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JOSÉ RIZAL, UN ILUSTRADO FILIPINO CONTRA LA ESPAÑA DE LA RESTAURACIÓN Antonio Rivera García Universidad Complutense de Madrid 1. El enigma de José Rizal: reformista español o padre del nacionalismo filipino Considerado el padre de la nación filipina, Rizal es ante todo un novelista, autor de las dos obras más importantes de la literatura filipina, Noli me tangere y su continuación, El filibusterismo. La BSF publica de este autor “Filipinas dentro de cien años”, escrito perteneciente a otro de los géneros cultivados por este hombre de letras, el artículo de contenido político. Este texto apareció en cuatro entregas en La Solidaridad, el periódico fundado en la península que más importancia y repercusión alcanzara en la Filipinas de fin de siglo. Se trata de un periódico que se erigió en portavoz de la denominada ilustración filipina, la que, reunida en torno a la asociación La Propaganda y aun no siendo todavía independentista o filibustera término con el que los colonialistas tildaban despectivamente a quienes deseaban la emancipación revolucionaria y violenta de España, deseaba profundas reformas para su país. Aunque el presente ensayo tenga como motivo central el artículo de La Solidaridad, debemos comenzar advirtiendo que la comprensión exacta del pensamiento de Rizal pasa por el estudio de sus dos grandes novelas escritas en castellano. Dejaremos para otra ocasión un estudio detenido de estas memorables obras, tan importantes para comprender el nacimiento de una literatura nacional 1 . Novelas calificadas de realistas, con las que Rizal pretende describir la situación de su país sometido a una administración colonial que 1 Véase a este respecto la utilización de Noli me tangere por B. Anderson en Imagined Communities: reflections on the origin and Spreads of nationalism, Verso, Londres, 1983 (hay trad. en FCE, México, 1993).

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JOSÉ RIZAL, UN ILUSTRADO FILIPINO CONTRA LA ESPAÑA

DE LA RESTAURACIÓN

Antonio Rivera García

Universidad Complutense de Madrid

1. El enigma de José Rizal: reformista español o padre del nacionalismo filipino

Considerado el padre de la nación filipina, Rizal es ante todo un novelista, autor de las

dos obras más importantes de la literatura filipina, Noli me tangere y su continuación, El

filibusterismo. La BSF publica de este autor “Filipinas dentro de cien años”, escrito

perteneciente a otro de los géneros cultivados por este hombre de letras, el artículo de

contenido político. Este texto apareció en cuatro entregas en La Solidaridad, el periódico

fundado en la península que más importancia y repercusión alcanzara en la Filipinas de fin

de siglo. Se trata de un periódico que se erigió en portavoz de la denominada ilustración

filipina, la que, reunida en torno a la asociación La Propaganda y aun no siendo todavía

independentista o filibustera –término con el que los colonialistas tildaban

despectivamente a quienes deseaban la emancipación revolucionaria y violenta de

España–, deseaba profundas reformas para su país.

Aunque el presente ensayo tenga como motivo central el artículo de La Solidaridad,

debemos comenzar advirtiendo que la comprensión exacta del pensamiento de Rizal pasa

por el estudio de sus dos grandes novelas escritas en castellano. Dejaremos para otra

ocasión un estudio detenido de estas memorables obras, tan importantes para comprender

el nacimiento de una literatura nacional1. Novelas calificadas de realistas, con las que

Rizal pretende describir la situación de su país sometido a una administración colonial que

1 Véase a este respecto la utilización de Noli me tangere por B. Anderson en Imagined Communities:

reflections on the origin and Spreads of nationalism, Verso, Londres, 1983 (hay trad. en FCE, México,

1993).

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degrada o humilla a sus habitantes naturales. La primera, Noli me tangere, es

protagonizada por el reformista Crisóstomo Ibarra, que en la segunda se transforma ya en

el filibustero Simoun, en un hombre cuya máxima aspiración consiste en provocar la

revolución que acabe con el colonialismo español.

Las novelas no son una vulgar obra de propaganda de la que podamos extraer una clara

consigna política. Son libros complejos que cuentan la historia de un fracaso, y en las que

los jóvenes ilustrados filipinos –que, como el propio Rizal, han recibido una educación

universitaria, conocen varios idiomas y han viajado por Europa– se mueven entre el

autonomismo y el separatismo. El enigma de Rizal, el paradójico héroe del nacionalismo

filipino, tiene que ver con esta dificultad, la de no saber si era un simple reformista o un

revolucionario –aun pacifista– que deseaba la pronta emancipación nacional de la

provincia asiática. El gran filipinista Retana y el líder de la generación finisecular,

Unamuno, veían en él a un gran español que, a pesar de sus dudas e indecisiones, se

conformaba con mayor autonomía para su patria y la equiparación de filipinos y

peninsulares en libertades y derechos políticos. Muy distinta es la visión de los primeros

nacionalistas filipinos o la de algunos estudiosos contemporáneos de su obra, como Hélène

Goujat2.

Con independencia de cuáles fueran las pretensiones de Rizal con estas novelas, las

autoridades coloniales prohibieron su difusión y las consideraron una prueba del

filibusterismo que da nombre a la segunda de ellas. Aunque ahora no podamos desplegar

este tema, lo cierto es que son también un magnífico ejemplo de las complejas relaciones

entre estética y política que se dan en la novela romántica y realista decimonónica, la que

conecta –de acuerdo con Antonio Luna, compañero de La Solidaridad– con Hugo, Balzac,

Flaubert, Zola y Maupassant. Los enemigos del tagalo vieron en su obra literaria una

defensa de la anárquica democracia que prescinde de las diferencias naturales –las

mencionadas por quienes sostenían la inferioridad, también llamada indolencia, del indio–

y sociales. Pero al mismo tiempo sus novelas eran democráticas en el sentido estético, en

el de que se liberan de cánones, convenciones y autoridades. De ahí su complejidad y la

dificultad de reducirlas a un esquema pedagógico. De ahí la impresión de que nos

encontramos, como nos ha explicado Rancière a propósito de otros autores, ante una

2 Goujat interpreta las novelas de Rizal en el sentido de que su autor no ve otra salida que la independencia.

Véase de esta autora del libro Réforme ou révolution? Le projet national de José Rizal (1861-1896) pour les

Philippines, Connaissances et Savoirs, París, 2010.

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paradójica maestría: la actividad del buen novelista consiste en una cierta pasividad, en

autolimitarse y dejar ser a los personajes. Volveremos, no obstante, a este tema cuando

hagamos una breve referencia a la polémica de Rizal con Barrantes.

En este apartado introductorio también quisiera hacer referencia al paralelismo entre la

emancipación de Filipinas y la de la América hispana. Más allá de que sea habitual la

comparación de Rizal con su contemporáneo, el gran cubano José Martí, tal paralelismo

nos parece completamente pertinente, sobre todo si tenemos en cuenta que durante mucho

tiempo la colonia de Asia estuvo vinculada administrativamente a Nueva España, a

México. Así, muchos de los argumentos esgrimidos en Filipinas en contra y a favor de la

autonomía y, después, de la independencia son casi idénticos a los que encontramos en el

periodo americano de emancipación, a principios del siglo XIX. No debe entonces

extrañar que Leopoldo Zea, en su introducción a Noli me tangere para la editorial

Ayacucho, escriba que el mestizo José Rizal es en el fondo un hispanoamericano, y lo

coloque al lado de los grandes libertadores, los Bolívar, Bello, Sanmartín o Hidalgo3.

2. Rizal como héroe unamuniano: el Quijote, Hamlet y Cristo tagalo

Una hermosa caracterización, aunque muy discutible, de la compleja figura de Rizal la

encontramos en Unamuno; en concreto, en el epílogo que escribió para el gran libro de

Wenceslao E. Retana, Vida y escritos del Dr. José Rizal. Nuestro literato finisecular no ve

tanto en Rizal a un ilustrado y republicano tagalo, a un publicista que combate los males

del colonialismo español y pretende despertar el espíritu nacional filipino, cuanto a uno de

esos héroes idealistas con fino sentido propio, lleno de contradicciones, solitario, dispuesto

al sacrificio por su comunidad y con una concepción agónica de la existencia. Este místico

unamuniano que guía a su pueblo a la lucha desde su “torre de estilita” es al mismo tiempo

Quijote, Hamlet y Cristo tagalo. Sobre esta triple caracterización nos extenderemos

enseguida, pero antes deberíamos añadir que Unamuno considera al autor del Noli me

tangere un espíritu afín. Lo encuentra parecido a los vascos –él mismo– que reciben el

castellano como “un lenguaje adventicio y de reciente implantación”. El vasco y el tagalo

aprenden un castellano pobre y tímido, de forma que para expresar sus pensamientos y

sentimientos deben remodelarlo: “nuestra lengua –agrega Unamuno un poco más

3 L. Zea, “Prólogo”, en J. Rizal, Noli me tangere, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982, p. XXX.

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adelante– no es algo que hemos recibido pasivamente, no es una rutina [palabra que

también utiliza Rizal contra la pereza intelectual], sino que es algo vivo y palpitante”4. No

acaba aquí el parecido con los vascos: José Rizal, el libertador nacionalista, pertenece a la

estirpe de Sabino Arana. Ambos son románticos y siempre tienen presente, en relación con

sus futuras aspiraciones de liberación nacional, la leyenda del paraíso primigenio, la de

aquel mítico tiempo en el que las sanas costumbres del indómito malayo y del vasco aún

no habían sido corrompidas.

