jÓvenes • clásicos - secundaria sm · del bicentenario 1810 2010. 150 literatura infantil y...
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Con esta colección SM quiere impulsar en el entorno
escolar la lectura de las principales obras de la literatura
mexicana. Estas cuidadas ediciones constan de las obras
íntegras y están pensadas especialmente para los lectores
de hoy, con atractivo diseño e ilustraciones originales,
y con distintos recursos para facilitar la comprensión
lectora y propiciar el disfrute literario. Tales recursos
ayudan a comprender el léxico, el entorno humano,
geográfi co e histórico que retrata la obra, la sociedad
de la época, las motivaciones de los personajes, y también
nos aproximan al autor y a sus intenciones creativas.
Breves introducciones a cargo de autores conocidos
por los jóvenes (Mónica Brozon, Antonio Malpica, Silvia
Molina, Jaime Alfonso Sandoval...) contribuyen a derribar
la barrera psicológica
que en ocasiones
los aleja de los
clásicos y les impide
ver cuán vigentes son.
Clásicos del Bicentenario
18102010
Molina, Jaime Alfonso Sandoval...) contribuyen a derribar
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Recursos que estos libros ofrecen para fomentar la comprensión lectora
Cortejo
A fi nes del siglo xviii y principios del xix
llegó a México una costumbre proveniente
de España y originaria de Italia: el cortejo.
Este consistía en la relación de amistad cer-
cana de una señora con un hombre a quien
le era permitido entrar a la casa, pasear con
ella, acompañarla, así como engalanarla con
piropos y regalos. Aunque más tarde con-
denado y criticado, el cortejo contribuyó a
crear un culto en torno a la belleza de las
mujeres, presente en varios pasajes de Cle-
mencia. Durante el siglo xix las costumbres
en torno a la manera de abordar el amor se
fueron transformando: la burguesía román-
tica se empeñó en educar a las mujeres en
términos morales, encerrarlas en casa e in-
fundir en ellas valores como la abnegación
y el sacrifi cio. Por lo tanto, durante aquella
época la coquetería y la seducción no solo empezaron a ser mal vis-
tas, sino que fueron consideradas el factor capaz de transformar a las
mujeres de ángeles en diablos.
En busca del amor
Los sitios de socialización ideales para que los jóvenes entablaran
algún contacto con los miembros del sexo opuesto fueron las pla-
zas, los parques e incluso los atrios de las iglesias. No obstante, en el
siglo xix las mujeres no solían caminar por las calles, por lo que los
muchachos tenían que sortear sus carruajes, a pie o a caballo, con la
esperanza de obtener una mirada fugaz de la dueña de sus corazo-
nes. Otras ocasiones para conocer pretendientes eran ofrecidas por
las visitas a la iglesia, las tertulias y los bailes en que el contacto físico
era permitido.
Paseo de la cadenas
Pareja bailando polka
Clemencia [ 151 ]
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Cortejo
A fi nes del siglo xviii
llegó a México una costumbre proveniente
de España y originaria de Italia: el cortejo.
Este consistía en la relación de amistad cer-
cana de una señora con un hombre a quien
le era permitido entrar a la casa, pasear con
ella, acompañarla, así como engalanarla con
piropos y regalos. Aunque más tarde con-
denado y criticado, el cortejo contribuyó a
crear un culto en torno a la belleza de las
mujeres, presente en varios pasajes de
mencia. Durante el siglo Durante el siglo
en torno a la manera de abordar el amor se
fueron transformando: la burguesía román-
tica se empeñó en educar a las mujeres en
términos morales, encerrarlas en casa e in-
fundir en ellas valores como la abnegación
y el sacrifi cio. Por lo tanto, durante aquella
época la coquetería y la seducción no solo empezaro
tas, sino que fueron consideradas el factor capaz d
mujeres de ángeles en diablos.
