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Javier Darío Restrepo La Cruz Roja Colombiana en la historia de Colombia Colombia La Cruz Roja en la historia de La presente semblanza histórica no se ha limitado a presentar las acciones de la Cruz Roja Colombiana durante sus noventa años de exis- tencia sino que las ha enmarcado dentro del contexto político, social y económico en que tuvieron lugar. El relato comienza el 30 de julio de 1915, día del nacimiento oficial de la Cruz Roja Colombiana, en el teatro Colón de Bogotá, bajo la lluvia. Desde entonces hasta nuestros días no existe ni un solo acontecimiento nefasto en donde no haya estado presente esta benemérita institución. El incendio de Manizales, los temblores de Cumbal, la conflagración de Buenaventura, los aludes en Medellín, el asesinato de los guahibos, el 8 y 9 de junio, el estallido de la dinamita en el centro de Cali, las inundaciones de la Costa y de nuestros ríos tutelares, el secuestro en la Embajada Dominicana, la toma del Palacio de Justicia, la desaparición de Armero, los terremotos de Popayán y Arme- nia, las atrocidades de nuestra violencia sempiterna, los efectos de los des- plazamientos forzados, la guerra con el Perú y hasta la más grave calamidad pública que es nuestra pobreza y desigualdad. Hay capítulos antológicos en este libro que, de seguro, habrá de con- vertirse en manual obligado de la numerosa familia de la Cruz Roja, sus Directivos, sus médicos, sus enfermeras, sus voluntarios siempre presentes al conjuro de sus continuas convocatorias. Por ello al concluir la lectura de este recuento maravilloso hay que exclamar hoy, como ayer lo afirmó el presidente Carlos E Restrepo: “Dios bendiga a la Cruz Roja.” Augusto Ramírez Ocampo. Javier Darío Restrepo Fotografía de Portada: Julio César Herrera La Cruz Roja Colombia Cruz Roja Colombiana Cruz Roja Colombiana en la historia de Cruz Roja Colombiana

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Javier Darío Restrepo

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La presente semblanza histórica no se ha limitado a presentar las acciones de la Cruz Roja Colombiana durante sus noventa años de exis-tencia sino que las ha enmarcado dentro del contexto político, social y económico en que tuvieron lugar.

El relato comienza el 30 de julio de 1915, día del nacimiento oficial de la Cruz Roja Colombiana, en el teatro Colón de Bogotá, bajo la lluvia. Desde entonces hasta nuestros días no existe ni un solo acontecimiento nefasto en donde no haya estado presente esta benemérita institución. El incendio de Manizales, los temblores de Cumbal, la conflagración de Buenaventura, los aludes en Medellín, el asesinato de los guahibos, el 8 y 9 de junio, el estallido de la dinamita en el centro de Cali, las inundaciones de la Costa y de nuestros ríos tutelares, el secuestro en la Embajada Dominicana, la toma del Palacio de Justicia, la desaparición de Armero, los terremotos de Popayán y Arme-nia, las atrocidades de nuestra violencia sempiterna, los efectos de los des-plazamientos forzados, la guerra con el Perú y hasta la más grave calamidad pública que es nuestra pobreza y desigualdad.

Hay capítulos antológicos en este libro que, de seguro, habrá de con-vertirse en manual obligado de la numerosa familia de la Cruz Roja, sus Directivos, sus médicos, sus enfermeras, sus voluntarios siempre presentes al conjuro de sus continuas convocatorias.

Por ello al concluir la lectura de este recuento maravilloso hay que exclamar hoy, como ayer lo afirmó el presidente Carlos E Restrepo:

“Dios bendiga a la Cruz Roja.”

Augusto Ramírez Ocampo.

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Javier Darío Restrepo

La Cruz Rojaen la historia de

Colombia1915 - 2005

Cruz Roja Colombiana

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Fotografía de portada Socorristas en Bojayá

Julio César Herrera / El Tiempo.

AgradecimientosDiario El TiempoRevista SemanaRevista CambioRevista Cromos Diario El Mundo

Jesús Abad ColoradoGuillermo Gonzáles

Diseño y DiagramaciónMaria José Restrepo

PreprensaCargraphics

ImpresiónCargraphics

ISBN958-9462-14-6

Impreso en Colombia

La Cruz Rojaen la historia de

Colombia

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IndicePrólogo 8 I. La Cruz Roja Colombiana: “90 años de humanidad” 12 1. Nacimiento bajo la lluvia 202. Incendio en Manizales 343. Conflicto en la frontera 464. El 9 de Abril 605. La violencia de medio siglo 766. Aludes en Medellín 907. Los Guahibos 1008. La Toma de la Embajada 1089. El Palacio de Justicia 11610. Armero 12611. Los Desplazados 13812. Médicos y enfermeras 15613. Terremoto de Armenia 17014. El Cagúan 19215. Los Recursos 20616. 90 años de aprendizaje 216

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La Cruz Roja en la historia de Colombia

La Cruz Roja en la historia de Colombia

CABECERAS REGIONALESCRUZ ROJA COLOMBIANA

Regional IDr. Jaime Osorio PucciniAtlántico, Magdalena, Guajira

Regional IIDra. Judith Carvajal de AlvarezBolívar, Córdoba, San Andrés, Sucre

Regional IIISr. Peter M. Weil GlaeskeAntioquia, Chocó

Regional IVDr. Andrés Entrena ParraNte. Santander, Santander, Cesar, Arauca

Regional VSra. Maria Victoria Martinez de MedinaBoyacá, Amazonas, Cundinamarca

Regional VISra. Isabel Jaramillo de VélezCaldas, Quindio, Risaralda, Tolima

Regional VIIDr. Fernando José Cardenas GuerreroNariño, Cauca, Valle

Regional VIIIDr. Roberto Liévano PerdomoHuila, Caquetá, Putumayo

Regional IXDr. Eduardo Rozo BriceñoMeta, Guainía, Guaviare, Vichada, Casanare

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La Cruz Roja en la historia de ColombiaLa Cruz Roja en la historia de Colombia

Presentación

Usted tiene en sus manos la historia de una institución que durante 90 años, no ha tenido tiempo para otra cosa distinta a la de servir a los colombianos.

Hoy hacemos una pausa; recogemos nuestros recuerdos; ellos nos sirven como estímulo para seguir con nuestro trabajo, como enseñanza para aprender a servir mejor y con mayor eficacia.

Para la Cruz Roja Colombiana de hoy es un motivo de admiración la historia que hicieron quienes nos antecedieron. Sus nombres están vinculados a unos inolvidables episodios de solidaridad que hacen parte de la historia nacional. Son estos los que hemos querido rescatar en este libro en el que destacamos que, al servir a los colombianos víctimas de cualquiera de las catástrofes sociales o naturales, quienes construyeron nuestro pasado como Cruz Roja, reunieron para nosotros una herencia y nos plantearon un compromiso irrenunciable. Por eso usted encontrará en estas páginas, no sólo la historia de una institución sino la historia del siglo XX colombiano, a la cual está unida indisolublemente la Cruz Roja Colombiana. Estamos convencidos de que cuantos han trabajado en la Cruz Roja han hecho a la vez historia nacional.

Mientras transcurría nuestra vida como nación, esta institución ha cumplido con su parte y le ha aportado a Colombia, a través de sus voluntarios, socorristas, damas grises y ejecutivos, este componente de servicio generoso y universal, dignifica y hace más humana la historia de las sociedades.

Tiene, usted en sus manos nuestra historia. Nos enorgullece entregársela porque esa mirada al pasado es nuestra inspiración en el presente y nuestro compromiso con el futuro.

AlbertoVejaranoLaverde.PresidentedelaCruzRojaColombiana.

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La Cruz Roja en la historia de Colombia

La Cruz Roja en la historia de Colombia

PrólogoGeneral(R)AlvaroValenciaTovar.

Quizá ninguno de los protagonistas del choque sangriento entre los ejércitos impe-riales de la Francia de Napoleón III y Francisco José de Austria, librado el 24 de junio de 1�59 en Solferino por la posesión de Cerdeña, imaginó que en aquel campo de batalla de la Lombardía italiana habría de comenzar un proceso hacia la humanización de la guerra que se esparciría por el mundo. Tal vez tampoco Henri Dunant, el caballero suizo que contempló el espectáculo entre majestuoso y terrible de los dos ejércitos que combatieron con singular bravura durante ocho horas.

La idea surgió después, cuando Dunant recorrió el campo de batalla. El estruendo de las armas y la vibración del clarín habían dejado el paso a los quejidos y las lamentaciones de miles de heridos yacentes entre los despojos de la tragedia, sin que la insuficiencia del cuerpo médico del vencedor pudiera aliviar el sufrimiento siquiera de sus propios com-batientes. Conmovido e impotente, el noble suizo concibió un organismo supranacional que, actuando con absoluta neutralidad, aminorase los padecimientos de las víctimas de la guerra.

Nació así la Cruz Roja universal, cuyos elevados propósitos hallaron con el tiempo acogida en Colombia. Un grupo de notables personalidades dio aliento a la idea e inició, con sentido visionario, la historia que el presente libro recoge en páginas fascinantes. Es un itinerario ennoblecido por la generosidad, el desprendimiento, la entrega, el com-promiso de directivos y el servicio anónimo con perfiles de heroísmo de miles de volun-tarios, que en las horas más trágicas del acontecer nacional han acudido en ayuda de sus compatriotas, con el espíritu universal materializado en la bandera cuya cruz de múrice sobre fondo blanco es el inverso de la bandera suiza, en honor a quien concibiera y diera vida a esta sublime institución.

Recorrer las páginas de esta historia es rememorar una larga cadena de momentos acia-gos, generados muchas veces por las fuerzas desatadas de la naturaleza, otras por la pa-sión, el sectarismo, el odio primario, que se hallan en los orígenes de los conflictos arma-dos. Próxima ya a su primer centenario, la Cruz Roja Colombiana ha servido los ideales de la institución universal haciendo honor a los postulados que diseñó su fundador y enriquecieron los delegados de 1� naciones que le dieron vida en los estatutos que la rigen desde 1��5, perfeccionados con el tiempo y las experiencias de su ya larga existencia.

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Esta historia de la Cruz Roja llena un vacío existente hasta hoy en la memoria nacio-nal. Es un precioso legado a la posteridad, que no podía seguir escondido en la modestia de quienes lo han construido con admirable constancia, altruismo y solidaridad humana. Se proyecta como fanal sobre nuestra colectividad y se extiende más allá de las fronteras patrias, como una de las más prestigiosas y respetadas mundialmente por su seriedad, sus admirables realizaciones, su nunca menoscabada neutralidad y el cariño que suscita en todos los estratos sociales de la nación.

Para quien fue honrado con el encargo de escribir estas palabras liminares, la Cruz Roja constituye emotiva vivencia. Desde sus días militares, cuando en cargos de mando y bajo circunstancias de combate recibió su concurso invaluable, hasta su ingreso al extinto Co-mité Central por invitación de uno de los más extraordinarios personajes que han pre-sidido los destinos de esta institución, el profesor Jorge Cavelier, quien esto escribe ha reconocido y admirado las eximias cualidades que enaltecen a los servidores de nuestra Cruz Roja.

Desde la eminente lista de quienes han presidido sus destinos en la capital de la repúbli-ca hasta los directores seccionales y los miembros todos de su organismo, la vocación de servicio y las excelsas virtudes cívicas que configuran su más valioso patrimonio, han inspirado las actuaciones de este cuerpo de seres ajenos a protagonismos y ambiciones. Ellos, en la penumbra de su diario quehacer bajo las demandas de la tragedia natural o hu-mana, han entregado cuanto de mejor tienen sus vidas, para aminorar los padecimientos de víctimas y sobrevivientes de episodios estremecedores.

Las Damas Grises y el Socorrismo conforman bajo la égida de la Cruz Roja dos agrupa-ciones para quienes el elogio palidece ante la realidad de sus servicios en las más diversas y adversas circunstancias. Este libro recoge los episodios más salientes con el dramatismo propio de cada acontecimiento desventurado, donde la Cruz Roja ha llevado una esperanza. Para Damas y Socorristas, la mirada agradecida de un niño, la tierna sonrisa de una mu-jer a quien alivia la ayuda bondadosa, la presión de la mano de un herido rescatado de la agonía, constituyen la mejor y más grata recompensa a cuanto les fue dado hacer en alivio del que sufre.

El primer gran desafío para nuestra Cruz Roja surge del conflicto vecinal en 1932, cu-ando la Amazonia olvidada cobró vida en la geografía patria con el asalto peruano a Leticia y Tarapacá. En el selvático y malsano teatro de operaciones, sin experiencia previa alguna y con medios en extremo precarios, se inicia la presencia de la joven institución en horas cruciales de la vida nacional. Los relatos episódicos que allí comienzan, configuran sucesión multifacética de genuinas proezas en el cumplimiento del deber humanitario, to-cadas de profunda sensibilidad que les imprime un sello a la vez valeroso y enternecedor.

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De aquella primera prueba sorteada con éxito en medio de enormes dificultades, prosigue un itinerario signado por el fiel cumplimiento de las elevadas funciones de la Cruz Roja. Inci-dentes de diversa naturaleza permiten no sólo prestar ayuda a las personas lesionadas por la adversidad, sino acumular experiencias traducibles en mejoramiento de los índices de eficiencia, oportunidad y favorables resultados. La actividad preventiva de la institución se traduce en presencia allí donde las aglomeraciones urbanas en eventos deportivos, mani-festaciones públicas y toda clase de eventos citadinos o urbanos hagan presagiar posibili-dades de atención inmediata.

Episodios que han marcado huella indeleble en la memoria histórica de la nación colombiana, se reconstruyen a lo largo de estas páginas, en agudos contrastes entre la dimensión del suceso y el perfil hondamente humano que los servidores de la Cruz Roja imprimen a su noble misión, iniciada paralelamente con el rescate del trapecio amazónico por el heroísmo de nuestros soldados.

La Bogotá en llamas el 9 de abril de 194�, eclosión airada de pasiones enardecidas que se venían incubando en la entraña de la nación hasta desfigurar virtudes ancestrales y preci-pitar la patria por vertientes de odio y violencia jamás imaginables en un pueblo cristiano, culto, consciente de sus valores, que aún bajo las marejadas de las guerras civiles del siglo XIX había mantenido enhiesto su ser nacional.

En esa fecha infausta, así como a lo largo de medio siglo de violencia, sectaria en sus comienzos, insurgente luego en su proceso evolutivo hasta su desfiguración delictiva, hallan a nuestra Cruz Roja comprometida en su labor humanitaria, sin que jamás uno solo de sus miembros hubiese defraudado la neutralidad. Auxiliar del Ejército desde sus orí-genes institucionales, siempre mantuvo ante los protagonistas de la reyerta feral la imagen del bienhechor bondadoso que prodiga idénticos cuidados al guerrillero y al soldado, al malhechor herido y a los seres maltratados por él.

La misión frustrada por circunstancias insuperables en el asalto terrorista al Palacio de Justicia, constituye episodio alucinante. En medio de las llamas que consumen el edificio y de los disparos enloquecidos, el grupo de socorristas, exponiendo sus vidas, trata de cumplir su misión humanitaria con el Director a la cabeza, en alto la bandera de la insti-tución y visible el equipo de salvamento que portan los cinco voluntarios. Leer el estremecedor relato es revivir las horas de angustia de aquel terrible � de noviembre de 19�5 en la casa de los Jueces de Colombia, al igual que el 9 de abril de 194�, la República sufrió las más desgarradoras heridas de su existencia democrática.

No se habían desvanecido las imágenes del edificio en llamas ni enfriado sus escombros calcinados por el fuego, cuando el 13 de noviembre la gruesa capa de hielo que perfila so-bre la cordillera el apacible Nevado del Ruíz, se derritió por la amenaza de la erupción que calentó el cráter volcánico. El torrente formado por toneladas de nieve fundida descendió desde la cumbre arrasándolo todo. Jamás la naturaleza había producido en Colombia una hecatombe parecida, que sepultó la ciudad tolimense de Armero con sus 25.000 pobladores.

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Allí, el Socorrismo de la Cruz Roja escribió su página más ardiente y luminosa, que alcanza el clímax con la imagen infantil de Omaira, la niña aprisionada por las ruinas de su vivienda, a quien un voluntario brega desesperadamente por rescatar. El empeño consume las horas desde las ocho de la mañana hasta bien entrada la noche.

La angustia del voluntario contagia al lector. Alimenta a la niña. Anima las que van a ser sus horas postreras. Ella lo comprende, canta, expresa en medio de su drama inquietudes del alma infantil. Agotados los medios de rescatar aquella preciosa existencia en flor, el socorrista le aplica respiración boca a boca como postrer esperanza. Es inútil. Dolorosa-mente inútil y la vida de Omaira se extingue como una llamita batida por el viento.

El cuadro dibujado con pinceladas de ternura y dolor por Omaira Sánchez y Jairo Enrique Guativonza, recoge en lienzo perdurable la acción heróica de los socorristas de la Cruz Roja. El episodio desgarrador materializa lo que fue la acción institucional ante la ira de la naturaleza. Fueron centenares de casos anónimos que se vivieron y padecieron en el rescate de muchas vidas que sin ella habrían engrosado la espantable cifra de víctimas fatales.

Winston Churchill, al relatar en sus Memorias, el heroísmo de los aviadores de la Real Fuerza Aérea que defendieron su isla frente al poder superior de la Luftwaffe nazi, tituló el capítulo Their finest hour. Su hora más sublime, podríamos interpretarlo al referirnos al socorrismo de nuestra Cruz Roja. Los grandes desafíos permiten medir el temple de los seres humanos. En medio de la hecatombe que superó toda previsión, los voluntarios lucieron la grandeza de sus almas y la mística de su venerada bandera. La cadena de actos pequeños frente a la dimensión colosal de la catástrofe, pusieron de presente la entereza, el espíritu solidario, la férrea voluntad de servicio ligada al múrice de la cruz sobre el níveo fondo de su ideal.

Todo lo que ocurrió y permanece inédito ese 13 de noviembre de 19�5 y los días sub-siguientes hasta agotar toda esperanza de salvar otras vidas, se podría eternizar en un bronce que algún día deberá elevarse sobre el lodo reseco bajo el cual quedó sepultada la floreciente Armero. No lejos de la cruz ante la cual oró con lágrimas en los ojos y profundo dolor Juan Pablo II. Bronce sencillo como sus protagonistas, que plasmara las efigies de una niña aprisionada por las ruinas de la que fuera su modesta casita campesina y un voluntario en la lucha desesperada por prolongar esa frágil existencia hasta hacer posible su rescate.

El autor de este prólogo, rinde homenaje al escritor de esta historia y en los tres Pesidentes de la Cruz Roja bajo cuya dirección tuvo el honor de laborar, profesionales conotados de la salud Jorge Cavelier, Guillermo Rueda Montaña y Alberto Vejarano Laverde, a sus insignes predecesores y a todos los

servidores de la Cruz Roja Colombiana que engrandecen el nombre de su patria y encarnan cuanto de bueno tiene la humanidad.

GeneralAlvaroValenciaTovar

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La Cruz Roja en la historia de Colombia

I.La Cruz Roja Colombiana:

90 años de humanidadAugusto Ramírez Ocampo

El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, al que ha dado nacimiento la preocupación de prestar auxilio, sin discriminación, a todos los heridos en los campos de batalla, se esfuerza, bajo su aspecto internacional y nacional, en prevenir y aliviar el sufrimiento de los hombres en todas las circunstancias. Tiende a proteger la vida y la salud, así como a hacer respetar a la persona humana. Favorece la comprensión mutua, la amistad, la cooperación y una paz duradera entre todos los pueblos.

Humanidad ha sido y seguirá siendo el principio angular de un Movimiento singular que ha sabido honrar con creces la Sociedad Colombiana de la Cruz Roja, desde mucho antes de su fundación oficial, cuando ilustres colombianos trajeron el espíritu de tan magna institución con el fin de mitigar el sufrimiento y el dolor de las víctimas de la guerra civil de los Mil Días.

La presente semblanza histórica, elaborada por el insigne periodista Javier Darío Restrepo, y cuyo honor tengo de presentar, nos lleva con un estilo, ágil, y ameno, propio de un cronista y escritor tan connotado como Restrepo, a recordar hechos de la historia nacional que nos han marcado en lo mas hondo de nuestra sensibilidad. No se ha limitado a presentar las acciones de la Cruz Roja Colombiana durante sus noventa años de existencia sino que las ha enmarcado dentro del contexto político, social y económico en que tuvieron lugar.

Javier Darío Restrepo, cumplirá el próximo año cincuenta años de ejercicio periodístico de altísimo tenor ético serio e investigativo, lo cual le ha hecho merecedor del premio nacional del Círculo de Periodistas de Bogotá y del premio nacional de Periodismo Simón Bolívar y muchos más. Asimismo, ha asumido la defensa del lector en los Diarios El Tiempo y el Colombiano y ha sido un formador de sus colegas más jóvenes quienes reconocen en sus enseñanzas la expresión cabal de un profesional entregado a la búsqueda de la verdad y el esclarecimiento profundo de los hechos.

El autor aunando sus conocimientos históricos y su sin igual pluma ha logrado dejar en este texto sobre la Cruz Roja una narración de episodios protuberantes de Colombia con pinceladas conmovedoras que aproximan al lector a los hechos de una manera apasionada y vívida que

van delineando la manera como surgió esta institución humanitaria por excelencia, su proceso de formación, sus realizaciones y merecimientos para derivar de ellas lecciones aprendidas y campos de acción.

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En efecto, el relato comienza el 30 de julio de 1915, día de su nacimiento oficial en el Teatro Colón de Bogotá, bajo la lluvia, al impulso de Adriano Perdomo e Hipólito Machado, con el patrocinio del Presidente José Vicente Concha y su Ministro de Educación Emilio Ferrero y con la bendición del entonces todo poderoso Arzobispo de la Capital Monseñor Bernardo Herrera Restrepo.

Pero las raíces vienen de más lejos. De la guerra Franco-Prusiana entre los emperadores Na-poleón III y Federico José quienes enfrentados en la Batalla de Solferino inspiraron al Ginebrés Hery Dunnant a dar los primeros pasos de lo que hoy es la Sociedad Mundial de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, la más noble Institución puesta al servicio de la humanidad “agobiada y doliente”.

Es extraño que en este “Valle de lagrimas” que es la tierra al decir de Santa Teresa de Jesús, cuya población se ha dedicado desde la prehistoria a organizarse para agredir y matar a sus semejantes como extraña manifestación de poderío, no hubiera surgido antes la decisión de conjurar las secuelas de sus efectos letales y de los padecimientos sin nombre que provocan estas catástrofes consecutivas.

Fue necesario además que ocurriera la primera guerra mundial así llamada porque Europa era el ombligo del universo, mas la carnicería que provocó el uso de las armas químicas, con su de-senfrenada cadena de muertos, la impiadosa manera de tratar a los heridos y a las victimas para que fuera configurándose EL Derecho internacional Humanitario, o sea la formalización de los Derechos Humanos en la guerra y la certidumbre que hasta en ese drama macabro deben existir normas de comportamiento inviolables.

“Las ambulancias” descritas por Javier Darío Restrepo, surgidas al golpe de nuestras guerras ci-viles, frecuentes y sangrientas, demostraron que los enfermos y los heridos no podían ser tratados simplemente como conservadores o liberales, según el bando triunfante en cada escaramuza o en cada batalla en donde se libraban por días combates cuerpo a cuerpo, semejantes a las ocurridas por siglos en otras latitudes. El costo final de la guerra de los Mil Días con la Humareda y Peralonso, la miseria y el atraso que produjo, el costo irreparable de la perdida de Panamá hizo ver entonces que todos éramos seres humanos y que en nuestra patria también era necesaria la existencia de una organización dedicada a “prevenir y aliviar los horrores de la guerra”, formada a imagen y semejanza de la institución de ayuda más famosa del mundo, participe de los mismo principios de neutralidad e imparcialidad nutricios de la originada en Suiza.

Ayudó ciertamente el haber entrado, según el decir del historiador David Bushnell, de los años 1910 - 1930 “al más largo período de estabilidad política interna de su historia como nación independiente” con un excelente crecimiento de ideas de solidaridad y entendimiento.

Detrás de esa idea se alinearon médicos, jurisperitos, ingenieros, historiadores, co-merciantes, periodistas, escritores todos integrantes de esa pequeña elite nacional que alentó con entusiasmo su nacimiento.

Lasambulanciassurgidasalgolpedenuestrasguerras civiles,frecuentesysangrientas,demostraron quelosenfermosylosheridosnopodíansertratados simplementecomoconservadoresoliberales.

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La Cruz Roja en la historia de Colombia

Desde entonces hasta nuestros días no existe ni un solo acontecimiento nefasto en donde no haya estado presente esta benemérita institución: El incendio de Manizales, los temblores del Cumbal, la conflagración en Buenaventura, los aludes en Medellín, el asesinato de los Guahibos, el 8 y 9 de Junio, el estallido de dinamita en el centro de Cali, las inundaciones de la Costa y de nuestros Ríos tutelares, el secuestro en la Embajada Dominica, la toma del Palacio de Justicia., la desaparición de Armero, los terremotos de Popayán y Armenia, las atrocidades de nuestra violen-cia sempiterna, los efectos de los desplazamientos forzados, la guerra con el Perú y hasta la más grave calamidad pública que es nuestra pobreza y desigualdad.

Al recorrer estas páginas muy bien documentadas se muestran en una prosa limpia y rica los abismos que ha debido confrontar la República a lo largo de su calvario vital pero al mismo tiempo se comprueban los innumerables acontecimientos heroicos de multitudes de colombia-nos anónimos agrupados en torno a una sola bandera de ideales altruistas, desinteresados, listos a servir a los demás bien en tiempos de guerra ya en tiempo de paz, pues la Cruz Roja no permanece ociosa ni en los unos ni en los otros.

Puede observarse también el accidentado progreso de Colombia. Solo pensar que en 1925, durante el Gobier-no de Pedro Nel Ospina, la expectativa de vida probable estaba en 34 años y ahora bordeamos los 72 años, que permite inferir que la nación es capaz de sobreponerse a su propio duelo y continua laborando incansablemente en la búsqueda de un mejor destino y que Instituciones como esta, cuya misión también está conectada con el es-

tablecimiento de la armonía social, a borrar el rencor, a atender a las victimas de la desatención oficial, a curar heridas y consolar amarguras, muestra que el país cuenta con reservas morales, para afrontar sus dolencias.

De cada tragedia donde interviene, según lo demuestra Javier Darío Restrepo, la Cruz Roja deriva enseñanzas y el país genera hacia el futuro mecanismos para prevenirlas y acudir a aliviar-las. Así nació, después del aciago 9 de abril, el Socorro Nacional por Ley de 1948, que fue puesto al cuidado de la Sociedad Nacional de la Cruz Roja. Debido a la horripilante catástrofe de Armero se crea la Oficina Nacional de Prevención de emergencias como un ente administrativo, con pre-supuesto permanente, que ha servido para responder con prontitud ante el cúmulo de desastres naturales que parecen ser la moneda corriente nacional.

Hay capítulos antológicos en este libro que de seguro habrá de convertirse en manual obligado de la numerosa familia de la Cruz Roja, sus Directivos, sus médicos, sus enfermeras, sus voluntarios siempre presentes al conjuro de sus continuas convocatorias.

Algunos de sus momentos son culminantes como el conflicto en la frontera con el Perú. Fue obligatorio encontrar la ruta más corta para montar sobre la marcha hospitales de campaña, elaborar cartillas sanitarias, no desamarrar a las tropas durante su peregrinar por el Sur en Tara-pacá, Guapi y Leticia, siempre encabezados por su Presidente de entonces, el Profesor Jorge Cavelier, quien afirmó con razón que la Cruz Roja “fortaleció su organización y su aparato op-

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eracional”. En semejante experiencia el país se movilizó también unánimemente por encima de las ren-cillas partidistas. Surgió la celebre admonición de Laureano Gómez en el Senado de la República “Paz, paz en el interior y guerra, guerra en las fronteras.” El Presidente Olaya Herrera entregó el mandato de las tropas a quien había sido su opositor en la contienda presidencial el General Alfredo Vásquez Cobo, quien junto con Eduardo Santos libró también la batalla diplomática ante la sociedad de naciones que dio entera razón a las tesis colombianas.

Ante el “estallido espontáneo de la furia popular” que según la revista News Week suscitó el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán La Cruz Roja prestó su colaboración a la ciudada-nía sin distinción de clases o colores políticos. Los heridos afluían por centenares a sus centros de atención y fueron atendidos por igual sin requerirlos por su partido o su religión. Obedeciendo a sus principios fue en medio del desconcierto, la anarquía inicial y los incendios, la única Insti-tución que trato de coordinar las labores de socorro en muchas ciudades del país. Se declaró neu-tral, recogió los cadáveres, repartió víveres y puso en contacto a los familiares. Fue un bálsamo en medio del dolor colectivo.

Puede ser que algunas de las cifras recogidas rigurosamente por el autor, de datos, nunca bien demostrados por quienes las originaron, se han convertido en leyendas nacionales. Por ejemplo la de los muertos de la aciaga violencia de los años 50s o de las migraciones forzosas de esa época de la cual según la conocida expresión del Profesor Socarrás “todos fuimos culpables”. De estudios muy serios posteriores que fueron realizados con el apoyo de centros académicos reconocidos se demuestra que el éxodo a las ciudades en Colombia al igual que en América Latina, tiene por causa la búsqueda de empleo, de servicios públicos, de movilidad social, de educación de salud y solo en sexto lugar la violencia fue la razón motivante.

Los desplazamientos de los últimos 10 años, preferencialmente a las ciudades si han tenido en buena parte esa causa. Por lo cual la Cruz Roja, la Comunidad Internacional y las Instituciones Oficiales han tenido que reacomodar su actividad aceptando el hecho que el retorno a las áreas rurales es muy poco atractivo, aún después de recuperar la normalidad y prestarse la protección debida.

La hecatombe de Armero, cuando según el impresionante relato de Javier Darío Restrepo 450.000 metros cúbicos de lodo fueron arrastrados 46 kilómetros a una velocidad de 300 km por hora, sepultaron de un golpe esa próspera urbe, dejó duras experiencias a la Cruz Roja. El heroís-mo de sus socorristas contribuyó a salvar muchas vidas pero también fueron conscientes según lo revela Walter Cote, actual Jefe del Socorro Nacional, de las dificultades que generaron 5.000 voluntarios sin dirección ni coordinación. Guillermo Rueda Montaña debió afrontar una avalan-cha de ayudas inútiles enviadas desde los cuatro puntos cardinales, que fue necesario incinerar como la ropa vieja y las drogas vencidas. El país también aprendió y fundó una organización oficial permanente. Todos entendimos que en esos duros momentos las distintas organizaciones deben operar como un único sistema.

Tres días después de ocurrida la tragedia, a las seis de la tarde, recibí en la Casa de Nariño la visita de un Em-bajador para comunicarme que 40 vulcanólogos reunidos en Manizales, procedentes de muchas latitudes

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coincidían en que esa noche el Volcán nevado del Ruiz estallaría de nuevo y que, abierto el cauce por el alud anterior, ahora arrasaría a Mariquita y la parte baja de Honda. Con el Presidente Belisa-rio Betancur comprobamos directamente con los científicos esa aseveración. Ante la inminencia del evento, en consulta con el Comando de las Fuerzas Armadas, se anunció a las 8:00 p.m. un “simulacro” de evacuación de las zonas posiblemente afectadas. Se desató un torrencial aguacero en medio del cual se procedió a esa medida extrema protestada por la población que no entendía dicha operación en medio del diluvio. El Presidente se trasladó al amanecer al teatro de los acontecimientos y por fortuna la divina providencia nos libró de ese nuevo cataclismo que no se produjo entonces ni ha ocurrido hasta el momento. Aprendí entonces a desconfiar de los vulcanólogos que aún no pueden desentrañar por completo los designios de la naturaleza, lo cual hace más azarosa la labor de prevención.

Esta experiencia también influyó en la decisión de las Nacio-nes Unidas que ha organizado todo un aparato para enfrentar los desastres naturales, empezando por lo ciclones del Caribe de ocurrencia anual o como los Tsumanis recientes, provocado-res de exterminio. Hoy es claro que el listado de la emergencia debe empezar por plasma sanguíneo, hospitales de campaña, ali-mentos no perecibles, en especial granos y enlatados, dinero en efectivo y desde luego nunca ropa vieja o utensilios inservibles, Sin embargo en estas materias tampoco se ha dicho la última palabra.

La estrecha colaboración entre el Comité Internacional de la Cruz Roja y la Sociedad Nacional, que por su dimensión y efi-ciencia está entre las primeras del mundo, ha sido fundamental para sus trabajos, Así se demostró en la liberación de los soldados de las Delicias y de Infantes de Marina del Chocó, privados de la libertad por las FARC. Sin la capacidad logística y el constante apoyo a Pierre Gasman Director del CICR y los médicos de la Cruz Roja esa operación llevada a cabo sin contraprestaciones hubiese sido imposible.

Cabe anotar que tanto el Comité Internacional fundador en 1865 de la Institución, las sociedades nacionales y la Liga o Con-federación de ellas conforman la generosa red universal de la Cruz Roja.

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desentrañarporcompletolosdesigniosdelanaturaleza,

locualhacemásazarosalalabordeprevención

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Pero la labor de la Cruz Roja no sólo ha prestado su concurso humanitario para hacerle frente a las tragedias producidas por los desastres naturales. También ha aportado sus recursos humanos, físicos y financieros para paliar las secuelas del conflicto armado que padece Colombia. Situación que, pese a que no podría ser de otra manera, en la medida que el surgimiento del movimiento de la Cruz Roja fue el intenso deseo de proteger a las víctimas de los conflictos armados, no ha sido lo suficientemente reconocida por los colombianos.

Si bien, Colombia alcanza a dimensionar la contribución de la Cruz Roja Colombiana en las labores de prevención y asistencia en desastres naturales, no lo logra frente a su silenciosa y persistente labor institucional encaminada a disminuir los rigores y sufrimientos de la guerra. Tarea que ha contribuido a humanizar el conflicto armado y preservado la vida de miles de compatriotas que de otra manera estarían muertos o en el mejor de los casos aquejados de secuelas físicas o mentales.

No había terminado la década de los años setenta cuando la Cruz Roja Colombiana de la mano de Guillermo Rueda Montaña y acompañada del Comité Internacional de la Cruz Roja, comprendió la imperiosa necesi-dad de difundir y hacer respetar el Derecho Internacional Humanitario. Normatividad internacional que limita los métodos y me-dios de guerra y que tiene por objeto proteger a las personas que no participan en las hos-tilidades e incluso de los que han participado y han depuesto las armas y de las puestas fuera de combate por enfermedad, herida o captura o por cualquier otra causa.

Durante los años ochenta, se conformaron dentro de la Cruz Roja Colombiana, grupos de es-tudio del Derecho Internacional Humanitario, integrados por voluntarios que aprendieron los pocos textos que había en Colombia sobre los Convenios de Ginebra de 1949 y de sus Protocolos adi-cionales. Inmensa labor acompañada en sus comienzos por el profesor Delio Jaramillo Arbelaez quien en su oportunidad, tradujo los Convenios de Ginebra, fundó el desaparecido Instituto de Derecho Internacional Humanitario de la Universidad Santo Tomás y fue miem-bro del Instituto de Derecho Internacional Humanitario de San Remo. Estos grupos, emprendie-ron la ardua tarea de formarse asimismo, para luego enseñar a lo largo y ancho del país a los voluntarios y funcionarios de la Cruz Roja. Una vez, formados y creado el marco administrativo, la Cruz Roja emprendió el reto de difundir y enseñar el Derecho Internacional Humanitario, en primer lugar a la Fuerza Pública y en segundo lugar a la población civil en general. Pero no olvido a los grupos irregulares. Ha sido silenciosa y llena de riesgos la labor de sus voluntarios en la predicación del DIH en los campamentos de las guerrillas y de los paramilitares.

Muestra de la titánica labor desarrollada por la Cruz Roja Colombiana se encuentra en el hecho de que a partir de los años noventa, los colombianos empezamos a estudiar y a considerar el Derecho Internacional Humanitario como el instrumento que siempre ha sido: Una herramienta para

LaCruzRojaColombiana delamanodeGuillermoRuedaMontañayacompañadadelcomitéinternacionaldelaCruz

Roja,comprendiólaimperiosanecesidaddedifundiryhacerrespetarelDerecho

InternacionalHumanitario

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humanizar el conflicto armado. Es mas, recuerdo, que a finales del Gobierno Betancur, siendo Canciller de la República, presenté a consideración del Congreso la aprobación de los Protocolos Adicionales a los Convenios de Ginebra de 1949. Iniciativa que no llegó a feliz término, pues apenas recibió ponencia favorable en el primer debate en el Senado dados los recelos que el instrumento despertaba en la clase política y en la Fuerzas Armadas. Sin embargo, 10 años mas tarde, y con el concurso de la Cruz Roja Colombiana, los Protocolos pudieron, ser incorporados a la legislación interna.

Nunca se podrá saber cuantas vidas colombianas se han salvado, gracias a la difusión y ense-ñanza del Derecho Internacional Humanitario. Pero lo que si sabemos es que cada vez que un combatiente se abstiene de atacar a la población de civil, limita sus medios o métodos de com-bate, auxilia al adversario herido o enfermo o respeta el emblema de la Cruz Roja tenemos una víctima menos y una discreta satisfacción de todos los hombres y mujeres que han contribuido a tan noble causa.

El cometido de la Cruz Roja Colom-biana ha ido más allá de la difusión del Derecho Internacional Humanitario. Su mano protectora se ha extendido a acompañar a la población civil en situaciones tan apremiantes como las padecidas en la llamada Zona de

Distensión, durante el Gobierno Pastrana, a mejorar la situación de los hogares desplazados por la violencia, a mitigar el sufrimiento de las víctimas por la acción de las minas antipersonales. Inmensa tarea que ha sido posible gracias a la observancia de sus principios de neutralidad e imparcialidad. Gracias a ellos, la Cruz Roja Colombiana ha sabido ganarse la confianza de todos, absteniéndose de tomar parte en las hostilidades y, en todo tiempo, en las controversias de orden político, racial, religioso e ideológico y no haciendo ninguna distinción de nacionalidad, raza, religión, condición social ni credo político.

El origen y custodia del Derecho Internacional Humanitario –DIH- y su interpretación, están preferentemente en manos de la Cruz Roja Internacional y de cierta manera ha consolidado la actitud internacional de Suiza, país ejemplar por muchos aspectos, que ha podido mantenerse neutral en medio de dos guerras mundiales. Su acción en Colombia también debe ser reconocida y agradecida.

Quizá gracias a este acumulado el país pudo afrontar con orden y eficacia el terremoto en el Quindío. Desde el primer momento, como lo demuestra este libro, la institución oficial y la Cruz Roja bajo el comando de Alberto Vejarano atendieron ordenadamente la situación. Los socorristas casi por instinto estuvieron en la primera línea y el apoyo y la reconstrucción tuvieron una secuencia lógica. El apoyo internacional se dio copiosamente sin dificultades.

Apartirdelosañosnoventa,loscolombianosempezamosaestudiaryaconsiderarelDerechoInternacionalHumanitariocomoelinstrumentoquesiemprehasido.Una

herramientaparahumanizarelconflictoarmado.

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A pesar de los incidentes escasos y graves ocurridos contra personas o vehículos protegidos por su emblema, respetado universalmente, nuestro pueblo y sus autoridades valoran la abnegada labor de sus integrantes, comprenden su inviolabilidad y que su tarea debe estar por encima de las facciones.

Pero la Cruz Roja ha entendido que su tarea también tiene que ver con las enfermedades. En este conflicto tropical mueren más gentes por enfemedades que por la guerra.Aún en los campos de batalla diezma más la leshmaniasis o el paludismo que las balas. No es extraño que la vanguar-dia de la Cruz Roja haya estado constituida por médicos, enfermeras, paramédicos y auxiliares de la salud, que la vacunación y sus certificados sigan atribuidos a su cuidado y que su sensibilidad ampare también a los pobres y desechados por una sociedad injusta. Los hitos estelares que narra este libro, en donde además se reconstruye parte de la historia nacional, no olvida la tarea cotidiana, imperceptible que realizan sin estridencias todos sus colaboradores.

Con razón la excelente obra de Javier Darío Restrepo rinde un homenaje a quienes lo han construido. Nueve de sus Presidentes han sido médicos. Las solas Presidencias de los doctores Jorge Cavelier, Jorge Bejarano, Guillermo Rueda y Alberto Vejarano suman 70 años de vida institucional al servicio de los seres humanos.

Y es precisamente, el sentimiento de la esperanza y la fe que Javier Darío Restrepo logra trasmitirnos con la investigación que presentamos. La fe y la esperanza que genera conocer la obra de miles de voluntarios, entre Damas Grises, Socorristas y Juveniles, que bajo la dirección del Dr. ALBERTO VEJARANO LAVERDE, de manera desinteresada y generosa han trabajado y continúan trabajando por una Colombia mejor.

Por ello al concluir la lectura de este recuento maravilloso hay que exclamar hoy, como ayer lo afirmó el Presidente Carlos E Restrepo:

“DIOS BENDIGA A LA CRUZ ROJA”

Nuevedesuspresidenteshansidomédicos.

LassolaspresidenciasdelosdoctoresJorgeCavelier,JorgeBejarano,GuillermoRuedayAlberto

Vejaranosuman70añosdevidainstitucionalalserviciodelossereshumanos.

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1. Nacimiento bajo la lluvia

La solemne sesión que comenzó con algún retraso en el teatro Colón de Bogo-tá, aquel 30 de julio de 1915, no fue el principio de la Cruz Roja Colombiana, sino la formalización de un proceso que había comenzado desde los años finales del siglo XIX.

El espíritu de esta institución ya estaba presente en hechos como aquel que inspiró un cruce de cartas entre el jefe militar conservador, Marceliano Vélez y el general liberal, Santos Acosta en noviembre de 1876.

Vélez deseaba asegurarse de que para su contendor “ las ambulancias, los heridos y los rendidos serían sagrados.” De ser así, agregaba “debemos, en un tratado, estipular las únicas personas que por el servicio que prestan a heridos y enfermos, deben abrigarse en ellas y convenir una señal que las dé a conocer claramente para que no se haga fuego sobre ellas.”

El mismo día, 18 de noviembre, un estafeta llegó al campamento conservador con la respuesta de Acosta: “ observadores de las leyes humanitarias que hemos tomado por norma, creo innecesaria la celebración del tratado que usted me indica,” declaraba, y luego precisaba: “ los depósitos de heridos, inválidos o enfermos serán señalados por nuestra parte con una bandera blanca que espero se respete, como ofrecemos será respetada la que divisemos de parte de usted con el mismo objeto.” (1)

A la bandera blanca sólo le hacía falta la cruz roja, pero el espíritu que dio lugar a la creación de la Cruz Roja Colombiana ya inspiraba a los generales de nuestras guerras civiles.

Eso lo sabía muy bien Hipólito Machado, un exitoso y respetado médico, miembro de número de la Academia Nacional de Medicina y hasta 1914 rector de la Facultad de Me-dicina. A sus 55 años era llamado con el honroso título de Maestro, y así lo habían salu-dado al llegar al teatro Colón, cuando esquivando el fuerte aguacero que a esa hora caía sobre la ciudad, cruzó la puerta principal. Allí se encontró con uno de sus alumnos, el médico Adriano Perdomo, a quien había apoyado en su idea de crear la Cruz Roja en Colombia. Los dos habian participado en el II Congreso Médico Nacional de Medellín en enero de 1913, en donde Machado había presentado su ponencia sobre “ la oportunidad operatoria de la apendicitis.” De las conversaciones que tuvieron en esa ocasión, surgió el trabajo conjunto para fundar la Cruz Roja.

Recordando ese encuentro y celebrando el brillante marco de la ceremonia a punto de iniciarse, los dos entraron por un pasillo lateral a la sala iluminada por las múltiples luces de la araña central. En los palcos y en la platea, vestidos con traje de ceremonia, los invitados

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que habían desafiado el chaparrón, esperaban la llegada del Presidente de la República, José Vicente Concha y del Arzobispo, Bernardo Herrera Restrepo, entre el discreto abe-jorreo de sus conversaciones a media voz. Probablemente la mayoría de los invitados estaba en capacidad de medir la importancia de la ceremonia que iba a comenzar, pero pocos como el médico Machado.

Tenía 25 años, cuando vestido con los arreos militares y bajo las banderas revoluciona-rias de Ricardo Gaitán Obeso, contempló como quien padece una pesadilla, la batalla de la Humareda. Ese 17 de junio de 1885 navegaban río Magdalena arriba las seis unidades de guerra con que los revolucionarios mantenían el dominio sobre la arteria fluvial y sobre las regiones aledañas. Adelante, como señuelo, se desplazaba el vapor 11 de febrero, lo seguía a considerable distancia el Confianza y, tras él, separado solo lo suficiente para no sufrir el oleaje que levantaban las ruedas que impulsaban al vapor, el Bismarck, el Isa-bel, el Cometa y la draga Cristóbal Colón. A la altura de un lugar llamado Quitasueño, situado en la ribera oriental y frente a otro paraje llamado La Humareda, que se divisaba en la orilla occidental, se escucharon el pito del 11 de febrero y los primeros cañonazos de la artillería enemiga. El general Sergio Camargo Gaitán ordenó el desembarco de la tropa y emprendió el avance sobre el campamento enemigo, por un terreno desconocido y sin un plan de ataque, mientras desde los vapores y desde el campamento de las fuerzas oficiales se levantaban el estruendo de los cañonazos y las nubes de humo de las explo-siones. Y aunque el número de hombres, la disponibilidad de armas de largo alcance y el ataque concertado desde el río y desde tierra le dieron todas las garantías de triunfo a la revolución, la orientación de la batalla cambió a las ocho de la noche cuando en el arsenal del vapor 11 de febrero estalló un incendio que en minutos hizo explotar las municiones y armas de los revolucionarios. El oficial Bernardino Lombana apareció en la cubierta del barco que ardía, envuelto en llamas y se lanzó a la orilla gritando a los que allí estaban que se cubrieran porque la culebrina que apuntaba en esa dirección podría explotar. Aún gritaba cuando se produjo el disparo que lo dejó agonizando entre una nube de pólvora y de carne chamuscada.

Esa escena y las del traslado, en la mañana siguiente, de los muertos y heridos hasta El Banco y Mompós, fueron un mensaje claro para el joven estudiante de medicina a quien la guerra había interrumpido los estudios y lo había convertido en practicante de urgen-cia entre los alaridos de los heridos, el olor de la sangre mezclado con el de la pólvora, el humo, el sudor y el miedo; las manos y el uniforme empapados por la sangre; y con la frustración por el esfuerzo inútil para impedir que las vidas jóvenes de los soldados se extinguieran.

La descomposición de los cadáveres, que aceleró el clima ardiente del río, obligó a dar-les sepultura en El Banco, mientras los vapores El Cometa y Bismarck navegaban hasta Mompós con su doliente carga de heridos. Fueron demasiadas sensaciones a la vez, que explicaron la decisión del joven médico de no volver a combatir. En adelante estaría en los escenarios de la guerra, pero sin armas en las manos.(2)

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Así sucedería quince años después cuando en compañía del empresario Santiago Samper y de los cirujanos de la Casa de Salud de El Campito, José María Montoya, Nico-lás Buendía y 26 médicos más, 42 practicantes, 8 hermanas de la caridad, un capellán y un farmaceuta, organizaron la primera ambulancia. Ardía en ese momento, con toda in-tensidad, el incendio de la guerra de los Mil Días. Cuando la ambulancia llegó a Santander en donde se enfrentaban dos ejércitos enemigos, el médico Machado comprendió, por primera vez, la magnitud del reto que habían asumi-do. En los primeros días tuvieron que demostrar, ante una desconfianza generalizada, que para ellos un herido o un enfermo no eran ni liberales, ni gobiernistas, sino seres humanos a quienes se debía ofrecer toda la atención médica posible. Por los campamentos adonde llegó la ambulancia, circulaban historias escalofriantes como la del médico que se había hecho famoso porque se dedicó a amputar cuanto miembro de combatiente del bando opuesto al suyo, caía en sus manos. Apuntaba un soldado que “los que logramos

Cali.Figuran dos momentos: el primero cuando por iniciativa del médico Carlos Borrero Sinisterra, se reunió el primer comité el 15 de noviembre de 1924.Un segundo momento aparece registrado en el acta 179 del 25 de agosto de 1925 del Comité Central de la Cruz Roja. Se relata allí la visita del médico Adriano Perdomo en los días 4 y 5 de agosto y la integración del Comité de la Cruz Roja del Valle del Cauca y su instalación el 7 de agosto en la plaza de armas del Batal-lón Pichincha. Fueron designados el presidente Carlos Borrero Sinisterra, el secretario Enrique de Páramo y miembros honorarios, el gobernador Manuel Antonio Carvajal y el obispo Eladio B. Perlaza.

Primera junta directiva de la seccional Cruz Roja en Cali.

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salvar nuestros miembros de aquella cuchilla inmisericorde, tuvimos que someternos a grandes resistencias.” (3) La conciencia profesional del grupo de la ambulancia y la experiencia adquirida en Europa, donde hombres como Machado habían conocido los principios y actividades de la Cruz Roja, impusieron otras prácticas en sus recorridos por los frentes de guerra. Su bandera blanca significaba que a su sombra se atendía a enfermos y heridos cuyo bando no importaba y que ese lugar era inviolable.

Imponer el principio de neutralidad, en medio de una guerra alimentada por pasiones sectarias de lado y lado, fue el primer reto de las ambulancias y equivalía a una revelación para una sociedad dividida por el odio partidista. La sola presencia de las ambulancias ratificó que era posible la tercería de los que se ponían al servicio de los seres hu-manos, cualquiera que fuesen sus convicciones de partido. El otro reto de las ambulancias fue aún más exigente: con recursos escasos y poco personal tuvieron que responder a los pedidos de ayuda de miles de heridos y de enfermos. En aquella guerra fueron igualmente crueles los machetes y los fusiles de los combatientes, y las enfermedades con que el clima, las aguas contaminadas, los insectos y las condicio-nes insalubres, castigaban a batallones enteros.

Las cargas de machete que ordenaban los jefes militares, dejaban en los campos de batalla miles de cuerpos desfigu-rados, o sobrevivientes mutilados que en algunos casos, ante la gravedad de sus heridas, pedían que, por piedad, les dieran muerte. (4)

Cuando no recibían ayuda médica, aplicaban a sus heri-das emplastos de café tostado o molido, o telarañas, o aguar-diente rociado, aconsejados por la medicina popular. (5) A los heridos, que se contaron por miles, se agregaron los enfermos de paludismo, fiebre amarilla, fiebres infecciosas, disentería, insolación, tifo negro y tifo amarillo.

La segunda ambulancia, también organizada por Santiago Samper con los médicos Juan Evangelista Manrique, Pom-pilio Martínez, Zoilo Cuéllar Durán, Luis Felipe Calderón y Guillermo Cómez Cuéllar, operó en Cundinamarca y tuvo que enfrentar dramas como el de Tocaima adonde llegaron hasta 200 heridos diarios.

Primeras actividadesSeptiembre 26 de 1922: Apertura del Centro Sanitario de la Cruz Roja en Las Nieves.25 de noviembre de 1923: el Centro Sanitario se trasladó a la casona sobre la terraza Pasteur y ofreció servicios prenatal, de maternidad y baños para niños.1923: comenzó a circular el “Boletín de la Cruz Roja Colombiana.”Abril 16 de 1923: en el Gimnasio Moderno, Agustín Nieto Caballero fundó la Cruz Roja Juvenil.Julio de 1924: Primera Semana de la Cruz Roja. Produjo 11 mil pesos oro.Julio de 1924: Inaugurada la Sala-cuna de Las Cruces.Octubre de 1924: En servicio la Sala-cuna de la carrera segunda con calle 22 de Bogotá.En funcionamiento la Escuela de Enfer-meras Visitadoras dirigida por Alfonso Esguerra Gómez y Josette Ledoux.

Salacuna de las cruces (1924).

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Las 28 cargas de drogas y de elementos de curación que llevaba Hipólito Machado en la ambulancia de Santander, se agotaron en los primeros días, lo mismo que las remesas que llevaban consigo los médicos de la ambulancia de Cun-dinamarca. Los esfuerzos para obtener recursos y el espíritu desarrollado durante los extenuantes meses de servicio a las víctimas de la guerra de los Mil Días, habían sido el preámbulo para aquella ceremoniosa reunión del 30 de julio de 1915 en el teatro Colón.

Afuera llovía a cántaros y los dos invitados principales, el Presidente y el Arzobispo se habían excusado a última hora, de modo que el programa comenzó con el himno nacional que interpretó la Banda Nacional, seguido por una obertura de von Suppé que había sido escogida por la orquesta Unión Nacional como pieza de entrada. Mientras tanto, el repre-sentante del señor Presidente, el Ministro de Instrucción Pública, Emilio Ferrero, tomaba unos apresurados apuntes para sus palabras de instalación oficial del evento.

Para Adriano Perdomo no había duda: la ceremonia, que avanzaba al ritmo que marcaba la orquesta, era un homenaje a un muerto.

En 1912 el empresario Joaquín Samper – uno de los hijos del exministro de Hacienda don Miguel Samper y gerente comercial de la Compañía de Energía Eléctrica de Bogotá, gestionaba en Londres los recursos para la construcción de la represa del río Alicachín y para el montaje de un nuevo generador de 810 kilovoltio-amperios (6) cuando encon-tró al médico Adriano Perdomo y con él recordó la par-ticipación de su hermano Santiago, muerto en 1906, en la organización y marcha de las ambulancias durante la guerra de los Mil Días. Los dos coincidieron en que la fundación de la Cruz Roja en Colombia sería un expresivo homenaje a quien había interpretado su espíritu en forma tan ejem-plar. Entusiasmado con la idea, el empresario hizo llegar al hotel del médico Perdomo revistas y publicaciones que describían el funcionamiento y desarrollo de la institución en Europa. A medida que pasaba las páginas de las publi-caciones, el médico Perdomo creyó descubrir una historia en todo semejante a la que habían vivido en Colombia San-tiago Samper y los promotores de las ambulancias.

PRIMERAS SECCIONALES.Manizales:El siete de febrero de 1923 se reunió una junta preparatoria convocada por Eduardo Peláez. Dos días después se aprobaron los estatutos y se eligieron los dignatarios del Comité de Manizales, así:

Presidente: Juan A. Toro Uribe; Vicepresidente: el padre Adolfo Hoyos Ocampo. Secretario: Enrique Cordobés, director del periódico El Progreso.

Fueron designados miembros honorarios, el gobernador Gerardo Arias Mejía, el obispo Tiberio de J. Salazar y Herrera, Fray Ubaldo Ballesteros y el hermano Antonio.Ibagué.También aparecen registrados dos momentos en el nacimiento de esta seccional: el que aparece en el libro de actas del Comité Nacional con la consti-tución de un Comité de la Cruz Roja de Ibagué el 28 de septiembre de 1925;Y la instalación el 7 de diciembre de 1931, del Comité, promovido de nuevo por Plinio Rengifo en el que fueron designados presidente: Plinio Rengifo; Vicepresidenta: Luz de Tonoy Secretario: Manuel J. Alvarez. Presidentes honorarios: el gobernador Antonio Rocha y su señora Julia Borrero de Rocha.

Coronel Luis F. Acevedo.

Un entusiasta promotor y colaborador

de la primera obra en la fundación

de la Cruz Roja Colombiana.

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Todo había comenzado el 24 de junio de 1859 entre los barrancos y viñedos que rodeaban a Castiglione en donde, entre nubes de polvo y de humo, estruendo de caño-nes, cargas de fusilería, relinchos, toques de trompeta, gritos y redobles, combatían los ejércitos de Napoléon III de Francia y Francisco José de Austria. Hasta la colina desde donde el rico ginebrino Henry Dunant observaba la batalla, no llegaba más que una ima-gen retórica de lo que pasaba abajo. La realidad brutal de la guerra sólo apareció cuando, concluida la batalla con la victoria de los franceses y la retirada de los austríacos, Dunant, ajeno a las minucias de la guerra, vestido de lino, recorrió el escenario donde, a esa hora, daban alaridos los heridos mientras, indiferentes al sufrimiento, las bandas de campesinos saqueadores vaciaban los morrales y los bolsillos de los muertos. Entre el humo de los incendios, los desperdicios, la sangre congelada sobre la tierra negra, los vómitos, los miembros esparcidos, los charcos en donde la nieve derretida, la sangre y el estiércol de hombres y caballos se mezclaba, Dunant vió una cara de la guerra que después describió con detalle y con una indignada tristeza en “Un recuerdo de Solferino.” Todo el dolor de los heridos abandonados por los vencedores y los derrotados, le reveló la verdad que se ocultaba detrás de las frases hechas sobre el agradecimiento de la patria a sus soldados, y la necesidad de que alguien tuviera oidos y manos para las víctimas.

En esta como en todas las guerras muy poco interesaban los heridos, cualquiera fuera su ejército. . Relata la historia, por ejemplo, que los cadáveres dispersos en el teatro de guerra de Waterloo, se convirtieron en un macabro negocio para los contratistas ingleses que los recogieron, los metieron en barcos y los vendieron como harina y fertilizante en gran Bretaña.

La actividad febril que se desarrolló en Castiglione ese 25 de julio, anticipó la que con-vertiría a la Cruz Roja en la institución de ayuda más famosa del mundo. Dunant convocó a las mujeres de la población, requirió la ayuda de dos caballeros ingleses que se encontra-ban de vacaciones en el lugar y todos, bajo la consigna repetida por las mujeres al atender a cada herido, “tutti fratelli,” se dedicaron a hacer lo que podían para aliviar el sufrimiento, con los escasos recursos que tenían. La magnitud del empeño se puede medir cuando se piensa que en las diez horas del frenético combate, habían muerto 6000 soldados, y que el número de heridos casi triplicaba el de los muertos.

Solferino marcó a Dunant y también las prácticas de los guerreros. La publicación del Recuerdo de Solferino, el debate que estimuló ese relato, los escritos que planteaban la ur-gencia de prevenir o de aliviar, al menos, los horrores de la guerra culminaron en agosto de 1864. Cinco años después de Solferino, se reunían en Ginebra representantes de 16 países para aumentar la asistencia médica en los campos de batalla. Cuando alguien propuso que los miembros de los cuerpos de ayuda llevaran un brazalete blanco, y otro propuso que en homenaje a la bandera suiza, sobre ese fondo blanco apareciera la cruz roja, nacieron el símbolo y la institución de ayuda a los combatientes heridos.

Esa fue la historia que Perdomo descubrió en los impresos que le había hecho lle-gar Joaquín Samper con la propuesta de llevar a Colombia esa institución en homenaje

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Se había desatendido la organización de un cuerpo de sanidad militar de la proporción requerida. La idea de reorganizar un servico neutral de ambulancia, que a la manera de la incipiente Cruz

Roja pudiera circular libremente y auxilar a los heridos de la guerra sin atender su filiación, fue una propuesta que hizo Santiago Samper al gobierno, secundado por un grupo importante de médi-

cos liberales de Bogotá, entre ellos Rafel Rocha, Juan Evangelista Manrique, Juan David Herrera, Antonio Vicente Uribe, José Maria Lombana Barreneche, José Maria Buendía, Hipólito Machado,

Aristides Salgado, Nicolás Buendía, Manuel Lobo, Manuel Cantillo, y Miguel Rueda.El gobierno la acogió con desconfianza, negó el pasaporte a los médicos liberales y anunció

que la realizaría con médicos conservadores. A la notable actividad del doctor Carlos Putnam, se debió la organización de un servicio de ambulancia que salvó muchas vidas.

Fotografías tomadas de del libro (114 años en la Historia de Colombia) de El Banco de Bogotá.

Aida Martinez Carreño “LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS”

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a Santiago, su hermano. El médico colombiano habia leído la historia con el pensamiento puesto en los escenarios de la guerra de los Mil Días y en el recuerdo de las ambulancias que, según la idea fundacional de Dunant, debían prevenir o aliviar al menos los horrores de la guerra. Tal había sido el propósito de Samper y de todos los miembros de esos grupos de socorro.

En 1913, un año después de ese encuentro en Londres, los asistentes al II Congreso Médico Nacional reunido en Medellín, escucharon la lectura de la proposición presen-tada por Perdomo para que se estableciera en el país “una sociedad de auxilios sanitarios voluntarios para socorrer a los desgraciados en las calamidades públicas en tiempos de paz y atender a los heridos y enfermos en tiempos de guerra.” Ahora, dentro del marco solemne de este acto inaugural aquella propuesta se había convertido en un hecho para la historia.

Desde el atril en el que el médico Perdomo leía su discurso, podía observar los rostros atentos de una audiencia en la que estaba representada, en toda su variedad, la sociedad bogotana.

A medida que avanzaba en la lectura del texto, pieza central del programa, revivían, mezclados como si fueran una sola historia, los episodios de Solferino y de las ambulan-cias de la guerra de los Mil Días. Lo que no se escuchó en esa sesión fue el relato de los difíciles años de indiferencia que habían seguido a la propuesta presentada en el Congreso Médico de Medellín.

En vez de la comisión de tres miembros, propuestos para estudiar y redactar los estatutos de la institución, el II Congreso dejó en manos de la Academia Nacional de Me-dicina la ejecución de la iniciativa, que languideció entre el silencio y la indiferencia que siguieron. Adriano Perdomo anotó, en efecto que “ esta muy alta corporación científica no es la más adecuada para cumplir esta labor.”

En los años siguientes la propuesta se mantuvo viva merced al trabajo y tenacidad de Perdomo que, con artículos como los que se encontraron los lectores de La Patria sobre “La Historia de la Cruz Roja Americana,” o las informaciones y comentarios a que dio lugar la presencia de la Cruz Roja Internacional en los campos de batalla de la I Guerra Mundial, mantuvieron a fuego lento el interés por la iniciativa. El 10 de agosto de 1914 la prensa registró una declaración de apoyo del Arzobispo Bernardo Herrera Restrepo: “Aplaudo la idea de establecer la benemérita institución de la Cruz Roja y de mi parte le prestaré, llegado el caso, todo el apoyo que sea posible.”

En la mesa de honor adornada con enormes ramos de flores que llenaban de colorido el escenario del Teatro Colón, el lugar del Arzobispo estaba vacío; el aguacero inclemente, que desde la sala se sentía como un redoble lejano, no le había permitido al dinámico e in-fluyente prelado presidir la ceremonia, pero al lado de su silla, con porte marcial, erguido el busto en el que brillaban los galones de su grado en el Estado Mayor del Ejército, estaba el capitán Luís Acevedo, como miembro de la Junta de los Festejos Patrios que en esos días

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se celebraban en la capital. El oficial había propuesto incluir el acto inaugural de la Cruz Roja dentro del programa de eventos culturales, motivado por un artículo que el médico Perdomo había publicado en El Tiempo, y ahí estaba, cumpliendo a la vez su nuevo papel de Secretario Fundador de la institución a punto de nacer.

