josé emilio pacheco 1939-2014

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Ensayos de Raúl Casamadrid, Héctor Ceballos Garibay y Arturo Morales Campos sobre José Emilio Pacheco

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PachecoJosé Emilio

1939-2014

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GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO

Salvador Jara GuerreroGobernador de Michoacán

Marco Antonio Aguilar CortésSecretario de Cultura

Paula Cristina Silva TorresSecretaria Técnica

Bismarck Izquierdo RodríguezSecretario Particular

María Catalina Patricia Díaz VegaDelegada Administrativa

Raúl Olmos TorresDirector de Promoción y Fomento Cultural

Argelia Martínez GutiérrezDirectora de Vinculación e Integración Cultural

Eréndira Herrejón RenteríaDirectora de Formación y Educación

Jaime Bravo DéctorDirector de Producción Artística y Desarrollo Cultural

Héctor García MorenoDirector de Patrimonio, Protección y Conservaciónde Monumentos y Sitios Históricos

Miguel Salmon Del RealDirector Artístico de la Orquesta Sinfónica de Michoacán

Héctor Borges PalaciosJefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura

CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES

RAfAEL TOvAR Y dE TERESA

Presidente

SAúL JUáREz vEgA

Secretario Cultural y Artístico

fRANCISCO CORNEJO ROdRígUEz

Secretario Ejecutivo

RICARdO CAYUELA gALLY

Director General de Publicaciones

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PachecoJosé Emilio

1939-2014

Gobierno del Estado de MichoacánSecretaría de Cultura

Consejo Nacional Para La Cultura y Las Artes

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Primera edición, 2014

dR © Raúl CasamadriddR © Héctor Ceballos GaribaydR © Arturo Morales Campos

dR © Secretaría de Cultura de MichoacánIsidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc,C.P. 58020, Morelia, MichoacánTels. (443) 322-89-00www.cultura.michoacan.gob.mx

Coordinación editorial:Héctor Borges Palacios

Diseño editorial y formación:Jorge Arriola Padilla

ISBN: En trámite

Impreso y hecho en México

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PresentaciónMarco antonio aguilar cortés 9

José Emilio Pacheco: su generación,sus batallas y sus inventariosraúl casaMadrid 11

Retrato de José Emilio Pachecoen tres tiemposHéctor ceballos garibay 27

Polifonía en El viento distante de José Emilio Pacheco: modernidad y tragediaarturo Morales caMpos 47

Índice

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Presentación

Marco antonio aguilar cortés

E n el mundo de la literatura durante el año 2014 se generó una baja significa-tiva y sentida: la muerte de José Emi-

lio Pacheco; obvio que por la calidad de sus obras y a través de ellas, sigue vigente en ese espacio de las letras; sin embargo, quedó con-cluida su producción personal en la cultura.

Con motivo de su fallecimiento, la Secre-taría de Cultura del Gobierno del Estado de Michoacán le rindió un homenaje con varios eventos. Uno de ellos fue un panel de textos leídos por reconocidos escritores michoaca-nos, ante un público participativo.

Parte de los asistentes solicitaron, en vir-tud de la calidad de los trabajos, que dichas re-flexiones se editaran, por lo que estamos res-pondiendo, con satisfacción, a ese pedimento.

Raúl Casamadrid leyó su trabajo bajo el título de José Emilio Pacheco: su generación, sus batallas y sus inventarios; con el encabezado de Retrato de José Emilio Pacheco en Tres Tiempos, Héctor Ceballos Garibay hizo lo propio; y,

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Arturo Morales Campos, nos presentó su en-sayo con el enunciado: Polifonía en "El viento distante" de José Emilio Pacheco: modernidad y tragedia.

Tres estilos, tres perspectivas, tres críti-cos, en esta obra que hoy se publica. Lo vale por José Emilio, pero sobre todo, lo merece el lector michoacano.

Mi invitación, estimado lector, es la de adentrarse a los aceptables niveles que las le-tras tienen en Michoacán y en México.

Morelia, Ciudad del Arte y la Cultura,Otoño del 2014.

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José Emilio Pacheco: su generación, sus batallas

y sus inventarios

raúl casaMadrid

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El poeta, ensayista, traductor, nove-lista, periodista, cuentista, profesor y antologador mexicano José Emilio

Pacheco Berny nació en la ciudad de México el 30 de junio de 1939. Fue integrante de la llamada Generación de los cincuenta o Genera-ción de medio siglo, compuesta por artistas y literatos nacidos durante el segundo cuarto del siglo XX.

De origen campechano, José Emilio estu-dió en la UNAM y ahí inició sus actividades literarias, en la revista Medio Siglo, de donde toma precisamente su nombre la Generación de los 50. Junto a Carlos Monsiváis compartió la dirección del suplemento de la revista Esta-ciones; fue secretario de redacción de la Revista de la Universidad de México y de México en la Cultura, suplemento de Novedades, y fue jefe de redacción de La Cultura en México, suple-mento de Siempre! Fue especialista en litera-tura mexicana del siglo XIX, investigador del Centro de Estudios Históricos del Instituto

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Nacional de Antropología e Historia (INAH) y profesor en la Universidad Nacional Autóno-ma de México, en el Colegio de México y en otras prestigiadas universidades de Estados Unidos y Europa.

Ganó una veintena de importantes pre-mios; entre ellos, recibió el Premio Cervantes (2009); el Premio Reina Sofía de Poesía Ibe-roamericana (2009); el José Donoso (2001); el Octavio Paz (2003); el Pablo Neruda (2004); el Ramón López Velarde (2003); el José Asunción Silva (1996); el Xavier Villaurrutia (1973); el García Lorca (2005) y el Premio Alfonso Reyes otorgado por El Colegio de México (2011). Como académico, José Emilio Pacheco fue miembro de El Colegio Nacio-nal desde 1986; creador emérito del Sistema Nacional de Creadores Artísticos (SNCA) y miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua en mayo de 2006 y del Semina-rio de Cultura Mexicana.

En México, la Generación de los 50, tam-bién nombrada Generación de Medio Siglo, sur-ge en un período de transformaciones econó-micas, políticas y culturales, y de ruptura con

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los viejos valores revolucionarios. La sociedad mexicana estaba cambiando, la población cre-cía cada vez más y del interior de la Repúbli-ca había un alto índice de migración hacia la capital; los espacios urbanos se desarrollaban aceleradamente: a principios de los años cin-cuenta proliferaban los centros nocturnos, los cines, las cafeterías, los teatros, los restau-rantes y las librerías; eran punto obligado de reunión para aquéllos que gastaban su tiempo libre en las calles iluminadas y bulliciosas de la capital.

