la comunicación desde la cultura (alternativa latinoamericana 6, pág 42-50)

10
Alternativa Latinoamericana - Pág.42 COLOMBIA El tema de la comunicación está en el centro de todos los debates, porque su carácter masivo y creciente confi- gura la realidad e incide en todas las alternativas. En una primera parte, donde el autor revela su alto conocimiento de la ciencia y la técnica en estos domi- nios, revisa lo que el llama “elparadigma hegemónico en comunicación”, sus modificaciones y cuestionamientos, para internarse en las nuevas alternativas que se aviso- ran. Luego, trascendiendo lo puramente comunicacional, se adentra en temas que juzgamos fundamentales en nuestras reflexiones: lo nacional, las masas y lo popular. Con afirmaciones que sin dudas suscitarán (y merecen) polémicas, Martín Barbero propone claves que van de lo indígena primitivo a lo urbano más actual y polimorfo, descubriendo el mestizaje (hecho de aportes y resisten- cias múltiples) de nuestra cultura. Ante la invasión uni- formantey neutralizante de lo multinacional “en América Latina lo popular nombra aún un espacio de conflicto profundo y una dinámica cultural insoslayable”. La comunicaciór Crisis de lo nacional y emergencia délo popular /. MARTIN BARBERO Bogotá Colombia Universidad del Valle Junio de 1985, Cali, Colombia. L os estudios de comunica- ción en América Latina se ven enfrentados estos últi- mos años a dos tipos de procesos que están exigiendo un replantea- miento del sentido mismo de la in- vestigación en este campo: los pro- cesos de trasnacionalización, esto es el “salto” de la imposición de un modelo económico a la intemacio- nalización de un modelo político con el que hacer frente a la crisis de hegemonía, y los procesos de emer- gencia de nuevos actores sociales y de identidades culturales que vi- niendo de lo regional y lo local ha- cen visible la existencia de otros modos, populares, de comunicacióa Cargada desde esos dos ámbitos la problemática de comunicación se está convirtiendo en un espacio es- tratégico desde el que pensar los bloqueos y las contradicciones que dinamizan estas sociedades-encruci- jada, a medio camino entre un sub- desarrollo acelerado —el empobreci- miento de las economías nacionales es lo que más crece cada año— y una modernización compulsiva: el capital en crisis necesita urgente y vitalmente que estos países se infor- maticen. DE- CONSTRUCCION DEL PARA- DIGMA HEGEMONICO EN CO- MUNICACION.

Upload: elpiratahonrado

Post on 03-Dec-2015

215 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

El tema de la comunicación está en el centro de todos los debates, porque su carácter masivo y creciente configura la realidad e incide en todas las alternativas.En una primera parte, donde el autor revela su alto conocimiento de la ciencia y la técnica en estos dominios, revisa lo que el llama “elparadigma hegemónico en comunicación”, sus modificaciones y cuestionamientos, para internarse en las nuevas alternativas que se aviso- ran.Luego, trascendiendo lo puramente comunicacional, se adentra en temas que juzgamos fundamentales en nuestras reflexiones: lo nacional, las masas y lo popular. Con afirmaciones que sin dudas suscitarán (y merecen) polémicas, Martín Barbero propone claves que van de lo indígena primitivo a lo urbano más actual y polimorfo, descubriendo el mestizaje (hecho de aportes y resistencias múltiples) de nuestra cultura. Ante la invasión uni- formantey neutralizante de lo multinacional “en América Latina lo popular nombra aún un espacio de conflicto profundo y una dinámica cultural insoslayable”.

TRANSCRIPT

Alte

rnat

iva

Latin

oam

eric

ana

- Pág

.42

COLOMBIA

El tema de la comunicación está en el centro de todos los debates, porque su carácter masivo y creciente confi­gura la realidad e incide en todas las alternativas.

En una primera parte, donde el autor revela su alto conocimiento de la ciencia y la técnica en estos domi­nios, revisa lo que el llama “elparadigma hegemónico en comunicación”, sus modificaciones y cuestionamientos, para internarse en las nuevas alternativas que se aviso- ran.

Luego, trascendiendo lo puramente comunicacional, se adentra en temas que juzgamos fundamentales en nuestras reflexiones: lo nacional, las masas y lo popular. Con afirmaciones que sin dudas suscitarán (y merecen) polémicas, Martín Barbero propone claves que van de lo indígena primitivo a lo urbano más actual y polimorfo, descubriendo el mestizaje (hecho de aportes y resisten­cias múltiples) de nuestra cultura. Ante la invasión uni- formantey neutralizante de lo multinacional “en América Latina lo popular nombra aún un espacio de conflicto profundo y una dinámica cultural insoslayable”.

La comunicaciór

Crisis de lo

nacional yemergencia

délopopular

/ . MARTIN BARBERO

B ogotáC olom bia

U niversidad del Valle Ju n io de 198 5 , Cali, C olom bia.

L os estudios de comunica­ción en América Latina se ven enfrentados estos últi­

mos años a dos tipos de procesos que están exigiendo un replantea­miento del sentido mismo de la in­vestigación en este campo: los pro­cesos de trasnacionalización, esto es el “ salto” de la imposición de un modelo económico a la intemacio- nalización de un modelo político con el que hacer frente a la crisis de hegemonía, y los procesos de emer­gencia de nuevos actores sociales y de identidades culturales que vi­niendo de lo regional y lo local ha­cen visible la existencia de otros modos, populares, de comunicacióa

Cargada desde esos dos ámbitos la problemática de comunicación se está convirtiendo en un espacio es­tratégico desde el que pensar los bloqueos y las contradicciones que dinamizan estas sociedades-encruci­jada, a medio camino entre un sub- desarrollo acelerado —el empobreci­miento de las economías nacionales es lo que más crece cada año— y una modernización compulsiva: el capital en crisis necesita urgente y vitalmente que estos países se infor­maticen.

DE- CONSTRUCCION DEL PARA­DIGMA HEGEMONICO EN CO­MUNICACION.

Hegemónico significa que se tra- • sel paradigma desde el que “bási- «m ecte" seguimos pensando hoy t o problemas de comunicación. De añera que mi crítica no lo es a un nácelo que se halla fuera y frente M çze me ubico, sino a un modelo 4M que vivimos en parte incluso los nt£ccs. Lo que hace mucho más

■■cH su recorte y desmonte. Creo qpe el primer paso decisivo hacia la «m srucción de otro modo de pen- « u í problemas pasa por ahí, por » recocer que el hegemónico no w cernina desde un exterior sino

res penetra, y que entonces no m - k) contra él sino desde él que Sxxrros la lucha.

Han sido dos las etapas de for­mación-consolidación del paradig­ma hegemónico en América Latina. Una primera que se inicia a finales de los sesenta, y en la que el mode­lo de Lasswel, procedente de una epistemología psicológica-conduc- tista, es vertido en un espacio epis­temológico diferente, el de la se­miótica estructuralista, a través del cual se hace posible su “con-ver- sión” y su encuentro con la investi­gación-denuncia. Llamo ideologista a esta etapa porque, al menos en América Latina, el objetivo se cen­tró en descubrir y denunciar, articu­lando ambas matrices epistemológi­cas con una posición de crítica po­

lítica, las estratagemas mediante las cuales la ideología dominante pene­tra el proceso de comunicación o mejor, para decirlo con el lenguaje de ese momento, penetra el mensaje produciendo determinados efectos. La omnipotencia que en la versión funcionalista se atribuía a los me­dios pasó a depositarse en la ideolo­gía, que se volvió objeto y sujeto, dispositivo totalizador de los discur­sos. Se logró así un ambiguo recorte del “campo” de la comunicación que, subsumido en lo ideológico, acabó sin embargo definiendo su es­pecificidad por aislamiento. Tanto el dispositivo del efecto en la ver­sión psicológico-conductista como

Alte

rnat

iva

Latin

oam

eric

ana

Pág.

