la función del dibujo como encuadre y sostén en terapia de niños

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1 La función del dibujo como encuadre y sostén en terapia de niños “Podríamos suponer la existencia de una estrecha relación entre una verdad desconocida y la posibilidad de que dicha verdad pueda ser revelada o leída a través de un dibujo”. Ariel Pernicone. “El grafismo y el inconsciente” MI PRIMER ENCUENTRO CON J. Varias cosas me llaman la atención en mi primer encuentro con J.: su dibujo, más concretamente, la ropa tendida; su silencio, junto con el esfuerzo que tuvo que hacer para articular algunas palabras; la labilidad emocional de su madre, siempre a punto y en algunos momentos rompiendo a llorar; la consistencia psicológica y tranquilidad de su padre y mi idea de ambos como “padres suficientemente buenos”, en términos de WINNICOTT. Pero sobre todo lo que más despierta mi interés es que J., excepto en el tiempo que está realizando su dibujo, permanece pegado a su padre, bien de pie o sentado en su regazo, y desde aquí, como si fuera una desconocida, mirando a su madre con distancia. Sin embargo, la mirada de la madre hacia J., la siento cálida y cercana, así como siento que si J. viniera ahora hacia su madre, ésta lo acogería con júbilo y deseo.

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La función del dibujo como encuadre y sostén en

terapia de niños

“Podríamos suponer la existencia de una estrecha relación entre

una verdad desconocida y la posibilidad de que dicha verdad pueda

ser revelada o leída a través de un dibujo”.

Ariel Pernicone. “El grafismo y el inconsciente”

MI PRIMER ENCUENTRO CON J.

Varias cosas me llaman la atención en mi primer encuentro con J.: su dibujo, más concretamente, la ropa

tendida; su silencio, junto con el esfuerzo que tuvo que hacer para articular algunas palabras; la labilidad

emocional de su madre, siempre a punto y en algunos momentos rompiendo a llorar; la consistencia

psicológica y tranquilidad de su padre y mi idea de ambos como “padres suficientemente buenos”, en

términos de WINNICOTT.

Pero sobre todo lo que más despierta mi interés es que J., excepto en el tiempo que está realizando

su dibujo, permanece pegado a su padre, bien de pie o sentado en su regazo, y desde aquí, como si fuera una

desconocida, mirando a su madre con distancia. Sin embargo, la mirada de la madre hacia J., la siento cálida

y cercana, así como siento que si J. viniera ahora hacia su madre, ésta lo acogería con júbilo y deseo.

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En estos momentos, ante la verdad reflejada en el dibujo permanezco ciega, y ante lo observado en

la dinámica triangular confusa. ¿Dónde me sitúo yo en esta dinámica?. Me vais a permitir que yo ahora, os

revele un saber desconocido sobre mí, que hasta el momento de escribir esto no había percibido, y es que yo

entonces, en aquella primera entrevista me sentí distante de J. pero no así de su madre, pues entonces sentí

que a quien tenía que ayudar era a la madre. Ayuda ésta no en términos reales, sino en el sentido de darme

la oportunidad para posicionarme como tercero y desde ahí poder recrear metafóricamente, a la manera de

WINNICOTT, el “holding” materno. Ese iba a ser mi lugar sin yo saberlo, un espacio transicional donde poder

ser para J.: objeto de transferencia subjetivo, objeto transicional, y objeto objetivamente percibido.

J. cuenta con 6 años y 4 meses cuando viene por primera vez a verme. Es pelirrojo, con pecas en la

cara, de estatura mediana, y de aspecto saludable. Se muestra retraído conmigo y a casi todo lo que le digo

no responde o lo hace encogiéndose de hombros.

Esta actitud de J., hace que me sienta a veces en falta con él, siento que hay algo que no le puedo

dar. Ni mi gesto, ni mis palabras, ni mi tono de voz, nada de esto le sirve, nada de esto le llega. Siento un vacío

entre él y yo que parece llenarse cuándo viene hacía mí para mostrarme su dibujo y decirme que “eso es un

balcón y hay ropa tendida”.

