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LA ESPIRITUALIDAD DE LA COMPAÑIA DE 1ESUS y LOS E1ERCICIOS ESPIRITUALES l.-RAleES DE LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA. Con ocasión del centenario de la muerte de San Ignacio, y después ,de él, se han publicado varias obras sobre la espiritualidad ignaciana, 'como la del P. José de Guibert (1) y las dos del P. Victoriano Larra- ñaga (2), a las cuales han añadido los PP. Gilmont y Daman un tomo de bibiografía, que abarca las publicaciones desde el año 1894 hasta el año 1957 (3). Bastaría esta bibliografía tan extensa, aunque no hubiese otra, ni 'otros motivos (como es la grandeza de esta espiritualidad), para sen- tir la dificultad de sintetizar en breve espacio los rasgos más salien- tes de la espiritualidad ignaciana. Algún alivio trae advertir, comparando esta espiritualidad a un ár- 'bol, que, si bien sus frondas son espesas e innumerables, no obstante, sus raíces fundamentales, en menor número, pueden ser más fácil- mente descubiertas y enumeradas. El mismo Sumo Pontífice que flpro- el libro de los Ejercicios Espirituales por el breve Pastora lis Qfficii 'el 31 de julio de 1548, Paulo III, fué quien observó cuáles son sus dos raíces fundamentales, cuando dijo que los Ejercicios «están saca- ·dos de las Sagradas Escrituras y de la experiencia de la vida espiri- tual» (4), sin negar, naturalmente, otros influjos. Ahora bien, de los Ejercicios brotó la espiritualidad de las Cons- tituciones, y de ellas, la de la Compañía de Jesús, según manera uni- (1) J. DE GUIBERT, S.J., La spiritua7:ité de la Compagnie de Jésus. Esquisse histo- rique. Bibli. Inst. Hist. S. l., val. IV, Ramae 1953. Hay traducción españala: La eS'9iri- tualidad de ,a Compañía de Jesús. Santander, 1955. Se inspira algo en esta abra ar- 'tícula del P. NlcaLAu, S. J.: Notas de la espiritualidad. jesuística., en «Manresa. 25 (1953) 259-288. (2) V. LARRAÑAGA, S. J., La espiritualidad de S. Ignacio de Loyola. Estudio campa¡. rativo con la de Santa Teresa de Jesús. Madrid, 1944; id.: Son 19nodo de Layola. Estudios sobre su vida, sus obras, su espiritua.lidJad. Zaragoza. 1957. . (3) J.-F. GILMaNT, S.J.; P. DMIAN, S.J., Bibliographie ignaUen?ÍB (1894-1957). Mus. Less. Sect. Hist., n. 17. Paris-Lauvain, 1958. Puede cansultarse también: 1. 'IPARRA- GUIRRE, S.J., Orientacianes bibliográf'ica.s sobre S. 19nado de Loyola. Inst. Hist; S. l., 'n. 1. Ramae, 1957., ' (4) PAULUS, UI, Brevis .Pastor'alis Officii> , 31-VIl-1548; Inst. Saco les., Flot'en- ·tiae 1893, val. IU, p. 443. . .

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LA ESPIRITUALIDAD DE LA COMPAÑIA DE 1ESUS y LOS E1ERCICIOS

ESPIRITUALES

l.-RAleES DE LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA.

Con ocasión del centenario de la muerte de San Ignacio, y después ,de él, se han publicado varias obras sobre la espiritualidad ignaciana, 'como la del P. José de Guibert (1) y las dos del P. Victoriano Larra­ñaga (2), a las cuales han añadido los PP. Gilmont y Daman un tomo de bibiografía, que abarca las publicaciones desde el año 1894 hasta el año 1957 (3).

Bastaría esta bibliografía tan extensa, aunque no hubiese otra, ni 'otros motivos (como es la grandeza de esta espiritualidad), para sen­tir la dificultad de sintetizar en breve espacio los rasgos más salien­tes de la espiritualidad ignaciana.

Algún alivio trae advertir, comparando esta espiritualidad a un ár­'bol, que, si bien sus frondas son espesas e innumerables, no obstante, sus raíces fundamentales, en menor número, pueden ser más fácil­mente descubiertas y enumeradas. El mismo Sumo Pontífice que flpro­bó el libro de los Ejercicios Espirituales por el breve Pastora lis Qfficii 'el 31 de julio de 1548, Paulo III, fué quien observó cuáles son sus dos raíces fundamentales, cuando dijo que los Ejercicios «están saca­·dos de las Sagradas Escrituras y de la experiencia de la vida espiri­tual» (4), sin negar, naturalmente, otros influjos.

Ahora bien, de los Ejercicios brotó la espiritualidad de las Cons­tituciones, y de ellas, la de la Compañía de Jesús, según manera uni-

(1) J. DE GUIBERT, S.J., La spiritua7:ité de la Compagnie de Jésus. Esquisse histo­rique. Bibli. Inst. Hist. S. l., val. IV, Ramae 1953. Hay traducción españala: La eS'9iri­tualidad de ,a Compañía de Jesús. Santander, 1955. Se inspira algo en esta abra e~ ar­'tícula del P. NlcaLAu, S. J.: Notas de la espiritualidad. jesuística., en «Manresa. 25 (1953) 259-288.

(2) V. LARRAÑAGA, S. J., La espiritualidad de S. Ignacio de Loyola. Estudio campa¡. rativo con la de Santa Teresa de Jesús. Madrid, 1944; id.: Son 19nodo de Layola. Estudios sobre su vida, sus obras, su espiritua.lidJad. Zaragoza. 1957. .

(3) J.-F. GILMaNT, S.J.; P. DMIAN, S.J., Bibliographie ignaUen?ÍB (1894-1957). Mus. Less. Sect. Hist., n. 17. Paris-Lauvain, 1958. Puede cansultarse también: 1. 'IPARRA­GUIRRE, S.J., Orientacianes bibliográf'ica.s sobre S. 19nado de Loyola. Inst. Hist; S. l., 'n. 1. Ramae, 1957., '

(4) PAULUS, UI, Brevis .Pastor'alis Officii> , 31-VIl-1548; Inst. Saco les., Flot'en-·tiae 1893, val. IU, p. 443. . .

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.versal de pensar de todos sus hijos, como reflejó su General R. P. Wla­dimiro Ledóchowski en carta que el 9 de junio de 1935 les dirigió so­. bre los Ejercicios Espirituales, en la cual recordaba que «de los Ejer­cios Espirituales de nuestro Santo Padre Ignacio nació y creció la Compañía, y a la cual debe todo lo que es y tiene» (5).

Más aún, la vida entera de San Ignacio, según observó, el 26 de febrero de 1555, su confidente, P. Luis González de Cámara, era una plasmación concreta y viviente de las reglas o principios de los Ejer­cicios, como dice con estas palabras: «De una cosa me acordaré, sci­licet, quántas veces he notado cómo el Padre en todo su modo de pro­ceder observa todas las reglas de los Exercicios exactamente, de modo que parece primero los haber plantado en su ánima, y de los actos que tenía en ella, sacadas aquellas reglas»; y puesto que las Constituciones de la Compañía nacieron del espíritu de los Ejercicios, añade: «Lo mismo se puede decir de las Constituciones, máxime del capítulo en que pinta el general, en el cual parece haberse pintado a sí mis­mo» (6).

