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Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006. 1 La Producción de la Naturaleza La ‘verdad científica’, escribió Marx en una famosa frase, ‘es siempre paradójica’ sí se juzga desde la experiencia cotidiana, la cual captura únicamente la apariencia engañosa de las cosas’. 1 De hecho, la idea de la producción de la naturaleza es paradójica, aún en la sociedad capitalista, hasta el punto de parecer absurda sí se juzga desde la apariencia superficial de la naturaleza. En general, la naturaleza es entendida precisamente como aquello que no puede ser producido; es decir, la antitesis de la actividad humana productiva. En su apariencia más inmediata, el paisaje natural se presenta ante nosotros como el sustrato material de la vida diaria, el dominio de los valores de uso más que de los valores de cambio. Como tal, la naturaleza está profundamente diferenciada a través de un sin número de ejes. Sin embargo, con el avance de la acumulación de capital y la expansión del desarrollo económico, este sustrato material es cada vez más el resultado de la producción social. Y los ejes dominantes de diferenciación son también cada vez más sociales en su origen. En suma, cuando esta apariencia inmediata de la naturaleza se sitúa en un contexto histórico, el desarrollo del paisaje material aparece entonces como un proceso de la producción de la naturaleza. Los resultados diferenciales de esta producción de la naturaleza son los síntomas materiales del desarrollo desigual. Así, en el plano más abstracto, es en la producción de la naturaleza donde el valor de uso y el valor de cambio, el espacio y la sociedad, se funden uno con el otro. El objetivo de este capítulo, es por lo tanto, reemplazar nuestra concepción de la naturaleza de tal forma que el mundo dual de la ideología burguesa pueda reconstituirse en una totalidad integrada. Esto nos permitirá analizar los esquemas reales del desarrollo desigual como el resultado de la unidad del capital, más que ciegamente situar el proceso en el falso dualismo ideológico de la sociedad y la naturaleza. El problema será separar los momentos esenciales de la producción de la naturaleza de sus distintas apariencias. Aunque Marx nunca habló explícitamente de la producción de la naturaleza, en su trabajo está implícita una comprensión de la naturaleza que conduce definitivamente en esta dirección. De hecho, Marx no tuvo en absoluto un concepto único y coherentemente

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Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

1

La Producción de la Naturaleza

La ‘verdad científica’, escribió Marx en una famosa frase, ‘es siempre paradójica’ sí se

juzga desde la experiencia cotidiana, la cual captura únicamente la apariencia engañosa

de las cosas’.1 De hecho, la idea de la producción de la naturaleza es paradójica, aún en la

sociedad capitalista, hasta el punto de parecer absurda sí se juzga desde la apariencia

superficial de la naturaleza. En general, la naturaleza es entendida precisamente como

aquello que no puede ser producido; es decir, la antitesis de la actividad humana

productiva. En su apariencia más inmediata, el paisaje natural se presenta ante nosotros

como el sustrato material de la vida diaria, el dominio de los valores de uso más que de

los valores de cambio. Como tal, la naturaleza está profundamente diferenciada a través

de un sin número de ejes. Sin embargo, con el avance de la acumulación de capital y la

expansión del desarrollo económico, este sustrato material es cada vez más el resultado

de la producción social. Y los ejes dominantes de diferenciación son también cada vez

más sociales en su origen. En suma, cuando esta apariencia inmediata de la naturaleza se

sitúa en un contexto histórico, el desarrollo del paisaje material aparece entonces como

un proceso de la producción de la naturaleza. Los resultados diferenciales de esta

producción de la naturaleza son los síntomas materiales del desarrollo desigual. Así, en el

plano más abstracto, es en la producción de la naturaleza donde el valor de uso y el valor

de cambio, el espacio y la sociedad, se funden uno con el otro. El objetivo de este

capítulo, es por lo tanto, reemplazar nuestra concepción de la naturaleza de tal forma que

el mundo dual de la ideología burguesa pueda reconstituirse en una totalidad integrada.