El síntoma de J. es la enuresis nocturna que data desde siempre. Él mismo se pone el pañal por la

noche y se lo quita por la mañana. Esa sensación de falta, de deuda, de algo que J. necesita y no le puedo dar,

la sigo teniendo en mis encuentros semanales con él. En un principio, en las primeras sesiones, unas veces,

por no querer quitarse el abrigo y por estar sin moverse en medio de la sala con gestos de retraimiento y

escondiendo la cabeza, otras por estar sentado dándome la espalda o poniéndose de perfil sin hacer ni decir

nada. Hasta que poco a poco en la medida en que él me lo va permitiendo, los dos podemos ir construyendo

esa zona intermedia de juego, ese espacio psíquico dónde J. se pueda ir desplegando y siendo. En este espacio

estamos los dos. Él creando sus dibujos durante mucho tiempo, yo, estando ahí, a veces inmóvil, callada, con

miedo, a la espera de cualquier movimiento suyo, cualquier gesto, cualquier palabra.

SOBRE EL DIBUJO Y SUS AUTORES

- Para ANA FREUD es importante la colaboración del niño a la hora de analizar los sueños, las fantasías

y los dibujos, invitándolos a que encuentren la razón por la que creen que han soñado, o han realizado

éste o aquel dibujo.

- MELANIE KLEIN privilegia al juego como capacidad de simbolización “incluso anterior al lenguaje”,

que hace que el niño al jugar pueda vencer realidades dolorosas y miedos instintivos al proyectarlos

sobre los juguetes.

- Para Arminda Aberasturi, el juego o el dibujo quieren decir algo, algo que el terapeuta puede

descifrar sin tener en cuenta las asociaciones verbales del niño.

- Si para FREUD el niño juega con las palabras, hallando una fuente de placer en esto, para MELANIE

KLEIN el niño se angustia con las palabras, razón por la cual debe decir de otra manera o por otros

medios.

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En aquel momento, me preguntaba qué podría ocurrir en J. para no poder expresar sus angustias a través

del juego, durante un largo tiempo.

Cuando un niño dibuja “se dibuja”, nos dice F. DOLTÓ. Representa gráficamente lo que está trabajando

psíquicamente en otros terrenos. Está subjetivando su imagen inconsciente del cuerpo, registrando lo que

puede de otros dibujos “fuera de papel” que se encuentran escritos en su Cuerpo. En ese dibujo hay una

satisfacción de sentirse vivo nos dice WINNICOTT, en su proceso de subjetivización.

- Para SAMI ALI, por una parte, el dibujo lleva implícito una realización del deseo en el sentido

estrictamente FREUDIANO de “la interpretación de los sueños”, siendo el cuerpo vehículo y mediador

al mismo tiempo. Por otra parte nos puede revelar complejidades insospechadas, como la

negatividad en lo figural, aquellos dibujos en donde lo esencial reside en lo que se omite, en el vacío

que los articula.

En tercer lugar, el espacio de la hoja en blanco puede ser susceptible de funcionar como un espejo que

refleja la imagen misma del sujeto.

Además, los dibujos, por sus vínculos con lo espacial nos permiten ubicar el tiempo de la constitución de

la subjetividad en la que se encuentra el dibujante. Por una parte podremos saber si el niño aún se encuentra

en una organización espacial propia de los primeros tiempos, donde predomina el proceso primario, no

operando todavía el mecanismo de la represión, en el cual no se observa una clara diferenciación de

categorías, arriba, abajo, allá y acá, y que nos revela un trastorno en la organización del psiquismo. Y por otra

parte nos puede develar si el niño ya ha adquirido un tiempo espacial más próximo al proceso secundario y

los tiempos del Edipo, con un espacio claramente organizado y una estructura lógica propia del pasaje por la

represión. En este sentido, el dibujo se presenta más ligado a una organización sintomática.

La organización psíquica reflejada en los dibujos de J. nos dice que se encuentra en el proceso secundario,

más cerca del Edipo. Sin embargo, a veces, lo diferenciado y lo organizado se mezcla con lo informe, lo no

estructurado, lo no construido, la confusión y lo confundido.

