la llamada a la deserción en la filos · 2018-01-27 · voy a hablar de la filosofía política en...

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1 LA LLAMADA A LA DESERCIÓN EN LA FILOSOFÍA POLÍTICA 1 Preámbulo Voy a hablar de la filosofía política en el momento actual, de su posibilidad, de su sentido, de su función. Aclararé de entrada cuatro conceptos, que nos sirvan para entendernos. Consideraré la filosofía como construcción de lo universal; hoy la verdad no puede ser pensada como evidencia, pero sí como creencia argumentada y generalizada; no puede ser pensada como necesidad, pero sí como aceptación en base a experiencia amplia y a consistencia lógica. Y entiendo por filosofía política, por tanto, la preocupación de la filosofía por la ciudad, el pensamiento de las condiciones de posibilidad de lo común, si se quiere, la construcción de la verdad del colectivo. Entiendo por política la praxis que, entre la razón y el deseo, aspira a que los hombres, como decía Marco Aurelio, vivan juntos o, al menos, se soporten. En fin, entiendo por lo político el espacio de la política, construido por ella y que determina sus límites. No podemos detenernos en descripciones más prolijas. Quiero establecer, de forma sumaria, tres tesis, que aquí no desarrollar 2 , y que definen la situación privilegiada de la filosofía política en nuestra época. Primera, que en las últimas tres décadas la filosofía política ha gozado de una expansión e institucionalización potente, alcanzando el mismo rango académico y cultural que las demás disciplinas; es decir, ha conquistado un lugar propio en el arbor scientiarum. Segunda: que la filosofía, en otros momentos avocada a las ciencias, al lenguaje, a la naturaleza o a Dios, hoy gira la vista hacia lo humano, hacia lo ético político. Tercera: que la filosofía de final de siglo, culminada la crisis de la razón práctica, o es filosofía política, con fundamento en decisiones colectivas (en sentido a precisar), o es anacrónica. 1 Conferencia presentada en el ciclo Pensando a Política. II Curso de Pensamento Español Contemporáneo “Carlos Gurméndez”. UIMP, Pontedeume (29 al 30 de Julio de 1999). Se publicó en Ferrol Análisis 15 (Sept., 2000): 134-153. 2 Lo he hecho en J.M. Bermudo, Filosofia Política. Barcelona, EUB-Marcial Pons, 1977.

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  • 1

    LA LLAMADA A LA DESERCIN EN LA FILOSOFA POLTICA1

    Prembulo

    Voy a hablar de la filosofa poltica en el momento actual, de su posibilidad, de su

    sentido, de su funcin. Aclarar de entrada cuatro conceptos, que nos sirvan para

    entendernos. Considerar la filosofa como construccin de lo universal; hoy la

    verdad no puede ser pensada como evidencia, pero s como creencia argumentada

    y generalizada; no puede ser pensada como necesidad, pero s como aceptacin en

    base a experiencia amplia y a consistencia lgica. Y entiendo por filosofa poltica,

    por tanto, la preocupacin de la filosofa por la ciudad, el pensamiento de las

    condiciones de posibilidad de lo comn, si se quiere, la construccin de la verdad del

    colectivo. Entiendo por poltica la praxis que, entre la razn y el deseo, aspira a que

    los hombres, como deca Marco Aurelio, vivan juntos o, al menos, se soporten. En

    fin, entiendo por lo poltico el espacio de la poltica, construido por ella y que

    determina sus lmites. No podemos detenernos en descripciones ms prolijas.

    Quiero establecer, de forma sumaria, tres tesis, que aqu no desarrollar2, y que

    definen la situacin privilegiada de la filosofa poltica en nuestra poca. Primera, que

    en las ltimas tres dcadas la filosofa poltica ha gozado de una expansin e

    institucionalizacin potente, alcanzando el mismo rango acadmico y cultural que las

    dems disciplinas; es decir, ha conquistado un lugar propio en el arbor scientiarum.

    Segunda: que la filosofa, en otros momentos avocada a las ciencias, al lenguaje, a

    la naturaleza o a Dios, hoy gira la vista hacia lo humano, hacia lo tico poltico.

    Tercera: que la filosofa de final de siglo, culminada la crisis de la razn prctica, o es

    filosofa poltica, con fundamento en decisiones colectivas (en sentido a precisar), o

    es anacrnica.

    1 Conferencia presentada en el ciclo Pensando a Poltica. II Curso de Pensamento Espaol

    Contemporneo Carlos Gurmndez. UIMP, Pontedeume (29 al 30 de Julio de 1999). Se public en Ferrol Anlisis 15 (Sept., 2000): 134-153.

    2

    Lo he hecho en J.M. Bermudo, Filosofia Poltica. Barcelona, EUB-Marcial Pons, 1977.

  • 2

    Con estos presupuestos, que ruego me acepten provisionalmente, podemos

    comenzar nuestra reflexin.

    1. La paradoja.

    A pesar del momento privilegiado, la filosofa poltica parece ms cuestionada que

    nunca, estando en juego tanto su eficiencia prctica como su viabilidad como

    discurso filosfico, su sentido. Es una paradoja: cuando la filosofa no puede ser sino

    filosofa poltica, resulta que no puede ser poltica, sea por impotencia prctica

    (incapacidad de determinar la poltica), sea por imposibilidad terica (de ser un

    discurso libre y liberador).

    Sin duda alguna a ello contribuye la realidad emprica, con el descrdito de la

    poltica y de los polticos, con su obstinacin en mostrarse no slo resistentes a la

    moral, sino a la racionalidad. Ms que nunca la poltica parece el reino del deseo, de

    la retrica y de la simulacin, paisaje inhspito para la filosofa. Pero este obstculo

    objetivo es exterior y contingente. Slo quien ya ha renunciado a la filosofa poltica

    eleva la realidad emprica a condicin ontolgica.

    La extendida resignacin popular ante la incorregible corrupcin de la poltica, que

    suele formularse en el "todos son iguales", puede ser psicosocialmente

    comprensible; pero este dato no puede ser considerado relevante para la

    autoconsciencia de los filsofos. Si stos, de forma muy extendida, han llegado a

    argumentar el final de la filosofa, tanto en su voluntad de verdad como en su

    voluntad de poder, es decir, en su pretensin de conocimiento y en su pretensin de

    justicia; si han alzado sus voces por la desercin filosfica de la poltica, no puede

    ser debido a algo tan contingente como la realidad poltica. En especial cuando se

    trata de filosofas que, con rigor, han reconstruido esos conceptos de realidad,

    necesidad y objetividad.

    Debemos buscar otras razones a esa consciencia de s de la filosofa poltica

    contempornea. Y aunque respetamos la idea de Marx por la cual no podemos

  • 3

    tomar por realidad de una poca la consciencia que de ella tienen los hombres de

    esa poca (falsa consciencia), partiremos de esa consciencia, la redescribiremos

    sumariamente, e intentaremos a su travs llegar a una comprensin de la misma.

    Comprensin que exige verla como determinacin de una realidad que la

    transciende, y que en ella se manifiesta de forma no transparente, en forma de

    ilusiones y ausencias, por usar su propio lxico.

    2. El estado de la cuestin o la consciencia de s de los filsofos.

    Para pensar una filosofa siempre es til establecer lo otro frente a lo que se

    constituye. La filosofa contempornea, de forma extendida, toma posicin frente al

    proyecto ilustrado de emancipacin por medio de la razn; cuestiona la posibilidad

    de sta para conocer la verdad, el bien y la justicia y, desde la supuesta falta de

    fundamento, cuestiona su legitimidad para prescribir fines, relaciones sociales y

    modelos de vida. O sea, pone en juego tanto su funcin terica, cognitiva, como su

    funcin prctica, tico-poltica. Bajo calificaciones que han devenido peyorativas,

    como "filosofa de la subjetividad" o "filosofa de la representacin", la rebelin contra

    la filosofa moderna ilustrada ha protagonizado el debate en las ltimas dcadas.

    Pero, lo caracterstico de la situacin, es que el triunfo no se vive como alternativa

    filosfica, sino como alternativa a la filosofa poltica, en salidas literarias y

    estetizantes, e incluso alternativa a la filosofa, que en el nuevo y extico lxico es

    nombrada como "filosofa post-filosfica". Por tanto, en conjunto, domina la idea de

    que la filosofa se encuentra en situacin terminal.

    Se trata de un diagnstico tendencial, pues no todos ponen el mismo dramatismo,

    ni hay total coincidencia en la etiologa de la enfermedad. En unos casos la llamada

    a la desercin filosfica no cuestiona el ideal emancipador del conocimiento, por

    ejemplo, en la polmica de la muerte de la filosofa a manos de la ciencia,

    protagonizada por el positivismo y ciertas lneas del marxismo, y en la que son

  • 4

    relevantes los textos de I. Berlin o A. Quinton3. Aqu hay llamada a la desercin de la

    filosofa, pero en nombre de la razn positiva y cientfica. Otras veces, la invitacin a

    la desercin pasa por considerar la filosofa un simple gnero de ficcin literaria, de

    expresin de sentimientos privados, como en Derrida, Rorty o Lyotard. En este caso

    la llamada es a abdicar de la razn.

    Pero incluso la propuesta a la desercin filosfica tiene significados polticos muy

    diferenciados. Una veces el abandono de la filosofa universalista en nombre de una

    filosofa cultural y etnogrfica, como en la corriente comunitarista, muy diversa en su

    seno4, se hace como acotacin de la razn y la poltica al mbito en que es posible;

    otras, como en la corriente liberal (Rawls, Dworkin, Larnmore), se hace en defensa

    del pluralismo. A veces la desercin toma la forma de regreso a filosofa

    preilustradas, a rdenes cerrados y bien fundamentados, como en las lneas de

    pensamiento ms conservadora filosfica y polticamente, donde destacaran

    autores como L. Strauss y E. Voegelin5, con trabajos serios e influyentes. La verdad

    es que los "asaltos a la razn poltica" son numerosos y diversos, siendo el programa

    de investigacin que actualmente nos ocupa en el Seminario de Filosofa Poltica, de

    la Universidad de Barcelona.

