la mirada etnográfica y la voz subalterna

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Revista Colombiana de Antropología ISSN: 0486-6525 [email protected] Instituto Colombiano de Antropología e Historia Colombia CARVALHO, JOSÉ JORGE DE LA MIRADA ETNOGRÁFICA y la voz subalterna Revista Colombiana de Antropología, vol. 38, enero-diciembre, 2002, pp. 287-328 Instituto Colombiano de Antropología e Historia Bogotá, Colombia Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=105015289012 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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La Mirada Etnográfica y La Voz Subalterna

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  • Revista Colombiana de AntropologaISSN: [email protected] Colombiano de Antropologa eHistoriaColombia

    CARVALHO, JOS JORGE DELA MIRADA ETNOGRFICA y la voz subalterna

    Revista Colombiana de Antropologa, vol. 38, enero-diciembre, 2002, pp. 287-328Instituto Colombiano de Antropologa e Historia

    Bogot, Colombia

    Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=105015289012

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  • R e v i s t a C o l o m b i a n aR e v i s t a C o l o m b i a n aR e v i s t a C o l o m b i a n aR e v i s t a C o l o m b i a n aR e v i s t a C o l o m b i a n a d e A n t r o p o l o g a d e A n t r o p o l o g a d e A n t r o p o l o g a d e A n t r o p o l o g a d e A n t r o p o l o g a

    Volumen 38, enero-diciembre 2002, pp. 287-328

    LA MIRADA ETNOGRFICAy la voz subalterna

    JOS JORGE DE CARVALHODEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGA, UNIVERSIDAD DE BRASILIA

    [email protected]

    Resumen

    E STE ARTCULO PROPONE UNA EVALUACIN TERICA Y METODOLGICA DE LA ANTROPOLOGA Ysu lugar en el pensamiento actual de las ciencias humanas. Para ello, el autorconstruye la metfora de las metamorfosis de la mirada etnogrfica y detectamomentos importantes de la recepcin y reproduccin de ese saber generado enlos pases centrales en los das del colonialismo, en pases perifricos. Luego de unrecorrido por tericos del pensamiento poscolonial y los estudios subalternos,como Edward Said, Gayatri Spivak y Homi Bhabha, se discuten las posibilidadesde una etnografia poscolonial, centrada en la narracin de voces subalternas.Finalmente, ilustra esas discusiones conceptuales con la narrativa de una mujer elestado brasileo de Maranho y compara ese texto con la lectura que hace Heide-gger de un poema de Hlderlin.

    PALABRAS-CLAVE: voz subalterna, teoria postcolonial, teora antropolgica, mtodoetnogrfico.

    Abstract

    T HE ESSAY PRESENTS A THEORETICAL AND METHODOLOGICAL ASSESSMENT OF ANTHROPOLOGYand of its place in contemporary thought in the Humanities. To do so, the authordevelops the metaphor of the metamorphoses of the ethnographic eye and detectssome crucial moments of the reception and reproduction of this knowledge createdin metropolitan centers in the days of colonialism, in periferal countries. After areview of theorists of postcolonial and subaltern studies, such as Edward Said,Gayatri Spivak and Homi Bhabha, the author discusses the possibilities of a post-colonial ethnography based on the narration of subaltern voices. Finally, he illus-trates these discussions with the presentation of a narrative of a woman from theBrazilian state of Maranho who works as a gatherer of babau cocoanut. Hecompares her text with Heideggers reading of one of Hlderlins poems.

    KEY WORDS: subaltern voice; post-colonial theory. anthropological theory, ethno-graphic method.

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    The story is our escort. Whitout it we are blind Does theblind man owns his escort? No, neither do we the story;rather it is the story that owns us and directs us.(CHINUA ACHEBE, ANTHILLS OF THE SAVANNAH)

    EL CAMPO TERICOEN LAS CIENCIAS HUMANAS*

    L A AMPLIACIN VERTIGINOSA DEL PANORAMA DE ESTUDIOS DE LA CULTU-ra en las ltimas dcadas ha estimulado cruces temticos cadavez ms complejos y numerosos, as como la consolidacinde nuevos modos de abordar teoras y disciplinas. Los estudiosculturales, por ejemplo, avanzaron en un campo fundamental-mente interdisciplinario que abarca, inclusive, parte de lo quehasta hace unos treinta aos se consideraba de inters exclusi-vo de los antroplogos y, liderados por las propuestas tericasde Stuart Hall, plantearon una nueva manera de abordar a laetnografa de las expresiones culturales contemporneas, reha-ciendo los esquemas vigentes de interpretacin de materias comoidentidad, relaciones raciales, sexualidad, pertenencia tnica,hibridismo cultural, etctera1.

    El psicoanlisis, sobre todo en su vertiente lacaniana, expan-di sus mtodos de interpretacin sobre las expresiones cultu-rales, como puede apreciarse en los ensayos osados e innova-dores de Slavoj Zizek sobre todo con respecto a cine, virtuali-dad y cultura de masas. Otras teoras de la imagen y del campovisual, como las de Kaja Silverman, Hal Foster, Mieke Bal y W.J. Michel han contribuido tambin a la renovacin de las inter-pretaciones de la dimensin imaginativa de los smbolos cultu-rales en la pintura, el cine, la fotografa, los psters, etctera. Elanlisis marxista de la cultura tambin se renov profundamen-te con la obra de Fredric Jameson, en la que encontramos lecturas

    de textos culturales representativos,tanto de la llamada alta cultura, comode las producciones mediticas ms tri-viales o de puro inters comercial. Lateora del gnero incluyendo la teorafeminista desarrollada por pensadorascomo Judith Butler y Gayatri Spivaksubvirti los presupuestos milenarios

    * Traduccin de Ladislao Landa Vasquez,revisada por Mara Teresa Salcedo, delICANH, y Juan Andrs Valderrama.

    1. Para una evaluacin reciente hechapor antroplogos sobre los desafos delos estudios culturales para la antropo-loga, vase el libro organizado porStephen Nugent y Chris Shore (1997).

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    del orden cultural desde la raz y cuestion, mediante la formu-lacin de una teora densa del poder, las bases de la produccinetnogrfica clsica. Por ltimo, el campo de la literatura compa-rada probablemente el ms vasto de todos, pues incluye, comoveremos en la parte final de este ensayo, el campo de las narra-tivas orales tan apreciadas por los etngrafos permite el crucey la ampliacin de la llamada teora crtica contempornea coninnumerables teoras del lenguaje, como las de Mijail Bajtin; deldiscurso, como la de Michel Foucault; de la interpretacin, comolas de Paul de Man; de los textos inscritos en el proyecto mo-derno, como las de Walter Benjamin; y de la lectura textual acontrapelo, como la actividad de deconstruccin de Jacques De-rrida, que tanto ha desafiado a los cnones tericos y discipli-nares que sustentan la produccin actual en las ciencias humanas.

    Ante este cuadro tan vasto, abierto y fluido apenas esboza-do de propuestas de comprensin del campo cultural, cobra unaactualidad an ms radical la observacin hecha por Clifford Geer-tz, hace dos dcadas, de que el etngrafo se mueve en un campode gneros disciplinares difusos o imprecisos. Algunas produc-ciones recientes en antropologa visual, religin, etnopotica yetnomusicologa para mencionar slo reas temticas que meson familiares tratan de renovar sus maneras de abordar el asun-to incorporando cuestiones y teoras propias de varios camposdel saber mencionados antes. Sera, pues, interesante, compren-der cmo se sita la antropologa ante todas estas revisiones ycombinaciones disciplinares2; considero especialmente importanteindagar sobre el modo como ella ha respondido o no a los desa-fos terico-polticos provocados por los llamados estudios sub-alternos y por la teora poscolonial, con los cuales, es de esperar,pudisemos construir un dilogo ms directo. Despus de todo,este proyecto de asociar las voces de los oprimidos, de los subal-ternos y de los excluidos fue, justa-mente, la promesa hecha por unageneracin anterior de antroplogos,de una prctica etnogrfica crtica delas condiciones coloniales en que seplasm la disciplina. A continuacinintentar discutir el marco conceptualde la mirada etnogrfica, contrastan-do sus metamorfosis con la teoraposcolonial reciente.

    2. Hablo de una tendencia general, por-que no es mi objetivo ofrecer una reseaexhaustiva de la produccin antropolgicabrasilera. Cruces explcitamente tericos dela antropologa con la filosofa, la literatu-ra comparada, la teologa y el psicoanli-sis han sido realizados, respectivamente,por Roberto Cardoso de Oliveira (1998),Jos Jorge de Carvalho (1989), Luiz Eduar-do Soares (1994), Otvio Velho (1995), RitaSegato (1996) y Luiz Fernando Duarte (2000),entre otros.

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    METAMORFOSIS DE LA MIRADA ETNOGRFICA

    C OMO BIEN DIJO JACQUES DERRIDA, LA MIRADA ETNOGRFICA FUE RE-sultado de un descentramiento en la visin occidental delmundo despus de la era clsica, en el momento en quela cultura europea fue desplazada, expulsada de su lugar, dejan-do entonces de ser considerada como la cultura de referencia(1971: 234). Tal como leo ese esquema utilizndolo para cons-truir mi propio argumento, uno de los efectos epistemolgicosde consecuencias polticas ms profundas de este descentra-miento fue la separacin de las miradas de los dos sujetos cons-truidos por la disciplina: la del etngrafo el civilizado y la delnativo mirado por l el primitivo, cuyas naturalezas parecan,en la perspectiva de quien miraba, intercambiables analtica-mente y, al mismo tiempo, inconmensurables existencialmente.

    La cuestin de cmo mira el primitivo no se puso en discu-sin en aquel momento fundacional, habiendo quedado impl-cito, en la teora, que la mirada del primitivo sobre s mismo ysu entorno era una mirada natural: inmediata, directa, irreflexi-va. Se parta del presupuesto de que la hermenutica primitivaposea lmites muy bien definidos, mientras que el terico pre-sentaba su horizonte interpretativo como un movimiento racio-nal de expansin infinita. Derrida pudo afirmar entonces que laetnologa es etnocntrica, a pesar de combatir el etnocentris-mo, porque el occidente, al mismo tiempo que practic ese des-centramiento, construy su imagen frente al resto del mundocomo la nica cultura capaz de realizar tal movimiento de aper-tura y autodesdoblamiento.

