kenneth galbraith - una sociedad mejor

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U na sociedad mejor

E ntre las grandes naciones del mundo, ninguna es más dada a la introspección que Estados Unidos. No pasa un

d(a sin que haya un comentario reflexivo -en la prensa, en la radio o en la televisión, en un artículo o en un libro, en dis­cursos obligados y a veces apremiantes- sobre lo que está mal en la sociedad y sobre cómo mejorarlo. Esto también es. en menor escala. una preocupación de tos demás países in­dustrializados: en el Reino Unido, en Canadá, en Francia, en AJemanja, y en todo el resto de Europa y en Japón. Nadie puede deplorar tal ejercicio; mucho mejor y mucho más in­formativa es esta búsqueda que la fácil suposición de que todo está bien. Antes de saber qué está bien, se debe saber qué está mal. .

No obstante hay otro decurso mental menos transitado. El de investigar y determinar muy pormenorizadamente qué es­taña bien. ¿Qué sería exactamente una sociedad buena, me­jor que la actual? ¿Hacia qué, dicho con tanta claridad como sea posible, debemos dirigirnos? Una vez reconocido el trá-

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/4 Una sociedad mejor

gico abi~mo que separa a los aforrunados de los necesitados.

¿cómo podrá reducirse en la práctica? ¿Cómo puede colaborar

la política económica a e!>le objetivo? ¿Cuáles de los servi­

cios públicos del estado, y cómo, pueden hacerse accesibles

de forma más equitativa y eficiente? ¿Cómo se puede prote­

ger el medía ambiente presente y futuro? ¿Qué va a ser de la

inmigración, de la emigración y de los trabajadores ambulan­

tes? ¡,Qué del poder militar? ¿,Cuál es la responsabilidad y la

1ínea de conducta propias de una buena sociedad en lo cocan­

te a socios comerciales y vecinos dentro de un mundo cada

vez más internacionaJizado y en lo tocante a los pobres del planeta? La re!)ponsabilidad con respecto al bienestar social

es general, tra~nacional. Los seres humanos son seres huma­

nos dondequiera que vivan. La preocupación por los sufri­

mientos derivados del hambre. de otras privaciones y enfer­

medades no se acaba porque quienes los padecen se hallen al

otro lado de ninguna frontera entre naciones. Este es el caso.

aunque ninguna verdad elemental sea tan sistemáticamente ignorada y, en ocasiones, tan fervientemente atacada.

Decir qué es lo que estaría bien es el propósito de este li­bro. Está claro desde el principio que tropezará con un pro­

bl~ma difícil, pues debe hacerse una distinción, trazarse una linea, entre lo que podría ser perfecto y lo que es factible.

Esta tarea y sus resultados tal ve~· no disfruten de populari­

dad política y desde luego no en una sociedad donde, como sostendré, los afortunados son los social y políticamente do­

minantes . Identificar y exigir una sociedad buena y factible

bien puede ser una tarea minoritaria, pero es mejor eso que

nada. Qui7ás. como mínimo, los acomodados se vean afligí-

Una soc1edad mejor 15

dos de forma útil. En todo caso. no hay ninguna posibilidad

de que haya una sociedad mejor si no se define claramente

la sociedad buena y factible.

La que aquí se identifica y describe es la sociedad fac­

tible, no la perfecta. lmagínar una sociedad perfecta no ha

sido en el pasado un ejercicio carente de atractivo; a Jo largo

de siglos han intentado concebida muchos eruditos y no

pocos de los grandes filósofos. También constituye, ay, una

forma de renuncia. La previsible reacción es afirmar que

se trata de objetivos «puramente utópicos». El mundo real

tiene restricciones impuestas por la naturaleza. humana, por la historia y por pautas mentales profundamente arraigadas.

También existen limitaciones constitucionales y procedi­

mientos legislativos que vienen de antiguo, así como los con­

troles concomitantes al sistema de partidos políticos. Y está

la estrucrura institucional permanente del sistema económi­

co: las sociedades anónimas y las demás empresas, grandes y pequeñas, y los lfmites que imponen. En todos los pafses

industriaJizados existe un firme compromiso con la econo­

mía de consumo --con los bienes y servicios de consumo-­

com~ fuente primordial de la satisfacción y el placer de

los seres humanos y como la medida más visible de las . consecuciones sociales. También existe la necesidad aún

más perentoria de los ingresos que proceden de la produc­

ción. En la economía moderna es un hecho aJgo extrava- \

gante que la producción sea ahora más necesaria por el em­pleo que proporciona que por los bienes y servicios de que

abastece.

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/6 Una sociedt1d mejor

Por lo tanto, cualquier identificación útil de lo que sería una buena sociedad debe tener en cuenta la estructura insti­tucional y las características humanas que son permanentes, inmutables. De ahí deri va la diferencia enu·e lo utópico y lo factible, entre lo consabidamente irrelevante y lo en último término posible.

Definir lo factible es el problema más difícil que ha de afrontar un ensayo como este. También es lo más discu­tible. Calificar de política o socialmente imposible alguna medida que se ex_ige con urgencia es la primera (y a veces la única) estrategia para defenderse de los cambios no de­seados.

Este libro habla sobre una sociedad mejor que sea una so­ciedad factible. Acepta que algunas de las barreras que se oponen a su consecución son inamovibles, decisivas y deben aceptarse, pues. Pero también hay objetivos que no pueden comprometerse. En una sociedad buena todos Jos ciudadanos deben tener libertad personal, bienestar mínimo, igualdad racial y étnica, y la oportunidad de acceder a una vida satis­factoria. Debe reconocerse que nada niega tan absolutamente las libertades de los individuos como la total falta de dinero. Ni las perjudica tanto corno su suma escasez. En los años del comunismo, no está claro que nad\e hubiera cambiado sensa­tamente las restricciones de libertad que padecían los habi­tantes de Berlín oriental por las que imponfa la pobreza a los Ciudadanos más pobres del South Bronx de Nueva York. Por lo pronto, nada promueve tanto las actividades útiles a la sociedad como la perspectiva de grat ificación pecuniaria,

1 . tamo por lo que el dinero proporciona como, no tan raras ve·

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ces, por el placer que su mera posesión procum. Una buena sociedad también debe reconocer este hecho; estas motiva­ciones son determinantes.

Lo mismo que hay fueu.as conformadoras, algunas in­crustadas en la naturaleza humana. que deben aceptarse. tam­bién hay coacciones que una buena sociedad no puede ni debe aceptar. El cambio deseable desde el punto de vista social es habitualmente rechazado en nombre del tan recono­cido egoísmo. En la más importante de las tesis del mamen~ to, los ricos acomodados se oponen a la acción pública en favor de los pobres debido a la amenaza de que aumenten los impuesto$ o bien al posible fracaso de las promesas de redu­cir los impuestos. Esto no puede aceptarlo una sociedad bue­na. La coacción decisiva aquí, al parecer, es en realidad la actitud política que apoya y sostiene las condiciones que pre­cisan ser corregidas. Cuando se dice que alguna medida t~l vez fuese buena pero es políticamente impracticable, debe entenderse que este es el planteamiento más habitual para proteger intereses antisociales.

Es propio de la posición privilegiada el que desarrolle su propia justificación política ) también a menudo la doctrina económiC'a y social que más le convenga. A nadie le gusta creer que su bienestar persomtl esté en conflicto con las necesidades de la población en general. De manera que es natural que se invente una ideología plausible o, si es necesario, moderadamente poco plausible. Para la tarea se dispone de un cuerpo de expertos bien dispuestos y con talento. Y esta ideología aumenta considerablemente de fuer-

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za conforme aum~nta el número de los fa\ orccidos. Las pági­nns que siguen se enfrentan con e-.ta inconfundible tendencia pero no \a rc..,petan. Su propósho es desafiarla dondequiera que se oponga, como ocurre a menudo, a las necesidades púbücas más urgentes y más amplias.

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Un panorama más amplio

E n un libro publicado hace años"' obsen aba yo que en los países ricos del mundo, y singularmente en Estados

Unidos, habfa una nueva dialéctica política. En tiempo~ hubo la del patrón frente a los empleados: la de los capitalistas. grandes y menos grandes, frente a las masas trabajadoras. estas últimas en 'ariables relaciones con los propietario de tierras, con el campesinado y, en Estados Unidos, con los granjeros i.ndependientes. Siempre había empeño en presen­tar la conflagración de intereses en términos favorables: el conjunto del sistema servía aJ interés de todos; el papel pre­ponderante de la democracia constitucional protegía las li­bertades y aseguraba una resúlución razonablemente pacífica de las diferencias inherentes; todo buscaba lo mejor.

No obstante, había un conflicto implícito en todo el pen­samiento económico y político respetable. Éste conformó

• 17rt Culturt of Conttntmtnt, Houghton M1f0in, Bosron, 1992 (hay rrad. CD\1. : La cultura dt la satisfaccidn, Ariel, Barcelona. 1994' ).

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la evolución de la política moderna en Estados Unidos, en Europa occidental y en Japón. Por una parte estaban los li­berales. como se Jos denominaba en Estados Unidos; los so­cialistas y los socialdemócratas. como se les decía en otros siuos: por otra. reafirn1ando o aceptando los intereses comer­ciales, los conservadores. Hubo muchas vicisitudes en la po­lítica práctica. concesiones de un bando a otro, a menudo sacadas muy a regañadientes. Luego se emrometieron temas de mayor amplitud: la paz y la guerra, la adhesión religiosa, la igualdad étnica y racial En Estados Unidos la gran pobla­ción rural ayudó a sti:l\ izar el conflicto. No obstante, siem­pre estuvo presente la dicotomía última y fundamental: capitaJ frente a trabajo. Eso, repitamos, se daba por sentado en todo discurso político o actuación polftica.

Ahora ya no se puede seguir dando por sentado. La an­tigua dicotomia sobrevh:e en el alma colectiva: un residuo de su larga )' ardiente historia. Pero en el sistema económico y político con\emporáneo \a di'<isión es muy distinta y ocu­rre por igual en todos los llamados países avanzados. Por una parte están ahora Jos ricos. Jos cómodamente asentados y los que aspiran a lo mismo, y por otra los económicamente me­nos-afortunados y los pobres junto con el importante número de los que, por inquietud social 0 por benevolencia, preten­den hablar a favor de éstos o de un mundo más compasivo. Este es el alin~amiento económico y político actual.

Los ricos y los bien situados son ahora mucho más nu­merosos y diversos de lo que lo era la clase capitalista de otro tiempo, y lambién e~lán mucho más articulados desde el punto de \ i~ta polftico. (Los grandes capitalistas eran mu-

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Un pa11orama más amplio 21

chas veces algo reticentes . obre sus intere,cs y funciones públicas.) Los menos favorec1dos son los necesitados de las grandes ciudades, los que abastecen de personal al sector servicios, los desempleados y los que no pueden ser emplea­dos. Y los que padecen los restos de la discriminación racial, sexual o por la edad, y los que son emigrantes recientes y a­veces ilegales. Todos carecen en buena parte de voz--política, excepto en la medida en que son apoyados y representados por el considerable número de personas pertenecientes a sectores más afortunados que sienten y manifiestan interés por ellos.

He aquí de la forma más resumida la dialéctica política actual. Es un combate desigual: Jos ricos y los acomodados tienen influencia y dinero. Y votan. Los conscientes y los po, bres tienen nómero, pero muchos de los pobres, ay, no votan. Hay democracia. pero en no pequeña medida es la democra­cia de los afortunados.

Un terna sobre ei que se definen estos dos grupos es, como bien se sabe, el papel del estado. Para los pobres el estado puede ser capital para su bienestar y, para algunos de ellos, incluso para su supervivencia. Para Jos ricos y acomodados constituye una carga, excepto cuando, como en el caso de los gastos militares, la seguridad social y el rescate de las instituciones financieras en quiebra, sirve a sus intereses particulares. Entonces deja de ser una carga y se convierte en una necesidad social, en un bien social, con la misma certeza con que no lo es cuando el estado sirve a los pobres.

En las elecciones al Congreso y de los estados celebradas

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22 Una snci~dad mejor

en el otoño de 199~ se produjo en E~tados Unidos un masi­vo giro a la derecha. El tema principal fue el recién mencio­nado papel del estado central y de su coste. siempre con las excepciones ya señaladas. La victoria no fue tan significativa en términos cuantitativos como a veces se ha querido supo­ner. Votaron menos de la mitad de los electores; los candida­tos triunfanres ganaron con poco menos de una cuarta parte de los votos posibles. Si bien Una sociedad mejor estaba ya redactándose desde algún t1empo antes de las elecciones. el resultado de éstas ratificaba tajantemente el propósito de este libro. que es el de exponer con tanta claridad como sea posi­ble cuál debe ser IJ meta, pero no para los afortunados sino

para todos. Esto puede parecer hallarse ahora más allá de los límites

de lo factible tal como se han expuesto antes. Se puede estar seguro de que quienes definen la poJitica en términos de lo aparentemente práctico así lo creerán y. por supuesto. a í lo clirán. La tendencia de la época va en dÍrección contraria. No permitamos que la idealización enmascare la realidad: en Estados Umdos una parte influyente de Jos medios de comu­nicación define como verdadera la actitud política con ma­yor populandad en el momento.

Esto es ignorar una verdad más profunda: es no apreciar el empuje más básico de la historia, que es superior a la ac­ción y la reacción del momenro y tiene su propia influencia dominante. Constituye el orgullo de los liberales y la convic­ción polft1ca de Jos conservadores el que ellos conforman la

<!cnda polftica: en realidad. la conforman las corrientes más profundas de la historia. A estas c<;>rrientes hay que acamo-

Un pmwrama nuh amplio 23

darse. y los liberale . los socialdemócratas y los llamados socialistas han llevado a cabo o guiado tradicionalmente esta acomodación en Jos países avanzados. En consecuencia. a ellos se han atribuido los cambios mayores. algunos. muchos de hecho. han sido con posterioridad reconocidos. y los con­servadores les han concedido casi univer'\almente la respon­sabilidad y Ja cuJpa. Pero. en realidad. es la historia la que

manda. Un mínimo vistazo a las circunstancias elementales demuestra fácilmente lo dicho.

Hasta las primeras décadas del "iglo actual Estados Uni­dos era un país predominantemente rural. Todavía durante la Gran Depresión cerca de la mitad de todos Jos trabajadores remunerados por cuenta ajena se dedicaban a la agricultura. Otros muchos estaban en comercios y sen icios de pequeña escala y demás empresas ruralec;. En este contexto económi­

co y social no había ninguna necesidad urgente de seguridad social, uno de los grandes pasos transformadores de la épo­ca. pues la generación siguiente velaba por la anterior. O bien la venta de la tierra o del pequeño negocio proporcionaba lo suficiente, dada la expectativa de vida. para costear el relati­vamente breve retiro. Ha sido la mayor duración de la vida a que ha dado lugar la medicina moderna, pero en mayor me­dida aún la aparición de la industria y el empleo urbano, y no los liberales ni los socialistas, lo que ha creado la nece­sidad de seguridad social.

También ha sido el desarrollo industrial y urbano lo que ha creado el problema del desempleo. En la agricultura tradi­cional no existía desempleo; siempre había trabajo que hacer

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en la uerra y en los servicios rurales auxiliares. (Durante la Dcprc~iión millones de trabajadores urbanos en Estados Uni­dos recurrieron al trabajo en la tierra o alguna clase de sub­sistencia de la tierra.) La remuneración del desempleo se ha vuelto esencial debido al desarrollo industrial y a la urba­nización.

El seguro médico moderno es también fruto de la his­toria. Hasta tiempos relativamente recientes el saber médico era limitado, lo mismo que las posibilidades terapéuticas. El médico local tenía poco que ofrecer: la muerte llegaba pron­to, de manera inevunblc y poco costosa. Fue el enorme desa­rrollo y mejora de las técnicas médicas y quirúrgicas lo que hizo que el seguro sanitario fue e a la vez necesario y desea­ble. Esta fue la fuerza moll\adora y fundamental. La muerte ya no sería el pronóstico automático de los pobres y de los sólo moderadamente nco!>

Los sencillos ni\eles de 'ida de las épocas pasadas, pero en absoluto remotas, planteaban pocos problemas sobre cómo conseguir seguridad o fiabilidad. Los alimentos básicos, el vestido, la VJ\ ienda. todos eran tasados con bastante exacti­tud por el comprador; no se requería ninguna información más profunda Hasta hace poco la agricultura y la industria elemental tenían pocos efectos adversos sobre el medio am­biente, ni tampoco sus distribuidores comerciales ni sus abastecedores. Ahora, con la expansión y la complejidad de la economía, se debe proteger a los consumidores, lo mismo que ul medio ambiente.

Pero hay más. Los pobres de Estados Unidos, si bien na­die puede dudar de su degradación y miseria, eran en tiem-

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pos en buena medida invisibles: lo-s negro!) pobres estaban ocultos en las fincas y plantaciones del Sur rural. con alimen­tación. vestuario y \ iviendas primitivo-s. rec1bían poca ense­ñanza y carecían de derechos civiles. Muchos de Jos pobres blancos tampoco se veían, perdidos en las montañas y en las depresiones de los Apalaches La pobreza no era un proble­ma cuando estaba lejos, fuera de la vista. Sólo conforme el cambio económico, político y social condujo a los necesita­dos a las ciudades el bienestar se convirtió en un problema público, ahora que los pobres vivían al lado y en estrecho contacto con los relativamente ricos.

La fuerza de la historia se extiende a la política exterior. Antes de que Estados Unidos se convirtiera en una potencia mundial, el Departamento de Estado [Ministerio de Asuntos Exteriores] era un pequeño y confortable enclave de caballe­ros bien educados que llevaban a cabo una rutina dcscan~ada Y sin gran importancia. La política exterior sólo ha pasado a ser una preocupación importante a partir de convertirse Esta­dos Unidos en uno de los principales protagonistas de la es­cima internacional, después de la quiebra del mundo colonial que dio lugar a los problemas y los conflictos de los países pobres, a la cuestión de la ayuda económica y a la necesidad algo más que ocasiona] de intervenir para restaurar la paz y la tranquilidad.

Ahf, pues, radica el error: en la visión común, tarlto de los liberales como de los conservadores estadounidenses, de que son los liberales quienes han hecho de la administración central una fuerza grande y entrometida. Los dos grupos quieren creer que la acción y las decisiones políticas son

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las que mandan. Y de ahf procede la primordial idea con­servadora de que es posible im crtir la polftica social y eco­nómica, opinión que no sólo se sostuvo en Estados Unidos sino también en Francia, Canadá y durante muchos años en el Reino Unido. donde hay o ha habido una creencia simi­lar entre los toríes.

La historia. la fuente verdaderamente relevante del cam­bio. no se invenirá. El nuevo Congreso que entró en funcio­nes a principios de 1995. representando la voluntad conser­vadora, manifestó su intención de desmanrelar buena parte del estado asistencial. buena parte del moderno aparato regu­lador del estado central. > de limitar drásticamente el papd de la administraciÓn en gcn~.:ral Esta fue la inconfundible promesa enunciada en términos generales. Luego llegó la concreta legislación. el asalto a las normativas y funciones concretas. Mientras ~;e escribt- esto. ~;e e<;tá demostrando que tales medidas no son nada populares: una \·ez más vemos el nada poco. habitual confhcto entre la teoría general y la actuación concreta. Con posiblemente algunas excepciones espectaculares y muy pregonadas: el estado asistencial y sus programas fundamentales sobrevivirán Sigue aún operando la fuerza mayor de la historia.

Las actuaciones públicas y políticas que se propondrán en estas págmas están en armonía con las fuerzas dominan­tes que acabamos de citar y, en concordancia con éstas, hay mucho que propugnar, mucho que hacer. La acomodación a las corrientes históricas puede mejorarse, volverse más com­pasiva para procurar una mejor vida a los elementos más

Un pa11orama más amplio 27

\ ulncrables. Este. repito. es el tema de lo que seguirá. Hay que responder a dos preguntas. Demro del marco histórico de mayor amplitud, ¿cuál es la naturaleza de una sociedad me­jor? ¿Cómo se puede hacer que el futuro sea más seguro y mejor para todos?

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La era del juicio práctico

A ntiguamente y todavía hoy .e ha definido la economía desde una perspectiva ideológica. Existen el liberalis­

mo, el socialismo o el capiralismo; el hablante es liberal o so cialista o partidario de la libre empresa. Él o ella favorece la propiedad pública o, como en los últimos tiempos, la privati­zación. Estas son las normas dominantes dentro de las que vivimos.

En el día de hoy no hay error mayor ni más fogosamente defendjdo. En el sistema económico y político actual. la iden­tificación ideológica representa una forma de escapar a una idea incómoda: la sustitución de la fórmula general y banal por decisiones espedficas ante el caso concreto. Un vistazo a la más elemental de las actuales circunstancias así Jo de­muestra.

Un propósito evidente de una economía buena es pro­ducir bienes y suministrar sen·~cios con eficacia y distribuir los ingresos de ahf procedentes de un modo socialmente aceptable y económicamente funcional. No cabe la menor

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JO Una .wciedad mejor

duda de que la moderna economía de mercado de los paf­.ses económicamente uvanzudos es competente e incluso pródiga para producir bienes de consumo y servicios. No sólo proporciona alimentos, vestidos, enseres, automóviles, diversiones y otras muchas cosas con variedad y abundancia, sino que llega tan lejos como es crear las necesidades que sa­tisface. La supremacía del consumidor es una de las ideas más queridas para la economía ortodoxa: que esta supre­macía haya sido cedida. en un grado <;ustancial. a quienes la satisfacen es lo que más cuesta aceptar. Sin embargo. nada hay más vis1blc que el actual empeño publicitario y de pro­moción de ventas. Los economista~ consagrados a los pla­nos más rigurosos del pensamiento aceptado no ven la te­levisión.

Por lo tanto, desafía al semido común que el estado pue­da encargarse de ..tlguna forma del abastectmiento de bienes y

servicios al consumidor. esa operación tloreciente. La reve­la~ión por parte de la televisión y de las demás comunica­ciones modernas de la patente abundancia y variedad de posesiones materiales en los países occidentales fue uno de los factores que descompusieron los regímenes socialis~ tas de Europa oriental y de la Unión Soviética. La debilidad y la rigidez con que esos regímenes hab(an abastecido a sus ciudadanos de hienes y servicios en las cantidades, estilos y camb1antes moda~ requeridas tuvo más que un poco de par­ticipación en ~u caída. Hablar de socialismo y de propiedad pública bordea lo fantasioso en la economía de consumo y es igualmente f~ntasioso propugnados ante los productores

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l . .t~ era del juicio prácrico J 1

de fábricas y de equipamiento -los bienes de capital- que manufacturan la abundancia de Jos consum1dores .

El argumento tradicional a favor del socialismo tiene ma, yor reclamo en la atención pública. Gira alrededor de la po­sesión del poder y esto sigue siendo importanre en algunos escondrijos celulares del pensamiento social hasta ahora. La propiedad privada del capital, de los medíos de producción; la masa de trabajadores así empleados de este modo y en buena medida controlados~ la riqueza indivtdual resultante; la íntima asociación con el e~tado; todo esto en un tiempo concedía un poder dedsivo. De eso no se puede dudar. Marx y Engels, en El manifiesto comunista, dijeron sin gran exa­geración que «el ejecutivo del estado moderno no es más que un comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía».

No cabe duda de que el poder sigue residiendo en la pro­piedad del capital. Pero en las enormes empresas comercia­les actuales la propiedad y el control ya no están, en el caso más habitual, unidos. Los grandes empresarios capitaHstas que a la vez fueron propietarios y mandaron -los Vander­bi1t, Rockefeller, Morgan y Harriman en Estados Unidos, y sus homólogos en . otros países- han desaparecido para siempre. Su lugar lo ocupa la gigantesca y a menudo inmu­table burocracia empresarial y los accionistas, con intereses financieros pero funcionalmente ineficaces. El poder mono­polista - la explotación de los consumidores mediante pre­cios no limitados por la competencia, en tiempos objeto en Estados Unidos de la ley amimonopolio-:. se ha rendido ante

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la competencia internacional y también ante el explosivo cambio tecnológico. Lo que hoy es eminencia e influencia económica mañana es obsolescencia. Sustituyendo lo que en tiempos fue angustia ante el poder empresarial, existe la frecuente preocupación por el estancamiemo y la incompe­tencia de las grandes empresas. Parte del empeño que los directivos de las sociedades anónimas pusieron en tiempos en explotar a trabajadores y consumidores se vueJca actual­mente en ganar, sostener o avanLar en su posición personal dentro de las empresas y, muy concretamente, en su propia remuneración. La maximiLación del beneficio personal, esa motivación universalmenrc reconocida, puede y debe exten­derse a quienes de hecho dirigen las empresas.

Nada de esto significa que el ejercicio del poder político -hacer pesar la propia inOuencia sobre el estado y sobre la sociedad en general- haya desaparecido. Las empresas co­merciales, grandes y pequeñas. en tanto que industrias indi­viduales y colectivamente. siguen proc;Jamando con fuerza y eficacia sus intereses económicos dentro de la estructura política actual. Pero ahora forman parte de una comunidad mucho mayor. con la voz y la influencia a que ha dado lugar el desarrollo económico.

En un tiempo, aparte de cap~talistas, sólo había prole­tariado, campesinado y terratenientes. Éstos, dejando aparte los terratenientes, eran subordinados y silenciosos. Ahora hay estudiosos. sin excluir a los estudiantes; periodistas; empre­sanos de televisión; profesionales del derecho y de la medi­cina: y muchos otros. La voz de la empresa comercial es una entre muchas. Aquellos que la singularizan con objeto de

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La era del Juicio prácrico 33

propugnar los beneficios de la propiedad colectiva están per­didos en las profundas brumas de la historia. Tampoco la experiencia de Jos países donde la propiedad pública ha rei­nado durante los últimos ochenta años -la Unión So\ iética, las naciones de Europa oriental, China- hace pensar que esa medida ensanche las libertades de los ciudadanos. Todo lo contrario. En consecuencia, el principal argumento a favor del social ismo se ha desvanecido. Esto se reconoce. Aún existen partidos socialistas, pero ninguno asume abogar por la propiedad pública en el sentido global y tradicional. La cuarta cláusula del Partido Luborista Británico, que afirma la defensa de tal política y hace tiempo que se ve como un vínculo romántico con el pasado, ha sido ahora borrada for­malmente del programa.

Si el socialismo ya no puede considerarse el marco domi­nante de la sociedad buena o tan siquiera plausible, tampoco puede serlo el capitalismo en su forma clásica. Es esencial el hecho de que, conforme se ha desarrollado y expandido el sistema económico moderno, cada vez han recaído ma­yores responsabilidades en el estado. Se trata, en primer lu­gar, de los servicios que la economía privada no proporciona por su misma naturaleza y que, con el progreso económico·, crean una discrepancia creciente, y cada vez más vergonzo­sa, entre el nivel de vida públ ico y el privado. Los niños que asisten a malas escuelas públicas ven programas de televi­sión caros de producir. Las casas de los mejores sectores de la ciudad son elegantes y limpias, mientras que las aceras y las calles de enfrente están mugrientas. En las librerías

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hay toda clase de libros y en grande!) cantidades. pero no en las hihliotecas púhlicas Sobre esto, volveremos más adelante.

También existe una gran gama de actividades públicas que son necesarias para el funcionamiento eficaz de la eco­nomía privada. Con el desarrollo económico estas activida­des se han hecho más apremiantes. Más comercio requiere más autopistas; más consumo significa más eliminación de basura: para que haya más viajes aéreos debe haber más aeropuertos y más hombres. mujeres y maquinaria sofistica­d:l que cuiden de la seguridad de los vuelos.

Al haber mayores niveles de actividad económica, tam­bién se vuelve importante la mejor protección del ciudadano y de las empresas comerciales. Antes de las carreteras y los automóvi les no hJbta necesidad de policía de tráfico. Así como ha aum ·ntado la \ ariedad de los alimentos. exuae una mayor conc1cncia de ">U'- efc!ctos nutntivos: de las grasas y de estar grueso Se ha hecho necesario especificar la composi­ción, regular los aditivos y evitar posibles contaminaciones. En un nivel de \ida superior y con mayor disfrute de la vida, la gente busca protección para la salud y la seguridad con respecto a lo que otrora se consideraban y se desechaban por ser los azares normales de la existencia humana. Con el desarrol1o económico la acción y la regulación sociales se vuelven más importantes aún, mientras que el socialismo en <;entido clt~sico se torna irrelevante.