Ciudad Universitaria, recién inaugurada en los terrenos del Pedregal de San Ángel, la Escuela Nacional Preparatoria de San Ilde-fonso, el Colegio Nacional, la Casa del Lago de Chapultepec, la Academia de la Lengua, el Palacio de las Bellas Artes, el Café Paris en Avenida Reforma, el Club Leda y las grandes librerías de la época (la Robredo, la Porrúa, la Madero, la del Sótano y las de Cristal, entre otras) eran puntos de confluencia que abrían espacios plurales a la conversación, a las ter-tulias y a la amplia red de conferencias, expo-siciones y mesas redondas que llenaban la vida cultural de la capital del país.

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Esta generación no estaba sólo formada por poetas y escritores, sino por todo tipo de artistas e intelectuales. La lista es larga: ha-bía historiadores como Eduardo Blanquel, Luis González, Miguel León Portilla, Jorge Alberto Manrique, Xavier Moysen y Román Piña Chan; lingüistas, como Antonio Alatorre, Margrit Frenk y José Pascual Buxó; científico sociales, como Guillermo Bonfil, Víctor Flo-res Olea, Pablo González Casanova, Arturo Warman, Ifigenia Martínez, Rafael Segovia y muchos más.

También estaban los filósofos del grupo Hyperión, entre cuyos miembros más destaca-dos se encontraban: Samuel Ramos, Ricardo Guerra y Luis Villoro, Leopoldo Zea, Jorge Portilla y Emilio Uranga. Este grupo se em-peñó en construir una filosofía de lo mexicano, una filosofía como "saber de salvación", que influyó definitivamente en escritores como Octavio Paz.

Había pintores, como los hermanos Pedro y Rafael Coronel, Lilia Carrillo, José Luis Cue-vas, Manuel Felguérez, Kasuya Sakai, Alber-to Gironella, Fernando García Ponce, Vlady y

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Roger Von Günthen. Junto a ellos estaban, por supuesto, los autores teatrales: Héctor Azar, Emilio Carballido, Juan José Gurrola, Luisa Josefina Hernández, Vicente Leñero, Juan José Arreola y Sergio Magaña. Y, entre los poetas: Isabel Fraire, Ulalume González de León, Jai-me García Terrés, Eduardo Lizalde. Marco Antonio Montes de Oca, Ruben Bonifaz Nuño, Álvaro Mutis, Jaime Sabines, Tomás Segovia, Luis Rius, Gabriel Zaid y muchos más.

Los años cincuenta constituyeron, históri-camente, el impulso a la inversión económica y el crecimiento de la ciudad, La Generación de Medio Siglo representó, por su parte, "una pri-mavera florida" en las letras mexicanas, con es-critores como Inés Arredondo, Josefina Vicens, Huberto Bátis, Julieta Campos, Henrique Gon-zález Casanova, Jorge Ibarguengoitia, Amparo Dávila, José De la Colina, Salvador Elizondo, Sergio Fernández, Carlos Fuentes, Sergio Ga-lindo, Juan García Ponce, Carlos Valdés, Ricar-do Garibay, Juan Vicente Melo, Ernesto Me-jía Sánchez, María Luisa La China Mendoza, Margo Glantz, Luis Guillermo Piazza, Sergio Pitol, Alejandro Rossi, Edmundo Valadés, Ser-gio Pitol y, destacadamente, Carlos Monsiváis

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y José Emilio Pacheco. Ellos fueron parte de una fase histórica rodeada de progresos en casi todos los órdenes; sus preocupaciones giraron en torno a problemas filosóficos, históricos, li-terarios y políticos. Algunos miembros de esta generación establecieron nexos desde la ado-lescencia y durante la juventud; muchos llega-ron de provincia y otros más eran extranjeros.

Monsiváis y Pacheco fungieron, de algu-na manera, como una especie de anfitriones citadinos para todos aquellos jóvenes que mi-graron hacia el centro y arribaron con avidez por integrarse al medio cultural capitalino: Inés Arredondo, de Sinaloa; Huberto Bátis y Carlos Valdés, de Guadalajara; Jorge Ibar-güengoitia de Guanajuato; los hermanos Pe-dro y Rafael Coronel, de Zacatecas; Juan Vi-cente Melo, Sergio Pitol y Sergio Galindo, de Veracruz; los hermanos Juan y Fernando García Ponce, de Mérida; José Carlos Becerra, de Tabasco y así muchos creadores más.

La Generación de Medio Siglo llegó a ejer-cer una influencia colectiva en las aulas uni-versitarias mediante revistas, libros, artículos, mesas redondas, conferencias y reuniones;

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así, sus integrantes educaron ideológicamen-te a la siguiente generación intelectual, con una crítica al viejo orden revolucionario que, a fuerza de institucionalizarse, se había anqui-losado. Abarcaba la Generación a un extenso y variado número de individuos y procesos quienes, sin embargo, podrían pensarse todos como parte de una misma voluntad crítica a la realidad mexicana, pues fueron producto de las mismas lecturas y de la posibilidad de vivir finalmente de sus investigaciones inte-lectuales y artísticas.

Estos artistas, literatos y académicos se percataron por igual del agotamiento del nacio-nalismo cultural como vehículo de expresión y empezaron a dar visos de una producción de ideas que la cuestionaba. Fue una generación que, en voz de José Luis Cuevas -entonces muy joven pintor- haría un llamado a romper con la trabazón de “la cortina de nopal”, impuesta por el nacionalismo revolucionario.

Sin embargo, la actitud de Carlos Mon-siváis y de José Emilio Pacheco fue doble-mente importante: por un lado criticaron esta momificación de los valores que animaron el

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proceso revolucionario y su consecuente ins-titucionalización; y, por el otro, rescataron la comprensión y el entendimiento de la parte tradicional y de las raíces que dan luz y ali-mentan los procesos identitarios del mexi-cano. Y lo hicieron con profundidad en sus planteamientos, pero también con humor en sus descripciones. Monsiváis, crítico e iróni-co, lleno de gracia y calidez en sus ensayos; y Pacheco -como un artista en toda la exten-sión de la palabra- impregnó a su poesía y a su narrativa en la esencia de la mexicanidad que emana de un profundo conocimiento de la historia del país, de la condición ideológica del mexicano, y de los procesos que rigen, ya no solo a la mexicanidad, sino a lo mexicano in-serto en la globalidad mundial de hoy en día. Es decir, José Emilio Pacheco se alzó como un escritor de talla internacional.

