la luz de la diaconía

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i La Luz de la Diaconía ............................................................................................................................................................................................................... Consideraciones espirituales sobre los diáconos y consejos para ejercer bien esta labor J.A Fortea

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Page 1: La Luz de la Diaconía

i

La Luz

de la Diaconía ...............................................................................................................................................................................................................

Consideraciones espirituales sobre los diáconos

y consejos para ejercer bien esta labor

J.A

Fortea

Page 2: La Luz de la Diaconía

ii

Editorial Dos latidos © Copyright José Antonio Fortea Cucurull

Título: La luz de la diaconía

Todos los derechos reservados

[email protected]

Editorial Dos Latidos

Benasque, España

Publicación en formato electrónico en septiembre de 2016

Primera impresión en papel en 2015 por Editorial San Pablo, Colombia

ISBN 139789587159134

www.fortea.ws

Page 3: La Luz de la Diaconía

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Formato para tablet

Versión 3 de esta obra

Page 4: La Luz de la Diaconía

iv

Page 5: La Luz de la Diaconía

v

Que yo, diácono, muestre el rostro de Cristo humilde que

vino a servir

Ningún siervo es más

que su amo, y ningún mensajero es más

que el que le envío. Jn 13, 17.

Page 6: La Luz de la Diaconía

vi

Page 7: La Luz de la Diaconía

vii

lux diaconiae ....................................................................................................................................................................................................................

La grandeza de ser diácono. Algunas reflexiones teológicas y espirituales.

Page 8: La Luz de la Diaconía

viii

Índice …………………………………………………………………………………………

Prólogo 1

I Parte, Cuestiones Espirituales

Consideraciones espirituales 5

La vocación al diaconado 11

La familia y el trabajo del diácono 22

La relación con el párroco 32

La murmuración como parte del trabajo parroquial 35

II Parte, Cuestiones Teológicas

Cambios canónicos y realidad sacramental 41

La consagración diaconal 53

Autoridad, potestad y ministerio 73

III Parte, Cuestiones Bíblicas

El simbolismo de las vestiduras 78

Las tres partes del Templo como símbolo de los tres grados del orden 83

Los tres grados en el descendimiento de la Cruz 86

Ester, Judith y Ruth 88

Page 9: La Luz de la Diaconía

ix

IV Parte, Cuestiones Finales

Las tres diaconías 94

Qué no es el diácono 104

Algunas oraciones para rezar durante el tiempo de diaconado 106

Las órdenes menores 109

V Parte, Apéndice

Repartición de la potestas sacramental 119

Hipótesis que nos llevan a comprender mejor la realidad 122

Representación de Cristo en cada uno de los tres grados 123

Agere in persona Christi 125

Paralelismo con los grados del sacerdocio levítico 128

¿Por qué quedarse en el diaconado? 131

Conclusión 135

Page 10: La Luz de la Diaconía

1

Prólogo ………………………………………………

El origen de este libro se debe a que un diácono permanente

de Venezuela me insistió e insistió (como la viuda en la Parábola

del Juez Inicuo) a que acabara la revisión de las notas que sobre

este tema tenía yo. Esas notas hubieran podido continuar formando

un magma informe durante años y años. Pero la insistencia de ese

diácono me animó a ponerme manos a la obra. Hice una pequeña

interrupción en la revisión final de mi tesis doctoral, pensando que

no necesitaría más allá de un par de días para revisar esas notas.

Desgraciadamente, comprobé que conforme leía no podía

evitar el completar, añadir y enriquecer. El resultado es que lo que

iban a ser dos días o cuatro como máximo, se transformaron en

varias semanas. Finalmente, aquí está el libro.

Debo advertir que los títulos que dividen la obra, no siempre

son reflejo de divisiones temáticas claras y nítidas. Algunos títulos

sólo cumplen la función de dividir algunas partes. Los temas, en

ocasiones, son recurrentes, y aparecen una y otra vez a lo largo de

la obra.

Las notas que yo poseía, al principio, apuntaban a una obra

de tipo espiritual. Aunque, al final, ha resultado que toca más temas

teológicos de los que me propuse al principio. El lector considérese

con todo el derecho de disentir con lo afirmado en esta obra, cada

vez que lo considere oportuno. En la religión, pocas cosas son

Page 11: La Luz de la Diaconía

2

dogma. Aquí expongo mis reflexiones teológicas. De ningún

modo, deseo que parezca que quiero imponer mis opiniones.

Esta obra, aunque dirigida a los diáconos, podrá ser leída con

exactamente el mismo aprovechamiento espiritual por parte de los

presbíteros tanto como de los diáconos. Todos los sacerdotes

debemos sentirnos diáconos hasta el final de nuestra vida. El

diaconado no desaparece, el presbiterado se suma al diaconado sin

extinguir a éste. De ahí que el sacerdote sigue siendo diácono, y

por eso debe recordar su faceta diaconal. Toda su vida tiene que

intentar revivir el espíritu de ese primer grado del sacramento del

orden.

Los consejos y pensamientos que se ofrecen aquí, se dan

indiferentemente tanto para los diáconos transitorios, como para

los permanentes. Aunque, como se verá, algunas líneas tendrán en

mente más al diácono transitorio, y otras a los permanentes.

Estos consejos hará bien en meditarlos y tratar de aplicárselos

a sí mismo, no sólo el presbítero, sino también el obispo.

Precisamente, para recordar esto, en los grandes pontificales el

obispo bajo la casulla tenía que revestirse con la tunicela, para

recordarse a sí mismo que sigue siendo diácono. La tunicela era la

dalmática propia de los obispos, de tela más fina porque debía

colocarse sobre el alba y bajo la casulla. El mensaje de esa

dalmática era que hasta el obispo es un diaconus ecclesiae.

Todos los clérigos debemos refrescar nuestra diaconía. Con

los años, el espíritu de servicio tiende a apagarse. Es la condición

humana. Pero, de tanto en tanto, el Espíritu de Dios sopla y el fuego

del amor al prójimo revive de nuevo en nosotros con el mismo

ardor que los primeros días de nuestra entrega.

Page 12: La Luz de la Diaconía

3

Una última cosa, ésta es una obra de carácter espiritual a la

que se han añadido partes teológicas, no un tratado del sacramento

del orden donde se estudie el diaconado desde una teología

sacramental sistemática. Aun así, he querido dedicar unas páginas

a analizar la naturaleza teológica del primer grado de ese

sacramento. Pero para dejar claro el carácter de este libro, no he

querido empezar con las cuestiones teológicas. Después, con el

pasar del tiempo añadí un largo apéndice con más cuestiones de

naturaleza teológica. El índice es un reflejo de lo que comenzó

como una obra espiritual.

Page 13: La Luz de la Diaconía

4

I Parte ……………………………………………………………………………………………

Cuestiones Espirituales

Page 14: La Luz de la Diaconía

5

Consideraciones espirituales …………………………………………………………….……………………………………….…………

El diácono es siervo y debe sentirse siervo. Se puede ser

diácono sólo de nombre, pero careciendo del espíritu propio de ese

grado del sacramento.

Es propio del diácono ocuparse de los pobres, visitar

enfermos, ayudar al culto divino, predicar a los fieles, asistir al

presbítero en la administración de algunos sacramentos, proclamar

el Santo Evangelio, presidir exequias, bendecir a personas, objetos

y lugares, y, en general, realizar obras de servicio. Sin olvidar que

debe cultivar personalmente la Palabra de Dios.

Si en el presbiterado refulge como un sol el poder de la

consagración del pan y el vino, en el diaconado brilla la

proclamación de las palabras de Nuestro Señor. El diácono debe

sentir la llamada a leer y meditar diariamente las Sagradas

Escrituras.

El presbítero transforma el pan, el diácono transforma las

almas con el Evangelio. Si la Eucaristía brilla como una corona

sobre la frente del sacerdote, el Evangelio debe brillar sobre la

frente del diácono.

El ansia de servir no debe quedarse únicamente en palabras y

deseos. Si no se traduce en obras, son sólo palabras. La limosna

debe formar parte de nuestra vida. Si al diácono no le encargan

ninguna obra a favor de los pobres, él mismo puede buscársela. Al

menos siempre podrá dar limosna de los bienes personales de los

Page 15: La Luz de la Diaconía

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que disponga, aunque sean muy pocos. El diácono ha de esforzarse

en no quedarse sólo en lo cultual. Las obras de caridad, en mayor

o menor medida, deben ser parte de su vida.

El sacerdote que ya es párroco debe recordarse a sí mismo

que es diácono de su pequeño rebaño. El párroco no es un rey, no

es un señor, no es un objeto de veneración, sino un criado. El

párroco sigue siendo diácono y ha de verse a sí mismo no como el

pequeño rey de su grey, sino como un criado en el palacio (el

templo) de su Señor.

Por eso el párroco no debe quejarse cuando es despreciado,

pues a un criado se le desprecia, se le tiene en poca cosa, queda

eclipsado por el señor de la casa.

En la juventud, cuando éramos seminaristas, estábamos

felices de llegar a ser diáconos para servir. Qué triste es observar

que con los años los clérigos pasamos a considerarnos llenos de

derechos, de exigencias, de inquietud porque se nos tenga en

cuenta. ¡No tienen en cuenta mis capacidades! ¡No se dan cuenta

de lo que valgo! Yo podría hacer mucho más. Se han olvidado de

mí.

Sí, al principio buscábamos servir y sólo servir, trabajar con

alegría en lo que se nos dijese. Con los años, el servicio puro y

simple va mezclándose con otros elementos humanos que ya no son

santos.

Antes estábamos contentos sólo con servir, lo único que

pedíamos a la Iglesia era poder servirla como ella dispusiese. Con

los años, en nuestro interior, exigimos servir del modo que

queremos. Quizá no nos atrevemos a expresarlo externamente, pero

internamente sí que existen exigencias y condiciones.

Sí, serviré, pero tiene que ser en tal sitio, y de esta manera,

exactamente de esta manera, y no con este colaborador. Así no

Page 16: La Luz de la Diaconía

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puedo servir a la Iglesia. Ésa es la triste conclusión del servidor

caído. Esa conclusión nace de un corazón que ha perdido la ilusión,

que se va llenando de amargura.

El diaconado existe porque así lo ha querido Dios. Él quiere

que nos consideremos servidores. Tan importante es tener espíritu

de servicio entre los ordenados que el mismo Dios inspiró a los

Apóstoles para que existiera este grado en el sacramento del orden.

Jesús es el Diaconus Maximus. Y por eso ha querido que los

sacerdotes y obispos pasen un tiempo ejerciendo sólo el servicio.

Sin autoridad sobre el rebaño, sin potestad sacramental, el servicio

y sólo el servicio. Un tiempo en el que están ordenados, sí, pero

ordenados sólo para servir. Pronto olvidamos esta lección que se

nos da al comienzo por expresa voluntad de Dios. La primera

lección que recibimos en nuestro ministerio como ministros

ordenados, y la primera que olvidamos. Algunos, incluso,

desprecian ese tiempo, deseando que pase cuanto antes. No valoran

el don de Dios en ese primer grado. No aprenden la lección divina

que hay en ello.

Para reavivar este espíritu de servicio, qué bueno sería que el

párroco realizase alguna vez las labores menos consideradas de su

parroquia, tales como colaborar algún día en la limpieza del

templo. Si carece de tiempo, no hace falta que dedique mucho

tiempo en este tipo de tareas manuales. Bastará que sea como la

sal. Que aunque es poca, sazona. Pero, repito, es bueno que el

párroco colabore un poco con las labores manuales de

mantenimiento de su iglesia.

Fui yo secretario de un obispo que cada semana dedicaba un

poco de tiempo a colaborar en la cocina del obispado. En ocasiones,

hasta iba al supermercado a comprar lo que la cocinera le indicaba.

Y realizaba todas estas tareas verdaderamente feliz. Era un obispo

de una diócesis de 600.000 católicos, no es que le sobrara tiempo.

Page 17: La Luz de la Diaconía

8

Si él hubiera descuidado sus labores propias para dedicarse a

labores de servicio y no de gobierno, hubiera hecho mal. Pero esas

labores, como la sal, sazonaban su episcopado.

Mi obispo nunca pensó: Estas tareas son indignas de mi

dignidad. Mi sacramento es tan excelso que no puedo rebajarme,

aunque quisiera. Qué barbaridad pensar que la sacralidad del

sacerdocio nos impide hacer tal o cual cosa. Jesús, Sumo Sacerdote,

era un feliz carpintero. Nunca desdice de nuestra dignidad el

realizar tareas humildes. Sólo el pecado desdice de la dignidad

sacerdotal.

Jamás un sacerdote debe pensar: Yo por mí lo haría, pero no

quiero que me vean de esa manera. Los feligreses se sentirán

edificados de ver a su párroco con las manos manchadas de mugre,

con un traje de trabajo lleno de polvo, haciendo tareas para la

parroquia.

Una vez escuché a un sacerdote quejarse de que él no ha sido

ordenado para hacer tal o cual cosa, sino para dedicarse a la misa y

a los sacramentos. ¿De dónde habría sacado tal conclusión? ¿No ha

leído las Escrituras? San Pablo trabajó con sus manos, Jesús de

Nazaret trabajó con sus manos. Ya no digamos nada si un sacerdote

tiene el doctorado, y ha viajado al extranjero para especializarse.

¿Tantos años de trabajo para acabar en un pueblo de mala muerte?

Qué triste es escuchar eso.

Es cierto que el sacerdote se ha hecho sacerdote para realizar

obras de la gracia a través del poder de Dios. Pero también, a

menudo, forma parte de su trabajo sacerdotal dedicarse a rellenar

formularios para el obispado, limpiar algo que se ha ensuciado en

la iglesia, escuchar quejas, poner orden en un salón de la parroquia,

recoger bancos y sillas del templo, etc, etc. Es cierto que uno se ha

formado con muchos estudios de teología, para después servir a

gente que apenas tiene ninguna cultura. Pero Jesús sabía mucho

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más, y nunca consideró inadecuado servir a gente humilde. Podía

haberse ido a Atenas a enseñar a los sabios de este mundo, pero

prefirió servir a los humildes. Pero, a veces, el señor cura no quiere

dedicar su vida a los más pequeños del Pueblo de Dios.

Por todo esto, debe valorarse el intersticio diaconal como una

enseñanza auténticamente divina. Y durante ese tiempo siempre

hay que repetirse a uno mismo: Ojalá fuera más largo este tiempo

para prepararme mejor en la humildad.

Recuerde el diácono que Jesús la mayor parte de su vida

pública realizó sólo labores diaconales: predicar, consolar, servir.

Poquísimas veces realizó actos que pudiéramos considerar como

sacramentales: por ejemplo en la Última Cena, o cuando perdonó

pecados. Lo mismo sucede hoy día con los sacerdotes, la mayor

parte de su jornada realizan labores diaconales.

Ante una orden que no nos gusta, que nos hace rabiar: ¿Por

qué a veces nos empeñamos en servir como nosotros queremos?

Hace años, vinimos a servir, y ahora las cosas tienen que ser a

nuestro gusto. A nuestro gusto, con la excusa de que es lo que Dios

quiere. No lo hacemos por nosotros, nos engañamos, exigimos las

cosas porque es lo que Dios quiere para ser mejor servido. No es

por mí, es por el bien de las almas.

De esto viene el que se pierda la paz. Y de la falta de paz

viene la amargura. Se realiza el trabajo, sí, pero ya sin dicha. Las

aguas del alma que estaban cristalinas cuando nos entregamos al

decidir seguirle, comienzan a enturbiarse, comienza a haber fango

en nuestro espíritu. Como es lógico, de todo esto lo primero que

viene es la pérdida de ilusión.

Recuerde el obispo al ordenar a un diácono, que en esa

ceremonia puede Dios otorgar más gracia santificante que al

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10

ordenar a un obispo. Per se es muy superior la potestas que se

otorga en la ordenación episcopal frente a la diaconal. Además,

junto al efecto esencial del sacramento, se otorga también gracia

santificante. Y la gracia santificante que se da al alma del

ordenando, la gracia que le embellece y le llena de luz, puede ser

muy superior, incomparablemente superior, en la ordenación de un

diácono que en la de un obispo, si ese ordenando se prepara más,

si tiene más humildad y más amor.

Puede haber un ordenando al episcopado lleno de soberbia,

poco dado a la oración, que no se ha preparado nada y que tiene

una visión humana de las cosas, que en su ordenación episcopal

reciba poco más que la potestas y las gracias gratis datae

contenidas en el sacramento. Eso y sólo eso, lo mínimo. Mientras

que puede haber un ordenando al diaconado tan lleno de virtud, tan

lleno de ansia por la gracia, que se haya preparado tanto, que la

ordenación diaconal suponga una impresionante transformación de

su alma.

Page 20: La Luz de la Diaconía

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La vocación al diaconado ………………………………………………….………………………………………….…………

El diaconado es un sacramento de institución divina. Es decir,

fue el mismo Espíritu Santo el que quiso que existiera, e inspiró a

los Apóstoles para conferirlo. Eso significa que es Dios quien llama

a ejercer el diaconado como vocación permanente, es una vocación.

El mismo Dios que a uno le dice tú serás obispo, a otro le dice

Yo quiero que tú seas diácono. Cuando en una diócesis hay un

obispo que no quiere que en su diócesis haya diáconos

permanentes, eso se debe a que él no comprende el don tan precioso

que es la diaconía permanente. Debemos excusarle enteramente,

pensando que lo desconoce, porque no se lo han enseñado cuando

se preparó para el sacerdocio.

Sería muy lamentable que Dios concediera a una persona una

vocación, y el obispo le cerrara las puertas. Debemos siempre

excusar pensando que tal cosa se hace por ignorancia de lo que es

esa vocación. Debemos intentar pensar que tal cosa se hace con

buena fe. Pero objetivamente el hecho en sí es muy grave. El obispo

no es dueño de los destinos. El obispo debe limitarse a discernir si

alguien tiene la vocación divina. Debe discernirlo por sí mismo o a

través de otros. Pero su labor acaba en ese discernimiento. Después

el obispo debe ser obediente a Dios. Si el Altísimo concede una

vocación, no le gustará a Dios que un servidor suyo desprecie el

don divino.

Page 21: La Luz de la Diaconía

12

Y más cuando Dios quizá pueda decir en el Juicio Final: Si

hubieras ordenado a esa persona como diácono permanente, él me

hubiera dado más gloria con su diaconía, que tú con tu episcopado.

Si Dios da a alguien la vocación al diaconado y un obispo le

niega injustamente ese estado de vida, Dios rehará los planes para

esa alma cuya vocación ha sido truncada. Esa alma se santificará

por otros medios. Dios le otorgará la vocación diaconal a sabiendas

de que no llegará a recibir el sacramento. Pero su santificación no

sufrirá merma alguna.

¿Quién es el obispo para enmendar los planes divinos? El

obispo no es un dueño de los sacramentos que pueda negarlos sin

rendir cuentas a Dios. Discernir acerca de la vocación de una

persona, significa discernir los planes del Altísimo respecto a

alguien. Labor que hay que realizar con sumo cuidado, para no

incurrir en la ira del Señor, porque estamos hablando de cosas muy

serias.

El obispo tiene el deber de distinguir entre el diamante

auténtico de la llamada de Dios, y la falsa gema de alguien que,

diga lo que diga, no muestra los signos de la verdadera vocación o

no tiene las cualidades para ese camino. Pero si su vocación es

auténtica y sus cualidades suficientes, no debe negar el sacramento

a quien puede recibirlo. Hablo de verdadero deber. El

administrador debe estar atento a lo que el Espíritu Santo quiere

que se haga con esa persona.

En realidad, el obispo no es dueño de ningún sacramento, es

un administrador que tiene obligación de conferirlos siempre que

no obsten serias razones objetivas en contra. Hay una diferencia

muy grande entre decidir y discernir. El obispo discierne quién

debe ser ordenado. Cerrar la puerta a toda vocación al diaconado

permanente, como sucede en algunas diócesis resulta inaceptable.

Page 22: La Luz de la Diaconía

13

Y hablo de un grave deber por parte del obispo, porque si el

candidato puede ser ordenado, entonces debe ser ordenado. El

obispo está sometido a la voluntad de Dios respecto a ese

candidato. No es un asunto dejado a la libre voluntad episcopal con

total indiferencia por parte de Dios.

No está dejado ni a la libre voluntad del candidato (que lo que

tiene que hacer es la voluntad de Dios), ni del ordenante (que

también tiene que hacer la voluntad de Dios respecto del

candidato). El obispo puede tomarse el tiempo necesario para

discernir esa voluntad, puede poner las condiciones razonables que

vea conveniente a los candidatos a las órdenes. Pero, al final, el

candidato que puede ser ordenado viene enviado por Dios, y

rechazarle supone rechazar al que le envió.

Si esa persona viene a llamar a la puerta del diaconado

permanente porque así se lo pidió Jesús en su conciencia, cerrar la

puerta con desprecio, supone cerrar la puerta al que lo envió. Los

seminaristas con vocación han sido enviados por Jesús al

seminario. Y no otra cosa sucede con los diáconos permanentes.

Recuerdo un obispo que para justificar su negativa a los

diáconos permanentes, me dijo: Es que aquí todos los diáconos han

dado muy mal resultado. Pensé, y si las monjas hubieran dado mal

resultado qué hubiera hecho su excelencia, ¿prohibir a todas las

monjas? Si se me permite una broma, menos mal que los curas de

su diócesis no dijeron: Aquí los obispos nos han dado muy mal

resultado.

Algunos no cierran las puertas del diaconado a todos, pero

ponen condiciones estrictísimas para que sean excepción los que

lleguen al sacramento. Son obispos que no se oponen al diaconado,

pero que desean que sean muy pocos. ¿Qué pensaríamos de un

Page 23: La Luz de la Diaconía

14

obispo que dijera que en su diócesis tiene que haber cien sacerdotes

y ni uno más? ¿Qué pensaríamos de un obispo que negara por su

solo capricho el sacramento del sacerdocio a un seminarista que

tuviera todas y cada una de las cualidades que se le pueden pedir a

un candidato al presbiterado? Podrá hacerlo, ciertamente, pero

tendrá que dar cuentas a Dios. Es algo muy grave negar un

sacramento a quien puede recibirlo, sea el sacramento que sea.

Además, un obispo jamás podrá recriminar a uno de sus

presbíteros diciéndole: me tienes que agradecer el que te haya

ordenado. Porque el sacerdote o el diácono le podrá responder:

Excelencia, no tengo nada que agradecerle. Si usted vio que debía

ordenarme, usted hizo lo que debía. Si usted vio que no debía

ordenarme, no debió ordenarme.

No se hace ningún favor ordenando al que no se debe. No se

puede ordenar a alguien por caridad. ¡Es que ya está en quinto

curso! Mejor es que pierda cinco años a que pierda una vida. No es

un acto de caridad ni para la Iglesia ni para el sujeto ordenado. Pero

si no se ordena al que sí que cumple con todos los requisitos,

entonces se inflige un tremendo daño a la Iglesia, y se perderá el

trabajo de años de esa persona sobre miles de almas.

Qué tremendo daño se inflige al sujeto que siente la llamada

de Dios a una vida, y no puede cumplirlo por el capricho,

negligencia o error de aquél que debió tomarse esta cuestión con el

más exquisito de los cuidados, dedicando a ello el tiempo y la

oración que fueren necesarios.

Muchas labores tiene el obispo, pero buscar al colaborador

que discernirá quién recibe o no el sacramento del orden está entre

las más importantes tareas, las demás palidecen frente a ésta. Al

obispo nunca le puede faltar tiempo para examinar si la labor del

que discierne las vocaciones, está siendo realizada de forma

adecuada. El obispo nunca se puede excusar con que delegó esa

Page 24: La Luz de la Diaconía

15

tarea. Para bien o para mal se hará responsable del buen o mal

discernimiento de su colaborador.

Aquél que discierne las vocaciones puede ser bueno hoy, pero

no tan bueno dentro de cinco años. Puede ser un buen rector de

seminario o un buen delegado para esta tarea, y, no obstante,

equivocarse en algunos casos. El obispo debe siempre estar

sumamente atento, aunque la persona elegida sea digna. Gozar de

la confianza episcopal no significa que uno no deba estar vigilante

acerca del proceso de discernimiento y de la misma persona

encargada de ese discernimiento. En la medicina, frecuentemente,

es muy útil una segunda opinión. En el tema de las vocaciones

diaconales se tiende, con frecuencia, a dejar todo al juicio de una

sola persona.

Insisto en que esta es una tarea esencial para el obispo. Las

confirmaciones, las predicaciones, presidir las fiestas patronales

pueden hacerlo otros. Pero examinar con suma atención el proceso

de discernimiento de las vocaciones, conocer bien al que ha

delegado para esa misión, eso debe ser encargado a alguien muy

adecuado para esa tarea.

Hay tareas tan importantes para las que no puede faltar un

colaborador de absoluta confianza. Sería una contradicción que le

faltase un colaborador encargado de hallar más colaboradores; el

diácono es un colaborador. Si le faltan colaboradores de confianza

al obispo, razón de más para tener la prioridad de buscar este tipo

de vocaciones.

El obispo puede cuidar a las ovejas directamente: sentándose

en el confesionario, predicando, recibiéndolas para escucharlas,

visitando parroquias y de otras muchas maneras. Pero el modo

usual en el que el obispo cuida de sus ovejas es a través de otros

pastores, los presbíteros. Los presbíteros son pastores ayudados por

diáconos. ¿Son los diáconos pastores?

Page 25: La Luz de la Diaconía

16

Si un rebaño de ovejas (de ovejas reales) fuera muy grande

para un solo pastor (imagen del obispo), éste tomará junto a sí a

otros pastores que le ayuden (estos serían imagen de los

presbíteros). ¿Esos colaboradores tendrían el nombre de pastores?

Por supuesto que sí. Tendrían ese nombre, porque ejercerían esa

función. Todo el mundo diría que es un rebaño grande con varios

pastores. Aunque uno, como es lógico, fuera el jefe de los pastores.

Ahora bien, esos pastores pueden tener colaboradores que les

traigan la comida caliente desde el pueblo, que les ayuden a

acarrear la leche y la lana. No serían pastores, sino colaboradores

de los pastores. Normalmente estas personas eran muy jóvenes. Es

lógico que el sacerdote (presbiterós, anciano) sea pastor.

De manera que, en cada parroquia, hay un solo pastor, el

párroco. Pero, en otro sentido, también se puede decir que la

parroquia es un rebaño con dos pastores (el párroco y el vicario)

con los que colabora un diácono.

Después de todo lo dicho, hay que evitar el error de pensar

que en la diócesis hay un solo pastor, el obispo. Él es pastor por

antonomasia, pero evidentemente hay más pastores que llevan a las

ovejas a los pastos, las cuidan y las protegen. Otro error sería pensar

que todos los que colaboran en la parroquia son pastores. Está claro

que, por ejemplo, los catequistas son pastores.

La vocación del diácono no se reduce únicamente a ayudar en

un despacho en la administración o a dar unas charlas. Para eso no

sería necesario recibir un sacramento. La vocación al diaconado es

una verdadera vocación sagrada que liga con los pastores-

presbíteros en su tarea pastoral. Esa vocación es sellada con un

misterio sagrado.