Dos semanas antes, en el Estado Mayor del Ejército se había preparado este acto inau-gural y se habían debatido los estatutos con participación de Arturo Pardo Morales, de la Academia de Jurisprudencia, de Alberto Borda Tanco, de la Sociedad Colombiana de Ingenieros, de Roberto Franco de la Facultad de Medicina, de Miguel Canales y Tiberio Rojas de Sanidad Militar, de José Torres Henao de la Academia de Historia, de Manuel José Silva de la Sociedad de Medicina Universitaria, de Guillermo Gómez y José María Montoya de la Academia Nacional de Medicina y Agustín Nieto Caballero de la Cámara de Comercio. Con ellos estaban el periodista Santiago Ruíz, de la Asociación de Cronistas y Alejandro Uribe, de la Junta de Festejos Patrios. La variedad e importancia de las insti-tuciones representadas demuestra que el esfuerzo de Adriano Perdomo para mantener vivo el interés por la nueva institución había tenido éxito. En el amplio salón se habían re-unido, además, Hipólito Machado, Roberto Urdaneta, Ernesto Borrero, Alcides Arzayuz y Rafael Negret promotores de la naciente Cruz Roja.

Todo este importante grupo escuchaba ahora, 20 días después, la lectura de los estatutos de la nueva sociedad en la voz del capitán Acevedo.

Aún vivos los recuerdos de la guerra de los Mil Días, presentes todavía los ecos del agrio juicio de responsabilidades políticas por la separación de Panamá y la pérdida del Canal y dentro del ambiente enrarecido del mundo, envuelto en la tempestad de la I Guerra Mundial desde un año antes, tenían mucho de revelación los principios que les daban vida a esos estatutos; si el mérito de Dunant “ fue saber ver con ojos nuevos un hecho inmemorial, el campo de batalla y fijarse, como pocos lo habían hecho, en los heridos y moribundos que los capitanes y los reyes dejan cuando se retiran,” (8) a los oidos de los colombianos que esa noche oían por primera vez la lectura de los estatutos de la Cruz Roja, debió sonarles a música extraña, acostumbrados como estaban a mirar sus guerras desde el punto de vista de los jefes políticos o de los altos militares. Esta institución enfocaba la mirada en las víctimas, cualquiera fuera su bando, y se proponía recordar a los guerreros que en su actividad no todo es lícito y que hay normas que se deben cumplir.

Hacía pocos días los periódicos habían registrado un debate aún vivo en la memoria de los que estaban en el iluminado recinto del teatro: el de la neutralidad adoptada como política exterior por el presidente José Vicente Concha (9) al declararse la I Guerra Mun-dial. La prensa había tomado partido por uno u otro bando y la población, al menos la que estaba informada y la que padecía las consecuencias de la guerra, que era el caso de los comerciantes, se dividían entre francófilos y germanófilos. Las informaciones sobre la guerra, como ecos de una tempestad lejana, llegaban con retraso: al paso lento de los trasatlánticos en un primer tramo, a la velocidad de los barcos de rueda que demoraban

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dos semanas entre Barranquilla y Honda, y dos o diez días más a lomo de mula hasta llegar a Bogotá. No obstante su retraso, las noticias de la guerra se discutían con pasión que no mermó cuando el ministro Marco Fidel Suárez comunicó la política de neutralidad del gobierno Concha. Se exasperaron en Bogotá los partidarios de los franceses y los de los alemanes y en la cancillerías de los países en guerra cundieron las sospechas.

Para los guerreros la cercanía de las costas atlántica y pacifica colombianas al canal de Panamá, la influencia económica alemana en la minería y en la agricultura, como era el caso de la compañía de Río León en las plantaciones de banano del Darién, las declara-ciones proalemanas de algún sector del clero, apenas equilibradas por las manifestacio-nes de apoyo a los Aliados, que el arzobispo Herrera estimulaba, explicaban la ansiedad que se produjo como reacción cuando Colombia se declaró neutral. Era, desde luego una neutralidad distinta de la que había mencionado en su lectura de los estatutos el capitán Acevedo. El sentido que los bogotanos le daban al principio de neutralidad estaba asocia-do a sus reacciones frente a las noticias sobre los grandes cañones Berta apuntados hacia la capital francesa, o sobre los zepelines dispuestos para el bombardeo de Londres, o sobre el furor de las batallas del Marne o Verdún. Mientras unos apostaban vehementes a favor de unos u otros, hubo en Bogotá grupos de señoras que se reunieron para recolectar ayudas para los heridos de cualquier bando. (10) Fueron estas personas las que más cabalmente entendieron el sentido de la neutralidad que proclamaba, como principio, la Cruz Roja.

Al mismo tiempo que las mujeres bogotanas preparaban vendajes y allegaban recursos para los heridos, en Europa la Cruz Roja convocaba a las mujeres, a todas las mujeres, o la zarina rusa, o amas de casa alemanas, o francesas, o inglesas, para que trabajaran a favor de las víctimas de ambos bandos. A esas funciones habían agregado otras, impuestas por el desarrollo de la confrontación bélica: las visitas a los prisioneros de guerra, que eran víctimas, igual que los heridos; y la intermediación entre las familias y los prisioneros. Esta se daba cuando a las oficinas de la Cruz Roja llegaban por millones las postales, cartas y paquetes para los prisioneros, que los delegados de la institución hacían llegar a las prisiones y campos de concentración. Apareció, al mismo tiempo, una Agencia Cen-tral de Localizaciones adonde confluyeron millones de solicitudes para que el organismo humanitario encontrara a los desaparecidos (11)

La imagen de una Cruz Roja fortalecida en el curso de sus múltiples tareas en la guerra, fue la que llegó a Colombia en coincidencia con su nacimiento como institución.

Los versos del poeta centenarista Alfredo Gómez Jaime, el vals de Wadteufel y la Marcha Final de la Banda Nacional fueron los números de cierre del programa y el comienzo de un nuevo capítulo en la historia del país. La muchedumbre que se aglomeró en el vestíbulo, enfundada en sus sobretodos y mantillas y protegida con sus sombreros y bufandas mien-tras amainaba la lluvia, difícilmente podía medir, en ese momento, la trascendencia de la nueva institución.

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Una semana después de la brillante velada, el médico Hipólito Machado y el empresario Joaquín Samper Brush fueron nombrados Presidente y Vicepresidente, en el curso de una reunión celebrada en el Palacio Presidencial y aunque contaron con un equipo humano de altas calidades y entusiasmo, la tarea de educar a los colombianos en el espíritu de esta nueva institución, fue una empresa difícil que, en algunos momentos, parecía avanzar contra corriente. Es lo que reflejó en 1917 el balance de Adriano Perdomo en el que, con cruda objetividad describió una institución de elevados ideales, pero con una nómina escasa de socios y una caja pobre de fondos.

Se trataba de cambiar una manera de ver y de actuar ante las guerras; y si en los años de la guerra europea – así se la llamó en Bogotá- en los clubes, en los lugares de trabajo y aún en el seno de las familias el hecho se tomaba como una competencia en la que debían resultar vencedores y vencidos, y no como una tragedia humanitaria que todos los días generaba miles de víctimas, ¿qué pensar de los sentimientos colectivos hacia las guerras internas, cuyas heridas aún no habían cicatrizado del todo? En un clima así, el lenguaje de la Cruz Roja no fue comprendido con facilidad; por eso, como todas las tareas educativas que suponen un cambio de actitud, la de Machado y Samper en los primeros años fue una empresa que avanzó con lentitud y que exigió de la primera junta una vigorosa fe en sus propósitos.

El 22 de febrero de 1916, ocho meses después de la sesión del Colón, el Presidente José Vicente Concha y su Ministro de Gobierno, Miguel Abadía Méndez hicieron el recono-cimiento de la Personería Jurídica a la Sociedad Cruz Roja Colombiana, que fue el nombre consignado en el documento oficial.

Quedaba aún por obtener el reconocimiento internacional. El 22 de marzo de 1922 el Comité Internacional de la Cruz Roja reconoció oficialmente a la institución colombiana y el día 26, cuatro días después, la Liga Internacional de las Sociedades de la Cruz Roja, la incorporó en su lista de miembros. Estos dos notorios avances significaron, sin embargo, una revisión de los estatutos y del nombre de la institución y la expedición del decreto 313 de 1922 que convirtió a la Cruz Roja Colombiana en auxiliar del Ejército Nacional (12) Como tal, fue equiparada al personal sanitario militar y esa fue su actividad inicial, estrechamente ligada al curso de la historia del país.

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Notas.1.- Manuel Briceño, La Revolución, 1876-77. Recuerdos para la historia. Imprenta Nacional, Bogotá 1947. Páginas 291, 292.

2.- Cf. Julio H. Palacio: La guerra del 85. Camacho Roldán y Cía. Bogotá, 1936. Página 242 y siguientes. Y Rafael Gómez Picón: Magdalena, río de Colombia. Editorial Santafé. Bogotá, 1945. Página 226 y siguientes.

3.- Ramón Lamus, citado por Carlos E. Jaramillo en “ Los guerrilleros del novecientos.” Cerec, Bogotá 1991. Pág. 255.

4.- Testimonio de Paulo Emilio Villamizar, citado por Aída Martínez C: La Guerra de los Mil Días, Planeta, Bogotá 1999. P. 189.

5.- Cf. Carlos E. Jaramillo: Los Guerrilleros del 900. P. 249.6.- Cf. René de la Pedraja Tomán: Historia de la Energía en Colombia. El Ancora, Bogotá, 1985. Páginas 74 y 75.

7.- Cf. Michael Ignatieff: El Honor del Guerrero. Santillana, Madrid 2002. Página 155 y siguientes.

8.- Ignatieff, op cit. P. 155.9.- Darío Mesa: La vida política después de Panamá, en Manual de Historia de Colombia, tomo I, Procultura s.a. Bogotá, 1982. Página 151 y siguientes.

10.- Cf. Eduardo Caballero Calderón: Memorias Infantiles. Villegas Editores 1990. Página 35.

11.- Cf. Ignatieff, op. cit. Página 165.12.- Los datos sobre la Cruz Roja Colombiana utilizados en este capítulo fueron tomados de la investigación adelantada por el historiador Humberto Cáceres en junio de 1999. Fólder 1.- Documentacion institucional.

Un precursor: Agustín Nieto Caballero.

Desde 1914 existió El Juego de la Salud en el recién fundado Gimnasio Moderno de Bogotá; así se les infundían a los niños hábitos de higiene y se les daban nociones de fisiología, primeros auxilios, dietética y educación sexual.

El siguiente paso fueron las Cajas Escolares, para vestir y alimentar niños pobres. Cuando fueron promulgadas las normas de la Cruz Roja de la Juventud en 1919, don Agustín Nieto Caballero adaptó sus actividades en el Gimnasio

Moderno a esas normas y se convirtió en el fundador de la Cruz Roja Infantil y Juvenil.La Cruz Roja Juvenil, con carácter obligatorio en todas las escuelas primarias, en los colegios de segunda enseñanza y en las universidades oficiales y privadas, se impuso en 1948 cuando la Ley 49, reglamentada por el decreto 2546 de 1951, adscribió la Cruz Roja Juvenil Colombiana, como dependencia de la Cruz Roja Nacional,

al Ministerio de Educación.Agustín Nieto Caballero, abogado y educador, con especialización en París, incorporó los principios de la moderna

pedagogía a su tarea en el Gimnasio Moderno. Fue rector de la Universidad Nacional entre 1938 y 1941.

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El Fundador. Adriano Perdomo 1877-1953Yaguará ( sur de Neiva) 18 de mayo de 1877.Bachiller del Colegio del Rosario en octubre de 1898.Graduado en la Facultad de Medicina el 24 de junio de 1904.Especializado en París en Medicina Interna.En 1900 hizo parte de la Ambulancia II que prestó sus servicios en Cundinamarca durante la guerra de los Mil Días.En 1912 presentó en el II Congreso Médico Nacional la proposición para la creación de la Cruz Roja en Colombia.Orador principal en la sesión de creación de la Cruz Roja el 30 de julio de 1915Redactor, con Eduardo Posada, del Reglamento de la Cruz Roja.Murió el 16 de marzo de 1953.La ley 04 de enero de 1986 erigió la casa donde nació en Yaguará como Monumento Nacional.

Hipólito Machado.Presidente Titular entre 1915 y 1926. Nació en Tunja el 5 de febrero de 1860.Bachiller del Colegio San Bartolomé, en Bogotá.La guerra civil de 1885 interrumpió sus estudios de medicina. Militó en las filas revolucionarios de Ricardo Gaitán Obeso.Médico cirujano, graduado el 14 de diciembre de 1886 en la Facultad de Medicina.Especializado en cirugía en París, el año 1897.Catedrático de cirugía de la Facultad de Medicina en 1899.Director del grupo médico de la ambulancia I en la guerra de los Mil Días, en 1900.En 1902 fue uno de los fundadores de La Sociedad de Cirugía de Bogotá.En 1911, Rector de la Facultad de Medicina hasta 1914.En 1912, miembro de número de la Academia Nacional de Medicina.El 8 de agosto de 1915, nombrado primer Presidente de la Cruz Roja Colombiana.Como miembro del grupo de fundadores del Hospital San José, el 8 de febrero de 1925 asistió a la ceremonia de inauguración.Murió en Bogotá el 16 de mayo de 1926.

GALERÍA

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Luis Felipe Calderón. Presidente Titular entre 1926 y 1927. Nació en Santa Rosa de Viterbo el 10 de marzo de 1860.Bachiller del Colegio del Rosario.Graduado en 1891 en la Facultad de Medicina.Especializado en bacteriología y medicina interna en la Facultad de París.En 1898, miembro de número de la Academia Nacional de Medicina.En 1900 hizo parte de la Ambulancia II que prestó sus servicios durante la guerra de los Mil Días en Cundinamarca.En 1904 rector de la Facultad de Medicina.Fue uno de los fundadores de la Casa de Salud de Marly.Entre 1904 y 1908, tesorero de la Academia Nacional de Medicina.En 1924 dirigió la Primera Semana de la Cruz Roja.El 26 de mayo de 1926 fue elegido tercer presidente de la Cruz Roja Colombiana.Fue miembro titular del Comité de la Cruz Roja Internacional en Ginebra.Miembro Honorario de la Academia Nacional de Medicina en 1933.Recibió la Orden de Boyacá, la Legión de Honor y la Orden del Libertador.Murió en Nueva York el 12 de marzo de 1943.

Joaquín Samper Brush 1868-1941 Fundador de la Cruz Roja Colombiana y encargado de la presidencia en 1920

Nació en Bogotá el 11 de junio de 1868.Bachiller del Colegio del Espíritu Santo.Hizo la carrera de economía en el Trinity Church College de Cambridge.Gerente comercial de la Compañía de Energía Eléctrica de Bogotá en 1904.Fue uno de los fundadores del Polo Club y del Country Club.En 1909 Ministro de Hacienda. Su padre, Miguel Samper había sido Secretario de Hacienda de los Estados Unidos de Colombia.Miembro principal de la primera junta directiva de la Cruz Roja.Presidente encargado de la Cruz Roja Colombiana en 1920.Gestionó el reconocimiento de la Cruz Roja Colombiana en la X Conferencia Internacional de Ginebra en 1922 a través de los servicios del ministro de Colombia en Suiza, Francisco José Urrutia.Murió el 18 de octubre de 1941.

Primera Junta Directiva.Principales: Adriano Perdomo, Joaquín Samper, Hipólito Machado, Enrique Silva, Francisco A Gutiérrez.

Suplentes: José Tomás Henao, Pedro Miguel Samper, Agustín Nieto Caballero, Juan N. Corpas y Eduardo Posada.Comité de Damas: Elvira Cárdenas de Concha, Isabel Cortés de Guzmán, Susana Jimeno de Escobar, Rosa Quijano de Cárdenas,

Elena Holguín de Urrutia, Paulina Mallarino de Gómez Restrepo, Paulina T. De Rueda y Teresa Tanco de Herrera.

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Incendio en Manizales

Envuelto en una nube de vapor, el tren de las 7.15 despertó a la ciudad con sus jadeos, el entrechocar metálico de los vagones, el silbido de la locomotora y el toque de campana con que convocó, en la estación de la Sabana, a los viajeros atrasados. Minutos después, regularizado el ritmo de su marcha sobre los durmientes de madera, enfilaba hacia Facatativa por la carrilera que resplandecía con los primeros rayos del sol de ese 3 de junio de 1925.

A bordo, estrenando día y dispuestos para un largo viaje, habían logrado acomodarse en el vagón de primera clase, el médico Adriano Perdomo y su acompañante, don José María Fonseca. En una sesión del Comité Nacional de la Cruz Roja, Perdomo había recibido la misión de viajar a Manizales en representación de la institución para entregar personal-mente los auxilios recaudados para las víctimas del incendio que tres semanas antes había devastado el centro de esa ciudad.

La vía férrea cruzaba por las afueras de Facatativá, y allí se detenía el convoy entre un estruendo de hierros, silbidos de vapor y gritos de vendedores que ofrecían a los viajeros los variados y apetitosos productos de la cocina cundinamarquesa. Después, dejando atrás los gritos de los vendedores y el paisaje sabanero, el tren se descolgaba montaña abajo en busca del río Magdalena.

Los viajeros descubrieron sus aguas que discurrían con una calma engañosa, casi al término del día, pasadas las cuatro de la tarde y, al tiempo que se divisaban, a través de las ventanas las torres de la iglesia de Girardot.

En su puerto fluvial el Delegado Perdomo inició la segunda parte de su viaje cuando, al anochecer, abordó con su acompañante el vapor que estaba a punto de zarpar hacia el puerto de Beltrán. Navegando con el favor de la corriente, río abajo, la embarcación se deslizó casi en silencio, equidistante de las orillas en sombras, durante toda la noche, mientras los viajeros trataban de dormir suspendidos en las hamacas guindadas en el puente o en los escasos y sofocantes camarotes del vapor.

El médico Perdomo, entusiasta promotor y fundador de la Cruz Roja en Colombia once años atrás, no parecía sentir la fatiga del largo recorrido, poseído como estaba de la pa-sión de misionero con que había asumido todas las tareas que había estimado necesarias para el cumplimiento de la tarea de la Cruz Roja en tiempos de paz. El y sus compañeros de empeño habían enfrentado el reto de un país en guerra antes de la aparición oficial de la institución en 1915; y en estos primeros años – entre escaseces, incomprensiones

Adriano Perdomo,

Fundador de la Cruz Roja

Colombiana.

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Trenes y barcos: Sistema de transporte en los años 20. Racines, propiedad de George Langlais

La infraestructura de transporte: una preocupación de los años 20.

Propiedad del museo de arte moderno. Fotografía tomada por De la Hoz

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y desalientos- habían respondido a las exigencias de un país en paz. Una de esas urgencias era la que motivaba su viaje. Manizales, castigada por un enorme incendio, necesitaba la ayuda de la Cruz Roja y él era el encargado de hacerla real. El tren que abordaron en la estación Beltrán los llevo hasta Mariquita.

Un hombre, enviado por el alcalde, los esperaba en el andén para conducirlos hasta el corral en donde ya estaban ensilladas y listas las mulas en que emprenderían el cami-no hasta lo alto de la cordillera. Con las primeras luces del amanecer del día 22 los dos viajeros se internaron por una trocha de arrieros que llevaba a Manizales en dos jorna-das y media de buena andadura. A las once de la mañana del 24 encontraron, a la entrada de Manizales, la comitiva encabezada por el doctor Juan A. Toro del Comité de la Cruz Roja local, que los esperaba.

En su carta al Comité Nacional, el médico Perdomo in-cluyó el detallado recuento del recorrido, como un formulismo necesario para dar noticia precisa del cumplimiento de su comisión, pero al mismo tiempo ese informe minucioso reveló las condiciones en que transcurría la vida del país.

En esos años, entre 1910 y 1930 Colombia vivía lo que el historiador David Bushnell llamó “ el más largo período de estabilidad política interna de su historia como nación independiente.” (1)

20 años antes de este viaje de cuatro días, para llegar hasta Girardot los viajeros de Bogotá debían seguir trochas co-loniales empedradas, como el camino de los virreyes, un antiguo camino abierto a golpes de hacha, machete y pica por entre la montaña, a veces camino real de amplias losas, en otros trechos escalofriante y delgado corredor asomado a los abismos; y en algunos tramos, amenazantes fangales hechos de un barro color ladrillo en el que las mulas se atas-caban, hundidas hasta más arriba de los corvejones. Por esas trochas inclementes se ascendía penosamente desde Honda hasta Bogotá. Esto había comenzado a cambiar con el presidente Rafael Reyes, un hombre obsesionado con la idea de modernizar el país mediante la creación de una infraestructura vial.

¿De qué ha vivido la Cruz Roja?Hasta hoy se ha sostenido con el pro-ducto de algunas funciones a beneficio de ella, dadas por compañías de teatro; con dádivas de algunas empresas como la de energía eléctrica, las de algunos bancos y de particulares. De acuerdo con los estatutos, esta sociedad vive de auxilios voluntarios y en todas partes se la apoya con la suscripción de millares de socios. Aquí confía ella también para seguirse sosteniendo y desarrollando, en que no se le negará ese apoyo; ya que no les exige a sus socios más que una pequeña cuota anual, al alcance de todos. Con esa pequeña cuota nadie podrá hacer aisladamente una caridad efectiva, mientras que multiplicada por la de millares de socios, sí se pueden remediar muchas miserias colectivas.Adriano Perdomo. Boletín de 1923.

“ La Cruz Roja ha formado para el presente año todo un programa de enseñanza de higiene, el cual encon-trarán más adelante nuestros lectores.Las actividades de esta institución son cada día mayores, y en silencio viene hace ya más de un año sosteniendo una obra de excepcional importancia como es el Centro Sanitario, situado en la Avenida de la República, y en el que se han atendido con solícito cuidado heridos, enfermos y consultas numerosas, como sucedió en los días aciagos del sarampión.Hoy miércoles, en ese mismo centro, iniciará el doctor Bejarano una serie de conferencias sobre crianza y educación de los niños, cuya importancia se reco-mienda a sí misma a todas las madres.El Tiempo, abril 17 de 1923.

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Los asistentes a la Conferencia Panamericana que se reunió en México en 1901 se lo oyeron decir, con la efectista retórica de la época: “ en el pasado fue la Cruz o el Corán, la espada o el libro, los que hicieron las conquistas de la civilización; actualmente es la poderosa locomotora volando sobre el brillante riel, respirando como un volcán, la que despierta los pueblos al progreso, al bienestar y a la libertad.” (2) Fue como si proclamara en ese escenario internacional su programa de gobierno, porque al llegar a la presidencia, la red de ferrocarriles que era de 565 kilómetros, aumentó en 901 kilómetros. Entonces se abrió, desde Facatativá, la carrilera que se descolgó cordillera abajo, para unir a Bogotá con el Magdalena, en el puerto de Girardot, que fue el recorrido que hicieron aquellos representantes de la Cruz Roja, camino de Manizales.

Algo parecido se comenzó a hacer desde Medellín para tender la vía férrea hasta el Magdalena, en Puerto Berrío, y en Cali para unir esta capital con el Pacífico, en Bue-naventura. La red ferroviaria en aquel año de 1925 era de más de 1481 kilómetros y siguió extendiéndose hasta los 2344, que alcanzó en 1929. El dinero pagado por Estados Unidos, como indemnización por el Canal de Panamá y los préstamos generosos de los banqueros de Nueva York, impulsaron una intensa actividad de obras públicas y de desarrollo de la economía.

Aún con el cansancio del viaje y antes de llegar al Centro Social donde les tenían dis-puesto un confortable alojamiento, Perdomo y Fonseca quisieron ver lo que había dejado el incendio en la fisonomía de la ciudad. Al entrar por el costado oriental, nada les indicó sobre la proximidad del desastre: calles y viviendas en orden y cuidadosamente manteni-das, curiosos en las ventanas, niños que jugaban en las calles; pero al llegar a la catedral y a la plaza principal, los visitantes descubrieron, como una fea cicatriz oscura y grisosa, la huella dejada por las llamas. Era la parte más hermosa y rica de la ciudad, ahora conver-tida en un despoblado lleno de escombros, de donde aún se desprendía el olor húmedo de la ceniza revuelta con el lodo que habían formado las lluvias. Allí, antes del incen-dio, se habían levantado “ los mejores edificios, las residencias más suntuosas, los bancos, los almacenes del comercio, las oficinas y gabinetes profesionales.” Recorrieron las calles, despejadas después de la remoción de escombros, pero a lado y lado aparecían, multiplica-das, las señales del desastre: máquinas de escribir desfiguradas por las llamas y reducidas a esqueletos metálicos, pedazos dispersos de lo que habían sido espléndidas piezas de loza esmaltada, cajas de hierro obscenamente abiertas, descerrajadas por la furia del incendio, papeles y libros a medio quemar, restos de mesas, estantes y sillas, alfombras y cortinas en jirones, como trapos sucios cubiertos de barro y ceniza, “ tristes despojos de la inmensa riqueza destruida por las llamas.” (3)

Las llamas se habían encendido en medio del esplendor de unos años de riqueza. “La economía batía records en su ritmo de crecimiento,” registra Bushnell (4) “La economía cafetera en expansión contribuyó a modificar la estructura política heredada del siglo XIX,” explica Charles W Bergquist. (5)

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En efecto, agrega, “ en los años 20 Colombia llegó a ser el principal productor mundial de café suave.”

El año del incendio Colombia exportó 1.946.730 sacos y el año anterior, (1924) las exportaciones habían alcanzado la cifra record de 2.215.824 sacos de 60 kilos. (6) En este año el café se consolidó como el principal producto de exportación; fueron en promedio dos millones de sacos anuales en los años 20, que pasaron a ser tres millones después de 1930 y llegaron a cinco millones en 1944.

La bonanza cafetera había comenzado a ejercer un poderoso impacto político y social en 1911, cuando las exportaciones doblaron las cifras que se venían registrando desde 1910. Fueron nueve millones y medio de dólares ese año de 1911 y 17 millones en 1912; en 1915 se elevaron a más de 18 millones. Al registrar las cifras de su período, el ministro de Hacienda del presidente Carlos E Restrepo anotó en su informe anual: “la situación económica mejora día a día y puede asegurarse que cuando se haya realizado la actual co-secha de café comenzará a sentirse verdadero bienestar en todo el país.”

Lo ingresos de los cafeteros y de las arcas del Estado au-mentaron, pero el bienestar no se dió. Lo comprobó, con su viva sensibilidad, el médico Perdomo quien, desde el primer recorrido por las ruinas de la Manizales incendiada, percibió la naturaleza sui generis de esta tragedia. Los damnificados no habían quedado en la ruina, ni requerían auxilios inme-diatos. Cafeteros en su mayoría, habían perdido sus esta-blecimientos de comercio y algunos, sus viviendas, lo que había provocado un alza en los precios de los arrendamien-tos. Verdaderos damnificados eran los que habían quedado sin empleo y hacia ellos dirigió la Cruz Roja su ayuda. Pero el hecho revelador para el comisionado Perdomo fue “ el resentimiento profundo, rayano en el odio, contra las clases acomodadas,” de la clase popular que “ en los momentos de pavor y de angustia causados por el incendio se solazaba del infortunio que había caído sobre los ricos.”(7)

Ante esta situación, en que los damnificados directos casi no necesitaban ayuda, pero sí el resto de la población, víc-tima de la pobreza, tan devastadora como una catástrofe,

Seccionales.Cartagena.La iniciativa de Claire Ducreux, Enfermera jefe de la Cruz roja Francesa y directora de la Escuela de Enfermeras del Hospital Santa Clara, convocó al go-bierno y a las entidades privadas para la constitución del primer comité en mayo de 1926. Fue nombrado presidente fundador Henrique L. Román, y fueron miembros honorarios el arzobispo Pedro Adán Brioschi y el gobernador Lázaro M. Pérez.

Santa Marta.De la constitución de un comité en junio de 1926, da cuenta el Acta 252 del 6 de julio de 1927 del Comité Nacional de la Cruz Roja. Esa acta se apoya en una carta con la información oficial sobre la instalación del Comité, mas no indica los nombres de los integrantes.

Bucaramanga.El Comité Nacional aprobó el 14 de septiembre de 1927 la nómina del primer Comité de la Cruz roja en Bucaramanga, que integraban Roberto Serpa Novoa, Alfredo Carnavati, Daniel Peralta, Rafael Uscátegui, Martín Carvajal y Alberto Gaitán.En 1932 aparece en las actas del Comité Nacional un Comité presidido por Roberto Serpa Novoa.

Pereira.A raiz de la visita del presidente de la Cruz Roja Colombiana, Pomponio Guzmán, se creó en enero de 1928 el primer comité de la Cruz Roja en Pereira. Los datos existentes no mencionan dignatarios sino un comité que encabezan los doctores Sixto Mejía, E. Uribe ruiz, Pablo Baena y Benjamín J. Mejía. El comité femenino aparece encabezado por Julia Castro de Drews, Laura J. V de Gutiérrez y Dolores de gaviria.

Cúcuta.Aprobado por el Comité Nacional, se instaló el 25 de abril de 1928 el Comité de Cúcuta, encabezado por Alberto Durán Durán, el sacerdote Pedro J. Ortiz y Miguel Pacheco. El comité femenino aparece encabezado por Liduvina Durán Durán, Ilda Pacheco y Teresa Duplat.

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el Delegado de la Cruz Roja reflexionó: “ la Cruz Roja es la llamada con obras caritativas (...) a establecer la armonía social entre las clases altas y bajas, y borrar ese rencor, que quizás no será gratuito.” (8)

Habían llegado a Manizales remesas de víveres de la región del Quindío, de los departamentos del Valle y del Tolima, que se empacaban en cantidades suficientes para abastecer a una familia durante una semana; diariamente se distribuían hasta 120 de esos mercados. La Junta de Salvamento de la ciudad había comprado alimentos que vendía a precio de costo para prevenir la aparición de precios de especulación en el mercado local.

Pero donde la accion de la Cruz Roja tocó de lleno el su-frimiento de la clase popular, fue en su consultorio gratui-to, servido por 15 médicos de la ciudad. El incendio habia afectado su sede y la consulta se había trasladado al hospital en donde el servicio se siguió prestando sin interrupción. Ante el desfile constante de gente pobre que sólo contaba con este recurso de salud, el médico Perdomo recordaba lo que había dejado en Bogotá: los consultorios, los cursos sobre higiene, las campañas contra la tuberculosis y las en-fermedades venéreas, que se adelantaban con recursos que la institución obtenía de la caridad pública. La celebración de la Semana de la Cruz Roja resultaba así, un evento de primordial importancia porque proveía recursos para atender necesidades que, aunque de la máxima prioridad, no parecían figurar en los programas de los gobernantes, ni en Manizales, ni en Bogotá, ni en el país.

En el año en que ocurrió el incendio de Manizales, gober-naba el presidente Pedro Nel Ospina, tan entusiasta como el presidente Reyes por los programas de Obras Públicas a las que Ospina dedicó el 20,1% del presupuesto. También su gobierno había entendido que la prosperidad generada por el café se debía dedicar a crear más prosperidad; por eso se ampliaban las redes ferroviarias y de carreteras, pero no había interés en programas de educación ni de bienestar social. El promedio de expectativa de vida era de 34 años, pero los programas de salud no tenían un rendimiento económico tan ostensible como los trabajos de vías de

La Renuncia.En junio de 1926 sus enfermedades le impusieron al médico Perdomo la renuncia a la dirección del Centro Sanitario y de las Salas Cunas, y un viaje a Estados Unidos para someterse a tratamiento médico especializado. Con credencial para el presidente de la Cruz Roja americana, Perdomo recibió la comisión de visitar y estudiar las obras relacionadas con las madres y los niños en Estados Unidos. A su regreso, dos años después, encontró que se habían hecho cambios que no se conformaban, a su modo de ver, “ con los altos principios de abnegación, de caridad y de economía, que son el alma de esta institución, que vive de auxilios voluntarios y de limosnas.” Agregó el fundador que muchas damas colabora-doras habían sido reemplazadas por señoras y señoritas que prestaban su servicio devengando sueldos; hecho que para él constituía “ un error increíble, desprenderse de elementos abnegados y gratuitos a cambio de otro que no está animado por ese mismo espíritu.” Además, se había suprimido el servicio de maternidad. “ Por estas razones, desde que regresé de mi viaje, no entré nuevamente en las actividades de tan querida institución.”

Incendio en Manizales

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comunicación. Los historiadores se preguntan a dónde fueron a parar todas las utilidades de esa danza de los millones que se vivía en ese año de 1925 y responden como Bergquist: “ quedaron para proveer capital nacional para el desarrollo de la infraestructura y de empresas manufac-tureras.”(9) La salud de las personas no contaba como parte de esa infraestructura.

Cuando en ese año se creó, por fin, un “Ministerio de Instrucción y de Salubridad Pública,” aún era evidente la confusión del gobierno frente al tema. En 1913 había un Consejo Superior de Sanidad Púbica que algún funcionario ubicó en al Ministerio de Gobierno con el criterio de que los asuntos relacionados con la salud eran de orden pú-blico, al fin y al cabo médicos, enfermeras, hospitales y medicamentos habían tenido importancia en las guerras y así debía seguir ocurriendo en tiempos de paz; alguien debió entender que había algo equivocado en ese pensamien-to porque en 1918 ese Consejo de Sanidad fue a parar al Ministerio de Instrucción Pública porque, se dijo, la higiene era un tema de la pedagogía; de allí pasó al Ministerio de Agricultura y Comercio; probablemente por alguna razón parecida a las anteriores; volvió en 1923 al Ministerio de Instrucción en donde estuvo hasta 1936 cuando en una reestructuración ministerial se creó el Ministerio de Trabajo e Higiene. (10)

En algunos momentos – los historiadores de la salud se asombran- la organización sanitaria estuvo a cargo de la policía. Un estudio sobre el asunto, en la época, hubiera llamado la atención sobre el fenómeno: los dos temas de interés para los gobernantes, los ferrocarriles y carreteras y el café estaban relacionados con la aparición de graves problemas de salud.

Los trabajadores que abandonaban el altiplano cundi-boyacense para trabajar en las fincas cafeteras, resultaban irremediablemente afectados por enfermedades gastroin-testinales, o por la malaria, o por la fiebre amarilla o por el anquilostoma, una enfermedad intestinal que se manifes-taba en los pies y en las manos ampolladas y llagadas de los trabajadores del café. Eran enfermedades que se soportaban

La Cruz Roja y lo que significa.La Cruz Roja, como todos o casi todos nuestros lectores lo sabrán, es una institución de beneficencia y patriotismo, coyo objetivo principal consiste en prestar asistencia y cuidados a los heridos y enfermos de los ejércitos en campaña. Por consiguiente presta el servicio de ambulancias durante los combates y pasados estos, acude a los hospitales militares. Se compone de personas voluntariamente alistadas en sus filas y reune bajo sus banderas, que son símbolo de amor y enseña de frater-nidad, hombres y mujeres, nacionales y extranjeros, ricos y pobres, sin distinción de opiniones políticas o religiosas. En las guerras civiles no hace distinción entre los partidos y con igual solicitud asiste y alivia a las víctimas de los dos bandos contendores; y en las guerras interna-cionales, si bien no excluye el amor y servicio de la patria, abre magnánima-mente sus brazos misericordiosos a los enemigos heridos y enfermos.Pero la Cruz Roja, aunque fundada con el fin de prestar el servicio que dejamos dicho, no permanece ociosa mientras dura la paz, sino que emplea sus vacaciones en allegar recursos para cuando vuelva la temida calamidad, y en ejercitarse y perfeccionarse para llenar mejor sus deberes en la era de las batallas, y no satisfecha con entregarse a esos ejercicios naturales, propios de su objeto, amplía su misión y se da al tarea de aliviar y socorrer a las víctimas de cualquiera otras calamidades públicas como incendios, inundaciones, pestes, naufragios, terremotos, etc. No siendo raro que cuando en los paises de su domicilio, no ocurran tales siniestros, vaya a buscar en otros pueblos, amigos o enemigos, cercanos o lejanos, campos para su actividad, manantiales de dolor, donde saciar su sed de caridad y de amor.Fidel Cano. El Espectador. 1913.

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en silencio y con tratamientos rudimentarios como los que se aplicaban en Santa Bárbara y en Sasaima, con aguardiente y quinina o con aplicaciones de ácido fénico.

Menos resignados fueron los trabajadores del Ferrocarril del Pacífico que se fueron a la huelga para protestar por las deficientes condiciones de higiene en sus lugares de trabajo. La tuberculosis, por ejemplo, se multiplicó en la construcción de la vía férrea entre Puerto Berrío y Medellín, por el hacinamiento y las condiciones antihigiénicas de los campamen-tos para obreros. Pero todos estos males preocupaban menos que el avance de las obras o el crecimiento de las exportaciones; y aún en los casos en que algún funcionario, sobre todo si era médico, tomaba en serio el problema, su actividad duraba poco tiempo, por el cambio constante de los empleados y funcionarios públicos; no había, por tanto, una política permanente.

Casos como el de la aparición de la fiebre amarilla en Cartagena, Cúcuta y Buenaventura entre 1910 y 1920, tenían que ser atendidos por una Comisión Sanitaria del Canal de Panamá porque los gobiernos, aunque disponían de recursos económicos, tenían otras prioridades y otros criterios de inversión. Contribuyeron al cambio de esas políticas oficiales, protestas como las que se registraron en Bogotá en 1923, de ciudadanos irritados por el mal manejo del acueducto, o planteamientos como los que se hicieron en la Conferencia Sanitaria Pa-namericana, reunida en La Habana en 1924, en donde se selló el compromiso de controlar las enfermedades contagiosas, para facilitar el comercio internacional y las comunicacio-nes marítimas. Con tal de proteger las exportaciones de café el gobierno se vió obligado a anunciar que velaría por la salud de los trabajadores. A estas, se agregó la presión de los veteranos de guerra que permanecieron inactivos hasta que las noticias de los excombati-entes de la I Guerra Mundial les revelaron que ellos también podían reclamar una mejora en sus pensiones y en los servicios de salud.

Fue explicable, dentro de este contexto, la preocupación del médico Perdomo por las obras de beneficencia de Manizales “ en muy mal estado y que necesitaban atención in-mediata y, sobre todo, mucho dinero,” según la expresión del presidente del Comité Departamental de la Cruz Roja, Juan A Toro Uribe. Era evidente que sin la acción de la Cruz Roja, la desprotección de los pobres sería insoportable. Así se manifestó de múltiples maneras en la reunión del Comité después de la entrega de la ayuda enviada por el Comité Nacional: “ dos mil quinientos pesos, moneda corriente, con destino a los damnificados. Cuando se agote esta primera partida y si necesitan más fondos con el mismo fin, ustedes se servirán hacerlo saber a la Cruz Roja Nacional.”

Al día siguiente el doctor Adriano Perdomo volvió a su mula y a la aventura de las trochas tortuosas, camino de Cali, en donde también se necesitaba la presencia de la in-stitución. Era una tarea cuya urgencia de alguna manera había entrevisto 10 años atrás cuando estaba a punto de concretarse la fundación de la entidad.

Los que no comprendían ni el papel de la Cruz Roja, ni las necesidades del país, se pre-guntaban en ese momento, como lo registró el diario El Espectador (11): “ la nación goza

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ahora de paz interior y exterior, no hay urgencia de pensar cómo curaremos a nuestros soldados heridos o enfermos, ¿qué se proponen ustedes, acaso vamos a tener guerra?” El mismo diario, en una tarea de docencia, explicaba: “ la Cruz Roja fundada con el fin de prestar ayuda en tiempo de guerra con el servicio de asistencia y cuidados a los enfermos y heridos de los ejércitos en campaña, no permanece ociosa cuando llega la paz.”

Esos enfermos y heridos de los tiempos de paz fueron los que encontraron la ayuda que no les proveía el Estado, demasiado ocupado en hacer obras públicas y en aumentar las exportaciones. La Cruz Roja multiplicó sus obras hasta el punto de hacer exclamar al historiador Abel (12) al hablar de esos años: “ además del sector hospitalario, la iniciativa solidaria más importante fue la Cruz Roja Nacional.”

En el balance presentado el 7 de octubre de 1925 a la XXII Conferencia Internacio-nal de la Cruz Roja reunida en Ginebra, se pudo apreciar una actividad tan intensa, que había hecho pensar que en Colombia la Cruz Roja era una entidad sánalotodo. Contaba el doctor Perdomo, en esa ocasión, que en el Concejo Municipal de Bogotá llegó a presen-tarse en 1924 una proposición para que la Cruz Roja obtuviera el abaratamiento de la vida en la capital; equívoco al que dio lugar la presencia ubícua de la institución que atendía lo mismo a mujeres a punto de dar a luz, que a los bebés en su casa de baños; dictaba con-ferencias sobre higiene al público, o prestaba servicios de sala cuna. En el Centro Sanitario se aplicaban inyecciones, se hacían curaciones, se vacunaba o se tomaba el peso a los niños. En la Gota de Leche, una institución que seguía el modelo de Fecamp en Francia en 1894 y de L’oeuvre de la maternité de Nancy en 1890, se proveía alimento a los bebés, para los adultos se adelantaban campañas antivenéreas y antituberculosis y aún había disponibili-dad para distribuir ropa y mercados.

El 18 de mayo del año 1926, la Cruz Roja en pleno estuvo reunida alrededor del féretro en el que se velaban los restos mortales de su primer presidente, el médico Hipólito Machado. La solemnidad del momento, el inevitable estupor ante la sensible ausencia, no impidieron que en el discurso de homenaje, el doctor Perdomo se refiriera al tema que ocupaba las mentes y el corazón de todos: “ las actividades de nuestra Cruz Roja se han extendido más de lo que alcanzan sus recursos, el Comité tuvo resuelto cerrar una de sus casas y el doc-tor Machado, con fe y confianza en el favor del público, aplazó esta determinación hasta esperar el resultado de la próxima colecta anual.”

Los asuntos de la vida y de la muerte aparecieron allí sorprendentemente unidos para aquél grupo que,en esos años, hizo suya la tarea de convocar a la ciudadanía para ofrecer una ayuda inaplazable a las víctimas de la desprotección oficial, una calamidad superior a los estragos de la guerra y de los incendios.

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Notas

1.- David Bushnell: Colombia, una nación a pesar de sí misma. Planeta Bogotá, 1996. Página 2172.- Citado por Bushnell: op. Cit. Página 218.3.- Cf. Adriano Perdomo: Colección de Escritos. Editorial Santa Fe, 1928. Bogotá, pàgina 161.4.- David Bushnell: op. Cit. Página 217.5.- Charles W. Bergquist: Café y Conflicto en Colombia. Faes, Medellín, 1991, página 290.6.- Beyes: Coffee industry, pàginas 335 338 Citado por Bergquist. Op.cit.7.- Adriano Perdomo: op. Cit. Página 162.8.- Adriano Perdomo, op.cit. Página 162.9.- Charles W. B ergquist, op.cit. Página 303.10.- Cf. Christopher Abel: Historia de la Salud, Cerec- Iepri. Bogotá, 199611.- El Espectador: 01- 23- 1913.12.- Cf. Christopher Abel, op. Cit.

Desaparecieron los edificios y oficinas de los cafeteros.

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Refugio maternal y una de las primeras ambulancias

se dieron al servicio el 17 de septiembre de 1935.

Centro sanitario en Terraza Pasteur.

Noviembre de 1923

La columna de humo cubría

el centro de Manizales

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Pomponio Guzmán.Presidente Titular entre agosto de 1927 y septiembre de 1929.Combatiente en la guerra de 1895, bajo las órdenes del General Rafael Reyes, con el grado de capitán.Doctor en Filosofía y Letras del Colegio Maryor del Rosario.Abogado de la Universidad Nacional.Catedrático en el Colegio Mayor del Rosario y en la Universidad Nacional.Gobernador de Cundinamarca en 1918.Ministro de Hacienda entre 1918 y 1921.Murió el 19 de mayo de 1936.

Monseñor Diego Garzón.Presidente Titular desde el 18 de septiembre de 1929 hasta el 14 de julio de 1930.Hizo sus estudios eclesiásticos en el Colegio Pío Latino americano de Roma.Profesor en el Seminario de Bogotá.Primer párroco de las Cruces en 1902.Durante 15 años vicepresidente de la Cruz Roja.Recibió la medalla Hipólito Machado.Murió en enero de 1954.

GALERÍA

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3.

Conflicto en la frontera

“Ocupé Leticia” le escribió el ingeniero Oscar Ordóñez a su padre el coronel Oscar Ordóñez, un antiguo jefe militar de Loreto que, en ese mes de septiembre de 1932, se encontraba en Lima. (1)

Ordóñez, hijo, en la madrugada del primero de septiembre, acompañado por el alférez Juan F. La Rosa, oficial del ejército peruano y jefe de la guarnición de Chimbote, con soldados de la misma guarnición, armados con rifles, una ametralladora y un cañón (2) habían recluido en el resguardo de aduanas a los colombianos que representaban la auto-ridad nacional en el pequeño puerto: el intendente, el administrador de aduana, los em-pleados y una policía civil de 18 hombres. Arrió la bandera colombiana e izó en el mástil la insignia peruana, al mismo tiempo que afirmaba ante su pequeño contingente que esa bandera se mantendría izada día y noche y que jamás volvería a arriarse. Aunque el gru-po invasor habia disparado repetidamente para hacer una convincente demostración de poder, no hubo un solo herido porque nadie se resistió a la ocupación. Los disparos y las voces de mando a la mayoría los había despertado o alarmado mientras se levantaban, pero ninguno se sorprendió porque era una acción que se venía anunciando desde tiempo atrás. Así se había comentado en la guarnición de Chimbote, lo habían repetido el día de la independencia peruana entre tragos, hablando del rescate de Leticia, y el asunto venía a cuento siempre que se mencionaba el Tratado Lozano- Salomón, que había sido recibido como una derrota desde su firma el 24 de marzo de 1922. Según los peruanos ese tratado les arrebataba 113.000 kilómetros cuadrados, además de los 7272 kilómetros cuadrados del trapecio que le daba a Colombia salida al Amazonas, que equivalía a “una entrada al mar” según la expresión de Germán Arciniegas.(3)

Sólo en diciembre de 1927 fue ratificado ese tratado que, según los loretanos, “mutilaba a Loreto porque traería la ruina económica de Iquitos y de toda la región.” De modo que cuando en agosto de 1930 fue entregado el trapecio amazónico con el puerto de Leticia a Colombia, los loretanos ya habían comenzado a hablar de su recuperación.

Aún antes de estos anuncios, las relaciones de Colombia con Perú se habían debilitado por las actuaciones de la Casa Arana denunciadas repetidamente por testigos como Walter Hardenburg, un joven ingeniero de ferrocarriles de Estados Unidos que pasó por el Putu-mayo entre 1907 y 1908, o el cónsul de Estados Unidos Charles C. Eberhardt; o el cónsul británico en Río, Roger Casement , comisionado por el Foreign Office para investigar las

Jorge E. Cavelier

Delegado en la frontera

Colombo-Peruana

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acusaciones contra Arana, el poderoso explotador del caucho y de los indios de la selva amazónica. Anota Torres del Río que “ según fuentes autorizadas, en doce años los hom-bres de Arana asesinaron a más de 30 mil indios.” Y agrega: “ la fiebre cauchera vivida en las primeras décadas de este siglo XX concluyó con los violentos conflictos socio-fron-terizos.” (4 ) Citando a Michel Tausing, precisa Donadío que de los 30 mil o 40 mil indios existentes en 1909 en el Igaraparaná y en el Caraparaná sobrevivían alrededor de 8500 en los años veinte.” ( 5 ) Un hecho de esta naturaleza ligó el conflicto territorial a los abusos de Arana. Observa Donadío: “ en el Perú, defender a Arana, con o sin atrocidades, era defender las aspiraciones territoriales que incluían ambas márgenes del Putumayo y sólo cesaban en la ribera del río Caquetá. “ ( 6 )

Estos antecedentes explican el episodio narrado por Roberto Pineda en la introducción de la edición del Libro Rojo del Putumayo. Cuenta el antropólogo que “ durante las hostili-dades, las tropas colombianas lograron ocupar algunos campamentos caucheros de la Casa Arana y rescatar un cierto número de indígenas que habían sido deportados. Muchos de ellos regresaron a sus antiguos territorios y fueron la “semilla” de las actuales comunidades del Departamento del Amazonas.” ( 7 )

Al explicar por qué no había en Leticia ni un solo soldado ese primero de septiembre y por qué había ordenado el traslado de la tropa a El Encanto, distante mil kilómetros,

Grupo de soldados colombianos durante la guerra con el Perú en 1932.

Fotografía tomada de el Libro (114 años en la Historia de Colombia) de El Banco de Bogotá

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o diez días de navegación, el ministro de guerra Carlos Arango Vélez escribió: “al entrar en vigencia el Tratado Lo-zano Salomón y al ser reconocidas en Colombia las torcidas intenciones peruanas con respecto a Leticia y al trapecio amazónico, el problema no era el de un simple asalto por repeler, sino el de una guerra internacional por ganar.” En consecuencia, los peruanos no debían encontrar fuerza ofi-cial en Leticia porque “ la figura de la debellatio habría sido alegada por los peruanos si en Leticia el 1 de septiembre se hubiesen encontrado fuerzas regulares vencidas del ejército colombiano.”(8)

Los limeños sólo conocieron la toma de Leticia cuatro días después, cuando el diario El Comercio informó sobre un movimiento patriótico motivado por los injustos trata-dos internacionales que habían desmembrado el territorio. (9)

El gobierno peruano coincidió con el colombiano en que se trataba de una acción del comunismo internacional. En Bogotá se difundió la versión de que era una operación de los comunistas para crearle al gobierno de Sanchez Cerro un conflicto internacional, y así se leyó en la prensa bogo-tana al producirse la primera reacción frente al hecho. El gobierno ordenó el 6 de septiembre la movilización de las cañoneras Santa Marta y Cartagena y de la guarnición de Puerto Asís para recuperar a Leticia. Mientras tanto la no-ticia había llegado hasta el recinto del congreso en donde se desarrollaba un agitado debate político conducido por el lider conservador Laureano Gómez, quien suspendió de modo abrupto su intervención y proclamó, la que se con-virtió en la consigna del momento: “paz en el interior y guerra en la frontera contra el enemigo invasor.”

Aunque al principio se había tratado de restarle impor-tancia al hecho, las informaciones públicas removieron la indiferencia y la sociedad colombiana afrontó la realidad de la guerra.

El gobierno nacional, después de las vacilaciones inicia-les, obtuvo préstamos por 80 millones de pesos y gravó a los contribuyentes con un “ préstamo patriótico” que se recaudó en un 10% a los giros al exterior, 5% a las rifas, 10%

La Cruz Roja de Pasto.Existen testimonios gráficos, correspon-dencia y documentos que certifican la actividad de la Cruz Roja en los temblores de Cumbal, Nariño, en 1924. Según la revista Ilustración Nariñense, de julio de 1925, en aquella época la presidenta del Comité de la Cruz Roja de Nariño era doña Beatriz Navarrete de Moncayo.Pero en el año 1932 las 31 señoras del Voluntariado de Nariño asumieron los trabajos propios de la institución con motivo del conflicto colombo-peruano. En ese tiempo la Cruz Roja funcio-naba en la Clínica del padre Victoriano Rosero, en la calle real entre calles 16 y 17. Presidía el comité doña Josefina de la Espriella de Benavides y bajo la inspiración de doña Consuelo Anexi de Eraso la Cruz Roja brindó ayuda a los soldados y a los huérfanos, víctimas del conflicto. Uno de sus programas se conocía como La Gota de Leche de la Cruz Roja.

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a las loterías, y 10% a los espectáculos. (10) El apoyo a la causa patriótica ampliamente difundida en los medios de comunicación, en reuniones y desfiles, se amplió con iniciati-vas como las de la creación de juntas patrióticas, la colocación de bonos y la donación de argollas matrimoniales que se convirtieron en reservas del Banco de la República. El total de alhajas recaudadas, pesó 400 kilos. (11)

.Desde su creación en 1915 la Cruz Roja y el país habían vivido tiempos de paz en los que

la actividad de la institución se había concentrado “ en obras de asistencia pública tales como los consultorios gratuitos, las salas cuna, las salas de maternidad, las gotas de leche.” Al dirigirse a los Comités Departamentales con motivo de “ la posibilidad inmediata de una guerra internacional,” el presidente de la Cruz Roja, Jorge E Cavelier, encarecía: “ no aban-donar las obras ya fundadas y, por el contrario, extenderlas e impulsarlas.”(12) En cuanto a las actividades de guerra nombró un Comité Ejecutivo de 6 miembros entre los cuales incluyó como Presidente al doctor Pedro María Carreño, miembro, a su vez, del Consejo Supremo de Sanidad, creado por el presidente Enrique Olaya Herrera

Según sus estatutos, la Cruz Roja era en aquel año 1932 una institución “auxiliar de la Sanidad del ejército,” de modo que el pensamiento dominante de cuantos participaron en las reuniones diarias del Comité Ejecutivo fue el de obtener y proveer ayuda eficaz al ejército. El Comité Femenino montó talleres de costura que, por turnos, trabajaron día y noche, para preparar materiales de curación: vendajes, gasas, algodón, frazadas, tablillas, sábanas, pijamas. Allí se fabricaron cerca de once mil toldillos que se podían instalar en las hamacas y en las tiendas de campaña.

El doctor Alfonso Esguerra y el coronel Luis Acevedo sorprendieron a Sanidad Militar con su proyecto de hospital de campaña. Fue una propuesta presentada en 50 páginas en las que se describían todos los detalles del campamento, la edificación, el personal, los útiles de enfermería, el mobiliario, el instrumental, las instalaciones de rayos X, la batería de cocina, la maquinaria, las provisiones de drogas y de materiales de curación. El informe contenía, además, el costo de los diferentes elementos, la organización y distribución, su empaque y transporte. Cuando se adoptó el minucioso proyecto, los costos coincidieron casi en su totalidad con los que habían previsto los meticulosos autores.

Como parte del Consejo Superior de Sanidad que se instaló en esos días de intensa ac-tividad, la Cruz Roja aportó las iniciativas, el entusiasmo y la actividad de sus miembros, que se manifestaron en la caravana con ciento setenta, bultos que se despachó desde Bogotá y que aumentaron con las contribuciones de las Juntas Patrióticas de Huila y Nariño.

Los colombianos tuvieron conocimiento de las actividades que había comenzado a de-sarrollar la institución y se sintieron invitados a participar, cuando encontraron en los periódicos el material que la Comisión de Prensa producía bajo la dirección de Luis Eduardo Nieto Caballero. Esta Comisión obtuvo la publicación diaria de avisos y de gacetillas, el despliegue de historias de donantes, artículos, reportajes y material informativo sobre

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la Cruz Roja de guerra. El entusiasmo con que la institución había acogido la tarea de recolectar y hacer llegar a las tro-pas la ayuda en la guerra, se difundió por todas partes y por todos los sectores de la población.

El propio presidente de la institución, el médico Jorge E. Cavelier, recorrió el camino seguido por la caravana de los 170 bultos, que fue el mismo que habían recorrido los sol-dados que marcharon para defender la frontera, y dejó un histórico documento. En su relato, Cavelier demostró que una era la guerra que se vivía desde Bogotá, y otra la que aparecía en la azarosa geografía del sur. Aún conmovido por la experiencia vivida, escribió el médico cronista: “en Bogotá no se vive la guerra; la fantasía popular, la malevo-lencia, la crítica apasionada, son los anteojos a través de los cuales se enfocan actividades que el gobierno o los ciudada-nos despliegan en la zona del conflicto. En cambio, de Neiva para allá, donde la guerra se vive, el criterio que domina es el de la realidad; allí se palpan los esfuerzos titánicos de todos los que hasta el presente han intervenido.”(13)

Cavelier tuvo la ilusión de todos los que abordaban en Bogotá el tren que llegaba hasta la estación Baraya: la de un viaje plácido por la variada y sorprendente geografía del sur del país. Pero en Baraya comenzaba una carretera que en invierno se perdía bajo los torrentes de agua y lodo que descendían rugiendo desde la montaña; no mejoraba la situación en la carretera abierta desde Neiva hasta Gigante. La guerra sirvió para que se aceleraran los trabajos de esta vía y para que se tendieran puentes y se abrieran canales que amansaron una ruta bravía cruzada por ríos y arroyos torrenciales. La impaciencia de los viajeros quedaba sometida en esos interminables y escabrosos trayectos, a la sabiduría lenta del instinto de las cabalgaduras y de los ani-males de carga. Así les sucedió a los soldados que cruzaron por allí en busca de su primera experiencia de guerra y a la caravana de la Cruz Roja en los siete kilómetros de Garzón a la Jagua, en los 20 que separan a la Jagua de Altamira y en los siete que van desde Altamira hasta Guadalupe en donde las trochas de lodo y piedra, borradas por ríos y arroyos en

La Cruz Roja en Neiva.Según el libro de actas, el 17 de agosto de 1927 el Comité Nacional aprobó la propuesta de José J. Pérez de integrar en Neiva un comité con las siguientes personas:Plácido Serrano, Pedro Pablo Anzola, Bartolomé Gutiérrez, Enrique Millán, el Gobernador del Huila, el Alcalde de Neiva, el Párroco y el Comandante de la guarnición.Al estallar el conflicto armado en el sur, en 1932, hacían parte del comité de la Cruz Roja en Neiva: Adriana de Zuleta, Judith de Turbay, Rosa de Solano, Esther de Mil-lán, Blanca Borrero, Alfonso Medina, Luis Quintero C, Alfonso Tobar, José Domingo Liévano y Octavio Hernández.

La Cruz Roja en Florencia.Orientada por el coronel Luis Acevedo, fue instalada en el despacho del comisa-rio de Caquetá, Manuel Cadavid el 3 de abril de 1932.En la presidencia del Comité actuó Leonor de Cadavid, vicepresidente, Eugenio Salas; secretario Pedro María Bejarano; tesorero, Ricardo Pizarro Buendía; revisor fiscal, Pedro Silva H y vocales: Manuel Cadavid, Cayetano Mora, el padre Jaime de Igualada, Víctor Calderón, el capitán Julio Guarín Estrada y Ricardo Tobar.A raiz del conflicto con Perú este comité contribuyó a la organización del gran cordón sanitario que cubrió el sur del país para prestar ayuda a las tropas y a la población de la región, y abrió el hospital de Florencia.

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extensos trayectos, se convertían en un delgado hilo tirado hacia lo alto de la cordillera por entre abismos y ventisque-ros. Invisibles a veces por los derrumbes, los 28 kilómetros que las caravanas y Cavelier, tras ellas, recorrieron para llegar a Gabinete, les hicieron sentir como un milagro su entrada al mínimo caserío asentado en lo alto de la montaña. Iban irreconocibles detrás de su costra de barro y de fatiga. Desde allí comenzó para ellos un descenso de 65 kilómetros hasta Florencia en donde la marcha no se detuvo y continuó 13 kilómetros más, por las orillas del río Orteguaza hasta Vene-cia en donde los soldados y su impedimenta, abastecimien-tos y armamentos, estibaron en las barcazas que navegan por ese camino de agua. Lo mismo ocurrió después con la caravana de medicamentos y equipos de sanidad de la Cruz Roja y, días más tarde con la pequeña comitiva del médico Cavelier. El cargamento llegó finalmente a Potosí después de un recorrido de 42 kilómetros desde Venecia, por la vía fluvial. La otra estación escogida para la instalación de los hospitales de campaña fue Primavera, también a orillas del Orteguaza y a siete kilómetros de Venecia. Situados en la márgen derecha del río, los dos hospitales se levantaron “en sitios altos que nunca se inundan, con un clima agradable, libres de plagas y provistos de recursos alimenticios muy valiosos para los enfermos, como son la leche y las frutas,” según el registro del médico Cavelier.(14)

A ese hospital llegó como director el cirujano Manuel Antonio Rueda, acompañado por los médicos Julio Laserna Robledo y Jorge E. Delgado. Con ellos iban los practicantes Jorge González y Jorge López, las enfermeras Bárbara Car-vajal y Zoila González, el capellán fray Luis María Vélez y el administrador Juan Pardo. El hospital entró en servicio en cuanto las obras de construcción lo permitieron.

Mientras tanto el gobierno nacional había manejado los acontecimientos con cálculos de ajedrecista. Para no darle en sus comienzos un carácter internacional al conflicto, ni motivar protestas de parte de Brasil por alguna involuntaria violación de su territorio, suspendió el avance que le había ordenado el 6 de septiembre al general Amadeo Rodríguez, con las cañoneras Santa Marta y Cartagena, que fueron

Junta Directiva de la Cruz Roja en 1932.Presidente: Jorge E. Cavelier.Primer vicepresidente: Jorge Obando Lombana.Segundo Vicepresidente: Pbro Diego Garzón A.Tesorera: Julia Parga de Gaona.Secretario General: Roberto Michelsen.Director de Enfermería: Alejandro Villa Alvarez.

Comité Ejecutivo nombrado el 23 de septiembre de 1932.Para las actividades de guerra:Pedro María Carreño, presidente.Pomponio Guzmán.Joaquín Samper.Roberto Michelsen.Ulpiano A. De Valenzuela.Monseñor Emilio Valenzuela.José de Jesús Salazar.

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inmovilizadas a la altura de Caucayá y El Encanto, a la espera, rezaban las órdenes, del apoyo de los aviones de guerra. La verdad fue, como se vió después, que el gobierno se disponía a librar, antes que la guerra de las armas, la de la diplomacia. En ese momento la cancillería brasileña propuso que su país se haría cargo de Leticia para entregarla luego a los colombianos, con el fin de hacer propicias las condiciones para unas con-versaciones con Perú sobre el Tratado Lozano Salomón. Colombia aceptó pero la cancillería peruana exigió una re-visión del tratado o la devolución de Leticia a los peruanos. La intención de los peruanos de forzar los acontecimientos para que el conflicto se convirtiera en internacional se hizo evidente cuando expulsaron al consul colombiano en Iqui-tos, un hecho que fue seguido por la acusación a Colom-bia de incumplimiento del Tratado Lozano-Salomón y su apelación a los estatutos de la Sociedad de las Naciones para que el conflictivo tratado fuera reconsiderado.(15)

Colombia argumentó que hasta entonces no había con-flicto con Perú sino con un grupo invasor en Leticia, que las autoridades resolverían en su momento.

En Tarapacá, territorio colombiano, se mantenía un grupo de 100 hombres armados bajo la bandera peruana y de acuerdo con los datos de inteligencia militar, en Leticia se había reunido una guarnición de 280 combatientes. El general Alfredo Vásquez Cobo, nombrado comandante en jefe de la expedición militar al Amazonas, recibió la orden de iniciar su avance hacia Leticia con el ataque a Tarapacá y la recuperación de la soberanía nacional en ese territorio.

Cuando el militar, a bordo del barco de guerra Mosquera, que iba seguido del Córdoba, anunció su presencia, recibió como respuesta el ataque de la aviación peruana y fuego de artillería, acciones de agresión que, aunque no produjeron muertos ni heridos, fueron suficiente argumento para la ruptura de relaciones con Perú y para que, ante los ojos del mundo, apareciera la ocupación de Leticia como un problema internacional. Quebrantada la resistencia peruana, Tara-pacá fue recuperada para Colombia y el general Vásquez Cobo se disponía a navegar hacia Leticia cuando recibió la orden de detenerse. Fue una intempestiva decisión con la

En Buenaventura.

Después de un devastador incendio en que los damnificados fueron atendidos por la Cruz Roja nacional y el Comité del Valle del Cauca se instaló el Comité de buenaventura el 12 de julio de 1931, presidido por Luis R López, con la vice-presidencia de Celedonio Medina.

En Atlántico

Aprobado por el Comité Nacional, el Comité del Atlántico aparece en 1932, presidido por Lorenzo Insignares. Fueron vicepresidentes de ese primer comité Ester Putnam de tanco y Miguel Arango.

En Chocó.