Y existe el hecho adicional de que la economía contem­poránea no puede asegurar que el desenvolvimiento eco­nómico global sea satisfactorio y estable sin la intervención

Ltl eru dt•l juicio prdctico 35

del estado. Pueden producirse especulaciones intensas y per­juuicialcs, recesiOnes u dcf JC'l>iunc~ duluJUsas y pmlongadas. Se discute mucho cuáles sean las medidas apropiadas para controlarlas, pero pocos dudan de que el estado es respon­sable de tomarlas. Todo presidente o primer ministro sabe que a la hora de las elecciones será considerado, rigurosa y a menudo desastrosamente. responsable de los resultados económicos.

Conforme la socialización total ha perdido vigencia y ha desaparecido como ideología aceptable o eficaz. ha surgido una doctrina de signo opuesto. si bien más limitada. Es la privatización, la devolución de las empresas y funciones pú­blicas a la gestión privada y a la economfa de mercado. Por regla general, la privatización está a la altura del socialismo en cuanto a irrelevancia. Hay un gran campo de la actividad económica en que el mercado es y debe ser intocable; igual­mente, hay un amplio abanico de acti\~idades, que aumenta con el aumento del bienestar económico, donde los servicios y funciones del estado son necesarios o bien mejores desde el punto de vista social. La privatización no es. por Jo tanto, en absoluto preferible al socialismo como guía rectora de la acción pública. En ambos casos, eJ servicio fundamental de la doctrina es el de ayudar a escapar del pensamiento. En una sociedad buena hay un criterio rector para estos asuntos: la decisión debe tomarse según los méritos sociales y económi­cos del caso concreto. No es esta la era de la doctrina; es la era del juicio práctico.

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Desde luego. hay tendencias generales del sistema social y económico que pesan sobre la política pública y sobre la necesidad de la acción pública. La economía de mercado de hoy. que con tanta competencia abastece de bienes de consu­mo y servicios, lo hace persiguiendo la retribución a relati­vamente corto plazo; esa es la medida del éxito. No es fácil que in .... ierta. y a veces en absoluto invierte. en mejoras a lar­go plazo. Ni tampoco invierte para prevenir los efectos anti­sociales de su producción ni de sus productos. lo que quiere decir que no asume la responsabilidad por los daños ambien­tales. Sobre esto se hablará más adelante.

Son evidentes por todas panes otros ejemplos de in­versiones públical-. que superan las restricciones temporales de las empresas pn .... ada'> La moderna aviación a reacción es. en una medida sustanctal. resultado de la investigación y desarrollo realizados con fines militares. Buena parte de los descubrimientos medicos han salido de empeños subvencio­nados por el estado: no se habrían producido dentro de las limitaciones temporales y económicas a que están sometidos las empresas y Jos investigadores privados. En la agricultura es donde ha habido el aumento más espectacular de producti­vidad. Esto fue en buena medida el resultado de la participa­ción estatal: en Estados Unidos, obra del sistema colegiado de concesión de tierras con subvención pública, las estacio­nes experimentales de los estados y del gobierno federal, asf como los servicios de ampliación de cultivos con subvención pública.

En los años transcurridos desde la segunda guerra mun­dial, el progre.so económico de Japón ha sido eficazmente

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apoyado por la in\'esttgadón y dc~arrollo costeados por el estado; esto se ha con!>tderado algo por completo normal. Y en todos los países el sistema económico depende de y se desarrolla gracias a que el estado financia las carreteras, los aeropuertos, el servicio de correos y las infraestructuras urbanas más diversas y esenciales.

He aquí la lección. En una sociedad buena e inteli<tente e:

la política y la acción no están subordinadas a la ideología, a la doctrina. La acción debe basarse en los datos que deter­minen cada caso particular. Hay algo profundamente satis­factorio en expresar una fe económica y política -«Estoy firmemente comprometido con el sistema de libre empresa»; «Soy enérgicamente partidario de la función social del esta­do»-, pero esto, repito, debe verse como una huida del pen­samiento hacia la retórica.

Lo que ahora urge es algo especialmente relevante mien­tras escribo esto. La mayoría republicana que ganó el poder legislativo en el Congreso de Estados Unidos después de las elecciones de 1994 estaba comprometida con una doctrina excepcionalmente rigurosa qt.e formalmente se denomina Contrato con América, el equivalente hoy en día, en inspira­ción si no en contenido, a El manifiesto comunista. Primero se produjo el compromiso ideológico global que estaba orienta­do fundamentalmente contra el estado; exceptuando siempre unas cuantas funciones privilegiadas: la defensa, la seguridad social, la provisión de instituciones penitenciarias y numero­sas prestaciones a las grandes empresas. Luego siguió la con­sideración de las cuestiones concretas: de la relevancia e in-

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38 Una sociedad mejor

cluso urgencia de los servicios y funcione~ públicos que i~an

a ser suprimidos o recortados. Ahora, n~ientras ~e cscnbe

esto. se ha iniciado el retroce. o de la doctnna dommante. de­

jando paso a la intervención del juicio práctico. Lo cual d~be

continuar. De este modo es como se conservan la compast?n

y la decencia sociales. quizás incluso la misma democracia.

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El fundamento social

S i se expone en términos lo bastante generales, la esencia

de una buena sociedad no es difícil de formular. Consiste en que cada uno de sus miembros, a despecho del género, la

raza u origen étnico, tenga acceso a una vida gratificante.

Debe haber tolerancia con las indudables diferencias en aspi­

raciones y cualificaciones. Los individuos difieren en capaci­

dad fisica y mental, en entrega y determinación, y a partir de

estas disparidades se producen diferencias en los logros y en la gratificación económica. Esto se acepta.

Sin embargo, en una sociedad buena los logros no pue­den estar limitados por factcres corregibles. Deben haber

oportunidades económicas para todos, cuestión que se subra­

yará como es debido en el capítulo siguiente. Y en cuanto a,

preparación para la vida, los jóvenes deben tener los cuida­

dos físicos, la disciplina, que nadie lo dude, y especialmente

la educación que les permitan disponer de esas oportunida­

des y aprovecharlas. A nadie deben negdrsele estas cosas por

accidentes de nacimiento ni por circunstancias económicas;

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-10 U11a socíedad mejor

,i no ~;e d1'pone de ellas a través de los progeni10rcs o de la famtlla, la sociedad debe proporcionar formas eficaces para cuidarlos y guiarlos.

El papel de la economía en una sociedad buena es funda­mental; el determinismo económico es una fuerza impla­cable. El sistema económico de una sociedad buena debe funcionar bien y para todo el mundo. Sólo entonces las opor­tunidades estarán a la altura de las aspiraciones. sean gran­des o pequeñas.

Muy especffic:llnente. una buena sociedad dche mantener un crecimiento económico sustancial y seguro: un aumento sustancial y seguro de la producción y del empleo año tras año. Esto reneja las necesidades y los deseos de una pobla­ción que busca disfrutar de mayor bienestar económico. En la conversación popular y en la economía formal, el aumen­to del nivel de vida es un bien reconocido. Más importante. y socialmente más urgente. es el hecho de que tal desenvol­vimiento económico sea esencial para las oportunidades de trabajo y para los ingresos que se ofrecen. Con este fin, debe haber más empleo y más producción. una economía expan­siva. El eMancamienro económico no puede aceptarse ni ins­tarse abiertamente como condición de una buena sociedad, aunque refleje de hecho la apacible preferencia de muchos ciudadanos bien situados que lo preferirían al riesgo de la in­flación o al de la estimulante acción pública que acompaña o asegura el progreso económico sostenido.

Mientras hay oportunidades también hay tranquilidad so­cial; el estancamiento económico y la privación conllevan consecuencias sociales extensas y negativas. Cuando hay

El fundamento social 41

gente desempleada, económicamente d~sposeída y sin es­peranLas, el recur<;o más acce~iblc es escapar de la amarga realidad mediante las drogas o la violencia. La manifestación práctica es la delincuencia y la re\'uelta a las que se respon­de con fútiles medidas represoras. La relación entre estos hechos y la desposesión es ineludible. Las partes conforta­blemente ricas de Jas ciudades y de los suburbios son relati­vamente pacíficas en Estados Unidos, como lo son en otros paises avanzados. La amennza o la realidad de la violencia existen en las calles indigentes. Esto se da por sabido: la úni­ca perspectiva distinta es la de lo~ que, no pocos. achacan el desorden a la raza o a la tradición étnica, nunca a la pobreza. Después de las algaradas que hubo en California durante la primavera de 1992 se sostuvo que los ciudadanos del centro sur de Los Ángeles eran dados. en cierto sentido antropoló­gico, a conductas amisoctales. No así la ciudadanía superior de Beverly Hills o Malibú.

Lo mismo puede decirse de la esc~na mayor que es el mundo. Son los pobres de África y Asia y América Central los que se matan unos a otros; los habitantes de los países prósperos conviven en conjunto pacíficamente dentro y fuera de sus países. Fue la escasez económica de las décadas de 1920 y 1930 lo que ayudó a traer el fascismo y la catástrofe total en Italia y Alemania. En épocas más recientes, después de la caída del comunismo, ha sido la penuria económica y la inseguridad lo que ha alimentado los conflictos políticos y los desórdenes sociales en las naciones de la antigua Unión Soviética.

Está clara. la lección para la política y la sociedad norte-

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42 Unll sociedad mejor

americana" contemporáneas La delincuencia y la convulsión social de nuestra'\ grandes ciudades son producto de la po­breza y de una estructura de clases corrupta. que examinare­mos más adelante, que ignora o menosprecia a los pobres. La solución actualmente aceptada son las medidas policiales. el confinamiento de los individuos de tendencias criminales y la lucha, cara y fútil. contra el narcotráfico. A un plazo más largo o má allá de cualquier plazo, la solución más humani­taria y muy probablemente la menos cara es acabar con la pobreza que induce al desorden social.

Un sistema económico fuerte y estable y las oportuni­dades que ofrece son, pues, un elemento central de la buena sociedad. Hay otros requisitos adicionales. En las mejores circunstancias. hay hombre y mujeres que no pueden parti­cipar o por lo menos no participan. En una sociedad mejor nadie puede quedar al margen y sin ingresos. condenado a la inanición, a carecer de \ ivienda, a la enfermedad sin trata­miento o a privaciones similares. Esto no pueden permitirlo un sistema económico ni un gobierno ricos y buenos.

Para quienes no participan en la economía por la edad, la meta de la sociedad mejor viene siendo evidente desde hace mucho y, en realidad. ya no es demasiado controvertida. En todos los países avanzados se aceptan las pensiones de jubi­lación generalizadas y seguras para los ancianos. Ningún po­lítico norteamericano, por excéntricos que sean sus móviles, se opone de plano a las pensiones de la seguridad social.

Pero tambtén hay que ayudar a otros grupos de la socie­dad a quienes el sistema económico no procura ingresos. La

El funda memo social 43

madre soltera con hijos pequeños es claramenre uno de estos casos.. (La probable futura inanición <.h! la madre y Jos niños nunca ha valido para fomentar la moderación sexual ni el control de la natalidad.) Lo mismo los enfermos desde el pun­to de vista médico o mental, los corporal o mentalmente mca­pacitados. Y, como ocurre ahora, quienes están pasando de un empleo a otro y por el momento carecen de ingresos. Debe aceptarse que hay que conceder una ayuda mínima a cuancos se hallan en tales situaciones. Y no debe tratarse con menos­precio esta dependencia: «estar en la beneficencia». Quienes están necesitados ya sufren de sobra sin que tengan que ser estigmatizados por la sociedad.

El problema más molesto es el referido a quienes optan por no trabajar, no debido a la edad, a discapactdades corpo­rales ni a falta de oportunidades; siempre habrá un cterto nú­mero de quienes tengan esta disposición. Sin embargo, están en pugna con las normas de conducta que más a menudo se citan y tienen mayor vigencia social: a saber, la ética del trabajo. Nada tiene mayor aprobación que ésta. Nada se con­sidera más preciso para definir a la clase media, a la que se suele calificar de esforzada clase media, que su adhesión a la ética del trabajo y, en consecuencia, su poca disposición a sost~ner la indolencia de la clase inferior.

La evitación de las tareas penosas no se condena en rea­lidad de manera coherente. Dentro de la estructura de ingre­sos, el ocio no se considera socialmente inaceptable si lo pre­tenden quienes se hallan en los trechos superiores. Por el contrario. entre los opulentos y los ricos tiene una amplia aprobación; puede ser una virtud personal y social. Thorstein

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Veblen, en su perdurable clá!>ico The Thl'OI)' of the Leisure

Class (Teoría de la clase ociosa), ve la indolencia bien consi­derada como el ~ello ui!-.timivo de los ricos, y eso sigue sien­do así. Es sabido 4ue los Jntclectuales, sin excluir a los pro­fesores universitarios, necesitan repetidos y a veces largos descansos que los alivien del duro trabajo mental. Debemos ser tolerantes con la preferencia por el ocio que se pone de manifiesto en todos los niveles de nuestro sistema económico.

En una sociedad mejor no puede permitirse que nadie sufra inanición ni care¿ca de techo. El primer requisito es que existan abundantes oportunidades para encontrar trabajo y para ganar dinero, en lugar de inactividad forzosa. El grue­so de la solución radica en el funcionamiento general de la economía. No debe ser necesario recurrir a las ayudas públi­cas porque no haya empleos disponibles. Pero una vez ase­gurado el adecuado empleo debe seguir existiendo una red de seguridau para todos. Hay que aceptar que algunos optarán por no trabajar. La indolenc1a costeada por los servicios pú­blicos se enfrenta a actitude$ sociales muy arraigadas; pue­den, y de hecho deben, ejercerse presiones públicas para que los individuos capaces participen en la fuerza de trabajo, y algunos disfrularán sin duda al eJercer LaJes presiones. Sin embargo. la manición no es una sanción tolerable. En esta parte del sistema de bienestar es ineviLable que se pro­duzca algún abu~o. que es como se considerará, pero debe tolerarse.

La sociedad buena no persigue la igualdad en la retri­bución económica; eso ni es realizable ni es una meta so-

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El fimdumenw .wdaf 45

cialmente de~eablc. Hay unos p~tra quienc~ Jo" ingresos y la riqueza. con su exhibición pubhca o su contemplac.:ión priva­da. son la última meta y satisfaccrón. hay otro!> para quienes no lo son. El operador de Wall Street mide la calidad de vida por sus ingresos; el poeta, de hecho o aspirante, no. La esen­cia de la libertad consiste en que se acepten e!)tas diferencias de motivación y gratificación.

Por otra parte, hay fuentes de ingresos que una buena so­ciedad no puede defender. Un rasgo destacado del sistema económico comemporáneo es que proporciona mucha~ opor­tunidades de hacer dinero que son <;ocialmente indefendibles e intrínsecamente perjudiciales para la economía. Se celebró mucho en el pasado los ingresos procedemes de la explo­tación monopolista. Y más redentememc los ingresos pro­cedentes de las operaciones rareriles de las sociedades de ahorro y préstamo. Y los de quienes comercian con informa­ción confidencial y los del corsario mercantil que compra desde su cargo con facilidades y deja a la empresa la carga de una fuerte deuda, con costes para las futuras operaciones y para el·empleo. Y, como ya se ha señalado, los beneficios de los ejecutivos empresariales que, facultados por su segura posición y controlando por completo el consejo directivo, maximizan sus compensaciones según el móvil más antiguo de la economía. Y los ingresos derivados de la venta de pro­ductos que ponen en peligro o defraudan al consumidor o bien perjudican la salud pública y el medio ambiente.

Una buena sociedad debe distinguir entre el enrique­cimiento permisible y beneficioso desde el punro de vista social y el que se hace con coste social. La energía y la mi-

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-16 Una se>ciedad mejor

dativa del individuo que se consagra t\ la mela a menudo infecunda del enriquecimiento personal pueden ser útiles a la economía, También pueden recurrir a métodos SOCialmente dañinos. Por Jo tanto, una buena sociedad debe asumir la tarea csenc1al, difícil y sumamente controvertida, de hacer Ja distinción y hacerla con eficacia. La explfcita persecución del henefic10 es legítima. Utilizar información confiden­cial o d)fundir información falsa, no. La anterior experiencia de adquisiciones de empresas muy influyentes y. principal­mente, de bonos basura ha s1do mala y se han ocasionado serios perjuicio~ a raíz de seduc.:tores pro) ectos de inver!>ión. No hay, como ya he señalado. reglas universales en estas cuestiones: nada se puede dec1dir mediante el recurso a los principios de libre mercado del capitalismo ni a los del so­cialismo. Aquí. una \'el. más. se trata del pensamiento y la acción inteligentes, no de la adhesión a la autoridad de nin­guna doctrina.

También existe, en lo relativo .a los ingresos. la cuestión de lo que podría denominarse las exigencias sociales. En una buena sociedad hay, debe haber. un gran papel para el esta­do, sobre todo en favor de los menos afortunados de 1a co­munidad. Esta necestdad debe cumplirse y pagarse de acuer­do con la capacidad de pagar. Están aquí en juego la justicia elemental y la uti!Jdad social. Una pérdida de ingresos mar­ginales es menos dolorosa para los ricos que para los menos acaudalados. El hecho conrnbuye. además, al funcionamiento eficiente de la economía. Los pobres y los que tienen ingre-o medios gast~n lo que ganan de forma previsible; no así

El fundamento M>< inl .J7

los ricos. De ahí que los impueslo!> progrc~ivuc; teng;.¡n una función est:lbi li7adora en I:J medida en que ayudan a asegurar que lo que ;;e recibe como ingresos ~e de\Uel\ a al mercado como demanda de bienes producidos. Se ha sugerido que el empeño de mantener la cuantía de los mgresos una \'eZ. de­ducidos los impuestos sirve para inducir a los ricos a ser eco­nómicamente productivos; no obstante, lal \ez eso sea llevar demasiado lejos el argumento.

Si bien la economía debe conceder n todo el mundo ranto In posibilidad de participar como la de progresar de acuerdo a la capacidad y la ambición. hay otros dos requi~ito' más. Debe haber una razonable e~rabilidad en el desen\oh umcn-10 económico: el sistema económico no puede denegar repe­tidamente el empleo y las a~opiraciones debido a la rcce~1ón y la depresión. Y no debe frustrar los esfuerzo~ de quienes planean con dlligencia e inteligencia la ancianidad y el retiro. o bien con vistas a enfem1edades o necesidades imprevic;ras. La amenaza es en este caso. por supuesto, la innación -la disminución del poder adquisitivo del dinero- y con ésta la pérdida de previsiones para el futuro.

La seguridad para la vida futura se basa normalmente en el supuesto de que habrá precios estables o razonablemente estables. Hay algunos que cuentan con la protección de que los ingresos asciendan a la par que los precios; muchos no la tienen. En una sociedad buena debe hacerse honor a las ex­pectativas de una razonable estabilidad de los precios. Esta estabilidad no puede ser absoluta en una economía que fun­cione bien; la inflación de algunos precios es inevitable. No

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obstante, debe oscilar entre límite~ es1rechos y predecibles. Una buena sociedad no acepta lo que John Maynard Kcynes denominó la cuwnasia de la clase rentista.

Por último, una buena sociedad debe tener una fuerte dimens1ón mternacional. El estado debe vivir en paz y en relaciones mutuamente gratificantcs con sus socios comer­ciales de todo el planeta. Eslo debe ser una fuerza a fa\'or de

la paz mundial: debe operar en cooperaci6n con otros mu­chos estados-nación a csle ftn La guerra es la má~ imper­donable de las tragedias humanas y lo es absolutamente así en la era de las armas nucleares. También deben recono­cerse, y apoyar de forma cfecti\ a, las necesidades y esperan­zas de los miembros menm afortunados de la comunidad mundial.

Estos son los grandes requi!:-.itos de una sociedad mejor en su dimensión social. Empleos y posibilidades de progresar para todos. Crecimiento económico fidedigno que mantenga tal empleo. Enseñanza y, con Ja mayor amplitud posible, apoyo a la familia y disciplina para facilitar la futura partici­pación y remuneración. Supresión de los desórdenes sociales en el plano nacionaJ y en el internacional. Red de seguridad para quienes no pueden mantenerse o no se mantengan de hecho. Oportunidades pnra realizarse de acuerdo con la ca­pacidad y la ambición. Prohibición de las formas de enrique­cimiento financiero que se hacen a costa de los demás. Que la mflación n~ fruslre los planes para el bienestar y el sub-

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El fimduml'IITO :.ocia/ 49

\idjo futuros. Una dimensión cooperativa y compas1va con el extranjero.

Los requisitos son bastante C\ identes. incluso lugares co­rnunes, y, con algunas excepc1ones muy notables, acepta­bles. especialmente dentro de la retónca de la época. Más controvertidas son las medidas necesanas para realizar es­tos fines.

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El buen sistema económico

N o hay ninguna duda seria acerca del fundamento eco­nómico de una sociedad mejor. Como se ha señalado

de sobra. debe haber oportUnidades de empleo para todos los miembros que lo deseen. Esto significa. con una población en crecimiento y mayores aspiraciones. una expansión soste­nida de la economía y, en consecuencia, un aumento regular y previsible del número de trabajadores con empleo.

El problema central a que debe enfrentarse aquí una buena sociedad es la dolorosa tendencia de la economía moderna a los peóodos, a veces prolongados, de recesión y estanca­miento, inevitablemente acompañados de mayor desempleo. Estos episQ.díos recurrentes, no la continua expansión vigoro­sa, son un rasgo fundamental del sistema de mercado. De modo que en la época contemporánea hay un desempleo per­manente, incluso en los periodos de señalado crecimiento y bienestar.

Pocos temas han sido sometidos a un estudio más impla­cable que 1as fluctuaciones económicas, lo que antiguamente

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se llamaba el ciclo económico. La esencia del fenómeno no es en ab~oluto oscura. La economía moderna requiere un flujo regular de poder adquisiuvo -en términos económico~. demanda global- suficiente para utilizar la capacidad pro­ductiva disponible, fomentar el requisito de la expansión con­siguiente y dar empleo a todos los trabajadores disponibles. Excesivamente identificada con el trabajo asalariado de las factorías industriales. la fuerza de trabajo así empleada se extiende ahora a una amplia gama de ocupaciones: servicios, artes. espectáculos. niveles tecnológicos superiores, enseñan­za y mucho más. Si bien es inc\ itable cie11a dificultad al ade­cuar la especialización a la necesidad, el total de empleo de la fuerza de trabajo es lo que, en cualquier momento dado, pone el límite superior a la capacidad productiva de la econo­mía. La demanda global de bienes y servicios debe mantener la economía en ese lím1te o cerca de ese límite. No conseguir hacerlo -dando lugar a desempleo cíclico o perdurable- es inconsistente con las metas de una buena sociedad.

Debe asumirse la tendencia cíclica del sistema económi­co de base. Tiene varias causas, pero la evidente y previsi­blemente persistente es el exceso especulativo de los buenos tiempos, que da lugar en último término al recorte del gasto en inversiones y en consumo; esta reducción del flujo de demanda global tiene inevitabJes·consecuencias sobre la pro­ducción y el empleo que alimenta. El episodio especulativo, en cualqUiera de sus formas --en seguros, en bienes raíces, en bonos basura, en la obsesión de fusiones y adquisiciones de la década de 1980 con la depresiva acumulación de deudas, to­das dentro de la genealogía de la locura por los tulipanes que

El buen \'i.Wema ecnu6mico 53

hubo en Holanda en el siglo X\ 11 ) de la ccSouth Sea Bubble>> del siglo XVIII-, es, repetimos. un rasgo mclud1ble del siste­ma. Se ha vivido en Estados Unidos desde los pnmcros tiem­pos de la Unión. Siguen mevilablemente la recesión o depre­sión y el desempleo. Una mejor comprensión, Ja normativa adecuada, más sentido común, eso puede ayudar quizás a controlar el boom, pero en la práctica debe concentrarse la atención en mitigar el infortunio y el malestar, y especial­mente el desempleo resultante ele esta inestabilida<.l cíclica consust:mcial a la vida económica.

La estabilización <.lcl flujo de demanda global es el factor vital. La demanda global tiene tres componentes decisivos: el gasto en consumo, el gasto en inversión privada y el gasto derivado de las actividades fiscales del estado, del gasto es­tatal que excede o bien no alcanza a las entradas procedentes de los impuestos. En ciertas ocasiones. lo obvio acaba con el debate económko.

Si el flujo del poder de compra -de demanda global­és insuficiente para mantener un alto nivel de actividad y de crecimiento económico, se cree en general que determinadas medidas fáciles de promover y sumamente beneficiosas res­taurarán la confianza de los consumidores y de las empresas: esto conducirá, a su vez, a un aumento de la inversión priva­da y a más gasto en consumo. Las medidas así favorecidas consisten en retórica y en plegarias públicas y privadas, ins­tancias para que se restaure el equilibrio de la administración central y propuestas para que se contengan las medidas pú­blicas reguladoras. En la anterior experiencia no se ha de-

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mostrado que tengan gran efecti\idad. Tampoco son \'istas así en general. excepto por qu1encs recurren a ellas.

Con el tiempo, las reces10nes o depresiones -no hay di­ferencia formal entre ambas cosas, aunque algunos econo­mistas ha) an pretend1do distinguirlas- acaban. Los excesos y las ine\ 1tables pérdidas. causadas por la especulación Y que son ihvariablementc el sello de los buenos tiempos. retroce­den en el recuerdo y en los efectos. Re\'ive el gasto y la in­versión. No ob~wnte, el periodo de espera es doloroso. y en especial para quienes son más \ ulnerables dentro del mundo económico. En consecuencia, una sociedad buena debe tener un plan eficaz para combatir e tos periodos de infortunio y para asegurar un aumento de la producción y del empleo regular y fiable.

Hay tres líneas fund.tmcntales de acción correctiva que llevarán e!>to J cabo, aumt:ntclndo d flujo de la demanda glo­bal como se precisa. Pueden bajar"e los impuestos, liberando en manos de los consumidores más renta que gastar en con­sumo privado. Desde una perspectiva mucho más del gusto de aquellos cuyos impuestos se ven de esta manera redu­cidos, algo que ya hemos sugerido, se sostiene que esto también fomenta la iniciativa y la inversión personal y em­presarial, dando lugar a un increinento adicional de la deman­da global. Se cree que nadie está tan inclinado al desuso ni tan estimulado por la perspectiva de mayores ingresos como el contribuyente acaudalado.

En segundo lugar, el banco central puede reducir los tipos de interés, fomentando de este modo los créditos y la inver-

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sión o ga~to de las empresas } de los consumidores. lo que se agregará al flujo de la demanda global

Además. y por últuno, el estado puede contribuir direc­tamente al flujo de la demanda med1ante nuevos gastos que excedan las entradas fiscales: med1antc un déficit voluntaria­mente aceptado o acrecentado. Mediante una o varias de es­tas medidas puede mantenerse la demanda global. o eso se sostiene o espera. en el nivel que hará que las empresas y el estado requieran a todos los trabajadores disponibles.

Por desgracia, es muy variable la cfecti\ idad de estas di~tintas medidas públicas. Y 1amb1én c ... tá el problema de la inflación. Y la preferencia ya observada y socialmente encubierta que tiene una buena parte de la sociedad por el estancamiento y el desempleo antes que por las medidas que contribuyen o aseguran el crecimiento económ1co y el alto empleo.

Las medidas sobre los tipos de interés, que generalmente se denominan política monetaria, cuentan con la mayor apro­bación de la clase dirigente en tanto que política eficaz con­tra el estancamiento y el desempleo; en consecuencia, deben ser lo primero en examinar. Dispone de la necesaria autori­dad, y la asume, un banco central; eo Estados Unidos, la Re­serva Federal. Se considera que la política monetaria tiene la especial virtud de no recibir presiones del sistema demo­crático; las medidas necesarias las adoptan los responsables, situados socialmente a una higiénica distancia del habiluaJ enfrentamiento. influencia o control políticos.

