la identidad - milan kundera
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Annotation
Chantal y Jean-Marc viveuntos en Paris y se quieren, s
quieren tanto que incluso parecconfundirse. Y es que, a veces, dan situaciones en las que, por uinstante, ninguno de los dos parereconocerse, en el que la identidadel otro se disuelve y, de rechaz
duda de la suya propia. Todo el quama, todo el que convive en parej
lo ha vivido alguna vez, porque que mas teme en el mundo quie
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ama es perder de vista al seamado. Pues eso es lo que, poco poco, va a empezar a ocurrirlesChantal y a Jean-Marc. Pero, en qinstante, ante que gesto y en qucircunstancia precisa comienza eaterrador proceso? Kundera atrapal lector en el panico que acompa
ese instante de extravio y este ya ntendra mas remedio que adentrar
en el laberinto que recorren Chanty Jean-Marc y en el que mas de uvez debera cruzar la frontera de real y lo irreal o entre lo que ocur
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en el mundo exterior y lo quelabora una mente en solitario.
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P did d i
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Perdido de vista. —Sí —dijo Chantal. —Tal vez haya visto lo que
pasó a los Bourdieu. Son de paquí.
—Sí, es espantoso —dijChantal sin saber cómo desviaquella conversación sobre un
tragedia hacia una vulgar cuestióde comida.
—Usted querrá cenar —dij por fin la otra camarera. —Sí. —Ahora mismo llamo a
ît t
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maître, vaya a sentarse.Su compañera añadió alg
más: —¡Imagínese! Alguien a quie
quiere desaparece y nunca sabrá que le ha ocurrido. ¡Es parvolverse loco!Chantal volvió a su mesa;
maître vino al cabo de cincminutos; ella encargó una cena frí
muy simple; no le gusta comer so¡odia comer sola!Mientras partía el jamón en
plato no podía poner freno a lo
i t h bí
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pensamientos que habíadesencadenado los comentarios dlas camareras: en este mundo doncada uno de nuestros pasos escontrolado y queda grabado, donlos grandes almacenes disponecámaras para vigilarnos, donde gente se pasa la vida dándos
codazos, donde los hombres n pueden ni siquiera hacer el amor s
que al día siguiente les interroguinvestigadores y encuestadore(«¿dónde hace usted el amor?«¿cuántas veces por semana?
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a esperar perder la pacienci
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a esperar, perder la pacienciEstaría condenada a vivir hasta final de sus días en un horror stregua.
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Subió a la habitación, le costdormirse y se despertó en medio la noche después de un largo sueñ poblado exclusivamente d personas relacionadas con s pasado: su madre (muerta hacmucho tiempo) y sobre todo su marido (no había vuelto a verle
años y no se le parecía, como si director del sueño se hubier
equivocado al hacer el casting); iba con su hermana, dominadora
enérgica y con su nueva muj
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enérgica, y con su nueva muj(nunca la ha visto; sin embargo, el sueño no le cupo la menor dudde que era ella); al final, él hacía, vagas proposiciones eróticy su nueva mujer besó a Chantal cfuerza en la boca intentanddeslizar su lengua entre los labio
Siempre le han producido cierasco dos lenguas lamiéndose una
otra. De hecho, ese beso fue lo qula despertó.El malestar que le provocó
sueño era tan desmesurado que
esforzó por descifrar el motivo L
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esforzó por descifrar el motivo. Lque tanto la había turbado, pensabera la supresión, urdida por sueño, del tiempo presente. Porquella se aferra apasionadamente a presente, que por nada en el muncambiaría por el pasado o por porvenir. Por eso no le gustan lo
sueños: imponen una inaceptabigualdad entre las distintas époc
de una misma vida, uncontemporaneidad niveladora dtodo cuanto el hombre ha vivido; ntienen en cuenta el present
negándole su posición d
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negándole su posición d privilegio. Como en el sueño de enoche: todo un periodo de su vidhabía quedado aniquilado: JeaMarc, su piso en común, todos laños compartidos con él; en slugar, se habían arrellanado e pasado, las personas con las que
roto desde hace tiempo y que haintentado atraparla en la red de u
trivial seducción sexual. Sentía la boca los labios húmedos de unmujer (que, por cierto, no era fea; director del sueño, al elegir
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F. era un antiguo amigo dJean-Marc, se conocían desde ltiempos del liceo; compartían lmismas opiniones, scompenetraban en todo y había permanecido en contacto hasta día en que hace muchos años JeaMarc, brusca y definitivament
dejó de quererle y de verle. Cuandse enteró de que F. se encontrab
muy enfermo en un hospital dBruselas, no sintió ningunas gan
de visitarle, pero Chantal insist
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de visitarle, pero Chantal insisten que fuera.
Al ver a su antiguo amigo ssintió abrumado: lo habíconservado en la memoria tal comera en el liceo, un chico frági
siempre impecablemente vestiddotado de una finura natural ante
que Jean-Marc se sentía como urinoceronte. Los rasgos sutile
afeminados, que entonces hacíaque F. pareciera más joven de lque en realidad era, ahora lavejentaban: su rostro le parec
grotescamente pequeño, hecho u
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grotescamente pequeño, hecho uovillo, arrugado, como la cabezmomificada de una princesa egipcmuerta hace cuatro mil años; JeaMarc miraba sus brazos: uninmovilizado por la aguja de u
gota a gota clavada en la vena, otro haciendo grandes gestos pa
apoyar sus palabras. Cuando veía gesticular, siempre habí
tenido la impresión de que, erelación con su cuerpo diminutlos brazos de F. eran aún má pequeños, minúsculos, como l
brazos de una marioneta. Es
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.impresión se acentuó aún más aqudía, porque aquellos gestoinfantiles se acomodaban muy mala gravedad del tema que trataba: le contaba el estado de coma en
que estuvo sumido durante varidías antes de que los médicos
devolvieran a la vida: «Habráoído alguna vez lo que cuenta
gente que ha sobrevivido a smuerte. Tolstói, por ejemplo, habde eso en un cuento. Del túnel couna luz al final. De la atractiv
belleza del más allá. Pues te di
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una cosa, no hay ninguna luz, te uro. Y lo peor es que no está
inconsciente. Lo entiendes todo, oyes todo, sólo que ellos, lomédicos, no se dan cuenta y habl
de cualquier cosa delante de tincluso de lo que no deberías oí
Que estás perdido. Que tu cerebestá jodido».
Se quedó un momento esilencio. Luego: «No quiero decque mi mente estuvier perfectamente lúcida. Er
consciente de todo, pero tod
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, pquedaba algo deformado, como un sueño. De vez en cuando sueño se convertía en pesadillSólo que, en la vida, una pesadiltermina rápidamente, te pones
gritar y te despiertas, pero yo n podía gritar. Y eso fue lo má
terrible: no poder gritar. Seincapaz de gritar en medio de un
pesadilla».Se calló otra vez. Luego«Nunca le tuve miedo a la muertAhora, sí. No consigo quitarme
idea de que después de muerto
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q pquedas vivo. Que estar muerto vivir una pesadilla infinita. Pedejémoslo. Dejémoslo. Hablemde otra cosa».
Antes de llegar al hospita
Jean-Marc estaba seguro de que el uno ni el otro podría eludir
recuerdo de su ruptura y que vería obligado a decirle a F. una
palabras de reconciliación nadsinceras. Pero sus temores habísido vanos: la idea de la muerconvertía en hueras todas la
demás. Por más que F. quisier
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q q pasar a otro tema, seguía hablandde su cuerpo doliente. Este relasumió a Jean-Marc en la depresió pero no despertó en él afectalguno.
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¿Será realmente tan frío, tainsensible? Un día, hace muchoaños, se enteró de que F. lo habítraicionado; puede que la palabsea demasiado románticaseguramente exagerada, si
embargo, aquello le trastornó: euna reunión, en su ausencia, todo
mundo criticó a Jean-Marc y, máadelante, estas críticas acabaro
por costarle el puesto. F. estab presente en esa reunión. Estaba a
y no dijo ni una sola palabra e
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defensa de Jean-Marc. Suminúsculos brazos, tan dados gesticular, no hicieron el menomovimiento en favor de su amigJean-Marc, que no querí
equivocarse, averiguó queefectivamente, F. había
permanecido mudo. Cuando lo sucon toda certeza, se sintió uno
minutos infinitamente dolido; luegdecidió no volver a verle nuncmás; e inmediatamente después sorprendió un sentimiento de alivi
inexplicablemente gozoso.
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F. terminaba el relato de sudesgracias cuando, tras un momende silencio, su rostro de princesimomificada se iluminó:
—¿Te acuerdas de nuestra
conversaciones en el liceo? —No mucho —dijo Jean
Marc. —Siempre te escuché como
mi maestro cuando hablabas dchicas.Jean-Marc intentó recorda
pero no encontró en su memor
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en un curioso tono de entendid
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sincero y firme: ¿Sonarse? ¡Si yapenas puedo superar el asco dunos ojos que parpadean, de emovimiento de los párpados sobla córnea! ¿Te acuerdas?
