la ciudad de espiritu inquebrantable

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S ANTA CRUZ guarda rin- cones entrañables, rin- cones donde el tiempo parece dormido, rincones don- de, sólo de cuando en cuando, pone su ronroneo un suave mo- tor y la estampa estilizada y brillante de un auto cruza so- bre callaos que parece guardan aún el color y hervor de la playa que fueron. Viejas casas, viejos patios que se abren a las calles que, relativamente tranquilas aún —¿por cuánto tiempo?— permi- ten juegos y risas infantiles, esos mismos juegos y risas in- fantiles que disfrutamos en nuestra niñez y que, por impe- rativos del tiempo que avanza, hoy están vedados a nuestros hijos. Estos niños del Santa Cruz que conserva la paz casera, tie- nen, sí, la dicha innegable de vivir en lugares no señalados aún por la marcha vertiginosa, angustiada y angustiante, ru- bricada casi siempre por chirri- dos de neumáticos en bruscos virajes. Y es que aquellas calles se hicieron para sonoro y tran- quilo trotar de corceles cuyas férreas herraduras marcaban, con parsimonia, el ritmo de to- da la ciudad. Landos y coches de punto ponían sus estampas clásicas en los distintos barrios de San- ta Cruz que, hoy vanas som- bras del pasado, resultan insu- ficientes para dar cabida, sali- da y aparcamiento a los autos relucientes que guardan en su interior —trepidantes y simbóli- cos— a los caballos de antaño. ¿Cuántas de estas viejas ca- lles quedan aún en Santa Cruz? ¿Cuántas conservan su espíritu inquebrantable? En el viejo Toscal —allí, donde estuvo el aún recordado El Blanco— en- contrarnos algunas que, en casi toda su longitud, parece se re- mansan y conservan el tiempo ido. Otras, un tanto moderniza- das, sólo en parte mantienen aquel aire indiscutible de lo que fueron y significaron en la en- tonces pequeña ciudad, que re- costada en la playa y sedienta de brisas, se iba ensanchando y creciendo, pero sin que nunca pasase por la mente de sus re- gidores —aquellos del buen y bien hacer, ejecutar y planear— que alcanzaría el espléndido desarrollo actual. Y, repetimos, de aquel Santa Cruz de Tenerife nos quedan Desde la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, una antigua perspectiva de Santa Cruz de Tenerife Santa Cruz de ayer y de hoy La ciudad de espíritu inquebrantable unos lugares, unas zonas don- de, felizmente, el tiempo aún duerme. Y en estos viejos ba- rrios, en estas viejas calles, to- dos —todos, sin excepción— en- contramos algo del tiempo ido, algo de nuestros años niños, de aquellos del alma blanca y fres- ca de la infancia. En la esquina de la calle —¿qué importa el nombre y su situación?— se alza el mismo laurel de Indias que dio sombra a nuestros juegos de niño. Y los mismos callaos de entonces —de cuando sólo turbaba la paz una campana— ponen su es- tampa marinera en la vieja ca- lle que, acamellada, parece arrancada de una antigua ilus- tración. No hay asfalto en la vía, sólo callaos. En las aceras, de losas chasneras antes, ya no se perfi- lan con nitidez las arquillas que, con anterioridad a la ins- talación de la red de agua pota- ble —tiempos de don Santiago García San abría— eran obliga- das en todas las edificaciones de cierta prestancia, en todas las que, por disponer de aljibe, no acudían a los «chorros» —Morales, Isabel II, de los Ca- ballos, etc.— que surtían a la ciudad del agua de Aguirre. Aquel viejo laurel de Indias nos trae a la mente juegos, ami- gos y distracciones de enton- ces. Los juegos ya se han olvi- dado. La ciudad de hoy no es apta para ellos y sólo en estos lugares —lugares de la ya leja- na niñez— es posible recordar- los y evocarlos. Y con tristeza siempre, con esa tristeza que caracteriza a todo lo que pudo haber sido y no fue, con esa tristeza del tiempo ido, añora- do, perdido casi. Con el viejo laurel de Indias se alzan casi las mismas casas de antaño. Vencidas, mordidas por el tiempo, esperan el mo- mento de caer para siempre pa- ra que, sobre sus solares, se eleven nuevos edificios. Estos serán los que, con su cemento y cristal —con su sombra— darán muerte al laurel, descendiente directo de aquellos que, en 1860, el capitán Serís trajo de La Habana española en su ber- gantín redondo «El Guanche», de la santacrucera firma de Hamilton