Esto nos permitirá analizar los esquemas reales del desarrollo desigual como el resultado

de la unidad del capital, más que ciegamente situar el proceso en el falso dualismo

ideológico de la sociedad y la naturaleza. El problema será separar los momentos

esenciales de la producción de la naturaleza de sus distintas apariencias.

Aunque Marx nunca habló explícitamente de la producción de la naturaleza, en su

trabajo está implícita una comprensión de la naturaleza que conduce definitivamente en

esta dirección. De hecho, Marx no tuvo en absoluto un concepto único y coherentemente

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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elaborado de la naturaleza, sino utilizó la ‘naturaleza’ en distintas formas. Sin embargo,

estos diferentes usos del concepto no fueron casuales; una lectura detallada de su trabajo

muestra una progresión racional en la aproximación de Marx a la naturaleza. Al final no

tenemos un concepto totalmente acabado, pero sí nos queda el bosquejo del sistema

conceptual de la naturaleza implícito en su análisis y crítica del modo de producción

capitalista.

No acepto que exista un rompimiento radical entre el llamado joven Marx y el

Marx maduro;2 existe mejor dicho, un desarrollo vasto y complejo de su pensamiento, y

esto se refleja en su aproximación a la naturaleza. A lo largo de su trabajo, Marx

considera a la naturaleza como una unidad diferenciada, sin embargo, en los distintos

periodos, el énfasis en la unidad y la diferenciación es variable. En sus primeros trabajos,

particularmente en Los Manuscritos Económicos y Filosóficos (en Marx, ed. 1975), Marx

enfatizó la unidad del ‘hombre y la naturaleza’. Aquí, él recurre fuertemente tanto a la

tradición idealista Hegeliana como a la de Kant. Es con La ideología alemana, con la que

Marx (escribiendo con Engels) alcanza una concepción más materialista de la naturaleza.

Más que discutir los aspectos filosóficos de la supuesta unidad del ‘hombre y la

naturaleza’, Marx estaba más interesado en los procesos reales que podrían llevar a cabo

esta unidad. Ello lo llevó a discutir la función del trabajo humano, colocándolo en el

centro de la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Más adelante, Marx

comenzó a analizar la totalidad de la cuestión como un problema histórico y no como un

acertijo filosófico abstracto. En los Grundrisse, muchas de estas ideas se trabajaron en

detalle y se incluyeron otras más, particularmente en relación con las dimensiones

históricas de la relación humana con la naturaleza. En El Capital, y en especial en el

volumen uno, que Marx completó para su publicación, la conceptualización de la

naturaleza es todavía ocasional, pero aquí encontramos por primera vez una progresión

lógica consistente de las distintas aproximaciones a la naturaleza. La discusión de la

naturaleza aparece únicamente en fragmentos ya que El Capital no fue pensado con el

objetivo de analizar la naturaleza específicamente en el capitalismo. Fue pensado como

una crítica a la producción capitalista, y como tal, requirió de Marx un desarrollo al

menos parcial de su concepción de la naturaleza. Sin embargo, la realización de su

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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objetivo fundamental, no significó presentar, y mucho menos desarrollar una concepción

acabada de la naturaleza. No obstante, en tanto que el análisis en el volumen uno presenta

una progresión lógica de conceptos e ideas para construir la crítica de Marx, la

concepción de la naturaleza recibe este mismo tratamiento.

La primera discusión sobre la naturaleza en El Capital, repite parte del sentido

abstracto filosófico de sus primeros trabajos, aunque logra algo más; expone al mismo

tiempo el fundamento para un análisis más concreto y más elaborado de la relación con la

naturaleza en el capitalismo. Así, en las discusiones posteriores sobre la división del

trabajo, la manufactura y la industria moderna, Marx nuevamente retoma el tema de una

manera explícita para mostrar precisamente lo que sucede con la naturaleza en las

condiciones actuales del capitalismo. En muchas partes de El Capital, en su discusión de

la renta, por ejemplo, existen bocetos más acabados de una concepción materialista más

concreta de la naturaleza, sin embargo, estos esquemas no se encuentran reunidos en

ninguna parte ni son discutidos de una manera explícita. Es esta la tarea que aquí

intentaremos realizar. Ello no implica una compilación de referencias sobre la naturaleza

ni un intento de otorgarles una coherencia filosófica interna, implica más bien, un

entendimiento serio de la dirección y el propósito del trabajo de Marx, y el intento de

extender y exponer la concepción de naturaleza, la cual, al menos en parte, ejemplifica

este propósito. Como tal, este es un ensayo en política y teoría, no en filosofía.