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En lo tocante a la~ medidas monetarias, hay tambi~n una magia caractl!rÍstJca que. se piensa. dirige a quienes parti­cipan íntimamente l!n IJs cue~tioncs financieras: una magia que está más allá de la comprensión de los mejor informados profanos. Esto debe subrayarse: en las actitudes modernas nada se cree que signifique en mayor medida una inteligen­cia excepcional que la \inculación a los grandes consorcios monetarios. Sólo el conocimiento directo de quienes ocupan esas posiciones desdice el mito.

El gra\'e fallo de la política monetaria es que puede tener poco o ningún efecto sobre la demanda global. Como se ha señalado, se supone que bajar los tipos de inrerés actlÍa con­tra las condiciones depresivas al fomentar el endeudamiento y el gasto de lo~ consumidores y la inversión empresarial. Lo segundo responde al menor coste de los créditos y en conse­cuencia a las mejores posibi'1dades de beneficio. Pero cuando los tiempo. son malo ) el desempleo alto, baJar Jos tipos de interés no in<>pira con seguridad mayor gasto en consumo: predominan las actitudes propias de la depresión, incluid~ las que son consecuencia del desempleo o del empleo inseguro. Y en tales tiempos, siendo evidente eJ exceso de capacidad económica, las empresas comerciales antiguas y nuevas tal vez no se vean estimuladas por los bajos tipos de interés a pedir. préstamos e invertir, que es como contribuirían al flujo de ingresos: la perspectiva a mayor plazo es demasia­do incierta. También existe un aspecto adverso en los bajos tipos de interés: la reducción de su aportación a la demanda global. Nada de esto, no obstante, disuade la fe en las me­didas monetarias como instrumento económico decisivo.

F./ buen fi\tema económico 57

Triunfa aquí una convicción cuasirreligiosa sobre la expe­riencia conflictiva.

La reducción de los Impuestos también se celebra como una forma de sostener la demanda global durante las rece­siones. Al disminuir los impuestos sobre Jos ingresos o sobre el consumo, los individuos tendrán más fondos a su dispo­sición para agregarlos al flujo de la demanda. Además, in­centivados por la perspectiva de mayores ingresos una vez deducidos los impuestos, aumentarán In actividad y Ja inver­sión de los fabricantes.

De nuevo aquí Ja esperan7a cstt\ reñida con la realidad; no hay ninguna seguridad de que los fondos liberados por la reducción de impuestos se inviertan o se gasten. En Jos ma­los tiempos las personas y las empresas que resultan de este modo beneficiada bien pueden optar por retener su dmero. Además, una parte inquietante de los partidarios de Ja re­ducción de impuestos como antídoto contra el estancamiento económico y el desempleo procede de aquellos a quienes ali­viará la carga fiscal. De la conveniencia individual se dice

' ' saldrá el beneficio general. El efecto contrario de la imposi-ción. sobre las capas con mayores ingresos es en realidad Jo cierto: ahi los impuestos pueden obl igar a gastar los fondos que de otro modo se mantendrían sin gastar ni invertir. La re­ducción fiscal sólo puede servir para lo que John Maynard Keynes llamó, en frase famosa, In preferencia por la liquidez. El deseo de retener el metálico o su equivalente no se añade con efectividad a la demanda global.

Como fonna de estimular la demanda en tiempos de ere-

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58 Una sociedad nwjor

cimiento ncgati\'O o estancamiento sólo queda la interven­ción directa y actn·a del estado para crear empleo. En un mundo ideal e!>tO no sería nccesano. En el mundo real, de re­petidos y prolongados estancamientos, no hay otra alterna­tiva eficaz.

Los detalles de las correctas medidas públicas contra la recesión y la depresión están claros. Las ta~as de interés deben reducirse. por supuesto, cualquiera que sea el efecto que produzcan. Pero la única medida verdaderamente sustan­cial es que el gobierno actúe proporcionando empleo a quie­nes el desempleo es Inevitable de otro modo. Al hacerlo el estado debe endeudarse y aceptar la realidad de un mayor déficit en las cuentas públicas. Este déficit. como se seña­lará de inmediato. no Jebe ser visto como una barrera para la acción pública eficaz. pues al estimular la actividad eco­nómica aumenta las ganancias y las entradas fiscales. Las mejoras de la mfraestructura pública -carreteras, escuelas. aeropuertos, viviendas- que hagan Jos recién empleados también aumentarán la riqueza y los ingresos públicos. Con el tiempo, el endeudamiento público puede ser una actuación conservadora desde el punto de vista fiscal.

Cuando la economía se recupera y aumentan los ingresos públicos, entonces debe haber una disciplina que ponga fin a la estimulación del gasto. Los i_mpuestos deben mantener­se en los niveles anteriores o bien incrementarse para con­trarrestar Jos excesos especulativos y, en último término, la presión inflacionista de la demanda sobre los mercados.

Nada es fácil en esta gran línea de acción. Un grupo de opinión influyente la descarta ahora por no alcanzar a com-

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prenderla colectivamente la ~ocicdad actual. Una vez más el desafortunado hecho se afirma de por sí: no hay nmguna alternativa eficaz. Lo que se descarta por considerarlo difícil desde el punto de vista funcional e ideológicamente anacró­nico es la única manera de evitar repetidos periodos de es­tancamiento y desempleo.

En eJ invierno de 1995 la recién elegida mayoría republi­cana del Congreso estadounidense, con algún apoyo demó­crata, por un par de votos no presentó a los estados de la Unión una enmienda constitucional que exigía el equilibrio presupuestario salvo en tiempo de guerra. Esta podría haber sido la propuesta legislativa económicamente más regresiva de los últimos años, concurso nada fácil de ganar. Hubiera exigido aumentos fiscales y reducción de los gastos de la ad­ministración central cuando el fluJO normal de entradas esta­tales ya estaba reducido por la recesión o depresión. Y hub1era pennitido mayor gasto público y mayor reducción de impues­tos cuando los tiempos fueran buenos. sumándose por lo tan­to al ánimo en general especulador e inflacionista. No habría habido mejor forma de aumentar la inestabilidad económica.

Esta regresión resultó derrotada, aunque sólo por la mi­noría exigida para bloquear la aprobación por el Congreso de las enmiendas constitucionales. Fue además una demostra­ción de que están lejos de ser aceptadas las medidas nece­sarias para contrapesar el boom y la recesión, el ineludible carácter de la economía de mercado. Las actitudes dominan­tes siguen sin buscar una economfa e_stable y buena. sino una economía dolorosamente inestable.

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Hay que mencionar un último punto. El fracaso económi­co, el desempleo, <;e achaca comúnmente a los tmbajado­res. Una respueMa estándar para mejorar las estadísticas de desempleo es la invocación a la mejor preparación de los trabajadores. Ese es el remedio políticamente respetable. La educaciqn. la preparación, es desde luego fundamental para una '\OC1edad buena, lo cual se subraya en otro lugar. Pero no es relevante para las depresiones cíclicas de que nos ocu­pamos ahora. Cuando llega la depresión o recesión se ven afectados tanto los cualificados como los no cualificados, los informados como los ignorantes. De e lo no cabe dudar. La petición de trabajadores más preparados como remedio para el desempleo 1nduc1do por la recesión es el úhimo re­curso para la inteligencia liberal vacua.

Una sociedad mejor debe enfremarse a la depresión, a la recesión y al estancamiento que atligen a la actual economía de mercado. Pero tambien debe enfrentarse a los problemas de alto ·y pleno empleo. a la inflación y a la preferencia profun­damente encubierta de a·lgunos, en realidad de muchos, por el estancamiento económico. Y queda la tan controvertida cuestión del déficit. Estos son los temas de los capítulos siguientes.

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La inflación

e omo se ha señalado antes, dos problemas especialmen­te difíciles estorban la búsqueda de la buena economía.

Uno es la posibilidad. casi la seguridad. de que con pleno o casi pleno empleo y con un índice grarificante de expan­sión económica habrá algo de mflación. Y ex1ste el hecho adicional de que un sector numeroso e intluyenre de la socie­dad moderna no tiene ninguna queja personal contra el es­tancamiento ni contra el desempleo, prefiriéndolos mucho mejor que las medidas que Jos tratarían con eficacia y el ries­go de inflación a que así se propiciaría. Sólo que de hecho esta preferencia no debe admitir~e. ni siquiera mencionarse. Manifestarse públicamente a favor del estancamiento o de la recesión sería menos aceptable desde el punto de vista po­ütico que una decidida postura a favor del acoso sexual.

En una situación que se acerque al pleno empleo -oportu­nidades laborales para todos los trabajadores que lo deseen, mayores ingresos para los demás- la amenaza y la realidad

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62 Una snciedad mejor

de la inflación ~\! COn\ iertt!n, junto con el Uéficit pre!>UpUCS­tano que tal vc1. haya estimulado esa recuperación, en las cuc~tiones económicas de que más se habla. Y las cau'\as que controlan la intlación ya no se ponen en duda. El flujo de la demanda que despeja los mercados. expande la producción y aumenta la necesidad de trabajadores. también permite ine­luctablemente que los precios suban. Esta oportunidad será entonces explotada o for7ada. Y donde hay oportunidades generales de empleo. !iiempre habrá escasez de trabajo ge­neral, regional o c;ectorial. Esta escasez se superará mediante la oferta de salarios mác; alto:-. sabiendo que, en un mercado fuerte que ha dado lugar a la ... ubida de los salarios. los cos­tes añadidos pueden traspasarse al consumidor. Y los salarios más altos conducirán a más demanda, a más presión sobre

los mercados El mercad•) fuerte y las mejores ganancias de los empre­

sarios tambten estimulan. no es menester decirlo, las reivin­dicaciones de los sindicatos, una fuerza en decadencia en Estados Unidos. pero todavta apreciable y socialmente esen­cial. Estas reivindicaciones. a !iU vez, proporcionan tanto jus­tificación como necesidad de subir los precios.

La economía no siempre cel_ebra sus insolubles. Lo hace, por ejemplo, en la cuestión del empleo y la inflación. Hace muchos años que la curva de Phillips, de A. W. Phillips, de la London School of Economics y de la Universidad Nacio­nal de Australia, identificó la clara disyuntiva -la renun­cia- entre mucho empleo e inflación o desempleo y precios

LA inflación 63

relativamente estables. Esta dis} un tÍ\ u está presente en todo el pensamiento aceptado.

En tiempos recientes. stn emoargo, ha habido un stgnifi­cativo cambio en la preferencia entre la inflación y el desem­pleo. Antes, el desempleo era el miedo dominante; el pleno empleo era la prueba primordial del buen funcionamiento económico. Así permanece en buena parte de las formula­dones económicas respetables. Pero la realidad más profun­da es que la inflación es considerada ahora por la fracción más influyente de la sociedad actual la amenaza principal conrra el buen desenvolvimiento económico: los precios estables constituyen el objetivo predominante. Desde esta perspectiva, el desempleo se ha convenido en un instrumen­to para estabilizar los precios. Esto refleja una nueva reali­dad, perceptible aunque no se describa a menudo con tanta contundencia. tan presente que 1ncluso molesta.

El hecho dominante es que, en el sistema económico y la sociedad actuales, quienes tienen voz e influencia políticas se ven más perjudica~os por la inflación que por el desem­pleo. El desempleo Jo padecen los afectados y sus familias; su sufrimiento pueden tolerarlo fácilmente quienes no lo experimentan.

De hecho, el desempleo tiene algunos efectos atractivos desde el punto de vista social y económico: los servicios están bien provistos de trabajadores anhelantes, forzados por la falta de otras oportunidades de empleo; los trabajado­res con empleo bien pueden ser más cooperativos, incluso dóciles, lo mismo que sus sindicatos, por miedo al desem­pleo: Y, lo que es aún más significativo, para la mayor parte

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de los ciudadanos. incluidos los que tienen voz política con influencia, la falta de pucMo~ de trabajo no con~tituyc una amenaza.

La inOación, por el contrario, extiende su red a todo lo ancho del sistema económico actual. Las muchas personas que VJven de ingresos fijos, de pensiones, de ahorros acumu­lados, la temen como no temen al desempleo. Incluso si la tasa de beneficios se mantiene pareja (mediante indexación) al creciente coste de la vida. la subida de los precios sigue inculcando sensación de inseguridad. Los aumentos se apre­cian a diario: los ajustes proporcionales (por indexación) sólo ocurren a intervalos que llegan a ser anuales. La estabilidad de los precios parece mucho mejor.

Entre qu1enes prefleren la estabilidad de los precios con desempleo sobresale la comunidad financiera. Ésta compren­de los bancos centrales en los que. en el cac;o del Sistema de la Reserva Federal, se ha concedido a los banqueros una voz estatutaria. Y los banco'i comerciales. las sociedades de in­versión y el gran mundo financiero. Todo el que presta dinero desea que se le devuelva con más o menos el mismo poder de compra. La inflación atenta directamente contra este deseo. Y además se produce aquí un fuerte efecto subje­tivo. Evitar la inflación ocupa un lugar independiente como prueba decistva de la calidad de ia gestión financiera. La in­flación proyecta una sombra alárgada sobre la gestión, mos­trando sus defectos. El banquero central competente es el que mtnimiza la intlacrón. El hombre en cuestión -no es éste terreno de mujeres- no se ve sometido a un examen similar en lo tocante al desempleo.

ú1 infla( ión 65

Si bien en oca~iones se c.xprc ... a abicnamt!nte --·El dc­'lempleo no es asunto mío»-. los rectores de Jo., bancos cen­trales y de la comunidad financiera en general tratan con cier­ta reticencia el papel estabilizador de los prectos que cumple el desempleo. Se acepta que es de temer) deplorable una re­ducción demasiado grande o demasiado rápida del desem­pleo; Jo único que se elude es la aprobación explícita de que exista una gran reserva de gente que busca trabajo con ansie­dad y la mención de la función e!:>tabili7adora de los precios que desempeña.

Una sociedad buena y fuctihle no puede esperar una reconciliación del pleno empleo con los precios absoluta­mente estables. No obstante, algo puede hacer por minimizar el conOicro entre ambas cosas. Incluso en un mundo donde ha disminuido la fuerza de los sindicatos. puede haber un reconocimiento y una limitación de la esp1ral de salarios ) precios. Los acuerdos salariales pueckn mamenerse dentro del marco de la estructura de precios existente. Hace tiemP.o que se ha aceptado que esto es uno de los rasgos de las ne­gociaciones de los sindicatos en Europa: no es sorprendente que haya dado en llamarse «el modelo europeo». Por su par­te, la patronal debe mostrar respeto por la contención de Jos trabajadores· manteniendo los precios estables.

En otros tiempos, los gobiernos, tanto si eran de talanre c~nservador como si eran liberales, incluidos Jos de Estados Unidos, han instado a la contención de precios y salarios, im­poniéndola de vez en cuando con controles de precios y sa­larios. Esto, no obstante, entra en conflicto con la estructura

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fundamental del sistema de mercado y asimismo con pujan­tes actitudes ) creenc.:ias económicas y políticas. A lo más que se puede instar hoy. en las negociaciones de precios ~ a­larios. es a un sentido de la rcspon!.abilidad que refleJe el interes público general.

La disyuntiva entre el desempleo y la inflación no pue­de eludirse: hay que afrontarla. Una buena sociedad no puede relegar una parte de la población a la ociosidad, al infortunio social y a la privación económica. con objeto de lograr !a estabilidad de lo. precios. Debe aceptarse como necesano el mal menor de que suban los precios. Nunca puede defen­derse una innación grave -ningún tajante deterioro del po­der adquisiti\.o del dinero-. pero la progresiva expansión económica que proporciona de hecho empleo a la mayor par­te de los trabajadores significará inevitablemente algún mo­vimiento ascendente de Jos prec1os Así ha sido. sin efectos perjudiciale.,, en el pasado. Así ocurrirá también en el futur~. Esto es mejor, desde el punto de 'ista social, que una esta~t­lidad lograda mediante el efecto depresivo del extenso OCIO

forzoso.

Debe comprenderse que no puede haber al mismo tiempo pleno empleo y precios estables. Consiguientemente, ~~a sociedad buena debe actuar de forma que suprima o mml­mice Jos efectos desagrad~ble~· de ambas cosas. El subsidio de paro debe ser generoso; los abusos episódicos no ~eb:n ser un argumento en contra ni puede aceptarse, en nmgun sentido. que su percepción conlleve menosprecio social. Es un elemento imprlftante y esencial del sistema.

La inflación 67

Del mismo modo, puesto que se ha reconocido que es ine\ itable una cierta tasa de in nación. tambien se debe ac­tuar para mitigar su efecto negativo Concretamente. debe haber una indexación de los ingresos ftJOS y contractuales, de las pensiones, de los salarios de los profesores y funciona­rios, y en el plano de la red de seguridad mínima. También, y es lo más importame cuando se escribe esro. del salario mí­nimo. La indexación se ha convenido en una práctica muy generalizada; debe ampliarse de acuerdo con las necesidades y ser considerada algo normal. La fijación de los tipos de in­terés también debe retlejar las expectativas de crecimiento de los precios. No obstante, sobre este asunto la comunidad financiera está en la actualidad más que suficientemente sen­sibilizada.

Como se ha señalado, muchas de las actitudes contrarias a la inflación proceden de la clase rentista. Es ésta un colecti­vo numeroso dentro de la soctedad actual > no pueden po­nerse en duda su profunda oposición a la tnflación y la fuer­za de sus manifestaciones. Ambas cosas se deben a su clara preferencia por ingresar altos intereses en conjunción con pre­cios estables.

Hay un hecho más, latente en la mentalidad financiera y en buena parte de la opinión pública, que consiste en Jo que se ha llamado 1a teoría de la inflación como embarazo. Así como una mujer no puede estar un poco embarazada, tampo­co puede haber un poco de innación; es inevitable que haya algo más. Esto es claramente absurdo: la innación puede aumentar o disminuir en concordancia con las fuerzas que la motivan. Tal ha sido la experiencia de los años anteriores,

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mcluso de década' Sio.,tcmátic.tmente. los precios han ido crecJent.lo despacio. sm mngún dc.,astre final ni. como -.uele denommarsc. hipcrintlac16n

En lo., años postenorcs a la segunda guerra mundial huho mucho empleo y un crecimiento económico vigoro o. junto con una modesta subida anual de los precios. Esto último no sigmfica que las co;sas estu\ ieran descontroladas. Lo que ha­bía de di..,tinro entonces era que la cuestión de la inseguridad en el empleo aún no ..,e había singularizado como la solución contru la amenan de la inflaci6n.

Al delinear las caracterío;ticns de una sociedad mejor sería agradahle cspeci ficar que deben conseguirse a la vez pleno empleo y precios estables. De hecho. esto se ha men­cionado como objetivo en muchoc; comentarios del pasa­do. Aquí. como icmprc. lo utóp1co entra en conflicto con lo factible. Un bajo ni\cl de de.,empleo es necesario. es un ob­jetivo que no puede ponerse en entredicho. Pero no cabe en el campo de lo pos1ble su combinación con la absoluta estabilidad de los precios.

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El déficit

H ay ocasiones en _la ~1Jstoria y en la experiencia actuales en que la enuncJac16n de algo del más elemental sen­

tido común tiene una apariencia e.xcéntricn, irracional e in­cluso algo demenre. Es el riesgo que corre hoy en Estados Unidos quien desafíe el actual comprorni~;o de reducir \ eli­minar el déficit público. iendo éste el exceso gener;l del gasto por encima de los ingreso en las arcas públicas. Como acabamos de señalar, la exigencia de equilibrio presupuesta­rio no se ha convertido en mandato constitucional, con no menos protección legal que la libertad de expresión o Jos de­rechos de la propiedad privada, por un margen de un par de votos, en el caso de que posteriormente dieran su conformi­dad los estados miembros. Que un dctenninado gasto puede aumentar el déficit se ha convenido en una objeción decisi­va en su contra, y esto es asf incluso cuando se trata de Jos objetivos más necesarios, que afectan a los ciudadanos más necesitados; y especialmente entonces, en una medida sus­tancial, e!l los últimos tiempos. En la experiencia estadouni-

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den\e <klcrmina<.Jo, ga\tos de la administración central \1-~\Ul'n sin pn)\o~ar prcm:upación pública por el délicll. de Jo., que d ejemplo má., imp1csionante c ... el de los gasto.. milita­res. sobre los que \Ohcré más adelante. No ocurre desde lue­go lo mi.,mo con los que recaen sobre los pobres.

En una ... ociedad buena. ¿cuál es la nonna dominante en Jo referente al endeudamiento público y a la creación de dé­ficit público?

No hay ley ni tradici6n. argumentaré. que exija un presu­puesto equilibrado: igualdad de ingreso!> y de gasto'i al cerrar los aiios. Esto no signilica. no obstante. que el presupuesto y Jos déficits presupucstanos del estado actual puedan tratarse a la ligera; siempre se prcc.isa un Cierto grado de inteligencia y de discrec16n. Lo t:!>t:ncial es que la inteligencia y la dis­creción se ejerzan dentro de un marco relevante. Permítase­me concretar. lo que supone una e\cepción en este tema.

Hay tres grandes categorías de gasto público. Los hay que no sirven a ningún propósito visible prese~te ni futuro; los hay que protegen o acrecientan la actual situación de la economía o de otras condiciones sociales; y los hay que pro­ducirían y permitirían un aumento en el fururo de la renta. de la producción y del bienestar.

En primer lugar. los gastos sin propósito bueno ni nece­'Sario. Debe aceptarse que ningu~a institución es perfecta y desde luego que no lo es el estado actual. Existe en toda gran organización, pública o privada. una tendencia al exceso de personal: el deseo universal de rodas las jerarqufas organiza­ti vas a emplear talento ad1cional subordinado o lo que así se

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El déjicir 71

simboh7a. La vida s1emprc 't: .unplía cuando \C di. pone de ot_ros para que hagan el trahajo de uno y p1cn,en por uno. El numero de los así empleados es una medida habitual de la posición Y el prestigio de quien les da trabaJo. a la vez que se .agrega al gasto total de la organuac10n que los emplea. Ex1ste también el gasto que responde a intereses políticos o económicos, no a las necesidades o deseos de la sociedad ~n general. Y hay gasto que sobrevive al propósito a que en t1empos sirvió.

En la medida en que el gasto sin propósito escapa al con­trol Y a la eliminación -una de las primordiales tareas de la admini~tmción pública- debe ser un CO'>te corriente con car­go a los ingreso corrientes. Nadie. e\ceptuando siempre a los perceptores de concretas generosidades. puede defender que tales gastos deban cubrir~;e con endeudamiento público Que las posteriores generaciones hayan de ~er responsables del actual despilfarro no cuenta con defensores públicos. Lo preocupante en este caso. sin embargo. no es el pnncipio, sino el hecho práctico de que el despilfarro en cuestión no es fácil de detectar. Se trata de una tarea que complica enormemente la tendencia que viene de antiguo a describir como despilfarro lo que en realidad afecta beneficiosamente a alguna fracción diferenciada;¡ más necesitada de la comunidad.

La segunda Y muy extensa categoría de gasto público que debe cubdrse con las entradas fiscales es la del funciona­miento corriente y diario de la adminbtración: las funciones que ho~ son urgentes pero no tienen una dimensión temporal reconoc1ble. Comprenden é~tas un vasto abanico de activida-

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72 Una .locic•t/(/(/11/ejor

des c~tatalcs: la impm.ición Jc la ky, la LIIrccción rutina­ria eJe la política internacional. el apo) o gubernamental a la industna y a lu agric.:ultur<~. el so-.t~n en uempo de paL del eJ¿rcuo (que. cumo :-e ha ,d1alado. es tema de especiales con­SJderacione que más adelante abordaremos) y otros muchos. No hay ninguna justificación económica ni políti~a para en­deudar!>e por estas tareas, añadiendo la carga de mteres~s. al definitivo coste total. Sometidos a los efectos de la pohuca fiscal general que combate In recesión o depresión, las vigen­tes funciones dcmocníticamcntc de~:ididas del estado deben abonarse mediame los impue!ltos y otras entradas corrientes.

Quedan aquello!'> gastos c~tatales que pretenden mejorar el futuro bienestar y el crecinm~nto económico o a lo que am­bos sirven. Aquí el cnueuLiamientos no sólo es legítimo ~ino social y económicamente de-.eable. Similares endeudamien­tos del sector pm JJo de la e~onom1J ~on a la vez aceptados y totalmente aprobndos inclu~o por los más elocuentes, a me­nudo vehementes, opositores al déficit público.

Concretamente. lo que las modernas empresas dan por supuesto es también una política apropiada para el estado. Los gastos por la producción corriente deben cargarse so~re las entradas corrientes; no es necesario en el caso de las m­versiones que acrecienten los fut_uro: ingresos y beneficios. Para éstos, el enc.Jeudamiento debe ser aceptable, debe ser normal. Los costes de los intereses y de la amortización de­ben cargarse sobre las entrada!!; no así los gastos en capital. Hablando en general, esta es ahora la regla en lo tocante a Jos gobiernos locales en Estados Unidos. Sólo el gobierno

El dlficir 7 J

federal presenta todos los ga-.to' en capital como gastos co­rrientes. Ninguna lógica arnp<•ra esta COillabilidad. sólo la conveniencia. la trad1ción. y la retórica y el error políticos.

Cuando el gasto público promueve o de hecho es esencial para el futuro crecimiento de la economía -aumentos de la producción, del empleo y de la renta con los que abastecer los futuros ingresos públicos- el endeudamiento es absolu­tamente aceptable. Este endeudamiento no puede considerar­se un coste gn¡,·oso para las fwuras generaciones. pues éqas serán las beneficiarias y C'i lo apropindo que lo paguen. Su­poniendo que las tasas fiscnle" se mantengan en general y la economía sea por lo demás estable. tal pago 'e hará con el incremento de las futuras entradas. Estas entradas en expan­sión son. en mayor o menor medid;!, producto de las ill\ er­siones a largo pla7o. En el sentido más amplio. estas se ha­cen para facilitar tales ganancias.

Una gran cantidad de los ga~to estatales dan lugar a e~ta futura compensación. Para las obras públicas es e\·idente y.

· de hecho, es el ejemplo que normalmente se aduce. Las in­versiones para mejorar Jos servicios de transporte, sin excluir el tráfico aéreo y su futuro control, son igualmente eviden­tes. Las futuras generaciones pagarán por lo que ellas usarán. Lo mjsmo ocurre con el endeudamiento para mejorar los ser­vicios postales públicos; ese endeudamiento es algo que dan por supuesto los servicios postales privados de la competen­cia. Pero lo evidente no es la totalidad, ni siquiera la parte más importante, del argumento.

Las inversiones en atención sanitaria significan una fuer­za de trabajo más productha en el futuro: porque debido a la

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7-1 Una wcit>tlmlmejor

buena ... aluu habrá mcmh ncce.,Jdad de ga~1o~ médico .... r .o mismo\ ale para las ill\cr~iones en programas para rc:-.tringir el abuso ue uroga, .• tlcohol y labaco. Los niños protegidos y rescatado~ de la pobre1a por la asistencia social se converti­rán en c1udadanos productivos. Es1e desembolso corriente alimenlllrá la futura producti\ idad y rendirá los ingresos adi­cionales que. a tra' és de los impuestos. pagarán Jos intereses y la amortización de la deuda contraída.

No obstante. e:-.tos sólo son vi:-.lumbres del cuadro general. Nada mejorará tanto la renta y la producción futuras -el ren­dimiento de la t!conomía en general- como la cualificación de los ciudadanos mcdi.mte la cnscfianw. Oc ahí se sigue que, cuando se con:-.ideran las inversiones con vistas al futuro. nadn garanti1ará con tanta eficacia las futuras enlrada · como las hechas en educación: en meJorar la inteligencia y la pro­ducti\ idad dL lo~ seres humano'> Por otro lado. buena parte de lo gastos en enseñanza. y también en sanidad y similares. debe considerarse una carga corriente: no hay inversiones con efectos más generales. El problema surge al distinguir entre las dos cosas.