- Para RICARDO RODULFO, la subjetividad se estructura en tres tiempos que gravitan en relación con

tres espacios, que él designa como lugares de aposentamiento para dicha subjetividad: cuerpo

materno, espejo, y hoja de papel, en los que hay que considerar la compleja y recíproca interacción

de los registros de lo Real, lo Simbólico, y lo Imaginario propuesto por LACAN. Lugares estos que no

están dados al niño, sino que él debe construir con los materiales de su constitución biológica

sumados a los ya construidos por el mito familiar.

- MARISA RODULFO, retoma el término “magma” para reflexionar y seguir el itinerario de ese tiempo

inaugural que son los primeros trazos sin argumento, que llevan a la constitución del cuerpo y a sus

diferentes tiempos. Reflexión que transita por terrenos metapsicológicos y psicopatológicos como

son la construcción temprana del aparato psíquico o el de las perturbaciones severas de la infancia y

adolescencia.

En cada detalle, el dibujo lleva la marca de la vida emocional del niño. Considerado en su totalidad, refleja

una vista de conjunto de su personalidad.

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En los dibujos, la elección de los objetos, está unida a las circunstancias, pero depende igualmente de las

predilecciones habituales del niño. Se trata de objetos que están ligados a su mundo cotidiano, como lo están

los restos diurnos a los sueños. Pero sobre todo están ligados a sus series, películas, cuentos y relatos favoritos.

Spiderman, los Simpsons, Oliver y Benji, Robbin, Zibork el robot y el duende Juan, son algunos de los

personajes elegidos por J. En ellos proyecta sus miedos, sus deseos y sus dudas. Con ellos juega, se ubica,

niega y desmiente. Con ellos se identifica.

El punto de vista psicoanalítico aparece cuando estudiando el contenido de los dibujos del niño vemos

que la elección de ciertos objetos, temas, o particularidades estilísticas son inexplicables para él. Es entonces

cuando tendremos que considerar que la historia contada se inscribe en un registro diferente del sistema de

pensamiento consciente.

UN DIBUJO SOBRE EL DEVENIR DE J.

Los dibujos de un niño son un diario de vida abierto, nos cuentan sobre sus temores, sus rabias, inseguridades

y penas. Nos hablan de una etapa de constitución temprana, difícil de entender y de vivir. Son escritura del

cuerpo, un cuerpo que va cambiando, creciendo, y se va socializando, cortando las alas o aprendiendo a volar.

"Un niño que está subiendo en un helicóptero y un chico que conduce”, es el penúltimo dibujo de J. antes de

empezar a jugar. Los dos, el niño y el chico, “se van a ver Madrid”. El niño ha ido deviniendo en chico capaz

de conducir-se. El bebé-niño se ha ido despegando de la madre-tierra para poder crecer y volar e ir a otro

lugar.

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Como nos dice MARISA RODULFO, estos “enigmas figurales” que son los dibujos, constituyen para el

analista un modo de acceder, a través de su escucha atenta a aquello que se le está intentando revelar o decir

en el marco transferencial acerca de una verdad inconsciente del sujeto, que de ser descifrada

adecuadamente posibilitará avanzar en el trabajo analítico que constituye en esencia la dirección de la cura.

No seré yo, como más adelante veremos, quien descubra el significado de aquel dibujo primero de

J., será él quien explícitamente, con sus palabras me revelará el enigma de aquello que dibujó y me mostró en

nuestro primer encuentro. Enigma que formaba parte del momento psíquico en el que J. habitaba aún, donde

lo Temprano, aquello que se le ofreció en sus primeros tiempos, no resultó suficiente para que su mundo

pudiera ir configurándose como propio.

“La ausencia de la madre deviene ahora en peligro”, nos dice FREUD en “Inhibición, Síntoma y

Angustia” (1926). Es la consecuencia de la prematuración, que conlleva el peligro que FREUD señala, la que

retoma WINNICOTT como lo Temprano, que partiendo de la indiferenciación sujeto/ambiente, no formando

parte del Self, actuará como una malla sostenedora que irá sedimentando entre sus redes los contenidos y

límites del Self, a la vez que posibilitando la historia del sujeto. Lo Temprano bien armado, sostiene y justifica

la presencia de lo profundo, que son los afectos e instintos ligados a los fenómenos depresivos y al odio.

