kamikaze no. 1

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Ilustración: Captain-Jesse

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Revista literaria. Secciones: Poesía, Cuento, Ensayo, Reseña.

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Page 1: Kamikaze No. 1

Ilustración: Captain-Jesse

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Al escribir nos inmolamos, KAMIKAZES SOMOS por voluntad propia. Los aquí re-unidos transpiramos una ne-cesidad primaria: manifestar-nos para dejar constancia de nuestra terrenal residencia, de aquello que somos, fuimos y seremos. Al redactar apelamos

a los tres bastiones en que nuestra temporalidad se sustenta: crear, plasmar, compartir. Desde diversas latitudes del ser hemos

encapsulado momentos significativos y los vestimos con el género literario de nuestra preferencia para mostrarlos ante tu lectora mi-

rada. Jamás deseamos presentarte nuestras vivencias de otra manera: ESCRIBIR ES NUESTRA FORMA para captar las esencias.

Crearde ello se jacta la literatura

Plasmarde ello sobrevive la literatura

Compartirde ello se trata la literatura

Literalmente, la palabra kamikaze nos remite a dos acepciones: “viento divino” y “suicida japonés”. Metafóricamente, resignificamos dicho concepto para direccionarlo hacia el momento exacto en donde el escri-tor acude a la hoja-pantalla en blanco y a través de las grafías deja algo de sí mismo en ésta.

Miguel Ángel García

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Revista literaria Kamikaze, Año I, No. 1, Mayo-No-viembre 2013, es una publicación semestral editada de manera independiente por el Colectivo Cultural Ka-mikaze. Editor responsable: Miguel Ángel García Guz-mán, Calle Cuautitlán #69-A, Colonia Guadalupe, C.P. 58140, Morelia, Michoacán. ISSN y Certificado de licitud de título y de contenido: en trámite. Impresa por Contreras Impresores, Nicolás Bravo #967, Colo-nia Juárez, C.P. 58010, Morelia, Michoacán. Este nú-mero se terminó de imprimir el 10 de mayo de 2013 con un tiraje de 650 ejemplares.

Las posturas manifestadas en cada texto son responsa-bilidad de quien lo firma.

Queda permitida la reproducción total o parcial del contenido (textual e iconográfico) de la revista, el único requerimiento es citar la fuente.

Pintura: Miguel Ángel Flores Jurado

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DISEÑO EDITORIAL

Leodegario Mendoza RemigioCoordinador

Eugenia Nayelli Valencia Herrejón Carmen Leonor Lara Galindo

Asesoría

Lizbeth E. Altamirano TorreblancaDaniel Álvarez Reyes

Adriana Lizeth Méndez AbarcaIrma Ramírez Tinoco

Jorge Iván Rubio HerreraDiego Villanueva Villalobos

DIFUSIÓN

Dhilery Alejandra García HernándezCoordinadora

Alexis Arratia LópezFernando Chávez López

Alejandra Paulina Hernández ArriagaRosa Jacqueline Herrera MorenoMaría del Rosario Patiño Arreola

Carlos Emilio Rodríguez BarrientosKassandra Suazo Servín

Édgar Torres López

miembros fundadores

Miguel Ángel GarcíaDirector

CONSEJO EDITORIAL

Luis Alberto Hernández BracamontesCoordinador

Doyca Marié Ahumada BobadillaKarla Milena Jaimes ValenciaDenisse Mondragón OregelMauricio Quintero Gómez

Yaritza Verónica Rodríguez GarcíaDaniel Alejandro Valladares Altamirano

FINANZAS

Daniel Estrada RodríguezCoordinador

Carolina Luna ÁlvarezMiriam Nathalie Mora Espinoza

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La piel de todosPoesía

Hay y no hay Carlos Emilio Rodríguez Barrientos

Aprehensión Miriam Nathalie Mora Espinoza

Sólo un instante Yaritza Verónica Rodríguez García

Intimidad Luis Hernández Bracamontes

El último atardecerRosa Jacqueline Herrera Moreno

DeseoErnesto Rodríguez Moncada

Amor nocturnoRicardo David Acosta Duarte

AquíAna Sharazada Escobar Gómez

De tu retratoSúplicaÓscar Fernando Ríos Pimentel

24FundamentoÍdoloDaniel Alejandro Valladares Altamirano

Poema de CorredorDenisse Mondragón Oregel

Ogros de papelCuento

Corazón delatorKarla Milena Jaimes Valencia

Agua suciaLeodegario Mendoza Remigio

Confesiones de hospitalLuis Hernández Bracamontes

El Magnético Sr. NicoCarlos Emilio Rodríguez Barrientos

Contenido

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La visitaDiego Antonio Marín Bucio

Un adiós falazLeodegario Mendoza Remigio

SaúlVianey Cervantes García

El salón de artesLaura Karina González

El show kamikazianoMiguel Ángel García Los últimos gigantesLaura Karina González

SorderaLeodegario Mendoza Remigio

Lienzo de letrasEnsayo

La motivación del escritorEstefanía Riveros Figueroa

Monólogo con mi yo escritorAndrea Carolina Rivera Zavala

Sueños entintadosReseña

El ochoKassandra Suazo Servín

Arráncame la vida Yaritza Verónica Rodríguez García

SiddharthaLuis Hernández Bracamontes

La tregua Karla Milena Jaimes Valencia

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Contenido

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PoesíaLa piel de todos

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PoesíaPintura: Miguel Ángel Flores Jurado

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Poesía

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Hay pieles que no fueron hechas para ser acariciadas.Labios que nunca han de ser besados.Hay momentos que nunca deberán ser vividosY sensaciones que quedarán en el olvido.Hay manos que sólo son compañeras del viento.Hay pies que no encuentran camino.Hay rocas que lloran en los ríosY aves que no necesitan nido.

Carlos Emilio Rodríguez Barrientos

Hay y no hay

Cada movimiento es mágicoun toque de magnetismos que nos unen,que nos poseen, que nos conceden tantos tiempos y tantos encuentros.Mi sucio cerebro, imaginándote,imaginándome cediéndote mi uso de razón.Te miro tan distante y tan aquí,en un mundo paralelo al mío:viviendo de las mismas utopíaspero tan fuera de mí.

Cómeme en el aire, mírame a lo lejos,grítame de cerca, rodea mi cuerpo y dime que no exististe jamás, que sólo eres ilusión, que sólo eres aprehensión.

AprehensiónMiriam Nathalie Mora Espinoza

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Poesía

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En sólo un instanteUn nuevo amor comienzaUna señora rezaY un niño juega.

En un instanteUna mariposa vuelaDos tontos peleanY los enamorados se besan.

En sólo un instante La vida cambiaEl tiempo se pierdeY un sueño se cumple.

En un instanteAlguien muereUn bebé naceUna pareja se compromete.

En sólo un instanteLas ideas surgenLa vida pasa y se acaba.

En sólo un instanteEl mundo sonríeUn artista pintaUn escritor redacta.

En sólo un instanteLa vida pasa y se acabaPasa y se acaba.

Yaritza Verónica Rodríguez García

Sólo un instante

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Poesía

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Me duele la mano de tanto extrañartePongo velas olor canela sólo para mísólo para mí

Mucha fanfarria para algo como esto,para algo tan... corriente¿Y qué?

Exploro

Quiero encontrar lo que no está ahí y estáContracción, ocaso, ojos cerradosPor un momento no estoy solo

Libero

Fígaro, FígaroEscucho ópera en mi cabezaTenores y contrabajos

Exhalo; ovación de pie

¿Y qué que no sea sublime?¿y qué que se me vaya la vida?Es coqueto, es íntimo, es mío

Suspiro, así

Y te me vas de la mente

IntimidadLuis Bracamontes

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Poesía

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Este sol derretido No me deja existir.

Hay tanto ruido entre la niebla Y tan poco por decir.

Cuando el miedo me atormenta Logras que no tema:Entre fuego y cenizas Me mojas de placer.

No respiro,Bésame,Entrégame el aire Que me hará falta.

Siente en mí la pasión Que nos convertirá en cenizas.

Rosa Jacqueline Herrera Moreno

El ú

ltimo a

tarde

cer

Ernesto Rodríguez Moncada

Tu cuerpo de piel clara me provocaDespierta mi deseo adormecidoE imagino figuras en penumbra Esculturas cuya base es nuestro lecho

Entre sombras mis manos te recorren Te moldeanTu boca humedece mis sentidos

Estalla la pasión, crece el deseoEl amor encuentra su refugio

Deseo

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Poesía

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Oliendo a ti dormiré en esta nocheque impregnada con destellos nos ha cubiertoal cerrar mis ojos y sentir tu rocecuando deliciosamente acarició mi pecho.

El calor de tus manos fundió mi almael sabor de tus labios estremeció mi cuerpoesta noche disfruté con calmadel elixir del amor que te hace eterno.

Esta noche moriría tranquilodisfrutaría los momentos de agoníabastaría en mi boca un beso tuyopara emprender mi camino hacia la gloria.

Ven amor mío y toma mi manodéjame dormir esta noche contigofusionemos nuestros seres en un actoy volemos los senderos del destino.

Ricardo David Acosta Duarte

Amor nocturno

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Ana Sharazada Escobar Gómez

AquíMe dueles aquí,me duelen los labios,las manos, los instantes,los diamantes.

Me duelen las flores, me duelen las letras,Me duelen las notas, los recuerdos, los momentos...los instantes de verte, las ansias de no tenerte.