De hecho, no hay forma de distinguir entre los gastos en las necesidades corrientes de enseñanza, sanidad. asistencia social mínima u otros muchos servicios públicos y los que harán aumentar la renta futura. Y bien puede ponerse en duda si merece la pena el empeño de identificar los gastos destinados a L'rear nqucza futura. No existe ninguna posibili­dad de hncu una distinción numérica que se oponga a la dis­tinción conccpt~al. No obslantc, sí existe una regla general.

El déficit 75

Siempre suponiendo la ciiciencia global de la admini~lra­ción Y la inteligencia pública ... en la vnlnraci6n de la~ funcio­nes públicas. el déficit ) la constguientc carga de intereses crecerán con el tiempo guardando una proporción constanre con el crecimiento del conjunro de la economía. Si crecen más deprisa. hay que preguntarse si no incluyen gastos que no están destinados a contribuir como se espera al desarrollo económico. Si no IJegan a equipararse. queda al menos In cuestión de si se hacen las adecuadas inversiones públicas a favor de la necesaria expansión económica. Al ser imposible hacer ningún cálculo e"Xacto '>obre los componentes corrien­tes Y los capitali1adores del prcsupue~;to. hemos de recaer en las cifras conjuntas.

El gasto de costear la deuda pública dehe mantener e más o menos a la par que el aumento de los medios disponibles par~ pagarlo. En términos económ1cos específicos, la carga de los mtereses de la deuda deben uponer un porcentaje bastan­te constante del crecimiento de las entradas totales con que se paga. En Estados Unidos, a pesar de la preocupación por la deuda pública, se ha mantenido aproximadamente estable en los úJtimos tiempos. En la década de 1980 hubo un brusco aumento del porcentaje que suponían las cargas por intereses de la administración federal dentro del Producto Interior Bru­to, es decir, una mayor capacidad ·para pagar, como con­secuencia del rearmamenti~mo de Reagan y de las poHticas presupuestarias de esa época, excepcionalmente improvisadas o, como algunos han gustado de calificarlas, uhrakeynesianas. D~sde entonces el coste de Jos intereses en tanto que porcen­taJe del PIB ha mostrado una modesta disminución y, mitn-

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tras ,e e-.cribe esto. 'e mantiene bá-.Jcarnente con~tantc. Sobre las futura., genera<.:Jonc., recaerá por supueMo el pago de algu­nos ga~to-. plíbhco., comentes. Pero. somcúdos a las matiw­ciones antes 'eñalauas. \e ilbonarán contando con la mayor rema y bienestar que habrán ayudado a crear esos gastos.

Quedan dos asuntos. Está, en primer lugar, la necesidad de abandonar una rígida 'isión por años de la actuación pre­supuestaria. Cuando los tiempos son buenos y las entradas estatales fuertes. el déficit debe reducirse. En efecto, debe haber un mayor ga..,to en inversiones destinadas al futuro crecimiento económico. Y por la misma razón, cuantlo hay recesión y los con~iguientes infortunio y desempleo, deben incrementarse la in\'ersión y el empleo mediante capital pú­blico. con lo 4ue ine\ itablcmcntc también aumentará el défi­cit. La defen'a de esto. en c:u. nto política fiscal compensato­ria. ya se ha hecho

La fundamental política económica de una sociedad me­jor consiste en que el gasto público vaya a la par qu~ el futu­ro bienestar y crecimiento económico. De este modo evolu­ciona de acuerdo con los medios para pagar Jos intereses y la amortizac1ón. sometido el necesario ajuste a las condiciones económicas '¡gentes de prosperid~d o recesión. Se argumen­tará que esto constituye una exigencia que no corresponde a la a~ción pública. Los gobiernos democráticos actúan según nom1as menos soJisticadas, más elementales. Tal podría ser el caso. Pero nadie debe suponer que la dirección de la econo­mía actual es un asunto simple. Tal ve¿, de hecho, nos quede­mos lejos de lo ideal en la gestión _Pública. Con e1 énfasis vi-

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gente o. en todo ~:aso. con la retórica 'igcnrc sobre la reduc­ción del déficit. e'o es lo que C!-I~Í ocurriendo en Estados uni­dos } también en otros paí-.c ... industri .. ks. \;o cabe ninguna excusa, sin embargo, para no saber cual debe ser la política correcta: el fundamento fiscal de una buena sociedad.

El déficit presupuestario se está utilizando actualmente. ya lo hemos señalado, como un instrumento contra la políti­ca pública socialmente necesaria pero que encuentra resis­tencia política. Contra las tliversas actividades sociales

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asistenciales se interpone el argumento de que éstas harían crecer el déficit y la carga impositiva de nuestros nietos. Esto. resultará evidente, es unu torllería arbitraria y al servi­cio de los propio intereses. Vi!-.tO como e!-. debido, el déficit puede ser una fuente de apoyo y beneficio para las futuras generaciones: una ampliación de su prosperidad general y de su capacidad para pagar. Así ha ocurnuo en el pasado: así debe ocurrir en el futuro.

Aún queda otra opo1>ición a aceptar el déficit y la crea­ción de capital público. Actuar así, se sostiene, reduce las existencias de ahorro y roba al ector privado fondos de in­versión que son nece. arios. El argumento se propone cuando las tasas de interés están baja1> y hay abundantes fondos que buscan inversiones. Y del mismo modo cuando las tasas de interés son altas y la acción del banco central podría bajarlas Y fomentar supuestamente la inversión. EJ argumento opone las inversiones pri vadas en servicios y bienes de consumo, por frívolos que sean, a las inversiones públic<ls en cualquier urgencia social. El argumento a favor del ahorro debe con­templarse, con asombrado distanciamiento, dentro de la uú-

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78 Una sociedad mejor

lización general del déficit como in.,trumento para oponcr~e a los objetivos público-, ilu .. tradoc;.

El presupuesto y la política fiscal son las dos políticas económicas más exigentes, sobre todo en la medida que afec­tan al déficit; son los fundamentOs de que dependen otras muchas políticas. Nadie debe minimizar los problemas que entrañan. Ni la iniciativa ni la moderación que se requieren. Aquí alcanzan su cemro focal más nrtJdo las bases de una buena sociedad.

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La distribución de la renta y del poder

U na buena sociedad no busca la igualdad en la distribu­ción de la renta. La igualdad no es coherente con la na­

turaleza humana ni con el sbtcma económico contemporáneo. Como todos sabemos, las personas d1fieren radKalmenre en

su dedicación a ganar dinero y también en su competencia para hacerlo. Y parte de. la energía y de la iniciativa de que depende la economía contemporánea no sólo procede del de­seo de dinero, sino también del impulso a sobresalir en su ad­quisición. Esto último es un test de calidad, una importante fuente de prestigio público.

Una poderosa corriente dd pensamiento social ha sosteni­do que hay, o podría haber, un mayor nivel de motivación si hubiese un njve) igualitario de gratificación: «De cada cual según sus capacidades, a cadn cual según sus necesidades». Esta esperanza, que se extendió mucho más allá que Marx. se ha demostrado, tanto históricamente como en la experiencia hu­mana, que es irrelevante. Para bien o para mal, los seres humanos no llegan a esas alturas. Generaciones de socialistas

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y de líderes de orientación social lo han aprendido para su de­silusión y muy a menudo para ... u pesar. El hecho básico est~ claro: una buena soc1cdad debe aceptar a hombres y mujeres tal como son. No obstante, eso no disminuye la necesidad de una clara , 1sión de las fuerzas que controlan la distribución de la renta ni de los factores que forman las actitudes al res­pecto. Ni de cómo debe concebirse. en términos absolutamen­te prácticos. la política sobre la distribución de la renta.

Está, en primer lugar. el ineludible hecho de que la mo­derna economía de mercado (en la terminología actualmente aprobada) asigna riqueza y distribuye la renta con gran des­igualdad, de manera contraria a los intereses ~oci::tles y también perjudicial desde una perspecti\ a práctica. En Estados Unidos. actualmente un ca-.o extremado entre los principales paí'>es in­dustrializados la Reserva Federal. una impecable fuente. ha afmnado, segun el New }'lJrk Times. que el 1 por 100 de las familias noneamericanas más ricas era propietario de casi el 40 por 100 de la riqueza de la nación en 1989. y el 20 por 100 de las más ricas de más del 80 por lOO. El 20 por 100 com­puesto por los norteamencanos con menores ingresos tenía el 5,7 por 100 del rotal de ingresos una vez deducidos los im­puestos; el 20 por 100 mejor retribuido tenía el 55 por 100. En 1992 el S por 100 superior recibía. se calcula, el 18 por 1 00, porcentaje que en los últimos años se ha hecho sustancialmen­te mayor, al tiempo que ha disminuido el de las capas más po­bres. Esto no puede aceptarlo una buena sociedad. Tampoco puede aceptar intelectualmente la justificación, más exacta­mente el an1ficio. que defiende esta desigualdad. Esto último

Ú.1 di1trihuLión de la rmta ,. dd poder 8/

es uno de los eJercicios que con más a iduidad cultiva el pen­o;amiento económico. f\:o ohsramc. nuncJ acaba de ocultar del todo el hecho de que la doctrina económ1ca y social que se es­grime está subordinada al objetivo pecuniano (y a la franca avaricia) al que sirve.

En concreto, se sostiene que hay un derecho mora]: el hombre o la mujer en cuestión tiene derecho a recibir Jo que él o ella gana o, más exactamente, lo que él o ella recibe. Esro se afirma con énfa~is. en ocasiones con aspereza y a menudo con virtuosa indignación. No ohstanre. encuentra oposición tanto en la hi,toria corno en los daros empíricos.

Mucha renta y riqueza sólo cuenta con una ligera o nin­guna justificación social. sólo rinde poco o ningún servicio económico por parte del receptor. La herencia es un caso evi­dente. Lo mismo pasa con las donac1ones, los accidentes y las perversiones del mundo financiero. Y con las remune­raciones que. con su personal autoridad. se asignan los actua­les gestores de las empresas. Corno se ha señalado. los ac­tuales gestores de las empresas tienen el compromiso. como en toda la doctrina económica ortodoxa, de maximizar los be­

neficios. Dado que están exentos en un grado sustancial del control o la coerción de los accionistas, en buena medida ma­ximizan los ingresos en su propio beneficio. Contando con consejos directivos complacientes, escogidos por los propios gestores, se asignan de hecho sus propios salarios, imponen sus propias opciones a adoptar, crean sus propios paracaídas o blindajes de oro. Que tales ingresos no tienen nada que ver con ninguna forma aceptable de función social o económica está en buena medida aceptado. La frecuente y a veces f~r-

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viente afirmación de eSia función es una tapadera para ocul­tar lo patentemente inverosímil

Los neos t1enen cierta reluctancia a defender su riqueza y sus mgresos como un derecho social, moral o divino, de modo que su único recurso posible es la justificación funcio­nal. La distribución inalrcrable y admitidamente desigual de la renta crea el incentivo para el esfuerzo y la inno\'ación que son útiles para todos. Y de la renta así distribuida proceden el ahorro y la invcrs1on que a todos benefician. Los ricos y los acaudalodos no hablan en defensa de su propia buena for­tuna; hablan como si fueran benéficos sen idorcs del bien co­mún. Algunos incluso pueden sentirse avergon7ados por su suerte terrena. pero la !'.Ufren. no obstante. como un servicio al bienestar general. El objetivo c;ocial y económico se ndap­ta a la como<.lidad y la conveniencia personales. Esto lo re­conocerán to<.los en una sociedad buena.

Además, esta la protección que la peculiar estructura de cla­ses de Estados Unidos otorga a los neos y opulentos. Todas las referencias b1en reputadas a la estructura de clases ponen el én­fasis en la clase media. Existe una clase alta y una clase baja, pero quedan al fondo. en penumbra. Aunque rara vez se desig­na así, para fines prácticos tenemos un sistema de tres clases que consiste en una única clase, una novedad matemática. Y la clase med1a, que es tan predominante, proporciona así una cu­bierta protectora a los ricos. La reducción de los impuestos para favorecer a la cla!le media se extiende a los muy acauda­lados. La clJse alta no existe independientemente para esas dis­cusiones y medidas. Esta es la actitud política. Esto tiene un fuerte efecto P.ráctico sobre el funcionamiento de la economía.

l.tt diJmbuci6n de la rema y dd poder 83

_En cuanto a la rema que va a los muy neos. se eJercita. r~pltamos. ~o ~ue en témlinos económ11..os se llama prefcren­~~a po_r la liqUidez: la disyuntiva entre ga'-!oo;; de consumo e mvers10nes en auténtico capitaL o bien scnciiiamenre mante­ner ~1 dinero en una u otra forma de ocio. Se rrata de una dis­yunuva_ ~obre el uso de los ingresos que no pueden ejercer ~~~ famlltas con medios modestos. Ésws viven bajo la pre­SJOn de necesidades más urgemes: que se gastarán el dinero que ~ec~ban es. pues. seguro. En consecuencia. la renta que se dJstnbuye entre muchos es económicamente títil. pues ayuda a a.liegurar el flujo constante tic demanda global. Exis­te u~a ~uer~e posibilidad de que. conforme más dec;igual sea la d1Stnbuc1óo de la renta, más <.lisfuncional se vueh a.

Entonces, ¿cuál es el proceder correcto en Jo tocante a la d~stribución de la renta? No es posible una nonna fija.

110 hay

ntnguna proporción aceptable entre lo que reciben Jos ricos Y lo que ~a a l~s pobres. O bien, en realidad, entre Jo que ga­na~ los eJecutJvos·de arriba y Jo que se gana en la planta ~aJa. Nos la habemos aquí con la naturaleza fundamental del SIStema. No se presta a reglas arbitrarias, Lo necesario son fue~es medjdas correctivas que reflejen y dirijan la desigual­dad mherente y perjudicial.

Está, en ~rimer lugar, la asistencia a los pobres. El ataque contra la des1gualdad comienza por una mejor suerte para los que están abajo. Esto ya lo hemos subrayado.

Esrá, en segundo lugar, como también se ha tratado Ja necesidad de ocuparse de las tendencias dominantes en' el mundo financiero. El tráfico entre personas con infonnación

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privilegiada. la falsa mfonnación para promo\er invcr,iones. las inversiones extra\ agantc~. como en el ca~o de los gran­des desastre~ de las entidades de crédito y ahorro, la adqui­sición de soc1edades y lo~ repetidos episodios de locura especulativa. todo esto afecta desfavorablemente a la distri­bución de.Ja renta. Las medidas que aseguran una elemental honradez en las transacciones financieras y una mejor com­prensión de lo episodios especulativos tienen un útil efecto nivelador.

Está, en tercer lugar. la necesidad de que las críticas de los accionistas y del publico informado controlen la maximiLa­ción personal de los ingresos de lo. ge lores de las grandes empresas. Independientes de estas limitaciones impuestas por los accionistas y la ~octcdad. lo que ganan los gestores de las grandes empresa~. como ya se ha señalado. se convierte en una causa importante de la distribución socialmente contra­producente de la renta. La única respue~ta a esto es la acción conjunta de los propietarios de acc1ones que salen perjudi­cados. Las posibilidades de emejante actuación, ha de con­cederse, no son grandes. Los propietarios de las modernas sociedades anónimas son llamativamente pasivos en lo refe­rente a su explotación per·onal.

Quedan dos líneas de actuación pública positiva, orienta­das a una distribución más equitativa de la renta, de las que una es de decisiva importancia.

Lo primero es que el gobierno suprima los actuales privi­legios fiscales y comerciales de los potentados. En los últimos tiempos. éstos han :1lcanLado cierto reconocimiento bajo la denominación de asistencia social a las empresas. Se incluyen

Lt1 diHribución de la rr111a y del poder 85

aquí di' er~as !!.ubvencioncs comercia le:, y rebajas t.le impues­tos: el apoyo a fabncantes de productos t¡uc ya se sitúan en­tre las capas con mayores ingrc~os, en especial al monopolio pródigamente dotado del azúcar y a la producc1ón de tabaco; subvenciones a la exportación, inclu1das las exportaciones de armas; y, representando mayor volumen que todo lo demás. los inmensos pagos a los fabricantes de am1as ahora reinci­dentes, sobre lo que más adelante t.liremos algo más.

No obstante, el instrumento más eticat. para conseguir un alto grado de igualdad en las remuneraciones sigue siendo el impuesto progresivo sobre la rema. Este impue~to ha tenido un papel primordial en llevar a cabo una distribución razo­nable, incluso civililada, de la renta. Ninguna otra cosa, cabe añadir, se ve sometida a ataques tan motivado~ y absoluta·­mcnte previsibles. Una sociedad buena, por otra parte. afir­ma su intención: también da por sentado que habrá fuerte resistencia, bien expuesta e incluso elocuente, por parte de quienes pagan los impuestos. Alegarán sobre todo el deleté­reo efecto de la imposición sobre Jos incentivos. Como s~ ha sugerido antes, se podría alegar con la misma imerosimili­tud que un impuesto sobre la renta fuertemente progresivo da Jugar a que los ricos y Jos potentados trabajen con más ahín­co. más imaginativamente, a fin de mantener el monto de Jos ingresos una vez deducidos Jos impuestos. Remitiéndose a la experiencia anterior, en realidad podría señalarse que la eco­ilonúa estadounidense tuvo una de ~us mayores tasas de cre­cimiento, de sus más altos niveles de empleo y en algunos años un sustancial excedente presupuestario en el periodo in­mediatamente posterior a la segunda guerra mundial, cuando

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las tac;as marginales <.le los irnpue'ítos sobre la renta personal alcanzaron una altura récord.

La ncce,1dad fundamental. no ob~tante. consiMc en acep­tar eJ pnnc1p10 de que una distribución más equitativa de la renta debe ser un dogma fundamental de la política económi­ca actual en una sociedad mejor, y para este fin es primordial una fiscalidad progresi\ a.

La distribución de la renta en el sistema económico ac­tual deriva en líltimo térmmo de la distribución del poder. Éste es al tiempo causa y consecuencia de cómo se reparte la renta. El poder sirve para adquirir ingresos: los ingresos con­ceden poder por encima de la remuneración pecuniaria de otros. Una buena sociedad reconoce y trata de responder a este tradicional círculo 'icioso.

La respuesta es la potenciación y la protección pública de Jos que no u.:nen poder En la economía de mercado el cenLro natural del poder es el patrono. más a menudo la empresa co­mercial. El derecho de los trabajadores a asociarse y a afirmar una autoridad que sir\'a de contrapeso debe tener una primor­dial importancia y ser aceptado. Lo mtsmo que quienes orga­nizan las in,ersiones disfrutan de la protección que el estado asigna a la estructura empresarial, quienes se organizan en pos de mayores ingresos ~ mejores. condiciones de trabajo deben disponer de una protección más o menos equivalente para sus organizaciones.

En los tiempos actuales, sobre todo en Estados Unidos, la fuerza de los trabajadores ha ido dismjnuyendo a efectos ge­nerales. La proporción de trabajadores afiliados a l~s sindi-

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l.tt di<ilribución de la rema \ dd poder 87

caLlos ha decaído ubrupt:unentc. en p;me como consecuencia de la deca<.lenria de la industria a gran escala ton mano de obra ma iva y en pane por el letargo. fruto de lo~ años, del mismo movimiento ~indica!. La sociedad buena busca, don­de es posible, invenir la decadencia del poder de los sindica­tos, para que las organizaciones de los trabajadores sigan siendo un importante factor civilizador dentro de b vida eco­nómica actual.

Para muchos trabajaJore~. sin embargo. la organización no con!ltituye ahora una 'olución pnícticu. Esto es especial­mente cieno en las muy dispersas industrias de scrv1cios. Como en tiempos ocurrió con el empleo de mujeres y niños. se requiere la acción <.lirecta del C<~tado en favor de aquellos que tienen nece.,idadcs sin pertenecer a sindicatos. mciUlda la provisión de seguros sanitarios } 'ubsidios de paro y. lo que en estos momentos es más importante. la imposición de un salario mínimo adecuado desde el punto de 'ista social. En una buena sociedad esto último es absolutamente esencial. Que disminuirá las oportunidades de empleo, el argumento que más habitualmente se utiliza para oponerse, puede des­cartarse ya, pues se Lrata invariablemente de una excusa de los que no quieren pagar el salario y carece de todo sostén empírico. fAunque fuese a costa del empleo de unos cuantos, seguiría estando justificado para proteger a los más.) Junto con la red de seguridad mínima, una buena sociedad también debe proreger los ingresos por el trabajo de los miembros menos favorecidos.

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El papel decisivo de la educación

P ocos temas ~e discuten con mayor \'ehemenc1a que el papel de la educación en la ~;oc:iedad actual. y l!n c-;pe­

cial su relación con el objeth o económko. Todos y cada uno de Jos análisis de la .situación competitiva de la economía estadounidense se centran en la importancia de un3 mano de obra instruida y cualificada. La cuestión se ~;ubraya adicio~ nalmente en las frecuentes referencias al gasto en enseñanza como inversión en seres humanos. Tradicionalmente la in­versión busca aumentar los rendimientos económicos; la enseñanza es, pues, uo aspecto, más exactamente un elemen­to, de ta política económica gt>neral. Es menester examinar esta creencia dentro de una buena sociedad.

Que la educación sirve a un obJetivo económico no e:>lá en duda. Hace mucho tiempo que .se reconoce. En el siglo pasado, en Estados Unidos la enseñanLa y el transporte, junto con el buen gobierno, eran los primeros y a menudo los úni­cos r~mas de todo discurso que trazaba los requisitos básicos

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90 Una .\Ocicdaclmt'jor

del progre-.o económico. Ahora, a todo lo ancho del mundo, la imlustria clcmcmal de prollucción en '>ene se la" arregla bien con trabajadorcs medio analfabeto' que cuentan con el

afán y la disciplina nacidos de escapar a la privación ec~n~­mica y al aislamiento ~ocia! prop1os de la agricultura pnml­tiva. De ahí que buena parte de la industria con mano de obra intensiva c;e haya trasladado a los nuevos paises industriales. donde el músculo y la diligencia impasible son los requisitos primordiales para el éxito económ1co.

Sin embargo, en las naciones industriales avanzadas la cnseñanL.a tiene un papel l!conóm1co central. La economía moderna requiere una mano de obra bien preparada Y adap­table. Todos los sectorc:-. en expansión - la producción ba­sada en la tecnología y en las artes y oficios. las ingentes industrias turísticac;, culturales y del espectáculo. así como las profesiones hbcrales- necesitan mano de obra instruida. La enseñanza también prepara e mspira a los innovadores que responden a Jos intereses y las d1versiones de una pobla­ción educada. Lt enseñanza hace que la educación sea un elemento económico esencial.

Lo que más a menudo se subraya. repitamos, es la contri­bución económica de la educación. Los educadores basan sus solicitudes de apoyo financiero en razones económicas: en su especial aportación al desenvolvi·miento económico. N~ obs­tante hay que trazar una lfnea divisoria. Una buena soctedad no puede aceptar que Ja enseñanza esté, dentro del sistema económico actuaJ. fundamentalmente al servicio de la econo­mía; tiene una función política y social más amplia. Y aun una justificactón más profunda en sí misma.

El papel dedsiro de la educaciñn 91

Por un lado. la enseñanza tiene una relación vital con la tranquilidad y la paz social: la educ:~ción es lo que propor­ciona la esperan;.a y la realidad de e capar de los estratos sociales y económicos infcnores y menos favorecidos y de acceder a los superiores.

Una cierta estratificación social y económica es mevitabJe en la buena sociedad; la absoluta eliminación del sistema de clases es casi sin lugar a dudas imposible. El decoro social y la estabilidad política exigen, sin embargo. que exi~ta una po­sibilidad reconocida y eficaz de ascender en la sociedad. de escapar de los niveles inferiores para acceder a los superio­res. Si no existe la po, ibilidad, habrá con toda seguridad des­contento social, incluso es posible que re\ ueltas violentas.

En Estados Unidos fue el ascenso social de las minorías, los en tiempos rebeldes irlandeses. Halianos y judíos. lo que permitió que estos grupos étmcos cambiaran la insubordina­ción problemática. colérica y a \eces criminal por una pací­fica participación en Ja sociedad, progresando hasta llegar a ser dirigentes políticos y económicos. Para la huida hacia arriba, ya sea personal o ya mediante los hijos, la educación es el agente decisivo. Los ignorantes son relegados a pesa­dos trabajos tediosos, repetitivos o gravosos en otros aspec­tos, y en muchas ocasiones a no trabajar. Se progresa con la. educación y sólo con la educación; sin educación no hay nada y los recursos viables son el crimen y la violencia. Puede defenderse, y quizás deba defenderse, que la mejor educación debería ser para quienes ocupan las peores posi­ciones sociales. Son los que más necesitan Jos medios para escapar.

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En una soc1edad buena la educación preMa otros dos .,er­vicios \itales. Uno es permitir a las personas que c;e gobier­nen de manera inteligente y el otro permitirles que dio.,fruten de la vida todo lo pos1ble.

El autogobiemo. la democracia, na<lie puede dudarlo, es una exigencia. Una economía agrícola elemental requiere poco del estado: una inteligencia relativamente poco sofisti­cada valía tanto para el gobierno como pnra los gobernados. Con el progreso económico y la consiguiente responsabili­dad social. los problemas a que se enfrenta el gobierno au­mentan tanto en compleJidad como en diversidad, quizás no aritmética smo geométricamente. O bien hay un electorado bien informado e intelectualmente al corriente de los proble­mas y decisiones o habrá una delegación más o menos total por su parte .ti estado y a la burocracia. O bien habrá una en­trega a las 'oces de la ignorancia y del error. Éstas, a su vez. son destructivas para la estructura política y social.

No hay novedad en esto último. Todas las democracias viven bajo el temor a la mfluencia de Jos ignorantes. En Es­tados Unidos, dadas las experiencias de Huey Long, de Ge­rald L. K Smith. del padre Coughlin, de George Wallace, de los más extremados fundamentalistas religiosos y de las mi­licias en los últimos tiempos .. se sabe que un determinado porcentaje de la población es susceptible de apoyar práctica­mente cualquier clase de calamidad social y política. Es la enseñanza y casi sólo la enseñanza lo que mantiene esta mi­noria en cifras manejables.

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F./ papel deci~il'o d<' la educación 93

Pero hay otra relación. menos e\ idcnte entre educaci6n y democracia. La educaci6n no sólo hace po,ihle la democra­cia; también hace que ~ea esen1.~:ll. La educación no ,ólo hace que exista una población que comprenda las tareas públicas: también crea audiencia para las demandas de la población. A los analfabetos, hombres y mujeres. sobre todo si están des­perdigados por el campo y en relación de subordinación con los terratenientes, fácilmente se los mantiene acallados bajo un poder autoritario; esto está bien reconocido. Lo mismo no es posible con una ciudadanía educada y. por lo tanro. con voz e inquietudes políticas. Esto se confirma !.in dificultad en el mundo moderno. En éste no hay pobl~tcioncs bien educadas sometidas a dictaduras o, como mínimo. no hasta el punto de sublevarse como consecuencia. Las dictaduras de loe; pobres y analfabetos. por otra parte, es un lugar común.

Por tradición pensamos que la democracia es un derecho humano elemental. Así es. Pero también es la consecuencia natural de la educación y del desarrollo cconóm1co. Esto se debe a que no hay ningún otro planteamiento para gobernar a pueblos que. debido a sus consecuciones educati' as. cuen­tan con ser escuchados y no es posible mantenerlos en silen­cioso sometimiento. Por lo tanto, repito: la educación hace posible la Qemocracia y, junto con el desan·oiJo económico, la hace necesaria, incluso inevitable. Y tiene una adicional compensadón.

' La educación sirve. más que nada, para ensanchar la vida y disfrutarla. La educación es Jo que abre la ventana del indi­viduo a los placeres del lenguaje, de la literatura, del arte, de

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9-1 Una sociedad mejor

la música. a la diH~r ... tdad y a las idio~incrasías de la escena mundial. Lo~ bien educados no han dudado nunca a lo largo de los años y los stglos de su mayor gratificación; las mayo­res oportumdadcs educativas es Jo que generaliza y extiende esta gratificación.