Vayamos a la triple caracterización antes mencionada. Es Retana quien habla de Rizal

como de un “Quijote oriental”, como de un idealista que desea a toda costa la redención de

su pueblo, si bien a menudo será acusado –incluso por sus propios compañeros de La

Solidaridad– de ser un iluso. Unamuno añade que es un Quijote doblado de Hamlet: no es

un hombre de acción –aunque los historiadores de los conceptos pensemos que a veces los

libros son las armas o los instrumentos de transformación social más peligrosos y

efectivos– sino “un Quijote del pensamiento, a quien le repugnaban las impurezas de la

realidad”. El catedrático español habla del Gran Tagalo como de un “soñador valiente”,

pero con una “voluntad débil e irresoluta para la acción y la vida”. O como de un héroe del

pensamiento que no es dueño de su acción, a quien el viento del Espíritu –recordemos el

evangélico “viento que sopla donde quiere”– le lleva adonde no pensaba ir. Unamuno

compara a José Rizal con la “mentalidad simple” del líder del Katipunan, Andrés

Bonifacio, es decir, compara al intelectual con el hombre de acción, y concluye que es

muy conveniente una cierta “pobreza imaginativa” para dominar “los actos externos de la

vida”. Como buen hamletiano, la estirpe de Rizal se remonta hasta Lutero, hasta “aquel

gigante del corazón que nunca pudo saber adónde le arrastraba su sino”, esto es, la

providencia5.

Estas últimas palabras de Unamuno no pueden ser más confusas, pues ya no sabemos si

Rizal es un héroe del pensamiento o un gigante del corazón. Quizá el literato español nos

quiere llevar aquí, a ver en el filipino una reencarnación del espíritu contradictorio de

Hamlet; aunque, seguramente, el tagalo, imbuido del espíritu ilustrado de la masonería, era

de esos hombres que soñaban con formar a un hombre completo y, por tanto, se creía

capaz de armonizar las facultades del intelecto y de la voluntad. Unamuno reconduce la

4 M. Unamuno, “Epílogo”, en W. E. Retana, Vida y escritos del Dr. José Rizal, Madrid, Librería Gral. de

Victoriano Suárez, 1907, p. 478. 5 Las citas de esta página pueden encontrarse en ibidem, pp. 476-477.

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dificultad de saber si nos encontramos ante un reformista o un revolucionario al mal

hamletiano de la contradicción e indecisión. Fue un hombre –leemos en el epílogo – “que

osciló entre el temor y la esperanza, entre la fe y la desesperación”. Esta oscilación se

refleja en una unamuniana oposición entre espíritu ilustrado y romántico. Ilustrado era su

“tema constante”, “el de hacer a los filipinos cultos e ilustrados, hacerlos hombres

completos”6; romántica, la revolución que debía emancipar inmediatamente a su pueblo.

Pues bien, Unamuno –y ello parece corresponderse con las críticas a la revolución que

formula el filipino en un manifiesto que reproduce Retana para demostrar el injusto

procesamiento y condena del autor del Noli me tangere7– opina que Rizal temía la

revolución porque podía poner en peligro la lenta obra de la redención ejecutada por la

cultura, pero en el fondo de sí deseaba la emancipación revolucionaria de su pueblo.

Este Rizal así caracterizado no es un “dogmático del racionalismo”. Por eso, Unamuno

le considera un “librecreyente”, y no un dogmático “librepensador” (“un teólogo al

revés”)8, que es como hablaríamos de él si le caracterizáramos como un ilustrado masón

que persigue el progreso y emancipación de su pueblo. Lo peculiar de la argumentación de

Unamuno consiste en que, para demostrar su actitud filosófica, tenga que hacer referencia

a la religión de Rizal, la propia de un agnóstico, aunque mezclada con ese cristianismo

sentimental que, en líneas generales, coincide con el catolicismo de su niñez, cuando fue

formado en el colegio de los jesuitas. Menéndez Pelayo había visto en ese escepticismo,

del que Retana nos proporciona un buen ejemplo en las cartas de Rizal, un rasgo muy

español, al menos de algunos relevantes filósofos como Francisco Sánchez, Juan Luis

Vives o Pedro de Valencia9.

En esas cartas aportadas por el filipinista español, el Gran Tagalo, aun señalando los

límites de la razón con respecto a “las cuestiones sociales, morales y políticas”, no

desespera tanto de ella como los pensadores y escritores que ama Unamuno. En una de las

misivas dirigida al jesuita P. Pastells, residente en Manila y superior de la Misión de

Filipinas10

, Rizal comienza admitiendo que, fuera de las verdades matemáticas, “nuestra

inteligencia no puede abarcar todos los conocimientos ni todas las verdades, mayormente

6 Ibidem, p. 479.

7 J. Rizal, “Manifiesto a algunos Filipinos”, cit. en W. E. Retana, o. c., p. 374.

8 M. Unamuno, “Epílogo”, cit., p. 493.

9 M. Menéndez Pelayo, “De los orígenes del criticismo y del escepticismo y especialmente de los

precursores españoles de Kant”, Establecimiento tipográfico Ricardo Fe, Madrid, 1891. 10

Irónicamente, Unamuno (“Epílogo”, cit., p. 496) escribe que “sólo a un jesuita español como el P. Pastells

pudo ocurrírsele regalar a Rizal, para tratar de convertirle, las obras de Sardá y Salvany”.

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las que para darse a conocer necesitan de tiempo y múltiples experiencias”. Si se trata de

“cuestiones sociales, morales y políticas”, entonces “andamos tan a oscuras (hablo por

mí), que muchas veces confundimos la verdad con nuestras conveniencias, cuando no la

amordazamos para hacer hablar a nuestras pasiones”. Ahora bien, una vez dicho esto, el

ilustrado Rizal demuestra enseguida confiar en el progreso racional del ser humano: “sólo

la razón –añade– sabe corregirse de sus desaciertos; sólo ella sabe levantarse cada vez más

gloriosa de las caídas que tiene forzosamente que dar en su larga peregrinación por la

tierra. La Humanidad, en sus más grandes locuras, no ha podido apagar esa lámpara que le

dio la divinidad: su luz se ha enturbiado a veces, y el hombre ha errado su camino; pero tal

estado pasa, la luz brilla después más viva, más poderosa, y a sus rayos se reconocen los

yerros del pasado y se señalan los abismos del porvenir”11

.

Alejándose de esta sensata vía que llega hasta el prudente escepticismo práctico de

Cicerón, el vasco insiste en la vertiente hamletiana de Rizal, y nos dice que pasaba por

protestante. Pero no estamos ante el protestantismo magisterial de un Lutero o Calvino,

sino ante el de Harnack o el de los unitarios, el que, partiendo del libre examen, destruye

todos los dogmas, empezando por los de la Trinidad y divinidad de Cristo, y deja “en pie

un cristianismo evangélico, bastante vago e indeterminado y sin dogmas positivos”12

. En

cualquier caso, el tagalo tiene una concepción de la religión que se opone a la confusión de

Iglesia y patria que las autoridades coloniales practicaron hasta el despotismo más cruel y

ridículo13

.

Si se desea –como, en tercer lugar, pretende Unamuno– comparar a Rizal con Jesucristo,

nada mejor que la cristología de los unitarios, la relativa a un Cristo muy humano, aunque

con clara conciencia de su “filialidad con respecto a Dios”. “Si Cristo –advierte

Unamuno– fue un hombre, cabe que lleguemos los demás hombres adonde él llegó; pero si

11

Cit. en W. E. Retana, o. c., p. 291. 12

M. Unamuno, “Epílogo”, cit., p. 493. 13

Retana (o. c., pp. 306-307) –y de ello también se hace eco Unamuno en su epílogo– cita el “ucase” del

gobernador de Pangasinán, Carlos Peñaranda, que obligaba a los padres de familia –si no querían pagar la

multa de un peso– a oír misa los días de precepto. Peñaranda, que en el pasado se había distinguido por ser

un masón con ideales democráticos, se transforma hasta tal punto en Filipinas que dirige a los

gobernadorcillos de su provincia otra circular que ordena a los indios descubrirse “en prueba de respeto”

cuando se encuentren “en la vía pública con funcionarios investidos de una autoridad”, o cuando pasen

delante de cualquier español peninsular. La unión de altar y trono es aún más clara si atendemos a otra

circular que un teniente coronel de artillería, al hacerse cargo de una de las provincias meridionales de

Luzón, dirige a sus gobernadorcillos. A través de ella, les ordenaba guardar “las mayores atenciones y

respetos con los reverendos curas párrocos, únicos a quienes podrán ustedes enseñar y consultar en las

órdenes que reciban de este gobierno, sin que nadie más deba enterarse de ellas”.

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fue un Dios, se nos hace imposible igualarle”14

. Unamuno parece ignorar que ese Cristo es

el de Erasmo, el del humanismo cristiano, que, en contraste con el protestantismo unitario,

sí está unido a la tradición hispana. La cristología del holandés es propia del pensamiento

humanista que subraya las mediaciones entre criatura y divinidad. En cambio, la Reforma

magisterial, al tiempo que cuestiona las mediaciones entre lo temporal y lo celestial,

subraya la divinidad de Cristo –y Calvino es quien lleva esta cristología más lejos– y la

imposibilidad que tiene la criatura para imitarle. Finalmente, todo ello favorece la

aparición de un nuevo modelo unilateral de hombre, el marcado por aquella división de

esferas a la que tanta relevancia prestará Weber. La Ilustración unida a la filosofía de la

masonería, que en nuestra opinión es tan importante para comprender el pensamiento de

Rizal, se va a empeñar más bien en rescatar el viejo proyecto humanista que aspiraba a

lograr un hombre completo, y que, para Erasmo, pasaba por tener a Cristo como modelo.