José Emilio escribió su último Inventario la noche en que cayó enfermo, y lo dedicó a Juan Gelman. Aquí hay que hacer un pequeño pa-réntesis para mencionar que su columna In-ventarios, en la revista Proceso, constituye quizá una de las piezas más importantes y bellas de la literatura escrita en nuestra lengua: tenía

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la virtud de ser un espacio libre donde cabía la nota ensayística, el poema, el cuento, la his-toria, el homenaje y el artículo periodístico de actualidad. Redactado cada Inventario con una prosa exquisita, en estos textos Pacheco hacía gala (siempre con modestia) de una enorme erudición. Sus textos daban luz sobre aspectos muchas veces importantísimos que se habían extraviado en la Historia. Conjugaba detalles prácticamente desconocidos con realidades que a veces rayaban en lo inaudito y en lo increíble.

Además, se daba el lujo de describir un hecho histórico como si los acontecimientos reales no hubieran sucedido (como por ejem-plo: qué hubiera acontecido si Juárez, Obre-gón o Colosio no hubieran muerto), dándole una perspectiva literaria a la Historia y un giro dramático a la realidad. La edición de to-dos sus Inventarios será, sin duda, una pieza fundamental dentro del canon de la literatura mexicana. Firmaba por cierto, sus Inventarios con la modestia que lo caracterizaba, sólo con sus iniciales JEP.

Regresando a la última nota que escribió, en ella describe a Juan Gelman como el “mejor

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poeta vivo de la lengua”, y quien, a partir del día de su fallecimiento, se habría vuelto “uno de nuestros clásicos modernos”. Pues bien, una vez desaparecido el poeta argentino, la crítica estará de acuerdo en que, al menos durante los pocos días en que le sobrevivió, Pacheco se con-virtió en el sucesor de Gelman como el mejor escritor de nuestra lengua. No se trata –para-fraseando a Kennedy– de lo que el poeta mexi-cano hizo por su país, sino de lo que México hizo por José Emilio Pacheco y la manera en la que él supo retribuirle. Él amó a México como el que más y nos enseñó a sus lectores a amarlo a partir de conocerlo y de comprenderlo.

Dedicado en cuerpo y alma a las letras, también su obra estuvo ligada al cine, el cual se impregnó –de su obra narrativa- con esta sensación de la vida como un conflicto: del mundo como una batalla llena de marcas temporales y espaciales donde reina el tiempo, su devenir, y su inescrutabilidad. Su primer contacto creativo con el séptimo arte fue durante el Primer Concurso de Cine Experimental, de 1965, donde se exhibió con gran éxito El viento distante, película compuesta por tres episodios, cada uno con su

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propio director: El parque hondo, realizada por Salomón Laiter, Tarde de agosto, de Manuel Michel y El encuentro, de Sergio Béjar. El parque hondo y Tarde de agosto se inspiran en dos cuentos homónimos de José Emilio Pacheco. Posteriormente, participó junto con Arturo Rípstein en la elaboración del guión de El castillo de la pureza, una película multipremiada que trata sobre el terrible caso de la vida real en que un hombre encierra durante largos años a toda su familia dentro de su propia casa, intentando así no exponer a sus hijos a la contaminación de un mundo corrupto y amoral.

Al fin, en 1987, Alberto Isaac lleva a la pantalla grande una adaptación de la novela Las batallas en el desierto, con el nombre fílmico de Mariana, Mariana. Se trata de una película planeada por José El Perro Estrada, cuya prematura muerte, antes de iniciar el rodaje, depositó el proyecto en las manos de Alberto Isaac. Destaca en este filme el guión de Vicente Leñero, la fotografía de Daniel López y la edición de Carlos Savage.

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Se trata de una película cuyo personaje principal no es sólo Carlitos, el niño que llega a fines de los años cuarenta con su familia de Guadalajara, para instalarse a vivir en la ciudad de México, sino la propia ciudad que fue también uno de los grandes amores del autor de la novela. Es notable como, al igual que Rulfo, a José Emilio Pacheco únicamente le bastó escribir una novela para situarse entre los mejores novelistas mexicanos del siglo pasado.

Es de llamar la atención la cantidad de personas –muchos de ellos gente joven– que se presentó en el Colegio Nacional de las ca-lles de Donceles, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, a presentarle sus respetos en el homenaje que de cuerpo presente allí se llevó a cabo. Esto nos habla de la calidad ar-tística de un persona que trascendió y superó con su estatura moral las expectativas que el mundo moderno guarda para con los creado-res intelectuales.

En más de cincuenta años de actividad creativa, José Emilio Pacheco deja una obra concentrada, pulida, dialogante con la cultura

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de todos los tiempos y de todos los orígenes. Lo mismo en la poesía, en la narrativa, en la crónica o en el ensayo cada página es una gran metáfora interna que crea relaciones insospe-chadas y “un diálogo latente entre los vivos y los muertos”.

30 de enero de 2014.Cd. de Morelia, Michocán.

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Retrato de José Emilio Pacheco en tres tiempos

Héctor ceballos garibay

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Fue un viernes de junio de 2003 cuando tuve la suerte de platicar por primera vez con José Emilio. Ocurrió en More-

lia durante una tarde imantada por el calor de la amistad y la impronta gozosa de la poesía. En el recinto –el auditorio de la Escuela de Letras- el público escuchaba atento los versos del bardo capitalino, quien visitaba la ciudad a fin de estar presente en el homenaje a su gran amigo José Carlos Becerra, autor fallecido en un trágico accidente automovilístico en Euro-pa, cuando apenas tenía 33 años.

Al finalizar el acto principal, con la noche despuntando, los funcionarios de la Secretaría de Cultura me convidaron a la cena que se ofrecía para las figuras estelares del encuentro literario. Hugo Gutiérrez Vega, con quien tenía amistad a partir de que me había publicado textos en La Jornada Semanal, aceptó trasladarse al restaurante Las Mercedes en mi

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coche. Durante el corto trayecto, acompañados por mi esposa Magui, ambos lamentamos que José Emilio fuera un mal lector de su poesía, pues carecía de buena dicción, manejo del escenario, destreza mímica y versatilidad en la entonación. ¿Por qué razones, se preguntaba Hugo en voz alta, José Emilio no permitía que otros más avezados que él leyeran con elocuencia su valioso material literario? Y tal pregunta, pensé, podía hacerse también a multitud de excelentes escritores, incluido Octavio Paz, cuyos versos se escucharían mejor en las voces de lectores profesionales.

