la noche del loco, francisco tario

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  • 5/16/2018 La Noche Del Loco, Francisco Tario

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    La noche del loco

    -Senorita: ~quiere usted cenar conmigo?-Senorita: ~quiere usted cenar conmigo?Mas de cien veces durante la ultima semana he estado

    repitiendo esta misma pregunta al oido de distintas mujeres,quienes rotundamente se han negado a acompafiarrne. Yentonees yo me he dado media vuelta, me he despedido conla galanteria mas profunda -segun corresponde a mi jerar-quia de hombre elegante-, me he colocado el sombrero gra-ciosamente y he echado a andar sin rumbo fijo.Hice esta invitaci6n en clubes, batallas de flores, museos,

    templos y lavaderos publicos. Siempre con el mismo resulta-do. Se 10 he propuesto a mujeres maduras, emancipadas yrevoltosas; a mujeres casadas, hastiadas y bellas; a j6venes decualquier tamafio, desconfiadas, avidas y deliciosas; a adoles-centes ingenuas que volvian de la escuela con sus cuellitosblancos y unos deseos locos de divertirse. Incluso, se 10 hepropuesto a esas nodrizas robustas que van a flirtear con lossoldados a los parques, tirando de un cochecito con toldo, encuyo interior se vomita un bebe. [Nadie, nadie ha atendidomi ruego!No obstante, empleo medios de 10 mas correcto, puesto

    que soy hombre rico y maduro, harto experimentado enasuntos de mujeres. Y asi es. He viajado por los cinco conti-nentes y he abrazado treneticamente a mujeres de todos colo-

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    res y temperamentos: pelirrojas altivas, con los vientres llenosde pecas; rubias linfiticas, con las pupilas sumergidas en unaespecie de pus; morenas tormentosas, hidr6fobas, que mearrancaban a pufiados las cejas mientras yo les sorbia los la-bios; negras del Congo, con los pechos de tal suerte enhiestos,que para estrecharlas y no herirme tenia que interponer entrenuestros cuerpos una almohadilla 0una sabana doblada cui-dadosamente ... Unas y otras se me sometieron con facilidad,a menudo sin que mediara otra cosa que la curiosidad, elmorbo 0el placer. Mas a pesar de todo esto, he aqui que, demanos a boca, no hay una sola hembra en la ciudad que acep-te compartir conmigo un trago de Chablis y un beefsteale conpatatas y merengues.He pensado detenidamente -y pienso- acerca de tales

    acontecimientos. Busco, y no hallo la causa. Mi aspeeto, pordescontado, debe ser aproximadamente el de costumbre: alto,un poco seco, con el cabello gris y los ojos tambien grises.Camino y visto con elegancia, siempre de negro -mi camisainmaculada, los zapatos irreprochables, una gardenia en elojal-. Bajo el brazo porto casi siempre un libro, pues es con-veniente hacer saber que leo mucho, mucho: oeho 0diez ho-ras diarias. Pero siempre el mismo libro. Cada dia una pagina.Cuando el tiempo es favorable uso bast6n; cuando amenazalluvia, paraguas. Durante el verano me aligero de ropa, con-servando jclaro esta! su color. Aun a mi mismo me sorprendeun tanto esta obsesi6n estupida de andar siempre enlutado.Sin embargo, no me preocupo 10 mas minimo por esclare-cerla. Tambien mis antepasados vestian asi. De ahi que, en otraepoca, mi familia fuese conocida en todas partes con un nom-bre extraordinariamente poetico: "La Nube Negra".Pues como decia antes. No hay en la ciudad una sola hem-

    bra que acepte cenar conmigo. Todas se vuelven ardides,remilgos, y escapan. Pero yo no desespero. Soy como la arafiaque teje su malla 0la hormiga que transporta sus provisiones.Cada dia me atildo mas; cada dia me escabullo con mayor

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    pavor del sol, a fin de conservar mi rostro suave y limpio; mebafio en aguas con sales;me mudo de ropa interior seis u ochoveces diarias; me hago limpiar constantemente los zapatos ...Hoy llevare a cabo una nueva experiencia: me colocare

    unas gafas negras y me calzare unos guantes blancos. Heobservado que la longitud de mis manos asusta un poco a lashembras, cual si temieran que pudiera estrangularlas con ellas;tambien cuando levantan el rostro y me miran a los ojos pare-cen demudarse, exactamente igual que si asomaran sus hoci-quitos a un antro prohibido. Asi pues, es probable que de hoyen adelante pueda verserne de tal guisa: con unos guantesblancos de cabritilla y unas gafas obscuras, tan enormes, queescasamente logre soportar sobre mis orejas.Voy a 10 largo de un parque. Es una especie de selva sin-

