josé villagrán , a cien añosños de - unam

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ños de , a cien años José Villagrán DBA a MIALALA, A MALALALA! Y MALALALA LO MILALALA LI" IO CALLA LA su nacimiento / Ramón Vargas Salguero ños de , a cien años José Villagrán DBA a MIALALA, A MALALALA! Y MALALALA LO MILALALA LI" IO CALLA LA su nacimiento / Ramón Vargas Salguero

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Page 1: José Villagrán , a cien añosños de - UNAM

ños de, a cien añosJosé Villagrán

DBAa

MIALALA, AMALALALA!YMALALALA L

OMILALALA

LI"

IO

CALLA LA

su nacimiento / Ramón Vargas Salguero

ños de, a cien añosJosé Villagrán

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MIALALA, AMALALALA!YMALALALA L

OMILALALA

LI"

IO

CALLA LA

su nacimiento / Ramón Vargas Salguero

Page 2: José Villagrán , a cien añosños de - UNAM

Celebramos el centenario del nacimiento

del maestro José Villagrán García con

el texto que leyera Ramón Vargas

Salguero en el homenaje que le brindó

El Colegio Nacional el pasado 5 de septiembre.

Instituto Nacional de Cardiología, México, D.F, 1937.

l arquitecto José Villagrán García nació el 22 deseptiembre de 1901; a los muchos reconocimien-tos que se le brindaron en vida sumó el de haber

sido el primer arquitecto invitado a formar parte de ElColegio Nacional, del cual fue Miembro de Númerodesde septiembre de 1960. Este añose celebra, por tanto,

el centenario de su nacimiento y el cuadragésimo primer

aniversario de su ingreso a esa preclara institución.

Traemos a la memoria el momento de inicio de suimpactante práctica profesional, ya que en él se en-

cuentran en cierneslas ideas que desarrolló en los añossubsecuentes, ideas que marcaron rumboa la arquitec-tura nacional. Ese momento tuvo lugar cuandose hizocargo de la clase Elementos de la Composición, en1924, a falta del profesor titular, con apenas 23 añosdeedad. El examen profesional que presentara el añoanterior y su buen desempeño escolar era lo único con

que contaba a su favor. Unos meses más tarde se harápúblico que él había sidoel autor del proyecto del Esta-dio Nacional que José Vasconcelos estaba decidido a

llevar a cabo, ynoel jefe del Departamento de Proyec-tos de la Secretaría de Educación Pública, como sehabía dicho. Quienes tenían noticia del carácter volun-tarioso e impositivo del Secretario de Educación Públi-ca sabían que ese proyecto significaba una muestra delinnegable talento que el joven profesor sumaba a suinicial prestigio.

Se trataba, pues, de un pasante bisoñoque llegaba ala docencia gracias a una serie de sucesos fortuitos; sinembargo, algo muyespecial debió haber visto su pri-

mer grupo de alumnospara invitarlo a hacerse cargo dela clase. El profesor que allí empezó a cobrar un papelnodal en la arquitectura nacional se encontró con ungrupo tan especial comoél.

E

Celebramos el centenario del nacimiento

del maestro José Villagrán García con

el texto que leyera Ramón Vargas

Salguero en el homenaje que le brindó

El Colegio Nacional el pasado 5 de septiembre.

Instituto Nacional de Cardiología, México, D.F, 1937.

l arquitecto José Villagrán García nació el 22 deseptiembre de 1901; a los muchos reconocimien-tos que se le brindaron en vida sumó el de haber

sido el primer arquitecto invitado a formar parte de ElColegio Nacional, del cual fue Miembro de Númerodesde septiembre de 1960. Este añose celebra, por tanto,

el centenario de su nacimiento y el cuadragésimo primer

aniversario de su ingreso a esa preclara institución.

Traemos a la memoria el momento de inicio de suimpactante práctica profesional, ya que en él se en-

cuentran en cierneslas ideas que desarrolló en los añossubsecuentes, ideas que marcaron rumboa la arquitec-tura nacional. Ese momento tuvo lugar cuandose hizocargo de la clase Elementos de la Composición, en1924, a falta del profesor titular, con apenas 23 añosdeedad. El examen profesional que presentara el añoanterior y su buen desempeño escolar era lo único con

que contaba a su favor. Unos meses más tarde se harápúblico que él había sidoel autor del proyecto del Esta-dio Nacional que José Vasconcelos estaba decidido a

llevar a cabo, ynoel jefe del Departamento de Proyec-tos de la Secretaría de Educación Pública, como sehabía dicho. Quienes tenían noticia del carácter volun-tarioso e impositivo del Secretario de Educación Públi-ca sabían que ese proyecto significaba una muestra delinnegable talento que el joven profesor sumaba a suinicial prestigio.