Las actas del Comité Nacional registran que en 1932 fue aprobado y publicado el primer comité del Chocó. Aparecen encabenzado la lista Emiliano Rey, José A Rodríguez y Juan José Carrasco. En el comité femenino los primeros nombres son los de Matilde Ferrer, María García y Melba Díaz.

En Popayán.

El primer comité de la Cruz Roja en Popayán fue aprobado y publicado por el Comité Nacional en 1932. Allí se registran, entre otros, los nombres de mercedes Pardo de Simmonds, Natalia Díez de Iragorri y Manuela Angulo de Arboleda.

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que él no estuvo de acuerdo y que provocó una situación de tensión que culminó con su retiro de la comandancia de la expedición militar el 21 de marzo de 1933.(16)

Aunque la recuperación de Tarapacá no había dejado víctimas, el ataque contra los soldados colombianos provino de otro enemigo. Ya se había retirado el general Vásquez Cobo, y la presencia colombiana era un hecho consolidado, cuando los ataques de palu-dismo y de fiebre amarilla, los cólicos y el beri beri produjeron las primeras bajas. A los soldados que fueron víctimas de la peligrosa acometida los llevaron al recién abierto hos-pital de Potosí. Anota el informe sobre la actividad de la Cruz Roja que “ el doctor Rueda Vargas inauguró el hospital con una existencia de 60 soldados enfermos pertenecientes a las guarniciones del Alto Putumayo.” (17)

Cuando el soldado caía con morral y arma, como si una bala enemiga lo hubiera fulmi-nado, bastaba ver sus ojos congestionados y su cara color de cobre, sentir su respiración acelerada, palpar la temperatura de más de 38 grados, contemplar la agonía de sus repeti-dos vómitos, para entender que era una baja producida por la fiebre amarilla.

A veces se la confundía con la fiebre palúdica y de no intervenir el médico o el enfermero experto, la confusión podía ser mortal. Las sales de quinina, excelentes en el tratamiento de las fiebres palúdicas, eran letales cuado el paciente estaba afectado por fiebre amarilla.

( 18 ). Durante la guerra de los Mil Días fue un enemigo tan temido como los fusiles y los machetes de los contendores. En las guerras civiles “ el número de muertes producidas por los combates fue menor que el causado por el clima, las epidemias, las malas condicio-nes sanitarias y la inexistente o ineficiente atención a los enfermos y heridos.” (19)

Hospital de la Cruz Roja en Potosí 1932 para atención de los soldados colombianos durante el conflicto con Perú.

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Ese era el enemigo que médicos y enfermeras de la Cruz Roja estaban enfrentando, fieles a una tradición que en Colombia se había iniciado en la guerra de los mil días. Si en aquella ocasión los heridos de machete y metralla los ocupaban tanto como las vícti-mas de las enfermedades tropicales, en los hospitales de Potosí y La Primavera fueron los enfermos, más que los heridos, los que concentraron la atención médica.

Anotaba Cavelier en su informe, que había juzgado indispensable establecer una sepa-ración completa entre las actividades de saneamiento propiamente dichas y las curativas de la tropa y de la población civil. Un efecto de la movilización médica y militar hacia el sur del país fue la aparición de una red sanitaria que cubrió esa región hasta el río Pu-tumayo, con centros de atención en Girardot, Neiva, Garzón, Guadalupe, Florencia, La Tagua y Caucayá. Como había ocurrido en Panamá, durante los trabajos de construcción del canal, el cuerpo médico emprendió una campaña intensa para defender a la población contra la amenaza del mosquito. Cavelier le rindió homenaje a los médicos de Neiva, Piñeros y Anzola que “ayudados por enfermeras sanitarias han terminado totalmente con el mosquito.” “Hasta hace pocos meses, agregaba, esta plaga reinaba allí con frondosidad tropical y hoy en día ha desaparecido.”(20)

En sus diarias reuniones la Cruz Roja en Bogotá concentraba su atención en los mapas del sur para tratar de descifrar la intrincada red de ríos, montañas, trochas y selvas por donde debían transportar personal y recursos. Se trataba de encontrar las rutas más cortas y los medios más expeditos para vencer las distancias, porque el mismo obstáculo que se estaba venciendo para mantener abastecidos los hospitales y puestos de salud del sur, era el que encontrarían en cualquiera otra dirección. Alguien propuso la compra de lanchas y aviones y la creación de la unidad, sección o departamento de transportes, indispensable para una institución que debía crecer al mismo ritmo de las necesidades que tenía la obligación de atender.

Las primeras gestiones las hizo en Washington, el diplomático y expresidente de la Cruz Roja, Pomponio Guzmán, a quien se comisionó para obtener en las empresas y con el gobierno de Estados Unidos los datos técnicos y de costos para la compra de aviones. Por esos mismos días el aviador Ernesto Samper Mendoza sostuvo con el Comité Directivo una sesión dedicada al estudio de los trámites para la adquisición, pilotaje y servicio de aviones de ambulancia.

Las negociaciones del gobierno del presidente Olaya, para la adquisición de aviones de guerra, iban más adelantadas y contaban, desde luego, con mayores recursos. Com-prar aviones de combate fue una idea del presidente Olaya después del ataque peruano a Leticia. Al atacar en Tarapacá, Colombia disponía de una fuerza aérea de 8 bombarderos y 25 aviones de combate organizada por el antiguo piloto de la I Guerra Mundial, el mayor Herbert Boy, con pilotos de la Sociedad Colombo alemana (Scadta), Después de los disparos hechos por la aviación peruana en Tarapacá, los aviones de guerra del mayor Boy, que aparecieron sorpresivamente, pusieron en fuga las naves peruanas y las fuerzas de tierra que aún quedaban en el lugar.( 21 )

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El avión había comenzado a ser un arma de combate en la I Guerra Mundial, y su utilización en el conflicto colombo-peruano puso al país en la vanguardia de la defensa aérea. “De la guerra en Leticia salieron los pilotos más experimen-tados que tuvo Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Tan aventurado fue lo de la guerra aérea como atender al gasto que implicaba semejante aventura,” comentó Germán Arciniegas.(22 )

Ese gasto, que forzaba las arcas del Estado colombiano, sobrepasaba las de la Cruz Roja. Las deliberaciones para uti-lizar este medio de transporte en sus actividades, pusieron de manifiesto los altos costos de la operación de compra y de mantenimiento de un avión y concluyeron en la decisión de comprar una lancha y un planchón para el transporte de carga que ordenaron construir a la Unión Industrial S.A. de Barranquilla. Las dos embarcaciones llamadas “Magdalena” y “Bolivar” como homenaje a los dos departamentos, fuer-on situadas en Venecia, Caquetá, en donde comenzaron a prestar su servicio.

Después de la toma de Tarapacá la fuerza aérea tuvo una espectacular actuación cuando las cañoneras Santa Marta y Cartagena atacaron una guarnición peruana en Guepi. En una batalla de 8 horas y con el apoyo de 6 aviones de combate, las fuerzas colombianas expulsaron la guarnición peruana, capturaron a 24 personas y se apoderaron de la localidad ubicada en la margen derecha del río Putumayo. Para el gobierno colombiano fue una operación estrategi-camente importante porque las tropas peruanas se habían dedicado a atacar e impedir el paso de las embarcaciones colombianas de suministro y de transporte de tropa.

Para la Cruz Roja, que llegó hasta el lugar al terminar el combate, también tuvo importancia esa incursión en terri-torio peruano. El médico José del Carmen Rodríguez, hizo parte del equipo de la Cruz Roja que acompañó al ejército en esa operación en la que hubo cuatro muertos y siete heri-dos ( 23 ) Aún ardían las maderas del cuartel bombardeado y nubes de humo hacían casi irrespirable el ambiente. En el puesto de salud, que era el lugar de mayor interés para el médico Rodríguez, no había otros enfermos o heridos

Para la Cruz Roja, que llegó hasta el lugar al terminar el combate, también tuvo importancia esa incursión en territorio peruano.

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a los que pudiera ayudar, pero sí unos reveladores documentos que, por fortuna, se habían librado de las llamas. El libro de consulta del médico que hasta unas horas antes había atendido a la tropa, cuidadosamente anotado, llamó la atención del colombiano quien, al pasar las páginas del viejo cuaderno y leer detenidamente, descubrió un trabajo de alta calidad profesional y científica. El médico peruano había hecho sus últimas anotaciones el día anterior, el 25 de marzo, con los datos de una operación quirúrgica practicada días antes. La curva térmica minuciosamente llevada, daba cuenta de la situación del paciente, hasta cuatro horas antes del ataque colombiano. Con este revelador documento, el médico Rodríguez rescató un paquete de cartillas sanitarias que, en lenguaje sencillo, explicaban a los soldados normas elementales de higiene y de medicina preventiva, con el inteligente propósito de ayudar a los soldados a prevenir muchos de los más elementales peligros de la selva.

Cuando Rodríguez entregó estos y otros elementos encontrados en Guepi al médico Cavelier, los dos estuvieron de acuerdo en que reflejaban la cuidadosa preparación de las personas y que, si la parte higiénica de las tropas había merecido tanta atención,era lógi-co suponer que los demás elementos de campaña se hallarían en condiciones parecidas. “Nuestro deber, concluyó Cavelier, reside en situarnos por encima de nuestros agresores y en materias de salubridad continuar perfeccionando el enorme esfuerzo que hasta la fecha hemos realizado.”(24) Como siempre ha ocurrido, la Cruz Roja en cada ocasión –guerra o catástrofe- adquiere más elementos de conocimiento.

Tres semanas antes, el 3 de marzo, en la Sociedad de las Naciones, Colombia había teni-do otro triunfo, diplomático esta vez, porque allí se había declarado que Leticia y sus ter-ritorios, pertenecían a Colombia. A esa declaración siguió la constancia sobre la vigencia del tratado Lozano-Salomón, y sobre la incompatibilidad de la presencia peruana en ter-ritorio colombiano, con los principios del derecho internacional.. El pronunciamiento del organismo internacional iba más allá y recomendaba la evacuación inmediata de Leticia por los peruanos.

El asesino que disparó cinco veces sobre el presidente Sánchez Cerro el 30 de abril de 1933, cuando su automóvil descubierto abandonaba el hipódromo en donde habia in-vitado a 30 mil soldados a luchar contra los colombianos, aceleró el final del conficto. Capturado por las autoridades, el asesino resultó ser un joven cocinero, militante del partido opositor APRA, que actuaba movido por un fanático odio contra el mandatario.

El nuevo presidente, el general Oscar Benavides, abrió unos caminos de avenimiento que condujeron al Acuerdo de Ginebra del 25 de mayo de 1933, con el que se formalizó el retiro de las fuerzas peruanas de Leticia y de las fuerzas colombianas de Guepi.

Tendría que pasar un año de negociaciones entre los dos gobiernos con la mediación de la cancillería de Brasil, para que finalmente se firmara en Río el Protocolo en el que los dos países reanudaron sus relaciones, ratificaron el tratado Lozano-Salomón y se obligaron a no usar la fuerza en la solución de sus conflictos. (25 )

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A lo largo de todo este episodio, con sus operaciones militares y su intensa actividad diplomática, a la Cruz Roja Colombiana le estaba sucediendo lo mismo que a las organiza-ciones nacionales de la institución en Europa durante la guerra, que las activó y les reveló todo su potencial y creatividad para asistir a los combatientes y a la población civil, gol-peados por la guerra. Reflexionaba Cavelier después de su viaje por el sur: “La Cruz Roja nació durante la última guerra civil y sus primeras actuaciones revelaron a nuestro pueblo que al lado de odios y rencores existía la nobilísima misión de curar al herido y velar por el inválido. Iniciada la era de paz en la república, la Cruz Roja cesó en sus funciones, ya que solo en los campos de batalla se palpaban sus actividades. En medio de bendiciones y de recuerdos imperecederos se conservó la idea de la Cruz Roja, una vez que terminó la lucha fratricida.” Y continuaba Cavelier el paralelo recordando que después de la I Guerra Mundial surgió en Europa “ la bella idea de aplicar a las calamidades y a la solución de los diversos problemas que se presentan durante la vida pacífica de las naciones, la magnífica organización de la Cruz Roja.” (26)

Terminada la movilización provocada por el conflicto, de regreso los soldados a sus hogares o a sus cuarteles, la Cruz Roja mantuvo su actividad. Había descubierto unas fuentes de actividad en el sur y al trabajo iniciado en los hospitales de Potosí y Primavera, agregó la construcción de un hospital en Florencia y la tarea de equipar los hospitales de Garzón y Neiva, conectados con ambulancias con el hospital de Florencia.

Esta red sanitaria en el sur, y este fortalecimiento de su organización y de su aparato operacional, fue el efecto que dejó el histórico conflicto.

Lo mismo le había sucedido al país: tras su reacción ante la agresión externa, fue evidente que los colombianos habían comprobado que la unión los había hecho fuertes. Todo el país se había movilizado para defender su territorio y su soberanía; sus fuerzas armadas, que en el momento de la invasión estaban cuestionadas (la misión militar suiza en su informe de 1928 había señalado su centralización, su legislación contradictoria, su falta de preparación y de material de guerra, como debilidades del cuerpo armado) al regresar del sur lucían renovados y la autoestima nacional aparecía fortalecida.

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Notas:1.- Alberto Donadío: La Guerra con el Perú. Planeta, Bogotá, 1995. Páginas 119 y siguientes.2.- César Torres del Río: Grandes agresiones contra Colombia. Martínez Rosa. Bogotá 1994. P. 105. El armamento mencionado por Donadío, op. cit. Página 120, son carabinas Winchester, fusiles Mauser y 2 cañones instalados en la playa.

3.- Germán Arciniegas: Nueva Historia de Colombia, Planeta, Bogotá. 1989. Vol I. Página 302.4.- Torres del Río. Op. Cit. Pág 975.- Michael Tausing citado por Donadío. Op. Cit. Página 35. Nota.6.- Donadío. Op. Cit. Página 45.7.- Roberto Pineda. Introducción al Libro Rojo del Putumayo. Planeta, Bogotá, 1995. Página 24.8.- Carlos Arango Vélez. “Lo que yo sé de la guerra.” ( Sin pié de imprenta.)9.- El Comercio, Lima, 09-06-32. Citado por Donadío, Op. Cit. Página 161.10.- Cf. Torres del Río. Op. Cit. Páginas 114 y 115.11.- Cf. Donadío. Op. Cit. Páginas 193-194.12.- Jorge E Cavelier: Circular del 14-10-32.13.- Jorge E Cavelier: Informe al Comité de la Cruz Roja Nacional.14.- Cavelier, ut supra.15.- Cf. Torres del Río, Op. Cit. Página 118.16.- Cf. Torres del Río. Op. Cit. P. 117.17.- Informe de la Cruz Roja ut Supra.18.- Cf. Carlos Eduardo Jaramillo: Los Guerrilleros del 900. Cerec, Bogotá, 1991. P 253.19.- Alvaro Tirado Mejía: Apuntes Sociales de las Guerras Civiles. Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá 1976. Página 61.

20.- Cavelier, ut supra.21.- Donadío, Op. Cit. Páginas 259, 160.22.- Arciniegas, op. cit. Página 303.23.- Torres del Río: Op. Cit, Página 121.24.- Cavelier, ut supra. 25.- Cf. Donadío, Op. Cit. Páginas 277 y 278; y Torres del Río, Op Cit. Páginas 124, 125 y 126.26.- Cavelier: Informe a la Cruz Roja.

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Jorge E CavelierPresidente. Titular entre 1931 y 1933; entre 1937 y 1939 y desde 1962 hasta 1978.Médico de la Universidad Nacional, especializado en urología en la Universidad de Chicago.Fundador del Instituto de Higiene de Cundinamarca.Catedrático de la Facultad Nacional de Medicina.Presidente de la Academia de medicina; construyó su primera sede propia.Construyó y dirigió el Hospital de la Samaritana y los consultorios médicos de la Clínica Marly.Creó la Cruz Roja de Guerra con motivo del conflicto con Perú en 1932; Creó la Escuela institucional de Enfermeras y el Dispensario Antituberculoso. Construyó la sede de la Cruz Roja en El Salitre.Murió en 1978 cuando aún era presidente de la Cruz Roja Colombiana.

Alfonso Robledo.Presidente Titular entre el 14 de julio de 1930 y el 15 de enero de 1931 Estudiante del colegio san Ignacio de Medellín.Fundador en Manizales de La Revista Nueva, que agrupó el movimiento literario de los greco-caldenses.Ministro del Tesoro en 1916.Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia en 1918.Alcalde de Bogotá en 1929.Miembro de la Academia Colombiana de la Lengua en 1934.Nombrado embajador ante la Santa Sede, interrumpió su período como presidente de la Cruz Roja en enero de 1931.Murió el 29 de julio de 1938.

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El nueve de Abril

Durante cuarenta y cinco años en Colombia se creyó que, tras el armisticio de 1903 con que terminaron los días de la guerra, el conflicto armado había desaparecido. Pero el aspecto de ciudad bombardeada que ofreció Bogotá el 10 de abril de 1948 convenció de lo contrario a los colombianos y al mundo.

La prensa mundial recogió las imágenes de las ruinas humeantes del centro de Bogotá, de las multitudes enloquecidas que arrastraban el cadáver desnudo del hombre acusado por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y del capitolio, en donde se reunía la Conferencia Panamericana, rodeado por soldados con el dedo en el gatillo y los fusiles a la ofensiva, mientras al frente de la catedral ardían un tranvía y un automóvil volcado. Ante esas imá-genes y los titulares de catástrofe de los periódicos, los colombianos concluyeron que la guerra no se había ido sino que había retardado su estallido.

En los primeros 30 años del siglo XX las exportaciones de café y un tímido desarrollo de la industria, mantuvieron la ilusión de un país en paz; pero al mismo tiempo se dieron los indicios de un malestar social creciente: el movimiento obrero en 1920; grupos políticos que utilizaban el mote de socialistas, un movimiento campesino con un poder de convo-catoria que lo mantuvo en constante crecimiento a partir de 1925, las voces airadas en el debate nacional sobre el problema agrario y la creación, en 1930, del partido comunista, en medio de los primeros coletazos de la crisis económica de ese año, que agravaron las diferencias sociales en el país.

Golpeado por estos hechos para los que no tuvo una respuesta convincente, y por sus di-visiones internas, el partido conservador perdió el poder que había retenido desde 1885.

Pero la llegada de un liberal a la presidencia, y el fortalecimiento de la economía que siguió a la guerra con Perú, no disminuyeron las graves tensiones sociales en las que se enmarcó la actividad benéfica de la Cruz Roja. Sin solución de continuidad las ayudas a las víctimas de los desastres – incendio en Manizales en 1925, terremotos en Ipiales y Gacha-lá en 1924- se habían transformado en actividades a favor de las víctimas de la catástrofe social. En la Memoria presentada en Ginebra en 1925, la Cruz Roja Colombiana asombró con el recuento de trabajos tan variados como la creación de Gotas de Leche para prote-ger a los niños víctimas de la desnutrición; cursos de salud para prevenir los males que acompañaban a una pobreza generalizada; distribución de ropa, comedores para pobres, y prevención de la tuberculosis; tareas que tenían costos que mantenían a la institución en saldo rojo y en una lucha sin cuartel para sobrevivir. En cada uno de sus centros de ayuda se podía sentir como un eco, el reclamo de un país de pobres.

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El Comité Central que sesionó el 15 de febrero de 1926 no se sorprendió cuando es-cuchó, otra vez, el informe de tesorería sobre el agotamiento de fondos de la institución. En esa sesión se acordó pedir ayuda en nombre de los miles de pobres atendidos en sus centros, al Concejo Municipal, a la Junta de Beneficencia, al Ministerio de Guerra y al Ministro de Instrucción y Salubridad. El presidente del Comité recordó que de los dineros enviados y no reclamados por los damnificados del incendio de Manizales aún quedaban en caja $ 3.389,21, pero que sería necesario obtener la autorización de los donantes para aplicarlos a las obras de ayuda de la Institución. (2)

Era una emergencia de pobres dentro de una pobreza generalizada del país.Cuando el presidente Alfonso López Pumarejo anunció las reformas de su Revolución

en Marcha, 10 años después, los males de los pobres se habían agravado y soluciones como las reformas fiscal, laboral, constitucional, las medidas para fortalecer la función interventora y de justicia distributiva y la Ley de tierras, provocaron a la vez el entusiasmo esperanzado del campesinado y de los trabajadores, y la reacción defensiva de los propietarios que vieron en la política de López un amenazante factor de desestabilización social.

La voz que Jorge Eliécer Gaitán le dio a la inconformidad comenzó a escucharse cuando las esperanzas que había inspirado la Revolución en Marcha ya se habían frustrado al apa-recer la Revolución del Orden proclamada por el dirigente conservador Mariano Ospina Pérez; para entonces las agremiaciones sindicales habían sido perseguidas; los despidos

Bus que recogía heridos protegido por la bandera de la Cruz Roja.

El fotógrafo Sady González aparece al pie de la bandera.

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masivos en las fábricas y en las empresas habían conver-tido en riesgosa la actividad sindical y el clima de agitación social dominaba en el país hasta el punto de que el presiden-te López Pumarejo dejó incompleto su segundo mandato y renunció en 1945, reemplazado por Alberto Lleras Ca-margo, para quien fue evidente, en medio de la turbulencia que agitaba al país, que “ nuestra democracia falla porque la oposición es la que no deja gobernar, la que obstruye, la que combate desde todos los pactos doctrinarios o políticos. Es la guerra civil, pero hecha sin la grandeza de la guerra, es decir, sin ninguno de sus peligros.”(3) Aludía Lleras en esa entrevista con Juan lozano y Lozano a la vindicta que se desató después de su gobierno cuando el conservatismo recuperó el poder con la presidencia de Mariano Ospina Pérez ( 1946-1950) y se lanzó a una impetuosa acción de “ reconstrucción nacional.” Con ese nombre se denominó el regreso de los conservadores a los puestos oficiales y luego, al degradarse ese objetivo, la repetición de las peores prácticas de la guerra. Anota Hebert Braun, “desataron una guerra civil peor que las del siglo XIX...Así empezó la Violencia, un combate sin ninguno de los peligros de la guerra porque los jefes permanecían en las ciudades y no arriesgaban sus vidas.”(4)

Las matanzas de campesinos que se registraban diariamente en los medios de comunicación elevaban la temperatura de la inconformidad popular que estallaba en la vibrante ora-toria del penalista Jorge Eliécer Gaitán. La convocatoria de este lider político para una marcha del silencio el 7 de fe-brero de 1948, invadió la ciudad con pañuelos blancos y con una muchedumbre que sus adversarios calcularon de 25 mil personas y sus seguidores vieron de 100 mil. El desfile, por el centro de Bogotá, fue una notificación del rechazo al régi-men y de un fenómeno político nuevo encarnado en el lider liberal.

Así, la revuelta del 9 de abril, tras el asesinato de Gaitán, fue interpretada como el estallido resultante de la presión extrema acumulada por todos los hechos de frustración y de opresión que se habían sucedido después del armisticio de 1903. Herbert Braun lo explica al referirse a los políticos

La Cruz Roja en Putumayo.

Las autoridades de Mocoa informaron en mayo de 1938 la constitución del primer comité de la Cruz Roja en Putumayo. En su instalación tomaron posesión el presidente Alejandro restrepo jaramillo y los vicepresidentes Soledad de Restrepo y Ernesto Gómez Brigard.

9 de Abril: Una tempestad popular.

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que “ tenían razones abundantes para temerle a Gaitán, no porque fuera un socialista o un revolucionario, sino porque representaba la caída del poder político.|(5) Para Gon-zalo Sánchez y Doumy Meertens “el asesinato fue la culminación de una primera oleada represiva iniciada en 1945. (6) El presidente Ospina Pérez nunca lo dudó: “ el comunismo internacional resolvió apelar a una solución extrema: buscar el asesinato del doctor Gai-tán, hacer creer que ese asesinato venía del gobierno, levantar las masas y producir una revuelta.”

Otra fue la explicación dada por Víctor Mosquera Chaux, desde la Dirección Nacional Liberal en 1972: ( La muerte de Gaitán )“ fue provocada por quienes creyeron peligroso para el orden establecido el avance de Gaitán a la presidencia.” La revista Newsweek en aquel momento explicó el 9 de abril como “ un estallido espontáneo de furia popular como culminación de un prolongado período de tensión política. Una vez que comenzaron, los comunistas trataron de utilizarlos.” Fue una explicación parecida a la de la revista Time: “los camaradas rojos demostraron que sabían cómo aprovechar la situación.” En 1978 apa-reció otra explicación del 9 de abril en El Tiempo : “Juan Roa Sierra obró alocadamente, bajo su propio impulso, en uno de esos actos extraños que se llaman magnicidios.”

En este ambiente radicalizado, en que los odios políticos habían alcanzado esa alta tem-peratura que destruyó a Bogotá, la presencia y la actividad de la Cruz Roja aparecieron como un fenómeno extraño. En efecto, “desde el primer momento de los trágicos sucesos de abril en Bogotá, la Cruz Roja prestó su colaboración a la ciudadanía sin distinción de clases sociales ni colores políticos, “ recordó el presidente de la institución, Jorge Andrade Barriga a fines de ese año de 1948. (7)

Las pasiones políticas que habian convertido a los colombianos en enemigos, unos de otros, los resentimientos sociales atizados por los políticos, con los que se cerraba toda posibilidad de comunicación y de ayuda a los del otro partido, todo eso desaparecía en los centros de atención de la Cruz Roja adonde comenzaron a afluir por centenares los heridos desde las primeras horas de la tarde del nueve de abril.

Para recibir ayuda no había que declarar militancia politica alguna. A las enfermeras, a las practicantes, a los médicos, todos vestidos de blanco y con una escueta insignia de la institución, sólo les interesaban los datos esenciales con los que se llenaban las fichas de registro: nombre, apellido, número de cédula, dirección y otros datos que permitían ubi-car a cada persona en el lugar y bajo el cuidado de la unidad en donde se le podía prestar la ayuda más efectiva, que podían encontrar o en el puesto de socorro más cercano, o en el consultorio de la Escuela de Enfermeras en donde un equipo de médicos y enfermeras estaba disponible para atender a los heridos y enfermos a domicilio; en algunos casos la ayuda consistía en la entrega de drogas y de elementos de curación; después del día 10 se multiplicaron las ayudas en víveres, o en ropas y hasta en pago de arrendamientos para las familias que habían perdido sus viviendas.

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Los que antes de entrar a las instalaciones de ayuda se mi-raban con odio como oligarcas o como “nueveabrileños,” una vez dentro, eran vistos y atendidos como víctimas del estallido político y social a los que se trataba sin pregun-tas sobre su partido o religión. La condición de damnifi-cado era suficiente para recibir atención. Como observó el médico Andrade “ la acción de la Cruz Roja pone de mani-fiesto el valor que tiene para un país esta institución por su organización y por su espíritu, no solamente altruísta sino independiente de los problemas sociales, raciales y políticos.”(9)

Esa independencia y altruismo salvaron vidas en medio del huracán humano que comenzó a formarse a la 1.05 de la tarde del 9 de abril después de que un asesino disparó cuatro veces contra el lider liberal cuando salía de su ofi-cina. Desde ese momento la noticia recorrió la ciudad con la velocidad de una llama sobre pólvora. Las voces salían de las ventanillas de los taxis y de los tranvías, retumbaban en los oidos pegados al teléfono, se gritaban de acera en acera y de una ventana a otra, llegaban a través de las paredillas de los patios, trepaban por las escaleras y los ascensores de los edificios: ¡mataron a Gaitán! Fueron tres palabras con los poderes mezclados de una consigna, de una noticia, o de un grito de protesta.

El policía que condujo al asesino, Juan Roa Sierra, a la Droguería Granada, situada al otro lado de la calle, pre-tendía salvarle la vida porque, de inmediato, ante el cuerpo del jefe político caído entre un charco de sangre que crecía sobre el andén, comenzó a congregarse un grupo de cerca de 50 personas que pasaron del desconcierto de los primeros instantes, al dolor, a la ira y al reclamo de venganza. Mien-tras unos acompañaban a su lider mortalmente herido a la Clínica Nueva, a cinco cuadras del lugar del atentado, el mayor número se agolpó frente a la reja de la droguería mientras exigía a gritos y con golpes ante la puerta, que les entregaran al asesino. Minutos después se apoderaron de él, lo arrojaron al pavimento, lo sometieron a una gol-piza inclemente e iniciaron un desfile de venganza mientras arrastraban el cuerpo, ya sin vida, del hombre.

Los Voluntarios.

La ambulancia.Eramos estudiantes de cuarto año de medicina y yo creía que era mi oportuni-dad para hacer cirugía de guerra. En un carro de la familia pusimos una sábana blanca y le cosimos una cruz roja y así nos presentamos en el ejército. Cuando nos vieron ya con ambulancia, entonces dispuso quien ordenaba el traslado de los voluntarios médicos a diferentes sitios de la ciudad, y que nosotros debía-mos llevar pacientes desde una clínica que se llamaba, si mal no recuerdo Clínica Magdalena, a diferentes sitios, porque eran heridos que se habían recogido en el centro de la ciudad en la refriega que desde el viernes había empezado.Nosotros repartimos pacientes a la zona que todavía era la que estaba en guerra, la Perseverancia. Como vía de recorrido teníamos la Avenida Jiménez y era tal la balacera que nosotros viajábamos en el carro acostados en el suelo, con pacientes y todo. A alguno de esos pacientes no pudimos llevarlo hasta el sitio de vivienda y tuvimos que dejarlo con sus yesos y demás en una esquina, como a media cuadra de la casa porque el tiroteo no nos daba garantía. Así nació para mí ese gusano del servicio asisten-cial a la comunidad, con esa Cruz Roja improvisada.

Entrevista de Roberto Liévano con el autor. Liévano es el vicepresidente de la Cruz Roja Colombiana

Los muertos.

Al exoficial de la Armada, Alberto Vejarano Laverde, le ordenaron ese día comandar la operación de recogida de los cadáveres abandonados en las calles de la ciudad.Convertida en un campo de batalla, Bogotá era un territorio de muerte que el médico Vejarano recorrió al mando de un grupo de infantes de marina en los camiones de la Armada, con la azarosa

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Fue el comienzo de un episodio de sangre y destrucción que representó para la Cruz Roja “ la emergencia más grave desde su fundación.”(10) “Los organismos de la Cruz Roja se hallaban en plena disposición de prestar los servicios de emergencia” recordó dos semanas después el médico Jorge Andrade. La noticia del atentado puso en movimiento a todo el personal de médicos, enfermeras, voluntarios y conducto-res. “Los primeros heridos comenzaron a llegar al puesto de socorro permanente situado frente al Ministerio de Guerra y dirigido por la señorita Beatriz Restrepo,” relató el médico Andrade al periodista Ricardo Ortiz Mc Cormick, del diario El Tiempo. En una acción coordinada y de acuerdo con un cuidadoso plan en el que todas las posibles ayudas habían sido previstas, la Cruz Roja enfrentó la emergencia con una eficacia que historiadores como Herbert Braun le recono-cen: “ fue, anotó, la única institución del país que trató de coordinar las labores de socorro.” (11)

“Muchos de los bogotanos con quienes hablé recuerdan la acción de la Cruz Roja estadounidense y de la colombiana, con reverencia, especialmente porque sabían que podían acudir a la Cruz Roja sin temor de persecuciones politicas.” (12)

En el explosivo ambiente del 9 de Abril esa fue una actitud audaz.

En una entrevista con el historiador Braun el joven médico Fernando Tamayo, encargado de la dirección del hospital San José el 9 de Abril, recordó que “ había rechazado la demanda de que el hospital atendiera sólo a liberales. Se declaró neutral y dispuso al personal para atender a todos quienes lo requirieran.” (13)

A través de la radio los locutores hicieron llamados a la cordura que se perdieron en el turbión que a esa misma hora creaban otras emisoras que instigaban a los disturbios. “ ¡A la carga! ¡A las armas! ¡Tomaos las ferreterías y armáos con las herramientos! ¡Buscad las armas donde las encontréis. Sacad los machetes y a sangre y fuego tomáos las posiciones del gobierno!” eran las voces que se escuchaban. (15)

Se consideraba un peligro mortal ofrecer aspecto de oli-garca o de funcionario oficial. Los asesores del Presidente

misión de llevar al Cementerio Central todos los muertos que encontraran en las calles. La mayoría de ellos habían sido víctimas de los disparos de los francotiradores apostados en los techos y terrazas y en lo alto de las torres de las iglesias.Como contrapunto al macabro espec-táculo de los muertos desperdigados por el centro de la ciudad, Vejarano encontró en una empinada calle de la Candelaria a unos hombres que pujaban, enrojecidos por el esfuerzo de arrastrar cuesta arriba un piano que se acababan de robar. Sonríe al recor-darlo y al hacer memoria del título que le endilgaron en broma sus amigos y que pasó a la historia de esa fecha, de sepulturero del régimen. Alberto Vejarano es hoy el Presidente de la Cruz Roja Colombiana.

El brazalete.

Mi entrada a la Cruz Roja fue a raíz del bogotazo. El 10 de abril salí a conseguir comida para mi familia; mi madre y mis hermanas. Yo tenía 15 años. Cuando regresaba con los alimentos, se armó una balacera que me obligó a refugiarme en el convento de las clarisas; allí me encontró un policía que me ayudó a llegar hasta la Escuela de Enfermeras. Ellas me contaron que estaban sin comer y me dieron dinero para que les consiguiera algún mercado; para más seguridad y facilidad me pusieron un brazalete de la Cruz Roja. Fue el mismo que me sirvió para acompañar a doña Berta de Ospina que, protegida también con el brazalete, fue a la hacienda de doña Clara Sierra por leche y por pan que repartimos en los barrios pobres. El cuarto día estuve recogiendo muertos

Daniel Martínez fue director del Socorro Nacional de la Cruz Roja. Hoy está pensionado.Entrevista con el autor.

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llegaron al Palacio de Nariño en taxis, para no ser recono-cidos, el Ministro de Gobierno llegó de ruana, disfrazado como un campesino (16), el Ministro de Comunicaciones dejó su auto oficial, viajó en el carro de un amigo y entró a palacio por una puerta lateral porque temía ser reconocido. Un eminente médico y político que almorzaba en el Jockey Club, temeroso de ser reconocido se habría hecho llevar a su casa en un ataud, según testimonio recogido por el historiador Braun y que fue publicado en la revista Sábado del 27 de enero de 1949. Sean rigurosamente exactos o no, estos datos revelan la polarización intensa que alentaba el estallido social de ese 9 de abril en la tarde, y pone en evi-dencia el contraste que significó la presencia de una entidad que se mostró dispuesta a servir a unos y a otros.

Media hora después de los disparos contra Gaitán, ya había tres víctimas: el propio Gaitán, su asesino y un hom-bre que quiso apoderarse del rifle de uno de los soldados que custodiaban el Palacio Presidencial. A las 2.30 el teniente Silvio Carvajal, al frente de 80 hombres que defendían el Palacio de Nariño, ordenó hacer fuego contra un grupo de 200 personas que insistían en gritar su protesta al pie mismo del Palacio. Los heridos fueron rescatados apresu-radamente por otros manifestantes mientras los muertos quedaban tendidos en el pavimento.

Esos heridos comenzaron a congestionar los hospitales, coparon el puesto de socorro de la Cruz Roja en la carrera 7 con 26, y el de emergencia de la calle 8 con carrera 8, de la Escuela de Enfermeras, atendido por enfermeras y alumnas y con la colaboración del practicante de medicina Fernando Torres Restrepo.

Con la llegada de los primeros heridos se puso en mar-cha un operativo que habían afinado otras experiencias. Advertía el Intendente General de la Cruz Roja, Augusto Merchán que “de las enseñanzas (obtenidas) en Pasto, Tu-maco, Magangué y otros lugares afectados por calamidades públicas, derivamos la preparación que nos ha permitido actuar ahora con rapidez y eficacia.” (18) “Tan pronto como se tuvo conocimiento del asesinato del doctor Jorge Eliécer Gaitán, los puntos de la institución estuvieron en disponibi-lidad.” (19)

Muchedumbres

sedientas de venganza.

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La Cruz Roja improvisó ambulancias el 9 de abril, foto de Sady Gonzáles

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Mientras médicos y enfermeras atendían a los primeros heridos, ya se había movilizado la Cruz Roja de Estados Unidos para enviar un avión con un cargamento de drogas y elementos de curación por 15 mil dólares, un cheque de 35 mil dólares, y un experto en organización de socorros para emergencias, Maurice Reddy quien “con su vasta experi-encia estudió las condiciones que presentaba la catástrofe de Bogotá, vió la organización que teníamos ya funcionando en su período inicial, encontró nuestra labor bien orientada, sobre las mismas lineas de la organización norteamericana, hizo algunas valiosas indica-ciones...y regresó a su país una vez cumplida su misión.”

Este mismo experto había asesorado a la Cruz Roja Colombiana en la preparación de un Plan de Organización Nacional de Auxilios para Calamidades Públicas.

El avión con los auxilios y la Comisión aterrizó en Bogotá bajo las órdenes del repre-sentante de la Cruz Roja en la Zona del Canal de Panamá, Edward Rusell, quien trabajó conjuntamente con la Cruz Roja Colombiana en el operativo de ayuda, que dejó en sus-penso todas las demás actividades de la institución. Durante algún tiempo la Cruz Roja Colombiana estuvo exclusivamente al servicio de las víctimas del 9 de Abril.

Esa misma tarde del 9 las directivas movilizaron recursos para la formación de otros centros de socorro y otros puestos de sangre en conexión con los hospitales san José y san Juán de Dios.

Con los heridos que congestionaban los hospitales y los centros de socorro, aparecieron los damnificados: familias que lo habían perdido todo, gente que averiguaba, con deses-peración, por los desaparecidos, parientes que necesitaban ayuda para sepultar a los suyos, víctimas de los incendios, que ya le estaban dando a la ciudad un resplandor trágico.

La ciudad estaba llena de gritos. Había muchos ¡Vivas! al partido liberal, a Echandía, a la Revolución; pero eran más los ¡Muera! contra el presidente, contra la oligarquía, contra el gobierno, contra los asesinos. La irracionalidad del odio y de la venganza gobernaba a grupos armados de palos y machetes y con pocas armas de fuego, que atronaban la ciudad con sus gritos, pero que no obedecían a un propósito claro, distinto de una ciega voluntad de destruir los símbolos del poder. A las tres de la tarde, a escasas dos horas después del atentado, ya ardían el Ministerio de Gobierno y la gobernación de Cundinamarca y la multitud, frenética, había comenzado a asaltar ferreterías para proveerse de pistolas, ma-chetes, picos y palas; detenían los vehículos y sometían a los empleados de las estaciones para llenar bidones, ollas y botellas con gasolina.

Había comenzado la destrucción de la ciudad.Pronto ardieron las instalaciones del periódico conservador El Siglo, las oficinas de los

servicios de inteligencia y detectivismo, la cancillería, restaurada para la Conferencia Panamericana, la Nunciatura y el Palacio Arzobispal, el Ministerio de Gobierno, la tercera estación de Policía, la universidad Javeriana y el Colegio de La Salle, los tranvías y automó-viles que habían quedado inmovilizados en el centro.

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El segundo choque entre el ejército y la multitud se produjo cuando trataban de acercarse al Palacio Presidencial por tres calles distintas: unos por la carrera novena que lleva a la parte occidental del edificio, otros iban por la carrera sépti-ma hacia la parte oriental y otros por la sexta. La reacción de la tropa ante este intento de ataque múltiple, produjo once muertos y numerosos heridos.

La lluvia que comenzó a caer a las cuatro de la tarde pare-ció mermar la fuerza de los incendios y de los ánimos de la multitud que a esa hora era un río rugiente y destructor alimentado por vociferantes grupos que descendían desde las colinas del oriente.

Al describir el espectáculo, el político Rafael Azula Barrera en su memoria “ De la Revolución al Orden Nuevo,” no en-cuentra una imagen mejor que la de un “ verdadero huracán humano que emergía de pronto de la tierra, moviéndose eléctricamente, para desplomarse sobre la ciudad, desde los cerros.” (21)

Cuando al atardecer el ejército ocupó la plaza de Bolívar y avanzó hacia el norte tomándose, cuadra por cuadra, el dominio de la ciudad, en vez de ceder aumentó el caos: dis-paraban los soldados contra saqueadores y francotiradores; estos, desde edificios altos y desde las torres de las iglesias devolvían el fuego; grupos enloquecidos por la rabia y por el alcohol que habían robado de las tiendas y de los bares asal-tados, peleaban entre sí o pretendían enfrentar al ejército, mientras en las calles encharcadas se mezclaban la sangre, el vómito, excrementos, orines y cadáveres. Ya comenzaba a oscurecer cuando un joven médico de la Cruz Roja recibió la orden de emprender por esas calles un recorrido maca-bro y riesgoso, para remover los cadáveres. Las autoridades militares pusieron a su disposición cuatro camiones de car-ga y un grupo de infantes de marina con los que recorrió calles y hospitales en busca de los muertos que había dejado la rebelión. Cuenta el historiador Braun que “ trabajó con los infantes hasta la media noche y a la mañana siguiente volvió a empezar. Los camiones efectuaban viajes periódi-cos al Cementerio Central, donde dejaban los cuerpos. “ Por esa operación, anota el historiador, el joven médico

Marcha del silencio

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Alberto Vejarano, actual presidente de la Cruz Roja Colombiana, “ llegó a ser conocido como el “enterrador del régimen..” denominación de contenido político entonces, que hoy se recuerda con sonriente comprensión. ( 22)

Para otro joven, éste estudiante de 4o año de medicina, el 9 de abril fue premonitorio. Con un primo suyo, también estudiante, se presentó al ejército con un carro blanco que llevaba sobre el motor una sábana blanca con una gran cruz roja. “Cuando nos vieron ya con ambulancia, dispusieron que debíamos llevar pacientes; transportarlos desde una clínica que quedaba debajo de la estación del ferrocarril a diferentes sitios porque eran heridos que se habían recogido del centro de la ciudad...en el recorrido pasamos por la Avenida Jiménez y era tal la balacera que viajabamos acostados en el suelo con pacientes y todo.” (23) En ese momento Roberto Liévano no pertenecía a la Cruz Roja de la que llegó a ser vicepresidente.

Los historiadores de esta fecha trágica no han podido ponerse de acuerdo sobre el número de muertos que dejaron el levantamiento popular y las operaciones del ejército para recuperar el orden; son cifras que van desde los 2585 muertos que menciona en un estudio el historiador Paul Qoist (24) pasando por los 1043 entierros que registró el Anuario Municipal de Estadística en abril de 1948, para llegar a los 549 que el Tiempo y El Espectador publicaron el diez de mayo de 1948, un mes después de los acontecimientos. (25)

Quien sí se preocupó por llevar cuentas exactas fue un joven voluntario de la Cruz Roja, Daniel Martínez Quijano, quien dedicó largas jornadas a la organización de las oficinas y de sus datos. En el archivo de la emergencia del 9 de Abril se encuentra un libro de registro censo de personas desaparecidas; la estadística de elementos para rehabilitación del trabajo, la estadística de arrendamientos, la de elementos de alcoba, la de ropa per-sonal, la de elementos de comedor y cocina, la de visitas médicas a casas de los heridos y enfermos, hechas a lo largo de las tres semanas que siguieron al 9 de Abril.

En esas detalladas estadísticas se reflejó la actividad múltiple que la institución adelan-tado después del estallido popular. Bogotá había quedado convertida en un escenario de desastre y sus habitantes sometidos a todas las carencias que multiplica la guerra. “Nadie tenía dinero, pero tampoco había que comprar. El hambre atormentaba a la ciudadanía. Las amas de casa cambiaban entre sí los pocos productos de que disponían. Caballeros que jamás pensaron hacer un mercado tenían que caminar largo trecho para conseguir manteca, panela, carne arroz. Los niños lloraban esperando su ración de leche que nunca llegó.” (26)

Para responder a esa situación la Cruz Roja multiplicó los centros para el reparto de víveres, y en los diarios y por la radio anunció las direcciones de los siete sitios adonde podía llegar cualquier persona necesitada de alimentos; además estableció un servicio de Visitadoras Voluntarias para hacer llegar a los hogares el auxilio de víveres.

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Las fotografías de la época muestran la aglomeración de personas en el Consultorio Sáenz Pinzón, en donde una enfermera de la Cruz Roja y auxiliares de la Higiene Munici-pal reparten los mercados semanales a los damnificados del sector. En otra fotografía, la esposa del embajador de Suiza y un grupo de auxiliares voluntarias de la institución, abren las pacas de alimentos y preparan los mercados que se distribuirían en los centros; es una tarea que se cumple ordenada y eficiente bajo la dirección de la vicepresidenta de la Cruz Roja Nacional, doña Julia Parga de Gaona. Para el observador es notorio el contraste que debió existir entre aquella ciudad semidestruida, con cadáveres en descomposición, caóti-ca y maloliente y la limpieza y orden de los vestidos de las enfermeras y del lugar donde trabajaban en la distribución de alimentos. La institución, con sola su presencia, difundió la señal de un espíritu distinto. Esa pulcritud y orden se destacan en otra fotografía de un salón de medianas dimensiones en el que una docena de enfermeras, con zapatos, delan-tales y tocas blancas, llenan y radican las fichas con que se controlará la distribución de elementos de hogar y de trabajo de los damnificados. Estas fichas se hicieron de acuerdo con las indicaciones del técnico Maurice Reddy y contienen la solicitud del damnificado, la descripción de sus circunstancias familiares, las pérdidas sufridas y las necesidades más apremiantes.

El estudio de estas fichas le indicó a la Cruz Roja que en esta emergencia sus ayudas debían ser de dos clases: de emergencia, para satisfacer necesidades inmediatas; y de reha-bilitación, para garantizar una ayuda más amplia a través del empleo.

El Plan de Acción, elaborado por la Presidencia de la institución, con asesoría del téc-nico Reddy, contempló respuestas de la Cruz Roja a todas las necesidades posibles. Más allá de la destrucción de edificios y de la muerte de miles de personas, la vida diaria de los colombianos había sido afectada duramente.

Una de las ayudas previstas para los que habían quedado sin vivienda fue la del pago de arrendamientos. Edificaciones de bahareque y de guadua desaparecieron porque, en algu-nos casos, bastó una chispa de los edificios en llamas para provocar un incendio. El censo de edificaciones en ruinas hecho por el Catastro de Bogotá dos semanas después, sólo tuvo en cuenta los 136 edificios públicos destruidos, mas no las modestas viviendas familiares. La Cruz Roja se encargó de hacer ese censo y de distribuir auxilios de arrendamiento, que en un primer informe del médico Andrade Barriga cubrían a 70 familias.

Hubo aportes para familias que habían quedado encerradas en Bogotá, o estudiantes que necesitaban regresar a sus hogares en provincia; las enfermeras prestaron servicios a domicilio a enfermos y heridos y, poniendo en práctica formas de ayuda de la Cruz Roja internacional durante las dos guerras mundiales, hubo personal dedicado a los presos. Con la ayuda de las alumnas de servicio social de la escuela anexa al Rosario y de la Escuela del Colegio Mayor de Cundinamarca, la institución operó como intermediaria para conectar a los presos con sus familias. Todos ellos, ante las alarmantes noticias de incendios, robos, muertes, heridos y desaparecidos, querían saber de sus familias.

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Una actividad parecida se desarrolló en favor del personal de las Fuerzas Armadas. Las familias mantuvieron correspondencia con sus parientes con la mediación de la sección correspondiente de la Cruz Roja.

Fue una actividad generosa y lúcida para detectar las múltiples necesidades de la po-blación y eficiente a la hora de proveer soluciones. Como sucede en todas las catástrofes naturales y humanas en las que presta ayuda, la Cruz Roja acumuló el 9 de Abril experien-cias y conocimientos que la hicieron aún más eficaz en sus tareas. La opinión pública no ahorró adjetivos:”labor admirable y portentosa,” llamó El Tiempo al Plan desarrollado por la Cruz Roja desde el 9 de abril; el Ministro de Higiene en la sesión del Comité Cen-tral presentó personalmente su aplauso y agradecimiento por “ la maravillosa actuación” de la institución.

Nunca se supo cuántos fueron los muertos. La mayoría fue expuesta en el Cementerio

Central para el reconocimiento de sus parientes. Foto de Sady González 1948.

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Símbolo de la dedicación sin pausas de la entidad fue uno de sus trabajadores. El chofer del Puesto de Socorro, Patricio Pinto, durante los días de mayor peligro y actividad, se negó a ser relevado y se mantuvo en servicio día y noche. El presidente Andrade Barriga propuso en la sesión del Comité Central un reconocimiento especial para esa conducta de elevada generosidad, que había sido la de toda la institución.

Notas.1.- Cf. Bandoleros, Gamonales y Campesinos de Gonzalo Sánchez y Donny Meertens. Capítulo II, Mataron a Gaitán de Hebert Braun, capítulo 1.

2.- Acta 193 del 15-02-263.- Juan Lozano y Lozano: Ensayos críticos, Mis contemporáneos. Pág. 273.4.- Herbert Braun: Mataron a Gaitán. Universidad Nacional, Centro Editorial. Bogotá, 1987, página 745.- Braun, op. cit. Página 384.6.- Gonzalo Sánchez y Donny Meertens: Bandoleros, Gamonales y Campesinos, El Ancora, Bogotá 1985, página 33.7.- Entrevista con Miguel Uribe Londoño en 1973, publicada por La Prensa, Bogotá 01-12-91.8.- Jorge Andrade Barriga: Emergencia del 9 de Abril de 1948 en Bogotá. Revista de la Cruz Roja, 01- 1949.

9.- Jorge Andrade B: op cit.10.- Acta 895 del 05-05-48.11.- H. Braun: op. cit. Página 314.12.- H. Braun. Op. cit. Página 316, nota 55.13.- Braun: op cit. Página 313.14.- Arturo Abella, Así fue el 9 de Abril. Páginas 33 a 36. Y Gonzalo Canal Ramírez: 9 de abril de 1948, citados por Braun, op.cit. Página 255.

15.- Arturo Alape: El Bogotazo. Planeta, Bogotá, 1987. Página 256.16.- Relato de monseñor Arturo Franco en H. Braun: op. cit. Página 266.17.- H. Braun: op. cit. Página 26518.- El Tiempo. Reportaje con el señor Augusto Merchan. 05-05-4819.- El Tiempo; Declaraciones del presidente de la Cruz Roja. 05-05-4820: Merchán: ut supra.21.- Rafael Azula Barrera: De la revolución al orden nuevo. Página 354. Citado por H. Braun. Op. cit. Página 280

22.- H. Braun. Op. cit. Página 313-314.23.- Roberto Liévano: entrevista con el autor.24.- Paul Oquist:Violencia, Conflicto y Política de Bogotá. Banco Popular, 1978.25.- H. Braun. Op. cit. Página 317. Nota 59.26.- Hernando Tellez: Biografía de una Revolución. Semana. Reproducida por Magazin Dominical, 08-04-78.

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Una actuación destacada.

…hizo uso de la palabra el Señor Ministro de Higiene para reiterar el agra-decimiento y el aplauso del Gobierno Nacional para la Cruz Roja por su mara-villosa actuación, los que ya ha hecho públicos por medio de la radio. Se refirió en los más encomiásticos términos a las actuaciones del Presidente, doctor Jorge Andrade; de la Enfermera Jefe, señorita Beatriz Restrepo; de la Directora de la Escuela de Enfermeras, señorita Blanca Martí, y de todo el personal de funcio-narios, médicos, enfermeras y empleados de la institución que desde el primer momento estuvieron en sus puestos de servicio, con peligro muchas veces de sus propias vidas. Nunca tantos debieron tanto a tan pocos, dijo parafraseando un discurso de Mr Winston Churchill y terminó prometiendo presentar a la con-sideración del Consejo de Ministros un decreto para dotar a la Cruz Roja de los recursos suficientes para llevar a cabo su viejo plan de organizar un Departa-mento de Socorro para casos de calamidades públicas. El señor Jaime González Ortiz expresó su opinión de que la destacada labor del señor Presidente y de todo el personal que con él ha colaborado, exige que la Cruz Roja, por medio de un acuerdo, otorgue sus más altas distinciones a quienes tan bien han sabido colo-carse a la altura de las circunstancias. El doctor Cavelier manifestó que ha visto con extremada complacencia la organización dada por la Cruz Roja a sus activi-dades en esta emergencia y que todos los elogios son pocos, en su concepto, para exaltar la manera como ha cumplido su misión y que por esta razón adhiere y secunda la proposición del señor González Ortiz. (…) A propuesta de la Presi-dencia el comité acordó conceder al chofer del puesto de socorro, Patricio Puerto, una remuneración extraordinaria como reconocimiento especial por su conducta en esta emergencia durante la cual atendió por más de una semana, de día y de noche, de manera continua, los servicios de ambulancia del puesto de socorro, sin aceptar que se le relevara. El señor Presidente se refirió de manera especial a la cooperación generosísima de la Cruz Roja Americana, que no solamente envió a Bogotá a dos de sus expertos en materia de socorro, sino que hizo llegar con grande oportunidad valiosos elementos para la atención de heridos y enfermos y concedió un auxilio de us.$ 50.000. El Comité, por unanimidad, dejó constancia de su reconocimiento para con la Cruz Roja Americana.

( Del acta No 895 de la Reunión del Comité Central de la Cruz Roja Nacional, el 5 de mayo de 1948.)

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GALERÍA

Francisco José Urrutia. Presidente Titular entre 1943 y 1945. Estudios de Bachillerato y e Ciencias Políticas en Quito a donde había llegado su familia desde Popayán, exiliada después de la guerra de 1876.Editó en 1903, en Quito, el periódico El Colombiano para defender los derechos de colombia sobre PanamáViceministro de Relaciones Exteriores en 1906.Canciller de Colombia en 1908.En 1913 asumió por segunda vez la cancillería.Firmó el tratado Urrutia Thompson con estados Unidos en 1914, que puso fin al conflicto con motivo de la pérdida de Panamá.Miembro de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores.Representante de la Cruz Roja ante el Comité Internacional.Murió en Bogotá el 7 de agosto de 1950

Jorge Andrade BarrigaPresidente Titular entre 1947 y 1949.Médico Pediatra de la Universidad Nacional en 1922.Director del Centro de Acción Social Infantil y de la Escuela de Enfermeras del Ejército.Desde 1924 se vinculó a la Cruz Roja Colombiana y en el Comité Central desempeñó funciones directivas. Colaboró en la apertura de salacunas, consulto-rios, puestos de socorro, centros de protección infantil, refugios y restaurantes maternales. Dirigió el grupo de Enfermeras Visitadoras y más tarde la Escuela de Enfermeras de la Cruz Roja.Tras los sucesos trágicos del 9 de abril creó el Socorro Nacional, del cual fue director durante varios lustros. Fue condecorado por Cuba, Ecuador, Chile, Panamá, Uruguay, Colombia y Guatemala.Murió en Bogotá el 17 de febrero de 1964.

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La violencia del medio siglo

Habían pasado solamente dos semanas después de la posesión presidencial de Guillermo León Valencia, cuando los hechos de violencia impusieron y determinaron la agenda del gobierno. Así lo sintieron los senadores que escucharon la exposición del Ministro de Guerra, General Alberto Ruiz Novoa, en la sesión del 22 de agosto de 1962.

No era para menos. El Frente Nacional, pactado por el liberalismo y el conservatismo para quitarle combustible al incendio de la violencia, había logrado alguna disminución de su fuerza destructora, pero en este segundo gobierno del pacto liberal-conservador aún se mantenía viva la hoguera de los odios. Al asumir su cargo, el presidente Valencia era consciente de que si la suya iba a ser una tarea de paz, como lo había afirmado en su discurso de posesión, había una realidad nacional que debía cambiarse. Sólo entre 1948 y 1953 se habían sepultado más de 153 mil víctimas de la violencia y no había razones para pensar que las raíces de ese mal hubieran sido arrancadas.

Después del 9 de abril de 1948, la violencia, que había tenido su más dramática expre-sión en el estallido que siguió al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, pareció romper todos los diques, especialmente en el campo: ser liberal en una población de mayoría conser-vadora, obligaba a buscar refugio en otra parte, en donde esa misma historia se repetía para los conservadores. Veredas y regiones se uniformaron de azul o de rojo, después de un sangriento proceso de asesinatos, incendios de casas y sembrados, de trapiches e instalaciones industriales, robos de ganados y cosechas que provocaron desplazamientos hacia lugares habitados y dominados por correligionarios políticos. Hacia fines de 1952, cuatro años después del “bogotazo,” había guerrillas liberales en Yacopí y La Palma, (Cun-dinamarca) en el suroeste antioqueño, en Santander, en el sur del Tolima, en la región de Sumapaz y en los Llanos. (1)

Al comenzar el gobierno de Guillermo León Valencia ya se estaban multiplicando las bandas de campesinos armados que en 1964 llegaron a ser más de cien en todo el país(2)

Esos datos estaban consignados con meticulosidad notarial en el despacho del ministro de Guerra quien, al comenzar su intervención en el salón elíptico, señaló la más notoria de las causas: la influencia de los políticos regionales. El Frente Nacional había logrado apaciguar a los líderes nacionales de los dos partidos, pero no a los de provincia. “Quisiera solicitar una declaración con nombre propio, en la que se condene a los bandoleros,” dijo, como quien reclama una solución de vida o muerte. Desde 1948 los chulavitas en Boyacá, los “penca ancha” en las sabanas de Sucre, “los aplanchadores” en Antioquia y “los pájaros”

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en el Valle y en Caldas se habían movilizado por razones políticas para la aniquilación de sus contrarios; éstos, a su vez, en parte como autodefensas, en parte por pundonor político, habían entrado en el mortal juego.

Antes del Frente Nacional, en los altos niveles de la política, se habían escuchado consignas como la del jefe liberal Carlos Lleras Restrepo: “las relaciones entre liberales y conserva-dores, rotas ya en el orden público, deben estarlo igualmente en el orden privado.” (3) En 1949, cuando se puso en marcha la guerrilla en los Llanos, los guerrilleros tomaron sus armas en nombre de su partido político, lo mismo que “Sangrenegra,” “Desquite,” “Chispas,” o Efraín González que hacían sus guerras particulares en nombre y bajo la presunta aceptación de los partidos o de la religión.

Implacable, el general ministro de Guerra, denunció enseguida la causa económica de la violencia que, en aquel momento, circunscribió a la explotación de fincas y haciendas cuy-os propietarios habían sido ahuyentados por los violentos; pero fue un factor económico de mayor incidencia, la migración forzosa de más de dos millones de personas en aquellos años, con la consiguiente inactividad de sus tierras. Por eso el ministro Ruiz Novoa proponía el control de la compraventa de la finca raíz.

Estrechamente ligada a las causas económicas estaba la situación social del país. Aunque el problema de la violencia se había mirado por unos – los más influyentes- como un asunto de orden público que demandaba medidas de orden, aquél día en el senado el ministro de Guerra les mostró la violencia como una consecuencia del desórden social: desempleo,

Alfonso Quijano: La cosecha de los violentos.

Se habló de 300.000 muertos

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insuficiente aparato educativo y de rehabilitacion, despro-tección de los campesinos. Coincidían las zonas de mayor desempleo y desprotección del campesinado con las que, en los mapas del Estado Mayor, se señalaban en rojo como de “violencia endémica.” (4)

Agregó aún otra causa: la debilidad del Estado, un tema que había aparecido en el mismo recinto, sin mayores con-secuencias, cuando el senador Alvaro de Angulo describió unos organismos estatales que, en vez de reprimir, se de-jaban manipular por los autores de las masacres. “Algunos bandoleros, decía, recibieron del gobierno dineros y pro-tección para que cesaran en sus fechorías, se movían libre-mente por los caminos estratégicos de la cordillera central, recibían suministros y usaban la infraestructura del país sin que nada ni nadie pudiera impedirlo. “Y agregaba: “No tiene sentido construir carreteras y puestos de salud si sólo van a servir para conducir cadáveres y curar heridos, ya que ningún desplazado ha podido regresar hasta hoy a su vereda, porque los bandoleros aseguran que la rehabilitación es para ellos.” (5)

A la vista de esta debilidad extrema del aparato estatal el ministro Ruiz Novoa propuso un impuesto especial para financiar la lucha contra la violencia.

Pero esto no era todo. El ministro llamó la atención de los congresistas sobre la pasividad de la opinión pública frente a la situación de violencia. Según él, esa era una forma de conformidad con los 300 mil muertos de todo el período “ que colocados uno junto a otro llenarían el camino de la Plaza de Bolívar hasta el Puente de Boyacá.” Contrastaba la pasividad ciudadana frente a este hecho, con las dinámi-cas campañas de contratación de hombres para la guerra, a razón de mil pesos mensuales, por los jefes guerrilleros. (6)

La violencia avanzaba velozmente por el Quindío, el Valle y Antioquia y el gobierno, casi desde su impotencia, había propuesto la creación de autodefensas campesinas, unas brigadas de trabajadores del campo, encargadas de defender vidas y haciendas. También se propusieron en el congreso la implantación de la pena de muerte y la legitimación de una cacería de guerrilleros. Se leía en la propuesta

Comité Central en 1956:

Presidente:Jorge Bejarano.Vicepresidente:Helena Holguín de Urrutia.Vicepresidente 2º: Calixto Torres Umaña.Secretario: Roberto Michelsen.Intendente General:Augusto Merchán.Director Técnico y del Socorro: Jorge Andrade.

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correspondiente que a quien diera muerte a bandoleros, se le favorecería con la presun-ción de una legítima defensa. A esta situación se había llegado dentro del desarrollo de un proceso iniciado después del 9 de abril cuando, como eco de la insurrección popular en Bogotá, aparecieron en provincia los gobiernos populares, las juntas revolucionarias y, a su sombra, las milicias campesinas. Los congresistas, -algunos de ellos protagonistas de esos episodios- los recordaron cuando el ministro Ruiz Novoa señaló otro de los agra-vantes de la situación: había una generación de campesinos que no había conocido desde su infancia, otra historia que la insurgencia armada. Para ellos la cuadrilla era un modo de vida y un recurso azaroso para sobrevivir. El guerrillero, en el imaginario de las gentes del campo, había adquirido un halo de héroe legendario, que le permitía contar con el silencio y con la ayuda de los campesinos, o para borrar sus huellas, o para esconderse de las autoridades, o para suministrarles armas, alimentos, medicinas e información y hasta para mantener fondos de cooperacion. En una vereda del norte del Huila un lider guerrillero impuso a los notables de la región cuotas en efectivo que iban desde los $5.oo hasta los $500.oo. (7)

Para la Cruz Roja, el período que siguió al nueve de abril también estuvo señalado por los cambios y por actividades que rompieron con algunas prácticas del pasado. La destacada actuación durante los hechos del 9 de abril le mereció aplausos y felicitaciones, pero arrojó sobre la institución nuevas responsabilidades, nacidas de la crítica situación que describiría el ministro Ruiz Novoa.

El estallido social del 9 de abril había dejado al descubierto la debilidad del aparato estatal para proteger los bienes y la vida de los ciudadanos en casos de catástrofe, fuera de orden natural o social; por esa razón, porque había llenado un vacío y respondido a una necesidad, la actividad de la Cruz Roja había sido aplaudida como oportuna y eficaz. Los voluntarios habían ido en auxilio de los heridos a las calles; había creado el servicio a domicilio para los que habían logrado llegar o habían sido trasladados a sus casas, y para los que no encontraban cama en hospitales y clínicas; recogió y reconoció cadáveres; con las alumnas de Trabajo Social hizo listados detallados de víctimas; llevó un inventario de toda clase de necesidades, se convirtió en el vehículo más confiable para las donaciones, se multiplicó para entregar ayudas en la Perseverancia y Los Cerros, en Egipto, en Belén, en El Guavio, tareas en las que contó con un ejército de buena voluntad integrado por las enfermeras y estudiantes de la Escuela de Enfermería, voluntarios, médicos, estudiantes de medicina, que en un escenario de odios y de guerra, pusieron la nota humanizadora de la solidaridad sin barreras.