4.1

Alte

rnat

iva

Latin

oam

eric

ana

l‘<ít;

11

LA COMUNICACION DESDE LA CULTURA

el de mensaje o texto en la semióti- co-estructuralista terminaban por referir el sentido de los procesos a ia inmanencia de lo comunicativo. Pero en hueco. Y al llenar ese hueco con “lo ideológico” nos quedamos con el recorte —con el comunicacio- nismo— y sin especificidad. La me­jor prueba de lo que estoy diciendo es que la denuncia política que se hacía desde la comunicación no lo­gró superar casi nunca la generali­dad de la “ recuperación por el sis­tema”, “la manipulación” , etc.

De la amalgama entre comunica- cionismo y denuncia lo que resultó fue una esquizofrenia, que se tradu­jo en una concepción instrumenta- lista de los medios de comunicación, concepción que privó a e'stos de es­pesor cultural y materialidad insti­tucional conviertiéndolos en meras herramientas de acción ideológica. Con el agravante de que reducidos a herramien tas los medios eran mora li- zados según su uso: malos en manos de las oligarquías reaccionarias se transformarían en buenos el día que el proletariado los tomara en las suyas. Esa era la creencia salvo en ciertos reductos militantes en lo que el pecado original de haber na­cido capitalistas condenaba a los medios masivos hasta la eternidad a servir a sus amos. El apocalipsis fue la única alternativa a la esquizofre­nia. Pero quizá no era más que su doble. Pues en definitiva la ideologi- zación impidió que lo que se inda­gara en los procesos fuera otra cosa que las huellas del dominador. Y para nada las del dominado y me­nos las del conflicto. Una concep­ción “ teológica” del poder —puesto que se lo pensaba omnipotente y omnipresente— condujo a la creen­cia de que “con solo analizar los objetivos económicos e ideológicos de los medios masivos podía saberse qué necesidades generaban y cómo sometían a los consumidores que, consecuentemente, fueron vistos como pasivos ejecutantes de las prácticas inducidas por la domina­ción” (1). Entre emisores-dominan­tes y receptores-dominados ninguna seducción ni resistencia, solo la pa­sividad del consumo y la alienación descifrada en la inmanencia de un mensaje-texto por el que no pasa­ban los conflictos, ni las contradic­ciones y mucho menos las luchas.

Desde mediados de los setenta se abre paso otra figura precedid? de este discurso: “ya está bien de ideo­logía y de denuncias, seamos serios y empecemos a hacer ciencia”. En­tramos así en la segunda etapa que rodemos denominar cientifista, ya eue en ella el paradigma hegemóni-

co se reconstruye en base al modelo informacional y a un revival positi­vista que prohibe llamar problema a todo aquello para lo que no ten­gamos un método. La crisis que des­pués de los golpes militares en el cono sur atraviesan las izquierdas la­tinoamericanas, con su secuela de desconcierto y de repliegue políti­co, sería un buen caldo de cultivo para el chantaje cientifista. El cor­tocircuito teórico que se produjo podría describirse así: los procesos de comunicación ocupan cada día un lugar más estratégico en nuestra sociedad puesto que con la informa­ción-materia prima, se ubican ya en el espacio de la producción y no so­lo en el de la circulación. Pero el es­tudio de esos procesos se halla aún preso de una dispersión disciplinar y metodológica tal que nos hace im­posible saber con objetividad qué es lo que ahí está pasando. Estamos entonces urgidos de una teoría ca­paz de ordenar el campo y delimitar los objetos. Y bien, esa teoría existe ya, solo que su elaboración ha teni­do lugar en un espacio algo alejado de las preocupaciones de los críti­cos: en el de la ingeniería, y se lla­ma teoría de la información. Defini­da como “transmisión de informa­ción” la comunicación encontró en esa teoría un marco de conceptos precisos, de deslindes metodológi­cos e incluso de propuestas operati­vas, todo ello avalado por la “serie­dad” de las matemáticas y el presti­gio de la cibernética capaces de ofrecer un modelo incluso a la esté­tica. El modelo informacional entra entonces a adueñarse del campo, abonado como estaba por un fun­cionalismo que sobrevivió en la pro­puesta estructuralista y en cierto marxismo (2).

Ahora bien el modelo informa­cional llega ahí no en base a lo que dice sino a lo que presupone. Y a ese nivel de los presupuestos es don­de se halla la complicidad del mode­lo semiótico dominante con el in­formacional: en una “economía” se­gún la cual las dos instancias del cir­cuito —emisor y receptor— se presu­ponen situadas sobre el mismo pla­no y el mensaje circula entre instan­cias homologas. Lo que implica no solo el idealismo, contra el que ya Lacan planteó la cuestión del códi­go como espacio de dominio reves­tido de “encuentro” , sino la presun­ción de que el máximo de comuni­cación funciona sobre el máximo de información y éste sobre la univoci­dad del discurso (3). Con lo que se hace impensable todo lo que en la comunicación no es reducible ni ho-

mologable a transmisión y medi­ción de información o porque no cabe —como un baile o un ritual re­ligioso— en el esquema emisor/men- saje/receptor, o porque introduce una asimetría tal entre los códigos del emisor y el receptor que hace estallar la lineariedad en que se basa el modelo.

Por otro lado el paradigma hege- mónico se sustenta en una fragmen­tación del proceso, que es a su vez convertida en garantía de rigor y criterio de verdad. Esa fragmenta­ción homologa el proceso de comu­nicación al de transmisión de una información, mejor dicho reduce aquel a éste. De ahí que convierta en verdad metodológica la separa­ción entre en análisis del mensaje —ya sea este análisis de contenido o de expresión, de estructuras textua­les u operaciones discursivas— y el análisis de la recepción concebida llana o sofisticadamente como inda­gación acerca de los efectos o de la reacción. En todo caso la fragmen­tación a la que es sometido, y desde la que es pensado el proceso de co­municación, controla el tipo de pre­guntas formulables delimitando así el universo de lo investigable y los modos de acceso a los problemas.

Pero la verdadera envergadura teórica de la racionalidad informa­cional reside en su noción de cono­cimiento: “acumulación de infor­mación más clasificación” , la ten­dencia entonces a dejar sin sentido las contradicciones por considerar­las no como expresiones de conflic­tos sino como residuos de ambigüe­dad. Nos hallamos ante una raciona­lidad que disuelve “lo político” . Pues lo político es justamente la asunción de la opacidad de lo social en cuanto realidad conflictiva y cambiante, asunción que se realiza a través del incremento de la red de mediaciones y de la lucha por la construcción del sentido de la con­vivencia social. De manera que si el primer modelo se resolvía en una concepción instrumental de los me­dios, este segundo termina en una disolución tecnocrática de lo políti­co. “Si los problemas sociales son transformados en problemas técni­cos habría una y sola una solución. En lugar de una decisión política entre distintos objetivos sociales po­sibles, se trataría de una solución tecno-científica acerca de los me­dios correctos para lograr una finali­dad prefijada. Para ello es posible prescindir del debate público; no cabe someter un hecho técnico o una ‘verdad científica’ a votación. El ciudadano termina reemplazado

•mr ■ e • rerto” (4). Ahí es donde el ■ ^ r r : - : : o señalado halla su pun- ■ o: : r—e la centralidad política

fei rrrcesos de comunicación en se .:edad significa, para la

informática, la disolu- a m áe .i realidad de lo político.