Se trataba, pues, de un pasante bisoñoque llegaba ala docencia gracias a una serie de sucesos fortuitos; sinembargo, algo muyespecial debió haber visto su pri-

mer grupo de alumnospara invitarlo a hacerse cargo dela clase. El profesor que allí empezó a cobrar un papelnodal en la arquitectura nacional se encontró con ungrupo tan especial comoél.

E

Page 3: José Villagrán , a cien añosños de - UNAM

Hospital para tuberculosos, Huipulco, México, D.F, 1929.

Sus 16integrantes, número excesivo, llevó a Villagrána subdividirlo e invitar a participar a otros dos jóvenescomo profesores, Carlos Obregón Santacilia y Pablo Flo-res. Algunos de ellos desempeñarían papeles decisivos. ÁJuan O'Gorman, Juan Legarreta y Álvaro Aburto, porejemplo, les bastarán siete años más para integrar el grupofuncionalista más radical en la historia de nuestra arqui-tectura; Mauricio Camposy Enrique del Moralllegarán aser directores de la Escuela Nacional de Arquitectura, elprimero de 1938 a 1944 yel segundo de 1944 a 1949; tam-bién lo conformaban Marcial Gutiérrez Camarena, Car-los Vergara y Francisco Arce. Los alumnos descollantesbuscaban al renovador profesor capaz de orientarlos, y loencontraron.

Dospreguntassaltan ala vista: quienes lo invitaron yconformaron su primer grupo de alumnos, ¿tenían unanoción de lo que el profesor les iba a enseñar?, ¿la teníael propio Villagrán?

Julien Guadet, el gran maestro francés, había asentadoque aquellos espacios de los cuales se compone una obracualquiera de arquitectura, salas, comedores, consultorios,salones de clase y demás, constituyen los “elementos de lacomposición”, y que éstos debían ser estudiados por sepa-rado a fin de que los alumnos conocieran sus más recón-ditos entresijos y supieran adecuarlos a los casos que se lespresentaran. Así se estudiaba en la Escuela de Arquitec-tura, cuyo plan de estudios seguíala estructura de l'ÉcoleNationale et Speciale de Beaux Arts de París. Era de su-ponerse, pues, que Villagrán analizaría los elementos de lacomposición y los enmarcaría en los estilos aceptados

como propios, adecuados y recomendables para cadagénero, tal y comoloestipulóel historicismo ylo ratificó,modificándolo, el eclecticismo, en el que Villagrán habíasido formado. Sabía, por tanto, era un valor entendidoentrelos arquitectos de todo el mundo, que antes de dis-ponerel conjunto yde iniciar la composición delos espa-cios de un proyecto, se preconcebía el “estilo” apropiadoal caso. El perfil del edificio, en sus líneas generales, esta-ba ya predeterminado,

Así, al iniciarse comoprofesor, Villagrán debe habersevisto en un dilema: ¿sustentaría el curso en apegoalcrite-

rio con que le había sido impartidoa él o, por el contra-

rio, transmitiría a sus alumnoslas radicales discrepanciasqueya bullían en su interior? Optó por esto último,y envez de alentarlos a concebir los elementos de la compo-sición aherrojados por los estilos consagrados, les hizopartícipes, sin más, de la que ya era su convicción más

profunda: “no valía la pena ser arquitectoyartista creadorsi lo que se les enseñaba era a saber manejar un fichero deformas antiguas, calificadas o poco o nada aptas para so-lucionar nuevos y propios problemas.”

Escucharlo y hacer suya la oposición del joven profesora proseguir domeñados por esa ya anquilosada concep-ción del proceso de gestación arquitectónica fue todo uno.Incluso podían anticipar que se sentirían igual de sobre-cogidos que él si en algún momento se les conminaba a“tener que proyectar unacaja para ascensor dentro de un

imposible estilo, comoel románico o el colonial. O pen-sar en un asilo para niños dentro del estilo prefijado ylomenos oportuno para la idea que comenzábamosa tenerde lo que debía ser una casa para niños huérfanos.”