Antiguamente e daba por sentado, y aún se hace en bue­na medida. que los descendientes de los económica y social­mente pm ilegiados deben tener acceso a la mejor educación y a sus perdurables ventajas. Y que deben pagarla. a menudo generosameme. Fue esta convicción lo que dio lugar a las universidades y los colegios pri\ados en Estados Unidos. La vida con 11ia) or amplllud de nmas que así se obtenía ju~tifi­caba el coste.

En los llernpos actuales. a medida que este hecho más bien molesto ha logrado un reconoctmiento crítico y general. se ha hecho un csfuer¿o por douu de una pátina democrática a estas instituciones francamente pn\ilegiadas proporcionando becas y apoyo financiero a los económica y socialmente menos fa­\'Orecidos. Con el mtsmo fin. pero con mayor amplitud. se ha desarrollado en Estados Unidos el sistema público de enseñan­za superior. umversidades estatales que, en prestaciones. son las mejores de su clase en el mundo. También esto, no obstan­te, constituye un grandísimo fa\'Or a la comunidad más afortu­nada. Los pobres no tienen el mismo acceso a las instituciones públicas de enseñanza superior porque sus escuelas elementa­les y secundarias, de menor calidad e infrafinanciadas, espe­cialmente las de las grandes ciudades, les niegan la oportu­nidad. Aqut en Estados Unidos tenemos la que tal vez sea la forma de dis.criminación social más brutal: en la práctica. unos

F./ papel decisim de la educación 95

cuantos son recompensado' con lodo los placeres de la vida: muchos. no.

El papel de la educación en una buena sociedad es evi­deme por lo ames dicho. Todos los mños deben tener acceso a una buena enseñanza elemental y secundaria, y exigirlo; también deben someterse a lo esencial de la disciplina de ahí derivada. Tanto la obligatoriedad como la disciplina son ne­cesarias; una buena sociedad no concederá a los muy jóvenes libertad para elegir entre la diligencia y el aturdimiento juve­nil. De ahí que deba haber absoluto acceso a la enseñanza su­perior para llegar hasta donde pretendan las aspirac1ones y

permita la capacidad. Para todo esto habrá que disponer de recursos públicos. No hay ninguna otra prueba de la sociedad ~uena tan clara, tan concluyente. como la voluntad de poner tmpuesros -de renunciar a los tngre~os particulares, a los gastos Y a las superfluidades costosamente c:ultivudas del con­sumo privado- con objeto de crear y mantener un sistema educativo fuerte para todos los ciudadanos. No se ponen en duda las compensaciones económicas de esta fonna de actuar. Ni tampoco los beneficios políticos. Pero la verdadera com­pensación es la vida más rica, más profunda y mejor para todo el mundo gue procura la educación.

Se fomentan las universidades y las escuelas privadas Y religiosas, por supuesto; son una expresión de la esencial ljbertad de una sociedad libre. No obstante, no deben ser pro­yectadas para otorgar mejor educación y superiores posibili­dades educativas a los que estén en condiciones de pagar.

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El pre~tigio ) los ingre~os de la profc~ión docente deben reflejar la gran importancia de In enseñanza en la ~ot.:icdad moderna La educación debe t.mto atraer como celebrar a Jos mejores. En dos a5untos muy prácticos puede renejarse cons­cientemente todo Jo que importa a una buena sociedad. Uno es la fac1lidad y la abundancia con que se dispone de dinero para la televisión. que con tanto ardor ven los niños, en com­paración con el dinero que se proporcion:l a las escuelas y se paga a los profesores de lo$ mismos niños. El otro es cuán fácilmente se dispone de recursos para e1 ejército en compa­ración con los recursos des u nado'\ al si'\tcma cducati vo. Se insistirá sobre el tema más addame.

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La regulación. Principios fundamentales

L a cconornfa de mercado se basa en la respuesta no pro­gramada ni controlada de los distintos fabricantes y em­

presas. grandes o pequeños, a Jos deseos y poder adquisitivo de los consumidores nacionales y extranjeros. El poder que impulsa este mecanismo se origina en la actividad producti­va a que responde el poder de compra. Un circulo cerrado. Esta es la esencia del sistema de mercado. Con el colapso del socialismo en Europa oriental y en la Unión Soviética y las sustanciales modificaciones que ha sufrido en China, no hay otro sistema. Una cuestión central. como todo el mundo sabe. es hasta qué punto esta entidad económica, esta máquina, funciona con independencia y hasra qué punto precisa apoyo y limitaciones sobre el poder de compra, la demanda efecti­va, que es lo que posibilita el sistema. Adicionalmente y con carácter de urgencia está la cuestión de qué orientación y control debe tener esta máquina para que s1 rva y no perjudi­que al interés público; concretamente, qué regulación estatal se necesita. Este último es uno de los temas sociopolíticos

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98 Una HICiedad mt!)or

m3s disputados en este momento. El conflicto se da entre lo~ que son partrdarios del funcionamiento autónomo ) automo­tivado del -.istcma y. en especial. de los intereses pecuniario~ de quienes desde esa posición participan, y los que ven e\i­dente la necesidad de intervenir para contener las tendencias socialmente dañinas y profundamente autodestructivas. En los últimos tiempos el ataque ideológico. masivo ha arremeti­do contra la nom1ativa estatal dentro y sobre el sistema eco­nómico. Una ve¿ más se trnta de una forma de escapar al pensamiento. No hny ninguna norma específica: la decisión. como en otrus cue-.t1onc~,, debe tomarse según los méritos del caso concreto.

Hay cuatro factoreo.¡ que obligan a la intervención y a la re­gulación públicas. Fstá. en primer lugar, la necesidad de pro­teger ahora y a largo plazo el planeta. requisitos normativos que suelen dc,~ribir:-;e como destinados a impedir la destruc­ción del med1o ambiente. Son el tema del capítulo siguiente. En segundo lugar, la necesidad de proteger a los más ,·ulnera­bles de los empleados por el aparato productivo contra los efectos adversos de la máquina económica. De esto se ha ocu­pado un capítulo anterior. En tercer lugar, la propensión más que ocasional de la economía a producir y vender bienes o ser­vicios deficientes o materialmente. Perjudiciales. Y, por último, el sistema contiene dentro de sí tendencias que son autodes­tructivas de su eficaz funcionamiento. Cada uno de estos fac­torc:s. repitamos. crea un fuerte conflicto, con matizaciones ideológicas. entre quienes entienden que el sistema es una fuerza por completo independiente, y que ellos son merecida-

mente compensados por esa misma ra16n, y quienes argumen­tan a favor de la acción pwtectora y correctora.

Una última palabra es menester. más alla de Jo dicho, so­bre la protección del trabajador. En una buena sociedad la pro­visión de seguro médico debe ir adjunra al empleo; este ha sido uno de los pasos adelante que ha dado la civilización en los tiempos actuales. Del mismo modo, es esencial el cuidado Y la compensación por los accidemes o daños a la salud deri­vados del trabajo. Como lo es la garantía de un lugar de traba­jo sin riesgos. Y está la constante y urgente necesidad. ya an­tes subrayada, de proteger los ingresos de Jos trabaJadores en empresas pequeñas o compuestas de subemprcsas pequeñas, sobre todo en el sector serv1cios. En general. no obMante. el papel del estado y de la normativa estatal en el campo de las relaciones laborales ha disminu1do en los tiempos actuales. Hubo una época en Estados Unidos en que el Consejo Nacio­nal de Relaciones Laborales era objeto de una importante aten­ción pública. Ahora está condenado al profundo anonimato.

En un determinado momento la máquina económica fue la fuente de los elementos esenciales, simples y puros, de la vida económica: los alimentos, el vestido, el alojamiento, el combustible, el transpone, los materias básicas. Si cualquie­ra de estos productos cafa en manos de un monopolio, la con­secuencia era privación y sufrimiento. De estas circunstan­cias nació la legislación antimonopolio y otras disposiciones para proteger al a menudo y dolorosamente empobrecido consumidor contra ~1 p-oder qúe detentaban los fabricantes.

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100 Una socinlad mejor

Hoy el camhio económico y los mayores niveles de vida han hecho a la vez d1smmuir y aumentar la necesidad de una regulación de los productos y de lo fabricantes. La inmensa oJobali7aCJÓn de la 'vida económica. para utilizar el término o

de moda. ha hecho disminuir la amenaza del poder monopo­lista y de la consiguiente explotación. En Estados Unidos, en Jugar de tres fabricantes de automóviles -oligopolio- hay numerosos competidores. extranjeros y nacionales. Tampoco es única rBM. sino que hay numerosos proveedores de orde­nadores y de software. Lo mismo pasa en otros países.

Más en general. en una economía cada vez mejor abasteci­da existen, dado su cnnícter. un gran abanico de opciones, to­das ellas menos compulsivas. Cualquiera puede permitirse errores al decid1r emre un Cadillac y un Mercedes-Benz. O en­tre vehfculos inferiores. O emre distintas ofertas de vaqueros de diseño o entre distintos productos para desayunar. En bue­na parte del ac:ual mo\irniento de consumidores la atención se dirige a la utJhdad comparati\'a de Jos productos en competen-

. cía, todos de más o menos Igual mérito y con diferencias no demasiado perceptibles. El poder monopolista de un único productor ya no es relevante.

No obstante, hay otra cara. Conforme la riqueza hace dis­minuir la necesidad de regulación, a la vez la hace aumentar. Antes de los automóviles no existía el problema de la seguri­dad vial. Tampoco habfa necesidad de regular la velocidad en carretera ni de controlar el tráfico urbano ni de actuar contra la conducción bajo Jos efectos de la bebida. Ni de controlar la contaminación, como se explicará en el capítulo siguiente.

LA re.r:ulación 101

Lo mismo ocurre con orros muchos productos. desde Jos ju­guetes hasta el asbesto. Las modernas comulllcacrones elec­trónicas también han introducido un campo a regular nuevo y disputado. Y existe el problema mayor y urgenre por muy diversas razones de proteger al comprador de los reclamos falsos sin maldad o bien declaradamente falaces. Esta regu­lación es especialmente necesaria en las cuestiones de salud Y medjcina. Conforme la gente empieza a estar bien provista de artefactos, comodidades materiales y diversos placeres de la vida, se vuelve cada vez más a lo que parece ensanchar y alargar la existencia y sus gratificaciones físicas, respondien­do a lo cual aparece una industria ambiciosa. En esre caso, la normativa es una necesidad reconocida. Debe haber pro­tección contra los fármacos perjudiciales y contra las inter­venciones y los usos médicos.

El campo más urgente y más discurido de la regulación tiene que ver con Jos efectos del funcionamiento de la propia máquina económica. Una conducta contraproducente puede aquí resultar profundamente perjudicial, pero incluso cuando se percibe su carácter destructivo hay una fuerte resistencia a la acción correctora.

El sistema económico sólo opera eficazmente dentro de unas normas de comportamiento estables. La primera es la honradez elemental: debe ser veraz la información esencial que se transmite a los inversionistas, al público en general y, como ya se ha especificado, a los consumidores. En el campo de las finanzas, sin embargo, es especialmente probable que, al ser la inmoralidad o la malversación a la vez remunerati-·

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102 Una sociedad mejor

vas y perjudiciales. las cosas no sean así. La normativa debe. en consecuencia, impedir la información falsa o engañosa so­bre la marcha y las ganancias de las empresas y sobre las perspectivas de inversión. Y hay otros muchos procedimien­tos para estafar a los muy poco infonnados y a las almas cán­didas. Una concreta y reconocida necesidad es la de poner coto al tráfico de infonnación privilegiada. También está abierta la discusión sobre las adquisiciones hostiles o en gran escala cuando cargan a la empresa objeto con una deuda in­manejable. y sobre la repetida especulación de terrenos y valores, con su inevitable secuela depresiva desde el punto de vista económico. Debe reconocerse que por pocos moti­vos ha sufrido más la sociedad moderna que por los excesos y errores de lo que ahora se llama la comunidad financiera. aunque en un tiempo tuvo el <1podo más rutilante de ser las altas finanzas.

Ya se ha msinuado la dudosa asociación del dinero con la inteligencia. En el mundo ftnanctero una sociedad buena debe asumir que el funcionamiento será algo menos que per­fecto, sobre todo teniendo en cuenta que todas las generacio­nes repiten con entusiasmo las negligencias y las frecuentes locuras de la anterior.

Todo esto, junto con la protección del medio ambiente, constituye el marco esencial de la· nonnativa estatal en una so­ciedad buena. No hay, repitamos, ninguna regla elemental a favor ni en contra de la regulación en gran escala. Una vez más. no se debe huir del pensamiento a la ideología; todo de­pende del caso concreto dentro del contexto mayor. Fonna

ÚJ regulación 103

parte de la naturaleza del sistema el que el proce ... o productivo y sus productos puedan tener efectos ~ociales dañinos. Y pue­de haber efectos a más largo plazo que momentáneamente son invisibles o bien ignorados con entus1asmo, o incluso con justicia, pero que tienen un potencial desastroso. Si bien ha disminuido la necesidad de algunas normativas, quizás de muchas, debido a la abundancia actual y a las opciones que proporciona, también la abundancia aumenta su necesidad. Y existen normativas que son de decisiva importancia para el eficaz desenvolvimiento del propio sistema económico. Así como nadie puede estar a favor de la regulac1ón per se. nadie puede tampoco adoptar la actitud contraria. Si hay Un<l

regla, la única es que, cuando se examina una normauva con­creta, debe imentarse ver si el propio interés pecuniario es el factor que motiva la actitud.

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El medio ambiente

U na buena sociedad tiene tre~ requisitos económ1cos es­trechamente emparentados, cada uno de los cuales c:s

una fuerza independiente. Está la necesidad de proporcionar Jos indispensables bienes y servicios de consumo. Está la ne­cesidad de asegurar que esta producción y su uso y consumo no tenga un efecto contraproducente sobre el actual bienes­tar del conjunto de la sociedad. Los dos últimos de estos tres requisitos entran con frecuencia en conflicto con el primero, conflicto que se manifiesta con fuerza en Ja economía y en la poJítica cotjdjanas. La referencia más habitual es el efecto sobre el medio ambiente. Aquí, en suma, están los tres temas en cuestión tal como los define una sociedad buena.

La producción de bienes y servicios es un problema que en los países afortunados del planeta ha sido ampliamente resuelta. Sigue quedando la cuestión de la estabtlidad de su funcionamiento y de cómo se distribuyen los ingresos y las gratificaciones, cuestiones.previamente abordadas. Pero es

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106 Una sociedad mejor

indudable la capacidad de la economía moderna para produ­cir con profusión lo que quiere y necesita el consumidor. Como se ha dicho. lo lleva a cabo mucho más allá de toda demanda de origen independiente. La inmensa y vigorosa in­dustria publicitaria y el poder persuasivo de las comunica­ciones modernas, sobre todo de la televisión y la radio, son ahora necesarios para informar a Jos individuos sobre sus de­seos y de ese modo fomentar el consiguiente consumo.

Los problemas del medio ambiente surgen del impacto de esta producción y consumo sobre la salud, la comodidad y el bienestar de la comunidad contemporánea en general. Y na­cen de sus futuros efectos. incluido el agotamiento de los recursos naturales actualmente disponibles y que con tanta abundancia se consumen.

Las manifestacJOne!\ de los deterioros contemporáneos son inquiet.mtemente sabida~ la contaminación de la atmós­fera y de las aguas. el considerable y creciente problema de la eliminación de la basura, el inmediato peligro para la salud que constituyen los productos y servicios que se administran, la contaminación visual derivada de la intrusión de las activi­dades de la producción y de las ventas, en especial la de las ventas al por menor, sobre el paisaje urbano y rural. No es raro que la mala salud y la contaminación visual vayan jun­tas. En sus meJores días de producción siderúrgica Pittsburgh, las Midlands de Inglaterra y el Ruhr eran a la vez lugares peligrosos para la salud y espantosos de ver.

Los efectos a largo plazo, distinguiéndolos de los actua­les. ~on muchos: el detenido deterioro de la contaminación atmosférica. <;uyos eJemplos más tratados. son el caldeamien-

El medio ambieme 107

lo global y la mayor incidencia de los cánceres de pulmón y los enfisemas; otros cambios climáticos cara~tróficos, como la disminución de las pluv•selvas; el agotamiento de los .mi­nerales, el petróleo y demás recursos de que actualmente depende el consumo; y, a largo plazo, conforme crezca la población y prosiga la urbanización sm limitaciones, el ago­tamiento del propio espacio habitable a escala significativa. También hay temas excepcionalmente complicados que se refieren a la protección de la vida salvaje y, en especial en Estados Unidos, a la protección de los parques y terrenos públicos de la agresiva invasión o expropiación comercial.

Estos son los efectos ambientales. en este momento y a largo plazo, de nuestra economía de consumo. ¿Cómo reac­ciona una buena sociedad?

El primer requisito es una preocupación Ciudadana firme e instruida. La protección del ambiente no produce ninguna clase de rendimientos económicos inmediatos; para que gane apoyo y logre sus metas debe haber una formulación y una acción, públicas y políticas, atentas y continuadas. Aquí, la situación actual no es por completo deprimente; los temas del medio ambiente inspiran en este momento un interés pú­blico extenso y a menudo eficaz. Esto tiene una imponancia vital; en una buena sociedad debe fomentarse mucho tal in­terés.

También la situación económica y política debe compren­derse con claridad. Como antes se ha indicado, las preocupa­ciones ambientales, tanto las que son de actualidad como las que afectan a las generaciones futuras, sobre todo a estas últi-

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108 Una .wciedad mejor

mas, están en intrínseca pugna con la fuerm que mueve la

economía de mercado. que es la retribución inmediata y pre­

visible de la empresa productora. Ésta, a su vez, dtspone de

la fuerza y la intehgencia que dominan el sistema económico

tanto matenal como mentalmente. Cualquier intrusión en este

sistema y en sus motivaciones es considerada perjudicial des­

de el punto de vista social y económico, especialmente por

quienes la sufren. Se afim1a que sacrificar la libertad para de­

cidir y para obtene1 beneficios, con objeto de proteger a la

comunidad mayor o a los hijos aún por nacer, constituye una

limitación de lu misma libertad que produce el éxito eco­

nómico. El conOicto no lo reduce el hecho de que el estado

sea el principal instrumento para proteger los intereses am­

bientales tanto en el presente como a largo plazo. Atacar al

estado por ~er una fuerza Intervencionista y mal intenciona­

da, para desbaratar eficazmente las necesidades y la legisla­

ción ambientales. constituye una tendencia al alza cuando se

escribe esto.

El conflicto entre los efectos públicos, actuales y a largo

plazo, de la economía de consumo y la dinámica a corto pla­

zo del sistema económico es una cuestión que a diario seco­

menta y debate. El servicio eléctrico proporciona la energía

y la luz que necesitan los usuaños. Al hacerlo colabora· a la

contaminación atmosférica, al problema de la eliminación

de los desechos de los combustibles, muy probablemente al

agotamiento final de los recursos y, en casos concretos. a la

amenaza de desastre nuclear. Los automóviles, a cuyo alre­

dedor gira en ·bucna medida la moderna economía de consu-

El medio ambieme 109

mo. contribuyen de manera similar a la contaminación at­mosférica y. med1antc la ocupación y el uso de las calles, a

la degradación del medio urbano. Y también existe el efecto

a largo plazo del consumo de combustibles sobre el auota-o

miento de las reservas de petróleo. Durante mucho tiempo

Estados Unidos se autoabasteció de gasolma con sus propios

campos petrolíferos. Actualmenre, después de unas pocas dé­

cadas de más y más automóviles y camiones. y de un mayor

uso de los vehículos, el país depende, y es algo así como un

rehén, de Oriente Medio. Algún día, que se admite lejano.

esas reservas también estarán seriamente limitadas o agota­

das. La economía actual dispone de una gran industria de la

construcción; esto puede significar la progresiva destrucción

de los bosques, la puesta en peligro de los animales, pájaros

Y demás especies que allf habitan, reduciendo las posibilida­des recreativas y paisajísticas de las zonas arboladas.

El efecto de una economía vigorosa sobre la contamina­ción visual exige tratamiento aparte. Ya se han mencionado

anteriormente las satánicas fábricas ennegrecidas de los cen­

tros siderúrgicos. En el mundo actual es importante la degra­

dación comercial que ocasiona la publicidad que flanquea las

carreteras para mantener la demanda del consumo. En este

terreno ya ha 11egado el efecto a largo plazo. La campiña es­

tadounidense es mucho menos bella para el viajero casual

que hace cien e incluso cincuenta años. Y lo mismo ocurre,

bien que en menor medida, en los demás pafses ricos. El Rei­

no Unidos, Francia y Suiza, dfgase en su honor, protegen me­

jor su paisaje. En gran parte de Japón, que fue en tiempos

muy bello, Jos bordes de las carreteras está ahora modelados

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110 Una sociedad mejor

con la misma escenografía, muy aproximadamente. que Jer­sey City, Nue\·a Jer~ey.

Una sociedad buena no niega la existencia del contlicto entre la motivación económica de base y los efectos ambien­tales presentes y futuros. Busca resolver el conflicto de un modo racional. pero la solución no saldrá de las plegarias ni de la retórica pública. No hay forma de escapar al papel del estado; el estado y las normativ<tS cstalales ex1sten para pro­teger los intere.,es de la comunidad en general ahora y en el futuro.

El sistema de mercado y sus incentivos son una parte aceptada de una buena sociedad; de esto no cabe duda. Pero no exi.te ningún derecho divino a la libre empresa. a la li­bert.\d de opctón, que recaiga en las sociedades productoras. Ni tampoco en los consumidores Deben protegerse los inte­reses generales de la comunidad lo m1smo que también el cli­

ma y el bienestar del futuro, y debe haber preocupación por el agotamiento de los recursos. Puesto que hay que fabricar automóviles. proporcionarles combustible y conducirlos, y puesto que hay que summistrar y utilizar otros servicios y bienes de consumo similares, es esencial e inevitable un compromiso entre Jos actuales intereses financieros y los in­tereses públicos más generales. Por regla general, no obstan­te. este compromiso debe favorecer los intereses deJa comu­nidad más amplia y los intereses de Jos por nacer. Esto es así porque el dinero y la voz de las empresas y de la política es­tán aliados con el poder económico vigente: con las firmas 4ue producen l?s bienes y los servicios, con sus lobbies y

El medio ombie111e 111

con sus políticos cauti'.os o imprcltionablcs. b comunidad y el futuro de todos a mayor plato despkrtan menos apo)o.

En una buena soc1edad la preocupación medioambiental debe contar con una organización de votantes muy motiva­dos Y dotada por sus miembros de los necesarios recursos económicos. También debe haber una presunción a su favor en el debate público y en la acción política. La remuneración económica -beneficio- y el fcr\'or religioso con que habi­tualmente defiende su adquisición ~in trabas se sitúan en la oposición, junto con los fabricantes. Jos abastecedores y su., especialistas en comcrciali7ación y publicidad. El equlltbno

público exige que haya quienes defiendan con eficacia y per suasión el problema medioambiental actual y a largo plazo. No deben ser inmunes a la cririca inteligente. pero el peso de la opinión pública y del apoyo público debe eo,tar siempre de su parte.

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La emigración

S ólo a continuación de Io que beneficia a los pobres, qui· zás el problema m<is conrrovertido a que se enfrenta

cualquier sociedad actual es el de la emigración: en térmi· nos prácticos, el desplazamiento de las personas desde los países menos avanzados a los más desarrollados y sus efec, los sobre la vida social y económica de los países a Jos que llegan. Así ocurre en Estados Unidos, en Canadá y en Euro­pa occidental, y es muy probable que así ocurra en un futuro en Japón.

Conforme se desarrolla, la econom(a moderna cada vez

va dependjendo más de la mano de obra emigrante proce­dente del exrranjero. Sin esta provisión de mano de obra, ha­bría grave desorientación económica, incluso desastres. Pero existe una potente corriente de pensanúenco, o lo que así se caiHica, que deplora profundamente la inmtgracíón, está muy resentida con los inmigranres y hace ardientes campañas con­tra su entrada y continuada presenc1a. No existe hoy ningún

pais industrialmente avanzado, con la excepción de Japón, en

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114 Una .wciedad mejor

que el probl~rna ue la emigración no ~e ha)a manifestado como un tt!ma político de pnrnera imponancia.

La sttuación de partida no se pone en duda. En Europa occi­dental, que e!> el caso más claro. una extensa gama de empresas induc;ttiales y de servicios depende de la mano de obra emi­grame. Si no fuera por los trabajadores turcos. los de los estados de la antigua Yugo~lavia y los procedentes de otras zonas de Europa oriental. en Alemania no se montarían los automóviles, otras indu~tria'> cst~uían faltas de personal y no se rendirían una gran variedad de -.crvicio~. Iguales dificultades se plantearían en Francia de privarse de los norteafricanos. La industria italia­na dependió en t1empos de los trabajadores de su propio sur. el relmivamente empobrecido l\1cnogiomo; ahora también se nu­tre de África. España. que durante mucho t1empo proporcionó trabajadores a los países europeo<: ahora también se basa en al­guna med1da en África El Remo Unido ha renovado la mano de obra industnal y aprovisionado de personal las empresas de servicios, incluidos numerosos pequeños establecimjentos al por menor, con antiguos habitantes de lo que fuera su imperio.

En Estados Unidos. sucesivas oleadas de inmjgrantes. primero procedentes de Europa, luego de Asia y de América Latina, han entrado tanto en la industria como en la agricul­tura; habría ahora poca fruta, p~ca verdura y menos artículos enlatados en nuestros comercios, a precios asequibles, de no haber trahajadores inmigrantes.

El hecho decisivo. que rara vez se ha señalado en la lite­ratura económica. debe estar claro desde el principio: existe

La emigración 115

un problema con la palabra <~tr:tbajo Se utiliza para caracte­rizar dos empleos del uempo radicalmente tlbtintos, de hecho tajantemente contrapuesto\, por panc de los seres humanos. El trabajo puede ser algo de lo que se disfruta muchísimo, que procura una sensación de satisfacción y realización, y sin el que se tendría una sensación de desplazamiento, de recha­zo social, de depresión. en eJ mejor de los casos, de aburri­miento. Es este trabajo el que determina la posición social: la del ejecutivo empresarial, la del financiero, la del artista, Ja del poeta, la del hombre de letras, la del comentarista de televi­sión, incluso la del periodista. Pero el trabajo también envfa a hombres y mujeres al anonimato de las masas que hacen las faenas pesadas. Aquf se trata de un esfuerlO muscular repeti­tivo y agotador. pleno de tedio. A menudo se ha defendido que el buen trabajador disfruta con su trabajo; esto lo dicen más a menudo, con la mayor gravedad. qu1enes no tienen ex­periencia del trabajo pesado y físico. forzado por las condi­ciones económicas. La palabra «trabajo» denota situaciones tajantemente contrapuestas; es dudoso que haya algún otro término de alguna lengua en tan absoluta contradicción con­sigo mismo por lo que describe.

Adkionalmente está el tema, de vital importancia, de la compensación. Como regla aproximada, quienes más disfru­tan con lo que hacen, qujenes· encuentran el trabajo más agra­dable, también reciben la mayor remuneración económica; aquellos para quienes el trabajo es más repetitivo y física­mente agotador obtienen la menor retribución o algo que se aproxima a eso.

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116 Una sociedad mejor

Un dato fundamental de una buena sociedad, que ya se ha mencionado. es la posibilidad que ofrece de ascenso econó­miCO y social. El mayor incentiVO es el desplazamiento de lo que podría llamar'ie el verdadero trabajo a lo que la palabra trabajo sólo da nombre. Esto crea un vacío en el fondo que la emigración cumple el esencial servicio de llenar. Existe la neces1dad de esta constante renovación de la mano de obra en las faenas pesadas. monótonas y sin prestigio. y esta ne­cesidad la satisfacen las personas que escapan de empleos aún más ted1osos y aún peor pagados en los países pobres, o bien quienes no tienen ninguna clase de empleo. Para éstos los bajos salarios y el trabaJO penoso accesibles en los pafses acaudalados s1gue siendo mucho mejor que nada de lo que pueden encontrar en !ó.U r1erra.