Pues bien, el elemento mesiánico es el tercer rasgo con el que Unamuno caracteriza al

tagalo. José Rizal es el “hombre representativo” de toda una raza, como lo fue Benito

Juárez –el presidente que “sentía México como un poder divino”– para los indios de su

país15

. Pero no sólo simboliza a los malayo-filipinos: también es un Cristo humillado que

sufre en sí todas las humillaciones que los suyos reciben de la raza blanca. A este respecto,

en la biografía de Rizal sobresale la ofensa recibida en 1880, cuando un teniente de la

Guardia Civil le agredió por no saludarle. Probablemente sea verdad, como apunta

Unamuno, que esta traumática experiencia se halla detrás del empeño de Rizal por traducir

al tagalo el Guillermo Tell del literato Schiller, la historia de otro libertador que es

apresado porque no saludó el bastón coronado con el sombrero del tirano Gessler.

El Unamuno más preciso aparece en la página donde –con un muy acertado término

griego– describe la sensación de superioridad de esos militares y frailes que humillaban a

los indios con el término de authadía16

. Con él quiere expresar la satisfacción que

experimentan los rancios representantes del patriotismo español por ser quienes son. O en

otras palabras, authadía hace referencia a la asimpatía, o incapacidad para comprender el

alma de los demás y ponerse en el lugar del otro, que padecen las autoridades coloniales

que controlan los cuerpos y almas de los indios. Aunque esto sea poco unamuniano,

podríamos decir que la authadía es lo contrario del “pensar en el lugar del otro”, esto es,

14

M. Unamuno, “Epílogo”, cit., p. 480. 15

Ibidem. 16

Ibidem, p. 481.

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de la segunda máxima kantiana del sentido o entendimiento común humano. Tal máxima,

como diría Hannah Arendt, es propia del modo de pensar extensivo sin el cual no es

posible la genuina sociabilidad y, por ende, la verdadera comunidad política. Al servicio

de este ideal republicano se halla también la nueva ciencia de la etnografía, con la que

Rizal quería demostrar –en escritos como “Carta a las mujeres de Malolos”, “Etnografía

de Mindanao”, etc.– que los indígenas no eran esos menores de edad incapaces de

autogobernarse o de vivir en plena libertad.

Y el Unamuno más político sale a relucir en las páginas donde aborda el injusto proceso

y ejecución de Rizal. En ellas observa que la condena del filipino en un consejo de guerra

es una clara manifestación del odio y miedo a la inteligencia que, en la España de fin de

siglo, caracteriza a los estamentos militar y clerical. La más soberbia y miserable España

de la Restauración, precisamente la representada por frailes y militares, por los cuerpos

que administran la colonia asiática, es la que fusila a José Rizal. En esta injusta condena se

une el fraile reclutado entre las clases más incultas, zafias y rústicas, y el militar español

de “espada y tranca”, que, enemigo de toda inteligencia individual, se caracteriza antes por

su ciego y testicular arrojo que por su inteligente valor. Y tras ellos, los gobernantes y

políticos corruptos.

Quizá sea este el fragmento donde Unamuno reproduce con mayor intensidad el

sentimiento de profundo desprecio que sentía por aquella España que se atrevía a fusilar a

un literato (es –llega a decir el catedrático de Salamanca– como si Rusia fusilara a

Tolstoi): “La España del ¡viva España! sacrílego que se lanzó sobre el cadáver de Rizal es

la España de los explotadores, los brutos y los imbéciles; la España de los tiranuelos y de

sus esclavos; la España de los caciques y los dueños de grandes latifundios; la España de

los que sólo viven del presupuesto sin ideal alguno”17

.

El Gran Tagalo, que expresa en sus cartas su disposición a “morir por su deber y sus

convicciones”18

, adopta la figura de un Cristo malayo. A Unamuno parece interesarle

17

Ibidem, p. 488. 18

“El hombre –indica en una carta escrita en Hong-Kong el 20 de junio de 1892, donde advierte que ha de

publicarse después de su muerte– debe morir por su deber y sus convicciones. Sostengo todas las ideas que

he vertido respecto al Estado y al porvenir de mi patria, y moriré gustoso por ella y más aún por procuraros a

vosotros justicia y tranquilidad. Yo arriesgo con placer la vida para salvar a tantos inocentes, a tantos

sobrinos, a tantos niños de amigos y no amigos que sufren por mí […]. Si la suerte me es adversa, sepan

todos que me moriré feliz, pensando en que con mi muerte les he de procurar el cese de todas sus

amarguras.” (Cit. en W. E. Retana, o. c., pp. 242-243). Y en otro fragmento de una de esas cartas de 1892,

que nos permite comprender por qué es el padre de la patria filipina y por qué con su sacrificio quiere más la

independencia que la asimilación o integración en España: “Quiero, además, hacer ver a los que nos niegan

el patriotismo, que nosotros sabemos morir por nuestro deber y por nuestras convicciones. ¿Qué importa la

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sobre todo la agonía espiritual de sus últimos momentos, la de un hombre que se enfrenta

al abismo de la muerte después de haber cumplido con su deber. No es así de extrañar –

concluye el literato vasco– que se haya convertido en el primer santo de la extraña Iglesia

independiente de Filipinas. Unamuno, el lector de Retana, nos ha ofrecido, en suma, la

visión de un héroe finisecular. Quijote, Hamlet, Cristo… Todo apunta hacia una

concepción mesiánica de la vida de Rizal. Es verdad que las revoluciones modernas tienen

mucho de mesiánico, aunque al mismo tiempo entroncan con el republicanismo clásico y

el sentido común que se opone a este mesianismo. Junto a esta caracterización romántica

de Rizal que nos ofrece Unamuno, podemos encontrar otra caracterización más ilustrada y

republicana. Esta es al menos –como veremos en el siguiente apartado– la que se puede

deducir de una parte de sus escritos periodísticos.

3. Rizal, hombre público: sus escritos periodísticos

Unamuno tiene razón cuando señala que Rizal deseaba la redención del pueblo filipino a

través de la cultura. Para que sus compatriotas pudieran llegar a ser hombres cultivados y

completos, capaces de desarrollar todas sus facultades, el literato tagalo había seguido,

como buen ilustrado, dos vías distintas y complementarias: la secreta, con la fundación de

la Liga Filipina, cuyo modelo eran las logias masónicas; y la pública, con sus escritos

periodísticos. En este apartado exploraremos estas dos vías de actuación.

Inicialmente, el esfuerzo por lograr la ilustración del pueblo malayo-filipino coincide

con la lucha por conseguir reformas como la representación en el parlamento de Madrid o

el fin de la frailocracia, esto es, del poder desmesurado de las órdenes en Filipinas. Los

intelectuales filipinos que viajan y viven durante un tiempo en España (los Rizal, Graciano

López Jaena, Isabelo de los Reyes, Mariano Ponce o el aristócrata indígena Marcelo

Hilario del Pilar, apodado Plaridel, y autor del libelo anticlerical La soberanía monacal en

Filipinas) encontraron en la metrópoli el apoyo de una parte de la opinión pública, y en

particular, de muchos diarios españoles, así como la libertad de imprenta y de asociación

muerte, si se muere por lo que se ama, por la patria y por los seres que se adoran? […]. He amado siempre a

mi pobre patria y estoy seguro de que la amaré hasta el último momento, si acaso los hombres me son

injustos […]. Sea cualquiera mi suerte, moriré bendiciéndola y deseándole la aurora de su redención.” (Cit.

en Ibidem, pp. 243-244).

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de la que carecían en el Archipiélago19

. Pudieron de este modo crear asociaciones y

publicar revistas o periódicos con los que lograr sus objetivos políticos y culturales.

Entre las asociaciones que fundan los filipinos en España podemos destacar el Círculo

Hispano-Filipino, de muy corta duración, ya que un año después de su nacimiento, en

1883, desaparece por desavenencias entre los mismos filipinos que vivían en España. O,

ya en 1888, la Asociación Hispano-Filipina, compuesta, como indica su nombre, por

españoles, entre los que destaca el masón Miguel Morayta, y filipinos. Por esta época se

forma en Madrid una logia masónica de filipinos denominada Solidaridad. Retana nos

informa que de esta logia, de “donde tiene su raíz la masonería netamente filipina”20

, fue

su fundador Antonio Luna; aunque habrá que esperar hasta 1892 para que se cree en

Manila la primera logia, Nilad, formada exclusivamente por filipinos21

. Como

apuntábamos antes, la masonería tendrá gran influencia sobre la sociedad secreta, la Liga

Filipina, que Rizal –iniciado, según Retana, en la masonería durante su estancia en

Londres– funda en 1892, una vez que vuelva a su tierra después de su estancia europea. La

Liga Filipina, cuyo lema era “Unus instar omnius”, se presentaba, a diferencia del

Katipunan de Andrés Bonifacio, como una sociedad pacifista que pretendía básicamente

tres cosas: la unión de los patriotas en una sociedad que les ofreciera mutua protección y

defensa contra las injusticias de la autoridad colonial; la lucha por las reformas que

necesitaba Filipinas; y, como buena asociación ilustrada de inspiración masónica, el

fomento de la más amplia instrucción o cultura de los filipinos.

3.1. El intenso desarrollo de la prensa filipina en el final de siglo. Aunque se conoce

sobre todo La Solidaridad, el diario –creado en la metrópoli– donde Rizal escribe sus

principales textos políticos, había otros muchos diarios filipinos. Según Glòria Cano, entre

1882, fecha en la que Rizal llega a España, y 1896, la fecha de su fusilamiento, se fundan

en Filipinas más de cien periódicos22

. Lo cierto es que la censura fue relajándose con la

19

G. Cano, “La Solidaridad y el periodismo en Filipinas en tiempos de Rizal”, en Entre España y Filipinas:

José Rizal, escritor, ed. de M. D. Elizalde, AECID: BNE, Madrid, 2011, p. 178. 20

W. E. Retana, o. c., p. 159. 21

W. E. Retana, o. c., p. 158. 22

Sobre la prensa filipina, la referencia inexcusable sigue siendo el libro de Wenceslao E. Retana, El

Periodismo filipino. Noticias para su historia (1811-1894), publicado en 1895.