    Nuestra reflexin se centra slo en la corriente, compleja y diversa, que se ha

    dado en llamar filosofas antiplatnicas, postheideggeriana o postfilosfica; es decir,

    a la que protagoniza el ms desgarrado debate contra la filosofa poltica, contra su

    posibilidad y su legitimidad. Se trata de la lnea de pensamiento filosfico actual que

    3

    Textos bsicos de este debate, como el artculo "Does Political Theory still Exist?", de I. Berlin, se encuentran en P. Laslett & W-G. Runsiman (eds.), Philosophy, Politics and Society. Oxford, 1964. Ver tambin J. Plamenatz, "The Use of Political Theory", en Politial Studies 8 (1960): 37-47; P.H. Partridge, "Politics, Philosophy, Ideology", en Political Studies 8 (1961): 217-235; A. Quinton, "Introduccin" a A. Quinton (ed.) Political Philosophy. Oxford, 1967, 1-5 (Traduccin castellana en FCE). Un brillante estudio sobre el tema es el de D.M. Ricci, The Tragedy of Political Science. New Haven, 1984. Una reconstruccin del debate nos la ofrece D. Zolo, "I difficili rapporti tra filosofia politica e scienza politica", en D. Fiorot (ed.), La filosofia politica oggi. Torino, 1990. 41-63.

    4

    Ver C. Thiebaut, Los lmites de la comunidad. Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1992.

    5

    L. Strauss, What is Political Philosophy?. Nueva York, The Free Press, 1968 (En castellano, Qu es filosofa poltica?. Madrid, Guadarrama, 1970); The City and Man. Chicago, Rand McNally, 1964. E. Voegelin, The New Science of Politics. Chicago, Chicago University Press, 1952. (Traduccin castellana, Nueva Cincia de la Poltica. Madrid, Rialp, 1968); The World of the Polis. Baton Rouge (Louisiana), University Press, 1957.

  • 5

    con mayor radicalismo ha planteado el fin de la filosofa poltica y con mayor

    influencia en nuestros das6. Se trata, a nuestro entender, de la posicin filosfica

    realmente contempornea, que expresa en la consciencia los desgarros y las

    convulsiones del mundo de fin de siglo.

    Obviamente, no estamos en condiciones de hacer un estudio sistemtico y

    matizado; nos limitaremos a una caracterizacin general a partir de unos textos y

    autores, arbitrariamente elegidos, pero que a nuestro entender son tiles para ilustrar

    la consciencia de s de la filosofa poltica de nuestro tiempo. Hemos escogido a A.

    Badiou, de la Universidad de Pars VIII (Vincennes) y a Roberto Esposito, profesor

    de Ciencia Poltica del Instituto Oriental de Npoles; a dos espaoles, Pablo

    Rdenas, de la Universidad de La Laguna, y Roberto R. Aramayo, investigador del

    Instituto de Filosofa, del CSIC. Y hemos culminado con el profesor norteamericano

    Richard Rorty, tal vez el mejor exponente de esta consciencia dominante que es

    objeto de nuestro anlisis.

    2.1. Alain Badiou.

    En un reciente escrito "Contre la philosophie politique"7, no duda en afirmar que

    "Una exigencia fundamental del pensamiento contemporneo es la de acabar con la

    filosofa poltica"8. La pretensin de una filosofa poltica, viene a decirnos, es fruto de

    la arrogancia y mala fe de los filsofos. De la arrogancia, porque con tal proyecto

    obtendra un triple beneficio de erigirse: "[primero] en el analista y pensador de esta

    objetividad brutal y confusa que es la empiricidad de las polticas reales; segundo, en

    quien establece los principios de la buena poltica, de aqulla que es conforme a las

    exigencia de la tica; y, tercero, no tener, para realizar esta tarea, que ser militante

    de ningn proceso poltico verdadero, de tal modo que podra indefinidamente dar

    6

    Algunos textos interesantes pueden encontrarse en AA.VV. Le retrait du politique. Pars, 1983.

    7

    En A. Badiou, Abrg de mtapolitique. Paris, Seuil, 1998.

    8

    Ibid., 19.

  • 6

    lecciones a la realidad en la modalidad que le es ms querida: en la del juicio"9

    De la mala fe, porque la pretensin de neutralidad y moralidad es la una forma

    perversa de servir al poder, de ocultar que "toda filosofa est bajo la condicin de

    una poltica real"10, en definitiva, de legitimar y reproducir el orden de cosas

    existentes.

    El fondo de la argumentacin de Badiou podemos resumirlo as: en defensa de la

    poltica, de una poltica con poder crtico y subversivo, y dado que la filosofa poltica

    siempre sirve, de forma enmascarada, a una poltica conservadora, hay que llamar a

    la desercin filosfica, a liberar la poltica de filosofa.

    2.2. Roberto Esposito.

    Autor de dos textos de relevante difusin en Europa: Categorie dell'impolitico

    (1988) y Nove pensieri sulla politica (1993). En este ltimo, cuya traduccin

    castellana (Confines de lo poltico. Nueve pensamientos sobre poltica (1996)) ha

    sido presentada con exaltacin por Patricio Pealver, catedrtico de Filosofa de la

    Universidad de Murcia, uno de los pensamiento aborda directamente la "poltica", y

    es apropiado a nuestro caso.

    La tesis de Esposito es que la filosofa poltica se ha extraviado por haber perdido

    de vista el problema fundamental: "la creciente separacin entre poltica y

    pensamiento". Dice contundente: "Entre ambos parece elevarse una barrera de

    recproca incomprensin. Es como si la poltica rechazase la experiencia del

    pensamiento en la misma medida en la cual el pensamiento se muestra incapaz de

    pensar la poltica; y ello a pesar de la proliferacin de filosofas polticas que, cada

    vez con ms frecuencia y de modo cansino, llenan nuestro panorama cultural. Es

    ms, se dira que no slo no consiguen reducir esa separacin, sino que ni siquiera

    9

    Ibid., 19.

    10

    Ibid., 25.

  • 7

    consiguen conceptualizarla, hacerse cargo de ella e interrogarla"11.

    Tras el atractivo diagnstico, Esposito nos ofrece un fcil desciframiento del

    secreto. Pensando, sin duda, que la causa de esa impotencia ha de situarse en el

    lugar desde donde el mal resulte ms absoluto y trgico, para que el problema

    adquiera su mayor tono dramtico, afirma: "la filosofa poltica no consigue llenar -o

    simplemente conocer- la separacin entre poltica y pensamiento porque es

    precisamente ella quien la produce"12. En su afn de conocer la poltica, para

    determinarla, la filosofa tiene el efecto perverso de ocultacin y enmascaramiento.

    Aunque el propio Esposito autovalora su tesis como un giro de 180 respecto a

    todas las autocrticas anteriores, en el fondo no hace otra cosa que, sin nombrarlo,

    recurrir a Heidegger. Efectivamente, el filsofo alemn, recordmoslo, haca derivar

    los males de la filosofa y de la poltica, del pensamiento y de la realidad social, de

    una doblemente mala manera de hacer la pregunta por el ser ("mala" por errnea y

    mistificadora en cuanto voluntad de verdad y "mala" instrumental y tcnica en cuanto

    voluntad de dominacin); ahora, el filsofo italiano, nos dice que el origen del mal de

    la filosofa poltica no est en obstculos exteriores ni en contingentes carencias

    internas, sino en algo esencial e intrnseco a la forma de la filosofa poltica hasta la

    fecha: "Lo que se quiere decir es que hay una relacin directa entre la forma de la

    filosofa poltica y la incapacidad de pensar la poltica: es justamente esa forma la

    que impide el pensamiento sobre la poltica"13.

    Y esa forma, advierte Esposito, que deviene obstculo intrnseco, es la manera

    que tiene de hacer las preguntas en bsqueda de respuestas, preguntas que exigen

    e imponen respuestas. Porque el mal de la filosofa poltica no reside en que no

    encuentre respuestas, sino en que consigue tener todas las respuestas a sus

    preguntas. Para ello, slo hace las preguntas con respuestas; y stas impiden

    nuevas preguntas. La filosofa piensa lo poltico desde una ontologa o

    11

    R. Esposito, Confines de lo poltico. Madrid, Ed. Trotta, 1996, 19.

    12

    Ibid., 19.

    13

    Ibid., 20.

  • 8

    representacin en que sean posibles esas preguntas con respuestas; y de la

    representacin de poltica pasar a la poltica como representacin; se oculta la

    realidad de la poltica para hacerla representable. En palabras de Esposito, que no

    disfrazan su inspiracin postheideggeriana: "Respuestas con las que sustituye a las

    preguntas que no consigue plantear; o que plantea precisamente dentro de esos

    presupuestos, es decir, en el lenguaje del mtodo, del medio y del fin: la realizacin

    del orden, del mejor rgimen, de la unidad colectiva, segn las exigencias de un

    criterio inhabilitado para pensar la poltica porque forma parte de una especfica

    interpretacin de sta"14.