Pero al examinar desde dentro el conjunto de operaciones que se habían llevado a cabo, fue evidente que habían sido de carácter reactivo, impuestas por los acontecimientos, y que se necesitaba un reforzamiento de lo preventivo para mitigar e intervenir no sólo en los efectos, sino en las causas del sufrimiento colectivo. La institución había hecho todo lo que estaba a su alcance, fue un ejemplo para otras instituciones, pero si quería mantener

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ese liderazgo, debía prepararse para hacer mucho más. Es la coyuntura que apareció cuando, con la firma del presi-dente Mariano Ospina Pérez, se promulgó la Ley 49 del 22 de noviembre de 1948, que creó el Socorro Nacional.

Se disponía en esa ley que “la sociedad Nacional de la Cruz Roja Colombiana, en acuerdo con los ministros de Guerra y de Higiene, y con la ayuda y cooperación de ellos, establecerá y coordinará una organización de socorros para siniestros, que se denominará “Socorro Nacional en caso de calamidad pública,” el cual tendrá a su cargo en todo mo-mento y en cualquier lugar del país, el auxilio de las vícti-mas de emergencias.”

En los decretos reglamentarios, el primero de ellos el 4231 de diciembre de 1948, se señaló la autonomía de la Cruz Roja para cumplir ese mandato legal “ por ser la única en-tidad imparcial y neutral.” En sus 33 años de vida institu-cional, la Cruz Roja había llegado a ser identificada como la entidad que se hacía presente en catástrofes naturales como las inundaciones y terremotos, en accidentes como el incendio de Manizales en 1925, o la catástrofe del Campo de Santa Ana en 1938, cuando un avión se precipitó sobre la muchedumbre que contemplaba un espectáculo de acro-bacias aéreas; también había estado presente, paliando los efectos de la catástrofe social de la pobreza y la miseria, a través de numerosas e imaginativas actividades, de modo que cuando se la convirtió “en una especie de concesionaria del servicio público de protección y amparo de todas las per-sonas residentes en Colombia cuando fueran víctimas de calamidades y catástrofes,” (8) se sancionó mediante ley un hecho cumplido por la institución en obediencia a sus pro-pios estatutos. Por esta ley El Socorro Nacional se convirtió “ en parte integrante de la Sociedad Nacional de la Cruz Roja Colombiana; tiene la misma naturaleza que esta, de la cual formaba parte, como una de sus funciones esenciales.” (9)

En 1951, un delegado de la Liga de Naciones de la Cruz Roja, Fred Sigerist, visitó a Colombia y manifestó su sor-presa y admiración ante las actividades que ya para enton-ces adelantaba el Socorro Nacional. Para él fue “una feliz

Alejandro Obregon

¨Violencia¨. Imagen simbólica

de un periodo de crueldad

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sorpresa” el funcionamiento de este servicio porque era “en virtud de una ley que regula y deslinda las relaciones de cooperación entre el gobierno y la Cruz Roja.” (...) “Son relativamente pocas las sociedades que están tan adelante en el camino de la modernización,” dijo ante el Comité Cen-tral reunido el 31 de enero de 1951. Consideró, además, que el Socorro Nacional debería conocerse continentalmente y por esto pidió una presentación en la conferencia Ameri-cana de la Cruz Roja que se celebraría en México en octubre de ese año. (10)

Pero la actividad que la ley 49 le estaba reclamando a la Cruz Roja, aparecía sutilmente insinuada en dos calificativos del texto legal que destacaban su condición de “ entidad im-parcial y neutral,” obviamente innecesarias para su tarea de ayuda en las catástrofes naturales, pero indispensable para socorrer a las víctimas de la catástrofe social de la violencia. Las objeciones que pudieron disuadir a la institución de in-tervenir en un conflicto de tan acentuado carácter político, que había dividido a la sociedad colombiana de modo tan radical, desaparecieron con lentitud y en la medida en que se entendió que el conflicto interno colombiano tenía todas las características de una guerra cruel que producía víctimas todos los días, no en la capital, pero sí entre la población campesina del país. Por tanto, se le imponía a la Cruz Roja un intenso esfuerzo descentralizador. Se vió con claridad, además, que su principio de neutralidad la habilitaba para intervenir por encima de toda sospecha de partidismos; y se entendió fácilmente que si no era la Cruz Roja, no eran muchas las instituciones que podían acudir en socorro de las víctimas. Fue el caso de los niños de Villarrica.

Al hablar de la guerra de Villarrica se entendía una ex-tensa región campesina que abarcaba parte del Sumapaz, a Cunday, a Pandi, a Icononozo, a Viotá, a Cabrera, a Prado, a Natagaima, a Dolores y, naturalmente, a Villarrica, el lugar en donde se concentraron antiguos guerrilleros liberales y de influencia comunista que en 1953 decidieron organizarse como guerrilla para recuperar sus tierras, para defender sus vidas y en contra del gobierno. Al declarar ilegal al Partido Comunista el presidente Gustavo Rojas Pinilla emprendió

La seccional de Cali y la explosión del 7 de agosto.

En jornada contínua, desde el mismo 7 de agosto, el personal de la Cruz Roja atendió a los cientos de heridos que dejhó la explosión.Se levantó un censo de damnificados y de necesidades y se distribuyeron las ayudas de que disponía la Institución.La Cruz Roja se ubicó en el Coliseo El Pueblo. Para atender damnificados.El puesto de Barrio Fátima fue abierto pocos días después de la tragedia. Allí se atendieron y curaron personas damnificadas: un médico y una enfer-mera fueron los encargados; las drogas se obtuvieron a crédito en las farmacias de la ciudad.

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una acción militar de vastas proporciones para exterminar el movimiento guerrillero, bajo la consigna de que había que perseguir a todo hombre sospechoso de pertenecer a la guerrilla. El 8 de junio de 1955 sería recordado por los campésinos como el peor momento de su resistencia con-tra el aparato militar; ese día el ejército inició la toma de Villarrica y se inició el éxodo de 30 mil personas entre ni-ños, mujeres y hombres, mientras la infantería por tierra, y la fuerza aérea con aviones y bombas los perseguían. (11)

Algunas de esas familias encontraron, finalmente, un refugio en el campamento de la Cruz Roja en Fusagasugá; una Sala Cuna en la carretera a Melgar y una concentración en el Boquerón. La institución había asumido la atención de los niños desplazados de las regiones de Villarrica, Cun-dinamarca y Tolima y había abierto una colecta, que el 10 de agosto de 1955 sumaba $57.499,05

En Bogotá el Socorro Nacional distribuyó auxilios e inició el censo de los niños llegados al Amparo de Niños, las Gran-jas del padre Luna y La Ciudad del Niño. A través de los relatos hechos por los niños y por algunos de sus familiares, las comisiones de la Cruz Roja conocieron las lamentables condiciones de los campesinos en las zonas de violencia. Muchas familias habían pasado hasta 16 días sin comer. Su único alimento durante su fuga por la selva había sido agua cocinada con sal. Decenas de niños habían muerto por hambre o por enfermedades, o víctimas de los bombardeos. Según el relato de un campesino, morían 20 niños al día. (12) Para los adultos, a la amenaza del hambre, se agregaba la del paludismo que hizo numerosas víctimas. Ante estos relatos, la Cruz Roja solicitó del Comando Superior y de los gobernadores las autorizaciones y la coordinación necesar-ias para operar en esas zonas. Desde el aire se informó a la población la presencia de los grupos de socorro, a través de volantes con el símbolo de la Cruz Roja, que se arrojaron desde los aviones.

Las comisiones de enfermeras y médicos, con la ayuda del ejército, viajaron hasta la extensa zona con auxilios y equi-pos de socorro.

A través de los relatos hechos por los niños y por algunos de sus familiares, las comisiones de la Cruz Roja cono-cieron las lamentables condiciones de los campesinos en las zonas de violencia. Muchas familias habían pasado hasta 16 días sin comer.

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En el informe anexado al acta del 10 de agosto de 1955, el Socorro Nacional informó haber invertido en esas operaciones un total de $ 33.305,40. (13)

Estas actividades habían sido objeto de manifestaciones de simpatia en el Palacio Presi-dencial por parte de doña María Eugenia Rojas de Moreno, hija del General- Presidente y directora del Servicio Nacional de Asistencia Social, Sendas. El Palacio Presidencial había convocado a todas las entidades públicas y privadas que ocupaban de actividades de pro-tección social para que participaran en un seminario. Consultado el Comité Central, aprobó la participación de la institución en la persona de su presidente, el profesor Jorge Bejarano, quien expuso en el evento la historia, las iniciativas y los servicios de la Cruz Roja, con una positiva reacción de simpatía por parte de la señora Rojas de Moreno.

El presidente Rojas ya había gobernado durante dos años. Merced a un golpe de Estado, el 13 de junio de 1953 había llegado al poder y, cinco días después, había recibido su legiti-mación en un discutido Acto Legislativo de la Asamblea Nacional Constituyente (ANAC) que lo reconocía como presidente hasta el final del periódo del presidente Laureano Gómez, el 7 de agosto de 1954. Sin embargo, la misma Asamblea, el 3 de agosto de 1954, votó su reelección en el período siguiente, hasta 1958.

Cuando el presidente de la Cruz Roja concurrió a la reunión convocada por la directora de Sendas en el Palacio Presidencial, el presidente Rojas estaba a punto e iniciar el segundo año de su segundo mandato, en medio de nubes de tormenta.

Un año antes, en junio de 1954, dos manifestaciones de estudiantes opositores habían sido disueltas con disparos y con un saldo de 9 muertos en las dos jornadas. Al mismo tiempo había aumentado la desconfianza para con un régimen que echaba mano de recur-sos dictatoriales como la censura de prensa que en ese año de 1955 se aplicó con todo vigor hasta ordenar el cierre del diario El Tiempo, la suspensión de circulación de las revistas internacionales Time y Visión y la creación de una Empresa Nacional de Publicaciones.

La amnistía decretada para los guerrilleros del Llano, la visita del presidente Rojas a los llaneros en enero de 1955, acogida con aplausos y fiestas, fue apenas un paréntesis que se cerró dos meses después cuando Villarrica, señalada como zona de operaciones militares, se convirtió en el escenario de la resistencia y de la agonía del campesinado de una extensa región. La ayuda a las víctimas de esa operación era la que el presidente de la Cruz Roja había expuesto en el seminario promovido por Sendas.

El año anterior, la hija del presidente Rojas, atraída por el triunfo político del general Juan Domingo Perón y de su esposa Evita, había viajado a Buenos Aires.Allí había asistido, como a una revelación, al espectáculo del nacimiento de un poderoso movimiento popu-lar a partir de las obras sociales de Evita.

La creación de Sendas, en relación con ese viaje, las obvias semejanzas de lo que sucedía en Argentina con lo que se vivía en Colombia, el derroche publicitario alrededor de la señora Rojas de Moreno, la pretensión de liderar todas las actividades sociales, hacían pensar que para las obras benéficas del país comenzaba un período difícil.

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Si el presidente jorge Bejarano lo pensó así, no lo dijo en la reunión del Comité Central del 8 de junio, pero lo recordaría un año después, cuando el gobierno nacional creó la Junta pro damnificados de Cali, mediante un decreto ley, el 1893 del 10 de agosto de 1956, que excluía a la Cruz Roja y, de paso, desconocía la ley 49 de 1948 que creaba el Socorro Nacional. A la entidad designada por la ley para “tomar a su cargo, en todo momento y en cualquier lugar del país, el auxilio de las víctimas de emergencias,” quedaba reducida en el decreto ley a la tarea de “ recibir donaciones y de consignarlas en el Banco de la República a la orden de la nueva junta.” (14) En esa Junta las órdenes las daba la directora de Sendas y todas las ayudas para los damnificados por la explosión de los camiones a órdenes de los militares en Cali, las entregaría el gobierno, principal sindicado por la catástrofe.

Seis camiones, cargados con 42 toneladas de explosivos, habían llegado de Buenaven-tura a las 12.20 de la mañana del 7 de agosto. Eran vehículos de carga de una empresa par-ticular a la que se había obligado, con orden militar, a transportar el peligroso cargamento. En cada camión viajaban tres soldados armados, que velaron por la seguridad del convoy hasta llegar a la calle 25 entre carreras 1ª y 3ª, antigua estación del Ferrocarril del Pacífico, frente al polvorín san Jorge de la Tercera Brigada. Allí quedaron estacionados durante los 40 minutos siguientes, porque a la una de la mañana una gigantesca explosión hizo desa-parecer 36 manzanas, mató a más de 1500 personas y dejó heridas a cerca de tres mil.

Entre la oscuridad y a la luz de los mechones y de las lámparas de mano comenzaron los primeros operativos de rescate. El gobernador del Valle, el general Alberto Ruiz Are-nas, a las 3 de la mañana, ante el espectáculo atroz, pidió la ayuda de la Cruz Roja Co-lombiana en una llamada que despertó, en su residencia al presidente de la institución, Jorge Bejarano. A esa llamada siguió la del ministro de Comunicaciones, el general Gus-tavo Berrío Muñoz. Cuando esta se produjo, ya estaban en movimiento las comisiones de auxilio y habían sido alertadas las Cruces Rojas de Estados Unidos, de Ecuador, de Perú, de Venezuela y de Costa Rica. Los aviones con ayuda sólo pudieron aterrizar en la tarde del día siete porque en la mañana la espesa columna de humo que cubrió a Cali impidió las operaciones aereas. Al amanecer, estupefactos e incrédulos, los caleños encontraron

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que en vez del sector densamente poblado, se abría ante sus ojos, como una gigantesca fosa común, un enorme crater de 20 metros de profundidad por 50 de diámetro. Todo, con-strucciones, árboles, torres, gente, todo había desaparecido.

Desde Melgar, en donde descansaba, el presidente Rojas se dirigió al general gobernador del Valle con un mensaje en el que relacionó la catástrofe con las acciones de la oposición que “sólo desea retornar a las peores épocas de la historia.”

Fue aún más explícito al día siguiente cuando, desde Cali, acusó al frente constituido por liberales y conservadores, de sabotaje y de inducir al crimen a personas violentas.

Cuatro días antes, el tres de agosto, se había conocido en el país el acuerdo de Benidorm, firmado por Laureano Gómez y por Alberto Lleras, en que los dos partidos tradi-cionales formaban un frente común para combatir al gobier-no militar del general Rojas. El diario oficialista, Diario de Colombia, agregó a las insinuaciones presidenciales, la in-terpretación explícita: la explosión coincidía con la ofensiva iniciada en Benidorm el tres de agosto.

El director del Partido Liberal, Alberto Lleras, el mismo día 8 de agosto respondió a la acusación: “ Vuestra Excelen-cia ha pretendido asociar las causas de la tragedia, hasta hoy desconocidas, con un acto político mío.(...)Vuestra Excelencia es, por obra del Estado de Sitio, quien dispone de todos los poderes(...)Al acusarme sabe, pues, que falla y condena. Pero Vuestra Excelencia tiene la obligación (...) de demostrar que sus palabras no son temerarias.”

El Comité de Acción Conservadora, a su vez, respondió en una declaración pública: “lo que es una lección de decoro colectivo no puede presentarse como maquinarias del crimen (...) Explotar la tragedia para disimular el abuso no es acto de gobierno sino empresa de persecución y de odio.” (15)

La polémica desvió la atención que inicialmente se había concentrado en el ejército y en el gobierno militar, como responsables de la tragedia por negligencia. Al mismo tiem-po el propio gobierno a través de Sendas, apareció como el generoso protector de las víctimas. La televisión llevó a los hogares la imagen de un interminable desfile de donantes que entregaban a Sendas su ayuda para las víctimas.

el propio gobierno a través de Sendas, apareció como el generoso protector de las víctimas. La televisión llevó a los hogares la imagen de un interminable desfile de donantes que entregaban a Sendas su ayuda para las víctimas.La exclusión de la Cruz Roja, de la Junta Nacional pro Damnificados de Cali era políticamente explicable aunque sin justificación válida.

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La exclusión de la Cruz Roja, de la Junta Nacional pro Damnificados de Cali era política-mente explicable aunque sin justificación válida. En la sesión extraordinaria que el presi-dente Bejarano convocó una semana después de la tragedia, estuvieron presentes los min-istros de Salud, Gabriel Velásquez Palau y de Educación, Gabriel Betancur Mejía quienes intentaron convencer al Comité sobre el apresuramiento con que se había redactado el decreto 1893 y que explicaba la omisión. Se trataba, dijo el ministro Betancur, de canalizar “ las muy numerosas donaciones que en todo el país estaban haciéndose para los damnifi-cados de manera de impedir posibles pérdidas y al mismo tiempo canalizar la adquisición de elementos.”

Las explicaciones, dijo el presidente Bejarano, “ nos tranquilizan en parte respecto a los móviles del decreto 1893 pero, por el momento existe la sensación de que el gobierno na-cional ha dejado de lado la Cruz Roja (...) y ha desconocido la significación de la ley 49 de 1948.(...) Sensación que parece confirmar la falta de todo apoyo oficial a esta institución, que se ha observado en los últimos tiempos en que le han sido retiradas las exenciones de que disfrutaba para sus importaciones y hasta las franquicias postal y telegráfica.” (16)

Mientras tanto en Cali la Cruz Roja seccional, acompañada por las organizaciones veci-nas y de otros países seguía desplegando su actividad de costumbre. Adelantaba el censo de damnificados y de sus necesidades, que es un trabajo exigente y de orden que se impone dentro de la agitación y nerviosismo que siguen a las grandes catástrofes; se entregaban los auxilios de que disponía la institución, limitada para comprar y para sostener sus comisiones por las mismas condiciones impuestas por el gobierno. Se mantenía, sin embargo, la aten-ción a los heridos y la ayuda a las víctimas en la búsqueda de los desaparecidos. Desde la madrugada del siete, coordinadas por la seccional de Cali, las comisiones de la Cruz Roja se habían mantenido activas y ajenas a la tempestad política que crecía alrededor del triste episodio.

Dos meses después, el 10 de octubre, un nuevo hecho reveló que en la exclusión de la Cruz Roja de la Junta pro damnificados de Cali había algo más que la redacción apresu-rada de un decreto. A la reunión del Comité Central del 10 de octubre habían acudido los representantes del gobierno, o miembros natos del Comité, para participar en la elección de dignatarios de la institución para el período 1956-1958. Uno de ellos, el representante del ministro de Trabajo, señor John Agudelo Ríos, pidió que se leyeran los artículos de los estatutos relativos a elecciones. Leído el artículo 46, el mismo vocero pidió que se verificara la aplicación del artículo 43 que hace perder su derecho a voto a quien hubiera acumulado 5 ausencias sin excusa escrita, a las sesiones ordinarias. Se examinaron las actas correspondientes y se hizo un receso para deliberar sobre la elección. Después del receso, fue el vocero de la ministra de Educación, Fabio Vásquez, quien alegó insufici-ente información sobre candidatos, para pedir un aplazamiento de la elección. La pro- puesta fue sometida a votación y negada por 11 votos contra los 8 de los representantes del gobierno. En un nuevo receso para estudiar la situación, el mismo señor Vásquez con-cluyó, junto con los demás miembros natos, que no sabían por quién votar y que, en consecuencia,

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procedían a retirarse. Los trece miembros restantes del Comité, al integrar un quorum reglamentario, procedieron a la votación, que se hizo a sabiendas de la objeción del gobi-erno a la reelección del profesor Jorge Bejarano. Según el testimonio rendido ante el Co-mité por la señora de Hoffman, miembro del Comité y quien venía de Cali, “ allí había sen-tido la presión del gobierno contra la Cruz Roja y que como a ella le interesaba, en primer término, el progreso de la institución, consideraba un error votar contra el deseo del gobierno.”

Los 10 votos con que entonces fue designado el profesor Bejarano como presidente, sentaron un claro precedente de independencia frente a las presiones oficiales. Así lo dejó consignado el propio profesor Bejarano cuando, al aceptar el nuevo período de presiden-cia, manifestó: “ que él había renunciado a su reelección, pero que además de no tener intención de dejar que prevaleciera la funesta tesis de eliminar sin motivo a quienes traba-jaban desinteresadamente por el bienestar de la comunidad, tampoco podía permitir que sobre su nombre cayera la sombra de la más leve sospecha. La Cruz Roja, especialmente su autorizado y único vocero que es el Comité Central, con la autonomía e independencia de que ha disfrutado desde su creación, elige a quien juzga y califica como digno de ese título. Mi modesto nombre no ha de prestarse en este caso para que se menoscabe su honra y con él el de la institución que he presidido tántas veces.”(17)

Notas:1.- Gonzalo Sánchez: Banodleros, gamonales y Campesinos. El Ancora, Bogotá, 1985. Página 38-39.2.- Sánchez: op.cit. página 42.3.- Carlos Lleras Restrepo, De la República a la dictadura. Argra, Bogotá. 1955. Página 212.4.- Mensaje Presidencial de 1958. Anales del Congreso, 24-07-58. P.375.- Anales del Congreso, 02-06-59. Página 1502. Citado por Sánchez, op.cit. P. 198.6.- anales del Congreso. 07-03-61.7.- Germán Guzmán. La Violencia en Colombia. Ediciones Progreso. Cali 1968. Página 648.- Diego Llinás Pimienta: Memorando para Carlos Martínez Sáens, Director Nacional del Socorro Nacional. 09-07-87. Página 4. 9.- Llinás Pimienta. Doc. Cit. 10.- acta 939 del Comité Central, 31-01-51.11.- Cf La Crónica de Villarrica. Jacques Aprile Gniset. Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos. Bogotá, 1991. 12.- Jacques Aprile Gniset: op. cit. Pág. 95. 13.- Acta 1014 del Comité Central de 10-08-55. (Adición.)14.- Acta 1032 del Comité Central del 13-08-5615.- Alberto Lleras Camargo: De la Dictadura al Frente Nacional. Fundación de la Educación y el Trabajo Social. Bogotá, 1990. Páginas 74 y 76. 16.- Acta 1032 del Comité Central del 13-08-56- 17.- Acta 1034 del Comité Central del 10-10-56-

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Entrega de armas en los Llanos.

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Jorge Bejarano:Presidente Titular de la Cruz Roja durante once períodos, así:

1933, 1935, 1939, 1941, 1945, 1949, 1951, 1953, 1956, 1958 y 1960.Médico de la Universidad Nacional en 1913, especializado en pediatría e higiene en París.

Primer Ministro de Salud cuando este ministerio fue creado en 1946.Creó el Refugio Maternal, el Dormitorio Nemesio Camacho, el Dispensario

Antituberculoso, el Socorro Nacional y construyó el edificio de la carrera séptima con calle 34.

Como Ministro creó el Instituto Nacional de Nutrición, abolió la fabricación de chicha e impuso el calzado a trabajadores y obreros en el país.

Presidió la Academia Nacional de Medicina.Murió en Bogotá el 4 de enero de 1966.

GALERÍA

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6.

Aludes en Medellín

La fotografía a tres columnas que publicó en su primera página El Colombiano el 14 de julio de 1954, muestra la linea blanca y sinuosa de la carretera de Medellín a Rionegro, que asciende por la falda de la montaña. El deslizamiento de tierra se ve como una cicatriz inmensa, que arranca desde arriba y se extiende hacia abajo, ancho en la base y curvado en la cima; ha borrado toda señal de vida en la ladera, se precipita sobre la carretera y amaga seguir hasta la quebrada Santa Elena, que se ve al fondo parecida a una lombriz de tierra. El editor de la foto le ha agregado información a lo que el reportero vió desde la avioneta de “Espada” al sobrevolar la zona: dos flechas negras muestran el lugar en donde se levantan dos casas; un punto blanco a la orilla de la quebrada, señala el lugar de otra casa y tres flechas negras convergentes, destacan el lugar en el que la avalancha se precipitó sobre la carretera y en donde se concentraron las operaciones de rescate.

El alud de tierra y piedras que cayó en ese lugar, a 7 kilómetros de Medellín, fue el co-mienzo de una catástrofe, el 12 de julio de 1954. Debían ser un poco más de las siete de la mañana cuando algo parecido a una enorme tajada de la montaña se desprendió y rodó falda abajo con un ruido como de cientos de reses desbocadas. Cuando dos horas después llegaron los bomberos, advertidos por la Secretaría de Gobierno, encontraron a los veci-nos de los barrios Echavarría y Las Estancias, que trataban de remover la tierra en busca de las personas que habían quedado sepultadas.

Los bomberos trabajaron sin parar hasta las cuatro de la tarde, hora en que se retiraron seguros de haber detenido el derrumbe; pero los voluntarios que removían la tierra siguieron en su empeño de encontrar lo que hubiera quedado de las viviendas y, si era el caso, los cuer-pos de las víctimas. Estos espontáneos socorristas fueron los que a las seis y 10 minutos de la tarde sintieron una explosión seguida de un bramido de la montaña antes de que 600 mil metros cúbicos de tierra se precipitaran sobre el mismo lugar del primer derrumbe. Bajo esa avalancha pereció la mayor parte de los que habían persistido en ayudar a las víctimas del desastre de la mañana.

Al reconstruir aquellos hechos el periodista de El Espectador, Gabriel García Márquez, se asombraba: “fue la más formidable y atolondrada explosión de espíritu público, una fabulosa manifestación de solidaridad social.” (1)

Los donantes de sangre coparon en una hora la capacidad de almacenamiento del Banco de Sangre, que se había abierto para atender a las víctimas y, según el dato publicado por la prensa y difundido por las emisoras, se habían dispuesto facilidades para atender 10 mil heridos, aunque sólo fue necesario prestar ayuda a 65.

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Todo fue desmesurado: a las 9 de la noche las noticias dieron cuenta de mil muertos, pero a las 10 y 30 la información radial se corrigió: eran 300.

La experiencia adquirida por la Cruz Roja el 9 de abril fue aplicada en este caso y ya a esa hora avanzaba un censo de las víctimas y damnificados, que serviría para planear acciones de ayuda y para distribuir recursos que fueran útiles, en la medida en que los voluntarios, médicos y enfermeras pudieran actuar ordenadamente y a cubierto del nerviosismo del ambiente. En el lugar de los deslizamientos se concentraron hasta dos mil personas que pretendían rescatar de entre los destrozos y las montañas de lodo y piedras dejadas por los dos derrumbes, los cadáveres de las víctimas. Sólo cuando los técnicos revisaron el lugar en las horas de la mañana, se dieron cuenta del inmenso peligro que esas dos mil personas habían corrido y de las enormes proporciones de la tragedia que estuvo a punto de ocur-rir y de agregarse a la del día anterior. Sobre las cabezas de esos desordenados voluntarios pendían 5000 metros cúbicos de montaña que casi llegaron a desprenderse. Finalmente se rescataron 74 cadáveres.

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La acción de la Cruz Roja en Antioquia se concentró en los sobrevivientes heridos y en los damnificados que todo lo habían perdido. En los días mismos de su fundación la Cruz Roja Antioqueña, con recursos menos que escasos, había tenido una de sus primeras actividades como institución, en un episodio similar que ocurrió el 18 de junio de 1927 en las horas de la mañana, cuando un poderoso desprendimiento de la montaña cubrió la fábrica de Rosellón en el municipio de Envigado, en donde perecieron y quedaron heridos tra-bajadores y gentes humildes del vecindario.

Estos aludes de catástrofe fueron siempre una amenaza para los más pobres en Antioquia. En su investigación periodísti-ca sobre los derrumbes de la Media Luna, Gabriel García Márquez concluyó que la tragedia habia comenzado a pre-pararse antes de que se abriera la carretera a Rionegro, “ cu-ando debió registrarse un primer deslizamiento de grandes proporciones. Desde entonces estaba agrietado el terreno, enteramente desarborizado y por las grietas se infiltraban las aguas de una acequia sin revestir.”

Ese mismo fenómeno de los deslizamientos lo encontró el periodista en Jericó, en donde los movimientos del ter-reno agrietaron las casas y la catedral, hasta imponer su de-molición, y en la zona de Guacas, en Heliconia, las construc-ciones estaban amenazadas por el hundimiento del suelo.

En 1949 la Cruz Roja de Antioquia entró en estado de alerta ante la amenaza de deslizamientos en Fredonia. Un grupo de la institución con médicos, enfermeras, drogas, camillas y equipos estuvo dispuesto y a la espera de las no-ticias de la gobernación; finalmente la emergencia no se dio pero una vez más fue evidente el riesgo que representa para los antioqueños la confluencia de la desarborización con la de las aguas no canalizadas que, infiltradas en el suelo, favorecen el deslizamiento sobre las rocas de grandes masas de tierra y piedra.

En las víctimas de estas catástrofes se pensaba en 1926 cuando la Junta Directiva de la Cruz Roja de Antioquia aprobó en sus estatutos que el objeto de la institución sería “ coadyuvar en tiempos de guerra a las necesidades sani-tarias del ejército, y en tiempos de paz acudir al socorro

En las víctimas de estas catástrofes se pensaba en 1926 cuando la Junta Directiva de la Cruz Roja de Antioquia aprobó en sus estatutos que el objeto de la institución sería “ coadyuvar en tiempos de guerra a las necesidades sanitarias del ejército, y en tiempos de paz acudir al socorro de desgracias o calamidades ocasionadas por siniestros.

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de desgracias o calamidades ocasionadas por siniestros (...) Ningún accidente, catástrofe, epidemia u obra humanitaria ha de considerarse extraña a la acción de la Sociedad.” (2) Y así sucedería en el futuro, fuera en Tumaco, Magangué o Bogotá. Para las damnificados que dejó en 1948 un incendio en Tumaco, la Cruz Roja Antioqueña envió un cargamento de drogas, alimentos y frazadas; las inundaciones del río Magdalena dejaron una numerosa población damnificada a la que prestó ayuda una Junta pro Damnificados de la gober-nación de Antioquia. La Cruz Roja hizo parte de esa junta y aportó su ayuda. Y con mo-tivo del “bogotazo” del nueve de abril de 1948, fueron varias las toneladas de ayuda que por vía aerea hizo llegar la Cruz Roja de Antioquia. El avión llevó elementos de curación, de abrigo y de alimentación en los que Antioquia, a través de la Cruz Roja, manifestó su solidaridad.

Los registros históricos de esta seccional consignan en especial dos momentos de ayuda que la sociedad antioqueña recuerda con agradecimiento. La caída de una parte del techo del Teatro Alcázar el 28 de enero de 1935, cuando se encontraba atestado de espectadores en la función de las 9.30 de la noche. La oportuna ayuda de la Cruz Roja para atender a los heridos no se limitó a la acción del momento. Desde entonces se promovió la idea de crear y mantener en el centro de la ciudad un puesto de socorro.

Las fotografías publicadas por los periódicos de la época, dan cuenta del pasmo y la confusión que creó, el 29 de junio de 1935, la tragedia ocurrida en el campo de aviación Las Playas de Medellín.

Después de una escala técnica el F 31 de la empresa SACO (Sociedad Aérea Colombiana) en que viajaba el actor y cantante argentino Carlos Gardel, se disponía a despegar cuando, recorridos 510 metros, chocó con el avión Manizales, de la empresa Scadta, que inexplica-blemente utilizaba la misma pista, según algunos testimonios; otros afirman que el avión estaba detenido a un costado de la pista. Las fotografías muestran, todavía humeantes, los restos dispersos de las dos naves: la cola del F 31 y un pedazo del ala derecha del Manizales, después del trágico choque. Unos cuantos bomberos intentan apagar el incen-dio en que perecieron 14 personas. Algunos de los cuerpos, cubiertos con sábanas blancas, aparecen en una nueva foto en la que se registra la aglomeración de bomberos, soldados y policías que mantienen a distancia a los curiosos.

La Cruz Roja había llegado en ayuda de los heridos para transportarlos a los hospitales. Sin embargo uno de ellos murió a causa de la gravedad de las quemaduras. Sobrevivieron 5 heridos.

En el avión de la SACO viajaban Gardel, el compositor Alfredo de la Pera, Henry Swartz, gerente en Colombia de la Universal Pictures, dos guitarristas que acompañaban a Gardel, el administrador del teatro Apolo de Barranquilla, Celedonio Palacios y Ernesto Samper Mendoza, fundador de SACO y asesor de la Cruz Roja Colombiana cuando se estudiaba la posibilidad de comprar un avión para la entidad. (3)

La Cruz Roja de Antioquia habia sido oficialmente creada el 7 de junio de 1926 en una sobria ceremonia que tuvo como escenario el consultorio del médico Gustavo Uribe

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Escobar, y como protagonistas u oficiantes a cuatro perso-nas: el médico pediatra Gustavo Uribe Escobar, quien a par-tir de ese momento y durante 11 años sería el presidente; los otros tres fueron don Guillermo Greiffenstein, quien actuó como vicepresidente; asumió como Secretario don Samuel A. Mesa y, en las difíciles tareas de la tesorería se compro-metió don Jorge Cock Quevedo.

Anteriores intentos para crear esta junta e inaugurar ofi-cialmente en Antioquia las actividades de la Cruz Roja, habían tropezado con la escasez de recursos: no disponían de sede, ni de dinero, ni de elementos. Cuando al médico Uribe le habían pedido, por primera vez, que aceptara esta presidencia, su reacción fue la de la indecisión y el temor con que se consideran las grandes responsabilidades: “el ex-presidente Carlos E Restrepo me instó a presidir esta obra social, pero tuve el escrúpulo de mi ignorancia en cuanto a los fines y medios de alcanzarlos y me excusé con verdadera pena.”

Este intento fundador de 1926 era el tercero. Ya antes, en 1917, el expresidente Carlos E Restrepo había creado una junta directiva con doña María Angulo de Restrepo y con don Alfonso Castro que, a falta de recursos, debió cesar en su propósito de poner en funcionamiento la seccional an-tioqueña de la Cruz Roja. En 1924 fue su segunda tentativa con una junta encabezada por don Alfonso Castro y con doña María Teresa Escobar, como secretaria. Aunque An-tioquia necesitaba la acción de la Cruz Roja, concentrada en su región, nuevamente la falta de recursos fue el obstáculo para la iniciativa que tan obstinadamente se había propues-to llevar a cabo el expresidente.

Desde el día mismo de la creación oficial de la institución en 1915, Carlos E Restrepo había manifestado su entusiasmo. A manos del médico Adriano Perdomo llegó el 31 de julio de 1915 un expresivo telegrama: “ Dios bendiga la Cruz Roja. Agradecido: Carlosé.”

En 1929, un carta del expresidente al médico Adriano Perdomo trajo a cuento sus repetidos empeños: “Mi granito de arena puse en la construcción del bello edificio, cuando por iniciativa de esa ciudad reuní hace unos doce años

La Cruz Roja en Medellín.En 1917 y por iniciativa del expresidente Carlos E Restrepo, se constituyó en Medellín el primer comité de la Cruz Roja. Pero sólo llegó a ser efectivo el 7 de junio de 1926 cuando fue nombrado presidente el médico Gustavo Uribe Escobar. Le escribió entonces el expresidente Carlos E Restrepo: “cada obra necesita un apóstol. Sin esto, todo quedará limitado al terreno de las abstracciones sin fruto.”“Por fortuna, la Cruz Roja Colombiana encontró en usted el apóstol necesario. Mi granito de arena puse en la construcción del bello edificio, cuando por iniciativa de esa ciudad reuní hace unos doce años la primera junta para la fundación de la Cruz Roja en Medellín. Luego la obra ha tenido varias alternativas, hasta que en el último año va tomando solidez y proporciones halagadoras. Cuente esto también entre los benéficos resul-tados de los esfuerzos de usted.”

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la primera junta para la fundación de la Cruz Roja en Me-dellín. Luego la obra ha tenido varias alternativas, hasta que en el último año va tomando la solidez y proporciones halagadoras. Cuente esto también entre los benéficos resul-tados de los esfuerzos de usted.

Felices los que, al cumplir etapas luminosas como la que usted ha cumplido en su profesión y los que, al morir, como también puede hacerlo usted, miran atrás y contemplan la fecundidad de su vida, traducida en el bien hecho a sus semejantes.”(4)

El argumento definitivo que en 1926 convenció al médico Uribe para aceptar la presidencia fue “ el espectáculo de la desgracia humana.”

El doctor Uribe Escobar era médico de las universidades de Barcelona y de Madrid con especialización en derma-tología de la Universidad de París y se había convertido en pionero de las campañas contra las enfermedades venéreas. En 1917 había fundado en Medellín el dispensario antive-néreo y en 1924 el profiláctico. Esa era una parte del “espec-táculo de la desgracia humana” que lo habia comovido, pero además, lo motivaron los niños abandonados, la multipli-cación de los pobres y los heridos sin atención. Al recibir la invitación del expresidente Restrepo, poco sabía acerca de la Cruz Roja y juzgó su deber investigar y documentarse. Con pleno conocimiento de las necesidades del pueblo antioque-ño y de las posibilidades y eficiencia de la Cruz Roja “ puse oídos a las voces que solicitaban mi colaboración, dije mis propósitos a persona muy querida y ofrecí luego mis servi-cios al expresidente Restrepo a quien manifesté mi decisión de aceptar la dirección de la Cruz Roja y de trabajar por la infancia desvalida, por los pobres, por los heridos, por los enfermos y los tristes.” (5)

Todos estos detalles los recordaría dentro del marco brillante de las ceremonias de la entrega de la Cruz de Boyacá a la Cruz Roja de Antioquia el 7 de junio de 1956.

El salón teatro del Palacio de Bellas Artes lucía esa noche del 7 de junio sus más radiantes luces y sus más frescos ra-mos de flores. Sobre el fondo de banderas desplegadas, la mesa directiva reunía al representante del gobierno nacio-nal, el diplomático y periodista Fernando Gómez Martínez,

Tunja.La alcaldesa mayor de la ciudad de Tunja, doña Beatriz Azuero de Muñoz, decidió convocar a 20 personas que representaban las principales actividades públicas y privadas de la ciudad, para que integraran el Comité Seccional de la Cruz Roja de Boyacá, el 16 de mayo de 1967. El mismo día de la instalación del comité se hizo elección de la primera junta directiva en la que fue nombrado como presidente el médico Francisco Espinosa Ortiz; el padre Ignacio Medina fue el primer vicepresidente y el médico Carlos a Suárez fue el segundo vicepresidente. Tres años después celebraron la primera promoción de las Damas Grises; en 1974 tuvieron la primera promocionde socorristas y en 1983 se les agregó la primera promoción de voluntarios juve-niles; al mismo tiempo fueron creados los comités municipales de Duitama, Sogamoso y Chiquinquirá.En 1995 lanzaron el programa “Política para la organización, participación y desarrollo integral de comunidades vulnerables” en dos barrios de la ciudad.La ciudad y el departamento han reconocido la tarea de la institución con distinciones como la Orden de los Lanceros, en el grado de Gran oficial orden de la Libertad, la condecoración Gonzalo Suárez Rendón y el Collar de Oro en el más alto grado.

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al gobernador del departamento y presidente de la Cruz Roja de Antioquia, Braulio Mejía, al presidente de la Cruz Roja Colombiana, el exministro Jorge Bejarano; al rector de la Universidad de Antioquia y primer presidente de la Cruz Roja de Antioquia, Gustavo Uribe Escobar y otras altas personalidades locales que fueron testigos de un recono-cimiento esperado y justo.

Cuando en su sobrio discurso, el representante del gobierno, Fernando Gómez Martínez, anotó que los miem-bros de la Cruz Roja en Medellín eran “los mismos que se han hecho beneméritos en otras actividades desplegadas a favor de la cultura, del civismo, de la beneficencia, de la educación,” estaba destacando un mérito de la institución: convocar alrededor de sus ideales de servicio, a lo mejor de la sociedad y señalarle tareas concretas. Enumeraba Gómez Martínez algunas de esas tareas: “consulta prenatal, farma-cia gratuita, gota de leche, hospitalización y salvamento en casos de calamidades públicas y auxilios fuera del depar-tamento, consulta del niño sano y todo cuanto cae bajo la denominación de protección infantil.” (6)

Era un resúmen de concisión periodística sobre una tarea que minutos antes habia mencionado en detalle el médico Uribe Escobar, al señalar los grandes hitos de esa gestión de servicio al país: el dispensario gratuito para madres y niños, el despacho de fórmulas, la clínica, la escuela de enfermer-as, la Cruz Roja de la Juventud, el Centro de Protección a la Infancia, las conferencias de higiene en los barrios pobres, la consulta prenatal, la colonia del Refugio y, con motivo de la guerra con Perú, la Cruz Roja de guerra.

Todos estos hechos habian tenido como protagonis-tas a la mayoría de los que estaban presentes en esa sala, especialmente las mujeres, que habian entregado iniciativas, esfuerzos, trabajo, recursos y, sobre todo, entusiasmo y pa-sión. Se recordó esa noche, por ejemplo, el festival del Circo España, celebrado en 1915 para recoger auxilios para las víctimas francesas y belgas de la Primera Guerra Mundial. Ese festival, organizado y animado por señoras de Medellín, vestidas por primera vez con el severo y blanco uniforme de la institucion, fue considerado como un evento precursor

Cuando en su sobrio discurso, el repre-sentante del gobierno, Fernando Gómez Martínez, anotó que los miembros de la Cruz Roja en Medellín eran “los mismos que se han hecho beneméritos en otras actividades desplegadas a favor de la cultura, del civismo, de la beneficencia, de la educación,”

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de la presencia de la Cruz Roja en Medellín. A ellas, pricipalmente, se las sintió presentes en el reconocimiento del gobierno nacional que, según la expresión de Gómez Martínez “ se ha considerado obligado a hacerse intérprete de los beneficiados y vocero de la gratitud nacional por medio de esta Cruz de Boyacá que ahora le otorga.” (7)

De modo significativo y en un gesto protocolario que hacía justicia, la cruz le fue en-tregada a doña Lucía Echeverri de Villa, a quien había descrito el médico Uribe como “ alma, cerebro y corazón de nuestro movimiento, espíritu desinteresado a quien se debe no sólo su acción constante de más de 20 años, sino también la rica donación de la Casa del Refugio.” (8)

Doña Lucía, a su vez, prendió la honrosa condecoración a la bandera de la institucíon en un sobrio y expreso reconocimiento a las incontables personas que en los pasados 25 años habían escrito una estimulante historia de servicio.

Minutos antes, en una intervención improvisada, el profesor Jorge Bejarano, como presidente de la Cruz Roja Nacional, había destacado como un ejemplo la organización y tareas de la Cruz Roja de Antioquia.

Diez años después el recuerdo de este momento volvería a la memoria del presidente Bejarano quien, después de la ceremonia de Medellín, había sido especialmente persis-tente en la idea de la descentralización de la institución. Durante ese período había visto repetirse la historia de los primeros años de la Cruz Roja, cuando los intentos de fun-dación de seccionales se habían tenido que renovar porque los recursos escasos se les habían atravesado a los fundadores como un obstáculo irremovible.

Así había sucedido con la Cruz Roja de Pasto, cuyo comité inicial se instaló en enero de 1924, pero pronto tuvo que entrar en receso, para regresar a la vida el 29 de diciembre

imagen

Casa de la Cruz Roja en Medellín.

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de 1931. Lo mismo ocurrió con el comité creado por el doctor Adriano Perdomo en Cali el 15 de noviembre de 1924; desapareció durante la crisis de los años treinta y al final de la década volvió a operar en una casa cedida por el municipio. En Ibagué se instaló un comité el 28 de septiembre de 1925, pero sólo comenzó a operar el 7 de diciembre de 1931 cuando en el salón de la Asamblea Departamental se hizo la instalación formal bajo la presidencia del médico Plinio Rengifo, su primer promotor, 6 años antes. En Villavicencio se repitió la historia: se creó el Comité Seccional del Meta en 1938, pero sólo se vino a constituir de modo efectivo el 22 de septiembre de 1972, bajo la presidencia de Wolfgang Tornbaum; y en Neiva hubo comité el 17 de agosto de 1927, pero sólo cinco años después, en 1932, se aprobó y se dio a conocer un comité formal. En este año de 1932 se conoció también el comité de la Cruz Roja de Tunja, pero sólo el 16 de mayo de 1967 comenzó a operar el Comité Seccional de esa capital, presidido por el médico Francisco Espinosa.

¿Por qué el apresuramiento inicial para crear juntas seccionales que como semillas mal sembradas, o sembradas pero sin los necesarios cuidados después, acababan agostándose y muriendo? A este hecho se refería la carta leída por el Comité Central de la Cruz Roja en su sesión del 10 de mayo de 1961: “El empeño inútil que he puesto y manifestado por que la Cruz Roja amplíe el ámbito de su acción, siquiera sea con un Comité en cada una de las capitales de sus departamentos,” había escrito el presidente Jorge Bejarano en una carta briosa y llena de cuestionamientos y retos al Comité Central el 30 de marzo de 1961. Tal como él veía la institución en ese momento, la encontraba centrada en sus actividades en Bogotá y alejada del resto del país, y esto limitaba la acción de la Cruz Roja en Colombia. La experiencia de descentralización que había encontrado en Medellín durante los actos conmemorativos de sus 25 años, le había demostrado que eso es lo que debía hacerse en todas partes, pero no se estaba haciendo y eso aumentaba su disgusto, por eso, concluía en aquella carta, “debía declinar inexorablemente el cargo para el que había sido elegido tántas veces ya que no me ha sido posible modificar en largos años una situación en la cual vivo inconforme.” (10)

Naturalmente el Comité Central no aceptó esa renuncia y mantuvo en su cargo al presi-dente Bejarano, pero fue la de esa carta una voz de alerta, necesaria para enderezar el rumbo, algo así como un vigoroso timonazo que le impidió a la Cruz Roja Colombiana instalarse en el confortable pensamiento de que todo estaba bien. Según Bejarano estaba bien, pero se podía hacer mejor.

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Notas:1.- Gabriel García Márquez:CrónicasyReportajes.LaOvejaNegra,Bogotá,1980.Página186.2.- Acta1del07-06-26. Junta Directiva de la Cruz Roja de Antioquia.3.- DatosdeElTiempo,24-06-35;ElColombiano,25y26-06-35yGrandesNoticiasColombianas, Enrique Santos Molano y Jaime Zárate V.UniversidadCentral,Bogotá1983,página89.

4.- HomenajealdoctorAdrianoPerdomo.1965.Sinpiédeimprenta.5.- Gustavo Uribe Escobar:Discursoenlos25añosdelaCruzRojadeAntioquia. Reseña.Medellín1951.Página35.

6.- Fernando Gómez Martínez.EnReseña,utsupra.Página45.7.- Fernando Gómez Martínez.Op.cit.Página45.8.- Gustavo Uribe Escobar.Op.cit.Página38.9.- Jorge Bejarano.CartaalComitéCentral.AnexoalActa1093de10-05-61.10.-Jorge Bejarano.Op.cit.

La Cruz de Boyacá para Cruz Roja:

Reconocimiento de una tarea.

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7.

Los Guahibos

En la tarde del 27 de diciembre de 1967 seis hombres blancos y dos mujeres, asesinaron a 16 indios guahíbos con edades que iban desde los 3 años hasta los 45 de Cirila, la de mayor edad del grupo.

Los mataron con revólveres, machetes, cuchillos y macetas, unos garrotes gruesos con los que les destrozaron la nuca y la cabeza.

Los indios habían llegado al hato La Rubiera y habían pedido comida. Cuando estaban recibiendo los alimentos, aparecieron los asesinos: seis vaqueros que habían planeado la matanza desde el 25 de diciembre cuando vieron ascender por las aguas del río Capanaparo las 3 curiaras con los 16 indios que venían de El Manguito.

Este crimen, que solo fue conocido nacionalmente cuando se inició el proceso judicial un año más tarde, no fue un caso aislado. En esos años hizo crisis la relación entre colonos e indígenas y dio lugar a numerosos conflictos que la prensa registró con titulares como estos:

“16 indios venezolanos muertos en Colombia,” (El Tiempo 03-01-68)

“No existe comprobación oficial, dice Ministro de Gobierno,” (El Tiempo 03-01-68)

“Confirmada la matanza en Arauca. Hallados los cadáveres de 18 indígenas.” (El Tiempo 16-01-68)

“Nueva matanza de indígenas en La Guajira, denuncia el padre García Herreros.” (El Tiempo, 25-01-68)

“Muerte de 50 indígenas, confiesan venezolanos.” (El Tiempo 26-01-68)

“Se extinguen los indios kogi.” ( El Espectador, 01-02-69)

“Denuncian atropellos en Sibundoy.” (El Espectador, 15-02-69)

“Antropólogos protestan por atropellos a indios.” (El Espectador, 03-04-69)

“Toda una noche luchó la armada contra los indígenas.” (El Tiempo. 06-05-69.)

“Indios a $1.600.oo” (Denuncia de los obispos Gerardo Valencia Cano, de Buenaventura y Belarmino Correa de Vaupés.)(El Tiempo 04-07-69)

“Por todos los rincones de la patria la situación de los indígenas es dramática.” (Monseñor Belarmino Correa ante la Conferencia Episcopal, 09-70)

Tuvo todo el valor y el carácter de síntoma, lo ocurrido en Villavicencio durante el pro-ceso por la masacre de La Rubiera. El Tiempo, en su edición del 11 de mayo de 1972, tituló a todo lo ancho de la página: “Yo no sabía que era malo matar indios.” Los seis vaqueros detallaron ante el juez la parte que habían tenido en la matanza, que no era la primera para

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algunos de ellos: “yo no creí que fuera malo, ya que son indios. Los indios de allá, claro que no son belicosos, a la gente no le hacen nada, pero sí matan los animales,” se lee en el sumario citado por el periodista Germán Castro. A esta negación del derecho a la vida del indígena, se asociaba la negación de su derecho a la tierra. “Yo a los colonos no les he vendido ninguna tierra, ni nada. Vienen y meten ganado y van corriendo a los indígenas,” fue una de las denuncias que una comisión presidida por el ministro de Defensa escuchó en Abaribá. (1) Hablaba el capitán indígena Rafael Macabares, y agregaba el capitán indí-gena de Cumarito: “ el colono llegaba a la casa mía y decía ‘este terreno no es suyo, porque ustedes no han visto al gobierno, en cambio nosotros somos blancos, tengo este papel.’ Ya ni sé qué papel tenía.” Los despojaban de sus tierras los recién llegados colonos blancos con distintos trucos: o llenándoles sus propiedades de ganado que todo lo destrozaba; o alegando títulos que no tenían, a indígenas que nunca habían necesitado títulos ni en-tendían de eso y, por último, con el sistema del endeude en que, al final, el indio perdía sus tierras por el crecimiento del capital y de los intereses de unas deudas por alimentación, ropa, abonos, herramientas que el colono le suministraba. Así se cambió la estructura de la propiedad de la tierra de modo que 200 colonos de 70 familias poseían el 95% de las tierras mientras 2500 indígenas disponían del 5%.(2)

Un juicio que reveló una inconciencia criminal.

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Como mecanismo de defensa los indígenas apoyaron la idea propuesta por un antiguo funcionario de la cam-paña antimalaria, Rafael Jaramillo Ulloa, al crear una Cooperativa Integral Agropecuaria, que suprimía los ruinosos costos de intermediación que habían impuesto los colonos; además de los almacenes que abastecían al indígena a precios justos, les prestaban para cultivos, les compraban las cose-chas o se las transportaban hasta Villavicencio y Bogotá y les prestaban ayuda para educación. Esto arruinó el negocio de los colonos y acabó con la explotación del indígena pero, al mismo tiempo, desató contra los indios y contra Jaramillo una indignada campaña de calumnias y ataques físicos que finalmente logró el embargo de los bienes y el cierre de la cooperativa.(3)

La persecución que se inició después contra una presunta guerrilla de Jaramillo Ulloa fue estimulada por colonos y policías. Aquellos se proponían eliminar un competidor, estos iban detrás de “un comunista”. “Ese fue el verdadero origen que motivó a Jaramillo a iniciar la guerrilla. Sintió que la unión de los colonos con los carabineros de la policía estaba llegando a extremos de opresión para los indígenas y que no había ninguna otra salida para ellos,” testimonió el coordinador de asuntos indígenas del Ministerio de Gobierno, Alejandro Reyes Posada. (4)

Con la lógica implacable y absurda de la guerra contra Jaramillo Ulloa, policías y militares presumieron que los indígenas guahíbos, por serlo, eran o miembros activos o favorecedores de la guerrilla de Jaramillo Ulloa, como apa-rece en los numerosos testimonios de guahibos sometidos a interrogatorios bajo tortura, que en su etapa final fueron a parar a la cárcel de Villavicencio una edificación construida para 150 detenidos, que por aquellos días llegó a concentrar a más de 450 prisioneros.

Cuando la denuncia llegó al congreso, la crudeza de los hechos provocó una reacción defensiva: los congresistas no quisieron saber sobre el asunto, y quienes lo afrontaron, le restaron importancia: “ es una tarea de la oposición para impedir el desarrollo normal y constructivo del senado,” dijo un senador mientras el propio ministro de Defensa

Testimonio: La Cruz Roja en Planas.

“Le echaban la culpa al ejército por las torturas y la muerte de un indígena.Me tocó viajar al frente de una caravana de 12 camiones llenos de toda clase de ayudas. Al llegar eso estaba solo, ni un indio se apareció por allí. Entonces le dije al comandante: deme tres soldados sin uniforme, que me voy a buscar a los indios. Recorrimos mucho sin ver a nadie hasta que nos dimos cuenta que los indios sí estaban pero nos venían siguiendo.Ya los llamé, les ofrecimos alimentos de los que llevábamos y les dije que teníamos varios camiones llenos de cosas para ellos y que el ejército estaba allí pero que no les pasaría nada.Vencieron la desconfianza y comenzaron a llegar los indios incluido el muchacho que, según las acusaciones, habia sido castrado. Lo llevaron a Villavicencio para que se viera la verdad de lo que había pasado. Conmigo iban odontólogos, médicos, vacunadores, y llevabamos menajes de cocina, alimentos, medicinas y vestidos. Toda una brigada cívico- militar.”Daniel Martínez.Historia recogida durante la entrevista con el autor, 02-02-05

Decisiones discutidas.

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afirmaba: “Ahí no existe sino miseria; lo que hay ( en los llanos) es hambre y miedo al ejército, exceso de celo, difamación del ejército cuya probidad y prestigio no puede ser manchado.” La prensa tomó las palabras del ministro como una guía: “ no hubo torturas ni asesinatos,” tituló El Espacio (12-09-76) “Una por una refuta el ejército las acusaciones,” ( La República, 15-09-70)

Ese era el tono del debate cuando intervino en el senado el Procurador Mario Aramburo el día 13 de octubre, y leyó una escueta lista de 23 sumarios contra el ejército por agresio-nes contra 38 indígenas, que incluían asesinatos, torturas y lesiones personales.

Este hecho, unido a las gestiones de organizaciones de Derechos Humanos, que habían convertido en causa propia la de los indígenas, volvió la atención pública sobre un problema que se había considerado distante y ajeno. Por parte de las entidades de gobierno y del propio ejército colombiano, el conflicto con los indígenas apareció como un factor que deterioraba su imagen y, en busca de legitimación, se trazó un plan urgente de brigadas cívico militares con las que se buscaba un acercamiento pacífico a la población indígena y corregir la imagen que los guahibos tenían de la institución militar.

Fue el momento en que se pidió la intervención de la Cruz Roja Nacional, con carácter de urgencia. Para atender ese llamado el presidente Jorge Cavelier utilizó elementos de bodega de los que siempre están disponibles para las urgencias ordinarias y, además, au-torizó compras que elevaron a $ 590.000.oo la suma destinada para las operaciones cívico-militares de Planas. (5)

Cuando en el palacio presidencial se debatía la difícil situación entre los indígenas y los cuerpos de seguridad –Ejército, Policía, Das- estaban presentes, además de los minis-tros, representantes de instituciones sociales y entre ellas, la Cruz Roja representada

Excluídos y víctimas

de los colonos.

Foto de John Chao.

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por su presidente, quien escuchó con alarma la propuesta de algún ministro poco enterado sobre estas instituciones, de crear una organización encargada de atender emergencias como esta y dispuesta a prestar ayuda en casos de catástrofe. La reacción del médico Cavelier fue inmediata, para infor-mar que esa organización ya existía y que tenía un mandato legal conferido en la ley 49 del 22 de noviembre de 1948 y que su nombre era el Socorro Nacional, instituido para “atender a las víctimas de calamidades públicas en todo el territorio colombiano.” Ofreció a continuación los servicios y aportes de la institución y, a partir de ese momento, co-menzó una operación tan acelerada, como si se tratara de atender a las víctimas de un terremoto. “Fue una inversión que se hizo con gran celeridad, dada la peticion del gobier-no en este sentido,” declaró Cavelier después, ante el Comité Central de la Cruz Roja.(6) “Se omitieron algunos requisi-tos, dada la urgencia de la petición gubernamental y en caso de emergencia no debe posponerse la acción,” agregó. (7)

Fue tanta la prisa con que se actuó que ni siquiera hubo lugar para notificar al Comité de Trabajo del Socorro Nacional. (8)

En una tormentosa sesión del Comité Central, en la que presentó y reiteró su renuncia un grupo de 6 miembros del Comité (“ los doctores Eduardo Jiménez Neira, Guillermo Rueda Montaña, Alberto Vejarano, Jaime Quintero Esguerra, el general Guillermo Rodríguez Liévano y Rafael Henao Toro,” ) (9) esa participación de la Cruz Roja en las jornadas cívico militares de Planas, fue el tema principal de las acusa-ciones contra el presidente Jorge Cavelier. No obstante to-das sus afirmaciones sobre la urgencia de la intervención, el médico Guillermo Rueda afirmó en esa sesión que “no creía que el hecho fuera tan urgente como se quiso hacer creer.” (10) A su vez el director del Socorro Nacional anotó que se podía prescindir de la intervención del Comité “ en caso de calamidad, utilizando los elementos que se encuentran en el almacén del Socorro, pero por norma de Contraloría nadie puede proceder a comprar elementos sin que se cumplan los trámites legales.” (11)

La herencia de la exclusión.

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La más reiterada de las afirmaciones en esa intensa sesión tuvo que ver con el rechazo de la forma, que no con el fin de la operación. El general Rodríguez, al comienzo de la dis-cusión insistió “ en que se encontraba de acuerdo con la la-bor realizada por la Cruz Roja en esa zona, (pero) censuraba la forma en que se había procedido.” (12) El crítico principal en esa ocasión, el doctor Guillermo Rueda Montaña, insis-tió “ en que ni él ni nadie quiso oponerse a la acción de la Cruz Roja en Planas (...) criticando tan solo la forma como se procedió en esa ocasión.” (13)

Para el doctor Eduardo Jiménez Neira, el hecho era uno más dentro de “ una situación crónica que se vive en la Cruz Roja en la que a menudo se presentan a la consideración del Comité Ejecutivo hechos cumplidos.”

Agregó Jimenez un elemento determinante: “ las interpre-taciones tendenciosas a la renuncia del Comité, para enfren-tar a algunos de sus miembros con el gobierno nacional.” (14)

En el mismo sentido el médico Rueda Montaña calificó la cuestión de Planas como “ un pequeño incidente más en la cadena de problemas que la actuación presidencial ha causado,” y censuró que el presidente Cavelier hubiera querido sugerir que las críticas a la operación en Planas habían sido inspiradas por un ánimo opositor al gobierno. Las deliberaciones en el curso de esta sesión dejan una clara sensación de rechazo a la actuación del presidente Cavelier de espaldas al Comité y de clara obsecuencia frente al gobi-erno; al condenar y lamentar que no se hubieran tenido en cuenta las formas de rigor, no parecían estar movidos por el apego a las formalidades, sino por la convicción de que esas formalidades protegen a la institución contra las equivoca-ciones de una sola persona, y había razones para temerlo en este caso en que todo indicaba que la filosofía humanitaria de la Cruz Roja no había sido el principal objetivo de la operación.

La decisión final de esa sesión, de abstenerse de considerar la renuncia del grupo de los seis, puede leerse o como una ratificación de las críticas a la operación Planas, o como una sabia voluntad de mantener a la cabeza de la institución un grupo crítico e independiente. Los tiempos así lo requerían.

La decisión final de esa sesión, de abstenerse de considerar la renuncia del grupo de los seis, puede leerse o como una ratificación de las críticas a la operación Planas, o como una sabia voluntad de mantener a la cabeza de la institución un grupo crítico e independiente. Los tiempos así lo requerían.

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Dos años después, cuando un jurado en Villavicencio absolvió a los asesinos de los 16 indígenas guahíbos, un grupo de antropólogos consideró que “ se habían legalizado las masacres de indígenas, dándoles no sólo protección oficial ( a los asesinos ) sino también cobertura jurídica.” (15) En efecto, el país, y con él la Cruz Roja, tenía algo más que un problema político en el caso de los indígenas; de lo que se trataba era de una emergencia humanitaria de enormes proporciones.

Notas.-1.- Gustavo Pérez Ramírez: Planas, un año después. Editorial América Latina, Bogotá, 1971. Página 71.

2.- Incora: Informe sobre los fundamentos para una reserva territorial en Meta y Vichada a favor de comunidades indígenas de la zona. 02-08-68.

3.- Pérez Ramírez, Op. Cit. Páginas 188 y 189 que recogen testimonios de indígenas, incluídos en Película de Jorge Silva y Marta Rodríguez.

4.- Gonzalo Castillo en Archivo de Grabaciones del Comité de Defensa del Indio.5.- Acta 1147 del Comité Central del 18-09-70. Página 4.6.- Acta 1147, Página 4.7.- Acta 1147, Página 4.8.- Acta 1147, Página 5.9.- Acta 1147, Páginas 2 y 3.10.- Acta 1147, Página 6.11.- Acta 1147. Página 5.12.- Acta 1147, Página 4.13.- Acta 1147. Página 7.14.- Acta 1147, Página 9.15.- El Tiempo, 29.06-72: El juicio de la Rubiera. Hablan los Jurados.

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fotografia n 13 indigenas para scanear

Los indígenas, un sector minoritario por el que la Cruz Roja desarrolló

actividades humanitarias. Foto de: Erwin Bartman.

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8.

La toma de la Embajada

A las diez y treinta de la mañana del 21 de noviembre de 1979, las viejas maderas del piso de la capilla de La Picota crujieron con el paso marcial de los 166 guerrilleros del M 19 que entraron cantando, a voz en pecho, el himno nacional y gritando consignas que expulsaron los silencios arrinconados en ese lugar de oración. En vez del altar y de las imá-genes litúrgicas, todo estaba dominado por el tricolor y la gran mesa en donde un jurado militar oficiaría el Consejo de Guerra del siglo, como lo habían denominado los periodis-tas que, reunidos en un extremo de la sala, registraban los detalles del acontecimiento. Las personas sindicadas de pertenecer al movimiento guerrillero eran 219, pero 59 figuraban como reos ausentes..

Uno de ellos siguió los detalles de la noticia desde el Complejo Científico Ortopédico In-ternacional Frank País, de la Habana, adonde había llegado para someterse a un delicado tratamiento. Se trataba del jefe de ese movimiento, Jaime Bateman quien, a medida que recibía nuevas informaciones sobre lo que sucedía en Colombia, llegaba a la desoladora conclusión de que “ todos los miembros del Comando Superior, con excepcion de Lucho Otero, estaban presos o fuera del país.”(1) Las últimas capturas reportadas en los escue-tos informes que recibía, eran la de Alvaro Fayad y la de la mona Vera Grabe. La accion del ejército contra el grupo guerrillero, intensificada después del robo de 5000 armas del Cantón Norte en enero de ese año, había dado resultados. El Comando Superior del M 19 había sido desvertebrado y allí estaban, en esa capilla convertida en sala de audiencias, algunos de sus elementos más representativos.