    La antropologa que se estableci como disciplina acadmicaen los pases centrales a inicios de siglo surgi de ese doblemovimiento. Mucho ms tarde, con su politizacin creciente apartir de las luchas antiimperialistas y poscoloniales, pudo sus-tentarse el argumento de que el nativo construye su alteridadrespondiendo crticamente, desde un lugar subalterno, a la mi-rada del colonizador. Adems, el proyecto de universalizacinde la disciplina, a partir de su descentramiento original, comen-z a ser cuestionado al consolidarse las tradiciones nacionalesde la antropologa en los pases perifricos: en esos dominios nooccidentales o a veces no enteramente los antroplogos seencontraron con la tarea de tener que inscribirse a s mismos, y

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    a sus nativos objeto de estudio, en un espacio existencial quehaba sido asumido, por lo menos idealmente, como comn aambos: la nueva nacin que deba ser consolidada.

    Eso provoc un segundo descentramiento dentro de la es-tructura originalmente descentrada de la disciplina: los etngra-fos de los pases perifricos haban aprendido con sus maestrosde los pases centrales la teora de la mirada descentrada, quepresupona fijar el punto de fuga de esa perspectiva universalis-ta en la cultura occidental europea. As, el proyecto de univer-salizar la disciplina pas a sumarse muchas veces en discordiacon las intenciones de los maestros a un proyecto neocolonialms general de occidentalizacin del mundo3. En qu medidaesas naciones perifricas son o no, hoy en da, una continua-cin de occidente y cul es el significado de ser o no una conti-nuacin del mundo occidental para la conformacin de un saberde pretensiones universales surgido en Europa? A partir de estascuestiones se constituye contemporneamente un gran campode disputa terica e ideolgica que atraviesa prcticamente todoel saber acadmico, incluyendo la historia, la geografa, la lite-ratura, la filosofa, las artes y, por qu no, la antropologa. Todasesas disciplinas, tanto en los pases centrales como en los peri-fricos, estn involucradas ahora en latarea de descolonizacin de los paisa-jes mentales, lo que implica la revi-sin radical de sus cnones tericos ytemticos4. Lo que importa subrayaraqu, para dar continuidad a la discu-sin central, es, apenas, que esos dosnativos el sujeto y su objeto de estu-dio etnogrfico negociaron su en-cuentro existencial en esa encrucijadade ultramar, en la que se influencia-ron mutuamente, de un modo siem-pre tenso, una historia colonial yposcolonial y un espacio nacionalespecficos. Resalto el carcter espec-fico de ese encuentro para enfatizar so-bre los dos polos de ese segundodescentramiento: por un lado, el vn-culo con el descentramiento original,que permiti la recreacin crtica o

    3. Para dos crticas actuales al proyectode occidentalizacin del mundo, vanseSerge Latouche (1996) y el ensayo anms radical de Ziauddin Sardar (1998).

    4. Gayatri Spivak seal con precisinla apora sobre la cual reside la cons-truccin de ese lugar de verdad por partede la antropologa: Si nos relaciona-mos con algo como conocedores,como gente estudiada le sujet suppossavoir, el sujeto de la produccin deconocimiento es imposible tener unarelacin distinta con el aprender. En lahistoria de la antropologa, ningnantroplogo ha sido capaz de sugerirque existe una cognicin en la culturaestudiada, equivalente a la razn europea.Ellos han criticado la razn europea, peronadie ha sido capaz de sustituirla. Porotra parte, no es verdad que no hayaconocimiento en otras partes. No esposible descubrirlo mientras uno conti-na siendo le sujet suppos savoir. Larazn no fructifica (Danius y Jonsson,1993: 44).

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    acrtica de la antropologa fuera de las metrpolis occidentales;y por otro, una enorme variedad de modos de ser etngrafo nati-vo, lo que condujo a tradiciones antropolgicas muy diversas,tales como la india, la australiana, la canadiense, la mexicana,la brasilera, etctera5.

    Este aspecto despeja un panorama terico de metforas vi-suales de gran complejidad, si intentramos realizar una des-composicin milimtrica de todas las posibilidades de esasmiradas: frontales, contiguas, unidas, cruzadas, verticales, des-de abajo hacia arriba, paralelas, invertidas, oblicuas, difusas,sesgadas. Dir slo que es posible hacer corresponder cada unade ellas a una crisis especfica de la autoridad etnogrfica. Nocabe aqu hacer un recuento histrico exhaustivo de esa secuen-cia de miradas, y por eso pasar rpidamente, de forma sintti-ca, cuando no elemental, por algunos de los momentosdeterminantes incluyendo una de sus versiones actuales deesa visin humanista intensa que es la perspectiva antropolgi-ca. Adapto aqu la clsica distincin de Lacan (1998) entre tiem-po lgico y tiempo cronolgico; de hecho, convivimos hoy enda con todos los tiempos tericos, los que intentar identificarhistricamente.

    Un momento de la teora antropolgica que ha sido emblem-tico de su prctica como disciplina puede ser ilustrado por la obrade Franz Boas, o an mejor, est encarnado, para nosotros, en sudiscpulo Melville Herskovits, quien hizo investigacin de cam-po en Brasil. Ambos, etngrafos incansables y difusores de mto-dos y tcnicas de investigacin de campo muy rigurosas, ejercieron

    un papel importante como mediadores de susrespectivos nativos y expresaron una enor-me simpata por la condicin de los indiosde Canad y Estados Unidos, as como delos negros del nuevo mundo6. Con todo, enese primer estilo de mirada el etngrafo in-daga por la alteridad sin registrar ninguna faltaesencial de su ser en el sentido lacanianode falta en relacin con la cultura y la so-ciedad del nativo mirado por l; la culturaajena, aunque respetada, es, bsicamente,objetivada: la mirada no presupone que elnativo est implicado en la reproduccin delhorizonte de vida del propio etngrafo.

    5. Resalto las consideracionesmetadisciplinares, partiendo depresupuestos tericos distintos delos que planteo, de RobertoCardoso de Oliveira. Sobre laconstruccin de las antropologasperifricas, vanse Oliveira (1998);y Oliveira y Ruben (1995); sobre laantropologa en India, vasePeirano (1995); y en Australia yCanad, Baines (1995 y 1996).

    6. Paul Rabinow (1983) lleg asostener que la posicin polticade Boas fue ms progresista anque la de Clifford Geertz, discuti-da ms adelante.

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    Un segundo modo de mirar, que estimul una generacin en-tera de etngrafos y tericos, fue marcado por la obra de ClaudeLvi-Strauss, quien encarna la mirada cientfica de las institucio-nes culturales en su estado casi puro: el famoso kantianismo sinsujeto trascendental, tal como denomin Paul Ricoeur esta ma-nera de abordar. Con todo, en ciertos pasajes de Tristes trpicos texto que inscribi nuestro pas en el llamado orden etnogrficouniversal l incorpor tambin momentos de nostalgia y subje-tividad. Nuestros indios estn desapareciendo, dicho por Lvi-Strauss, pasa a ser una disglosia, en el sentido bajtiniano, cuandoleemos: somos nosotros, como brasileros quienes hablamos jun-to con l; o de cierto modo es l, en su mtica lucidez de autor,quien resuelve hablar por nosotros, nefitos en el juego antropo-lgico surgido en occidente.

    Por otro lado, en los ltimos aos Lvi-Strauss decidi reti-rarse, aunque intermitentemente, de ese lugar seguro de maes-tro de mirada distante que encarn por casi medio siglo. Acontrapelo del emblemtico relativismo cultural se ha declara-do preocupado con la invasin de valores ajenos a la culturafrancesa provocada por la presencia de rabes y africanos dereligin musulmana en Francia. Al situarse como ciudadano so-bre un asunto de convivencia y no de estructura, se deja involu-crar no slo como sujeto, sino tambin como objeto en laspolmicas francesas sobre identidad nacional, encuentros cul-turales, choque de civilizaciones, alteridades, etctera. Ms quejuzgar el contenido de sus declaraciones lo que importa aqu esconstatar el abandono que ya haba ocurrido en los pases pe-rifricos, en un pas central, de la hipottica inconmensurabili-dad existencial entre etngrafo y nativo, fundamental paralegitimar la autoridad de esa construccin histrica de una et-nologa como ciencia. Al situarse en una polmica eminente-mente poltica, Lvi-Strauss abre el espacio para que aquellosque antes eran los primitivos o nativos el rabe, el africanopuedan ahora devolver la mirada que por tanto tiempo los cons-truy unilateralmente. Esa crisis de autoridad nos conduce aexaminar otra metamrfosis de la mirada etnogrfica.

    Un tercer momento de cambio de la mirada, tambin muyestudiado en Brasil, se consolid en la dcada de 1980. Es elmomento de la crtica a la construccin de la autoridad etnogr-fica realizada por la antropologa estadounidense, que fue ca-paz de devolver inclusive, y de cierto modo, una crisis gestada

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    en la antropologa europea sobre todo britnica, que hasta hoyencuentra cierta dificultad en asimilar los desafos provocadospor los llamados posmodernos en relacin con la posicin privi-legiada del autor, que implica una posicin privilegiada del sujetomoderno, capaz de mirar el mundo todo, desde el punto de vistade ese lugar, pretendidamente seguro, de verdad (vanse Cliffordy Marcus, 1986; y Marcus y Fischer, 1986). Me parece que ese mo-mento, aunque muy estudiado entre nosotros, ha sido puesto enprctica pocas veces. A pesar de que la crisis del lugar seguro delautor ha sido una de las principales razones para el planteamien-to de esa nueva modalidad de mirada etnogrfica, su asimilacinen Brasil se dio ms en el ejercicio de la introduccin de la subje-tividad que en la discusin epistemolgica sobre la reflexividad.O sea, aquello que fue, bsicamente, un cuestionamiento radicalde la autoridad vista como indiscutible del etngrafo se redujoa una discusin sobre cmo incorporar la saga biogrfica del au-tor en el texto etnogrfico y en su interpretacin. Las discusionesse desplazaron en parte desde los criterios empricos de verdad los que incidiran directamente en la evaluacin del rendimientoalcanzado por los modelos interpretativos propuestos hacia loscriterios ticos de compromiso personal, simpata, empata, etc-tera, aspectos enfocados en general con mucho entusiasmo y crea-tividad.

    No puedo entrar en los detalles de por qu la cuestin de laautoridad del antroplogo no se ha planteado todava en Brasil.Otvio Velho se refiri a una especie de homogeneizacin denuestra comunidad, y ese hecho, justamente, no permitira esacrtica, porque ella llevara a la formacin de grupos de inters ya una definicin ms clara de posiciones tericas que son siem-pre polticas y a polmicas mucho ms explcitas, lo que, poruna estrategia del grupo de antroplogos brasileros, no se deseaque acontezca (vase Vagner Gonalves da Silva y Letcia VidorReis, 1996). Lo que se incorpor, entonces, fue una especie deempata con el nativo: los etngrafos colocndose subjetiva-mente en su investigacin de campo, pero siempre aspirando apreservar para s el lugar de autor seguro e irrefutable.