En busca del amor
Los sitios de socialización ideales para que los jó
algún contacto con los miembros del sexo opuesto fu
zas, los parques e incluso los atrios de las iglesi
siglo
muchachos tenían que sortear sus carruajes, a pie o
esperanza de obtener una mirada fugaz de la dueña d
nes. Otras ocasiones para conocer pretendientes era
las visitas a la iglesia, las tertulias y los baile
era permitido.
Amor y cortejo en el siglo xix
El amor cortés en la
Edad Media
Las variantes del amor
En Clemencia el amor se manifi esta en formas va-
riadas, prueba de que durante el siglo xix convivieron
aproximaciones distintas e incluso contrarias sobre la manera de
abordar este sentimiento las relaciones de pareja. Fernando Valle
aspira a amar a la Sultana según los principios del amor cortés; en
cambio, Enrique Flores no tiene ningún reparo en hacer de las mu-
jeres presas de su seducción.
El amor en el medievo
Una de las tendencias de la literatura mexicana romántica es el
rescate de la tradición medieval, también conocida como Revival.
Esta nostalgia por el pasado permite que los escritores románticos
—Altamirano es un ejemplo— retomen en sus obras relatos y le-
yendas de origen medieval, como la historia de Isabel Segura y Diego
Marsilla, los Amantes de Teruel (en el capítulo 7 de Clemencia), o
las aventuras amorosas de los tiempos caballerescos (en el capítulo
19). La concepción del amor en la Edad Media es recuperada en el
romanticismo por su componente ideal; así, se representa como un
sentimiento más lírico que fi ncado en la realidad. En el amor cortés
la atracción sexual se sublima; es decir, se convierte en cortesía, ad-
miración y contemplación de la amada, vista como un ser sagrado a
quien debe rendirse culto y por quien se es capaz de morir.
El amor romántico
Aunque muchos de los casamientos en México durante el siglo xix
se celebraron en forma de alianzas, por conveniencia de las familias
involucradas, el movimiento romántico, a manera de innovación,
asoció el matrimonio con el sentimiento amoroso y la atracción
desinteresada, incluso ingenua y alejada de la sexualidad. El amor
romántico se caracteriza por ser etéreo. Al mismo tiempo posee
un carácter espiritual, visto y entendido como una huella de au-
tenticidad, que lo aleja del deseo carnal. El narrador en Clemencia
subraya que en Guadalajara “todavía el amor tiene un santuario y
adoradores fi eles; allí se sabe amar”. De esta forma, distingue entre
el amor considerado como auténtico, equiparable con la concepción
romántica, y la búsqueda egoísta de la satisfacción sexual. El amor
según el romanticismo tiene generalmente un desenlace trágico y
puede conducir a los personajes a la locura, la muerte, el suicidio o
el enclaustramiento.
Pareja romántica
[ 150 ] Ignacio Manuel Altamirano
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Don Catrín de la Fachenda [ 71 ]
Pintura de castas de un artista anónimo del siglo XVIII
Ser criollo en la Nueva EspañaAl contrario de lo que comúnmente se cree, los hijos de españoles
nacidos en la Nueva España —como el propio Fernández de Lizar-
di— no tenían la misma situación privilegiada que los españoles
peninsulares. Los altos cargos, así como las principales actividades
económicas (minería, comercio, industria, agricultura), fueron ocu-
pados y acaparados por españoles nacidos en España, lo que generó
recelo, frustración y descontento entre los criollos.Los extremos se tocanEn Don Catrín de la Fachenda el Pensador Mexicano critica a las cla-
ses privilegiadas, así como a los estratos sociales más bajos. Según
el autor, tanto los aristócratas como los mendigos y prostitutas des-
precian el trabajo e impiden el progreso de la sociedad. Los catrines,
por ejemplo, se escudan en su supuesto alto linaje para no ejercer
ningún ofi cio ni labor de provecho.