Ya sentados a la mesa, Magui y yo que-damos ubicados en el mejor de los sitios po-sibles: Hugo a la izquierda y José Emilio a la derecha. ¡Bendita noche! El ilustre escritor, aprovechando un interludio gastronómico, me comentó que había leído con admiración la obra de José Ceballos Maldonado, mi padre; agregó un agradecimiento a mi persona por los varios libros de mi producción que le había dejado como regalo en las oficinas de Proce-so. De inmediato anhelé que agregara alguna opinión sobre mis textos, pero evitó el tema y volvió a concentrarse en sus alimentos. Era

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costumbre mía, desde que publiqué mi libro sobre Foucault, en el lejano 1988, visitar el edificio de la revista en la colonia Del Valle y dejarles ejemplares dedicados a Julio Scherer, Vicente Leñero, Miguel Ángel Granados Cha-pa y José Emilio Pacheco (JEP), autor de los célebres Inventarios. Tuve, desde entonces, la curiosidad de saber si habían leído mis textos.

Transcurría con altibajos la velada, has-ta que José Emilio protagonizó la tertulia con su riquísimo anecdotario, mezcla afortunada de datos eruditos y sabrosos chismes sobre las grandezas y miserias que aderezan la vida diaria de los escritores, tan avasallados por la vanidad personal. Ahí, con su estilo trompica-do y su memoria prodigiosa, relató a los co-mensales dos historias deliciosas que resumo aquí, excusándome si no reproduzco fielmente la manera como nos fueron expuestas en aquel momento sublime.

En la primera estampa aparecen Salvador Novo y Rodolfo Usigli, el día de la inaugura-ción de la puesta en escena de El Gesticulador en el Palacio de Bellas Artes. El mundillo li-terario sabía de la envidia mutua que existía

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entre ambos escritores, pero nadie hubiera imaginado que al toparse casualmente a la salida del recinto cultural, la disputa perso-nal terminaría en una sonora cachetada pro-pinada por el poeta al dramaturgo. Ante ta-maña escandalera, los periodistas le pidieron a Novo que explicara la causa de su reacción extrema; y su respuesta, dicha con parsimo-nia, fue que no había sido una cachetada sino que, emocionado por el éxito rotundo de la obra y por los vítores interminables en ho-nor al autor de la pieza teatral, simplemente había proseguido los aplausos del público…pero en la cara de Rodolfo.

La segunda estampa tiene como personajes a Salvador Novo, otra vez, y al poeta tabasqueño Carlos Pellicer, amigos cercanos y miembros del grupo literario Contemporáneos; ambos conocidos por su predilección homosexual. En el primer caso, expresada de manera abierta y ostentosa; y en el segundo, de forma sigilosa y discreta. Cierto día, el azar hizo que se encontraran en la Alameda Central. Carlos iba acompañado de un jovencito apuesto, y al ver a lo lejos a Salvador intentó escabullirse del lugar con

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prontitud. Al percatarse de la intentona de escapatoria de su colega, Novo apresuró el paso y con morboso placer se parapetó frente a la pareja. No hubo más remedio, pues, que hacer las presentaciones de rigor: “Salvador, te presento a mi sobrino”, dijo Carlos. Con sonrisa malévola, Novo exclamó: “Sí, conozco bien a este muchachito, el año pasado le tocó ser mi sobrino”.

En aquella velada inolvidable, al amparo de una Morelia refulgente de belleza, me que-dó claro que José Emilio no sólo era un sabio en asuntos capitales de la historia universal y nacional, sino que también tenía un gusto muy peculiar por el detalle específico, sin que impor-tara lo nimio que éste fuera. Así entonces podía memorizar datos precisos de lugares, fechas, vidas, obras y contextos que, bien estructura-dos en su poderoso intelecto, conformaban una sapiencia coherente e integral. Su pasión-ob-sesión por conocer el significado trascendente tanto de la literatura como de la sociedad en general nunca se contrapuso a su deleite por atesorar información de sucesos aparentemen-te triviales, los cuales en realidad descubrían matices muy propios de la condición humana.

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Otro dato revelador de la personalidad de José Emilio sucedió durante aquella cena donde también salió a relucir la problemática política del país, una preocupación constante que atizaba el ánimo proverbialmente pesi-mista del poeta. Y en medio de las críticas a la politiquería nacional, el escritor suspen-dió súbitamente sus comentarios al recordar que ya era la hora de reportarse con Cris-tina, la compañera que con tanta ventura le deparó el destino. Se excusó y salió en bus-ca de una cabina telefónica callejera, ya para entonces muy escasas en la ciudad. Magui, que lo acompañó en esa insólita travesía noc-turna, le rogó que aceptara usar su celular y así evitarse molestias. El escritor, amable-mente pero con firmeza, se negó a utilizar el artilugio que ella le ofrecía y prefirió seguir caminando hasta encontrar el ansiado teléfo-no público, donde por fin pudo intercambiar saludos con su esposa. A su regreso al con-vivio, José Emilio tenía un rostro radiante: ya sabía las novedades de los suyos, entonces podía seguir tranquilamente la velada: rego-cijándose con su propia plática amenísima y encantándonos con su sabiduría sin par.

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Unas horas antes, en la mesa redonda que me correspondía y antes del recital poético que nos brindó José Emilio, yo había diser-tado en torno a los hitos histórico-culturales que enmarcaron la poesía de José Carlos Be-cerra, y que son los mismos de la gloriosa Generación del Medio Siglo, a la que también pertenecen Pacheco y escritores de la talla de Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Fer-nando del Paso, Vicente Leñero, Sergio Pitol, Sergio Galindo, Juan Vicente Melo, Eduardo Lizalde, etc. Expuse en mi breve intervención la curiosa paradoja de que precisamente en los diez años de mayor autoritarismo políti-co padecidos en el México contemporáneo, entre 1958 y 1968, durante los gobiernos de López Mateos y Díaz Ordaz, fue también una de las épocas más gloriosas de la literatura y el arte nacionales. En efecto, la asfixiante conjunción del presidencialismo absolutis-ta, el corporativismo sindical y la presencia aplastante del partido de Estado no fueron obstáculo, sino más bien un estímulo intelec-tual para que aconteciera una producción es-tética excepcional. El propio Becerra publicó su iluminador poemario, Relación de los hechos, en 1967.

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En las artes plásticas floreció la Genera-ción de la Ruptura: José Luis Cuevas, Vicente Rojo, Pedro Coronel, Lilia Carrillo, Juan So-riano, Carlos Mérida, García Ponce, Manuel Felguérez, etc., quienes dejaron atrás los cli-chés ideológicos de la “cultura del nopal” y gracias a ello pudieron experimentar con la abstracción, el neo expresionismo y muchas otras técnicas en boga durante los años sesen-ta. Una década convulsa cuando hizo furor la revuelta juvenil, los movimientos contestata-rios (feministas, gays, pacifistas, negros) y la contracultura sicodélica: la revolución sexual, la ruptura generacional y la experimentación con drogas, sobre todo en los conciertos masi-vos del rock.