Me duele la piel, me crujen las ganasme desgarra, no el alma, el cuerpome duele…

Me duele la vida, me duele esta muerte,tu partida, tu regreso, tu estar y tu olvido,me duele el corazón tanto como la razón, más que la carne, más que la sangre, más que la noche antes o siguiente...

Me dueles en los huesos, en los sesos, me dueles en el centro de mí.No sé si existe alivio...No sé si existe cura, espero el olvido,espero el hastío.

Espero que la anestesia se enfurezca y me sane, me libere, me inyecte, me envenene...

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Poesía

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En lo absurdo de mis ilusiones busco tu miraday apartado de la realidad me estremezco entre tu imagenrespirando la impotencia absorbiendo la lejaníasoportando la insensatez de la imaginaciónque inquebrantablemente te evoca

y en esa tozudez se funda vibrante en mi esencia el iracundo anhelo de poderte conocer

De tu retrato

Súplica

Óscar Fernando Ríos Pimentel

...y pienso

cómo quisieratenerte un minutoquitarte la roparobarte las ganasbesarte completa

y suplico a la vidavivirte una vez

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Poesía

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24Porque fui anhelo, me he resuelto en sustantivo.Ahora soy tangible –me he cumplido–, soy tuyo y pertenezco;con pasado, en presente y venidero...ahora soy de nuevo y de nuevo puedo ser.

De la puerta de lo oculto, permanece visible una reminiscencia,se asoma un reflejo que es ser, aliciente y consecuencia.Una sombra, un pensamiento... una constante.Es un verbo, un significado y el objeto:Dolor, al que debemos todo lo que somos.

¡Cómo quisiera y más desearía!,su sola presencia en prestigio de mi vida.De una sombra, en una palabra intrascendente,existiría en su sola realidad;abnegado a su repudio profanaría su sonrisa con la mía,o sus ojos con el deseo de una mirada.

Daniel Alejandro Valladares Altamirano

Ídolo

Fundamento

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poema de corredor

Denisse Mondragón Oregel

Foto

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Usted no sabe, de verdad no sabe lo que es tener un corazón incandescente. Es una bola de fuego que que-ma cuando tiene y cuando no tiene que quemar y que crece a la menor provocación. Es una bola que se infla y se desinfla, con las flores y los llantos, con las fuentes y los barcos.

De pronto se calma. Está quieto. Pero ha aventado al-gunas estelas; para arriba, para abajo, entonces el fuego se ha vuelto visceral y ya es más bien una bola de fuego llena de humo negro que va golpeándose contra las pa-redes, quemando todo a su paso.

Primero habría que ponerse a pensar qué hace que este corazón se haya vuelto de esta forma, incandescente. Y primero yo tendría que aclararle a usted que no se ha vuelto, sino que siempre ha estado, siempre ha sido así.

Sabía que en cualquier momento le iba a explotar.

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Tal vez uno no lo nota cuando lo único que tiene por obligación es morder las crayolas de colores y salir a mojarse con la lluvia. Pero en ese momento es cuando la bola toma aquella luz de todas partes y va creciendo, creciendo y creciendo hasta que.

Después habrá que enumerar las cosas que hacen que este corazón crezca. Es muy fácil. El corazón crece a la menor provocación, con cualquier cosa palpable o no palpable. Qué desesperación. Este corazón se enamora de cualquier cosa: de la nube, de la página del libro, de la mesa con superficie irregular, del perfume de algún cuello, de relojes y del tiempo; del cauce de las cosas, de la música que bailotea en su cabeza y golpea como una gotita al techo; del andar de sus pies, que lo han llevado siempre a lugares en donde hay más cosas para enamorarse, qué locura. Qué virtud tener un corazón capaz de enamorarse de una hormiga que le camina por la espalda, de un colchón desinflado, de una fotogra-fía rota que ofrece a alguien feliz en otro tiempo.

Qué desventura, tener un corazón tan distraí-do. Qué desventura, ya se volvió a distraer.

Ahora bien, la lista de las cosas que lo des-inflan. Una lista que, como la otra, va cre-ciendo día con día, con el tiempo, que se va llenando como polvo y va llenando de polvo al alma. No hablo de cosas tangibles, por-que si lo hiciera, pensaría en las arañas, esos insectos que tienen ocho patas y cuatro mil ojos que te miran y te amenazan con esos colmillos...

Basta.

Pero también hablo de esas arañas que viven debajo de mi cabeza y que fabrican telas de seda (gruesa) día con día; esa seda que ame-naza con ser irrompible, inmortal, que está ahí y que no da paso para que los pájaros ex-tiendan las alas.

Si es necesario hacer un perfil, más o menos sería éste: corazón incandescente que se apa-ga como si le hubieran echado agua por pe-queñeces y cosas no tan pequeñas. Animales disecados, ojos grandes, la sensación de ser observado mientras se introduce uno en el sueño profundo, el número seis y el paso irre-mediable del tiempo. Las tazas de café frío, las camas que están calientes de un solo lado, la música que era de dos pero que ahora se es-cucha de a uno. Los cuartos vacíos, las jaulas que son cuerpos, el miedo a la inevitable má-quina de repeticiones que es este ser humano.

La espera, la desesperación y el llanto a lá-grimas frías que no induce a ningún senti-miento. Las anécdotas que se quedan en eso; la levedad, la maldita e insoportable levedad. El camino indescifrable de los sueños, la gente que se va, la gente que viene y se va de nuevo, toda esa masa que lo rodea y que no sabe apreciar cosas tan simples como el humo del cigarro. El miedo a quedarse solo, con su miedo, solo. Y a no recuperar lo que alguna vez se tuvo o se sigue teniendo, y que no se sabe bien por cobardía y cosas que lo pasan a uno de largo; la presencia de otra persona, de otro mundo, de otro espacio. Los finales inconclusos, las cosas inconclusas, pasar todo de largo, inevitable en algún momento para que se vaya acumulando en la caja subcons-ciente que antecede a la masa cerebral. El api-lamiento de cosas, la necesidad de barrerlas y rasgarles las entrañas, limpiar y vomitar; que el vómito salga por la nariz y por los ojos pero que salga, que se exorcice el alma de vez en cuando, que se limpie, que saque todo el veneno, ese humo negro que ya va más allá de la garganta, que le ha inundado el esófago y que no permite respirar. El miedo al no cono-cimiento, la extrañeza, a voltear a ver la cara del único al que podría nombrar verdadera-mente y que no encuentre esos ojos que me han mirado y me han deshecho apenas hace unos días... la cosa más casual del mundo, en esa casualidad que nos juntó inevitablemente en el último pasillo del supermercado; esas

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ventanas que antecedían mi aparición y que gritaban con los ojos, que me tragan, que qui-siera que me siguieran tragando, y que a raíz de eso el cuerpo lamenta la ceguera, la mudez y la sordera. Qué ironía alegar que los ojos gritan y escupen las palabras que vienen des-de las entrañas más profundas e ignorarlos cuando lo están tragando a uno.

Así que he de correr porque estoy soñando. La cabeza ahora tiene niebla, interminable, y he de seguir corriendo porque tú estás allá en algún punto del espacio esperándome. Y todo esto habrá que gritarlo, y no sólo con los ojos sino también con los oídos y con la boca, con las vísceras, con el corazón nuevamente iluminado y a punto de explotar, que se des-

hará en mil y un puntos de luz infinita... Una vez escupido el veneno, retomar y empezar todo de nuevo, pero en una cama calientita, con una taza de café que hierve, música para cuatro oídos, cuartos llenos, jaulas en cuer-pos que prometen ser abiertas por la llave que no es llave sino mano, la máquina de repeti-ciones que sabe en el fondo que está hacien-do lo correcto, que va a terminar haciendo lo correcto, que se va a repetir hasta que ya no tenga que repetirse y pueda estar, por fin, quemándose.

Pero quemándose por ti.

Quemándose contigo.

Pint

ura:

Sof

ía V

iaud

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CuentoOgros de papel

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Cuento

Pintura: Miguel Ángel Flores Jurado

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Cuento

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Lo primero que notó, dentro de su borrosa visión de sueño recién robado, fue la cara de Sophía estrellada dentro de un horroroso marco color café, rodeada de estrías fundidas en vidrio que desfiguraban esa sonrisa que alguna vez él había provocado.

Los labios resecos, las tripas furiosas y el alma deshabitada, sólo palpitaba el corazón, aquel órgano que jamás cuidó, la única parte de su anatomía que le anunciaba, casi con ironía, que seguía vivo. Ese terrible motor desgasta-do perteneciente a su enfermizo cuerpo que se burlaba día tras día de él manteniéndolo con vida.

Los pies desnudos y huesudos en la fría due-la le anunciaban que todavía era temprano, el sol no resonaba, colándose por los gran-des ventanales como de costumbre y aunque cada pieza de la sucia habitación encajaba a la perfección, algo no se sentía bien, tal vez era su ausencia que no dejaba de hacer eco, quizá la sensación de culpa que lo ahogaba cada mañana o probablemente ese maldi-

to palpitar que cada vez golpeaba con más fuerza, cual tambor africano de danzas tri-bales: “BOOM BOOM... ¡SIGUES VIVO! BOOM BOOM... ¡SIGUES AQUÍ!”

Nada mejor que mojar tu cara con agua he-lada. Esa fue su primera reacción, invo-luntaria, desesperada, como quien quiere despertar de un terrible sueño donde es perseguido por un temible gigante; sin embargo, a pesar de las millones de gotas adheridas a sus poros: no despertaba, no po-día o simplemente no quería. Y de nuevo el corazón insistente, testarudo, inquieto cual prisionero que no ha mirado la luz. Se tocó el pecho por inercia para sentir directamente su condena; sus largos y delgados dedos re-corrían intrusos, miedosos, ese contorno que dibujaba un mal presagio.