■LIVRA Y MEDIACIONES: ucción de un paradigma

s:r. únicamente sin embargo El. —.res del modelo hegemónico

z;s han exigido cambiar de :a. Fueron los tercos he-

Im procesos sociales de Amé- los que nos están cam­

el "objeto” de estudio a los iores de comunicación. Pa-

■erercu esto no hay más que : jo s títulos de seminarios y con- :í Alinoamericanos sobre co-

ún en estos últimos cinco ? : rnstatar la presencia obsesi- e términos “transnacionali-

‘democracia” , “cultura” y ento popular” . Con la cues-

nacional lo que es nom- Bo es la mera sofisticación

imperialismo sino una nue- iác tn el desarrollo del capitalis-

i la que justamente el campo * romunicación entra a jugar un

DÂ decisivo. Lo que aparece en =ec iírcra no es la imposición de

n róelo económico sino el “sal- ' ¡ !■ mtemacionalización de un Meio político con el que hacer ate i la crisis de hegemonía que ■T il experimenta. Dos citas

SMTsredoras: Dice R. Roncagiolo: i roe permite hablar de una nue-

ík trasnacional, es su naturale- -:„rrca: las rupturas del dique

i j_; fronteras nacionales ofrecía e s i la concentración capitalista tr» radicalmente la naturaleza y . faaoones de los Estados, al dis- e —r .i capacidad que éstos tenían ca. -'.srvenir en la economía y en resero lio histórico” (5). Lo cual uga a abandonar la concepción c k tinía de los modos de lucha ■ra j "dependencia” pues como x García Canclini “es muy distin-

lu-T tr por independizarse de un ts o: .-analista en el combate fron-

un poder geográficamente . a luchar por una identidad dentro de un sistema trasna- dirtiso, complejamente inter-

io e interpenetrado” (6). la trasnacionalización juega

- mímente en el campo de las ras de comunicación —satú­

r e n ática, bancos de informa- - re ahí que sea en el campo comunicación donde la cues­

tión nacional encuentra ahora su punto de fusión. Y ello tanto en el cuadro de las relaciones de clases como en el de las relaciones entre pueblos y etnias que convierten a la nación en un foco de contradiccio­nes y conflictos inéditos. Conflictos cuya validez social no cabe en las fórmulas políticas tradicionales ya que están dando r acimiento a nue­vos actores sociales que ponen en cuestión la cultura política tradi­cional tanto en la derecha como en la izquierda .'D e qué conflictos se trata? No solo de aquellos obvios que aparecen como el costo social que acarrea la pauperización creciente de las economías nacionales y el desnivel por tanto siempre mayor de las relaciones económicas inter­nacionales, sino de aquellos otros conflictos que la nueva situación produce o saca a flote y que se si­túan en la intersección de la crisis de una cultura política y el nuevo sentido de una política cultural. Se trata de una percepción nueva del problema de la identidad —por más ambiguo y peligroso que el término parezca hoy— de estos países y del subcontinente. Puesto que la identi­dad no hace frente únicamente a la homogenización descarada que vie­ne de lo trasnacional sino a aquella otra, que enmascarada, viene de lo nacional en su negación, deforma­ción y desativación de la pluralidad cultural que constituye a estos paí­ses.

Junto a la cuestión trasnacional la otra clave se halla en la profunda transformación de lo político a la que apunta la prioridad que las iz­quierdas latinoamericanas le dan hoy a los procesos de democratiza­ción, prioridad que parece situarse ya no en el terreno de las tácticas para llegar al poder sino en el de las estrategias de transformación social. Frente a las propuestas que orienta­ron el pensamiento y la acción de las izquierdas hasta mediados de los años 70 —organización excluyente

del proletariado, la política como totalización, la denuncia de la tram­pa parlamentaria burguesa— en los últimos años se va abriendo camino otro proyecto ligado estrechamente al redescubrimiento de lo popular, el nuevo contenido que es. noción cobra hoy: revalorización de las ar­ticulaciones y mediaciones ae la so­ciedad civil, sentido social de los conflictos más allá de su formula­ción y sintetización política, reco­nocimiento de experiencias colecti­vas no encuadradas en formas parti­darias (7).

En la convergencia del nuevo sen­tido que adquieren los proceso1 de trasnacionalización con la transfor­mación del sentido de lo político, va a emerger en América Latina una valoración profundamente nueva de lo cultural. Para algunos esa valora­ción es sospechosa de estar encu­briendo la evasión política resultan­te de la incapacidad para asumir la crisis de las instituciones y los par­tidos. Y la sospecha acierta cuando en algunos casos se pregunta si solo “se hace cultura mientras no puede hacerse política” . Pero algo radical­mente distinto sucede cuando lo cultural significa la percepción de dimensiones inéditas del conflicto social, de la formación de nuevos sujetos —étnicos, regionales, religio­sos, sexuales, generacionales— y de formas nuevas de rebeldía y resis­tencia. Reconceptualización de la cultura que viene a legitimar tanto teórica como socialmente la exis­tencia de esa otra experiencia cultu­ral que es la popular: en su existen­cia múltiple y activa, esto es remi­tiendo ya no solo al pasado sino al hoy, descubriéndonos su conflictivi- dad y creatividad, el ahora de una no-contemporaneidad en positivo, la que no es mero atraso sino bre­cha abierta en la modernidad y en la lógica con que el capitalismo apa­renta agotar la realidad de lo actual. Pero pensar los procesos de comuni­cación desde la cultura implica de-

Alte

mat

iva

Latin

oam

eric

ana

Pág

Alte

rnat

iva

Latin

oam

eric

ana

Pdf'.

IG

LA COMUNICACION DESDE LA CULTURA

S *

n

jar de pensarlos desde las disciplinas y los medios. Implica la ruptura con aquella compulsiva necesidad de de­finir la “disciplina propia” y con la seguridad que proporcionaba la re­ducción de la problemática de co­municación a la de los medios. Lo que no significa negar el aporte de la psicología, de la semiótica o la teoría de la información, sino hacer explícita la contradicción que en­traña intentar pensar la especifici­dad histórica, de un campo de pro­blemas, como la comunicación, des­de la lógica de ‘una’ disciplina. Los sucesivos “imperialismos” de la psi­cología, la semiótica y la teoría de la información han puesto en claro al menos esto: que los límites no provenían de una u otra disciplina sino del modelo que propone pen­sar los problemas desde ese lugar teoricista y ahistórico que son las disciplinas. Por otra parte, no se tra­ta de perder de vista los medios sino de abrir su análisis a las mediacio­nes, esto es a las instituciones, las organizaciones y los sujetos, a las diversas temporalidades sociales y a la multiplicidad de los matrices cul­turales desde las que los medios-tec­nologías se constituyen en medios de comunicación.