—No —respondió Jean-Marc —¿Cómo has podid
olvidarlo? El movimiento de lo párpados. ¡Qué idea más rara!Pero Jean-Marc decía l
verdad; no se acordaba. Por ot parte, ni siquiera intentaba rebuscen su memoria. Pensaba en ot
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El cansancio había caídb ó ll d
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sobre F., que permaneció calladcomo si el recuerdo de lo párpados lo hubiera agotado.
—Tienes que dormir —dijJean-Marc, y se levantó.
Al salir del hospital, sintió irresistible deseo de estar co
Chantal. Si no hubiera estado taextenuado, se habría ido enseguid
Antes de llegar a Bruselas, hab planeado un copioso almuerzo día siguiente en el hotel y volver coche tranquilamente, sin prisa
Pero, después del encuentro con Fl d d l i d
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puso el despertador a las cinco dla mañana.
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Cansada después de una manoche, Chantal salió del hoteCamino del mar se cruzó con unturistas domingueros. Los grupreproducían todos el mismesquema: el hombre empujaba u
carrito con un bebé, la mujecaminaba a su lado; el rostro d
hombre era bonachón, atentsonriente, un poco azorado siempre dispuesto a inclinarssobre el niño, a quitarle los moc
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lado de una mujer, sin carritollevaba a un niño cogido de la man
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llevaba a un niño cogido de la many a otros tres encima, a la espalden el pecho y sobre los hombros. Yfinalmente, vio a una mujer, shombre, que empujaba un carri
con mucho más vigor que uhombre, de tal manera que Chant
que caminaba en la misma acertuvo que apartarse de un salto paevitarlo.
Chantal se dice: Los hombrese han papaisado. Ya no so padres, tan sólo papás, lo cu
significa: padres sin la autoridad un padre Se imagina coqueteand
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un padre. Se imagina coqueteandcon un papá que empuja el carricon un bebé y lleva además otrdos, uno a la espalda y otro en pecho; aprovechando un momen
en que la mujer se hubiera deteniddelante de un escaparate, l
propondría al marido una cita oído. ¿Qué haría? El hombrconvertido en árbol de niño¿podría todavía volverse para mira una desconocida? ¿Acaso lo bebés colgados de su espalda y
su pecho no se pondrían a berreprotestando por aquel movimien
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protestando por aquel movimieninoportuno? Esta idea le parecdivertida y la pone de buen humoSe dice: Vivo en un mundo en que los hombres nunca más s
volverán para mirarme.Luego, entre otros paseante
matutinos, llegó al malecón: marea estaba baja; ante ella sextendía en un kilómetro la llanude arena. Hacía mucho tiempo quno volvía a la orilla del manormando, y desconocía la
actividades que estaban de modase practicaban allí: las cornetas
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se practicaban allí: las cornetas los speed-sail. Cometa: telcoloreada, tensada sobre uarmazón peligrosamente dursoltada al viento; con la ayuda d
dos hilos, uno en cada mano, dirigen en todas direcciones, d
modo que sube y baja, dvolteretas, emite un temible ruid parecido al de un gigantesco tábay, de vez en cuando, cae de bruceen la arena como un avión que estrella. Sorpresa, Chanta
comprobó que sus propietarios neran niños ni adolescentes sin
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eran niños ni adolescentes, sincasi todos adultos. Y nuncmujeres, siempre hombres. Sí, ¡er papás! ¡Papás sin niños, papás qhabían conseguido escapar de su
mujeres! No corrían hacia suamantes, corrían en la playa ¡pa
ugar!Se le ocurrió de pronto otr pérfida manera de seduciacercarse por detrás al hombre qusostiene los dos hilos y que, con cabeza hacia atrás, observa
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pero se aburre. Llegó al malecómás abajo en la playa vio a un
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más abajo, en la playa, vio a uncuantos hombres que, con la cabehacia atrás, soltaban cometas en aire. Lo hacían con pasión y JeaMarc recordó su vieja teoría: h
tres tipos de aburrimiento: aburrimiento pasivo: la chica qu
baila y bosteza; el aburrimienactivo: los aficionados a lacometas; y el aburrimiento rebeldla juventud que quema coches rompe escaparates.
Más lejos en la playa, uno
niños entre doce y catorce añocon grandes cascos de colore
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con grandes cascos de coloredemasiado pesados para su pequeños cuerpos, se aglomerabalrededor de unos extrañocarricoches: en la cruz que form
dos barras metálicas habían fijaduna rueda delantera y dos rued
traseras; en el centro, una caalargada y baja en la que un cuerp puede deslizarse recostado; encimun mástil que sostiene una vel¿Por qué llevarán cascos los niñoEs sin duda un deporte peligros
Sin embargo, se dijo Jean-Marc, lque corren peligro con eso
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que corren peligro con esoaparatos conducidos por niños sosobre todo los paseantes; ¿por quno se les ofrece un casco a ellotambién? Porque aquellos que
resisten a los placeres organizadson desertores de la gran luch
común contra el aburrimiento y nmerecen ni atención ni casco.Bajó los peldaños hacia l
playa y atentamente pasó revistala orilla ahora lejana del mar; esforzó por distinguir a Chant
entre las alejadas siluetas dociosos; al fin, la reconoció
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oc osos; a , a eco oc óacababa de detenerse parcontemplar las olas, los veleros, lnubes.Pasó al lado de unos niños qu
un monitor iba acomodando en lspeed-sail que empezaban
moverse lentamente trazandcírculos. Alrededor, otrocarricoches se desplazaban ya toda velocidad. Tan sólo una veatada a un cable garantiza la buedirección del vehículo y permite,
virar, evitar a los paseantes. Per¿puede un aficionado aún torp
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¿p pcontrolar realmente la vela? ¿Nundesobedecerá aquel trasto lvoluntad del piloto?Jean-Marc iba mirando lo
speed-sail cuando vio que uno dellos se dirigía como un bólid
hacia Chantal, y se le arrugó frente. Un hombre mayor ibrecostado dentro como uastronauta en un cohete. En aquel posición horizontal no puede vnada de lo que ocurre delant
¿Será Chantal capaz de evitarloEchó pestes contra ella, contra
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p ,naturaleza demasiaddespreocupada, y aceleró el paso.
Ella dio media vueltaSeguramente no vería a Jean-Mar
pues seguía a paso lento, el paso una mujer inmersa en su
pensamientos que camina sin mira su alrededor. A él le habrígustado gritarle que no fuera tadistraída, que prestara atención aquellos estúpidos carricoches qurecorren la playa. De pront
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crispado por la mueca del llantvive durante unos segundos
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ghorror de su muerte.
Luego, sorprendido él mism
por ese curioso ataque de histerila vio a lo lejos paseando co
indolencia, apacible, tranquilencantadora, infinitament
conmovedora, y se sonrió de comedia de duelo que acababa drepresentarse a sí mismo, sonrió sreprochárselo, pues la muerte dChantal lo acompaña desde quempezó a quererla; y entonces sí
puso a correr haciéndole señas cla mano. Pero ella se detuvo ot
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vez, otra vez se situó frente al may miraba a lo lejos los veleros s
percatarse del hombre que agitabla mano por encima de su cabeza.
¡Por fin! Al volverse hacidonde venía él, pareció verlo; llen
de felicidad, Jean-Marc levantó uvez más el brazo. Pero ella no hacía caso y se detuvo, siguiendcon la mirada la larga línea del mque acariciaba la arena. Ahora questaba de perfil, él pudo comprob
que lo que había tomado por smoño era un pañuelo atado a
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cabeza. A medida que se acercab(con un paso de pronto much
menos apresurado), aquella mujque había tomado por Chantal
volvía vieja, fea e irrisoriamenotra.
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Chantal se había cansad pronto de buscar desde el maleca Jean-Marc y había decididesperarlo en la habitación, presa
una gran somnolencia. Para nestropear el placer del reencuentr
se le antojó tomar enseguida ucafé. Cambió entonces de direcci
y se encaminó hacia un pabellón hormigón y cristal que abrigaba restaurante, un bar, una sala duegos y algunas tiendas.
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se había deslizado detrás de barra, aumentaba el volumen.
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El hombre del tatuaje sacercó aún más a Chantal. S
sonrisa le parecía maligna. Srindió:
—¡No, no tengo nada contra música!
—Estaba seguro —dijo etatuado— de que le gustaría. ¿Qudesea?
—Nada —contestó Chantal—sólo quería mirar. Se está bien esu local.
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¡Cuántas veces le habr pasado lo de confundir el aspecfísico del ser amado con el de otro
Y siempre seguido del mism
asombro: ¿será tan ínfima, pues, diferencia entre ella y las demá
¿Por qué es incapaz de reconocer silueta del ser al que más quiere
el mundo, del ser que él consideincomparable? Abre la puerta de habitación. Por fin, la ve. Esta vesin la menor duda, es ella, per
tampoco se le parece del todo. Srostro ha envejecido; su mirada
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extrañamente malvada. Como si mujer a la que había hecho señas
la playa debiera sustituir, a partde entonces y para siempre, a la q
ama. Como si debiera ser castigad por no ser capaz de reconocerla.