En el volumen uno de El Capital, Marx ejemplifica su propia afirmación de que

‘el movimiento de lo abstracto a lo concreto’ es el método científicamente correcto.

Comenzando con la mercancía concreta, Marx deduce una serie de abstracciones teóricas:

valor de cambio, valor de uso, valor, plusvalor, trabajo abstracto, tiempo de trabajo

socialmente necesario. Conforme avanza el análisis, estos conceptos son elaborados

progresivamente hasta que reproducen con exactitud lo concreto pensado. Su análisis de

la relación con la naturaleza sigue este procedimiento. Si bien este razonamiento,

integrado al desarrollo lógico del texto, aparece como un desarrollo histórico; la lógica

del argumento de Marx refleja, aunque general, el desarrollo histórico que de hecho tuvo

lugar.3 En consecuencia, el desarrollo de la concepción de la naturaleza expresa esta

metodología ‘lógico-histórica’, y aunque en ninguna parte aparezca desarrollada de

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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manera acabada o sucinta, como sí lo está por ejemplo para el análisis del dinero, esta

metodología debe reconstruirse de las discusiones separadas sobre la naturaleza. Así

pues, en la primera parte de La Ideología Alemana, en pasajes aislados de los Grundrisse,

y más sistemáticamente, aunque menos evidente en El Capital, encontramos vistazos

ocasionales de la derivación lógico-histórica de la relación social con la naturaleza. La

primera tarea importante ha sido detectar estos indicios; la segunda, es manipularlos y

completar el complicado rompecabezas. Marx nos ha dado las cuatro esquinas y la mayor

parte de los contornos, además nos ha proporcionado la mayor parte de las piezas

singulares para completar la figura, sin embargo, estas piezas se presentan en contextos

de análisis totalmente diferentes. Lo que debe hacerse para conocer su significado, es

volcarlas, y tal como estaban, descubrir su aspecto original.

El sitio para comenzar es la producción en general, ya que ésta es la relación

material más fundamental entre los seres humanos y la naturaleza. ‘La producción en

general es una abstracción, pero una abstracción racional en tanto que realmente presenta y

establece el elemento común’ a todas las épocas de producción. ‘Ciertas determinaciones

pertenecen a todas las épocas, otras solamente a unas cuantas. [Algunas] determinaciones

serán compartidas por las épocas más modernas y las más antiguas’. Por lo tanto ‘los

elementos que no son generales y comunes, deben separarse de las determinaciones

válidas para la producción como tal, para que en su unidad –la cual de hecho surge de la

identidad del sujeto, la humanidad; y del objeto, naturaleza– no se olvide su diferencia

esencial’.4 Con la producción para el intercambio, las determinaciones generales de la

relación entre las sociedades humanas y la naturaleza se mantienen presentes, sin embargo,

como observamos en la crítica de Schmidt, la dialéctica del valor de uso y el valor de

cambio agrega una nueva dimensión a la relación con la naturaleza, una dimensión que es

particular de la producción para el intercambio más que de la producción en general. En

conclusión, han existido muchos modos de producción fundados en el intercambio

mercantil, sin embargo, con el triunfo del capital sobre el mercado mundial, un conjunto

completamente nuevo de determinaciones bastante especificas entra en la escena; la

relación con la naturaleza se transforma una vez más.