    Una de las pocas excepciones sintomticamente bastanteinspiradora que conozco es el volumen Antropologia e seusEspelhos, de 1996, no muy divulgado an. Este texto es el resul-tado de un debate que hubo en la USP en 1994, en el cual tuve elplacer de participar (vase Vagner Gonalves da Silva y Letcia

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    Vidor Reis, 1996). En l hablaron alumnos del posgrado en antro-pologa de la USP, tradicionalmente tomados como nativos porlos antroplogos: pas-de-santos, indios, capoeiristas, lderessindicales y feministas, interesados todos, justamente, en de-volver esa mirada de autoridad del saber moderno y dislocado,de Europa y de Estados Unidos, a Brasil. Esa devolucin de lamirada produjo un texto rico, lleno de inters y todava bastan-te original en nuestro medio7. Entre otras cosas, nos invita ameditar sobre la bajsima presencia de negros, indios o de susdescendientes directos y, en general, de estudiantes oriundosde las clases menos favorecidas de nuestra poblacin en nues-tros cursos de posgrado. En verdad, en comparacin con la po-litizacin provocada por la accin afirmativa y sus mltiplesderivaciones de crticas calcadas de la construccin de identi-dades raciales, tnicas, de gnero, sexuales, etctera, que for-man parte en este momento de toda la antropologa del primermundo, nuestra comunidad antropolgica es an muy refrac-taria a cualquier cuestionamiento sobre su lugar clsico, similaral descrito, de autoridad indiscutible y de pertenencia acrtica ala elite social del pas8.

    Llama la atencin, inclusive, el hecho de que el texto de Derri-da antes citado un ensayo seminal en las ciencias humanas en lapresente generacin, a pesar de que se public en Brasil hace casitreinta aos no haya recibido an reaccin alguna que conoz-ca, por parte de nuestros tericos de la antropologa. Una exce-lente exgesis de su aplicacin para una crtica de la etnografa,como acto de traduccin cultural, fue realizada ms recientementepor Tejaswini Niranjana en su libro Si-ting Translation (1995). Este texto estausente tambin de un modo para mims sorprendente, dada la pretensinde exgesis y crtica de los autoresde los dos principales manuales de teo-ra crtica de la antropologa estado-unidense de los aos 1980 (vanseMarcus y Fischer, 1986, y Clifford yMarcus, 1986), que tanta influencia tu-vieron en la antropologa brasilera. Portanto, me interesa, en primer lugar,registrar su ausencia entre nuestrostextos tericos.

    7. Otro rico ejemplo de ese espejo de laantropologa es el documento Rouch inReverse, del cineasta maliense ManthiaDiwara (1995), en que ejercita lo que de-nomina una antropologa a la inversa, enla cual lo que antes era el objeto de in-vestigacin en este caso el africanoestudia a su investigador en este casoJean Rouch.

    8. Obviamente, muchos antroplogosbrasileros construyen un espacio paralelode activismo junto a las comunidades queestudian. Lo que discuto aqu es la resis-tencia a incorporar explcitamente la crisisde los autores y de las formulaciones te-ricas y etnogrficas ejercitadas.

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    Si definimos a partir de ah la disciplina antropolgica comoun lugar donde se confrontan valores y no ms como la disemi-nacin o adaptacin de un valor construido en un determinadomomento de la historia del occidente europeo estamos obliga-dos a recurrir a una gramtica alternativa para definir principioscomo solidaridad, fraternidad, derechos individuales y colecti-vos, discriminacin, etctera9. Nos vemos implicados todos enesa discusin sobre los valores; el lugar descentrado ya no lo ocu-pa nadie y el desafo ahora es cmo relegitimar el saber acadmi-co a partir de esa base conmutativa de miradas. Es lo quemencionamos antes sobre las afirmaciones de Lvi-Strauss acer-ca de los rabes y africanos en Francia. El saber filosfico con-

    temporneo atraviesa una crisisanloga cuando se lee en el nuevolibro de Jacques Derrida, El mono-lingismo del Otro (1997), cmo dej

    de ser la mirada reveladora de un filsofo del primer mundo, ypas a ser la mirada marginal de un judo francs argelino querelata las amarguras que sufri en la infancia, al someterse a unproceso de educacin monoltica y monolgica en francs, a cos-ta de reprimir el uso letrado de su lengua materna. Toda esa cues-tin de entregarse a una verdadera fuga del lugar centrado,hegemnico caricaturizado en la mirada masculina, blanca, eu-ropea, construida en las colonias como la mirada universal, sue-le ser ms complicada en la periferia que en la metrpoli, porquese construy con ms energa esa ilusin de un lugar puramenteacadmico. Quin estudia qu, sobre quin?; y quin sabe cu-les aspectos de su realidad cultural, social, poltica, ambiental,econmica estn siendo estudiados por quin? El ejercicio etno-grfico puede reconstruirse y evaluarse ahora entre esos qu yquines, que implican posicionalidad para utilizar un trminode Stuart Hall (1996) y definicin explcita de la situacin delautor en el juego geopoltico para usar una expresin central enel argumento de Walter Mignolo (1994 y 1998) y de otros autoresposcoloniales.

    Muchos lectores se preguntarn por qu no privilegi el lugarterico de Clifford Geertz, tal vez el mayor cono del saber antro-polgico entre nosotros. Geertz introduce, de hecho, una crticaal positivismo inscrito en el primer modelo de mirada y an enel segundo, pero su prctica de reflexin es compatible con loque describ hasta ahora. George Marcus repiti recientemente

    9. Otvio Velho (1995) ha sugerido la impor-tancia que tiene para la antropologa la dis-cusin sobre los valores.

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    su evaluacin anterior de la contribucin original de Geertz a laprctica etnogrfica, refirindose a la introduccin de su cle-bre texto sobre la pelea de gallos en Bali (vase Geertz, 1995). Sinduda alguna muy eficaz, aquel artificio de complicidad fue mu-cho ms una innovacin en las estrategias retricas de legitima-cin del lugar privilegiado del autor que una propuesta deinsurreccin contra la estructura fundacional de la disciplina,tal como fue formulada por Derrida en el pasaje citado. En Geer-tz no hay ningn cambio en la geopoltica de la disciplina antro-polgica como un saber formulado en el primer mundo que seexpandi dentro de una estructura de poder, cuyos moldes tratode delinear mediante la metfora de las miradas. En el textosobre la pelea de gallos l se dej implicar existencialmente enel nivel de la aldea; delimit para s una frontera muy conve-niente del contexto en el que ejerci su hermenutica, cuandosabemos muy bien, por Hans George Gadamer, Jonathan Culler,Gerald Bruns, Rodolphe Gasch y tantos otros, que el contextojams tiene lmites y es justamente en la construccin de susfronteras que podemos captar las negativas del sujeto a impli-carse en la realidad que interpreta.

    Geertz fue protegido, supuestamente, por los nativos de lasmasacres ocurridas en los tiempos del golpe en Indonesia; peroqued fuera la intervencin directa de Estados Unidos en la cons-truccin y manutencin del rgimen de terror bajo el cual vivan,durante su trabajo de campo, sus queridos aldeanos con todaslas mediaciones jerarquizantes, las complicidades y las capilari-dades que caracterizan esos regmenes dictatoriales, tan conoci-dos por nosotros. Lo que l hace en su ltimo ensayo, After TheFact, es construir un esquema sofisticado de detour para reprodu-cir, con un nuevo lenguaje, la condicin de etngrafo del centrodel mundo heredada de sus maestros (vase Geertz, 1995). GeorgeMarcus, al mostrar las limitaciones crticas de la brillante pro-puesta ensaystica de Geertz, no le reprocha tampoco la despoli-tizacin del contexto que present como marco de su etnografa10.Dicho de otro modo, Marcus, en cuan-to exgeta de la teora antropolgica,no somete a Geertz a una crtica pos-colonial. Ms an, es claro que l noretira a Geertz de su lugar de sujetode la produccin de conocimiento lesujet suppos savoir de Lacan, citado

    10. Esta censura es explcita, por ejem-plo, en la resea de Local Knowledge,hecha por el keniano Ngugi WaThiongo, uno de los escritores ms im-portantes del frica contempornea ymilitante radical de la tarea de descoloni-zacin del horizonte de valores de la eliteintelectual africana (vase Ngugi, 1981).

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    por Spivak, porque al hacerlo tendra que retirarse l tambinde ese lugar11. El ejercicio de intentar rehacer las condiciones deproduccin del sujeto, supuesto saber del antroplogo, inaugu-ra un nuevo momento de esa metamorfosis de miradas. Intenta-r definirla como la perspectiva etnogrfica poscolonial.

    LA MIRADA POSCOLONIAL

    N O TENGO ESPACIO PARA ENTRAR EN LA DISCUSIN DE LA PERSPECTIVAposcolonial. El terico argentino Walter Mignolo (1996) sos-tiene que tuvimos nuestros tericos poscoloniales mucho an-tes de que surgieran esos famosos acadmicos de lengua inglesa dehoy. l habla de una generacin anterior que incluye a intelectua-les como Jos Carlos Maritegui, Rodolfo Kusch, Paulo Freire y aotros vivos an como Leopoldo Zea y Enrique Dussel, que puedenentenderse segn los mismos criterios con los que comprendemosa pensadores como Gayatri Spivak, Homi Bhabha, Edward Said,Aijaz Ahmad, Ngugi Wa Thiongo, es decir, como pensadores pos-coloniales. El problema es que ellos se construyeron como tericosantes de la inscripcin de la etnografa como prctica sistemticaen la academia latinoamericana. Lo que debemos hacer ahora esproponer una nueva agenda etnogrfica que recupere explcita-mente su crtica a nuestra posicin de periferia de occidente. Esonos permitira un intercambio intelectual ms directo con los teri-cos poscoloniales del primer mundo, pues ellos ya incorporan como

    uno de sus puntos de crtica los textosetnogrficos de sus regiones de origen subcontinente indio, frica, mundo ra-be, etctera. Por esa razn, pienso queesos autores nos proponen el gran desa-fo de revisar nuestra situacin geopolti-ca dentro del campo de fuerzas de laproduccin intelectual contempornea.

