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Actas XIV Congreso AIH (Vol. III). Bettina PACHECO. La autobiografía femenina en la España... - La autobiografía fe menina en la España contemporánea: hacia una poética de las diferencias Bettina Pacheco UNIVERIDAD DE LOS ANDES ESTUDIAR LAS AUTOBIOGRAFÍAS Y memorias autobiográficas de algunas escritoras españolas contemporáneas me permitió concluir que su característica más general es la de no cumplir estrictamente con las exigencias impuestas por el canon autobiográfico tradicional masculino, en el sentido de que la autora de autobiografías tiende más hacia la mezcla genérica que a la aceptación de unas pautas de composición que le permitan estructurar un proyecto autobiográfico al uso, razón por la cual muchos de estos textos han sido excluidos del canon actual. Muchas de las obras estudiadas incorporan y mezclan estrategias narrativas propias de la carta, el diario, la biografía, el ensayo, el prólogo, las memorias y, por supuesto, de la autobiografía. Por ello le he aplicado, siguiendo el mecanismo de la asociación, la metáfora del «cajón de sastre» de la memoria, sin connotaciones peyorativas. El gran antecedente de unos textos que presentan tales características lo constituye sin duda la carta-diario-cuadernillo escrita por Gertrudis Gómez de Avellaneda para el esquivo objeto de su amor: José Ignacio Cepeda. En cuanto a la estructura de los textos, la característica más frecuente y que considero propia de las mujeres memorialistas es la de presentar la historia narrada a través de viñetas generalmente breves, de cuadros que enmarcan espacio, tiempo y anécdota, lo que permite apreciarlos como unidades aisladas de un contexto mayor, para así focalizarlas y analizarlas mejor, lo que facilitaría la reflexión sobre el yo y sus circunstancias, en momentos determinados del acontecer vital. Con ello se ofrece la visión de un yo fragmentado, episódico, más que un yo unitario y en ascenso como suele ser el ofrecido por las autobiografías masculinas. En el caso de las escritoras de ficción he observado que tales viñetas llegan a conformar pequeños cuentos de innegable valor estético, que pueden desprenderse del contexto narrativo al que pertenecen sin perder por ello significación ni eficacia. Tal es el caso de El Río, de Ana María Matute o de Recuerdos de otra persona, de Soledad Puértolas, para sólo citar dos ejemplos. El yo que se conforma en estos textos memorialísticos, no es un yo sólido que se va estructurando en atención a su evolución y sus logros en el espacio público, como por lo general ocurre en la autobiografía de los hombres, sino que por el contrario el yo- 407 -t .. Centro Virtual Cervantes

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La autobiografía fe menina en la España contemporánea:

hacia una poética de las diferencias Bettina Pacheco

UNIVERIDAD DE LOS ANDES

ESTUDIAR LAS AUTOBIOGRAFÍAS Y memorias autobiográficas de algunas escritoras españolas contemporáneas me permitió concluir que su característica más general es la de no cumplir estrictamente con las exigencias impuestas por el canon autobiográfico tradicional masculino, en el sentido de que la autora de autobiografías tiende más hacia la mezcla genérica que a la aceptación de unas pautas de composición que le permitan estructurar un proyecto autobiográfico al uso, razón por la cual muchos de estos textos han sido excluidos del canon actual.

Muchas de las obras estudiadas incorporan y mezclan estrategias narrativas propias de la carta, el diario, la biografía, el ensayo, el prólogo, las memorias y, por supuesto, de la autobiografía. Por ello le he aplicado, siguiendo el mecanismo de la asociación, la metáfora del «cajón de sastre» de la memoria, sin connotaciones peyorativas. El gran antecedente de unos textos que presentan tales características lo constituye sin duda la carta-diario-cuadernillo escrita por Gertrudis Gómez de Avellaneda para el esquivo objeto de su amor: José Ignacio Cepeda.