    En consecuencia, para Esposito la filosofa poltica occidental, como disciplina

    prctica, es imposible como conocimiento y es slo posible como dominio; por tanto,

    es despreciable. Deja, no obstante, una puerta abierta al oficio de filsofo: la filosofa

    puede buscar una nueva relacin con lo poltico, una relacin en que el ser de ste

    aparezca sin ser forzado, sin ser ordenado, sin ser determinado. Se trata, por tanto,

    de una filosofa poltica que se libera de la tica y se subordina a la esttica. Para

    pensar la poltica, viene a concluir Esposito, la filosofa ha de renunciar a la

    construccin de la ciudad.

    Aqu no hay llamada a la desercin filosfica por impotencia; hay una llamada a la

    desercin de una prctica moral de la filosofa en nombre de una prctica esttica de

    la misma. Se trata, como se puede apreciar, de una nueva manera de pensar el ser,

    incontaminada de voluntad de verdad y de dominio; que renuncia a la representacin

    y a sus exigencias de unidad, coherencia, consistencia, legalidad; que renuncia a

    toda determinacin lgica y moral; que acepta la poltica como realidad conflictiva,

    contradictoria, contingente, absurda y brbara. Para Esposito es posible otro

    pensamiento del ser poltico, un pensamiento que no implique dominio, o sea, que

    no imponga fines ni determinaciones; un pensamiento contemplativo, que permita a

    lo poltico revelarse al conocimiento en la pureza de su bestialidad, en su horror

    inevitable, en su humana monstruosidad.

    14

    Ibid., 20.

  • 9

    No sabemos si ese acceso al ser, o, con ms precisin, ese permitir que el ser se

    presente a nosotros, est en las manos de todos o de unos elegidos; pero, hijos

    culturales de la filosofa de la sospecha, no podemos a estas alturas eludir la

    pregunta: a quin sirve? La opcin esttica no es inocente. La llamada a ser

    espectador -"pastor del ser", dira Heidegger- es sospechosamente coincidente con

    la nueva sociedad de espectadores (Volveremos).

    2.3. Pablo Rdenas.

    En Espaa, salvando las distancias, tambin abundan las posiciones filosficas

    que, desde argumentaciones diferentes, se apuntan a la crisis de la razn prctica (e

    incluso al final de la filosofa). Pablo Rdenas, en su artculo "Una definicin de

    Filosofa Poltica", de hace unos aos, optaba por declarar a la filosofa poltica "una

    disciplina imposible"15. Partiendo igualmente de la difcil relacin entre poltica y

    filosofa, manifestaba que "La poltica de la modernidad se ha constituido frente a la

    filosofa, y lo ha hecho valindose de al menos dos procedimientos de exclusin

    combinados, el que con poder de ignorar decreta su inexistencia y el que con poder

    de domesticar absorbe su existencia"16. O sea, el declarado dominio de la poltica

    sobre la filosofa habra condenado a sta o al silencio y la marginacin o a la

    domesticacin. El resultado, por va diferente, sera el mismo: la filosofa poltica es

    imposible -suponemos que por indigna- como "disciplina", como saber disciplinado al

    servicio de la poltica; y es igualmente imposible, en nuestros tiempos, como

    "indisciplina", por carecer de capacidad de subversin. De ah que su salida, por

    tanto, es la de convertirse en lo que Rdenas llama de forma barroca una

    "postfilosofa postpoltica"17, reconciliada con lo existente. O eso, o regresar a la

    filosofa poltica militante de los valores republicanos y democrticos, alternativa que

    slo puede servir de esperanza simblica una vez confesada la inevitable

    15

    Como hace Pablo Rdenas en "Una definicin de Filosofa Poltica", Revista Internacional de Filosofa Poltica 1 (Abril 1993): 53-69.

    16

    Ibid., 54.

    17

    P. Rdenas, Op. cit., 55.

  • 10

    servidumbre de la filosofa. Por tanto, y a pesar de esa invocacin pstuma, del

    anlisis de Rdenas se deduce otra llamada a la desercin, a la nostalgia de la fe

    perdida en una filosofa libre y liberadora y con poder de determinar la praxis social.

    2.4. Roberto R. Aramayo.

    Con una argumentacin menos post-moderna, llega a la conclusin de la

    imposible y perversa relacin entre filosofa y poltica en su reciente trabajo sobre La

    quimera del Rey filsofo18. Entiende que las relaciones entre la filosofa (que tiende a

    reducir a la moral) y lo poltico (que tiende a reducir a gobierno de la ciudad)

    "suponen un ejemplo paradigmtico de liaison dangereuse, puesto que ambas

    partes vienen a quedar seriamente perjudicadas en ese peculiar idilio: "El poltico,

    nos dice, encaprichado de la tica se vuelve impotente, dado que sus devaneos con

    la moral suelen tornar ineficaz su determinacin poltica, mientras que, a su vez, el

    moralista prendado del poder no consigue sino verse pervertido por ste, al quedar

    corrompido su discernimiento tico por mil y una tentaciones"19.

    Y acogindose al genio maquiaveliano, quien destacaba que el talante moral es

    muy distinto segn estemos en la piazza o en palazzo, viene a concluir que, frente a

    la tesis de Weber, que como es bien conocido radicaliz la diferencia entre la actitud

    del cientfico (que no la del filsofo) y la del poltico, la reconciliacin no es posible de

    forma oficial, pero s en la clandestinidad: "Si no estoy equivocado, la exigencia

    moral y el imperativo poltico estaran condenados a ser una suerte de amantes

    clandestinos, es decir, a mantener un idilio imposible de institucionalizar, habida

    cuenta de que oficializar semejante matrimonio significara tanto como acabar con el

    mutuo y benfico apasionamiento"20. O sea, no seran pensables las figuras

    platnicas del filsofo rey ni el rey-filsofo, pero s las del prncipe que coquetea con

    la filosofa y la del filsofo consejero clandestino del dspota.

    18

    Madrid, Taurus, 1997,

    19

    Ibid., 13.

    20

    Ibd., 15.

  • 11

    En consecuencia, para Aramayo la filosofa poltica es imposible, si no acepta la

    prostitucin del enmascaramiento. Fiel a la clsica interpretacin maquiaveliana de

    Croce, por la cual la grandeza del florentino radicara en haber autonomizado la

    poltica de la tica, es decir, en haber liberado a la poltica de una sumisin que la

    converta en ineficaz, su posicin implica, tal vez a su pesar, una llamada a la

    desercin de todo esfuerzo de determinar filosficamente la poltica, que

    precipitadamente identifica con moralizar la poltica. Aqu la filosofa poltica se

    inmola en nombre de la ciencia poltica, conocimiento instrumental al servicio de la

    "razn de Estado".

    3. Richard. Rorty: final del trayecto.

    Bien, para acabar este selecto repertorio, comentaremos la posicin de R. Rorty,

    tal vez el filsofo que mejor expresa y anticipa el destino que gua a la filosofa

    occidental. En todo caso, su personal batalla contra la filosofa poltica nos parece la

    ms peligrosa y madura, porque se sita al final de mil combates, recogiendo todas

    las armas de los anteriores.

    Hemos de distinguir, en Rorty, dos frentes de ataque: uno, genrico,

    deslegitimando la filosofa en su voluntad de verdad; otro, directamente dirigido a la

    filosofa poltica, a la relacin entre filosofa y poltica, deslegitimando su voluntad de

    poder. Este es, sin duda, el que ms nos interesa, pero algo hemos de decir del

    primero.

    3.1. Batalla contra la filosofa.

    A Rorty le gusta decir que su tesis sobre el fin de la filosofa no afecta a toda

    forma de hacer filosofa, sino a la forma occidental, la que va de Platn a Descartes,

    a Kant, etc. De forma enigmtica dice que la filosofa no puede tener un fin: [filosofa]

    es un trmino demasiado vago y amorfo para soportar el peso de predicciones como

    comienzo y fin. Lo que s tiene fin, nos dice, es un esfuerzo, inaugurado por

  • 12

    Descartes (si se quiere, con Platn), y que Quine, Wittgenstein, Davidson y

    Feyerabend han llevado a su trmino.

    En todo caso, la muerte de la filosofa clsica est firmada, sea por disolucin en

    la ciencia (Quine), o en la poesa (Heidegger, Derrida). La primera parece un

    asesinato; la segunda, un dulce suicidio, un buscado nirvana, logrado a base de

    renunciar a viejos dolos de verdad, objetividad y representacin de las cosas. No

    obstante, en cuanto a sus efectos, son dos formas de lo mismo: la filosofa

    desaparece como discurso con pretensiones de sustantividad y diferencia.

    La muerte de la filosofa fundamentalista y universalista occidental y su

    transmutacin en filosofa pragmtica y privada es descrita por Rorty tomando como

    base la representacin. Es decir, una y otra filosofa se diferenciaran por su

    radicalmente diferente manera de pensar la verdad, el lenguaje, el sujeto y la

    comunidad. As, la filosofa clsica, platnico-cartesiana, se caracterizara por pensar

    la verdad como correspondencia, el lenguaje como representacin, el sujeto como

    esencia y la comunidad como identidad o comunidad poltica; la filosofa pragmtica

    postplatnica pensara la verdad como construccin, el lenguaje como instrumento,

    el sujeto como automatismo (una especie de radar o centro de estmulos-

    respuestas), y la comunidad como realidad escindida, como diferencia, como

    asociacin apoltica.

    La tipologa muestra la crisis de la va del fundamento y la apoteosis de la deriva

    pragmtica. El efecto inmediato es una filosofa sin voluntad de verdad (y, se

    supone, sin voluntad de poder); una filosofa, por tanto, que no aspira a fundar el

    conocimiento ni a prescribir la justicia; una filosofa, en suma, liberada de las

    barreras epistemolgicas y convertida en mero gnero literario de ficcin: "La validez

    de la divisin de la investigacin en reas discontinuas depende de la validez de la

    teora del conocimiento como representacin. Las lneas divisorias entre las novelas,

    los artculos periodsticos y los ensayos sociolgicos se desdibujan. La demarcacin

    entre distintas temticas obedece a los intereses prcticos al uso, y no a un supuesto

  • 13

    estatus ontolgico"21. De esta forma, diluidas las fronteras de la filosofa con la

    poesa y con las ciencias, se comprende su "doble muerte" anunciada.