y Compañía. De aquellos plantones nacieron los que, con el tiempo, se han con- vertido en la cofradía del ver- dor perenne que da escolta ga- llarda a todos los jardines y plazas de la ciudad, de la Isla toda. Hoy, Santa Cruz busca la ex- pansión en zonas que, céntri- cas, han permanecido un tanto olvidadas. Es necesario que la ciudad logre su máximo desa- rrollo y, ante ello, no cabe du- da, hay que matar —en contra de nuestra íntima querencia- todo aquello que tanto quisi- mos, que tanto queremos. Con el pesimismo que ahorra desen- gaños, tenemos que arrancar, con profunda pena y dolor, la estampa de la ciudad que aún queda en nuestra mente, la ciu- dad de nuestros años niños. Pese al pesimismo, bien sa- bemos que el recuerdo irá siempre en alguna gota de la sangre de nuestras venas. Conservaremos, mientras nuestro cuerpo proyecte som- bra, el recuerdo y la evocación de los anchos relámpagos de espuma en las playas que fue- ron —Ruiz, La Peñita, San An- tonio y Los Melones— al abrigo del Muelle Sur que crecía. A la sombra de los laureles de la Alameda del Muelle, lloraba la fuente de mármol un llanto tré- mulo, casi eterno, mientras nuestros ojos bebían el azul del cielo y el azul del mar. Aquel viejo Santa Cruz —bien reflejado en la prosa de Juan del Castillo León— nos llega desde la bruma de los olvidos, nos llega como un dolor de co- razones rotos . Lejos están los atardeceres de lejana infancia, de aquella que fluyó como un cauce de aguas tranquilas. Ahí, en la imagen, un Santa Cruz de antaño que bien nos hace com- prender que no se puede vivir sino muriendo, que no se puede ser sino dejando de ser. La vida era entonces plácida y, cada cierto tiempo, desapa- recía una generación para dor- mir bajo los verdes cipreses y las casas se llenaban de hijos y de nietos que no rompían con los desaparecidos y, así, tales casas eran la continuidad dulce y enternecedora a través del tiempo: el triunfo sobre la muerte. Las viejas casas tenían su historia y su pequeña anécdota y habían viajado —sin mover- se— con el transcurso del tiem- po. Aquella —que hasta hace poco se alzaba en céntrica ca- lle— fue en su tiempo casa de campo, a la que se iba en coche de caballos y entre el trigal to- davía verde y las rojas amapo- las cuyo recuerdo hoy oprime el asfalto. Y aquella otra, cer- cada de ciudad, figura en los viejos planos como extramuros de la ciudad. En la imagen, la ciudad que —nacida en la playa— iba hacia los montes y los surcos, hacia los amaneceres de siembras y las noches de bosques. En la imagen, la ciudad que bien comprendió que ser no es sino querer ser. Y aquí está —como antes y después— con su espíri- tu inquebrantable.- Juan A. Padrón Albornoz. U N E LC O UNELCO UNION ELÉCTRICA DE CANARIAS.S.A. Comunica a sus abonados, de acuerdo con el ar- tículo 68 del Reglamento de Verificaciones Eléctricas, que procederá a la suspensión del suministro de ener- gía eléctrica el próximo martes, día 26 de octubre de 1982, en las siguientes zonas: Zona La Laguna (de 8 a 17 horas) Edificio Trinidad. Las líneas y cables se consideran en tensión du- rante el tiempo que está anunciada la suspensión de suministro. Rogamos disculpen las molestias que puedan ocasionar las interrupciones programadas para mejo- ra del servicio. Santa Cruz de Tenerife, 23 de octubre de 1982. LA DIRECCIÓN VIAJES LÍDER, S.A. GRUPO A TITULO 139 SOLICITA SECRETARIA DE DIRECCIÓN LUGAR DE TRABAJO: PUERTO DE LA CRUZ EXIGIMOS: IDIOMA INGLES HABLADO Y ESCRITO CORRECTAMENTE TAQUIMECANÓGRAFA ARCHIVO (ABSTENERSE SI NO REÚNE ESTOS REQUISITOS) OFRECEMOS: INCORPORACIÓN INMEDIATA SUELDO A CONVENIR SEGÚN APTITUDES DIRIGIRSE A: C/ CALVO SOTELO, 58-PUERTO DE LA CRUZ. OFERTA DE EMPLEO 8758 (Pto. de la Cruz) (A)

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Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Santa Cruz de ayer y hoy", 1982/10/24

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Page 1: LA CIUDAD DE ESPIRITU INQUEBRANTABLE

S ANTA CRUZ guarda rin-cones entrañables, rin-cones donde el tiempo

parece dormido, rincones don-de, sólo de cuando en cuando,pone su ronroneo un suave mo-tor y la estampa estilizada ybrillante de un auto cruza so-bre callaos que parece guardanaún el color y hervor de laplaya que fueron.