En cuanto a la estructura de los textos, la característica más frecuente y que considero propia de las mujeres memorialistas es la de presentar la historia narrada a través de viñetas generalmente breves, de cuadros que enmarcan espacio, tiempo y anécdota, lo que permite apreciarlos como unidades aisladas de un contexto mayor, para así focalizarlas y analizarlas mejor, lo que facilitaría la reflexión sobre el yo y sus circunstancias, en momentos determinados del acontecer vital. Con ello se ofrece la visión de un yo fragmentado, episódico, más que un yo unitario y en ascenso como suele ser el ofrecido por las autobiografías masculinas. En el caso de las escritoras de ficción he observado que tales viñetas llegan a conformar pequeños cuentos de innegable valor estético, que pueden desprenderse del contexto narrativo al que pertenecen sin perder por ello significación ni eficacia. Tal es el caso de El Río, de Ana María Matute o de Recuerdos de otra persona, de Soledad Puértolas, para sólo citar dos ejemplos.

El yo que se conforma en estos textos memorialísticos, no es un yo sólido que se va estructurando en atención a su evolución y sus logros en el espacio público, como por lo general ocurre en la autobiografía de los hombres, sino que por el contrario el yo-

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mujer se focaliza en momentos precisos de su devenir y constantemente da vueltas sobre sí mismo, como en espiral, tratando de encontrar el sentido de lo acontecido, de las características de las relaciones asumidas a lo largo de la vida, de sus beneficios y fallas, como en una búsqueda de sí misma que intenta encontrar a una mujer que casi siempre se revela con una identidad en conflicto con el pasado, por el agobio de la pérdida, o con el presente dadas las dificultades que toda vida implica, junto a las adicionales complicaciones que la identidad femenina confronta hoy ante los nuevos modelos de mujer.

El yo-mujer de las autobiógrafas se caracteriza muchas veces por autorrepresentarse como un yo diferente que no encaja dentro del grupo conformado por sus compañeras de género. La tendencia a la soledad, a la reflexión, el gusto por la lectura, las tempranas incursiones en la escritura, así como una conciencia de la oprimida condición femenina, hace que muchas de estas mujeres se sientan diferentes desde niñas. Al menos así lo expresan en sus autobiografías la ya mencionada Gertrudis Gómez de Avellaneda, Emilia Pardo Bazán o Carmen Baroja y Nessi, entre otras.

Y es aquí donde hay que subrayar dos características muy propias también de la autobiografía femenina. Una de ellas es la concepción del yo como un ente en relación con otros. Así la autora realiza su propio perfil de manera indirecta por comparación o contraste con el otro que retrata, como ya he dicho. De tal manera que muchos de los retratos realizados corresponden a personajes famosos lo que contribuye también a la autoexaltación por el privilegio que le concede a la autobiógrafa una amistad con alguien notable.

También es observable esta autoexaltación como parte del proyecto autobiográfico no declarado ya que nuestras memorialistas reafirman su yo, generalmente, a través de esa comparación o contraste de la que hablamos antes, o poniendo alabanzas a su persona en boca de otros personajes. En esto se diferencia del yo autobiográfico masculino, más autónomo, que se enaltece y autoconstruye por esfuerzo propio y con independencia de los otros.

En cuanto a las características discursivas predominantes puedo decir que la autobiógrafa continúa fiel a la tendencia de usar un lenguaje directo y sencillo, a recurrir a estrategias propias de la oralidad, para lo que se presta la autobiografía como género que no busca la experimentación literaria o lingüística sino más bien contar unos hechos jalonados por la memoria.