—¿Qué pasa? ¿Qué te hocurrido? —Nada, nada —dijo ella. —¿Cómo que nada? Está
completamente cambiada. —He dormido muy mal. Ca
no he dormido y he tenido unmañana horrible.
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—¿Una mañana horrible? ¿Pqué?
—Por nada, realmente ponada.
—Dímelo. —De verdad, no es nada.
El insiste. Ella acaba podecir: —Los hombres ya no s
vuelven para mirarme.El la mira, incapaz d
comprender lo que dice, lo qu
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que te pone triste?Ella se ruboriza. Se ruboriz
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como hace tiempo él no la ha visruborizarse. Ese rubor parec
traicionar deseos inconfesadoDeseos de tal violencia que Chant
no puede contenerlos y repite: —Sí, los hombres ya no svuelven para mirarme.
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Cuando Jean-Marc apareció eel umbral de la habitación, Chant puso su mejor voluntad parmostrarse alegre; quería abrazarl
pero no podía; desde su paso por bar estaba tensa, crispada y has
tal punto ensimismada en su humsombrío que temía que el gesto d
amor que hubiera esbozad pareciera forzado y contrahecho.Luego Jean-Marc le habí
preguntado: «¿Qué te h
ocurrido?», y ella había contestadque había dormido mal, que estab
d h bí d
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cansada, pero no había conseguidconvencerle y él sigui
interrogándola; al no saber cómeludir esa inquisición amoros
quiso decirle algo graciosoentonces se le cruzó por la cabeel recuerdo del paseo matutino y lhombres convertidos en árboles niños y dio con la frase que hab permanecido allí como un pequeñobjeto perdido: «Los hombres ya nse vuelven para mirarme». Hab
recurrido a esa frase para eludcualquier discusión seria; s
f ó d i l d l
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esforzó por decirla de la manemás despreocupada posible, per
para su sorpresa, la voz le habsalido amargada y melancólic
Sentía esa melancolía pegada a rostro e, inmediatamente, supo qél no la entendería.
Vio cómo la miraba, largtiempo, gravemente, y comprendque en lo más hondo de su cuerpesa mirada encendía un fuego. Efuego se extendía rápido por s
vientre, le subía al pecho, lquemaba las mejillas, mientras o
J M i ll L
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a Jean-Marc repetir tras ella: «Lhombres ya no se vuelven pa
mirarte. ¿Es eso realmente lo que pone triste?».
Sentía que ardía como unantorcha y que el sudor se desliza por su piel; sabía que ese rubotorgaba a su frase una importancdesmesurada; él debía de creer qucon aquellas palabras (¡por otrlado tan anodinas!) ella se habtraicionado, que ella le hab
dejado entrever secretainclinaciones de las que, ahora,
b l did
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avergonzaba; es un malentendid pero no se lo puede explica
porque es víctima desde hace algtiempo de esos repentino
acaloramientos; siempre se hnegado a llamarlos por sverdadero nombre, pero, esta veya no duda de lo que significan por la misma razón, no quiere, n puede hablar de ellos.
La ola de calor se alargó y sexplayó, para colmo de sadismo,
la vista de Jean-Marc; no sabía quhacer para esconderse, part d i l i d
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taparse, para desviar la miradindagadora. Extremadamen
turbada, repitió la misma frase cla esperanza de que rectificar
ahora lo que le había salido mal primera vez y que conseguir pronunciarla con despreocupaciócomo algo gracioso, como un parodia: «Sí, los hombres ya no vuelven para mirarme». Pero fue vano, la frase sonaba aún mámelancólica que antes.
En los ojos de Jean-Marc senciende una luz que ella conobi li t
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bien y que es como una linterna salvación: «¿Y yo? ¿Cómo pued
pensar en los que ya no se vuelv para mirarte cuando yo voy a tod
horas corriendo tras de ti adondequiera que estés?».Chantal se siente a salvo
porque la voz de Jean-Marc es voz del amor, la voz cuya existenchabía olvidado en aquellomomentos de desconcierto, la vdel amor que la acaricia y la rela
pero para la que todavía no es preparada; como si esa voz llegade lejos de demasiado lejos; tend
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de lejos, de demasiado lejos; tendque escucharla aún durante bastan
tiempo para poder creer en ella.Por eso, cuando él quis
abrazarla, ella se puso rígida; tuvmiedo de que él la estrechara entsus brazos, miedo de que su cuerphúmedo revelara su secreto. Emomento fue demasiado corto y nle dio tiempo para controlarse; aantes de que pudiera retener gesto, tímida pero firmemente, el
lo apartó.
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¿Habrá tenido realmente lug
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¿Habrá tenido realmente lugese encuentro malogrado por el qya son incapaces de abrazarse¿Recuerda aún Chantal eso
instantes de incomprensión¿Recuerda aún la frase que inquie
a Jean-Marc? No mucho. Eepisodio cayó en el olvido comotros miles. Unas dos horas mtarde, almuerzan en el restaurandel hotel y hablan alegremente de muerte. ¿De la muerte? El jefe d
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—Es inteligente. Lógico comun bisturí. Sabe de Marx, dpsicoanálisis de poesía modern
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psicoanálisis, de poesía modernLe gusta contar que, en la literatu
de los años veinte, en Alemania no sé dónde, había una escue
poética de lo cotidiano. Según él, publicidad responde a posterioriesa corriente poética. Convierte poesía los simples objetos de vida. Gracias a ella lo cotidiano ha puesto a cantar.
—¿Y qué hay de inteligente eesas tonterías?
—El tono de cínica provocación con el que lo dice.
¿Se ríe o no se ríe tu jef
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—¿Se ríe o no se ríe tu jefcuando te encarga la publicidad d
la muerte? —Sonríe con una sonris
distante; eso siempre quedelegante y, cuanto más poderoseres, más te sientes obligado a selegante. Pero su sonrisa distannada tiene que ver con una riscomo la tuya. Y él es muy sensiba ese matiz.
—Entonces ¿cómo pued
soportar la tuya? —Pero, Jean-Marc, ¿tú qu
crees? Yo no me río No olvide
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crees? Yo no me río. No olvideque tengo dos caras. He aprendid
a extraer de eso cierto placer, pesar de que no es nada fácil ten
dos caras. ¡Exige esfuerzo disciplina! Deberías comprendque todo lo que hago, de buena mala gana, lo hago con la ambicide hacerlo bien. Aunque sólo se para no perder mi empleo. Y emuy difícil trabajar lo mejor qu puedes y al mismo tiemp
despreciar tu trabajo. —Oh sí, tú eres capaz, t
puedes hacerlo eres genial —di
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puedes hacerlo, eres genial —diJean-Marc.
—Sí, es cierto, puedo tenedos caras, pero no quier
ponérmelas al mismo tiempContigo me pongo la cara burlonCuando estoy en la oficina, m pongo la cara seria. Por ejemplo,mí me llegan las solicitudes dempleo de quienes aspiran trabajar con nosotros. Me toca a mdar una opinión positiva o negativ
Algunos, en su solicitud de trabajse expresan en un lenguajperfectamente moderno con tod
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perfectamente moderno, con todlos lugares comunes, en la jerg
adecuada, con todo el debidoptimismo. No necesito verles
hablar con ellos para saber que lodio. Pero sé que son ellos los quse dedicarán a fondo a su trabajLuego están los que, sin duda, otros tiempos, se hubieran dedicada la filosofía, a la historia del arta la enseñanza del francés, pero qhoy, a falta de otra cosa, casi co
desesperación, buscan un trabajo nuestra empresa. Sé qusecretamente desprecian el pues
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secretamente desprecian el puesque solicitan y que por lo tanto s
mis semejantes.Y tengo que decidir.
—¿Y cómo lo haces? —A veces recomiendo al qume cae simpático y otras al que entregará a su trabajo. Actúo medias: traiciono a veces a empresa y a veces me traiciono mí misma. Soy doblemente traidorY no considero ese estado de dob
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capitán inmortal, le ayuda a levanclas».
—Pero a mí no me toca gustl i N l
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e o a o e toca gusta los agonizantes. No son los qu
solicitarán los servicios de LuciDuval. Y los vivos que entierran
sus muertos no quieren celebrar muerte, sino gozar de la vidMétetelo bien en la cabeza: nuestreligión radica en el elogio de vida. La palabra «vida» es la reinde las palabras. La palabra reinrodeada de otras grandes palabra¡La palabra «aventura»! ¡La palab
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persona de un little boy que viersobre las ruinas la orina de oro d
la esperanza. Así es comi g l g
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pinauguraron la posguerra. —
recogiendo su vaso, concluye—¡Brindemos!
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Su hijo tenía cinco añod ll l ó á d
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jcuando ella lo enterró. Más tarddurante unas vacaciones, su cuñale dijo: «Estás demasiado trist
Tienes que tener otro hijo. Sólo alo olvidarás». El comentario de
cuñada le destrozó el corazóHijo: existencia sin biografíSombra que desaparecrápidamente en su sucesor. Perella no quería olvidar a su hijDefendía su irremplazabl
individualidad. En contra d porvenir ella defendía un pasado,
pasado desatendido menospreciado del pobre pequeñ
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pmenospreciado del pobre pequeñ
muerto. Una semana después, marido le dijo: «No quiero que
deprimas. Tenemos que teneenseguida otro hijo. Luegoolvidarás». Olvidarás: ¡no intentasiquiera buscar otra fórmulEntonces fue cuando nació en ella decisión de dejarle.