    3.2. Batalla contra la filosofa poltica.

    La batalla contra la filosofa poltica se monta sobre su crtica a la ilustracin,

    donde argumenta la inutilidad actual de la filosofa, y culmina con su provocativa

    tesis de la prioridad de la democracia, en que argumenta su perversidad.

    La inutilidad de la filosofa es defendida en el marco de la crtica a la ilustracin. La

    filosofa ilustrada, como es sabido, argumentaba un programa prctico de

    emancipacin humana (de la ignorancia, de la supersticin, de la miseria y del

    dominio) con base en el conocimiento. La verdad, por tanto, era el fundamento del

    poder de la razn, y ste el de su potencial emancipador. De este modo quedaban

    ligados, por una parte, la existencia de una sociedad abierta, progresista, instaurada

    sobre los derechos, defensora del librepensamiento y de la autonoma moral y

    religiosa del individuo, en definitiva, la cultura y el orden poltico, social e institucional

    consolidado en occidente; por otra, el discurso filosfico humanista, racionalista,

    universalista, defensor del saber y de la educacin del gnero humano. En este

    enfoque la filosofa ilustrada aparece como fundamento y defensa de la posibilidad y

    legitimidad del orden democrtico-liberal.

    Pues bien, Rorty, como aplicacin de su crtica epistemolgica, rechaza cualquier

    relacin de fundamento entre filosofa y poltica: "Intentar mostrar que el lxico del

    racionalismo ilustrado, si bien fue esencial en los comienzos de la democracia liberal,

    se ha convertido en un obstculo para la preservacin y el progreso de las

    sociedades democrticas. Sostendr que el lxico que he insinuado en los dos

    primeros captulos -un lxico que gira en torno a las nociones de metfora y de

    creacin de s mismo, y no en torno a nociones de verdad, racionalidad y obligacin

    21

    R. Rorty, Consequences of Pragmatism. Minneapolis, University of Minnesona Press, 1982, 288 (Traduc. castellana en Madrid, Tecnos, 1996).

  • 14

    moral, es ms adecuado para ese propsito"22.

    Distingue entre ser causa (propio del vocabulario ilustrado) y ser til (propio del

    vocabulario pragmatista): nuestro orden sociopoltico no es fruto de la filosofa

    ilustrada, sino de la contingencia, de hechos dramticos, de luchas y sufrimientos23;

    no es fruto de la razn en la Historia. La filosofa, en todo caso, fue un apoyo externo

    til; aunque en un momento histrico la filosofa ilustrada, como ideologa o retrica,

    apoyara este orden, de ninguna manera puede considerarse su invencin y creacin;

    en cambio, hay que aceptar que, en la actualidad, no slo la filosofa es estril para

    la democracia, sino un obstculo para la vida social y poltica. Y, en ese escenario de

    contraposicin entre filosofa y poltica, puestos a salvar a alguna, Rorty opta por la

    democracia.

    Convertida la filosofa en retrica, se comprende que la culminacin de su

    discurso sea la tesis que defiende en su artculo: "La prioridad de la democracia

    sobre la filosofa", dedicado a argumentar que "las creencias comunes de los

    ciudadanos sobre las cuestiones de importancia ltima no son esenciales para una

    sociedad democrtica"24

    En este provocativo artculo Rorty considera la filosofa una actividad literaria ms;

    por tanto, un "asunto privado" como la poesa. Considera que el error de los filsofos

    desde "Scrates" es haberse tomado la filosofa en serio, creer que poda clarificar y

    fundar la verdad, la justicia, la moralidad. El postestructuralismo, nos dice, ha puesto

    las cosas en su sitio: como "escritura" que es, la filosofa es cosa privada.

    De la misma manera que en el origen del Estado moderno hubo que privatizar la

    religin para hacer posible la vida poltica, conviene hoy privatizar la filosofa para

    conservarla y defenderla. Considera que debemos liberar la poltica de los residuos

    filosficos perniciosos. En rigor, la justificacin se restringe al mbito cerrado de una

    22

    R. Rorty, Contingency, Irony and Solidarity. Cambridge U.P., 1989, 63 (Traducc. castellana en Barcelona, Paids, 1991).

    23

    Consequences.... Ed. cit., 168.

    24

    Philosophical Papers I: Objectivism, Relativism and Truth. Cambridge U.P., 1991, 239.

  • 15

    comunidad, particularmente la occidental, y no va ms all de las creencias

    compartidas.

    En fin, Rorty propone una teora despolitizada y una poltica desteorizada. Se

    suma a la crtica de la ilustracin, de sus nociones de razn, verdad y libertad. En

    rigor invita a olvidarnos de la verdad, que no es fruto de la racionalidad y el mtodo,

    sino del espontneo juego de la libertad.

    4. Crtica de la crtica crtica.

    No deberamos despreciar lo que en estos posicionamientos hay de crtica y

    deconstruccin; ni siquiera la base sociolgica que determina el pesimismo. El

    pensamiento filosfico de cambio de siglo ha de asumir la carga de negatividad

    heredada de la historia. Ahora bien, no podemos renunciar a extender la crtica y la

    deconstruccin a la propia filosofa deconstructivista; no podemos despreciar la

    sospecha respecto al papel objetivo que juega.

    4.1. El triunfo del ironista.

    El primer rasgo que deseamos establecer como diagnstico de nuestro tiempo es

    el siguiente: se ha consumado el triunfo del ironista sobre el militante, o de la razn

    negativa sobre la afirmativa. Este desequilibrio es un fracaso filosfico, que deja

    paso libre a la tentacin suicida de desertar de la filosofa porque es ya una

    desercin.

    El aspecto emprico de la tesis es constatable. Baste un ejemplo. En un libro

    reciente de Philippe Lacoue-Labarthe, La fiction du politique, se nos dice que ante la

    imposibilidad de la filosofa de poner con claridad una prescripcin o una tesis, ha de

    oscilar entre el mutismo y el poema. Lo que, en sus efectos prcticos equivale a

    aceptar que lo verdaderamente imposible en el mundo de hoy es la comunidad, o

    sea, la determinacin de la poltica por la filosofa, quedando aquella remitida a la

    gestin de lo necesario, pero sin verdad y sin sustancia. Y esta constatacin de que

  • 16

    el lugar de la filosofa no es la ciudad, sino el desierto, segn Ph. Lacoue, o el

    gineceo, segn Lyotard y Rorty, es una llamada, o al menos una invitacin, a la

    desercin.

    La identificacin del triunfo del ironismo como desercin, es argumentable. No es

    un juicio al escepticismo, compatible con la filosofa y la poltica (diramos ms:

    intrnseco a ambas si son bien entendidas); es un juicio a su perversin en el

    escepticismo dogmtico.

    Subrayamos como caracterstico el paso de la actitud ironista a la huda

    postfilosfica, porque, aunque Rorty las haya ligado indisolublemente, no es evidente

    la necesidad del lazo. La posicin ironista no es antimoderna, cabe dentro de la

    filosofa ilustrada; en rigor, es constitutiva de sta, al menos en sus pensadores ms

    ilustres, como Hume o Diderot. La crtica del escepticismo ironista a la

    fundamentacin metafsica, incluso a la metafsica de la subjetividad, no desemboca

    necesariamente en la negacin de verdad y sustantividad a la filosofa.

    Efectivamente, la filosofa, si creemos a Hume, se nos presenta como la

    escenificacin de una lucha en el seno del pensamiento, tanto a nivel social

    (confrontacin entre escuelas) como a nivel individual (desde Descartes al menos

    pensar exige introducir y superar la duda o la sospecha). Hume vea esa

    escenificacin como la eterna e inacabable contienda entre la razn afirmativa y la

    razn negativa, entre un esfuerzo del hombre por creer, por afirmar, determinado por

    la "naturaleza", o sea, por necesidades prctica; y un esfuerzo equivalente en poder

    por dudar, por negar, exigido por ese principio cartesiano segn el cual la certeza es

    el efecto psicolgico de la victoria sobre la duda.

    Esa lucha que escenifica el pensamiento crtico, moderno, en el pensador

    escocs es una contienda entre iguales, pues la razn que afirma y que niega es la

    misma en fuerza y dignidad. Es algo as como el juego del ajedrecista solitario, que

    se prueba a s mismo, dirigiendo a la vez blancas y negras. Toda victoria es

    provisional, efecto contingente de un fallo, que se corrige en la partida siguiente

    restaurando el equilibrio de fuerzas.

  • 17

    En Rorty y en el deconstruccionismo, en cambio, la batalla entre el ironista y el

    metafsico, que desarrolla en el ensayo "Irona privada y esperanza liberal"25, es a

    muerte, con triunfo final: "La meta de la teora ironista es comprender el impulso

    metafsico, el impulso que conduce a la teorizacin, y, asimismo, a librarse

    enteramente de l"26.

    O sea, Rorty viola las reglas de la escena del ajedrecista solitario y fuerza una

    situacin final. La victoria, valora Rorty, ha cado del lado de las blancas, de las

    posiciones ms favorables a la independencia de la cultura occidental. Han cado las

    negras, los fundamentalismos, las pulsiones metafsicas, las tentaciones

    racionalistas. En manos del ajedrecista ironista, la filosofa se ha desautorizado a s

    misma; ha perdido sus credenciales para determinar la verdad y la justicia, ha

    aceptado que nada puede con las creencias y las costumbres. La filosofa occidental,

    si creemos en la lgica de Rorty, ha salvado la poltica occidental suicidndose,

    decretando su propio ostracismo.