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denominada Ley “de policía de imprenta o Gullón”, aprobaba bajo el gobierno de

Sagasta23

.

Entre las publicaciones de este periodo de esplendor de la prensa filipina cabe mencionar

el Diario Tagalog, que, fundado en Manila en 1882, se convierte en el primer periódico

bilingüe, en castellano y tagalog. Su director, Francisco Calvo y Muñoz, estaba empeñado

en que se pudiera “amar a Filipinas sin odiar a España”, y “amar a España sin odiar a

Filipinas”. La Opinión, que aparece en abril del 87 y que, según Retana, gozó de libertad

absoluta, fue el primer periódico, de contenido sobre todo político, que se atrevió a criticar

a las órdenes religiosas24

. El Ilocano es un periódico bilingüe nacido en 1888, que fue

fundado y dirigido por uno de los grandes intelectuales filipinos, Isabelo de los Reyes,

quien le dio una impronta claramente progresista y reivindicativa de derechos políticos.

Especial relevancia adquiere El Resumen, cuyo primer número aparece en julio de 1890.

Era, en palabras de Retana, un periódico “genuinamente indio”, que propugnaba el

incipiente nacionalismo filipino. Parece ser que se convirtió en medio de expresión de la

Compañía mercantil e industrial Hispano-Filipina25

, que no era otra cosa que la tapadera

de la Liga fundada por Rizal. El periódico, de aspiraciones reformistas, exigía –como

leemos en un editorial de 10 de julio de 1892– “la españolizacion y equiparación en

derechos y deberes de esta provincia española a sus hermanas de la Península”; así como

la “justicia severa y recta para aquel que […] hace escarnio de los sentimientos más

arraigados en el corazón de este pueblo tan católico como el español”26

.

Entre los periódicos conservadores o españolistas fundados en Filipinas debemos citar

La España Oriental, surgido en enero del 88, que contaba como redactor jefe a Wenceslao

Retana. Este diario españolista pretendía situarse en una falsa posición neutral. Con el

paso de los números fue transformándose en un periódico cada vez más filipino, hasta el

punto de editar en 1889 una edición bilingüe dedicada a los indígenas. La voz de España,

creada en Manila en julio de 1888, era un periódico muy conservador que rechazaba la

representación parlamentaria de las islas, y que más tarde se convertirá en La voz

23

Antes, en 1857, se había dado a la colonia un Reglamento de Asuntos de Imprenta que, entre otras cosas,

prohibía todo aquello que pudiera “debilitar el principio religioso, base principal en que descansa el edificio

social.” (Cit. en G. Cano, o. c., p. 179). 24

Ibidem, p. 182. 25

Según R. Cal es probable que esta Compañía creada en Manila fuera una filial de la Asociación Hispano-

Filipina que funcionaba en Madrid, “y así como en la península tenía La Solidaridad como órgano de

propaganda, en Manila aparece en 1890 El Resumen.” (“Propaganda revolucionaria en Filipinas: El Resumen

y la Liga Filipina”, en Historia y Comunicación Social, n.º 3, 1998, p. 33). 26

Cit. en G. Cano, o. c., p. 185.

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Española. Y en el 91 aparece La Política de España en Filipinas, un periódico

conservador, pro-clerical y anti-reformista que era la exacta antítesis del quincenario

donde colaboraba Rizal. Este diario político conservador, dirigido por Pablo Feced y que,

entre sus redactores, contaba también con Wenceslao Retana, se caracterizaba por

combatir “el antiespañolismo de la colonia filipina en España”; y por negar que el

Archipiélago hubiera alcanzado el grado de madurez suficiente para llevar una vida

autónoma o independiente de la colonia27

.

A comienzos de los noventa, la prensa filipina estaba dividida en dos facciones: los

favorables a la representación parlamentaria (El Resumen, El Eco de Filipinas, El Ilocano,

etc.), y los contrarios porque pensaban que los filipinos todavía no estaban preparados para

gozar de plenos derechos políticos (La Voz Española, Diario de Manila, El Pabellón

Nacional, etc.). En el periodo final tenemos incluso diarios que defendían el nacionalismo

del país asiático como La Ilustración filipina y el periódico –redactado íntegramente en

tagalog– Ang Pliengong tagalog.

3.2. El principal órgano de propaganda de los ilustrados: La Solidaridad. Entre todos

esos periódicos filipinos destaca “La solidaridad. Quincenario democrático”. Durante el

banquete de fin de año organizado por la “Asociación Hispano-filipina” se funda en

Barcelona una nueva organización de signo autonomista y liberal llamada La solidaridad,

cuyo presidente honorario será José Rizal. A principios de 1889 nace como portavoz de la

asociación el periódico del mismo nombre, dirigido por Graciano López Jaena. Para

sostener el periódico y asociación La Solidaridad, se forma en Filipinas una sociedad

titulada La Propaganda28

.

Se puede apreciar dos etapas en la corta vida de este diario, tan influyente en el joven

nacionalismo filipino: la primera comprende el periodo que va desde su fundación hasta su

traslado a Madrid, a la capital donde se hallaba el gobierno y donde pensaban que sería

más fácil encontrar eco a sus reivindicaciones. El traslado supone un cambio en la

dirección, que ahora pasa a manos de Marcelo Hilario del Pilar. La segunda etapa abarca

desde el 91 hasta su desaparición en el 95. Este periodo está marcado por las discrepancias

entre los intelectuales filipinos que viven en España, los Del Pilar, López Jaena y Rizal. El

desacuerdo llegó al extremo de que Rizal abandona el periódico y Marcelo H. del Pilar, en

27

Ibidem, p. 199. 28

Cit. en W. E. Retana, o. c., p. 158.

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el número de 15 de abril de 1892, acusa al autor del Noli me tangere de ser un iluso, un

soñador que no piensa en los medios prácticos de acción. Reproche que, por lo demás,

terminará triunfando, como pone de relieve el apelativo de “Quijote oriental” que utilizaba

Retana. También López Jaena abandona el periódico en el 93, y desde su nuevo periódico,

El látigo nacional, será muy crítico con La Solidaridad.

El periódico más influyente entre los filipinos fue una revista de signo progresista y

democrático29

. Reivindicaba profundas reformas para la colonia y se oponía a todo

elemento reaccionario, empezando por las órdenes religiosas que dominaban la educación

en el Archipiélago. Insisto en que, para estos ilustrados, todo estaba perdido si no se

lograba cambiar, mediante la instrucción, al hombre filipino. Se comprende así su

anticlericalismo, pero, como señala Glòria Cano, no se trata de algo extraordinario en la

prensa republicana y liberal de la época30

, la de periódicos como El Día, El Imparcial, El

Liberal, El Globo, La Justicia, El País, La Publicidad, La Vanguardia, etc.

En La Solidaridad, Rizal publica artículos como “Los Viajes”, escrito inicialmente para

el Dariong Tagalog con el seudónimo de Laong Laan. En este artículo explica que

mientras unos pueblos van envejeciendo, otros nuevos nacen y heredan lo mejor de los

primeros: “España, que un día había viajado y había descubierto nuevas tierras, ahora era

un país obsoleto incapaz de modernizar e implantar las reformas que necesitaba un país

joven, como Filipinas”31

. Publica después, ya firmando con su nombre, el editorial

“Verdad para todos”, en el que, entre otras cosas, denuncia la frailocracia padecida por

Filipinas, y alude a la existencia de dos partidos en su tierra: el ilustrado o independiente,

el “sediento de justicia y de paz, el partido lleno de reproches para las demasías y tiranías

de ciertas clases, el partido en fin denunciado por sus enemigos como filibustero […], y

del que seguramente saldrán los verdaderos filibusteros, si se continúa con el funesto

sistema seguido hasta ahora”32

; y el partido de los frailes e intrigantes, el partido

reaccionario que impide que el indio salga de su ignorancia.

Otras editoriales que salen de la pluma del Gran Tagalo son “Verdades Nuevas” y

“Diferencias”. También tiene gran relevancia para comprender el pensamiento de Rizal el

29

En la editorial del primer número se indicaba que el propósito del periódico era “combatir toda reacción,

impedir todo retroceso, aplaudir, aceptar toda idea liberal, defender todo progreso; e una palabra: un

propagandista más de todos los ideales de la democracia, aspirando que impere en todos los pueblos de

aquende y allende los mares.” (Cit. en G. Cano, o. c., p. 191). 30

Ibidem, p. 190. 31

Cit. en Ibidem, p. 192. 32

Cit. en Ibidem, p. 193.

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artículo “Sobre la indolencia del indio filipino”, un tema que, como reconocía el propio

Rizal, no era nuevo porque ya había sido tratado por otro filipino, el Dr. Sancianco, en su

obra El progreso de Filipinas (Madrid, 1881)33

. En este artículo el autor de Noli analiza la

psicología de los pueblos malayos, y afirma que “la indolencia existe real y positivamente;

sólo que en vez de considerarla como la causa del atraso y del desconcierto, la

consideramos como el efecto del desconcierto y del atraso, favoreciendo el desarrollo de

una funesta predisposición”34

. Rizal culpa “a los españoles por no motivar a los indígenas,

por considerar al filipino como un ser indescifrable, apático, servil y carente de talento”.

En “Filipinas en el Congreso” reclama la libertad de prensa y la representación

parlamentaria. En “Cosas de Filipinas” y “Más sobre el asunto de Negros” denuncia los

abusos de la Guardia Civil. En “Una esperanza” ironiza sobre la caída del partido liberal y

sobre el hecho de que, bajo su gobierno, se hubieran llevado a cabo pocas reformas en la

colonia, etc.