La especificidad del campo comunicativo se hace así rescatable sin que ella implique ni totalización (ideologista) ni vaciado (positivista) del sentido: se trata de la especifici­dad de los procesos culturales en cuanto articuladores de las prácticas de comunicación con los movimien­tos sociales.

NACIONALIZACION DE LAS MASAS Y CONSTITUCION DE LO MASIVO

La atención a las mediaciones comienza a “descubrirnos” la impo­sibilidad de desligar la masificación de la cultura del hecho político que generó la emergencia social de las masas, y del contradictorio movi­miento que allí se produce: el acce­so de las masas a la escena social, que en América Latina se inicia en los años treinta, es inseparable de la masificación en que ese proceso se materializa. Pues lo que arranca en los treinta no es la mera implanta­ción de los medios masivos sino la inserción de los modos de vida y de lucha de las clases populares en las

condiciones de existencia de la “so­ciedad de masas”, inserción que im­plica “la desarticulación del mundo popular como espacio de lo Otro, de las fuerzas de negación del modo de producción capitalista” (8).

Ahora bien, el proceso de cons­titución de lo masivo tiene én Amé­rica Latina dos etapas que es funda­mental diferenciar. Lina primera, que va de los treinta a finales de los cincuenta, en la que tanto la efica­cia como el sentido social de los medios hay que buscarlo, más que del lado de su organización indus­trial y sus contenidos ideológicos, en el modo de apropiación y reco­nocimiento que de ellos y de sí mis­mas a través de ellos hicieron las masas. No porque lo económico y lo ideológico no fueran desde en­tonces dimensiones claves en el fun­cionamiento de los medios, sino por­que el sentido de su estructura eco­nómica y de la ideología que difun­den remite más allá, al conflicto que en ese momento histórico ver­tebra y dinamiza los movimientos sociales: el conflicto entre el Estado y las masas, y su “comprometida” resolución en el populismo naciona­lista y en lós nacionalismos populis­tas. Dicho de otro modo, el papel que los medios masivos juegan ver­daderamente en ese período residió

en su capacidad de hacerse voceros| de la interpelación que desde el pe pulismo convertía a las masas en pueblo y al pueblo en nación. Inter-I pelación que venía del Estado, pero que solo fue eficaz en la medida en que las masas reconocieron en ella algunas de sus demandas más bási-| cas y la presencia de sus modos de expresión (9). En la resemantiza- ción de esas demandas y esas expre­siones residió el oficio de los caudi­llos y la función de los medios. Yj ello no vale solo para aquellos paí­ses en los que el populismo tuvo sc I “dramatización” sino también para aquellos que bajo otras formas, con | otros nombres y desde otros ritmos, atravesaron también por esos años la crisis de hegemonía, el parto de [ la nacionalidad y la entrada en la * modernidad. Fueron el cine en al­gunos países y la radio en casi todos los que proporcionaron a las gentes : de las diferentes regiones y provin-J

c>r

©

cías una primera vivencia cotidiana de la nación. Como lo reconoce, aunque lamentablemente solo en las I conclusiones, una reciente historia de la radio en Colombia “antes de la aparición y difusión nacional de la radio, el país era un rompecabe- I zas de regiones altamente encerra­das en sí mismas. Colombia podía llamarse antes de 1940 más un país de países que una nación. Con los reparos del caso la radiodifusión

. permitió vivenciar una unidad na­cional invisible, una identidad “cul­tural” compartida simultáneamente por los costeños, los paisas, los pas- tusos, los santandereanos y los ca­chacos” (10). Lo que nos pone ala vez sobre la pista de otra dimen­sión clave de la masificación en la primera etapa: la de transmutar la idea, política, de nación en viven­cia, en sentimiento y cotidianidad.

A partir de los sesenta se inicia

Kra etapa en la constitución de lo risívo. Cuando el modelo de sus- rrución de importaciones llega a

límites de su coexistencia con ks sectores arcaicos de la sociedad” Il 11 y el populismo no puede soste­nerse sin radicar las reformas socia- e-s. el mito y las estrategias del de­sarrollo vendrán a sustituir la “ago- nda” política por soluciones tecno- : groas y la incitación al consumo.

Es entonces cuando, desplazados de s- función política, el dispositivo económico se apodera de los me­ros -pues los Estados mantienen ¿ retórica del “servicio social” de jü ondas, tan retórica como la “fun- :rcn social” de la propiedad, pero reden a los intereses privados el en­cargó de manejar la educación y la r-ltura—, y la ideología se toma aho- -i sí la vertebradora de un discurso re masa, esto es que tiene por fun- aón hacer soñar a los pobres el mís- mo sueño de los ricos. Como diría Saleano “el sistema habla un len- r-aje surrealista” , pero no solo cuan-

: : convierte la riqueza de la tierra en pobreza del hombre sino también r.ando transforma las carencias y os aspiraciones más básicas del hom­me en deseo consumista. La lógica re esa transformación sólo se hará -jible unos años más tarde cuando u crisis económica de los ochenta revele la nueva crisis de hegemonía rre el capitalismo sufre, ahora a es­cala mundial, y a la que solo puede racer frente trasnacionalizando el rrodelo y las decisiones de la pro- r roción y homogenizando, o al me­ros simulando, la homogenización re las culturas. Pero entonces lo masivo se verá atravesado por nue­ras tensiones que remiten su alcan­ce y su sentido a las diversas repre­sentaciones nacionales de lo popu­lar, a la multiplicidad de matrices .Atúrales, y a los nuevos conflictos » resistencias que la trasnacionaliza-

;n misma moviliza.Quedará claro, eso sí, que a dife­

rencia de la masificación populista, ere la que lo masivo designaba ante «odo la presencia de las masas en la mudad, con su carea de ambigüedad política y su tremenda carga de rea­rmad social, lo masivo en el desarro- Irsmo pasará a designar únicamente

los medios de homogenización y control de las masas. La masifica­ción se sentirá incluso allí donde no hay masas. Y de mediadores, a su manera, entre el Estado y las masas, entre lo rural y lo urbano, entre las tradiciones y la modernidad, los medios tenderán cada vez más a constituirse en el lugar de la simula­ción y la desactivación de esas rela­ciones. Y aunque los medios segui­rán “mediando” , y aunque la simu­lación estaba ya en el origen de su puesta en escena, algo va a cambiar como tendencia en ellos. Y no en abstracto, no en el sentido de que ellos se conviertan en mensaje, sino en el mismo sentido que tomará el desarrollo: el del crecimiento esqui­zoide de una sociedad cuya objeti­

vación no corresponde a sus deman­das. Solo entonces la comunicación podrá ser medida en número de ejemplares de periódicos y de apara­tos de radio o de televisión, y en esa “medida” convertida en piedra de toque del desarrollo. Así lo procla­marán los expertos de la OKA: sin comunicación no hay desarrollo. Y el dial de los receptres de radio se saturará de emisoras en ciudades sin agua corriente, y los barrios de inva­sión se poblarán de antenas de tele­visión. Sobre todo de eso, de ante­nas de televisión, porque será ella la que represente la síntesis de los cam­bios que se producen.

