la pedagogia según gadamer
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Perspectiva pedagógica a partir de Gadamer
Este texto pretende pensar el problema de la pedagogía –específicamente enfocada hacia las
áreas de la filosofía y literatura- a partir de la teoría epistemológica del filósofo Hans Georg
Gadamer, tomando como referencia parte de su obra Verdad y método II.
En el desarrollo del seminario epistemología de la educación se apreciaron ideas muy
coherentes y seductoras en torno a la pregunta por la verdad, expresadas por algunos
filósofos. Citando algunas de ellas está por ejemplo la del filósofo Nietzsche, el cual
afirmaba que no existen verdades sino sólo interpretaciones; por su parte, Popper afirmaba
que sin la falsación no se pueden adquirir verdades parciales, las cuales deben ser
igualmente falseadas en algunos de sus componentes para que progrese el método
epistemológico-científico. Ideas que sugerían problemas epistemológicos y pedagógicos
que motivaron al autor de este texto, el cual aún no cuenta con experiencia docente, a
configurar, a priori, un posible camino para la enseñanza de las áreas de la filosofía y la
literatura. Pero, acuñando asimismo, en el presente texto, parte de sus experiencias como
alumno de filosofía y letras, el cual tratara de realizar acciones pedagógicas que le hubiesen
gustado que sus maestros realizaran, pues permitirían, tal vez, haber sacado más provecho a
la clase, y, omitiendo otras que ellos realizaron cayendo en errores pedagógicos.
Tratando de recoger algunos temas claves del seminario, el método científico, encauzado
por el empirismo y el positivismo; o por otro lado, por el pragmatismo y el utilitarismo,
sugerían el encuentro con la verdad del ente a partir de su exterioridad y utilidad. Y, si bien
es cierto que la posible verdad del ente comienza a elucidarse a partir de sus características
exteriores, no se puede negar que este también posee un más allá significante, de lo que a
simple vista se aprecia de él.
Por otro lado, dicho ente posee su propia utilidad en relación con el ser humano que le
evalúa, pero, ¿en qué sentido se podría decir que algo es útil o no? ¿Qué es lo que debería
legitimar dicha utilidad? Ahora, sería absurdo, y esto es una cuestión en la que no se
reparara con profundidad en el presente texto, que la verdad dependa únicamente de una
correspondencia semántica entre el lenguaje y la realidad, pues ¿en dónde quedaría la gran
intuición del poeta? Sin embargo el ámbito de la lingüística si tiene gran importancia en
referencia al tema de la epistemología, cosa que se explicitará más adelante.
Por otra parte, el lado opuesto de las discusiones epistemológicas en torno al problema de la
verdad, está en las teorías fenomenológica y existencialista. En este caso, las teorías de
Husserl, Ricoeur y Heidegger, plantean el estudio del ente a través de cómo este se presenta
ante la conciencia del evaluador, o, de toda una intersubjetividad espiritual de seres
humanos conectada históricamente. Teorías que realizan aportes valiosos al ámbito de la
epistemología. Tales como el concepto de intersubjetividad o el estudio de la conciencia en
su relación con el ente, tarea que sugiere la utilización de un profundo pero complicado
método fenomenológico. Este método podría solicitar un estudio muy riguroso del mismo
por parte del pedagogo con el objeto de emplearlo en pro de una mejor enseñanza a sus
educandos.
Esta introducción, como exposición de un pequeño panorama teórico de la epistemología
basado en algunos autores permite elucidar dos problemas que desean ser tratados a partir
de la teoría epistemológica, y más aún, hermeneútica, de Gadamer.
Parece innegable el hecho de que hay verdades, y a su vez, distintos tipos de legitimación
de la verdad, según sea el punto de vista desde el cual se evalúe al mundo. Ya sea desde el
ámbito teológico, o desde el científico, filosófico, etc. En este sentido, el primer problema
que se podría plantear es el presupuesto de que lo que se denomina como <<verdadero>>
parece poseer cierta connotación subjetiva, ideológica o de creencia, según el ser humano
que lo denomine como tal, aun cuando este último pretenda ser netamente objetivo en su
evaluación.