Ciertamente, los Ejercicios Espirituales no son toda la espirituali­dad ignaciana, como las raíces no son todo el árbol; pero dando con las raíces, se da con el árbol; y por esto centraremos nuestra aten­ción preferentemente en lo que es raíz de la espiritualidad ignaciana: los Ejercicios Espirituales.

II.-«CIERTO DIVINO INSTINTO.»

r;:~] ,-í.versas ocasiones se han estudiado las fuentes literarias que influVé-Jn en San Ignacio; y se han citado, además del Kempis, ante todo. las mismas que él menciona al relatar su conversión. como son 1::1 Vida de Cristo y de los Santos. Por lo tanto, la Vida de Cristo rle T Jodulfo Cartujano; las Vidas de Santos. en español, traducción de la Leyenda áurea de Jaime de Vorágine. También se ha aducido, como no podía ser menos. el Ejercitatorio de la vida espiritual del monje b8nedictino García Jiménez de Cisneros, libro que San hmacio leería en Montserrat, puesto que allí se imprimió una- edición del mismo el 13 de noviembre del año 1500 (7).

Ciertamente no sería acertado querer ignorar estos y otros influ­jos, que (como en todas las obras de los hombres) han podido ejer-

(l'i) W. LlCDÓrHOWSKI. S.J .. De E:cercitiis Spiritual1.bus. AR 8 (1935) 162: «Exercl· tia dieo SDiritu~lia Sanet! Patris Nostrl Ignatii, e quibus Societas nata est et adolevit, quihllsQllP 0;::0 totam su~aue omnia nel1t:lt),

(6) MHST. Fon.tes Narrativi de S. Ignaci.o de Lo)/ola. vol. 1. Memoriale seu diarium Pntris Ludo"íci González de Cámara, p. 659. Hace notar también el influjo que sobre SU espiritualidad tuvo La Imitación de Jesucristo: «y 10 mismo se puede decir de Jer­són; Y así no parece otra cosa conversar con el Padre. sino. leer a Juan Jersón. pues­lo en exeeución. Y acordarme he de escribir muchos particulares de los quales se pue­de sacar este universal».

(7) Además de esta edición, hav la edición latina de Ratlsbona. del año 1856 y la traducción castellana impresa en Barcelona el año 1912, por el P. F. Curie!. Poste­rloI'rr>"nte se ha reeditado en Madrid el año HJ57 el texto de la edición montserratense de 1500, con ciertos retoques en el vocabulario, para hacer más accesible al lector de huy la obra de Cisneros.

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cerse; pero sería todavía mucho más equivocado atribuir a estos ele­mentos el meollo fundamental de la espiritualidad de los Ejercicios, como si éstos no fueran más que un agregado informe, y no una sín­tesis integradora de elementos diversos, dentro de una unidad incom­parablemente más alta, que no estaba en ninguno de los elementos previos. Podemos tomar cada una de las dovelas de un arco románi­co, recortar sus ángulos y con ellas formar un arco gótico: en este caso, cada uno de los elementos que forman el arco gótico se hallaba en el arco románico, pero de un modo muy distinto: ahora se hallan las mismas piedras, pero integradas bajo el estilo de un principio unitario diverso. Y esto es precisamente lo que sobresale al estudiar la trabazón íntima de los Ejercicios, en que se manifiesta algo divino inconfundible, como dijo Pío XI en la Constitudón Apostólica Sum­rnorum Pontificum el 25 de julio de 1922: San Ignacio «introdujo en la Iglesia» los Ejercicios «llevado por cierto divino instinto» (8), que es lo que ya antiguamente habían expresado muchos cuando atribuían a divina inspiración la celestial sabiduría de los Ejercicios, que no tienen nada que ver con un mero agregado amorfo, ni con una sim­ple repetición de lo que fué dicho anteriormente (9).

El primer rasgo que precisamente destaca en ellos es que forman un método para llevar al alma a la unión con Dios; es decir, hay en ellos una concatenación de sucesivas disposiciones, de modo que, par­tiendo de la disposición inicial del ejercitante que busca cómo poner orden en su interior, lo llevan finalmente a entablar una vida de in­timidad con Dios.

En cambio, si uno lee el Ejercitatorio de Cisneros, advertirá en se­guida que fuera del recurso a las tres vías tradicionales: purgativa, iluminativa y unitiva, con comentarios acertados y meditaciones opor­tunas, no hay en él una integración de fuentes dentro de un estilo propio, dentro de una doctrina unitaria, que señale un método, un progreso ininterrumpido que roeguir para que llegue el alma a la unión con Dios. En esto son, pues, radicalmente diversos los Ejercicios Es­pirituales (ID).

IIL-DOS ASPECTOS DIVERSOS.

Los Ejercicios mponen que uno roe ejercita. Parece una tautologfa decirlo, y en realidad es una definición que roe da mirando la dis­posición más fundamental que suponen en el ejercitante. Ha causad?

(8) P,"s XI, Constitutio Apostl?licr; «Su~morum ?ont~ficu:m.». AAS. ~4 (l~2~) 4?0: «qua", S. ll'natius divino quodam mRhnctu m Eccleslam mvexIt Exerr!tla Smrltu8l1~".

(9) El P. J. De Guibert en la obra mencionada dice: «La concluRion sembJe done hlen s'lmposer a la fin de ce rapide coup d'oeil sur les sources de la soiritualité de S. {gnaca' ce qu'U y a en elle de plus eRPentiel. son orlentation caractél'istique, le prin. cipe pr"fond de S8 solidit4 et de sa féco'1dité, elle doit tout cela aux dons infus sI lar¡rem"nt accordés au saint par la munificence de Dieu. (part. l, c. 4. p. 151)). ~l P. N~dal tiene las siguientes palabras: «Dei beneficio atque instlnctu», MHSl, Nadal IV, 666. 1" c11'!l no le imnide r"cono~or también otras fuentes, (;67.

(lO) Ya observó la radical diferencia en la estructura de ambos el P. Pedro de Ribadeneira. MHSI, n, 503.

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mucho daño a -los' Ejercicios Espirituales el hecho, de que se hayan llamado Ejercicios, conjuntos de sermones que el fiel oía pasivamen­te. Hay entre estos pretendidos ,Ejercicios y los Ejercicios verdaderos la misma diferencia que habría entre dos hombres que dijesen dedi­carse al deporte para combatir la anemia, pero de suerte que uno de ellos se dedicase al deporte jugando, interviniendo activamente, pero el otro sólo contemplándolo desde un palco, como socio de un club. '

¿ Qué es lo que se ejercita? Ante todo, lo más destacado es la ac­tividad de la oración: de cuatro a cinco horas diarias de oración men­tal. Cierto, puede disminuirse su número, si la disposición del sujeto no permite otra cosa; también pueden espaciarse los Ejercicios, dando la materia del conjunto extendida a más días, si las circunstancias del trabajo u otras no permiten un recogimiento intensivo; queda, no obs­tante, el ideal, al cual se tiende siempre que es posible: aislamiento y recogimiento total para dedicar cada día de cuatro a cinco horas a la oración mental.

Y, ¿ qué pretende San Ignacio al iniciar a alguien en su espiritua.,. lidad, con cinco horas de oración diaria, durante todo un mes? Se ve claramente lo que pretende San Ignacio, mirando el conjunto de nor­mas que da y cuál es el sentido de este conjunto.