La creación literaria mexicana igualmente se caracterizó por su ánimo experimental, muy a tono con la “nueva novela francesa” (Alain Robbe-Grillet, Claude Simon, Michel Butor) y en línea paralela a la variada propuesta esté-tica de la novelística norteamericana (Saul Be-llow, Norman Mailer, William Styron, Philip Roth, J.D. Salinger, etc.), influencias nutricias cuyo punto de convergencia se remontaba a las obras señeras de los autores vanguardistas

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de las primeras décadas del siglo XX: Proust, Joyce, Woolf, Mann, Faulkner. Imposible dejar de mencionar el benigno influjo de la litera-tura del boom latinoamericano: Vargas Llosa, García Márquez, Julio Cortázar y compañía, quienes dejaron su huella narrativa y también abrevaron de las mejores novelas de los auto-res tanto del Medio Siglo como de la literatura de la onda: José Agustín, Gustavo Sainz y Par-ménides García Saldaña. Así entonces, desde la publicación de La región más transparente de Carlos Fuentes, en 1958, proliferó la edición en los años sesenta de una larga lista de textos im-portantes en nuestra literatura. Aludí, por eco-nomía de tiempo, sólo a novelas: Los albañiles, de Vicente Leñero; Farabeuf, de Salvador Eli-zondo; La señal, de Inés Arredondo; José Tri-go, de Fernando del Paso; Morirás lejos, de José Emilio Pacheco; La obediencia nocturna, de Juan Vicente Melo; Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia; Gazapo, de Gustavo Sainz; De perfil, de José Agustín; obras que se dieron la mano con el auge sin parangón de las revistas y los suplementos literarios: La Revista Mexicana de Literatura, La Revista de la Universidad, Cua-dernos de Bellas Artes, Cuadernos al Viento, Diálo-gos, México en la Cultura y La Cultura en México.

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Este esplendor artístico sucedió, dije en mi intervención, no obstante el clima represivo impuesto por los gobiernos priístas de aquella época, cuando padecían cárcel Demetrio Va-llejo, Valentín Campa y Siqueiros, se asesinó al líder campesino Rubén Jaramillo y a su fami-lia, ocurrió la represión del movimiento de los ferrocarrileros y los médicos, y se produjo la matanza de Tlatelolco. Y a pesar de la antide-mocracia y la mojigatería reinantes en el país, escritores como Becerra y Pacheco formaron parte de una generación de artistas que, al conjuntar su luz estética con las protestas po-líticas y civiles de la sociedad, contribuyeron de manera crucial al parteaguas histórico que surgiría a partir de 1968.

2

El 30 de enero, cuando apenas alboreaba este año, salí precipitadamente de Uruapan rumbo a Morelia para participar en una mesa redonda organizada por la Secretaría de Cultura. El objetivo, noble y oportuno, consistía en rendirle un homenaje luctuoso a José Emilio Pacheco, quien había fallecido el día 26, producto de un accidente doméstico. Sabía yo,

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por amigos comunes, que el escritor padecía achaques en sus piernas y espalda, pero nada de gravedad. Además de tristeza, la noticia me produjo sorpresa pues en mi memoria aún persistía la grácil imagen de un rostro rozagante y extasiado por el júbilo a raíz de la cauda de premios que en el transcurso del 2009 reconocieron el valor de su obra literaria: el Premio Reina Sofía, la Medalla de Oro de Bellas Artes y, sobre todo, el Premio Cervantes de Literatura. Fue en ese contexto de algarabía y tributos prestigiosos a su obra que platiqué nuevamente con él, acaso unos quince minutos, en los pasillos de la Feria Internacional de Guadalajara correspondiente a ese año tan halagüeño para él. Me dio gusto percatarme que el poeta no había sufrido ofuscación alguna por culpa de la celebridad, ya que su trato con las personas seguía siendo el mismo de siempre: amable y respetuoso. A penas nos adentrábamos en comentarios más de fondo, luego de las salutaciones de rigor, cuando con mucho tacto se excusó dado que no podía conversar más tiempo conmigo: lo estaban esperando para una entrevista de prensa. Lo vi marcharse con su timidez a cuestas, como si a pesar de su felicidad evidente

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lamentara el no poder estar en su biblioteca leyendo libros y periódicos, quizá su mayor placer en la vida.

¿Qué dije de José Emilio durante esa tarde apacible y lúgubre en Morelia, rodeado de escritores y estudiantes que ocupaban los asientos del acogedor auditorio de la Casa Natal de Morelos? Hablé, a vuelo de pájaro, de sus principales facetas creativas y de su papel como un intelectual rara avis en nuestro país. Comencé ponderando al traductor notable que con sus versiones personalísimas y al mismo tiempo precisas le había dado un nuevo lustre en nuestro idioma a ciertas obras de autores emblemáticos de la literatura universal: T. S. Eliot, Oscar Wilde, Cavafis, Tenesse Williams, Samuel Beckett y Marcel Schwob. En su calidad de poeta insigne de la lengua española, expuse lo que a mi juicio son las aportaciones principales del bardo, cuya obra completa está compilada en el libro Tarde o temprano: el estilo directo y coloquial; la técnica rigurosa e impecable; y el talante hipercrítico, pesimista y hasta apocalíptico. Un ánimo iracundo y desesperanzado que contrastaba, sin duda, con su personalidad plena de instinto vital,

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generosidad hacia sus congéneres y apego amoroso a sus amigos y familiares. Pacheco, que conocía como nadie la poesía del siglo XX, contribuyó al torrente lírico contemporáneo no tanto en virtud de su capacidad metafórica, como lo aseveró Carlos Monsiváis, sino más bien por habernos revelado la belleza sonora y el sentido profundo que subyace en el lenguaje cotidiano. En este sentido, Pacheco logró su cometido de legar una obra trascendente en la historia de la literatura mexicana gracias a su producción poética, el oficio creativo al que le dedicó más tiempo y devoción a lo largo de su fructífera vida.

Dicho lo anterior, no le resultó sorpresivo al público lo que expuse a continuación: que tanto los libros de cuentos como las novelas de José Emilio, habiendo sido importante en su momento Morirás lejos (1967) y todavía muy popular Las batallas en el desierto (1981), no constituían sin embargo su parte más glo-riosa. Ahora bien, con independencia de las ponderaciones literarias de largo plazo, apro-veché la ocasión para precisar que a mí lo que más me enriquece y cautiva de la obra de Pa-checo no son sus poemas ni su narrativa, sino

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sus Inventarios, es decir, su prosa periodística, la cual, desdichada y extrañamente, él nunca permitió que se publicara parcial o integral-mente en uno o varios libros. Lo maravillo-so de estos ensayos breves –aunque también incluyo en este apartado sus Prólogos exten-sos sobre el Modernismo, Federico Gamboa y Salvador Novo- reside en ese cúmulo de des-treza literaria donde se conjunta la erudición del autor, la investigación pormenorizada y la forma diáfana y coherente de exponer el tema o los temas abordados. ¡Joyas de precisión, concisión y sustancia prosística! ¡Un caudal de conocimientos divulgados generosamente en unas cuantas páginas!