Y, por supuesto, no podían menos que identificarsecon él en su propósito de validar una manera diametral-mente distinta de concebir la práctica profesional ensincronía con los nuevos e inéditos tiempos en que seencontraban inmersos. También percibían que más queclases o sugerencias, las suyas eran prédicas cuyareite-ración y tono las convertía en cabales arengas mediantelas cuales Villagrán expresaba su convicción acerca dedos cuestiones recíprocas: la primera, que la prácticaprofesional de los arquitectos estaba desfasada respectode las aspiraciones, circunstancias y recursos que traía

consigo el nuevo país que empezó a nacer en 1920,al

término del enfrentamiento armadoy, como consecuen-cia de lo anterior, que era impostergable modificar laconcepción que tenían acerca del papel de los arquitec-tos en ese revolucionario contextosocial. A Villagrán nole cabía la menor duda de que únicamente de este modoestarían prestos para coadyuvar en el alumbramiento deun mundo que sería másjustosi, y sólo si, al lado delasdemás transformaciones,ellos lo hicieran más habitable,arquitectónicamente hablando.

Hospital para tuberculosos, Huipulco, México, D.F, 1929.

Sus 16integrantes, número excesivo, llevó a Villagrána subdividirlo e invitar a participar a otros dos jóvenescomo profesores, Carlos Obregón Santacilia y Pablo Flo-res. Algunos de ellos desempeñarían papeles decisivos. ÁJuan O'Gorman, Juan Legarreta y Álvaro Aburto, porejemplo, les bastarán siete años más para integrar el grupofuncionalista más radical en la historia de nuestra arqui-tectura; Mauricio Camposy Enrique del Moralllegarán aser directores de la Escuela Nacional de Arquitectura, elprimero de 1938 a 1944 yel segundo de 1944 a 1949; tam-bién lo conformaban Marcial Gutiérrez Camarena, Car-los Vergara y Francisco Arce. Los alumnos descollantesbuscaban al renovador profesor capaz de orientarlos, y loencontraron.

Dospreguntassaltan ala vista: quienes lo invitaron yconformaron su primer grupo de alumnos, ¿tenían unanoción de lo que el profesor les iba a enseñar?, ¿la teníael propio Villagrán?

Julien Guadet, el gran maestro francés, había asentadoque aquellos espacios de los cuales se compone una obracualquiera de arquitectura, salas, comedores, consultorios,salones de clase y demás, constituyen los “elementos de lacomposición”, y que éstos debían ser estudiados por sepa-rado a fin de que los alumnos conocieran sus más recón-ditos entresijos y supieran adecuarlos a los casos que se lespresentaran. Así se estudiaba en la Escuela de Arquitec-tura, cuyo plan de estudios seguíala estructura de l'ÉcoleNationale et Speciale de Beaux Arts de París. Era de su-ponerse, pues, que Villagrán analizaría los elementos de lacomposición y los enmarcaría en los estilos aceptados

como propios, adecuados y recomendables para cadagénero, tal y comoloestipulóel historicismo ylo ratificó,modificándolo, el eclecticismo, en el que Villagrán habíasido formado. Sabía, por tanto, era un valor entendidoentrelos arquitectos de todo el mundo, que antes de dis-ponerel conjunto yde iniciar la composición delos espa-cios de un proyecto, se preconcebía el “estilo” apropiadoal caso. El perfil del edificio, en sus líneas generales, esta-ba ya predeterminado,

Así, al iniciarse comoprofesor, Villagrán debe habersevisto en un dilema: ¿sustentaría el curso en apegoalcrite-

rio con que le había sido impartidoa él o, por el contra-

rio, transmitiría a sus alumnoslas radicales discrepanciasqueya bullían en su interior? Optó por esto último,y envez de alentarlos a concebir los elementos de la compo-sición aherrojados por los estilos consagrados, les hizopartícipes, sin más, de la que ya era su convicción más

profunda: “no valía la pena ser arquitectoyartista creadorsi lo que se les enseñaba era a saber manejar un fichero deformas antiguas, calificadas o poco o nada aptas para so-lucionar nuevos y propios problemas.”