Page 26: La Luz de la Diaconía

17

De ahí que la vocación diaconal tenga dos aspectos. La

vocación ministerial y la vocación litúrgica. La llamada de Jesús a

ayudar al pastor en su pastoreo, y la llamada del Espíritu Santo a

ejercer una función levítica junto al altar de Dios. Puede haber

diáconos que se sientan más llamados a la faceta apostólica, y otros

que sientan mayor atracción por la faceta cultual.

Si se comprende la belleza del diaconado, no se entiende

cómo puede haber sacerdotes delegados del obispo para el

diaconado que no hagan otra cosa que poner trabas para acceder al

don sagrado del sacramento. La llamada al presbiterado es al

principio (en el seminario) como un noviazgo y después (tras la

ordenación) como un matrimonio. Qué pensaríamos si a un novio

que se quiere casar con una chica, el obispo por su sola voluntad le

dijera: Tú no te casas con ella, porque lo digo yo. Nos llenaríamos

de ira. Pues así Dios se llena de ira contra el administrador suyo

que da golpes espirituales, que maltrata a los siervos que viven con

él en la casa que es la Iglesia.

La vocación al diaconado permanente no es una vocación de

segunda clase. Hay almas que sienten que Jesús les llama a ser

diáconos. ¿Jesús puede llamar a alguien a vocaciones

prescindibles, de poca categoría y de no demasiado valor? Por

supuesto que no. Todo “ven y sígueme” de Jesús es una joya,

supone un designio eterno respecto a esa persona. Dios ama a cada

hijo suyo con todo su amor. Cada vocación es un designio perfecto

lleno de amor para ese hijo suyo. Y así, como ya he dicho, un

diácono puede dar mucha más gloria, producir muchos más frutos,

que un obispo, arzobispo o cardenal.

Un diácono puede dar más gloria con su diaconía que el

mismo Obispo de Roma. La gloria a Dios no la da el cargo, sino el

alma. Ser diácono o ser obispo de Roma son medios distintos para

construir el Reino de Dios. El mismo Dios que a uno le dice: Yo te

Page 27: La Luz de la Diaconía

18

he elegido para ser Papa. A otro le dice: Yo expresamente quiero

que seas diácono.

Es decir, hay una voluntad eterna, expresa, directamente

querida por parte de Dios. La diaconía permanente no es una

especie de segunda oportunidad para aquellos que, al estar casados,

ya no pueden ser sacerdotes. El estado diaconal no es como si Dios

dijera: ya que no puedes ser sacerdote, al menos sé diácono. Pensar

así del diaconado, supone no haber entendido la belleza de tal

vocación, el sentido intrínseco de la vocación diaconal.

Si un candidato por incomprensión del delegado episcopal o

por una calumnia, no llegara a ser ordenado, no debe preocuparse.

Dios rehará sus planes respecto a él. El no ordenado sin culpa no

sufrirá merma de su mérito, y Dios le indicará por sus caminos

inescrutables dónde y en qué debe trabajar. Nada de lo que ocurre

sin culpa nuestra, supone una merma de nuestra santificación, ni

una merma del trabajo que haremos por el Señor. Porque el Señor,

ante todo, quiere que nos sometamos a su voluntad. Y Dios es

Señor, y tiene derecho a dar a alguien una vocación a sabiendas de

que no será ordenado. Pues hay vocaciones que son vocaciones a

la cruz, aunque sean a través de la búsqueda infructuosa del

diaconado.

Dios lo único que le pide al candidato es que se someta a la

Iglesia. En esos casos, Dios ya sabía desde antes de que naciera que

ese candidato no iba a ser ordenado, lo sabía con la plena seguridad

que da conocer pasado, presente y futuro. La no ordenación supone

una joya más en la corona de sufrimientos de esa alma. No sólo no

supondrá una carencia en su alma, sino una cruz más en la historia

de su alma.

Page 28: La Luz de la Diaconía

19

Si uno obedece siempre a Dios, Dios se encarga del resto.

Nada se pierde cuando se obedece a Dios con todo el corazón. Todo

candidato que se presenta a la Iglesia para decir adsum (aquí estoy),

debe someterse al juicio del obispo o su delegado. Uno jamás puede

exigir la ordenación. Uno se presenta y dice: Si la Iglesia me

considera digno, yo quisiera recibir el diaconado. Después uno

debe abandonar toda preocupación y dejarse en las manos de Dios.

Sin tener ambición alguna por lograr la sagrada orden, sino

abandonándose a las manos de Dios.

Todo lo dicho anteriormente es obligación del obispo

respecto a Dios, pero el candidato no puede exigir la ordenación.

Uno, sencillamente, se presenta ante la Iglesia. Y la Iglesia es la

que libremente decide.

El seminarista que siente vocación al presbiterado, si en un

seminario se le dice que no le ven apto, con todo derecho podrá

pedir una segunda opinión en otro seminario. Pero el diácono

permanente, al tener su trabajo y su familia en una localidad, tendrá

que someterse al dictamen del delegado diocesano para los

diáconos, sin poder probar suerte en otro lugar. También eso forma

parte de los planes de Dios. Tan meritoria es la entrega, como el

sometimiento.

Muchas de las cosas que se pueden decir sobre los

seminaristas candidatos al sacerdocio, valen para los candidatos al

diaconado permanente, sin embargo, no valen en la misma medida.

Por ejemplo, es mucho más fácil llegar a la seguridad acerca de la

idoneidad para ser ordenado viviendo cinco años dentro del

seminario, día tras día, con los candidatos al presbiterado. Mientras

que es mucho más difícil llegar a la seguridad acerca de la

idoneidad respecto a un candidato al diaconado permanente que

vive con su familia y al que sólo se le ve en algunos momentos.

Page 29: La Luz de la Diaconía

20

Después de poner los medios suficientes para discernir, si

persisten las dudas en el delegado episcopal que debe tomar la

decisión sobre la ordenación, quédese tranquilo pues algunas dudas

bastarán para denegar de un modo razonable el acceso al diaconado

permanente. Pues hay casos en los que no será fácil salir de esas

dudas aun con el paso del tiempo. Y bastan las dudas razonables

para denegar el sacramento.

Como se ve, ni hay que ordenar al sujeto en el que ya aparecen

los nubarrones negros de las dudas justificadas, ni hay que dejar de

ordenar a aquél que podría ser ordenado. Hay candidatos al

diaconado y al sacerdocio que se empeñan en ser ordenados, y no

les entra en la cabeza que no puedan ser aptos. Ésa es una

posibilidad que, de ningún modo, están dispuestos a considerar. Ya

eso es un claro síntoma de carecer de las condiciones necesarias.

Pues sin humildad, ni obediencia, difícilmente un diácono ejercerá

bien su ministerio. Un diácono terco y testarudo siempre será un

defectuoso servidor aunque esté provisto de otras virtudes.

Normalmente todos los que no deben ser ordenados, suelen

empeñarse en lograr la ordenación a toda costa. Repito la idea

anterior, uno se presenta a la Iglesia y dice adsum, aquí estoy. Uno

se llama humildemente a la puerta de la Iglesia preguntando si

puede ayudar. No se presenta exigiendo. Exigencia más

sorprendente cuando se considera que tanto el diaconado como el

presbiterado son una cruz. Mal diácono será aquél que desde el

principio viene exigiendo. El que exige siendo un candidato, será

insoportable unos años después de ordenado.

Los hombres espirituales dudan de sí mismos. La terquedad

de opinión (en temas teológicos, en discusiones en la mesa, en

cuestiones de gobierno eclesial) es un mal síntoma para un

candidato al estado clerical.

Page 30: La Luz de la Diaconía

21

El excesivo tradicionalismo o, por el contrario, el excesivo

progresismo suelen ser malos síntomas. El excesivo

tradicionalismo suele ocultar soberbia: Los demás no hacen las

cosas como deben. El excesivo progresismo (por llamarlo de

alguna manera) suele ocultar un desprecio de la ley eclesiástica y,

por ende, un cierto nivel de desobediencia. Hay que estar muy

atentos con los candidatos que se pasen por un lado o por otro.

Por un lado, desgraciada la vida del que se empeña en ser

ordenado, cuando Dios le dice a través de sus siervos que no. Pero

por otro lado, triste la suerte de los que siendo llamados a una

vocación, los hombres les quitan lo que Dios les dio.

Page 31: La Luz de la Diaconía

22

La familia y el trabajo del diácono ……………………………………………………………………………………………………………………….…….….…………

El diácono permanente con familia y trabajo civil nos muestra

a los presbíteros y a los obispos, un modo diverso de ser clérigo. El

modo normal de ser clérigo es estar consagrado enteramente a la

vida clerical, supone hallarse dedicado íntegramente al servicio de

la Iglesia. Mientras que el diácono permanente es un clérigo que

usualmente lleva una vida que recuerda a la vida de algunos los

primeros clérigos de nuestra Iglesia.

Los diáconos permanentes son el recuerdo vivo de cómo

comenzó la vida sacerdotal y aun la episcopal en las primeras

comunidades de cristianos. Hubo un tiempo en el que obispos,

presbíteros y diáconos estaban casados, tenían su trabajo y acudían

a la fracción del pan el sábado por la noche. Era una época en la

que uno podía ser obispo y cuidar de la iglesia, y al mismo tiempo

cuidar de su familia y sus negocios.

Por supuesto que, desde el principio, parte del clero era un

clero célibe dedicado enteramente a la predicación de la Palabra.

Pero las dos formas de vida clerical coexistieron durante cuatro

siglos. Unos presbíteros yendo de un lado para otro como

misioneros, edificando el Reino de Dios, predicando. Y otros

clérigos enraizados fuertemente en un lugar, con esposa e hijos.

Cuyas funciones sobre todo consistían en la presidencia de la

fracción del Pan el sábado por la noche. Por supuesto que su trabajo

no consistía sólo en eso. Pero recordemos que hablamos de

Page 32: La Luz de la Diaconía

23

comunidades muy pequeñas en poblaciones de pocos miles de

habitantes. No se ha de ver aquello como una corrupción de la total

entrega que debía tener un clérigo. El número de cristianos no era

tan grande como para mantener a varios clérigos dedicados a

tiempo completo a la cura pastoral. Las necesidades pastorales de

quinientos o mil cristianos no requerían de varios presbíteros

dedicados totalmente al pastoreo.

Su situación era parecida a la de los rabinos de las pequeñas

ciudades. Que además de cuidar de la sinagoga, tenían algún

pequeño negocio que les ofrecía desahogo económico para

mantener la familia, y libertad para dedicarse a las necesidades de

la sinagoga.

Aun así, desde el principio, hubo clérigos célibes al estilo de

Pablo, y clérigos casados como el Papa Hormisdas. Ambas formas

de vida, la célibe y la matrimonial, caben en el sacerdocio cristiano.

Pero hay que dejar claro que para todos los grados del sacramento

del orden, lo mejor que el mensajero de Dios se dedique

únicamente a extender el Reino de Dios, y que el sacerdote que toca

las cosas sagradas se dedique únicamente a las cosas de Dios. Este

estado preferible de vida es para los tres grados del orden.

Lo ideal es que el constructor de las iglesias de Dios sea un

hombre dedicado enteramente a su tarea sagrada. Sin división de

preocupaciones, sin multiplicidad de intereses. Lo ideal no es que

exista el trabajo civil y la vocación divina, sino que el trabajo sea

la vocación. Lo ideal no es que en su vida tenga la propia familia y

tenga a la Iglesia, sino que la única familia para el consagrado sea

la Iglesia.

A pesar de la práctica en la iglesia primitiva y sea cual sea la

posible legislación futura, está claro cuál debe ser el estado ideal

del ordenado con tan sagrado sacramento: el estado célibe. Del

mismo modo que para el clérigo lo ideal es que no tenga ningún

Page 33: La Luz de la Diaconía

24

trabajo civil, sino que su trabajo sea algo eclesiástico. Nada sería

mejor para un diácono permanente que poder dedicarse

enteramente a las cosas del Señor en una sucesión de oración y

trabajo, sin familia carnal, sin trabajar en cosas del mundo.

Ahora bien, dejando claro lo precedente, hay que entender

que ha sido el mismo Dios quien ha suscitado el diaconado

permanente como recuerdo vivo de las etapas primitivas de la

Iglesia, mostrando otro modo de vivir la vida clerical. Porque lo

mejor no anula lo bueno. Dios ha suscitado el diaconado

permanente como un modo de existencia que puede conjugar lo

mejor de un estado de vida, con lo mejor del otro estado.

El estado ideal es uno, y sin embargo es Dios quien llama a

vivir este modo concreto de existencia: con mujer y servicio a la

Iglesia. Hay una voluntad expresa de Dios para que existan este

tipo de clérigos. Por tanto, ni ha de pensarse por un lado que ya no

existe el antiguo ideal de vida clerical, pero tampoco ha de verse a

la mujer como un obstáculo. Pues es Dios quien da, al mismo

tiempo, la mujer y la vocación al diaconado.

Dios podría haber determinado (a través de las decisiones de

los sucesores de los Apóstoles) que sólo existiesen diáconos

permanentes sin familia y trabajando exclusivamente para la

Iglesia. Pero Dios después de mostrar el ideal (a través de la

Historia de la Iglesia), ha dicho: y ahora quiero que existan los

diáconos con familia y con trabajos en el mundo. Lo mejor no anula

lo bueno. Y un diácono con familia y negocios puede llegar más

lejos en la vida espiritual y en amor a Dios, que un eremita que

ayuna y vive cubierto de harapos.

En la Historia de la Iglesia ha habido y hay diáconos

permanentes que llevan una vida enteramente clerical y otros que

llevan una vida laical. Los dos forman parte de un querer divino.

Page 34: La Luz de la Diaconía

25

El diácono permanente con familia y trabajo civil vive una

vida laical, pero es un consagrado. Tiene mujer e hijos, pero ora

como un clérigo sus horas canónicas. Está en medio del mundo y

es del mundo, pero es un mensajero de Dios. Se ha consagrado a

Dios, pero forma una unidad con su mujer e hijos. Construye la

Ciudad de los Hombres y la de Dios. Sus tareas en el mundo y en

la Iglesia, aunque diversas, se complementan en armonía.

El diácono permanente no tiene que considerar que sus

actividades están divididas, pues sus dos facetas forman una

armonía. Ni su trabajo en el mundo debe estorbar a su vida

espiritual, ni su trabajo en el rebaño de Cristo ha de estorbar a su

trabajo en el mundo. Hay un tiempo para cada cosa.

Del mismo modo que para un laico el trabajo en el mundo no debe

estorbar a su vida familiar. Así tampoco el ministerio clerical no

debe suponer un problema para la vida familiar del diácono. Él

diácono permanente tiene que distribuir sabiamente su tiempo,

tiene que aprender a administrarse para que no sufra ni su familia,

ni su trabajo, ni tampoco se olvide del rebaño de Cristo.

Podrá aceptar o emprender cuantas actividades apostólicas y

caritativas desee, pero siempre con el consentimiento de su mujer,

pues forma una unidad con ella. De manera que si algo no obtiene

el consentimiento de ella, no debe emprenderlo: ésa será la

voluntad de Dios. No importa si la negativa de la mujer se debe a

fundadas razones o a miedos injustificados. No importa si la

negativa de la esposa se debe a que a través de ella habla la voz de

la prudencia o la del capricho. El diácono forma una unidad

indisoluble con su esposa, ya no son dos, sino uno, y por tanto si

ella dice que no se emprenda una nueva actividad de apostolado o

de servicio a la parroquia, no se debe emprender.

Page 35: La Luz de la Diaconía

26

Si el diácono permanente se arroja con fervor y celo a trabajar

por Cristo y descuida a su familia, el cariño de su familia por él irá

disminuyendo. Al final, puede perder incluso a su mujer e hijos.

Cuando la esposa le dice a su marido no emprendas esto, el marido

tiene que entender que empeñarse en hacerlo no es la voluntad de

Dios. Eso cuesta cuando una actividad, un apostolado, hace mucha

ilusión al diácono, cuando él piensa que va a resultar mucho bien

para la Iglesia y las almas. Pero si el diácono pierde a su mujer, a

la postre eso redundará en mal del alma del diácono. Y, entonces,

herido, podrá hacer menos bien.

El bien de la mujer y de los hijos, es el bien del diácono. Y

esto incluye los casos en los que la mujer no sea razonable. A veces,

la mujer puede sufrir incluso celos de Dios: Amas más a Dios que

a mí. Pero dado que marido y esposa forman una unidad, hay que

dejar de hacer cosas. Lo contrario iría contra el orden de Dios. No

podemos hacer cosas por Dios contra la voluntad de Dios. Lo que

se realiza por Dios, hay que hacerlo dentro de la armonía de Dios.

Por otra parte, sería un contrasentido dedicar tiempo a la

comunidad de creyentes y no dedicar tiempo a los propios hijos, la

esposa, o los padres de uno mismo. El diácono debe dedicar un

tiempo a la semana sólo a su familia: salir al cine, ir de excursión,

cenar juntos fuera, ir a museos, comer con los abuelos, lo que sea.

Si un diácono no dedica un tiempo sólo para sus hijos, no está

haciendo bien las cosas.

Ni el hombre debe obediencia a la mujer, ni la mujer al

marido. El matrimonio es una unión entre dos hijos de Dios

poseedores de igual dignidad. No hay uno que sea el jefe del otro.

En el pasado el hombre mandaba sobre la mujer, pero eso era un

legado humano, fruto de tradiciones humanas, no era ése el plan

original de Dios. Durante la Historia, el varón ha dominado sobre

Page 36: La Luz de la Diaconía

27

la mujer, como los reyes dominaban sobre las naciones. En mi

opinión, las palabras de San Pablo acerca de la sumisión de las

mujeres, deben entenderse de la misma manera que cuando pide

que los siervos obedezcan a sus amos. Su mensaje es que se

santifiquen en las estructuras sociales de su tiempo. Pero él no se

hubiera opuesto a que todo, poco a poco, se hubiera ido cambiando

para lograr lo que era el plan original de Dios: la igualdad total de

los seres humanos: esclavos y libres, hombres y mujeres.

Por tanto, la comprensión de la igual dignidad de los seres

humanos lleva a entender que si me uno a alguien con el vínculo

del santo matrimonio, todo deberá hacerse de común acuerdo,

nadie manda sobre el otro. La familia se sustenta no en el dominio

entre los cónyuges, sino en el común acuerdo. Todo esto es

igualmente válido para el diácono.

Por eso, cuando uno de los dos le dice al otro no hagas esto,

hay que dejar de hacerlo. Sea esto dejar un trabajo, cambiar de lugar

de residencia, comprar una nueva casa, realizar una compra de

precio considerable, ir de vacaciones a un sitio. Nadie puede

imponer al otro algo.

Alguien puede pensar que el hecho de no poder hacer algo,

ya es una imposición. Pero no es lo mismo emprender algo nuevo,

comprar algo nuevo, que continuar las cosas como están. Voy a

poner varias situaciones que ofrecen luz.

Ejemplos de acciones que no deben emprenderse:

Si el esposo quiere cambiarse de casa y la mujer no, no se debe cambiar de casa.

Si el esposo quiere comprar un nuevo automóvil, y la mujer se niega advirtiendo

que no hay dinero suficiente, no se debe cambiar de automóvil.

Si se le ofrece un trabajo en otra ciudad al marido, y la esposa no quiere cambiar de

ciudad, no se debe cambiar de ciudad con la oposición del cónyuge.

Page 37: La Luz de la Diaconía

28

Ejemplos de cómo se puede continuar algo con la oposición de

alguien

Si la esposa le dice al marido que cambie de trabajo, el marido puede seguir en el

mismo trabajo si no está de acuerdo con la sugerencia de su mujer.

Si la esposa quiere irse de vacaciones a un lugar concreto, y el marido de ningún

modo quiere ir, el marido puede no ir allí si no lo desea.

Si la esposa quiere que se venda una inversión que tienen conjuntamente, y el

marido cree que es un error, el marido puede mantener la inversión como está.

Como se ve, obrar conjuntamente supone no emprender cosas

de importancia si no está de acuerdo. Pero si no hay acuerdo en

algo, las cosas deben dejarse como están.

Pero al impedir emprender nuevas acciones de importancia,

la mujer tiene la llave del obrar o no obrar del diácono. Esa llave

se le concedió en el sacramento del matrimonio. Ella jamás le podrá

ordenar qué debe hacer, pero tiene la autoridad para objetar frente

a nuevas obligaciones de su marido. La mujer no podrá ordenarle

al diácono cómo debe obrar, pero sí que puede decir con autoridad:

no estés tanto tiempo fuera de casa, no emprendas un nuevo

apostolado, no te vayas más de viaje, no prediques otro retiro más,

pues te vemos poco en casa y apenas estamos saliendo a pasear.

Si el diácono permanente le responde no soy tu esclavo,

entonces, es verdad que no será su esclavo, pero acabará perdiendo

a la mujer. El diácono se ha hecho siervo de todos, pero para servir

a los demás tiene que estar bien personalmente. Y para estar bien,

necesita una familia donde descansar, donde recibir amor, donde

ser consolado, donde restaurar sus fuerzas. Si pierde la familia, no

estará bien. Si no está bien, no podrá servir bien en la parroquia.

Si las peticiones de la mujer fueran completa y objetivamente

irrazonables, el diácono no tiene obligación de obedecer. Si la

esposa le prohibiera ir a misa diaria, ésa prohibición es tan

Page 38: La Luz de la Diaconía

29

irrazonable, que el marido puede ir a misa aunque por ello la mujer

le abandonara. Si la mujer le prohíbe toda acción de apostolado,

aunque sólo sea un par de horas a la semana, el marido podría

hacerlo a escondidas, porque tal petición resulta completamente

irrazonable.

Pero si se trata de un apostolado que requiere una hora cada

día, en ese caso la mujer sí que tiene algo que decir. Si se trata de

marcharse de retiro espiritual dos fines de semana cada mes, en ese

caso la mujer puede decir a su marido que no lo haga. Para hacer

ese tipo de cosas, hay que estar de acuerdo. En los casos

intermedios, será mejor pedir consejo a otra persona para ver qué

es razonable o no.

Pudiera ocurrir que la mujer abandone a su esposo diácono

sin culpa de éste. Si el diácono no tiene ninguna culpa, entonces él

ha de ver tal cosa como una prueba que Dios permite, como una

cruz. Si el diácono es inocente, no debe preocuparse. Considere esa

separación como algo permitido por Dios para poder dedicarse él

más a la oración y al ministerio. El Señor puede permitir eso, para

que esté más libre. Hay ocasiones, en las que el abandono de la

mujer, supone parte de un plan divino, algo permitido por Dios para

bien del alma del esposo.

No exagero si afirmo que la convivencia con algunos

cónyuges puede ser una carga tan pesada, que llega un momento en

que Dios dice: hijo mío, no vas a tener que soportarla más, te va a

dejar. Nosotros no debemos hacer nada para que un cónyuge

insoportable nos deje. Pero si ese cónyuge nos deja sin culpa

nuestra, debemos aceptar tal cosa con paz. La separación será un

pecado para el que abandona el matrimonio, pero un don para el

cónyuge inocente que no hacía más que soportar los malos modos

y las exigencias del que, al final, le ha dejado. En casos así, es como

Page 39: La Luz de la Diaconía

30

si Dios nos introdujera en una nueva etapa de nuestra vida, en la

que tendremos más tiempo para la vida espiritual.

Pero aunque casos de mujeres que son una cruz para el

diácono pueden existir, normalmente la mujer será el consuelo del

diácono. Y los hijos serán un descanso para su alma. Estar con ellos

supondrá descansar, reírse, jugar, pasárselo bien. La primera iglesia

de la que debe cuidar el diácono es su familia. Ahora bien, la mujer

nunca puede pedir al diácono que haga menos oración personal. Un

diácono puede dedicarse menos al ministerio porque así se lo ha

pedido su familia, pero nunca menos a la oración personal. Ésta es

la única petición que nadie tiene derecho a hacerle.

El diácono permanente que esté neutralizado por las

posteriores imposiciones de su mujer, no puede quejarse diciendo:

¿entonces para qué me he hecho diácono? Pues uno ha sido

ordenado diácono, para configurarse con Cristo. Para bien de la

comunidad, sí, pero dentro del sacramento del matrimonio. Si

después sólo puede ejercer la diaconía de un modo litúrgico,

limitándose a ayudar a la misa, pues eso es suficiente y ya está.

Dios habla de muchas maneras. Un modo en el que el Señor

manifiesta su voluntad es a través de las palabras de la mujer,

aunque éstas sean dichas sin tener la razón de su parte o por celos.

Cada día puede resonar en casa la cantinela de te estás

dedicando tanto a la Iglesia que me has olvidado. Todas estas

cosas hay que aceptarlas como parte de la cruz de la vida, sin

llenarnos de rabia, sin dejar que florezcan los malos sentimientos.

Sirvo a la Iglesia si puedo. Si no puedo, me quedo en casa. Hago

mis oraciones en la parroquia y regreso pronto a casa. Nuestro

interior tiene que estar lleno de luz y bondad para todos. No

debemos permitir que las tensiones familiares o con el párroco o

con el obispo, amarguen nuestra entrega.

Page 40: La Luz de la Diaconía

31

Si el sacerdote tiene, a veces, que dejar de hacer apostolados

porque así se lo pide el obispo. El diácono permanente tiene que

abandonar parte de sus apostolados si así se lo pide la esposa. Tanto

el obispo como la esposa son elementos que forman parte de los

planes divinos.

Page 41: La Luz de la Diaconía

32

La relación con el párroco …………………………………………………………………..………………..………………….…………

El diácono permanente renueva la Iglesia en un espíritu de

humildad y de servicio, no de poder, no de autoridad de unos sobre

otros. No aspira a nada, sólo a servir. Los diáconos permanentes

son, por sí mismos, por su mera presencia, una predicación para

toda la Iglesia. Laicos y presbíteros podrán aprender viendo a sus

hermanos.

El presbítero que trata sin estima ni comprensión al diácono,

es porque ha olvidado su propio espíritu diaconal. Además, debe

recordar que el diácono no está a su servicio, sino al servicio de la

Iglesia. El diácono debe obediencia al párroco en su parroquia, pero

no es un servidor del párroco. Como tampoco los fieles son

servidores del párroco. El párroco preside, pero no es señor. Pero

esto nunca ha de ser excusa para desobedecer al párroco. Pues él

tiene la autoridad recibida del obispo para gobernar la parroquia.

El obispo tiene el poder de atar y desatar. Y el párroco ha recibido

del obispo una participación de esa autoridad en su parroquia.

Cuando el diácono honra la autoridad del párroco, está

respetando al obispo que le hizo entrega de tal autoridad. Se honra

al obispo a través del párroco.

Entre los sacerdotes, un punto que suele provocar una cierta

desconfianza hacia la institución del diaconado permanente, es la

Page 42: La Luz de la Diaconía

33

experiencia de haber conocido casos de cierta rivalidad entre el

diácono y el párroco en una parroquia; en ocasiones, incluso, de

abierta rivalidad. Esto no es un hecho excepcional. En toda

comunidad donde existan dos clérigos, siempre habrá unos fieles

que preferirán a uno frente al otro. Pero esto sucede aunque los dos

sean sacerdotes.

Pero por sistema no se le puede echar la culpa al diácono.