    Es constatable que la filosofa poltica vive hoy un momento privilegiado en cuanto

    actividad negativa, deconstructivista. Si exceptuamos a Rawls y a Habermas, los

    grandes nombres de la filosofa de las ltimas dcadas se han apuntado a la crtica

    desmitificadora (Adorno, Horkheimer), arqueolgica (Foucault), deconstruccionista

    (Deleuze, Derrida) o ironista (Rorty). Otro aspecto, en el que aqu no entraremos, es

    el de la relacin de esta filosofa con el liberalismo. Indiquemos simplemente que el

    pluralismo, rostro ideolgico del actual Estado capitalista, suele apoyarse en la

    neutralidad de la poltica y de la filosofa, en el carcter privado de las concepciones

    metafsicas de la moral, de la justicia o de la poltica.

    4.2. La impotencia poltica de la filosofa.

    El segundo rasgo que queremos subrayar es la confesin de impotencia, que

    25

    En R. Rorty, Contingencia, Irona y Solidaridad. Barcelona, Paids, 1991, 91-113.

    26

    Ibid., 116.

  • 18

    fuerza a elegir entre el silencio poltico, el poema o la sumisin al poder. Se trata del

    autodiagnstico segn el cual el saber es impotente para determinar el poder, tal que

    se cierra el horizonte de una filosofa poltica crtica o alternativa, subordinando su

    eficacia prctica a su corrupcin, a su alianza con el poder. O sea, impotente para

    determinar el poder al bien; eficaz para servir al poder en el mal.

    Este rasgo apareca con fuerza en Rdenas o en Badiou, y tambin en Aramayo,

    pues la clandestinidad siempre implica la sumisin del librepensamiento. Tal vez sea

    Badiou quien ms dramatiza esta indigencia de la filosofa. En su artculo "La

    superacin poltica del filosofema de la comunidad"27, se prodigan tesis como "no

    hay poltica de emancipacin"; "Puesto que la comunidad es imposible, la poltica de

    emancipacin no representa ningn bien"; "La sumisin de la voluntad poltica al

    tema de una necesidad de la comunidad como figura del bien en poltica dispone

    esta voluntad en el campo de la sofstica", que culminan con su propuesta de

    "desuturacin necesaria de la filosofa y de la poltica". Badiou, con aparente

    nostalgia, relega la emancipacin a la contingencia o al azar, a lo irracional; lo

    sustrae del orden de la filosofa en tanto que no legitimable. Pues "las verdades no

    tienen ningn sentido", siendo insustanciales y sometidas al azar: "las verdades,

    incluidas las verdades polticas, son un efecto en la situacin de una fidelidad sin

    concepto". Esta es la clave de la cuestin: la emancipacin es posible como

    acontecimiento ciego, como azar; lo que no es posible es un concepto de la

    emancipacin; lo que no es posible es pensar su verdad o su justicia.

    La modernidad, desde esta perspectiva, en tanto que poltica de la emancipacin,

    es una ilusin, o una perversin. Los conceptos de la filosofa poltica moderna son,

    en realidad, mscaras del deseo, ideologa o valores contingentes y secuenciales.

    Hoy la filosofa slo puede levantar las mscaras y mostrar la imposibilidad de una

    filosofa de la poltica; o sea, hoy slo es posible una filosofa de la dsuturation. Por

    tanto, una filosofa post-moderna.

    27

    A. Badiou, "L'outrepassement politique du philosophme de la communaut", en AA.VV., Politique et modernit. Paris, Ed, Osiris, 1992, 55-67.

  • 19

    En forma de queja o de triunfo, con aoranza o con euforia, la filosofa proclama

    su incompetencia para someter al poder; y de aqu deriva su desercin poltica, su

    opcin impoltica o apoltica, ante la perspectiva diablica de convertirse en su

    cmplice o en su lacayo. No es difcil advertir, bajo ese decreto de imposibilidad o

    ese edicto de abolicin, la profunda melancola de quien se ve obligado a reconocer

    el final de la utopa filosfico-poltica, el proyecto platnico de moralizar la poltica,

    bellamente expresado en el mito del filosofo-rey. Incluso Rorty, el ms coherente y

    fro por su posicionamiento pragmatista, trasluce su aoranza -su mala

    consciencia?- en el bello artculo "Trotsky y las orqudeas salvajes"28. Lo que ms

    lamenta Rorty, la que ms dao le causa de las muchas crticas reaccionarias -yo

    dira, la nica crtica que le afecta- es la que asocia su posicin filosfica al

    conservadurismo poltico, al neoliberalismo. Veamos, pues, en perspectiva la

    cuestin del filsofo-rey.

    4.3. La cuestin del filsofo rey.

    El planteamiento actual del tema responde a una experiencia concreta, a la que

    hemos de aludir. Esta lnea de reflexin procede de la militancia filosfica y poltica

    de izquierda, en la atmsfera marxista y contracultural del '68. Procede, por tanto de

    una experiencia histrica en que se vivi, aunque fuera imaginariamente, el mito del

    filsofo-rey: la unidad en el militante de la posicin filosfica y del compromiso

    poltico. Se vivi, adems, con la consciencia idealista de una accin poltica dirigida

    por la filosofa. Esta determinacin histrica y sociolgica no es indiferente al hecho

    de que en el actual rechazo de la filosofa resuenen los ecos de una derrota: a veces

    en el dramtico reconocimiento de que, al fin, la revolucin cultural fue derrotada por

    el mercado y la esperanza de una comunidad comunista por el afianzamiento del

    individualismo liberal; otras veces en la afanosa bsqueda de camuflaje y de perdn,

    presentando la opcin poltica de ayer como una juvenil e inocente opcin esttica.

    28

    Al que hemos dedicado un estudio que aparecer prximamente en Isagora.

  • 20

    De todas formas, no son aceptables las explicaciones basadas en la

    psicopatologa de la vida cotidiana; hay que buscar elementos tericos e histricos

    ms relevantes. Y, en este sentido, debemos considerar la tendencia intrnseca a la

    filosofa de pensar la identidad entre el saber y el poder. No podemos olvidar que

    cuando los hombres pensaron a Dios, en su idea le dotaron de dos poderes:

    omnisciencia y omnipotencia, capacidad infinita de pensar y poder infinito de realizar

    sus ideas. En la tradicin filosfica, los rostros ms propios de Dios siempre fueron,

    junto al de Padre y al de Juez, el de Sabio y el de Arquitecto o Creador. El filsofo-

    rey, por tanto, es la figura de Dios en la ciudad.

    A su modo, es lo que recoge el clebre pasaje de la Repblica de Platn, donde

    describe la nica situacin posible para que la ciudad est bien ordenada, para que

    sea racional y justa: "A menos que los filsofos reinen en los Estados, o los que

    ahora son llamados reyes y gobernantes lleguen a filsofos, tal que coincidan en una

    misma persona el poder poltico y la filosofa, no habr fin de los males para los

    Estados ni para el gnero humano"29.

    Es fcil ver que el mito identifica dos posibilidades, que bien analizadas no son

    simtricas; hay, pues, dos versiones posibles del mito: el del Filsofo-rey y el del

    Rey-filsofo. Planteado ingenuamente, como hace Platn, las dos figuras, con

    distinto origen, se confunden. El prrafo final as lo testimonia, al poner como

    relevante para el buen orden de la polis y del mundo no el proceso -de filsofo a rey

    o de rey a filsofo- sino el resultado: que en la misma persona coincidan el saber y el

    poder.

    Una interpretacin desde la sospecha, en cambio, permite un uso muy distinto de

    la metfora. Desde ella la expresin "filsofo-rey" describira una situacin en que la

    voz de la filosofa deviene criterio y fundamento de la poltica; "rey-filsofo" sera el

    nombre de aquella situacin en que la voluntad del gobernante deviene filosofa,

    creencia o fe oficiales. La importancia de esta distincin se aprecia bien en

    29

    Repblica, V, 473d. Hay otras referencias al tema: "antes de que la raza de los filsofos obtenga el control del Estado, no cesarn los males para el Estado y para los ciudadanos" (Ibid., VI, 501e).

  • 21

    situaciones como la nuestra, en que tanto el sujeto del poder como el del saber son

    institucionales, despersonalizados; en que el poder, variado y diseminado, es

    resultado de una compleja red de determinaciones; en que el proceso y sus

    mediaciones determina el resultado ms que la esencia de los sujetos. Hoy la

    relacin entre saber y poder no puede pensarse como relacin de dos sujetos

    sustantivos, como relacin entre un cogito o un sujeto trascendental y una voluntad.

    La forma actual de determinacin de la poltica por la filosofa, por tanto, ha de

    valorarse al margen de la consciencia del filsofo, de su sentimiento de alejamiento e

    impotencia. Hoy la relacin entre filosofa y poltica se da sin necesidad de la

    identidad personal entre filsofo y poltico, como crea Platn; ni siquiera es

    necesaria la relacin interpersonal entre filosfico y poltico, como soaron los

    "consejeros de prncipes".

    La filosofa nunca se tom en serio la primera versin platnica del mito, salvo en

    alguna versin teolgica fundamentalista; las teocracias, en todo caso, no tienen hoy

    presencia en occidente. Ms atraccin sinti por la segunda versin, tal vez porque,

    en tal proyecto, el filsofo pensaba que le estaba reservado un papel sagrado: el de

    educador de prncipes y consejero de reyes. Lo cierto es que, esta versin del mito,

    menos extravagante, fue cultivada ms o menos secretamente durante siglos en el

    corazn de los filsofos, que soaban con una preceptora real, que escriban

    "espejos de prncipes" y luego discursos o tratados formalmente dirigidos a los

    soberanos; incluso haba especialistas en escribir proyectos legislativos y cdigos

    constitucionales por encargo, como Locke, Diderot o Bentham.