Escucharlo y hacer suya la oposición del joven profesora proseguir domeñados por esa ya anquilosada concep-ción del proceso de gestación arquitectónica fue todo uno.Incluso podían anticipar que se sentirían igual de sobre-cogidos que él si en algún momento se les conminaba a“tener que proyectar unacaja para ascensor dentro de un

imposible estilo, comoel románico o el colonial. O pen-sar en un asilo para niños dentro del estilo prefijado ylomenos oportuno para la idea que comenzábamosa tenerde lo que debía ser una casa para niños huérfanos.”

Y, por supuesto, no podían menos que identificarsecon él en su propósito de validar una manera diametral-mente distinta de concebir la práctica profesional ensincronía con los nuevos e inéditos tiempos en que seencontraban inmersos. También percibían que más queclases o sugerencias, las suyas eran prédicas cuyareite-ración y tono las convertía en cabales arengas mediantelas cuales Villagrán expresaba su convicción acerca dedos cuestiones recíprocas: la primera, que la prácticaprofesional de los arquitectos estaba desfasada respectode las aspiraciones, circunstancias y recursos que traía

consigo el nuevo país que empezó a nacer en 1920,al

término del enfrentamiento armadoy, como consecuen-cia de lo anterior, que era impostergable modificar laconcepción que tenían acerca del papel de los arquitec-tos en ese revolucionario contextosocial. A Villagrán nole cabía la menor duda de que únicamente de este modoestarían prestos para coadyuvar en el alumbramiento deun mundo que sería másjustosi, y sólo si, al lado delasdemás transformaciones,ellos lo hicieran más habitable,arquitectónicamente hablando.

Page 4: José Villagrán , a cien añosños de - UNAM

Paso a paso, de manera plenamente

consciente y anunciada, Villagrán

iba mostrando que no era

indispensable importar, reiterar,

remozar o apegarse a ningún estilo

del pasado, propio o extraño, para

que la obra alcanzara los más altos

niveles de valía arquitectónica.

Su prédica no cesó, y encontró espíritus despiertos yánimosreceptivos entre sus alumnos. Era un joven comoellos el que les abría todo un nuevo y fulgurante camino aseguir; y entre uno y otros surgió una empatía total, queno sólo los llevó a asumir la consistencia de sus plan-teamientos teóricos, sino a convertirlos en una doctrina,

en una crecencia, incluso, y por extraño que parezca, apugnar por ellos a la manera de misioneros o apóstoles.Escuchemosla versión que años después, ofreció uno delos más distinguidosde ellos, Enrique del Moral, y repare-mos con cuidado en su desusado tono: “los alumnos queen esa época cursaron la escuela, salieron a la práctica pro-fesional henchidos de entusiasmo y optimismo, convenci-dos de que tenían una 'nueva' que debían difundir” (1960)

Fue con esta visión general del hacer arquitectónicocon que asumió en 1925 el proyecto del Instituto deHigiene y Granja Sanitaria, subgénero sin antecedentesen el país. El conjunto estaba destinado a fabricar “losproductos biológicos necesarios para combatir las en-fermedades y epidemias propias del país y que fuera,almismo tiempo, un centro de investigación”. Se inte-

graría con diecinueve pabellones aislados, dedicado unoa la anatomía patológica, otro a los laboratorios de pro-cesamiento de vacunas, uno más al alojamiento de ani-

males pequeños y el resto a caballerizas, establos paraterneras, jaulas de monos, laboratorio de sueros, necrop-sias y hornos crematorios.

La escueta sencillez que les confirió fue, más que unasolución apegada con “sinceridad” a la especificidad delproblema, un manifiesto en contra del modo de enten-der la arquitectura en el pasado inmediato y mediato. Elcontraste entre ellas era abismal. Así tuvo lugar el iniciode la “arquitectura mexicana contemporánea”, comoélmismola tituló.

De aquí en adelante, el camino estaba visualizado. Delo que se trataba ahora cra de afinarlo una y otra vez enla clase de Teoría de la Arquitectura, que asumetres añosmástarde, en 1927, y de aplicarlo en los sucesivos proyec-tos que le encomendaban. Así lo muestra en el temariode su clase de Teoría, en 1930, donde el programa es lavía para vincular el proyecto con las modalidades de vida,

Hospital para tuberculosos de la zona del Pacífico, Zoquipan, Jalisco, 1942.

y la sinceridad la manera de asumirlo. En la alocuciónque sobre la educación del arquitecto dirigió en la Pri-mera Asamblea Nacional de Arquitectos Mexicanos, en1931, es ya el maestro que insta a sus colegas a:

Comenzar a estudiar soluciones verdaderamente mexi-

canas a nuestros genuinos problemas mexicanos... a

partir del conocimiento perfectamente real de la

situación social de nuestro pueblo en las distintas

regiones de la República... pretendo fundar sobre este

conocimiento, -dijo— como base común, las soluciones

que constituyan nuestra verdadera arquitecturanacional de hoy... si queremos, como lo espero,

imprimir más y más el sello personal y nacional entoda nuestra producción arquitectónica.