Pues el mal de la rivalidad, allí donde exista, unas veces provendrá

del párroco, otras del diácono. Unas veces el párroco pecará de

envidia. Otras será el diácono el que pecará de soberbia. El párroco

debe alegrarse de que haya en la parroquia un clérigo que predique

mejor que él, o que sea más espiritual, o más culto, o más amable.

Todo esto es motivo de alegría, no de tristeza. Si ello es motivo de

tristeza, el conflicto está asegurado. Pero el mal no radica siempre

en el servicio del diácono, sino a veces en el corazón del presbítero.

La rivalidad, los celos, los grupos son tres cosas fáciles que

aparezcan. Este tipo de cosas sólo se pueden superar a base de

espiritualidad. Sin la ayuda de Dios, una parroquia se transforma

en un campo de batalla de egos.

Los sacerdotes tienden a pensar: si yo soy el párroco, yo debo

ser el más amado de los feligreses. ¿Qué pensaríamos de un obispo

que considerara tener derecho a ser el clérigo más amado de su

diócesis por el hecho de ser el obispo? ¿Por qué el párroco tiene

que ser el clérigo más amado de la parroquia? El diácono no es un

segundón, no es un escudero. Un diácono no se ordena para ser

criado personal del párroco, sino siervo del Rebaño de Dios. Y la

luz del diácono puede brillar con una luz mucho más fuerte, mucho

más pura, que la del párroco. Esto siempre suele causar problemas,

pero no puede ser de otra manera. En la medida de los defectos del

párroco, las virtudes del diácono serán vistas como afrentas.

Page 43: La Luz de la Diaconía

34

Otras veces, el mal estará en la soberbia del diácono. Es muy

fácil hacer de paño de lágrimas de todos aquellos que no están en

sintonía con el párroco. Es muy fácil no darse cuenta de que uno se

está dejando llevar por las lisonjas de una y otra persona que te

repiten: Usted sí que me comprende, usted sí que escucha, usted sí

que es humilde. Y así la parroquia en vez de ser una unidad, una

casa, se transforma en un reino dividido que no puede subsistir.

Una cosa está clara, cuando el diácono comienza a hacer

comentarios despectivos respecto del pastor de esa comunidad,

puede estar seguro que ha errado el camino. Un clérigo jamás

debería hablar mal de otro clérigo, ni siquiera en privado. Pero si

nunca debemos pecar con la lengua, mucho más grave es pecar

contra el pastor de un rebaño, siendo uno un siervo del rebaño. Lo

que diga un diácono contra el pastor de un rebaño es una puñalada

dada por la espalda. Cuando eso sucede la guerra está asegurada.

Si los hechos que le denuncian al diácono respecto al párroco

son gravísimos, lo que debe hacer es ponerlos en conocimiento del

vicario de la Curia. Pero si no son gravísimos, si son meros defectos

de temperamento, mera pérdida de celo, entonces el diácono debe

callar o cambiar de tema. Pronto los fieles comprenderán que al

diácono no le gustan las críticas contra el párroco.

Un diácono tiene que saber escuchar sin criticar. Escuchar

críticas, sin echar más leña al fuego. Por el contrario, ha de saber

poner el ungüento de la caridad, o al menos ha de saber callar y

desviar el tema.

Una vez fui invitado a una cena, cada vez que alguno de los

invitados hablaba en contra del nuevo párroco, yo decía en plan de

broma cambiando de tema… y contaba un chiste. En cuanto hice

eso dos o tres veces, ya no fue necesario hacerlo más. Como sabía

yo que, en esa cena, varios de los presentes estaban deseando

criticar al párroco, ya traía los chistes preparados.

Page 44: La Luz de la Diaconía

35

Hay que alegrarse de los dones del otro. Hay que ser ayuda y

no tropiezo. Jamás se construye la Iglesia con la crítica o la

división. Por mucho bien que hagamos con otras actividades, todo

lo podemos echar a perder si criticamos.

Estas guerras parroquiales, cuando se dan, son fruto de la

debilidad humana, del pecado, no de la institución diaconal. Estas

divisiones siempre han existido y existirán, con o sin la institución

diaconal.

El diácono permanente nunca debe quejarse de que no sea

comprendida su función. Siempre será difícil comprenderla tanto

por laicos como por presbíteros. Siempre se verá su figura como

algo en medio del laicado y del sacerdocio, sin ser del todo ni lo

uno ni lo otro. Cuando, en realidad es plenamente lo uno y lo otro.

Vive una vida laical y ejerce plenamente las funciones que

provienen de su ordenación con el sacramento del orden. Pero debe

tomar sobre sí esta carga de la incomprensión, como parte de su

trabajo. Si uno acepta ser diácono, debe aceptar esta carga aneja al

sacramento. Aceptar sin quejarse, ni siquiera internamente. El

sufrimiento forma parte de la vida sacerdotal, también de la

diaconal.

La murmuración como parte del trabajo

parroquial ……………………………………………………………….…………

Page 45: La Luz de la Diaconía

36

Uno puede servir a la Iglesia, pero hacerlo mal. No por el

hecho de haber entregado la vida a Cristo, uno goza ya de la

prerrogativa infalible de servir bien. Cuántas veces el pastor

comprueba cómo al sugerir a uno de sus catequistas que trate mejor

a los niños o que llegue puntual, la respuesta airada usualmente es:

¡pues si quiere lo dejo todo y ya está!

Los presbíteros y los diáconos, a veces, nos comportamos

como esos catequistas. No entendemos que podemos haber

entregado nuestra vida, y podemos estar sirviendo de un modo

mejorable. Podemos trabajar con amor, y aun así tener yerros de

los que no nos damos cuenta. Y nuestra reacción al que nos corrige

es siempre de airada confrontación.

Tanto los diáconos, como los presbíteros, debemos acoger las

críticas con amor, también las críticas erradas. Pues el que nos da

su opinión sobre nuestro trabajo, en principio, lo hace con buena

intención, para que mejoremos. Y si lo hace con intención de

herirnos o si lo hace a nuestras espaldas, debemos entender que

soportar la murmuración forma parte de nuestro trabajo. Ser clérigo

supone tomar sobre la espalda esa faceta de nuestro ministerio,

soportar la murmuración.

Servir implica aceptar no sólo que se nos va a criticar, sino

también que se va a murmurar de nosotros con deseo de hacernos

daño. Debemos intentar excusar al que nos hace sufrir, pensando

que la crítica contra nosotros nace de celo por la Iglesia en esa

persona. Aunque no sea así, al Señor le gustará que tengamos esta

actitud, la actitud de excusar, la actitud de pensar que no son malos

sentimientos los que mueven al prójimo. Dios ya sabe cuándo tiene

que decir BASTA.

En ocasiones, el clérigo no sólo debe soportar la carga de la

murmuración, es decir, que se digan cosas malas verdaderas de

nosotros, sino también la calumnia. La calumnia es mucho peor,

Page 46: La Luz de la Diaconía

37

porque se dicen de nosotros cosas falsas. Pero, de nuevo, hay que

aceptar la prueba de Dios, tomar la cruz sobre los hombros y

llevarla con alegría o, al menos, sin rabia. Servir al Señor supone

llevar esas cruces del mejor modo que podamos.

Cuando aparece la calumnia algunos se vuelven como locos,

intentando defenderse. En ocasiones uno podrá intentar clarificar

las cosas. Pero en otras ocasiones uno no tendrá ni siquiera la

posibilidad de hacer luz sobre la oscuridad que se ha lanzado

alrededor nuestro. Todo forma parte de un plan de Dios.

El Señor es el que sabe cuándo hay que castigar al sembrador

de falsedades. Pero Él lo hace en su momento, ni antes ni después.

Hay que tener fe en que el Omnipotente lo ve todo. Y que todo,

incluso la murmuración que sufrimos, tiene una razón para ser

permitido. Pero nosotros queremos adelantarnos a la decisión

divina. Cuando se trata de nosotros, siempre pedimos que tenga

misericordia. Pero cuando se trata de los demás, siempre pedimos

justicia, que es un modo de decir “castigo”. Para nosotros,

misericordia; para los demás, castigo.

No nos damos cuenta de que sufrir la murmuración, es un

modo que Dios tiene de purificarnos por nuestros pecados. Quizá

el que murmura de nosotros está expandiendo pecados, errores,

decisiones, actitudes que nunca cometimos, que nunca tuvimos.

Pero Dios bien sabe qué pecados cometimos. Harás bien en decir:

Lo uno por lo otro. Señor, acepto esa falsedad como penitencia por

lo que Tú bien sabes que sí que cometí.

El diácono, por amor a Cristo, debe querer ser tenido en poca

cosa. Pero el que desprecia al diácono, desprecia a Jesús. El

diácono debe abrazarse a su cruz, pero Dios hará justicia contra

aquellos que le hacen sufrir, por muy buenas razones que crean que

Page 47: La Luz de la Diaconía

38

les asisten. Siempre hay personas que creen tener buenas razones

para hacer sufrir al prójimo. Dios no aguanta por mucho tiempo la

calumnia. Llega un momento en que actúa. El Señor, que todo lo

escucha, que todo lo ve, emite sentencia desde lo alto y puede

enaltecer a alguien en un solo día. También puede humillar al de

lengua venenosa en un solo día. También esto lo he visto. He sido

testigo de cómo Dios cuando castiga, lo hace con pleno poder.

Al leer la vida de los grandes eclesiásticos, todos nos dolemos

de los desprecios que sufrió en su vida tal o cual cardenal, tal o cual

arzobispo. Pero pocos se duelen de que un diácono sea postergado.

Sin querer, tendemos a compadecer más a los grandes cuando

sufren una ofensa, como si los pequeños no sufrieran de igual

manera. Cuando, en realidad, el diácono sufre exactamente lo

mismo que un arzobispo o un cardenal. Cuántos ayes he oído

porque un gran arzobispo perdió tal o cual diócesis por quejas

infundadas, cuánta compasión porque tal prelado perdió la birreta

cardenalicia por las maquinaciones de otro prelado. Pero nadie

compadece al que no perdió un honor, sino el sacramento del orden

cuando era seminarista. A los pobres y pequeños casi nadie los

compadece. Su sufrimiento nos pasa inadvertido.

Aquí habría que citar aquellas frases de El Mercader de

Venecia: ¿No nos alimentamos con la misma comida? ¿No estamos

sujetos a las mismas enfermedades? ¿No nos curamos por los

mismos medios? ¿No nos calentamos y enfriamos con el mismo

invierno y verano que los cristianos? Si nos pinchan, ¿acaso no

sangramos? Si nos hacen cosquillas, ¿acaso no reímos? Si nos

envenenan, ¿acaso no morimos?

Quede claro que en esta obra yo aconsejo la humildad de

Cristo, buscar el desprecio y no el honor. Pero sufre tanto el

diácono como el cardenal. El diácono tiene su corazoncito, el

servidor alberga sus ilusiones. Es fácil ilusionar al diácono y es

Page 48: La Luz de la Diaconía

39

fácil desilusionarlo. Algunos párrocos parecen empeñados en que

el diácono llegue a la conclusión: no valgo para nada. Aconsejo

buscar la cruz, pero sabiendo que al final será Dios quien juzgue.

Y, a veces, ya en vida exalta al pobre, y humilla terriblemente al

soberbio. Normalmente, al soberbio se le humilla en la medida de

su soberbia. Y al humilde se le enaltece en la medida de su

humildad. Cuántas veces un diácono humilde será respetado como

un santo, mientras que los defectos del párroco serán patentes a

todos. El párroco podrá ser quien mande, pero el diácono será

venerado.

El diácono debe querer ser tenido en poco, ser despreciado,

desaparecer en pro del sacerdote que es el párroco de esa iglesia.

Mal comenzará un diácono que se congratula de ser más alabado

que el párroco. Cuando lo propio del diaconado es no ser notado,

es el amor que obra en la oscuridad, en un segundo plano.

Sería catastrófico para una parroquia, que el diácono quisiera

sobresalir, que murmurara del pastor del rebaño, que formara su

propio grupo de fieles como un grupo de confrontación, que

dividiera a la grey en dos grupos: mis fieles y los del párroco. Hay

ocasiones en las que un santo párroco debe sufrir a un diácono-

estrella. En otras ocasiones, un humilde diácono debe sufrir un

párroco celoso.

Unas veces un párroco inactivo y que ha perdido la ilusión,

verá amenazas en todas las iniciativas del diácono. Otras veces será

el diácono el que despreciará al párroco como un hombre viejo que

no sabe hacer las cosas. Pero cuando un santo y venerable párroco

tiene un diácono humilde y lleno de fervor, entonces la parroquia

ha recibido una doble bendición.

Page 49: La Luz de la Diaconía

40

II Parte ……………………………………………………………………………………………

Cuestiones Teológicas

Page 50: La Luz de la Diaconía

41

Cambios canónicos y realidad sacramental ……………………………………………………………………………………...……………..………..………………….…………

El 26 de octubre de 2009, el Papa Benedicto XVI con el Motu

Proprio Omnium in mentem hizo algunos cambios a dos cánones

del Código de Derecho Canónico.

En el canon 1008, donde antes se decía:

Mediante el sacramento del orden, por institución divina, algunos de entre

los fieles quedan constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter

indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de Dios según

el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las funciones

de enseñar, santificar y regir.

Ahora se dice:

Mediante el sacramento del Orden, por institución divina, algunos de entre

los fieles quedan constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter

indeleble, y así son consagrados y destinados a servir, según el grado de cada uno,

con nuevo y peculiar título, al pueblo de Dios.

Es decir, respecto a los que reciben el sacramento del orden

se ha eliminado la referencia, desempeñando en la persona de

Cristo Cabeza las funciones de enseñar, santificar y regir.

Igualmente en el canon 1009, se ha añadido un tercer

parágrafo que dice:

Aquellos que han sido constituidos en el orden del episcopado o del

presbiterado reciben la misión y la facultad de actuar en la persona de Cristo

Cabeza; los diáconos, en cambio, son habilitados para servir al pueblo de Dios en

la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad

Es decir, la nueva formulación no afirma que los diáconos

sean habilitados para que actúen en la persona de Cristo Cabeza.

Algunos pueden resolver la cuestión teológica que implica este

Page 51: La Luz de la Diaconía

42

cambio de un modo sencillo afirmando: ha habido una nueva

redacción, olvidemos la antigua formulación de los cánones. Pero

esto supone el planteamiento de una nueva cuestión: bajo la

autoridad de un Papa se redactó la antigua formulación, bajo la

autoridad de otro Papa se ha escrito una nueva formulación, ¿la

antigua era falsa? Podemos decir que la anterior formulación era

“imprecisa”. Pero eso no nos libra de tener, a la postre, que

determinar si las afirmaciones contenidas antes en los cánones (y

otros textos) eran verdaderos o no.

Dado que la primera formulación no era una declaración ex

cathedra no plantea ningún problema la corrección. Pero, en mi

opinión, ambas formulaciones son verdaderas, lo que sucede es que

lo son en sentidos diversos. Y eso es lo que voy a tratar de analizar

en las siguientes líneas.

Cuando hablamos de “sacramento del orden”, estamos

abreviando pues la denominación completa es “sacramento del

orden sacerdotal”. Pues es completamente correcto hablar del

orden de las vírgenes consagradas o del orden de los cardenales. El

sustantivo “orden” no indica nada si no le añadimos un adjetivo tal

como “sacerdotal” o “cardenalicio” u otros. Por eso, cuando

hablamos del sacramento del orden, nos referimos al orden de los

sacerdotes.

Durante siglos siempre se ha dicho que el diaconado es el

primer grado del sacramento del orden sacerdotal. Pero al mismo

tiempo se ha repetido que el diácono no es sacerdote. Insisto en

estas palabras: es un grado del orden sacerdotal, pero no es

sacerdote. La incógnita que surge es evidente, ¿cómo decimos lo

uno y negamos lo otro? La respuesta está en que en un sentido sí

que participa del sacerdocio, pero en otro no.

El diácono no entra dentro del sacerdocio entendido éste

como la potestad sobre los sacramentos presbiterales. Es decir,

Page 52: La Luz de la Diaconía

43

aquellos sacramentos para los que se precisa necesariamente la

potestad presbiteral: la confirmación, la confesión, la Eucaristía y

la unción de los enfermos. Desde hace siglos, en los países

católicos, cuando de alguien se afirma que es sacerdote, se entiende

que es alguien con poder sobre los sacramentos. En ese sentido, el

diácono no es sacerdote.

El diácono, sobre los sacramentos, no tiene más potestas

(poder) que un laico. Pero el diácono sí que entra dentro de los

grados del sacerdocio en el sentido de que es configurado para

ejercer el primer grado del sacerdocio en la liturgia. En mi opinión,

el diácono ha sido configurado con Cristo a través del sacramento

del orden en su primer grado, en orden a ejercer como ministro

sagrado en el culto divino.

Para algunos sería más sencillo afirmar que sólo existen dos

grados de sacerdocio litúrgico: presbiterado y episcopado. Pero si

entendemos que el creyente al ser bautizado ya tiene un grado de

sacerdocio, el sacerdocio común de los fieles, desde esa perspectiva

qué duda cabe que la recepción del primer grado del sacramento

del orden, supone una configuración no sólo mayor con Cristo

Sacerdote, sino también cualitativamente distinta de la que recibe

el fiel cristiano al recibir el sacramento del bautismo. Cuando

afirmamos esto, no es que queramos hacer más complicada la

teología sobre el sacerdocio litúrgico, sino que debemos entender

que nos guste o no, la sacramentalidad configura varios grados

diversos de sacerdocio partiendo de la base de un mismo bautismo.

Por este sacerdocio común de los fieles, es por lo que se unge

a los bautizados. Ungir tiene un significado concreto en el Antiguo

Testamento, pues únicamente se ungía a los reyes, a los profetas y

a los sacerdotes. La Sagrada Escritura afirma que somos los

cristianos un pueblo sacerdotal: Sois linaje escogido, sacerdocio

real, nación consagrada (I Pe 2, 9, cf. Rom 12, 1).

Page 53: La Luz de la Diaconía

44

De hecho, el Antiguo Testamento afirma que el mismo

pueblo judío ya era de por sí un pueblo sacerdotal, es decir cumplía

una función cultual ante Dios: Seréis para mí un reino de

sacerdotes y una nación santa (Ex 19, 6, cf. Is 61, 6). Pero dentro

de ese pueblo sacerdotal, Dios instituyó un sacerdocio, el de los

levitas. Una tribu sacerdotal dentro de ese sacerdocio genérico del

pueblo hebreo. Y, además, Dios instituyó sacerdotes incluso dentro

del mismo grupo levítico que ya de por sí era una tribu consagrada

a Dios para el sacerdocio.

Observamos, por tanto, que en la misma Antigua Alianza

existían distintos grados de sacerdocio. Y observamos que en la

Nueva Alianza, de nuevo, existen también distintos grados de

sacerdocio a partir del mismo bautismo. Aunque la diferencia entre

el sacerdocio ejercido en el presbiterado y en el diaconado es tan

notable respecto a los otros grados, que hemos acabado llamando

(con toda razón) sacerdotes únicamente a los poseedores del

segundo grado del orden.

Si reconocemos que el sacerdocio admite grados incluso

fuera del cristianismo, en el judaísmo, si reconocemos que dentro

del cristianismo hay varios grados (el común de los fieles y el del

sacramento del orden), entonces resulta mucho más fácil admitir

que en el campo del sacerdocio litúrgico cristiano exista un primer

grado que es el del diácono. Tal cosa no plantea problema alguno,

¿pues acaso un individuo no puede ser verdadero sacerdote

litúrgico careciendo de toda potestad sacramental? ¿Acaso potestad

(sobre los sacramentos) y ejercicio de la liturgia son inseparables?

En nuestra opinión, sí son separables.

Es un hecho que, en la Nueva Alianza, todos los grados del

orden están íntimamente relacionados de un modo o de otro con la

Eucaristía. Pero, aunque de hecho las cosas son así, son dos

Page 54: La Luz de la Diaconía

45

elementos diversos. Igualmente, en el sacerdocio de la Nueva

Alianza por voluntad de Dios están unidas potestad de régimen y

potestad sacramental. Pero son dos elementos distintos, aunque de

hecho estén unidos.

Muchas veces pensamos que como el acto central litúrgico

del cristianismo es el sacrificio eucarístico, ya no hay otra liturgia

que la que sobre el altar va unida indefectiblemente a la

transubstanciación. Pero, si bien Eucaristía y sacerdocio forman

una unidad tan inextricable en la Nueva Alianza, hay que reconocer

que una cosa es el sacerdocio sacramental y otra el sacerdocio

litúrgico. Entendiendo por este sacerdocio litúrgico la capacidad

para ofrecer ante Dios el incienso de la adoración en la liturgia.

Un eremita laico en el desierto puede ofrecer diariamente

sobre el altar de su corazón el sacrificio de su inmolación, de sus

oraciones, de sus mortificaciones. Una religiosa puede dirigir la

oración comunitaria de los domingos en una pequeña población

que carece de sacerdote e, incluso, administrar la comunión. ¿Es

eso una mera oración privada como cuando rezo un avemaría antes

de acostarme? Evidentemente, no. Se ora en el templo de Dios,

comunitariamente, se canta y se alaba a Dios, se leen las escrituras,

se ofrece a Dios un verdadero sacrificio de alabanza. Para eso sólo

es preciso el sacerdocio común de los fieles. Pero en los tres grados

del sacramento del orden, la persona queda consagrada de un modo

especial para ofrecer el incienso de la oración comunitaria litúrgica

ante el Trono de Dios.

Por ejemplo, cuando un diácono preside en una catedral unas

vísperas solemnes con abundancia de acólitos, coros y monaguillos

queda claro que él allí está ofreciendo ese incienso como el que

preside. Entre todos los presentes laicos que participan de ese culto,

él es el único consagrado con el sacramento del orden. Y así

bendice en el nombre de Cristo a todos los presentes al final de las

Page 55: La Luz de la Diaconía

46

vísperas. Cuando el diácono ora en nombre de todos delante del

Santísimo Sacramento sobre el altar en la custodia, de nuevo está

ofreciendo las oraciones presidenciales en nombre de la comunidad

allí congregada. Lo mismo se puede decir de una parroquia cuyo

párroco está enfermo, y en la que un diácono se desplazase para

celebrar la liturgia de la Palabra y administrar la comunión. Por

todo lo cual, queda claro que existe un verdadero sacerdocio

litúrgico sin potestad sacramental.

El sacerdocio litúrgico cristiano es el que va unido a una

configuración de la persona con Cristo. Y digo sacerdocio litúrgico

cristiano, porque ya en el Antiguo Testamento existía una

verdadera liturgia ejercida por un sacerdocio carente de potestad

sobre sacramento alguno, pero que era verdadero sacerdocio.

Incluso Melquisedec sin pertenecer al Pueblo Elegido era

auténticamente sacerdote. Es decir, un verdadero representante de

su comunidad que ofrecía sacrificios a Dios en nombre de todos los

allí congregados para honrar a Dios, un culto no personal, sino

comunitario. Alguien dirá, pero ese ritual de consagración

(detalladamente descrito en el Levítico) no era sacramento.

Efectivamente, pero yo pregunto: ¿todos esos ritos y unciones no

conferían gracia alguna? Está claro que conferían gracia. Gracias

espirituales para desempeñar ese sacerdocio litúrgico.

Melquisedec podía estar consagrado, quizá, por su santidad

personal. Es decir, por una vida dedicada a la oración y el

ascetismo. Santidad que le llevó quizá a ejercer de liturgo. El

liturgo es la persona encargada de la liturgia. El sacerdote de la

Tienda de la Reunión estaba consagrado por un rito ordenado por

Dios. Mientras que el diácono está consagrado y configurado con

el sacerdocio de Cristo Liturgo Máximo que ofrece el incienso de

alabanza ante el Trono del Padre.

Page 56: La Luz de la Diaconía

47

No sabemos si Melquisdec fue santo o no, pero observemos

que Melquisedec, sin duda, gozaba de un sacerdocio natural. Es

decir, el que organizan las comunidades para dar gloria a Dios en

una religión natural, una religión no revelada. Era un sacerdocio

natural, el que los hombres organizan para realizar ceremonias que

honren a la Divinidad. El sacerdocio del diácono es una

consagración sacramental, establecida por Dios. El sacerdocio

levítico estaba en medio de estas dos realidades: por un lado, no era

un sacerdocio natural, sino directamente establecido por Dios;

pero, por otro lado, no era un sacramento, sino un rito mosaico.

Es seguro que ese rito mosaico producía algún efecto en el

alma; no eran meros símbolos esas ceremonias de consagración. Si

el rito del Antiguo Testamento ya producía algún efecto, cuánto

más el sacramento del orden sacerdotal en su primer grado. Aunque

observemos que el rito mosaico de consagración de sacerdotes

únicamente facultaba para tocar las cosas sagradas y otorgaba la

capacidad de orar en nombre del Pueblo. Mientras que el diaconado

configura con Cristo.

En el Antiguo Testamento, el sacerdote (incluso el Sumo

Sacerdote) tenía sólo una función litúrgica, sin ninguna potestad.

Los únicos que, algunas veces, poseyeron algún tipo de poder

fueron los profetas. Pero en la Antigua Alianza, potestas y

sacerdocio están separados. Mientras que en la Nueva Alianza,

potestas y liturgia están unidas inseparablemente en el presbiterado

y el episcopado, porque así lo ha dispuesto Dios.

Que potestad y liturgia son dos realidades distintas, lo vemos

en el caso, antes citado, de un diácono al que el obispo le encarga

de una parroquia en la que el párroco está enfermo. Si el mismo

permiso del obispo se otorga a una religiosa, para que haga una

celebración de la Palabra y administre la comunión. Esa religiosa

se encarga de eso, organiza todo lo necesario y recita las oraciones.

Page 57: La Luz de la Diaconía

48

Sin embargo, ella no está configurada con Cristo Liturgo. Ella es

una hermana que preside la oración, no es una representación de

Cristo Sacerdote en medio de los hermanos. Es una hermana entre

hermanos.

Cuando el diácono preside la comunidad, es Cristo quien

preside en su persona. Mientras que si un laico preside un acto de

oración o de adoración a Dios, es simplemente un laico que en ese

momento está al frente de esas oraciones. En el caso de un laico

que preside, por ejemplo, el rezo de vísperas podemos decir que

Cristo está en medio de la comunidad, pero Cristo no preside en la

persona de ese laico.

Observamos que el sacerdote en el Antiguo Testamento era

eso, un hombre que se presentaba ante Dios con ellos a sus

espaldas, para hablar en nombre de ellos ante el Señor. Una

religiosa, un seminarista, un laico, que recita las oraciones de una

celebración de la Palabra, está en la línea de un sacerdote del

Antiguo Testamento (el hombre que se presenta ante Dios para

hablar en nombre de otros humanos), no en la línea del hombre

consagrado por un sacramento para representar a Cristo entre sus

hermanos.

En el habla común, no debemos llamar sacerdote al diácono,

pues esa palabra ha quedado reservada por la tradición al presbítero

con toda razón, en virtud de que él es el que usualmente ofrece

sobre el altar el Cordero Pascual. Al final, como era lógico, se ha

denominado como sacerdote al que usualmente ejerce como

sacerdote. De ahí que esta reserva del término sacerdote para el

presbítero se ajusta a la verdad de los hechos, se ajusta a lo que el

laico ve misa tras misa. Además, cómo llamar sacerdote al diácono,

cuando vemos que él únicamente ayuda al sacerdote en el altar.