    An ms, segn Mignolo, el proyec-to fundamental de los tericos poscolo-niales latinoamericanos de antes era latarea de la descolonizacin, tarea que sedej de lado por un buen tiempo, con elincremento de nuestra permeabilidad a

    11. De todas maneras, en un ensayoms reciente, Marcus admite que la cri-sis de representacin en la antropolo-ga debe incorporar la discusin de lacondicin subalterna y proponer reha-cer el proyecto etnogrfico a partir dealgo parecido a lo que llam una baseconmutativa de miradas: La auto per-cepcin de las prcticas de la etnogra-fa como un poder/saber, entre y conclases especficas de conexiones conlos otros, basada en ciertos compro-misos e identificaciones ticos, forza larefiguracin del terreno de investigacindesajusta posiciones normativas, enlas que el concepto de las elites, delantroplogo y de los subalternos sereacomoda (Marcus, 1997: 424).

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    la mirada envolvente de la antropologa europea y, ms recien-temente, estadounidense. Me gustara reintroducir ese desafoporque pienso que podra ayudar a ampliar nuestro campo ac-tual de reflexin. El objetivo principal de la mirada poscoloniales luchar, como dice Mignolo, por un desplazamiento del locusde enunciacin desde el primer al tercer mundo. El inters esten la relocalizacin; no se trata apenas de devolver la mirada lo que es, hasta cierto punto, la alternativa propuesta por lacrtica de la reflexividad en las etnografas sino de intentar cam-biar el origen de la mirada, ejercitando as lo que l llama her-menutica pluritpica12.

    A continuacin me referir, brevemente, a una autora y dosautores de la nueva teora poscolonial, que nos ayudan a recu-perar discusiones que ya tuvimos en Brasil y que han sido untanto silenciadas en las ltimas dos dcadas. La primera es Ga-yatri Spivak, cuya trayectoria terica ms importante pasa tam-bin por el propio hibridismo identitarioque ella misma explicita. Su proyectoterico-poltico se relaciona con su ne-cesidad biogrfica de deshacer el doblelugar de habla subalterna que le ha sido impuesto desde la in-fancia, como mujer en una nacin colonizada. La arena discur-siva y el campo en el cual se conduca todo el debate sobre lasubjetividad contempornea, tanto por el colonizador como porel colonizado, estaba centrada en occidente. El inters de Spi-vak es rehacer esas coordenadas y llevar el debate a otro lugar,con lo que toca una cuestin central que debemos retomar: dis-cutir la capacidad que tiene el subalterno de representarse. Di-cho de otra forma, teorizar cules son sus posibilidades desubjetivarse autnomamente. Su texto clsico Can the subal-tern speak? (1993a) es una tentativa de rehacer un debate deextrema complejidad mediante la articulacin de la teora mar-xista con el psicoanlisis y la deconstruccin derrideana. Esoimplica, una vez ms, conquistar un espacio de enunciacin,asegurar un lugar para el discurso, entendido como un lugar pri-vilegiado en esa batalla por una subjetivacin ecunime. Esteproyecto de Spivak ha sido criticado muchas veces como meroejercicio acadmico fascinante disfrazado de batalla poltica. Enmi lectura, con todo, en l se funden ineludiblemente teorabrillante y activismo junto a los sectores subalternos.

    12. Para la conceptualizacin de lahermenutica pluritpica, vaseMignolo (1994).

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    La condicin subalterna es la condicin del silencio, de ah ladiscusin de la autora sobre los dos trminos utilizados por KarlMarx en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte para definir elsentido de representar: la Vertretung, que es la representacinen cuanto un poder pasado a terceros, tpica de la representa-cin poltica de las minoras frente al estado; y la Darstellung,que es la representacin como el modo en que el portavoz retra-ta a los sujetos representados por l, quien inevitablemente debeautorepresentarse tambin como sujeto histrico en ese proce-so, en la medida en que deber identificarse como miembro dela categora genrica de sus representados (para el esclarecimien-to de estos trminos, vase Spivak, 1990: 108-109).

    En el caso de la Vertretung asistimos al dilema constante enel que estn las clases oprimidas, de necesitar mediadores paraser consideradas actores legtimos de reivindicacin. Por su pro-pia condicin de silenciado, el subalterno carece, necesariamente,de un representante. En el momento en que se entrega slo a lasmediaciones de representacin de su condicin, se torna en unobjeto en las manos de su apoderado en el circuito econmico yde poder, y con eso no se subjetiva plenamente. En el capitalis-mo, el individuo que no controla los medios de produccin sehace representar, no en tanto sujeto, sino en tanto valor de cam-bio. Paradjicamente, su legitimidad pasa a ser dada por otrapersona, que toma su lugar en el espacio pblico, esencializn-dolo como el lugar genrico del otro del poder. De ah la bsque-da constante por aprehender el momento en que lare-presentacin se funde con la presentacin, pues es especial-mente propicio para el surgimiento de procesos de insurrecciny de movimientos sociales no asimilados y revolucionarios, enla medida en que las clases subalternas intentarn controlar elmodo en que sern representadas. Formular una teora del suje-to de la conciencia deliberativa soberana y teirlo de la condi-cin especfica de coparticipacin de la terica feminista conlos subalternos e insurgentes en este caso, las mujeres, he aquuna sntesis de la agenda radical de Spivak, que tiene resonan-cias de nuestras discusiones, un tanto olvidadas ltimamente,sobre el etngrafo comprometido, militante, aunque crtico delas agendas anteriores de la antropologa aplicada.

    Lo que ms me motiva a recuperar de los textos de Spivak y,en general, de los autores de los grupos de estudios subalternos

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    indios que intentan rehacer el lugar de su relacin con el mundobritnico no es tanto su discusin sobre India13. Adems de estaagenda tan frtil, me parece contundente su discusin sobre laquema de las viudas el famoso ritual del sati, tanto con losindios tradicionalistas como con los colonialistas ingleses. Al res-ponderles, ella invoca un horizonte de significantes que la distin-gue por completo de cualquiera que se dispusiese a realizar esatarea utilizando slo los recursos intelectuales generados en lallamada civilizacin occidental. Ella sostiene que el significantesati viene de los Vedas y del Dharmasastra, textos sagrados dems de tres mil aos de antigedad. Al reinterpretar un signifi-cante de tan larga duracin, construye un soporte hermenuticoque desafa la pretensin de la modernidad europea de resolvertericamente las cuestiones planteadas por los pensadores de hoy,independiente de dnde se sitan. Esa profundidad temporal re-pone centrpetamente el carcter perifrico de su condicin deindia. Considero que este es uno de los argumentos ms podero-sos que ella nos presenta desde el punto de vista de la contrahe-gemona terica. Se sita en un lugar de privilegio, porque puedehablar como heredera de una civilizacin ms antigua que la delos pases europeos y del nuevo mundo. Al hacerlo, descomponey deconstruye una serie de mitos sobre quin habla en primerlugar, en el lugar privilegiado. Ade-ms, cuando introduce el libro dela escritora india Mahasweta Devi,Imaginary Maps, traducido porella, muestra que los escritores in-dios representan mejor que cual-quier escritor occidental los idealesde las narrativas posmodernas. Enfin, colocndose en el centro y dis-tancindose de l, en cuanto suje-to de habla, mina la autoridad delcentro-qua-occidente.

    Otro terico que ha sometidola tradicin etnogrfica a una cr-tica poscolonial es Edward Said14,quien propone y lleva a cabo uncambio radical de identificacin dela mirada. Ms que eso, consiguesituarse en la teora a partir de una

    13. El Grupo de estudios subalternos de Indiafue organizado en torno de la figura del histo-riador Ranajit Guha. Para una comprensin desu agenda vase Guha (1997). Su proyecto ins-pir el surgimiento de grupos similares en otraspartes del mundo, inclusive el Grupo de estu-dios subalternos de Amrica latina, cuyo mani-fiesto de fundacin fue publicado en Boundary2, en un volumen dedicado al debate sobre elposmodernismo en Amrica latina (vase LatinAmerican Subaltern Studies Group, 1993).

    14. Mignolo, Spivak, Said y Bhabha son teri-cos poscoloniales que residen y son profesoresen Estados Unidos. Todos cuestionan el modocomo el pensamiento europeo subjetiv, tam-bin en una relacin de subalternas, las demsregiones del mundo, inclusive la nuestra. Contodo, la mayor atencin ha sido prestada, hastaahora, al subcontinente indio, a frica, Oceana,Oriente Medio y al mundo musulmn, quedan-do Amrica latina an poco representada enesa nueva red de teorizacin sobre la fase ac-tual de la descolonizacin del mundo.

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    mirada que no es la que se centra en la modernidad europea. Desu obra multifactica destaco su anlisis, muy agudo y original,del clsico Mansfield Park, de Jane Austen. Al contrario de la lec-tura ms convencional de esa novela la descripcin de las cos-tumbres inglesas del siglo diecinueve Said procura demostrarque en ella hay un signo horroroso, siniestro, aunque muy discre-to: mientras se discute cmo transformar aquella mansin de pro-vincia en un lugar idlico, casi ednico, el seor de la casa debedesplazarse de prisa al Caribe, para sofocar una rebelin de escla-vos en una de sus plantaciones. As, la propuesta de vida perfec-tamente civilizada que es Mansfield Park se basa en la ms horriblede las prcticas humanas e imperiales, la esclavitud. Es un Ednque siempre carga un infierno dentro de s.

    Como retomar en la parte final de este artculo, el texto cultu-ral que se pretende mostrar como modelo universal trae incrustadadentro de s, bajo un signo de horror, la presencia de los oprimidosy silenciados por los sujetos mismos que celebra. Said sostiene queese potencial de extrema negatividad es una constante en las gran-des obras literarias y artsticas de los pases imperiales, y define sumtodo de anlisis de esas obras cannicas como una lectura con-trapuntstica: el texto metropolitano slo puede comprenderse entoda su complejidad simblica e ideolgica cuando se ve a la luzde su negativo o, mejor, de su contrapunto, para proseguir con sumetfora musical, es decir, la reaccin musical a la textualidad me-tropolitana. Su punto de partida en ese ejercicio de crtica posco-lonial es el texto del colonizador. Segn lo que tratar de desarrollarms adelante, un proyecto etnogrfico sensible a la condicin co-lonial invertira esa pieza analtica-musical y colocara, como as-pecto inicial, precisamente en contrapunto, el texto perifrico.

    La posicin de Said es muy conocida en Brasil, y en nues-tros cursos de posgrado se leen suslibros ms importantes de crticaa la hegemona occidental, comoOrientalismo e Imperialismo y cul-tura. Con todo, son pocos los aca-dmicos brasileros que utilizan lacategora imperialismo para anali-zar nuestra relacin con el primermundo y, ms particularmente,con Estados Unidos15. En la actua-lidad, ese imperialismo est menos

    15. Vase mi ensayo sobre el imperialismocultural estadounidense, en el que esbozoun anlisis de las condiciones de reproduc-cin actual de nuestra academia, dentro dela geopoltica de las relaciones de Brasilcon Estados Unidos (Carvalho, 1997). Otrotexto que merece mayor atencin es el en-sayo de Roberto Kant de Lima sobre su ex-periencia como alumno de doctorado enantropologa en Estados Unidos, en el quetrata el esquema de la reproduccin en elprimer mundo de los antroplogos residen-tes en las naciones perifricas.

