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JUNTA DE CASTILLA Y LEÓNConsejería de Sanidad y Bienestar Social

Gerencia de Servicios Sociales

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EDITA: JUNTA DE CASTILLA Y LEÓNConsejería de Sanidad y Bienestar SocialGerencia de Servicios Sociales

DEP. LEGAL: VA-946/02

ISBN: 84-9718-123-9

IMPRIME: Gráficas Germinal, Sdad. Coop. Ltda.

ILUSTRACIONES: Rafa Vivas

Pencil, Agencia de Ilustradores

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PresentaciónLa edición por la Junta de Castilla y León en el año 2001 de la publica-

ción “Los mayores cuentan”, con la recopilación de las obras ganadoras delConcurso de Cuentos y Poesía para las personas mayores en las convocatorias1997 a 2000, supuso un enorme éxito que desbordó todas las previsiones deposi-tadas sobre este legado cultural de los mayores de Castilla y León.

Este concurso que ya se ha consolidado en nuestra Comunidad y que va aconvocar su XI edición, ha venido contando cada año, con una mayor participa-ción y se ha distinguido desde sus inicios por la calidad literaria y creativa de lostrabajos que aspiran al premio, fruto entre otros motivos, de la mayor prepara-ción cultural de nuestros mayores.

La expresión de la experiencia adquirida con la edad, bien con fines mora-les o recreativos o buscando la belleza y la manifestación del sentimiento estéticoa través de la palabra, constituye, sin duda, una excepcional forma de transmi-tir a las generaciones más jóvenes cuanto de saber han ido acumulando las per-sonas en el largo caminar de su existencia.

Esta nueva edición de las obras premiadas entre los años 1993 y 1997 quierereconocer e invitar a todos los lectores al homenaje a ese gran número de escritoresque, desde los pueblos y ciudades de todos los puntos de Castilla y León, año tras añosiguen participando y enriqueciéndonos a todos con sus creaciones literarias.

Es nuestra obligación y la de toda la sociedad, reconocer su labor empapán-donos, disfrutando de sus obras y acercándonos a Castilla y León a través de laspalabras de las personas mayores.

JUAN VICENTE HERRERA CAMPOPresidente de la Junta de Castilla y León

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ÍNDICE

PáginaII Concurso de Cuentos y Poesíapara las Personas Mayores 1993-1994

CUENTOS

"El Nutria", Luis Fernández-Árias Argüello (Primer Premio) . . . . . . . . . . . . . . 17"La otra orilla", Margarita Ortega González (Segundo Premio) . . . . . . . . . . . . 25"Mi pueblo y la diosa fortuna", Juliana Barral Gil (Tercer Premio) . . . . . . . 37

POESÍA

"Cuatro sonetos", Eusebio García González (Primer Premio) . . . . . . . . . . . . . 49"...Y con la luz la esperanza",

Alberto González Miguélez de León (Segundo Premio) . . . . . . . . . . . . . . . . . 55"Romance de los Montes Torozos", Ángel Álvarez Pando (Tercer Premio) . . . 65

III Concurso de Cuentos y Poesíapara las Personas Mayores 1994-1995

CUENTOS

"Pero una Nochebuena...", Luis Morcillo Ruiz (Primer Premio) . . . . . . . . . . 79"Sacrificado y de Soria", Anastasio Fernández Sanjosé (Segundo Premio) . . . . . 91"Intercesión", Miguel Martín (Tercer Premio) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

POESÍA

"Desde el corazón de mi España; canto a la Comunidad de Castilla y León",Ángel Álvarez Pando (Primer Premio) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

"Romance de la Princesa, los sueños y el mar",Alberto González Miguélez de León (Segundo Premio) . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

"Castillos de almenas y de amores",Juan Antonio Agúndez Ponce (Tercer Premio) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137

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IV Concurso de Cuentos y Poesíapara las Personas Mayores 1995-1996

CUENTOS

"El hombre del acordeón", Anastasio Fernández Sanjosé (Primer Premio) . . . . 149"La familia Leonil elige Castilla para vivir",

Ángeles Alía Vázquez (Segundo Premio) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157"La rebelión de los monaguillos", Gerardo del Caz Matesanz (Tercer Premio) . . 167

POESÍA

"Un pueblo", José María Salvador (Primer Premio) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181"Dos tierras y un camino de amor", Carlos Urueña González (Segundo Premio) 191"Dos vidas en una vida", Francisco Pérez Leonés (Tercer Premio) . . . . . . . . . . 199

V Concurso de Cuentos y Poesíapara las Personas Mayores 1996-1997

CUENTOS

"El predicador y las avutardas", Miguel Martín Fernández Velasco (Primer Premio) 207"Cosas", Mercedes Pérez Tahoches (Segundo Premio) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217"El borrico de las tres orejas", Agustín de Cruz Pérez (Tercer Premio) . . . . . . 227

POESÍA

"Bajo el sol de la esperanza", Carlos Urueña González (Primer Premio) . . . . . 241"El frío en Castilla", María Luisa de la Calle (Segundo Premio) . . . . . . . . . . . 251"Raíz de mi palabra", Antonio Rodríguez Lanillo (Tercer Premio) . . . . . . . . . . 259

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“EL NUTRIA”Por Luis Fernández-Árias Argüello

El río Pendilla surge del musgo y de las rocas, apropiando gotasde rocío y sudor de la nieve que baja el sol desde Braña Caba-

llo, arroyándola por las escarpadas laderas del angosto desfiladero. Confluyen los veneros en una pequeña meseta del granito, a

modo de pila bautismal, que congrega aguas y abreva rebecos. Rebosante de energía y de virtud, se abisma el neófito en lo des-

conocido, rompiendo espumas y regateando piedras, tropicandoaristas e imaginando grutas, obligando puentes y encaminando caña-das, hasta tomar aliento y confirmar gracia del pueblo que se la da.

Desde su nacimiento hasta el aniego, discurre estremecido de lapropia belleza: como un Narciso, cumplido en el cóncavo espejo desu mismo ser, se complace el río Pendilla de las vertiginosas imáge-nes que reverberan en cada burbuja, en cada remolino y en cadacaracola de agua alborotada.

Retoñan en sus orillas la verdura y las sombras que le siguen yamparan. Al igual que la temperante rebeca asiste en las trochas laslocas cabriolas del cabritillo y asombra con su cuerpo la suave piel

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del recental, así las raigambres y las matas de los bordes atemperanlos embates del riachuelo y guarecen las florecientes aguas del firmeresol de las escarpas y de los neveros.

Cuando crece y abulta, tropicando gaviones de alambre y contra-fuertes del camino que le van sometiendo y le gobiernan, esclarece elmatorral, abriendo cielo y acostumbrando luces.

Poco después de enriquecerse con las aguas que le vienen deTonin, la maleza esparce, la zarzamora se empina para cumplir lin-des, y los arbustos aprovechan el aflojamiento de las laderas parasubirse al socaire de los riscos.

Caen las orillas, haciendo pedregales que recogen los últimosrabiones. El cauce se ensancha y sosiega, despejando valle y enfren-tando horizonte.

Como si entonces le llegara el pálpito de lo efímero su naturale-za se manifestase la creatividad ecuable que los dioses disponen paralos elegidos de vida corta, las aguas se desparraman por las huertas,por los prados y por los pomares de su ribera, metiendo savia yreventando feracidad.

Enseguida, lo mismo que las truchas de firme carne y salto bra-vío que bullen por su corriente, que al tocarles la freza languidecenexhaustas sobre el tierno lecho de mansas arenas, también el monta-raz Pendilla, llegando a Camplongo, ablanda y se acuesta sobre ellimo pringoso del cauce urbano.

Después, ahilándose por las rendijas de una rústica presa, se pre-cipita en un canal calizo y hondo, rodeado de artos y arboleda,donde agota su mismidad bajo las aguas mineras del río Bernesga.

Sobre la desembocadura vuela una enorme peña horadada. En ellasienta los reales un avezado pescador y viejo minero de la comarca, Alfre-do Sobín, apodado "El Nutria". Siendo niño, descubrió el paraje. Buce-ando un día, se aventuró en la cueva, huyendo espantado, a punto dequedarse en el susto; sin embargo, se impuso pronto la sensatez campesi-na, alertando su capacidad deductiva y el afán por descubrir naturaleza.

De inmediato supo que la viscosidad palpitante y escurridiza que lehabía sacudido y enervado, deslizando aquellos gruesos y mucilagino-

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sos tentáculos sobre su piel, no era el monstruoso pulpo que el miedolucubró. ¿Entonces qué?: Truchas estremecidas por la sorpresa!. ¿Quecómo tantas y tan espléndidas?. Supónte trucha. ¿No soslayarías la ave-nida negra, remontando estorbos, para frezar limpio?. Y, cumplida lafunción, si al retornar exhausto, hallaras un seguro y bien abastecidorefugio, ¿no te henchiría el gozo de tan propicias influencias?.

Alfredo había dado con un filón truchero, con un coto exclusivo parasu deleite: en principio, por las malas comunicaciones y el aleatorio pro-vecho en tiempos escasos; más tarde, cuando escampó la estrechez, inge-niando disimulos, despistando indicios y eludiendo encuentros.

Erguido ahora sobre la roca cómplice, oteando las tenues nubesque nimbaban las cúspides de la cordillera y la leve niebla que secolaba por el nordeste, recreaba memoria de aquellos tiempos. Son-reía con el recuerdo de su malicia madura, eludiendo socaliñas de losmayores; y se complacía de su entereza para reprimir la ufanía ado-lescente y las tentaciones vanidosas:

–¡Menos truchas, y menos faroles! –provocaban–. No nos vengasalardeando con lo que tu padre pescó a garrafa, ni a meternos lapatraña de esos somormujos con una trucha en cada mano y en laboca otra. ¡Habría que verlo!. Ni que fueras nutria...

De ahí el mote; pero él, terne. ¡Cuántos camberos a tope!. Y,luego, cuando el tiempo, la edad o la silicosis le sofocaron las inmer-siones... ¡cuántas cestas a "gusarapin"!

Fue un artista en esa especialidad. A veces se creía su propia presun-ción de haber inventado el ardid. Cierto que su habilidad para emple-arlo era proverbial en la comarca. Quien le veía maniobrar con aquellosdedos cuadrados y bastos, sosteniendo esa especie de crisálidas ingrávi-das, e insertarlas indemnes, en número y disposición precisa para con-seguir el engaño, y para tapar, sin solución de continuidad, el anzuelohasta el sedal, no asistía a un espectáculo, sino a un prodigio.

Se precisaba mucho arte, conocimientos y oficio para colocar uncebo tan delicado dentro del agua, a la altura debida, en la corrien-te apropiada, en el momento oportuno, con el aliño conveniente

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para que el pez prefiera el señuelo en un cebadero provisto; y obte-ner, además, los excelentes resultados que acreditaba "El Nutria".

A propósito del "gusarapín", a menudo reportaba de la memoriael hilarante regocijo de la siguiente anécdota:

"Unos años atrás, el Jefe del Grupo Minero, que tomó compro-miso de un amigo para instruirle en la pesca con cebo natural, requi-rió favor de Alfredo. Cansado éste de que el aprendiz estropeasebichitos sin utilidad ni progreso, presentó con orgullo sus enormesmanazas de picador ante su cara, espetándole:

– Mire, usted, señor: Para este negocio se necesitan dedos firmes ysuaves, como de un cirujano. No sirve cualquiera. Así que usted dedi-quese con el Jefe a la "pluma" y a la "cucharilla", que alguna clavarán.

Hasta el día siguiente no le dijo el Ingeniero, entre las carcajadasdel auditorio, que el señor de marras era uno de los más afamadoscirujanos de la provincia".

El Ingeniero inquirió también, un tanto amoscado, la razón deque no les hubiera apreciado, llevándoles al lugar al que "El Nutria"siempre aludía como su coto particular:

–Ése –le contestó– lo reservo para mi jubilación. Todo el mundosabe que, desde que la mina empezó a darme para tirar bien, sólopesco por compromiso; y, de no ser imprescindible, en cualquierotro pozo. ¡A ver si dejan de espiarme!. Ya verá, ya verá: para cuan-do me jubile, las truchas de allí parecerán salmones. Por eso las cuidocomo a las niñas de mis ojos.

El mismo día que a Alfredo Sobín le confirmaron el adelanto dela jubilación por años de mina, cumplía un lustro y dos meses aqueldictamen. Y cada minuto de todo ese tiempo, apoyando la esperan-za, había revivido el sentido de sus palabras y la satisfacción del obje-tivo expreso: era su manera de aligerar el oneroso y lento transcurrirde la jornada minera, y de entretener aquella sensación de frustra-ción que le abatía y hacía interminable la espera.

No le deprimía el ánimo, ni inquietaba su existencia, la dureza deltrabajo, el riesgo accidental, la silicosis que no le quisieron declarar,ni tampoco la agonía de faenar entre los costeros.

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No, no: lo que desesperaba a "El Nutria", era pasar la mayor partede su vida bajo tierra, sin cielo y sin sol; y el resto, durmiendo o tum-bado para recuperarse, sin aliento ni sosiego para pescar siquiera. Lodemás, por supuesto: quizás quedarse allí debajo de un derrabe, oque le saquen a uno deshecho para ser cebo de gusano, lombriz paratrucha, aunque a él no le rentara la lombriz... ¡Donde esté el "gusa-rapín", no hay comparación!.

¡Si todavía hubiera nacido en esos sitios en los que el cielo andabajo y denso, y el sol desmayado, encubierto como un furtivo, la tem-peratura cansina, aburrida, pegada a uno...; pero allí, en las cabecerasde León, donde Dios, muchos días, le pone al cielo el azul original,diáfano e impoluto, sin mácula, purificado por las nieves, ensalzandolas cumbres como el día que lo creó...; donde el sol te aventa la cellis-ca o te enciende el pellejo, sin sobas, perspicuo, con empuje, por lobravo, como las truchas, para emocionar el pulso, para afirmar vida.

¡Y, por fin, su propia vida había esclarecido!. ¡Estaba jubilado!. Eldía se congratulaba, amaneciendo esplendoroso. Sabía que eso no erabueno para pescar, que la luz denunciaba la artimaña ahora que elrío venia apenas con el vertido de un sólo lavadero de carbón; que,además, las aguas se estaban poniendo sedosas y la neblina empeza-ba a solaparse por el valle. De sobra sabía que no se iban a dar. ¿Peroqué importaba, si ya todas las jornadas serían pesca y todos los díasfiesta?. No se trataba de esquilmar la naturaleza, sino de disfrutarla.A pesar de todo, las truchas estaban ahí: él las había cuidado, espe-rarían. Mucho más larga y angustiosa fue su espera.

Llevaba muchos años en la brega para preocuparse por esos gajesde la pesca; los cuales no son más que alertas para truchas que accio-na la naturaleza y estorbos que entremete para doblar la afición depescadores domingueros.

En estas disertaciones estaba, cuando le sobresaltaron unas voces.Se escondió deprisa. El júbilo había perturbado el sigilo. Nunca leocurrió antes... ¡los años!. Estaban casi delante. Atisbó entre lasramas. Eran tres hombres... ¡No podía ser verdad!. No lo había cre-ído cuando se lo dijeron, ni lo creía ahora. ¡Amagaron tantas veces

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desde que el río grande bajó limpio... ! ¡No, no podían acotar aque-llo!. ¡No, por Dios..!; sin embargo, lo que habían colocado erantablillas... ¡Serían de caza!. Se asomó mejor: ACOTADO DEPESCA. ¡Y estaban clavando una tablilla mismamente enfrente!.

Convulso, recogió los aparejos; y sin tomar precauciones, arre-metiendo contra los artos, salió a la carretera.

Al otro lado, sentado en el pretil, un guarda dirigía a los queponían las tablillas. –¿Qué coño estáis haciendo aquí?–, gritóAlfredo.

El guarda se dio la vuelta. Llevaba uniforme gris flamante, conbotones plateados. Era un inveterado furtivo de la comarca, al queAlfredo siempre había despreciado por sus métodos y por su malacalaña.

–¡Hombre...! –exclamó con sorna–: pero si es la nutria que, porfin, aparece cerca del cubil... En atención a que no están puestastodas las tablillas, no levantaré acta, ni confiscaré...

–¿Qué coño significa todo esto, y qué pintas tú?– volvió a inqui-rir "El Nutria", desconcertado.

–Pues significa –contestó el aludido, impertinente– que yo soy elguarda de este Coto; y significa... que el que quiera pescar comoribereño, lo hará tres veces por temporada, el día que le corresponday mediante el devengo del pertinente permiso; y significa... que seterminaron los furtivos...

–¡Furtivo yo, hijo de p...! –exclamó "El Nutria" fuera de sí. Partió la caña sobre la rodilla, y arrojó los pedazos y la vieja cesta

a la cara del guarda... –¡Atentas contra la autoridad...! –chilló el otro. Alfredo Sobín le dio la espalda. Casi sollozando, murmuró entre

dientes: –¡Puñetero mundo...! Y, cabizbajo y abatido, enderezó los pasos hacia los parajes de su

infancia, en la cabecera del río Pendilla, donde un pedazo de cielolimpio todavía no había sido acotado.

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“LA OTRA ORILLA”Por Margarita Ortega González

En toda persona, la época de la infancia permanece imborrable y el deseo de volvera ella es una de las constantes a lo largo de la vida.

No importa dónde nos lleven los años ni dónde el ser humano acampe y levante sutienda, ni siquiera dónde realice su vida o funde una familia.

La infancia quedará como telón de fondo y llevaremos dentro de nosotros aquellacriatura que cada uno fue y a la que, sin duda, quisiéramos volver.

EL REGRESO

En la vida de Mariano una idea permaneció fija a lo largo delos 47 años transcurridos desde su partida a un mundo

nuevo: volver. En esta palabra se condensaba el deseo, la ilusión y laesperanza. Volver a su pequeño pueblo, lejano, en un continente amiles de kilómetros de distancia, pero cercano y vivo dentro de él.

Desde aquel lado del Atlántico, en la bella ciudad argentina deMar del Plata, frente al mar inmenso, con la mirada perdida en elhorizonte infinito, evocaba la otra orilla y un lugar apacible, y cuan-

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to formó su mundo sencillo: sus compañeros de escuela, los juegos ylas risas, los sonidos, el ritmo de los días, las calles con su peculiararquitectura, la iglesia, el castillo, el eco de las fiestas y el paisajeamplio, grande y sereno de su tierra castellana. Todo había vividointacto en su interior.

¡Cuántas veces había evocado la estampa de su grandioso templode San Miguel y aquella torre que se erguía poderosa y esbelta haciael cielo azul! Y el castillo a las afueras, situado sobre una pequeña ele-vación... ¡Qué sólido y elocuente testimonio de un pasado glorio-so!... –En toda Argentina hay nada igual–, se había dicho a sí mismomultitud de veces.

Ahora, ya en camino, una sensación extraña le invadía. Se mez-claban en su alma sentimientos dispares; impaciencia y miedo, anhe-los y temores, incertidumbre e ilusión.

Durante la noche de vuelo, Mariano se hizo mil preguntas para lasque no hallaba respuesta. Deseaba encontrar el mismo escenario, perotemía que hubiera cambiado y que no se correspondiera con el de susrecuerdos. –Pero no –se decía–, todo tiene que estar en su lugar.

Cuando el avión tomó tierra, el corazón le dio un vuelco. –¡Espa-ña! se dijo. Y se recreó en una sensación muchas veces deseada.

Cuando en la estación de Madrid, se acercó a la ventanilla ypidió: "Un billete para Palencia", no reconoció su propia voz.

EL ENCUENTRO

Acomodado frente a la ventanilla, a medida que el tren avan-za, el paisaje se le va haciendo familiar. Mariano reconoce el

color de la tierra, el azul del cielo. En cada estación va encontrándo-se con nombres olvidados: El Escorial... Ávila... Medina delCampo... Su alma se dilata ¿Reconocerá a su hermana Araceli?¿Cómo serán los hijos? ¿Vivirán aún los primos? ¿Y sus amigos de lainfancia, Miguel, Agustín, Bautista, Ramón...?

El tren continúa avanzando. Valladolid... Venta de Baños...¡Palencia!

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En el andén un grupo de personas mira con ansiedad en todas lasdirecciones. Mariano levanta un brazo y la respuesta es inmediata.Desciende del tren. Pocas palabras. Mucha emoción, presentaciones,abrazos interminables.

–¡Qué momento hermoso! ¡Al fin juntos todos! –Salgamos de la estación –interviene Francisco, el esposo de Ara-

celi–. Afuera tenemos el coche. Cuando llegan a Ampudia, la tarde declina. Al entrar en casa, Mariano siente una especie de respeto y de

emoción incontenida. Le parece más pequeña que en su recuerdopero más acogedora, más cálida y ordenada

–¡Cuántas emociones en un solo día! –comenta. El viejo reloj de pesas deja oír su inconfundible sonido. Ocho

campanadas que a Mariano le hacen retroceder a sus años de niño, alos once años vividos en esta casa que ahora vuelve a pisar.

Saludos, alegría emocionada, presentaciones, explicaciones. –No os podéis imaginar lo que ésto representa para mí, –repite

Mariano una y cien veces–. Tantos años anhelando este encuentro. –Todos sentimos lo mismo. Hoy es un día grande. Cada estancia, cada rincón de la casa, le trae un recuerdo. En la

pared del comedor cuelgan algunas fotografías de grupos familiares.Va recordando y conociendo la vida de cada uno. Cada vez que hablay rompe una pausa, se siente extraño, pero la cordialidad y alegría seimponen y la conversación se hace más natural, más fácil y grata.

–¡Qué momentos más grandes éstos! Os sentía lejanos desde alláy hoy me parece que Argentina está a un paso. Sólo a unas horas, enrealidad. No hay distancias; ningún lugar está lejos. ¿No es cierto?

LOS LUGARES

Cada día Mariano sale al encuentro con los lugares de su infan-cia. ¡Qué emoción atravesar las calles, limpias, cuidadas y

con la estampa incomparable de una arquitectura sencilla y natural,armoniosa, ingenua a veces, de sentido común, útil. Ningún arqui-

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tecto la hubiera conseguido más acertada. Extraña algunos elemen-tos y siente con nostalgia la ausencia de otros. Pero es natural; des-pués de 47 años, la maquinaria y la mecanización han reemplazadoal ganado de trabajo. El pueblo tiene ahora otros sonidos. Los oficiostradicionales van desapareciendo o modernizándose, pero todo con-serva su encanto particular. Las calles aún tienen sus antiguos nom-bres: calle de Los Yeseros, La Motilla, Ontiveros, Reoyo, La Cerca,Corredera... Son nombres sugerentes, ligados a tiempos pasados. Yla Plaza Nueva... El lugar de sus juegos infantiles. Echa en falta algu-nos elementos... ¡aquel lavadero donde las mujeres llegaban a lavar,con sus ropas en los cubos! El recuerdo de la estampa de su madrelavando le trasladó a aquellos años.

La contemplación por primera vez de cada lugar, supone paraMariano un ir y volver de su infancia al presente. El lavadero era,además de útil, un lugar de encuentro.

Pero el templete que lo reemplaza resulta acorde y armonioso.

LOS AMIGOS

Mariano ha visto a sus amigos. En ellos ha comprobado elpaso del tiempo. No obstante en sus rostros curtidos, se

descubre la misma sonrisa, el mismo gesto, la misma mirada. Con ellos conversa animadamente y recuerdan juntos aquellos

años de niños, aquella época que en la memoria de Mariano se paróen un punto y quedó suspendida.

Las tardes del recién estrenado septiembre, son para nuestro per-sonaje una invitación al paseo, a la contemplación del paisaje y de laluz, del cielo limpio y azul.

Con los amigos visita lugares y disfruta oyendo cómo ha evolu-cionado el pueblo y sus vidas.

La tarde en que se acerca con su amigo Miguel al castillo, nues-tro viajero se sorprende gratamente; está más bello y solemne que ensus recuerdos. Miguel le explica la razón: reconstrucción, cuidados,limpieza, unos dueños, decoración interior. Cuando entran, para

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Mariano ya no es un regreso a la infancia; la sensación es otra: es tras-pasar el tiempo y encontrarse con un pasado histórico, con el espíri-tu de Castilla y de España entera. Es una sensación nueva. Desde laotra orilla –como él dice al referirse a Argentina–, donde todo es másnuevo y actual, no se sabe lo que es sentir el pasado y saberse un esla-bón con otras generaciones. Aquel patio de armas, los altos muros depiedra, el silencio... Suben a una de sus torres. El paisaje se extiendeinmenso ante su vista. La torre de la iglesia destaca esbelta. El cieloes limpio, infinito. Desde allí localizan los pueblos cercanos: Torre-mormojón, Villerias, Castromocho.

–¡Mi Tierra de Campos! –exclama Mariano con solemnidad. Y sumirada se recrea en la llanura.

Miguel, para quien, a fuerza de serle familiar, el paisaje le hablaya con menos fuerza, observa a su amigo y se complace en verle feliz.

–Este gozo del espíritu –reconoce Mariano–, te lo debo a ti y a laspersonas que, como tú, habéis sido fieles a la tierra.

Miguel esboza una sonrisa de gratitud. Después pregunta a suamigo:

–Y aquéllo, ¿cómo es? –Mar del Plata es lindo. Una ciudad grande, moderna, bien tra-

zada, con playas inmensas, un hermoso Casino. Y con muchos espa-ñoles también. Tenemos centros y hogares regionales. El CentroGallego... allí a los españoles nos llaman cariñosamente gallegos.¿Qué te parece, Miguel?

Miguel sonríe y tras una pausa, añade con orgullo: –Palencia también está muy bien. Si la ves, no la conoces ya. –Seguro que me sorprende. Pero este pueblo chiquito, donde está

mi origen y mi raíz está colmando la ilusión de mi regreso. Me va acostar volver, pero mi vida está allá y ya he realizado un deseo larga-mente alimentado dentro de mí.

–Tienes que quedarte para el día 29, San Miguel. –Porque es tu onomástica? –Celebramos el "día de los Mayores" –dice orgulloso. –Te va a

gustar.

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Miguel habla siempre con brevedad, con las palabras precisas, casicon las imprescindibles; como buen castellano.

–Prometido, pues.

LA FIESTA

Un cohete al anochecer rasgó el aire y un impresionante esta-llido sonó en lo alto. ¡Llegaba la Fiesta!

El día 8 de septiembre amaneció radiante, jubiloso. En el corazónde todos, un solo pensamiento ponía en camino a mayores y peque-ños en dirección al santuario de la Virgen de Alconada.

¡Ay, aquella imagen, a la que tantas veces había vuelto Mariano supensamiento y su devoción! Interiormente, en sus momentos difíci-les, había recurrido con amor filial a la Madre.

–¿A qué hora saldremos para Alconada? –pregunta a su hermanaAraceli–. Creo recordar que son tres kilómetros de camino. ¿Siguenllegando tantos peregrinos como antaño?

–Aún vienen muchos, pero ahora no es como entonces. Antes lle-gaban en carros, ¿recuerdas? y a pie muchos de ellos y algunos des-calzos. Ya verás: la explanada se llena de coches.

–De coches –repite pausadamente Mariano. No le cuadraba estaimagen. En su niñez llegaban hasta de Portugal y de Galicia ymuchos del pueblo hacían el camino descalzos.

Cuando entró en el recinto del Monasterio, una nueva imagenapareció ante su mirada. Aquel patio público de dos entradas; y por-ticado, había cambiado; aún permanecía el pozo donde recordaba sebebía agua. El aspecto estaba sensiblemente mejorado. En el templo,la imagen de la Virgen inundó de emoción todo su ser.

El momento cumbre fue la procesión por el recinto. La Virgen,cariñosa y artísticamente adornada, salió entre vivas y aclamaciones.El sonido de la dulzaina le extremeció y los danzantes ejecutaron conrespeto su danza ancestral. ¡Qué fuerza cobra la tradición, la expre-sión popular, los viejos ritmos! La estampa del cortejo era fascinantepara Mariano. Tras el toque de iniciación al primer "lazo", los dan-

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zantes, ataviados con característico atuendo de blancas y almidona-das enagüillas rematadas al ruedo con anchas puntillas, chambrablanca y profusión de cintas y escarapelas multicolores, interpretaronal son de la dulzaina un vistoso paloteo: "El enrame". Rítmico, exac-to, vigoroso, ágil en sus evoluciones y cambios. Mariano recordó losversos que creía olvidados: "Si quieres que te enrame la puerta/ pren-da mía de mi corazón,/ si quieres que te enrame la puerta/ tus amo-res míos son".

En la expontánea manifestación de fe, religiosidad y tradición,muchos romeros se incorporaron a la danza. Mariano piensa: "Siésto lo vieran en la otra orilla".

Y en sus adentros repite: ¡Insólita España, cuánto atesoras, quégrandeza la tuya!

De regreso de la fiesta, con su amigo Miguel quiere detenerse anteotro de sus recuerdos: el "Salón", aquel arroyo –casi río– dondealgún día pescara cangrejos con reteles en las tardes de estío. Miguelle advierte con prudencia:

–El sucederse de los años se va llevando algunas cosas. Poco apoco "el Salón" fue desapareciendo.

–Es ley de vida –comprende Mariano. Y en su desencanto, seacuerda de aquel alicantino, cantor de la tierra y el alma castellana,que decía: "las cosas bellas deberían ser eternas".

–El "Salón", aquel arroyo... ya no existe –se dice a sí mismo connostalgia.

EL ADIÓS

El día de San Miguel fue una jornada entrañable. Mariano fueuno más entre los mayores del pueblo. Por la mañana, la Misa. A lasalida de la iglesia, los saludos, la tertulia, la conversación animada,los recuerdos. Y por la tarde, la reunión, con merienda típica y abun-dante.

En medio de la celebración llegaría el momento que a Mariano leiba a añadir una emoción más, la más fuerte quizá. Miguel, en nom-

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bre de todos, con palabras cortas y frases breves, es el encargado deexpresar la alegría de tener entre ellos a un hijo del pueblo que, aun-que lejos, nunca se ha olvidado de Ampudia y sus gentes, y le haceentrega de un doble recuerdo: dos artísticos platos azules con la igle-sia de San Miguel estampada en oro.

– Uno para tí –le dice–, para que no nos olvides y otro para eseCentro de españoles, para que sepan que en España hay un pequeñopero a la vez gran pueblo que se llama Ampudia.

– Aplausos, vivas, alegría general y compartida ponen broche a lasnobles palabras de Miguel.

Mariano se levanta y casi no acierta a dar forma a sus palabras. – Os aseguro que éste es uno de los momentos más grandes que

he vivido en mi estancia entre vosotros. Antes de venir, en mi pen-samiento os sentía lejanos, casi inalcanzables. De ahora en adelanteva a ser distinto. Cuando llegue y me encuentre de nuevo en aquelgran país donde vivo, en aquella ciudad abierta al mar, ya no estaréislejanos para mi, porque os llevo conmigo. El amor, que todo lovence, también elimina las distancias. Sólo el amor acerca y une. Yallí os tendré; presentes en estos recuerdos que me entregáís y queagradezco en el alma.

En ellos y en mí estaréis hasta... Hay una pequeña pausa, pero Mariano se sobrepone a la emoción

y finaliza: –... ¡Hasta siempre!

EL RETORNO

El día último se aproxima. Quisiera evitar Mariano esemomento final, esa despedida que será fingidamente alegre,

disimulando el dolor que supondrá arrancarse de tantas buenas gen-tes, de su pueblo y de cuanto acumula.

Desea a la vez que el momento llegue y que pase para quedarsesolo. Solo consigo mismo y con la carga emocional de cuanto havivido a lo largo de un mes.