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De la producción en general a la producción para el intercambio, y de ésta a la

producción capitalista, los elementos lógicos e históricos del argumento insinúan y

conducen a la misma conclusión concretamente observable: la producción de la

naturaleza. En la que probablemente constituye su aseveración más evidente sobre la

realidad de la producción de la naturaleza, Marx escribió, como parte de la critica al

idealismo de Feuerbach: ‘Tanto es esta actividad, este incesante trabajo sensitivo y de

creación, el fundamento de la totalidad del mundo sensorial tal como ahora existe, que si

se interrumpiera, aunque fuese por un año solamente, Feuerbach podría encontrarse no

sólo con una transformación enorme en el mundo natural, sino muy pronto podría darse

cuenta de que el mundo entero de los hombres y sus propias facultades perceptivas, que no

su propia existencia, estuvieron ausentes’.5 La capacidad que tienen hoy las sociedades

humanas de producir naturaleza es de tal magnitud, que la eliminación del trabajo

productivo podría significar enormes cambios en la naturaleza, incluyendo la extinción de

la naturaleza humana.

I LA PRODUCCIÓN EN GENERAL

En su deducción inicial de los momentos abstractos de la mercancía, Marx describe la

producción como un proceso mediante el cual se transforma la forma de la naturaleza. El

productor ‘puede trabajar únicamente como lo hace la naturaleza, esto es, transformando

la forma de la materia. Más aún, en esta tarea de transformar la forma de la materia, el

productor es permanentemente ayudado por las fuerzas naturales’. Mediante su destreza,

el productor, él o ella, ‘transforma las formas de los materiales provistos por la

naturaleza, en una forma tal que le sean útiles. Por ejemplo, la forma de la madera se

transforma cuando se hace una mesa. Aunque a pesar de ello, la mesa continúa siendo ese

objeto ordinario común, madera’. En tanto el proceso de trabajo produce objetos útiles

para satisfacer necesidades humanas, ‘se impone de manera natural una necesidad eterna,

sin la cual no puede existir ningún intercambio material entre el hombre y la naturaleza, y

en consecuencia, no puede existir la vida.’6 Sin embargo, el trabajo produce mucho más

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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que un simple cambio en la forma de la materia; ejerce un efecto simultáneo sobre el

trabajador. ‘El trabajo es, en primer lugar, un proceso en el cual tanto el hombre como la

naturaleza participan, y en el que el hombre decide libremente iniciar, regular y controlar

sus intercambios materiales con la naturaleza. El hombre se confronta a sí mismo con la

naturaleza como una de sus propias fuerzas, poniendo en movimiento brazos y piernas,

cabeza y manos, las fuerzas naturales de su cuerpo, para apropiarse de los productos de la

naturaleza en una forma útil a sus propias deseos. Actuando de este modo sobre el mundo

externo y transformándolo, él transforma al mismo tiempo su propia naturaleza.’7 El

metabolismo de los seres humanos con la naturaleza es el proceso a través del cual los

seres humanos se apropian de los medios para satisfacer sus necesidades y devuelven

otros valores de uso a la naturaleza. En este nivel abstracto, la relación con la naturaleza

(el intercambio material) es claramente una relación de valor de uso; la naturaleza entra

en relación con los seres humanos en la forma de valor de uso puro. Esta es la versión

extendida y concretamente elaborada de la afirmación previa de Marx, más abstracta de

que ‘el trabajo es la verdadera relación histórica de la naturaleza . . . con el hombre.’8

Los seres humanos nacen con ciertas necesidades naturales –alimento, actividad

sexual, abrigo, interacción social– y nacen en un mundo en el que la naturaleza provee,

directa o indirectamente, los medios para satisfacer estas necesidades. Los medios de

subsistencia son aquellas necesidades materiales consumidas directamente de la

naturaleza para satisfacer necesidades naturales. Donde los medios de subsistencia no

están disponibles en forma natural en la cantidad o calidad adecuadas, los medios de

producción –los objetos de producción a ser trabajados y los instrumentos con los cuales

se realiza el trabajo– son apropiados de la naturaleza y utilizados en el trabajo vivo para

producir productos consumibles. Al producir los medios para satisfacer sus necesidades,

los seres humanos producen colectivamente su propia vida material, y en el proceso

producen nuevas necesidades humanas cuya satisfacción requiere una mayor actividad

productiva. Estas necesidades y el modo de satisfacerlas constituyen en el nivel más

general, las determinantes de la naturaleza humana, y en tanto que las personas son en

esencia seres naturales; introducen en la producción sus habilidades naturales (físicas y

mentales) las cuales se realizan en y a través de los objetos y los instrumentos de

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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producción. Existe por lo tanto una identidad abstracta del ser humano social con la

naturaleza: ‘El hombre es directamente un ser natural . . . provisto de poderes naturales

[y] tiene en los objetos reales, sensibles el objeto de su propio ser y de su expresión vital .

