ministro de Trabajo de Onganía, Rubens San Sebastián, se negó a permitir la participación en él de cualquier sindicato que estuviera todavía bajo la supervisión gubernamental. Como estos sindicatos constituían el núcleo del apoyo a la posición de línea dura y a Ongaro, la prohibición habría asegurado efectivamente el control de la CGT por parte de Vandor. Sin embargo, Ongaro y los partidarios de la línea dura ignoraron la disposición de San Sebastián y se apiñaron en la sede central de la Unión Tranviarios Automotor en Buenos Aires el 28 de marzo para realizar el congreso. Éntre, las CGT regionales que participaban se encontraba la de Córdoba, la más grande de las centrales provinciales. Tosco asistió como representante de Luz y Fuerza y pronto tomó el control de toda la delegación cordobesa cuando Vandor exigió el pago de sus deudas y obligó a los sindicatos de su campo —incluyendo al SMATA de Elpidio Torres y la UOM dé Alejo Simó— a retirarse del congreso sobre la base de una Infracción menor a los procedimientos cometida por las fuerzas de Ongaro.13

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Córdoba y la "Revolución Argentina ” 145

Vandor había esperado negar a éste el quorum necesario para

realizar el congreso pero se vio frustrado por una defección de último momento del sindicato de trabajadores municipales. Los alineamientos en este incidente fueron reveladores. Los principales sindicatos industriales y los no industriales más privilegiados se aliaron a Vandor y se retiraron del congreso. La UOM, el SMATA, Luz y Fuerza (salvo la seccional cordobesa) y los sindicatos de la construcción y de petroleros boicotearon las sesiones. No casualmente, eran los mismos que habían explotado su posición especial como representantes de los trabajadores de los sectores claves y estratégicos de la economía argentina a fin de obtener un status favorecido. Eran los hombres de las cuestiones del pan de todos los días, los mayores exponentes del sindicalismo de negocios, la buro cracia sindical que en los años venideros iba a ser el blanco de tantos ataques. En condiciones normales, su posición como árbitros finales del movimiento obrero hubiera sido inexpugnable. Pero las condiciones excepcionales existentes en el país, la severidad del ataque gubernamental a algunos sindicatos y la percepción de su avasalladora hostilidad a los intereses de la clase obrera dieron impulso a los revolucionarios y no a los conservadores.

El 29 de marzo, Ongaro fue elegido secretario general de la CGT. Los miembros del comité ejecutivo representaban precisamente a

los sindicatos que llevaban la peor parte de las políticas del gobierno: Antonio Scipione (Unión Ferroviaria), Julio Guillán (trabajadores telefónicos), Salvador Manganaro (trabajadores de Gas del Estado), Alfredo Lettis (marina mercante), Pedro Avellaneda (trabajadores estatales), Benito Romano (trabajadores del azúcar), Enrique Coronel (La Fraternidad) y Ricardo de Luca (trabajadores de los astilleros).14Excepto los azucareros de Romano, todos los sindicatos representados en el comité ejecutivo pertenecían al sector público con sede en Buenos Aires. Tosco rechazó un puesto en este comité, una decisión que nunca explicó pero que con toda probabilidad puede atribuirse a la renuencia a comprometerse en otra ausencia prolongada de Córdoba. En cambio, dedicó sus energías en el congreso a obtener respaldo para la nueva CGT, pronto llamada CGT de los Argentinos (CGTA), y en especial a fortalecer su posición entre las delegaciones sindicales de las provincias. Sus esfuerzos tuvieron éxito: Córdoba, La Plata, Rosario, Santa Fe, Paraná, Corrientes, Chaco, Tucumán, Salta, Mendoza y ías otras principales CGT del interior adhirieron a la nueva CGTA.15

Esta estrategia provincial, una creencia inconmovible en la mayor combatividad de los sindicatos del interior, se convertiría en la marca distintiva de las tácticas de Tosco en los años venideros. Las provincias parecían ser, en efecto, un área de reclutamiento prome

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tedora para la CGTA. Si bien las medidas de Onganía habían afec

tado a un número mayor de trabajadores porteños que provincianos, la mano muerta del sindicalismo peronista también pesaba más gravosamente en la ciudad capital y trababa en ella el desarrollo de nuevas tácticas para combatir a la dictadura. En el interior, el colapso de la conducción de Vandor y la vieja guardia fue más absoluto, y permitió que nuevos individuos, muchos con lazos con la izquierda pero más sencillamente peronistas renegados, aparecieran en posiciones de autoridad. Una de las radicalizaciones más importantes fue la producida entre los trabajadores de los ingenios azucareros tucumanos, que pasaron a ser conducidos por peronistas

de izquierda y se convirtieron en el espíritu orientador de la CGTA en las provincias. Había una indignación compartida —si bien no tan desesperada como la de los trabajadores del azúcar de Tucu- mán— en una serie de sindicatos provinciales que reivindicaban la fe de Tosco en la necesidad de una estrategia provincial y una unidad del interior para resistir el contraataque de Vandor y los caciques obreros.

El crisol de la estrategia provincial era la propia Córdoba de Tosco. Como segunda ciudad industrial del país, su movimiento obrero tenía una importancia tanto simbólica como estratégica que ningu

na de las otras CGT podía equiparar. La integración imperfecta de los peronistas cordobeses al movimiento obrero nacional y la persistente fortaleza de los sindicatos no peronistas de la ciudad ofrecían ciertas posibilidades qüe estaban ausentes en otras p.artes. De manera coincidente, Córdoba era también una provincia en un estado de seria inquietud como resultado del programa económico del gobierno y la posición débil en general de Vandor y el movimiento obrero peronista. Aunque los programas de racionalización de Onganía habían recaído con más dureza sobre los Sindicatos del sector público, el respaldo dado al empresariado por encima del trabajo, la legislación específica que prohibía las huelgas y las negociaciones colectivas y el clima general creado por tales medidas habían animado a las empresas privadas a atacar sus costos laborales. De todas las industrias privadas, la más afectada fue la automotriz. Los despidos, el incremento en los ritmos de producción y un deterioro general de las condiciones de trabajo en las plantas fueron la chispa de grandes protestas obreras en las fábricas de IKA- Renault, Chrysler, Ford, Citroen y Peugeot a lo largo de 1967 y 1968.16

La más seria de estas protestas tuvo lugar en el complejo IKA- Renault. En Santa Isabel, el directorio de IKA enfrentaba el doble problema de vérselas con una cuota declinante del mercado automotor y convencer a Renault de lo atractivo de una propuesta de

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compra de la empresa. En 1966, IKA había comenzado a implemen- tar periódicamente una semana laboral reducida, para compensar

la baja súbita de las ventas. Hacia principios de 1967, ya había tomado la decisión de reducir los salarios de sus ejecutivos en un 20% y despedir a unos mil obreros de un total de 7.200, como primer paso para que una intranquila Renault estuviera segura de su intención de disminuir los costos laborales y poner sus finanzas en orden .17 El estancamiento de las negociaciones colectivas había dado a IKA el pretexto para comenzar a despedir trabajadores el 20 de enero. Luego, como represalia a la áspera y a menudo violenta huelga del SMATA que siguió a la primera ola de despidos, IKA echó a4.000 obreros más, si bien sólo como una táctica intimidatoria y

con la plena intención de volver a contratarlos. Por entonces, el tenor de las relaciones trabajo-administración se había deteriorado tanto que una misión investigadora de Renault enviada a las plantas urgió a la casa central de París que retirara sus licencias y sólo comprara la empresa una vez que la situación hubiera mejorado.18

Si bien el sindicato se lás arregló para hacer que los despidos se anularan, a cambio tuvo que aceptar jomadas de trabajo reducidas para toda la mano de obra. Torres y el SMATA estaban ahora a la defensiva. Las líneas de comunicación con James McCloud y otros funcionarios de la empresa estaban cortadas, y el cómodo arreglo que el SMATA había elaborado con IKA a lo largo de los años, con la estabilidad laboral garantizada y generosos aumentos salariales otorgados en cada nuevo contrato, se derrumbó. Más contratiempos siguieron a la huelga. En mayo de 1967, bajo presión gubernamental, el SMATA central asumió el control de la seccional cordobesa, control que recién levantó en marzo del año siguiente, presuntamente a cambio del buen comportamiento de Córdoba en el congreso obrero de ese mes. Restaurada la paz laboral, Renault compró las acciones de Kaiser en septiembre de ese mismo año e inició una campaña para reducir aún más los costos laborales. La empresa francesa creía que tenía que disminuir sus gastos salariales, rom

per con la política de aumentos en la paga implementada por IKA entre 1960 y 1966 y, en general, debilitar al sindicato así como disminuir la cantidad de personal.19Congeladas las negociaciones colectivas por Onganía en marzo y apoyando plenamente el gobierno el derecho de la empresa a reducir la semana laboral de acuerdo con las condiciones del mercado, Renault comenzó a rebajar los salarios en todas las categorías y a eliminar puestos de trabajo en determinados departamentos.20Los planes de la empresa sólo cambiaron después que la presión del gobierno obtuvo de ella la promesa de no llevar a cabo despidos masivos o suspensiones prolongadas de la producción.21Sin embargo, tales gestos de buena volun

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tad le dieron aun mayor libertad para manejar a su antojo a su mano de obra, incluyendo el establecimiento de un gran programa de racionalización en todas las plantas de Santa Isabel en 1968.

El deterioro de las condiciones en IKA-Renault motivó que al menos un sector del proletariado mecánico cordobés tuviera un campo propicio para una futura militancia obrera. El otro pilar del movimiento obrero peronista en Córdoba, la UOM, también estaba atravesando un período de crisis. Poco después del golpe de Onganía, la UOM central había obtenido un favorable convenio colectivo nacional, arrancando de los negociadores de la industria un aumento salarial del 25% así como la suspensión de las quitas zonales, un sistema de remuneraciones que daba a los trabajadores metalúrgicos de las provincias una escala de pagos menor que la de sus pares

porteños. El acuerdo realzó la posición de la UOM en Córdoba, y Simó, con su carrera política aparentemente terminada a causa de la clausura por parte de Onganía del Congreso argentino, regresó a la ciudad para reafirmar su control sobre el sindicato. De inmediato se enfrentó a la torva realidad de la Revolución Argentina de Onganía. Lo mismo que en la industria automotriz, los propietarios de las fábricas y los talleres metalúrgicos del país ignoraron los convenios colectivos una vez que vieron que el Estado había debilitado la capacidad del movimiento obrero para resistir una ofensiva patronal. Simó condujo las huelgas de septiembre de 1966 contra las fábricas de Luján Hornos y Gerardo Seel, dos de los establecimientos metalúrgicos más importantes de la ciudad, pero los propietarios de la industria local y de otras partes del país estaban llevando a cabo despidos, suspensiones y cierres de instalaciones a un paso que amenazaba la supervivencia misma de la UOM.22

La debilidad de Vandor y el movimiento obrero después de la huelga general de 1967 puso a Simó en una posición defensiva, similar a la de Torres con el SMATA. La resistencia exitosa contra los despidos y los planes de racionalización empresarios pareció requerir cada vez más algún tipo de alineamiento junto a Tosco y los independientes. Torres y Simó ya se habían encontrado en la curiosa posición de estar al lado de Tosco cuando la CGT local declaró a Onganía persona no grata durante su visita a Córdoba en agosto de 1967, en el momento mismo en que sus centrales gremiales intentaban salvar una relación operativa con el régimen. Dos semanas más tarde, en las asambleas generales de la CGT cordobesa del 15 y el 19 de septiembre, habían apoyado el plan de movilización de los independientes para resistir las medidas antiobreras del gobierno mediante tácticas militantes.23 Sin embargo, su alejamiento de Vandor tenía sus límites. No habían estado dispuestos a desafiar abiertamente su autoridad en el Congreso Amado Olmos ni a res

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paldar a Qngaro, como lo demostraron uniéndose al boicot de Vandor. Ambos se preocupaban también por la aparente profundi-

zación de la radicalizacián del movimiento obrero y el viraje hacia la izquierda de la política en Córdoba, un acontecimiento particularmente ominoso para Torres dada la presencia constante de activistas izquierdistas en las plantas de IKA-Renault. En una asamblea general sindical que aquél convocó el 26 de abril de 1968, los partidarios de Ongaro, entre quienes se contaban casi todos los activistas de izquierda de las plantas, habían hecho callar a gritos al secretario general y amenazado físicamente a la dirigencia del SMATA presente.24La perspectiva de una CGT cordobesa ongarista y conducida por Tosco, evidentemente, hacía que tanto Torres como Simó se refrenaran. En sus conflictos con las empresas necesitaban el apoyo exterior, pero existían riesgos en una prematura alianza con Ongaro, por lo que, por el momento, permanecieron en el campo de Vandor.

Ongaro y la CGTA habían establecido una plaza fuerte en Córdoba en los primeros meses de la rebelión contra Vandor, en gran medida gracias a los esfuerzos de Tosco y Luz y Fuerza. El sindicato lucifuercista fue inflexible en su hostilidad hacia Onganía luego de la publicación de la solicitada “Signos Negativos” dos meses después del golpe. Antes del congreso obrero de marzo de 1968, Luz y Fuerza ya había roto con su sindicato nacional en la cuestión del

respaldo al gobierno. En el congreso nacional de los sindicatos de trabajadores de Luz y Fuerza de todo el país, realizado en Río Hondo en octubre de 1967, la delegación cordobesa había atacado la política de diálogo y cooperación con la dictadura sostenida por la FATLYF.25

Ésta, dominada como la mayoría de las centrales por su seccional de Buenos Aires, fue hostigada por su intimidad con Onganía y su negativa a apoyar a los sindicatos afectados adversamente por las políticas del régimen. La defensa que los sindicatos cordobeses hacían de los intereses generales de la clase obrera antes que de los estrictamente gremiales no era habitual. La unidad de la clase obrera y su relación orgánica con el Estado se habían roto con el derrocamiento de Perón. Desde 1955,-las negociaciones colectivas habían tenido lugar en el plano de las industrias, y en algunas de éstas, como la automotriz, empresa por empresa. Como la economía argentina se había diversificado y la clase obrera estaba dividida en diferentes sectores, algunos con un considerable poder negociador y otros con ninguno, se había desarrollado una jerarquía de sindicatos en la cual los más privilegiados rara vez pensaban en términos de la clase obrera en general, como no fuera para respaldar su propia posición en las negociaciones. Tal como se desarrolló en la

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década de 1960, la mejor manera de describir al movimiento obrero peronista es como un intento de mantener la integridad institucional del movimiento obrero organizado como necesidad táctica y política, al mismo tiempo que se protegían los intereses sindicales particulares como una realidad pragmática. Una huelga general de la CGT en apoyo a un sindicato débil y no estratégico, aunque éste estuviera envuelto en la más áspera disputa laboral, se había convertido en.un hecho extremadamente raro. Tosco y el sindicato de Luz y Fuerza parecían estar demandando la clase de altruismo que el movimiento obrero argentino no había mostrado desde los días del idealismo anarquista y las huelgas generales revolucionarias de principios de siglo.

La formación ideológica y política del sindicato de trabajadores de Luz y Fuerza de Córdoba que explica esta postura involucraba una compleja serie de factores personales, estructurales, industriales e históricos. Sin duda, no puede subestimarse la importancia de Tosco y el núcleo de militantes sindicales estrechamente asociados con él. La investigación más importante sobre el sindicato ha sostenido que, de un total de 2.500 afiliados, había aproximadamente 200 activistas tosquistas íntimamente ligados al secretario general,

y atribuyó a éstos y en especial a la influencia personal de Tosco el papel político central que el sindicato desempeñaría en la política laboral nacional entre 1966 y 1976.26 Sin embargo, parece inadecuado explicar su historia exclusivamente por los factores personales. El sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba era único en una industria única. Entre otras cosas, por la naturaleza altamente calificada e incluso profesional de sus afiliados, la índole de su trabajo y la relación con su industria, su empleador y su central gremial.

En los papeles, la industria energética cordobesa parecía tener una mano de obra excepcionalmente diversa. La Empresa Pública de

Energía de Córdoba reconocía diez categorías generales, con numerosas subcategorías dentro de cada una, que incluían desde ingenieros de formación universitaria que trabajaban fuera de las oficinas de la EPEC en el centro de la ciudad hasta trabajadores no calificados (peones) que ayudaban en sus tareas a los trabajadores de línea.27 En realidad, sin embargo, el personal era más homogéneo de lo que parecía, Luz y Fuerza era un sindicato que se caracterizaba por un porcentaje estable de afiliados, en general entre el 15 y el 20%, que realizaban trabajos no calificados.28 También lo distinguía el hecho de que casi todos los empleados de la compañía estaban en

condiciones de solicitar la afiliación gremial. Sólo quedaban excluidos los directores de la EPEC, sus secretarias privadas y los traba

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los trabajos.32Tales problemas eran más irritantes que provocativos. Los trabajadores lucifuercistas enfrentaban dificultades laborales menores, pero las condiciones de trabajo no eran la cuestión fundamental, como sí ocurxia en otros gremios de la ciudad, y nunca ocuparon un lugar preponderante en las negociaciones colectivas con la EPEC.

En la relación con su empleador, Luz y Fuerza tenía una posición única entre los sindicatos de la ciudad. Si bien había tensiones que ocasionalmente provocaban llamaradas y las relaciones no eran tan idílicas como lo afirmaba la empresa en sus publicaciones oficiales, el trato entre personal y administración era sin duda más armónico que en la mayoría de las industrias cordobesas. Como empresa estatal, lo que determinaba el bienestar de la EPEC eran consideraciones presupuestarias y no su rentabilidad. En consecuencia, la compañía estaba más interesada en gestionar el aumento de los subsidios estatales que en preservar su control sobre los lugares de trabajo, un hecho demostrado por su disposición para otorgar al sindicato un peso fundamental en las políticas de empleo. En efecto, el gremio controlaba la contratación de nuevos trabajadores a través de la bolsa de trabajo. Además, la EPEC también tenía la política de dar preferencia a los solicitantes que ya tenían parientes empleados en la empresa, lo que llevaba a que hubiera varias generaciones de la misma familia en la compañía y a una identificación personal más íntima de ios trabajadores con ella. La empresa se reservaba el derecho de aprobación final de todos los solicitantes de empleo y frecuentemente se la criticaba por su lentitud para cubrir las vacantes, pero su delegación al sindicato de lo que en otras industrias era una prerrogativa celosamente guardada revelaba un tipo diferente de relación con su personal. Con su control sobre las contrataciones, el sindicato podía impedir la erosión de los salarios y beneficios mediante la manipulación de la oferta laboral y la regu

lación del ingreso en la empresa de una manera semejante a las corporaciones. La rotación en las tareas era baja, y el sindicato llamaba con frecuencia al congelamiento de las vacantes y cancelaba las solicitudes de empleo, como lo hizo de 1964 a 1967 y periódicamente a comienzos de la década del setenta.33También en las negociaciones salariales tenía un nivel excepcionalmente alto de influencia. En general, la relación entre el directorio y el personal era amistosa, casi obsequiosa, dado que los representantes de la empresa en las

juntas de arbitraje eran a menudo ejecutivos que se habían abierto camino desde abajo y aún conservaban fuertes simpatías sindica

les.34En términos generales, los pedidos del sindicato eran cumplidos en su totalidad, y las huelgas por cuestiones salariales y de beneficios eran raras

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La mayoría de las veces en que las demandas sindicales no pudieron ser satisfechas y las negociaciones se interrumpieron, se debió a presiones del gobierno provincial para reducir los gastos de la empresa más que a la intransigencia de parte de los funcionarios de la EPEC. Esta situación brinda una primera clave sobre la política de Luz y Fuerza, dado que los conflictos con la compañía cobraron un significado inherentemente político. El sindicato atribuía los problemas financieros de la EPEC a los regímenes políticos y a la política gubernamental más que a una mala administración de la empresa estatal. Como entidad, y en agudo contraste con las empresas automotrices, la EPEC nunca fue criticada por el sindicato. En su carácter de empresa estatal, representaba el ideal tanto para

los afiliados peronistas como para los izquierdistas. Si bien no estaba bajo control obrero, era al menos una empresa pública en la que el sindicato tenía un papel reconocido en importantes áreas de planificación y administración, y por lo tanto se la consideraba como más permeable a las necesidades de los trabajadores. Aunque hay pruebas de la existencia de una opinión gremial en favor de la cogestión , participación obrera sistematizada en la administración empresarial, los privilegios de que disfrutaba el sindicato establecieron fuertes lealtades con la EPEC.

Aunque se les rehusara la cogestión directa, los trabajadores de Luzy Fuerza ejercían un grado extraordinario de influencia, que casi equivalía a una responsabilidad compartida con el directorio. La participación sindical en los planteles, las categorías laborales y las asignaciones de trabajos decididas en los departamentos, les permitieron un tipo de asociación que no existía en ninguna otra industria cordobesa. En parte por estos motivos y en parte porque el comité ejecutivo sindical, y específicamente Tosco, se rehusaron a impulsar lo que consideraban una exigencia prematura de control obrero —en una economía que todavía era capitalista—, la EPEC se mantuvo en gran medida inmune a la crítica gremial. Sin embargo, no podía decirse lo mismo de los directores y subdirectores de la

empresa, que surgían de nombramientos políticos y a quienes se consideraba los ejecutores de la política gubernamental. Pero, en general, la práctica sindical consistía en evitar los ataques contra esas personas y hacer recaer su disgusto por las políticas empresariales directamente sobre el gobierno en términos políticos, primero desde una perspectiva nacionalista y finalmente desde uná genui- namente socialista.

Un último signo de los estrechos lazos entre la compañía y el sindicato fue el apoyo financiero brindado por la EPEC a Luz y Fuerza. En 1950 el sindicato había obtenido en su convenio colectivo una concesión que comprometía a la empresa a aportar regularmente a

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un fondo sindical especial, la Mutual Unión Eléctrica, que financiaba el plan médico de Luz y Fuerza. La EPEC también contribuía con sumas considerables a los programas de viviendas, vacaciones y

jubilaciones del sindicato. Periódicamente surgían problemas como consecuencia de su morosidad para efectuarlas, pero la dimensión, y sin duda la existencia misma de tal apoyo, era inhabitual en la industria argentina, donde los programas sindicales, en general, dependían de las cuotas ( descuentos ) gremiales pagadas por los afiliados.35

El apoyo financiero de la empresa a la Mutual y a otros programas de beneficios sindicales contribuyó a que el sindicato asumiera un compromiso político, al liberarlo de la dependencia de su central gremial. Al subsidiar unos programas habitualmente financiados y administrados a través de la central, la EPEC hizo al sindicato menos vulnerable a las tácticas intimidatorias de Buenos Aires. También colaboró el hecho de que Luz y Fuerza, a diferencia de la UOM y muchos otros sindicatos industriales, fuera una organización federativa. Bajo la estructura federativa, las seccionales sindícales controlaban su propio dinero y el reparto de los fondos. La FATLYF podía amenazar y suspender a los sindicatos que no cooperaran, como sucedería con la seccional cordobesa en numerosas ocasiones a lo largo de la década siguiente, pero aparte de vedársele la utilización de los hoteles y colonias de vacaciones de la central, las consecuencias de la expulsión no eran graves y no podían obstruir efectivamente el accionar de la seccional.

El tenor de las relaciones personal-directorio, las menores demandas del sindicato para resolver problemas relacionados con el trabajo o regatear con funcionarios hostiles de la empresa con respecto a cuestiones salariales y beneficios, liberaron a los afiliados del gremio con mayores inclinaciones políticas para que dedicaran su tiempo a esa actividad. Los problemas laborales que surgían de vez en cuando podían resolverse, en general, sin recurrir a la acción

huelguística. Cuando las negociaciones, se interrumpían, el sindicato recurría a paros parciales que habitualmente servían para agui jonear a la EPEC a la acción.

El status de ésta como empresa estatal atenuaba las tensiones financieras que eran tan manifiestas en la industria automotriz local. Si bien periódicamente la compañía sufría la amenaza de la insolvencia, siempre había una alternativa fiscal —una suba de las tarifas o el aumento de los subsidios gubernamentales— que le permitía evitar la riesgosa alternativa de actuar sobre sus costos laborales. En las pocas ocasiones en que trató de tomar tales medidas,

por ejemplo al disponer un pequeño número de despidos en 1972, la resuelta respuesta del sindicato puso de relieve los peligros de

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democrático del sindicato. La identificación obrera con éste era fuerte, y la participación en los asuntos gremiales elevada. Favorecido por su tamaño relativamente pequeño y el escrupuloso respeto de Tosco por su aparato democrático, Luz y Fuerza practicó una ge- nuina democracia sindical.

Era política del sindicato conseguir que en los asuntos gremiales participara la mayor cantidad posible de afiliados. Además del consejo ejecutivo, la maquinaria gremial estaba formada por el cuerpo de delegados, dirigentes de base elegidos que, como los miembros del primero, cumplían un mandato de dos años. Los cuerpos de delegados existían virtualmente en todos los sindicatos cordobeses, incluso en los más antidemocráticos, pero su influencia era mayor en Luz y Fuerza que en cualquier otro de la ciudad. Su mayor número allí, la frecuencia con que se convocaban sus asambleas y se discutían asuntos de verdadera importancia y su capacidad para tomar decisiones independientemente del comité ejecutivo les dieron posiciones de real poder. Los cuerpos de delegados de Luz y Fuerza elegían a los delegados sindicales a la FATLYF y a los congresos de la CGT nacional, así como nombraban a todos los representantes del sindicato ante la CGT cordobesa. Los afiliados elegidos para representar a Córdoba en la sede central de la FATLYF en Buenos Aires rotaban para garantizar que la mayor cantidad posible de trabajadores tuvieran la oportunidad de actuar. Los delegados a las dos CGT tendían a ser elegidos entre los pertenecientes al curtido círculo de Tosco, pero la decisión correspondía en última instancia al cuerpo de delegados y no al comité ejecutivo. Por último, en el periodo 1962-1973 la participación en las elecciones sindicales promedió el 75% de los afiliados, una cifra inusualmente alta para los sindicatos argentinos.36

La identificación de los lucifuercistas con su sindicato era también el resultado de la importancia de éste para sus vidas más allá

del trabajo. Las actividades gremiales se expandieron ampliamente luego de su mudanza en 1967 a la nueva sede central en la calle Deán Funes. De hecho, esta sede se convirtió en algo más que un edificio sindical, hasta pasar a ser un punto focal de la vida de la clase obrera cordobesa, en el que los afiliados de Luz y Fuerza eran atraídos de mil maneras a sus muchas actividades. Voluntarios del sindicato actuaban en comisiones que administraban una gama de programas de servicios comunitarios, entre ellos una serie semanal de películas infantiles, clases de alfabetización y un banco cooperativo con préstamos de bajo interés accesibles a los afiliados de cual

quiera de los sindicatos legalmente reconocidos de la ciudad.37La sensación de pertenecer a un mejor tipo de organización obrera y el orgullo que sentían los trabajadores por su sindicato se traducían

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en respaldo para Tosco y su círculo. No fue sino a comienzos de la

década de 1970 cuando se planteó cierto descontento de las bases por los altos costos que tenía que pagar el sindicato a causa de su compromiso político, descontento que llegó a transformarse en una oposición organizada a Tosco. Pero incluso entonces se trataría de una posición minoritaria, el resultado de ías ambiciones políticas del núcleo de peronistas conservadores dentro del sindicato y no de una insatisfacción profunda con la conducción, como lo demostraron de manera consistente las abrumadoras mayorías electorales obtenidas por ías listas de Tosco durante esos años.

La política de cualquier sindicato también está conformada por

su industria, y el respaldo de los trabajadores lucifuercistas a las posiciones disidentes del suyo estaba firmemente arraigado en el carácter y los problemas de la industria de la energía eléctrica de Córdoba. El papel de conducción que el sindicato de los trabajadores cordobeses de Luz y Fuerza asumió en el movimiento obrero militante de la Argentina tenía numerosas fuentes, pero como en el caso de los trabajadores mecánicos locales, las influencias específicas del lugar de trabajo contribuyeron a dar forma a la ideología y a crear determinado tipo de activismo político. Hacia comienzos de los años sesenta, los otrora formidables recursos de energía eléctrica de Córdoba se encontraban en un estado cercano a la crisis. La provincia había poseído la red hidroeléctrica más extensa del país, red que estaba tan bien desarrollada que, en una época tan tardía como fines de la década de 1950, no había falta de capacidad generadora ni restricciones al consumo. Esta situación se destacaba absolutamente dentro del panorama de escasez energética existente en otras partes del país, especialmente en el interior, donde la demanda, en general, superaba con mucho a la oferta. Como ya se ha mencionado, la abundancia y lo barato de la energía eléctrica de Córdoba habían sido un incentivo fundamental para el establecimiento de la industria automotriz en la ciudad.

Las crecientes demandas resultantes de la gran ola de industrialización automotriz, mecánica y metalúrgica de fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, sin embargo, habían comenzado a exigir demasiado de la producción energética disponible. A pesar de sus impresionantes recursos hidroeléctricos —los numerosos arroyos, ríos y saltos correntosos con que la naturaleza había dotado a la cercana sierray los diques y represas construidos por el gobierno radical de Sabattini en la década de 1930—, el aislamiento energético de la provincia amenazaba su base económica. Ya en 1960 los ingenieros advertían acerca de la vulnerabilidad de Córdoba como resultado de sus limitados medios de transmisión. Líneas de un solo circuito conectaban todas’ las subestaciones de la pro

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vincia a sus respectivas estaciones transformadoras, y ninguna estaba vinculada a una rejilla más amplia. De este modo, a lo largo de la provincia la energía eléctrica dependía de un número limitado de líneas de transmisión altamente vulnerables y cada vez más inadecuadas.38

Con su ubicación central y sus abundantes recursos hidroeléctricos, Córdoba era el nexo lógico para cualquier futuro sistema energético nacionalmente integrado. La rápida nacionalización realizada por Perón en 1946 de las dos empresas de servicios públicos de la American Foreign Power Company que habían provisto pobre

mente de electricidad a la provincia no había sido fortuita; tampoco escapaba a Luz y Fuerza la importancia estratégica de la provincia. Su trabajo exponía a los miembros del sindicato a las contradicciones entre el potencial eléctrico del país y su creciente incapacidad para satisfacer sus necesidades. El periódico sindical, Electrum, se convirtió en un foro en el cual trabajadores de todas las categorías discutían, a menudo en términos caseros pero muy perspicaces, la naturaleza particular de los problemas energéticos del país y el papel de Córdoba en su solución, así como la relación entre los modelos nacionales de desarrollo económico y la producción de energía eléctrica. A lo largo de toda su historia, el sindicato cordobés desechó los ataques contra las deficitarias empresas públicas de energía calificándolos como inspirados políticamente. Con frecuencia señaló que esos déficit eran en general el resultado de las tarifas preferenciales otorgadas a la industria privada. En el caso de la EPEC, grandes usuarios de energía como IKA-Renault, Fiat y productores locales de autopartes la estaban recibiendo, en esencia, subsidiada por el Estado. La asociación entre modelos de desarrollo económico y los problemas en su industria, y los adornos ideológicos con que se disfrazaba la búsqueda de intereses privados, eran entendidos por gran parte de la altamente calificada mano de obra de la EPEC.39

Entre los trabajadores de Luz y Fuerza de Córdoba existía la percepción de que los problemas de su industria no eran meramente presupuestarios o tecnológicos, sino que formaban parte de un problema más amplio referido al carácter del desarrollo capitalista de la Argentina y a los obstáculos estructurales a la independencia energética en un país semidesarrollado. Su exposición a la política de fijación de tarifas les dio una comprensión del verdadero funcionamiento de la industria y especialmente de la relación incestuosa entre los negocios y el Estado en su país. Esta comprensión crítica, apuntalada por las otras influencias ideológicas y políticas en acción dentro de la sociedad argentina y en especial de la cordobesa

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las posiciones socialistas. Los afiliados más capaces de hacer un elaborado análisis de los problemas de la industria en este aspecto eran, naturalmente, los ingenieros de la EPEC. Pero esos problemas eran de conocimiento común en el sindicato, y muchos de los críticos más claros del papel de la empresa privada en el desarrollo de la energía eléctrica eran trabajadores como Tosco, empleados en uno de los talleres de reparaciones de la EPEC o en las lineas.

La experiencia concreta de la dictadura de Onganía fue el factor final que empujó a los lucifuercistas de Córdoba a la vanguardia de la resistencia obrera. La suspensión por parte de Onganía de todas las negociaciones colectivas fue mal tomada, desde luego, en un sindicato que se había acostumbrado a negociaciones periódicas y

generalmente favorables de los convenios. Como presidente del comité de negociaciones colectivas de la FATLYF (Comisión Paritaria Nacional) en 1966 y comienzos de 1967, Tosco tuvo tal vez mejores oportunidades que Taccone y los otros dirigentes gremiales que impulsaban el diálogo con el gobierno de apreciar la verdadera intención gubernamental para con la clase obrera. Luz y Fuerza también sintió todo el peso de los planes de racionalización de Onganía antes que otras seccionales de trabajadores de la energía. Las suspensiones de personal, las semanas laborales reducidas y los planes para transferir la jurisdicción de la EPEC sobre el desarrollo de la energía nuclear en la provincia al gobierno central, considerados por muchos en el sindicato como un ardid para permitir la posterior privatización de la empresa, concentraron el sentimiento sindical de oposición al gobierno.40

El peso combinado de esos factores personales, estructurales, industriales e históricos explica la firmeza de la construcción sindical de una tradición de participación en política después de 1966. La tendencia hacia las huelgas políticas, en oposición a las relacionadas meramente con el trabajo, se había hecho evidente en 1964. El único gran paro de ese año fue la adhesión del sindicato a la huelga general de la CGT del 17 y 18 de diciembre. De manera simi

lar, la huelga más importante de 1965 fue el paro de 24 horas para protestar por el asesinato de dos activistas gremiales en Buenos Aires. Después de 1966, esta tendencia se incrementó marcadamente, y el sindicato mostró una proclividad hacia las huelgas políticas que era única en el movimiento obrero .cordobés y muy probablemente en el conjunto del país. Los principales paros de 1966, dos huelgas de 24 horas, fueron llevados a cabo para protestar contra las medidas antiobreras de Onganía. Las tres grandes huelgas de1967, de manera similar, fueron de naturaleza política.41Entre 1968 y 1972, las huelgas para repudiar las políticas económicas del gobierno, exigir la restauración del régimen democrático y la libera

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ción de presos políticos, protestar contra el desconocimiento de los

derechos de los sindicatos locales por parte de la burocracia sindical porteña —en una palabra, las huelgas políticas— dominaron el panorama (véase Cuadro 4.1). Después de 1972, cuando el sindicato se unió aún más estrechamente a la izquierda y rompió con el gobierno peronista en el poder, las huelgas fueron casi completamente de naturaleza política.

Cuadro 4.1 Paros de Luz y Fuerza de Córdoba entre 1964 y 1972

Año CantidadPor cuestiones

laboralesPor cuestiones

políticas

1964 5 1 41965 6 2 41966 5 2 31967 3 — 31969 8 8

1970 6 1 51971 24 2 221972 13 4 9Tota l 70 12 58

Fuente: Carlos E. Sánchez, "Estrategias y objetivos de los sindicatos argentinos”, Instituto de Economía y Finanzas, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Córdoba, p. 86.

Los trabajadores lucifuercistas cordobeses asumieron asi un papel casi predecible en las movilizaciones de la CGTA de X968, reuniendo apoyo no sólo en la ciudad sino en todo el interior argentino. Córdoba fue incuestionablemente el epicentro de la rebelión del movimiento obrero contra el gobierno, Vandor y los caciques sindicales. El nombre del secretario general de la CGTA, Raimundo Ongaro, iba de boca en boca por toda la ciudad. De la noche a la mañana, éste emergió de una relativa oscuridad a una notoriedad generalizada en los círculos obreros, estudiantiles y clandestinos izquierdistas, eclipsando momentáneamente incluso a la figura dirigente de Tosco. Las lealtades peronistas de Ongaro eran particularmente atractivas para los sectores de la izquierda que veían en la CGTA j l á té ti d é ti d ilit i b

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que el promovido por los conocidos y ligeramente deslustrados pilares de la izquierda argentina, como el Partido Comunista. La biografía del secretario general de la CGTA exhibía una atractiva mezcla de místico cristiano y peronista combativo que estaba más a tono con el tenor de los tiempos —en el punto culminante de las interpretaciones revisionistas del movimiento peronista y el nacimiento de la izquierda peronista— que la izquierda marxista tradicional.

Ongaro era algo genuinamente nuevo en el movimiento obrero. Se trataba de un ex seminarista que entrelazaba sus llamados a la lucha de clases y la liberación nacional con alusiones bíblicas y ocasionales monólogos en que divagaba sobre el mensaje social de Jesucristo. Tenía un rasgo mesiánico que lo distinguió de inmediato de otros dirigentes del país. Joven -y puro, de modales dignos y corteses, hacía un fuerte contraste con la arrogancia apenas oculta, las exhibiciones de amor al poder y las pretensiones señoriales que los trabajadores habían llegado a esperar de muchos de los caciques sindicales peronistas. Para Tosco, el carisma personal de Ongaro y el atractivo que tenía para amplios sectores del movimiento obrero compensaron temporariamente lo que veía como una personalidad extravagante y un poco soñadora, así como su ingenuidad política. Con la intención de ganar a la CGT local para la nueva confederación laboral, Tosco permitió que Ongaro actuara como el símbolo de la resistencia obrera a Onganía. Entre tanto, comenzó a tejer alianzas entre sindicatos peronistas y no peronistas con el propósito de unificar a Córdoba detrás de la rebelión de la CGTA.

La dramática victoria de Ongaro en el congreso obrero de marzo de 1968 y la euforia subsiguiente apenas implicaban que la vieja guardia del movimiento obrero peronista hubiera sido eliminada. Los sindicatos de Vandor eran poderosos y se preparaban para luchar por el control de la CGT. La primera indicación de que resistirían a Ongaro fue su negativa a entregar la sede central de la confederación a los nuevos dirigentes victoriosos. Imperturbable, Ongaro declaró que en lo sucesivo la CGTA funcionaría en el edificio del sin

dicato gráfico de Paseo Colón, y de hecho su organización se conoció alternativamente como la CGT de Paseo Colón durante los primeros meses de su existencia. En ese momento, sin embargo, los desalojados vandoristas sólo podían hostigar a Ongaro con estorbos menores como el forcejeo por la sede central, y la CGTA siguió ganando nuevos adherentes a lo largo del mes de abril.

A instancias de Tosco, Ongaro nombró a Julio Guillán, secretario general del sindicato de los telefónicos, como emisario especial de la CGTA en las provincias. La cálida recepción que le brindaron en Rosario, Córdoba y otras ciudades provinciales indicaba que en el interior había un respaldo fuertemente arraigado para la CGTA.

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Aun cuando Ongaro y la organización misma demostraran ser efímeros, el daño infligido a la reputación de la conducción de la vieja guardia era grave. Los activistas de la CGTA lanzaban implacables y mordaces ataques a los v a n d o r i s t a s , acusándolos de tácticas mafiosas, caza de comunistas, corrupción y colusión con la dictadura. Hacia fines de abril, los llamamientos de la vieja guardia a un nuevo congreso de la CGT para detener el avance de Ongaro eran cada vez más frenéticos. La grieta entre los o n g a r i s t a s y los v a n d o r i s t a s se ensanchó aún más cuando Ongaro procuró usar las tradicionales celebraciones del Io de mayo para lanzar un contraataque y hacer inexpugnable la posición de la CGTA como representante legítima del movimiento obrero. El comité ejecutivo dispuso una cuidadosa preparación de las manifestaciones del Día del Trabajo auspiciadas por la CGTA y del discurso de Ongaro en Córdoba. El escritor y periodista político Rodolfo Walsh y el círculo de intelectuales que habían afluido a Paseo Colón en las semanas posteriores al congreso de marzo también planeaban publicar el nuevo semanario o n g a r i s t a , C G T, en coincidencia con las manifestaciones del Io de mayo.42

El 29 de abril Ongaro salió hacia Córdoba con un discurso que había escrito con Walsh y que pretendía ser la clarinada del naciente movimiento obrero disidente. Tosco y otros activistas sindicales, pertenecientes principalmente a los independientes, habían estado preparando el terreno durante varias semanas, y la ciudad esperaba algo más que otra mundana celebración del Día del Trabajo. La importancia de las provincias, y de Córdoba en especial, para el éxito o el fracaso de la CGTA implicaba que las palabras de Ongaro y la recepción que se les brindara allí serían cuidadosamente observa- das en el resto del país. El Io de mayo, unos 5.000 trabajadores se apiñaron en el Córdoba Sport Club para escucharlo. Estaban ausentes el SMATA de Torres, la UOM de Simó y el puñado de sindica- tos aún leales, aunque muchos desanimadamente, a la línea v a n d o r i s t a , lo mismo que los sindicatos de empresa de Fiat.

El discurso cordobés de Ongaro, llamado más adelante "Programa del Io de mayo”, demostró a quien lo dudara que la rebelión de la CGTA era algo distinto de una mera nueva lucha de poder interna del peronismo, como las que habían agobiado al movimiento obrero a lo largo de los años sesenta. El discurso mismo era revelador. Ongaro señaló con claridad la significación de la rebelión de la CGTA, su repudio al v e r t i c a l i s m o y su intención de practicar un sindicalismo combativo y no sectario.43Utilizando un lenguaje que se remontaba a los turbulentos tiempos del 17 de octubre de 1945, a los discursos incendiarios de Evita desde el balcón de la Casa Rosada y a l it l i i d J h Willi C k t ilit

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tes peronistas de la Resistencia, Ongaro parecía rescatar las siem

pre minoritarias y por entonces aparentemente moribundas tendencias revolucionarias del movimiento obrero peronista. El “Programa del 10de mayo” abundaba en el vocabulario y la imaginería tradicionales de la postura combativa, de íínea dura del sindicalismo peronista, que vituperaba a los traidores y vendidos dentro de las filas obreras. Sólo en la estridencia de su lenguaje anticapitalista iba más allá de las posiciones tradicionales del peronismo sobre la economía y las relaciones de clase. No obstante, en el repudio directo y provocador que hizo Ongaro del gobierno de Onganía, y especialmente en su propuesta de alianza entre el movimiento obrero, los estudiantes universitarios del país y el clero activista, la CGTA se apartaba claramente de la corriente principal del gremialismo peronista. Ahora era incuestionable que la rebelión de la CGTA representaba algo más que una oposición sindical faccional a Vandor y el vandorismo. Era también una oposición ideológica y política.44

Al día siguiente, Ongaro partió para pronunciar una serie de discursos en las provincias, con la esperanza de capitalizar el entusiasmo desplegado por la clase obrera cordobesa en la concentración del Día del Trabajo y cimentar su respaldo en el interior. A fines de abril, nueve regionales de la CGT habían votado su afiliación a la CGTA. Las principales centrales del interior, Rosario, Santa Fe,

Tucumán y Salta, se encontraban entre las que habían votado a favor de Ongaro. Las celebraciones del Io de mayo habían indicado un profundo respaldo a éste en todos esos lugares, y la rebelión de la CGTA pronto asumió en parte el carácter de una revuelta de las provincias contra Buenos Aires. Pero incluso en la ciudad capital la CGTA estaba cobrando impulso. A una concentración de la clase obrera porteña realizada en La Matanza, un suburbio industrial de Buenos Aires, asistieron masas de trabajadores a pesar de los llamados vandoristas a boicotearla. La esperanza de éstos de que la rebelión de la CGTA demostrara ser efímera parecía cada vez más infundada. La posición de Ongaro se fortaleció aún más cuando a finés de mayo Perón disolvió las 62 Organizaciones, el ala política del movimiento obrero peronista que todavía estaba en manos de Vandor. La decisión fue un claro gesto de apoyo a Ongaro y un repudio a los planes vandoristas de realizar un congreso en minoría para imponer su lista en una CGT reorganizada.45

Durante esos meses, fueron los ongaristas, y no Vandor, quienes estuvieron a la ofensiva e hicieron los mayores avances. Desde las oficinas de CGT, Walsh y su equipo iniciaron una campaña de prensa concebida para desacreditar a la vieja guardia peronista y ganar el apoyo de las bases. Walsh dedicaba una columna semanal a do

cumentar incidentes de matonismo y corrupción en los sindicatos

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que se oponían a la elección de Ongaro. Su investigación acerca de

la participación personal de Vandor en el asesinato de uno de sus rivales en la UOM, ¿Quién mató a Rosendo?, que se publicó el año siguiente, era parte de este intento de exponer el lado oscuro del movimiento obrero peronista, según lo representaban Vandor y otros caciques sindicales. Por lo demás» a lo largo de estos meses la CGTA convocó a voluntarios de los círculos estudiantiles e izquierdistas para que trabajaran en el semanario e hicieran proselitismo entre los trabajadores. La rebelión de la CGTA, de hecho, señaló el renacimiento de dos reconciliaciones importantes y estrechamente vinculadas, la primera entre la ciase obrera y la izquierda y la segunda

entre la clase obrera y el movimiento estudiantil.La solidaridad demostrada y las alianzas establecidas por las organizaciones estudiantiles y el movimiento obrero en el movimiento de la Reforma Universitaria de 1918 y en otros innumerables in- cidentes durante las primeras décadas del siglo habían sido hechas añicos por Perón. Entre las antipatías que el peronismo había alimentado en la sociedad argentina se encontraba una, relativamente nueva, de los trabajadores hacia los estudiantes. En un acto de venganza política contra la previa oposición estudiantil a su candidatura en las elecciones de 1946, Perón describía a éstos como un

grupo de niños bien, una casta privilegiada proveniente principalmente de las clases media y alta del país. El grito peronista del 17 de octubre, “¡Alpargatas sí, libros no!", se había erigido en símbolo de la ruptura de la tradición de solidaridad entre ambos grupos. Los diez años de oposición estudiantil al régimen, su participación en la Revolución Libertadora y el entusiasmo delirante demostrado ante el derrocamiento de Perón en 1955, habían sembrado la sospecha y el rencor entre la clase obrera peronista y los estudiantes universitarios, sentimientos que posteriormente mantuvieron su vigencia durante años.46

La reconciliación entre los trabajadores y los estudiantes tuvo al menos su comienzo simbólico en Córdoba. Un estudiante de segundo año de Ingeniería y trabajador de tiempo parcial en IKA, Santiago Pampillón, había sido asesinado por el fuego de la policía en el Barrio Clínicas, el 7 de septiembre de 1966, en una de las primeras protestas estudiantiles contra Onganía. Su muerte sirvió como un primer vínculo entre los estudiantes universitarios y el movimiento obrero cordobés, una alianza que se fortalecería en los meses siguientes, cuando cayó sobre ambos sectores todo el peso de la represión gubernamental. La rebelión de la CGTA, en realidad, brindó la primera salida institucional, tanto en Córdoba como nacionalmente, al renacimiento de la simpatía entre los trabajadores y estudiantes del país. En Córdoba, específicamente, Ongaro había pasa

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especial en el nivel parroquial, dentro de la célebremente conserva

dora Iglesia Católica argentina. En los mismos días en que Ongaro se hacía presente en Córdoba para las celebraciones del Día del Trabajo, también se efectuaba en la ciudad el primer congreso del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, un suceso considerado por muchos como el nacimiento de un movimiento de teología de la liberación en la Argentina.49

Debido a factores del desarrollo histórico de la ciudad, todas estas corrientes —el movimiento estudiantil, la izquierda mandsta y peronista, una Iglesia radicalizada— eran más fuertes en Córdoba que en cualquier otra parte del país, y era allí donde se estaba deci

diendo la suerte de la CGTA. La fama de Córdoba como la “ciudad roja” de la Argentina era en muchos aspectos justificada. El ethos rebelde de la ciudad, que ocasionaba su venerable rivalidad con Buenos Aires, estaba impregnado por las corrientes intelectuales de la época y produjo la más distinguida publicación marxista del país, la gramsciana Pasado y Presente. Córdoba tenía una vida política de extraordinaria efervescencia y creatividad, y en general brindaba un ambiente de comprensión en el cual podía prosperar un movimiento obrero disidente. Después de las celebraciones del Día del Trabajo, el respaldo a Ongaro en la ciudad progresó con

fuerza arrolladora. El 2 de mayo, una delegación presentó al secretario general de la CGT cordobesa, Julio Petrucci, un petitorio firmado por 33 sindicatos de la ciudad, solicitando una inmediata asamblea general para votar la afiliación a la CGTA.50 Entre los peticionantes se contaban no sólo los sindicatos independientes sino también algunos como el de trabajadores de la construcción y otros que tradicionalmente habían estado aliados con Vandor. La defección más notable era la de la UOM de Simó. Con su agudeza y oportunismo político acostumbrados, Simó cambió de bando cuando se hizo evidente que Ongaro no podría ser detenido en la ciudad, y agregó el nombre de su sindicato a la lista de los peticionantes. El mismo día, en una medida concebida para contribuir a la sensación de que el ímpetu de Ongaro era imparable, Tosco convocó una sesión extraordinaria de Luz y Fuerza, y el sindicato votó por unanimidad en favor de la afiliación a la CGTA.51

El último sindicato remiso de significación estratégica en Córdoba era el SMATA de Torres. Si bien las presiones sobre los operarios de IKA-Renault se incrementaron a niveles casi insoportables y su conducción parecía vulnerable y debilitada, Torres se mantuvo distantemente leal a Vandor, receloso de Ongaro, y por lo tanto inmóvil. El SMATA local fue uno de los pocos sindicatos que no asistió a la asamblea general de la CGT el 7 de mayo, cuando el movimiento obrero cordobés votó abrumadoramente en favor de afiliarse a la

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CGTA y dio a Ongaro su más importante victoria hasta esa fecha.52

En su oposición a éste, Torres estaba ahora virtualmente solo y aislado en la ciudad, mientras Córdoba se encontraba en un estado de fermento político que iba a durar más de un año y culminaría en el Cordobazo.

La CGTA había insuflado una nueva vida al movimiento obrero y liberado todas las frustraciones y el rencor contenidos durante dos años de dictadura. Los alineamientos en el movimiento obrero cordobés y el temperamento de éste parecían haberse transformado de la noche a la mañana. Los sindicatos parecían dispuestos a confrontar directamente con Onganía, y unos pocos estaban listos para adherir a las más ambiciosas propuestas de la CGTA en favor de

una reforma fundamental, si no de un cambio revolucionario, de la sociedad argentina. Sin embargo, ya había señales de que la CGTA tenía ciertas grietas fatales. Los cambios habían sido inquietantes, especialmente para muchos de los peronistas. Miguel Ángel Correa, cabeza del sindicato de los carpinteros locales y secretario general electo de la CGTA cordobesa, sentía el desasosiego de muchos peronistas ante la súbita aparición de estudiantes, sacerdotes radicalizados, trotskistas y todo tipo de activistas izquierdistas en la sede central de la CGTA.53 Elpidio Torres creía que ésta estaba sometiendo a presiones irrazonables a la conducción sindical de toda la ciudad, creando en las bases expectativas que no podrían ser satisfechas, dado el debilitamiento de los sindicatos y la ofensiva general de los empleadores contra ellos. Sin duda, este temor se agravó a causa de la formación dentro de su propio SMATA de un movimiento de bases en respaldo de la afiliación de los trabajadores mecánicos a la CGTA.54

Dudas como la de Torres, sin embargo, todavía no extendían la oposición, y el entusiasmó por Ongaro seguía siendo grande en la ciudad. Con la reelección de Tosco como secretario general de Luz y Fuerza en el mes mismo de la afiliación de Córdoba a la CGTA,

Ongaro se aseguraba un importante aliado en un sindicato estratégico e influyente, pero en los embriagadores días de mayo ni siquiera era necesaria la ayuda de Tosco para sostener su rebelión. Córdoba se convirtió rápidamente en el centro de agitación de la CGTA más importante del país, la capital espiritual del nuevo movimiento obrero. A lo largo de junio y principios de julio, los vandoristas leales que quedaban se dispersaron para unirse a lo que ahora parecía ser una fuerza irresistible. De las principales organizaciones obreras de la ciudad, sólo ios sindicatos de empresa de Fiat y ei SMATA de Torres seguían vacilando. Las defecciones y el disenso dentro del

SMATA acerca de la cuestión de la CGTA tenían mucho que ver con la percepción de que el propio Perón había jugado su suerte a la de

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Ongaro. En efecto, a lo largo de junio Perón dio a' conocer declaraciones públicas y reveló correspondencia qué indicaban un respaldo incondicional a la rebelión de la CGTA.55

La defección más significativa del campo de Vandor había sido indudablemente la de la UOM de Alejo Simó. La vacilación inicial y el deseo de éste, como el de Torres, de mantenerse libre de Ongaro quedaron superados por su acostumbrado pragmatismo. Simó ya se había alejado de Vandor a comienzos de 1966, cuando en enero la UOM cordobesa se puso al lado de la facción de José Alonso en contra de la vandorista en la división de las 62 Organizaciones. No obstante, ambas facciones habían llegado a un entendimiento y una

virtual alianza después del golpe de junio de 1966, primero en su decisión de apoyar al gobierno de Onganía y luego en su oposición a Ongaro y la CGTA. Pero Simó ya no podía permitirse permanecer leal a las estratagemas tácticas de la jerarquía obrera peronista, porlo que examinó las posibilidades que le ofrecía una afiliación a la combativa CGTA.

Al tomar su decisión, Simó y la conducción de la UOM cordobesa experimentaban, sin duda, la presión implacable de la crisis vigente en su industria. En mayo, la planta de Electromecánica había interrumpido la “producción y echado a todo su personal, un hecho que

coronó una serie de quiebras y despidos en la industria metalúrgica local, producidos desde principios de ese año.56La decisión de Simó de llevar al sindicato y sus ortodoxos a la CGTA fue por lo tanto una necesidad estratégica. El líder de la UOM sentía que la afiliación a la más combativa CGTA era esencial para paliar los rezongos y el descontento entre los trabajadores del gremio, y tal vez hasta para resistir con mayor eficacia los movimientos ofensivos de la patronal. En junio, Simó se contaba entre los más importantes aliados locales de Ongaro. Era una de las fuerzas impulsoras del día de protes ta, una huelga general de 24 horas realizada el 28 de junio para

repudiar tanto el segundo aniversario del golpe de Onganía como las maquinaciones en curso por parte de Vandor para frustrar los resultados del congreso de marzo. La crisis en su industria y los cambiantes vientos de la política obrera nacional obligaron a Simó a promover una improbable alianza entre sus ortodoxos —los bastiones locales de las tendencias de derecha, verticalistas, nacionalistas y conservadoras dentro del movimiento obrero peronista— y la CGTA, así como a lanzarse a una militancia atípicamente osada.

En Buenos Aires, los sindicatos aún leales a Vandor fueron testigos de la defección de Simó y otros con una creciente perplejidad.

Hacia fines de junio la CGTA de Ongaro podía afirmar que tenía650.000 afiliados, con su mayor fuerza en las provincias, en tanto los sindicatos de Vandor, con su base de poder en los gremios in

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dustriales del Gran Buenos Aires que estaban sometidos a sitio pero aun se conservaban intactos, alegaban contar con alrededor de 785.000.57Por todas partes había señales de que se difundía la actitud de subirse al cairo del triunfador, especialmente en el interior, y de una confusión progresiva en el campo vandorista. Ongaro sencillamente ignoró el congreso obrero en minoría que Vandor realizó a fines de mayo, en el que había intentado reunificar la CGT y restablecer la autoridad de los vandoristas. Como crecían las perspectivas de una división permanente entre dos facciones aparentemente irreconciliables del movimiento obrero nacional, Vandor adoptó una estrategia más agresiva. Las intervenciones contra determinados sindicatos, una vez más con infracciones estatutarias equívo

cas y en ocasiones fabricadas, y ías tácticas intímidatorias aún más flagrantes se convirtieron en un lugar común. Vandor tenía la esperanza de poder eliminar a la CGTA mediante la neutralización de los sindicatos más perturbadores y lograr luego una reunificación obligada y sólo tenuemente disfrazada del movimiento obrero a través de procedimientos electorales formales. A fines de junio presidió un congreso nacional de los sindicatos de Azopardo en Rosario para dar aviso de que combatiría a los sindicatos ongaristas en su mismísima jurisdicción, el interior.58

Córdoba, una fortaleza que ni siquiera Vandor estaba preparado para escalar, permaneció intacta. La presencia de los independientes de Tosco en la ciudad, de un poderoso bloque obrero no peronista, implicaba que el verticalismo no podría volver a establecerse por el mero aislamiento y la eliminación de los sindicatos ongaristas recalcitrantes. El sindicato que seguía sosteniendo tanto a los independientes como a la CGTA era Luz y Fuerza. Dada la rebelión de Ongaro, el sindicato lücifuercista articuló con mayor claridad que en el pasado una estrategia ideológica y política. Ideológicamente, se acercó más a posiciones genuinamente socialistas, en vez de las antiimperialistas a las que había adherido antaño. Políticamente, Tosco y el gremio adoptaron una estrategia de defensa del pluralis

mo del movimiento obrero local y de promoción de la CGT cordobesa como dirigente del cambio conducido por la clase obrera. El sindicato no apuntaba ni a la conquista del poder estatal por la clase obrera ni a la formación de un partido obrero independiente. La convicción de Tosco de que la democratización del movimiento obrero tenía que preceder a cualquier participación significativa de la clase en un proyecto socialista implicaba una estrategia doble: proteger a Córdoba como reducto de un movimiento obrero alternativo y disidente y alentar movimientos como el de la CGTA, que procuraban socavar el poder de los caciques sindicales.

Ongaro confiaba ampliamente en Luz y Fuerza y en Córdoba para

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sostener su rebelión a lo largo del invierno de 1968, pero ía CGTA ya

estaba comenzando a trastabillar. Uno de los problemas era él mismo. Quijotesco e impulsivo, emprendía proyectos que revelaban una personalidad poco práctica y que hacían que muchos se preguntaran acerca de su aptitud para conducir un movimiento que representara una alternativa realista para los trabajadores del país. La alianza obrero-estudiantil también implicaba riesgos. La afanosa participación de los estudiantes dio a la CGTA un mayor poder movilizador así como un marco de voluntarios para desempeñar el necesario trabajo proselítista y administrativo, pero también exponía a los sindicatos a acusaciones de apostasía que actuaban sobre

la latente antipatía de los trabajadores para con los estudiantes. Los vandoristas empezaron a referirse despreciativamente a la organización de Ongaro como la “CGT de los estudiantes” y a sembrar dudas acerca de las verdaderas intenciones y lealtades de aquél. Ongaro respondió imprudentemente a esas acusaciones, defendiendo a la CGTA como un “frente civil ” y un “movimiento de resistencia

popular ”, dando con ello crédito a los rumores de manipulación por la izquierda y las organizaciones estudiantiles. Sus estrechas relaciones con el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y los teólogos de la liberación también eran inquietantes. En muchos sindicatos peronistas subsistía un anticlericalismo visceral, y los esfuerzos de Ongaro por obtener el respaldo de la Iglesia fueron recibidos por muchos gremialistas con un recelo indisimulado.

Más perturbadora para los aliados de Ongaro en Córdoba era su tendencia a distraerse en causas que desviaban su atención de la construcción de un movimiento obrero alternativo. Por ejemplo, gastaba mucha energía en organizar cooperativas y ligas de defensa, una vez más con la participación preponderante de organizaciones estudiantiles y el clero activista, en las villas miseria, las barriadas pobres que rodeaban a Buenos Aires. En el año de la rebelión de la CGTA, el problema de las villas miseria se había convertido, ciertamente, en una cuestión nacional. El fracaso del “Plan Nacional*’ de Onganía para eliminarlas a través de la construcción de viviendas públicas y la provisión de préstamos a bajo interés para los villeros, un programa que básicamente no pasó de los anteproyectos en los ministerios donde se lo redactó, hizo que se lo reemplazara por el enfoque más expeditivo de desalojar a los intrusos y arrasar con topadoras sus casillas y viviendas improvisadas. En julio, Ongaro se había lanzado a una loable pero impolítica campaña por la defensa de las villas miseria.59 La campaña pareció ocupar una parte excesiva del tiempo de la CGTA y en un momento particular

mente crucial, contribuyendo a alimentar la creciente fama de Ongaro como líder bien intencionado pero soñador y la sensación

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de que la CGTA era una colección de excéntricos y variados descon

tentos políticos, en vez de una alternativa sindical seria.A pesar de la incertidumbre en las filas obreras con respecto a las tácticas de Ongaro e incluso a su juicio y lealtades, la CGTA siguió siendo una seria alternativa al vandorismo a lo largo de todo el invierno. A principios de julio, la CGTA cordobesa fue capaz de dirigir una gran campaña de afiliación en las provincias, lo que le aseguró a Ongaro el respaldo de la mayor parte del interior. Las aguas de la rebelión de la CGTA habían alcanzado su máximo nivel. Con los sindicatos provinciales afianzados sólidamente en su campo y los progresos hechos en plazas fuertes vandoristas tales como La Plata, Berisso y Ensenada, la confianza era mucha. La organización constituía un desafío serio para los sindicatos de Vandor en Buenos Aires.60

La campaña para ganar los grandes sindicatos industriales por teños fracasó completamente. Ongaro había subestimado las facultades de intimidación y coerción, y sobreestimado el grado de descontento de las bases con la conducción establecida en los sindicatos de Vandor, También Perón contribuyó al fracaso de la CGTA. Desde fines de julio y a lo largo de agosto, llegaron desde Madrid llamados a la reunificación del dividido movimiento obrero, llamados que muchos sindicatos peronistas entendieron como una orden

para realinearse con Vandor. En Córdoba, algunos gremios peronistas comenzaron a sospechar que su respaldo a Ongaro había sido prematuro. Simó llegó al punto de tener una serie de encuentros con Vandor que fueron ampliamente publicitados en la prensa cordobesa e interpretados, en general, como negociaciones para resolver sus diferencias y devolver a la UOM cordobesa al redil vando- rista.6l

No obstante, por el momento Córdoba era segura para Ongaro. Aunque el mismo Tosco había empezado a expresar frustración por el carácter antojadizo de aquél, se había apostado todo a la rebelión de la CGTA y no había camino de retomo. A principios de septiembre, los partidarios cordobeses de Ongaro, incluyendo a vacilantes como Simó, aprobaron el recientemente redactado picar de acción de la CGTA, un programa de resistencia al gobierno que mantendría a Córdoba en un estado casi permanente de agitación durante los nueve meses siguientes, mientras en Buenos Aires el ongarismo languidecía. El precio que los sindicatos cordobeses siguieron pagando por su lealtad a la CGTA fue a veces el ostracismo con respecto a sus centrales y otras unas formas más directas de intimidación. La FATLYF finalmente efectivizó una largamente anunciada expulsión del Luz y Fuerza cordobés a principios de noviembre, junto con la de otras seccionales como San Nicolás y Pergamino, que se

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guían apoyando a la CGTA.1’2 Otros sindicatos sufrieron similares

o peores represalias, pero Córdoba permaneció leal a Ongaro. En los últimos meses de 1968, ios partidarios de la CGTA local se desplegaron por las provincias para apoyar y aconsejar a los sindicatos en huelga, como los trabajadores azucareros de Tucumán y Salta y los gráficos de Santa Fe, mientras Ongaro hacía caso al consejo de Tosco de mantenerse más cerca de las cuestiones gremiales y lanzaba a la CGTA tras la huelga de los trabajadores petroleros de Ensenada.

El respaldo masivo demostrado en octubre por los sindicatos de Córdoba, Rosario y Tucumán en una huelga de solidaridad con los

trabajadores petroleros reafirmó la estrategia provincial de la CGTA.63Ongaro llevó la huelga de Ensenada a Mendoza y otras zonas petrolíferas del país y recuperó momentáneamente el ímpetu que la CGTA había perdido en los meses anteriores. Elevó las protestas de los trabajadores de Ensenada, inicialmente una disputa puramente local referida a la oposición sindical a la concesión de contratos de exploración y perforación a empresas extranjeras, aí status de cuestión nacional, haciendo con ello que la CGTA apareciera como la defensora del patrimonio nacional. La huelga petrolera, sin embargo, demostró ser para la CGTA sólo un reanimamiento momentáneo. En los meses siguientes, mientras la huelga se prolongaba morosamente y Ongaro parecía perder interés en ella, Vandor ordenó a las centrales sindicales asumir el control de una serie de sindicatos de la CGTA en Buenos Aires y engatusó a otros para que desertaran, con lo que Ongaro perdió el escaso respaldo que le quedaba allí.

Después del derrumbe de la huelga petrolera el 10 de diciembre, las dudas de Tosco acerca de Ongaro se convirtieron en una amarga desilusión. Para impedir más perjuicios a la CGTA, Tosco lo convenció de que emprendiera una gira para dar discursos en las provincias, donde su popularidad personal seguía siendo alta, a fin de mantenerlo alejado de Buenos Aires, en donde la hemorragia de la confederación obrera proseguía sin interrupción. Ongaro se erigía ahora en un serio riesgo para el movimiento obrero disidente, el símbolo de lo que los caciques sindicales peronistas describían entonces, diestramente, como un intento más chapucero que malevolente de dividir al movimiento obrero del país. Durante los meses siguientes, Tosco trabajó para salvar lo que quedaba de la CGTA a través de una definición más clara de sus posiciones políticas y fortaleciendo sus lazos con la izquierda, particularmente en el movimiento estudiantil cordobés, a fin de compensar el debilitamiento de su base

obrera.Vandor se reconcilió con Perón a principios de 1969, y éste orde

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nó a Ongaro que disolviera ía CGTA, eliminando las pocas esperanzas que quedaban del predominio de ésta en un considerable número de sindicatos peronistas. Entre tanto, el errático comportamiento de Ongaro le estaba enajenando hasta a sus más sólidos partidarios.64Perón recibió a Vandor en Madrid y le urgió que hiciera mayores esfuerzos para volver a unir al movimiento obrero, ostensiblemente para combatir a los sindicatos p a r t i c i p a c i o n i s t a s pro gobierno, pero también para eliminar la rebelión de Ongaro, un movimiento que ya carecía de utilidad para Perón y parecía ser un refugio para las tendencias más radicales del país, tanto dentro como fuera del movimiento obrero. En realidad, lo que obstruía el restablecimiento del u e r t i c a l i s m o , particularmente en Buenos Aires, ya

no era tanto el o n g a r i s m o como las expandidas filas del p a r t i c i p a c i o - n i s m o . Conducidos por dirigentes gremiales como Taccone, de Luz y Fuerza de Buenos Aires, y Rogelio Coria, de los trabajadores de la construcción, estos sindicatos trabajaban en estrecha vinculación con el ministro de Trabajo de Onganía, San Sebastián, y se habían convertido en una fuerza mayor dentro del movimiento obrero hacia comienzos de 1969. En Buenos Aires, las deserciones de la CGTA pasaron a ser una virtual retirada, dado que sindicatos antes o n g a r i s t a s decidieron volver a unirse a Vandor o incluso afiliarse a los p a r t i c i p a c i o n i s t a s , en la esperanza de conseguir una mejor posición para negociar con el gobierno.

En ías provincias, el colapso de la rebelión no fue tan completo, pero la CGTA había perdido sin ninguna duda parte de su atractivo y las deserciones se producían incluso en algunas de sus antiguas plazas fuertes. Sólo en Córdoba permaneció intacto el núcleo del respaldo a la CGTA. El 10 y 11 de enero de 1969, los sindicatos cordobeses auspiciaron el Congreso del Peronismo Combativo para mantener viva la rebelión de la CGTA en la ciudad. El estado de agitación de ésta se puso de relieve varios días más tarde, cuando la CGT cordobesa publicó su “Declaración de Córdoba”, en la cual volvía a repudiarse el p a r t i c i p a c i o n i s m o y se convocaba a todos los

“sectores populares” a oponerse al gobierno.65 En la segunda ciudad industrial de la Argentina seguía existiendo una relación operativa entre los sindicatos independientes y peronistas, que mantenían la promesa de cooperación, al menos en los problemas locales. Ésta fue la verdadera significación de la rebelión de Ongaro para Córdoba. La CGTA había movilizado a la mayoría de la clase obrera cordobesa detrás de una bandera común. Los sindicatos que, como el SMATA, no se habían unido a Ongaro, por lo menos no habían apoyado activamente a Vandor sino que siguieron una política neutral. El resultado fue una ruptura adicional de las barreras entre sindicatos peronistas y no peronistas y mayores oportunidades para

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el diálogo y la cooperación. La rebelión de Ongaro también habla for jado una alianza obrero-estudiantil en Córdoba que, si bien causó disensos en algunos sindicatos» ofrecía ventajas tácticas que realzaron en gran medida la independencia del movimiento obrero local Los cambios provocados por la CGTA transformaron el equilibrio de poder en el movimiento obrero cordobés e hicieron posible la amplia cooperación entre las organizaciones obreras de la ciudad que condujo a la mayor protesta obrera en medio siglo de historia argentina.

NOTAS

1Oscar Anzorena, Tiempo d e v io lenc ia y d e u top ía (1 9 6 6 -19 76 ) (Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1988); Guillermo O’Donnell, M o d e m i z a t t o n a n d B u r ea u c r a t i c Au t h o r i t a r i a n i s m (Berkeley y Los Angeles: Universiiy of California Press, 1979); Gregorio Selser, E l On g a n i a t o , 2 volúmenes (Buenos Aires: Hyspamérica Ediciones Argentinas, 1986).

2 William C. Smith, A u t h o r i t a r i a n i s m a n d t h e Cr i s i s o f t h e A rg en t i n e PoliticalEconomy (Stanford, Calif.: Stanford Universiiy Press, 1989), pp. 74- 100; Paul H. Lewis, The Cr i si s o f Arg e n t i n e Ca p i t a l i sm (Chapel Hill: Univer- sity of North Carolina Press, 1990), pp. 281-286.

3 John Humphrey, “Auto Workers and the Working Class in Brazil”, La t ín Am er ica n Per spec t i ves , vol. 6, n° 4 (otoño de 1979), p. 71.

4 Daniel James, Res i s t a nce and In t eg ra t i o ru Peron i sm a nd th e Argen t in e Wor k i n g C l a s s ,1 9 4 6 -1 9 7 3 (Cambridge: Cambridge Universiiy Press, 1988), [Res i s t enc i a e i n t eg ración . E l pe ron i smo y l a c l a se t ra ba j ado ra a r gen t ina , 1946-1976 , Buenos Aires: Sudamericana, 1990], pp. 174-175.

5 In for me, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 77 (julio de 1966), pp. 6-7.

6 Entrevista con Felipe Alberti, ex secretario de Asuntos Gremiales, Luz y Fuerza de Córdoba, 22 de julio de 1985.

7 Guy Bourde, “L’État-patron et les luttes des cheminots en Argentine

(1947-1967)”, L e Mouuement Social, n° 12 (octubre-diciembre de 1982), pp. 7-43; Silvia Sigal, "Crise économique et action ouvriére: Les travailleurs du sucre de Tucumán (1966-1968)”, Le Mouu ement Socia l , n° 12 (octubre-diciembre de 1982), pp. 45-69.

8Anzorena, Tiempo de violencia y d e ut opía (19 6 6-197 6), p. 36.9Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 80 (oc

tubre de 1966), pp. 21-30.i 0 I b i d „ n° 84 (febrero de 1967), pp. 17-19.11I b i d ., n° 85 (marzo de 1967), pp. 12-23.12 Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio

nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Biographic Report: Raimundo José Ongaro”, A-

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908, 19 de junio de 1968. También estaba presente en la reunión Rodolfo Walsh, quien pronto sería el principal colaborador intelectual de Ongaro en el movimiento de la Confederación General del Trabajo de los Argentinos. Perón no hizo público su apoyo a Ongaro hasta varios meses más tarde.

13In fo rme , Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 98 (abril de 1968), pp. 20-35.

u Raimundo Ongaro, Sólo el p u eblo sa l var á a l pu eblo (Buenos Aires: Editorial de las Bases, 1970}, p. 15.

15Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 97 (marzo de 1968), pp. 23-24.

16 Ibi d ., n ° 102 (agosto de 1968), pp. 6-7.i7Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction Juridi-

que 0734, 3400, “Argentine", carpeta "Situation IKA”, memorándum de J.

M. Palacios a M. Maison, 16 de enero de 1967.18Ibid., memorándum de A. Compain Mefray a M. Maison, 3 de febrero de 1967.

19Gilíes Gleyze, “La Régie Nationaie des CJsines Renault et l’Amérique Latine depuis 1945. Brésil, Argentine, Colombie” (tesis de Maestría en Humanidades, Universidad de París X-Nanterre, 1988), pp. 181-182.

“ Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des Affaires Intemationales 0200, carpeta 1071, “Personnel IKA”, documento “Réduction des effectifs et salaires d’IKA-Renault”, 22 de abril de 1968. Renault eliminó, por ejemplo, 262 puestos en su planta de herramientas y matrices durante estos meses.

21Ibid., Direction des Services Financiers 0764, carpeta 113, "IKA-Renault S.A.", carta de M. Lavaud, presidente de IKA-Renault, a M. Maison, 24 de junio de 1968.

22I n f o r m e , Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 89 (julio de 1967), p. 6.

23L a Voz d el In ter ior, 20 de septiembre de 1967, p. 19.24ibid , 27 de abril de 1967, p. 13.25Agustín Tosco, “El congreso votó no, la Historia votó si", en A. Lannot,

comp.y Agu st ín Tosco: pr esent e en l as lu chas d e la c la se obrera (Buenos Aires: Jorge Lannot y Adriana Amañtea, 1984), p. 86.

26El estudio de Iris Marta Roldán sobre el Luz y Fuerza cordobés. S i n d i c a t o s y p r o t e st a soci a l : u n es t u d i o d e c a s o d el s i n d i c a t o d e L u z y F u e r z a

d e Cór d o ba , 1 9 6 9 -1 9 7 4 (Amsterdam: Center for Latin American Research and Documentation, 1978), es un perspicaz análisis del sindicato y proporciona un vistazo particularmente interesante de la política gremial interna en un momento político de importancia crucial. La debilidad del libro es su ahistorícidad general, por basarse las conclusiones de Roldán en gran medida en sus observaciones personales que, empero, a menudo son muy convincentes. Su trabajo de campo se efectuó entre septiembre de 1973 y octubre de 1974, un período de transición para el sindicato como resultado de la restauración del régimen peronista y cierto agotamiento existente luego de casi siete años de lucha ininterrumpida. A causa de ello, algunas de sus conclusiones parecen excesivamente lapidarias y subjetivas.

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51 Ibid., 5 de mayo de 1968, p. 25.52 Ibid., 1 1 de mayo de 1968, p. 16.

53Entrevista con Miguel Ángel Correa, secretario general de la CGTA de Córdoba entre 1968 y 1969, Córdoba, 3 de julio de 1985.54Entrevista con Elpidio Torres, secretario general del SMATA de Córdo

ba de 1958 a 1971, Córdoba, 12 de julio de 1987; Judith Evans, Paul Hoeffel y Daniel James, “Reflections on Argentine Auto Workers and Their Unions", en R. Kronish y K. Mericle, comps., The Polit ical Economy o f the La t ín A m e r ican Motor Vehi cle Indus t ry (Cambridge, Mass.: MÍT Press, 1984), p. 144; Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los ’60: el ámbito de trabajo y la dimensión cultural". Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Provincia de Córdoba, Informe Anual, abril de 1991, p. 79.

55Un gesto público crucial de respaldo fue la ampliamente publicitada carta de Perón a Ongaro (27 de junio de 1968), publicada por primera vez en Cri s t ian ismo y Revolu ción , en la que lo declaraba el único líder legítimo del movimiento obrero. Roberto Baschetti, Docum entos de l a Res is tenci a Peron is ta (19 55 -19 70 ) (Buenos Aires: Puntosur Editores, 1988), pp. 285- 286.

56La Voz del In ter ior, 2 de julio de 1968, p. 11 .

57Revi ew o f th e River Píat e, vol. 143, n° 3678 (22 de junio de 1968), p.11 .

SBInforme, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 101 (julio de 1968), p. 34.

59CGT, voí. 1, n° 10 (4 de julio de 1968), p. 2.60 Ongaro declaró la guerra abierta contra Vandor: “Ahora, los trabajadores tenemos que entregamos por completo a la reconquista del cinturón

industrial de Buenos Aires, donde algunos poderosos ^sindicatos, antes combativos, siguen siendo manipulados por media docena de dirigentes traidores. Por eso, para nosotros sólo hay un camino. Una movilización general de cada u n o de l os grupos qu e se oponen a la «ca m ar i l l a», un a batalla en cada comisión interna, una asamblea en cada fábrica”. CGT, vol. 1, n° 12 (18 de julio de 1968), p. 1.

6! La Voz d el In ter io r, 11 de septiembre de 1968, p. 18.62 Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 105

(noviembre de 1968), p. 42.63 CGT, vol. 1, n° 26 (24 de octubre de 1968), p. 2.64Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio

nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Recent Activities of Trade Unionist Raimundo Ongaro”, A-37, 3 de febrero de 1969.

65Mónica B. Gordillo, “Los prolegómenos del Cordobazo: los sindicatos líderes de Córdoba dentro de la estructura de poder sindical”, Desar ro l lo Económico, vol. 31, n° 122 (julio-septiembre de 1991), p. 185.

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5. El Cordobazo

En 1963, mientras trabajaba en la fábrica de aviones local, Pablo se enteró de que Industrias Kaiser Argentina estaba empleando personal y pagaba mejores salarios que el que él recibía como mecánico en el complejo de las Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado. Un día que estaba libre, tomó un ómnibus hasta Santa Isabel y solicitó trabajo en las plantas de Kaiser. Allí, la oficina de personal de IKA le tomó una sencilla prueba de aptitud mecánica y le informó que tenía buenas posibilidades de conseguir empleo en una de las fábricas. Poco después lo contrataron. Sin embargo, muy pronto Pablo quedó desilusionado con su nuevo trabajo, al descubrir que los conocimientos de mecánica que había adquirido en la

fábrica de aviones eran de poca utilidad en las líneas de montaje de Kaiser. Cuando lo transfirieron a una línea en el departamento de pintura, una tarea para la que tenía poca experiencia y en la que se sentía fuera de lugar, su frustración aumentó. También se dio cuenta rápidamente de que los salarios más altos tenían un precio y que estaba trabajando “tres veces más” que en la fábrica de aviones, donde los ritmos de producción y la marcha del trabajo eran relativamente lentos comparados con los que encontró en IKA-Renault.

Juan Baca también se había sentido tentado por los salarios más altos y lo que se reputaba como mejores condiciones laborales en el

complejo IKA, donde los trabajadores disfrutaban de la protección de un “verdadero sindicato”, que representaba sus intereses antes que los de la empresa. Desde 1959 a 1966 había trabajado en el complejo Fiat, pero en 1967 pudo entrar a la planta de Kaiser en Perdriel como operario calificado de herramientas y matrices. En general se sentía complacido con el nuevo empleo aunque, para su sorpresa, lo intranquilizó el gran número de activistas sindicales con los que se encontró en la planta, de muchos de los cuales sospechaba que eran izquierdistas más que peronistas, el grupo con el que se identificaba orgullosamente. En mayo de 1969 Juan Baca hacía horas extras en casi todas las oportunidades que se le presentaban. Las numerosas huelgas de los dos últimos años y la pérdida resul

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tante de días de trabajo habían disminuido su salario neto. Como Pablo, había aprendido que, a pesar de las ventajas aparentes, el empleo en IKA-Renault también tenía sus inconvenientes. En este caso, un sindicato más independiente y sensible también implicaba más huelgas, la pérdida de días de trabajo y problemas financieros para su familia.

En 1966, Alberto dejó su casa en Villa María, una próspera ciudad agrícola de la provincia de Córdoba, para comenzar sus estudios universitarios de Arquitectura. El día de su llegada a la ciudad, se vio enfrentado a un sorprendente despliegue callejero de airados trabajadores mecánicos, siendo testigo por primera vez en su vida de las huelgas sindicales de las que los diarios argentinos hablaban continuamente. Se unió a la columna en marcha sin entender plenamente contra qué protestaban los trabajadores. Su educación política quedó interrumpida el año siguiente por la colimba, el servicio militar obligatorio que, irónicamente, contribuyó a instilar en él, como lo haría en müchos de los jóvenes izquierdistas de los años setenta, el odio a los militares. Cuando volvió a Córdoba al año siguiente, encontró a la ciudad notablemente cambiada. El clima político se había endurecido y, en la Facultad de Arquitectura, lo que antes eran desacuerdos políticos amistosos se habían convertido ahora en acres disputas ideológicas. Los grupos de estudiantes

reformistas que dominaban la política universitaria cuando él se fue de Córdoba habían sido eclipsados por las más recientes organizaciones marxistas y peronistas de izquierda, que se interesaban no sólo en proteger la autonomía universitaria como lo habían hecho los grupos estudiantiles en los primeros días de la dictadura de Onganía, sino también en abogar por una transformación completa de la sociedad argentina, llegando algunos de ellos a propugnar una revolución socialista.

Eduardo también esperaba empezar sus estudios de Arquitectura. A diferencia de Alberto, llegó a Córdoba después del golpe y se encontró con el examen de ingreso que Onganía había establecido en las universidades durante su primer año de gobierno. El presidente había afirmado que ese examen era necesario para mejorar la calidad de la educación superior en el país, si bien muchos, como Eduardo, creían que no se trataba más que de un intento descarado de eliminar el legado del movimiento de la Reforma Universitaria iniciado en Córdoba en 1918, para restaurar la naturaleza elitista de la universidad argentina y minar su carácter de principal institución promotora de la movilidad social en el país. Eduardo no aprobó el examen, una amarga desilusión y una fuente de orgullo herido, si no exactamente vergüenza, para él y su familia. No haber

conseguido la admisión en la universidad le significó perder un año

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con un trabajo de tiempo parcial en la empresa telefónica local y

estudiando para el examen de ingreso del año siguiente. En 1968 logró aprobarlo y entró a la Facultad de Arquitectura, pero conservó su empleo de tiempo parcial en la compañía telefónica; las frustraciones y la ira por el año perdido emponzoñarían durante mucho tiempo su vida como una inquina personal contra un gobierno al que consideraba elitista e ilegítimo.

Erio Vaudagna, un cura párroco de la barriada obrera de Los Plátanos y una de las figuras más importantes del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo local, notó cambios significativos en su barrio hacia 1969. La población de éste se componía casi entera

mente de trabajadores empleados en las industrias mecánicas. Él estimaba que más de la mitad trabajaba en el complejo IAME, otra parte considerable en las plantas de IKA-Renault y una pequeña cantidad en las más distantes fábricas de Fiat A pesar del carácter obrero de la barriada, en ella las barreras tradicionales entre estudiantes y trabajadores habían sido rotas parcialmente. Los estudiantes habían comenzado a actuar como voluntarios en las actividades parroquiales, viajando desde sus propios barrios a Los Plátanos para participar en sus programas de servicios comunitarios así como para organizar debates, conferencias y discusiones políticas en la iglesia.

Al principio, los trabajadores los recibieron con más recelo que gratitud, pero su presencia había pasado a ser parte de la vida parroquial.

Las vidas muy diferentes de Pablo, Juan Baca, Alberto, Eduardo y el padre Vaudagna encontraron un vínculo excepcional en su participación en el levantamiento del 29 y 30 de mayo de 1969, que más adelante se conocería como el Cordobazo. Todos, cada uno por sus propias razones, se unirían a la revuelta y experimentarían grados diversos de identificación con la furiosa naturaleza de la protesta de aquellos días, lo mismo que otros miles de habitantes de la

ciudad, cada uno con su propia historia personal. La complejidad del Cordobazo y su carácter de acontecimiento distintivamente cordobés quedaron revelados en esa diversidad. El levantamiento también representaría un punto de inflexión en las vidas de todos ellos, a causa de los profundos efectos que tendría sobre el país.

El Cordobazo se erige como uno de los acontecimientos y divisorias de aguas históricos genuinamente seminales de la Argentina del siglo XX. Su efecto político inmediato fue desacreditar a la dictadura de Onganía y debilitar los fundamentos de lo que otrora parecía el más fuerte de todos los regímenes posperonistas. Tanto den

tro como fuera del gobierno, desencadenó fuerzas que obligarían a Onganía a renunciar menos de un año después, desmantelando el programa económico gubernamental y algunas de sus pretensiones

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autoritarias y abriendo camino a la restauración dei régimen democrático en 1973. -

No obstante, más que el de precipitante de una nueva crisis política y otro cambio de régimen, el legado más significativo del Cordobazo fue el de un símbolo. El efecto del levantamiento sobre la clase obrera local y la izquierda argentina fue nada menos que revolucionario. Rápidamente mitologizado por ambas, se convirtió en la piedra de toque, el hito mediante el cual la izquierda peronista y las organizaciones y los partidos marxistas, así como determinados sectores del movimiento obrero, evaluaron todas las movilizaciones obreras ulteriores en la ciudad. Finalmente, alentó a todos aquellos que, tanto dentro como fuera del movimiento obrero, estaban descontentos con el peronismo y el sindicalismo peronista a elaborar un proyecto político alternativo ¿el clasismo, para la cíase obrera argentina. La promesa incumplida del Cordobazo y el notable alcance que eí levantamiento tuvo en las mentes de los trabajadores y los miembros de los grupos izquierdistas, particularmente los de Córdoba, influyeron en los acontecimientos posteriores durante varios años. En cierta medida, toda la furiosa agitación laboral de los seis años siguientes se produjo a la sombra del Cordobazo. Algunos sindicatos trataron conscientemente de recrear la experiencia, y otros la usaron como un ejemplo edificante del poder latente de la clase obrera, pero de una u otra manera todos lo tomaron como guía.

Desafortunadamente, la gran significación del suceso no ha sido igualada por la precisión de sus descripciones, ni por la eficacia o la plenitud de las explicaciones propuestas por quienes lo analizaron. Con frecuencia, las investigaciones sobre el Cordobazo han sido malogradas por interpretaciones excesivamente esquemáticas, silogísticas y sociológicas en su mayor parte, que prestaron una atención insuficiente a la complejidad histórica del levantamiento. En general, tales explicaciones lo presentaron como una especie de metáfora de las contradicciones del desarrollo capitalista de la Argentina de posguerra. Los efectos destructivos de la industrialización súbita, de capital intensivo y tecnológicamente sofisticada, tal como la promovieron las actividades de las firmas automotrices extranjeras, se proponen a menudo como una explicación cabal del levantamiento. Esas interpretaciones se extendieron en la gran sensación de privación y pérdida de privilegios experimentada por el muy bien pagado proletariado automotor, cuyas aspiraciones de movilidad se vieron crudamente frustradas por la declinación de la industria automotriz cordobesa, y en los problemas exacerbados por un régimen político que dejó a los sectores dinámicos de la econo- rhía las manos libres para que atacaran sus costos laborales. Dada

la ausencia de alternativas electorales, la clase obrera cordobesa,

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liderada por los trabajadores del automóvil, fue supuestamente empujada a lo que, efectiva si bien inconscientemente, eran posiciones revolucionarías. Se vio así el Cordobazo como una especie de asalto obrero al poder estatal, si bien frustrado y rudimentario. En síntesis, se describió a la protesta como encabezada por los sectores más privilegiados de la clase obrera, en una ciudad donde la conciencia de clase se había desenvuelto más precozmente debido a su desarrollo económico excéntrico.1

Las insatisfactorias interpretaciones del Cordobazo han sido el resultado de dos enfoques: una aplicación inadecuada de teorías sobre la aristocracia obrera, que equipara de manera simplista los

salarios más altos del proletariado automotor con un status privilegiado y por lo tanto con una sensibilidad inusual al deterioro de la economía local; y, a la inversa, la atribución de un status de “vanguardia” a los trabajadores, y con ello una mayor inclinación a emprender una crítica sistemática de las relaciones capitalistas de producción en virtud de su empleo en una empresa industrial moderna y multinacional. Á menudo ha habido también lisa y llanamente inexactitudes en lo que respecta a los hechos mismos del levantamiento. Los estudios existentes sobre el Cordobazo han omitido reconocer de manera adecuada la diversidad de la clase

obrera que participó en él, y también subestimaron la complejidád social del acontecimiento: la importancia de la intervención de otras clases y grupos que fue exclusiva de Córdoba y que carecían de los objetivos específicos de los sindicatos. La destrucción y la pérdida de vidas causadas por la protesta, por ejemplo, no pueden explicarse simplemente por la irá de la clase obrera. La violencia que rodeó al suceso fue sin duda mayor que la profundidad del descontento obrero, y los centros de destrucción y resistencia, los barrios Clínicas y Alberdi, eran vecindades estudiantiles y ño cotos obreros. Después que el ejército entró en la ciudad al anochecer del 29 de mayo, los trabajadores, tal vez asustados por lo que habían desencadenado, se retiraron en su mayoría de la protesta, mientras los estudiantes y los francotiradores, estos últimos nunca identificados pero probablemente integrantes de la izquierda clandestina de Córdoba, resistían el avance del ejército. El Cordobazo fue una protesta popular con un carácter predominantemente obrero, pero también contenía elementos de una rebelión popular y una insurrección urbana independientes del control de los trabajadores.

Obviamente, el Cordobazo se produjo en un ámbito económico y social único. El tardío y repentino desarrollo industrial de Córdoba había creado una clase y un movimiento obrero locales que eran más independientes, democráticos y combativos que en cualquier otra parte del país, y que tenían algunas características muy partí-

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culares. No obstante, en sí mismo el desarrollo de la ciudad encabe

zado por la industria automotriz ofrece una explicación insatisfactoria del levantamiento. El Cordobazo fue un hecho, complejo en el cual amplios sectores de la clase obrera, así como de otras, participaron bajo el peso de influencias culturales, intelectuales y políticas que, en conjunto, eran probablemente más poderosas que los problemas inmediatos de la industria automotriz o la economía local. Los orígenes inmediatos del Cordobazo se encuentran en la política obrera local. Los sindicatos que tomaron parte en él estaban influidos por diversos factores, y la protesta se explica mejor no como un resultado de la singularidad socioeconómica de Córdoba sino de las condiciones existentes en determinados sindicatos.

La ciudad era ciertamente un terreno propicio para una explosión popular con intensa participación obrera, pero las razones de ello son complicadas e incluyen no sólo los problemas de la economía local y el carácter de su clase obrera sino también influencias políticas y culturales generales que afectaban a los trabajadores lo mismo que a muchos otros cordobeses. La participación obrera en el levantamiento fue así el producto de una historia particular, con todas las intrincaciones y matices que implica cualquier historia. Más importante: fue el resultado de las frustraciones e inquinas acumuladas en todas las clases de la ciudad a lo largo de casi tres

años de gobierno autoritario. Esa frustración encajó con la tradición de resistencia y militancia de los trabajadores locales y con las estrategias específicas que los sindicatos cordobeses habían elaborado para enfrentarse a la dictadura.

En primer lugar es importante reconocer la influencia que tuvieron las movilizaciones de la CGTA para hacer posible el Cordobazo. El fracaso de la Confederación General del Trabajo de los Argentinos en cumplir su temprana promesa y proponer una alternativa seria al conservador y cada vez más ineficaz sindicalismo de negocios practicado por Augusto Vandor y la Confederación General del Trabajo no implicó que el movimiento obrero retornara súbitamente al statu quo. Con la bendición de Perón, Vandor pudo recuperar el control de gran parte del movimiento sindical, pero quedaron bolsones de resistencia, especialmente en las provincias. En Tucumán y Rosario, los ongaristas eran todavía una fuerza poderosa y obstaculizaron los intentos de integrar sus movimientos a la CGT de Vandor. En Córdoba, los partidarios de la CGTA aún dominaban el movimiento gremial local. A decir verdad, a pesar de las negociaciones de Alejo Simó con Vandor y de los ruidos sordos provenien

tes de otros sindicatos peronistas de la CGTA, la alianza obrera to

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davía estaba intacta en la ciudad. La razón misma que había lleva

do a los sindicatos peronistas a la CGTA, la ineptitud o falta de dispo-. sición de la comente principal del movimiento obrero peronista para proteger los intereses sindicales locales, seguía siendo el factor decisivo que mantenía unida a la alianza. Una coincidencia de intereses y un consenso sobre las tácticas entre estos sindicatos impedían que Vandor quebrara a Córdoba y hacían posible la militancia.

La vitalidad ininterrumpida de la alianza de la CGTA de Córdoba se topó cón la necesidad inmediata de resolver nuevos problemas que afectaban a ciertos sectores de la clase obrera cordobesa. Las políticas económicas de Onganía afectaban adversamente los intereses obreros en general, pero algunas industrias locales estaban experimentando lo que podría describirse justificadamente como una crisis. Las industrias automotriz y metalúrgica atravesaban los peores años de su historia; las compañías intentaban aprovechar la situación de debilidad del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor y la constante posición de indefensión de los trabajadores de Fiat para disminuir los costos laborales mediante la reducción de la semana de trabajo y las suspensiones temporarias de la producción. Ante los trabajadores de los talleres de partes y componentes pequeños dé la ciudad se levantó la perspectiva de una pérdida permanente de los medios de vida, dado que a principios de 1969 los siempre frágiles empresarios metalúrgicos atravesaron una serie de quiebras. Los propietarios de los talleres y las pequeñas fábricas autopartistas que constituían la industria local eran inflexibles a todas las demandas sindicales, incluyendo las referidas a la controversia de las quitas zonales, una cuestión que se erigió en uno de los mayores reclamos de la Unión Obrera Metalúrgica y alentó su constante colaboración con los sindicatos de la CGTA,

La negativa de la patronal a eliminar las quitas zonales » la tasa salarial diferencial usada sólo en su industria que otorgaba menores sueldos a los trabajadores metalúrgicos del interior, obligó a Simó a pronunciarse. Era poco lo que la UOM podía hacer para resistirse a las quiebras e incluso a las suspensiones de la producción, pero la credibilidad en la conducción del sindicato descansaba en sus esfuerzos para resolver exitosamente la cuestión de las quitas zonales. La controversia sobre éstas, una práctica muy mal tomada por los trabajadores de la UOM cordobesa a causa del tratamiento privilegiado que otorgaba a sus pares porteños, en realidad había comenzado en 1966. En el convenio colectivo nacional alcanzado varios meses después del golpe de Onganía, la patronal había acordado a regañadientes iniciar su eliminación gradual, un compromiso que en última instancia los empresarios cordobeses no cumplieron. Para Simó y la UOM local, el problema amenazaba su

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inglés. Mizaei Bizzotto, un trabajador de la fábrica de IKA-Renault

en Perdriel, recordaba que la ira en la planta aumentó palpablemente después de la concentración del 14 de mayo y que incluso los baños de la fábrica se convirtieron en lugares de discusión política, donde la indignación y la resolución de responder a las provocaciones del gobierno eran los sentimientos que prevalecían de manera abrumadora. Torres, siempre sensible a los cambiantes humores de su sindicato, comenzó a buscar a Simó, y luego a Agustín Tosco, para coordinar una demostración en contra del gobierno. El resultado fue un grupo de sindicatos listos para una gran protesta, no a causa de presuntas contradicciones inexorables de la industrialización

cordobesa basada en el automóvil, sino por una confluencia de factores, con una gran influencia de las vicisitudes de la política obrera nacional y provincial, que afectaban a amplios sectores de la clase obrera local y planteaban ciertas posibilidades de cooperación entre sindicatos de diferentes lealtades políticas.

Las movilizaciones del movimiento obrero cordobés fueron contemporáneas de un repunte del activismo estudiantil, gran parte del cual respondía a la revitalizada izquierda cordobesa. Los casi 30.000 estudiantes universitarios de la ciudad habían reaparecido como fuerza política con su colaboración en las campañas sindicales de la CGTA, y hacia comienzos de 1969 las facultades de la calle Obispo Trejo y de la cercana Ciudad Universitaria eran los centros extraoficiales de la oposición local al régimen. Isabel Rins, estudiante universitaria en 1969, escuchaba con interés los infaltables debates políticos de sobremesa en el gran salón comedor universitario donde cada noche comían más de 5.000 estudiantes. Para ella, y para muchos otros, esos debates constituían su iniciación política y el comienzo de un interés personal en la política. Para una minoría, señalaron el comienzo de una vida como activistas de izquierda; algunos incluso se convirtieron en guerrilleros. Para casi todos los estudiantes, muchos de los cuales provenían de pequeñas ciudades y chacras conservadoras de la provincia, se trataba de una experiencia que los alentaba a cuestionar los prejuicios e ideas preconcebidas que habían llevado con ellos a la universidad —en el caso de Isabel Rins, a rechazar finalmente el antiperonismo casi tribal cultivado en su hogar radical de Río Cuarto—. En las peñas estudiantiles (reuniones de música folclórica y discusión política), en sus clases y dormitorios, peruanos, bolivianos, paraguayos y estudiantes de otros países vecinos se mezclaban con los argentinos, con lo que se dio forma a una cultura estudiantil izquierdista exclusivamente cordobesa, nacida de una común identidad latinoamericana

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y de la lectura y discusión generalizadas de los textos clásicos del pensamiento socialista.