Para ella estaba claro que smarido, hombre más bien pasiv
no hablaba por sí mismo, sino enombre de los intereses má
generales de la gran familidominada por su hermana Es
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g gdominada por su hermana. Es
vivía entonces con su tercer maridy dos hijos nacidos de matrimoni
anteriores; había conseguidmantener buenas relaciones con sex maridos y agruparlos a salrededor y junto a las familias dsus hermanos y primas. Aquellmultitudinarias reuniones scelebraban durante las vacacionen una enorme casa de camp
había intentado introducir a Chanten la tribu para que se integrara
ella progresiva eimperceptiblemente
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imperceptiblemente.
Fue allí, en aquella gran casdonde su cuñada y luego su marid
le exhortaron a tener otro hijo. allí, en una pequeña habitaciódonde ella se negó a hacer el amcon él. Cada una de suinsinuaciones eróticas le recordabla campaña familiar en favor de nuevo embarazo, y la idea de hacel amor con él se convirtió e
grotesca. Tenía la impresión de qutodos los miembros de la trib
abuelas, papás, sobrinos, sobrinaprimas escuchaban detrás de
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primas, escuchaban detrás de
puerta, inspeccionaban en secrelas sábanas de su cama, acechab
un cansancio matutino. Todos sadjudicaban el derecho de mirarla barriga. Incluso los sobrinos m pequeños habían sido reclutadocomo mercenarios en aquelguerra. Uno de ellos le dijo:
—Chantal, ¿por qué no tgustan los niños?
—¿Por qué crees que no mgustan? —contestó ella fríament
con brusquedad.No supo qué decir Irritada
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No supo qué decir. Irritada
ella continuó: —¿Quién te ha dicho que n
me gustan los niños?Y el sobrinito, ante lseveridad de su mirada, contestó un tono a la vez tímido contundente:
—Si te gustaran los niño podrías tener uno.
A la vuelta de aquella
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obtenerla, no bastaba con el dinerTambién necesitaba un hombre, u
hombre que fuera la vivencarnación de otra vida porqu
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encarnación de otra vida, porqu
aunque quisiera, con frenesliberarse de su vida anterior, n
podía imaginar ninguna otra. Tuvque esperar unos años antes dencontrar a Jean-Marc. Quince dídespués, le pedía el divorcio a marido, a quien pilló por sorpresu decisión. Entonces fue cuando cuñada, con una mezcla d
admiración y hostilidad, la llam
Tigresa: «Te quedas quieta, nadisabe lo que piensas y, de repente,
lanzas». Al cabo de tres meseChantal compró un piso dond
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Chantal compró un piso dond
descartando cualquier idea dmatrimonio, se instaló con su amo
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Jean-Marc tuvo un sueñosiente miedo por Chantal la busc
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siente miedo por Chantal, la busc
corre por las calles y, por fin, la vde espaldas, mientras camina y
aleja. Corre tras ella y grita snombre. Está ya a pocos paso
cuando ella vuelve la cabeza, Jean-Marc, estupefacto, tiene ansí otra cara, una cara ajena desagradable. No obstante, no otra persona, es Chantal, sChantal, no le cabe la menor dud
pero su Chantal con la cara de udesconocida, y eso es atro
insoportablemente atroz. La abrazla estrecha entre sus brazos y
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la estrecha entre sus brazos y
repite entre sollozos: ¡Chantal, m pequeña Chantal, mi pequeñChantal!, como si quisiera, repetir esas palabras, insuflar antiguo aspecto perdido, sidentidad perdida, a aquella catransformada.
Ese sueño lo despertó. Chantya no estaba a su lado en la cam
oyó los ruidos de todas las mañan
en el cuarto de baño. Todavía bajel efecto del sueño, sintió la urgen
necesidad de verla. Se levantó y fhacia la puerta entreabierta. Allí
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ac a a pue ta e t eab e ta.
detuvo y, al igual que un miróávido de sorprender una esceníntima, la observó: sí, era Chanttal como la había conocidoinclinada sobre el lavabo, scepillaba los dientes, escupsaliva mezclada con pasta y sentregaba a su tarea de un modo tcómico e infantil que Jean-Ma
sonrió. Luego, como si sintiera
mirada, Chantal dio media vuelta al verlo en el marco de la puerta,
enfadó y acabó por dejarse besar la boca todavía toda blanca.
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«¿Pasarás a buscarme estnoche por la agencia?», le preguntHacia las seis, él entró en e
vestíbulo, recorrió el pasillo y detuvo delante de su despacho. L puerta estaba entreabierta, como del cuarto de baño por la mañanVio a Chantal con dos mujeres, sduda compañeras de trabajo. Pe
ya no era la misma de la mañan
hablaba más alto, en un tono al quél no estaba acostumbrado, su
gestos eran más rápidos, mácortantes, más dominantes. Por
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,
mañana, en el cuarto de baño, habreencontrado al ser que acababa perder durante la noche y que, ese final de tarde, volvía a alterar bajo sus ojos.
Entró. Ella le sonrió. Peraquella sonrisa era como de cart piedra, y Chantal parecí paralizada. Desde hace unos vein
años, besarse en las dos mejillas
ha convertido en Francia en ugesto convencional casi obligator
y, por eso, engorroso para los quse quieren de verdad. Pero ¿cóm
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q ¿
se elude ese gesto convencioncuando el encuentro se da e público y uno no quiere que lodemás crean que no se entiende csu pareja? Incómoda, Chantal acercó y le ofreció las dos mejillaEl gesto le salió artificial y los dse sintieron en falso. Salieron sólo tras un buen rato, ella volvió
ser para él la Chantal que conocía
Siempre ocurre lo mismodesde el instante en que vuelve
verla hasta el instante en que reconoce tal como la ama transcur
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cierto tiempo. Cuando sencontraron por primera vez, en
pueblo de montaña, tuvo la suerde poder aislarse con ella caenseguida. Si antes de ese encuenta solas él la hubiera tratado utiempo tal como era con los demá¿habría reconocido en ella al samado? Si la hubiera conocido t
sólo con la cara que muestra a s
compañeros, a sus jefes, a susubordinados, ¿le habrí
emocionado y deslumbrado ecara?
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Tal vez debido a esahipersensibilidad suya en eso
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p y
momentos de extrañeza, se le habquedado tan fuertemente grabada
frase «los hombres ya no se vuelv para mirarme»: al pronunciarlChantal le pareció irreconociblEsa frase no le iba. Y su cara, commalvada, como avejentadtampoco le iba. Primero, habíareaccionado los celos: ¿cómo podquejarse de que los demás ya no
interesaban por ella cuando aquelmisma mañana él había estad
dispuesto a matarse en la carretecon tal de acudir lo antes posible
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su lado? Sin embargo, menos de uhora después, había terminado pdecirse: todas las mujeres miden paso del tiempo según el interésel desinterés que los hombremanifiestan por su cuerpo. ¿Nsería ridículo sentirse ofendido peso? No obstante, aun sin sentirofendido, no estaba de acuerd
Porque el mismo día de su prim
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y lo rescató de la nebulosa multitumás adelante, las miradas s
multiplicaron y abrasaron aqucuerpo que desde entonce
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atraviesa el mundo como unantorcha; son tiempos de luminogloria, pero pronto las miradaempiezan a escasear, la luz apagarse poco a poco hasta el den que aquel cuerpo, traslúcidluego transparente, luego invisibl pasee por las calles como un pequeña nada ambulante. En
trayecto que conduce del primero
segundo estado de invisibilidad, frase «los hombres ya no se vuelv
para mirarme» es la luz roja quindica el comienzo de la progresiv
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extinción del cuerpo.Por mucho que él le dijera qula quiere y la encuentra guapa, mirada de enamorado no le servirde consuelo. Porque la mirada damor es la mirada del aislamientJean-Marc pensaba en la amorosoledad de dos viejos seres que h pasado a ser invisibles para lo
demás: triste soledad que anuncia
muerte. No, lo que ella necesita nes la mirada del amor, sino u
aluvión de miradaindiscriminadas, desconocida
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groseras, concupiscentes, que detengan fatal e inevitablemensobre ella sin simpatía, sin ternuni cortesía. Esas miradas lmantienen en la sociedad de lohumanos. La mirada del amor arrebata de ella.
Con remordimiento, pensaben los comienzos vertiginosamen
rápidos de su amor. No habí
tenido que conquistarla: desde primer instante ella se había dejad
conquistar. ¿Volverse para mirarla¿Para qué? Desde el principio el
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había estado a su lado, frente a écerca de él. Desde el principio había sido el más fuerte y ella más débil. Esa desigualdad sasentaba en los cimientos de samor. Desigualdad justificabldesigualdad inicua. Era más déb porque era mayor que él.