A pesar de las diferencias de los textos entre sí y de las transgresiones al canon tradicional masculino en cuanto a estructura y discurso ya referidas, me fue posible encontrar constantes propias del género, según lo entendemos en nuestro contexto sociocultural actual. Es así como me fue posible notar que, en general, desde el punto de vista estructural la autora trata de prestarle un orden cronológico a su historia, a la vez que reconoce, ya sea explícitamente o con la ejecución del texto mismo, que tal ambición es casi imposible dada la naturaleza del instrumento utilizado para acercarse a los acontecimientos narrados, la memoria, así como la distancia entre el pasado en que ocurrieron los hechos y la persona que los recuerda y escribe, en la que se han dado cambios que de alguna manera transforman la apreciación de lo sucedido.

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LA AUTOBIOGRAFÍA FEMENINA ... 409

En la mayoría de las ocasiones, la autora expone el pacto de veracidad que todo autobiógrafo parece obligado a hacer con su lector y que, en el caso de muchas autoras españolas, parece fundamental. A pesar de que algunas reconozcan la dualidad que existe entre el yo que recuerda y escribe y ese «otro yo» que es contemplado actuando en el pasado, muchas veces acuden al lector para advertirle que lo que se cuenta no es ficción y que, a pesar de las mediaciones que pueda hacer el lenguaje o de las traiciones de la memoria, la referencialidad del texto autobiográfico puede establecerse. Para ello es constante la inclusión de fechas, lugares o descripciones de personajes reales que, junto al apoyo que en varias ocasiones presta la incorporación en el libro de fotos de la autora junto a familiares, amigos o personajes importantes, apoyan el testimonio de veracidad de lo narrado. Esta relación entre viñetas que cuentan la historia en episodios y fotos ilustrativas permiten comparar estos textos autobiográficos femeninos con los viejos albumes fotográficos que cuentan la historia familiar a través de imágenes. La novela familiar toma cuerpo, entonces, gracias a ese contrapunto entre lo narrado y las fotografías que ilustran la historia contada.

En cuanto a las constantes temáticas, que son por lo demás las más apreciables, es notable que la evocación de la infancia y adolescencia ocupa lugar privilegiado en muchos de las obras analizadas. Sin embargo, como es frecuente en los textos del género escritos por mujer, no se idealiza esta etapa de la vida. La infancia con sus juegos, perplejidades y miedos, la adolescencia con sus conflictos y descubrimientos, son contadas por las mujeres revelando un tanto el mundo infantil de las niñas. No dejó de aparecer, salvo en algún caso aislado, el mentor o guía de las actividades intelectuales y culturales, así como la escena de lectura en la que se desenvuelve, por lo general, una lectora tan voraz como precoz. Quizás sea este anhelo de autenticidad lo que ha motivado que varias de las autobiografías estudiadas se refieran sobre todo a la infancia y la adolescencia, sin querer adentrarse en la vida adulta donde compromisos y fracasos complican y dificultan la mirada memoriosa.

Es frecuente en las autobiógrafas de las primeras cuatro décadas del siglo XX que, al hacer memoria del momento de su nacimiento, reconozcan no sin pesar la inconformi-dad, sobre todo por parte del padre, por haber tenido una niña, por no haber logrado el varón que se esperaba. Esto lo expresa con gran acierto Constancia de la Mora en sus memorias autobiográficas Doble esplendor, las cuales tienen el mérito de ser las primeras memorias escritas desde el exilio republicano, ya que fueron publicadas en Nueva York en 1939.

Igualmente, muchas de estas autobiógrafas denuncian la discriminación padecida por la mujer en cuanto a las oportunidades de estudio por las que los varones tenían un privilegiado lugar en el sistema educativo en detrimento de la educación femenina, orientada apenas hacia la cultura general y, sobre todo, a la formación para asumir las laboras domésticas propias de la mujer, según la sociedad de la época. Esto forma parte de la función ideológica del texto en el sentido de que el mismo se convierte en lugar propicio para la denuncia de la situación de subordinación y de injusticia padecida por la mujer durante siglos. Es por ello que ni Rosa Chacel, en su autobiografía titulada Desde el amanecer, ni María Campo Alange, en su delicioso libro de evocación de su

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infancia sevillana, Mi niñez y su mundo, pierden la oportunidad de denunciar la desigualdad en cuanto a las oportunidades de estudio que sufrieron y que les hizo padecer esa frustración durante toda su vida adulta.