    Debieron ser muchas las desilusiones. Cunto desaire, cunta traicin, cunta

    concesin intil! Qu precio tan alto pag la filosofa por su adltero amoro con los

    prncipes, de la Monarqua o de la Iglesia! R.R. Aramayo nos relata, con suficiente

    erudicin, las desventuras de Voltaire por hacer creer a Federico II de Prusia que

    poda ser rey y filsofo, como el mismo monarca deseaba; todo fue en vano. Al final,

    en el relato la cordura parece estar de parte del rey, que afirma con frvola sinceridad

    la incompatibilidad entre ambas funciones en reflexiones como stas: "Confo en que

  • 22

    la posteridad acierte a distinguir dentro de m al filsofo del prncipe y al hombre

    honesto del poltico. Debo confesar que resulta muy difcil conservar un talante

    ingenuo y caracterizado por la honestidad al quedar atrapado en el gran torbellino

    poltico de Europa. Expuesto a ser constantemente traicionado por sus aliados,

    abandonado por sus amigos, avasallado por los celos y la envidia, uno se ve

    constreido finalmente a escoger entre la terrible resolucin de sacrificar su pueblo o

    su palabra"30

    En esa tesitura, viene a concluir el imposible rey-filsofo, hay que sacrificar el

    deber que prescribe el saber al que exige el poder. Porque, "Acaso vale ms que la

    poblacin perezca o que rompa su tratado el prncipe? Quin sera tan idiota como

    para titubear ante semejante cuestin?"31.

    Ciertamente, el autor del Antimaquiavelo nos ofrece las mejores lecciones del

    peor maquiavelismo: el rey no puede ser filsofo porque la filosofa va contra la

    poltica, contra la defensa del pueblo. Maquiavelo, el florentino genial, nos ofrece

    paradjicamente la leccin opuesta: la filosofa puede y debe decir cundo el

    prncipe debe, para salvar el pueblo, su identidad y sus valores, suspender los

    compromisos y normas morales vlidos en situaciones de normalidad.

    Aunque Federico haca lo imposible por convencer de que "se puede ser poltico

    por deber y filsofo por inclinacin", la verdad es que distaba mucho de ser filsofo;

    apenas pasaba de ser un rey con ciertos intereses literarios y algunos problemas de

    consciencia cristiana. Rousseau poda decir con su genial desenvoltura: "Su gloria y

    su provecho, he ah su Ley; Pues piensa como filsofo y se comporta como Rey"

    Tampoco Diderot, a pesar de sus coqueteos iniciales, conservara la esperanza

    en el rey-filsofo. En textos como Pginas contra un tirano, o Conversaciones con

    Catalina II, o Mi ensoacin, muy ma, del Denis el filsofo, da muestras de sus

    recelos. Su desesperanza avanza con la edad. En su vejez, cuando reconvierte la

    breve Vida de Sneca en todo un tratado histrico-filosfico sobre El reinado de

    30

    Cf. R.R. Aramayo, Op. cit., 72.

    31

    Ibid., 76.

  • 23

    Claudio y Nern, llega a decir con amargura que era preferible un dspota sin ms a

    un "dspota ilustrado", por la capacidad de ste para neutralizar la rebelin con

    vanas esperanzas.

    Por tanto, rota definitivamente la ilusin del "dspota ilustrado", la propia

    modernidad revisa el mito y plantea la relacin entre filosofa y poltica desde la

    sospecha: puede la voz de la filosofa influir en la construccin de la ciudad?; en tal

    caso, por mediacin de los gobernantes o directamente sobre le pueblo?; por otro

    lado, cmo controlar el riesgo de que la voz del poder se haga pasar por filosofa?;

    cmo garantizar que la filosofa simule librepensamiento siendo voz de un amo?.

    Las filosofas de la historia del XVIII y el XIX, perdida la inocencia, prefieren

    reenviar a la historia la realizacin poltica de la filosofa, a travs del juego de la

    astucia de la razn; la filosofa confa a la historia lo que no puede confiar al filsofo-

    rey ni al rey-filsofo. Luego resultar una nueva ilusin. Al final se descubre que la

    razn no trabaja en la historia; sta es un proceso sin sentido, sin verdad, simple

    reino de los acontecimientos. Se comprende, pues, la desesperanza y la tentacin

    ironista.

    De todas formas, esta desesperanza es tambin una figura de la historia.

    Interpretarla exige romper con la falsa alternativa de elegir entre el nihilismo ironista y

    las metforas del filsofo-rey y de la astucia de la razn para pensar la relacin entre

    filosofa y poltica.

    5. Cambio de escenario.

    La relacin entre filosofa y poltica debe situarse hoy en una topografa distinta a

    la evocada por la metfora del filsofo-rey. Helvtius, en su De l'esprit, nos ofrece

    una representacin simple del modelo: los filsofos elaboran el saber poltico, el

    prncipe lo traduce a Legislacin y sta, cual gran educador de la sensibilidad y las

    costumbres, crea los ciudadanos; todos, por lo dems, con rostros personales.

    Mantener hoy esa representacin lleva a la filosofa poltica a una consciencia de s

  • 24

    falsa y desgarrada. La figura de los filsofos educadores de la casta gobernante y,

    por su mediacin, del gnero humano, es anacrnica. Pero esa no presencia no

    significa su ausencia; las nuevas formas de intervencin slo son pensables desde

    otro escenario. Nos limitaremos a comentar tres rasgos del mismo, que refieren

    respectivamente a cambios institucionales que determinan lo poltico y la poltica;

    cambios sociales que afectan a los individuos y a la ciudad como colectivo; y

    cambios en la trasmisin y funcin del saber, concretados en el protagonismo de los

    mass-media.

    5.1. Cambios institucionales.

    Para pensar de forma actual el problema entre el saber y el poder, hemos de

    romper con las imgenes histricas del filsofo y del monarca; la figura personal del

    rey ha de ser sustituida por el complejo sistema de instituciones polticas y centros

    de poder de la democracia, en cuyos lmites actan los gobernantes; y la figura

    personalizada del filsofo por los complejos medios de produccin y difusin de

    opinin pblica. El esquema filsofo-rey-legislacin-ciudadano ha sido sustituido por

    un nuevo escenario, con direcciones mltiples y objetivos mviles: como un nuevo

    gran mercado sin finalidad prefijada y cuya potencia se mide por el nivel de

    intercambio. Incluso la estructura democrtico-parlamentaria, que en cierta manera

    reproduca de forma despersonalizada el esquema clsico, se ha constituido en un

    espacio sin norte ni sur, indeterminado, donde el poder se dispersa y disemina en

    direcciones contingentes: es la democracia de opinin y consensualista, en que la

    razn cede el puesto a la opinin y la verdad a la decisin del colectivo construida

    va massmeditica.

    Estos cambios afectan a la forma de presencia de la filosofa en la poltica. El viejo

    ideal de formar ciudadanos, de construir una comunidad de hombres libres y

    morales, no es hoy asumido por el poder poltico, que se limita a la tarea de

    establecer y garantizar los procedimientos de un intercambio y una eleccin libres.

    La ausencia de filosofa de la poltica, en tanto fijadora de fines y limitadora de

  • 25

    medios, es slo una forma de ausencia: la apuesta por una poltica sin filosofa es

    una opcin filosfica, a saber, la de una filosofa antipoltica o impoltica, si ms no

    sospechosa de servir con su ausencia al poder. Ha cambiado de forma de presencia.

    El debate sobre el pluralismo y la neutralidad del Estado, al que hemos aludido, que

    reenva la filosofa a la privacidad, no es polticamente inocente.

    Estos cambios institucionales ejercen efectos en la vinculacin entre el filsofo y el

    poltico. El ordenamiento democrtico consensualista relega al anacronismo

    cualquier vestigio tanto del filsofo-rey como del rey-filsofo y del consejero de

    prncipes. Las experiencias recientes de identidad sociolgica entre filsofos y

    polticos, simbolizada en las figuras del filsofo militante del '68, o de los filsofos

    parlamentarios, son argumentos empricos de peso. La ilusin de identidad y de

    primaca del pensamiento sobre la poltica en la militancia del '68 fue efmera y llev

    a severas frustraciones. Por otro lado, los casos que conozco de filsofos

    parlamentarios, todos se han mostrado inviables, ignorados en la vorgine de los

    procedimientos, las comisiones, las jerarquas de Partidos y las complicidades

    internas a la clase poltica.

    Si el filsofo no asume este nuevo escenario y sigue pensando la fuerza poltica

    de la filosofa en trminos de relacin personal con los dirigentes como mediacin

    para determinar, a travs de las leyes, la consciencia ciudadana, sin duda vivir su

    praxis filosfica como solitaria y marginal, como estril. Si asume el nuevo marco de

    representacin se ver obligado a analizar y valorar otros elementos para determinar

    la relacin actual entre filosofa y poltica. Cuando la "filosofa antipoltica" se vende

    en supermercados y kioscos, goza de reverencia en los medios visuales y establece

    complicidades con la moda, la empresa o el espectculo, no se puede sin cinismo

    afirmar la impotencia poltica de la filosofa; a no ser que se busque la impunidad de

    una complicidad inconfesable, o que el gesto antipoltico sea la forma de

    compromiso con la nueva poltica.

