la historia del pensamiento político, la ciencia política...

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LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA Siempre ha sido utilizado de algún modo el pensamiento pre- térito ; siempre, en el saber de las cosas humanas, se ha tenido que echar mano de lo que se ha pensado en tiempos anteriores. Aristóteles se sirve de lo que había pensado Anaxágoras; Santo Tomás, de lo pensado por San Agustín; Bodino, de Duns Scoto; etcétera. Algunos han echado ellos mismos la cuenta de su deu- da con el pasado, bien para reducirla al mínimo, como Descartes al referirse a R. Bacon y a Lulio; bien para darle un papel decisi- vo, como Kant respecto a Hume. A medida que avanzamos en el tiempo, se enriquece y complica más ese legado. Señalar y preci- sar las deudas de Montesquieu es difícil; llevar a cabo esa labor con Troelsch, Spengler o Toynbee, mucho más. Pero esta utilización del pasado no está configurada propiamente, en todos estos casos, como Historia del pensamiento- Nos servimos de aquél como de algo que hallamos en nuestra existencia actual, y tal y como lo vemos en la actualidad, sin hacernos cuestión del sen- tido que tuvo en su momento originario, sin necesidad, incluso, de aclararnos su exacta formulación inicial, mediante la oportuna crítica del documento. Tan es así que muchas veces lo que toma- mos en cuenta o lo que consideramos en él tiene poco que ver con lo que rigurosamente significó aquel pensamiento precedente en el momento en que fue ideado. Acontece así eminentemente en la época del barroco, y uno de los casos más manifiestos es el de la utilización, por los escritores de dicha época, de la moral de Plutarco. No se trata sólo de no apreciar posibles corrupciones del texto, sino de no detenerse en fijar el sentido histórico de las ideas y hasta la propia significación de las palabras. Sin embargo, si necesitamos, en nuestra existencia concreta de hoy, investigar, del modo más riguroso y objetivo posible, el

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LA HISTORIA DEL PENSAMIENTOPOLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA

Y LA HISTORIA

Siempre ha sido utilizado de algún modo el pensamiento pre-térito ; siempre, en el saber de las cosas humanas, se ha tenidoque echar mano de lo que se ha pensado en tiempos anteriores.Aristóteles se sirve de lo que había pensado Anaxágoras; SantoTomás, de lo pensado por San Agustín; Bodino, de Duns Scoto;etcétera. Algunos han echado ellos mismos la cuenta de su deu-da con el pasado, bien para reducirla al mínimo, como Descartesal referirse a R. Bacon y a Lulio; bien para darle un papel decisi-vo, como Kant respecto a Hume. A medida que avanzamos en eltiempo, se enriquece y complica más ese legado. Señalar y preci-sar las deudas de Montesquieu es difícil; llevar a cabo esa laborcon Troelsch, Spengler o Toynbee, mucho más.

Pero esta utilización del pasado no está configurada propiamente,en todos estos casos, como Historia del pensamiento- Nos servimosde aquél como de algo que hallamos en nuestra existencia actual, ytal y como lo vemos en la actualidad, sin hacernos cuestión del sen-tido que tuvo en su momento originario, sin necesidad, incluso,de aclararnos su exacta formulación inicial, mediante la oportunacrítica del documento. Tan es así que muchas veces lo que toma-mos en cuenta o lo que consideramos en él tiene poco que vercon lo que rigurosamente significó aquel pensamiento precedenteen el momento en que fue ideado. Acontece así eminentementeen la época del barroco, y uno de los casos más manifiestos es elde la utilización, por los escritores de dicha época, de la moral dePlutarco. No se trata sólo de no apreciar posibles corrupciones deltexto, sino de no detenerse en fijar el sentido histórico de lasideas y hasta la propia significación de las palabras.

Sin embargo, si necesitamos, en nuestra existencia concreta dehoy, investigar, del modo más riguroso y objetivo posible, el

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JOSÉ ANTONIO MARAVALL

acontecer humano que ha quedado detrás de nosotros —y la jus-tificación de la Historia es tema que ahora hemos de suponer re-suelto afirmativamente (i)— no menos cierto es que el pensa-miento díel pasado va decantando una serie de interpretaciones dela realidad, cuya investigación no podemos dejar de lado. A núes-tra espalda han acontecido no solamente la Revolución inglesao las Cortes de Cádiz, sino también unos modos de comprender'las e interpretarlas que, desde nuestro presente, se nos aparecencomo hilos indisolublemente tejidos con la realidad histórica deambos hechos.

DE LA NECESIDAD DE LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO

Del hecho físico sabemos que nos es accesible siempre a tra-vés de una observación que lo' altera; del hecho histórico tene-mos que reconocer que nos es accesible siempre a través de unainterpretación. Para la Historia cuenta Tiberio y no menos Táci-to, a través de cuyas páginas conocemos a aquél. Ha habido unaestupenda pretensión metodológica de aislar ese contorno inter-pretativo, pensado, en que se nos dan los hechos históricos. Se tra-ta del famoso método epigráfico que autorizó el magistral trabajode historiador de Mommsen (2). Iniciado por Niebuhr, fue pro-clamado también como programa propio y para el porvenir porRanke: «Creo que pronto llegará el día en que la Historia mo-derna se escriba, tomando como base, no los informes de los his-toriadores, ni siquiera de los contemporáneos de los hechos y mu-cho menos de los compuestos de segunda o tercera mano, sino abase de las relaciones de los testigos oculares y de los documentosmás auténticos y directos.» (3).

Este método consistió y consiste aún en acudir a las inscrip-ciones y testimonios de variadas clases que se han conservado enlápidas, monedas, diplomas, libros de cuentas, cartas, memorias,relaciones de testigos, etc., despreciando el testimonio de histo-riadores precedentes, Fueter juzgaba que la ciencia se esfuerza.

(1) Ver, del autor, La Historia y el presente, Madrid, 1955.(2) Ver FUETER, Historia de la Historiografía, vol. II, págs. 228 y sigs.(i) El texto pertenece al 'prólogo de su obra sobre la Reforma: en

Pueblos y Estados en la Historia moderna, pág. 136.

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LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

con la mayor severidad, por sacar las consecuencias de la críticaepigráfica, acentuando el desplazamiento de las llamadas fuentesliterarias {4). Son indudables los méritos que este método alcanzó,pero no precisamente por lo que se tomaba como su fundamento,sino a pesar de esto. Los historiadores a lo Mommsen (o mejor,según el método preconizado por él, no según el modelo de suobra realizada), —historiadores que teóricamente representan, encierta forma, lo contrario de una Historia del pensamiento— con-sideraban que las piedras y los metales tenían el particular donde darnos los nudos hechos, sin interpretación perturbadora, sinpensamientos subjetivos, cualidad que, no se sabe por qué, seperdía al pasar una inscripción a ser utilizada por el historiador.Por tanto, atenerse al documento, cuanto más mineral mejor, erael único modo de asegurar una objetividad científica a la Historia.

Hoy sabemos que la objetividad científica no está exenta deinterpretación, pero, además, que en las pretendidas fuentes ob'jetivas, mudas, de la Epigrafía, hay no menos interpretación, nomenos pensamiento subjetivo que en las fuentes literarias. Cuan-do el 13 de enero del año 27 Octavio restablece la constituciónde la República romana, los documentos coetáneos, y con ellosVeleio Patérculo. saludan el gesto como una vuelta a la tradiciónrepublicana. Hay que acudir a Tácito, a Dión, para encontrar lainterpretación de que una monarquía nueva se levantaba detrásde esa fachada. Tal vez por renunciar a tener en cuenta a los his-toriadores, Mommsen atribuyó al principado un mero carácter demagistratura {5). La fecunda utilidad que el famoso fragmentodel testamento de Octavio ha tenido, en un momento dado, paradarnos a conocer su «principado» no es por contener éste menosinterpretación que la obra de Dión Casio (6). Lo que sucede esque ese documento enriquece el conocimiento de los datos ar-ticulados en la conexión histórica que llamamos «principado» au-gusteo. Tomando otro ejemplo, no es menos interpretativa la mo-neda de Nájera que llama a Sancho III Garcés «imperator», quelas palabras de la Crónica Silense en las que se da ese título aAlfonso VI de Castilla y León. Lo que, en cambio, debemos ad-vertir es que esa inscripción numismática nos es, por sí misma.

(4) Ob. cit., vol. cit., pág. 284.(5) Compendio de Derecho público romano, págs. 320 y sigs.(6) MADELAIN, Auctorilas principis, París, 1947.

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|OSÉ ANTONIO MARAVAU.

ininteligible, porque no nos dice, entre tantas significaciones dela palabra «emperador», cuál es la que podemos aplicar al rey na-varro. Mientras que, al encontrar en la Crónica Silense el títulomismo que emplea Eginardo, se nos revela la presencia de unalínea .le pensamiento carolingio, europeo, tradicionalmente con-servado en España.

Claro que con lo que va dicho no pretendemos en lo más mí-nimo desvalorizar el empleo de las fuentes directas, sino más bienal contrario. Tratamos de fortalecer el valor de esas fuentes y po-niendo, eso sí, tanto interés en las fuentes literarias como en lasotras. Y consideramos que el valor ele unas y otras se incrementamucho más que en la concepción de un método positivista, por-que nunca, entendemos nosotros, un hecho humano puede enun-ciarse de una manera desnuda, como podemos enunciar, por ejem-plo, una erupción del Vesubio. Decir que los Reyes Católicos de-molieron unos castillos o que Felipe V fundó la Biblioteca Nacio-na! no es enunciar unos hechos históricos, sino unos meros he-chos físicos que para que se conviertan en históricos es necesarioque añadamos lo que hemos silenciado de ellos, es a saber, el sen-tido con que esos hechos fueron llevados a caho. Los hechos hu-manos son siempre hechos envueltos en un pensamiento, son he-chos que van tejidos siempre con ideas, sentimientos, aspiracio-nes, voliciones, etc., desprendidos de los cuales aquéllos no esque resulten amputados, sino que como hechos humanos no existen. Hay, pues, que acudir a las fuentes coetáneas para dilucidarese tejido de pensamientos de que los hechos están formados.ese pensamiento de la época que nos ha de decir, junto a lo queel hecho materialmente es, lo que es históricamente, en cuantoque hecho pensado, querido, sentido por quien lo realizó, porquienes lo sufrieron, por quienes lo contemplaron. Y en este sen-tido, la crítica documental, sobre todo en relación a épocas pocoricas en declaraciones interpretativas expresas, ha extremado sudesprecio por las falsificaciones, ya que si éstas pueden coníun-dirnos sobre la figura de un hecho material, con frecuencia nosdan mucha luz sobre la manera de ver las cosas —lo que consti-tuye su propio ser histórico—. Recuérdese el interés que Menén-dez Pidal ha señalado —dándonos siempre ejemplo de saber hisfonográfico— en ciertos documentos falsificados referidos a San-cho III de Navarra, para la historia de las relaciones políticas en-

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LA HISTORIA DliL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

tre los reinos peninsulares (7). Por otra parte, todo el notable enrique-cimiento que han traído a nuestra Historiografía los filólogos sedebe a la amplia utilización de fuentes literarias, es decir, de fuen-tes del pensamiento en sentido amplio.