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    disfrazado que nunca y llega, prcticamente, a todas las areasde la vida pblica del ciudadano brasilero y de sus relaciones conel estado. El contenido de los medios de comunicacin, las leyesde patentes, la internacionalizacin de la amazonia, el control delmodelo econmico nacional, la privatizacin de la educacin su-perior y el desmonte de las instituciones de investigacin, elmodelo de relacin entre el ciudadano y el estado, la manera enque la sociedad debe organizarse democrticamente, los movi-mientos negros, feministas, indgenas y ecologistas, todos ellos,sufren de alguna manera una enorme presin, cuando no coer-cin directa, para que se adecuen a los patrones de valores pro-puestos por Estados Unidos. Nosotros, como buenos acadmicoscontemporneos, leemos una obra como Imperialismo y cultura,entendemos perfectamente la importancia del asunto all tratadoy callamos frente al imperialismo al que estamos sometidos to-dos los das.

    Igualmente importante es su texto Representing the Coloni-zed, escrito especficamente para la comunidad de antroplo-gos en 1989. En esa conferencia Said convoca a las ciencias socialespara que continen luchando en contra de los enormes obstcu-los del imperialismo: estoy impresionado por el hecho de queen tantos y tan variados escritos de antropologa, epistemolo-ga, textualidad y alteridad, que en extensin y temas recorrenla escala que va desde la antropologa a la historia y a la teoraliteraria, haya una ausencia casi total de referencias a la inter-vencin imperialista estadounidense como un factor que afectaa la discusin terica16. Otro estimulo fundamental que pode-mos extraer de Said y que explorar al final de este ensayo essu preocupacin porque los oprimidos del mundo no se callen yreclamen siempre su derecho a na-rrar sus experiencias, sus insurreccio-nes, sus memorias, sus tradiciones,sus historias. De ah su posicin cons-tante de insurgencia contra las tenta-tivas de silenciar la voz de lospalestinos en su lucha por salir de lasituacin de subalternos y de opre-sin a la que han sido reducidos des-de la creacin del estado de Israel(vase Said, 1984).

    16. Vase Said (1989: 214). En verdad, Saidno es el nico que restaura la centralidadde la cuestin del imperialismo para unacorrespondencia del orden poltico-cultu-ral en que vivimos. La crtica a las formascontemporneas de imperialismo es unade las motivaciones principales para la elec-cin de la teora derrideana por parte deGayatri Spivak, que llega a afirmar que lacritica al imperialismo es la propiadeconstruccin (Spivak, 1999: 108).

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    El tercer terico poscolonial que puede inspirar una revisinde la mirada etnogrfica es Homi Bhabha. Una de sus principa-les contribuciones es recordarnos cun precaria es la autoridadcultural a la que estn sometidos los subalternos y los sujetoscoloniales. Esa autoridad, mediante la cual somos llevados aestereotipar nuestra relacin con los pases centrales, se basa enel presupuesto de un orden simblico general que es, en reali-dad, muy precario y frgil, como todos los ordenes culturales,susceptibles siempre de ser replanteados en cualquier nuevo actode enunciacin, bajo el signo de la confrontacin. Bhabha ac-tualiza entonces ese carcter de hibridismo que es fundacionaldel lenguaje y al cual se somete la actividad ininterrumpidade traduccin cultural: en sentido estricto, toda cultura es hbri-da. La misma cultura dominante es hbrida en el momento enque se anuncia como autoridad.

    Es el discurso el que da paso a un hiato, a un intervalo vacoparcialmente equivalente a lo que Mijail Bajtin llam exotopa, esdecir, un dilogo que no pertenece ni a m ni al otro, sino precisa-mente a ese espacio exterior que es la caracterstica misma de larelacin del sujeto con la alteridad (vase Bajtin, 1990). HomiBhabha llama a ese intervalo vaco de tercer espacio: el hiato ins-tantneo entre la estereotipia de la lengua y su realizacin viva,concreta; entre su estabilidad hegemnica y su contingencia enel momento en que se establecen las jerarquas de poder. Comoese acto es un enunciado, viene a ser justamente el lugar donde elsubalterno puede capitalizar a su favor la inconsistencia simbli-ca dominante y devolver el carcter hbrido, precario, frgil, deese orden que se presenta como autoridad indiscutible, legtima,superior, constante, inmutable. El lugar de ese tercer espacio ser,as, el lugar dividido en que se puede esbozar un mecanismo deestablecimiento de alguna especie de contradiscurso: es la posi-bilidad que tiene el subalterno de proponer y ejecutar una contra-coherencia17. Intentar mostrar ese esquema conceptual de Bhabhapara una mirada etnogrfica que explicite su poltica de alianzascon las voces suprimidas y silenciadas de nuestras comunidades.

    Ocurre muchas veces que en el momento preciso en que elgrupo dominante quiere presentarsecomo tal es obligado a reestructurar sulenguaje de dominacin, de un modo con-tingente, coyuntural, imprevisto. Si ex-plicita una retrica de autoridad es

    17. Contra-coherencia es el nombredado por Mieke Bal (1988) a su lectu-ra del Libro de los Jueces de laBiblia, desde el punto de vista de lasmujeres.

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    porque se ve llevado, concretamente, a ejercer su poder de con-trol; en el preciso momento en que se desafa o repudia su fuer-za, ella se articula. Sin embargo, hay siempre una negociacinen trminos originales e imprevisibles entre la posicin del suje-to en el lenguaje y el enunciado que construye por medio deella. Como dice Bhabha, ese es un proceso generado por la es-tructura misma del proceso de significacin. El sujeto nunca escoetneo al lenguaje, debido a la historicidad de la condicinenunciativa. Cada enunciado sea para expresar el poder o paraconfrontarlo es siempre el resultado de la manera como el otrointerpreta el signo lanzado por el sujeto. Para quien se constru-ye en el lugar de poder el colonialista, el imperialista, el escla-vista, el latifundista, de nada vale decir que se es poderoso,antes de una confrontacin de posiciones.

    Tal como entiendo, el tercer espacio es, entonces, una aper-tura generada entre el sistema de representacin, entre la iner-cia codificante del lenguaje y su potencial de renovacin, quese activa en una situacin coyuntural. Cada vez que un enun-ciado de dominacin que sintticamente podemos llamar depretensin hegemnica es activado, solicitado, por una instan-cia imprevista un estado de emergencia o de excepcin, comodira Walter Benjamin deber existir, necesariamente, una ne-gociacin de significado. Cuando el poderoso comienza a defi-nirse como tal, utiliza de inmediato un significante oriundo deldiscurso del dominado, para marcar una polarizacin que debeleerse desde una perspectiva favorable a su pretensin jerrqui-ca. El dominado tratar, entonces, de devolver al dominadoruna cantidad de esos significantes cargados de tensin demar-catoria de territorios. Este campo abierto de posibilidades con-figura un tercer espacio; y no hay modo de establecer, a priori,cul ser el resultado de esa negociacin. Lo que est en juego,de hecho, es la lucha por el control de la narrativa histrica: lastentativas del dominador para silenciar la versin del subalter-no y las estrategias de este para desenmascarar la versin domi-nante que se pretende fijar como verdadera.

    Mucho ms tarde surgirn las diferentes versiones de lo quefue ese momento reestructurante, que pretendern alcanzar lacondicin de archivo, de memoria o de patrimonio, de costum-bre o de ley: cmo se dio un conflicto en un momento determi-nado; de qu manera se situ el opresor; cmo rebati el oprimidola representacin que se pretendi hegemnica; y cul fue el

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    resultado de esta confrontacin en varios planos: una rebelin,una masacre, la subordinacin de un grupo a los intereses de otro,la reestructuracin de posiciones polticas, la muerte de una co-munidad, el fin de una cultura o de una forma singular de expe-riencia humana, etctera. Cuando un movimiento social seaproxima a una regin como es el tercer espacio, puede contarcon un momento ms favorable para los cambios, cuestionamien-tos, renovaciones, rupturas, insurrecciones, conquistas. De estamanera, Bhabha puede analizar la narrativa subalterna situndo-la en el plano de las identidades colectivas; por tanto, vinculandosiempre su manifestacin a los procesos de representacin y designificacin, tanto en su dimensin semitica como en la psqui-ca una de las novedades de su teora es, justamente, proponer elentrelazamiento de estas dos dimensiones.

    Es posible que el texto de Homi Bhabha parezca siempre tanimpreciso y resbaladizo porque ansa inscribirse, simultneamente,en la tradicin de la crtica literaria y cultural inglesa y en la tradi-cin india de crtica. Lo que unifica estos dos polos de su inter-vencin en el orden cultural establecido es la lengua inglesa,presente, aunque de un modo diferente, en las dos tradicionesdiscursivas. Bhabha efecta su crtica cultural intentando cons-truir una nacin britnica ms abierta a la diferencia, humana ysocialmente mejor. Recordemos, no obstante, que el movimientode hibridismo que propone es frtil en el Reino Unido, donde haygarantas institucionales para el habla disidente, es decir, en don-

    de la demanda de subjetivacin estapoyada en un sistema judicial capazde protegerla de la intolerancia quecensura y silencia. No sabemos si lsera capaz de construir, con xito se-mejante, la misma demanda en el sub-continente indio, con su secuencia deregmenes autoritarios y de excep-cin18. En suma, la presin que ejercepara que los britnicos sean ms de-mocrticos presupone, para salvaguar-dar la integridad intelectual y polticade Bhabha, que ellos sean demcratasen buena medida19.

    En fin, una actitud comn a estostres autores es su lectura crtica de

    18. En verdad, la misma contradiccinpuede detectarse en la posicin de Spivak.El ensayo sobre la enseanza de literaturainglesa en su libro Outside in the TeachingMachine (1993b) fue escrito con la finalidadespecfica de cualificar a los alumnos quese forman en Estados Unidos la mayora,obviamente, ciudadanos estadounidenses.Falta saber en qu medida una generacinde estudiantes de literatura de ese pas,mejor cualificados, influir positivamenteen el proceso de descolonizacin delmundo a partir del imperio.

    19. Me refiero aqu al periodo de Bhabhaen el Reino Unido, porque la mayora delos textos de su libro fueron escritos antesde su mudanza a Estados Unidos. Sin em-bargo, creo que el argumento que desa-rrollo es pertinente an.

