la liturgía

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La liturgia en la Constitución Dogmática Sacrosantum Concillium Del Concilio Vaticano II

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La liturgia en la Constitución Dogmática

Sacrosantum Concillium

Del Concilio Vaticano II

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En relación con la Biblia, es recomendable la lectura bíblica unida a la oración, ya que:

“a Dios hablamos cuando oramos”

“a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras”

(ver DV 25 cita de San Ambrosio: PL 38,966).

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El oír la Palabra para vivirla, se encuentra de manera privilegiada en la asamblea litúrgica, porque Jesucristo, resucitado y viviente, está presente de manera especial en las acciones litúrgicas, como podemos estudiarlo en la Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio Vaticano II.

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Desde el comienzo de la vida de la Iglesia, la Salvación de Dios se hizo presente en ella, “leyendo en toda la Escritura cuanto a él (al misterio pascual) se refiere (Lc 24,27) y celebrando la Eucaristía”. De aquí la importancia que tiene la Sagrada Escritura como Palabra de Dios en la liturgia y el misterio de Salvación que aporta a la Iglesia en las celebraciones:

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En la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada Escritura es grande. Pues de ella se toman las lecturas, que luego se desarrollan en la homilía,

y los salmos que se cantan, las preces, las oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de

su sentido e inspiración, y de ella reciben significado las acciones y signos...Por lo tanto, para procurar la reforma, el progreso y la adaptación de la sagrada liturgia, hay que fomentar aquel afecto

suave y vivo hacia la sagrada Escritura, que atestigua la venerable tradición de los ritos, tanto

orientales como occidentales...

(SC 24).

Sacrosantum Concilium, Constitución sobre la Sagrada liturgia

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Según SC 7 y 33: “Cristo...está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia es Él quien habla...Cristo sigue anunciando el evangelio”.

Este es el misterio de Salvación, que la palabra celebrada aporta a la Iglesia. Presencia y salvación de Cristo, que no se yuxtaponen a la presencia y salvación operadas en el sacramento, sino que están “tan ímtimamente unidas entre sí, que forman un acto de culto”.

(SC 56)

Unidad de la Misa

56. Las dos partes de que costa la Misa, a saber: la Liturgia de la palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto. Por esto el Sagrado Sínodo exhorta vehemente a los pastores de almas para que en la catequesis instruyan cuidadosamente a los fieles acerca de la participación en toda la misa, sobre todo los domingos y fiestas de precepto.

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De toda esta doctrina del Concilio, derivan sus normas prácticas: enriquecimiento del leccionario en la celebración de la Eucaristía, recuperación

de la homilía, como parte de la misma acción litúrgica y fomento de las celebraciones de la palabra (ver SC 35, 1; 51.52. 35,4).

Aún cuando el Concilio no trató de los leccionarios de los distintos sacramentos, sin embargo, bajo su inspiración, se han enriquecido los rituales

con una abundante selección de perícopas para las celebraciones sacramentales.

La catequesis conciliar sobre la importancia de la Palabra en la liturgia y los nuevos leccionarios, se cuentan entre los mejores logros de la Constitución

Sacrosantum Concilium.

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Por otra parte, no olvidemos que los documentos conciliares, como los del posconcilio, hablan repetidamente de Revelación divina, de Palabra de Dios, de Sagrada Escritura, de AT y NT, de lectura o lecturas de la Sagrada Escritura, de celebración o celebraciones de la Palabra de Dios.

Esto viene a acentuar cómo la Palabra de Dios se encuentra siempre en el centro de la vida de la Iglesia, la cual engendra hijos a través de la palabra y el sacramento (véase DV 21; LG 28). La Iglesia acoge con fe la inmensa riqueza de la palabra única de Dios (DV 1). Es la Iglesia la que interpreta la Palabra de Dios (ver DV 10;12).

Y ella es la que celebra la Palabra de Dios, proclamándola en la acción sagrada por excelencia, que es la liturgia. En la Palabra de Dios tenemos una de las más significativas presencias de Cristo entre nosotros (véase DV 21,26; SC 7; 35, AG 15; PO 18); en la Palabra de Dios tenemos un alimento interior para nuestra fe, que se nos vuelve a dar y se nos incrementa, cada vez que celebramos los divinos misterios.