Lo afirmado hasta aquí se refiere, sobre todo, a las fuentes coe-táneas ; pero no deja de tener interés a ese respecto la utilizaciónde fuentes posteriores o próximas o, incluso, más lejanas de loshechos. En primer lugar, porque al hablarnos de un hecho pasa-do y al darnos de él una interpretación en uno u otro sentido, nosda testimonio de las opiniones de la época a la que la fuente, cla-ro está, y no el hecho considerado, pertenece, y en consecuenciaello nos ayuda a comprender el sentido de hechos que, realizadosen ese tiempo, pueden tener una cierta analogía con el hechopretérito que se nos narra. En este aspecto, es, por ejemplo, inte-resante confrontar las interpretaciones sobre las Comunidades enPedro Mexía, Maldonado y Ferrer del Río. Una fuente posteriornos sirve, por de pronto, para conocer al que piensa y no a lopensado. Quiero decir con ello que para conocer una época nobasta con atender a testimonios sobre hechos de la misma, sinoque puede tener un interés primordial a ese fin, investigar su ma-nera de ver ciertos hechos pasados. Por ejemplo, es sumamentevalioso ver cómo interpreta a los grandes autores de la Escolástica renacentista o ciertas disposiciones de nuestros fueros medie-vales un Martínez Mariana para comprender cómo se presenta,entre nosotos, en su primera fase, el constitucionalismo liberal.Tenemos en nuestra historiografía medieval un ejemplo elocuen-te : cuenta el arzobispo don Rodrigo el terco empeño de Alfon-so VI en condenar el misal mozárabe, a pesar de haber salido in-demne verdaderamente, de la prueba del fuego, y de esta impo-sición de la voluntad real sobre todas las pruebas en contra, elToledano comenta «quo volunt reges vadunt leges». Es dudo-so que este refrán nos dé la idea del poder político en la segundamital del siglo XI; pero lo que sin duda nos permite es apreciarhasta qué punto se había propagado la concepción voluntarista yabsolutista del poder, por obra del romanismo. a mediados de! si-glo XIII.

Es más, a veces fuentes más inmeditas no nos dan la clara vi-sión del sentido de un hecho como otras más alejadas, en virtud

(7) El Imperio hispánico y los cinco remos, MaHrid, 1950, pág. 68.

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de las innegables relaciones de congruencia que entre épocas, se-paradas por otras intermedias, se producen (8). No cabe duda deque nuestros escritores del xvm, pongo por caso un Forner, com-prenden mucho mejor a un Luis Vives que no los que a finesdel XVI y comienzos del XVII están más próximos a él. ¿Sucedeesto tan sólo en el campo de una Historia doctrinal ? Evidente-mente, no. Yo me arriesgaría a decir que entiende mucho mejora Alfonso X Mariana que no su inmediato cronista Sánchez deValíadolid.

PENSAMIENTO E INTERPRETACIÓN

La única manera de salvar la objetivividad y el rigor científicode la Historia no está en tratar de eliminar las elaboraciones delpensamiento, sino en darse clara cuenta de la presencia de ellas.Los hechos históricos se nos dan siempre sujetos a un curioso prin-cipio de complementariedad: todo hecho histórico es el hecho yel pensamiento del hecho, su interpretación. Y la única manerade superar el subjetivismo es: primero, reconocerlo como tal;segundo, ver cuál es el sentido de ese pensamiento en su época;tercero, investigar el mayor número de testimonios posibles, afin de enriquecer y contrastar el conocimiento que podamos al-canzar de una conexión histórica.

La interpretación va pegada al hecho y. no podemos renun-ciar a aquélla sin perder de vista éste. Tal es la consecuencia aque hoy llega, en todos los terrenos, la teoría de la ciencia, in-cluso de aquella ciencia física que los historiadores a lo Momm-sen tenían por tan desprendida del subjetivismo del pensamien-to. «El siglo XIX creyó que la ciencia es una traducción de la rea-lidad y profesó que nuestras leyes son las leyes de la naturaleza,no admitiendo más que hipótesis de trabajo. La hipótesis servía,según los físicos de entonces, sólo para reunir en una imagen loshechos experimentales; era el andamio destinado a ayudar en laconstrucción del muro... En el presente, el error de esta concep-ción es manifiesto; la hipótesis no es un andamio que se retirauna vez terminado el edificio, es más bien el armazón de laconstrucción sin la cual se derrumbaría» (9).

(8) Ver nuestro estudio citado, pág. 30.(9) PAPP, Filosofía de las leyes naturales, pág. 126.

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LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

La orgullosa pretensión de Newton, hipotheses non jingo, queha sido creída ciegamente por todos los científicos del siglo pasa-do, es hoy considerada como plenamente inexacta (10). El cono-cer científico es siempre una interpretación, y sólo en los límitesde ésta es válido. Pero lo curioso es que sólo al advertirlo así, aladquirir conciencia neta de que se trabajaba interpretativa, hipo-téticamente, ha sido posible el magno desarrollo de la ciencia ac-tual. Plank, Schródinger, De Broglie, Eddington, han acentua-do este aspecto del conocer científico y han hecho de la física unaciencia de pensamiento, de interpretación. Es más, si hemos di-cho antes que en Historia, sin interpretación, perdemos el hecho,he aquí también algo de lo que pasa en física. Cualquiera puedecomprobar que si arrojamos la luz de un proyector sobre unalambre, éste da en la pared una sombra formada por una franjacentral uniforme, flanqueada a uno y otro lado por dos zonasde penumbra. Mientras se pensó que la luz se propagaba en línearecta nadie tuvo en cuenta el hecho, hasta que se convirtió enun hecho físico y tomó incluso un nombre —experimento deGrimaldi— al ser recogido en una interpretación, la mecánica deHeisenberg, en la que se piensa que la luz no se propaga en línearecta. Hasta tal punto esa ciencia considerada de lo puramenteobjetivo se da en un sistema de pensamiento, que se ha llegado^ sostener que si en otros astros habitables hubiera hombres se-mejantes a nosotros se habrían forjado una física, su propia físi-ca, muy distinta de la nuestra, tan distinta que no podemos niimaginarla, la cual «puede muy bien discrepar de la nuestra, afir-ma Thirring, por los fundamentos mismos sobre los que se le-vanta» (i i). De un modo que llenaría de confusión a Mommseny a tantos otros historiadores positivistas, hemos podido oír refe-rirse, como lo ha hecho De Broglie. a «las antiguas mecánicas deNewton y de Einstein», como a viejas doctrinas subjetivas, y estopocos años después de que las teorías del segundo se hubieranpublicado {12).

Conocer es. pues, interpretar —o comprender una interpreta-

do) LALANDE, Las teorías de la inducción y de la experimentación,páginas 135 y sigs., en donde se intenta una explicación más flexible deesa famosa frase.

(n) «La transformación del sistema conceptual de la física», en el vo-lumen Crisis y reconstrucción de las ciencias exactas, La Plata, 1936.

(12) La física nueva y los cuantos, pág. 172.

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[OSfi ANTONIO MARAVALL

ción—, no es nunca contemplar, como fotográficamente, una rea-lidad cualquiera. El hecho, al ser interpretado, va ya montado enun sistema de pensamiento. Y la ventaja de la Historia es que loque ella trata de conocer es ese sistema, esa conexión psíquica,y que, en alguna medida al menos, ese objeto se le da ya conuna interpretación explícita en su propio plano.

La frase de Ranke en que se apoyó el predominio del méto-do documentalista: ('tratamos simplemente de exponer cómo ocu-rrieron, en realidad, las cosas» (13), no es más que manifestación,en el plano de la ciencia histórica, de la misma concepción queregía en el campo de la ciencia natural, tal como fue formuladapor Comte, con palabras que valen bien las de Ranke: «todaproposición que no puede reducirse estrictamente al mero enun-ciado de un hecho particular o general, no puede ofrecer ningúnsentido real e inteligible» (14). Mas si en ciencia natural, de cuyocontagio derivó aquel programa historiográfico, no es posiblemantener la pretensión que hemos visto enunciada por Comte,no hay razón alguna para seguir aferrados a ella en el terreno dela Historia. Por otra parte, esa pretensión no está autorizada porla obra del propio Ranke, cuyo proceder historiográfico no seajustó nunca a aquel programa. Prueba de ello es que Ranke,como diremos luego, constituye una pieza en la concepción deuna historia de «ideas».

En la vivacísima y muy conocida Relación de la jornada deOmagua y Dorado se cuenta que los rebeldes de Lope de Agui-rre gritaban «libertad». Por el solo dato del testigo ocular quenarró los hechos, apenas podemos comprender algo tan importan-te para el auténtico conocimiento del caso como cuál era el con-cepto de esa libertad que reclamaban. Tenemos que buscarlo eninterpretaciones coetáneas, porque sospechamos, desde el primermomento, que «libertad», en boca de los rebeldes de Aguirre,no quiere decir lo mismo que en la pluma de Suárez, como tam-poco la idea de éste será la de Rousseau o la de Marx. Necesita-mos hacernos transparente el sedimento de interpretación, depensamiento, que se da en los hechos históricos para aclararnoséstos.

(i?) Vol . cit . , pág. 38 .

(74) Discurso sobre el espíritu positivo, trad. española, 1934, pág. 26.

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1A HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

EL DESARROLLO DE LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO

No es, por tanto, respondiendo a un capricho de eruditos o•debido a una mera consecuencia cuantitativa del innegable ere-cimiento en masa que hoy experimenta cualquier clase de estudios,como ha tenido lugar el desarrollo actual en el cultivo de la His'toria del pensamiento. La espléndida y abundante floración bi-bliográfica que en esa materia hoy contemplamos depende de unaposición teórica en las ciencias sociales y en la Historiografía.

Hoy, al acentuarse el aspecto interpretativo del saber físico,se han desarrollado también los estudios de carácter histórico enrelación con las ciencias naturales, y no sólo es de observar unincremento cuantitativo, sino un cambio estimativo. Con ello laafirmación que muchas veces se ha repetido de que la Historia•de las ciencias es externa a éstas, tendría que ser revisada.

La Historia de la ciencia, frente a la ingenua tesis de la Ilus-tración, no es un montón de errores que se han ido arrojandofuera del recinto único de la verdad, iluminado al presente, demanera que el conocimiento de aquéllos sólo pueda ser objetode una curiosidad superfina. También en ese orden de la His-toria surge una situación de la que el presente puede servirsecomo de un nuevo repertorio de posibilidades. Lo que, en rela-ción a la teoría de la luz, ha pasado con antiguas interpretacionesde Huygens y Newton, tan fecundas para el desarrollo de laciencia moderna, es bien ilustrativo {15).

Tanto más en la Historia de las cosas humanas. Porque, endefinitiva, como indicamos al empezar, del pensamiento del tiem-po pasado caben dos modos de utilización. Uno, directo, que entérminos rigurosos no es histórico, en virtud del cual alguien tomao resucita una idea pretérita para articularla en su pensamientoactual o se sirve de ella como fecunda sugerencia para idear su

(15) DE BROGLIE, Materia y luz, trad. de ZUBIRI, 1945, pág. 137:«La historia de la teoría de la luz es una de las ramas más apasionantesde la teoría de la Física. En ninguna parte como en la lucha varias vecessecular entre la concepción corpuscular y la concepción ondulatoria de laluz, se ha mostrado mejor cómo dos hipótesis contradictorias, sugeridas por"hechos experimentales, pueden contener ambas una parte de verdad ycómo el progreso de la ciencia se realiza frecuentemente por una síntesisde puntos de vista opuestos.»

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JOSÉ ANTONIO MARAVALL

interpretación propia de las cosas, todo ello fuera de la línea su-cesiva del tiempo, quiero decir con independencia de la fecha ydel lugar en que aquella idea pretérita tuvo nacimiento. Esta es,propiamente, la manera de servirse del legado del pretérito elpensamiento de las ciencias naturales, por lo menos hasta ciertopunto y relativamente, ya que no puede afirmarse así en térmi-nos absoluto, porque si aquella idea antigua cobra un nuevo va-lor y llega a jugar, aunque sea como sugerencia, un papel actual,no hay duda de que en parte se debe al proceso de desarollo queha llevado el pensamiento científico y a los condicionamientosde tiempo y de lugar que han operado sobre él. También en laesfera de la política y de todas las ciencias humanas es posibleuna utilización relativamente no histórica del pensamiento ante-rior. Cabe que un escritor tome de Polibio, de Maquiavelo o deConstant elementos que integra en su doctrina directamente, apar-te, en principio, de su emplazamiento y su sentido histórico. Enciertos fenómenos de pretensión de vuelta a un estadio culturalprimitivo que periódicamente se producen en Europa hay siem-pre mucho de lo que acabamos de decir; un ejemplo bien inme-diato a nosotros es el del arte actual, y más específicamente dela pintura, en casos como el de Juan Miró.