Los informes que Bateman recibió al regresar al país fueron todos negativos: no había dinero, los grupos urbanos, con unas operaciones mínimas, eran poco más que inexis-tentes, pero sobre todo estaba el problema de los compañeros presos en La Picota.

“La tarea del día, dijo a sus desanimados colaboradores, es sacar a los compañeros presos,” relata su biógrafo Darío Villamizar y agrega: “ no lo dijo explícitamente, pero ya concebía que la forma de liberarlos era la toma de una embajada para canjear un grupo de rehenes por presos políticos.” (2)

Esa fue la acción que, preparada con precisión de relojero, se puso en marcha el 27 de febrero de 1980 a las doce del día, cuando un comando guerrillero irrumpió en la fiesta diplomática que, con motivo de su día nacional, daba la embajada de República Domini-cana. En el momento de la toma había en el lugar representantes diplomáticos de 14 países, lo que convirtió la operación en un secuestro masivo de enormes proporciones.

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Al conocer el hecho, ampliamente difundido por la radio, el presidente de la Cruz Roja Colombiana, Guillermo Rueda Montaña, ofreció la mediación de la institución, pero el ofrecimiento fue rechazado; en cambio, el propio grupo asaltante pidió la presencia del excanciller Alfredo Vásquez Carrizosa en su carácter de Presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. El, a su vez, sugirió como acompañante y testigo, al médico Ernesto Martínez Copello.

Fueron los dos personajes que a las 8 y 30 de la noche, del día mismo del secuestro, en medio de la expectativa de la prensa que multitudinariamente cubría el hecho, se acerca-ron a la entrada de la embajada a oscuras. Los dos llevaban pañuelos blancos que agitaban a medida que avanzaban. Agazapados, detrás de ellos, se podían observar como sombras, dos civiles que los guerrilleros detectaron desde arriba. Se oyeron al tiempo el clic de las armas sin seguro y la voz irritada de la guerrillera: “no se escondan, devuélvanse o disparo.”(3) Fue el primer sobresalto grave para el excanciller y el médico, que se quedaron inmóviles hasta que recibieron la orden de avanzar diez pasos.

La presencia de los dos visitantes había sido requerida con impaciencia por los guerrille-ros hasta el punto de que el propio embajador de Estados Unidos, había emprendido la tarea de explicarle al jefe guerrillero los pasos necesarios para que el excanciller Vásquez pudiera llegar hasta la embajada: el presidente Turbay tendría que autorizarlo; pero él,

Primer acercamiento a la sede de la embajada.

Foto de Revista Cromos.

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a su vez, tendría que consultar al expresidente Pastrana, en cuyo gabinete había actuado Vásquez Carrizosa como can-ciller, y finalmente, Pastrana pediría a Vásquez desplazarse hacia la embajada. La presencia de Vásquez era mirada por los rehenes como una señal alentadora y por los guerrilleros como un canal de comunicación efectivo para hacer llegar sus demandas al alto gobierno. (4)

Una voz, por el megáfono, anunció: el señor Nuncio Apostólico abrirá la puerta. Y así fue, la del prelado fue la primera imagen que los dos visitantes pudieron identificar en el interior de una habitación a oscuras en la que se podía presentir la presencia de numerosas personas. Cuando sus ojos se habituaron, pudieron distinguir a los miembros del Comité de Embajadores que esperaba bajo la vigilancia ar-mada de los secuestradores. Resguardada su identidad de-trás de una pañueleta que solo dejaba ver los ojos ardientes que contrastaban con la frialdad de la voz, se les apareció el guerrillero responsable de la operación, el Comandante Uno. Dirigiendose al excanciller, con una inesperada cor-tesía expresó: “ en primer lugar queremos agradecerle que haya aceptado venir.” (5) Apenas si era posible ver los ros-tros. El ambiente seguía tenso a pesar del intento de Vásquez de relajar la tensión: “ no le doy la mano, le dijo al nuncio, porque no quiero problemas con ese aparato,” se refería a la metralleta siempre amenazante de La Chiqui, una guerrilera situada a su lado. “¿Cuántos son los rehenes?” preguntó.

“Son más de 50 y entre ellos hay 20 mujeres. Las dejaremos en libertad si el gobierno accede a dialogar.” (6)

El comandante Uno aún estaba vestido de ceremonia, tal como había entrado a la fiesta, haciéndose pasar por un invitado. Sólo se había despojado de la corbata.

Por el suelo se presentían los destrozos de la violenta irrupción: cristales rotos, floreros hechos pedazos, jar-rones destrozados. Alguien encendió una vela que acen-tuó las sombras de los rostros y les dio un aspecto irreal. El guerrillero inició una lista de demandas que Vásquez Carrizosa escuchó impasible, mientras los diplomáticos secuestrados se inclinaban hacia delante para oir cada palabra, ansiosos por su suerte.

Testimonio.

“Cuando llegamos a la embajada de República Dominicana, había bala por toda partes. Tratamos de acercarnos y utilizamos un altavoz para anunciarnos. Cuando lo lo-gramos y les preguntamos qué necesitaban, pidieron comunicaciones. Entonces pudimos conseguir unos walkie talkies de juguete que, para el caso, funcionaban. Cuando nos dejaron acercarnos los guerrilleros nospidieron que les rescataramos un arma que se les había quedado afuera y un balón de fútbol con el que habían estado haciendo que jugaban antes de la toma.Al día siguiente me llamaron los guerrilleros: necesitaban comida, cobijas, colchonetas y drogas. Algunos de esos elementos se tuvi-eron que comprar. Les dije que bueno, pero que no me psuieran horas fijas para entrar porque tenía que ser cuando yo pudiera; que les avisaría cada vez. Esto lo hablaba o con el embajador Lovera, o con Rosemberg, o con la Chiqui.A mí me entregaron el cuerpo del guerrillero muerto con una recomendación: usted le da sepultura cristiana, pero no permita, por nada, que lo tomen ni la policía, ni el ejército. Así se hizo, lo llevamos a Medicina Legal para la autopsia y después, cuando ibamos por la Caracas con 12 nos salió una patrulla de la policia que reclamó el cadáver. Les dijimos que de ninguna manera, se pusieron difíciles y entonces llamamos al comando de la Policía y les explicamos que ese cuerpo estaba bajo la responsabilidad de la Cruz Roja. Al fin logramos que lo entendieran; bajamos por la Jiménez a la décima y por allí a la primera, a una funeraria, al frente del san Juan de Dios. Hicimos las vueltas de funeraria, le compramos el cajón y lo lleva-mos al cementerio del sur en donde le dimos sepultura en una tumba identificada con su nombre verdadero porque al muchacho la guerrilla le había dado otro y lo llamaba Camilo. Sobre el ataud iba una corona de flores enviada por las damas grises de la Cruz Roja.Recuerdo que al embajador del Paraguay, que había salido enfermo, lo llevamos hasta el avión que lo sacó del país. El día de la salida, al entrar a la pista los guerrilleros tuvieron que entregar todas sus armas. En-traron al avión de Cubana, sin un arma. En esos días nuestras jornadas eran de doce del día a seis de la mañana. Entonces yo le entregaba el turno a Jesusita Tovar.( Entrevista del autor con Daniel Martínez el 02-02-05)

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“Estamos pidiendo: garantizar el retiro de la tropa y que no haya intentos de asalto a la embajada; si el ejército entra nos moriremos todos. Que mañana salga esto en la prensa: el compromiso del gobierno de no tomarse la embajada por la fuerza. Que se detengan los atropellos contra los Derechos Humanos y pedimos la libertad de los presos políticos de todas las organizaciones. Exigimos 50 millones de dólares.”

Educadamente, reaccionó el excanciller: es imposible.- Para esta oligarquía es como quitarle un pelo a un gato, replicó el guerrillero. El apunte

se celebró con risas, las primeras en la tensa entrevista.- “Debe publicarse, agregó, un comunicado del M 19 en la prensa nacional y en la de

todos los países de los rehenes.” (7)En un tono sereno y amigable, Vásquez manifestó que no venía como gobierno, puesto

que no tenía cargo oficial alguno; su preocupación, explicó, era el país, cuyo nombre inter-nacional había sido comprometido con esta acción contra unos diplomáticos tenidos, en todo caso, como huéspedes ilustres de la república. Apeló a la comprensión y sensibilidad de los guerrilleros, pues a nadie convenía la prolongación de la situación creada por el secuestro. (8)

Mientras tanto el médico Martínez dialogaba con el también médico Diógenes Mallol, embajador de República Dominicana, sobre el estado de los heridos. Entre ellos estaban el guardaespaldas del embajador de Israel, el guardaespaldas del embajador dominicano y el encargado de negocios de Paraguay. Además, una guerrillera con dos feas heridas en la cabeza y en una pierna. “No me parece que haya nada grave,” concluyó Martínez Copello después de su rápida inspección, pero quedó planteada la necesidad de la intervención de la Cruz Roja.

La misión del excanciller y del médico Martínez dio resultados casi inmediatos. A las seis de la mañana del 28 de febrero se conoció que el canciller Diego Uribe Vargas en conver-sación telefónica con el embajador de México, había acordado diálogo con los guerrilleros y el envío de elementos de primera necesidad a través de la Cruz Roja: alimentos, frazadas, medicinas. Al mismo tiempo anunció que el cadáver del joven guerrillero muerto en los primeros minutos de la toma, sería retirado de la embajada. (9)

Había muerto en el intercambio inicial de disparos y apenas si habia alcanzado el obje-tivo de entrar a la embajada; tenía 18 años y llevaba el nombre de combate de Camilo; su verdadero nombre era Carlos Arturo Sandoval Valero.

Ese día 28 en la tarde llegó al frente de la embajada una camioneta de la Cruz Roja cargada de alimentos y frazadas. Desde ese día, el conductor debió ajustarse a un ritual, siempre el mismo, dictado por la desconfianza y la paranoia de los secuestradores: entrada en reversa, con un solo ocupante, punto de aparcamiento a una distancia prudente de la fachada, con todas las puertas abiertas. El chofer cargaba uno a uno todos los bultos, los llevaba hasta la puerta y regresaba al vehículo. Entonces se abría la puerta de la embajada y aparecía algún embajador que hacía el acarreo de los paquetes, después la puerta volvía a cerrarse. (10)

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La importancia de estos periódicos abastecimientos se puede medir si se tiene en cuenta que en la sede diplomática muy pronto se agotaron las limitadas existencias de alimen-tos y que los guerrilleros no disponían de reserva alguna. Dijeron el primer día que llevaban comida para dos meses y que si el gobierno quería alimentar a los rehenes, que lo hiciera. Pero en realidad “ no llevabamos ni un pedazo de panela para nosotros. Fue un error, pero no teníamos dónde meterla y nos tiramos a la aventura,” confesaría el propio Comandante Uno.

Desde el primer día la Cruz Roja suministró alimentos para 80 personas, incluidos 57 rehenes y el comando de 30 guerrilleros, que en realidad eran solamente 16, de los cuales uno estaba muerto y otra estaba herida. (11)

En la tarde, por fin, pudo sacarse de la embajada el cadáver de Camilo que ya estaba en proceso de descomposición. Sus compañeros le rindieron honores militares “ al cama-rada caído en combate” y dos enfermeros de la Cruz Roja retiraron el cuerpo del guerrillero muerto y al diplomático paraguayo herido.

El viernes 29 la Cruz Roja entregó nuevas provisiones, ar-roz, panela, fríjoles, café, chocolate y drogas. La rutina de la entrega de alimentos se rompió el 4 de marzo por el sumi-nistro de elementos nuevos: una estufa, para reemplazar la de la embajada, descompuesta; una muleta, para el cónsul del Perú que había sido operado dentro de la embajada y paquetes, cargados por una enfermera de la institución.

La camioneta de la Cruz Roja con sus entregas diarias de ayuda, se convirtió en rutina para la prensa ávida de nove-dades, pero era una excitante sorpresa diaria para los re-henes que la veían llegar con ansiedad y esperanza.

Al avanzar los diálogos con el gobierno, esa camioneta fue habilitada como sede de las conversaciones: en su interior tomaron asiento voceros de la cancillería y representantes de la guerrilla. La institución cumplía su función humani-taria y de ayuda, dentro de los más exigentes términos de neutralidad.

Fueron tres buses de la Cruz Roja, con el símbolo de la entidad ampliamente desplegado al frente y en los lados, los

La Cruz Roja

en la desmovilización del M-19.

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que sirvieron en la etapa final, tras dos meses de secuestro. Llevaban los vidrios laterales cubiertos con pintura roja de modo que nadie podía ver si a bordo iban secuestradores o secuestrados; así llegó la caravana hasta el aeropuerto El Dorado, acompañada por delega-dos de la OEA y de la Cruz Roja, entró a la pista en cuya cabecera esperaba un avión de la Fuerza Aerea Cubana y dejó a secuestradores y secuestrados al pie de la nave. Allí un funcionario de la Cruz Roja le pidió al comandante guerrillero las llaves de la embajada. El hombre, entre todos los detalles del traslado hasta el aeropuerto, las había olvidado. “Las dejé prendidas en la puerta,” le dijo, excusándose.

Recuperar esa llave fue lo de menos. Ocho días antes en la reunión del Comité Cen-tral, el presidente Rueda Montaña había manifestado su complacencia por los trabajos de la Cruz Roja en la embajada, que le habían valido a la institución un reconocimiento “de madurez y experiencia, de nuestra sociedad.” (12)

Según el director del Socorro Nacional, Carlos Martínez Sáenz, la institución estaba dispuesta a mantener, por el tiempo que fuera necesario, “ la atención con elementos de vivien-da, alimentos y elementos de bienestar personal.” Lo que estuvieron lejos de sospechar

La camioneta de la Cruz Roja sirvió para el transporte

diario de alimentos y medicinas. Y para los diálogos con el gobierno.

Foto Revista Cromos.

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fue la variedad de funciones que tendrían que asumir en las horas finales del secuestro. Los guerrilleros, que el primer día de la ocupación de la embajada, habían rechazado la presencia de la Cruz Roja con el argumento de que la institución no era fiable por su proximidad al Ministerio de Defensa, habían llegado a mirarla con otros ojos y a confiar plenamente en su voluntad de servicio.

Escuchaba el recuento Armín Kobel, el delegado del Comité Internacional, quien había llegado para quedarse, en la oficina de la Cruz Roja para la zona andina, Guyana y Suri-nam. El alto funcionario había aterrizado en Bogotá cuando la toma de la embajada aún era un hecho cuyas dimensiones no habían sido evaluadas y tomó contacto con la Cruz Roja Colombiana para hacer con ella un trabajo armónico y efectivo que se mantuvo hasta la culminación del drama.

La satisfacción de la institución por los avances consolidados durante este episodio, se expresó en la propuesta aprobada por unanimidad de una condecoración para cuantos habían intervenido en ayuda de los secuestrados durante sus dos largos y tensos meses de cautiverio. Ese personal de la institución de hecho, al compartir a su manera la suerte de los rehenes había mantenido en ese escenario el principio de Humanidad; aún dentro de la dureza de otro largo episodio de la confrontación interna del país.

Notas.1.- Darío Villamizar:Bateman.Planeta,Bogotá,2002.Página366.2.- Villamizar.Op.Cit.Pág370.3.- Rosemberg Pabón:Asínostomamoslaembajada.Planeta,Bogotá.1984.Páginas46y474.- Diego y Nancy Asencio: Rehenesenlaembajada.Norma.Bogotá,1983,página38.5.- Pabón,Op.Cit.Página47.6.- Carlos Arango Z.AgradezcoaDiosyalComandanteUno.Ecoe,Bogotá,1984.Página21.7.- Pabón,Op.Cit.Página47.8.- Virgilio Lovera,TiempodeGuerrilleros.TercerMundo.Bogotá,1981.Páginas78y79.9.- Carlos Arango:Op.Cit.Página25.10.- Pabón, Op.Cit.Página52.11.-Pabón, Op.Cit.Página49.12.-Acta1176del23-04-80-Página3.-

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El bus de la Cruz Roja transportó a embajadores

y guerrilleros en el episodio final de la toma de la embajada.

Foto Revista Cromos.

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9.

El Palacio de Justicia

Cuando sonaron los primeros disparos en el sótano del Palacio de Justicia aquel 6 de noviembre de 1985, eran las 11.35 de la mañana. Fue como si la tensión acumulada en los 15 meses anteriores hubiera explotado por fin. Los historiadores de ese momento (1) recordarían, como premisa de un silogismo con conclusión forzosa, aquella semana del 24 al 30 de agosto de 1984, cuando con motivo del Acuerdo de Cese al fuego en Corinto, Valle, el M 19 con sus guerrilleros reemplazó allí y en El Hobo a las autoridades militares y civiles y ofreció al país el espectáculo de un doble poder. (2)

Ese episodio provocó una indignada reacción de empresarios, terratenientes y propietarios, contra la política de paz, y un debate sobre cómo hacer un diálogo nacional. A esa reacción se agregó la de las Fuerzas Armadas, de rechazo a la condición de inter-locutores del gobierno que habían recibido los guerrilleros y, desde luego, de repudio a la pretensión subversiva de crear e imponer poderes paralelos. (3)

También tuvo que recordarse aquella campaña militar de diciembre, cuando el M 19 estableció su sede en Yarumales y se convirtió en objetivo de la Operación Garfio del ejér-cito, en una operación que duró desde el 11 de diciembre de 1984, hasta el 4 de enero de 1985. Ese prolongado asedio fue visto por el M 19 como un intento militar para aplastar el poder armado de la guerrilla; el gobierno, por su parte, lo justificó con la razón que habían alegado los militares: era inadmisible la creación de un territorio independiente; también había utilizado el argumento político de la necesidad de disuadir a la guerrilla de su propósito militarista. (4)

Los otros hechos que parecían converger hacia el episodio del Palacio de Justicia se habían sucedido con velocidad de vértigo. El traslado de la sede del M 19 a Los Robles, a 4 kilómetros de Yarumales, las pretensiones frustradas del gobierno para renovar el pacto de agosto y el intento guerrillero de presionar el nombramiento de un nuevo gabinete minis-terial; el frustrado proyecto del M 19 de reunir un congreso de paz con 15 mil personas en Los Robles, al que el gobierno se opuso; negativa a la que se agregó el rechazo oficial a los campamentos urbanos en el mes de marzo

Y en la plaza de Bolívar, que tras los primeros disparos de ese 6 de noviembre se había quedado solitaria, como escenario de los movimientos nerviosos pero precisos de los sol-dados recién llegados, Alvaro Fayad había proclamado ante una multitud de manifestantes en el mes de marzo, que los acuerdos estaban rotos. No contribuyeron a arreglar la situación las 10 comisiones de un diálogo nacional; por el contrario, mayo y junio habian sido los

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meses de una ofensiva generalizada en el Valle y desde junio hasta octubre la guerrilla había arreciado sus ataques contra puestos de policía y del ejército y había intentado el secuestro del comandante de las Fuerzas Militares, el general Rafael Samudio.

Así estaba la situación al comenzar ese mes de noviembre: un general que se reponía de las heridas recibidas durante el intento de secuestro; un líder guerrillero, Antonio Navarro, que había perdido una pierna en un atentado; otro líder, Iván Marino Ospina, muerto durante un allanamiento a su apartamento en Cali, 11 jóvenes guerrilleros muertos en Ciudad Bolívar y un acuerdo de paz definitivamente roto. La noticia de los primeros disparos en el Palacio agudizó la tensión acumulada durante estos hechos; los asaltantes obraban convencidos de que en esta oportunidad no bastaría el millón doscientos mil dólares con que se había resuelto la toma de la embajada dominicana, sino con la toma del poder. El ejército, por su parte, vió la oportuidad de golpear de modo contundente a un enemigo que lo retaba dentro del territorio reducido del Palacio de Justicia y a la vista del país y del mundo.

Cuando el presidente Belisario Betancur convocó su gabinete para enfrentar la situación, el único que tardó una hora y media en llegar, fue el ministro de Defensa. (5) Antes que cualquier miembro del gobierno, el general Miguel Vega Uribe había emprendido de inmediato las acciones de coordinación militar para lograr la recuperación del Palacio

Imagen simbólica de la tragedia que durante 20 horas provocó una emergencia humanitaria en

el centro de Bogotá. Foto de Manuel H. Rodriguez en Revista Semana.

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y la aniquilación de los asaltantes. Cuando llegó a la reunión de ministros, el operativo militar estaba en marcha. “ A las Fuerzas Militares y a las Fuerzas de Policía les correspondía moral y jurídicamente la represión y la defensa del orden jurídico,” explicaría más tarde. (6)

Se había combatido con fiereza durante más de 19 horas cuando Carlos Martínez Sáenz, director del Socorro Nacio-nal, recibió una llamada de la Presidencia de la República. A esa hora resonaban las cargas de dinamita y los disparos dentro de los muros del Palacio; durante toda la noche había ardido la edificación que, al amanecer, ofrecía un des-olador aspecto de destrucción, entre una espesa nube oscu-ra de humo que la cubría, tiznadas las paredes de piedra, derribada su majestuosa puerta principal y, adentro, un silen-cio mortal que rompían abruptamente las explosiones y los disparos. La Cruz Roja se había instalado desde el día ante-rior en las inmediaciones de la Casa del Florero para prestar ayuda a los sobrevivientes y a los combatientes heridos.

Las deliberaciones del Consejo de Ministros reunido in-formalmente después de las 11 de la noche del día 6, habían sido interrumpidas por la llamada del presidente Betancur

Foto de Pedro Nel Valencia.

El Mundo.

Se había combatido con fiereza durante más de 19 horas cuando Carlos Martínez Sáenz, director del Socorro Nacional, recibió una llamada de la Presidencia de la República.

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al expresidente Alfonso López Michelsen, que entonces se encontraba en París. Fue en esa conversacion cuando vino a colación el recurso a la Cruz Roja. A París había llegado la versión de que el gobierno impedía el acceso de la Cruz Roja al Palacio de Justicia. (7) En efecto, en la tarde del miércoles los heridos habían demandado, desde el interior del Palacio, la presencia de la Cruz Roja, pero el ejército estimó que era riesgosa su llegada hasta un sitio en donde se combatía con intensidad. (8) Pero ahora se trataba, no de abrir un canal de diálogo, sino de facilitar una comunicación a favor de los rehenes y de los heridos. A favor de esa iniciativa se había manifestado en esa temprana reunión de gabinete el Ministro de Justicia, quien propuso un contacto a través de la Cruz Roja; se mostró de acuerdo el Ministro de Desarrollo, y el Ministro de Agricultura agregó que de-bía solicitarse una suspensión del fuego para que la Cruz Roja entrara a socorrer heridos y enfermos, al mismo tiempo que llevaría un mensaje de acercamiento a los guerrilleros. Añadió luego el Ministro de Gobierno que la Cruz Roja debería entrar con un mensaje y un radioteléfono. (9)

A pesar de esta unánime voluntad, la llamada de las siete a Carlos Martínez Sáenz sólo produjo su efecto cinco horas después cuando el director del Socorro Nacional, que había permanecido a la espera durante toda la mañana, recibió un mensaje para los guerrilleros y la orden de recibir unos walkie talkies con los que se esperaba tener un canal de comu-nicación entre el gobierno y los sitiadores del Palacio. La demora mayor para la misión de la Cruz Roja fue la redacción del mensaje que fue encomendada a los ministros de justicia, defensa y gobierno quienes, al finalizar la mañana entregaron dos párrafos: el primero, para recordar a los sitiadores que las autoridades les garantizaban la vida y un juicio justo “ a todos los que desistan de sus acciones militares.” Y que cualquiera otra información se podría obtener directamente con el Ministro de Justicia mediante el uso de los walkie talk-ies que, a través de la Cruz Roja, quedarían a su disposición. El mensaje no mencionaba en parte alguna a los rehenes que, mientras tanto, en el interior del Palacio clamaban por sus vidas.

50 rehenes habían sido encerrados en los baños situados entre el segundo y tercer pisos, custodiados por guerrilleros heridos, y desde las primeras horas del jueves se habían alter-nado para gritar que enviaran a la Cruz Roja. Así lo registró el general Arias, al mando de la operación militar dentro del Palacio, en sus mensajes radiales internos: “ a veces gritan esta gente, que necesitan la presencia de la Cruz Roja, pero de inmediato lo complementan con disparos.” (10) En efecto, uno de los guerrilleros heridos, Andrés Almarales, con-templó la posibilidad de hablar con la Cruz Roja. Una de las rehenes, la consejera Aydée Anzola, citada por el representante Alvaro Uribe Rueda, declaró que Almarales deseaba “ hablar con alguien de la Comisión de Paz o de la Cruz Roja, o con un mando mili-tar sobre la suerte de los rehenes, no sobre negociaciones, ni sobre exigencias. No. Sobre la suerte de los rehenes.” (11)

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La Cruz Roja en la historia de Colombia

Según el ejército, a las 10.30 de la mañana el guerrillero autorizó la salida de un rehén, el magistrado auxiliar Reynaldo Arciniegas, quien pidió que lo dejaran salir para hablar con el presidente y buscar la presencia de la Cruz Roja. (12) Las grabaciones de las conversaciones militares registran la salida de Arciniegas a las 9 de la mañana y las versiones periodísticas hablan de las 8.55. Por lo demás, los distintos relatos coinciden en los detalles de ese episodio: gritando su nombre y su cargo, Arciniegas recibió la garantía de los militares de que se respetaría su vida; llegó finalmente a la puerta del Palacio en donde lo recibieron oficiales del ejército a quienes comunicó: arriba hay personas inocentes. Los guerrilleros quieren que se envíe un periodista y un miembro de la Cruz Roja, y que hay voluntad de dialogar.

Relató en su libro, Germán Hernández: “los oficiales contestaron, tranquilo, vamos a ver qué hacemos.” La misma expresión la recogió el periodista de El Espectador, Edgar Caldas Vera: “ me contestaron que tranquilo, que no me preocupara. Vamos a ver que hacemos.” (13) “Los milita-res le aseguraron que tomarían las medidas del caso, le recomendaron que descansara y lo llevaron a la Casa del Florero donde recibió atención médica,” anotó Jimeno. (14)

Mientras tanto el comandante de las Fuerzas Armadas, el general Rafael Samudio, preguntaba por la frecuencia radial interna: “¿Usted habló con el magistrado Arciniegas?”

General Arias: “Hablé con él porque lo recibimos cuando bajó por la escalera (...) y dio alguna información.”

General Samudio: “¿El pidió la Cruz Roja?”General Arias: “Negativo (...) informó sobre los rehenes

en el mezzanine del segundo piso.”General Samudio: “¿Cuántos rehenes calcula él?”General Arias: “Creo que está un poquito subido en

número porque habla de 50 y nosotros ayer evacuamos 148, mas unos que se evacuaron esta mañana por el sótano.”

General Samudio: “¿Lo dejaron salir?”General Arias: “Lo hicieron bajar adonde estaba el

personal que controla la escalera, entonces ahí empezaron a gritar que necesitaban que viniera la Cruz Roja.”

General Samudio: “¿Les dijo que necesitaban atención médica o sanitaria?”

La Cruz Roja en la toma

del Palacio de Justicia: La presencia

de lo humanitario en un episodio

cruel.

Los guerrilleros quieren que se envíe un periodista y un miembro de la Cruz Roja, y que hay voluntad de dialogar.

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General Arias: “Cuando habló con el coronel Sánchez como que le manifestó que necesitaba un periodista y un representante de la Cruz Roja.” (15)

Pero el mensaje de Arciniegas no llegó a conocimiento de la presidencia. Según declaró ante la Cámara de Representantes el ministro Enrique Parejo, “Arciniegas llevó su mensaje a las Fuerzas Armadas, estuvo en la Casa del Florero y habló con el secretario del Ministro de Defensa, pero no llegó al Palacio de Nariño.” (16)

La preocupación de los militares que recibieron ese men-saje era otra. La resistencia ofrecida por los guerrilleros, el incendio en el interior del palacio, la exigencia de ponerle término a un episodio que se acercaba a las 20 horas de du-ración, eran factores de apremio. En este contexto adquie-ren todo su significado las expresiones del general Samudio a través de la señal interna de radio:

General Samudio: “ entiendo que no han llegado los de la Cruz Roja, por consiguiente estamos con toda la libertad de operación y jugando contra el tiempo. Por favor apúrense a consolidar y acabar con todo y consolidar el objetivo.”

Respondió, a su vez, el general Arias Cabrales: “Sigue siendo crítico el tiempo para dar por cumplida la misión y tomar por completo el objetivo.” (17)

Y replicaba Samudio: “ Estamos urgidos de que esta situación se defina.”

En efecto, vencidos uno a uno los focos de resistencia, sólo quedaba el baño entre los pisos segundo y tercero en donde los guerrilleros habían concentrado rehenes y armamentos para una ofensiva final.

“Esto nos impone controlar el cuarto piso(...) necesito otro grupo pues parece que los rehenes están entre el tercero y el cuarto y allí está la máxima concentración de fuego,” se oyó por la frecuencia militar. (18)

Para llegar al baño el ejército no contaba con otra vía que los huecos de los ascensores, a los que se accedía perforando muros con cargas explosivas. Una primera gran explosión cerca de la hora del mediodía aterrorizó a los rehenes. Las explosiones se había sentido peligrosamente cerca-nas durante toda la mañana. El magistrado Murcia Ballén,

General Samudio: “ entiendo que no han llegado los de la Cruz Roja, por consiguiente estamos con toda la libertad de operación y jugando contra el tiempo. Por favor apúrense a consolidar y acabar con todo y consolidar el objetivo.”

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La Cruz Roja en la historia de Colombia

que habia esperado en vano un buen resultado de la gestión de Arciniegas se puso a pensar “ que tal vez nuestro emisario no había regresado porque el gobierno no quería negociar.” (19) Un impacto que estremeció todo el piso, tumbo toda la pared del baño.

Entonces se oyó en la frecuencia militar: ““de todas maneras se colocaron dos cargas dirigidas ahora,

porque la primera no hizo el efecto correspondiente. Vamos a colocar otra adicional para tratar de dejarlos totalmente al descubierto y que el acceso sea sin bajas.” (20)

El mismo magistrado Murcia Ballén relató que después de la primera impresionante explosión, Almarales les ordenó salir al pasillo, todos arrodillados, adelante los magistrados, después otros hombres y detrás las mujeres. “Gritamos y gritamos, pero nada, cada vez aumentaban las ráfagas de las ametralladoras y las explosiones de las bombas. De pronto sonó un estallido que me dejó tonto.” (21)

A esa hora, las doce del día, el director del Socorro Nacional por fin tenía consigo los dos párrafos del mensaje para los guerrilleros y dos walkie talkie que le entregaron en la es-quina de la calle 11 con 6, funcionarios del ministerio de Comunicaciones. Acompañado con 5 voluntarios que lleva-ban consigo camillas y medicinas, Martínez Sáenz llegó a la Casa del Florero, donde hizo contacto con el comando de la operación: “ el coronel Alfonso Plazas, quien se hallaba en compañía del general Vargas, comandante de la división de policía Bogotá(...) encontré el más amplio apoyo por parte de las Fuerzas Miitares quienes me pidieron tener un mo-mento de calma, para intentar mi ingreso al edificio,” relató después Martínez. En efecto, minutos antes Plazas había recibido la orden:

“Quiere el general Samudio que dilate un poquitico el acceso de Martínez.” (21)

Una forma de aplazar la entrada se oyó en el radio: “Tenemos la siguiente adición: reseñar, tomar las huellas de los cuatro camilleros. Eso porque el grupo ese ha pensado cambiarse de vestido para salir ellos.”

Y preguntó el general Arias desde el interior del Palacio: “¿Ya se mandó traer el elemento para hacer la identificación?”

A esa hora, las doce del día, el director del Socorro Nacional por fin tenía consigo los dos párrafos del mensaje para los guerrilleros y dos walkie talkie que le entregaron en la esquina de la calle 11 con 6, funcionarios del ministerio de Comunicaciones.

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- “Confirmada la gestión de identificacion.”- Y agregó Arias: “Cuando terminen la reseña me informan para bajar a recibir

el personal.”A las dos de la tarde, 7 horas después de la urgente llamada presidencial, Martínez

Sáenz y sus socorristas estaban listos. Los dinamiteros del batallón de ingenieros habían derribado los muros y todo parecía dispuesto para el ataque final.

El general Arias recibió en su radio un escueto mensaje: “ Llegó el personaje.” ( Se refería a Martínez Sáenz)

Arias: “ Dígale que me va a mandar informar eso, para terminar aquí, porque estamos a punto de irrumpir, inclusive nos están dando ya fuego. Voy a bajar al primer piso, estoy en el cuarto, para recibirlo de acuerdo con lo previsto. Entonces él y cinco compañeros, perfectamente identificados, con sus camillas, con sus distintivos de la Cruz Roja, etc, para que alguien lo acompañe ahí, protegiéndose contra el muro del primer piso y que me espere ahí con el personal para hacerlos conducir.”

La respuesta que oyó Arias fue: “ahí los estamos demorando un poquito, dándoles instrucciones de cómo arribar.”

A lo que Arias agregó: “ Mientras me dan tiempo porque volvimos a recibir fuego ahí y vamos a utilizar un rocket.”

“Al llegar a Palacio y utilizando megáfono, comenzamos a informar al grupo atrincherado en él, que era portavoz de la Cruz Roja Colombiana, de un mensaje del gobierno nacional, y la única contestación que tuvimos a esa invitación fue una ráfaga de ametralladora que nos obligó a buscar refugio bajo el antepecho de cemento armado que existe en el edificio. Permanecimos en el tercer piso ante la imposibilidad de alcanzar el cuarto, ya que alli per-manecían los ocupantes con algunos soldados en permanente combate.

Súbitamente cesó el fuego y descendió del cuarto piso un grupo de soldados que dieron parte al general Arias de misión cumplida.” Así describió Martínez Sáenz los momentos culminantes de su misión. “El interés de cumplir esa misión se vió totalmente obstruido por los ocupantes que en ningún momento quisieron recibir el mensaje del gobierno, y los elementos lo mismo que los medicamentos enviados por los señores magistrados.” La misión se habia quedado sin cumplir.

En agosto de 1986 el Procurador Carlos Jiménez Gómez inició una indagación pre-liminar sobre los hechos, en la que censuró que se hubiera dejado solos al director de la Policía y “ al emisario de la Cruz Roja Colombiana, con la misión de intimar rendición sin concesiones a insurgentes que se enfrentaban enloquecidos a la muerte segura.” (23) Más adelante expresó el Procurador: “ No hubo una política de rescate de rehenes(...) subsiste como legítima la hipótesis de que con mejor manejo de la situación, los rehenes hubieran podido ser salvados sin necesidad de que el Estado negociara o cediera ninguna de esas prerrogativas.”(24)

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La Cruz Roja en la historia de Colombia

El presidente Betancur, al dirigirse el 20 de julio de 1986 al Congreso, explicó que el diálogo humanitario reclamado por el Procurador sí se había ensayado “ por una Comisión de la Cruz Roja que fue recibida a tiros.” (25)

En una acusación ante la Cámara de Representantes, el presidente de la Fundación Pro esclarecimiento de los hechos del Palacio de Justicia, Juan Manuel López Caballero, con base en la grabación y transcripción de las comunicaciones militares, encontró, entre otras, las siguientes pruebas:

- La operación militar fue adelantada sin tener, en ningún momento, un plan de rescate de rehenes y ni siquiera de protección particular para sus vidas.

- La operación se adelantó sin hacer distinción entre el objetivo militar, que era la derrota de los subversivos, y la obligación constitucional y humanitaria de preservar la vida de los civiles.

- Por lo menos 17 posibles guerrilleros cayeron vivos en manos de las fuerzas Armadas.- El doctor Martínez, representante de la Cruz Roja fue demorado en su intento

de intervención humanitaria hasta tanto no quedaron supervivientes. (26)Todos los datos consignados hasta aquí indican que en todo momento la presencia de la

Cruz Roja en Palacio fue mirada como un obstáculo para la acción militar.También resulta evidente que si se hubiera cumplido el propósito anunciado por el

presidente Betancur al expresidente López y al director del Socorro Nacional de lograr la entrada de la Cruz Roja en las horas de la mañana, el curso de los acontecimientos habría sido diferente y que se hubieran salvado muchas vidas.

Situada en el punto de convergencia del interés humanitario del gobierno, del interés militar en una operación en marcha, y del clamor de los rehenes, la Cruz Roja estuvo disponible, aún con el riesgo de la vida de sus socorristas, para cumplir su misión.

Notas:1.- Esta reconstrucción histórica se apoya en los datos consignados por: General Miguel Vega Uribe: “Las Fuerzas Armadas y la Defensa de las Instituciones.” Alvaro Uribe Rueda: “Palacio de Justicia, Juicio de Responsabilidades.” Juan Manuel López: “Palacio de Justicia:¿Defensa de nuestras Instituciones?” Germán Hernández: “ La Justicia en llamas.” Ramón Jimeno: “Noche de Lobos.” Humberto Vélez R y Adolfo Atehortúa: “El Caso del Palacio de Justicia.” Coronel Luis Alfonso Plazas: “La Batalla del Palacio de Justicia.”

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2.- Cf. Vélez y Atehortúa: Militares, guerrilleros y autoridad civil,” Universidad del Valle, Cali, 1993. Páginas 68 y 69. Y Laura Restrepo: Historia de un entusiasmo, Norma, Bogotá 1999. Páginas 231 y siguientes.

3.- Vélez y Atehortúa, Op. cit. P. 70.4.- Cf. Ramón Jimeno, Noche de lobos. Editorial Presencia. Bogotá, 1989. Páginas 18 y 19.5.- Cf. Germán Hernández. La justicia en llamas. Valencia Editores, Bogotá, 1986. Página 56.6.- General Miguel Vega Uribe: Las Fuerzas armadas de Colombia y la defensa de las instituciones democráticas. Sin pié de imprenta. (Intervención ante la Cámara de Representantes.) P. 42.-

7.- Belisario Betancur ante el juez de instrucción Criminal, 03-03-87. Folio 549.8.- Cf. Jimeno, Op. Cit. Página 126.9.- Libro de Actas del Consejo de ministros, 07-11-85.10.- Jimeno: Op. Cit. Página 126. Registro de las comunicaciones internas del ejército. Las citas utiliza das en este capítulo son tomadas de la grabación hecha por radioaficionados y periodistas que siguieron los hechos del Palacio a través de las comunicaciones internas del ejército, sintonizadas en radios particulares. Estas grabaciones sirvieron de base para las investigaciones que adelantaron distintas entidades y para obras como la de Jimeno, Hernández, y Vélez y Atehortúa. 11.- Alvaro Uribe Rueda: Palacio de justicia, juicio de responsabilidades. Sin pié de imprenta. Interven ción en la Cámara de Representantes 10-12-85. Página 21. 12.- Cf. Coronel Alfonso Plazas. Página 268.13.- Citado por General Miguel Vega. Op. Cit. Página 83.14.- Jimeno. Op. Cit. Página 128.15.- Citados por Jimeno, Op. Cit. Páginas 129 y 130.16.- El Espectador, 17-12-85. Página 3B.17.- Citado por Vélez y Atehortúa. Op. Cit. Página 183.18.- Citado por Jimeno. Op. Cit. Página 130.19.- Citado por Hernández, Op. Cit. Página 85. Relato de Murcia Ballén a Germán Santamaría en El Tiempo.

20.- Citado por Jimeno, Op. Cit. Página 132.21.- Citado por Hernández, Op. Cit. Páginas 85 y 86.22.- Citado por Vélez y Atehortúa. Op. Cit. Página 216.23.- Procuraduría General de la Nación: El Palacio de Justicia y el Derecho de Gentes. Printer colombiana, Bogotá, 1986. Página13.

24.- Procuraduría, Op. Cit. Página 27.25.- Informe Presidencial al Congreso Nacional, 20-07-86. Capítulo 2.26.- Juan Manuel López, Palacio de justicia, ¿defensa de nuestras instituciones? Editorial Retina, Bogotá, 1987. Páginas 32 y 33.

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10.

Armero

El 13 de noviembre de 1985 a las cuatro de la tarde comenzó en la sede de la Cruz Roja de Ibagué, una reunión del Comité Regional de Emergencia. Acababa de recibirse un preocupante mensaje por la radio de la Defensa Civil, sobre las emisiones de ceniza del volcán el Ruiz y sobre el intenso olor a azufre que dominaba en la zona. Los habitantes de Armero, a esa hora, habían comenzado a inquietarse, al arreciar sobre sus viviendas y en las calles, la lluvia de cenizas.

Días antes el gobernador del Tolima, Eduardo Alzate García, había dispuesto la insta-lación de una red de sismógrafos y de teléfonos que le permitieran a la Cruz Roja dar un aviso oportuno, y había pedido al personal de la institución su contribución, como do-centes, en un seminario sobre desastres a inspectores y alcaldes de los nueve municipios que podrían ser afectados por la actividad del volcán. No sorprendió a los asistentes, por tanto, cuando el director de la Cruz Roja, el médico Ramiro Lozano, propuso el tema de las cenizas y el azufre y un representante de ingeominas hizo una cuidadosa explicación sobre las distintas señales de la actividad volcánica. Sin embargo, ante los nuevos datos que parecían indicar que la situación largamente estudiada había entrado en crisis, se de-cidió difundir un mensaje de alerta a todos los equipos de la Policía en Armero y en las otras poblaciones a través de la red policial de radio. Cuando la reunión terminó a las 7.30 de la noche, para todos era claro que debía ponerse en marcha un operativo de emergencia y que el gobernador del departamento, ausente en la reunión, debía asumir el control de las actividades.

Pero el sentido de urgencia del comité no era compartido por todos. En Armero el pro-fesor Efrén Torres, del Comité de Emergencia de la Defensa Civil, informó a la población, a través de los altavoces de la iglesia, que la caída de cenizas era algo natural, que era algo que no revestía peligro inmediato.(1)

El propio gobernador, convencido de la poca importancia del asunto se había reunido con algunos amigos en una cancha de bolos en donde lo encontró a las 10 de la noche el director de la Cruz Roja después de una afanosa búsqueda. Como el gobernador, el coor-dinador de socorristas de la Cruz Roja en Bogotá, Fernando Bendeck, también disfrutaba a esa hora del ambiente descansado de una bolera; sólo que, entrenado por una larga ex-periencia, cuando el operador de turno le transmitió el pedido de ayuda que había llegado desde Armero, intuyó que desde ese momento comenzaban para él y para su institución, las más intensas horas de actividad.(2)

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.

Foto armero pag 34 fotoprensa 85 de el mundo

Panorámica de Armero el 13 de Noviembre de 1985.

foto de Luis Eduardo Mejía . El Mundo. Medellin

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No le pasó así al director del Socorro Nacional, Carlos Mar-tínez Sáenz, quien aún seguía bajo el impacto del episodio vivido una semana antes en el Palacio de Justicia. Después de su comunicación con el radio operador de Armero, e im-partidas las instrucciones de rigor para evacuar la población situada en las riberas del río Lagunilla, Martínez abandonó la sala de radio y se fue a dormir, convencido de que era otra inundación como las que rutinariamente atiende la insti-tución en las riberas de los grandes ríos.(3) Pero lo que en ese momento ocurría en Armero era otra cosa.

El viento rugía como en un huracán, el río, desbordado, sonaba como si bajara de la montaña triturando grandes piedras, y la gente corría y gritaba enloquecida de pavor: “se vino el volcán.”

En ese momento, 10.30 de la noche, el volcán había hecho erupción y al estallar había lanzado material caliente de dis-tintos tamaños que se había dispersado por la extensión de los glaciares y los había derretido en parte. Eran partícu-las grandes o pequeñas, todas incandescentes, que diluían la nieve y generaban ríos de agua caliente, al principio.

Rescate de una madre

con su bebé,

fotografía de Gabriel Buitrago

del diario El Mundo de Medellín.

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Esos miles de ríos en busca de un cauce formaron enseguida un torrente que comenzó a descender cordillera abajo como una masa oscura y rugiente que arrastraba todo lo que encontraba a su paso. El cañón del Lagunilla le sirvió de caja de resonancia al formidable estruendo de millones de metros cúbicos de agua que arrastraban piedras enormes, árbo-les y toneladas de tierra revueltas en una colosal mezcladora. En el recorrido de 46 kiló-metros de caída, desde la cima nevada hasta el sosegado valle, la rugiente masa aumentó su velocidad hasta semejar un tren desbocado montaña abajo a trescientos kilómetros por hora, que a todos tomó por sorpresa. Se calcula que a las 11.30 de la noche más de cu-atrocientos cincuenta mil millones de metros cúbicos de lodo, un lahar en la terminología técnica, salieron del cañón y se abrieron paso por la planicie a una velocidad que nada podía contener y todo lo podía destruir.

Un radioaficionado del club Los Tiburones, lanzó al aire un pedido de ayuda que dejó con el corazón en la boca a quines lo escuchaban, al cortar bruscamente su emisión después de informar: “se me está entrando el agua en la casa.” Una sensación parecida tuvieron los radio operadores que se habían comunicado con la secretaria de la Defensa Civil en Armero, Margarita Bejarano. Presa del pánico había oprimido la portadora del radioteléfono, pero se la podía escuchar entre los ruidos de la estática cuando gritaba sin parar: “atención todas las estaciones, este es Armero. El río se desbordó, el río se desbordó, por Dios. Por Dios...nadie me escucha, nadie me oye.”

El alcalde de Armero que solía entretenerse con un equipo de radio, esa noche lo usó para pedir ayuda. Se comunicó primero con el corresponsal de El Tiempo en Ibagué, y después con Ramiro Lozano, el director seccional de la Cruz Roja a quien alcanzó a dar detalles de la situación, antes de interrumpir de golpe su emisión: “ se nos entró el agua,” pudo decir antes de desaparecer del aire, en un silencio mortal.

En ese momento los socorristas de todas las poblaciones vecinas, prevenidos desde varios meses antes, habían recibido mensajes de alerta. Pero la calamidad se les presentó envuelta en una impenetrable oscuridad atravesada de gritos que emergían de entre un estruendo de desastre. Toda previsión teórica o logística quedó desbordada por las enormes proporciones de la situación.

“Las primeras horas de la tragedia fueron terribles. No teníamos aún implementos de auxilio. Todo se limitó a una atención personal. Había gran cantidad de heridos sin posibi-lidad de ser evacuados ni atendidos debidamente. Teníamos que dejar heridos en algunas casas porque no había forma de trasladarlos con cuidado,” contó uno de los socorristas, Fernando Vásquez Hoyos. ( 4 )

Moviéndose entre la oscuridad y con la ayuda de sus linternas, hicieron los primeros rescates. En Armero habia en aquel momento 80 socorristas de la Cruz Roja y un grupo de 30 damas voluntarias, de los que solo sobrevivieron unos pocos. A los demás los sepultó la avalancha mientras intentaban tareas como la de la evacuación de las familias que habían levantado sus viviendas a orillas del río Lagunilla. El conductor de la Cruz Roja

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de Armero, milagrosamente sobreviviente, se dedicó a sal-var niños. Toda la noche mantuvo su empeño de sacarlos y llevarlos a una colina; así les salvó la vida a 42. Mientras tanto los socorristas habían reunido a los primeros heridos alrededor de unas fogatas encendidas en los potreros cer-canos. Todos mostraban traumatismos múltiples y heridas que requerían atención especializada; sin embargo, sólo al amanecer podrían ser evacuados. Algunos murieron allí, al pie de las fogatas.

El coordinador de socorristas, Fernando Bendeck, pasó esa noche en blanco dedicado a la coordinación de los equipos de rescate. Llegó a Armero con las primeras luces del amanecer para enfrentarse a un espectáculo que nunca hubiera podido imaginar.

“Llevo 15 años de socorrista. He atendido desastres en las Malvinas, en las inundaciones de la Argentina, de Bolivia, de Perú, de Brasil...que son muy grandes. Estuve con los desplazados en Honduras...pero esto que he visto y vivido en Colombia creo que no lo volveré a vivir nunca. Era como si una acción devastadora lo hubiera borrado todo en Armero. Todas esas láminas de zinc regadas por donde estaba Armero, como si hubiera habido un ciclón...y en los días siguientes el olor, un olor penetrante que llegaba aún al helicóptero..” ( 5 )

A Walter Cote, del Socorro Nacional, le habían ordenado vacaciones después de su acción en el Palacio de Justi-cia, una semana antes, y se encontraba esa madrugada en el aeropuerto de Cali cuando un policía se le acercó para preguntarle su nombre:

- ¿Qué pasa?- Lo necesitan urgente, le dijo y lo llevó al teléfono en

donde oyó la voz del presidente Rueda Montaña: “ Véngase, lo necesitamos en Armero.”

Cuando horas después pudo llegar a la zona del desas-tre revivieron las preguntas que se había hecho durante las largas horas de espera en el Palacio de Justicia: la Cruz Roja necesitaba mucho más de lo que tenía para responder a cuantos demandaban su ayuda. Quiso comunicarse por radio para iniciar alguna coordinación y no encontró

Voluntarios de la Cruz Roja

entre el lodo de Armero.

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equipos; pretendían, como Socorro Nacional, tener un control sobre la operación, pero a esa hora, en un lugar inundado por curiosos, por víctimas, por entidades de toda clase que improvisaban sobre la marcha las operaciones que les sugerían su buena voluntad, o su afán de figuración, o su idea particular sobre lo que allí se necesitaba, cualquier intento de coordinación estaba condenado al fracaso.(6) Se calcula que en el primer día se concentraron más de 5000 voluntarios en la zona de desastre, dispersos y desorienta-dos. Nadie había procedido al encerramiento de la zona. (7) “Esa falta de control costó la vida de mucha gente,” anotó Cote.

Finalmente, levantó una carpa en lugar visible, izó la bandera de la Cruz Roja para ofrecer a los voluntarios y socorristas de la institución un lugar y una acción de coordinación de las actividades que ya habían comenzado a desarrollarse.

Desde horas antes de la erupción, hasta que se iniciaron las tareas de rehabilitación, la Cruz Roja actuó con un ojo puesto en el volcán. Con la Defensa Civil, entre las 7 y las diez de la noche dio la alerta a todas las bases, al concluir la reunión del Comité Regional de Emergencia, y continu-aba en esa vigilancia el sábado siguiente, cuando se multi-plicaron los temores de una nueva avalancha. El director del Socorro Nacional, Carlos Martínez Sáenz, recordaba:

“Gracias al estudio de vulcanología que se estaba adelantando permanentemente en Manizales, nosotros recibíamos cada hora un télex con el dato exacto de la situación...y cuando a nosotros nos dijeron que hubo un desprendimiento que se quedó en la base, inmediatamente la obligación nuestra fue poner en alerta a esta gente que estaba sobre el terreno.” ( 8 )

Hubo otra clase de incertidumbre que la institución atendió con su sistema de censo de víctimas, desaparecidos y sobrevivientes. El trabajo de los voluntarios producía unos largos listados que respondían eficazmente las angustiadas preguntas: ¿dónde está? ¿Murió? ¿Lo encontraron? Dentro del enorme caos producido por la avalancha, este servicio de información, renovado varias veces al día, llevó alivio a centenares de personas.

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Al amanecer del jueves, tras una noche de horror, los heridos atendidos al lado de las hogueras fueron traslada-dos al helipuerto acondicionado en las primeras horas del día. Muy pronto decenas de helicópteros del ejército, de la Defensa Civil, de la Cruz Roja y de empresas particulares iniciaron su servicio o hacia el aeropuerto de Mariquita, o hacia Honda o hacia los hospitales vecinos.

El país y el mundo, conmovidos por la noticia de la de-saparición de una población de más de 25 mil habitantes, comenzaron a entregar ayudas de toda clase que, personal de la Cruz Roja en las principales ciudades, se dedicó a recibir, clasificar, empaquetar y reexpedir a los que la esperaban. Un dispendioso trabajo que se complicó por las cantidades de ropa vieja y de drogas vencidas que apa-recían bajo el nombre de donaciones. Se calcula que el 80 por ciento de la ayuda fue en ropas y que el 60 por ciento de ese material era usado o de mala calidad. Los socorristas de la Cruz Roja de Medellín estuvieron atentos a la llegada de un avión procedente de Miami con veinte toneladas de donaciones. Cuando después de los innumerables trámites de aduana, llegaron con sus tres tractomulas cargadas con la voluminosa remesa y abrieron las enormes cajas, descu-brieron que la colonia colombiana en Miami había creído de utilidad el envío de 20 toneladas de basura, incluída una aparatosa planta eléctrica de dos toneladas y media que apenas si sirvió como chatarra.

Pero la mayor actividad de la Cruz Roja se concentró en el rescate de sobrevivientes. Descubrieron los socorristas que para salvar una vida, lo mismo podía servir un helicóptero, que un palo largo, una cuerda o tejas de zinc. En los dos primeros días hubo hasta 30 helicópteros dedicados a la localización y rescate de 1500 sobrevivientes. A veces el socorrista anudaba alrededor del cuerpo de la persona sumergida en el lodo una manila con la que, izada, la lleva-ba hasta la orilla en donde recibía la atención de camilleros y socorristas. Otras veces se utilizaba un arnés o en algunos casos el socorrista, desde el patín del helicóptero daba la mano al sobreviviente y lo llevaba hasta el aparato.

Pero no siempre los rescates fueron tan sencillos.

Rescate entre el lodo y las ruinas

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El salvamento de una mujer encinta que había sobrevivido entre las ruinas de su casa, inmovilizada por el cadáver de su esposo cubierto por los escombros de una pared, puso a prueba todo el ingenio y la voluntad de servicio de los socorristas. El vuelo del helicóptero fue obstaculizado por una palmera de 10 metros y la remoción de los escombros creaba el peligro de que se les viniera encima lo que quedaba en pie de la casa. Cortaron la palmera a golpes de hacha, cuando la sierra eléctrica se descompuso; apuntalaron los muros de la edificación, mientras un médico suministraba suero a la mujer hasta que la extenuante operación culminó con el momento triunfal en que emergieron el espléndido vientre y el rostro feliz de la mujer.

El socorrista de la Cruz Roja, Manuel Ariza, logró en un solo día el rescate de 68 per-sonas, trabajando desde un helicóptero en que viajaba solo con el piloto. Ubicaba un sitio en donde se concentraban muchos sobrevivientes, armaba un planchón de madera en el lodo, reunía allí el mayor número de personas y los evacuaba por grupos. Las Fuerzas Armadas con 9 aparatos lograron 3593 rescates. (9) y un grupo de pilotos comandados por Juan Gonzalo Angel sacó del lodo a 1576 personas con unos pequeños aparatos Hudges 500. Según el informe presentado por el presidente de la Cruz Roja Colombiana, el 95 por ciento de los rescates se logró en las primeras 48 horas después de ocurrido el desastre.

Los limitados recursos de que disponían los socorristas y la gran cantidad de personas que demandaban su ayuda obligaban a mantener unos criterios de racionalización del servicio. Les pasó a los socorristas que, desde un helicóptero, vieron en la terraza de un edificio a un hombre que les hacía señas con un niño en brazos. Cuando le lanzaron la cuerda para izarlo, el hombre les gritó que esperaran y segundos después apareció con el cuerpo inerte de una niña de tres años. Entonces se dieron cuenta de que el otro niño tam-bién estaba muerto y que el hombre se proponía ascender con los dos cadáveres. A gritos le exigieron que dejara los dos cuerpos, pero el hombre se obstinó y se aferró a la cuerda con los dos niños muertos en brazos. Los socorristas no tuvieron más alternativa que izarlo y llevarlo hasta Lérida en donde supieron que este hombre era el payaso de Armero, que hacía reir a los niños. (10)

El propósito de ayudar al mayor número impuso una lógica fría: ¿a quién auxiliar: al hombre que gritaba desde un islote solitario o al grupo que se aglomeraba en el techo de una vivienda sumergida? ¿Al herido difícil de evacuar o a personas aparentemente sanas y de fácil evacuación?

El jueves al mediodía el socorrista Alvaro Castro y el voluntario de la FAC, Carlos Romero, descubrieron entre las ruinas de su vivienda a Carmen Cecilia de Moreno, una mujer de 25 años, con 8 meses de embarazo, junto a una cuñada suya, Gladys, de 19 años. Las dos habían quedado inmovilizadas entre una masa de lodo, cemento, vidrios y escom-bros y junto a los cadáveres de los dos pequeños hijos de Carmen Cecilia. Trabajando con las manos primero y después con todas las herramientas que pudieron obtener, los dos voluntarios trabajaron para rescatarlas el jueves y el viernes. En las noches, les hicieron

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compañía a las dos mujeres, les dieron confianza y les ayudaron a resistir las embestidas del pesimismo. El sábado por fin pudieron liberarlas de su prisión de lodo y de escombros y, allí mismo, en una camilla, un médico le practicó a Carmen Cecilia una cesárea. Cuando pudieron gritar que había nacido un niño, los dos socorristas recibieron con lágrimas la noticia de que habían derrotado la muerte en aquel lodazal.

No tuvo el mismo final feliz el trabajo del socorrista de la Cruz Roja, Jairo Enrique Guativonza cerca de Omaira Sánchez, una pequeña de 12 años a quien el socorrista había descubierto al atardecer del jueves debajo de una plancha de cemento. Al romper la plan-cha, en un duro trabajo de picapedrero que lo mantuvo activo la noche del jueves, se dio cuenta de que la niña tenía las piernas aprisionadas entre ladrillos, palos y cuerpos huma-nos sumergidos entre el lodo. Las horas del viernes se le fueron a Guativonza en un solo esfuerzo para impedir que las aguas, al subir de nivel, ahogaran a Omaira; en el trabajo de remover los obstáculos que la inmovilizaban; en alentarla y alimentarla. Al anochecer la niña dio señales de desfallecimiento y ya comenzaba a delirar. Guativonza pasó la noche a su lado, oyendo sus extrañas canciones, sus delirios, sus llantos y sus risas. Todos los esfuerzos del sábado, las motobombas que extraían el agua, el suero que le aplicaron los médicos, la ansiedad de decenas de periodistas que impotentes veían como se apagaba una vida de doce años, todo fue inútil. Unos minutos después de las diez, el socorrista se precipitó sobre ella para darle respiración boca a boca, pero esta vez la muerte, implacable, cobró su tributo.(11 )

Aprendizaje en Armero:

De los albergues a la vivienda por autoconstrucción.

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Ese sábado los socorristas tuvieron serias dudas sobre la utilidad de seguir en su búsque-da de sobrevivientes. Sin embargo, al anochecer un grupo de 22 socorristas se distribuyó en sitios estratégticos con aparatos de escucha para captar voces o señales de sobrevivien-tes. La operación dio resultado porque, utilizando los datos obtenidos, el domingo partier-on los helicópteros con direcciones precisas de lugares en donde se habían captado señales de vida. En los días siguientes se ayudaron con perros amaestrados y con un equipo inglés de carros de oruga con rayos infrarrojos que permitieron detectar señales de vida; así se encontraron sobrevivientes hasta 13 días después de la avalancha.

En Armero se sumaron los aciertos de la generosidad y el espíritu humanitario, a los errores de la improvisación y de la falta de coordinación. Estos suelen enseñar más que los aciertos y por esa razón en la tercera semana de enero de 1986 se reunió en Bogotá un seminario para detectar errores y buscar correctivos. Participaron en ese examen de una realidad histórica, todos los que habían tenido alguna responsabilidad en las tareas de ayuda a sobrevivientes y damnificados que, descubrieron, inicialmente, fallas como estas.

- Desórden e ineficiencia en los servicios de transporte.- Deficiencias en las comunicaciones.- Descoordinacion entre las instituciones, que querían ser un todo, y no parte de

un todo.- Falta de control sobre la zona, que fue tomada por una avalancha de buena voluntad

sin orden ni plan; la zona, por tanto, debió cerrarse.- Desconocimiento o desacato de las normas para manejo de las víctimas que deben ser

reconocidas, identificadas y clasificadas con distintivos que permitan distinguir a los que deben ser evacuados y diferenciarlos de los que deben permanecer en el sitio. Los heridos fueron evacuados sin identificación ni orden.

- Ejemplos de otras catástrofes, como la del volcán Santa Helena, fueron utilizados para alarmar y no para prevenir.

La Cruz Roja hizo su propio exámen. En ese momento se acumulaban la experiencia del Palacio de Justicia y las intensas jornadas de Armero, dos eventos que, según Walter Cote, hoy director del Socorro Nacional, señalan un antes y un después en la vida de la Cruz Roja. Las fallas, las limitaciones, los errores en Armero, enfrentados con honestidad institucional, indujeron un cambio real.

Explica Cote: “ el Palacio de Justicia implicó un cambio de pensamiento, Armero in-trodujo un cambio de organización” que se hizo real en 1988 cuando se implantó el Siste-ma de prevención de Desastres. Armero puso en evidencia que la entidad carecía de equi-pos y que su personal no tenía entrenamiento. Recordando esa catástrofe, Cote afirmó: “Omaira murió porque no teníamos equipos.” El nuevo sistema, ideado para corregir aquellos errores, impuso una más eficiente y técnica respuesta institucional ante los desastres.”

“Creíamos serlo todo y no teníamos recursos ni experiencia. En Armero aprendimos a ser una parte; ese desastre nos enseñó que nos servía más ser parte del sistema que ser una

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institución aislada. Por eso hoy sentimos que somos una parte complementaria y subsidiaria del Sistema Nacional de Desastres. También sentimos que como institución tenemos una voz fuerte que nos permite controlar para que lo humanitario no se ponga al servicio de lo político, o de lo electoral, o del poder.” (12)

Notas.Salvo indicación en contrario, los datos de la tragedia de Armero fueron tomados del libro del autor, Avalancha sobre Armero, El Ancora, Editores, Bogotá, 1986.

1.- Pedro Nel Valencia, entrevista al párroco de Armero. El Mundo, 15-11-85.2.- Fernando Bendeck. Entrevista con el autor 12-85.3.- Carlos Martínez Sáenz, entrevista con el autor. 12-85.4.- El Espectador: Lucha entre el lodo para salvar vidas. 26-11-85. Página 2b5.- Fernando Bendeck: entrevista con el autor. 12-85.6.- Walter Cote, entrevista con el autor, 16-09-04.7.- Datos conocidos durante el seminario reunido en Bogotá en enero de 1986 para detectar los errores de Armero.

8.- Carlos Martínez S. Entrevista con el autor, 12-85.9.- Ministerio de Defensa, Oficina de prensa. Boletín Oficial 18-11-85.10.- Rafael Mendoza: El payaso de Armero llora su tragedia. El Espectador 18-11-85.11.- Datos tomados de las crónicas de Germán Santamaría, El Tiempo 16 y 17-11-85; Raul Osorio Vargas, el Espectador, 17-11-85 y Pedro Nel Valencia, El Mundo 18-11-85-

12.- Walter Cote, entrevista con el autor, 16-09-04.