Los estudiantes universitarios de Córdoba se habían opuesto a Onganía casi desde los primerísímos días de la dictadura. En los meses iniciales del régimen, la resistencia estudiantil a las purgas que Onganía realizaba en las facultades y a sus políticas universitarias en general había sido viva y fogosa. Su primer clímax lo alcanzó en septiembre de 1966 cuando, en lo que vino a ser un ensayo general del Cordobazo, los estudiantes ocuparon el Barrio Clínicas, las veinte cuadras de pensiones estudiantiles y centro histórico de la vida política universitaria, como protesta contra el régimen. Onganía respondió con la clausura de la poderosa Federación Universitaria de Córdoba (FUC), la organización que coordinaba ia política estudiantil, y todas las otras organizaciones políticas de los estudiantes. La resistencia de éstos pasó entonces a la clandestinidad, dividida entre la Coordinadora Estudiantil en Lucha, marxista, y el peronista Frente Estudiantil Nacional, una grieta que sólo se cerró cuando ambos encontraron una causa común en la campaña de la CGTA.4En la clandestinidad, la política estudiantil se hizo cada vez más radicalizada y tanto los marxistas como la izquierda peronista ganaron adeptos. Gonzalo Fernández, estudiante universitario que regresó a Córdoba a fines de 1968 luego de dos años de estudios avanzados en los Estados Unidos, descubrió lo mucho que había cambiado la política estudiantil durante su ausencia. La simpatía por las soluciones revolucionarias había aumentado de manera palpable, y los grupos moderados como el Movimiento Universitario Reformista, que coordinó la resistencia contra Onganía en los primeros meses del régimen, habían sido casi completamente eclipsados por grupos más radicalizados. Muchos de sus amigos que antaño habían militado en organizaciones estudiantiles católicas eran ahora peronistas de izquierda.

El movimiento estudiantil radicalizado de Córdoba era parte de un fenómeno internacional e indudablemente sufrió la influencia

de cierto mimetismo cultural, en especial de la política estudiantil francesa. Lo mismo que entre sus pares de los Estados Unidos y Europa, en el activismo de los estudiantes universitarios cordobeses había un elemento de diletantismo político.

Para muchos, la militancia política se limitaba a los cuatro o cinco años necesarios para conseguir el título universitario, y la participación en una u otra de las organizaciones estudiantiles era casi un rito de pasaje obligatorio para la respetabilidad de clase media. Pero en Córdoba había también elementos que dieron a la rebelión generacional una significación histórica rara vez vista en otros ejemplos de activismo estudiantil. Uno de tales ele

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mentos era el peso social que la universidad tenía en la vida cordobesa. Tradicionalmente, las organizaciones estudiantiles habían sido aceptadas como interlocutores políticos legítimos por las autoridades locales, y la política universitaria nunca se había limitado exclusivamente a asuntos educacionales, como por primera vez lo demostró elocuentemente la Reforma Universitaria de 1918. Así, había llegado a crecer entre los estudiantes la expectativa de ejercer una influencia política que era inaudita en el resto deí país, un hecho que sin duda hizo que su status subordinado bajo Onganía fuera más difícil de aceptar y que precipitó su desafección y finalmente su oposición al régimen. A pesar de la intervención de Onganía, que obligó a los estudiantes universitarios a actuar clandestinamente, sus organizaciones, de manera reveladora, conservaron una integridad y una efectividad institucionales sin paralelo en los partidos políticos locales, que estaban proscriptos y en desorden, y a las que sólo superaban los sindicatos.

Desde la Reforma Universitaria de 1918, la universidad estatal cordobesa también se había convertido en una institución justificadamente igualitaria y en el único mecanismo significativo de movilidad social en la provincia. Si bien el cuerpo estudiantil era preponderantemente de clase media, en ésta había importantes gradaciones, y un estudiante universitario podía ser desde el hijo de un comerciante próspero hasta la hija de un maestro rural pobre. Por otra parte, en una época en que en la Argentina aún era posible para un obrero industrial mantener a un hijo o una hija que desearan estudiar en la universidad, un pequeño número de estudiantes eran de origen obrero, un hecho que tal vez ayude a explicar la simpatía de muchos de ellos por las luchas de los trabajadores durante esos años.5

Otro factor que daba un mayor significado al activismo estudiantil era el papel que desempeñaba la Iglesia Católica en el estímulo

de la militancia y el disenso de los estudiantes. Luego de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín, en 1968, y la reunión del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo en Córdoba, en la Iglesia argentina creció la simpatía hacia el clero activista. Los teólogos de la liberación, si bien aún minoritarios, cobraron notoriedad y centraron su actividad en Córdoba. Como la universidad, la Iglesia seguía siendo una fuerza poderosa en la ciudad y en la sociedad tradicional cordobesa. Aunque nacionalmente carecía del respaldo de un partido demócrata cristiano poderoso y por lo tanto su influencia política estaba circunscripta, la Iglesia conservaba poder

como institución crítica y legitimadora. Después del derrocamiento de Perón, los principales partidos políticos, incluyendo al Comunista se habían afanado por cultivar relaciones amistosas con ella y

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contra el movimiento estudiantil, y permitieron generosamente que su edificio sindical fuera utilizado por los estudiantes con cualquier fin, desde cursos de preparación del examen de ingreso hasta reuniones políticas clandestinas.7Tosco esperaba soldar una alianza con un grupo que, según suponía justificadamente, sería un aliado natural en cualquier enfrentamiento futuro con el gobierno. Su larga asociación con el movimiento estudiantil se debió en parte, sin duda, a la atracción personal que sentía por un ambiente en el cual su inteligencia y su erudición, si bien altamente personal y no académica, eran recibidas con interés y respeto. Mayormente, sin embargo, se trataba de una decisión calculada y estratégica. Tosco era plenamente consciente de que los estudiantes eran un factor de considerable poder en la ciudad y por lo tanto dignos de su atención.

Trabajadores y estudiantes también encontraron una causa común en su oposición al gobierno provincial de Córdoba. El gobernador designado por Onganía, Carlos Caballero, procuraba sofrenar al indócil movimiento obrero de la ciudad mediante un esquema vagamente corporativo para permitir que representantes del traba

jo se sentaran, junto con los de las empresas, la Iglesia y los militares, en un consejo asesor meramente ceremonial, un soborno que,

con bastante ingenuidad, Caballero creía calmaría los ánimos de la clase obrera. Tuvo exactamente el efecto opuesto. Aunque era una cuestión que preocupaba principalmente a los dirigentes obreros políticamente más sofisticados, como Tosco, todos los grandes sindicatos de la ciudad desdeñaron públicamente la oferta del gobernador.

De las filas de la clase obrera surgieron acusaciones contra las tácticas intimidatorias usadas por el gobierno provincial: brigadas

fantasmas que incluían policías fuera de servicio y matones locales y operaban con la bendición oficial para acobardar a los sindicatos

y obligarlos a cooperar con el gobierno.8 Caballero agravó la desafección obrera y estudiantil al encolerizar a los habitantes de clase media de la ciudad cuando a comienzos de 1969 incrementó los impuestos a la propiedad, enajenándose aún más a un gran segmento de la población ya descontenta con la suspensión de las libertades cívicas y la pérdida de toda participación política bajo el régimen autoritario de Onganía. El carácter popular del Cordobazo, el respaldo que obtuvo de diversas clases y grupos, debió mucho al torpe manejo que del gobierno provincial hizo Caballero en un momento particularmente sensible.

El Cordobazo del 29 y 30 de mayo de 1969 llevó a su clímax una campaña de una semana de duración de oposición a Onganía por parte de los trabajadores y estudiantes de la ciudad Durante ese

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mismo mes, muchos de los principales sindicatos de Córdoba enfrentaron, de manera coincidente, graves problemas en sus respectivas industrias. Además de los problemas que seguían sufriendo los trabajadores de IKA-Renault y la UOM, los de otras industrias eran sujetos por sus empleadores a nuevas presiones. Atilio López y la Unión Tranviarios Automor reaparecieron luego de un distancia- miento de casi siete años de la política sindical local para organizar una serie de huelgas de protesta contra una propuesta de reorganización del sistema de transporte urbano que habría perturbado gravemente los planes de jubilación y las categorías.9 En las semanas que culminaron en el Cordobazo, los choferes, amargados por el fracaso de las cooperativas obreras que se habían establecido en algu

nas líneas luego de la privatización de la empresa municipal de ómnibus en 1962 e inquietos con la perspectiva de la inminente reestructuración del sistema de transporte público de la ciudad, se contaron entre los miembros más activos de la clase obrera cordobesa. Luz y Fuerza, un sindicato normalmente inmune a conflictos tan ásperos con la patronal, tenía sus propios motivos para llevar su müitancia un paso más adelante. Un nuevo plan gubernamental para la racionalización de la Empresa Provincial de Energía de Córdoba y la privatización parcial de la energía eléctrica en la provincia eran considerados como el primer paso hacia la disolución de la empresa pública y finalmente la privatización completa de la industria.10

Ese mayo fue también un mes excepcionalmente tenso para los estudiantes, en la medida en que el gobierno redobló sus esfuerzos para sofocar cualquier signo de actividad política en las universidades del país. El 15 de mayo, una huelga estudiantil de la Universidad del Nordeste en Corrientes fue violentamente reprimida por el ejército, con el saldo de un estudiante muerto y varios heridos. Los acontecimientos de Comentes fueron la chispa de una protesta estudiantil nacional en la cual quienes aún eran leales a la CGTA y los estudiantes marcharon del brazo por ciudades tales como La Plata, Rosario y Tucumán. Como era de prever, la mayor de las protestas fue la de Córdoba. Allí, las manifestaciones estudiantiles fueron las de base más amplia, incluyendo la participación de los Sacerdotes del Tercer Mundo, los independientes de Tosco y una serie de sindicatos peronistas. Después de enfrentamientos separados con la policía, que culminaron con la erección por parte de los estudiantes de barricadas en las calles del Barrio Clínicas el 23 de mayo, las relaciones amistosas entre los movimientos obrero y estudiantil se convirtieron en una virtual alianza, y la sede central de la CGT en Vélez Sarsfield sirvió como lugar de reunión tanto para los sindicatos como para las organizaciones políticas estudiantiles. El 25 de mayo Tosco pronunció en la universidad un discurso que cimentó

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públicamente la alianza entre obreros y estudiantes y preparó a unos y otros para los sucesos del Cordobazo.M

Entre tanto, dentro del movimiento obrero se profundizaba el espíritu ecuménico de las últimas semanas y aumentaban las oportunidades para la cooperación entre sindicatos. Hasta Torres superó su tradicional aversión a los enredos comprometedores y trabajó en estrecha unión con otros dirigentes como Tosco y Simó. Las presiones de las provincias, especialmente de la CGT cordobesa, habían impulsado tanto a la CGTA nacional corno a la renuente CGT de Vandor a coordinar un paro general de 24 horas para el 30 de mayo. En Córdoba, los sindicatos negociaron para iniciarlo el 29 y extender la protesta local a 48 horas. Fernando Solís, un empleado administrativo de la forja de IKA-Renault, fue uno de los muchos traba

jadores de esa empresa que expresaron su respaldo a un paro acti vo, con abandono de las tareas y marcha por el centro de la ciudad, en vez del paro dominguero o matero propugnado por Vandor y la CGT vandorista. Los líderes sindicales compartían ese sentimiento y, decidido el paro de 48 horas, se reunieron el 28 de mayo en la sede central de Luz y Fuerza, junto con los dirigentes de las principales organizaciones estudiantiles, a fin de coordinar la protesta. Como un gesto de apoyo a la demostración más ambiciosa de Córdoba, la CGTA envió a Ongaro a la ciudad para participar en los acontecimientos.

Ongaro fue detenido a su llegada a Córdoba en la mañana del 27 de mayo. Su arresto probablemente facilitó la coordinación de la protesta y aumentó la cooperación entre los sindicatos, contribuyendo a hacer de aquélla un asunto estrictamente cordobés sin implicaciones partidistas. En la reunión del 28, Tosco, Torres, Miguel Ángel Correa, López, Alfredo Martini (principal lugarteniente de Simó en la UOM local) y varios representantes estudiantiles acordaron marchar al día siguiente en columnas separadas: una desde Santa Isabel, en la que se agruparían principalmente los trabajadores de SMATA que subirían por Vélez Sarsñeld hasta la plaza, y la otra dirigida por los trabajadores de Luz y Fuerza desde las oficinas de la EPEC, que marcharía por la Avenida Colón (para un mapa de la ciudad, véase la Figura I en el Capítulo 1). Debían encontrarse alrededor del mediodía frente a la sede central de la CGT y organizar allí una concentración. A los cuatro principales sindicatos participantes en la protesta —Luz y Fuerza, el SMATA, la UOM y la UTA— se les asignaron sectores separados de la ciudad, donde cada uno debería coordinar la resistencia en caso de que la policía disolviera

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cuente confusión impedirían la pulida ejecución de este plan, en las primeras horas del Cordobazo se harían intentos, en especial por parte de Luz y Fuerza, para establecer una resistencia ordenada en los distritos asignados.)12

En escritos y entrevistas posteriores, Tosco destacó los objetivos políticos premeditados de los sindicatos; insistió en que las interpretaciones que postulaban la naturaleza espontánea del Cordobazo eran erróneas y que los sindicatos y sus aliados estudiantiles tenían designios tácticos bien definidos y una finalidad política detrás de la protesta.13En rigor de verdad, en las primeras horas de ésta los sucesos se desarrollaron en gran parte como se había planeado. En la mañana del 29, bien temprano, Torres y sus colaboradores más íntimos del SMATA abandonaron la sede del centro y se dirigieron a las puertas de la fábrica de IKA-Renault. Torres llegó

justo en ei momento en que el turno nocturno se iba del complejo; el turno matutino ya estaba trabajando en las plantas. Durante la siguiente hora y media, de departamento en departamento corrió la voz de un abandono inminente de las fábricas. Francisco Cuevas trabajaba en un taller de maquinaria y era uno de los muchos trabajadores que veían a Torres como un hacedor de arreglos, un “burócrata” que negociaba con la empresa a puertas cerradas, “bajo c u e r d a No obstante, dejó sus tareas junto con prácticamente todos los miembros de su departamento para marchar detrás del líder

del SMATA cuando su delegado dio la señal. De manera similar, Niño Chávez, que trabajaba en el departamento de pintura, vio a sus compañeros abandonar en masa los puestos de trabajo. A medida que se iban de las plantas, los trabajadores tomaban barras de metal, herramientas, rodamientos, pernos y cualquier otra cosa que hubiera a mano para defenderse a sí mismos. Fuera de las puertas de la fábrica, Torres pronunció un breve discurso. A eso de las once de la mañana, y seguido por cerca de 4.000 trabajadores del SMATA, entre ellos Pablo y Juan Baca, se encaminó a la sede central de la CGT en Vélez Sarsfield.

Oscar Álvarez, empleado administrativo de la EPEC, se reunía

entre tanto con los trabajadores de Luz y Fuerza en las oficinas de su empresa, varias cuadras al norte de la zona céntrica. La columna que debían dirigir los trabajadores de ese sindicato estaba lista para marchar directamente a Vélez Sarsfield a través del área estudiantil del Barrio Clínicas. En las fábricas de Fiat, cuyos representantes sindicales controlados por la empresa no habían sido incluidos en la planificación de la huelga, corrió no obstante la voz de la manifestación en el centro, y unos pocos trabajadores abandonaron las plantas para marchar desde Ferreyra. Gregorio Flores se contaba entre quienes estaban dispuestos a arriesgar una suspen

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sión, y tal vez hasta el despido, para dejar sus puestos de trabajo y marchar por la ruta 9 hasta la ciudad. Los capataces militares de las fábricas de ÍAME, por su lado, impidieron allí cualquier abandono de la planta, y Manuel Cabrera, un trabajador de la fábrica de aviones, se vio obligado a esperar hasta el fin de su turno a las dos para marchar con el puñado de obreros de la empresa dispuestos a caminar 14,5 km hasta el centro, que por entonces era escenario de confusiones y tumultos.

Los trabajadores de otros sindicatos que habitualmente eran pasivos también se movilizaron. Graciela García, una estudiante universitaria, volvía a su casa cuando se sobresaltó a la vista de la columna de ferroviarios que marchaba hacia el centro; era la primera vez en años que veía a trabajadores de ese gremio participar en una protesta. Juan, metalúrgico, descubrió que el descontento de sus compañeros con Simó, la representación sindical de la UOM local y el repetido fracaso en resolver los problemas referidos a condiciones de trabajo y categorías en su fábrica autopartista no les impedían ese día apoyar a su sindicato. Miguel Contreras y otros que trabajaban en un pequeño taller metalúrgico de la calle La Río-

ja que proveía de autopartes a IKA-Renault también estaban descontentos con su representación de la UOM y habían tratado sin éxito de afiliarse al SMATA. Pero a pesar de su oposición a Simó, también hicieron caso al llamado del sindicato a abandonar el trabajo y marchar hacia el centro. Algunos trabajadores de la UOM no lo hicieron. El propietario de un taller autopartista del Barrio Mitre, que era proveedor de la fábrica Grandes Motores Diesel de Fiat, después del trabajo llevó en auto a sus, casas a sus operarios afiliados a la UOM, y en su barrio cerca del complejo Fiat el día transcurrió en calma. Esos trabajadores, de quienes el empresario dijo que “no habían hecho ni un solo día de huelga” en su taller, eran no obstante la excepción, ya que incluso los afiliados a los sindicatos más inactivos adhirieron a la protesta.

Entre tanto, el principal contingente obrero continuaba su marcha desde Santa Isabel. La columna de IKA-Renault había crecido en varios miles de personas, al unírsele estudiantes y trabajadores de los barrios que atravesaba, así como columnas de la UOM y otros sindicatos. A medida que los manifestantes avanzaban hacia el centro de la ciudad, trabajadores del SMATA que se adelantaban a explorar la ruta en motocicleta llevaron a Torres la noticia de que una enorme concentración policial, montada y con perros, estaba esperándolos en la plaza para impedir el acceso a Vélez Sarsfield y la demostración en la CGT. Al llegar a la plaza, un trabajador, Arístides Albano, vio a estudiantes que soltaban montones de gatos vagabun

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visto utilizar en manifestaciones anteriores para desviar la atención

de los perros de la policía y asustar a los caballos. Cuando la policía lanzó las primeras granadas de gas lacrimógeno al acercarse las columnas a la plaza, en represalia se les arrojaron bombas caseras del mismo gas, de las que se decía habían sido fabricadas por estudiantes de Química.

Como resultado de la presencia policial, algunos trabajadores se desplegaron por las barriadas adyacentes —Barrio Nueva Córdoba, área estudiantil al este, y Barrio Güemes, zona obrera al oeste—, donde los vecinos se apresuraron a dar a los manifestantes escobas, botellas y todo lo que pudieran usar como defensa. Algunos de los manifestantes, como Pablo, el descontento trabajador del departamento de pintura de IKA-Renault, creyendo que la protesta iba a ser otra insustancial demostración más, abandonaron la columna cuando ésta llegó al centro, dirigiéndose a sus casas. La mayoría, sin embargo, estaba dispuesta a contemplar su desenlace y siguió su marcha.

Cuando el grueso de la columna bajó por Vélez Sarsfield hacia el Boulevard San Juan, la policía se aterró y abrió fuego, matando a un trabajador, Máximo Mena, e hiriendo a muchos otros. Después del pánico inicial, por las filas de los miles de manifestantes que permanecían en Vélez Sarsfield se difundió una ola de indignación

y resolución. A la vista de esos miliares de trabajadores ahora encolerizados y amenazantes que marchaban resueltamente hacia ella, al principio la policía vaciló y comenzó a retirarse, luego huyó en desbandada. Desde ese momento, la protesta perdió su organización y se transformó en una rebelión espontánea.

Minutos después del choque entre trabajadores y policía, aterrados comerciantes se apresuraron a dar por terminada la jornada, tapiando las vidrieras e interrumpiendo toda actividad comercial. Los trabajadores que habían atravesado los barrios adyacentes volvieron a unirse al resto de la columna y comenzaron a erigir barricadas y encender hogueras en Vélez Sarsfield y las calles de los alrededores. A los trabajadores del SMATA pronto se les unieron los residentes del centro, que habían observado el enfrentamiento desde sus ventanas y balcones y compartían ahora la expresión de indignación colectiva no sólo contra la acción policial sino también contra tres años de Intimidación y régimen autoritario. El estudiante universitario Luis Muhio quedó sorprendido al ver a los residentes de clase media del centro aportar sus colchones, muebles y otras pertenencias para levantar las barricadas y encender hogueras. Innumerables gestos de esa solidaridad de todas las clases se verían durante todo el día en los barrios a lo largo y lo ancho de la

ciudad.

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Mientras tanto, unidades policiales habían impedido que la columna obrero-estudiantil de Tosco avanzara hacia la sede de la CGT, por lo que ésta intentaba llegar a Vélez Sarsfield por una calle paralela, La Cañada. Encabezada por los trabajadores de Luz y Fuerza, esta columna también incluía contingentes de sindicatos legalistas como la UTA y los estatales de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y había sido atacada por la policía con gas lacrimógeno

junto a las oficinas de la EPEC, donde se habían congregado para la marcha. A la furia de los afiliados del SMATA se sumó la ira de estos trabajadores a medida que se abrían paso hacia Vélez Sarsfield. Al alcanzar allí a los trabajadores mecánicos, !a columna de Tosco se

confundió en la protesta general. Algunos permanecieron en Vélez Sarsfield mientras otros se dirigían a los barrios de los alrededores de las sedes centrales del SMATA y Luz y Fuerza para iniciar otro foco de resistencia. Por doquier, a medida que corría la voz sobre el ataque policial, la protesta se convertía en una rebelión que abarcaba toda la ciudad. Hacia la una de la tarde, se levantaban barricadas y hogueras en un área que cubría unas 150 cuadras, desde los barrios Alberdi y Clínicas al oeste hasta la Avenida Vélez Sarsñeld al este, y desde las barriadas a orillas del río Primero en el norte hasta Nueva Córdoba y Güemes en el sur. En los barrios al este de Vélez

Sarsfield, bandas errantes de trabajadores y estudiantes incendiaban autos y se movían a voluntad mientras la policía se retiraba hacia el cabildo y la Plaza San Martín, estremecida y confusa con respecto a las medidas a tomar a continuación.

Como las sedes centrales del SMATA y de Luz y Fuerza se encontraban dentro de la zona ocupada, Tosco y Torres, éste inicialmen- te, intentaron establecer cierto grado de organización y control sobre la protesta. Estudiantes y trabajadores se trasladaban en motocicletas de una a otra barricada, reuniendo información para coordinar la resistencia. Había mensajeros que iban y venían entre

los dos edificios sindicales, y Tosco visitó las barricadas que consideraba estratégicas. No obstante, la protesta asumió un carácter espontáneo, respondiendo a los flujos y reflujos de la lucha en las calles y sin atender a ningún plan táctico más general. La dirigencia sindical trabajaba en gran medida en la oscuridad, apenas capaz de seguir el curso de los acontecimientos, y mucho menos de controlarlo. En las últimas horas de la tarde, la protesta se convirtió en destrucción. En la Avenida Colón, la principal calle comercial de la ciudad, los manifestantes habían incendiado las oficinas de Xerox Corporation, un concesionario Citroen y otros negocios. La destruc

ción de locales de empresas extranjeras como Xerox y Citroen no era accidental. Así como la clase obrera porteña había dado rienda suelta a su furia colectiva el 17 de octubre de 1945contra el Jockey

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los que, como el trabajador del SMATA Juan Baca, terminaron su protesta al anochecer. Muchos tenían familias que los esperaban en sus casas, y la sensación de haber llegado al fin de un día de trabajo era un freno más fuerte que cualquier interés en continuarlo que para muchos era una protesta ya consumada. Fue recién entonces, al emprender el regreso a sus barrios, cuando muchos trabajadores comenzaron a percibir, algunos con remordimiento y otros con aprensión, las consecuencias de sus actos. La destrucción desencadenada había sido la peor en toda la historia de los levantamientos cordobeses, y también en el plano nacional desde la Semana Trágica de 1919. Edificios humeantes y esqueletos carbonizados de autos, calles salpicadas con fragmentos de vidrios y barricadas y hogueras de uno a otro extremo de Córdoba daban la apariencia de una ciudad en guerra. El espectáculo era tan impactante que muchos de los organizadores obreros comenzaron a amilanarse, temiendo que la protesta hubiera llegado demasiado lejos. La dirigencia de la UOM se retiró a su sede central en la más segura zona este de la ciudad y dejó de participar por completo de! levantamiento. Juan Carlos Toledo, un periodista que cubría los acontecimientos para un diario local, Los Principios, visitó la sede de la CGT donde habían buscado refugio Correa y otros lideres gremiales.

Encontró allí trabajadores asustados y dirigentes aturdidos, una visión que contrastaba con el desafío y la ira que había advertido en los rostros de los obreros de la columna del SMATA en la Plaza Vélez Sarsñeld sólo unas pocas horas antes. Torres había estado en su sede sindical desde las primeras horas de la tarde y pasado de la euforia a la petulancia y de ésta al abatimiento. Desde el comienzo de los incendios en la Avenida Colón se había hundido en un sombrío malhumor y cortado temporariamente las comunicaciones con Tosco, apartándose durante un periodo de varias horas de la participación directa en el levantamiento.

Hacia el anochecer, la protesta comenzó a asumir un carácter diferente, a medida que la iniciativa pasaba de los trabajadores a los estudiantes. Los dos barrios estudiantiles, Clínicas y Alberdi, se convirtieron en los centros de la resistencia, si bien otros grupos y clases participaban allí, en especial obreros. Jorge Sanabria, estudiante universitario, se sorprendió al encontrarse en su barrio, Alberdi, no sólo con sus compañeros sino también con vecinos que eran amas de casa, trabajadores y comerciantes, ninguno de los cuales había adherido antes a las protestas estudiantiles. El padre Vaudagna también había llegado al centro de la ciudad con sus fe

ligreses para unirse a la demostración. El Barrio Clínicas, en especial, atraía a manifestantes de toda la ciudad en un número que Tosco estimó posteriormente en 50 000 personas y parecía inevita

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ble un enfrentamiento sangriento con el ejército. En esos momen

tos, los francotiradores habían tomado posiciones en los techos de los edificios del lugar y empezaban a llegar reservas de armas, de las que se rumoreaba eran la precipitada contribución de varias organizaciones izquierdistas clandestinas, a las que al principio la protesta había pescado desprevenidas.

El ejército marchaba al encuentro de esta tensa situación: las primeras tropas llegaron a los límites del Barrio Alberdi poco antes de las cinco. Hacia las seis, se habían trasladado a la zona de barricadas de la Avenida Colón, y contestaron al fuego de los francotiradores de los techos con disparos de ametralladoras. A pesar de la fuerte resistencia, las tropas avanzaban con firmeza, tomando las calles una a una. Los francotiradores, armados principalmente con pistolas de bajo calibre, rifles de caza y cócteles molotov, eran superados en potencia de fuego, y a medida que el ejército subía hacia el este por las paralelas Avenida Colón y Santa Rosa, algunos manifestantes buscaron refugio en las pensiones y casas particulares del barrio, mientras la mayoría abandonó decididamente la zona y se unió a los miles que ocupaban las barricadas y encendían hogueras en el Barrio Clínicas.

En otro extremo de la ciudad, Eduardo, el mismo estudiante de Arquitectura al que se le había negado la entrada a la universidad en 1966 como consecuencia del nuevo examen de ingreso de Onganía, estaba trabajando en su empleo de tiempo parcial en la empresa telefónica en el anochecer del 29 de mayo. Él y otros operadores observaban aprensivamente la manera en que el ejército coordinába la represión del levantamiento entrando a la compañía de teléfonos e interviniendo las llamadas, reuniendo información a partir de las conversaciones de ciudadanos comunes que proporcionaban valiosos datos logísticos y ayudaban a determinar con precisión la localización de los francotiradores.

Como había bolsones de resistencia en otras zonas de la ciudad,

se enviaron tropas a otros barrios además del Clínicas. En barriadas como San Martín y Nueva Córdoba, estudiantes y vecinos construyeron barricadas por su cuenta, y hubo intercambio de disparos entre los manifestantes y el ejército en varios puntos a lo largo de Córdoba. Pero se trataba de cuestiones menores, acciones de diversión de los más importantes acontecimientos que tenían lugar en el Barrio Clínicas.

Poco después de las once, comandos de Luz y Fuerza entraron en la planta eléctrica de Villa Revol y produjeron un apagón en la ciudad, exactamente como lo habían planeado la noche anterior. El apagón desorientó temporariamente a las tropas del ejército, permitiendo que los manifestantes recuperaran la iniciativa. Femando

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Solís, el obrero de IKA-Renault que había apoyado la idea de un paro

activo y que permaneció en las calles todo el día, estaba al anochecer de vuelta en su barrio, Parque Chacabuco, escuchando la radio de onda corta de un amigo que se las había ingeniado para sintonizar las transmisiones del Tercer Cuerpo de Ejército. Solís comprendió entonces por primera vez la magnitud de la protesta, al escuchar al frenético operador de la radio prometer refuerzos de Buenos Aires y caracterizar la situación en la ciudad como crítica, al borde de tornarse ‘'incontrolable”. En los cuarteles policiales del centro, Héctor Maisuls, un estudiante que había sido detenido varias horas antes, observaba a los policías ponerse cada vez más encolerizados

y ansiosos y dar rienda suelta a su frustración y humillación por ser incapaces de suprimir el levantamiento mediante palizas a los manifestantes capturados. En la pensión de la tucumana , en el Barrio Clínicas, las tropas del ejército entraron en busca de estudiantes, condición que por sí sola implicaba ahora culpabilidad e invitaba a las represalias. No obstante, por el momento la iniciativa había vuelto a manos de la resistencia. Durante las dos horas siguientes los manifestantes pudieron moverse con relativa libertad, provocando más incendios —incluyendo un intento fallido de quemar el Banco de la Nación— mientras el ejército quedaba paralizado y sin comu

nicaciones.La energía se restableció a eso de la una de la mañana, y el ejército reanudó su asalto, haciendo docenas de detenciones a lo largo de la noche e infligiendo graves pérdidas a los francotiradores. El Barrio Alberdi y especialmente el Clínicas siguieron siendo los centros de la resistencia durante la noche, aunque los barrios al norte y al sur de la disputada zona céntrica se convirtieron en nuevas áreas de disturbios cuando el levantamiento se trasladó aparentemente a la periferia de la ciudad, donde la presencia militar era débil. Al amanecer, Córdoba era una ciudad ocupada. Si bien podían oír

se disparos esporádicos por doquier y los francotiradores del Barrio Clínicas seguían ofreciendo resistencia, el ejército había apostado tropas en puntos estratégicos a lo largo y lo ancho de la ciudad y se movía en tanques pesados. Cuando la infantería se movilizó para el asalto final al Barrio Clínicas, centro estratégico de la rebelión, las marchas de protesta previamente planificadas para la huelga general de ese día atrajeron el apoyo de gran parte del pueblo y obstruyeron las calles céntricas, obligando a los jefes militares a posponer su ataque.

En las sedes del SMATA y Luz y Fuerza, los dirigentes sindicales,

principales organizadores obreros del Cordobazo —algunos asombrados y otros consternados por lo que había generado su protesta—, planificaban el paso siguiente. Tosco y los trabajadores de Luz y

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Fuerza que aún se encontraban en el centro de la ciudad estaban, en general, en favor de continuar ia resistencia. Torres simplemente esperaba que ésta terminara, convencido de que había sellado su propio destino —la pérdida del sindicato, tal vez incluso una larga sentencia de prisión— y de que no tenía más posibilidades de éxito. Sin embargo, ni Tosco ni Torres se vieron obligados a tomar la decisión final de resistir o rendirse. Las tropas del ejército entraron en ambos edificios sindicales en las primeras horas de la mañana y detuvieron a todos los dirigentes presentes. Esposados, Tosco y Torres fueron conducidos a la comisaría central de la policía en la Plaza San Martín. Al día siguiente, mientras se lo trasladaba en un avión de la fuerza aérea a la penitenciaría federal de La Pampa, Torres se enteraría de que sus peores temores se habían cumplido: un tribunal militar lo había condenado apresuradamente a cuatro años y ocho meses de cárcel. Sobre Tosco había recaído una sentencia de ocho años y tres meses, y otros dirigentes de Luz y Fuerza, como Felipe Alberti y Tomás Di Toffino, también recibieron duras condenas de varios años.

Después de los arrestos de Tosco y Torres, lo que quedaba de la participación obrera en el Cordobazo disminuyó. La resistencia se limitaba ahora al Barrio Clínicas, pero incluso allí estaba muy debilitada. Alrededor de las seis de la tarde del 30 de mayo, el ejército

lanzó su ofensiva final sobre el barrio y una hora después lo había ocupado completamente. Se informó de nuevos disturbios en las barriadas obreras del norte de la ciudad, en especial en General Bustos y Yofre, y en el Barrio Talleres los trabajadores ferroviarios incendiaron los talleres de reparación del Ferrocarril General Bel- grano. Pero se trataba de protestas aisladas y desorganizadas, los últimos remezones del terremoto que había tenido su epicentro en el Barrio Clínicas. Los dirigentes sindicales que seguían en libertad, Simó y Correa de la CGTA y Miguel Godoy de la rival CGT vandorista, acordaron realizar una sesión de emergencia de las dos centrales para negociar la liberación de Tosco, Torres y los otros líderes obreros encarcelados, pero problemas logísticos impidieron su reunión y los militares rechazaron todas las averiguaciones de los sindicatos sobre la situación de los presos. Al anochecer del 30, el Cordobazo había terminado. Los dos días previos habían dejado una cifra oficial de doce muertos, pero la real era indudablemente mucho más alta —tal vez de sesenta—. Había también cientos de heridos, al menos noventa de ellos de gravedad, y más de un millar de personas habían sido detenidas. Gran parte de la ciudad estaba dañada, y en algunas zonas reinaba la destrucción.

Eí levantamiento había excedido en mucho las expectativas de

los organizadores. Si bien Tosco era el único de todos los dirigen

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tes obreros que había imaginado algo más que una huelga general

y una demostración pacífica en ía sede central de la CGT, ni siquiera él previo la reacción policial o la masiva explosión popular desencadenada por ésta. Desde el momento en que fue asesinado Máximo Mena, el obrero de IKA-Renault, el Cordobazo no había seguido ningún plan. A decir verdad, algunos aspectos del levantamiento habían sido decididos de antemano. La decisión de provocar un apagón en la ciudad fue tomada por los trabajadores de Luz y Fuerza independientemente de los otros sindicatos, como un plan contingente en caso de que hubiera una dura represión de las fuerzas de seguridad. Luego de la retirada de la policía, la dispersión

por los barrios y ía erección de barricadas se produjo de acuerdo con las zonas asignadas a las diversas organizaciones sindicales y estudiantiles. No obstante, el carácter del Cordobazo fue más improvisado que intencional. Las organizaciones obreras y estudiantiles que habían planeado la demostración del 29 de mayo no pudieron controlar los sucesos que se produjeron cuando gran parte de la población de la ciudad se volcó a las calles, algunos como espectadores intrigados u horrorizados, pero muchos como participantes activos en la protesta. El Cordobazo se había convertido en una rebelión popular, un repudio colectivo al régimen de Onganía como

resultado de las múltiples frustraciones de la ciudadanía cordobesa, que se expresó en el comportamiento excepcional de individuos comunes y corrientes en otras circunstancias.

La naturaleza igualitaria de la protesta impresionó a casi todos los que participaron en ella. Rodolfo, cura párroco de Villa Siburu y miembro del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, había estado en París como seminarista durante los levantamientos estudiantiles de mayo de 1968 y sólo recientemente había regresado a Córdoba. Quedó sorprendido por el carácter más popular del Cordobazo, una protesta que parecía menos limitada a los estudiantes radicalizados que las que había contemplado en París, con actos más frecuentes y genuinos de solidaridad entre diferentes grupos y clases. Su propia parroquia obrera, Villa Siburu, estaba constituida por “trabajadores pobres” empleados en la construcción y otros que trabajaban como changarines o empleadas domésticas, y sólo una minoría que se desempeñaban en los grandes complejos automotores o en la EPEC. No obstante, esos trabajadores habían ido al centro de la ciudad para participar en la protesta. Los ejemplos del apoyo de la clase media —amas de casa que llevaban comida y bebida a los estudiantes y obreros de las barricadas y familias respetables y aparentemente apolíticas que ocultaron a los manifestantes del Barrio Clínicas durante los registros del ejército en el anochecer del 29— eran innumerables, y

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el hecho de que precisamente la mitad de los trabajadores de los

sectores dinámicos sólo desempeñaron un papel mínimo en los acontecimientos del 29 y 30 de mayo. Los trabajadores de Fiat, aún bajo el estrecho control de sus sindicatos de planta, estuvieron notablemente ausentes de la protesta. Si bien un pequeño grupo de ellos dejó las plantas la mañana del 29, la abrumadora mayoría permaneció en sus puestos y regresó a sus casas luego del trabajo. El testimonio de Carlos Masera, futuro presidente del clasista Sindicato de Trabajadores de Concord, perteneciente a Fiat, que se enteró de la conflagración en el centro de la ciudad a última hora del 29 mientras estaba en su casa y nunca se unió a la protesta, es representativo de los relatos de otros trabajadores de Fiat. El papel de los obreros del complejo IAME, administrado por los militares, fue igualmente mínimo.

Lo que es más importante es que tales interpretaciones ignoran el rol de los otros participantes obreros, distorsionando con ello la naturaleza de la protesta. En determinado momento del Cordobazo, casi todos los demás sindicatos cordobeses estaban en las calles. Ambas CGT habían movilizado y preparado de antemano a los trabajadores para una protesta a fin de mes, y la proximidad física de la mayoría de ellos con el centro de la ciudad, con excepción de los de las más distantes plantas de Fiat, facilitó la participación y adhesión hasta de los sindicatos más sedentarios. El mar de fondo existente en toda la clase obrera local, avivado por ías movilizaciones de la CGTA y las estratagemas tácticas de la jerarquía laboral, había sido por lo tanto un factor de importancia considerable para explicar la naturaleza masiva del Cordobazo.

Para los principales organizadores obreros, la intención y las metas de la protesta habían sido sin duda modestas y pragmáticas. Problemas laborales inmediatos, como la derogación del sábado in glés , la disputa en curso sobre las quitas zonales y otros conflictos con las empresas, estaban en el meollo de la participación de los dirigentes del SMATA y la UOM. Su oposición al gobierno de Onganía era también en parte el resultado de casi tres años de pérdida ininterrumpida de poder de negociación e influencia; líderes sindicales normalmente cautelosos, como Torres y Simó, esperaban revertir la situación a través de las tácticas militantes de la protesta aunque, como en el pasado, habrían preferido las aguas más calmas de la negociación y el compromiso.

Pero en el caso de los trabajadores de IKA-Renault el Cordobazo era también la consumación de la integración del joven proletariado automotor al aparato gremial, una expresión generalizada y profundamente sentida, si no de una conciencia de clase, sí de su identidad como trabajadores mecánicos, nacida de la experiencia en

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nes políticas izquierdistas sobre la población estudiantil local, concedió que la participación obrera había sido de inspiración abrumadoramente peronista.54Es posible que Tosco y los sindicatos independientes hayan tenido intenciones más deliberadamente políticas e imaginado la caída de Onganía, pero sólo constituían una pequeña parte de la protesta obrera, una protesta que extraía su fuerza de sindicatos sometidos a una dirigencia peronista decididamente no revolucionaria.

Sin embargo, en términos de la reacción popular que siguió a la muerte de Mena, y específicamente la masiva y entusiasta intervención obrera en la resistencia callejera, había otros factores en

juego. Al explicar el Cordobazo, es importante evitar reducir la participación de los trabajadores cordobeses a su propia experiencia de clase, y recordar que también formaban parte de la sociedad más amplia y que por lo tanto estaban sujetos a las influencias sociales específicas en juego en la Argentina y en Córdoba en ese momento determinado. En este aspecto, el Cordobazo fue muy diferente a la otra gran protesta urbana latinoamericana del siglo XX, el Bogotazo de 1948. La pérdida de vidas humanas y bienes, aunque considerable en el Cordobazo, no puede compararse a la de la revuelta colombiana. La bacanal de destrucción y terror sanguinario del Bogotazo tenía firmes raíces en una sociedad rural en

la cual la violencia política estaba muy difundida y donde la desesperación de las crecientes filas de pobres urbanos había alcanzado niveles peligrosos. No fue éste el caso del Cordobazo. La violencia no era todavía una parte integrante dé la vida cívica argentina, aunque el Cordobazo sería el punto de partida de la que imperó en los años setenta. Tampoco había en Córdoba un lumpenproletariado creciente; no existía un barril de pólvora de miseria listo para explotar. Los pobres urbanos de las villas miseria de las afueras, una población relativamente pequeña en la Córdoba de esos años, no tuvieron una participación significativa en la protesta.

Los reclamos laborales eran reales y fueron un factor de importancia considerable para explicar la participación de los trabajadores, pero él Cordobazo sólo puede entenderse plenamente cuando también se toma en cuenta el carácter de la cultura políticamente activa y políticamente letrada de la nación. La Argentina era un país en el cual, en cierta forma, se esperaba que todas las clases participaran en política, y, en ese sentido, las políticas autoritarias de los tres años de gobierno de Onganía habían llevado la frustración a un nivel insostenible. La política era un modo de vida, especialmente en Córdoba, en parte debido al rol de la universidad en la vida cívica y en parte a las pequeñas dimensiones de la ciudad y a su historia de oposición a Buenos Aires. Así, aunque la clase obrera no respon

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vindicación de la esencia revolucionaría del peronismo y del tem

ple innato de la clase obrera peronista, que sólo necesitaba el retorno de su líder histórico para luchar por el alejamiento de los elementos corruptos y traidores deí movimiento y restaurar su promesa revolucionaria original.

Para muchos que vivieron el Cordobazo sin intermediarios, la experiencia marcó un punto de inflexión político. Esto contribuye a explicar la simpatía que existiría en la ciudad, particularmente entre los estudiantes universitarios pero también en algunos trabajadores, hacia una u otra de las organizaciones izquierdistas en los años siguientes. Para algunos, el Cordobazo se tradujo en una convicción absoluta

respecto de la inminencia y conveniencia de la revolución socialista en la Argentina y en una disposición a trabajar activamente por ella, a menudo con gran riesgo personal. Para Alberto, por ejemplo, el estudiante de Arquitectura de Villa María, fue la confirmación de su creciente intervención en política y lo llevó a una posterior decisión de unirse al PRT. Luis, un estudiante de Derecho, se había movido hacia el peronismo a través de su intervención en organizaciones estudiantiles católicas y había participado en las campañas de la CGTA. Se convenció de las posibilidades de la revolución en la Argentina, pero también de la necesidad de un socialismo que se adaptara al carácter

y las condiciones nacionales del pais; su posterior decisión de unirse a los Montoneros sería la misma que la de muchos estudiantes de la Facultad de Derecho que tenían similares antecedentes católicos.

A pesar de la ulterior mistificación del Cordobazo, el impacto político inmediato del levantamiento fue menos contradictorio. La gravedad de los acontecimientos del 29 y 30 de mayo y el abierto desafío de los manifestantes tanto al gobierno provincial como al nacional, desataron una ola de represión por parte del régimen que no hizo sino profundizar la oposición. El gobierno de Caballero cayó poco después del Cordobazo, pero Onganía intentó restablecer su autoridad tratando con dureza a la ciudad. El 31 de mayo, escuadrones policiales registraron a fondo la sede central de la CGTA y los edificios del SMATA y Luz y Fuerza, como rencorosa represalia contra los sindicatos a los que se consideraba los máximos responsables de la insurrección.15El mismo día, unidades policiales y del ejército comenzaron a reunir y detener a más activistas sindicales y estudiantiles, en registros casa por casa a lo largo y lo ancho de la ciudad. El sindicato de trabajadores de Luz y Fuerza fue un blanco especial del rencor gubernamental, convirtiéndose para Onganía en el chivo expiatorio oficial de la protesta. El gran número de trabajadores lucifuercistas arrestados y las duras sentencias de cárcel dic-

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recuperaron su independencia y descubrieron un líder en Atilio

López, de la UTA. En ios años siguientes, López y los legalistas acercarían su alianza a las posiciones de la izquierda peronista y modificarían sus prioridades tácticas, pasando de la asociación con los dirigentes del movimiento obrero peronista de Buenos Aires a una estrategia más local, privilegiando a los independientes de Tosco y, en menor medida, a los sindicatos clasistas. Estos movimientos harían realidad un temor de larga data de los vandoristas e inclinarían el equilibrio de fuerzas en favor de los sindicatos no peronistas de la segunda ciudad industrial del pais, lo que contribuye a explicar los esfuerzos especiales desplegados por el gobierno peronista

de 1973 a 1976 para disciplinar a los gremios peronistas locales y romper el movimiento obrero cordobés.Uno de los motivos por los que el SMATA, la UTA y otros sindi

catos legalistas decidieron mantener la alianza que habían concretado en la ciudad fue la crisis de las filas vandoristas como consecuencia del Cordobazo. La pusilanimidad de Vandor y la indecisión demostrada en general por la jerarquía gremial durante la escalada de acontecimientos que culminó en el Cordobazo no habían sido redimidas por la convocatoria de la CGT a un paro general de 24 horas para el 30 de mayo. Golpeado vigorosamente

por los sindicatos cordobeses, Vandor estaba una vez más a la defensiva. El levantamiento había demostrado que, al menos en Córdoba, la iniciativa la tenían otras corrientes del movimiento obrero y que Vandor y los caciques porteños no tenían el monopolio de la capacidad de movilizar a grandes sectores de la clase. Un levantamiento similar en Rosario, aunque de escala mucho menor, una semana después del Cordobazo, indicó que el interior permanecía aún indómito y que la alianza de la CGTA seguía viva. El propio prestigio de Ongaro había quedado restaurado por su impulsivo pero dramático y bien publicitado viaje a Córdoba y

su detención allí el 27 de mayo, que se consideraba un gesto decisivo de solidaridad, en contraste con las tácticas dilatorias y el matonismo de Vandor. Sindicatos como los de telefónicos, trabajadores del calzado y estatales que habían abandonado a Ongaro regresaron al redil de la CGTA en las semanas posteriores al Cordobazo, y el movimiento obrero alternativo recibió una andanada final de apoyo.

A principios de junio, liberado su secretario general de la cárcel, la CGTA emprendió una nueva campaña de resistencia. Una vez más, Ongaro recibió su más fuerte respaldo de Córdoba, donde las

protestas obreras seguían sin disminuir. El 17 y 18 de junio se realizaron allí paros generales para exigir la liberación de todos los presos políticos. Poco después Onganía designó un gobernador mi

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litar para la provincia, que se deslizaba lentamente a un estado de desobediencia civil prolongada, si no de insurrección abierta. A lo largo de todo el mes surgieron tensiones, dado que estaba en preparación una huelga general para el 1° de julio, apoyada por Ongaro pero rechazada por Vandor. Entonces, el 30 de junio, éste fue baleado en la sede de la UOM en Avellaneda. Su asesinato fue repudiado por la CGTA y nunca quedó plenamente aclarado, pero sin duda tenía como telón de fondo las ásperas divisiones y rivalidades peronistas que habían vuelto a la superficie en las semanas posteriores al Cordobazo,17El asesinato de Vandor brindó al gobierno el pretexto exacto que necesitaba para eliminar a la rejuvenecida CGTA. El día del crimen el gobierno declaró el estado de sitio (que

no sería levantado hasta marzo de 1973), tomó el control de varios de los principales sindicatos afiliados a la CGTA y encarceló a gran parte de la dirigencia de ésta.18

La huelga general del Io de julio se realizó según lo planificado, pero durante el resto del año la inflexible represión gubernamental mantuvo al movimiento obrero a la defensiva y redujo sus oportunidades de capitalización inmediata del Cordobazo y de construcción de una oposición obrera efectiva a la dictadura. Córdoba fue el único lugar donde la resistencia sindical no se quebró. Aunque la CGTA era un aliado útil, el movimiento obrero cordobés tenía ahora poder propio y era capaz de actuar de manera independiente. Los paros de

junio convocados por los trabajadores del SMATA, por ejemplo, recibieron una oleada masiva de respaldo de todos los sindicatos de la ciudad y sugirieron que el Cordobazo había establecido un movimiento obrero unificado, preparado para enfrentar solo al gobierno si era necesario. Desde la cárcel, Torres apoyó las tácticas militantes para incrementar la presión sobre el gobierno.19Sin embargo, incluso en Córdoba las perspectivas de corto plazo de la militancia sindical tenían obstáculos, dado que el encarcelamiento de Tosco y otros dirigentes de Luz y Fuerza debilitaba los esfuerzos para combatir al gobierno. La resistencia ulterior tendría que ser dirigida por el SMATA, un sindicato acostumbrado al papel de conducción en la oposición antigubernamental, pero ahora en manos de los inexpertos lugartenientes de Torres.

Los problemas de la inexperiencia de los líderes del SMATA se agravaban por la historia reciente del sindicato: su alianza con los agentes del poder tradicional del movimiento obrero contra los “Jóvenes Turcos” y agitadores de la CGTA y con ello su vulnerabilidad a las presiones provenientes de la CGT central. La inclinación natural del sindicato a aliarse con los poderes establecidos del movimiento obrero, sin embargo, se vio socavada por la crisis y el desorden

que siguieron al asesinato de Vandor. Durante varios meses el mo

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vimiento obrero peronista se encontró en un estado de confusión,

incapaz de ayudar al SMATA cordobés a resistir las tácticas represivas del gobierno. Las condiciones locales y una evaluación fría de las limitadas posibilidades de resistir la campaña de Onganía sin el apoyo de otros sindicatos cordobeses, antes que un presunto interés en seguir la lucha contra el gobierno, alentaron a la nueva dirigencia del SMATA a sostener la alianza obrera nacida en el Cordobazo. En octubre, cuando el gobierno procuró "normalizar” la CGT nacional con el respaldo de los vandoristas y participacionistas, el SMATA y otros sindicatos de Córdoba convocaron a un congreso de las CGT regionales para explorar ía posibilidad de formar otra

CGT nacional rival, ésta con una base provincial y en oposición a Buenos Aires.20La capacidad del movimiento obrero para mantener su resisten

cia dependía en gran medida de la liberación de Tosco de la cárcel. Sin el líder de Luz y Fuerza, las posibilidades de que la cooperación de los sindicatos se transformara en una disciplinada alianza obrera eran escasas. Sólo Tosco conservaba la lealtad de los sindicatos independientes, y sólo él podía merecer el respeto de gran parte de la clase obrera peronista local. Su papel dirigente en el Cordobazo le había ganado un prestigio que oscurecía el de todos los otros líde

res, Torres incluido. Se lo necesitaba como un árbitro, como el catalizador que impidiera la disipación de los esfuerzos de la militancia de base y mantuviera unido al movimiento obrero local. Durante los largos meses de encarcelamiento en la prisión de Rawson, Tosco intentó preservar la unidad del movimiento obrero cordobés mediante un programa común de oposición a la dictadura. En cartas sacadas clandestinamente de la cárcel y publicadas en Electrum y otros periódicos locales, trataba, in absentia, de estimular lo mejor posible la cooperación, con la esperanza de recuperar su libertad antes que el movimiento obrero cordobés se fracturara bajo el peso de su

propia diversidad.Lo que Tosco no podía ver desde detrás de los muros de su prisión, en lo profundo de la Patagonia argentina, era que en el movimiento obrero estaban apareciendo nuevas grietas que no podían superarse con palabras de aliento, apelaciones al sentido común y ni siquiera con un programa uniñcador de oposición a Onganía. En el corazón de los conflictos que pronto surgirían no había, como en el pasado, rivalidades personales y políticas o cálculos estratégicos de parte de la dirigencia gremial, sino diferencias ideológicas genui- nas. Luego del Cordobazo. la ideología se convirtió en una gran fuerza dentro de la política obrera local. El movimiento obrero cordobés pronto comenzó a hablar un nuevo lenguaje, y muchos trabajado

d t i t é l i d l ió l h d í

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ses y socialismo, exhibiendo una nueva sofisticación política que había estado ausente sólo unos pocos meses antes. Evidentemente, esta tendencia no había nacido por milagro en el levantamiento de mayo; expresaba influencias que actuaban desde hacía mucho tiempo en la ciudad. En el movimiento obrero, la presencia constante de activistas de izquierda en Santa Isabel, incapaces desde fines de los años cincuenta de disputar seriamente el control peronista del sindicato pero que a pesar de todo aún seguían siendo una fuerza importante, y la existencia de un gran bloque de sindicatos no peronistas en los independientes de Tosco eran factores que preparaban a Córdoba para el clasismo y las luchas obreras de la década siguiente. Intelectualmente, las interpretaciones revisionistas del pe

ronismo como movimiento revolucionario planteadas por una generación de activistas políticos e intelectuales, alentados sobre todo por los propios mensajes de Perón a sus partidarios dentro de la

juventud, hicieron posible una relación más estrecha entre la clase obrera peronista y los activistas sindicales de izquierda. Políticamente, la influencia de la Revolución Cubana y la inminente victoria de la coalición de la Unidad Popular de Salvador Allende en el vecino Chile hicieron que se despertara una profunda simpatía por el socialismo y la creencia en su triunfo inevitable, no sólo entre los ideólogos marxistas sino también en un amplio sector de la clase obrera cordobesa.

Si el Cordobazo no fue el precursor de estos cambios, fue no obstante un poderoso estimulante de las tendencias latentes que encontraron expresión en la década de 1970. Fue significativo como mito legitimizador, transformado por la izquierda de protesta popular en épico suceso revolucionario, pero también tuvo importancia por los cambios reales que ocasionó. Dentro de las fuerzas armadas, puso en marcha un proceso de disenso y oposición contra el régimen, provocando un debilitamiento fatal de la dictadura que culminaría en la destitución de Onganía en junio del año siguiente. En términos del movimiento obrero local, también abrió posibilidades que antes no existían. Uno de los cambios más significativos tuvo lugar en Ferreyra, donde años de colusión sindical con la empresa Fiat y una ignominiosa pasividad durante el Cordobazo habían hecho a los trabajadores particularmente susceptibles a las influencias que había desatado el levantamiento de mayo. Esta susceptibilidad, por otra parte, coincidió con renovados esfuerzos de la empresa italiana por reducir sus costos laborales e incrementar su competitividad, alentada por el progreso que había hecho en esos años en el mercado automotor.21A principios de septiembre de 1969, Fiat despidió a más de cien trabajadores de su planta GMD, afiliada al SMATA. El sindicato asumió una acción resuelta

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en defensa de sus obreros echados, y el ulterior acuerdo de la com

pañía para anular los despidos contrastó con la vulnerabilidad de los trabajadores de las otras plantas de Fiat y con la ineficacia de los que, cada vez con más frecuencia, ellos llamaban despectivamente sus sindicatos amarillos, los sindicatos de planta SÍTRAC y SITRAM.22

El Cordobazo contribuyó a una mayor politización de la totalidad de la clase obrera cordobesa y le dio una sensación (retrospectivamente, exagerada) de su poder. A los activistas sindicales que se identificaban con uno u otro de los programas de la izquierda, les demostró lo que muchos de ellos habían sostenido durante

mucho tiempo pero que probablemente habían llegado a dudar: que la clase obrera argentina aún tenía el potencial de actuar como un protagonista político independiente del esquema corporativo peronista.23 Para muchos otros fue el punto de partida de una crítica sistemática del capitalismo argentino y la elaboración de un programa político para los sindicatos aún más radicalizado que el propuesto por Tosco y los independientes, que siempre fueron reacios a identificarse con cualquier tendencia política que pudiera dividir todavía más al movimiento obrero. Por sobre todo, sin embargo, el Cordobazo cambió la dinámica de la política obrera local. Durante los siguientes seis años ejercería una profunda influencia sobre la imaginación de la clase obrera de Córdoba y alentaría a muchos trabajadores, algunos de los cuales habían estado ausentes por completo del levantamiento, a apoyarse en su ejemplo como primer paso hacia la creación de un papel revolucionario para la clase obrera.

NOTAS

1 Ernesto Laclau, “Argentina: Imperialist Strategy and the May Crisis*’, N e w L ef t Re vi e w, n° 62 (julio-agosto de 1970), pp. 3-21; Paul H. Lewis, T h e Cr i s i s o f Arg e n t i n e Ca p i t a l i s m {Chape! Hill: University of North Carolina Press, 1990), pp. 371-380; Robert Massari, “Le cordobazo", Sociol ogie d u Tr a v a i l n° 4 (1975), pp. 403-418; y James Petras, "Córdoba y la revolución socialista en la Argentina”, Los Libr os, vol. 3, n° 21 (agosto de 1971), pp. 28- 31, son representativos de estas interpretaciones excesivamente esquema- ticas del Cordobazo. Los sociólogos argentinos se han mantenido más próximos a la crónica histórica, pero también son culpables de asociar demasiado íntimamente el carácter del desarrolló industrial de ía ciudad con el levantamiento. Véase Francisco Delich, Cr i s i s y p r o t es t a s oc i a l m a y o d e 1 9 6 9 (Buenos Aires: Ediciones Signos, 1970); Francisco Delich, “Córdoba: la

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movilización permanente”, Los Libr os, n° 21 (agosto de 1971), pp. 4-8; y Juan Carlos Aguila, “Significado de Córdoba”, Apor tes , n® 15 {enero de 1970). pp. 48-61.

2Cla r ín , 12 de mayo de 1969, p. 24,3Jerón imo, vol, 10, n° 10 {20 de mayo de 3969), p. 1; archivo del SMATA,

“Volantes, comunicados y diarios del SMATA. 1969”, volante sindical "La lucha por nuestros derechos debe proseguir”, 19 de mayo de 1969. De las publicaciones y los comunicados sindicales de las semanas anteriores al Cordobazo surge con claridad que el problema del sábado i n gl és fue una cuestión galvanizadora para los trabajadores del SMATA. No obstante, era la culminación de unos tres años de medidas generales antiobreras por parte del gobierno, y en la protesta de los trabajadores estaba implícito, sin duda, un repudio político al régimen. Véase James P. Brennan y ¡Vlónica B.

Gordillo, “Working Class Protest, Popular Revolt, and Urban Insurrection in Argentina: the 1969 Co rd o b azo" , Jo u r n a l o f Socia l H i s to ry, vol. 27, n° 3 (primavera de 1994), pp. 477-498.

4Ramón Cuevas y Osvaldo Reicz, "El movimiento estudiantil: de la Reforma al Cordobazo", Los Libr os, n° 21 (agosto de 1971), pp. 17-18.

5Cuevas y Reicz, "El movimiento estudiantil”, pp. 17-18; A. Pérez Lindo, Uni versi da d, políti ca y so c ied ad (Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1985).

6La Voz del Inter ior , 27 de abril de 1964, p. 9.7Desde 1966 en adelante, la publicación semanal de los trabajadores de

Luz y Fuerza de Córdoba, Electrum, abundó en referencias al uso de las comodidades del sindicato por parte de los estudiantes.

3La Voz del Int er i or, 23 de marzo de 1969, p. 39; Agustín Tosco, “Testimonio del Cordobazo'’, Presen t e en la s lu cha s d e la c la se obrera : selecc ión d e t r ab a jos (Buenos Aires: Jorge Lannot y Adriana Amantea, 1984), pp. 37- 55.

9La Voz del In te r io r, 7 de mayo de 1969, p. 21.10Elec t rum, n° 213, 28 de marzo de 1969, p. 1.11Tosco, ‘Testimonio del Cordobazo”, pp. 37-55; Agustín Tosco, testi

monio grabado sobre el Cordobazo, sede central de Luz y Fuerza en Córdoba.

12Entrevistas con Elpidio Torres, Córdoba, 25 de julio de 1985; Miguel Ángel Correa, Córdoba, 3 de julio de 1985; Alfredo Martini, Córdoba, 20

de julio de 1987. Narraciones de variada exactitud que pretenden relatar los sucesos del Cordobazo pueden encontrarse en Roque Alarcón, C o r d o b a z o (Buenos Aires: Editorial Enmarque, 1989); Jorge Bergstein, El C o r d o b a z o (Buenos Aires: Editorial Cartago, 1987); Beba C, Balvé y Beatriz S. Balvé, Lu ch a d e ca l l es, l u ch a d e c l a se s (Cór d o b a 1 9 6 9 -1 9 7 1 ) (Buenos Aires: Editorial La Rosa Blindada, 1973); M. Bravo Tedín y G. Sarria, £1 Co r d o b a z o : u n g r i t o d e l i b er t a d (La Rioja: Editora del Nordeste, 1989); y Daniel Villar, E l C o r d o b a z o (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1971).

13Véase, por ejemplo, Agustín Tosco, “El Cordobazo: rebelión obrera y popular", reeditado en Democrac ia sindical (junio de 1984), p. 6. El grado de conocimiento que tenían los trabajadores de la estrategia planeada para

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la protesta difería, sin duda ampliamente de sindicato a sindicato. En el pequeño y altamente democrático de Luz y Fuerza, parece que casi todos los trabajadores habían sido enterados de los planes. En el SMATA, en cambio, la directiva gremial transmitida a los tres turnos el 28 de mayo sólo daba instrucciones generales. A los trabajadores del turno matutino se les dijo que esperaran las consignas de sus delegados y que abandonaran las plantas a eso de las once, concentrándose en la entrada de las fábricas para marchar hacia el centro poco después. Los de los turnos vespertino y nocturno tenían la instrucción de reunirse en la sede gremial en el centro a las diez y avanzar directamente desde allí a Vélez Sarsfield. En ningún momento se los informó de los planes para ocupar la ciudad, y todas las indi

caciones dadas señalaban que se trataría de una manifestación pacífica, con posterior dispersión ante la sede de la CGT; archivo del SMATA, SMATA- Córdoba. volumen "Volantes, comunicados y diarios dei SMATA, 1969", directiva gremial “Paro nacionar, 28 de mayo de 1969.

14Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Córdoba, Ex-Govemor’s Views on May Uprising”, A-464, 15 de septiembre de 1969.

15La Voz de l In ter i or, 31 de mayo de 1969, p. 13; l°d e junio de 1969, p. 16; 4 de junio de 1969, p. 21.

16Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Volantes, comunicados y diarios del SMATA, 1969”, directiva gremial "A los compañeros del gremio”, 4 de junio de 1969.

‘7 Departamento de Estado de los Estados Unidos, “Vandor’s Assassi- nation and Funeral", A-366, 21 de julio de 1969. Las teorías sobre la autoría del asesinato de Vandor van desde su atribución a rivales internos de la UOM hasta considerar que se trató de la primera eliminación de un dirigente sindical “traidor” llevada a cabo por la rama juvenil de la izquierda peronista, una práctica que, en verdad, se haría común en la década siguiente.

18Oscar Anzorena, Tiempo d e vio lenc ia y d e utopía (Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1988), p. 89.

19“Desde el encierro envía un mensaje al gremio el compañero Elpidio Torres”, La Voz d el SMATA, SMATA-Córdoba, vol. 6, n° 35 (30 de junio de 1969), p. 3.

20 La Voz de l In ter ior, I o de octubre de 1969, p. 10.Z! En 1966, Fiat alcanzó por primera vez las cifras de ventas de IKA-Re-

nault. En 1969 era la empresa de mayores ganancias de la industria. Juan V. Sourrouille, Tra nsna ciona l es en Am ér i ca Lat in a : e l compl ejo au t omotor en A rg e n t in a (México: Editorial Nueva Imagen, 1980), pp. 60-61.

22“Conflicto GMD: el triunfo de la solidaridad y la lucha”, La Voz del SMATA, SMATA-Córdoba, vol. 6, n° 36 (14 de octubre de 1969), p. 7.

23 La importancia del levantamiento de mayo para los c la s i s ta s cordobeses era muy simple: casi unánimemente se lo consideraba nada menos que como el primer acto de la revolución socialista en la Argentina. Puede hallarse esta interpretación en cualquiera de las publicaciones c la s i s ta s de la década del setenta. Véase, por ejemplo, “I-a caída de la «Revolución Argenti l ñ d l C d b ” SMATA Có d b ° 103 (29

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de mayo de 1973), p. 3. El grupo maoísta Vanguardia Comunista declaró

en su informe partidario anual de 1971 que el Cordobazo había demostrado el “inagotable espíritu revolucionario de nuestro pueblo, con el proletariado industrial a la cabeza". Vanguardia Comunista, informe político, 1971, archivo del SITRAC, carpeta "Vanguardia Comunista”.

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El Cordobazo y la resistencia obrera que siguió inmediatamente al levantamiento de mayo de 1969 desencadenaron cambios políticos en casi todos los niveles de la sociedad argentina. El efecto más

inmediato fue un deterioro de la capacidad gubernamental de controlar el disenso político, lo que otorgó una mayor libertad a todas las formas de oposición. En especial, el Cordobazo revitaüzó a la izquierda argentina y contribuyó a la radicalización de la vida política del país, lo que encontraría plena y trágica expresión en la década siguiente. El mundo subterráneo de la política revolucionaria, perseguido y clandestino desde los primeros días del Ongardato, salió de las sombras para ocupar un lugar central en la vida nacional.

La heterogénea izquierda argentina nunca había sido completamente domesticada por el régimen. La proscripción de los partidos

políticos, sin duda, había afectado adversamente a su miembro más venerable y cauto, el Partido Comunista (PC), pero la naturaleza represiva del gobierno de Onganía, en realidad, había estimulado otras tendencias. Las guevaristas Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), los maoístas Partido Comunista Revolucionario (PCR) y Vanguardia Comunista (VC), el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), otrora trotskista pero hacia 1969 marxista-leninista, y numerosos partidos y facciones menores que constituían la izquierda marxista se hicieron más activos bajo Onganía. En reuniones clandestinas y congresos partidarios secretos, sus miembros hablan elaborado sus respectivos programas revolucionarios, programas que a menudo habían sido poco más que deseos antojadizos de intelectuales en los años anteriores al Cordobazo, pero que en los posteriores a éste se convirtieron en los lincamientos para la acción política de revolucionarios decididos. La izquierda peronista, que tenía sus raíces en la Resistencia peronista y que antes de 1969 había estado representada en organizaciones guerrilleras como las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), se hizo aún más poderosa cuando el eje Montoneros-Juventud Peronista (JP) fue capaz de fusionar la creciente simpatía hacia las soluciones revolucionarias de ciertos sectores de la sociedad argentina con la exigencia de las masas peronistas de que Perón retomara del exilio y se volviera a legalizar su movimiento.1

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Los clasistas 219

El Cordobazo marcó un cambio importante en las tácticas de casi todas las organizaciones izquierdistas del país. Se abandonó el énfasis en las estrategias estrictamente armadas, o se lo complementó con otras que destacaban ía necesidad de que la Izquierda se introdujera en los sindicatos y promoviera el papel revolucionario de la clase obrera. En esto, el Cordobazo no representó tanto la génesis como la profundización de unos cambios que ya eran perceptibles en la izquierda argentina. La mayoría, si no todas las organizaciones izquierdistas del país, había hecho una reevaluación de sus tácticas a fines de los años sesenta, y en la época del Cordobazo machacaban con programas que, según esperaban, les permitirían convertirse en movimientos de masas. No obstante, sus miembros

aún tenían dudas acerca de su aptitud para ganar a una clase obrera que, a sus ojos, parecía cautivada por las consignas y la demagogia, así como por las temibles tácticas intimidatorias del movimiento obrero peronista. Esas dudas se disiparon, particularmente en Córdoba, con el levantamiento de mayo. En el primer congreso nacional del PCR, realizado en diciembre de 1969, sus miembros redactaron un programa que presentaba al Cordobazo como el punto de inflexión de la lucha de clases en la Argentina. La estrategia de cualquier partido revolucionario auténtico consistía ahora en ganarse un apoyo en la clase obrera, especialmente en el proletariado urbano, a través de la formación de células revolucionarias en las fábricas y la creación de una “corriente sindical clasista”.2

Desde este momento, el término clasista sería utilizado por los grupos de izquierda para indicar un programa de cambio revolucionario en alianza con la clase obrera. Sin embargo, no toda la izquierda adheriría a él. La estrategia electoral del Partido Comunista y un conservadorismo innato originado en su larga historia en la Argentina lo hicieron inicialmente hostil a los movimientos clasistas. El PC prefería alinearse localmente con los independientes de Tosco, y en el plano nacional auspiciaba el Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical (MUCS) en su intento de ganar partidarios en la clase

obrera. Pero para otros partidos de izquierda, en particular el PCR, Vanguardia Comunista y el PRT, el clasismo definiría en lo sucesivo su relación con el movimiento de los trabajadores y su visión del rol de la clase obrera en un proyecto socialista revolucionario.

Dadas la preponderancia dei proletariado automotor local y su incuestionable importancia estratégica y simbólica en la ciudad, fue natural que la izquierda de Córdoba diera prioridad a las fábricas de Fiat e IKA-Renault. Sus militantes fueron enviados a Ferreyra y Santa Isabel, algunos meramente como propagandistas que distribuían literatura partidaria en las puertas de las fábricas y otros como activistas que ingresaban a éstas como trabajadores y militantes

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clasistas . Pero en los complejos automotores de la ciudad no fue la simpatía por el clasismo o el cambio revolucionario lo que provocó la primera gran rebelión de la base fabril en la década de 1970. Antes bien, fueron la fractura de la autoridad en los planos local y nacional y la efervescencia social posterior al Cordobazo las que alentaron a los trabajadores de las plantas de Fiat a preparar un movimiento de recuperación sindical, que al principio fue independiente de la tutela política de la izquierda; se trataba de un movimiento genuino de las bases que procuraba, sobre todo, establecer una representación sindical efectiva para trabajadores que nunca la habían conocido. Después de años de representación formal e ineficaz a través de sus sindicatos de planta controlados por la empresa, SITRAC y S1TRAM, los trabajadores de Fiat se rebelaron. Iniciaron un experimento de democracia en los lugares de trabajo que fue improvisado desde el comienzo y muy dependiente de las cambiantes condiciones en las plantas. El movimiento sólo encontraría tardíamente una expresión política, y nunca de una manera uniforme, ya fuera entre los dirigentes sindicales que surgieron o entre los trabajadores que lo sostenían.

De todos los miembros de la clase obrera de la ciudad, los de Fiat parecían los menos idóneos para preparar una rebelión de base de

tales consecuencias. La debilidad de los sindicatos de la empresa era notoria en el movimiento obrero local. Se consideraba que SITRAC y SITRAM estaban tan desesperadamente aliados con Fiat que los dirigentes sindicales ni siquiera se habían tomado el trabajo de acercarse a ellos; tal era el caso, por ejemplo, de Agustín Tosco, que organizó la huelga del 29 de mayo que culminó en el Cordobazo. Los sindicatos de Fiat eran conocidos, tanto por los trabajadores a los que pretendían representar como por el resto de la clase obrera de Córdoba, más como “sindicatos amarillos” —sindicatos en los cuales se señalaba a los activistas y se daba aviso a la administra

ción acerca de los indeseables en la base fabril— que como defensores y protectores efectivos de los intereses obreros. Su naturaleza cautiva se demostró no sólo en su ausencia del Cordobazo sino, de manera más reveladora, en las pequeñas traiciones y las repetidas omisiones de la dirigencia de SITRAC-S1TRAM para abordar los problemas de la mano de obra. Hacia 1970, una pequeña camarilla de dirigentes con estrechos lazos con la gerencia estaba firmemente asentada en el aparato gremial, tanto del SITRAC como del SITRAM. Las elecciones sindicales se habían convertido en rituales sin sentido, en los cuales sólo se presentaba una lista y votaban pocos tra

bajadores.Así, la frustración colectiva por la ineficacia de los sindicatos y por los problemas laborales fue la génesis de la rebelión de las ba~

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ses de Fiat en 1970. En diciembre del año anterior, ía conducción

deí SITRAC había firmado un convenio colectivo preliminar con la empresa. Lo mismo que en el pasado, el nuevo contrato omitía mencionar aumentos salariales o proponer alguna reforma significativa para responder a los numerosos reclamos de los trabajadores, relacionados con las prácticas de producción y las condiciones laborales en las plantas de Concord. Cuando se conocieron los detalles del contrato —en el que el único logro era la conformidad de la empresa para proporcionar mensual mente un pan de jabón y un rollo de papel higiénico en los baños de la fábrica para cada trabajador— , se difundió por la planta el descontento al constatarse que el sindicato no hacía ni siquiera un intento de compromiso para disimular el hecho de que estaba a las órdenes de la empresa.3Si bien la mayoría de los trabajadores estaban resignados a un nuevo convenio humillante, un pequeño número empezó a hablar de tratar de obtener el control del sindicato. En las elecciones gremiales de enero de1970, uno de ellos, Santos Torres, se postuló como delegado y fue elegido por su línea de producción. Días después de la elección la compañía lo transfirió a otra sección de la fábrica en un intento de impedir que asumiera las tareas de delegado. Cuando Torres, posteriormente, asistió a la primera reunión del recientemente electo cuerpo de delegados , el comité ejecutivo ordenó su expulsión.4

En una asamblea realizada el 23 de marzo como una mera formalidad para aprobar el contrato de diciembre, Torres y su compañero de trabajo Rafael Clavero atacaron públicamente a la conducción del SITRAC y desataron las frustraciones contenidas de los trabajadores de Fiat. El secretario general del sindicato, Jorge Lozano, observó perplejo que trabajadores de cada uno de los tres turnos presentes en la asamblea exigían su renuncia y convocaban a nuevas elecciones. Lozano, uno de los muchos hombres antes pertenecientes a la Unión Obrera Metalúrgica que habían encontrado un lugar en los sindicatos de la empresa Fiat, era especialmente odiado por ser el representante más visible de los años de traiciones sindicales e intimidaciones empresariales en la base fabril. Junto con el comité ejecutivo del sindicato dejó la sede bajo una lluvia de insultos y amenazas. El resto de la reunión se convirtió en la primera de las grandes asambleas abiertas que tendrían lugar en el complejo Fiat durante los siguientes 18 meses. Después de la partida de Lozano, se restableció el orden y algunos trabajadores mocionaron que se rechazaran las recientes elecciones y el convenio colectivo. La asamblea duró toda la noche, y en ella se eligió una comisión directiva (comisión provisoria) para representar a los trabajadores hasta que pudieran realizarse nuevas elecciones. La comisión incluía a Torres, Clavero y otros trabajadores como Carlos Masera, mecánico

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pañero abogado pronto se ganaría el respeto y la confianza de los trabajadores gracias a sus incansables esfuerzos para detener los múltiples vejámenes del Estado y la empresa que la ley hacía posibles. En esta primera reunión, tanto Curutchet como los trabajadores de Fiat escucharon a Capdevila amenazar con represalias si persistían con su petición. Al día siguiente, y por sugerencia de Curutchet, los disidentes convocaron-a una asamblea abierta e instaron a los trabajadores a que ocuparan la planta de Concord. La toma resultante duró tres días. Funcionarios de la empresa fueron tomados como rehenes, y los trabajadores abandonaron la planta sólo después que Curutchet se hubo reunido con emisarios del gobierno y con Lozano y conseguido la renuncia escrita del comité eje

cutivo del SITRAC. Fiat y el Ministerio de Trabajo acordaron realizar nuevas elecciones dentro de los siguientes treinta días.9

La rebelión de Fiat había comenzado como un repudio espontáneo a lo que los trabajadores consideraban como una conducción gremial traidora, dirigentes que estaban aliados con una empresa decidida a negar a su personal incluso la más mínima protección sindical. Los trabajadores de Fiat tenían una larga historia de amargas derrotas en sus intentos por conseguir una representación sindical efectiva. Así, el éxito inicial de la rebelión de Concord en 1970

tuvo mucho que ver con las condiciones específicas de la ciudad como consecuencia del Cordobazo. El gobierno se ponía nervioso ante cualquier signo de inquietud en la clase obrera local, por lo que, una vez que las alternativas quedaron claras, estuvo dispuesto a forzar concesiones de parte de Fiat con la esperanza de desactivar una ulterior militancia obrera. La victoria se debió también a la presencia fortuita de un grupo de trabajadores excepcionalmente capaces, que surgieron para conducir el renacido SITRAC. Algunos, como Masera, Torres y Clavero, habían llegado por primera vez a los primeros planos en la asamblea del 23 de marzo. Otros, como Domingo Bizzi, José Páez y Gregorio Flores, sólo cobraron prominencia en las semanas que culminaron en la toma de la planta de Concord. Ninguno de ellos, salvo Bizzi, había tenido antes una intervención especial en asuntos gremiales, y tampoco tenían ninguna filiación política, mucho menos una ideología política elaborada.

' Su disgusto hacia Lozano y la conducción del SÍTRAC, como el del resto del personal, provenía de frustraciones personales por las condiciones en la planta y la falta de voluntad del sindicato para encararlas. Masera era especialmente consciente de la ineficacia del sindicato de planta en Concord, por haber pasado varios años en las fábricas de IKA. Había ingresado a Concord en 1963 y pronto des

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cubrió que las condiciones laborales eran allí muy inferiores a las que había conocido en Kaiser, donde la maquinaria sindical de Elpidio Torres era un interlocutor efectivo de la empresa y en la que los salarios eran significativamente más altos que los pagados polla empresa italiana. Pero para la vasta mayoría de los trabajadores la toma fue sencillamente la culminación de años de penoso trabajo en las plantas de Fiat. El estilo paternalista de ésta, expresado en muchas cosas, desde su preferencia manifiesta por contratar trabajadores de ascendencia italiana hasta sus campañas de relaciones públicas en las que exaltaba a “lafamiglia Fiat', se consideraba

un pobre sustituto de un sindicato vigilante y salarios justos, y cuando surgió la posibilidad de actuar, los trabajadores la aprovecharon, sin saber cuál podría ser el resultado.10

La historia personal de Masera ofrece algunas claves acerca de la naturaleza de los trabajadores que surgieron a la notoriedad en el movimiento de recuperación sindical y a puestos de conducción en ios clasistas SITRAC y SITRAM durante los meses que siguieron. Lo mismo que él, la mayoría había comenzado su vida laboral como peronistas. Su conocimiento del marxismo era, en el mejor de los casos, rudimentario, y pocos, si los hubo, habían intentado criticar

su propia situación como trabajadores de una multinacional automotriz en términos abstractos e ideológicos. También, como Masera, muchos eran trabajadores industriales de primera generación que habían emigrado del campo a la ciudad. Varios sólo sabían leer y escribir con gran dificultad. Si bien algunos eran trabajadores calificados, educados en una de las escuelas técnicas de la ciudad, muchos de los 21 miembros del comité ejecutivo sindical y una mayoría del cuerpo de delegados de 125 integrantes eran obreros no calificados, provenientes en gran medida de una u otra de las líneas de producción de la fábrica.11En síntesis, los clasistas de Fiat comenzaron

como simples trabajadores que se rebelaron contra las frustraciones laborales acumuladas en una empresa que parecía empeñada en negarles lo que sentían era un tratamiento justo y honorable. Si bien muchos de ellos buscarían ulteriormente explicaciones políticas para comprender las intensas luchas en que estaban envueltos, ninguno se había sentido atraído a la rebelión que se desarrolló inesperadamente a partir de la asamblea del 23 de marzo por lo que razonablemente podrían llamarse razones políticas.

El éxito de la ocupación fabril de mayo de 1970 y la renuncia de la conducción del SITRAC alentaron una rebelión similar en la fábrica de Fiat Materfer. La mano de obra de la planta de equipos ferroviarios de Fiat también había estado representada sólo nominal

i di d l l SITRAM E l

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ciones y tenían una presencia particularmente fuerte en la planta

de Perdriel. Un núcleo de militantes obreros de la fábrica tenía vínculos con la izquierda y había pertenecido originalmente al Grupo 1 ° de mayo, el más poderoso de los agrupamientos izquierdistas de oposición a Torres a fines de la década de 1960. En los meses posteriores al Cordobazo, el PCR había identificado a Perdriel como un eslabón débil en la maquinaria sindical del SMATA e hizo de él una prioridad para su introducción en el proletariado automotor local, arreglándoselas finalmente para conseguir que algunos de sus miembros se incorporaran a la planta.13

Los activistas del PCR fueron los principales promotores de ía

ocupación fabril del 12 de mayo, que incluyó la toma de treinta rehenes, muchos de ellos supervisores franceses empleados por la poderosa multinacional. La ocupación se produjo después de que la empresa trasladara a cuatro de los candidatos izquierdistas en las siguientes elecciones de delegados a otras plantas, una medida pensada para fortalecer a la más conciliatoria conducción peronista entre los trabajadores de la fábrica.14Como las tomas de Fiat, la ocupación fabril de Perdriel representó una medida sindical extrema, que se convertiría en una táctica característica del sindicalismo clasista y que indicaba un deterioro de las relaciones entre pa

tronal y mano de obra en las plantas automotrices de la ciudad. Las líneas de confrontación se hicieron más agudas y las posibilidades de compromiso más remotas.

Como resultado de la ocupación de Perdriel, IKA-Renault acordó que los trabajadores izquierdistas regresaran a la planta y permitió que los dos obreros elegidos conservaran sus puestos gremiales, Pero Torres, por su parte, había manejado la cuestión con torpeza, al no protestar por el traslado de los trabajadores de Perdriel dispuesto por la empresa; en rigor.de verdad, se sospechaba su complicidad con el plan de la compañía. Su posición había quedado

debilitada en un sindicato donde los trabajadores, en gran paite como resultado del estado constante de agitación de la clase obrera local luego del Cordobazo, eran desacostumbradamente sensibles a cualquier medida del Estado o la empresa que pudiera interpretarse como una provocación.

Los trabajadores de Perdriel no se apaciguaron con las concesiones de la firma. Presionado por las bases. Torres convocó a principios de junio a una huelga de todas las fábricas de IKA-Renault, para protestar por el estancamiento de las conversaciones sobre los contratos, huelga que esperaba restableciera su credibilidad como

dirigente obrero de línea dura, pero a la que presentó como una respuesta a la intransigencia de la empresa en las cuestiones salariales y laborales. El 3 de junio, en la mayoría de las plantas se to-

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marón rehenes, y la CGT local declaró un paro general en apoyo a

los trabajadores huelguistas del SMATA. Cuando los obreros de Concord y Materfer adhirieron a ía huelga en solidaridad y los de Concord llevaron a cabo su segunda ocupación, ía ciudad pareció al borde de una amenazante insurrección obrera. £1 4 de junio la policía cordobesa ingresó por ía fuerza a la planta de Perdriel y detuvo allí a unos 250 trabajadores, impulsando con ello a los ocupantes a abandonar las otras plantas de IKA-Renault. Torres se vio obligado a proseguir otra campaña huelguística cuyas consecuencias no había previsto.15

Durante el resto del mes los trabajadores del SMATA siguieron

en huelga y en las plantas de IKA-Renault se suspendió ía producción. A decir verdad, la producción de toda la industria automotriz cordobesa sufrió graves perjuicios, y las autoridades provinciales y nacionales presionaron a Torres para negociar un arreglo. Como Córdoba avanzaba tambaleándose hacia un estado de anarquía, las verdaderas autoridades dentro del gobierno nacional, el general Ale

jandro A. Lanusse y el ejército, destituyeron a Onganía, que había quedado fatalmente debilitado desde el momento del Cordobazo y fue liquidado definitivamente por la secuela del levantamiento en Córdoba un año más tarde. La tarea inmediata del nuevo presidente, el general Roberto M. Levingston, una figura militar relativamente desconocida que tuvo que volver apresuradamente a Buenos Aires desde su puesto de agregado militar en la Embajada Argentina en Washington, era lograr lo que había-demostrado ser elusivo para Onganía, esto es, la domesticación de Córdoba.

Torres estaba ahora ansioso por negociar el fin de una huelga cuyo control había perdido y que era sostenida por militantes de base, en su mayoría de izquierda. ÍKA-Renault aceptó la mediación gubernamental y los pedidos de un período de gracia que permitieran a los trabajadores regresar a las plantas mientras la empresa y los funcionarios sindicales negociaban un compromiso.16

Públicamente, Torres se mantuvo en una postura beligerante, pero en privado reconstruía sus puentes con la compañía. Hacia principios de julio la mayoría de los trabajadores estaban de regreso en las plantas. Los aproximadamente 1.500 despidos efectiviza- dos por IKA-Renault durante la huelga, que habían contribuido a hacerla más dura y prolongada, se negociaron para provecho mutuo de los torristas y la empresa. Las conversaciones entre Torres y los representantes patronales redujeron el número de trabajadores despedidos a unos 600, cifra que incluía a la mayoría de los activistas de izquierda de la planta de Perdriel y del resto del complejo, eliminando así una oposición envanecida que era fuente de innumerables problemas tanto para la empresa como para el sin

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dicato. Para el PCR y otros partidos de izquierda, éste fue un golpe duro, que implicó la necesidad de reconstruir sus organizaciones en la base fabril. A pesar de su resultado negativo, la huelga estuvo plenamente dentro de los cálculos del partido marxista más activo en Santa Isabel, el PCR, ya que éste consideraba a las huelgas como armas políticas que debían utilizarse para debilitar la maquinaria sindical de Torres y ganar a los trabajadores para las posiciones clasistas , a pesar de reveses ocasionales como eí sufrido.17

Esas estrategias partidarias no estaban presentes en la muy diferente rebelión de base que aún germinaba en las plantas de Fiat. En Ferreyra, en el momento en que terminaba la huelga del SMATA, el grupo de trabajadores de Concord que habían surgido como diri - gentes del movimiento para expulsar a Lozano y establecer una representación sindical efectiva ganó sin oposición las elecciones gremiales del 7 de julio. La rebelión generacional que constituyó una parte tan importante de los movimientos clasistas de principios de los años setenta se reveló inequívocamente en los resultados electorales. Los miembros del comité ejecutivo y los delegados electos eran

jóvenes, la mayoría en la veintena o comienzos de la treintena.18Con 37 años, Masera, el nuevo secretario general del SITRAC, era conocido como “el viejo Durante los meses siguientes, estos jóvenes trabajadores se apresuraron a cambiar la vida fabril y a hacer del nuevo SITRAC el instrumento de una vigorosa democracia del lugar de trabajo. Los pro- blemas laborales se discutían abiertamente en los departamentos y las decisiones se tomaban a través de la deliberación, a veces en reuniones sindicales formales pero más a menudo en consultas camaraderiles entre los trabajadores y los delegados. Capataces hoscos y suites irrespetuosos aprendieron a tratar cuidadosamente a los trabajadores bajo su supervisión, para no arriesgarse a una

respuesta del sindicato. La participación en los asuntos gremiales, moribunda sólo unos pocos meses antes, comenzó a difundirse lentamente. Las asambleas generales abiertas realizadas en la fábrica surgieron casi como una institución del nuevo SITRAC. Su organización se veía facilitada en gran medida por el carácter de sindicato fabril de éste, y se efectuaban en forma rutinaria para decidir virtualmente todas las cuestiones de la base fabril: problemas con la aceleración de los ritmos de producción, negociaciones colectivas y hasta quejas por la pobre calidad de la comida que se servía en el bufe de la fábrica. El espíritu democrático del sindicato también fue

estimulado por el hecho de que todos sus dirigentes conservaron sus empleos en la planta; no había puestos gremiales pagos, de modo que los representantes del SITRAC estaban en contacto per-

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Los clasistas 229

maneóte con las bases. La deslucida reputación de la representa

ción sindical del complejo Fiat pronto quedó superada. En una encuesta en la forja de Concord, por ejemplo, la respuesta obrera demostró que el apoyo a la nueva conducción era profundo —casi uná nime en los primeros meses del nuevo SÍTRAC—, aunque se debía principalmente a la reputación de los dirigentes como “compañeros honestos” y no a ninguna simpatía revolucionaria de parte de la dirigencia o de las bases.'9

El nuevo SÍTRAC se ganó ía lealtad de los trabajadores porque demostró ser un defensor solícito y eficaz de sus intereses, a pesar de los muchos obstáculos que se levantaban contra él. Problemas específicos de la planta de Concord modelaron el carácter del desafío sindical allí. En esos años, la estabilidad en el empleo no era un problema para los trabajadores de Fiat, como tampoco lo era, hay que decirlo, para el proletariado automotor cordobés en general, y los inconvenientes laborales giraban en tomo a la doble preocupación de los salarios y las condiciones de trabajo. En caso de haber existido condiciones muy inestables de empleo, con una masa flotante de trabajadores del automóvil entrando y saliendo de las fábricas de la ciudad, la naturaleza de la rebelión de base en Ferreyra bien podría haber sido muy diferente. En cambio, las mayores frustraciones de los trabajadores se originaban en sus relaciones coti

dianas con la empresa y en las condiciones de las plan tas. La situación era igual para los trabajadores de Materfer, que eligieron a su nueva conducción el mismo mes que los de Concord y cuyo sindicato siguió en muchas cuestiones el ejemplo del SÍTRAC. Sin embargo, los salarios eran un tema en el cual las experiencias de los dos sindicatos eran un poco diferentes.

Desde mediados de los años sesenta, los trabajadores de Concord no tenían un convenio colectivo propio y, en cambio, se los había forzado a aceptar la versión modificada por Fiat de los contratos de la UOM. Fiat utilizó estos acuerdos, que en general eran menos favorables que los del SMATA, a pesar de la aparente inaplicabilidad de las categorías de la industria metalúrgica a la producción automotriz. El SITRAM, en cambio, tenía su propio convenio, pero sus términos eran aún peores que los obtenidos por los trabajadores de Concord con los amañados contratos de la UOM. Los obreros de Materfer esperaron mientras los de Concord hacían el primer intento por remediar la situación. La conducción del SÍTRAC formó una comisión especial de representantes de los trabajadores y funcionarios gremiales para redactar un acuerdo propio y presentarlo a la empresa, acuerdo que modificaría significativamente las condiciones de la planta de Concord. A lo largo del siguiente año los miem

bros del sindicato consultaron convenios anteriores del SMATA y

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armaron laboriosamente el contrato que propondrían a la compañía en enero de 1972.20Más que un conflicto por ios salarios, la insistencia del sindicato en redactar su propio contrato era un desafio directo al control absoluto de Fiat sobre la fábrica y todas las cuestiones relacionadas con la producción. El nuevo SITRAC provocó la hostilidad de la empresa por esta mismísima razón. Más allá de las negociaciones colectivas propuestas, el sindicato comenzó a preocuparse inmediatamente por reclamos de larga data en la base fabril, que habían sido ignorados durante los años de afiliación a la UOM y luego a los sindicatos de planta controlados por la empresa. Una cuestión era

la forja, notoria por sus condiciones de trabajo insalubres pero con respecto a la cual Fiat obstruía toda conversación para mejoraría. En los primeros meses de administración del sindicato, los dirigentes del SITRAC se pusieron en estrecho contacto con los sindicatos italianos de la Fiat, por quienes se enteraron de que la tecnología empleada en la foija de Ferreyra había sido prohibida por las leyes laborales italianas a causa de sus efectos deletéreos sobre la salud de los trabajadores; se había descubierto que causaba desde sordera prematura hasta trastornos sexuales, resultantes del incesante golpeteo de las prensas de martillo e hidráulicas.2’ La conducción del

SITRAC eligió el problema de la forja como una de las cuestiones principales sobre las que había que pronunciarse en favor de una efectiva intervención sindical en los reclamos laborales más sobresalientes. Pronto cuestionaría la panoplia de prácticas productivas y políticas salariales de la empresa,32Las demandas por las excesivas reclasificaciones de tareas, el respeto por las categorías y un salario fijó independiente de la productividad golpearon en el corazón del control de Fiat sobre la fábrica, con lo que quedaron trazadas las líneas del futuro enfrentamiento entre el sindicato y la compañía.

Mientras el sindicato daba forma a su desafío a Fiat alrededor de problemas compartidos por todos los trabajadores, una evolución más sorprendente acompañaba los acontecimientos en Ferreyra: la rebelión de la base fabril se estaba transformando en un movimiento político disidente, el clasismo . El término clasismo y los sindicatos SITRAC y SITRAM se convirtieron en poco menos que sinónimos en la reciente historia laboral argentina. Pero en realidad el clasismo no nació en las plantas de Ferreyra; como ya se mencionó, había estado presente en las teorizaciones partidarias de izquierda y, en forma embrionaria, en la base fabril de las plantas de IKA-Renault desde fines de la década de 1960. En rigor de verdad, el término formaba parte del léxico marxista desde los años veinte, cuando los

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Los clasistas 231

comunistas crearon el Comité Sindical de Unidad Clasista como una

alternativa sindical militante en el movimiento obrero del país. La nueva izquierda lo resucitó en los sesenta, y hacia 1970 lo empleaban casi todos los partidos marxistas y de manera creciente ciertos sectores de la izquierda peronista. El hecho de que la expresión clasismo fuera ya parte del discurso obrero en ese momento ayuda a explicar de qué manera las rebeliones de las bases a principios de los años setenta pudieron identificarse a sí mismas en tajes términos.

No obstante, el clasismo se expresó por primera vez fuera del hermético mundo de los debates partidarios y las células fabriles clandestinas, y con resonancia nacional, en ía rebelión de SITRAC y SITRAM, y esa curiosa situación debe ser explicada. La educación política de Masera, Bizzi y los demás trabajadores que habían llegado a la primera fila de la rebelión en Fiat fue un lento proceso nunca plenamente consumado. Algunos miembros del comité ejecutivo y del cuerpo de delegados abrazaron la ideología clasista intuitivamente, en tanto otros llegaron a ella a través de la lectura y la discusión política. Cuando la rebelión de Fiat atrajo la atención de activistas e intelectuales de todo el país, y especialmente de la misma Córdoba, la izquierda estableció contactos con muchos trabajadores, en particular con los que ocupaban puestos de conducción. Activistas partidarios y estudiantiles asumieron una relación tutelar con al

gunos de los trabajadores, y el edificio sindical de SITRAC-SITRAM en el centro de la ciudad se convirtió en una especie de salón político para la izquierda cordobesa, un lugar de reunión donde podían analizar ía realidad cotidiana con que los trabajadores se enfrentaban en las plantas y darle una explicación política y, por último, una expresión ideológica.

Los pasos dados hacia el clasismo eran vacilantes. El eslogan del sindicato, adoptado más adelante durante ese mismo año, “¡Ni gol

pe ni elección, revolución!”, fue creación de un intelectual o activista partidario anónimo y prendió en el discurso público de los sindicatos de Fiat y en sus panfletos en un momento en que las posibilidades electorales genuinas parecían remotas. Entre los trabajadores de Fiat, el eslogan expresaba más desconexión con el estado general de las cosas en el país que simpatía extendida para con la revolución, o incluso el socialismo. Las ideas clasistas estaban subordinadas a las luchas que se libraban en las fábricas, y sólo pasaron a ser dominantes después de fines de 1971, cuando SITRAC-SITRAM fueron declarados ilegales por el gobierno. Entonces, los ex líderes sindicales se encontraron en cierto modo alejados de la situación en las plantas, por lo que pasaron a depender en gran medida de la ayuda de los activistas partidarios para imprimir sus volantes, auxiliar a sus compañeros encarcelados, proporcionarles protección y,

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en general, brindar el apoyo necesario para sostener a los ahora proscriptos SITRAC-SITRAM. Más que como un movimiento de los trabajadores revolucionarios, el clasismo de esos primeros meses debe ser entendido como un movimiento de bases firmemente enraizado en los problemas del trabajo. Propuso un mensaje político disidente como medio de combatir a los enemigos —tanto dentro como fuera de las plantas— , de los que algunos trabajadores de Fiat creían que estaban intentando frustrar las reformas por las que ellos abogaban a través de sus sindicatos.