J. Y SU MUNDO EXTERNO

La madre no esperaba concebir a J. en aquel entonces. Cuando se enteró de su embarazo estuvo llorando

varios días. Cuando se lo comunicó a su madre, ésta no se alegró, le dijo que iba a ser peor para ella, aún

lloraba más.

J. nació y su madre estuvo dos días llorando, porque dice, echaba de menos a su hijo mayor de 26 meses.

Otro saber, se me revela retrospectivamente: yo no le otorgo un lugar al hermano en relación con J., a pesar

de que lo veo con frecuencia en la sala de espera y de que J. me hace partícipe de sus avatares cotidianos con

él. En una ocasión los padres me consultan con preocupación qué hacer con los celos que el hermano siente

hacia J., y es entonces cuando yo lo incluyo.

Según la madre, J. nació con un problema de reflujo que le hacía vomitar y ahogarse, motivo por el cuál

tuvo que dejar de amamantarlo después de un mes. La última mañana que le dio el pecho sintió mucha pena

y lloró.

Durante los tres primeros meses de la vida de J. la madre lloraba sin parar. J. también. La madre estaba

en plena depresión, empezó a tomar medicación. J. se calmó y dejó de llorar. Pero la tristeza de la madre

seguía y cuando J. tenía 7 meses ella tuvo que aumentar la medicación. Estas son las palabras de la madre

referidas a aquel entonces: “yo me metía en la cama y sólo me levantaba para darles la comida y cambiarlo.

Los acostaba para dormir yo. Tengo la sensación de haberme perdido el primer año de vida de J.”. Cuando J.

tenía un año, la madre inició una psicoterapia psicoanalítica y seguramente su intento por recuperar a J..

Otras cosas ocurrieron en la vida de J.: con 7 meses padeció una bronquiolitis, estuvo una semana en el

hospital, salió y a los 2 días lo volvieron a ingresar. El ingreso coincidió con un cambio de casa y de ciudad. A

los 2 años empezó a tener eczemas en la piel. Y con 6 años recién cumplidos es intervenido de vegetaciones.

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Este es el mundo externo de J. contado por los padres. Pero aquello que estaba ocurriendo dentro de él

comenzó a decírmelo de una manera nueva y sorprendente para mí.

Y con WINNICOTT me reitero: “el desarrollo del juego se da en una zona que no pertenece ni al mundo

interno de la persona ni al mundo externo. Se trata de una zona potencial de desarrollo que está en la base

de la capacidad para crear. Este es el punto de encuentro entre el terapeuta y el paciente”.

EL ESPACIO TRANSICIONAL

J. desde un principio sólo quiere jugar a dibujar. En cada encuentro, callado, se sienta y empieza a dibujar.

Cuando acaba, me tiende su dibujo tímidamente y espera a que yo le pregunte sobre él. Y así, dibujo tras

dibujo van transcurriendo las sesiones. Su dibujo, igual podría decir su juego, es lento, minucioso, como si

tuviera que pensar lo que va a dibujar. Mientras dibuja, se aísla, siento que no me tiene en cuenta, a veces

siento que me rechaza. Cuando me ofrece lo que ha hecho, entonces me tranquilizo. En ese intercambio de

miradas y palabras se va produciendo la confianza entre ambos y siento que hay esperanza.

EL MUNDO INTERNO DE J.

ANDRÉ GREEN nos dice “la madre muerta es entonces, contra lo que se podría creer, una madre que

sigue viva, pero que por así decir está psíquicamente muerta a los ojos del pequeño a quien ella cuida”. En

uno de sus primeros dibujos los huevos de los canguros están fuera, no nacen de la madre. Es una defensa de

J. para no admitir la falta de deseo de su madre hacia él.

En el siguiente, dos marcianos que están en otro planeta, fuera de la tierra. Uno de ellos no tiene

uñas, se las ha cortado él mismo. J. me cuenta que a su gato le han cortado las uñas para que no arañe las

cosas y no se suba al sofá. La madre ese día conmocionada me dice que se arrepiente de haberlo hecho.