. . Un ser que no tenga su naturaleza fuera de sí mismo no es un ser natural y no

desempeña ninguna función en el sistema de la naturaleza.’9

La producción de la conciencia es una parte integral de esta producción general de

la vida material. En el sentido más amplio, la conciencia es simplemente la conciencia de

la práctica humana:

La producción de ideas, de concepciones, de conciencias, en principio está

vinculada directamente con la actividad material y con la interacción

material de los hombres, el lenguaje de la vida real. Crear, pensar la

interacción mental de los hombres, se presenta en esta etapa como un flujo

directo de su comportamiento material . . . . Los hombres son los

productores de sus concepciones, ideas, etcétera –los hombres activos,

reales, en tanto están condicionados por un desarrollo definitivo de sus

fuerzas productivas y por el intercambio que a ellas corresponde.’10

La conciencia de las necesidades, de los medios para satisfacer estas necesidades, y de las

fuerzas que afectan tanto a las necesidades en sí como a los medios para satisfacerlas (por

ejemplo, la ciencia, la religión primitiva, etcétera) –son fundamentales para la formación

de la conciencia humana. En esta forma, la conciencia como tal es el resultado natural de

la actividad humana productiva, y de las relaciones sociales que los seres humanos

establecen mutuamente para producir.

La imagen aquí expuesta sugiere una unidad general de la naturaleza con la

sociedad. Una unidad de la naturaleza con la sociedad en la que ‘la limitada relación de

los hombres con la naturaleza determina su limitada relación [“de los hombres”] de unos

con otros, y esta limitada relación de unos con otros determina la limitada relación de los

hombres con la naturaleza.’11 Esta no es la unidad de la naturaleza que preocupa a los

físicos, ni tampoco es la unidad idolatrada por la facción del movimiento ecológico en

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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favor del ‘retorno a la naturaleza’. Para los físicos, la unidad de la naturaleza es el

resultado de una profunda abstracción conceptual; para los fanáticos del ‘retorno a la

naturaleza’ la unidad es resultado de un pensamiento voluntarioso. Ambas son

abstracciones ideales. La unidad de la naturaleza implícita en el trabajo de Marx resulta

de la actividad concreta de los seres naturales, y es producida en la práctica a través del

trabajo. El trabajo de los seres naturales reúne las distintas facetas de la naturaleza en una

totalidad. Los seres humanos sobreviven y se desarrollan como seres sociales trabajando

en cooperación con la naturaleza. Sin embargo, esta unidad de la naturaleza no es

homogénea; es una unidad, no una identidad abstracta, y es necesario comprender el

papel que desempeña la actividad humana productiva en la diferenciación de la

naturaleza.

En primer lugar, existe una diferencia fundamental entre los seres humanos y los

animales, y en ella el trabajo juega también un papel central. Como señaló Marx, los

seres humanos ‘pueden diferenciarse de los animales por la conciencia, por la religión o

por lo que se quiera. Ellos comienzan a distinguirse a sí mismos de los animales tan

pronto como empiezan a producir sus medios de subsistencia.’12 Es la actividad humana

productiva, no como un concepto general sino como un acto histórico concreto destinado

a crear medios de subsistencia, lo que diferencia a los seres humanos de los animales.