Terminé mi intervención con una caracterización rápida del tipo de intelectual que fue José Emilio, más de la estirpe de Alfonso Reyes que del linaje de Octavio Paz o Carlos Fuentes, acostumbrados a lucir su carisma en escenarios amplios y diversos. Pacheco, por el contrario, no obstante ser un connotado promotor cultural en revistas y periódicos, huía de las candilejas y repudiaba cualquier complicidad con las redes corruptoras del poder privado o estatal. Le eran sagrados su

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autonomía e independencia y su tiempo para leer y escribir. Resultado de su integridad personal e intelectual, además de ser admirado como escritor asimismo fue muy querido por sus pares y por las nuevas generaciones.

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El 5 de marzo del 2010 leía en mi casa, vía In-ternet, las noticias del día en El País. De pron-to visualicé en el costado derecho un anuncio llamativo: José Emilio Pacheco estaba en ese preciso momento en una plática virtual con los lectores del periódico español. Tal encuen-tro con los internautas del mundo se hacía en el marco del Congreso Virtual de la Lengua, or-ganizado por Babelia, el magnífico suplemento literario del emporio periodístico, y era parte del preámbulo a la entrega del Premio Cer-vantes al escritor mexicano, a verificarse en Madrid el ya cercano 23 de abril.

Luego de pensarlo un rato, decidí escribir mi pregunta al poeta, sin saber cuánto tardaría él en contestarme usando la magia del ciberes-pacio. Eran las 18:50 horas cuando apunté en el espacio correspondiente:

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“José Emilio, es un gusto saludarte. ¿Por qué, teniendo tu talento y tu sabiduría, todavía no nos has regalado un ensayo de largo alien-to? Tenemos tus maravillosos Inventarios, pró-logos y notas, pero creo que un ensayo literario tuyo se convertiría de inmediato en un clásico, tal como lo son algunas de tus novelas y poe-mas. ¿Tienes algún proyecto al respecto?”

De inmediato, dejándome perplejo, apare-ció la respuesta de José Emilio:

“Héctor, el gusto es mío. Lamento decir que no me fue dado el talento para esa empre-sa. Más bien, hago crónicas y notas, aunque por supuesto me encantaría escribir ensayos. Tampoco tuve la oportunidad: hacer estos tra-bajos fue siempre "prosa de prisa", un medio de ganarme la vida para hacer mis relatos y mis poemas. Tengo miles de proyectos pero ya no, por desgracia, ni el tiempo ni la energía para llevarlos a buen término. Tú estás ha-ciendo, y muy bien, lo que ya no pude hacer”.

Al terminar de leer el párrafo la euforia ego-céntrica me invadió por completo. Por fin había hallado la respuesta a mis dudas: José Emilio,

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por lo menos él, había leído aquellos libros míos dejados con tanta ilusión en las oficinas de Pro-ceso. Y por si ello no fuera suficiente, elogiaba mi trabajo en su respuesta. Minutos después, ya tranquilo, comencé a llamar por teléfono a varios amigos escritores para relatarles lo suce-dido. Uno por uno, sin darle mayor importancia a mi asunto, se concentraron en contarme sus propias vicisitudes con el poeta, presumiéndome con entusiasmo los elogios recibidos: recomen-dó mi libro a la editorial x, dijo que mi poemario era el mejor del año, le fascinó mi artículo de la semana pasada, me citó en su Inventario…Al terminar ese día de emociones intensas, llegué a una conclusión definitiva sobre los sucedido: José Emilio no sólo era un sabio y uno de los intelectuales más destacados que han nacido en este país, también poseía el raro don de ser un hombre bueno, alguien que podía recurrir a las verdades a medias o a las mentiras completas con tal de apoyar a sus colegas escritores para que siguieran el camino ejemplar por él trazado, probablemente su mejor lección: amar a la lite-ratura por sobre todas las cosas.

9 de septiembre de 2014, Sés Jarháni,Uruapan, Michocán.

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Polifonía en El viento distante de José Emilio Pacheco:

modernidad y tragedia.

arturo Morales caMpos

Facultad de letras u.M.s.n.H.

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1. Introducción.

La agresividad de los embates de la Moder-nidad en México es uno de los temas más re-currentes en la obra de José Emilio Pacheco. Un ejemplo claro de esto es su tan reconocida novela Las batallas en el desierto, de 1981. El libro de cuentos (publicado por primera vez en 1963 y que ha presentado varias transfor-maciones desde 1969) El viento distante se ca-racteriza por contener una serie de historias en los que niños o jóvenes son los protagonis-tas principales. El cuento homónimo, El viento distante, no es la excepción.

A pesar de su brevedad, es un texto com-plejo en suma. Dos son las razones funda-mentales que contribuyen en tan difícil im-bricación, a saber: la polifonía (la presencia de varias voces narrativas) y el ambiguo final.

Trataremos de abordar ambas estrategias narrativas para localizar un conflicto entre

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dos visiones antagónicas, desde donde se per-cibe parte del mundo, moderna una y anacró-nica la otra.

Como segundo objetivo, deseamos unir-nos al merecido homenaje en memoria del escritor mexicano José Emilio Pacheco (1939-2014). Consideramos que la mejor manera de hacerlo es la de resaltar la importancia y actualidad de su obra a través de un análisis (siempre incompleto) del cuento mencionado.

2. Información preliminar.

Notamos tres grandes partes en el cuento. En la primera, la voz narrativa extradiegética nos presenta el panorama de una barraca que fun-ciona como espacio para presentar un espec-táculo propio de las ferias ambulantes. El am-biente es denso en la barraca, el aire y el calor contribuyen a esa pesadez. La relación que sos-tiene el dueño del lugar con una “niña-tortuga”, Madreselva (quien es parte esencial del espectá-culo), y el ambiente mantiene una determinada reciprocidad. El recuerdo del hombre acerca de un pasado contrastante con el presente abre una especie de vacío casi insalvable entre él y la niña.

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En la segunda parte, de manera abrupta, el relato cambia de voz narrativa. Un joven que visita, junto con una chica, Adriana, la feria ambulante nos describe algunas de las atrac-ciones del lugar. Debido a ciertas referencias, notamos que en ellos también existe un pasa-do que choca fuertemente con el presente.