Pero, en la vida de la Iglesia, vemos cómo también hay

muchas ocasiones en las que, con toda licitud, el diácono revestido

Page 58: La Luz de la Diaconía

49

de alba, estola y, a veces, capa pluvial ha sido el presidente de la

liturgia. Vemos también cómo se han dado muchas ocasiones en

las que, por delegación del obispo, ha ejercido notable potestad de

régimen. Y ambas facetas, la litúrgica y la del ejercicio del

gobierno eclesial, siempre se consideraron legítimas en razón del

sacramento del orden. Mientras que hubieran sido inaceptables en

alguien que no hubiera sido clérigo1.

De todo lo dicho, se concluye que no debemos usar la palabra

sacerdote para designar al diácono en la vida ordinaria. Pero, al

mismo tiempo, en el ámbito teológico, no debemos tener escrúpulo

en afirmar que, el diaconado es el primer grado del sacramento del

orden sacerdotal, y que, por tanto, es el primer grado del

sacerdocio.

En la Santa Misa, cuando el obispo concelebra con sus

sacerdotes y tiene tras de sí a los diáconos, supone una preciosa

escena contemplar los tres grados del sacramento alrededor del

altar. Los tres grados ejercen sus funciones, cada uno ejerce el

grado de su sacerdocio litúrgico. También los laicos ejercen en la

misa su sacerdocio común de los fieles. Los laicos no están allí

presentes meramente como espectadores. Ellos también participan

con su sacerdocio en la misa, aunque ni consagren las especies

eucarísticas, ni eleven con sus manos el Cordero Pascual al Padre.

Si no fuera así, los diáconos serían simples acólitos, un grado

superior del acolitado.

También los laicos ofrecen el Cuerpo de Cristo, aunque lo

hacen a través de las manos del sacerdote. Mientras que el diácono

1 Es cierto que existieron unas pocas abadesas con algo de poder de jurisdicción en la Edad Media,

pero eso desapareció porque siempre se consideró que era inadecuado, precisamente por carecer del

sacramento del orden. Se consideró aceptable durante un tiempo por proceder de un permiso pontificio.

Pero desapareció porque el permiso pontificio no cambiaba el hecho de la indudable voluntad de Cristo de

que el sacramento del orden y la potestad de régimen estuvieran unidos.

Page 59: La Luz de la Diaconía

50

asiste al sacerdote en la misa. Pero no sólo asiste, ayuda y colabora,

sino que el diácono también eleva el cáliz en la doxología. Es decir,

elevando el cáliz, ofrece al Padre con sus manos el Cordero Pascual

sobre el altar. Obsérvese que esto no es una mera ayuda. El

presbítero se basta para elevar él solo la patena y el cáliz. Luego en

ese momento, el diácono no le está ayudando. Está ejerciendo su

parte en el ofrecimiento al Padre de la Víctima. Como se ve, en los

ritos litúrgicos la diferencia entre el sacerdocio común de los fieles

y el primer grado del orden resulta evidente.

La liturgia expresa la realidad teológica de lo antes afirmado:

el diácono no sólo está en el presbiterio, no sólo se halla más cerca

del altar que el resto de acólitos, sino que además eleva el cáliz

sobre el altar junto al presbítero. Este hecho tiene un incontestable

contenido teológico. Pues sacerdote es el que ofrece sacrificios.

Todo sumo sacerdote es instituido para presentar a Dios ofrendas

y sacrificios (Heb 8, 3).

Para entender la relación entre la diaconía y un sacerdocio

litúrgico, podemos valernos de una imagen: todos los laicos oran a

Dios, mientras que el primer grado del sacerdocio es como si

elevase sobre unas gradas al que ora. De forma que los laicos en la

liturgia le rodean, y él está elevado. Y no sólo se halla elevado, sino

también revestido con vestiduras. Y no sólo revestido, sino además

transformado él mismo en algo sacro: configurado. Es como un

vaso sagrado, con forma distinta y fabricado con materiales

distintos a los vasos normales. De ese modo, pasa a ser un vaso del

templo, con gemas y formas grabadas en su superficie. Eso es un

diácono; elevado, revestido configurado, aunque carente de

potestad.

Aunque pueda parecer una imagen muy simple, la diferencia

entre un vaso sacro y un vaso común es una imagen que resulta

Page 60: La Luz de la Diaconía

51

muy útil para entender la diferencia entre un laico rodeado de laicos

con los que oran en común, y entre un diácono rodeado de laicos

con los que también ora. Las vestiduras litúrgicas con que cubrimos

al diácono son una expresión material de un recubrimiento

espiritual de su alma.

Comprender la distinción entre el primer grado y el segundo

del sacramento del orden, nos ayuda a entender un poco mejor la

distinción entre el grado de sacerdocio presbiteral y el episcopal.

El obispo no consagra más la Eucaristía, no bautiza de un modo

diverso al del presbítero, no perdona más profundamente que el

sacerdote. Pero en la misa y en las otras acciones litúrgicas, las

oraciones del obispo son superiores, más nobles, porque se halla

más elevado que los otros dos grados, más engalanado de joyas,

joyas que son inmateriales. Joyas que son los tesoros contenidos en

el tercer grado del sacramento.

Recapitulando todo lo dicho respecto al cambio en la

formulación de los dos cánones sobre el orden sacerdotal, la

redacción actual es completamente verdadera, no se le puede

objetar nada, porque el presbítero y el obispo poseen un sacerdocio

que no lo posee el diácono. ¿Cuál es ese sacerdocio diverso? El

sacerdocio, tal como se entiende por el modo habitual de hablar, es

la posesión de la potestas sobre los sacramentos presbiterales: el

poder para administrar la confirmación, la confesión, la Eucaristía

y la unción de los enfermos. Pero la formulación precedente de esos

mismos cánones del Código, en otro sentido, era verdadera

también, pues el diácono está configurado a Cristo Cabeza en

cuanto miembro de la jerarquía, en cuanto que se haya configurado

con Cristo para ejercer las funciones litúrgicas desde su primer

grado del orden sacerdotal.

Page 61: La Luz de la Diaconía

52

Sería un enfoque desacertado enfrentar ambas redacciones.

Dado que cada una de ellas es verdadera, lo que hay que hacer es

integrarlas. Pues integrándolas poseemos una visión más amplia de

un asunto que como se ha visto, tiene muchos matices.

Page 62: La Luz de la Diaconía

53

La consagración diaconal …………………………………………………………….………………………….…………

Para profundizar en la teología del diaconado varias obras se

pueden aconsejar, pero una de las mejores es el magistral

documento que sobre el diaconado publicó en el año 2002 la

Comisión Teológica Internacional. Ese documento me parece, en

cierto modo, una obra definitiva que analiza todas las posturas

teológicas que han considerado este sacramento a lo largo de la

Historia dentro de la Iglesia. Suscribo todo lo que se dice en ese

documento enteramente, y todas estas partes dedicadas a la teología

del diaconado son una reflexión post lectionem de lo allí expuesto.

La parte teológica de esta obra no pretende hacer una exposición

global de las distintas visiones sobre el diaconado, ni de su historia,

ni presentar una teología sistemática, sino tan solo ofrecer algunas

reflexiones desde una de esas posiciones, la más tradicional.

El documento de la Comisión Teológica Internacional

claramente afirma que sobre el diaconado hay dos posturas

teológicas, yo me inscribo en la postura más tradicional. Quede

claro, de todas maneras que muchas de las reflexiones presentes

tienen un carácter personal y que, por tanto, son opinables. Hay una

visión maximalista acerca del ser teológico del diaconado, y otra

visión minimalista, que lo reduce a un mero ministerio. Mi postura

es que Dios es generoso en el dar. Y pudiendo dar más, da más, en

vez de dar menos. Pudiendo haber hecho del diaconado algo

grande, pudiendo embellecerlo con invisibles joyas espirituales, lo

ha hecho. Pero lejos de mí obligar a que todos piensen como yo. El

Page 63: La Luz de la Diaconía

54

que quiera ver el diaconado como algo más simple, más

minimalista, más funcional, está en su derecho.

Hecha esta aclaración, observamos que muchos teólogos se

preguntan qué es ser diácono. Esa pregunta se debe a que la

Tradición ha reconocido la naturaleza sacramental del diaconado,

pero no ha realizado una gran reflexión teológica sobre este primer

grado del orden; limitándose a constatar que era el primer grado de

un sacramento con tres grados. Si un diácono no tiene potestad para

realizar ningún sacramento que no pueda realizar un laico, entonces

¿qué añadía ese primer grado del orden al bautismo? Era realmente

un misterio. Para muchos, en la práctica, era simplemente un

tiempo de espera antes del presbiterado.

Sí, el primer grado del sacramento del orden es, ante todo, un

misterio. Todo sacramento es un misterio de la acción invisible de

Dios en el alma. No se percibe tanto lo desconocido de esta acción

divina en el segundo grado, porque la potestad otorgada para los

sacramentos ofrece la impresión de que todo está más claro. Pero,

de nuevo, es un misterio lo que otorga el tercer grado del

sacramento. Cierto es que en el tercer grado se concede la potestad

de conferir el sacramento del orden. Pero lo otorgado va mucho

más allá de eso. La configuración con Cristo que confieren los tres

grados de un mismo sacramento es, recordémoslo, una acción

invisible de Dios en el alma. Una acción transformadora que va

más lejos de la potestad sacramental que se otorga en el mismo

acto.

Lo primero que hay que notar es que sea lo que sea el

diaconado, se confiere en un sacramento y deja una marca indeleble

en el alma. De forma que cuando hablemos del diaconado,

deberemos recordar que estamos hablando de algo misterioso, de

Page 64: La Luz de la Diaconía

55

una acción indeleble de Jesús en el alma de esa persona, de una

acción de la gracia.

El diaconado no es un ministerio, se ordena para el ministerio,

es decir, para el servicio, pero no es sólo un servicio eclesial. Para

recibir un mero ministerio no sería necesario imprimir un carácter

sacramental en el alma. El carácter supone una transformación, no

es una mera marca externa en la “superficie” del alma. El

ministerio se da y se quita. Un sacramento no. Si el diaconado es

una gracia, ¿qué tipo de gracia es? ¿Una perfección del bautismo?

No, esta idea resulta totalmente ajena a la Tradición. ¿Una

bendición de la Iglesia para ejercer mejor esa función de servir a la

Iglesia? Tampoco, la Tradición siempre lo consideró un

sacramento.

El diácono posee una configuración particular con Cristo. Los

otros dos grados (presbiterado y episcopado) confieren un poder

sobre ciertos sacramentos, mientras que este grado otorga una

configuración. Pero una configuración que transforma el alma. El

diaconado no es un modo solemne por el que la Iglesia comunica

al interesado que, a partir de ahora, se le encarga de tal o cual cosa.

La Iglesia no puede crear sacramentos. Sólo Dios tiene tal

autoridad.

¿Se necesitaría una transformación sacramental para ejercer

la caridad? La respuesta es no. En cualquier religión, todo rito de

consagración se supone que causa un mayor o menor nivel de

transformación en el sujeto, según sea el nivel de consagración. La

consagración de un individuo a través de un rito sagrado conviene

para ejercer funciones sagradas. Eso lo han entendido así todas las

religiones naturales: hombres sagrados para ejercer funciones

sagradas, vasos sagrados para contener lo sagrado, etc.

Page 65: La Luz de la Diaconía

56

Ahora bien, para ejercer la caridad no se requiere

consagración sagrada del alma. ¿Por qué? Porque son las acciones

de caridad las que transforman el alma. Si el diácono para ejercer

la caridad requiriera de un sacramento, ¿por qué no otros

individuos que van a ejercer otras obras de caridad?

Observamos que una religiosa que se va a dedicar, por

ejemplo, a ayudar a los pobres, recibe el velo, el hábito y las

bendiciones por su inmolación espiritual, por su matrimonio

espiritual con Dios, por sus votos entregados a Dios. Pero si hay un

matrimonio de laicos que en la misma casa religiosa realizan

exactamente las mismas labores de caridad que esa religiosa, ellos

no tendrán la misma ceremonia que esa religiosa cuando va a

realizar sus votos perpetuos. ¿Por qué? Pues porque el ceremonial

de esa religiosa es por los votos de matrimonio espiritual de la

religiosa con Dios, no porque se vaya a dedicar a las obras de

caridad.

De forma que primero observamos que un matrimonio de

laicos que ayuda a los pobres no va a tener nunca una ceremonia

como la de la religiosa al realizar sus votos perpetuos. Y

observamos después que la consagración de un diácono es un acto

ritual mucho más elaborado que el de los votos solemnes de esa

misma religiosa.

Vemos, por tanto, que no es la caridad, no son las obras de

servicio, las que justifican un elaborado ritual de consagración. El

diaconado es un hecho sustancialmente diverso de una bendición

episcopal a un laico que ayuda en algún campo de la diócesis. De

lo contrario, el diaconado sería una especie de bendición entre

centenares posibles modos de orar sobre las personas que realizan

diversas tareas de caridad. ¿Pero por qué no bendecir

solemnísimamente con un gran ritual a los teólogos o a los que

enseñan en el seminario o a los músicos que cantarán las alabanzas

Page 66: La Luz de la Diaconía

57

de Dios en la catedral? El diaconado siempre ha estado provisto de

un gran ritual que no es el de una mera bendición, sino un ritual

sacramental, porque es el primer grado del orden sacerdotal. El

concepto de consagración, de persona sagrada, de habilitación para

las cosas santas es diverso de una bendición para ejercer una tarea.

El que realiza obras de caridad se santifica con esas obras de

caridad. El que se marcha al desierto para vivir como eremita, será

santificado por su oración y penitencia. Pero el que va a ejercer

funciones sagradas (el diácono) debe ser consagrado antes,

previamente a realizar esas funciones sagradas. Ésa es la diferencia

radical entre el sacramento y los centenares de bendiciones que

podemos dar a individuos que se dediquen a la caridad o se vayan

al desierto a vivir una vida de oración.

Como antes se ha explicado, los antiguos levitas no recibían

un sacramento, no recibían poder para realizar ningún sacramento.

Pero se les consagraba con una serie de ritos dispuestos por Dios.

El levita consagrado con esas ceremonias para ejercer el sacerdocio

en el Templo ya no era exactamente igual que el resto de los levitas

no consagrados con esos ritos.

Si entendemos la efectividad de esas ceremonias de

consagración, podemos entender mejor el hecho de que el primer

grado del sacramento del orden faculte de un modo especial para

acercarse al altar de Dios y ejercer las funciones sagradas. No estoy

diciendo que el primer grado del sacramento del orden conceda lo

que otorgaba la consagración de los sacerdotes levíticos. Sino que

concede eso y más. Un diácono no está menos consagrado que un

antiguo levita que oficiaba en el Templo, y además se le añade una

especial configuración con Cristo.

Page 67: La Luz de la Diaconía

58

Si atendemos al poder sacramental, repito, el diácono no es

un sacerdote, lo que hoy día todo el mundo entiende por sacerdote.

Pero si atendemos al culto divino, el diácono sí que tiene un

sacerdocio superior al bautismal. Del sacramento del orden no

dimanan tres sacerdocios. Sino que configura con el único

sacerdocio de Jesucristo en tres grados diversos. Los tres grados

del orden forman un solo sacramento. Pues no sólo ha sido

entendido así a lo largo de los siglos, sino que, además, los signos

por los que se confiere son esencialmente los mismos en los tres

grados. Todo sacramento tiene una materia y una forma. En los tres

grados del orden, la materia es la misma (la imposición de manos),

sólo cambia la fórmula. Los otros sacramentos tienen materia y

forma diversas a éste.

Si los diáconos reciben el primer grado de un único

sacerdocio, ¿son parte de la jerarquía de la Iglesia? En cierto modo

sí, pero entendiendo esta afirmación de un modo muy concreto y

especial. Sería incongruente configurarse con un misterio sagrado

para ser servidor y después hacer del servidor uno que manda. Eso

sería como si uno fuera en teoría servidor, pero de hecho jefe.

Precisamente por eso, la Historia nos ha mostrado como los

configurados como diáconos usualmente sólo han ejercido como

servidores y sólo como servidores. Cierto que en la historia de las

iglesias de oriente y occidente las funciones que han ejercido los

archidiáconos dan fe de que algunos de estos “servidores” han

llegado a ser elevados a puestos donde ejercían funciones

importantes: administración en las curias diocesanas, servicios

como legados pontificios, colaboración en el gobierno episcopal.

Todas estas funciones muestran una colaboración en la función del

regere, del gobernar. Mera colaboración, colaboración de servicio

con el que ejercía la autoridad sobre otros pastores.

Page 68: La Luz de la Diaconía

59

Pero estos casos no eran la norma. El diácono usualmente

servía en el lugar más humilde, bajo un presbítero. Aunque hubiera

“siervos” que hubieran sido elevados a cargos más visibles. Pero

su función seguía siendo diaconal, aunque fuera el hombre de

confianza del Sumo Pontífice.

La máxima dignidad jerárquica de la Iglesia contó durante

siglos a siete diáconos entre sus cardenales. Pero ellos estaban allí

para recordar a Cristo servidor. Pues, aun siendo cardenales, no

regían una parroquia ni una diócesis. Colocados allí como recuerdo

viviente, pero desprovistos de la capacidad de apacentar grupo

alguno.

Por lo tanto, el cambio que se produjo en el canon en tiempos

del Benedicto XVI respondía a una verdad: el diácono no se hacía

diácono para formar parte de los que mandaban. Más que decir que

es parte de la jerarquía de la Iglesia, sería más adecuado afirmar

que está elevado (elevado de entre los laicos) para estar al lado de

la jerarquía de la Iglesia. Ser parte de la jerarquía del Cuerpo

Místico de la Iglesia, supone necesariamente configurarse con

Cristo Cabeza. Y el cambio del canon dejó claro que el diácono no

está configurado de esa manera.

Es cierto que se instituyó a los diáconos para ayudar a los

Apóstoles y que estos tuvieran más tiempo. Pero hay que entender

que si existen los diáconos, no es porque haya carencia de

presbíteros. La razón de ser de los diáconos no es que no haya un

número suficiente de sacerdotes, de forma que si hubiera

suficientes presbíteros ya no serían necesarios los diáconos. No, el

diácono existe por sí mismo en el plan de Dios.

De lo contrario, también se podría argumentar que quizá haya

sacerdotes, porque el obispo no puede llegar a todas partes. Pero

que si el obispo pudiera llegar a todas partes de la diócesis, ya no

serían necesarios los presbíteros. Todo el mundo entiende que eso

Page 69: La Luz de la Diaconía

60

es un error. El presbítero existe por la misma naturaleza de su ser

sacerdotal. Y así, incluso en un monasterio donde ya haya

suficientes presbíteros para cubrir las necesidades pastorales de la

comunidad, se siguen ordenando sacerdotes. Lo mismo es válido

para los diáconos. Fueron instituidos en esa situación concreta

relatada en Hechos de los Apóstoles, pero no son simplemente un

parche para una necesidad.

Dios podría haber organizado la Iglesia de otras muchas

maneras. Podría haber dispuesto que todos los ministros fueran

sacramentalmente obispos, o que únicamente hubiera presbíteros y

obispos sin diáconos. Podía haber creado más grados en el

sacramento del orden. Pero, de hecho, Dios ha querido que existan

los tres grados de un mismo y único sacramento.

Y así quiso que se expresase de un modo sacramental lo que

Él quería que fueran los sucesores en la labor apostólica: obispos,

sacerdotes y diáconos. O dicho de un modo etimológico:

supervisores, ancianos y servidores. O dicho de un tercer modo:

-pastores de pastores

-pastores

-ayudantes de los pastores

Los diáconos no son parte de la jerarquía en un sentido, y son

parte en otro sentido. Lo son en cuanto que están elevados por

encima de los laicos. Pero en su sentido más profundo y verdadero,

no son jerarquía. Están junto a la jerarquía, están junto a los que

ejercen de cabeza. Pero sin gobernar. Por eso a los diáconos no se

les ha considerado en la Historia pastores del rebaño de Dios. Los

diáconos no gobiernan parroquias, sino que están integrados en el

cuerpo de pastores, pero como los que asisten a los que pastorean.

Page 70: La Luz de la Diaconía

61

Si en una parroquia hay dos sacerdotes y un diácono, se puede

afirmar que en ese rebaño hay dos pastores y un ayudante de esos

pastores. Pero también sería correcto afirmar que en esa parroquia

hay dos sacerdotes y un servidor, pero sólo un pastor: el párroco.

En el campo, en siglos pasados, normalmente cada rebaño de

ovejas (me refiero a los animales) tenía su pastor. Era lo lógico: un

rebaño, un pastor. Pero si el rebaño era muy grande y el pastor

debía tener colaboradores, se decía que un rebaño tenía varios

pastores. Pero no se llamaba pastores a los zagales que traían el

agua al pastor o que traía al campo la comida caliente preparada

por su esposa. Pero sí que se llamaba pastores a los que guiaban al

rebaño o lo cuidaban.

Al mismo tiempo, que se llamaba pastores a los dos o tres que

realizaban esa función sobre un solo rebaño, a veces, se decía que

el pastor de ese rebaño era fulano, es decir uno solo, considerando

a los otros como colaboradores. Como se observa, en el hablar

común de la gente, ambas formas se usaban. Por tanto, es lógico

que exista una cierta flexibilidad en la terminología relativa

pastoreo de las almas (cuando hay varios a la vez), porque eso

mismo sucedía en los términos usados respecto a los pastores de

los rebaños de animales.

Si es correcto para un auténtico rebaño de ovejas, también lo

es para una parroquia. En cierto sentido, cada parroquia tiene un

pastor único. Y, en cierto sentido, una parroquia puede tener varios

pastores. Eclesiológicamente hablando, los diáconos son como

esos zagales que ayudaban a los pastores.

Si los diáconos fueran parte de la jerarquía, deberían ser

pastores del rebaño de Dios. Si los diáconos fueran parte de la

jerarquía, habría que darles puestos importantes. De lo contrario,

estarán arrinconados, olvidados, preteridos. Pero en todas las

iglesias, tanto de oriente como de occidente, se consideró que lo

Page 71: La Luz de la Diaconía

62

propio del diaconado era estar en un segundo plano respecto al

presbítero, colaborar, desaparecer, estar como siervo, no

convertirse en centro.

Los diáconos en la tradición de la Iglesia no han presidido

parroquias ni comunidades. Sería inadecuado impersonar a Cristo

Siervo, y ser a la vez cabeza. No digo que sea contradictorio, pero

no es lo más propio del diácono. Porque una función eclipsaría a la

otra. Por eso, insisto, su función ha sido siempre la de estar en un

segundo puesto frente al presbítero.

Ya hemos dicho que un diácono permanente podría presidir

la oración dominical en una comunidad. Por ejemplo, un pueblo

muy pequeño que carece de párroco. Pero lo propio de los diáconos

no es ser pastores. Puede suceder, pero no es su misión propia.

La falta de potestad sobre los sacramentos no es una carencia,

sino una conveniencia. Así el diácono tiene que limitarse a ser un

siervo. De lo contrario sería un presbítero con poderes limitados.

¿Para qué repartir en dos grados (presbiterado y diaconado) lo que

se puede dar entero (concediendo directamente el presbiterado)?

Por la naturaleza profunda del diaconado, es por lo que no se

reparte el poder sacramental que se otorga en el presbiterado. Y por

eso lo que hay que hacer es entender la naturaleza del diaconado:

ser Cristo Siervo. No Cristo Cabeza, no Cristo con poderes.

El diácono es ordenado para el ministerio, no para presidir.

El diácono puede presidir ciertas celebraciones comunitarias, pero

no es su labor propia. En la medida en que vayamos otorgando más

funciones que conviertan al diácono en centro, estaremos

oscureciendo la luz humilde que debe ejercer junto a la jerarquía.

La liturgia lo expresa magníficamente, siempre al lado del

presbítero. Y en el altar, un poco por detrás de él.

Page 72: La Luz de la Diaconía

63

Los diáconos nos recuerdan a los presbíteros que ser párroco

no consiste únicamente en el poder sobre los sacramentos, sino en

un verdadero servicio que incluye muchas otras labores. En una

ocasión escuché a un párroco enfadado con su obispo que se iba a

limitar a celebrar misa, confesar y administrar los sacramentos, y

que no le pidieran nada más. Ese sacerdote reconocía en sí mismo

la presencia de la potestad, pero desanimado y enfadado no quería

ejercer trabajar en nada más que no fuera el ejercicio de sus

funciones sacramentales. He conocido más casos de presbíteros sin

ilusión que se limitaban a administrar sacramentos. Frente a ellos,

el diácono es un recordatorio viviente de Cristo que sirve con

humildad en lo que sea preciso. Jamás el diácono podrá decir: “no

me he ordenado para esto”. Si hay que barrer, se barre. Si hay que

tirar la basura, se tira.

No significa esto que el presbítero debe considerar al diácono

como su criado. El diácono es siervo de la Iglesia, de una

comunidad; no es un criado personal. El diácono debe obedecer al

pastor siempre. Pero el pastor sólo debería encargarle de aquellas

cosas que supongan una división ecuánime del trabajo. Por decirlo

de un modo brutal, si hay que tirar la basura cada día de la rectoría,

eso no corresponde más al diácono que al presbítero. Si, en la

rectoría, comen juntos el párroco y el diácono, no corresponde más

al diácono recoger la mesa más que al párroco. El diácono hará las

tareas que en la repartición del trabajo se vea que es justo

encargarse de eso para que las labores de la parroquia estén

adecuadamente distribuidas. Pero el diácono no es un servidor

personal del párroco, los dos son servidores de Dios que trabajan

conjuntamente.

Mucho se ha escrito acerca de los tres grados del orden en las

comunidades cristianas en la época apostólica. Mi opinión personal

Page 73: La Luz de la Diaconía

64

es que, aunque la terminología no estuviera asentada totalmente en

un primer momento, los tres grados existieron desde el principio

tal como los conocemos ahora. Aunque quizá hubo un tiempo en el

que podía haber alguna ciudad (como excepción) en la que la

comunidad era gobernada por un reducido cuerpo de obispos.

En otras regiones, por el contrario, tal vez hubiera en cada

ciudad un solo obispo rodeado por una corona de diáconos. En esas

comunidades el obispo sería el único que tendría el poder

sacramental. Mientras que presbíteros serían figuras dispersas que

atenderían comunidades más lejanas. Fuera de ello lo que fuere, los

tres grados provienen de la voluntad de Dios y estuvieron presentes

desde el principio.

Sea dicho de paso, cada grado del sacramento del orden,

incluye todo el poder del grado anterior. Si un laico fuera ordenado

como obispo directamente, no le faltaría absolutamente nada de lo

que se confiere en el presbiterado y el diaconado. No recibiría más

poder por recibir los tres grados en tres ceremonias. Por eso está

especificado en la ley de la Iglesia que si un laico fuese elegido en

el cónclave como Papa, sea ordenado directamente como obispo.