También publica en el año 1890 el artículo “Al Excmo. Señor Don Vicente Barrantes”,

en donde replica al autor de El teatro tagalo35

, a quien había escrito que “no existe

propiamente en Filipinas literatura española, ni tagala, ni siquiera teatro español o teatro

tagalo”. Barrantes sostiene en su libro y artículos que, antes de la llegada de la potencia

colonial, no existe cultura filipina porque la raza tagala pertenece a los últimos grados de

la escala humana y está falta de virilidad y espontaneidad36

. En su opinión, la obra de

ilustrados filipinos como Rizal es el resultado de “la lucha que existe entre sus indefinidos

ideales, hijos de su educación hostil a España y hostil al catolicismo”. Barrantes, aunque

rechaza como falso todo lo que aparece en las novelas de Rizal, reconoce –sin saber

cuánta verdad hay en ello– que practica un realismo fotográfico de sus pensamientos:

“usted llega en su naturalismo, en su conocimiento práctico del país y de la gentes, y en su

amor, no diré a la verdad, porque en algunas cosas no estamos conformes, sino en su amor

a la reproducción fotográfica de sus propios pensamientos, a pesimismos y negruras que

parecían reservadas al francés Zola”37

. En su contestación publicada en La Solidaridad,

Rizal acusa a Barrantes de malinterpretar su obra porque confunde las opiniones de los

personajes de la novela con las del autor, porque, en realidad no sabe, que la maestría

33

W. E. Retana, o. c., p. 189. 34

Cit. en G. Cano, o. c., pp. 195-196. 35

V. Barrantes, El teatro tagalo, Tip. de Manuel Ginés Hernández, Madrid, 1890. 36

G. Cano, o. c., p. 194. 37

B. Álvarez Tardío, “El problemático lugar de José Rizal dentro de la literatura española”, en Entre España

y Filipinas: José Rizal, escritor, cit., p. 137.

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moderna es una mezcla de actividad y pasividad, de intenso trabajo para dejar ser a las

cosas, a los personajes, con independencia de las convicciones del autor: “Yo me

contentaré –escribía el tagalo– con que me digan si mis personajes no tienen vida y

carácter propios, si no obran y hablan según sus circunstancias y sus diferentes maneras de

pensar, y que dejen aparte mis propias convicciones”38

.

A todo ello cabe unir los cuatro artículos que, entre septiembre de 1889 y enero de 1890,

publica con el título de “Filipinas dentro de cien años”, y sobre los que nos extenderemos

en el siguiente apartado. Una vez resumidos los principales artículos que publica Rizal en

La Solidaridad, trataremos brevemente los factores que influyen en el fin del quincenario.

Al parecer son diversos, empezando por las disputas entre sus principales redactores, la

aparición de un periódico tan hostil como La Política de España en Filipinas39

, los

problemas financieros o el abandono de Graciano López Jaena en 1893. También nos

parece reseñable la crítica que, en relación con este periódico, Glòria Cano hace a la

historiografía norteamericana. Nos dice la investigadora que, para justificar la ocupación

yanqui de Filipinas, dicha historiografía ha intentado “demostrar que La Solidaridad

abogaba por el reformismo y no por el independentismo”, y, por tanto, que no había sido

el “germen de la conciencia filipina”. Desde este punto de vista, los historiadores

norteamericanos habrían tratado de demostrar primero que los ilustrados deseaban

únicamente el autogobierno; segundo, que estos mismos intelectuales reconocían la

inmadurez del pueblo y la necesidad de tutela por una nación avanzada; y tercero, que

había una gran diferencia entre la liberal administración norteamericana y el despotismo

del gobierno colonial español. Con estos objetivos, los historiadores norteamericanos han

acentuado la censura de prensa impuesta en la colonia asiática, aparte de ocultar la

existencia de otros diarios surgidos en las mismas Islas Filipinas. Diarios que, como El

38

En una carta dirigida a Mariano Ponce, y en la que reacciona a la crítica que el agustino Font dirige a su

novela Noli me tangere, se expresa en los siguientes términos sobre la confusión entre autor y perosnajes:

“¡Qué Padre y qué critica! Si el autor de una novela tuviese que ser responsable de los dichos de sus

personajes, ¡santo Dios, a qué conclusión iríamos a parar! Porque siguiendo este sistema las opiniones de P.

Dámaso sería mías […]. El P. Font debía acordarse de un poco de Retórica en que se dice que novela es un

género mixto en que hablan personajes introducidos y además el autor: claro está que el autor sólo es

responsable de las palabras que él dice como suyas, y los hechos y las circunstancias justificarán los dichos

de los personajes.” (Cit. en Ibidem, p. 140). 39

La Solidaridad parecía hacer referencia a esta prensa en la editorial de su último número: “ante los

obstáculos que las persecuciones reaccionarias vienen oponiendo a la circulación de esta Revista en

Filipinas, hemos tenido que suspender por algún tiempo su publicación”.

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Resumen o La Opinión, se caracterizaban por ser nacionalistas y liberales, por reclamar

reformas y criticar a los frailes tanto como La Solidaridad 40

.

4. “Filipinas dentro de cien años”: la alternativa entre asimilación e independencia

4.1. Filipinas desde hace trescientos años. Antes de comentar en sus artículos el

presente y porvenir del Archipiélago, Rizal se refiere al pasado y hace balance de la

dominación española. A este respecto es preciso tener en cuenta que un año antes de esta

publicación en la prensa, en mayo de 1888, a su llegada a Inglaterra después de su estancia

americana, encuentra en el Museo Británico la Historia de Filipinas del oidor Antonio de

Morga (México, 1609). Decide en ese momento volver a publicar esta obra en una edición

anotada y con un prólogo titulado “Sucesos de las Islas Filipinas” (París, 1890). En este

prólogo señala que en el Noli me tangere realizó un “bosquejo del estado actual de nuestra

patria”, y que entonces comprendió “la necesidad de dar primero a conocer el pasado, a fin

de poder juzgar mejor el presente y medir el camino recorrido durante tres siglos”41

. Pues

bien, no es otra la metodología que sigue en esta serie de cuatro artículos.

Rizal comienza con la queja de que, durante los últimos tres siglos y medio, los indios

filipinos han perdido gran parte de sus tradiciones y cultura, y se han adaptado a otras que

no siempre se ajustaban a su clima y costumbres seculares. Lo cierto es que, a pesar de las

grandes dificultades, entre las cuales no son desdeñables ni la lejanía de la metrópoli ni, en

contraste con las colonias de América, la escasez de colonizadores, los españoles llevan en

Filipinas más de trescientos años. En buena parte, ello ha sucedido porque la dominación

no ha sido tan despótica como en los últimos tiempos. En el pasado, nos comenta Rizal, el

indio, a cambio de su fidelidad, pudo recibir honores, ser encomendero y hasta general.

Además, los religiosos españoles defendieron en muchas ocasiones al pueblo filipino

contra los encomenderos y abogaron por los derechos de los indios. Pero –se lamenta

amargamente– “todo esto ha desaparecido”.

Para comprender este balance histórico que nos propone Rizal, conviene hacer un breve

resumen de la evolución de la gran colonia asiática de España. La expedición que

conquista y coloniza las Filipinas fue enviada el 21 de noviembre de 1564 desde Nueva

España, lo cual explica la estrecha vinculación que siempre existió entre el Archipiélago y

40

G. Cano, o. c., p. 201. 41

L. Zea, o. c., p. XXI.

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México42

. Manila fue fundada en 1571 por el vasco Legazpi, quien la declara capital del

Reino de la Nueva Castilla y se vincula administrativamente al virreinato de Nueva

España. A diferencia de América, se establece una administración colonial mínima43

. Los

españoles, para gobernar la isla, contaron, por una parte, con la colaboración de las elites

locales, las cuales se ocuparon de la organización política, económica y social de sus

gentes. Por otra, dejaron la instrucción del pueblo filipino en manos de las órdenes

religiosas (agustinos, franciscanos, jesuitas, dominicos, recoletos de San Agustín), que

aprendieron el idioma de los indígenas para adoctrinarles en la nueva fe. Esta

evangelización en tagalo permitió, en primer lugar, que los frailes se convirtieran en los

intermediarios entre la autoridad colonial y unos indígenas que no necesitaban conocer el

idioma de la metrópoli. Y, en segundo lugar, influyó en que el castellano fuera

desconocido por la mayoría de la población, y en que tras el 98 pudiera desaparecer en

pocas generaciones, pues se calcula que sólo un diez por ciento de la población filipina

hablaba la lengua española cuando los estadounidenses ocuparon las islas. Los frailes, por

lo demás, se encargaron de la instrucción a todos los niveles, y por ello crearon diversos

colegios y universidades, como la Universidad de Santo Tomás, fundada por los

dominicos en 1611.

En los primeros tiempos, el sistema económico de la isla se basaba en el cultivo de la

tierra mediante encomiendas y en el denominado galeón de Manila. Este último consistía

en que una o dos veces al año un barco, que unía Acapulco con Manila, intercambiaba los

metales preciosos procedentes de América por especias, textiles y otros bienes de China,

Japón, India y Sudeste Asiático. Como los bienes intercambiados no eran productos de

Filipinas, el galeón no sirvió para desarrollar la economía de las islas. Los beneficiados

por este sistema apenas fueron unos pocos comerciantes, militares y religiosos

peninsulares44

.

Con los Borbones, se inician las reformas que proseguirán en el siguiente siglo.