La ern1gración que asf se induce no es exclusivamente un asunto internacional. La dependencia que tiene del sur de Ita­lia la indu'\trta 1taliana septentrional ) a la hemos menciona­do. Un desplazamiento más dramático fue el de los pobres de Jos montes Apalaches, del este de Estados Unidos, de los an­tiguos recolectores de las plantaciones y demás trabajadores rurales del Sur a los puestos de la industria y los servicios del Norte. A esta emigrac1ón tampoco le faltó su reacción; el desplazamiento de los negros y los pobres hacia las grandes ciudades del Norte creó tensiones sociales y ocasionó co­mentanos en contra.

La reacción a los emigrantes extranjeros, como también a la emigración interior, procede en parte de la creencia o, en cualqUier c~so,. de la afirmación de que los advenedizos oc u-

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La emigración 117

pan puestos que propiamente pcncnccen a Jos trabaJadores ya asentados. No se menciona que mutho., emigrantes. si es que no la mayor parte, ocupan puestos para los que no se d1spone de trabajadores locales o bien que éstos ) a no persiguen. Una ulterior reacción negativa, mucho más cultivada. es de corte étnico y social: los advenedizos que Jlegan traen consigo a la comunidad establecida una cultura racial, religiosa. familiar, higiénica o cívica distinra y presumiblemente deficiente.

Entre los países industrialmente avanzados. Estados Uni­dos ha sido en el pasado el más tolerante con la emigración desde el punto de vista social. Una ex1ensa y persuasiva litera­tura alaba la contribución de las emigraciones que han llegado a la sociedad estadounidense, la naturaleza propicia y positiva del rnelri'IJ: por. Pero esta opinión vale únicamente para los primeros emigrantes. Hacia los que llegan ahora existe una fuerte actitud negativa que se manifiesta en la retórica políti­ca, la legislación discriminatoria y los ocasionales estallidos de hostilidad entre comunidades. Y lo mismo ocurre en diver­sos grados en los demás países económicamente avanzados.

El caso extremo de oposición a la inmigración, y en al­gunos sentidos especial, es el de Japón. Allí, el carácter in­sular y el fuerte sentimien¡o de identidad cultural se han combinado para limitar el flujo de inmigrantes. En el futuro tal vez esto restrinja el desarrollo industrial de Japón al ne- · gar al pafs la urgente necesidad de fuerza laboral para el es­trato del trabajo de verdad. Ya hay indicios de esta repetida es~asez de mano de obra y una cierta cantidad de inmigra­ción muy informal a la que no se concede ningún reconoci­miento jurídico.

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118 Una sociedad mejor

Serfa un gru\'e error, por supuesto, confinar el examen del problema de la emigración a las masas trabajadoras: aquellas que buscan trabajo de verdad. En una comunidad mundial en la que existen estrechos vínculos entre las empresas y las fi­nanzas, el arte, la literatura, el espectáculo, las actividades intelecruale~ y cientfficas, hay un abundante y creciente in­tercambio de talento empresarial, académico y cultural, o de lo que así se denomina.

De nuevo aquí la actitud pública distingue lo mismo que entre el trabajo y el trabaJo de verdad: la emigración de los bien dotados social, cultural y económicameme no encuentra ninguna objec1ón seria. Por el conrrario, se alaba con entu­siasmo y en el plano práctico padece pocas coacciones lega­les. Como en el conocido verso coc:kney, «El pobre es quien carga con la culpa».

Dada la profundidad y la diversidad del problema, ¿cómo debe responder una sociedad buena?

La sociedad buena debe aceptar los dos valiosos y loables objetivos que entran aquí en conflicto. (Una situación no sin relación con ésta se verá a cominuación en las labores asis­tenciales del estado actual y en la creciente internacionaliza­dón de la vida económ1ca. social y cultural.) Para los pobres del mundo, la emigración es la forma más evidente de esca­par a la privación y al sufrimiento. Y la preocupación por nuestros semeJantes, dondeqUiera que se hallen, está o debe ec;tar en la conciencia de todos. En consecuencia, a los po­bres deben ofrecérselcs las oportunidades y los placeres de lo~ pafses más favorecidos.

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LA emigración 119

Al mismo tiempo. lo gobiernos tienen un indiscutido de­ber con su poblac1ón: empleo, a~istencra socral, atenciones médicas y mucho más. La obligación mundial a mayor esca­la debe reconciliarse con la local. es decir, con la responsa­bilidad nacional.

Cualquier resolución del conflicto entre las dos cosas debe aceptar y favorecer explícitamente un flujo regular de emi­

grantes. Esto beneficia a los em1grantes e rgualmente al pafs de acogida. Puesto que esto ya está admitido y se celebra cuando los emigrantes ~e sitúan en los niveles más altos de talento. es importante, e incluso urgenre, y una señal de con­ducta civilizada, que reciba similar reconocimiento y aplauso el servicio que rinden quienes hacen trabajo de verdad.

Este último punto hay que subrayarlo. La tendencia a ver a los emigrames más pobres como intrusos y en alguna me­dida como una carga es algo que una sociedad buena recha­za. Ésta ve al trabajador emigrante a la plena luz del servicio que realiza. Se comprende y se acepta que la vida seria difí­cil en los países avanzados sin la regular aportación extran­jera a Jo que, como está admitido, constituyen los niveles más bajos y arduos de la mano de obra. Consiguientemente, esos que vienen y son de este modo útiles deben ser bien re­cibidos y estimulados, e innecesario es decir que no deben encontrar djscriminación ni hostilidad basada en diferencias raciales, de color de la piel, lingüísticas ni culturales.

También debe existir la oportunidad de ascenso económi­co y social ya subrayada, sobre todo para las siguientes ge­neraciones. Volvemos a Ja cuestión principal: la política mi­gratoria liberal de una buena sociedad sirve a quienes buscan

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120 Una .wcinlud mejor

venir y sirve. no menos sustancialmente, a qutencs ya están aquí.

Queda una cuestión importante. no obstante. Dada la responsabilidad del eMado nacional por su propia fuerLa de trabaJO, ¿debe controlarse la emigración, por lo menos en favor de aquélla?

La respuesta prácrica es sí. No se necesita ninguna limi­tación efecriva del movimienro internacionaJ o interior de los estratos de cualificación superior: sobre la inmigración de talenro literano, arlístico, científico, técnico. atlético y simi­lares, de los que se desenvuelven en el mundo empresarial y, muy probablemente. de los fundamentalmente dedicados al ocio y su disfrute. Y debe haber puertas abiertas para los que escapan de la abterta agresión política, como tan a menudo es el caso, en princ1p1o. Tampoco debe haber, repetimos. dis­criminación. oc hecho o impllcita. por la raza o la identidad étnica.

Pero para los que 'e dingen hacia el trabajo de verdad, las penosas fa~nas de los desfavorecidos en los países más afor­tunados, la admistón debe estar condicionada, sin duda, por la disponibilidad de puestos laborales. Ningún país puede car­garse con un gran excedente de trabajadores inmigrantes por encima de la demanda de empleos en los niveles más bajos. Algunos paú,es. de Jos que Suiza es el ejemplo cimero, han organizado la política de mmigración para evitar que ocurra esro. ) con éxito. El caso de Estados Unidos es mucho más difícil y tules cálculos excederían las posibilidades de las es­tad! ltC<ls estatales así como las del conlrol de las fronteras, especwlmente la de México. AJJ(, con un poco de esfuerzo y

/.a em(r.: ración 121

cierta persistt'ncia. lo~ trabajudores se las arreglan para entrar sin las restriccrones de las autoridadt:s migr<.~torias. Como ocurre en otras cuestiones que colaboran a la buena sociedad, Y quizás más que otras muchas, la política migratoria no pue­de ser perfecta. Ni tampoco nos aproximaremos a la perfec­ción, como se ha sugerido en muchas dtscusrones actuales. negando ventajas, incluida la ense11anza, a los que ya han llegado.

La respuesra de mayor alcunce que corresponde a una buena sociedad es la de reconocer el papel beneficioso de la emigración en general y actuar y reaccionar en consecuencia. La comunidad nacional se enriquece gracias a la cultura y la sofisricación extranjeras, y gracias al intercambio de ideas y talemos que permite una buena política inmigratoria. Y exts­ten concretas ventajas económicas para los países ricos en el traslado de los trabajadores procedentes de los países pobres para hacer el trabajo de verdad al que en el mundo opulento rodos salvo los confesadamenre excénrricos buscan escapar.

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El poder militar autónomo

E n la sociedad moderna el nivel general de 'ida. así como las reslricciones socialmente necesarias de la ac­

tividad privada, es el resultado del sistema y las decisiones democráticas. Este arreglo está lejos de [ler perfecto o apaci­ble; todos los días la prensa y los medjos de comunicación informan sobre los conflictos políticos y presiones que ro­dean estos asuntos y sobre cómo se han resuelto. Y en esta discusión hay un evideme problema elemental y dominante. El nivel de vida privado, como se ha subrayado antes. se be­neficia de un apoyo entusiasta, a menudo infatigable; esa es Ia función de todo vendedor, de toda pubiicsdad, de toda Ia promoción de productos y servicios. Por el contrario. el ni­

vel de vida público -escuelas, parques. bibliotecas, fuerzas de la ley, transportes públicos y muchas cosas más- no cuenta con ese apoyo. La consecuencia, bien conoc1da, es que la televisión sea dispendiosa y las escuelas mezquinas, las casas limpias y las calles sucias, lo que yo caractericé en una ocasión como riqueza privada y suciedad pública. Pero

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124 Una sociedad mejor

dentro de la misma asignación a los objetivos público'i hay

un error especialmente msignc en la distribución de los re­

curc;os. Es el que se comete en el reparto entre necesidades

ci \iles y neces1dades militares, y es el resultado de un serio defecto del sistema democrático.

En EMados Unidos la decisión sobre los gastos públicos se adopta mediante una combinación de los poderes legisla­

tivo y ejecut1vo. El factor determinante y dominante en toda

acción pública es el dinero que se le asigna. La ley puede es­

pecificar mucho. si no se dispone de dinero no será mucho

lo que ocurra. Lo mi!-.mO la rama legislativa que la ejecutiva

del estado e\tán sometidas. a su vez. a la elección de la ciu­

dadanía en general. convirtiéndose así la fuerza determinante

del dinero en una manifc:-.~ación directa y eficaz de la autori­dad democrática. O eso se dJ por sentado.

De hecho hay una impo1 tan te excepción a este control

democrático. que es el poder m11Jtar. Esto ha ocurrido a me­

nudo en otros países. sobre todo en los llamados del Tercer

Mundo. No obstante. Estados Unidos es en la actualidad un

ejemplo especialmente claro. La jerarquía militar estadouni­

dense decide de hecho y con independencia sobre su propio

presupuesto. sobre la cantidad y el uso del dinero que recibe.

El derec.ho a Jos tondos públicos que tiene el ejército y su

omnímodo poder sobre cómo distribuirlos los acepta rutina­

riamente la rama ejecutiva del estado. Existe un tácito acuer­

do por el cual los civiles que nominalmente tienen la auto­

rida<.J no meterán demasiada maraña entre los militares. Se

trata de una fuerza a la que no plantan eficazmente frente los

administradores del presupuesto, designados por el presiden-

El poder milttar auránomo /25

re. ni siquiera el propio presidente. Lo que acaba de decirse es lan absolu!amente sabido que se discurc poco.

El poder deJ ejército -su capacidad para imponer y con­seguir el apoyo financiero necesario- es evidente aún en

mayor medida dentro de la rama legislariva. Allí, imponién­

dole unos cambios simbólicos de menor cuantía. el presu­

puesto militar se vota de forma automática y, mientras se es­

cribe esto, con un aumento anual. Ni siquiera se considera

necesario que algunas necesidades miiJtares -las operacio­

nes de inteligencia, las armas sofisticadas- sean conoc1das

por el conjunto del cuerpo legislativo.

También es eficaz en el Congreso el poder financiero y político de las industrias productoras de armas: los legislado­

res no votan fácilmente contra el empleo que los fabricantes

de armas procuran a sus asociac1ones de votantes. Más im­

~ortante es quizás la tranquilizadora mamfesración de pauio­

usmo en favor de las fuerzas armadas. La autoridad de Ja ins­

titución militar ha llegado as{ a ser total, circunstancia que en general se admite.

Si existe un absoluto e indiscutido poder para conseguir

los fondos necesarios e igualmente un poder no cuestionado

para decicfrr su uso, entonces el poder es total. El control de­

mocrático ha sido eficazmente anulado. Esta, sin ninguna

e~ageración, es la situación actual en lo que respecta al ejér­

cito en Estados Unidos. Los recursos de que dispone no es­

tán determinados por la necesidad; lo cual no se reconoce en

serio en los círculos bien informados. Distinguidos antiguos

oficiales del ejército y de la marina, singularmente Jos rela­

cionados con el Centro· de Infor~ación para la Defensa,

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116 Una sociedad mejor

cuestionan regularmente la neces1dad de determinadas armas > del número de cfccti\OS. El final de la guerra fría fue un hecho imprc!>ionante: no afectó a la continuada solicitud de dinero por parte del aparato militar ni al apoyo del ejecutivo y del legislativo que lo proporcionan.

A Jo largo de los si<tlos ha habido en muchos países fuer-... o

tes atirmaciones de la autoridad militar. Las armas y la disci­plinada institución que las posee han constituido una amena­za al poder civil. Quienes forJaron la Cons[itución de Estados Unidos estaban muy preocupados por esto: de ahí la designa­ción del presidente en il como comandante en jefe, como úl­tima autondad de las fuerzas armadas. A partir del poder que en los tiempos actu.1lcs llenen los militares sobre sus propios recursos finanCieros y sobre el uso a que se destman se ha producido. en una medida ~ustanc¡aJ. lo que más temían los Padres Fundadores.

La situación de Estados Unidos no es. como se ha seña­lado, única En América Central y del Sur, en buena parte de África y Asia. las fuerzas armadas han sido, y siguen sién­dolo en muchos pa1ses, mdependientes del control civil en­carnado en el gobierno democrático. O bien lo han sustitui­do. Estados Un1dos, atrapado por un gasto militar que no guarda relación con las necesi<;lades miJitares, ha desarrolla­do un desafo~unado cariz tercermundista. Se ha rendido en un grado sustancial a aquello contra lo que sintió necesidad de advert11 Dwight D. Eisenhower, general del ejército y pre­sidente por el Partido Republicano: el surgimiento de un po­dero o complejo militar-mdustrial independit:nte.

El poder mílítw autónomo 127

Una buena sociedad no concede autoridad al poder mili­tar. No por el peligro, muy temido en lo:. paí e:-. menos afor­tunados, de que sustituya al gobierno eh iJ. Las estructuras políticas estadounidenses y de otros paises industriales a\an­zados están demasiado bien arraigadas para eso. Más bien porque el moderno poder militar no sirve a los mtereses pú­blicos generales, pese a afirmarlo así perentoria y solemne­mente; está regido por su propio interés, que además puede resultar sumamente petjudicial para las necesidades y los ob­jetivos públicos generales.

El efecto adverso del poder militar c~tadounidense sobre la política se puso especialmente de manifiesto a principios de Ja década de 1990. Entonces el colapso del comunismo y la desintegración de la Unión Soviética crearon una enorme necesidad de recursos internacionales, sobre todo de dólares. para financiar y facilitar la transición de los antiguos regíme­nes comunistas a algo próximo a la economía de mercado. Esta ayuda se había prestado mediante el Plan MarshaJl, durante la transición menos difícil a una economía de paz, en la Europa posterior a Ja segunda guerra mundial. Mucho su­frimiento y mucho potencial desorden político se miligaron o evitaron de este modo. Lo mismo debería haber ocurrido en la Unión Soviética y sus en tiempo acólitos de Europa orien­tal. En lugar de eso, el poder militar estadounidense se man­tuvo empeñado en utilizar los recursos públicos para prote­gerse contra una amenaza militar que ahora estaba admitido que había desaparecido. No se dispuso de la ayuda que nece­sitaban los países antes comunistas en la cantidad adecuada.

Del mismo modo, en el ámbito interior había y quedan in-

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128 Una sociedad mejor

sistentes reivindicaciones de los pobres ) de los empobreci­dos. c;,obre todo en las grandes ciudades. Cualquiera que fue­se la anterior amenaLa extranjera. había ) s1gue habiendo el peligro de un desafío abrupto y violento a la estabilidad in­tedor. El poder militar sigue conrrolando p3ra sus propios objetivos los recursos que, si se utilizaran en subsidios míni­mos, en crear empleos. en \ iviendas y en información sobre las drogas. aliviarían la crisis en las zonas superpobladas y ruinosas de la" ciudades.

Tal ve7 tengamos aquí la intrusión mayor y más evidente en los estándares de una soc1edad buena. Como ya se ha su­

brayado, debe huber una constante vigilancia de las preten­siones sobre el gasto público, sobre todo de las de los influ­yentes y poderosos. Nadie debe dudar de que los servicios y desembolsoc;; públicos t1enen una bien asentada tendencia a favorecer a los afortull'ldos Pero el ejército y sus necesida­des deben reconocer e como un caso especial. Para todos cuantos persiguen una buena sociedad la preocupación cen­tral debe ser que el poder militar autónomo que actualmente existe sea sometido a un control democrático eficaz. Hacia este fin deben dingirse el d1scurso y la acción políticos con la mayor firmeza.

La intrusión de los militares en la política y en la econo­mía contemporáneas, su exigencia de recursos públicos, no es ifual que la de los individuos. De vez en cuando aparecen hombres extraordinarios que alcanzan prominencia nacional: presidentes de la Junta de Jefes de Estado Mayor o coman­dantes en :~lgún lejano campo de batalla. El poder del ejérd-

El poda militar muñnomo 129

to. ~in embargo. procede del poder de la organización. de la gran organi7ación. É~ta puede lt:nCI" un carácter y un objcti­\ o y unas pretellsJones sobre los recursos que superan l'on mucho la autoridad de cualquier persona. En terminología vulgar. se trata de una burocrac1a de la que el actual aparato militar es, en muchos aspectos, un caso extremo. El papel de la burocracia y del poder burocrático en una buena sociedad y sus frecuentes conflictos con ésta es mi siguienrc tema.

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14

El síndrome burocrático

L a organiz.ación, con su poder y, también muy a menudo. con su debilidad. es un rasgo ccmral de la "ida mo­

derna; la conjunción de individuos en unu estructura Jerár­quica de mando y cooperación en pos de un objetivo común es indi spensable para el eficaz funciOnamiento de cualquier faceta de la existencial actual. En el estado existe el gran or­ganismo público: en el sector privado. Ja gran sociedad anónima.

Tanto las organizaciones privadas como las públicas es­tán sometidas a un cieno examen y comentario criticas. El organismo público es repetidamente condenado por ser una <<burocracm», palabra con connotaciones marcada~ente ne~ gatjvas: funcionarios leales, inteligentes y esenciales son a menudo denigrados por <<burócratas». El rérmrno tamb1én se utiliza, si bien no tan agresivamente, para caracterizar a los aparatos administrativos, algo menoll que eficaces. de las grandes compañías mercantiles. Una sociedad buena debe re­conocer y combatir lo que se ba convertido en un síndrome

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132 Uno wcil'dad mejor

burocr~tico lo mismo en el sector público que en el pri\ ado. Sus fallos fundament:~lcs "011 do-.. cada uno de los cual~s lle­va una vida de cncubicr1o reconocimiento.

La primera y más evidente tendencia contraproducente de la organización. sobre todo de la gran organización. es que la disciplina suplanta al pensamiento. A la disciplina no se pue­de e~capar: debe haber acepLación y gustosa prosecución de una meta común. pues eso es lo que hac.:e eficaz, e incluso posible. la organrzac.rón. El indJViduo que se adapta es ensal­zado, en una merMor a lllU} re\ el adora, como «buen solda­do» (good soldier). Al mrsmo 11cmpo, no cabe duda de que el pcnsamiemo creatr,·o queda suprimido, siendo sustituido a veces por un sistema discrplrnado El hombre o Ja mujer con otro punto de \ tsta -el que detecta la debrhdad o el error y ve y prevé la 'l...:l·csrdad de can oros- bien puede con.siderar­se poco coopcratÍ\ o, irresponsable. excéntrico. En .afortunada expresión funcionarial. ese o esa «no vale» Us not useful). En toda organizacrón siempre hay este conflicto de base: por una parte, la muy práctica necesrdad de aceptar cooperativamen­te los procedimientos} objetivos establecidos; por la otra, la necesidad de poner en cuestión esos procedimientos y obje­tivos conforme los errores o los acontecimientos exigen cam­bios. Y también la necesidad y la voluntad de instar a esos cambios y efectuarlo'>.

Lste conflicto. como acabamos de observar, es común a los "e~torcs publico y privado. En el caso del ministerio es­tatal o eJe otros organismos públicos, está sobradamente re­conocida la tendencia al inmovilismo. La referencia diaria a . .

El sfndmme bumcrtilico 133

la burocracia y a los burócratas retlcja por regla general la actitud negativa hacia el servicio público que !>C presta, in­cluidos sus desagradables efecto~ o co~tes para qurenes así se expresan. Pero también puede calificarse la actuación de obsoleta. irrelevante o incompetente. Es tarea de la buena so­ciedad distinguir entre ambas cosas.

Este es especialmente el caso en lo tocante a la política exterior, asunto que se tratará en el capítulo siguiente. En Es­tados Unidos el Departamento de Estado y en alguna medida también laCTA y el Pentágono no administran legrslación. nr servicios ni programas públicos, srno polftica. Ésra. a su \ cz. requiere e invita a la fe. La fe es esencial y sin fe sería Jm­posible dirigir la polítka. Pero aunque cambien las crrcuns­tancias dominantes. la fe, una vez e tablecida. no cambia. La militarización de la polftica extenor estadounidense en la dé­cada de 1950 condujo, décadas después, a desastrosas des­venturas como la del U-2 sobre la Unión Soviética, la de Ba­hía de Cochinos, la paranoia por el comunismo en América Central (y Cuba) y la guerra de Vietnam, testamentos todas de la intrínseca rigidez de la fe que se administraba.

En las grandes empresas comerciales modernas el síndro­me burocrático también es una presencia fácil de identificar. Una cultura cómoda y disciplinada, basada a menudo en Jos éxitos del pasado, pasa a ocupar el lugar de la innovación y el cambio. En Estados Unidos las industrias del acero, del automóvil , informática, aeronaval y de venta al por menor han proporcionado todas ellas formidables ejemplos de esta tendencia de Jos últimos años. En otros países hay casos si­milares. A diferencia de la organización pública, sin embar-

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13-1 Una .wciedat! mejor

go. la empre~a privada puede 'er<;c sometida al efecto de choque del definitho traumn económico. Puede quebrar y de~aparecer. ~er comprada por otra sociedad con mayor éxi­to o \'er~;c obligada a reformarse por la amenaza financiera exterior No obstante. el inmovilismo burocrático es un he­cho omnipresente en la gran organización privada, lo mismo que en la gran organización pública.

El segundo rasgo de toda organización. relacionado con el primero, st ha sugerido anterionnente: la dinámica interna que conduce a la ine\orable proliferación de personal direc­tivo y demás Las circun.,tancias dominantes que determinan la política de personal en Jmbos [\CCtores de la economía mo­derna son simples y ::~bsolutamcnte evidentes, pero lo normal es que pasen desapc:n:JbJdas. con el tácito conc;emimiento de los implicado~ En primer lug<lr, ex1ste el deseo de todo el que ocupa un pu ·sto de responsabilidad jerárqu1ca de aspirar a una masa . uflciente de personal que lo respalde. Los trabaja­dores que as1 se adquieren tienen a su vez sus propios deseos

. y aparente necesidad de ayuda. Luego, la especialización se suma a la necec;idad: debe haber personal con la adecuada diversidad de conocimientos y de competencias. Todo el pro­ceso, como hemos indicado, tiene una dinámica propja.

Y hay más. La realidad y el gozo del poder proceden de los numerosos y convenientemente deferentes subordinados. También el prr:stigio demro de la organización y el derecho a ma)'or compensación pecuniaria. Una medida aceptada de la valía per!-onal es el número de personas que se dirigen: <- ¡,Cuántos tiene a sus órdenes?». Sumar subordinados es,

El síndmmr burocrático 135

pues. la forma más \ isible de mejorar la posición, el pre. li­gio y el sueldo.

Hay, por supue~10. tent:uh as de limiiJr el proceso de ex­pansión. Con este fin se preparan prcsupu('stos y se imponen límites presupuestarios. No obstante, estos límites son en buena medida simbólicos. En todas las grandes organizacio­nes existe una fuene tendencia, incluso trresistible, a agregar personal directivo, técnico. profesional y de otras índoles. Sólo cuando se desciende a la planta baja de la empresa in­dustrial -a los significativamente llamados «niveles labora­les)> (working le\·els) de lu firma- se mantiene controlnda la dinámica de la proliferación. Sólo en estos niveles -el de los trabajadores de la cadena de montaje, el de los adminrs­trativos ínfimos- hay una valoración constante y estricta de los trabajadores que se necesitan para la producc1ón.

La maravillosa tendencia perversa del componamiento económico resulta más perceptible que la causa. Esta es la si­tuación aquí. En el sector privado el crecimiento endógeno de personal que acabamos de describir lleva durante un tiempo una existencia tranquila y a sus anchas. Luego. des­pués de percibirse e] proceso, desemboca en un resultado: un programa recurrente y a menudo muy pregonado para supri­mir los trabajadores innecesarios. De estas tentativas -por regla general denominadas «ajustes empresariales» (corpo­

rate doH.msi;:.ing), nunca llanamente despidos- informan con regularidad las páginas de negocios. No se inquiere por lo que hacf::~n antes los descartados. ni por qué razón fueron agregados a la estructura organizativa, ni por CÓJ!IO funcio-

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136 Una ~och•dad mejor

nará la oreanización sin ellos. Tampoco se menciona. o se menciona -poco. la calamidad personal de lo~ relevados. de Jos que muchos quedan largo uempo sm empleo y todos en cond1ciones mentales de inutilidad declarada.

También debe aceptarse que las organizaciones públicas -el Pentágono, el Depa11amento de Estado, el Departamen­to de ComerCIO y demás- tienen la misma tendencia a la proliferación antifunc1onal. La organizaci?n es la ~r~aniza­ción, exista donde exista y baJo cualesqmera ausp1c10s. La cuestión es cómo debe reacctonar una sociedad buena.

No existe una línen de acción fácil de determmar. La res­puesta radica en aceptar yue el estancamiento burocrático Y la innecesaria prohferac16n de personal son los fallos funda­mentales de toda organm1ción. De estas tendencia'i fun­damentale:, ta.nb1én deben ser profunda y constantemente conscientes J..,s instituciones b~·1éfica-. nacionales. las admi­nistracione:, e'c~Jares y u ni\ ersitarias, los sindicatos Y de­más grandes organizaciones.

La empresa privada tiene la virtud. como se ha señalado, de que la incompetencia competitiva -lo que quizás pod~a denominar e la solución General Motors-Ford- puede obll­oar a hacer refom1as. La perdida económica, la amenaza de ~ancarrota, uene un efecto salutífero. Hay evidentes venta­jas, no obstante. en la previsión creativa, que actúa _por de­lante del desa">tre impuesto por el mercado. Hay s1n duda honradez social en la acción inteligente que obvia la necesi­dad de repetidos y dolorosos <<ajustes» de persona] directivo nr n .. cesario.

El 1índrom~ burocmrico 137

El caso de lo organismo~ públicos es lllJs d1fícil. En é~­to5. ni el compron11So im.titucion:JI con la , 'OhtJca C\IJblecl­da ni la proliferación de pcr~onnl lll!van in<:orporado~ lo re­medios que existen en Ja organización privaJa. En lugar de eso, hay que basarse en Ja gestión eficaz e informada } en Ja voluntad de efectuar cambios cuando sean necesarios. Nor­malmente, como se ha observado con anterioridad. todo ata­que a la burocracia y a los burócratas del sector público es una tapadera para oponerse a que se preste algún sen·1cio concreto o a que entre en vigor una detem1inada ley o al cos­te de ahí derivado. Pero los problema:, inheremes al síndro­me burocrático existen en los organismos públicos corno en cua1quier otra gran organización. Su soluc1ón c<.tá en manos de una dirección vigilante por pal'!e de las ramas ejecut1va y legislativa, y la solución es esencial para que una buena so­ciedad funcione con eficacia.