Page 74: La Luz de la Diaconía

65

La potestad conferida en el sacramento …………………………………………………………………………………..…………………..………………….…………

La Iglesia no puede crear sacramentos, estos son de

institución divina. Dios ha determinado que este sacramento del

orden en su primer grado tenga un efecto concreto en el individuo

que lo recibe, aunque el efecto sea bastante misterioso. Efecto

enigmático, porque la potestad sobre los sacramentos que se otorga

en el segundo y tercer grado está clara. El sacramento del orden en

el primer grado no puede producir únicamente la santificación del

alma. Porque para eso ya está el sacramento de la Eucaristía.

Si el diácono no tiene poder para administrar ningún

sacramento que no pueda administrar un laico con permiso,

algunos se preguntan con razón qué confiere el sacramento del

orden en el primer grado. Para entender mejor la relación entre el

primer grado y el segundo grado del sacramento del orden, nos

puede ayudar el comprender la relación entre el presbiterado y el

episcopado.

A nivel de potestad sobre los sacramentos, la ordenación

episcopal sólo añade la capacidad de administrar el sacramento del

orden. En el resto de los sacramentos, el perdón del obispo no es

superior al del presbítero2, ni la capacidad sobre el sacramento de

la eucaristía es superior en el obispo. Y así podríamos seguir con

otros sacramentos.

2 La autoridad del obispo puede atar el poder de absolver del presbítero. Y así el obispo puede

reservarse la absolución de un determinado grave pecado, por ejemplo el aborto. El obispo tiene poder de

atar, pero una vez que se produce la absolución, ésta es igual tanto en el presbítero como en el obispo.

Page 75: La Luz de la Diaconía

66

Ahora bien, el episcopado añade aspectos mistéricos al

segundo grado, aspectos que van más allá de la potestad. El

episcopado no se reduce a una mera añadidura al presbiterado para

poder así conferir el sacramento del orden. No es éste el lugar para

exponer en detalle una teología sobre estos aspectos misteriosos del

episcopado. Pero, por ejemplo, el obispo ejerce un sacerdocio

superior en un acto litúrgico. La consagración de las especies

eucarísticas es exactamente igual, se realice ésta por un presbítero

o por un obispo. Pero la función litúrgica del obispo ofreciendo ese

sacrificio ante el Trono de Dios, es la función de un sacerdocio

superior, prefigurada esta función en el Sumo Sacerdote del

antiguo sacerdocio.

¿En qué se concreta ese sacerdocio superior? Es muy difícil

expresarlo con palabras. Pero ciertamente en una concelebración

de muchos sacerdotes en la catedral, en un gran pontifical, el obispo

aparece visiblemente revestido de ese sumo sacerdocio cristiano.

Aquellos teólogos que han cuestionado la sacramentalidad

del diaconado (reduciéndolo a un ministerio) apelaban a que el

diaconado no otorgaba nuevo poder sobre los sacramentos. Pero

olvidaban que, en cuanto a la potestad sobre los sacramentos,

tampoco el episcopado añade demasiado respecto del segundo

grado, sólo añade potestad para conferir el orden sacerdotal. Lo que

sucede es que en el episcopado se otorga algo realmente

enigmático. Pues bien, así también hay que entender el diaconado,

no tanto como potestad, sino como una realidad mistérica.

Entendiendo el episcopado como un nivel superior de

sacerdocio respecto al presbiterado, no hay dificultad en entender

al diaconado como el primer grado de ese sacerdocio. Si nos

fijamos en la potestad, el presbiterado es como el gran centro de los

tres grados. Pero si nos fijamos en la función litúrgica, en la

Page 76: La Luz de la Diaconía

67

transformación de la persona para realizar esa acción sagrada

litúrgica, entonces sí que hay realmente tres grados.

Existirían tres grados en el sacerdocio cristiano, aunque Dios

no hubiera otorgado ningún sacramento a la Iglesia, salvo el

sacramento del orden. Existirían tres niveles de transformación del

alma para ejercer el culto divino. Tres niveles de sacralización de

la persona para ejercer el santo oficio de ofrecer el incienso de la

adoración.

Queda claro que algo se otorga en el primer grado del

sacramento. Que ese algo no es un mero ministerio, sino un grado

del sacerdocio. Ahora bien, ¿no se entrega ningún tipo de poder?

Parece un poco extraño que si en los dos grados siguientes se

entrega un poder, en el primero no. En mi opinión, en el primer

grado se entrega el poder sobre los sacramentales. Desde hace

siglos, la tradición ha reconocido en los diáconos el poder de

bendecir.

Un laico no tiene poder para bendecir, puede pedir a Dios que

bendiga a alguien. Pero sólo tiene poder para bendecir el que ha

recibido tal potestad. De forma que el laico no debería hacer la

señal de la cruz sobre alguien ni tampoco imponer las manos, pues

es signo que expresa transmisión del efecto de un poder. El laico

puede elevar sus manos a Dios para suplicar, pero es Dios quien

bendice. El diácono y el presbítero, por el contrario, sí que pueden

bendecir y, por eso, dicen: yo te bendigo en el nombre del Padre y

del Hijo y del Espíritu Santo. Y hacen un signo que significa

transmisión. Ese signo de la señal de la cruz significa otorgación,

no impetración o súplica. Cuando un diácono bendice, es Jesucristo

quien bendice a través de él. Cuando un laico hace la señal de la

cruz sobre sí mismo, es como si se marcara con ese signo. La señal

de la cruz que realiza un laico sobre sí es un acto de manifestar su

fe o de petición a Dios. Mientras que la bendición del presbítero y

Page 77: La Luz de la Diaconía

68

diácono en el aire significa (por decirlo de un modo rudimentario)

que algo va hacia la persona que la recibe. Puede parecer

rudimentario, pero así ha sido entendido por los pueblos antiguos

sobre los que se ha hecho ese signo en el aire.

Para predicar no se requiere de un poder, para ayudar al

prójimo tampoco. Pero bendecir presupone un poder divino,

sobrehumano. En el Antiguo Testamento imponían las manos los

sacerdotes, porque habían recibido una consagración. Pero

imponían las manos también los profetas. Por eso los laicos de los

que se tengan claras evidencias de que han recibido un don

carismático, pueden imponer las manos. Pero el resto de los laicos,

en mi opinión, no deben imponer las manos. El que todo el mundo

imponga manos es un hecho moderno ajeno a la tradición judía y

cristiana.

Pero el diácono sí que puede bendecir. Luego en cada uno de

los tres grados del orden sí que se confiere una potestas. La del

diácono sería la potestad sobre los sacramentales. En la Historia de

la Iglesia encontramos, incluso, un buen número de diáconos

exorcistas.

Examinado el sacerdocio en su faceta de poder sobre los

sacramentos presbiterales (confirmación, Eucaristía y unción de los

enfermos), podemos enfocar de un modo distinto los tres grados,

viéndolos como un supra sacerdotium (el episcopado), un

sacerdotium (el presbiterado), y un infra sacerdotium (el

diaconado). Esta terminología resalta la potestad del sacramento

como algo unitario, indivisible y central al orden. Esta perspectiva

acerca del sacramento del orden coloca en su centro el altar, y sitúa

más allá, pero ya no en su centro, tanto la sede del obispo como el

ambón del diácono.

Page 78: La Luz de la Diaconía

69

Algunos para reducir el diaconado a un mero ministerio,

arguyen que Cristo mismo no instituyó directamente el diaconado

como grado sacramental. ¿Pero acaso instituyó directamente el

grado del presbiterado? Tampoco. Cristo únicamente entregó el

poder apostólico, no otorgó grados. Mi opinión es que Jesús habló

a los Apóstoles de los tres grados futuros del sacerdocio cristiano.

Es decir, que determinó tal cosa, sin conferirla. Pues Él sólo

instituyó directamente a los Doce.

Lo que es seguro es que Jesucristo no dejó la continuación del

poder apostólico en manos del azar, en manos de lo que decidieran

los Apóstoles como si el destino del sacramento estuviera

indeterminado y pudieran hacer de él lo que quisieran. Si hubieran

podido hacer lo que quisieran, podrían haber tomado decisiones

más correctas o menos correctas.

No es de fe que Jesucristo les hablara a los Apóstoles de los

tres grados, aunque tal sea mi opinión. Pero, como mínimo, lo que

sí que es seguro, es que entregó el poder apostólico, y desde luego

el Espíritu Santo inspiró qué hacer con ese poder. Se puede admitir

como postura católica que Jesús no dijera expresamente qué había

que hacer. Es decir, no les dejó palabras (es decir explicaciones) a

los Doce sobre este tema, sino que les dejó al Espíritu Santo. Puede

que no nos dejara dicho de forma expresa qué había que hacer, pero

inspiró qué hacer a través del Paráclito. Y lo que el Espíritu Santo

quiso fue que hubiera tres grados.

Pero me parece más razonable que sobre un tema tan

importante para la vida de la Iglesia, los grados del orden, sí que

Jesús dejara una enseñanza clara y expresa en sus conversaciones

con los que iban a continuar su labor de evangelización.

Page 79: La Luz de la Diaconía

70

Jesús no instituyó directamente los primeros diáconos, pero

los instituyó indirectamente o con sus explicaciones o a través del

Espíritu Santo. Es decir, Jesús los instituyó indirectamente. En

cualquier caso, justo es recordar que tampoco ordenó ni obispos, ni

presbíteros. Cristo sólo hizo a los Doce. Hacer, ése es el verbo

original griego en el Evangelio, y que solemos traducir como

instituyó.

Por todo esto, carece de fundamento escriturístico la idea que

algunos se han forjado de que Jesús instituyó indirectamente

obispos y presbíteros, dejando explicaciones e indicaciones claras

y precisas; y que los diáconos simplemente aparecieron luego,

creados por la Iglesia. Digo que carece de fundamento

escriturístico, porque Jesús no ordenó a nadie con ninguno de los

tres grados del sacramento del orden. En los Apóstoles se contenía

toda la potestad para los siete sacramentos. En el poder apostólico

recibido por el Colegio Apostólico se contenía lo que después se

transmitirá en tres grados. Pero los Apóstoles eran más que

obispos, constituían figuras únicas.

Los Apóstoles tenían el poder de los siete sacramentos, tenían

un papel eclesiológico único, y además gozaban de carismas como

el poder de sanar, probablemente el de profecía y otros. Cristo

otorga el poder apostólico, y en ese poder está incluido lo que

después serán los tres grados. Pero es inadecuado considerar que

los Doce eran obispos. Los diáconos no fueron directamente

instituidos por Cristo, pero tampoco fueron instituidos

directamente por Cristo los obispos.

Cuando afirmamos que el diácono es ordenado ad

ministerium (para el ministerio) y no ad sacerdotium (para el

sacerdocio) está claro lo que queremos decir, pero las palabras se

prestan a errores. Queremos decir que el diácono no tiene el poder

Page 80: La Luz de la Diaconía

71

conficiendi Eucharistiam (poder de realizar la Eucaristía), así como

no tiene poder respecto a los otros sacramentos que requieren el

poder del presbítero. Ahora bien, al afirmar que no es ordenado ad

sacerdotium no significa que el laico que es ordenado diácono no

sea elevado a un grado superior del sacerdocio, cuando ya hemos

visto que incluso el bautismo ya contiene en sí un tipo de

sacerdocio.

En un cierto sentido, es el presbítero el que ofrece el sacrifico

eucarístico. Y el diácono es el que ayuda al sacerdote en esa

ofrenda. Desde esta perspectiva, el diácono ofrece la ofrenda a

través de las manos del presbítero. Aunque, en otro sentido, incluso

los laicos ofrecen el sacrificio según su sacerdocio común de los

fieles a través de las manos del presbítero. Y aunque ese sacerdocio

de los bautizados es cualitativamente inferior al de los tres grados

del orden, les habilita a ofrecer sacrificios. Pues todo sacerdote

ofrece sacrificios. Como se ve, hay distintas formas de expresar una

misma realidad. Formas diversas para expresar, por un lado, el

hecho de un sacerdocio cualitativamente diverso; pero, por otro, la

realidad de un verdadero sacerdocio común de los fieles.

Podríamos decir que el diacono recibe una sacralizatio ad

liturgiam (una sacralización para la liturgia), y el sacerdote recibe

una potestas ad sacramenta (poder para los sacramentos). El

obispo recibiría una potestas ad plenitudinem auctoritatis et

sacramentorum (un poder para la plenitud de la autoridad y los

sacramentos). Sin olvidar que el diácono recibe un poder sobre los

sacramentales. Incluso, quizá, el poder del presbítero sobre los

sacramentales no sea superior, al del diácono. Quizá el poder sobre

los sacramentales se entrega indiviso y único ya en el primer grado

del orden. Esto tendría su paralelo en la potestad sobre los

sacramentos presbiterales: poder que se entrega indiviso en el

Page 81: La Luz de la Diaconía

72

segundo y tercer grado. Probablemente nunca lo sabremos, se trata

de cosas invisibles.

Aunque mi opinión es que se otorga un aumento accidental

de la potestad sobre los sacramentales en cada grado del orden.

Accidental, porque esa potestas en concreto pienso que se recibe

en el primer grado del orden. Después, cada grado posterior añade

un aumento en un poder que esencialmente ya se concedió en el

primer grado. Sea de ello lo que fuere, Dios lo sabe, lo que sí que

parece lógico, es que un sacramento (el del orden sacerdotal)

entregue un poder en todos y cada uno de sus grados. Y el del

diaconado sería el poder sobre los sacramentales.

Hay una diferencia tan esencial entre las órdenes menores y

el diaconado, como lo hay entre un sacramental y un sacramento,

como lo hay entre una gracia (otorgada por el sacramental) y el

carácter indeleble (entregado por el orden), como lo hay entre un

don espiritual y una configuración.

Profundizar en la realidad teológica de los rituales de las

órdenes menores, nos lleva a una mayor comprensión de la

diferencia esencial entre el diaconado, y otras realidades de gracia

y misterio instituidas por el mero poder de atar y desatar de la

Iglesia, pero no por una institución divina.

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73

Autoridad, potestad y ministerio …………………………………………………….…………………….………..………………….…………

Que el sacramento del diaconado sigue presente en el

presbítero, se expresa litúrgicamente en el hecho de que el obispo

antiguamente se revestía con la tunicela (que es una dalmática)

sobre el alba, antes de sobreponer sobre ella el símbolo del

presbiterado que es la casulla. Esta costumbre litúrgica expresa

admirablemente el hecho de que los tres grados se han superpuesto

al proceder consecutivamente a las tres ordenaciones. El obispo ha

recibido sacramentalmente la configuración con Cristo Diácono, y

eso sigue plenamente vigente aun habiendo recibido el sumo

sacerdocio. Siendo obispo, sigue siendo tan diácono como cuando

sólo tuvo el primer grado del orden.

Los tres grados del orden sacerdotal son, expresan y forman

los tres elementos de la jerarquía de la Iglesia tal como la ha

querido Dios, la cual está formada por ministerium, potestas y

auctoritas. En mi opinión, en cada grado del orden hay una

potestas, una auctoritas y un ministerium. Cada grado del orden

supone un nuevo ministerium.

Ministerium: Cada uno de los tres grados ofrece un modo diverso de servir al

Pueblo. Con esto no me refiero a la típica frase tan repetida de que todo es servicio.

Sino a actos que no son de potestad ni de gobierno, sino de verdadero servicio. Por

ejemplo, el presbítero por muy investido de poderes sacramentales que se halle,

puede emplear tiempo en pintar la puerta de la iglesia, o en ordenar sillas y mesas

en los salones parroquiales. O el obispo puede emplear tiempo, por ejemplo, en

visitar enfermos.

Auctoritas: Cierto que no ejerce la misma autoridad un anciano (presbiterós) que

un servidor. Pero incluso el diácono ejerce una cierta auctoritas sobre el rebaño de

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Cristo. El diácono es parte del clero de la diócesis, incluso aunque no se le confiera

ninguna autoridad sobre ningún grupo concreto.

Potestas: El poder del diácono es la capacidad de conferir sacramentales. En el

sacramento se le otorga el poder de bendecir. También ha habido muchos diáconos

exorcistas en la Historia. Puede que el poder de los sacramentales se entregue

indiviso y de una vez en el primer grado del orden. Quizá se dé un aumento

accidental en cada nuevo grado del orden.

Dejando claro que estos tres elementos están presentes en

cada grado del orden, es evidente que en el primer grado (el

diaconado) brilla más el ministerium, en el segundo brilla más la

potestas, y en el tercero brilla más la auctoritas. Cada uno de los

grados del orden posee, por antonomasia, uno de estos tres

elementos.

También podríamos decir que, de modo espiritual, los tres

grados expresan un cierto aspecto trinitario: el obispo representa a

Dios Padre, el presbítero hace las funciones de Jesús, y el diácono

con sus obras de caridad expresa el amor que procede del Espíritu

Santo.

El obispo representa a Dios Padre, pues es fuente. Si los presbíteros son los

ancianos, el obispo tiene que ser padre de los ancianos. El obispo es el gobierno del

padre de la familia.

El sacerdote hace las funciones de Jesús en la comunidad. Si Jesús obró milagros

de curación, así el sacerdote obra milagros de curación espiritual a través de la

gracia de los sacramentos.

El diácono expresa el amor que procede del Espíritu Santo por sus obras de caridad.

Si el sacerdote se dedica más específicamente a administrar la gracia, el diácono se

ha de dedicar más específicamente a la caridad. Todos los servicios que realiza

proceden de la caridad y muestran esa caridad a los hombres. La labor diaconal de

caridad y servicio que se le ha encomendado procede del amor del que ejerce de

padre del rebaño (el obispo) y del amor del que ejerce la función de Cristo en la

comunidad (el presbítero que es párroco). Las labores encomendadas al diácono

proceden de esos dos amores. El paralelismo con el amor trinitario resulta notable.

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75

Todo esto se trata de un símbolo espiritual, pues estrictamente

hablando las tres personas actúan a través de cada uno de los

grados. Además, como cada grado incluye al anterior, el obispo es

padre del rebaño y al mismo tiempo representa a Cristo en la

comunidad, y al mismo tiempo es el servus servorum. En ese

sentido, el obispo es el diaconus diaconorum, aunque su servicio a

la comunidad es mandar.

El diácono ejerce un ministerium, pero puede ejercer una

auctoritas. Esta auctoritas es evidente si se le encomiendan cargos

de responsabilidad en la curia, pero también puede ejercerse en una

comunidad. Ya hemos hablado antes del caso de un diácono al que

el obispo le hubiera encomendado el cuidado pastoral de una

parroquia al carecer de sacerdotes suficientes. En ese caso el

diácono no tendrá el nombramiento de párroco (el Derecho

Canónico no admite tal posibilidad), pero ejercerá la autoridad que

el obispo le ha concedido igual que un párroco.

Esa situación ya la habíamos mencionado antes, ahora bien,

incluso puede darse el caso de que en esa parroquia sin párroco,

viniera a vivir con su familia un cura muy anciano, retirado,

enfermo y débil, y que ese presbítero se acercara esporádicamente

al templo a confesar y a administrar sacramentos. En ese caso, el

sacerdote ejercería el poder sacramental en esa iglesia, pero el

pastor del rebaño sería el diácono. Es un ejemplo de cómo el poder

sacramental sacerdotal y el ser pastor pueden estar separados

lícitamente en dos ministros y con todos los permisos episcopales.

Normalmente la potestas y la auctoritas van unidas; lo lógico es

que vayan unidas. Pero podemos imaginar circunstancias en las

que, con toda licitud, pueden ir separadas. Por supuesto que el

obispo podría decir al anciano presbítero que casi no puede ni

andar, ni tiene fuerzas: Tú vas a ser el párroco. Pero tú no te

preocupes porque absolutamente todo el trabajo te lo va a hacer el

diácono. Sal de casa únicamente cuando te veas con fuerzas. Se

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76

podría hacer eso, pero sería una ficción. El presbítero podría tener

un papel con su nombramiento, la firma del prelado y el sello

episcopal, pero la realidad de las cosas no se correspondería con

ese papel. La realidad es que en el término territorial de una

parroquia podrían coexistir un diácono-pastor de la comunidad

(que celebra los domingos y los demás días liturgias de la Palabra),

con un presbítero que únicamente se acerca a confesar o

administrar la unción de los enfermos las pocas veces que se siente

con fuerza para trasladarse hasta el templo.

Page 86: La Luz de la Diaconía

77

III Parte ……………………………………………………………………………………………

Cuestiones Bíblicas

Page 87: La Luz de la Diaconía

78

El simbolismo de las vestiduras …………………………………………………………………………….……………..………………….…………

Las vestiduras litúrgicas

Si la estola representa la potestas, la casulla es un elemento

inequívocamente sacerdotal. Obsérvese que, durante siglos, al

diácono se le ha conferido tanto la estola como una casulla

específica: la dalmática. Y sin grandes estudios teológicos, el

pueblo fiel siempre ha asociado, de un modo instintivo, estos dos

ornamentos (estola y casulla) a grados del sacerdocio. Es decir, los

bautizados que asistían a los actos litúrgicos, viendo los

ornamentos sagrados, comprendían que el diácono (con su estola y

dalmática) no era un acólito más en torno al altar.

Aunque al mismo tiempo que el diácono no era un bautizado

más, el modo en que se colocaba la estola y la forma de su

dalmática indicaban que el sacerdocio que ejercía ante el altar no

era el del presbítero. Desde hace siglos, las vestiduras indicaban

que la potestas del presbítero y el obispo respecto a la consagración

de la Eucaristía es la misma. Por eso los ornamentos de ambos son

iguales. No sólo eso, sino que para la consagración el obispo

incluso se despoja de lo poco que le diferencia: la mitra y el solideo.

La cruz pectoral durante siglos se llevaba bajo la casulla. Durante

la consagración, lo único que diferenciaba al presbítero del obispo

era el anillo. Todo eso indica la identidad de la potestas respecto a

la consagración de las especies eucarísticas.

Pero así como los ornamentos expresan esa identidad del

segundo y tercer grado respecto a eso, también resaltan la

diferencia esencial de potestas entre el primer grado y el segundo.

Page 88: La Luz de la Diaconía

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El presbítero se coloca al lado del obispo en la consagración, pero

el diácono se coloca detrás; y, además, de rodillas.

De forma que observamos que incluso las vestiduras

litúrgicas nos ofrecen una expresión de la teología acerca de la

potestad subyacente en estos tres grados.

El efod y la dalmática

Una curiosidad, el efod del Sumo Sacerdote levítico tenía la

misma forma que la dalmática. La consagración al sacerdocio

levítico no otorgaba potestad alguna, sólo capacitaba para ejercer

el sacerdocio. Es decir, capacitaba para ofrecer a Dios una alabanza

litúrgica, para ofrecer sacrificios, para ofrecer el incienso, para

entrar en el lugar santo, para tocar las cosas santas.

Es cierto que en el diaconado brilla el ministerio, como ya se

ha repetido suficientes veces, pero a nivel litúrgico otra forma de

entender el diaconado es comprenderlo bajo la perspectiva del

sacerdocio levítico.

El sacerdocio cristiano no procede del sacerdocio levítico, es

un nuevo sacerdocio, una nueva instauración. Ahora bien, el primer

grado del orden sacerdotal cristiano capacita para todo aquello para

lo que capacitaba el sacerdocio levítico. Cualquier diácono ha

recibido una investidura sagrada para hacer lo mismo y más que el

sumo sacerdote en la Tienda de la Reunión.

El Sumo Sacerdote elevaba oraciones en nombre del pueblo.

El diácono cuando preside hace lo mismo.

El Sumo Sacerdote entraba en el Sancta Sanctorum. El

diácono llega al borde mismo del altar. Introduce su mano en el

sagrario que es más santo que la misma Arca de la Alianza.

Page 89: La Luz de la Diaconía

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El Sumo Sacerdote tocaba las cosas santas. El diácono toca el

Cuerpo de Cristo y sostiene el vaso sagrado que contiene su Sangre

derramada en la Cruz.

El Sumo Sacerdote ofrecía sacrificios. El diácono eleva sobre

el altar el cáliz, símbolo del ofrecimiento de Cristo en la Cruz. En

ese momento, el diácono ofrece con sus manos el sacrificio de la

Sangre del Cordero Pascual a Dios Padre.

Volviendo a repetir que el sacerdocio levítico y el cristiano

no son una continuación, sí que es verdad que podemos entender

que el primer grado del orden confiere todas las prerrogativas y

más que el sacerdocio levítico. Al diácono se le confiere más que

al sumo sacerdote del templo salomónico. Pues toca cosas más

santas y ofrece un sacrificio superior.

El sumo sacerdote ofrecía una figura del Gran Sacrificio. El

diácono ofrece el Gran Misterio del cual lo otro era sólo una figura.

De hecho, no debemos extrañarnos de que comprendamos mejor

un sacerdocio a través del otro, pues todas las ceremonias, objetos

y sacerdocio presente en la Tienda Reunión, es una figura del

sacerdocio de la Nueva Alianza.

Podemos, por tanto, afirmar que, en cierto modo, el primer

grado del orden confiere la consagración sacerdotal levítica. Si

entendemos el segundo no es una continuación del primero, y que

el sacerdocio cristiano en sus tres grados es superior a cualquiera

de los grados del antiguo sacerdocio.

Las vestiduras eclesiásticas

No es lo mismo vestidura litúrgica que eclesiástica. La

vestidura eclesiástica es la que el clérigo usa en la vida ordinaria.

Page 90: La Luz de la Diaconía

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La vestidura litúrgica es la que se usa durante el acto litúrgico. Es

el obispo el que tiene autoridad para determinar qué traje clerical

pueden usar o no usar los diáconos permanentes en la parroquia, en

las reuniones diocesanas, etc. Pero aunque el obispo tenga

autoridad para ello, hay que dejar claro que per se un diácono puede

vestirse de clérigo con toda licitud: es decir, con sotana o con

clergyman.

Y se viste como clérigo con toda licitud, por la sencilla razón

de que es clérigo. Un diácono permanente que se vistiera de sotana

en una reunión diocesana, no estaría cayendo en ningún tipo de

pretenciosidad, sino que estaría expresando lo que es. Y se puede

vestir así, del mismo modo que en las reuniones litúrgicas lleva

alba, estola y dalmática, y nadie le acusa de pretenciosidad.

Lo que expresan los ornamentos diaconales en la liturgia, lo

expresan las vestiduras clericales fuera de ella, su carácter de

persona sacra. Si alguien le dijera: ¿quién te has creído que eres?

Le podría responder: me he creído que soy lo que soy: un ministro

de Dios.

Lo razonable es que el diácono permanente vaya vestido de

clérigo sólo en reuniones diocesanas, cuando ejerce su ministerio,

cuando acompaña a una peregrinación, dentro del templo, cuando

hace su retiro espiritual. Digo que es razonable, pero tampoco

obligatorio, porque en la mayor parte de estas situaciones tampoco

hay una obligatoriedad estricta. Sólo razones de conveniencia.

¿Por qué el diácono permanente no va vestido siempre de

modo clerical? Si el diácono tiene un trabajo en el mundo, sería

negativo que fuera vestido eclesiásticamente siempre. Pues el

hábito eclesiástico ante la gente expresa la idea de haber

renunciado al mundo y estar consagrado enteramente a Dios.

Mientras que el diácono permanente sigue teniendo su trabajo civil

y su familia.