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Cuando Chantal tenídieciséis, diecisiete años, l
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encantaba una metáfora; ¿la habrinventado ella misma, o la habr
oído, o leído? Poco importa: elquería ser un perfume de rosas, perfume expansivo y avasalladoquería traspasar así a todos lohombres y, por mediación de lohombres, abrazar al mundo enterPerfume expansivo de rosametáfora de la aventura. Es
metáfora había brotado en el umbrde su vida adulta como la prome
romántica de una dulc promiscuidad, como una invitaci
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al viaje a través de los hombrePero, por naturaleza, no habnacido mujer de muchos amantes,ese sueño vago, lírico, prontquedó adormecido en smatrimonio, que prometía setranquilo y feliz.
Mucho tiempo despuéscuando ya había dejado a su marid
y vivía desde hacía unos años co
Jean-Marc, se reunió un día con éla orilla del mar: cenaron al ai
libre, en un entarimado sobre agua; de esa cena ella conserva
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recuerdo de intenso blancor; lotablones, las mesas, las sillas, lmanteles, todo era blanco, lafarolas estaban pintadas de blancoirradiaban una luz blanca contra cielo veraniego, a punto doscurecer, en el que la luna, blanctambién, lo blanqueaba todo. Y, eese baño de blancura, ella sent
una insoportable nostalgia de Jea
Marc.¿Nostalgia? ¿Cómo podí
sentir nostalgia si lo tenía delant¿Cómo se puede sufrir por
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ausencia de alguien que est presente? (Jean-Marc sabrícontestar: se puede sentir nostalgen presencia del ser amado vislumbras un porvenir en el que ser amado ya no está; si la muertinvisible, del ser amado ya es presente).
Durante esos minutos d
extraña nostalgia a la orilla d
mar, Chantal recordó de repente su hijo muerto y una oleada d
felicidad la invadió. Pronto asustaría ese sentimiento. Per
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nadie puede hacer nada contra lsentimientos, ahí están y escapancualquier censura. Uno puedreprocharse tal acto, tal palab pronunciada, pero no puedreprocharse un sentimientosimplemente porque no tiene podalguno sobre él. El recuerdo de hijo muerto la llenaba de felicida
y sólo podía preguntarse por
significado de aquel sentimiento. Lrespuesta estaba clara: significab
que su presencia al lado de JeaMarc era absoluta y que podía s
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absoluta precisamente gracias a ausencia de su hijo. Era fel porque su hijo había muertSentada frente a Jean-Marc, tenganas de decirlo en voz alta, peno se atrevía. No estaba segura dsu reacción, temía que él la toma por un monstruo.
Saboreaba la total ausencia d
aventuras. Aventura: manera d
abrazar el mundo. Chantal ya nquería abrazar al mundo. Ya n
quería el mundo.Saboreaba la felicidad de n
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tener aventuras, de no deseaaventuras. Recordó su metáfora al igual que en una películacelerada, vio cómo se marchitabuna rosa a toda velocidad hasta nquedar de ella más que un delgadtallo, negruzco, y hasta perder para siempre en el universo blande aquella velada: la rosa diluid
en el blancor.
Aquella misma noche, antes ddormirse (Jean-Marc ya estab
dormido), se acordó una vez más su hijo muerto y de nuevo es
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recuerdo vino asociado a aquelescandalosa oleada de felicidad. Sdijo entonces que su amor por JeaMarc era una herejía, untransgresión de las leyes no escritde la comunidad humana, de la qiba alejándose; se dijo que debmantener en secreto la desmesude su amor para no suscitar
enconada indignación de los demá
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Siempre es ella quien, por lmañana, sale la primera del piso
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abre el buzón; deja las cartadirigidas a Jean-Marc y recoge l
suyas. Aquella mañana encontrdos cartas: una a nombre de JeaMarc (la miró furtivamente: matasellos era de Bruselas), la ota su nombre, pero sin dirección sello. Alguien debió de depositar personalmente. Como tenía prisa, metió sin abrir en el bolso y s
apresuró hacia el autobús. Una vsentada, abrió el sobre; la car
consistía en una única frase: «Lsigo como un espía, es usted bell
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muy bella».Su primer sentimiento fudesagradable. Alguien, sin pedir permiso, quería intervenir en vida, atraer sobre él su atención (capacidad de atención es limitadano tiene suficiente energía paampliarla) y, en definitivaimportunarla. Luego se dijo que,
fin y al cabo, era una tontería. ¿Q
mujer no ha recibido algún día umensaje parecido? Releyó la car
y se dio cuenta de que la señora al lado también podía leerl
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Volvió a meterla en el bolso y echun vistazo a su alrededor. Vio gensentada, mirando distraídamen por la ventana, dos jovencitas qse reían, un joven negro cerca de salida, una mujer, sumergida en ulibro, a quien sin duda le esperabun largo trayecto.Ella acostumbra a ignorar
todo el mundo en el autobús. P
culpa de aquella carta se sintobservada y observó a su ve
¿Habrá siempre alguien que la mifijamente como ese negro de hoy
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Como si supiera lo que ellacababa de leer, éste le sonrió. ¿si fuera el autor del mensajeRechazó enseguida aquella idedemasiado absurda y se levan para bajar en la siguiente paradTendría que pasar junto al negrque obstruía el paso hacia la salidy eso la incomodó. Cuando estuvo
poca distancia, el autobús frenó
por un instante ella intentrecuperar el equilibrio; el negr
que seguía mirándola, se echó reír. Ella se apeó y se dijo: N
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coqueteaba; se burlaba.Durante todo el día oyó esrisa burlona como un mal presagiEn su despacho miró la carta en do tres ocasiones y, al volver a casse preguntó qué debía hacer coella. ¿Guardarla? ¿Para qué¿Enseñarla a Jean-Marc? Eso habría puesto en un apuro, ¡como
ella quisiera presumir! Entonc
¿qué?, ¿destruirla? Eso es. Fue baño e, inclinada sobre el retret
miró la superficie líquida; rompen pedacitos el sobre, los arrojó
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la taza, tiró de la cadena, pervolvió a doblar la carta y se llevó a la habitación. Abrió earmario y la metió debajo de susostenes. Al hacerlo, volvió a oír risa burlona del negro y se dijo quera como todas las demás mujeresus sostenes, de pronto, l parecieron vulgares y tontamen
femeninos.
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Apenas una hora después, llegar a casa, Jean-Marc enseñó
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Chantal una esquela de defunción: —La encontré esta mañana e
el buzón. F. ha muerto.Chantal casi se alegró de quotra carta, más grave, encubriera ridículo de la suya. Tomó del braza Jean-Marc, lo condujo a la sade estar y se sentó frente a él.
—Su muerte te ha afectaddespués de todo —dijo Chantal.
—No —dijo Jean-Marc—, tal vez lo que me afecta es que n
me afecte. —¿Ni siquiera ahora se l
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perdonas? —Se lo he perdonado todoPero no se trata de eso. Te comenaquel curioso sentimiento dfelicidad que sentí cuando decidentonces, dejar de verle. Me sentfrío como un témpano y me alegra por ello. Pues bien, su muerte no cambiado nada.
—Me asustas. De verdad, m
asustas.Jean-Marc se levantó para ir
buscar una botella de coñac y dvasos. Luego, tras sorber un trag
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prosiguió: —Hacia el final de mi visita hospital, empezó a contarme surecuerdos. Me repitió algo que dede decir cuando tenía dieciséaños. En aquel momento comprenel único sentido de la amistad tcomo se practica hoy. La amistad es indispensable al hombre para
buen funcionamiento de s
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mosqueteros de Alejandro Dumaincluso para Sancho Panza, que e
un verdadero amigo para su am pese a todos sus desacuerdos. Pe
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ya no lo es para nosotros. M pesimismo va tan lejos que estodispuesto hoy a preferir la verdadla amistad.
Tras saborear otro sorbo dcoñac, continuó:
—La amistad era para mí l
prueba de que existe algo máfuerte que la ideología, que
religión, que la nación. En la nove
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hombres. Es su forma dromanticismo. No la nuestra.
Jean-Marc tragó otro sorbo dcoñac antes de retomar el hilo de pensamiento:
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—¿Cómo habrá nacido lamistad? Seguramente como unalianza contra la adversidadalianza sin la cual el hombre habrquedado desarmado frente enemigo. Tal vez ya no se plantee
necesidad vital de semejantalianza.
—Siempre habrá enemigos.