“Mestizaje”, pintura al óleo de Miguel Cabrera
“Hacendado”, litografía de Claudio Linati
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Pintura de castas de un artista anónimo del siglo
di— no tenían la misma situación privilegiada que l
peninsulares. Los altos cargos, así como las princi
económicas (minería, comercio, industria, agricultu
pados y acaparados por españoles nacidos en España,
recelo, frustración y descontento entre los criolloLos extremos se tocanEn Don Catrín de la Fachendases privilegiadas, así como a los estratos sociales
el autor, tanto los aristócratas como los mendigos
precian el trabajo e impiden el progreso de la soci
por ejemplo, se escudan en su supuesto alto linaje
ningún ofi cio ni labor de provecho.
[ 70 ] José Joaquín Fernández de Lizardi
La sociedad en tiempos de Lizardi
Escena de mercado: “La Sorpreza”, de
Agustín Arrieta
Pintura de castas: “De español y mulata,
morisco”
Pintura de castas: “De negro y alavina,
negro torna atrás”
La sociedad colonialIntegrada por diferentes grupos étnicos, la sociedad novohispana se
caracterizó por ser problemática. En la primera década del siglo xix
la Nueva España tenía una población de casi seis millones de habi-
tantes, transitaba por un intenso proceso de cambio y sufría claras
divisiones y fracturas. Esta es la sociedad que Fernández de Lizardi
retrató en El Periquillo Sarniento y Don Catrín de la Fachenda.Gente de casta limpiaEspañoles, indios y negros fueron los representantes de los princi-
pales grupos étnicos de la Nueva España. Los españoles eran con-
siderados gente de casta limpia, para señalar una supuesta “pureza”
y, ante todo, la ausencia de sangre negra entre sus antepasados. Ser
blanco signifi caba tener menos obligaciones y gozar de privilegios.
Buena castaLos indios eran considerados de buena casta, aunque inferior a la
de los blancos. Queda claro que fueron dominados, y nunca tuvie-
ron los mismos privilegios que los españoles. En ocasiones, el tra-
to paternalista y la discriminación llegaron al grado de concebirlos
como gente sin razón.
NegrosEste grupo étnico, considerado infame ante la ley, ocupó el escalafón
más bajo dentro de la división jerárquica de la sociedad colonial.
Como descendientes de esclavos, debían pagar tributo, obligación
que no tenían los estratos superiores.Pluralidad novohispanaHacia mediados del siglo xviii se registraron más de cincuenta cas-
tas o tipos de descendientes de uniones entre individuos de diferen-
tes grupos étnicos. Algunas de ellas fueron bautizadas con nombres
tan curiosos como saltapatrás, tente en el aire o no te entiendo; otras
más conocidas estuvieron integradas por los mestizos, castizos y
mulatos. La división de castas fue una manera de asegurar los pri-
vilegios sociales, económicos y legales de los españoles. Este sistema
se disolvió paulatinamente, por lo que a fi nales del siglo xviii los
grupos se identifi caban por su posición económica, estilo de vida y
tipo de vivienda.
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CONTEXTOA lo largo de cada libro se insertan 10 páginas dobles con información sobre el autor, su obra, la época en que se ubica la novela, el medio cultural y literario, la vida cotidiana, los usos sociales, etcétera.
CONTEXTO
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VOCABULARIO Y NOMBRESPara no tener que interrumpir la lectura con consultas en el diccionario o en la enciclopedia, en los márgenes se presenta un glosario, así como información esclarecedora que propicia una completa comprensión lectora.
Clemencia [ 23 ]
Aplicado con asiduidad a esta para él nueva arma, había aprovechado tan-to su tiempo que se le citaba como el ofi cial más inteligente y más capaz, por lo cual y por su carácter frío y reservado, sus compañeros le profesaban un odio reconcentrado y mortal.
—Evidentemente, este muchacho escondía un proyecto siniestro, estaba inspirado por una ambición colosal, andaba su camino, y quién sabe... Él quería subir, y aparentaba servir a la República como un medio de llegar a su objeto. No era, pues, un patriota, sino un ambicioso, un malvado encubierto.
Esto se decían los ofi ciales en voz alta, esto se decía el coronel, esto se decía el mismo Flores, y más de una vez Valle tuvo que sufrir los sangrientos sarcasmos de todos, y los devoró en silencio y palideciendo de rabia.