A partir de aquí, poco a poco, con la lentitud propiade un régimen de producción que intenta desalojar aotro y de una teoría de la arquitectura que se proponesuperar a su antecesora, los arquitectos fueron haciendover a los promotores de sus obras, del sector público ode la empresa privada, que precisaban contar con un pro-lijo estudio tendiente a captar las modalidades de vidaque los futuros habitadores iban a desarrollar en el edi-ficio una vez terminado, a fin de que éste se apegara a

ellas como el guante a la mano.De este modo, ni la forma de cada obra, ni su dispo-

sición ni, por supuesto, su belleza, sería tomada prestadade ninguna otra; serían las propias, las correlativas a cadauno delos diferentes géneros arquitectónicos, de acuerdocon las diferentes culturas del país, en los distintos tiem-pos y modalidades de vida. Paso a paso, de manera ple-namente consciente y anunciada,Villagrán iba mostrando

que no era indispensable importar, reiterar, remozar oapegarse a ningún estilo del pasado, propio o extraño,pa-ra que la obra alcanzara los más altos niveles de valíaarquitectónica.

Mientras el germen de este nuevo modo de concebirla práctica profesional conquistaba adeptos, una expe-riencia llevó a Villagrán a ratificar hasta qué punto eraconminativo pugnar por extender el nuevo punto de

Paso a paso, de manera plenamente

consciente y anunciada, Villagrán

iba mostrando que no era

indispensable importar, reiterar,

remozar o apegarse a ningún estilo

del pasado, propio o extraño, para

que la obra alcanzara los más altos

niveles de valía arquitectónica.

Su prédica no cesó, y encontró espíritus despiertos yánimosreceptivos entre sus alumnos. Era un joven comoellos el que les abría todo un nuevo y fulgurante camino aseguir; y entre uno y otros surgió una empatía total, queno sólo los llevó a asumir la consistencia de sus plan-teamientos teóricos, sino a convertirlos en una doctrina,

en una crecencia, incluso, y por extraño que parezca, apugnar por ellos a la manera de misioneros o apóstoles.Escuchemosla versión que años después, ofreció uno delos más distinguidosde ellos, Enrique del Moral, y repare-mos con cuidado en su desusado tono: “los alumnos queen esa época cursaron la escuela, salieron a la práctica pro-fesional henchidos de entusiasmo y optimismo, convenci-dos de que tenían una 'nueva' que debían difundir” (1960)

Fue con esta visión general del hacer arquitectónicocon que asumió en 1925 el proyecto del Instituto deHigiene y Granja Sanitaria, subgénero sin antecedentesen el país. El conjunto estaba destinado a fabricar “losproductos biológicos necesarios para combatir las en-fermedades y epidemias propias del país y que fuera,almismo tiempo, un centro de investigación”. Se inte-

graría con diecinueve pabellones aislados, dedicado unoa la anatomía patológica, otro a los laboratorios de pro-cesamiento de vacunas, uno más al alojamiento de ani-

males pequeños y el resto a caballerizas, establos paraterneras, jaulas de monos, laboratorio de sueros, necrop-sias y hornos crematorios.

La escueta sencillez que les confirió fue, más que unasolución apegada con “sinceridad” a la especificidad delproblema, un manifiesto en contra del modo de enten-der la arquitectura en el pasado inmediato y mediato. Elcontraste entre ellas era abismal. Así tuvo lugar el iniciode la “arquitectura mexicana contemporánea”, comoélmismola tituló.