El segundo problema, y esto es evidente en el estudio y la enseñanza de las áreas de la
literatura y la filosofía, es que hay verdades de los entes del mundo que no se presentan a su
exterioridad material o sensible, sino que estas deben ser apercibidas o inferidas a partir de
tal exterioridad. Verdades espirituales y fenoménicas que son igualmente valiosas en el
ámbito de la epistemología. En este sentido, ¿cuál sería la manera de estudiar al mundo, a
sus entes, para extraerles precisamente esas verdades?
Teniendo en cuenta estos dos problemas, se podría plantear la pregunta que este texto
pretende contestar, a saber, ¿cómo respondería la teoría hermeneútica de la verdad de
Gadamer, ante el deseo de configurar un posible camino pedagógico enfocado en la
enseñanza de las áreas de la filosofía y letras?
Antes de comenzar, es menester realizar una acotación importante. La epistemología hace
referencia a la pregunta por la forma de conocer la verdad, y a su vez a lo que ella en sí
misma podría ser o significar. En este sentido, a continuación se tratarán los problemas
mencionados a la luz de la teoría epistemológica de Gadamer a medida que se elucida una
respuesta a la pregunta que se propuso contestar el presente texto.
El primer problema, manifiesta que aun cuando el ser humano se dedique de tal o cual
manera a conocer el mundo, por ejemplo a través de la filosofía, la teología, etc.,
pretendiendo ser netamente objetivo en su conocer, no debe olvidar que parte del mismo
posee cierta carga subjetiva, ideológica o dóxica, es decir, de creencia.
En el caso de la pedagogía, esto se evidencia en el hecho de que el educador no ha de
perder de vista que el estudio de las diferentes teorías filosóficas y literarias a partir de la
lectura de los textos que las desarrollan, es cernida, por así decirlo, a través de las diferentes
creencias, ideologías y hasta tendencias subjetivas de sus alumnos. Por lo tanto, cuando el
alumno se dirige hacia el estudio de tales teorías, la síntesis de sus propias experiencias,
funciona a la vez como legitimadora de las mismas.
Así, en medio del desarrollo de la clase de filosofía o literatura, los alumnos, más allá de
reproducir lo que expresaron los grandes pensadores, toman una posición valorativa,
ideológica, axiológica y hasta dóxica hacia sus teorías, que a su vez se haya implícita en sus
intervenciones tanto orales en el desarrollo de la clase, como escritas al elaborar sus
ensayos, reseñas, artículos, etc. Es por este tipo de valoración subjetiva de la filosofía y la
literatura por las que aparecen las preferencias teóricas de los alumnos, en relación con su
personalidad, tendencias psíquicas, etc., declarándose a su vez marxistas, empiristas, etc.
En relación a este problema, es menester pensar en la teoría hermeneútica de Gadamer. A
partir del ejercicio interpretativo que hace el ser humano del lenguaje, Gadamer reconoce
una tensa “lucha entre el convencionalismo y la ruptura revolucionaria” (Gadamer, 2004, p.
186). En el desarrollo de la clase de filosofía y letras se evidencia a partir de las discusiones
en las cuales las actividades cognitivas del alumno encuentran nuevas interpretaciones de
los textos, en los cuales se manifiestan sus respectivas subjetividades, diferentes a las
tradicionales. Partiendo de este punto, Gadamer podría enunciar un consejo a los docentes
de las áreas mencionadas. Que el docente no debe dedicarse únicamente a reproducir las
teorías o conceptos que son parte del estudio de estas áreas, sino que ha de considerar de
fondo el contexto social, político, informativo, etc., del lugar, llámese país, ciudad, o
pueblo en donde se dedica a la enseñanza.
Contexto que definitivamente configura, en general, un tipo de subjetividad particular, y
algunos otros que se derivan de ella. Ya el filósofo Jean-Francois Lyotard había hablado
sobre este tema en su investigación que dio a luz el texto La condición posmoderna.
Resumiendo, Lyotard anuncia que en las sociedades industrializadas e informatizadas en las
cuales el saber científico prima por encima del literario y del filosófico (fin de los
metarrelatos), el supuesto experto (científico) es el que tiene la última palabra en lo debe
ser o no verdad, apoyado, o mejor aún, legitimado, por los entes dueños del poder.