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    un conjunto de textos investidos de gran prestigio, por pertenecera lo que se define y se reproduce como literatura inglesa20. A partirde ah desarrollan esa estrategia, tpica de la crtica poscolonial, deminar la autoridad, mostrar los conflictos que hay y exponer lamonstruosidad promovida por ese discurso literario colonial21. Enel momento, en fin, en que ellos minan esos textos de gran autori-dad literaria se colocan en un espacio privilegiado del habla y talespacio los transforma en pensadores que nos pueden inspirar, silos vemos desde la perspectiva de nuestra posicin especfica desubalternos. No pretendo, obviamente, desentenderme de las enor-mes contradicciones, justamente de tipo geopoltico, inscritas enese proyecto de criticar la dominacin imperial, denunciar el silen-ciamiento sistemtico de habla subalterna y, al mismo tiempo, tra-bajar en Estados Unidos de Amrica durante el periodo en que seconsolida como el mayor imperio de todos los tiempos22. BartMoore-Gilbert (1997) hace un anlisis excelente de ese lugar crticodesafiante, aunque heterogneo y confuso que llamamos la teo-ra poscolonial. Debemos evaluar ahora, con intensidad y sentidocrtico anlogos, las contradicciones y posibilidades del proyectoetnogrfico en la actualidad.

    Sintetizando las metamorfosis de la mirada etnogrfica rese-adas, podemos decir que el estilo de la mirada de Boas y Hers-kovits objetivan; el estilo de la mirada de Lvi-Strauss ponedistancia y aproxima, aunque mante-niendo fijo el lugar hegemnico. Lamirada de los llamados antroplogosreflexivos discute la autoridad del lu-gar hegemnico, pero su teora de po-der se limita al campo etnogrfico, yesa limitacin es la que Edward Saiddenuncia con vehemencia; dicho deotro modo, la voz del nativo an no seconsidera voz subalterna. En la pers-pectiva poscolonial, la cuestin no esslo la voz nativa, como la del otro di-ferente, sino el reconocimiento de lascondiciones histricas y polticas deconstruccin de alteridades sometidasa un rgimen colonial de subalternos.En otras palabras, se trata de deslindarlos mecanismos de articulacin del

    20. Terry Eagleton (1978) ha mostradocmo se defini el canon de la literaturainglesa y cmo se expandi por el mun-do, a partir de un cierto momento, hastaser visto como el lugar de la excelencialiteraria.

    21. Es el tan discutido Horror, horror!que grita Kurtz en El corazn de las tinieblasde Joseph Conrad, obra literaria que harecibido varias relecturas y reinterpretacionesque la vinculan, en una perspectivaposcolonial, a la tradicin etnogrfica.Vanse, entre otros, James Clifford (1986) yChinua Achebe (1989).

    22. En Cultura e imperialismo, Said seanticipa a esa cuestin y la responde abier-tamente, afirmando que, en la medidaen que reside en Estados Unidos, allpuede ejercer con ms eficacia su res-ponsabilidad de intelectual (Said, 1993: 54).

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    nativo el objeto etnogrfico con el etngrafo y sobre todo eletngrafo de pas perifrico, ambos, de hecho, en cuanto suje-tos coloniales, o neocoloniales23.

    PARA UNA ETNOGRAFA POSCOLONIALY ANTIIMPERIALISTA

    C OMO SUGER AL REMITIRME A LAS IDEAS DE SPIVAK, SAID Y BHABHA,la perspectiva colonialista e imperialista de inscripcin sim-blica est condicionada, en su raz, por una ambivalenciaparadjica que la debilita y abre puertas para confrontarla: el tex-to del colonizador debe incorporar signos del universo del colo-nizado, lo que transforma su discurso en un texto heterclito,con un grado problemtico de desarreglo [desorden] que no esapenas esttico sino, bsicamente, tico: no es capaz de exorci-zar lo impuro, lo ilcito, lo feo, lo horroroso, lo peligroso que seinstaur en su ncleo constitutivo, so pena de debilitarse simb-licamente y dejar de ser un buen modelo de texto sobresalientedel colonizador como portador de una pretendida moralidad uni-versal. En otras palabras, la obra-monumento del imperio nacesiempre monstruosa: no puede eliminar el rastro semitico delgrupo dominado, que debe aparecer forzosamente con la sealnegativa de la devaluacin del ser. Eso corrobora la intuicin deWalter Benjamin, inspirado en Karl Marx, de que no existe nin-gn documento de cultura que no sea al mismo tiempo docu-mento de barbarie. O sea, la historia de la humanidad es unacumulado de opresiones e injusticias, cuyo clima de desastre ldescribi utilizando, de un modo muy original, la imagen del An-

    gelus Novus de Paul Klee (vase Benja-min, 1969)

    Una de las estrategias poscolonia-les ms eficaces consiste en producirun tipo de texto una crtica cultural,en fin que acuse la barbarie inherentey fundacional de los textos monumen-tales del colonizador. Es lo que hacenEdward Said y Homi Bhabha en todassus lecturas de las novelas inglesas

    23. Esa perspectiva, me parece, no hasido discutida suficientemente dentro dela disciplina, a pesar de haber sido, porlo menos, delineada por Jean Rouchdos dcadas atrs, lo que coloca al fil-me etnogrfico en una posicin de van-guardia en el proceso de descolonizacinde la antropologa (vase Rouch, 1975 y1978). Ha sido retomada, aunque par-cialmente, por Michael Taussig, PaulStoller, Janice Boddy, Jean y JohnComaroff y Judy Rosenthal, entre otros.

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    sobre India y frica. Otra estrategia, utilizada tambin con fre-cuencia por Bhabha y Spivak, es referirse a textos producidospor los sujetos en procesos de descolonizacin: migrantes y exi-liados indios, chicanos, africanos, asiticos, etctera, quienesacusan, en su propia naturaleza hbrida, la barbarie-monumentoque los antecedi e inspir. Es decir que, desde el punto de vis-ta del texto cultural, generado o enunciado directamente porlos grupos sociales sometidos al poder colonial o neocolo-nial, se busca resaltar su capacidad cognitiva para devolveruna imagen del colonizador construida a partir de la experien-cia del grupo dominado. Es posible suponer que en esos casos elproceso creativo sea tan inconsciente e intuitivo como el queexperimentan los autores cmplices del orden imperial. No obs-tante, la estrategia de traduccin cultural es deliberada: son textosproducidos con la finalidad expresa de inscribir signos con lapolaridad axiolgica invertida o por lo menos cuestionada delcolonizador, para desafiar el modo negativo cuando no silen-ciado con que fueron inscritos en las narrativas histricas di-fundidas contra o independientemente de sus voluntades.

    Sintetizando mi lectura, todos los actores implicados en esedrama poscolonial e imperial necesitan introducir, entonces, unsigno con una seal contraria en sus textualidades en relacincon el otro. El dominador activa los documentos de la culturapara corroborar de un modo convincente la jerarqua que cons-truy: el universal abstracto, como deca Michael Taussig (1993),puede asumir una inmensa gama de fetiches o fantasmas porejemplo, la mujer blanca y bella de occidente, el hombre de ge-nio, la gran obra literaria, etctera24. Sin embargo, como se ve enlos estudios poscoloniales, para fijar este orden l introduce, enalgn momento, un signo del dominado, invirtiendo su valoremblemtico. Debe incluirlo porque necesita presentar un ordenentero, completo, de la naturaleza en la cual est inmerso y sobrela que pretendidamente reina. Cuando el dominado lee esta his-toria a contrapelo esto es, cuando logra construir una especie decontracoherencia, o sea, cuando sub-vierte esta historia percibe que la ima-gen de coherencia, de consistencia, demoral prstina del dominador es, enverdad, un Frankenstein simblico ocultural, en la medida en que se cons-truy con signos articulados mediante

    24. Una de las tantas controversiasprovocadas por Said en Cultura e impe-rialismo se refiere a su crtica a Dante,que coloc a Mahoma en el infierno,invirtiendo la jerarqua de su estatuto alos ojos de los seguidores de la fe mu-sulmana. Para las rplicas a Said, vanseAhmad (1992) y Moore-Gilbert (1997).

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    la prctica del terror, de la tragedia de los oprimidos y de los seresque el imperio tuvo que canibalizar. Como el mexicano inepto delos filmes estadounidenses del far west o el hechicero peligrosoentre blancos en las historias de novelas romnticas, situado enlas regiones denominadas salvajes del tercer mundo; invariable-mente nos encontramos con seres torcidos, monstruosos, defor-mes, bufones, malvados, peligrosos, impenetrables, etctera. Deesta manera, el colonizado puede reaccionar a la tentativa delcolonizador de presentar esta barbarie como referencia universalde los valores ms altos de la humanidad: basta que se vea a lainversa para pasar a exhibir esta monstruosidad en el centro mis-mo de la constelacin simblica y esttica diseminada por loscuatro extremos del imperio. De acuerdo con lo que dije, aqu ladeconstruccin derrideana, tachada muchas veces de mero ejer-cicio acadmico, puede tornarse un recurso discursivo eficaz enla representacin de la voz subalterna.

    As, toda la historia de la humanidad puede verse como laincorporacin constante de signos con seal invertida, por par-te del dominador, oriundos de la expresin simblica del domi-nado25. Por qu es importante este cambio de seal? Porquepara el dominado esos signos secuestrados representan valorespositivos, como el bien, lo bello, el sueo, la esperanza, el ca-mino de la redencin.

    Incluso desde el punto de vista del dominado la opresin y ladominacin sufridas se ritualizan constantemente. l las instau-ra, como un evento fundador, en un proceso anlogo a un kerig-ma tal como lo teoriz Paul Ricoeur (1974). Proyecta un eventodramtico que le haga posible inscribir un signo del dominador y

    trabajar el duelo que no quiere des-hacerse. Traba una lucha para in-tentar eliminar el duelo de habersido dominado, para inscribir el re-sultado de la batalla, recordar la tra-gedia de sus muertos, celebrar a losancestros que claman por vengan-za o por un lugar decente en el cua-dro de los espritus, ya que noencontraron su debido descanso yporque el opresor no permiti querecibieran las honras fnebres quemerecan26. Por eso debe cambiar

    25. Uso incorporacin de un modo no tc-nico como una imagen, primordialmente,inspirado por tanto en el concepto psicoana-ltico de incorporacin desarrollado porNicolas Abraham y Maria Torok, en sus ensa-yos magistrales (1986 y 1994).

    26. Esta es la estrategia sistemtica de lasintervenciones polticas de Said, al estimularla narrativa popular palestina (Said, 1984). Nomenos eficaces han sido las narrativas-testi-monio dramticas y articuladas, como la au-tobiografa de Rigoberta Mench, texto quecircul en el mundo y atrajo la solidaridadinternacional hacia la causa de los indios deAmrica central (Mench, 1985).