La evocación de los padres se realiza de manera muy rápida, no se le dedica mucho espacio al padre en detrimento de la madre, salvo alguna excepción, como parece ocurrir en la autobiografía de las autoras angloamericanas. Con respecto a este tema hay que destacar la especial importancia que la autora española le concede a las mujeres del pasado de las que se distancia y por las que se siente poéticamente atraída. Es así como destaca la belleza, dignidad y elegancia de la madre o, muy especialmente de la abuela, porque a través de ellas establece contacto con un mundo femenino en extinción, estructurando así una genealogía de mujeres en la que tres generaciones entran en contacto para significar tradición y cambio. El cuestionamiento a la madre por la sumisión o pasividad no deja de estar presente, por supuesto, pero no se excluye el sentido de pertenencia a una comunidad femenina.

Esto me ha permitido constatar la importancia de la figura materna para la conformación de la subjetividad, tema frecuente en la narrativa femenina actual. He descubierto que aquellas autobiógrafas que reconocen el amor materno y la pertenencia a una genealogía femenina muestran en sus textos una mayor armonía y conformidad con su ser mujer. No ocurre lo mismo con las que reflejan indirectamente la indiferencia o carencia del afecto materno, tales autoras se muestran fuertemente conflictuadas con su ser mujer y ofrecen una imagen magnificada de los hombres, padre o marido, con la que desean identificarse pero no pueden hacerlo totalmente dada las diferencias que establece el sexo. Quizás el ejemplo más elocuente podría ofrecérnoslo Clara Janés en su lírica y trágica autobiografía Jardín y Laberinto.

Es así como nos encontramos con que la trilogía padre/madre/hija es sustituida por la de abuela/madre/hija o por el dueto abuela/nieta, en una celebración plena de la feminidad, lo que podríamos entender como la conformación de una nueva genealogía donde la figura paterna se debilita. Sin embargo, como ya dije, cuando esto no ocurre, cuando la figura predominante es la de un hombre, se constituye una identidad femenina que no reconoce la plenitud de ser mujer por su admiración hacia la figura masculina, lo que provoca un rechazo a la propia feminidad, implicando con ello un rechazo a la madre.

La figura masculina, insisto, no es relevante en las autobiografías de mujeres españolas. Las referencias a padres, maridos o novios, son esporádicas y se les dedica poco espacio. Sólo en aquellas autobiografías donde la autora se autorretrata a través de otro-el hijo, esposo, amigo o personaje importante-el hombre adquiere relevancia. Se da incluso el caso curioso de aprovechar el texto autobiográfico para hacer alguna revelación sobre un hombre querido y/o famoso, revelación que no lo deja muy bien parado ante la posteridad, lo que también forma parte de esa función ideológica reivindicativa del texto a la que ya me he referido. No otra cosa hace Mercedes Salisachs, en su obra Derribos. Crónica de una tiempo saldado o Jean Rucar con su marido Luis Buñuel en sus Memorias de una mujer sin piano o María Asquerino con Orson Wells, en sus Memorias naif, como las ha calificado Francisco Umbral. Reitero

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LA AUTOBIOGRAFÍA FEMENINA ... 411

que, según mi apreciación, en las autobiografías de varias autoras españolas contempo-ráneas, es más frecuente la celebración de lo femenino que la exaltación de la masculinidad, a pesar de que en algunos de estos textos se haga presenta una figura paterna poderosa.