Tienden a un doble término:

1.,,) Por una parte, a que con el ejercIcIO se afiance una disposi­CIOn o hábito de las facultades superiores, entendimiento y voluntad., En el entendimiento del ejercitante, un conocimiento profundo de las verdades fundamentales de la fe. que en los Ejercicios meditará; en su voluntad, una decisión igualmente profunda, tomada a la luz de las verdades de la fe que ha meditado; en cuanto al sentimiento (que acompaña ya a los actos de conocer, ya a los de amar), desea que las anteriores disposiciones arraiguen hasta las zonas profundas que se manifiestan en la emotividad.

2.°) Por otra parte, este conocimiento, este amor, este sentimien­to, no serán sobre verdades escogidas al azar o dispuestas arbitraria­mente sin orden especial, sino, según decíamos antes, de un modo encadenado y sucesivo, que lleve al ejercitante desde una disposición inirial fundamental, llamada Principio y Fundamento, hasta otra dis, posición final, que es la vida de la amistad divina, conscientemente vivirla, ocupando el centro de la atewión del espíritu.

El primer término de los dos ahora señalados es el aqpecto que po~ dríamos llamar subjetivo: una disposición en el entendimiento, en la voluntario en el sentimiento de ambos; el 8egundo es el aS:gecto qué podríamos llamar objetivo: el proceso continuo de tramformación de nuestras disposiciones hasta la unión con Dios. Examinemos ahora, cada uno de estos dos aspectos, empezando por el aspecto subjetivo.

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IV.-ASPECTO SUBJETIVO EN LA ESPIRITUALIDAD IGNA­CIANA.

Hay muchos modos de conocer una verdad. Para celllrnos ahora sólo a dos matices, los más fundamentales (dejando subdivisiones ul­teriores), podemos señalar el conocimiento periférico, superficial, frío, puramente teórico, y, por otro lado, el conocimiento interno, profundo, cálido, hondamente sentido. En una ponencia presentada en 195b, en Salamanca, durante una Semana de estudio de los Ejercicios, expuse con cierta detención esta doble modalidad del conocer, en un trapajo que se publicó después en «Miscelánea Comillas» (11). Aun remItién­dome ahora a esta publicación, recordaré que hay mucho de esta dispo­sición en la espiritualidad franciscana, que impregna el estudio con la oración, como, por ejemplo, se ve en· San Buenaventura en su Itine­rarium mentis ad Deum; cuánto hay de ella en San Bernardo; cuánto en Santa Teresa y San Juan de la Cruz; cuánto en la enseñanza de Santo Tomás, cuando habla del conocimiento «por connaturalidad», es deCIr, aquel que en la persona va acompañado de un hábito que la hace semejante al objeto, en el cual, por esta razón, penetra más: si este hábito es natural (o el lado natural que acompaña al infuso), tene­mos entonces un hábito fruto del ejercicio, en este caso consecuencia de la aplicación del ejercitante a conocer más íntimamente y a amar más profundamente las verdades de la Fe que en los Ejercicios con­templa.

Por esto, en las notas destinadas a los Directores, llamadas «Ano­taciones», dice San Ignacio, inmediatamente después de observar el aspecto de «ejercicio» o «actividad» propio de su método, que el Di­rector no ha de hacer sermones (si el ejercitante es capaz de orar, tra­bajando por sí mismo), sino dejarle para que éste pueda «sentir y gus­tar internamente» la verdad que se contempla: sólo una «breve o su­maria declaración» de los puntos, a fin de que tomando el ejercitante que contempla estas verdades «el fundamento verdadero de la histo­ria, discurriendo y raciocinando por sí mismo y hallando alguna cosa, que haga un poco más declarar o sentir la historia, quier por la ra­ciocinación, quier sea en cuanto el entendimiento es iluminado por la virtud divina, es de más gusto y fruto espiritual, que si el que da los ejercicios hubiese mucho declarado y ampliado el sentido de la historia; porque no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» (12).

Precisamente porque este conocimiento que buscamos, impregnado de amor y de sentimientos, es muy diverso del conocimiento pura­mente informativo, teórico, esp·eculativo; por ello pide San Ignacio al ejercitante que se detenga «haciendo pausa en los puntos que he

(11) El conocimiento interno 1/ el sentimiento interno en los Ejercicios Espiritua­les, en «Miscelánea Comi1las» 26 (1956) 115-130. Puede verse también otro estudio titu­tádo Psicología de los Ejercicios, ponencia leída el 11 de diciembre de 1956, durante el II Congreso Nacional de Ejercicios Espirituales, conmemorativo del centenario ignacia­no, publicada en la revista «Espíritu» 6 (1957) 62-93.

(12) Ejercicios Espirituales (los citaremos en adelante con la sigla EE) número 2.

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sentido mayor [ ... ] sentimiento espiritual» (13); Y también «en el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener an­sia de pasar adelante hasta que me satisfaga» (14). En estas palabras y en estas prescripciones se ve la contraposición entre el «mucho sa­ber» informativo, por un lado, y por otro, el «sentir internamente» o «gustar».

Es interesantísimo notar que este conocimiento dista radicalmente no sólo del conocimiento puramente informativo, sino también tanto de la sensiblería como de un mero abandonarse al sentimiento pasa­jero: es un sentimiento que podríamos llamar objetivo, esencialmente mdicado en la contemplación de las veraaaes de la Fe, sentimü:!llto que acompaña su consideración o contemplación, y el «afectarse» a ellas, es decir, al conocerlas y amarlas. De ahí nace la disposición que con distintas expresiones designa de hecho la misma realidad total: «sentir interno co:p.ocimiento» (15) o «conocer internamente» (16) sin­tiéndolo, tanto que llegue hasta las «lágrimas», segun apunta con fre­cuencia a la pluma de San Ignacio (17).

No es necesario añadir que colocar al ejercitante en esta dispo­sición es encaminarlo derechamente (si hay los otros requisitos su­puestos) hacia la contemplación, ya adquirida, ya infusa (18).

Del mismo modo que los Ejercicios esencialmente se enfocan a buscar para el ejercitante este conocimiento interno, sentido, muy dis­tinto del puramente informativo o teórico, del mismo modo en lo que se refiere a la voluntad, desde el principio encauzan al ejerci­tante a que con su ejercicio, con su cooperación a los toques de la gracia, no se contente con lo que podríamos llamar «voluntad que ha de elegir», sino que busque algo más: la voluntad que se apega, que ama, que llega hasta el «afecto» que brota del bien íntimamente co­nocido.

En varias ocasiones he dicho que poseer un conocimiento pura­mente teórico, especulativo, sobre un objeto, puede dar luz, pero no da mucha fuerza para el sacrificio de la acción; que el conocimiento interno por connaturalidad, al contrario, es esencialmente dinamóge­no. De modo paralelo, podría decirse que tomar una resolución, por ejemplo, contra una mala costumbre, sin desarraigar el apego, sin po­ner el amor a lo opuesto, es tomar una resolución que a la larga ten­drá pocas probabilidades de durar; mientras que aquel querer que llega hasta el «afecto», acompañado de conocimiento interno y de sen­timientos, además de tener arraigo más profundo y de ser productor de energías, tiene (en igualdad de otras circunstancias) más probabi­lidades de perduración que un mero querer electivo.

Fué sobre todo el P. Calveras quien en su conocido libro Qué fruto

(13) EE. 62. (14) EE.76. (15) EE. 63. (16) EE. 44 b. (17) EE. 48, 55, 4, 78, 87, 89. . (18) Véase' mi libro: Dios Llama a tu alma. Camino del Espíritu lIegún los EJercí-­

cio.. Espirituales de San Ignacio. Barcelona, 1961, cap. llI, ·conocimiento inttrTno~ p. 25-31. .