Aunque virtualmente no había participación de activistas peronistas intransigentes como dirigentes dentro de los sindicatos cla

sistas de Fiat, los nuevos SITRAC y SÍTRAM no surgieron como explícitamente antiperonistas. A decir verdad, con una mano de obra que era casi en su totalidad peronista y una dirigencia sindical en la que se contaban muchos trabajadores que habían pasado por el peronismo, si bien pocos de ellos con una mílitancia activa, inicial- mente no se contempló una confrontación con el movimiento obrero peronista en el terreno ideológico o político. El encono entre éste y los clasistas de Fiat fue, más bien, el resultado del aliento activo de estos últimos a otros movimientos de recuperación sindical del país, casi todos los cuales afectaban a conducciones peronistas estable-

cídas. Detrás de la animosidad entre clasistas y peronistas también se encontraban los cambios en la política obrera nacional. La elección de José Rucci, de la UOM, como secretario general de la CGT el2 de julio de 1970, presagiaba el intento de restablecer la estructura verticalista del movimiento obrero, que no había sido restaurada desde la época de la rebelión de la CGTA. Las tensas relaciones entre SITRAC-S1TRAM y los peronistas cordobeses eran la consecuencia del apoyo de los sindicatos de Fiat a las listas disidentes en los gremios locales y del resentimiento de los clasistas, a su tumo, por la supuesta deferencia servil de la CGT local hacia Rucci y su falta de voluntad para respaldar a los trabajadores de Fiat en lo que aquéllos consideraban como las luchas eminentemente obreras y no partidistas que se producían en las plantas de la empresa italiana. La oposición de los clasistas no se expresaba en términos de clasismo versus peronismo, sino en los del combate por una dirigencia sindical honesta y democrática y la reivindicación de un papel de conducción para la clase obrera en la construcción del socialismo. El mensaje clasista podía recurrir a las propias tradiciones de la clase obrera peronista, incluyendo a sus corrientes anticapitalistas, que habían quedado sumergidas desde la época de la Resistencia y vuelto a surgir después del Cordobazo. Así, el objeto del vituperio clasista en el discurso público del movimiento no era el peronista sino el trai dor, el vendido, el burócrata

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Los dasisÉas 233

En los meses posteriores a las elecciones sindicales de julio, los

sindicatos de Fiat ganaron confianza y por último estuvieron en condiciones de ofrecer asistencia a otros movimientos de base de Córdoba, particularmente en los sindicatos ortodoxos , que observaban su ejemplo de creación de una representación gremial legítima y efectiva. El ejemplo de SITRAC-SITRAM electrizó al movimiento obrero local en ía segunda mitad de 1970. Por primera vez en su historia, las plantas de Ferreyra se convirtieron en el epicentro de la política obrera cordobesa. Los sindicatos habían desafiado con éxito a Fiat en una serie de cuestiones y adoptado tácticas militantes innovadoras que iban a extenderse por el movimiento obrero cordobés en los años setenta. Los abandonos de planta y las ocupaciones fabriles, la toma de ejecutivos empresariales como rehenes, las huelgas de hambre y ías manifestaciones callejeras eran tácticas drásticas de las que no había testimonios en el movimiento obrero desde la Resistencia peronista de fines de la década de 1950. Otros sindicatos de la ciudad siguieron su ejemplo en el intento de destituir a dirigencias sindicales atrincheradas en sus puestos. Trabajadores y rebeldes de base de las plantas de las Industrias Mecánicas del Estado (ex LAME} y de las industrias de la construcción, láctea y especialmente del calzado desarrollaron una estrecha relación con SITRAC-SITRAM, que les brindaron acceso a la imprenta sindical,

los ayudaron a distribuir fichas de afiliación al sindicato y en general les prestaron apoyo moral.23Estas rebeliones de base presentaron inicialmente a sus movimientos como más "antiburocráticos” que clasistas. No obstante, como SITRAC-SITRAM aparecían como los abanderados tanto de la democracia sindical como del clasismo, gradualmente las dos causas se convirtieron en sinónimos en la ciudad, y los movimientos de los trabajadores adoptaron de manera creciente identidades clasistas.

La emergencia del clasismo cordobés se produjo justo en el momento en que los cambios en la política laboral nacional hacían especialmente potentes causas como la de la democracia sindical. La liberación de Tosco de la cárcel y su regreso a Córdoba en enero de 1970 ya habían puesto en guardia a la conducción nacional de la CGT. El gobierno prohibió un congreso obrero nacional el 31 de enero, en el cual Tosco proponía elaborar un “plan de liberación nacional”. El 4 de febrero, la sede central de Luz y Fuerza fue atacada a tiros por el ejército y el sindicato fue puesto nuevamente bajo control gubernamental, obligando a los dirigentes gremiales a realizar el congreso en la clandestinidad.24

En realidad, los caciques obreros peronistas sintieron por primera vez el verdadero sabor de la nueva cruzada antiburocrática en

febrero de 1970, cuando los trabajadores de la construcción de la

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Los clasistas 235

to obrero cordobés le parecían ahora más peligrosas que las tendencias en crecimiento de los porteños. La UOM cordobesa estaba siendo ganada progresivamente para ía causa del verticatismoy distanciándose de los elementos radicalizados del movimiento obrero local. Más que los ortodoxos, ahora eran los legalistas quienes asomaban como el principal obstáculo al verticalismo entre los sindicatos peronistas cordobeses.

La explicación de este cambio radica en el Cordobazo y los acontecimientos que lo siguieron. La participación de los legalistas en el levantamiento y en la resistencia obrera de los meses siguientes hizo que su alineamiento con Miguel. Rucci y la CGT, que propugnaban el diálogo y el compromiso con el gobierno, fuera virtual- mente imposible. Las primeras declaraciones públicas de los legalistas luego de la victoria de Miguel en la UOM revelaban una mezcla de desafío, posiciones peronistas de izquierda en germen, anticapitalismo, militancia sin compromisos y la conocida oposición aí centralismo porteño ; entre otras cosas, apoyaban una ley nacional para impedir el establecimiento de nuevas industrias en la Capital Federal y una ley complementaria de promoción industrial para las provincias.26Atilio López surgía gradualmente como el principal vocero de los legalistas y su propio sindicato, la Unión Tranviarios Automotor, servía como lugar de encuentro de intelectuales peronistas de izquierda, activistas políticos y sindicatos peronistas de la ciudad, que combinaban las exigencias históricas del movimiento obrero de esa tendencia en favor del retorno de Perón y la relegalización del Partido Justicialista con una ideología de liberación nacíonaly un proyecto socialista para la Argentina.27La lucha de poder entre ías dos facciones del movimiento obrero peronista por el control de la CGT no se decidiría, en realidad, hasta el año siguiente, pero tanto legalistas como ortodoxos estaban adquiriendo a lo largo de 1970 un perfil político más claro, y encarnaban en sus propias filas la polarización creciente de su movimiento entre izquierda y derecha.

La relación entre SITRAC-SITRAM y sindicatos locales como los legalistas de López y los independientes de Tosco fue al principio cordial pero nunca pasó de un respaldo formal. Si bien tanto López como Tosco sintieron inicialmente simpatía hacía el movimiento de recuperación sindical de Fiat y apoyaban la causa antiburocrática, que en los hechos era también una reivindicación de la autonomía cordobesa contra el centralismo porteño, ninguno estaba complacido con las posiciones clasistas con las que SITRAC-SITRAM se identificaban cada vez más. Los recelos de Tosco provenían más de su escasa comprensión de lo que estaba sucediendo en Ferreyra que

de genuinas diferencias políticas. Desde el momento en que el go

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bierno asumió el control de Luz y Fuerza a principios de febrero

hasta el restablecimiento de su personería gremial en septiembre de 1971, Tosco y la conducción sindical trabajaron ocultos. En consecuencia, en lo que se refiere al grueso de la experiencia clasista de, Fiat, Tosco sólo recibía informaciones por intermediarios, cuyos relatos parciales de la rebelión de los trabajadores de aquella empresa predisponían sus ulteriores interpretaciones del movimiento. Los recelos de López y los legalistas, por su lado, eran en gran medida políticos. Objetaban la aparente indiferencia de los sindicatos de Fiat ante la legalización del movimiento peronista.

El 11 de noviembre de 1970, los principales partidos políticos, incluyendo al Jusücialista, emitieron una declaración pública exigiendo elecciones directas inmediatas y el fin del régimen militar, con plena participación del movimiento peronista. Este frente democrático, bautizado La Hora del Pueblo, recibió el apoyo de casi todos los sindicatos de la ciudad salvo los clasistas de Fiat SITRAC- SITRAM eran escépticos acerca de la disposición militar a entregar el control a los partidos civiles, pero también comenzaban a surgir diferencias ideológicas y políticas genuinas. La lucha nacida en las fábricas y el tutelaje político que algunos trabajadores recibían ahora de la izquierda comenzaron a acercar a los obreros de Fiat a posiciones adversas a las soluciones electorales peronistas apoyadas por los legalistas, posiciones a las que podía describirse justificadamente como revolucionarias.

En los últimos meses de 1970 la rebelión de Fiat creció, y los sindicatos descubrieron que la empresa actuaba con vacilación e ineficacia en los intentos de desbaratar su movimiento. Trabajadores que antaño habían sido sumisos y temerosos ahora se mostraban desafiantes. Los sindicatos que anteriormente habían sido instrumentos del departamento de personal de Fiat ahora cuestionaban en toda ocasión la política empresarial. Los paros y el trabajo a desgano no eran cosa cotidiana, como aducían los detractores de

los sindicatos, pero sí muy frecuentes. Una campaña huelguística librada por los sindicatos llevó a Fiat a la mesa de las negociaciones y obtuvo de ella, a regañadientes, que los reclamos gremiales sobre salarios y prácticas laborales se incluyeran en futuras negociaciones colectivas. El 26 de noviembre, SITRAC-S1TRAM comenzaron un plan de lucha exigiendo una serie de reformas inmediatas en la base fabril —entre ellas la reducción de la jomada en la forja de la empresa y la eliminación de cláusulas de productividad—, que en negociaciones previas habían sido obstinadamente rechazadas por la compañía. Las huelgas de hambre del comité ejecutivo del SITRAC y Curutchet para protestar por el despido de dos delegados sindicales se convirtieron en una cause célebre local, con marchas y maní-

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Los clasisLas 237

Testaciones por él centro de la ciudad y el apoyo de varias organiza- clones eclesiásticas, estudiantiles y políticas del lugar.:38

Fiat era ahora una empresa sitiada, y estaba pagando por el fracaso de sus políticas laborales anteriores y las duplicidades del pasado en los tratos con sus trabajadores. A principios de 1971, la compañía decidió actuar, con la esperanza de eliminar la rebelión sindical y regresar a las pacíficas relaciones laborales, coercitivas pero eficaces, que había conocido hasta pocos meses antes. El 14 de enero, como táctica intimídatoria, despidió a siete trabajadores, entre ellos los miembros del comité ejecutivo del SITRAC José Páez, Domingo Bizzi y Santos Torres y a un delegado y miembro del recientemente formado comité sindical para reevaluar las categorías

de la compañía, Gregorio Flores.29SÍTRAC respondió con una ocupación fabril que incluía la toma de funcionarios de la empresa como rehenes. Levingston ordenó a los trabajadores que abandonaran la planta en un plazo de tres horas y amenazó con que, si no lo hacían, Córdoba sería declarada zona de emergencia, lo que le daba al presidente plenos poderes para ordenar ía intervención militar en la provincia; el sindicato ignoró la orden.30

La crisis de Fiat se extendió por toda ía ciudad cuando la totalidad de los trabajadores mecánicos convocaron a una huelga de solidaridad para el día siguiente. Además de los operarios de Materfer, adhirieron a la protesta los de IKA-Renault y Grandes Motores Diesel, afiliados al SMATA, y los de la vecina fábrica Perkins (que, como los de Fiat, estaban organizados en un sindicato de planta). Para Torres, éste fue un último y desesperado esfuerzo tanto para descabezar a la oposición interna de su propio gremio como para adoptar las tácticas militantes que le permitieran asumir el control de los peronistas de "línea dura”, haciendo posiblemente de Córdoba y del SMATA el asiento del poder de las 62 Organizaciones, que nacionalmente estaban muy divididas entre quienes apoyaban el diálogo con el gobierno y quienes se oponían a él. La pérdida de prestigio de Torres, producto especialmente de las huelgas de mayo

a julio de 1970, lo había inducido a volver a adoptar una postura militante. Llegó incluso a exhortar públicamente a la CGT local a que convocara un congreso sindical para elaborar un plan de lucha contra Levíngston, y exigió que Rucci adoptara tácticas militantes que colocaran al movimiento obrero en franca oposición al gobierno militar; mientras tanto, planeó secretamente, junto con Simó y el dirigente ortodoxo Mauricio Labat, del sindicato de choferes de taxi, el respaldo a la posición moderada de la CGT central y la búsqueda de diálogo con el gobierno.31No obstante sus ulteriores motivos, su apoyo público a la huelga tuvo el efecto de intensificar la crisis. El gobierno ordenó de inmediato a Fiat que reincorporara a los traba

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jadores despedidos mientras durara su arbitraje. Los huelguistas abandonaron la planta de Concord en la medianoche del 15.32

Más que el fin de un conflicto, la huelga de enero fue el primero de una serie de hechos que culminarían en la segunda gran protesta obrera y levantamiento popular de Córdoba en menos de dos años. SITRAC - SITRAM y Fiat estaban ahora encerrados en una escalada de confrontaciones; las posibilidades de compromiso eran remotas y los puntos de conflicto se magnificaban a causa de los recelos mutuos y las animosidades del pasado. Después de seis meses de representación gremial, cuestiones tales como la forja y las categorías todavía no habían sido abordadas por la empresa. En vez de negociar, Fiat había reaccionado mediante el hostigamiento de los

delegados, el intento de restringir las actividades sindicales en las plantas y finalmente con el despido de los miembros más beligeraiv tes de la nueva conducción del sindicato. Eí 29 de enero, SITRAC y SITRAM respondieron al levantamiento por parte del gobierno de Levingston de la prohibición de negociaciones colectivas presentando al Ministerio de Trabajo su propuesta de convenio, un contrato modelado según los acuerdos establecidos por el SMATA y que incluía incrementos salariales que llevarían a los trabajadores de Fiat a las escalas pagadas en otras firmas automotrices.33

A lo largo de febrero, SITRAC, SITRAM y otros sindicatos locales aguardaron el resultado de las primeras negociaciones colectivas realizadas en más de tres años. En marzo, todos los trabajadores de las industrias mecánicas de Córdoba y los de otros gremios, como los empleados públicos y los profesores universitarios, estaban embarcados en acciones huelguísticas, ya que enfrentaban la hostilidad de empleadores que, una vez más, se veían ante la desagradable perspectiva de negociar convenios con su personal. Fiat reaccionó ante la propuesta de SITRAC-SITRAM insistiendo en que las negociaciones debían realizarse en Buenos Aires, un requisito de cumplimiento imposible para trabajadores que ocupaban puestos sindicales no remunerados y cuya única fuente de ingresos era la paga recibida por sus empleos en las plantas de la empresa. Tal vez como reprimenda a la intransigencia de la compañía italiana, el arbitraje firmado el 11 de marzo por el Ministerio de Trabajo en relación con la disputa de enero revocó los despidos y rechazó las afirmaciones de Fiat de que los representantes sindicales habían abusado de sus responsabilidades y promovido conflictos innecesarios en las fábricas de Ferreyra.34

El conflicto en curso entre SITRAC-SITRAM y la empresa sobre el establecimiento de una representación sindical efectiva y las negó-

daciones colectivas en el complejo de Ferreyra coincidió con un

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momento político particularmente sensible. El I o de marzo,

Levingston designó a José Camilo Uriburu, vastago de una renombrada familia aristocrática, como nuevo gobernador de Córdoba. La elección del intolerante e intemperante Uriburu para la gobernación de una provincia como Córdoba era un disparate político de estupidez casi premeditada. Su nombramiento llegó justo cuando ios sindicatos se movilizaban en toda la ciudad y estaba en preparación una nueva protesta obrera.

Las primeras dos semanas de marzo abundaron en estremecimientos políticos cotidianos. Eí 2, una huelga general de 1a CGT cordobesa paralizó la ciudad. El 5, Tosco propuso la creación de un comité de huelga, que incluiría a los díscolos sindicatos de Fiat, a fin de preparar la ocupación obrera de todas los talleres y fábricas de la ciudad el 12 de marzo como protesta por los diversos reclamos sindicales, entre ellos la suspensión de la personería gremial de su propio Luz y Fuerza, y para exigir el fin de la dictadura. El 6, Elpidio Torres, desacreditado desde la huelga de 1970 y sitiado por la oposición en el sindicato que antaño había gobernado de manera absoluta, renunció finalmente a la secretaría general del SMATA, dejando al gremio más importante de la ciudad en manos de lugartenientes asustadizos y menos capaces. Al día siguiente, 7 de marzo, Uriburu pronunció su infame discurso público ante la oligarquía

cordobesa en la Fiesta del Trigo de Leones, en el cual se comprometió a “cortarle la cabeza a la víbora venenosa que anida” en Córdoba. Eí blanco de la amenaza no fue pasado por alto en los sindicatos de ía ciudad, y el comité de huelga propuso un encuentro para el día 9 a fin de planificar su respuesta.

En este momento, la relación de SITRAC-SITRAM con los demás sindicatos de la ciudad y con la CGT cordobesa pasó a ser crucial. Los sindicatos de Fiat habían rechazado anteriores invitaciones a unirse a la CGT local. Siempre habían defendido su postura aduciendo que no estaban dispuestos a subordinar la lucha de los trabajadores de Fiat a los dictados de una organización obrera en la cual los sindicatos ortodoxos, antidemocráticos y en muchos casos derechistas, aún conservaban la mayoría. La distante relación se había vuelto más tirante, casi acre, cuando la CGT cordobesa no prestó apoyo con medidas huelguísticas a los trabajadores de Fiat en medio del conflicto por los despidos de enero. De todos los principales dirigentes gremiales de la ciudad, Tosco era el único que había hecho una declaración pública en favor del SÍTRAC. Los sindicatos de Fiat habían respondido increpando públicamente a la CGT cordobesa, y en lo sucesivo SITRAC-SITRAM incluyeron rutinariamente a ésta en sus diatribas contra la “burocracia sindical’’.35

La presencia de representantes de ambos sindicatos en el encuen

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Los clasistas 241

marcharon como se había planificado desde Ferreyra hasta el cen

tro de la ciudad, esperando encontrar allí a miles de compañeros para la demostración. En ruta, recibieron la primera de las muchas sorpresas que experimentarían ese día. Al pasar cerca de la planta de energía de Villa Revol, la principal fuente de electricidad de la ciudad, las columnas de SITRAC-SITRAM notaron la presencia de trabajadores de Luz y Fuerza apostados dentro y alrededor de ella, signo de que su sindicato había emprendido una ocupación en vez de encaminarse a la Plaza Vélez Sarsfield, una medida, que provocó el escarnio de los trabajadores de Fiat, que la consideraron como una traición al compromiso del 9 de marzo.™ Cuando las columnas llegaron a la plaza, descubrieron también que la CGT no había instalado ni la tribuna ni los altoparlantes que se habían convenido.En realidad, hacía varios días que los dirigentes de SITRAC- SITRAM no se ponían en comunicación con Tosco y los demás líderes sindicales, y los sindicatos de la CGT habían tomado de manera independiente algunas decisiones para la concentración propuesta. La mayoría de los gremios ortodoxos se había negado a participar, y los legalistas e independientes lo hicieron individualmente, tomando decisiones estratégicas, en especial la de Tosco de ocupar Villa Revol, que nunca comunicaron a los sindicatos de Fiat. El resultado fue una desorganizada protesta que, si bien masiva, careció incluso

de las preparaciones tácticas y organizativas mínimas del Cordobazo.La concentración, no obstante, siguió adelante, y los trabajado

res de Fiat e ÍME, históricamente aislados del movimiento obrero cordobés y ampliamente ausentes en las protestas de mayo de 1969, constituyeron los dos contingentes obreros más grandes en el centro de la ciudad. Después de discursos de Masera y Florencio Díaz, secretario general del SITRAM, y al correr la voz de la ocupación de Villa Revol por parte de Tosco, estallaron las discusiones y los debates acerca dé qué paso dar a continuación. Ignorando las exhortaciones de los sindicatos de Fiat a quedarse en la plaza, un contingente, dirigido principalmente por los trabajadores de Luz y Fuerza y el SMATA que estaban presentes, marchó hacia Villa Revol para apoyar a Tosco. Pronto otros sindicatos dejaron la plaza para ocupar los barrios cercanos, como Alberdi y Clínicas, centros de la protesta durante el Cordobazo. Poco después se unieron a ellos estudiantes y ciudadanos comunes, y en las primeras horas de la tarde la ciudad estaba una vez más sumergida en una ola de destrucción, mayor incluso que la del Cordobazo en términos de daños a la propiedad, si no en pérdida de vidas humanas. Los ataques a las empresas se difundieron, y hacia la media tarde el Banco del Interior,

el Banco de Galicia, el Jockey Club y una gran cantidad de super

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mercados estaban en llamas, convirtiéndose en las primeras de unas

cien empresas que serían incendiadas y saqueadas ese día. Entre tanto, algunos trabajadores de SITRAC-SITRAM habían ocupado el cercano Barrio Güemes mientras otros volvían a Ferreyra, donde se levantaron barricadas y se cortó la ruta 9 de entrada a la ciudad. A diferencia del levantamiento de 1969, el distrito céntrico cercano no fue ocupado; los manifestantes, en cambio, eligieron una estrategia de retirada y fortificación en los barrios adyacentes. Los trabajadores de Fiat construyeron barricadas en Güemes, así como en otros barrios como Colón y San Vicente, y hacia el anochecer las zonas del oeste de la ciudad habían sido abandonadas una vez más por la

policía y las fuerzas de seguridad y entregadas al control de los manifestantes. Sólo en el Barrio Clínicas se habían levantado unas 200 barricadas.39

El fracaso de los sindicatos en la coordinación de su protesta aseguró una veloz represión. Al día siguiente, 16 de marzo, llegó de Buenos Aires una brigada antiguerrillera especialmente entrenada, que se topó con poca de la dura resistencia callejera encontrada por las tropas del ejército en el Cordobazo. Varias horas después la ciudad estaba ocupada y las barricadas callejeras abandonadas. Ese mismo día el Ministerio de Trabajo anunció que una serie de sindi

catos, entre ellos SITRAC-SITRAM, habían sido colocados bajo la supervisión gubernamental, y el ejército libró órdenes de captura y detención de Tosco, Masera y el resto de los principales dirigentes gremiales de la ciudad, que planificaban ahora la resistencia a través de la CGT. El 17 de marzo, el gobierno de Levingston solicitó la renuncia del gobernador Uriburu, puso a la provincia bajo control militar y reinstauró apresuradamente la pena de muerte en el código penal argentino. Tras una huelga general de la CGT cordobesa el día 18, Córdoba fue declarada zona de emergencia; se desplegaron tropas en casi todos los barrios de la ciudad así como en los comple

jos de Fiat e IKA-Renault. No obstante, la resistencia prosiguió, y el 19 los trabajadores de Fiat abandonaron las plantas de Concord y Materfer para protestar contra la presencia de las tropas en el complejo. Los días siguientes trajeron incesantes patrullas nocturnas del ejército por las calles de Córdoba, allanamientos de los principales edificios gremiales y cientos de arrestos de trabajadores y activistas sindicales. Las súplicas de apoyo hechas por la delegación cordobesa a Rucci y la CGT nacional fueron ignoradas en el congreso obrero nacional realizado en Rosario el 19 y 20 de marzo.40

Los dirigentes de SITRAC-SITRAM que aún estaban en libertad prometieron continuar la resistencia clandestina. Esa promesa y la consideración del humor intranquilo e insurreccional que aún reinaba en Córdoba convencieron al comandante del ejército, general

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244 El Cordobazo

sus plantas. A pesar del paro del 19 de marzo, la presencia de tro

pas del ejército en el complejo de Ferreyra y en las fábricas mismas impidió gran parte de la antes animosa actividad en la base fabril. La empresa comenzó también a presionar al gobierno para que éste adoptara medidas legales contra e! SITRAC y el SITRAM, afirmando que sufría una grave caída de la producción y una. pérdida de ganancias como resultado de los problemas laborales/42Como otra táctica intimidatoria, Fiat contrató a un escribano público para que documentara las condiciones en !a planta, a fin de usar esa certificación como prueba en la demanda judicial que preparaba contra los dirigentes sindicales.'13

A pesar del establecimiento de la ley marcial, la proscripción de sus sindicatos y la ofensiva empresarial, los trabajadores de Fiat prosiguieron con sus movilizaciones y protestas, y la militancia del movimiento obrero cordobés se mantuvo en general incólume. La CGT cordobesa realizó paros generales el 2 y el 15 de abril y programó un tercero para el 29, a fin de protestar contra las medidas represivas del gobierno. El 13, después de un áspero debate en el cual los sindicatos ortodoxos y legalistas intercambiaron insultos, una alianza entre los legalistas y los independientes eligió a López y Tosco como secretario y subsecretario general, respectivamente, de la CGT local, dando a Córdoba el cuerpo regional más pluralista y militante de todo el movimiento obrero y neutralizando eficazmente a los representantes locales más conservadores y verücalistas del moví-' miento obrero peronista, los ortodoxos.^

Para impedir la huelga del 29 de abril, y en especial como reacción contra la conformación de la nueva CGT, el 28 el general Lanusse visitó personalmente Córdoba. Se emitieron de inmediato órdenes para la detención de Tosco, y el dirigente de los trabajadores de Luz y Fuerza fue capturado y trasladado en avión a la penitenciaría federal de Villa Devoto, en Buenos Aires, donde compartiría una celda con Raimundo Ongaro durante varios meses. Pero la presencia de Lanusse y el arresto de Tosco sólo sirvieron para elevar las tensiones en la ciudad. La huelga del 29 de abril se llevó adelante según lo planificado; ni siquiera gestos tan conciliatorios como el levantamiento por parte del Ministerio de Trabajo de las proscripciones gremiales consiguieron disuadir a los sindicatos cordobeses, cuyas movilizaciones se habían convertido en un problema de importancia nacional.45 El estado insurreccional del movimiento obrero cordobés estaba muy presente en el pensamiento de Lanusse cuando el Io de mayo anunció desde la provincia el auspicio por parte del gobierno militar del Gran Acuerdo Nacional, una propuesta de transición al régimen civil pero también una retirada estratégica de los militares del poder, para combatir la

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creciente amenaza de la violencia laboral y la insurgencia guerrillera en eí país/i(i

El Gran Acuerdo no tuvo un efecto inmediato en Córdoba, donde los legalistas, clasistas e independientes lanzaron un nuevo desafío al gobierno al organizar un congreso obrero nacional de sindicatos combativos que se realizaría el 22 y 23 de mayo. Alrededor de 117 sindicatos participaron en él, y a pesar de las desavenencias entre los gremios peronistas y clasistas presentes, se llegó a un acuerdo en un programa de oposición al gobierno. La resolución final del congreso convocaba a la nacionalización de todos los grandes sectores de la economía, defendía la planificación central y la participación obrera en ia administración de ías empresas y representaba

un rechazo ilimitado de los programas económicos promovidos por los militares desde 1966.47 Su verdadera significación, sin embargo, radicaba en que advertía al gobierno que el movimiento obrero cordobés continuaría con su oposición y, más ominosamente, que intentaría congregar bajo su ala a todas las corrientes disidentes y combativas del movimiento obrero argentino.

SITRAC-SITRAM habían sometido a la aprobación del congreso un programa propio, pero la propuesta más radicalizada de los cla sistas de Fiat había sido derrotada en la votación, en favor de la auspiciada por los peronistas, que tenía un lenguaje menos marxista e incluía la exigencia perentoria de devolver la legalidad al movimiento peronista. No obstante, el programa de SITRAC-SITRAM indicaba exactamente cuánto se había desarrollado ideológica y políticamente el movimiento de recuperación sindical. Si bien contenía elementos utópicos, entre ellos la propuesta de formación de una “asamblea popular” en vez del restablecimiento de un desacreditado “sistema parlamentario burgués”, también proclamaba con mayor claridad sus posiciones socialistas, citando al Cordobazo (como solían hacerlo todos los movimientos clasistas de principios de los años setenta) como el acontecimiento que había inaugurado un nuevo capítulo en la lucha final de la clase obrera argentina por ei

socialismo, y convocando a la abolición de la propiedad privada.48A pesar de su participación en el congreso, para SITRAC-SITRAM éste marcó un punto de inflexión en sus deterioradas relaciones con la CGT cordobesa. Los sindicatos de Fiat criticaron la organización misma de la reunión, porque la CGT sólo había hecho llegar invitaciones a las conducciones establecidas y no a todos los grupos opositores o listas disidentes que ahora podían encontrarse en muchos sindicatos de todo el país. SITRAC-SITRAM criticaron el programa final por no presentar ningún plan de lucha claro y por no ir más allá que los de La Falda y Huerta Grande auspiciados por la CGT cordobesa combativa en el punto culminante de la Re

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sistencia peronista de fines de los años cincuenta y principios de los

sesenta.49El Viborazo había tenido el efecto de politizar aún más a las fábricas Fiat, y el componente ideológico y político del clasismo se entrelazó más con las luchas de la base fabril que habían sostenido la rebelión de masas en Ferreyra. En especial, el Viborazo había convencido a los grupos de izquierda del otro lado de las paredes de las fábricas de la importancia del proletariado industrial cordobés en cualquier proyecto revolucionario futuro. Muchos partidos marxistas competían por ejercer influencia en las plantas de Fiat, pero el más exitoso fue el PRT. A fines de 1970, poco después del

quinto congreso nacional del partido, su líder Mario Roberto Santucho se había trasladado a Córdoba para hacer de la. rebelde ciudad argentina el cuartel general de las operaciones nacionales del PRT. Allí, particularmente con posterioridad al Viborazo, Santucho y el partido hicieron una reevaluación de su anterior énfasis en las estrategias militares, demostrado muy recientemente en la formación del ala militar partidaria, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), y comenzaron a prestar mayor atención a la posibilidad de inculcar en el proletariado industrial un rol revolucionario, es decir, a la interpretación del clasismo por parte de la izquierda revolucionaria,50

Santucho asumió un interés personal en las células del PRT establecidas en IKA-Renault, pero el partido parece haber tenido más éxito en ganar adherentes en el complejo de Fiat, aunque más a nivel del joven cuerpo de delegados que en el comité ejecutivo de SITRAC- SITRAM. Sin embargo, es imposible saber con precisión cuántos militantes fueron ganados para el partido, y es importante recordar que para los sindicatos clasistas de Fiat la principal preocupación y fuente del respaldo y la participación de los trabajadores seguía siendo su conducción honesta y eficaz en cuestiones laborales. Sin duda, la creciente identificación del clasismo de Fiat con un programa

político distintivamente anticapitalista no puede atribuirse simplemente al desarrollo precoz de los trabajadores que surgieron de la rebelión de la base fabril en 1970. La tutela política de la izquierda marxista fue un factor, pero el movimiento clasista de Fiat siguió siendo, de manera preponderante, un movimiento de bases con arraigo en las fábricas.55

A raíz del Viborazo y de la campaña de Fiat para eliminar los sindicatos, es incuestionable que fue la lucha en las fábricas, y no la ideología o la política, lo que permaneció como motivación decisiva de los trabajadores. La campaña de la empresa para quebrarlos funcionaba en múltiples niveles, y provocó una resuelta acción sindical para impedir su éxito. Así como lo había hecho durante

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un proceso de radiealización similar en sus plantas italianas a fi

nes de la década de 1960, Fiat combinó la intimidación con gestos aparentemente conciliatorios. La intimidación se expresaba de la manera más cruda en la presencia constante de tropas del ejército en el complejo y en la linea dura adoptada por los capataces en la base fabril. Fiat equilibraba esos despliegues de autoridad con una concesión para permitir la reaparición gradual de la actividad gremial en las plantas, pero incluso esto formaba parte de una estrategia calculada para socavar a SITRAC-SITRAM. Al ver que había terminado la época de los sindicatos dóciles, Fiat solicitó al gobier no que revocara su personería gremial , como preparación para la afiliación a un sindicato industrial peronista más tratable: la UOM, esperaba la empresa, aunque ahora estaba dispuesta a aceptar incluso al SMATA. Fiat confiaba en que la afiliación a un sindicato peronista eliminara el problema clasista y volviera a las plantas a una situación de calma.52Si bien el gobierno rechazó su solicitud, inseguro de la reacción que podría provocar en este momento político todavía sensible, sí convino en mantener las detenciones de los clasistas de Fiat que estaban en la cárcel desde el levantamiento de marzo. Así, después del congreso de mayo, SITRAC- SITRAM se enfrentaban al intento de la empresa de restablecer su autoridad absoluta sobre su mano de obra, y tenían en el movi

miento obrero pocos aliados dignos de confianza que respaldaran su causa.En junio, los dirigentes sindicales de Fiat que seguían en liber

tad se prepararon para lo que prometían ser arduas negociaciones con la compañía sobre su propuesta en las comisiones paritarias. Por SITRAC, los negociadores fueron Masera y Curutchet: SITRAM fue representado por su secretario general, Florencio Díaz. Entre las demandas presentadas por los trabajadores estaba un incremento salarial del 60% para equiparar los sueldos con las escalas pagadas por otras empresas automotrices, una jomada reducida en la forja y la eliminación de todas las cláusulas de productividad.53Durante las semanas de negociaciones se libró una campaña de terror contra los trabajadores, incluyendo una bomba en la casa de Curutchet, y la empresa se opuso a todas las demandas sindicales.54Fiat rehusó comprometerse porque se daba cuenta de que los poderes del Estado la respaldarían antes que otorgar una victoria a los sindicatos, que ahora asomaban como la principal oposición laboral al régimen y los críticos más vociferantes del Gran Acuerdo Nacional de Lanusse. De hecho, el arbitraje obligatorio del gobierno en la discusión del contrato produjo exactamente el tipo de convenio que Fiat esperaba y los sindicatos temían. Se otorgaron aumen

tos salariales mínimos, y las demandas gremiales referidas a la eli

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minación de las cláusulas de productividad y a la mejora de las condiciones laborales fueron ignoradas. SITRAC y SITRAM reaccionaron airadamente ante el arbitraje, calificándolo como una mera reproducción de la oferta empresaria, y prepararon una serie de huelgas como protesta.55

Las huelgas, el trabajo a desgano y otras formas de resistencia sindical dieron pocos resultados en julio y agosto. Además del disgusto de los sindicatos con el convenio colectivo, seguían vigentes los problemas de los dirigentes encarcelados, el hostigamiento y despido de activistas y los ataques terroristas cada vez más frecuentes contra ellos. La bomba en la casa de Curutchet fue sólo la primera de muchas de tales represalias contra los sindicatos. Sus tensas relaciones con la CGT local motivaron que hubiera poco apoyo para los trabajadores de Fiat de parte del combativo movimiento obrero cordobés, y SITRAC y SITRAM se vieron obligados a buscar aliados fuera de la ciudad.

El 28 y 29 de agosto, los sindicatos de Fiat realizaron un Congreso de Sindicatos Combativos y Agrupaciones Clasistas en Córdoba, una concentración nacional de sindicalistas clasistas de todo el país. Desde la rebelión de 1970 en Fiat y especialmente después del Viborazo, otros grupos sindicales disidentes, particularmente en las provincias, habían adoptado posiciones clasistas en oposición a las conducciones gremiales establecidas y en favor de programas socialistas. En Tucumán, Rosario y especialmente en el cinturón industrial del Paraná, que era el centro de la industria siderúrgica del país y, como Córdoba, una región de desarrollo industrial reciente, habían surgido en muchos sindicatos minorías influyentes de sindicalistas clasistas. Masera y Díaz convocaron el congreso en nombre de SITRAC-SITRAM por dos razones: para brindar un foro donde se debatieran y depuraran las posiciones ideológicas y políticas clasistas, y para comenzar a establecer una alianza nacional que

proporcionara respaldo y protección mutuos y compensara en parte la falta de apoyo de la CGT peronista.56La reunión congregó no sólo a sindicalistas sino también a re

presentantes de la mayoría de los partidos marxistas del país, un hecho que la expuso a las críticas peronistas de manipulación por la izquierda. En rigor de verdad, los sucesos del congreso dieron cierto crédito a esas críticas, dado que los trabajadores presentes se vieron sometidos a debates interminables de los activistas izquier- distas sobre la praxis revolucionaria y la economía socialista. En gran medida fueron los partidos y no los sindicatos quienes domi

naron las sesiones. No obstante, el congreso terminó con la aprobación del programa clasista que había sido presentado y rechazado en el congreso obrero previo de marzo controlado por los peronis

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tas, y que incluía un plan de lucha específico a llevar adelante con

tra la patronal y el Estado .S7

A la luz de los graves problemas que enfrentaban, los sindicatos de Fiat reaccionaron ante ía pasividad de ios sindicatos cordobeses con particular aspereza. Sin embargo, SITRAC y SITRAM no tenían una comprensión completamente justa de ías realidades de la política laboral local, un hecho que .sin duda tenía mucho que ver con ios largos años de aislamiento del complejo Fiat con respecto al movimiento obrero cordobés. La posición de Atilio López y los legalistas en la CGT local seguía siendo vulnerable, debilitada por el

encarcelamiento de Tosco y las constantes presiones de los ortodoxos y Buenos Aires para que rompieran la alianza con los independientes y reformaran la CGT con una participación estrictamente peronista. La retirada de los ortodoxos de la central regional precipitó intensas presiones de José Rucci y la jerarquía gremial peronista para hacer que López cumpliera la purga de los elementos no peronistas del movimiento obrero cordobés. López respondió con su renuncia al cargo de secretario general de la CGT, que fue más tarde rechazada por los sindicatos en una asamblea abierta, pero el hecho era que peronistas como él, que procuraban hacer que la central fuera más representativa y que estaban aliados con los independientes de Tosco contra los caciques obreros y en la oposición al gobierno militar, no estaban en condiciones de asociarse demasiado estrechamente con las corrientes más radicalizadas que actuaban en Ferreyra.58 Pero había culpas en ambos lados. López y otros legalistas, y en rigor de verdad hasta el propio Tosco, nunca habían ocultado sus dudas acerca del clasismo de Fiat, y no habían logrado responder constructivamente en los momentos en que, como durante la planificación de las huelgas de marzo, SITRAC y SITRAM procuraron cooperar con los otros sindicatos de Córdoba. En declaraciones públicas, los dirigentes de SITRAC-SITRAM también habían hecho últimamente mayores esfuerzos para distinguir entre los legalistas y los independientes, a los que se reconocía como sindicatos democráticos con líderes honestos, y los que consideraban como cotos reservados y corruptos de la burocracia sindical, local- mente los ortodoxos y nacionalmente Rucci, la UOM y los caciques peronistas que controlaban la CGT y las 62 Organizaciones.59

El aislamiento de los sindicatos de Fiat se comprobó desastroso cuando el Estado decidió finalmente eliminar al movimiento dosis- ta cordobés. La primera víctima fue el sindicato de trabajadores del calzado, donde activistas clasistas, con el apoyo de SITRAC-SITRAM, habían dirigido una rebelión de las bases que parecía cernerse so

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local el 29 de octubre, pero se trataba de un ineficaz gesto de solida

ridad; el dirigente legalista, en particular, hizo poco para apoyarlos en un momento crítico. En una asamblea abierta de la CGT local el 3 de noviembre, la moción de SITRAC-SITRAM en favor de una huelga general específicamente en apoyo a los sindicatos de Fiat fue derrotada en la votación, y la cuestión quedó a resolución de ía escasamente predispuesta CGT central.ñr’ Después de que la CG7' cordobesa publicara un documento crítico para con el movimiento clasista, de Fiat, SÍTRAC redactó una carta abierta a la organización, que finalmente nunca se envió, acusándola de una pasividad que bordeaba la complicidad con la represión del movimiento clasista en Fiat, la fábrica

Perkins y el sindicato de trabajadores del calzado.®3En privado, la conducción sindical reaccionó amargamente ante la ‘'traición” de los otros sindicatos cordobeses y la decisión de los legalistas y los independientes de someter la controversia de Fiat a Buenos Aires, lo que interpretó justificadamente como un virtual abandono de SÍTRAC - SITRAM por los sindicatos locales.67

Aislados dentro del movimiento obrero cordobés, denostados por Rucci y la CGT central controlada por los peronistas, con todos sus dirigentes en la cárcel o despedidos y con las tropas y los tanques tíel ejército ocupando las fábricas de Ferreyra, quedaban pocas posibilidades de resistencia sindical. Una huelga convocada el 3 de noviembre por la conducción de los sindicatos fracasó miserablemente. A pesar de que su apoyo a la conducción se mantenía incólume, los trabajadores de las plantas estaban asustados, desmoralizados y eran incapaces de actuar con resolución. La vista de miles de postulantes ante las puertas de las fábricas luego que Fiat anunció que tomaría unas 400 personas para ocupar los puestos dejados por los activistas encarcelados o despedidos los desalentó aún más. La empresa también incrementó los ritmos de producción en las plantas y volvió a su odiado sistema de remuneración por trabajo a destajo como un medio de reducir el contacto de los trabajadores en la base fabril y minar la resistencia masiva.68Si bien los comités ejecutivos de SÍTRAC y SITRAM se mantenían firmes, incluso algunos de los dirigentes se descorazonaron frente a una oposición tan abrumadora. Varios aceptaron la indemnización ofrecida por la empresa, un hecho que provocó la mayor desesperación entre los demás.69

Sin embargo, sólo fue una pequeña minoría de la conducción sindical la que sucumbió a la tentación de abandonar SITRAC- SITRAM. El 30 de diciembre, el subsecretario de SITRAC, Domingo Bizzi, entabló juicio contra la empresa por despido ilegal. Los nombres de otros veinte despedidos de SITRAC-SITRAM se agregaron a la demanda, y durante ios tres meses siguientes los trabajadores

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expulsados de Fiat optaron por una estrategia legai a fin de recupe

rar sus sindicatos.70Tomaron esta medida a pesar de la precaria situación en que ahora se encontraban casi todos los despedidos. Listas negras, de las que se decía habían sido elaboradas por Fiat y distribuidas por ios militares y las agencias de inteligencia, habían llegado no sólo a las fábricas de IKA-Renault e IME sino también a cientos de pequeños talleres metalúrgicos de la ciudad. A pesar de sus numerosos antecedentes laborales y en algunos casos de sus aptitudes altamente codiciadas, ninguno de los trabajadores despedidos pudo encontrar empleo ni en los complejos mecánicos ni en los talleres metalúrgicos, y nunca pudieron volver a trabajar en la industria automotriz local.71Mientras tanto, la represión de Fiat en las plantas proseguía. Los sindicatos protestaron por los despidos graduales (despidos hormigas ) de trabajadores de los que se sospechaban simpatías sindicales y acusaron a la empresa de idear una nueva estrategia para contratar operarios de Santiago del Estero, Jujuy, Formosa y Corrientes con la esperanza de hacer de los traba

jadores agrícolas de las provincias más pobres y atrasadas del país una mano de obra sumisa.72

La posibilidad de una resolución exitosa a su conflicto con la compañía a través del Poder Judicial siempre había sido remota, pero aun la más pequeña que pudiera haber existido desapareció con el secuestro por parte del ERP del presidente italiano de Fiat, Oberdan Sailustro, el 21 de marzo de 1972. El secuestro fue una medida que la organización guerrillera tomó por su cuenta. Cualquiera haya sido la impresión silenciosa de castigo justo que puedan haber tenido algunos trabajadores ante una represalia hecha en su nombre, la conducción sindical admitió que petjudicaba irremediablemente su causa. Fiat trató de inmediato de implicar a SITRAC-SITRAM en el acto terrorista y solicitó que los sindicatos y su encarcelado consejero legal intercedieran y negociaran la liberación de Sailustro directamente con el ERP.73Cualquier acuerdo de los dirigentes despedidos habría compro

metido a SITRAC-SITRAM, ensuciado su reputación y dado crédito a las acusaciones de la empresa acerca de vínculos con la izquierda guerrillera. Los dirigentes sindicales y Curutchet condenaron y rechazaron la solicitud de la compañía e insistieron en que era una cuestión limitada estrictamente a Fiat, el gobierno y el ERP. Sin embargo, la naturaleza pública de la disputa y luego la muerte de Sailustro en Buenos Aires en un tiroteo entre sus captores y la policía, arrojaron una sombra sobre los sindicatos de Fiat y terminaron efectivamente con sus posibilidades de recuperar la personería gremial.

La solicitud de Fiat había tenido una clara intención estratégica

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y política en sus conflictos por entonces no resueltos con los funcio

narios sindicales despedidos. Pero el intento de utilizar a SÍTRAC y SITRAM corno intermediarios también puede haberse basado en la genuina pero errónea creencia de la empresa de que había vínculos orgánicos entre el PRT-ERP y los sindicatos de Fiat. Como ya se mencionó, desde el surgimiento de la rebelión de los trabajadores de la compañía en marzo de 1970, era indudablemente cierto que militantes de casi todos los partidos izquierdistas de la Argentina habían concentrado sus esfuerzos en Córdoba. De la noche a ía mañana los trabajadores de Fiat, se habían convertido en la esperanza de la izquierda argentina, y en ía ciudad se había desarrollado una especie de culto del trabajador centrado en SITRAC-SITRAM.

A los ojos de los militantes izquierdistas, el status obrero connotaba de inmediato una superioridad moral y una predisposición revolucionaria innata. En la sede de los sindicatos habían aparecido voluntarios, ofreciéndose a mecanografiar los volantes y comunicados de SITRAC-SITRAM, editar sus periódicos, hacer diligencias y cumplir cualquiera de las demás tareas necesarias para administrar los sindicatos industriales, cuya cantidad de afiliados se contaba por miles. De manera más significativa, había comenzado el lento y dificultoso proceso de politizar a ías bases, obteniéndose logros importantes. Entre los partidos izquierdistas representados

en las bases y la dirigencia sindical hacia principios de 1972 se encontraba el PRT.74A pesar de la opinión generalizada de que éste había dominado el movimiento clasista de Fiat, hoy está claro que el partido fue sólo una, si bien la más importante, de una serie de agrupaciones marxistas que competían por ganar influencia en Ferreyra, y que sus mayores logros en la incorporación de activistas sindicales como militantes partidarios se produjeron después de la prohibición de SITRAC-SITRAM. El movimiento clasista de Fiat, por otra parte, nunca defendió la lucha armada como estrategia para la construcción del socialismo, y su mensaje “revolucionario”, nunca plenamente elaborado por los sindicatos, era en última instancia

más un llamamiento en favor de un movimiento democrático y socialista de los trabajadores que de una toma violenta del poder por la clase obrera.75

.En general, la rebelión de.los trabajadores de Fiat ha sido interpretada tanto por los académicos como por los activistas sindicales y políticos como un elogiable experimento de democracia sindical que en última instancia fracasó a causa de la intransigencia política de SITRAC-SITRAM. Supuestamente, el clasismo de Fiat se debilitó debido a la insistencia de los sindicatos en postulados revolucionarios y a su desprecio por las soluciones electorales en vísperas de la vuelta a la legalidad del movimiento peronista, así como por su

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falta, de disposición para cooperar con los sectores más combativos del movimiento obrero cordobés, los legalistas de López y los independientes de Tosco.™ Según se reputaba, la inteligencia con que los sindicatos de Fiat pusieron en tela de juicio las relaciones de producción en las plantas no era equiparada por su juicio político, y su insistencia en un purismo revolucionario supuestamente los aisló incluso dentro del muy militante movimiento obrero cordobés. La inexperiencia de los diligentes clasistas, sin duda, los llevó a cometer muchos errores. Sus críticas a los legalistas y especialmente a Tosco y los independientes fueron a veces innecesariamente provocadoras, a pesar de la insatisfacción legitima que los dirigen

tes de SITRAC-SITRAM sentían por la falta de apoyo de parte del movimiento obrero local. Tampoco lograron apreciarla significación del Gran Acuerdo Nacional de Lanusse y el hecho de que las cambiantes circunstancias políticas que siguieron al Viborazo exigían tácticas diferentes y tal vez, al mismo tiempo, un diferente programa político.77Sin embargo, prever la apertura política resultante del evidente intento de Lanusse por conceder una participación política mínima en la esperanza de desactivar la creciente oposición popular desencadenada por el Cordobazo habría requerido una presciencia política que pocos grupos o individuos exhibieron entonces.

También es necesario poner las acusaciones de que el sindicato obrero se había confundido con el partido político en eí contexto en el cual surgió por primera vez eí clasismo de Fiat. Después de años de régimen autoritario, y sin duda por la falta de un partido auténtico de los trabajadores que representara estrictamente las posiciones obreras, para no hablar de las socialistas, es probable que fuera inevitable cierta confusión de los roles sindical y partidario. SITRAC y SITRAM se enfrentaron a la tarea amilanante de encarar los problemas laborales de larga data en las plantas de Fiat y reconstruir una tradición obrera que virtualmente había desaparecido tras el ascenso del peronismo, una tradición que los mismos trabajadores

de esa empresa sólo entendieron imperfectamente, lo que los llevó, sin duda, a muchos errores políticos, ideológicos y tácticos. No obstante, las equivocaciones fueron también producto de la reacción desatada contra los sindicatos. Con los poderes del Estado, la empresa y la burocracia sindical peronista plenamente alineados contra ellos, la impresión de verse sitiados endureció sus posiciones, socavó su disposición para el compromiso e hizo más truculento su lenguaje. Sin embargo, si las decisiones tácticas y políticas del clasismo de Fiat están abiertas al debate, la insistencia de los sindicatos en una inevitable participación en la política, no puede estarlo. SITRAC y SITRAM criticaban agudamente a los detractores que apuntaban a su intromisión en política como la causa de su caída.

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Señalaban que la abstención política no sólo era una postura impo-

sible sino también deshonrosa frente a un régimen represivo quellevaba a cabo un asalto sistemático a los intereses de la clase Obre-ra 78í CU

La rebelión de los trabajadores de Fiat no fracasó a causa de una justificada participación en política —casi todos los sindicatos del país lo hacían de una u otra manera— , sino porque desafió seriamente a una de las empresas extranjeras más poderosas e influyentes del país, y porque los sindicatos surgieron brevemente como la más grave amenaza obrera ai Estado en eí plano nacional. Esa amenaza se hizo tanto más real cuando los sindicatos de Fiat cobraron prominencia nacional tras el Viborazo. SITRAC-SITRAM asomaron como un precedente perturbador, y otros movimientos clasistas, inspirados en el ejemplo de los trabajadores de Fiat, habían comenzado a aparecer en todo el país, especialmente en las provincias.

Eí legado más duradero del clasismo de Fiat, sin embargo, y la fuente del respaldo constante a SITRAC-SITRAM en las bases de la empresa en los años siguientes, no fue su mensaje político sino la sensación de poder que la rebelión sindical había instilado en los trabajadores. Por primera vez en su historia, la compañía se había visto forzada a aceptar una representación sindical legítima de su mano de obra. A lo largo de los meses de existencia de SITRAC y

SITRAM, las publicaciones gremiales abundaron en términos como dignidad, respeto y conciencia de la propia valía. El ejemplo de una conducción sindical honesta y una democracia en funcionamiento en los lugares de trabajo fueron aspectos importantes del clasismo de Fiat, pero tal vez fue en los cambios más sutiles —precisamente en su sentido de la dignidad y el respeto a regañadientes que se ganaron de la antes intransigente empresa— donde SITRAC y SITRAM alcanzaron sus logros más significativos y proporcionaron al movimiento obrero, especialmente en Córdoba, un ejemplo sobre el cual basarse. Con posterioridad a la clausura de sus sindicatos, los trabajadores que habían desafiado a Lozano, Cassanova y la empresa

en las rebeliones de base de 1970 y llegado al poder en las primeras elecciones sindicales limpias de la historia del complejo de Ferreyra, consideraron que esos mismos cambios eran las realizaciones más perdurables de SITRAC y SITRAM: “Nuestro mayor logro fue que nadie pudiera, como en el pasado, multamos, despedimos o hacernos cualquier otra cosa simplemente porque le daba la gana. Durante todo ese tiempo, nos levantamos ante quienquiera que tuviéramos que enfrentar, desde el ejecutivo más importante de la empresa al menor capataz con ínfulas de patrón”.79

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NOTAS

1Además de Oscar Anzorena, Tiempo de v io lenc ia y d e utopía (Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1988), otras fuentes valiosas para la historia de la izquierda marxista y peronista durante estos años son, respectivamente, Luís Mattíni, Hom bres y m u je res de l PRT-ERP {Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1990} y Richard Gillespie, Sold iers of Per ón : Ar gent in a1 s Montone ros (Oxford: Oxford Universiiy Press, 1984) \ Los Mont oner os. Sol d a dos d e Perón , Buenos Aires: Editorial Gríjalbo].

-Archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta “PCR", documento “Programa del primer congreso del Partido Comunista Revolucionario". La palabra c l a s i s t a aparece por primera vez en las publicaciones partidarias a fines de 1968, en "Los comunistas revolucionarios ante la actual situación política nacional e internacional", informe del comité nacional, noviembre de 1968, pp. 19-20. Gordillo descubrió que el término ya era utilizado por activistas del PRT en el SMATA en 1967; Mónica B. Gordillo, “Características de ios sindicatos líderes de Córdoba en los ’60: el ámbito del trabajo y la dimensión cultural”, Informe Anual, Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Provincia de Córdoba, abril de 1991, pp. 87-88.

3 Archivo del SITRAC, carpeta “Desgrabaciones: Rafael Clavero/Santos Torres", transcripción de una serie de entrevistas con dos ex trabajadores de Fiat, Córdoba, 15 de julio de 1984.

4Ib id .BI b i d L a Voz d el I nt er i or , 5 de abril de 1970. p. 32; 30 de abril de 1970,

p. 18.e Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Confederación Gene

ral del Trabajo: notas enviadas y recibidas, 1970-71", carta de Jorge Emilio Lozano, secretario general del SITRAC, a Elpidio Torres, secretario general de la CGT de Córdoba, 5 de mayo de 1970,

7Ibid. , carta de Jorge Emilio Lozano, secretario general del SITRAC, al comité ejecutivo de la CGT de Córdoba, 8 de mayo de 1970.

8 Archivo del SITRAC, carpeta AI, “Volantes, impresos o mimeos”, volantes “A los compañeros de Fiat Concord” y “Expulsemos a Lozano: ni un paso atrás".

3 In for me, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 123 (mayo de 1970), pp. 40-41; La Voz del interior, 15 de mayo de 1970, p. 19;17 de mayo de 1970, p. 14.

10Entrevistas con Carlos Masera,- secretario general del SITRAC entre 1970 y 1971, Córdoba, 18 de julio de 1990; Domingo Bizzi, subsecretario general del SITRAC entre 1970 y 1971, Córdoba, 22 de julio de 1987; José Páez, miembro del comité ejecutivo del SITRAC entre 1970 y 1971, Buenos Aires, 11 de julio de 1989; Gregorio Flores, delegado gremial del SITRAC, Buenos Aíres, 12 de noviembre de 1985.

1‘ Entrevista con José Páez.12 Archivo del SMATA, “Confederación General del Trabajo”, comunica

do del SITRAM, 26 de mayo de 1970; La Voz d el In t eñor , 28 de mayo de1970, p. 20.

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Los clasistas 257

13Entrevista con Antonio Marimón, ex secretario de prensa del SMATA clasista (1972-1974), Buenos Aires, 30 de junio de 1990. Los partidos de la

"nueva izquierda” habían incrementado sus esfuerzos para ganar influencia en el SMATA, y estaban ubicando activistas en las plantas de IKA-Re- nault desde fines de los años sesenta, una política que sólo pasó a ser prioritaria después de los sucesos de mayo de 1969. El PCR, por ejemplo, sólo elaboró plenamente su estrategia de inserción en la clase obi-era local en los meses siguientes al Cordobazo. Se ubicarían militantes en las diversas plantas de IKA-Renault, donde establecerían “comi s iones de l ucha ”, células de militantes de base, que politizarían a los trabajadores mediante la vinculación de las discusiones políticas con los problemas laborales cotidianos. El objetivo era, en general, establecer unos pocos delegados en fábricas estratégicas y luego vincular el c la s i sm o con los movimientos en favor de la democracia sindical. Esta estrategia se expuso por primera vez en el manual partidario de 1969 del PCR (Capítulo 8, “Desarrollar una poderosa corriente sindical clasista”) y más tarde fue depurada por dos teóricos del partido, Jorge Zapata y Alberto Troncoso, poco después de la toma de Perdriel; “El partido y la lucha sindical", Teor ía y Pol ít i ca , n° 4 (marzo-abril de 1970), pp. 1-8.

14Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 123 (mayo de 1970), pp. 39-40; La Voz del Int er i or , 13 de mayo de 1970, p. 20; 14 de mayo de 1970, p. 20; memorándum de IKA-Renault, “Resumen de los hechos que culminaron con las tomas de planta", 6 de junio de 1971, Departamento de Relaciones Industriales de Renault, Santa Isabel. Los c l a s i s tas dieron su versión de los sucesos de Perdriel en “Cómo fue y qué en

seña la lucha de PerdrieHKA”, informe de las Agrupaciones Io de Mayo, Iode junio de 1970, archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes y comunicados 1970".

15In forme, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 124 (junio de 1970), pp. 53-59.

16ibid., n° 125 (julio de 1970), pp. 61-71.17 “IKA-Perdriel: un camino y un método”, N u e v a H or a , n° 46 (junio de

1970), p. 4.18Archivo del SITRAC, carpeta “Elecciones: comisión directiva y delega

dos”, fotocopia de la lista Azul y Blanca, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.

,9Archivo del SITRAC, Francisco Delich, “Condición obrera y sindicato clasista”, documento presentado al Seminario sobre Movimientos Obreros en América Latina, San José, Costa Rica, 12 a 18 de noviembre de 1972, p. 5.

“ Archivo del SÍTRAC, carpeta Al, “Volantes, impresos o mímeos”, documento “Situación de las paritarias - pían de lucha”, 18 de mayo de 1971.

21 Archivo del SITRAC, “Esto pasa en Forja”, Bole t ín de l Sin d i ca to d e Tr a ba ja d or es Con éor d , n° 1 (13 de enero de 1971), p. 2. Los contactos gremiales con los sindicatos de Fiat en Turín siguieron siendo intensos a lo largo de toda la experiencia c las is ta de SITRAC-SITRAM; entrevista con José Páez.

22Archivo del SÍTRAC, carpeta "Juicios de reincorporación”, documento “Bizzi, Domingo Valentín, y sus acumulados c/Fiat Concord", carta de Ar

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turo Curutchet, asesor legal del SITRAC, y Domingo Valentín Bizzi, subsecretario del SITRAC, a la Secretaria de Trabajo, 24 de noviembre de 1970.

2S SITRAC-SITRAM apoyaron en varias ocasiones con paros a estos sindicatos. Archivo del SITRAC, carpeta A1I-37, "Comunicado de prensa de SITRAC: abandono de planta y manifestación en las calles de San Vicente”,13 de agosto de 1971.

24 Anzorena, Ti empo d e violencia y d e utopía, p. 101; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, ‘‘Government Caneéis Córdoba Opposition Meeting Sponsored by Some Labor Elements”, telegrama 376.41356Z, 4 de febrero de 1970.

25 Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados

Unidos en Buenos Aires, "Labor Developments in January”, A-57, 15 de febrero de 1970. Un “tiroteo at estilo de Chicago", como lo calificó la Emba jada de los Estados Unidos, dejó dos muertos y diecinueve detenidos en la lucha por el poder en la UOM, y por último dio como resultado el control del gremio por parte de Miguel.

26Archivo del SMATA, “Confederación General del Trabajo”, documento “Declaración y resolución del plenario de gremios confederados de Córdoba, normalizador de la CGT regional”, Córdoba, 3 de marzo de 1970.

27 La revista de la UTA, UTA, fue la publicación gremial más importante de la ciudad entre 1970 y 1974, donde se destilaban las posiciones de la izquierda peronista. Es posible que su lenguaje político, el apoyo a la “libe

ración nacional ” y la “

lucha antiimperialista”, no haya sido muy diferente

del de los ortodoxos, pero sin duda si lo eran sus alianzas políticas y el grado en que el discurso reflejaba la verdadera conducta del sindicato. En cualquier número de la revista durante esos años pueden encontrarse artículos sobre Tosco y los independientes, la Revolución Cubana, entrevistas con teólogos de la liberación y criticas fulminantes a Miguel, Rucci y la dirigencia gremial porteña, expresando todos ellos ideas que por entonces eran anatemas para los ortodoxos . Véase, por ejemplo, el número de mayo de 1971, UTA: revista mensual de la Unión Tranviarios Automotor, y también el programa político del sindicato publicado en La Voz del Interiore 113 de septiembre de 1970, p. 25.

28Natalia Duval, Los sindicatos clasistas: SITRAC (1970-71) (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1988), pp. 32-38. La huelga de hambre de fines de diciembre también provocó el primer apoyo público a los clasistas de Fiat de parte de organizaciones guerrilleras como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y las FAL; “Una Navidad combatiente”, Cristianismo y Revolución 4, n° 27 (enero-febrero de 1971), p. 14.

29 Archivo del SÍTRAC, carpeta AI, “Volantes, impresos o mímeos”, documento “A la clase obrera y al pueblo de Córdoba”, Córdoba, 14 de enero de1971.

30 Informe, Servicio de Documentación e información Laboral, n° 131 (enero de 1971), p. 9.

31Archivo del SMATA, volumen “Confederación General del Trabajo”,

carta de Elpidio Torres, secretario general del SMATA-Córdoba, a la Dele

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Concord al. ministro de Trabajo .San Sebastián, 13 de abril de 1971. En una

carta enviada al Ministerio de Trabajo cordobés unas pocas semanas después, las cifras proporcionadas por la empresa mostraban que, en realidad, la producción había aumentado en todos los departamentos excepto la forja entre julio de 1970 y marzo de 1973. Sólo había comenzado a declinar en enero de 1971, el mes en que Fiat despidió a la conducción gremial; ibid., carta de Fiat. Concord al delegado regional del Ministerio de Trabajo, Dr. Héctor Mende, 31 de marzo de 1971,

4:j En realidad, esta estratagema resultó un tiro por la culata, dado que más adelante la dirigencia del SITRAC utilizaría los informes del escribano corno prueba en su favor en él juicio por daños y perjuicios que entabló contra Fiat por los despidos ilegales después de la proscripción del sindicato a fines de 1971. El juicio llegó a su fin bajo el gobierno militar surgido én 1976, y como era de prever 1a Corte no otorgó a los dirigentes sindicales una indemnización por daños. Sí mencionó, sin embargo, los informes notariales como prueba de que las afirmaciones de Fiat en eí sentido de que ios dirigentes gremiales habían actuado como provocadores en sus plantas eran infundadas, y aceptó la posición de éstos de que los levantamientos obreros del periodo clas is ta fueron el resultado de condiciones generales en las plantas. Archivo del SITRAC, carpeta “Juicios de reincorporación, 01, IV", Corte Suprema, Secretaría Laboral, provincia de Córdoba, sentencia n° 69, 29 de noviembre de 1976.

44 In f Óm i e, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 134 (abril de 1971), pp. 25-26; Departamento de Estado de los Estados Unidos,

Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Córdoba CGT Reorganized”, A -165, 18 de abril de 1971.

45“El sindicalismo cordobés en la escalada”, Aquí y Ahora3, n° 26 (mayó de 1971), pp. 6-15.

Anzorena, 7 lem po d e violencia y d e utopía, pp. 177-180.47La Voz d el In terior, 27 de mayo de 1971, p. 17; Departamento de Esta

do de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos dé la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Córdoba CGT Calis National Meeting”, 2375 241154Z, 21 de mayo de 1971.

48 “Ponencia de SITRAC-SITRAM”, CGT: Reg ion a l Cór d oba (mayo de1971), p. 6.

49 “Nosotros y la CGT cordobesa", Bol et ín S IT RAC, n° 2 (junio de 1971), p. 3.

50Ltiis Mattini, H o m b r e s y mujeres de l PRT-ERP (Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1990), pp. 105-123.

51Si bien otros partidos obtuvieron cierta influencia en las plantas de Fiat, en especial el maoísta Vanguardia Comunista y el trotskista Palabra Obrera, la presencia visible del PRT en el Vibora zo y en todas las ulteriores manifestaciones públicas de Fiat, así como su posterior reivindicación franca de la experiencia c las i s t a de SITRAC-SITRAM —y concomitantemerite las virulentas críticas de éstos al PC y al PCR— , indican que era ese partido el que tenía 1a mayor influencia sobre los trabajadores de la empresa. Véase la publicación del PRT “Sindicalismo clasista: sus perspectivas, sus des

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viaciones”, 1972, archivo deí SMATA, volumen ‘'Volantes, diarios, revistas,

1973".52 Pano ram a , vol. 8, n° 206 (6 a 12 de abril de 1971), p. 10. .

53“Paritarias: no nos van a doblegar”, Bol etín S IT RA C , n° 2 (junio de1971), p. 8.

^ La Voz de l In ter io r, 5 de julio de 1971, p. 11.Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 137 (ju

lio de 1971), pp. 77-79.56“SITRAC y SITRAM a los trabajadores y al pueblo argentino", Bol et ín

SITRAC, edición especial, Iode agosto de 1971, pp. 2-3.157La Voz del Interi or, 31 de agosto de 1971, p. 11, El secretario general

del SITRAC, Carlos Masera, ha mencionado la insatisfacción generalizada

existente entre los clasistas de Fíat por el congreso de agosto de 1971. Éste los convenció de la necesidad de distinguir en el futuro entre el papel de un partido de los trabajadores y las funciones que debían ser la legítima y exclusiva preocupación de un sindicato. Entrevista con Carlos Masera, Córdoba, 22 de julio de 1987.

58 Iris Marta Roldán, Sind ica t o s y p r o t es t a soc i a l en l a Argen t i na , un e s tud io de caso: et sind i ca to d e Lu z y Fuer za d e Córd oba , 1969 -1974 (Amster- dam: Center for Latín American Research and Documentation, 1978), pp. 192-193.

59Archivo del SITRAC, carpeta AJI, "Comunicados y conferencias de prensa: proyectos de solicitadas", documento 32, “Respuesta de los sindicatos al cuestionario de la revista Panorama" , 3 de agosto de 1971.

00Los Pr in cipios, 27 de octubre de 1971, pp. 10-11.61 El gobierno justificó su medida alegando que “ambos sindicatos con

vocaron repetidamente a huelgas salvajes y omitieron cumplir con las normas de procedimiento establecidas por la ley... una situación que se manifiesta en la realización de asambleas abiertas en los lugares de trabajo, los abandonos de planta y una negativa a cooperar con la empresa, todo lo cual ha conducido a una marcada caída de la producción”, y mencionando también paros llevados a cabo por “razones políticas": archivo del SITRAC, carpeta "Juicios de reincorporación", documento “SITRAC/Amparo”, Ministerio de Trabajo, Buenos Aires, Juzgado Federal n° 2, 25 de octubre de 1971.

0,2Archivo del SITRAC, carpeta “Documentos relacionados con los presos", carta de Alfredo Curutchet al SITRAC, cárcel de Villa Devoto, Buenos Aires, 30 de octubre de 1971.

tí3Archivo del SITRAC, carpeta "Juicios de reincorporación", documento “SITRAC/Amparo”, Juzgado Federal n° 2, carta del Dr. Haroldo H. A. Ferrero, Dirección de Personal, Fiat Concord, a Juzgado Federal n° 2, Córdoba,31 de mayo de 1972.

64Archivo del SITRAC, carpeta Allí, "Comunicado, Comisiones Directivas de SITRAC-SITRAM”, documento “Las Comisiones Directivas y la gran mayoría de los delegados queremos la reincorporación”, Córdoba, 18 de noviembre de 1971.

65La Voz de l In ter io r, 4 de noviembre de 1971, p. 12.66Archivo del SITRAC, carpeta AJÍ, “Comunicados y conferencias de pren

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sa; proyectos de solicitadas", documento "Carta abierta de SITRAC a la CGT

cordobesa”, diciembre de 1971.67Archivo del SITRAC, carpeta "Documentos relacionados con los presos”, carta de Carlos Masera a Gregorio Flores, cárcel de Rawson, Córdoba,22 de diciembre de 1972.

08 “Sí: fracasaron los paros en Fiat”, Bolet ín SIT RAC-SIT RAM, n° 1 (8 de noviembre de 1971), p. 1. Después de la proscripción, los sindicatos de Fiat comenzaron a publicar juntos sus boletines antes independientes.

ca Archivo del SITRAC, carpeta "Documentos relacionados con los presos”, carta de Gregorio Flores al SITRAC, cárcel de Rawson, 12 de diciembre de 1971. Flores, un delegado gremial en prisión desde la época del Viborazo, escribió: "Desafortunadamente, la traición de los que aceptaron las indemnizaciones, reconociendo así que la empresa los despidió con «causa justificada», no ayudó de ninguna forma a continuar la huelga; a decir verdad, perjudicaron muchísimo nuestras posibilidades al provocar el escepticismo de los trabajadores con respecto a toda la conducción, porque desde el principio mismo les dijimos que no asumíamos la responsabilidad de conducir el sindicato simplemente para lograr el mejor trato para nosotros.. . es inútil hablar con dureza y asumir una postura combativa si lo que hacemos después es justamente lo contrario”.

70Archivo del SITRAC, carpeta ‘‘Volantes, impresos o mímeos”, volante gremial “En el mes del Viborazo: SITRAC en pie”, Córdoba, 15 de marzo de 1972.

71Archivo del SITRAC, carpeta "Historia”, carta no publicada de Carlos

Masera y Domingo Bizzi al diario La Opin ión, Córdoba, 14 de enero de 1972.72Archivo del SITRAC, carpeta “Volantes, impresos o mímeos", comunicación de SITRAC-SITRAM, “¡Basta de despidos en Fiat!”, Córdoba, 2 de febrero de 1972.

73 Archivo del SITRAC, carpeta “Comunicados y conferencias de prensa; proyectos de solicitadas”, comunicados de prensa “SITRAC denuncia maniobra concertada Fiat-fuerzas de seguridad”, Córdoba, 30 de marzo de 1971; “Denuncia campaña difamatoria contra asesor legal, Dr. Alfredo Curutchet”, Córdoba, 2 de abril de 1971.

74 Las influencias izquierdistas más importantes eran las de los partidos de la “nueva izquierda” que habían surgido en los años sesenta —el PRT, el PCR y Vanguardia Comunista— . Debido a las cautelosas políticas del Partido Comunista y a sú esperanza de construir puentes hacia el movimiento peronista, el principal partido marxista del país tenía una participación escasa en el movimiento c las i s t a de Fiat, un hecho que explica sus muchas calumnias contra SITRAC-SITRAM y sus repetidas acusaciones contra el “i n f a n t i l i s m o d e i z q u i e r d a " en práctica en Ferreyra. Véase la publicación del PC “¿Clasismo o aventurerismo? SITRAC-SITRAM, experiencias y enseñanzas", Buenos Aires, 1972.

75 Me conté entre quienes exageraron la influencia del PRT-ERP sobre la conducción de SITRAC-SITRAM. En mi disertación del doctorado, “Peronismo, clasismo y política obrera en Córdoba, 1955-1976” (Universidad de Harvard, 1988), volví a sostener la existencia del vínculo entre el c las i smo de Fiat y eí PRT. El ulterior descubrimiento del archivo gremial del SITRAC,

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dad mejor promovida protegiendo a Córdoba, dado que era allí donde resultaba más evidente todo eí cuadro de la diversidad ideológica y política del movimiento obrero.2

Las claves para asegurar la autonomía de Córdoba, como había sido manifiesto desde la época del Cordobazo, eran Afilio López y los peronistas combativos agrupados en los legalistas. Como peronistas, los legalistas cordobeses eran los opositores más efectivos a Rucci y la filosofía gremial que Tosco veía encarnada en la CGT nacional. En su oposición a Rucci y el verticalismo , López y los legalistas se vieron favorecidos por las estratagemas tácticas de Perón a principios de la década de 1970, que pretendían mantener la presión ejercida sobre los gobiernos militares y reinstalar al peronismo, y especialmente al propio Perón, en la vida política del país. La presión provenía particularmente de los recién llegados al movimiento, los grupos juveniles peronistas, en especial los Montoneros, pero también podía originarse en los sectores militantes del movimiento obrero. Hacia mediados de 1970, Perón volvió a alentar a Raimundo Ongaro para que encabezara una oposición obrera activa al gobierno, y después de su liberación de Villa Devoto a principios de 1972, el dirigente de los trabajadores gráficos Intentó resucitar su CGT disidente y combativa.3 El mismo López comenzó a ser cortejado por el líder exilado en Madrid y su entorno. A comienzos

de 1972, los legalistas podían aducir justificadamente la aprobación oficial de la virtual corte de Perón en el exilio a su oposición a Rucci.4 ,

A pesar del aparente cambio de opinión de Perón y a su consistente y empalagoso elogio de la diversidad dentro del movimiento obrero, la salida inminente de los militares del poder y la posibilidad que los peronistas preveían de un levantamiento de la proscripción de su movimiento también promovieron un endurecimiento de las líneas entre peronistas y no peronistas dentro del movimiento obrero, tanto en Córdoba como en el resto del país. Las tensiones dentro de algunos sindicatos y entre unos y otros, la perenne dialéctica de la política obrera cordobesa, se fortalecían e influían en la suerte de un movimiento obrero disidente con base en la ciudad. Este cambio, aún naciente, era sin embargo perceptible incluso en el propio sindicato de Tosco. La reaparición de la oposición peronista en Luz y Fuerza, no obstante, era en lo fundamental eí resultado del desconcierto provocado en primer lugar por la proscripción del sindicato a principios de 1970 y luego por el largo encarcelamiento de Tosco a consecuencia del Viborazo . Por otra parte, existía una afinidad ideológica entre las posiciones de Tosco y las de un gran número de peronistas de Luz y Fuerza, muchos de los cuales eran de la tendencia ongarista, candidatos resueltos en las listas de aquél

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mible adversarlo, pero a Córdoba, aunque con menor frecuencia, siguieron llegando cartas y comunicados firmados por el dirigente de Luz y Fuerza. Después del traslado a Rawson, Tosco continuó dirigiendo sus esfuerzos hacia la conformación de Córdoba como el baluarte de la oposición obrera al gobierno y, en última instancia, como una alternativa a Rucci y la CGT. La política nacional y los acontecimientos dentro del movimiento peronista favorecieron temporariamente esos planes. Las presiones implacables a las que la izquierda peronista sometía al gobierno, y el ahora franco respaldo de Perón a las tácticas de la “guerra revolucionaria” adoptadas por sus cuadros juveniles desencadenaron una ola nacional de efervescencia popular que tenía como centro al peronismo. Para Córdoba, la

consecuencia fue que los ortodoxos —que dentro del peronismo representaban tendencias que parecían haber sido eclipsadas en el corazón de Perón por la izquierda del movimiento— quedaron paralizados, y a los legalistas se les permitió cooperar con los independientes y compartir el poder en la CGT local. Aun cuando incluso en Córdoba los militantes peronistas tenían el compromiso de permanecer dentro del movimiento obrero peronista e intentar ganar el control de las 62 Organizaciones, su alianza operativa local era con Tosco.9

La gran cuestión no resuelta en Córdoba seguía siendo el clasismo. La desaparición de SITRAC-SITRAM no puso fin a éste en la política obrera cordobesa y tampoco obstaculizó el desarrollo de una alternativa marxista en el movimiento obrero cordobés que estuviera libre de las preocupaciones no sectarias de Tosco y los independientes. Los diversos partidos de la izquierda marxista habían elaborado una clara estrategia “provincial’* desde la época del Cordobazo, y la experiencia de SITRAC - SITRAM no había hecho sino alentarlos aún más. La izquierda marxista consideraba la identidad peronista de la nueva clase obrera del interior, especialmente en los sectores industriales modernos, como el eslabón más débil del movimiento obrero peronista. Así, Córdoba, como centro industrial del interior y sede de sus industrias más modernas, tenía una prioridad estratégica especial.10Entre el Partido Comunista Revolucionario, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, Vanguardia Comunista y otras organizaciones marxistas existían diferencias acerca del método más apropiado para ganar partidarios dentro del proletariado industrial de la ciudad, pero también había un amplio consenso sobre algunas cuestiones. En general, convenían en la necesidad de vincular las luchas diarias de los trabajadores con un programa político socialista, ganar su confianza a través de una

representación sindical honesta y eficaz, practicar una genuina

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democracia en los lugares de trabajo y comenzar la tutela política

lentamente, centrándola siempre en los problemas concretos de cada lugar.Un tema que las listas clasistas adoptaron casi unánimemente,

por ejemplo, fue la reforma de las negociaciones colectivas. Si bien en esta cuestión el SMATA tenía procedimientos más transparentes que muchos sindicatos, con contratos sujetos a un mayor control de los trabajadores y un nivel considerable de consultas a éstos a través de sus delegados, la mayor parte del proceso final de negociación quedaba empero en manos de un pequeño grupo de funcionarios sindicales. La estrategia clasista de la izquierda consideraba

el trámite de las negociaciones colectivas como una herramienta de politización potencialmente útil. Los partidos marxistas proponían una democratización total del mismo. Los delegados debían alentar la libre discusión de las demandas y reclamos de los trabajadores en sus departamentos; luego se realizarían asambleas abiertas para debatir la posición de los trabajadores y elegir a los miembros del comité que redactaría la propuesta del sindicato. A continuación se efectuaría, de nuevo en asamblea abierta, una votación a viva voz sobre el contrato final que el sindicato presentaría a la administración y también para elegir a los representantes obreros que negociarían directamente con la empresa.1!

Entre todas las organizaciones marxistas, la pequeña Vanguardia Comunista era tal vez la fuente más fecunda de teorización sobre las tácticas clasistas. Fue la primera en sugerir la utilidad política del proceso de negociaciones colectivas y propugnar que la izquierda adoptara la causa de la “democracia sindical” contra los dirigentes obreros enquistados; propuso los mejores y más elaborados programas para la formación de células clasistas, las comisio nes obreras que vincularían las luchas de base de los trabajadores a un proyecto socialista. VC subrayaba la vulnerabilidad de la dirigencia peronista en cuestiones de la base fabril tales como los ritmos de producción y las categorías en los sectores industriales modernos. Defendía la necesidad de mantener la naturaleza clandestina de las comisiones obreras para evitar represalias de la administración y las burocracias sindicales, y de trabajar discretamente hasta el momento en que los activistas partidarios gozaran de suficiente respaldo en las bases para postularse como candidatos a delegados y finalmente para formar listas sindicales separadas a fin de luchar por el control de los comités ejecutivos de los sindicatos.12En resumen, la izquierda usaría las cuestiones de la democracia sindical y la representación efectiva de la base fabril para ganar

poder en los sindicatos y dar el primer paso hacia el tutelaje político del proletariado industrial.

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Si Vanguardia Comunista era el teórico más refinado del clasismo, su ejecutante más eficaz en Córdoba era el PCR. Éste había sido fundado en 1968, cuando militantes desilusionados del Partido Comunista abandonaron ía agrupación pro soviética y reformista y formaron un partido marxista pro chino y revolucionario.13El aparato partidario incluía en Córdoba a los más capaces activistas del PCR, y el proletariado industrial de la ciudad era una prioridad para éste.

Los mayores esfuerzos deí PCR se dirigieron sin duda hacia eí complejo IKA-Renault. Desde fines de los años sesenta, y en particular luego del Cordobazo, el comité Córdoba del partido, bajo ía conducción de César Godoy Álvarez, comenzó a acumular información detallada sobre las condiciones en las plantas, identificando sistemáticamente y con gran habilidad los departamentos én los cuales el aparato sindical torrista era “blando” y donde podían ingresar los activistas partidarios y comenzar un trabajo clasista ,í4 El PCR había sido, por cierto, el primero en percibir la debilidad de Torres en la planta de Perdriel, fábrica en donde Renault había emprendido una reestructuración tecnológica completa y convertido a muchos de los fabricantes de herramientas y matriceros antes altamente calificados en meros trabajadores de línea de montaje, sin la más mínima oposición del sindicato. Los miembros del parti

do dirigieron la ocupación fabril de Perdriel que desencadenó la gran huelga de 1970, y se debió en gran medida a los esfuerzos del PCR el hecho de que la izquierda se recobrara del desastroso resultado de la misma y pudiera reconstruir el movimiento de recuperación sindical antitorrista en las plantas de IKA-Renault.15

Gracias principalmente a las actividades proselitistas de los aparentemente incansables polemistas de la izquierda, poco a poco el clasismo se estaba convirtiendo, en Córdoba y en el resto de la Argentina, en sinónimo de la causa de la democracia sindical antiburocrática que la rebelión de Ongaro había cristalizado por primera vez en 1968, pero que desde entonces había perdido ímpetu en las filas del movimiento obrero peronista. También la izquierda peronista hizo de ella una causa, pero se trataba predominantemente de un movimiento de estudiantes Universitarios de clase media que sólo tenía una repercusión limitada en el movimiento obrero, a pesar de la apresurada formación de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), concebida para cultivar vínculos con la clase obrera. El “contradiscurso” del que han llegado a hablar los historiadores del movimiento obrero argentino, la defensa de tácticas militantes en un idioma peronista vernáculo de línea dura, era en realidad mucho más que eso. Se trataba de un asalto ideológicamente alimentado a los bastiones de poder en el movimiento obrero

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que, después de la adopción de programas clasistas por los parti

dos de izquierda que también abogaban por la lucha armada, pareció representar una amenaza subversiva para algunos y una posibilidad revolucionaria para otros. En ese momento histórico, ninguna de las dos opiniones era equivocada.

En todo el interior de la Argentina había listas clasistas que ganaban elecciones sindicales. En las provincias azucareras del Noroeste, por ejemplo, VC era particularmente activa y responsable en gran medida de la CGT clasista de Armando Jaime en Salta.lfi En el cinturón industrial del Paraná, los esfuerzos del PRT estaban produciendo resultados prometedores, y una serie de delegados clasis tas habían ganado las elecciones en las plantas siderúrgicas de Villa Constitución» San Nicolás y Zarate.17Incluso en bastiones de los caciques obreros peronistas como la Unión Obrera Metalúrgica aparecían activistas clasistas , en Santa Fe lo mismo que en Córdoba y otras ciudades del interior. Para coordinar esos diversos movimientos, la izquierda de Córdoba estableció el Frente Único Clasista, que nunca tuvo vigencia debido a posiciones ideológicas y tácticas que dividieron a las organizaciones marxistas, pero que fue un símbolo importante de la resonancia del cíasismo en esos años.

Córdoba siguió siendo el centro de los movimientos clasistas. A pesar del grave revés sufrido con la represión gubernamental a SITRAC-SITRAM, los activistas clasistas de Santa Isabel se recuperaron de la huelga de 1970 y se prepararon para competir con los sucesores de Torres en las elecciones de 1972 en las plantas de 1KA- Renault y otras fábricas afiliadas al SMATA (Thompson-Ramco, Ford-Transax, Grandes Motores Diesel, Ilasa). A fines de 1971, los opositores izquierdistas organizaron el Movimiento de Recuperación Sindical (MRS}, una vaga alianza de asociados incompatibles, que incluía a activistas del PC, el PCR, el trotskista Palabra Obrera, El Obrero, el Peronismo de Base, Vanguardia Comunista y muchos independientes de izquierda no alineados con ningún partido mar

xista en particular, así como también no izquierdistas, entre ellos una cantidad de peronistas ex partidarios de Torres que sentían simpatía por un programa de representación sindical honesta y eficaz y estaban descontentos con la esclerosis que afligía entonces a la maquinaria gremial farrista .18Si bien el MRS había recibido un temprano respaldo de SITRAC-SITRAM e incluso publicado sus primeros volantes en el edificio sindical de los trabajadores de Hat, después de que el gobierno suprimiera los sindicatos de Ferreyra los activistas del SMATA procuraron distanciarse de sus antiguos aliados y exhibir una imagen más moderada, llegando a borrar la

palabra clasismo de su programa sindical.19El MRS dio forma a su desafio al sucesor de Torres, Mario Bagué,

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y al aparato torristano en términos políticos sino estrictamente cen

trados en las cuestiones laborales de una representación eficaz y honesta y la democracia sindical. Las tácticas del MRS tenían dos aspectos. Los activistas del movimiento dirigieron una implacable campaña de propaganda contra Bagué y cáusticas críticas a la conducción allí donde la maquinaria torrista era más vulnerable: los temas relacionados con la base fabril. También convocaron numerosas huelgas salvajes a fines de 1971 y principios de 1972 para aumentar su visibilidad entre los trabajadores y poner de relieve la representación de compromiso que los delegados del sindicato ofrecían allí, una táctica cuya eficacia quedó evidenciada por la crítica cada vez más aguda de la dirigencia del SMATA contra su accionar.20

Los peronistas del SMATA, irónicamente, intentaron rebasar el desafío de los disidentes subiéndose a la cresta de la ola de radicalización política que se había apoderado de la ciudad desde el Cordobazo. Bagué y los dirigentes torrístas fortalecieron sus lazos con los sectores más combativos del movimiento obrero cordobés en la esperanza de que esto desviaría algunas de las críticas del MRS. Si bien los activistas de éste no presentaban su programa en términos políticos, la conducción del SMATA era consciente de que el

humor de la clase obrera local había cambiado enormemente como resultado de los levantamientos de 1969 y 1971, la experiencia de SITRAC-SITRAM, los cambios políticos en el plano nacional y la inclinación hacia la izquierda producida en la sociedad argentina en general. La vieja marca torrista de militancia ya no podía otorgar legitimidad; la militancia tradicional peronista —huelgas y movilizaciones contra la empresa y el gobierno por mejores salarios— no era suficiente, al menos en Córdoba. Los sindicatos estaban ahora casi obligados a asumir una postura anticapitalista a fin de conservar su prestigio entre las bases. Como resultado, el lenguaje político de Bagué y los torristas cambió, literalmente en el transcurso de unos pocos meses. El blanco de los ataques del sindicato era ahora el régimen “pro capitalista", y el gremio llegó incluso a exigir la nacionalización futura de IKA-Renault por el gobierno.21La influencia del clasismo se vio sutil pero claramente cuando la jerarquía sindical del SMATA procuró apropiarse del propio programa político de los clasistas y asumir el papel de la oposición.

Bagué también buscaba alinear al SMATA con los legalistas y los independientes, para contrarrestar el descrédito en que había caído el torrismo desde la época de la huelga de 1970. La opinión generalizada de que en esa huelga Torres había traicionado a los trabajadores manchó a toda la dirigencia. La decisión de Bagué de partici

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par en las movilizaciones de marzo de 1971 que culminaron en el

Viborazo pretendía reparar el daño hecho a la conducción por las vacilaciones y la renuncia final de Torres en los días que precedieron a ese levantamiento, e indicaba una precoz conciencia de la vulnerabilidad de los dirigientes. El ascenso del MRS no hizo sino confirmar esas opiniones. Así, el SMATA se convirtió en un elemento permanente y regular en las asambleas de la CGT y en general apoyaba las posiciones íegaíis fas-independientes contra las de los ortodoxos. Finalmente, desesperado, Bagué también abandonó las pretensiones históricas del SMATA cordobés a la independencia y buscó ayuda del SMATA central.

Las autoridades de Buenos Aires, Dirk Kloosterman y José Rodríguez, secretarios generales de la central y la seccional Buenos Aires del SMATA, respectivamente, reconocieron la amenaza potencial de una victoria deí MRS en Córdoba, no sólo para Bagué y los peronistas cordobeses, sino también para sí mismos. Las relaciones generalmente calmas entre obreros y patronal que habían caracterizado la primera década de existencia de las empresas instaladas en Buenos Aires terminaron a comienzos de los años setenta con una serie de movilizaciones, incluyendo una prolongada y áspera huelga en las plantas de Citroén en 1971.22 Una victoria del MRS podría alentar a los militantes de base de las plantas de Buenos Aires a capitalizar el descontento obrero y preparar desafíos sindicales por su propia cuenta. Para respaldar a Bagué, el SMATA nacional emprendió a fines de 1971 una campaña publicitaria nacional en apoyo de la dirigencia peronista del sindicato de trabajadores del automóvil. Bajo el lema “/Violencia no, justicia sí!”, el SMATA atacó al clasismo e intentó vincular la creciente violencia política en el país con una izquierda subversiva, una izquierda que, según insinuaba, estaba trabajando en muchos niveles de la sociedad argentina, incluyendo las filas del movimiento obrero. Se señalaba especialmente a SITRAC-SITRAM por su supuesto aventure-

rismo e irresponsabilidad, por haberse empeñado en una “gimnasia subversiva”, manera en que, en lo sucesivo, la jerarquía sindical peronista se referiría despreciativamente a cualquier signo de mili- tancia obrera independiente de su control. Los verdaderos blancos de la campaña, sin embargo, no eran los desaparecidos sindicatos clasistas de Fiat sino el MRS y otros movimientos de base que amenazaban el control peronista del sindicato mecánico, así como la pretensión tradicional de los gremios cordobeses de liderar el movimiento obrero nacional.23

En realidad, el SMATA central, inadvertidamente, ya había he

cho mucho para que fuera posible un movimiento de recuperación sindical en Córdoba. La capacidad de los clasistas para representar

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un serio desafío al control peronista del sindicato se debió en gran medida a las reformas del SMATA en 1968 que, bajo la presión de Córdoba, habían descentralizado ampliamente la estructura sindical. Entre esas reformas se contaban una mayor limitación al poder de la central para disciplinar a las seccionales locales, más facultades a éstas para que pudieran apelar cualquier medida disciplinaria y, lo más importante, una amplia descentralización financiera que les dio un control casi completo de los fondos sindicales.2,5Así, a pesar de las admoniciones y amenazas veladas del SMATA central a los disidentes de base, en Córdoba y otras partes los miembros del MRS advirtieron bajo qué restricciones se encontraba ahora Buenos Aires. Los clasistas sabían que, en caso de que llegaran a la

conducción, el SMATA central tendría trabas en sus relaciones con Córdoba y sería incapaz, al menos legalmente, de imponer sus deseos. El poder sindical ofrecía posibilidades reales de administrar autónomamente los asuntos del SMATA cordobés y la oportunidad de implementar un programa de reformas que fortaleciera el apoyo de las bases y representara un avance importante para el clasismo. El éxito de la campaña de oposición a Bagué y la percepción que tenían los miembros del MRS del generalizado descontento obrero hacia la conducción alentaron a los disidentes a formar, a fines de enero de 1972, una lista sindical, la lista Marrón, para competir contra la Verde y Celeste torrista en las elecciones de abril.25Poco después la lista Marrón presentó su plataforma electoral, una serie de reformas sindicales propuestas con un tono deliberadamente apolítico, en las cuales no aparecía la palabra clasista.21*

Los sindicatos combativos de la ciudad recibieron la noticia de la reaparición de una oposición izquierdista en la industria automotriz local con cierto recelo. Las discrepancias entre ellos y los clasistas de Fiat y las biliosas críticas que los dirigentes obreros locales habían recibido ocasionalmente de SITRAC-SITRAM los habían hecho muy cautelosos respecto de lo que percibían como el purismo ideológico y ías tácticas maximalistas inherentes al

clasismo . Para los activistas clasistas de Fiat, su rebelión sindical había implicado una vigorosa defensa de los intereses de los trabajadores de la empresa y finalmente un compromiso con un programa político determinado; no se había tratado ni de capricho ni de engreimiento. Los clasistas se consideraban como los genuinos realistas del movimiento obrero cordobés, los únicos que se daban cuenta de que los logros laborales inmediatos serían efímeros y la militancia un esfuerzo tanto más malgastado a menos que la clase obrera tuviera como propósito último un proyecto socialista. No obstante, dada la configuración inusual del movimiento obrero lo

cal, no hay duda de que el clasismo de Fiat había perjudicado su

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causa en coyunturas particulares, y había una cautela entendible con respecto al MRS y la lista Marrón . Entre los legalistas y los independientes existía la sensación generalizada de que la victoria de la lista marrón en el SMATA podría volver a desbaratar acontecimientos positivos que se estaban produciendo en el movimiento obrero cordobés.

Las sospechas de Atilio López y los legalistas acerca de la oposición marxista en el SMATA estaban influidas, sin duda, por las cambiantes fortunas políticas del movimiento peronista. Desde el anuncio de la transición propuesta al régimen civil bajo el Gran Acuerdo Nacional, Lanusse se había visto asediado por una ola de violencia guerrillera que impulsó la presurosa salida de los militares del poder y favoreció la plena restauración de los derechos democráticos, incluyendo el levantamiento de la proscripción del movimiento peronista. La fuente de esta violencia se encontraba parcialmente en la izquierda marxista, el Ejército Revolucionario del Pueblo y las Fuerzas Armadas de Liberación, pero ahora también en la izquierda peronista, las formaciones especiales a las que Perón otorgaba una posición de creciente importancia dentro del movimiento.

Los cambios en el peronismo no eran obra exclusiva de las decisiones de Perón. Independientemente del caudillo, la izquierda peronista surgió como fuerza dentro de la política revolucionaria ar

gentina en 1970, con el secuestro y ejecución, por parte de los Montoneros, del ex presidente militar general Pedro E. Aramburu. Sin embargo, había germinado desde la época de la Resistencia y nunca había sido completamente servil con el líder exiliado. Para mantener la disciplina de su movimiento y promover sus propios fmes políticos, Perón decidió no repudiar sus tácticas sino postularse como el campeón de las guerrillas. Empleó cada vez más el vocabulario político de los antiguos revolucionarios y aceptó implícitamente el ataque de sus jóvenes seguidores contra José Rucci, Lorenzo Miguel y la “burocracia sindical”. Las palabras de Perón eran vivificantes para los legalistas, que estaban interesados en que se limitara el poder de los caciques obreros y en desarrollar posiciones ideológicamente izquierdistas, pero no dispuestos a romper con la identidad peronista o a afiliarse a un partido de izquierda marxista. En marzo de 1972 recibieron más estímulos cuando Perón anunció que su movimiento formaría un frente electoral, el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), frustrando con ello las esperanzas de Lanusse en una restauración democrática limitada y en su propia candidatura en las elecciones presidenciales de 1973.

La inclinación a la izquierda del movimiento peronista afectó

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profundamente la historia ulterior del movimiento obrero cordobés. Comprometió a los legalistas y a sus aliados independientes en el apoyo —entusiasta en el caso de los legalistas y cauto en ios independientes— a una restauración democrática en la cual el movimiento peronista ocuparía inevitablemente una posición prominente, y también hizo improbable la cooperación inmediata con los mar

xistas del SMATA. Las críticas clasistas al sindicalismo peronista perdieron su fuerza con los signos de que el peronismo se movía a posiciones más izquierdistas, una evolución política que muchos izquierdistas creían haría de él un factor de cambio revolucionario mucho más importante que cualquiera de los pequeños partidos marxistas que promovían el clasismo.

Una vez más Tosco tenía la clave acerca de qué camino tomaría el movimiento obrero. Aunque sin ilusiones sobre las verdaderas intenciones de Perón y escéptico con respecto a la aptitud de la izquierda peronista para transformar al movimiento en un partido genuinamente revolucionario, Tosco evaluó las circunstancias políticas inmediatas en términos fríos y poco románticos. El futuro de un movimiento obrero alternativo y la democratización de los sindicatos del país dependían de la preservación de la alianza legalista- independiente. La fortaleza de esa alianza había sido demostrada el 15 y 16 de enero de 1972 en el congreso de las Agrupaciones Peronistas Combativas, una reunión nacional de los sindicatos peronistas disidentes presidida por López y los legalistas cordobeses que había elegido al no peronista Tosco como presidente honorario, una decisión duramente censurada por Rucci y la CGT como una traición al movimiento obrero peronista. Tosco sabía que la salud de este espíritu ecuménico dentro de los sindicatos peronistas combativos dependía de mantener cierta distancia con respecto al clasismo. Como había sucedido con los clasistas de Fiat, prefirió confiar en sus antiguos aliados legalistas a hacerlo en los aún poco conocidos marxistas del SMATA

Su encarcelamiento le impidió ver signos, que no obstante eran evidentes, de que tal vez fuera imposible mantener como él creía la cooperación entre los sectores peronistas y no peronistas del movimiento obrero cordobés. La crisis en curso en la industria metalúrgica local y la quiebra, a principios de 1972, de la fábrica Del Cario, que manufacturaba armazones de asientos para IKA-Renault y era individualmente la que contaba con el mayor número de afiliados a la UOM cordobesa, indicaban que Simó tendría que depender cada vez más de Rucci, Miguel y la CGT central para mantener la influencia de su gremio en el movimiento obrero local y reservar para él mismo algún papel futuro dentro del movimiento peronista. La UOM necesitaba recuperar la jurisdicción sobre los trabajadores de Fiat;

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los ritmos de producción, las condiciones de trabajo y los despidos en las fábricas ocuparon casi toda su atención. Dieron algunos signos precoces de querer mantener con los sindicatos legalistas e independientes mejores relaciones que las que habían experimentado los clasistas de Fiat. El nuevo secretario general del sindicato, René Salamanca, de 31 años, había reprendido públicamente a su propio partido, el PCR, por atribuirse el crédito de la victoria de la fisto Marrón, y expresado la intención de la dirigencia del SMATA de seguir una política no sectaria en la administración y de cooperar con todos los sectores “progresistas" del movimiento obrero cordobés.32No obstante, varias semanas después los clasistas respondieron con

frialdad a una invitación de la CGT a participar en un paro general de 14 horas para conmemorar el Cordobazo, declarando que no estaban dispuestos a comprometerse en una huelga estrictamente política, si bien respetaron el voto de los trabajadores del SMATA en favor de adherir a ella.33

En vez de involucrar excesivamente al sindicato en la política obrera cordobesa, los clasistas comenzaron durante los meses de invierno una larga campaña para encarar los muchos reclamos en los lugares de trabajo que se habían acumulado desde que Renault se había hecho cargo de IKA. Como lo habían hecho los clasistas de Fiat, la dirigencia del SMATA escogió las condiciones de trabajo insalubres en la forja de la empresa como un primer tema para enfrentar a la autoridad gerencial en la base fabril. A principios de agosto, el sindicato llevó a un equipo de médicos expertos para que observaran y documentaran las condiciones laborales en las plantas. El 20 de agosto, Salamanca realizó una conferencia de prensa para presentar los resultados del equipo médico, que denunciaba condiciones de trabajo insatisfactorias tanto en la forja como en los túneles de pintura, y para anunciar las intenciones del sindicato de emprender la laboriosa tarea de preparar informes detallados sobre las condiciones laborales en cada una de las plantas afi

liadas al SMATA.34Todo momento que la nueva dirigencia podía distraer de los problemas de las plantas, no lo dedicaba a los asuntos de la CGT local sino a la aún no resuelta cuestión del movimiento clasista de Fiat y SITRAC-SITRAM. La administración de Fiat proseguía su campaña de intimidación en Ferreyra. Los despidos sistemáticos de presuntos simpatizantes del sindicato, el traslado constante de los traba

jadores de departamento en departamento, el aumento de los ritmos de producción y el retomo a una rígida disciplina fabril indicaban que la empresa italiana estaba decidida a reasumir un control absoluto sobre la base de las plantas. Los activistas clasistas de SITRAC-SITRAM, muchos de los cuales estaban ocultos y otros to

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davía en ia cárcel, retomaron su trabajo de propaganda cuando cre

ció la inquietud en Ferreyra.35No obstante, hasta los más decididos de ellos reconocían que no había esperanzas de resucitar a SITRAC-SITRAM. Con la victoria de la íisía Marrón, la resistencia y el futuro del cíasísmo parecían más prometedores mediante la afiliación al SMATA. Desde la cárcel de Rawson, el ex delegado Gregorio Flores expresó la opinión generalizada de la dirigencia encarcelada de que la desaparición de los sindicatos de Fiat era un hecho consumado y urgió a que se organizara un movimiento bien arraigado para obligar a la empresa a aceptar la afiliación al SMATA.36Varios días más tarde, desde su propia celda en Rawson, Alfredo Curutchet manifestó una opinión similar y subrayó que la afiliación al SMATA era una necesidad absoluta, dadas las inminentes negociaciones colectivas. La falta de una representación sindical efectiva en estas tareas, sugirió, sería desastrosa para los trabajadores de Fiat y dejaría ías puertas abiertas a una afiliación a la UOM.37

Simó y la UOM, en realidad, ya habían comenzado su campaña para recuperar a los trabajadores que sólo a regañadientes habían dejado ir a mediados de la década de 1960. Apenas unas semanas después de la disolución de SITRAC-SITRAM, pudo verse a hombres de la UOM distribuyendo fichas de afiliación en la puerta de las fábricas, un hecho que provocó una amarga crítica de la conducción del SITRAC.38Con las hemorragias que sufría la UOM cordobesa y su propio futuro político enjuego, Simó se apresuró a aceptar ansiosamente la perspectiva de sumar varios miles de nuevos miembros del segundo complejo industrial más importante de la ciudad a las raleadas filas de su sindicato. Ahora podía contar con el respaldo pleno de Rucci y la jerarquía sindical peronista para su causa. Tras ía elección de una lista predominantemente marxista en el SMATA, la perspectiva de que los trabajadores automotores cordobeses se unieran en un único sindicato detrás de una conducción

clasista era inaceptable para el movimiento obrero peronista. El respaldo de Fiat y Buenos Aires permitió que Simó se moviera rápidamente, y en julio ya estaba funcionando una comisión provisoria de la UOM en 1a. planta de Materfer.39 La incierta alianza de conveniencia de Simó con los sectores combativos del movimiento obrero cordobés se rompió irrevocablemente con la controversia de la afiliación de Fiat, y aquél regresó al redil de la corriente principal del sindicalismo peronista. De allí en más Simó y la UOM cordobesa serían los más fieles lugartenientes de Rucci, Miguel, Perón y el verticalismo en la ciudad.