Fundamentalmente, se pretendió aumentar el poder de la autoridad colonial con la

concesión de mayores atribuciones al Gobernador General, o con la creación de nuevas

42

Una vez que México logra la independencia, se interrumpe el galeón de Manila y el contacto que existía

entre la América hispana y Asia. Poco después de la emancipación, Iturbide pedirá, desde luego sin ningún

éxito, a Filipinas y Cuba que se independicen de España y que sigan manteniendo relaciones con México, si

bien ahora bajo el signo de la libertad. Cf. Ibidem, p. XXIII. 43

M. D. Elizalde Pérez-Grueso, “El tiempo de José Rizal”, en Entre España y Filipinas: José Rizal, escritor,

cit., p. 32. 44

Ibidem, p. 45.

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instituciones como una intendencia que gestionaba la Hacienda. Por lo demás, se inaugura

una nueva ruta comercial que une directamente a España con Filipinas a través del Cabo

de Hornos o de Buena Esperanza; se crea en 1785 la Real Compañía de Filipinas; y se

establece, aunque con poco éxito económico45

, el estanco sobre el tabaco y los alcoholes

indígenas.

Los cambios en la administración colonial se acentúan en el siglo XIX. Desde el punto

de vista de la administración se acaba con la secular delegación de funciones a las elites

locales indígenas y se centraliza todo el mando político y militar en el Gobernador General

y en sus delegados provinciales46

. Tales medidas provocan un creciente descontento entre

las elites locales que se traduce inicialmente en deseos de mayor autonomía. Al mismo

tiempo se fomenta la emigración peninsular de población civil a las Filipinas. Ello es

favorecido por la apertura del canal de Suez y la creación de una nueva línea marítima que

reduce el viaje de España a Filipinas a un mes, en lugar de los tres que duraba la travesía

cuando se realizaba a través del Cabo de Buena Esperanza.

La modernización de la administración colonial también afectó a las poderosas órdenes

religiosas. Se intentó restarles poder estableciendo una mayor intervención del Estado

sobre la educación de la colonia. Cabe mencionar a este respecto que, entre 1863 y 1894,

se dictan algunas medidas que pretendían favorecer la enseñanza del castellano. Medidas

que iban encaminadas a suprimir la mediación de los frailes, y a facilitar la relación directa

entre la autoridad colonial y la población indígena.

Los cambios en el ámbito económico son también sustanciales47

, sobre todo porque

empieza a desarrollarse la producción textil filipina, así como el cultivo de productos

agrícolas tropicales como azúcar, abacá, tabaco, etc., los cuales eran objeto de una gran

demanda internacional. Este desarrollo de los productos filipinos, junto a medidas de

índole librecambista, favorecieron el interés de las potencias extranjeras por comerciar en

Filipinas, hasta el punto de que fueron los mercados exteriores –y no la metrópoli– los que

controlaron la producción y exportación de aquellos bienes. España no consiguió ser el

mercado preferente de las exportaciones filipinas. Ocupó el quinto lugar, después de Gran

Bretaña, de las posesiones británicas en Asia, China, Estados Unidos y Australia. De otro

lado, con la nueva economía se enriquece una elite indígena que se encuentra en la raíz de

45

Ibidem, p. 46. 46

Ibidem, p. 36. 47

Ibidem, pp. 48-52.

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ese sentimiento nacional que de modo insuperable describe Rizal, el hijo del arrendatario

de una hacienda azucarera en Calamba. La metrópoli intentó compensar aquella

desventaja con respecto a los mercados extranjeros con medidas proteccionistas, con

nuevos aranceles y tributos, que no sólo motivaron la oposición de los comerciantes

foráneos, sino también la de hacendados indígenas que veían disminuir sus beneficios. De

ahí, como dice Elizalde, la “creciente divergencia entre los intereses económicos de la

metrópoli y los de la colonia”48

.

4.2. La crisis moral de la colonia. Teniendo en cuenta esta evolución de la economía del

Archipiélago, Rizal admite que, a finales del siglo XIX, la situación de Filipinas ha

mejorado desde el punto de vista material. Sin embargo, ha empeorado desde el moral. El

“espíritu filipino” no ha desaparecido del todo, aunque las circunstancias han sido poco

propicias para su mantenimiento, pues los españoles, los hombres de la “raza dominante”,

han llegado al extremo de afrentar a toda la raza malayo-filipina, de insultarla por negar al

filipino hasta la capacidad para la virtud y el vicio. Todavía a finales del siglo XIX,

liberales y frailes tratan a este pueblo como un conjunto de niños que necesita de

permanente tutela. Y es que España, como una cruel nodriza –y no ya como la nodriza

espiritual a la que hacía referencia Unamuno49

–, desea la eterna niñez de Filipinas. Crítica

que no puede dejar de recordar a otras similares que se levantaron a principios de aquel

siglo desde la América Hispana.

Lamenta Rizal que, después de tres siglos de dominación, el filipino se haya

acostumbrado al yugo y que quede poco del espíritu de los “indomables Kagayanes”. Pero

piensa que un día puede “saltar la chispa” de la insurrección si los españoles no

emprenden profundas reformas, si no atienden las justas y necesarias reclamaciones de

este pueblo. Es más, cree que ya está empezando a despertar el espíritu de la nación. Para

este amanecer nacionalista se cuenta con una “numerosa clase ilustrada dentro y fuera del

Archipiélago”. “Hoy –añade– no forma más que el cerebro del país, dentro de algunos

años formará todo su sistema nervioso y manifestará su existencia en todos sus actos”. El

nacimiento de esa clase ilustrada había sido en gran parte motivado por el desarrollo de

una nueva clase integrada por hacendados, industriales y comerciantes autóctonos. Rizal,

el ilustrado filipino por excelencia, es hijo de uno de esos hacendados. Estas elites

48

Ibidem, p. 52. 49

M. Unamuno, “Epílogo”, cit., p. 486.

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filipinas, integradas tanto por enriquecidos hombres de negocios como por intelectuales,

van a ser las que viajen al extranjero y las que mantengan estrechas relaciones con

influyentes círculos políticos y económicos de la península y del extranjero.

Es verdad que esas elites gozaban de una cierta participación en el régimen colonial50

,

pero la consideraban completamente insuficiente. La reivindicación de una mayor

autonomía por esas clases ilustradas se va a manifestar en el aludido movimiento o

asociación de la Propaganda, que, si bien inicialmente se limita a reclamar derechos e

igualdad con la península, ya en la década del noventa se radicaliza y solicita el

autogobierno e incluso la independencia. Conforme avance el siglo, al descontento de las

elites, se unirá el de los campesinos, el de las nuevas clases urbanas o el del clero secular

filipino. Esta extensión del malestar social y político explica el nacimiento de una

asociación de bases más amplias que la Propaganda como el Katipunan, la organización

liderada por Andrés Bonifacio que inicia la revolución el 26 de agosto de 1896 con el

conocido “grito de Balintawak”.

Rizal prosigue su artículo señalando que sólo cabe dos alternativas en el futuro: la vía de

las reformas profundas que, emprendidas por “las clases superiores”, debería llevar a que

Filipinas fuera una provincia más de España, con los mismos derechos y libertades que los

territorios peninsulares; o la insurrección violenta que, partiendo de las esferas del pueblo,

podría conducir a la independencia después de una fatal guerra sangrienta. Únicamente se

puede imponer una de estas dos opciones porque ya no son posibles las vías utilizadas

tradicionalmente para atajar el progreso de un pueblo: embrutecimiento de las masas por

medio de una casta adicta al gobierno, el clero en el caso filipino; empobrecimiento del

país; destrucción paulatina de los habitantes; y fomento de la enemistad entre las razas o

provincias de la colonia. La paulatina extensión de la Ilustración en Filipinas –la tarea

esencial para Rizal– pone de relieve que la “negra plaga de frailes, en cuyas manos está en

Filipinas la enseñanza de la juventud”, ya no puede mantener por más tiempo a las islas en

la ignorancia. El empobrecimiento es una vía contraproducente porque, por un lado, de

nada sirve a la metrópoli una colonia pobre; y de otro, mientras la riqueza está unida al

espíritu de conservación, la pobreza inspira ideas aventureras y deseos de cambio. El

mismo Maquiavelo –escribe Rizal, demostrando conocer a los clásicos de la filosofía

50

Las elites filipinas eran miembros de la Real Sociedad Económica Filipina de Amigos del País y de la

Cámara Española de Comercio, vocales del Banco Español Filipino, de la Caja de Ahorros de Manila,

regidores del ayuntamiento y escuelas de Manila, consejeros del Consejo de Administración de Filipinas,

etc. Cf. M. D. Elizalde, o. c., p. 60.

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política– “encuentra peligroso este medio de sujetar a un pueblo, pues observa que la

pérdida del bienestar suscita más tenaces enemigos que la pérdida de la vida”. La tercera

vía es aún más improbable porque, a pesar de guerras y epidemias, el número de

habitantes de Filipinas sigue aumentando. Por último, el progreso de las comunicaciones

fomenta el intercambio de las opiniones y las relaciones de amistad entre los habitantes de

las islas: todos ellos ven que están amenazados “de un mismo peligro y heridos en unos

mismos sentimientos”.

4.3. La evolución pacífica, la única fórmula para que las Filipinas continúen bajo

bandera española. Rizal explica en los artículos reunidos bajo el título de “Filipinas

dentro de cien años” que España ha concedido a su colonia asiática muchas menos

libertades que Francia e Inglaterra a las suyas. Incluso le parece también hiriente la

comparación con Cuba y Puerto Rico, que al menos gozaban entonces de representación

en las Cortes. El articulista señala que el mantenimiento del vínculo entre el Archipiélago

y la metrópoli pasa por reformas de gran calado. Las de carácter paliativo ya no son más

que inútiles y perjudiciales. El médico Rizal acostumbra a utilizar metáforas orgánicas en

sus escritos, y por ello dice de estas reformas que se parecen a los “emplastos y pomadas”

utilizados por un doctor que no sabe curar un cáncer o no se atreve a extirpar un órgano

enfermo. La metáfora orgánica se enriquece con una analogía extraída del Quijote:

compara este sistema de reformas paliativas con el “régimen dietético” que padece Sancho

en la Ínsula Barataria. Es decir, Filipinas es Sancho, las reformas equivalen a los manjares

deseados por el escudero, y el médico Pedro Rezio coincide con todos los interesados en

seguir aprovechándose del Archipiélago.