    tetica, embotellada, con calzadas muy anchas, en cuyas mar-genes crecen los arboles, envueltos en la niebla de la noche.Sobre las bancas solitarias saltan los pajaros ateridos comohembras traviesas y vanas. Ignoro hacia que lugar me dirijo,pero mi paso es firme, segun debe serlo, sin excepci6n, el delhombre sobre la tierra ...Dejo arras calles, calles iluminadas absurdamente, repletas de

    hembras muy lindas que mueven sus cuerpecitos alegremente.-jSi quisieran cenar todas conmigo!Y estoy a punto de ser arrollado por un 6mnibus cuando

    me embriaga el ensuefio: "Una mesa descomunal, como nohan visto los siglos, cubierta por ki16metros de tela blanca ysituada sobre distintas naciones; una especie de linea ferrea, ala cabecera de la cual estaria yo sentado en una silla, con misgafas negras sobre las cejas grises y mis guantes blanc os pues-tos a secar sobre un arbol".Las mujeres van y vienen dulcemente por la calle. Son

    como mariposas inquietas; y yo quisiera ser flor. Son comoflores selvaticas; y yo quisiera ser mariposa. Quisiera ser 10queellas no son, para hacerlas venir a mi lado. Quisiera ser esamuselina ligera que cine sus cinturitas tan debiles; esos colla-

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    res extrafios que apnslOnan sus gargantas; esos zapatitos tanvoluptuosos que me hacen desfallecer de pasi6n, y sobre loscuales caminan tan nerviosamente. Un as me miran al pasar.Otras, no.Y esto ultimo me entristece de tal forma, que meentran deseos de irme a bafiar una vez mas, de limpiarme loszapatos. En fin, que es muy duro mi destino.Mas he aqui que, de subito, una horripilante idea cruza mimente:"Todas las mujeres tienen su hombre. jTodas, todas! He

    nacido demasiado tarde y ya no hay un coraz6n disponible."Comienzo a temblar, palidezco de estupor y necesito sen-

    tarme en el filo de la acera. Un sudor helado y grasoso mearroya por las sienes."[Todas, todas tienen su hombre!"Y acuden a mi cerebro visiones cada vez mas dolorosas.

    Yeo restaurantes de doscientos pisos, en cuyas mesitas cua-dradas cena alegremente la humanidad por parejas. .. Exten-siones inconmensurables de terreno yermo donde millonesde mujeres encinta van a visitar al ginec6logo ... Infantes quelloran en sus cunas blandas, exhibiendo sus organitos viriles ...-jNo quedara una mujer en el mundo! -grito de pron-

    to, asornandome a las cunas.Y un caballero, tambien de negro, me ayuda a incorpo-

    rarme.-~Se siente usted enfermo? -prorrumpe con el som-

    brero en la mano.-No -replico-. Me siento perfectamente. Gracias.Saluda y se marcha. Pero en aquel instante, una ocurrencia

    me acomete:"~Y si 10matara? jSUmujer quedaria libre entonces!"Me lanzo tras de el entre la multitud, como un loco. Le

    doy alcance, tocandole sin brusquedad en un hombro.-Perdone -inquiero un poco jadeante--, ~esusted casado?El desconocido me examina de arriba abajo y contesta:-Soy viudo.

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    Me entristezco y le digo:-Le acompafio a usted en el sentimiento.-Gracias ... -musita entre dientes, tratando de desasirse

    de mi, que 10 he aprisionado por un brazo.Otra idea -la maxima- me asalta.-Disculpe la impertinencia: ~iba usted a tomar el metro?-Precisamente -confiesa-. [Y es tan tarde!Comprendo que esun etnografo que sehalla a merced rnia.-~Que rumbo lleva? -insisto.No percibo su respuesta,mas exclamo, embriagado de gozo:-Casualmente el mio. jOh, la vida esta llena de estas mi-

    nusculas peculiaridades! ~Le incomoda que vayamos juntos?-Es que ...Lo empujo hacia adelante y penetramos en la estacion.

    Descendemos a toda prisa en un ascensor muy incornodo. Enlos andenes las mujercitas siguen moviendo sus tiernos cuer-pos; pero yo las contemplo ahora con indiferencia. lncluso,me arranco las gafas y sepulto en un bolsillo los guantes.Aspi-ro el aroma de la flor que llevo en la solapa y pienso:"Parezco un jardin,"Ladesprendo con rabia,pisoteandola cual si se tratara de una

    chinche. No obstante, es una gardenia: una gardenia singular-mente fragante, como deben serlo los ombliguitos de todas esaslindas empleadas que escriben a maquina en los Bancos.Durante el trayecto hablo con mi acornpafiante, poseido

    de disculpable calor. El, por el contrario, cada momenta masincierto y preocupado. No osa moverse, sonrie ambiguamen-te, cambia a menudo de postura; pero responde a cuanto lepregunto. Hablabamos de su mujer."Debe ser un excelente padre de familia" -pienso

    involuntariamente.Y esta insensata idea, unida al color bestial de sus calcetines

    a cuadros, me hace sollozar.-jOh, por favor, por favor! jSe 10 suplico! -implora

    timidamente.