Salamanca y el nuevo comité ejecutivo deí SMATA acordaron oponer resistencia a los planes de la UOM y apoyar la afiliación de

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los trabajadores de Fiat a su sindicato, a pesar de los extendidos recelos por la experiencia de SITRAC-SITRAM existentes en sus filas. El propio partido de Salamanca, el PCR, era un crítico especialmente deslenguado del clasismo de Fiat. Durante mucho tiempo había pintado a la rebelión de los trabajadores de esa empresa como un movimiento de bases bien intencionado y honesto al que habían echado a perder su ingenuidad y “aislacionismo” políticos, específicamente manifiestos en su supuesta negativa a cooperar con los elementos progresistas del movimiento obrero cordobés en la CGT local.40

En realidad, las críticas a los sindicatos de Fiat se originaban en dos concepciones muy diferentes del clasismo. El PCR, VC y otros

partidos que constituían la conducción del SMATA se habían encrespado ante las acusaciones proferidas contra ellos por los sindicatos de Fiat en el sentido de que la formación de comisiones obre ras y agrupaciones sindicales constituía un ejemplo de oportunismo neobolchevique que amenazaba a los trabajadores con la manipulación por parte de los partidos de izquierda. Los clasistas del SMATA contraatacaron diciendo que los sindicatos de Fiat sentían una aversión “trotskista” a la organización y la disciplina política, lo que les había costado perder la oportunidad de dirigir un movimiento alternativo de los trabajadores.41Los clasistas del SMATA, sin duda, eran políticamente un grupo mucho más disciplinado que los dirigentes sindicales de Fiat. El MRS era el producto de individuos que habían hecho largos aprendizajes políticos en sus respectivos partidos. El movimiento clasista del SMATA incluía a muchos militantes partidarios endurecidos, representantes de organizaciones que se habían comprometido en un concienzudo trabajo en las bases fabriles durante varios años. También pertenecían a un sindicato mucho más grande, un sindicato que tenía una larga historia de militancia y que disfrutaba de una gran sensación de legitimidad entre las bases. En consecuencia, tenían que respetarse en buena medida la maquinaria sindical y los procedimientos establecidos, y

mantener cierto estilo gremial profesional, lo que provocaba que un pequeño grupo de clasistas de Fiat los considerara precipitada y erróneamente como apenas un grupo más de burócratas sindicales, por lo que se oponían a la afiliación.42

La principal diferencia entre los clasistas de Fiat y el SMATA estaba enraizada en su concepción de los límites y finalidades del clasismo , Los clasistas del SMATA consideraban al movimiento disidente de los trabajadores como parte de un esquema más general de participación política de la clase obrera, pero también, en cierta medida, como subordinado al aparato partidario. La orientación partidaria del clasismo del SMATA estaba influida, sin duda, por las

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raíces del PCR en el Partido Comunista. Ambos partidos eran muy

centralizados y jerárquicos. Se esperaba que las directivas del comité central se cumplieran sin críticas, y no sólo por sus funcionarios profesionales sino también por sus miembros de clase obrera. Las tormentosas relaciones de Salamanca con su partido, ya evidentes desde la elección de 1972, se debían esencialmente a su independencia y a la desatención que exhibía a menudo hacia el aparato y los procedimientos partidarios deí PCR.

Las diferencias entre el clasismo de Fiat y el del SMATA eran también el resultado de las circunstancias históricas. El del SMATA surgió en un contexto político muy distinto al del movimiento de

Fiat. Los sindicalistas disidentes ya no se enfrentaban a una dictadura militar sino a una inminente restauración democrática, que parecía ofrecer nuevas oportunidades para los partidos de izquierda del país. El PCR y otras organizaciones izquierdistas representadas en el sindicato estaban maniobrando para obtener una posición política, lo que hacía que moderaran su comportamiento gremial.

A pesar de sus diferencias, la abrumadora mayoría de los clasis tas de Fiat las hicieron a un lado y propugnaron ía afiliación al SMATA. Para la mayor parte de los leales a SITRAC-SITRAM, des

aparecida la posibilidad de recuperar sus sindicatos, sólo la afiliación a aquél prometía una representación sindical competente y la protección de los logros ya obtenidos. Los clasistas de Fiat procuraron tender un ramo de olivo al SMATA y eliminaron el controvertido eslogan de “¡Ni golpe ni elección , revolución!" de sus comunicados y volantes, porque era innecesariamente provocativo y obviamente inapropiado para las muy diferentes circunstancias políticas de comienzos de 1972. De manera similar, en sus declaraciones públicas procuraron enfatizar que el clasismo era un compromiso con una conducción honesta, la democracia sindical y en general una política progresista más que una identificación inmediata con un proyecto socialista revolucionario.43Los dirigentes de Fiat caracterizaron a la nueva conducción del SMATA como honesta y democrática si bien aún no clasista, y sostuvieron que la afiliación no sólo salvaguardaría los intereses de los trabajadores de la empresa sino que también tendría una influencia positiva en el SMATA, contribuyendo a definir su propia identidad clasista No obstante, la discrepancia entre los dos conceptos de clasismo se mantuvo latente y acechó detrás de la campaña de afiliación. En una ceremonia realizada en agosto en la sede céntrica del SMATA para dar la bienvenida a los recientemente liberados presos de SÍTRAC-SÍTRAM, Carlos

Masera expresó el constante interés de los trabajadores de Fiat en una afiliación al sindicato mecánico, pero también cierta insatisfac

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ción con el manejo del problema por parte de la dirigencia gremial,

fallas que diplomáticamente atribuyó más a una falta de experiencia que a la mala fe. Pero en líneas generales la reunión marcó un serio retroceso para la causa de un sindicato unido de los trabajadores automotores cordobeses. Desde las filas de Fiat se elevaron críticas contra la condición de miembro de la CGT local del SMATA, y Salamanca se mantuvo evasivo en la cuestión de la afiliación al mismo tiempo que hacía hincapié en el compromiso de su gremio de cultivar relaciones amistosas con los otros sindicatos no clasistas de la CGT cordobesa.44

Los trabajadores de Fiat, no obstante, se entregaron con entusiasmo a la campaña de afiliación durante esos meses. Compañeros de trabajo distribuyeron fichas del SMATA en las puertas de las fábricas y dentro de las plantas de Fiat. Los activistas de SITRAC- SITRAM resistieron hábilmente una afiliación a la UOM que gozaba de la bendición de la empresa y advirtieron sobre comunicados sindicales falsos que en realidad eran obra de la UOM o de Fiat y que pretendían sembrar la confusión en sus filas.45Si bien se hicieron considerables progresos, a fines de ese año también empezaron a notarse signos de cansancio.

La posición de Salamanca y el comité ejecutivo del SMATA seguía siendo clara: era necesaria una abrumadora muestra de apo- yo a la afiliación para convencer al Ministerio de Trabajo de lo ju stificado de la jurisdicción del sindicato mecánico. En una asamblea realizada en octubre de 1972 para discutir la situación de la campaña de afiliación, Salamanca advirtió que se estaba acabando el tiempo y que eran necesarias más firmas para superar la oposición de Fiat y el gobierno. La posición de Masera y los otros clasistas de Fiat, por su parte, era que, si bien se habían llenado más de 1.200 fichas de afiliación, los obstáculos para que la dirigencia prosiguiera el trabajo proselitista eran insuperables, que el progreso dependía de lo que los mismos trabajadores fueran capa

ces de hacer en las plantas.46 Los trabajadores de la empresa italiana, a su vez, descubrieron que una vigilante administración obstruía sus esfuerzos; apelaron a la CGT cordobesa en busca de ayuda. Sin duda había pocas posibilidades de superar la fuerza combinada del gobierno, Fiat y la UOM sin el apoyo de los demás sindicatos cordobeses.47

Entre los sindicatos subsistían las antipatías políticas, y la CGT se había mantenido en silencio sobre el tema. Sin embargo, se hizo posible un futuro respaldo después que Salamanca puso al SMATA más cerca de un alineamiento con los otros sindicatos cordobeses,

mostrando un realismo político que había estado desgraciadamente ausente en el clasismo de Fiat. En las movilizaciones obreras de

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agosto, convocadas por la CGT para exigir la libertad de Tosco, el SMATA había desempeñado un papel prominente. El 22, su conducción, acompañada por varios tal vez contritos líderes de SITRAC- SITRAM, había hecho una inesperada aparición en una sesión de emergencia de la CGT y comprometido su respaldo a cualquier acción huelguística concebida para asegurar la libertad de Tosco. Las huelgas generales del 24 de agosto y el 7 de septiembre tuvieron el sostén de todos los sindicatos independientes y de la mayoría de los legalistas, pero fue la participación del SMATA lo que las convirtió en grandes protestas obreras.'’8 Cualquier signo de inquietud laboral en Córdoba era recibido ahora con nerviosismo en el gobierno, y éste había respondido asumiendo el control de la CGT local y emitiendo órdenes de detención contra los principales organizadores de las huelgas, entre ellos López y Salamanca.49Pero el gobierno, amilanado por las promesas de mayor violencia laboral por parte de los sindicatos legalistas -independientes y el SMATA, se aplacó velozmente y el 22 de septiembre anunció su intención de liberar a Tosco.

Ante los vítores de una multitud de trabajadores y estudiantes, éste llegó al aeropuerto de Córdoba el 26 de septiembre. Más allá del aspecto dramático inmediato del acontecimiento, éste marcó un punto de inflexión en la historia del movimiento obrero cordobés

disidente. Tosco regresó a Córdoba como revolucionario. Como ocurrió con muchos activistas sindicales que pasaron por las cárceles argentinas en esos años, la prisión había sido para él una experiencia profundamente politizadora. En la cárcel, su prestigio como la más importante figura nacional del movimiento obrero disidente lo había arrastrado a muchas discusiones políticas con miembros de la izquierda‘guerrillera, tanto en Villa Devoto como en Rawson. Su oposición a la lucha armada como una opción política legítima en la Argentina no le impidió entablar fuertes amistades y sentir respeto por los que consideraba como equivocados pero idealistas guerrille ros, con quienes compartía algunos enemigos comunes. Pero había sido precisamente para evitar toda asociación entre el movimiento obrero disidente y la izquierda guerrillera que Tosco se negó a acompañar a los militantes del ERP, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y los Montoneros en su planeado escape de la prisión de Rawson, que terminó trágicamente con la captura y ejecución en el cercano Trelew de 16 de los evadidos el 22 de agosto. La "masacre dé Trelew" fue un escándalo y una controversia política nacional, y de liecho uno de los factores precipitantes de la huelga general de la CGT cordobesa el 26, pero también un trauma personal para Tosco. Después de Trelew, el líder deí sindicato de Luz y Fuerza vio cada vez más que no había término medio y sintió que la Argentina esta

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ba al borde de un enfrentamiento decisivo entre la izquierda y la

derecha. En su discurso de regreso a casa hizo lo que equivalía a una virtual declaración de guerra contra Rucci y la burocracia sindical y anunció su compromiso de promover y proteger al movimiento obrero alternativo centrado en Córdoba, cosa que agudizó la brecha entre los sindicatos aliados con él y los ortodoxos .50

Tosco tenía un nuevo aliado que lo esperaba en Córdoba. La necesidad política y la empatia personal harían de él y Salamanca estrechos colaboradores durante los años siguientes, cuando pro

curaron construir un nuevo programa político para el movimiento obrero. Para Tosco, como para la mayoría de los dirigentes sindicales de la ciudad, Salamanca era un enigma, un hombre que se había elevado de la oscuridad al liderazgo del sindicato más importante de Córdoba virtualmente de la noche a la mañana. Su tez morena y los rasgos vagamente indígenas insinuaban sus orígenes de chico del campo convertido en proletario y militante marxista. Su carrera de activista sindical había comenzado en la década de 1960, cuando se postuló sin éxito como delegado de su pequeño taller metalúrgico contra la lista oficial de Simó. Como podía preverse, perdió la elección y, un poco más adelante, el trabajo. Sus lazos con el PCR se

establecieron por esos mismos años, y poco después del Cordobazo ingresó a la altamente calificada matricería de la forja de IKA-Renault como activista del partido. Fue uno de los muchos militantes del PCR que procuraron encontrar empleo en las fábricas de mayor calificación afiliadas al SMATA como parte de la estrategia de inserción del partido ¡en el movimiento obrero local.

Si bien se unió rápidamente al Grupo Io de Mayo, antitorrista, Salamanca no tuvo una participación abierta en los asuntos gremiales hasta 1970, cuando logró derrotar al candidato de Torres en una elección de delegados. El sindicato se negó a reconocer su victoria aduciendo que todavía no hacia un año que estaba afiliado, requisito contemplado por los estatutos del SMATA para los cargos sindicales. En 1971 se postuló nuevamente para el cargo relativamente menor de subdelegado, y esta vez su triunfo fue reconocido por el sindicato. Salamanca era por entonces una de las figuras principales del MRS, y cuando a principios de 1972 éste decidió competir con la lista torrista, fue natural que se lo eligiera para encabezar la políticamente pluralista lista M arrón51

La alianza entre Tosco y Salamanca se convertiría en una de las piedras angulares del movimiento obrero cordobés disidente. El factor que complicó sus esfuerzos para construir un movimiento obrero alternativo y que siguió influyendo en la dinámica de la política

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obrera local fue la política nacional. Las perspectivas para los sindi

catos cordobeses dependían en gran medida de si circunstancias políticas favorables nacionalmente, continuarían protegiéndolos de Buenos Aires. En ese aspecto, la inminente legalización y participación plena del movimiento peronista en las elecciones de marzo de 1973 fue una bendición a medias.

Dentro del peronismo, la lucha de poder entre la izquierda y la derecha parecía haber concluido finalmente en favor de la primera. Una vez que quedaron garantizadas las elecciones, los caciques sindicales apostaron su prestigio a asegurarse una mayoría de los candidatos en la boleta deí FREJULL La CGT y ías 62 Organizaciones no habían ahorrado esfuerzos en sus críticas a la izquierda peronista, denigrando a sus miembros como ‘'recién llegados” o advenedizos, y calificándolos como “izquierda gorila y aristocratizante'’. Pero por el momento los intereses de Perón eran mejor servidos por un cortejo constante a la izquierda peronista. El ala izquierda del movimiento ejerció la presión más eficaz sobre el gobierno en favor de la plena restauración del peronismo. Por otra parte, los cuadros

juveniles de Perón tenían alternativas políticas: aliados potenciales en la forma de la revigorizada izquierda marxista, en caso de que el movimiento virara repentinamente a la derecha.

La lealtad del movimiento obrero peronista era menos problemática. Las tendencias vandoristas dentro del mismo seguían siendo fuertes, y muchos dirigentes sindicales peronistas, particularmente en Buenos Aires, seguían buscando el diálogo con el conciliatorio Lanusse y eran reacios a enfrentar al gobierno en tomo a cuestiones políticas. A pesar de palabras rudas de dirigentes gremiales como Miguel, Perón sabía que quienes estaban realmente dispuestos a presentar batalla en su nombre se encontraban en su rama

juvenil. Al mismo tiempo, ningün líder sindical podía aparecer oponiéndose a él o a una restauración peronista y mantener su prestigio en las filas del movimiento.

Seguro de la fidelidad del movimiento obrero y con la intención de conservar el apoyo de su ala izquierda, Perón formalizó sus favores en la selección de candidatos del FREJULL En consulta con dirigentes de los Montoneros y la Juventud Peronista, escogió candidatos marcadamente inclinados hacia la izquierda del movimiento. La elección de Héctor Cámpora como candidato presidencial del FREJUL1 fue una gran concesión a la izquierda peronista, a la que siguieron decisiones similares para otros cargos. Una áspera lucha entre el sector juvenil y las 62 Organizaciones en tomo a la fórmula para la gobernación de la provincia de Buenos Aires, en la que el primero apoyaba a Oscar Bidegain y las últimas al líder de la UOM Victorio Calabró, terminó con la decisión de Perón en favor de

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Bidegain. Ulteriormente, se favoreció a postulantes izquierdistas por encima de hombres deí movimiento obrero al elegir a los candidatos a gobernadores en las principales provincias. La reacción del movimiento obrero fue ambigua. Los sindicatos participacionis- ías mas conservadores, que durante años habían privilegiado sus relaciones con el Estado y los capitanes de la industria por encima de Perón, rehusaron aceptar el ascendiente de la izquierda. Zares sindicales como Rogelio Coria, del sindicato de trabajadores de la construcción, y Luis Guerrero, de la UOM, renunciaron a las 62 Organizaciones y retiraron su apoyo al FREJULL Éstos eran sólo los más sueltos de lengua entre los dirigentes sindicales que abogaban por una fórmula peronista expurgada de elementos izquierdistas.5'2

El repudio inmediato de Perón a una lista semejante la privó de toda posibilidad de éxito y alertó a otros dirigentes sindicales en contra de emprender acciones similares. Rucci y Miguel, los líderes de la UOM que representaban el sentimiento de la mayoría de los caciques obreros peronistas, aconsejaron aceptar las órdenes de Perón y su status de “socios menores" dentro del movimiento mientras esperaban su oportunidad. La vuelta del líder a los cáusticos ataques verbales contra la burocracia sindical durante la campaña electoral influyó en su decisión. Lo mismo hizo la aparición de desafíos clasistas en una serie de plazas fuertes sindicales, incluyendo la seccional de la UOM del propio Rucci, que representaba a los trabajadores siderúrgicos de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina (SOMISA) en San Nicolás, donde la mayoría de los 6.700 trabajadores había votado retirarse del sindicato en repudio a su dirigencia conservadora.53El cinturón industrial del Paraná, en especial, comenzaba a asomar como un peligroso centro de oposición a las autoridades establecidas del movimiento obrero, aventajado en esto únicamente por Córdoba, Los esfuerzos de los activistas de izquierda marxistas y peronistas habían movilizado a los trabajadores de

las fábricas metalúrgicas contra sus dirigencias sindicales oficiales y amenazaban con una virtual rebelión de los sindicatos industriales del interior contra Buenos Aires. Con semejante falta de disciplina dentro de sus propias filas, el movimiento obrero peronista no podía tener esperanzas en la lucha por el control con el ala izquierda del movimiento, por lo que su única alternativa fue dar por perdida la batalla.

Para Córdoba, la significación inmediata de la lucha de poder dentro del peronismo fue el fortalecimientp de la posición de la facción del movimiento obrero peronista más estrechamente aliada con ula Tendencia " o izquierda peronista, los legalistas, lo que favoreció temporariamente al movimiento obrero disidente del lugar.

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Córdoba era la única provincia donde la rama, juvenil había preva

lecido por completo y rehusado a la burocracia sindical una concesión electoral con ía candidatura a la vicegobernación. Al principio, Rucci y Miguel habían propugnado que se colocara a Simó en la fórmula deí FREJULI como candidato a vicegobernador, como había sucedido con los hombres de la UOM en muchas otras provincias, junto con el candidato a gobernador de ía JP y Montoneros, Ricardo Obregón Cano. Sin embargo, lo pactado en eí resto deí país no pudo negociarse en Córdoba. En ninguna otra provincia tenía la izquierda peronista la sólida base de apoyo en el movimiento obrero local con que contaba en Córdoba; Obregón Cano

tuvo una oportunidad no asequible para los otros candidatos peronistas de izquierda en las elecciones siguientes. En Córdoba, el candidato de la izquierda peronista pudo conservar la mayor parte del respaldo obrero, y especialmente de sus sindicatos más poderosos, sin tener que aceptar a un representante de Rucci o Miguel en ía boleta. La imposición de los hombres de la UOM pudo evitarse, en gran medida, gracias a la configuración inusual del movimiento obrero cordobés. Obregón Cano y sus partidarios de ía rama juvenil se negaron a aceptar a Simó como compañero de fórmula e insistieron en cambio en que el representante de la rama gremial del peronismo en la boleta fuera López, cabeza de los legalistas, una decisión que Rucci, Miguel y la UOM se vieron obligados a aceptar a regañadientes.54

La postulación de López disgustó a los ortodoxos y también desconcertó a los independientes y los clasistas del SMATA. Para los ortodoxos , la candidatura parecía descartar toda posibilidad de pronta recuperación de la CGT local. En las semanas que culminaron en la designación de la fórmula Obregón Cano-López el 19 de diciembre, abundaron los rumores de una inminente acción de Rucci contra la CGT cordobesa. En este punto, esa acción habría sido algo más que un asunto sindical meramente interno; habría tenido enor

mes consecuencias políticas para la lucha de poder que se estaba librando dentro del peronismo, llegando tai vez a poner en peligro las elecciones mismas. Por lo tanto, disciplinar a la rebelde CGT cordobesa era un gran riesgo. La fuerza de los legalistas y los independientes había quedado demostrada repetidamente, y ahora al formidable bloque sindical se habían unido los clasistas del SMATA. Cualquier intromisión en las cuestiones gremiales locales provocaría una reacción de esos sindicatos, lo que tal vez conduciría á otra masiva protesta obrera, para la cual Córdoba tenía ahora una reputación nacional. Rucci y sus aliados ortodoxos, de todas maneras, abogaban por disciplinar a los sindicatos cordobeses, y el propio Perón seguía mostrando interés en mantener separados a sus sec-

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tores izquierdista y gremial, pero las circunstancias políticas del momento y la necesidad de conservar el apoyo de su ala izquierda le impidieron tomar medidas ulteriores. A pesar de su disgusto con el movimiento obrero cordobés, Perón no tenía otra opción que aceptar la candidatura de López, si bien contaba con eí contrapeso de las influencias de los ortodoxos de Simó para dejar abierta la posibilidad de una purga futura de la izquierda sindical de Córdoba.55

Eí desenlace que había favorecido a la izquierda peronista y a los legalistas no necesariamente mejoró las perspectivas de un movi

miento obrero disidente encabezado por los cordobeses. Posteriormente, Tosco lamentaría los perjuicios provocados por estos acontecimientos políticos.56 La naciente alianza sindical entre los legalistas, los independientes y el SMATA funcionaría bajo serias restricciones si los primeros participaban en el gobierno; en ese aspecto, los clasistas se mantuvieron intransigentes. Para dar a la clase obrera un rol revolucionario, se creía necesario adoptar un programa revolucionario, algo que era casi imposible dadas las contradicciones del peronismo y la alianza del FREJULL Tosco, no obstante, insistió en mantener el eje iegaíista-independiente como la piedra angular de un movimiento obrero alternativo y en apoyar la fórmula del FREJULI en Córdoba, al mismo tiempo que ponía cierta distancia con su boleta nacional.

Fue esta insistencia la que despertó críticas a él de parte de los , grupos clasistas y de la izquierda marxista en general. Estos consideraban que, en su determinación de sostener la alianza con los legalistas , se apartaba de la causa del clasismo y adoptaba posiciones “reformistas”.57Tosco rehusó respaldar muchas propuestas cla sistas que la izquierda marxista promovía para inculcar una conciencia revolucionaria a la clase obrera cordobesa. Por ejemplo, muchos clasistas propugnaban que se establecieran en la ciudad

negociaciones colectivas globales a través de una comisión especial de la CGT con representantes de todos los sindicatos. Esa comisión, creían los clasistas , permitiría al movimiento obrero presentar un frente único obrero ante la patronal, para proteger los intereses de las bases de los sindicatos más débiles y crear un espíritu de solidaridad entre los trabajadores, lo que constituiría el primer paso hacia la formación de una CGT cordobesa clasista. Tosco estimó que esa propuesta era impráctica y políticamente imprudente y se negó a apoyar la idea, una posición que le atrajo amargas criticas de por lo menos algunos de los clasistas.56

Tosco no era el único dirigente obrero que se oponía a tales ideas. Para Salamanca y el comité ejecutivo del SMATA, que ocupaban

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puestos de autoridad y eran responsables de manejar los asuntos

del sindicato industrial más grande de la ciudad, el lujo de la teorización revolucionaria cedía su lugar a las consideraciones prácticas de administrar el gremio de los mecánicos. En ese momento, la conducción del SMATA estaba empeñada en conversaciones sobre los contratos de ios trabajadores de Transax e Ilasa, y ceder su autoridad a un virtual soviet cordobés estaba fuera de la cuestión; sus alianzas sindicales establecidas tenían precedencia. En los meses finales de 1972, ios clasistas del SMATA exhibieron una eficacia y un pragmatismo, así como un espíritu conciliatorio, que no siempre caracterizaron a otros partidarios del clasismo en la ciudad. En vez

de malgastar energías en disputas enervantes e innecesarias con los otros sindicatos cordobeses o en proyectos confusos y utópicos de asambleas obreras, Salamanca y los clasistas del SMATA dedicaron sus esfuerzos a la unidad de los trabajadores automotores de la ciudad.

La decisión de un juzgado federal y una inspección del Ministerio de Trabajo que otorgaron a la UOM la jurisdicción sobre los trabajadores de Fiat no disuadieron al SMATA. Éste descalificó la medida como una maniobra políticamente inspirada por el gobierno militar, en alianza con la burocracia sindical y Fiat, para impedir la consolidación de una representación clasista del proletariado mecánico cordobés. Como respuesta, a principios de noviembre activistas del SMATA comenzaron a realizar un plebiscito de tres días en las puertas de la fábrica Concord que produjo una importante victoria para el clasismo; 1.339 trabajadores de Concord votaron en favor de la afiliación al SMATA y sólo 164 por la UOM.59Si bien ésta rechazó los resultados basándose en una serie de tecnicismos y se negó a permitir un plebiscito programado para la fábrica Materfer, el voto fue una victoria moral para el SMATA y un signo más de que los sindicatos de izquierda de la ciudad mantenían la iniciativa y que la corriente principal del movimiento obrero peronista sólo podía resistir su avance en alianza con los poderes del Estado.

En las plantas de Córdoba, sin embargo, los peronistas del SMATA empezaron a resistir a la conducción clasista de su sindicato casi inmediatamente después de la derrota en la elección de 1972. El disgusto de Kloosterman, Rodríguez y otros líderes porte ños con los clasistas se vio agravado por la política de los sindicalistas cordobeses de apoyar a otros grupos disidentes, muchos de ellos clasistas, de la industria automotriz. Por ejemplo, después de una gran huelga en Peugeot en 1972, activistas sindicales cla sistas despedidos habían llegado a Córdoba, donde fueron cálidamente recibidos por la conducción del SMATA, que les ofreció la

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sede gremial para que realizaran una conferencia de prensa en la

cual se criticó duramente el manejo de la huelga por la dirigencia peronista. Cuando el SMATA central protestó por el hecho de que se diera albergue a la oposición, Salamanca respondió lacónicamente que las acciones del sindicato eran perfectamente apropiadas y que Córdoba seguiría ofreciendo sus facilidades a todos los grupos políticos de la industria automotriz.60 Dentro de las plantas, los farristas se habían reagrupado y en el momento del plebiscito de Fiat se encontraban a la ofensiva. La conducción clasista era sometida a una creciente andanada de críticas de los delegados peronistas, que tenían una presencia debilitada pero aún temible en las fábricas del SMATA, particularmente en las plantas de IKA-Renault, y que podían lanzar casi diariamente entre los trabajadores diatribas contra los clasistas .61

Las alianzas laborales locales impidieron que los ataques contra los clasistas del SMATA fueran, por el momento, más allá de los insultos y las recriminaciones. Salamanca había incrementado la participación del sindicato en la CGT local y finalmente recibió el respaldo tanto de los legalistas como de los independientes en su disputa con la UOM en torno a la afiliación de Fiat Razonablemente, podía contar con el apoyo de ambos en caso de que se produjeran formas más amenazantes de intimidación, ya provinieran de los opositores al clasismo en las plantas cordobesas o de la sede central del SMATA en Buenos Aires.

No obstante, a fines de 1972 aparecieron las primeras señales de fisuras en la frágil alianza entre los sectores combativos del movimiento obrero cordobés. Intervinieron, como en el pasado, divergencias ideológicas y políticas que polarizaron en campos opuestos diversas corrientes del movimiento sindical rebelde. El SMATA criticó públicamente la decisión de López de aceptar un lugar en la fórmula del FREJULI y cuestionó el intento de Tosco de caminar por la cuerda floja ideológica en una coyuntura política tan crucial, para

sacrificar una vez más un proyecto revolucionario en favor de la alianza con los legalistas,62Las diferencias políticas se pusieron de relieve con el retomo de

Perón a la Argentina el 17 de noviembre, más de 18 años después del derrocamiento de su gobierno. Fue un acontecimiento emocional de enorme importancia para la clase obrera peronista, un hecho que los clasistas no entendieron o al menos subestimaron. Con la gran ola de sentimiento peronista que barría el país, los clasistas podrían haber adoptado una posición más fructífera, similar a la de Tosco, apíoyando la aceptable fórmula del FREJULI cordobés y man

teniendo al mismo tiempo una distancia crítica con respecto a Cámpora y la fórmula nacional. No obstante, su falta de disposición

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para hacerlo era comprensible. Sus sospechas sobre los motivos de Perón y la capacidad de peronistas de izquierda como López para mantenerse libres de enredos comprometedores dentro del movimiento peronista una vez que estuvieran en el poder no carecían de fundamentos.

La lealtad de López al movimiento peronista se hizo más exigente después que ingresó a la arena política. Su apresurado y malogrado intento de organizar un congreso laboral peronista, el Plenario Nacional de Gremios Peronistas para el Regreso del General Perón, fue considerado como una concesión innecesaria e indecorosa a Rucci, los caciques sindicales peronistas y sus aliados ortodoxos locales. Aún más penosa fue su decisión de no asistir al tercer congreso nacional de la alianza Intersindical auspiciada por los comunistas, que presidiría Tosco en el Salón Verdi de Buenos Aires, el histórico salón de reuniones de los sindicatos anarquistas, socialistas y comunistas del país.63Su ausencia alertó sobre el hecho de que, tal vez, las simpatías de López y los legalistas hacia un movimiento obrero cordobés pluralista y antiverticalista estaban sucumbiendo ante las presiones de Perón o simplemente marchitándose en medio de la euforia peronista que rodeaba el retorno de su movimiento al poder.

Los acontecimientos políticos dentro del movimiento peronista habían permitido que el movimiento obrero cordobés de izquierda prosperara en 1972, pero a principios de 1973 conspiraban contra él. López resistía las presiones para reformar la CGT cordobesa y purgar a su conducción de los sindicatos no peronistas, pero ya era evidente un giro a la derecha en el peronismo, y en especial en su rama gremial. A comienzos de febrero, Rucci llegó desde Madrid, adonde había regresado Perón tras su breve visita a la Argentina, con un mensaje grabado del caudillo para sus seguidores de la clase obrera. El movimiento obrero cordobés, y específicamente Tosco, “el dirigente de la triste figura ”, como burlonamente lo cali

ficaba Perón, eran el centro de críticas especiales, y se defendía el verticalismo,m Las palabras de Perón eran ominosas. Córdoba sería uno de los primeros blancos en caso de que el peronismo recreara sus prioridades conservadoras, y los legalistas se verían paralizados en cualquier enfrentamiento futuro entre su movimiento y los sindicatos izquierdistas de la ciudad. Los ortodoxos podían contar con la bendición de Perón, y tal ve? con su estímulo activo, en cualquier purga de las facciones disidentes del movimiento obrero cordobés.65

Las perspectivas para los grupos disidentes, Sin embargo, no

parecían aún tan sombrías cüando a fines de 1972 se puso en marcha la campaña electoral. La voluble cultura política del país había

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girado momentánea y agudamente hacia la izquierda, y una reacción en la otra dirección sólo tendría éxito si las circunstancias cambiaban repentinamente, antes que los sindicatos cordobeses pudieran consolidar su posición y extenderse fuera de la ciudad para unir a la creciente pero dispersa y desorganizada militancia obrera que surgía a lo largo y a lo ancho del país, particularmente en el interior. Los sindicatos cordobeses disidentes necesitaban tiempo, tiempo que dependía, en gran medida, del camino que tomara Perón.

NOTAS

1Carta de Tosco a Julio Guillán, Mesa de Gremios Peronistas Combativos, 12 de febrero de 1972, cárcel de Villa Devoto, en Agustín Tosco, Pre sente en las luchas de la clase obrera: selección de trabajos (Buenos Aires: Jorge Lannot y Adriana Amantea, 1984), pp. 213-216.

2En realidad, es posible que el apoyo de Tosco al MUCS haya peijudica- do sus esfuerzos por fomentar tanto el pluralismo en el movimiento obrero como la unidad de los trabajadores cordobeses, dado que la presencia en él del Partido Comunista, considerado como conservador y reformista, y de los radicales, a quienes se estimaba representantes de los intereses burgueses, lo convirtió en anatema para los clasistas. El mismo Tosco parece

haberlo comprendido, y después de 1971 dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a que Córdoba se transformara en la piedra angular del movimiento obrero alternativo, y no al MUCS.

3 Archivó de Fermín Chávez, Buenos Aires, cartas de Perón a Ongaro, Madrid, 25 de junio y 26 de noviembre de 1970; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Ongaro Retums”, A-026, 19 de enero de 1972.

4Tras una visita de fines de 1971 a Madrid por invitación de Perón, López escribió: “Hablé recientemente con Perón y él me felicitó por el hecho de que la CGT cordobesa incluya a trabajadores peronistas y no pero

nistas, todos los cuales trabajan para la liberación del país del imperialismo. Los que afirman que la CGT debería estar formada únicamente por trabajadores peronistas... son ios que entraron al peronismo como si fuera un negocio y no lo aceptan como un movimiento revolucionario", “Córdoba: la CGT convoca para la lucha”, Intersindical, vol. 1, n° 1 (diciembre de 1971}, pp. 4-5.

5El papel prominente desempeñado por los trabajadores lucifuercistas cordobeses en el Congreso Nacional en Defensa de las Empresas Estatales realizado en Buenos Aires del 18 al 20 de mayo de 1971 demostró con claridad su importancia como uno de los principales partidarios gremiales de las posiciones socialistas. Ahora, Luz y Fuerza respaldaba inequívocamente la propiedad pública de la energía, los transportes, las comunicaciones y

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los bancos, así como de las industrias básicas. Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1971, p. 112.

G Entrevista con Sixto Cebailos, líder de la oposición peronista en Luz y Fuerza, Córdoba, 10 de julio de 1985.

7Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1971, pp. 120-121; iris Marta Roldan, Sindicatos y protesta social en la Argentina, un estudio de caso: el sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, 1969-1974 (Ams- terdam: Center for Latin American Research and Documentation, 1978}, pp. 193-194.

8Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, Memoria y Balance, 1971, p. 125.

9Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Combative Peronist Union Plenary”, A-029,24 de enero de 1972, y "Peronist Control of Labor Waning", A-306, 26 de junio de 1972.

i0“Córdoba: el corazón rojo de la patria”, No Transar, n° 90 (22 de junio de 1971), pp. 10-11.

n “12% de aumento: otro Gran Atraco Nacional", No Transar, n° 114 (28 de septiembre de 1972), pp. 5-7.

12“Construir comisiones obreras”, No Transar, n° 70 (Io de septiembre de 1968), pp. 1-4; archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta "Vanguardia Comunista”, documento partidario “Sobre la construcción de las comisiones obreras”, 22 de marzo de 1970. VC fue también de los primeros en proponer la democratización del trámite de las negociaciones colectivas { paritarias } para obtener la fidelidad obrera. Los informes del partido sobre la situación en las fábricas de Perkins, Ford Transax e IKA-Renault sugerí an que los clasistas debían explotar el descontento generalizado por la falta de participación de las bases en el trámite abogando por la elección de representantes gremiales {paritarios } y votando las propuestas sindicales (anteproyectos) en asambleas abiertas en la base fabril. “Democracia sindical en las paritarias de Córdoba”, Desacuerdo , n° 13 (noviembre de 1972), P- 8*

,3Tanto el PCR como VC se definían como partidos maoístas, aunque el primero se identificaba como pro chino y Vanguardia Comunista como pro

albanés. El maoísmo del PCR sólo reflejaba su posición en la escisión chi- no-soviética y no implicaba una adhesión a los postulados maoístas en la práctica real. Si bien apoyaba retóricamente los conceptos de Mao sobre la insurrección y la guerra popular revolucionaria, en su accionar estaba más cerca de ser un partido estrictamente mandsta-leninista que maoísta. Otros partidos de izquierda que apoyaban la “vía armada” llegaron a considerarlo un partido reformista no muy diferente del mismo PC. El PCR, de hecho, disputaba precisamente con VC sobre la cuestión de la praxis revolucionaria, y desestimaba el respaldo de éste al * camino del campo a la ciudad” como inadecuado para la Argentina. En rigor de verdad, los programas partidarios de VC eran una mezcla extraña de pragmatismo moderado, como

en sus directivas sobre la formación de las comisiones obreras , y una curiosa recitación de letanías maoístas. El apoyo del PCR a la creación de un

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partido obrero revolucionario, a su vez, le valió la acusación de putschismo por parte de VC. Véase "Polémica con Vanguardia Comunista”, Nu e v a Hor a , n° 59 (enero de 1971), p. 7.

14 El secretario general del PCR, Otto Vargas, discute la estrategia partidaria de inserción en el SMATA cordobés durante el periodo en Jorge Brega, ¿H a m uer t o el co m u n i sm o? El m a oi sm o en l a Ar gen t i n a : con ver sa ci on es con Ot t o Var gas {Buenos Aires: Editorial Agora, 1990), pp, 213-232.

,r’Virtualmentc todos los partidos marxistas de Córdoba, no importa cuál fuera su posición, tenían cierta presencia en las plantas de IKA-Renault hacia principios de la década del setenta. Además del PCR, todos los otros partidos de izquierda —el PC, VC, el trotskista Palabra Obrera, El Obrero (un pequeño partido marxista-Ieninista local), el PRTy el Peronismo de Base ongarista-— tenían activistas en la base fabril. No obstante, el papel de conducción del PCR fue claro desde la t oma de Perdriel, y sus miembros dominaban el comité ejecutivo y controlaban a la mayoría de los delegados c l a s i s t a s del SMATA.

1(5Dada la orientación maoísta de VC, los trabajadores agrícolas de Tu- cumán, Salta y Jujuy recibieron una atención especial del partido. Ya en 1969 había activistas de éste trabajando para establecer una posición fírme en el sindicato de trabajadores azucareros. En sus publicaciones, VC comparaba la importancia de la industria del azúcar en esa región con la de la industria automotriz en Córdoba. Como hizo en ésta, procuró ganar apoyo para las posiciones c l a s i s t a s sobre la base de una representación sindical efectiva de los reclamos de las bases. En primer lugar, y como una herramienta de politización, defendió la participación de los trabajadores en el trámite de las convenciones colectivas. Además, los militantes del partido abogaron por reformas específicas —resistencia a la racionalización y al cierre de ingenios y exigencia de que la industria garantizara u n m ín i m o de 120 días de trabajo por año— que sabían podrían atraer un amplio respaldo de las bases. Archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta “Vanguardia Comunista”, documento “Para la próxima zafra"; Nort e obrer o: regional no r oes t e de l a Tendencia 29 d e May o (una publicación regional de VC), n° 10 (junio de 1971), pp. 1-2.

17Luis Mattini, Hom bres y mu jere s de l PRT-ERP {Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1990), pp. 277-283.

18Entrevistas con Roque Romero, subsecretario general del SMATA c la s i s t a de Córdoba entre 1972 y 1974, Córdoba, 13 de agosto de 1985, y Roberto Nágera, delegado clasista del SMATA en la fábrica de Ford Transax,18 de julio de 1991, Córdoba.

19Archivo del SMATA, SMATA-CÓrdoba, “Volantes varios, 1972", volante del MRS y la lista Marrón, "Próximas elecciones generales", 15 de marzo de1972.

20“Canalizar las decisiones por ías vías orgánicas", SMATA, SMATÁ-Cór- doba, n° 79 (27 de enero de 1972), p. 1.

21“(Nacionalización!", SMATA, SMATA-Córdoba, n° 77 (13 de enero de1972), p. 1. Torres también hacía llamamientos periódicos en favor de la

nacionalización de IKA-Renault, pero la mayor frecuencia de la exigencia

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gremial y el lenguaje incendiario ahora empleado eran algo verdaderamen

te novedoso.22"1970: acción y lucha", Avan ce , 2 , 5 {enero de 1971), pp. 4-5; "Masiva adhesión por el conflicto en Citroen”, Guanee, 2, n° 6 (febrero de 1971), pp. 1-4.

23 M em o r i a y B a l a n c e, Sindicato de Mecánicos y Afínes del Transporte Automotor, Buenos Aires, 1971, pp. 88-89. Después del turbulento comportamiento de militantes c l a s i s t a s cordobeses en un congreso del SMATA, la irritada conducción del SMATA central escribió en Av a n c e , la revista mensual del sindicato: "El Consejo Directivo escuchó respetuosamente las inflamadas y « e x a l t a d a s » palabras de un compañero cordobés, que demandaba un elogio especial para el sufriente pueblo trabajador de esa provincia por su heroísmo en la lucha política y gremial. Poco antes, la CGT cordobesa había declarado un paro para protestar, entre otras cosas, contra la «conducción traidora de la CGT nacional»... lo que sólo sirve para crear divisiones con el pretexto de que los intereses de los trabajadores se defienden mejor en el interior del país que en la Capital Federal”, Avance , vol. 3, n° 9 (febrero de 1972), pp, 4-5.

'M La Voz d el SMAT A, SMATA-Córdoba, n° 32 (noviembre de 1968), p. 6. Le agradezco el aporte de este dato a Mónica Gordillo.

25La Voz de l In te r ior, 26 de enero de 1972, p. 9.26La plataforma electoral propuesta por la l i s t a Marr ón en todas las plan

tas afiliadas al SMATA incluía los siguientes puntos: 1) reducir de trece a cuatro el número de funcionarlos gremiales pagos, con la exigencia de que todos trabajaran en las plantas de manera rotativa; 2) permitir la destitución de su puesto de cualquier delegado si así lo votaba una asamblea abierta; 3} requerir que todas las resoluciones del sindicato se votaran en asamblea abierta; 4) pleno respaldo gremial a la restitución del sába d o i n gl és ; 5) afiliación de los empleados administrativos de todas las plantas del SMATA; 6) un único convenio colectivo para todos los trabajadores del SMATA cordobés, con ajustes cuatrimestrales obligatorios de los salarios; 7) exigir que la empresa reconociera las condiciones “insalubres” de trabajo en la forja, así como en los departamentos de pintura, ga lvanop la s t i a , tratamiento térmico y fundición; 8) reducción de los ritmos de producción y participación gremial en la futura determinación de la marcha del trabajo. Archivo del

SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972“ volante "A los compañeros de Transax", febrero de 1972, GTT (Grupo de Trabajadores de Transa*) de la lista Marrón.

27Pr i mera Pl an a , 10, n° 471 (8 de febrero de 1972), pp. 14-15. Las acciones de caciques gremiales peronistas como Simó siempre deben, entenderse desde este punto de vista. El control de los sindicatos poderosos era una fuente de riqueza y poder en su relación con la patronal, pero también les aseguraba influencia política dentro del movimiento peronista; con la perspectiva de una victoria en las elecciones de 1973, en el caso de Simó hasta podía ser posible la recuperación de una carrera política abruptamente interrumpida por el golpe de 1966.

28Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados

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Unidos en Buenos Aires, “Peronist Control of Córdoba Labor Waning”, A-

306, 26 de junio de 1972.29 Cla r ín , 15 de abril de X972, p. 18.30Avance , vol. 3, n° 9 (febrero de 1972), p. 4.31 Memor ia y Ba l an ce, Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte

Automotor, Buenos Aires, 1972, p. 80. La l i s t a Mar rón victoriosa incluía miembros del PCR, el PC, VC y el Peronismo de Base, así como izquierdistas independientes y peronistas ant i tor r is tas , A causa del respeto a la estrategia de Tosco de cultivar el apoyo de los sectores combativos del gremialismo peronista en vez de respaldar a un movimiento separado de trabajadores c las i s t as , el PC no expresó públicamente su apoyo a la l i s ta Marrón . No obstante, algunos de los integrantes del comité ejecutivo c las i s t a, como Hugo Rivera (secretario gremial) y Miguel Leiva (secretario administrativo) eran miembros del partido o estaban estrechamente asociados con los comunistas.

32 La Voz d el In ter ior, 6 de mayo de 1972, p. 15.33/foidL, 28 de mayo de 1972, p. 14.34 Ibid. , 21 de agosto de 1972, p. 11.35Archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta AII, "Comunicados y con

ferencias de prensa”, comunicado “¡Basta de despidos en Fiat!”, Córdoba, 2 de febrero de 1972.

36 Ib id . , carpeta “Documentos relacionados con los presos”, carta de Gregorio Flores a los dirigentes sindicales despedidos de Concord, cárcel de Rawson, 27 de mayo de 1972.

37Ib id . , carta de Alfredo Curutchet a Domingo Bizzi, cárcel de Rawson, I o de junio de 1972.38Ibid. , carpeta “Volantes, impresos o mimeos", volante sindical "Por un

nuevo 23 de marzo. ¡Fuera Alejo Simó de la planta!", Córdoba, 23 de marzo de 1972. Los dirigentes del SITRAC advirtieron astutamente no sólo que se trataba de un intento de restablecer la conexión Fiat-UOM, sino también que detrás del mismo había un objetivo deliberadamente político del movimiento peronista, dado que si éste no podía demostrar que controlaba a la clase obrera, su utilidad para la burguesía argentina sería nula y la posibilidad de participación del FREJULI en las elecciones prometidas por el Gran Acuerdo Nacional se vería socavada. Un observador muy diferente, la Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, llegó a la misma conclusión; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Current Labor Assessment”, 5726-141647Z,14 de septiembre de 1972.

39 Archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta “Volantes, impresos omimeos”, volante “A los compañeros de Fiat Concord”, Córdoba, 21 de julio de 1972.

40“Fuerzas clasistas y sindicatos”, N u e v a H o r a , n° 61 (febrero de 1971), p. 3.

41 Las críticas de Salamanca a los sindicatos de Fiat hacían eco a las dela conducción del SMATA en general, salvo el neotrotskista Palabra Obrera, que tenía una opinión favorable a SITRAC-SITRAM: “Creo que [SITRAC-

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SITRAM] confundieron el sindicato con el partido político. Hubo una razón

fundamental para ello: la influencia de elementos no proletarios con enfoques pequeño-burgueses. Esa influencia llevó al aislamiento de SITRAC- SITRAM en el movimiento obrero. Cuando llegó el momento de tomar decisiones importantes, se encontraron solos. Y eso ocurrió a pesar del hecho de ser los únicos que verdaderamente llevaron un paso más adelante la lucha contra la dictadura y la burocracia sindical", Panorama, vol. 10 (14 a 20 de diciembre de 1972), p. 20.

42 “Los nuevos burócratas del SMAl'A no son clasis tas . Son oportunistas y traidores al proletariado revolucionario. A fin de ganar las elecciones, afirmaron representar una continuidad e incluso un avance con respecto a nuestra experiencia, pero una vez en el poder demuestran una conducta

que los revela cada vez más como los verdaderos agentes de la burguesía en el movimiento obrero”, archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972”, volante del Grupo Obrero Clasista “Rescatar SITRAC- SITRAM", Córdoba, 25 de octubre de 1972.

43 “Un sindicato es c l a s i s t a como resultado de practicar una genuina democracia sindical y emprender una lucha política contra la derecha y el reformismo, y cuando en la práctica real y a través de medidas concretas demuestra estar guiado por una filosofía clasista! ' , archivo del SITRAC, Buenos Aires, carpeta "Comunicados y conferencias de prensa”, comunicado de SITRAC-SITRAM, Córdoba, 30 de agosto de 1972.

** Ibid . , carpeta “Actas de reuniones y asambleas”, documento “Notas

del acto en la sede del SMATA”, Córdoba, 14 de agosto de 1972. También fue en esta reunión cuando en las bases de Fiat se escucharon los primeros llamados en apoyo a la lucha armada. En rigor de verdad, la cárcel habia sido una experiencia radicalizadora para una serie de trabajadores de la empresa, muchos de los cuales habían estado en contacto estrecho y diario con miembros del PRT-ERP, los Montoneros y otros militantes izquierdistas en la cárcel de Rawson. Sin embargo, representaban una posición nítidamente minoritaria entre los clasistas de Fiat.

45 Ib id . , carpeta “Volantes, impresos o mímeos", volante de SITRAC- SITRAM “A los compañeros de Concord y Materfer", Córdoba, 20 de septiembre de 1972.

46Ibid., carpeta “Actas de reuniones y asambleas", transcripción de la

asamblea abierta realizada en la sede del SMATA, Córdoba, 21 de octubre de 1972.

47Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Confederación General del Trabajo: notas enviadas y recibidas, 1971-72”, carta del Grupo de Obreros dé Fiat por la Afiliación al SMATA a la Secretaría de la CGT de Córdoba, 17 de diciembre de 1972. Los trabajadores de Fiat informaron de un apoyo abrumador en las plantas a la afiliación al SMATA y en contra de la afiliación a la UOM, pero señalaron la existencia de una campaña intimidatoria de la empresa que incluía despidos de simpatizantes sindicales conocidos y el aumento en "casi un 100%” de los ritmos de producción, que hacían que el proselitismo y la campaña de afiliación fueran poco menos que imposibles.

48La Voz d el In ter io r, 24 de agosto de 1972, p. 11.

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Tosco y Salamanca 301

with Agustín Tosco”, Radica l Amer i ca , vol. 9 (mayo-junio de 1975), pp. 17- 37.

r’7"Tosco: ¿A qué jugamos?", £t Clas i s t a , boletín n" 1 (18 de diciembre de1972), pp. 7-8.

58“Las paritarias, la CGT y el movimiento obrero”, El Obrero, vol. 1, n° 1(22 de diciembre de 1972), pp. 2-5.

59 La Voz del In t er ior, 29 de noviembre de 1972, p, 13; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Córdoba - The Achilles Heel oí Peronist Labor”, A-661, 18 de diciembre de 1972.

c<)Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Notas y comunicados enviados del SMATA seccional al SMATA central, 1971'-72’’, carta de René Salamanca a Justo Maradonna, secretario del Interior del SMATA central, Córdoba, 30 de octubre de 1972.

61Un ejemplo del tono de las andanadas peronistas puede encontrarse en un volante de noviembre repartido por los t o r r i s t as en el momento del regreso de Perón del exilio: "Queremos señalar y denunciar la mentalidad despreciable y sectaria de aquellos que, a pesar de llamarse a sí mismos clasis tas , no vacilan en demostrar hoy —como antes lo hicieron en 1945 y 1955— su alianza con los reaccionarlos y la oligarquía a través de una campaña difamatoria contra Perón y los miembros de nuestro Movimiento... es hipócrita entonces [la critica de l os c l as i st a s al r e t o m o de Perónj, este intento mezquino de emitir un juicio sobre Perón y afirmar que hay «dos cla

ses de peronistas», como lo hizo el diario gremial del 16 de noviembre de1972, publicado por la actual conducción del SMATA, un rejuntado de bol ches, trotskistas y otros de tendencias parecidas, todos los cuales responden a la misma ideología comunista”, archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972”, volante “Perón en la patria: día de

júbilo nacional", Agrupación Unidad Mecánicos 9 de Septiembre, Córdoba,20 de noviembre de 1972.

62 “Una entrevista con René Salamanca”, Panorama, vol. 10 (diciembre de 1972), p. 20. Los clasistas objetaban específicamente el apoyo público de Tosco a la fórmula Obregón Cano-López y sugerían que la respuesta adecuada debería haber sido una alianza con los sindicatos peronistas locales y la abstención en las elecciones de 1973.

63Panorama, vol. 10, n° 288 (2 a 8 de noviembre de 1972), p. 15, y n° 290 (16 a 22 de noviembre de 1972), p. 18: Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Formation of Opposition Labor Movement Hits Peronists Roadblock”, A-589, 15 de noviembre de 1972,

64La Opini ón, 11 de febrero de 1973, pp. 8-9.65A instancias de Rucci, Perón se negó a principios de diciembre a reci

bir a Atilio López en Buenos Aires, poco después de encontrarse con la delegación de dirigentes or todoxos de Simó, dando con ello un asentimiento simbólico a éste en la lucha interna por el poder de los peronistas cordobeses. La Voz del In ter ior, 2 de diciembre de 1972, p. 18; Departamento de

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Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asun Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos res, tema: “Córdoba - The Achilles Heel of Peronist Labor”, aerograma 661, 18 de diciembre de 1972.

> £ o

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8. Peronistas y revolucionarios

En el tumulto de la política nacional y local que rodeó a la restauración peronista, Rene Salamanca y los dirigentes izquierdistas del SMATA siguieron promoviendo los principios del sindicalismo clasista. A diferencia de los activistas mecánicos izquierdistas de la vieja guardia, que eran principalmente miembros del Partido Comunista, la mayoría de los integrantes del comité ejecutivo clasista y de los delegados aspiraban a algo más que una simple victoria contra sus rivales peronistas en las elecciones gremiales. La conquista del sindicato se consideraba como el primer paso hacia el desarrollo de un proyecto socialista para la clase obrera. Los clasis

tas del SMATA veían a su movimiento como una continuación y un

mejoramiento de las ideas puestas en práctica por primera vez por los sindicatos de Fiat, y el mismo Salamanca reconocía implícitamente el linaje que lo unía al clasismo de esa empresa cuando se definía como “neoclasistaV

La sombra de SITRAC-SITRAM pendía pesadamente sobre el SMATA clasista. Sus logros eran una fuente de inspiración y sus fracasos un moderador recordatorio de la vulnerabilidad de cualquier sindicato que tratara de equilibrar una representación sindical efectiva con un proyecto político radicalizado. Los primeros éxitos de SITRAC-SITRAM y el franco aliento de los clasistas de Fiat habían sido los factores decisivos en la consolidación de los disidentes del SMATA en el Movimiento de Recuperación Sindical; durante los meses del clasismo de Fiat, Ferreyra había sido la fuente más fecunda de ideas y consejos tácticos. Pero la admiración se convirtió en desilusión, y la experiencia de Fiat sirvió como piedra de toque de los clasistas del SMATA cuando éstos intentaron elaborar lo que sería para ellos una versión más constructiva del clasismo. Si había alguna cuestión que les preocupaba, era la decisión de no repetir lo que consideraban como errores fatales de sus predecesores en los sindicatos de Fiat.

Entre los errores advertidos se contaba la miopía política, expresada en la forma de tácticas maximalistas que habían aislado a

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SITRAC-SITRAM de otros sectores del movimiento obrero. Según creían los clasistas del SMATA, otro error había sido la precipita- ción del trabajo político de SITRAC-SITRAM en las plantas antes que se hubieran consolidado los logros gremiales en los lugares de trabajo. Si bien ésta no era una evaluación completamente justa de las acciones de los clasistas de Fiat, la percepción ejercía no obstante una poderosa influencia en las decisiones de los dirigentes del SMATA. Su cautela fue también el resultado de la convicción de que independizar a los trabajadores del peronismo e inculcarles una conciencia clasista implicaría muchos años de tutela. “La idea

—dijo el subsecretario del SMATA, Roque Romero— no era hacer la revolución de inmediato sino recuperar el sindicato para la izquier

da y luego ver qué pasaba.”2Los clasistas del SMATA estaban resueltos a no apresurar el trabajo político y especialmente a evitar una politización del Movimiento de Recuperación Sindical. Decidieron concentrarse en los temas de la base fabril y laborales con una escrupulosidad casi profesional. Esta política fue también el producto de su evaluación realista de la abrumadora lealtad hacia el peronismo existente en las bases y las sensibles condiciones políticas presentes después de la victoria electoral de los clasistas , con el peronismo al acecho de un retomo triunfante al poder.

Sin embargo, si los clasistas del SMATA mostraron una mayor

moderación en el manejo de las cuestiones gremiales, también se debió a la ausencia, hasta un momento relativamente tardío, de una campaña sistemática de la patronal para quebrar al sindicato, como la que Fiat había implementado clandestinamente contra SITRAC- SiTRAM. A diferencia de la empresa italiana, Renault estaba acostumbrada desde mucho tiempo atrás a una representación sindical algo más que meramente formal, tanto en sus plantas francesas como cordobesas, y en un primer momento buscó una actitud de compromiso con la nueva conducción gremial. Si bien los puntos de fricción entre la empresa y el sindicato eran muchos, en Santa Isabel había una atmósfera decididamente menos tensa que en Ferreyra, y la victoria de la lista predominantemente marxista en las elecciones del SMATA en 1972 no inquietó más de lo debido a los ejecutivos franceses, que estaban acostumbrados a una conducción comunista de sus trabajadores en Francia. La patronal creía que los problemas más graves de IKA-Renault no eran los clasistas sino el agravamiento de la crisis de la industria automotriz del país y, en especial, las políticas económicas nacionalistas.

La legislación automotriz aprobada en junio de 1971 por el gobierno de Lanusse, por ejemplo, había limitado el acceso de las empresas extranjeras al crédito local y establecido requerimientos más elevados de contenido nacional en los productos manufactura

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Peronistas y revolucionarios 305

dos, políticas que amenazaban la solvencia misma de IKA-Renault, Los problemas de la empresa eran tan serios que la patronal habla explorado incluso la posibilidad de ceder una mayoría de sus acciones a inversionistas argentinos —emprender una “argentínización" de la compañía para aislarla de los efectos de nuevas medidas nacionalistas—,3Además, los mayores gastos en que había incurrido como resultado de su instalación en Córdoba, que según se calculaba ocasionaban en promedio precios 2,5% más altos que los de sus competidores con base en Buenos Aires a causa de los costos de transporte y los impuestos provinciales más elevados, convencieron a IKA-Renault de que su posición en eí mercado estaba declinando. A la luz de tales problemas, la empresa realmente dio ía bien

venida a la posibilidad de un gobierno peronista, previendo que, a pesar de alguna legislación y mucha retórica nacionalistas, los peronistas, no obstante, permitirían a las compañías automotrices elevar los precios de acuerdo con cualquier aumento salarial que otorgaran. IKA-Renault estaba especialmente esperanzada en encontrarse en una situación privilegiada para lograr acceso a Perón y tal vez recibir un tratamiento favorecido, por el hecho de ser la heredera de la inversión original de Kaiser, la única fábrica automotriz establecida durante la primera presidencia de Perón.4Así, teniendo en cuenta todas estas cuestiones, la victoria c l a s i s t a pareció al principio un asunto relativamente menor.

Los c l a s i s t a s del SMATA aprovecharon la buena disposición momentánea de la empresa y su dedicación a otros problemas para llevar a cabo las reformas prometidas en su plataforma electoral de1972. Como se mencionó en eí capítulo anterior, la l i s t a M a r r ón había realizado una campaña que hacía hincapié, sobre todo, en el establecimiento de una genuina democracia sindical. Cuando el MRS anunció por primera vez sus planes para competir con la conducción t o r r i s t a , su bandera fue la honestidad y no el c l a s i s m o . 5 Una vez en el poder, los c l a s i s t a s empezaron a desmantelar la herencia del t on r i smo. A s í como ocurrió en muchos sindicatos cordobeses que

durante esos años paáaron a tener una conducción radicalizada, la reforma democrática era tanto una cuestión de estilo como un cambio estructural. En él caso del SMATA cordobés, los dirigentes gremiales expresaron esa democratización abandonando la indiferencia burocrática del t o n i s m o ; haciendo que la sede del sindicato fue-

. ra más accesible a los trabajadores; realizando frecuentes asambleas abiertas en la misma base fabril, para asegurar un máximo de participación obrera; y en especial empleando una táctica que el propio Torres había utilizado con éxito en los primeros años de su conducción: cultivar lealtades en los departamentos a través de contactos

diarios más estrechos con el comité ejecutivo, que escuchaba que

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jas, aceptaba sugerencias y mantenía a las bases informadas mediante hojas sindicales casi diarias.6

Se hicieron algunas reformas importantes en la maquinaria y las prácticas gremiales. Se promovió una democracia sindical partici- pativa haciendo que las resoluciones del cuerpo de delegados fueran vinculantes para el comité ejecutivo y requiriendo que los inspectores del Ministerio de Trabajo en las elecciones estuvieran facultados a controlar los procedimientos electorales en vez de actuar meramente como “observadores” ceremoniales. Se abrió completamente el acceso a los cargos sindicales mediante la enmienda de los estatutos del SMATA que exigían un plazo mínimo de afiliación al sindicato para poder actuar como delegado (una medida obviamen

te pensada, también, para facilitar el ingreso de activistas clasistas al aparato gremial}.7Los cambios estructurales más importantes correspondieron al

propio comité ejecutivo. Para impedir la formación de una burocracia sindical apartada de los trabajadores y fortalecer la responsabilidad gremial, los clasistas no sólo redujeron la cantidad de funcionarios pagos sino que hicieron que los salarios gremiales fueran equivalentes a los que los dirigentes del SMATA recibían por sus respectivas tareas en las plantas.8 En este sentido, la reforma más significativa fue sin duda el establecimiento de un sistema de rotación para los funcionarios gremiales. A todos los miembros del comité ejecutivo se les exigía cumplir rotativamente tareas durante tres meses, para minimizar las prolongadas ausencias de la base fabril que se habían hecho notorias en la época de los farristas.9 La resolución de la nueva conducción de permanecer en estrecho contacto con las bases, un principio que también era consonante con sus metas políticas de largo alcance, quedó evidenciada cuando el mismo Salamanca regresó a su puesto en la forja a principios de 1973.10

Las reformas gremiales no sólo representaron un desafío a la dirigencia de la vieja guardia farrista y mejoraron las posibilidades de los clasistas de consolidar su apoyo entre las bases; en última instancia, también representaron cambios importantes en la base fabril. El equilibrio de poder en las plantas del SMATA estaba cambiando, poniendo al sindicato en términos más parejos con la patronal y haciendo cada vez más improbable un retomo al estilo deliberativo de Elpidio Torres. Los clasistas desafiaron a la empresa en muchos frentes. La negociación de los convenios colectivos y una serie de huelgas a fines de 1972, que culminaron en la ratificación del acuerdo final en una asamblea abierta sin precedentes, forzaron a IKA-Renault a restablecer el sábado inglés, proporcionando con

ello a los clasistas una victoria enormemente valiosa para su pres

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Peronistas y revolucionarios 307

tigio. La exitosa campaña de éstos para poner a los empleados ad

ministrativos de la empresa bajo la jurisdicción del sindicato también modificó el equilibrio de poder en las plantas e hizo que en el futuro fuera más factible el éxito de las huelgas prolongadas. En el caso de que éstas se produjeran, la compañía ya no podría resistir durante varias semanas, y tal vez meses, contando con el stock existente para llevar adelante los negocios de la manera habitual, como lo había hecho» por ejemplo, en la gran huelga de 1970. Al estar en huelga tanto los empleados administrativos como los trabajadores de las líneas de montaje, la producción y la distribución simplemente se paralizarían.11

La conducción del SMATA procuró establecer una democracia del lugar de trabajo y fortalecer el sindicato como primer paso de su proyecto clasista. El Partido Comunista Revolucionario, Vanguardia Comunista y otros activistas clasistas evitaron inicialmente las discusiones abstractas acerca de la lucha de clases y la praxis revolucionaria y se concentraron en cuestiones inmediatamente relevantes e inteligibles para los trabajadores. Una de ellas era la conducción honesta, y los clasistas machacaron sin cesar sobre la reputación de corrupción de la depuesta dirigencia torristcL Con frecuencia se quejaron por el déficit sindical de 150 millones de pesos, el

personal gremial de treinta empleados administrativos que presuntamente eran compinches del tonismo, la flota de autos y el estado cercano a la inoperancia del comité de quejas de los delegados (Comisión Interna de Reclamos), lo que se presentaba como una política deliberadamente concebida para facilitar el estilo pactista de Torres.12Este curso moderado hacia la tutela política de los traba

jadores provocó ciertos disensos dentro de las filas clasistas. Grupos como el Núcleo de Activistas Clasistas y Vanguardia Obrera Mecánica criticaron la pusilanimidad de la conducción y su vacilación para llevar a cabo un trabajo político más profundo en las plan

tas. No obstante, la estrategia del comité ejecutivo era aceptada por los principales partidos de izquierda representados en ese organismo, lo que explica en gran parte cómo pudieron ganarse un apoyo tan profundo de las bases en un momento político tan poco propicio. 13

Si bien la politización de las bases se pospuso, el sindicato no pudo evitar completamente verse envuelto en la política, y en última instancia se vio arrastrado al torbellino político que precedió a las elecciones del 11 de marzo de 1973. La izquierda marxista consideraba con disgusto el retomo del peronismo al gobierno; era un

suceso mal acogido que tenía una intención contrarrevolucionaria. La mayoría de los partidos de izquierda representados en el clasismo del SMATA exhibieron posturas críticas ante las elecciones, postu

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ras que en última instancia tuvieron repercusiones en el sindicato. El nombre de Salamanca y el de otros miembros clasistas del comité ejecutivo y el cuerpo de delegados deí SMATA, por ejemplo, figuraban de manera prominente en un volante distribuido en ías plantas que instaba a los trabajadores a votar en blanco, una acción insólitamente impolítica que se ganó coléricos ataques de los activistas toiristas, quienes justificadamente lo consideraron como un asunto digno de ser explotado.14El accionar de Salamanca también provocó disidencias dentro de las filas clasistas, en la medida en que tanto los miembros del Peronismo de Base como los del PC apoyaban la formula del Frente Justicialista de Liberación. Los propios trabajadores del SMATA ignoraron las exhortaciones de su se

cretario general.Después de que los trabajadores decidieran en una asamblea abierta rechazar la sugerencia del comité ejecutivo y apoyar la boleta del FREJULL los clasistas evitaron futuras incursiones en la campaña electoral que pudieran ofender las sensibilidades peronistas de las bases. A medida que se acercaba la inevitable victoria del FREJULI, los clasistas del SMATA escogieron el papel de sobrios negociadores gremiales antes que el de aguafiestas electorales, y volvieron a concentrarse en las cuestiones laborales, resignados al triunfo peronista. No obstante, no seria ésa la ultima vez que permitirían que sus sentimientos antiperonistas afectaran adversamente su juicio político bajo el restaurado régimen peronista.

El llamado de Salamanca a la abstención había sido costoso en otros aspectos. Para Dirk Kloosterman, José Rodríguez y el SMATA central fue una provocación bienvenida, una oportunidad para intensificar una campaña difamatoria que se hizo aún más insolente en los siguientes 16 meses.15Sin embargo, su incapacidad para emplear estas tácticas de manera indiscriminada contra la conducción cordobesa quedó demostrada cuando representantes de la jerarquía del sindicato intentaron repartir a los trabajadores que llegaban a las plantas volantes que criticaban el manejo hecho por los

clasistas de la cuestión de las elecciones. Los trabajadores reaccionaron airadamente, a ello siguió una refriega y los guardaespaldas que acompañaban a los representantes del SMATA hicieron varios disparos. Cuando se corrió la voz del incidente, los trabajadores de IKA-Renault abandonaron las plantas en masa para realizar una concentración como protesta contra la interferencia de los porteños en los asuntos gremiales locales.16Buenos Aires respondió decretando una investigación de Salamanca y la conducción clasista y negando al SMATA de Córdoba el permiso para participar en la convención nacional anual de los trabajadores mecánicos.17Pero, a decir verdad, Kloosterman y Rodríguez no estaban aún interesados en un

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asalto frontal a la seccional disidente. En su rivalidad de larga data

con la UOM por el control del movimiento obrero peronista, los dirigentes del SMATA central necesitaban en cierta medida a ios c l a s i s t a s . El 19 de enero de 1973, la central mecánica anunció un p l a n d e l u c h a para impugnar la decisión del Ministerio de Trabajo que otorgaba a la UOM la jurisdicción sobre los trabajadores de Fiat. A pesar del resultado de los plebiscitos de fines de 1972 en Ferreyra, a la anterior decisión gubernamental del 25 de octubre de ese año sobre los trabajadores de Fiat. Materfer siguió la del Io de enero de 1973, que asignaba los de Fiat Concord a la UOM. No obstante su disgusto con los clasistas cordobeses, el SMATA central prometió públicamente su apoyo al SMATA de Córdoba contra lo que se consideraba una intromisión inexcusable de los rivales de la UOM en el coto

justificadamente reservado de los trabajadores mecánicos.18Las razones inmediatas de la obligada repulsa de Buenos Aires

al llamado a la abstención de Salamanca eran esencialmente políticas. Kloosterman, Rodríguez y las autoridades del sindicato nacional consideraban la fórmula del FREJULI más favorablemente que la mayoría de los demás sindicatos peronistas, porque estimaban probable que su victoria condujera a una disminución del poder de su archirrival, la UOM. Percibiendo los nuevos vientos que soplaban dentro del peronismo después del Cordobazo, el SMATA había cambiado el nombre de la revista gremial —pasando de la sencillez doméstica de El Mecán i coa . la sonoridad revolucionaria de Av a n c e —, adoptado un discurso antiimperialista fulminante y mostrado cierta simpatía por la izquierda peronista, simpatía que estaba absolutamente ausente en la UOM.19El apoyo de Buenos Aires a la lucha de Córdoba en la controversia de la afiliación de Fiat enmascaraba en realidad una lucha de poder entre el sindicato de los mecánicos y la UOM por el control de las 62 Organizaciones y, en última instancia, de la CGT. Pero como el respaldo de Kloosterman y Rodríguez se basaba en su propio interés, los c l a s i s t a s daban por sentada su fia

bilidad; para la seccional cordobesa, poco cambiaba que la jurisdicción del SMATA sirviera los intereses políticos de los caciques laborales de su sindicato. Los c l a s i s t a s n o se hacían ilusiones sobre su capacidad de impugnar el control de la UOM sobre los trabajadores de Fiat sin el apoyo de Buenos Aires. Por esa razón, el comportamiento grosero de la central del gremio los alarmó. Sirvió para ponerlos en guardia con respecto a las consideraciones políticas implicadas en la administración del sindicato más importante del interior de la Argentina.

Salamanca y los miembros de la conducción c l a s i s t a del SMATA sufrieron en los meses siguientes otras consecuencias del llamado a la abstención. Las relaciones de los mecánicos con los sectores de

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izquierda del movimiento peronista eran limitadas, y el propio Salamanca fue abiertamente escarnecido por la columna de Montoneros en una manifestación pública realizada en el centro de la ciudad para conmemorar el cuarto aniversario del Cordobazo.20 Para la izquierda peronista, particularmente en Córdoba, resultaba manifiesto que el ala revolucionaria del movimiento había instaurado su predominio dentro del peronismo y que las críticas de la izquierda marxista eran sencillamente las censuras envidiosas de quien se quedó afuera. En esta ocasión particular, Salamanca compartió la tribuna con Tosco, López y un huésped honorario, eí presidente cubano Osvaldo Dorticós. La presencia de éste, que había sido invitado

por Héctor Cámpora a asistir el 25 de mayo a la asunción presidencial y celebrar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y la Argentina, era tal vez el testimonio más gráfico del espíritu revolucionario, la “cultura de la resistencia” como más adelante la describiría José Aricó, que entonces dominaba la ciudad. En esas dramáticas circunstancias, los clasistas del SMATA parecían ciertamente culpables del tipo de melindres que a menudo habían caracterizado a la izquierda marxista, que había estado marginada de la vida política argentina durante los últimos treinta años.

Tampoco ayudó a la posición de los clasistas la contemporización

de Tosco. Si bien en febrero se había declarado públicamente mar xista por primera vez en un debate televisivo de alcance nacional con Rucci, Tosco también hacía declaraciones claramente dirigidas a la izquierda peronista, abogando por la lucha antiimperialista y hablando más de los “sectores populares” y no exclusivamente de la clase obrera en el combate por una Argentina socialista.21

Su adhesión a la fórmula cordobesa del FREJULI y las declaraciones que parecían evidenciar cierta simpatía por la perspectiva nacionalista de la izquierda peronista en oposición a una de clase, eran perfectamente coherentes con su comportamiento pasado. Desde el fracaso de la CGTA y especialmente desde su liberación de la cárcel, su preocupación dominante había sido mantener la integridad de la alianza obrera cordobesa. Aunque su sindicato de trabajadores de Luz y Fuerza se asociaba claramente con la izquierda, sus acciones nunca se habían caracterizado por una rígida adhesión a la ideología; una postura sectaria podría haber ofendido a los peronistas lucifuercistas y de otros sindicatos combativos, por lo que siempre la evitó cuidadosamente. Sin embargo, la realpolitik de Tosco había perjudicado sus relaciones con ios clasistas de Fiat y estaba haciendo lo mismo con el SMATA.

Las discusiones políticas entre los clasistas del SMATA se concentraban en esta falta de claridad ideológica, en la significación de la restauración peronista y las posiciones del PC y dirigentes sindi

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cales como Tosco, que propugnaban un mayor pragmatismo. Para

el PCR y otros partidos de la “nueva izquierda” representados en la conducción del gremio mecánico, la alianza del FREJULI era simplemente un intento desesperado de las clases propietarias por restaurar el orden y desactivar las condiciones prerrevolucionarias desarrolladas en el país desde el Cordobazo. Las acciones de las organizaciones guerrilleras y especialmente las corrientes revolucionarias que germinaban dentro del movimiento obrero representaban para el orden capitalista de la Argentina la amenaza más grave de su historia. El peronismo ya habla subordinado antes el potencial revolucionario de la clase obrera argentina a un programa antiimperialista sucedáneo, y ahora tenía colaboradores bien dispuestos dentro de los sectores supuestamente progresistas del movimiento obrero.22

El apoyo de Tosco a la alianza del FREJULI, si bien se limitaba a la fórmula cordobesa, provocó que la izquierda volviera a cuestionar a la corriente que él representaba en el movimiento obrero. Para muchos de los jóvenes clasistas del SMATA, lo que Tosco justificaba como pragmatismo político olia á ingenuidad e incluso oportunismo. Surgieron nuevas dudas acerca de la compatibilidad del clasismo con la rama no sectaria del sindicalismo de izquierda defendido por Tosco y los independientes. En las discusiones partidarias resonaban las acusaciones contra el enfoque “guevarista” del dirigente de Luz y Fuerza con respecto al movimiento obrero, y se cuestionaba la relación operativa con los independientes que los clasistas habían alentado desde fines de 1972. También se dudaba de que los sindicatos del sector de servicios y de las industrias livianas de pequeña dimensión en manos de los independientes pudieran lograr una comprensión genuina de la capacidad de la clase obrera para llevar a cabo un cambio revolucionario. Existía la opinión generalizada de que estos sindicatos no habían conocido la sensación de poder experimentada por los miembros de los grandes sindicatos industriales, con lo que tenían una desafortunada incli

nación a rendirse a las tentaciones policlasistas, “movimientistas ” de los peronistas. En síntesis, lo que se percibía como la falta de un punto de vista estrictamente proletario y revolucionario de los independientes convenció a algunos de los clasistas de que sería difícil colaborar estrechamente con el grupo de Tosco.23

Los clasistas del SMATA no siguieron su propio camino como lo habían hecho sus predecesores de Ferreyra, en parte debido a los cambios desencadenados por la victoria electoral de Cámpora el 11 de marzo. A pesar de la naturaleza ambigua del FREJULI, el fin deí

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régimen militar y el retomo del peronismo al poder desataron una

ola de radicalización en el país que indicaba que el gobierno tendría una capacidad limitada para controlar las movilizaciones populares y las corrientes radicalizadas en acción en la sociedad argentina. Este frenesí popularle extendió geográfica y socialmente por la Argentina. En Buenos Aires, el sector juvenil militante del movimiento peronista había tomado conciencia de su poder y al parecer estaba en condiciones de desempeñar un papel influyente y tal vez dominante en el nuevo gobierno, tras haber obtenido varios puestos en el gabinete, ocho bancas de diputados y una posición prominente en la administración de las universidades.24En las atrasadas pro

vincias del Nordeste, la humeante tierra de las plantaciones de yer ba mate y algodón, los trabajadores agrícolas desarrollaron un poderoso movimiento en favor de la posesión permanente de la tierra y la reforma agraria. Inspirándose en las ligas campesinas brasileñas de principios de los años sesenta, activistas marxistas y peronistas y, especialmente, sacerdotes radicalizados movilizaron a los trabajadores agrícolas de la región y ocuparon grandes propiedades agrarias en Corrientes, Formosa, Misiones y el Chaco en las semanas siguientes a la victoria del FREJULI.^

Las movilizaciones más significativas en este país altamente urbanizado e industrial fueron, sin embargo, las de la clase obrera. Las ocupaciones fabriles que se generalizaron después de la asunción de Cámpora el 25 de mayo dieron cierto crédito a los argumentos de quienes, como Tosco, eran poco entusiastas ante la perspectiva de un régimen peronista pero sentían que éste, con todo, ofrecía algunas posibilidades; era, en todo caso, el gobierno libremente elegido de la mayoría democrática y por lo tanto la izquierda no podía desecharlo precipitadamente. En Córdoba, la victoria de Cámpora alentó a muchos sindicatos a intentar ajustar viejas cuentas con sus empleadores. La propia Unión Tranviarios Automotor de Atilio López utilizó el triunfo de la fórmula del FREJULí y la elección de

López como vicegobernador como una señal para emprender una acción huelguística que había sido pospuesta durante los largos años de régimen militar. Como sucedería con gran parte de las protestas obreras durante los tormentosos meses de la presidencia de Cámpora, las huelgas de la UTA se desencadenaron por reclamos laborales específicos, pero en realidad estaban motivadas por preocupaciones más profundas y de larga data sobre la vulnerabilidad de los trabajadores en una empresa capitalista y el deseo de restablecer en parte el equilibrio de poder en las relaciones entre la patronal y el movimiento obrero, que se había inclinado ampliamente

en favor de la primera desde la época de la dictadura de Onganía.26Los choferes de ómnibus cordobeses, por ejemplo, nunca se ha

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bían resignado al hundimiento de sus cooperativas y el pleno restablecimiento de la propiedad privada en el sistema de transporte público de la ciudad a fines de la década del sesenta. Sus quejas contra las doce empresas privadas que controlaban las líneas de ómnibus eran muchas: falta de inversión en equipamiento, servicio inadecuado, escaso mantenimiento de los vehículos, condiciones de trabajo riesgosas para el tumo nocturno y llamados desatendidos a brindar protección a los conductores que tenían asignadas las rutas más peligrosas. Había un especial resentimiento contra el sistema de los socios mulos practicado por una serie de empresas, en el cual éstas presionaban a los choferes novatos para que aceptaran una pequeña parte de ías acciones de la compañía, lo cual, a cambio de un miserable cheque de dividendos y un espurio status de socio, permitía a la empresa suprimir los costosos beneficios sociales conquistados en los anteriores convenios colectivos.27Las huelgas de los choferes de ómnibus y sus exigencias de reestatización del sistema de transporte urbano iniciaron una áspera disputa entre la UTA y el gobierno provincial por un lado y los propietarios de los ómnibus por el otro, disputa que alcanzaría una trágica conclusión un año más tarde en los acontecimientos del Navarrazo.

Las huelgas de la UTA de mayo y junio de 1973 galvanizaron a la CGT cordobesa y renovaron su espíritu de lucha, que había estado

dormido desde la postulación de López y durante los meses de campaña electoral. Roberto Tapia, principal lugarteniente sindical de López y su sucesor, reanudó la participación de la UTA en la CGT y fortaleció los vínculos con los sindicatos no peronistas de la ciudad. Hacia ñnes de junio, la CGT cordobesa volvía a descansar en el conocido triunvirato que había surgido a fines de 1972 pero que parecía condenado con la restauración peronista: los legalistas conducidos por la UTA, los independientes de Tosco y el SMATA clasista volvían a participar en las asambleas generales y comisiones de la central y determinaban sus políticas. Tosco intentó calmar los temores de los dirigentes del SMATA acerca de sus simpatías políticas reformistas, incluso empleando en sus declaraciones públicas la palabra clasista, que antes era un anatema.28Más importante: demostró su decisión de proteger al pluralista movimiento obrero cordobés de las interferencias de Buenos Aires.

En junio, la CGT central se preparó para reafirmar su control sobre el movimiento obrero, a fin de fortalecer su posición en la lucha de poder que tenía lugar dentro del movimiento peronista. Rucci anunció la revocación de los consejos directivos de todas las regionales a partir del I o de julio y la realización de nuevas elecciones en una fecha todavía no especificada. El blanco principal de su medida era obviamente Córdoba, y la respuesta de Tosco fue

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inequívoca. La CGT cordobesa rechazó la interferencia dé la “ buro cracia porteño" en sus asuntos y no sólo se rehusó a cumplir la decisión sino que también dijo que resistiría activamente su im- plementación.29

Fuera de Córdoba, los cambios políticos en el plano nacional contribuyeron a la expansión de una militancia obrera que permitió que aquélla se mantuviera desafiante. Con su confianza y sensación de poder alentadas por ía victoria de Cámpora, trabajadores y activistas de base realizaron unas 176 ocupaciones fabriles en los primeros veinte días del nuevo gobierno, con el fin de desalojar a las dirigencias sindicales enquistadas en sus puestos.30 Estas “luchas antiburocráticas” no eran un intento utópico de establecer el con

trol obrero de la industria. Antes bien, se trataba de movimientos de base dispersos y espontáneos en procura de transformar la relación entre el empresariado y el movimiento obrero organizado que se había desarrollado bajo los recientes gobiernos militares y que se manifestaba en el nivel del ámbito de trabajo. Los aumentos salariales y, en cierta medida, la estabilidad laboral conquistados por la burocracia sindical peronista en los años posteriores a la caída de Perón, como un trueque por el control absoluto de la patronal sobre los lugares de trabajo y todas las cuestiones relacionadas con la producción, habían llevado a la atrofia de las organizaciones de delegados y a una pérdida gradual de la protección gremial genuina en el lugar de tareas. Así, las condiciones en la base fabril y la representación sindical efectiva o “democracia sindical", como se la 11a- maría a menudo más adelante, sirvieron como catalizador del descontento de las bases. Los desafíos al irrestricto control patronal de los ritmos de producción, las categorías, las condiciones de trabajo y otras cuestiones laborales permitieron a trabajadores como los de la planta de General Motors pasar por alto a süs representantes gremiales, forzar concesionés de la patronal (en el cáso de GM, desmantelar los programas de racionalización y reducir los ritmos de producción) y quebrar las estructuras de poder y autoridad en el movimiento obrero y en el lugar de trabajo.31

Los clasistas del SMATA siguieron siendo escépticos acerca de la restauración peronista, pero era manifiesto que no podían ignorar lisa y llanamente los acontecimientos que la rodeaban. La vista de las plazas fuertes de los caciques gremiales peronistas que sufrían el ataque de sus propias bases, en las que los trabajadores planteaban cuestiones similares a aquellas en las que habían sido pioneros los movimientos clasistas de Córdoba y lograban obtener realmente el control de una serie de sindicatos, era un cambio demasiado significativo para ignorarlo, y exigía una actitud menos crítica hacia la estrategia de Tosco. Sin embargo, sus sospechas

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iniciales quedaron confirmadas después de esta primera ola de

agitación obrera.El ascendiente momentáneo de la izquierda peronista, las ocupaciones fabriles y los motines de las bases no podían ocultar el hecho de que el FREJULI había logrado, si no un franco respaldo, gran parte de su legitimidad de sectores de la sociedad argentina que esperaban que un gobierno peronista restaurado pusiera fin a las contiendas sociales y políticas del país y no que las fomentara. Pronto reaparecieron las prioridades conservadoras de la restauración peronista. En junio, el gobierno de Cámpora aprobó el Pacto Social en un intento por restablecer su autoridad y llevar a cabo el

plan de estabilidad económica de Perón. El Pacto Social congeló los precios de todos los bienes y servicios y a cambio recibió del movimiento obrero la promesa de suspender las negociaciones colectivas durante dos años. De inmediato, Cámpora otorgó a los trabajadores un aumento general de 200 pesos, pero también consiguió del movimiento obrero un acuerdo para que en lo sucesivo los incrementos salariales dependieran de aumentos de la productividad y se negociaran según un procedimiento centralizado de convenios colectivos, la Gran Paritaria Nacional.32 Para los bien pagos trabajadores del SMATA, el aumento de 200 pesos era mucho

menos significativo que para los sectores mal remunerados de la clase obrera, pero en general fue un mal trago para la mayoría del movimiento obrero, un acuerdo desequilibrado que confiscaba la autonomía sindical y los derechos de negociación colectiva a cam- bio de muy poco.

Aún más ominosamente, Perón denunciaba la anarquía en el país e insinuaba que la izquierda era responsable de gran parte de la misma. Una masacre producida en el aeropuerto de Ezeiza el 20 de

junio de 1973, cuando fueron asesinados varias docenas y heridos centenares de seguidores de Perón que esperaban la llegada del

caudillo , fue atribuida directamente a la izquierda, a pesar de que había pruebas considerables de que los más probables responsables eran los sectores derechistas del movimiento obrero peronista.33 A mediados de julio, Perón retiró su apoyo a Cámpora y lo reemplazó por el presidente provisional Raúl Lastiri —una nulidad política pero yerno de José López Rega, ex suboficial de policía y rasputinesco consejero de Perón—, dando una clara señal del giro a la derecha del gobierno peronista. Se programaron elecciones para septiembre, esta vez con Perón como candidato. Las alianzas políticas de la izquierda, a pesar de la sacudida gubernamental, se man

tuvieron en un estado de fluctuación. Las admoniciones de Perón no desalentaron a la izquierda peronista, que dudaba de su autenticidad y en general las atribuía a López Réga Tampoco afectaron a la

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izquierda marxista, que en general era indiferente a los designios políticos de Perón. En el movimiento obrero, la lucha entre los disidentes y los verticalistas también estaba lejos de decidirse.

Córdoba seguía siendo el crisol del movimiento sindical disidente. La primera confrontación decisiva tuvo lugar en relación con la persistente cuestión de la afiliación de Fiat. La UOM cordobesa había respondido con irritación a las continuas pretensiones del SMATA, a los trabajadores de Fiat y a sus recientes ocupaciones de las plantas de Concord y Materfer, calificándolas como una conspiración de “gorilas y trotskistas” y negándose a permitir otro plebiscito en Ferreyra.34 Durante los meses del gobierno de Cámpora y Lastiri, la controversia de la afiliación cobró una nueva significación para las facciones en guerra dentro del movimiento obrero organizado. Para los clasistas del SMATA y, en general, el movimiento sindical izquierdista de Córdoba, la unificación de los trabajadores cordobeses del automóvil aseguraría una poderosa resistencia contra las presiones de la burocracia sindical porteña y promovería nacionalmente un movimiento obrero pluralista y combativo. Pero para Perón y Rucci era igualmente importante impedir que eso ocurriera. Sostener la jurisdicción de la UOM en Ferreyra, aunque no

podía afectar de manera significativa el equilibrio de poder en la ciudad, que aún se inclinaba vigorosamente en favor de la izquierda, podría al menos impedir que los clasistas pusieran sus manos allí. Por esa razón, los gobiernos peronistas de 1973, el de Cámpora, el de Lastiri y finalmente el de Perón, se negaron a considerar las apelaciones del SMATA cordobés.

La situación se complicó todavía más a causa del accionar de las centrales gremiales. La rivalidad entre el SMATA y la UOM por el control del movimiento obrero peronista continuaba. Había alcanzado un nuevo nivel de rencor tras el asesinato, el 22 de mayo, del secretario general del SMATA, Dirk Kloosterman, y algunos trabajadores mecánicos sospechaban que la UOM estaba involucrada de alguna manera.35 Ambos sindicatos competían ahora por la bendición de Perón, una bendición que éste, indudablemente, concedería al más fuerte. Las tirantes relaciones del SMATA central con su seccional cordobesa lo habían mantenido al margen de la campaña de afiliación en Fiat, que se reanudó después de la elección de Cámpora. Sin embargo, en la rivalidad de los mecánicos con la UOM, seguía siendo del máximo interés del SMATA impugnar la jurisdicción metalúrgica en Ferreyra. Por otra parte, la conducción nacional no podía retirar su apoyo a la seccional cordobesa sin hacer una salida indecorosa que parecería rencorosa y la dejaría expuesta a

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las mismas acusaciones de abusos autocráticos en las cuales basa

ba su presente desafio a la UOM. AI resistir la pretensión de ésta, había declarado en una oportunidad que “el SMATA es el único representante legítimo de los trabajadores mecánicos del país”, y convocó a varias huelgas de solidaridad en apoyo a la afiliación de ios trabajadores de Fiat a este sindicato.A pesar de su disgusto con los clasistas, la decisión de la seccional de insistir en la cuestión motivó que, al menos por el momento, la central estuviera obligada a respaldar los reclamos de Córdoba.

Salamanca sencillamente ignoró la decisión del Ministerio de Trabajo que otorgaba la jurisdicción de los trabajadores de Fiat a la UOM y realizó un segundo referéndum a fines de junio. Como lo habían hecho en la anterior elección de noviembre de 1972, los trabajadores de Fíat mostraron una abrumadora preferencia por el SMATA: 1.502 contra sólo 153 a favor de la UOM en Concord; 652 y 44, respectivamente, en Mat.erfer,37El 11 de julio Salamanca efectuó una conferencia de prensa y anunció la intención de su sindicato de afiliar formalmente al SMATA a las plantas de Concord y Materfer y a la más pequeña de Perkins. Los primeros objetivos del sindicato, declaró, serían mejorar las condiciones laborales en la forja de Fiat y ampliar a las plantas la ley del sábado inglés y las categorías y escalas salariales del SMATA.38Dos semanas más tarde anunció que pronto se formaría en ellas un cuerpo de delegados.39

A lo largo de agosto, se difundió en las plantas una resistencia enfurecida contra el desconocimiento por parte de Fiat, y el gobierno del resultado del referéndum y contra la continuidad de la jurisdicción de la UOM. El 21, los trabajadores de Concord ocuparon la fábrica y exigieron la afiliación al SMATA. En su apoyo, los obreros de Perkins y otras plantas del SMATA abandonaron sus tareas.40Ahora la controversia oponía claramente a los trabajadores de Fiat, el SMATA cordobés y los independientes de Tosco —estos últimos

apoyando activamente al sindicato a través de huelgas de solidaridad— contra Rucci, la CGT central, la UOM y el gobierno nacional; el gobierno provincial de Ricardo Obregón Cano y Atilio López estaba en el medio. Este combate, sin embargo, enmascaraba una lucha política más profunda que se libraba en el plano nacional y especialmente en Córdoba entre la derecha y la izquierda. La ocupación de Fiat Concord terminó tres días más tarde, después que Obregón Cano y López intercedieron y obtuvieron el acuerdo de Fiat para permitir a Salamanca viajar a Buenos Aires y discutir la cuestión de la representación sindical con el ministro de Trabajo, Ricardo Otero.41 La promesa de éste de resolverla en un plazo de noventa días fue recibida con recelo por los dirigentes clasistas, quienes

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comenzaron a preparar más huelgas en torno al tema, que estaba lejos de llegar a una solución.

A medida que se enrarecía la atmósfera política de la ciudad, el sucesor de Kloosterman, José Rodríguez, se debatía con una decisión trascendental. El apoyo a Salamanca y la seccional cordobesa fortalecería su posición en los tratos futuros con la UOM pero también haría de Córdoba un serio rival dentro del sindicato mecánico y solidificaría un bloque marxista en el corazón del movimiento obrero peronista. Tras el desalojo de Cámpora y el viraje gubernamental hacia la derecha, semejante resultado asomaba como un riesgo para cualquier influencia futura que el SMATA pudiera tener en el gobierno. Durante varias semanas Rodríguez dio largas a la cuestión y protegió sus apuestas, respaldando verbalmente a la seccional al mismo tiempo que, en los hechos, no hacía nada para ayudarla. Pero cuando la naturaleza conservadora del gobierno peronista y el ostracismo del ala izquierda del movimiento se hicieron más evidentes, el lenguaje de la central con respecto a la CGT cordobesa se enfrió y luego pasó a ser recriminatorio. Comenzó a sembrar dudas sobre las verdaderas intenciones de los clasistas y retiró su apoyo a la afiliación de Fiat, atacando abiertamente a la conducción cordobesa y acusando a la seccional de pasividad durante el anterior gobierno militar.42

A pesar de las calumnias del SMATA central, ningún sindicato argentino había luchado contra las dictaduras militares más que el SMATA-Córdoba. Los ataques de Rodríguez revelaban cuánto había cambiado la dinámica (Je la política obrera en la ciudad con la destitución de Cámpora. Las declaraciones de apoyo eran desmentidas por la inmovilidad del SMATA central. La libertad que los sindicatos cordobeses habían disfrutado durante los últimos meses estaba llegando a su fin. Se ejercieron presiones sobre las centrales gremiales para que controlaran a sus seccionales rebeldes en todo el país, y Córdoba recibió naturalmente la mayor atención. En los círculos laborales se hablaba cada vez más de la perfidia de los “bolches”, “zurdos ” y utrotskos ", y la tolerancia a regañadientes de años recientes se había convertido en hostilidad abierta. Mientras Juan José Taccone, secretario general peronista de la seccional Buenos Aires del sindicato de trabajadores de Luz y Fuerza, reprendía a Tosco y a la seccional cordobesa por sus actitudes independientes, Rucci se sentía movido a hacer salvajes acusaciones de quintacolumnistas, afirmando en una ocasión que “el movimiento obrero cordobés ha sido infectado por elementos que están al servicio de la sinarquía internacional, cuyo verdadero representante es conocido con el nombre de Agustín Tosco”.43Tal vez el más afectado de todos fue López, atrapado entre lealtades incompatibles al movimiento peronista y a

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sus aliados locales. Desde mediados de julio hasta su destitución

como vicegobernador a principios de 1974, sufrió presiones implacables para que purgara al movimiento obrero cordobés de todos sus elementos izquierdistas.44

Perón sabía bien que eí éxito de la campaña verticalista dependía de Córdoba. El restablecimiento de la autoridad de la CGT central era necesario tanto para controlar la expansión de la militancia obrera a todo el país como para asegurar el éxito del Pacto Social y el programa económico conservador del gobierno. Sólo Córdoba era capaz de aprovechar la oposición de la clase obrera al programa y darle la forma de un movimiento de importancia nacional. El SMATA

podía ser atacado a través de su central gremial, pero esa vía era menos factible en el caso de los independientes, constituidos por sindicatos en gran medida federales. Sea como fuere, durante muchos años los lucifuercistas de Tosco habían sido exiliados dentro de la FATLYF, y el sindicato tenía mucha experiencia en trabajar independientemente.