Pero hay otro modo de utilización del pensamiento antiguo,que podemos llamar indirecto o propiamente histórico: consisteen investigar el modo de pensar que se inserta, o mejor, que tejelos hechos pretéritos, como manera de comprender éstos y, porla comprensión de los mismos, en su conexión temporal, alcanzarel nivel de nuestro tiempo, que es siempre el fin último de laHistoria en cuanto tal. Y sólo en este caso tenemos, en rigor, His-toria del pensamiento, y sólo cuando se ve así la Historia del pen-samiento puede desarrollarse sistemáticamente como un conoci-miento histórico. En ella, eminentemente, necesitamos tomar enconsideración lo que de los hechos pensaron sus intérpretes coe-táneos o posteriores, no por un prurito de erudición, sino porquees parte esencial de los hechos mismos. Se dirá que el aconteci-miento histórico es que Colón descubrió un continente nuevoy no unas islas o tierras próximas al Catay, como él pudo pensar.Sin embargo, es esencial conocer este último aspecto, porque sóloasí se puede comprender una serie de otros hechos históricos. Esmás, en un momento dado, en el momento en que los Reyes Ca-tólicos le entrenaron las conocidas credenciales para el Gran Kan,

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LA HISTORIA DEL PENSA.VIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

el hecho histórico es que Colón pensó que estaba en juego el des-cubrimiento del Catay, aunque este hecho se corrigiera rápida-mente. Este aspecto de la cuestión, en tal caso, y en general encualquier otro, es esencial para el conocimiento histórico. Tanesencial que, sobre el fundamento de la posición histórica quevenimos tratando de desplegar, se ha dicho, aunque sea con evi-dente exageración, que toda Historia es Historia de! pensamiento.

Efectivamente, Collingwood sostiene esa tesis que acabamosde citar, basándose en una distinción terminológica que tratare-mos de explicar, y que le lleva a decir que la Historia no se ocu-pa de acontecimientos, sino de acciones. Acontecimiento es, paraeste autor, el nudo hecho, en su existencia física; acción es unhecho que lleva dentro de sí un pensamiento que le da sentido.Por esa razón el historiador tiene que tener presente que elacontecimiento que investiga fue una acción y que su tarea prin-cipal es adentrarse en el pensamiento que se dio en esa acción,discernir el pensamiento del agente de la acción. «Los aconteci-mientos de la Historia nunca son meros fenómenos, nunca me-ros espectáculos para la contemplación, sino cosas que el historia-dor mira, pero no los mira, sino que mira a través de ellos, paradiscernir el pensamiento que contienen». De este modo, se llegaa esta extremada afirmación: «toda historia es historia del pen-samiento» (16). En ello consiste y en ello termina la labor del his-toriador : el objeto por descubrir es el pensamiento que los he-chos encierran, de modo tal que «descubrir ese pensamiento es yacomprenderlo. Después que el historiador ha comprobado los hechosno hay proceso ulterior de inquisición de sus causas. Cuando sabelo que ha sucedido sabe ya por qué ha sucedido». Collingwoodofrece un contraste entre dos ejemplos, que aclara su posición:cuando un hombre de ciencia pregunta por qué cambia de colorun papel de tornasol, quiere saber en qué ocasiones ese cambiose produce; cuando un historiador se pregunta por qué matóBruto a César, lo que quiere decir es: ¿qué pensaba Bruto quele hizo decidirse a apuñalar a César? La historia consiste, paraCollingwood, en conocer procesos de pensamientos. ¿Y en quémanera es posible establecer y comprender estos procesos de pen-samiento? Repensándolos en la propia mente del historiador, re-actualizando los pensamientos, de modo tal que el conocimiento

(16) Idea de la Historia, Méiico, 1952. págs. 247-249.

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histórico es un autoconocimiento de la mente. En consecuencia,al pensar el pasado, el historiador lo critica. «Todo pensar es pen-sar crítico; por tanto, el pensamiento que revive pensamientospasados los critica al revivirlos». Y como, según Collingwood, sees lo que se hace, al repensar el pasado se es esto que se piensa,lo que lleva a la ecuación de que el conocimiento histórico es auto-conocerse. Mediante el pensar histórico, la mente cuyo auto-cono-cimiento es historia, no sólo descubre dentro de sí esas capacidadescuya posesión le revela el pensamiento histórico, sino que hacepasar esas capacidades de un estado latente a otro actual, les daexistencia efectiva.

No deja de ser extraño suponer que en Historia, el conoci-miento de César despliegue en mí un efectivo ser César. Colling-wood se hace cargo de esta dificultad : en tal caso, «ser Becket—al recrear yo su pensamiento— es saber que yo soy Becket, esdecir, saber que soy mi propio yo presente recreando el pensamien-to de Becket, yo mismo siendo en ese sentido Becket». Añadamosa esto que Collingwood, junto a la fuerte influencia de Dilthey,sigue siendo un desenfrenado idealista: el yo es su actividad, estaactividad es pensamiento y el pensamiento es autoconciencia. So-bre estas bases, sin necesidad de detenernos en más minuciosa crí-tica, se entiende que afirmaciones como «no puede haber historiade otra cosa que no sea el pensamiento», o «el conocimiento his-tórico tiene, pues, como su objeto propio, el pensamiento», nopueden prestarnos mucho servicio.

La idea de una Historia del pensamiento nace, aunque sea, cla-ro está, en fase embrionaria, del mismo proceso histórico deque nace el concepto sociedad, es, a saber: de la constitución dela conciencia burguesa. En ese sentido tenía razón Manheim, alsostener que la «Historia de ideas» era una creación liberal (17). Loha sido originariamente, aunque luego haya podido ser objeto deelaboraciones muy alejadas de su sentido originario. De la mismamanera que la sociedad se comienza a divisar como un campo de re-laciones entre los hombres, ajeno al Estado, la Historia del pensa-miento trata de esclarecer factores históricos espirituales diferen-tes de las relaciones de poder político, o que a lo sumo, en una re-lación dialéctica con ésta, son factores eficaces del acontecer histó-rico. De aquí que, en un momento dado, cuando esa nueva labor

(17) Ideología y Utopía, Méjico, trad. Medina, 1941.

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LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

historiográfica empieza a cuajar en trabajos importantes y acometela tarea de explicarse, desde el punto de vista de la teoría del co-nocimiento histórico, esa imprecisa amalgama que en la época sellama «Historia de la cultura», se produce una viva polémica en-tre los mantenedores de la llamada «Historia política», capitanea-dos por Scháfer, para quien lo que hay que investigar en Historiaes la formación, crecimiento y existencia del poder político, y losnuevos cultivadores de la Historia cultural, en cuya defensa hubode salir Gothein, para quien no había más remedio que ponerel Estado en relación con otros factores: el derecho, la economía.y, también, la religión, la ciencia, el arte, la literatura, miembrosde un organismo en el que se reunían y al que se dio e! nombrede cultura (18).

Probablemente, el primer vislumbre de este nuevo campo de laactividad historiográfica que se toma como ajeno, o por lo menosseparado, del campo de las relaciones políticas de poder, se ob-serva en Vico, para quien en la Historia hay que ver la Historiade las ideas humanas, y según ello se desenvuelven los primeroscapítulos de la Scienza Nova. Pero dejando aparte este anteceden-te, cuya repercusión en la doctrina europea no es fácil rastrear se-gún el adverso hado que ha pesado sobre todas las anticipacionesde Vico, es en los escritores de la Ilustración en los que empiezaa operar eficazmente un punto de vista de Historia del pensamien-to. El enorme saber histórico que acumula o que por io menostrata de acumular el siglo XVIII, se orienta ya hacia el campo delpensamiento, dentro del horizonte de ese ilustrado concepto de«civilización» formulado por Vo'.taire e introducido entre nosotrospor el P. Masdeu. La revelación, sin embargo, de la gran impor-tancia de ese campo para la ciencia de la Historia se alcanza enlos grandes escritores que verifican el paso de la Ilustración al Ro-manticisco: Herder y Humbolt. Lo que ambos significan en lalínea que nos interesa ha sido claramente puesto de relieve porCassirer (i9). Desde ellos puede darse por averiguado que el his-toriador no puede comprender el acontecer sin tener en cuentalas ideas. Claro es que esas ideas no son, como pretenderá el idea-hsmo, el acontecer mismo, y éste no es un despliegue de aquéllas.Las ideas no se superponen a los hechos, sino que se tejen con és-

(18) GOCCH, Historia e historiadores en el siglo XIX, págs. 582 y sigs.(19) Ver El problema del conocimiento, vol. II, págs. 341 y sigs.

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tos. Y de aquí que en el mismísimo Ranke aparezca esta condu-sión, aunque en él vaya, no obstante, esta «teoría histórica de lasideas» acompañada de un innegable tinte de idealismo, cuandotrata de definir las que designó como «ideas histéricas» : «nos-otros no podemos entender por ideas directrices otra cosa que lastendencias dominantes en cada siglo», y en relación con ellas, «lamisión del historiador consiste en ir desentrañando las grandestendencias de los siglos y en desarrollar la gran Historia de la Hu-manidad, que no es sino el complejo de estas diversas tenden-cia:> (2.0). La significación que modernamente se atribuye a Ran-ke en la historia de la historiografía ha cambiado profúndame^te (21). Lejos de no ver en él más que el autor de aquella frase«tratamos, simplemente, de exponer cómo ocurrieron, en realidad.las cosas», y con ello, al primer realizador minucioso y crítico delmétodo positivista, hoy se destaca en él ese otro lado de formula-dor de las ideas históricas, tal vez incluso con mayor aproximacióna Hegel de lo que se había supuesto: en la historia de pueblos,potencias, individuos, trata de comprender «el pensamiento quelos mueve» (22).

En el colosal enriquecimiento de la historia que trajo consigola labor de los grandes escritores del pasado siglo, el pensamien'to —tal vez, de momento, mejor las ideas ocupa un lugar cadavez mayor. Hacer historia es, en una gran parte, hacer historia delpensamiento, y a ésta se referirán las nuevas disciplinas de la his-toria espiritual que alcanzan un gran auge — Historia del Arte, delDerecho, de la Literatura, de la Religión—, y ese impreciso conjun-to que será la Historia de la Cultura, cuyas deficiencias metodoló-gicas no le impedirán alcanzar la cima admirable de las obras deBurckhardt.

La atención, cada vez más intensa, a estos factores espiritualesdesarrolla la Historia del pensamiento. Y esta corriente de la acti'vidad historiografía se aprecia en todas las direcciones, desde lospositivistas a los histoncistas.

Lo que en Coime, en Buckle, en Taine, podemos encontrar a

(20) Vol. cit., pág. 58.(21) Señaló agudamente este aspecto de Ranke, ORTEGA, en Hegel y

la Histnriología, Obras, IV, pág. 526.(22) Vol. cit., págs. 38.39.

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¡.A HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

ese respecto ha sido puesto en claro agudamente por Cassirer (23).En definitiva, los tres estadios, a cuya ley de sucesión somete Com-te la marcha de la historia, son tres fases de la historia del pensa-miento. Y lo que, según Taine, nos da esa determinación inexora-ble del «milieu» son modos de pensar, hasta tal punto que la Re-volución francesa no es más, para él, que una manifestación del«espnt classique».

Y como en Historia no se da una relación lineal de causa aefecto, sino una compleja conexión de elementos en el conjuntode una situación, resulta que al llegar a un momento determinadode un factor dado surgen consecuencias que no cabía prever, que,incluso, son contradictorias según una lógica causal. Y de esta ma-nera se llega a que hasta en la escuela del formalismo jurídico im-perante en los estudios políticos a fines del siglo pasado y comien-zos del actual, formalismo de raíz neokantiana y, por tanto, muy le-jano de todo historicismo, se produce un desarrollo de la Historiadel pensamiento tan intenso como lo muestra el tratado de Teoríadel Estado de Jellinek, en el cual se acumula un saber de Historiade doctrinas, de ideas, como en ninguna otra obra anterior de suclase, y hasta el mismo Jellinek se ve empujado a estudios históri-cos como el que dedicó a los orígenes de las ((Declaraciones de de-rechos».