Page 91: La Luz de la Diaconía

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Por eso el seminarista que es diácono transitorio debe vestir

siempre como clérigo. Mientras que el diácono permanente debe

hacerlo únicamente en situaciones ministeriales y similares, como

las antes enumeradas. Si un diácono fuera siempre vestido con traje

clerical, causaría asombro ante situaciones que no serían

comprendidas por la gente, pues creería que él es un sacerdote; por

ejemplo, no sería lógico vestir con clergyman realizando su trabajo

civil (por ejemplo, trabajando en una oficina de seguros) o yendo

al restaurante con su mujer e hijos.

De ahí que el diácono permanente no debe ir vestido siempre

como un eclesiástico, sólo en determinadas circunstancias. El

diácono permanente que sea célibe y que trabaja para la Iglesia sin

un trabajo civil, él sí que puede vestir todo el tiempo como

eclesiástico, si así lo desea.

Como se ve, la pregunta acerca de cómo debe vestir un

diácono queda respondida por el mismo ser de las cosas. La vida

de cada diácono y sus circunstancias responden de forma razonable

a esa pregunta.

Page 92: La Luz de la Diaconía

83

Las tres partes del Templo como símbolo de los tres

grados del orden …………………………………..………………….…………

Resulta importante entender que en la Sagrada Escritura

aparece articulada a través de dos grandes alianzas. La Nueva

Alianza no es una añadidura a la Antigua, sino que se trata de algo

nuevo. El espíritu nuevo del Nuevo Testamento se refleja en un

nuevo sacerdocio. El antiguo sacerdocio se extinguió por voluntad

divina, y el sacerdocio cristiano no es una continuación de éste,

sino una nueva instauración. Pero una y otra vez hallamos en las

páginas del Levítico y en otros antiguos textos, cómo el nuevo

sacerdocio se halla simbolizado en el antiguo. Los más profundos

misterios del sacerdocio cristiano están prefigurados allí siglos

antes de Cristo.

Y así, por ejemplo, el triple grado del sacerdocio cristiano. El

obispo sería el sumo sacerdote. Los presbíteros serían los

sacerdotes que ofrecían en el altar los sacrificios y entraban en la

primera cámara del Templo, ofreciendo los panes de la

proposición, símbolo de la Eucaristía. Los diáconos serían los

servidores del Templo que ayudaban a los sacerdotes, tanto en

todas las funciones cultuales (acercar la víctima, recoger la ceniza,

disponer todas las cosas menores necesarias para el sacrificio, etc)

como en el resto de servicios que se requerían en el Templo

(atender a la gente, contar las limosnas, hacer compras, etc).

Aunque los servidores del Templo eran levitas, y por tanto

sacerdotes, incluso en esa época se les llamaba a unos servidores

(del Templo) y a otros sacerdotes. O sea que aunque el Templo

Page 93: La Luz de la Diaconía

84

después contara con otros servicios menores, tales como los

porteros, ya entonces se articulaba en torno a estos tres grados. El

sacerdote era el que ofrecía el cordero (u otro sacrificio) sobre el

altar. Él era el sacerdote, aunque a su lado tuviera a un servidor que

le ayudara físicamente a poner sobre el fuego la víctima.

Las tres partes del Templo también simbolizan los tres grados

del orden sacerdotal.

El sancta sanctorum: El debir era el lugar donde entraba sólo el

sumo sacerdote. Obsérvese que el sumo sacerdote no ofrece allí

ningún sacrificio. Símbolo esto de que si lo comparamos con el

presbítero, el obispo no tiene un poder sacramental superior

respecto a la Eucaristía. En la Antigua Alianza, el sumo sacerdote

no ofrecía sobre el altar de los holocaustos un sacrificio distinto al

de cualquier otro sacerdote. Su sacrificio no era distinto ni en sus

ritos, ni en sus víctimas. En esto veo una prefiguración de que en

la Nueva Alianza el sacerdocio episcopal no es sacrificialmente

superior al del sacerdote. El obispo desempeña un sacerdocio

litúrgico superior, pero sacramentalmente su sacrificio es idéntico

al del presbítero.

La cámara intermedia: El hekal era la parte del santuario justo

delante del sancta sanctorum, es símbolo del segundo grado del

orden sacerdotal. Allí realizaban sus funciones los sacerdotes.

El vestíbulo: El ulam era la pequeña cámara que servía de

vestíbulo.

Page 94: La Luz de la Diaconía

85

Incluso en las ceremonias que tenían lugar en el altar exterior,

vemos simbolizada la labor de los diáconos. Pues ellos junto con el

sacerdote colocaban la víctima sobre el fuego del altar. Los

servidores del Templo acercaban y retiraban todos los elementos

necesarios para el sacrificio. Lo mismo que el diácono está al lado

del sacerdote ofreciendo la Víctima, lo mismo sucedía con los

servidores del Templo y los sacerdotes. Pues el sacerdote

necesitaría de ayuda para levantar al animal hasta el altar. En la

función de degollar a las víctimas se salpicaría sangre.

Es muy razonable que sobre sus túnicas tanto los sacerdotes

como los siervos que oficiaban junto al altar, se colocaran una

prenda encima para no mancharse tanto con las salpicaduras. De no

hacerlo así, quedarían manchadas con sangre todas las vestiduras

que portaba el sacerdote: la túnica de lino, la túnica superior, el

efod y los otros elementos menores. Era razonable pensar que al

matar el animal y al subirlo al altar, llevaran puesto algo encima

cubriéndolos para proteger las prendas sacerdotales. En esa prenda,

podemos ver prefigurada la dalmática y, por supuesto, la casulla.

Esa prenda en la Antigua Alianza estaría roja con la sangre

de los sacrificios. En la Nueva Alianza, esa prenda está engalanada

con la preciosa sangre del Cordero Inmaculado.

Page 95: La Luz de la Diaconía

86

Los tres grados en el descendimiento de la

Cruz ……………………………………………...………………….…………

Podemos entrever los tres grados del sacramento del orden en

el descendimiento de Cristo de la Cruz. El obispo está simbolizado

en el Apóstol Juan. Todo obispo por su cargo tan trascendental para

la Iglesia, debería recostar su cabeza en el pecho de Jesús y estar

siempre al lado de María Santísima.

El sacerdote está simbolizado en el hombre que subió por las

escaleras a desclavar el cuerpo de Cristo. San Juan no podía haber

sujetado y desclavado al mismo tiempo el pesado cuerpo de un ser

humano. Uno (al menos) sujetaba y otro desclavaba.

El diácono está simbolizado en el que recibió ese cuerpo en

la parte inferior de la escalera. El que esperaba al pie de la Cruz,

recibió ese cuerpo en sus manos (como el diácono que lo recibe en

sus manos) y lo puso sobre la sábana (símbolo de los corporales).

Las escaleras con todos sus peldaños representan la elevación tan

diferente a nivel de potestad sacramental que existe entre el

presbítero y el obispo respecto del diácono. San Juan que sujetaba

el cuerpo y el que desclavaba estaban subidos en dos escaleras, el

que recibe el cuerpo está abajo. El diácono recibe el Cuerpo, pero

está (a nivel de potestad sacramental) al nivel de los laicos.

La acción de arrancar los tres clavos representa la fórmula de

la transubstanciación. Pues con unas meras palabras humanas el

Page 96: La Luz de la Diaconía

87

sacerdote desclava el Cuerpo de Cristo que cae de la Cruz hasta el

mármol del altar. Lo mismo que el cuerpo cayó bruscamente del

madero, así también el Cuerpo de Cristo y su Sangre cae

bruscamente desde lo alto en ese justo instante.

Los acólitos están representados en los que ayudaron a

sostener las escaleras, a llevar las herramientas para ayudar al

presbítero que ascendía por la escalera. Los acólitos entregaban los

instrumentos y los recibían cuando el que estaba en lo alto de la

escalera ya no las necesitaba. Como se ve, en torno a la Cruz

estaban los acólitos y los ministros sagrados lo mismo que

alrededor del altar. Los laicos están simbolizados en aquellos

presentes en el sacrificio del Calvario, pero que no tocaron el

Cuerpo de Cristo.

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Ester, Judith y Ruth ………………………………………..………..………………….…………

En una lectura espiritual, podríamos decir que los tres grados

del sacramento del orden están simbolizados en los libros de Ester,

Judith y Ruth.

Ester simboliza el episcopado. Por eso es reina, vive en un

palacio y viste lujosos trajes. Es la única de las tres que lleva

corona.

Judith simboliza el presbiterado. Por eso tiene en su mano la

espada que representa la espada del poder espiritual. Poder

espiritual que destruye el mal, y da la vida al pueblo.

Ruth simboliza el diaconado. Es humilde y por amor sirve al

prójimo, en este caso Noemí su suegra. Ruth no lucha, sino que

alimenta y ayuda. Es la caridad.

Incluso en los tres nombres podemos ver un símbolo. Pues en

el nombre de Ester proviene del persa “stara”, que significa

estrella. El nombre conviene al obispo que debe brillar como una

estrella.

El nombre de Judith proviene de “yehudah” (alabado) que a

su vez proviene de “yahad” que significa varias cosas, entre ellas

dar alabanza o dar gracias. El nombre conviene a aquel que realiza

la eucaristía, que significa acción de gracias.

Page 98: La Luz de la Diaconía

89

El nombre de Ruth proviene de la raíz “raah”, que significa

compañera. El nombre conviene al diácono que debe ser el

compañero del sacerdote.

Curiosamente, las tres mujeres obran sus acciones tras una

comida. La comida que obtiene que se logren sus buenas acciones,

simboliza el banquete eucarístico. Las tres se lavan (símbolo de la

purificación necesaria para acceder a cada uno de los tres órdenes),

las tres se ungen con perfumes (símbolo de la santidad) antes de la

comida (símbolo de la misa). Las tres mujeres dan vida: una siendo

reina con esplendor, otra con la espada de su poder, otra sirviendo

con caridad. Las tres se embellecen, como símbolo de que los tres

grados del orden sacerdotal deben esforzarse en la vida espiritual

para finalmente mostrar la belleza de las virtudes de Cristo. La

belleza de las tres mujeres es símbolo de la hermosura del alma del

consagrado. Tres mujeres bellas y, sin embargo, cada una servirá

al Pueblo de Dios de un modo distinto: una servirá en el esplendor,

otra en la fuerza, otra en la humildad. Una sirve en el palacio que

representa la catedral, otra en la tienda que representa la iglesia,

otra en el campo que simboliza el trabajo de la caridad.

Hay tres frases que dicen las tres mujeres antes de sus

acciones decisivas: Vengan el rey y Hamán al banquete que yo les

preparé mañana (Ester 5, 7). Dame fuerza, Señor (Judith 13, 7).

Soy Ruth, tu sierva. Extiende sobre tu servidora el borde de tu

manto, pues tú eres goel (Ruth 3,9). Expliquemos cada una de estas

tres peticiones dirigidas a un rey, al Rey y al bisabuelo de un tercer

rey.

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Vengan el rey y Hamán al banquete que yo les preparé mañana

(Ester 5, 7). Símbolo de que el obispo sirve a Dios realizando sus

funciones en el banquete eucarístico. Lo mismo que Ester

embelleció el banquete, preparó una comida y habló, así también

el obispo embellece el banquete con la magnificencia litúrgica,

prepara la comida que es Cristo y habla. Habla en esa cena pascual

tanto para pedir a Dios, como para preparar una comida espiritual

que son sus palabras dirigidas a los fieles.

Dame fuerza, Señor (Judith 13, 7). Símbolo de la fuerza de los

sacramentos. Aunque el paralelismo con el presbítero no se reduce

a esto, pues Judith también es la que guía (Judith 11, 19) y la que

ora (Judith 12, 6). Preciosa la frase que le dedica Holofernes a

Judith y que si se dijo justamente de esa mujer, más justamente se

aplica al sacerdote: Bien ha obrado Dios al enviarte por delante

del pueblo para que seas poder en nuestras manos (Judith 11, 22).

Sí, el orden del presbiterado es guía del Pueblo de Dios, así como

poder en las pobres manos de humanos.

Soy Ruth, tu sierva. Extiende sobre tu servidora el borde de tu

manto, pues tú eres goel (Ruth 3,9). El goel es el salvador, actúa

como libertador. Sobre los diáconos, el Salvador (aun sin darles la

espada de Judith) ha extendido el borde de su manto. Además,

llevará el alimento a su suegra necesitada, símbolo también de la

acción caritativa. El diácono lleva a las casas el alimento material

y el espiritual.

Sobre el obispo, Dios ha puesto no sólo vestiduras nuevas,

como en el caso de Ruth, sino también una corona, como Dios hizo

con Ester. También el periodo de preparación ha sido más largo en

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91

Ester que en el de Ruth (véase la descripción de Ester 2 frente a

Ruth 3). Sobre los presbíteros, Jesús ha extendido todo su manto,

pero además les ha dado una espada de poder espiritual. En Judith

y en Ester aparecen los eunucos, referencia a la castidad por el

Reino de los Cielos. Mientras que Ruth se casa, símbolo del

matrimonio de los diáconos permanentes. Ester se prepara para su

misión con los refinamientos de palacio, símbolo de la exquisita

preparación teológica y espiritual que requiere el episcopado.

Mientras que Ruth se prepara a través de la caridad.

Puede parecer que Ruth tiene poca importancia. Pero es de

Ruth de quien nacerá el Mesías. Ni Ester, ni Judith, serán

mencionadas en el Nuevo Testamento. Mientras que la sencilla

Ruth aparecerá en el mismo pórtico del Evangelio.

Ester está rodeada de esplendor. Ruth está rodeada de pobreza

y trabajo. Pero quizá sea la humilde Ruth la que gana más mérito

para el cielo con su sufrimiento, que Ester con su magnificencia o

Judith con su audacia. Sólo Dios sabe quien de las tres está más alta

en el palacio del Cielo.

Unas pequeñas consideraciones más me gustaría hacer

respecto a algunos versículos. ¿Qué debe hacerse con un hombre

a quien el rey desea honrar? (Ester 6, 6). Recuerda, hombre, que

el Rey te ha hecho obispo porque ha deseado honrarte. Recuérdalo

cada día de tu episcopado, para así darle gracias a Dios. No sea que

Él te haya honrado, y tú no te acuerdes de agradecérselo y creas

que te mereces esa honra.

¡Un hombre a quien el rey desee honrar! Que traigan una

vestimenta real, con que se ha vestido el monarca, y el caballo

sobre el cual el rey monta, en cuya cabeza va puesta una corona

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real (Ester 6, 7). La corona es la mitra, la vestimenta real con la

que te ha revestido Jesús es tu sacerdocio del tercer grado, el

caballo es el honor que se te confiere, que te eleva, y que hará que

te paseen por la plaza de la ciudad pregonando (merecidas o no)

alabanzas a tu persona (Ester 6, 9). Sí, debes dar gracias a Dios

cada día.

Ya que hemos hablado de estas tres mujeres, me gustaría

añadir algo más sobre el tema de las mujeres en la Biblia como

símbolos de realidades espirituales, aunque ya no tengan que ver

con el sacramento del orden. Y así Deborah simboliza el carisma

extraordinario, y la Sulamita, la mujer del Cantar de los Cantares,

simboliza el misticismo.

En el Nuevo Testamento estaría la sexta mujer, Marta que

simboliza la sencillez del trabajo común, la vida ordinaria en

definitiva. La séptima mujer sería María Magdalena, que simboliza

la oración. Si las primeras tres mujeres (Ester, Judith y Ruth)

simbolizaban los tres grados del orden, las otras tres simbolizan la

oración, los carismas extraordinarios y el misticismo. En medio de

ellas está Marta: el trabajo.

La síntesis de estas siete mujeres es María, Madre de Jesús de

Nazareth, que tiene la realeza de Ester, la fuerza de Judith, la

caridad de Ruth, la laboriosidad de Marta, la escucha de María

Magdalena, los carismas de Deborah, y la unión con Dios de la

Sulamita.

Page 102: La Luz de la Diaconía

93

IV Parte ……………………………………………………………………………………………

Cuestiones Finales

Page 103: La Luz de la Diaconía

94

Las tres diaconías ………………………………………….………..………………….…………

Las tareas que desempeñan los diáconos, pueden agruparse

en torno a tres diaconías: liturgia, palabra y caridad.

La diaconía de la liturgia: El diácono es un ornato de la Casa de

Dios. También él ofrece el sacrificio sobre el altar. El diácono ya

tiene que sentirse orgulloso de poder tocar los vasos sagrados.

Mucho más de poder entrar en contacto con el Dios Infinito

Encarnado en la Eucaristía. El contacto con las cosas santas

santifica.

Recuerde así mismo que el rezo de las horas canónicas

supone el desempeño de un oficio sacerdotal. En cada hora

canónica, ofrece un sacrificio espiritual.

La diaconía de la Palabra: El diácono proclama las palabras de

Jesús al leer el Evangelio, y cuando predica rodea esta Palabra

Divina con sus propias palabras humanas. El diácono debe

aprender a leer de un modo lo más bello posible. Normalmente, los

diáconos piensan que ya saben leer y que, por tanto, no precisan

aprender nada más. Sin embargo, qué diferencia hay entre unos

lectores y otros. En la impostación de la voz, en el tono, en el ritmo

y vida que otorgan a las palabras que leen hay gran diferencia de

unos a otros.

Page 104: La Luz de la Diaconía

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Hay textos de la Palabra de Dios que deben ser proclamados,

otros son una súplica, hay textos narrativos que piden un modo más

neutro de ser leídos (como cuando se lee la descripción de una

batalla), hay textos que desbordan alegría, otros majestad. El

mismo modo de concluir con un rotundo ¡Palabra de Dios!, admite

muchas posibilidades. El oficio de lector de la Palabra no es poca

cosa.

En torno a las Escrituras, está el oficio de predicar del

diácono. Es decir, sus palabras deberían ser un eco de las palabras

de Jesús. Las palabras del diácono que predica con el Espíritu Santo

en sus labios, recorrerán las palabras de Jesús, las venerarán, las

regarán como un agua vivificadora en las almas de los que

escuchan. Serán palabras llenas de vida. En algunos casos, las

palabras del diácono no sólo serán un eco de las de Jesús, sino una

profundización en las palabras del Mesías como si Él mismo allí

presente les explicase su Palabra y fuese más allá.

Hay que prepararse para predicar, si no uno cae en las

repeticiones y en lo superficial. Cuántas predicaciones son

repeticiones de cosas archiconocidas en las que no hay ni un

mínimo asomo de novedad. Encima, si con caridad le decimos algo

al predicador, nos contestará ofendido que ¡el mensaje es siempre

el mismo!

Qué distinta es la rutina del que no se prepara, frente a

aquellos predicadores en los que las palabras siempre brillan con

un fulgor nuevo. Hay feligreses que al salir de casa para ir a la misa

dominical, se preguntan con gusto y expectación cómo será hoy la

homilía, y la aguardan con deseo.

He sido testigo, cuando era yo un laico, cómo en una

parroquia con dos sacerdotes, cuando salía a predicar el párroco,

alguno por lo bajo decía: qué pena. Y lo decían sin malicia, sin

ánimo de herir al párroco, ni de crear mal ambiente. Pero estaban

Page 105: La Luz de la Diaconía

96

deseando que predicara el anciano coadjutor. De este tipo de

detalles deberíamos tomar nota los que tenemos el oficio de

predicar. ¿Qué hace que los fieles ansíen escuchar a uno y se

aburran con otro? La postura de los predicadores es siempre la

misma: Claro, ¡el otro es un populista!

Aunque el oficio de predicar sea uno de los oficios propios

del diácono, éste no puede exigir al párroco que le deje predicar.

Será el párroco el que decidirá cuándo puede predicar su diácono.

Y digo “su”, porque el diácono está allí para ayudar al párroco.

Si el párroco decidiera predicar prácticamente siempre, el

diácono debería aceptar tal decisión de gobierno del pastor. Ahora

bien, lo lógico es que también el diácono predique, al menos, varias

veces al año. El párroco que no deja predicar al diácono es como si

con las obras dijera: yo predico mejor.

Si el párroco prefiere predicar todos los domingos, lo lógico

sería permitir que el diácono permanente predicase algunos días de

diario. En ningún caso, sería lícito que el párroco pusiera obstáculo

alguno a que su diácono permanente organizara algo donde pudiera

ejercer el ministerio de la predicación: encuentros para leer la

Biblia, reuniones de formación teológica, etc. El diácono debería

obedecer si hasta eso le fuese prohibido. Pero en una situación así,

el obispo debería ser informado para ver si el problema es el

diácono o el presbítero. Y tras investigar qué pasa en esa parroquia,

habría que decir las cosas con claridad o a uno o a otro. Es injusto

aplicar a un diácono una prohibición y que él no sepa la causa de

esa prohibición.

La diaconía de la caridad: El diácono puede dar limosna a los

pobres, ir a las casas de los enfermos, visitar a los presos. Estas

cosas las puede hacer porque se las hayan encargado en la diócesis

Page 106: La Luz de la Diaconía

97

o en la parroquia, o las puede hacer motu proprio sin necesidad de

que nadie se lo encargue expresamente. El mero hecho de ser

diácono ya le debería mover a la caridad. No debería decir: cómo

nadie me ha encargado de eso. El mero hecho de ser diácono ya es

un encargo a realizar obras de caridad.

Cualquier capellán de prisiones se sentirá contento de que un

diácono le pida acompañarle un día. No se diga a sí mismo el

diácono: no tengo tiempo. Nadie le exige que dedique días enteros

a visitar presos, pobres o enfermos. Dios sólo le dirá: Estuve preso

y me visitaste. Hacerlo una sola vez, producirá frutos en su alma.

Si el diácono no está encargado de repartir las limosnas de la

parroquia, al menos puede dar algo de su propio dinero. Por

supuesto que el diácono siempre podrá visitar a los enfermos de su

parroquia, o las residencias de ancianos, escuchar a feligreses con

depresión, a cónyuges con problemas en su matrimonio.

Insisto en que no estoy diciendo que emplee mucho tiempo

en estas tareas, si le han encomendado otras labores en la parroquia.

Pero será muy recomendable que haga algo, aunque sea muy poco,

de estas labores específicas del diácono.

Esto es válido no sólo para los diáconos permanentes, sino

también para los transitorios. Porque si esfuerza en el instersticio

en todo eso, durante toda su vida sacerdotal se acordará del fervor

que le movió, cuando era diácono, a pedir a tal o cual capellán el

acompañarle un par de horas a la semana. Lo triste sería que el

diácono se pasara todo su intersticio simplemente estudiando o

como mucho ayudando en la misa. El intersticio de tiempo diaconal

hay que llenarlo de sentido. No es un mero tiempo de espera.

Otras diaconías. Muchos diáconos se encargan de parte del

trabajo del despacho en su parroquia. Otros hacen eso mismo en la

Page 107: La Luz de la Diaconía

98

curia diocesana, algunos con encargos pastorales que requieren

coordinar a los presbíteros de la diócesis. Las diaconías son muy

diversas, extraordinariamente diversas. Alguien puede ejercer su

servicio arreglando los ordenadores del obispado, otro puede

ejercer su servicio haciendo carteles diocesanos, otro buscando

financiación para construir templos.

El ministerio de algún diácono puede consistir en disponer,

dar instrucciones, organizar a un grupo de presbíteros en un campo

pastoral concreto que le ha encargado el obispado. Lo cual entra

perfectamente dentro de la tradición de la Iglesia. Pues en ese caso

el diácono ejerce una auctoritas recibida del obispo. El sacramento

del diaconado le ha configurado para ser adecuado portador de una

autoridad delegada sobre otros clérigos.

El sacramento del orden convierte al diácono en recipiente

adecuado para contener y ejercer la autoridad episcopal que se haya

depositado en él. Ningún presbítero debería tener reticencia alguna

a obedecer a un diácono. El presbítero debe obedecer a otro clérigo

portador de esa autoridad, aunque carezca de potestad sobre

determinados sacramentos. Lo uno no tiene que ver con lo otro.

Hay que evitar totalmente y siempre que los laicos tengan

autoridad de cualquier tipo sobre presbíteros. Lo lógico es que

autoridad de gobierno y sacramento del orden vayan unidos. La

voluntad de Cristo es que la auctoritas regiminis (autoridad para

gobernar) se deposite sobre alguien investido con la santidad del

sacramento. La santidad del sacramento es como una concha sobre

la que se deposita algo tan sagrado como la autoridad en la Iglesia.

El trabajo de despacho, bien sea en la curia, bien sea en la

parroquia, es un verdadero servicio. A veces tedioso, a veces

oculto, a veces poco considerado, pero necesario para el

Page 108: La Luz de la Diaconía

99

funcionamiento de la Iglesia. En ocasiones, el servicio de la caridad

no consiste en dar directamente monedas a los pobres, sino en hacer

cuentas en la parroquia. Es lógico que uno disfrute más poniendo

monedas de plata o panes en las manos de los pobres, como en los

primeros tiempos. Pero para que los necesitados sean ayudados hoy

día, hay que dedicar tiempo con papeles, haciendo números y

realizando llamadas de teléfono. Lo que importa es que la caridad

sea realizada, sin que sea necesario que nosotros sintamos el placer

de poner el trigo en la mano que se extiende hacia nosotros.

Otro servicio que, a menudo, los párrocos encargan a los

diáconos es el asistir a las reuniones parroquiales, para que así ellos

no tengan que ir. Sean las reuniones útiles o se multipliquen en

exceso, son otro modo de servir. Es cierto que hay reuniones llenas

de utilidad, y otras que por su naturaleza son terriblemente

aburridas. Labor del diácono es sonreír y servir con alegría en uno

y otro caso.

Es defecto no infrecuente de los diáconos jóvenes, llenos de

celo, el hablar demasiado y no dejar hablar a los demás. El diácono

transitorio siente muchos deseos de predicar, de enseñar, de ejercer

como maestro. En las reuniones esfuércese el diácono no sólo en

hablar, sino también en escuchar. Las reuniones son para hablar

entre todos, si no ya no es una reunión sino una lección. Son

muchos los clérigos que transforman las reuniones en lecciones

magistrales. Son muchos los clérigos que el poco tiempo que

dedican a escuchar al laico, lo hacen para ver qué hay que decir

para convencerle, para enseñarle, para rectificar algo.

Hablar entre todos no consiste sólo en escuchar al clérigo

presente. Es un peligro mayor éste en los diáconos jóvenes

transitorios por la juventud de estos y su mucho celo por “impartir

doctrina”. A veces el mucho ardor por evangelizar, unido a la

Page 109: La Luz de la Diaconía

100

inexperiencia, lleva al joven diácono a obligar al laico a escucharle,

porque el diácono quiere convencerle de algo respecto a la defensa

de la ortodoxia o a cualquier tema eclesial. Hay que aprender a

escuchar. No todos los seres humanos saben dialogar.

Algunos creen que dialogar es convencer, y que, si el otro es

un laico y no piensa como tú, es que se está resistiendo y no es

humilde. Éste es un defecto en el que es fácil caer cuando uno ha

estudiado teología durante años y lo sueltan por primera vez en la

pecera parroquial con ganas de comerse el mundo.

Las reuniones son especialmente cansadas si no hay

encuentro y diálogo. Diálogo verdadero, no falso diálogo. Un modo

de saber si nos estamos equivocando será preguntarnos: cuánto

tiempo he hablado yo, cuánto tiempo ha hablado el resto.