De pronto, todo parecía adquirir sentido, el mundo le cayó a los pies como quien desmo-rona una galleta entre sus dedos, justo igual que ese niño que trata de retener agua entre sus manos y se le escurre por los rincones:

Corazon

Karla Milena Jaimes Valencia

Abrió los ojos de golpe, como quien no tiene miedo de ganar porque ya lo ha perdido todo.

DELATOR

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Cuento

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¡su corazón explotaría!, sin figuras literarias ni metáforas, ¡realmente iba a explotar! Mil peda-zos volarían por el patio, su recuerdo quedaría destrozado, ni memorias ni sensaciones serían capaces de sobrevivir... nada, a eso se reduci-ría, a la nada.

Estresado, ni siquiera la fatalidad cabía en él, dos minutos y su camino estaría sellado, dos minutos y ya todo estaría perdido, justo como en un principio; la resignación comenzaba a invadirlo de la misma manera que le llega a un condenado antes de ser ahorcado, deslizándo-se por ese camino que siempre quiso cruzar pero jamás se atrevió, rodeado de visiones pa-sadas, de recuerdos que lo atormentaban y le hacían sentir alivio a la misma vez, y ahora, con el último segundo en su pecho, recordó ese horroroso marco café con la sonrisa es-trellada... por fin, su corazón lo delató.

Corazon

Pint

ura:

San

tiago

Buc

io

DELATOR

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¡La uña en forma triangular Magdalena, no lo olvides!, eso le había dicho, no sólo una vez, si hubiese sido sólo una vez podríamos considerar algún lugarcito para la duda, pero se lo repetí con insistencia. Muchos creen que el efectuar un pedicure es una tarea trivial y cotidiana, pues permítanme asegurarles que no podrían estar más equivocados... es un arte.

Entonces ahí tenemos a esa mujer, Magda-lena, asintiendo pretenciosa con esa horrible cara inflada, diciendo que no me preocupara, que sabía lo que hacía. Tan obstinadas fueron sus falacias que terminé cediendo, me recliné sobre la butaca y me puse a pensar en estupi-deces. Cosas locas, absurdas, que uno piensa de repente, ya saben: ¿cómo convencer a las galli-nas de la tía Conchita de comer milanesa de pollo? (Escuché que el canibalismo es muy pe-nado entre los pollos.) O, ¿estaban los decapi-tados aún consientes cuando levantaban sus cabezas sobre las masas para que el pueblo los

observase?, si así fuese, ¿qué pensarían? E in-clusive ponderé sobre esa pregunta que me ha acongojado desde hace tanto, ¿qué ocurriría si Pinocho dijese: mi nariz crecerá? (Es com-plejo: si crece, sería verdad su exclamación, por lo tanto no podría suceder.) Hechizada, mi mente se torcía entre las furtivas encruci-jadas de estas cuestiones, fue en ese instante que lo sentí, un trueno de dolor en mi dedo gordo: mis ojos se abrieron enloquecidos. El grotesco e inflamado rostro de Magdalena era terror destilado. Miré mis pies justo a tiempo para percibir sangre brotar de entre el hueco que separa la carne y la uña, mas la vieja loca no terminó ahí, oh no, por poco me arranco el peluquín cuando me di cuen-ta que todas mis uñas estaban redondeadas. Eso no se hace cariño, le dije desternillando mientras me levantaba sobre ella. Estaba algo angustiada, sus ojos por poco revientan de sus cuencas. Te lo dije Magui, linda, te dije que triangulares. ¿Verdad que sí te lo dije?

Tres veces le había dicho ya. Y es que no sé cómo podía hacerlo más claro. Luego, cuando todo termina, siempre resulta que es culpa de uno, que todos son víctimas y uno es la bestia impía.

Agua suciaLeodegario Mendoza Remigio

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Ella respondía desesperada, dando mil excu-sas, pero lo único que me llegaba eran las in-mundas gotas de saliva que se propulsaban de entre sus pajizos dientes. Debo admitir, eso sí me enfureció un poco, la senté en la butaca de un empujón y le expliqué lentamente la situación: escúchame linda, no. No corazón, shhhh, escúchame tantito: las uñas redondas pueden verse muy monas cuando use san-dalias pero con el tiempo, con el tiempo, se entierran... ¡CÓMO NAVAJAS MAGDALENA! Me vi obligado a ilustrar a lo que me refería simulando que la apuñalaba en la cara. Mag-dalenita... escucha (tuve que acariciarla muy despacito para que se tranquilizara), Dios sabe que hay pocas cosas tan martirizantes como una uña enterrada, ¡es horrible!, cada paso es un tirón desgarrador, como el trinche del diablo, es por eso que Dios nos castiga con ellas. Sin embargo, si en lugar de cortar-las redondas las cortas en triángulo, las uñas no se entierran, no pueden, ¡te ríes de Dios

en su cara Magui! No pude evitar las riso-tadas salir de mi boca. Magdalena temblaba como gelatina. Tranquila chiquita, shhhh... ¿ya ves dónde estuvo tu error? Ella lo recono-ció, asintió con el globo grasiento que reposa sobre sus hombros.

Es por eso que estas acusaciones me resultan absurdas. Sí, tal vez me dejé llevar tanto que le di algunos golpecitos con el jarrón de flo-res, que quizás derramé el agua sucia de la tina sobre su cara, y sí, la arrastré por todo el lugar un ratito. Pero fue a causa de su ra-banera incompetencia, no fue nada más que justicia. Espero que los ilustres señores no se dejen llevar por ciertas conductas mías que puedan, bajo el enfoque incorrecto, parecer algo excéntricas: sólo traté de enseñarle una lección. ¡Lo cierto es que la quiero mucho: mi chiquita! Es más, aún después de lo que hizo no pienso divorciarme de ella. Ah, por cierto, ¿no gustan?, es milanesa.

Pint

ura:

Sof

ía V

iaud

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Es raro porque no suelo orinar después de la qui-mio. Lo que sí es que siempre vomito y así nunca veo el bonito color turquesa. ¡Maldita enfermera! ¡Estúpida! Ya le dije que no me gusta la gelatina naranja y me la sigue trayendo. Ya ni por lástima a este pobre niño puede dejar de mensajearse con el vándalo sin futuro que tiene de novio y ponerme atención cuando le hablo a la muy idiota. Ni mi nombre se sabe... Joel, JOEL... con “j” y “o” como lo que hace en mi vida: ¡“Jo-der”!

Todos me tratan como si tuviera cinco y me ven con lástima cuando muy, muy dentro no les im-porta. Yo estoy bien conmigo mismo, ¿sabes? Apesta que me haya enfermado pero una vez leí en un libro que el cáncer da por fuertes resentimien-tos y creo que también por culpa. No es mi caso lo de la culpa, porque no me siento arrepentido.

Mira, Quique, te lo voy a decir porque eres mi me-jor amigo y me has traído chocolates cada semana, pero no se lo puedes decir a nadie, ¡eh! Muy bien... ¿recuerdas que mi padre murió “inexplicablemen-te” hace dos años y nadie ha querido hablar de eso

Confesionesde

HospitalLuis Bracamontes

Qué bonito es el color verde turquesa del inodoro en el

que estoy orinando.

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Cuento

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desde entonces? Bueno, pues ahora lo sabes. ¡Ay, qué mal amigo eres si no lo recordabas! ¡Esto es importante! Yo muriéndome y que-riendo confesarle mis cosas a alguien y tú tan desinteresado.

Pero bueno, aquí va... el punto es que ya no aguantaba a ese hombre y tú sabes cuál es la salida más fácil para este tipo de cosas: algo limpio, concreto, efectivo, terminal. Un día que llegó del trabajo y se sentó en su sofá a ver televisión dándole la espalda al mundo ente-ro: ya no pude más... así que fui a la cocina por unas tijeras y... abrí un cartón de leche Hospital

para darme fuerza; dejé el vaso en el lavabo y ahora sí tomé un cuchillo. Me dirigí a la sala donde estaba mi padre y... ¡mira la cara que pones de baboso sorprendido!

¿En verdad creíste que yo había matado a mi papá? ¡Baah! ¡No! A él le dio un infarto por comer tanta grasa o algo así. ¡Vaya! Qué in-genuo eres, Enrique. Tú esperando la típica historia de detectives y conspiraciones, pero ¡ya no leas esas madres! Mejor pásame otro choco-late antes de que la enfermera regrese...

Pint

ura:

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el Magnético

sr. Nico

Nació en algún pequeño pueblo del centro de México, del cual, la verdad no me interesa re-cordar su nombre. Desde sus días de infante, las habilidades del Sr. Nico causaron revuelo en las personas. Las opiniones estaban dividi-das: algunas personas le evitaban, escépticas por sus sobrenaturalidad, que solía atemo-rizar a los hombres y mujeres de avanzada edad y ponía incómodos a los demás adultos, mientras que los niños, asombrados por su poder, lo llamaban todo el tiempo para jugar. A los pequeños les parecía divertido lanzar monedas, placas y hasta clavos a las cercanías de Nico para que se adhirieran a su cuerpo. El pobre regresaba todas las noches a casa cubierto de metal.

Esto sucedió tiempo antes de que yo naciera, en los años jóvenes de mi abuelo, quien me contó en algún momento de mi vida, no estoy seguro cuándo, la

historia de El Magnético Sr. Nico.