De aquí en adelante, el camino estaba visualizado. Delo que se trataba ahora cra de afinarlo una y otra vez enla clase de Teoría de la Arquitectura, que asumetres añosmástarde, en 1927, y de aplicarlo en los sucesivos proyec-tos que le encomendaban. Así lo muestra en el temariode su clase de Teoría, en 1930, donde el programa es lavía para vincular el proyecto con las modalidades de vida,

Hospital para tuberculosos de la zona del Pacífico, Zoquipan, Jalisco, 1942.

y la sinceridad la manera de asumirlo. En la alocuciónque sobre la educación del arquitecto dirigió en la Pri-mera Asamblea Nacional de Arquitectos Mexicanos, en1931, es ya el maestro que insta a sus colegas a:

Comenzar a estudiar soluciones verdaderamente mexi-

canas a nuestros genuinos problemas mexicanos... a

partir del conocimiento perfectamente real de la

situación social de nuestro pueblo en las distintas

regiones de la República... pretendo fundar sobre este

conocimiento, -dijo— como base común, las soluciones

que constituyan nuestra verdadera arquitecturanacional de hoy... si queremos, como lo espero,

imprimir más y más el sello personal y nacional entoda nuestra producción arquitectónica.

A partir de aquí, poco a poco, con la lentitud propiade un régimen de producción que intenta desalojar aotro y de una teoría de la arquitectura que se proponesuperar a su antecesora, los arquitectos fueron haciendover a los promotores de sus obras, del sector público ode la empresa privada, que precisaban contar con un pro-lijo estudio tendiente a captar las modalidades de vidaque los futuros habitadores iban a desarrollar en el edi-ficio una vez terminado, a fin de que éste se apegara a

ellas como el guante a la mano.De este modo, ni la forma de cada obra, ni su dispo-

sición ni, por supuesto, su belleza, sería tomada prestadade ninguna otra; serían las propias, las correlativas a cadauno delos diferentes géneros arquitectónicos, de acuerdocon las diferentes culturas del país, en los distintos tiem-pos y modalidades de vida. Paso a paso, de manera ple-namente consciente y anunciada,Villagrán iba mostrando

que no era indispensable importar, reiterar, remozar oapegarse a ningún estilo del pasado, propio o extraño,pa-ra que la obra alcanzara los más altos niveles de valíaarquitectónica.

Mientras el germen de este nuevo modo de concebirla práctica profesional conquistaba adeptos, una expe-riencia llevó a Villagrán a ratificar hasta qué punto eraconminativo pugnar por extender el nuevo punto de

Page 5: José Villagrán , a cien añosños de - UNAM

A

Parque Mundet, frontones, México D.f., 1944,

partida al todo de la arquitectura. Esta experiencia laaportó la construcción en proceso del ya mencionadoInstituto Nacional de Cardiología. Las continuasrecti-ficaciones y adiciones de las cuales fue objeto el edificioen el curso mismo de la obra, si bien le permitieronconsolidar sus funciones básicas, “desafortunadamentesacrificaron la arquitectura del edificio en aras de suutilidad”, dejando huella ineludible en las “inarmónicasformas” del ala norte, destinada a la investigación yenseñanza —asentó Villagrán—. El hecho de que unaobra naciera baldada, pudiendo haberlo evitado, lo con-venció acerca de la incuestionable importancia de queantes de proyectar un edificio cualquiera los habitadoresproyectaran su empleo, y que ese empleo quedara clara-mente definido en un programa arquitectónico.

Otro aspecto le era ya claramente perceptible: las dis-tintas obras que fueron configurando el nuevo perfil denuestras ciudades, las emprendidas porel poder público,particularmente, fueron concebidas considerando cadauna comoun casoaislado, cuyas características, por otraparte, no eran el resultado de un estudio de conjunto dela necesidad social en todos sus entresijos.

Coneste telón de fondo, los médicos, como los arqui-tectos ylos funcionarios de los aparatos gubernamentalesen su conjunto, aquilataron en toda su plenitud la tras-cendencia de la propuesta de Villagrán: crear, en 1942,elSeminario de Estudios Hospitalarios, dependiente de laSecretaría de Asistencia Pública. Á instancias suyas, porprimera vez enla historia de la medicinay del ejercicio dela arquitectura en México, se reunieron arquitectos y mé-

dicos para planear las unidades que necesitaba el país.El pasoera de trascendencia histórica. Al convertir la

planeación en la otra cara de la actividad proyectual, seiniciaba un nuevo momento enel desarrollo arquitec-tónico del país. La decisión de llevar a cabo una obracualquiera, su localización, magnitud, equipamiento ybelleza, ya no dependerían del infundado sentir del fun-cionario en turno o del propio arquitecto, sino del es-pecífico, puntilloso y detallado conocimiento de lasmodalidades de vida específicas de cada caso, yde losre-cursos para solventarlas. Ya no más dispendio de recur-