—Sí, pero son invisibles anónimos. Las burocracias, la
leyes. ¿Qué puede hacer por ti uamigo cuando deciden construir
d l d
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aeropuerto delante de tus ventanascuando te despiden? Quien apoye, si es que te apoya, será sduda alguien anónimo e invisibluna organización de ayuda sociauna asociación para la defensa dconsumidor, un bufete de abogadoLa amistad ya no se somete pruebas que den fe de ella. L
circunstancias ya no se prestan
buscar a un amigo herido en campo de batalla, ni a desenvain
el sable para defenderlo de algú bandolero. Atravesamos nuestvida sin mayores peligros, per
bié i i d
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también sin amistad. —Si eso es verdad, debería
haberte reconciliado con F. —Creo sinceramente que él n
hubiera entendido mis reproches se los hubiera explicado. Cuand
los demás me criticaron, no dinada. Pero tengo que reconocer q
él consideró su silencio como u
acto de valentía. Me dijeron quhasta había presumido de no hab
sucumbido a la psicosis que se crcontra mí y de no haber dicho naque pudiera perjudicarme. Tení
l i i il
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pues, la conciencia tranquila debió de sentirse dolido cuando, smás, dejé de verle. Me equivoqual pedirle algo más que neutralidaSi se hubiera atrevido a defendermcontra aquellos resentidos
desalmados, habría corrido mismo el riesgo de caer e
desgracia y de atraerse conflictos
problemas. ¿Cómo pude exigireso siendo él amigo mío? ¡Y
mismo no me porté como un amigMejor dicho, lo traté codescortesía. Porque la amista
i d d ti t id
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vaciada de su antiguo contenido ha convertido hoy en un pacto dmutua atención o, a lo sumo, en pacto de cortesía. Y es undescortesía pedirle a un amigo algque pudiera perjudicarle
resultarle desagradable. —Pues sí, así es. Per
convendría que lo dijeras si
amargura. Sin ironía. —Te lo digo sin ironía. Es a
y punto. —Si te odian, si te echan lculpa de algo, si te despiden, g t t d
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gente que te conoce puedreaccionar de dos maneras: unoirán a unirse a la chusma; otrodiscretamente, harán como si nsupieran ni oyeran nada, de tmanera que podrás seguir viéndol
y hablándoles. Entre los segundoentre los discretos y considerad
están tus amigos. Amigos en
sentido moderno de la palabrEscucha, Jean-Marc, sé lo que
digo, lo he sabido siempre.
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En la pantalla, en prime plano, aparece un trasero e
posición horizontal hermosoU l i i
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posición horizontal, hermoso sexy. Una mano lo acaricia coternura, saboreando la piel de aqucuerpo desnudo, complaciententregado. Luego la cámara se aley se ve, en una cuna, el cuerpentero: es un bebé sobre el que inclina su madre. En la siguiensecuencia, ella lo incorpora y su
labios entreabiertos besan la bo
blanda, húmeda y abierta d pequeño. En ese momento
cámara se acerca, y el mismo besaislado, en primer plano, sconvierte de pronto en un sensubeso de amor
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beso de amor.En este punto, Leroy congel
la imagen: —Vamos siempre a l
búsqueda de una mayoría. Como lcandidatos presidenciales d
Estados Unidos durante la campaelectoral. Colocamos un produc
en el mágico círculo de la
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muestren asombrados y nconformes a la primera. Por es
una señora distinguida, con lodedos avejentados y cubiertos danillos, se atrevió a contradecirle
¡Todos los sondeos dicen l
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—¡Todos los sondeos dicen lcontrario!
—Por supuesto —dijo Lero. Si alguien le pregunta, m
querida señora, acerca de ssexualidad, ¿le diría usted l
verdad? Aunque el que le hace e pregunta no conozca su nombr
aunque se la formule por teléfono
no pueda verla, usted le mentir«¿Le gusta follar?» «¡Vaya si m
gusta!» «¿Cuántas veces?» «Seveces al día.» «¿Le gusta hacmarranadas?» «¡Me vuelven loca!¡Simples patochadas! El erotism
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¡Simples patochadas! El erotismcomercialmente hablando, es algambiguo, porque todo el mundansia tener una vida erótica, petambién es cierto que a todo mundo le horroriza porque e
portadora de desgraciasfrustraciones, envidias, complejos
sufrimientos.
Volvió a pasarles la mismasecuencia del anuncio televisiv
Chantal mira cómo los labiohúmedos rozan en primer plano lotros labios húmedos y cae en cuenta (es la primera vez que se
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cuenta (es la primera vez que se cuenta de una manera tan clara) que Jean-Marc y ella nunca s besan de esa manera. Ella misma sorprende: ¿será cierto?, ¿nunca habrán besado así?
Sí, una vez. Cuando todavía se habían intercambiado lo
nombres. En el gran salón de u
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(ella ya no se acuerda, pero, distancia, está casi segura), ya no
buscaban, ya no se tocaban, ya nse lamían y ni siquiera caían en cuenta de aquel escandalosdesinterés recíproco.
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desinterés recíproco.Leroy volvió a congelar e
anuncio: —La clave está en encontra
las imágenes que mantengan atractivo erótico sin poner e
evidencia las frustraciones. Este el punto de vista que nos interesa
esta secuencia: aguijoneamos
imaginación sexual, pero enseguila desviamos hacia el terreno de
maternidad. Porque el íntimcontacto corporal, la ausencia dsecretos personales, la fusión dsalivas no son exclusivos d
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salivas no son exclusivos derotismo adulto, todo esto está yen la relación del bebé con smadre, en esa relación que es paraíso terrenal de todos los gozfísicos. Por cierto, se ha
conseguido imágenes de la vida un feto en el vientre de una futu
madre.
Pues bien, en una posicióacrobática, que sería para nosotr
imposible de imitar, el fet practicaba una felación con s propio minúsculo órgano. Ya vela sexualidad no es exclusiva de l
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la sexualidad no es exclusiva de lcuerpos jóvenes y bien plantadoque tanta envidia suscitan. Lautofelación de un feto enternecea todas las abuelas del mundincluso a las más amargadas
puritanas. Porque el bebé es el m poderoso, el más completo, el m
seguro denominador común d
todas las mayorías. Y un fetoqueridos amigos, es más que u
bebé, ¡es un hiper-bebé, un supe bebé!Y una vez más les pasa e
anuncio, y Chantal, una vez má
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, y ,siente esa ligera repugnancia ante contacto de dos bocas húmedaRecuerda que, según le hacontado, en China y en Japón cultura erótica no conoce el bes
con la boca abierta. El intercambde salivas no es, pues, una fatalid
del erotismo, sino un capricho, u
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con su ejército de microbios pasde boca en boca entre dos amante
del amante a su esposa, de esposa a su bebé, del bebé a su tíde la tía, camarera en urestaurante, a un cliente en cuy
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, ysopa ha escupido, del cliente a esposa, de la esposa a su amante así en adelante, a otras mucha bocas, de tal manera que cada unde nosotros está sumergido en u
mar de salivas que se mezclan y nconvierten en una sola comunida
de salivas, una sola humanida
húmeda y unida.
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amplificaba, los glorificabEmpapada en sudor, se detuvo an
la puerta del piso y esperó uminuto para que Jean-Marc no viera con aquella máscara roja.
«El fuego del crematorio m
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g presenta su tarjeta de visita», dijo. Aquella frase nunca se había cruzado por la cabeza; le vinsin saber cómo. De pie ante puerta, en medio del incesan
ruido, se la repitió varias veces. Nle gustó esa frase, su carácte
ostentosamente macabro le parec
de mal gusto, pero no consigu borrarla.
El martilleo cesó por fin, eacaloramiento empezó a atenuarsde modo que entró. Jean-Marc besó, pero, mientras le contab
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algo, volvieron a retumbar logolpes, aunque amortiguados. Ssentía acosada, sin poder ocultaren lugar alguno. Con la piehumedecida, dijo sin ningun
lógica: —El fuego del crematorio e
la única manera de no dejar nuest
cuerpo a merced de nadie.Se percató de la mirad
sorprendida de Jean-Marc y cayen la cuenta de la incongruencia qacababa de decir; enseguida s puso a hablar del anuncio que hab
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visto y de lo que Leroy les habcomentado, y sobre todo del fefotografiado en el vientre maternQue, en una posición acrobáticconsiguió una especie d
masturbación tan perfecta quningún adulto podría lograr.
—Un feto con vida sexua
¡imagínate! No es consciente dnada, carece de individualidad, n
percibe nada, pero conoce ya pulsión sexual y, tal vez, el placeDe modo que nuestra sexualidad anterior a la conciencia de nosotr
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mismos. Nuestro yo todavía nexiste, pero ya aparece lconcupiscencia. Pues fíjate, ¡esidea ha conmovido a todos mcompañeros! Ante el fet
masturbador, ¡tenían todos lágrimen los ojos!
—¿Y tú?
—Oh, a mí me repugnó. SJean-Marc, me repugnó.
Extrañamente emocionada, sabrazó a él, lo estrechó entre su brazos y permaneció así unosegundos.
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Luego continuó: —¿Te das cuenta? Incluso e
el vientre de la madre, que diceque es sagrado, no estás a salvo. Tfilman, te espían, te examina
mientras te masturbas, examinan e pobre masturbación de feto. No
escapas de ellos mientras vive
todo el mundo acaba enterándosPero tampoco te escapas antes d
nacer. Como tampoco te escaparuna vez muerto. Recuerdo que lhace tiempo en un periódico qusospecharon de un hombre quh bí i id l b d
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había vivido con el nombre de ugran aristócrata ruso exiliado. Padesenmascararlo, sacaron de tumba los restos de una campesinque se suponía era su madr
Disecaron sus huesos, examinarsus genes. ¡Me gustaría saber qu
noble causa les ha dado el derech
de desenterrar a esa pobre muje¡De hurgar en su desnudez, es
desnudez absoluta, la supremdesnudez del esqueleto! Mira, JeaMarc, todo eso me repugna, sósiento repugnancia. ¿Conoces hi i d l b d H d ? S
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historia de la cabeza de Haydn? Sla cortaron con el cadáver aúcaliente para que un científic
medio loco pudiera escarbar en cerebro y encontrar el lugar preci
en el que se sitúa el genio de música. ¿Y la historia de Einstein
Había dispuesto en su testamen
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muerte absoluta.Tras una pausa, los martillazo
volvieron a retumbar en la sala. —Sólo incinerada tendré lcerteza de no oírles nunca más.