Dll.THF.Y Y LAS DOS VERTIENTES DE LA HISTORIA

DEL PENSAMIENTO

De todas formas, el paso más impotantc en la constitución yauge de la Historia del pensamiento se ciió, claro está, en otra di-rección. Ese paso hay que ponerlo en la cuenta de Dilthey. Por depronto, al poner Dilthey en tan estrecha relación la ciencia de lahistoria con la teoría de las concepciones del mundo, orientó lamirada de aquélla hacia la esfera del pensamiento. Pero aparte delas frecuentes referencias pasajeras a estos temas, aparte de quecomo historiador fue eminentemente un historiador del pensamien-to —en sus estudios sobre los siglos XVI y XVII, sobre la Ilustra-ción, sobre el Hegel juvenil, sobre Leibnitz, Goethe, Schleierma-cher, etc., etc. -, el propio Dielthey se ocupó en dilucidar el puesto

(23) Ob. cit., vol. c¡t., págs. 349 y, sigs.

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y sentido, en el sistema de las ciencias del espíritu, de la «Historiade las ciencias del hombre, de la sociedad y del Estado>¡, o como-también las llama, aceptando en este caso la terminología francesa,ciencias morales y políticas (24). Según Dilthey, esta Historia delpensamiento político y social se halla en estado incipiente y en no-table atraso, que se debe, de un lado, a la imperfección mismade las ciencias morales y políticas si se las compara con las cienciasde la naturaleza, y de otro, a la mayor complicación de su objeto.Y al hacer esta afirmación escribe Dilthey unas líneas de profundoalcance, si las comparamos con ciertos ensayos, verdaderamenteahistóricos, de tratar el pasado doctrinal. Según Dilthey, la compli-cación de ese objeto está en que las teorías a historiar se hallan con-dicionadas por «la naturaleza y situaciones de los pueblos, los idea-les de la época, las conmociones de la sociedad y de los Estados, elpoder acuciador de los intereses que se expresa en la opinión pú-blica. De la voluntad nacen impulsos para nuevas teorías que, a suvez, repercuten sobre la voluntad».

El valor de esta particular Historia de las ideas es doble, segúnDilthey. De un lado, «representa una parte importante de la His-toria política» ; de otro, es un recurso poderoso para la solución delos problemas reales que ocupan a las ciencias morales y políticas.Por eso, afirma Dilthey, y, a pesar de lo que observábamos al empezar este capítulo, hay que reconocer que con innegable razón: «suestudio cobra una significación para e! desarrollo de las cienciasmorales y políticas que no corresponde, ni con mucho, a la historiade las ciencias de la naturaleza, respecto a las mismas».

Dilthey sostiene que, sin los restos conservados de las teoríasético-políticas de la época de la democracia radical en Grecia y delas grandes guerras griegas, no sería posible entender adecuada-mente el cuadro de los cambios políticos sobrevenidos. De la mis-ma manera, sin los libros de Filmer, Hobbes, Locke y Milton. elpueblo inglés, en sus luchas por la libertad, se nos aparecía comoun gigante sin ojos (25). Por tanto, la Historia del pensamientoes un factor esencial para la comprensión del sentido de las cone-xiones históricas. Por otra parte, las ciencias morales y políticas decarácter sistemático tienen que basarse en las relaciones causales

(24) L.i versión castellnna de este estudio ha sido publicada en el vo-lumen Psicología y Teoría del conocimiento, págs. 433 y sigs.

(?5> Ob. cit., pág. 434.

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que esclarece su Historia. Y Dilthey llega a sostener que, desdeun punto de vista sistemático, «la investigación de la marcha delas ciencias morales y políticas se ofrece como investigación histó-rica con propósito filosófico», y el filósofo moral y político «tieneque ser, al mismo tiempo, historiador» (26).

En consecuencia, la Historia del pensamiento político acompa-ña, de una parte, a la Historia general, que ha de dar cuenta delacontecer humano en el pasado, y a la Ciencia política, que a tra-vés de ese acontecer va recibiendo la revelación de su objeto propio,y a una y a otra no las acompaña como un complemento erudito ycurioso, ni como un lejano contrapunto, tampoco como una acumu-lación de material observable, sino como un elemento constitutivode las mismas en cuanto ciencias. Su desarrollo como ocupacióncientífica no deriva de un puro desarrollo del saber histórico o po-lítico, en sentido cuantitativo, sino cualitativo. La Historia del pen-samiento político es condición para que se constituya lógicamenteel sistema de las Ciencias del hombre y de la sociedad, y, no menos,para que la Historia política se convierta en un conocimiento siste-mático.

De manera tal, esa Historia es un elemento para la Historia po-lítica, para la Ciencia sistemática de la Política y, finalmente, parala acción política. Para esta última, en primer lugar, por la ayudaque la ciencia aporta siempre a la vida; pero, además, por el sabervital, inmediato, vertido siempre en acción práctica, que en la His-toria se halla depositado, y a cuya comunicación se liga el aspectoformativo de la Historia. Sólo por esa permeabilidad de la acciónpráctica ante la influencia del saber, y no sólo del constituido comociencia, sino también del saber primario, vital, resulta justificadala Historia del pensamiento para contribuir a explicarnos aquella ac-ción, sino que a su vez se hace posible esa rama de la Historia por-que el saber, de cualquier clase que sea, de la política, aparece comouna corriente animadora de la existencia conjunta de los hombres,impregnando con su riego el campo de la realidad histórica, con-virtiéndose ella misma en esa realidad.

(26) Ob. cit., pág. 438.

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HISTORIA DEL PENSAMIENTO Y CIENCIA POLÍTICA

Si las llamadas Ciencias del espíritu son, y por eso nosotrospreferimos llamarlas de este otro modo, ciencias de la realidad his-tórica, se comprende inmediatamente que para ellas la Historiatiene un papel fundamental. En la Historia se revela su objeto yen ella tienen que captarlo. Ahora bien, el que sean ciencias de larealidad histórica no quiere decir que sean Historia, claro está.Cabe una ciencia sistemática de una realidad histórica, que nosea Ciencia histórica- Cabe, viceversa, una Ciencia histórica de algoque no es realidad histórica, sino, a lo sumo, historificable. Tal es,por ejemplo, la Historia de los dogmas. Es de observar que en es-tas Historias de realidades, que no cambian en sí, o, por lo menos,que no cambian de la misma manera que la realidad humana, sepueden utilizar fecundamente esquemas interpretativos que para laHistoria propiamente tal, en cualquiera de sus ramas, no sirven,esquemas interpretativos más próximos a los de la Ciencia Natural.Tal ha sido el caso, recientemente, de la aplicación del esquema evo-lutivo para explicar el dogma de la Asunción. Respecto a él se hadicho: «lo que era imperceptible en el germen se manifiesta en elcrecimiento; pero ya estaba en aquél» (27). Según el modelo deconceptos generales que, como leyes, hacen intelegibles los hechosparticulares, ha ido a explicar Gilson la relación entre Teología eHistoria de la espiritualidad : ésta recoge los hechos singulares delas vivencias religiosas y busca en aquélla sus razones explicati-vas (28).

En el caso que nosotros consideramos la relación es mucho máshonda y fundante, y se manifiesta en una dirección doble, o. me-jor, reversible: de la Historia del pensamiento a la Ciencia siste-mática, y de ésta a la primera. Dilthey advertía que si un más ri-guroso conocimiento de teoría estética enriqueció los estudios deWolf sobre Hornero y la épica griega, o si las investigaciones deHistoria política de Niebuhr fueron profundizadas por una mayorposesión del saber acerca del Derecho y de la política, ello se de-bía a esa relación de interdependencia. «Se llegó —sostiene Del-

(27) P. P. LABOURDETTE y NICOLÁS, «La definition du dogme de

l'Assumption», en Revue thomiste, 1950, 2, pág. 255.(28) Théologie et Histoire de la spiritualité, págs. 19 a 22.

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they— a esta conciencia cuando la formación conceptual de lasciencias sistemáticas se fundó conscientemente en el estudio de lavida histórica, y cuando el saber acerca de lo singular se impregna-ba, conscientemente también, de las ciencias sistemáticas de la eco-nomía política, del Derecho, del Estado, de !a religión. Se hallanseparadas por la meta que persiguen y por los métodos diferentesque de ese hecho se derivan, pero al mismo tiempo cooperan ensu constante referencia recíproca en la edificación del saber delmundo espiritual» (29).

A esa interdependencia está ligado el desarrollo histórico deesas ciencias y su paralelo incremento, no sólo desde el momentoen que el investigador ha adquirido conciencia de esta interacción,sino desde el origen. «La historiografía, vio ya Dilthey, se hallacondicionada en cada punto por e! saber acerca de las conexionessistemáticas entreveradas en el decurso histórico, y su conocimientoprofundo condiciona la marcha de la comprensión histórica. Tucí-dides se apoya en el saber político surgido en la práctica de los li-bres Estados griegos y en las doctrinas de derecho político que sedesarrollaron en la época de los sofistas. Poübio abarca toda la sabi-duría política de la aristocracia romana, que por esta época se ha-llaba en la cima de su desarrollo sccul y espiritual, junto con elestudio de las obras políticas de los griegos, desde Platón hasta elestoicismo. La historiografía de Maquiavelo y de Guicciardini hiéposible gracias a la combinación de la prudencia política florentinay veneciana, tal como se había desarrollado en las clases altas, tancultas y tan interesadas en los debates políticos, con la renovacióny desarrollo de las teorías antiguas. La historia eclesiástica de Euse-bio. la de los partidarios de la Reforma y la de sus adversarios, lade Neander y Ritschel, se halla impregnada de conceptos sistemá-ticos acerca del proceso religioso y del derecho eclesiástico. Y, fi-nalmente, la fundación de la moderna historiografía por la escuelahistórica tiene tras sí la combinación de la nueva ciencia del dere-cho con las experiencias de la Revolución) (30). Basados en esosmirmos ejemplos que Dilthey pone de manifiesto, podemos afirmarque, aun cuando no se haya formulado metodológicamente, esa re-cíproca dependencia existe y se desarrolla con intensidad creciente.

(29) «Estructuración del mundo histórico», en el vol. El mundo his-tórico, pág. 169.

(30) Ob. cit., pág. 167.

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hallándose en muy estrecha relación los adelantos de una y otra,hasta llegar en el momento presente a su mayor grado de inter-conexión, al planteárseles a la Historia y al saber del hombre y dela sociedad el mismo problema de su constitución como ciencias ri-gurosas. Es claro que al llegar a este nivel, la Historia del pensa-miento político, en cuyo proceso la Ciencia de la Política se cons-tituye, ha de tener una intervención relevante. Pero ello es asíprecisamente porque la Ciencia de la Política le ha permitido cono-cer y perfilar su objeto; es decir, ha permitido caracterizar y encierto modo aislar en el curso del acontecer una parte claramentedefinida : el pensamiento político.

Esta Historia, por consiguiente, no puede constituirse ni operar,lógicamente, sin la Ciencia de la Política. Y esto es así, sin evasiónni sustitución posible. Esa relación de dependencia es propiamentetal, no una simple relación de ornato o de complemento más o me-nos útil. Se trata de una condición resolutiva. La Historia del pen-samiento político requiere y necesita la Ciencia política, de la cualtoma los conceptos que ha de manejar en la formación de sus cone-xiones, de sus conjuntos interpretativos. Y la necesita, además, yllegamos aquí a un grado de constatación obvia, porque si, en granparte, nuestra Historia tiene como objeto el desarrollo de esa Cien-cia, sin tal objeto no hay tal Historia.

En relación a esto, ¿cómo determinar, en cuanto que objetode una observación histórica formalmente construida, la «materia»:política? ¿Cuándo podemos decir que un pensamiento se nos ofre-ce como político? Tropezamos, pues, con la necesidad de un con-cepto categonal de lo político y de un despliegue sistemático de.su contenido, lo cual, en relación al estudio histórico de esa ma-teria, tiene, en cierto aspecto, un carácter apriorístico, y forzosonos es tomarlo de la Ciencia Política.