Tosco había abandonado toda clase de relación operativa con su central durante la dictadura de Onganía. Desde entonces, las decisiones de la FATLYF hablan tenido poco peso en la seccional cordobesa, a diferencia de la situación de su similar del SMATA que había seguido siendo en gran medida parte de la organización nacional a pesar de la victoria de la lista clasista en 1972. Algunos de los principales sostenedores de la alianza sindical izquierdista de Tosco,; corno ...los trabajadores gráficos de Juan Malvar, también disfrutaban de una virtual independencia de Buenos Aires. Malvar se favorecía especialmente a causa del alto grado de descentralización democrática del sindicato gráfico y el fuerte sentimiento ongarista que subsistía en la dirigencia gremial de Buenos Aires. Esto le permitió no sólo adherir a la alianza independiente sino también, más adelante, utilizarla sede gremial como punto clandestino de reunión del movimiento obrero disidente después de la destitución de las conducciones de Luz y Fuerza y el SMATA en 1974.45Esa libertad caracterizaba a casi todos los sindicatos independientes; se trataba de organizaciones que habían estado durante mucho tiempo más allá del alcance del verticalismo.

Con el grupo de Tosco inmune a las manipulaciones de las entrometidas centrales gremiales y los clasistas del SMATA aún lo bastante fuertes para mantener a raya las salidas de José Rodríguez, los legalistas eran el eslabón más débil en la alianza sindical izquierdista que todavía dominaba la CGT cordobesa. En lo sucesivo, la política de Perón y el ministro de Trabajo Otero consistió en ejercer mayor presión sobre los peronistas combativos de Córdoba para que se deshicieran de la izquierda sindical. El propio López,

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tieso en su traje de calle y rival de poca monta para los políticos

profesionales en cuyos círculos se movía ahora, ya había sucumbido a las súplicas para que cooperara con los sindicatos ortodoxos en las 62 Organizaciones. Durante los meses del gobierno camporista, había podido profesar lealtad tanto al movimiento peronista como a sus aliados gremiales locales. Pero en el clima político muy diferente que sucedió a la caída de Cámpora, esa posición se hizo cada vez más insostenible. A principios de julio aún se resistía a las demandas de los ortodoxos para que retirara a los legalistas de la CGT local y formara una central paralela incluyendo estrictamente a los sindicatos peronistas, al mismo tiempo que criticaba las acusaciones de infiltración cubana en el movimiento obrero local y las tácticas de caza de comunistas que pretendían servir como justificación para una acción contra el movimiento obrero cordobés.45 Sin embargo, en reuniones con Perón y Rucci se había comprometido a cooperar con los ortodoxos en favor de la candidatura del primero en las elecciones de septiembre. El lazo se estaba cerrando.

El viraje decisivo se produjo en la convención nacional de las 62 Organizaciones, realizada en julio en la colonia de vacaciones “Augusto Timoteo Vandor” de la UOM, en Valle Hermoso, en ías sierras cordobesas. Presidida por Lorenzo Miguel, jefe de la organización, y Otero, fue en gran medida la oportunidad para reprender a López y la delegación cordobesa, increparlos por su pasada cooperación con los sectores izquierdistas del movimiento obrero provincial y hacer veladas amenazas en caso de que los peronistas cordobeses no lograran poner su casa en orden. Otero censuró duramente a Tosco diciendo: “Un dirigente sindical de esta provincia ha dicho que Córdoba será la capital de una Argentina socialista. Nosotros aceptamos el desafío y decimos que Córdoba será ía capital de una Argentina peronista’'. López fue obligado a dar su acuerdo a una reunificación de los campos beligerantes del movimiento obrero peronista de Córdoba a través de unas 62 Organiza

ciones reunidas.47 Los legalistas se encontraban ahora en la situación de tener que compartir el poder con sindicatos cuyas metas manifiestas eran la recuperación de la CGT cordobesa para el movimiento obrero peronista y la purga de sus refractarios miembros independientes y clasistas.

La decisión de López dejó anonadados a ios sindicatos de izquierda. Los independientes, en especial, contemplaban incrédulos la capitulación de último momento del vicegobernador, su presteza para salir huyendo de la alianza obrera, aun cuando hubiera estado bajo coacción. Tosco respondió a las novedades con esta adverten

cia: “En ninguna circunstancia esta CGT combativa y revolucionaria puede aliarse con grupos que hasta hace poco tiempo atacaban

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de enfrentar al mismo Perón, si era necesario, para proteger a Córdoba.

Dentro de su propio sindicato, la actitud inicialmente conciliatoria de Tosco hacia el nuevo gobierno peronista había sorprendido con la guardia baja a la pequeña camarilla de peronistas opositores e impedido que éstos capitalizaran el cambio de las circunstancias políticas. Las elecciones de mayo de 1973 en Luz y Fuerza fueron fácilmente ganadas por su lista, lo mismo que había ocurrido, coherentemente, desde 1958.51Pero el terremoto producido en el movimiento obrero cordobés después de la convención de Valle Hermoso y la oposición de Tosco al gobierno “interino” de Lastiri en las sema

nas siguientes —sus repetidas acusaciones de que el gobierno peronista estaba animado por un espíritu franquista y sus críticas cada vez más ásperas al Pacto Social— alimentaron la agitación. En el sindicato se había hecho evidente un desasosiego palpable desde el debate con Rucci y la proclamación pública por parte de Tosco de sus simpatías marxistas, lo que Sixto Cebailos y los peronistas más conservadores del gremio consideraban como una indiscreta admi-, sión que en cierto modo colocaba a todos los trabajadores lucifuercistas de Córdoba en una postura no peronista. Por primera vez en la historia del sindicato, podían escucharse rezongos —de una pequeña pero vocinglera minoría— en su sede. Los peronistas de Cebailos abandonaron su apoyo crítico a la conducción de Tosco y consideraron la forma de oponerse a la posición aparentemente inexpugnable de los tosquistas en Luz y Fuerza,52De manera tal vez no inesperada, la polarización de la vida política que se estaba produciendo en todo el país y especialmente en eí movimiento obrero cordobés había aparecido finalmente en Luz y Fuerza, y generaba animosidades donde antes había habido una rivalidad amistosa.53

Cuando avanzaron hacia una confrontación abierta con el gobierno, Tosco y el sindicato en general no parecieron encresparse a causa del pequeño grupo de oposición reunido en tomo a Cebailos. La militancia de los trabajadores lucifuercistas, sin embargo, siguió limitada al movimiento obrero y no se dirigió políticamente hacia la creación de un amplio frente obrero sin vínculos con ningún partido de oposición. En parte, esto obedeció a la apreciación que hacía Tosco de las profundas lealtades peronistas de la clase obrera y su incapacidad emocional para oponerse al retomo de Perón a la presidencia. Tal vez fue también un acto final de lealtad al Partido Comunista. Su intermitente pero estrecha relación con el PC siempre había tenido mucho que ver con su deseo de promover el pluralismo político en la Argentina y con las amistades personales que, con el

paso de los años, había forjado con algunas de las principales figuras del partido. En el pasado había estado a menudo de acuerdo

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con las estrategias e interpretaciones del PC sobre la política argentina. Si bien nunca se convirtió en miembro del partido, y a pesar de que tenía algunas diferencias importantes con éste, las cautelosas políticas del PC coincidían con frecuencia con las suyas, en especial en lo que se refiere a sus recelos acerca del clasismo y su oposición a la lucha armada como estrategia revolucionaria legítima para la izquierda argentina.

A comienzos de agosto, la principal agrupación de la nueva izquierda que defendía una estrategia militar, eí Partido Revolucionario de los Trabajadores, se convirtió en la fuerza impulsora detrás de la formación del Frente Antiimperialista por el Socialismo. En una convención realizada e!18 de ese mes, el Frente postuló a Tosco y al líder de la CGT clasista de Salta, Armando Jaime, como fórmula obrera alternativa y de izquierda para competir contra Perón, en el precipitadamente organizado Partido Socialista de los Trabajadores (PST).54Tosco declinó la postulación, seguro de su imprudencia y de los efectos perniciosos que probablemente tendría sobre el movimiento de los trabajadores disidentes una oposición política a Perón. Su análisis también tenía que ver con el poco entusiasmo que la idea despertó en la Alianza Popular Revolucionaria, una coalición de partidos de izquierda dominada por el PC que apoyaba 3a candidatura de Perón.55Más adelante, el sendero de Tosco se apartaría mucho del seguido por el PC, pero ahora estaba de acuerdo con el análisis pesimista del partido sobre su candidatura y la de cualquier oposición política a Perón. Desde la elección del 23 de septiembre de 1973 que reinstaló a éste en la presidencia hasta su muerte menos de un año más tarde, Tosco sería, no obstante, el principal contrapeso obrero a los gobiernos peronistas conservadores en el poder.

Tras su elección, Perón actuó rápidamente contra la insubordi

nación en las filas de la clase obrera dado que, más que cualquier otra cosa, buscaba un movimiento obrero unificado que pudiera neutralizar a la izquierda y asegurar la paz social de su gobierno. Utilizó el reciente golpe en Chile como un recordatorio de las consecuencias potencialmente desastrosas de una política partidista irres- tricta y como justificación para la imposición del orden. Poco después de su elección, se aprobó en el Congreso un cúmulo de leyes laborales, con la intención de restablecer una burocracia sindical efectiva y centralizada, que fuera capaz de castigar a los transgreso- res y recompensar a los obedientes con todo el poder que podía re

unir el Estado. La Ley de Seguridad prohibió las ocupaciones fabriles y, virtualmente, las huelgas, mientras que la Ley de Asociaciones Profesionales extendió la duración del mandato de las autorída-

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des sindicales electas de nivel nacional de dos a cuatro años, otor

gando con ello a las centrales gremiales un poder casi ilimitado para entrometerse en sus seccionales así como la facultad unilateral de anular las decisiones tomadas por los comités fabriles independientes y los cuerpos de delegados.55Estas medidas pretendían volver a colocar a. 3a. entonces tambaleante estructura verticalista de] movimiento sindical en una posición de fuerza. La legislación fortalecía efectivamente la situación de ia burocracia sindical peronista y hacía excesivamente dificultoso, al menos dentro de los límites legales prescríptos para el movimiento obrero, el accionar independiente. Por decreto, Perón había restablecido una clara cadena de mandos

dentro del movimiento obrero organizado y reducido a los activistas de base y los dirigentes sindicales disidentes al status de virtuales delincuentes.

Los primeros blancos de la campana gubernamental fueron, como era de prever, Tosco y los trabajadores de Luz y Fuerza de Córdoba. En el pasado, las admoniciones y votos de censura de la FATLYF habían sido singularmente ineficaces, pero en los últimos meses de 1973 se los utilizó una y otra vez, a medida que las críticas de los sindicatos cordobeses al gobierno se hacían más abiertas. Por momentos, la presión ejercida desde Buenos Aires era sutil. A principios de agosto, por ejemplo, la FATLYF había enviado un telegrama a la seccional solicitándole que designara delegados a las 62 Organizaciones locales para que representaran a sus afiliados peronistas. Este intento de agravar las tensiones existentes y rodear a Luz y Fuerza inmiscuyéndolo en la política obrera peronista local, sin embargo, no escapó a Tosco y tampoco al sindicato, que votó contra la solicitud y envió una cáustica réplica, lo que le valió otro voto de censura de la FATLYF.57Poco después ésta suspendió formalmente a la seccional cordobesa con el objeto de destacar su condición de parla dentro del movimiento obrero.

Las andanadas contra Tosco y los trabajadores lucifuercistas

cordobeses eran meramente uno de los componentes de la campaña de Perón contra la izquierda gremial. Los ataques de los escuadrones de la muerte peronistas y los asesinatos de mistantes obreros no atrajeron una atención generalizada, pero los de los caciques gremiales peronistas sí. El asesinato de José Rucci el 25 de septiembre, junto con los de otros dirigentes gremiales peronistas como Augusto Vandor, José Alonso, Dirk Kloosterman y Marcelino Man- silla, secretario general de la CGT de Mar del Plata, fueron utilizados por el gobierno para justificar su mano dura en las relaciones con los disidentes obreros.

Si bien algunos de esos crímenes eran indudablemente el resultado de luchas de poder dentro del movimiento obrero peronista, la

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mayoría fueron perpetrados por organizaciones guerrilleras izquier distas, a menudo como represalia no autorizada por acciones contra los sindicatos rebeldes cordobeses y la oposición sindical al gobierno. La izquierda guerrillera asumió una actitud característicamente condescendiente hacia el movimiento obrero disidente, suponiendo alegremente que los asesinatos políticos serían aprobados por los trabajadores y ayudarían a ganar apoyo para un movimiento revolucionario dentro de sus filas. Además de dirigir una campaña terrorista contra la “burocracia sindicar’, las organizaciones guerrilleras procuraron, un poco cínicamente, explotar las condiciones de los lugares de trabajo con fines políticos y para justificar

actos terroristas contra funcionarios empresariales en nombre del clasismo. El secuestro y ejecución por parte de las Fuerzas Armadas Peronistas del director de personal de Fiat, Francisco Klecker, en abril de 1973, se presentó a los trabajadores de la empresa como la represalia de los revolucionarios por eí aumento en los ritmos de producción, los planes de trabajo a destajo y en general las duras condiciones laborales en las plantas de Ferreyra.58El ERP, uno de los principales ejecutores de este tipo de acciones, rara vez dejaba de incluir alguna referencia a los problemas de las plantas en sus frecuentes comunicados a los trabajadores de Santa Isabel.59

Así como los clasistas de Fiat habían repudiado la ejecución por parte del ERP del presidente de la empresa, Oberdán Sailustro, del mismo modo los independientes y los clasistas del SMATA desaprobaron vigorosamente tales tácticas y se apresuraron a disociarse del accionar terrorista de la guerrilla. Sin embargo, no pudo evitarse que se conjeturara la existencia de un vínculo entre el movimiento sindical disidente —que para una vasta mayoría de las bases era preponderantemente una lucha por la representación gremial efectiva, la democracia sindical y los derechos de los trabajadores en la base fabril— y esa violencia política, lo que facilitó las represalias contra los rebeldes por parte del gobierno y la conducción gremial.

Perón no actuó de inmediato. Concio sólo recientemente había recuperado el favor oñcial, su rama gremial era aún demasiado cautelosa, y el poder de los sindicatos cordobeses todavía demasiado grande para correr el riesgo de una confrontación abierta. La izquierda no proletaria era un blanco más fácil, particularmente en sus variantes no peronistas, y el asesinato de Rucci fue seguido por la proscripción de la más importante de las organizaciones guerrilleras marxistas, el ERP, y por ataques de Perón contra las ideologías “antinacionales”, que recordaban los días de la primera presidencia, cuando se hacía alarde de la doctrina justicialista como una

respuesta nacional, y por lo tanto superior, al socialismo marxis- ta.eo Ni siquiera la propia ala izquierda del peronismo estaba exenta

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de ataques. Perón, cetrino, decrépito y a menudo con grandes dolo

res a causa de varias enfermedades, aún tenía la fortaleza de presidir las primeras etapas del desmantelamiento de esa comente del peronismo que tanto había hecho para crear. A lo largo de octubre realizó varias bien publicitadas reuniones con líderes sindicales a fin de discutir las tácticas para deshacerse de “las influencias antinacionales, capitalistas y marxistas” del movimiento, un ejemplo clásico de la prestidigitación verbal peronista dado que, además de sus diatribas cotidianas contra la izquierda, sus estrechos contactos con la Confederación General Económica y el programa económico conservador de su gobierno demostraban que Perón consideraba a aquélla como el único verdadero enemigo que quedaba.61En noviembre dirigió una reorganización de su movimiento que virtualmente excluyó a la rama juvenil al designar un consejo directivo provisorio en el que sólo se contaban representantes de las ramas gremial y política. Perón, recuperado ahora el poder político, había dado los primeros pasos hacia la eliminación de lo que se había convertido en un serio riesgo para su movimiento.

Un problema más espinoso era la movilización de la clase obrera, que proseguía sin mengua. Legalmente, los trabajadores no podían movilizarse por la cuestión salarial, y en verdad tenían pocas presiones para hacerlo, dado que el congelamiento de precios se mantuvo durante varios meses y la inflación permaneció en niveles tolerables hasta fin de año. En cambio, durante el resto del año siguió expresándose descontento acerca de la democracia sindical y las cuestiones del control obrero. La oposición a las conducciones gremiales enquistadas en sus puestos se centró específicamente en la ausencia casi total de protección sindical en la base fabril, el estado de virtual inoperancia de las comisiones internas y la indiferencia de los delegados ante los problemas referidos al aumento de los ritmos de producción, las racionalizaciones en las plantas, las condiciones de trabajo insalubres y las categorías.62 Para el gobierno, este

estado de inquietud de los trabajadores era amenazante y potencialmente desestabilizador porque Córdoba asomaba como un polo de militancia obrera, la sede de un movimiento obrero alternativo que tenía el potencial de transformar las movilizaciones dispersas y desarticuladas en una oposición unificada. Esos temores tampoco eran infundados.

A lo largo de 1973, el clasismo hizo serios avances, particularmente en las industrias mecánicas cordobesas. En la planta de Perkins, la empresa británica fabricante de motores ubicada en Ferreyra, la victoria de la lista clasista en el SMATA había sido la chispa de un movimiento para incorporar el sindicato de planta al gremio mecánico cordobés. Los activistas clasistas de la fábrica justificaban par

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cialmente la afiliación señalando que ofrecía mayores posibilidades

de resolver problemas de larga data referidos a las condiciones laborales y las categorías.*53Pero la campaña de afiliación se vinculaba también con la creciente fortaleza del c l a s i s m o cordobés como movimiento político. Hacia 1973, el "contradiscurso” del movimiento obrero cordobés, antiburocrático, anticapitaíista y en gran medida a n t i p or t eño , aparecía así incluso en cotos antiguamente tranquilos como la planta de Perkins. El SITRAP c l a s i s t a adoptó una postura ideológica y un lenguaje político que podían haber sido razonablemente interpretados por los sectores tradicionales del movimiento obrero peronista como provocadores, por la manera en que abunda

ban en acerbos ataques contra los “b u r óc r a l a s y t r a i d o r es ”, tanto en

las filas o r t o d o x a s como en el plano de la dirigencia nacional.64

En 1973, el c l a s i s m o se expandió por toda la ciudad, alentado por un clima político, especialmente local, que favorecía las ideologías radicalizadas y por los esfuerzos de militantes capaces que habían trabajado durante años en las plantas y que ahora veían una oportunidad de realizar lo que antaño debían haber parecido las imposibles ensoñaciones de los revolucionarios. El SMATA c l a s i s t a , por ejemplo, consolidó su posición en las fábricas fuera del comple

jo de Santa Isabel. El cuerpo de delegados elegido en la planta de Ilasa en junio de 1973 tenía una clara inclinación c l a s i s t a , y activistas de esa tendencia del sindicato local de trabajadores del caucho también solicitaron la afiliación al SMATA.65Aún más preocupante para el gobierno era el hecho de que muchos sindicatos peronistas o r t o d o x o s sufrían ei asalto interno de movimientos de base con dirigentes izquierdistas. En el sindicato de trabajadores de la construcción, durante largo tiempo un reducto de compra y venta de traba

jo, corrupción y matonismo sindical, un movimiento de vigorosas raíces intentó expulsar a una conducción enquistada a la que se consideraba como títere de las empresas constructoras locales.66En la Asociación de Trabajadores del Estado, que era uno de los sindicatos más grandes de la ciudad y un tradicional baluarte peronista, la posibilidad de una victoria en las siguientes elecciones gremiales de la lista c l a s i s t a , por más que ésta incluyera primordialmente a miembros de la Juventud Trabajadora Peronista, de izquierda, era más ominosa y desconcertante para los peronistas. En las plantas de las Industrias Mecánicas del Estado afiliadas a la ATE, militantes c l a s i s t a s d e VC, el PCR y la JTP habían estado trabajando clandestinamente desde el Cordobazo. Ya en 1972, Vanguardia Comunista podía atribuirse justificadamente éxito en su proselitismo c l a s i s t a en las fábricas de 1ME, donde los miembros de la comisión

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paritaria virtualmente ignoraban la autoridad del secretario general

de la ATE, Héctor Castro.B7Hacia la época de la elección de Perón, también había en las fábricas militares activismo de militantes del Peronismo de Base, cuyas posiciones eran ahora prácticamente indistinguibles de las de los c l a s i s t a s marxistas. De hecho, fueron los principales promotores de la lista sindical c l a s i s t a que compitió con el o r t o d o x o Castro en lo que particularmente el Peronismo de Base denunció pronto como las fraudulentas elecciones gremiales de la derecha peronista.68

La más seria oposición obrera al gobierno provocó la más drástica respuesta. Poco después de ser elegido, Perón designó al abogado de ía UOM Luis Longhi como delegado regional por Córdoba en el renovado consejo directivo de la CGT, proporcionando con ello un poderoso aliado al principal representante del v e r i i c a l i s m o en la ciudad, la UOM de Simó. Y mientras proseguían los ataques de ía FATLYF contra Tosco y Luz y Fuerza, el gobierno emprendió una campaña para eliminar a la oposición obrera cordobesa, recurriendo ocasionalmente a actos de intimidación individuales. El ataque del 4 de octubre contra la sede de la CGT, que dejó varios heridos y provocó un paro general el 9, apoyado por todos los sindicatos cordobeses salvo los o r t o d o x o s , fue el ejemplo más dramático del planteo violento del gobierno.69 Pero lo más característico de esta etapa de las políticas laborales gubernamentales no fue el uso de tácticas terroristas sino su recurso a medios institucionales. Para controlar la amenaza creciente del movimiento cíasisíaen las fábricas de IME, por ejemplo, utilizó una ley apresuradamente aprobada referida a los empleados estatales, la Ley de Prescindibilidad, a fin de despedir a unos 250 trabajadores del complejo, incluyendo a la casi totalidad del militante cuerpo de delegados, aunque la respuesta de los sindicatos izquierdistas de la ciudad forzó rápidamente al gobierno a revocar la medida.70

También formó parte de la campaña gubernamental para domesticar a Córdoba un ajuste de cuentas en relación con la controversia de la afiliación de Fiat. Desde los plebiscitos en Concord y Materfer, ex activistas c l a s i s t a s de SITRAC-SITRAM habían hecho frecuentes visitas al SMATA y a la sede local de la CGT para abogar por un desafío abierto a la espuria pretensión de ía UOM a los trabajadores de Fiat. Activistas c l a s i s t a s de todos los sindicatos de la ciudad atraídos al Frente Único Clasista hicieron de la afiliación de los trabajadores de Fiat al SMATA uno de sus principales objetivos. Sin embargo, el ardor de Salamanca se había enfriado, dado que ías presiones de Perón habían desvanecido definitivamente toda posibili

dad de apoyo por parte de Rodríguez y el SMATA central en ía cuestión.71En el enrarecido clima político de fines de 1973, la conduc

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ción clasista del SMATA creyó, indudablemente, que impulsar el

tema constituía una provocación innecesaria a Perón y al movimiento obrero peronista, que buscaban cualquier pretexto para eliminar al sindicato cordobés. Masera, el ex presidente de SITRAC, fue informado personalmente por Salamanca de que la afiliación de Fiat seguía siendo un objetivo de largo plazo, pero que las circunstancias políticas hacían imposible cualquier medida inmediata sobre la cuestión.72Poco después, la controversia se apagó calladamente, y la UOM restableció su control sin trabas sobre los trabajadores de Fiat.

La campaña intimidatoria gubernamental pronto se extendió a grupos de los que razonablemente cabía esperar apoyaran a los sindicatos cordobeses contra el gobierno. En los meses siguientes, Córdoba fue escenario de una furiosa lucha de poder dentro del peronismo, entre sus alas izquierdista y derechista. Los Montoneros y las Fuerzas Armadas Revolucionarias se unieron para defenderse contra una reacción inminente, constituyendo una alianza que quizá fue más significativa en Córdoba que en el resto del país, dado que el equilibrio de poder entre ambos, en general ampliamente favorable a los Montoneros, era allí un poco más parejo. Esta alianza se transformó en el principal sostén del gobierno provincial de centroizquierda cuando éste sufrió el a.sedio de la derecha peronista

y del ahora hostil gobierno nacional de Perón. El 22 de octubre, el comité ejecutivo del Partido Justicialista y las 62 Organizaciones condenaron públicamente al gobernador Obregón Cano por permitir supuestamente que Córdoba fuera utilizada como base de la agitación antigubernamental y por su participación personal en las concentraciones de los Montoneros en las que se criticaba abiertamente a Perón.73

Los sectores derechistas del peronismo consideraban a Obregón Cano y López como reliquias de los meses camporistas; eran dolorosos recordatorios del breve predominio de la izquierda dentro del movimiento y, con ello, obstáculos que había que eliminar. Simó y otros dirigentes ortodoxos se sentían escasamente favorables a una genuina reconciliación con los legalistas. A pesar de su comportamiento contrito, López era una figura sospechosa a los ojos de la mayoría de ellos. Perón había reprendido personalmente al vicegobernador en el congreso del 2 de octubre de los gobiernos provinciales peronistas, y cuando el Ministerio de Trabajo comenzó a asumir el control de varias seccionales provinciales de la UTA en las que estaba bien instalada la izquierda peronista, específicamente la JTP, se alzó el espectro de la acción directa contra su sindicato.74

La pieza clave en cualquier estrategia para quebrar al movimien

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to obrero cordobés era el SMATA clasista. En lo personal, Tosco

seguía siendo la figura dominante del movimiento sindical izquierdista, y los independientes eran una fuente de preocupación para el gobierno, pero la existencia de una conducción de izquierda en el mayor sindicato industrial de la región era más incómoda. El sindicato de los trabajadores mecánicos de Córdoba asomaba como un adversario potencíalmente más peligroso y también era un símbolo fastidioso, la única seccional entre todas las correspondientes a los grandes gremios industriales que no estaba en manos peronistas. Además del apoyo que podía prestarle Tosco, el SMATA cordobés podía poner directamente en riesgo el programa económico gubernamental a través de una prolongada interrupción del trabajo. El gobierno también era sensible a la amenaza que representaba el SMATA para los intereses de una poderosa corporación multinacional extranjera. IKA-Renault le había comunicado en varias oportunidades su disgusto con el sindicato. Como una consecuencia de sus graves problemas laborales, mencionaba el descenso en la producción de unos 6.000 automóviles entre octubre de 1972 y julio de1973. En ese. período, la empresa afirmaba haber tenido sólo 215 días de trabajo contra 232 de las compañías de Buenos Aires4, un hecho que hacía aún más difícil competir en igualdad de condiciones en el ajustado mercado automotor y amenazaba la superviven

cia misma de IKA-Renault.75Conscientes de su vulnerabilidad y de la hostilidad que el gobierno, Rodríguez y la empresa sentían hacia ellos, los clasistas del SMATA se acercaron más a Tosco y el MSC. La propia evolución política de Tosco facilitó este acercamiento. Después de la ruptura con López, el dirigente de Luz y Fuerza se aproximó lentamente a una alianza con la izquierda marxista. Tosco encabezó la delegación cordobesa, que incluía a representantes del SMATA, al congreso del Frente Antiimperialista por el Socialismo, realizado el 24 y 25 de noviembre de 1973 en el Chaco. El congreso reunió a todos los clasistas y sindicatos revolucionarios del país y, bajo la dirección de Tosco, los cordobeses presentaron un programa anticapitalista y revolucionario, que en realidad los asistentes rechazaron en una votación por ser demasiado radicalizado.76

Los clasistas aceptaron la ayuda de Tosco pero eran conscientes de que su verdadera fuerza siempre había radicado en su reputación entre los trabajadores de base del SMATA como custodios alertas de los intereses obreros en los puestos de trabajo. Era en las plantas automotrices cordobesas, naturalmente, donde los clasis tas procuraban resistir cualquier campaña en su contra, y en esto recibieron la ayuda de la misma empresa. Con el peso del Pacto

Social tras de sí, Renault comenzó a reducir sus costos laborales,

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Peronistas y revolucionarios 331

permitiendo que las condiciones de trabajo se deterioraran e incre

mentando los ritmos de producción, con Ía esperanza de que ei SMATA central impidiera al sindicato cordobés emprender una acción huelguística que desacreditaría al gobierno y socavaría su programa económico. Esto demostró ser un grave error de cálculo de la empresa.

A lo largo de noviembre y diciembre, los delegados clasistas y el comité ejecutivo del sindicato denunciaron el deterioro de las condiciones de trabajo y en especial los cambios en la velocidad de las líneas y en ía asignación de tareas, que se producían con mayor frecuencia en numerosos departamentos. La muerte de un trabajador

el 8 de noviembre, debida a Ía deshidratación y el agotamiento (el tórrido verano cordobés cobró su víctima en las escasamente ventiladas plantas de Santa Isabel), desencadenó un paro al día siguiente. Un mes después Salamanca realizó una conferencia de prensa para denunciar las políticas últimas de ía empresa y presentar un extenso informe sobre el deterioro de las condiciones de trabajo en las plantas desde el principio de la restauración peronista. El sindicato atribuía eí mayor número de desmayos cotidianos, golpes de calor, deshidratación y vahídos a la reciente insolencia de Renault con su mano de obra y a ía complicidad silenciosa del gobierno y el SMATA central.77La respuesta de los clasistas a las políticas empresariales consistió las más de las veces en huelgas salvajes, trabajo a desgano y a reglamento y no en paros generales que podían ser provocadores y estaban proscriptos, pero para Renault los efectos fueron en gran parte los mismos: menor productividad laboral y ganancias declinantes para una empresa fuertemente endeudada, tanto con los proveedores como con la casa matriz, y al borde de ia quiebra financiera.

A causa de ese accionar, Rodríguez y eí SMATA central eran sometidos a presiones casi diarias de Perón y el resto del movimiento obrero para que asumieran el control en Córdoba. Como respuesta, la central sindical se había negado a apoyar el paro del 9 de noviembre y había aumentado la campaña de prensa contra Córdoba, incluyendo acusaciones de mal manejo de los fondos gremiales para los programas de salud y bienestar social.78 De manera más significativa, por primera vez Rodríguez acusó públicamente a la conducción cordobesa de actividades subversivas. En el pasado, el disgusto con la seccional cordobesa siempre se había expresado en términos más bien circunspectos. Incluso en el punto más bajo de las relaciones entre Córdoba y Buenos Aires, durante los días que siguieron al retiro deí SMATA central de la campaña de afiliación de

Fiat, Rodríguez había evitado críticas públicas que pudieran desacreditar al sindicato mecánico en general. Pero el ruidoso repudio

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de los clasistas al Pacto Social y su evidente desinterés por el destino del gobierno peronista se consideraban ahora como una situación intolerable y como actos de insubordinación directa que apartaban aún más al sindicato mecánico de Córdoba del movimiento obrero peronista y lo acercaban demasiado a Tosco y la izquierda.

El disgusto de Rodríguez se agravaba por la implacable crítica de los clasistas a la “burocracia sindical" y al manejo por parte del propio líder del SMATA de la huelga de General Motors en 1973, en especial por el hecho de que los trabajadores de GM sólo habían obtenido logros mínimos después de una de las huelgas más largas y ásperas de la historia de la industria automotriz argentina. En

una declaración pública enviada en diciembre a las seccionales del SMATA, Rodríguez acusó a Córdoba de "intentar desacreditar al consejo directivo, que es peronista, a fin de que el compañero Salamanca, que es antiperonista, pueda empeñarse en estratagemas revolucionarias junto con el grupo de descontentos que lo alientan” y trató de pintar al clasismo como un ataque personal contra Perón. Intentaba apelar a la sensibilidad nacionalista de la clase obrera argentina diciendo: ‘Tenemos algunas diferencias políticas con el compañero René Salamanca. Nosotros estamos a favor de la revolución del general Juan Perón, mientras él está a favor de la contrarrevolución que sirve a los intereses del imperialismo y la dependencia”.79

Salamanca y los activistas sindícales clasistas respondieron a éstas y otras filípicas incrementando el trabajo político en las plantas. Superando las objeciones de los miembros comunistas y de algunos peronistas del comité ejecutivo, los clasistas alentaban ahora abiertamente las discusiones políticas en la base fabril, convencidos sin duda de que el rumbo derechista del gobierno peronista era inexorable y que, por lo tanto, el socialismo debía proponerse directamente, que en cierta forma había que convencer a los traba

jadores de que rechazaran el peronismo si querían conseguir el so

cialismo. A pesar de las protestas de comunistas y peronistas, las reuniones en los departamentos y especialmente las asambleas abiertas en las fábricas se convirtieron cada vez más en foros para lá discusión política e incluso el adoctrinamiento. Los delegados y activistas clasistas y la voluminosa literatura partidaria que ingresaba a las fábricas del SMATA virtualmente todos los días eran menos circunspectos en sus críticas al peronismo. Pero existiendo aún entre los trabajadores un alto grado de entusiasmo en las semanas posteriores a la elección de Perón, las condiciones eran escasamente propicias para realizar una campaña semejante. Las bases seguían siendo sólidas defensoras del manejo cotidiano que de los asuntos gremiales hacían los clasistas y se opondrían a cual

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quier intento de los porteños del SMATA central para interferir on la

seccional, pero estaban resueltamente en contra de romper con Perón.En vez de inculcar una perspectiva clasista y fortalecer la posi

ción del sindicato, el trabajo político sólo sirvió para exacerbar ííks tensiones dentro de las filas del ciastsmoy proporcionar municiones a la oposición peronista. Ex torristas organizaron el Frente Jus- ticíalísta Sindical de Afiliados de SMATA y comenzaron, con apoyo ortodoxo, a prepararse para competir con la conducción en las siguientes elecciones gremiales, de mayo de 1974. El trabajo político también envalentonó a la derecha peronista y las organizaciones paramilitares que empezaban a actuar en la ciudad. Un atentado

fallido contra la vida de Salamanca el 11 de diciembre y el asesinato del trabajador de IKA-Renault y activista del PCR Arnaldo Rojas ese mismo mes iniciaron una campaña de terror que cobraría docenas de víctimas en Córdoba durante los seis meses siguientes.

Sólo una CGT unificada sería capaz de resistir el poder combinado del gobierno, ios caciques gremiales y los escuadrones de la muerte, pero el movimiento obrero cordobés estaba ahora dividido sin esperanzas entre los campos peronista y no peronista. López y los legalistas todavía se aferraban a una consoladora lealtad a Perón, aunque el líder de la UTA tenía ocasionales momentos de duda. Luego del intento de asesinato de Salamanca, estuvo de acuerdo en apoyar una huelga general el 14 de diciembre para protestar contra la campaña de terror que se libraba contra la izquierda. Por primera vez en muchos meses, López y los legalistas marcharon junto con los independientes y los clasistas del SMATA. Se trataba de un repudio público a los sindicatos ortodoxos, a quienes en la mayoría de los círculos políticos y laborales se creía detrás de los ataques.80

La presencia del vicegobernador en la protesta representó un gesto sentimental y casi nostálgico más que un cambio de lealtad política. Incluso López comprendió que ya no había un terreno intermedio. El triunfo de la derecha peronista implicaba que Córdoba pronto iba a sentir todo el peso de un Estado hostil. El movimiento sindical radicalizado era todavía un adversario formidable y conservaba el potencial de realizar grandes movilizaciones obreras como las que habían paralizado la ciudad en 1969 y 1971. Pero ahora los sindicatos tenían que luchar con las divisiones de adentro y de afuera que habían acompañado a la presidencia de Perón, Opuestos al programa conservador de éste, hostigados por el gobierno y, en el caso de los trabajadores mecánicos, por su central sindical, los independientes y el SMATA eligieron el camino de la confrontación abierta. López, no dispuesto a seguir ningún curso de acción que implicara la oposición a Perón y una ruptura posible, y tal vez irre

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Por otra parte, al aceptar el Pacto Social el empresariado no se había atado a ningún compromiso de mantenimiento o aumento de la inversión. Esto condujo en primer lugar a una aguda declinación de la producción y luego al florecimiento del mercado negro. Desde ese momento, un aumento de los precios fue un próximo paso inevitable, ya que las empresas podrían justificar la violación del acuerdo sobre precios máximos haciendo alusión a las pérdidas producidas a causa de la elevación de los costos de las importaciones, las concesiones a los trabajadores en los meses del gobierno de Cámpora y una demanda saludable, como ío demostraba la repercusión del mercado negro.85

La inflación ejerció mayores presiones sobre la dirigencia gremial, y los activistas tenían ahora otro tema en que basar su campaña antiburocrática. En los primeros dos meses de 1974, una serie de huelgas y movilizaciones de base empujaron a una renuente CGT a una defensa más vivaz de los intereses de la clase obrera. Encabezada por Miguel y la UOM, la dirigencia gremial presionó a Perón en favor de un aumento salarial. Éste fue otorgado, y junto con él se estableció un acuerdo que permitía a la industria incrementar los precios en una proporción fijada por el gobierno. Pero los aumentos eran menores a los solicitados por la CGE y condujeron a una virtual retirada del empresariado del Pacto Social, una ola de incre

mentos en los precios y una espiral inflacionaria que cobraría presión a lo largo del resto del año.82 Como era de prever, los trabajadores respondieron. Entre marzo y junio, el promedio mensual nacio- riál dé huelgas sería el más elevado del total de tres años de gobierno peronista y, a diferencia de las de 1973, la causa principal de las mismas fueron las demandas salariales.83 En esta segunda gran ola huelguística, los militantes obreros desafiaron a la conducción gremial, amenazando no sólo el control de los caciques sindicales sobre el movimiento obrero organizado sino también su posición recientemente ganada dentro del movimiento peronista y el gobierno. A pesar de que, estrictamente hablando, las huelgas no eran políticas y a decir verdad sus propios organizadores eran por lo común peronistas, pronto cobraron, sin embargo, una significación política porque hacían eco a las críticas mismas que los sindicatos de izquierda dirigían contra el gobierno y la jerarquía sindical de la CGT.

A principios de 1974 llegó desde Córdoba el llamamiento a una oposición activa al programa económico del gobierno. Los delegados y activistas rebeldes que movilizaron a los trabajadores en las huelgas de esos meses miraban a Córdoba, y no a la CGT nacional, en busca de inspiración. Más que ningún otro sector del movimiento obrero organizado del país, el movimiento obrero cordobés siguió siendo el baluarte de la oposición sindical, dispuesto a y capaz de

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mantener a raya íos ataques de Buenos Aires. Si eí incremento de las presiones por parte de Perón y ía jerarquía gremial había hecho imposible mantener la vieja alianza con López, Tosco esperaba al menos que algunos de íos l e g a l i s t a s prefirieran alinearse con el MSC antes que con los o r t o d o x o s . Lo alentaron en esta creencia las conspiraciones de la derecha peronista contra el gobierno provincial.,

Era ampliamente sabido que los sindicatos o r t o d o x o s , en particular negociaban con el gobierno una medida contra la CGT cordobesa, solicitando incluso la expulsión del gobierno provincial, y ya habían asumido el control de las 62 Organizaciones locales.84Con semejante amenaza en el.aire, pudo verse el curioso espectáculo de dirigentes sindicales izquierdistas protegiendo a un gobierno pro

vincial peronista contra un gobierno nacional del mismo signo, y hasta amenazando con huelgas generales en caso de que se destituyera a Obregón Cano y a López. Casi todos los partidos y organizaciones estudiantiles izquierdistas de la ciudad adoptaron esta postura. No obstante su desilusión con López, la izquierda cordobesa, en particular la proletaria, consideraba el mantenimiento del gobierno como esencial para sus propios intereses. Tosco interpretó la suerte del gobierno provincial en términos más amplios: cualquier ataque contra Obregón Cano y López tendría como objetivo primordial la ruptura del combativo movimiento obrero cordobés.

Las apuestas ambivalentes y la capitulación de López ante la derecha peronista en 1973 habían paralizado a los l e g a l i s t a s a punto tal que eran incapaces de reunir un apoyo suficiente para salvar a su propio gobierno. Después de su tardía y renuente participación en la huelga general de diciembre, López apartó aún más a los l e g a l i s t a s de sus antiguos aliados y finalmente firmó con los o r t o d o x o s en enero el acuerdo de unificación que formalizaba la ruptura entre los legalistas y la izquierda. Eí disenso dentro de su campo, en especial en la misma UTA, donde el nuevo secretario general, Roberto Tapia, seguía oponiéndose a una alianza con los o r t o d o x o s , impidió que el acuerdo se implementara en la práctica. Pero su exis

tencia misma obstaculizaba el diálogo y la acción coordinada necesaria para que los l e g a l i s t a s resistieran los avances de la derecha peronista.85

Poco después de que se firmara el acuerdo, los o r t o d o x o s demandaron que López disolviera la CGT y convocara a nuevas elecciones, que proscribirían a la izquierda y devolverían a la central local a las filas del peronismo. Eí vicegobernador, sin embargo, se abstuvo de dar un paso tan drástico, en parte quizá por lealtad hacia sus antiguos compañeros pero principalmente, sin duda, debido a que comprendió que éstos eran capaces de paralizar la ciudad a voluntad. En las últimas semanas de enero de 1974, mientras era expulsado

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el gobernador peronista de izquierda de la provincia de Buenos Aíres, Oscar Bidegain, se presionaba a los ocho diputados de ese sector para que renunciaran y corrían rumores de una inminente acción contra Córdoba, López se retiró en una especie de silencio mórbido. Era incapaz de tomar las medidas que podían salvar a su gobierno provincial, por su lealtad a un movimiento que daba señales de repudio al tipo de peronismo por él sostenido.

En febrero, la situación en Córdoba se deterioró aún más y finalmente estalló. Los o r t o d o x o s , todavía una corriente minoritaria dentro del movimiento obrero cordobés, comenzaron a conspirar

con otros opositores locales descontentos con eí gobierno de ía ciudad, a fin de tramar su destitución por la fuerza. El 9 de febrero, las 62 Organizaciones locales emitieron una declaración pública titulada “Un acuerdo entre los dirigentes gremiales peronistas”, que ignoraba ciertas objeciones l e ga l i s t a s y exigía un consejo directivo de la CGT que sólo incluyera peronistas y la promesa de respetar el principio del v e r t i c a l i s m o y las decisiones tomadas por la conducción nacional de la CGT y las 62 Organizaciones.86Los sindicatos l e g a l i s t a s , incluyendo a la UTA, no adhirieron públicamente al documento, pero tampoco lo repudiaron ni criticaron inmediatamente el anuncio de los o r t o d o x o s de un “congreso normalizador” a realizarse ese mes para llevar a cabo la propuesta reestructuración de la CGT local. Sin embargo, la combinación de las conspiraciones de los o r t o d o x o s contra el gobierno y su irritante usurpación de autoridad en el movimiento obrero peronista produjo descontento dentro de las filas l e g a l i s t a s —especialmente en la UTA, donde la JTP y la izquierda peronista seguían siendo fuertes— y que

jas en el sentido de que López se había vuelto indebidamente complaciente en sus esfuerzos por apaciguar a Perón. Tapia y la UTA encabezaron un silencioso éxodo l e g a l i s t a de las 62 Organizaciones poco después del anuncio o r t o d o x o , y en cuestión de semanas los l e g a l i s t a s , los independientes y los c l a s i s t a s del SMATA ofrecían una resistencia obrera unida a la interferencia de Buenos Aires en el gobierno provincial.

La reconciliación de los sindicatos en el movimiento obrero disidente, sin embargo, llegó demasiado tarde para impedir la dimisión del gobierno peronista cordobés. La oposición local al gobierno de Obregón Cano y López era al menos tan amenazante como la hostilidad de los o r t o d o x o s y Perón. De hecho, su derrocamiento a fines de febrero tenía diversas raíces en guerras políticas locales no directamente atribuibles a Buenos Aires. Por ejemplo, la federación de propietarios de ómnibus, Federación Empresaria del Transporte

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Automotor de Pasajeros (FETAP), había sostenido una ininterrumpida y acre disputa con López acerca del plan de éste de expropiar las empresas privadas de ómnibus y restablecer la propiedad pública del sistema de transporte urbano. El plan de López no sólo era una respuesta a los deseos de su sindicato, sino que también expresaba una generalizada insatisfacción pública por los años de servicio ineficiente brindado por los monopolios locales del transporte. Durante los meses que culminaron en el derrocamiento del gobierno cordobés, la FETAP había dejado que el ser vicio se deteriorara aún más, contribuyendo a agravar el estado de inquietud ya palpable en la ciudad.87 El departamento de policía provincial, donde una serie de escándalos de corrupción amenazaban provocar una reorganización completa de la fuerza, también se alineaba contra el gobierno.

El rumor acerca de la intención de Obregón Cano de destituir a la figura principal de los escándalos de corrupción, el teniente coronel Domingo Navarro, fue lo que desencadenó la serie de sucesos que llevarían a la caída del gobierno. Navarro, un sombrío persona

je con estrechos vínculos tanto con los sectores más extremistas de la derecha peronista como con el submundo local, arrestó inespera- damente a Obregón Cáno y a López en vísperas del remendado congreso ortodoxo de la CGT y la policía ocupó la ciudad, apoderándose

de la sede de la central obrera y obligando a Tosco, Tapia y otros a ocultarse. Una semana después, ante la insistencia de Perón, el gobernador y el vicegobernador renunciaron, en tanto el MSC emitió un comunicado incitando a la resistencia popular contra la anulación del gobierno constitucional por parte de Navarro.88

Perón no había organizado el “Navarrazo”, como más adelante se bautizó irónicamente al virtual golpe de Estado en miniatura, pero éste encajaba perfectamente en los propósitos de su gobierno. Las afirmaciones de Navarro y los ortodoxos acerca de un estado cercano a la insurrección en la ciudad, llenas de acusaciones falsas sobre la distribución de armas a los trabajadores y los estudiantes por parte de los simpatizantes izquierdistas del gobierno, así como las menos extravagantes advertencias acerca del vacío de poder creado por el encarcelamiento del gobernador y el vicegobernador, fueron el pretexto perfecto para decretar la intervención a la provincia el 12 de marzo. El Navarrazo marcó un punto de inflexión para el gobierno de Perón. En lo sucesivo estaría abiertamente en guerra con la izquierda, en particular con los todavía temibles sectores de esa tendencia dentro del peronismo.

Los sindicatos cordobeses respondieron implicando públicamente al presidente en la caída del gobierno provincial y aumentando su

resistencia a la creciente reacción derechista, que prometía caer con

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particular dureza sobre Córdoba. Tosco elaboró un plan para con

vocar un congreso sindical nacional, coordinar la resistencia obrera al Pacto Social y las políticas laborales gubernamentales y también combatir localmente las acciones del gobierno central en la provincia y el control o r t o d o x o de la CGT cordobesa. Entre tanto, los o r t o d o x o s se disputaban los despojos del gobierno provincial y Perón asumía su papel habitual de árbitro desinteresado, urgiendo a los l e g a l i s t a s a regresar al redil justicialista.89

Coincidentemente, los acontecimientos de Córdoba se produjeron al mismo tiempo que hacía eclosión una gran crisis en el bastión del u e r t i c a l i s m o y la ortodoxia gremial peronista, la UOM. En Villa Constitución, una sucia y joven ciudad siderúrgica a orillas del río Paraná, unos 6.000 trabajadores siderúrgicos de las plantas de Acindar, Marathón y Metcon (esta última era una fábrica de autopartes de Ford) llevaron a cabo una más de las ocupaciones fabriles que se habían convertido en un lugar común desde la restauración del gobierno peronista. En la raíz de las ocupaciones se encontraba la catastrófica huelga de 1970, que había sido derrotada por las empresas y el gobierno y conducido a una virtual prohibición de las actividades gremiales en las plantas. Después de la huelga, la UOM había seguido recaudando sus considerables aportes sindicales y conservado una jurisdicción formal sobre los traba

jadores, pero la actividad gremial había cesado virtualmente hasta que activistas de base, entre ellos un gran número de c l a s i s t a s , organizaron elecciones en enero de 1974. La primera ronda había resultado en una aplastante victoria de la autodenominada lista “antiburocrática”, que presentó una plataforma de representación sindical honesta y democrática, y en la suspensión inmediata de nuevas votaciones por la UOM central. El 8 de marzo, los trabajadores de Acindar, encabezados por el activista de base Alberto Piccinini, ocuparon masivamente su planta. Pronto, la ocupación fue seguida por medidas similares en las fábricas de Marathón y Metcon. Unos

pocos días después, sindicatos de todo el cinturón industrial del Paraná habían convocado a huelgas de solidaridad, y los pequeños negocios que tenían como clientes a los trabajadores siderúrgicos declararon un l o c k o u t en apoyo de las ocupaciones.90

Cuando llegaron a Córdoba las noticias sobre las huelgas de ios trabajadores siderúrgicos, el abatimiento momentáneo que siguió al Navarrazo fue reemplazado por una renovada esperanza. Los c l a s i s t a s se sintieron particularmente alentados. Siempre habían sostenido que el futuro del movimiento sindical revolucionario dependía de su capacidad de reclutar adeptos en los grandes sindicatos

industriales del país. Su escepticismo acerca de los independientes obedecía, al menos en parte, a la escasa repercusión de éstos en los

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gremios con un verdadero peso estratégico dentro del movimiento

obrero del país, con la notable excepción de íos trabajadores lucifuercistas de Tosco. La insubordinación de una importante seccional de ía UOM era alentadora, y ía rebelión de Villa Constitución fue una bendición para el movimiento obrero cordobés disidente en general. No sólo apartó de Córdoba ía atención de Buenos Aires, también dio a íos sindicatos de izquierda de ía ciudad un punto común de referencia en su oposición al gobierno. Sí por eí momento la resistencia a éste era difícil en Córdoba, podía ser promovida en cualquier otro lugar del país.

Tosco, especialmente, vio las ventajas de tal estrategia. A lo largo de los nueve días de las ocupaciones fabriles, que culminaron en la capitulación gubernamental ante todas las demandas de íos traba

jadores, los sindicatos cordobeses combativos transformaron a Villa Constitución en una cause célebre local. Tosco apareció casi todas las noches en las sedes gremiales y las reuniones estudiantiles para hablar sobre la huelga. El 20 de abril, Tosco, Salamanca y el líder clasista de Salta, Jaime, hicieron una dramática visita a Villa Constitución, adonde habían sido invitados por los trabajadores siderúrgicos para participar de un Plenario Antiburocrático junto con representantes de ía JTP, el Peronismo de Base y otros sindicalistas clasistas.9' Una vez más, Tosco sugirió la posibilidad de cons

truir un movimiento sindical alternativo que incluyera a íos sectores de la clase obrera peronista, como los de íos trabajadores siderúrgicos locales, que estaban en desacuerdo con eí sectarismo y los abusos de autoridad de los caciques gremiales peronistas.92Hacia fines de abril, los sucesos de Villa Constitución habían galvanizado de tal forma al movimiento obrero cordobés que unos cuarenta sindicatos adhirieron al MSC, y los ortodoxos se encontraron una vez más a la defensiva.93

A pesar del respiro ofrecido por los acontecimientos de Villa Constitución, la purga de los sindicatos izquierdistas comenzada con el Navarrazo sólo se había estancado, y no detenido. No obstante, en Córdoba los meses siguientes al conflicto de Villa Constitución parecieron llenos de promesas, y el resultado final aparentemente aún estaba en suspenso. En realidad» Tosco y Tapia habían salido de sus escondites para reunirse con sus sindicatos en los días anteriores a la rebelión de los trabajadores siderúrgicos, y anunciaron con

juntamente un programa exigiendo la representación de los traba jadores en íos directorios de todos los bancos, industrias, hospitales y servicios públicos provinciales; reformas en la política habitacional y educativa pública; la creación de un completo sistema de salud y bienestar social; y una resistencia popular al putsch de

Navarro.94Los legalistas reafirmaron su independencia de los orto

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d o x o s y se distanciaron del giro derechista del gobierno peronista

manteniendo la integridad de sus ”62 Organizaciones Legalistas". Villa Constitución confirmó la creencia de Tosco en la profundidad del desafecto de la clase obrera con eí gobierno y la burocracia sindical. Al mismo tiempo, no lo disuadió de seguir una estrategia que enfatizaba el papel central de Córdoba en la construcción de un movimiento socialista de ía cíase obrera, o de mantener sus alianzas con íos sectores del movimiento obrero peronista a ios que él, más que cualquier otro dirigente sindical izquierdista, siempre había reconocido como indispensables^5

Córdoba, sin embargo, presentaba divisiones más grandes de lo

que tal vez incluso Tosco estimaba. En el SMATA, íos f a r r i s t a s se habían i'eagrupado y organizado su lista, la G r i s , para competir con

la l i s t a M a r r ón de los c l a s i s t a s en las siguientes elecciones gremiales de mayo. La conducción c l a s i s t a , a su vez , se había escindido en dos campos separados: los partidos de la nueva izquierda (PCR, PRT, VC, JTP y parte del Peronismo de Base), con el sorpresivo agregado del pequeño y trotskista Palabra Obrera, habían roto con los miembros más conservadores de la coalición original de la l i st a M a r r ón (el PC, íos radicales y otra facción del Peronismo de Base).9B

En realidad, el PC fue el principal instigador de la escisión de la izquierda. Los comunistas se enorgullecían de su reputado pragmatismo y de su realismo político, considerados en los círculos de la nueva izquierda como craso oportunismo. Habían quedado desencantados con la l i s t a M a r r ón desde eí llamado de Salamanca a la abstención electoral en 1973, y también íes disgustaban las relaciones cada vez más discordantes con el gobierno peronista. Sin embargo, aunque el PC objetaba ese sectarismo, su ruptura con la nueva izquierda obedecía más al desagrado que le provocaba su condición de “socio menor” en la alianza c l a s i s t a y al hecho de haber sido eclipsado por el advenedizo PCR que a cuestiones de principio o diferencias políticas. Los comunistas también se sentían ofen

didos por la postura abiertamente antisoviética del PCR, a la que con buenas razones consideraban como una crítica indirecta a su propia posición fuertemente favorable a la u r s s . Dentro de la l i s t a M a r r ó n también habían empezado a surgir diferencias ideológicas y políticas que ponían trabas a la capacidad de la conducción de administrar eficazmente el SMATA. Las objeciones a la estrategia militar del PRT como complemento deí c l a s i sm o y a sus intentos de formar “obreros-soldados” en las plantas, por ejemplo, ya habían creado discordias y graves tensiones en la conducción sindical.97

El gobierno y la dirigencia gremial peronista depositaban grandes esperanzas en que estas divisiones dentro de las filas c l a s i s t a s y una eficaz campaña de los f a r r i s t a s devolverían a los trabajadores

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mecánicos a las huestes peronistas. Rodríguez y la central mecánica en Buenos Aíres esperaban con ansiedad casi desesperada que la lista de Salamanca fuera derrotada. En verdad, los c l a s i s t a s del SMATA asomaban como una amenaza siempre creciente a la central gremial. En febrero, los trabajadores cordobeses habían votado extender la duración de los cargos sindicales de dos a cuatro años, de modo que si la lista c l a s i s t a obtenía la reelección, permanecería en el poder más allá de la finalización del gobierno peronista. De manera aún más ominosa, los c l a s i s t a s alentaban ahora abiertamente una lista de oposición para enfrentar a Rodríguez en las próximas elecciones al consejo directivo nacional del SMATA.98Si bien apenas estaban todavía en condiciones de competir con los peronis

tas en el plano nacional, una considerable victoria electoral en Córdoba y alianzas con trabajadores mecánicos disidentes en Buenos Aires podrían hacer de ellos un serio rival en una fecha posterior.

Apoyados por Rodríguez pero también cuidadosos de mantener a la burocracia p or t eña del SMATA a prudente distancia, los peronistas del SMATA cordobés desarrollaron una áspera campaña electoral desde marzo hasta principios de mayo, pintando a los c l a s i s t a s como dirigentes quijotescos y divisiohistas que se habían enemistado innecesariamente con el gobierno y hecho posibles los avances de los sectores derechistas del peronismo. Pero ésos eran mO' mentos inapropiados para argumentos dé ese calibre ya que, según lo habían demostrado acontecimientos como el Navarrazo, el gobierno mismo había sido un colaborador bien dispuesto de la reacción derechista. Por otra parte, las acusaciones de sectarismo político habían perdido fuerza en las bases, quienes eran testigos de los verdaderos logros obtenidos con la administración c l a s i s t a del sin- dicato. Los c l a s i s t a s habían actuado en cada uno de los puntos de la plataforma de 1972 de la l i s t a M a r r ó n . Además de mejoras en las condiciones de trabajo y los ritmos de producción, que sufrían cons- tahtemente el asedio de la empresa pero eran protegidas por delegados vigilantes y un uso eficaz del accionar huelguístico, los c l a s i s t a s también habían obtenido las categorías para unos 2.500 trabajadores, obligado a la compañía a restablecer el sábado i n g l és , extendido los beneficios y las escalas salariales a dependencias de Renault como las fábricas Ilasa y Thompson Rameo, incorporado a los empleados administrativos al sindicato, expandido los servicios sociales del gremio y dado pasos importantes hacia el establecimiento de una democracia genuina y participativa en la seccional cordobesa."

Frente a las magras perspectivas de los peronistas del SMATA, Rodríguez y la central sindical maquinaron asegurar su victoria electoral. A pesar de la lista de oposición auspiciada por los c l a s i s t a s , Rodríguez sabía que su maquinaria sindical era lo bastante fuerte y

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los c l a s i s t a s cordobeses demasiado débiles para perturbar a la lista

peronista en las elecciones para el consejo directivo nacional. En consecuencia, programó las elecciones nacionales en coincidencia con las de la seccional cordobesa, obviamente con la esperanza de que, de ese modo, la segura victoria de los candidatos peronistas en el plano nacional arrastrara al triunfo a una lista a n t i c l a s i s t a en Córdoba.100En las semanas previas a las elecciones, el SMATA central y el gobierno hostigaron de mil maneras a la seccional local, acusándola de irregularidades en el procedimiento electoral (nunca especificadas), enviando boletas sindicales que excluían los nombres de muchos delegados c l a s i s t a s que se presentaban como candidatos y deteniendo a Salamanca el 6 de mayo por una infracción de tránsito sin importancia.101Sólo las críticas de la lista peronista advirtiendo que la conducta de mano dura de la central aumentaba el sentimiento a n t i po r t eño en el sindicato y en realidad ayudaba a la oposición parecieron notar que las tácticas entrometidas de Rodríguez podían hacer que el tiro le saliera por la culata.

En realidad, con Rodríguez o sin él, había amplias razones para el optimismo entre los c l a s i s t a s . Los rivales t o r r i s t a s habían fracasado completamente en su intento de ganarse a la mayoría de las bases peronistas. El resentimiento obrero por las prácticas sindicales t o r r i s t a s persistía, y la sólida lista de logros de los c l a s i s t a s era una fuente de gran prestigio para el grupo de Salamanca entre los trabajadores del SMATA. Por otra parte, se sabía que la lista t o r r i s t a tenía el apoyo de los o r t o d o x o s y otros sectores derechistas del movimiento peronista, por lo que en la mente de muchos trabajadores se asociaba a los recientes sucesos del Navarrazo. Aun cuando la lista Gris tenía la ventaja de sus credenciales peronistas en un momento político particularmente propicio, con Perón en el poder y crecidas expectativas en la clase obrera de que su gobierno resolvería los críticos problemas del país, la asociación con el presidente demostró ser insuficiente para obtener la victoria, y los resultados

de las elecciones confirmaron el abrumador respaldo de los trabajadores a los c l a s i s t a s . La lista de Salamanca obtuvo 4.027 votos y los peronistas 2.770 (el PC logró unos mezquinos 793).102Renault advirtió que la decisiva victoria c l a s i s t a se debía especialmente a las grandes ventajas obtenidas en las otras fábricas afiliadas al SMATA, como Ford-Transax, Thompson Rameo y Grandes Motores Diesel.t03

En medio de la euforia por su espectacular triunfo, si el grupo de Salamanca hubiera decidido buscarlos también habría encontrado motivos de preocupación. La dimensión de la victoria c l a s i s t a pasmó a Rodríguez y a las autoridades del SMATA central, y al parecer

abandonaron toda esperanza de destituir a la conducción cordobesa por medios electorales. La campaña de difamaciones de la cen

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tral se intensificó, y ya fuera por despecho o para rep ensar su estra tegia previa, Rodríguez demoró duran te varias sem anas la toma de posesión de los reelectos c l a s i s t a s , dado que los estatutos gremiales establecían que un a delegación de la central deb ía fiscalizar la ceremonia de juram en to.104Los c l a s i s t a s consideraron que ese comportamiento era una provocación flagrante, pero limitaron su respuesta a cartas de protesta y evitaron acciones más drásticas, que según estimaban podían desencadenar represalias de Buenos Aires.!0S Pero no siempre exhibieron tanta prudencia. Su aplastante victoria había generado una sensación de confianza excesiva y llevó a muchos a creer que su poder, tanto en el sindicato como en el movimiento obrero, era más grande de lo que realmente era. La reputación de los c l a s i s t a s entre las bases se debía a su honestidad y eficacia como dirigentes sindicales. Podía contarse con que los trabajadores los apoyarían en cualquier enfrentamiento con ía burocracia p o r l eña del SMATA, pero ese apoyo estaba condicionado a su juicioso ejercicio de la autoridad gremial. La diversidad ideológica y ias interpretaciones opuestas sobre la política nacional existentes tanto dentro de las filas c l a s i s t a s como entre los dirigentes sindicales y la gran mayoría de las bases, durante mucho tiempo una fuente latente de debilidad, se convertirían ahora en una contradicción fatal.

NOTAS

1La Opini ón, 11 de abril de 1973, p. 10.2Entrevista con Roque Romero, subsecretario del SMATA de 1972 a

1974, Córdoba, 13 de agosto de 1985.3 Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Dírection des

Affaires International es 0200, 1070, "A. Lucas, Argentine 1973”, carpeta “Argentinisation d’IKA", documento “Memorándum sur 1'argéntinisation d’IKA-Renauir, 22 de marzo de 1971.

4Ib id ., 1067, “A. Lucas, Argentine 1973”, informe empresario “Situation politique et perspectives économiques de 1’Argén tiñe”, 23 de mayo de 1973.Si bien Fiat también había comenzado la producción durante la presidencia de Perón, sus plantas de Ferreyra no empezaron a fabricar autos hasta 1960.

5Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972”, volante "Próximas elecciones generales", MRS-lista Marrón, 15 de marzo de1972.

6 Entrevista con Roque Romero; Carlos E. Sánchez, “Estrategias y objetivos de los sindicatos argentinos”, Instituto de Economía y Finanzas, Universidad Nacional de Córdoba, documento de trabajo n° 18, 1973, p. 115.

7Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972", volante “¿Por qué queremos modificar los estatutos?”, Movimiento de Recuperación Sindical, marzo de 1972.

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5Ibid., volante “A los compañeros del gremio", Movimiento de Recuperación Sindical, 7 de julio de 1972.

nSánchez, "Estrategias y objetivos de los sindicatos argentinos", p. 115.10“Rotación de directivos: el compañero Salamanca se incorporó a la

planta”, SMATA, SMATA-Córdoba, n° 101(9 de mayo de 1973), p. 3.' ‘Archivo dei SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972",

volante “¿Por qué queremos a los empleados en el sindicato?”, lista Marrón, marzo de 1972; "A un año del triunfo de la lista Marrón", SMATA, SMATA- Córdoba, n° 100 (30 de abril de 1973), p. 1.

ia “La herencia de Torres y Bagué", Consejo Obr ero: per iódico de l os obr e r os mecáni cos comu ni sta s r evolu cion ar i os, vol, 1, n° 1(15 de junio de 1972), pp. 4-5.

13La medida precisa en que aumentó la identificación de ios trabajado

res con la conducción c l a s i s t a como resultado de ía estrategia de la l i s ta Marrón no puede determinarse meramente sobre la base de los registros históricos escritos. La resistencia ofrecida por los trabajadores en el momento de la destitución de ía dirigencia por el SMATA central en 1974 y mis muchas conversaciones con obreros de IKA-Renault de ese periodo indican que su identificación era profunda. Por lo demás, la prensa cordobesa registró ejemplos suficientes del aprecio que los trabajadores sentían por las reformas para que sea posible postular que éstas tuvieron el efecto esperado.

‘ 14Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y revistas, 1973", volantes “Repudie la trampa, vote en blanco", Córdoba, marzo de 1973; “Imperdonable indiferencia por el futuro nacional”, Agru

pación 9 de Septiembre, 1973. El llamado a la abstención de los clasistas no se presentó como un rechazo p e r s e de la fórmula del FREJULI sino más bien como una protesta contra el intento del gobierno militar de desactivar la creciente militancia obrera a través de las elecciones. No obstante, el llamado a la abstención reveló con claridad un sesgo antiperonista y fue un grave desacierto táctico.

lS Archivo del SITRAC, carpeta “SMATA”, volante “SMATA por la liberación nacional", Consejo Directivo Nacional del SMATA, abril de 1973. El sindicato censuró con dureza “un mal llamado «sindicalismo revolucionario» que, ocultándose detrás de los huecos slogans de los intelectualoides izquierdistas, eligió la dependencia y el statu quo al aconsejar a los traba

jadores votar en blanco”.' 6 L a Op i n i ó n , 11 de abril de 1973, p, 10,17"Atropello de la central: el SMATA Córdoba fue expulsado de un plena-

rioM, SMATA, SMATA-Córdoba, n° 99 (23 de abril de 1973), p. 1.18 L a Voz d el Int er ior , 20 de enero de 1973, p. 13; archivo del SMATA,

SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y revistas, 1973", volante “1945-24 de febrero- 1973r, Consejo Directivo Nacional del SMATA, Buenos Aires, febrero de 1973.

19A diferencia de lo ocurrido con muchos sindicatos peronistas, en especial ía UOM, las referencias del SMATA a Héctor Cámpora en las semanas precedentes y posteriores a las elecciones de 1973 fueron vivamente favorables, y aquél apareció varias veces en ía tapa de la revista. Véase, por

ejemplo, Avance , vol. 2, n° 17 [mayo de 1973).

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20 Cla r ín , 30 de mayo de 1973, p. 22.21“Entrevista con Agustín Tosco: la socialización progresiva”, An ál i si s-

Conf i rmado , 12, n° 621 (6 a 12 de febrero de 1973), pp. 16-18. Tosco planteó su interpretación de esa lucha en términos que habrían sido aceptables para cualquier miembro de la izquierda peronista: “Estoy a favor de la lucha antiimperialista como un paso hacia el socialismo. En la Argentina, el socialismo está un poco lejos, pero la lucha liberadora, antimonopolista y antiimperialista está más cerca. En esa lucha se encuentran todos los sectores populares, y entre ellos, desde luego, hay sectores burgueses, propietarios de pequeñas y medianas empresas, pero no la gran burguesía ni la oligarquía, que están vinculadas al orden imperialista... También los pequeños y medianos propietarios de tierras, todos éstos tienen un papel que cumplir... Creemos que la meta es un camino nacionalista, antiimperialista

y antioligárquico”.22Entrevista con Roque Romero. Sin embargo, los c l a s i s t a s habían aprendido la lección de la controversia de las elecciones, y durante el resto de la campaña sus declaraciones públicas {a diferencia de sus discusiones privadas) fueron mucho más circunspectas.

23I b i d .24 Richard Gillespie, Sold ie r s o f Perón : Argen t in a ’s Mont oneros (Nueva

York: Oxford University Press, 1984), pp. 130-135.2r' Francisco Ferrara, ¿Q u éson l a s l i ga s agr a r i a s? (Buenos Aires; Siglo

XXI Editores, 1973).26 El carácter de estos movimientos de base en el país en general se dis

cute en Juan Carlos Torre, "The Meaning of Current Workers’ Struggles", Lat ín Am eri ca n Persp ecti ves, vol. 1, n° 3 (1974), pp. 73-81.27 La Voz d e l In ter io r „29 de mayo de 1973, p. 6,28Después de la elección de Cámpora, e influido sin duda por el rápido

ascenso del fervor popular, Tosco empleó cada vez más el lenguaje de los revolucionarios. En la preparación del cuarto congreso nacional de la Intersindical, declaró que el propósito de éste era elaborar un programa revolucionario y lo bautizó en homenaje al Cordobazo: "Como una reafirmación de su carácter c l a s i s t a y revolucionario, cómo un homenaje a todos los compañeros caídos en la sagrada lucha por la liberación nacional y la construcción de una patria socialista, el plenario será llamado «el heroico 29 de mayo» en honor al gran acontecimiento obrero y popular: el Cordobazo”. Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes de agrupaciones varias, 1973-74", Agustín Tosco, “Comunicado de prensa1*, Córdoba, 15 de mayo de 1973.

29 Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y revistas, 1973”, comunicado de prensa, Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, 27 de junio de 1973,

30 Ronaldo Munck, A rg en t i n a : F r o m A n d r c h i s m t o Pe r o n i s m : Wo r k er s , l /n ions an d Pol i t i c s, 18 55-198 5 (Londres: Zed Books Ltd., 1987), p. 189.

31Torre, “The Meaning of Current Workers* Struggles”, pp. 76-77; “Conflicto General Motors”, Auance, vol. 4, n° 22 (octubre de 1973), p. 18.

32 Pedro Aguirre, “La reforma de la I>ey de Asociaciones Profesionales”,

P a s a d o y Presen te , vol. 4, n° 2-3 (1973), pp, 283-301.

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33Gillespie, Soídiers of Perón, p. 152; Jorge Luis Bernetti, £i peron i smo

de la v ic tor ia (Buenos Aires: Editorial Legasa, 1983), pp. 154-162; Horacio Verbitsky, Eze iza (Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1987).34 Archivo del ¿MATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y

revistas, 1973”, volante gremial “El caso Fiat y la verdad peronista”, Unión Obrera Metalúrgica, Seccional Córdoba, 3 de junio de 1973. En un comunicado separado a los trabajadores de Fiat Concord, la UOM anunció que consideraba "irrevocable" su jurisdicción y advirtió que los activistas c la s i s t a s de las plantas eran “apátr id as a l ser vici o del amo rojo”; sostuvo también que estaban al servicio de la empresa, la misma empresa que había encabezado la eliminación de los sindicatos dasistas y perseguido a sus activistas en la base fabril durante los dos últimos años. Comunicado, Comisión Gremial Provisoria de la UOM en Fiat Concord, Córdoba, 22 de

junio de 1973.35“SMATA al pueblo argentino” y “Asesinos a sueldo de la an ti patria”,

Avance, vol. 2, n° 17 (mayo de 1973), suplemento. Las referencias del SMATA a los ejecutores fueron, al principio, sugestivamente vagas. Ni sus declaraciones públicas ni las de la CGT, en cuya elaboración el sindicato mecánico tenía naturalmente una participación importante, intentaron atribuirlo directamente a la izquierda; implicaron en el asesinato tanto a la "ultra- izquierda como a la ultraderecha”. Después de la ruptura de Perón con Cámpora y la izquierda peronista y el giro a la derecha del gobierno, la responsabilidad recayó única y explícitamente en los hombros de la izquierda. Sin embargo, con el recrudecimiento de su rivalidad con la UOM en 1975,

el SMATA volvería a hablar de las “fuerzas malignas” responsables del asesinato y a sembrar dudas sobre su autoría. Véase “Kloosterman", Avance, vol. 4, n° 33 (mayo-junio de 1975), p. 3.

30 Memor i a y Bala nce, Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor, Buenos Aires, 1973, p. 39.

37 Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “SMATA Sweeps Fiat Union Elections in Córdoba", A-314, 5 de julio de 1973 ; La Voz d el In te r io r, 30de jun iode 1973, p. 6.

38 L a Voz d el Int eri or, 12 de julio de 1973, p. 16.

39La Voz del In ter ior, 26 de julio de 1973, p. 11. La campaña de afiliación de Fiat se discute extensamente en el semanario del sindicato. Especialmente útil es el artículo del 27 de agosto de 1973, “El estallido de Fiat Concord”, SMATA, SMATA-Córdoba, n° 110, pp. 1-5.

40La Pr ensa , 22 de agosto de 1973, p. 7; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Inter-Union Rivalry Threatens Uneasy Córdoba Labor Truce”, D730G32-1086, agosto de 1973.

41 Cla r ín , 25 de agosto de 1973, p. 8. Los activistas c l a s i s t a s del SMATA fueron muy críticos de López después que éste se negara a recibir a su delegación en medio de la ocupación de Fiat, en lo que sería el primero de los muchos enfrentamientos que el ex dirigente de la UTA y ahora

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vicegobernador tendría con los marxistas de la seccional local de íos mecánicos. Véase archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y revistas. 1973”, “¡Viva la ocupación de Fiat Concord!", Frente Único Clasista, Córdoba. 22 de agosto de 1973.

4~"Parece francamente sospechoso que la dirigencia coidobesa, la autoproclamada dirigencia clas i s ta , combativa y comunista revolucionaria, deba movilizarse justo ahora y crear problemas a un gobierno elegido por el pueblo cuando se negó a luchar contra la dictadura militar con el mismo sindicato jel SMATA nacional] que por decisión del consejo directivo y un congreso nacional de todas las seccionales había resuelto movilizarse en favor de los compañeros de Fíat para exigir su legitima afiliación gremial", Av a n c e , n° 21 (septiembre de 1973), p. 16.

43 La Voz del In t er i or , Io de julio de 1973, p. 17.

44Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Peronist-Marxist Showdown Developing in Córdoba”, julio de 1973, D730048-0288. Algunos de los mejores análisis sobre la política laboral en Córdoba durante este período son despachos de la Embajada de los Estados Unidos como éste, presuntamente basado en los informes del cónsul estadounidense en la ciudad, John Patrick Evans, un observador perspicaz de los acontecimientos que sería secuestrado y ejecutado por guerrilleros en 1975.

45Entrevista con Juan Malvar, secretario general del sindicato de trabajadores gráficos de Córdoba entre 1958 y 1976; Córdoba, 10 de junio de 1987.

Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, nQ 162

(agosto de 1973), pp. 26-28.47 La Voz del In ter i or, 28 de julio de 1973, p. 11; La Opin i ón , 29 de julio de 1973, p. 11; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Peronists Agree to Truce in Córdoba", D730052-0196, julio de 1973.

48Clarín, 28 de julio de 1973, p. 10.49"Plenario de las 1" de Mayo’', N u e v a H or a , 6. n° 121 (julio de 1973), pp.

4-5. En realidad, durante varios años había habido en Córdoba activistas c l as i s t a s en acción en el baluarte del movimiento obrero peronista. En 1970, activistas de Vanguardia Comunista formaron el clandestino Grupo Organizador de Comisiones Obreras Metalúrgicas (GOCOM) y establecieron células en varios talleres y fábricas metalúrgicas de la ciudad. Lá alianza con los grupos del Peronismo de Base fue más factible después de la caída de Cámpora, en cuyo momento aquél asumió una actitud agudamente crítica hacia el giro derechista del peronismo y adoptó posiciones idénticas (salvo una, la idea de un Perón “cautivo” en las ganas de un círculo reaccionario) a las de los clasistas marxistas. Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y revistas, 1973", volante “Combatir a los enemigos de adentro”, Peronismo de Base, Regional Córdoba, 25 de julio de 1973.

50 Electrum, n° 412 (3 de agosto de 1973), p. 8.51 Ibid., n° 402 (24 de mayo de 1973), p. 1.52 La Voz d el In t e r i or, 11 de mayo de 1973, p. 17; entrevista con Sixto

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Ceballos, líder de ia oposición peronista en Luz y Fuerza, Córdoba, 20 de julio de 1985.

53Fue durante estos meses cuando iris Marta Roldán realizó el trabajo de campo que culminaría en su importante estudio sobre Luz y Fuerza, Sindicatos y p ro test a soc ia l Como se señaló anteriormente, las conclusiones de Roldán deben situarse en el contexto más general de la historia del sindicato. Lo que ella registra sobre las criticas a la conducción de Tosco y la oposición interna se entiende mejor como una reflexión acerca de los asuntos gremiales en un momento político particularmente sensible y no necesariamente como un retrato fie! del tenor de las cuestiones sindicales a lo largo de los muchos años de la conducción de Tosco.

54 Luis Mattini, Hombres y mujeres del PRl ' -ERP (Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1990), pp. 273-274.

55La Voz del Inter ior, 15 de agosto de 1973, p. 7.5fiElizabeth Jelin, "Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76", Re vist a Mexi ca n a d e Sociología, n" 2 (abril-junio de 1978), p. 425; Aguirre, ‘‘La reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales”, pp. 283-30i,

57Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 164 (octubre de 1973), p, 241,

58Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes de agrupaciones varias, 1973-74”, volante “A los trabajadores de Fiat”, Fuerzas Armadas Peronistas, 4 de abril de 1973, Córdoba.

59Para un ejemplo de esto, véase un volante de 1973 del ERP que criticaba las condiciones de insalubridad en la forja, los túneles de pintura y otros departamentos, asi como el aumento de los ritmos de producción en ía planta de Ilasa. Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Volantes, diarios y revistas, 1973”, volante "Ninguna tregua a las empresas explotadoras", Ejército Revolucionario del Pueblo, 1973.

m Gillespie, Sold iers o f Perón, pp. 144-153; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Labor Po- lícy Towards Incoming Peronist Government", A-400, 4 de octubre de 1973.

6! Gillespie, Sold iers o f Per ón, pp. 144-153.“ Torre, “The Meaníng of Current Workers’ Struggles”, pp. 7475.03 “Nuestra incorporación al SMATA”, SIT RAP: Bol et ín i nf orm at ivo del

Sin d ica to d e Trab a jad o res d ePerk in s , n° 4 (agosto de 1973), p. 2; "Comien

za la lucha por las categorías’1, SITRAP: Bol etínínf or m at i vo d el Sind i cat o d e Tra b a jad o re s d ePerk in s , n° 5 (octubre de 1973), p. 1.64“SMATA: extraordinaria manifestación dé repudio de las bases de ese

gremio al ataque del burócrata Kloosterman”, SITRAP: Boletín i nf orm at ivo del Sind i ca to de Tra ba jad ores d e Perk ins , n " 1 (abril de 1973), p. 3.

65 Archivo deí SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972”, volante “Movimiento de Recuperación Sindical: a los compañeros del gremio”, Córdoba, 1972.

66Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes de agrupaciones varias, 1973-74”, volante "Fraude, con provocaciones y balas”, Comisión Provisoria del Gremio de la Construcción-de Córdoba, Córdoba, octubre de 1973.

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^ ‘‘Industrias Mecánicas del Estado: la «perra» Castro perderá su sillón”, Desacuerdo, n° 16 (20 de diciembre de 1972), p. 2. Lo mismo que la mayoría de los partidos y organizaciones izquierdistas locales, hacia fines de 1973 VC divulgaba mordaces críticas a Perón y censuraba duramente el viraje derechista de su gobierno. Al mismo tiempo, VC intentaba convocar a las bases peronistas, para convencerlas de que en la Argentina la verdadera lucha ya no era la librada entre peronistas y antiperonistas sino entre los genuinos defensores de los intereses obreros y los contrarrevolucionarios, entre los que se contaba el mismo Perón. Archivo del SMATA, SMATA-Cór- doba, volumen "Volantes de agrupaciones varias, 1973-74”, volante “Ante otro aniversario del 17 de octubre”, Vanguardia Comunista, Córdoba, 16 de octubre de 1973.

08 “¿Qué pasó con las elecciones de ATE?", Evi t a : órga no de l Peron i smo d e B a s e - Region al Cór doba , n° 14 (septiembre de 1973), p. 5. La oposición del Peronismo de Base al Pacto Social, su apoyo a la incorporación de los trabajadores de Fiat al SMATA, su programa socialista y sus ataques contra la burocracia sindical lo ponían lisa y llanamente en el campo de los opositores c l a s i s t a s al viraje derechista del gobierno peronista,

69La Voz del In ter ior, 9 de octubre de 1973, p. 11.70 Jelin, “Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76”, p. 437; Depar

tamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Fired Workers Reinstated in Córdoba", D730143-0057, diciembre de 1973.

71“SMATA: Consejo Directivo Nacional a los mecánicos argentinos”, Av a n ce, n° 21 (septiembre de 1973), p. 16. Si bien en agosto el SMATA central aún exigía su jurisdicción sobre los trabajadores de Concord, también criticó el plebiscito de Salamanca y el presunto uso que la conducción clas is ta hacia de la cuestión de la afiliación para desacreditar al gobierno. Ésta sería la última mención de la controversia de Fiat por parte de la central. Poco des- pués inició una acción disciplinaria contra la seccional cordobesa por et llamado a la abstención en las elecciones de marzo y su negativa a apoyar la candidatura de Perón en las de septiembre, lo que constituyó el comienzo de su campaña para desalojar a los clasis tas . Véase “Sanción a Córdoba: Congreso de Mar del Plata", Avance, n° 22 (octubre de 1973), p. 27.

72 Entrevista con Carlos Masera, secretario general del SITRAC entre 1970 y 1971, Córdoba, 22 de julio de 1987.

73La Voz del Interior, 26 de octubre de 1973, p. 9.74 I n f o r m e , Servicio de Documentación e información Laboral, n° 164

(octubre de 1973), pp. 263-264.75 Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direcüon des

Affaires Intemationales 0200, “A. Lucas, Argentine, Finance et Stratégie”, carpeta “Politique", carta del ingeniero Eduardo M. Huergo, presidente de IKA-Renault, al doctor Gabriel Martínez, subsecretario de Comercio Exterior, 7 de noviembre de 1973.

76 “FAS: balance del V Congreso”, El Obrero , n ° 6 (14 de diciembre de 1973), pp. 3-5.

77 La Voz d el Interi or, 8 de diciembre de 1973, p. 11.

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Peronistas y revolucionarios 351

78 Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 165 (noviembre de 1973), pp. 320-321; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Officialist Labor Moves Against Córdoba Trotskyite Unions", D730109-0908, noviembre de1973.

79 Memor ia y Ba la nce, Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor, Buenos Aires, 1974, p. 26.

80Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Attempt to Assassinate Labor Leader, Rene Salamanca, Fails”, D730137-0208, 19 de diciembre de 1973; La Voz del In t e r i o r, 15 de diciembre de 1973, p. 14.

81Juan Carlos Torre, "Sindicatos y trabajadores en la Argentina, 1955- 76”, en Pri mera h is to r ia in t egra l , vol. 58 (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1980), pp. 160-161; Guido Di Telia, Per ón -Perón, 19 73 -76 (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1980), pp. 196-204.

82 Di Telia, Perón-Perón, 1973-76, pp. 198-199.S3Torre, “Sindicatos y trabajadores en la Argentina, 1955-76”, p. 162;

Jelin, “Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76”, pp. 433-440.84L a Vo z deí Interior, 6 de enero de 1974, p. 17; 10 de enero de 1974, p.

11; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Orthodox Sector Seizes Control of Córdoba 62 Organizaciones”, D730148-0273, diciembre de 1973.83La Voz del Interior, 20 de enero de 1974, p. 13; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Normalization of Córdoba CGT Postponed", D740004-0317, enero de1974.

86La Voz de l In ter io r, 10 de febrero de 1974, p. 23.87Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio

nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Bus Drivers’ Strike in Córdoba Has National Repercussions”, D730157-0360, enero de 1974; "National Government and

Labor Leadership Counter-Attack in Aftermath of Córdoba Bus Drivers’ Strike”, D730160-0981, enero de 1974. Los clasistas del SMATA asociaron la conducta de la FETAP con los esfuerzos desestabilizadores de la unión de propietarios de camiones de Chile durante un momento particularmente sensible del gobierno de la Unidad Popular de Allende; véase “Transporte urbano: la negra historia de un caos”, S M ATA, SMATA-Córdoba ( Io de abril de 1974), pp. 4-5.

88 Iris Marta Roldán, Sind ica t o s y p r o t e st a soci a l en l a Argen t in a , un e s t ud io de caso; el s i nd i ca t o d e Luz y Fu e rza d e Córd oba , 196 9 -19 74 (Amster- dam: Center for Latin American Research and Documentation, 1978), pp. 372-373.

89Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados

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352 El Cordobazo

Unidos en Buenos Aires, “Perón on Córdoba Labor Situation”, D740078-

0603, abril de 1974.ít0Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes de agrupaciones varias, 1973-74”, volante ‘informe del Comité de Lucha de Villa Constitución", Villa Constitución, marzo de 1974; Jelin, “Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76", p. 437.

91Archivo deí SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes de agrupaciones varias, 1973-74”, volante “A toda ía clase obrera”, Comisiones Internas de Acindar, Marathón y Metcon, Villa Constitución, abril de 1974.

,J2Electrum, n" 448 (26 de abril de 1974), pp. 4-5.y:!La Voz d el In t er i o r , 26 de abril de 1974, p. 17.94I b i d 4 de marzo de 1974, p. 4; 6 de marzo de 1974, p, 9.

m Electr unx 7 de junio de 1974, p. 4.m La Voz d el Int er ior , 8 de marico de 1974, p, 12.97Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, diarios y

revistas, 1973”, véase manual del PRT “Sindicalismo clasista: sus perspectivas, sus desviaciones", Partido Revolucionario de los Trabajadores, Córdoba, 1972.

98"Elecciones generales”, SMATA, SMATA-Córdoba (I o de abril de 1974), p. 1. El sindicato anunció que “se efectúan reuniones con otras fuerzas progresistas y antiburocráticás con el propósito de formar una lista de oposición que pueda enfrentar a la bux ocracia nacional encabezada por Rodríguez:. En esta tarea, es de vital importancia llegar a un acuerdo con el peronismo revolucionario, especialmente la JTP, dada su influencia en la provincia de Buenos Aires. Todos nuestros esfuerzos están consagrados a !a formación de este frente antiburocrático, el único modo posible de recuperar al sindicato de manos de una pequeña camarilla y ponerlo al servicio de los trabajadores”.

99Sánchez, “Estrategias y objetivos de los sindicatos argentinos", p. 115.100“Convocatoria a elecciones”, Aocmce, n° 25 (febrero de 1974), p. 39;

'Triunfo masivo de la lista Verde que propició el «Movimiento de Unidad Automotriz»”, Avance , n° 27 (mayo de 1974), pp. 4-11.

101 La Voz d el In t er io r, 6 de mayo de 1974, p. 9; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires,

“Automobile Workers in Union Elections”, D740111-0775, mayo de 1974,m L a Voz d el In t er io r, 12 de mayo de 1974, p. 27.103Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des

Affaires Internationales 0200, 1067, “A. Lucas, Argentine 1973”, carpeta “Comité Argentine", documento “Reunión du Comité Général n° 4, le 13 mai 1974".

104Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Labor Urirest”, D740134-0049, mayo de 1974.

105Entrevista con Roque Romero.

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9. Patria metalúrgica, patria socialista

La mejor manera de explicar gran parte de ia historia laboral argentina en los dos últimos años dei gobierno peronista es a través de los constantes intentos de la Unión Obrera Metalúrgica de apuntalar la posición del movimiento obrero en la coalición peronista, asegurar el influjo de su propio sindicato en el movimiento obrero organizado y eliminar o al menos controlar a la oposición y las corrientes disidentes dentro del mismo. El predominio que la UOM había llegado a disfrutar en los veinte años pasados desde la caída de Perón, durante su variada y a menudo contradictoria historia de militancia, dureza en las negociaciones, engrandecimiento y oposición a compartir el poder, alcanzó su culminación en este período. Tanto los analistas políticos como los opositores al régimen comenzaron a hablar entonces de la "patria metalúrgica”, un virtual pacto corporativo entre los grupos empresariales que controlaban la Confederación General Económica, dominada por los industriales metalúrgicos que eran íos principales arquitectos y beneficiarios del programa económico del gobierno, y el sindicato metalúrgico, el poder reconocido dentro de la Confederación General del Trabajo del que se esperaba controlara a los otros sindicatos y mantuviera la paz social a cambio de una mayor participación en las decisiones gubernamentales.1

El término patria metalúrgica, despojado de sus connotaciones conspirativas, era muy revelador del carácter y las alianzas dentro del gobierno peronista. Luego de su cuasi-desaparición bajo eí gobierno de Onganía, los industríales que conformaban la CGE, la “burguesía nacional” tan frecuentemente ensalzada por los peronistas, habían vuelto a ascender a una posición de influencia y poder considerables a comienzos de los años setenta. La CGE agrupaba a ios medianos y pequeños industriales del país, pero había pasado a estar especialmente influida por los fabricantes locales de autopar- tes. Su presidente en 1971 y ahora ministro de Economía, José Ber Gelbard, era ex presidente de la única empresa nacional de neumáticos, y el ulterior presidente de la CGE, Julio Broner, era propieta

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354 El Cordobazo

rio de un gran imperio autopartista. Carlos Coquegniot, presidente

de la Cámara de Industrias Metalúrgicas de Córdoba y de la Federación de Industrias Metalúrgicas del Interior, seria designado presidente de la Confederación industrial Argentina (CIÑA), tras la fusión de la CGE y la Unión Industrial Argentina (ULA) realizada por el gobierno en 1974,2

Estos industriales, que hacían productos estrictamente destinados al mercado interno, habían dependido durante mucho tiempo de que el Estado asegurara su bienestar. Para poner un alto a la suma creciente de partes y componentes importados, el gobierno de lllia había emitido distintos decretos en 1964 y 1965 estableciendo un requisito más estricto de contenido nacional para los fabricantes automotores argentinos. En esos dos años se desarrolló rápidamente un sector interno de autopartes, aunque la gran mayoría eran establecimientos relativamente pequeños que no vendían directamente a las fábricas automotrices sino al mercado de repuestos.3En la época de Onganía, un número creciente de estas empresas autopartistas habían sido adquiridas por el capital extranjero y concentradas en grandes establecimientos tecnológicamente sofisticados. Hacia 1974, menos del 8% de los autopartistas producían más de la mitad de las autopartes del país, actuando esencialmente de proveedores directos de las fábricas automotrices.4 No obstante, a través del tobby y la intervención estatal, los fabricantes locales se habían recuperado en parte del ajuste provocado por la legislación económica del gobierno de Onganía. Estos industriales de la CGE habían sido los principales promotores de la ley 19.135 sobre la industria automotriz, promulgada por Lanusse en 1971. Estaban decididos a impulsar aún más una legislación nacionalista para el sector automotor bajo eí régimen peronista y, en general, a actuar como voceros de los grupos económicos que podían esperar beneficiarse con los programas económicos nacionalistas de Perón.

La fuente de la influencia de la UOM en el gobierno fue su cono

cida capacidad para restablecer la estructura verticalista del sindicalismo argentino tal como había sido perfeccionada por Augusto Vandor. El poder de la UOM seguía descansando en su condición de mayor sindicato industrial del país, sus recursos financieros, el apoyo que disfrutaba de gran parte de las bases metalúrgicas y, en especial, la influencia política que ejercía en la coalición peronista. El sindicato había pasado de ser uno más de la media docena de miembros influyentes del movimiento obrero durante los gobiernos peronistas de 1946 a 1955 a convertirse en el árbitro último de todos los asuntos laborales. Su red de sanatorios y colonias de vaca

ciones y sus generosos convenios colectivos le dieron status dentro del movimiento obrero, y a pesar de maniobras a menudo inicuas

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Paíria metalúrgica, patria socialista 355

de sus caciques gremiales, tenía entre gran parte de sus bases una

legitimidad que sóío el SMATA y Luz y Fuerza podían equiparar. Y ahora volvía a ser, una vez más, un socio pleno en la rama política deí movimiento peronista, ocupando cargos y ejerciendo influencia política en una medida desconocida por los otros sindicatos deí país. La designación de su líder Ricardo Otero como ministro de Trabajo sólo fue el símbolo más manifiesto del ascendiente que había recuperado con el retomo de Perón a ía presidencia, y una vez que éste hubo roto definitivamente con el ala izquierda de su movimiento abundaron íos ejemplos del poder de la UOM.

Así, éste era el único sindicato en condiciones de restablecer la

jerarquía y la disciplina en el movimiento obrero. Como lo había demostrado la renuncia a la campaña de afiliación de Fiat, ía resistencia a la hegemonía de la UOM por parte de rivales como eí SMATA se había vuelto esporádica y al menos temporariamente estaba subordinada a la posibilidad de compartir el botín ofrecida por la restaurada posición del movimiento obrero en un gobierno peronista. Por lo demás, las políticas que caracterizaban a la UOM eran también las de las jerarquías gremiales del SMATA y Luz y Fuerza; a decir verdad, el término patria metalúrgica englobaba un conjunto de valores que eran compartidos por la dirigencia de los sindicatos más poderosos del país, no sólo por el de los metalúrgicos. Una oposición como la del SMATA se había debido a venales luchas de poder y no a disputas ideológicas o a diferencias fundamentales acerca de cómo tenían que manejarse íos sindicatos o el movimiento obrero.

La UOM también había disfrutado, hasta Villa Constitución, de los beneficios de verse en parte menos afectada por íos movimientos disidentes de base y los vientos radicalizados que soplaban desde Córdoba. Cuando la amenaza de ésta asomó como más amplia, no sólo para el verticalisrno sino para el éxito mismo del gobierno de Perón, fue natural que correspondiera a la seccional cordobesa de la UOM asumir un papel dirigente en la campaña contra los sindicatos rebeldes de la ciudad. La política pasada de Alejo Simó y ía UOM local de adherir verbalmente a la línea verticalista pero evitar una actitud demasiado agresiva hacia los sindicatos no ortodoxos de la ciudad era ahora insostenible, por lo que fue abandonada. Perón designó a Simó como delegado plenipotenciario del gobierno a la cabeza del Ministerio de Trabajo provincial, dando así al líder de la UOM un enorme poder para reconfígurar eí equilibrio de poder en el movimiento obrero de la ciudad. Alfredo Martini, a quien se elegió secretario general de la seccional local luego del nombramiento de

Simó, sufrió presiones y se lo amenazó con el corte de los fondos gremiales a menos que adoptara una línea más dura contra los sin-

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356 El Cordobazo

dicalos izquierdistas, por lo que cooperó obedientemente en el aislamiento de los gremios no peronistas de la ciudad con respecto al resto del movimiento obrero cordobés.s

El acatamiento de las órdenes de Buenos Aires era aún más necesario dadas la crisis de la industria metalúrgica local y la situación muy debilitada de la UOM cordobesa. Desde fines de los años sesenta, la desaparición de la industria autopartista de la ciudad había sido un tema de comentarios y lamentos constantes en la prensa local y en ías declaraciones oficiales de la asociación de industriales metalúrgicos {Cámara de Industrias Metalúrgicas} y la UOM cordobesa. Durante el gobierno de Onganía, la patronal había presionado para que se aprobara una legislación que le permitiera seguir prosperando a la sombra del boom automotor. Por ejemplo, intentaron infructuosamente obtener una ley que impidiera programas de descentralización como el de Fiat, que transferiría medios de producción a otras regiones del país y resultaría en una pérdida de mercados para la industria local.6

Por otra parte, la industria cordobesa parecía haberse recuperado a duras penas de los efectos de la legislación nacionalista de principios de los años setenta y haber sufrido más que la industria en su conjunto, dados su menor dependencia del mercado de repuestos y su carácter de proveedor directo de los complejos automotores locales. Las cifras de los censos industriales realizados con una década de intervalo no revelan toda la magnitud de la crisis, dado que el de 1964 tuvo lugar antes del enorme crecimiento de la industria local, debido en gran medida a la legislación de Illia y que se produjo entre ese año y 1966. En el peor de los casos, el censo revela un deslucido crecimiento para los diez años que van de 1964 a 1974, en comparación con la década previa (Cuadro 9.1). No obstante, el cierre de los grandes establecimientos metalúrgicos de la ciudad, como la fábrica Del Cario en 1972, y la enorme inestabilidad en los miles de pequeños talleres en que las quie

bras eran frecuentes, la rotación laboral endémica y las condiciones de trabajo ya malas, son testimonios de una industria en decadencia. Si bien a fines de 1973 IKA-Renault aún compraba el 33% de sus componentes metalúrgicos básicos a unos 250 proveedores locales, se trataba de una drástica caída desde los primeros años de Kaiser, cuando el complejo de Santa Isabel, a pesar de su integración vertical, tenía una dependencia casi completa de esos proveedores para algunos de sus componentes y partes más simples.7 La crisis era tan grave que la CGT cordobesa hizo numerosos llamados directos a la población local para que apoyara una respuesta gubernamental.8

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Patria metalúrgica , pa tria socialis ta 357

Cuadro 9.1. Industria metalúrgica cordobesa

Año Cantidad de, empresas Cantidad de trabajadores

1954 452 1.1151964 1.555 7.9531974 2,043 8.945

Fuente: Censo industrial, 1954, 1964 y 1974, Ministerio de Hacienda, Economía y Previsión Social, Provincia de Córdoba.