Es así que la informatización del saber genera su comercialización más rápida y utilitarista,
es decir, que es más fácil conocer sobre cualquier tema, mas no de manera profunda. Por
otro lado, las redes sociales matizan la forma en que el ser humano conoce. En este sentido,
se evidencia como la informatización del saber y las redes sociales han deformado el modo
de conocer el mundo en el alumno de filosofía y letras colombiano. En cuanto a los
alumnos de los grados 10 y 11 del bachillerato, estos encuentran en <<Wikipedia>>, de una
forma rápida y demasiado concisa, cualquier biografía, teoría, etc., referente al estudio de
estas áreas. La internet ofrece diferentes interpretaciones de libros, filósofos, literatos,
análisis de obras y otras muchas cosas en este ámbito. Cosa que con Gadamer no se podría
denominar ya como interpretación en el sentido riguroso de la palabra, pues, que paso con
ese: “lo que en la escuela no estaba permitido, nuestra sana fantasía lingüística lo
encontraba correcto” (Gadamer, 2004, p. 186).
Ahora, si por casualidad el estudiante de estos grados –cosa que no pasa con frecuencia ya
que éste no ha tomado gusto por pensar pues todo lo que necesitó en su vida académica se
lo dio la internet- percibe en sí mismo la vocación para el estudio de estas áreas, y con ese
mismo objetivo se inscribe en la universidad, su panorama de trabajo en estas áreas aún no
ha cambiado mucho. Los análisis y resúmenes de textos que ofrece la internet, y hasta los
textos (ensayos, reseñas, artículos, etc.) ya elaborados que le brinda se siguen presentando
como tentación a un alumno de filosofía y letras que por otro lado trabaja de lunes a sábado
desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde, con la intención de pagarse su
carrera, y que sólo cuenta con una o dos horas diarias para estudiar, salvo los domingos, día
en que, y con hastío, este decide dedicarlo únicamente a descansar.
En este sentido, parece ser que el objetivo de la ciencia, el cual debía ser el de mejorar la
condición humana se ha desviado hacia la instrumentalización del saber y modificando la
forma de acceder a él, de alguna manera, alejando al sujeto de su propia subjetividad
creadora, valorativa, cognitiva, etc. Y, encerrando a su vez el saber en un grupo de teorías y
conceptos alejados del no experto científico.
Por mucho que la ciencia se empeñe en evitar todas las manipulaciones, la enorme estima pública de que goza lo impide. Esa estima misma limita constantemente la libertad crítica que tanto se admira en el investigador, invocando la autoridad de la ciencia cuando se trata en realidad de luchas políticas por el poder (Gadamer, 2004, p. 187).
Ahora, no se debe entender esto sólo desde la perspectiva pesimista. Pues, el aura o alma
del conocimiento, de la verdad, aquello que está implícito en el texto literario y filosófico,
su sentido, no muere, sino que está a disposición del estudiante cuando este se decida a
buscarlo con honestidad y diligencia como muestra de su amor por la sabiduría. Al respecto
Gadamer manifiesta: “…el intérprete y el texto tienen su propio <<horizonte>> y la
comprensión supone una función de estos horizontes” (Gadamer, 2004, p. 111).
Así que Gadamer reconoce como valiosa la posición subjetivo-cognitiva del interprete de la
obra literaria como ser capaz de intuir, apercibir, o inferir su sentido. Desafortunadamente,
en ocasiones el maestro de estas áreas humanísticas muestra debilidad ante la posibilidad de
ir dejando a un lado –no totalmente- los dogmas de la tradición, cosa que precisamente
fomentaría el progreso epistemológico de sus estudiantes. Por tanto, aplaude la habilidad
memorística de estos últimos con respecto al conocimiento de la historia de la filosofía y la
literatura –cosa que no está mal, pero hasta cierto punto- sin reconocer cómo valiosa su
posición crítica, y en general su posición valorativa hacia ella. Pues, es esta posición la que
le permite revalorar, según diría Gadamer, los acontecimientos pasados para encontrar en el
presente el sentido práctico y más allá ontológico de los mismos.