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En “la experiencia de lo negativo”, GREEN, sostiene que la realidad psíquica de los pacientes

neuróticos presenta una mezcla entre los pensamientos de deseo y los miedos relacionados con la

transgresión de esos deseos prohibidos. Cuando dibuja a su familia, el gato no aparece, sin embargo J., con

una sonrisa tímida dice que es el más feliz porque su madre le echa leche. Además, a él le gustaría ser su gato

porque salta.

Uno de los deseos de J. es saltar y jugar, pero de momento no lo puede llevar a cabo. Más adelante

la madre cuenta como novedad, que la noche anterior, J. se puso a saltar de contento porque se le había caído

un diente. En otros de sus dibujos, dice que el monstruo malo lo es porque tiene las uñas largas, y a él le

gustaría ser el monstruo bueno.

LA FALTA, EL VACIO, LOS AGUJEROS

En otra parte, A. GREEN sostiene: “la serie blanca, alucinación negativa, psicosis blanca y duelo blanco,

atinentes todos estos fenómenos a lo que se podría llamar la clínica del vacío o la clínica de lo negativo, son

el resultado de una de las componentes de la represión primaria: una desinvestidura masiva y radical que deja

huellas en lo inconsciente en la forma de “agujeros psíquicos”.

Para FRANCES TUSTIN la artificialidad del autismo patológico surge para oponerse a la falta de conexión

con la madre en la situación “vinculante” de la primera infancia. “Para mí”, nos dice, “fue una sorpresa

descubrir que este fenómeno de “ruptura” experimentado como un agujero o una herida y la sensualidad

atípica asociada, era un rasgo invariable en el análisis de los niños neuróticos”.

En este sentido es importante el concepto de “PICTOGRAMA” en PIERA AULAGNIER: en los primeros

tiempos de la psique el bebé aún no opone zona y objeto. Por ello, el pictograma liga indisolublemente

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zonaobjeto (boca-pecho) con su afecto concomitante. La imagen del objetozona complementaria es el

pictograma de fusión; si no recibe aporte sensorial continuo la psique afrontará dificultades para no alucinar

la información de la que carece, inscribiéndose en ella el pictograma de rechazo, experimentado como fuente

de todo sufrimiento e intentando destruir la representación de la zona (boca). El pictograma de fusión sirve a

los efectos de la subjetivización. El pictograma de rechazo desubjetiviza, desmantela zonas, impide su

erotización, su fundación. Para la vida psíquica es una zona muerta.

“Es muy extensa la gama de fenómenos clínicos que iluminan el agujereamiento”, nos dice R. RODULFO,

“cubre desde la neurosis a los extremos del autismo. Pero se mantienen invariantes dos aspectos básicos: en

los primeros tiempos de estructuración del narcisismo y hasta tanto haya una integración corporal

satisfactoria y cierto avance en el uso del lenguaje, el niño no debe ser sometido a perforaciones ni literal ni

metafóricamente”.

“La frustración temprana no es más que un ataque a la unificación corporal incipiente, a la amenaza con

agujerear”, sostiene WINNICOTT.

J., ha rellenado los agujeros, los huecos que él ha tenido en su vida, desde la fragilidad. Las montañas

están unidas con telarañas y lazos para poder tolerar la ausencia de la madre.

Para A. GREEN, la transformación de la vida psíquica que se produce en el momento del duelo

repentino de la madre que desinviste brutalmente a su hijo, lleva consigo además de una pérdida de amor

una pérdida de sentido, pues el bebé no dispone de explicación para dar cuenta de lo sucedido. En esa

búsqueda del sentid se estructura el desarrollo precoz de las capacidades fantasmáticas e intelectuales del

yo.

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En uno de los dibujos de J., junto a unos niños sanos que juegan, aparece un niño que utiliza su

cerebro para brillar. En el centro, una pizarra llena de cosas. Los niños que juegan y el niño luz han aprendido

cosas, pero cosas distintas.