Carlos Emilio Rodríguez Barrientos

Conforme pasaron los años su magnetismo se volvió más fuerte, al igual que su sufrimiento y vergüenza pues al pasar por las calles, cerca de algún automóvil o buzón de correos, se quedaba algunos minutos, incluso en ocasio-nes horas, pegado sin poder moverse, siendo la burla y admiración de las multitudes que tenían la fortuna de observar tan extraordi-nario suceso.

La noticia ya había corrido desde que era un niño pero se recluyó del mundo, junto con sus padres, para evitar la martirizadora burla de la voz popular. Sin embargo, harto de su encierro, había regresado a las calles, revi-viendo su leyenda como hombre magnético.

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Cuento

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La prensa le seguía, los policías se molestaban cuando sus armas les eran arrebatadas sin aviso por el cuerpo imantado del hombre, y más odiado era aún por las personas a las que su poder les rompía sus televisiones y graba-ciones de video. Al pobre Sr. Nico le entriste-cía mucho no ser aceptado en la sociedad, ser la burla de todas y cada una de las personas que conocían su historia. Pero todo cambió un día, a la llegada de su cumpleaños 40. Para ese entonces su poder era tan grande que se había ido a vivir a los cerros, en soledad, para no causar daño a las personas o a sí mismo. Grave error del Sr. Nico.

Mi abuelo me contaba las teorías que ron-daban en calles y tabloides: algunos decían que un rayo, atraído por su imantado cuerpo,

había caído sobre su cabeza, calcinándolo en un instante; otros, con menos cordura, afir-maban que una nave alienígena se lo había llevado para estudiarlo –ésta era la historia que menos creía y más risa me daba–, mien-tras que mi abuelo decía que seguramente, al estar tan cerca de las nubes, se había quedado pegado en algún avión que fuese pasando por ahí. Yo siempre he preferido la teoría de mi abuelo pero eso no importa, lo seguro es que después de haberse ido a vivir a los cerros na-die volvió a saber de El Magnético Sr. Nico, y hasta la fecha, gracias a hombres como mi abuelo que cuentan a las generaciones nue-vas la fantástica historia de tal singular hom-bre, la leyenda sigue volando.

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N o había podido dormir desde que mi amigo Domingo desapareció, había estado sumamente nervioso por las noches, sentía cosas extrañas

que me despertaban y no me dejaban dormir de nuevo.

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Diego Antonio Marín Bucio

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La primera noche escuché el sollozo de una mujer, no lograba distinguir nada entre la os-curidad de mi habitación, pero estoy seguro que alguien estaba dentro de mi armario; al paso de unos minutos el sollozo desapareció y permanecí despierto y temblando hasta el amanecer. La noche siguiente llegué tarde a casa por una reunión del trabajo, así que me acosté y caí dormido a los pocos minutos, sin embargo, un gélido ambiente me despertó a las dos de la mañana, me sentía como si estu-viera dentro de un congelador; estaba a punto de pararme por un cobertor más grueso cuando noté que alguien estaba sentado en la

mesa de mi escritorio; la silla estaba volteada hacía mí, y estoy seguro que algo estaba mi-rándome, ese algo se balanceaba lentamente desde los hombros a la cabeza de un lado a otro y hacía rechinar la silla; en un instante se detuvo y el frío desapareció junto con su pre-sencia. Nuevamente esa noche no pude con-ciliar el sueño y fui a trabajar desvelado. Regresé a eso de las siete de la noche, sólo tomé un vaso con leche y me fui a la cama para tratar de recuperar mis horas de sueño pero unos golpeteos debajo del catre hicieron despertarme en la madrugada, sentía como si un animal estuviera debajo rasguñando la madera; esa noche estaba tan asustado que comencé a sudar, recé para tranquilizarme pero hubo un momento que los golpeteos fueron tan agresivos que movieron mi cama y me impidieron continuar con mis plegarias. Inesperadamente los ruidos desaparecieron y me quedé orando hasta el amanecer. Esa no-che logré descansar más que las anteriores pero aún así mi jefe notó mi fatiga y dejó que me regresara a casa al medio día; aproveché para descansar durante la tarde, me desperté alrededor de las nueve para comer algo y re-gresé a dormir un par de horas después. Esa noche volví a despertar, esta vez alguien esta-ba sentado en la silla del escritorio que está frente a mi cama, escuchaba el ligero golpe-teo de algo contra la mesa, un golpeteo que sonaba como una canción lenta y fúnebre, era insoportable pero era mayor mi temor de en-cender la luz y mirar lo que sucedía, así que permanecí inmóvil durante horas hasta que el ruido se fue; minutos después amaneció y me fui a trabajar. Ese día chorreé café en los papeles sobre mi escritorio y el jefe me vio, dijo que estaba muy alterado y me preguntó si tenía algún problema, le mentí diciendo que sufría ataques de ansiedad y dejó que re-gresara a mi casa. Aquel día intenté distraer-me un rato y salí a caminar a un parque, fui a comprar unos bocadillos y regresé a mi de-partamento; cuando llegué me sentí suma-mente incómodo, quería charlar con alguien pero era nuevo en la ciudad y no conocía a

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nadie más que a Domingo. Fui a acostarme temprano pero por más que lo intenté no po-día dormir. Encendí la televisión para dis-traer mi mente un par de horas hasta que me arrullé. Minutos después de apagarse el tele-visor comencé a escuchar el movimiento de hojas de papel y el rozar de una pluma contra el escritorio, abrí los ojos lentamente y distin-guí a alguien sentado, escribiendo. Mi temor nuevamente hizo quedarme paralizado hasta que los sonidos se desvanecieron. En cuanto el primer rayo de luz entró por mi ventana salí del departamento. Era un domingo y la oficina estaba cerrada, decidí caminar por el centro de la ciudad e ir a desayunar a un res-taurante que me acababan de recomendar. Cerca encontré una iglesia y decidí entrar, al salir pude sentir cierta paz que me tranquili-zó durante la tarde. Llegué a casa y me senté a ver televisión, luego cené algo ligero y fui a recostarme. Esa noche el ruido bajo mi cama volvió a frustrar mi sueño y mientras aquel frío incontenible abrazaba mi cuerpo una vez más, la plateada luz de la luna se escabulló por mi ventana y me dejó ver la silueta de al-guien que está escribiendo nuevamente en mi escritorio mientras golpeteaba con sus dedos, en la otra parte de la mesa, la melodía de la noche anterior. Comencé a sudar frío y deses-perado intenté levantarme de la cama pero al instante de poner mi pie en el suelo todo se detuvo: el sonido de la pluma, la melodía, los sollozos... Bajé mi otro pie y cuando estaba dispuesto a caminar para encender la luz, la silueta se levantó de la silla; era un ser muy alto y permanecía de espaldas. Quedé estáti-co por unos momentos esperando alguna re-acción, sin embargo, el ser permanecía sólo parado en silencio. Me moví sigilosamente tratando de llegar al interruptor de luz pero de un momento a otro la criatura comenzó a caminar velozmente hacía la salida de la habi-tación. Me apresuré a encender la luz y cuan-do lo hice miré de inmediato hacia la puerta: estaba cerrada, así que me dirigí a ella y la abrí. No había nadie en el pasillo, no había ningún ruido. Regresé y miré nuevamente

mi cama: ahí estaba una pierna mutilada y ensangrentada; tras el impacto tragué aire y retrocedí pasos atrás, la luz se apagó y de inmediato comencé a sentir una respiración sobre mi cabeza; el teléfono comenzó a sonar y la luz se encendió. No comprendía lo que estaba sucediendo, miré detrás de mí para cerciorarme que no hubiera nadie y, al escu-char de nuevo el teléfono sobre mi escritorio, contesté. Pasaron unos segundos y nadie res-pondía en la línea. –¿Con Gabriel Quintero? –me dijo una mujer. –Sí, soy yo... ¿Quién habla? –respondí desconcertado. –Hablamos del hospital de La Merced, hemos estado tra-tando de contactarlo. Nuestro paciente Do-mingo López lo puso como familiar cercano y espera que venga a visitarlo. –¡Por Dios! ¿Domingo está bien? Nadie ha sabido de él desde hace seis días. –Sí, señor, él se encuen-tra bien. Le daré nuestra dirección para que

venga en cuanto pueda. –Sí, sí, claro. Ahora mismo iré para allá. La mujer comenzó a dic-tarme la dirección y logré apuntarla en un papel que estaba sobre la mesa. De inmediato me vestí y salí de casa para dirigirme al hos-pital que estaba del otro lado de la ciudad; tardé aproximadamente 30 minutos en llegar a la zona, estuve dando vueltas por la calle durante unos 15 más y no lograba ver ningún hospital. Quería pedir información a alguien pero a las tres de la madrugada no veía gente confiable. Finalmente me estacioné a la altu-ra de la calle donde se suponía encajaba el número de la dirección y caminé hasta llegar a una construcción vieja y abandonada que tenía el número que buscaba. El edificio des-gastado y antiguo tenía un símbolo en su ex-terior, un símbolo que me parecía haber visto. Miré nuevamente la dirección para cerciorar-me que estaba en lo correcto y al doblar la hoja para meterla de nuevo en mi bolsillo vi