—Chantal, ¿qué te pasa?Ell l i ó l g l di l
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Ella le miró, luego le dio lespalda, presa de nuevo de una gremoción. Esta vez no tanto por
que acababa de decir ella mismcomo por el tono de voz de Jea
Marc, tan atento con ella.
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Al día siguiente Chantal fue cementerio (como acostumbra
hacer una vez al mes) y se detuvfrente a la tumba de su hijoh bl él l dí
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Siempre habla con él y aquel dícomo si necesitara dar unexplicación, justificarse, le dij pequeño mío, pequeño mío, ncreas que no te quiero o que no
he querido, pero precisamen porque te he querido es por lo q
no hubiera podido convertirme
lo que soy si hubieras vivido. Eimposible tener un hijo y despreciel mundo como yo, porque a emundo se te envía. Por un hijo napegamos al mundo, pensamos su porvenir, participamos de buegrado en el mundanal ruido en s
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grado en el mundanal ruido, en sagitaciones, tomamos en serio incurable estupidez. Con tu muer
me has privado del placer de estcontigo, pero a la vez me has hech
libre. Libre, frente al mundo al qaborrezco. Y si puedo permitirm
aborrecerlo es porque tú ya n
estás. Mis pensamientos sombríya no pueden atraer sobre maldición alguna. Quiero decirahora, tantos años después de qume dejaras, que he entendido muerte como un regalo y que hacabado por aceptar ese terrib
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acabado por aceptar ese terribregalo.
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A la mañana siguiente, Chantencontró un sobre en el buzón, c
la letra del desconocido. La carhabía perdido ya toda su lacónil d d P í l
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levedad. Parecía una larga acnotarial. «El sábado pasado», habescrito su corresponsal, «a lanueve veinticinco, usted salió de casa más pronto que otros día
Acostumbro a seguirla en strayecto hasta el autobús, pero es
vez usted tomó la direcció
opuesta. Llevaba una maleta y enten una tintorería. La dueña debe conocerla y tal vez tenerle simpatLa observé desde la calle: como la hubiera despertado de ssomnolencia, se le encendió la carseguramente usted le hizo algun
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seguramente usted le hizo algun broma, oí su risa, risa que uste provocó y en la que creí ve
reflejado su rostro. Luego, salió cla maleta llena. ¿Serían jerséi
manteles o ropa interior? En todcaso, su maleta me pareció alg
artificialmente añadido a su vida
Describe su vestido y su collalrededor del cuello. «Jamás había visto antes ese collar. E bonito. El rojo le sienta bien. Lilumina.»
La carta está firmada: C.D.BEso la intriga La primera n
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Eso la intriga. La primera nllevaba firma, de modo que Chanthabía pensado que aquel anonima
era, por decirlo así, sincero. Udesconocido que le envía un salud
y desaparece poco después. Peuna firma, incluso abreviad
manifiesta la intención de darse
conocer, poco a poco, lenta perinevitablemente. C.D.B., repitella para sí sonriendo: CyrillDidier Bourguiba. Charles-DavBarberousse.
Reflexionó sobre el texto: eshombre debió de seguirla por
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hombre debió de seguirla por calle; «la sigo como un espíahabía escrito en la primera cart
tendría, pues, que haberlo vistPero ella mira sin interés el mund
a su alrededor, y aquel día menoaún, ya que Jean-Marc iba con ell
Por otra parte, él y no ella fue qui
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ante un amante imaginario.Al igual que la primera vez, nsabía qué hacer con la carta, y baile de la duda volvió a repetirsiguiendo los mismos pasocontempló la taza del retrete donse dispuso a tirarla; rompió e
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se dispuso a tirarla; rompió e pedacitos el sobre que desaparectragado por el agua; dobló ac
seguido la carta, se la llevó a habitación y la deslizó debajo d
sus sostenes. Al inclinarse sobre estantería de la ropa interior, oy
abrirse la puerta. Cerr
rápidamente el armario y se dio vuelta: Jean-Marc estaba en umbral. Lentamente él va hacia ely la mira como nunca antes lo habhecho, con una miraddesagradablemente concentrada, cuando se acerca a ella, la toma p
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cuando se acerca a ella, la toma plos codos y, manteniéndola a unocentímetros de su cuerpo, sigu
mirándola. Confundida, es incapde decir nada. Cuando es
confusión ya es insoportable, él estrecha entre sus brazos y dicriendo: «Quería ver los párpado
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maravilloso que el hombre poseAl igual que un limpiaparabrisentorpece la visión a través dcristal de un coche. Hoy, ademáse puede regular la velocidad dlimpiaparabrisas con pausas ddiez segundos, que son
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g , qaproximadamente, las del ritmo un párpado.
Jean-Marc mira los ojos de la personas con quienes habla
intenta observar el movimiento dlos párpados; comprueba que no fácil. No estamos acostumbrados
tomar conciencia de la existencde los párpados. Se dice: No hanada que yo no mire con mayfrecuencia que los ojos de lodemás y, por lo tanto, los párpadoy su movimiento. Sin embargo, nretengo ese movimiento. Lo elimin
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gde los ojos que tengo ante mí.
Y añade: Dios, haciend
chapuzas en su taller, llegó, pocasualidad, a ese modelo de cuerp
en el que nos vemos obligados convertirnos en alma por un brev periodo de tiempo. ¡Lamentab
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impuesto.Entre la infancia y ladolescencia de Jean-Marc hubseguramente un corto periodo dtiempo durante el cual desconoceste pacto de olvido y en el quaturdido, miraba deslizarse lo
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párpados sobre los ojos: comprobque el ojo no es una ventana por
que se ve un alma, única milagrosa, sino una chapuza qu
alguien, desde tiempoinmemoriales, había puesto efuncionamiento. Debió de ser un
conmoción para él ese instante drepentina lucidez adolescente. «Tdetuviste», le había dicho F., «mmiraste de arriba abajo y me dijisen un curioso tono firme: A menudme basta con ver cómo parpadelos ojos...» No se acordaba. Hab
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sido una conmoción destinada olvido. Y, efectivamente, lo habrí
olvidado para siempre si F. no se hubiera recordado.
Sumido en sus pensamientovolvió a casa y abrió la puerta de habitación de Chantal. Ella estab
ordenando algo en su armaricuando a Jean-Marc le apetecía vcómo sus párpados le lavaban lojos, esos ojos que para él eran ventana de un alma inefable. Fuhacia ella, la tomó por los codosle miró los ojos; en efecto
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parpadeaban, incluso con bastanrapidez, como si se supier
sometida a un examen.Los párpados subían y bajaba
rápido, demasiado rápido, mientrJean-Marc intentaba revivir misma sensación de aquel joven
dieciséis años en quien esmecanismo ocular había produciduna exasperante decepción. Pemás que decepción, la velocidaanormal de los párpados y repentina irregularidad de smovimiento le inspiraban ternur
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en el limpiaparabrisas de lo párpados de Chantal él veía el a
de su alma, el ala que se agitabque temblaba, presa del pánico. S
emoción, como un relámpago, futan brusca que la estrechó entre s brazos.
Luego, al apartarlaligeramente, vio su rostro confusasustado, alarmado. Le dijo:
—Quería ver los párpadoque te lavan la córnea como ulimpiaparabrisas lava el cristal dun coche.
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—No entiendo ni una palabrde lo que dices —contestó ell
repentinamente relajada.Entonces él le habló de
recuerdo olvidado que el amigo dantaño le había evocado.
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—Cuando F. me recordó esfrase que al parecer dije siendo aúadolescente, me pareció totalmenabsurda.
—Pues no —le dijo Chant
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j, conociéndote, seguro que
dijiste. Todo encaja. Acuérdate dlo que te pasó en medicina.
Nunca había subestimado
mágico momento en que un hombelige su profesión. Consciente d
que la vida es demasiado cor
como para que esa elección sereparable, le había angustiadcomprobar que, espontáneamentninguna profesión le atraíExaminó con escepticismo abanico de posibilidades que se ofrecía: ser fiscal, y dedicar toda
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vida a perseguir a los demás; smaestro, y convertirse en víctima
niños mal educados; cualquiespecialidad técnica, sabiendo qu
todo progreso, salvo algun pequeña ventaja, genera enormestragos; la charlatanería de la
ciencias humanas, a la vesofisticada y hueca; arquitectura interiores (le atraía por el recuerdde su abuelo, que había sidcarpintero), totalmente al servicde las modas que él aborrecífarmacia, reducidos los pobre
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farmacéuticos a vender cajas frascos. Cuando se preguntaba qu
profesión elegiría para toda la viden su fuero interior caía en el m
incómodo de los silencios. Sfinalmente, eligió medicina fue m por un ideal altruista que po
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enfrentarse a un cuerpo: a sirreparable e irresponsablimperfección; al reloj que rige descomposición; a la sangre, a lentrañas y a su dolor.