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    Algunas personas me observan con desconfianza, y yo medesconcierto de pronto. Para ahuyentar la pesadumbre indago:-~ Usted nunca se ha retratado?-Si -me responde, agitando la cabeza.-Yo no -admito-. Pero me retratare hoy mismo.Y entreveo mi fotografia, ya no al lado de un millon de

    mujeres bonitas, sino sentado sobre las piernas de una com-placiente empleadita, como aquella que va leyendo el diario."Tengo mi brazo alrededor de su cuello y ella me mira fran-ca, apasionadamente a los ojos, a pesar de que no llevo gafas.Ahora visto de gris, con una corbata amarilla."-Bueno ... [hasta la vista! -exclama mi compafiero, de un

    modo atropellado, ofreciendorne su mana sudorosa.-jComo! ~Se marcha usted? -lamento-. jTanto gusto

    en conocerle!Se va y yo me apeo en la estacion siguiente. Salto dentro

    de un taxi y menciono un nombre muy extrano que tengoque repetir varias veces. Primero cruzamos una plaza, en cuyocentro hay una fuente; otra plaza sin fuente; calles, calles,todasgemelas, huecas, como el sistema de una tuberia. Aparecen losarboles, las chimeneas de las fabricas, los lavaderos. Estamos enlos suburbios. Diviso la luna -jy es hermosa!-. Prosegui-mos: el campo. La llanura plana, quieta, igual que el pecho deun tisico. Asi media hora, una, dos; hasta que el vehiculo sedetiene en seco.-~Es aqui? -pregunto.-Aqui mismo -responde el chofer.Liquido la cuenta, abro la portezuela y suplico:-Tenga la bondad de aguardarme. Tardare a 10 mas veinti-

    cinco minutos.-jCorrecto! -asiente-. Y se tumba a dormir con los

    bigotes sobre el volante.Yo me lanzo entre las sombras rumbo a un pufiado de ca-

    sitas grises en cuyas ventanas hay luces. Escucho el reloj de laparroquia: las once. A un tiempo, distingo la cabeza enorme

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    de un hombre que se aproxima cantando con voz de campe-sino. Le detengo, adoptando el continente mas sereno de quesoy capaz.

    "Podria tomarme por un demente" -pienso estrerne-ciendome.

    E inquiero:-Disculpe, ~podria usted indicarme donde se halla elcementerio?Gira sobre sus talones sucios, yergue un brazo herculeo y

    sefiala una mancha proxima, oscilante.-Detras de esos arboles -me informa.Doy las gracias, encaminandorne hacia la mancha. El sen-

    dero es largo, no tan ficil como me suponia y lleno de barro.Con frecuencia doy un traspie y resbalo, rodando hecho unguifiapo, Pero es tal la alegria que salta en mi pecho, tal miavidez, que rompo a can tar y a reir, hundido el rostro en elestiercol de las vacas.

    "[Ahora voy a tener mujercita y esto es esplendido! -cavi-10-. [No movera mucho su cuerpecito porque esta muerta,pero al menos podremos retratarnos! Si esta demasiado rigida,la aceitaremos. Si su ropa se halla deteriorada, la vestiremosadecuadamente. Si esta muy palida, muy palida, le untaremos decarrnin las mejillas ...Y yo me sentare en sus rodillitas desnudasy le pasare un brazo por su hombro, y ella me mirara con suspobrecitos ojos quietos a mis ojos grises y sin gafas."

    Un silencio inusitado me rodea. La obscuridad me envuel-ve, cual si me hallara en el interior de una camara fotografi-ca. Llego, por fin, al cementerio. Me descubro, y nadie sale arecibirme. Llamo febrilmente a la puerta: ni una triste almaresponde.

    "Debe ser aun temprano" -calculo.Y sentandome sobre una piedra, me dispongo a esperar

    con toda calma.Transcurrido el tiempo de fumarme un cigarrillo, me le-

    vanto. Miro a un lado y otro, y, con la agilidad de un gorila,

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    salto la tapia. Requiero a gritos al camarero, al maitre, al man-a g e r . Inutil. Mi grito repercute en las tinieblas, choca contrauna montana y me vuelve a la boca. Me 10 trago y sigo ade-lante por entre las sepulturas. Una voluptuosidad inaudita meinvade. Hierve la sangre en mis venas, y visiones realmentelascivas desfilan ante mis ojos. Parece que entro a un cabaret.