No podemos pretender, como actitud metódica, que ese con-cepto lo vamos a extraer de la práctica de nuestra investigaciónhistórica, porque si aislamos nosotros unos hechos, mediante el ins-trumento de nuestra observación, y decimos de ellos que son po-líticos, ya hemos aplicado ese a priori, sólo que sin someterlo aldebido esclarecimiento crítico. Y no cabe esperar que, en el cursohistórico, nos vayamos a encontrar las ideas o los pensadores—como las plantas en un jardín botánico— con una etiqueta,puesta por el uso, en la que se nos advierta de su condición depolíticos: primero, porque aun en el caso de ocuparnos del pen-

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samiento sistemático de un autor, ya para dar con él y consti-tuirlo, ante la Historia que tratamos de hacer, como un pensadorpolítico, nos hace falta una orientación apriorística que nos per-mita seleccionarlo como tal; segundo, porque no nos basta conrecoger lo que en un pensador se nos ofrezca ya formulado comopolítico, puesto que nuestro distanciamiento y nuestra posesiónde una conexión más amplia —en virtud de la ley histórica deque cada presente transforma el pasado— nos permitirá ver yreconocer como políticos aspectos que su autor u otras épocas in-termedias entre él y nosotros no hayan considerado como tales;y tercero, porque en gran medida, como luego trataremos de ex-plicar, no nos encontraremos siempre con un pensamiento o conunos pensadores sistemáticos, sino con creencias, deseos, senti-mientos, etc., que hemos de saber clasificar, valorar y engarzaren una conexión histórica como políticos. Respuestas, en aparien-cia sencillas y pretendidamente exentas de dificultad, del tipo de«política es lo que hace referencia al Estado», no sólo no resuel-ven ia cuestión, sino que no hacen más que desplazarla y com-plicarla, porque ni el Estado, o la organización política en gene-ral, es una noción evidente e inmediata, ni tocio lo que toca alEstado es política, ni, en consecuencia, todo pensamiento queverse sobre materia estatal es pensamiento político, mientras quehay y, más aún, ha habido en otras épocas zonas de la políticaque no entran en la esfera del Estado.

Para la Historia de algo es necesario conocer lo que ese algoes, y claro está que para ello no basta el conocimiento vulgar dela vida cuotidiana. Necesitamos, en nuestra disciplina, un saberprevio acerca de la Política y de la Ciencia Política. Es éste, anuestro parecer, un requisito fundamental y dirimente, sin cuyocumplimiento no es posible penetrar en la Historia de ese saber;en este caso, en la Historia del pensamiento político.

Hemos dicho que en cierto aspecto, y, por tanto, sólo en cier-to aspecto, la Ciencia Política tiene un carácter apriorístico porreferencia a la Historia del pensamiento político. En todo el cam-po de las interconexiones entre las Ciencias sistemáticas del hom-bre y de la sociedad y sus respectivas Historias, la relación es,más bien, dialéctica. La Ciencia sistemática, al alcanzar mayor cla-ridad y precisión en sus conceptos sobre un aspecto de la existen-cia humana, permite efectivamente indagar su presencia y desarro-llo en el pasado con mucho mayor rigor; pero, a su vez, esos

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conceptos de las Ciencias humanas y sociales se revelan en el cur-so de la Historia, y su investigación histórica contribuye decisiva-mente a su esclarecimiento —recuérdense, por ejemplo, concep-tos como «clase social» o como «poder soberano».

Esto da lugar a un movimiento en zig-zag de la Historia a laCiencia sistemática, y viceversa. Un cierto movimiento de ir yvenir es siempre como una condición formal del conocimientohumano. También en el conocimiento de las cosas naturales hayun desplazamiento constante de la teoría al experimento, sin queesto quiera decir nada a favor de la vieja tesis que aproximabala función de la Historia a la función experimentadora. Nada hayde común entre ellas. En nuestro caso concreto, la Ciencia Polí-tica se dirige a la Historia no en busca de comprobación, sino paradescubrir en ella sus conceptos y hasta su mismo sistema, lo cualquiere decir que esta Ciencia, como todas las de su clase, se for-man y se transforman en la Historia; como dice Heller, «aun lasmismas ciencias cambian con las aspiraciones e ideas de los hom-bres» (31). Si la Ciencia política ha tenido que incluir en su sis-tema el concepto de soberanía es no porque exista fuera de nos-otros, como una realidad fija, análoga a la de la piedra, el podersoberano, sino porque los hombres, en su historia, han formulado,en una fecha dada, la idea de soberanía para caracterizar ¡a formaque en ese momento presentaba el poder supremo; pero si undía desaparece la forma del Estado soberano, la Ciencia Políticatendrá que suprimir cíe su sistema ese concepto de soberanía.

Esta elemental constatación nos lleva a considerar la otra carade la cuestión. Si nuestra Historia se ocupa de historiar la Cien-cia Política, también esta Ciencia necesita constitutivamente de suHistoria. Empíricamente, podemos llegar al resultado de que nohay Tratado o Manual, de que no hay obra de Ciencia Políticaque no acumule un considerable volumen de saber histórico so-bre el pensamiento político. Acertadamente, De Mattei ha defi-nido nuestra disciplina diciendo que es «la historia de la reflexiónsobre el problema de la actividad política» (32). Se trata, pues, dealgún modo, de una investigación sobre el despliegue de una re-flexión, a través de la cual se va alcanzando el saber de la poli'

(31) Teoría del Estado, Méjico, 1942, pág. 48.(32) «Sul método, contenuto e scopo di una storia delle dottrine poli-

nche», en Archivio di Studt corporativi, 1938, IX, pág. 203.

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tica, y con ello este último se ilumina y precisa en sus fundamen'tos, su método y su contenido. La Historia del pensamiento polí-tico es una reflexión esclarecedora del proceso a través del cualla Política se constituye como ciencia y llega a la situación pre-senté. Claro es que esto no tiene nada de particular, puesto quepuede afirmarse en común de todas las Ciencias del mismo tipo,las cuales no existen en todo momento, ni, pudiendo existir entodo momento, son descubiertas, por circunstancias ajenas a supropia esencia, en una fecha dada, sino que son Ciencias que nacende determinada situación histórica. Así, Jesús Rubio ha mostradocómo el Derecho Mercantil, como ciencia jurídica, nace con eladvenimiento de una forma de vida histórica concreta: la clasede los mercaderes (33). Para ellas en el proceso histórico se varevelando su objeto y se despliega éste en sus múltiples manifes-taciones; en ese proceso se ilumina el procedimiento de forma-ción de conceptos con que aprehender aquél congnoscitivamen-te —también su método aparece condicionado históricamente—.Sólo en ese proceso, en fin, se nos hace transparente el auténticosentido (auténtico, aquí, tanto quiere decir como objetivo) de esosconceptos con los que sistemáticamente hemos de operar en laCiencia de la Política (si tratamos de recordar algunos ejemploseminentes pensemos en los de Monarquía, Estado, libertad civi!,derechos individuales, estamento, Constitución, división de pode-res, etc., etc.). ¿Qué escritor de Ciencia Política, si de división depoderes tiene que ocuparse, no se refiere al complejo proceso doc-trinal en que se perfila su concepto y nos es dado distinguirlo deotros como, por ejemplo, del concepto de régimen mixto?

HISTORIA DE LA TEORÍA E HISTORIA DEL PENSAMIENTO

Antes, escribe Meinecke. refiriéndose a la Historia de las teo-rías políticas, -<se tomaba ésta a modo de una historia de ¡osdogmas, como una sucesión de opiniones doctrinales, con muylejana referencia a la Historia Universal. Este procedimiento, des-colorido y superficial, no nos satisface ya. La Historia de las ideasse ha de tratar como parte esencial e indispensable de la Historia

(53) «Sobre el concepto del Derecho mercantil», en Revista de Dere-cho Mercantil, 1947, núm. 12.

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|OSÉ ANTONIO MARAVALL

Universal. Aquélla nos ilustra sobre lo que el hombre ha extraídode la experiencia histórica, el modo cómo la ha dominado, lasconsecuencias ideales que ha deducido de ella y, en cierto modo,pues, el reflejo de la esencia del acontecer en las mentes que hanestado dirigidas a lo esencial de la vida. Por eso aquéllas (lasideas) no son sombras o grises teorías, sino corriente vital de lascosas... El hombre transforma la experiencia en ideas y se liberaasí del peso de la experiencia, creando las nuevas fuerzas queplasman la vida» (34). Descontando el tinte hegeliano que en al'guna de estas frases se encierra, acentuando lo que las ideas tienende interpretación de una realidad concreta —y superlativamen-te, esas que llamamos ideas políticas—, las palabras de Meineckepueden servir para introducirnos al problema de la relación de laHistoria del pensamiento con la Historia.

En cualquier caso, la Historia del pensamiento político, o laHistoria de ideas, y con esto afrontamos un nuevo grupo de pro-blemas, no importan tan sólo como una Historia de la Cienciapolítica. Tal vez, la antigua denominación de Historia de las teo-rías pudiera justificar esa reducción. Nuestra disciplina tanto esHistoria de la Ciencia como de otras formas del pensamiento,porque pensamiento tanto lo es el científico como el extracientí-fico, y, aun en su forma primaria y más general, se produce aquélsin intención ni cualidades de pensamiento científico o filosófico.Ya entre estos dos últimos no cabe confusión. Nuestra disciplina,ciertamente, tiene que ocuparse de la reflexión filosófico-política,tal como, por ejemplo, pueda aparecer en Suárez, así como de loque haya de Ciencia empírica de la Política en Jovellanos, en Gui-zot o en tantos otros, como de lo que en estos mismos y en tan-tos más (entre ellos podrían citarse la mayor parte de los escritoresbarrocos) es, pura y simplemente, pensamiento político no cientí-fico.

La Historia del pensamiento pohtico no es, pues, equivalentea Historia de la Teoría Política, y, por consiguiente, sus problemasno pueden plantearse estrictamente como problemas de Historiade la Ciencia. Es indiscutible que tenemos que hacer su parte alpensamiento filosófico y científico, y, claro está, una parte princi-pal. Pensemos que «proyectando su luz —escribe Conde- sobrecada uno de los modos de organización política, inscrito en ellos,

(34) ¡dea íiella ragion di Stato nella Storia moderna, vol. I, págs 33-34.

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LA HISTORIA DLL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

está el pensamiento jurídico-político. Los nombres y sistemas delos grandes filósofos políticos quedan así insertos dentro de lafigura singular cuya problemática interna trazó a su reflexión pau-ta y medida. El pensamiento jurídico-político es algo así como laidea que de sí misma tiene una comunidad política» (35). Esasgrandes ideas, esas construcciones doctrinales de gran vuelo, soncomo espejo en que una comunidad se ve reflejada. Al permitirleadquirir conciencia clara de su situación, orientan y potencian sumovimiento histórico. Como dice Gunther Holstein, «no es nin-gún azar que, de este modo, la Historia de la filosofía política seconcentre esencialmente en los sistemas de las grandes personali-dades filosófico-políticas, ya que sólo el pensador, sólo aquel queposee una extraordinaria personalidad espiritual, es capaz de im-primir su estilo político a toda una época de la Historian {36).

En este plano, tiene razón Diez del Corral cuando afirma que«en definitiva, historiar la filosofía política no es sino poner demanifiesto el movimiento y despliegue de la inteligencia sobrela dimensión política del vivir humano. La totalidad de la Historiade las ideas filosófico-políticas no es otra cosa que la totalidad dela comprensión de aquellas cuestiones políticas fundamentales quehan jugado un papel en la historia de !a humanidad, justamenteporque emanaban de la condición política del ser del hombre» (37).•Claró está que para que ese despliegue a que Diez del Corral alu-de se haga patente ante nosotros hay que tratarlo históricamente,en forma rigurosa de Historia. La Historia de las ideas, según Or-tega ex'gía, hay que hacerla no como quien colecciona una senede ocurrencias abstractas, mtempotalmente surgidas, con la pre-tensión de tener un sentido en sí, absoluto, independiente delas circunstancias. Esa Historia, para ser propiamente ral, tieneque partir de que «la idea es una acción que el hombre realizaen vista de una determinada circunstancia y con una precisa fina-lidad. Si al querer entender una idea prescindimos de la circuns-tancia que la provoca y del designio que la ha inspirado, tendremos

(35) Teoría y sistema de las jormas políticas, pág. 98. «El análisis de lasideas políticas, dice Meinecke, no puede separarse nunca de las grandespersonalidades de los pensadores originales» (Cosmopolitismo e Siato na^io-nale, vol. I, pág. 19).

(36) Historia de la Filosofía política, Madrid, 1950, pág. 24.(37) Ver su prólogo a la trad. española de la obra de GUNTHER HOLSTEIN,

citada en la nota anterior: págs. 15-16.