    5.2. La sociedad de espectadores.

  • 26

    Para describir ese nuevo escenario hemos de ir ms all de las profundas

    transformaciones polticas e institucionales de las democracias consensualistas y

    remontarnos al nuevo modelo sociocultural que se est afirmando: la sociedad de

    espectadores. No nos plantearemos aqu el problema de la presencia o la ausencia

    de la filosofa en esta deriva; slo nos interesa ahora plantearnos la funcin que

    juega en la constitucin y reproduccin del nuevo modelo, es decir, sus actuales

    complicidades polticas.

    Se ha dicho con acierto que la nuestra es cada vez ms una sociedad de

    consumo; y se ha dicho igualmente que la mercanca dominante es la informacin.

    Sin duda la informatizacin implica una revolucin de efectos polticos e ideolgicos

    impredecibles. Ahora bien, pasa ms desapercibido otro rasgo de la nueva sociedad,

    que se afirma a marchas forzadas, y que est ms visiblemente relacionado con el

    problema que nos ocupa: nos referimos a la generalizacin del rol de espectador, a

    la metamorfosis de la sociedad de productores del capitalismo liberal a la sociedad

    de espectadores del postcapitalismo.

    Los viejos sueos de pensar la ciudad desde el objetivo de la "vida buena", la

    salvacin cristiana, la autonoma moral, etc., han quedado atrs; tambin comienza a

    parecer extraa la idea de la ciudad como asociacin para la produccin y la

    subsistencia, para la lucha contra las necesidades; incluso ya no es dominante

    pensar la misma en claves emancipadoras, respecto a la sumisin a la necesidad

    natural o a la arbitrariedad humana. Conquistados, al menos en la idea, estos

    objetivos, cada vez toma ms relevancia uno nuevo: la lucha contra el aburrimiento.

    Ya deca Pascal, fuera de contexto, que todos los males que advienen a los hombres

    proceden del aburrimiento, de su incapacidad de resistir la soledad de unos cuantos

    das en una habitacin.

    Hoy la sociedad puede ser pensada como una institucin contra el aburrimiento.

    Pero sta es slo la cara subjetiva de la nueva figura de espectador, en que la nueva

    forma de produccin y consumo necesita convertir al hombre. En la medida en que

    el hombre triunfa sobre la necesidad, su problema pasa a ser la gestin de la

  • 27

    libertad. Puesto que la vida poltica fue pensada en la modernidad como instrumento

    para la emancipacin, conseguida sta pierde su sentido. El ciudadano de derechos

    consagrados deviene espectador. La poltica es para l un espectculo; la

    enfermedad, la guerra, la moralidad, devienen espectculos; toda la vida social, a

    escala mundial, se le presenta como un espectculo; ha de consumirla como

    espectador, irritarse y sublevarse como espectador, olvidar con premura como

    espectador. Lo que no es representable en forma de espectculo no es real; la

    realidad se mide y valora por su espectacularidad, es decir, por su representabilidad

    conforme a leyes espectaculares.

    La relacin del hombre-consumidor con la realidad es cada vez ms la de mero

    espectador, hasta que deviene un ser-espectador, a costa de su ser productor, de su

    ser activo. Si acaso, para curar la adiccin participativa del antiguo rgimen, se

    simula el espectculo como juego interactivo. Como espectador renuncia a sus

    conquistas como sujeto productivo y sujeto poltico; la crisis de Sindicatos y Partidos

    Polticos de militantes, transformados en colectivos expectantes, responde a estas

    claves. Maquiavelo ya adverta, como ley de la naturaleza humana, que los hombres

    tendan a olvidar la defensa de sus objetivos una vez conquistados. El florentino

    aada que tal renuncia sola acarrear la prdida de los mismos.

    No es extraos que, desde esa consciencia, H. Arendt y sus seguidores hayan

    redefinido la filosofa poltica como intervencin en la opinin pblica. Su nuevo

    "republicanismo", que incluye la reivindicacin de la poltica entre el mercado y el

    Estado, simula una defensa de la filosofa poltica, cuando en realidad es la

    banalizacin de sta. Han declarado lo poltico -al menos lo poltico que interesa a la

    filosofa- como la esfera del mercado de opiniones, donde el filsofo interviene sin

    pasar por la mediacin poltica clsica, ahora reducida a esfera meramente tcnica,

    de gestin de lo necesario. As el filsofo interviene en la poltica sin militancia, sin

    organizacin, sin mediaciones institucionales; sin devenir gobernante y sin devenir

    consejero de gobernantes. Su praxis poltica es ahora su praxis filosfica, su dilogo

    con los otros, su debate pblico, en el que la verdad es acuerdo voluntario, justicia es

  • 28

    consenso y bien es libertad de opinin. En otras palabras: la filosofa interviene en la

    poltica creando un espacio de distraccin y representacin en el que filsofos

    espectadores (sean o no interactivos) simulan construir lo comn en el mximo

    respeto a la pluralidad, sin estar presionados por la necesidad de la decisin y del

    ejercicio del poder, que se ejerce fuera de los iluminados espacios del gora.

    Desde luego que puede resultar sospechosa esta consagracin de la filosofa en

    el mundo de la opinin, de las doxae; por supuesto que para una filosofa que

    conserve algo de su antigua pretensin de verdad y racionalidad tal tarea es una

    sumisin, siendo preferible una renuncia bien ritualizada. Pero muestra al menos que

    la filosofa no es impotente ni impune, y que la desercin es vergonzante mientras

    siga al menos abierto ese frente: el de la lucha contra la santificacin de la opinin. Y

    sa es una lucha poltica siempre posible, sea cual fuere su resultado.

    5.3. Sociedad del espectculo.

    El tercer cambio de escenario que queremos subrayar refiere a la funcin poltica

    de los medios de comunicacin de masa en el nuevo modelo sociopoltico. Con

    frecuencia se reconoce y critica su excesivo poder en el adoctrinamiento y en la

    determinacin de la opinin pblica; pero esta funcin, con ser preocupante, no nos

    parece la ms relevante. En el fondo es un residuo de su papel en el modelo clsico

    del rey-filsofo (recordemos el papel de la radio en el fascismo). Hoy los mass-media

    cumplen funciones ms sutiles y apropiadas a la nueva sociedad, de las cuales

    destacamos dos: reproducir la figura del espectador y banalizar la realidad cultural.

    "El medio es el mensaje", deca MacLuhan; an no hemos sacado todo su

    significado a este enigmtico slogan. Los mass-media no slo universalizan el

    consumo de informacin, no slo convierten a los hombres en consumidores de

    opinin (con el contenido ideolgico que sea), sino que metamorfosean su

    naturaleza en la de mero espectador; cambian sus relaciones con las cosas, con las

  • 29

    personas y con las ideas32.

    Puesto que, como deca el obispo Berkeley, esse est percipi, la realidad social la

    establecen los medios, que construyen el mundo que nos aparece. No hay que

    recurrir a ninguna concepcin conspiracionista del poder: los medios van imponiendo

    su ley por encima de la voluntad de sus dueos, que quedan trabados en la relacin

    de servidumbre. Los agentes polticos o econmicos pueden seleccionar sus

    contenidos, pueden pretender una funcin de adoctrinamiento; pero en creciente

    medida el contenido les vendr impuesto por la necesidad de cumplir su funcin de

    espectculo. Su eficacia doctrinal pasa a ser irrelevante por anacrnica. El enemigo

    actual de la razn no es la fe, la tradicin o la autoridad; contra tales fantasmas la

    razn ya sabe cmo luchar, ha acumulado experiencia histrica. El enemigo es la

    indiferencia, la futilidad, la evanescencia intrnseca de opiniones y sentimientos.

    Por eso a veces se aoran las ideologas fuertes, aunque fueran conservadoras;

    se aoran los polticos con personalidad y coherencia, aunque fueran obsoletos. Se

    aoran las viejas figuras con las que sabemos hablar, discutir, luchar. El problema

    actual es que en el pluralismo no hay enemigo, pues cualquier valor o proyecto est

    a priori igualado en verdad y bondad; ello, claro est, porque ha sido vaciado de

    substancia, ha sido banalizado.

    La paradoja existencial es que la funcin de banalizar la cultura, de extender la

    indiferencia y la indeterminacin, de fragilizar los ideales y los afectos, en fin, de

    negar el pensamiento, refieren a unas determinaciones del poder no pensable en

    trminos de derecha o izquierda, en trminos de las categoras polticas

    tradicionales.

    La funcin de los medios, por tanto, responde a dos condicionamientos, que estn

    por encima de la voluntad de sus dueos. Por un lado el espectculo impone su ley,

    exige dramatizacin, escenificacin grandilocuente, maquillaje de originalidad;

    especialmente, debe conseguir conmover pero slo mientras dura la sesin; debe

    32

    Javier Echeverra, en su Telpolis, ha descrito con finura e irona esta tesis.

  • 30

    imponer, bajo las formas de lo sublime o lo trgico, su garanta de intranscendencia,

    de ficcin y de irrelevancia. El horror, la barbarie, el mal, han de aparecer acotados

    en espacio, tiempo y clase social, dominados por la puesta en escena. Sin

    despreciar la funcin ideolgica de los medios, nos parece secundaria y en

    decadencia.

    Por otro lado, la funcin adoctrinadora no tiene sentido ni es posible en la nueva

    sociedad, que requiere relaciones frgiles, dbiles, conforme a las nuevas exigencias

    del consumo y a las leyes de rotacin del capital. Todo ha de ser efmero, tanto los

    bienes materiales como los sentimientos o ideas; todo frgil, sin fundamentos

    fuertes, sustituible. El espectador se interesa por las cosas de forma puntual, como

    secuencia de una realidad heterognea y contradictoria. Ni fidelidades a las cosas ni

    lealtades a las ideas y a los hombres. El paso del ciudadano al espectador significa

    la sustitucin de un modelo humano basado en la identidad y la autodeterminacin

    por otro basado en la contingencia y la indeterminacin; la sustitucin de un modelo

    de ciudad basado en la capacidad del hombre de pensar por si mismo a otro que

    declara la ciudad como espacio libre de opinin.