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se ha de saca?' de los Ejer('icios Espirituales (19), túvo el niéritode haber puesto de relieve este interesante' aspecto de la espiritualidad 'igna~ ciana, que apunta a tmnsformar la voluntad afectiva, sin contentarse con la electiva.,

La espiritualidad ignaciana se dirige inmediatamente a la raíz de nuestros desórdenes y a la raíz de la ordenación profunda: quitar el apego malo en la voluntad, poner en su lugar la afección buena; mien­tras la conversión no se haga tan íntima que llegue el hábito formado hasta el «amor», no ofrece la solidez de la que lo ha logrado. Pues bien, a esto apuntan todas las normas de los Ejercicios. Pedir a Dios constantemente la ayuda de su gracia, aprovechar como preciosas go­tas de rocío sobre la tierra seca, los dones de consuelo divino, cuando éste nos es dado; encaminar nue"tra actividad (como se ve en las «Adiciones», en las «Reglas para Discernir Espíritus», etc.), a Que de nuestra parte nos dispongamos a la consolación divina, y no la ale­jemos cuando Dios misericord.iosamente la concede, porque precisa­mente ella es un factor de primerísima importancia para acercarse a esta disposición de que hablamos.

Pero así como dije que el Eentimiento intelectual oue busca San Ignacio es ,eminentemeñte objetivo (porque no es un soplo pasajero, sino el que brota como radicado en el conocimiento contemplativo, in­terno, de la verdad), de modo paralelo se ha de decir en cuanto a los sentimientos de la voluntad: -pocos libros habrá en los cuales más constantemente se apunte a provocar la disposición de amor y que, sin embargo, sean más parcoR que el libro eJe los Ejercicios en el em­pleo de la palabra «amor». El amor Que busca es un amor objetivo, fundado, que no se confunde con un impulso pasajero, inestable, egoís­ta. sino expresión de una verdad y un bien amados hasta el sacri­ficio. amor que dista inmensamente de veleidades sentimentales; y que es el amor al cual tiende realmente la espiritualidad ignaciana.

Con esto se ve cuál es uno de los matices típi,nos de esta e'spiritua­lidad, tanto para la conversión del hombre cuando se decide a vida de perfección como cuando lo conduce adelante por esta senda de per­fección.

No está basada la eficacia de los Ejerci"'ios, y de su método apli­cado durante toda la vida, en un arranque de emotividad, como es el que se consi~ue del oyente durante un f'ermón de misión. Puede ser bueno, ¿ouién lo duda?; más aún. a veces quizá será el único po­sible en determinadas circunstancias y personas. Dios también se vale ,de este medio. no lo dudamos; pero no está en eso la eficacia propia de la espiritualidad ignadana.

Tampoco radica su eficacia propia en el trabajo externo, ni en la excelsa acción litúrgica (cuvos logros, méritos y alabanzas no escati­maré); más aún, bien sabido es qué gran atractivo ejercía sobre San Ignácio, y cómo sintió no poner coro en la Compañía de Jesús, mirando

(19) Resumí',esta apreciable óbra, afiadléndole nuevos matices en mi libro: Teori./I de tos EiprciCiOS Espirtt:uales de San Ignaci.o. Estndio sintético. Barcelona, Librería 'Re­ligiosa. 1952. '

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solamente al fin propio y su género de apostolado, que no lo hacía. posible. Todos estos medios no se excluyen de ninguna manera; pero no está en ellos la espiritualidad propia y diferencial de los Ejerci­cios. Consiguen su fruto cuando el ejercitante sale de ellos habiendo conseguido en su conocimiento, en su voluntad, con el acompaña­miento de sentimientos en ellos radicados, un hábito profundo, ya na­tural concomitante, ya también sobrenatural, respecto de las verdades de .la Fe que en los Ejercicios se contemplan, y que se presentan su­cesIVamente concatenadas para señalar un progreso ordenado y con-tinuo hacia la unión con Dios. . ..

Se podría añadir a estos rasgos algún otro que también es medio de que echa mano San Ignacio para que acompañe el ejercicio sereno, reposado, constante y serio, de las facultades superiores, como es la soledad o apartamiento durante los días de Ejercicios, el silenci,o,. tan-: to externo como el interno, que consiste en no querer curiosear lo que aún está por venir en los Ejercicios, ni pensar cosas distractivas; ade­más, las Anotaciones y las Adiciones, que son unas páginas que pa­recen arrancadas de un manual de Psicología aplicada a la vida espi­ritual, propia del hombre que toma todos los medios que están a su alcance, sin desdeñar ninguno, si es bueno, para llegar a servir fiel­mente a Nuestro Señor.

Falta el principal medio, el que ha de informarlos a todos: la Gra­cia. Y es tan típico de San Ignacio saber hermanar las dos cosas, la acción y la Gracia, que el gran biógrafo suyo, el P. Pedro de Ribade­neira, que gozó de su presencia y trato, dice así en un libro titulado Tratado del modo de gobierno que nuestro Santo Padre tenía: «En las cosas del servicio de nuestro Señor que emprendía, usaba de todos los medios humanos para salir con ellas, con tanto cuidado y eficacia, como si de ellos dependiera el buen suceso; y de tal manera confiaba en DlOS y estaba pendiente de su divina providencia, como si todos los otros medios humanos que tomaba no fueran de algún efecto» (20).

Así como Pedro de Ribadeneira recordaba lo que había visto él mismo en San Ignacio cuando ponía de relieve como uno de sus ras­gos característicos esta perfecta simbiosis de lo humano y lo divino, de modo parecido llegó a la misma conclusión examinando toda'1 las fuentes históricas otro escritor de nuestros días, el P. José de Guibert, cuando escribió estas palabras: «Bajo una u otra forma, todos los bió­grafos de San Ignacio están de acuerdo en notar en él, especialmente durante los últimos años de su vida, los de su gobierno en Roma, des­de el aposentito del Gesu, la unión sorprendente de dos cosas: las lar­gas contemplaciones místicas, perdido en Dios, detenido durante la ce­lebración de la Misa por los sollozos de amor, que lo ahogaban, vivien­do continuamente en la intimlr1ad casi Rin vplO''l iI.e h" Di"i".,~ p""­sonas, recogiéndose para recibir sus inspiraciones antes de decidir cualquier asunto, y al mismo tiempo la serena razóll: del homble de

(20) P. RIBADENElRA, S. .T., Acerca de el Tratado de el gobierno· de· nuestro bip.1t· aventurado Pad?'e para .108 Superiores de la CompafHa de Jesús, c. VI, n. 14; MHSI. Ignatiana ser. IV, 1, 466.

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324 JUAN ROro GlRONELLA, S. J.

genio, que construía pieza a pieza esta obra maestra de organización y de gobierno, que son sus Constituciones, midiendo con una segu­ridad de mirada imperturbable el valor de los hombres que debía em­plear, discutiendo de un modo objetivo las ventajas y los inconve­nientes de cada empresa, maravillando a los mismos sabios del mundo por sus soberanas cualidades de conductor de hombres. Ignacio, como era de esperar, ha dejado en su espiritualidad la huella de lo Que él mismo era, y uno de los rasgos esenciales de esta espiritualidad es éste, sin ningún género de duda, la unión del impulso con la ra­zón» (21).

V -ASPECTO OBJETIVO EN LA ESPIRITUALIDAD IGNA­CIANA.