Pero, ¿es acaso la búsqueda del sentido de una teoría filosófica o literaria tarea de un ser
humano en particular? Gadamer manifiesta que en cuanto se trata de elucidar el sentido de
una teoría, un pensador, o época, el <<consenso>> –más allá de la época, las personas o el
lenguaje que se utilice- es el camino a seguir. A partir de esta premisa, el autor del presente
texto aplaudió y aplaude al maestro que en sus clases reconstruye no sólo el sentido
interpretativo del texto, sino de la configuración de uno nuevo en relación a los problemas
que actualmente aquejan a la población colombiana a partir de las libres intervenciones
valoradas de una manera afectuosa1 por el maestro. Y, esto también se manifiesta en el
ámbito del texto escrito. Algunos maestros califican únicamente como bueno el texto que
parafrasea de una manera retórica, pero con un contenido poco profundo, a su autor; y
como malo el que basado en este último genera una idea nueva, a veces ambigüa, y que
contradice la interpretación tradicional del mismo. Esto es frustrante para el estudiante que
trata de crear nuevas perspectivas hermenéuticas del texto a partir de sus intuiciones, y a la
vez le obliga a ceñirse a lo que dice este.
En este punto es menester profundizar en la propuesta epistemológica del consenso, según
Gadamer, a partir de su noción de conversación: “La conversación deja siempre una huella
en nosotros. Lo que hace que algo sea una conversación no es el hecho de habernos
enseñado algo nuevo, sino que hayamos encontrado en el otro algo que no habíamos
encontrado aún en nuestra experiencia del mundo” (Gadamer, 2004, p. 206).
Esta concepción, por supuesto, salvaguarda, por lo menos en la práctica afectuosa de la
conversación, el hecho de caer en la individualidad o como se dice a partir de la
fenomenología, en el solipsismo. Pues, si bien es cierto que al pensarse en la nueva
subjetividad que apresa, por así decirlo, la interioridad del joven estudiante colombiano con
la informatización del saber, se evidencia un panorama pedagógico sombrío para el maestro
de filosofía y letras, no hay que olvidar que tal subjetividad padece de alguna manera una
lucha constante por encontrar una solución para los problemas de su propio ser que se
relaciona con el mundo. En este sentido, estos problemas buscan solución constante que a
veces no puede evidenciar a partir del estudio de la filosofía y la literatura por dos causas.
La primera se manifiesta por la facilidad con la que este accede a las tareas ya elaboradas
1 Afectuosa en tanto se da un intercambio valorativo positivo de lo que el estudiante manifiesta. Aquí no se pretende que el maestro acepte cualquier tontería como válida, o que se le valore por las cualidades humanas del estudiante, sino que se acepten sus argumentos como válidos, apreciando en ellos su pretensión de alcanzar la verdad, así no se compartan del todo sus razones.
en la internet, cosa que le impide desarrollar un hábito pensante, por así decirlo, creador. Y
la segunda, porque el maestro se dedica a repetir lo que dice en los libros (algunas veces de
manera inconsciente, o peor aún no aceptada por él), pretendiendo que a sí mismo aprenda
el estudiante, sin estimular su proceso creativo.
En este sentido, Gadamer podría sugerir una perspectiva de la enseñanza en las áreas de la
filosofía y la literatura enfocada en un sesenta porciento hacia el fomento de la creatividad
del estudiante y la solución de problemas de su vida cotidiana. Y un cuarenta porciento
hacia el aprendizaje memorístico de la teoría que se presente como objeto de estudio. Esto
significaría que el maestro debe expresar estas intenciones a sus estudiantes y asimismo
solicitarles la lectura de la teoría a la luz de la solución de sus propios problemas a la vez de
que se piensa en su perspectiva hermenéutica de la verdad.