A medida que empeoraba la crisis de la industria metalúrgica cordobesa, disminuía la influencia de la UOM en el movimiento obrero local y crecía la necesidad de que los dirigentes del sindicato procuraran el favor oficial. La pasada política de tibio respaldo al verticalismo e independencia efectiva, a menudo ejecutada en alianza con los mismos sindicatos que más se oponían a las políticas centralistas de la burocracia sindical porteña, había sido abandonada mucho antes de la restauración peronista. Pero ahora la UOM estaba preparada para apuntalar su autoridad, inclusive a expensas de una confrontación abierta con otros sindicatos locales, primero en su campaña para recuperar la jurisdicción sobre los traba jadores de Fiat y luego siguiendo escrupulosamente las directivas de Buenos Aires y encabezando el intento del gobierno peronista de reinstalar una CGT local subordinada y totalmente peronista. Simó dirigiría durante los 18 meses siguientes una purga del movimiento obrero cordobés apoyando la ruptura de sindicatos, tomando en los conflictos industriales decisiones favorables a los que tenían conducciones peronistas obedientes y, en general, prestando un manto de legalidad sindical alas a menudo duras represalias gubernamentales contra los sindicatos cordobeses díscolos.

Mientras la patria metalúrgica luchaba por mantener su ascendiente dentro del gobierno de Perón, las fuerzas que trabajaban para realizar el sueño de una patria socialista seguían siendo un adversario formidable. La izquierda peronista y en especial la marxista habían sido críticas del gobierno desde la firma del Pacto Social.9Una vez que el programa verticalista se h izo evidente, y en particular con el viraje derechista del gobierno después del Navarrazo, esas críticas se intensificaron y muchos grupos de la fracturada izquierda argentina llamaron a los peronistas revolucionarios a romper con el gobierno y a jugar su suerte en un frente revolucionario común.10

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358 Eí Cordobazo

El Io de mayo de 1974 Perón produjo su ruptura histórica con la

izquierda peronista cuando censuró y expulsó públicamente a las columnas de Montoneros que lo escarnecían durante la concentración del Día del Trabajo en la Plaza de Mayo.'1La significación del acontecimiento no se encontraba en el repudio de Perón al ala izquierdista de su movimiento, dado que hacía tiempo que era evidente la verdadera coloración de la restauración peronista. Antes bien, radicó en la manera en que eí hecho fue percibido por la derecha peronista, incluyendo a los sectores del movimiento obrero. La derecha lo vio como una señal para intensificar sus ataques contra la izquierda. Eí asesinato de tres activistas deí Partido Socialista de los Trabajadores y un cúmulo de ataques contra ios locales de la Juventud Peronista formaron parte de la subsiguiente ola represiva. Las organizaciones obreras también se transformaron en blancos. El allanamiento de la sede del Peronismo de Base y la detención de cien de sus miembros que se encontraban allí fueron el inicio de una campaña de cuatro meses para erradicar a la izquierda de los sindicatos del Gran Buenos Aires. La ulterior decisión del Ministerio de Trabajo derogando la personería gremial del sindicato de periodistas de Buenos Aires y del de los trabajadores gráficos de Ongaro también formó parte de la purga.

En cierta medida, los caciques sindicales simplemente estaban

aprovechando la oportunidad para cortar en flor los movimientos populares y la oposición creciente al Pacto Social que se multiplicaban en el Gran Buenos Aires. La purga de la izquierda sirvió para eliminar rivales sindicales y proteger la posición de los caciques en los gremios que sufrían el asalto de movimientos de base. Pero también reflejó la genuina lucha ideológica y política que tenía lugar dentro del peronismo. Sin duda, descansaba al menos en parte en el silencio cómplice de muchos trabajadores que habían sido educados con una dieta constante de letanías peronistas y que estaban preocupados por eí futuro del gobierno de Perón que, según se les decía, era asediado por izquierdistas infiltrados en sus propias filas.

Córdoba esperó una purga similar al comenzar el invierno. El movimiento obrero de la ciudad seguía siendo el obstáculo más grande a la estrategia verticalista, y con ello el adversario más formidable del gobierno. Todos los intentos de neutralizar a los sindicatos izquierdistas de la ciudad hechos por Ricardo Otero y el Ministerio de Trabajo, la CGT y las centrales sindicales e incluso por el mismo Perón, habían fracasado. Su único logro real había sido la creación de una poco firme alianza de ios gremios peronistas en las 62 Organizaciones cordobesas, una reunificación que se había convertido en poco más que una ficción administrativa después

que Roberto Tapia y ía UTA encabezaron un éxodo de los sindica

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Patria metalúrgica, patria socialista 359

tos legalistas con posterioridad al Navarrazo. De manera similar,

la decisiva victoria de los clasistas en las recientes elecciones del SMATA había constituido un gran golpe para la campaña vertica- lista en Córdoba. La lucha dentro del movimiento obrero acarreó respuestas mal recibidas tanto por la derecha como por la izquierda de la ciudad, y el asesinato político se convirtió en un lugar común. Ejecutivos empresarios y dirigentes sindicales ortodoxos recibieron su parte en los ataques, pero la mayoría fueron dirigidos contra los sindicatos antiverticalistas. Los intentos de asesinato de Tosco y Salamanca habían sido chapuceros, pero las bombas puestas en junio en las sedes de Luz y Fuerza y la UTA provo

caron daños considerables y consiguieron generar en la ciudad un clima de miedo que sólo contribuyó a acrecentar la animosidad entre los sindicatos. Entre tanto, los caciques gremiales de Buenos Aires y sus lugartenientes de Córdoba tenían que mantener su adhesión al impopular Pacto Social de Perón, lo que únicamente conseguía hacerlos más vulnerables a las críticas de los sindicalistas disidentes.12

En la lucha de poder en curso en el movimiento obrero local durante este período de violencia, los sindicatos rebeldes de la ciudad dieron muestras de fortalecer su posición. El mismo López se había reconciliado parcialmente con sus antiguos aliados, y en mayo constituyó las 62 Organizaciones Legalistas Leales a Perón como una manera de mantener una asociación formal con el gobierno peronista, al mismo tiempo que, en realidad, daba pasos tentativos para reingresar a la alianza sindical que antes había abandonado bajo presión de Buenos Aires.'3 De manera similar, los clasistas y los independientes de Tosco alcanzaron el punto más alto de su relación de cooperación en las semanas siguientes a las elecciones del SMATA en mayo. El desacuerdo de los sindicatos cordobeses disidentes con el gobierno peronista y su oposición a las íntimamente vinculadas políticas económica y laboral de éste perdieron su antigua ambigüedad. En declaraciones públicas, Tosco puso de relieve el nexo existente entre los programas gubernamentales y el “ participacionismo ” del vandorismo y el comportamiento pusilánime y obsequioso de la jerarquía gremial bajo Onganía. El Movimiento Sindical Combativo hablaba ahora abiertamente de una “traición” a los intereses de la clase obrera por parte del gobierno peronista en el poder. Como había sucedido con frecuencia desde 1969, se utilizó al Cordobazo como piedra de toque del papel histórico de la clase obrera: no la subordinación a un régimen neocorporativista sino la participación activa a favor de una transformación socialista de la sociedad argentina. El MSC, por ejemplo, usó el quinto aniversario del Cordobazo para trazar por primera vez la distinción entre los

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verdaderos intereses de la clase obrera y los del movimiento pero-

nista.14El MSC dominaba ahora el movimiento obrero cordobés, y los muchos componentes de la oposición obrera local al Pacto Social y la campaña verticalista parecieron aglutinarse una vez más para transformarse en un serio adversario de la burocracia sindical. Pero Perón murió repentinamente en julio y ese hecho puso grandes poderes en Ías manos de los sectores más duros deí gobierno, haciendo con ello más vulnerables a los sindicatos cordobeses. Entre otras medidas, el gobierno aprobó la Ley de Seguridad, que daba al Ministerio de Trabajo facultades casi irrestrictas para intervenir en ías huelgas.15La autoridad en los asuntos laborales se traspasó esencialmente a Otero y sus aliados del movimiento obrero, dado que la sucesora de Perón, su esposa Isabel, virtuaímente renunció a sus facultades decisorias en tales cuestiones.

La muerte de Perón y los cambios ulteriores en el gobierno fueron particularmente ominosos para el SMATA cordobés. Los clasis tas habían desafiado unilateralmente al gobierno cuando el 5 de

junio el sindicato votó reduciría producción en ías plantas cordobesas mediante una huelga disfrazada ( trabajo a convenio ) en demanda de un aumento salarial del 60% y la solución de algunos de los más destacados reclamos laborales. Renault había respondido con

la suspensión de unos 2.000 trabajadores, y Otero calificó la huelga como “política” y amenazó a la seccional con retirarle la personería gremial.!<5

El paro reveló la vulnerabilidad política de la conducción clasista El sentimiento antiperonista de gran parte de ía dirigencia deí SMATA siempre había sido una contradicción fundamental y una fuente potencial de debilidad en su relación con las bases, abrumadoramente peronistas. Después del llamado ala abstención en 1973, las posiciones clasistas se habían presentado con más circunspección, pero todavía de manera insistente. Los delegados clasistas alentaban la discusión y en las fábricas circulaba una voluminosa literatura política. Los baños hacían las veces de virtuales librerías marxistas, donde las distintas agrupaciones de ía izquierda ofrecían su bibliografía partidaria.17Después del Navarrazo y el viraje derechista del gobierno, las criticas al peronismo y al propio Perón se hicieron más cáusticas, y aí menos algunos de los clasistas emprendieron la destrucción deí mito del presidente. La decisión misma de convocar a ía huelga del 5 de junio había respondido a las estratagemas a ese respecto del Partido Comunista Revolucionario. En una reunión sindical realizada en Villa Allende poco después de la victoria electoral de la lista Marrón , los dirigentes clasistas de íos otros partidos habían escuchado estupefactos cómo Salamanca propug

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naba un asalto frontal contra el Pacto Social, para “romper el cerco" levantado contra el movimiento obrero disidente y unificar ia oposición obrera al programa económico gubernamental Lo más increíble fue que Salamanca proclamó la bien conocida posición del PCR, notoria en otras organizaciones izquierdistas, acerca de la conexión soviética putativa del gobierno peronista —esto es, que había una supuesta conspiración para destruir a los partidos antisoviéticos y revolucionarios de la izquierda argentina— como una justificación más para desafiar abiertamente al gobierno.18

Tanto éste como la empresa advirtieron que detrás del paro había motivaciones políticas indudables ai acecho y que, en consecuen

cia, cualquier llamamiento huelguístico seria en última instancia vulnerable entre las bases del SMATA.19La demanda sindical por un aumento salarial y para que la empresa se ocupara de las condiciones de trabajo insalubres en algunos departamentos tenía el respaldo generalizado de las bases, y la huelga había sido votada en una asamblea abierta y recibido el apoyo tanto de la oposición torrísía como de los comunistas.20 No obstante, la posición de la compañía podía haber aparecido como razonablemente legítima para algunos trabajadores, a saber, que de acuerdo con las disposiciones del Pacto Social le estaba vedado por ley otorgar aumentos salariales y que sus funcionarios sólo podrían ceder sobre esa cuestión si eí gobierno cambiaba su programa económico.21Si bien la acción del sindicato estaba técnicamente dentro de los límites del Pacto Social, dado que no era una huelga directa sino una medida de trabajo a desgano, sus efectos deletéreos en una empresa que ya tenía problemas eran prácticamente los mismos. A diferencia de la mayoría de las industrias, los fabricantes de autos no podían recurrir al acaparamiento y el mercado negro para compensar el congelamiento de precios mientras otros costos, en particular la energía eléctrica y la nunca completamente controlada industria autopartista, se, elevaban a pesar del Pacto Social del go

bierno. Las ventas, por otro lado, habían caído estrepitosamente después de un corto boom consumista en 1973. La empresa también enfrentaba una crítica situación financiera. Estaba pesadamente endeudada tanto con la casa matriz como con los proveedores locales; no se preveían nuevos préstamos de los bancos nacionales o extranjeros; el directorio estaba inquieto por la declinación de las ventas y las repercusiones potenciaíes de sus problemas laborales; y el peso de los antiguos préstamos se había hecho más oneroso con el comienzo de la hiperinflación.22

Las acciones del sindicato cordobés tenían implicaciones que iban más allá de la economía local; golpeaban a toda la industria automotriz argentina. El papel crucial desempeñado por las plantas cor

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dobesas, en especial como proveedoras de partes a otras empresas

automotrices, motivaba que sus efectos se hicieran sentir mucho más allá de Córdoba. La forja de ÍKA-Renault, por ejemplo, era ía más importante del país y realizaba el trabajo de fundición para muchas firmas automotrices, en tanto que la planta de Ford-Transax proveía ejes a la mayoría de las compañías. Renault advirtió que la huelga perjudicaba especialmente a las plantas de Peugeot, Ford, Mercedes Benz, General Motors y Chrysler.23Cualquier crisis prolongada de la industria automotriz, por otra parte, podría afectar adversamente a otros sectores industriales dependientes, en particular las industrias siderúrgica y del caucho.

La gravedad de la huelga, que amenazaba el mismo programa económico del gobierno, se hizo mayor cuando Renault suspendió a más de 1.000 trabajadores el 19 de julio, seguidos por otros 2.800 una semana después.24Ahora Rodríguez y el SMATA central tenían la provocación y la oportunidad que habían estado esperando: el ansiado desliz de los clasistas que les permitiría aplicar un golpe mortal al sindicato cordobés. Desde los primerísimos días de la huelga, Rodríguez había insinuado que era posible una suspensión de la seccional local. Después de los despidos de julio, el SMATA central rechazó todas las sugerencias clasistas de convocar una reunión de emergencia del sindicato, insistiendo en cambio en que

los dirigentes cordobeses viajaran a Buenos Aires y poniendo de relieve el riesgo de represalias al que Córdoba estaba exponiendo a todo el gremio. Cada vez resultaba más evidente que la central no aceptaría nada menos que la capitulación total de la seccional y la renuncia de la conducción clasista.2*

El 3 de agosto, Renault anunció que iba a declarar un lockout, cerrando por tiempo indefinido el complejo de Santa Isabel. Al día siguiente, el gobierno envió tropas de la gendarmería a ocupar las plantas, en una repetición de las medidas aplicadas en Fiat durante los últimos días del movimiento clasista en Ferreyra. Sin embargo, a diferencia de SITRAC y SITRAM, el SMATA no estaba aislado del movimiento obrero local y podía contar con el apoyo de una mayoría de los sindicatos cordobeses en su conflicto con la empresa y la central gremial. Con la colaboración de Tosco y Tapia, los clasistas podían preparar una formidable oposición obrera. El mismo Tosco vio el conflicto mecánico como una oportunidad para aglutinar el apoyo de la clase obrera local contra el Pacto Social e integrar al resto de los abundantes sindicatos legalistas en una CGT cordobesa rejuvenecida, combativa y antiverticalista. El 6 de agosto, habló en una asamblea abierta ante unos 6.000 trabajadores del SMATA y prometió el respaldo del MSC a la huelga automotriz.26 La posibi

lidad de un conflicto con el gobierno y el SMATA central aumentó

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cuando Salamanca, en la misma asamblea, rechazó el decreto gubernamental de conciliación obligatoria y pronunció palabras amenazantes en las que aludía a ia resolución de íos das & (as de resistir a las presiones de Buenos Aires; en su abrumadora mayoría, los trabajadores votaron en favor de continuar la huelga.27

Renault, el gobierno y el SMATA central estaban igualmente resueltos a romperla y destituir a la perturbadora conducción clasis ta. Para el gobierno, no se trataba de un conflicto industrial cualquiera. La capitulación de la empresa ante las demandas salariales de los clasistas pondría en peligro el programa antiinflacionario oficial y aumentaría el prestigio de aquéllos en el movimiento obrero a

expensas de la dirigencia gremial peronista. En consecuencia, a lo largo del conflicto el director general de IKA-Renault, Jacques Leroy, y el ministro de Trabajo Otero mantuvieron contactos casi diarios. El lockout de las plantas cordobesas había sido estrechamente coordinado entre la empresa y el gobierno.28 También Rodríguez se vio arrastrado al círculo conspirativo. Como resultado de las implicaciones más generales que para el gobierno tenían las acciones de la seccional de Córdoba, el SMATA central tomó con la máxima seriedad las amenazas del Ministerio de Trabajo de despojar de la personería gremial al sindicato mecánico, lo que agravó la profunda antipatía que ya sentía por los clasistas cordobeses e hizo obligatoria una respuesta de la central; sólo era cuestión de tiempo.29 El 6 de agosto, funcionarios de la empresa, Otero y una delegación del SMATA encabezada por Rodríguez se reunieron para discutir la situación cordobesa. El 8, día en que el SMATA de Córdoba y el MSC convocaron a un paro para protestar por el cierre de las plantas, el SMATA central expulsó del sindicato a Salamanca y al resto de los 22 miembros del comité ejecutivo cordobés y decretó la suspensión de la seccional, designando a un comité de vigilancia de Buenos Aires para que asumiera el control. Siguiendo órdenes gubernamentales, el Banco Central congeló los fondos sindicales en las cuentas de todo

, el país, en tanto Simó y el Ministerio de Trabajo de Córdoba ignoraron las peticiones para que se impugnaran las medidas del SMATA central.30

Rodríguez se movió con rapidez para llevar a cabo la intervención de la seccional Córdoba. El mismo día, el SMATA central publicó solicitadas de toda una página en diarios de Córdoba y Buenos Aires denunciando a los clasistas y dando nuevo pábulo a rumores que parecían trillados pero que todavía eran acusaciones aparentemente útiles acerca de unas supuestas conexiones siniestras de Córdoba con intereses extranjeros. La huelga se caracterizó como “una defensa de ideologías foráneas” y Rodríguez implicó a todo el movimiento obrero cordobés cuando alegó que éste había envene

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nado al SMATA local y estaba involucrado en "una conspiración de

la izquierda cipaya" ai servicio de las grandes empresas. Prometiendo “acabar" con Córdoba, el secretario general del SMATA procuró justificar la intervención, no sobre la base de las demandas de los dirigentes locales, que él sabía eran respaldadas por las bases, sino apelando a las lealtades peronistas de íos afiliados.31Sin embargo, su posición se complicaba a causa de los rumores de creciente descontento obrero en varias de las compañías automotrices instaladas en Buenos Aires, incluyendo a su propia planta de Ford, y entre los mecánicos del país se exaltaban los ánimos en favor de la huelga cordobesa. A decir verdad, la desilusión de la clase obrera con el Pacto Social era generalizada y proliferaban las huelgas salvajes, especialmente en la industria automotriz.32

Una acción decisiva del movimiento obrero cordobés podría haber frustrado los planes de Rodríguez, pero por diversas razones esa decisión no estaba cercana. El paro del 8 de agosto de la CGT cordobesa sólo había tenido un éxito moderado, dado que Atilio López y la UTA estaban enredados en su propia lucha interna de poder y, en consecuencia, la participación de los legalistas había quedado muy debilitada. López intentaba obtener su reelección en el sindicato de choferes de ómnibus y recuperar el control de los gremios peronistas militantes y antiverticalistas de la ciudad, una pretensión que le ganó la enemistad de la derecha peronista. Con el respaldo de los ortodoxos, sus rivales sindicales formaron una lista de oposición para enfrentarlo en las elecciones del 17 de agosto. Asi, en una coyuntura crucial los aliados del MSC dentro de la UTA estaban ocupados en cuestiones internas y no se comprometieron con una huelga que los habría expuesto a acusaciones aún mayores de deslealtad al gobierno peronista por parte de la lista opositora. La ausencia de los legalistas en ía manifestación pública en la Plaza Vélez Sarsfield eí 8 de agosto debilitó la efectividad de la huelga, un hecho señalado con cierta amargura por Salamanca en el discurso pronunciado allí.33

La huelga del MSC fracasó también por otras razones. Como Tosco lo señalaría más adelante, resultó imposible efectuar una movilización general de la clase obrera porque la dirigencia deí SMATA, en un esfuerzo por mantenerse dentro de los límites legales del Pacto Social, había decretado una medida de trabajo a desgano y no una huelga directa. En muchas de las fábricas más pequeñas afiliadas al SMATA había considerables dificultades técnicas para llevar adelante esa medida en vez de una suspensión lisa y llana de la producción, y los trabajadores de las plantas de Ford-Transax, Grandes Motores Diesel e ílasa fueron obligados a permanecer en sus puestos.34No obstante, los deslucidos resultados de la huelga no podían atribuirse simplemente a esos factores fortuitos; también

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peronista y arrancar a la compañía concesiones que elevaran su prestigio entre los trabajadores. Ya circulaban en las plantas rumores de que la destitución de su conducción gremial era en realidad una maniobra para reducir los costos laborales mediante despidos y anular los logros obtenidos por la dirigencia clasista en los dos últimos años. Los trabajadores tuvieron una confirmación gráfica de sus sospechas el 14 de agosto, cuando Renault anunció planes para echar a unos 2.800 obreros en respuesta al trabajo a desgano y la resistencia en la base fabril que seguían coordinando los delegados gremiales.36

En realidad, obtener el control del SMATA de Córdoba era mucho más complicado de lo que Rodríguez podía haber imaginado, Más allá de la persistente fortaleza de los delegados clasistas y la precipitada conducta de la empresa con los despidos, la intervención corría peligro por la identidad regional muy profunda del sindicato y las sospechas de sus miembros acerca de la interferencia porteña en los asuntos del SMATA cordobés, que siempre habían caracterizado al gremio y a sus afiliados, yaTueran clasistas, torristas o comunistas. Numerosos incidentes producidos en los primeros meses de administración de la seccional por el SMATA central indicaron que los sentimientos de torristas y comunistas contra la intervención de los porte ños eran mucho más fuertes que cualquier necesidad compartida de

castigar a Salamanca y al depuesto comité ejecutivo clasista En la fábrica Ford-Transax, donde los trabajadores habían asumido el control de la planta para protestar contraía destitución de la conducción gremial» los obreros de Ford desaprobaron la política de la empresa de dar preferencia a sus propias plantas de Buenos Aires en el destino dado a la muy reducida producción de ejes que había acompañado a la huelga. Los trabajadores que controlaban la planta, en un ejercicio de la autogestión tan a menudo defendida en el discurso clasista, anunciaron que en lo sucesivo se daría prioridad en la producción a las empresas cordobesas, específicamente IME e IKA-Renault.37Una ocupación abortada del edificio sindical por los representantes del SMATA central el 23 de agosto y un ulterior allanamiento policial a la sede de los mecánicos desencadenaron un paro del SMATA cordobés en toda la ciudad y violentos enfrentamientos con la policía.38La generalizada participación de las bases en las ollas populares organizadas por los clasistas para los trabajadores despedidos creó un sentimiento comunitario de solidaridad alrededor del conflicto, que fortaleció la resolución de ías bases de resistir a la empresa, el gobierno y el SMATA central.39

Sin embargo, a pesar de estos signos alentadores también había motivos de preocupación para los clasistas. El asesinato del direc

tor de personal de IKA-Renault, Ricardo Goya, cometido por las

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Fuerzas Armadas Peronistas el 27 de agosto, tuvo sobre la posición

de aquéllos exactamente el mismo efecto negativo que habían tenido el secuestro y la muerte de Oberdán Sailustro por el Ejército Re- volucionario del Pueblo en los últimos días de SITRAC-SITRAM. Incapaz de controlar las acciones de la izquierda guerrillera y opuesta a sus tácticas violentas, la conducción sindical local, no obstante, fue implicada en la prensa y por los voceros gubernamentales y empresarios, una asociación que, sin duda, sembraba en la mente de al menos algunos trabajadores la sospecha de que las acusaciones divulgadas por Rodríguez acerca de los clasistas eran ciertas. Más grave era que, a pesar de casi tres meses de conflicto, Salamanca y el desalojado comité ejecutivo parecían tener escaso conocimiento de la fatiga que comenzaba a asomar entre los trabajadores. En parte, esto se debía al reducido contacto que mantenían con las plantas. La ocupación policial de la sede gremial no sólo había sido un serio golpe psicológico sino que, más importante, también hizo que disminuyeran los vínculos entre la conducción y los trabajadores. Tosco permitió que ía dirigencia del SMATA utilizara el edificio del sindicato de Luz y Fuerza, donde siguieron coordinando la resistencia a través del cuerpo de delegados. Pero su prolongada ausencia de las plantas y la pérdida de las facilidades gremiales, los fondos del sindicato y la autoridad obstaculizaron sus esfuerzos y socavaron lentamente su posición.A lo largo de septiembre, los clasistas depuestos lucharon por enfrentarse tanto a la empresa como a la central gremial, pero se toparon con dificultades crecientes. Una estrategia estrechamente coordinada entre Renault, Otero y Rodríguez produjo un acuerdo por el cual la compañía se comprometía a revocar la mayoría de los despidos recientes, otorgar a los trabajadores un aumento del 28% y cumplir virtualmente todas las demás exigencias sindicales de la última huelga.40Este comportamiento conciliatorio se planteó como un agudo contraste a las aterradoras represalias por la persistencia

de la oposición. En septiembre y octubre, José López Rega y su recientemente organizada Alianza Anticomunista Argentina (AAA) desencadenaron una ola de terror y represión contra el movimiento obrero cordobés en una escala nunca antes imaginada. Una de sus primeras víctimas fue Alfredo Curutchet, el compañero abogado del SITRAC que había seguido trabajando para los sindicatos cordobeses disidentes, incluyendo al SMATA. Fue asesinado el 11 de septiembre en una de las primerísimas acciones de la AAA.41Luego de su velatorio en la sede de Luz y Fuerza, Tosco marchó junto con la larga procesión fúnebre hasta el cementerio de San Jerónimo, con

la mano sobre el ataúd y la mirada sombría y fija en el frente, tal vez con la premonición de las muertes que seguirían.

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Cualquier presentimiento de un futuro ominoso que pudieran haber tenido él y otros trabajadores cordobeses en ese momento se vio fortalecido menos de una semana después con otro asesinato. Desde su derrota en las recientes elecciones gremiales, Atilio López había vuelto a trabajar como un chofer de ómnibus común y corriente. Aunque fuera del poder en ía UTA, donde había sido vencido por escaso margen por una lista ortodoxa bien financiada y apoyada por el gobierno, López seguía siendo un símbolo, un poco mancillado desde sus días como vicegobernador pero aún poderoso, de ía combativa tradición obrera peronista de Córdoba. Era alguien que, desde la época del Cordobazo, había estado estrechamente vinculado con los sindicatos izquierdistas de la ciudad. El 16

de septiembre fue secuestrado por la AAA, que abandonó su cuerpo acribillado a balazos en un baldío de las afueras de Buenos Aires.42Las oraciones fúnebres de Tosco ante las tumbas de Curutchet y

López fueron grandes acontecimientos públicos, efusiones populares de dolor en las cuales quedaron olvidadas las diferencias políticas del pasado entre legalistas, independientes y clasistas. Sus elogios fueron algo más que gestos de respeto hacia dos compañeros caldos. Eran advertencias a todos íos sindicatos disidentes de la ciudad en el sentido de que esas muertes eran el comienzo de una campaña sistemática de exterminio. Los asesinatos de Curutchet y López fueron la inauguración de lo que Tosco describiría ulteriormente como la “reacción fas- cista” de los sectores derechistas del peronismo, el comienzo de una campaña nacional de terror que tuvo su epicentro en Córdoba.43

A decir verdad, quedaban pocas dudas de que la ciudad había sido elegida como blanco de una sangrienta purga política. Los contrarrevolucionarios estaban probando ser más eficaces que la izquierda revolucionaría, proletaria o guerrillera. Los activistas gremiales y partidarios fueron muertos por docenas, y una sensación de temor y desesperación se apoderó hasta de los más curtidos y experimentados veteranos en lo que había sido durante mucho tiempo un tempestuoso ambiente político. Córdoba había sufrido repre

siones en el pasado, pero esta nueva situación difícilmente podía compararse con nada de lo antes visto. Rara vez se había recurrido a los asesinatos políticos sistemáticos, incluso después de íos levantamientos de 1969 y 1971. Sin embargo, desde agosto, y en lo sucesivo con una furiosa intensidad, la violencia se convirtió en un método común de enfrentar a la oposición política, dirigida especialmente por la derecha contra la izquierda.

Fue en semejante clima donde los clasistas intentaron resistir el accionar deí SMATA central y salvar su autoridad gremial. Los re

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sultados fueron los predecibles. Eí 23 de septiembre, los trabajado res de las fábricas de Ford-Transax, Ilasa, Thompson Rameo y Grandes Motores Diesel votaron a favor de la propuesta de Salamanca de proseguir con el trabajo a convenio en las plantas, pero lo más significativo fue que los de IKA-Renault decidieron por escaso margen el retorno a sus tareas por un período de diez días, a fin de dar a la empresa la oportunidad de cumplir la promesa del aumento salarial.4,1El 4 de octubre se les unió el resto de los trabajadores del SMATA. Percibiendo la debilidad momentánea de las filas clasistas, unidades del ejército allanaron poco después el edificio de Luz y Fuerza y detuvieron al subsecretario general del SMATA, Roque Romero, y a varios otros miembros del ex comité ejecutivo que trabajaban allí, donde

estaba instalada la sede provisoria del sindicato. Salamanca, que recientemente había regresado a su empleo en la forja, y el resto de íos clasistas del gremio se ocultaron de inmediato.45

La huelga del SMATA había sido un catastrófico desacierto táctico de los clasistas, en particular Salamanca. Prácticamente habían dilapidado la profunda reserva de buena disposición y apoyo de las bases ganados gracias a duras negociaciones y una conducción honesta desde su elección a principios de 1972. La huelga había brindado a sus enemigos de la empresa, al gobierno y al SMATA central un pretexto perfecto para urdir y llevar a cabo su eliminación. Tras haber subestimado erróneamente la susceptibilidad de los trabajadores a las acusaciones de que sus dirigentes saboteaban al gobierno peronista, habían enredado precipitadamente al sindicato en un conflicto prolongado y enervante condenado desde el inicio.

No obstante, los dos años de conducción clasista habían dejado un legado que los trabajadores del SMATA no olvidarían con facilidad. La actitud vigilante en la protección de sus afiliados en la base fabril, sus esfuerzos exitosos para restablecer el sábado inglés y su genuina democracia dei lugar de trabajo eran intachables fuentes de prestigio. Por otra parte, el resentimiento de los trabajadores con Rodríguez y la delegación porteña enviada a administrar el sindicato creció a medida que se difundían las noticias de las detenciones. La fuerte identidad regional, que había sido un elemento importante-en la historia de la clase obrera cordobesa, en las movilizaciones de la CGTA, en el Cordobazo y en la historia del mismo clasismo, volvía a la superficie. A decir verdad, a comienzos de los años setenta los términos porteño, traidor y burócrata virtualmente se habían convertido en sinónimos en el argot obrero local, y expresaban actitudes de desconfianza y desdén que eran ampliamente compartidas por los trabajadores cordobeses, pero que tenían una fuerza espe

cial entre los mecánicos de la ciudad.

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obligaron a que el congreso se realizara clandestinamente. Éste

constituyó un comité de resistencia nacional, Ía Coordinadora de Lucha Sindical, para coordinar la oposición al programa económico del gobierno y las medidas verticalistas de la CGT.48 Aunque sería incapaz de coordinar eficazmente la oposición obrera en el nivel nacional, este comité multiplicaría las numerosas comisiones de resistencia conocidas como coordinadoras , que trabajarían con eficacia en el plano local y, en el caso de Córdoba, en el plano provincial durante 1975.

Conservando intacto su status de principales opositores gremia- . les al gobierno y la burocracia sindical, ios trabajadores lucifuer

cistas de Córdoba se convirtieron naturalmente en un blanco privilegiado de los ataques terroristas de la AAA y la derecha peronista. Sin embargo, una prohibición lisa y llana del sindicato por el gobierno era problemática. Además del hecho de que Luz y Fuerza estaba protegido por su afiliación a un sindicato federal, una acción contra él era un gran riesgo a causa de la reputación nacional de Tosco y el prestigio del sindicato en la clase obrera cordobesa, incluyendo a gran parte de las bases peronistas. La legitimidad de su conductor, su estatura como líder sindical de reputada incorruptibiíidad y habilidad probada, habían sido demostradas en las decisivas victorias electorales de su lista desde fines de la década del cincuenta. Así, cualquier intervención gubernamental se ganaría el repudio de muchos círculos políticos y gremiales. Por la misma razón, eí gobierno no podía tolerar indefinidamente a Tosco. Más qué cualquier otra figura, éste había sostenido la oposición obrera y contribuido a realzar el vigor de la tradición sindical disidente de la ciudad. Mientras la seccional cordobesa del sindicato de trabajadores de Luz y Fuerza continuara funcionando con relativa libertad, habría en el movimiento obrero cordobés un ala radicalizada considerable y tal vez preponderante. Luego de varias semanas de indecisión, el gobierno tomó medidas contra el

sindicato sobre la base de su presunta participación en "actividades subversivas", enviando tropas del ejército a ocupar su sede el 10 de octubre, al día siguiente de las detenciones de los sindicalistas del SMATA.43

La intervención directa del gobierno peronista en vez de la dé una central gremial mediadora, como en el caso del SMATA, aseguró una represión más severa. Tosco y el comité ejecutivo escaparon por escaso margen al arresto y se ocultaron, por lo que las acciones del gobierno se dirigieron así contra el sindicato mismo y no exclusivamente contra su conducción. El gobernador de Córdoba, brigadier Lacabanne, prohibió todas las asambleas gremiales, permitió el saqueo de los archivos y la biblioteca del sindicato y fiscalizó la vir

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tual suspensión de todas las actividades sindicales, incluyendo las

de bienestar social/’0Las represalias del gobierno contra los trabajadores de Luz y Fuerza dieron a entender que el movimiento obrero cordobés había perdido a su principal sostén espiritual. Hacia fin de año, la otrora formidable alianza sindical militante se encontraba, al parecer, en la confusión. Lacabanne aprovechó la ausencia de Tosco y la debilidad momentánea de los sindicatos izquierdistas para anular la personería gremial de los independientes, y Simó y la UOM presidieron la reestructuración del hasta entonces pluralista movimiento obrero cordobés, purgando a la CGT local de sus elementos no peronistas e integrándola plenamente a la estructura verticalista de la CGT nacional.La purga del movimiento obrero se vio facilitada por la furiosa violencia política en la ciudad, que daba crédito a ía insistencia del gobierno en que Córdoba se encontraba en un estado casi insurreccional y parecía justificar remedios drásticos. El asesinato de dirigentes gremiales izquierdistas prosiguió, pero ahora la izquierda respondió a la campaña de terror de la AAA y el gobierno con la suya propia. La mayor parte de la violencia se producía entre la derecha peronista y las organizaciones guerrilleras de izquierda. En los dos primeros meses de 1974, se cometieron más de una docena de asesinatos de funcionarios policiales, oficiales militares y figuras políticas, que culminaron el 26 de febrero con el secuestro y posterior muerte del cónsul americano en Córdoba, John Patrick Egan. El vigor de la izquierda guerrillera en la ciudad demostró ser mayor que el del movimiento obrero disidente, y el gobierno parecía impotente para detenerla.51

En contraste, a principios de 1975 la campaña de purgas gremiales parecía tener un éxito ilimitado. En todo el país los disidentes sindicales habían sido eliminados, destituidos o conminados al silencio. El punto central de la oposición obrera, Córdoba, había sido neutralizado, por lo menos temporariamente. La estructura rígidamente

verticalista del movimiento obrero peronista parecía invulnerable, y hasta el más entusiasta de los dirigentes gremiales militantes había abandonado toda esperanza de constituir una confederación obrera alternativa. Entre noviembre de 1974 y marzo de 1975, las huelgas cayeron a su nivel más bajo en los tres años de gobierno justicialista, y el Ministerio de Trabajo pudo utilizar la Ley de Seguridad para impedir nuevas ocupaciones fabriles del tipo de ías que habían prolife- rado en los primeros seis meses del régimen peronista.52

En 1975, el movimiento sindical radicalizado volvió a reanimar

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éstos y desencadenó protestas generalizadas y la creación de movi

mientos de recuperación sindical entre los trabajadores. La industria automotriz fue la más afectada por estos movimientos de bases, y sus aumentos salariales, que estaban muy por debajo de los conseguidos por la UOM, impulsaron paros, toma de rehenes y la exigencia de renuncia de los dirigentes gremiales en Ford, GM y otras plantas de Buenos Aires,

A principios de julio, la misma CGT abrió las compuertas del descontento cuando, en un intento por recuperar el control de los sindicatos, convocó a un paro general de 48 horas para íos días 7 y 8 de ese mes. Posteriormente denominada “Rodrigazo” en referencia al programa de austeridad del nuevo ministro de Economía, Celestino Rodrigo, que la desencadenó, la huelga paralizó al país.55El Rodrigazo reveló que al gobierno y la burocracia sindical Ies resultaría cada vez más difícil mantener la disciplina laboral sobre bases estrictamente políticas, y que la lealtad a un gobierno peronista tenía limitaciones notorias bajo un programa económico que afectaba adversamente los intereses obreros y al que los activistas de base, tanto de la izquierda peronista como de la marxista, estaban preparados a explotar. La misma CGT hizo de la renuncia de José López Rega, el odiado consejero de la presidente Isabel Perón y presunto arquitecto del nuevo plan, unai de sus exigencias prin

cipales en el paro general, y con ello demostró que la jerarquía gremial, asediada por movimientos de base, había comenzado a oponerse al gobierno a causa de su necesidad de autopreserva- ción.

En Córdoba, aún centro indisputado de la radicalización y oposición obrera al verticalismo , el movimiento obrero disidente se había recuperado de los reveses de fines de 1974 y volvía a desplegar actividad en la movilización de los trabajadores. Si bien la orden de arresto de Tosco seguía en vigor, el 13 de agosto de 1975 un

juez federal levantó todos los cargos contra el comité ejecutivo de Luz y Fuerza, y la tradicional lista tosquista se preparó para

postularse a la reelección en los comicios sindicales de septiembre. En fuga y con su salud disminuida, el mismo Tosco había formado el Movimiento de Acción Sindical (MAS) para coordinar la oposición obrera entre los antiverticalistas más recalcitrantes. Sin embargo, también abandonó su insistencia de larga data en la necesidad de mantener la independencia de la oposición sindical con respecto a las estrategias militares y se acercó a la izquierda guerrillera.

La estrecha amistad que había trabado con algunos miembros del ERP durante sus largos meses de cárcel en la penitenciaría de Rawson nunca lo había llevado a nada más que una discreta simpa

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tía y una actitud respetuosa, si bien ligeramente desconfiada, hacia la vía armada Incuestionablemente, ia prioridad del líder lucifuer- cista siempre había sido la construcción de una alianza obrera alternativa, libre de lazos con organizaciones no obreras. Pero separado de todo contacto con su propio sindicato y el movimiento obrero cordobés y con los amargos resultados de la restauración peronista aún frescos en su memoria —la deserción de López en 1973 y luego las medidas represivas del gobierno en 1974— , Tosco jugó su suerte a los grupos que hacían los esfuerzos más serios por capturar el poder del Estado. Si bien en el pasado había expresado repetidamente recelos sobre la lucha armada, ahora procuraba la uni

dad de la izquierda y la participación de los sindicatos radicalizados en una lucha revolucionaria.La resistencia obrera cordobesa, sin embargo, se desarrolló con

amplia independencia de los reformulados designios estratégicos de Tosco. Tanto en Córdoba como en el resto del país habían surgido comités de resistencia o coordinadoras en oposición a Miguel, Rodríguez y la jerarquía de la CGT en general, pero no estaban asociados a la izquierda guerrillera. A principios de junio, activistas de las plantas de Fiat y las afiliadas al SMATA habían constituido el más importante de estos comités de resistencia, la Mesa Provisoria de Gremios en Lucha, con lo que finalmente se había alcanzado en parte la largamente anhelada unidad de los mecánicos cordobeses, si bien de una manera clandestina y subterránea.56 Lo más importante fue que esta coordinadora encabezada por los trabajadores mecánicos hizo las veces de una especie de CGT paralela para unir a los sindicatos disidentes locales. En Córdoba, las bases no participaron activamente en la coordinadora, y la intervención en la misma estaba casi exclusivamente limitada a los delegados clasistas y activistas gremiales. Pero los trabajadores sí adhirieron independientemente a huelgas dirigidas por la coordi nadora en la segunda mitad de 1975, en pro de mejores salarios y,

en el caso del SMATA, para exigir la liberación de la cárcel del comité ejecutivo y la anulación de la orden de detención de Salamanca.57 En las plantas del SMATA, la continuidad del poder de los delegados clasistas quedó en evidencia por las frecuentes referencias a ellos de la comisión directiva central y la Comisión Norma- lizadora, que criticaban su papel de promotores de la agitación en la base fabril y de organizadores de las huelgas salvajes en las plantas.58 A decir verdad, 1975 fue el año de mayor cantidad de paros en el complejo IKA-Renault durante el tumultuoso período 1966- 1976 (Cuadro 9.2).

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Cuadro 9.2. Paros laborales en el complejo de IKA-Renault

en Santa Isabel, 1967-1976

Año Paros Horas perdidas

1967 27 451.4981968 _ _

1969 54 {enero-octubre) 882.5851970 132 1.353.9241971 46 613.3441972 49 583.0611973 61 670,4471974 120 947.2891975 219 1.755.5961976 61 414.249

F u e n t e : Departamento de Relaciones industriales, Registros de ía empresa sobre paros laborales, Renault S.A., Santa Isabel, Argentina.

La administración por parte de Rodríguez del SMATA local había demostrado ser un fracaso. Los emisarios gremiales de Buenos Aires habían empleado una panoplia de métodos para erradicar la presencia clasista de las plantas, incluyendo una campaña intensi- va de adoctrinamiento y un sugestivo intento de atribuir al peronismo la responsabilidad del Cordobazo, conscientes de cuán poderoso era éste como símbolo para los clasistas y para los trabajadores del SMATA en general.59Pero los esfuerzos de la central por reafirmar su control sobre el sindicato se habían visto obstruidos por la defensa que la jerarquía gremial peronista hacía del programa económico conservador dei gobierno y también por la mala voluntad de Renault para negociar nuevas concesiones con los interventores más allá del aumento salarial de septiembre de 1974. Poco después de la destitución de los clasistas, Renault se había encrespado ante la solicitud del SMATA de que todos los fabricantes de automóviles hicieran una contribución equivalente al 1% de sus ganancias anuales para los programas de bienestar social de los mecánicos y aceptaran la participación de una delegación gremial en las futuras reuniones con el gobierno.60En rigor de verdad, desde el punto de vista de la multinacional francesa las luchas entre los peronistas y los clasistas se transformaron en un asunto de importancia secundaria, dado que la empresa se enfrentaba a las erráticas políticas económicas del gobierno, la inflación desbocada y las desastrosas con

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diciones del mercado. Renault también percibía la íalta de legitimidad que ía conducción sindical impuesta tenia entre los trabajadores y por lo tanto su incapacidad para disciplinar eficazmente a las bases. Hacia mediados de 1975, la empresa ignoraba virtualmente a los interventores gremiales y trataba directamente con comités de planta extraoficiales que incluían tanto a clasistas como a toiristas que, en todos los aspectos prácticos, representaban ahora a la mano de obra de ÍKA-Renault.

Los funcionarios empresariales comprendieron que los dirigentes sindicales peronistas, asediados por las bases, intentarían, en su esfuerzo por apuntalar su erosionada autoridad entre los traba

jadores, hacer que pagaran las compañías. ÍKA-Renault, al menos, no estaba en condiciones de hacer tales concesiones. A fines de 1975, íúncionarios de ía empresa señalaron que en los últimos cinco años no se habían comprobado mejoras en la productividad. Durante el último año, las condiciones de trabajo en las plantas se habían deteriorado gravemente; al mismo tiempo, la provisión errática de partes y componentes, y con ello los ajustes diarios en el proceso de producción que provocaban la repetida entrada y salida de los trabajadores de las categorías, habían ocasionado tasas de ausentismo de proporciones alarmantes, de entre el 15 y el 20%.61IKA-Renault se tambaleaba al filo de la bancarrota, porque a todos estos problemas se agregaban los más de 64 millones de dólares en préstamos vencidos que debía a la casa matriz. La variación del tipo de cambio resultante de la inflación galopante hacía que su reembolso, en un momento de depresión de las ventas, fuera virtualmente imposible.62

Como la amenaza planteada en la base fabril por los clasistas le parecía menos grave que la falta de un interlocutor sindical efectivo, Renault demostró ser un socio mal dispuesto en el intento del SMATA central por restablecer su autoridad en las plantas cordobesas. La necesidad urgente que tenía el SMATA de afirmar su control

de la seccional Córdoba se hizo más acuciante a causa del peligro inminente de que el sindicato de trabajadores mecánicos perdiera su poder e influencia dentro del movimiento obrero peronista. Como la industria automotriz seguía siendo un semillero de militancia y por lo tanto un riesgo para su programa económico, a principios de 1975 el gobierno dio señales de su intención de otorgar la jurisdicción de los aproximadamente 120.000 trabajadores del automóvil a su principal aliado gremial y potencialmente un guardián más eficaz de la disciplina en la clase obrera, la UOM.63

En respuesta tanto a Renault como al gobierno, el SMATA cen

tral modificó su táctica después de los levantamientos del Rodriga- zo. Comenzó a criticar el plan económico gubernamental y se com

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prometió en una campaña militante en favor de aumentos salariales para sus afiliados, los que se otorgaron en noviembre de ese año.64 En esos mismos meses la influencia clasista en ías plantas comenzó a declinar agudamente. En parte esto era el resultado del cambio de táctica de la central, pero principalmente la consecuencia del agotamiento existente en la seccional a causa del cargado ambiente político, que se había iniciado con la rebelión de la CGTA y se intensificó con posterioridad al Cordobazo. Entre los trabajadores mecánicos cordobeses había empezado a aparecer cierto cansancio, y cuando comenzaron a circular rumores acerca de la inminencia de un golpe militar y la caída de un gobierno peronista que había constituido una amarga decepción, se reconciliaron con la idea de que la central les proporcionaba cierto grado de protección que los clasistas, fuera del poder y ahora claramente con escasas posibilidades de recuperarlo, no podrían brindarles.

La historia personal de Salamanca fue el testimonio más elocuente de la defunción del clasismo. Sus vínculos con los trabajadores se debilitaron en 1975, mientras los que tenía con el aparato del PCR se estrechaban y se hacían más restrictivos. Sin el sindicato, Salamanca podía encontrar una salida para sus opiniones pero no para

sus ambiciones, y mucho menos para sus sueños revolucionarios. Su falta de pelos en la lengua y su personalidad de renegado no sentaban bien a la jerarquía del PCR en Buenos Aires, que apenas había tolerado sus actitudes cuando era secretario general del sindicato industrial más importante del interior de la Argentina y el miembro del partido con el mayor perfil político del país. Pronto empezaron a circular rumores de que tenía conexiones soviéticas, una acusación más mortal que ninguna otra en el conspirativo mundo del PCR. Hacia fines de 1975, Salamanca se había convertido en un prisionero de las contradicciones de su propio partido. Si bien no había sido uno de los arquitectos de la pasmosa voltereta de éste, que pasó a apoyar al gobierno de Isabel Perón, no la criticaba. En su última carta a los trabajadores del SMATA, repitió como un loro las obsesiones conspirativas del PCR, ya fuera porque olvidaba la realidad o porque seguía directivas partidarias para ignorar las verdaderas preocupaciones de los mecánicos. Pero para ese entonces las suyas eran políticamente palabras huecas, apenas los débiles estertores de muerte del clasismo cordobés.65

La otra figura dirigente de la clase obrera cordobesa, Agustín Tosco, murió antes de tener que ser testigo del hundimiento del movimiento obrero disidente que tanto había hecho para crear. Los largos

años de cárcel y sus últimos meses en fuga habían minado su otrora

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robusta figura, reduciéndolo a la debilidad. Afectado por varias enfermedades, su último tormento fue un forúnculo en el cuello que, por falta de atención, se había convertido en un absceso e infectado su torrente sanguíneo. Como en octubre su estado empeoró constantemente, se modificaron los planes para sacarlo clandestinamente de la Argentina y llevarlo a México; él insistió en que se quedaría en el país. Aceptando una oferta del ERP para trasladarlo a Buenos Aires, se dirigió a la Capital. Allí recibió una dosis masiva de antibióticos que resultó ser demasiado para su debilitado organismo, provocándole un ataque cardíaco fatal el 5 de noviembre.66 El velatorio público de Tosco y el cortejo fúnebre, una marcha de decenas de miles de personas a lo largo de las calles de Córdoba, fueron una de las mayores efusiones públicas de dolor de la historia cordobesa, comparable a la de Perón, que había tenido lugar poco más de un año antes. Ante su tumba en el cementerio de San Jerónimo, cerca de los barrios donde sólo seis años atrás se había encontrado en las barricadas durante el Cordobazo, trabajadores, estudiantes y ciudadanos comunes y corrientes escucharon los elogios fúnebres y observaron cómo policías y tropas del ejército entraban en fila al área del cementerio. Los hechos mismos ocurridos en éste se convirtieron en una especie de metáfora de la muerte de la izquierda sindical cordobesa. Las pullas

- de la multitud contra las fuerzas de seguridad fueron contestadas

con disparos qüe pusieron en fuga a los dolientes, y el ataúd de Tosco quedó a la espera de un entierro solitario en el mausoleo de Luz y Fuerza más tarde ese mismo día.67

Donde más inmediatamente se sintió la significación de su muerte fue, desde luego, en su propio sindicato. En éste, muchos de los trabajadores que habían sobrellevado persecuciones mientras Tosco vivía fueron reacios a transferir su obediencia a sus sucesores. El abatimiento era grande, aunque también es posible, como lo sugirió una investigadora,68que muchos hayan sentido cierto alivio ante el hecho de que la prominente participación política del sindi

cato hubiera llegado a su fin. La aflicción y confusión de los colaboradores de Tosco, la pérdida de su líder y conciencia moral y la renovación de la campaña de terror contra ellos, ahora conducida, ominosamente, por los militares antes que por la AAA y la derecha peronista, forzaron a una serie de activistas de Luz y Fuerza a esconderse e intimidaron y silenciaron a la mayoría de los trabajadores. Poco antes, los lucifuercistas habían repudiado la intervención gubernamental en su sindicato con la victoria de la lista de Tosco en las elecciones gremiales del 11 de septiembre, demostrando que el respaldo a las políticas generales del sindicato era tan fuerte como siempre. Pero la voluntad de resistir había desaparecido, y muchos se prepararon para lo peor cuando la ineficacia del gobierno de Isa

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bel Perón pareció invitar casi intencionalmente a un nuevo golpe

militar.Los trabajadores mecánicos cordobeses también se vieron afectados por la lobreguez que acompañó los últimos días del gobierno en el poder. La crisis que había hecho erupción en el movimiento obrero, los motines de Villa Constitución y las seccionales de otros sindicatos, las movilizaciones y repudio de las bases al uertícalismo y la patria metalúrgica y la lucha contra el programa económico gubernamental —todo lo cual había ocurrido a lo largo de los casi tres años de régimen peronista— indudablemente no podían ser sostenidos por los cías istas de Fíat o el SMATA. A principios de 1976

las coordinadoras se habían desintegrado, y los clasistas que aún militaban en los lugares de trabajo estaban cada vez más aislados. Las movilizaciones obreras que en lo sucesivo se produjeron en las plantas automotrices de la ciudad no fueron en oposición al uerticalismoy mucho menos aspiraban al derrocamiento del capitalismo argentino. Ahora serían estrictamente defensivas, en respuesta directa a la inflación desbocada y los salarios inadecuados; ías encabezarían las propias centrales de la UOM y el SMATA, dado que éstas trataban de fortalecer su posición entre las bases y forzar un cambio de dirección por parte deí gobierno, que era cada vez más indiferente a las súplicas de sus aíiados gremiales.

Las huelgas cordobesas habían perdido su antiguo poder, A principios de 1976, a Renault, mucho más que los problemas laborales, la preocupaban sus esfuerzos por “argentinizar” sus operaciones y convencer al gobierno de que se convirtiera en su socio a través de una fusión de las actividades de IME e IKA-Renault o de lo contrario se retiraría completamente de la Argentina.69 En rigor de verdad, ahora casi agradecía los paros, que ayudaban a la empresa a reducir sus costos en un momento de hundimiento de las ventas y magras ganancias.70

En el plano nacional, las luchas internas de poder del movimien

to obrero peronista y su creciente alejamiento del gobierno minaban cualquier esperanza que tuvieran los caciques gremiales de restablecer la clase de influencia y poder de que habían gozado en los días de Vandor. La tercera gran figura del movimiento sindical disidente, Raimundo Ongaro, abandonó eí país para irse a vivir al exilio en Perú cuando fue liberado de la cárcel en agosto. La amenaza a íos caciques sindicales, sin embargo, ya no provenía de figuras equivalentes a la de Ongaro sino de las luchas que libraban entre sí.

Después de que se hiciera evidente que la UOM monopolizaría el poder y la influencia gremial como principal interlocutor laboral del gobierno peronista, el SMATA reanudó su disputa de larga data con

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el sindicato metalúrgico. Rodríguez había hecho progresos conside

rables en la centralización del aparato gremial de los mecánicos, permitiendo con ello que el SMATA se convirtiera en un rival respetable de los metalúrgicos. Además de eliminar a las corrientes internas disidentes, en particular controlando a ía molesta seccional cordobesa, había centralizado aún más el trámite de las negociaciones colectivas con el convenio firmado por los mecánicos en los días posteriores al Rodrigado, que establecía una escala salarial general para todas las categorías de la industria. De este modo, quedaba eliminada la tradicional fuente de poder de seccionales locales como ía de Córdoba; las negociaciones directas con las empresas y la independencia con respecto a Buenos Aires.71 No obstante, la feroz rivalidad entre la UOM y el SMATA por el control del movimiento obrero obstruyó los esfuerzos de ambos por reafirmar su dominio sobre sus bases a través de negociaciones colectivas centralizadas. Cada uno de ellos había tratado de superar al otro en las conversaciones de 1975 sobre los convenios, trabando con ello los acuerdos finales y creando condiciones que permitieron a los activistas de base explotar la inseguridad y la agitación en los lugares de trabajo, especialmente en Córdoba pero también en otras plantas como el complejo de Ford, un baluarte tradicional de sentimientos antiburocráticos y militancia de base entre las fábricas de Buenos Aires.72

Hacia fin de año, si bien los disidentes de base eran menos en Córdoba, seguían activos en las plantas de Buenos Aires; el control deí SMATA central estaba sólo formalmente instalado.

El ajuste final de cuentas llegó el 14 de noviembre de 1975, cuando por fin se hicieron realidad los temores más profundos del SMATA, al otorgar el gobierno a la UOM la jurisdicción sobre los trabajadores mecánicos. La decisión del Ministerio de Trabajo (íau- do 29/75) había pendido sobre los mecánicos desde principios de año. Eí 26 de noviembre, aproximadamente 40.000 trabajadores del SMATA se reunieron en el Luna Park y marcharon al Congreso para protestar por la intromisión de la UOM en su sindicato y los intentos del gobierno y Lorenzo Miguel para anexarlo.Esa anexión se consumó justo cuando el gobierno peronista ingresaba en los últimos días de un periodo tumultuoso y dominado por las crisis de tres años en el poder.73El principio del verticalismo se había llevado hasta su fin último; el poder sindical había sido centralizado. Pero no fue suficiente para impedir que el 24 de marzo de 1976 cayera un gobierno moribundo y desacreditado. En realidad, el verticalista movimiento obrero peronista no era capaz de ofrecer la más mínima resistencia contra un golpe militar que instauraría un régimen salvajemente represivo, que cobraría las

vidas de miles de trabajadores y perseguiría y hostigaría al movi-

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miento obrero hasta llevarlo en los años siguientes a una posición

marginal en la vida política del país.En Córdoba, una serie de acontecimientos, algunos premeditados y otros fortuitos, habían conspirado para derrotar a los sindicatos disidentes de la ciudad y socavar su tradición obrera militante. El movimiento obrero cordobés se incorporó al de la nación, y las posibilidades que antaño ofreciera a la clase obrera y la izquierda se desvanecieron. Hacia la época del golpe, pocos de los que aún estaban vivos y en libertad imaginaban seriamente una alternativa al sindicalismo peronista basada en los sindicatos cordobeses. Cuando el más importante de los dirigentes clasistas todavía activos,

Salamanca, cayó en manos del gobierno el mismo día del golpe, el hecho fue más significativo por su efecto simbólico que por su relevancia política. En el momento de su desaparición y posterior asesinato en el campo de concentración de La Perla varias semanas después, no sólo el clasismo sino también los sindicatos cordobeses habían dejado de representar una amenaza para los caciques gremiales peronistas o el golpeado pero difícilmente agonizante orden capitalista de la Argentina. Los poderes combinados del Estado, sus cofrades gremiales en el movimiento obrero peronista y las propias contradicciones y debilidad fatal del movimiento sindical disidente de Córdoba habían sido suficientes para garantizar que, si iba a haber una revolución en ía Argentina, se haría sin ios sindicatos cordobeses.

NOTAS

1Oscar Anzorena, Tiempo de violencia y de utopia (Buenos Aires: Editorial Contrapunto, 1988), p. 291; Ronaldo Munck, Argentina: FromAnar- chismto Peronism: Workers, Uníons, Politics, 1855-1985 (Londres: Zed Books Ltd., 1987}, p. 196.

2María Beatriz Nofal, Absentee Entrepreneurship and the Dynamics of the Motor Vehicle Industry ín Argentina (Nueva York: Praeger Publishers, 1989}, pp. 53-54.

3Ibid., pp. 37-38.*Ibid., p. 47.5 Entrevista con Alfredo Martini, secretario general de la UOM cordobesa

entre 1974 y 1976, Córdoba, 27 de julio de 1987: Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 181 (mayo de 1975), p. 21.

6Nofal, Absentee Entrepreneurship, p. 125.7 Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des

Affaires Intemaüonales 0200, “A. Lucas, Argentine, finances et stratégie”,

carpeta "Poli ti que”, carta del ingeniero Eduardo M. Huergo, presidente de

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Patria metalúrgica, patria socialista 383

IKA-Renault, al doctor Gabriel Martínez, subsecretario de Comercio Exte

rior, 7 de noviembre de 1973.8Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Confederación General del Trabajo, 1970-71", carta abierta de ía CGT "Al pueblo de Córdoba",21 de abril de 1970. La CGT describe el estado de la crisis: "Exigimos una acción inmediata y decisiva por parte del gobierno para combatir la catástrofe que está atravesando la industria metalúrgica... talleres cerrados o que trabajan al mínimo de su capacidad, suspensiones y despidos de obreros, violación de la legislación laboral, todo atestigua con elocuencia una decadencia pertinaz”. Sobre la crisis de la industria cordobesa y sus efectos en la UOM, véase “El sindicalismo cordobés en la escalada”, Aq u í y Ah or a, vol. 3, n° 26 (mayo de 1971}, pp. 11-14.

9 Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Volantes de agrupaciones varias, 1973-74”, volante “¿Qué es el Pacto Social y hasta dónde llega su contenido?", Peronismo de Base, Regional Córdoba, 13 de enero de 1974: un ejemplo de las críticas cada vez más ásperas al gobierno peronista provenientes del miembro peronista más importante de la alianza clasista del SMATA.

10“A! peronismo revolucionario”, El Obrero, n° 8 (28 de marzo de 1974), p. 12, es representativo de los llamados hechos a la izquierda peronista por las organizaciones marxistas durante estos meses.

n El movimiento del Peronismo de Base, cuyo eslogan en este momento era “Desde las bases p er o n i s t a s h acia l a p a t r i a so cia l i s t a ”, no concurrió a la concentración del Día del Trabajo como protesta contra la anunciada presencia de reconocidos representantes de la derecha peronista (José López Rega, Raúl Lastiri y otros) junto a Perón. No obstante, aún se abstenía de criticar abiertamente al propio presidente; La Voz de l in te r io r, 7 de mayo de' 1974, p. 14.

12Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “CGT Congress", D740125-0646, mayo de 1974; “Perón-CGT Meeting”, D740158-0718. junio de 1974.

13La Voz de l In ter i or, 25 de mayo de 1974, p. 14.14“El Movimiento Sindical Combativo frente al quinto aniversario del

Cordobazo”, Elec t rum, n° 453 (31 de mayo de 1974), p. 6.15Juan Carlos Torre, Los sin d i ca tos en eí gobiern o , 197 3-76 (Buenos

Aires: Centro Editor de América Latina, 1983), pp. 118-119.'6 In for me, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 173 (julio de 1974), p. 287.

17Entrevista con Roberto Nágera, delegado c la s i st a d e la planta de Ford Transax entre 1972 y 1974, Córdoba, 25 de julio de 1991. Tuve acceso a la colección de literatura política de estos años existente en el Departamento de Relaciones Industriales de Renault. El escaso volumen del material, que los funcionarios de la empresa nunca coleccionaron sistemáticamente y que sin duda representa sólo una fracción de lo que realmente aparecía en las plantas, refleja con claridad una situación en ía cual íos debates políticos y la polarización de la vida política que se producía en el país en general también se manifestaban en la base fabril.

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384 £1 Cordobazo

w Entrevista con Roberto Nágera; Jorge Brega, ¿H a m u er t o el com u n i s

mo? El m aoísmo en la Argent i na : conver saci ones con Ot t o Varga s (Buenos Aires: Editorial Agora, 1990), pp. 183-208.10Archives du Ministére de ¡Industrie, París, informe de la embajada

francesa en Buenos Aires a Jean Sauvegnargues, ministro de Relaciones Exteriores, “Le conflil IKA-Renault á Córdoba”, 13 de agosto de 1974. La embajada francesa señalaba que las exigencias gremiales adicionales, como la libertad de todos los presos políticos, estaban evidentemente más allá de las facultades de la empresa y que la huelga tenía básicamente la intención de desacreditar el Pacto Social, a la conducción gremial peronista que, lo respaldaba y, en última instancia, ai gobierno peronista, algo que, según percibía con astucia, era una fuente de conflicto potencial ni en te fatal para los trabajadores peronistas de IKA-RenaulL

20 In f or m e, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 174 (agosto de 1974), p. 326,

21Renault aclaró su posición en una carta abierta a los trabajadores: “A todo el personal”, Departamento de Relaciones Industriales, Renault Argentina, Santa Isabel, 10 de julio de 1974.

22Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des Services Financiers, carpeta "Financement intemational, 1974", documento interno de la empresa “Le probléme syndical et ses répercussions bancaires”, 23 de agosto de 1974.

23Ibid:, Direction des AJTaires Internationales, “A. Lucas, Argentine”, carpeta “Comité Argentine”, documento “Reunión du Comité General n° 8’’, 23 de agosto de 1974. La Embajada de los Estados Unidos también expresó su preocupación por los perjuicios que la huelga causaba a las empresas automotrices de ese origen, dado que Ford, General Motors y Chrysler dependían de la forja de Renault para sus propias plantas de montaje; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Economic Implications ofConflictin IKA-Renault”, D740215- 0924, agosto de 1974.

24 La Voz del Interior, 19 de julio de 1974, p. 9; 23 de julio de 1974, p. 13.25 Ibid., 30 de julio de 1974, p. 9; 4 de agosto de 1974, p. 25.26 Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 174

(agosto de 1974), p. 328; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Labor Implications of Closure of IKA-Renault Automobile Plant”, D740214-0421, agosto de 1974.

27 Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aíres, “Córdoba Union Defies Ministry of Labor Ultimátum”, D740216-0286, agosto de 1974. Salamanca declaró: “Puede ser que intervengan el sindicato, pero nosotros vamos a movilizar a los trabajadores y a Rodríguez no se le permitirá entrar, lo que le deja dos opciones, con los trabajadores o contra ellos... la posición del Ministerio de Tra

bajo es la de la empresa y cualquier decisión en favor de un arbitraje es unilateral porque nunca se nos consultó. Rechazamos completamente todo

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Patria metalúrgica, patria socialista 385

Intento verticalista dentro del movimiento obrero", Córdoba, 6 de agosto de 1974, p. 2.

?H Gilíes Gleyze, "La Régie Naliónale des Usines Renault et l’Amérique Latine depuis 1945, Brésil, Argentine, Colombíe". tesis de Maestría en Humanidades, Universidad de París X-Nanterre, 1988, p. 175.

29 M em o r i a y B a l a n c e, Sindicato de Mecánicos y Afínes del Transporte Automotor, Buenos Aires, 1974-75, pp, 50-52. En uno de los muchos telegramas enviados a ía seccional cordobesa durante esas semanas, la central advertía: “Es necesario subrayar hasta qué punto ía actitud de ustedes perjudica los intereses de los trabajadores, el riesgo que la seccional cordobesa hace correr a todo ei gremio en la medida en que nos enfrentamos a la amenaza de la pérdida de nuestra personería gremia l , lo que dejará a miles de mecánicos de todo el país sin representación sindical”.

30 In f or m e, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 174 (agosto de i 974), pp. 330-331; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos internos de la Argentina, Embajada de ios Estados Unidos en Buenos Aires, “National Automobile Workers Union íntervenes Córdoba Local”, D740221-1148, agosto de 1974.

31"Una seccional, Córdoba; plenarios, asambleas, congresos, resoluciones”, Av a n c e , n° 29 (septiembre de 1974), pp. 4-9; La Voz del In ter ior, 8 de agosto de 1974, p. 9.

32Elizabeth Jelin, "Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76", R e vis ta Mexi ca n a d e Sociología, n° 2 (abril-junio de 1978), pp. 442-443; Ju- dzth Evans, Paul Hoeffel y Daniel James, “Reflections on Argentine Auto

Workers and Their Uníons", en R. Kronishy K. Mericle, comps., Th e Poli t ical Econom y o f the La t i n Amer i can Moto r Veh i c le Indu s t ry {Cambridge, Mass.: M1T Press, 1984), p. 153.

33Cíarín, 9 de agosto de 1974, p. 16.34 Christopher Knowles, “Revolutionary Trade Unionism in Argentina:

Interview witb Agustín Tosco", Radica l Amer i ca , 9 (mayo-junio de 1975), p. 29.

35Iris Marta Roldan, Sind ica tos y p r o tes ta soc ia l en l a Argen t i na , un es tud io d e caso : el s ind ica t o d e Luz y Fuerza de Córd oba , 196 9-197 4 (Amster- dam: Center for Latin American Research and Documentaron, 1978), pp. 440-441.

36 In fo rme , Servicio de Documentación e Información Laboral, n" 174 (agosto de 1974), pp. 331-332.

37 La Voz del In ter ior, 24 de septiembre de 1974, p. 11.38 I n f o r m e , Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 174

(agosto de 1974), p. 333.39 Córdoba, 24 de agosto de 1974, p. 3.40Jelin, “Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76", pp. 442-443;

La Voz d el In ter ior, 21 de septiembre de 1974, p. 13; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Córdoba Automobile Workers Strike”, D740267-0940, septiembre de1974,

41Ignacio González Janzen, La Tr ip le A (Buenos Aires: Editorial Con-

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386 El Cordobazo

t.rapunto, 1986), pp. 128-129; L a Vo z d el i n t er i o r , 12 de septiembre de

1974, p, 9,42La Voz del In ter ior, 17 de septiembre de 1974, p. 16; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Legalist Peroníst Labor Leader Assassinated”, D740378-0478, septiembre de 1974.

43Knowles, "Revolutionary Trade Unionism in Córdoba: interview with Agustín Tosco”, p. 34.

'!4La Voz del In ter ior, 24 de septiembre de 1974, p. 11.45Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio

nados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados

Unidos en Buenos Aires, “Arrest Order íbrTosco and Salamanca", D740289- 0078, octubre de 1974.4<i “SMATA recibió la visita del gobernador interventor de Córdoba, com

pañero brigadier mayor Raúl Oscar Lacabanne”, Avance , n° 30 (octubre de 1974), pp. 40-41.

47Clar ín , 8 de noviembre de 1974, p. 15. Cl ar ín caracterizó los resultados de esta huelga como magros. Los documentos de la empresa dicen lo contrario.

48£U?círum, n° 469 (20 de septiembre de 1974), p. 2; La Voz del In ter ior,16 de septiembre de 1974, p. 6.

49Roldán, Sind ica t os y p r o test a soc ia l , p. 402. El mismo día, el gobierno detuvo a Ongaro y asumió el control del sindicato de trabajadores gráficos

de Buenos Aires.50Ib id . , pp. 403-404.51Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacio

nados con los Asuntos Internos de la Argentina. Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, ‘‘Terrorism in Córdoba”, D750244-0699, julio dé1975. .....................

52Jelin, “Conflictos laborales en la Argentina, 1973-76”, pp. 441-442; Torre, Los s ind i ca tos en e l gobie rno , 197 3-76 , pp. 118-119.

53 Agustín Tosco, “Carta a los compañeros de Villa Constitución”, en Alberto J. Pía, comp., Hi stor ia d e Amér ica , Procla ma s y Docum ent os, vol. 3, n° 46 (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1985), pp. 164-168.

54 Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Villa Constitución Strike”, D750159-0118, mayo de 1975; “La lucha por la democracia sindical en la UOM de Villa Constitución”, H e c h o s y p r o t a g o n i s t a s d e l a s l u c h a s o b r e r a s a r g en t i n a s , n° 7 (Buenos Aires: Editorial Experiencía, 1984-85), pp. 50-75.

53Informe, Servicio de Documentación e Información Laboral, n° 185 (julio de 1975}, pp. 52-69; Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, "Labor’s Confrontation with Government”, D750228-0931, julio de 1975; “Renewed Strike Activity Declared Subversive”, D750244-0529, julio de 1975.

56 La Voz del In ter ior, 13 de junio de 1975, p. 13. Las “ c o o r d i n a d o r a s” han sido extensamente estudiadas por André Thompson en “Labour

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Struggles and Political Conflict, Argentina: The General Strike of 1975 and

the Crisis of Peronism through an Hislorical PerspecÜve", tesis de Maestría en Humanidades, Instituto de Estudios Sociales, La Haya, 1982.57La Voz del In te r io r , 26 de junio de 1975, p. 9; 14 de octubre de 1975,

p. 15.r'8 Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen ‘‘Volantes varios, 1975”,

comunicado gremial “A todos los compañeros de planta”, Comisión Ñor maleadora, SMATA-Córdoba, 8 de mayo de 1975. Como el gobierno, también el SMATA central veia la mano de los c l a s i s t a s en la agitación laboral de Villa Constitución: “Lo que está pasando es que la gente de Córdoba quiere explotar la situación existente en Villa Constitución. Pero el SMATA no va a permitirlo. Nunca lo permitiremos. Lo que es más: Salamanca y su gente, nunca más en Córdoba. Todo eso se acabó”; “La verdad sobre lo que ocurre en Córdoba”, Auance, n° 33 (mayo-junio de 1975), p. 29.

59Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1975”, comunicado gremial “A los compañeros en el aniversario del Cordobazo", Comisión Normalizadora, SMATA-Córdoba, 29 de mayo de 1975. La misiva sindical declaraba; “El hecho histórico es que el verdadero protagonista del Cordobazo fue el pueblo, un pueblo que fue, es y siempre será peronista. Por ese motivo podemos afirmar que el Cordobazo fue peronista”.

60 Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des Affaires Internationales 0200, 1069, “A. Lucas, Argentine”, carpeta "Rapports Missions Argentine”, carta de IKA-Renault a Alfred Lucas, jefe de la División Latinoamericana de Renault, 4 de octubre de 1974, Córdoba.

Cl Ib id . , 1066, “A. Lucas, Argentine, finances et stratégie", carpeta “Stratégie", documento “Informe confidencial de M. Carlier a A. Lucas”, 15 de abril de 1975. El informe manifiesta: “El rendimiento se corregirá por sí mismo el día en que los autos empiecen a salir completos de la línea. En todo caso, en el momento actual es inútil emplear mano dura con el personal, dado que las condiciones en las que deben actuar son tales que tienen todos los motivos para no trabajar”.

e2 I b i d Direction des Services Financiers 0764, 108, “IKA 1975”, carta de Jacques Graviére, tesorero de IKA-Renault, al Banco Central, Buenos Aires, 16 de octubre de 1975.

63Los primeros ruidos sordos con respecto a la cuestión de la jurisdicción

aparecen a principios de 1975; en lo sucesivo se repiten con intensidad creciente; “Encuadramiento sindical”, Avance , n ° 31 (enero de 1975), p. 30.64Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1-975",

comunicado gremial ‘‘A todos los compañeros", Comisión Normalizadora, SMATA-Córdoba, 19 de noviembre de 1975.

65René Salamanca, “A los compañeros mecánicos", en Hechos y p ro t a go n i s t a s d e l a s l ucha s ob re ra s a rgen t i nas , n° 1 {Buenos Aires: Editorial Experiencia, 1984), p. 24.

Los detalles sobre los últimos días de Tosco se basan en el testimonio de activistas de Luz y Fuerza y también en el de Juan Canelles, que había sido activista gremial comunista en el sindicato de la construcción de Cór

doba en la época del Cordobazo y era íntimo amigo personal de Tosco y el intermediario en el arreglo para que el ERP lo trasladara a Buenos Aires.

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388 El Cordobazo

1,1 L a Voz d el In t eri or , 8 de noviembre de 1975, pp. 15 y 17; Departamen

to de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, “Leftist Labor Leader Tosco Dead”, D750388-0490, novieiri' bre de 1975; el obituario de Tosco aparece en Christopher Knowles, “On the Death oí Agustín Tosco". Radical. Am er i ca, vol. 10 (marzo-abril de 1976), pp. 71-74.

,iSRoldán, Sind i ca tos y p ro t es ta soc ia l p. 413.Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction Juridi-

que 0734, 3686, carpeta "Argentine: eludes sur ÍKA-Rcnauit”, carta de Mareel Carlier a A. Lucas, 30 de abril de 1976. Renault abandonó la idea de la fusión entre IME e IKA cuando se hizo evidente que la Fuerza Aérea no

estaba dispuesta a dejar su jurisdicción tradicional y que el gobierno peronista no podía hacer las inversiones necesarias a fin de convertir las instalaciones de IME a la fabricación de motores para las plantas de Renault, tal como lo imaginaban los franceses. La decisión de abandonar la Argentina se pospuso, ya que la empresa depositó sus esperanzas en la buena voluntad del nuevo gobierno militar para derogar la deletérea legislación peronista con respecto a la industria automotriz y estabilizar ía economía*

70Direction des Services Financiers 0764, 276, Finance Internationale, “Argentine, 1976”, caita de Renault Argentina S.A. a A. Lucas, Buenos Aires, 22 de enero de 1976. "Hemos sido ayudados por una serie de huelgas que tuvieron el efecto práctico de ajustar nuestros niveles de producción a

las ventas, evitando con ello gastos significativos a la empresa.”71“Un objetivo logrado”, Avance , extra (julio de 1975), p. 9.72Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des

Affaires ínternationales 0200, 1069, “A. Lucas, Argentine", carpeta “Rapports Missions Argentine”, documento interno de IKA*Renault "Renovación convenios colectivos de trabajo”, 27 de junio de 1975. Sólo una semana antes del Rodrigado, la empresa señalaba esta contradicción: “Con respecto a la situación laboral, existe una fuerte rivalidad entre la UOM y el SMATA para obtener mejores convenios, un hecho que provoca demoras y dificultades en las negociaciones". El SMATA central reprendió a los activistas de base por explotar esta contradicción y socavar sus esfuerzos para

fortalecer su posición en la lucha con la UOM. Véase “A los trabajadores mecánicos y a la opinión pública del país”, Auance, extra (julio de 1975), p. 9.

73Departamento de Estado de los Estados Unidos, Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, Embajada de íos Estados Unidos en Buenos Aires. "Representaron issue Threatens UOM-SMATA Conflict”, D750407-0598, noviembre de 1975; “SMATA-UOM Confiict Worsens”, D750419-0231, noviembre de 1975; “Conflicto de encuadramien- to sindical", Avance , n° 36 (febrero de 1976), pp. 48-73. El nuevo gobierno militar, para impedir la consolidación del poder gremial y como parte de un programa para debilitar al movimiento obrero en general, finalmente revo

có el laudo del Ministerio de Trabajo y devolvió la representación de los mecánicos al SMATA. Las empresas automotrices se habían opuesto a la jurisdicción de la UOM, dado que el sindicato de Miguel, tras haber aprove

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chado plenamente su estrecha relación con el gobierno, tenía mejores convenios y salarios más altos que los trabajadores del SMATA. Por otra parle, al estar ahora centralizadas las negociaciones colectivas, la amenaza de movimientos de base como los que se habían establecido en Córdoba parecía más remota.

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Cuarta parte

LA POLÍTICA DEL TRABAJO

Las ocupaciones fabriles tienen menos que ver con las aflicciones de los trabajadores que con la necesidad de estar al mando siquiera una vez .

Simone Weil, Expérience de la vie d’usine

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10. Trabajo y política en Córdoba

La historia de la clase obrera cordobesa después de 1966, particularmente luego del Cordobazo, se caracterizó por la eclosión de la militancia y la radicalización política de por lo menos algunos sectores del movimiento obrero local. La clase obrera fue ampliamente afectada por este proceso, pero su mayor impacto se sintió en los dos complejos automotores. Ferreyra y Santa Isabel fueron los ámbitos de otra expresión de la política laboral cordobesa, no la política de poder del movimiento sindical sino una politización que tenía sus raíces en el lugar de trabajo y que complementaba y chocaba alternativamente con las rivalidades de poder, las maniobras tácticas para ganar capacidad de negociación, las disputas ideológicas y

los designios políticos más generales que explicaban gran parte de la militancia sindical en la ciudad. En las plantas de Fiat e IKA- Renault, el trabajo y el capital se enfrentaban uno con otro en una lucha por el control del lugar de trabajo que era provocada por el contexto particular de producción de las fábricas automotrices cordobesas. En éstas, la conexión entre el trabajo y la emergencia de una conducción sindical radicalizada era más directa que en el resto del gremialismo local. La política en la base fabril de las plantas de Fiat e IKA-Renault no sólo profundizó la militancia de la clase obrera cordobesa sino que también contribuyó a la articulación de una alternativa ideológica al gremialismo peronista, el clasismo.1

Los orígenes de la militancia de los trabajadores mecánicos y el movimiento clasista cordobés, en consecuencia, no sólo se hallan en la política sindical y revolucionaria, la cultura política distintiva de Córdoba y el Cordobazo, sino también en las condiciones del mercado, los procesos de producción y las prácticas gerenciales de la industria automotriz cordobesa. En cualquier lugar del mundo, la característica más saliente de la industria automotriz es su hi- persensibilidad a los cambios en el ciclo comercial. Las ventas de autos son siempre extremadamente volátiles, están sometidas a saltos y depresiones súbitos de la demanda y se ven afectadas por fluctuaciones tanto estacionales como cíclicas.2Esta fragilidad na-

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394 El Cordobazo

Cuadro 10.1. Ganancias anuales de la industria automotriz,

1960-1976 {en millones de pesos; se incluyen camiones y jeeps)1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

1960 504- 143 901 712. 45 > — 101 3 2441961 746 323 761 889 131 283 9 104 75 4561962 7 0 3 108 38 -99 221 527 18 -31 4 1981963 131 660 -699 -724 199 -132 -27 -97 -75 1121964 615 998 1.031 589 47 -54 73 -69 2561965 1.791 1.208 2.104 1.407 24 114 -110 -95 34 -1.971

1966 1.591 3.319 3.319 1.752 397 109 -163 65 -67 -1.1971967 483 2.061 1.233 1.644 526 295 44. -51 -3231968 -2.182 2.043 5.016 3.991 493 465 152 153 _ _ —

1969 242 5.325 4.331 4.7 71 2.356 795 366 397 — —

1 2 3 4 5 6 7 8

1970 -729 6.048 720 1.009 172 324 -300 451971 84 1.870 4.146 496 -526 65 -1.942 2441972 153 1.160 3.070 -12.396 2.412 -2.424 293 2601973 -2.870 -666 4.603 -15.300 -4.082 -5.849 -8.440 -2.6971974 -11.428 -7.162 -23.153 -27.000 -11.008 -3.260 -7.963 -5.0001975 -210.020 2.090 -121.670 -194.690 -11.010 2.680 6.700 4.2801976 -517.980 83.250 469.400 -!508.300 87.200 -43.100 -212.230 132.890

Fuente : Juan V. Sourrouille, El compl ejo au t omoto r en Argen t in a (México: Editorial Nueva Imagen, 1980), pp. 60-61.

Referencias1 IKA-Renault2 Fiat3 Ford4 General Motors5 Chrysler6 IAFA-SAFRAR7 Citroen8 Mercedes Benz9 IASF

10 Di Telia Automotores

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Trabajo y política en Córdoba 395

tural se convierte en inestabilidad crónica cuando a esa característica se suman las crisis periódicas que atormentan a una economía capitalista débil como la de la Argentina. Como la producción automotriz dependía casi totalmente de la demanda interna, no es sorprendente que la suerte de la industria automotriz cordobesa refle

jara íntimamente la salud general de la economía del país y que las ventas, en particular después de 1965, fueran notoriamente erráticas mientras el boom automotor de una década de duración comenzaba a perder fuerza.0Si bien eí volumen anual de la producción y venta de automóviles se incrementó en la Argentina y en Córdoba entre 1960 y 1976, las cifras de las ganancias de la industria

fueron inestables, y años buenos alternaron con otros catastróficos {Cuadro 10.1).Además de la volatilidad del mercado y las depresiones indus

triales, Fiat e IKA-Renault se enfrentaban con el lento pero obstinado deterioro de la industria automotriz cordobesa en relación con sus competidores de Buenos Aires. A fines de la década de 1950, con una demanda que aún excedía la oferta, la promoción por parte del gobierno de Frondizi de la inversión automotriz extranjera había reestructurado completamente la industria. Entre los nuevos inversores, Ford, General Motors, Chrysler, Mercedes Benz, Citroen y,

un poco más tarde, Peugeot, establecieron sus actividades en y alrededor de Buenos Aires a principios de los años sesenta, terminando así con el dominio deí mercado por parte de las empresas instaladas en Córdoba, Fiat y especialmente IKA, que había caracterizado los primeros años de la industria. Este pico de inversiones pronto sobrepasó a ía demanda, y de las 21 empresas que producían vehículos de motor a comienzos de la década sólo quedaban once en 1967.

Las nuevas condiciones del mercado cambiaron la naturaleza misma de la industria. En un mercado reducido y ahora altamente competitivo, los fabricantes adoptaron una política de diversificación de modelos y frecuentes cambios en eí estilo —produciendo más y más llamativos modelos pero sin mejorar necesariamente la tecnología de los autos— para satisfacer los conspicuos hábitos y veleidades consumistas del sector privilegiado de compradores de autos. La industria automotriz encontraba ahora a sus clientes entre los grupos de ingresos más elevados del país, y los trabajadores que fabricaban los autos rara vez tenían recursos para comprarlos en el mercado de los cero kilómetro. La inelasticidad de precios excepcionalmente alta de la industria, su incapacidad para facilitar la demanda a través de manipulaciones de los mismos, era sólo una prueba de que en lo sucesivo satisfaría a un pequeño sector de clientes relativamente ricos.4

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396 El Cordobazo

Como lo señala una investigadora de la industria, estos cambios

condujeron a ineficiencias de escala y elevaron los costos de producción. dando como resultado una “industria de costos altos, precios altos y escaso volumen”.5 No obstante, la demanda seguía siendo inestable —muy errática, en realidad— y vulnerable a los caprichos de la política gubernamental y 3a volatilidad de la economía argentina. Incluso aquellos que estaban en una posición relativamente acomodada, en especial los compradores de clase medía, podían ser disuadidos de efectuar la considerable inversión que representaba en la Argentina la compra de un auto por las políticas económicas gubernamentales que elevaban las tasas de interés o

por la agitación social y política y la incertidumbre económica. Una industria sometida a semejante volatilidad cíclica también requería flexibilidad con respecto a sus costos laborales. Los fabricantes automotores argentinos habrían preferido ajustar los costos de producción y laborales de acuerdo con las ventas, despidiendo obreros en tiempos de depresión y volviendo a tomarlos cuando la demanda se recuperaba, de manera muy similar a como históricamente lo hicieron las empresas automotrices en todo el mundo. La industria automotriz estadounidense se las arreglaba para actuar así a través de un sistema de derechos de convocatoria basado en acuerdos según la antigüedad en las plantas, que se complementaba con los generosos beneficios suplementarios de desempleo obtenidos por el sindicato United Auto Workers a comienzos de la posguerra.^ En México y especialmente en Brasil, el sistema de contratación y despido era una práctica aceptada de la política laboral de la industria, posible por la debilidad relativa del movimiento obrero y la fortaleza del Estado en esos países.7

Esas prácticas no caracterizaron a la industria automotriz argentina y en particular a la de Córdoba por varias razones. La elasticidad de precios del mercado automovilístico implicaba que, dentro de ciertos límites, las empresas tenían más margen para trasla

dar los mayores costos a los precios sin afectar la demanda. Por otra parte, después de 1966 el Estado se abstuvo en general de intervenir en la política de precios de la industria. Un informe de ÍKA-Renault de 1971, por ejemplo, registró con calma considerable un aumento salarial para su mano de obra, señalando que podía contarse con que el gobierno aceptara incrementos en los precios para compensar los salarios más altos, una situación que sólo se invertiría en 1973 con el congelamiento de precios dispuesto por el Pacto Social.8Las fuertes indemnizaciones que la ley argentina determinaba para los trabajadores despedidos también prevenían otras estrategias. En 1974, en medio de la crisis más grave de su historia, IKA-Renault destinó dinero únicamente para las indemnizaciones

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Trabajo y política en Córdoba 39 7

por fallecimiento en el trabajo y no para los despidos, una indemni

zación obligatoria para miles de trabajadores echados que la empresa consideraba una opción demasiado gravosa en cualquier intento de disminuir sus costos laborales.9 Finalmente, el poder latente del movimiento obrero en la Argentina y especialmente en Córdoba durante esos años hacía insostenibles las políticas de contratación y despidos que llevaban a cabo rutinariamente las empresas automotrices que operaban en Brasil y México. Después de que un intento de ponerlas en práctica en 1968 desencadenó ásperas protestas obreras y graves disturbios sociales en Córdoba, IKA-Renault decidió que la reducción de sus costos laborales sería muy

difícil y en lo sucesivo únicamente posible de una manera gradual, a través de una disminución lenta de su mano de obra y una reconversión industrial paulatina, no mediante despidos masivos ajustados a los cambios en el ciclo comercial.i0 Varios años más tarde, cuando la posición de la compañía estaba seriamente erosionada, las tensas condiciones políticas y sociales en Córdoba volvieron a obligar a sus funcionarios a desechar la posibilidad de reducciones considerables de su mano de obra para aliviar sus graves problemas comerciales.11

Así, la situación en la Argentina, y en particular en Córdoba, era muy diferente de la de la industria automotriz de otros países de América Latina. En los años sesenta se hicieron intentos periódicos de recurrir a lo que podría denominarse el modelo brasileño. Pero los despidos de 1962 en IKA, los de Fiat en 1965 y los diversos intentos llevados a cabo por IKA-Renault entre 1966 y 1968 para reducir de manera considerable su mano de obra en momentos de bajas ganancias se frustraron debido a una combinación de vigilancia sindical, temeridad empresarial y la rápida recuperación de las ventas de autos. Antes de 1976, los despidos masivos fueron raros y tendían a ser la consecuencia de grandes enfrentamientos entre los sindicatos y las empresas, como los que siguieron a la gran huel

ga de 1970 en IKA-Renault o a la proscripción final de SITRAC- SITRAM a fines de 197 L Así, los despidos eran más episódicos que rutinarios. Un resultado de ello fue que la industria automotriz cordobesa se caracterizó por un alto grado de estabilidad laboral. En las plantas de IKA-Renault, las demandas gremiales en la década del sesenta se referían principalmente a cuestiones salariales, y no a la estabilidad en el trabajo.12Los registros de la empresa, por otra parte, muestran una notable estabilidad de la mano de obra entre 1966 y 1976 {Cuadro 10.2), y en la larga lista de reclamos obreros presentados por los sindicatos clasistas de Fiat e IKA-Renault la

seguridad laboral no ocupaba un lugar preponderante.

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398 El Cordobazo

Cuadro 10,2. Cifras de empleo y afiliación sindical en IKA-Renault

AñoCantidad de trabajadores

Miembros del sindicato

Porcentaje de afiliados

1966 7.222 6.373 881967 6.591 5.949 901969 5.976 5.305 891970 5.266 5.068 961973 6.034 5.315 881974 7.350 5.839 791975 8.510 6.147 721976 7.656 5.845 76

Fuente: Departamento de Relaciones Industriales, Registros de empleo, Renault Argentina S.A., Santa Isabel, Argentina.

Aunque de ese modo los trabajadores automotores cordobeses estaban sometidos a menor cantidad de despidos que los de Brasil o México, cuando se los echaba tendían a dejar la industria de manera definitiva, encontrando trabajo en los sectores no dinámi

cos de la industria cordobesa (molinos harineros, plantas textiles y semejantes), en el sector de servicios o, como lo sostuvo un investigador para las empre sas con base en Buenos Aires, como mecánicos independientes con su propio taller .13 A diferencia de su par brasileño, el trabajador automotor cordobés no entraba y salía del trabajo o iba de empresa en empresa de acuerdo con un ciclo comercial inestable y las inconstantes políticas de empleo de las compañías, sino que en general mantenía su puesto en Fiat o IKA- Renault y permanecía en la empresa a lo largo de su vida laboral en la industria automotriz local. La minoría que sí perdía su trabajo pagaba el precio de su activismo gremial y sufría las represalias de la administración en la forma de despidos directos, listas negras empresariales y proscripción completa en la industria automotriz local.

Si bien las estrategias dei mercado laboral no eran una opción para IKA-Renault o Fiat, éstas, empero, no podían confiar en competir con las firmas de Buenos Aires manteniendo simplemente el statu quo. Hacia la época del golpe de Onganía en 1966, resultaba claro que la preeminencia de Córdoba en la industria automotriz del país era seriamente amenazada por las empresas recién llegadas a Buenos Aires. En el caso de IKA, particularmente, la competencia de los grandes fabricantes estadounidenses que habían im

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Trabajo y política en Córdoba 399

pulsado la anterior mudanza de la empresa de los Estados Unidos

parecía haber reaparecido en la Argentina en formas aún más amenazantes. Las ventas totales de ÍKA en 1965 eran todavía las más altas de la industria, pero su cuota de mercado había declinado desde la llegada de las otras compañías a comienzos de la década. En 1964, perdió por primera vez el liderazgo en ganancias anuales de la industria, cediendo ese puesto a Ford. En 1966 quedó rezagada detrás de Ford y General Motors, así como de Fiat, y la empresa, de hecho, registró sus primeras pérdidas en 1968. A Fiat le fue un poco mejor, pero hasta 1969 sus tasas de crecimiento estuvieron muy por debajo de las de Ford y sólo ligeramente por encima de las de General Motors, una situación que desilusionó mucho a la compañía italiana, porque sólo había tomado la decisión de reconvertir su fábrica de tractores de Concord a la producción automotriz cuando pareció que podría repartirse con ÍKA el mercado argentino.14

Para enfrentar la competencia creciente, IKA y Fiat emprendieron una serie de reformas financieras y administrativas, pero dependían principalmente del incremento de la productividad del trabajo y la reducción de los costos laborales para sobrevivir en lo que se había convertido en un mercado implacable. En las plantas de Fiat, esto entrañó no tanto racionalizaciones como la profundi- zación de prácticas gerenciales y procesos laborales ya establecidos que procuraban maximizar la productividad obrera. En las plantas de Kaiser, a su vez, se adoptaron reformas estructurales que incluían cambios en la tecnología y la organización de la producción.

La venta de IKA a Renault fue el primer paso de un amplio proceso de racionalizaciones en las plantas y reformas de la productividad en las terminales de Santa Isabel. Al ser una empresa pequeña y esencialmente argentina, IKA carecía de los recursos financieros e incluso de la capacidad tecnológica para modernizar sus plantas y superar las ventajas en acceso al capital y la proximidad al mercado de que disfrutaban las compañías instaladas en Buenos Aires. Los informes de los equipos técnicos de Renault que visitaron las fábricas Kaiser durante los meses de negociaciones por la compra del complejo IKA incluían una mezcla de elogios a ciertas plantas, en especial la forja, y una decepción general por la falta de equipos de transferencia, la ausencia de disciplina en la base fabril y la naturaleza primitiva del trabajo en las líneas de producción y montaje en la mayoría de las plantas.15Dolorosamente conscientes de su propia incapacidad para llevar a cabo las reformas necesarias

para recuperar el liderazgo, los funcionarios de Kaiser convencieron no obstante a Renault de las posibilidades que tenía la multinacio

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400 El Cordobazo

nal francesa de rescatar a la acosada empresa a través de un amplio

programa de modernización.

Para analizar y evaluar la significación de los esquemas de productividad de las empresas y sus efectos en la mano de obra, es necesario tener en cuenta ía naturaleza de la fabricación de autos y eí trabajo automotor en general, así como las condiciones específicas de la base fabril existentes en los complejos de ÍKA-Renault y Fiat La fabricación de automóviles representó ía producción industrial en su escala más amplia e integrada. Las plantas automotrices rara vez tie

nen un plantel de menos de 2.500 personas, lo que ías hace más grandes que las textiles, las químicas, los astilleros y casi todas las demás grandes actividades industríales. En la Argentina, sólo los principales complejos siderúrgicos tenían una cantidad comparable de personal. Además, las plantas de autos eran únicas, como lo son en todas partes, por 1a diversidad de funciones desempeñadas por los trabajadores, abarcando una gama de operaciones que iban de la fundición de metales, pasando por la fabricación de sofisticadas máquinas herramienta, al más sencillo montaje final (Figura 2), La fabricación automotriz también es única por su naturaleza organiza

tiva y su naturaleza integrada. Henry Ford señaló una vez que sus fábricas eran un río alimentado por arroyos. Las forjas, los departamentos de fundición y estampado eran las fuentes; las líneas de producción, los arroyos, y el montaje final, el río. La metáfora describe con exactitud la naturaleza interdependiente de la producción automotriz. La red de departamentos de fabricación de partes y componentes de las plantas, cada uno empeñado en sus propios procesos de producción, generaba una operación de relojería cuyas enormes capacidades de manufactura, irónicamente, eran contrapesadas por su vulnerabilidad, porque un paro en cualquiera de los departamentos era capaz de paralizar toda la línea de producción.