Imagen plena de la democratiza­ción desarrollista la TV “se realiza” en la unificación de la demanda. Que es la única manera como puede lograrse la expansión del mercado hegemónico sin que los subalternos resientan la agresión. Pues sí somos capaces de consumir lo mismo que los desarrollados es que definitiva­mente nos desarrollamos! Y más allá del tanto por ciento de progra­mas importados de USA, e incluso de la de los formatos de programas, la que nos afectará verdaderamente será la importación del modelo nor­teamericano de TV. Que no consis­te tanto en la privatización de las cadenas —en los países en los que, como Colombia, la televisión es ma­nejada por el Estado ello no es in­

compatible con su adhesión al mo­delo dominante— como en la ten­dencia a la constitución de un pú­blico. de un solo público en el que sean reabsorbidas las diferencias hasta tal punto que sea posible confundir el mayor grado de comunicabilidad con el mayor grado de rentabilidad económica. Cuando unos años más tarde se ge­neralice el chequeo permanente de

© \ v

\ V s■* ■ _/ ^ Y

los índices de audiencia ello no hará sino tornar explícito lo que ya esta­ba en el modelo: la tendencia a la absorción-negación de las diferen­cias.

Aún masificada la prensa reflejó diferencias culturales y políticas, y no solo por necesidad de “distin­ción” sino por seguimiento del mo­delo liberal y su búsqueda de expre­sión de la pluralidad de que está he­cha la sociedad civil. También la ra­dio, por el otro lado, por su cerca­nía a lo popular, hizo desde un co­mienzo presente la diversidad de lo social y de lo cultural. La televisión en cambio desarrollará al máximo la tendencia a la absorción-negación de las diferencias. Y hablo de absor­ción porque esa es su forma de ne­garlas: exhibiéndolas desamordaza­das de todo aquello que las carga de conflictividad. Ningún otro medio de comunicación había permitido el acceso a tanta variedad de “expe­riencias humanas” , de países, de gentes, de situaciones. Pero ningún otro las controló de tal modo que en lugar de estallar el etnocentrismo lo reforzarán. Al enchufar el espec­táculo en la cotidianidad la TV im­brica en su modo propio de opera­ción un dispositivo paradójico de control de las diferencias: de acer­camiento o familiarización, que ex­plotando los parecidos superficiales acaba convenciéndonos de que si nos acercamos lo suficiente hasta los más “lejanos” nos parecemos mucho; de alejamiento o exotiza- ción que convierte lo otro en lo ra­dical y absolutamente extraño, sin

Alte

rnat

iva

Latin

oam

eric

ana

- Pág

.47

Alte

rnat

iva

Latin

oam

eric

ana

- Pág

.48

LA COMUNICACION DESDE LA CULTURA

relación alguna con nosotros, sin sentido en nuestro mundo. Por am­bos caminos lo que se impide es que lo diferente nos rete, nos cuestione minando el mito mismo de la mo­dernidad: el de que existe un solo modelo de sociedad compatible con el “progreso” y por tanto con futu­ro.LO POPULAR: DE LO INDIGENA A LO URBANO

La revalorización del espacio cul­tural se produce en el mismo movi­miento que redescubre lo popular. Y en el campo de la comunicación lo popular señala más que un “obje­to”, un lugar desde el que repensar los procesos, ese lugar desde el que salen a flote los conflictos que arti­cula la cultura. Pero la relación co- municación/cultura desde lo popu­lar solo se abre camino estallando dualismos a derecha e izquierda. El dualismo que sobrevive tenazmente apoyado en el prejuicio ilustrado que opone lo culto a lo popular-in- culto, el que le niega a lo popular la posibilidad misma de ser espacio productor de cultura. Y éste no so­brevive solo en la trasnochada aris­tocracia de derechas sino también en aquellas izquierdas que, toman­do al pie de la letra la afirmación de Marx según la cual las ideas domi­nantes son las ideas de la clase do­minante, concluyen que las clases populares no tienen ideas, no pien­san! (12). Y aquel otro dualismo a partir del cual rescatar lo popular implica automáticamente condenar lo masivo, o viceversa: para criticar lo masivo necesita idealizar lo popu­lar convirtiéndolo en el lugar en sí de la horizontalidad y la reciproci­dad, de la participación y el diálo­go. Desde ambos lo que se sigue ha­ciendo imposible es pensar la trama histórica, los mestizajes, las compli­cidades y contradicciones de que es­tá y ha estado siempre hecho lo po­pular. Que es lo que hace pensable hoy la renovación profunda que

aporta la relación comunicación-cul­tura en la reconceptualización de lo indígena y en la investigación sobre lo popular urbano.

En América Latina pensar lo in­dígena no es plantearse únicamente la cuestión de los 26 millones agru­pados en cerca de 400 etnias, es también plantearse el mestizaje de que estamos hechos, ese que para el Arguedas antropólogo constituye la clave de la configuración cultural del subcontinente y de caaa nación (13), la cuestión de los “pueblos profun­dos” (14) que atraviesa y compleji- za, aún en los países que hoy no tie­nen poblaciones “indias” , el sentido político y cultural de lo popular. Durante largo tiempo la cuestión in­dígena se mantuvo cercada por un pensamiento populista y romático que identifica lo indígena con lo propio y esto a su vez con lo primi­tivo. Convertido en piedra de toque de la identidad lo indígena sería lo único que nos queda de auténtico, ese lugar secreto en el que permane­ce y se conserva la pureza de nues­tras raíces culturales. Todo el resto es contaminación y pérdida de iden­tidad. Lo indígena, esto es “lo po­pular auténtico” , quedó así conver­tido en lo irreconciliable con la mo­dernidad y en lo privado de existen­cia positiva hoy. Como dice M La- uer “estamos en el reino de lo sin historia, de lo indígena como hecho natural de este continente, el punto de partida inmóvil desde el que se mide la modernidad” (15). Lo in­dígena fue así identificado con una especie de pre-realidad, estática, sin desarrollo. Porque pensarlo en la di­námica histórica es pensarlo ya des­de el mestizaje, en la “impureza” de las relaciones entre etnia y clase, de la dominación y la complicidad. Que es lo que se busca pensar hoy al reconceptualizar lo indígena des­de el espacio teórico y político de lo popular: esto es, a la vez como culturas subalternas, dominadas, y

como poseedoras de una existen;:* positiva, capaz de desarrollo. Frena al idealismo de una teoría de la di­ferencia que coloca lo indígena e* situación de exterioridad al desan lio capitalista, y de una teoría de a. resistencia que sobrevalora, ideari- tamente también, la capacidad c; supervivencia cultural de las etnü: se abre paso “un camino entre des vértigos: ni las culturas indígena pueden existir con la autónoma pretendida por ciertos antropólogo o folkloristas, ni son tampoco me­ros apéndices atípicos de un capita­lismo que todo lo devora” (16). La cuestión indígena se nos conviene así en pregunta de fondo: la que pone en juego no una idealista a-- tenticidad sino la posibilidad di pensar, en el tiempo de los satélites y la telemática, de la simulación ge­neralizada, una diferencia que no sí agote en el atraso.