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Y, como todo, llega y pasa. Todo se queda atrás. Palabras, emoción, buenos deseos, reco-

mendaciones, advertencias, promesas. Durante el viaje de retorno a su casa, instalado ya en el avión,

volando por encima del océano inmenso, Mariano va poniendo enorden sus vivencias. Se siente cambiado. Trata de serenar su espíritu,de descansar su mente...

De su bolso de viaje extrae con cuidado un envoltorio redondo.Lentamente lo descubre. Son los platos –azul y oro– que le entregósu amigo Miguel en la fiesta. Vuelve a guardarlo. El trayecto toca asu fin. Pronto estará en su casa de nuevo. Con ánimo renovado ysatisfecho se dice:

–¡Cuando les cuente a mis amigos los días vividos!... Y ya no mereferiré a Ampudia diciendo "mi pequeño pueblo" porque Ampudia–se dice plenamente convencido y orgulloso– es grande... grande...grande... en todo.

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“MI PUEBLO Y LA DIOSA FORTUNA”Por Juliana Barral Gil

DEDICATORIA

A este grupo de personas que pasaron su humilde vida, a veces triste, a veces alegre,pero siempre esperanzada; llena de duros trabajos y sacrificios. Hombres y mujeres delmundo rural, que dejaron por donde pasaron una huella imborrable. A ellos, al cabo demuchos años, mi recuerdo, mi cariño, y gratitud, está con ellos.

Sí, yo tuve la dicha de nacer y vivir en el mismo pueblo quealgunos de ellos hasta el día de mi boda.

Después los fui viendo de tarde en tarde. Siempre pregunté porellos.

Les lloré al conocer su muerte. De mis labios brotó una oraciónpor todos.

Mi infancia fue feliz. Recorrí los mismos lugares que ellos, pisé elmismo suelo. En su compañía paseé entre los chopos de la ribera delDuero, disfrutamos la misma sombra en los álamos de la pradera, y

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hallaron nuestros cuerpos el suave césped, siempre fresco, entre losolmos de la Rambla.

En el barrio de las Cuestas, junto a las bodegas, calentaron sushuesos en las tardes del invierno, protegidos del frío por la murallade su histórico castillo, oteando el horizonte. Allí escucharon por vezprimera el agudo pitido de la máquina del tren. El humo se levanta-ba en blancas volutas que alcanzaban el cielo. Sus vagones se desliza-ban por su camino de hierro y serpenteando se perdían en la lejanía.Así, día a día, durante casi cien años. Los viejos lo contemplaban conadoración. Habían trabajado con él, habían sido su compañerodurante la juventud, que, momento tras momento, fueron perdien-do a su lado.

Evoco ahora, sus rostros, sus figuras ya borrosas y difuminadaspor el tiempo trascurrido, pero su esencia se mantiene viva. Lesconocí en mi más tierna infancia. Eran mis vecinos. Vivían en lamisma calle. Los contemplaba, me gusta escuchar sus frases, susabiduría sencilla, nacida del contacto con la tierra, sus sensatosargumentos.

En su primera juventud habían cruzado el mar, alistados comosoldados, con destino a Cuba o Filipinas. Padecieron una guerra;narraban sus hazañas; recordaban a los compañeros muertos en cam-paña, otros víctimas de la fiebre amarilla o del bonito negro. Pelea-ron junto al General Martínez Campos. Dos de ellos, muchos añosdespués, cuando ya otra muerte más implacable les rodeaba, fueronnombrados tenientes honorarios.

Trajeron con ellos los sones de dulces habaneras, que cantaronsiempre y aprendimos todos de ellos.

En estos últimos años, su vida era monótona, sin sorpresas. Todoslos días salían a recorrer los mismos pasos del día anterior. Se acos-taban temprano y desentumecían su cuerpo con el alma. Desde suimprovisado observatorio, saludaban a los vecinos que marchaban asus trabajos.

–¡Hombre! Celestino, cuánto has madrugado para labrar. – Mariano, ¿te has fijado que le falta una herradura a tu caballo?

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–¡Cómo corréis, Agapito y Roque! –¡Luis!, ¡Qué buen rebaño tienes! Procura cogernos unas setas

mientras cuidas las ovejas. Hacia las once volvían a sus humildes casas. En la lumbre baja

hervían el pucherillo de barro con el consabido almuerzo –sopas deajo–. Lo contemplaban un torrezno colocado entre dos rebanadas depan de hogaza, todo con un buen trago del porrón. De la tensiónarterial no se sabía nada por aquellos tiempos. Se comía lo que sepodía.

Después de almorzar bajar camino del ayuntamiento y permane-cían sentados en el llamado banco de la paciencia, en el soportal deledificio.

Estaba hecho de un gran tronco de árbol, bien trabajado. Allícabían todos.

Ya no existe, pero sobrevivió a muchas generaciones. Se decía queallí se habían sentado, durante la Francesada, los soldados de Napo-león, allá por el mes de julio, del año 1810. Allí reposaría su jefe, elcoronel francés Baste.

El banco era como un pequeño parlamento. Se comentaban lossucesos: el año del cólera, la gripe del 18 que segó tantas vidas, elrobo del expreso de andalucía. La mayoría de la voces hablaban desu trabajo en la obra del ferrocarril. Trabajaban dos brigadas de obre-ros sólo para el túnel. Costó perforarlo dos años. Atraviesa una granpeña y el castillo. ¡Qué alegría cuando, picando, se encontraron fren-te a frente las dos brigadas! se celebró el acontecimiento con buenvino.

La compañía del ferrocarril era francesa. Sus miembros vivieronen mi pueblo y todos los años brindaron con champán los aniversa-rios de la proclamación de la República, mientras entonaban LaMarsellesa.

Al terminar las obras, algunos se quedaron trabajando en laRENFE de guardabarreras o de jornaleros para la conservación de lavía.

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Los primeros días de septiembre la estación se animaba. Día a díaiban llegando nuevos viajeros, la mayoría hijos del pueblo, que acu-dían todos los años a las fiestas. Se bailaba la rueda y la jota castella-na, se comía el cordero asado en horno, después de las cucañas, sobreel río Duero, en sus acogedoras orillas.

Sin apenas darnos cuenta nos llegaba otra fiesta popular: "La Ven-dimia". Las uvas, maduradas al sol del verano se recogían en grandescestos.

Cantaban y bailaban los mozos en el lagar moviendo acompasa-damente los pies sobre los grandes racimos. Se bebía el dulce mosto,que alegraba los corazones. Los niños cantaban detrás de los carros:"Tra la ra tra la ra", los vendimiadores, ¡Qué contentos van!

El 11 de noviembre, las ferias de San Martín. El pueblo rebosabade gente forastera: tratantes, gitanos y algún charlatán. La mona delfajero con el famoso León Salvador, siempre repetía el mismo estri-billo: "A ver quién da más". "Por cinco duros, manta, faja, y para-guas". "De regalo un peine y un espejito para hacerse la raya". Loscaballitos daban vueltas y más vueltas alegrando a la chiquillería.Valían 10 céntimos, la clásica perra gorda.

A principios de Diciembre comenzaban las matanzas. Se hacíanen la calle. Desde el otro lado del pueblo se oían los chillidos de loscerdos. Corría el porrón de mano en mano, las pastas y alguna queotra copa de aguardiente. Por la tarde se probaban las morcillas,recién salidas de la caldera, bien calentitas. ¡Qué bien pasaban con eltrago de vino de la tierra! Después, todos alegres a la cama.

Así, un día daba paso al siguiente y las Navidades iban acercán-dose y con ellas la ilusión del sorteo navideño, la ansiada "Lotería".

Todo el pueblo soñaba con ella durante esos días, se hacían pro-yectos que nunca llegaban a cristalizar. La mayoría de la gente juga-ba una peseta, y algunos, muy pocos, un duro. Genaro comentabamientras enganchaba las mulas al carro: "¡Este año toca, lo vamos acelebrar que ni las bodas de Camacho!".

También jugaban los guardias civiles. Si por una vez les sonreíala diosa Fortuna, sus hijos podrían estudiar en la Academia y ven-

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drían con dos estrellas prendidas en la chaqueta de sus flamantesuniformes. Sólo Benedicto, el guardia más joven y que no teníahijos opinaba:

–Yo cuelgo el tricornio. ¡No tengo pocos deseos de perder de vistaal sargento! ¡Me tiene una manía! Compro un huerto y crío lechu-gas, que es el único verde que me gusta. (En aquellos tiempos losbilletes de mil no lo eran).

Don Sinforiano y Don Luis, siempre tenían preparada algunasentencia:

–¡Tened cuidado, hijos, con las riquezas! Ya lo dice el evangelio: El Señor llama bienaventurados a los pobres. ¡Hay que hacer

caridad! –¿Y a nosotros quién nos da? No tengo yo pocas ganas de dejar

de ser pobre. Al final, en un arrebato de generosidad, algunos hacían el propó-

sito de compartir el premio con algún vecino que lo necesitase. –Yo le haría una casa a la Sra. Dominica, opinaba Antonio. La

pobre es muy mayor y tiene que vivir en una lagareta, y aunque notiene hijos no quiere marchar al asilo.

¡No podría vivir sin veros, opinaba la pobre mujer. Todos máscontentos que unas pascuas.

Uno de los que más soñaba era Faustino, quizás fuese debido aque lo necesitaba más que otros. No tenía un real, ni tampoco ofi-cio. Con Agustina, su mujer, llevaban las maletas de los viajeros queiban o llegaban de la estación. Vivían felices y sueltos, a su aire.Agustina opinaba de su marido:

–¡No, si ya se que nunca tendremos nada! Es vago como él sólo,pero ¡tiene un corazón tan grande! En fin, seguiremos con las male-tas a cuestas.

El señor Eulogio la preguntaba: –¿Cuánto pagan por el servicio? –Dos reales o una pesetilla suelen dar, contestaba ella con gracejo. A nuestras madres les hacían sonreir los comentarios de los

hombres.

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Ellas no decían nada. Seguían estirando al máximo, como toda lavida hicieron, el real y la peseta. Sus preocupaciones eran más realesy apenas dejaban correr sus fantasías.

Florencio el herrero, destacaba por su entusiasmo. Al calor de lafragua, los viejecitos se reunían con él y daban aprobación a susopiniones.

–Si nos pagan en duros –decían– podemos llenar con ellos esasmedias fanegas.

Las niñas, contagiadas por el ambiente, también soñábamos. Enla escuela la maestra nos decía: "La mejor lotería, el trabajo y la eco-nomía".

Esto lo sabíamos bien, y mejor aún nuestros padres, pero soñarno costaba nada.

Por fin llegaba el esperado día, y nunca tocaba nada. Algunasveces el reintegro, y como mucho, la pedrea. Uno de los viejecitos,con sus torpes pies, aquel día bajaba a la plaza más despacio que decostumbre, y a cada paso exclamaba:

–¡Qué mala suerte! ¡Con la ilusión que tenía este año! –Pero Vd. no jugaba, le decían algunos. ¡Y qué más da! Si os toca a vosotros, yo encantado. –Lo seremos, contestaban a coro. Ya está cerca el carnaval. Este año nos disfrazaremos y disfrutare-

mos como nunca. La alegría volaría a todos. La diosa Fortuna latenía mi pueblo ya, la tenían sus gentes dentro de ellas. Eran perso-nas tremendamente felices e ilusionadas. Tiene pasado histórico,poética leyenda y riqueza paisajista. Les gustaban las flores, el agua,los árboles... Los tiene mi pueblo.

¿Has visto el paisaje desde el castillo? Serpentean el gran río, lla-nura grises y verde antes, el otoño amarillento, cauces y arroyos pararegar huertos, trigales y viñedos; andar por las calles, coser y tomarel sol en las puertas, el fresco en verano, aire puro, vida sana, lamañana madrugada, la noche quieta, largas tardes, pequeñas siestas,repicar las campanas anunciando fiestas o de clamores para los queentierran, mercados y ferias, chamuscar los cerdos con paja en la

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calle para las matanzas; ese sabor del caldo de las morcillas cocidasen las calderas, con el pan de hogaza ¡Qué buenas las sopas morenas!¡El morro y el solomillo asados en las ascuas, manjar del cielo!... ¡Estees mi pueblo!

Lo pueden ver, a ellos no. Sólo viven en mi recuerdo. Yo tambiénsigo de algún modo atada a ellos. Por tradición, juego algo todos losaños por Navidad, y como ellos, soy entusiasta de ferrocarril. Cuan-do ví la película "Unión Pacífico" me acordé de ellos, siempre separaron para ver pasar mejor el tren, firmes, sostenidos en su caya-do, quitarse la gorra y saludar, con el mismo respeto que el viejo sol-dado saluda a su bandera.

Me gusta viajar en tren, por mi calidad de pensionista por viude-dad, tengo tarjeta dorada, disfruto de los días azules. Ejercen en míestos viajes un efecto singular. Mis hijos ya se soltaron de mis manoscada uno a un punto distinto: Viajo sola, voy a verlos, siempre cojoel sitio junto a la ventanilla, mirando el paisaje brota en mí la poesíacomo de manantial sereno, nace como los rosales del huerto.

En nuestros floridos quince años nos sorprendió la Guerra Civil.Nacieron nuestros hijos en la difícil postguerra. Serán soldados nues-tros nietos en los noventa. Estrenará siglo milenario.

Sabrán gobernarlo, tengo confianza. Es sincera y culta esta juven-tud nuestra. Amarán la paz sobre todas las cosas.

Quizás escribirán algo de sus abuelas que, de sufridas, saltó enellas la poesía, como yo hago por ésta, que debo todo lo que soy y sé.

EPÍLOGO

SE LLAMÓ JUANA BARRIO

Hizo buen honor a su segundo apellido. Un barrio grande fue sudescendencia. Se casó veinticinco días antes de cumplir los 17 años.Fue muy afortunada en su matrimonio. Su marido, un hombre

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luchador, trabajador, valiente... Con el que pudo sentirse segura yprotegida. Nunca les faltó nada.

Parió doce hijos, cuatro hombres y ocho mujeres, a todos crió consus pechos, nacieron fuertes y sanos, sin ningún defecto físico.Como buena cristiana dio por ello gracias a Dios. Tres murieron decorta edad, de dos o tres años. Casó a nueve hijos, dos hombres ysiete mujeres. A todos dieron algo para empezar a vivir. Conociómuchos nietos, en total cincuenta y uno, que ella vio con alegríamultiplicarse y ayudó a sus hijas a criarlos.

Su vida transcurrió por cauces sencillos, siempre ocupada, pocosganaron a esta vieja a coser y hacer labores de ganchillo, causaronadmiración.

Falleció a los 87 años, y solía decir que no se acordaba de haberestado brazo con brazo. Su marido la quiso más que a nada en elmundo, querida también por sus yernos, que algunos llamaron madre.Sus nietos la adoraron, y a sus hijas dejó ejemplo de laboriosidad.

Entre sus nietos tiene buenas amas de casa, hombres con negociopropio; buenas carreras, médico, profesores, maestras, enfermeras,un tenor y una monjita misionera.

En la actualidad tendrá muchos biznietos, todas sus hijas fueronabuelas y una bisabuela. De éstos ya no podemos dar fe de lo que lle-gue a ser. La vida cambia. Pero estaría bien seguir el ejemplo. Fue mimadre, y yo el número doce de sus hijos.

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“CUATRO SONETOS”Por Eusebio García González

A LA CATEDRAL DE BURGOS

Enhiesta levedad de piedra pura;cáliz de atardecer, luz delirante,se levanta esta fábrica inquietantedespegando, hacia Dios, su arquitectura.

E1 mismo firmamento se estructura,para hacer tu silueta más brillantey, desde el horizonte, al caminantesirves de Norte en toda la llanura.

No hay sigilo en tus formas, ni quietismo.Todo en tí es movimiento, hacia una cumbre,en la extensa planicie castellana.

¡Europeo jalón del Cristianismo!¡Duda eterna, entre Fe e incertidumbre,de la insegura criatura humana!

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A LA CATEDRAL DE LEÓN

Sobre las ruinas de épocas romanas,se levantó este orgullo transparente.

No se sabe si es piedra o luz presente,tal emoción de ojivas y ventanas.

¡Penetro en tu penumbra!. Filigranaspolicromías reciben el torrentede luz diversa, que hacen, del creyenteun místico de cláusulas humanas.

El cielo, en pura trabazón divina,cual sinfonía ingrávida recorresy a la interior policromía encelas.

¡Pulcra en el tiempo, pulcra leonina!Es la esencia casual de tus dos torres,para más culto a Dios, no ser gemelas.

DOS SONETOS AL CLAUSTRO ROMÁNICODEL MONASTERIO DESANTA MARÍA LA REAL DE NIEVA (Segovia)

I

Nuestra Señora de la Soterraña,causa y razón, fue de estos capiteles.¡Recórrelos! Las glorias y las hieles,de aquella Historia, el claustro desentraña.

Justan, los caballeros, hierro y saña,para alcanzar victorias y laurelesy los frailes manejan los cinceles,a la sombra de templo y espadaña.

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De Lancáster, la Reina Catalinatendió su amparo, para que creciera,para siempre, la Fe en Nuestra Señora.

El silencio, en el claustro, predomina.En la expresión de esta estructura austera,lo místico, a la vida, se incorpora.

II

Sobre las losas de este Monasterio,Un aroma de historia se propaga.Del misticismo se incendió la llaga,antes que España fuera flor de Imperio.

En esta piedra, está escrito el salterio,que, de piedad y arrobo, nos embriaga.Se percibe un rumor de sombra vaga,penetrando en el tiempo y el misterio.

Un desfile de monjes y de abades,la sombra de estos arcos adivinay un monocorde ruido de oraciones.

Superador de ruinas y de edades,hacia la Fe, este claustro, nos inclina,generaciones tras generaciones.

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“... Y CON LA LUZ LA ESPERANZA”

Por Alberto González Miguélez

Sobre el cielo de místicos afanesfundido en el crisol de mil hazañasal gozoso ondear de los pendonesflorecidos al fragor de las batallas,con romana impaciencia de ortodoxiaen fecundo consorcio con las armas,y suspiros de ingrávidas princesascon lágrimas de amor en la ventana,y fe en todos los pechos anhelantes,y locuras divinas en las almas,sobre este cielo azul como sonrisade infántico dormido por la nana,el Azor ascendió fiero y altivocon fuego en las pupilas y en las garras,con sed de libertad y ardor de luchamientras "Codro" en su alazán le bautizaba.

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Así nació Castilla: cara al cielo,con sed de Dios y empresas sobrehumanas,inflamada en extáticos delirios,convertida en volcán toda su alma.

Mitad tierna doncella pudorosa,mitad fiera amazona consagradapor el más esforzado caballeroque empuñara jamás adarga y lanza.

Castilla alzó la frente, miró lejos,su anhelo de infinito la abrasaba,el pecho se le henchía de grandezas,por la quieta llanura castellanahincando espuelas a su fiel Pegaso,Fernán y Ruy Vivar la acompañaban.

Castilla fue el clarín, el toque bélicoque aprestó a las indómitas mesnadasa formar un solo haz bajo su mandodando así forma sustancial a España.

Mas Castilla también fue juglaresa,llevaba las estrofas recamadascon sangre de su carne florecida,con piedras de heroísmo milenarias.

Trovadora de amores peregrinos,su rítmico laúd se perfumabacon cadencia sutil de pastorelas,con marino rumor y espumas blancasque un día le infundiera Mío Cidcuando ansioso de glorias y de hazañasse fuera victorioso hasta levanteporque sentía de la mar nostalgia.

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Ya a lo lejos mugen las caracolas,baten las blancas gaviotas sus alas,prenuncia conquistas la brisa salobre,los corceles indómitos de nacarpiafan inquietos en su carro verdey llegan los delfines a la playa.

Silencio, bravas ondas del océano,no turbéis su embeleso ni sus cántigas,porque es la juglaresa quien os mira,porque es la trovadora quien os canta,porque habéis cautivado sus sentires,porque tiene hechas suyas vuestras arras.

Y en sus claras pupilas de turquesase encendió la visión de la mar anchay al hombro su laúd se fue muy lejos,allá donde principia el fin de Naday encontró a Poseidón enfurecidoencrespando el abismo de las aguas.

Ya se hinchan las olas procelosas,ya brama el huracán, el cielo estalla,el trueno se difunde en el espacio,el rayo parte cedros y montañas,la cólera del dios todo lo anega,Atlante tiembla airado por su carga.

Pero llega la dulce trovadoracon romances de amores y baladasy el genio de la mar queda vencidocon el suave rumor de sus palabras:

–Vengo de lejos con la llama viva,mensajera de inextinguible lámpara

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para incendiar el orbe con su lumbrey resurja la luz de nueva alba.

Me guían los pájaros y las nubes,la brisa rumorosa derramadasobre las rubias mieses ondulantes;las canciones de cuna susurradas,el rudo golpeteo sobre el yunqueque forja los arados y la espada,el rumor de la rueca infatigable,el estrépito bronco de las armas,las salmodias solemnes de los monjes,el grito de la vida germinada.

Quiero reinar sobre las rutas húmedas,conocer sus recónditas entrañas,ser dueña del huracán y del céfiro,del rumbo de los astros que señalanla ley del universo rutilanteque rige los abismos de las aguas.Como el soplo de Dios que transfiguraasí triunfaron del furor sus gracias.

–Soy señor absoluto del océanoante quien tiemblan por su fiera audaciay lo mismo desato el huracánque la brisa difundo siempre grata.Sin embargo, doncella venturosade ignotos horizontes arribada,yo os entrego el emblema de mi fuerzaque concede el dominio y la bonanzay os dare a libar néctar y ambrosíade Himeneo ceñida con guirnaldas;las maravillas de mi reino umbrío,digno de Zeus, serán vuestra morada.

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¡Se borró el Non Plus Ultra pavoroso!Castilla ha roto la leyenda trágica,a babor, a estribor, velas al viento,arriba el corazón y tensa el almaque el mar se rinde al confalón sagradotremolado en el cielo de Granada.

Y Castilla erigióse en precursora,comenzó a bautizar con agua clara,anunciando con ella sus conquistas,su expansión misional, su fe y su casta.

Las estrellas se alzaban en el cielopara verla partir. El mar rimabaun cantar de espumas y carabelas:Castilla... Castilla, mi soberana...Y partió. Se fue muy lejos, porqueCastilla ya no cabía en España.

Cara al cielo y de frente a lo infinito,Isabela se alzó sobre su alcázary por sus limpios soñadores ojos,vio a su trovadora la Madre Patria.

El triunfo de la fe había llegado.Atónitas las tierras se asomabanpara verla llegar y a su estandartelas húmedas arenas le besaban.Allí fue derramando sus afanes,les dio su corazón, su sangre, su alma...y las selvas incultas y bravíasestremeció la lengua castellana.

Y marchóse después al septentrión–siempre ardiendo en su pecho viva llama–y al mediodía, y al orto, y al ocaso

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sembrando las virtudes de su casta.Y fue dueña de todos los vientosy de todos los mares y montañas.

Por prohijar un mundo ganó el orbeque tenía en la rosa de las plagassu nombre escrito como airón de gloria:estaba por amor crucificada.

III

Llegastéis desde lejos como el truenocon el nimbo de dioses de la Arcadia,centauros trepidantes con la gloria,el sudor y la sangre derramada.

Entre el polvo y bramido de atabales,el hierro de armaduras plateadasresplandece bruñido de insolenciaal frente con el Dios de las batallas.

La tierra conmovida en los caminospor el inquieto ardor de sus pisadasconvierte a los corceles en Pegasosy al jinete en Perseo flor y gala.

¿Qué fuego sideral te ha forjadocon lunas de vigilia y luz del aloasiguiendo el curso del umbroso Dueroamante fiel que tu cintura abraza?

Tierra de picaresca y milagreros,de celestinas trajinando plazas,hidalgos sin blasón magros de carnes,escuderos y arrieros de posada,señores de pendón, horca y cuchillo,

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mancos que escriben, curas sin sotana,miserias y grandeza entretejidas,–Penélope constante, fiel y casta–dominio y servidumbre en penitencia,ceniza oscura en púrpura dorada.

Si hubiera buen señor qué buen vasallo,qué a gusto os seguirían las mesnadas;el pan sería tierno y dulce el vinoy Castilla y León cuánto más ancha.

Inquieta tierra sin mar marinera,rumorosa caracola irisada,errante carabela en siete maresque se quedó en América varada.

Colgada entre el Navío y el Centaurotienes la Cruz del Sur a tus espaldasy rezas con Teresa y Juan de Yepescon el rosario de la Vía Láctea.

Por el primer vagido temblorosoque pronunció tu boca, meditabanSan Millán y Berceo entre sus librosmientras místico y sabio se arrobaban.

En la pátena áurea de tu historiatomé la comunión con rosas blancas,amor, primera luz del universoque se quedó en mi frente derramada.

En el trémulo cuenco de mis manoshe guardado mi fe que en tí descansacomo el arco sosteniene la techumbredel cielo que se expande y nunca acaba.

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Caminante incansable de otras tierras,torno a tí como Ulises hasta Itaca;nada más dulce, placentero y belloque sentir el calor de nuestra casa.

IV

Voy hacia tí, desanudado el cíngulo,soltando lentamente las sandalias,besando con mis pies la arena virgenhasta el agreste peñascal de Amaya.

Los pájaros y el viento de las cumbresque conocen el vuelo de las águilassusurran en mi oído sus secretos,sintiéndome pontífice ante el ara.

Las tinieblas se hundieron en silencioy con la luz brotaba la esperanza:

Sobre la Piel de Toro estremecida,en esplendor y ruina disputada,incrustado quedó con sangre y fuego–preclara ejecutoria bien probada–el tatuaje de Castillos y Leonespor la gracia de Dios y la de España.

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“ROMANCE DE LOS MONTES TOROZOS”

Por Ángel Álvarez Pando

Por el caminito blancoque llega a la Santa Espina,dicen que alguien se aparecetomando formas distintas.

Los nativos del lugar,en su mayor parte, afirman,que es algún ánima en penapidiendo una Santa Misay alguno que otro poetade erótica fantasía,dice; dice que la veo al menos la visualiza:como la parió su madrebañándose en el Hornija.

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¡Miradla al claro de lunamusa de mi poesía,recitando los romancesdel Mester de Juglaría!

¡Ay Montes de los Torozoscerca de mi patria chica!

No preguntes donde mora,no te dirán donde habita.

Ronda que te ronda rondate está rondando la niña,acúnala entre tus brazosy siéntala en tus rodillas,que enseñan más que los libroslas experiencias vividas.

La tarde, tarde de toros,se adorna con su Mantilla,y el azul de los Torozosviste Mantón de Manila,cuando se asoma al balcóndel Mirador de Castilla.

Aureas reverberaciones,casi en éxtasis, gravitan,dando vida a personajesdel Corán y de la Biblia.

El Arcángel San Miguel,con Moisés y con Elías,anuncian ser Precursoresde la Segunda Venida.

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Un viejo reloj de esferasin cuerda y sin manecillas,da campanadas arcaicasen la Torre de la Espina.

Siluetan botafumeirosbóvedas catedraliciasy ancianos de luenga barba,la preguntan a la niña,que al principio de esta historia,dicen que se aparecía,que recite algún romancede estos Montes de Castilla.

La niña pronuncia el síde respuesta afirmativay en menos que canta un gallo,se alza un telón y está lista,va directamente al grano,sin parasicologías,y es Cicerón con su gestoy con su voz quien la inspiray comienza a recitarmuy sosegada y tranquila:

Doña Sancha Doña Sanchael Rey Alfonso te invita,con destino a Tierra Santapartirás a toda prisa,por la huella del luceroque aparecerá enseguidaal que siguieron los Magosdesde Arabia a Palestina.

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¡Venid al Monte Torozoslas doncellas de otros díasy contadnos las historiasmas románticas y antiguasque vienen en los famososLibros de Caballería!

Pasaron muchas semanasmuchos meses, muchos días...y en el Monte de Torozoscerca de Villagarcía,se levantó un Monasteriollamado la Santa Espina.

Esto dice la leyendaque nos contó aquella niña,después recitó esta historiajurándonos que es verídica:

¡Ay María Magdalenamucho es lo que has de penar,cuando leas esta cartaque a tus manos va a llegar,donde te explica tu esposoque a un niño de corta edad,cual si lo hubieras paridoel mismo trato has de dar!

¡Ni mamó nunca tus pechosni le enseñabas a andar!

Como reguero de pólvorala noticia viene y va.

Te la quieren dar con queso,por tonta hacerte pasar;

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solanas, pórticos, plazasde toda la cristiandad,con eco de Celestinasno cesan de criticar:

¡Exacto es a los Quijadas,la nariz la tiene igual.hasta su misma sonrisay el mismo modo de andar!

Que Don Luis es un Tenorionadie en la duda os pondrá,y esta vez fue con solteraque se dejó embarazar,a la que juró su amorpor toda una eternidady con ella tuvo este hijoque es un hijo natural!

....................

....................

E1 tiempo pasa en la historiacon mucha velocidad.

Carlos Quinto pide en Yusteun billete al más allá.

E1 que humillaba a los hombres,ante Dios se fue a humillarretirándose a moriren un sagrado lugar.

Suceden otras más cosasque no vamos a contar ...

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Brindo por ti Magdalena,porque has sabido guardar,como en cofre, a cal y cantola flor de tu honestidad.Ya está en camino tu esposoque te dirá la verdad,abrázale con cariño,cuando él te vaya a abrazar,con salvas y con honoresde Capitán General.

Campanas las de la Espina,pronto váis a revelaral mundo, este gran sucesoque es muy digno de contar.

¡Quien espera desesperaquien viene tarda en llegar!

Magdalena está nerviosay anda de acá para allá.

Danza que te danza, danzadesde el jardín al zaguán,hasta que la han convencidoque tiene que descansar,que si amanece tempranono es por mucho madrugar.

Una inmensa polvaredase acerca cada vez más.Don Luis, se anticipa a todosél se puede anticiparsaltándose un protocoloque él se lo puede saltar

....................

....................

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Cuando Jeromín despierta,despierto vuelve a soñar,alguien le ha dicho al oídoque su vida va a cambiar.

¡Tendrás un puesto en Palaciojunto a los Austria, Don Juan!

Es justo el reconocerque vienes de Sangre Real.

Marcado está en tu destinoque pronto conocerása aquel Rey que en sus Imperiosno dejó al sol ocultar.

¡Siempre influye el factor suertecuando nos va bien o mal!

La ruleta de esta historiarodando está sin cesar,ronda que te ronda, rondarondando un número está.

¡Magnos acontecimientosmuy pronto van a pasar!

Se barrunta año de cazaha informado el Montaraz,y lo perros están locosy nos dejan de ladrar.

¡No penséis que es algo cósmicoesto que sucederá,tampoco es el fin del mundoque con el tiempo vendrá!

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Las campanas de la Espinano dejan de repicary anuncian que el Rey Feliperonda por este lugar.

Torre de las Monteríaslas banderas desplegad.

En los Montes de Torozoscomienza el sol a temblary las órdenes son órdenescuando es un Rey quien las da.

Don Felipe se emocionasin poderlo remediar,cuando ha besado en la frentea un niño de corta edad.

Jeromín sólo responde:Dios te salve, Majestad!,

No te faltaré al respeto,de los jamases jamás,aunque tú me lo pidieresvestido con un sayaly postrado de rodiIlasen las gradas de un altar.

Abrázame Jeromínporque ya no puedo más,somos de la misma sangre,la misma paternidad,y con el mismo apellidovamos los dos a firmar.