La del maestro Villagrán fue una

gesta, una epopeya quese llevó a

cabo sin balas ni fusiles, con ideas,

amor a la profesión y un deseo

insoslayable de coadyuvar a la

creación de un país máspleno,

más justo, más habitable

arquitectónicamente.

sos. No más titubeos, correcciones sobre la marcha ovirajes en redondo, ni obras que recién terminadas mos-traran su inadecuacióna las expectativas de vida que enellas se pretendían llevar a cabo. Por su parte, la imagi-nación creadora de los arquitectos alcanzaría su plenalibertad al tener clara consciencia de la complejidad dela meta que a través de su experiencia, destreza y domi-nio se deseaba alcanzar. La necesidad efectiva se enlazabacon la libertad real, y ambas generaban una revoluciónen la práctica de la arquitectura.

Dos años después, la fecunda iniciativa implantadaen el género nosocomial impregnó su hálito renovadoren el género escolar. En 1944 se creó el Comité Adminis-trador del Programa Federal de Construcción de Escue-las y Villagrán fungió comopresidente de su ComisiónTécnica, conjuntamente con José Luis Cuevas Pietra-

santa, Enrique Yáñez y Mario Pani. Y habría que decirque al designar un arquitecto para cada una de las enti-dades federativas del país, a fin de que, “in situ ”, llevaraa cabo los estudios indispensables que sustentaran laplancación de construcción de escuelas en cada una, semejoró el ejemplo pionero, El resultado fue excelente. Elnúmero de edificios, su tamaño, tipo y carácter, asícomolos materiales y técnicas constructivas empleadas

en cada caso, prohijaron una arquitectura local y regio-

q

e 7 EANIVÓN r

Hospital Infantil, México D.F, 1941 (hoydesaparecido).

A

Parque Mundet, frontones, México D.f., 1944,

partida al todo de la arquitectura. Esta experiencia laaportó la construcción en proceso del ya mencionadoInstituto Nacional de Cardiología. Las continuasrecti-ficaciones y adiciones de las cuales fue objeto el edificioen el curso mismo de la obra, si bien le permitieronconsolidar sus funciones básicas, “desafortunadamentesacrificaron la arquitectura del edificio en aras de suutilidad”, dejando huella ineludible en las “inarmónicasformas” del ala norte, destinada a la investigación yenseñanza —asentó Villagrán—. El hecho de que unaobra naciera baldada, pudiendo haberlo evitado, lo con-venció acerca de la incuestionable importancia de queantes de proyectar un edificio cualquiera los habitadoresproyectaran su empleo, y que ese empleo quedara clara-mente definido en un programa arquitectónico.

Otro aspecto le era ya claramente perceptible: las dis-tintas obras que fueron configurando el nuevo perfil denuestras ciudades, las emprendidas porel poder público,particularmente, fueron concebidas considerando cadauna comoun casoaislado, cuyas características, por otraparte, no eran el resultado de un estudio de conjunto dela necesidad social en todos sus entresijos.

Coneste telón de fondo, los médicos, como los arqui-tectos ylos funcionarios de los aparatos gubernamentalesen su conjunto, aquilataron en toda su plenitud la tras-cendencia de la propuesta de Villagrán: crear, en 1942,elSeminario de Estudios Hospitalarios, dependiente de laSecretaría de Asistencia Pública. Á instancias suyas, porprimera vez enla historia de la medicinay del ejercicio dela arquitectura en México, se reunieron arquitectos y mé-

dicos para planear las unidades que necesitaba el país.El pasoera de trascendencia histórica. Al convertir la

planeación en la otra cara de la actividad proyectual, seiniciaba un nuevo momento enel desarrollo arquitec-tónico del país. La decisión de llevar a cabo una obracualquiera, su localización, magnitud, equipamiento ybelleza, ya no dependerían del infundado sentir del fun-cionario en turno o del propio arquitecto, sino del es-pecífico, puntilloso y detallado conocimiento de lasmodalidades de vida específicas de cada caso, yde losre-cursos para solventarlas. Ya no más dispendio de recur-

La del maestro Villagrán fue una

gesta, una epopeya quese llevó a

cabo sin balas ni fusiles, con ideas,

amor a la profesión y un deseo

insoslayable de coadyuvar a la

creación de un país máspleno,

más justo, más habitable

arquitectónicamente.

sos. No más titubeos, correcciones sobre la marcha ovirajes en redondo, ni obras que recién terminadas mos-traran su inadecuacióna las expectativas de vida que enellas se pretendían llevar a cabo. Por su parte, la imagi-nación creadora de los arquitectos alcanzaría su plenalibertad al tener clara consciencia de la complejidad dela meta que a través de su experiencia, destreza y domi-nio se deseaba alcanzar. La necesidad efectiva se enlazabacon la libertad real, y ambas generaban una revoluciónen la práctica de la arquitectura.