Esta actividad intelectual sobreinvestida según GREEN, conlleva necesariamente una cuota

considerable de proyección, que consiste en llevar a la escena de afuera, la del objeto, aquella escena de

entonces, que debe ser rechazada y abolida de adentro. En lo sucesivo el niño consagrará sus esfuerzos a

adivinar o anticipar. En varias ocasiones cuando J. ya jugaba y yo con él, cuando la transferencia y la

contratransferencia comenzaban a ser intensas, J. me preguntaba “¿qué pasa, por qué me miras?” yo al

principio no sabía qué responderle ya que para mí eran miradas nada fuera de lo normal. Hasta que una vez

le dije “yo es que te miro y te veo, y te miro para verte, para saber que eres tú el que está aquí conmigo.” J.

sonrió y siguió por unos momentos su juego de forma acelerada.

Según A. GREEN todas las formas de angustia se acompañan de destructividad, también la castración.

Pero esta destructividad, tiene los colores del duelo: negro o blanco. Negro como en la depresión grave, blanco

como en los estados de vacío a los que hoy se presta justificada atención.

“La luna negra es mala, y el pino también porque tiene la luna negra”, dice J.. Luna negra y árbol caído

juntos. Otro aspecto de la desinvestidura es la identificación con el objeto primario después de haber

fracasado en su función de complementariedad. Identificación especular casi obligatoria, que le permite al

niño reunirse con la madre, renunciando a él y sintiéndose como ella. J., al principio no protestaba por nada,

“es un niño muy estructurado, dicen los padres, tengo hambre, como, tengo sueño, duermo, es como si no le

importaran las cosas.” El padre dice “está más apegado a lo físico, más a la tierra”.

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Arriba de la luna y el pino, un conejo informe, el conejo es bueno y sopla al malo para matarlo. J.

quisiera seguramente, que la depresión se fuera con un soplo, pero en estos momentos, dada la fragilidad de

su estructura psíquica, parece casi imposible.

Para ir desarrollándose, y constituyéndose como ser, J. ha necesitado unas condiciones donde poder

tejer la malla que posibilite sostener y dar contención a la historia con la que llegó. Historia mal armada,

detenida, ajena a él y a su mundo, un mundo necesitado de palabras, de juegos, de fantasías, de amor y de

odio. Pero sobre todo le era necesario un mundo en el que su madre habitara, para que J. pudiera ser y existir

con ella. Y para que así, el padre, retornara a su lugar. “Desde que J. ha descubierto a su madre, la cosa se

compensa más entre ella y yo”, dice el padre en una de las entrevistas a los 6 meses de tratamiento. Además

de una función materna el encuadre también puede cumplir una función paterna. Para GREEN, el encuadre

representa ese elemento tercero que irrumpe en la relación dual.

EL ENCUADRE Y EL SOSTÉN

El encuadre no implica solamente todas las condiciones del contrato, el lugar y demás invariantes, sino

una disposición especial de la mente del analista. El encuadre se vuelve significativo en quienes padecen de

traumas tempranos, por eso la modificación del encuadre se impone.

Lo original del encuadre WINNICOTIANO reside en el concepto de adaptación activa. Estable pero no

inmutable, firme pero elástico, no inerte sino vivo, éste debe ir modificándose de manera que pueda satisfacer

las necesidades del yo de cada paciente según el tipo de regresión a la dependencia en cada etapa. En razón

de esto, cuánto más endeble sea la estructura del paciente, más consistente deberá ser la contención para

crear una potencialidad simbolizante.

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En la segunda sesión, al acabar J. su primer dibujo, dice “un muñeco que tiene una mano y una “U”

adornada. La “U” está dentro de la caja. “¿Y dónde está la caja?”, “la hoja de papel es la caja”, me responde.

La hoja de papel es aquello que yo le ofrezco a J. y que él recibe como continente para ir depositando todo su

mundo interno.

Al decir de WINNICOTT, para que el paciente desarrolle su transferencia en la forma que fuere y que el

analista pueda aceptarla e interpretarla, sin confundirse con ella ni rechazarla, es indispensable el sostén. Éste

posibilita la creación de un marco de confianza donde la comprensión e intervenciones del analista darán

lugar al despliegue y resolución de las motivaciones inconscientes del paciente, desarrollándose así su Self.