—Él no es cobarde, él sufre nuestros insultos y evita toda pendencia; luego abriga una mira particular a cuya realización sacrifi ca hasta su amor propio.
Esto añadían en coro los ofi ciales.Además, Valle ni pedía un servicio a nadie ni lo hacía. Guardaba su poco
dinero, gastábale con parsimonia y evitaba toda ocasión de comprometerse a pagar en un convite la comida y el vino de sus compañeros, por lo cual regularmente comía aparte o en diferente fonda, siempre solitario y siempre económico.
Esta sobriedad calculada, su falta de buen humor, su aversión a los vicios a que es inclinada la juventud militar, le daba un aire de gazmoñería que no podía menos que atraerle la enemistad de las gentes.
Así, cuando algún ofi cial, porque todos los demás se amaban fraternal-mente, estaba enfermo o metido en algún apuro, todo el mundo volaba a su socorro, se le prodigaban los cuidados más solícitos, se velaba a la cabecera de su cama, se le facilitaba dinero, se le asistía, en fi n, como en familia.
Pero cuando Valle, que tenía, a pesar de su aparente raquitismo, una salud robusta, solía estar achacoso, o herido, como acababa de sucederle a conse-cuencia de una escaramuza, nadie le hacía el menor caso; se le trataba como a un perro, y el orgulloso comandante tenía que preparar su hilas con una sola mano y que tomar sus tisanas y beber agua en su jarro con infi nitos trabajos, porque rehusaba hasta los servicios de un viejo soldado que le servía, quien, por otra parte, le quería poco.
Francamente, hasta nosotros los médicos, hombres de caridad y que no consultamos nuestras simpatías para ser útiles a los que sufren, hasta noso-tros, digo, repugnábamos acercarnos a él, porque sentíamos una invencible antipatía viendo a ese pequeño ofi cial con su mirada ceñuda, su color pálido e impuro y su boca despreciativa.
—La tisana que me recetó usted, doctor, no me ha hecho provecho alguno —me dijo un día en Querétaro cuando estaba atacado de fi ebre a consecuen-cia de la herida.
La República. La constitución de 1857 ratifi caba la soberanía del pueblo al constituirse en una república democrática y federal, sistema opuesto a la monarquía de Maximiliano.
Pendencia. Riña.
Prodigar. Dar en gran cantidad.
Hila. Conjunto de hebras de un trapo o lienzo para curar las heridas.
Tisana. Bebida medicinal de hierbas y otros ingredientes.
EL AUTOR DETRÁS DEL PERSONAJE. Fernando Valle comparte algunas características físicas y morales con Ignacio Manuel Altamirano (en el retrato). Algunos críticos lo consideran su alter ego.
Gazmoñería. Presunción de escrúpulos que no se tienen.
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[ 22 ] Ignacio Manuel Altamirano
Capítulo IV
El comandante fer nand o valle
Había también en el mismo cuerpo, y mandando el segundo es-cuadrón, un joven comandante que se llamaba Fernando Valle. Era justamente lo contrario de Flores, el reverso del simpático y amable
carácter que acabo de pintar a largas pinceladas.Valle era un muchacho de veinticinco años como Flores, pero de cuerpo
raquítico y endeble; moreno, pero tampoco de ese moreno agradable de los españoles, ni de ese moreno oscuro de los mestizos, sino de ese color pálido y enfermizo que revela o una enfermedad crónica o costumbres desordenadas.
Tenía los ojos pardos y regulares, nariz un poco aguileña, bigote pequeño y negro, cabellos lacios, oscuros y cortos, manos fl acas y trémulas. Su boca regular tenía a veces un pliegue que daba a su semblante un aire de altivez desdeñosa que ofendía, que hacía mal.