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La política exterior. Dimensión económica y social

E 1 objetivo último de una sociedad mejor se halla en el campo de la poHtica exterior. Allí se busca la pa1 dura­

dera entre las naciones. Nada es ran importante, pues nada

contribuye tanto al dolor. a la privación y a la muerte como

los conflictos militares. Éstos envfan a los JÓvenes, y en la

actual era nuclear a los mayores y a los viejos, a una súbita

y segura destrucción y a la desesper~nz.a íntima. por mucho

que se oculte, de vivir con esta perspectiva. En el reino de la

inteligencia humana pocas cuestiones han presentado tantas

dificultades a lo largo del liempo como la justificación de la

guen-a y de las consecuciones bélicas. Y nada ha negado con tanta claridad la pretensión de progreso humano e ilustración

civilizada del siglo que ahora acaba como las dos grandes

guerras europeas, la gran guerra del Pacífico y los conflictos, menores pero igual de crueles, de Corea y Vietnam. Estas

han sido las punzantes excepciones al avance hacia una so­

ciedad mejor. La prevención de tales tragedias masivas es,

junto con la solución a los problemas de los pobres del pla-

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140 Una sociedad mejor

neta. la turca más urgente de toda sociedad que abarque y pretenda proteger a toda la humanidad.

El éxito ~conómico de una buena sociedad es primordial para mantener relaciones pucíficas tamo dentro de las nacio­nes como entre la::, naciones. Es esencial para la paz y la es­tabilidad dentro del estado-nación: pesa muchísimo sobre las relaciones entre estados. y cada vez más, como enseguida propugnaremos. Pero e1.-o no es todo. Queda la necesidad de contrarrestar } negar las presunciones del poder militar, para el que la guerra e" un aspecto ine\ itable de la existencia hu­

mana. con la con~iguicnre uemanda de armas de efectos aún más terroríficos. De ahí, de manera algo más que casual. sur­ge también el principal escándalo de nuestro tiempo: e1 co­mercio de armas destinadas a los país.es pobres. comercio que normalmente y en ,grandes cantidades favorece Jos apa­ratos militare!'> de esos países. donde aún hay una ~.>obrecoge­dora necesidad de ahmcntos vitales. atenc1ón méd1ca y ense­ñanza.

De capital importancia es, no obstante. el confliclo entre las résponsabihdades económicas y sociales del estado-na­ción en una sociedad bien pertrechada y la cada \ ez mayor intemacionalización de la economía y la política.

En los asuntos públicos la elección más fácil es la que se hace emre lo que e\ identemente está bien y lo que está patentemente mal. Y también cabe que haya acuerdo cuan­do los dos cursos de acción son perversos por sus efectos; entonces !'e producirá una cierta aceptación del coste co­mún. quizás del sufrimiento. La dificultad se presenta cuan-

ú1 polí11ca exterior J..l 1

do los dos cursos de acción parecen benefirio:-.o ... Cada uno tendrá entonces apasionados defcnsorc : habrá un fuenc componente de probidad en el posicionamiento. Pocas co~ sas captan tanto el entend1micmo y el discurso como el creer­se en la razón cuando los demás también creen tenerla. Este es el caso cuando se habla sobre el papel y las obligaciones de Jos estados-nación en contraposición a las compensacio­nes que procuran las asociaciones globales y más estrechas entre naciones. Ambas cosas se considera que s1n en al bien común, y por ral razón el conflicto entre las do~; es inevi­table.

A lo largo del último siglo se han combinado las Iniciati­vas sociales y el impulso general de la historia para aumen­tar en gran medida las responsabi lidades sociales y económi­cas del estado-nación en los paises avanzados. Sobre eMo los lectores han sido abundantemente apercibidos: seguridad social para los ancianos~ subsidio de desempleo para los tra­

bajadores y trabajadoras; sistema nacional de asistencia sa­nitaria, cuestión que todavía se debate con vehemencia en Estados Unidos, pero que se acepta por regla genera] en el resto del mundo~ regulación de las condiciones laborales. en especial las de las mujeres y los niños; salario mínimo; apo­yo a la enseñanza y ~ la investigación; precios protegidos para los campesinos, debido al carácter singulannente rigu­roso de La competencia de su sector en el mercado libre.

Adicionalmente, el estado moderno, como de sobra he­mos señalado, ya no puede tomar partido cuando. según la tendencia que viene de antiguo en el sistema de merGado. e1

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142 Una wciedad mtjor

de envolvimiento económico demuestra ser imperfecto o do­lorosamente inadecuado. La inflación, la rece!lión ) el de­sempleo e sufren ahora como algo ine\iitable; los estados son considerados re!!ponsables, y no menos porque el reme­dio esté en parte fuera de su alcance. Como hemos sugeri­do. tn ningun país quienes ostentan cargos públicos desean comparecer ante el electorado cuando Jos tiempos son malos desde el punto el punto de .,. ista económico. Cuando llegan las elecciones ningt:na otra consideración se tiene por tan impo11ante, por tan decisn a.

Todo esto hay t.¡Ut: recibirlo L"On satisfacción. El capitalis­mo, en su concepción original de los siglos XVIII y XIX, era un sistema cruel que no habría sobrevivido a las tensiones ociales y a las actitudes revolucionarias que inspiraba de no

haber habido una respuesta aplacadora y correctora por parte del estado. E JO, últimos tier.l(.'IIS hJ habido en todos los ám­bitos una retórica estridente, por parte de quienes ocupaban personalmente posiciones económicas desahogadas y dirigida a quienes estaban asun1smo favorecidos. que ha lamentado y condenado el moderno eqado del bienestar: quienes así ha­blan no disfrutarían hoy de una vida placentera en ausencia de aquél. Pero también se ha producido la correspondiente evolución Internacional que, sí bien de efectos igualmente beneficiosos. se encuentra en aparente oposi-ción a los propó­sitos sociales del estado-nación.

La corre~pondienLe evolución ha consistido en una más t:strecha asociación de pueblos e instituciones de los países e~onómicamente avanndos. Esto incluye el comercio ínter-

i.L1 política e.uerior 143

nacional, del que se habla mucho. Y las finanzas imemacio­

nalcs -el flUJO de fondos de im ersioncs (y de especulacio­nes) que pasa de un país a olro--, ~obre las que también se habla mucho. Y las modernas empre as transnacionales que se trasladan sin e<:fuerzo por enc1ma de las fronteras nacio­

nales. Y muchas más cosas. Los viaJes: la investigación cien­tífica; los logros literarios, teatrales y artísticos; los objeti­vos educativos y lúdicos: todo atraviesa cada vez más y con

menos formalidades las fronrcras imernacionalcs. Todo esto pueden aplaudirlo las personas con conciencia histórica. En la última mitad del siglo que e~tá llegando ahom a su fin. ha supuesto un gratificantc contra~le con las antes mencionadas guerras que nutrieron de tanta muerte y de tanta mbcria hu­mana durante la primera mitad. Ahora puede darse por sen­tado que los países favorecidos del plane1a .,. ivirán juntos en paz debido a la internacionalización de ~u '"ida económica. social y cultural. Nadie que haya conocido el mundo anterior puede lamentarse de que esto sea así.

Aquí, no obstante, tenemos otra dialéctica del día. EJ es­tado regido por la economía y orientado hacia el bienestar general es bueno: es inevitable. Lo mismo ocurre con la in­temacionAl.ización de la vida económica, cultural y demás. Pero entre ambas cosas hay o, en todo caso, parece haber un conflicto ineludible. La internacionalilación de la vida eco­nómica, se teme, será una amenaza para el sistema asisten­cial del estado-nación. También para su identidad cultural y social, expresión de la personalidad nacional y punto focal del patriotismo, al que puede haber una adhesión obligatoria

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1' . 1 14-1 Una .wciedad mejor

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y casi teológica. Estas actitudes son decididamente partida­rias del cstac.Jo-nnción.

La amenaza econórmca de globnliznción. como ha vcnrdo a llamarse. puede pt~recer sumamente urgente. Los países con meJores condiciones laborales y sociaJes invitan a la compe­tencia de las zonas con inferiores salarios, una protección me­nos ef~caz de los económicamente vuJnerabJes y de ahí Jos inferiores costes de producción. A éstos pueden trasladar fá­cilmente sus operaciones las empresas transnacionales.

Es posible que esta nmemva se exagere: incluso los paí­ses con sistema-. sabriales y de <Jsro;rencia fuertes -incluyen­do Japón. que t'uenra con algo que se aproxima a la seguridad vitalicia en el empleo- tienen cxrto en la competencia inter­nacional. No ob.'itante. el bienestar nacional y concretamente la asistencia C\latal se con!-.ideran amenazados por las pautas del comercio llltt:rnacion:~l y por las empresas comerciales rransnacionak . Se trata de un tema que actualmente preocu­pa mucho y se comenta mucho en todo el mundo.

También exrsten las limitaciones que el comercio inter­nacional y el sr!'tema financiero ponen a Ja consecución de estabilidad económica. Cuando hay recesión o depresión, tradicionalmente recae en el estado-nación promover la nece­saria respuesta que sirva de estím~lo. La acción fiscaJ directa -reducción de impuestos, creación de empleos públicos, orras medidas ft<i<.alcs para que crezca la demanda- es in­dicada. Igualmente la acción monetaria -bajando los tipos Je rntcrés-, por ~u efecto favorable, real o imaginario. Pero la eficacia de estas respuestas disminuye en un sistema in-

l.t.l polítiCtl e.'fterior 1-15

ternacional. Una parte. tal \ 'Cl considerable del efecto esti­muJante se perderá en el comercio intcrnacJOnal· al aumen­tar las compras a otros países y el empleo en esos países. En términos récnicos, parte del efecto multiplJcador de aumen­tar los gastos públicos o privados se pierde yendo a parar a otros Jugares. Parte de esta pérdida se podría e\Jtar, en teo­ría por Jo menos, mediante la depreciación de la moneda; las exportaciones resultarían más baratas. las importaciones más caras. Pero esto va contra un dogma fundamental de la gran comunidad comercial, que es la necesidad de mantener esta­bles los cambios de dh isas, con vistus a prolongarse. como ocurre ahora en Europa, en un proyecto de moneda común.

Los temas que hemos tratado aquf afectan a la política de lodos los países industrialmenre a\ anzados; dada su tenden­Cia a difundirse y su premura. esto apenas puede sorprender. De especia] interés es el carácter cismático de la reacción po­lítica. En la derecha, los conservadores tradicionales se ven atrapados entre la fuerte adhesión a la identidad y aJ patrio­tismo tradicionales y una simuJlánea preferencia por eJ libre comercio y el apoyo al carácter transnacional de las moder­nas empresas comerciales. El P<Hriotismo, reconocen codos, es una virtud conservadora de primer orden. Pero en todo

pensamiento conservador respetable está presente el cJásico argumento a fayor del comercio internacional, la maximila­ción de la eficacia en la producción de bienes y servicios. Si bien puede que no sea un asunto especialmente urgente en el mundo económico moderno, con su proliferante abasteci­miento de bi~nes y servicios, la eficacia de la producción tie-

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1-16 Una socit•tlad mrjor

ne una fuerte influencia sobre las creencias tradicionales. Los conservadores proclaman con fuerza y orgullo la identidad nacional. lo mi ... mo que su fe en las ventaja." económicas del internacionalismo.

En la izqu1erda la d1v1 ión es similar. Muchos que son par­tidarios dt.: las funciones del estado asistencial desaprueban la po~1ble pérdida de empleo a causa de los inferiores salarios y co::.tcs de produccion de los países económica y políticamen­te asociados. Al mismo tiempo se aplaude la naturaleza pací­fica de la comunidad inrernacJonal más amplia y la creación de más estrechos lulO!'. pollticos. culturales. científicos y eco­nómicos. Y también existe ~:n la izquierda la clásica adhesión al comercio exterior lihre o relati\ amente libre.

En los últimos tiempos ha habido especraculare ejemplo de este conflicto. La convención del Tratado de Maa•aricht, otro paso hacia una má · estrecha asociación europea. pro­vocó un ardoroso debate público en el que los tradiciOnales agrupamientos políticos e d1\ 1dieron internamente. En la iz­quierda unos estaban a favor, otros en contra. Los de dere­chas reaccionaron de forma similar. siendo notable el caso de los tories britámcos.

Otra manifestación igualmente espectacular fue, en Es­tados Unido , el debate sobre la NAFTA, Zona de Libre Comercio de América del Norte, y sobre el GAIT, el Acuer­do General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio. También aquí hubo, tanto dentro de la derecha como de la izquierda, opiniones muy distintas y airadas. En el caso del GAIT había miedo, expuesto con formas más elocuentes que profundas. a que la c;oberanía se rindiera a su autori~d internacional en

l.-~.1 poliíica e.uerior /47

los temas económico!'. y sociale : a la 01ganización Mundial del Comercio. En Canadá una minoría numerosa y articulada \io en la NAFrA, como también en la anterior negociación, una importante amenaza al empeño, que data de antiguo, de mantener una identidad económica. cultural y política m­dependieme de la del gran vecino social y económicamente agresivo.

A final los dos acuerdos se aprobaron: en Estados Unidos mediante la coalición ílntinatural de los liberales con menta­lidad inrernacionalista y los conservadores con conciencia comercial. Pocos pondrán en duda la fuerza del conflicto de fondo que se plantea aquí. ¿Cómo se rt!~uel ve 6ste en una buena sociedad?

La solución no es difícil: tiene la ventaja de su inevitabi­lidad. No hay fom1a de oponer~c a la asociación progresi\a· mente más estrecha entre lo~ pueblos y las mstituciones de los países avanzados. Está en la gran corriente de la histona; las fuerzas sociales en juego desbordan la influencia de los polúicos, de los parlamentos y de las legislaciones naciona­les. La retórica puede oponerse; la marea seguirá su curso.

Tampoco se debe desear otra cosa. El celo que el estado­nación siente-por su territorio y por la protección de sus inte­reses económicos, el poder económico de los fabricantes na­cionales de armas y la apasionada atención a Ja conservación de la lengua y la identidad cultural propias, fueron el origen de las mayores tragedias de los tiempos modernos. Pero, pec;e a los beneficios que conlleva el internacionalismo, sigue pen­diente la importante cuestión de avenirse con lo inevitable.

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Entre los países avanzados debe haber ahora una eficaz coordinación internacional de las políticas sociales y moneta­rias. É~ta comienza por la acción monetaria y fiscal. que es esencial para combatir la habuual alternancia de expansión y crists. sucedtendo a la especulación el desempleo. Ningún país puede actuar con eficacia y por su cuenta. Yendo más allá, debe haber, como ya hemos indicado, una coordinación de las políticas sociales nacionales. de las políticas agríco­las, de la~ medtdas para satisfacer las necesidades ambienta­les y de los demás programas sustanciales del moderno esta­do del bienestar. Una buena sociedad debe comprometerse con esta coordinacion. pues no sólo es la mejor respuesta sino la única.

La nece~idad ue esta acción la reconocen en Europa, si bien imperfectamente. Jos miembros deJa Comunidad Eco­nómica de Bruselas. el Parlamento de Estrasburgo. no hace mucho y b<-,lante explícitam,.nte el Tratado de Maastricht y, con postenoridad, el ba ... tantc notorio paso adelante dado por los principales estados para coordinar las actividades milita­res. La necesidad de coordmactón se reconoce menos en Es­tados Unidos. Canadá, Japón } la comunidad comercial del Pacífico, donde el reconocirniemo es considerablemente ma­yor que la rc,puesta práctica.

Los presidentes y los primeros ministros se reúnen ahora a intervalos regulares fundamentalmente para tratar de asun­tos económicos. Las relaciones comerciales merecen mucha atención. En el futuro los que se reúnan deberán atender a te­mas afines: la nsistencta social. las polfticas monetarias y fis-

Ú1 po/frica exterior 149

cales, y su coordinación. Éstas ya no ~e pueden dejar más tiempo a las deCISiones diferentes y por eso a 'eces contra­producentes de los distintos estados-nación. El comerc;o se cuidará en gran medida de sí mismo: de todos modos, los be­neficios de la negociación a menudo no son perceptibles. Pero los efectos de las discrepanres políticas sociales, fisca­les y de empleo sí se dejan sentir con fuerza. Sobre éstas es sobre lo que debe haber una constante deliberación y acc1ón.

No obstante, esto no es más que el primer paso: la aso­ciación más estrecha y bien avenida que hoy hace que se concierten internacionalmente pueblos e instituciones tam­bién debe, con el tiempo, conducir a la necesaria organiza­ción internacional. Las responsabilidades económicas y so­ciales de los estados-nación son una fase transitoria. El obje­tivo final es una autoridad transnacional con los correspon­dientes poderes subsidiarios, s1n excluir la rec:audac1ón y el gasto de los ingresos.

En el mundo real existen actualmente el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que en 1 995 celebmron el cincúenta aniversario de su concepción. Las dos institucio­nes representan una delegación de poder económico a un or­ganismo internacional de mayor rango. El Banco asume la responsabiüdad del movimiento y la orientación de los fon­dos de inversión por encima de la autoridad de Jos distintos estados, aunque no puede ignorarse el papel dirigente de Es­tados Unidos en los asuntos del Banco. El Fondo. que en un principio se pensó para buscar In estabilidad de las relacio­nes internacionales entre las monedas, ha pasado a especifi­car las políticas presupucstanas y de gasto nac10nales que

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J 50 U11a .mciede~d mtjor

pesan sobre C!ia estabilidad. Tanto el Banco como el Fondo han dedicado, sin embargo, ~us esfuerzos y recursos a los países pobres: no han pretendido. al menos con efectividnd. coordinar las políucas fi-,cales. sociales y demás de los eco­nómicamente avanz.ados. Adicionalmente, con demasiada fre­cuencia. el Fondo no ha considerado que las funciones asis­tenciales de las nactones sean algo por proteger, sino algo por sacnticar a cambio de la estabilidad de la moneda. Sin embargo. el Banco y el Fondo son pasos indicativos del ca­mino que se puede h:lcer ~ que. desde luego. debemos hacer.

Una buena soctedaJ no puede permitirse una exclusiva identificación con el e~tado-nación; debe reconocer y apoyar las fuerzas internaciones más .tmplias a que se someten los distintos países. No es cuestión de elegir: es un imperativo actual.

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Los pobres del planeta, l. Orígenes históricos

S e ha instado ~e~i.damente hasta ahora a que Jos proble· mas y las postbJltdades de la espec1e humana no respe­

ten las fronteras n:lcionales; en una sociedad civilizada lo que importa es el mundo como un todo. Y debe haber una especial preocupación por los millones y cientos de millones que viven fuera de los lfmites de las naciones más afortuna­das. También éstos. repetimos, son personas. Para encuadrar esta obligación debemos atender, por lo menos un momento, a la historia que hace al caso.

Hubo un tiempo en que los que ahora son pafses ricos y desarrollados gobernaban en Jo que ahora son las zonas po~ bres. Así, el Reino Unido, Francia, Bélgica, Holanda, Ale~ mania, Italia, Rusia y, con especial fuerza y amplitud geográ­fica, España y Portugal eran potencias coloniales. Como lo fue, bien que brevemente, Estados Unidos. El recuerdo de este dominio sigue vivo en los pa(ses pobres; también las consecuencias de que concluyera.

Se da por sentado que los dominantes y los dominados re-

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nían opiniones radicalmcme distimas sobre el poder imperial. Los primeros pensaban b1en de su propia fuern e influencia en el mundo colonial; en los segundos el resentimiento fue conduciendo, con frecuencia. a revueltas silenciosas o abiertas.

;..Jo está absolutamente claro que la reacción de los domi­nados contra el poder dominame fuera siempre tan constante o total como suele suponerse hoy. El Imperio Romano, el eJemplo más sobre.,alicnte de autoridad imperial. fue acepta­do por muchos de los pueblos '>ometidos. gran número de los cuales consideraban preferible estar dentro que fuera. Tam­poco cabe duda de que Roma. como antes Grecia y como después EspaJia. t:!l Reino Unido. Francia y otras potencias imperiales. tuvo una func16n civilizadora y proporcionó a los países que habían conquistado pautas de cultura, gobierno y ley que han c;ido aportaciones perdurables. No obstante, eso no fue sufictente.

En la se~t nda mitad de "iglo X\. se produjeron loo; mayo­res cambios -re\ olución no es una palabra excesivamente fuerte- ocurridos en varios m1les de años. La amplitud y la profundidad de este cambiO sólo despierta ao;ombro: el impe­rialismo, el colonialismo tal como había existido antigua­mente, concluyó de c;úbito en todas partes. De pronto, en Asia, en Africa, en el sur del Pacífico, el gobierno colonial se convirtió en cosa del pasado:Et derecho de los pafses a gobernar a otros ya no se aprobaba en la realidad ni en la ley. Se aceptaron el autogobierne y el respeto por el poder so­berano.

Mirando atrás, todavía cuesta imaginarse un cambio tan general en tan poco tiempo. La misma palabra «imperialis-

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Los pobrer del planeta, 1 /53

mo» adquirió una fuerte dc!notnción condenatoria. Lo mismo que «colonialismo». Esto no ólo ocurre a-.í en las antigua~ colonias; tamb1én se han comcrtido e:1 términos despresu­giados en las antiguas potencias imperiales o coloniales. El mundo entero pregona una nueva ilustración. Un nuevo y de­finitivo hecho descolonizador ocurrió en los años posteriores a 1989, cuando las naciones de Europa orienral se liberaron de la influencia soviética y la antigua Unión Soviética se di­solvió.

Todo esto. repetirnos. fue bien recibido en todas partes. La liberación de la potencia imperial. la realidad de la inde­pendencia política, se veían y se aceptaban como un bien po­lítico Y social. La potencia imperial se ha quedado ahora sin defensores. Esto lo aprueba la sociedad buena. Pero antes una palabra sobre por qué el poder imperial concluyó tan de repente. tan espectacularmente. Y c;obre si. como tanto se su­pone. aún persiste bajo formas más enmascaradas pero no necesariamente menos efectivas. De ahí deriva la actual si­t~ación del mundo en tiempos colonizado y la obligación que tiene una buena sociedad con los pobres del planeta.

Lo~ pueblos de los antiguos regímenes coloniales, no puede dudarse, buscaron activamente su independencia. En casos importantes dejaron de estar gobernados porque se habían vuelto ingobernables para la autoridad exterior. Eran demasiado fuertes Ja autoafirmación. la autodeterminación. Esto ~ue indudablemente así en India, donde, bajo el inspi­rado liderazgo de Mohandas Gandhi y de Jawaharlal Nerhu, la disensión dispuso de una sofisticación y de una fuerza

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final que superaba con mucho la que podía movilizarse en contra.

En Indochina y Argcha contra Jos franceses, en Angola y Mozambique contra lo portugueses. hubo resJstencia militar organizada contra el poder colonial. Es de señalar, sin em­bargo, que en buena parte del mundo colonial se permitió que se fuesen en paz los hermanos descarriados. como eran vistos con pe ar por muchos. En Estados Unidos nunca se pensó en retener las Filipmas por la fuerza. Ni los demás te­rritorios menores del pequeilo imperio eswdounidense. En la mayor parte de Áfnca, parte de Asra y otros lugares no hubo resistencia de hecho <.:untra la potencia colonial ni de la po­tencia colonial. El gobierno colonial dejó de existir de forma pacífica e inevitable. Los pueblos colonizados celebraron su nueva libertad. mientras que los antiguos colonizadores cele­braban su sab:a aceptación de la nue\ a realidad más civiliza­da. En el Rc1no Unido. en E<=•1dos Unidos, en Francra. en Holanda y Be,gica -las potencias coloniales. grandes y pe­queñas- hubo apoyo político y aplausos. La descoloniza­ción se vio como un triunfo del bien sobre el mal, una derrota de las fuerzas de la reacc1ón y la obsolescencia políticas.

La autosatisfacción fue excesiva. Operaba allí otra cir­cunstancia aún más influyente: el colonialismo ya no servfa a ningún interés económico importante. De hecho, era posi­ble que ahora devengase algún coste neto. Las ventajas eco­nómicas se daban las manos con e] idealismo; esta es una coalición que siempre constituye un impulso vital para los cambios sociales.

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Una vez. en los tiempos de lo~ ~cñores y de los mtereses terratenientes, y de Jos comerciantes y los intereses comer­ciales. el colonialismo tuvo una potente bac;e económica. La adquisición de territorios contiguos o lejanos rendía ingresos y mano de obra campesina explotable. Por esta razón la men­talidad militar más vulnerable sigue fijada fim1emente en la defensa de las fronteras. El territorio es c;agrado; ¿qué otra cosa podría ser más importante?

Más importante era. en realidad, lo que beneficiaba a los intereses mercantiles e industriales. El temprano capitalismo mercantil e industrial se concentró en procurarse materias primas, productos tropicales, artesanías exóticas y manufac­turas elementales procedentes de los países colomales. y en los beneficios de los productos de las fábricas industriales. además. La posesión colonial conllevaba un monopolio o casi monopolio nacional sobre este comercio. Y en Jos go­biernos de las potencias coloniales los comerciantes y los fa­bricantes tenían una poderosa voz política a su favor. Esta voz y la del gobierno eran a menudo la misma.

Al frna1 de la segunda guerra mundial y durante algún tiempo antes los intereses mercantiles y de las industrias o factorías elementales se habían reducido a un papel despre­ciable, incluso arcaico. El desarrollo económico se centraba ahora en el i!lterior de los países, no en el exterior; ahora las naciones prosperaban y se beneficiaban a base del propio crecimiento económico. El comercio entre los pafses indus­triales era el dominante; las relaciones económicas con el mundo colonial quedaron ahora marginadas. Lenin, con in­dudable exageración, afinnó en una ocasióq que los trabaja-

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dore~ de los territorios con capiwlismo avanzado vivían a costa de las masa~ colonizadas. Nadie podía imagmarse ya que aquello fuese ni remotamente cierto. Se ha estimado que las pérdidas de Holanda en sus grandes posesiones indone­sias a continuación de la guerra quedaron compensadas en tan sólo dos años de crecimiento económico naciOJlal.

De modo que era posible abandonar las colonias sin me­noscabo económico. En Estados Unidos pocos, desde luego no muchos. sufrieron pérdidas económicas por la liberación de Filipinas. De huber habido fuertes intereses económicos habría existido un poderoso lobbv que diera voz a esos inte­reses y el resultado habría c;ido muy distinto. Desde luego que la transición no habría sido tan sosegada, tan pacífica.

No obstante, hay una segunda cuestión: si surgió y se im­puso una forma de capitalismo más sutil y más sofisticado. ¿Dio una forma de dominio colonial paso a otra?

Que una nueva forma de control exterior iba sustituyen­do al antiguo impenalismo estaba mu} presente en el ánimo de muchos de los antiguos renitorios coloniales. En Jugar del imperialismo patrocinado por los estados, ahora se creía que el instrumento visible era la empresa transnacional. El anti­guo territorio colonizado necesitaba, en consecuencia y como medida práctica, mantener una estrecha vigilancia de las ac­tividades e inversiones empresariales extranjeras, pues esta era la nueva amenaza imperialista. Esto tuvo un importante efecto sobre las actitudes hacia el desarrollo económico de las nuevas naciones.

Esta posibilidad no es posible descartarla ahora y en reali-

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dad cada vez es más fuerte. El poder y la innuencia políticos de las empresas transnacionales y de la" que por regla general están ligadas a la imer~ión extranjera fueron sumamente so­brestimados. Se deduJeron de la mística del capitalismo. no de su realidad. En términos prácticos. la seria interferencia de las empresas internacionales en la política local era demasiado fá­cil de percibir y demasiado probable que fuese antJproductiva.