¡Vente conmigo a Palacioque eres Príncipe, Don Juan!

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Ya se han abierto los sobresno hay secreto que lacrar,y todos los pregonerosno dejan de pregonary todos los campanariosno cesan de repicar,celebrando esta efeméridecon salvas y con champán.

Y aquí termina el romanceni es mentira ni es verdad,me lo contó hace algún tiempoun nativo del lugar,después de una cacería,de camino, al regresar,SOBRE EL MAR DE LOS TOROZOS...

Cabalgando el encinar,sin bridas y sin estribos,él sobre un águila realy yo al volante, en el picode una paloma torcaz.

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“PERO UNA NOCHEBUENA”Por Luis Morcillo Ruiz

En aquella ciudad castellana, el mes de octubre discurría pláci-damente, los árboles cambiaban los colores verdes de sus

hojas por otros de amarillo oro, ocres brillantes y bermellones apa-gados, en una hermosa sinfonía de colores que daban al ambiente latradicional melancolía otoñal.

Las gentes paseaban en estos atardeceres, mudas y silenciosas,impregnadas de esta melancolía, como si reflexionasen sobre lainconsciencia de la vida y de las cosas terrenas que les rodeaban.

Ricardo era uno de ellos, aunque eran otros los pensamientos quele embargaban. En poco más de dos años, había cambiado radical-mente su vida. Se habían casado sus hijos, su esposa había muerto yél mismo tuvo que someterse a una delicada intervención, de la queafortunadamente había salido airoso.

A la salida de la Clínica, ingresó en una residencia para la terceraedad, en la que había decidido permanecer, hasta que Dios dispusie-se de su vida.

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Antes intentó vivir con alguno de sus hijos, más que nada pen-sando en sus futuros nietos, pero ninguna de sus nueras accedió, ale-gando que la casa era pequeña y no podían reservarle una habitación.

Por esas ironías de la vida, resultaba que esas viviendas ocupadaspor sus hijos, eran muy amplias y habían sido adquiridas con el dine-ro de su padre, pues según ellos, eran la mejor inversión para suspequeños ahorros y por aquello de que nadie somos eternos, le con-vencieron para que los pusiese a nombre de cada hijo, pero eso sí,con la garantía de que si alguna vez necesitaba el dinero, ellos lecomprarían el piso a precio del mercado y mientras tanto le pagarí-an cada mes una renta razonable.

Todo, sin embargo, se quedó en buenos deseos, porque la rentanunca le llegó, cuando les escribió pidiéndoles ayuda para su opera-ción, no le contestaron y nunca más volvió a saber de ellos, ni siquie-ra por Navidades, fechas en las que siempre les enviaba una carta defelicitación.

Vinieron al pueblo, eso sí, al entierro de su madre, ellos solos, sinsus mujeres, y tras de la última paletada de tierra, le abrazaron y semarcharon, so pretexto de que la carretera estaba muy mala y ellosno querían regresar de noche. Cualquier disculpa era buena –pensa-ba Ricardo– cuando la voluntad no lo era.

Tuvo que tragarse él sólo toda aquella amargura.Su vida entera la pasó en su pueblo castellano, dedicado a la pro-

fesión de molinero, como antes lo hicieran su padre y su abuelo, tra-bajo que compartía con un poco de agricultura y de ganadería. Cas-tilla se caracterizó siempre por eso, todos eran propietarios, aunquealgunos como él con poca labranza, pero propietarios.

Con estos tres arrimos, trabajo no le faltaba en todo el año y gra-cias a ello, fue sacando adelante a su familia y pudo proporcionarestudios a sus hijos, a cuya finalización se colocaron en Madrid y allíse casaron, que buenos duros le costaron las dos bodas, quedándosea vivir en los dos pisitos que a sugerencia de sus hijos él había com-prado y que al parecer no eran lo suficientemente amplios parapoder albergar a su dueño.

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Pero la vida era así y así seguiría siendo por amarga que a vecespareciese y Ricardo lo sabía. Lo importante para él, es que fuesenfelices, que Dios les diese hijos para bendecir sus matrimonios y queles pudiesen dar una buena carrera superior a la que él pudo dar a lossuyos. No todos podían quedarse en el pueblo, porque la tierra desecano no daba para ello.

Ricardo sabía, que para que las sagas familiares pudiesen prospe-rar en la vida, siempre tenía que haber quien diese el primer pasoadelante y con su sacrificio personal, colocase a sus hijos en un planosuperior al suyo. Por eso Ricardo había dado una carrera a sus hijosy quién sabe, pensaba, lo que el destino tenía deparado a sus nietosy a los hijos de sus nietos.

Aquella hermosa tarde de Otoño, Ricardo volvía a su pueblo cas-tellano, merced a una carta que había recibido de Agapito, su mejoramigo.

Sentado ya en el coche de línea y en plena carretera, se dispusouna vez más, a leer la carta de su amigo. Y esto decía aquella misiva:

“Querido Ricardo:Te escribo esta carta para ponerte un poco al corriente de lo que

ocurre por aquí y para decirte algo que quizá te pueda interesar.En el pueblo, cada vez vamos quedando menos. La juventud por

aquello de que como no hay mozas, no hay futuro, pues buscan loque pueden en la ciudad o se van al extranjero y unos van tirando deotros y aún los casados, si son jóvenes, tampoco se lo piensan y tam-bién se marchan, pues como los de arriba les dicen que en la agri-cultura de secano no hay porvenir, pues ya me contarás.

Pero lo que realmente quería decirte no era eso. Verás, se trata deBrita tu perra. Recordarás que me la dejaste hasta que volvieses, si esque volvías. Y yo, como la quería tanto después de lo que hizo enaquella famosa Nochebuena, pues te lo agradecí. La tuve en el corral,atada con una larga cadena, para que se pudiese mover a su antojo,con agua y comida siempre suficientes y la tenía atada, no por casti-garla, sino para que se fuese haciendo a la casa y nos cogiese cariñoa todos los de la familia, que yo sé que los perros tienen sus senti-

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mientos y tardan en olvidar a sus amos, si es que los olvida, quehabría que verlo.

Se hizo a todos nosotros y en cuanto nos veía nos ladraba enforma amistosa y meneaba su rabo y respondía con grandes muestrasde cariño a nuestras llamadas.

Algunas veces la veíamos echada con la cabeza entre las patas,como pensativa y nos miraba de manera interrogante y emitía gru-ñidos como si algo nos quisiera transmitir.

–Parece que llora, padre–, me decía mi hijo menor. Ya sabes, elTomasín, –¿no será que nos pide que la desatemos, padre?–.

–Puede ser–, respondí. Y la desaté.Durante más de quince minutos, Brita no hizo otra cosa que

brincar y correr en torno nuestro, como si quisiera agradecernos surecobrada libertad. Mi hijo le abrió la puerta del corral y salió conella hacia el prado. Cuando dos horas más tarde regresó, lo hizo sinla perra y ya no la volvimos a ver más.

Confiábamos que en cualquier momento se presentase en casanuevamente, pero pasaron los días, las semanas y los meses y no fueasí. La perra no volvió a aparecer.

Quise decírtelo, pero no tenía tu dirección y en el Hospital, nadiesabía de tí. Pasaron más meses y aunque me enteré que habías ingre-sado en la Residencia para la tercera edad, no quise darte estas malasnoticias, pues harto tenías tú con tu nueva situación para que yo tediese la monserga con lo de la perra.

Y así hubiese yo seguido, de no haber sido porque Brita ha vuel-to al pueblo. ¡Como lo oyes! ¡Después de casi dos años! Y no creasque ha regresado a mi casa. Donde ha vuelto ha sido al molino, a tumolino, y de ahí no hay quien la mueva. Hemos intentado cogerla,pero que si quieres. Nos menea la cola, eso sí, pero de lo demás¡leches! Como en el molino tiene todo el agua que quiere, allí no fal-tan ratones y yo le llevo cuatro corruscos y algún hueso, pues no hayquien la despegue.

Y tampoco hay quien nos quite a los del pueblo, que en estos casidos años de tu ausencia, Brita te ha estado buscando.

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Te preguntarás que de dónde saco esas suposiciones. Pues verás.Desde que Brita regresó, todos los días sale al coche de línea. Creoque conoce el ruido del motor. El caso es que pocos minutos antesde que el coche llegue, ya está Brita sentada al otro lado de la plaza,con las orejas levantadas, el hocico presto –como si ventease los olo-res– y los ojos clavados en los viajeros que van bajando del coche yen cuanto éste vuelve a arrancar, Brita se levanta y con pasos lentos,como desconsolada, pues al molino de vuelta. Así todos los díasmenos los domingos, que como tú sabes, no hay coche y ella tam-bién lo sabe, pues no asoma a la plaza ni en broma.

Dirás que vaya cosas que te cuento, pero como sé lo mucho quesignificaba para tí la perra, pues me he decidido a escribirte, almenos para que lo sepas, aunque con lo que te va ocurriendo, a lomejor no estás para estas cosas, como dice mi mujer.

Bueno Ricardo, hasta siempre. Se despide tu amigo:Agapito».Hacía ya un buen rato que a Ricardo le costaba leer aquella carta,

porque algo parecido a unas lágrimas habían nublado sus ojos.Al terminar finalmente su lectura, la dobló cuidadosamente, la

metió en el sobre y la guardó en el bolso interior de su chaqueta.Cerró sus ojos e hizo que sus pensamientos volvieran hacia el

pasado y recordaran las circunstancias en que aquella perra había lle-gado a su casa.

Pertenecía a un veraneante que llegaba todos los años al pueblo,a limpiar sus pulmones, como él decía, y a recobrar la serenidad desu espíritu.

Le llamaba Britania, en recuerdo a un marino inglés que se lahabía regalado. La ponderaba mucho, pues decía que era una “foste-rrier” de gran pureza y que algún día la presentaría a un concurso.

Aquello jamás se realizó, pues el veraneante murió en el pueblo,y como Ricardo era su mejor amigo y además vivía con él en el moli-no, pues allí se quedó la perra, como si nada hubiese ocurrido yRicardo por abreviar le llamó Brita y con ese nombre se quedó.

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En los pueblos de Castilla, no se hace mucho caso de los perros, esaes la verdad. Viven en la casa, comen de las sobras y del pan duro queya nadie quiere, cumplen su cometido como vigilantes de la hacienday todos contentos. Ni el perro pide más, ni el amo exige más tampoco.

Como son hembras, si paren y traen crías, si hay quien quiere quese le reserve una, pues escoge de la camada la que más le gusta y elresto, al río, para que no agoten a la madre, pues la comida no es tanabundante como para criar a toda la perrada, ni en el pueblo haytantos vecinos como para colocar a tanto perro.

Pero una Nochebuena…El tiempo había cerrado en aguas, y llevaba más de dos semanas

tirando lluvia a cántaros. El río bajaba desmadrado y salido de sucauce. Tanto era su nivel que Ricardo no podía echar la compuertapara desviar el agua hacia el molino, porque hubiese inundado la casa.

Heliodora, la mujer de Ricardo, no hacía otra cosa en aquellamañana que recorrer todos los rincones del molino, buscando aBrita, pues hacía tres días que no daba señales de vida.

–La perra ha debido de parir–, le dijo a su marido, –pues hace tresdías que no la veo. ¿Acaso la has visto en alguna parte? ¿Te han pedi-do alguna cría?

Ricardo tuvo que confesarle que no la había visto y que tampoconadie se había interesado por las crías, a pesar de sus ofrecimientos alos clientes del molino y de los que sabía que carecían de perro.

La vacunación obligatoria anual y las quinientas pesetas que cobra-ba el veterinario por cada vacuna, habían enfriado mucho los ánimos.

A la hora de la comida, Heliodora volvió a la conversación de laperra.

–Ya he encontrado a Brita.–¿Y dónde estaba?– preguntó Ricardo.–En la pesebrera de la cuadra, bien tapadita, con los sacos que ella

misma había colocado, seis crías tiene, rollizas que dan gloria verlas.Como nadie te ha pedido alguna, esta tarde la cerraré y las tiraré al río.

Era la costumbre y nadie podía pensar en quedarse con los seisperros.

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Las perras, cada año, ya se sabía, engendraban siguiendo una leynatural, pero solamente se libraban del río las que estaban compro-metidas.

De cualquier forma, eso a nadie preocupaba y menos a Ricardo.Para todos, los perros eran solamente eso, perros, engendraban porengendrar y no existían entre ellos ni más lazos ni más sentimientos.Eso era al menos lo que Ricardo había pensado hasta entonces.

Heliodora, sobre la cinco de la tarde de aquel día de Nochebue-na, buscó a la perra, la encerró en otro cuarto y en un saco de papelde los del pienso de las gallinas, que eran bastante fuertes, metió a lasseis crías, se acercó al río, y las arrojó a la corriente y a los pocosminutos se olvidó de todo ello. Había que trajinar mucho en la casa.

Cuatro horas más tarde tuvo que entrar al cuarto en el que habíaencerrado a la perra, momento en el que ésta aprovechó para escapar.

Aquella noche la familia estaba al completo, ya que los hijos habí-an vuelto al pueblo por vacaciones. Celebraban la Nochebuena conalgún pequeño extraordinario, cuando se oyeron fuertes ladridos a lapuerta del molino.

–Vaya–, dijo Heliodora, –esa es Brita que se habrá quedado en lacalle y estará lloviendo. Salió a abrirla y su grito nos sobresaltó.

–Ricardo, venid todos, es la perra que viene con un perro en la boca.Salimos al portal. Allí estaba la pobre Brita, toda mojada, aterida

de frío, con un perro colgado de su boca, mirándonos con ojosimplorantes. Una figura humana no hubiese puesto más patetismoen su mirada. Era de súplica auténtica para que todos aceptáramossu maternidad y a su cría.

–Pero, ¿de dónde viene la perra?– Ricardo preguntó–. –¿No mehabías dicho que se los quitarías y tirarías al río?

–Y lo hice Ricardo, y lo hice. A todos ellos metidos en un saco losarrojé a la corriente.

Ricardo comprendió y el resto de la familia también. Brita, lapequeña perra fosterrier, en aquella noche invernal, jugándose lavida y luchando contra la corriente del río que bajaba rugidor y conuna fuerza impresionante se había arrojado a los cañaverales de sus

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orillas, quién sabe cuantos kilómetros río abajo, hasta que se encon-tró el saco con sus crías que milagrosamente no se habían ahogado.¿Cómo consiguió dar con ellos?, sólo Dios y la perra lo sabían.

Un hombre, pensó Ricardo, quizá no hubiera podido.Conmovido por aquel gesto de Brita, cogió a la cría, la secó y con

unos sacos y un cajón preparó en la propia gloria una cama en la quemetió a la cría, tras secarla convenientemente, haciendo lo mismocon Brita, para que ambas reaccionasen del frío del agua del río.

Pero la perra al parecer tenía otros planes, porque salió del cajóny comenzó a arañar la puerta, mientras profería quejidos lastimeros,casi humanos, al par que nos miraba de forma tal que nos conmovióa todos y de qué manera.

Instintivamente, Ricardo le abrió la puerta de la gloria primero, ydespués la del portal, intuyendo lo que pasaría poco después.

Brita salió del molino como una exhalación y con pausas de vein-te minutos regresó otras cuatro veces, con sendas crías en su boca.Cuando tras de sacarlas a todas, quedaron acomodadas en el cajón,todos nos miramos, estábamos llorando y nos pareció que Brita tam-bién lloraba, tal vez de emoción, o quizá por la cría que no pudo res-catar. Aunque quizá fuesen gotas del agua el río, porque ¡cómo ibana llorar las perras! –Quién sabe–, pensó Ricardo.

Cuando, siguiendo nuestra costumbre, –recordaba Ricardo–,cantamos aquel villancico del Portal de Belén, Brita se levantó, sesentó sobre sus patas traseras, erizó sus orejas y emitió varios gruñi-dos. Yo la miré fijamente con un nuevo respeto, con el que siempreya la miraría a partir de aquella noche y pensé –¿Sabría Brita queestábamos cantando al Dios de los hombres y al Dios de los perros?

La noticia de la hazaña de Brita se extendió por los pueblos delcontorno, como reguero de pólvora y fue tal el impacto que causó,que a las cuarenta y ocho horas, las cinco crías de Brita eran solicita-das por nada menos que por treinta vecinos.

Ricardo dejó que Brita las criase para satisfacer su amor maternal yluego ya destetadas las repartió por el contorno. Y cada vez que sus due-ños hablaban de su perro, contaban la historia de aquella Nochebuena.

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Desde entonces Brita fue la gran amiga de Ricardo, hablaba inclusocon ella, pues sabía que le entendía y que pocas personas la igualaríanen sentimientos, y empezó a entender mejor aquel refrán que decía:“que cuanto más conozco a los hombres, más admiro a mi perro”.

El coche de línea acababa de llegar al pueblo. Ricardo, interrum-piendo sus pensamientos, dejó que bajasen los pasajeros que allí seapeaban, mientras él miraba por la ventanilla.

Efectivamente, al otro lado de la plaza estaba Brita, con las orejaslevantadas, moviendo las aletas de la nariz, como venteando los olo-res que salían el coche y de pronto se puso a cuatro patas, toda ner-viosa, como si algo presintiese y sin separar sus ojos de la puerta.

Ricardo se dirigió a la salida y se asomó.–¡Brita! –gritó fuertemente.Un rayo no hubiese cruzado la plaza con más rapidez.–¡Brita, ya estoy aquí otra vez!– volvió a gritar fuertemente.Brita saltaba, ladraba, gemía y a Ricardo le parecía que hasta llo-

raba. Meneaba su rabo, volvía a saltar y a ladrar y a gemir y a llorar.–Parece que tiene sentimientos– alguien exclamó.Ricardo ni se preocupó de la persona que acababa de decir tama-

ña tontería.–Que si tiene sentimientos… –pensó Ricardo–, vaya si los tiene.

Más que yo mismo. Vamos Brita –llamó Ricardo.Y los dos, con el corazón ensanchado y llenos de una alegría

nueva, marcharon camino abajo, hacia el molino, a vivir juntos denuevo y hasta que Dios dispusiese las cosas de otra manera.

–¡Que si tienen sentimientos…! –pensó Ricardo, y volvió a mirara Brita–. Mejor compañía –pensó– sería muy difícil de encontrar.Brita le clavó su mirada como si quisiera afianzarle en ese pensa-miento y corrió sendero abajo ladrando a su antojo como si fuese lapregonera del regreso de su amo.

Los últimos rayos de sol se filtraban por entre las hojas de losárboles, resaltando sus nuevos coloridos y llenándolo todo de unahermosa sinfonía otoñal.

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“SACRIFICADO Y DE SORIA”Por Anastasio Fernández Sanjosé

La arribada estridente de los viajeros sacudió la modorra de latarde. Algunos perros que dormitaban a la sombra, violenta-

dos por los pitidos persistentes, interrumpieron bruscamente el ses-teo para ladrar a los forasteros que acudían al reclamo de la fiestalocal. Entre ellos descendió una mujer metida en carnes, muy pinto-rrejeada y llamativa, así como un personaje canijo que, mostrandoacentuada cojera, se apeó con dificultad. Un enjambre de moscaszumbaban contra el cristal y los visillos, casi en la nariz del asistenteIriarte, quien emitió la señal convenida.

–Ahí está, jefe… ¡Por fin, ahí está…! –masculló y vio a JosechuEguía dispuesto a controlar las andanzas del cojo.

Los acontecimientos se precipitaron tan pronto como el trenreemprendió la marcha y los perros se tumbaron otra vez a la som-bra con el hocico indolentemente apoyado entre las patas. El aburri-do servidor de la fonda, sin salir de asombros, presenció cómo lossoldados detenían al viajero canijo y lo llevaban al cuartelillo provi-sional instalado en la plaza, a escasos metros de la estación. Esposa-do y dando tumbos como grillo que tiene partida una pata, el per-

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sonaje renco fue conducido por la tropa de Josechu Eguía a presen-cia del jefe. Temblaba igual que las hojas en los árboles.

–Créame, comandante, créame –argumentó desolado–. Parapacífico y honrado un servidor… Me llamo Benigno…

–Bueno, bueno –cortó el comandante, sentado tras la mesa–. Porlo menos mantén el tipo, coño. Eso para empezar. Luego, si hay quemorir se muere.

–Morir, ¿por qué…? No he hecho nada malo, señor –balbuceócompungido, ante la frialdad de las dos pupilas de ave rapaz–. Yo soyinocente. ¡Juro que soy inocente…!

No comprendía el motivo de su detención. Ni por qué, sin ton nison, empezaron a insultarle los muchachos uniformados. Acorrala-do, se resistió con un desplante: “¡Basta…! ¿Acaso saben ustedesquién soy yo?” Josechu Eguía, que a cinco pasos dirigía impasible eldespliegue, sentenció: “Sí, es el Cojo de Cirauqui. Cuidado con elCojo de Cirauqui. Llevadlo ante nuestro comandante…”

–Escucha y no seas memo –arguyó el jefe militar–. El vecindarioreclama justicia. ¿Lo oyes o no lo oyes…?

–¿El vecindario…? Son sus hombres, señor comandante…El alboroto de la calle retumbaba en la sala:–¡Muera el Cojo de Cirauqui…! ¡Asesino…!Consternado, entre suspiros y ahogos, Benigno se creía víctima

de una pesadilla.–¿Qué dicen…? –balbuceó–. ¿No me confundirán con otro…?–Vamos, sé consecuente. ¿A quién conoces tú aquí?–Compréndame, comandante, compréndame. Es la primera vez

que vengo a este pueblo, vengo a trabajar. Subí al tren en Tudela, mireel billete, igual que la tonadillera Rosario “La de Briviesca”. Casual-mente coincidí también con Rosario en la misma fonda de Tudela.Ella me ha contado que venía a animar las fiestas patronales. Ella…

–Mujeres –ironizó–, otra obsesión del Cojo de Cirauqui.Benigno tragó saliva y apuró su extrañeza.–Por favor, señor comandante… En mi maletín guardo la docu-

mentación, ¿puede encargar a sus hombres que me lo devuelvan? En

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los documentos del maletín consta que soy Benigno Martínez Polo,agente comercial de la compañía de previsión y seguros “La VascoNavarra”, natural y vecino de Soria, casado, con siete hijos, los dosmayores postulantes religiosos en el convento de los baberos…

–No inventes argucias.–Créame, comandante, que me caiga muerto si miento. Le juro

por lo más sagrado que digo la pura verdad. En Almazán y en Cala-horra me conocen bien. Pregunte por mí en Ágreda, en Tarazona, enEl Burgo de Osma o en Alfaro. Eso sí, jamás había parado aquí, aquísoy una persona desconocida…

Aún confiaba el tal Benigno en que sería aclarada la equivocación,que le soltarían y le pedirían excusas, que aquella absurda aventura larecordaría como un increíble susto para contar y divertir a los amigosde Soria. Invocó más argumentos para persuadir al comandante.

–Míreme, señor. ¿Acaso tengo yo traza de guerrero? No valgo nipara tacos de escopeta… Lo mío son las pólizas de seguros. Hoymismo regresaré a Tudela… Se lo ruego, no me hagan perder el trende vuelta a Tudela…

–Descuide. Todo estará listo cuando pase el tren.Arreciaban los gritos y las maldiciones:–¡Muera el Cojo de Cirauqui…! ¡Asesino…!Benigno acusaba flojedad en el vientre, sudores y mareos. Se le

puso la suerte de canto cuando la tropa le salió al paso en plena calle,ante la perplejidad de Rosario “La de Briviesca”.

El comandante retozaba con él como gato con ratón.–Oye, con esta gente no se juega. El que la hace la paga.–Pero, ¿qué culpa tengo yo? ¿De qué me acusan?–No disimules. ¿Recuerdas los tristes sucesos de Murillo el Cuen-

de? ¿Y la reciente matanza de San Martín de Unx?–Sí, recuerdo.–Pues eso. Se da la fatalidad de que algunos de los voluntarios ase-

sinos en San Martín de Unx eran naturales de esta población, herma-nos o parientes de quienes gritan ahí afuera. ¿Qué quieres que yo haga?

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Miserias de la guerra. Por mentideros y mesones cundió la atroznoticia, recogida por los periódicos en letras gordas: “El Cojo deCirauqui entró por sorpresa en San Martín de Unx, donde cometiótoda clase de tropelías. Doce voluntarios carlistas que dormían en unpajar en las inmediaciones, alertados de que el enemigo estaba en elpueblo, trataron de huir por el camino de Ujué, resultando dos heri-dos al ser neutralizados por la contraguerrilla. Los demás, al com-probar que los montes cercanos estaban ocupados por las tropas libe-rales, solicitaron cuartel y, ofreciéndoselo la caballería, se rindieron.Más se hizo cargo de los prisioneros la partida del Cojo de Cirauqui,que los asesinó y maltrató sus cadáveres”.

–Usted dispone de autoridad, comandante, usted no se inmutaporque es justo y valiente ¿a que sí? No permitirá que conmigo seultraje a un inocente…

El comandante se arrellanó en el sillón, ojeó el pliego que soste-nía entre los dedos, depositó el pliego sobre la mesa y clavó la mira-da en los regaterones de lágrimas que escurrían tras las gafitas del reo.Realmente inspiraba piedad, tan canijo, tan pálido bajo la oscuraropa, tan descarnadas las muñecas entre las esposas.

–Aquí tengo la sentencia escrita. Lo siento.Efectivamente, en el escrito del Estado Mayor constaba que el

final de la contienda y la previa negociación exigían el sacrificio delCojo de Cirauqui. Releyó un párrafo: “Mendiry, el general carlista,reclama que le sea entregado el contraguerrillero Tirso Lacalle, inclu-sive ofrece a cambio un sargento carlista condenado a muerte porasesinar en Monjardín a dos prisioneros liberales. Es más, para for-zar la condición impuesta al general Quesada, en una proclamafechada en Estella, Mendiry comunica que en represalia ha pasadopor las armas a ocho prisioneros y amenaza con la guerra sin cuartelde no serle entregado, vivo o muerto, el Cojo de Cirauqui”.

–Fíjate, el general se desvive por ajustarte las cuentas.–Pero yo no soy el Cojo de Cirauqui, yo soy Benigno Martínez Polo,

vecino de Soria, inspector de seguros de la compañía “La Vasco Nava-rra”. Compruébelo usted, que traigan mi maletín y se lo demostraré.

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–Mis hombres ya efectuaron el registro del maletín.–Hallaron los documentos ¿a que sí?–Encontraron armas.–¿Armas…? Imposible, comandante, yo jamás he manipulado un

arma, alguien las pondría allí para comprometerme. ¡Soy inocente!Por favor, tenga compasión…

–No te desinfles, hombre. ¿Qué pensará si no Rosario “La de Bri-viesca”? ¿Tienes o no tienes lo que hay que tener? ¡Venga, coño!Asume con orgullo el apodo, que la gente aprenda entereza del Cojode Cirauqui.

–Es que yo no soy el Cojo de Cirauqui…–Claro, ¿qué me vas a decir a mí? –replicó el comandante, retiró

el sillón y dio unos pasos hasta la ventana para observar la calle. Elasombro de Benigno Martínez Polo no tuvo límites al descubrir quesu interlocutor también cojeaba.

–Entonces… –tartamudeó Benigno aguardando el milagro.Los labios del comandante dibujaron una mueca cínica. Mentar al

Cojo de Cirauqui era como mentar al mismo diablo. Se relatabanhechos espeluznantes protagonizados por el carnicero de la contrague-rrilla. Pero, ¿qué derrotero hubiera tomado la tercera de las guerras car-listas sin la eficacia manifiesta de Tirso Manuel Lacalle Yábar, hábilcomo nadie para arrancar confesiones a los prisioneros y propagar elpánico por los lugares más proclives a la causa de Carlos VII quien, apro-vechando la insurrección cantonalista, había fijado su corte en Estella?

–Las cosas claras. Una reyerta me dejó cojo. Sí, mi nombre de pilaes Tirso Manuel Lacalle Yábar, el del célebre Cojo de Cirauqui. Perohe decidido cambiar de identidad. Sí, el futuro me aguarda con otronombre y otros modales. No hay más remedio que renovarse. Cam-biaré de aires y contemporizaré con el nuevo gobierno de Madrid¿entiendes…? Tras el pronunciamiento de Pavía, a uno también letienta disponer de buen sastre.

–Y yo…, ¿qué…? ¿Cargaré yo con el mochuelo…?–Así es la vida. Unos pierden para que otros ganen.

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Había bastado la planificación de Josechu Eguía para que laangustia de su jefe se trocara en buen humor. Precisaban un cojo parasus planes y ya desesperaban de topar con el cojo idóneo cuando bajódel tren Benigno Martínez Polo. “Buen lugarteniente Josechu Eguía–pensó–. Hará carrera. Ahora sólo necesitamos ganar la voluntad delconsistorio. ¿Qué va a decir un tipo terco y rencoroso como el alcal-de posadero, víctima que fue del liberal Martín Zurbano, cuyo hijoadolescente se divertía alanceando a los prisioneros carlistas de la pri-mera guerra, obligándolos a correr desnudos delante de su caballo?”.

–Muy pronto se enterarán los ediles locales de que nuestro desta-camento les ha liberado de su peor pesadilla. Oficialmente, el Cojode Cirauqui morirá en combate, intentando escapar.

Ajenas a la realidad, las golondrinas dibujaban tirabuzones en losaleros, alados tirabuzones de falso regocijo para un espectáculo másbien triste.

–Tenga compasión de mí, señor comandante –suplicó Benigno,ya sin alientos, lívido el rostro enjunto y los dos ojillos como dosescarabajos náufragos–. Que me esperan siete hijos…

–Que esperen. Al que le toca le toca.Las descargas del piquete retumbaron cual preludio de las ferias y

fiestas patronales, confundidas con el jolgorio de las charangas, elvino alegre, la traca y el baile de vísperas. El alcalde, luego, propalóalivios a viva voz: “Ha caído el Cojo de Cirauqui –anunció exultan-te–. Ya podemos celebrar la fiesta en paz”. Nadie se preocupó de dosfrailes, uno de ellos cojo, que abandonaron el pueblo en el tren quese dirigía a Tudela.

–De lo que nos ha librado la tropa… ¡Alabado sea Dios…! –sus-piraba el vecindario–. De lo que nos hemos librado… Y eso que decerca parecía un bendito.

Rosario “La de Briviesca”, más visceral y emotiva que nunca, lloróde verdad mientras cantaba esta seguidilla en el improvisado tabladode la plaza:

“En el carro de los muertos ha pasado por aquí; llevaba la manofuera: por ella le conocí”.

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“INTERCESIÓN”Por Miguel Martín

Del otro lado del muro de grueso tapial, a través del ventanu-co desvencijado, veíase morir la tarde tierna y melancólica,

después del aguacero y los cristales se esmerilaban con la humedadtemplada de la habitación, al contacto transparente del aire de lacalle. Olía a humo perezoso, de paja y leña, que revocaba la aholli-nada boca de la cocina, a cada tarascada del viento. Él se sentía agusto dentro de aquella luz y aquel olor, que le llevaba en volandascuarenta años atrás, a los días de viñas rojas y chopos de oro queseguían a las fiestas y lagarejos de las vendimias; días de atardeceresdorados y de patatas asadas sobre la tierra, bajo el rescoldo de lahoguera en que se purgaba el patatar de su propia maleza.