Así, cuando se dé un desarrollo de la clase a partir de la conversación esta permitirá, a
medida que se van expresando ideas que posean certeza, evidenciar la perspectiva creativa
del estudiante y su enfoque con respecto al problema de la verdad, es decir, su forma de
darle un sentido, y a la vez qué sentido le daría. Esto podría permitir en últimas que en
medio del consenso de los participantes de la clase el << sentido>> de la teoría que se
analiza vaya apareciendo como “pepitas de oro” en el desarrollo de la conversación, y a la
vez, que cada uno no sólo se expresara sino que se identificara con los problemas ajenos y
las soluciones que propone el otro para los mismos, las cuales también pudieran servirle
para solucionar los propios. Esta relación afectuosa pero rigurosamente académica dentro
del aula de clase podría denominarse como una comunidad estudiantil. Sin embargo,
quedaría pendiente una cuestión: si es cierto que las teorías filosofías y literarias acerca de
la interpretación del mundo pueden poseer cierta utilidad para el ser humano, y según el
presente texto, para el estudiante ¿en qué medida, o bajo que parámetros estas deberían
serlo? Cuestión que se podría traslucir a medida que avanza la reflexión, sobre todo la que
se enfoca en el segundo problema que tratara este texto, a saber, la idea de que los entes del
mundo poseen verdades sobre sí mismos que no son apreciables ante su investigación
externa y que a su vez manifiestan el sentido del mundo, sino que debe haber otro modo de
conocimiento de ellos que extraiga precisamente tales verdades. Así es que con Gadamer,
¿cuál sería el método? Es menester averiguarlo.
Parece importante acotar en este punto el significado general del concepto hermeneútica
para este filósofo.
El arte del que aquí se trata es el del anuncio, la traducción, la explicación y la interpretación, e incluye obviamente el arte de la comprensión que subyace a él y que se requiere cuando no está claro e inequívoco el sentido de algo (…) [pero] El sentido de hermeneuein oscila entre la traducción y el mandato, entre la mera comunicación y la invitación a la obediencia (Gadamer, 2004, p. 95).
Esta concepción, si bien habla de interpretar, comprender y comunicar lo entendido, por
otro lado empuja al intérprete a ceñirse de alguna manera a lo que comunica externamente
las palabras que lo representan. Por tanto, se genera una especie de constricción cognitiva
entre el subjetivismo y la pretensión de objetivismo del intérprete. Así que el pedagogo
podría pensar ¿a cuál de estas dos potencias humanas interpretativa se debería hacer caso
cuando se trata de comprender el sentido de un texto o la expresión oral de un estudiante?
Al respecto, hay que reconocer que el texto escrito lleva implícitas unas intenciones
objetivas o argumentativas -descriptivas del mundo, ya sea el ámbito al cual se refiera- del
autor del mismo.
Sin embargo, la intuición de dicho autor en referencia a su proceso interpretativo del
mundo la cual le permitió escribir el texto no se desenvuelve, manifiesta y sobre todo
evidencia completamente en las palabras por medio de las cuales trató de hacerlo. Por lo
tanto este sentido sí se puede apercibir por medio de tales palabras, pues de lo que se trata
con el proceso interpretativo es de una conexión, más allá que la de los entendimientos
humanos, entre espíritus que están conectados en un gran consenso que supera las barreras
del tiempo. Por ejemplo, si pudiese venir a este siglo un habitante del siglo X, y que no
hablara el lenguaje por medio del cual se comunica los habitantes del lugar al cual llegue, a
este sin embargo se le podría explicar cierta teoría, ante la cual podría manifestar su
acuerdo o no, y el porqué de tal acuerdo, así sea a partir de señas, dibujos, símbolos, etc.:
“el fracaso del lenguaje demuestra su capacidad de buscar expresión para todo –y la
expresión <<quedarse sin habla>> es precisamente un modismo-, un lenguaje con el que el
individuo no acaba su discurso, sino que lo inicia” (Gadamer, 2004, p. 182).
Así pues, a lo que intenta apelar siempre el lenguaje es a manifestar el sentido o significado
verdadero, por así decirlo, de su objeto de estudio, a su vez quedándose corto en la
manifestación de tal sentido2. Por ejemplo, San Agustín afirmaba que nuestra concepción
del tiempo se mantenía certera mientras que no intentásemos manifestarla, pues, en tal
intento su sentido sólo permitía ser parcialmente expresado.