Viejas casas, viejos patiosque se abren a las calles que,relativamente tranquilas aún—¿por cuánto tiempo?— permi-ten juegos y risas infantiles,esos mismos juegos y risas in-fantiles que disfrutamos ennuestra niñez y que, por impe-rativos del tiempo que avanza,hoy están vedados a nuestroshijos.

Estos niños del Santa Cruzque conserva la paz casera, tie-nen, sí, la dicha innegable devivir en lugares no señaladosaún por la marcha vertiginosa,angustiada y angustiante, ru-bricada casi siempre por chirri-dos de neumáticos en bruscosvirajes. Y es que aquellas callesse hicieron para sonoro y tran-quilo trotar de corceles cuyasférreas herraduras marcaban,con parsimonia, el ritmo de to-da la ciudad.

Landos y coches de puntoponían sus estampas clásicasen los distintos barrios de San-ta Cruz que, hoy vanas som-bras del pasado, resultan insu-ficientes para dar cabida, sali-da y aparcamiento a los autosrelucientes que guardan en suinterior —trepidantes y simbóli-cos— a los caballos de antaño.

¿Cuántas de estas viejas ca-lles quedan aún en Santa Cruz?¿Cuántas conservan su espírituinquebrantable? En el viejoToscal —allí, donde estuvo elaún recordado El Blanco— en-contrarnos algunas que, en casitoda su longitud, parece se re-mansan y conservan el tiempoido. Otras, un tanto moderniza-das, sólo en parte mantienenaquel aire indiscutible de lo quefueron y significaron en la en-tonces pequeña ciudad, que re-costada en la playa y sedientade brisas, se iba ensanchando ycreciendo, pero sin que nuncapasase por la mente de sus re-gidores —aquellos del buen ybien hacer, ejecutar y planear—que alcanzaría el espléndidodesarrollo actual.

Y, repetimos, de aquel SantaCruz de Tenerife nos quedan

Desde la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, una antigua perspectiva de Santa Cruz de Tenerife

Santa Cruz de ayer y de hoy

La ciudad de espírituinquebrantable

unos lugares, unas zonas don-de, felizmente, el tiempo aúnduerme. Y en estos viejos ba-rrios, en estas viejas calles, to-dos —todos, sin excepción— en-contramos algo del tiempo ido,algo de nuestros años niños, deaquellos del alma blanca y fres-ca de la infancia.

En la esquina de la calle—¿qué importa el nombre y susituación?— se alza el mismolaurel de Indias que dio sombraa nuestros juegos de niño. Y losmismos callaos de entonces—de cuando sólo turbaba la pazuna campana— ponen su es-tampa marinera en la vieja ca-lle que, acamellada, parecearrancada de una antigua ilus-tración.

No hay asfalto en la vía, sólocallaos. En las aceras, de losaschasneras antes, ya no se perfi-lan con nitidez las arquillasque, con anterioridad a la ins-talación de la red de agua pota-ble —tiempos de don SantiagoGarcía San abría— eran obliga-das en todas las edificacionesde cierta prestancia, en todaslas que, por disponer de aljibe,no acudían a los «chorros»—Morales, Isabel II, de los Ca-ballos, etc.— que surtían a laciudad del agua de Aguirre.

Aquel viejo laurel de Indiasnos trae a la mente juegos, ami-gos y distracciones de enton-ces. Los juegos ya se han olvi-dado. La ciudad de hoy no esapta para ellos y sólo en estoslugares —lugares de la ya leja-na niñez— es posible recordar-los y evocarlos. Y con tristezasiempre, con esa tristeza quecaracteriza a todo lo que pudohaber sido y no fue, con esatristeza del tiempo ido, añora-do, perdido casi.