Los trabajadores mecánicos han demostrado una inclinación no habitual a tomar medidas como los paros, un hecho que puede atribuirse a las presiones específicas que resultan de la relación entre producción, costos y margen de ganancia en este sector industrial! En la industria automotriz, la reducción de los costos laborales rara vez se intentó mediante la mera reducción de los salarios. Los niveles más altos de calificación requeridos para partes relativamente pequeñas pero cruciales del proceso de producción (fabricación de herramientas y matrices, reparación de la maquinaria, trabajos de electricidad) y en especial las rigurosas condiciones laborales a las que están sometidos los trabajadores automotores hacen que sea una industria de salarios elevados. Desde el establecimiento de los

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Traba/o y política en Córdoba

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402 El Cordobazo

“cinco dólares por día” de Ford, los gerentes han descubierto que se

requieren salarios que están por encima del promedio para atraer a los trabajadores a la monotonía y la pesadez general de las tareas en una planta automotriz y evitar niveles altos de rotación del personal.Ui

En vez de buscar la flexibilidad laboral, esto es, la capacidad de responder velozmente a los caprichos del mercado automovilístico, a través de cortes salariales, los fabricantes lo han hecho mediante dos métodos: despidos y lo que genéricamente puede denominarse aceleración de íos ritmos de producción. De acuerdo con las ganancias, la producción se ajusta a través del uso de uno de estos métodos o de ambos y no, por ejemplo, con horas extras. A decir verdad, en una planta automotriz éstas se aplican con cuentagotas. Con frecuencia, el diferencial por horas extras anula las ganancias en la producción e históricamente sólo se las utilizó cuando era necesario un mayor rendimiento en un departamento para equilibrar el de otros.17

Durante los años sesenta, la íneficiencia y la inflación de los costos laborales, reales o imaginadas, se transformaron en la fuente de descontento empresarial, tanto en ÍKA-Renault como en Fiat. Para éstas, controlar sus gastos laborales era incuestionablemente una variable más decisiva que para las industrias automotrices europeas o estadounidenses, que disfrutaban deí acceso a un vas

to mercado consumidor y de capitales, introducían constantes innovaciones tecnológicas y podían impulsar la demanda mediante reducciones de precios, publicidad y planes creativos de compra en cuotas. Como las políticas de contratación y despidos estaban excluidas, las empresas cordobesas sólo tenían una alternativa realista: la aceleración de ios ritmos de producción. Históricamente, tanto en la Argentina como en otros lugares los costos laborales se atacaron mediante esfuerzos constantes por reducir el tiempo de trabajo dedicado a cada unidad, a fin de maximizar la eficiencia de ese costo. Cuanto menor es el tiempo empleado en una unidad, mayores son íos márgenes de ganancia, ya que se habrá incrementado la plusvalía mediante la maximización de la producción.’8En consecuencia, el estudio de los tiempos ha sido una de las marcas distintivas de las prácticas gerenciales en la industria. El “fordismo”, la aplicación de un trabajo estrictamente cronometrado a los ritmos mecánicos de la línea, fue el método gracias al cual se concillaron la diversidad y la escala de la producción automotriz. El fordismo tomó el principio taylorista de la subdivisión en tareas muy pequeñas y repetitivas y lo adaptó a la línea en movimiento. Este sistema posibilitó a Ford y sus sucesores crear la cumbre del capitalismo industrial del siglo XX, la planta automotriz. También

posibilitó un sistema único de control laboral, que la administra

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1Yabajo y política en Córdoba 403

ción procuró poner en uso en la inexorable ofensiva en busca de

ganancias.Los estudios sobre los tiempos no siempre se enfrentaron a la oposición de los trabajadores automotores o sus sindicatos, dado que ocasionalmente se los utilizó para aumentar ía producción sin agregar una carga adicional a los operarios. Pero en su mayor parte los obreros del automóvil los percibieron —correctamente— como el terreno preparatorio para la aceleración de los ritmos de producción. Debido al poder que quienes manejan los tiempos y los movimientos tienen sobre los trabajadores de las plantas automotrices, los sindicatos mecánicos han exigido casi universalmente tener voz

en la determinación de las tasas de producción. Los sindicatos procuraron estandarizar estas tasas para evitar abusos en la aceleración de los ritmos de producción y por lo tanto presentaron sus reclamos en términos de la exigencia de abolición del trabajo a desta

jo (un factor desencadenante en el movimiento clasista de Fiat, por ejemplo), el uso de tasas salariales fijas y el establecimiento de un procedimiento estándar para eí relevo en eí trabajo, a ser decidido por los mismos trabajadores.13

La aceleración de los ritmos, desde luego, puede referirse simplemente a una mayor rapidez en la producción, esto es, reasignar las tareas en la línea a unidades más pequeñas y luego aumentar la velocidad de aquélla. Más específicamente, ha significado una de dos cosas: el aumento de ía velocidad de la línea sin alterar las operaciones o la cantidad de trabajadores, haciendo con ello que éstos trabajen más rápido, o la reducción del número de operarios y la asignación de más tareas a los restantes, con lo que éstos deben trabajar más velozmente para cumplir con sus responsabilidades. Este último tipo ha sido particularmente corriente en la industria, y en las fábricas automotrices estadounidenses se lo llamó “alargar el paso” (“stretch-out”)- Ambas prácticas estaban difundidas en las plantas de Fiat e ÍKA-Renault a fines de la década del sesenta.20

La famosa descripción de las plantas automotrices como "explotadoras cromadas”*, hecha por el secretario general de los United Auto Workers, Walter Reuther, captó expresivamente las rigurosas condiciones inherentes a la producción automotriz. No obstante, la mera correlación entre las difíciles condiciones de trabajo y la mili- tancia obrera tiene limitaciones evidentes como herramienta analí

* En el original, “chrome-plated sweat shops", en el que hay un juego de palabras entre “sweat shops" (fábrica donde se explota a los obreros, lite

ralmente "talleres de sudor”) y su homófono “sweetshop”, confitería, dulcería (n. del t.).

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404 El Cordobazo

tica y contribuye en poco a explicar las razones de la railitancia de

los trabajadores mecánicos en general y la de los sindicatos cordobeses en particular. Las arduas condiciones laborales de la industria sólo son relevantes cuando se las pone en su contexto específico social y de base fabril. No obstante, es posible esbozar en términos generales las relaciones entre capital y trabajo desde el punto de vista de los trabajadores antes de discutir ios casos específicos de las empresas cordobesas.

La naturaleza integrada de la fabricación automotriz, el complejo tejido de producción, submontaje y montaje final, somete a los trabajadores mecánicos a presiones no necesariamente mayores que las de otras industrias, pero sí diferentes. A merced de los estudios sobre los tiempos y la demanda errática del mercado, el trabajo automotor se caracteriza por la inestabilidad en una u otra forma; puede implicar la amenaza siempre presente de un despido o la in- certidumbre sobre el empleo mismo. Los cambios frecuentes de modelos, por ejemplo, siempre inquietaron a los trabajadores y generaron tensiones en la base fabril. La reestructuración de los métodos de producción que esto exige, con máquinas herramienta que tienen que ser reconstruidas y arregladas para fabricar nuevas partes, la adaptación de las prensas a nuevas matrices y la modificación de los ritmos y secuencias de las tareas, pueden perturbar las

prácticas laborales establecidas y fomentar conflictos en el lugar de trabajo.21De este modo, los mecánicos han tenido que enfrentarse en mucho mayor medida que la mayoría de los trabajadores industriales con las demandas impersonales del tiempo y la máquina. Como lo señaló un investigador, la única libertad que puede esperar un obrero del automóvil proviene de un esfuerzo concertado para adelantarse al flujo de trabajo; pero esto genera una situación de “agotamiento ”, que puede dar al trabajador cierta sensación efímera de recompensa pero que sólo puede sostenerse en pequeñas ráfagas.22

Existen discusiones acerca del papel desempeñado por los capa

taces en la política de base fabril que rodea a la producción. En algunos casos, un control centralizado de la empresa sobre las velocidades del trabajo y la asignación de tareas relegó al capataz a un rol secundario de mediador de conflictos; otros casos destacaron su importancia constante como “impulsor", un guardián de la disciplina laboral que es responsable de que el trabajo se haga a tiempo y de acuerdo con los estándares y que también es el vínculo más vital de la dirección con las bases y su fuente más importante de información acerca de los trabajadores incapaces, insolentes o rebeldes.23En Córdoba, con su menor incidencia de la producción ajustada al ritmo de las máquinas y, en el caso de Fiat, con sus prácticas productivas de trabajo a destajo, los capataces desempeñaban un pa-

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mercados comerciales que erróneamente creyó se estaban formando

en el continente a través de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio y el Pacto Andino de 1969, sus plantas de Córdoba siguieron abasteciendo a un mercado esencialmente argentino.27 la s prácticas productivas y por lo tanto las relaciones en la base fabril en IKA-Re- nault y en toda la industria automotriz de la Argentina diferían de manera significativa de una a otra empresa.

Desde el inicio, las plantas de Kaiser habían tenido ciertas características que las distinguían de los otros fabricantes de autos. Por ejemplo, tenían una baja incidencia de las clásicas prácticas productivas fordistas y un estilo de trabajo más informal. El volu

men de producción de las plantas de IKA estaba muy por debajo del que se habría encontrado en plantas similares de los Estados Unidos y Europa, Además, la modificación de los modelos de Kaiser y los pequeños retoques a los fabricados bajo licencia eran actividades permanentes, realizadas para adaptar los autos a las necesidades específicas del mercado argentino. En general, los cambios resultantes eran cosméticos, pero a veces se trataba de necesarias adaptaciones a las exigencias del mercado local. Por ejemplo, dada la mala calidad de las rutas argentinas, en el Renault Dauphine fabricado por IKA bajo licencia tuvieron que fortalecerse las suspensiones y tolerancias metálicas. No obstante, los retoques de este tipo fueron a menudo una fuente de fricción entre IKA y los otorgantes de las Ucencias, que estaban convencidos de que tales modificaciones eran con frecuencia gratuitas, debidas a la “chapucería" de IKA y al pobre control de calidad en las plantas. Por ejemplo, los cambios en el diseño del motor del Renault, y con ello de todos sus componentes, preocuparon mucho a la empresa francesa. Éste fue otro factor más que convenció a Renault de que, si sus autos debían fabricarse en Córdoba, era necesario emprender una estandarización y una racionalización de acuerdo con lincamientos fordistas estrictos. Admitía, sin embargo, que esos retoques dispuestos por la dirección de IKA se debían en parte a la pobre calidad de los componentes de los proveedores locales, una debilidad que, según creía, sólo podría superarse profundizándose la política de integración vertical de Kaiser.28

Bajo la direepión de IKA, los procesos de producción requerían una adaptabilidad que implicaba una baja incidencia del fordismo, del trabajo subdividido, integrado y estrictamente cronometrado. En cambio, una considerable cantidad de tareas se adaptaba al “ritmo obrero” y se realizaba con frecuencia en tandas y no de acuerdo con principios de flujo continuo. Para la mano de obra, especialmente

para los trabajadores de producción más que para los encargados del montaje final, esto significaba que tenían que ser más flexibles

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y ligeramente mejor calificados que en la mayoría de las plantas

automotrices. El uso de tres líneas de producción separadas permitía en IKA una mayor flexibilidad; las líneas se movían más lentamente que en casi todas las demás plantas de autos, y los trabajadores tenían que desempeñar una mayor cantidad de tareas diversas.29 Por ejemplo, en una típica línea de máquinas procesadoras, los trabajadores emplearían fresadoras, taladros, mandriles, amoladoras, fijadoras de textos a presión y puestos indicadores de inspección, todos unidos en una línea continua. En las plantas estadounidenses y europeas, ese trabajo habría estado repartido en varias categorías de producción diferentes y numerosas subcate-

gorías, realizando cada trabajador una tarea minúscula con una máquina herramienta especializada, en el flujo de producción.En las plantas de Kaiser, y también en las de Fiat, los trabajado

res realizaban tareas múltiples en puestos de trabajo separados y luego trasladaban manualmente el material al puesto siguiente en pequeños carretones, ya que la maquinaria automatizada estaba casi completamente ausente de los complejos. La máquina herramienta multipropósito, que requería operarios de mayor calificación y había sido descartada en los países más industrializados en favor de las de usos especiales y semiespeciales y, finalmente, por la maquinaria automatizada, aún era de uso generalizado en las plantas cordobesas. Unos cuantos trabajadores de IKA y Fiat tenían aptitudes para el dibujo mecánico y las matemáticas, podían operar una amplia gama de máquinas herramienta y cumplir tareas de montaje en las plataformas. Esto fue así particularmente en el caso de la primera ola de trabajadores contratados por IKA y Fiat y provenientes principalmente de las plantas de las Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado, Incluso quienes se especializaban en el uso de un tomo o una máquina herramienta tenían cierta familiaridad con otras operaciones de producción con máquinas. A decir verdad, los tomos automáticos con velocidades y alimentaciones únicas se utilizaban en estas fábricas menos que en la mayoría de las plantas automotrices de la época, y el criterio del trabajador tenía una importancia considerablemente más grande. En IKA, especialmente, mantener la flexibilidad de las categorías, en un proceso laboral que en parte estaba más cerca de las primeras etapas de la producción automotriz que del fordismo estricto, se convirtió así en el principio director de todas las negociaciones de convenios de la empresa con el sindicato.30

Hacia fines de la década de 1960, las prácticas productivas de IKA eran consideradas como un anacronismo por Renault, la com

pañía otorgante de licencias cuyos modelos representaban en 1966 más de la mitad de las ventas de IKA.3SDespués de asumir el con

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trol de ésta en 1967, la empresa francesa insistió en la necesidad de acercar la organización, la tecnología y los procesos laborales de las fábricas IKA-Renault a los estándares internacionales de la industria. Los informes de la compañía entre 1967 y 1973 destacarían repetidamente la creencia de que el margen de ganancias en un mercado interno limitado dependía de la reconversión industrial y la reducción de los costos de producción,32 De manera similar, la decisión de abandonar la política de modelo único de IKA y comenzar a fabricar una serie de vehículos para un mercado automotor más competitivo exigió un proceso productivo diferente. En 1967, ÍKA-Renault fabricaba 23 modelos diferentes, un cambio que requería una disciplina y una racionalización fabriles más estrictas. Como resultado, en 1968 Renault dio inicio a un ambicioso programa de modernización que duraría casi cinco años y costaría a la empresa más de 100 millones de dólares, una cifra considerable si se tiene en cuenta que la inversión original de capital de IKA había sido de sólo diez millones.

Las reformas de Renault no se limitaron a la producción, sino que abarcaron las finanzas y el marketing. La compañía estableció algunos planes de financiación y compra a plazos, y también mejoró sus concesionarios. Modernizó asimismo sus instalaciones y vendió la planta de ejes de Transax a Ford. De manera más significati

va, procuró resolver los graves problemas financieros de ÍKA pagando regalías vencidas y comprando las licencias otorgadas a ésta por otras firmas (American Motors y la propia Kaiser), e integrando la empresa a la red financiera de acreedores franceses y extranjeros de la multinacional en vez de depender de las impredecibles y a menudo usurarias fuentes de capital de la Argentina.33 No obstante, las reformas financieras de Renault, fueron contradictorias, ya que vendió a IKA la tecnología para la reconversión, hizo a la compañía estrictamente responsable de los pagos en fecha y en general mantuvo una política de ofrecer respaldo técnico pero no financiero a sus operaciones cordobesas. Esta política sometió a IKA a grandes presiones y explica en gran medida por qué la empresa osciló al borde de la bancarrota entre 1967 y 1976 y nunca pudo ingeniárselas para liberarse del fmanciamiento local.34

La presteza con que se emprendieron las reformas en la producción respondía básicamente a. la necesidad de IKA-Renault de ganar rápidamente la confianza de sus patrocinadores financieros para el programa de modernización. El problema no consistía únicamente en mostrar robustez en las ventas sino también en dar una impresión de dirección y planificación de largo alcance. Así, la dimensión del programa de modernización fue inusual en la industria

automotriz argentina, ya que en general las casas matrices de las

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multinacionales automotrices no consideraban que sus subsidiadas locales, tuvieran márgenes de ganancia suficientemente grandes para garantizar reacondicionamientos costosos. Las sucursales argentinas de Ford, GM, Chrysler, Citroen y otras empresas tenían que arreglárselas en general con los equipos y elementos con que se habían instalado originariamente, y después de mediados de los años sesenta hubo mínimas transferencias o inversiones tecnológicas internacionales en la industria.35La inversión de Renault, no obstante, se ajustaba a la tradición de la empresa pública de incrementar su competitividad mejorando la producción y reduciendo costos laborales en vez de diseñar estrategias creativas de marketing o invertir intensamente en publicidad, una tradición fortalecida por las peculiaridades del mercado argentino.36En ÍKA-Renault existía además el incentivo de contrarrestar la creciente beligerancia de la mano de obra con reformas que en última instancia reducirían ía cantidad de trabajadores necesarios en las plantas e impondrían una disciplina fabril más estrecha. Tal manera de pensar estaba en armonía con la historia de la industria en otras partes del mundo y con las tendencias gerenciales de llevar a cabo cambios generalizados en tecnología y organización, especialmente cuando la actividad presentaba problemas y los trabajadores se resistían a incrementar la productividad mediante la mera intensificación del

trabajo.37Las reformas de Renault en la base fabril fueron extensas y afectaron a casi todos los departamentos en todas las plantas del complejo de Santa Isabel. Una meta era sencillamente racionalizar la producción de acuerdo con lincamientos fordistas, reducir la cantidad de “tiempos muertos” en los procesos de producción y convertir más tareas en operaciones separadamente cronometradas y adaptadas al ritmo de las máquinas. Las reformas en los productos también eran esenciales si la compañía quería ingresar alguna vez en el mercado de exportación, como los funcionarios de Renault creían que finalmente podría hacerlo, y aspectos como las exigencias de seguridad y fatiga de los autos fabricados en Córdoba se llevaron al nivel de los estándares internacionales.38 Renault no quería modificar completamente el proceso productivo en las plantas de Kaiser. Cierta flexibilidad laboral era esencial en una industria que exportaba poco y servía a un mercado predominantemente interno, que dependía significativamente de los proveedores locales de partes y componentes y en la cual tenían que hacerse ajustes frecuentes en el diseño del producto y con ello en el proceso laboral. En parte, Renault se había sentido motivada a comprar IKA porque apreciaba la adaptabilidad de la mano de obra de Kaiser.39 Por lo demás, en

una industria de bajo volumen y altamente protegida, las econo

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mías competitivas de escala no eran tan importantes como mante

ner los costos laborales lo más bajos posible. Asi, si bien Ía empresa comenzó a reemplazar las máquinas herramienta muítipropósit.o por otras especializadas en 1968, siguió comprando algunas de las que los trabajadores de ÍKA habían usado desde la década de 1950.40

No obstante, entx*e 1968 y 1973 Renault convirtió en un grado significativo las plantas de Kaiser a un sistema de producción fordista, introduciendo máquinas de transferencia en los sectores de fundido de matrices, instalando líneas de producción y montaje final nuevas y racionalizadas, transformando completamente el departamento de pintura y las secciones de control de calidad, agregando una diversidad de máquinas estampadoras en ías líneas de producción e introduciendo equipos automáticos y nuevos procesos laborales en la forja.41El programa de modernización, que duró aproximadamente hasta 1973, produjo cambios fundamentales no sólo en organización y tecnología sino también en la naturaleza del trabajo y específicamente en el incremento de los ritmos laborales. Al principio del programa, Renault propuso un objetivo de producción de veinte autos por hora, plenamente consciente de que esa cifra implicaba un proceso muy subdividido que constituiría una ruptura con el pasado de Kaiser.42

Cuando las condiciones en la base fabril se hicieron más regimentadas y severas, las cuestiones laborales pasaron a ser más importantes para los trabajadores de IKA-Renault, que ejercieron nuevas presiones sobre sus representantes gremiales. La compañía misma vio en aquellos años que existía una relación entre racionalización y militancia obrera en sus plantas argentinas. Por ejemplo* en un extenso informe sobre la reconversión de su planta de Perdriel, que antes fabricaba máquinas herramienta de alta precisión y fue reconvertida a la producción de línea de montaje (imité deproductíon de piéces en série), Renault atribuyó directamente el descontento obrero y el crecimiento del apoyo a la conducción clasista en la planta a las nuevas tareas poco calificadas y a la racionalización.43 De

manera similar, creía que los cambios en los procesos laborales y las recategorizaciones en muchas otras plantas y departamentos —fabricaciones varias (montaje), carrocerías en blanco (departamento de pintura de los chasis), mecanizado (producción), inspección y

producción {control de calidad), suministros (partes)— habían desencadenado la resistencia obrera y los paros a lo largo de principios de los años setenta.44

Durante esos años, también Fiat implemento programas de modernización y racionalización. En 1970, los trabajadores de la Planta A de Concord vieron cómo se eliminaba su maquinaria de usos generales y se introducía maquinaria automática que exigía una

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Trabajo y política en Córdoba 411

calificación mínima. Como Renault, la compañía italiana transfor

mó completamente su departamento de pintura, convírtiendo un proceso de trabajo intensivo en el cual los trabajadores pintaban el chasis a mano con pistolas pulverizadoras en un proceso automatizado en el que meramente controlaban la maquinaria. Fiat también introdujo máquinas automáticas y de alta precisión para sus operaciones mecánicas, maquinaria de transferencia para mover los bloques de motor de puesto en puesto y realizar tareas mecánicas en ellos y en general especializó la producción, mudando en 1965 el montaje final de los autos a una nueva planta en El Palomar (en la provincia de Buenos Aires) y el montaje de camiones y tractores en 1973 a otra en Sauce Viejo (provincia de Santa Fe). Esto hizo que la fábrica de Fiat Concord se dedicara estrictamente a la fabricación de motores y componentes para automóviles,48

Sin embargo, en el caso de Fiat, de mayor significación que las racionalizaciones en las plantas, que de ningún modo tuvieron la amplitud de las de ÍKA-Renault, fue la profundización de las políticas empresariales establecidas que procuraban maximizar la productividad obrera y reducir los costos laborales. El establecimiento por parte de la empresa de sindicatos de planta y su esfuerzo por aislar a los trabajadores de las peligrosas influencias de los sindicatos industriales argentinos, en particular para obstaculizar su afiliación al SMATA, formaban parte del intento de Fiat de asegurar únicamente una representación gremial de compromiso en sus plantas y mantener un control absoluto sobre la base fabril. La representación gremial nominal le permitió impiementar y sostener una serie de prácticas laborales y salariales que habrían sido impensables en cualquier otra empresa automotriz del país. Una de esas prácticas fue un sistema de remuneración, el premio a ia produc ción , que asociaba los salarios a la productividad obrera, una anomalía en una industria en la cual la forma estándar de pago eran los salarios por hora o mensuales, dependiendo de la categoría.

Eí premio a la producción establecía metas de producción, revisadas mensual y a veces semanalmente, que la empresa calculaba como una “tasa de producción del 130%”. El salario final de bolsillo de los trabajadores de Fiat dependía de que pudieran cumplir estos objetivos de productividad. Se pagaban salarios mínimos por alcanzar los ritmos del “100%” y se otorgaba una bonificación por cualquier trabajo realizado dentro del límite del 30% adicional. Los salarios básicos eran muy inferiores a los que recibían los otros traba

jadores de la industria automotriz. Además, cuando se pagaba la bonificación, la empresa asignaba a los trabajadores de las líneas

de producción específicas una suma global, que debía dividirse en partes iguales entre ellos según un procedimiento que los trabaja

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dores consideraban inescrutable y que, a decir verdad, nunca fue

explicado en los convenios colectivos de Fiat. Con buenos motivos, a los operarios de Concord el premio a la producción Ies parecía arbitrario; el éxito o el fracaso en la superación de los ritmos del 100% parecían sujetos al antojo de íos capataces y la administración. Las frustraciones de los trabajadores a causa de la imprevisibilidad de su paga se exacerbaban por el hecho de que sufrían cualquier caída de la producción, incluyendo las debidas a desperfectos en la maquinaria o a la escasez de componentes suministrados por los proveedores. Por otro lado, los beneficios para la empresa eran obvios. El sistema de premios permitía a Fíat ajustar los costos de produc

ción y laborales de acuerdo con las condiciones del mercado y evitar con ello las rígidas escalas salariales que incrementaban los costos del trabajo en las otras compañías automotrices que operaban en la Argentina.46

Las prácticas de producción de Fiat también eran excepcionales. Una de ellas, conocida en la planta de Concord como el acople de máquina, estaba pensada para asegurar el máximo de productividad obrera sin tener en cuenta el estrés físico y mental al que sometía a la mano de obra. Esta práctica específica se aplicaba a los trabajadores que operaban máquinas de producción y consistía esencialmente en duplicar la responsabilidad de cada obrero en la atención de las mismas. Una máquina, por ejemplo una prensa para cortar tornillos, podía ser la responsabilidad primaria del trabajador. Los estudios de tiempos y movimientos, sin embargo, solían calcular a menudo tiempos muertos para esos trabajadores, lagunas en el proceso laboral que los ingenieros industriales estimaban suficientes para que atendieran responsabilidades adicionales. De este modo, ai operario que controlaba la prensa cortadora de tornillos podía asignársele una máquina adicional, tal vez una afiladora, y a veces una tercera, una muela de esmeril, por ejemplo, con otra función no relacionada. Cada máquina requería su propia atención,

y la tensión a la que se sometía al trabajador era enorme. Después de desalojar a los demasiado complacientes representantes gremiales de Fiat, la conducción clasista del SITRAC, con un fuerte apoyo de las .bases, exigió a la empresa que “ desacoplara ” las máquinas, dado que las quejas por agotamiento físico y mental se generalizaban en la planta.'57

Como en el caso de IKA-Renault, las políticas laborales de Fiat estaban muy influenciadas por las tradiciones de la compañía y las prácticas establecidas en sus plantas europeas. Fiat tenía una larga historia de hostilidad al sindicalismo e incluso a la más mínima

interferencia en su control absoluto sobre las cuestiones de la producción. De todos los fabricantes automotores europeos, era la

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Trabajo y política en Córdoba 413

empresa que más coherentemente predicaba y practicaba una po

lítica de paternalismo como método de lograr armonía entre traba jadores y patronal. Daba incentivos a los obreros por su obediencia, a través de prácticas como la cláusula de bonificación por no participar en huelgas (íí premio antisciópero), al mismo tiempo que resistía tenazmente la intromisión gremial en las prerrogativas de la administración sobre la base fabril.48

De manera similar, tenía una larga tradición de exprimir los costos laborales en épocas de ventas flojas y depresiones en eí ciclo comercial en vez de invertir directamente en la producción para mejorar la competitividad. Después de la Primera Guerra Mundial, Fiat no adoptó la estrategia asumida por muchas firmas automotrices europeas para enfrentar la competencia estadounidense, esto es, reestructurar radicalmente la producción mediante reformas tecnológicas y organizativas. En cambio, en 1929 introdujo lo que el historiador estadounidense del trabajo David Montgomery describió como el “taylorismo de la Gran Depresión”, el sistema Bedaux.49Éste reemplazó los estudios de tiempos por otros más rigurosos y precisos sobre el movimiento; hacía hincapié en la intensificación de la cantidad de trabajo, la reducción de la mano de obra y, en general, la disminución de los costos laborales para mantener la competitividad, y era de uso generalizado en las plantas italianas de

Fiat en los años treinta.50Ciertas marcas distintivas de las políticas laborales de la empresa, por ejemplo la remuneración basada en el rendimiento obrero {il cottimo ), reaparecieron en una u otra forma en lás plantas cordobesas. Luego de las grandes huelgas del biennio rosso {1919-1920), Fiat había acordado eliminar por etapas las antiguas tasas de trabajo a destajo, calculadas individualmente. Pero con la derrota de sus sindicatos y el ascenso del fascismo en los años veinte, sus trabajadores habían sido obligados a volver a ese sistema, que en lo sucesivo fue sometido a una revisión constante por la administración, provocando una brusca caída de los salarios durante esos años.5’ La filosofía gerencial subyacente al sistema, si no los mecanismos precisos para su cálculo, reaparecieron en la planta de Fiat Concord.

La más importante de las políticas laborales de Fiat para los trabajadores cordobeses fue sin duda su hostilidad al sindicalismo. La empresa h^bía utilizado la abolición en Italia de los consejos obreros de base { commissioni interni) dispuesta por ia Carta del Lavoro de 1927 para implementar su filosofía paternalista y antisindical en sus fábricas de ese país. Como lo haría en Ferreyra, había conservado celosamente su control sobre los ritmos de producción y la asignación de tareas, despedido rutinariamente a activistas de base

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414 El Cordobazo

y no intentado nunca suavizar las tensiones en la base fabril dando

a los trabajadores aunque fuera una voz simbólica en las cuestiones referidas a la productividad.52La revolución industrial italiana de la posguerra debió mucho a

la debilidad del movimiento obrero en la base fabril. Esto había sido particularmente importante en la industria automotriz, pieza clave del desarrollo industrial de Italia en la posguerra, donde el trabajo a destajo y los sistemas de bonificaciones fueron la regla y en la que el movimiento obrero no montó una resistencia seria a la patronal hasta fines de la década de 1960.5:3Después de la derrota de la Confederazione Generale Italiana del Lavoro (CG1L), la confederación obrera comunista y socialista, en las elecciones gremiales de 1955, la empresa había lanzado un contraataque contra el sindicato y reducido al mínimo la actividad gremial en sus plantas. En Italia, Fiat complementó su intransigencia en la base fabril con los salarios más elevados de toda la clase obrera del país y un ostentoso paternalismo.

El período de calma en las relaciones obrero-patronales terminó en Turín a fines de la década del sesenta. En ese momento, la desilusión de los trabajadores con los “privilegios” de pertenecer a la “famiglia Fiat” y el descontento por las condiciones en la base fabril y las políticas laborales de la compañía ya no pudieron mantenerse a raya mediante la combinación de una representación gremial dé bil y la vigilancia empresarial. Los trabajadores turineses de Fiat explotaron en 1969, del mismo modo que los de Córdoba lo hicieron un año más tarde. La empresa enfrentó los dos desafíos de manera diferente: con automatización y reformas en la base fabril en las plantas italianas, y con un ataque frontal con el concurso de los poderes del Estado para destruir al movimiento clasista en la Argentina.54

La significación de las prácticas gerenciales de Fiat en sus plantas de Turín era obvia para Córdoba. Los italianos tenían un cúmu

lo de experiencia y la guía de una filosofía gerencial que llevaron con ellos a la Argentina. La compañía tenia también una panoplia de prácticas productivas específicas que simplemente trasladó a sus operaciones cordobesas en Ferreyra. Una de ellas era el uso de incentivos salariales como base de su sistema de remuneraciones. La práctica por la cual todo un departamento, y no los trabajadores individualmente, recibía un pago sobre la base del rendimiento, si bien antaño generalizada en la industria, era muy rara en la década de 1960. En la industria automotriz estadounidense, por ejemplo, los UAW habían logrado hacia 1950 su eliminación y reemplazo por salarios según el tiempo efectivamente trabajado en todas las grandes empresas automotrices. En Francia, Renault también había

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Trabajo y política en Córdoba 415

comenzado a aplicar el mismo sistema salarial en los años cincuen

ta; finalmente, en sus plantas se eliminó por completo el trabajo a destajo.55No obstante, Fiat adoptó el procedimiento para sus plantas cordobesas. De manera similar, al establecer los sindicatos de planta a principios de los años sesenta demostró que persistía en su oposición inflexible a la actividad sindical independiente, que había sido una política empresarial no manifiesta pero sí sobreentendida en sus plantas de Turín entre 1955 y 1969. Y también siguió su propio ejemplo al descentralizar la producción en la Argentina y mudar las operaciones de montaje a El Palomar y Sauce Vie

jo, así como había dispersado su producción en Italia y trasladado algunas plantas al sur de ese país para apartarlas de las influencias corruptoras de Turín.56 Lo que es más importante, aprovechó un Estado hostil al movimiento obrero para ajustar la disciplina fabril e implementar prácticas como el acople de máquina, diversas formas de aceleración de los ritmos de producción y la consideración de los costos laborales como la variable de ajuste en sus márgenes de ganancia.

En contraste con la línea dura adoptada por Fiat con su mano de obra en Ferreyra, Renault empleó un enfoque más cauteloso con sus trabajadores de Santa Isabel. Esto se debía en parte a la disparidad del poder sindical en los dos complejos. El SMATA había aprovechado la inexperiencia de Kaiser en el manejo independiente de una mano de obra y desde el principio consolidó una posición que los. trabajadores de Fiat en Ferreyra simplemente desconocían. Su tardía asunción del control sobre el complejo de Santa Isabel hizo que Renault se encontrara allí con los parámetros de las relaciones obrero-patronales ya establecidos, y la empresa francesa no estaba en una posición tan fuerte como Fiat para afirmar siu dominio absoluto sobre la base fabril. Kaiser era una empresa estadounidense de segundo rango acostumbrada a tratar con su personal a través de un intermediario gremial, y había te

nido pocas pretensiones acerca de constituir sindicatos de planta o de empresa. En la época de su compra por Renault, el SMATA había afirmado su papel de interlocutor de la administración, convirtiéndose en un guardián razonablemente eficaz de los intereses de los trabajadores. Así, Renault fue más cautelosa en los tratos con su mano de obra, e incluso en su intento de racionalizar la producción y ajustar la disciplina en la base fabril no estaba dispuesta a adoptar las flagrantes tácticas de quiebra del sindicato que había empleado Fiat.

Pero lo mismo que en el caso de esta última, las políticas labora

les de Renault también eran el resultado de la experiencia de la empresa francesa en los tratos con su mano de obra en Europa.

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416 El Cordobazo

Como el fundador de Fiat Giovanní AgnelH, Louis Renault había

hecho su peregrinaje a Detroit, para estudiar los métodos íordistas de producción pero, en gran medida a causa de la pequeña dimensión del mercado interno francés, se había visto obligado a adoptar una versión modificada de los mismos. Desde el principio, las empresas europeas como Fiat, y Renault hicieron hincapié en una fle

xibilidad mayor con su mano de obra que ía que era corriente en ía industria estadounidense, incapaces de pagar altos salarios y de adoptar los esquemas de cinco dólares al día de Ford, mostraron preferencia por eí trabajo a destajo y una inclinación más grande a utilizar la aceleración de íos ritmos de producción para actuar so

bre los costos laborales y adaptarse a las fluctuaciones de la demanda.57No obstante, en esta tendencia general había importantes dife

rencias de grado. Renault había demostrado una mayor disposición a innovar tecnológicamente y se inclinaba menos a atenerse estrictamente a sus costos laborales para enfrentar la competencia. No había adoptado el sistema Bedaux, por ejemplo, como sí lo había hecho Fiat. Por otra parte, a diferencia de esta última, en Renault los años treinta habían sido una década de creciente poder gremial, en la que los comunistas franceses tomaron la delan

tera en la organización de los trabajadores mecánicos y donde los operarios de Renault desempeñaron un papel prominente en la negociación de los acuerdos obtenidos durante el gobierno del Frente Popular, que reconocieron la existencia de los consejos fabriles obreros, estableciendo con ello una formidable presencia en la base fabril y obteniendo los trabajadores la participación en la determinación de las tasas de productividad.58 Si bien había habido una reacción empresarial y una purga sindical después de la gran huelga general de noviembre de 1938, Renault nunca pudo afirmar el tipo de control amarrete sobre su mano de obra que era

ejercido por Fiat. A decir verdad, en el período de la posguerra los trabajadores mecánicos franceses en general y los de Renault en particular se las habían arreglado para convertirse en una fuerza poderosa dentro del movimiento sindical francés y resistir los tipos más notorios de manipulación en la base fabril que eran cosa de todos los días en Turín.59

El tenor general de las relaciones obrero-patronales en Santa Isabel reflejaba parcialmente el empate entre capital y trabajo que existía en las plantas matrices de Francia, una situación que era más admisible para Renault de lo que lo habría sido para Fiat, dada

la larga historia de la relación de la empresa francesa con un adversario gremial formidable. No obstante, tanto en Renault como en Fiat la realidad económica definía los límites del compromiso.

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En las dos empresas cordobesas la administración sul'ría presiones similares del mercado y se veía obligada a mantener los costos de producción acordes con las cifras de ventas y ganancias. Cada una a su propio modo, ambas dependían en gran medida de la reducción de sus costos laborales para sobrevivir al ajuste de ía industria automotriz argentina de mediados de íos años sesenta y mantener su compeíitividad con respecto a las compañías instaladas en Buenos Aires. Entre 1966 y 1973, años de ventas declinantes y luego crecimiento deslucido, las ganancias empresaria *les dependieron ampliamente de la racionalización de las plantas, el incremento de la productividad y la disminución de los costos laborales.60

La mano de obra de IKA-Renault que experimentó los primeros efectos deí programa de racionalización de la compañía francesa en 1968 había sido formada por años de lucha, militancia y estrecha identificación con el sindicato mecánico. Como en la mayoría de las plantas automotrices, los operarios del complejo de Santa Isabel estaban estratificados de acuerdo con los siguientes lincamientos: trabajadores no calificados encargados de las operaciones de montaje; trabajadores semicalificados involucrados en operaciones con máquinas semiautomáticas; trabajadores calificados que fabricaban, reparaban y mantenían la maquinaria. En 1969, ía mano de obra de IKA-Renault se descomponía aproximadamente como sigue: 48% en ios puestos no calificados, 35% en los semicalificados y 16% en las tareas calificadas.61Seguía siendo joven y de orígenes proletarios sólo recientes: en 1969 ía edad promedio de los trabajadores no calificados era de 27 años; la de los semicalificados, 29; la de los calificados, 32. Mientras una mayoría de los trabajadores calificados (52%) eran obreros de segunda generación, sólo lo eran el 37% de los no calificados y el 42% de íos semicalificados. Además, el 87% de los trabajadores tenían abuelos con antecedentes agrícolas y sólo un bajo porcentaje de cada grupo {27% de los no calificados, 18% de los semicalificados y 23% de los calificados) tenía padres de orígenes urbanos. Además de brindar un cuadro más claro de la mano de obra de las plantas de Renault, estas cifras también arrojan luz sobre los orígenes predominantemente rurales de las migraciones internas de posguerra a Córdoba.'*2

En 1969, poco después del Cordobazo, un prominente sociólogo estadounidense que dirigió una investigación sobre trabajadores mecánicos descubrió que las preocupaciones predominantes de ios de IKA-Renault tenían que ver con las cuestiones de movilidad social referidas a los salarios y el progreso en el trabajo. Los temas políticos, como la vuelta a la legalidad del movimiento pero

nista o el fin del régimen antidemocrático, e incluso las preocupa

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ciones referidas al trabajo monótono o a condiciones laborales in

salubres, eran de importancia señaladamente menor; en esto, las actitudes de los trabajadores eran semejantes a las dadas a conocer por otro sociólogo estadounidense algún tiempo antes de la instalación de la dictadura de Onganía.63 Por otra parte, si bien, un alto porcentaje de los trabajadores vivían dentro de los límites de la ciudad (80% de los no calificados, 79% de los semicalificados y 91% de los calificados), tenían una tasa muy baja de participación en organizaciones comunitarias, un testimonio de la debilidad de los barrios obreros de Córdoba y una refutación más para quienes solían buscar fuera del lugar de trabajo la fuente de la militancia de los mecánicos cordobeses a fines de los años sesenta y en los setenta/"4

Los sociólogos estadounidenses tenían sin duda razón al percibir que la política, definida en sentido estricto, era en gran medida la preocupación de la conducción obrera. No obstante, después de1966 las cuestiones políticas y salariales se unieron inextricablemente, y las movilizaciones de los trabajadores de ÍKA-Renault entre ese año y 1969, que culminaron en el Cordobazo, ponen en tela de juicio las definiciones de la mano de obra como una aristocracia obrera economicista o incluso un sector privilegiado de trabajado- res con movilidad ascendente que carecían de una identidad colectiva. La mayor preocupación por los salarios antes que por las condiciones laborales era natural en el contexto de la derogación por parte de la empresa de las negociaciones de los convenios colectivos y su ataque directo al ingreso de los trabajadores mediante ía reducción de los días laborables y las suspensiones de la producción. Pero con el inicio del programa de racionalización de Renault en medio de una inflación creciente y salarios declinantes, la marcada militancia de los obreros de IKA-Renault en la década de 1970, a pesar de las teorías de la modernización, se alimentó de sus muy reales inquietudes acerca de las condiciones en las plantas así como de influencias políticas.

Esta tendencia a la indiferenciación de las cuestiones laborales y políticas se volvió aún más pronunciada luego del Cordobazo. La animosidad de las bases hacia la empresa había sido creciente desde la época del golpe de 1966. La suspensión de los derechos de negociación colectiva bajo Onganía, los despidos masivos aunque no exitosos dispuestos por ía compañía entre 1966 y 1968, la abolición del sábado inglés y el intento general de la administración por ignorar al sindicato como interlocutor habían elevado los reclamos de los lugares de trabajo al nivel de la política. Elpidio Torres y la conducción peronista farrista habían dirigido esta oleada hasta los sucesos de mayo de 1969. Los efectos combinados del Cordobazo y

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el programa de racionalización de Renault llevaron la politización

del trabajo un paso más adelante. Por coincidencia, los cambios políticos ocurridos nacional y localmente luego del Cordobazo se produjeron en el momento mismo en que se hacía más estricta la disciplina fabril, aumentaban los ritmos de producción y el complejo IKA-Renault sufría, una profunda reestructuración. El clasismo y la oposición de las bases a ías políticas de la compañía coincidieron y produjeron las rebeliones fabriles de principios de los años setenta.

En realidad, Ja rebelión de las bases contra la racionalización precedió al Cordobazo y había pasado por encima de Torres y la conducción torrista. A lo largo de la década del sesenta, la oposición obrera izquierdista a Torres había basado sus críticas precisamente en las cuestiones en que los peronistas eran más vulnerables: el control del trabajo y la protección de la base fabril.65 Entre 1966 y 1969, Torres y los peronistas de! SMATA fueron protectores animosos y capaces de los intereses de las bases, en la medida en que los problemas que enfrentaban se mantuvieran dentro de límites tradicionales. Pero una vez que los problemas en los lugares de trabajo fueron más allá de los temas salariales y de estabilidad en el empleo y plantearon cuestiones que estaban en el centro de la relación entre trabajo y capital en la industria automotriz, se hicieron evidentes los límites de su ideo- logíay del peronismo, no definido como una cultura o un movimiento político obrero sino como un estilo gremial y un sistema práctico de manejar los asuntos sindícales: Frente a los programas de racionalización de Renault y la intensificación del trabajo, el sindicato demostró pusilanimidad e ineficacia. Por ejemplo, en marzo de 1969 los trabajadores, alentados por activistas izquierdistas, protestaron contra la racionalización en varios departamentos, especialmente en la sección de estampado (chapa), que eliminaría una serie de puestos

en la línea e incrementaría los ritmos de producción.66' Entre tanto, el sindicato enmudeció en sus críticas y omitió responder con un paro. De hecho, Torres y la conducción del SMATA sólo reconocieron tardíamente los problemas resultantes deí programa de racionalización de Renault, en parte porque en esos meses estaban ocupados con otras cuestiones pero también porque no estaban preparados para tratarlos y hacer frente a la empresa en un terreno que habían abandonado desde hacía mucho.67

La dirigencia peronista del gremio nunca había impugnado sino verbalmente el derecho de la administración al control absoluto

sobre los lugares de trabajo o las cuestiones relacionadas con la producción. A decir verdad, si bien durante los gobiernos peronis

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tas de los años cuarenta y cincuenta el movimiento de delegados

había cobrado una fuerza considerable y logrado cierta influencia en la determinación de los ritmos de producción y 1a. asignación de tareas, hacia comienzos de los sesenta el gremialísmo peronista había abandonado toda pretensión a ía autoridad en la base fabril.68En el SMATA cordobés hubo durante íos años de Torres una demanda persistente en favor de la “ cogestión ", en la cual eí sindicato y la empresa compartirían, entre otras cosas, la responsabilidad sobre la base fabril. Pero los llamados a la cogestión eran estrictamente retóricos y nunca se presentaron seriamente a los funcionarios de IKA como una exigencia gremial en la negociación de los

convenios colectivos. Lo que es más importante: el tema tampoco preocupó a la. conducción en los manejos diarios de los asuntos sindicales, como lo atestigua la baja incidencia de paros por cuestiones relacionadas con ía base fabril antes de 1970.

En realidad, en íos convenios suscriptos con IKA, el sindicato había abandonado efectivamente toda pretensión justificada a un rol de cogestión. El rechazo coherente de Torres a trabajar en favor de la afiliación sindical de los empleados administrativos de ÍKA- Renault era parte esencial de su estilo gremial. Su posición era astuta, dado que esos mismos empleados manejaban cifras de pro

ducción, ventas, ritmos de trabajo, asignaciones de tareas y cosas semejantes que, si hubieran sido puestas en manos de las bases, habrían arriesgado su estilo de caudillo sindical. Cuando los empleados administrativos se afiliaron finalmente al sindicato durante el período de la conducción de Salamanca, ese acopio de información estuvo a disposición de los clasistas, y fue sin duda un factor en las luchas de la base fabril libradas en los años setenta. Por sí solos, los empleados de la Contaduría General, el “centro intelectual” del complejo de IKA-Renault, pudieron proporcionar información invalorable a los clasistas.

Los activistas clasistas aprovecharon el silencio de la dirigencia de la vieja guardia peronista y construyeron su oposición gremial sobre cuestiones relacionadas directamente con los problemas que enfrentaban los trabajadores en las fábricas de IKA-Renault.69 La amplia expansión del número y el .papel de los delegados que acompañó su ascenso facilitó un estilo sindical más confrontativo en el lugar de trabajo, y los clasistas desafiaron a la empresa en muchos frentes. El intento de Renault a principios de los años setenta de tomar trabajadores temporarios con contratos de tres meses, el primer paso tentativo para crear planteles no sindicalizados que finalmente podría haber permitido una reproducción del sistema de empleos rotativos de México en la industria automotriz local, fue exitosamente resistido por los clasistas ™ Las condiciones de traba

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jo insalubres existentes en muchos departamentos también fueron sometidas a una mayor vigilancia sindical. A fines de 1973 los cla sistas formaron la Comisión de insalubridad para investigar los problemas relacionados con las condiciones laborales y coordinar un frente unido de delegados ante la empresa sobre tales cuestiones.71

Los desafíos más importantes de Sos clasistas, y los más tenazmente resistidos por la empresa, no se refirieron sin embargo a es- tas cuestiones, sino a dos temas derivados del programa de racionalización de Renault: categorías y ritmos de producción. Durante los años de Kaiser, el proceso de producción había combinado flexibilidad laboral con categorías vagamente definidas.72En esas con

diciones el papel del delegado se había atrofiado, dado que en los convenios colectivos los cruces de categorías habían quedado indeterminados y no estaban sujetos, por lo tanto, a los procedimientos de reclamos gremiales. En rigor de verdad, durante los años de Kaiser el cuerpo de delegados había servido esencialmente como parlamento de Torres más que como celoso protector de los infere- ses de ios trabajadores en la base fabril, y el vínculo del caudillo con las bases tenía una oposición minoritaria vocinglera pero simbólica entre los activistas de la izquierda trotskista y el Partido Comunista. En este sentido, el proceso de racionalización de Renault fue una espada de doble filo. Para romper la identidad común de la mano de obra, nacida de una estructura salarial comprimida, las estrategias de construcción gremial de Torres y la historia de lucha y militancia de los trabajadores del SMATA, Renault burocratizó la estructura salarial e introdujo gradaciones definidas con precisión en las categorías. Esperaba que esto fragmentara a la mano de obra y dirigiera sus esfuerzos a ascender en la escala de actividades antes que a emprender acciones colectivas.73

Sin embargo, la necesidad de Renault de mantener un grado considerable de flexibilidad laboral hacía que, en la práctica, las categorías no pudieran respetarse. En 1969, un estudio de las condiciones en las plantas de IKA-Renault mostró una incidencia extraordinariamente alta de traslados, ya que el 40% de los trabajadores de la línea de montaje, el 30% dé los operadores de máquinas, el 39% de los operarios de inspección de pruebas y reparaciones y el 45% de los artesanos estaban sujetos a cambios mensuales de actividades.74 Estos números no son particularmente significativos para los trabajadores calificados, quienes no sólo esperan sino que a menudo desean cierta variedad en los trabajos. Pero el trabajador de línea que tenía una sensación bien definida de ía jerarquía de las tareas displacenteras y la expectativa correspondiente de un pago

apropiado, podía experimentar amargamente esos cambios, e inclu

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so los trabajadores calificados podían sufrir las mudanzas ocasio

nales de sus departamentos a las máquinas en las líneas de producción que la empresa ponía en práctica.Las políticas de traslados de Renault abrieron la puerta para que

Jos delegados iniciaran procedimientos de reclamo y fortalecieran su posición en la base fabril. Durante los dos años de control clasis ta clel SMATA (1972 a 1974), los delegados presentaron repetidamente reclamos sobre cruces de tareas. En realidad, la negativa de la empresa a respetar las categorías se convirtió en ía causa más común de reclamos de los delegados que, en un solo mes, julio de 1973, presentaron más de cien sobre la cuestión (Cuadro 10.3). Esto

contrastaba con su virtual ausencia durante el periodo de 1956 a 1969. En última instancia, los clasistas comenzaron a llevar el pro- blema un paso más adelante, a fin de cuestionar las categorías de departamentos enteros y no sólo de trabajadores aislados, una política que se ganó las más duras criticas del departamento de personal de IKA-Renault.75

Cuadro 10.3. Reclamos gremiales,Comisión Interna de Reclamos, SMATA de Córdoba, 1972-1974.

Año Categorías Todas las demás cuestiones

1972-73 187 ... .. .........146... . .... . ............ ....... .

1973-74 216 84

Fuente : Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volúmenes “Reclamos de Comisión Interna”, 1972-73 y 1973-74.

El esfuerzo de los clasistas por controlar los ritmos de producción fue un asalto aún más directo a la autoridad de la administración en la base fabril. La demanda de larga data de los activistas izquierdistás de las plantas de IKA-Renault en favor del control gremial sobre el ritmo de trabajo se convirtió en el origen de numerosos paros después del Cordobazo. El desafío clasista sobre la cuestión de los ritmos de producción se expresó de muchas maneras. En general fue puramente reactivo, como ocurría con las protestas dirigidas por delegados de departamentos específicos para reducir la velocidad de la línea, considerada demasiado veloz por los traba

jadores.76 También podía expresarse como una demanda sindical más amplia en favor de su participación en la determinación de los ritmos, tal como se la impulsó en el departamento de pintura después que la empresa se negó repetidamente a dar curso a quejas

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gremiales formales acerca de ios ritmos excesivos o a responder a

las huelgas salvajes producidas en él.77Cualquiera fuera su expresión precisa, íos clasistas utilizaron la cuestión de los ritmos de producción más que ninguna otra para fortalecer el apoyo de las bases. Sus referencias a los problemas de la velocidad del trabajo eran constantes en las publicaciones gremiales, y a decir verdad el problema parecía literalmente hecho a medida para elevar la conciencia de clase en la base fabril.78 La cuestión de ios ritmos de producción se hizo tan explosiva, y la vulnerabilidad de los torristas al respecto tan manifiesta, que los mismos peronistas se vieron obligados a adoptar una postura más agresiva y finalmente a aceptar la carta de los clasistas y acusar a la dirigencia gremial de una vigilancia laxa en el tema.79

Los problemas laborales eran las cuestiones sobre las cuales los clasistas basaban su intento de ganar la lealtad de las bases y recuperar la posición que la izquierda marxista había perdido en el movimiento obrero con el ascenso de Perón. Bajo la conducción cla sista, el sindicato adoptó un rol abiertamente tutelar y, empleando a menudo un lenguaje exhortatorio, intentó vincular los problemas de trabajo con una crítica al capitalismo y con el desarrollo del papel revolucionario de ía clase obrera.80 De la manera más significativa, el registro de paros del complejo IKA-Renault entre los años1967 y 1976 revela un cambio, si bien irregular, en la conducta gremial bajo los clasistas. Aparecen diferencias en la frecuencia y naturaleza de las huelgas entre 1969, el último año de absoluto control peronista de la maquinaria gremial, y el período clasista, que incluye tanto los años de administración efectiva de éstos (1972 a 1974} como los inmediatamente precedentes y siguientes, cuando los activistas clasistas eran los principales promotores de huelgas y paros en las plantas de IKA-Renault. Durante su conducción hubo una mayor tendencia a parar, especialmente cuando se considera que 1969, el año del Cordobazo, fue inusualmente activo para la dirigencia peronista, y a hacerlo por cuestiones relacionadas con la producción y el control de tareas (ritmos de producción, condiciones de trabajo insalubres y categorías), no sólo por demandas salariales. Bajo los clasistas hubo una tendencia particularmente pronunciada a protestar por la aceleración de los ritmos de producción. Esos cambios en la línea a menudo precipitaron paros parciales en determinados departamentos. De vez en cuando, el paro se iniciaba en uno de ellos y se difundía a otros donde existían problemas similares, desencadenando protestas que abarcaban toda la planta.81En su mayoría, sin embargo, los paros del período clasista fueron lo que en la industria

automotriz estadounidense se conoce como “relámpagos” (“quickies”), suspensiones de la producción o trabajo a desgano limitados a de

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dé la historia de los UAW.H<1En Córdoba, las rivalidades y la animo

sidad existentes entre el Partido Comunista Revolucionario, el Partido Comunista, el Partido Revolucionario de los Trabajadores, los peronistas y otras tendencias político-ideológicas de los delegados también hicieron que tales motivaciones fueran muy comunes en ei registro de paros en el complejo de ÍKA-Renault. Así, pues, las que

jas de la compañía sobre la anarquía en ías plantas no eran totalmente infundadas, dado que los rivales sindícales a menudo parecían estar comprometidos en un aventurerismo político, intentando superarse unos a otros en sus despliegues de militancia.

Eí peligro que esta situación representaba para la empresa tampoco era meramente hiperbólico. A fines de 1972, IKA-Renault ya se quejaba de que las “actitudes de incumplimiento, paros parciales y trabajo a desgano Meran responsables de una caída mensual de 500 autos en la producción y socavaban el programa de modernización de la compañía; en rigor de verdad, entre 1973 y 1974 la producción cayó de 40.760 unidades completas a 3S.952.85En Francia, los funcionarios empresariales señalaban que la vigilancia de los dosis tas sobre los ritmos de producción había reducido el rendimiento a lo que se consideraba un promedio inaceptable de 200 a 240 autos por día.8fí Como resultado de la oposición gremial, Renault decidió que la producción sólo podría incrementarse mediante la contratación de personal temporario o con horas extras, y que el aumento de los ritmos de producción iba a provocar con seguridad una reacción no deseada de los delegados.87 Pero la oposición del sindicato a la contratación temporaria y la grave carga financiera que imponían las horas extras a la empresa hicieron que IKA-Renault siguiera empleando la aceleración de los ritmos.

En esos años nunca faltaban motivos para hacer huelgas, y los trabajadores demostraron un amplio respaldo al manejo clasista de los problemas de la base fabril, un hecho que debe limitar el ítem de la política partidaria como explicación de las tormentosas relacio

nes obrero-patronales de aquellos años. La decisiva victoria electoral de los clasistas en 1974 y el constante apoyo de los trabajadores a los delegados de esa tendencia después que la conducción clasis ta fue desalojada demostraron la profundidad de la identificación de las bases con el estilo sindical más confrontativo de los clasistas en los lugares de trabajo. Por otra parte, las huelgas flagrantemente partidistas nunca podrían haberse sostenido a lo largo de un período de varios años a menos qué también hubiera existido un mar de fondo de descontento entre los trabajadores en referencia a problemas directamente relacionados con la producción. Más que rencor político o designios revolucionarios, la explosión de la militancia obrera también debe de haber tenido mucho que ver con el aumen

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to dispuesto por ios clasistas de la cantidad de delegados después

de las elecciones gremiales de 1972, que coincidió con el cambio de las condiciones de trabajo derivado del programa de racionalización de Renault,

En las escaramuzas diarias por el control de la producción, los delegados eran naturalmente más sensibles a los problemas de la base fabril y más susceptibles de convocar huelgas salvajes que el comité ejecutivo del sindicato, También tenían una rnayor capacidad y más autoridad para hacerlo. La política del comité ejecutivo clasista del SMATA fue cederles la iniciativa en los problemas relacionados con el trabajo, en vez de exigir que actuaran a través de la engorrosa maquinaria gremial o de acuerdo con los procedimientos para presentar reclamos, como lo habían hecho durante los años farristas . El poder de los delegados llegó al punto de que hubo presiones —aumento de la cantidad de aquéllos y cambios en la naturaleza de! trabajo— que alentaron paros que estaban más allá del control del comité ejecutivo. La incidencia creciente de los paros entre la eliminación del comité ejecutivo clasista en 1974 y fines de 1975, por ejemplo, reflejó una situación en la cual los delegados seguían respondiendo a las presiones de las bases y formulaban respuestas eficaces a los problemas laborales, a pesar de los considerables esfuerzos de los interventores gremiales por centralizar el proceso de toma de decisiones y calmar las aguas en el sindicato.

La historia de los paros laborales en el complejo de IKA-Renault entre 1967 y 1976 demuestra la importante influencia del trabajo en el ascenso del clasismo y en las rebeliones en la base fabril de los trabajadores mecánicos a principios de los años setenta. La mitología política ha representado a los trabajadores del automóvil de Córdoba como una vanguardia política, un sector avanzado de la clase obrera que desarrolló un programa político radicalizado que sirvió como base para sus demandas gremiales y como inspiración para su militancia. A decir verdad, no puede desecharse alegremen

te la “política” como factor desencadenante en algunos de los paros. Muchas huelgas, en particular las que involucraban a todo el sindicato, a diferencia de los paros parciales en departamentos aislados, en líneas generales se llevaron a cabo por razones políticas: en oposición a las actitudes de la Confederación General del Trabajo, para protestar por un asesinato político, en apoyo a la independencia del movimiento obrero cordobés con respecto a Buenos Aires, etc. La política del trabajo tampoco puede separarse completamente de la política revolucionaria de la izquierda marxista y peronista. Sin duda, una de las tácticas clasistas consistía en mantener a las plantas en un gran estado de agitación, para intentad elevar la concien

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cia obrera enfrentando a la administración en toda oportunidad posible. Las acusaciones empresariales de paros guerrilleros , acciones huelguísticas gratuitas con designios puramente subversivos, eran una exageración, pero ia opinión de Renault de que la política de base de los dosis tas estaba íntimamente vinculada con su programa revolucionario era correcta.

No obstante, el registro de huelgas indica que en las plantas de IKA-Renault las políticas partidista y revolucionaria eran secundarias con respecto a la del trabajo, y que las cuestiones políticas iníluíán en la conducta del sindicato y exacerbaban las tensiones en la base fabril pero estaban subordinadas a los problemas relacionados con la producción que los trabajadores experimentaban en las plantas. Estos problemas, a su vez, se filtraban a través de una percepción más general de los derechos de los trabajadores que se infería de los legados del peronismo, en la medida en que éste contribuyó al desarrollo de la concepción que tenía la clase obrera argentina de su legítimo derecho de nacimiento, y también de la historia de lucha de los propios trabajadores del SMATA. Ambos legados se fortalecieron en la cargada atmósfera política de la ciudad con posterioridad al Cordobazo y durante la restauración peronista.

La empresa interpretó la agitación laboral como un movimiento subversivo de mera inspiración política, manipulado por la izquierda revolucionaria y con la intención de sembrar la discordia en los lugares de trabajo; en realidad, como una especie de terrorismo industrial. La administración resistió tenazmente los intentos sindicales por aumentar su poder en la base fabril y en general ignoró sus quejas sobre ritmos de producción y condiciones de trabajo, empleando diversas estrategias para suprimir las inoportunas intromisiones gremiales en su autoridad sobre las plantas.88 Renault identificó a los trabajadores calificados como el núcleo de la oposición laboral (y de hecho éstos habían desempeñado un rol de conducción en la organización de actividades obreras y como contrapunto a la administración en la industria automotriz, como lo demuestra en particular la historia de los UAW).89 En Córdoba, los matriceros y fabricantes de herramientas de Perdriel proporcionaron efectivamente un gran contingente a la oposición izquierdista a Torres durante la década del sesenta e inmediatamente después del Cordobazo, pero fueron las principales víctimas del acuerdo negociado entre aquél y la empresa luego de la gran huelga del SMATA en 1970. De allí en más, si bien los trabajadores de Perdriel montaron una firme resistencia a la racionalización de su planta, no puede decirse de ningún modo que estuvieran dominados por el movi

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diversas categorías, calificados y no calificados, y sus paros afecta

ron a todos los departamentos en todas las plantas, incluyendo los de línea de producción y de montaje, de menor calificación. Así, los argumentos de la empresa de que los trabajadores calificados actuaban como agitadores políticos proporcionan un chivo expiatorio conveniente pero hacen poco para clarificar las razones del profundo apoyo de las bases a los clasisLa$.-)i} Éste tenía más que ver con el programa de racionalización de-Kenaulty la percepción del deterioro de las condiciones en la base fabril —realzada, sin duda, por el didáctico discurso gremial de los clasistas — que con una política puramente revolucionaria.

El movimiento clasista de Fiat, de manera similar, estaba firmemente enraizado en los problemas de los lugares de trabajo. Los trabajadores que dirigieron en 1970 la rebelión de la base fabril que desalojó a los amanuenses de la empresa que administraban los sindicatos de planta SITRAC y SITRAM no tenían un programa político inmediato. Como quedó en claro en los capítulos anteriores, las posiciones clasistas sólo se adoptaron más tarde y como resultado de la búsqueda por parte de los propios trabajadores de una educación política y una ideología que explicara las luchas que libraban con la

empresa.9' En Ferreyra, la rebelión surgió del descontento de las bases con las prácticas gerenciales exclusivas de Fiat. El aislamiento de los trabajadores de esta empresa con respecto al movimiento obrero en Córdoba había permitido que la compañía italiana estableciera un régimen fabril altamente idiosincrásico, caracterizado por el control absoluto de la administración sobre la producción y un estilo nominalmente paternalista pero en la práctica real muy autoritario. La existencia del sistema de pago por trabajo a destajo o prácticas de producción como el acopie de máquinas introdujeron en la relación obrero-patronal elementos que estaban ausentes en IKA-Renault y, en general, en las firmas automotrices de la Argentina.

El rol del capataz en las plantas de Fiat era especialmente diferente del conocido en otras empresas automotrices. Responsable de decidir si los trabajadores habían cumplido las tasas de producción necesarias para recibir eí premio y de la asignación de tareas extras, el capataz estaba en la delicada situación de equilibrar las necesidades de la empresa con las expectativas de los trabajadores. De manera no sorprendente, estaban más comprometidos con ía primera que con los últimos, y su relación con los trabajadores era inusualmente acre en la planta de Concord. Las huelgas que estallaron periódicamente en ésta durante el período clasista en objeción al tono irrespetuoso de un gerente o al comportamiento apa

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rentemente caprichoso en ías líneas eran intentos de establecer los

derechos de la base fabril que la Jaita de una representación gremial efectiva había negado a los trabajadores. A lo largo de los quince meses de duración del SÍTRAC clasista , las palabras más repetidas en las publicaciones gremiales y en el discurso clasista no fueron “clasismo ” o "revolución” sino “respeto”, “dignidad" y "justicia'’, a menudo expresadas en relación con eí tratamiento recibido por parte de los capataces de la empresa.

El eslogan de SITRAC-SITRAM, “¡Nigolpe ni elección, revolución legó al clasismo de Fiat la imagen uítraizquierdista, ligeramente utópica y casi milenarista. de un movimiento enfrentado con el tenor general de la historia de la clase obrera argentina después de 1945. Esta imagen ha alentado a algunos a ver en él no el producto del movimiento de los trabajadores sino el de ideólogos izquierdistas e incluso de infiltrados de una de la miríada de organizaciones revolucionarias de principios de los años setenta. Incluso críticos que simpatizaban con él lamentaron su reputada intransigencia política e ideológica.92En realidad, para la gran mayoría de los traba

jadores el movimiento clasista de Fiat, como su par del SMATA, fue más una lucha por los derechos en el lugar de trabajo y la protección gremial que por el socialismo. Las rebeliones fabriles nacieron de las experiencias concretas de trabajadores comunes y corrien

tes, y la nueva dirigencia sindical recibió su apoyo de las bases porque abordaba problemas sufridos por los obreros en la fábrica que la anterior conducción no había querido o podido abordar. Además de su compromiso general en favor de estructuras gremiales más democráticas, prometió resolver prácticas gerenciales específicas que se padecían profundamente. La campaña sindical contra eí premio a ía producción y sus esfuerzos por conseguir un salario estrictamente correspondiente al tiempo trabajado fueron en verdad una mayor fuente de prestigio que el programa político del clasismo?3

Las pobres condiciones de trabajo existentes en algunos depar

tamentos —la forja, por ejemplo— también se convirtieron en una cuestión que galvanizó a los trabajadores detrás del SÍTRAC cíasis- ta. Si bien se trataba de una planta pequeña con apenas un poco más de cien trabajadores con buenos salarios, la foija había sido notoria en el complejo de Fiat como el “departamento cementerio”, donde el calor excesivo y el golpeteo incesante de las prensas hidráulicas de treinta toneladas provocaban deshidratación y trastornos nerviosos. A principios de la década del sesenta, Fiat había ignorado repetidamente las quejas obreras acerca de las insalubres condiciones de trabajo en ella, sosteniendo que se trataba de riesgos ocupacionales inevitables por los que, por otra parte, se compensaba a los trabajadores con mayores salarios. En lo sucesivo,

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por el sindicato y no por los delegados de manera independiente.

Hubo paros departamentales, pero sus motivaciones , en general, parecen haber estado más libres de las rivalidades políticas que eran tan comunes en IKA-Renault.'* El menor tamaño de la planta de Fiat también permitía contactos más directos y fluidos entre la conducción gremial y las bases. A pesar de los esfuerzos de los clasistas del SMATA por impedirlo, la escala y complejidad mayores de las operaciones de IKA-Renault habían hecho inevitable cierta continuidad del distanciamiento burocrático del período torrista. Un resultado había sido la quiebra de la autoridad en la base fabril, lo que se manifiesta en el registro huelguístico de IKA-Renault para

aquellos años.Sin embargo, a pesar de estas diferencias, la necesidad de las empresas automotrices de reducir los costos laborales y las políticas que adoptaron para mantener su competitividad en el peculiar mercado automotor argentino sometieron a los trabajadores mecánicos cordobeses a presiones diferentes a las que sufrían sus pares de Buenos Aires. La lucha por el control de las tareas, que se desarrolló a partir de un conflicto agravado entre trabajo y capital en el lugar de trabajo, se encuentra detrás de los movimientos clasistas de Ferreyra y Santa Isabel. La resistencia a la vida fabril podía ser y

fue expresada individualmente, mediante la renuncia o la holgazanería, por ejemplo, más que a través de un acto colectivo, y mucho menos de uno con conciencia de clase. Si los desafíos colectivos a las "funciones gerenciales" fueron más característicos que la resistencia individual en las plantas automotrices cordobesas durante los años setenta, se debió en parte a la anterior historia de lucha de los trabajadores y a las condiciones particulares existentes en la Argentina y especialmente en Córdoba, que habían creado un sentimiento de comunidad entre tos mecánicos. Pero también había elementos específicos de la fabricación de automóviles —la natura

leza integrada de la producción y la ubicuidad del trabajo cronometrado y repetitivo— que promovieron la militancia obrera en cuestiones de control de tareas como los horarios y condiciones de trabajo, la asignación de actividades y los ritmos de producción. Esto está demostrado por las semejanzas en la historia de posguerra de los trabajadores mecánicos de países con culturas políticas tan diferentes a la de la Argentina como Gran Bretaña y los Estados Unidos.97 Por todas las razones mencionadas en este libro, los mecánicos cordobeses tenían una historia habitualmente pronunciada de militancia, pero todos los trabajadores mecánicos del mundo se han

caracterizado por sus enfrentamientos con la patronal sobre estas cuestiones, y la historia de los obreros de IKA-Renault y Fiat debe

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432 Eí Cordobazo

incluirse lisa y llanamente dentro de esa tradición del capitalismo

indusirial del siglo XX.

Las luchas en el lugar de trabajo de los mecánicos cordobeses deberían descartar, sin duda, toda noción de la existencia de una aristocracia obrera. A pesar de sus salarios relativamente altos y de la considerable estabilidad laboral de que disfrutaban, todos los trabajadores del automóvil de Córdoba enfrentaron problemas que implicaban el control absoluto de la administración sobre ía mano de obra, ya fuera en la forma de aceleración de los ritmos de pro

ducción, cantidad de trabajo o esquemas de productividad. La aplicación de una teoría de la aristocracia obrera parece de uso limitado cuando se analiza la historia de los trabajadores mecánicos en América Latina. En rigor de verdad, el concepto general parece ser el resultado de algunos supuestos fáciles basados en un precedente histórico aislado; específicamente, la historia de posguerra de los United Auto Workers y del éxito de su secretario general, Walter Reuther, al capitalizar la prosperidad de la industria automotriz estadounidense para obtener salarios elevados, contratos de cinco años, ajustes según el costo de vida y generosos programas de pensiones, que desde entonces influyeron en muchas interpretaciones sobre los sindicatos de mecánicos. Indudablemente, los UAW se transformaron en un sindicato privilegiado y los mecánicos estadounidenses, aunque esto pueda discutirse, en una especie de aristocracia obrera. La negociación colectiva era centralizada y se reducía a las cuestiones salariales, en tanto el sindicato abandonaba toda pretensión de autoridad en la base fabril, aunque los temas de control del trabajo siguieron alimentando muchos paros convocados por los delegados, y no por el sindicato nacional.98

Pero la historia de los UAW difícilmente sea representativa de los sindicatos mecánicos en general, y sólo fue posible gracias a la situación excepcionalmente próspera de la industria automotriz estadounidense en eí período de posguerra, así como a la influencia de la Guerra Fría en las relaciones del movimiento obrero con el Estado. En consecuencia, las opciones tácticas de que disponía la dirigencia de los UAW ayudaron a transformar al sindicato en lo que un historiador ha llamado "una combinación de maquinaria política y burocracia del bienestar que «atendía» a los afiliados y «vigilaba» el contrato nacional”,99

La historia de íos trabajadores del automóvil en otras partes del mundo, y a decir verdad también la de los UAW antes de los años

cincuenta, fue de conflicto continuo más que de adaptación. Un motivo para la militancia fue la estructura salarial comprimida de

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7Yabajo y política en Córdoba 433

la industria. Sí bien las compañías automotrices introdujeron es

tructuras salariales burocratizadas como un medio de control laboral, no pudieron impedir el avance inexorable hacia salarios más comprimidos, que tendieron constantemente a nivelarse a medida que el trabajo se hacía menos calificado. Así, aunque muy divididos espacialmente y en cierta medida por la calificación en el lugar de trabajo, en términos colectivos los trabajadores mecánicos propendieron a ver mejorados sus ingresos.100 En Córdoba, ésta fue la verdadera comunidad que unió a ios mecánicos, forjada no en los barrios sino en las fábricas donde pasaban ía mayor parte del día y la mejor parte de sus vidas.

Otros factores peculiares de la industria fortalecieron la militancia de los mecánicos cordobeses. La importancia estratégica de la fabricación de automóviles fue uno de ellos. Como se trataba de un sector fundamental de la producción industrial, de cuyo bienestar dependían en gran medida otras industrias como la siderúrgica y la del caucho, los mecánicos tenían un grado considerable de poder. Al ser ía industria automotriz de la Argentina altamente interdepen- diente, paros como la huelga del SMATA en 1974 tenían un efecto en cadena sobre la economía, y los mecánicos podían hacer sentir su presencia con una autoridad de la que la mayoría de los demás sectores de la clase obrera industrial simplemente carecían. En un

país como la Argentina, que no había experimentado un desarrollo industrial diversificado y había hecho de los complejos automotores el nexo de sus programas industriales de posguerra, las huelgas podían precipitar crisis económicas y hasta políticas nacionales, como lo muestra repetidamente la historia de íos trabajadores mecánicos cordobeses entre 1969 y 1976. Así, en la jerarquía de poder de los sindicatos los mecánicos se colocaban en los puestos más altos, un hecho que alentó a su conducción y a las bases a emprender acciones huelguísticas en situaciones en que otros sindicatos podrían haber vacilado.

Está claro que los movimientos clasistas en las plantas de ÍKA- Renault y Fiat Concord surgieron parcialmente en respuesta a reclamos de la base fabril no resueltos por la anterior representación gremial. Donde el SMATA peronista y los funcionarios de los sindicatos de empresa de Fiat habían sido deferentes y vacilantes en el cuestionamiento del control de las compañías sobre el proceso de producción, los clasistas practicaron la confrontación y la intransigencia en las plantas. La lucha de clases se llevó al ámbito fabril y se expresó en términos que los trabajadores no sólo entendían sino que apoyaban. En Fiat, capataces antes arrogantes aprendieron a tratar a los trabajadores con mayor respeto; en caso contrario, se

arriesgaban a sufrir la reacción del ahora vigilante y quisquilloso

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sindicato. En IKA-Renault, en todo momento se pusieron en tela de

juicio las prácticas gerenciales, y la demarcación clara del lugar de trabajo como zona exclusiva de la autoridad de la administración, una línea que había existido durante los años torristas , fue ignorada por ios clasistas.

Es posible que ciertas características únicas de Córdoba hayan conducido a los trabajadores a un cuestionamiento más profundo de las relaciones de producción que el de los mecánicos de otros lugares. Una de esas características fue la alta estabilidad deí empleo en la industria automotriz cordobesa- Otra puede haber sido la ausencia de fracturas étnicas o raciales dentro del proletariado automotor local. Es posible que el hecho de que en Córdoba hubiera una mano de obra homogénea haya hecho más directo el conflicto obrero-patronal e impedido que se trasladara a los demás carriles que en otras industrias automotrices lo complicaban y confundían.101

Los problemas del trabajo, sin embargo, no provocaron forzosamente resistencia obrera o clasismo. Antes bien, fueron esos problemas tal como los percibían subjetivamente los trabajadores, a través de una lente emocional hecha de las influencias multiformes de la Argentina y Córdoba que eran su propiedad intelectual común y que se concentraban en una visión del mundo redefinída, una ideología que contenía ciertos elementos que podían ser compartidos por la conducción clasistay las bases peronistas. La sociedad y la fábrica interactuaban en un proceso dinámico para dar significado y dirección al clasismo. El legado de la Resistencia peronista, las luchas de los años sesenta y el Cordobazo infundieron en la clase obrera local un significado más elevado de los derechos y el poder, que fue subyacente a las rebeliones fabriles de la década del setenta. Las influencias de la ideología y la política tuvieron un gran peso en esta historia, creando con ello la imagen romántica del trabajador mecánico cordobés y del movimiento obrero de Córdoba en general.

Lo más probable, sin embargo, es que el potencial de militancia nunca se hubiese realizado si no hubieran intervenido ciertas influencias del lugar de trabajo para catalizarlo en las bases. El Cordobazo fue indudablemente el punto de partida de la politización de los jóvenes trabajadores que condujeron los movimientos de recuperación sindical, pero éstos fueron sostenidos por cuestiones de los lugares de trabajo, y sin una comprensión de la interacción dinámica entre el mercado, íos procesos de producción y las prácticas gerenciales, su verdadera significación se pasará por alto. Lo que estuvo en el centro de las rebeliones fabriles de Santa Isabel y Ferreyra durante la década del setenta fue la lucha por el control del trabajo, un conflicto desnudo aunque complejo entre movimieñ-

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Trabajo y política en Córdoba 43 5

to obrero y capital en las plantas automotrices, y no las influencias

exógenas de estudiantes-trabajadores, los efectos alienantes de la industrialización súbita o las frustradas aspiraciones de movilidad de una supuesta aristocracia obrera. Para los trabajadores mecánicos cordobeses, política y trabajo estaban inextricablemente unidos, y es en la historia de la política obrera en la base fabril y su interacción con la sociedad argentina en general y cordobesa en particular donde el historiador puede hallar la mejor explicación del papel único desempeñado por los sindicatos de Córdoba en la reciente historia laboral de la Argentina.

NOTAS

1 Un análisis detallado de las plantas de IKA-Renault y Fiat es útil más allá de que sirva para explicar la dinámica de la política obrera cordobesa. Hacia 1975, Fiat era la segunda empresa de la Argentina en términos de ventas anuales, mientras que IKA-Renault ocupaba el séptimo lugar. Entre las siete primeras, las cinco restantes eran de propiedad estatal (Yacimientos Petrolíferos Fiscales, Empresa Nacional de Telecomunicaciones, Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires, SOMISA —la empresa siderúrgica pública— y Gas del Estado). Así, la situación de Fiat e IKA-Renault como las principales empresas privadas de la Argentina hacía de ellas barómetros importantes de lo que ocurría en todo el país en términos de política económica nacional, relaciones laborales y política industrial, aunque también había condiciones exclusivas de Córdoba que hacían que la historia de ambas fuera excepcional.

2 Marjorie T. Stanley, "The Interrelations of Economic Forces and Labor Relations in the Automobile Industry”, disertación para el Doctorado en Filosofía, Universidad de Indiana, 1953; John Humphrey, “Labour Use and Labour Control in the Brazilian Automobile Industry”, Capital and Class, n° 12 (invierno de 1980), pp. 48-49.

3Rhys Owen Jenkins, Deperident In dustriálization in Latin A merica: The

Automobile Industry in Argentina, Chile and México (Nueva York: Praeger Publishers, 1977), p. 133. Jenkins señala la desaceleración de la producción automotriz argentina después de mediados de la década del sesenta. Mientras entre 1960 y 1965 la producción creció a un promedio anual de 27,2%, el incremento cayó a 6,4% entre 1965 y 1973.

4 Jenkins, D epen dent In dustrialization in Latin America, p. 63. Para servir a este nuevo mercado, tanto IKA-Renault como Fiat aumentaron significativamente la cantidad de modelos producidos, IKA-Renault se expandió gradualmente de una línea de seis modelos en 1959 a otra de 23 en 1967, y Fiat pasó de tres en 1960 a 16 en 1972; María Beatriz Nofal, Absentee Entrepreneu rship an d the Dyn amics o f the Motor Vehicle Industry in Argen

tina (Nueva York: Praeger Publishers, 1989), p, 40. En ocasiones, las empresas adoptaron esta política de diversificación de líneas con gran renuen-

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cía y como una medida estrictamente defensiva. En un informe de Fiat de 1968,. por ejemplo, la multinacional italiana manifestaba que "la expansión de la línea de modelos es no sólo necesaria para diversificar nuestra producción sino tal vez fundamental y perentoriamente para no ser derrotados por nuestros competidores (evitando que otros nos superen en el lanzamiento de nuevos modelos), y en consecuencia para disuadirlos de que se aboquen a modelos con características similares a íos que ya fabricamos nosotros”, Arehivio Storico di Fiat, Turín, carpeta "Planificacióne e Controllo”, Fondo CG89-XVI11/9/C, documento “Previsioni economico-finanzíarie delle aziende Fiat in Argentina per íl triennio 1969-197 1”, 11 de julio de 1968, p. 13.

5Nofal, Absen t ee En t r ep reneu r sh ip , p. 42.<! Harry C. Katz, Sh i f t i ng Gea rs : Cha ng i ng La bor Rela t i ons i n t he U.S.

Au t o m o b i l e /ndusíry {Cambridge: M1T Press, 1985), pp. 22-23.7lan Roxborough, Union Pol i t ics in Méxi co: Th e Ca se o f th e Aut omobil e

I n d u s t r y (Cambridge: Cambridge University Press, 1984); John Humphrey, Cap i t a l i s t Con t ro l an d W or k e rs 'S tm gg le i n t he Braz i l i a n Au tomob i l e Indus t r y {Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1983). Las plantas automotrices simplemente no pueden reducir la producción si quieren seguir obteniendo ganancias. La necesidad de que la maquinaria funcione a plena capacidad es el resultado del alto nivel de capitalización de las plantas. Sufragar los costos de producción entraña conseguir un rendimiento máximo de la maquinaria y los trabajadores en los períodos de picos en ía demanda. Las empresas prefieren hacer funcionar las máquinas a pleno,

aumentar el stock hasta ciertos niveles y luego disminuir sus costos laborales, si es posible mediante despidos o, si no lo es, a través de la reducción de los días laborables, el incremento global de los ritmos de producción y, en general, la manipulación de sus gastos en mano de obra.

8 Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des Affaires Intemationales 0200, 1067, “A. Lucas, Argentine, 1973”, informe “Situation d’IKA-Renault au 1er Janvier 1971”.

9Ib id . , Direction Juridique 0263, 4396, “Argéntine-IKA-Renault”, carpeta “IKA, 1974”.

10 Ibid. , Direction des Services Financiers 0764, 113, carpeta “Finance Internationale”, documento “Gréves d’IKA-Renault á Córdoba", 28 de agosto de 1968. Un estudio reciente sobre la historia de Renault en América Latina sostiene que la política de estabilidad laboral de la empresa y su rechazo de las prácticas de contratación y despidos eran considerados necesarios para atacar sus costos laborales y al mismo tiempo debilitar en general el poder deí SMATA en las plantas de Santa Isabel. Véase Gilíes Gleyze, “La Régie Naliónale des Usines Renault et TAmérique Latine depuis 1945. Brésil, Argentine, Colombíe”, tesis de Maestría en Humanidades, Universidad de París X-Nanterre, 1988, p. 181.

11Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des Affaires Intemationales 0200, 1069, “A. Lucas, Argentine”, carpeta “Rapports Missions Argentine”, informe “Argentine - Activi tés Industrien es”, enero de 1973, p. 2.

12Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Cor-

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hombres de relevo disponibles para que los primeros tengan de vez en cuando un respiro en sus tareas. Los funcionarios gremiales clasifican como aceleración machas otras prácticas posibles. Entre éstas se cuentan: no dejar en la línea de montaje espacios vacíos ocasionales para brindar a los trabajadores más rápidos una breve pausa y a los más lentos la posibilidad de ponerse a la par; cronometrar una actividad sin tener suficientemente en cuenta el manejo de materiales y oirás acciones incorporadas a la misma cuando ía tarea se efectúa de manera continua a lo largo de un período de tiempo prolongado; negarse a informar al trabajador los resultados del estudio de los tiempos en la esperanza de que el estándar pueda ser más elevado sobre la base del rendimiento; proporcionar materiales que son más difíciles de manejar que los usados al cronometrar la tarea; y reemplazar un mecanismo averiado por otro de relación diferente”. McPherson, Labor Relations in the Automobile Industry, p. 143. Otro investigador ha llegado a declarar que, en ciertas circunstancias, puede considerarse que la aceleración genérica incorpora reclamos sobre la paga: “Los trabajadores estimaban lo adecuado de sus salarios en relación con el trabajo exigido de ellos, calculando asi una tasa de explotación basada en el sentido común. Y la mayoría consideraba que su paga era inadecuada para la intensidad del trabajo que se veían obligados a desempeñar”. Gartman, Auto Stavery, p. 260.

2' Gartman, Auto Slauery, p. 177.22Ely Chinoy, “Manning the Machines: The Assembly Line Worker", en

Peter Berger, comp., The Hum an Sh ap e o/Work: Stu dies in the Sociólogy o f

Occupations (Nueva York: Macmillan, 1958).

23Gartman, Auto Slavery , pp. 196-200; Al Nash, “Job Stratification: A Critique”, en B. J. Widick, comp., Auto Work an d I ts Discontents (Baltimore: JohnsHopkins University Press, 1976), pp. 76-77; Nelson Lichtenstéih,"The Man in the Middle: A Social History of Automobile Foremen”, en Nelson Uchtenstein y Stephen Meyer, com ps. , Orí the Line: E ss a y s in the History o f Auto Work (Urbana y Chicago: University of Illinois Press, 1989), pp. 155- 158.

24H. Benyon, “Controlling the Line”, en Tom Clarke y Laurie Clements, comps., Trade Unions under Capi ta l i sm (Atlantic Highlands, N.J.: Humanities Press, 1978), p. 253. “La posición del delegado en la planta automotriz tiene sus raíces en este choque... la vida diaria era virtuaímente una batalla incesante por el control. La instalación de un delegado en una sección determinada se relacionaba claramente con eí intento de los traba

jadores de ejercer su control de las tareas en esa sección. Si no estaba a la altura del trabajo, se lo reemplazaba o se retiraba dejando a la sección sin delegado por un tiempo."

25La siguiente discusión de la política de base en los movimientos clasista s sólo se refiere a las condiciones en las plantas de IKA-Renault y la fábrica Fiat Concord. Las otras plantas afiliadas al SMATA (Ford Transax, Thompson Rameo, las dos fábricas de Ilasa y Grandes Motores Diesel, de Fiat) y la fábrica de Fiat Materfer no se incluyen en el análisis. La disponibilidad de fuentes de consulta para IKA-Renault y Fiat Concord, así como

su importancia por ser las plantas automotrices con las mayores concen

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du Sert. el Borghetti”, 11de septiembre de 1968. La empresa informó que

las tres cuartas partes de ios préstamos de IKA se tomaban al margen del sistema bancario argentino, en el mercado negro. A estas "so c i éíés f m a n ci ér es ” se les reputaba imponer onerosas condiciones, pero aparentemente eran mejores que las que podían obtenerse de los bancos argentinos.

34Gleyze, "La Régíe Naüonale des Usines Renault, et l’Amérique Latine depuis 3945”, p. 61.

35Nofal, A bsentee Entrepreneurship, pp. 95-96.3,i Patríele Fridenson, Histoire d e s usines Renault: riaissance de la grande

entreprise (París: Le Seuil, 1972), pp. 167-175.37Gartman, Auto Slavery, pp. 102-127; Stephen Meyer, "The Persistence

of Fordistn: Workers and Technology in the American Automobile Industry,

1900-1960", en Nelson Lichtensteín y Stephen Meyer, comps., On the Line: E ssa y s in the History ofAu to Work (Urbana y Chicago: University of Illinois Press, 1989), pp. 84-88. Meyer señala que en la industria automotriz estadounidense las innovaciones en máquinas herramienta anteriores a 1929 estuvieron motivadas por la preocupación gerencial por controlar a una mano de obra cada vez más beligerante, y las siguió un período de inactividad tecnológica durante la depresión de principios de la década del treinta, cuando los trabajadores ofrecieron poca resistencia a la patronal en la base fabril. De manera similar, el desarrollo de la maquinaria automatizada después de 1945 fue una respuesta al poder establecido de los UAW y el renacimiento de la oposición obrera y el sindicalismo industrial; se trató de un esfuerzo de la patronal por recuperar el control sobre la producción.

38 Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des Services Financiers 0764, 113, carpeta “Finance Internationale”, documento “Argentine: Engineering et Assistance Techníque”, 1974.

39Gleyze, “La Régie Nationale des Usines Renault et VAmérique Latine depuis 1945”, pp. 77-78.

40 Archives des Usines Renault, Boulogne-Billancourt, Direction des Services Financiers 0764, 113, carpeta “Finance Internationale”, documento “Investíssements, Programme 118: Commandes des Machines”, 15 de mayo de 1968. En el primer pedido hecho por la empresa para reemplazar maquinaria vieja de las plantas de IKA, solicitó 25 máquinas herramienta especializadas pero también otras 19 herramientas multipropósito.

41 I b i d . , Direction des Affaires Intemationales 0295, 717, carpeta “Argentine”, documento “Argentine: Vente de biens d’équipement et d’engineering á IKA-Renault”, 6 de enero de 1969; Direction Juridique 0263, 4444, carpeta “ÍKA”, documento “Augmentation du capital d'iKA-Renault”,6 de noviembre de 1970; Direction des Usines á l’Étranger 0070, 216, carpeta'‘Argentine: 1970 á 1975", documento “Compte Rendu d'Activité 1968- 1969: IKA-Renault”.

42 I b i d , , Direction des Affaires Intemationales 0295, 715, carpeta “Constructions-Installations-Équipements-Lay Out et Capacité de Production, 1963-1970”, documento “Étude IKA-Argentine”, 22 de febrero de 1968.

43 Ib id . , Direction des Affaires Intemationales 0200, 1070, “A. Lucas,

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Argentine, 1973”, carpeta “Perdriel S.A.", documento “Perdriel S.A.: situation au 1er mars 1973".

44IKA-Renault, Informe m ensual, julio de 1973, pp. 29-30. Renault informó que los paros condujeron a una caída de la producción de los siguientes porcentajes en estos departamentos: 25% en montaje, 25% en pintura de chasis y entre 20 y 60% en producción, según el componente fabricado.

45Nofal, Absen tee Entrepreneurship, pp. 98-99, 125-126. Sólo la oposición del gobierno provincial y los autopartistas locales impidió que Fiat también mudara a Santa Fe su planta de Grandes Motores Diesel, cuyos trabajadores estaban afiliados al SMATA; La Voz del interior, 18 de julio de 1974, p. 15.

4íi El premio a ía producción también servía para desviar la hostilidad de ios trabajadores contra la empresa y dirigirla hacia sus compañeros. Bajo

este sistema, una línea solía enfrentarse a menudo con otra cuando ésta no lograba mantener el ritmo necesario para ganar la bonificación, e incluso dentro de las mismas líneas se generaban animosidades entre los trabajadores más rápidos, que podían sostener los ritmos de producción, y los más lentos, que se quedaban rezagados. La eliminación del sistema de premios fue una de las exigencias principales presentadas en la propuesta de convenio colectivo de los clasis tas —nunca aceptada por la compañía—, que procuraba acercar a Fiat a los estándares y las prácticas de las otras firmas automotrices. Archivo del SITRAC, "Convenio colectivo de trabajo para el personal déla empresa Fiat Concord.S.A.I.C.”, Córdoba, mayo de 1972.

47El SITRAC: Boletín del Sindicato d e T rab ajado res de Concord, vol. 1, n° I (13 de enero de 1971), p. 2, discute losproblemas referidos al premio a la producción, el acople de máquina y las condiciones de trabajo en general en la planta de Concord. El acople de máquina era una de las muchas prácticas de la empresa que, según se enteraron los clasis tas a través de los gremialistas italianos, habían sido eliminadas en las plantas de Fiat de ese país. A diferencia del premio a la producción, que la compañía en principio acordó eliminar por etapas pero nunca lo hizo, los clasistas se las arreglaron para lograr la abolición de la práctica del acople de máquina. Sin embargo, luego de la supresión de SITRAC-SITRAM en octubre de 1971, y como parte de la reacción contra los trabajadores, Fiat comenzó una vez más a duplicar la atención de las máquinas.

4SGianfranco Guidi, Alberto Bronzino y Luigi Germanetto, Fiat: Struttura

aziendale e organizzazione dell sjruttamento (Milán: Gabriel Mazzotta editore, 1974)} pp. 165-166; Giuseppe Bonazzi, In unafabbrica di motori: Organizzazione del lavoro, potere padronale e lo t te opéraie (Milán: Giangiacomo Feltrinelli editore, 1975).

49David Montgomery, The Fall o f the Hou se o f Labor: The Workplace, the State , an d Am erican Labor Actiuism, 1865-1 925 (Cambridge: Cambridge Universiiy Press, 1987), p. 440.

50Duccio Bigazzi, “Management and Labor in ítaly, 1906-1945”, en StevenTolliday y Jonathan Zeitlin, comps., The Automobile Industry a n d lt s Workers (Cambridge: Polity Press, 1986), p. 86. Como en 1a industria automotriz británica, inicialmente los trabajadores de Fiat apoyaron las tasas de trabajo a destajo como un medio de extender la autoridad del sindicato

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sobre la base fabril, pero se opusieron a elias una vez que la patronal se atribuyó unilateralmenle la facultad de establecerías.

51Bigazzi, "Management and Labor in Ualy, 1906-1945", p. 87.:>2Guidi, Bronzino y Germanetto, Fiat, pp. 165-166: Giovanni Contini,

'The Rise and Fall of Shop Floor Bargaining at Fiat, 1945-1980”, en Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin, comps., The Automobile Industry a nd Its Workers (Cambrige: Polity Press, 1986), pp. 144-146.

r,:i Giovanni Contini, “Politics, Law and Shop Floor Bargaining in Postwar Italy”, en Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin, comps., Shop Floor Bargaining and the State (Cambridge: Cambridge University Press, 1985), p. 210.

5,1 Guidi, Bronzino y Germanetto, Fiat , pp- 92-98; Vincente Comilo, L a Fia t: T ra crisi e ristruíturazione (Roma: Editori Riuniti, 1982), pp. 237-242.

5nGartman. Auto Slavery, p. 281; Patrick Fridenson, "Automobile

Workers in France and Their Work, 1914-1983”, en S. L. Kaplan y C. J. Koepp, comps., Work in France (Ithaca, N.Y.: Comell University Press, 1986), p. 540.

56Comito, La F ia t pp. 237-242.57Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin, “Between Fordism and Flexibility",

en Tolliday y Zeitlin, comps., The Automobile Industry and Its Workers (Cambridge: Polity Press, 1986), p. 4.

5BSylvie Van de Casteele-Schweitzer, “Management and Labor in France, 1914-1939”, en Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin, comps., The Automobile Industry and Its Workers (Cambridge: Polity Press, 1986), pp. 72-73; J. P. Depretto y Sylvie Van dé Casteele-Schweitzer, L e Commuriisme á l’usine : vie ouvriére et le mouvement ouvrier chez Renault, 19 20 -193 9 (Pa~ rís: Roubaix, 1984).

59 Fridenson, “Automobile Workers in France and Their Work”, pp. .534- 536.

60 Nofal considera que ésta es una tendencia que puede aplicarse a toda la industria (Nofal, Ab sentee Entrepreneurship , pp. 51-52), pero parece haber sido más pronunciada en las empresas cordobesas. Ninguna de las firmas instaladas en Buenos Aires emprendió un programa de racionalización tan profundo como el de Renault en sus recién adquiridas plantas de Kaiser. Ninguna compañía era tampoco tan dura en los tratos cón su mano de obra como Fiat, en parte porque la afiliación de sus trabajadores al poderoso SMATA se lo impedía. Las huelgas de 1973 en las plantas de Ford,

GM, Chrysler, Peugeot y Mercedes Benz por cuestiones laborales —aceleración de los ritmos, desconocimiento empresarial de las categorías de producción y condiciones de trabajo insalubres— ofrecen una prueba suficiente de que si estas compañías tuvieron menores problemas que Fiat e ÍKA-Renault con su mano de obra entre 1966 y 1972, se debió a las ventajas de que disfrutaban en eí mercado argentino antes que a una presunta diferencia fundamental en su filosofía gerencia! o a las relaciones entre capital y trabajo en ellas. No obstante, incluso durante la gran oleada de huelgas de 1973 a 1976 en las empresas instaladas en Buenos Aires, la causa principal de los paros fueron los salarios y no las condiciones de trabajo.

Cl Wiliiam H. Form, “Technology and Social Behavior of Workers in Four

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Trabajo y política en Córdoba 443

Countries: A Socio-Technic:ai Perspective”, Amer ica n Sociologica l Reui ew,

vol. 37 {diciembre de 1972), pp. 727-728.ü2William H. Form, "The Internal Stratification of the Working Class: System ínvolvement oí Auto Workers in Four Countries", A m e r i c a n Sociological Reui ew , 38 (diciembre de 1973), pp. 700-702; Form, Blue-Co- l l a r St ra t i f i ca t ion , pp. 78-80.

03Form, Bl ue-Co l l a r St ra t i f i ca t ion , pp. 160-183. En 1969, el sociólogo estadounidense William H. Form dirigió una serie de extensas investigacio nes en plantas automotrices de diversos países, una de las cuales fue el complejo IKA-Renault en Córdoba. Los datos de las investigaciones de Form aparecieron en varias publicaciones durante la década del setenta, y comprendían un rico corpus de materiales sobre los orígenes, la estratifica

ción y las actitudes de las diversas manos de obra. Coincidentemente, otro sociólogo del mismo origen, Richard P. Gale, había efectuado investigaciones por su cuenta en las plantas de IKA-Renault a principios de 1966. Sus descubrimientos se publicaron en 'Industrial Development and the Blue-Collar Worker in Argentina”, I n t er n a t i on a l J o u r n a l o f Com p a r a t i ve Soc io logy, vol. 10, n° 1-2 (marzo-junio de 1969), y proporcionan un complemento útil a los datos de Form (véanse pp. 138-150).

64 Form, ‘The íntemal Stratification of the Working Class’', pp. 700-705; Form, Bíue CoIIar Stra t i f ica t ion , p. 195. Form caracteriza la participación de los trabajadores de IKA en organizaciones comunitarias como "bastante alta", una afirmación que, de hecho, desmienten sus propias cifras. Su in

vestigación demostró que sólo el 36% de los intervinientes pertenecía a una organización comunitaria y apenas el 15% eran partipantes activos de la misma. Esta última fue la proporción más baja en esa categoría para todas las empresas investigadas, y contrasta con las tasas notablemente elevadas de afiliación gremial y participación en los asuntos sindicales de los trabajadores de IKA-Renault en esos años (reflejadas en índices tales como el 85% promedio de participación en las elecciones gremiales, entre otros).

^Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los ’60M, pp. 31-32, 84-90.

“ Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes, comunicados y diarios del SMATA, 1969”, volante “Departamento 105: incentivación

a costa de ía explotación obrera, ¡no!”, 22 de marzo de 1969.07 “Problemas en Chapa”, SMATA, SMATA-Córdoba, vol. 6, n” 39 (15 de diciembre de 1969), p. 15.

68 Daniel James, Res ís tan ce an d In teg ra t i on : Per on i sm an d th e Argen t i ne Work ing Cla ss, 194 6-19 73 (Cambridge: Cambridge Universiiy Press, 1988), pp. 135-143.

69 El argumento de que la ausencia de protección en la base fabril y la importancia del trabajo explican en parte el ascenso del c l a s i s m o parece aún más aplicable a los trabajadores de Fiat Concord, En esta planta, donde los trabajadores estaban nominalmente representados por un sindicato de planta antes de 1970 y aislados de la protección que podría haberles

otorgado la afiliación a un gremio industriaí poderoso, la posibilidad de que se opusieran a la patronal en cuestiones de producción era aún más remota. Al parecer, la lucha por el control del trabajo y la protección en la base

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fabril también ocupo un lugar central en la emergencia de movimientos

c las i s t as en otros sindicatos latinoamericanos en este período. Para el caso del Perú, véase Carmen Rosa Balbi, i d en t id ad cl as i st a en el s ind ica l i smo: su impa cto en las f ábr i cas (Lima: Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo. 1989).

70 Este sistema, de cuyos beneficios disfrutaba Renault en sus plantas mexicanas, institucionalizaba la inestabilidad laboral en la industria al brindar empleo permanente únicamente a un pequeño porcentaje de los trabajadores, en su mayoría calificados, mientras que a la gran mayoría de los operarios reemplazables de las líneas de producción y montaje se les asignaba la condición temporaria de eventuales , empleados de corto plazo sujetos al despido a discreción de la empresa. Véase Jan Roxborough, Union

Poli t ics in Méxi co: Th e Ca se o f the Autom obi l e Ind ust r y (Cambridge: Cambridge University Press, 1984), pp. 61-62.7) "Insalubridad: en defensa de nuestra salud y nuestra vida”, SMATA,

SMATA-Córdoba, n° 117 (21 de diciembre de 1973), p. 1; La Voz del In ter ior,8 de diciembre de 1973, p. 11. Como un ejemplo de sus esfuerzos en relación con la cuestión de las condiciones de trabajo, los c l a s i s t a s emprendieron una gran campaña para hacer que la jomada laboral en la forja se redujera a seis horas. El calor y los niveles de ruido en ese departamento habían sido declarados insalubres por el Ministerio de Trabajo provincial, y la jornada laboral se había reducido a seis horas entre 1965 y 1969. Sin embargo, con posterioridad a la gran huelga de 1970 Renault había restablecido la jomada de ocho horas, y la conducción t o r r i s t a n o había podidoo querido enfrentar a la empresa sobre esa cuestión,

72Existían diez categorías (desde constructores altamente calificados de herramientas y matrices hasta barrenderos y manipuladores no calificados de materiales) tanto en la administración de Kaiser como en la de Renault. Las diferencias no estaban en las categorías generales sino en el modo en que se definían (vagamente en Kaiser, estrictamente en Renault) y en las numerosas subeategorias. Véase el convenio colectivo de IKA-Renault de 1971-72 y el archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Notas sobre escalas salariales, 1971-72”, documento "Nueva escala de salarios vigente desde el Io de abril de 1971 en la planta IKA-Renault”.