Las dos reformas fundamentales consisten en la instauración de prensa libre y en el

reconocimiento de representación para las Islas Filipinas. Según el Gran Tagalo, sin

prensa libre, difícilmente podrán llegar las quejas de la provincia asiática hasta España.

Además, el poder “que gobierna desde lejos”, si no quiere hacerlo a tientas y desea

conocer la verdad y los hechos, no puede dejar de apoyarse sobre la prensa libre. Esta

reforma es aún más imperiosa en un país donde, como sucede en Filipinas, la mayoría de

los habitantes hablan una lengua desconocida para las autoridades. Rizal concluye el

apartado dedicado a esta libertad diciendo que sólo la “rutina”, un análisis superficial,

puede llevar a creer que el periodismo es un peligro. Al contrario, mientras las

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revoluciones tienen lugar en países tiranizados, las colonias ya no desean la independencia

cuando gozan de la básica libertad de imprenta.

La otra gran reforma necesaria para acallar el descontento de las islas consiste en el

reconocimiento de representantes filipinos en las Cortes nacionales. España –advierte

Rizal– no debería temerla en ninguna de las tres circunstancias que podrían darse: si todos

los diputados filipinos son separatistas –lo cual es un absurdo–, siempre podrá la mayoría

peninsular corregir esta tendencia en la arena parlamentaria; si, en segundo lugar, “salen

pasteleros, como es de esperar y probablemente han de ser, tanto mejor para el gobierno, y

tanto peor para sus electores”; y, por último, “si salen como deben ser, dignos, honrados y

fieles a sus misiones”, se convertirán en una inestimable ayuda para gobernar territorios

tan lejanos.

Sólo en tres momentos puntuales del siglo XIX se reconoció a los filipinos la

representación. La primera ocasión se dio en las Cortes Constituyentes de Cádiz51

. Rizal

no olvida mencionar que Filipinas, a diferencia de otras colonias de América, no se

aprovechó de la guerra de la independencia porque en aquella época gozaba de

representación. La segunda ocasión tuvo lugar durante el trienio liberal. Y la última

después de la muerte de Fernando VII, en 1835, ya bajo el Estatuto Real. Entonces le

fueron reconocidos dos representantes52

. Sin embargo, la Constitución de 1837 eliminó

esta representación y sancionó una estricta diferencia entre la metrópoli y las provincias

ultramarinas. Entonces se justificó tal medida con varios argumentos: su densa población

le permitiría contar con una elevada representación que podría desequilibrar las cortes; la

distancia entre Filipinas y la metrópoli retrasaba la llegada de los diputados o hacía muy

costosa la representación; la lengua castellana era dominada por tan pocos que podría

darse el caso de que los representantes desconocieran esta lengua; y las peculiares

costumbres de los filipinos impedían su asimilación y la adquisición de plenos derechos

políticos53

. Más tarde volvería a reconocerse a Cuba y Puerto Rico la representación, pero

nunca más a Filipinas. Se comprende así que el descontento fuera en aumento conforme

avanzaba el siglo, y que, al final, no quedara otra salida que la independencia. Llegados a

la última década del siglo XIX sólo algunos españoles se levantaban contra esta injusta

51

La representación filipina estuvo en manos de Ventura de los Reyes, quien hasta su llegada a la península

fue suplido por Pedro Pérez de Table y José Manuel Couto. Cf. M. D. Elizalde, o. c., p. 54. 52

Fueron elegidos como diputados Andrés García Camba y Juan Francisco Lecaroz, los cuales tomaron

posesión en noviembre de 1835. 53

Cf. M. D. Elizalde, o. c., p. 56.

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situación de la colonia. Entre ellos sobresalía la voz del gran republicano federal Pi y

Margall –tan respetado por Rizal y los colaboradores de La Solidaridad–, que con

insistencia reclamaba representación y autonomía para todas las provincias ultramarinas54

.

En unos términos muy semejantes a los insurgentes hispanoamericanos, el autor de

“Filipinas dentro de cien años” rechaza el argumento de la falta de ilustración o madurez

de su pueblo para acceder al fundamental derecho político de representación. En

consonancia con el ideario democrático del siglo XIX, señala que la cultura de la mayoría

de los filipinos no es tan defectuosa como dice la metrópoli; y que, si el filipino es

considerado ciudadano para pagar impuestos y defender la patria española, “debe serlo

también para elegir y tener quién vele por él y por sus intereses”. Y, en una línea menos

democrática, menos atenta a la igualdad de los cualquiera, indica que no se puede negar la

representación al ignorante o al desvalido, a aquellos que más la necesitan para no ser

atropellados en sus derechos. Por lo demás, Rizal insiste aquí, y en otros textos como el

escrito sobre la indolencia del indio filipino o un magnífico fragmento de su novela El

filibusterismo, en que la falta de ilustración y moralidad del pueblo no se debe a una falta

natural del indígena, sino a la defectuosa e inútil educación que han ofrecido en los

últimos tres siglos y medio la metrópoli y sus “Pedro Rezio”, los frailes55

.

Junto a estas dos reformas fundamentales, Rizal reclama justicia (“la virtud primera de

las razas civilizadoras”) y efectiva aplicación de las leyes. Observa que, con la excusa de

la integridad de la patria y de la razón de Estado, se cometen numerosas injusticias, y por

54

Así se expresaba Pi y Margall en el nº 17 (enero de 1891) de Nuevo Régimen: “[…] ¿No nos han enseñado

nada las mal vencidas rebeliones de Cuba? Las tendremos pronto en Filipinas como no sigamos otra

conducta. Las Islas Filipinas no tienen siquiera representación en las Cortes. La tuvieron y se la quitamos en

el año 1837, como si no formasen parte de España. Nosotros, los federales, estamos dispuestos a dar a todas

las colonias, no sólo asiento en nuestras cámaras, sino también a declararlas autónomas en todo lo relativo a

sus especiales intereses”. (cit. en W. E. Retana, o. c., p. 199). 55

Tal es el sentido de este diálogo que mantienen el dominico Fernández, que pese a todo es partidario del

progreso de los filipinos, y el poeta Isagani:

“[El fraile]: ¡La instrucción no se da más que al que la merece! Dársela a hombres sin carácter y sin

moralidad, es prostituirla.

[Isagani]: Y ¿por qué hay hombres sin carácter y sin moralidad?

[El fraile]: Defectos que se maman en la leche, que se respiran en el seno de las familias; ¡qué se yo!

[Isagani]: ¡Ah, no, P. Fernández! Usted no ha querido profundizar el tema; usted no ha querido mirar el

abismo por temor de encontrarse allí la sombra de sus hermanos. Lo que somos, ustedes lo han hecho. Al

pueblo que se tiraniza, se le obliga a ser hipócrita; aquel a quien se le niega la verdad, se le da la mentira; el

que se hace tirano, engendra esclavos. No hay moralidad, dice usted, ¡sea!; aunque las estadísticas podrían

desmentirle, porque aquí no se cometen crímenes como los de muchos pueblos cegados por sus humos

moralizadores. Pero… convengo con usted en que somos defectuosos. ¿Quién tiene la culpa de ello: o

ustedes, que hace tres siglos y medio tienen en sus manos nuestra educación, o nosotros, que nos plegamos a

todo? Si después de tres siglos y medio el escultor no ha podido sacar más que una caricatura, ¡bien torpe

debe ser!”

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ello los “heridos y resentidos” van en aumento en la colonia. La prudencia, la cuidadosa

aplicación de las leyes, se hace aún más necesaria en los “países dominados por una raza

extranjera”, pues aquí “hasta el acto de severidad más justo se interpreta por injusticia y

opresión”. La justicia también debe conducir a que los indígenas, los originarios habitantes

de Filipinas, tengan los mismos derechos y oportunidades que los peninsulares. Por ello

reivindica, como hicieron los hispanoamericanos poco antes de seguir la vía de la

independencia, que se den por oposición todos los puestos y cargos.

Rizal dice, en principio, algo muy parecido a lo que escribían los liberales españoles, los

Flórez Estrada o Blanco White, para evitar que se consumara la emancipación de

Hispanoamérica. Sabían aquellos liberales que el vínculo con España sería imposible si los

pueblos americanos no encontraban ningún interés en la unión. El muy republicano Rizal

sostiene lo mismo, pero citando una vez más a Maquiavelo: Filipinas seguirá siendo

española si la metrópoli sirve a sus intereses, si no detiene el progreso y reconoce a sus

habitantes todos los derechos y libertades que poseen las naciones más avanzadas. Esto

significa en la práctica que debe dejar de ser una colonia. No es otra la enseñanza que

Rizal extrae de Bachelet: “las colonias fundadas para servir la política o el comercio de

una metrópoli, concluyen todas por hacerse independientes”.