Al aspecto subjetivo de la espiritualidad ignaciana, que brevemente hemos examinado en sus rasgos más salientes hasta ahora, le corres­ponde, como es obvio, otro aspecto, el objetivo. Al instrumento le co­rresponde una materia el. la que se aplica; al método le corresponde un objeto. ¿ Cómo se aplicará este método a su objeto espiritual para lograr un término, una disposición buscada de antemano?

El punto fundamental es el que el mismo San Ignacio da con el nombre de «Principio y Fundamento». Su enunciado es como la lec­tura de un programa: todo lo que sigue de los Ejercicios va ordenado a la realización de este programa.

El enunciado del Principio y Fundamento tiene dos partes: 1.a ) el camino de perfección pide no sólo querer evitar toda ofensa a Dios, sino en todo, tomar o rechazar las cosas únicamente según se vea que serán o no serán más del agrado divino (norma del «tanto cuanto»); 2.") para que sea posible realizar a la larga esta norma, es preciso que nuestra disposición vaya hasta el «afecto» o apego o amor, es de­cir, a quitar el apegamiento a lo que es una expansión meramente natural, para poner en su lugar el afecto a Dios (norma de la <<indi­ferencia»).

La primera parte, o regla del «tanto cuanto», hace notar que hay dos modos fundamentalmente diversos de servir a Dios: o sin buscar la perfección, o por la senda de la perfección; el primero de estos dos modos se contenta con la guarda de los preceptos; el segundo 110

se contenta con ello, quiere también los consejos. Pero San Ignacio entiende aquí la palabra «consejos» no limitándola a algunas coeas (ob­jeto de los tres votos de religión), sino extendiéndola absolutamente a todo: en todo lo que no está prohibido, que la única norma de to­mar algo o dejarlo sea ver qué será más del agrado y gloria de nues­tro Señor.

Mientras se limite nuestra disposición a querer seguir los conse­jos solamente en algo, pero en otras cosas de nuestra vida (sean bie-

(21) DE GUlI!ERT, O. c., parto 1, C. IV, p. 164.

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nes del cuerpo, sean bienes del espíritu) excluyamos de este sacrifi­cio alguna zona, amando estos bienes por sí mismos, independiente­mente de ver si Dios es quien así será más servido, en la misma me­dida en que excluyamos algo, tomándolo por sí mismo, nos separare­mos del camino de perfección. Con esto se abre en lo:s Ejercicios una división radical: por un lado, la Primera Semana; por otro, las tres restantes. El fruto de la Primera lo puede sacar hasta quien no tome la norma expuesta de perfección; el de las restantes, sólo quien esté dispuesto a tomar en todo lo de su vida, como norma selectiva, la vo­luntad de Dios, lo que sea más de su divino servicio, agrado, gloria.

La disposición fundamental, pues, que San Ignacio pide al ejerci­tante para iniciar el camino de perfección es no sólo querer evitar todo pecado, sino en todo lo de su vida, absolutamente en todo, sin excluir nada, estar dispuesto a buscar únicamente lo que sea más conducente a la glorificación de Dios. A este fin, dispone San Igna­cio que el ejercitante, al principio de cada hora de oración, ratifique la misma disposición fundamental con lo que él llama «oración pre­paratoria», a saber: que todas las intenciones y acciones de la vida es.tén «puramente ordenadas en servicio y alabanza de la divina ma­jestad» (22).

En cuanto a la segunda parte del Principio y Fundamento, en­cierra el medio para realizar la primera: sería moralmente imposible que una persona permaneciera en esta disposición, mientras conser­vara en lo hondo de su alma el apego consentido a bienes de este mundo amados por sí mismos. No se trata, pues, de 10 que podríamos llamar «motus primo primi» ante un bien sensible cualquiera; ni del impulso o atractivo normal, tanto sensible como espiritual, que se experimenta ante los bienes de orden natural (bienes del cuerpo: toda comodidad; bienes del espíritu: aprecio, honor, estimación); se trata de que no esté el hombre en la· disposición de amar estos bienes por sí mismos, y, por lo tanto, que no esté en la de buscarlos antes de ver si Dios será así más servido, sino en la de no querer ninguno por 81,

de modo que quitando este apego o amor, se haga posible 10 que sin él sería a la larga moralmente imposible.

Después de esta como Introducción, que es el Principio y Funda­mento, entrando ya propiamente en la Primera Semana, San Ignacio es consecuente con el método Que, según hemos visto en 10 Que ante­cede, informa toda su espiritualidad: conocimiento interno, - que lle­gue ha:sta la penetración afectiva; amor opuesto a lo que era afecto desorrlenado. Por lo tanto, no le basta con que el ejercitante renuncie a todo pecado en la Primera Semana, sino que quiere llegue hasta conocer internamente su malicia inmensa, Que con luz divina llegue a penetrar en toda su deformidad, fealdad, que lo sienta, para quitar así el apego o afecto a él. y poner, en cambio, el aborrecimiento a todo pecado, el odio a toda ofensa de Dios.

Para ello, el primer ejercicio, o meditación de tres potencias so­bre los pecados de los ángeles, el de los primeros padres del género

(22) EE. 46.

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humano, y el de un hombre (a quien, habiéndosele quizá perdonado antes otros pecados, muere en pecado mortal) hace ver, a través del juicio de otro, en este caso a través del juicio infalible, justísimo, de Dios, la inconmensurabilidad del pecado, y llevar así al ejercitante hasta la confusión propia y hasta el aborrecimiento del pecado. El segundo ejercicio pone como la premisa menor del silogismo: lo que antes era general, ahora se aplica a sí mismo con la consideración de los pecados propios, no como si con este ejercicio se pretendiese pre­parar al ejercitante a la confesión, sino, como se dice en los documen­tos más antiguos (Directorio de Victoria, dictado en su mayor parte por el mismo San Ignacio), se da para que se ayude a mirarse a sí mismo con los ojos de Dios, para quien el pecado no es «UDl> mal, sino «el» mal, y el pecador es menos que nada, en cuanto portador de esta maldad.

Ahora bien, tanto en el primer ejercicio como en el segundo, en el tercero y cuarto (repetición y resumen de los dos anteriores) y asi­mismo en el quinto (infierno), el motivo de conversión es siempre el mismo: el amor de agr'1,chcimiento a Dios, que por amor nos ha re­dimido y perdonado. Aql'el grito: «¿ Qué he hecho por Cristo? ¿ Qué hago por Cristo? ¿.Qué he de hacer por él?», es la preparación a la respuesta de devolverle amor por amor: no contentarse con 8ólo no ofenderle, sino en todo buscar solamente su agrado, ya que El ejer­citó con nosotros superabundantemente su amor: «Acredita Dios bU rimar para con nosotros en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5, 8); «en esto está el amor: no que nosotros hubiéramos amado a Dios, sino que El nos amó a nosotros y envió al Hijo suyo, propiciación por nuestros pecados» j (1 Jo 4, 10).

Si el ejercitante ha terminado la primera semana no sólo odiando el pecado, sino con la disposición de buscar en todo cómo imitar a Je­sucristo, es decir, con la disposición de hacer únicamellle lo aue más agrade a Dios, entonces este ejercitante puede pasar a ln Segúnda Se­mana, que, según repite San Ignacio, y está en los aJ.tlguos Directo­rios. no se ha de dar a todos, sino sólo a aquellos qUé esten en la dis­posición mencionada. O sea que los Ejercicios nú SE! distinguen por el tiemno que pasa uno f'n retiro haciéndolos. ni por la m;¡lel'ia que se medita, sino por la disposición progresiva o fruto que mediante la meditación de la materia consigue el ejercitante. Por esto, como ad­vierte San Ignacio, no tienen las Semanas una duración igual para todos, de un número fijo y exacto de días, sino que han de durar lo que se requiera para que el ejercitante consiga la disposición buscada, o para que renueve y se afiance en la disposición que ya tenía al en­trar, y así pase adelante.