Se había lanzado a tomar una valiente decisión, tras muchos añosen que no había osado tomar ninguna, y se repetía con firmeza queno se arrepentía ni se arrepentiría de haberlo hecho. Sabía al menosque no había perdido el gusto por la vida y, más concretamente, porel género de vida que llevaría en lo sucesivo, que podía parecer unsimple modo de apurar el gozo de sentirse vivo. Pero a este logro, no

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despreciable para quien ha malgastado lo mejor de su vida sin sentirgozo ninguno, había que añadir el de verse libre de la congoja que lehabía mantenido el corazón encogido como una pasa y a medio latir,durante cuarenta años, casi tantas horas como había permanecidodespierto. Había renunciado de manera alelada e irracional al géne-ro de vida que retomaba ahora, y le había faltado valor –o ese genioocasional y explosivo que sacan a relucir los que no son valientes–,para plantarse un día y decir: “Se acabó”. Tenía que haberlo hechomucho antes, porque lo que había estado haciendo era desvivirse él,e ir labrando la desgracia cierta e irredimible de todos los suyos.

No le hubiera importado anonadarse y renunciar a todo mien-tras su sacrificio fuera para bien de sus hijos, porque era de los quepiensan que la honradez, en último término, exige al hombrepudrirse en beneficio de los suyos, como la semilla. Pero se habíavenido repudriendo, día a día, año tras año, a ciencia y concienciade que estaba abriendo una fosa cada día más ancha y profunda paratodos ellos, porque, no sabía cómo, el diablo se había metido pormedio y sólo medraba lo torcido: La pereza, el desamor, el derroche,el vicio, el egoísmo… Cada noche, antes de dormirse, se prometíaque aquello tenía que cambiar de raíz y pronto, y que habría de serde golpe y sin contemplaciones, porque de otra manera no lo haría.Y muchas veces tuvo decididos la forma, la fecha e incluso el dis-curso con que iba a justificar el cambio de rumbo ante los suyos.Pero luego resultaba que ella terminaba metiéndose por medio. Nohabía modo de razonar con aquella mujer a propósito de sus hijos,porque podía más en ella el celo ciego de querer lo mejor ahoramismo para ellos que la cordura de ajustarse a lo razonable, para quese hicieran hombres, y no había modo de moverla de su postura.“Mira, mujer, que tanto regalo no es bueno ni para príncipes ynuestros hijos no lo son” le decía él, y ella replicaba que, mientrastodo lo que pudieran echarle en cara fuera que trataba de dar a sushijos lo que a ella no pudieron darle sus padres, nadie le sacaría loscolores y, menos que nadie, su marido. Todos los buenos propósi-tos de él se estrellaban en esta cerrazón irracional, y vino a ocurrir

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lo que era de ley, porque las cosas tienen su camino y los chicos, queno eran más que hijos de obreros, terminaron por creerse lo que noeran y cada día se engreían más ante sus padres, que no pasaban deser lo poco que siempre fueron. Se sucedían los años, y las cosas,lejos de arreglarse solas, como auguraba ella, se desgobernaban másy él terminó por resignarse y decir que buena gana de romperse lacrisma contra la pared y que acaso ella tuviese razón a la larga: Loshijos no habían recibido de ellos malos ejemplos y, tarde o tempra-no, reaccionarían para bien y se comportarían como a él le hubieragustado que lo hicieran.

Lo suyo no era vivir. Dormía menos de lo necesario y trabajabamás de lo que podía. Hasta que llegó el día en que comenzó a sen-tirse avejentado y en que le costaba más y más despegar del suelo lapierna derecha, atenazada por la ciática, o volver el cuello, que lepesaba como si fuera de cemento, por culpa del pinzamiento de lascervicales, y tenía que violentarse para abandonar la butaca en que seapoltronaba para ver la televisión. Eso decía él, pero todo era unocaer en la butaca y comenzar a dar cabezadas, y no podía ser de otramanera, porque para estar en la fábrica a las siete, tenía que levan-tarse a las cinco y media y, por más que rogara e implorara a su mujerque le sirviera pronto la cena, ella, que siempre tomaba el partido delos chicos, no servía la mesa hasta que hubieran vuelto, al menos lospequeños, que pocas veces los hacían antes de las once. Así que cuan-do a las cuatro de la tarde tenía que cargar los trebejos de pintarsobre la baca de la furgoneta, para ir a hacer horas por las casas, por-que lo que ganaba en la fábrica, que hubiera sido bastante para quese arreglase divinamente una familia normal, no lo era para la suya,daba en rezongar que un día u otro reventaría y se iría de casa sin tansiquiera dejar una nota, porque uno se puede matar, sin que le duela,por los hijos menores, o para que los mayores saquen adelante losestudios, pero no para que barzoneen como haraganes hombrehechos y derechos, que con el aquél de ir a estudiar a la biblioteca,pululaban hasta las tantas de la noche de bar en bar y sacaban muymalamente un curso cada dos o tres años.

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Así que se presentó la oportunidad de la jubilación anticipada yse dijo que entonces o nunca. Y, sin prevenir a los suyos, porque lacartilla de la Caja de Ahorros estaba a nombre de los dos y era ellaquien la manejaba, un día salió como si fuera a pintar, dejo una notapara ella, advirtiéndole que en la cartilla seguirían ingresando sujubilación, que se las arreglaran con ella y con lo que tenían ahorra-do y que le dejaran en paz, de una santa vez, que iba siendo hora.

Había venido a recalar en el pueblo, del que nunca debió salir, ycon solo dormir allí tres noches, ya no tenía la sensación de que unainterminable procesión de hormigas le corría dentro de las venas lar-gas de la pierna derecha ni le pesaba el cuello una parte de lo que levenía pesando, ni se sentía apesadumbrado, como quien persiste enhacer lo que no debe, porque le faltan reaños para cortar. Así que selas prometía muy felices y se prometía que no volvería atrás ni arras-trado por una yunta, cuando vino a aparecer ella, como una sombra,con ojeras de muchos llantos y pocos sueños.

“Si has venido a pedirme que vuelva, lo has hecho en balde”, dijoél hosco. Ella dejó caer la vista, se envolvió las manos en el delantaly dijo, con un hilillo tembloroso de voz: “No van a acertar a desen-volverse solos”. El replicó: “Va siendo hora de que lo intenten ¿no teparece? Si no les ponemos en el disparadero, seguirán toda su vidatragando la sopa boba. Pero ya verás como despabilan ahora”. “Yohabía pensado, a ver qué te parece a tí, que vuelvas por casa y les lla-mes al orden y les pongas un plazo. Que vean las orejas al lobo”, dijoella dolorosamente, como si las palabras le escariasen la garganta por-que sabía que pedía lo que no era justo. “Llevo no sé los años seña-lando plazos, ya ves para qué. Están encanallados hasta la médula yno hay nada ni nadie que les enderece, de manera que tanto me daque se droguen como que se tiren al río. No quiero saber de ellos”.Encendió la pipa y aspiró una bocanada honda y amarga. “No ter-mino de explicarme cómo han podido nacer de ti y de mí esos hijosnuestros, ni qué mal de ejemplos han podido ver en nosotros, quehemos trabajado como gente de bien toda la vida y nos hemos sacri-ficado para que no les faltase nada de lo que nosotros no tuvimos. Y

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lo pagan así, alardeando de no parecerse a nosotros. Allá ellos. Peroque nadie me pida que vuelva a matarme a trabajar para pagarles losvicios. Ya ves: Podían vivir aquí tan majamente, con las ayudas quedan a la agricultura de montaña, pero ¿quién les habla de trabajar?”.

Ella dijo: “No te discuto que hay un algo de razón en lo que dicesaunque exageras. Pero, no sé cómo decirte: Por nosotros que noquede. Había pensado lo que te digo, que vuelvas seis meses. Luegonos venimos los dos aquí y pescas, cazas y lo que te pete y ellos quese las arreglen”. “No habrá seis meses más, ni tampoco un día. Sonsesenta y cuatro años y cada día noto más rígido el cuello y más pesa-da la pierna y no estoy por la labor de subir a los andamios, porqueson unos mangantes de solemnidad y su madre, no contenta concebarles y vestirles como no les corresponde, les da cuartos a misespaldas, para que zanganeen todo el santo día. Así que voy a que-darme a jugar al mus, cazar y pescar, algo prohibido estos cuarentaúltimos años, porque había que ahorrar, para que los niños fueran acolegios caros y alternaran con gente de posición”.

La luz del interior iba tomando un tono de mustia y descoloridatristeza. Ella se fue al conmutador, junto a la puerta, pulsó la llave yun resplandor inseguro, suavemente anaranjado, se derramó por lahabitación desde los temblorosos filamentos de la añosa bombilla.“¡También tú, después de tanto como te has sacrificado por ellos,echarlo todo a rodar, por no tener una pizca más de paciencia!”, sequejó ella. “Anda, que no he derrochado paciencia. No es cuestiónde tiempo. Si volviera por allí, de aquí a diez años todo sería lomismo. La misma desvergüenza, la misma falta de sentimientos y elmismo desprecio por nosotros. Ellos se creen con derecho a cobrarun sueldo de la Sociedad mientras estudian, aunque repitan tresveces cada curso. La Sociedad debería facilitarles un trabajo cómodo,bien retribuido, de cuatro horas diarias, cinco días a la semana, y dosmeses de vacaciones y del que no pudieran despedirles aunque nocumplieran. Eso es lo que quieren. Y, mientras lo encuentran, a vivira mi costa”. “Ya sé yo que no son como nosotros quisiéramos quefueran –dijo ella, poco más que con el aliento–, pero son los hijos

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que tenemos. Tampoco deberías tú tomar tan a pecho todo lo quedicen, porque no hablan en serio. Un día u otro sentarán la cabeza yluego se casarán y mirarán por sus hijos, como nosotros hemos mira-do por ellos”. “¡Bah, bah! Son incapaces de albergar un buen senti-miento. ¿Te ha regalado, nunca, uno de ellos un pañuelo que sea, eldía de tu santo? ¿Le han visto ofrecerse a llevarme la escalera y lostrastos a la furgoneta? Seguro que no”. El desenfundó la escopeta.“En los treinta últimos años no he hecho más que limpiarla y engra-sarla”, comentó. “¡Deja ahora la escopeta, por el amor de Dios!”, exi-gió ella, en un tono que no pudo por menos de sorprender al mari-do. “Dejar la escopeta es lo que no pienso hacer en adelante”, desafióél, lleno de encono. “Tenemos cosas más importantes de quehablar”, insistió ella. “Dudo que haya cosas que me interesen más,por el momento, que la escopeta”, replicó él, arrasando con un cotónla grasa rancia que protegía el empavonado del acecho del óxido.“Hazlo por mí”, rogó ella, que se quedaba sin argumentos y él seenvalentonaba. “Pídeme que haga por tí cualquier cosa que no seavolver y dala por hecha”, replicó él. “Pues yo me dejaré caer aquí derodillas y con los brazos en cruz y no me levantaré hasta que me pro-metas que vuelves a casa. Aunque nada más sea que por seis meses”,amenazó ella. “Allá tú, pero te prevengo que pierdes el tiempo, por-que tanto me da que llores como que implores”.

Ella se arrodilló sobre las baldosas, tintas de muchas manos dealmazarrón y abrió los brazos como un cristo, dispuesta a cumplir laamenaza. “No me hagas papelones, que maldito para lo que te van aservir”, advirtió él. Ya anochecido, ella seguía arrodillada y él se sin-tió molesto. Cerró las contraventanas, no fueran a verla las vecinasdesde la calle y dijo: “Haz lo que te venga en gana. Estás advertida”.“No me moveré de aquí así me seque como un murciélago, si no meprometes que vuelves a casa seis meses más”, insistió ella, con tanpoquita voz como si la avergonzara que él entendiera lo que decía.“Hasta mañana”, dijo él, depositando amorosamente la escopeta enel altillo del armario. Todavía con la mano en picaporte de la puer-ta, la amonestó: “A ver si coges frío, además de hacer el tonto”.

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Ella era el verdadero problema. Si se empeñaba en quedarse conlos chicos, que lo haría si Dios no remediaba, él no podría dejar depensar que estarían exigiendo a su madre más de lo que ella podíadarles, porque estaban mal enseñados y la jubilación no iba a alcan-zar para tanto como estaban acostumbrados a derrochar. Él no nece-sitaba nada. Era frugal y estaba convencido de que, ahora que teníapaz, con poco que tuviese le sobraba. La gente feliz no necesita casinada. Precisamente los males que aquejaban a los chicos proveníandel mucho regalo con que se habían criado, sin anhelar nunca nada,porque su madre se adelantaba a dárselo antes de que llegaran a dese-arlo. No habían cumplido quince años y estaban estragados de todo,nada les ilusionaba. De pequeños, la madre les compraba tantos pas-teles que, si no los comía él, que no era goloso, allá se quedaban hastaque amargaba la crema. Les traía un juguete eléctrico que costaba undineral y a los cuatro días aparecía destripado en el pasillo, patas arri-ba. Él se daba perfecta cuenta de que aquél no era el camino, peroella no sabía qué discurrir para darles gusto. Llegó un día en que élse rindió, por no andar siempre a la greña con su mujer, aparentan-do, además, que no quería a los chicos. Ya era tarde para recoger,pero, al menos, se había tirado en marcha y estaba dispuesto a man-tenerse en sus trece.

Despertó, como siempre, a las cinco y media. Calose a toda prisalos pantalones, se calzó los calcetines gruesos de lana, porque nadasentaba peor a su pierna que caminar descalzo sobre baldosas, y bajóa la cocina. Ella seguía allí, bajo la bombilla de pocas bujías, arrodi-llada, empequeñecida por el agotamiento, abatidos los brazos contralos costados, apenas un menudo bulto oscuro bajo el chal, que sehabía echado sobre los hombros para contrarrestar el frío de contrala mañana.

“No tienes derecho a hacerme esto”, gruñó él, hostil. “Lo sé”,musitó ella. “Entonces ¿por qué demonios lo haces?” “porque sonnuestros hijos”. “Os he dejado la jubilación entera, para que viváis,si os administráis con un poco de cabeza, que ya va siendo hora”.“No quiero la paga, quiero que vuelvas, porque los hijos necesitan un

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padre”. “Monsergas. Otros podrán necesitarlo, pero lo que es losnuestros…” “Los nuestros más que ninguno”.

Él guardó silencio y, al cabo, dijo: “Siento mucho que hayas pasa-do la noche así, pero ya te advertí que perdías el tiempo, de modoque no hagas más el payaso, levanta, te caliento unas sopas y te llevoa la cama”. “Yo no me muevo de aquí hasta que me prometas quevuelves. Por lo menos, seis meses”. “Te he dicho que no y es que no.Y ahora cojo la escopeta, me echo al campo y sabe Dios a la hora quevolveré, si es que vuelvo hoy”. “Sea la hora o el día que sea, te estaréesperando”. “Allá tú”.

Comenzaba a pedir entrada por el ventanuco un poco de luz,todavía gris. La ventana de la calle seguía atrancada. Él salió fuera,ascendió una pina ladera y se desfogó soltando dos tiros a un sor-prendido mirlo de pico anaranjado, que sesgó entre los matorrales,quebrando el cristal de la amanecida con el sobresalto de sus trinos.Se sentó sobre un peñasco, interponiendo el morral entre la piedra ysus posaderas, porque la piedra todavía rezumaba humedad delrelente. Recapacitó que debía imponer la razón que le asistía demanera activa, no limitándose a mostrarse insensible ante el dolor desu mujer.

Decidió volver, levantarla en vilo y llevarla a la cama, quisiera queno. Lo que estaba haciendo con ella no era una demostración de for-taleza sino de crueldad. Y tampoco era eso.

Se le pasó por la cabeza que bien pudiera ocurrir que no hubierapasado la noche arrodillada sobre las baldosas, sino atenta a espiar sivenía él, para volver a caer de hinojos. Era tunanta como la que más,cuando se trataba de sacar ventajas para los chicos. Acaso ahora lasorprendiera in fraganti, si se presentaba de sopetón. Volvió sobre suspasos, entró sigilosamente por el corral y atisbó por el agujero de lacerradura. Ella seguía arrodillada sobre las baldosas temblorosa y dis-minuida, tal y como si realmente se estuviera secando, a la manerade esos pobres murciélagos que los chicos sin entrañas clavan por lasalas sobre una tabla. “Se acabó”, gruñó, entrando de repente. Tomóa la mujer por las axilas, levantóla en vilo y, cerrando la puerta a su

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espalda, con el tacón, salió por el zaguán. Ella, que había sido unareal moza, pero se había aguzado como un espíritu de la golosina contanto celo como ponía en el cuidado de sus hijos, le dejó hacer, sinfuerzas ni peso para resistirse. Él, con mucha ternura, depositó sobrela cama el despojo en que había venido a dar un cuerpo tal colma-do, la arropó delicadamente y dijo: “Ea, duérmete”. “Antes, quierosaber por qué haces esto” exigió ella, llena de desconfianza. Él guar-dó silencio. “Quiero saber por qué lo haces”, insistió, tenaz, en sudebilidad. “Porque me rindo. Iré a casa. Pero solamente por seismeses. Ni un día más. ¿De acuerdo?”. “De acuerdo”, confirmó ella,entornando los párpados sobre una mueca de triunfo, que quisopero no pudo ser una sonrisa. Cuando despertó, horas más tarde, élseguía allí. La mujer no veía bien lo que su marido se traía entremanos, por culpa del resol que rebrillaba en la cal. “¿Se puede saberqué haces?”, preguntó ella. “Ya ves: Embadurnando de grasa la esco-peta, para guardarla”. Hubo un silencio largo; al fin, dijo: “Tú y yosabemos que no volveré a sacarla”.

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“DESDE EL CORAZÓN DE MI ESPAÑA;CANTO A LA COMUNIDAD DE

CASTILLA Y LEÓN”Por Ángel Álvarez Pando

I

Eres como la brisa del Domingo,recitando maitines desde el Alba.

Como el rubio perfil de las espigas,como el férreo batir de las espadas…

Eres como la Estrella de los Magos,de Oriente hacia Occidente dromedaria,sin marinos, sin rosa de los vientos,sin brújula, sin costas y sin playas.

Dios te Salve, CASTILLA caminera,como el Moisés de Miguel Ángel. ¡Habla!

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Levántate en la voz de los profetas,del trillo de la yunta y de la fragua,devuélvenos la orilla de tus gestas,redobla en el tambor de tus batallas.

Levántate en los mares de tus ríos,recita tus romances en sus aguas;agiganta la voz en tus Castillos,que vuelvan los molinos con sus aspas.

Levántate en el surco, en los trigales,como Lázaro, ve, CASTILLA y anda,sobre la enhiesta Cruz de tus caminos,donde aprenden las novias sus romanzas.

En la Selva inmortal de los Torozos,donde habitan los ángeles del alba.

Navega por las rutas colombinas,agiganta los ruidos de tus máquinas.Que la cosechadora y los tractores,prediquen por la voz de los que aguantan.

–Recita la oración de los que sufren,gritando a Dios, que atienda tus plegarias.

Alza tu voz, colérica y altiva.¡Como el Moisés de Miguel Ángel: ¡Habla!

II

Como al revés, la tinta del secante,quiero volver a revivir mi infancia.Para escuchar la voz de tus trigales,galopando el velero de tus páginas.

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Quiero verte detrás de tus espejos,ser, molino de viento de tus aspas,tendido, horizontal, sobre los surcos…embriagado del vino de tus parras.

Quiero mezclar mis voces, con tus voces,quiero batir mis alas, en tus alas,quiero abrazar mi vida, entre tu vida,quiero meter mi mano entre tus llagas.

Quiero verte desnuda, intacta, virgen,acariciar de besos tus espaldas,respirando el perfume de tu frente,bailando en las mejillas de tus auras,revolando la luz de tus pupilas,ascendiendo el torrente de tu Niágara,fragata y maremoto de tus mares,dejándome llevar por la resaca.

Quiero ser el color de tu bandera,subiendo en vertical por tus barrancas,rozando la frontera de tus ingles,tocando las aristas de tus mamas.

Quiero ser vivo incendio de tu cuerpo,¡Luciérnaga de tus adivinanzas!Perfume de tus rubios horizontes.Almirez del pregón de tus palabras,capricornio de tus amanecerescuando tocan a misa tus campanas.

Venid los europeos a mi tierra,España siempre ha sido hospitalaria.

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Jugaréis la partida en los Casinos,beberéis en las Peñas; LIMONADA:El baile, la comida y la bebida,os lo juro por Dios: ¡No os cuesta nada!

¡Del mundo las mujeres más hermosas!¡Las españolas, son a cual más guapas!

¡Son españoles, os diréis al verlos!

Por los astros que habitan sus galaxias,por el brillo en su voz y en su sonrisa,por su forma de ser tan noble y franca.

¡Por Castilla y León, brindad conmigoarriando la bandera de mi España!

III

Desde un ayer antiguo yo te miropor el astro de luz de mi recuerdo,un sístole amenaza el lado izquierdodel ala en que gravita mi autogiro.Mis gaviotas pronuncian un suspiro,todo fue un si te he visto no me acuerdo,por tus inmensidades yo me pierdoy el aire de tu atmósfera respiro.Desde un ayer antiguo, la miradade mi jaca en augusta galopada,pisando está el umbral de aquellos años…cuando éramos tan niños, tan pequeños,subiendo hasta el sobrado de los sueñospor aquel caracol de cien peldaños.Redoblan hoy en nuestros parapetoslos yunques y las ruedas de un pasado;

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son fantasmas que van pasando a nadode nuestra hipotenusa los catetos.Sobre aquellos antiguos vericuetosqueremos apoyar nuestros cayados.La luna era pastora de estos prados.Princesa de estos páramos inquietos.¿Qué somos? ¿Qué seremos? ¿Qué hemos sido?Un revuelo de pájaros sin nido.Un puente entre el ayer y entre el mañana.No hay tiempo, ni hay espacio. ¡Son mentira!¡Sólo hay eternidad, que es la que girasobre nuestra helicoide filigrana!

Por aquellos entonces, a la escuelaiban niños de todas las edades.Era aquel cine sin localidades,como una embarcación a remo y vela.En guardia permanente, un centinelacomandaba estos treinta pavo reales.Sabían dividir por decimales.La máquina de cine, a manivela…Cada pared tenía un enceradoy un mapa mundi de un cordón colgado.Al Ingenioso Caballero Andantepuedes verlo en tu pueblo cuando vayas…Muchas tizas, cuadernos de dos rayasy el gran reloj de péndulo oscilante.

La casa que habitaron los mayorestambién es gran motivo de añoranza.Era un horno de amor y de esperanzaaquella gran mansión de agricultores.Tenía un torreón con miradoresaquel gran caserío de labranza.

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Una larga escalera a vieja ultranzay la buhardilla para los pintores.El gran sobrado de los trastos viejos,la bodega con cubas y pellejosrebosando de vinos con solera.Y un sol que en polvorientallevaba el resplandor de la alboradahasta el balcón de nuestra primavera.

Se desnudan las noches en la altura,de todo aquel antaño electrizante.–Desnudas por detrás y por delante.¡Erotismos del mar de la llanura!La embestida de un toro con bravuratocaba su cabeza de un turbante.Las estelas de algún cometa erranteponían el cristal a esta aventura.Desnudo estaba todo aquel antaño…Y la fuente manaba por un cañotocando su tambor de medianoche.Desnuda era la voz y la mirada,del labriego volviendo de su aradasin jamás haber visto el tren y el coche.

La pajera, la trebede, el humeroy el badil de la lumbre en la cocinaaquel revuelo azul de golondrinabuscando la cornisa del alero.Todo quedó de un tiempo prisioneroponiendo al carnaval la serpentina.Todo pasó rozando nuestra esquina,como el astro sin luz de un aguacero.Azotado y maltrecho por las olas.Como un inmenso cáliz sin corolas.

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Cual revuelo de arcángeles marchitosen los sauces remotos de aquel viento,con mi verso levanto un monumento,más allá de los cielos infinitos.

¡Descansaban las fiestas y domingos!Los domingos la misa era cantada,la iglesia con sabor a limonada,guardaba el esplendor de los wikingos.Con muchos latinajos y potingosel sombrero y la falda almidonada,encendía su antorcha en la olimpiadade este ensueño de teles y de bingos.Todo el mundo jugaba a la pelota.¡Tengo el mejor caballo, el que más trotay es mejor que el de Usted, Señor Alcalde…!Después de la partida en el Casino,qué bueno en la bodega era aquel vino,bebiéndolo de bruces en un balde.

IV

Legionarios de los vientosmarchan Castilla y León.

Con luceros en las manos,con hierro en su corazón.

Maragatos de “la Astorga”con su gaita y su tambor.

Tratantes de “la Medina”,sus caballos de cartón,la blusa de terciopelo,sus zapatos de charol.

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Vinateros los de Rueda,como sarmientos en flor.

Labriegos de Tordesillas,Rioseco y Villalón,de Nava del Rey, La Seca,Villavellid, Peñaflor,de Pinilla y Benafarces,Tiedra y Torrelobatón.

¡Villafranca y Castronuñodel Duero pendones son!

Cuando cruzáis nuestros camposhacéis detenerse al sol.

Sois profetas, visionariosque anunciáis la Redención:

Por todo el valle de Olid,levantad vuestro pendón,por la cultura, el progreso,la libertad y el amor,entre los hombre y tierrasde Castilla y León.

¡Que se nos haga justicia,gobernantes, por favor!

Adiós al despido y parosen las minas de carbón,allí viven los minerosdonde nunca lució el sol.

Descepando los viñedos,sembrando un año y dos no.

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Hay años que apenas llueve…el clima al campo es traidor.

Y se pierden nuestros ríosen el mar de la ilusión.

¡Comuneros del ayerlevantad vuestro pendón!

¡Carlos V de Alemania,no dejes manchar tu honor!

Que no vuelvan extranjeroscon poder inquisidor.

Poco vale el cerealy mucho cuesta un tractor.

Hay muchos intermediariosque roban nuestro sudor.

Más bajos los intereses,Gobernantes, por favor,que el derecho de pernadano vuelva a tener vigor.

Marchamos a la derivacomo barcos sin timón.

Comuneros de otros días,levantad vuestro pendón.

Desde el grito Comunero,Marchan Castilla y León,Luceros huellan sus manos,de hierro es su corazón,defendiendo libertadescon justicia y con honor.

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¡Que retumben vuestros campos!Al aire vuestro pendón.

¡Por la cultura, el progreso,la libertad y el amorentre los hombres y tierrasde CASTILLA Y DE LEÓN!

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“ROMANCE DE LA PRINCESA,LOS SUEÑOS Y EL MAR”

Por Alberto González Miguélez de León

De arreboles se teñíanlos vitrales de palacioy arrodillada rezabaante un tríptico miniadocon la mirada abstraída,en sus manos un breviario,la princesa que soñabatres carabelas, mil barcos.

Como el fluir de una fuente,con la brisa tenue del ampo,hilaban las hilanderas…y las cigüeñas volando;tejían las tejedorasfiligranas de brocado…y las cigüeñas seguían

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encima del campanario;bordaban las bordadorasen el pañal rosa y blancodel vuelo de las cigüeñascon hebras de hilo doradola inicial isabelina…y seguían revoleandoinquietas sobre la torre,con su pico desgarrandoel vuelo de la mañana–flor y viento perfumados–veintidós de abril nacidoen Madrigal almenado.

–… ¿ha aparecido la estrella?–… ¿ya han llegado los tres Magos?–… ¿han ofrecido la mirra,el oro e incienso sagrados?–… ¿llegará el dragón bermejoy habrá holocausto herodiano?–… ¿el furor de las Gorgonashará piedra de los llantos?o habrá una estrella encendidacondecorada en lo altopara que la Capitanalleve a buen puerto su barco…

Doncella de largas trenzasy de cabello doradodel que se hicieron las jarciasde navíos castellanos;princesa de largas trenzas,

guarda la mar en tu mano,que duerman las caracolas

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su verde sueño bordando;que no te quiten la mar,que no te quiten los barcospara que puedan partiral amanecer de Palos;que repiquen las campanas,campanario de alabastro,que altas vuelen las gaviotas,que locos cantes los pájaros,que el sol trence sobre el cielola danza de los mil pasos;que se rompan los cristalesdel viento loco en pedazos,que la espuma de la luzse multiplique en milagros,que se expandan los caminosen profecía de parto,¡que Castilla fija el rumbocon la proa de sus naos!

Ay, barcos de blancas velasentre la luna encerrados,salpicados de lucerostodos en corceles blancos…;barcos, barquitos de vela,de tres palos hermanadosdispuestos a la aventuramirando siempre a lo alto.Con agua salina ungidos,con tres nombres bautizados,la espuma borda su túnicade catecúmenos albos.Enredadas las estrellasen la punta de los palos,

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abandonada la rutajunto al mar de los Sargazos,¿qué viento hará remolinosen cortejo enamoradosalitrando el tajamarcon un beso de amaranto?¿Dónde irán las tres hermanasescoltadas de hipocampos,aureoladas de espumas,al viento sus lazos blancos,luciérnagas de la noche,lámparas votivas, halode los dioses marinerostrepidantes en sus carros?¿Irán insomnes perdidashacia el abismo del Tártarosin robar la luz del albahundidas en el sol cárdeno?

Qué verde la verde oliva,qué blancos los lirios blancos,qué amante la enredadera,qué inmenso el mar océano.

¿Te acuerdas, princesa niña,cuando caracoleandocon los dedos tus cabellos,soñadora de milagrosinmóvil te ensimismabascon el abanico glaucode tritones y sirenas,de mares hondos, lejanos,de conchas y caracolascon su rumor trasminado?Al viento, el cabello, ibas

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por el jardín de palaciopalmoteando traviesahaciendo huir a los pájarosque inquietos picoteabanlas migajas de pan blanco.¿Dónde vas, niña bonita,con la gracia de tu garbo,lucerito de Castilla,espiga dorada, nardo?–No corras, decía el aya,¡cuidado, te da un desmayo!

A una audiencia distraídade inquietos peces y pájaros,ya estoy aquí, –les decías–escuchadme, mis vasallos,yo soy vuestra soberanay voy a recompensaros:

–Eh, pajarito bonito,te hago merced de un condado;y a tí, que nadas velozte nombro mi Adelantado;tú con coronita roja,mi confesor franciscano;y tú mi Alférez mayor,pececito colorado;por tu gracia y tu arroganciate concedo un Maestrazgo;¿y a quién nombro Preceptor?…a ése con ojos de sabio;y a tí con cara de serioel Canciller del Estado;y a tí mi fiel Mayordomoporque estás siempre a mi lado.

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Necesito un Condestable…tú que pareces muy bravo;eh, ven aquí, no te escapes,tú serás mi fiel Heraldo…y al frente de las mesnadasirá mi pendón bordadoy conduciendo mis naves,yo sobre el puente de mando.

Los reflejos ondulantesdel estanque de palacioirisaban la miradade la niña de ojos garzos.

De arreboles se teñíanlos vitrales de palacioy entró por ellos el marmontando corceles mágicossin playas y sin arenas,era mar todo inundadode luceros submarinoscon los destellos anclados;por encima de la nocheallí le estaba esperandola princesa que buscabatres carabelas, mil barcos.

Qué verde el musgo del río,qué perfumado el naranjo,qué blancos los arrayanes,qué azul el mar de cobalto.

Un coro infantil perdido–eco de cristal lejano–se filtraba entre los muroscon un revuelo de pájaros:

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Con su cinta de platavoló una estrella,quién pudiera seguirla,subir con ella.Los colores del cieloazul y verde,como el color del marque a mí me pierde.

Azules y verdes marespor los que tú has navegado,gota convertida en marpor la gracia de tu mano.