Dos años después, la fecunda iniciativa implantadaen el género nosocomial impregnó su hálito renovadoren el género escolar. En 1944 se creó el Comité Adminis-trador del Programa Federal de Construcción de Escue-las y Villagrán fungió comopresidente de su ComisiónTécnica, conjuntamente con José Luis Cuevas Pietra-

santa, Enrique Yáñez y Mario Pani. Y habría que decirque al designar un arquitecto para cada una de las enti-dades federativas del país, a fin de que, “in situ ”, llevaraa cabo los estudios indispensables que sustentaran laplancación de construcción de escuelas en cada una, semejoró el ejemplo pionero, El resultado fue excelente. Elnúmero de edificios, su tamaño, tipo y carácter, asícomolos materiales y técnicas constructivas empleadas

en cada caso, prohijaron una arquitectura local y regio-

q

e 7 EANIVÓN r

Hospital Infantil, México D.F, 1941 (hoydesaparecido).

Page 6: José Villagrán , a cien añosños de - UNAM

nal, actual, moderna y, como broche de oro, singular,propia, nacional.

Ya no había duda posible. Lo nacional no estaba reñi-

do con lo moderno. Por el contrario, uno y otra podíanconjugarse y generar un resultado que sin dejar de mostrarsu pertenencia y genealogía cultural se inscribiera en su

tiempo histórico preciso, El pretérito afán de dar a luz unaarquitectura que fuera simultáneamente nacional y moder-na, consigna enarboladabrillantemente porlos arquitectosporfirianos, que sus alumnosydiscípulos acariciaron dedistinta manera, sin conjugarlas dos dimensionesa pleni-tud, ahora, después de muchosintentos, venía a lograrse.

Para alcanzar lo moderno no es indispensable impor-tar, trasladar o rememorar formas o estilos de otras lati-tudes. La modernidad no es privativa de ninguna formaenespecial, por armónica que hubiera sido en su momen-to. La modernidad se nutre de la asunción del presente,Como podemosapreciar ahora, la del maestro Villa-

grán, como fue ampliamente reconocido, fue una gesta,una epopeya que se lleyó a cabo sin balas ni fusiles, con

ideas, amor a la profesión y un deseo insoslayable decoadyuvar a la creación de un país más pleno, más justo,más arquitectónicamente habitable. La transformaciónarquitectónica que prohijó el maestro Villagrán tomóformade “escuela”: teoría doctrinaria común, miembros

Maternidad Munder, México D.E, 1943,

Granja sanitaria, Instituto de Higiene, Popotla, México, D.E, 1925, vista aérea.| E

que abogan porella, que la esparcen y renuevan sin per-der su individualidad, pero reconociéndose copartícipesde un movimiento coordinado por la idea común. Enesto consiste una “escuela”, la Escuela Mexicana de Ar-quitectura, de la que fue el guía indiscutido.

Quiero terminar rememorando untestimonio más,del año 79, que puede ser visto comola síntesis de todasu prédica:

+ « + lo que se predica no es unaestética, sino una ética

profesional, la de una arquitectura que primero

conozca a fondo su problema y después alcance su

solución... Sin investigar es imposible imaginar

auténticas soluciones; y el arquitecto aislado de sus

hermanos y de los demás especialistas hará su bús-

queda inconsistente y sus conclusiones inoperantes.

¿O vamos nosotros, los arquitectos mexicanos, a pro-

seguir viviendo el absurdo camino que vivimos y

viven la mayor parte de los arquitectos del mundo:

condenar conformándonos,aceptar rechazandoy huirrelegandoa otros tiempos ya otros mexicanosla tarea

de realizar lo que no quisimos ni pudimosalcanzar?

Este es su legado. A nosotros nos toca decidir acerca

de su vigencia. Y)

Granja sanitaria, casa del conserje, Popotla, México D.E, 1929.