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Aprendizaje.“Seguimos improvisando.Los desastres nos toman con los calzones en las rodillas. Todo el mundo da órdenes. Se nos formó en la Cruz Roja un ejército de generales; estamos pobre-mente equipados. El desastre nos cogió sin ambulancias, radios, helicópteros. Hubo manifestaciones de celo. Muchos voluntarios no fueron llamados porque en las seccionales falta entendimiento dentro de los grupos. La decisión político administrativa no debe ser barrera para las actuaciones de la Cruz Roja.Las operaciones de rescate se vieron entorpecidas por exceso de personal voluntario, exceso de buena voluntad, exceso de sentimiento humanitario que crea complicaciones y confusiones sin cuento. Exceso de personas colaborando con muy buena voluntad, pero con absoluto desconocimiento de las normas que existen para estos casos.Hubo diversidad de métodos y falta de unificación Los errores los cometió no sólo el personal paramédico, sino también profesionales de la medicina y la enfermería cuya buena voluntad desbordó sus conocimientos.Es necesario un organismo del más alto nivel, dedicado a la planificación, instrucción, dotación, coordinación y comando de las operaciones de socorro del país.”Antonio Rueda Montaña, Presidente de la Cruz Roja Colombiana en el Simposio “Aspectos Médicos de la Catástrofe de Armero.”Escorpio Editores, 1989, Bogotá. Página 374.

“Lo de Armero sirvió de base para comenzar a pensar en este cuento. Después de Armero se creó la Oficina Nacional de Prevención de Emergencias. Comenzó la preparación de la gente, se avanzó en logística, de modo que cuando nos pasó lo de Armenia, ya había algo, ya teníamos bases.”

Fabián Alberto González. Voluntario de la Cruz Roja de Armenia.Entrevista con el autor

Una víctima que se convirtió

en símbolo de la tragedia

y de las limitaciones para socorrer.

Foto de A.P.

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11.Los Desplazados

La tragedia de Armero le hizo olvidar al país su conflicto armado interno, pero solo momentáneamente, porque el debate nacional sobre el Palacio de Justicia se reavivó desde la prensa y en el congreso, y los colombianos retomaron el hilo de sus preocupaciones centradas en una guerrilla que, al aparecer relacionada con el narcotráfico, adquiría un rostro distinto al que hasta entonces se le conocía.

En 1964, cuando en el mundo resonaban los gritos y las marchas de los movimientos de liberación nacional, campesinos que en Marquetalia y Ríochiquito se organizaron en grupos de autodefensa para pedir escuelas, vías y crédito para su producción agrícola, lograron alarmar al gobierno nacional que, ante la posibilidad de que en aquellas aparta-das regiones apareciera una república independiente de signo comunista, desplazó una poderosa fuerza militar para erradicar cualquier organización o proyecto subversivo. De la resistencia que entonces presentaron los campesinos surgió la organización guerrillera que hoy se conoce como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC.

La revolución cubana entusiasmó a sindicalistas, estudiantes y jóvenes profesionales hasta el punto de dar lugar a la aparición de otro grupo guerrillero, el Ejército de Liberación Nacional, ELN, de modo que al finalizar la década de los años 60 el país se enfrentaba a la acción de dos grupos guerrilleros y a la aparición de una nueva violencia que intensi-ficarían, más tarde, el Ejército Popular de Liberación,EPL, y el M 19, protagonista de los hechos de noviembre de 1985.

La presencia y la actuación de estos grupos armados en el escenario nacional creó una situación de confusión y de incertidumbre que unos llamaron conflicto interno, para otros ofreció las características de una guerra civil; guerra contra la sociedad la llamó un académico y, también dentro de la academia, se denominó como una guerra ambigua. (1) Los hechos se han encargado de revelar la verdadera cara del conflicto, como lo anota el especialista Jaime Zuluaga: “ desde hace varios años los combates dejaron de ser episódicos, se enfrentan grupos organizados – ejército y paramilitares de un lado, con-tra las guerrillas, de otro lado- y existen diferencias políticas entre los grupos enfrenta-dos.” Por tanto, concluye el investigador: “ parece más apropiado referirse a la situación de confrontación armada que se vive en el país con el concepto de guerra.” (2)

Como a tal lo ha tratado la Cruz Roja Colombiana que en la última década del siglo multiplicó sus acciones dentro de una orientación que se proponía ir más allá de lo asis-

Acompañados por socorristas de la Cruz Roja

se desplazan hasta Quibdó los habitantes de Bojayá, muchos de ellos niños.

Fotografía de Julio César Herrera

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tencial. En efecto, en 1992 presentó su primera propuesta de acuerdo humanitario entre el gobierno y la Coordina-dora guerrillera Simón Bolívar; en 1993 condenó pública-mente los secuestros de la guerrilla y exhortó a cumplir las disposiciones humanitarias de protección y trato humano a los secuestrados; en 1994, ante las reservas y objeciones de los congresistas a la ratificación del Protocolo II, la insti-tución actuó ante la Corte Constitucional para exponerlo y defenderlo; al mismo tiempo, en todas las capitales de departamento se inició una campaña de difusión de las reglas del Derecho Internacional Humanitario, DIH. En ese mismo año, la Cruz Roja Colombiana hizo parte de la Comisión e Investigación de los sucesos violentos de Tru-jillo (Valle)Allí brindó apoyo logístico y administrativo. En 1995 cumplió una función similar en la Comisión de Investigación sobre Infracciones al DIH en Meta; entre 1995 y 1996, cuando arreciaba la acción de los violentos en Urabá y Aguachica, estableció o consolidó su presencia en esa región. Participó en la campaña para la prohibición del uso de minas antipersonales en 1996 y en el movimiento contra el reclutamiento de menores por parte de los grupos arma-dos. En esos años vinculó a otras sociedades de la Cruz Roja a los proyectos de difusión, asistencia y rehabilitación en las zonas de conflicto; sumaron su apoyo la Cruz Roja de Suecia, de Holanda, de Francia, de Canadá, de España, el gobierno holandés, Unicef y Echo.

En 1997 apoyó el Mandato por la Paz y entre 1995 y 1996 atendió a 83 mil víctimas; de ellos 80 mil en emergencias masivas.

Esta intensa actividad tuvo un carácter de respuesta a la situación de catástrofe social y humanitaria que había provocado la guerra interna; pero, además, fue un ex-preso propósito institucional formulado por su presiden-te, el médico Guillermo Rueda Montaña, quien escribió entonces: “La Cruz Roja Colombiana ha decidido, ante los problemas de violencia y conflicto que aquejan al país, incrementar su acción humanitaria en los diversos campos de su actividad. Para ello ha modificado sus estatutos y re-definido su misión, la cual es ahora de defensa de los Dere-

La Cruz Roja Colombiana en la última década del siglo multiplicó sus acciones dentro de una orientación que se proponía ir más allá de lo asistencial.

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chos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario en forma activa y participante (...) deberá ser (la Cruz Roja ) una activista de los derechos humanos , un instrumento del desarrollo de los pueblos y un buscador constante de la paz.”(3)

El rostro de las víctimas de esa violencia y conflicto y el objetivo de esa acción humani-taria, apareció durante estos años en el desplazado, ese efecto de la violencia a quien la guerra despoja de todos sus derechos. “ En la tragedia de los desplazados se sintetiza la violación de todos los derechos humanos, políticos y civiles.” (4)

En efecto, el historiador Hermes Tovar ve a Colombia en la segunda mitad del siglo XX como “un país que huye” (5) Pero esa vigorosa expresión es aplicable a toda la historia del país. Según los datos del mismo historiador, en Colombia se ha dado “ historicamente un gran movimiento de poblaciones forzadas a recorrer su territorio de un lugar a otro, huyendo de criminales de oficio (...) las migraciones internas no han cesado desde el siglo XVI.” (6)

Ese país en fuga se mantuvo cuando, en vez de los criminales de oficio, fueron los guer-reros los que se convirtieron en factores de expulsión. Sucedió en las guerras de indepen-

Entrega de elementos de aseo, de vajilla, de cocina

y mercados a desplazados de Cajamarca.

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dencia y, después, en las guerras civiles: el paso de los ejér-citos ahuyentaba a la población cuyos bienes requisados por el militar de turno, eran a la vez la primera cuota cobrada por los guerreros y la señal temprana para huir.

El historiador y sociólogo Darío Fajardo mira el siglo XX y encuentra a la población del país bajo la presión de tres olas, la primera es la de los desplazamientos forzados por la guerra de los Mil Días, al nacer el siglo.

La segunda ola es la que se dio entre 1946 y 1966 que “causó la migración forzosa de más de dos millones de per-sonas, equivalente casi a una quinta parte de la población de 11 millones de personas.” (7) El censo de 1964, citado por Tovar, reveló que el 71 por ciento de los hombres entre los 15 y los 64 años residentes en Bogotá, eran migrantes. (8)

La tercera ola es la de este final de siglo y comienzos del XXI. Entre 1985 y 2002 se registraron 2.446.225 desplaza-dos, (9) que en un 55 por ciento eran menores de 18 años; un 53 por ciento eran mujeres, que en su mayoría –31 por ciento- aparecían como jefes de hogar. Eran viudas, mujeres solas porque el esposo había desaparecido, o mujeres que se habían hecho cargo del hogar mientras el hombre buscaba trabajo en alguna parte. El 52 por ciento cuenta que pasó de habitar una casa en el campo, al hacinamiento en un salón de escuela o de un inquilinato en la ciudad. (10) Sin embargo, después de sus entrevistas con desplazados, el in-vestigador francés Daniel Pecaut destacó, con asombro, que ellos lamentaban menos la pérdida de sus casas, que la de los animales y los productos cultivados en sus parcelas. (11) Observa Pecaut que la del desplazamiento se les convierte a estos campesinos en “una condición social casi permanente” que hace de ellos un sector de la población “ sin derechos.” (12) Hermes Tovar compara a los desplazados de esta ter-cera ola con los de los años 50 y concluye que “ entonces era posible buscar un nuevo hogar para refundar la casa y el patrimonio; ( hoy) huir no es llegar a ningún destino. El problema de Colombia hoy es que no tiene un lugar para los desplazados de la guerra.” (13)

Han aparecido, además, elementos nuevos en estos des-plazados de fin de siglo: no se identifican con los actores de la violencia, como sí lo hacían en los 50 los fugitivos que

Desplazados en Tunja.A Tunja llegan desplazados del Magda-lena Medio y de las provincias del norte, del oriente y del centro de Boyacá.Se refugian en casas de amigos o de familiares, y allí llega la ayuda de urgencia. Como quienes los acogen son de estrato uno o cero, esa ayuda tiene que extenderse a todo el grupo porque unos y otros - desplazados y residentes- comparten las mismas necesidades.En Puerto Boyacá la Cruz Roja atiende a otro grupo de desplazados, asentados en un lote de la alcaldía.

Inventario de necesidades

y sufrimientos.

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llevaban, como parte de su equipaje y de sus motivos, la bandera de su partido; aquellos tenían un discurso partidista; estos de hoy callan aterrorizados y, según sus convenien-cias y sus miedos, pasan de uno a otro bando con la mayor facilidad; así han destruido los mecanismos de confianza entre ellos porque nunca es fácil saber con quién están y si son de los mismos o del enemigo. (14)

La otra novedad está anotada por el investigador Jaime Zuluaga, y es que en ellos se violan sostenida y sistemati-camente los derechos humanos y el derecho internacional humanitario: homicidios, amenazas a personas protegidas, ataques contra la población, ataques indiscriminados, ac-tos de terrorismo, torturas y malos tratos, toma de rehenes, reclutamiento de niños, ataques a grupos médicos, minado de los campos. (15)

Cálculos de la DNP sobre datos del episcopado y del sistema de información sobre desplazamiento citados por Fajardo (16) indican que esta situación fue creada entre 1985 y 1994 por la guerrilla en un 32%, por la Fuerza Pública en un 27% y por las Autodefensas en un 21%. Estos porcentajes cambiaron a partir de 1995 cuando las Autodefensas fueron responsables del 40% de los hechos de desplazamiento, la guerrilla lo fue del 28% y la Fuerza Pública del 13.6%. A estos desplazadores, Tovar agrega esmeralderos, milicias populares, narcotraficantes y terratenientes. (17) Todos a una generan el miedo que el 90% de los desplazados seña-lan como causa de su fuga. (18)

Es un miedo causado por amenazas, en un 49%; por asesinatos en un 15%, por atentados en un 8%, por torturas en un 4%, por desapariciones en un 3%, por ataques aéreos en un 1%, según la comprobación hecha por Codhes-Sisdes, citada por Fajardo. (19)

Para muchos esta es una guerra por la tierra. Las cifras de Codhes y de la Conferencia Episcopal revelan que en-tre 1996 y 1999 los desplazados abandonaron 3.057.795 hectáreas; el RUT, sistema de información de la Conferen-cia Episcopal reportó en octubre de 2003 el abandono de 587.796 hectáreas y el Incora en 2003 registró la existen-cia de 126.045 hectáreas que sus dueños habían preferido dejar en su huida. (20) Si se suman las tierras de los des-

Desplazados en MonteríaLos desplazados que llegan a Montería cargados con lo poco que la prisa y el miedo les han permitido cargar, lo primero que preguntan es ¿dónde queda la Cruz Roja?Así viene sucediendo desde hace 15 años cuando la aparición de fosas comunes, las noticias de campesinos desaparecidos en el Alto Sinú y la ley de las guerrillas comenzaron a expulsarlos de sus tierras. La Cruz Roja, además de una primera ayuda de urgencia, gestiona su ubicación, o con la Red de Solidaridad que opera en convenio con el Minuto de Dios, o con la Defensoría del Pueblo. Cuando, desesperados porque no les cumplían, se tomaron la Catedral, la Cruz Roja intervino, sobre todo para atender a los niños. El censo que la institución adelanta como parte de su metodología, es un isntrumento de orden para sus programas de ayuda porque revela las necesidades reales de la población desplazada y permite una racionalización en la entrega de recursos.( De la entrevista del autor con la Presidenta de la Cruz Roja en Montería, Rocío Méndez de Kerguelén, el 09-12-04)

Desplazados:

Una población despojada de todo.

Foto: Jesús Abad Colorado

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plazados después de 1999, la cifra crece hasta cuatro mil-lones de hectáreas “ que casi triplica la tierra redistribuida durante más de cuatro décadas por la reforma agraria” comentó el exministro Juan Camilo Restrepo. (21)

En las guerras la tierra queda en manos de los vencedores, y así está sucediendo, sólo que no se trata de vencedores sino de los más fuertes y astutos. Según datos de la Contraloría, citados por Edgar Forero Pardo (22) “ hoy el 40% de las tierras fértiles está en manos de narcotraficantes y entre 1984 y 1996 las propiedades grandes ( de más de 500 hec-táreas) pasaron de 11 millones a 22.6 millones de hectáreas.” Codhes agrega que entre 1995 y 2001 cambiaron de dueño 3.500.000 hectáreas, especialmente en Córdoba y Urabá.

Frente a esta situación los desplazados se sienten casi im-potentes a pesar de la legislación que protege sus derechos, que es el caso de la ley 387 de 1997 y de su decreto reglamen-tario 2007 de 2001, que ordena congelar transacciones en las oficinas de registro públicos cuando en una zona se ha intensificado el fenómeno del desplazamiento. Algu-nos desplazados, para no perder sus tierras y hartos de las estrecheces y humillaciones de la vida de ciudad, y es-timulados por los programas oficiales, han emprendido el regreso. Según los informes oficiales (23) entre 2002 y 2003 retornaron 9023 familias. En 1999 un 89% de los desplaza-dos en Bogotá querían regresar, pero dos años después había desaparecido ese entusiasmo y sólo un 16% mantuvo esa decisión. Los asistentes al Seminario Internacional de Desplazamiento reunido en diciembre de 2003 explicaron ese cambio de decisión: “ No están dadas las condiciones para un retorno sostenible,” dijo un desplazado de Puerto Asís. “La falta de oportunidades de subsistir,” fue la expli-cación de una desplazada de Barrancabermeja; una mujer de Cartagena también mencionó las negativas condicio-nes para el retorno, mientras desplazados del Magdalena Medio explicaron que a pesar de las condiciones negativas retornarían porque era peor la situación en las ciudades. Los pobladores de Saiza ( Córdoba) pensa-ron que “ las condiciones las tenemos que generar nosotros, la comunidad,” y regresaron a su pueblo

h Dos generaciones en fuga.

Foto: Jesús Abad Colorado

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que, a su vez, había sido fundado por desplazados de la violencia en los años 50. Aunque el retorno es la solución ideal, cuanto se está haciendo es de un alcance limitado.

Ante la magnitud del problema y la precariedad de las soluciones, el propio director de la Red de Solidaridad Social, Luis Alfonso Hoyos, en la instalación del Seminario In-ternacional sobre Desplazamiento, advertía: “ la emergencia desbordó la capacidad de la institucionalidad del gobierno, del Estado y de la Sociedad, con más de dos millones de personas desplazadas por la violencia en los últimos años.” (24) En el mismo evento, Darío Fajardo describió la actitud gubernamental como “incapacidad para prevenir estos episo-dios, nimiedad de los recursos para los desplazados y tolerancia hacia las acciones de sus propios agentes en la desestabilización de las comunidades. “(25)

El de los desplazados es un tema que suscita incomodidad: se le ha respondido con una ley aprobada en el congreso, la 387 de 1997, pero en ella no se refleja una política y las autoridades municipales son casi indiferentes ante un problema que las excede (26) a ellas lo mismo que al Estado. Según los cálculos citados por Forero, estabilizar 170 mil familias de desplazados costaría 1615 millones de dólares; pero el gobierno destinó para tal fin 165.6 millones de dólares entre 1995 y 2001 y 61.8 millones de dólares en 2002. (27El de los desplazados aparece, pues, como un problema que desborda al Estado, al Gobierno y a la sociedad porque resolverlo, sentencia Pecaut, “ implica nada menos que rehacer una nación, lo que quiere decir, a la vez, una sociedad y sus instituciones.”

La Cruz Roja Colombiana hace parte de las instituciones colombianas convocadas para actuar frente al fenómeno del desplazamiento. Golpeaba a Colombia en 1949 la segunda ola de los desplazados cuando la Cruz Roja nombró 4 representantes suyos en una Junta que debía estudiar fórmulas para el regreso de estos campesinos a sus tierras. La Junta había sido creada por el Ministro de Gobierno, vívamente preocupado por los exiliados que estaba dejando la violencia.. Debían preverse garantías y costeárseles el retorno a las fincas que habían abandonado, explicó el Ministro.(28) Esa participación en el plan oficial anticipó el espíritu del proyecto de auxilio y rehabilitación para las víctimas de la violencia que la entidad adoptó en septiembre de 1958. Allí se afirmó que para la Cruz Roja “ no bastan los primeros auxilios y el servicio médico de urgencia sino que debe cubrir la labor social en el alivio del sufrimiento. (...) llegando a abarcar el campo de la rehabilitación en sus diversos aspectos.” (29)

En los años siguientes, los hechos se encargaron de revelarle a la institución que la realización de ese proyecto implicaba mantener – aún en las condiciones más difíciles- los principios de neutralidad, independencia, estabilidad y “ adquirir los medios necesarios para su desarrollo institucional.” Además la naturaleza del conflicto armado intensificado durante esos años, impuso una severa racionalización de recursos para atender humani-tariamente un número creciente de víctimas; debía también enfrentar los efectos de las polarizaciones políticas e ideológicas de los actores armados y no armados; defenderse de las manipulaciones de las partes en conflicto y, especialmente, preservar la seguridad per-

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sonal de sus integrantes y su imagen institucional. (30) Postulados que tuvieron aplicación en 1964 cuando la seccional de Neiva prestó su ayuda en la masiva llegada de desplazados de la zona del Pato. Fueron 843 campesinos que, según el informe del Socorro Nacional del 26-11-64, recibieron ayudas por $19.365.50.

En cambio, episodios como el del camión de la Cruz Roja detenido por el ejército en Florencia en julio de 1999, y la acusación a la institución de colaboración con la guerrilla, demostraron que los propósitos enunciados en el proyecto de 1958 estarían sembrados de dificultades. La Cruz Roja había recibido el encargo de transportar un cargamento de bo-tas y uniformes con destino a la policía cívica que operaba en san Vicente del Caguán, en ese momento convertida en zona de distensión. El ejército, que mantenía desde afuera una celosa vigilancia sobre esa región, creyó encontrar en ese cargamento elementos de inten-dencia para la guerrilla y dio la voz de escándalo que fue amplificada por las Autodefensas . (31) La Cruz Roja demostró que el cargamento, con destino a la policía cívica, que había reemplazado en San Vicente a la Policía Nacional, nada tenía que ver ni con el ejército, ni con la guerrilla. El episodio hizo parte de los riesgos asumidos al adoptar en 1992 “ un papel humanitario más decidido. (...) y entre muchas decisiones de carácter ideológico y operacional ( había establecido) como política, inculcar en todos sus integrantes un nuevo concepto de neutralidad: la que permite actuar.” (32) Este fue el criterio con que la Cruz Roja le respondió al gobierno cuando fue llamada a la Consejería para los Desplazados en 1994; también se basó en esa política para aportar motivaciones a la ley sobre desplazados. De esa experiencia la institución aprendió que debía interactuar con el sistema oficial y con líderes comunitarios, pero manteniendo su independencia y neutralidad. (33)

Durante muchos años, observa López Sacconi desde el interior de la Cruz Roja Colom-biana, se concibió la neutralidad como un fin en sí mismo y no como un medio; así un principio que debía garantizar acciones humanitarias se manejó como un pretexto para no actuar a favor de las víctimas de los conflictos. “Ha sucedido en varias ocasiones que en una zona en donde simultáneamente se presentan desastres naturales y situaciones de conflicto armado, las víctimas de la violencia vieron cómo la sociedad Nacional pasaba de largo.” (34)

Una práctica distinta, la de una Cruz Roja neutral pero activa, implicó riesgos y además, hacer fuerte su independencia política, aún dentro de un trabajo común con instituciones de toda clase. La institución defendió en todo caso su autonomía; por eso en sus órga-nos rectores sólo se aceptaron representantes de la sociedad civil; también se hizo más exigente la tarea de multiplicar sus recursos económicos y logísticos, pero excluyendo todo recurso que implicara limitaciones motivadas por criterios de discriminación. (35) Así la Cruz Roja que actúa en el marco del conflicto armado:

a.Ejerce el derecho y el deber de atención humanitaria a las víctimas, según los es-tatutos aprobados en 1996 y en la Convención Nacional Extraordinaria Estatutaria de

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la Cruz Roja Colombiana que, a su vez, se apoyan en los Convenios de Ginebra y en sus protocolos adicionales.b.Concibe la neutralidad como un instrumento de acción, proactivo y propositivo.c.Refuerza su acción de difusión del DIH.d. Actúa con decisión en todas las iniciativas a favor de la paz.e.Fortalece su capacidad de ayuda para atender por igual a las víctimas de la violencia y a las víctimas de desastres.f.Robustece su independencia y autonomía y sólo admite en sus órganos de decisión a representantes de la sociedad civil.g.Suma sus esfuerzos, recursos y experiencias a los de la Cruz Roja Internacional.

Un curioso indicador de la imagen que proyecta la insti-tución guiada por esas lineas de acción, fue el que apareció en una encuesta nacional en que el personaje que da más seguridad a la población fue “ el funcionario de la Cruz Roja.”

La pregunta hecha en la encuesta fue “ diga usted si de tener a su alcance uno de estos personajes, lo hace sentir más seguro, más inseguro, o no lo afecta.” Y las respuestas fueron: Más seguro: policía: 47%; Militar, 45%, Fiscal o Juez 29%, Autoridad estatal: 23%, Funcionario de la Cruz Roja: 65%.

En zonas de alta violencia las respuestas fueron: Policía: 2%, Fiscal o Juez: 0, Autoridad Estatal, -3%, Funcionario de la Cruz Roja: 62% (37)

Los balances sociales de las seccionales de la Cruz Roja reflejan la filosofía de la neutralidad activa porque mientras aparecen las habituales cifras sobre atención a las víctimas de los desastres naturales, ocupa un renglón importante el trabajo de los desplazados. Antioquia, la zona del país con los mayores índices de desplazamiento, 45% del total en 1996, (38) en ese año registró la afluencia de desplazados que procedían de Urabá en donde las masacres y la lucha por el territorio entre la guerrilla y las autodefensas se con-

Desplazados:

Las primeras ayudas.

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virtieron en poderosos factores de expulsión. Estos desplazados intentaron atraer la aten-ción de las autoridades sobre su problema, sin resultados, de modo que acudieron al re-curso de tomarse o la Universidad de Antioquia; o la Catedral, o la Universidad Nacional. La Cruz Roja actuó como interlocutora para facilitar una solución racional del conflicto y tuvo que utilizar a fondo su poder de persuasión cuando la propia sede de la institución fue tomada por un grupo de desplazados desesperados que sólo accedieron a abandonarla cuando se convencieron de que la Cruz Roja no es entidad de gobierno y que tan solo ad-ministra unos recursos para que lleguen oportunamente a quien los necesita.

Mientras tanto se había avanzado en la atención a los desplazados porque un programa de hogares de paso y de locales alquilados para ellos resolvió temporalmente su necesidad de alojamiento; la solución de más largo plazo se la dieron ellos mismos al invadir terrenos de Villa Tina.

Asociada con organizaciones internacionales la Cruz Roja atendió sus necesidades con ayudas para alimentación, vestuario, salud, elementos de aseo y de cocina y colchonetas, previo un censo de la población necesitada.

Los recursos asignados por la gobernación de Antioquia en manos de la Cruz Roja dieron lugar a una nueva ayuda: la de los pasajes hacia sus lugares de origen, dentro de un intento de solución que consistía en facilitarles el retorno a las propiedades que habían abandonado. Esto supuso para la institución un reforzamiento de sus sistemas de infor-mación, mediante un cruce de datos, para impedir la práctica de los desplazados que iban por las seccionales pidiendo pasajes. Las amenazas de personas que exigían ayuda como desplazados, pero que no podían demostrarlo, o de infiltrados de los grupos armados, la ocupación de la sede de la Cruz Roja Internacional en Bogotá, introdujeron cambios en la metodología de ayuda, para hacer una efectiva protección de su personal y de sus sedes en el país.(39)

En Arauca el conflicto se siente con mayor intensidad porque allí convergen guerrilleros, autodefensas y ejército, para disputarse el territorio y sus riquezas. La Cruz Roja Sec-cional, en los últimos cinco años, ha registrado la llegada de desplazados de Arauca, Arauquita, Saravena Fortul y Tame, aparte de los que llegan después de largos recorridos, de Bolívar, Valle, Magdalena y Cesar. Los minuciosos registros de la Cruz Roja de Arauca dan cuenta de la llegada de 10.200 personas de 2200 familias. A ellos se agregan los des-plazados entre veredas, que van pasando de una a otra en busca de un lugar en donde no estén encendidos los combates; en esas condiciones hay 1543 familias registradas. Con todos ellos el trabajo es el habitual: reubicación o retorno, si es el caso; ayuda básica en alimentos, elementos de cocina, colchonetas, frazadas y alojamiento. La institución opera con sus propios recursos o en cooperación con la Red de Solidaridad, aunque en este caso con todas las precauciones para no aparecer como agentes del gobierno. La Cruz Roja Internacional ha asumido, además, la ayuda a los privados de libertad por razón del con-flicto. Son presos políticos que confían a la Cruz Roja los nombres de las personas que

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quieren ver; la institución estudia esas peticiones, localiza las personas, ayuda para su desplazamiento y alojamiento bajo la convicción de fortalecer, así, los lazos familiares y de brindar un eficaz apoyo sicológico a los detenidos . (38)

La seccional del Valle del Cauca entre sus múltiples actividades que comprenden, entre otras, atención a las víctimas de inundaciones en Cali, La Paila, Combia y Tuluá, o a los que han padecido terremotos en Nicaragua, el suroccidente, Popayán, Pereira y Armenia; o a los que sufrieron el maremoto de la costa pacífica, o las avalanchas de Armero, el río Paez y el río Frayle, o los incendios de Tumaco, o la explosión en Cali, también se ha movi-lizado en ayuda de las víctimas de la guerra. En 1984 los disturbios en Corinto provocaron daños a la población, que requirió su ayuda; ese mismo año la guerrilla tomó a Yumbo y de nuevo ayudó a una población en fuga lo mismo que cuando los disturbios pusieron en riesgo a la población de Tumaco. Ya antes, en 1980, los campesinos del Pato en una nueva fuga, habían demandado su ayuda y entre 1983 y 1984 el trabajo de acogida había sido con campesinos de Corinto. En todas estas ocasiones la seccional ofreció la atención de costumbre; pero en el caso de los municipios del norte: Tuluá, Sevilla, Buga y san Pedro, la Cruz Roja fue más allá, con la ayuda de la Organización Internacional para las Migracio-nes (OIM) la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación y la Cruz Roja Francesa.

En las zonas montañosas de estos municipios la presencia de grupos armados, la ocurrencia de enfrentamientos y represalias, las amenazas y restricciones para el trabajo en el campo, desplazaron a 7318 personas hasta abril del 2001; la mayoría mujeres y de estas el 77% cabezas de hogar por viudez, o abandono. 832 familias se refugiaron en casas particu-lares de los 4 municipios y fueron parte del programa de atención inmediata. A esto se dedicaron la Cruz Roja Colombiana y la Cruz Roja Francesa, la Cruz Roja de España, la holandesa y la de Estados Unidos, desde el año 1999 hasta parte del 2001. Fue una asis-tencia humanitaria de urgencia que, cuando fue evaluada, reveló la necesidad de atender la necesidad de los desplazados de tener ingresos económicos, no solamente la ayuda de urgencia; entonces se definieron tres lineas de acción: estabilización de la salud de los des-plazados, promoción de su reactivación económica y un apoyo sicosocial y de integración comunitaria.

En septiembre de 2001 se pusieron en marcha procesos de terapia ocupacional y de reactivación económica; en junio de 2002 ingresaron más beneficiarios de esos programas; en noviembre de ese año ya estaban en marcha los microproyectos, 30 por ciento en la zona rural, 70 por ciento en la urbana, de modo que en 2003 se logró la consolidación de los proyectos productivos en manos de desplazados que se habían capacitado en reactivación económica, fortalecimiento técnico y en manejo contable, con asesoría del Sena y de Umata.

Al hacer un estimativo técnico de los resultados de este proceso se encontró que de 240 proyectos productivos, el 71 por ciento generaban ingresos para gastos familiares y para la reinversión en el negocio. En la zona urbana los desplazados del proyecto reciben beneficios entre 100.000 y 600.000 pesos. Sólo 43 beneficiarios trabajaban a pérdida

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cuando se hizo esta evaluación en abril de 2003. (41)Estos resultados le están demostrando a la Cruz Roja que sus propuestas para superar

las acciones de tipo asistencialista se están convirtiendo en realizaciones que, replicadas en otras zonas del país, la aproximarán a su ideal de esforzarse en prevenir y aliviar el sufrimiento de los hombres en todas las circunstancias.

Además, es notorio el progreso del pensamiento de la institución. En 1948, un informe presentado al comité Central consignaba: “ La Cruz Roja no tiene por qué reemplazar al Estado en servicios de asistencia pública. Lo suyo es atender heridos en las guerras y víc-timas de accidentes que causan víctimas semejantes a las de las guerras, que es el objetivo de la Cruz Roja de Paz.” (42)

Hoy no reemplaza, ciertamente, al Estado, pero en un problema humanitario que ha desbordado al Estado y a toda la sociedad, la aplicación de sus principios rectores le está indicando que las guerras no solo producen muertos y heridos sino el drama de millones de desplazados, que es otra forma, a veces más cruel, del sufrimiento humano.

Notas.1.- Cf. Jaime Zuluaga Nieto: La guerra interna y el desplazamiento forzado. Memorias del Seminario desplazamiento forzado. Universidad Nacional de Colombia 2004. Pág 33.

2.- Zuluaga, op. cit. Pág 34.3.- Revista de la Cruz Roja Colombiana. Mayo-Junio 98. N 1. Página 6.4.- Darío Fajardo: Desplazamiento Forzado. Seminario U. Nal. Pág. 134.5.- Hermes Tovar, Migraciones en Colombia. Cahiers Alhim N 3. 2001.6.- Tovar, op. cit. Pág. 15.7.- Darío Fajardo, op. cit. Pág. 130-131. El estimado de la población lo toma Fajardo de Paul Oquist en Aspectos Económicos y Sociopolíticos del Desplazamiento. Fundap.

8.- Tovar, op. cit. Pág. 17.9.- Para el período 1985-1990 se tuvieron en cuenta las cifras de Codhes, Sisdes, Defensoría del Pueblo y Red de Solidaridad, citadas por Fajardo, op. cit páginas 132 y 133. Y para el período 2000 a 2002 las de José U. Arboleda, de la Red de Solidaridad Social, citadas en el Seminario Internacional sobre Desplazamiento, op. cit. Pág. 34 10.- Cf. Fajardo, op.cit. Pág. 134-135. 11.- Pecaut. Op. cit. Pág. 270. 12.- Pecaut. Op. cit. Pág. 262. 13.- Tovar, op.cit. Pág. 18. 14.- Cf. Pecaut. Op cit. Pág. 270 y siguientes.

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15.- Cf. Zuluaga, op. cit. Pág 44.16.- Cf. Fajardo, op. cit. Pág 136.17.- Tovar, op. cit. Pág 18.18.- Tovar, op.cit. Pág 19.19.- Fajardo, op. cit. Pág 135.20.- Myriam Hernández Sabogal en Seminario Internacional de Desplazamiento. Op. cit. Pág. 143.21.- Juan Camilo Restrepo: Los señores de la Tierra. El Tiempo, 12-09-04.22.- Edgar Forero Pardo, en Desplazamiento Forzado. Seminario de la Universidad Nacional. Página 357. 23.- Red de Seguridad Social, Citado por Edgar Forero, op.cit. Pág. 355. 24.- Seminario internacional de Desplazamiento. Op. cit. Pág. 16. 25.- Seminario Internacional de Desplazamieto. Op. cit, pág. 133. 26.- Cf. Daniel Pecaut, op.cit. Pág 260 27.- Edgar Forero Pardo, op. cit. 28.- Acta 926 del 19-12-4929.- Proyecto del Socorro Nacional presentado en septiembre de 1958 por Jorge Andrade B.30.- Cf. Fabricio López S. Misión de la Cruz Roja en Conflicto Armado. Página 5.31.- “ Auc acusa a la Cruz Roja,” El Espectador, 17-07-99.”Con la Cruz Roja a cuestas,” El Tiempo 18-07- 99; “Cruz Roja rechaza vínculos con la guerrilla,” El Colombiano, 17-07-99.

32.- López Sacconi: op. cit. Pág. 2033.- Entrevista del autor con Walter Cotte el 16-09-04.34.- López Sacconi: op. cit. Pág 19-2035.- Cf. López Sacconi: op. cit. Pág. 21.36.- Cf. López Sacconi, op.cit. Pág. 9 y 10.37.- Citado por Mauricio Rubio: La justicia en una sociedad violenta. Revista de la Cruz Roja, N. 1, 05-98. Página 43, nota 55.

38.- Darío Fajardo, op. cit. P. 135.39.- Entrevista del autor con Nelson Ruiz, de la Cruz Roja de Antioquia, en Medellín el 09-09-04.40.- Entrevista del autor con el Presidente de la Cruz Roja en Arauca, Carlos Augusto Zapata Valencia, el 11-08-04.

41.- Entrevista del autor con Alicia Lourido de Iglesias, Presidenta de la Cruz Roja de Cali el 03-11-04 y Evaluación final del Proyecto. Centro Profesional Gráfico. Bogotá. Sin fecha.

42.- Informe de Calixto Torres y Enrique Enciso en Acta 904 de 22-10-48.

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Aprendizaje con los desplazados.Nuestra decisión es ayudarles pero al mism tiempo presionar al estado y dejar constancia de que esta gente está mal y sigue mal. Estamos aprendiendo a manejar eso porque es muy complejo y nos ha generado riesgos adicionales: críticas, amenazas veladas y la maledicencia de actores oficiales que no entienden bien el problema.Con la Cruz Roja hay unos contratos pequeños, puntuales; pero esto no cubre atender 600.000 desplazados año. En los últimos años hemos atendido un promedio de 300.000 desplazados año

Todos los medios fueron buenos

para huir de la violencia.

con fondos propio, con fondos internacionales y un 20% de fondos de contratación con el estado.Hoy tenemos una tendencia importante: ayudarle al estado sólo en cosas que sean planificadas y dentro de un sistema y hacerle firmar un documento en el que consta que nosotros, pasados tres meses, les entregamos los desplazados para tareas de estabilización. Con eso la Cruz Roja salva su responsabilidad y presiona al sistema.En la parte técnica de desplazamiento hemos aprendido muchas cosas desde el punto de vista de la atención humana y social de la gente

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Los refugios colectivos

Fotos de Jesús Abad Colorado.

en “El desplazamiento en Colombia”

en la parte de nutrición, la sicosocial y la parte sicoafectiva. Hay dos figuras claves en el proceso de desplazamiento: los niños y las mujeres, cabeza de familia. Hemos hecho cálculos y más o menos el 60% de la gente que atendemos son niños y eso muestra la crudeza del fenómeno; estos niños son carne de cañón, es decir o se vuelven actores armados o se vuelven víctimas.

Walter Cotte: Director del Socorro Nacional.Entrevista con el autor.

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LOS DESPLAZADOS

Fueron de rancho en rancho llamando, con los ojos enrojecidos por el humo de los incendios, hasta que se convencieron de que nadie quedaba en el caserío.

- Están escondidos, en alguna parte deben estar esperando que pasen los tiros, pensaron.

Les dieron la razón más pronto de lo que imaginaban. Solo unos minutos habían pasado cuando comenzaron a aparecer, animados por la bandera de la Cruz Roja. Traían a sus heridos, cargaban a sus niños, rodeaban a los abuelos, sin poderse quitar de encima su cara de susto y de hambre.

Es la escena que José Fernando Vélez(1) recuerda como preámbulo de su experiencia con los desplazados. “El manejo de los desastres naturales tiene mayores facilidades para nosotros...es más previsible todo y se puede ser neutral sin dudas,” observa Walter Cote. La ex-periencia le indica que episodios como el que vivía Vélez en aquel caserío del Chocó, ponen a prueba el espíritu de la gente de la Cruz Roja. Ser neutrales allí más que protección para ellos, es una segu-ridad para la gente y la base de su credibilidad entre los actores armados.

Al principio fueron 30 personas, pero al oir las voces, al observar que se atendía a los heridos, que los niños iban y venían entre los escombros, con libertad, comenzaron a llegar los otros y a reunirse bajo el techo del único rancho que había permanecido en pie. En el piso de tierra de la casa, bajo los aleros o en su cercanía, se iban reuniendo en grupos familiares, agitados y sudorosos, sin pedir nada, como si con el hecho de estar vivos tuvieran suficiente. Entre ellos se movían los voluntarios distribuyendo lo poco de que se disponía: agua, algunas medicinas, una pizca de alimento y mucho ánimo. Cuando amaneció el día siguiente, los de la Cruz Roja contaron a 150 campesinos que se habían puesto bajo su protección y que re-clamaban salir de aquel rincón de la selva que había sido durante años su paraiso y que en cuestión de horas se les había vuelto una trampa mortal.

Los heridos estaban bajo techo, protegidos del sol que había comen-zado a incendiar el aire y las piedras. Los demás se habían distri-buido alrededor, muy pegados los unos de los otros, como un rebaño asustado.

El rumor que llegó a los oidos de José Fernando lo sorprendió al principio y después lo hizo sonreir. Inconformes con la tranquilidad que manifestaban él y su grupo, impacientes porque no daban la orden de salir de aquel lugar que se les había vuelto amenazante, los campesinos habían imaginado que los de la Cruz Roja pensaban abandonarlos en su caserío quemado y que planeaban desaparecer

sin ellos. Por eso podían ver a algunos, encargados de vigilarlos, aler-ta y siguiendo cada uno de sus movimientos. Pero las conversaciones entre los de azul no tenían el propósito de diseñar un plan de fuga, como ellos imaginaban , sino preparar la salida de todos: cómo llevar los heridos, cómo proteger a los niños y a las mujeres embarazadas, cómo distribuir los alimentos. Entre uno y otro preparativo, comuni-carse por radio para informar sobre el grupo y sus necesidades con el fin de que se preparara su llegada; consultar el mapa en el que se recorría una y otra vez la linea tenue que señalaba la rutas por el río y la selva, y esperar la señal de los actores armados.

De pronto una mujer se acercaba: “ ¿ qué pasó? ¿ Ya casi salimos?”

Y entonces a reunirlos y a repetirles: “Yo no puedo jurarles que no nos va a pasar nada...Ustedes saben que se puede voltear un bote, que podemos resultar metidos en medio de un tiroteo. Estamos orga-nizándolo todo para disminuir cualquier posibilidad de peligro, pero hay cosas que no se pueden controlar. A los heridos no los podemos llevar con toda la familia: sólo una persona por herido en los botes para ellos. No pueden llevarse las gallinas ni el marrano. Donde va un marrano deben ir dos personas, y preferimos llevar a las personas.”

Ellos escuchaban atentos, esperanzados, a veces alguno interrumpía para preguntar, había que administrar sus dramas, sus miedos, sus expectativas y el dolor de abandonarlo todo .

- Vamos a ir en grupos; los botes llevarán primero a los heridos.

- Pero ¿ sí volverán por nosotros?

- Claro que sí y aquí quedan los socorristas que acompañarán a los del segundo viaje.

Se tranquilizaban por unos minutos, hasta que alguien preguntaba: ¿Y cuándo nos vamos? ¿Qué esperamos?

Entonces murmuraba el grupo: -Vamonos ya. Las dos palabras prendían como un incendio: decían con timidez al principio y luego a gritos porque el lugar se había poblado de incertidumbres y de mie-dos. Era como si quiseran poner tierra y agua de por medio y dejar atrás la pesadilla.

José Fernando sentía que los problemas de todos, sus ansiedades, sus dudas, habían ocupado un lugar en su cabeza y que algo ahí dentro iba a reventar.

Siempre hay un segundo hombre, listo para tomar el lugar del primero, pero era su deber controlarse, es parte del servicio que se presta. Le servían de ejemplo los ancianos campesinos.Son tan pobres o más pobres que los demás, pero respiran fuerza y dignidad. Como esos viejos y frondosos árboles de la selva, todos buscaban su sombra y apoyarse en ellos. Llenos de sabiduría y de historias, mantenían una callada energía que transmitían a su comunidad con la misma intensidad con que comunicaban afecto a sus nietos. Mucho tenian que ver con ese coraje con que todos afrontaban el duro momento

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de abandonarlo todo: la tierra, la casa, la vaca, el cerdo, las gallinas, el río, el bosque, los caminos, los sembrados. Eran conscientes de que todo lo perdían y, como en la hora de la muerte, nada se podrían llevar. Sin embargo, ahí estaban preguntando a voz en grito: ¿Cuándo nos vamos?

Durante los días de espera, en la etapa del traslado de aquellas 150 personas, para su instalación en un nuevo lugar, menos grato pero más seguro, José Fernando debió movilizar y manejar recursos que, junto con él, estaban programando y administrando otras personas desde ese salón de crisis situado en el último piso de la sede de la Cruz Roja Colombiana. Desde allí se mantiene una vigilancia insomne a través de la radio o del teléfono, que les da a los volun-tarios la seguridad de no estar solos. Aún así, en lugares como aquel había que valerse de lo que había en el lugar para alimentarlos.

Antes del desplazamiento la comunidad había estado sometida al castigo previo del hambre. Los actores armados bloquean zonas enteras para tratar de rendir por hambre a sus enemigos, pero el impacto no es para los otros actores armados, que cuentan con recursos, sino para la población civil que es pobre. ¿Qué hacer? José Fernando explica: “Entonces tratamos de meter la comida nosotros. Llegamos a algún lugar y preguntamos: ¿usted cuántas papas tiene?¿Cuánto aceite? Regáleme dos papas, écheme un po-quito de aceite aquí y eso se redistribuye. La sopa se le da primero a los niños, después a las madres lactantes y luego se comienza a seleccionar. Algo así como Dios que escoge quién come y quién no come.

-¿Es una especie de triage, pero con alimentos?

- Es más fácil el triage. donde tienes 20 heridos y clasificas unos con verde, otros con amarillo y otros con rojo, no sabes quién es uno u otro sino que hay prioridad para el rojo. Pero aquí se trata de algo más complejo: la comida, la cobija y esas filas de gente, esas caras que te urgen porque tienen hambre.

Los reunió para advertirles: los vamos a sacar pero debemos advertirles varias cosas:

- Aquí la prioridad la tienen los heridos, después están los niños, tras ellos van las mujeres lactantes y las embarazadas, los viejos y, después, los demás.

- Segundo, no puedo jurarles que no va a pasar nada sino que haremos todo lo posible para que estén seguros.

- Tercero, todos tenemos que ayudarles a todos. Habrá que dejar muchas cosas y soportar muchas incomodidades.

Al terminar su pequeño discurso ya todos estaban listos para abor-dar las embarcaciones que, en varios viajes, los reunieron río abajo, en el lugar en donde comenzó la marcha a pie.

“Allí le toca a uno hacer de Moisés, estar atento a que todo transcurra en orden; a que aquel no arme escándalo, a que el grupo se mantenga unido, a que las comidas, siempre escasas, se distribuyan equitativa-mente y, sobre todo, a que ningún actor armado llegue a tener confusión alguna: se trata de civiles desarmados, cuya vida debe ser respetada.”

(1) Entrevista con el autor.

El riesgo de la huída.

Foto: Jesús Abad C Jesus Abad Colorado

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12.

Médicos y Enfermeras

Entre 1995 y 1998 hubo 61 ataques a infraestructuras de salud y 51 actos de per-fidia, que es el nombre técnico que se le da o a la utilización de una ambulancia para transportar armas o combatientes, a la retención de personal sanitario para castigar, como colaboración con el enemigo, la atención médica a un combatiente herido; también atentan contra la misión médica el ataque a una ambulancia o puesto de salud para darle muerte a un herido . Un socorrista de la Cruz Roja recordó el episodio vivido por él ( ver recuadro) cuando trasladaba en una lancha a un policía herido. La embarcación fue detenida en un retén en que los guerrilleros exigieron que se les entregara el enemigo. Los argumentos para defender los derechos del policía fuera de combate, aunque sólidos, no valieron tanto como la firmeza con que el socorrista decidió salvar su vida. Misiones médicas, procedentes de países en guerra, se asombran el escuchar el relato de esos episo-dios de irrespeto a los servicios médicos y de socorro.

Es uno de los riesgos que han tenido que enfrentar médicos, enfermos, voluntarios y socorristas de la Cruz Roja a lo largo de una historia escrita en gran parte con la letra ilegible de los médicos.

Sin embargo, en los comienzos, el talante de los guerreros era otro.Durante la guerra civil en 1876, según recuerdan los historiadores, el comandante del

ejército constitucional, Marceliano Vélez, se dirigió a su contendor liberal, el general San-tos Acosta, para asegurarse de que “serían considerados sagrados e inviolables las am-bulancias, los heridos y los rendidos.” La respuesta fue: “ ahorraremos a nuestra patria común escenas de salvajismo, guardando los preceptos de las leyes a que usted ha apelado patrioticamente.” (1)

La actitud de aquellos guerreros en esas remotas épocas, no podía atribuirse a su conocimiento u obediencia de normas internacionales, sino a la convicción elemental e intuitiva de respeto al herido y al enfermo, y a quienes han hecho de su cuidado y defensa, una profesión. Por eso es comprensible la aparente contradicción de que las guerras han hecho progresar lo humanitario en los servicios de salud. Anotaban Frank y Elizondo (2) que en los escenarios de guerra en donde médicos y enfermeras han actuado, la aplicación de la medicina ha dado mayor rendimiento para los ciudadanos y para el pueblo, “es una verdad que los guerreros han puesto de manifiesto.” Allí han llegado a imponer sus leyes el instinto caballeresco del guerrero que considera fuera de combate al contedor herido,

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y la pasión profesional de cuantos intervienen para salvar vidas. El cirujano italiano, Palasciano, en su memoria sobre “ la neutralidad de los heridos en tiempo de guer-ra,” expresión que sería motivo de inspiración para la Convención de Ginebra; y Henry Dunant, con sus “ Recuerdos de Solferino” logró atraer la atención sobre el desvalimiento de los soldados heridos y la necesidad de una atención médica efi-caz en los campos de batalla. Uno y otro, potenciaron lo mejor de los sentimientos humanos para disminuir los daños de la guerra.

Así lo recordó el médico Adriano Perdomo en el discurso de inauguración de la Cruz Roja Colombiana el 30 de julio de 1915, cuando atribuyó el origen de la institución, que en ese momento nacía oficialmente, a la acción de un grupo de médicos convocados por un empresario y reunidos en las ambulancias de la guerra de los Mil Días. Para él no había duda: “ Santiago Samper con los médicos José María Montoya, Hipólito Macha-do y Nicolás Buendía, organizó y apoyó decidida y generosamente las ambulancias que con el nombre de la Cruz Roja prestaron sus valiosos servicios en la última guerra. “(3). Ellos contribuyeron a mantener la idea de que, aunque no lo parezca, en la guerra la vida humana es sagrada. Que es la realidad que la Cruz Roja ha puesto en evidencia en Colom-bia, desde su fundación.

En Colombia y en el mundo, la Cruz Roja ha operado y actuado llevada de la mano por médicos y enfermeras que le han grabado ese sello distintivo de la defensa de la vida humana.

Fueron médicos los que le dieron vida en París a la Liga de las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja el 5 de mayo de 1919, ( que después se conocería como Federación Interna-cional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna) como respuesta a la hecatombe de la primera Guerra Mundial con sus 7.300.000 muertos, y al vergonzoso desastre de los seis millones de muertos en la India, resultado a la vez de una gripa y de la indefensión de una población sin médicos. Si para la paz el mundo se había considerado necesaria la unidad en la Sociedad de las Naciones, para la defensa de la vida se precisaba la federación de todas las Cruces Rojas, se concluyó en la Conferencia de Cannes, reunida en abril de 1919 y preidida por el profesor Emile Roux, director del Instituto Pasteur de París. La Liga nació en esa asamblea que reunía lo más eminente de la ciencia médica en el mundo para “centralizar en ella las ideas y los hechos de alguna importancia relativos a la higiene y sanidad pública de no importa qué orígen, para divulgarlos al mundo con la mayor fuerza y claridad.” (3)

Fue consecuente con ese propósito el médico Perdomo cuando en su discurso de inau-guración convocó “ al cuerpo médico del país, por la benéfica y eficaz ayuda que recibirá para aliviar el dolor y la miseria.” (4)

En una ocasión anterior, Perdomo había considerado que, más que natural, era indis-pensable la relación entre la Cruz Roja y los médicos. Se reunía en el mes de enero de 1913 en Medellín, el II Congreso Médico Nacional, donde Perdomo presentó una proposición

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para que los médicos allí presentes pidieran la organización de la Cruz Roja, dada la necesi-dad de establecer una sociedad “ para socorrer a los desgraciados en las calamidades públi-cas en tiempos de paz y atender a los heridos y enfermos de los ejércitos en tiempos de guerra.” El 23 de enero de 1913 el diario El Espectador co-mentaba, al término de un elogioso editorial: “ Tome para sí el Congreso Médico Nacional la envidiable gloria de iniciar el establecimiento de la Cruz Roja en la República(...) puede ser de suma eficacia una institución que se inspira en el horror de la guerra, reune y disciplina los espíritus mejor dotados de sentimientos altruistas en un solo haz, tomándolos del seno de todos los partidos, los corazones más propen-sos a la conmiseración, a la caridad, o digamos al amor, que es vida y fuente de concordia y paz.”(5)

Desde sus primeros tiempos el país aprendió a ver a la Cruz Roja aplicada a las tareas de salud.

En septiembre de 1922 los lectores de El Nuevo Tiempo leyeron en un destacado titular: “ Un Health Center (sic) en Bogotá.” La información anunciaba: la Cruz Roja Na-cional va a abrir un centro de salud en el cual se desarrollará la misma obra de propaganda y educación que ha desarrollado en otros países (...) Será un lugar de primeros auxilios médi-cos para cualquier accidente, un centro de información en todo lo relativo a la higiene y a la medicina de la ciudad.”

Graduación de enfermeras:

Durante su existencia la Escuela de Enfermería de la Cruz Roja

introdujo saludables cambios en la formación

de estas profesionales.

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Por su parte, el diario El Tiempo tituló: “Cruz Roja Nacional,” e introdujo la noticia diciendo que “ esta meritísima e importante institución comienza a dar sus buenos frutos con la inauguración de un Centro Sanitario.”

En el primer mes de funcionamiento se contaron 85 vacu-naciones, 38 suturas y curaciones, 22 inyecciones, 51 niños pesados y un caso de maternidad atendido en su domicilio, se inauguraron las conferencias sobre higiene y se anunció un curso de “Primera Ayuda en los accidentes” según el informe rendido por el médico Adriano Perdomo, primer director de ese centro sanitario, situado en la carrera 7 entre calles 21 y 22. (6)

En una epidemia de sarampión ocurrida en esos años, la Cruz Roja atendió más de 500 niños pobres y la mortalidad no alcanzó al 2 por 100. En una dinámica campaña por el Tolima, para informar a los campesinos sobre los peligros de la anemia tropical y su tratamiento preventivo, el médico Perdomo se valió de una película sobre el tema, que ex-hibió en san Lorenzo, Honda, Líbano, Ambalema, Ibagué y Girardot, al mismo tiempo que reclutaba socios para la Cruz Roja. El periódico La Palabra, de Honda, registró el hecho “útil y provechoso y tanto más de admirar y agradecer por quienes de ella beneficiamos, cuanto que es absolutamente desinteresada y gratuita.”

Estas actividades iniciales de la Cruz Roja se entienden dentro del contexto de un país con alarmantes deficiencias en la atención de la salud. En esos años había aumentado la mortandad por tuberculosis, según las estadísticas que manejaba el médico Carlos Trujillo. Mientras en los años 1884-85 y 86 hubo 162 defunciones por tuberculosis, en los años 1913, 1914 y 1915 las cifras de muertos se elevaron a 614. Y anotaba el médico que el aumento de la población en 50.000 habitantes no explicaba el incremento de las defun-ciones porque “ dado un aumento proporcional debiéramos haber tenido 243 defunciones y no 614.” Comparando con las muertes por tuberculosis en otras capitales del mundo, Bogotá ocupaba el quinto lugar.

Igualmente alarmantes fueron las cifras encontradas por Roberto Gómez Durán para su tesis de grado en medicina

Médicos en la Presidencia. Hipólito MachadoLuis Felipe CalderónJorge Cavelier.Calixto Torres Umaña.Jorge BejaranoMauel Antonio Rueda.Guillermo Rueda Montaña.Alberto Vejarano.

Desfile de enfermeras en Bogotá.

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y cirugía, sobre la extensión de la sífilis: “ obtenemos la aterradora suma de 24 mil prostituidos sifilíticos, como quien dice la sexta parte de la población bogotana.” (7)

Al comenzar el siglo se mantenía la proporción que había denunciado a mitad del siglo XIX el historiador Joaquín Posada Gutiérrez, refiriéndose a la guerra, cuando decía que “ por cada hombre que muere en los combates perecen ciento de enfermedad. “ Afirmación que confirmó Augusto Le Moyne: “Se puede calcular, escribía, que por lo menos la cuarta parte de los efectivos militares perece víctima de las enfermedades.” (8)

Durante la guerra de los Mil Días los combatientes se morían de neumonía, de pulmonía, de disentería, de fiebre amarilla, de angina, de blenorragia, de tifo, de fiebres, de bubones.(9) A falta de hospitales, los enfermos eran envia-dos a sus casas o a las de campesinos de buena voluntad. Los hospitales existentes en gran número de poblaciones, tenían en común la falta de dotación, de drogas, de instrumental y, a veces, de médicos, y solían clasificarse como hospitales de sangre, unos; otros de fiebre, y aún había los de viruela.(10)

Las ambulancias de la guerra de los Mil Días, anticiparon la actividad de la Cruz Roja. Creadas por un grupo de médi-cos, entre ellos el primer presidente de la institución, el médico Hipólito Machado, respondieron, dentro de la limi-tación de sus recursos a las necesidades de un país con una débil, casi inexistente estructura de protección de la salud. Dentro de ese marco apareció la institución de la enfermera, estimulada por la Cruz Roja Colombiana. En la guerra de los Mil Días las religiosas fueron precursoras de la presencia femenina en los hospitales. Citaba el médico Perdomo, al inaugurar la Cruz Roja, al inglés du Camp: “Una enfermera vale por 20 enfermeros y los heridos lo saben. En los hospi-tales, en la camilla provisoria de las ambulancias, el herido busca con la mirada a la hermana de la caridad o a la enfer-mera.” (11)

En la guerra de los Mil Días los jefes de operación guarda-ban en su memoria, como dato táctico de primera im-portancia, los nombres y la dirección de las viviendas de las mujeres que se jugaban la vida para salvar a los otros.

Graduación de enfermeras:

La Escuela se mantuvo hasta que,

según datos oficiales, se registró

saturación de estas pofesionales.

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Ellas conseguían drogas, deshilachaban sábanas y lienzos para convertirlos en gasa, convertían sus casas en hospi-tales y, a veces, operaban como sepultureras de soldados sin nombre ni parentela conocida, que morían en sus casas o en el vecindario. (12)

Una vieja y borrosa fotografía muestra la imagen, toda de blanco hasta los pies vestida, de Manuela Abad de Guzmán, a quien se considera la primera enfermera del país, graduada en 1901 en la Escuela de la Universidad de Cartagena y después en París en donde obtuvo el título de “partera,” oficio que ejerció durante 50 años en Cartagena en donde llegó a atender 5035 partos. (13)

Otras enfermeras se formaban, en esos años, en la Escuela de Enfermeras Santo Tomás, fundada en 1903 en la zona del Canal de Panamá. Los niños de Cartagena nacían en Panamá, lejos de las enfermedades tropicales, según creían las familias de la clase alta cartagenera. (14)

Entre 1903 y 1906 se vivió una primera etapa de la for-mación en enfermería, encabezada por el médico Rafael Calvo quien, concluidos sus estudios en Francia, llegó a Cartagena y se dedicó a la formación de enfermeras en el hospital Santa Clara.

Ana Luisa Velandia en su Historia de la Enfermería, se-ñala los cursos y publicaciones de enfermería que apa-recieron en Bogotá y Medellín entre 1911 y 1917, como una segunda etapa en el desarrollo de la enfermería.(15) De ella hace parte la llegada en 1919 de madame Ledoux, una experta enfermera traida por la Cruz Roja para fundar en Bogotá una escuela de Enfermeras “ con todos los requisi-tos de la técnica,” como escribía el médico Jorge Bejarano en su texto sobre la Historia y Desarrollo de la Enfermería en Colombia.” (16) Las alumnas de Madame Ledoux prestaron sus servicios en los Centros de Salud de la Cruz Roja y al-gunas de ellas se destacaron en el ejercicio de la enfermería; pero la formación que la enfermera belga había iniciado, se suspendió al terminar su misión en Colombia. (17)

El Congreso de la República impulsó la naciente car-rera universitaria de la enfermería con la ley 39 de octubre de 1920, sancionada por el presidente Marco Fidel Suárez.

Directoras de la Escuela de Enfermería.Blanca Martí de David Almeida.Alberto Vejarano, (nombrado por el Comité Central para solucionar la crisis de motivó la salida de la primera directora.)Lotty Wiesner.Carmen Ramírez.

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Esta ley establecía una Escuela para la enseñanza de comadronas y enfermeras en la Facul-tad de Medicina de la Universidad Nacional. El legislador, resuelto a implantar una prác-tica nueva de la enfermería y a elevar su nivel social, las concentró en el servicio directo de los enfermos y excluyó otros oficios que hasta entonces ejercían, conexos con la actividad de enfermera, como lavar pisos, o hacer el aseo de las salas en los hospitales. Además cam-bió el uniforme negro, como el de las religiosas, que hasta entonces se usaba en casi todos los hospitales, y ordenó un uniforme de género blanco, medias y zapatos blancos de lona que debían cambiarse con frecuencia para dar la impresión de aseo. (18)

Bajo la dirección de las hermanas de la Caridad de la Presentación y de enfermeras eu-ropeas, la Escuela comenzó clases en 1924 con cinco asignaturas: 1.- Anatomía, fisiología e higiene, 2.-Medicina; 3.- Cirugía; 4.- Partos y 5.- Pediatría y Puericultura.

El período 1924-1929, que Velandia señala como tercera etapa, está marcado por la puesta en marcha de las escuelas de enfermeras y comadronas en Cartagena y Bogotá. Y comenzó una cuarta etapa en 1929 con la fundación de la Escuela Nacional de Enfermeras, patroci-nada por la Fundación Rockefeller y dirigida por el médico pediatra, José María Montoya, con los servicios de dos enfermeras de Estados Unidos. Algunas de las prácticas de las estudiantes implicaban visitas domiciliarias, así que se las llamó enfermeras visitadoras. El primer grupo graduado se vinculó a los servicios que tenía la Cruz Roja. Dos de estas egresadas, Blanca Martí de David y Beatriz Restrepo, llegaron a tener un brillante desem-peño que les mereció altas distinciones: la Cruz de Boyacá, del gobierno colombiano, y la medalla Florence Nightingale, de la Cruz Roja Internacional. (19)

En el curso de doce años, desde 1920, cuando se creó la Escuela de la Universidad Nacional, hasta 1932, la carrera de la enfermería había cambiado su fisonomía bajo la dirección de médicos y el aporte de enfermeras extranjeras; seguían pénsumes y metodología de universidad y mantenían una proximidad con los trabajos de servicio social que daría lugar a un deslinde cuando se creó en 1937 la Escuela de Servicio Social de la Universidad del Rosario. (20)

Pero se mantuvo el espíritu que movilizó a las primeras enfermeras, como se vió en 1932 cuando estalló el conflicto fronterizo con Perú. En esa ocasión reaparecieron las ambulan-cias de la guerra de los Mil Días con las hermanas de la Presentación y una pastusa de 22 años, hija de un veterano de los Mil Días, que se presentó en el ejército como voluntaria y que, uniformada, se dedicó a curar los heridos. Clara Narváez perdió su nombre en esa actividad y fue conocida como “El Cabo Pedro” (21)

Cuando en 1938, el presidente de la Cruz Roja Colombiana, el médico Jorge Cavelier, impulsó la creación de la Escuela de Enfermería de la institución, recogió la tradición en-carnada en “El cabo Pedro,”, en las ambulancias de la guerra de los mil Días y del conflicto con Perú, y las experiencias y personal que había dejado el primer intento de formación de enfermeras con madame Ledoux. Además, aportó elementos nuevos, como el concepto de Escuela Hogar. La estudiante de enfermería, que permanecía todo el tiempo en los

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hospitales, tuvo una sede apartada de las dependencias hospitalarias, con vida normal, con un horario de ocho horas de trabajo que recortaba el de doce a que estaban obligadas, con un renovado plan de estudios, con exámenes y tesis de grado y con una asignatura sobre Sanidad Militar en la que se estudiaban aspectos de estrategia militar y prácticas de terre-no con cadetes de la Escuela Militar. El título para estas enfermeras era el de “ Auxiliar de sanidad Militar.” Así fueron tituladas las enfermeras de la promoción de 1945. La Escuela había expedido sus primeros diplomas en 1941 con el título de Enfermera general.