Los sueños nunca se pierden,se quedan siempre colgadosentre la luz matutinay el resplandor del ocaso.Los sueños y los recuerdos…brillo de esperanza, llantodesgranando la princesasobre el tiempo y el espacio–barco varado en la orillapero no desarbolado–:

“Tornad, entrañables díasal cordón de seda atados,cortejo de luz errante,alazanes desbocadoscon las crines desflecadas–viento y ola enamorados–.Abríos a mi llamada,que vuestro rumor aladose quede siempre prendido,aliento vivo, en mis labios.

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Dignidad, cetro, corona:fulgor y ceniza, mantode grandeza y servidumbre,conciencia de mi reinado…Vástagos de amor nacidosrotos en flor, desencantode primavera perdida,réquiem vivo en relicario,heristeis hondo en el almay al tiempo fuisteis mi bálsamo.

Duro, penoso camino–peregrinaje a Santiago–un destello de esperanzaen las venas atrapado,un enjambre de dolorinmóvil en mi regazo.

…si tuviera mil coronas–decía mi enamorado–con que adornar con su orola luz de tus ojos garzos,las mil más mil te pondríaa los pies para tu halago.

Luché tanto por España,por la unidad de sus campos–quilla, espolón y velamencon toda mi fe ensamblados–que con letras de mi sangredejo escrito mi epitafio”.

La antorcha se iba extinguiendoen el regio candelabroy llegó la noche oscurasobre Medina del Campo.

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Los mares de cuatro puntospermanecieron callados,doliente el mar de Castillade los trigales dorados,gritó rasgando la nocheiracundo Minotauro.

Pálidos los estandartessin el brillo blasonado,se eclipsaron los Castillosy Leones en el palio.

De arreboles se teñíanlos vitrales de palacioy con las manos cruzadas,administrado el Viático,extática la miradaen Jesús crucificado,se hizo a la mar, Capitanade sueños nunca acabados,la Princesa que teníatres carabelas, mil barcos.

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“CASTILLOS DE ALMENAS Y DE AMORES”Por Juan Antonio Agúndez Ponce

RONDA DE ALMENAS

–Fuensaldaña–

Navío de los mares de secano,que marcas por la mies tu singladura…Guerrero de la gleba en guardia oscura…Capitán de viñedos y de grano.

Torre del homenaje, castellanotrompetazo alentando agricultura,ya no a la guerra, hoy clama a la corduratu voz de piedra por alcor y llano.

Ahora son palomas victoriosaszureando por tumuro campesino.Cordial, hospitalario, ya no entraña

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temor tu voz. Final guerrear las rosas,luchando con el pan y con el vino,baluarte labrador de FUENSALDAÑA.

–Montealegre–

Clamor de amotinados torreonesen prisiones de siglos y de muros…Huída vertical hacia los durosaires de cielos ya sin emociones…

Velámenes de viejos galeones;tercos silencios ya; ya sólo purospresentes de pasados sin futuros,testigos de un ocaso, hoy: sinrazones…

En valde persistís en alto puestode velar el buen nombre de Castilla,soñando que al pretérito os reintegre.

Su historia jubiló ya vuestro gestoy, al verse reducida a una apostilla,os asila en la paz de Montealegre.

–Portillo–

Sobre azules de lotos y cigüeñoslanzas a reconquista tus troneras;huestes de oscuro pino y paremerasfuera hostigan y vencen a tus sueños.

Castilla y sus pendones, tus empeños,llevaron de tu alcor nubes viajeras…Solemne en tu Portillo, ¿a quién esperas,castillo de memorias y beleños?…

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Tu plaza, ausente, está desguarnecida;adiestras al silencio y hay un falsocoraje en tu retorno a lo dormido.

Huyendo a tu espejismo de la vida,Don Álvaro salió ya a su cadalsode noche, sin la luna y… desvalido.

–Simancas–

Aquí calmo los vientos de su rosay acallo el oleaje de sus mares;mi muro cubre soles y lunaresdel polvo de su nombre, verso y prosa.

Baúl de vanidades de una diosa,mi castillo de históricos azaresampara a la gran musa de cantaresrebelde, miserable y poderosa.

Mi corazón al viento la deshoja;Castilla verde, azul, morada y roja,descansa en mi memoria de Simancas.

¡Os brinco su callar grandilocuente…Pasad… Adentro está literalmentey, frente a frente, oiréis sus voces francas!

–Torrelobatón–

Todo tú rebelión desde la planta,expones matacanes como pechos,dando morado ejemplo a los barbechoscon cerro y horizonte en la garganta.

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Con impasible azul, el cielo aguantatu arrojo comunero y, en pertrechosde viento en desencanto, quedan hechosgirones grito bravo y causa santa.

Vendido a lo imperial, decapitadotu gesto en Villalar, tu torre acuñasimiente de Castilla y de razón.

Su tiempo, un rey cruel, te ha maldonadoa silos, con cizaña y con gatuña,de oscuro olvido en Torrelobatón.

RONDA DE AMORES

–Canto espiritual a Santa Teresa de Jesús–

CANTO I

El mismo nombre te resume y pesa…:Como grabada en él a fuego ardiente,se consume la monja incandescenteal soplo de Jesús. Digo TERESA,y un anhelo, una sed de cierva expresa(pluma, garbo, latido de torrente)te fingen voladora hacia la fuentedonde el divino Arquero te atraviesa.

Tu nombre es impaciencia por alcorestras bandos de palomas y de amores,que arrullen al Señor de tu Morada.

Teresa de Jesús Cepeda Ahumada,al viento del Varón de tus ardores,tu cepa ahúma…, ¡arde enamorada!

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CANTO II

Tu Ávila en altura y levadura…,como ella, ansia de azul desde lo pardo;alas en Gredos…, leve sobre el cardo…:así, fémina inquieta, tu moldura.

Frío abajo y arriba calentura,tus pies sin suelo y por las sienes bardo,a ave herida por sublime dardo,seráfica perfilas tu estatura.

Como Ávila amurada, alzada al vuelo,hiedra, que a piedra huye por anhelode cimas de Carmelo a toda “priesa”…

Cual tu ciudad de piedra arrebatada,te remontas de luz transverberadaa glorias de Bernini, alma Teresa.

CANTO III

En alba, porque el alba es nacimiento,nació al morir tu muerte reclamada;se abrieron el Castillo y la Moradae hiciste posesión de tu aposento.

Tus ojos oreó un divino Viento;la noche, el monte, el lobo y la majadahuyeron… Y en redil de madrugadaentró tu amor a eterno aquietamiento.

En Alba acaeció la dulce calmadel vuelo venturoso de tu almadonde a tu Amado plugo ser servido.

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A tanto suspirar y arder rendido,sobre el transido cuenco de su palmaa tu paloma dio reposo y nido.

ESPEJOS DE AMOR

(A San Juan de la Cruz)

–Balido–

Pacío yo su trébol y bebíadel cauce sonoroso de sus manos.Vecina de las ninfas y silvanos,en siesta nemorosa acaecía.

Dueño de pasto y sol, su voz henchíade seguro de cierzos y solanosy, en par de los ponientes, por los llanossu silbo avisador me recogía.

¡Cuánto macho cabrío irá a su ladocontento, defendido y regalado…,y apuro yo rastrojos del alcor!

Volveré a su cancilla y su verduray, alfombra de sus pies mi lana impura,le diré: ¡soy la ciento, Buen Pastor!

–Ciervo ardiente–

En noche de escondites, vulneradopor astas de su ausencia y lejanía,con mi llama y mi cruz torturo al díaclamando por mi místico Venado.

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La fuente de mi sed le ha reflejadoy huele mi ladera a su ambrosía;mi alondra le encarama a algarabíay en todo hay eco de Él por lo creado…

Por la luz, la fragancia y la hermosuraurgiendo voy a toda criaturasi han vito al gran señor de tanto siervo…

¡Oh, confín de su Gracia derramada,te conjuro en mi búsqueda inflamada:–¿ha cruzado por tí mi huído Ciervo…?–!

–Ruiseñor de la noche–

No es miedo mi cantar de Noche Oscura…Le trinan mi tiniebla y mi nevada;y no grita mi herida regalada,¡aguija a su tardanza mi presura!…

Y es sonora mi soledad, y curacon la ansia de su vuelta acelerada.No gime, no, orfandad… ¡Canta alboradami nocturno de amor en la espesura!

No hay queja ni doler… Y sin sus huellas,¡qué noche deslunada y sin estrellasen bosque de callar desolador!

Presencias que rodeáis su sitio y veda,decid: que en melancólica alamedale implora dulcemente un ruiseñor.

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–Nido de victoria–

¡Ya hay nido de victoria en mi enramada…:adiós, ciervos, raposas y pastores!Altísimos Morada y moradoresreclaman a mi tórtola adamada.

Lucero y filomela desveladame cercan de cuidados veladoresy hay íntima bodega de licores,jardín de toda flor y arpa arrullada…

¡Bendito vendaval de mis colinas,que hiciste vigorosas y aquilinaslas alas de mi amar…

Paciente valle y caridad del suelo,tal alto edificásteis mi Carmelo,que ya nada conturba mi anidar!

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“EL HOMBRE DEL ACORDEÓN”Por Anastasio Fernández Sanjosé

Luego dicen que digo, claro que sí, mujer, menuda bicoca, noshan reservado el dormitorio nuevo para Nacho y para mí, si

no lo veo no lo creo, vivir en mi casa otra vez, vivir junto a mi nieto,volver a la situación de antaño ¿a qué más puedo aspirar en estapuñetera vida? Así que, hago de tripas corazón y olvido el daño queRita nos hizo, a fin de cuentas ella es quien manda, a nuestro yernologró embrujarlo desde que enviudó, no hay cáscaras, como yodigo, a ella es a la que debo bailar el agua si quiero permanecer cercade Nacho, pues nuestra hija Mónica no resucitará por más vueltasque lo demos. Ya lo sé, ya lo sé ¿crees que soy tonto?, se portan asípor lo que barrutan, con los ojos puestos en el dichoso acordeón.¿Qué me vas a decir, mujer? Pero no veas qué cambiazo, Rita apa-rece cada mañana a espabilar al chico, abre la puerta con sigilo,levanta un poquito la persiana y, en cuanto despego los párpados,me da los buenos días atenta y con una sonrisa de oreja a oreja pre-gunta si hemos descansado bien, si prepara el baño a los dos o siprefiero desayunar en la cama.

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–¿Qué le apetece hoy al abuelo? –repite zalamera–. Vamos a ver,¿qué le apetece? ¡Hala, Nacho…! ¡Arriba Nacho…!

Yo devuelvo el cumplido mientras el chiquillo se espurre, y digoque prefiero acompañar a Nacho, que no conozco misión másnoble para un abuelo que la de llevar el nietecito de la mano alcolegio. Como el viejo almendro que orienta sus nuevos brotes ylos muestra los ecos del campo, del sol y de la soledad. Y así, cas-tellano que es uno, con las mismas advierto que ni se les ocurratocar mi viejo acordeón.

No arrugues el ceño, mujer ¿qué conseguí oponiéndome a laboda del yerno con Rita? Disgustos, disgustos nada más. Serompe siempre la cuerda por la parte más débil. Y puestos a mal,¿qué resistencia pueden oponer un niño y su abuelo? Ya lo hasvisto. El yerno alegó que para criar al niño no bastaba el recuer-do de la madre difunta, que una criatura precisa que le preparenlas comidas y le limpien varias veces al día, y ante mis reparos aque le proporcionara madrastra, acabó por argumentar que vivíacon Rita porque se lo pedía el cuerpo, que él no tenía que darmeexplicaciones, oiga, me espetó, estoy harto de impertinencias, nocompare la compañía de Rita a la de un suegro chocho con elque ninguna obligación me une ¿comprende?, buen negociohacía con usted, su pensión ¿qué cree?, apenas lo comido por loservido ¡váyase a freir espárragos! Así me despidió. Antes deverme en la calle reclamé la propiedad del piso, pero los aboga-dos me hicieron desistir, resulta que, legalmente, la vivienda essuya aunque la pagó un servidor, pues ciertamente es el padre deNacho, y tú misma tuviste la desafortunada ocurrencia de ponerlas escrituras del piso a nombre de Mónica que en paz descanse,cuando nuestra hija ni siquiera imaginaba ser casada, y menosdifunta, claro. ¿Qué sucedió al fin? Lo que tenía que suceder,acabé huido como perro vagabundo. Rita se enseñoreó de la casay yo, con lo puesto y el acordeón, ingresé en eso que ahora deno-minan pomposamente residencia de la tercera edad, ya ves quépamplina.

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Que sí, mujer, allí está uno recogido y atendido, pero falta algofundamental, las raíces más íntimas faltan, las huellas de haberamado y vivido. Será una manía, pero yo echaba de menos el huecodel sillón, las voces y las rutinas de siempre, los saludos, las queren-cias, la cita diaria con el panadero. Y suspiraba por la inocente risade Nacho. Lo mismo que don Zacarías, lo que lloró aquel hombrela ingratitud de los sobrinos a quienes había testado su fortuna.¡Pobre don Zacarías!, atropellado de salud, mas la cabeza en su sitio.“Calla, calla, los viejos parecemos tontos de remate”, sentenciaba.Recuerdo que la enfermera, con mal disimulaba impaciencia, trata-ba de arreglarle a base de pastillas: “Don Zacarías recuperará la ilu-sión, don Zacarías bailará la jota como otros internos, don Zacaríasolvidará penas y lo pasará estupendamente si se deja ayudar. Ahoratomará don Zacarías estas dos grageas, la verde y la azul, don Zaca-rías abrirá la boca y tragará las grageas sin rechistar ¿verdad?”. El casoes que don Zacarías no pudo reprimir su amor propio. Efectiva-mente, abrió la boca condescendiente, la enfermera colocó las pasti-llas encima de la lengua y le acercó a los labios el vaso de agua. Ellano esperaba la reacción de don Zacarías, quien, repentinamente,escupió las dos píldoras contra el rostro atónito de la enfermera.

–Esto es lo que hago yo con los tranquilizantes y con las personasque me toman por tonto –dijo, y prorrumpió en sollozos arrepenti-do–. ¡Perdone, disculpe el desahogo…! ¡Perdóneme, señorita…!

Demasiado el hombre.Pasado el tiempo, conseguí la visita de Nacho, gracias a las ges-

tiones del capellán. ¡Qué alegría, oye! ¡Qué rico Nacho, qué cariño-so! Su padre esperaba en el patio de la Residencia, con el coche enmarcha. A Nacho le fascinó el acordeón. “¿Por qué no suena, abue-lito? ¿Qué hay aquí dentro, abuelito? ¿Me lo das, abuelito?” Respon-dí que la soledad había enmudecido al acordeón, igual que los niñospierden la voz si padecen anginas. Le conté que el acordeón cobijaun gran tesoro que será suyo el día de mañana, pero escucha, Nacho,guárdame el secreto, sólo tú y yo lo conocemos, no se lo parles anadie. Hizo una cruz poniendo índice contra índice, y con un

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mohín gracioso enfatizó: “Puedes confiar en mí, abuelito ¿de acuer-do?” Me gustaría que le hubieras visto ¡dichosa criatura! Al despe-dirme le regalé cinco mil pesetas: “Toma, hijo, toma, hoy me hatocado la quiniela”, suspiré emocionado en tanto le entregaba uno delos billetes ahorrados. Nacho indagó el destino del otro billete: “Ese,¿para quién?” “Este otro billete para la hucha del abuelo, para incre-mentar el tesoro”, argumenté, doblé el billete meticulosamente yjugué a meterlo por la grieta del fuelle. Entonces sentí la corazona-da. ¿Por qué no tentar al destino? ¿Por qué no aprovechar la oportu-nidad? Pensé que el aparentar riquezas no empeoraría mis relacionescon Rita y el yerno, sino al contrario, como decía don Zacarías, quie-nes no te estiman aparentarán estima por ver si sacan provecho de tí,aunque luego te peguen una patada en el culo ¿entiendes? Así queintroduje el billete ceremoniosamente en el interior del acordeón,ante el asombro del niño que palpaba embelesado las teclas y lospliegues que contenían fotografías familiares.

–¿Ves?, para la hucha del abuelo –añadí a modo de remate–.Hala, Nacho, dame un beso y no pierdas la propina.

Sé que Nacho les frotó el billete morado por las narices, buenoes Nacho. Seguro que exageró: “¡Mirad, mirad lo que me ha regala-do mi abuelito!, mi abuelito ha acertado una quiniela, coleccionamuchos billetes morados, los dobla con cuidado y los introduce enla barriga del acordeón por una ranura, tiene casi lleno el acordeónde billetes, me ha dicho que guarde el secreto, que no se lo cuentea nadie”. Tal vez le cosieron a preguntas, Nacho venga a repetir quesí, que no suena el acordeón porque está atiborrado de billetes, igualque los niños pierden la voz si llenan la boca de polvorones. El casoes que menudearon las visitas sucesivas. El yerno aparcaba el cocheen el patio de la Residencia y entraba de la mano de Nacho, la pri-mera vez hasta me abrazó. Pronto apareció Rita, tan amable, tanapaciguadora, haciendo lenguas de lo mucho que Nacho se meparece, incluso la afición por la música, insistía sin quitar ojo delacordeón. “Eso sí, Nacho es un poco trapacero, no sabe lo queinventa, fíjese, va diciendo que usted metió un billete en la barriga

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del acordeón, que utiliza usted el acordeón de hucha ¿será enreda-dor?” Ella quería tirarme de la lengua. “Di que sí, abuelito, no loniegues”, saltó Nacho al quite. Rita escuchó mi versión sin pestañe-ar, evidentemente complacida: “Cierto, introduje el billete poraquí, por esta grieta abierta en el fuelle ¿verdad? –reafirmé mos-trando la grieta, en tanto sostenía el acordeón por el asa del techa-do y sonaba el fuelle relleno–. Tiene razón Nacho”. Un color se leiba y otro se le venía. ¡Por favor!, lo que escita el asia a la chola. Sos-pecho que ella y el yerno velaron noche tras noche tejiendo conje-turas, reflexionando por qué renuncié a todo menos al acordeón,por qué no me separo jamás del viejo acordeón, al que mantengoasido a la cabecera de la cama mientras duermo.

Otros disfrutan de la compañía de un perro y yo disfruto con elacompañamiento del acordeón. ¿Una manía nada más? Figúrate,mujer, de eso a que me propusieran volver a casa, fue cuestión desemanas. Yo encantado, claro, aunque puse algún reparo. Ellosvenga a animarme, qué cosas tiene usted, usted no estorbará jamás,¿dónde mejor que en su casa de siempre, junto a su nieto? ¿A quesí, Nacho…?

Ya te digo, mujer, yo no miento ¿eh?, si acaso consiento la zanga-manga por la cuenta que me tiene, a ver que pasa, oye, pues si noespabilas vas de cráneo. Tú lo sabes, mujer, que uno no escarmientay se ablanda y encoge, más dócil y más tierno y más dolorido que elacordeón. Es la única seña de identidad que me queda, la últimacoartada. El me acompaña desde los tiempos lejanos de mi juventudcuando, emigrante en pos del trabajo que ofrecían algunos paíseseuropeos, de alguien que no entendía mi lengua aprendí a poner ensolfa las nostalgias y los sentimientos. Después, en la voz universaldel acordeón registré todas nuestras ilusiones: El retorno, los amores,las esperanzas y el sueño de sacar la familia adelante. Ahora presumode que es mi hucha, claro que sí, en sus fuelles ajados archivé lasfotografías familiares, junto a tres margaritas blancas y un poco delavanda de hinojo como aconseja María del Mar Bonet. Ni más nimenos. ¿Que para la avaricia ajena abulta el oro y el moro donde sólo

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existen gestos descoloridos? Pues qué mejor, allá ellos. Visto lo visto,pondré a custodiar mi viejo acordeón en la caja fuerte del banco.Relucen las pupilas de Rita al aconsejarme: “Hace usted bien, haceusted bien, conviene adoptar precauciones…” Ya ni me reprochaque hable solo, hasta celebra esta manía mía de dialogar con tu retra-to, mira qué gracia, mujer.

Escucha, ahora viene lo más alucinante ¿no sabes que estoy intri-gado? Sí, alguien, a mis espaldas, terminó de rellenar el acordeóndurante los últimos días que permanecí en la Residencia. Tal vez conbilletes de verdad. ¿Quién hurgó allí y con qué intención? Menudomisterio. En buena lógica sólo pudo hacerlo don Zacarías, mi com-pañero de habitación. Era la única persona enterada del asunto. Pre-cisamente, por aquellas fechas rehizo don Zacarías su testamento, séque desheredó a los sobrinos que tan ingratamente le habían trata-do. Casi agonizante, apenas puedo dedicarme don Zacarías una son-risa confidencial:

–Dile a tu nieto que todavía suceden milagros… –balbuceó–.Díselo…

Desde entonces me tienta la curiosidad, créeme, palpo el acor-deón y me asaltan los presentimientos, mas prefiero mantener intac-ta esta hermosa incertidumbre, así templaré músicas en tanto llega lahora de reunirme contigo, mujer, contento como esa paloma fatiga-da que retorna a su palomar, contento por estar junto a Nacho, poracabar en esta casa con lejanías de trigales, pinos y majuelos, que nome tomen por un estorbo, eso que crispaba a don Zacarías, pobredon Zacarías, que Dios lo tenga en la gloria.

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“LA FAMILIA LEONILELIGE CASTILLA PARA VIVIR”

Por Ángeles Alía Vázquez

Érase una vez una familia de leones, compuesta por mamáLeona, papá León y cuatro leoncitos machos de corta edad,

pero la suficiente para empezar a cazar por su cuenta, que vivían enla selva.

Esta familia, además de ser respetada por sus vecinos leoniles, eraun ejemplo de comportamiento para todo animal que pasaba juntoa su guarida. Sus hijitos leones habían sido educados para ser “socia-bles” (dentro de la sociabilidad que se podía tener en la selva), pues,a veces pasaban por su lado otros animales, depredadores también,pero con peores intenciones, y ellos, con la prudencia que les habí-an inculcado sus padres, se limitaban a dejarlos pasar por su territo-rio, sin hacer siquiera un ademán de fastidio, que seguro sentían.

Pero la obediencia a sus padres había que respetarla y no debíanatacar, aunque sintieran ganas de hacerlo y, a pesar de ser ellos, nues-tros protagonistas, los más fuertes y poderosos (sólo los elefantespueden auyentar a los leones), no debían interponerse en su camino.

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Sabían que todo ser viviente tiene derecho a circular libremente porla selva y, fueran o no de su raza, ellos, por la enseñanza de sus padresleones, porque se sentían solidarios y eran, además, unos leones sim-páticos, tratables y condescendientes con todos, tenían que ser tam-bién educados.

Era una familia ejemplar y, por eso, lo pasaban bien en su entorno.

Como estos leones adolescentes ya salían solos por los alrededo-res de su guarida, hacían excursiones que aprovechaban para estudiary conocer la naturaleza. Iban de sorpresa en sorpresa. Conocieronbosques alejados de donde habían nacido, ríos caudalosos, pájaros decolores llamativos (que, por suerte para estos últimos, no estaban asu alcance). Encontraron también monos que formaban familiascomo la de nuestros leones protagonistas, y, viendo las piruetas y jue-gos tan divertidos en que pasaban el rato, recordaban su propiainfancia. Se sintieron bebés por un momento. Y, cuando volvieron asu casa con sus papás leones, de regreso de la excursión, contaron aéstos todo lo que habían visto y les había sorprendido.

A uno de nuestros leones lo que más le llamó la atención fue ver auna mamá mona amamantando a su bebé monito. Le pareció raro quela mona tomara en sus brazos al bebé y, sentado éste sobre las rodillasde mamá mona, bebiera la leche, sin tener que tumbarse en el suelo,como hacía la leona, su madre, cuando le daba de mamar a él. Fue lapostura, distinta a la de las leonas y sus cachorros, lo que le pareció raro.

A uno de sus hermanos lo que le pareció asombroso fueron lospájaros de vistosos colores que hablaban y gritaban, saltando de ramaen rama y comunicándose entre ellos. Formaban algo parecido a unaorquesta y nuestro león se volvía loco, mirando a lo alto de los árbo-les y oyendo ese girigay tan sonoro.

El tercero de los hermanos leones se fijó en un hormiguero queestaba situado en el tronco seco de un árbol caído. Se quedó sor-prendido por el tamaño de las hormigas y por la velocidad con queentraban y salían a buscar diminutos (a veces) alimentos, pues otrastransportaban cargas muchas veces mayores que ellas mismas.

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Al cuarto león lo que más le admiró fue el trabajo que hacía unescarabajo, formando una bola con los excrementos de elefante, parallevársela, con una ligereza increíble, a su cueva o escondite y llenarsu despensa. Así, cuando llegara el frío y hubiera escasez de alimen-tos, los escarabajos tendrían suficientes reservas para pasar el invier-no. A este león le pareció curiosísimo ver como el escarabajo mane-jaba sus cortas patitas, con una agilidad increíble, empujando la bolaque iba formando con el excremento, al rodarla, ya que, de otromodo, no la podría transportar.

Poco tiempo después, nacieron de la misma madre otros cincobebés leones. Esta vez fueron unas leoncitas preciosas y juguetonas,que animaban y alegraban el ambiente familiar y hasta el de los pro-pios vecinos y parientes.

Mamá Leona salía a cazar, para que a sus leoncitos no les faltara sualimento diario. Si ella comía bien, tendría buena leche para dar a susjuguetonas leoncitas, que no se cansaban de mamar y, para criar unacamada sana y fuerte, como leones que eran, tenía que alimentarsebien.

Cada vez que mamá leona volvía de cazar, la recibían con una ale-gría inmensa. Saltaban y le hacían carantoñas, subiéndose sobre sulomo. Esta paciente mamá, a pesar de la fiereza que la caracteriza(que por algo era la esposa del león), permitía a sus cachorros todaclase de travesuras. No protestaba nunca, aunque mordieran su colao sus orejas, o se subieran sobre su espalda y su cabeza y, sobre ésta,se disputaran el sitio más alto. Era lo que se podría llamar unamadraza paciente, cariñosa y comprensiva. Todo se lo consentía, contal de que ninguno de sus bebés sufriera daño alguno.

El papá, Rey de la selva, era otra cosa muy distinta de la madre.Estaba más pendiente de sus correrías, de alejarse continuamente de sufamilia Leonil. Lucía su melena, dándose cierta importancia. Presumíaante las leonas que pasaban a su lado y se sentía bello, varonil y muysatisfecho por ser él quien podía lucir una hermosa melena, y no suesposa Leona. Él creía que los hijos leones, que eran tantos como pro-vincias tiene nuestra Comunidad, tenían que ser cuidados solamente

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por la mamá. Él pasaba de ellos. No le preocupaba lo más mínimo sise peleaban o recibían algún golpe, con peligro para sus vidas.

Un día, el Rey de la selva se paró a pensar, cosa que hasta ese díano le había sucedido, y comprendió, pensando y pensando, que seríabueno que su familia estuviera siempre unida y, para ello, decidió par-ticipar más en los asuntos familiares. Prometió interesarse más, escu-char las quejas u opiniones de la familia o comunidad Leonil, a la quetambién él pertenecía y hasta pensó que, siendo él el Rey, aunquefuera de la selva, ¿por qué no buscaban un castillo? Así vivirían mejortodos juntos, abandonando la selva, porque allí la vida es dura, másque en la ciudad. Y, además de estar todos juntos, la situación en laselva ya no era la misma que unos años antes. Se encontraban conmás cazadores, que no cazaban solamente para comer, como siemprehabían hecho los leones, sino por el capricho de colgar en las paredesde sus casas unos hermosos colmillos de marfil o para conseguir unaapetecible suma de dinero por su venta, a veces por adornar sus casascon las hermosas cornamentas de los ciervos…, etc.

Todas estas reflexiones las compartió con mamá leona. Ella tam-bién pensó en ello y comentó al respecto que, un día, cuando ellasalió de su guarida, vió a unos seres raros que se sostenían sobre dospatas y andaban y hablaban entre ellos. Estos seres, desconocidospara ella, prendieron fuego al bosque y vió, horrorizada, como co-rrían los animalitos del campo, que pretendían salvarse del fuego.Ella no había comentado nada de lo que había visto, para que suscachorros no sintieran miedo, pero estaba disgustada y triste, pen-sando que quizá algún día sus hijitos correrían la misma suerte y lespodría ocurrir algo irreparable.

Tras estos cambios de impresiones, y comprobando, como ellacomprobó visualmente, que la selva ya no era lo que era antaño yque la vida allí no tenía un futuro esperanzador, decidieron por una-nimidad dejar la selva y marcharse a vivir a la ciudad, donde la vidano sería tan dura.

Era hora de cultivar sus mentes, de solidarizarse con los seres queles rodeaban y de pensar en un futuro en el que todos ellos se sintie-

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ran a gusto. Pensado y decidido: la familia Leonil por fin dejó laselva. No tenían pertenencias que trasladar, pero tampoco disponíande un medio que les facilitara el transporte y pensaron (esta vez pen-saron todos juntos, participó la familia al completo) que no tendrí-an más remedio que caminar, hasta llegar a una ciudad.

Entre todos buscarían un lugar bonito, una comunidad (ellossiempre habían vivido en comunidad) que estuviera bien situadageográficamente y que los habitantes con los que iban a convivir fue-ran gentes honestas y buenas.

Tal vez, lo que más sorprendió a nuestros leones, en su largo reco-rrido a través de campos, pueblos y ciudades por los que pasaban, enbusca de sitio definitivo para vivir, fueran unas figuras estáticas depiedra y granito, que se encontraron en un campo, que se llamabaGuisando, y que tenían forma de toros. Ellos no conocían esta clasede toros, porque, aunque conocían los búfalos, tan parecidos, nocomprendían que no tuvieran movimiento. Y la impresión que reci-bieron padres e hijos fue de gran sorpresa. Se acercaban a las figurasde piedra y retrocedían asustados, sí, asustados por la quietud. Nosabían en qué podría quedar el encuentro con estos seres desconoci-dos e inmóviles. Pensaron algunos de nuestros leones que si estostoros se arrancaban, enfurecidos contra ellos, lo iban a pasar muy mal(los leones, claro), con esa cantidad de peso que tenía cada uno deellos, a pesar de ser menor el grupo de toros que el de los leones, que,incluidos papá y mamá, sumaban más del doble que ellos. Tardaronbastante en reaccionar de la sorpresa recibida, porque, durante tantosaños en la selva y habiendo visto tal cantidad de animales diversos,nunca ninguno había estado tan quieto, en la posición en que encon-traron a los toros de Guisando. Este encuentro con las figuras estáti-cas le hizo pensar a papá León en la cultura que se adquiere viajando.Fue para ellos una experiencia muy bonita, una vez que se hubieronrecuperado del susto.

Andando y andando, entraron en Ávila y, al contemplar las mura-llas, dijeron: “papá, mamá, aquí estaremos protegidos y los cazadoresno podrán entrar. ¡Qué bonitas!”. Quedaron boquiabiertos durante

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largo rato. Ya en la ciudad, se asombraban de cuanto veían.Comparaban los jardines con las pequeñas parcelas de la selva, conotra clase de árboles y plantas. Los edificios les causaban asombro, yaque no eran comparables a nada de lo que ellos conocían. Y laCatedral… “¿qué eran aquellas torres tan altas?”, se preguntaban unosa otros, sin que ninguno de ellos, incluido papá León, supiera dar unarespuesta.