73 Renault simplemente se adecuaba a prácticas gerenciales que por esa época eran de uso generalizado en la industria automotriz, tanto en América Latina como en otras partes. Como lo señala Gartman: "Si bien la nueva tecnología hacia que en la fabricación de autos las tareas fueran cada vez más parecidas técnicamente, los capitalistas se empeñaron en disponer estas actividades básicamente similares en una jerarquía fragmentada de categorías ocupacionales, cada una con una diferente escala salarial definida por normas. Al extender y burocratizar de este modo los diferenciales salariales, esperaban socavar el fundamento de la acción obrera común. Combinada con un sistema de producción, esa estructura de tareas podía ser doblemente divisionista, no sólo porque los intereses comunes de los trabajadores quedarían encubiertos por diferenciales de salarios en gran medida artificiales, sino porque los esfuerzos obreros por obtener sueldos más elevados y un mayor control también podían canalizarse al margen de

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la lucha colectiva y convertirse en empeños individuales por conseguir ventajas personales a través de los ascensos". Gartman, Auto Slaven j , pp. 233- 234.

74 Wiliiam H. Form, "Auto Workers and Their Machines: A Study of Work, Factory, and Job Straüficaüon in Four Countries", Social Forces , vol. 52. n° I (septiembre de 1973), p. 12.

75Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Notas de Comisión Interna de Reclamos y respuestas de IKA-Renault, 1972-73", carta del Departamento de Relaciones Laborales a la Comisión Interna de Reclamos (CIR), segundo tumo, 5 de julio de 1973. Renault tenía una larga historia de desconocimiento de las categorías, práctica que provocó las tensas condiciones en la base fabril y muchos de los paros en sus plantas francesas durante íos años setenta. Véase Daniel Labbe, “Travail formel et travail réel:

Renault-Biííancourt, 1945-1980", tesis de Maestría en Humanidades, École des Maúles Études en Sciences Sociales. 1990, pp. 97-124.7Ci Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Notas de Comisión

interna de Reclamos y respuestas de IKA-Renault, 1972-73”, minutas de reunión de la CíRcon el Departamento de Relaciones Industriales, 10 de noviembre de 1972. La colección del archivo gremial sobre reclamos de los delegados no es la fuente más fecunda para la cuestión de la aceleración de los ritmos de producción. En general, estos reclamos, a diferencia de los problemas referidos a las categorías, se resuelven en la base fabril en el momento en que surgen o no se resuelven en absoluto. La aceleración de íos ritmos sólo llega a tratarse mediante los procedimientos formales de reclamos cuando se convierte en un problema crónico. En consecuencia, la fuente más confiable sobre la conducta gremial en esta cuestión es el registro de huelgas.

77Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Notas de la Comisión interna de Reclamos y respuestas de IKA-Renault, 1972-73”, carta de la CIR al Departamento de Relaciones Laborales, 31 de octubre de 1972. En este caso particular, las quejas obreras sobre las velocidades excesivas de las líneas en el departamento de pintura habían sido constantes: los delegados afirmaban que la empresa había elevado ininterrumpidamente la producción de 185 a 240 chasis por día. De manera reveladora, no fueron los delegados quienes abordaron la cuestión con la compañía, sino los mismos Rene Salamanca y Roque Romero. El sindicato exigió que "se t ermine

la intimidación verbal y psicológica, que la empresa-elimine el control mediante los cronómetros y que los ritmos de producción se ajusten de manera realista a ías capacidades de los trabajadores”.

7SArchivo del SMÁTA, SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972", volante gremial “Por un SMATA clasista”, Núcleo de Activistas Clasistas, 30 de octubre de 1972. En una de las muchas declaraciones clas is tas sobre la relación entre la necesidad de la empresa de maximizar la productividad obrera y la aptitud del clasismo para ganar la simpatía de los trabajadores, este grupo de oposición clasista, a la lista Marrón podía decir justificadamente que el agravamiento de los problemas con los ritmos de producción era "propicio’' para los clasistas y que en última instancia serviría para fortalecer su posición entre los obreros.

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7D“Justificada protesta", S M ATA, SMATA-Córdoba, n° 53 (22 de julio de

1971), p. 4. Los herederos de Torres habían percibido la susceptibilidad de los trabajadores ante las acusaciones clasistas de mínima protección gremial en la base fabril, por lo que apoyaron a regañadientes algunos paros en diversos departamentos para desviar algunas de las críticas. Pero fueron los c l a s i s t a s , y no los peronistas, quienes entre 1970 y 1975 tuvieron más inclinación a detener la producción para protestar por los ritmos de trabajo.

80“Cómo se gasta la gente", SMATA, SMATA-Córdoba, n° 117 (21 de diciembre de 1973), p. 4. Este artículo, que se ocupaba de las condiciones de insalubridad y los ritmos de producción, es sólo uno de los numerosos ejemplos de intentos c l a s i s t a s por vincular problemas laborales y proselitismo

político. Después del éxito del Movimiento de Recuperación Sindical y de que la izquierda hubiera establecido una relación más estrecha con ia conducción de SITRAC-SITRAM, en las fábricas Fiat se hizo un intento similar. Véanse “Cómo funciona la máquina de enfermar11y “El obrero se usa y se tira”, SITRAC: Bolet ín del Sin di cat o de Tr a baja dor es de Concord , vol. 1„ n a 2 (junio de 1971), p. 2.

81Un ejemplo de paro parcial que se difundió a otros departamentos es una huelga de marzo de 1974 que estalló en Tapicería como protesta contra el desconocimiento empresarial de las categorías y que luego se generalizó a todo el complejo de Santa Isabel. Véase “Planta IKA-Renault: arbitraria actitud patronal en Tapicería”, SMATA, SMATA-Córdoba, suplemento especial (25 de marzo de 1974), p. 4.

82Garfield Clack, Indus t r i a l Rela t ions in a Br i t i sh Car Factory (Cambridge: Cambridge University Press, 1967), p. 19. Como lo señala Clack, los trabajadores mecánicos no piodujeron históricament e comunidades profesionales tan apretadamente unidas y distintivas como las de los mineros, los portuarios y muchos otros sectores de la clase obrera. Los mecánicos de un departamento están aislados de los de otro y a menudo saben muy poco de lo que está pasando incluso en los departamentos más próximos. Los trabajadores de las líneas de producción y montaje, donde el trabajo es cronometrado y el nivel de ruido alto, tienen particularmente pocas oportunidades de comunicarse con otros departamentos. Los operarios calificados, por otra parte, son quienes tienen las mayores posibilidades de moverse de uno a otro lado, tanto dentro de su propio departamento como por la planta en general. Form descubrió que en Córdoba eran ellos los más activamente comprometidos en los asuntos gremiales, y hay ciertas pruebas de que actuaban como los principales instigadores de los paros en las plantas. Por más que fuera excepcional, la unidad de todos los trabajadores de IKA- Renault era no obstante una realidad, y a pesar de los obstáculos presentados por la producción automotriz surgió una comunidad. Form, B l u e - Col la r St r a t i f i ca t ion , p. 173.

^McPherson, L a b o r Rel a t i o n s i n t h e A u t o m o b i l e I n d u s t r y, pp. 61-66. Los peronistas fundamentaban sus críticas más convincentes a la táctica de base más combativa de los c l a s i s t a s precisamente en esta cuestión del partidismo y la quiebra de la disciplina gremial. Véase archivo del SMATA,

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Trabajo y política en Córdoba 447

SMATA-Córdoba, volumen “Volantes varios, 1972”, volante “A los compañeros de IKA-Renault”, Agrupación 24 de Febrero, 23 de octubre de 1972.

84Ne!son Lichtenstein. "Auto Worker Mílifcancy and the Structure of Factory Life, 1937-1955”, T h e J ou r n a l o f A m e r i c a n H i s t o i y, vol. 67, n° 2 (septiembre de 1980), p. 346.

85 Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen “Notas de Comisión Interna de Reclamos y respuestas de IKA-Renault, 1972-73'', carta de José Castro, director de Personal y Relaciones Sociales, a los trabajadores de IKA-Renault, 6 de diciembre de 1972; Revi ew of l h e Riu er Pía t e, vol. 157, nü 3914 (10 de enero de 1974), p, 39.

S(i Archives des Usines Renault, Boulogne-Biliancourt, Direction des Aífaires International es 0200, 1,071, carpeta “Rapports de Míssion de M. Peyre”, documento “Voyage du 30/9 au 14/10/74”.

87ibid., 1067, carpeta “A. Lucas, Argentine, 1973”, documento “Réunions reparties sur les 2, 3 et. 5 juillet, 1973".8ti Una de las tácticas favoritas de la empresa era suspender las audien

cias de reclamos en respuesta a la beligerancia de los delegados en la base fabril; "Persistentes medidas huelguísticas en las plantas, consistentes en trabajo a convenio en departamentos como el taller de prensa, galvanoplastia y montaje final, llevadas a cabo en violación de los acuerdos y las prácticas establecidas, nos obligan a comunicarle que esa situación nos impide realizar las audiencias de reclamos previstas para hoy”. Archivo del SMATA, SMATA-Córdoba, volumen "Notas de la Comisión Interna de Reclamos y respuestas de IKA-Renault, 1972-73”, carta de R. Goya, Departamento de Relaciones Laborales, a la CIR, 29 de diciembre de 1972.

89Thomas Klug, “Employers’ Strategies in the Detroit Labor Market, 1900-1929”, en Nelson Lichtenstein y Stephen Meyer, comps., On t h e L i n e : E ss a t t s i n t h e H i st o r u o f A u t o Wor k (Urbana y Chicago: University of Illinois Press, 1989), pp. 63-66.

90 En respuesta a un extenso cuestionario preparado por mí y entregado ai Departamento de Relaciones industriales de Renault en Santa Isabel, la empresa expresó la creencia de que la intensa actividad huelguística de principios de los años setenta se había debido al trabajo de agitadores políticos entré los trabajadores más calificados. Por ejemplo, con respecto a la pregunta de si ciertos departamentos presentaban más problemas y estaban más inclinados que. otros a adoptar medidas huelguísticas y evitar las

negociaciones, la compañía contestó; “Sí, los más propensos a las huelgas eran los departamentos especializados que tenían un personal con un nivel educativo más alto que, sin duda, mediante un proceso de adoctrinamiento camuflado, orquestó la politización de las plantas”. Si bien es difícil decirlo con absoluta certeza, en rigor de verdad los testimonios orales indican que los trabajadores más calificados tenían una tendencia a tomar la iniciativa en los paros, pero no actuaban exclusivamente en función del mero "adoctrinamiento” de las bases y sus motivaciones eran mucho más complejas.

91Archivo del SITRAC, carpeta AI, "Volantes, impresos o mímeos”, volantes “A los compañeros de Fiat Concord”, “Expulsaremos a Lozano; ni un

paso atrás”. La palabra c las i s t a no aparece en las publicaciones del movi

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miento de raíces profundas que derrocó a la conducción enquísiada en el

sindicato en las rebeliones fabriles de marzo a mayo de 1970; sólo sería adoptada en una fecha ulterior.92 Roberto Reyna, "La izquierda cordobesa", Crisis , n° 64 (1988), pp. 44-

45. Véase la respuesta del secretario general del SITRAC, Carios Masera, "SITRAC y SITRAM; la autonomía obrera", Crisis, n° 67 (1989), pp. 78-79.

93Hubo unos pocos trabajadores que inicialmente se opusieron al compromiso clel SITRAC de trabajar para eliminar el premio, preocupados porque sus ingresos iban a caer agudamente. No obstante, los trabajadores elegidos para los puestos de conducción en 1970 llegaron a ella con un mandato claro de las bases para obligar a la empresa a abandonar eí sistema de p r e m io s y convertirlo a una escala horaria comparable a la pagada

en otras compañías automotrices que operaban en la Argentina; entrevista con Carlos Masera, secretario general del SITRAC entre 1970 y 1971, Córdoba, 9 de julio de 1990.

94 Francisco Delich, “Condición obrera y sindicato clasista”, documento presentado en el Seminario sobre Movimientos Obreros de América Latina, San José, Costa Rica, 1972, pp. 3-5.

95 Entrevistas con Gregorio Flores, delegado del SÍTRAC entre 1970 y1971, Buenos Aires, 12 de noviembre de 1985, y Domingo Bizzi, miembro del comité ejecutivo del SITRAC entre 1970 y 1971, Córdoba, 22 de julio de 1987.

95 Una típica huelga departamental fue la que afectó a una serie de lí

neas de producción el 19 de agosto de 1971, como protesta contra la lentitud de la empresa para cumplir su promesa de eliminar gradualmente eí pr em i o a l a producción . Archivo del SITRAC, carpeta “Juicios de reincorporación: actas nacionales, abril de 1970 a diciembre de 1971, parte II, declaración 3300134”. Más allá de los testimonios personales, entre el puñado de fuentes disponibles para documentar las condiciones en la planta Concord durante el período c la s i s ta , algunas de las más valiosas son los informes del escribano público Ricardo Orortegui. Orortegui fue contratado por la empresa para documentar las condiciones en las plantas, probablemente como preparación para una futura demanda judicial contra el sindicato. Lo que surgió de los informes, indudablemente sin intención, fue el cuadro de un sindicato vigoroso pero no excesivamente provocador o irresponsable, que disfrutaba de amplio apoyo entre los trabajadores. Irónicamente, los dirigentes c l a s i s t a s despedidos utilizarían estos informes en el pleito que más adelante entablaron contra Fiat por despidos injustificados.

97 Steven Tolliday, "Government, Employers, and Shop Floor Organiza- tion in the British Motor Industry”, en Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin, comps., Shop Fíoor Barga in in g an d t he Sta t e (Cambridge: Cambridge Uní- versily Press, 1985), pp. 131-132; Nelson Lichtenstein, “Reutherism on the Shop Floor: Union Strategy and Shop Floor Conflict in the USA, 1946-70”, en Steven Tolliday y Jonathan Zeitlin, T h e A u t o m o bi l e I n d u s t r y a n d I t s Wo r k e r s (Cambridge: Cambridge University Press, 1986), p. 132.

98 Lichtenstein, “Reutherism on the Shop Floor”, pp. 126-132." I b i d . , p. 126.100Como lo expresó un investigador de la industria: “La nivelación obje-

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Trabajo y política en Córdoba 449

tiva de los diferencíales salariales, que indicaba la homogeneización de las condiciones de trabajo, las calificaciones, el status y eí control, dio origen a una tendencia a definirse subjetivamente a sí mismos como una comunidad con intereses compartidos", Gartman, Auto Slavery, p. 175.

101Los problemas de la raza y la elnicidad fueron notorios en la industria automotriz. En Francia (trabajadores franceses nativos contra nor- teafrieanos y especialmente argelinos), Italia (norteños contra sureños} y los Estados Unidos (blancos contra negros), la existencia de una mano de obra heterogénea a menudo desvió la atención de los problemas laborales dirigiéndola a ¡as animosidades raciales y las rivalidades étnicas. Para la industria estadounidense, véanse Elliot Rudwick y August Meier, B lack Detroi t , an d t he Rise of th e UAW (Nueva York: Oxford University Press, 1979) y James Geschwender, Ctass, Race an d Work er ín sw genc y: Th e Leagu e o f

Re vo l u t i o n a r y B l a c k Worícers (Cambridge: Cambridge University Press, 1977).

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1L Conclusión: Las fuentesde la política obrera en Córdoba

Casi desde la génesis del mundo industrial, los intelectuales que estudiaron el desarrollo del Estado y las clases sociales se interesaron en el rol de la clase obrera en política y en la relación del movimiento obrero con la sociedad civil. Las afirmaciones de los intelectuales del siglo XIX acerca de un creciente poder político de la clase obrera se hicieron realidad en eí siglo XX. Si bien el rol de la misma en las grandes revoluciones sociales de este siglo a menudo ha sido ambiguo, o incluso de pocas consecuencias, su importancia en ía vida política de sociedades tan diferentes como las de Alemania, los

Estados Unidos y la Argentina nunca se puso en duda. Los estudios sobre la clase obrera en la política constituyen una rica literatura filosófica e histórica, que ha elevado pero difícilmente resuelto un debate que nunca fue estrictamente académico y a menudo estuvo estrechamente vinculado con disputas políticas en las propias sociedades de los autores. En un plano puramente teórico, ía primacía dada a los factores económicos y las relaciones sociales de producción tal como las describe el primer pensamiento marxista fue depurada por intelectuales marxistas posteriores, como Gramsci, quienes también reconocieron la importancia de las tradiciones políticas nacionales y factores de cultura general en la política obrera. En años recientes, los investigadores académicos han contribuido al debate demostrando las influencias del mercado laboral, las filosofías gerenciales y el trabajo en esta historia.1

Entre los investigadores, son los historiadores quienes hicieron cobrar peso a las teorías de la clase obrera y las aplicaron a la experiencia de la vida real de los trabajadores en ambientes culturales y temporales específicos. La investigación y los escritos de E. P. Thompson, Eric Hobsbawm, William Sewell, Herbert Gutman, David Montgomery y otros no sólo hicieron de la historia laboral un campo respetable para el estudio académico en Europa y América

del Ñorte sino que también arrojaron luz sobre la complejidad de las

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Conclusión: Las. fuentes de la política obrera en Córdoba 451

relaciones de la cíase obrera con la sociedad civil bajo el capitalismo.2 En América Latina* el estudio de la clase obrera está rezagado con respecto a Europa y América del Norte, por una parte debido a la escasez de fuentes archivísticas sobre tópicos laborales y por la otra a los prejuicios de investigadores que subrayaron el carácter predominantemente agrario de la región y desestimaron la importancia de la clase y el movimiento obreros en la historia moderna de América Latina.3En años recientes, los historiadores han superado estos supuestos superficiales e infundados y presentado estudios interpretativos generales, que destacaron el lugar particular de América Latina en la economía mundial como una explicación de la historia de las clases obreras latinoamericanas y sus movimientos.4

No niego que el carácter particular del desarrollo capitalista latinoamericano y la estructura de sus economías de exportación son factores de primordial importancia en la historia de la región; las presiones y coacciones impuestas a ios sindicatos cordobeses por la economía internacional de posguerra también son temas importantes en este volumen. Sin embargo, las influencias internas son las variables más determinantes en la historia de la clase obrera latinoamericana, particularmente después de la época del capitalismo

exportador y en los años de expansión industrial que siguieron a 1929. En este aspecto, un estudio detallado del movimiento obrero de Córdoba tiene utilidad no sólo para entender la historia de la Argentina en las décadas de 1960 y 1970, sino también para una mejor comprensión de la relación entre el movimiento obrero organizado y la política en la historia moderna de América Latina y para rastrear las fuentes de la política obrera en general. A primera vista, la prolongada historia de militancia e incluso de radicalización política de los sindicatos cordobeses podría parecer sugerir que su experiencia fue excepcional. En verdad, al ser esencialmente productos del Estado y tener tras ellos la lógica del sistema de relaciones industriales, los otros movimientos obreros modernos de América Latina han sido más reformistas que revolucionarios o siquiera combativos, más inclinados a la integración que a la resistencia, para utilizar el paradigma de un historiador del movimiento obrero latinoamericano.5

En la Argentina, Brasil y México, los países de América Latina con los movimientos obreros más grandes e importantes, los sindicatos abandonaron las políticas insurreccionales seguidas por los anarquistas y anarcosindicalistas de fines del siglo XIX y principios del XX en favor de un enfoque más pragmático. Esta tendencia más conservadora fue más pronunciada en Brasil y México donde, durante los gobiernos de Getulio Vargas y Lázaro Cárdenas, respecti

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452 El Cordobazo

vamente, los Estados redoblaron sus esfuerzos para integrar a los

antaño díscolos sindicatos. Los asuntos laborales se convirtieron cada vez más en el coto cerrado de los pelegos y los charros , los perennes funcionarios y burócratas profesionales sindicales que se movían con comodidad por los ministerios de Trabajo, alternativamente negociando pequeños favores para los sindicatos y persuadiendo a los gobiernos de que entraran en acción cuando las concesiones ya no apaciguaban a sus gremios y el descontento de las bases amenazaba transformarse en una protesta obrera. No es sorprendente que en esos países, y durante muchos años, los estrechamente controlados movimientos obreros no representaran ninguna amenaza para el orden establecido. De hecho, eran uno de los principales sostenes de ese orden.

En la Argentina, la cooptación gubernamental del movimiento obrero fue más problemática y nunca se realizó del todo. La configuración única de la estructura de clases del país, el peso propoi"- eionalmente mayor de la clase obrera y sus niveles significativamente más altos de sindícalización hicieron de ella un adversario más temible que en Brasil o México. A esto se agregó ía hostilidad más visible del Estado argentino a los intereses obrei'os después de 1955. El antiperonismo visceral de las clases altas y de amplios sectores de la clase media, y en especial la animosidad de los militares hacia Perón y el peronismo, obstaculizaron naturalmente la integración del movimiento obrero peronista al Estado. La clase obrera, a su turno, tenía en el exiliado Perón un símbolo que servía para galvanizar su oposición a los gobiernos sucesivamente hostiles.

Si bien bajo ía tutela de Augusto Vandor el movimiento obrero avanzó lentamente hacia una reconciliación con el Estado, incluso en este período las diferencias de la Argentina son evidentes, dado que en última instancia el vandorismo aspiraba a crear un partido laborista que fuera independiente de Perón y que tuviera una relación estrecha pero no necesariamente vínculos orgánicos con el Estado. Además, como sistema gremial en funcionamiento, eí vandorismo desplegó una mayor autonomía obrera que la que era pensabíe en Brasil o México. En cierta medida, los caciques gremiales peronistas eran responsables ante las bases, en las que, por otra parte, hacia comienzos de los años sesenta existía un consenso formado en favor de cierto nivel de diálogo y cooperación con el Estado y la patronal, lo que estaba plenamente en armonía con íos puntales ideológicos del movimiento peronista.6 Por el mismo motivo, 1a tendencia latente a la militancia y la resistencia en ía clase obrera argentina siempre estuvo presente, y cualquier líder sindical que se negara a reconocer ese hecho se exponía a la oposición, como lo

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Conclusión.: Las /nenies de la política obrera en Córdoba 453

mostraría con nítida claridad la historia del movimiento obrero después de 1966.

A pesar del control estatal de los movimientos obreros latinoamericanos, hubo otros movimientos populares contemporáneos a los sindicatos cordobeses que se desarrollaron en oposición a las burocracias sindicales enquistadas en sus puestos y a las políticas gubernamentales en favor de los intereses de las clases dominantes y en contra de los de los trabajadores. En México, movimientos disidentes de los sindicatos ferroviario, eléctrico y mecánico pusieron en tela de juicio la legitimidad de la confederación gremial mexicana, la Confederación de Trabajadores de México, y las políticas laborales deí Estado a principios de ía década del setenta.7En Brasil

hubo una rebelión sindical aún más significativa. En 1978, el sindicato de trabajadores metalúrgicos de ese país, dominado por los mecánicos, desencadenó las primeras serias protestas obreras en una década contra el gobierno militar y dio inicio a un proceso en el que todas las corrientes disidentes se congregarían en torno a las manifestaciones de los trabajadores. Lo mismo que en Córdoba, los mecánicos brasileños se vieron impulsados por una serie de demandas de los lugares de trabajo a romper con las políticas laborales de los gobiernos militares, una ruptura que entrañaba forzosamente la oposición política, dado que la oposición a cualquier aspecto del programa autoritario militar cuestionaba la legitimidad del régimen mismo. En última instancia, esta desafección obrera sobrepasó intereses estrictamente sectoriales y defendió causas como las elecciones libres, la reforma agraria y la amnistía para los presos políticos del régimen, un hecho que explica la adhesión que se ganó de sectores de la sociedad brasileña no pertenecientes a la clase obrera.8

No obstante la importancia de estos dos casos de militancia obrera, ninguno parece haber representado una amenaza tan grande al Estado o una fractura tan completa de la forma de dirigir los asuntos gremiales como las del movimiento obrero disidente de Córdo

ba. Una diferencia fundamental, en general ignorada por quienes estudiaron la militancia obrera en la ciudad, fue su carácter heterogéneo. La militancia no se limitó a los “sectores modernos”, los sindicatos mecánicos que fueron posteriores a las estructuras laborales populistas. También el rol del peronismo fue crucial en su formación.

En Córdoba, la militancia obrera no se limitó a los trabajadores mecánicos; en rigor de verdad, los sindicatos con la historia más larga de militancia fueron algunos que ya existían antes del boom industrial. Gremios como Luz y Fuerza y el de choferes de ómnibus habían sido los conductores de la militancia obrera años antes de

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454 El Cordobazo

que, a principios de la década del setenta, surgiera el sindicalismo

clasista en los complejos de Fiat e IKA-Renault. A pesar de estar limitada a sindicatos relativamente pequeños, su militancia tampoco había dejado de tener consecuencias. Los trabajadores de Luz y Fuerza de Agustín Tosco eran capaces de realizar apagones en toda la ciudad y tenían un peso estratégico del que carecía la mayoría de los demás sindicatos, como lo demostró de modo alarmante el Cordobazo. De manera similar, también la Unión Tranviarios Automotor tenía una posición estratégica: como Córdoba no tenía medios de transporte urbano alternativos, una huelga de ómnibus desencadenaba invariablemente una gran crisis en la ciudad. En

general, existía en ésta un sólido bloque de sindicatos provenientes de la corriente principal de la clase obrera argentina, el peronismo, que después de 1966 se opusieron tanto a los gobiernos militares como a la dirigencia gremial porteña y desempeñaron un papel dirigente en los intentos por establecer alianzas obreras militantes y alternativas, tanto en el plano nacional, como ocurrió con la Confederación General del Trabajo de los Argentinos, como en la ciudad misma.

Desde este punto de vísta, es preciso volver a evaluar toda la cuestión del peronismo y su papel en el movimiento obrero cordobés disidente. Los pocos estudios existentes sobre el sindicalismo cordobés despacharon sumariamente el tema de la importancia de un peronismo combativo en la historia. Algunos incluso sugirieron que la “nueva” clase obrera surgida después de 1955 sólo tenía vínculos atenuados con el peronismo, lo que le permitió mantenerse libre de la tutela de éste y desarrollar una ideología obrera alternativa.9Además de mostrar una escasa comprensión de la importancia del período peronista en la historia laboral cordobesa, cuando se establecieron o expandieron ampliamente sindicatos claves como Luz y Fuerza y la UTA, este punto de vista confunde las simpatías de una minoría de militantes izquierdistas con las de la mayoría de los trabajadores de la industria automotriz local. Como este volumen debería haberlo hecho evidente, ía clase obrera cordobesa, incluyendo al joven proletariado automotor, tenía una identidad abrumadoramente peronista. Un clasista, Carlos Masera, secretario general del SITRAC, estimó que en el punto más alto del movimiento clasista en Fiat, más del 90% de los trabajadores de la fábrica Concord aún se consideraban peronistas . Roque Romero, subsecretario general del SMATA clasista, calculó una cifra similar para su sindicato. Los mecánicos cordobeses parecen no haber tenido dificultades para conciliar sus profundas lealtades peronistas con el apoyo a una conducción gremial clasistay , en su mayor parte, marxista. La clave para entender la militancia obrera cordo

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Conclusión: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 455

besa debe encontrarse, por lo tanto, no en la infructuosa búsqueda de una conversión ideológica de la clase obrera local al clasismo, sino más bien en el análisis de las condiciones que posibilitaron la conciliación de una identidad peronista y una dirigencia gremial no peronista y que condujeron a los trabajadores a apoyar tácticas más militantes que las defendidas nacionalmente por Vandor y sus herederos.

La influencia de la independencia en el movimiento obrero cordobés, la fuerte identidad regional de los trabajadores de Córdoba y su oposición a la interferencia portería en los asuntos gremiales, es una de esas condiciones. La clase obrera local pensaba de sí misma que era tanto cordobesa como peronista. Los dirigentes peronistas, a su vez, se consideraban rivales dignos de los caciques gremiales porteños, y tanto la conducción sindical como las bases se sentían profundamente agraviadas por las políticas centralistas que ignoraban los intereses locales y esperaban una obediencia ciega a las directivas provenientes de Buenos Aires. Ortodoxos y legalistas desconocieron con frecuencia las órdenes de sus centrales gremiales y se aliaron con presuntos adversarios políticos en el movimiento obrero local cuando las consideraciones tácticas lo justificaban, para mantenerse libres de Buenos Aires. El Cordobazo fue el ejemplo más dramático de este pluralismo y del potencial para la cooperación no

partidista. La alianza de los legalistas con los sindicatos izquierdistas no peronistas a lo largo de los primeros años de la década del setenta fue otra de las condiciones. Las tendencias militantes que siempre estuvieron latentes dentro del sindicalismo peronista, con sus raíces en las.luchas de la Resistencia, que había sido particularmente fuerte en Córdoba, facilitaron está cooperación. Lo mismo hicieron los cambios que el propio peronismo experimentó en esos años, específicamente en lo que se refiere a las fuertes corrientes revolucionarias y anticapitalistas en su seno. Como resultado, el retomo de Perón se convirtió en el único tema de conflicto real entre los sindicatos legalistas y los de izquierda, que durante un tiempo trabajaron juntos en una especie de afianza revolucionaria sindicalista. Sin embargo, con la restauración del gobierno peronista y el restablecimiento del verticalismo, estos gestos independientes se hicieron más difíciles, y en última instancia imposibles. Pero para gran parte de la historia del movimiento obrero cordobés rebelde, la existencia de un peronismo combativo fue un factor importante.

Del mismo modo que la repercusión del peronismo dentro de la clase obrera argentina fue el producto de profundas y complejas inñuencias históricas, también lo fueron la militancia y la radicalización política del movimiento obrero cordobés. Aunque la

cuestión de la conducción honesta y eficaz tuvo sin duda un gran

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456 El Cordobazo

peso en la elección y el apoyo a las listas gremiales no peronistas, sería una simplificación excesiva reducir la historia laboral cordobesa de estos años únicamente a tales factores instrumentales. En Luz y Fuerza, por ejemplo, Tosco gozó indudablemente de las venta

jas otorgadas por el reconocimiento de su integridad y reputación inquebrantables como negociador eficaz con la Empresa Pública de Energía de Córdoba. Pero su liderazgo representaba claramente algo más que una conducción sindical honesta y buenos convenios colectivos. Desde la época del golpe de Onganía, sus listas se presen- taron a sí mismas en lo que esencialmente eran términos políticos. Si bien evitó escrupulosamente atacar a Perón en persona, las diatribas de Tosco contra la “burocracia sindicar’ y contra ios intentos del movimiento gremial peronista de subordinar al movimiento obrero organizado a sus propias estrategias políticas constituían una parte tan amplia de su plataforma sindical y una fuente tan grande de prestigio entre las bases, como lo era su capacidad para proteger los intereses de los trabajadores y obtener mejores convenios colectivos.

La independencia gremial, una independencia que llevó a la suspensión de Luz y Fuerza de la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza en 1968 y a su virtual status de paria dentro del movimiento obrero nacional de allí en más, fue una cuestión unifica- dora que sólo perdió el apoyo de un pequeño número de trabajadores del gremio con el inicio de la restauración peronista en 1973. En el sindicato, el sindicalismo político no significaba una aceptación completa de las convicciones socialistas de Tosco, y mucho menos un rechazo directo del peronismo. Antes bien, implicaba el apoyo a Ía participación del gremio en actos políticos específicos como ía campaña de la CGTA; la solidaridad con los activistas políticos encarcelados; la participación en las grandes movilizaciones obreras, como el Cordobazo y el Viborazo ; y, en general, una tradición de democracia sindical que a menudo implicaba la crítica y hasta la ruptura abierta con algunos de los principios y gran parte de las prác

ticas del gremialismo peronista. Por lo demás, si bien no había una unidad de las bases detrás del proyecto socialista de Tosco, tampoco existía apatía política. Los trabajadores no cedían meramente el aparato gremial a Tosco y sus lugartenientes a cambio de una representación eficaz. Muchos trabajadores de Luz y Fuerza, tanto peronistas como no peronistas, se identificaban con los supuestos ideológicos subyacentes al sindicalismo de liberación de Tosco.

El caso de los trabajadores mecánicos es más complejo. Tanto en las plantas de Fiat como en las de IKA-Renault, inicialmente los

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Concíusíón: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 457

dirigentes clasistas lanzaron sus desafíos sobre cuestiones estric

tamente laborales. Los rebeldes de SITRAC-SITRAM que finalmente llegaron al poder en Ferreyra y lentamente adoptaron posiciones clasistas, así como la más partidista lista clasista del SMATA que ganó las elecciones gremiales de 1972, hablaban de problemas como la corrupción, la democracia sindical, íos ritmos de producción excesivos y las condiciones de trabajo insalubres, pero no de socialismo. A decir verdad, nociones tales como antiimperialismo, liberación nacional, cogestión e incluso el mismo socialismo, si bien definido como “socialismo nacional” para distinguirlo de sus variantes marxistas, eran propiedad intelectual común de muchas facciones

del movimiento ele los trabajadores en la época de los movimientos clasistas, entre ellas la peronista, y no habrían servido como fundamento para ningún desafío gremial efectivo.

Pero, como en el caso de Luz y Fuerza, hay pruebas considerables de que los trabajadores que apoyaban a los sindicatos clasistas eran conscientes de que repudiaban un estilo sindical y que no sólo respaldaban la resolución de problemas específicos de la base fabril. Desde la época del Cordobazo, existió en Córdoba en general y en los complejos automotores en especial, un grado considerable de simpatía hacia los disidentes de base, los militantes que abogaban

en favor de un cambio fundamental en la forma en que se manejaban los sindicatos del país. Si bien hicieron pocos progresos en su intención de ganar a la mayoría de los trabajadores peronistas para el cíasismo, los clasistas tuvieron un éxito considerable al obtener la aprobación tácita de éstos a su conducción política. Ese apoyo parece atribuible a algo más que la mera gratitud por resolver efectivamente los problemas de íos lugares de trabajo, y bien podría haber tenido mucho que ver con una comprensión en líneas generales de la posición clasista sobre el sindicalismo político o, en el peor de los casos, con un respeto hacia ella. La arraigada resistencia a la eliminación de SITRAC-SITRAM y el SMATA clasista, las masivas movilizaciones de Fiat en la serie de huelgas que culminaron en el Viborazo y el apoyo de los trabajadores del SMATA a la alianza con Tosco sugieren una simpatía política naciente, si bien inarticulada. Desde luego, ésta estaba muy influida por las circunstancias particulares existentes en Córdoba en ese momento histórico, pero fue algo más que la mera gratitud por los servicios prestados en la base fabril.

No obstante, no debería subestimarse la importancia de la relación entre militancia obrera y problemas de base en la industria automotriz local. Si éstos no se hubieran referido a condiciones laborales insalubres, reglas de incentivo al trabajo, aceleración de los ritmos de producción en la línea de montaje y otros reclamos, es

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dudoso incluso que las rebeliones sindicales de principios de los años setenta se hubieran producido. Tal vez ni siquiera habría surgido el mismo clasismo. En Ferreyra, lugar de nacimiento del movimiento clasista cordobés, ia naturaleza de los problemas en los lugares de trabajo y los efectos de las prácticas gerenciales específicas de Fiat alentaron la aparición de una perspectiva socialista en una pequeña cantidad de trabajadores. En Santa Isabel, el ajuste de las condiciones fabriles y la ineficacia de la protección gremial en el nivel de base subyacían al movimiento de recuperación sindical en las plantas de ÍKA-Renault y posibilitaron que la izquierda entablara con la clase obrera local una relación a la que ésta antes había escapado.En su significado más fundamental, el clasismo representó el intento de los trabajadores de romper con el estilo gremial que había surgido con el vandorismo y afirmar cierto grado de control en la fábrica. Daniel James señala que la contradicción entre la experiencia de la vida real de la clase obrera después de la Resistencia, particularmente en el lugar de trabajo, y el ruidosamente proclamado compromiso del peronismo con la justicia social no era en aquellos años tan grande como para que los trabajadores se sintieran impulsados a rechazarlo. Hubo otras cosas que contribuyeron a mante

ner su permanente identificación con el peronismo, entre ellas el status de proscripto del movimiento y la incansable hostilidad de ciertos sectores de la sociedad argentina a él.10Pero en Córdoba la contradicción se sintió agudamente, y el clasismo fue una respuesta tanto ideológica como práctica a las flaquezas del sindicalismo peronista. Si los clasistas subestimaron la profundidad de la lealtad peronista en las bases, los caciques gremiales peronistas subestimaron de manera parecida el grado de descontento de los traba

jadores con un estilo sindical que sólo hacia hincapié en su protección durante las negociaciones de los convenios colectivos (y aun

allí con creciente ineficacia después de 1966) y no en la base fabril.Otros factores a menudo propuestos como explicaciones de la militancia del movimiento sindical de Córdoba parecen decididamente menos convincentes. Los argumentos sobre el empobrecimiento progresivo o el incremento de las tensiones obreras debido a los efectos combinados de la rápida industrialización y la súbita declinación industria! son altamente cuestionables.” Si bien en Córdoba algunos servicios se comparaban desfavorablemente con los de Buenos Aires, en particular los del transporte urbano, otros, como la vivienda, eran mucho mejores. Durante el período en cues

tión, tampoco la desocupación fue un gran problema en la ciudad. Cuando el boom automotor perdió fuerza, los nuevos trabajadores fueron absorbidos por las industrias más tradicionales y también

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encontraron empleo en el gobierno y los servicios. En síntesis, las

explicaciones sociológicas generales de la militancia obrera de Córdoba parecen superficiales y engañosas. De manera similar, quienes plantean que la mayor militancia entre íos trabajadores mecánicos argentinos no se debió a una caída sostenida de la industria automotriz sino al ciclo de corto plazo de boom y depresión, que presuntamente preservó a un núcleo de activistas sindicales que pudieron entrar y salir de ías plantas de automóviles, aplican incorrectamente la experiencia de ía industria brasileña, y tal vez la de las fábricas de Buenos Aires, a la industria en su totalidad.'2

Las prácticas de contrataciones y despidos que pueden haber existido en Buenos Aires eran casi desconocidas en Córdoba, donde lo que caracterizaba a ía industria automotriz local era en realidad un lento deterioro y no las oscilaciones bruscas en el ciclo comercial, y donde el poder del movimiento obrero previno a la patronal contra tales políticas. Por otra parte, parece haber existido algo aproximado a los mercados laborales duales. Sólo rara vez los trabajadores pasaban de las plantas de Fiat a las de IKA-Renault o a la inversa —quienes lo hacían eran principalmente operarios calificados—, y la existencia de listas negras de las empresas impedía el movimiento de activistas entre Ferreyra y Santa Isabel.

Por último, quienes buscaron la fuente de la militancia de la cla

se obrera local en eí carácter de ciudad universitaria de Córdoba y en la presunta existencia de estudiantes-trabajadores de tiempo parcial que trasladaban el extremismo estudiantil a las plantas automotrices, tienen pocos elementos para respaldar sus afirmaciones.'3 El primer estudio empírico sobre los orígenes sociales de los trabajadores del SMATA en las décadas de 1950 y 1960 no muestra ninguna presencia significativa de estudiantes universitarios en las plantas.'4 En rigor de verdad, dado el excedente laboral existente en la ciudad después de 1965, así como una mayoría de estudiantes provenientes de la clase media y una cultura estudiantil que, de hecho, demostraba cierto disgusto por el trabajo manual, tales argumentos, más que una explicación satisfactoria, parecen proporcionar un chivo expiatorio conveniente para la militancia obrera cordobesa. Si bien los estudiantes universitarios de la ciudad fueron aliados importantes deí movimiento obrero a lo largo de estos años, postular la influencia radicalizadora de estudiantes-trabaja-

" dores sobre los mecánicos cordobeses parece una afirmación muy exagerada, si no completamente errada.

La historia deí movimiento obrero disidente de Córdoba padece en general de una gran confusión acerca de la distinción crucial

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entre militancia laboral y radicalización política. En verdad, uno de

los argumentos de este libro ha sido que no hay una correlación simple entre ambas, que aunque la militancia dio forma y alimentó una politización más intensa de la clase obrera local, sería un error adjudicarle a esta última, considerada globalmente, una ideología clasista y suponer que la notable combatividad del movimiento obrero cordobés respondía a una ideología radicalizada plenamente elaborada y compartida en común. En este aspecto, es revelador el mito del Cordobazo.

La hipótesis generalizada de que el levantamiento fue dirigido por líderes marxistas revolucionarios de los sindicatos mecánicos dis

torsiona completamente la verdadera naturaleza del acontecimiento. Lo que mejor explica las causas del Cordobazo dentro de la clase obrera {aunque no sus consecuencias últimas, que sin duda fueron potencialmente revolucionarias) es una serie de crisis más concretas producidas en varias industrias locales, combinadas con las rivalidades de poder entre los peronistas cordobeses y sus centrales gremiales de Buenos Aires, y especialmente las influencias políticas y culturales locales a las que estaban sometidos los trabajadores. Además, se contaban las motivaciones más explícitamente políticas de Tosco y las diversas organizaciones estudiantiles y políticas de

izquierda que participaron, las últimas tardíamente, en el levantamiento. Lo que el Cordobazo definitivamente no fue es lo que a menudo se supone que fue: una especie de huelga revolucionaria conducida por los sindicatos mecánicos clasistas . En ese momento, el SMATA estaba firmemente en manos peronistas, y los sindicatos de planta de Fiat controlados por la empresa, SITRAC y SITRAM, no tomaron parte de manera significativa en la protesta.

El Cordobazo reflejó las múltiples y diversificadas influencias que fueron responsables de la militancia obrera cordobesa. En este aspecto, las rivalidades políticas y la lucha por el poder dentro del

movimiento obrero parecen ser el gran factor que con mayor frecuencia se pasa por alto en esta historia. Desde fines de los años cincuenta en adelante, los líderes sindicales cordobeses habían formulado sus tácticas con consideraciones políticas en mente. En parte maniobraban por el poder dentro del mismo movimiento obrero peronista, como ocurrió cuando dirigentes gremiales peronistas como Elpidio Torres y Alejo Simó intentaron conservar su independencia y resistir las presiones verticaíistas provenientes de Buenos Aires. En varios momentos se rumoreó que tanto Torres como Simó eran posibles candidatos a puestos de conducción en la Confederación General del Trabajo y las 62 Organizaciones nacionales, y ninguno de ellos estaba dispuesto a sacrificar sus propias ambiciones en pro de la unidad del movimiento obrero peronista, hasta que

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Perón no les dejó otra alternativa. La política interna gremial también fue un factor de primordial importancia en los cálculos de la dirigencia para desbordar a cualquier oposición interna, izquierdista o peronista, que pudiera minar su autoridad y amenazar su control de los sindicatos. La historia de un gremio como la Unión Obrera Metalúrgica de Córdoba, por ejemplo, que osciló entre la insubordinación franca y una obediencia casi servil a Buenos Aíres, ilustra la dinámica en acción en la política laboral cordobesa. Las subas y bajas de ía industria metalúrgica local y la necesidad de ajustar la estrategia de acuerdo con su propio interés son lo que mejor explican la ajetreada vida de la UOM cordobesa. Consideraciones similares explican el comportamiento del SMATA y de varios otros

sindicatos peronistas cordobeses, particularmente antes de la restauración justicialista de 1973.La imagen de Córdoba como un semillero de sindicalismo políti

co y específicamente marxista es, por lo tanto, verdadera sólo a medias, y también debe incluirse como un factor de la militancia obrera en la ciudad la política gremial peronista. Ésta era parte de un proceso ininterrumpido, dado que la conducta de cada uno de los sindicatos estaba sujeta a una miríada de influencias: rivalidades internas, la relación que mantenían con la central y los caciques gremiales de Buenos Aires, las presiones de Perón, el equilibrio de poder en el movimiento obrero tanto local como nacionalmente y, desde luego, la política nacional. En este proceso siempre hubo un espacio considerable para lo fortuito y lo inesperado, y en la historia reciente de Córdoba nada, ni su repentino y frágil desarrollo industrial ni la rápida transformación de su estructura de clases, conducía ineluctablemente, como parecen sugerirlo algunos investigadores que la estudiaron, a la intensa y prolongada militancia de su movimiento obrero.

Sin embargo, si algunas explicaciones sociológicas generales son de poca utilidad para entender a Córdoba, hay otras variables sociológicas que son más relevantes. Una fue sencillamente el peque

ño tamaño de la ciudad y el lugar central que ocupaba la fábrica en su vida. La concentración de los trabajadores mecánicos en dos grandes complejos industriales hizo que las movilizaciones obreras fueran más fáciles de organizar y en general más efectivas que en Buenos Aires, donde la industria estaba físicamente dispersa y era sectorialmente diversa, y en la que la clase obrera carecía de una identidad común. Cuando los sindicatos de Fiat abandonaron sus plantas para protestar contra las malas condiciones de trabajo en la forja, los trabajadores de IKA-Renault tuvieron un punto de referencia que hizo inmediatamente inteligible esa acción. De manera similar, los problemas relacionados con las velocidades de produc

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ción en la fábrica de Ford Transax despertaron un sentimiento de simpatía entre los trabajadores de Fiat Concord. Las muchas huelgas de solidaridad recíproca convocadas por los dos complejos automotores durante los primeros años de la década del setenta fueron posibles por la empatia que sentían los trabajadores hacia quienes estaban empleados en una industria semejante, enfrentaban problemas parecidos y compartían un idioma común del lugar de trabajo.15

El tamaño relativamente pequeño de la ciudad y la concentración geográfica de las sedes centrales de sus principales sindicatos (véase Figura 1en Capítulo 1) también hicieron más fácil la coordinación de medidas huelguísticas y movilizaciones obreras. Los diri

gentes gremiales se veían con frecuencia, entablándose amistades personales incluso entre aquellos que diferían políticamente. Al estar las principales sedes gremiales a cinco minutos de caminata una de otra y casi todos los demás sindicatos concentrados dentro de un radio de seis cuadras en la ciudad, los contactos diarios entre los funcionarios sindicales eran rutinarios, y las deliberaciones y decisiones de último momento más comunes que en Buenos Aires- El gremialismo cordobés se caracterizó por su improvisación y la tendencia a dejar de lado los procedimientos formales y dilatados para aprobar huelgas y manifestaciones, lo que fue en parte el resultado de la facilidad con que los dirigentes podían ir del edificio de ún sindicato al siguiente, plantear su punto de vista y coordinar la acción de una manera personal. Las preparaciones de último momento tocantes al Cordobazo y la presteza con que se tomaron decisiones la noche anterior al levantamiento fueron ilustrativas de un estilo gremial más informal que posibilitaba úna resolución más rápida de los problemas y una mayor inclinación a actuar y adoptar tácticas militantes. Por último, la mayor independencia con respecto a la intromisión de las centrales gremiales, disfrutada por algunos de los sindicatos principales, como el SMATA, Luz y Fuerza y los cla sistas SITRAC y SITRAM, fortaleció el carácter local de la política

sindical cordobesa.Otros factores a menudo presentados como conducentes a lá militancia obrera cordobesa son más difíciles de apreciar y parecen haber sido menos decisivos. El desarrollo de nuevas barriadas obreras como Ferreyra y Santa Isabel no parece haber teñido la profunda influencia en la conciencia de clase que generalmente se le atribuye.’6 Las organizaciones barriales obreras eran pocas y Córdoba, a diferencia de Buenos Aires, no produjo nada qué se pareciera a una auténtica cultura proletaria independiente del lugar de trabajo y el sindicato. Los nuevos barrios obreros pueden haber dado a los sindicatos algunas ventajas logísticas en términos de movilización

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de los trabajadores en las huelgas o las manifestaciones, pero los ámbitos de poder e identidad de clase de la nueva clase obrera cordobesa fueron el sindicato y la fábrica, no el barrio. Lo repentino de su industrialización y la rápida formación de su clase obrera industrial actuaron en contra del florecimiento de una cultura obrera del barrio y los lazos informales de clase encontrados en otras ciudades latinoamericanas. El mero hecho de que las nuevas barriadas, a pesar de su rápido crecimiento a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta, tuvieran poblaciones relativamente pequeñas y que la clase obrera las compartiera con estudiantes y residentes de cíase media en toda la ciudad socavaba la solidaridad de clase en ese nivel.

Por otro lado, la ausencia de una burguesía local poderosa que hiciera de contrapeso parece haber sido significativa, pero se trata de otro caso cuyos efectos precisos son difíciles de medir. Las asociaciones empresariales locales, la Bolsa de Comercio, la Cámara de Industrias Metalúrgicas y el Centro Comercial e Industrial de Córdoba, no representaban a los empleadores de nota de la ciudad, esto es, las dos multinacionales automotrices y los gobiernos provincial y nacional. Antes bien, comprendían a los propietarios de los establecimientos industriales pequeños, ías fábricas autopartistas y en especial los negocios minoristas de la ciudad, por lo que no eran interlocutores serios del movimiento obrero. El tipo de contactos constantes y familiares que los caciques gremiales porteños tenían con la Confederación General Económica y la Unión Industrial Argentina era desconocido en Córdoba. Los trabajadores mecánicos trataban directamente con su patronal, y los sindicatos del sector público con los organismos de los gobiernos nacional, provincial o municipal. Es posible que la ausencia de una burguesía local unida y razonablemente poderosa haya alentado cierta temeridad en algunos sindicatos cordobeses. Como observó Juan Malvar, secretario general de los trabajadores gráficos de la ciudad y uno de los principales activistas independientes: “En Buenos Aires había mucho dinero de por medio, las apuestas eran mucho más elevadas que en Córdoba. Los dirigentes gremiales porteños se ocupaban de intereses que representaban montañas de dinero, lo que naturalmente los hacía más cautelosos. En cierta medida, en Córdoba sentíamos que no teníamos nada que perder”.17Si bien no podría decirse que esos sentimientos representaban al movimiento obrero cordobés en su totalidad —en rigor de verdad, los trabajadores del. automóvil eran muy conscientes de habérselas con poderosos intereses económicos—, sí eran representativos de la situación de por lo menos una proporción considerable de los sindicatos locales.

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hasta varías fuentes. Una fue, ciertamente, la relación dinámica entre la fábrica y la sociedad cordobesa y el carácter del movimiento sindical local. La clase obrera de Córdoba fue excepcionalmente militante a causa de la existencia de problemas no resueltos en los lugares de trabajo, particularmente en la crucial industria automotriz, que podían enfrentarse con mayor inmediatez allí que en cualquier otra parte gracias a la independencia más grande de los sindicatos locales y a la heterogeneidad del movimiento obrero. La existencia de sindicatos de planta, sindicatos federales e incluso algunos como el SMATA, formalmente paite de una estructura centralizada pero en la práctica independientes de Buenos Aires, alentó un estilo gremial

combativo. Había también fuentes intangibles, como las características espaciales de la ciudad y la ausencia de una poderosa burguesía industrial local, lo que podría haber contribuido a la conformación de su índole rebelde. Pero sigue vigente otra cuestión: ¿por qué, en el caso de algunos sindicatos, la militancia se complementó con un programa político radicalizado y a menudo revolucionario?

Fue la coincidencia de militancia y política la que hizo que la ciudad fuera tan explosiva y dio a los sindicatos cordobeses un poder sin comparación en el país, permitiéndoles no sólo desafiar a la jerarquía del movimiento obrero y las prácticas del gremialismo pero

nista, sino también forjar un movimiento sindical alternativo que durante breve tiempo amenazó al mismo Estado argentino. En el caso de los sindicatos mecánicos, las estrategias empleadas por la izquierda revolucionaria para ganar seguidores en el proletariado industrial fueron factores importantes. También influyentes, sin embargo, fueron algunos elementos sugeridos por dos estudiosos del movimiento obrero argentino, en una teoría que en términos generales puede aplicarse a la nueva clase obrera industrial latinoamericana, pero que es de considerable utilidad para explicar las particularidades de la historia laboral reciente de Córdoba. Juan Carlos Torre y Elizabeth Jelin han criticado el “reduccionismo” de ios investigadores: su preocupación por el lugar de trabajo en desmedro de la cultura sociopolítica reinante como factor de peso considerable en la política obrera.18

Sin duda, es necesario ubicar la historia laboral cordobesa de las décadas del sesenta y el setenta en su contexto cultural, intelectual y político. Una confluencia de factores, de los cuales la creciente radicalización de la vida política e intelectual de la Argentina en los años sesenta y principios de los setenta no es el menor, influyó en la

política laboral de la ciudad. Esos factores fueron ayudados por el contexto cultural único de Córdoba: su tradición como ciudad re

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belde de la Argentina y su carácter de población universitaria, un

lugar donde la política y la discusión política constituían una parte vital de la cultura cívica. El impacto de la ideología en la política gremial es difícil de ponderar con precisión, pero su significación parece haber sido mayor en Córdoba que en otros lugares del país.

Su reputación como ciudad rebelde de la Argentina era bien merecida. Diversas corrientes políticas— el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, los estudiantes radicalizados, una izquierda revitalizada y un núcleo sólido de activistas sindicales marxistas y peronistas de izquierda— confluyeron para generar un clima conducente a la radicalización de por lo menos una parte de la clase obrera. Las ásperas disputas entre la izquierda peronista y los parti-dos comunistas maoístas y pro soviético que encontraron expresión en el movimiento sindical cordobés son un testimonio de la importancia de la ideología en la ciudad. Debates políticos que no habían sobrevivido a la década de 1940 en la mayoría de los movimientos obreros latinoamericanos todavía estaban vivos y gozaban de buena salud en Córdoba durante los años setenta, y cuando Antonio Marimón se preguntó si en la ciudad se habían librado las últimas batallas del Komintem no se trataba de una pregunta ociosa. Esas contiendas ideológicas dieron a la política laboral local un aire levemente anticuado en algunos aspectos, pero también fueron testimo

nio de la vitalidad del movimiento obrero y de la cultura política de Córdoba. Más significativo que las divisiones y los altercados dentro de la izquierda era el hecho de que Córdoba demostró que no había nada de inmutable en el predominio de la corriente principal del peronismo en la clase obrera, que aún existía lugar para el disenso y el debate tanto dentro del peronismo como fuera de él.

Uno de los principales patrocinadores de una evaluación crítica de la relación del peronismo oficial con la clase obrera, y un actor demasiado a menudo ignorado en la historia, fue la izquierda cordobesa. Ésta se apoyó en sus diferencias ideológicas con los herederos putativos de Juan Domingo Perón para forjar un desafío efectivo a las prácticas sindicales de los caciques gremiales peronistas, que por entonces eran generalizadas en el movimiento obrero argentino. Se las arregló para hacerlo teniendo éxito precisamente donde antes siempre había sido superada por el peronismo, al conseguir unir la representación gremial efectiva con las necesidades emocionales de los trabajadores y hablarles en un lenguaje que respondía más fielmente al momento que vivía la clase obrera cordobesa. Las denuncias izquierdistas sobre las traiciones de los “burócratas” repercutían en los trabajadores porque éstos las verificaban en su propia experiencia. Los salarios declinantes, la ausencia de

protección gremial en el lugar de trabajo, la pérdida del sentimiento

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de autoestima e incluso de un sentido de misión histórica, que les

habían inculcado el peronismo de los años cuarenta y cincuenta y la Resistencia, fueron cuestiones de las que se apropió la izquierda. Por otra parte, los izquierdistas recién llegados, ya fuera por instinto o designio, supieron encuadrar su desafío en una apelación a las sensibilidades regionales. El mismo clasismo se transformó en una especie de identidad obrera cordobesa, y la clase obrera de la ciudad fue presentada en el discurso de la izquierda como si encamara las virtudes de la pureza, la integridad y la solidaridad, en contraste con los valores corruptos y venales de la política obrera en la Capital Federal, especialmente como la personificaban los caciques gremiales.

Desde este punto de vista, el movimiento obrero cordobés disidente no fracasó meramente por chocar con las sensibilidades peronistas de la clase obrera. En esos años, el peronismo era un concepto muy maleable, y en el mensaje clasista había mucho que podía aceptar plenamente hasta el trabajador más firmemente peronista. Antes bien, el clasismo fracasó por motivos muy específicos. Su fracaso fue en gran medida político, debido a la incapacidad o falta de voluntad de la izquierda marxista para resolver su sectarismo crónico y aliarse efectivamente en el plano nacional con las corrientes disidentes de la clase obrera peronista. Pero no obedeció completamente a los actos de la propia izquierda, ya que la ausencia de un genuino partido de los trabajadores obstaculizó sus esfuerzos desde el inicio . En ese sentido , fca reinstalación deí peronismo en el poder político fue fatal, porque socavó la misma posibilidad real que había tenido el movimiento obrero cordobés disidente de unir a una considerable parte de la clase obrera argentina detrás de un programa socialista, sin importar que éste se declarara pero -

•nista o clasista.En cambio, los sindicatos cordobeses se vieron obligados a des

empeñar una función para la cual no estaban preparados y que en última instancia eran incapaces de llevar a cabo. En ausencia de un partido de los trabajadores de estatura nacional, tuvieron que asumir la formidable tarea de combinar eí trabajo político con la representación gremial efectiva. Los presuntos errores políticos de los clasistas se hacen más comprensibles cuando se toman en cuenta los obstáculos para reformar el movimiento obrero mientras se reconstruye al mismo tiempo un movimiento político alternativo de tos trabajadores, primero bajo un régimen militar y luego bajo un gobierno peronista. Después de 1973, en especial, políticamente los

sindicatos cordobeses disidentes sólo podían reaccionar ante los acontecimientos, observar desde afuera del campo e intentar con

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Conclusión: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 467

solidar su alianza sindical antes que las contradicciones del gobier

no peronista erosionaran su propio apoyo popular e invitaran a un nuevo golpe militar. Cuando intentaron precipitar eí curso de los hechos, como ocurrió con la huelga del SMATA en 1974, invariable- mente fracasaron.

La incapacidad de los sindicatos cordobeses para cumplir sus objetivos y la escasa repercusión que hoy tiene el clasismo en el movimiento obrero argentino condujeron a una interpretación difundida sobre el movimiento sindical militante, según la cual éste fue una aberración, un capítulo interesante pero excepcional en ía historia reciente de ía clase obrera argentina. Eí carácter único de gran parte de la historia laboral reciente de Córdoba es innegable, y lo distintivo de la política gremial de la ciudad es obvio. Pero la importancia de sus sindicatos y, agregaría yo, su relevancia en la actualidad como intentos argentinos de construir una democracia par- ticipativa estable, eclipsan las excentricidades de Córdoba.

La significación perdurable de íos sindicatos cordobeses radica, sobre todo, en su práctica escrupulosa de una rigurosa democracia gremial y en su franco reconocimiento de la existencia constante de clases sociales en la sociedad capitalista, y en última instancia de los intereses de clase en conflicto que tienden a caracterizar un país subdesarrollado como el suyo. Finalmente, los sindicatos tienen una

relevancia contemporánea porque estaban decididos a construir un partido que, libre de la manipulación estatal y de los populistas carismáticos, representara fielmente a la clase a la que pertenecían. Si su impulso revolucionario y su fe ciega en la capacidad deí socialismo para resolver ías inequidades del capitalismo parecen hoy un poco ingenuos y añejos (un producto, debería recordarse, del momento histórico en que surgieron), su espíritu democrático y su defensa fiel de los derechos de los trabajadores no lo son. Los sindicatos cordobeses volvieron a hacer respetable el concepto del pluralismo ideológico y político dentro del movimiento obrero argentino. Consideraron que ía democracia sindical no podría obtenerse sin democracia en él lugar de trabajo, y el verticalismo , la fidelidad incondicional a la jerarquía gremial peronista, perdió su carácter sagrado. Todas estas ideas son contribuciones valiosas para el futuro de cualquier movimiento de los trabajadores organizados en la Argentina.

Cualquiera haya sido su legado al movimiento obrero y a la vida política argentina, la importancia de los sindicatos cordobeses en ía historia del país entre 1966 y 1976 difícilmente pueda cuestionarse. Después de 1966, virtualmente todos los movimientos disidentes y rebeliones de base miraron a Córdoba en busca de algún tipo de inspiración, si no de apoyo directo. El poder de los sindicatos

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cordobeses se hizo tan grande y su oposición al gobierno militar y a los dirigentes gremiales no representativos tan franca y efectiva que incluso los trabajadores rebeldes de la clase obrera de Buenos Aires observaron su ejemplo y dependieron de su aliento. Su influencia entre los obreros disidentes del interior de la Argentina fue prepon- dorante. Los sindicatos cordobeses fueron la fuente de sostén moral y práctico para casi todos los grandes movimientos por la democracia sindical del período, desde la CGTA de Raimundo Ongaro en 1968 hasta la gran huelga de 1975 en Villa Constitución, afectando pro- fundamente las luchas de poder dentro del movimiento obrero y con ello la política nacional. También fueron un poder por derecho propio. Las dos protestas obreras más grandes de la historia argentina contemporánea, el Cordobazo de 1969 y eí Viborazo de 1971, se produjeron en Córdoba y precipitaron la caída de dos gobiernos militares, abriendo el camino a la restauración del régimen civil en 1973,

El poder de los sindicatos cordobeses, su capacidad para virtualmente paralizar a voluntad la segunda ciudad industrial del país después de 1969 y el potencial que siempre tuvieron sus protestas de convertirse en crisis nacionales plenamente desarrolladas hicieron de ellos una Oposición a los gobiernos en el poder aún más formidable que lá miríada de organizaciones guerrilleras que operaban

durante esos años. La asociación hecha por el gobierno y la jerarquía gremial peronistas y por los militares entre los grupos guerri- lleros y los sindicatos y movimientos clasistas cordobeses perjudicó grandemente la causa de los gremios disidentes. La relación de los sindicatos cordobeses con grupos como las Fuerzas Armadas Peronistas, el Ejército Revolucionario del Pueblo y los Montoneros siempre fue distante y crítica, aunque no hay dudas de que una minoría de los activistas clasistas fueron arrastrados á la lucha armada a medida que la represión contra sus sindicatos se hacía más severa, Pero la incorporación que hizo la izquierda guerrillera del movimiento sindical disidente a su propia praxis revolucionaria provocó en última instancia un gran daño a la causa de los trabajadores. Es posible que, como sus autodesignados protectores y vengadores, los guerrilleros hayan despertado cierta simpatía entre los trabajadores. Capataces abusadores y funcionarios empresariales intransigentes pagaron por sus acciones, a menudo con sus propias vidas, gracias al padrinazgo de los sindicatos por parte de la izquierda guerrillera, y tal vez los trabajadores tuvieran un callado sentimiento de justicia ante la aplicación de los castigos. Pero a la mayoría de los dirigentes gremiales cordobeses les disgustaban y espantaban las acciones guerrilleras, y comprendían que una asociación demasiado estrecha entre lo que en realidad eran dos movimientos diferentes tendría costos políticos elevados. A decir verdad,

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Caíicíiísión: Las fuentes de la política obrera ea Córdoba 469

hacia eí fin dcí gobierno peronista comenzaron a encontrarse aislados, a medida que crecía, la preocupación popular por la guerrilla y la violencia política y muchos asociaban a los ‘‘subversivos” vituperados en los pronunciamientos militares con los disidentes sindicales.

Los militares tuvieron que abstenerse durante muchos años de suprimir íos sindicatos cordobeses, conscientes de los riesgos de cualquier intento de purga del movimiento obrero de la ciudad. Uno de los factores que los convencieron de ceder el control estatal a un gobierno civil fue la explosiva situación en Córdoba y específicamente, cabe suponer, el movimiento de los trabajadores militantes en ese lugar.19Los gobiernos peronistas de 1973 a 1976 hicieron lo que ningún gobierno militar podría haber logrado sin pagar un alto precio político.

Perón, Ricardo Otero y Lorenzo Miguel justificaron la destrucción del movimiento obrero cordobés diciendo que ello era en interés de la unidad de la clase obrera y la protección de un gobierno elegido democráticamente, adornando sus afirmaciones con las pomposidades nacionalistas y populistas del pasado. En sus tratos con la clase obrera durante la “segunda venida” de Perón, las tácticas represivas a las que los gobiernos peronistas de los años cuarenta y cincuenta habían recurrido sólo ocasionalmente se hicieron un lugar común. La caza de comunistas y la eliminación de conduc

ciones gremiales elegidas democráticamente, el hostigamiento y asesinato de dirigentes sindicales de mentalidad independiente, como Atilio López, salidos de las propias filas peronistas, desenmascararon la intención del régimen de subordinar a los sindicatos del país a su propia necesidad de asegurar la estabilidad laboral como parte de su programa económico conservador. Sólo los peronistas podían haber seguido semejantes políticas y a pesar de ello conservar la esperanza de permanecer en el poder.

Los perniciosos efectos del peronismo en la política obrera se hicieron claros a comienzos de los años setenta y pusieron fin a la rebelión sindical cordobesa que había comenzado poco después del golpe de Onganía y ganado fuerza tras el Cordobazo. Los sindicatos cordobeses habían sido empujados por múltiples factores a una relación de oposición al Estado y la burocracia sindical. Los problemas de la economía local resultantes de su desarrollo industrial no diversificado estaban sin duda implicados. Los trabajadores mecánicos, en gran medida no calificados y por lo tanto incapaces de proteger sus intereses sin un frente gremial unido, también fueron arrastrados a la oposición por las políticas estatales que después de 1966 fueron incesantemente hostiles a los intereses obreros. Otros sectores de la clase obrera local también sintieron los efectos de las

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políticas gubernamentales, pero carecían de la dimensión y el poder

del proletariado automotor. De todos los sindicatos de la ciudad, sólo el de Luz y Fuerza tenía una posición tan estratégica en la economía local, y el papel de conducción que ambos asumieron se debió en gran medida a su importancia en el ambiente económico y social particular de Córdoba*

Los sostenes sociales de la política obrera cordobesa son evidentes y sin duda necesitan un examen, porque formaron el basamento sin el cual el movimiento obrero cordobés no se habría desarrollado como lo hizo.20 Pero los sindicatos también tenían una historia, y en los detalles de la misma, en el flujo y reflujo de íos acontecimientos, residen gran parte de la explicación y todo el drama de su lucha contra Onganía, los caciques gremiales y, en última instancia, el mismo Perón. Al analizar históricamente esa lucha, la cuestión de su presunto fracaso también se hace más relativa. La incapacidad de los sindicatos cordobeses para alcanzar sus metas no invalida las circunstancias históricas que produjeron su movimiento, del mismo modo que no disminuye sus logros ni justifica sus errores. En sus propios días, nadie dudó de su importancia o desechó su lucha como carente de consecuencias y el resultado como preestablecido. Y ciertamente este historiador, cuya simpatía por su movimiento es obvia a esta altura, no quiere defender sus equivocaciones. Pero el supuesto fracaso de los sindicatos cordobeses sólo se entiende plenamente cuando se lo observa históricamente. Las circunstancias históricas, que en un primer momento hicieron posible su movimiento, más tarde se volvieron contra ellos. Ño obstante, el desenlace final, como la historia del mismo movimiento obrero cordobés, fue el resultado de muchos factores, incluyendo sus propios errores y un poco de mala suerte. No fue, por cierto, nada que estuviera predeterminado por la identidad peronista de la clase obrera argentina.

El éxito de cualquier movimiento político, por otra parte, radica tanto en las oportunidades explotadas como en las posibilidades perdidas. Victorias aparentes a menudo son ilusorias y algunas derrotas sólo reveses temporarios. Aunque el futuro del movimiento obrero argentino bien podría reivindicar a los sindicatos cordobeses, desde el punto de vista del historiador y, agregaría yo, desde el de los sindicatos mismos, la cosa es accesoria. La historia política de la clase obrera latinoamericana es sin duda más que meramente episódica, y la de los sindicatos cordobeses algo más que un suceso interesante. El proceso por el cual una levemente aburrida población universitaria se transformó en la segunda ciudad industrial del país, se formó en el espacio de unos pocos años una joven clase obrera y se forjó un movimiento obrero poderoso y democrático casi de la noche a la mañana es parte de esa historia. Así también el

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conflicto personal de Atilio López entre la lealtad a su movimiento y a su conciencia, las apasionadas discusiones políticas de los clasis tas, ía vida diaria de los trabajadores mecánicos en las plantas y la lucha ejemplar de Agustín Tosco a lo largo de toda su vida por construir un movimiento sindical democrático. Todo ello hizo de los sindicatos cordobeses un punto de referencia y no una singularidad interesante en la historia de los movimientos obreros modernos de América Latina. Sin duda pocos de los trabajadores que participaron en los sucesos de esos años consideran que el desenlace deshonró a la lucha misma.

Las ruidosamente proclamadas políticas económicas neoliberales de Jos gobiernos militares posteriores a 1976 tuvieron consecuen

cias particulares para la industria automotriz argentina y para Córdoba. En un esfuerzo por suprimir las “irracionalidades” de la estructura económica del país, desmantelar el proteccionismo y las herencias de una economía estatista, así como eliminar al que se había convertido en un sector especialmente molesto de la clase obrera industrial, los militares derogaron la legislación industrial que databa de la época de Frondizi y abrieron el país a la importación de automóviles. Hacia comienzos de los años ochenta, Chrysler, General Motors, Citroen y Peugeot habían abandonado sus plantas de la Argentina. En 1982, Fiat, que para entonces ya había trasladado el grueso de sus establecimientos fabriles latinoamericanos a Brasil» vendió el 85% de sus acciones en el complejo de Ferreyra a inversores argentinos. Las compañías automotrices que permanecieron en el país profundizaron los programas de racionalización comenzados antes del golpe y procuraron convertir sus plantas argentinas en proveedoras de sus operaciones globales. Entre 1976 y 1981 desaparecieron en Córdoba 6.876 puestos de trabajo en los complejos de Santa Isabel y Ferreyra. Se perdieron otros 1.670 en

julio de 1980, cuando el gobierno cerró las fábricas de IME, precursoras de la industria automotriz cordobesa.21

La represión militar del movimiento obrero fue una parte esen

cial de su programa de desindustrialización. Las juntas posteriores a 1976 derogaron el derecho de huelga, decretaron ía ilegalidad de la CGT y las 62 Organizaciones, quebraron a docenas de sindicatos, entre ellos las centrales de la UOM, Luz y Fuerza y el SMATA, y secuestraron y asesinaron a miles de dirigentes y activistas sindicales y a simples trabajadores y trabajadoras. El programa económico y las políticas laborales castrenses lograron hacer lo que los peronistas, las empresas automotrices y los anteriores gobiernos militares no habían podido hacer, es decir, domar a Córdoba.

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472 El Cordobazo

NOTAS

5Entre las más recientes contribuciones al debate dignas de nota, se cuentan Michael Burawoy, The Politics oJProduction: Fae tón) Regimes under Capitalism and Socialism (Nueva York: Verso, 1987); Duncan Gaílie, Social Inequality and C las s R elations in France a nd Britain (Cambridge: Cambridge University Press, 1983); y Gary Marks, Unions in Politics (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1988).

á E. P. Thompson, The Makíng of the Bnglish Working Class (Londres: Vintage Books, 1963); Eric Hobsbawm, Labouring Meri (Nueva York: Basic Books, i 965); Wiliiam Sewelí, Work and Reuolution in Fran ce: The Lan gu a' ge o f Labourfrorn the Oíd Regime to 1 8 4 8 (Cambridge; Cambridge University Press, 1980); Herbert G. Gutman, Work, Culture and Society in

Industrializing America (Nueva York; Vintage, 1977); David Montgomery, The Fall o j ihe House o f Labor: The Workplace , the State, an d American Labor Actiuisrn , 1865-1925 (Cambridge: Cambridge University Press, 1984),

3 Judith Evans, “Results and Prospecte: Some Observations on Latín American Labor Studies”, International Lab or a nd Working C la ss History, vol. 16 (otoño de 1979), pp. 29-39, proporciona una visión general de la historia del trabajo en América Latina que aún sigue siendo la mejor evaluación crítica de la primera ola de investigaciones en este campo. Para ensayos de revisión sobre la historiografía de los años ochenta, véanse George Reid Andrews, "Latín American Workers”, Jou rn al o f Social History, vol. 21 (invierno de 1987), pp. 311 -326; y Emilia Viotti da Costa, “Experience versus Structures: NewTendeneies in the History of Labor and the Working Class in Latin America - What Do We Gain? What Do We Lose?", International Labor and Working Class History, vol. 36 (otoño de 1989), pp. 3-24.

a Hobart Spalding, Organized Labor in Latin America: Historical Case Stu die s ofU rban Workers in Dependent Societies (Nueva York: Harper and Row, 1977); Charles Bergquist, I^abor in Latin America: Com parative Es sa y s on Chile, Argentina, Venezuela and Colombia (Stanford, Calif.: Stanford University Press, 1986).

5 Daniel James, R esista nce a nd Integration: Peronism an d the Argentine Worldng C lass , 1 9 4 6 - 1 9 7 6 (Cambridge: Cambridge University Press, 1988).

6Ibid., pp. 258-259.

7 lan Roxborough, Unions and Politics in México; The C ase o f th e Automobile Industry (Cambridge: Cambridge University Press, 1984); Silvia Gómez Tagle, ínsurgencia y democracia en los sindicatos electricistas (México: El Colegio de México, 1980).

8 John Humphrey, Capitalíst Control and Wor/cers' Struggles in the Bra zilian Auto Industry (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1983); Isabel Ribeiro de Olivera, Trabalho e política: As orígenes do Partido dos Trabalhadores (Petrópolis, Brasil: Editorial Vozes, 1988).

9 James Petras, “Córdoba y la revolución socialista en la Argentina”, Los Libros, 3, n° 21 (1971), p. 30.

10James, Resistance and Integration, pp. 262-263.1’ Bergquist, Lab or in Latin America, p. 188.

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12 Judith Evans, Paul Heath Hoefíel y Daniel James, “Reílections on Argentine Auto Workers and Their Unions", en R. Kronish y K. Merícle, comps., The Pol i t i cal Econom y o f t he La t in Amer i can Moto r Veh i c l e Indus t ry (Cambridge, Mass.: MIT Press, 1984), pp. 141-145. Los autores afirman que éste fue el caso en la industria de Buenos Aires y parecen dar a entender que los problemas de la inestabilidad en el empleo y la rotación de plantas eran también característicos de Córdoba. Mi propia investigación sobre las empresas instaladas en Buenos Aires me induce a creer que han exagerado la amplitud de las políticas de contrataciones y despidos allí. En Córdoba, esas prácticas definitivamente no existían.

l3Bergquist, Labor i n La t in Amer i ca , p. 188; David Rock, Argent in a , 1516- 1982: From Span ish Coloni za t i on to the Fálk la nd s War (Berkeley y Los Angeles: Universiiy of California Press, 1985), p. 350 [Argent i na , 15 16-198 7: d esde la colonizaci ón espa ñol a h ast a Ra úl Al fonsín, Buenos Aires: Alianza Editorial, 1989).

14Mónica B. Gordillo, “Características de los sindicatos líderes de Córdoba en los ’60: el ámbito del trabajo y la dimensión cultural", Informe Anual, Consejo de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de ía Provincia de Córdoba, abril de 1991, pp. 4-21.

15Los archivos sindicales del SITRAC y del SMATA cordobés tienen mucho material sobre el lugar de trabajo y las situaciones gremiales recíprocas. La planta de Fiat afiliada al SMATA, Grandes Motores Diesel, parece haber actuado como una especie de eslabón entre los complejos de Ferreyra y Santa Isabel, posibilitando que tanto los dirigentes obreros como

los trabajadores se mantuvieran muy al corriente de las luchas en las otras plantas.i(i Evans, Hoeffel y James, “Reílections on Argentine Auto Workers and

Their Unions”, p. 145.17Entrevista con Juan Malvar, secretario general del sindicato de traba

jadores gráficos de Córdoba de 1958 a 1976, Córdoba, 10 de Junio de 1987.18 Juan Carlos Torre y Elizabeth Jelin, “Los nuevos trabajadores en

América Latina: una reflexión sobre ía tesis de la aristocracia obrera”, De sarr oll o Económi co, vol. 22, n° 85 (abril-junio de 1982), pp. 3-23.

19El general Alejandro A. Lanusse, arquitecto del Gran Acuerdo Nacional y la figura militar más poderosa de la Argentina entre 1966 y 1973, alude a esto en sus memorias, Mí t est i mon i o (Buenos Aires: Lasserre Editores, 1977), pp. 263-264.

20La sociología del trabajo ofrece una serie de posibilidades interesantes para explicar la política obrera en Córdoba. Por ejemplo, las relaciones de producción en la industria automotriz cordobesa parecerían asemejarse estrechamente a la descripción hecha por el sociólogo Michael Burawoy del “despotismo del mercado”, el régimen fabril que, de acuerdo con su tipología, es el más idóneo para dar aliento a la militancia obrera. Las cuatro condiciones de lo que Burawoy llama “el régimen despótico de la política fabril” se cumplían en Córdoba: competencia entre empresas (desde principios de la década del sesenta la industria automotriz argentina fue altamente competitiva); subordinación absoluta de los trabajadores al capital a

través de la separación de la concepción y la ejecución (el proletariado au-

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tomotor mayormente no calificado apenas podía usar su propio criterio en la realización de las tareas); dependencia completa respecto del empleador y de la venta de la fuerza de trabajo por un salario, sin formas alternativas de subsistencia (las fábricas cordobesas no eran islas industriales en una economía campesina, y el regreso al pueblo o la granja no era una opción para la mayoría de los trabajadores, que hacia fines de los años sesenta estaban cabalmente urbanizados]; el Estado no regula ni las relaciones entre capitalistas ni el proceso de producción (las multinacionales automotrices tenían gran autonomía). Véase Burawoy, Th ePo lüics o f Productíon, pp. 89- 90.

'¿1María Beatriz Nofal, Absentee Entrepreneurship and the Dynamics of the Motor Vehicle Industry in Argentina (Nueva York: Praeger Publishers, 1989), p. 129.

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Fuentes de consulta

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Archives des Usines Renault, Boulogne-Biliancourt, Francia: Direction des Affaires Internationales (D.A.I.) 0200.Direction du Budget et des Affaires Financiéres (D.AJ.) 0212,

0295.Direction des Services Financiers (D.F.) 0764.Direction Genérale (D.G.) 0272.Direction Juridique (D. J.) 0263, 0734.

Direction des Usines á l’Étranger (D.U.E.) 0070, 0295, 1290, 9030.

Archivio Storico, Fiat S.p.A, Turín, Italia:Argentina-Progetto-Viaggi-1947-1958 Fondo “ex CM13”-III/9/C. Servizio Gollegamento Societá Estere Fondo CG89-IV/8/E. Direzione Partecipazioni Estere Fondo CG86-XI/1/6. Coordinamento Affari Intemazionali, Fiat Concord Fondo CG-87-

XíV/l/F.Planificazione e Controllo Fondo CG89-XVI1I/9/C.

Documentos empresarios

Empresa Pública de Energía de Córdoba (EPEC), Informe Estadísti co, 1966-1976.

Departamento de Relaciones Industriales, Renault Argentina S.A., Santa Isabel, documentos seleccionados relacionados con la mano de obra, 1966 a 1976.

Memoria y Balance, Fiat Concord, 1956 a 1975.

Memoria y Balance , Grandes Motores Diesel, 1956 a 1964. Memoria y Balance, Industrias Kaiser Argentina, 1956 a 1965. Memoria y Balance, Industrias Mecánicas del Estado, 1968 a 1976.

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476 El Cordobazo

Archivos gremiales

Archivo del Sindicato de Trabajadores de Concord (SITRAC), Buenos Aires (registros):

A. Documentos del SITRAC.B. Elecciones internas.C. Discusiones paritarias y convenio de 1971.D. Congreso Nacional de Sindicatos Combativos, Agrupaciones Cía-

sistas y Obreros Revolucionarios.E. Documentos administrativos y contables.F. Despidos de dirigentes y activistas en 1971.G. Documentos relacionados con k>§ presos.H. Listas de expedientes tramitados en ía delegación del Ministerio

de Trabajo.I. Juicios por reincorporación.J. Relaciones de los despidos de Fiat con SMATA y UOM.K. Intentos de reorganización del SITRAC.L. Materiales para reconstruir la historia.M. Recortes de prensa.N. Cronología diaria (1970-71).O. Publicaciones.

Archivo del SMATA, Sindicato de Mecánicos y Añnes del Transporte Automotor, Seccional Córdoba (volúmenes):Confederación General del Trabajo. Notas enviadas y recibidas,

1970-71.Diarios del sindicato del SMATA, 1971-72.Diarios del sindicato del SMATA, 1972-73.Diarios del sindicato del SMATA, 1973-74.Diarios, revistas y publicaciones diversas, 1971-72.Notas sobre escalas salariales, 1970 a 1972.Notas de Comisión Interna de Reclamos y respuestas de IKA-Re~

nault, 1972-73.Notas de Comisión Interna de Reclamos y respuestas de IKA-Renault, 1973-74.

Notas y comunicados emitidos por el SMATA, 1971-72.Volantes varios, 1972.Volantes varios, 1975.Volantes y comunicados, 1969.Volantes y comunicados, 1970.Volantes de agrupaciones varias, 1973-74.Volantes, diarios y revistas, 1973.

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Fuentes de consulta 477

Publicaciones gremiales

Avance. Revista mensual del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor, 1969 a 1976.

CGT. Publicación semanal de ía Confederación Genei'al del Trabajo de los Argentinos, 1968-69,

Electrum. Publicación semanal del Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, 1966 a 1974.

Memoria y Balance. 1964 a 1974. Sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba.

Informe. Servicio de Documentación e Información Laboral, 1960 a

1976.Memoria y Balance. Sindicato de Mecánicos y Aliñes del Transporte Automotor, 1966 a 1976.

SITRAC: Boletín de los trabajadores de Concord, 1971.SITRAC-SITRAM: Boletín de los traba/adores de Concord y Materfer,

1971-72.STTRAP: Boletín informativo del Sindicato de Trabajadores de Perkins,

1973.SMATA, SMATA-Córdoba. Publicación semanal, 1969 a 1976.UTA , Revista mensual de la Unión Tranviarios Automotor, Seccio

nal Córdoba, 1969 a 1976 (colección incompleta).La Voz del SMATA, SMATA-Córdoba. Publicación semanal, 1960 a

1969 (números seleccionados).

Documentos gubernamentales

Anuario Estadístico de la Ciudad de Córdoba. Dirección de Estadística y Control. Municipalidad de Córdoba, 1955 a 1976.

Archives du Ministére de l’Industrie, París. Informe “Le conflit IKA- Renault á Cordoba, 13-8-1974".

Cámara de Diputados. Provincia de Córdoba. Diario de Sesiones, 1973-75.

Censo Industrial, 1954, 1964, 1974. Ministerio de Hacienda, Economía y Previsión Social. Provincia de Córdoba.

Dirección General de Estadística, Censos e Investigaciones. Informes:"Población, 1869-1960”. Córdoba, 1961."Estadísticas demográficas y vitales: población, 1901-1970”. Cór

doba, 1970.“Encuesta sobre empleo y desempleo en la ciudad de Córdoba".

Córdoba, 1973.

“Incremento edilicio”. Secretaría de Estado de Planeamiento. Córdoba, 1975.

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478 El Cordobazo

“índice de precios a nivel del consumidor. Costo de vida en la ciu

dad de Córdoba”. Subsecretaría de Planeamiento. Córdoba, 1975.Dirección General de Rentas. Ministerio de Hacienda, Economía y Previsión Social. “Boletín”, 1955 a 1976.

Ministerio de Desarrollo. Área Planeamiento, “informe económico de la provincia de Córdoba, 1971”.

Departamento de Estado de ios Estados Unidos. Documentos Relacionados con los Asuntos Internos de la Argentina, 1955 a 1976.

Informes de inteligencia militar de los Estados Unidos. Argentina, 1918-1941.

Fuentes orales

En el transcurso de casi una década de investigación sobre Córdoba, realicé muchas entrevistas con trabajadores de la ciudad, en particular mecánicos de las plantas de Fiat e IKA-Renault, trabajadores de Luz y Fuerza empleados en la EPEC y metalúrgicos de las numerosas fábricas y talleres autopartistas. En casi todos los casos, esas entrevistas proporcionaron información interesante y a veces útil sobre íos sindicatos y las condiciones laborales en los establecimientos industriales locales. No obstante, como este libro no es un análisis de la “memoria popular” de la clase obrera local sino un estudio de la política laboral en la ciudad, en mi opinión los recuerdos de los trabajadores fueron a menudo demasiado superficiales o incompletos para utilizarlos como evidencia histórica. Aunque esas entrevistas influyeron indudablemente en mi interpretación de la historia, para este estudio decidí no basarme en los “tes- timonios de las bases" excepto en la reconstrucción del Cordobazo, sobre el cual los recuerdos personales de los trabajadores, agudizados por los dramáticos sucesos del levantamiento, parecen tener algún valor como prueba. En cambio, decid! concentrar mis

esfuerzos en las figuras claves del movimiento obrero cordobés, los individuos dominantes para quienes las cuestiones gremiales y la política laboral eran actividades constantes, casi diarias. De manera similar, mi intento de analizar la conciencia política a través del testimonio oral se basa en entrevistas a ésas personas. Así, podría parecer que estas fuentes orales sólo captan la experiencia de una elite laboral. Pero en un movimiento obrero como el de Córdoba, donde los aparatos burocráticos gremiales eran débiles y en el que era habitual que trabajadores comunes y corrientes alcanzaran posiciones de conducción, la distinción entre dirigentes y bases es menos importante que en otros movimientos sindicales. Si bien los testimonios orales son siempre problemáticos y vulnerables tanto a

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Fuentes de consulta 479

una transcripción oscura como a una interpretación desviada, la relación de seguridad y confianza que creo pude establecer con casi todas esas personas me convenció de que tales fuentes orales pueden citarse como evidencia. Se hicieron múltiples entrevistas con cada una de las siguientes personas a lo largo de un período de varios años. Estuve en condiciones de evaluar críticamente sus testimonios, ponerles reparos en puntos que eran no convincentes o inconsistentes y llegar a conclusiones que creo son históricamente sólidas.

Salvo algunas entrevistas de seguimiento hechas por mí mismo, Sa mayoría de los testimonios orales sobre el Cordobazo fueron registrados por Móníca Gordillo cuando trabajó conmigo en la investigación durante 1989 y 1990. Las preguntas formuladas a los participantes seguían de manera aproximada un cuestionario que yo había preparado, pero en lo esencial decidimos dejar que los entrevistados simplemente contaran su historia.

Dirigentes sindicales

Felipe Alberti, secretario de Cultura y Bienestar Social, Luz y Fuerza de Córdoba, 1966 a 1976.

Oscar Álvarez, secretario de Asuntos Técnicos, Luz y Fuerza de Córdoba, 1968 a 1976.Domingo Bizzi, subsecretario general, SITRAC, 1970 a 1971.Juan Canelles, dirigente sindical comunista de los trabajadores de

la construcción, 1958 a 1976.Sixto Cebailos, dirigente de la oposición peronista, Luz y Fuerza de

Córdoba, 1960 a 1976.Ramón Contreras, secretario general de Luz y Fuerza de Córdoba,

1966 a 1968.Miguel Ángel Correa, secretario general de la CGT de los Argenti

nos, seccional Córdoba, 1968 a 1969.Gregorio Flores, delegado clasista del SITRAC, 1970 a 1971.Juan Malvar, secretario general del sindicato de trabajadores gráfi

cos de Córdoba, 1958 a 1976.Antonio Marimón, secretario de Prensa del SMATA-Córdoba, 1972

a 1974.Alfredo Martini, secretario general de la UOM cordobesa, 1973 a

1976.Carlos Masera, secretario general del SITRAC, 1970 a 1971.Roberto Nágera, delegado clasista del SMATA, fábrica FordTransax,

1972 a 1974.

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480 El Cordobazo

José Páez, delegado clasista y miembro del comité ejecutivo del SITRAC, 1970 a 1971.

Roque Romero, subsecretario general del SMATA-Córdoba, 1972 a1974.

Alejo Simó, secretario general de la UOM cordobesa, 1962 a 1974. Elpidio Torres, secretario general del SMATA-Córdoba, 1958 a 1971.

Participantes en el Cordobazo

Todas las personas que se citan a continuación fueron entrevistadas entre 1989 y 1991. Se las menciona en el orden cronológico en que se las entrevistó. Muchas de ellas solicitaron permanecer en el anonimato, por lo que sólo se registraron sus nombres de pila.

Nora, estudiante universitaria; Carlos Bustos, empleado de la EPEC; Adolfo Mena, trabajador textil; Dante Antonelli, empleado de la EPEC; Pablo, trabajador de IKA-Renault; Carlos Palumbo, traba

jador de IKA-Renault; Manuel J. Cabrera, trabajador de IME; José M. Descalzo, empleado de la EPEC; Graciela García, empleada de la EPEC; Humberto Brondo, trabajador de IKA-Renault; Pedro Diseño, trabajador de IKA-Renault; Eduardo, estudiante; Arturo Wiess, tra

bajador de IKA-Renault; Héctor Olmedo, empleado de la EPEC; Fernando Solís, empleado de IKA-Renault; Juan Baca, trabajador de IKA-Renault; Raúl Pepi, trabajador de Ilasa; Marita Mata, periodista; Aldo J. Serafino, empleado de Fiat; Juan A. Peleteiro, empleado de IKA-Renault; Jorge Sanabria, estudiante universitario; Roque Ionadi, empresario; Mizael Bizzotto, trabajador de IKA-Renault; Francisco Cuevas, capataz de IKA-Renault; Carlos Ríos, estudiante universitario; Niño Chávez, trabajador de IKA-Renault; Humberto R. Blasco, trabajador de IME; Alberto Nicoli, trabajador de IKA-Re- nault; Armando Franceschini, empresario; Femando, estudiante universitario; Isabel Rins, estudiante universitaria; Horacio Blanco, estudiante universitario; Víctor, empleado bancario; Norma, estudiante universitaria; Gustavo Orgaz, estudiante universitario; Rodolfo, sacerdote; Osvaldo, estudiante y trabajador de IKA-Renault; Delinda Olmos de Di Toffino, empleada de la EPEC; José Nezara, capataz de IKA-Renault; I. Massuets, capataz de IKA-Renault; José Quinteros, trabajador de IME; Juan, dueño de fábrica; María García, ama de casa; Luis, estudiante universitario; Arístides Albano, trabajador de Fiat; Erio Vaudagna, sacerdote; Alberto, empleado de la EPEC; Gonzalo Fernández, abogado; Matilde, estudiante universitaria; Bemardino Taranto, arquitecto; Ornar Córdoba, estudiante universitario; Carlos Masera, trabajador de Fiat; Juan, trabajador

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Fuentes de consulta 481

metalúrgico; Raúl Arguello, trabajador de Fiat; José Lipari, trabaja

dor de IKA-Renault; Luis Rubio, estudiante universitario; Carlos Merelli, trabajador de IKA-Renault; Alfredo Cebailos, trabajador estatal; Julio Lescano, trabajador de IKA-Renault; Manuel Horacio Pelliza, trabajador de la UTA; Lidia Alfonsina (“ía tucumana”), dueña de una pensión estudiantil; José Campellone, trabajador de IKA- Renault; Eduardo Flores, trabajador de la construcción; Juan Carlos Toledo, periodista; Oscar Áívarez, empleado de la EPEC; Horacio Obregón Cano, estudiante; Héctor Maisuls, estudiante universitario; Dante Veliz, trabajador de Fiat; Enrique Fernández, estudiante universitario; Ramón Romero, trabajador de Fiat; Raúl Belistelle, trabajador de Fiat; Erminio, trabajador de ÍKA-Renault; Eduardo Bischoff, periodista; Guillermo, estudiante universitario; José Pon- ce, trabajador de Fiat; Miguel Contreras, trabajador metalúrgico; Gregorio Flores, trabajador de Fiat; Domingo Bizzi, trabajador de Fiat.

Memorias , colecciones documentarías, fuentes misceláneas

Archivo Fermín Chávez, Buenos Aíres. Colección privada de materiales peronistas, 1968 a 1976.

Gregorio Flores. Sitrac - Sítram: del Cordobazo al clasismo, Buenos Aires, Ed. Magenta, 1994.James McCloud, presidente de Industrias Kaiser Argentina, 1956 a

1967. Nuestra correspondencia personal, 1989 a 1991.Agustín Tosco, Testimonio oral grabado sobre el Cordobazo, Circa

1972. Sede de Luz y Fuerza, Córdoba.Los programas obreros “La Falda”, “Huerta Grande", “Io de Mayo”.

Publicación de la CGTA, mayo de 1971.Pasado y Presente. Proyecto de historia oral de la huelga de 1965 de

los trabajadores de Fiat.Tippetts-Abbett-McCarthy-Stratton, Engineers and Architects, Ken

nedy and Donkin Consulting Engineers. “Study of Argentine Power Problems", 2 volúmenes, Buenos Aires, 1960 (Baker Li~ brary, Harvard Universiiy). ' . ..

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índice

Prefacio para la edición argerntina...................................... 9Prefacio.................... ......................................................... 11Abreviaturas...................................................................... 15Introducción...................................................................... 17

1. CÓRDOBAL industria, sociedad y clase ..... ....................................... 432. Política sindical....................... ................................. . 823. La fábrica, el sindicato y el nuevo trabajador industrial... 118

II. REBELIÓN4. Córdoba y la "Revolución Argentina” ...... ........................ 1395. El Cordobazo ................................................................. 1786. Los clasistas .................................................................. 218

III. LA RESTAURACIÓN PERONISTA7. Tosco y Salamanca......................... .............. ........ .... . . 2678. Peronistas y revolucionarios........................................... 3039. Patria metalúrgica, patria socialista............................ . 353

IV. LA POLÍTICA DEL TRABAJO10. Trabajo y política en Córdoba ..... . ............................ . 39311. Conclusión: Las fuentes de la política obrera en Córdoba 450

Fuentes de consulta........................................................... 475

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COLECCIÓN HISTORIA Y CULTURA

TOuios p u b l i c a d o s

Cristian Buchrucker: Naciona l i smo y Peroni smo. La Argent i na en l a cr i s i s id eológica mun di a l - 1927- i 955.

Tulio Halperin Donghi: Eí espejo d e ía historia, Probíemas ar gent inos y per s pec t i va s l a t i noamer i canas.

Adolfo Prieto: El d i s cu r so c r i ol l i s t a en l a fo rm ac ión de l a Argen t i n a moderna .José Luis Romero: La v ida h i stór ica .Simón Collier: Car los Gar del . Su v ida , su música , su época .

Hilda Sabato: Capi ta l i smo u ganad er ía en B u enos Ai r es . La f i ebre del l an ar - 1850 -189 0.

Diego Armus (comp.): Mundo urban o y cu l t u ra popu l a r. Estu d i os de Hi s tor i a Socia l Argent i na .

Daniel James: Resistencia e in tegración . El peronismo y la c la se t r abajad ora ar gent in a ~ 19 46 -19 76 .

César Tcach: Sabaffinismo y peroni smo. Part id os pol ít i cos en Cór doba -1 9 4 3 - 1955 .

Hilda Sabato y Luis Alberto Romero: Los t r abajad ores d e Buen os Ai res . La exper i encia del mer cado: 18 50-188 0.

Enrique Tandeter: Coacci ón y merca do. La mi nería d e l a pl at a en él Potosí co lonia l - 1692 -182 6 .

Néstor García Canclini: Cul tu ra s h íbr ida s . Es t ra teg ias par a en t r ar y sa l i r d e l a modern i dad .

Ricardo Sidicaro: La pol ít i ca mi ra da d esde ar r iba . Las i deas del d i ar i o La Nación - 1909 -19 89

Jorge F, Liemur y Graciela Silvestri: El umbra l d e la met r ópol i s . Tra nsfor ma ciones técnicas y cu l tur a en la m odern ización de Buen os Ai r es -1 8 7 0 - 1930.

Raúl García Heras: Tr a n spor t es, n egoci os y políti ca. L a Comp a ñía An gl o ~ Argen t in a d e Tranv ías -18 7 6 -J 981 .

Donna J. Guy: El sexo pel i groso . La prost i tuc ión legal en Buenos Ai r es -1 8 7 5 - 1955 .Ronald C. Newton: El cuar t o lad o del t r i ángulo . L a “a m e n a z a n a z i " en l a

Ar g en t i n a - 1 9 3 T I 9 4 7 Leandro H. Gutiérrez y Luis Alberto Romero: Sector es popul ar es , culfura y

pol ít i ca Adolfo Prieto: Los v ia jer os ing leses y l a emergencia d e la l i t era t ura ar gent in a

- 1820 -18 50

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