    6. Dos reflexiones finales.

    6.1. Preguntas a responder.

    La poltica ha sabido encontrar su lugar en el nuevo escenario; y ha producido una

    consciencia de s adecuada. El poltico no postula hoy proponer un ideal moral

    racional, defenderlo con argumentos y aspirar a que los dems lo compartan; no

    aspira a educar al pueblo para, mediante el procedimiento democrtico, poner la

    determinacin de la voluntad general. Hoy la poltica, al menos desde Capitalismo,

    Socialismo y democracia, de Schumpeter, se declara un "servicio"; los partidos

    polticos asumen el rol de empresas privadas que venden unos servicios, que por lo

    tanto los adecuan constantemente a los gustos de los ciudadanos, que intentan

    fidelizar a sus clientes-votantes por medios retrico-publicitarios, y que de tanto en

  • 31

    tanto se autocalifican de moralidad y bien comn del mismo modo que los productos

    de limpieza incluyen cualidades de biodegradable, ecolgicos o sin dioxinas.

    La poltica ha reencontrado su sitio; ya no aspira a formar ciudadanos, a construir

    un ideal social, sino a servir a la opinin pblica. Las grandes cuestiones a

    establecer, y que slo apuntamos, son de este tipo:

    a). Qu papel ha jugado la filosofa en ese proceso, en qu medida es una poltica

    sin filosofa o encubre una filosofa cmplice.

    b). Qu papel ha jugado, en especial, la filosofa negativa y deconstructivista, con

    sus asaltos a la razn y su declaracin de impotencia de la filosofa ante la poltica.

    c). Qu papel objetivo juega la llamada a desertar de la poltica, si se trata de una

    simple falsa consciencia o de una complicidad.

    d). Qu formas de intervencin objetiva tiene hoy la filosofa, por mediacin de los

    medios de comunicacin, y en qu medida su posicin postfilosfica y postpoltica

    responden a las exigencias de los medios de dramatizacin de sus productos.

    e). El papel que juega la filosofa, con su apuesta por la contingencia y la

    indeterminacin, por la subjetivacin del mundo y la muerte del sujeto, en la

    reproduccin de la consciencia apropiada a la nueva sociedad de espectadores y a

    la nueva democracia de opinin, consensualista y pluralista.

    f). El papel de resistencia que podra jugar, usando su potencia negativa y

    deconstructiva de forma positiva.

    Este ltimo punto nos lleva al comentario final. Creemos que la filosofa crtica

    contempornea, con su potencia negativa y deconstructiva, lleva a resultados

    perversos. Al mostrar de forma sutil y brillante que el orden socio-poltico camina

    irremisiblemente a la banalizacin y el sinsentido, lejos de desmitificar y subvertir sus

    fundamentos, juega un papel cmplice. Ello es debido a que, por primera vez en la

    historia, el nuevo orden social gusta y necesita presentarse abiertamente como

    contingente, banal y sinsentido, precario y azaroso, contradictorio y arbitrario. La

    paradoja de la filosofa crtica y deconstructivista es que, por anacrnica, juega un

  • 32

    papel cmplice: el xito del mundo actual pasa por ser representado como

    intrnsecamente arbitrario y absurdo, injusto e irracional. En el lmite, el mundo como

    metfora del mal. Para la consciencia del espectador, esa idea es atractiva y, vivida

    como espectador, soportable; sirve de catarsis a las mediocridades cotidianas.

    6.2. Recuperar la afirmacin.

    Por eso lo verdaderamente subversivo hoy es la dimensin afirmativa de la

    filosofa, la defensa de una opcin frente al pluralismo o la indiferencia, frente a las

    diversas formas de desercin. Una posicin positiva que, ciertamente, no puede ser

    premoderna, precrtica, predemocrtica; que ha de asumir la negacin de las ltimas

    dcadas, la terrible deconstruccin de la razn prctica, y encontrar un hueco an

    sostenible de racionalidad, de verdad y de universalidad.

    Es eso posible? El compromiso es buscarlo. Y creemos que una va de

    esperanza de una filosofa poltica actual, es decir, sin aoranzas anacrnicas, que

    asume buena parte de la crtica y que cumple su funcin afirmativa y constructiva, es

    la que abre Luc Ferry33, de la mano de la teora del juicio esttico kantiano. Kant

    haba escrito en la Crtica de la facultad de juzgar: "La facultad de juzgar en general

    es la facultad que consiste en pensar lo particular como comprendido bajo lo

    universal. Si lo universal (la regla, el principio, la ley) es dado, entonces la facultad de

    juzgar que subsume bajo ese universal lo particular es determinante [...]. Si slo lo

    particular es dado, y si la facultad de juzgar debe encontrar lo universal (que le

    corresponde), es simplemente reflexionante"34.

    Se trata de la afortunada distincin entre juicio determinante o de conocimiento y

    reflexionante o del gusto. Con esta distincin Kant se opone al clasicismo, al

    establecer que no es posible el juicio esttico como juicio cognitivo. La esttica no es

    una ciencia; no es un arte de producir lo bello; pero no por ello niega toda objetividad

    33

    Luc Ferry, Homo aestheticus. Pars, ditions Grasset & Fasqualle, 1990.

    34

    I. Kant, Crtica de la facultad de juzgar, Introduccin IV.

  • 33

    y racionalidad al juicio esttico, que no deja de ser obra de la razn. La clave est en

    la nocin de "reflexin".

    En primer lugar, Kant entiende la reflexin como una actividad intelectual, racional.

    Marca as una lnea de demarcacin respecto a cualquier tentacin de llevar el juicio

    esttico a una dimensin irracional, expresin pura del placer o el deseo. En

    segundo lugar, el juicio esttico va de lo particular a lo universal; por tanto, nada de

    deductivismos dogmticos y reconocimiento de la particularidad en el origen. Pero,

    en tercer lugar, esa pretensin de universalidad, que se persigue mediante la

    facultad reflexiva, comparando, distinguiendo, buscando lo comn entre los puntos

    de vista particulares, clasificando, abstrayendo, poniendo diferencias e identidades,

    etc., se hace gracias a que ya en el origen, en el momento de la pura particularidad,

    est presente lo universal. Ahora bien, no est presente como concepto desde el

    cual deducir, valorar o legitimar lo particular, como ocurre en el caso del juicio

    determinante; al contrario, como es propio del juicio reflexionante, est presente

    como un horizonte al que tender, como una esperanza o exigencia de que los puntos

    de vista particulares se dejen reducir a unidad; Kant dice que acta como un

    "principio de reflexin", que gua la reflexin hacia una idea. Pues esa es la forma de

    presencia de lo universal en el origen de la reflexin esttica: como idea a la que

    tender, no como concepto desde donde deducir. Lo universal no es, aqu, concepto

    cognitivo, sino idea reguladora.

    Adems, en cuarto lugar, este tipo de presencia de la universalidad no asegura su

    propia posibilidad; nada asegura que la unificacin sea posible. Suponer tal cosa

    equivaldra a suponer la racionalidad de lo real, como en el racionalismo clsico;

    sera situarnos en el ojo de Dios y declarar al mundo infinitamente inteligible. En la

    reflexin, la universalizacin es un objetivo no garantizado; pero un objetivo

    irrenunciable. Y reside ah, en su no necesidad, en su posibilidad contingente, su

    valor especficamente humano: pues quiere decir que, si se consigue la unidad, es

    obra humana. El hombre cumple su fin pensando el mundo como unidad; el grado en

    que lo consiga mide su poder, la realizacin de su esencia. De aqu que la llamada a

  • 34

    perseguir la universalidad sea un deber, aunque no haya garanta metafsica de su

    logro. Para Kant, el placer esttico reside ah: en la satisfaccin derivada del

    esfuerzo logrado de acceder a la universalidad, al punto de vista en que coincidira

    con los dems hombres empleados en el mismo proyecto de coincidencia del gnero

    humano.

    La antinomia est resuelta: el juicio del gusto no se funda en conceptos o reglas

    determinadas; es imposible la disputa sobre el mismo, como si se tratara de un juicio

    cientfico. Pero, por otro lado, no reenva a la pura subjetividad del pensamiento,

    porque responde a la presencia de un objeto que, si es bello, por hiptesis, alumbra

    una idea necesaria de la razn que, en tanto que tal, es comn a la humanidad. Es

    esta idea indeterminada (que prescribe la reconciliacin entre sensible e inteligible

    sin fijar en qu consiste esta reconciliacin), que hace posible discutir sobre el gusto

    y ampliar la esfera de la subjetividad pura para compartir de forma no dogmtica la

    experiencia esttica con otros.

    La genial solucin kantiana, reduciendo la esttica a un proyecto de humanizacin

    del hombre, no fue extendida a la moral o el derecho por el filsofo alemn. El juicio

    moral no era un juicio reflexionante, sino prescriptivo, fuertemente determinante,

    aunque no cognitivo. Lo que Kant no hizo, nos atrevemos a sugerirlo para nuestro

    tiempo, donde la larga crtica a la racionalidad prctica apunta ms bien a relegar la

    tica y la poltica, junto con la esttica, al mundo de lo irracional. Se tratara de

    pensar los juicios morales y polticos como juicios reflexionantes; se tratara de

    unificar el juicio prctico y pensarlo como producto de una reflexin que, sin

    garantas, se orienta irrenunciablemente a la bsqueda de lo comn.

    Ser poco para muchos; pero es preferible al silencio y ms noble que la

    complicidad.