Descubrieron tantas cosas que no paraban de intercambiar pre-guntas. Naturalmente, no encontraban respuesta, porque todo eradesconocido para ellos. No estaban acostumbrados a ver ciudades yla diferencia con la selva era grandísima. Pero se acostumbrarían avivir mejor que sus parientes que quedaron en la selva y de los quese acordaban constantemente, aunque ya la distancia que los sepa-raba era grande. Sentían muchas ganas de poder comunicarse conellos y hacerles partícipes de sus alegrías, de la cultura que estabanadquiriendo y también de que aquéllos vieran lo bonitas que son lasciudades.

No sólo conocieron Ávila nuestros leones, porque querían tam-bién visitar toda nuestra Comunidad y siguieron andando, andando,por todas nuestras provincias. Llegaron a conocer todas y, natural-mente, iban de asombro en asombro. Seguían queriendo saber quéera cada cosa o sitio que conocían.

En su andadura, buscaban un castillo para vivir, porque había quereconocer que un Rey, aunque fuera el de la selva, tenía derecho adisfrutar un castillo, con mamá Leona, su esposa, y sus hijos leones.No sólo encontraron uno, sino muchos. No salían de su asombro.Tenían para elegir, el que más les gustara. Yo no supe por cuál deellos se decidieron. Eran todos muy hermosos, pero estoy segura deque encontraron lo que buscaban. Y lo que sí supe después fue queen el castillo que escogieron pusieron, en la fachada principal, unletrero, con letras muy visibles a gran distancia, que decía“COMUNIDAD DE CASTILLA Y LEÓN”. En honor a mamáLeona y por pertenecer ésta al género femenino, al castillo lo llama-ron “CASTILLA” y, al lado, pusieron la figura del padre “LEÓN”.

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Con estos datos, confeccionaron su escudo heráldico y quedó comohoy lo conocemos: LEÓN Y CASTILLA / CASTILLA Y LEÓN.Tuvieron, incluso, un mástil muy alto, con una bandera que ondea-ba al viento, con los mismos emblemas de la Comunidad.

Y, como al final de casi todos los cuentos, vivieron muy felices,como ellos querían y se merecían, entre gentes honestas y buenas.

Tal fue su agradecimiento a la acogida que las gentes les habíanbrindado que, recordando los toros de Guisando, ellos también qui-sieron convertirse en estatuas, al final de sus vidas, y permanecersobre unos pedestales de granito, dando escolta, junto a otros parien-tes que más tarde también vinieron a Ávila, al primer templo de estaciudad. Así, aún hoy podemos contemplar a los dieciséis leones queguardan la Catedral de Ávila con mucho cariño. Es nuestra familiaLeonil, que, conocida Castilla, quisieron estar aquí eternamente, porlo que aquí aprendieron, por la cultura arquitectónica que contem-plaron, por sus gentes, sus lugares y la acogida que sus gentes caste-llanas les brindaron.

Era el sitio ideal para vivir y permanecer eternamente. Podríamosdecir que, aunque eran animales nacidos en la selva, tenían cerebrosmuy desarrollados y presentían que era lo mejor.

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“LA REBELIÓN DE LOS MONAGUILLOS”Por Gerardo del Caz Matesanz

Sucedió en Valdesimonte (Segovia) el año 1927 la narraciónsiguiente:

Era muy traído y llevado en mi pueblo el dicho popular: “Si quie-res tener un hijo pillo, métele monaguillo” y yo fui monaguillo por-que así se lo propusieron a don Ignacio –Párroco de mi pueblo– mispadres.

Por los acontecimientos que a continuación narraré, veréis que eldicho ese, en este caso, era del todo cierto.

A mis 12 años, era yo un muchacho travieso, rebelde, poco disci-plinado. Estaba harto de tener que ir a Misa domingos y festivos enla “Fila”. ¿Qué era eso de la “Fila”? Era costumbre en mi pueblo, allápor los años veinte, que a las Misas de precepto, asistiésemos todoslos niños en edad escolar, acompañados por nuestra Maestra y can-tando, con un soniquete monorrítmico, unas canciones cuya letra norecuerdo. Marchábamos en dos filas; en cabeza y en el centro, unode los niños portaba una cruz de madera. Al final de las filas, la

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Señora Maestra vigilaba la marcha. Al toque de campana, era obli-gado acudir a la Escuela para, desde allí, marchar a oír la Santa Misa.

Al paso de los niños, las gentes, –por respeto a la Cruz– se quita-ban la gorra.

Asistíamos al Santo Sacrificio situados en dos filas a ambos ladosdel Altar Mayor. Esta costumbre, como la de besar la mano alSacerdote cuando te encontrabas con él, me traían loco y hubiesehecho cualquier cosa por librarme de ellas… Y mira por cuanto, laliberación de la primera, por suerte, me llegó haciéndomeMonaguillo.

Además de esta liberación, el ser Monaguillo me situaba en unplano superior a mis compañeros, económicamente hablando, yaque la “paga” que cada domingo me daba mi madre, pequeña desdeluego, se complementaba con el estipendio con que el Párroco paga-ba nuestros servicios.

Éramos cuatro monagos y obligación nuestra era, que a diarioasistiésemos por lo menos dos para ayudar a misa; razón por la quenos turnábamos.

Los domingos y festivos, deberíamos asistir los cuatro. Ése eradía de liquidación y de cobrar el jornal. Se nos pagaba a razón deuna “céntima” cada día, equivalente a dos “céntimos”, que multi-plicados por los siete días de la semana, daban la cantidad deCATORCE CÉNTIMOS. Esa cantidad, para chicos de nuestraedad, era un capital enorme. A esto se solía añadir algún “perrogordo” que nos daban en bodas o bautizos. Éramos los monagui-llos, en cosa de pecunio y comparados con los otros chicos, autén-ticos capitalistas. ¿Qué se podía comprar allá por los años veintecon dos perras gordas? Muchas cosas: dos o tres naranjas –segúntamaño–, tres pocitos de cacahuetes, una botella de gaseosa deaquéllas de bola o cuatro chupones. ¡Ahí era nada! ¿Nuestras obli-gaciones? Tocar a Misa, dar las señales, preparar las vinajeras y ayu-dar a la celebración.

En aquellos tiempos, la lengua litúrgica era el Latín y nosotroshabíamos de contestar al celebrante en esa lengua. Cosa lógica, no

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entendíamos una palabra de lo que recitábamos de memoria. Pormi parte, ni llegué jamás a saber de memoria el CONFÍTEOR yotro tanto les sucedía a mis compañeros. Sabíamos el empiece, esosí: “Confíteor Deus omnipotente…”; venía luego un murmulloininteligible hasta el “mea culpa, mea culpa, mea máximaculpa…”; seguía otro prolongado murmullo, y terminábamos conun sonoro “DOMINUM NOSTRUM”. Lo mecánico de presen-tar vinajeras, cambiar el Misal, incensar, etc. etc., lo realizábamosimpecablemente.

Llevaba casi tres años de ayudar a Misa y las relaciones entre nues-tro Cura y nosotros eran excelentes. El Sacristán –segunda autoridaden el Templo–, el tío Juanillo, nos trataba muy bien, siendo cómpli-ce muchas veces y aupador de ciertos complementos a la paga de unacéntima. Nos reservaba los recortes de las hostias, nos obsequiabacon los “bodigos” de Todos los Santos y día de Ánimas y pedía paranosotros en bodas y bautizos. Por nuestra parte y aprovechando cual-quier descuido, dábamos algún chupetazo a la botella del vino delconsumir, que por cierto, estaba riquísimo.

Cuando tenía yo trece años, en la primavera de 1927, debióparecerle a nuestro don Ignacio –ese era el nombre de nuestroPárroco–, que cuatro monaguillos eran pocos y nos propusoaumentar su número a doce, pues según nos dijo, 12 fueron losApóstoles de Jesús y él, don Ignacio, era el representante de Dios ennuestra Parroquia. Dicho y hecho. Ocho chicos más iniciaron elaprendizaje de ayudar a Misa con nosotros como instructores.Cuando ya sabían tanto como nosotros, que bien poco era, nos reu-nió a los 12 y esto nos dijo:

–A partir de mañana, sólo cobrarán una céntima los que ayu-den a Misa cada día. Pagar a todos y todos los días es un gasto queno puede llevar nuestra Parroquia. ¡Qué tacaño! ¡Qué engañadosnos tenía! Eso no era así, pues cada día, al rezar en las sepulturas,y eran muchas, las mujeres ponían en su bonete muchas céntimasy hasta muchas perricas, muchas. Los monaguillos nuevos acepta-ron sin protestar, aunque bien era verdad, que se habían ilusiona-

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do con la paga de CATORCE CÉNTIMOS cada semana. Másconsiderando que se libraban de ir en la “fila”, se conformaron. Alos veteranos, la solución dada, nos pareció muy mal; la conside-ramos injusta del todo. Caímos en la cuenta de que eso de losDOCE APÓSTOLES de Jesús, había sido una argucia para pagar,en lugar de cuarenta y seis céntimos cada semana a sus acólitos,pagar sólo veintiocho. Mi caletre y el de mis compañeros funcio-nó con mucha velocidad. Decidimos implicar a todos, nuevos yantiguos, para conseguir nos pagase a todos una céntima cada día,si cumplíamos el requisito de asistir a Misa, ayudásemos o no. Sino accedía a esta revindicación justa, provocaríamos una auténti-ca rebelión, dejando sin monaguillos a la Parroquia. No sólo noso-tros dejaríamos de ayudar, sino que al igual que ahora hacen los“piquetes” de huelga, haríamos lo imposible para que ningún otrochico aceptase ser monaguillo nunca más.

Ayudado por Gervasio y Félix, dos de mis mejores amigos,comenzamos una labor de captación de voluntades para que el díaque determinásemos, todos secundaran el paro. La explicación deque éramos objeto de una tacañería, justificaba plenamente nues-tra actitud rebelde. La injusticia, les decíamos, debe ser combatidapor todos los medios posibles y nosotros no teníamos a mano otroque el declararnos en huelga, y a la huelga era preciso llegar. No fuefácil convencer a los monagos nuevos, los antiguos convencidosestábamos, de que la tacañería de don Ignacio era un auténticoatropello de nuestros derechos pactados y una indignidad la quecometía con nosotros.

Se llegó por fin, tras largas conversaciones y mucho discutir, adeclarar huelga general o paro definitivo, si no accedía a abonar doscéntimos cada día a cuantos fuésemos a Misa, ayudásemos o no. Aúnasí, salíamos perjudicados los antiguos, pues ya no cabía, si quería-mos llegar a las siete céntimas, perder un solo día la Misa.

Nuestras revindicaciones no las expusimos en un escrito comohubiera sido lo ortodoxo. Fui yo el encargado de exponerlas verbal-mente ante el Señor Cura.

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Llegó el día fijado. Estábamos en junio. El día de San Antonio erafiesta importante en Valdesimonte. Se celebraba con Misa grande,cantada y con incensario.

Nuestro Templo está separado de las primeras casas del pueblopor unos trescientos metros y la vivienda del sacerdote, porque erade las próximas, a esa distancia estaba.

Al primer toque de campana anunciando la Celebración, todosnosotros, como un solo valiente, estábamos reunidos. Se me habíaencargado exponer nuestras pretensiones ante don Ignacio. Ellos,los otros, esperarían en el pórtico del Templo, el resultado de migestión.

Tomé el calderín de las ascuas que para el incensario era precisotraer de la lumbre de la Señora Apolonia, ama de llaves del SeñorCura y a su casa marché. Ya en la cocina…

–Buenos días Señora Apolonia. ¿Se ha levantado don Ignacio? Esque quería decirle unas cosas en nombre de los monaguillos.

–Sí, Gerardo, enseguida bajará.En ese momento, llega a la cocina el Señor Cura. Sin decir bue-

nos días…–¿Te toca venir hoy con el calderín?, me dice.–No señor, le contesté. Hoy le tocaba a Manolo, pero es que los

monaguillos me han elegido para hablar con usted. Traigo elencargo de decirle, que no nos parece justo que pague usted a sólolos dos que ayudan a Misa, cuando antes nos pagaba a los cuatrotodos los días una céntima a cada uno y todos los días. Es decir,catorce céntimos semanales. Si usted lo prefiere, venimos todos ytodos los días, pero si así lo decide, creemos justo siga con elmismo acuerdo que tenía cuando éramos cuatro. Pedimos que nospague una céntima a todos los que vengamos cada día, ayudemoso no. Si no accede a nuestras pretensiones, considérese desde hoy,sin monaguillos.

Mientras hablaba, observé que de Apolonia se apoderaba unmiedo… Nuestro buen Cura se transfiguró. En su cara aparecierontodos los colores del Arco Iris. La indignación, la rabia, el furor, se

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manifestaron enseguida. Atropellándosele las palabras, con una sus-tancia blanquecina en las comisuras de la boca, el rostro congestio-nado, tomándome de las solapas de mi chaquetilla, me dijo:

–¿Quién, quién ha sido el promotor de esto? Dilo o que Dios tepille confesado.

–Hemos sido todos, contesté. Decida usted o ya sabe…–¿Decidir? A vosotros si que os voy a decidir. Ya hablaré con

vuestros padres y veremos en qué queda esto. No me mientas.Seguro estoy que los promotores habéis sido tú el primero y secun-dado por Gervasio y Félix, puesto que los tres y alguno otro más,tenéis metido el Demonio en el cuerpo. Ya, ya os lo sacaré a cinta-razos. Averiguaré quiénes habéis sido y ya os podéis preparar, ¡¡sin-vergüenzas!!

Me zarandeó nuevamente. Me amenazó con las penas delInfierno. No me arredré e insistí:

–Bueno, ¿qué les digo? ¿qué nos pagará las siete céntimas cadasemana?

–¿Que qué les dices? (y llamó a Apolonia) ¡Apolonia! tráeme elmanteo, que esto lo arreglo yo enseguida.

Ya no podíamos retroceder después del paso dado. Salí y en elmismo quicio de la puerta del corral, que no era la de entrada a lacasa, derramé las ascuas y con el calderín vacío, me reuní con miscompañeros. Todos a una…

–¿Qué ha pasado?, ¿qué te ha dicho?, ¿te ha pegado?–Viene para acá hecho una furia. Quiere saber quién ha sido el

organizador de este tinglado. Estamos todavía a tiempo de retirar-nos, les digo. ¿Seguimos o no seguimos? Todos a una, contestan:

–¡Adelante! –Gervasio añade–: ¿Síííí? y todos afirman con la cabe-za y luego con un ¡¡Sííííí!! muy largo.

–Muy bien, les dije. Vamos pues a jurar que ni retrocederemos niculparemos a nadie.

Con solemnidad, fuimos colocando nuestra mano izquierda unasobre otra, y levantando la derecha dijimos:

–¡¡JURAMOS!!

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A partir de ahí, los acontecimientos se precipitan. Las gentesendomingadas van entrando al Templo. La Señora Maestra, con losniños en dos filas y la Cruz en el centro, llega también. Tambiénnosotros entramos, pero no a la sacristía como de ordinario hacemosy de rigor era. Nos quedamos en las filas como los otros chicos y anteel asombro de doña Florencia, así se llamaba nuestra Maestra. Elmomento decisivo se acerca. El tío Juanillo sale una y otra vez. Llamaa unos y a otros, pero ninguno de nosotros se mueve. Por fin y concierto retraso, empieza la Misa. Hoy no canta el Tío Juanillo desdeel Coro. Ayuda y canta a la vez desde el mismo Altar, ante la expec-tación y asombro general. Los cuchicheos, las sonrisas socarronas demuchos fieles escandalizaban a las beatas, para las que esto represen-ta un verdadero sacrilegio.

El problema económico de los monaguillos es conocido por todoel vecindario, más nadie creía que se llegase a esta “rebelión”. Risitasy cuchicheos que a nosotros nos halagan, al Señor Cura, que de ellose da cuenta, le enfurecen más y más.

La homilía, ese día, fue incoherente, deshilvanada, acusatoria.Concluye la Misa y nosotros, valientes y heroicos, salimos los prime-ros, pero…, otros se habían adelantado. En el pórtico nos esperaba eltío Teodoro, Secretario del Ayuntamiento, el Juez, el Alcalde contodos sus Concejales y hasta el Alguacil y dos de nuestros padres. Cadauno de ellos agarró a uno de nosotros por la oreja y como quiera quela gente salió enseguida, el jolgorio de mocetes y el regocijo de los jóve-nes, las caras serias y amenazadoras de nuestros padres, nos preocupa-ban mucho. Como antes dije, nos llevaban agarrados de la oreja. Desobra sabíamos que a encerrarnos en la “Cocinilla” del Ayuntamientonos llevaban y donde pasaríamos todo el día y sin comer.

Mi caletre funciona a velocidad de vértigo. A mí me lleva encabeza el Alguacil. Charla éste con los vecinos que marchan alcompás nuestro. En un susurro comuniqué al que detrás venía,que avisase al otro, y ese al siguiente, que cuando yo grite:¡¡Escapad!!, hagan todos lo que yo. Estábamos llegando a las pri-meras casas del pueblo. Entiendo que es el momento de actuar,

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me escapo y grito muy fuerte: ¡¡Corred, corred!! y todos a una,como movidos por un resorte, escapamos como viento huracana-do, marchando hacia el “pinar”. Las Autoridades, sorprendidaspor la osadía de los monaguillos, se sienten burlados y son objetode la “coña” general. Nosotros, victoriosos pero huidos sin habermedido las consecuencias, vamos, a medida que pasa el tiempo,percatándonos de lo preocupante que es nuestra situación. Pasa eltiempo. Son ya las cuatro de la tarde. El hambre aprieta y la moralbaja y baja hasta casi derrumbarse. Los más tímidos y prudentesme echan en cara la situación a que, según ellos dicen, les he lle-vado. Pienso, medito, meditamos, pensamos. Es preciso encontraruna solución. Hasta los que nos decimos valientes nos venimosabajo. Cuando las cosas salen mal, uno es el de la culpa. Si nues-tro plante hubiese tenido éxito, todos y cada uno de nosotros noshubiésemos atribuido el éxito.

Elías, uno de mis incondicionales, me recrimina y dice: TúGerardo has tenido la idea de meternos en esta aventura. A tí te tocasacarnos de ella.

Se habla, se discute y ahora también, de común acuerdo, serompe el juramento y se decide la rendición sin condiciones. Seacuerda que sea yo, acompañado de Gervasio, los que vayamos apedir perdón al Señor Cura a su casa y a la salida del Rosario.

Son las cinco de la tarde. Lo deducimos creo que por el ham-bre que tenemos. Llamamos a la puerta. Apolonia es la que nosabre. Nos ve tan acobardados, tan temblorosos, que casi, casi secompadece de nosotros. Y es que sabe y entiende de la tacañeríade don Ignacio y de la razón que nos asiste. Mueve la cabeza y casien un susurro…

–Está en la cama muy disgustado, pero creo que pronto se levan-tará, nos dice, esperad un poco. Está muy enfadado. No sé, no sécomo os recibirá. Estad preparados para lo peor.

Y lo peor vino enseguida. Oímos andar por el piso de arriba yenseguida, nuestro hombre que bajaba. Gervasio y yo nos hincamosde rodillas en el primer escalón y esperamos. Yo, lo confieso, era

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malo, muy malo. Procuré, con malicia, dejar a Gervasio a mi izquier-da. Entendía que las bofetadas –seguro que las habría–, por ese ladohabrían de comenzar. Reconozco que mi malicia era tanta, como laingenuidad de Gervasio. Apresura nuestro hombre la bajada. Caesobre nosotros como un huracán. La bofetada que le da a mi amigoes tan tremenda, que cae sobre mí y los dos rodamos por el suelo.Gervasio sangra por la nariz como un cochinillo recién degollado.Don Ignacio se asusta. Apolo-nia grita y agarra por la sotana al SeñorCura. Eso me libró de recibir ¡qué sé yo cuantos tortazos y bofeto-nes! Ella y él, nerviosos; nosotros, asustados. La ira del ofendido seva aquietando por momentos. Ella, el “ama”, atiende y limpia a miamigo. Yo arrebujado y quieto en un rincón. Por fin, nuestro Cura,que ha quedado meditando durante un buen rato, dicta sentencia:

–Desde luego que ninguno de los doce será ya monaguillo. Otra,el domingo próximo, como castigo, y un momento antes de comen-zar la Misa, entraréis al Templo con una vela de cuarterón encendi-da. Subiréis hasta el altar Mayor, la apagáis y la dejáis sobre él.¿Entendi-do? Marchaos y decídselo así a los otros.

Ya no sangraba mi amigo. Apolonia se había serenado y nosotrosrespiramos hondo.

Regresamos al lugar del pinar donde impacientes nos esperabanlos amigos y compañeros de nuestras travesuras. Dimos cuenta detodo con detalle. Lo más preocupante para todos, fue eso de llevar lavela de cuarterón al Altar Mayor en día de fiesta con el pueblo ente-ro viéndonos. ¡Qué vergüenza íbamos a pasar y con qué retintín sereirían de nosotros las gentes! Con ser esto mucho, mayor era el pro-blema de la compra de la vela que costaba la fabulosa cantidad –paranosotros– de CINCUENTA CÉNTIMOS, ¿de donde lo sacaría-mos? Se decidió que cada uno aportase las perrillas que tuviese, a finde que aquél que careciese de dinero suficiente, recibiese la ayuda delos otros. Haciendo allí donde estábamos recuento de lo que cadauno poseía, solucionamos el problema.

Cada uno por nuestro lado y cuidando de que nadie nos viese,regresamos a nuestras casas. Las regañinas, broncas y capones varia-

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ron según la rigidez de nuestros progenitores. En general –segúnsupe al siguiente día–, las madres, que vivieron horas de angustia,nos dieron de comer e hicieron en general, de parachoques antenuestros padres.

Cumplimos como buenos el castigo. Pasamos mucha vergüenza.Los acontecimientos narrados fueron objeto de sabrosos comenta-rios, no sólo en nuestro pueblo, también en los pueblos y aldeas deun contorno muy amplio. Yo, promotor de esta rebeldía y de otrastravesuras, fui el chivo expiatorio. Durante una larga temporada, nome juntaron los chicos por exigencia de sus madres. Sólo Gervasioy Félix me fueron fieles. Creedme que eso no se asustó. Seguro esta-ba que pasadas unas semanas, las aguas volverían a su cauce. Y vol-vieron. Lo mío me costó, pero volvieron. Las madres insistían enque no debían ir en mi cuadrilla. Para ellas, yo era un verdaderodemonio. Ahora que no peino canas, sencillamente porque notengo pelo, creo que tenían razón. Mis travesuras no tenían nada deangelicales. En ésta, como en otras muchas ocasiones, el peligro nosatrae por lo que tiene de aventura. Creedme que era yo un casocuando niño, y cuando fui muchacho, estimo que no mejoré. Pasanlos años, ya se reflexiona y lentamente vas definiendo tu personali-dad y aquellas experiencias de muchacho en que las travesuras tedeleitaban pero traían casi todas ellas malas consecuencias, son lec-ciones tan sumamente ilustrativas, que te marcan el camino que enla vida has de seguir siempre. En mi caso, estimo que aprendí muybien la lección y he procurado seguir por la senda derecha. Tambiénme sirvieron las experiencias aquéllas, para justificar muchas trave-suras que, durante mis 43 años de ejercer como Maestro de Escuela,hacían mis chicos. Empecé este relato por un dicho de mi pueblo.Lo terminaré con otro que decía y se dice: “De un chico travieso,sale un hombre de bien”.

Queridos chicos: Aunque este último refrán fuese cierto, si hacéistravesuras, procurad que no lleven tanta picardía como las que loschicos de mi pueblo hacíamos allá por los años veinte.

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“UN PUEBLO”Por José María Salvador

I

Perdido en los horizontesprofundos de la meseta,ante una escenografíade cerros y nubes lentaspara exaltar cabalgadasfabulosas de apopeya,el pueblo –pardo y remoto,sin historia ni leyenda–madura afanes humildesde aradas y sementeras.Oculto en las soledadesde esta arruga de la tierra,el mundo ignora su nombredesdibujado de ausencias:Ignora el incienso manso

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de sus casucas labriegasy las campanas que signanla paz de sus horas quietasy aquellos álamos tensos–donceles de la ribera–que montan por la llanurasu guardia de centinelas.Diluído de distancias,lejos de todas las metas,el mundo ignora su nombre.(Pasan nubles, nubes lentas…)

Pero allí abre su milagrola vida que rueda, rueda,desde el albor de las cunasal ocaso de las huesas.Allí hay hombres que trabajanoscuramente la glebay madres sacrificadasdel lavadero a la artesay viejos que se resignany muchachitas que sueñan:Gentes que lloran y ríen,almas de sol y tormenta.Allí perviven intactosvalores de luz excelsa:La Fe que mueve los montes;el Amor que regenera;y la Paz, la Paz que buscanlos hombres que no la encuentranporque no aniñan sus ojosen gracia de la bellezapara el diálogo inefablecon la espiga y con la estrella.

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II

Toda la vida del pueblo–donde nunca pasa nada–va por arterias de callesal corazón de la plaza.Por allí discurre siemprelos domingos de mañanabajo los porches lisiados,la más grave aristocraciade lugar: El señor curacon don Anselmo de plática–el médico de los cuerposy el médico de las almas–;la maestra –“Buenos díastenga usted, doña Tomasa…” –;y el hidalgo con goterascuyo oficio es no hacer naday los dos terratenientes,señores de la comarca,que siguen su eterno tema:–¡Tengo yo un pan a La Cabra…!––¡Y yo un majuelo en Vallor…!––¿Lloverá…?–.

(Por las acaciaslas niñas cantan romancesdel Conde Laurel. Avanzanen el reloj de la torrelas horas de la mañana;ausculta el puso del tiempola secular espadañacon sus dos ojos azulesde pupilas bronceadas;

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y como siempre los ojosson los balcones del almael alma del pueblo humildellora y ríe en sus campanas).

Pero han sonado las docey queda sola la plaza:–Buen provecho, señor cura…––Siga bien, doña Tomasa…–Y se disgrega el senadopor las callejas en calma,buscando la “olla podrida”con más carnero que vaca.

III

El pueblo tiene una iglesiaenajenada de sombras–ocho siglos de plegariasen el eco de sus bóvedas–donde las gentes sencillasvelan costumbres remotas:La novena de las Ánimas,el tríduo de la Patrona,la ofrenda de los difuntos…Y sobre todas las cosas–imán de ingenuos fervores–veneran en la parroquiaun Cristo con faldellinesde trágica faz barrocay una Virgen de rostrilloresplandeciente de historiasy de leyendas doradasde encinas y de pastoras.

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Tiene unas casas el puebloantiguas, silentes, hondas,de portalones obscuros,anchas cocinas de losas,escaños patriarcales,estancias acogedorasy recias arcas de roblenevadas de ajuar de novia…Y todas las casas tienenunas salas misteriosas–mucha labor de ganchillo,mucho almidón, mucha blonda–que huelen a lejaníasy a humedad…

En la consola,unos fanales puerilestal vez, de traza remota,que quizá trajo un abuelode Tierra Santa o de Roma.y siempre enseña la dueñaa media voz cautelosaunos retratos solemnesque presiden en la sombra:–Es mi hermano, el abogado…––Es mi tía, la Priora…–

IV

Ruedan tranquilas las horassobre la paz de la aldea,con sus pequeños afanes,con sus intrigas pequeñas:–“Que si yo compro una vaca,

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que si vendes tú una tierra,que si se muere la Antonia,que si se casa la Petra,que si se estrena un vestido,que si “dicen”, que si “cuentan”…–Y las ancianas humildesante su eterna calcetasuspiran por las solanas:–¡Hijas de Dios! ¡Buena gera…!–

Ruedan tranquilas las horas:Que si bimas, que si tercias,que si establo, que si fragua,que si yunta, que si rejas…Por San Antón, los refranes;por Santiago, las cosechas;por San Martín, la matanza…Vigilias por la Cuaresma;magras por pascua Florida;leche de arroz por la fiesta…Rondas de luna de enero;idilios por las callejas;campanas de los otoñosque tañen a la novena;noches de brisca y brasero,de rosario, de consejas…

V

Fluyen tranquilas las horascon placidez de agua mansa,agua de arroyo perdidoque baja de la montaña:Las albas y los crepúsculos,

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los soles y las heladas,los giros de las cigüeñas,las procelas, las bonanzas,la bendición de la lluvia,la voz del viento que pasa…Y el grano que se hace espiga:Pan del cuerpo y Pan del alma.

Las horas que canta y cuentael reloj de la espadañaparroquial, que pastoreael rebaño de las casas;y cuyos ojos azulesde pupilas bronceadas–donde el alma de la aldeallora y ríe en sus campanas–ven cómo pasa la vida…¡como las nubes que pasan!

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“DOS TIERRAS Y UN CAMINO DE AMOR”Por Carlos Urueña González

Castilla con León van cimentando a coroel presente y futuro que el amor abandera,el pasado es un libro con páginas de oroque sigue floreciendo como una primavera.

Dos tierras y un camino vibrando entre emocionescon perfume de siglos y auras de eternidad,de lírica belleza, de nobles corazonescon una misma fe que es cántico de paz.

Dos tierras que se unen por el mismo deseoy las dos enlazadas por idéntico idioma,de espíritu hermanado, de hispano paladeopara llevar al alma la esencia y el aromade la flor de una entrega que palpita en sus nombressin torcer el destino de un anhelo inicialque enriquece la íntima creencia de sus hombresal ser las dos partícipes de todo lo esencial.

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Son dos nombres escritos con sangre de la historiaentre la mies que alegra la luz de la mañana,brizando corazones que están en la memoria,compartiendo el momento que con afán se afanaen unir a estas tierras sin término y sin bruma,si se lucha por ellas no hay posible vacío,y al grito de ser libres toda esa unión se suma,espíritu en espíritu, canción de un mismo río.

En su altar de llanuras florece la semilladel sudor y la espiga, que es fruto del anhelode estas tierras que saben a León y a Castillay en vuelo de horizontes se besan con el cielo.

Plegaria del trabajo que fragua en armoníala antífona del hierro y el salmo vegetalque en el camino abierto resuena cada díaen diálogo de gozo y en cántico triunfal.

El canto de los hombres cuando van trabajandopor las cuencas que sienten ansiedades mineras,de los que aman la tierra mientras van contemplandoracimos de esperanza, retablos de praderas.

Entre una sinfonía de arroyos y de ríos,del árbol que al paisaje con flores condecora,de palacios que añoran antiguos señoríos,de montañas y valles, de un cielo que enamora.

Al fondo del paisaje con íntimos latidosrenacen esperanzas en solidarias manos,con lluvia de recuerdos por el dolor heridosy océanos de luces dormidos en los llanos.

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El aire también trae quietud para el reposo,la cita de una vida y el ser de una palabra,qué plenitud de tiempo se mueve caudalosocurvándose lentísimo en el hombre que labraen esta tierra suya de impresionante vistay encrucijada abierta a todos los caminos,donde saciaba España su sed de Reconquistay van grabando huellas los pasos peregrinos.

Amor multiplicado es el paisaje entero,la clave de la duda aquí queda deshecha,vencida está la tierra por el ardor primeroque ya florece en gozo de siembra y de cosecha.

Cuántas horas de espera abanderan el llano,absorbe el pensamiento la fatigada arcilla,comparte cada pájaro su cántico cercanoy el alma queda inmóvil en León y en Castilla.

Aquí canta la vida su cereal poemaque palpita en los pechos como una sinfoníadel corazón, que siente la belleza supremadel arte visigótico en piedra y armonía.

Por todos los caminos bajo la misma estrellael arte es otra página de este espíritu ardienteque embandera la vida, y en su lírica huellaes pétreo palpitar que entre ábsides se siente.