Se habla muy poco o nada del despertar de la sexualidad muy frecuente en la autobiografía masculina. El tema del erotismo parece ser tabú, aún hoy, entre las autoras españolas porque las alusiones al amor y al sexo son excesivamente pudorosas, pareciera que no es este género el apropiado para tales incursiones; por ello la novela femenina en España llena este vacío, como si tras la ficción se escudara el temor a revelarse en este sentido, se trata de uno de los silencios propios de la autobiografía femenina española, de su censura más notable. Sin embargo el tema del amor sí está presente, sobre todo el amor romántico al que algunas autoras dedican un verdadero homenaje al inmortalizar a alguna de la mujeres que conocieron y que merecen ser recordadas por su fidelidad a un único e inmortal amor.

También aprovecha la autobiógrafa para complementar las autobiografías de sus maridos cuando éstos no hacen referencia a los detalles familiares e íntimos considera-dos importantes por una mujer que escribe sobre sí misma. Los desencuentros amorosos, la soledad, la vejez que establece el contraste entre la mujer del ayer rememorado y el hoy de la enunciación, el fracaso matrimonial con su decepcionante noche de bodas, constituyen otras constantes temáticas apreciables en las autobiografías estudiadas.

En cuanto a la funcionalidad del espacio puedo decir que el mismo adquiere connotaciones simbólicas en la medida que carga de especial significado a determinados ámbitos que enmarcan a la mujer como dueña del ámbito privado, lugares en los que sueña y aspira otro destino, a la vez que la encierran distanciándola del ámbito público. Es así como los espacios cerrados, la habitación de la madre o abuela, el armario que ahí se encuentra, el cuarto de estar o de costura, la ventana como límite entre afuera y adentro, cautivan a la niña y le señalan la herencia materna que ella asimilará para entrar en conflicto consigo misma y su posible futuro, para, partiendo de ahí, crearse una nueva identidad desde la tradición femenina a la que pertenece. Estos espacios son propios de la mujer escritora ya que no tienen la misma relevancia en los textos masculinos, son los santuarios del recuerdo, el espacio íntimo, penumbroso y secreto donde se macera la memoria, verdadero laboratorio de la escritura.

Estos textos autobiográficos demuestran que la mujer se siente muy ligada a su afectos y a su entorno íntimo, lo que constituye otra de las características más resaltantes: la de privilegiar lo cotidiano frente al mundo exterior. Es de la intimidad, de lo que sucede a su alrededor, con sus afectos y su vida diaria, de lo que le interesa hablar. Con ello se establece otra diferencia con respecto a las autobiografías de los hombres quienes en general privilegian su actuación en el mundo profesional o político, llegando a hacer menos referencias a la cotidianidad. Aunque muchas autoras demuestran interés por el acontecer histórico-social de su país o el mundo, lo hacen a su manera, partiendo de las reflexiones que este mundo les plantea, pero siempre desde la perspectiva de su entorno personal.

Otro aspecto destacado lo constituye la reflexión sobre la memoria y el olvido,

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sobre el proceso del recordar, propio de la autobiografía contemporánea, lo que hace que algunas veces la autobiógrafa se sienta dividida entre su ser del pasado y el del presente, lo que le hace distanciarse de sí misma como si sus recuerdos fueran los de otra persona como bien lo expresa el título del libro de Soledad Puértolas. De modo que el proyecto autobiográfico femenino se constituye, en general, en una búsqueda de sí misma, en una interiorización iniciática en la que su yo tiende un puente hacia los lectores para dejar una lección con la reconstrucción y exposición narrativa de sus vidas.

La autora de autobiografías de hoy no necesita justificar su proyecto autobiográfico, lo hace en raras ocasiones. Con ello demuestra que ha adquirido una mayor seguridad a la hora de escribir sobre sí misma y los suyos. Por eso creo que la autobiografía femenina actual es una importante fuente de conocimiento de la subjetividad femenina que reflexiona, evoluciona y se conforma de acuerdo a las nuevas exigencias y a los renovados roles que la mujer ha venido desempeñando en la sociedad occidental del presente. Igualmente es importante eslabón a la hora de establecer el espacio autobiográ-fico en el que deben leerse los textos de ficción de las autoras con obras escritas dentro de este género.

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