Más importante era el cambio de carácter de la propia gran empresa. Originariamente fue la expresión del poder ca­pit<~lista; ahora se percibía, como se ha dicho en un capítulo anterior, como una burocracia grande y a veces inmovilista. La preocupación por su omnipotencia habra dejado paso. en el caso más frecuente. al miedo a su ineptitud En un tiempo. desde luego, existió la United Fruit Company en las repúbli­cas bananeras de América Central. Y existieron las grandes compañías petroleras de Oriente Med1o. Ahora ya no. En lu­gar de eso, la cautela burocrática. Y la realidad contemporá­nea es que Jos antiguos países colonizados acogen ahora sin temor a los inversores extranjeros; las inversiones extranje­ras son algo a lo que no se opone resistencia sino que se bus­ca. Esto es Uamativamente cierto en India, en tiempos el más sensibilizado de Jos nuevos estados-nación. Se ha puesto en claro que 61 poder de las grandes empresas, el poder econó­mico, no es la manifestación de un nuevo imperialismo.

En Jos años que siguieron a la segunda guerra mundial y hasta época muy reciente hubo, no obMante, una forma de neoimperialismo impuesto. Lo que emanó de la Unión So­viética y en alguna medida de China, y de Estados Unidos y

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en menor medida de Europa occidental, fue la manifestación colonial de la guerra fría. Hubo una fuerte innuencia y con­trol soviéticos ~obre Europa oriental. ExistiÓ la esperan/a en la Unión So\ iética y el miedo paranoico en Estados Unidos de que los patse~ menos desarrollados del planeta se decan­taran por el comunismo y no por el capitalismo. La extensión de la innuencia de las superpotencias a las naciones nuevas y más pobres se veía. pues, como una nueva forma de impe­rialismo. En uno de los más dañinos errores de los tiempos modernos. se creyó que podría haber socialismo antes que capi tali smo, que las 11H.:re1blemcnte complejas tareas admi­nistrativas de la planificación y control, centrales y globales. podrían asumirlas simplt:s campesmos. Este error tuvo una faceta militar directa y desastrosa en Afganistán. lo mismo que pesó más allá de lo razonable en Indochina, sobre todo en Vietnam

Pero dt. nuevo esto es \a historia. La quiebra de la Unión Soviética. la caída del comunismo y el final de la guerra fría pusieron fin al reinado del error. Consecuentemente, en la década de 1990 por primera vez en la historia reciente y an­tigua no hay manifestaciones tangibles y fáciles de percibir de imperialismo. Hay grandes potencias económicas y otras menores. Hay desigualdad en fuerza militar, buena parte de ésta, como ya se ha demostra_do, de objetivos inciertos. El imperialismo. el colonialismo, es cosa del pasado. Hablamos, a veces irreflexivamente, del final de la historia; en este as­pecto es un hecho que la historia ha llegado a un final.

Una sociedad buena debe aceptar que en las relaciones en­tre los países ricos y Jos pobres, entre las antiguas potencias

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coloniales )' sus colonias, el mundo y la situación eJe Jos e­res humanos ha cambiado para siempre la política ex terror de una buena sociedac.J debe cguir siendo sensible al pasado y en e pecíal a todo lo que parclca indicar un resurgimiento de las prácticas coloniales.

Esto es especialmente necesario en el caso de Estados Uni­dos. La mayor y la militarmente predominante de las antiguas potencias imperiales, o de las por tales tenidas, despierta como es lógico los mayores recelos de albergar residuos imperiales. Esto se ve reforzado por las referencias. frecuentes y a menu­do mal vistas. a la necesic.Jad de que Estados Unidos ejerza el liderazgo de la comunidad mundial, asuma ~u función IWtural

de líder. La cautela y la contención tienen aquí primordial im­portancia. Siguen haciendo falta lidera7go e iniciativa, por supue~to, pero en el mundo actual deben ser una rcspue~ta prudente y normalmente colecti\'a a las necesidades. no una ostentosa rnamfesración de derecho imperial.

Los países afortunados deben habérselas ahora con el le­gado del imperialismo: la fosa, verdaderamente intolerable. de sufrimientos humanos que ha dejado en su estela. Esto tiene la misma importancia para una sociedad mejor, como trataremos en el capítulo siguiente.

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Los pobres del planeta, II. Qué debe hacer una sociedad mejor

L os problemas que afligen a los pobres del plunctu no concluyen con la histona que acabamos de referir.

Cuando las amiguas posesiones coloniales con!.-.igu,eron la independencia se vieron obligadas a hacerse cargo de la más cxjgentc de las tareas humana!>: la provi~ión de una estruc tura de gobierno honesto, fidedigno y eficJcnte. Muchas han fracasado. A partir de ahí se han producido, a su 'ez. fraca­sos económicos. pues el éxito económico depende del apo­yo y la supervisión de una estructura de gobjerno estable. eficienre y real. Sin ésta, no se cumplen los requisitos más esenciales para el desarrollo económico. En eJ siglo pasa­do, como se ha indicado, a una pregunta como qué requería el progreso económico se habría respondido inmediatamen­te en Estados Unidos, así como también en Europa: buen gobierno, buena enseñan7.a y probablemente buenos trans­portes. Esto sigue siendo un principio rector en nuestro tiempo.

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162 Una soc'icdod mt'jvr

No cahe duda dt! que d el>tado nación tiene una respon­sabilidad b[t'>ica con ,u propto p\H.:hlo dentro de una buena soc:icdacJ Pero ningún país puede Cl>tar -,ati•.fccho y contento dc ~u riqueza si otros son abycctamente pobres. Y desde lue­go que no l!i, como en e\ caso de \as antiguac;, potencias colo­

niales. en tiempos ha tenido la responsabilidad de pueblos menos afortunados; ~u obligación no concluyó cuando las colonias asUimeron su autogob1erno. En la mayor parte de África. en muchas partes de A~ta y en buena parte eJe Amé­rica L::~tina, la pobreza rigurosa -,igue siendo endémica. La bucM sou~d.ld no pucJc 1>ituar'c al margen de esa pobreza: debe estar t!ll la t.'oncicncia de todo.., y su eliminación debe formar parte de la pohtica de todos. El estado-nación no debe tratar de evadir !:>Us rc~ponsabiltdadcs mediante la aceptación de la fórmula que más habitualmente se utiliza para ju~tifi­car el cgo.~tno y el interés propio: •<Eso es otro país: e<.,Os no ">On nuestn problemas•~.

En Jos cmcuenla últimos años los países pobres, las anti­guas colonias. han recibido sin duda algo más que una ligera atención de Jos má'i afortunados. Pane de esta atención ha sido consecuente con la esperanza o el temor del comunis­mo. El más beneficioso e inteligente fue el papel operativo de la compasión. el sentimie_nto de que existía el deber de preocuparse. Esto no fue una minucia. Una fracción influ­yente del cuerpo electoral de los pafses ricos ha manifestado coherentemente su s1mpatía y sufragado \a ayuda a \os paf­~cs pobres. como han hecho el Banco Mundial y otros orga­nismos internacionales menores. Una buena sociedad apoya

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con firmeLa este esfuerzo generalizado. pero también exige que la ayuda c;e dispcn~e y utilice de manera ef1<:ill Lo cual no ha sitio cJ caso ~•cmpre. quizás ni el habitual. en los pn meros años de ayuda. después de la segunda guerra mundial y de la descolonización que ocurrió entonn:s. los nuevos paí­ses y los antiguos se urueron en la creenc1a de que escapar de la pobreza y pasar a una situación de desarrollo econó~ mico implica fundamentalmente la transfcrencta del equipa~ miento pesado del sistema económ1co desarrollado. A los países en vías de dc'-.arrollo. como se les denominó con op­timismo. '-.C enviaron las <:.~derurg.1ac;, h\s plantas de energía eléctrica. Jac; plamns quím1cas. las planta., de m:íquinas he­rramientas, que tan prominente rasgo eran de las economías maduras. Se pensó que esto era el progreso económico, el final de la pobre¡a. En realidad fue un gran error. un sueño huero. Se ignoraron o pasaron por alto dos grandes necesi­dades mencionadas con anterioridad: un orden político esta­ble y la educación general de las masas. La., s.iderurgJas.Jas plantas hidroeléctricas, los aeropuertos resplandecientes. asentados ahora entre gentes ignorantes, se convirtieron en estériles monumentos al error ... y al fracaso. En tiempos más recientes esto se ha reconocido en alguna medida. con­forme se ha ido haciendo evidente el papel del gobierno es­table, honrado y real. y se ha comprendido la importancia de la educación. Sobre ésta, se hablará rná~ adelante.

Además, en los primeros días de la ayuda para el desarro­llo, a menudo se omitió la agricultura; se pu o el énfasis en las ciudades y sus habitantes. Allí fue donde se produjo el desarrollo. A menudo se fijaban los precios de los al1mentos

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para favorecer al proletariado urbano. lo cual tuvo un efecto depres1vo en la agricultura. Ha habido e\ identes excepciones a esta política. de las que el principal ejemplo. como en tantas ocasiones, es India. Desde la mdependencia, la población in­dia se ha algo más que duplicado. pero, gracias a los cereales híbridos, los fertilizantes. los regadíos y otros dispositivos hi­dráulicos y agñcolas. más los precios asegurados para los cam­pesinos. también se ha duplicado la producción de alimentos.

No obstante. en buena parte del antiguo mundo colonial el estado sigue operando de un modo económica y social­mente contrapmduccntc. l.a inestabilidad, la incompetencia, la corrupción y las dictaduras de los contados favorecidos son todas ellas demasiado frecuentes. En casos extremos. que no excepcionales, hay de:-.órdcnes y conflictos civiles. Inclu­so cuando las e; osas son mcj<.'rt.. <;, la!> tareas rutinarias del es­tado -la recaudación de impuesto . la prestación de los ser­vicios esenciales. la pro\ Is1ón de una firme base legal para el .progreso económico- se lle\ an a cabo maJ, o bien no se llevan en absoluto a cabo. Surge un comercio peljudicial al vender Jos políticos y los funcionarios excepciones o inter­pretaciones privilegiadas de las leyes y de los reglamentos. Esto es cierto incluso cuando el país está relativamente bien gobernado, como India En los lugares más perdidos de Áfri­ca el problema no es el mismo. porque nadie se imagina que las normas deban cumphr&e.

De lo anterior surge el papel de una buena sociedad. Em­pteza por la generosidad: la ayuda financiera no basada en el

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propio interés político y económico. como hemos subrayado de sobra. sino en la prcocupaci6n por los semejantes. Donde hay paz inrerior y un gobierno pasablemente eficaz. el prin­cipal énfasis debe ponerse en la enseñan7a. Para eso debe disponerse generosamente de dinero: dmero para escuelas. para equipamiento y profesores. y sobre todo para la prepa­ración de profesores. EJ capital. el requisito primordial para las inversiones materiales, se traslada fácilmente de un país a otro. Los profesores, los instrumentos esenciales para el pro­greso de la educación. son menos móviles. Un cuerpo inter­hacional de preparadores de profesores -profesores de pro­fesores- es una de las principales necesidades del desarrollo económico. Más en general. la enseñanza debe ser la política principal en todos los campos. Vueho aquí a insistir en algo dicho en otra parte: en este mundo no hay poblac1ón educada que sea pobre, ni población no educada que no Jo sea. Con una población educada, el progreso económico se vuelve en alguna medida inevitable. Sólo entonces se produce el uso verdaderamente eficaz de la ayuda general para el desarroJJo.

En los países pobres el quebrantamiento de la ley y el or­den es también un problema habitual y especialmente urgen­te. Este ha sido muy en especial el caso de África, pero se ha presentado de véz en cuando en América Central, Asia y Europa. Liberia, Somalia, Ruanda, Nicaragua, Haitf o Bos­nia son ejemplos recienres mientras se escribe esto. Cientos de mi les de ciudadanos han muerto en los conflictos resuJ­tames o a consecuencia de las privaciones derivadas y de las emigraciones forzosas. ·

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/66 Una .wcíedad mejor

Hace mucho tiempo que se reconoce y acepta que no está contemplado dentro del derecho soberano de ningún estado­naciÓn el :ll:lcar a olro. Las leyes intemacJOnales lo prohíben; las Nacwne!l UmJas cxi'iten en buena medida para impedirlo. Un caso d1stinto son las matanzas que cometen los países con su propio pueblo. E!\to invita a la desaprobación, a la conde­na. pero no justifica una respuesta de otros países como. por ejemplo. la que siguió a la ocupación de Kuwait por Trak. Sin embargo. el sufrimiento humano y la devastación económica y social deri\ados de los conllictos interno~ pueden ser ma­yores. y en los últimos tiempos lo han s1dO, que los de los conflictos mternacionale .... Debe comprenderse esto. debe ha­ber acciones por parte de una buena . ocicdad contra las tra­gedias humana'\ más c~panto,as. La nece,idad debe recono­cerse y aceptarse, y la respuesta debe ser firme y previsible.

En Jo~ tiltimo" años. en SomaliJ, en Ruanda, como ante­riormente en el caso de Liberia, y en la ex Yugosla\ ia, ha habido inrenenciones internacionales para contener la vio­lencia intenor o bien para aprovisionar de alimentos, aloja­miento. cuidados médicos y otros socorros a los afectados. Cada caso se ha considerado una excepción; la acción se ha concebido como una acomodación a circunstancias en apa­riencia especiales. Esto no deb~ ser así en el futuro; el que­brantamiento de la ley y del orden y los anexos sufrimientos humanos deben contemplarse como un aconcecimiento total­mente pre\ ic;ible en las zonas pobres. Y lo mismo debe verse la intervención: no respetar la soberanía para rescatar y pro­teger a la~ poblaciones afligidas y en peligro.

Se ha hec~o referencia a la acción internacional; esto sig-.

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nifica, de hecho. de las Nu ionc~ UnidJs. Tanto en la opinión internacional como en la legalidad mtcrnadonal. la acción unilateral de un estado rcllulta fuertemente sospechosa. Más aún si la realizan las principales potencJas, como Estados Unidos; se trata de un perdurable espe~tro del imperialismo. En consecuencia, la acción debe contar siempre con la san­ción internacional y estar bajo control intemac1onal. En el futuro esto debe considerarse una de las funciones más im­portames de las Naciones Unidas. costeada, de acuerdo con sus posibilidades e~onómicas, por Los paíscc; ricos ', muy concretamente, por Estados Un1dos. El envío de 1<1 policw necesaria junto con el per ... onal militar debe -.er una obliga­ción geneml y aceptada. En especial, debe re\ J\arse la actual posición estadounidense: la de que. aunque Estados UnidO'\ tiene el aparato milirar más fuerte y mejor provisto del mun­do, no debe arriesgarse a las consecuencias políticas en el in­terior de tener bajas en eJ extranJero. El simestro curso de la historia ya ha definido la tarea; la respuesta corresponde a

-una sociedad mejor.

En este capítulo se ha resaltado el papel de la compasión: las obligaciones de los afortunados con lo~ despo~eídos. Con la decadencia y desaparición del miedo y la paranoia anrico­munista que en tiempos justificaron la ayuda de los ricos a los pobres, ésta debe constituir ahora el pnncipal factor que sostenga tal ayuda. Pero no es el único. Es ventajoso. inclu­so bueno para Ja seguridad de todos los pueblos, que el mun­do esté tranquilo y en paz. Como sobradamente se ha resal­tado, la pobreza de las naciones es una fuente instigadora y

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alimentador.l de conflicto'\, y en el mundo actual los paf. es

afortunados están en paz entre \Í y en paL consigo mismos. La concordia internacional sal<.lrfa favorecida. y o.,ólo favore­cida, de conseguJrse un cierto bienestar social en todos los países. El conflicto, como sabemos, es una Infección capaz de extenderse. La asistencia y la aceptación de mayor res­ponsabilidad con respecto a la tranquilidad interior y el orden que aquí l>e reclaman contribuirán a la paz de las naciones pobres y a la paz menral de los más afor1unados. La compa-ión tiene rostro humano. pero también rinde servicios muy

prácticos.

No todas las naciones del mundo que necesitan ayuda pl!rtcnecen a las tradicionalmente pobres. En los años trans­curridos desde 1989 los paÍ[o;CS de Europa oricmal y de la an­tigua Unión So\ 1~t1ca han tenido una t.hfícil tran51ción del socialismo total a la econonr1a dt: mercado. Y a la democra­cia y a la participación pac.t'ica en la gran familia de nacio­nes. También aquí hace falta una generosidad inteligeme y que sirva a los prop1os intereses, pues esta transición es di­

fícil y pesa negativamente sobre muchos pueblos. Esta ad­versidad, a su vez, constitu}e una enorme amenaza para la democracia, pero la ayuda exterior puede facilitarla de múl­tiples formas. De ahí se derivará la promesa de relaciones in­ternacionales estables } la supresión del miedo al conflicto internacional.

La preocupación u que se hu instado por los pobres del planeta y la aceptación del coste que entrañaría acudir en su a} uda debe extenderse igualmente a quienes están en peligro

l.or pnlm•tt delplam•to, 11 /69

por la gran tran~ición en cun-o en Europa orientaL Una bue­na 'ocicdad no puede vh ir hajo la "omnra del desorden .;o­cia! en las antiguas naciones comuni-.tas y la consiguiente amenaza de contiendas e indu~o de devastación nuclear. Mientras se escribe esto. el tiempo aprem1a y la acción se ha demorado demasiado.

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El contexto político

L os libros de este talante y género. como hemos tenido antes ocasión de sugerir. casi stempre acaban con la

misma nota. Habiendo definido lo que es bueno y factible. suponen que seguirá la necesaria respuesta polftica, si no pronto, con el tiempo. La gente tiene instinto. de inmed1ato o en último ténnino. para Jo que está bien. Habtendo especJ­ficado esto, la tarea del auror ha terminado: la acción co­

mienza a partir de ahí. Este optimismo es el que sostiene los esfuerzos del pensamiento y de los autores~ así queda de­mostrado el poder último de las ideas, de las que John May­nard Keynes, en su frase más famosa, dijo que el mundo está dominado por ellas y por poco más.

No hay aquí tal optimismo frágil. Porque en la política moderna hay dos grupos de desigual poder e influencia, la democracia se ha convertido en algo imperfecto. Por una par­te, como hemos visto, están los favorecidos, los potentados y los ricos, sin excluir la burocracia empresarial ni los intere­ses comerciales, y por otra los social y económicamente des-

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poseído!), junto con el considerable número de quienes, por inquietud y compasión, acuden en ~u ayuda. Puede decirse. porque Jo es del modo má!-. d1áfano. que ~e trata de un com­bate desigual.

El paso decisivo hacia u na buena sociedad wnsiste en ha­cer que la democracia sea genuina. incluyente. Mientras se escribe esto se está desarrollando en Estados Unidos un acre debate sobre la reforma de la asistencia social; se propone, en esencia. una retirada partial de la red de seguridad que protege a los ciudadanos más pobres y en especial a los ni­ños. Sin esa red estarían condeMdos al hombre, a enferme­dades en otro caso curables y al malestar de alojamientos sin condiciones: se semirían adkiQnalmeme den\grados por ser intrínsecamente infenorcs.

Lns cosas cambiarían mucho ¡;i los menos afortunados y los pobres recnrrieran con confianza a las umas electorales para remediar sus males. Sus votos serían entonces específi­camente, e incluso diligentemente. solicitados, poniéndose el acento en la necesidad de )a red de seguridad y en la calidad de escuelas, viviendas, sanidad, servicios recreativos y otras muchas cosas que costean Jos fondos públicos. En el vuelco polilko ocurrido en Estados Unidos durante el otoño de 1994, como previamente se ha indicado. quienes se oponían a la ayuda a los pobres en varias formas tuvieron una asombrosa victoria con el apoyo de menos de una cuarta parte de todos los votantes posibles, menos de la mitad de los cuales parti­ciparon en las elecciones. La respuesta popular y la de los medios de comunicación fue que quienes ganaron represen­taban la opinión y la voz públicas. De haber habido una gran

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El comexro político 173

participación en Jas elecciones. tanto el resultado como la reacción habrí:111 sido Indudablemente distintos Se habría acrecentado mucho el senlimicnto de responsabilidad por los pobres.

De modo que el primer requisi to para lograr una buena sociedad es una expresión más perfecta de la voluntad demo­crática; la democracia debe ser genuina, incluyente. En el es­tado de Nueva Jersey. en unas recientes elecciDnes a gober­nador, una tasa de impuesros complaciente con los razona­blemente acaudalados y Jos ricos fue, junto con la promesa de reducir los impuestos, el tema principal y con mayor éxi-10. Un activista importante y más seguro de si mismo de lo debido contó después, con satisfacción. que había repartido dinero entre los pastores de las iglesias de negros a cambio de que no instasen a votar a sus feligreses. Más tarde negó haber hecho lo que él mismo había alabado. un proceder difícil, pero la acwación contra el sistema democrático era demasiado evjdente. No obstante, Jos instintos políticos del individuo eran muy certeros. Los votos de los pobres son esenciales para conseguir los servicios públicos que ellos mismos necesitan para mejorar los necesarios ingresos y para institucionalizar las políticas generales que combatan la po­breza; en suma, para conseguir dar un primer paso hacia una sociedad mejor.

La democracia tiene sus requisitos imprescindibles. Debe haber una clara percepción de Jos objetivos a que la mayoría se adhiere Q debe adherirse, objetivos que este ensayo ha pre­tendido definir. Y debe haber una organización que movilice

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174 Una .wcil•dad mt'jor

a los voltlntl!~ y con\ enza a los legbladore., y al presidcnre de que fu,·oretcan esos objcri' os. En los últimos tiempos la natun1len1 y la magnrtud de cc;te empeño han quedado mara­villo~amentc esclarecidas.

El dinero, la vo7 y el activi-.mo político están actualmen­te en gran medida dominados por los acaudalados, los muy acaudalados y Jos intereses empresariales, los cuales inevira­blemenre atraen muchos talemos poliricos. La expresión de sus objetivos es aceptada. pues. por la opinión pública que, un aspecto signiticati' o. e e; así creada a diario por los medios de comun~cación. En Estados Unidos el Parrido Republicano está confc.;;adamcnrc de parte de los afortunados. y también sienren atracción por lu influencia y riqueza de éstos el Par­tido Demócrata o muchos de 'us miembros. El resultado, o como mfnimo cabe la po;;ibilidad. es un c;io;tema bipartidista en el que las do'> panes responden en política y en acción a l:.l!i nece,Jdades y los dcscvs de los bien y más que bien pro­\'iStos.

En una buena sociedad la \'OZ y la influencia no pueden quedar restringidas a una parte de la población. En Estados Unidos la única solución es más participación política activa mediante una coalición de los concienciados y los pobres.

Y su instrumento debe ser el Panido Demócrata, pues ese ha sido el papel de este partido eo el pasado y el fundamento de

sus pasados éxllos. Tradicionalmente se ha pedido una ac­ción efcctha del estado a favor de los menos favorecidos

cuando era necesario. Y se ha opuesto resistencia a la ten­dencia actualmente manifiesta de identificar el estado con una carga cuando <;e dirige a ayudar a los pobres pero no

El cmth'\IO político 175

cuando se ocupa de las necesid<ldcs o preferencias de los ac:.tudulado~.

La polírica «práctica,>. se 'Pc.ricne, exige política.., quc arraigan a Jo~ afortunados Los pobres no vorun: los políticos despierto~ apuestan por los acomodados y los ricos. Esto se­ría una necedad polftica por parte del Partido DemócratJ: aquellos cuya principal preocupación e~ proteger sus ingre­sos. su capital y sus intereses comerciales siempre votarán al partido que afirme con mayor contundenua ec;wr al c;en·ic•o de su bienest~r pecuniario. Éste es y ha sido ,jempre el Re­publicano. El Demócrara no tienen futuro como suplente de inferior caregoría.

Tampoco hay ninguna po"ibilidad sustancial de que .,e cree y se impongn un nue\o parrido en Estado" Unidos. aun­que haya sido la esperanza de algunos infraprivilegindos en el pasado. Tropc7aría con una e~tructura institucional. el sis lema bipartidista, que durante mucho más de un siglo ha constituido un rasgo estable de la política estadouniden<:e. Los dos partidos están arraigados en pensamiento y en ac­ciÓn. y así continuarán.

En otros países induslriales la situación es. en conjunto. más favorable a los pobres. En ellos. una gran parte del elec­torado participa en las elecciones; en asombrosa re,puesta di­recta contra el dominio político de los acaudalados, algunos paises -Australia. Bélgica- han impuesto la obligación de votar. Este es un paso que va más allá de lo factible en E. ta dos Unidos; tal vez esté dentro de los derechos soberanos e inalienables de los ciudadanos estadounidenses el de boico­tear los procesos electorales. Sin embargo, el fallo central de

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1 76 Una .mc•irtlútl mc',jor

una bu~na soc:icdatl no C!) la dcnwcracia. ~ino el que la dc­nlocrada -.ca impcrlccl.l Sólo tuando todo el mundo vo1c -lodos meno ... unos cu.tmos cxc¿ntncos- con eguirá reali­zar una buena soc1cdad hUS objciÍ\OS urgentes.

Es ine.,·i¡able que los críucos que hayan sobrevivido a es­ras úlriruas páginas digan. como una Línica voz, que lo aquí

escrito no está a tono con Jos ucmpos. Los afortunados. in­cluidos los que hablan por ellos y sus aliados políticos. tie­nen aheguratlo el mando. Ellos son la realidad política: as imismo lo ~o,crán en el futuro previsible.

No necec;anamcnte. Con que haya una coalición de los consciemcs y los cornp:H.Iccidos con lo que ahora están fue­ra del ~istcma político. la st.K·icdad meJor ~ería una per-.pccti­va luminosa ~ ,\l'li..Oiutamcntc practicable. Los acaudalados seguiñan siendo .caudalados. los acomodados c;eguirfan aco­modados. pero los pobres formarían parte del sistema políti­co. Se atendeñan sus nece~1dadcs, lo mjsmo que otras metas de una buena soc1edad. Los as'pirames a cargos públicos es­cucharían. Allí estarían loe; 'otos y exigirían. Como ocurre ahora con la red de <;eguridad, con la sanjdad, con el medjo ambiente y sobre todo con el poder militar. una sociedad buena falla cuando la democracia falla. Con verdadera de­mocracia podría triunfar el proyecto de una sociedad mejor. Podría incluso ser inevitable.

• , Indice alfabético

acciJente~ laborale~. compen,actún p<lr. 99

acero. industria Jel. 106. 109. 133. 163 Acuerdo General ~obre Arancele~

Aduanero~ y Comercio IGA TTl. 146

acruna' al. lndu~tría, 133 Afgaru~tán, 158 África. 41. 114. 126

coloniaJjsmo en. 152. 154 descolonización de. 163. 164. 165

Agencia Central de Inteligencia (CIA). 133

agricultura aumento de la producti\Jdad por la.~ invernooe~ públicóti. 36

durante la Gran Depre!.ión, 23-24 efecto~ sobre el medio ambiente. 24 omisión de la. durante la descoloni-zación. 163

polfticas de, 14B precios protegidoHn lo. 141 primitiv:l. 90 ~upresión de los privilegios fiscales. 84-85

.!horro. exi~tencia!> de. 77 O JUStes empresariales. 135, 136

Alcnwlia. ~l. 114 A menea Central. ;J 1, 157

mllttarc~ en. 126 quebrant:tmtcnto Je la le> y el•lrdén.

165 América dd Sur. 1 ~6 Amértca C atina, 114, 16.2 Angola. 15J anumonopoho. ley. 31 Argelia, 15~ armamento. n!asl' mtlitar Asia. 41. 1 ~6

colonialismo en. 152. 154 postcolomalismo en. 162

asistencia ~ocio l. ~5. 26 a las emprc~as, 84 ga.'>tO~ para, 74. 75 reforma de la, 172 y el comercio mternactonal, 143-

144 Auwalia. 175 Auwnlin, Universidad Nacional de,

62 nutogobiemo,92-93. 152 automóvil, industria del. 100. 108-1<)9 .

114. D3 BLúcar, monopolio del, 85

., . 1

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