Taciturno, siempre sumido en profundas cavilaciones, distraído, metódi-co, sumiso con sus superiores, aunque traicionaba su aparente humildad el pliegue altanero de sus labios, severo y rigoroso con sus inferiores, económi-co, laborioso, reservado, frío, este joven tenía aspecto repugnante y, en efecto, era antipático para todo el mundo.
Sus jefes lo soportaban, y se veían obligados a tenerle consideración por-que más de una vez en la campaña de Puebla, primera que había hecho en su vida, había dado pruebas de un valor temerario, de un arrojo que parecía inspirado por un ardiente deseo de elevarse pronto o de acabar, sucumbien-do, con algún dolor secreto que torturaba su corazón.
Hubiérase dicho que, desafi ando a la muerte, había querido humillar a sus jefes que combatían con la prudencia del valor reposado y experto.
En el ejército era un advenedizo, porque había aparecido como soldado raso en las fi las el año de 1862, ascendiendo luego a cabo por su aplicación, después a sargento en las Cumbres de Acultzingo, a subteniente (servía en-tonces en un cuerpo de infantería), luego a teniente después del 5 de Mayo y, por último, a capitán.
Como tal había tomado parte en la defensa de la plaza de Puebla en 1863, sirviendo entonces en el batallón mixto de Querétaro, a las órdenes del va-liente y malogrado Herrera y Cairo.
No cayó prisionero, sino que pudo evadirse de la ciudad y se presentó al gobierno en México, que le ascendió a comandante y le destinó a servir en el cuerpo de caballería en que se hallaba actualmente.
Trémulo. Que tiembla.
Económico. Muy moderado en gastar.
REBELIÓN POBLANA. En enero de 1856 un
grupo de rebeldes que se oponían a la desaparición
de los fueros militar y eclesiástico ocuparon
la ciudad de Puebla. La sublevación fue sofocada
en abril del mismo año. Como consecuencia, el obispo de Puebla
Antonio de Labastida (en el retrato), acusado de
fi nanciar la insurrección, fue desterrado.
DEFENSA DE LA PLAZA DE PUEBLA. En marzo de 1863
los franceses sitiaron la ciudad de Puebla; en esta ocasión triunfaron, ya que
los víveres, medicinas y municiones de la
resistencia se agotaron en mayo.
Cumbres de Acultzingo. La batalla que lleva este
nombre ocurrió en abril de 1862, cuando
el ejército francés abandonó el Puerto de Veracruz para avanzar
hacia el interior del país.
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[ 118 ] José T. de Cuéllar
do a algunos que han aprendido a nadar con solo echarse al agua.
Una erupción de fatuidad hinchó a Perico, que se creyó por un momento
el rey del baile. Era feliz; solo que su felicidad, de muy distinto género de
la de Enrique, se iba materializando a un grado inconveniente. A las pocas
vueltas empezó a perder la conciencia de lugar: líneas negras y amarillas cru-
zaban con rapidez vertiginosa en el campo de su visión; rumores y estrépitos
como de cascadas y coros al mismo tiempo descomponían los sonidos de
la música, como se descomponen los colores con el movimiento de rota-
ción. ¡Quién sabe cómo iba tomado de Gumesinda, en qué actitud ni con
qué afi anzamiento, ni por qué artes iba adherido! Pero él, como arrebatado
por los círculos concéntricos de una vorágine, iba perdiendo rápidamente la
conciencia de sí mismo, hasta que, como si hubiera tocado el último círculo
o como la piedra de la honda que se desprende en tangente para lanzarse al
espacio, Perico sintió un arrancamiento, una explosión y una luz que fueron
a terminar en inacción, en silencio y en oscuridad.
¡Yacía tendido en la alfombra con los brazos abiertos y como muerto!…
Gumesinda gritó y levantó los brazos, y una oleada y un grito general se pro-
dujeron en la concurrencia.
—¿Qué ha sucedido?
Que Machuca, el pagador, había asestado una bolea descomunal al pobre
de Perico, y lo había postrado en tierra sin sentido.
—¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? —exclamaban muchas voces.
—¡Nada! ¡Una desgracia!
—¡Un golpe!