La Segunda Semana señala un nuevo hito. en las disposiciones del espíritu del ejercitante. Ha empezado buscando cómo podrá hacerlo para servir en todo a Dios: ya no se habla, pues, en ella, de evitar lo que es ofensa, sino de todo lo demás, en lo cual quiere para toda su vida únicamente mirar cómo agradar a Dios. . . . . '

La contemplación del Rey Temporal no sólo muestraeuánto más

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d~g:t¡lo es esteideal.que los ideales más nobles del mundo, sino Que ffi.uestra también qu,e quienes más se auieran señalar en el segui­J¡iJ,i,ento del Señor, no han de hacer consistir su logro en un triunfo, Wmado por sí mismo, ni en una acción externa en cuanto tal, sino· en:el sacrificio propio al realizarlas, ya estas, ya otras acciones: el Sílcrificio de lo más íntimo que tiene el hombre, de los afectos a aque­llas cosas a que está más inclinado a amar por sí mismas poniendo en ellas su propio bienestar: estas cosas son todo lo que trae bienes­tar al cuerpo (esto entiende él bajo el nombre de riquezas) y toda excelencia para el alma (esto entiende bajo la palabra de honores). Las contemplaciones siguientes, de la Encarnación del Verbo y del Nacimiento del Señor, muestran al ejercitante de un modo concreto y viviente de qué manera Dios ha realizado su plan de amor, redi­miéndolo, para así elevarlo de nuevo a la divina amistad y posesión de la felicidad eterna; y de tal modo se lo manifiestan, aue el tercer punto de la contemplación del Nacimiento (que se prolonga durante toda la Segunda Semana con la meditación de la Vida de Jesús) mues­tra precisamente a Jesús, modelo del alma que quiere llegar a la unión con Dios: en pocas palabras, da San Ignacio en este punto un compendio denslsimo de toda la vida redentora de Jesús, modelo nues­tro en esta lucha contra el amor a lo terreno. El ejercitante ve Que en aquel paso particular que entOl1'2es contempla de la vida del ·8e­:flor no hay más que un retazo dentro de un conjunto, que tiene el mismo sentido: el Señor nace «en suma pobreza, y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas para morir en cruz, y todo esto por mí. Después reflictiendo sacar al­gún provecho espiritual» (23).

Pero la Segunda Semana de Ejercicios tiene, además de ésta, otra parte sumamente intereEante en este continuo caminar hacia Dios: es aquella en que pe dan las meditadones de Dos Banderas y de Tres Binarios, con los Tres Grados de Humildad.

El fin de la meditación de Dos Banderas, sumamente luminosa, es mostrar al ejercitante que hay cosas que podrán cambiar legítima­mente, según la diversidad de personas, circunstancias, vocaciones par­ticulares, etc., de cada uno, sin que por ello sufra merma mwstro avanzar hacia Dios; pero que hay una COEa que no puede cambiar nunca. Lo Que no se ])uede cambiar nunca es el espíritu, la inten­ción, el deseo, la disposición, el apego o amor de nuestro corazón: 1."') siempre ha de Eer el tomar todas las cosas sólo tanto cuanto vea~ mas que agradan más a Dios; 2.°) pero con el flp.seo de que en cuan­to fuere posible, en cuanto pudiera manifestarse nuestra disposición, entonces se traduciría en la imitación de la Bandera: a pTOgrama o es­píritu de Jesús, que es el sacrificio del bieneRtar corporal y del bienes­tar natural del alma: «riquezas» dice él, y «honores». Por lo tanto, po sólo no poner el corazón en estos bienes por sí mismos, sino que, a imitación de Jesús, se habrá de def'ear la privación de ellos. Esta es la disposición que no habrá de cambiar nunca.

(23) EE. 116.

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3:28 JUAN ROIG GIRONELLA, S. J.

Lo que podrá cambiar será la manera externa, particular de rea­lizarlo, pues no será la misma para un Cardenal que para un Rey; para un seglar que para un religioso; para una vocación de cartujo que para una vocación de benedictino o de jesuíta. Pero en ningún caso llegará a la meta quien en una u otra de estas vocaciones par':' ticulares, lejos de amar el sacrificio por Dios, ame los bienes natura­les por sí mismos, y por poner eh ellos su propia complacencia. Es inestimable la luz que para toda la vida espiritual dan estas ense­ñanzas de San Ignacio, pues muestran firme y claramente la senda hacia Dios, y al mismo tiempo, de qué manera la ha de seguir cada. cual en la vocación a que Dios lo llama. .

La meditación de Tres Binarios nos pone en guardia contra las celadas del amor propio: a veces nos imaginamos que ya hemos de·· jada el afecto a algo, que no lo queremos sino por Dios, y en realidad estamos apegados a ello por nosotros mismos. Aquel que en su inte­rior hace cuenta de que ya lo ha dejado y sólo espera examinar los motivos de gloria de Dios para determinar a la luz de lo que más glorifique y sirva a Dios, qué es lo que ha de tomar o dejar, éste se halla en la disposición buena y sin engaños del Tercer Binario.

Para ello ayuda muchísimo la consideración de los Tres Grados de Humildad (que en alguna de las copias antiguas manuscritas lle­vaba el nombre de tres «grados de aman). Es también preciosa, por.:. que muestra no solamente tres actos que hayamos de hacer, sino tres disposiciones habituales en el alma, en su ascensión hasta la unión con Dios: lo cual es muy distinto de meras disposiciones pasajeras, pues no es lo mismo aspirar a algo en un momento de fervor, que estar habitualmente en aquella disposición.

Cada uno de los tres grados de humildad tiene dos partes: la pri­mera se refiere a la Primera Semana; la segunda parte ~e refiere a las restantes. La primera parte supone que está tan arraigado el odio al pecado, que el alma ni siquiera «sea en deliberan> ante cualquier bien de este mundo que se le ofreciese: «aunque me hiciesen señor de todas las cosas criadas en este mundo, ni por la propia vida tem­poral» (24). En el primer grado de humildad, esta disposición se re­fiere al pecado mortal; en el segundo y tercero, se refiere a todo pe­cado venial plenamente advertido.

Puesto ya este fundamento por delante (que muestra una vez más cómo la espiritualidad ignaciana está alejada de todo ilusionismo), viene entonces la disposición referente ya al camino de perfección: para el segundo grado de humildad, añade que se tenga el hábito que en el Principio y Fundamento solamente era enunciado como progra­ma: que no haya el querer cosa cualquiera temporal por sí misma, como sería si en ella (independientemente de Dios) pusiésemos el des­canso del corazón; antes bien, que el ejercitante no quiera ni se afecte «más a tener riqueza que pobreza, a querer honor que desho­nor, a desear vida larga que corta, siendo igual servicio de Días nues·~

(24) EE. 165.