La Escuela funcionó en sus primeros años en el centro de Bogotá, calle 13 entre carreras 5 y 6, bajo la dirección de la enfermera Blanca Martí de David, quien dirigía en Medellín la Escuela de Enfermería de la Universidad de Antioquia. Egresada de la Escuela Nacional de Enfermeras, había representado al país en reuniones internacionales y prestado valio-sos servicios en la docencia y en instituciones de Asistencia Social. De carácter recio y entregada por entero a su profesión, la señora Martí de David dirigió la Escuela hasta el 29 de marzo de 1965 cuando una proposición del Ministro de Guerra, el general Gabriel Rebeiz Pizarro, recomendó su destitución . El estudiantado de la Escuela, que protestaba contra los severos reglamentos impuestos por la directora, había reclamado su remoción desde los primeros días de febrero. (22)

Sin embargo la Escuela, bajo su dirección, había ofrecido resultados como los que destacó el delegado de la Liga de Naciones de la Cruz Roja, Fred Sigerist, en la sesión del Comité Central del 11 de abril de 1951: “he tenido una favorable impresión en la visita a la Escuela de Enfermeras, dijo. Cuando devolvéis al país una enfermera graduada, es perso-na versada en el ABC de la enfermería y un elemento de Cruz Roja listo para esa vocación. (Las enfermeras ) son las verdaderas representantes del ideal de la Cruz Roja.” (23)

Cuando el gobierno colombiano se unió a los países que combatían en Corea con el envío de un batallón, la Cruz Roja Colombiana ofreció la colaboración de sus enfermeras. El ofrecimiento, finalmente, no fue aceptado. (24)

En junio de 1955 el presidente Jorge Bejarano propuso al Comité Central una discusión sobre el caso de las enfermeras de la Escuela que prestaban sus servicios, bajo contrato, con la Clínica de Marly. Oidos los argumentos de unos y otros, se impuso el criterio de Bejarano: debía cancelarse el contrato porque ese servicio ha de prestarse sólo en hospi-tales y clínicas de caridad.

Las tareas de formación y de validacion académica de los títulos de las enfermeras se lograron mediante convenios, primero con la Universidad de América y después con la Universidad del Rosario hasta finales de 1979 cuando un nuevo estatuto docente le permitió a la Cruz Roja mantener los estudios de enfermería superior y otorgar el título correspondiente a Enfermera Licenciada. Para entonces la institución subsidiaba con 8 millones de pesos la Escuela.

El Ministro de Salud, por otra parte, había comprobado que la producción de enfermeras licenciadas se podía considerar más que suficiente y que el sistema nacional de salud

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no necesitaba más personal; por eso propuso al Comité suspender el ingreso de nuevas alumnas al primer año, a partir de 1981. (25)

Fue el comienzo del fin de la Escuela. En ese momento había 25 escuelas de enfermería, hecho que, de acuerdo con la Federación Internacional de la Cruz Roja, hacía injustificable la existencia de la Escuela. El alto subsidio, que podía dedicarse a otras actividades, fue una nueva razón a la que se agregó un hecho coyuntural, que se hizo evidente durante la toma de la Embajada Dominicana. Alumnas de la Escuela, en paro, pretendieron impedir el acceso a las bodegas de donde se iban a retirar elementos de ayuda para los rehenes; situación que el presidente Guillermo Rueda Montaña consideró intolerable. La Escuela, finalmente, desapareció en diciembre de 1983.

En la historia de la Cruz Roja, médicos y enfermeras, han delineado con su actividad la fisonomía de la institución. Con razón afirmaba el médico Adriano Perdomo, al instalar en 1923 el Centro Sanitario situado en la avenida de la República, terraza Pasteur: “para asegurar la vida de la Cruz Roja hay que proveer dos cosas que son como los dos pies para que marche la institución: el cuerpo de enfermeras y el reclutamiento de socios.” (26)

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Notas.1.- Alvaro Tirado: Aspectos Sociales de las Guerras Civiles. Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá, 1976. Páginas 371 y 372.

2.- Sister Charles Marie Frank y sor Teresa Elizondo: Desarrollo histórico de la enfermería. México, 1961

3.- Adriano Perdomo: Colección de Escritos relativos a la fundación de la Cruz Roja Nacioal. Editorial Santafé, 1928. Página 46.

4.- Cf. Roberto Gómez Durán: Apuntaciones sobre la Cruz roja Colombiana. Tesis de grado en Medicina. Editorial Minerva. Bogotá, 1965. Páginas 23, 24 y 25.

5.- Adriano Perdomo, op.cit. página 53.6.- El Espectador, 23-01-13.7.- Adriano Perdomo, op. cit. Página 79.8.- Roberto Gómez Durán, op. cit. Página 32.-9.- Citados por Alvaro Tirado Mejía, op. cit. Página 61.10.- Cf. Carlos Eduardo Jaramillo: Los guerrileros del novecientos. Cerec Bogotá 1991. Página 255.11.- Carlos E. Jaramillo: op. cit. Página 250, nota 119.12.- Perdomo: op. cit. Página 52.13: Carlos E Jaramillo, op. cit. Página 66 y 67.14.- Revista Enfermería, humanismo, ciencia y tecnología de la Universidad de Cartagena, octubre 1993.15.- Cf Ana Luisa Velandia: Historia de la Enfermería. Universidad Nacional, Facultad de Enfermería. Bogotá, 1995. Pág. 56.

16.- Jorge Bejarano: Historia y Desarrollo de la Enfermeria en Colombia. Revista de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional. N 1, julio de 1948.

17.- Velandia, op. cit. Página 67.18.- Jorge Bejarano, op. cit. Pág. 1075- 1079.19.- Héctor Pedraza, citado por Velandia, op. cit. Página 63.20.- Velandia, op.cit. página 65.21.- Velandia, op. cit. Página 68.22.- M. Cecilia Gaitán o.p. Aporte de las Comunidades Religiosas a la enfermería. Revista Anec N 13, Bogotá 1974. Páginas 19-24.

23.- Actas del Comité Central 1126 del 22-02-65; 1127 de 15-03-65 y 1128 de 29-03-65.24.- Acta del Comité Central 942 del 11-04-51.25.- Acta del Comité Central 954 de 19-09-51.26.- Acta 1176 de 25-04-80. 27.- Adriano Perdomo, op. cit. Página 122.

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Rescate y cirugía en Chipaque.

En la cantera de piedra, Los Jeques, una explosión habia provoca-do un deslizamiento que dejó muertos, heridos y gente aprisionada entre los escombros. Allí me sirvieron mis cursos especializados de primeros auxilios y mi experiencia de bombero.En un socavón, a 20 metros de profundidad había un hombre apri-sionado entre unas enormes rocas. Para llegar hasta él pasamos por debajo de un cadáver que colgaba entre las piedras. De los tres médicos que me acompañaban uno se quedó al comenzar el recor-rido, al otro, cuando quiso utilizar la sierra para sacar al hombre amputándole un brazo, por nerviosismo partió la hoja. Y el otro, un traumatólogo, se limitó a los calmantes. Entonces decidí que si se iba a salvar a ese hombre habría que amputarle el brazo derecho

de todos modos, a la altura del antebrazo. Le advertí, con toda seriedad al hombre: es su brazo o su vida. Es que el brazo y la mano los tenía debajo de una mole de varias toneladas. Dijo que sí, le inyectamos mor-fina y sin más instrumento que mi cuchillo de monte, dotado de sierra, procedí a amputar bajo la luz de una linterna.También tenía los pies aprisionados y tuvimos que sacarle las botas y arrastrarlo para llevarlo fuera del socavón. Lo entregamos vivo, pero sin el brazo a la 1.30 de la mañana y lo dejamos en el hospital. Después le conseguimos trabajo como ascensorista. Era un hombre de 25 a 30 años. El Espectador contó la historia y le puso el título de “El quirófano de piedra.”Relato de Daniel Martínez.Entrevista con el autor el 02-02-05.

El presidente Jorge Cavelier

en la entrega de tocas.

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La lucha por la vida.Luchar contra la muerte llega a parecer fácil si se compara con la otra lucha: contra un hombre armado que quiere matar a un enemigo

herido.Le pasó ( 1 ) en el Atrato medio cuando él y su gente sacaron a aquel agente de policía que había sido herido durante un ataque a su cuar-tel. A una hora de distancia, justo después de una curva del río, ahí estaban con sus armas, apuntándoles. Tuvieron que acercarse a la orilla, vigilados por varios pares de ojos y por las boquillas frías de las ametralladoras. Cuando en una embarcación o en un automotor ondea la bandera de la Cruz Roja ningún armado puede entrar. Desde

fuera les llegó la pregunta tosca:-. “¿Ese, quién es?

-. Un herido. Va para el hospital.-. ¿De dónde viene?

-. Es de los heridos del ataque de ayer contra el cuartel de policía.-. Sus papeles.

Se los entregaron uno a uno: la remisión médica, el carnet, la cédula. La reacción se produjo:-. Pero ese es un policía.

El socorrista esperaba la reacción:-. Es un hombre mal herido, sin armas y está bajo nuestra protección.

-. Pero es un hijueputa policía.-. Para nosotros es lo mismo que si fuera uno de ustedes herido. Tam-

bién iría bajo nuestra protección.Está fuera de combate.-. Quién sabe a cuántos mataría. Nos lo llevamos para hacerle un

juicio.-. Ustedes no se lo llevan. Lo protege el mismo derecho que los prote-

gería a ustedes en caso de ser heridos.La discusión se mantiene aún un rato mientras el sol reverbera en el agua y en el bote. Al fin, con un gesto de asco resignado, el hombre

dice sin mirarles la cara:

La Cruz Roja Colombiana en el terremoto de Nicaragua.

En el C 130 de la Fac llegué al aeropuerto Las Mercedes, con un cargamento de auxilios. Después de regresar se hizo una colecta en Colombia para construir el barrio Colombia para damnificados en Managua. El material de construcción se llevó en un barco de la Flo-ta Mercante, el Manuel Mejía. Se llevaron, además, las dotaciones completas para esas casas. Somoza quiso poner sus condiciones para la entrega de los auxilios, que se les diera sólo lo del diario, lo cual los obligaba a hacer todos los días unas larguísimas filas. Yo le dije que lo ibamos a hacer a la

colombiana, esto es, darles mercados para varios días con el fin de que no perdieran tiempo haciendo filas; pero a cambio de trabajo. El que madrugaba tenía mercado y después, a trabajar en las casas. A Somoza le gustó la idea y la aplaudió.En otro viaje con ayudas, durante la guerra, el avión de la Fac fue impactado con disparos hechos por los sandinistas. El avión aterrizó con agujeros por donde se salía la gasolina; era necesario taponar de alguna manera y un operario del aeropuerto se ofreció a conseguir la soldadura a cambio de que, en el viaje de regreso, lo sacaran de Managua. Así se hizo y los agujeros se taponaron con soldadura y con esparadrapo. Daniel Martínez

-. Llévenselo. y ojalá se les muera el hijueputa.Al atardecer pudieron continuar su viaje y ya había oscurecido cuando divisaron el perfil de las casas de la orilla. Solo algunas luces, como

luciérnagas, se movían en las ventanas.El hombre ardía de fiebre y la esperanza de darle una atención espe-cializada duró hasta el momento en que cruzaron la puerta del hospi-tal y lo encontraron desocupado. Sólo era un enorme caserón vacío. Después de la última incursión de hombres armados por el lugar, todos habían huido y en el pueblo solo quedaban algunos pocos habitantes: los más obstinados. Les quedaban tres bolsas de solución intravenosa que debían durar toda la noche hasta el amanecer cuando, según los reportes recibidos por la radio, debería aterrizar una avioneta en una

pista cercana.Mientras el grupo luchaba por controlar la fiebre y la hemorragia, el herido gritaba en aquel hospital abandonado: “me quiero morir”, y mostraba su mano sin dedos, destrozada e inútil: “para qué quiero vivir

así” y agitaba su muñón sangrante“Dénme algo para morirme. Me quiero morir.” La voz del hombre

llenaba de ecos el recinto vacío con su pedido desesperado.Al final, tras una noche en vela, con dos jornadas de cansancios acu-mulados, el socorrista aprovechó un momento de lucidez del herido para decirle con el más apabullante sentido común: hemos hecho lo que hemos hecho desde ayer y durante la noche para mantenerlo vivo, porque es nuestro deber y misión defender su vida. Dentro de dos horas llegará un avión que lo llevará a Medellín. En el aeropuerto habrá una ambulancia que lo dejará en un hospital. Hasta allí llegará nuestra responsabilidad de mantenerlo vivo. De ahí en adelante usted

hará con su vida lo que quiera”.Había tal decisión y vigor en esas palabras que el hombre, agotados

los recursos de la desesperación, pareció resignarse a vivir.(1) Entrevista con el autor.

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La prensa nacional ha destacado la contribución de las enfermeras de la Cruz Roja

en acciones de prevención y en las numerosas tareas de curación

y alivio con motivo de las catástrofes naturales y sociales del país.

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13.

Terremoto en Armenia

Armenia, 25 de enero de 1999 a la una y quince. Es el momento en que la calma del medio día se interrumpió con un sonido escalofriante. Los que escucharon ese sonido no logran describirlo. Para algunos parecía un gemido interminable, de una bestia enorme; otros lo oyeron como un rugido; hubo quienes identificaron explosiones como las que se dan cuando se hacen disparos sucesivos y alguno creyó oir el sonido gutural de un coloso. Para los científicos que registraron el fenómeno en 13 sismógrafos de la Red Sismológica Nacional, ese extraño sonido había sido producido por el choque de dos capas de roca subterránea a 20 kilómetros de la superficie en donde se asientan seis poblaciones del departamento del Quindío. El movimiento, que duró 30 segundos, provocó un temblor de 6.0 grados en la escala de Richter y destruyó gran parte del centro y del sur de Armenia y las zonas pobladas de La Tebaida, Montenegro, Calarcá, Barcelona, Córdoba y Pijao. Al chocar las dos capas de la falla geológica, se produjo una explosión que se escuchó como un gruñido profundo salido de las entrañas de la tierra.(1) Esos treinta segundos provocarían la muerte de 1185 personas, heridas a 4.765 y la destrucción de 160 mil vivi-endas. (2) Para la Cruz Roja Colombiana, esa tarde se abrió un revelador capítulo de su historia, como lo revela el testimonio, a varias voces con que se reconstruye lo que siguió después de la una y quince de ese 25 de enro de 1999.(3)

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ALBERTO VEJARANO.(Médico, presidente de la Cruz Roja Colombiana.)Yo estaba haciendo una visita oficial a la Cruz Roja de Antioquia, era un viaje previo

a la visita que iba a hacer a Pereira. El objetivo era la instalación del programa Adios Violencia, un programa que consistía en la imposición de la huella de las manos como forma de rechazo a la violencia. La primera información era que había habido un temblor, pero que no tenía mayores consecuencias. Estabamos para iniciar el almuerzo, pero a los diez minutos me dijeron que eran grandísimos los problemas. Entonces se comenzó a organizar la acción de la Cruz Roja, la recolección de sangre, que fue un movimiento gigantesco, el envío de personal de voluntarios. Esa misma tarde, a las dos horas, ya tenía-mos conciencia de la gravedad de la situación y en conversación telefónica con Roberto y con Walter se pusieron en movimiento todo lo necesario para atender esa catástrofe. Se hizo un llamamiento nacional y se lográ, muy rápidamente, una movilización nacional.

ROBERTO LIÉVANO. (Médico. Vicepresidente de la Cruz Roja Colombiana.)Almorzaba con mi familia cuando sentí el temblor; apresuré mi almuerzo, como lo

hacía cuando ejercía la medicina y me decían que había algo en el hospital. Me vine para la sede, con el tráfico de acá gasté por ahí una media hora. En todo caso llegué, me contacté con Walter ( Walter Cote, director del Socorro Nacional). Comenzamos a recibir informaciones y se dispuso el traslado de Walter y un equipo logístico para comen-zar a darle orden a la atención de la tragedia. Me comuniqué con el doctor Vejarano para co-mentarle lo sucedido y lo que estabamos haciendo, los dispositivos que estabamos creando

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y el apoyo que preparabamos para la seccional. Me comuniqué con las presidentas de Armenia y Pereira y ellas me hicieron el relato inicial de la tragedia. Después fue el contacto con las seccionales de los departamentos limítrofes para dar el apoyo inmediato, porque era el más rápido. Fue muy satisfactoria para mí la decisión, la voluntad, la rapidez con que todas las seccionales dispusieron la ayuda inmediata. Además del interés que teníamos en salvar vidas, sacar a los atrapados y todo lo que fuera de urgencia, me preocupé por un inventario de los voluntarios que hubieran padecido. Este es uno de los principios fundamentales de fortaleza institucional, hacer que el voluntariado también se recupere

CARLOS ALBERTO CALLE (Voluntario de la Cruz Roja en Armenia.)Cuando empezó ese movimiento yo corrí a donde se en-

contraba mi papá..Fue un sacudón fuerte y cuando menos pensabamos ya estabamos sepultados. Para donde uno miraba veía piedras y la pared encima. No nos podíamos mover. Al principio empecé a pedir ayuda a la empleada pero ella tenía la preocupación por su hijo de 4 añitos y se fue.

Quedé abrazado con mi padre...ví cómo fallecía, lo miré y me quedaba imposible hacer algo. Afortunadamente no perdí el control, esperé hasta que falleció; entonces grité pidiendo auxilio porque, pensé, de pronto toca quedarme aquí días enteros.

ARIEL OSPINA: (Voluntario de la Cruz Roja en Armenia .)Yo pensaba en mi hijo, en qué le habia pasado, lo en-

contré, lo evacué, también lo puse en sitio seguro. Volví a mi casa, le dije a mi madre que estuviera con una vecina mientras yo iba a la Cruz Roja y podría ayudar. Saqué mi vehí-culo de los escombros del edificio, me dirigí a la sede vi-endo la magnitud del desastre. Llegué a la una y cuarenta... En ese momento teníamos contactada la coordinadora del Comité Regional de emergencias por radioteléfono, distri-buimos la ciudad en tres sitios de atención rápida donde cualquier persona que se presentaba en la sede la enviábamos a esos

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sitios. Uno de los mayores inconvenientes que se me presentaron en las primeras horas fue conocer que el cuerpo de bomberos había colapsado y que ahí estaban unos compañeros míos de estudio.

ELSY MAGALY DELGADO (Sicóloga de la Cruz Roja, Seccional Caldas.)Estaba en Manizales, en la Fundación Derecho a Nacer. Lo que más me impactó fue ver

caer un barranco, al frente. Cuando ya empezaron a dar los reportes que Armenia destruida, ahí mismo me comuniqué con Cruz Roja: véngase que la necesitamos para que se vaya a Armenia, me dijeron.

2.30delatarde.

CARLOS HUMBERTO OROZCO. Médico de la Cruz Roja en Manizales.Yo trabajo como auditor médico del hospital infantil de la Cruz Roja en Manizales. A las

2.10 entró el biper que solicitaba la presencia del equipo MEC ( módulo de estabilización y clasificación) que son equipos compuestos por personal de salud, médicos de rescate, enfermeras voluntarias entrenadas en primeros auxilios avanzados y en búsqueda y res-cate; nos alistamos; ACES inmediatamente dispuso de un avión para establecer puente aéreo entre Manizales y Armenia y en ese primer vuelo trajimos todo el equipo de rescate avanzado, las cámaras de los sistemas de audio para detectar víctimas.

SANDRA PATRICIA RUIZ. (Voluntaria de la Cruz Roja de Armenia.)Vi que mi casa se cayó, entré, quité el agua, desconecté la pipa de gas, como pude le dije

a mi tía que se llevara a mi mamá porque todo se estaba cayendo, de la casa saqué cobijas, zapatos para mi mamá y mi hermana, el overol de la Cruz Roja y la chaqueta, a mi mamá le saqué cobijas, ropa como para dos o tres días y eché todo en un maletín. Cuando vi que todo el mundo estaba bien le dije a mi mamá que me iba y que de alguna manera nos ibamos a comunicar porque “usted sabe que en la Cruz Roja me encuentra.” A las dos y media pasó una camioneta con una compañera de la Cruz Roja. “Mami voy a aprovechar.” Mi compañera estaba llorando: ¿qué pasa? Nosotros teníamos un compañero que fue voluntario de la Cruz Roja, que trabajaba con bomberos. Bomberos se cayó y Chucho estaba allí. Empezamos a recoger personas y yo a ver lo que había pasado. A pesar de verlo no lo aceptaba, trataba de alejar esas imágenes, no miraba alrededor. Llevamos esos heridos a los seguros.

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4delatarde.

OSCAR ZULUAGA ( Jefe de Relaciones internacionales)Yo estaba en Ginebra, Suiza, en una reunión de donantes.

A las once de la noche, 4 de la tarde, hora de Colombia, me llamaron de la Federación de Cruz Roja, ahí mismo en Ginebra, y me dijeron, “mire, están avisando, vía París, que ha habido un gran terremoto en Colombia.” Intenté, pues, comunicarme con la Cruz Roja y con mi familia.

(...) Tres o cuatro horas después del desastre ya todo el mundo estaba en marcha. La gente de la Cruz Roja en el mundo, sobre todo en el caso de desastres, están siempre muy alerta y automaticamente, como ellos sabían que yo estaba allí y que estaban todos los directores de relaciones internacionales dijeron: “la fuente primaria está ahí, la Cruz Roja Colombiana está representada, pregunten y manden la ayuda que realmente se necesita.”

LUIS GRIJALBA. (Voluntario de la Cruz Roja.)Yo venía de unas vacaciones en Ibagué con mi familia

y hacia las cuatro de la tarde me llamaron que tenía que estar listo y preparar mi equipo para venirme a Armenia. Cuando llegué a Armenia y me bajé del avión y pasé por el centro de Armenia sentí una gran tristeza y me decía: Dios mío, ¿por qué haces esto? Esos niños, esas familias, entrar al hospital y ver esa cantidad de heridos, esa cantidad de muertos, meterme en un lugar que se llama Brasilia y reco-ger una anciana con una niña de dos años en los brazos, muerta, aplastada por una columna. Todo eso me recordó el espectáculo de Solferino: heridos, muertos, la desesperación y muchas manos extendidas pidiendo ayuda.

5delatarde.CARLOS ALBERTO CALLE.Abrazado a mi padre que ya había muerto, yo escuchaba

voces de los vecinos y a un joven que me decía: tranquilo monito que de aquí no nos vamos hasta que lo saquemos.

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El hombre dirigió la operación, controló la situación hasta que me levantaron. Mi preocupación era por mis hermanas que se podían desesperar al ver muerto a mi papá. Cuando llegaron les dije: tranquilas, no hay más que hacer. Ahora vamos por nosotros, empiecen a buscar ropa y lo que se pueda sacar. Y lo primero que vi fue el overol de la Cruz Roja, ahí encimita, y dije: présteme ese overol, yo mo lo pongo y me voy a trabajar de una vez; pero la cuestión fue que una viga que me atravesaba por entre las piernas, las oprimió y no me podía mover. No fui capaz de pararme; me sacaron cargado a una parte despejada por ahí cerca cuando em-pezó el remezón de las cinco. Entonces pensé: yo tengo que hacer algo, yo tengo que ayudar y le pedía a la gente que me sacaran, que me trajeran los heridos que me acomodaran ahí y que yo los revisaba, como fuera, pero que los revisaba. Y así fue, yo decía quién podía aguantar más, y quién no. Así estuve hasta el toque de queda de las seis, cuando me llevaron a otra parte.

FABIÁN ALBERTO LEAL. (Voluntario de la Cruz Roja de Armenia.)A las cinco fue la segunda réplica. Dejé organizada la

gente de mi casa y a trabajar. Lo primero que hago es irme a la estación de bomberos, totalmente destruida. Uno no tiene necesidad de que lo llamen, y más que no había comu-nicaciones ni energía. Nosotros con los bomberos teníamos muy buena relación, fueron los maestros nuestros en todas las emergencias. Fue muy triste ver esa estación en el suelo, saber que estaban ahí atrapados. Se sacaron los sobrevivien-tes y me fui para otro sitio; no quise quedarme ahí, es muy duro donde hay gente que uno conoce. Entonces me fui para el edificio Andalucía en donde había personas atrapa-das y comenzamos a trabajar, a remover escombros porque sabíamos que había gente ahí, se escuchaban sus voces...Ahí estuve hasta el otro día, cuando los sacamos.

SANDRA PATRICIA RUIZ.Cuando llegué a la Candelaria todo el mundo estaba

tirado en el piso; había tres médicos y 20 voluntarios. Empezamos a atender a la gente en el piso, con agua, gasa,

Sede de la Cruz Roja en Armenia afectada

por el terremoto.

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esparadrapo, isodine. No había más y con eso se trabajó. Cuando vino la réplica de las cinco, arrastramos a las per-sonas acostadas en cartón. Eran los que no podían moverse por su cuenta. Me impactó mucho una señora que tenía una sobrinita que lloraba mucho y lo único que pude hacer por ella fue hablarle. La niña lloraba porque su papá y su mamá habían muerto y yo le decía: tranquila nena, no va a volver a temblar. Le decía eso cuando se cayó un edificio al lado. La niña casi se muere del terror y yo también pero le decía, tranquila que vamos a salir de esto, algo se va hacer. No sé cómo me salían las palabras porque yo estaba destro-zada por dentro. Yo no perdí a nadie de mi casa, pero sí a una amiga que quise mucho y a un profesor que me enseñó mucho. Mi casa quedó inhabitable; en realidad yo sentía un dolor inmenso. Me quedé en la Candelaria esa noche trabajando; era imposible dormir.

CARLOS HUMBERTO OROZCOMédico.Estabamos en la pista del aeropuerto, lejos de los avio-

nes porque estabamos empujando los carros, cuando vino la primera réplica a las 5 y 19. Yo la describo como cuando uno cae sobre los talones tres veces. Inmediatamente se desplomó una parte del aeropuerto, entonces toda la gente corría y los médicos nos fuimos a ver quién había resultado herido y la primera lamentable sorpresa fue que nos encon-tramos con una víctima, voluntaria de la Cruz Roja, una señora de 45 años, que estaba lista para ser transportada en el Hércules. No soportó y murió ahí en el aeropuerto; madre de tres hijos voluntarios también, que quedaron atrapados en su hogar. Esta señora fue la primera víctima entre nuestros voluntarios; creo que fue la única víctima. Entre el aeropuerto y la sede había que cruzar todo el sur de la ciudad, el caos era tremendo: las ambulancias ulula-ban sin necesidad porque iban vacías, los carros corrían a cuatro vías; las calles cerca al hospital del sur estaban llenas de cadáveres y de heridos a lo largo de la calle y los heri-dos llegaban a cada momento porque la réplica había de-jado más heridos y muertos. Fue la gente que después del

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terremoto regresó a sus casas para intentar recuperar algo; muchos de ellos perecieron allí. En el edificio Conavi murieron 25 personas que estaban haciendo allí labor de remoción y de recuperación de cosas. Fue un espectáculo dantesco, no creíamos, nos mirábamos perplejos. El dolor era perceptible en el ambiente, la gente ya ni lloraba.

Llegamos a la sede e inmediatamente nos fuimos a los sitios donde nos requerían. La especialidad mía es epidemiología, que es una de las que tiene formación en desastres y como instructor de desastres mantenemos frescos los conceptos de cómo organizar un centro de recepción de heridos, de distribución por prioridades. Entonces nos fuimos al barrio La Candelaria donde el edificio del cuerpo de bomberos se había desplomado. Se estaban llevando los heridos y los muertos sin un orden en la clasificación y usted encontraba muertos con heridos, heridos graves con heridos leves. La primera labor fue conversar con los médicos de allí y con la secretaría de salud para solicitarles la autorización para imponer un orden de prioridades o sea, definir a qué hospitales se de-bían enviar, qué prioridades se debían manejar. A los estudiantes de medicina que traba-jaban como voluntarios les pedimos que no suturaran o que retiraran las suturas de las heridas porque la tendencia es suturar y como no hay suficiente asepsia; el 99 por ciento de las heridas suturadas se infecta y terminan en gangrena. Hay que limpiar, lavar y hacer vendaje compresivo. Había heridas tan grandes como escalpe de cuero cabelludo, que de-jaban el hueso expuesto. Las lavabamos, les poníamos antibiótico, les hacíamos un vendaje compresivo mientras llegaban al hospital. Había que atender al que tuviera más probabi-lidad de sobrevivir de acuerdo con el sistema de triaje que es una clasificación de los heri-dos de acuerdo con una prioridad impuesta por las condiciones creadas por la catástrofe: en condiciones normales una persona de 80 años con un infarto, merece todo el recurso disponible para reanimarlo y garantizarle la vida; en una catástrofe esta persona queda de última prioridad porque primero es el niño o la mujer que, al ser atendidos, nos pueden garantizar la supervivencia de la especie. Es muy duro para uno como médico enfrentarse a hacer esa clasificación tan ruda y a veces media ante situaciones que se salen de cualquier probabilidad de ser estricto.

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6delatarde.

FABIÁN ALBERTO LEAL.A las seis ya teníamos ayuda de todas partes, ya había algo montado, ya habia algo so-

bre ruedas que estaba funcionando y había unos planes diseñados que funcionaron bien, las entidades sabían qué tenían, de qué disponían, qué podían movilizar. Esa fue la gran diferencia con Armero. Armero nos sirvió para comenzar a pensar; después de Armero se creó la oficina nacional de prevención de emergencias, a crear proyectos para estar preparados. Armero nos dejó una gran enseñanza.

Anochecerdelprimerdía.

CARLOS HUMBERTO OROZCO. ( Médico)A las 10 p.m. nos dirigimos al Barrio Brasilia que había colapsado en un 97%. Ibamos

en misión de rescate, Después de implementar un sistema de prioridades para la remisión de pacientes nos fuimos a sacar gente que estaba viva entre los escombros y abandonar el intento cuando comprobabamos que estaban muertos. Encontrabamos 4 o 5 cadáveres por cuadra, tirados a lo largo de la calle; la actitud de la gente ya era de relajación, ya no lloraban; encontraba uno niditos de personas tirados en un colchón en el andén, se senta-ban abrazados generalmente al abuelo o a la abuela; prendían una fogata con las maderas del cielo raso, con las tablas de una cama; la gente a un lado y cubiertos con sábanas o plásticos, los muertos al otro lado. Fue una noche dantesca. Se nos acercaba la gente: aquí hay 8 o 9 muertos, quién los recoge, para dónde los llevamos. Ya la gente había aterriza-do aunque se sentían impotentes. Coordinamos un rescate de dos horas; utilizamos una técnica elemental de micrófonos de alta sensibilidad para recoger alguna respuesta de la gente: un grito, un silbido, unas piedras que chocaran. A las dos horas verificamos que la señora, aunque veíamos su mano, ya no respondía. A las dos de la mañana les dijimos a los familiares: no podemos estar más aquí, tenemos que buscar personas vivas y su mamá está muerta. No aguanta uno cuando tiene que decir eso, uno llora completico y parejo con los demás, que insisten: por favor no se vaya. Entonces hay que explicar otra vez: hay gente viva, necesitamos irnos.

Trabajamos toda la noche. Habíamos cometido el error de venir sin provisiones y esa noche nuestra comida fue un trago de gaseosa y un pedazo de pan.

Una persona se nos acercó: yo les traje una caja de atún. Eramos quince y entonces yo cogí un bajalenguas para cada voluntario y cuando ibamos a abrir la caja nos trajeron una señora desmayada. La recuperamos y le pregunté: ¿usted ya comió algo? Y me dijo, no, desde el momento del sismo no he comido nada; entonces dije: ¡la caja de atún¡ Todos me

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miraron sorprendidos. porque la cajita de atún que pen-sabamos para nosotros 15 se convirtió en el alimento para el papá de la señora, el esposo y la señora. Hubo un carro de Coca Cola que quedó atrapado por el terremoto, no se dañó, pero no tenía para dónde seguir; convencimos al chofer para que repartiera la gaseosa; y a la comunidad le dimos bue-nas razones para que organizara sus muertos en una sola. Así nos dieron las seis de la mañana en el parque Uribe.

WALTER COTEDirector del Socorro Nacional.Lo que hay que hacer desde el primer día que hay un de-

sastre es: palas, picas, machetes y a trabajar. En cualquier parte de Colombia tiene que pasar eso. Este es un país de gente pobre, nosotros aquí no nos podemos dar el lujo de tener gente inactiva mientras pasa su trauma, porque esa es una manera de que el trauma sea más fuerte. Yo vivo muy arrepentido por no haber influido para evitar que en Armero hubiera albergues durante dos años. Eso acabó con la cultura propia de la gente aguerrida del norte del Tolima y hace sentir indigna a la gente. A la gente hay que recu-perarle, en principio, la dignidad, su capacidad de ser él, de tener su espacio y de construirlo él mismo, como lo quiera. Entonces en Armenia, con la experiencia adquirida en el Paez, ensayamos eso.

Estamos hablando de una población afectada por un desas-tre, que requiere algo de terapia ocupacional, reintegracion familiar, hay que proporcionarles escenarios recreativos, culturales y económicos, productividad, plata, rendimiento. Por eso en Armenia dijimos: primero, los albergues son re-sponsabilidad del Estado y nosotros no vamos a hacer ni un albergue. Donde hay albergue temporal, ponemos agua, energía eléctrica, les prestamos carpas y hacemos un acta con la comunidad. Antes eramos los dueños de las carpas y les decíamos: “usted cuida su carpa porque usted es el que va a vivir ahí. Y fírmeme aquí.” Parecemos duros y somos duros, pero la linea dura sirve para una cosa: para recuperarle a la gente su propia capacidad, para que reaccionen, esa es la verdadera acción humanitaria; no es ponerle carpa.

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Es decirle: ahí está la carpa, ahí está la pala, ahí está el machete, aquí está un mercado para que arranque esta semana y lo espero, la próxima semana, para empezar a reconstruir la escuela de los niños y a rehacer la carretera y el puente. Eso es lo que intentamos hacer en Armenia.

La filosofía del no albergues, pero sin dejar de albergar, nos hizo preguntarnos ¿con qué reemplazamos los albergues? Con autoalbergues, o sea albergues familiares. Un familiar que quiera atender a una persona de estas recibe un mercado que le permite atender a la gente que tendrá unos días; le damos una carpa para que la abra en el patio de la casa, le damos un plástico y le ayudamos a arreglar la casa para que crezca un poco y atienda a la gente. Esto significa que es unifamiliar, la gente está dentro de la familia, está trabajando y tiene donde dejar sus cosas e ir a hacer otras vueltas. Además les estamos ayudando a pre-sionar al Estado con asesoría jurídica y asistencia en cuanto a gestión, para que les den sus títulos, para préstamos. En esas vueltas la Cruz Roja está con ellos. Un abogado nuestro, un ingeniero nuestro. La gente no llega a las oficinas sola, sino con nosotros que tenemos una cierta posibilidad de presión. Eso nunca lo habíamos hecho.

Yo me sentí orgulloso de ver unas mujeres en un sitio de 60 casas por autoconstrucción La Cruz Roja pone ahí un ingeniero, un trabajador social y una cantidad de voluntarios que ayudan a la comunidad. Esas señoras tenían su pala, su machete, revolvían el cemento, ponían los ladrillos, los maestros de obra que contratamos les ayudaban, pero es la gente la que está trabajando. Cada familia pone mano de obra, trabajan en minga, como comuni-dad. Con eso estamos construyendo casas y comunidad, es gente que va a seguir estando junta. Es muy distinto a entregarles una llave para que vaya y abra la casa que le construyeron. Esto no sirve para nada, ese fue el error que cometimos en Armero. La diferencia entre Armero y Armenia es inmensa, es infinitamente increíble.

Segundodía.

FABIÁN ALBERTO LEAL.El segundo día fue el duro, fue el de los saqueos fuertes, fue tenaz ver que la gente

llamaba desesperada: que nos están robando, que nos están saqueando y la gente pi-diendo ayuda y uno sin poder hacer nada. Entonces empieza la gente a poner los pies sobre la tierra, a olvidar los muertos y a pensar en los vivos “vivos.” Que ya no se podían poner a llorar a los muertos, que eso ya pasó y que toca echar para adelante. Al cuarto día ya había comercio y mire que los saqueos fueron dos días, al tercer día ya todo mundo estaba armado y dispuesto a defenderse. La gente se vió obligada a orga-nizarse. Lo único bueno que le veo al saqueo fue que sacó las ganas de todo el mundo de echar para adelante, sin más lamentos y a ponerse las pilas

OSCAR ZULUAGA. ( En Ginebra.)

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Al día siguiente todos los donantes, (la Cruz Roja británica, la holandesa, la noruega, la japonesa, la de Estados Unidos,) se acercaron y me preguntaron ¿Qué ha pasado? Hemos oido que hubo un gran desastre, con muchas víctimas y que ya la Cruz Roja Colombiana está trabajando. Entonces yo les pude contestar con los datos recibidos en mis conver-saciones con Bogotá. Sabía que estaban trabajando en Armenia los de la Cruz Roja del Tolima, de Bogotá, de Cali, de Manizales. Algo así como 500 personas trabajando. Los datos de muertos, de heridos, de destrucción aún eran irregulares, de modo que les dije: se calcula que Armenia ha quedado destruida en más de un sesenta o setenta por ciento, no hay datos más exactos, pero sí sabemos que vamos a necesitar ayuda y se va a hacer un llamamiento internacional

El sistema de la Cruz Roja es que hay ayudas espontáneas, pero hay un procedimiento: se hace una información con unos datos históricos, se menciona dónde queda el lugar del desastre, se adjunta un mapa, se describen los daños y se pide una ayuda. Con base en eso las Cruces Rojas y sus gobiernos empiezan a buscar y a ofrecer ayudas. Ya en ese momento las Cruces Rojas que tradicionalmente han sido amigas nuestras como Holanda, Noruega, Alemania, Francia, España, el Reino Unido y, por supuesto, la Cruz Roja Internacional y la Federación de Cruces Rojas que son nuestras matrices en Ginebra, ofrecieron su ayuda y me pidieron que hiciera contacto.

A las seis y media de la mañana en Colombia me pude contactar con el Presidente de la Cruz Roja Colombiana, con el Vicepresidente y el Director de Operaciones, quienes me dieron algunos datos, con ellos hice un pequeño informe para un grupo de donantes, que son más de 25, entre ellos las Cruces Rojas más ricas del mundo son las de Europa, Esta-dos Unidos, Canadá, Japón, Corea del Sur y ellos dijeron que comunicarían a sus matrices y comenzarían a ayudar. Durante los dos días siguientes se fueron anunciando las ayudas: España mandó un avión con carpas, Francia, equipos de rescate con perros y Japón hizo una donación importante con fondos del gobierno y de la comunidad. Normalmente los llamamientos se hacen vía la Federación, pero como Colombia es país donde el Comité Internacional trabaja, se decidió hacer un llamamiento tripartito: Cruz Roja Colombiana, Comité Internacional y Federación. Normalmente mandan un equipo que administra y dirige la operación, en este caso, respetando que la Cruz Roja Colombiana tiene una larga experiencia y una buena organización, pusieron como órgano administrador y operativo a la Cruz Roja Colombiana.

FABIÁN ALBERTO LEAL.Me había ido un ratico a descansar en la casa y regresé a las siete. Me fui a la calle 23

con 21, donde había un edificio que había colapsado. Ahí no había más que hacer que recuperar cadáveres; ahí se trabajó más de un día hasta que se sacaron todos los cadáveres porque ahí no hubo sobrevivientes; y en adelante fui removiendo escombros en distintos sitios.

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CARLOS HUMBERTO OROZCO Trabajamos todo el segundo día y ya estabamos en la segunda noche y yo estaba dur-

miendo por fin, cuando empezó a llover. Inmediatamente me desperté pensando cómo correría el agua por debajo de los colchones de los que estaban durmiendo en la calle. No volví a dormir. Uno queda completamente tocado por esa situación; uno no adquiere pánico de terremoto si tiembla la tierra; es el susto normal de todo mundo; pero lo que uno ve, el llanto que escuchó, la herida que vió, la gente que se le abraza a uno a llorarle, lo deja a uno muy mal. En ese mismo lugar llegó una señora de 75 años aproximadamente, bajita, gordita y empezó a llorar, me abrazó y me decía: estoy sola, no me quedó nadie, ¿qué voy a hacer? Pues lloramos juntos diez minutos, hasta que llegaron otros vecinos y la acogieron. El drama era enorme.

Los voluntarios tenemos un problema y es que de alguna manera sí esperamos recono-cimiento; yo no manejo el cuento ese de que uno lo hace para que nadie se lo agradezca, uno espera al menos una sonrisa y esa sonrisa es más que lo demás, uno espera el tinto que le da la comunidad, uno espera las gracias, que se le peguen del brazo, que le lloren en el hombro. El médico se vuelve un personaje muy particular, muy especial, uno se siente bien y es parte de lo que lo mantiene a uno, porque el médico se queda esperando a que los rescatistas ubiquen a la víctima para después entrar. Entonces toda la expectativa está en torno del médico, el médico sale con la víctima y uno se siente muy bien. Yo no debería decir eso, pero siempre lo digo en los cursos. Allí digo que uno no está en esas situacio-nes por alguna gracia divina, hay una razón de personalidad, de ser, de gratificación, una necesidad de dar, de entregar y una capacidad de sufrir

Díacuarto.

WALTER COTE. Estabamos en lo de los albergues.Había que prepararse técnicamente para asesorar la

construcción de albergues, que sean hechos en sitios comunitarios y construidos por la comunidad, con infraestructura propia, que sean transitorios: en casas de familia, en co-legios o escuelas, o iglesias: porque a los dos meses el propietario está aburrido y presiona para que los saquen de ahí y mueve al gobierno para que lo haga. Si uno hace un cam-pamento al lado de una montaña, la gente se queda ahí dos años, que fue lo que pasó en Armero. Cuando la mete en un campamento, aislados, eso se vuelve un gheto.

La conclusión que hemos sacado después de todos estos años, y es lo que aplicamos en Armenia, es que hay que hacer gestión global, es decir pensar en la política, la parte administrativa, los costos actuales y futuros; en la parte técnica, o sea usar metodologías y tecnologías adaptables a la comunidad y que las cosas proyectadas produzcan resultados inmediatos y a largo plazo.

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Lo otro es el fortalecimiento de la capacidad comunitaria e institucional. No se puede seguir pensando en que la Cruz Roja llega y arregla todo. Lo nuestro es un suplemento de la acción local. Estamos metiéndonos duro a construirle a la gente Centros de Operacio-nes Alternos, bases para Telecomunicaciones, infraestructura de salud y de servicios.

Hicimos unos albergues iniciales y ayudamos a construir en la zona de Armenia, pero les ayudamos a hacer, les dijimos cómo y adios. Les dijimos: les damos alimentación, pero no lo asumimos nunca; eso fue asumido por la alcaldía. El secreto de que el albergue lo asuma la alcaldía es porque así el alcalde se queda con el problema desde el principio. Si el alcalde dice “ es que yo no tengo que hacer eso,”le decimos: la ley dice esto; venga Personero, explíquele al alcalde que él sí tiene que hacerlo. Por eso la gente nuestra carga en las maletas copias de esas leyes. En Armero ni siquiera sabíamos cuáles leyes existían sobre esta materia. Así actuamos nosotros hoy, es otra cosa.

¿Cómo involucrar a los líderes comunitarios? Cuando llegamos a Armenia y empeza-mos la operación, instruimos a toda nuestra gente: para cada acción metan un lider co-munitario, un veedor que nos ayude aunque sea a cargar o lo que sea y que controle y vea cómo es la cosa. Que nos digan cuáles son de ese barrio y cuáles no, que ayuden a hacer sus cosas ellos mismos. Eso nos dio un resultado impresionante: había momentos en que estaban dando piedra, palo, con armas, en los primeros días, pero nosotros siem-pre andabamos con un líder en el camión. Atacaban y el lider salía: “un momento, soy líder del barrio, ¿qué les pasa?” y la gente cambiaba. El Sistema Nacional de Desastres ya se dejó penetrar por la Comunidad, ya hay líderes comunitarios que saben cuáles son sus derechos y qué pueden esperar del sistema.

Nosotros a todos los líderes los estamos llevando a cursos. A cuanta cosa hacemos llevamos a los líderes de los barrios, y ellos aprenden lo mismo que aprende la demás gente. Esto tiene varias utilidades: aprenden cosas que les van a servir para ellos y para su comunidad; conocen nuestra organización por dentro, la pueden cuestionar y si es el caso se vuelven control interno; muchos de ellos pueden ser guerrilleros, paramilitares o cualquier cosa, entonces esto se vuelve una oportunidad para hacer difusión sobre la paz y los derechos humanos. O sea, son varias oportunidades al mismo tiempo, y las utilizamos bien hasta donde podamos.

GLORIA ECHEVERRY ( Presidenta de la Cruz Roja de Armenia.)En la reunión del jueves en la tarde el alcalde consideró que tenía muchas cosas para

repartir, pero que llegaban por bultos. Uno de frijoles, otro de arroz, y así y que no había mercados. Había que conseguir quién preparara los mercados y quién los repartiera.

Entonces se resolvió que lo más práctico era dividir a Armenia en 30 zonas para ir a esos sitios y llevarles las ayudas, porque de otra manera se consideraba peligroso. 15 de esos puntos se los dieron a la Cruz Roja, 15 fueron para la Defensa Civil y para la Red de

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Solidaridad. Así se elaboró una lista con los nombres de los barrios, el nombre de la enti-dad responsable y el nombre de la persona que en nombre de su entidad iba a trabajar allá en la entrega. Esa hoja se le entregó al periodista de la alcaldía y él se la entregó a un periodista de radio que la interpretó a su manera, de modo que a las 7 u 8 de la noche comenzó a decir por la radio: Barrio tal, vaya por sus mercados a la Cruz Roja; barrio cual, vayan a la Cruz Roja. No había preguntado en la alcaldía, ni le había preguntado a la Cruz Roja; él decidió, por su cuenta leer la lista de esa manera.

Díaquinto.(Viernes)

GLORIA ECHEVERRY.Todavía el viernes por la mañana el periodista insistía: vayan a la Cruz Roja. Es el quinto

día después del terremoto, donde todavía había mucha gente con hambre y entonces la gente se volcó sobre la Cruz Roja. La gente no vino espontáneamente a asaltar a la Cruz Roja. Fue fácil saquear la bodega porque eso no es bodega; era una pista de patinaje. Que tenía una malla alrededor y una puerta. No era sino desmontar la malla y llevarse lo poco que había ahí. Fue muy triste, me decían ¿cómo pudo pasar? La Cruz Roja es un santuario.

Busqué al periodista y le dije: ¿usted por qué hizo eso?- ¿Qué hice qué? A mí me dijeron que en la Cruz Roja estaban dando mercados. A mí

me pasaron un papel de la alcaldía, el alcalde me dijo que eso era así, dí la información por cierta.

- Cierta pero mal interpretada y a Colombia la perjudicó ese espectáculo y la difusión que le dieron.

Las imágenes le dieron la vuelta al mundo. Delegados, embajadores, personas que nos han visitado y sobre todo en Europa en donde se preparaba mucha ayuda, se trancó por eso. Decían: ¿qué clase de vándalos, capaces de atacar a la Cruz Roja, hay en ese país? Muchos gobiernos detuvieron la ayuda cuando vieron esa toma de la bodega, porque en todas partes del mundos se tiene un gran respeto por la Cruz Roja

Losdíassiguientes.

FABIÁN ALBERTO LEAL Hasta los siete u ocho días todavía se alcanzó a rescatar, entonces todo el mundo rem-

ueva escombros. Todavía no había llegado la maquinaria pesada. A muchas partes no se podía entrar porque había derrumbe y se si metía maquinaria esos edificios colapsaban. De todo esto la mejor experiencia que me quedó fue el deseo de vivir de todo el mundo.

CARLOS HUMBERTO OROZCO La Cruz Roja generó en Armenia dos programas de salud: construyó un equipo

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de atención médica en la sede, para hacer consulta di-recta y para distribuir drogas y envió algunos equipos médicos y de voluntarios a algunos barrios a hacer asis-tencia en salud. Si uno quería trabajar solamente tenía que hacerse en un parque y ahí llegaba todo el mundo. El día que usted llegara encontraba gente que no había reci-bido el más mínimo contacto con salud; gente con fractu-ras de 4 días no expuestas, pero sí fracturas no reducidas. En la sede atendíamos un paciente cada cinco minutos, se le examinaba, se le resolvía y se le entregaba droga para tres o cuatro días. Había una situación caótica, cuando llega-mos la droga no estaba clasificada, los voluntarios no es-taban capacitados para distribuir medicamentos, pero todo se resolvió; posteriormente tuvimos la unidad movil para empezar a llevar los equipos por fuera de la sede porque se nos estaba volviendo un problema por el volumen de gente que entraba a la sede. Empezamos a apoyar los organismos de salud para dar asesoría: había muchos médicos, muchas enfermeras pero no había coordinación. Cruz Roja inten-taba llegar y donde llegaba establecía un puesto de mando unificado, generaba directrices y dejaba que alguno de los médicos que estaban allí liderara. Cruz Roja entonces se iba.

ELSIE MAGALY DELGADO Todavía no puedo creer lo que ven mis ojos: una ciudad

destruida, como si más que un terremoto, la hubieran mi-nado con miles de explosiones: ya no hay edificio, no hay la casita por donde pasabamos, el panorama se hace cada vez más triste, sin embargo con la esperanza de que se despeje todo esto y volvamos a reconstruir.

La primera etapa del proyecto de ayuda sicosocial comenzó en la tercera semana de febrero. La primera fase fue ir a la comunidad y trabajar con cuatro subgrupos: adolescentes, niños, adultos y ancianos. En la segunda fase llegamos a una comunidad con atención sicológica, medici-na, odontología y enfermería

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El impacto que detectamos después del terremoto fue el estrés post traumático, o sea el miedo intenso; también está el duelo y, como cosa curiosa, el llorar por sus seres queridos, pero más llorar por la casa que se derrumbó. Al muerto lo lloraron y lo enterraron, pero les quedaba decir que mi casita se derrumbó, con el esfuerzo de toda una vida. Entonces yo le doy más importancia a mi trabajo de toda la vida, que yo trabajé desde los 20 años y ahora tengo 50 y mire, mi casita quedó en ruinas. El ser humano que se me murió está ahí en el huequito donde lo enterré, pero mi trabajo de toda la vida lo estoy viendo en un lote vacío.

Frente a estas personas, con estos problemas, la actitud más positiva es inculcarles la autogestión y sobre todo elevarles la autoestima, hacerles ver que ellos son seres hu-manos que valen, capaces de salir adelante y quitarles esa cultura de víctimas. Ellos sí perdieron, pero eso no va a significar que otras personas los mantengan. Ellos deben seguir adelante tomando ejemplos como el del mutilado que quedó así pero sigue viviendo. Ellos quedaron con todo su cuerpo sano, deben ser capaces de seguir viviendo.

Para hacerle frente a eso estamos haciendo, primero, un trabajo individual, que es cuando se evidencian traumas profundos y segundo, un trabajo grupal, cuando se puede encontrar un grupo homogéneo con el que se puede trabajar.

Todos los días atiendo más o menos 5 pacientes diarios; sin embargo a veces son más los que atiendo en charlas informales. Sale uno del campamento y se le acercan: “venga, yo le

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pregunto una cosita.” Y esa cosita es media hora en que me cuenta de la hija, de la sobrina, de la tía, son charlas amenas que de todas formas contribuyen. Se les deja pensando y con elementos para que se confronten.

WALTER COTTE.Al tercer mes bajamos todas las entregas de mercados.

Habíamos bajado paulatinamente y entonces dijimos: ahora vamos a dar cocinas comunitarias en las escuelas, donde haya niños estudiando; también llegamos a donde había ancianos; pero no le dimos a nadie individualmente. Y alrededor de las cocinas comunitarias, trabajamos para crear comunidad. Eso lo coordinamos con el Insti-tuto de Bienestar Familiar (ICBF) y con los sectores del gobierno que se habían desempeñado como la FAC, que hizo un buen trabajo en el arranque de la coordinación de la emergencia y de la carga. Controló todos los aeropuertos y los manejó muy bien, con sentido militar, o sea organiza-do. La Aeronáutica es civil y no está acostumbrada a esos volúmenes de cosas y al desórden de todo el mundo; tiene

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que ser una cosa de corte militar. El Ministerio de Salud hizo un control técnico de las evacuaciones, registró todos los pacientes. Durante los últimos 15 años ha habido estudios de triage, atención prehospitalaria, especializaciones y postgrados en asistencia masiva en desastres de salud. Y eso ha servido; se nota el cambio en los médicos y enfermeras que tienen ya el sentido de la clasificación, remisión, uso del sistema; eso no lo teníamos hace 15 años. Esta vez el sistema abarcaba a todo el mundo.

Se ha progresado en el sentido de que nosotros no lo hacemos todo, le vamos soltando responsabilidades a la gente que, al principio, trata de molestarse. ¿Por qué me ponen a cargar bultos a mí? Preguntaba un damnificado. Y hubo que decirle: “ porque la emer-gencia le cayó a usted, no a mí de modo que cargue usted también.” El hecho de tener una emergencia no le da derecho a uno de no volver a trabajar; por el contrario se le crea la obligación de salir adelante y aprovechar, como hicieron los japoneses y los alemanes que de las cenizas volvieron a nacer. Cosas de esas el pueblo colombiano las tiene, pero dormidas y los políticos y líderes con sus malos manejos hacen que la gente se quede anes-tesiada por el golpe. Nosotros tenemos que despertarles la iniciativa, la capacidad de crear. Esto no es fácil.

El Sistema de Desastres sobrevive porque tiene una composición privada, comunitaria y pública, porque trasciende a un gobierno y se vuelve estatal. No está a merced de lo que el presidente quiera, sino que hay comunidades involucradas. Hay ONG como la nuestra, organizaciones públicas internacionales, organizaciones privadas internacionales.

CARLOS HUMBERTO OROZCO:Jamás había tenido una aproximación como esta al dolor de la gente y de uno, a la fatiga,

al temor, al terror físico, como cuando nos tocaron las pedreas, y a lo que es el compromi-so. Pensar en mi esposa y en mi hija que estaban solas en Manizales, sentir el temor de mi esposa por los riesgos que yo podía correr aquí. Son muchos sentimientos encontrados, pero hay una fuerza que sale de alguna parte. Yo me iba a Manizales a hacer alguna cosa y ya me quería regresar, y de hecho aquí estoy.

A nivel personal uno se afianza en la idea de que hay unas leyes para el comportamiento humano que si se desconocen uno se va a sentir lesionado. Después que la gente desesper-ada quería apedrearnos porque esperaban de nosotros lo que no podíamos darles, muchos voluntarios querían perderse y no seguir. Yo les explicaba que uno no puede negar la condición humana; por eso el voluntariado requiere una capacitación no sólo técnica sino sicológica para enfrentar cosas como esas. A mí me corroboró ese episodio de la pedrea que el agradecimiento que a veces nos manifiestan es efímero, hoy a usted le agradecen y mañana se les olvida y no lo van a querer.

Nuestro sistema de trabajo es que si yo me voy mañana esto no se cae, porque todo se comparte en equipo, las decisiones se toman en equipo y cada uno tiene sus responsabi-lidades. Los profesionales nuestros están capacitados y dispuestos a todo: desde cargar

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una caja, hasta sacar una muela, para ponerse unas botas con casco, o zapatos de charol. La mejor enseñanza que queda después de esto es que el equipo funciona, cosa que no se ha construido de la noche a la mañana, es un proceso. Ahora sabemos que el Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres tiene que gestar un trabajo solidario entre todas las entidades participantes, donde se aprenda a respetar y aprendan a andar juntos los azules, los amarillos o los rojos; donde se aprenda quién manda, quién coordina, a quién se debe escuchar. Mientras eso no suceda se volverán a cometer errores una y mil veces.

ALBERTO VEJARANO. Después de la intervención de la Cruz Roja en Armenia nos quedaron motivos de

satisfacción. La gigantesca participación. Yo no creo que exista un rincón de este país donde hubiera Cruz Roja que no hubiera estado presente físicamente o animicamente. Todo mundo quería estar y ayudar. El primer día Roberto cerró el banco de Sangre porque las neveras no daban para almacenar más y la gente se indignó, estaban hechos una furia.

Los albergues fueron un motivo de orgullo. En cualquier parte del mundo lo hubiera sido la manera como esta gente de allá, con tanto profesionalismo manejaron lo de los albergues. . El Secretario General de la Cruz Roja en el Quindío estaba al frente de su trabajo cuando le informaron que su papá se había muerto. Dispuso que su viejo quedara en su lugar de descanso y siguió cumpliendo con su deber en actividades de rescate. Un motivo de satisfacción, también, es la entrega de los voluntarios. Como seres humanos, nada iguala a los voluntarios, tienen una entrega absoluta, no condicionada por nada, excepto su propia sensibilidad. Aquí no les pagamos nada, muchas veces tienen que com-prar sus uniformes; en las operaciones les damos 10 mil pesos para que tomen gaseosa, les pagamos transporte, alojamiento que no es el mejor del mundo. Nuestro orgullo son nuestros voluntarios

Nos quedaron preocupaciones: necesitamos incrementar el número de voluntarios y una mayor participación de la ciudadanía. La participación de la clase media y baja es muy grande, la de la clase alta es poca. En emergencias se hacen presentes, en lo ordinario no; y mayores recursos, llevamos cuatro años con los mismos y el triple de trabajo. Todo el dine-ro que logramos conseguir se va en socorros, en auxilios y necesitamos renovar equipos. Si en los días subsiguientes a Armenia hubiera tosido en el país, no hubiesemos tenido con qué atender. Todo lo que teníamos se dio en Armenia. Antioquia quedó en nada, todo se fue para allá. Estrelle usted tres buses en Bogotá con 50 personas cada una y no hay donde atenderlos: consiga hospital, no hay. La Secretaría de Salud tiene 20 ambulancias y así es todo, no tenemos ninguna preparación para desastres, pero ninguna.

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Notas:1.- Descripción tomada de “Héroes del Terremoto”; crónica del autor publicada por la Revista de la Cruz Roja Colombiana. Bogotá, 01.00.

2.- Datos tomados de Escamilla y Novoa, La Tragedia Continúa, Intermedio Editores, 1999.3.- Los testimonios de este capítulo son tomados de entrevistas del autor con cada una de las personas citadas. Se ha conservado el tono coloquial con que fueron grabadas.

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14. El Caguán

Entre las ambulancias de la guerra de los mil Días y los siete grupos de voluntarios que se movilizaron el 7 de enero de 1999 en san Vicente del Caguán, había una distancia de casi un siglo, la natural diferencia de actividades que imponían los dos escenarios: el de comienzos de siglo, era el de la guerra; y el otro, el de fin de siglo era el de una nueva batalla por la paz; pero en las dos fechas históricas la Cruz Roja estuvo presente con el mismo espíritu: “ contribuir a la mitigación del sufrimiento de los colombianos y a su confraternización, así como al desencadenamiento de una nueva dinámica social de con-vivencia, paz y desarrollo.” (1)

La respuesta de la Cruz Roja Colombiana a la solicitud del presidente electo, Andrés Pastrana, en julio de 1998, para que contribuyera en el proceso de conversaciones con las Farc, fue la de siempre: “La Cruz Roja Colombiana pone a disposición del país su capaci-dad operativa y de convocatoria, su elevada imagen nacional, su tradición de eficiencia y cumplimiento y el respaldo internacional de que dispone como parte integrante y soli-daria del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja.” (2)

Y no era para menos. Otra vez la sociedad colombiana se disponía a emprender un nuevo proceso de paz.

Durante los últimos 16 años y a lo largo de 4 períodos presidenciales, la comunidad nacional había seguido entre esperanzada e impaciente, la actividad de los gobiernos em-peñados en detener el desangre y la destrucción provocados por la violencia armada en el país, y en lograr unos instrumentos de convivencia y reconciliación. Un documento de la Cruz Roja registraba en 1999 que en el año 1998 se habían producido 235 masacres con 1366 civiles muertos; 2227 secuestros, 350 acciones de la guerrilla, 382 policías y soldados retenidos por la subversión y 308 mil desplazados. (3) Todo esto habia ocurrido a pesar de los esfuerzos de los gobiernos y de la sociedad para detener la violencia.

Durante el gobierno del presidente Belisario Betancur (1982-1986) quien en su discurso de posesión había anunciado su total dedicación a la tarea de la paz, se había logrado el Acuerdo de la Uribe el 28 de mayo de 1984. Entre los once puntos aceptados en esa oca-sión por las Farc y por el gobierno nacional, estaba el cese del fuego que hizo pensar que la paz estaba cerca.

El presidente Virgilio Barco,(1986-1990) al tomar posesión el 7 de agosto de 1986, anun-ció su respeto por el acuerdo firmado con las Farc y un mes después inició contactos directos con la Casa Verde, la sede de la dirigencia de las Farc. Entre la presidencia y el comando de las Farc se mantuvo un contacto a través del “ teléfono rojo,” nombre que se le

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dio al aparato de radio que permitía la comunicación directa e inmediata.Cuando el gobierno preparaba el plebiscito en 1988, la propuesta de dos congresistas

abrió la posibilidad de una participación de voceros de la guerrilla y, a pesar de las difi-cultades, equívocos y retrocesos, el presidente Barco anunció el 12 de agosto de 1988 su Plan de Paz.

Renació el optimismo y en octubre de 1989 comenzaron en la Uribe las conversacio-nes de voceros del gobierno con los de la Coordinadora Guerrillera. Esas conversaciones generaron una presión que condujo finalmente a los diálogos de Caracas el 3 de junio de 1991, ya bajo el gobierno del presidente César Gaviria (1990-1994). Estas conversacio-nes se interrumpieron el 15 de junio y se reiniciaron el 10 de marzo de 1992 en Tlaxcala ( México) hasta el 4 de mayo.

Cuando el presidente Andrés Pastrana (1998-2002) se disponía a tomar posesión de su cargo en agosto de 1998, habían pasado más de seis años de interrupción de las con-versciones, con el transitorio acercamiento que significó la liberación de 60 soldados y 10 infantes de marina en Cartagena del Chairá en junio de 1997, durante el gobierno del presidente Ernesto Samper (1994-1998).

Tras el prolongado proceso y sus escasos resultados, el anuncio del presidente Andrés Pastrana, precedido por un encuentro personal con al comandante de las Farc, Manuel Marulanda, cuando se preparaba la segunda vuelta de la elección presidencial, revivieron las esperanzas de la nación, y la Cruz Roja Colombiana acometió su tarea de “ contribuir

Concentración de embajadores y personajes de la vida nacional en

San Vicente del Caguan el 7 de enero de 1999.

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a la mitigación del sufrimiento de los colombianos.” Enton-ces se preparaba la ceremonia de instalación de la mesa de conversaciones con las Farc en San Vicente del Caguán. En ese momento la capacidad operativa de la Cruz Roja Co-lombiana consistía en la organización eficiente, infraestructura y sedes operativas debidamente equipadas en 31 departa-mentos y en 234 municipios, una red logística de depósitos de insumos y elementos de socorro y asistencia en condi-ciones de emergencia; 80.000 voluntarios y 2000 funciona-rios en todo el país. (4)

CARLOS ALBERTO GIRALDO. (5)Los dos meses previos al acuerdo con las Farc, la Cruz

Roja estableció unas lineas de acción de acercamiento, con la sociedad covil y con algunos de los integrantes de las Farc. Estos dos meses se iniciaron en septiembre cuando la Cruz Roja organizó un equipo de personas que viajaran a la zona en unos vehículos que nosotros tenemos que lla-mamos los “difumóviles”. Son carros equipados con televi-sor, VHS, una planta de energía, retroproyector, películas, acetatos etc. Habíamos convocado a voluntarios de la Cruz Roja de Risaralda, de Santander y de la Dirección Nacional de juventud y de Doctrina y Protección. Salieron hacia los municipios del Meta que se mencionaban como posibles municipios de la zona de distensión. La linea de acción fue llegar al casco urbano y a los corregimientos periféri-cos que tuvieran que ver con las Farc.. En cada vehículo iban cinco personas con dos misiones paralelas: una, la de hacer difusión del Derecho Internacional Humanitario (DIH) con mucho énfasis en la protección de la población civil; dos,trabajar a través de la lúdica y utilizando como estrategia los carruseless recreativo: para los niños de modo que paralelamente se estuviera trabajando el tema del DIH con adultos y con niños. Así se hicieron 18 talleres, hubo contactos con los comandantes de la región y se les explicó qué era la Cruz Roja Colombiana, cuál era su misión y los principios que la rigen, a qué obedecía la presencia de la in-stitución en la región. Se hizo contacto con los alcaldes, los personeros, corregidores y con la comunidad. En los cuatro

La Cruz Roja en Villavicencio.