Arte y arquitectura en pueblos y en ciudades,en templos y en castillos besados por el vientopor donde pasa el tiempo de todas las edades…Son tantos que no puede sumar mi pensamiento.

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Y es arte metalúrgico el hierro y el aceroque armoniza la máquina y vibra en el taller,y es himno del trabajo que cincela el obreroy es flor de una esperanza en pleno florecer.

Ermitas, monasterios, fervor de arquitecturaen vértice de piedra. Rendirse entre esta calmahasta el hondo latido y ante tanta hermosura,es vivir el momento del interior del alma.

La perfección del gótico en claridad rimadaes cúpula del arte en cada catedralde León y de Burgos, pureza acumuladaen la piedra ya hecha belleza universal.

Iglesias, catedrales, de inmensidades bellas,bajo un alto silencio, todas en su interiortienen sabor a cielo porque Dios puso en éllasla primavera eterna donde todo es Amor.

Y aún quedan más caminos y paz hasta la entrañadesde el valle del Tiétar al Tera o Valdeón;idílico universo bajo la luz de Españason los Picos de Europa, los altos del Urbión.

Más cumbres y más cerros con ansiedad de altura,más sierras y más bosques de nítido verdor;aquí la nieve se hace más blanca en su blancuray el verdor se reviste de un mágico color.

Para que nada falte a estas cumbres su encantoson los valles y montes museos de deliciadonde la paz madura entre el líquido cantode fuentes cristalinas que hasta el sol acaricia.

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Paisaje que enamora bajo un cielo cercanocon la alegría alzada que pasa sin pasar,que la Virgen bendice con su amorosa manoy tantos ríos nacen soñando con ser mar.

Y con la misma fe vivida a cada instanteno sólo en la alegría, también en el dolor,dos nombres hermanados y en un sentir constantese estrechan en el largo camino del amor.

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“DOS VIDAS EN UNA VIDA”Por Francisco Pérez Leonés

Era Otoño, de mañana,el escenario era el río,una mañana de fríoen hora tal vez temprana,de San Miguel la campanala brisa dejo escucharalborada que al cantarinunda de gozo el cielo,amanecer que en su vueloal Carrión hace soñar.

Rendido por el amorpor la orilla paseabasin saber lo que buscabacaminante y soñador,las flores en suave olorhacia el amor impelían

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y en la mañana poníansobre el dulce amanecerlas caricias de un quererque en el silencio dormían.

Bien hermoso es el amorcuando el amor nos da vida,cuando es ilusión querida,cuando es silencio y dolor,cuando se perfume y es flor,cuando es bello amanecer,cuando se empieza a crecery a la ilusión despertarcuando se empieza a soñarporque soñar es querer.

Con tanta ilusión soñabaque se hizo sueño el quererpues encontré a una mujerque como yo paseaba,me pareció que llorabao hice sueños la intención,a veces el corazónde la intención hace un sueñoconvirtiendo en vano empeñola más hermosa ambición.

A la joven me acerquépor la emoción embargado,mas cuando estuve a su ladode verla llorar lloré,llorando la preguntéla causa de su aflicciónmas ella con emociónme contestó que hace un año

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un tremendo desengañosufriera su corazón.

Y cada día a sufrirhacia esta orilla yo vengoporque ilusión ya no tengoni me ilusiona el vivir,es un continuo moririr viviendo cada día,he perdido la alegríay del ayer el recuerdo,si fui feliz no me acuerdoaunque feliz yo vivía.

Sus lamentos escuchéhaciendo su pena míayo la dije que otro díaeso mismo yo soñé,entre penas la contéel desengaño sufrido,de cada pena el latidoy del latido el dolor,el relato se hizo amorentre ilusiones perdido.

Si mi destino es sufrirentre sufrimiento vivapues el sufrimiento avivaestas ansias de morir,voy sintiendo sin sentiry soñando sin soñar,voy luchando sin lucharvencido por el dolorentre nostalgias de amorcon ansias de caminar.

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Los dos tenemos, mujer,unas mismas ilusiones,por unas mismas razoneshicimos sueño el querer,tú vienes a padecer,a padecer vengo yo,si el amor a tí te hirióaquí llevo yo la herida,dos vidas en una vidaporque aquel sueño murió.

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“EL PREDICADOR Y LAS AVENTURAS”Por Miguel Martín Fernández Velasco

Rechoncho, mofletudo, de sana y encendida color y duro yprieto pelo gris a cepillo, continuó vistiendo por la cabeza,

pese al Concilio, porque, tras treinta años de llevarla encima, la sota-na era para él algo más que un hábito, en todas sus acepciones.

La que yo le conocí no era ya negra ni parda ni siquiera de esecolor panza de burra que se atribuye a tejidos de luto que han sufri-do no se sabe cuántos usos y lavados. El traje talar de nuestro prota-gonista lucía una indefinible coloración que no era siempre la mismani uniforme, y podía depender del ángulo de incidencia de la luz yde la intensidad del último cepillado, aunque podía influir, también,el trabajo que hubiera realizado su usuario en las últimas horas.

Entendía su ministerio como una mediación ejercida en sentidoascendente y lo servía sin ninguna reserva, aunque con más caridadque Teología, lo que de ninguna manera quiere decir que no supie-se de ésta bastante más de lo necesario.

Si caías por aquel pueblecito de Tierra de Campos, de casas debarro y paja, la mayor parte de ellas en agónica ruina, lo mismo le

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encontrabas leyendo el breviario, carretera atrás y adelante, apuran-do las dispersas sombras de los siete álamos y cuatro chopas que lacustodian, que aparvando una trilla o dando vueltas a la pesadamanivela de una beldadora, propiedad de un feligrés cuyo primogé-nito hubiera sido reclamado para cumplir sus deberes para con lapatria. Pero tampoco resultaba insólito verle retejando la cubierta ojarreando un panel de la vieja iglesia, un si es no es mudéjar, necesi-tada siempre de remiendos.

Eso sí, invariablemente embutido en su sotana, cayera la lava deun sol en fuego o bajo una helada de las que resquebrajan cabones.

Con los tres pueblos cuyas almas pastoreaba en avanzado estadode despoblación, la cura de almas y sus propios rezos y meditacionesle dejaban muchas horas libres al día, porque se levantaba a las cinco.La fogosidad de su genio le impedía estar cruzado de brazos y se dis-ponía en continuo ofertorio para todo aquello que quisieran tomar-le, tanto si se trataba de hacer pareja para un partido de pelota, comopara sacar un rato las ovejas del pastor, que atravesaba una malaracha, por culpa de las fiebres de Malta y algunas otras adversidades.

Vaya por delante que la adanesca, campechana y servicial mane-ra de ejercer su ministerio no menoscababa un ápice el respeto y con-sideración que le profesaban sus feligreses. Todo lo contrario.

Oficiaba la misa con viril recogimiento, lo que no quiere decir,con morosidad. Homilía incluida, la celebración se consumaba enveinticuatro o veinticinco minutos, tiempo razonablemente ponde-rado incluso para nuestra hirviente impaciencia de cazadores.

Algunos domingos de la temporada organizábamos allí ojeos deavutardas. El cura se arremangaba la sotana, algo corta de suyo, debi-do a los muchos avatares que había padecido, colgaba los faldonesdel ancho cinturón frailuno mediante una guita, y ocupaba su pues-to en la línea de ojeadores. No se piense que lo hacía de manera pasi-va, como quien va a hacer bulto, que eso no cuadraba con su tem-peramento y, si algo acometía, había de hacerlo poniendo en juegotoda su pujanza.

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En los ojeos de avutardas, tomaba uno de los extremos del amplioarco de ojeadores, y sudoroso, jadeante, congestionado, pero incan-sable, con un trotecillo vivaz y sostenido, porque sus piernas erandemasiado cortas para hacerlo al paso con eficacia, tiraba denodada-mente del resto de los batidores, a través de baldíos, alfalfares, ras-trojos y caboneras.

Vaya si se notaba el día que no divisabas, desde el precario escon-dite en que esperabas la entrada de las avutardas, el borroncito oscu-ro de la sotana bulliendo en el horizonte, al extremo del arco quedibujaba la línea de ojeadores. Y no se apreciaba solamente en quelos ojeos que él animaba no se eternizaban, sino sobre todo porquelas grandes y pesadas aves ni por asomo dejaban de pasar sobre lospuestos de las escopetas cuando el cura comandaba la tropa, obli-gándola con su ejemplo. Cuando él faltaba, ya podíamos darnos porsatisfechos con que entraran en un ojeo, de los cinco o seis que lle-gaban a darse al cabo de la jornada.

Enseguida se le iba al curilla un bando de caña, como se les ibana los demás, cuando él, por una u otra razón, no podía asistir.Conocía la desnuda y arrugada llanura como la palma de sus manosy las malas mañas de pavitas y barbones tan bien o mejor que las desus propios feligreses y sabía que, con viento gallego, el bando gran-de del Tostao hacía por derivar hacia la ermita y había que correr acolocarse, muy adelantado, a la punta de la batida, para cortarle laquerencia sobre la cotarra, señoleando con el moquero o la bufanda,cosa que las espantaba sobremanera, y las hacía tomar el rumbo delos puestos de las escopetas.

Al bando de los alfalfares había que empujarlo de través y albo-rotando fuerte para obligarle, puesto que de otra manera no pasabasobre el caz de saneamiento, único accidente que ofrecía aquellaarrasada zona de la planicie capaz de brindar un poco de mal ampa-ro a las escopetas.

Concluido el ojeo, llegaba hasta nosotros con la color encendida,sudando por cada pelo una y gota, pajiza de polvo amarillento la

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arremangada sotana, desolladas las botas de baratillo, pero siemprefeliz y sonriente, abanicándose con el bonete de picos.

–No sé por qué me parece a mí que alguien no ha estado a la altu-ra de las circunstancias –le decía al que debió derribar una avutarday la había indultado–. Hay que conservar la serenidad, sin pestañearsiquiera, hasta que lleguen tan encima de uno que, si dejaran caer esoque sueltan cuando se asustan, tendrías que separarte para que no tediera. Y hay que apuntarlas debajo del pico y no al bulto, que vue-lan más raudas de lo que aparentan y perdigones en la cola pelan,pero no tumban.

Antes de revestirse para la misa de siete de la mañana, acudía asaludarnos y a conocer a los que asistían por primera vez.

–Formidable –decía, frotándose las ásperas manos sacerdota-les–. Vamos a comenzar este día del Señor participando fervorosa-mente en la Eucaristía e, inmediatamente, a pasarlo en grande conlas avutardas.

Como quiera que todavía oficiaba de espaldas al pueblo fiel, sevolvía para leer la epístola y el evangelio, sobre el atril. Dirigía enton-ces una relampagueante mirada sobre nuestro grupo. Una minúscu-la fracción de segundo le era suficiente para hacerse cargo de la situa-ción. Decía:

–Uno de ustedes, por favor, vaya a advertir al señor Alsúa, deTolosa, y al señor Gámez, de Córdoba, que ya hemos comenzado lacelebración y que ya deberían saber que, si no hay misa, no hay avu-tardas. Cuanto antes vengan, antes terminamos y nos vamos de caza.

Juntaba las manos, palma contra palma, dejaba caer los ojos alsuelo y en profundo recogimiento permanecía hasta que los remolo-nes se reintegrasen al redil.

Aunque no se le hubieran dado sino con la ligereza propia de laspresentaciones circunstanciales el nombre y la naturaleza de cadauno de los que asistían por primera vez, ni por acaso equivocabaun apellido, un lugar de nacimiento o una fisonomía, pese a lapobreza de la luz que maliluminaba el recinto donde se hacían laspresentaciones.

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Difícilmente se encontrará persona menos rencorosa ni más des-prendida en el perdón. Tan pronto se presentaban los descarriados,continuaba la celebración, sin dirigirles el menor reproche, para noherir o violentar a los reos. O a los demás. Si se habían perdido tresminutos en volver a la grey a los espantadizos, tres minutos de ser-món que menguaba de lo que tuviera preparado, para que no termi-násemos pagando justos por pecadores.

Esta grandeza de espíritu se puso de manifiesto el domingo aquélen que un asturiano, agnóstico y bajito, que alardeaba de no habervuelto a pisar el dintel de una iglesia desde el día de su boda, seempeñó en ahorrarse la misa, pese a que le advertimos de todos losmodos y maneras que el cura ojeador le echaría de menos y nosenviaría a buscarle.

–Mal podrá echarme en falta con lo retaco que soy, si os ponéisen pie todos– alegaba.

Nos pusimos todos en pie antes de que se volviera el cura para laepístola. No sirvió de nada.

–Avisen al señor Alvargonzález, de Mieres, que seguramente no seha percatado de que ha comenzado la misa y nos va a retrasar lamen-tablemente la cacería de avutardas, precisamente hoy que tenemosviento del norte y van a entrar como corderas las del bando de ElTostao.

El asturiano bajito se defendió como un renegado y solamenteporque le aseguramos formalmente que sin el predicador entre losojeadores no entraba una avutarda en los puestos, se avino de muymala gana a penetrar en el templo. Cuando finalmente le trajimosreducido, tras muchos minutos de forcejeos, el predicador, que habíapermanecido recogido todo este tiempo, juntas las palmas y los ojospor los suelos, exclamó:

–Como tantos otros, el evangelio de hoy nos habla de la Caridad,que es la primera norma de vida de un cristiano que se precie unadarme. En estos minutos de reflexión que he tenido, me he estadoplanteando cómo podríamos cumplir en caridad con estos hermanoscazadores que son hoy nuestros huéspedes. No sería, desde luego,

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caritativo, castigar su natural impaciencia con una larga predicación.Así pues, vamos a recitar el Credo, sin más, y los feligreses que ten-gan interés en escuchar la homilía de hoy pueden venir esta tarde, alas ocho, que la daremos después del santo rosario. Ahora, decidtodos conmigo: “Creo en Dios Padre…”

Estoy seguro de que al buen Dios le encantaba tener un minis-tro que, aún pecando una pinta de adán y desaliñado y tan dado abordear esas actividades que prohíben los cánones a los clérigoscomo poco honrosas para su ministerio (que yo no creo que lo sean,en absoluto), tiene un corazón tan finamente sensible a los proble-mas más difíciles de la caridad. Al fin y al cabo, lo que dicen loscánones es mero derecho positivo, que puede cambiar el próximoconcilio. Lo otro no va a cambiar. En los evangelios, que yo sepa,tampoco se dice después de cuántos lavados hay que desechar lasotana.

En cuanto a la aparente dureza de corazón del párroco para conlas avutardas, no había tal. Pensaba, por un lado, que no era buenoque estos animales proliferasen más allá de un límite: Un bando detreinta y tantas avutardas, como los que por allí acostumbran a jus-tarse, cae sobre un garbanzal, con la legumbre a media grana y nodejan vaina. Por otro lado, sabía que, por mucho que predicara a loscazadores cordobeses, asturianos o gallegos cómo había que tirar a lasavutardas para que cayeran, no le iban a hacer mucho caso, comotampoco se lo hacían sus feligreses en materias que les predicaba. Lodecía porque era su obligación y tenía que decirlo, por cumplir con-sigo mismo. Como por cumplir consigo mismo, con su conciencia ycon su sentido de la responsabilidad, corría como corría por loscabonales.

Abrigo la esperanza de que un día, ya no lejano, pese a mismuchas faltas y pecados, reencontraré al predicador caritativo,colorado, sudoroso y sonriente, pingantes del ancho cinturón losdescoloridos manteos, corriendo rastrojos y alfalfares por el amplioparaíso. Allí estarán también los escopeteros remolones de aquellosdías, que tuvimos que salir a buscar, a epístola parada, porque tra-

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taban de eludir la breve misa que oficiaba el más insustituible delos ojeadores.

El curilla ojeador subió derecho al cielo con su sotana polvorien-ta. Murió como tenía que morir, en la era, bajo un sol de justicia,con el gran corazón roto en añicos, cuando movía la pesada manive-la de la beldadora de un feligrés, que no podía trabajar porque le ate-nazaba el reúma.

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“COSAS”Por Mercedes Pérez Tahoches

Deseaba tantas cosas. Una casa majestuosa, un coche últimomodelo, aquel maravilloso mercedes que no se cansaba de

mirar y mirar en el escaparate del concesionario, aquel abrigo tancaro que le gustaría regalarle, junto con las joyas más hermosas. Así,sin duda, ella caería en sus brazos.

Soñaba dormido y soñaba despierto. Cuántas cosas compraríacon el dinero que no tenía. Todo era un sueño inalcanzable.

Una mañana se despertó a la hora habitual, extrañándose de nooir los ruidos familiares de todos los días. El ascensor que no parabade funcionar a estas horas, estaba en silencio. Tampoco se oían losruidos que hacían los vecinos de la casa. ¡Qué extraño!, se pregunta-ba. Subió la persiana y miró hacia la calle. No pasaban coches nigente.

Nada. Un silencio absoluto.Tampoco sonó el teléfono. Su madre le llamaba todos los días,

por si se había dormido, como cuando vivía con ellos.

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Se preparó el desayuno con desgana. Cuando estaba en su casa,todo estaba resuelto, las tostadas calentitas y en su punto, el caférecién hecho, la mermelada casera, sin aditivos. Todo servido por sumadre con esmero y cariño. Pero él quería libertad, entrar y salircuando le diera la gana. Esto lo tenía, pero ¿para qué? Al principiovaloraba esta libertad, ahora reconocía que no valía la pena. Era máslo que perdía que lo que ganaba.

Terminó el desayuno. Se preparó para salir. Recogió la cartera yel paraguas. Amenazaba lluvia. Abrió las ventanas. Le gustaba que lacasa no oliese a cerrado. Se ventilaría a lo largo de la mañana, mien-tras estaba en el trabajo. Claro que esto tenía sus inconvenientes. Aveces, se encontraba con las pelusas de las mopas que sacudían condesparpajo las vecinas de arriba. En voz bien alta les llamaba incivi-les y guarras. Nunca daban señales de haber oído, pero para él era undesahogo que le confortaba.

Cerró la puerta con doble vuelta. Llamó el ascensor. Una vezen la calle, se sintió desolado. No había nadie, ni un alma en todala calle. Dobló la esquina para ir a la parada del autobús. No lellegó el fuerte olor a churros de la churrería de al lado. Intrigado,se acercó a ella. Era amigo del churrero y algunas veces, cuando sele antojaba desayunar churros, aprovechaba la ocasión para char-lar con él largo y tendido. Pero hoy no había nadie. La puerta esta-ba abierta, pero allí no había nadie. Llamó a su amigo. Quizásestuviera en la parte de atrás buscando alguna cosa. Nadie contes-tó a sus llamadas. La gran sartén en el fuego, el bargueño llenohasta el borde de masa, todo preparado para la fritura. Pero allí,no estaba nadie.

Siguió su camino hacia el autobús. No había nadie en la para-da. Miró el reloj. Quizás se había confundido de hora. Pero no, erala de siempre. Dentro del autobús, tampoco estaba el conductor, niaquella señora que todos los días le preguntaba ¿ha descansadousted bien? Le molestaba la simpatía que parecía tenerle la señora.Sin acercarse, le decía que se encontraba bien, sin molestarse enpreguntarle a su vez por su salud. Tampoco estaba la chica joven

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que le miraba y que él la correspondía con una leve sonrisa, perosin decir palabra.

Procuraba sentarse lejos de los compañeros. Los tenía muy vistosy así pensaba y soñaba durante el trayecto.

Esperó. Pasaban los minutos y el conductor no aparecía. Volvió amirar el reloj. Ya llevaba un retraso de media hora. No podía esperarmás. Así que se decidió a coger un taxi. La parada estaba al lado, alprincipio de la avenida Camino de Santiago, junto a la plaza deLazúrtegui. Allí estaban los taxis, pero sin taxistas. ¿Qué estaríapasando?

Para ir a Compostilla andando, necesitaba, por lo menos, mediahora. Sin darse apenas cuenta, se encontró delante del escaparate delcoche que tanto le gustaba, un mercedes último modelo. Allí estaba.La puerta del concesionario, abierta. Pero no estaba nadie, ni en laexposición ni en la oficina.

Se acercó al coche. Abrió la puerta. Las llaves estaban puestas. Latentación de ponerlo en marcha le dominó.

Sin pensarlo, se encontró camino de Compostilla. ¿Qué dirían suscompañeros de trabajo cuando le viesen llegar? Estaban tan eufóricoy entusiasmado que conducía el mercedes como si fuera suyo. Apar-có, recogió las llaves y muy contento entró en el edificio. El conserjeno estaba en su sitio. ¡Qué raro! Entró en el ascensor. Al llegar a laplanta, le extrañó el absoluto silencio. No oía el traqueteo de lasmáquinas. Un silencio agobiante. Entró en la zona de despachos.Nadie. Nadie. En su mesa estaba el trabajo del día anterior que nohabía terminado. Trabajaba distraído, pensando más en el coche queen la ausencia de sus compañeros. Estaba alucinado.

Miró el reloj. Era la hora de ir a tomar el cafelito. La máquina delcafé funcionaba perfectamente. Pero allí no había nadie. ¡Él sólo!¿Qué estaba pasando? ¡Qué angustia! ¡Qué misteriosa soledad! ¡Quévacío! ¡Qué sólo estaba! Sus compañeros, cuando tomaban café,hablaban y hablaban contando sus aventuras del día anterior. Él lesoía sin prestarles atención. Él, a lo suyo. Soñaba con aventuras másapasionantes que las de ellos. Ahora, los necesitaba allí.

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Decidió dejar la oficina. Estaba abrumado. Volvería a la ciudad.En la cafetería, donde solían reunirse estaría algún conocido que lepodría explicar lo que estaba ocurriendo.

Al poner el choche en marcha, se olvidó de todo. Sólo la satisfac-ción de conducir el coche de sus sueños, le trastornaba y le ofusca-ba. De pronto se dio cuenta de que no cruzaba ningún automóvil,ni le adelantaba nadie. Volvió a preguntarse qué pasaba.

Llegó a la plaza de Lazúrtegui. Todo seguía igual. Pero, ¿dóndeestaba la gente? Empezaba a ponerse nervioso. La verdad es que lagente nunca le había preocupado. Sólo él. Siempre le absorbían lascosas, sólo las cosas.

Se acercó a la joyería. Remiró el juego de brillantes, pendientes,pulsera y broche, que pensaba regalarle a la única persona que paraél existía en el mundo. La puerta estaba abierta, ni el dueño ni lasdependientas estaban dentro. Podía mirarlos de cerca, incluso tocar-los. Se acercó y comprobó el precio. ¡Qué barbaridad! ¡El sueldo detres años! Pero eran tan preciosos.

Podría cogerlos, pensó. Pero yo no soy un ladrón. Me gustan, qui-siera comprarlos, cuando pueda, que será nunca.

Salió y comprobó que la calle estaba desierta. Él estaba comoborracho de tanto brillante. No sabía qué hacer. Sin darse cuenta,encaminó sus pasos, como tantas veces, hacia la peletería. La puertaestaba abierta como invitándole a entrar. Tampoco estaban los due-ños. Se probó un abrigo demasiado ostentoso. Nunca se atrevería asalir a la calle con él. Miró el de visón y el de lince, cualquiera deellos le gustaría regalárselo a ella. Pero, al ver el precio, comprendiólo inútil de sus sueños.

Si él no fuera honrado, podría cogerlo y marcharse. Ni en la tien-da ni en la calle había un alma. Sólo estaban las cosas. Se preguntópor enésima vez qué era lo que pasaba. Dónde estaban las personas.Comprendió de nuevo lo poco que le habían preocupado las perso-nas. Solamente soñaba con cosas y cosas.

Ahora se daba cuenta de que por todas partes había cosas. Sobra-ban cosas. Faltaban las personas que él nunca tenía en cuenta.

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Siguió su camino muy preocupado. Se dirigió a la cafetería dóndesolía encontrarse con sus amigos y conocidos. Todo en orden, perosin nadie. Únicamente el silencio, un silencio atroz que le acongoja-ba. Buscó y no vio a nadie. No estaban los comerciantes del barrioque se reunían allí, después de cerrar sus establecimientos, hablandocasi a gritos de los muchos impuestos que pagaban, de los seguros yde todos sus problemas. Él, que siempre oía sin interés alguno y quele molestaba tanta palabrería, ahora le gustaría mucho escucharles ycompartir sus problemas.

Tampoco estaban las jóvenes amas de casa que volvían de recogera los niños del colegio. Nunca les prestó la mínima atención, perohoy daría algo por oir sus chismes. Podría servirse un café él mismo,pero la preocupación le quitó las ganas.

¿Qué haría? Lo mejor sería volver a casa. Antes pasaría por elsupermercado a comprar algo para la comida. Pero, como antes, nohabía nadie, ni compradores ni vendedores. Cogió las cosas quenecesitaba. Se llevaría una pizza para el microondas, algo para el pos-tre, yogures que son sanos y no engordan. Tenía que estar atractivo.Se sintió rumboso y cogió una botella de blanco del Bierzo, ViñaAralia de las bodegas Luna Beberide. Pero, ¿a quién le pagaría lacompra? Bueno, volvería más tarde.

Salió a la calle. Nadie. Silencio total. Era viernes y como comien-zo del fin de semana, las calles solían estar llenar de gente. Pero hoy,nada. Sólo nada. La angustia se le subía a la garganta. Se encontrabasolo, tremendamente solo.

Casi a la carrera, regresó a casa. Llamaría a sus padres, ellos leexplicarían lo que pasaba. Descolgó el teléfono. Se cansó de repetirla llamada, pero nadie contestaba. Su padre ya tendría que habervuelto del trabajo y su madre estaría ya sirviendo la comida. Su her-mana tenía las clases por las tardes y tendría que estar en casa.

Esperó y pasados unos minutos volvió a marcar. Nadie contesta-ba. Pensó que quizás lo mejor sería ir hasta la casa de sus padres. Porel camino encontró la misma soledad. Las tiendas abiertas, sin nadie.Las calles sin coches. Ni un alma. Aunque estaba tremendamente

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preocupado, miró con deseo las joyas, los abrigos, los automóviles delujo, todo lo que tanto deseaba y que para él daba la felicidad.

Curiosamente ahora ya no los encontró tan importantes. Seguíasu camino cabizbajo y triste. Aquel silencio le ponía un nudo en lagarganta. Casi no podía respirar. Pero, ¿qué está pasando?, se pre-guntaba con angustia.

La puerta del portal estaba abierta. Cogió el ascensor. Le tembla-ban las piernas. También estaba abierta la puerta de la vivienda.Nada más entrar le llegó el olor a guisado que a él tanto le gustaba,ternera con patatas, zanahorias y guisantes. ¡Qué bien! Como que sumadre había adivinado que iría a comer con ellos. Pero en la cocinano estaba nadie, ni en la salita, ni en el salón, ni en los dormitorios.Nadie.

Supuso que su madre habría ido a casa de alguna vecina, la comi-da cocía lentamente en el fuego, no tardaría en llegar, seguro. Sesentó y ojeó una revista del corazón. No le gustaban mucho a sumadre estas bobadas, pero decía que, a veces, cuando estaba preocu-pada, la relajaban.

Pasaba el tiempo y su madre no regresaba. Volvió a la cocina. Elguiso seguía hirviendo. Él no entendía mucho de cocina. En el tiem-po que vivía emancipado algo sí había aprendido. Cuanto tenía algu-na duda llamaba a su madre, cómo se pone esto, cómo se hace lootro. De este modo había aprendido que los guisados debían cocerdespacio o que había que asustar las alubias.

Comprobó que no había peligro de que se pegase el guiso depatatas y siguió con la revista. Pero no lograba distraerse. Esperó yesperó. Lleno de dudas, salió al rellano. La puerta de la vecina esta-ba abierta. Llamó una y otra vez. Nadie contestó.

Una vez más, se decidió a entrar. Llamó a gritos a la vecina. Reco-rrió todas las habitaciones. En una de ellas estaba la cunita del niñopequeño, pero sin el niño. Todo en orden como si acabase de estarla dueña. Tal vez están los dos en casa de la vecina de arriba, pensó.Subió. No se molestó en llamar. La puerta como las demás estabaabierta. Llegó hasta la cocina. En el resto de la casa tampoco había

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nadie. Agotado, volvió al piso de sus padres dispuesto a esperar loque fuera necesario.

Pero se impacientaba. ¿Qué hacer? Sin saber por qué, se encontróotra vez en la calle. El mismo silencio. Las tiendas desiertas. En lajoyería, como una tentación, todo estaba al alcance de la mano.Podía coger todo lo que le diera la gana. Pero, ¿para qué lo quería?

Casi sollozando, deambulaba entre aquel silencio impresionante.Un impulso mecánico le llevó al parque de la Concordia. Allí

había siempre estudiantes del colegio Peñalba y del Instituto Álvarode Mendaña, también jubilados, señoras con niños, parejas de ena-morados. Pero tampoco. Allí no había nadie. Como en todas partes,ni una sola persona. Nadie. Nadie.

Le gustaba pasear por allí, donde había visto por primera vez a lamujer de sus sueños. El viento, como una escoba loca, llevaba, traía,amontonaba las hojas caídas de los árboles. Le gustaban especial-mente los días de viento. Hoy más que nunca. El viento era su únicacompañía.

Otra vez se sintió acongojado. Estaba a punto de llorar. En esemomento, recordó con enorme cariño a toda su familia, sus amigos,sus compañeros, incluso a la gente que apenas conocía.

Pensaba que su madre tenía siempre razón, como cuando lereprochaba cariñosamente su abandono religioso y se autoinculpabaal no encontrar razones para ello. Sin embargo, él creía. Así se lo con-fesaba a su madre. Era bueno y honrado, pero un poco de iglesia nole vendría mal. Levantó la vista, a la vez que respiraba profunda-mente. Se encontraba delante de la parroquia de San Pedro. Algo lehizo entrar. Postrado, comenzó a rezar las oraciones que había apren-dido de pequeño. Hacía tanto tiempo que no se ponía de rodillasque le molestaba la dureza del banco. En voz alta preguntaba portodos los suyos. Un sollozo le quitó la respiración.

El teléfono estaba sonando insistentemente. Se despertó. Descol-gó. La voz cálida de su madre le preguntaba ¿qué tal has dormido,hijo?

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“EL BORRICO DE LAS TRES OREJAS”Por Agustín de Cruz Pérez

A todos los que luchan contra la extinción de la fauna...

Por la vieja escalera de madera que comunica la vivienda con elestablo bajaba Ramón una noche antes de acostarse para ver a

sus animales. Era lo que habitualmente hacía al terminar de cenar,pero esta noche tenía doble motivo pues quería ver a Romera (así sellamaba la burra) que esperaba en esos días ser madre.

Le pareció oír un ruido y se paró para cerciorarse.Enseguida se dio cuenta que procedía del establo pero no podía

oírlo con claridad porque con su voluminoso cuerpo crujían los esca-lones carcomidos y lo ponían de mal humor.

“¡Tengo que repararlo!” se decía y seguidamente le acudía unasonrisa porque esto era lo que repetía cada vez que bajaba la escale-ra pero nunca llegaba la hora de hacerlo.

Cuando llegó al establo volvió a sentir otra vez el ruido, esta vezmás claro, algo así como un quejido. Se dirigió hacia el lugar de donde

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procedía, ahora estaba seguro, llegaba del lugar en el que se encontra-ba “Romera”. Abrió la puerta y oyó el chirrido acostumbrado quehacían los goznes que fijan sobre el quicio por falta de engrase.

Encendió el farol y lo colgó del gancho que tenía clavado en unaviga del techo.

La escasa luz del farol prolongaba las sombras haciendo más difí-cil la visibilidad, lo que le impedía caminar rápido por el establo.