Bajé mi otro pie y cuando estaba dispuesto a caminar para encender

la luz, la silueta se levantó de la silla

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que el signo del edificio estaba dibujado en el papel, lo extendí de nuevo y vi la parte trase-ra, también había un mapa dibujado, un nú-mero y una leyenda que decía “La llave está colgada en el árbol de la entrada”. Volteé ha-cia mi derecha y ahí estaba un árbol grande, miré entre sus ramas y encontré una llave col-gando. Salté y arranqué la llave del hilo. Por un momento dudé en entrar al edificio, sin embargo me armé de valor y lo hice. Quité el seguro de las cadenas y entré. Al estar dentro me percaté de varios olores fétidos y desagra-dables. Ayudado por la luz de mi teléfono celular logré distinguir el enmarañado inte-rior: efectivamente, parecía ser un viejo hospi-tal; comencé a sudar frío, el silencio del interior era únicamente interrumpido por el crujir del suelo tras mi caminar. Saqué nuevamente la hoja y seguí las instrucciones del mapa. Caminé aterrorizado durante varios minu-tos y mientras subía las escaleras vi un tubo de metal que decidí recoger por si necesitaba defenderme de algo. Llegué al tercer piso, ca-miné hacía el fondo y me topé con el lugar indicado en el mapa. Estaba frente a una puerta marcada con el número 0924, miré nuevamente el papel y dicho número era el que estaba escrito. Mi mano temblorosa se acercó a la vieja perilla y abrió la puerta. Tras un par de respiraciones profundas entré con el tubo en una mano y el teléfono en la otra. La habitación parecía vacía, sólo se encontra-ban velas usadas en el suelo, cenizas, restos de ramas secas y flores marchitas. Iluminé las paredes cercanas y había signos extraños tra-zados con carbón, imágenes religiosas, salpi-caduras rojas que parecían sangre seca y un pentagrama invertido. De pronto tropecé con algo en el suelo y caí, me levanté con el corazón aún más acelerado y tomé el tubo rápidamente. Al paso de unos segundos me calmé y tomé mi celular encendido, alumbré para ver con qué había tropezado: grité del impacto al mirarlo, mi cuerpo se llenó de adrenalina y un mar de sentimientos llenó mi cabeza que no supo cómo reaccionar. El cuer-po mutilado de mi amigo se encontraba en el

suelo: comencé a llorar, alumbré tembloroso su alrededor y me percaté que se encontraba des-cuartizado en el centro de un pentagrama dibujado en el suelo. No pude mirarlo más así que sin pensar dos veces corrí tan rápido como nunca en mi vida; atravesé los pasillos y bajé una vieja escalera de espiral. Cuando pasé por el segundo piso estoy seguro que vi aquel ser enigmático parado viéndome huir. Logré salir al exterior del edifico y me alejé lo más que pude. Llegué de nuevo a mi auto y me encerré tembloroso y con el corazón la-tiendo fuertemente; sudé y lloré durante al-gunos minutos hasta que logré tranquilizarme. Decidí llamar a la policía para que sacaran el cuerpo de mi amigo e investigaran lo sucedi-do. Al paso de unas horas el cielo comenzó a esclarecerse y la policía llegó. Sacaron el cuer-po de Domingo minutos más tarde mientras un oficial me entrevistaba. La policía no cre-yó mi historia en un principio y cuando les mostré el mapa y el escrito pensaron que qui-zá alguien se estuvo metiendo a mi casa du-rante varias noches, quizá algún maniático de la secta que asesinó a mi amigo; no obs-tante, yo sigo creyendo que quien me visitó todas esas noches era algo más que un simple humano, un ser de procedencia enigmática que de una u otra manera me guió hacia el paradero de mi amigo.

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Su traje, aprestado magistralmente para la ocasión por un reconocido sastre francés, destellaba con elegancia y distinción; era el centro de atención. Un rosario de plata ador-naba su garganta, contrastaba galante contra el vino tinto de su corbata mas se difuminaba al llegar a la pálida piel de su cuello. Con pro-funda indolencia, Santiago contemplaba la ironía de meter esa carne demacrada, empa-lidecida y desteñida de todo vestigio de vida en tan espléndido atuendo. La descompo-sición de Roberto había comenzado mucho antes de su muerte y el aspecto sepulcral lo había acompañado durante sus últimos años, pero al menos, pensó Santiago, nunca tuvo el descaro de vestir un traje así en vida. Una vez más Santiago se preguntó qué hacía aquí y una vez más se ignoró a sí mismo.

La sala del velatorio se extendía ante sus ojos, ninguno de los lujosos asientos de piel estaba vacío, los majestuosos candelabros suspendi-

dos desde el techo iluminaban a más de 300 rostros solemnes; aún cada ojo era un de-sierto. Excepto un par, notó repentinamen-te Santiago, los de una niña no mayor a 14 años, abrazada a su madre con vigor. Sus ojos manaban lágrimas suficientes para redimir la incuria de todos los presentes. Ahogados y escarlatas, esos ojos se aferraban al ataúd, sin embargo sus piernas rehusaban acercarse al féretro y despedirse de su abuelo como su madre sugería con frecuencia. Inocente e ingenua: ignorante, sincera, realmente azo-tada por la aflicción y desgarrada por el la-mento. ¿Cuántas otras niñas no habrán sido castigadas de igual manera para consentir la vida pecaminosa y estrafalaria de Roberto? ¿Cuántas lágrimas tuvieron que ser derrama-das para pagar por su lujuria, para llenar sus bolsas de dinero y su barriga de manjares? Y después pretender que este inicuo era digno de Dios, esa era la mayor injuria de todas, en este santuario custodiado por mil santos la

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Recostado en fino paño rojo, Roberto descansaba.

Leodegario Mendoza Remigio

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carne infame de este hombre no debería resi-dir, concluyó Santiago.

Por el cielo que se curva eterno sobre los hombres, por ese Dios absoluto y descono-cido, y por la humanidad: Santiago suplicó el infierno para Roberto, toda la cólera del señor. Mas era un anhelo vano, inmaduro, el deseo de un niño al ver una estrella caer sabiendo en el fondo que no pasará. Lo úni-co que le espera a Roberto era lo mismo que le aguardaba a él: el vacío de la inexistencia. Con esta idea el rostro de Santiago se pintó de desconsuelo, no había duda de que el To-dopoderoso, ese Dios que se escondía tras el viento, era cruel. La inexistencia, ese abismo eterno, era la recompensa de los impíos, el tormento de los devotos y la burla de Dios.

Santiago sintió repudio por sí mismo y por la humani-dad. Bajó la mirada buscan-do el reloj en su muñeca: era hora. Se levantó de su asien-to. Un semidesnudo judío de madera se desangraba sobre una cruz y parecía mofarse de él con delirio. Santiago miró el cadáver de Roberto una última vez, su camisa de seda cubría con gracia las 12 perforaciones de bala que le habían arrancado la vida y su boca torcida parecía tornarse una sonrisa. Santia-go la ignoró, persignándose bendijo su cuello clerical y lo colocó sobre sus hombros, volvió hacia el judío clavado en la cruz y se persignó una vez más. Separó su biblia en el libro de Job y después de tragar saliva caprichosamen-te leyó: “Desnudo salí del vientre de mi madre y des-nudo volveré allá. El señor dio y el señor quitó; sea el

nombre del señor bendito”. Cerró lentamente la biblia y subió la mirada hacia la multitud, su vista arrastrada instantáneamente a los ojos empantanados de la niña.

“Hermanos, nos reunimos el día de hoy para encomendar el alma de nuestro hermano Ro-berto al Todopoderoso, no es un adiós; her-manos míos, sino un hasta pronto, pues Jesús dijo: Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá...” Las palabras escapaban vacías de la garganta de Santiago, en su mente sólo subsistían los ojos de la niña y la crueldad de Dios.

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Vianey Cervantes García

–¿A qué te refieres con volar? –recordó con gran pesar su última conversación, sus últimas pala-bras... Los últimos recuerdos que quedarían en su mente respecto a su amigo, a su hermano Saúl.

–¡Volar, Luis, Volar! Liberarnos al fin de todo. ¡Ser un pez con alas...! –sus ojos tenían aquel brillo que ocurre en dos ocasiones: cuando se ama & cuando se libera.

Toda su vida pasó frente a sus ojos, los 23 años de secretos & risas.

–Cierra los ojos. Esto es sólo momentáneo, como un suspiro... –le había susurrado. Abre tus alas...

–Saúl, yo no tengo alas... –lo tenía fuertemente tomado por la mano izquierda.

–Puedo sentir tu corazón palpitando en la palma de tu mano... –Saúl le sonrió. Cerró los ojos.

Caminaba sin rumbo mientras el Sol brillaba en lo alto, repitiendo el mismo camino que sus pies

habían seguido el día anterior.

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Luis sentía la brisa del mar en su rostro, su cabello des-peinado & húmedo, sus ojos tratando de encontrarle forma a las nubes y sentido a las palabras.

–Abrir tus alas es tan fácil como abrir los ojos –susurró, sin mirar, sin abrir sus ojos. Te quiero Luis.

Y Luis se quedó perdido en la contemplación de esas palabras: “Nunca te olvidaré”. Se dio cuenta que había llegado el fin, el Sol se ocultaba. Se soltó a llorar cual niño pequeño con juguete roto. Recordó aquellos ojos marrones que se cerraron con una sonrisa, la mano nu-dosa que se soltaba de la suya. Recordó abrir los ojos tan sólo para ver cómo aquel cuerpo tan amado se hundía en lo más profundo del océano.

Una gaviota bebé pasó volando sobre su cabeza, apren-diz aún. Luis no pudo más que sonreír. “Saúl murió, pero ahora su alma es libre. Como un pez que se vuelve ave & aprende a volar... Un pez con alas”.