    "~Donde andara mi mujercita?" -digo para mis adentros.Procuro seguir las indicaciones del viudo timido. Buscosobre las cruces el epitafio. No 10 encuentro, y 10 que es bas-tante peor: me restan apenas cinco fosforos.

    -iVaya un restaurante desanimado! -prorrumpo dete-niendorne. Y continuo mas y mas impaciente, mas y masangustiado, derribando tiestos con flores, copas y vasos, tron-chanda rosales, pisoteando a los parroquianos, partiendo lascruces, atropellando a los camareros que duermen ...

    Llego, en suma, ami destino: a la casita blanca.Veo el nom-bre de la muerta. Me inclino sobre la lapida y leo el menu.Hecho un loco, un abominable loco, comienzo a trabajar. Eltrabajo es arduo, me extenua, haciendo tronar mis huesos;pero mi ansiedad va en aumento. Como un perro escarbo latierra, destruyo las raices malignas, hiriendome las ufias; lanzopedruscos al aire, algunos de los cuales me caen en la cabeza.

    "~Quien estara rifiendo?" -me pregunto asustado, miran-do a todas partes.

    Sangro y me ato el pafiuelo a la frente.-iDespues ajustaremos esa cuenta! -amenazo, sefialando

    un arbol.Subitamente topo con algo solido, al parecer infranquea-

    ble. iAh, me aguarda en el reservado! Me vuelvo timido,infantil, casi femenino. Golpeo con el pufio delicadamente.

    -~ Se puede? -inquiero.Nadie contesta. Llamo mas fuerte.-~Se puede?"[Oh, las delicias del adulterio!" -suspiro.Pero grito:

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    -jAbre 0 echo abajo la puerta!Suenan dentro risitas muy debiles, como de alguien a

    quien le hicieran cosquillas con una pluma. Percibo, tambien,unos taconcitos femeninos que golpean, golpean el suelo.-jLa echo! -aullo.Y cumplo mi palabra.Salta el feretro en pedazos, salpicandorne la lengua de unasubstancia acida y muy fria. Adivino, mas que distingo, una fi-

    gura femenina, vestida de baile, inmovil sobre un canape. Meinclino hacia ella dulcemente, seductoramente, igual que losgalanes en el teatro. Musito:-Senorita: ~quiere usted cenar conmigo?Me halaga su voz somnolienta.-jSi!Le echo mano. Pesa poco, y su cuerpecito tintinea como

    un bolson de cascabeles. jDebe estar tan ilusionada!Con mi presa a cuestas me encamino hacia la tapia, advir-

    tiendo que algo se enreda entre los arboles. Cuando piensoque sea su cabellera espesa me trastorno aun mas. [Besare asi,asi, su marana negra, hundiendo en ella mi cabeza hasta elcuello! La deposito en el muro, salto, y la recojo de nuevo.-jPerdone usted! -balbuceo, dejandola caer sobre el

    Iodo+-. Me olvide el sombrero.Entro, y vuelvo a salir con el bornbin un poco ladeado. Me

    la echo otra vez sobre las espaldas, y asi avanzamos en la obs-curidad impenetrable. Pronto el cansancio me rinde, flaqueansensiblemente mis rodillas y las fuerzas me abandonan. Bajolas ramas de un corpulento chopo me siento y siento a rrumujercita.-Senorita: ~le gustaria a usted retratarse conmigo?Y evoco la imagen sugestiva: yo sobre sus rodillas, y col-

    gando de un arbol mi traje.Procedo al punto a desnudarme; a desnudarla a ella, 10 cual

    no es tarea ficil, pues se resiste. Cuelgo, en efecto, mis ropas,y voy presuroso a instalarme. Lo hago con cautela, tierna,

    ceremoniosamente. Le paso a continuacion un brazo por elhombro helado. Cruzo las piernas. Sonrio. Alzo la vista,mirando con desden a todas las mujeres del universo.-N 0te muevas -Ie ordeno.-~Listo? -pregunta el fotografo.Yo digo:-Espere usted un momento. Voy a estornudar. ..Estornudo una vez, dos, hasta cinco.-Mirame -suplico a mi mujercita.Y nos retratamos. Nos retratamos cerca de quince veces,

    siempre en la misma postura, como si fueramos dos estatuas.Yo asi: sin gafas, sin guantes, sin gardenia. Igual que en aqueltiempo, cuando compartia ellecho con las negras del Congo.Y como entonces, tambien, hube mas tarde de colocar

    entre nuestros ardientes cuerpos mis ropas negras muy biendobladas, porque los pechos enhiestos de ella penetraban enmi carne igual que dos afilados cuchillos.

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