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t:rO Señor y salvación del alma» (25). Esta parte sube más de quila­tes en el tercer grado de humildad, porque en él no sólo hay ausencia ,de apego al bienestar corporal y al del espíritu con el honor y exce­lencia, sino que positivamente hay apego a todo sufrimiento corporal y a toda humillación, de modo que la disposición interior (que se podrá realizar o no se podrá realizar exteriormente según sean las cir­cunstancias concretas de lo que pide en cada caso el servicio y agrado de Dios) será la de amar la pobreza y la humillación por imitación de Jesús y a semejanza suya.

Si es alta la cumbre a que nos hace aspirar la Segunda Semana, todavía apunta más alto la Tercera. En ella, valiéndose el ejercitante de la contemplación de la Pasión de Jesucristo, da un paso más. Si su :corazón estuviera todavía ocupado con sus propios intereses, con la ·expansión de su personalidad en la zona de acá abajo, buscando su bienestar corporal y su excelencia ante los hombres, no podría tener puesto el peso del amor en los intereses de Dios. Pero después del trabajo de la Segunda Semana, puede iniciarse en la Tercera el par­,ticipar en los intereses de Jesús, mirándolos como propios: sufrir por su sufrimiento (que El tomó precisamente por nosotros) como si fue­ra nuestro, de modo semejante a como un esposo, o una madre, sufren por los sufrimientos del otro cónyuge o de- su hijo, como si fueran ,propios, porque el amor ha fusionado los intereses de ambos en uno. ,Ya no hay «mío» y «tuyo», sino lo <muestro»; no hay <<tú» y «yo», sino . «nosotros».

Esta trayectoria culmina en la Cuarta Semana, en la cual el alma ·declara que sólo quiere buscar el descanso del corazón en Dios, su expansión en crecer ante El, por poseer cada vez más sus dones, su amistad, su intimidad. La Contemplación para alcanzar Amor, térmi­no del largo camino seguido en todos los Ejercicios, es el pacto explí­cito, la ratificación formal, del amor de amistad con Dios.

Si el alma tuviera todayía lleno el corazón de las afecciones a sus propias comodidades y a su propia excelencia entendida naturalmente, entonces al decir a Dios que le ama con todo el corazón, esto no sería verdad; habría en lo que cree ser amor más de impulso sentimental en un momento dado, que otra cosa. El amor hay que ponerlo más en las obras que en las palabras. Si se extiende hasta el sacrificio por el amado, dándoselo todo, entonces puede el amante buscar el retorno de su amor y querer esto por única posesión: «Tomad Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer, Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad.» No es esto decir con las palabras a Dios que disponga de todo, y de hecho negarle esta entrega por cuanto queramos tomar o rehusar algo inde­pendientemente de los motivos de su mayor gloria y beneplácito; al revés ya ha ahondado en el alma del ejercitante la disposición de quer~r solamente lo que El muestre querer. Entonces es ~ambién ope­rante la segunda parte: ¿ qué quiere el Amante en camblO de su en-

(25) EE. 166.

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330 , JUAN 'nOIG UIRbNÉLLA, S. J.',

tr~ga al Amado? Una sola cosa: «Dadme vuestro amor y gracia: que ésta me basta»: ser amado por Dios, tener su intimidad, su giaéhi' o 'amistad; esto es lo, único que quiere, lo único en que descansará 'su corazón, lo único que puede darle felicidad. "

VI.-CONCLUSION.

Es obvio, después de lo dicho, que nos afirme el P. Nadal (uno de 'los antiguos jesUltas Lle Roma y aquel de quien se valió San 19nado para promulgar las Constituciones en las casas de la Compañia)' que si Vela San 19nacio que se debllitaba el esplritu de alguno de sus hijos, quena que «por los Ejercicios se rehiciese y reformase»; más aún, que por ellos «fuésemos instruídos, por ellos se conservase y aumentase en nosotros el eEpíritu y devoción, pues si bien es asimis­mo verdad que a las veces hemos de apartarnos para aprovechar mas copiosamente, no obstante ha de ser en nosotros constante el uso .de los Ejercicios en nuestras meditaciones cotidianas y en nuestras ora­ciones» (26). Así infundió San Ignacio la espiritualidad en la Compa­ñía, y así la conservó.

Ahora bien, esto mismo demuestra que los Ejercicios Espirituales no son solamente un método para un retiro de unos pocos días, sino que forman como el trazado de una trayectoria que ha de recorrerse durante toda la vida. Los Ejercicios durante treinta días hacen ver claramente, con una penetración psicológica, extraordinaria; con una radicación en las verdades de la Fe, maravillosa; con un «instinto divino», admirable, cómo ha de ir disponiéndose el alma en su pro­gresivo avanzar hacia la unión con Dios, cooperando a las mociones divinas. Durante los Ejercicios, el ejercitante adquiere en un grado elevado estas disposiciones; pero no basta: ha de continuar ·en la misma dirección, hasta que lleguen a hacerse hábito cada día más arraigado; han de ir apoderándose poco a poco y cada vez más de to­dos los resortes del hombres, para transformarlo en Cristo.

Naturalmente, nada se opone a Que cuando el alma esté en la dis­posición a que conducen los Ejercicios, añada todas las otras normas y ayudas que se pueden tomar para la unión con Dios, como le' darán, por ejemplo, San Juan de la Cruz o Santa TereEa. Así como acompañar a un estudiante durante su curso universitario diciéndole de qué ma­

,nera se aprovechará de los libros, cómo habrá de seleccionarlos, cómo habrá de concentrar su atención para no derramarse inútilmente, etc:, todo ello no se opone a que también se le den enseñanzas de la ma­teria misma de sus estudios.

Es precisamente una de las características del método de San Ig­nacio que se adaptan perfectamente a cualquier estado y vocación del alma: si no tiene dones místicos, hallará en los Ejercicios, bien hechos. el camino para ir firmemente hacia Dios, disponiéndose realmente a

(26) MHSI, Nada!, IV, 669.

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ellos (quizá sin saberlo) por si un día El se digna concedérselos. Si el' alma es favorecida con estos dones, aprenderá (por ejemplo, e,n las reglas especiales para discernir espíritus y en todo el estilo de, los Ejercicios) a velar ante las celadas del enemigo, que se presenta enga­ñando bajo capa de bien.

No son los Ejercicios, ni quieren ser, una Enciclopedia de vida es­piritual; pero son una guía preciosa para toda la vida, que conduce al alma por el camino espiritual; guía a la cual se añadirán sin me­noscabo y sin dificultad las enseñanzas complementarlas que conven­ga dar en cada etapa de este mismo caminar hacia Dios.