Pintura: Jonás Salgado

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¿Estás borracho? Le pregunté. Me contestó que sí. Me acerqué y me abrazó fuerte, mi ca-beza chocó con los audífonos que le colgaban del cuello. Apesta, le dije; a mí me gusta este olor, me contestó. Agarró un trapo de enci-ma del banco y respiró el thinner con fuerza. Prueba, me dijo. Yo lo tomé y respiré. Me mareé mucho, di un paso atrás, tropecé con las cubetas de pintura que había en el piso. Solté una carcajada y me subí a la mesa, Ar-mando se subió detrás de mí y nos besamos. Le besé la cara mientras él reía cada vez más fuerte. Cállate, nos van a oír, lo regañé. Me contestó que ya no había clases en ese piso,

Laura Karina González

El salón

que teníamos toda la tarde para nosotros solos. Lo amé por eso, por haberlo planea-do. Respiramos más thinner y salté sobre la mesa, pegándome horrible contra la lámpara que colgaba del techo. Me caí de sentón so-bre el piso y Armando bajó a revisarme. Te-nía una herida con sangre en la frente. Él se puso a buscar en su mochila negra, de donde sacó una calcomanía de la manzanita Apple. Le retiró la parte trasera y me la pegó en la frente como si fuera un curita. Estaba muy confundida pero me gustaba sentir sus dedos tibios sobre mi cara. Le sonreí. Me sonrió. Yo lo amaba. No tengo nada más que decir.

de artesEntré y Armando ya estaba espe-

rándome sentado en la mesa. Cerré la puerta detrás de mí. Se

veía raro, él no hace esas cosas.

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42Miguel Ángel García

El auditorio estaba prácticamente lleno. La difusión fue eficaz y la expectativa por conocer el naciente proyecto literario era evidente.

El show Kamikaziano

El auditorio estaba prácticamente lleno. La difusión fue eficaz y la expectativa por cono-cer el naciente proyecto literario era evidente. Redes sociales, invitaciones personales y vía correo electrónico, la rueda de prensa, las no-tas periodísticas que de ella emanaron y los carteles fijados en diversos sitios de la ciudad lograron su cometido: había público para presenciar el evento.

Los miembros fundadores de la revista esta-ban contentos pues les acompañaban fami-liares, amigos, parejas, ex parejas, prospectos de parejas e invitados especiales: todos se alistaban para el inicio de la presentación. También estaban listos dos que tres gorrones despistados quienes no ubicaban (ni les inte-resaba ubicar) el móvil de la congregación en dicho recinto, simplemente pasaban por el si-tio y al ver que la gente ingresaba para la pre-sentación de “algo”, de inmediato pusieron a

trabajar su corteza cerebral y al activarse su memoria recordaron que al final de dichos actos existe un brindis de cortesía con bo-cadillos incluidos. (Ilusos, no sabían que los patrocinios para imprimir Kamikaze fueron escasos y por ende se recurrió a la utilización de la partida económica dispuesta para el convite en aras de materializar la revista... en conclusión: les quedarían a deber el brindis.)

La logística marchaba de maravilla. Pruebas de sonido, iluminación, proyección de imá-genes, cámaras fotográficas y de video, todo al cien. Aunado a ello, los comentaristas habían llegado antes de la hora pactada: un poeta (cuyos tiempos libres los utiliza para Inventar París o visitar su Museo de musas), el Secretario de Cultura de la entidad y el rector de la universidad a la que pertene-cían los jóvenes. Todo en orden. Bueno, casi todo.

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El show Kamikaziano

Paulina, la maestra de ceremonias, se com-portaba un tanto extraña. Sentada en la pri-mera fila, y sin necesidad de articular palabra alguna, su cuerpo mandaba señales eviden-tes. El primer axioma de la comunicación era palpable: es imposible no comunicar. Su mirada estaba fija en un punto y perdida en el espacio. Ojos que te observan sin hacer-lo, sonrisa incipiente y ademanes burdos; en efecto, se encontraba ebria. ¡Ebria! ¿Paulina? ¡Sí! ¡La mismísima Paulina! Una de las alum-

nas modelo había llegado borracha el día de la presentación de su proyecto semestral.

El Sr. Tarántula, profesor del grupo y direc-tor de la revista, no lo podía creer. No de la persona que jamás falta a clases y por si fuera poco siempre está 10 minutos antes del ini-cio de las mismas. Llegar en estado de ebrie-dad a la presentación lo hubiese esperado del Dickens, Iván o Dody pero no de una de las cuatro fantásticas, no de la que entrega todas

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las tareas y ejercicios en tiempo y forma, no de ella.

El profesor le pidió que se acercara sólo para corroborar lo temido: dentro de Paulina el alcohol fluía en cantidades industriales. Su sola cercanía impregnaba dos metros cuadra-dos de una mezcla coctelera sin precedente alguno. Cualquier catador profesional se hu-biese vuelto loco al tratar de identificar cada uno de los elementos etílicos presentes en

el grácil cuerpo de Paulina. El mismo Jean-Baptiste Grenouille y su fenomenal olfato se hubiesen declarado incompetentes para des-cifrar tal enigma, mismo que a estas alturas resultaba innecesario pues no importaba sa-ber los motivos por los cuales la estudiante había bebido, lo importante era que la pre-sentación estaba por comenzar y Paulina ni siquiera traía las impresiones con su speech para dirigir el evento. Yo puedo prof, yo pue-do, decía entre sutiles balbuceos.

La decisión era obvia: habría que buscar otro maestro de ceremonias. La noticia fue co-municada a la estudiantil borrachita y acto seguido ardió Troya. Es sabido por todos que si un borracho se aferra a una situación: se aferra. No hay poder humano sobre la faz de la Tierra que lo haga desistir de su cometido. Las estadísticas indican lo siguiente: “para terminar con la necedad de una persona ebria se tienen las mismas posibilidades que al in-tentar mover una montaña de su sitio, o bien, de saber el número exacto de estrellas en el

universo”. Moraleja: es imposible hacer cam-biar de opinión a las personas que se ponen ebrias. Paulina se había propuesto dirigir el acto y nada ni nadie se lo impediría.

Marivel, la directora de Ciencias de la Co-municación, licenciatura de la cual emerge el proyecto, se dirigió hacia ellos para saber qué sucedía y de inmediato el maestro la inter-ceptó en el trayecto para evitar que se per-catara del asunto. Le indicó que todo estaba en orden y por ende comenzarían a la hora estipulada en el programa.

Kassandra y Dhilery (otras dos alumnas de características fantásticas) le trajeron un car-gadísimo café a su amiga en espera de contra-rrestar-anular el efecto etílico. ¿Acaso se puso borracha para evitar el nerviosismo? ¿Habrán hecho mella los certeros comentarios que las maestras Mónica y Naye Martínez hicieron respecto al bailoteo de su persona en la si-mulación de la rueda de prensa realizada en clase? El Sr. Tarántula se preguntaba esto y muchas cosas más mientras observaba a los demás fundadores de la revista.

A la entrada del recinto estaban Caro, Liz, Jackie y Mary, esta última con su natural coquetería, quienes fueron las encargadas de recibir a los asistentes y entregarles los pro-gramas de mano. El profesor viró su mirada y desde el fondo del auditorio avizoró una luz que avanzaba hacia el frente; con cada centí-metro que ésta se acercaba, el resplandor se tornaba más intenso y agradable, reconfor-tante: se trataba de Doyca y su imperecede-ra sonrisa. La niña es feliz y por ende sonríe todo el tiempo, ante ello la tristeza misma lo-gra enternecerse. Luis dimensiona el espacio y visualiza que ahí sería el sitio idóneo para representar su próxima obra con Catexia, su compañía teatral. Denisse inhala y ex-hala con parsimonía: inhala todos los estí-mulos que a su sensorialidad llegan y exhala todas las interpretaciones que de su sensibili-dad emanan. Milena está muy emocionada

“Para terminar con la necedad de una persona ebria se tienen las

mismas posibilidades que al intentar mover una montaña de su sitio, o bien, de saber el número exacto de estrellas en el universo”.

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pues en dos días más su “Corazón delator” verterá comentarios respecto a la versificación libre inserta en la Polifonía de la luz, poesía de manufactura tarantulesca.

Tras bambalinas, Valladares afina su guitarra pues en el programa se anunció que entre él, Nathalie y Yaritza (la cuarta y última fan-tástica) deleitarán al respetable con algunas melodías. Mauricio había prometido que su banda de ska tocaría en el evento pero no recordaba que en el último toquín realizado justo en dicho sitio, la trifulca del final enca-bezada por dos yonquis fue tan estruendosa (botellas quebradas en cabezas ajenas y toda la cosa) que por cuestiones de seguridad los vetaron del lugar. Ante tal circunstancia, dos grupos musicales se habían ofrecido gratui-tamente para cubrir la parte musical. Los Chirimoyos Silvestres, grupo de trash metal

neogótico, y Los Cuiniques del Bajío, dupla de DJ s afroamericanos avecindados en Gua-najuato quienes gustan fusionar acid funky, tribal y narcocorridos perrones... Evidente-mente ambas agrupaciones, pese a su altruis-mo y destacada trayectoria, estaban fuera del rango de agrado para la presentación.

¡Ay Jalisco no te rajes!, se oyó desde la entrada pues uno de los gorrones se percató que no degustaría bocadillos ni vino gratis. Para evi-tar desmanes, rápidamente acudieron Carlos, Diego, Alexis y Fernando para apaciguarlo y amablemente mostrarle la salida pues no permitirían que ninguna vicisitud opacara el evento. Bola de montoneros, les dijo el indi-viduo quien prefirió moverse a otro sitio en espera de paladear un buen tinto y masticar algo que llenara el vacío de su amedrentado estómago.