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JOSÉ ANTONIO MARAVALL

de ella sólo un perfil vago y abstracto... Toda idea está adscritairremediablemente a la situación o circunstancia frente a la cualrepresenta su activo papel y ejerce su función» (38). También lateoría es un producto histórico y por serlo es capaz, aunque seadesde lejos y aunque sea combinándose con elementos de índolemuy diferente, de aplicarse en una acción real (39).

Cómo se desenvuelve esa influencia en la realidad, cómo esospoderosos factores espirituales aparecen aplicados a una realidadconcreta, es algo de lo que el conocimiento de los mismos no essuficiente para darnos la solución. No es el pensamiento de Rous-seau el que actuó prácticamente en las Asambleas revolucionariasfrancesas, sino lo que de ese pensamiento había pasado a las men-tes de una multitud de hombres que no eran puros rousseaunia-nos, ni siquiera en aquella parte de sus convicciones que pudieravenir de aquél, ya que hasta los mismos elementos doctrinalestomados de Rousseau quedaban esencialmente alterados por elconjunto ideológico en que se insertaban. Por eso a la Historia delpensamiento, como a la Historia de la Ciencia política, le importael Rousseau de sus obras, y, ciertamente, el Rousseau que escribeesas obras en una fecha determinada de la Historia de Europa.Pero a la Historia del pensamiento, tal como tratamos de conce-birla, le importa algo más: le importa el Rousseau que fue leídoy tal como fue leído en la situación concreta de las generacionesque se inspiraron en él.

La Historia de ideas nos lleva al punto de vista de una Filo'sofía de la Historia que trate de captar el sentido del acontecera través de la autoconciencia que las épocas tienen de sí mismas;de una Filosofía de la Historia, pues, que, renunciando a aherro-jar el curso humano dentro de esquemas de desarrollo dictadosdesde fuera por una especulación racional —piénsese en el casode un Fichte—, se atengan a la propia realidad histórica. UnaFilosofía de la Historia así, lejos de ser una fantasmagoría de lasque, bajo ese título, se han inventado más de una vez, es unaHistoria real, filosóficamente elucidada.

Pero en la medida en que de lo anterior se distingue la His-

(38) Obras completas, VI, pág. 391.(39) Tal es el problema central de una Sociología del saber, que a nos-

otros nos interesa —y ello constituye eminentemente el objeto de estas pá-ginas— enfocado desde el ángulo de una Historia del pensamiento.

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LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

toria considerada como ciencia particular y en la medida en que"tratamos en ella de alcanzar tan sólo e! conocimiento de situacionesconcretas que se suceden temporalmente, cabe preguntarse por loque aporta a ello la Historia de! pensamiento, que forzosamente yano podrá ser Historia de ideas. Y así, mientras la Histeria de ideas,cualquiera que sea el tratamiento parcial perfectamente lícito, quepueda hacerse de un pensador, de un problema, etc.. requiere comofondo un ámbito universal (ya hemos visto que Meinecke conside-raba esa Historia de ideas como «parte indispensable de la His-toria Universal), la Historia del pensamiento, en cuanto se orientaa la Historia como ciencia particular y participa en el conocimien-to de situaciones concretas, lleva siempre consigo una limitación: aun pueblo o a cualquier otro círculo histórico que pueda tomarsecomo objeto de la labor histonográfica.

A pesar de la tesis que hemos citado antes de Meinecke, tieneéste que reconocer, sin embargo, que las ideas que guían la vidahistórica ciertamente no proceden sólo cíe elaboración espiritualde los grandes pensadores, sino que tienen orígenes más ampliosy profundos, aunque se condensen en el espíritu de aquéllos, y deordinario sólo en éste adquieran la forma que luego actúa sobre lamarcha de las cosas y sobre las acciones de los hombres (39 bis).Por de pronto, basta con esto para que advirtamos hasta quépunto, si queremos penetrar con claridad en una línea de pensa-miento, no tenemos más remedio que ocuparnos de esos «orígenesmás amplios y profundos». Pero esto no es todo. Heller, en elcampo de la Historia de las ideas políticas, distinguía entre la«idea obtenida en un proceso lógico, y como tal elaborada en lamente de un pensador, de su penetración en amplias zonas, porvía emocional y mezclada con numerosos elementos alógicos. Deesta manera, la idea política asume una imagen piramidal, encuya cúspide se la percibe en toda su claridad y pureza poseídapor un pequeño número de inteligencias, mientras que su basees mucho más amplia, a la vez que sólo se nos muestra en unacomprensión confusa y emocional (40).

(39 bis) Idea della ragion di Stato, I, 34.(40) Las ideas políticas contemporáneas, Barcelona, 1930, pág. 14.

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JOSÉ ANTONIO MARAVALL

LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO Y LA HISTORIA

La Historia del pensamiento político es fundamentalmenteHistoria. Lo es, incluso, cuando se ocupa de Filosofía y Cienciapolíticas, porque el hecho de que exista una especulación filoso'fica de la política es, ni más ni menos, un hecho histórico comootro cualquiera, más importante que otro cualquiera. Y desde elpunto de vista de la Historia a secas, no es un hecho que hayaque recoger marginalmente, reuniéndolo con otros análogos, enun capítulo aparte sobre las artes y las letras, o sobre ese revoltijoimpropiamente llamado cultura, al final de cada período.

En 1660 no sucede solamente que se restablece la Monarquíaen Inglaterra, sino que Puffendorf publica sus Principios sobre laCiencia del Derecho; en i689 no hay que señalar sólo que Gui-Uermo III comienza a reinar, sino que aparece el Ensayo sobre elgobierno civil, de Locke; 1788, no da sólo la convocatoria de losEstados generales en Francia, sino la Crítica de la razón práctica,de Kant. Y no se cumple suficientemente con reunir estos datosen unas tablas cronológicas; hace falta mucho más. Para unaHistoria que trate de cumplir con las exigencias de hoy es nece-sano que el relato se construya de tal suerte que dé cuenta deunos y otros hechos y nos permita comprenderlos en el sistema•de una razón histórica.

Ello quiere decir, ciertamente, que no basta con insertarlosen un apéndice «cultural» al texto principal en que se narran loshechos; que no basta tampoco con interrumpir la narración deéstos para embutir en ella referencias a los datos de la «civiliza'ción». Esos hechos —que escriban y que lo hagan tal como lohan hecho Puffendorf, Locke o Kant— son tan pura y simplemen-te Historia como que reinen Carlos II. Guillermo III o Luis XVI,y hay que tomarlos en cuenta como tales. Claro está que paraello no hay que tomarlos como meteoros aislados, sino en cone-xiones que nos da la Historia del pensamiento. Ni la época haceal gran pensador, ni el gran pensador a la época, en una sencillarelación causal, de sentido único. Ambos se dan conectados enuna situación, cuyo tejido se forma con mil hebras, entre las quelos hilos del pensamiento —de ese pensamiento con que los hom-bres han realizado sus hechos— dibujan el perfil de cada mo-mento,

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i.A HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

En el campo de la Histeria, junto a las grandes construccio-nes teóricas en las que se expresa con máxima luz, debida a laparticular capacidad de penetración de los grandes pensadores, laconciencia de la épeca. pero no su acción real, hallamos una pulu-lante masa de pensamientos que. ligados a impulsos, intereses, va-¡oraciones vigentes, ideales, anhelos de reforma o de restauración,impulsan la marcha de una sociedad. Haber llamado la atenciónsobre ello es un mérito de la Sociología del conocimiento, aunquefrente a ésta haya que reconocer en esos factores también un ca-rácter espiritual en la mayor parte de los casos. Si no la fuerza,sí la dirección, sin la cual no podrían moverse, les viene, además,de las altas ideas, que se apropian, reelaboran con otras e incor-poran a la vida real. En ese proceso de difusión y realización, lossistemas de ideas se descomponen, se desfiguran, se reagrupan ennuevas composiciones kaleidoscópicas. Y es en esa forma como, demanera inmediata, las hallamos en la realidad, cambiando con suacción las posibilidades de vina situación anterior, relacionándoseen nuevas conexiones, y dando ¡ug-ir a una situación real nuevaque más o menos pronto un nuevo sistema de pensamiento eleva-rá al plano de la conciencia reflexiva. Todos esos factores sonpensamiento, viven en la mente humana y desde ella operan. Nosólo hay ideas claras, críticamente elaboradas, sistemáticas; lashay también que florecen en otros terrenos que no son el de larazón crítica.

L?. aprehensión de estas zonas del pensamiento, desde la teo-ría de las concepciones del mundo, se ha convertido hoy en pocomenos que un lugar común. La teoría alemana de la «Geistesges-chichte», para componer el esquema del que llama «espíritu dela época», apela, por una parte, a ¡a conexión entre ciertos pro-blemas fundamentales —problema del sino, problema religioso,problema de la naturaleza, problema del hombre, problemas de lasociedad, de la familia, del Estado, según el planteamiento deUnger (40 bis)—. y per otra parte ensancha el marco de la investiga-ción a zonas de difusión más amplia, en las que trata de buscarel reflejo de las ideas fundamentales que han surgido en campodeterminado. «La fórmula general de una época literaria», preco-

(/)o bis). Ver WARREN y WELLEK, Teoría literaria, Madrid, 1953, pág'mis197 y siguientes.

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[OSÉ ANTONIO MARAVALL

nizada por Renard (41), tiene mucho parecido con la tendenciaanterior, y no menos las derivaciones histonográficas que puedenproceder de la idea de la «fórmula política» de Pareto. Aludimostan sólo a ciertas semejanzas formales. A nuestro modo de ver,todos estos intentos, difundidos hoy hasta inconscientemente,traspasan el límite de abstracción que es permitido —y exigido—para el conocimiento de realidades históricas concretas. En todosellos, el absolutismo de una idea fundamental se impone a la vidahistórica y reemplaza la articulación flexible, que sin duda se daen ella, por encadenamientos sistemáticos impuestos.

De esta última objeción está libre la «History of Ideas» de laescuela norteamericana de Lovejoy. Ensancha ésta la pesquisa has-ta aclarar y filiar las ideas que pululan en una amplia masa de es-critores de todo tipo, obteniendo así como un suelo ideológico, aveces hasta inconscientemente, en que se apoya toda manifesta-ción histórica. Estos elementos ideológicos no se difunden llevan-do consigo todo el sistema doctrinal de que proceden, unido entodas sus partes y, en consecuencia, presentándose todas engarza-das en cuanto una de ellas aparece, sino que su expansión, de-bida frecuentemente hasta a factores no racionales, no sistemáti-cos, se produce fragmentariamente, recomponiéndose con otros ele-mentos en conjuntos diferentes (42).

Entendemos que para explicarnos ese fenómeno de expansióny consolidación del pensamiento, hasta convertirse en la tramade la realidad histórica, no sirve ni el absolutismo del «espíritu»o «fórmula» de la época, ni el atomismo de la versión americanade la «Historia de ideas». Consideramos mucho más fecundo para

(41) La méthode identifique de l'Histoire Httéraire, París. 1900.(42) «The Historiography of Ideas», en el vol. del autor Essays of

the History of Ideas, Baltimore, 1948, págs. 1-13, y también «Reflectionson the History of Ideas», en el Journal of the History of Ideas, I, 1940,páginas 1-23. Ver BAS, A. O. Lovejny as historian of philosophy; MAN-DELBAUM, Lovejoy and the theory of Historiography: HARVEY PEARCE,

A note on method of the History of Ideas, los tres en el Journal of Hjs-tory of Ideas, junio 1948. En el Symposium sobre historia, publicado enel mismo Journal, julio 1946, interesan a nuestro objeto: EDAL, Lepéis 0/meaning and the History of ¡deas; KRISTELLER, The philosophical signi-ficance of the History of Thought, y WlENER, Logical signifiance of theHistory of Thought. Un excelente resumen en VEZETTI, L'opera di A. O.L<me;o;y negli studí di storia delle idee, en el vol. Filosofi contemporanci,Milán, 1934, págs. 268 y sigs.

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1_A HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

el trabajo del historiador atenerse a la teoría de las «ideas» y«creencias» de Ortega y tratar de captar con ellas la articulaciónde elementos, de datos en conexión recíproca y múltiple que seda en toda situación histórica.