La avioneta en que se desplazó el candidato presidencial Andrés Pastrana para su conversación con el comandante de las Farc, Manuel Marulanda, fue conducida por el presidente de la Cruz Roja del Meta, Wolfgang Tornbaum, a quien se debe la vigorosa presencia de la institución en esa región del país.Aunque en las actas del Comité Central aparece aprobado un comité seccional de la Cruz Roja en el Meta, el 16 de noviembre de 1938, el hecho es que la constitución real de esta seccional sólo se pudo dar el 22 de septiembre de 1972 por iniciativa de Wolfgang Tornbaum. En los años siguientes construyó su propio edificio y un sólido prestigio, ganado con intervenciones de ayuda como la que pudo apreciar la población el 28 de junio de 1974 cuando se produjo la tragedia de Quebradablanca.En 1976 se fundó el voluntariado de las Damas Grises, que junto con la Cruz Roja Juvenil ha mantenido una intensa actividad. Aparecieron, progresivamente, sedes de la Cruz Roja en Granada, san Martín, Acacías, Vista Hermosa, Cuma-ral, san José del Guaviare, Miraflores, Mitú, Puerto Carreño, Puerto Inírida. Con dos aviones propios, embarcacio-nes fluviales, automotores terrestres y un entusiasta equipo humano, logra una presencia múltiple y efectiva de ayuda en esta extensa región del país.

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municipios del Meta, con excepción de Vistahermosa, no había presencia permanente de la Cruz Roja. En el Caguán habia más presencia porque operaba la Cruz Roja en el sec-tor educativo y había grupos de apoyo a la comunidad; en San Vicente y an algunos cor-regimientos habia grupos pequeños.

Se trabajó durante esos dos meses en una tarea que fue a la vez lúdica y académica. Cuando el gobierno estableció la zona de distension el 7 de noviembre, comenzamos a hacer unos talleres más profundos en común acuerdo con el Alto Comisionado, Víctor G. Ricardo. Con él montamos una estrategia de talleres, de cinco días, para formar multi-plicadores del Derecho Internacional Humanitario. Hicimos uno por cada casco urbano; sólo hubo dificultades en La Uribe y en Mesetas, zonas de amplia influencia de las Farc y en donde el comandante de las Farc tenía prevenciones contra la Cruz Roja; en cambio en Vistahermosa, la Macarena y San Vicente no hubo ningún problema. Después, a solicitud de las mismas comunidades y del Alto Comisionado, se hizo un taller que fue manejado por personal de la oficina del l Alto Comisionado en la Uribe y la Macarena donde hubo participación de algunos integrantes de las Farc.

En el documento sobre La Acción Humanitaria de la Cruz Roja Colombiana en el con-flicto armado, se estableció una relación entre “ los principios fundamentales y los va-lores humanitarios del movimiento y las acciones que tienden aliviar el sufrimiento de las víctimas reales y potenciales que producen los conflictos armados.” En cada uno de esos talleres y conferencias que se adelantaron en el Caguán, la Cruz Roja destacó los siguientes valores:

• La protección de la vida;• La salud y la dignidad humana.• El respeto por el ser humano;• La eliminación de las discriminaciones por raza,

nacionalidad, sexo, religión, clase social u opciones políticas;• La comprensión mutua, la amistad, la cooperación

y la paz entre los pueblos. (6)

Un mismo mensaje para auditorios diferentes, en algunos casos radicalmente diferen-tes.

CARLOS ALBERTO GIRALDO.Para las Farc el tema del DIH está inmerso en su proyecto político. Desde 1966 ellos

adoptaron algunas figuras del Derecho Internacional Humanitario. En ese momento to-davía no se habían firmado los protocolos adicionales y sólo existían los cuatro convenios de Ginebra que hablan de conflictos entre estados; de ahí sacaron algunas figuras como la de los prisioneros de guerra. Ellos incorporaron esto a su linea política y es la gran dis-cusión que aún se presenta frente al Estado porque dicen que el DIH queda corto para el

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país y que el concepto está inmerso en toda su estructura. O sea que en el Segundo Congreso, de 1966, ellos incluyeron estas figuras del DIH dentro de sus códigos de conducta. La guerrilla tiene sus propios Códigos de Conducta, que comprenden desde el régimen disciplinario para sancionar y castigar al combatiente que viola alguna de sus normas, hasta las reglas que establecen la convivencia general entre ellos, las intervenciones frente a la población civil y el com-portamiento frente al enemigo; todo esto está en una publi-cación interna en la que se habla de “prisioneros de guerra,” un término que se aplica en situaciones de conflicto inter-nacional. Para aplicar esa figura en situación de conflicto armado interno se tiene que haber reconocido el estatuto de beligerancia a este grupo adverso al Estado, cosa que no ha sucedido hasta el momento en el país.

Algunos de estos talleres se hicieron únicamente con guerrilleros en la zona. Hubo uno en el que participaron unos 150 hombres de las Farc. El grupo que teníamos traba-jando en la zona recreó con ellos el tema del DIH.

Hay un video que ha elaborado la Defensoría del Pueblo que se llama : Hasta la Guerra tiene Límites,” y recrea la his-toria del DIH. Pone a la gente a hablar, un primer paso para

San Vicente del Caguán: Un intento forzado para hacer la paz Foto de Guillermo Torres

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comenzar a construir el tema. Complementamos con aceta-tos con los lineamientos generales y ejercicios en los que se simula, por ejemplo un país con diversidad de conflictos sociales y armados. Estos conflictos se ubican en 5 muni-cipios, cada uno con una situación diferente: en uno es la con-taminación del agua, o el manejo de personas privadas de su libertad, o de personas desplazadas. El ejercicio se trabaja en tres espacios diferentes. En este último caso el problema se plantea: hay rumores de que en la región de Maizalandia va a haber un desplazamiento obligado por uno de los ac-tores del conflicto, ¿qué acciones previas tomarían ustedes? La comunidad piensa en lo que ellos harían para tratar de evitar el desplazamiento. La otra pregunta tiene que ver con las normas del DIH que se podrían invocar en esta parte de la prevención. La tercera pregunta se refiere a las organiza-ciones que tienen y que necesitarían para asumir la actitud preventiva. Enumeran los elementos que ya tienen, los co-mités locales de emergencia, o las reuniones de padres de familia, o alguna reunión de acciones comunales y les asig-nan funciones. En una nueva fase se les plantea que por más que trataron de evitar la situación, ésta se da. ¿Cuál podría ser la organización de la comunidad frente a una situación de esas? Y en una tercera fase, el evento se dio, las conse-cuencias quedaron en la comunidad, ¿cómo podría ser el proceso de rehabilitación y de reconstitución? La respuesta que ellos elaboran es sobre los organismos y las institucio-nes existentes en el país o que ellos pueden encontrar a nivel internacional y que les pueden ayudar en el proceso de con-strucción y de rehabilitacion.

Con los guerrilleros la mayor dificultad fue ubicarlos, después tener la autorización para poder hacer el taller y luego, recrear un escenario natural donde se pudiera com-binar la carencia de elementos con lo que ellos llevaban para poder trabajar. El taller que mira mucho más hacia los combatientes busca que ellos distingan qué es un objetivo militar para saber qué es lícito a la luz del DIH, cuáles son los bienes y las personas protegidas. Allí se simulan acciones determinadas que hacen pensar al combatiente sobre lo que ellos harían y lo que sucedería si se aplicara el DIH.

Frente a la violencia“ Nosotros tenemos un departamento de búsquedas en todo el mundo. Durante la Segunda Guerra Mundial se atendieron miles de casos de gente desaparecida. La Cruz Roja vive haciendo eso, silenciosamente, por razones de seguridad y por respeto a las víctimas. En algunos casos se trata de víctimas de desastres naturales. En Colombia aprendimos a implementar el sistema desde hace unos 15 años; al principio no era para secuestrados sino para desaparecidos, al final estas son dos categorías que se encuentran. Había también un asunto delincuencial que era el caso de los niños perdidos, que se volaban de la casa y nosotros atendíamos esoEn los últimos 5 años esta labor ha sido manejada por la Cruz Roja Internacional y apoyada desde la sociedad nacional.Tenemos un problema de principios: nosotros, por razones internas, no podemos negociar secuestros que tengan que ver con extorsión. Nosotros no actuamos en ambiente delincuencial, trabajamos en el ambiente de conflicto y podemos actuar en un secuestro político, no en los de extorsión. Nuestra labor primaria es hacer buenos oficios para que liberen personas, lo hacemos todo el tiempo pero por razones de seguridad nunca mencionamos ni casos, ni lugares, ni las tendencias de eso.Si la familia favorecida por una acción nuestra quiere hablar de eso, no podemos negárselo; pero procuramos que eso también sea muy discreto..También tenemos casos de retenidos políticos. La Cruz Roja Internacional los visita en las cárceles. Nosotros solo entramos a una cárcel cuando hay un hecho, atentado, por ejemplo, como apoyo a la parte humanitaria, pero no visitamos presos políticos.Podemos atender a todo aquel combatiente que ya no combata o que está indefenso. En cambio no podemos atender a gente armada; en ocasiones se trata de guerrilleros heridos y enfer-mos y los llevamos a los hospitales.”. Walter Cotte. Director del Socorro Nacional. Entrevista con el autor.

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Ese taller fue a campo abierto en una zona rural de uno de los municipios del Meta. En los talleres con la población civil ellos mismos buscan mecanismos juridicos y de las propias comunidades para defenderse. En las comunidades indígenas de Antioquia han sacado documentos sobre su neutralidad activa: “ nosotros no queremos presencia de ninguno de los actores del conflicto, no queremos partici-par ni directa, ni indiréctamente con ninguno de los actores del conflicto.” Y de acuerdo con eso crean mecanismos que los protejan. Hubo comunidades del Tolima que hicieron el mismo ejercicio

La llegada de la Cruz Roja a estos municipios después de la declaratoria hecha por el gobierno de la zona de dis-tensión determinó cambios en la propia institución y en la población. Para el cumplimiento de sus compromisos la Cruz Roja trasladó a la Zona de Distensión personal vol-untario de los departamentos de Cundinamarca, Huila, Caldas, Nariño, Norte de Santander, Cauca, Caquetá, Meta, Quindío, Antioquia, Boyacá, Chocó, Santander, Tolima y Valle bajo la coordinación de delegados de Socorro Nacional y de voluntariado con el acompañamiento permanente de la dirección nacional. Ese personal, para lograr una acción efectiva fue relevado cada mes.(7)

CARLOS ALBERTO GIRALDO. La comunidad tenía algunos temores, incluso en el mo-

mento en que corrió el rumor de una ofensiva de las auto-defensas. Entonces ellos se aferraron mucho a la imagen de la Cruz Roja, como una forma de protección frente a cualquier situación militar que se diera en la región. Ellos ven a la Cruz Roja como institución que debe permanecer con ellos, con sus programas de atención primaria en salud, de aten-ción en desastres naturales porque esta es una región ex-puesta a inundaciones; o para la formacion de los niños en las escuelas. También habíamos hecho un ejercicio llamado de Resolución, análisis y transformacion de conflictos que da a la sociedad mecanismos alternativos para la resolución pacífica de las controversias.. Con ellos se trabaja el tema de la violencia intrafamiliar, o los conflictos sociales. Se apunta

El miedo.

Hoy tenemos la presencia del miedo a la muerte, la amenaza de muerte de algún actor armado. Eso genera un efecto que pone a prueba los volun-tarios y tenemos que entrenar mejor, subir la calidad de la instrucción. Es muy duro, por ejemplo, darse cuenta de que uno habla con un asesino y debe hablarle para ver si le saca una persona de su poder; o que nos per-mita hacer acciones humanitarias.Agregue la afectación sicológica de ver una persona víctima de un atenta-do, que ha sido sometida a vejámenes o destrozos horribles. Tenemos un procedimiento que ordena que a una persona que ha estado ayudando a las víctimas de dos atentados, la mandamos a un curso en Bogotá, o en Medellín, a cualquier parte, para que se ausente una semana y se desintoxique. A los voluntarios operati-vos les dictamos cursos de seguridad en operaciones, o de sensibilización de Principios y Valores para que, a pesar del conflicto, tengan presente que por encima de eso tenemos unos Principios y Valores por los que hay que seguir luchando.

Walter Cotte.

Director del Socorro Nacional.

Entrevista con el autor.

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a que las propias comunidades, en las casas, adopten modelos que ayuden a los padres y a los hijos a manejar mecanismos y alternativas para resolver pacificamente sus conflictos.

Cuando a los guerrilleros se les planteó el tema del DIH hubo la reacción de los que decían “nosotros lo respetamos y lo aplicamos,” o el que nos recordó “ eso está inmerso desde su proceso,” o el que nos dijo desconocerlo, pero en términos generales no hubo reacciones adversas frente al tema. A nivel de comandantes algunos limitaron la presentación del tema y otros la facilitaron, Dentro de este trabajo de sensibilización en estos dos me-ses hicimos algunos acercamientos por fuera del area de distension con algunos otros comandantes.

La acción de la Cruz Roja en la zona del Caguán cubrió otros espacios distintos de los que trabajó durante los meses de septiembre, octubre y noviembre de 1998. Al llegar diciembre Nelson Castaño descubrió que el gobierno nacional esperaba mucho más de la Cruz Roja Colombiana.

NELSON CASTAÑO. (8)El 24 de diciembre vine a trabajar. Todos los días se escuchaba que el 7 de enero por

fin se iba a hacer la instalación de la mesa de negociaciones de San Vicente del Caguán. Nosotros teníamos el convenio con el Alto Comisionado desde el 6 de noviembre de 1998 y esperabamos que él nos dijera: bueno, Cruz Roja, necesitamos que esté en la zona de distensión. Los dos actores, las Farc y el Gobierno solicitaron la presencia de la Cruz Roja Colombiana por encima de cualquier otra organización y entonces estamos allá y eso es un reconocimiento de la confianza en nuestra labor.

29 de diciembre.Ese día a mí me da por llamar a la oficina del Alto Comisionado, a la doctora Sandra

Ceballos, y le digo:- Ustedes van a montar algo el 7 de enero en San Vicente, ¿qué participación tenemos

nosotros?- Pues lo que ustedes digan, porque ustedes son los que tienen que estar allá, nos tienen

que organizar todo porque nosotros no sabemos nada de eso.Eso me lo está diciendo la asesora de Victor G Ricardo el 29 a las cinco de la tarde. Yo

digo, ¡mierda’ en qué cosa nos hemos metido y llamo a mi jefe:- ¿Usted ya habló con el doctor Victor G Ricardo? Porque ellos están esperando que nosotros

pasemos una propuesta para las mesas de instalación.- No. Pero ya voy a empezar a buscarlo en Cartagena a ver qué.Todos estaban en Cartagena, los de la oficina del Alto Comisionado, el presidente Pas-

trana, el presidente de la Cruz Roja, pero yo estaba aquí en Bogotá y tenía que preparar un plan de respuesta. Empecé una lista de chequeo, como cuando un avión va a decolar: cuánta gente va, qué van a hacer, qué tienen previsto; qué necesidades son previsibles, cuántos médicos, cuántas ambulancias. Y le pregunto a la doctora Sandra:¿ ya pensaron en los baños sanitarios para tánta gente? y me responde: Ay, no, eso no lo hemos pensado.

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30 de diciembre.El día 30 me estaban mandando a las seis de la tarde solicitudes de contratación de

sonido, de baños, de comidas. A nosotros nos tocaba pagar las comidas, la lechona, la ternera, contratar las sillas, el sonido, los baños, la gaseosa, el agua, el transporte, los avio-nes, el combustible. Todo había que contratarlo; pero era 30 de diciembre a las seis de la tarde. Ese día y a esa hora: ¿usted qué puede contratar? Y el evento era el siete de enero con presencia de la comunidad nacional e internacional.

31 de diciembre.Yo el 31 de diciembre le digo a Walter (Cotte): esto es una locura: nos han mandado

todas las autorizaciones para contratar de todo. Ya habló con el doctor Víctor G? Y me responde: sí y nos vamos a ver el 5.

Ese día estaba citada una reunión en la presidencia. El 31 de diciembre de 1998 fue un jueves; el viernes era el día 1, sábado 2, domingo 3 y lunes 4: ese día fue la reunión Me sentí preocupado: Walter, como así que el lunes, si el evento es el 7. Pero así es el almanaque.

1 de enero.Entonces me siento acá y comienzo a llamar a mi gente y a decirles: vénganse los de

Manizales, los de Armenia, los de Boyacá y recojo toda la gente del equipo de trabajo.Hay un hombre responsable de la seguridad del Presidente; me reuno con él y me dice:

doctor Castaño necesito que salga un avión Hércules con el símbolo de la Cruz Roja, para llevar cosas de la presidencia a San Vicente. Y yo le dije: señalizar un avión Hércules, que es avión militar, con el símbolo de la Cruz Roja, eso no es posible. El lo comunica a los pilotos y ellos le dicen: si no va la Cruz Roja con nosotros, no vamos porque eso está lleno de guerrilla.

Me reuní el primero y el dos con la gente de la Fuerza Aérea y todos repitieron: si la Cruz Roja no va, nosotros no vamos. Había varios problemas: por una parte el uso del símbolo en un avión militar; además la guerrilla podría mal interpretar eso y ver a la Cruz Roja al lado del ejército. Además, ibamos a entrar un avión militar a una zona controlada por las Farc, porque allá todo estaba bajo control de la Farc. Yo no puedo decirle a la Fac, no vaya, pero tampoco puedo permitir que el símbolo de la Cruz Roja se ponga sobre un avión militar. Entonces mandé un equipo de avanzada de la Cruz Roja para que les informara a los hombres de seguridad de las Farc que va a ingresar un avión de la Fuerza Aerea y que la Cruz Roja va a hacer aseguramiento del perímetro en el aeropuerto para garantizar la seguridad. Ellos dicen: desde que esté la Cruz Roja no hay problema.

Y estuvimos en el aeropuerto, montamos un dispositivo para la llegada de aviones y para los de salida. El avión llega, los pilotos no se bajan del avión; los que cargan y descargan hacen su trabajo rapidito, propiciamos entonces que se saluden. Compramos la gaseosa para los pilotos; se bajan y empiezan a saludarse y ya es otra cosa.

2 y 3 de enero.El día domingo y el lunes llamamos a todas las seccionales. En esos días movimos 120

voluntarios, 14 vehículos, 3 aviones, 2 helicópteros.

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4 de enero.El día cuatro en la mañana se estaba moviendo todo el apoyo a San Vicente del Caguán.

Había que asegurar todo porque nada podía faltar. Mandamos otro equipo de avanzada, presentamos en la presidencia nuestro plan, lo aprobaron. Contratamos helicópteros, y había que pagar ese día la silletería, la lechona, la gaseosa, el agua. Entonces vino el problema del cheque En San Vicente no iba a estar abierto ningún banco, entonces ¿qué? Pues hagan un cheque a mi nombre y me llevo ese dinero pero con uno de revisoría y de control interno al lado. Salíó un cheque de más de 50 millones. Hubo que contratar avión para viajar con Walter y la gente de revisoría y de control interno. Cuando llegué al aeropuerto todo es-taba bajo responsabilidad de gente de las Farc.

- Vamos a requizar su maleta, me dicen.- Puede requizarlas todas, menos esta.- ¿Por qué?- Porque es la del dinero para pagar todo aquí y, por el contrario, usted me tiene que

garantizar seguridad con este dinero.El tipo se tomó el asunto a pecho, me pone gente para que me cuide.5 y 6 de enero.Nuestro equipo de trabajo está formado por 120 voluntarios y catorce vehículos. Co-

menzamos a concertar con el alcalde, con la Policía Nacional, con las Farc, con la comu-nidad.

7 de enero.Tenemos 22.000 bolsas de agua y llega un guerrillero: que el comandante tal necesita

4000 bolsas de agua. Localizo al comandante: “ cuénteme ¿en qué le puedo ayudar? Le puedo obsequiar 2 mil bolsas y, por favor, mande por ellas.”

En todo momento estaba en juego la independencia, la neutralidad, la imparcialidad de la Cruz Roja, hasta en esos detalles. Llega un enviado del alcalde: que para pagar lo del transporte, me dicen. El hombre debe poner el visto bueno en la cuenta, que lo hace responsable; debe firmar un recibo y el dinero se le entrega al hombre del transporte, no al alcalde.

El plan acordado el día 6 se pone en marcha en el aeropuerto, en el batallón Cazadores que es casa de gobierno, en la plaza, en el hospital. No podemos decirle a nadie no. Ubi-camos sitios para dispensarios de agua, ambulancias dentro del parque para atender a la población civil.

Más que una anécdota, la participación de la Cruz Roja Colombiana en esa jornada del 7 de enero de 1999 en San Vicente del Caguán fue el cumplimiento de una política que había sido formulada en términos suficiéntemente explícitos:

“Más allá de un deber jurídico o estatutario, actuar frente a las víctimas y propiciar espa-cios para la construcción de la paz, es un deber moral para con la sociedad y con el Estado. Frente a los miles de colombianos y colombianas que en diversos rincones de la geografía

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nacional, incluidos nuestros voluntarios cuyo único recurso es la Fe y la Voluntad para con-struir un país mejor, la Cruz Roja no tiene otra salida que coadyuvar en esta consigna con un compromiso serio y responsable. “(9)

Esas tareas continuaron en otro frente, el del Ejército de Liberación Nacional (ELN), cuando comenzó a hablarse de una Zona de Convivencia, o sede de conversaciones con este grupo guerrillero.

CARLOS ALBERTO GIRALDO. (10)Estamos mirando cómo sensibilizar a los combatientes del ELN en sus cuadros directi-

vos, alrededor de la misión de la Cruz Roja y su papel en la vida cotidiana del país. Es un trabajo muy diferente del que se adelantó en el Caguán. Allí no entramos en contacto di-recto con las Farc sino a través de las comunidades y en largo tiempo. Cuando se comenzó a hablar sobre la posible zona de negociación del ELN en el Magdalena Medio, encontra-mos que allí la Cruz Roja tiene presencia con su actividad humanitaria desde 1996: las inundaciones y desastres naturales, los problemas de desplazamiento, han creado un campo abonado para una posible acción en la Zona de Convivencia del ELN. Se han for-mulado propuestas diferentes, como una escuela de enseñanza permanente sobre Derecho Internacional Humanitario. en el area de la salud sería el trabajo en las zonas rurales en atención primaria de salud, (APS) para beneficiar a la población infantil y para la pre-vención de enfermedades endémicas de la región. También se ha hablado de establecer, en forma permanente, la presencia de la Cruz Roja a través de unidades municipales, conformación de brigadas rurales y urbanas de atención de desastres. Esto requiere un trabajo más dispendioso, mejor elaborado y muy distinto a la propuesta que se ha venido desarrollando en la zona de distensión con las Farc.

Se ha hablado de la posibilidad de construir en esa zona una ciudadela de paz consti-tuida por unas 500 casas que en principio albergarían a los convencionistas. La propuesta del ELN de una Convención Nacional, traería a 300 participantes de todos los estamentos de la sociedad civil y del gobierno que podrían concentrarse en estas casas. Esa ciudadela estaría en uno de los municipios elegidos y quedarían escrituradas para las personas socialmente menos favorecidas de la comunidad aledaña a la zona de negociación. Ese es uno de los ejercicios que ellos han pensado, que podría ser su centro de convenciones.

El Caguán y los ejercicios de planeación del trabajo con el ELN en el Magdalena Medio, le demostraron a la Cruz Roja Colombiana y a manera de balance de estas actividades,

- que se había ampliado la acción de la institución en el territorio colombiano;- que se habían aumentado los canales de comunicación con los diferentes actores del

conflicto armado; - que se abría la oportunidad de colaborar en la gestión directa ante el Estado para suplir

algunas de las necesidades insatisfechas de las comunidades; - que había sido la única institución ocupada en prestar ese tipo de servicios

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- que se habían gestionado obras de infraestructura para mitigar los riesgos, con la co-laboración de organismos nacionales e internacionales

- y la promoción y desarrollo de programas integrales para mejorar la calidad de vida de la población en la zona de distensión del Caguán.(11)

WALTER COTTE.Para dar respuesta a ese requerimiento, la Cruz Roja tanto en el nivel nacional, seccional

y local, tuvo que echar mano de toda su capacidad de coordinación, descentralización, de-sarrollo y administración, que en un gran esfuerzo logró satisfacer la necesidad planteada hasta hoy.

Sólo el espíritu de cuerpo, el compromiso con la institución, la disciplina y la identifi-cación del personal con la misión y los principios fundamentales pudieron hacer posible este gran movimiento de desarrollo al interior de la Cruz Roja Colombiana y para el ser-vicio del pueblo colombiano.(12)

Notas.1.- Programa de Contribución Humanitaria de la Cruz Roja a la Paz y Reconciliación Nacional. Documento de la Presidencia de la Cruz Roja Colombiana. Edición fotocopiada. Página 3.

2.- Programa de contribución. Pág. 4.3.- Atención Humanitaria de la Cruz Roja en el conflicto armado. Documento fotocopiado. Página 3.4.- Programa de contribución Humanitaria, página 4.5.- Entrevista con el autor.6.- Atención Humanitaria. Página 15.7.- Informe Analítico de la Zona de Distensión- División de Operaciones. Socorro Nacional.Documento fotocopiado. Página 28

8.- Entrevista con el autor.9.- Atención Humanitaria: página 11.10.- Entrevista con el autor.11.- Informe Analítico. Página 46-47.12.- Walter Cotte: Prólogo al Informe Analítico.

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Reunión con el E.L.N en el sur de Bolivar.

La Cruz Roja previó la logística para esta zona.

Fotografía: Revista Cambio

Nunca se descartó la posibilidad de negociar.

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Alberto Vejarano Laverde.Presidente Titular desde julio de 1998. Médico de la Universidad Nacional.

Especializado en cirugía, radiología y endoscopia de las vías digestivas en el Instituto Nacional de Gastroenterología de Buenos Aires.

Jefe del Departamento de sanidad Naval de la Armada Nacional.Director del Hospital Santa Clara.

Jefe de la Campaña Antituberculosa Nacional del ministerio de Salud Pública.Cofundador, Director y Presidente de la Junta Directiva de la Clínica Shaio.

Médico Jefe del Ministerio de Obras Públicas.Miembro correspondiente de la Academia Nacional de Medicina.

Director del ISS, Instituto de Seguridad Social.Secretario de Salud Pública de Bogotá.

Secretario de Gobierno, de Bogotá.Vicepresidente de la Junta Directiva de Heart International, en Ginebra.

Caballero de la Legión de honor, Francia.Condecoración de la Fundación Merieux, Francia.

Condecoración del Colegio de Francia.Medalla Jorge Bejarano al Mérito Sanitario.

Director de la seccional Cundinamarca de la Cruz Roja Colombiana

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15. Los Recursos

Las inundaciones de noviembre de 1916 fueron “desmedidas”, según el calificativo con que las describió el médico Adriano Perdomo, y habrían movilizado a la recién nacida Cruz Roja Colombiana si la entidad hubiera dispuesto de recursos.

Desde el primer día la institución contó con el entusiasmo de sus fundadores y con la generosa disposición de sus primeros voluntarios, pero se encontró sola en medio de una sociedad que no entendía el papel que pudiera cumplir una organización que se miraba como hecha para la guerra, mas no para tiempos de paz, como los que se habían inau-gurado después de la sangrienta guerra de los Mil Días. “ Su reciente organización y la carencia de fondos le impiden a la Cruz Roja prestar los socorros del caso en las actuales inundaciones,” escribía Perdomo en una nota para El Nuevo Tiempo. (1)

Por falta de conocimiento de la misión humanitaria de la Cruz Roja y de su amplio campo de acción en tiempos de paz, miraron algunos con frialdad la organización de tal institución en Colombia. Como siempre ha sucedido, las inundaciones castigaban a los más pobres: inundaban sus casas, destruían cuanto tenían, arrasaban sus sembrados, los dejaban a la intemperie, multiplicaban las enfermedades y el desamparo y, como la guerra, amenazaban sus vidas y los llenaban de temor. Y la Cruz Roja, llamada a socorrerlos, nada podía hacer. Sin embargo, en otras partes del mundo sí estaba cumpliendo su misión. Durante las crecientes del río Ohio y del Missisipi, les contaba Perdomo a sus lectores, “la Cruz Roja fletó buques para salvar a los habitantes que perecían de hambre y de frío. En aquella ocasión distribuyó la Cruz Roja en dinero y materiales de construcción, ciento setenta mil dólares.”(2)

Ponía su esperanza Perdomo en la pequeña cuota anual que, aportada por los socios “ nacionales y extranjeros, hombre y mujeres,” haría “ el milagro de los muchos pocos. Esa cuota anual es lo único que exige la institución a cualquiera persona para conferirle el honrosísimo título de miembro de ella y funda su optimismo en esta consideración. Nadie le negará un apoyo tan insignificante a una obra tan benéfica.”

Hombre realista y de ambiciosos sueños, este fundador de la Cruz Roja debió pregun-tarse por las razones de la abismal diferencia entre la opulenta Cruz Roja de los Estados Unidos y la indigente institución colombiana y no debió ocultársele que la historia de que hacía parte la Cruz Roja de Colombia la ponía en desventaja y hacía más severo y exi-gente su reto. La guerra había concluido a comienzos del siglo, pero catorce años después persistía su marca en la economía y en la sicología de los colombianos.

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En las nueve guerras civiles y las 14 guerras regionales ocurridas en Colombia desde 1839 hasta 1902, los recursos públicos habían dejado de invertirse en actividades productivas y, en cambio, se habían gastado en la guerra: armas, uniformes, equipos, alimentos, mo-vilizaciones, habían agotado presupuestos. Calculaba Jorge Holguín, citado por Fischer, que en ese período los gobiernos dejaron de percibir 37.9 millones de pesos de entonces (2) En consecuencia se aumentaban los impuestos de importaciones y se envilecía el papel moneda con las emisiones de guerra. Esta práctica de la emisión de billetes para cancelar los gastos excesivos de gobiernos comprometidos en la guerra, se convirtió en un impuesto agregado a los que decretaban los gobernantes.

Las importaciones y exportaciones sufrían retrasos por el cierre de vías, que imponian los ejércitos en pugna. Los historiadores mencionan, a manera de ejemplo, los 100 mil sacos de café que se quedaron almacenados en Cúcuta por la guerra de los Mil Días; los cien mil contenedores bloqueados en Honda y los 350 mil sacos de café y las 50 mil pieles que en ese tiempo se quedaron en las bodegas del distrito de Soto. Como es natural los productos importados se encarecieron, disminuyó el consumo interno y se agregó la pér-dida de mano de obra. Sólo en la guerra de los Mil Días se perdieron 100 mil vidas, en su mayoría jóvenes.

La suma de todos los anteriores males dejados por la guerra, fue la desconfianza generalizada para los negocios; los inversionistas colombianos y los extranjeros dejaron de invertir en un país minado por las guerras.

La moneda corriente había perdido su valor hasta el punto de que el presidente Rafael Reyes debió adoptar la medida de reducir el papel moneda al tipo del 10.000%. En efec-to, las deudas de tesorería que había encontrado al comienzo de su gobierno, el primero después de la guerra, eran de 4 millones y cuarto de oro, que equivalían a 427.062.500.oo. Al registrar este hecho, Enrique Caballero cita al ministro Esteban Jaramillo: “ de una plumada, por un proceso de alta cirugía económica, el gobierno se libró del 99 por ciento de la carga que sobre él echaba el papel moneda.” (3)

Colombia era, pues, un país empobrecido por la guerra cuando la Cruz Roja convocó a la ayuda colectiva para atender a los menesterosos.

Se leía en el Gil Blas del 18 de diciembre de 1916, al referirse a la Cruz Roja: “el esmero en el manejo de los pocos dineros que han entrado a la caja de la institución, ha causado alguna lentitud en su desarrollo, pero se ha procurado la mayor economía en los gastos que requiere su organización.” Y citaba, como ejemplo, que para imprimir unas cédulas de inscripción se compararon los precios de las imprentas locales con los de Estados Unidos y, aunque hubo demoras de varios meses, al final la Cruz Roja ahorró el 50 por ciento trayéndolas de Estados Unidos.

En esos esforzados primeros años la institución vivió, según explicó el médico Adriano Perdomo, “ con el producto de algunas funciones a beneficio de ella, dadas por compañías de teatro; con dádivas de algunas empresas como la de Energía Eléctrica, las de algunos

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bancos y de particulares. De acuerdo con los estatutos, esta sociedad vive de auxilios voluntarios y en todas partes se le apoya con la suscripción de millares de socios. Aquí confía ella también para seguirse sosteniendo y desarrollando en que no se le negará ese apoyo; ya que no les exige a sus so-cios más que una pequeña cuota anual, al alcance de todos. Con esa pequeña cuota nadie podrá hacer aisladamente una caridad efectiva, mientras que, multiplicada por la de millares de socios, sí se pueden remediar muchas miserias colectivas.” (4)

Curiosa insistencia la de Perdomo en las cuotas personales en un país en el que no circulaba mucho dinero entre la gente corriente.

La indemnización que Estados Unidos pagó por el Ca-nal de Panamá dio un respiro a la economía porque activó las obras públicas, sobre todo en las carreteras y carrileras que impulsó el presidente Pedro Nel Ospina en los años 20.

En cada nueva emergencia

es posible que se agoten los

recursos, de modo que al llegar

otra se comienza a partir de cero.

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El presupuesto para esas obras, que era del 3.6% del gasto total en 1911, aumentó en 1920 al 20.1% y en 1929 al 35%; en cambio, las inversiones en educación y en salud fueron escasas porque no parecían rentables a corto plazo y porque no había dinero.(5) Aún el café, que había alimentado cierta esperanza con los precios obtenidos en 1909, había su-frido el impacto de la Primera Guerra Mundial y sólo se recuperó al comenzar los años 20. El reflejo de esa naciente prosperidad se pudo observar cuando en 1925 se incendió el centro de Manizales, la capital cafetera de Colombia. El llamamiento de la Cruz Roja para ayudar a los damnificados, por primera vez tuvo una respuesta caudalosa ( Cf. Capítulo 2: El Incendio de Manizales) se recaudaron 16 mil pesos, de los que se entregaron 12.500.oo a los damnificados y el 15 de febrero de 1926 aún permanecían en caja 3.389,21 que no habían sido reclamados. En la reunión del Comité Central de esa fecha, el presidente Hipólito Machado pidió la autorización necesaria para integrar ese dinero a la caja de la institución. Era una caja que en ese momento estaba casi vacía, tánto que en la misma reunión se había planteado la necesidad de obtener alguna ayuda porque al comenzar aquel año, la Cruz Roja Colombiana era una institución sin fondos. El Comité concluyó que había que solicitar recursos al Concejo Municipal, a la Junta Central de Beneficencia, al Ministerio de Guerra y al Ministerio de Instrucción y Salubridad., y que, en cuanto al excedente de las ayudas obtenidas para Manizales, sólo podría disponerse de él si así lo aprobaban los donantes.”(6)

Esta situación de fondos escasos contrastaba con el aumento de necesidades en mate-ria de salud y de asistencia social. Las enfermedades asociadas a la producción del café multiplicaban sus víctimas que sólo contaron en esos años con una atención escasa. ( Cf. Capítulo 12, Médicos y Enfermeras.) Al producto le iba bien porque se elevaba su precio en el mercado internacional, pero a sus trabajadores les iba mal; lo mismo sucedía en otras areas del crecimiento económico. Entonces comenzó la producción de petróleo de la Trópical Oil Company; y la del banano había llegado a ser una industria que al final de los años 20 aportaba el 6% de las exportaciones; pero los trabajadores colombianos del petróleo y del banano, estaban desprotegidos. La United Fruit Company se negaba a pagar prestaciones y las petroleras, generosas en primas y beneficios para los trabajadores extranjeros, eran avaras cuando se trataba de darles condiciones de vida decentes a los obreros nacionales. (7)

Otra era la situación en la naciente y pujante industria textil, que en los años 20 pre-sentó los más altos índices de crecimiento. Concentrada en el area de Medellín, empleaba mujeres jóvenes, gran parte de ellas, campesinas a las que protegían los patronos con dor-mitorios vigilados, cursos de superación personal y atención religiosa. Alguno de esos pa-trones, para eliminar discriminaciones que nacían del costoso privilegio de tener zapatos, ordenó que todas sus obreras trabajaran descalzas. (8)

Entre trabajadores desprotegidos y amenazados por enfermedades tropicales en los cafetales; trabajadores sin prestaciones en la industria del banano y obreros del petróleo

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sin servicios de salud, se multiplicaban para la Cruz Roja los puestos de trabajo al tiempo que se reducían dramati-camente sus fuentes de ingresos. Estas sufrieron un fuerte golpe después del 9 de abril de 1948.

Como en otras jornadas de su historia se dio el contraste de un desempeño brillante, elogiado por las autoridades y la población ( Cf Capítulo 4: 9 de Abril) y del simultáneo agravamiento de su crónica crisis económica. Cuando el Comité Central se reunió el 26 de mayo de 1948, entre los desastres que se habían registrado en el violento estallido de abril, se hizo notorio el daño sufrido por la institución que, no solo había sido protagonista de una ejemplar y destaca-da jornada de ayuda, también había sido víctima. Habían quedado destruidas o incendiadas edificaciones de las que obtenía unos arrendamientos mensuales; habían dejado de percibir por sus acciones de la Casa Santander, S.A; habían sido suspendidas las becas que recibía del Ministerio de Hi-giene y el evento, del que siempre había obtenido el mayor apoyo económico, la Semana de la Cruz Roja, había sido suspendido.

Sumados todos estos hechos, la entidad encontró un dé-ficit de 5.665.655 pesos (9) Y se repitió el episodio de 1926: de los donativos para los damnificados del 9 de abril, que administraba la entidad, quedaban en caja unos exceden-tes con los que podía aliviarse en algo el déficit. El Comité consideró la propuesta y, finalmente, decidió rechazarla “ porque debe cumplirse la voluntad de los donantes.” Algu-no de los miembros del Comité recordó que una propuesta y una decisión similares habían ocupado a los directivos de la Cruz Roja en 1932 con los excedentes de las donaciones para ayudar a los heridos en la guerra del Perú. Sólo que en esa oportunidad fue claro que la voluntad del donante se cumplía con la construcción de un dispensario antituber-culoso.

A través de su existencia, parece ser una constante que mientras crecen los apremios de servicio, disminuye el flujo de recursos, de modo que una actividad siempre exigente en la institución, ha sido la de obtener recursos, cada vez en mayor cantidad. Recordaban los que asistieron a las honras

Presidentes Titulares de la Cruz Roja Colombiana

Hipólito Machado: 1915 a 1926.Luis Felipe Calderón: de 1926 a 1927.Pomponio Guzmán: de 1927 a 1929.Mons. Diego Garzón: de 1929 a 1939.Alfonso Robledo: 1930.Jorge Cavelier: de 1931 a 1933.Jorge Bejarano: de 1933 a 1935.Jorge Cavelier: de 1935 a 1943.Francisco José Urrutia: de 1943 a 1945.Jorge Bejarano: de 1945 a 1947.Jorge Andrade B de 1947 a 1949Jorge Bejarano: de 1949 a 1962.Jorge Cavelier: de 1962 a 1978.Guillermo Rueda Montaña: de 1978 hasta 1998.Alberto Vejarano Laverde, presidente desde 1998.

Día de la banderita:

Sumando centavos.

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fúnebres del primer presidente de la institución, el médico Hipólito Machado, que sobre su escritorio había quedado en espera, la decisión de cerrar una de las casas de la Cruz Roja porque no había fondos para sostenerla. Machado, sin embargo, confiaba en los resultados de la Semana de la Cruz Roja que estaba por celebrarse cuando murió. Su sucesor recibió, como un legado característico, los apremios económicos de la institución.

Después de 1948 se dio en Colombia la paradoja que anota Bushnell con sorpresa: “ en estos años el número de muer-tos aumentó, pero también lo hizo el índice del producto interno bruto, a una tasa del 5% anual entre 1945 y 1955. La prducción industrial creció al 9% anual.” (10) Crecieron las ciudades, en donde se encontraba en 1938 el 31 por ciento de la población. En este período la inseguridad de los cam-pos, la falta de servicios y la intensificación de la pobreza en el sector rural y el aumento de puestos de trabajo, atra-jeron a los campesinos a las ciudades que en 1964 concen-traron el 52,5 de la población. Mayores exigencias para una institución que, desde su nacimiento, se había propuesto “mitigar el sufrimiento de los colombianos.” ( Cf. Capítulo 5: La Violencia.)

A los inversionistas no pareció preocuparles la violencia rural que provocaba el desplazamiento campesino hacia las ciudades. Los productos de exportación elevaron su precio más rápidamente que los de importación, el precio del café sobrepasó el dólar por libra, apareció la industria siderúrgi-ca en Paz del Río, nació la Empresa Colombiana de Petróleo (Ecopetrol). Era un país que, a pesar del recrudecimiento de la violencia, no se detenía y mantenía el empeño de sacudirse las limitaciones de la pobreza.

También lo hizo la Cruz Roja y fue lo que comprobó el Comité Central cuando Fabio Henao Londoño propuso hacer el tránsito desde las rifas de la Cruz Roja a una Lotería de la Cruz Roja, cuya constitución había sido aprobada por la ley 2 de 1964. Las cuentas que escuchó el Comité ese 29 de marzo de 1965 no fueron las de la lechera. Según el estudio de Henao Londoño sobre el funcionamiento y rendimien-tos de las loterías, se podía augurar que la Cruz Roja en las

Machado, confiaba en los resultados de la Semana de la Cruz Roja que estaba por celebrarse cuando murió. Su sucesor recibió, como un legado característico, los apremios económicos de la institución.

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vísperas de cada sorteo recibiría 95.000 pesos, o sea 3.700.000 en 39 semanas; un sorteo extraordinario le produciría 550.000, por consiguiente, concluía, en este año la Cruz Roja recibirá de su lotería 4.255.000 pesos. “Por primera vez, nuestra institución se habilita con un estimativo rentístico de tal magnitud.” Quedaban atrás los esfuerzos para sobrevivir económicamente con el producto de rifas, espectáculos, bailes de caridad, jornadas de movilización y otras ingeniosas iniciativas para combatir y derrotar la pobreza.

El de los años 80 fue un período nefasto para los países latinoamericanos, que afron-taron una generalizada crisis económica, mas no fue así para Colombia, cuyo producto interno (PIB) había aumentado en 1978 con un descomunal 8.8%. Cuando en 1989 cayó el Pacto Internacional Cafetero y los precios del grano disminuyeron, ya Colombia habia reaccionado con la producción petrolera y había puesto en marcha una creativa política de exploración que la convirtió de importadora en exportadora de crudo, de modo que las divisas del petróleo le dieron la holgura necesaria para sortear los problemas económicos que abrumaban a los otros paises del continente. Fue en este decenio cuando se acome-tieron las monumentales obras de producción de energía con costosas hidroeléctricas que abastecieron de energía la red nacional y dejaron márgenes para la exportación. Al mismo tiempo se abrían las minas de carbón del Cerrejón, con resultados inferiores a los que se esperaban. La inflación alcanzó un crecimiento del 25% ante el hecho de una producción nacional insuficiente de productos de consumo. (11)

Dentro de ese marco de noticias buenas y malas para la economía, la Lotería de la Cruz Roja se fortaleció como fuente de recursos para la entidad y se convirtió en punto de referencia para otras Cruces Rojas en el mundo.

En mayo de 1982 la Cruz Roja de Guinea Biseau y la de Cabo Verde solicitaron a la Cruz Roja Colombiana una visita de asesoría por varias semanas, para la creación de las loterías en esos países. Esa visita se complementó con otra a la Lotería Nacional Española. (12) En el interior del país la lotería, respaldada por la credibilidad de la Cruz Roja se convirtió en referente de buena fe; calidad que, sin embargo, provocó problemas como los que la Junta Administradora conoció cuando recibió las solicitudes en unos casos y la información en otros, de loterías o rifas que pretendían utilizar su nombre y sus emblemas; así su-cedió cuando los Hogares Juveniles Campesinos pretendieron su asesoría, y un Concurso de Apuestas Futboleras y una Rifa de la Sociedad de Mejoras de Sibaté, amparados en el nombre de la institución, se presentaron en el mercado de las rifas. (13)

Pero el mayor recurso de la institución a lo largo de sus 90 años siempre fueron sus voluntarios.

En 1923 el presbítero Alberto Lleras Acosta, en un artículo sobre la Cruz Roja, citó el credo del Voluntario de esta institución: “Yo soy la Cruz Roja de la paz. Yo curo los heridos; yo soy el refugio de las víctimas de los incendios, de las inundaciones y de las epidemias. Yo protejo las cunas y la infancia; yo combato el alcoholismo y el juego; el vicio y las enfermedades que de él se originan, como la locura y la sífilis; yo fomento el ahorro,

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construyo casa para los obreros, defiendo la moral cristiana y llevo a todas partes la virtud, la salud y la higiene.” El retórico texto daba cuenta de la importancia del voluntariado para el cumplimiento de las múltiples tareas de la institución. Hoy esos voluntarios son 30 mil que con 2000 funcionarios permiten el funcionamiento de una organización que opera en 31 departamentos y en 234 municipios. Este personal está organizado, entrenado e inspi-rado para movilizarse prontamente en toda emergencia, de cualquier tipo, para cumplir la misión humanitaria de la institución. (15)

Ese recurso humano es el primero y la fuente de los demás recursos. Reflexionaba sobre ellos el presidente de la Cruz Roja Colombiana, Alberto Vejarano: “ uno de los motivos de satisfacción que nosotros tenemos es la entrega de los voluntarios. Yo creo que como seres humanos no hay nada igual a los voluntarios; son absolutamente increíbles en el desprendimiento, en la entrega que es absoluta, nada la condiciona salvo su propia sensi-bilidad. Aquí no les pagamos nada, muchas veces tienen que comprar los uniformes, en los programas y eventos especiales les proporcionamos un auxilio de marcha de 10 mil pesos para que tomen un refresco, les pagamos el transporte y un alojamiento que no es el mejor del universo. El orgullo nuestro son los voluntarios. Hoy necesitamos incremen-tar el número de voluntarios. Quisiéramos de la ciudadanía una mayor participación y comprensión y, lógicamente, mayores recursos. Llevamos cuatro años con los mismos re-cursos y con el triple de trabajo. Como Cruz Roja necesitamos una entrada mejor porque todo el dinero que podemos conseguir se nos va en socorros, en auxilios.”(16)

Y esa es la cabal explicación de esa interminable tarea de recolectar fondos: cuando llegan las catástrofes, tanto las de la naturaleza como los cataclismos sociales, la Cruz Roja lo entrega todo convencida de que otros recursos llegarán porque si los dolores de la sociedad parecen inagotables, la generosidad de esa misma sociedad se renueva también sin límites. Detrás de esa historia de reunir los muchos pocos y de convertirlos en ayuda para los que sufren, hay una profunda fe en la bondad de todos los seres humanos y de la sociedad. Con esa fe se ha escrito, sin duda, la historia de la Cruz Roja en Colombia.

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Los voluntarios

son el primer recurso de la institución.

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Notas:1.- Programa de Contribución Humanitaria de la Cruz Roja Colombiana. Documento de la Presidencia. Página 3. Edición fotocopiada.

2.- Cf. Thomas Fischer. Desarrollo hacia fuera: En Memoria de un país en guerra. Planeta 2001.- Páginas 43 y 44.

3.- Enrique Caballero: Historia Económica de Colombia. Italgraf. Bogotá 1971. Página 135.4.- Boletín de la Cruz Roja. Bogotá, 1923.5.- Cf. David Bushnell: Colombia una nación a pesar de sí misma. Planeta, Bogotá. 1996. Página 231.6.- Acta 193 del Comité Central, 12-02-26.7.- Cf. Bushnell, op. cit. Página 244-245.8.- Cf. Bushnell: op.cit. Página 2409.- Acta 896 del Comité Central, 26-05-48.10.- Bushnell, op.cit. Página 285.11.- Bushnell: op. cit. Página 370 y siguientes.12.- Acta 013 de la Junta Administradora de la Lotería de la Cruz Roja Colombiana. 12-05-82.13: Actas Junta Administradora: 011 de 11-01-82 y 009 de 10-11-81.14.- Citado en Colección de Escritos de Adriano Perdomo. Página 117.15.- Presidencia de la Cruz Roja, doc. cit. Página 4.16.- Entrevista con el autor.

El Banco de Sangre: Depósitos de vida.

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16.

90 años de aprendizajes

Pasado un mes después de la brillante ceremonia en el teatro Colón, leídos y colec-cionados los artículos de prensa con que se había registrado el nacimiento de la Cruz Roja en Colombia, los fundadores y los primeros directivos no pudieron ocultar que, a pesar de todo, se sentían solos. En vez del apoyo entusiasta para una institución inter-nacionalmente conocida y valorada por actuaciones como las que llevaba a cabo en los escenarios europeos de la Primera Guerra Mundial, y mirada en el interior del país como un paso adelante en solidaridad, el registro de afiliaciones se mantenía bajo y las arcas lucían desalentadoramente vacías. Un examen sincero y a fondo de la situación, les reveló a aquellos idealistas pioneros y trabajadores de la primera hora que su actividad principal tendría que orientarse al cambio de una mentalidad; la sensibilidad que reaccionaba ante las víctimas de la guerra, tendría que abrirse a otras víctimas: las del hambre, la enferme-dad y el desamparo.

Fue el primer aprendizaje de la nueva institución que, a lo largo de sus siguientes 90 años, nunca terminaría de aprender. Es el hecho que ha quedado patente a lo largo de estos 15 capítulos en que se ha compendiado una historia de generosidad. En cada uno de esos episodios se pueden advertir dos grandes momentos: el de la respuesta institucional a una demanda de la sociedad, y el del aprendizaje permanente de algo nuevo.

El ejercicio de la respuesta a los sufrimientos de las personas, ha vinculado cada vez más estrechamente a la Cruz Roja con la historia del país, hasta convertirla en un factor irreemplazable de la vida nacional. El aprendizaje, por su parte, la ha fortalecido como institución y le ha dado madurez en sus actividades. Cada vez ha aprendido y profundizado en sus principios de Humanidad, Imparcialidad, Neutralidad, Independencia, Voluntariado, Universalidad y Unidad que, como filosofía institucional orientadora de la acción, se ac-tivan y adquieren forma propia en todas las manifestaciones de servicio de la institución. Lo mismo ha sucedido con las técnicas para lograr una ayuda eficaz y oportuna.

Durante estos 90 años se han perfeccionado esas técnicas en un proceso de mejoramiento que no se ha detenido. En aquellos días iniciales, la Cruz Roja Colombiana aprendió que su campo de acción iba más allá de la atención a los heridos y enfermos porque debía abarcar, además, la mentalidad de una sociedad que aún no contaba a los pobres y a los enfermos sin atención, como víctimas en iguales o peores condiciones que los afectados por las guerras. El principio de Humanidad, aplicado a las víctimas de las guerras y de los desas-tres naturales, en un país con una débil estructura de servicios públicos y de repartición

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de la riqueza, urgió otras necesarias aplicaciones como lo comprobó el médico Adriano Perdomo cuando, como delegado de la Cruz Roja, llegó a Manizales después del incendio que destruyó el centro de la ciudad. En su cuidadoso reporte aparece que los damnifica-dos – los empresarios cafeteros- no necesitaban las ayudas que el médico llevaba, pero que, en cambio, los pobres de aquella ciudad, víctimas de otra violencia distinta a la de las llamas, necesitaban ayuda y atención de la Cruz Roja, sobre todo porque se percibía en el ambiente el aire viciado por el odio de clase, que le reveló la necesidad “ de contribuir a establecer la armonía social entre las clases altas y bajas y borrar ese rencor que quizás no sería gratuito.”

Desde esas tempranas actividades le quedó planteado a la Cruz Roja Colombiana un aprendizaje definitivo que ampliaba a lo social su campo de acción.

Mientras atendía a los enfermos y proveía medicinas y alimentos a la inmensa población de pobres de Manizales, apuntó otro aprendizaje que se ampliaría en las actividades de ayuda de cada nuevo desastre natural o social, hasta convertirse en la norma formulada por el Socorro Nacional durante los días de trabajo que siguieron al terremoto de Armenia en enero de 2000: no se trata de sustituir al Estado, ni de asumir sus funciones; lo que hace la Cruz Roja es atender la emergencia, distribuir unos recursos y actuar de modo que se genere una presión para que el Estado asuma sus funciones. En los años 20, era un Estado que había dedicado la casi totalidad de sus recursos a la creación de una infraestructura vial y de transporte; al comenzar el nuevo siglo es un Estado que, entregado a la recu-peración del orden público, ha dejado en segundo lugar la atención de la población más pobre. En los dos casos, la Cruz Roja ha aprendido a ser voz de los que habitualmente no son escuchados por los representantes del poder.

Sin embargo, el principio de Independencia, con su requerimiento de equilibrio entre la condición de auxiliar de los poderes públicos y la autonomía institucional que debe mantener, le ha enseñado a la Cruz Roja Colombiana que no debe hacer parte del poder gubernamental. La presencia de ministros y exministros de Estado en su Comité Central, la participación en los consejos de ministros, la cercanía a la presidencia de la República en casos de emergencia o para prestar su apoyo en operaciones de alto interés público, pudieron crear esa percepción de ser parte del poder gubernamental. Se encargaron de corregir esa visión, distintos episodios en los que la institución fortaleció su independen-cia y su autonomía. Entre los episodios relatados en este libro, quedaron registrados los intentos del gobierno militar del general Gustavo Rojas Pinilla para convertir a la Cruz Roja en un instrumento político subordinado a Sendas, y para manipular la elección del presidente de la Cruz Roja. La firme reacción del Comité Central, a la vez impidió que se cumplieran esos objetivos y convirtió la ofensiva del gobernante en un aprendizaje de independencia para la institución.

Entre la declaratoria inicial de la Cruz Roja, como cuerpo dependiente del Ministe-rio de Guerra para la sanidad militar, y la decisión de que en sus órganos rectores sólo

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actuarán representantes de la sociedad civil, transcurrieron más de 80 años de aprendizaje y de evolución. Desde sus primeros años la institución había proyectado una imagen de estrecha relación con las Fuerzas Armadas, que fue la que invocó el guerrillero del M 19, Rosemberg Pabón, cuando dirigió la toma de la embajada de República Dominicana. El presidente de la Cruz Roja, Guillermo Rueda Montaña, ofreció entonces los servicios institucionales y recibió un rechazo fundado en una presunta conexión de la Cruz Roja con las Fuerzas Armadas. Bastaron pocas horas para que los asaltantes de la embajada, comprendieran y aceptaran la In-dependencia y Neutralidad de la institución, y fueron más que suficientes los servicios en que la Cruz Roja mostró su indiscutible identidad, para que desaparecieran la descon-fianza y la imagen equivocada del comienzo. La institución ha debido tomar nota en esa coyuntura, de que no basta ser independiente y neutral, además hay que parecerlo.

En el sufrimiento de una población golpeada por múltiples formas de violencia también aprendió la Cruz Roja la dife-rencia entre una neutralidad pasiva, en la que se abstenía de tomar parte en las hostilidades y controversias y, por tanto, asumía un papel de espectadora; y la neutralidad activa en que, ajena al conflicto, intervenía sin embargo para ayu-dar a las víctimas de esa situación. Fue conflicto alrededor de una controversia política, la ofensiva militar de Villar-rica; eran víctimas los niños que la Cruz Roja acogió en el Tolima; proceden de un conflicto los desplazados de las zonas de violencia, y como a víctimas los ha acompañado y ayudado la Cruz Roja. Ha sido un tránsito desde un concepto restringido y temeroso de la neutralidad, a una actitud abierta y creadora.

Tuvo mucho que aprender la institución en sus primeros años sobre el principio de unidad que le impone “ser accesible a todos y extender su acción humanitaria a la totalidad del territorio.” Las naturales dificultades para crear seccionales activas y operantes, en los primeros años llevaron al cumplimiento formal de dar por instaladas jun-tas seccionales que, por falta de recursos y de entusiasmo, duraban poco tiempo y desaparecían mientras la actividad

Bastaron pocas horas para que los asaltantes de la embajada, comprendieran y aceptaran la Independencia y Neutralidad de la institución,

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de la Cruz Roja se concentraba en la capital; hasta que años después aparecían el entusiasmo de los verdaderos fundadores y, con ellos, los recursos. La historia de las seccionales de la Cruz Roja suele registrar dos fechas de fundación: la de la instalación de una junta formal y, posteriormente, la de una junta real y operativa. Así ocurrió hasta el mes de marzo de 1961 cuando, frustrado y cansado por esta situación, el presidente Jorge Bejarano pre-sentó su renuncia ante el Comité Central, como una expresión de inconformidad con una entidad que persistía en concentrarse en la capital. El debate que siguió y las actividades consiguientes para promover la creación de seccionales, las operaciones conjuntas de esas seccionales para aliviar el sufrimiento producido por desastres como el de Armero, o el de la explosión en Cali, o avalanchas como la del río Páez, o el terremoto de Popayán, demostraron que la Cruz Roja había progresado en la aplicación de su principio de Unidad.

A los progresos contínuos en la aplicación de sus principios fundamentales, correspondió el desarrollo y perfeccionamiento de sus técnicas de operación.

Una expresión común en el interior de la Cruz Roja es que cada uno de los grandes even-tos en que la institución ha intervenido, ha dejado un aprendizaje como el que registra en este libro el capítulo sobre la guerra con Perú. Esta fue una ocasión propicia para la exten-sión de una red sanitaria por el sur del país, a partir de los dos hospitales que se instalaron para la atención de los soldados heridos y enfermos; también exploró en esa oportunidad la Cruz Roja la creación de su departamento de transportes para hacer más ágiles los desplazamientos de su personal y de su material por todo el país; pero el caso más signifi-cativo de ese permanente afán de aprendizaje fue el episodio del cuartel de Guepi, adonde los médicos de la institución, tras la fuga precipitada de los militares peruanos, entraron en busca de heridos para atender y encontraron los libros de anotaciones de los médicos peruanos y las cartillas de instrucciones sanitarias, de uso entre los soldados. A partir de ese material, la Cruz Roja examinó sus rutinas y su actividad de difusión y encontró que buena parte de lo que se reflejaba en esa documentación, era aplicable para mejorar su actividad en Colombia. La Cruz Roja obtuvo así nuevos conocimientos entre las ruinas dejadas por la guerra en el cuartel de Guepi.

Cuando el intendente de la Cruz Roja, Augusto Merchán, le explicó al diario El Tiempo el camino seguido por la institución para llegar a la organización eficiente que había de-mostrado el 9 de abril, hizo mención de las experiencias obtenidas en la atención de de-sastres en Pasto, Tumaco y Magangué. En esos tres eventos el personal de la institución había aprendido a actuar con la rapidez y eficiencia que se habían apreciado el 9 de abril y que reconoció en su momento Maurice Reddy, un experto estadinense en organización de socorros. Los registros de la época dan cuenta, por ejemplo de la introducción de un nuevo criterio para las prácticas de socorro: este no debía limitarse a la ayuda inmediata a las víctimas; se ampliaría con una ayuda para rehabilitación. En los años siguientes, cuando se multiplicaron las víctimas y el sufrimiento por la intensificación de la violencia, las reflexiones en el interior de la institución revelaron que no era suficiente la capacidad de

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reacción que se había afinado en las operaciones de ayuda acometidas hasta entonces y que se requería una capacidad preventiva que, técnicamente aplicada, disminuiría víc-timas y sufrimientos y ampliaría la eficacia de la institución. En ese momento ya había comenzado una práctica que se institucionalizaría después: la de la autocrítica, como instrumento eficaz para hallar y aplicar las enseñanzas que le dejaba a la institución cada evento en el que intervenía.

Fue lo que ocurrió después del episodio de la toma del Palacio de Justicia. La Comisión del Voluntariado de la Cruz Roja emprendió el 12 de noviembre de 1985, una semana después del suceso, el examen de la intervención de la Cruz Roja, señaló aciertos y errores y propuso soluciones como la exigencia de planes de operación para esas actividades, pre-paración de personal y la adopción de un plan de comunicaciones. Un ejercicio parecido, aunque de mayor severidad, fue el que se hizo tras el trabajo de la institucion en Armero, en un seminario para detectar errores y buscar correctivos, reunido en enero de 1986. De esta severa autocritica resultó la propuesta y la creación del Sistema Nacional de Preven-ción de Desastres. Para muchos de los entrevistados en este libro y en una publicación anterior, el aprendizaje hecho en Armero “ cambió la forma de operar de la Cruz Roja.”

Así lo sintieron todos los que trabajaron en ayuda de las víctimas del terremoto que destruyó a Armenia. Lo aprendido en Armero se puso en práctica, hizo más eficaz y ordenada la ayuda que, en algunos casos, como el de los albergues, el aporte de Armero se enriqueció con la experiencia de Armenia. Al comprobar el efecto negativo de la situación de albergado y de las ayudas recibidas por las víctimas de la avalancha, la Cruz Roja había revisado sus prácticas y había encontrado nuevas formas de operación que liberaban a los damnificados de la pasividad y del complejo de víctimas, que los afectaba individual y socialmente. Ese hallazgo tuvo aplicación en Armenia en donde los damnificados se con-virtieron en socios activos de las operaciones de reconstrucción, con resultados favorables para su dignidad y para la superación de los temores producidos por la catástrofe.

Han sido, pues, 90 años de aprendizaje. La institución que nació en 1915, comparada con la que hoy cumple sus 90 años de vida, muestra grandes diferencias de desarrollo y de progreso que son el resultado de ese contínuo aprendizaje. Y una institución que no cesa en su autocrítica, ha descubierto así la más eficaz de las formas de la vitalidad y del progreso

Al corazón abierto para la solidaridad con todos los sufrimientos ajenos, tiene que corresponder un entendimiento dispuesto para aprender de los errores y para recibir las nuevas prácticas y técnicas de un amor eficaz. Por eso, porque el servicio a los otros nunca cesa de crecer, la Cruz Roja siempre aparece dispuesta a aprender.

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Guajira

La Cruz Roja en Popayán. Jorge Cavelier: El tránsito hacía la neutralidad activa

y al compromiso con lo social.

Guillermo Rueda Montaña: Autocríticas y aprendizajes

Incendio de Avianca.

Ola invernal

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Destrucción en Popayán. Cada nueva tragedia compromete todos los recursos de la Cruz Roja.

El recurso del afecto es inagotable.

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Socorristas en las inundaciones de Tunjuelito. foto de Milton Díaz de El Tiempo.

Socorristas en el atentado terrorista cll 53 con Boyacá.

foto de Milton Díaz de El Tiempo.

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1915 - 2005

“DIOS BENDIGA A LA CRUZ ROJA”

Carlos E. Restrepo.