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    una seal. La esclavitud, el colonialismo, el imperialismo, el ra-cismo, el neoliberalismo coercitivo fueron y son todos regme-nes de destruccin. Creo que esa idea del duelo cultural, queapenas puedo esbozar en este ensayo, nos permite entender lascircunstancias bajo las que ambos, dominador y dominado seincorporan.

    En el caso del dominador citamos arriba el Mansfield Park deJane Austen: la narradora no poda dejar de inscribir lo que enverdad es una monstruosidad dentro de ese orden que se pre-tende perfecto y, probablemente a pesar de s misma, incorporala esclavitud. En el caso del dominado, los innumerables ritua-les de inversin, los mitos fundacionales, las narrativas orales,en fin, todas las expresiones de mmesis, tan apreciadas por Taus-sig, y de mmica, resaltadas con frecuencia por Homi Bhabha,invariablemente ofrecen un espejo -aunque oblicuo, irnico,alegrico, indirecto, opaco de la jerarqua poscolonial creadapor los pases centrales y en la que estamos todos insertos27.

    Ac, en la parte inferior del mapamundi, donde fuimos colo-cados por la cartografa colonial, debe haber una manera de es-tablecer un frente, recuperando inclusivevarios trabajos etnogrficos hechos en Bra-sil. Como etngrafos somos parte de esevasto campo de la literatura comparada. Alfin y al cabo, contribuimos con no poca cosaa la formacin de aquello que Goethe lla-maba Weltliteratur, la literatura universal enel sentido ms completo, porque podemosintroducir la literatura oral en todas las ex-presiones de balbuceo, silencio, fragmen-tacin, en la as llamada gran literatura delmundo. Finalizar, entonces, con dos pe-queos fragmentos de narrativa oral quepermiten mostrar que la importancia de lostextos se da, precisamente, en ese espacio negociado entre elcanon de la lengua y la posibilidad de reaccin individual alenunciado, siempre histrico, particular y contingente.

    27. Un ejemplo notable y per-turbador de ese mecanismo deinversin de sentido es el cultode la posesin hauka de Ghana,tal como fue registrado en el ex-traordinario filme etnogrfico deJean Rouch, Les Matres Fous(1954-1955). Rouch inspir aMichael Taussig y Paul Stoller,quienes a su vez inspiraron aJudy Rosenthal a interpretar la po-sesin en ese mismo sentido.Vase la discusin de la inver-sin hauka en su reciente etno-grafa sobre el trance entre losew (Rosenthal, 1998).

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    NARRAR LA CONDICIN SUBALTERNA

    E N 1996 CONOC EN LA UNIVERSIDAD DE FLORIDA A LA AGRNOMA NOEMIPorro, quien al saber que estaba escribiendo un libro sobrelos Quilombos del Rio das Rs me cont acerca del trabajo deapoyo comunitario que efectu en un asentamiento de mujeresque trabajaban como quebradoras de coco de babau, en Olhodgua dos Grilos de Monte Alegre, Maranho. Ella haba anota-do la historia de esa comunidad, que fue vctima de una barba-ridad tpicamente brasilera: un grileiro28 quem las casas de varios

    habitantes, en una de las tantas tentati-vas de expulsar a las familias del lugardonde vivan. Ella grab los relatos ytranscribi despus las narrativas de las

    mujeres que contaban su lucha: cmo se atrevieron a organizar-se, cmo desarrollaron sus estrategias de confrontacin con elpoder y, finalmente, cmo lograron el reconocimiento oficial desu tierra. He aqu que ese texto, que sucedi en la dcada de1870 y habla de una lucha, comn en muchas comunidades bra-sileras, por alcanzar el reconocimiento legal de sus tierras; co-mienza con una pequea historia en la que el sujeto narradoren verdad, una narradora cuenta sobre su abuela que murien los aos 1930. Los eventos narrados, por tanto, se refieren alos aos 1870. He aqu esa narrativa extraordinaria:

    Mi abuela Valeriana contaba muchas historias, muchas, muchasmismo. Pero una olvida, porque olvida mismo. Porque ya fue hacemucho tiempo. Slo la muerte de ella est con mucho tiempo, quefue en el 36. Ella contaba que era esclava, pero no fue muy maltratada.Ella tuvo un seor, all en Santa Isabel, que se llamaba RaymundoOnrio. Ella deca que el esclavo en la hacienda de don MundicoOnrio no sufra demasiado: la mujer, cuando llegaba aquellos dasde ella iba para el hospital de cabeza amarrada, odo tapado, calzaday todo. Se quedaba durante ocho das.

    Entonces era malo, porque era esclavo, pero tena esa libertad porenfermedad, por mana del que no le gusta trabajar. Mi abuelaaguant mucho. Muri de vieja no de maltratada. De joven, ella vivaandando, era natural de Paraiba. Anduvo todo el tiempo para aqu,acull, para all. Ella cont una historia, cont as, en el camino.Fue un viaje que ella hizo, con ese seor de ella, de un ao de demoradentro de un navo: seis meses para ir y seis meses para regresar. Ellanunca supo decir cul era la ciudad, en esa ciudad no exista negro ni

    28. Grileiro se denomina al individuoque busca apropiarse de tierras aje-nas mediante escrituras falsas.

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    por donde. Los negros que tenan era ella y el hermano de ella, ahoraella misma no sali de la embarcacin. Slo el hermano sali para unamuestra. Y gan muchos premios por ser negro, de cabello crespo.

    Considero esta pequea historia particularmente admirable,porque permite al sujeto representarse y restituir la compren-sin de un mundo ms amplio que ese en el cual le fue dadomoverse, y tambin por osar a negarse a una re-subjetivacinque le es impuesta. La narradora no niega su pasado de esclavi-tud, habla de la abuela en cuanto esclava, aclarando que muride vejez y no de enfermedad. Enfrenta, entonces, la esclavitudy se coloca ahora en un lugar en el que puede situarse comosujeto en los aos 1990, cuando cuenta la historia de la abuela.Cualquiera de nosotros puede asumir ese lugar de sujeto, dadoel potencial de doble-voz de su narrativa (para la teora de ladoble-voz, vase Bajtin, 1984).

    En cuanto a la subjetivacin que se presenta en la modernidado en la posmodernidad del capitalismo tardo, como dira FredricJameson (1991), que es convertirse en un ser de identidad en estecaso, las negras ella prefiere mantenerse en una posicin de dis-tanciamiento. Ella no descendi a tierra, se qued en el navo.Prefiri ubicarse en un lugar meta, a partir del cual uno puedeponderar, por ejemplo, sobre la entrada o no en la tan discutida yya cansona globalizacin. Recordemos que el mercado de cocode baba depende de Malasia, competidora de Brasil a escalaglobal. O sea, se trata de un texto en portugus brasilero quehabla del mundo en 2001, al mismo tiempo que de 1970 y de 1870.Esa capacidad de los textos subalternos, de hablar ahora y paratodos, es uno de los proyectos que podemos colocar en un lugarequivalente al del tercer espacio propuesto por Homi Bhabha.Viajar y no ir, quedarse y moverse, dejarse intimidar y aceptar eldesafo, llegar cerca y resistir, observar y preservarse, salir sinllegar, experimentar sin sentir, sufrir sin odiar, todo y nada en esahistoria anti-kafkiana, el tercer margen del mar.

    Podemos aqu, por qu no, soar con la recuperacin de unavoz subalterna a la brasilera y ser capaces de agregar algo propioa los esfuerzos de los indios, africanos, rabes y oceaninos, envez de tratar de reproducir su estilo de crtica de un modo mec-nico y ahistrico. Por ejemplo, Gayatri Spivak ha optado por te-jer una red discursiva que desafa al lector y le impide hallar unasalida fcil para la contradiccin constructiva del subalterno que

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    no puede llegar a hablar, provocando as una situacin de inco-modidad permanente. El texto de la quebradora de coco de ba-ba utiliza una estrategia inversa, de imponerse a partir de suinesperada suavidad, su afirmacin, su levedad, su tono tierna-mente revelador de la condicin femenina de carencia de ciuda-dana. Valeriana encuentra en el respeto por la maternidad unsigno positivo, por el cual su narrativa cumple el papel ritual desuperar el eterno retorno del duelo: no llora el horror; por el con-trario, sustenta una clausura discursiva capaz de trascenderlo. Elhiato de la no llegada y la interrupcin del curso del viaje poster-gan los dolores prescritos para las situaciones de esclava o deexcluida: no hay por qu lamentarse cuando no se es vctimapasiva de las circunstancias. En ese sentido, es un texto en tododistante del formato discutido por los tericos indios citados. Yespecialmente emblemtico para un discurso crtico sobre la mujeroprimida del tercer mundo. Al fin y al cabo, Gayatri Spivak acabade afirmar que el caso tpico del informante nativo que es hoynegado [en el discurso hegemnico competente de occidente] esla mujer ms pobre del hemisferio sur (Spivak, 1999: 6). Al supe-rar el duelo cultural, horizonte presente en la mayora de los tex-tos subalternos, las quebradoras de coco de baba construyenun documento de cultura que consigue no ser ms un documentode barbarie, para seguir con la figura de Benjamin. En fin, en casode existir un orden de valores humano y espiritualmente emanci-pado, que trascienda el colonialismo y la condicin subalterna,puedo imaginarlo en el tono de voz de Valeriana.

    Distribu una copia del relato de Valeriana a los participantesde un seminario sobre teora antropolgica en Brasilia en el quese discuti el ensayo clsico de Gayatri Spivak (1993a) sobre laimposibilidad del habla subalterna (Can the Subaltern Speak?).Para ilustrar su polisemia y su potencial oracular transcribo, conun mnimo de edicin y notas en orden cronolgico de inter-vencin, algunas reacciones de los antroplogos presentes:

    NATALIA CATALINA LEN (NCL). Ella puede estar refirindose a un tipodiferente de esclavo, que reciba un tratamiento ms suave, quesera el esclavo domstico, distinto en todo del que trabajaba en lasplantaciones y las minas. La afirmacin que expresa puede venir deesa circunstancia histrica especfica. El texto presenta, entonces,dos matices de la esclavitud.

    RITA SEGATO (RS). No necesitamos resucitar o recuperar lo acontecido;

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    lo importante es que el relato transforma los acontecimientos de unmodo positivo.

    ROBERTO LIMA (RL). An es un mundo de negros y blancos. Por quregistrar un texto que habla de ganar premios por ser negro en losaos 1870, cuando se enfrentan con grileiros? De repente un negroque es valorizado frente a los blancos un siglo antes, resurge en unmomento cuando tiene que traer la tierra.