Por esto, los Ejercicios Espirituales son susceptibles de ser acep­tados por todas las formas de espiritualidad aprobadas por la Iglesia en las distintas Ordenes y Congregaciones religiosas. Fué Pío XI quien ahbó en la Encíclica M ens N ostta, el 20 de diciembre de 1920, los Ejercicios ignacianos con estas palabras: «La excelencia de la doctri­na espiritual, enteramente apartada de los peligros y errores del falso misticismo; la admirable facilidad de acomodar estos Ejercicios a cualquier clase y estado de personas, ya se dediquen a la contempla­ción de los claustros, ya lleven una vida activa en negocios secu­lares; la unidad orgánica de sus partes; el orden claro y admirable con que se suceden las verdades que se meditan; los documentos es­pirituales, finalmente, que, sacudido el yugo de los pecados y deste­rradas las enfermedades que atacan a las costumbres, llevan al hombre por las sendas seguras de la abnegación y de la extirpación de los ma­los hábitos, a las más elevadas cumbres de la oración y del amor di­vino: ¡jin duda alguna, son tales todas éstas cosas que muestran su­ficiente y sobradamente la naturaleza y fuerza eficaz del método ig­naciano y recomiendan elocuentemente sus Ejercicios» (27).

y Se comprende, porque el rasgo típico de la espiritualidad igna­ciana, ~egún observa el P. De Guibert, no era más que una manera particular de un rasgo general, que es la' entrega total por Jesucristo y a imitación de Jesucristo, meta a la cual asuiramos todos: «Servir a Dios, l:lervirle por amor a Jesucristo, con Jesucristo, en seguimiento y sobre las huellas de Jesucristo. Este es, así parece; lo que se puede

,llamar el mensaje de San Ignacio, mensaje del servicio de Dios, del 'servicio apostólico en seguimiento del Redentor, en unión con él,por los mismos caminos Que El» (28), Y de nuevo, resumiendo la misma idea pocas páginas después, se expresa así: «Así, pues, servicio por

,amor, servicio apostólico para la mayor gloria de Dios, en conformi­dad generosa con la voluntad de Dios, en la abnegación de todo amor propio y de todo interés personal, en seguimiento de Jesucristo, jefe amado apasionadamente, tal parece ser en verdad el fondo esencial del mensaje confiado por Dios a San Ignacio en el decurso de los favores místicos de que le colmó» (29).

Esta espiritualidad, como anotábamos al principio, es la que puso

(27) PlUS XI, Lit. Encyc. «1\;Jen$ Nostrn. AAS 21 (1929) 689-706. El texto citado está en la p. 704-705.

(28) DE GUIBFRT, o. c., p. I, c; IV, p. 165. (29) lb., p. 170.

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332 JUAN Rora G1RONELLA, S. J.

,los principios generales, de los cuales las Constituciones de la Compa­. ñía de Jesús no son más que una aplicación particular, para un caso particular de vida o vocación, pero que retienen los grandes princi­pios supremos de la inconfundible espiritualidad ignaciana.

¿ Quién se sorprenderá de que tantas y tantas veces acuda a la pluma de San Ignacio en el decurso de las Constituciones la frase «a mayor gloria de Dios»? Pero esta frase no es más que un resumen del Principio y Fundamento, eje de todos los Ejercicios: es decir (para expresarla con una paráfrasis), no contentarnos con servir a Jesucristo con una entrega parcial, sino en todo únicamente mirar en cada mo­mento, antes de elegir, antes de admitir algo o de rechazarlo, sea lo que fuere, qué es lo que más conduce al agrado del Señor, a su servi­cio, a su gloria, «a mayor gloria de Dios».

Es obvio, por lo tanto, que el Tercer Grado de Humildad halle su sitio dentro de las Constituciones de la Compañía, precisamente en el libro llamado «Examen», cuando propone a los candidatos que aspiran a ~lla, cuál es el espíritu de la Orden. Los profesos ya han hecho los Ejercicios, y, por lo tanto, conocen cómo este espíritu ha de informar toda la Orden; pero los candidatos todavía no; por esto se lo propone a ellos con unas palabras que se han hecho famosas en todo el mundo, como se han hecho famosas las de la «Perfetta letizia» de San Fran­cisco, en los Fioretti. Las palabras de San Ignacio son éstas: «Asímes­mo es mucho de advertir a los que se examinan (encareciendo y pon­derándolo delante de nuestro Criador y Señor), en quánto grado ayu­da y aprovecha en la vida espiritual aborrecer, en todo y no en parte, quanto el mundo ama y abraza; y admitir y desear con todas las fuerzas posibles quanto Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado. Como los mundanos que siguen al mundo, aman y buscan con tanta diligencia honores, fama y estimación de mucho nombre en la tierra, como el mundo les enseña: así los que van en espíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor, aman y desean intensamente todo lo contrario; es a saber, vestirse de la misma vestidura y libros de su Señor por su debido amor y reverencia; tanto que, donde a la su divina Magestad no le fuese offensa alguna, ni al próximo imputado a peccado, desaen pasar injurias, falsos testimonios, afrentas, y ser te­nidos y estimados por locos (no dando ellos occasión alguna dello), por desear parecer y imitar en alguna manera a nuestro Criador y Señor J esu Cristo, vistiéndose de su vestidura y librea; pues la vistió El por nuestro mayor provecho espiritual, dándonos exemplo que en to­das cosas a nosotros posibles, mediante su divina gracia, le quera­mos imitar y seguir, como sea la vía que lleva los hombres a la vida. Por tanto, sea interrogado si se halla en los tales desseos tanto salu­dables y fructíferos para la perfección de su ánima» (30).

Naturalmente, quien trasladó esta página de los Ejercicios a las Constituciones era obvio Que también trasladase a ellas otra página, la que se refiere a la Coñtemplación para alcanzar amor, en cuanto Eupone que el jesuíta (que ha hecho ya los Ejercicios de mes) debe

(30) Exam., c. 4, n. 44.

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vivir buscando en todo una continua familiarida4 con Dios, recreán­dose siempre en El e incrementando esta divina amistad, por amarle a El en todas las cosas y todas las cosas en El.

Esta es precisamente la razón por la cual señala a los escolares mientras se dedican a los estudios, sólo una hora de oración diaria comprendida la Misa, porque, como escribió el secretario de San Igna­cio, P. Polanco, al P. Urbano Fernández el 1 4e junio de 1551, «más aprueba procurar en todas cosas que hombre hace, hallar a Dios, que dar mucho tiempo junto, a ella. Y este espíritu desea ver en los de la Compañía: que no hallen (si es posible) menos devoción en cual­quier obra de caridad y obediencia, que en la oración o meditación; pues no deben hacer cosa alguna sino por amor y servicio de Dios N. S. y en aquella se .debe hallar cada uno más contento que le es mandado, pues entonces no puede dudar que se conforma con la voluntad de Dios Nuestro Señor» (31).

Este mismo principio es el que, como decíamos, estampó San Ig­nacio en las Constituciones como regla para todos sus hijos: «Todos se esfuercen de tener la intención recta, no solamente acerca del es­tado de su vida, pero aun de todas cosas particulares, siempre preten­diendo en ellas puramente el servir y complacer a la d~vina Bondad por Sí mesma, y por el amor y beneficios tan singulares en que nos previno, más que por femor de penas ni speranza de premios, aunque desto deben también ayudarse; y sean exhortados a menudo a bus­car en todas cosas a Dios nuestro Señor, apartando, quanto es posible, de sí el amor de todas las criaturas, por ponerle en el Criador dellas, a El en todas amando y a todas en El, conforme a la su santíssima y divina voluntad» (32).

O bien para encerrar en una sola frase, frase del mismo San Igna­cio (aquella con que acaba el libro del Examen) el término a que con todas sus fuerzas ha de tender la Compañía, es el que señala con sus normas de espiritualidad, «siendo todas cosas guiadas y ordenadas para mayor servicio y alabanza de Dios nuestro Señor» (33).

JUAN RorG GIRONELLA, S.J. Facultad de Filosofía de la'

Compañía de Jesús San Cugat dril Vallés. Barcélona

(31) . MHSI, Ep., UI, 502. Se repite la misma idea con palabras casI id~ntfcas .en MHSI, 19natiana ser. IV, I, 447, con lo cual se ve que tanto Polanco como Rlbadene¡ra se msplraban en las mismas fuentes ignacianas.

(32) Consto Soco fes., parto III, C. 1, n. 26. ~3) Exam., c. 8, n. 3.

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