En su segundo dibujo, la goma, el lápiz, la caja de colores, la silla y la mesa. Elementos invariantes que J.

necesitó como constantes, y que todos ellos simbolizan el Encuadre.

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A partir de este momento encuadre, sostén, paciente y analista caminan juntos. Según WINNICOTT,

en el trabajo analítico se produce un ensamble y un encaje entre el encuadre formal, la mente del analista y

su cuerpo. Debido a esto, todo desborde del paciente impactará en esas tres instancias.

El paciente y su encuadre se pertenecen recíprocamente. El analista y su encuadre también. En el

análisis se trata quizá de crear y sostener un ambiente, capaz de acoger tanto los encuentros como los

desencuentros, haciendo de ellos experiencias pensables para uno y para otro, construyendo un espacio

psíquico habitable y apto para la supervivencia de ambos: paciente y analista.

Fue en este lugar creado, donde J. pudo empezar a mostrarme su mundo y yo a verlo. Aquella ceguera

del principio, se fue disipando con el tiempo. Cuando ya los dos podíamos ver y pensar, en una sesión jugando

al fútbol, él se ve en peligro y se mete en un rincón con el balón diciéndome, que yo no puedo entrar ahí

porque ese es su guardia civil. Le digo que a él su guardia civil le protege. Entonces me pregunta, “¿has visto

E.T.? E.T. se queda solo, se quiere ir con su mamá”. Le digo: “a lo mejor tú a veces también te has sentido solo

sin tu mamá.” “¿Y sin mi hermano?”, me pregunta, “a lo mejor también “, “¿Y sin mi gato?”, “también puede

ser”. “A lo mejor tú a veces has sentido que tu mamá no estaba contigo”, le digo. “Sí, cuando se subió a la

terraza a tender la ropa con mi hermano, y entonces no teníamos a mi gato aún.” Me respondió.

E. T. es un niño muy solo que le angustia el sentirse sin raíces. J. estuvo solo en los primeros días de

su vida. En aquella entrevista conjunta, quiso hablarme de su soledad. Cuando le dí el papel y el lápiz aquella

primera vez, él me dijo por qué había venido a verme. Ahí estaba su soledad, soledad, que todavía perduraba

en él.

“Después de Ser,

hacer y que se le haga a uno. Pero primero Ser…”

D. W. WINNICOTT

“Realidad y Juego”

WINNICOTT plantea la cura como un objetivo jerarquizado donde el paciente, a través del proceso

analítico pueda encontrarse con su verdad. Es desde este lugar de verdad que su propio ser puede reconocerse

y le permite reconocer al otro, con todos los matices que hacen a la intersubjetividad. Todo este proceso le

devela al paciente el sentido de su Ser, ”única base para el autodescubrimiento y para el sentimiento de

existir”.

J. utilizó sus dibujos en un principio como encuadre y sostén para ir haciéndose a si mismo. Más

adelante hubo un momento en el que dijo “quiero jugar”, y desde entonces no ha dejado de hacerlo. Ya no

quiere dibujar. Por la madre sé que J. dibuja con frecuencia en su casa, el otro día él me trajo unos cuantos

dibujos para enseñármelos, los extendió en el diván y me fue explicando lo que había en ellos, mientras, se

reía, se movía y saltaba. Jugaba con ellos. Era rotundo en sus afirmaciones sobre los personajes de sus dibujos.

Éstos, los de ahora, nos hablan de otra etapa de su psiquismo, y de un Self construyéndose, nada que ver con

su estado de entonces.

El caso de J. nos muestra la profundidad, o mejor dicho la prematuridad que esconden algunos niños

que se presentan ante nosotros con síntomas neuróticos. Si obviamos lo superficial, mantenemos la espera y

acompañamos al paciente en su despliegue, podremos ayudarle a que alcance un estado de salud, en el que

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pueda experimentar una serie de vivencias como la de sentirse vivo y real, sentir continuidad en la propia

existencia y vivir en su propio cuerpo.

* Juana Palao Puche

Psicóloga. Psicoanalista.

E-mail: [email protected]

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