Debía de tener dieciséis añocuando le habló a F. del asco que
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producía el movimiento de lo párpados. Cuando decidió estudi
medicina, tenía diecinueve; en emomento, al haber firmado ya
pacto del olvido, no recordaba que le había dicho a F. tres añoantes. Peor para él. Ese recuerd
podría haberle puesto sobre avisPodría haberle hecho comprendque su elección a favor de lmedicina era del todo teórica suponía un completodesconocimiento de sí mismo.
De modo que estudió medicin
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durante tres años hasta quabandonó con un sentimiento d
naufragio. ¿Qué elegir después daquellos años perdidos? ¿A qu
agarrarse si en su fuero intern permanecía tan mudo como anteBajó por última vez la escalina
exterior de la facultad con lsensación de que iba a encontrarsolo en el andén por el que habí pasado ya todos los trenes.
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Para identificar a scorresponsal, Chantal mirdiscreta, pero atentamente, a salrededor. En la esquina había u bar: lugar ideal para quien quisie
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espiarla; desde allí se ve el portde su casa, las dos calles por lque pasa todos los días y la paraddel autobús. Entró, se sentó, pid
un café y examinó a los clienteVio en la barra a un joven, quien,
entrar ella, había desviado l
mirada. Era un cliente habitual que conocía de vista. Se acordincluso de que, hacía tiempo, sumiradas se habían cruzado cofrecuencia y que, más adelantsimularon no verse.
Chantal preguntó un día por
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a una vecina. «¡Si es el señoDubarreau!» «¿Dubarreau o D
Barreau?» La vecina no hab podido decírselo. «Y su nombr
¿lo sabe usted?» No, no lo sabía.Du Barreau, las inicialecoincidían. De ser así, s
admirador no sería un tal CharleDidier ni un tal Christophe-Davila «d» tan sólo representaría preposición y Du Barreau ntendría un nombre compuestCyrille du Barreau. Mejor aúCharles. Se imagina a una famil
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de aristócratas provincianoarruinados. Una famili
risiblemente orgullosa de s preposición. Escenifica a Charl
du Barreau apoyado en la barrhaciendo gala de su indiferencia,se dice que aquella preposición
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pasada, ella también lo mira pensando en el collar, se ruborizEstá segura de que él se ha dadcuenta de que el rubor le ha bajadhasta el pecho. Pero ya han pasadde largo, él ya se ha alejado dellos y Jean-Marc, de pront
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sorprendido, le dice: «¡Te ha puesto roja! ¿Por qué? ¿Qué
pasa?».Ella también se sorprende
¿por qué se habrá ruborizado? ¿Pvergüenza de prestar demasiadatención a ese hombre? ¡Pero si
atención que le presta no es sinuna insignificante curiosidad! Dimío, ¿por qué últimamente sruborizará tantas veces, con tanfacilidad, como una adolescente?
En efecto, se ruborizabmucho cuando era adolescent
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entonces iniciaba el recorrid psicológico de la mujer, y s
cuerpo, que empezaba a convertiren un estorbo, le daba vergüenz
Una vez adulta, olvidó ruborizarsLuego, los sofocos, con sus oleadde calor, le anunciaron el final d
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admiración. Y, de haber seducciónhabía sido concebida como un largtrayecto. La carta que acababa drecibir era sin embargo mátemeraria: «Durante tres días la h perdido de vista. Cuando he vuela verla, su porte tan ágil, ta
l id h ill d S
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enaltecido, me ha maravillado. S parecía usted a una llama que, pa
existir, debe bailar y elevarse. Mesbelta que nunca, caminaba com
rodeada de llamas, llamas alegre báquicas, ebrias, salvajes. A pensar en usted, cubro su cuerp
desnudo con un manto hecho dllameantes hebras. Envuelvo scuerpo blanco con un manto colcarmín cardenal. Y, así arropada, conduzco a una habitación roja, una cama roja, ¡mi roja cardenal, m bellísima cardenal!».
U dí d é Ch l
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Unos días después Chantal scompró un camisón rojo. De vuel
a casa, se miró en el espejo. Smiraba desde todos los ángulo
levantaba lentamente el bajo dcamisón y se sentía más esbelta qnunca, su piel nunca había sido t
blanca.Llegó Jean-Marc. S
sorprendió de verla, con ucamisón rojo magníficamenentallado, caminar hacia él co paso coqueto y seductor, rodearlrehuirle y acercársele par
id h i t D já d
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enseguida huir otra vez. Dejándoseducir por el juego, la persigu
por toda la casa. De inmediato vio en la inmemorial situación d
hombre que persigue, fascinado, una mujer. Ella corre alrededor dla gran mesa redonda, embriagada
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grita de gozo.Ahora respiran el uno junto
otro, y la imagen del que la espía excita; susurra en el oído de JeaMarc algo sobre un manto colcarmín que cubre su cuerpdesnudo para atravesar, cua
b llí i d l igl
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bellísima cardenal, una iglesatestada de gente. Al oírlo, él
abraza y, mecido por las oleadas dfantasías que ella no deja d
susurrarle, le hace el amor.Luego, todo vuelve a la calmsólo queda ante sus ojos, en u
rincón de la cama, el camisón rojarrugado por sus cuerpos. Ante sojos entornados, esa mancha roja convierte en un arriate de rosas qexhala el frágil perfume caolvidado, el perfume de rosas qudesea abrazar a todos los hombres
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25 Al día siguiente, un sábado po
la mañana, Chantal abrió la ventay vio el cielo admirablemente azuSe sintió alegre y feliz y bruscamente, le dijo a Jean-Marque estaba a punto de salir:
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que estaba a punto de salir: —¿Qué estará haciendo m
pobre Británicus? —¿Por qué lo preguntas?
—¿Será aún tan lúbrico¿Vivirá todavía?
—¿Por qué te acuerdas de
ahora? —No lo sé. Porque sí.Jean-Marc se marchó y ella s
quedó sola. Fue al cuarto de bañluego hacia el armario, con gande ponerse muy guapa. Miró lestanterías y algo le llamó l
atención En la de la ropa interio
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atención. En la de la ropa interioencima de una pila, descansab
bien doblado, su chal, que, ecambio, ella recordaba haber tirad
allí de cualquier manera. ¿Habrordenado alguien sus cosas? Lasistenta viene una vez por sema
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siempre, se miró satisfecha en espejo y salió. Al llegar abajabrió el buzón en el que la esperauna carta. La metió en el bolso pensó en el lugar en que la leeríSe sentó en un parque, bajo lainmensas ramas otoñales de un ti
que ya amarilleaba abrasado por
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que ya amarilleaba, abrasado por sol.
«... sus tacones, que resuenaen la acera, me recuerdan locaminos que no he recorrido y quse ramifican como las ramas de árbol. Usted ha despertado en mí
obsesión de mi primera juventuimaginaba la vida ante mí como árbol. Lo llamaba entonces el árbde las posibilidades. Sólo se ve vida de esa manera durante un cor periodo de tiempo. Despuéaparece como una carreter
impuesta de una vez por toda
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impuesta de una vez por todacomo un túnel del que ya no
puede salir.»No obstante, la antiguaparición del árbol permanece enosotros bajo la forma de unindeleble nostalgia. Usted me h
recordado ese árbol y quiero, cambio, transmitirle su imagehacerle oír su cautivadomurmullo.»
Ella levantó la cabeza. Arribcomo un techo de oro adornado pájaros, se extendían las ramas d
tilo Como si fuera el mismo árb
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tilo. Como si fuera el mismo árbdel que hablaba la carta. El árb
metafórico se confundía en sespíritu con su vieja metáfora de rosa. Tenía que volver a casa. Eseñal de despedida dirigió una vmás la mirada hacia el tilo y se fu
La verdad es que la rosmitológica de su adolescencia no había aportado muchas aventurasno le traía a la memoria ningunsituación concreta —con excepcidel recuerdo más bien gracioso dun inglés, mucho mayor que ell
quien en su visita a la agencia d
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quien en su visita a la agencia d publicidad, hace al menos unos di
años, estuvo haciéndole la cordurante media hora—. Sólo m
adelante Chantal se enteró de fama de mujeriego y juerguistAquel encuentro no tuvo otra
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pájaros en el tilo y ve al viejinglés vicioso; entre las brumas desas imágenes sigue caminando c paso ocioso hasta acercarse a calle en la que vive; allí, a unocincuenta metros, ve que han sacaa la acera las mesas del bar y qu
su joven corresponsal está sentadd ll l i lib
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su joven corresponsal está sentada una de ellas, solo, sin libro, s
periódico, sin hacer nada; tiene anél una copa de vino tinto y mira vacío con la expresión de una graindolencia que se corresponde cola de Chantal. Su corazón s
dispara. ¡Todo parecediabólicamente preparado! ¿Cóm podía saber él que se encontrarcon ella justo después de quhubiera leído su carta? Turbadcomo si caminara desnuda debade un manto rojo, se acerca a él,
espía de sus intimidades. A pocod l t
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