—¡Una trompada!
—¡¡Un herido!!
—¡¡¡Un matado!!!
Así llegó la noticia a la cocina: ¡Un matado!
—¡Ave María Purísima! —exclamó la cocinera—, son esos “rotos” de mis
pecados que ya se “entrompetaron”.
—¿Ora qué hacemos, doña Pachita?
—Pero ¿quién es el muerto?
—Dicen que se llama el niño Perico.
—¿Y quién le pegó?
—Pos dizque un tal Machuca.
— ¿Con arma?
—Pues yo creeré que con belduque —dijo el garbancero.
—¿Y lo mató dialtiro?
—Voy a ver.
Las señoras habían salido en tropel hasta el corredor, y entre cuatro hom-
bres cargaban a Perico para llevarlo a la recámara.
Fatuidad. Presunción o
vanidad ridícula.
Vorágine. Remolino muy
fuerte que puede pro-
ducirse en el mar, en
los ríos y lagos. Pasión
desenfrenada.
Bolea [sic]. Golpe o
bofetada.
Belduque. Cuchillo gran-
de de hoja puntiaguda.
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Clemencia [ 67 ]
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[ 66 ] Ignacio Manuel Altamirano
Capítulo XIV
Revel ación
Era una colección de melodías alemanas. Isabel eligió una muy a pro-pósito para interpretar el estado de su corazón. Era una de esas piezas en que la ternura y la melancolía están unidas a las más difíciles com-
binaciones de la ciencia musical.Enrique estaba conmovido y admirado. Isabel realmente era una artista, y
una artista que habría brillado en el salón más aristocrático de Europa.La bella joven no aumentaba el encanto de la música con las ardientes
miradas ni las sonrisas de amor, como Clemencia. Atenta a la melodía, tenía fi jos los ojos en algo invisible, y hubiérase dicho que su alma vagaba en los abismos de la meditación.
Pero después de algunos momentos las difi cultades de la ejecución la vol-vieron al mundo real, y entonces un torrente de poderosas armonías salió del seno del piano, al contacto de aquellas manos de rosa, en las que nadie hu-biera sospechado una agilidad y una fuerza tales como las que se necesitaban para desencadenar aquel huracán de notas.
Enrique se entusiasmaba gradualmente y manifestaba de mil modos su admiración. Isabel, tocando, se había transformado, de la niña tímida y dulce que era, en un ángel seductor e irresistible. Sus hermosos ojos azules y os-curos brillaban con el fuego de la inspiración, su boca se entreabría con una leve sonrisa, su rizada y espesa cabellera blonda parecía agitada, y el esfuerzo hacía palpitar su seno, cuidadosamente cubierto, pero que Enrique devoraba con deleite.
El joven no pudo más, y en uno de los momentos en que las notas se apagaban lánguidamente, se inclinó hacia la bella artista, como para hacerle alguna indicación, y murmuró en sus oídos estas palabras.
—Después de esto, caer de rodillas y adorar a usted. Isabel se turbó, se puso encendida, sus manos temblaron y la pieza se interrumpió bruscamente.
—¿Qué te pasa, querida? —le gritó Clemencia desde su asiento.—Nada —contestó Isabel—, escuchaba una observación de Flores, que
me ha obligado a interrumpirme.—¿Acaso he ofendido a usted, Isabel, con mi indicación humilde? —pre-
guntó Enrique inclinándose de nuevo.—¿Ofenderme? ¡Dios mío! ¿Por qué? Es una galantería de usted, que no
acepto sino como una expresión de bondad.—Como la expresión de mi alma... Isabel, estoy subyugado...
Blonda. Rubia.
MODA Y PUDOR. El seno o pecho de las mujeres
era disimulado en las prendas de la época
mediante holanes, volantes, pliegues o fruncidos. Los pies
apenas se mostraban, pues también eran
considerados objetos de seducción.
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ILUSTRACIONESCada obra se enriquece con ilustraciones originales que recrean artísticamente la atmósfera particular en que se desenvuelve la trama.