Esa percepción nueva es la qtr está permitiendo descubrir que nc todo en la trasnacionalización s» pura negación de la diferencia: ha? también refuncionalización de eLi para hacer frente a la entropia cul­tural que la homogenización de loa mercados conlleva. Y ahí lo indíge­na cobra una importancia “capital en la renovación de los diseños y Lié texturas las artesanías indígena: aportan toda la riqueza de su varie­dad, de su rareza y hastk de su im­perfección. Lo que en términos c; nostalgia por lo natural y lo rústic: de fascinación por lo exótico cons­tituye el mismo dispositivo secrete del turismo: la conversión de :¡a culturas indígenas en espectácuk forzando la estereotipación de la- ceremonias o los objetos. Seducid: y renovado por el contacto con ja primitivo el turista volverá a su cri­dad o su país convencido de “que a pobreza no necesita ser erradicada que las herramientas antiquísimas pueden llevarse bien con la cocina moderna” (17). Con lo que la m; moría cultural convocada sufrirá una mistificación irreparable: la et la neoromántica “cultura de la r breza” aliada a la transformación de lo étnico en lo típico.

Pero la refuncionalización no * ejerce solo desde la cultura hegeir.:- nica, también la ejercen las cultura; subalternas. Claro que esos usos ej que se afirman culturalmente kd pueblos dominados no están tan i la vista como las presiones que ve­nen de la lógica del mercado. Y x I lectura se halla obstaculizada p: I los dualismos de que hablábamos 3 1 por los prejuicios del etnocentr - I mo. Pero ahí está el uso que de ] radio están haciendo las diferen:

: : rnunidades étnicas inmigrantes en i ciudad de Lima. Empezaron con : erarios fuera de programación —a as cuatro de la mañana—, y debie- :r pasar de una emisora a otra en -ación de los costos. El contenido:

--sica de la región, felicitaciones : r cumpleaños, información sobre fiestas y sobre lo que pasa en su : -eblo o región, actividades del gru- - : en la ciudad y anuncios de pro- i-ctos elaborados por gentes de la . rmunidad. Sin locutores especiali- : idos, pero con su habla, con músi- . i grabada por la propia comunidad rriígena de origen, en un lenguaje : : ioquial, miles de inmigrantes usan i radio para darse un espacio de r entificación que no es solo evoca­ron de una memoria común sino -roducción de una experiencia de tncuentro y solidaridad (18).

En la misma dirección va el uso : ce los chícanos hacen de la graba- ::ra según lo observado por García lanclini. En tiempo de las fiestas reí pueblo de origen los grupos ::mpran una grabadora y le pagan

viaje a uno de ellos para que viaje :esde Estados Unidos al pueblo y pibe las canciones y relatos del año, rue a través de ese uso convocarán u grupo en los meses sucesivos. “Veo en las grabadoras, dice García Can- . mi, una parte del ritual de la fies- ■= Como tantos objetos ceremonia- í ; son el recurso para apropiarse y ::nservar los símbolos de su identi- :id. Es claro que el medio usado, ti lugar de donde lo traen y a donde o llevan, revela cómo la identidad

está modificándose” (19).

Si ante lo indígena la tendencia :: a pensarlo como lo primitivo y : or lo tanto como ese “otro” afue- -j de la historia, frente a lo popular -baño la tendencia más fuerte es a cegarle lisa y llanamente la posibili­tad misma de que exista cultural- -ente. Tan tenaz es el mito que de- rir popular evoca automáticamente k> rural, lo campesino. Y sus dos -isgos identificatorios: lo natural y : simple. Que sería lo irremediable-

-.ente perdido o superado por la ciudad, identificada como lugar de : artificial y lo complejo. Y si a eso î añadimos la concepción fatalista cesde la que hoy se mira la homoge- “Lzación que viene de la industria : —rural, decir urbano es nombrar u antinomia de lo popular. Pero los -ísimismos que allá llegan, vengan :e la derecha o de la izquierda, con- lervan fuertes lazos de parentesco, a ríes vergonzante, con aquella “in-

u-hgentzia” para la que lo popular * homologa siempre secretamente

:n lo infantil, con lo ingenuo, con

lo cultural y políticamente inmadu­ro. Es la misma que durante largos años se negó a ver en el cine la más mínima posibilidad de interés esté­tico. Al atraer tan fuertemente a las masas populares el cine se convertía en sospechoso de elementalidad, y por tanto no apto para las comple­jidades y artificiosidades de la crea­ción cultural. Aparte de ese resto pertinaz de elitismo aristocrático el reconocimiento e investigación de lo popular urbano debe enfrentar otro tipo de obstáculos, hasta epis­temológicos, que provinen de la ro­mántica identificación de lo popu­lar con lo puro, esto es con lo inme­diatamente distinguible por la niti­dez de sus rasgos. Obstáculo que hoy se refuerza con aquel otro ba­sado en la identificación política de lo popular con una resistencia in­trínseca, espontánea, que lo subal­terno opondría a lo hegemónico.

Contra esas identificaciones ma- niqueas, que lastran desde dentro tanta investigación y crítica cultu­ral, se abre camino una percepción nueva de lo popular que pone el acento en la trama espesa de hege- monía/subaltemidad, en el entrela­zamiento de resistencias y sumisio­nes, de impugnaciones y complici­dades. Un trabajo pionero de diluci- damiento de esa trama es el llevado a cabo por C. Monsivais trazando los hitos de la historia y el mapa de las transformaciones fundamentales sufridas por lo popular urbano en México desde comienzos del siglo. Mapa del que formarán parte el tea­tro de la revolución y el muralismo, que tomando “legendarias” a las masas las transmutan en “pueblo” al convertir sus rasgos en arquetipos y al hacer visibles, y socialmente aceptables, gestos, costumbres, mo­dos de hablar hasta entonces nega­dos o reprimidos (20). Y la canción, por un lado fundiendo elementos de nostalgia campesina con los nue­vos modos de sentir ciudadanos y por otro enfrentando la pasión al moralismo y el refinamiento urba­nos. También las “carpas” , salones de bañe, que como los teatros po­pulares son espacio de despliegue de otra dimensión de lo popular, la de la expresividad del tumulto hecho de carcajada y de relaio, de sübidos y ruidos obscenos, de groserías a través de las cuales se liberan mez­cladas la rebeldía política y la ener­gía erótica. Monsivais ha prestado una especial atención a esa veta de lo popular urbano que abre la rela­ción entre grosería y política, la de “las malas palabras como gramá­tica esencial de clase” (21). Y sobre todo el cine, conectando con el

hambre de las masas por hacerse so­cialmente visibles. Porque las gentes del pueblo descubren en el cine “una puerta de acceso no al arte o al en- tretinimiento sino a los moldes vita­les, a la posible variedad o uniformi­dad de los comportamientos” (22). De ahí que más allá de lo reacciona­rio de los contenidos y de los esque­matismos de forma el cine le dará un rostro al pueblo, y al permitirle verse alentará una identidad que re­sultará vital para unas masas urba­nas que a través de ella amenguan el impacto de los choques culturales y por primera vez conciben un país a “su” imagen. En la misma dirección va la investigación de E. Squeff y J. M. Wisnik sobre el camino recorrido por la música negra para lograr su reconocimiento social en el Brasü. Despreciada por las elites o reduci­da a “folklor” por los populistas, la música negra se toma la ciudad de la mano del “sucio” mercado de la radio y el disco. Y se incorporará así al hacer cultural del país, a una cultura urbana “que procede por apropiaciones polimorfas y el esta­blecimiento de un mercado musical donde lo popular en transformación convive con elementos de la música internacional y de la cotidianidad ciudadana” (23). Dejando de servir únicamente para rellenar el vacío de raíces que padece el hombre de ciudad, y arrancándose al mito de úna pureza que lo mantiene atado a los orígenes, el gesto negro se hace popular-masivo, esto es contradicto­rio campo de afirmación del trabajo y el ocio, del sexo, lo religioso y lo político. Un circuito de idas y veni­das, de entrelazamientos y superpo­siciones carga el pasaje que desde el camdomblé y el corral de samba conduce hasta el disco y la radio. Pero no es otro que el circuito de escaramuzas, de astucias y compli­cidades del que ha estado siempre hecha la lucha de las clases subal­ternas por abrirse camino hacia su reconocimiento social. “Las contra­dicciones generadas en esa travesía no son pocas pero ello sirvió para generalizar y consumar un hecho cultural de la mayor importancia para el Brasil: la emergencia urbana y moderna de la música negra” (24).