En algún momento, la pareja se detiene frente a la barraca en la que se exhibe la “tra-gedia” de Madreselva y ambos deciden entrar. Al final del espectáculo, Adriana expresa re-pudio por lo que acaba de presenciar. El jo-ven, con una actitud un tanto jactanciosa, le explica el supuesto truco del espectáculo: el hombre es ventrílocuo y un efecto óptico hace ver a Madreselva dentro de una pecera, como si fuera una tortuga. Para comprobarlo, el joven invita a Adriana a espiar por entre una rendija de la barraca la escenificación del espectáculo. Después de un minuto, se apartan del lugar; perturbado, el joven nos explica: “–y nunca hemos hablado del domingo en la feria.”

Finalmente, la tercera parte retoma la voz extradiegética para desvelarnos lo que real-mente ocurre entre el hombre y Madreselva:

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el abismo al que aludimos consiste en que esta pareja subsiste gracias al espectáculo de Ma-dreselva, dirigido por el hombre quien podría ser su padre.

3. El espacio ficcional.

Tanto el narrador extradiegético como el jo-ven, de manera escueta, nos aportan datos de los espacios y el ambiente en los que se desa-rrolla el relato. El primero dice: “La noche es densa y árida. El aire se ha detenido en la ba-rraca. Sólo hay silencio en la feria ambulante.”

Por su parte, el joven explica:

Para matar las horas, para olvidarnos de nosotros mismos, Adriana y yo vagába-mos por las desiertas calles de la aldea. En una plaza hallamos una feria ambu-lante y Adriana se obstinó en que subié-ramos a algunos aparatos.

Más adelante, abunda:

Hastiados del amor, de las palabras, de todo lo que dejan las palabras, encon-

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tramos aquella tarde de domingo un si-tio primitivo que concedía el olvido y la inocencia. Me negué a entrar en la casa de los espejos, y Adriana vio a orillas de la feria una barraca sola, miserable.

El primer narrador nos ofrece un concepto altamente significativo: ‘barraca’, puesto que expresa nociones de ‘rusticidad’, ‘precariedad’, ‘pobreza’, ‘improvisación’, ‘transitoriedad’, ‘anacronismo’, entre otras. La densidad del aire, el silencio y el calor acentúan, como ya dijimos, las nociones anteriores, además de la difícil relación entre el hombre y Madreselva.

Por su parte, el joven expone los términos ‘desiertas’, ‘aldea’, ‘primitivo’, ‘sola’ y ‘miserable’.

Notemos que las descripciones concuer-dan, sin tomar en cuenta que los jóvenes, a su vez, mantienen una relación conflictiva. Mas debemos detenernos en la posición desde la que se emiten ambos discursos. La coinciden-cia nos permite dilucidar la clase social a la que pertenecen las dos voces narrativas; la distancia que mantienen con la otredad mate-rial circundante y el lenguaje evidencian una

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oposición, en principio, tajante, cuyos polos podrían ser moderno/atrasado. Más adelan-te, veremos que la anterior dicotomía encierra una relación dialéctica entre sus extremos.

Las atracciones de la feria ambulante —la rueda de la fortuna, el látigo, las sillas voladoras, juegos de destreza, la casa de los espejos, etc.—, por la forma en las que se presentan, tienen un rasgo de tradicionalidad que contrasta con el de Modernidad. Pensemos, por ejemplo, en la máquina de los choques eléctricos y el pájaro amaestrado que adivina el futuro. Notemos, por el contrario, que la tecnología de los juegos mecánicos y del aparato de los choques eléctricos nos habla de instrumentos que, para cierta época pasada, se insertaban en una constelación nacional que va acorde con la Era Moderna. El caso particular del número de Madreselva, empero, tiene una larga historia que se extiende hasta las representaciones circenses ambulantes medievales1, en las que era común exhibir seres humanos y animales con alteraciones

1 Incluso, algunas crónicas refieren que ciertos gober-nantes indígenas de Mesoamérica se complacían con la muestra de seres con características semejantes.

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genéticas congénitas, que estigmatizaban de “monstruosos” o “diabólicos” a dichos individuos.

Ahora bien, la misma barraca de Madre-selva es, ante todo, un lugar en el que se ve o, más específicamente, un lugar desde donde se ve. ¿Qué es lo que se ve? Una tragedia, la tragedia de Madreselva. Dice el hombre para invitar a los visitantes a entrar a la barraca:

—Pasen, señores, vean a Madreselva, la infeliz niña que un castigo del cielo con-virtió en tortuga por desobedecer a sus mayores y no asistir a misa los domin-gos. Vean a Madreselva, escuchen en su boca la narración de su tragedia.

La palabra ‘teatro’, del griego theatrón, significa ‘lugar para contemplar o ver’. La tragedia grie-ga constituye el origen del teatro. Ese género artístico es, en pocas palabras, la representación que llevan a cabo los personajes, en la que se encuentran sujetos a los designios o caprichos de los dioses. Las fuerzas divinas “juegan” con el destino humano; para algunos personajes, las consecuencias suelen resultar catastróficas.

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Si bien es cierto que, en un primer mo-mento, el narrador joven cree haber presen-ciado un acto falso, lleno de trucos, posterior-mente, cuando la pareja regresa y atisba por entre una hendidura de las tablas de la barra-ca, se percatan de que no existe ardid alguno. La representación se ve superada por la rea-lidad, mas la tragedia, a final de cuentas, no desaparece, se acentúa. La barraca, por tanto, es el lugar desde donde se ve la moderna tra-gedia humana.

Llama la atención que el joven se niegue a entrar en la casa de los espejos. Una explica-ción radica en que la pareja, dentro de la feria, ve la otredad, pero el joven no quiere verse, no quiere reconocerse. Después de todo, ver la otredad es verse a sí mismo.

4. Animalización y cosificación.

Retomemos el pasaje en el que el joven narra-dor y Adriana se encuentran a la puerta de la barraca de Madreselva.

Al acercarnos el hombre que estaba en la puerta recitó una incoherente letanía:

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-Pasen, señores, vean a Madreselva, la infeliz niña que un castigo del cielo con-virtió en tortuga por desobedecer a sus mayores y no asistir a misa los domin-gos. Vean a Madreselva, escuchen en su boca la narración de su tragedia.

Queremos hacer notar, en principio, la estructura del discurso del hombre de la barraca. La especial condición de Madreselva tiene como origen la participación de fuerzas suprahumanas, es decir, divinas. La desobediencia que observó para con sus padres devino en un castigo que alteró radical, irreversible y dramáticamente su apariencia física. A raíz de esto, es objeto de explotación a cargo de su posible padre –según especula el joven narrador: “sentimos vergüenza de estar allí disfrutando el ridículo del hombre y de la niña, que muy probablemente era su hija”–. No obstante, este proceso, que denominamos como cosificación, tiene un antecedente: el proceso de animalización. Explicamos.