Een que la ternura y la melancolía están unidas a las más difíciles com-binaciones de la ciencia musical.
Enrique estaba conmovido y admirado. Isabel realmente era una artista, y una artista que habría brillado en el salón más aristocrático de Europa.
La bella joven no aumentaba el encanto de la música con las ardientes miradas ni las sonrisas de amor, como Clemencia. Atenta a la melodía, tenía fi jos los ojos en algo invisible, y hubiérase dicho que su alma vagaba en los
Pero después de algunos momentos las difi cultades de la ejecución la vol-vieron al mundo real, y entonces un torrente de poderosas armonías salió del seno del piano, al contacto de aquellas manos de rosa, en las que nadie hu-biera sospechado una agilidad y una fuerza tales como las que se necesitaban
Enrique se entusiasmaba gradualmente y manifestaba de mil modos su admiración. Isabel, tocando, se había transformado, de la niña tímida y dulce que era, en un ángel seductor e irresistible. Sus hermosos ojos azules y os-curos brillaban con el fuego de la inspiración, su boca se entreabría con una leve sonrisa, su rizada y espesa cabellera blonda parecía agitada, y el esfuerzo hacía palpitar su seno, cuidadosamente cubierto, pero que Enrique devoraba
El joven no pudo más, y en uno de los momentos en que las notas se apagaban lánguidamente, se inclinó hacia la bella artista, como para hacerle
—Después de esto, caer de rodillas y adorar a usted. Isabel se turbó, se puso encendida, sus manos temblaron y la pieza se interrumpió bruscamente.
—¿Qué te pasa, querida? —le gritó Clemencia desde su asiento.—Nada —contestó Isabel—, escuchaba una observación de Flores, que
—¿Acaso he ofendido a usted, Isabel, con mi indicación humilde? —pre-
—¿Ofenderme? ¡Dios mío! ¿Por qué? Es una galantería de usted, que no
—Como la expresión de mi alma... Isabel, estoy subyugado...
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[ 54 ] José Joaquín Fernández de Lizardi
Pintar pajaritos. Fingir, exagerar, engrandecer.
No tener malos bigotes. Ser bien parecido.
Accesoria. Habitación anexa a un negocio.Tlaco. Moneda de cobre equivalente a la octava parte de un real.
En vano recorrí mis guaridas: ninguna de mis amigas quiso hacerme el
favor, por más que yo les pintaba pajaritos. Todas temían que yo les quería
jugar alguna burla. Cansado de andar y desesperado de salir con bien de la empresa, determi-
né irme a tomar chocolate, como lo hice.
Estaba yo tomándolo, cuando entró una muchacha, no indecente ni de
malos bigotes, acompañada de una vieja. Se sentaron en la mesita donde yo
estaba; me saludaron con mucha cortesía; les mandé llevar cuanto pidieron,
y de todo ello resultó lo que yo deseaba: la joven se comprometió a ser mi
hermana y la viejecita, mi tía.Ya se deja entender que eran unas señoras timoratas y no
podían sospechar de un caballero como yo que abusara de tan
estrecho parentesco, y así no tuvieron embarazo para ofertarme
su casa, y yo quise honrarme con su buena compañía.
Quisieron ir al Coliseo; las llevé y, concluida la comedia, fui-
mos a cenar y después a su casa.Innumerables sujetos las saludaron en la calle, en el teatro
y en la fonda con demasiada confi anza, y yo me lisonjeaba de
haberme encontrado con una hermana tan bonita y tan bien-
quista.Llegamos al fi n a su casa, y no me hizo fuerza que esta fuera
una triste accesoria, ni que los muebles se redujeran a un canapé
destripado, a un medio petate, una memela o colchoncillo sucio, y un brase-
rito de barro en el que estaba de medio lado una ollita de a tlaco con frijoles
quemados.Ya sabía yo que esta clase de señoritas, por más lujosas que se presenten,
no tienen, casi siempre, mejores casas ni ajuares.