Lo popular urbano se hace hoy culturalmente actuante en las com­plejas articulaciones entre la diná­mica urbana—entendida como trans­formación de la vida laboral,imposi­ción de una sensibilidad nacional, identificación de las ofertas cultura­les con los medios masivos y del progreso con los servicios públicos— y la dinámica de la resistencia popu­lar, esto es,los modos en que las cía-

Alte

rnat

iva

Latin

oam

eric

ana

- Pág

.49

Alte

rnat

iva

Latin

oam

eric

ana

- Pág

.50

LA COMUNICACION DESDE LA CULTURA

ses populares asimilan los ofreci­mientos a su alcance y los reciclan para sobrevivir física y culturalmen­te. Desde su incierta relación con el Estado y su distancia del desarrollo tecnológico hasta la persistencia de elementos que vienen de la cultura oral y del mantenimiento del apara­to popular de transmisión del saber, la refuncionalización del machismo, la melodramatización de la vida y los usos “prácticos” de la religión. Pero aceptar que desde ahí el pue­blo hace cultura implica para los populistas aceptar la revoltura entre pueblo y masas urbanas es decir en­tre pueblo y clase, abandonando de­finitivamente el mito de la rustici­dad y la ingenuidad y asumiendo el mestizaje como su único modo de existencia. Y para los culturalistas significa que no hay más posibilidad de cultura popular urbana que aque­lla que acepte el resto de las apro­piaciones polimorfas, y las “defor­maciones” en las que lo que se pier­de en pureza se gana en capacidad de asumir la opacidad y compleji­dad de la vida.

Entre lo popular indígena y lo urbano se abre la ancha y plural realidad cultural que alimenta y carga de sentido los diferentes mo­dos de comunicación. Por eso pen­sar la comunicación hoy aquí es ya imposible desde los medios o las disciplinas. Porque frente a lo que pueda pasar en Estados Unidos o en Europa donde nombrar lo popular es quizá ya referirse únicamente a lo masivo o al museo folklórico, en América Latina lo popular nombra aún un espacio de conflicto profun­do y una dinámica cultural insosla­yable. Al pretender barrer toda di­ferencia no serializable la racionali­dad tecno-mercantil moviliza en es­tos países resistencias que no se agotan en la disidencia contracultu­ral pues configuran un modo de so- cialidad otra. Y entonces la no-con­temporaneidad entre tecnologías y usos, entre objetos y prácticas habla ya no del atraso sino de una rela­ción que para ser pensada y dicha necesita de otro paradigma. Pienso que el “realismo mágico” de la me­jor literatura latinoamericana, más allá de la etiqueta con que anunció el boom, nombra otra cosa. Porque el “realismo mágico” no habla de un presente atrapado por el pasado, como la ideología indigenista cree, sino del mestizaje presente, del cho­que cultural de hoy. Frente a la ra­zón burguesa, separada del imagina­rio, la cultura popular los revuelve y mestiza oponiendo a la equivalencia general la diferencia y la ambigüe­dad de su propia existencia.

1 / N . G A R C IA C A N C L IN I. Gramsci con Bourdieu, en “ Nueva s o c ie d a d " N ” 7 1 , p. 70.

2 / V e r a este p ro p ó s ito J. M A R T IN - B A R B E R O , Retos a la investigación de comunicación en América Lati­na, en “ C o m u n ic a c ió n y c u ltu ra ” N" 9, M é x ic o , 1983 .

3 / Esa te n d e n c ia es c r it ic a d a a fo n d o p o r O . L A N D I , Crisis y lenguajes políticos, B uenos A ire s , 198 3 .

4 / N . L E C H N E R , Estado y política en América Latina, p. 3 11 .

5 / R. R O N C A G L IO L O , Comunicación trasnacional: conflicto político y cultural, p. 2 7 .

6 / N . G A R C IA C A N C L IN I, Las políti­cas culturales en América Latina, en“ C h a s q u i" N ’ 7 , p. 24 .

7/ N. C A S U L L O , Cultura popular y política, M im e o , B uenos A ire s , 198 3 .

8 / G . S U N K E L , La representación del pueblo en los diarios populares de masas, p. 3.

9 / Dos te x to s claves sobre las masas en el p o p u lis m o : JO S E L U IS R O M E ­R O , Las Ciudades masificadas en Latinoamérica: las ciudades y las ideas, P. 3 1 9 - 3 89 . y J. C. P O R T A N - T IE R O , Lo nacional-popular y la al­ternativa democrática en A. L„ en América Latina 80 Democracia y Movimiento Popular, ps. 2 1 7 - 2 4 1 .

10/ R. PAREJA, Historia de la radio en Colombia, p. 177.

1 1 / J. M A R Q U E S D E M E L O (C o o rd i­n a d o r) , Populismo e Comunicacao p. 21.

1 2 / La m e jo r c r í t ic a de ese d u a lis m o en C . G IN Z B U R G , El queso y los gusa­nos, M u c h n ik , B a rce lo n a , 1 9 8 1 .

1 3 / J. M a. A R G U E D A S , Formación de una cultura nacional indoamerica-na, S ig lo X X I , M é x ic o , 1 97 5 .

1 4 / R. V ID A L E S , La insurgencia de las étnias. Utopía de los pueblos pro­fundos, en La esperanza en el pre­sente de América Latina, D ei, Costa R ica , 1 98 4 .

1 5 / M . L A U E R , Crítica de la artesanía- Pldstica y sociedad en los Andes pe­ruanos

ruanos, p. 1 12 .

1 6 / N . G A R C IA C A N C L IN I, Las cultu­ras populares en el capitalismo, p.104 .

1 7 / Ib d ., pág. 9 9 .

1 8 / R. M a. A L F A R O , Modelos radiales y procesos de popularización de la radio limeAa, en Rev. C o n tra te x to , N" 1, L im a , 1 98 5 ,

1 9 / N . G A R C IA C A N C L IN I, o b ra c ita ­da, p . 86.

2 0 / C. M O N S IV A ÍS , Notas sobre la cul­tura popular en México, in Latin American Perspectives, V o l. V ,N ° 1, 1 9 5 8 .

2 1 / Ib d ., Pág. 101 .

2 2 / C . M O N S IV A IS , Cultura urbana y creación cultural, en Casa de las Américas, N° 1 16 , p . 8 5 .

2 3 / E. S Q U E F F y J , M . W IS N IK , O. Na­cional e o popular na cultura Brasi­lera - Música, p. 148 .

2 4 / Ib d ., Pág. 161 .

existN o era fácil predecir

ocho años cuál iba a se: ; marco en que se iba a

contrar Nicaragua el 19 de julio 1987. Pensar en que el proceso : a encontrar serios obstáculos era ¡ go evidente. Anunciar la aparie:; de fuerzas opuestas a los objet: del sandinismo se incluía, con yor o menor fuerza, en todos cálculos. Incluso, aunque resulta un tanto sorprendente formulan en un principio, la agresiva e tente reacción de'Estados Unidos I podía haber anunciado.