4.4. La traumática senda de la revolución violenta. El Gran Tagalo no veía las cosas de

forma muy distinta a los republicanos liderados por Pi y Margall: si España no concedía a

los filipinos los mismos derechos políticos que gozaban los peninsulares y les quitaba “el

yugo de las órdenes monásticas”, no podría luego quejarse en caso de rebelión56

. No había

otra alternativa: o se producía una reforma radical que debía llevar a la fusión de ambos

pueblos, o era irremediable la independencia. En el último artículo de esta serie, el de

enero de 1890, Rizal escribe que “es contra todas las leyes naturales y morales la

existencia de un cuerpo extraño dentro de otro dotado de fuerza y actividad. La ciencia nos

enseña que este cuerpo, o es asimilado, o destruye el organismo, o es eliminado, o queda

enquistado”. Está convencido de que la raza filipina no puede ser destruida, y de que, en

56

Sánchez de Toca, en una sesión del Congreso de diputados de 29 de abril de 1891, llegó a acusar a Pi y

Margall de “alentar y justificar la rebelión de Filipinas” por escribir estas palabras en Nuevo Régimen:

“Desgracia tienen nuestras colonias oceánicas. No se les otorga los derechos políticos, no se les da asiento en

nuestras Cortes, no se les quita el yugo que les pusieron las órdenes monásticas, y cuando se trata de sus

intereses materiales, se las olvida como si no fueran parte de España. ¿Qué cariño nos han de tener los que

las habitan? ¿Qué impaciencia no han de sentir por verse libres de un pueblo que las gobierna como en el

primer siglo de la conquista? Si un día se rebelan, ¿qué razón habrá para que nos quejemos?” (cit. W. E.

Retana, o. c., p. 200).

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caso de conflicto con la española, la victoria filipina y la independencia será inevitable por

las siguientes razones: “por el número de sus habitantes”; “por el estado de su ejército y

marina”; “por la distancia a que se encuentran las islas”; “por los pocos conocimientos que

de ellas tiene”; “por luchar contra una población cuyo amor y voluntad se ha enajenado”;

porque si el español es “bravo y patriota, y lo sacrifica todo, en favorables momentos, al

bien de la patria”, no menos sucede con el filipino; y, por último, porque las islas, ante la

opresión española, se unirán contra la metrópoli, y ante el peligro de caer en otras manos

extranjeras, serán sensatas y prudentes.

Ciertamente Rizal no tenía las dotes proféticas del reaccionario Donoso Cortés, cuando

escribía que, tras la conquista de su independencia, Filipinas no volvería a caer en poder

de otra potencia colonizadora. La situación se parece una vez más a la de la América

hispana de principios del siglo XIX, la que, coincidiendo con las Cortes de Cádiz, iniciaba

la vía de la emancipación. Entonces los liberales españoles advertían a las provincias

americanas que su falta de madurez política les haría volver a caer en manos de grandes

Estados como Inglaterra. En nuestro caso, Rizal hace un repaso de todas las grandes

potencias de la época y explica por qué no será recolonizada Filipinas. Ante todo

considera probable que África absorba en los siguientes años toda la atención de las

naciones colonizadoras. De Inglaterra dice –y la historia de los dos últimos siglos le daba

la razón– que está más interesada en el comercio que en la expansión territorial. De

Alemania, que se limita a conquistar fáciles territorios que no pertenecen a nadie. En

Francia ve un afán poco colonizador. Piensa que “Holanda es sensata y se contentará con

conservar” las Molucas, Java y Sumatra. China no está en condiciones de emprender una

política colonizadora; ya es suficiente que pueda impedir ser colonizada por los europeos.

Reconoce que Japón tiene un exceso de población, pero cree que le atrae más Corea que

Filipinas. Por último se detiene en los Estados Unidos. Admite que “acaso la gran

República Americana, cuyos intereses se encuentran en el Pacífico y que no tiene

participación en los despojos de África, piense un día en posesiones ultramarinas”. No

obstante, opina que todavía no ha llegado su momento por cuatro razones: porque el canal

de Panamá no está abierto; porque sus Estados no tienen un exceso de población que les

haga pensar en colonizar otros continentes; porque, en caso de intentarlo, no se lo

permitirían las potencias europeas (“la América del Norte sería una rival demasiado

molesta, si una vez practica el oficio”); y, finalmente, porque la política imperialista o

colonizadora es “contra sus tradiciones”. Es bien sabido que aquí el ilustrado falló, aunque

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su amigo y gran filipinista Blumentritt le había dado una pista de lo que podría suceder57

.

En diciembre de 1898, tras la firma del Tratado de París, Filipinas se convierte en una

colonia estadounidense. McKinley –usando el argumento de todos los colonizadores–

declaraba entonces que no tenían más remedio que tomar las Filipinas para educar y

cristianizar a los filipinos.

En cualquier caso, Rizal prevé que la independencia, y el progreso que le seguirá,

sucederá “dentro de cien años más o menos”. Concluye diciendo que “es necesario dar a

seis millones de filipinos sus derechos para que sean de hecho españoles, que se los dé el

gobierno libre y espontáneamente”. “Preferimos esta desagradable tarea a tener un día que

decir a la Madre Patria” que deseamos la independencia.

Forma parte del trabajo del intérprete decidir si realmente Rizal se tomaba en serio la vía

de las reformas. En apariencia se diría que se conforma con la evolución pacífica de

Filipinas hasta convertirse en una provincia española, pero cabe preguntarse si realmente

pensaba que era posible un cambio tan radical en la política de la metrópoli. El ilustrado

tagalo había conocido la España de fin de siglo, sus graves carencias y su corrupción

política, hasta el punto de que, como señala Goujat, la vida política de la metrópoli le

parecía un perfecto “contraejemplo”58

. Los Retana y Unamuno veían en él a un español

íntegro y deseoso de permanecer unido a la metrópoli, siempre y cuando no fuera bajo la

humillante condición de colonia. Pero el ilustrado que vive bajo un régimen donde la

libertad está limitada y cree necesario adoptar el modelo de la masonería –la fundación de

la Liga Filipina–, difícilmente podía expresar con claridad su verdadera opinión. Quizá

debiéramos practicar aquí el straussiano método esotérico, y leer entre líneas, para explicar

el pensamiento de hombres que, sin embargo, ya han dejado atrás el Antiguo Régimen que

hizo del arcano uno de los núcleos del gobierno. El Koselleck de su libro de juventud, el

más schmittiano, pero también el de la Historik, nos ha enseñado que la tensión inherente

al par secreto/publicidad seguía estando presente en el discurso moderno de la Ilustración.

Si tenemos esto en cuenta, quizá la alternativa formulada por Rizal no lo sea. A ello

apuntan varios elementos, como su opinión sobre la política española; las frecuentes

referencias a Maquiavelo que, como se sabe, soñaba con la liberación de su patria; o la

57

En una de sus cartas, Blumentritt le advierte que, cuando una colonia se levanta contra la metrópoli, la

revolución no triunfa por su propia fuerza, que necesita el apoyo de fuerzas extranjeras: “la Unión

Americana se hizo libre porque Francia, España y Holanda se unieron a ella. Las repúblicas españolas

recobraron su libertad porque había guerra civil en la metrópoli.” (Cit. en L. Zea, o. c., p. XXVI). 58

H. Goujat, “José Rizal, o el hombre de letras al servicio de la reflexión política”, en Entre España y

Filipinas: José Rizal, escritor, cit., p. 118.

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opinión de que, probablemente, las Filipinas independientes establecerán el régimen más

libre, la república federal. Es decir, sancionarán el único régimen que podía adoptar la

España corrompida de la Restauración para cumplir las condiciones exigidas por Rizal, las

imprescindible para que la colonia permaneciera en el seno de la madre patria. Por otra

parte, la referencia a los cien años que faltan para conseguir la libertad absoluta no deja de

ser una ironía, pues cuando especula sobre las potencias extranjeras que podrían poner en

peligro dicha independencia, realiza un análisis de las relaciones internacionales del

presente.

Pensamos que Rizal no deseaba la sublevación violenta, la revolución armada, y que

prefería la más lenta vía ilustrada de la reforma cultural. Ahora bien, no nos cabe la menor

duda de que su aspiración última, la redención de su patria, suponía la autonomía

completa, la independencia. La estrategia preferida estaba relacionada con el elitismo clerc

de la masonería, que pasaba por la educación del pueblo y el desarrollo de las virtudes

cívicas. Por eso aconsejaba la transformación pacífica y fecunda realizada –como dice en

“Filipinas dentro de cien años”– por las clases superiores o –como señala en el

“Manifiesto a algunos filipinos”59

– desde arriba. En cambio condenaba la que venía de las

esferas del pueblo o desde abajo, la que, aparte de utilizar métodos criminales o violentos,

prometía reformas “irregulares o inseguras”. Lo condenable de la revolución armada no

era su objetivo final, la independencia, sino –como demuestra Simoun en El

filibusterismo– el que estuviera motivada por los más bajos instintos, por el espíritu de

venganza y resentimiento que el colonizador había provocado en el colonizado60

. Quizá,

como buen ilustrado, Rizal ansiaba una fundación virtuosa de la nación filipina, o al

menos tan virtuosa como lo había sido la de la república romana y la norteamericana. Y

quizá por ello se oponía a que fuera cierta la lección de Pascal, el origen místico, violento,

de todo nuevo poder.

59

Merece la pena transcribir este párrafo del breve manifiesto que escribe Rizal el 15 de diciembre de 1896

(cit. en W. E. Retana, o. c., p. 374), unos meses después del estallido de la revolución: “Paisanos: He dado

pruebas como el que más de querer libertades para nuestro país […]. Pero yo ponía como premisa la

educación del pueblo, para que por medio de la instrucción y del trabajo tuviese personalidad propia y se

hiciese digno de las mismas. He recomendado en mis escritos el estudio, las virtudes cívicas, sin las cuales

no existe redención. He escrito también […] que las reformas, para ser fructíferas, tenían que venir de

arriba, que las que venían de abajo eran sacudidas irregulares e inseguras. Nutrido de estas ideas, no puedo

menos de condenar y condeno esa sublevación absurda, salvaje, tramada a espaldas mías, que nos deshonra a

los filipinos y desacredita a los que pueden abogar por nosotros; abomino de sus procedimientos criminales,

y rechazo toda clase de participaciones […]”. 60

Cf. H. Goujat, “José Rizal, o el hombre de letras…”, cit., p. 122.