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Paulina terminó de tomarse su café y adop-tó una pose de reflexión al mero estilo de la célebre escultura de Rodin. Faltaban pocos minutos para comenzar la presentación y al parecer ella podría con la diligencia. En caso contrario, Adriana sería la indicada para su-plir a su compañera.

En la primera fila se observaba un coordi-nador de diseño editorial satisfecho con su trabajo. Leo Mendoza estaba tranquilo, en su mente desarrollaba un escenario idóneo para continuar el segundo capítulo de El sol de Aztlán, una novela con mucho futuro. Irma está a su lado, lo toma de la mano y en ese apretón le indica más que con cualquier elaborado discurso. Naya Valencia suspira y sonríe: sabe que valió la pena tanto despla-zamiento de actividades para asesorar a los diseñadores. A un lado del estrado, el Sr. Es-trada solicita presupuestos vía internet para saber cuánto costará el envío de revistas a los colaboradores en España y Hawái, au-tores de la portada e ilustraciones internas, respectivamente.

Por fin, llegó la hora del evento. Paulina dio señales de mejora en su condición pero ello no era garantía de un devenir correcto. La gente tomó su sitio. Las personas requeridas en el presídium estaban listas. Paulina se puso de pie, tomó las hojas en donde apresu-radamente su profesor anotó las palabras que diría, se acercó al micrófono y levemente lo golpeteó con la mano derecha para compro-bar que se encontraba encendido. Aclaró su garganta, puso ambas manos sobre el atril, miró fijamente al público y tomó aire para iniciar su speech... el show kamikaziano ape-nas daría comienzo...

Pintura: Sofía Viaud

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48 En esta vida siendo una chapa-rra (según la opinión pública, pues el espejo me proyecta otra cosa) una mira al común de la gente hacia arriba. A los muchachos se siente bien

mirarlos. A las muchachas no pues dan una sensación incómoda y larga, como de alfil de ajedrez. Sin embargo, es mejor esa incomo-didad a la de tener una chica más chaparra a tu lado, en un espejo, en un baño, donde la comparación te hace sentir como una jirafa deforme.

Volviendo a hablar de los muchachos, hay una clara diferencia entre un alto promedio y un alto gigante. Los altos promedios te abrazan con sus brazos pubertos. Los gigantes tienen brazos que les cuelgan inertes junto a sus caderas y si los abrazas no notan que hay un bulto pegado a ellos, un estorbo entre ellos y el mundo.

A los gigantes les queda la cabeza tan arriba que la depositan en el cielo. La enganchan (click) cual broche y jamás la desatoran. Luego, al corazón lo entierran atrás de las costillas, muy atrás de todo nervio y circu-lación, lo dejan en la oscuridad y enseguida lo olvidan. Es entonces cuando a una le queda escalar, bajar la montaña, tratar de desenterrar el alma del gigante atorada en el cementerio del cuerpo. Todo esto muy rápido, muy fuerte, al primer intento. Porque si no, ya te jodis-te. Si no, sólo te queda escalar las kilométri-cas piernas y buscar un lugar cómodo para sentarte. No moverte. Esperar. No quejarte. Porque a los gigantes les molesta que andes jugando y deslizándote encima de ellos. Les parece una falta de respeto.

LOS últimos Gigantes

Laura Karina González

Ilustración: Alejandro Padilla Portillo

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La gente cree que porque soy sordo no puedo escuchar. Que soy un pobre enfermo, desconectado de una par-te de la vida. Piden a Dios que se apiade de mí. Lo sé porque los escucho: lo escu-

cho en su rostro, en el más diminuto de sus gestos y esa afonía en sus labios. Ignoran que todo lo oigo. En las noches estrelladas escu-cho a los cielos oscuros y perpetuos respirar sobre los tejados de barro, huelen los pastos verdes y le soplan al mar. Los pinos me susu-rran palabras tiernas en los bosques álgidos del norte. La niebla en las montañas tararea sus tristes canciones a mis oídos y oigo los truenos antes de que se delinee el rayo sobre el cielo de plomo. Caminando por el parque escucho a los amantes soñar en su obstinada mocedad. Y en ocasiones hasta puedo escu-char a Dios lamentarse tras el viento. Una vez leí que todo comunica, todo... hasta el Silencio, yo lo puedo asegurar: lo escucho gritar todo el tiempo.

SorderaLeodegario Mendoza Remigio

Ilustración: Alejandro Padilla Portillo Fotografía: Jonás Salgado

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EnsayoLienzo de letras

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Pintura: Santiago Bucio

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La motivación del escritor

Estefanía Riveros Figueroa

La motivación del escritor no es ni el dinero, ni la fama, ni el hecho de crear por crear, antes bien, considero que el

resorte oculto que dispara la mano del escritor y lo hace gastar tinta es: el existir, lo cual logra a través del lector.

Causa de sus desvelos, al redondear la psicolo-gía de un personaje, motivo de súplica constan-te a la musa escurridiza, punzón que aguijonea su genio inflado de imaginación como un globo, esa causa, motivo y punzón es el lec-tor. Por lo tanto, en el presente ensayo me propongo exponer tal aseveración, por lo que procedo pues, a defender dicha postura.

El dinero es mundano y voluble para el artista de cepa. Tal vez para el escritor pragmático el dinero no sea tan despreciable pero para efec-tos de este ensayo se referirá siempre al escritor en su calidad de artista. Por ejemplo, ¿cuántos hay que siendo escritores geniales alcanzaron fortunas considerables, pero póstumamente?

Reitero: el espíritu etéreo de un artista no se puede comprar con recursos materiales.

Y así como el dinero no es su motivación, así tampoco lo es la fama y dan cuenta de ello to-dos los que murieron en la ignominia y cuyo nombre se halla sepultado bajo el frío apela-tivo de “Anónimo”. Tal como dice la canción Nice work if you can get it: “Likewise the man who works for fame, there’s no guarantee that time won’t erase his name”.

La otra opción es que al escritor lo motive crear; al respecto me valdré de las palabras que Julio Cortázar formula sobre los buenos cuentistas:

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La técnica narrativa radica en el enlace que se da entre el narrador y lo narrado. Tal enlace es un puen-te de lenguaje en cuyos extremos opuestos están el relato y el escritor (…) escribir es de alguna manera exorcizar, rechazar criaturas pro-yectándolas a una condición que paradójicamente les da existencia universal a la vez que las sitúa del otro lado del puente (…) Pretender liberarse de criaturas obsesionan-tes a base de mera técnica narrati-va puede quizá dar un cuento pero al faltar la polarización esencial, el rechazo catártico, el resultado será precisamente eso, literario [no se lograría] el aura que pervive en el relato y poseerá al lector como ha-bía poseído, en el otro extremo del puente, al autor. (Cortázar, 2011: 29-30).

En un principio, es obvio que el escritor crea, sin embargo, cuanto menos evidente es esta verdad, tanto más fascinante se torna el escri-

to. Asimismo, pretender crear un texto litera-rio lo hace muy predecible.

La magia de la Literatura no es crear por crear; aquello de la mayéutica socrática nos ayudaría a ilustrarlo, en tanto que el escritor “da a luz ideas” (ideas inconscientes que con-cientiza) para posteriormente exteriorizarlas. ¿A quién invitará entonces a conocer al “re-cién nacido”? Al lector y ¿por qué es impor-tante que exista el lector? Porque generará una simbiosis en la que existirá el escritor en tanto que haya alguien que lo lea y viceversa, el lector existe en función del escritor.

Una frase que ejemplifica lo anterior, dice: “El lector de esta frase existe mientras me lee” (Schwanitz, 2006: 15).

Dicha relación se torna evidente cuando el lector se reconoce en las palabras del escri-tor, tal como sucede cuando se experimenta la famosa “magdalena de Proust”. Tal expe-riencia resulta inquietante por subyacerle una gran revelación que proviene de alguien ajeno, desconocido y lejano.

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Como si fuera un espejo, el lector se asusta y se sorprende al encontrarse reflejado en un libro. He ahí que no sea raro saber que se simpatice con la causa de ciertos personajes, práctica incluso arraigada de aquellos cuen-tos que precedían la hora de dormir y en la que el niño preguntaba al escuchar las vicisi-tudes de los personajes: “¿y cuál soy yo?”

La Literatura obra así, casi “terapéutica-mente” en la conformación de una realidad, identidad o como recurso al que se acude para llenar el vacío existencial propio del ser humano. Tomando en cuenta a Hegel, sólo habría tres experiencias que como tales nos permiten alcanzar tal fin: el arte, la religión y la filosofía. La Literatura es arte.

Antes de introducir otro de los beneficios que trae consigo el que el escritor se mani-fieste, quisiera hacer uso de las palabras del escritor mexicano Moisés Ramírez (de quien tuve la fortuna de ser su alumna) y que cons-tantemente solía recalcar que la Literatura es cuestión de perspectivas. En una obra suya declara: “La literatura no pretende transmi-tir un mensaje, como se nos hace pensar co-múnmente sino, por el contrario, interpretar la realidad desde muy distintos puntos de vista, y también, mostrar distintas realidades que complementen nuestra propia realidad”. (Ramírez, 2008).

Ahora bien, retomando tal premisa, el be-neficio de la palabra escrita es que además de preservarse mediante un medio concreto (llámese papel, papiro, pantalla, etc.), se con-vierte en portal de perspectivas. Profundizo: el título mismo de una obra es un umbral en potencia: ¿qué nos dice el título?, ¿qué se in-fiere de él?, ¿a dónde nos lleva?