Esa distinción de Ortega se aclara desde el primer momentocuando le vemos presentarla en la forma de las que él llama ideas-creencias e ideas-ocurrencias. Conviene que en esta forma las to-memos en consideración, teniendo presente que se trata de límitesextremos, entre los cuales se dan formas intermedias que permi-ten el paso de un límite al otro. Forzado por la necesidad que elhombre tiene de saber a qué atenerse respecto a las cosas que lerodean, las ideas son las interpretaciones que construye el inte-lecto, cuando, ante ciertas cosas o situaciones, se encuentra en laduda de si son o no son, de si son de una u otra manera, y, enconsecuencia, de cuál podrá ser su comportamiento respecto a ellas.Las ideas, vistas desde este ángulo, surgen para llenar un vacío,una falta de apoyo firme, con que el hombre se encuentra en surelación con el mundo exterior. La misión del intelecto es montar,en ese caso, un mundo interior, que tiene, ni más ni menos, lacondición de la fantasía. Las ideas científicas o lógicamente elabo-radas son, sencillamente, fantasía exacta, y de ahí viene su exac-titud, precisamente de ser fantasía; exactitud que sólo puede darseen el mundo imaginativo, mientras que en la realidad exterior noson más que aproximación.

Pero el destino de estos mundos imaginarios está en que tie-nen que sufrir esa prueba, es decir, en que tienen que ser «con-frontados con el enigma de la auténtica realidad, y son aceptadoscuando parecen ajustarse a ésta con máxima aproximación» {43).Cuando esta correspondencia llega a tal punto que parece permi-tirnos una seguridad plena en su interpretación, esas ideas se vandifundiendo, imponiendo, estabilizando. Por eso, dice Ortega, quealgunas ideas «se consolidaron en creencias» (44). Este paso notiene lugar en virtud de un proceso lógico, críticamente plan-teado y resuelto. Como toda consolidación, también ésta es obradel tiempo, y. por esa razón, las creencias las recibimos de atrás.Ellas nos dan ya ordenado el mundo, cuya visión, en esa parte,

(43) Ideas y creencias, 1942, pág. 4(44) Ob. cit., pág. 50.

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IOSÍ ANTONIO MARAVALL

el hombre "la ha heredado de sus mayores y actúa en su vidacomo sistema de creencias firmes» (45).

Dice Ortega, en una aguda observación sobre el lenguaje cuo-tidiano, que las ideas las tenemos, las hemos hecho nuestras enun proceso de adopción; en las creencias estamos, es decir, nos.hallamos instalados en la vida sobre ellas. Son aquello con lo quecontamos. «Creencias son todas aquellas cosas con que absoluta-mente contamos, aunque no pensemos en ellas. De puro estar se-guros de que existen y de que son según creemos, no nos hace-mos cuestión de ellas, sino que automáticamente nos compor-tamos teniéndolas en cuenta». Desde luego, las creencias comen-zaron siendo ideas, ideas-ocurrencias, elaboradas en la mente dealguien. Su singular suerte estuvo en que se constituyó un há-bito tal de hallarlas en correspondencia con la realidad, que sefueron propagando, socializando, hasta aparecer poco menos queconfundidas con la realidad misma. De esa manera, la idea se haconsolidado en creencia. «Creer en una idea significa creer que esla realidad; por tanto, dejar de verla como mera idea» (46).

Perfílase con esto una tarea de la Historia del pensamientopolítico: filiar y fijar el inventario de las creencias de que unindividuo, una época, una clase, un pueblo, parten. Esto equi-valdría a «construir la Historia, esclarecer la vida desde su sub-suelo». Tal labor aparace como muy próxima a la de la investi-gación o análisis de los tópicos o lugares comunes, que, en ciertosórdenes, se ha intentado con fecundos resultados. Curtius, Sici-liano, Salinas (en relación a Jorge Manrique), etc., han llevado acabo estudios en esta materia que iluminan más de un aspectofundamental de la vida espiritual de la Edad Media. No todos lostópicos, ciertamente, son creencias, sino que muchos aparecencomo residuos inertes de una convicción muerta e inoperante,mientras que caracteriza a las creencias ser un firme apoyo parala vida. Pero su estado de difusión y, en general, la forma in-consciente, o, cuando menos, no netamente reflexiva, en que unosy otras se descubren en la mentalidad de quienes están en ellosy de ellos se sirven, da lugar a comunes caracteres.

El análisis de Ortega, por otra parte, nos da la forma límitede aquéllas. Desde la idea reflexiva en la mente de un filósofo

(45) Ob. cit., pág. 35.(46) Ob. cit., pág. 53.

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LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

hasta su penetración en ese fondo creencial de un grupo, hay-grados muy diversos, a todos los cuales, desde el momento quepasan una cierta cantidad liminar de propagación, nosotros pode-mos considerarlos, desde nuestro punto de vista, como creencias.En la misma teoría de Ortega, el hecho de que haya siempre uncamino a recorrer de la idea a la creencia, y, no menos, la condi-ción de que un tiempo determinado tenga que haber transcurridopara que ese paso se dé, supone el reconocimiento de eses estadosy fase intermedios. Entendemos que, en esos estados, el pen-samiento se aproxima más a características creenciales que no crí-ticas, y por esa razón nosotros llamamos creencias a todas lasformas socializadas de interpretaciones mentales que no son cla-ramente ideas.

Para las creencias, entendidas con la amplitud que propone-mos, es una condición necesaria un cierto grado de difusión, y enello tiene la Historia del pensamiento un problema metodológicoimportante. Nos referimos a las posibilidades de un método esta-dístico que nos permitiera medir los grados de penetración, pro-pagación y estabilización de aquéllas. A Dilthey se debe haberllamado metódicamente la atención hacia este problema. Consi-dera que toda una serie de métodos estadísticos pueden ser apli-cados a los fines de un más exacto conocimiento de los movimien-tos espirituales, de modo tal que esta parte de la Historia podríallegar a no ser comparable con ninguna otra en rigor científico.La ventaja de que se partiría para ello sería la de que su materialpreferentemente está constituido por libros. «Las bibliotecas cons-tituyen nuestros archivos», dice. «Se trataría, añade, de utilizartodas las existencias de libros de nuestras bibliotecas, empleandométodos estadísticos. Pero un método semejante excede de los me-dios de los particulares; las veces que yo lo empleé, de modo im-perfecto, me ofreció, sin embargo, la posibilidad de poder repre-sentar en sus eslabones esenciales toda la relación causal que va des-de las condiciones generales de un círculo cultural, a través de laopinión pública, hasta los ensayos incipientes y, finalmente, lacreación genial. De este modo, grandes fenómenos intelectuales.que hasta ahora solíamos reducir a muy pocos predecesores, semuestran como resultado último de un gran movimiento espiri-tual. Como lo he de demostrar, así ocurre, para acudir a un granejemplo, con la teoría de las pasiones de Spinoza, una de las apor-taciones científicas más grandes de todas las épocas, que hasta aho-

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JOSÉ ANTONIO MARAVALL

ra se consideró como habiendo sido preparada por muy pocospredecesores» (47).

Añadamos, a esas observaciones de Dilthey, que no sólo losprecedentes, sino las consecuencias, es decir, la difusión creencial,en sus diversos grados, de una idea, podrían estudiarse de esa ma-ñera. Recordemos el excelente estudio que Vermére ha dedicadoa la propagación del spinzonismo y su influencia en la Revoluciónfrancesa (48), aspecto que hasta ahora no se había puesto en claro.Indudablemente, para ello, sobre todo en estudios que no se con-traigan a la Edad Moderna, no basta con tener en cuenta los li-bros : cartas, diplomas de toda clase, material epigráfico, numis-mático, etc.; obras de arte, especialmente en su aspecto icono-gráfico, etc., etc., pueden sernos también de la mayor utilidad.

Pero, en cambio, lo que no cabe esperar es que ese métodoestadístico nos lleve directamente a conclusiones sobre nuestro ob-jeto- En la manera de presentarse, en uno y otro caso, una creen-cia, aunque ésta fundamentalmente sea la misma, hay maticesdiferentes que hemos de tomar en cuenta. Ese método estadísticonunca podrá operar, respecto a su material, como frente a unamasa uniforme de la que hay que inducir la ley general. En defi-nitiva, también la presentación de ideas y creencias, como todolo que es histórico, tiene un valor singular y no se puede dar cuen-ta de ellas más que conservando su individualidad. La acumula-ción de testimonios tiene interés, pero nunca es enunciable mate-máticamente. Es más, en muchos casos, un solo testimonio, por laíndole de la fuente en que se nos ha conservado o por la maneracomo aparece, es suficiente para darnos la certidumbre de ur. gra-do determinado de difusión. Tal vez cabría hablar de un métodoestadístico individual; quiero decir, con ello: un método de acu-mulación de casos particulares que, lejos de presentarlos en unresultado matemático, conservara su carácter singular, o sea : quela repetición del caso se tome en cuenta para establecer su condi-ción individual.

Ahora bien, esto último no puede llevarse a cabo más que deuna manera: comparando un caso con otro. El método de com-

(47) Acerca del estudio de la Historia de las Ciencias del hombre, dela socieded y del Estado, ya cit., págs. 442 y sigs.

(48) Spinoza el la pensée fran^aise avant la Revolution, 2 vols., Pa-rís, 1954-

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l.A H1ST0RI* DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

paración es, a este respecto, insustituible. Sin duda, con harta ra-zón ese método comparativo ha sufrido de un general descrédito.Nacido de una tendencia positivista, tomó como modelo a aplicara la Historia y a las Ciencias sociales, no el método de la Ciencianatural exacta, sino la de esa actividad precientífica llamada invpropiamente Historia Natural. Como en ésta, pretendía reducir laactividad de historiadores y sociólogos a comparar y clasificar. Entodo caso, no se trataba de un método científico, sino de merapreparación para el trabajo científico. Hubo, incluso, quien pre-tendió reducir, en las Ciencias humanas, cuanto en ellas podía sercientífico, a esta mera actividad clasificadora.

Ese método comparado ha sido aplicado hasta ahora, con másamplitud que en ninguna otra esfera, a la Historia de la Literatu-ra. En ésta apareció confundido con una fase incipiente e impre-cisa de la Literatura universal (49). En ese terreno de la Literaturaha tenido fervorosos adeptos y cuenta con importantes revistas,en las que han sido publicados artículos interesantes para nuestradisciplina. Esos estudios comparativos han versado sobre temas,géneros, movimientos, autores, etc. En general, estos estudios sehan dedicado de ordinario al análisis de factores externos y a fe-nómenos de repercusión, muy secundarios. De todas formas, no seles puede negar utilidad. A través de ellos se han puesto en clarorelaciones, corrientes, influencias, cuyo conocimiento enriquece siem-pre el conjunto. Un problema interesante suscitado en este terrenoha sido el de la diferenciación de los fenómenos de «influencias» y"simultaneidades» (50).

Sin embargo, este método comparativo sólo tiene para nos-otros verdadero interés si, en primer lugar, olvidando el vacuo in-ternacionalismo que le animó en un principio, plantea su análisistanto en la esfera nacional como en la relación con otros países,reduciéndose en este último caso a aquellos aspectos en los quese da una importante relación. Similitudes, concomitancias, in-fluencias, penetraciones, sólo importan cuando se dan en un gradoque posea cierta relevancia. También aquí hemos de registrar loshechos sólo a partir de una cantidad liminar determinada. Y ai

(49) STR1CH, «Literatura universal e Historia comparada de la Lite-Tatura>, en el vol. Filosofía de la Ciencia literaria, págs. 453 y sigs.

(50) VAN TlEGHEM, «Influences et simultaneités en Histoire littérai-re», en The Romanic Rev¡ew, 1929.