En este sentido, en ocasiones resultan descabelladas ciertas intervenciones del lenguaje, ya
sea hablado o escrito, del alumno de filosofía y letras. Pero a aparte de ser reprendido por el
maestro u objeto de burla por parte de sus compañeros, debe valorarse el aporte que este
precisamente intenta realizar del sentido de una teoría, idea, concepto, etc., en relación con
el mundo3. Pues, si bien es cierto que lo que del estudiante se puede evaluar se centra en
estos dos tipos de intervenciones a través del lenguaje, el maestro ha de reconocer que
aprehender una intuición y sobre todo querer desenvolverla o manifestarla requieren de un
gran rigor cognitivo, que él debe motivar y moldear en su educando.
Ahora, no se debe desechar por esto, el trabajo de campo científico del alumno –que
representa su experimentación a través de la contemplación del mundo-, que si bien es
cierto se cierne a través de su subjetividad, esta intenta mostrarle a través de <<signos>> el
sentido que tiene el mundo. Así pues, como menciona Gadamer, el proceso hermenéutico
“es un juego lingüístico que pretende elucidar cuestiones ontológicas” (…) “Un juego en el
que se conjugan el lenguaje y el arte” (2004, p. 13). Es una contemplación del mundo a
partir de una especie de inferencia cognitivo-subjetiva de este, que pretende rescatar su
sentido y a su vez plasmarlo en las palabras.
Por tanto, lo que debería ser parte de la labor pedagógica del docente de filosofía o
literatura es de motivar al estudiante a que luche por clarificar ese sentido que el mundo, las
ideas de otros, etc., intentan revelarle, más allá de permitirle decir o escribir lo que primero
se le venga a la mente, que casi siempre es exaltado por su retórica pero desechado por su
profundidad.
2 Esto no ha de representar un fracaso para el educador ni para el educando ya que a través de esas pequeñas pepitas de oro se van configurando grandes descubrimientos en diferentes áreas del conocimiento, ya sea científico, filosófico, teológico, etc., y que ayudan en últimas de alguna manera a la humanidad.3 En este caso se habla del alumno que comúnmente trata a la clase con seriedad y el rigor académico que merecen, pues el que se descubre como un bromista o mediocre, que se nota a simple vista que no desea aportar nada a la clase, si ha de ser reprendido por el maestro.
Esto recuerda al autor de este texto que en muchas ocasiones se han valorado como
positivas las intervenciones habladas o escritas de estudiantes que repetían lo mismo que
decía el autor del texto que era parte de su objeto de estudio, pero con palabras bonitas y
muy bien expresadas, y se pregunta ¿para que sirvió todo eso? o, ¿qué aporto de nuevo eso
para la comprensión del mundo, o la solución de sus problemas?
El maestro de filosofía y letras, a través de las teorías que expone y desarrolla en su clase
debe rescatar la conexión espiritual de su grupo de estudiantes, los cuales pretenden
rescatar el sentido y la verdad, a través del ejercicio epistemológico de su lenguaje. Pues si
bien los alumnos abstraen, intuyen, razonan, deducen o inducen ideas a través del ejercicio
interpretativo de los textos que leen y de las intervenciones de sus compañeros, lo
importante con ello es que pretendan rescatar un sentido que de alguna manera comparten
como parte de una verdad que posee validez ontológica para todos: “La conversación posee
una fuerza transformadora. Cuando una conversación se logra, nos queda algo, y algo
queda en nosotros que nos transforma” (Gadamer, 2004, p. 207).
Para rescatar el sentido de esta premisa se puede evocar una experiencia que por lo general
es parte del alumno de filosofía y letras. Esta se presenta como el hecho de haber leído
varios textos referentes a la historia del pensamiento filosófico y literario; además obras de
grandes pensadores como Kant, Gogól, Homero, etc., y más allá, el hecho de haber escrito
infinidad de ensayos referentes a estos campos del saber, y de todo eso, recordar muy poco,
aunque sin embargo, en el transcurrir de tales ejercicios hermeneúticos haber aprendido a
pensar en un problema –no sólo académico, sino también de la vida cotidiana- a la luz de la
teoría filosófica o literaria ,y, a plasmar ese pensamiento en un texto.