Con el viejo laurel de Indiasse alzan casi las mismas casasde antaño. Vencidas, mordidaspor el tiempo, esperan el mo-mento de caer para siempre pa-ra que, sobre sus solares, se

eleven nuevos edificios. Estosserán los que, con su cemento ycristal —con su sombra— daránmuerte al laurel, descendientedirecto de aquellos que, en1860, el capitán Serís trajo deLa Habana española en su ber-gantín redondo «El Guanche»,de la santacrucera firma deHamilton y Compañía. Deaquellos plantones nacieron losque, con el tiempo, se han con-vertido en la cofradía del ver-dor perenne que da escolta ga-llarda a todos los jardines yplazas de la ciudad, de la Islatoda.

Hoy, Santa Cruz busca la ex-pansión en zonas que, céntri-cas, han permanecido un tantoolvidadas. Es necesario que laciudad logre su máximo desa-

rrollo y, ante ello, no cabe du-da, hay que matar —en contrade nuestra íntima querencia-todo aquello que tanto quisi-mos, que tanto queremos. Conel pesimismo que ahorra desen-gaños, tenemos que arrancar,con profunda pena y dolor, laestampa de la ciudad que aúnqueda en nuestra mente, la ciu-dad de nuestros años niños.

Pese al pesimismo, bien sa-bemos que el recuerdo irásiempre en alguna gota de lasangre de nuestras venas.

Conservaremos, mientrasnuestro cuerpo proyecte som-bra, el recuerdo y la evocaciónde los anchos relámpagos deespuma en las playas que fue-ron —Ruiz, La Peñita, San An-tonio y Los Melones— al abrigo

del Muelle Sur que crecía. A lasombra de los laureles de laAlameda del Muelle, lloraba lafuente de mármol un llanto tré-mulo, casi eterno, mientrasnuestros ojos bebían el azul delcielo y el azul del mar.

Aquel viejo Santa Cruz —bienreflejado en la prosa de Juandel Castillo León— nos llegadesde la bruma de los olvidos,nos llega como un dolor de co-razones rotos . Lejos están losatardeceres de lejana infancia,de aquella que fluyó como uncauce de aguas tranquilas. Ahí,en la imagen, un Santa Cruz deantaño que bien nos hace com-prender que no se puede vivirsino muriendo, que no se puedeser sino dejando de ser.

La vida era entonces plácida

y, cada cierto tiempo, desapa-recía una generación para dor-mir bajo los verdes cipreses ylas casas se llenaban de hijos yde nietos que no rompían conlos desaparecidos y, así, talescasas eran la continuidad dulcey enternecedora a través deltiempo: el triunfo sobre lamuerte.

Las viejas casas tenían suhistoria y su pequeña anécdotay habían viajado —sin mover-se— con el transcurso del tiem-po. Aquella —que hasta hacepoco se alzaba en céntrica ca-lle— fue en su tiempo casa decampo, a la que se iba en cochede caballos y entre el trigal to-davía verde y las rojas amapo-las cuyo recuerdo hoy oprimeel asfalto. Y aquella otra, cer-cada de ciudad, figura en losviejos planos como extramurosde la ciudad.

En la imagen, la ciudad que—nacida en la playa— iba hacialos montes y los surcos, hacialos amaneceres de siembras ylas noches de bosques. En laimagen, la ciudad que biencomprendió que ser no es sinoquerer ser. Y aquí está —comoantes y después— con su espíri-tu inquebrantable.- Juan A.Padrón Albornoz.

U N E LC O UNELCOUNION ELÉCTRICA DE CANARIAS.S.A.

Comunica a sus abonados, de acuerdo con el ar-tículo 68 del Reglamento de Verificaciones Eléctricas,que procederá a la suspensión del suministro de ener-gía eléctrica el próximo martes, día 26 de octubre de1982, en las siguientes zonas:

Zona La Laguna (de 8 a 17 horas)Edificio Trinidad.Las líneas y cables se consideran en tensión du-

rante el tiempo que está anunciada la suspensión desuministro.

Rogamos disculpen las molestias que puedanocasionar las interrupciones programadas para mejo-ra del servicio.

Santa Cruz de Tenerife, 23 de octubre de 1982.LA DIRECCIÓN

VIAJES LÍDER, S.A.GRUPO A TITULO 139

SOLICITASECRETARIA DE DIRECCIÓN

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• IDIOMA INGLES HABLADO Y ESCRITO CORRECTAMENTE• TAQUIMECANÓGRAFA• ARCHIVO

(ABSTENERSE SI NO REÚNE ESTOS REQUISITOS)

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