    RS. Es el subalterno escuchado con una voz vlida.

    RL. Qu es lo que esa condicin de subalterna trae? Trae esapremiacin... lejos, donde no hay negros, porque aqu el negro estarruinado.

    RS. [Como en otro proyecto de investigacin que oriento], veo aqude nuevo la relacin entre la metrpoli, el poder nacional y lalocalidad. Es la metrpoli una vez ms la que nos da una leccin alpremiar al negro que entre nosotros es maltratado. En esa historiahay, por tanto, una triangulacin.

    JOS JORGE (JJ). Ese texto es mtico e histrico simultneamente; pasa enel plano que yo llamo de mit(h)istrico, una potica imaginacinejercitada en canto o narrativa, que funda un nuevo mito. Algoparecido con aquello que Walter Benjamin llam de Gedichtete29.

    RL. O decir, como habla el autor de Los usos de la mitologa griega,que el mito es lo que era verdad. Cuando sucede el rapto de Helena,l dice: relteme su mito; porque el mito era la versin verdadera30.

    JJ. Donde ella dice: l gan muchos premios, est diciendo, de hecho:l gana muchos premios: el gan premios en 1870 y en 1970 ella ganala demanda para la reserva extractiva. Ahora el pasado es el presenteen un lenguaje del pasado.

    RL. Todos los significados de representacin discutidos por Gayatri Spivak[Vertretung y Darstellung] aparecen en el ltimo prrafo de esta historia:la representacin poltica, los significadosdados al negro, la autopresentacin comonegro.

    JJ. Desde el punto de visto de la ginocrtica,a primera vista parecera que ella se quedaatrs, es apenas descriptiva, mientras elsujeto agente es el hermano. El hecho de nosalir de la embarcacin la coloca en un nivelcognitivo inferior o superior al hermano quesali? He aqu una cuestin difcil.

    SIGLIA DORIA (SD). Ella es quien posee eldominio de la historia; ella es el sujetohablante; no fue el hermano que saliquien cont la historia; la historia es deella.

    29. Gedichtete literalmente: aquello quefue formado poticamente es un trmi-no acuado por Walter Benjamin en suensayo sobre dos poemas de Hlderlin(Benjamin, 1996). Michael Jennings for-mul una exgesis creativa de ese trmi-no, hecha como una propuesta de lacrtica cultural, en su Dialectical Images:Gedichtete como la esfera cuya utilidades la fuente trascendental de significado ycohesin para el mundo. El objetivo de lacrtica y el de la poesa es la mimesis orepresentacin de esta esfera, su recons-truccin desde los fragmentos de los tex-tos literarios (Jennings, 1987: 190).

    30. Se refiere a Ken Dowden (1992).

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    JJ. El texto es un orculo que habla sobre la globalizacin. Yo soy esaValeriana. Veo el navo de Valeriana como el barco de la globalizacin,al cual fuimos lanzados y aqu estamos, en estado de perplejidad, sinsaber si descendemos o no en la playa para donde l nos lleva31.

    LADISLAO LANDA (LL). El hermano sali del barco y enfrent el riesgode tener xito o no; es el dilema de la representacin de la diferencia.

    NCL. El otro diverso; la diferencia puede tener xito o no.

    LL. El xito de la diferencia.

    JJ, RS, NCL. La diferencia puede tener xito.

    RL. Tal vez l slo tuvo xito porque era solo uno, como un ejemplarnico, de museo. Quin sabe si ella hubiese bajado tambin, siambos hubiesen tenido xito?

    NCL. Puede ser tambin un xito exotizado.

    JJ. Que ella no quiso, al que ella se neg; yo creo que ella sabe ms.

    RS. Ella no prest odos al lado malo y entendi la exotizacin comoun xito. Ella slo escuch lo que era bueno. Eso es una estrategia.

    JJ. Ella no sigui el canto de sirena.

    LL. El hermano de ella es como uno de los personajes de los que hablaMontaigne en el ensayo sobre los canbales y todos los indios quefueron llevados a Europa, la admiracin que despertaron all32.

    JJ. Pero ah fue terrible; nosotros no tenemos su testimonio; fueronsubalternos que no pudieron devolver a su comunidad su lugar en lahistoria.

    RS. No, ellos se transformaron en los evolus de que habla EdwardSaid33.

    LL. Hicieron traducciones [de textos indgenas].

    RS. Fueron los intermediarios comprometidos con la colonia. Fueroninterlocutores privilegiados del colonizador, que aprendieron suscategoras, para contarle sobre su mundo, vertido ya para las categorasdel colonizador. Son esos evolus; el hermano sera el negro que hablapara el blanco.

    JJ. Ella no es eso.

    RS. Ella habla para instalar un lugar, un valor, una posicin, un perfil.Ella es diferente. El intelectual no puede eludir su obligacin de

    escuchar, de rescatar ese silencio delsubalterno.

    JJ. La abuela y la nieta estn hablandoahora. El sujeto heroico, victorioso, quereproduce el discurso dominante, dejacosas fuera, siempre silencia algo. Yo,como brasilero que vivo en la fase pos-esclavismo del pas me siento implicadoen el discurso de ella(s), hago ma su voz.

    31. Tema discutido por m al final de otroensayo (Carvalho, 1996a).

    32. Se refiere al ensayo de Michel deCerteau (1986).

    33. Said: Representing the Colonized:Anthropologys and its interlocutors (1989:208).

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    La nieta incluye la voz de la abuela y el antroplogo se incluye en lavoz de la nieta.

    RS. El no silenciamiento del intermediario: yo digo para qu estoytrayendo el texto. El intermediario sospechoso es aquel que borra supresencia. Solamente cuando yo digo para qu estoy trayendo la voz[nativa, subalterna] es que no la traiciono. El antroplogo entiende elinters de la abuela en relatar lo que relat, el de la nieta en recordarel relato y re-relatarlo; y el etngrafo ve su inters en traerla ahora,las dos voces para el presente, para mi texto. Una cadena deintermediarios interesados.

    LL. El nativo tambin edita el inters del presente.

    JJ. Valeriana se puso en el lugar meta, desde donde est comentandola competencia entre Brasil y Malasia, competencia que a su vez escontrolada en Suiza, en la Organizacin Mundial de Comercio, dondeBrasil tiene que hacer, con muchos obstculos, su lobby parasobrevivir a los grandes controladores de la riqueza mundial: EstadosUnidos, Japn, Alemania.

    RS. Usted est detrs del discurso del subalterno.

    JJ. Que es mi discurso.

    EDNA ALENCAR. Qu voz es esta, en cuanto subalternos?

    RS. Spivak habla lo que la gente piensa que habla cuando haceantropologa. Slo que los antroplogos de los pases centrales no lohacen. Nosotros somos mucho ms parecidos a lo que Spivak hace:intentamos colocar al subalterno para hablar la voz que nunca seescucha, la voz inaudible, inscribir esas voces que no estn inscritas,hacer un registro de lo que la historia no cuenta. Y este no es el quidde la antropologa de los pases centrales, es nuestra antropologa,ellos no estn implicados en nuestro mundo. Es muy raro que no nosimpliquemos en lo que hacemos. Y cuanto ms aprendemos el cortede ellos, vamos perdiendo esa implicacin.

    SD. Si usted habla como el colonizador, entonces se desterritorializa,y ah se queda sin lugar. Va a participar de una comunidad que esidealizada, sin frontera, sin ancla. El investigador que viene de lejos.

    JJ. l hasta puede implicarse, pero es diferente, es otro tipo deimplicacin.

    RS. l escribe para una comunidad de iguales que es un ejercicio, unexperimento de conceptos, como deca Said; un experimentointelectual, en el que aquella orquestacin de descripcionessimplemente tenga sentido. l garantiza un lugar en aquel mediointelectual y acadmico, porque el conjunto de descripciones quetrae tiene sentido all. Pero no queremos tener sentido solamenteall. Y cada vez corremos este peligro: el Ministerio de Educacinnos coloca este peligro con nuestra evaluacin en la universidadbrasilera: cuntos artculos que usted escribi fueron publicadosen el exterior? Entonces somos forzados cada vez ms a pensar en los

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    interlocutores de all y cmo van a escuchar ellos lo que estamoshablando. Y se vuelve difcil conservar las dos lealtades, la de hablarpara all, que es necesario tambin, no la estoy negando, perocolocando esa voz en la cual yo estoy implicada, desde mi situacinde subalterna y de mis subalternos [coterrneos de destino], que yorepresento, incluso en las dos formas discutidas por Spivak: representocomo Vertretung y como Darstellung, porque estoy implicada.

    TRADUCIR LA VOZ SUBALTERNA

    E XISTE UN LTIMO TEXTO, QUE ES EN REALIDAD UN PRETEXTO, UN SUB-texto, un motivo, una evocacin de un acto que marc lavida de la comunidad y en alguna medida marc mi vidadespus de conocerlo lo que no slo fue narrado por una mu-jer, sino sirvi tambin para inscribir una sensibilidad que pode-mos calificar de femenina a ese movimiento social.

    Cuando el oficial de polica quem todas las casas, vino lajueza de Monte Alegre a exigir que las mujeres abandonasen elpoblado destruido. Entonces, una de las mujeres se aproxim ala jueza y le dio un leve coscorrn en la cabeza, para llamarle laatencin sobre la injusticia que estaba contribuyendo a perpe-tuar. La quebradora de coco exigi a la jueza que tuviese mssimpata por las mujeres: ella, una mujer que tambin pari,debera entender el sufrimiento de esas mujeres pobres y agra-viadas. La jueza llor al recibir el coscorrn y cambi: instant-neamente determin las medidas que deberan tomarse para cesarlas hostilidades contra la comunidad y alej del horizonte cual-quier amenaza de desalojo y de legalizacin del grilaje. Al finalde la lucha, Olho dgua dos Grilos alcanz el estatuto, hacatanto soado por sus habitantes, de reserva extractiva.

    Podemos preguntar cul es el estatuto literario de esa seriearbitraria de relatos pasados a maquina y agrupados por unagrapa. Embrin de libro? Por lo menos debemos reunirlos y di-vulgarlos como comentarios apcrifos. Su conjunto propondrla sabidura de nuestras comunidades y, tal vez, hagamos conellos una especie de Talmud babilnico, de Tor alternativa; ocomo si fuese una nueva serie de hadiths, recientemente compi-lados y que comentan una vez ms la historia sagrada del profe-ta, o incluso, un nuevo conjunto de apcrifos sobre la historiade Jess. Una pieza polifnica abierta y que se construye en el

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    hiato entre el silencio y la accin que apunta a liberar al sujetode s