El diácono permanente es una persona de más edad, y suele

ser más madura. Con lo cual este peligro no suele existir. Además,

justo es reconocer que los diáconos permanentes suelen ser más

humildes. Están más convencidos de su lugar como servidores

eclesiales. Mientras que los diáconos transitorios están deseando

“desprenderse” del diaconado cuanto antes. Recuerdo a un

sacerdote formador en mi seminario que dijo una vez ante todos los

seminaristas: El tiempo de diaconado es el tiempo más tonto del

mundo.

Cuando un clérigo preside una reunión, debe ser consciente

de que aquello es una reunión. No es lo mismo una conferencia que

una reunión para dialogar. Debemos advertir con claridad

previamente qué es una charla, una lección, una conferencia y qué

es un encuentro, una reunión, un café todos juntos. Los diáconos y

los presbíteros tienen que intentar que una reunión parroquial sea

un lugar de diálogo. En mi parroquia, cuando nos reuníamos a leer

y comentar las Escrituras, de vez en cuando, había varias personas

que acabada la reunión me decían que hubieran preferido que yo

Page 110: La Luz de la Diaconía

101

hubiera hablado más rato. Yo con amor les decía: Para eso está el

sermón de la misa. Ahora quería escucharos a vosotros. No era un

ejercicio de falsa humildad. En realidad, yo disfrutaba escuchando

a los laicos. Sobre todo, si son reuniones para comentar las

Escrituras, los clérigos debemos disfrutar al ver cómo el Espíritu

nos habla a través de nuestras ovejas. Si estamos allí no

disfrutando, sino como un trabajo, los fieles lo notarán. Se nota

cuándo alguien disfruta de una reunión, y cuándo está allí por

obligación.

Hay que tener cuidado con esto, mucho cuidado. Porque he

conocido a clérigos que sólo abrían la boca para enseñar. Al final,

incluso cuando estaban entre hermanos sacerdotes, sólo hablaban

para dar doctrina. Y si no estabas de acuerdo con algo que decían,

es que no eras humilde. Hay sacerdotes siempre solemnes, siempre

conscientes de su dignidad, con una consciencia que les impide

estar relajados, que les impide ver al otro hermano sacerdote como

un igual. Bien porque tiene mala doctrina, piensan, bien porque no

tiene una gran vida espiritual. Hay que tener mucho cuidado, no es

un defecto frecuente, pero sucede especialmente en aquellos

convencidos de poseer una ortodoxia superior o una vida ascética

por encima de los otros. Los diáconos deben ser un recuerdo

medicinal de la necesidad de ser humildes. Un diácono debería ser

justo lo contrario de ese defecto sacerdotal.

Me acuerdo de una diócesis en la que asistí a varias reuniones.

Allí había un diácono permanente, delegado del obispo con varios

trabajadores laicos bajo sus órdenes; no sólo era delegado, sino

también muy amigo del obispo. Este diácono, cuando hablaba en

las reuniones diocesanas, parecía que hablaba un sargento a sus

reclutas. Todo en él recordaba al perfecto sargento. Nunca le

escuché, ni una sola vez, que no hablara para reñir a los presbíteros

allí congregados. No era sólo lo que decía, su tono, su voz, sus

gestos. Hasta su mirada era imperiosa y recriminatoria. La

Page 111: La Luz de la Diaconía

102

sensación que uno tenía sin poder evitarlo era que se había

dedicado al activismo. Había trabajado mucho, sí. Pero eso no

había ido acompañado de una vida de oración. Tenía una alta

consideración del servicio que él mismo prestaba a la diócesis. Se

consideraba a sí mismo muy efectivo, un gran organizador. En sus

discursos uno tenía la sensación de que, en el fondo, estaba

transmitiendo este mensaje: vosotros os dedicáis a vuestros puestos

como funcionarios, yo me desvivo por los pobres. No se percibía

en él nada de espiritualidad. Hubiera dado la sensación de estar ante

el ejecutivo de una empresa, sino fuera porque daba la impresión

de ser más bien un sargento. He puesto ante vuestros ojos este caso

extremo, para que cada uno se lo aplique y evite los errores

viéndolos en carne ajena. Vida espiritual y trabajo deben unirse en

armonía. Oración y ministerio. En el ejercicio del servicio, uno

puede convencerse de la propia gran valía hasta llegar al desprecio

de los demás.

Recuerdo que en la mañana del día de mi ordenación como

sacerdote, mi obispo me mandó al supermercado a comprar un

pollo. No fui a comprar ese pollo porque me apeteciera. No pensé:

No me hice diácono para comprar pollos. Cuando decidí ir al

seminario, tenía en mente la conversión de las almas, la celebración

de la santa misa, la labor del confesonario, y tantas otras cosas. No

se me pasó por la cabeza que mi trabajo fuera comprar pollos, poner

la mesa en el obispado, llevar en mi automóvil de un lugar a otro al

vicario general que no conducía, y tareas por el estilo. Pero las

labores materiales son necesarias para la Iglesia.

No tengo la menor duda de que cuando estaba comprando ese

pollo, estaba ejerciendo mi diaconía. Dios quería que obedeciera a

mi obispo. Y mi obispo me mandó comprar un pollo. Así que, sin

ningún género de dudas, estoy seguro de que Dios, en ese

Page 112: La Luz de la Diaconía

103

momento, de las muchas cosas que yo podía hacer, lo que quería

que hiciera, era que comprara ese pollo. Esa mañana podía haber

predicado, podía haber estado rezando en la capilla, podía haber

hecho infinidad de cosas bellas, nobles y espirituales, pero Dios no

quería que hiciera esas cosas, Él quería que ejerciera esa labor

material.

He insistido en la anécdota de que mi obispo me enviara al

supermercado unas horas antes de mi ordenación, para que todo

diácono y presbítero nunca diga: yo no me he ordenado para esto.

Como si hubiera labores que desdijeran de la dignidad del

sacramento. Lo único que desdice de la dignidad del sacramento es

el pecado.

Page 113: La Luz de la Diaconía

104

Qué no es el diácono …………………………………..………………….…………

El diácono no es ni un cura con limitados poderes, ni un laico

al que se le han confiado algunas funciones. Tanto la tradición

histórica recibida como los signos sacramentales de su ordenación,

nos indican que no es ni lo uno ni lo otro.

No es un laico que ejerce algunas funciones porque recibe una

marca en su alma, porque recibe un sacramento distinto al que

recibe el laico. La diaconía no es una realidad sacramental

intermedia entre los laicos y los clérigos. El diácono es clérigo,

parte de la jerarquía, ha recibido el sacramento del orden. El

diaconado no es un sacramento intermedio entre bautismo y

presbiterado, sino un grado del orden.

Pero el diácono tampoco es un presbítero con poderes

limitados, pues la diaconía posee entidad propia. Dios no ha

decidido instituir una realidad defectuosa, una realidad que carece

de perfección. Dios en su creación no crea lo bueno, lo perfecto, y

después dice: ahora creemos lo imperfecto, lo limitado. Eso no lo

hace ni en su creación material, ni en su creación espiritual. Todas

las obras de Dios están dotadas de plenitud. El diaconado es

perfecto en sí mismo. El diaconado podría existir con plenitud de

sentido, aunque fuera el único grado del sacramento del orden.

Dios podría haber dirigido a su Iglesia únicamente con

diáconos, sin otros sacramentos que el bautismo, el matrimonio y

orden sacerdotal reducido a su primer grado. De hecho, guió al

pueblo hebreo durante dos mil años sin ninguno de los siete

sacramentos.

Page 114: La Luz de la Diaconía

105

La diaconía brilla por sí misma, se justifica por sí misma. La

cabeza de la Iglesia, el caput Ecclesiae que representa a Cristo,

podría haber sido un cuerpo enteramente formado por diáconos.

Podemos imaginar cómo hubiera sido la Historia con una jerarquía

de la Iglesia constituida por diáconos, archidiáconos,

protodiáconos, diáconos-patriarcas, diáconos-cardenales y

finalmente un Diaconus Christi Vicarius, un Diácono Vicario de

Cristo. Sin embargo, Dios ha sido más generoso con sus riquezas

espirituales, y nos ha dado más.

Todos los textos del Código de Derecho Canónico sobre los

diáconos, tanto los anteriores a la corrección del Motu Proprio

Omnium in Mentem, como los posteriormente corregidos, son

correctos en todas y cada una de sus palabras, en todos y cada uno

de sus aspectos, en todas sus enseñanzas. Pero ninguno de ellos

expresa de forma total y completa todas las facetas de este misterio.

Page 115: La Luz de la Diaconía

106

Algunas oraciones para rezar durante el

tiempo de diaconado ………………………………………….…………………………………..…

Si eres un diácono transitorio, te ofrezco algunas oraciones y

jaculatorias para ser rezadas durante el tiempo de intersticio hacia

el presbiterado. Si eres un diácono permanente, puedes rezar de

tanto en tanto algunas de ellas si lo ves conveniente.

Lo primero que se ofrece aquí es una letanía, para que te

encomiendes cada día a los primeros siete diáconos que hubo en la

Iglesia. Los nombres de los que tuvieron la inmensa fortuna de ser

ordenados por las manos de los Doce Apóstoles, aparecen en

Hechos de los Apóstoles. Aunque sólo el primero, San Esteban, es

santo. Después se ofrece una letanía con algunos de los santos

diáconos que ha habido en la Historia. Como es lógico, sólo se trata

de una selección.

Page 116: La Luz de la Diaconía

107

letanía de los diáconos ………………………………………………………………………………………………..

Primeros siete diáconos de la Iglesia

San Esteban, ruega por mí.

Felipe

Prócoro

Nicanor

Timón

Pármenas

Nicolás

Algunos diáconos santos de la Historia

San Efrén

San Vicente

San Adalberto

San Lorenzo

San Isauro

San Marino

San Francisco de Asís

Todos los santos diáconos que ya

contempláis la faz divina, rogad por mí.

Santa maría Virgen, ruega por mí para que sea un buen diácono.

Oración

Señor, Dios Todopoderoso, ayúdame para que sea un buen

diácono, cultive tu Palabra, ayude a los pobres y sirva a la Iglesia.

Por Cristo, Nuestro Señor.

Amén.

Page 117: La Luz de la Diaconía

108

Durante el intersticio hasta el presbiterado, el diacono puede

repetir las jaculatorias que aparecen a continuación. Las cuales son

sólo un ejemplo. Pues cada uno puede buscar aquellas que más

devoción le produzcan:

Señor, haz de mí un buen diácono.

Servir y desaparecer.

Servir y que no se me considere.

Señor, haz que desee que me den las labores que nadie quiera para sí.

Jesús, preferir los desprecios a los elogios.

Desear ser discípulo, antes que maestro.

Ser olvidado, mejor que brillar.

Jesús, siervo y humilde.

Jesús que lavaste los pies de tus discípulos, lava mi corazón.

María, hazme humilde. María, hazme pequeño.

Señor, no soy nada. Señor, que sepa que no soy nada.

El diácono al colocarse la estola puede recitar esta oración:

Dona mihi, Domine, stolam humilitatis et servitii, et

quamvis indignus accedo ad tuum sacrum mysterium, merear

tamen gaudium sempiternum

Al colocarse la dalmática puede recitar la siguiente oración:

Indue me, Dómine, induménto salútis et vestiménto

lætítiæ, et dalmática justítiæ circúmda me semper.

Page 118: La Luz de la Diaconía

109

Las órdenes menores …………………………………..………………….…………

Colocamos en este lugar del libro el apartado dedicado a las

órdenes menores, no porque éstas pertenezcan al diaconado en

alguna manera, ciertamente no. Sino porque son ministerios que

durante siglos han precedido al diaconado, y de algún modo

constituían como el atrio al primer grado del sacramento del orden.

Su gradualidad y la solemnidad con que siempre se han conferido,

nos hacen entender mejor la sacralidad del sacramento del orden.

Las órdenes menores que precedían al diaconado eran el

ostiariado, lectorado, el exorcistado y el acolitado. El subdiaconado

era tan importante, que se le consideraba una orden mayor, junto

con los tres grados del sacramento. Pero se sabía que estas órdenes

menores y el subdiaconado no eran sacramentos, entre otras cosas

porque incluso un abad mitrado podía conferirlas, o también un

cardenal, aunque no fuera obispo.

Las órdenes menores se siguen confiriendo en las iglesias

católicas orientales así como en las ortodoxas. Aunque ya no se

confieran más estas órdenes menores en la Iglesia Católica de rito

latino de forma generalizada (solamente en algunos institutos

religiosos), entenderlas supondrá comprender mejor la grandeza

del sacramento del orden. Es decir, después de haber explicado, la

dignidad del primer grado del orden, me ha parecido bien dedicar

unas páginas a mirar por encima los atrios previos al diaconado.

Porque si antes hemos explicado el sacramento del orden

prefigurado en las tres cámaras del Santuario del Templo. Las

Page 119: La Luz de la Diaconía

110

órdenes menores serían como los atrios y cámaras adyacentes

previos a la entrada al santuario.

Esos atrios, esas estancias, eran como el marco preparatorio

a la entrada al lugar más santo. Uno percibía la importancia de la

puerta del santuario por el hecho de atravesar la gradualidad de

espacios y puertas precedentes. Exactamente lo mismo sucede con

las órdenes menores respecto a los tres grados del sacramento del

orden.

Aunque existe una diferencia esencial entre el sacramento y

los sacramentales, esas órdenes menores eran como una escala,

como una escalera grandiosa y ascendente. Por eso, la Iglesia

instituyó esos grados desde la Antigüedad, tanto en oriente como

en occidente. Las órdenes menores datan, al menos, desde el siglo

III. El sacramento del orden era algo tan excelso, que pareció bien

colocar, digámoslo así, unas gradas previas, unos vestíbulos.

Aunque aquellas iglesias antiguas eran conscientes de que existía

una diferencia radical entre la participación en el sacerdocio de

Cristo (en los tres grados del sacramento) y la concesión de

sacramentales que simplemente conferían gracias.

Ordenes menores las cuales, después de algunos siglos,

dejaron de llevar aparejadas funciones reales, pero cuyo

simbolismo permanecía en vigor. Si bien hay que recordar que las

órdenes menores no eran sólo símbolos, también conferían gracias.

En un principio existieron esos ministerios, esos servicios.

Después se sacralizaron esos ministerios, creándose los ritos para

su ingreso. Con el paso de los siglos, se perdieron esos ministerios,

pero permanecieron las órdenes menores. Porque todos

entendieron la grandiosa pedagogía que existía en esa gradualidad.

Pero para los hombres medievales esos ritos no eran meramente

pedagogía, sino ritos portadores de acciones divinas en el alma de

los que recibían esas órdenes.

Page 120: La Luz de la Diaconía

111

El ritual en el que se otorgaba la orden del ostiariado,

lectorado, acolitado, exorcistado y subdiaconado, dejaba claro que

aquello no era la mera concesión de un encargo, para ello hubiera

bastado entregarles un nombramiento. Sino que se les otorgaba al

alma un bien espiritual a través del rito.

Si bien esa gracia para ejercer bien esa función, no incluía

ningún poder3. Aun careciendo de potestas, las órdenes menores no

eran un mero ministerium, sino una gratia. Hemos mencionado

antes que las órdenes menores no eran un mero ministerio, lo cual

queda patente de un modo más claro en el hecho de que se otorgaba

una gratia para bien del alma, aunque desde hacía muchos siglos

ya no se practicaba el ministerium concreto para el cual se confería

ese sacramental.

¿Cómo se puede reducir el diaconado a un mero ministerio,

cuando eso no lo eran ni siquiera las órdenes menores? Al conferir

las órdenes menores existía la conciencia de que eran acciones del

Espíritu que actuaba a través de la Iglesia. Hasta esas órdenes

menores se consideraba que eran misterios de la gracia que

actuaban en el alma de los que los recibían.

En las diócesis de rito latino en las que no se confieren las

órdenes menores, tanto los presbíteros como los diáconos no deben

tener la idea de que han perdido algo sustancial. Pues el poder

apostólico entregado por Cristo reside en el sacramento del orden.

En las primeras generaciones, no existía ninguna orden menor. Y

el poder de Cristo se transmitía en el sacramento.

Los ministerios instituidos siglos después únicamente pedían

a Dios que otorgara gracias para ejercer esas funciones eclesiales.

3 Sólo hay una orden menor en la que la fórmula expresa la entrega de un poder, en el

exorcistado. Pero el análisis de ese caso concreto desbordaría, por su complejidad, este escrito sobre las

órdenes menores para entrar en el tema del exorcismo.

Page 121: La Luz de la Diaconía

112

Y no sólo la pedían, sino que, en virtud de ese mismo poder del

sacramento del orden, otorgaban esas gracias en nombre de la

Iglesia.

La concesión de las órdenes menores no eran una mera

petición, sino un acto de poder. Un acto en el que se verificaban las

palabras de Cristo: lo que ataréis en la tierra será atado en el cielo.

Si un cáliz quedaba consagrado al servicio litúrgico por la

bendición, la persona quedaba consagrada al servicio divino por la

recepción de la orden menor.

Qué gran sabiduría la de los antiguos obispos, que ensalzaron

el sacramento del orden rodeándolo de las cinco órdenes menores.

El divino sacramento aparecía así como tres gemas engarzadas en

un quíntuple anillo concéntrico.

Se ha conservado una carta del Papa Cornelio I, fechada en el

año 251, se trata de la Carta a Fabio, obispo de Antioquía en la que

nos ofrece una imagen de las órdenes menores en la Iglesia de

Roma en el siglo III. Pues en esa carta se afirma: Así, pues, el

vindicador del Evangelio [Novaciano] ¿no sabía que en una iglesia

católica sólo debe haber un obispo? Y no podía ignorar, ¿de qué

manera podía ignorarlo?, que en ella [en Roma] hay cuarenta y

seis presbíteros, siete diáconos, siete subdiáconos, cuarenta y dos

acólitos, cincuenta y dos entre exorcistas, lectores y ostiarios; y

entre viudas y pobres más de mil quinientas personas.

La sacralidad de estas órdenes menores, hizo que se añadiera

un rito que las precedía. Rito que no era una orden menor, sino un

atrio previo: la tonsura. Como se ve, a lo largo de siglos de Historia,

la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, sacralizó el camino de

ascensión hacia el sacerdocio.

Page 122: La Luz de la Diaconía

113

En el rito de conferir la tonsura se cortaban cinco mechones

de pelo, como formando una cruz invisible. La tonsura posterior

formando un círculo en la cabeza era un modo de mostrar la

consagración no sólo con vestiduras, sino también con un signo en

el mismo cuerpo. Un signo que no se pudiera poner y quitar.

Simbolizaba, ante todo, la consagración del clérigo. También

simbolizaba que el clérigo se cortaba los cabellos para que estos no

fueran un motivo de vanidad. El primer testimonio de la tonsura

como rito sagrado cristiano aparece en oriente ya en el año 379.

Sea dicho de paso, desde el momento en que uno entra en el

seminario, alguien que se prepara para el sacerdocio debería

mostrar una apariencia externa acorde al estado clerical. La tonsura

puede ser un buen momento para recordar que los sacerdotes

pueden llevar barba o ir afeitados. Pero que son ajenos a la tradición

clerical los bigotes, patillas largas y perillas.

Los diáconos permanentes se someterán a las normas que se

den por parte de la diócesis en la que esté incardinado. Como es

lógico, la norma podrá ser menos estricta que para los seminaristas

y los diáconos transitorios.

Pero dado que los diáconos van a estar revestidos con

ornamentos sagrados tan cerca del altar, se les recomienda que

sigan esas mismas normas que para el resto del clero. Lo que vemos

mal en el rostro de un sacerdote, no es lo más adecuado para un

diácono que está tan cerca de él en el altar.

En razón de su labor litúrgica, lo mejor para un diácono

permanente será la sobriedad y la dignidad en este tema concreto

estético. Y, desde luego, debe huir de extravagancias en sus

cabellos. Siempre será lo más digno, incluso para el diácono

permanente, o estar completamente afeitado o llevar barba,

evitando cosas intermedias.

Page 123: La Luz de la Diaconía

114

Procedo ahora a una descripción de las órdenes menores.

Aunque previamente hagamos una pequeña precisión: Si antes

hablábamos de los tres grados del sacramento del orden

(sacerdotal), es decir, tres grados de un único sacramento; ahora

hablamos de cinco realidades distintas que reunidas conforman lo

que denominamos las órdenes menores.

Estrictamente hablando las órdenes menores no forman un

todo unitario con cinco grados. Sino que son cinco órdenes

diversas. Se reciben de forma consecutiva, pero son independientes

entre sí. Y, a diferencia de los grados del sacramento del orden

sacerdotal, si por ejemplo uno recibiese la orden menor del

subdiaconado, ese sacramental no incluiría las gracias espirituales

de las órdenes que se reciben anteriormente según el orden usual.

Pues cada orden es distinta, y por eso en el ritual de cada orden se

piden gracias diferentes. Pasemos ahora a la enumeración y

descripción de las órdenes menores:

OSTIARIO: El oficio de portero es el primer grado. En este grado

se consagraba al guardián del templo, que llama a los fieles al

sonido de las campanas y conserva las cosas sagradas. Es el

guardián del sagrario y, por tanto, del Santísimo Sacramento. En la

ceremonia de ordenación, el obispo le presentaba las dos llaves del

templo sobre una bandeja y, mientras el aspirante las tocaba, el

obispo le decía: Actúa de tal suerte que puedas dar cuenta a Dios

de las cosas sagradas que se guardan bajo estas dos llaves. Todo

sacerdote debe recordar que él también es un ostiario, aunque haya

ascendido a otros grados superiores. Al mismo tiempo que protege

y conserva, el ostiario debe acoger. Gran oficio es éste de acoger a

los que se acercan a la Iglesia. Pues el que se acerca al templo

material, se acerca a la Iglesia. Cuántas veces una conversión se

Page 124: La Luz de la Diaconía

115

debe sólo a la acogida con que uno fue recibido. Recuerde el

presbítero que debe también él debe ser un buen ostiario. Es decir,

que debe custodiar el templo y sus bienes materiales y espirituales,

y, al mismo tiempo, debe acoger al que llega.

LECTOR: Es a quien se le confería el oficio de leer o cantar

públicamente en el templo las Santas Escrituras. Además, ayudaba

enseñando el catecismo al pueblo, pues leer la Palabra de Dios está

en conexión después con la enseñanza. Quien recibe este orden

también es llamado, a veces, cantor. En la ceremonia de

ordenación, el obispo le presentaba el Misal Romano (pues en él

estaban contenidas antiguamente las lecturas de la misa) y,

mientras el candidato lo tocaba con su mano derecha, el obispo le

decía: Sé un fiel transmisor de la Palabra de Dios, a fin de

compartir la recompensa con los que desde el comienzo de los

tiempos han administrado su palabra. El presbítero y el diácono

desde que reciben el ministerio laical del lectorado, deberían hacer

propósito de dedicar cada día algo de tiempo a leer las Sagradas

Escrituras. No eximiéndose de ello por leerlas en los actos

litúrgicos. Nada puede sustituir la lectura reposada, a solas, sin

prisas de la Biblia.

EXORCISTA: Es a quien se le confiere el oficio de imponer las

manos sobre los posesos del demonio, recitar los exorcismos

aprobados por la iglesia, y presentar el agua bien para ser

bendecida, bien para darla a los fieles. En la ceremonia de

ordenación, el obispo le presentaba el libro de exorcismos al

ordenando para que lo tocara con la mano derecha, y le decía:

Recíbelo y confía a la memoria las fórmulas; recibe el poder de

poner las manos sobre los energúmenos que ya han sido

bautizados o sobre los que todavía son catecúmenos. Los que

Page 125: La Luz de la Diaconía

116

habían recibido esta orden menor no podían ejercer este ministerio

sin permiso expreso del obispo. Pero esta orden menor era, para

todos y cada uno de los clérigos, un recuerdo, siglo tras siglo, de la

presencia de este ministerio en la Iglesia.

ACÓLITO: Si el lector es un servidor de la Palabra, el acólito es

un servidor del altar. Sirve en todo aquello que sea necesario para

la liturgia eucarística. También era a quien se le encargaba el

encender las velas y lámparas del templo, así como acercar el vino

y el agua al celebrante. Al ordenarse, el aspirante tocaba con su

mano derecha el candelero con un cirio apagado que le presentaba

el obispo, mientras este le decía: Recibe este candelero y este cirio,

y sabe que debes emplearlos para encender la iluminación de la

iglesia, en el nombre del Señor. Después el obispo le entregaba una

vinajera vacía, y mientras el aspirante la tocaba con los dedos de la

mano derecha, le decía: Recibe esta vinajera para proveer el vino

y el agua en la eucaristía de la sangre de Cristo, en el nombre del

Señor.

SUBDIÁCONO: Esta institución tiene su origen en algunos

obispados orientales, en los que, a imagen literal de los Hechos de

los Apóstoles, sólo se ordenaba a siete diáconos. Y, por tanto, el

resto que ejercían funciones parecidas debían ser subdiáconos. La

función principal del subdiácono es leer durante la misa, una de las

epístolas, y servir en el altar, subordinado al diácono. Al

subdiácono también se le encarga el oficio de purificar fuera del

altar los lienzos y vasos sagrados. En la sacristía, el subdiácono

asiste al diácono en la vestición del obispo.

Page 126: La Luz de la Diaconía

117

El número de las órdenes menores tiene su simbolismo. Pues

contando la tonsura, el episcopado sería el noveno paso de este

camino. El nueve es un número no sólo trinitario, sino que al ser

tres veces tres indica plenitud. Si contamos los siguientes pasos

(arzobispo y cardenal), el Papado sería el duodécimo paso, un

número de indudable simbolismo bíblico.

Page 127: La Luz de la Diaconía

118

V Parte ……………………………………………………………………………………………

Apéndice

Page 128: La Luz de la Diaconía

119

Cuando ya el libro estaba finalizado, algunas lecturas me han

hecho reflexionar y añadir esta última parte compuesta por temas

diversos. En un mundo ideal en el que yo dispusiese de gran

abundancia de tiempo, quizá hubiera integrado estas partes en la

parte teológica de esta obra. Pero no me importa que este libro

tenga un aspecto vital, de escrito que ha ido creciendo.

Repartición de la potestas sacramental ………………………………………………………………………………………………………………………..

La gran pregunta es por qué el Señor no repartió la potestas

sobre los sacramentos entre los tres órdenes. Por ejemplo, visto

desde una mentalidad humana, parecería más razonable que el

diácono pudiera confesar y dar la unción de los enfermos. También

parecería razonable que el obispo tuviera algún otro sacramento

reservado a él solamente, por ejemplo, un sacramento tan excelso

y noble como la confirmación. Incluso aunque esta reserva

implicara que quizá no todos pudieran recibir ese sacramento. Con

eso se sacrificaría el que todos pudieran recibir la confirmación,

pero se recibiría con más conciencia de la grandeza de ese

sacramento, ya que sólo lo podría conferir el poder apostólico. Y,

sin embargo, observamos que casi todo el poder sacramental se

concentra en el segundo grado. ¿Por qué esto? Y es que de esta

manera el primer grado parece que queda totalmente desprovisto

de entidad, y al mismo tiempo parece que al tercer grado se le añade

tan poco que algunos medievales se preguntaron si el episcopado

no sería meramente una adición de autoridad al segundo grado.