Lo anterior podría dar la impresión de que por estar escrito el texto pierde “vida”, sin embargo, la vivacidad de un texto la logra el autor a través de una dosis lúdica con la que él mismo se divierte al demorar la

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comprensión de las frases (en el sentido de aprehenderlas).

Así, adentrarse en la comprensión demorada de las frases que el autor ha ideado minucio-samente para que generen imágenes y/o sen-saciones, a su vez que el lector se sumerge en un bucle de temporalidad que el escritor ha inyectado en las palabras, remite a un trabajo de ilusionista consumado.

Entonces, el escritor recibe al lector en su mundo con un pase mágico y con una mueca picaresca y por un momento lo “rapta”. Tras cerrar el libro, el lector pestañea sin poder evitar sentir que se ha fugado de su asiento, sin haber movido un pie. Lo más inquietante del juego es que por ese momento la realidad lite-raria se convirtió en realidad “a secas”...

Para concluir, como ya mencionaba, el lector es el motivo del escritor porque a través de él existe y viceversa. Poco importan la décima taza de café, el desprecio de la musa que no se deja ver y el estallido de fantasía tras pinchar el globo, con tal de existir.

REFERENCIAS

Cortázar, J. (2011). “Del cuento breve y sus alrededores”. En Algarabía No. 76, México.

Ramírez, M. (2008). “Introducción general al estudio de la literatura”. Morelia: apuntes propios.

amírez, M. (2008). Introducción generaSchwanitz, D. (2006). La Cultura. México: Taurus.

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Algún día llegaremos a ser viejos y tendre-mos la oportunidad de contar tantas histo-rias o tendremos las ganas de contar tantas cosas que quisiéramos hubiesen sucedido o ¿por qué no?, hacer como que sucedieron. Los deseos de ser escuchado son naturales del ser humano. Somos seres creadores con una cosmovisión infinita, somos seres ins-pirados y que inspiran, de ahí es pues que nace el deseo de contar, aunque a veces nos limitamos a nosotros mismos, entrando en el mito del escritor. ¿Cómo? Te sientas frente a una máquina, un ordenador, tecleando lo que puede ser una historia extraordinaria y cuando te das cuenta de tus primeras páginas surge esa ansiedad de revisar una y otra vez el texto, su coherencia, su estilo, su métrica, su contenido –la hacemos de nuestros propios editores–, cuando bien podríamos sentirnos satisfechos de haber creado líneas singulares y únicas.

No soy escritora, estudio abogacía. No sé si llegaré a serlo algún día.

Monólogo con Mi yo escritor

Andrea Carolina Rivera Zavala

Muchas veces tienes ganas de contar una historia... pero no eres escritor.

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Plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo para dejar huella en esta vida, pero ¿por qué no narrarla? Me senté a escribir para crear una historia. No pondré un simple “él dijo, ella dijo” a las experiencias de mi vida. Le añadiré gotas de fantasía e incluso uno que otro “hubiera”.

Espera, ¿cuántos autores no habrán hecho lo mismo? No es posible que de ahí emane la inspiración. De lo cotidiano surge lo extraor-dinario. De ser así, todos y cada uno de los pasos que damos son extraordinarios. Si así lo piensas, si así lo concibes, si así lo aprecias, cuando corras será una proeza titánica. Estás divagando en los motivos de la inspiración y el empuje del creador, no estás escribiendo una historia.

Nadé con Moby Dick, subí al tren con Ana Karenina, caminé en el centro de la Tierra... en un abrir y cerrar de ojos escribí mis pro-pias historias. No soy la Maga, no soy Helena –soy más complicada.

Título, nudo y desenlace. ¿Qué será eso que motiva a crear?

La vida, el inconsciente, el silencio, la música, las situaciones sociales, una chispa de genia-lidad, pasión, furor, incluso el ego, ¿de dónde surgen las grandes historias? De quienes es-tán dispuestos a leerlas.

Esta mañana me senté a charlar conmigo misma. En el tumulto de una cafetería que se iba llenando poco a poco: era la hora del desayuno. En esta charla traté de encontrar inspiración para escribir un cuento o un en-sayo. Me cuestioné, me respondí, volvía en mí misma e incluso me cité. Pensé en todo aquello que quería contar, todo aquello má-gico y sorprendente de este cuento, retando a la imaginación, al vocabulario y al cerebro.

Por fin admití: no he desayunado.

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ReseñaSueños entintados

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E l ocho es una novela histórica donde se abordan hechos rele-vantes en Europa comprendidos entre los siglos XVIII al XX. El libro se basa en la búsqueda del famoso ajedrez de Carlo-

magno, el cual, a decir del mito imperante, provee un gran poder para su dueño. Es una historia que entrelaza hechos históricos y una serie de eventos misteriosos para crear una gran obra donde el pasado y el presente se funden: Napoleón, Catalina la Grande, Robespierre, Rous-seau, Voltaire e Isaac Newton tienen tantos matices que no sabes quién protege el secreto y quién simplemente busca poder...

Neville conjunta todos estos elementos y te lleva de la mano para des-cubrir el secreto que ha costado muchas vidas a lo largo de los siglos. El ocho es un libro impredecible: su final te dejará impactado.

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Kassandra Suazo Servín

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Esta novela reúne todos los elementos de una sociedad mexicana post-revolucionaria llena de corrupción y tiranía social en con-tra de las mujeres: a través de acontecimientos políticos, muer-

tes, celos y romances en la vida de Catalina, poblana apasionada que a temprana edad contrae nupcias con Andrés Ascencio, un general machista que a costa de todo busca obtener el poder de la gubernatura de Puebla.

Arráncame la vida logra plasmar ese contraste de las mujeres al en-frentarse a la vida y todo lo que esto conlleva: la dulzura y pasión de un romance prohibido y la fuerza de rebelarse ante las reglas sociales de nuestro país. Por ello es la historia perfecta para conocer México durante la expropiación petrolera de la mano de una mujer que se des-cubre a sí misma con cada situación que se le presenta.

Yaritza Verónica Rodríguez García

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Siddh

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Luis Bracamontes

S iddhartha es una travesía espiritual vista desde un lente oriental muy fresco para el mundo del occidente; una historia que página tras página te lleva de la mano y te envuelve, dando la posibi-

lidad de una reconexión contigo mismo de una manera muy íntima.

Esta obra fue publicada en 1922 (en una época de post-guerra), alcan-zando su máxima popularidad hasta 20 años después. Se trata de una de las obras más aclamadas de Hesse debido a su toque atemporal, épico y poético, y a su visión oriental sobre la vida espiritual y el sen-tido de la vida.

Es prácticamente imposible escapar a la reflexión que deja la búsque-da espiritual de Siddhartha, desde su formación como brahmán (que culmina con su decisión de dejarlo todo para encontrar su verdadero camino), sus encuentros con Buda y sus caídas. Quien lo lee no puede escapar al toque literario de Hesse, mismo que sin lugar a dudas mar-cará de alguna u otra forma la manera de concebir la vida, el tiempo, lo bueno, lo malo: lo eterno.

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Cautivadora y atrapante. Dos palabras que se unen al unísono para describir

esta novela; la tregua de saberse enamorado en la soledad, la tre-gua de saber amar estando solo. Si el juego de dos amorosos es tan sutil como el diario de Mar-tín Santomé, todos quisiéramos ser jugadores, pertenecer a las líneas de cada día, encontrar-nos en esa esquina de Uruguay donde los ojos de Avellaneda no delatarán su edad, donde el cora-zón de Santomé se asomará una vez más para recordar que el ocio se puede llenar de celos y pasión.

No sé si es común retratar un amor donde los actores rompen las barreras de la edad, ni creo que sea importante, lo verdade-ramente mágico de esta novela

es la capacidad de empatía que Benedetti puede lograr a través de dos perso-najes sencillos, cotidianos y quebradizos; un hombre de 50 años que ve la vida pasar pero no es capaz de sentirla, el retrato de la eterna espera, un oficinista que sólo desea su retiro para rellenar esos vuelcos existenciales que muchas veces parecen no tener sentido. Del otro lado del espejo se encuentra Laura Avellaneda, la contraparte que otorga sentido al insoportable duelo del amor, el tiempo hecho trizas y los sueños que en el amor se vuelven honestidad casi palpable.

Si bien, la estructura de narrar a manera de diario es de por sí llamativa, en-contrarse sumergido en la intimidad de esas líneas es un golpe de estremeci-miento al lector. Somos los ojos de una relación feliz que sólo puede terminar como todo comienza: amando en soledad. Se puede correr hacia adelante pero jamás hacia atrás, esa lección quedará implícita en cada día del año, en cada pedazo de papel que describe el encuentro de dos seres que narran lo fugaz de la belleza, la melancolía de la realidad, una historia que sólo puede culminar como cada historia de amor suele hacerlo: implacable y sumergida en una tregua inalcanzable, una tregua eterna.

La t

regua

Mario

Bene

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Karla Milena Jaimes Valencia

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A todos: gracias

Producción literaria fue la materia y el nú-mero cuatro le correspondió al semestre en la licenciatura en Ciencias de la Comunica-ción de la Universidad Latina de América.

Elementos institucionales que amalgamados con las colaboraciones y patrocinios fungie-ron como plataforma para materializar el proyecto; no obstante, Kamikaze contó con el inagotable motor que dio el verdadero sus-tento a la fundación de la revista: el férreo compromiso y la desbordante creatividad de los alumnos.

A todos (fundadores, colaboradores, patroci-nadores e institución): gracias.

Sr. Tarántula

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Ilust

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