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|OSÉ ANTONIO KA.RAVAI.L

decir esto no podemos más que expresarnos metafóricamente, pues-to que no se trata nunca de una cantidad mensurable prácticamen-te, y. en consecuencia, no podemos afirmar otra cosa que ésta : elmétodo comparativo será aplicado cuando la corriente de una re-lación desborde el umbral de lo histérico. Otra observación he-mos de tener en cuenta, para olvidar todo resabio positivista. Nose trata de formalizar grupos clasificados por meros caracteres ex-ternos, como pueden ser clasificados los vertebrados. Buscamos, nolo genérico, sino lo particular de cada caso, y, por tanto, hemosde emplear el método comparativo precisamente en la direcciónopuesta a aquella en que surgió; para nosotros, no puede ser másque un procedimiento de individualización. La comparación nosha de llevar a precisar lo que hay precisamente de particular en-tre las semejanzas de la serie. Sólo así podemos establecer !a ma-nera peculiar, por ejemplo, de ser romántico Martínez de la Rosa,o io que en el absolutismo español hay o no hay respecto al ab-solutismo bodiníano. No se trata de formar grupos, sino de ana-lizar el contenido concreto de un campo, la estructura singular deuna conexión histórica. Naturalmente, en un campo histórico haymuchos factores que guardan semejanza, y sólo por su compara-ción podemos llegar al sentido de cada conjunto y, dentro de él,de sus elementos.

Un tipo de investigaciones, en las que se combina con resulta-dos excelentes lo que de interés tienen los métodos apuntados,llegando a conclusiones muy valiosas, aunque no puedan redu-cirse exclusivamente a ellas las posibilidades de una Historia delpensamiento en su relación con la Historia genera!, son las deSemántica histórica en nuestro campo (51). Señalemos que hoy en elámbito de la Semántica se están llevando a cabo transformacionesque pueden ser sumamente fecundas. Dejemos de lado los pro-blemas actuales en relación con una Semántica General, que apun-tan a cuestiones muy diferentes de las que a nosotros nos ocu-pan (52). La investigación de las variaciones del sentido de laspalabras, en el terreno de cada disciplina, puede llevar a resultadossorprendentes y de hecho está llevando a renovar el conocimiento de

(51) ORTEGA llamó en alguna ocasión a su concepción propiamente his-tórica de la «Historia de las ideas» una «nueva Filología».

(52) Ver la exposición de las nuevas teorías en CARNAP, Introducbonto SemanUcs, Chicago, 1942.

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LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO, LA CIENCIA POLÍTICA Y LA HISTORIA

muchas materias. Hace años, entre nosotros, don Blas Cabrera plan-teó la cuestión con referencia a la Física (53). En el área de la Socio-logia, el interés del tema ha sido suscitado por el propio Man-heim (54). Matore, Bellin Milleron, LassweH, Spitzer y A. Castro,en alguna medida, han llevado a cabo trabajos que se inscriben enla dirección de éstos que han sido llamados «estudios de camposlexicológicos». Nuestro estudio sobre el concepto de España en laEdad Media puede ser también catalogado en la misma tenden-cía (55).

Si los hechos humanos son, como dijimos el empezar, hechospensados, queridos, sentidos, son, sobre todo y en cualquiera deesos casos, hechos que se dicen, que se han expresado en palabras.Sus autores, aquellos que los sufrieron, los que los presenciaron,escritores contemporáneos, historiadores, y otros muchos que tu-vieron necesidad, por una u otra razón, de referirse a ellos, for-malizaron en palabras el concepto de los mismos. Sólo al través deese filtro, cualquiera que sea la clase de documento en que seconserve su testimonio, nos son accesibles los hechos. Que Alfon-so X fue rey quiere decir que nos consta que sus contemporáneospensaron que era rey y a ello ajustaron los hechos que ejecutaron,pensando éstos a su vez de una 11 otra manera congruentemente a suidea de la realeza. Para saber cómo fue rey Alfonso X necesita-rnos, pues, saber cómo pensaban que era ser rey los castellanosdel siglo XIII. El análisis de esa palabra y, tras ello, de todauna articulación de pensamientos, nos esclarecerá la figura deAlfonso el Sabio —y, en consecuencia, ei análisis conjunto detoda una serie de términos que a aquella primera se refieren(por ejemplo: poder, jurisdicción, imperio, príncipe, dominio,señorío, reino, tierra, etc., etc.)—. Que el leonés del siglo Xno emplee nunca la palabra soberano con relación a su príncipe,y que. en cambio, sí la emplee el castellano del siglo XV, suponeuna transformación en lo que, en tanto que reyes, fueron Ramiro IIo Juan II, que de ningún modo puede dejarse de lado para una

(53) Ver su discurso de ingreso en la Real Academia Española.(54) Ob. cit., pág. 73.(55) En algún otro trabajo hemos dedicado atención a un análisis de

ese tipo en relación con la palabra "Curial», que ayuda a comprender uninteresante aspecto de la cultura burocrática al final de la Edad Media.Ver nuestro estudio «La formación de la conciencia estamental de los le-tradosf, en REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS, núm. 70, 1953.

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comprensión sistemática, objetiva y rigurosa de las realidades his-tóricas que podemos simbolizar con aquellos nombres.

En consecuencia, nos arriesgamos a sostener que la Historia,que no puede ser nunca Historia del pensamiento tan sólo, no senos hará transparente a nuestra comprensión en tanto que no des-entrañemos la red de pensamiento en cuyas mallas se alojan losque se han llamado, simplemente, hechos.

EL PUNTO DE VISTA EN LA HISTORIA Y LA RENOVACIÓN

HISTORIOGRAFÍA

Con frecuencia nos hemos referido en las páginas que antece-den al fundamental papel que las Historias especializadas adquie-ren hoy en el sistema del saber histórico y a la decisiva aportaciónque representan para las construcciones interpretativas de la Historia en general. Entiéndase que no se trata del antiguo pape!de las llamadas (Ciencias auxiliares)», por muy estimable y nece-sario que éste sea. No se trata de que una técnica de investigaciónauxiliar nos permita comprobar con mayor rigor un dato histó-rico, sino de que nuevos campos de investigación nos hagan po-sible completar y aún renovar la visión de conjunto de las sucesi-vas situaciones históricas. A este respecto, es curioso observar eldesplazamiento de esas mismas «Ciencias auxiliares» hacia la fun-ción de «Ciencias integrantes del saber histórico» y, en tal sen-tido, de «Ciencias complementarias» de la Historia en general. LaNumismática no se reduce a considerar técnicamente unas mone-das —taller, fecha acuñación, etc.—, sino que se desplaza, a travésdel interesante camino que le es propio, hacia consideraciones deHistoria económica —piénsese, entre nosotros, en cómo los tra-bajos de Mateu Llopis se aproximan, quiero decir en la extensiónde sus resultados, a investigaciones histórico-económicas de Garcíade Valdeavellano—. La Geografía, sin dejar de auxiliarnos paraemplazar una región o una ciudad, o para determinar el desarrollode un cultivo, etc., hoy, en forma de Historia de la Geografía,cada vez más interesante, al darnos a conocer las antiguas concep-ciones geográficas, nos permite comprender los movimientos deAlejandro, de Julio César, de los invasores árabes, etc.. etc. Deldesplazamiento de la Filología, bástenos la referencia a que de élproceden algunos de los más admirables frutos de nuestra Histo-

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riografía. Respecto a la Historia del Derecho, no es necesario ha-blar, porque, debido a la influencia de los graneles maestros de laescuela histórica alemana, creció, desde sus primeras fases, con elacento puesto en su condición de Historia; no, pues, como unaparticular técnica de investigación jurídica, sino como un puntode vista sobre el campo histórico.

Porque, en definitiva, lo que, dentro de una determinada áreade realidad, como es, por ejemplo, el pasado humano, constituyey singulariza las ciencias particulares es el punto de vista. Y sonlas variaciones en ese enfoque, formalmente constitutivo de cadadisciplina, las que dan lugar a los mayores cambios en éstas. Me-néndez Pidal observaba que, naturalmente, la Historia, como todaciencia, toma unos hechos y deja de lado otros, y de esta manerase organiza el esquema de su objeto, el repertorio de sus temas, lainclusión o exclusión de problemas, y añadía que esa labor de se-lección llevada a cabo por historiadores precedentes pesa sobre losposteriores y limita su visión. La limita, necesariamente, porqueese trabajo de selección y organización de un material lo que su-pone es la constitución de un punto de vista, desde el cual quedaformalmente establecida una disciplina. Por eso, el simple incre-mento de ese material no es suficiente para romper el marco esta-blecido y heredado de una ciencia. El mero incremento del ma-terial no es un factor suficiente para cambiar y ensanchar la visiónde las cosas, en tanto que no afecta al punto de vista. Sin remo-ver éste, se seguirá siempre viendo el mismo lado de las cues-tiones.

Claro está que con esto no sólo no pretendemos desvalorizar,ni mucho menos rechazar, el fructífero trabajo de acumulación ydepuración crítica del material, sino todo lo contrario. Y esto pordos razones: en primer lugar, porque la concentración de mate-riales obliga a ensanchar la visión y tomar nuevos puntos de vista,y con frecuencia de ellos viene la presión que insta a reorganizarel campo de observación; en segundo lugar, porque al cambiarel enfoque se advierten nuevos vacíos, y entonces surge la nece-sidad de contar con materiales que hasta entonces se habían te-nido por desprovistos de interés. Lo que sí hace falta, indudable-mente, es orientar esa labor, porque no es lo mismo publicar losdocumentos del Archivo Condal de Barcelona o de la Catedral deLeón, la obra Planeta de Diego García de Campos o el De preco*

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mis Hispaniae de Gil de Zamora, que los versos anodinos de unpoeta barroco más de cuarta fila.

«Promover -d ice Menéndez Pidal— ese nuevo escogimientode Memorias históricas es un primer paso fácil de dar; lo difíciles que ese paso se reitere en progresión mediante trabajos suce-sivos, exentos de todo exclusivismo y hechos a fondo con diligen-te indagación sobre las muchas zonas excluidas o desfiguradas enla historiografía corriente» (56), Mas esas zonas no se excluyeno desfiguran por razones posibles de superar desde el plano dela «historiografía corriente», es decir, desde la visión historio-gráfica organizada en un momento dado; son limitaciones consti-tutivas de la misma. Por eso, la incorporación de nuevas zonaso la revisión de la imagen de otras ya conocidas, se ha operadonormalmente desde fuera. No fueron los estudios, o, mejor, losdatos de Simonet sobre los mozárabes, sino la contemplación delmozarabismo, desde la lingüística, por el propio M. Pidal, y desdela Historia del Arte, por Gómez Moreno, lo que cambió la sig-nificación histórica de ese tema que reputo esencial para la imagende nuestra Alta Edad Media.

Si, pues, la Historia general ha de integrar de alguna maneralos resultados de las Historias especializadas, se comprende que semultipliquen en ella, en su enfoque más general, las variaciones enlos puntos de vista que. con carácter más particular, constituyen esasHistorias especializadas. Es indudable que los problemas que he-mos tratado de suscitar en las páginas precedentes afectan a todoese grupo de Historias (57). Sin embargo, los hemos planteado, pre-ferentemente, en el ámbito de la Historia del pensamiento polí-tico. Y hemos procedido de tal manera por dos clases de razo-nes : unas de condición personal —porque es así como esos pro-blemas se nos han presentado en nuestro propio trabajo—; otras,de carácter objetivo y que hacen referencia a la índole misma dela disciplina. La Historia del pensamiento político viene a ser lamisma Historia, vista desde el entramado de la significación y del

(56) Ver su prólogo a la Historia de España, publicada bajo su direc-ción, vol. I, págs. CI a CI1I.

(57) Un interesante planteamiento de ur. problema que ofrece claroparalelismo con el nue aquí se trata, puede verse en ALVAREZ DE MIRAN-DA : E¡ saber histórico-religioso y la ciencia española, en publicaciones dela Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, 11̂ 55.

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sentido que los hombres dan a los actos que realizan en su con-vivencia política. La razón de ello nos la da Diez del Corral cuan-do advierte que, en los distintos órdenes de la vida histórica, lamarcha del pensamiento político «responde a situaciones a la vezmás amplias y más variables, discurre por vías zigzagueantes, pe-gadas al terreno de muy concretas realidades históricas» (58). Y sies así en el plano de la realidad de la historia, no puede ser deotro modo en su proyección en el plano del saber de la Historia.

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(58) Ver su estudio «Zubiri y la filosofía de la Historia», en el vol. Ho-menaje a Xavier Zubiri, Madrid, 1953, pág. 83.

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