Contra el proyecto sandinista i han levantado fuertes presiones : fundamentalmente, éstas han ve do de fuera. Nicaragua no ha ei do a sus enemigos, sino que ha te do que enfrentar a quien le ha clarado la guerra. Poco importa qi manifieste su voluntad de entes miento con Estados Unidos, si sigue viendo en el fenómeno ragüense el prototipo del subvers peligroso para sus intereses nació les.

Simultáneamente, Nicaragua sido acosada desde distintos flanc: económico, diplomático, mil:: acciones terroristas, etc. Ahí est-i objetivo: minar, debilitar, desga para acabar destruyendo. Lo mil: puede ser lo más espectacular, más visible, pero no es lo más :n- portante. Es la coordinación de fre tes, la globalidad del ataque, la pe*l sistencia, la poderosa arma des-c.- [ bierta.

Nicaragua ha tenido que entre tar esta novedosa guerra y ha ten do que aprender una nueva fonu de luchar. Y aquí es donde lo »

NICARAGUA

• *ajrï"_sible, o, mejor, simplemente lo ■m : revisto aparece en este octavo jn^írsario. Nicaragua cambió y en s. proyecto hacia el futuro apostó

k r crear algo nuevo. Esta concep- s profunda marca una línea con- r r - i en la estrategia de la revolu- 3 :n La flexibilidad sandinista para «sronder a los diferentes frentes ■c: puede entenderse por esta vo- mnriá de no transigir con la vuelta » pisado y no contentarse con la acrri. la mimetización de otras so- kaones ya experimentadas.

La búsqueda de lo nuevo es el fen que permite entender la res­ien ta dada.

Puede aparecer optimista afirmar los grandes frentes desatados

re forman hoy el principal proble- ru ce Nicaragua. Al cabo de ocho ¿es. a pesar del financiamiento ofi- ■ri y extraoficial, del apoyo de la ammistración Reagan, ahí está una -orra derrotada para el futuro, p restig iada como opción y reba- a u a hacer el trabajo sucio. Segui­rá molestando, será una continua «cgría, no puede minimizarse el al­a s re de sus efectos para el corto race, pero no es el gran desafío es- mregico.

Al cabo de ocho años, a pesar de os pesares, de los repetidos anun- 3fx re la intransigencia nicaragüen- « rira el diálogo, ahí está un espa- xl negociador abierto y un presti- jc mremacional ganado en los fo-

ts riplomáticos con la palabra y el iierrrho en la mano. Ahí está, a pe­ar re Monroe revivido, una Latino-

iMer.ca detras de la aventura sobe- re Nicaragua. No, no se consi­

guió encerrar a Nicaragua, ni aislar­la de sus vecinos y amigos históri­cos, ni obligarla a asumir posiciones indeseables.

Nicaragua no puede hacer sus planes pensando en “ si no hubiera agresión” . La agresión, la guerra es­tá en el plan, se convierte en un ele­mento sustancial de la vida. El pro­blema de Nicaragua es la respuesta a la guerra, no el temor a perderla. Y esta respuesta debe ser global, como global es el desafío.

En esa respuesta se plantea un dilema vital: el gran proyecto frente a la sobrevivencia cotidiana. ¿Es un dualismo insuperable o es el falso gran imposible? Saber vivir esta tre­menda contradicción, de una parte la angustia por superar el reto de la sobrevivencia del siguiente mes y, de otra, la convicción de que el abandono del gran proyecto sería un suidicio, es el reto.

La revolución ha mostrado su ca­pacidad de afrontar cambios sustan­ciales en la sociedad a pesar de la guerra. La revolución de la vida co­tidiana es posible. Si la guerra es un elemento que gravita sobre todo lo que se mueve en el país, no puede ser el factor que justifique el inmo- vilismo y, mucho menos, ser pre­texto para conductas acomodaticias.

La revolución apenas comenzó con la toma del poder. El peligro mayor es creer que la revolución ya se hizo. Por el contrario, es un pro­ceso abierto, siempre inconcluso. Y hay que partir de esta idea para concebir en toda su dimensión las inmensas tareas en perspectiva, con espíritu autocrítico y abierto a la dialéctica confrontación de las ideas. El florecimiento de líneas de pensa­miento revolucionario sin dogmatis­mos y sin falsos prejuicios es una señal siempre saludable.

En Nicaragua no todos tienen cla­ra esta necesidad. Están quienes considerándose guardianes de la or­todoxia revolucionaria ponen repa­ros o simplemente no admiten la discusión y la crítica. Esto no favo­rece, desde luego, que la vida coti­diana sea sometida a examen y se busquen modos y caminos para cambiarla.

El pluralismo es una cualidad im­prescindible al proceso revoluciona­rio. No sólo el que hace referencia a la libertad de partidos políticos, si­no el que tiene que ver con la ex­pansión de un pluralismo de pensa­

miento en el seno de la sociedad y de la revolución. La libertad para señalar la gestión ineficaz, para cri­ticar los comportamientos despóti­cos o amiguistas, etcétera.

Los cambios sociales exigen tam­bién de la dirigencia una posición de vanguardia cotidiana. Son mu­chos los sacrificios que se piden y el testimonio de los dirigentes se con­vierte en estímulo necesario y en la base legitimadora para exigir esos comportamientos, muchas veces ca­ri heroicos.

Si la crisis económica es el punto más sensible, después de la guerra, en la sociedad, no bastará con hacer llamados a la población. Las instan­cias gubernamentales deberán en­contrar las políticas más adecuadas y gestionarlas con la mayor eficacia posible, en una línea beligerante contra todo lo que signifique despil­farro, fraude, imprevisión, especu­lación, preferencias injustificadas, etcétera. El país puede seguir sopor­tando el acoso cotidiano de la esca­sez porque su dosis de resistencia es alta y su comprensión del origen de la agresión ha penetrado en lo más profundo de su conciencia. Pero no puede, ni debe seguir, aguantando el descontrol evitable, si no es con un costo demasiado elevado: propi­ciar el surgimiento de valores mora­les e ideológicos negativos.

En la respuesta global un elemen­to fundamentales el factor humano. No se puede responder con actitu­des egoístas, desde un desánimo pa­ralizante y derrotista. El gran pro­yecto tiene que hacerse presente en la cotidianidad de cada ciudadano. Sin esa visión esperanzada no será posible que reaccione a las dificul­tades con nuevas actitudes, sin el ejemplo visible y patente de los cua­dros con quienes le toca convivir no tendrá fuerzas para mantener la constancia necesaria.

En el octavo aniversario, Nica­ragua entiende que esta es la batalla a ganar. La búsqueda de lo nuevo sigue vigente, hacia afuera y hacia adentro. Contra lo que muchos que­rrían y otros propugnan, la novedad en la respuesta está en no negarse al cambio, en no cerrarse a lo nuevo. Como diría el poeta, en 1987 Nica­ragua “ era una gran plaza abierta y había olor de existencia” .

* P e n s a m ie n to p ro p io N ° 42 M an ag u a 1 9 8 7

Alte

rnat

iva

Latin

oam

eric

ana

- Pág

.51