El castigo divino convirtió a Madresel-va en una niña-tortuga, una combinación de rasgos humanos con animales. Esta mezcla

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de características, por considerarse “extra-ñas”, “diferentes” y/o “monstruosas”, fuer-za a la criatura a exhibirse bajo un contex-to aleccionador, moralizante (recordemos la “letanía” del hombre) y comercial. Esta confluencia de ambientes plantea una contra-dicción insuperable: las intenciones morali-zantes no pertenecen, en definitiva, al campo de las relaciones comerciales. Detrás de todo ello, prevalece el segundo ambiente sobre el primero:

De esta forma, Madreselva es un objeto, una mercancía. Esto explica, en gran medida, la difícil relación entre el hombre y la niña. Él está consciente de la utilización que hace de Madreselva con fines de supervivencia. Sa-bemos que cada vez que inicia el espectáculo, ambos sufren.

Los recursos literarios de animalización y cosificación aludidos nos permiten encontrar un punto de unión entre los mundos moderno

el comercial

el moral

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y atrasado. Las relaciones humanas se ven alte-radas, deformadas, monstruosas, por causa de la intervención de las reglas del capital. La pareja de jóvenes asiste a esa especie de ventana que es la barraca, en la que se escenifica una tragedia, la tragedia de la vida moderna. El atraso que re-presenta el espacio de la feria no se circunscribe sólo a un desfase de orden temporal, sino tam-bién, como ya hicimos notar, a una diferencia tecnológica (el uso de materiales para la cons-trucción y de máquinas para las atracciones). La presencia de la feria en el mundo moderno descompone las relaciones sociales. Notemos la correspondencia de esta descomposición con la “deformidad” de Madreselva.

A su vez, la pareja de jóvenes sufre al-gunos de los efectos de la Modernidad: sole-dad, desamor, etc. Ellos buscan escapar de ese mundo que los ha desgastado y tratan de re-fugiarse en un espacio donde, supuestamente, reinan “el olvido” y “la inocencia”. La función primordial de la feria, brindar distracción, cae ante el abrupto encuentro con la tragedia. La pareja se sume en una nueva separación.

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5. Final incierto.

Las últimas líneas del cuento son ambiguas en demasía.

El hombre toma en brazos a la tortuga para extraerla del acuario. Ya en el suelo, la tortuga se despoja de la falsa cabeza. Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua. El hombre se arrodilla, la besa y la atrae a su pecho. Llora sobre el caparazón hú-medo, tierno. Nadie comprendería que está solo, nadie entendería que la quiere. Vuelve a depositarla sobre el limo, oculta los sollozos y vende otros boletos. Se ilu-mina el acuario. Ascienden las burbujas. La tortuga comienza su relato.

El narrador extradiegético llama a Madresel-va ‘tortuga’, el hombre de la barraca la llama ‘niña’ y, además, por él sabemos su nombre, fi-nalmente, la pareja de jóvenes entiende, o cree entender, que Madreselva es una mujer. La triste relación del hombre y la niña, su profun-didad, alude más a la que se construye entre dos personas cercanas. Existen otras relacio-

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nes, no obstante, que lo son también intensas entre un ser humano y un animal, por ejemplo. Mas la referencia que hacen la voz narrativa extradiegética y el hombre de la barraca en cuanto a que Madreselva es capaz de hablar (“Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua.”, “La tortu-ga comienza su relato.”, “Vean a Madreselva, escuchen en su boca la narración de su tra-gedia.”) nos inclina a ver en Madreselva una niña. A pesar de ello, no hemos superado la duda: Madreselva vive debajo el agua.

Por si fuera poco, no es posible entender la siguiente oración: “Ya en el suelo, la tortuga se despoja de la falsa cabeza.” ¿Se deshace de una especie de máscara con rasgos humanos o animales? Si la voz narrativa la llama ‘tortu-ga’, entonces, estamos hablando de la primera posibilidad: la máscara presenta rasgos huma-nos. De ser así, ¿qué hacemos con los argu-mentos expuestos en favor de que Madreselva es una persona?

La ambigüedad suma tensión al relato. Creemos que Madreselva usa una máscara de tortuga, pues la combinación niña-tortuga (en

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ese orden) hace más atractivo el espectáculo y acentúa los tonos moralizantes y comerciales que comentamos.

De cualquier forma, esta estrategia na-rrativa, la ambigüedad, invita al lector a ser un elemento activo en el fenómeno literario, lo invita a construir sus propias conclusiones.

Cerramos este apartado con una última reflexión. Otra de las funciones del final es la de enlazarse con el principio: es el momento en que va a iniciar el espectáculo. Esto hace del cuento una historia circular. El significado de esto es la permanencia y repetición de la tra-gedia humana en el mundo moderno, en pocas palabras, la deshumanización del humano.

5. Conclusiones.

La conocida frase que Marx escribiera para la posteridad en su Manifiesto comunista, “Todo lo sólido se desvanece”, parece ser un eje vec-tor en el cuento que hemos seguido.

Las relaciones familiares, la ética, en fin, la vida tradicional parecen sucumbir ante un nue-

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vo orden en el que el otro, el semejante, es un medio y no un fin. Los dioses que antaño juga-ban con el sino del ser humano, en la actualidad, es el dinero quien que asume ese papel divino.

Madreselva, la encarnación de la inocen-cia, de la naturaleza (madre-selva), es signo de vulnerabilidad, de explotación, de víctima.

La habilidad del maestro, de José Emilio Pacheco, es nada menos que, mediante metá-foras y alegorías, componer un relato surreal, una ficción, que es un mirador hacia un esce-nario que nos muestra nuestra propia trage-dia. El relato es, además, una aguda crítica a la Modernidad que no ha logrado su objetivo principal, a saber, el bienestar y la igualdad del humano.

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Bibliografía básica

Dijk, Teun A. van, (coord.), 2006, El discurso como estructura, Barcelona, Gedisa.Pacheco, José Emilio, 1983, El viento distante y otros relatos, México, Era.Wodak, Ruth y Michael Meyer, (comp.), 2003, Métodos de análisis del discurso. Barcelona, Gedisa.

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Se terminó de imprimir en noviembre de 2014en los talleres gráficos de Impresora Gospaubicados en Jesús Romero Flores no.1063,

colonia Oviedo Mota, C.P.58060en Morelia, Michoacán, México.

La edición consta de 1,000 ejemplaresy estuvo al cuidado del Departamento de

Literatura y fomento a la Lectura.

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