Yo entré muy contento y la buena de mi tía no permitió que durmiera en
el canapé, porque tenía muchas chinches; y así, quise que no quise, acompa-
ñé a mi hermana, porque no me tuvieran por grosero y poco civilizado.
En esa noche la instruí en el papel que debíamos todos representar con
Simplicio, y al día siguiente las mudé a mi casa, después de haber pagado
catorce reales que adeudaban de arrendamiento de la que tenían.
Luego que las dejé en mi cuarto, marché a buscar a mi querido amigo, a
quien hallé desesperado de mi tardanza.Tomamos café y nos fuimos a casa, en donde fue Simplicio muy bien re-
cibido de mi afl igida hermana, quien le contó tantas bonanzas futuras y mi-
serias presentes que, excitando su compasión y su avaricia, por primera vista
le dejó cinco pesos y se fue.Ella quedó enamoradísima de la liberalidad de Simplicio, y este lo mismo
de la hermosura de Laura, que así se llamaba mi hermana.
En el COLISEO NUEVO, teatro principal de
la ciudad de México inaugurado en 1753,
se representaban comedias y óperas que
podían durar hasta tres horas y media.
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Baile y cochino AUTOR: JOSÉ TOMÁS DE CUÉLLARILUSTRADORES: MARÍA DEL MAR HERNÁNDEZ Y EMILIO RAMOSPRÓLOGO: ANTONIO MALPICA
La familia de Matilde quiere festejarle en grande su cumpleaños; para eso organizarán un tremendo baile. Los dueños de la casa serán quienes se lleven las mayores sorpresas.
Clásico que dibuja la sociedad mexicana del siglo XIX.
TEMA: Clásicos // 136 págs.ISBN: 978-607-471-548-4
Noved
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Clemencia AUTOR: IGNACIO MANUEL ALTAMIRANOILUSTRADOR: GUILLERMO ÁNGEL DE GANTEPRÓLOGO: SILVIA MOLINA
En medio de la intervención francesa, un par de cadetes del ejército liberal se disponen a cortejar a dos muchachas de Guadalajara. Hasta ese punto, la novela parece ordinaria. Sin embargo, pocos imaginan que esta historia terminará con una traición a la patria, la muerte de un inocente y el enclaustramiento de una de las primeras mujeres fatales de la literatura mexicana.
Novela clásica de la literatura mexicana, con ilustraciones originales y notas útiles para los jóvenes lectores.
TEMA: Clásicos // 176 págs.ISBN: 978-607-471-666-5
JOSÉ TOMÁS DE CUÉLLAR MARÍA DEL MAR
HERNÁNDEZ Y EMILIO RAMOS ANTONIO MALPICA
La familia de Matilde quiere festejarle en grande su cumpleaños; para eso organizarán un tremendo baile. Los dueños de la casa serán quienes se lleven las mayores sorpresas.
Clásico que dibuja la sociedad mexicana
Clásicos // 136 págs.
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adLos empeños de una casaAUTOR: SOR JUANA INÉS DE LA CRUZILUSTRADOR: CLAUDIA LEGNAZZI PRÓLOGO: HORTENSIA MORENO
En esta obra, Sor Juana retrata con gran exquisitez la época colonial. El entramado que teje como telón de fondo está compuesto por una corte en la que desfi lan singulares personajes. Es una pieza de teatro donde se mezclan el amor, la intriga, los celos y las más recónditas pasiones humanas. Fue escenifi cada por primera vez en 1683.
TEMA: Amor
Don Catrín de la Fachenda AUTOR: JOSÉ JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDIILUSTRADOR: DIEGO MOLINAPRÓLOGO: JAIME ALFONSO SANDOVAL
La de Catrín parece una vida envidiable: procurarse las mejores ropas, comer abundantemente y beber todavía mejor, pero jamás ha de trabajar. Sin embargo, las cosas se le complican más de lo esperado.
Clásico de la picaresca mexicana.
TEMA: Clásicos // 112 págs.ISBN: 978-607-471-467-8
Amor