Por tanto, lo importante no es la cantidad de información que se trate de interpretar sino lo
que de esta última queda, que aunque sea sólo una frase, o un párrafo, en referencia a una
obra leída, o por otro lado, una idea que esporádicamente manifiesta el alumno menos
juicioso de la clase, toque la existencia de otro, su manera de interpretar el mundo, y por
tanto, de abrirse paso con esa pequeña pepita de oro, tratando de encontrar su sentido del
mundo.
En este sentido, parece preocupante como algunos maestros permiten en las aulas de clase
la utilización de táblets, celulares, computadores portátiles, con fines de entretenimiento,
cuando precisamente se busca por medio de la dialéctica, del consenso en la conversación,
encontrar el sentido de las teorías literarias o filosóficas que son objeto de estudio. Estos
aparatos no permiten la configuración de un contacto espiritual entre los estudiantes que
pretenden encontrar el sentido de la teoría que se desarrolla en la clase, y más allá, del
mundo, de sus propias existencias en él.
En este punto se pueden recoger los resultados parciales de las reflexiones hechas en torno
a dos problemas que intento desarrollar este texto, con el propósito de contestar a la
pregunta principal objeto de las reflexiones hechas en el mismo, a saber, ¿cómo respondería
la teoría hermeneútica de Gádamer, ante el deseo de configurar un posible camino
pedagógico enfocado en la enseñanza de las áreas de la filosofía y la literatura?
Se mencionó el reconocimiento, por parte de Gadamer, de que el proceso interpretativo de
un texto está atravesado por una lucha entre el convencionalismo y la ruptura
revolucionaria, es decir, entre la visión tradicional y la generación de un nuevo sentido.
Esto sugería a un posible educador de filosofía y letras que tuviese en cuenta el contexto
sociopolítico en el cual se encontraban sus educandos. Pues tal contexto configuraba una
subjetividad particular en ellos, la cual se manifestaba en su manera de interpretar, el
mundo en su vida cotidiana, y las teorías que se desarrollaban en clase.
Por lo tanto, se pensó en la noción de conversación de Gadamer como la que permite, a
través del consenso entre los estudiantes, que estos puedan encontrar, como decía Husserl:
el invariante de la variación, que corresponde al sentido del objeto de estudio sobre el cual
ellos traten. Esto como parte de la forma de apercibir el significado espiritual y fenoménico
de los entes del mundo que a su vez no se presenta en su exterioridad.
A partir de esto se puede extraer una posible respuesta a la cuestión que se planteó al inicio
de este texto y que se preguntaba por lo que debía legitimar el saber cómo verdadero a
partir de la teoría epistemológica de Gadamer. La conversación como consenso, sugiere un
construir el sentido de la verdad a partir de una participación activa e igualmente valida de
una comunidad de, en este caso, estudiantes. Esto sugiere un contacto espiritual entre sus
miembros en el que más allá de comentar la teoría de un autor o de un texto, estos tratan de
conectarse de alguna manera con el espíritu del autor para elucidar a partir de tal conexión
la conciencia histórica del ser humano. Esto quiere decir que el consenso pretende
encontrar un sentido común del mundo en el pasado para traerlo al presente y poder
solucionar sus problemas, que en esencia son los mismos: la instrumentalización,
capitalización, industrialización, etc., del espíritu, de las ciencias que lo pretenden
interpretar como conciencia histórica. Así que se podría decir con Gadamer que lo que
debería legitimar el saber y la pretensión de verdad está en referencia con lo que ayude al
ser humano a encontrar el sentido, que bien se podría resumir en la palabra <<ética>>, de
su existencia propia y en comunidad.
Por lo tanto, la pedagogía según la teoría epistemológica de Gadamer a de guiar al docente,
inicialmente, a rescatar el contacto espiritual con sus estudiantes, en pro de una búsqueda
del sentido de la existencia del hombre que pretenda encontrar la armonía de este con sus
semejantes, rescatando aquello que en esencia se presenta como la verdad de la conciencia
histórica del mundo.
Referencias
Gadamer Hans Georg, Verdad y método II. Ediciones Sígueme. Salamanca, 2004.