Page 129: La Luz de la Diaconía

120

El modo humano de organizar las cosas, sería distribuir más

entre los tres grados la potestad sobre los sacramentos. Con eso

parecería que ennobleceríamos el diaconado, y ennobleceríamos al

episcopado. Pero los pensamientos humanos, no son los divinos.

Dios quiso recalcar el carácter de servidumbre del diácono. Y Dios

no quiso privar de ninguna gracia espiritual a sus hijos, cosa que

hubiera ocurrido reservando más sacramentos al episcopado.

Según los criterios del mundo debería haber una especie de

pirámide: más diáconos, menos presbíteros, todavía menos

obispos. Pero la voluntad de Dios fue que sólo hubiera algunos

diáconos, para recordarnos la enseñanza diaconal, pero sin querer

limitar los dones que podrían recibir los fieles de cada comunidad.

Sacramentalmente, el presbiterado contiene casi todo. En

cuanto a potestad sacramental, el episcopado añade poco. Por eso,

hay pocos obispos y pocos diáconos. Los unos son pocos como

posesores de la autoridad, y los otros son pocos como

representación del servicio. En el hecho de que entre los ordenados

los presbíteros sean más del 90% hay una gran sabiduría, no ha

ocurrido fruto del azar. Ése era el plan divino. ¿Tendría sentido que

ser clérigo fuera una realidad incompleta? Si debía haber clérigos,

que estos tuvieran la potestas lo más completa posible. ¿Para qué

dar más trabajo al obispo si sólo él pudiera conferir ciertos

sacramentos?

Son pocos los obispos y pocos los diáconos, porque así lo ha

querido Dios. Pocos diáconos, porque si hay clérigos en una

diócesis es mejor que éstos puedan conferir todos los sacramentos

necesarios para los laicos. Como se ve, en el plan de Dios el

segundo grado del orden es un grado sacramentalmente completo

en sí mismo. Así como el diaconado es completo en sí mismo en

su espiritualidad de anonadamiento.

Page 130: La Luz de la Diaconía

121

El diaconado es completo para lo que se precisa en su relación

de complementariedad frente al presbiterado o al episcopado.

Como realidad independiente, no complementaria, sería algo

insuficiente. Repetimos la imagen que antes hemos expuesto:

aunque pueda haber diáconos que respondan directamente al

obispo, lo normal es que el diácono sea como un satélite orbitando

alrededor del presbítero. No es el diácono una luna que vaga de

forma independiente. Su carácter de servicio (y, por tanto, de

humildad) se ve más claramente en su puesto junto a un presbítero.

Y no se vería tanto si él mismo se convirtiera en centro.

El diaconado es una vocación, no un título de reconocimiento

al buen trabajo eclesial de un laico. Ordenado ad ministerium, lo

mejor que puede hacer un diácono es centrarse en el servicio. El

diácono se encaminará hacia la pérdida de la ilusión y hacia la

amargura si comienza su ministerio quejándose de que no se le

tiene en cuenta, de que no se valora la misión de los diáconos, de

que los presbíteros no entienden la teología acerca de su estado.

Antes he dicho que el diaconado permanente es una vocación.

Permítaseme hacer una precisión histórica. En los primeros siglos,

de entre los laicos que más colaboraban en la comunidad, a veces,

se escogía al más digno para conferirle ese misterio sagrado del

primer grado del sacramento del orden. En esa situación, el diácono

no lo era tanto por vocación interna (vocatio, llamada), sino por

vocación externa, es decir, por una llamada externa de la

comunidad que le pedía que asumiera ese servicio. Por supuesto,

que esa petición de la comunidad tenía que estar unida con el

sentimiento interno de que uno estaba llamado a ese servicio.

Dígase lo mismo, para el caso de muchos que eran elevados al

presbiterado.

Page 131: La Luz de la Diaconía

122

Hipótesis que nos llevan a comprender

mejor la realidad ………………………………………………………………………………………………………………………..

Imaginemos una hipótesis, una Iglesia en la que el

presbiterado únicamente existiera recluido en monasterios. Como

si se considerase que la capacidad de realizar las transubstanciación

fuese algo tan sagrado, que el ministro debiera ser un hombre santo

dedicado a la oración y la penitencia. Imaginemos que en cada

diócesis hay una docena de monasterios, y que el pan consagrado

fuese repartido por las parroquias de cada diócesis. Y que ese pan

consagrado, cada domingo, fuese ofrecido sobre el altar por los

diáconos, en medio de una liturgia de alabanza. El obispo sí que

uniría en su persona el poder sobre los sacramentos junto con la

autoridad sobre la diócesis.

Este modo de organizar los tres grados del orden, es uno de

los centenares de modos posibles de articular la relación entre

diáconos, presbíteros y obispos. Pero el modo en que, de hecho, se

ha articulado es obra del Espíritu Santo. Pues el modo actual es el

que hemos recibido a través de la tradición. Es decir, el Espíritu

Santo está detrás de la arquitectura esencial de la Iglesia. Los

experimentos posibles son muchos, pero no se puede jugar con algo

tan santo como la tradición. Por eso, cuando afirmamos que la

tradición ha permitido a los diáconos algo (por ejemplo, ser legados

pontificios, ser ecónomos, ser cardenales), no es un dato

meramente erudito. Es la expresión de la vida de la Iglesia durante

siglos, y que proviene como algo vivo desde los comienzos.

Page 132: La Luz de la Diaconía

123

Representación de Cristo en cada uno de los

tres grados ………………………………………………………………………………………………………………………..

Permítaseme citar a Estrada, cuando escribía:

Hay una sucesión en el munus apostolicum según tres formas ministeriales,

que desde antiguo hemos denominado episcopado, presbiterado y diaconado. Por

eso el diaconado es un ministerio jerárquico, integrado de manera unitaria en el

sacramento del orden, que es el sacramento de la representación de Cristo y de

su autoridad para edificar la Iglesia4.

Sólo el conjunto de los tres ministerios es garante del ministerio

apostólico y de la representación de Cristo Siervo, Cabeza y Pastor de la Iglesia.

Unos representan a Cristo servidor (diáconos), otros a Cristo sacerdote

(presbíteros) y otros a Cristo cabeza (obispos)5.

Pero se considera que no se puede hacer del servicio un elemento

teológico específico de la identidad del diaconado, pues es una cualidad común

a toda la jerarquía. La configuración sacramental le constituye en signo vivo de

Jesús, Señor y Siervo de todos6.

La autoridad episcopal se recibe por la missio papal. Pero

aunque la reciba desde fuera, el obispo es el recipiente natural de

la autoridad eclesiástica. Por supuesto que hay obispos sin

autoridad (los eméritos o algunos curiales), pero son excepciones.

Si dejamos aparte la autoridad, ¿qué diferencia hay entre

sacerdocio (presbítero) y sumo sacerdocio (obispo)? El sacerdote

levita y el sumo sacerdote levita estaban de igual manera ante el

altar de los holocaustos. Lo mismo ocurre ahora, el obispo y el

presbítero están ante el altar de la misma manera. Sin embargo, el

sumo sacerdote penetraba en el sancta sanctorum y consagraba

4 Álvaro Arturo ESTRADA SOLÍS, “El Diaconado en la Literatura Teológica Italiana”, en Excerpta e

Dissertationibus in Sacra Theologia, Vol. LI, n. 1, Pamplona 2007, pg 11. 5 Álvaro Arturo ESTRADA SOLÍS, Ibidem, pg 44. 6 Álvaro Arturo ESTRADA SOLÍS, Ibidem, pg 48.

Page 133: La Luz de la Diaconía

124

sacerdotes. También ahora el obispo consagra sacerdotes y ejerce

el máximo sacerdocio en la liturgia con la mayor magnificencia

posible.

Como se ve, el presbítero representa a Cristo, pero lo

representa como presbítero. El obispo representa a Cristo, pero lo

hace representando a los Apóstoles. Ésa es una diferencia. El

diácono representa a Jesús siervo, a Jesús humilde en un segundo

plano, ayudando. Y así en la misma ceremonia catedralicia tenemos

ante nuestros ojos a un ministro que representa a Cristo Sumo

Sacerdote, y otro ministro que representa a Jesús humilde, el Jesús

que calla, que trae los objetos, que lleva la jofaina y lava los pies.

En medio de estos dos extremos del Cristo del culto, y del Jesús del

servicio, están los presbíteros que representan a Jesucristo pastor.

En una misma concelebración, las tres facetas del Mesías aparecen

ante los ojos de un modo misterioso, velado.

Page 134: La Luz de la Diaconía

125

Agere in persona Christi ………………………………………………………………………………………………………………………..

Cuando el obispo da una orden o ata y desata algo en el

campo espiritual, es como si lo hiciera Cristo. Lo hace con la

autoridad recibida de Jesús y, por tanto, es como si lo hiciera Él

a través de ese obispo. El obispo puede equivocarse al dar esa

orden, pero el mandato es dado in nomine Christi. Cuando el

presbítero realiza un sacramento, es Cristo el que obra ese

sacramento a través del sacerdote. Cuando el diácono bendice,

es Cristo quien bendice. Cuando el diácono sirve en obras de

caridad, representa a Cristo que siendo sacerdote realizaba las

obras más humildes.

Algunos autores medievales intentaron, sin éxito, explicar

la episcopalidad como un ministerio eclesial. Es decir, como

una función creada por la Iglesia. Según ellos, el poder

apostólico residía en el presbiterado, y el episcopado consistía

en una mera recepción de autoridad. Según ellos, la capacidad

para conferir el sacramento del orden se encontraba en el

presbiterado, sólo que atada con la autoridad de atar y desatar.

Obsérvese el interesante paralelismo que existe en este error

sacramental, al reducir a un ministerio tanto el episcopado

como el diaconado.

La naturaleza del diaconado está íntimamente ligada con

la teología sobre el sacerdocio. Si el diaconado no participa del

sacerdocio, entonces no sería parte del sacramento del orden,

Page 135: La Luz de la Diaconía

126

y no sería un sacramento. Recibir el sacramento del orden

implica insertarse en la transmisión del munus apostolicum.

Algunos autores afirman que sólo el presbítero ofrece el

sacrificio eucarístico. En mi opinión, el diácono no consagra, pero

sí que ofrece la Víctima al Padre sobre el altar. Démonos cuenta de

que en la doxología Por Cristo, con Él y en Él… es cuando de

forma solemne el presbítero ofrece al Padre la Víctima. ¿Por qué

entonces se asocia al diácono en ese momento del ofrecimiento

solemne, cuando no hay ninguna necesidad de ello? Démonos

cuenta de que el presbítero se basta para elevar la patena y el cáliz.

Desde la perspectiva que sostengo, hay tres niveles de

sacerdocio, pero el ofrecimiento de la Víctima es igual en los tres

grados. De acuerdo que el presbítero produce la transubstanciación,

pero cuando se ofrece solemnemente esa Víctima al Padre, ¿por

qué la ofrecería más el presbítero? La Víctima se ofrece o no se

ofrece. Pero no hay forma de ofrecerla más. De hecho, la Víctima

es ofrecida en el altar por toda la comunidad allí congregada. Lo

que cambia es que el sacerdote la ofrece en nombre de todos los

bautizados allí reunidos.

El tercer grado (el episcopal) es más noble, representa más (el

poder apostólico) ante el Trono de Dios, pero no ofrece más la

Víctima, ni de un modo diverso, que el presbítero. De hecho, en ese

momento, el presbítero y el obispo van vestidos del mismo modo.

Pues en el momento del ofrecimiento el obispo no lleva ni mitra ni

solideo. Sólo la cruz pectoral y el anillo les distingue. Y hasta el

siglo XX, la cruz pectoral se llevaba siempre bajo la casulla. Esta

forma de vestir igual no ocurrió por casualidad. Sino que era un

modo de mostrar la esencial identidad de sacerdocio en ese

momento ante el altar.

Page 136: La Luz de la Diaconía

127

Desde la perspectiva meramente humana de repartir el

trabajo, ¿podría la liturgia primitiva haber evolucionado de forma

que el diácono elevase las dos especies sobre el altar, quedándose

el presbítero detrás? Podría, pero habría sido completamente

inadecuado. Porque lo propio del primer grado no es aparecer, sino

eclipsarse. Lo propio de él no es ser el centro en el culto, sino estar

en un segundo plano. Lo adecuado a su ser es colaborar, ayudar,

servir, no presidir el culto. No se ha creado el primer grado, para

después hacer de él el centro. Podrá, en ocasiones, ser el centro si

falta el presbítero. Pero no es lo propio de él. E incluso cuando lo

haga, quedará claro por su falta de poder, que eso es sólo una labor

diaconal respecto al presbítero, es decir, que está allí ayudando

porque no puede asistir el presbítero a ese acto de culto.

Criterios restrictivos

………………………………………………………………………………………………………………………..

Hay diversos modos errados de entender los tres grados del

orden. Algunos equivocadamente pueden pensar que el diácono es

un presbítero con facultades limitadas, o que el obispo es

simplemente un sacerdote que puede ordenar sacerdotes.

El criterio de entender las cosas de un modo más restrictivo o

más amplio, se puede aplicar también no sólo al ser sacramental,

sino también a la relación entre el presbítero y el obispo. Y así

algunos, equivocadamente, consideran que el único pastor de la

diócesis es el obispo, basándose en que sólo él lo es por

antonomasia. Que el obispo sea el pastor por antonomasia de la

Page 137: La Luz de la Diaconía

128

diócesis, no significa que sus presbíteros no sean pastores de sus

comunidades. Pero según esta visión duramente restrictiva habría

tres tipos de ordenados, pero sólo dos grados dotados con el

sacerdocio, y únicamente un grado (el episcopal) en el que el

ordenado sería verdaderamente pastor.

Sin ninguna duda, cierta mentalidad eclesiológica de entender

el episcopado, en la que los presbíteros son meros diáconos del

obispo, simples extensiones de su voluntad, sólo instrumentos

ejecutores de las órdenes del único pastor.

Incluso hubo alguna época, en que este modo restrictivo de

entender las relaciones entre ordenandos, se aplicó a los obispos

respecto al Papa. Viendo a los obispos como delegados papales y

sólo eso. Como se observa, la visión restrictiva no tiene límite, y

resulta empobrecedora.

Pero la visión maximalista también tiene sus riesgos. Pues

llega un momento en que el diácono en vez de ser un satélite

girando alrededor del presbiterado, se convertiría en un sol. Lo cual

desdibujaría su espiritualidad de anonadamiento. La gloria del

diácono es desaparecer.

Paralelismo con los grados del sacerdocio

levítico ………………………………………………………………………………………………………………………..

Los diáconos se comparan con los hijos de Leví, los

presbíteros se comparan con los hijos de Aarón, que tenían

Page 138: La Luz de la Diaconía

129

funciones superiores a los levitas. Y el obispo es el Sumo Sacerdote

de la diócesis.

En el Antiguo Testamento son muchos los pasajes en los que

se afirma que los levitas son sacerdotes (por ejemplo, Dt 18). Ahora

bien, ¿por qué son sacerdotes si la mayor parte de ellos no ofrecían

el sacrificio en el altar del Templo? Incluso dentro de las jerarquías

del Templo, hay pasajes en los que vemos que se llama sacerdotes

sólo a los que ofrecían el sacrificio.

En mi opinión, se observa que la misma dificultad que existe

hoy día entre sacerdote-diácono y sacerdote-presbítero existía ya

en el Antiguo Testamento entre el sacerdocio levítico y el

sacerdocio del Templo. Y esta dificultad proviene de los mismos

textos sagrados, no de añadiduras posteriores. ¿Por qué no pensar

que ocurre lo mismo en el sacerdocio de la Nueva Alianza? Es

decir, que existe una dificultad implícita que no es fruto de la

Historia, sino de la misma dificultad para entender el carácter

misterioso del primer grado del sacerdocio tanto levítico como

cristiano.

Claro que esto nos lleva a plantearnos otra cuestión, si

sacerdote es el que ofrece el sacrificio, un laico al que se le

permitiese, ¿podría ofrecer el sacrificio sobre el altar? La respuesta

es no. Porque en la Nueva Alianza el ofrecimiento material del

Cordero Pascual sólo lo pueden hacer personas consagradas con el

rito sagrado del sacramento del orden.

Que sólo el sacerdote consagrado puede lícitamente

encargarse del oficio sacerdotal es algo enseñado por Dios incluso

para el culto levítico. Y así aparece en II Crónicas 26, que cuando

el rey Uzías quiso quebrantar esta norma, fue castigado:

Page 139: La Luz de la Diaconía

130

Cuando Uzías se hizo fuerte, su corazón se enalteció hasta corromperse. El

actuó con infidelidad contra Yahveh su Dios y entró en la casa de Yahveh para

quemar incienso en el altar del incienso. El sacerdote Azarías entró tras él, y ochenta

sacerdotes de Yahveh con él, hombres valientes.

Estos se pusieron contra el rey Uzías y le dijeron: —¡No te corresponde a ti,

oh Uzías, quemar incienso a Yahveh, sino a los sacerdotes hijos de Aarón, que han

sido consagrados para ello! ¡Sal del santuario, porque has actuado mal! ¡Esto no te

servirá de gloria delante de Yahveh Dios!

Pero Uzías, quien tenía en su mano un incensario para quemar incienso, se

llenó de ira. Y al airarse contra los sacerdotes, brotó lepra en su frente, en presencia

de los sacerdotes, en la casa de Yahveh, junto al altar del incienso.

Tanto en el sacerdocio levítico, como en el cristiano, sólo

puede realizar el munus sacerdotale aquél que ha sido consagrado

como sacerdote. Tal ha sido la tradición en la Iglesia desde el

mismo comienzo. También fue voluntad del mismo Dios, el que en

la Iglesia estuvieran unidos el ejercicio del sacerdocio, el pastoreo

jerárquico y el sacramento del orden. Estos tres elementos están

unidos por voluntad del mismo Dios. Esto fue voluntad de Él, no

mera organización eclesiástica.

Sin embargo, esto no ocurre así con la función de enseñar. Un

laico puede enseñar incluso a los obispos. Tampoco está unido al

sacerdocio el profetismo, o el ejercicio de dones carismáticos. Pero

jerarquía, sacerdocio y sacramento del orden sí que forman una

unidad. El jerarca debe ser sacerdote, y para ejercer esas dos

funciones debe estar ungido con el don del sacramento del orden.

Fijémonos que, en sí mismos, sacerdocio, el pastoreo y

consagración con el sacramento del orden son tres elementos

diversos; y que, en abstracto, pueden desunirse, pero tal cosa no

sería la voluntad fundacional de Dios. Y digo “voluntad de Dios”

porque, sin duda, esta praxis es lo que se ha mantenido en todas las

iglesias de oriente y occidente, en todos los siglos. Pero estoy

convencido que incluso se podría decir que probablemente fue

“voluntad de Cristo expresada a los Apóstoles”. Porque pienso que

algo tan importante es razonable que debiera ser explicado por

Page 140: La Luz de la Diaconía

131

Jesús someramente a los Apóstoles cuando hablaban de las cosas

del Reino.

¿Por qué quedarse en el diaconado? ………………………………………………………………………………………………………………………..

Hemos insistido mucho en la vocación al diaconado, en la

entidad del primer grado, en la voluntad de Dios de que existiese

este grado sacerdotal. Ahora bien, no podemos obviar una pregunta

delicada: ¿Si uno está soltero o viudo, para qué quedarse en

diácono si podría continuar hasta el presbiterado? Por más que

hablemos de la belleza y la espiritualidad propia del diaconado, los

individuos no casados que quieran trabajar a tiempo completo para

la Iglesia siempre desearán el presbiterado. Podrá haber individuos

que sean excepciones, pero siempre serán excepciones.

De manera que el diaconado permanente, por lo general, será

una vocación para aquellos hombres casados que, por la ley del

celibato, no pueden acceder al presbiterado. Si sientes vocación al

servicio del altar, a colaborar intensamente con tu parroquia, si tu

ardor por esa ayuda eclesial es tan grande que quieres consagrarte

para servir en la liturgia, entonces, si estás casado y tienes tu

trabajo, tu vocación es la diaconía permanente. Pero si estás ya

viudo, si ya no deseas trabajar en tu trabajo civil, sino dedicarte

enteramente a la Iglesia, entonces, harás lo posible por llegar al

presbiterado.

¿Esto seguiría siendo así si no existiera la obligación del

celibato? Es decir, los laicos casados que quieren dedicarse

Page 141: La Luz de la Diaconía

132

enteramente a trabajar para la Iglesia ¿preferirían ser diáconos

permanentes en vez de acceder al presbiterado? En mi opinión, no.

La mayoría querría acceder al presbiterado. Lo que sucede es que

conviene poderosamente al presbiterado el ser célibe. El esquema

actual de la iglesia de rito latino es muy adecuado a la dignidad de

la res sacra de la que hablamos y a la realidad de la vida cotidiana

de los ministros:

Diaconado permanente: casado y trabajo civil.

Presbiterado: celibato y entrega total

Episcopado: santidad, ciencia teológica, capacidad de gobierno

Por supuesto que esto es un esquema en el que caben

excepciones. Pero, como marco general, es sumamente adecuado.

Si la obligación del celibato se aboliera para acceder al

presbiterado, habría que determinar nuevos criterios para

determinar quiénes de entre los diáconos permanentes acceden al

presbiterado. Aunque es posible imaginarse una Iglesia cuyo clero

estuviese formado por célibes y casados, qué duda cabe que el

sacerdocio, el sacerdocio en general, el contacto con las cosas

sacras, pide santidad de vida, alejamiento de las cosas del mundo,

una cierta ascesis, vida espiritual. De ahí que el celibato no es una

añadidura extrínseca al sacerdocio, sino un estado pedido (no

exigido) por esa misma entrega al servicio del Señor en su templo.

Obsérvese que ni siquiera hablo de la conveniencia de ello para

la disponibilidad para el apostolado, esa razón de la disponibilidad,

aunque verdadera, no es la razón esencial. La razón sustancial la

hallamos en la relación entre ascetismo-celibato-consagración y

santidad del culto divino. Es la persona santificada la que debe

tocar la santidad de las cosas sacras. Por supuesto que el celibato

no confiere por sí mismo la santidad, pero nada facilita tanto la

santidad como ese sacrificio. Ese holocausto, de por sí, santifica

Page 142: La Luz de la Diaconía

133

incluso sin el sacramento. De manera que la santidad de la castidad

perfecta (que requiere heroísmo) es el sustrato perfecto para recibir

la santidad del sacramento sacerdotal.

Esto sería así incluso para el celibato que es un primer grado

del sacerdocio. Si por un imposible tuviéramos un evidente exceso

de peticiones al diaconado permanente, se escogería para

ordenarlos a aquellos que pudieran unir el celibato al don sagrado

del diaconado. Pero como no existe esa sobreabundancia, se

sacrifica la exigencia de cualidades, para disponer de más

individuos que puedan servir a la comunidad y al culto. Y se

sacrifica esa exigencia de cualidades, porque son cualidades

convenientes, no necesarias. De hecho, en una situación hipotética

de sobreabundancia de vocaciones al presbiterado, sólo debería

ordenarse a aquellos candidatos verdaderamente santos. Como no

existe esa sobreabundancia, ordenamos para el presbiterado a

individuos imperfectos. Pero incluso en el presbiterado se impone,

con razón la necesidad del ministerio, frente a la santidad personal

que objetivamente requeriría el don otorgado por el sacramento del

orden. Como se ve, los paralelismos entre los tres grados del orden,

son evidentes.

Pero después de todo lo dicho, concluimos que a pesar de que

el diaconado tenga entidad propia, una entrega total lleva hacia el

presbiterado. Es decir, el celibato y el trabajo a tiempo completo

para la Iglesia, conducen al presbiterado. Nadie se quedaría en el

grado inferior, pudiendo ascender al superior.

Una cuestión que muchos autores plantean a menudo es si no

es un error clericalizar al diácono. La respuesta es simple, siempre

habrá unos diáconos más clericales, y otros más laicales. Siempre

habrá un cierto número de ancianos diáconos viudos que vivirán

como monjes en su casa, y otros que se han ordenado con verdadera

y celeste vocación, pero sólo para ejercer una función en su

parroquia un par de días a la semana.

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Lo que hay que evitar es entender al diácono como una

intermediación entre el pueblo y el sacerdote, porque él es

sacerdote en el primer grado del sacramento. Es parte del clero. No

es un puente entre el sacramento del bautismo y el del orden. O se

está dentro o se está fuera. La línea divisoria es una frontera

definida y clara. Porque es la frontera que delimita lo profano de lo

sacro.

Por eso, el diácono podrá limitarse a cumplir con lo mínimo

que le exige su estado. Pero no será ningún error el que el diácono

se clericalice a sí mismo, si así lo desea: en el modo de vestir, en el

tiempo que dedica a la oración, en la interrupción de su trabajo (si

puede) para el rezo de las horas canónicas, etc. Con toda libertad,

sin ningún problema de conciencia, el diácono podrá elegir entre

un modo de vida más laical o uno más clerical.

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Conclusión ………………………………………………

Al querido diácono que me embarcó en la labor de revisión

de mis notas personales, por fin le pude ofrecer mi obra. Nunca

hubiera comenzado de saber que me iba a implicar tanto tiempo.

Pero me consuelo al pensar que podrá ser de utilidad para muchos

diáconos. Como ya he dicho antes, yo mismo me considero

diácono. Conforme pasan los años de mi vida, más diácono me

siento. Incluso, debería decir que me siento más inútil. Me acuerdo

cuando con diecisiete años entré por la puerta del seminario. Me

acuerdo de las ilusiones del joven sacerdote de veinticinco años.

Ahora, pasado el meridiano de la vida, reconozco que ante el

impresionante Misterio de Dios, me siento inútil. Dios lo puede

hacer todo por sí mismo. Mi trabajo sólo sirve para manifestar mi

amor por Él. Dios no me necesita. Un Ser Infinito no necesita de

nadie. Me santifico trabajando. Pero desde la más profunda

convicción de la vanidad de las cosas.

21 de agosto de 2013

fecha en que finalicé esta obra

Yavhéh da firmeza a los pasos del hombre,

se complace en su camino

Salmo 37, 23.

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José Antonio Fortea Cucurull, nacido en Barbastro,

España, en 1968, es sacerdote y teólogo especializado en

demonología.

Cursó sus estudios de Teología para el sacerdocio en la

Universidad de Navarra. Se licenció en la especialidad de

Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de

Comillas.

Pertenece al presbiterio de la diócesis de Alcalá de

Henares (Madrid). En 1998 defendió su tesis de

licenciatura El exorcismo en la época actual, dirigida por

el secretario de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la

Conferencia Episcopal Española.

Actualmente vive en Roma, donde realiza su doctorado en

Teología, dedicado a su tesis sobre el tema de los

problemas teológico-eclesiológicos de la práctica del

exorcismo.

Ha escrito distintos títulos sobre el tema del demonio, la

posesión y el exorcismo. Su obra abarca otros campos de

la Teología, así como la Historia y la literatura. Sus títulos

han sido publicados en cinco lenguas y más de nueve

países.

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