Suerte que esta noche había luna llena y sus rayos de luz penetra-ban por las rendijas de la ventana. Así con ambas luces pudo llegarhasta donde estaba el animal.

En efecto “Romera” estaba pariendo.Rápidamente se puso manos a la obra para ayudarla, y al poco

tiempo todo terminó felizmente.Era un borriquillo precioso, el animalito tenía hambre e intentó

levantarse. Al principio se apoyó de las patas delanteras y con unbrusco movimiento se cayó sobre los pantalones de Ramón, que deno haber estado allí se hubiera dado un buen golpe contra la pared.

La segunda vez hubo más suerte y consiguió levantarse, descansóunos instantes, intentó caminar pero no podía, se tambaleaba y porfin volvió a dar con los huesos en el suelo. Ramón le ayudó a levan-tarse y esta vez, ya más seguro, dio los primeros pasos y se dirigióhacia donde estaba su madre.

Pronto encontró la teta y se puso a mamar.¡Qué listos son los burros! se decía Ramón. Hace unos cuantos

minutos que ha nacido y ya sabe donde está la fuente de supervivenciay nosotros los hombres necesitamos tiempo y ayuda para conseguir todoesto que ellos consiguen simplemente guiados por el instinto natural.

Después de estos razonamientos contemplaba entusiasmado conqué ganas mamaba el pequeño animalito.

Cuando subía por la escalera empezaba a llegar la claridad del día,divisó allá en el firmamento que las estrellas dejaban de brillar que-dando solamente el lucero del alba.

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Claudia la esposa de Ramón, se había acostado pero no podíareconciliar el sueño, por eso cuando llegó su marido le preguntó loque sucedía en el establo.

“Nada de peligro” le contestó. “Romera que ha parido un borrico”.“Voy a decírselo a Moncho” (diminutivo cariñoso de Ramón para

distinguir entre el padre y el hijo).“¡No!” contestó Ramón, “deja que duerma, es mejor decírselo por

la mañana y así dejará en paz a la madre y al hijo que está maman-do. Tiempo tendrá de jugar con él todos los días”.

Entrada ya la mañana se levantó Claudia, preparó el desayuno yse apresuró a despertar a su hijo pues ardía en deseos de darle labuena noticia.

Entró en su habitación, le abrió la ventana y Moncho dormía.“Hoy se le han pegado las sábanas más que de ordinario”, se

decía. ¿Será mi impaciencia?Sin pensarlo tiró de las mantas y dijo: “Despierta Moncho, el

desayuno te espera y la hora de ir al colegio se acerca, además hoyhay una sorpresa”.

Al oír esto último se sentó en la cama levantó los brazos para des-perezarse y preguntó: “¿Cuál es la sorpresa?”.

“Romera ya tiene un hijo”.Saltó de la cama y a medias de vestir bajó rápidamente por la

escalera saltando los peldaños de dos en dos y dando unos brincosllegó al establo. Cuando vio aquel animalito tan pequeño, tan boni-to, con aquél pelo rizado y negro como el carbón se abrazó a él comosi del mejor amigo se tratara.

¡Qué alegría sentía!Le pasaba la mano por los lomos, las patas, la cabeza, las orejas

¡las orejas! Al verlas que quedó hipnotizado, sin habla, no sabía si reíro llorar de pena o de alegría o todo a la vez.

Lo cierto es que al cabo de un rato reaccionó gritando: “¡Papá,papá!”.

“¿Qué sucede?” respondió el padre que estaba desayunando en lacocina.

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Volvió a repetir lo mismo una y otra vez y al no oír respuesta bajóla escalera más deprisa que momentos antes había hecho su hijo.

Lo encontró abrazado al borriquito que estaba todo asustado.“Hijo mío, nos has asustado a mamá y a mí, ¿porqué gritas de esa

forma?”.“¿No has visto esto?” contestó Moncho con la pregunta y le indi-

có la cabeza del animalito donde tenía las orejas que no eran dos sinotres. En efecto el borrico había nacido con tres orejas.

Ahora fue el padre el sorprendido. Le dijo a su hijo que anocheno se había percatado de ello, con la escasa luz del farol y de la lunale fue imposible distinguir y ahora estaba tan emocionado como él.

Después de todo esto y ya más tranquilizados, padre e hijo deci-den poner nombre al recién nacido.

Suben a casa y le dicen a Claudia que no sabían que nombreponer al hijo de Romera.

“Lo tenemos muy fácil” contestó la madre, “se llamará Lucerito”.“¿Por qué Lucerito?” preguntaron al unísono los dos varones.“Cuando subías la escalera dijiste que ya se veía en el firmamen-

to el lucero del Alba” contestó Claudia dando a entender que éstesería el más idóneo.

“No pensamos más” dijeron los tres, así se llamará.Pronto fue noticia en el pueblo y sus alrededores. Acudían a verlo

de muchos lugares y no digamos los amigos de Moncho que siempreque podían venían a verlo y a jugar con él.

Llegó la primavera, Lucerito crecía y con él su oreja especial; digoespecial porque con ella tenía el privilegio de oír cosas extrañas, deoír sonidos a grandes distancias y sobre todo de entender el lengua-je de las personas y de los animales.

El primero en darse cuenta de este fenómeno fue David, el amigode Moncho. Un día les dijo a toda la pandilla de amigos: “Yo creoque Lucerito entiende lo que hablamos. Siempre está atento cuandonos ve reunidos y todas sus reacciones y comportamientos me hacenestar cada vez más seguro de que lo que os digo es cierto”.

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Algunos amigos se mofaron de David cuando les dijo esto, otrosno porque aunque no lo habían dicho, sí que pensaban que Luceritono era un burro como los de su raza. Pronto quedó todo aclarado.

Una tarde estaban reunidos los amigos en casa de Moncho, falta-ba sólo Julián que se retrasaba. No sabían porqué y decidieron ir allamarlo para ir a jugar como de costumbre.

Lucerito, atento como siempre, al oírles lo que hablaban, saliócorriendo del establo hacia la casa de Julián. Al llegar a ella empezóa llamar con sus patas en el momento que llegaba corriendo el restode los amigos.

Todos lo vieron, no había lugar a dudas, Lucerito entendía lo quehablaban y ya no se reirían más de David.

Lucerito les entendía, pero no hablaba con ellos, solamente lohacía con su madre Romera en el lenguaje “asnal” que era el suyo.

Todas las mañanas llevaba Ramón a sus animales a pastar en laspraderas, que en esta época del año estaban abundantes de frondosahierba.

Lucerito correteaba de un lado para otro jugando con los otrosanimales que se encontraban en las praderas.

Se divertía con los corderillos, cabritos, terneros, potrillos, y aten-to a todos observaba cómo de vez en cuando daban algún bocado ala hierba. Se atrevió y dio un bocado; estaba buena, siguió comien-do y comiendo y de esta manera, poco a poco fue dejando de mamar.

Se estaba haciendo un burro grande.Una tarde se encontraba alejado de su madre, sintió sed y se acer-

có a un chaco de agua que había en la pradera.El agua era tan trasparente y cristalina, que Lucerito se vio refle-

jado en ella. Todo asustado empezó a correr hacia donde se encon-traba su madre y empezó a expresarse en su lenguaje “borriquil”:“¡Mamá!, ¡Mamá! he visto un burro en el charco”.

“No hijo mío, no es otro burro, es tu imagen que se refleja en elagua cristalina y cual si fuera un espejo, te ves tu mismo”.

“¡Qué burra eres Mamá! No soy yo, si lo fuera tendría dos orejasy el que está allí tiene tres”.

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Romera ya no pudo esperar más tiempo en decirle a Lucerito laverdad sobre sus orejas, y que él tenía tres en lugar de dos.

¡Que triste se puso Lucerito!“Todos se burlarán de mí cuando me vean con las tres orejas” le

decía sollozando a su mamá.“¿No te das cuenta que podían haberlo hecho desde el día que

naciste? Con esa oreja mágica serás muy feliz en la vida porque conella oirás muchas cosas que nosotros no podemos entender. Alégratede ser como eres en vez de entristecerte y sácale provecho para hacerel bien” le dijo su madre con todo el cariño, que sólo una madrepuede expresar para ver feliz a su hijo.

A partir de este día ya nunca más se sintió desgraciado por tenertres orejas. Estaba orgulloso porque sabía que podría prevenir a susamiguitos de las fieras del bosque avisando cuando se aproximara elpeligro.

Así fue, cada día descubría algo nuevo.A medida que aumentaba en experiencia crecía la curiosidad por

saber más y más. A mamá Romera le hacía preguntas muy difícilesde responder.

“¿Porqué nuestra ama dice muchas veces burro a su marido y a suhijo? Ellos no son como nosotros. ¿Puedes aclararme esto?”.

“No lo sé; pienso que será por la misma razón que otras veces losllama cerdos. Los seres humanos hacen a veces comparaciones conlos animales, pero en un tono despectivo, que nosotros por serburros no podemos comprender”.

“No te pongas triste mamá, quizás algún día mi oreja mágica nossaque de dudas”.

De regreso al establo Lucerito observó que las huellas de su madreno eran como las suyas.

“¿Porqué tienes unos zapatos de hierro?, yo no los tengo”.“No son zapatos, se llaman herraduras. Cuando seas mayor te las

pondrán a tí también y te dolerá el llevarlas puestas porque a partirde ese día significa que tendrás que empezar a trabajar y llevar lacarga con paciencia”.

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Mamá burra empezó a contar a Lucerito la historia de los burrosy la utilidad que han prestado al hombre.

“En el transcurso de los siglos nuestra especie, los burros, hemossido el comodín de la casa del labrador. Nos han utilizado parasacar agua del pozo dando vueltas a una noria con los ojos tapadospara no marearnos y como premio a esta labor, recibimos de vez encuando un latigazo encima de nuestras costillas para recordarnosque tenemos que caminar más deprisa. Hemos llevado el costal degrano al molino para hacer harina, una para hacer el ama el pan yotra para alimentar a los bueyes, a los cerdos y a nosotros… nos lodan sin triturar, tal y como llega del granero. La sirvienta de la casanos hace acarrear el agua, tenemos que soportar el peso de ella y elde los cántaros que pone sobre los cuévanos. El pastor para trans-portar la leche de las ovejas, para que la pastora haga el queso. Elamo nos hace tirar del arado para labrar el huerto. También tira-mos del carro. Otras veces somos el vehículo de transporte para iral poblado de compras.

Muchas más cosas podría contarte de las que somos capaces derealizar, pero como soy tan burra se me olvidan todas, menos unaque la recordaré mientras viva”.

“¡Cuenta, cuenta!”, decía Lucerito.“Sucedió hace unos años. Era de noche, yo dormía en el establo

y me despertaron unos ruidos que hacían los amos en la vivienda. Alpoco tiempo bajó el amo muy nervioso y asustado, no acertaba aponerme los aparejos. Me sacó a la calle y me ató al arrendadero dela puerta para que no me escapara.

Subió a la vivienda y muy despacito ayudaba a nuestra ama abajar la escalera.

Le decía frases cariñosas que yo no comprendía; ella se quejabamucho. Le ayudó a subir sobre mis lomos y emprendimos el cami-no hacia la ciudad.

Llevábamos un gran trecho de camino recorrido, el ama se sentíamuy malita, se quejaba mucho y me pararon. La bajó con mucho

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cuidado, tendió una manta sobre el suelo en la lindera del camino yentonces fue cuando……”

“¿Qué sucedió?”.“¡Que nació Moncho, nuestro joven amo! ¡Cuánto me hubiera

gustado tener esa oreja especial que tu tienes!, yo observaba y elloshablaban no sé qué, sólo puedo decirte que todo fue un mar de con-fusiones. El amo se abrazaba a mi pescuezo, se soltaba de mí, besabaa su mujer, lloraba de impotencia, se encontraba solo aunque está-bamos los tres. Seguía llorando. De pronto dejó de llorar y en elsilencio de la noche sólo se oía el cántico de los grillos y el croar delas ranas y de pronto un llanto. ¡Era el de un niño! El amo rompió allorar más fuerte, esta vez de alegría, todo había salido bien”.

Regresamos los cuatro a casa … y desde entonces como premiono me hacen trabajar. Llevo una vida regalada, como dicen los hom-bres “la vida del cerdo”, comer y dormir.

“¡Qué bonito lo que me han contado! me siento orgulloso dehaber nacido burro y poder hacer algún día los trabajos que hashecho tú”.

“No será por mucho tiempo, hijo mí, presiento que nuestraespecie tiende a extinguirse si los hombres que presumen de inteli-gencia no ponen pronto remedio a la situación. La culpa la tiene elprogreso.

Los tractores, esos artefactos que hacen tanto ruido y vomitanveneno contaminando el aire que respiramos. Las motos, los coches,camiones, con ellos llegan rápidamente a todas partes. Pero todostienen un impuesto que lo cobran muy caro, tan caro que muchasveces los hombres pagan con sus vidas y nosotros nunca hemos pedi-do nada por nuestro trabajo. Todo esto te lo digo con mucha pena,no lo siento por mí, lo siento por vosotros y por otros como tú, queno tendréis descendencia. Yo me siento vieja y pronto moriré”.

Efectivamente, pocos años después Romera se murió. Luceritoquedó muy triste, ya no tenía quien le contara tantas cosas.

Ahora más que nunca, tenía que emplearse a fondo aprovechan-do su oreja mágica.

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Como era tan bueno y alegre no le fue difícil superar la pena dela muerte de su madre; todos los animales del establo lo acompaña-ban para correr y jugar en la pradera.

Con la llegada del invierno tuvieron que regresar al establo todoslos animales para protegerse del rigor de la nieve y del frío.

La vida en el establo era más aburrida que en el campo, aquí todoera monotonía hasta que un día…

Sucedió en un domingo. Moncho y sus padres se dirigieron alpoblado con su reluciente coche para oír Misa en la Iglesia. Nevabaintensamente y los lobos de la sierra se acercaban a los poblados enbusca de alimento.

La casa de Ramón era presa fácil. Como sabemos se encontrabanlos dueños ausentes y los animales corrían peligro. Los astutos loboslo sabían, todo estaba en silencio y era la mejor señal. Hacia allí sedirigían dispuestos a atacar. ¡Ah! pero esta vez estaba Lucerito que yalos había oído y con esto no contaban los lobos.

Éste se puso rápidamente a actuar; avisó a las vacas y a los caba-llos para que protegiesen a sus crías formando el consabido corro consus hijos dentro. La madre naturaleza es muy sabia, así los caballosse colocan con las patas traseras hacia fuera. De esta forma les es másfácil dar coces y las vacas lo hacen al revés porque se defienden conla cornamenta.

Una vez protegidos los retoños pensó en las ovejas, éstas estabanindefensas, había que hacer algo. Salió corriendo en dirección alpoblado. Llegó hasta la Iglesia y comenzó a dar patadas a la puerta ya rebuznar. ¡Nada! no podían oírle. Los cánticos de los fieles y elsonido del órgano impedían poder oír la llamada de Lucerito.

No había tiempo que perder, sabía que los lobos estaban ya muycerca. Regresó rápidamente a la casa, al llegar al establo se paró unpoco para reponer fuerzas. Llegaron los primeros lobos. Luceritocorrió hacia ellos para que lo vieran y empezó a dar vueltas alrede-dor del redil donde se encontraban las ovejas. Corría y corría hastaque empezó a sentir el cansancio. Él era sólo y los lobos muchos yse turnaban.

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Estaba perdido y con él sus amiguitos los animales.Había que hacer algo diferente. Salió corriendo en dirección al

bosque, de este modo pretendía que los lobos le siguiera. Mirabapara atrás, veía que se distanciaba de ellos y se sentía satisfecho, nipasaba por su mente lo que de pronto ocurrió… detrás de un árbolestaba el lobo macho de la manada al acecho. Al llegar allí éste le pro-porcionó una fuerte dentellada en una pata que le hizo cojear.

Pronto llegaron los otros lobos y se abalanzaron sobre él.Uno de ellos le arrancó de un bocado la oreja mágica.Pobre Lucerito, se daba por vencido. Todo habría terminado de

no haber llegado a tiempo Moncho con sus amigos, que al llegar acasa y no ver a Lucerito pensaron que algo le ocurría y posiblemen-te estaba en peligro.

Por las huellas que había en la nieve les fue muy fácil llegar hastael lugar… de la batalla. Dispararon con sus escopetas al aire y ahu-yentaron de esta forma a los lobos.

Lucerito estaba mal herido en el suelo; rápidamente le empezarona curar las heridas. Las tenía por todo el cuerpo y sentía gran dolor.

Fue David una vez más el primero en darse cuenta que le faltabala oreja mágica.

“¿Qué será de él? ahora será un burro como los demás, sin nadaespecial se sentirá muy triste”, susurraban con cierto aire de lástimadel pobre animal.

“¿Crees Papá que le crecerá la oreja igual que le crece el pelo?”preguntó Moncho muy preocupado.

“No puedo saberlo hijo mío. Quiero deciros a todos vosotros queno olvidéis este suceso. Los burros no son tan burros como creemos,son además muy necesarios para el hombre, debemos protegerlos yluchar para que su especie no se borre de la faz de la tierra.

Y ningún ser humano debe quitar lo que la Madre Naturalezacon la ayuda del tiempo ha colocado sobre nuestra tierra”.

Todos los amigos de Moncho prometieron hacerlo.“¡Ojalá, que así sea!” dijo el padre emocionado.

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“BAJO EL SOL DE LA ESPERANZA”

Por Carlos Urueña González

Bajo un cielo de esperanzacanto a León y a Castilla.Los versos van desgranándosepor la llanura infinita,por páginas de su historiavibrando en sus piedras vivaspara ser como un mensajeque se hace paz esculpidaen iglesias, monumentos,en santuarios y ermitas,donde el cielo está más cercacuando a una Virgen se miray la belleza del almaen oración se eterniza.

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Es el fervor de los pueblosde León y de Castillacon tantos siglos dormidosque muestran la maravillade lápidas supulcralesde retablos y reliquias…

Entre luces platerescascampanas de amor repicancon la llama de una feque en el corazón se agitade estos pueblos que atesoranla unidad como alta estimade una emoción respiradaque en su sentir aglutinanrosarios de sentimientosy palabras comprensivas.

Bajo el sol de la esperanzauna flor en las sonrisas.

Flor en los labios maternosque a diario vivificanla esperanza de sus hijosque al campo tienden su vista,la oración de sus trabajosde sus penas y alegrías,el tesoro permanentede su historia, que armonizacon la paz, que en cada casagozosamente repicacon salmos del corazón,con el latir de sus vidas,de una juventud que cantamirando siempre hacia arriba

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para inyectar optimismovirtudes que a la luz brillan,mientras sus manos cincelanuna acuarela de espigasque serán pan para el cuerpoy amor en la Eucaristía.

Una flor en la palabradel cura que santificael amor de cada puebloque en su corazón palpita.

Una flor en el recuerdode los mayores que avivanlas funciones de otros añosque en el silencio meditan,mientras van atesorandola brevedad de la vida.

Flor de amor en la miradade la novia que suspiraentre un eco de promesasy soles de atardecida.

Antífonas de sus torresque al vencer la lejaníapor la estampa del paisajey entre vocablos de brisas,van derramando plegariasa estos pueblos de Castillay de León; campanariosde la montaña a la mina,y del páramo hasta el marentre la nítida linfade manantiales y ríosy entre una inquietud activa

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de corazones que siembranlo mejor de su semillaen esfuerzo acompasadoy esperanza compartida,que en tanto compás de esperacon la paciencia se alista.

No es el dolor lo que duele,duele más lo que se olvida.

Olvidos que desde siglostienen cosechas magníficastantos pueblos silenciososen su humana geografía,que en el libro de sus sueñoscon sudores son escritaspáginas de abril o mayocon heladas o sequías.

Coronación de una entregaque en el verano terminadando paso al recitallírico de la vendimia,con un retablo de uvas,museo de la delicia,que es fragancia en claridady pureza florecidacon relicarios de solesy un verdor de orfebrería.Y entre esta culminaciónel amor de la familia.

El hogar no es un finalni un camino con fatigaen estos pueblos creyentesdonde la fe se respira;

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es identidad que entrañalo que el amor armoniza,la virtud y el testimoniode un sí, que dar a la vida,y es flor del ofrecimientoal hacerse imagen vivael consentimiento mutuoque no pasa y nunca expira…

Espíritu de estos pueblossin vientos de rebeldía,integridad conyugalde una vocación altísimaentre la paz del hogary la cruz de cada día.

Y entre la lluvia esperaday la oración que suplica,la esperanza siempre en velay un cielo a la expectativa,la novena por la tarde,la ferviente rogativao campaneos de gozopor las gracias recibidas.

La lealtad de estos puebloses hija de su hidalguía,es cúmulo de virtudesque entre ábsides multiplicael péndulo de los siglosentre lámparas votivas,cónclave de sentimientoscomo una fuente vivísimapara humedecer el almaque es ser de su esencia misma.

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Leonés y castellanoen la dimensión más íntima,es la encarnación que entrañala nobleza y bizarríaporque en la luz de su sangrelo cortés es su divisa,donde arde en aliento heróicola firmeza de su hombría,autenticidad del hombreen verdad esclarecidadesde la cumbre del montehasta la sed de la arcilla.

Bajo el sol de la esperanzay en belleza sostenidacapitales y ciudadesde León y de Castilla,reverdecen los recuerdosque el sentimiento matizay consolidan sus gloriascon emoción contenidaen el ritmo de sus temploscon góticos que culminansobre las dos catedralesde León y Burgos, instael encendido fervordel corazón que confía.

Ávila de las murallascon Santa Teresa, es mística;soñando en el acueductoSegovia es la poetisaque escribe en piedra sus versosconjugando con la rítmicade un pasado que no pasa

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y en el Alcázar repica.Valladolid, señorío,Conde Ansúrez y Zorrilla,Recuerda Cortes y Reyescon voz de castellaníay el ingenio de Cervantesque al idioma vivifica.Entre álamos y poetasSoria con páginas líricases monumento cromáticoque entre dos cerros cautiva.A la orilla del CarriónPalencia, Pallantia antiguaposee un tesoro armónicoque persiste todavíacon la catedral, su esencia,“La Bella Desconocida”.

Y hay un antiguo tesoroen eterna maravilla.Es una Universidadfundamento de su vida,de su cultura y su cienciaque en Salamanca culmina,junto a la Plaza Mayor,alma de arte y armonía.El Duero lega a Zamorasu líquida sinfoníaempapada de cancionesde batallas y conquistas.Toda la Semana Santacon su fe se identifica.“Zamora la bien Cercada”,Pero jamás fue vencida.

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Castellanos, leoneses,con la esperanza caminan.

Mi romance en esta horase hace primavera niñaen honor de nueve damasde León y de Castilla.

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“EL FRÍO EN CASTILLA”

Por María Luisa de la Calle

La niebla empaña la calle;se ve poco, casi nada…¡“la churrera, calentitos”!una voz queda proclama.Varias sombras oscilantesse escurren como fantasmas,al tiempo que las “burritas”,sonando las cencerradas,anuncian a la parroquia,que portan su carga láctea.

Ladra un perro en la callejacon dolorida cantata,y se oyen pasos menudosde una viejecita cauta,que a la Iglesia se encaminapara oír la Misa de alba…

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–Buenos días nos de Dios.Dice el sereno a la dama,–¿A Misa D.ª Consuelo?–¿A dónde quiere que vaya?…–Tenga cuidado, que el fríoen edades avanzadas…–¿Qué me insinúas Perico?,vieja soy, pero me ganas;si echásemos a reñirlos años de nuestras fachas,te llevarías el premio…–Tiene usted “muchisma” gracia.

Y pronto los pasos brevesse pierden por la calzada,bordeando los hondos bachesque ha de prevenir a ultranza.

Comienza a desperezarseel vecindario en las casas,y con luz gris y tristonava avanzando la mañana,dando así el espaldarazo,a un día de rompe y rasga.

Ya el cura dijo su Misa;dejó el Templo la beata;el perro royendo un huesose olvida de la escarchada,y las burritas regresanya repartida la carga,que en opinión de las genteses medicina barata,para aliviar los catarros,o los accesos de asma.

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El reloj que hay en la torre,de la plaza castellana,da siete notas cansinasde otras tantas campanadas;pero, llegan pudorosas,sin afinar la fermata,por que el hielo se interponeentre el mazo y la campana.

Avanza el día “en crechendo”al conjuro de la helada…el termómetro en la Acera,ocho bajo cero marca,y los viejos en pandillacalzando las antiparras,cotejan temperaturasde otras fechas, ¡ay!, lejanas…“antaño sí que eran fríos;éstos de ahora, no cascan”.

Y siguen rememorando,cómo el Pisuerga se helaba,y los flacos escocesescon patines en las zancas,cruzaban de orilla a orillaluciendo sus acrobacias,no importándoles un pito,ni los hielos, ni las aguas,que bajo los “icebergs”,tumultuosas cruzaban…¡“Aquéllos si que eran fríos;éstos de ahora, no matan”!…

Esto decía el concejode las épocas pasadas;

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y eran acordes, en todosus vivencias legendarias,pues los ancianos recuerdanmejor, las cosas arcaicas.

Está mediada la tarde,y empeora el panorama,por las rachas ventisquerasde repelencia acusada,y entre las fases de treguade relativa bonanza,se oye una voz tremolanteque llega menoscabada,por los afilados cierzosque cortan como navajas;…es la de un pobre vejeteque alentado por la llamade un modesto farolillo,“¡Cuántas calentitas!”, clama,y en el clásico asadorde una incierta luminaria,recruje la gruesa salque a las castañas de gracia…sobre el cuco cestillode policromada paja,sirve un pedido; ¡qué cifras!,una “gorda”, diez castañas,y de esta blandengue suma,¡aún le quedaban ganancias!…

La noche se precipitacon acelerada marcha,y hacia el filo de las seis,cumpliendo la ley urbana,en un breve periquete,

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baja el comercio las “trampas”,con el ronco trepidarde las viejas alcazabas,que entonces, eran fortinescontra los cacos de fama.

Por las desoladas calles,no circulan, ni las ratas;sólo los graves “guindillas”con sus facies escarchadas;sus sables bamboleantes,y verdes las bocamangasde los pesados capotes,cruzaban por la calzada,golpeando el mal empedradocon las congeladas plantas,en espera de relevo,a quien endosar la guardia.–“¿Qué hacemos tú?”…–“Lo que quieras,porque está la noche de aúpa”…–Pues, giremos nuestros tiposdando vuelta a la manzana,como hacen en la “Verbena”,nuestros colegas; ¡qué graciatiene ese género chico!…–Y que lo digas, Pelarcia.

Mientras tanto las familias,en torno propio, se engarzan,buscando en la convivenciaun suave calor de masa,que era manera muy fácil,y sobre todo, barata…

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El gris se ha filtrado impune,porque las puertas, no adaptan,y se nota en los presentes,el vaho de los que charlan,con los consabidos temasde noticias trasnochadas.

La tertulia se disgregapisando la blanca carpa;cada cuál busca el olivoorillando la nevada.Se cierra un día muy durocomo el cierzo presagiara…Una fecha más de inviernoen mi Castilla admirada,donde los ricos trigalesson como mares, que bailan,para dar pan lechuginode la más valiosa fama.

Valladolid, “Campo Grande”,es como España te llama…paladín del buen decir;sede de empresas logradascon el valor y la enjundiaque la historia por ti graba;hoy busqué entre los recuerdosde épocas ya trilladas,el frío, como de textoy fervorosa añoranza,cuando allá en mi juventud,nada me importaba nada…

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“RAÍZ DE MI PALABRA”

Por Antonio Rodríguez Lanillo

“Se llevaron el oro y nos dejaron el oro...Nos dejaron la palabra”.

(P. Neruda)

Con la brisa primera que estremece el rocíocuando la luz incierta acaricia la niebla,alondra mañanera quiero surcar tu cielo,y, chopo solitario, enraizarme en tu tierra.

Ofrezco la palabra de mi sangre, nacidaen tus rubios trigales como roja amapola.Llevo impreso en el alma el goce de tus campos,con su acento mis labios rezan cuanto te nombran.

Rezan al recordarte en esbozos de historia:cuando “Castilla era un pequeño rincón”,arroyo balbuciente de lágrimas dormidas,la joya más preciada del reino de León.

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Amaya centinela en la limpia llanuramostrando, roca viva, su devoción agreste,navío majestuoso en un mar de trigales,Amaya cuan y trono de Castilla naciente.

Fueron llenando gestas florido romancero:Conde Fernán González, del azor y el caballo,el Cid, caudillo invicto, y contra el moro unidosAlfonsos y Ramiros, Ordoños y Fernandos.

Nombres donde la historia recuesta su linaje,es la inmensa llanura refulgente nobleza;aquél el tiempo se mide con vuelos de campanaen la quietud solemne de lo que inmóvil queda.

Y la quietud perdura en viejos monasterios:Nave, San Isidoro, Baños, gloriosas piedras;Cardeña, Arlanza, Silos,… entre el fervor del rezohizo brotar su fuente las palabras más bellas.

Igual que esos regatos de juncos temblorososentre las puras hondas, reflejan la hermosurade chopos verticales, romeros de los campos,que en mustias arboledas deshojan su ternura.

Sandalias peregrinas, la fe por alimentomarcaron una senda jalonada de estrellas,Camino de Santiago… el paso de los siglosen bellísimos cofres nos dejaron su huella.

Soberbias catedrales que ascienden prodigiosas,en León fantasía, de Burgos filigrana,plegarias hechas piedra devanándose al cielo.En arte y hermosura Salamanca dorada.

Valladolid, Palencia, ancha Tierra de Campos,que bendice amoroso el Cristo del Otero.

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Zamora con su torres, Segovia comunera.Ávila a flor de nube, con Teresa y su aliento.

Aún guardan las murallas su mística locura,porque el tiempo no vive donde vive el silencio,y todo es maravilla, majestad y grandezacuando la voz adquiere sentido de lo eterno.

Unas esquilas quiebran la magia del encanto,en su acento sonoro rebaños de merinasnos recuerdan la nieve con sus vellones blancos,nieve que en estos lares es pródiga caricia.

Ensalzando la paz sobre todas las cosas,en torres y espadañas las solemnes campanasesparcen por el aire, renovado de aromas,la oración campesina más honda y levantada.

La oración de estos hombres, hechos de nervio y pana,sembradores de sueños, que al surco depositanuna promesa nueva, puesta en alas del vientohaciendo que sean grano y corazón semilla.

Como aquel sueño inmenso de espigas y amapolasque partió con tres naves hacia lejana orilla,y surcando los mares, más allá de las olas,España ganó un mundo por León y Castilla.

Acariciando el fruto de las rubias gavillasel campo reverdece la sed de la esperanza,y crujen tierra adentro infinitos caminosmientras en los molinos el agua bate y canta.

Agua del padre Duero que, desde Soria fría,cruza el alma de roble de Iberia con Machado,vistiendo sus riberas racimos, cobre y oro,estrellas relucientes en el cristal del vaso.

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Aunque mi verso sea canción dulce de otoñosuspira por hacerse arcilla de esta tierra,alegre golondrina, surcando aires de asombropara beber en ellos tu clara transparencia.

Tierra donde he nacido, raíz de mi palabra,si hoy levanto esta voz, a tu amor la consagro,como tu flor de harina consagra la blancuray brilla en los altares la estrella del milagro.

Que los hombres asciendan con la mirada limpiaa las páginas bellas de esta tierra sagrada;en León y Castilla se escribieron un día…Es el libro sublime que llamamos ¡España!