Engels elabora más explícitamente el mismo argumento en su inacabado ensayo titulado

‘El Papel del Trabajo en la Transición del Mono a Hombre’. El trabajo, dice Engels, es

‘la condición primaria fundamental de toda la existencia humana, y lo es tanto como para

decir que, en cierta forma, el trabajo crea al hombre mismo.’ Desde el principio, la

naturaleza humana fue un producto humano, y ello es válido no sólo para la conciencia,

sino aún para la fisiología humana. El desarrollo de la mano, es decir, su transformación

de un medio de locomoción en un sofisticado miembro para la manipulación de

herramientas, se consigue gradualmente a lo largo de cientos de años de trabajo. O como

escribió Donna Haraway: ‘La humanidad se ha hecho a sí misma en el más literal de los

sentidos. Nuestros cuerpos son el producto de la adaptación al uso de herramientas que

precede al género Homo. Nosotros determinamos activamente el diseño de nuestro

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cuerpo a través de las herramientas que median el intercambio humano con la

naturaleza.’13

Además de la fisiología humana, la conciencia humana y los medios materiales de

subsistencia, la producción y reproducción de la vida material aseguran la producción de

trabajadores, esto es a la reproducción de la fuerza de trabajo. Algunas formas de

relaciones sociales están implícitas en este proceso de reproducción, y la más básica es la

división del trabajo entre los sexos. Esta es la primera división verdaderamente social del

trabajo, no obstante, sus orígenes yacen en la organización social primitiva. En tanto ésta

es heredada por la sociedad humana es por lo tanto natural y social al mismo tiempo,

ejemplificando de nueva cuenta la unidad de la naturaleza. Una diferenciación biológica

en la naturaleza es reproducida como una división social del trabajo. Esta división social

del trabajo es fundamental para el proceso de reproducción, pero se extiende también a la

esfera de la producción. Así, la división sexual del trabajo se generaliza a la sociedad

entera, y de esta manera, de nuevo, a través de la actividad humana intencionada, la

naturaleza humana misma comienza a diferenciarse. La división del trabajo produce una

división sistemática de las experiencias sociales a partir de la cual la naturaleza humana

constantemente adquiere forma y se transforma.

Hoy, esta visión de la producción en general ofrece algunas ideas sobre la

naturaleza, aunque resulta bastante limitada. Aquí existe una serie de afirmaciones

implícitas, particularmente aquella de la armonía ecológica y el equilibrio social, al

centro de la cual se encuentra la idea de una correspondencia exacta entre la producción y

el consumo de valores de uso. Sin embargo, año con año, existe la posibilidad constante

de que la producción y el consumo no se igualen y que cualquiera, una hambruna o

excedente social puedan ocurrir. En principio, este desfase es absolutamente accidental y

provocado por causas naturales tales como inclemencias climáticas o suelos más fértiles,

sin embargo, precisamente para anticipar los efectos desastrosos de un déficit de la

producción frente al consumo, cada sociedad produce ‘para proveer un fondo de reserva

frente a desastres elementales que pudieran amenazar la producción anual’. Donde el

excedente fue en un principio una mera posibilidad natural, se convierte en una necesidad

social. La creación de este excedente social permanente permite no sólo la supervivencia

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más elemental de la sociedad sino también la posterior división del trabajo y aún el

crecimiento poblacional;14 el excedente se vuelve necesario como un medio para

combatir las crisis sociales en su nivel más elemental.

Sin embargo, la realización de un excedente social permanente, no es un resultado

automático de la posibilidad del excedente, sino requiere formas específicas de

organización social y económica que sean consistentes con la producción individual de

algo más que simplemente los medios inmediatos de subsistencia. Sin embargo, esta

producción ampliada y la consiguiente intensificación de la división del trabajo presentan

asimismo nuevas posibilidades. En resumen, el excedente permanente se convierte en el

fundamento de la división de la sociedad en clases. Una vez más, el excedente aparece

primero como una posibilidad a través de la cual una parte de la sociedad deja, total o

parcialmente, de desempeñar una labor productiva y obtiene tiempo libre a expensas del

resto de la población trabajadora. ‘Una situación que en principio es voluntaria y

discontinua posteriormente se vuelve obligatoria y regular.’ Y, de acuerdo con Engels,

esta transformación en una sociedad caracterizada por la apropiación del excedente es

acompañada necesariamente por el desarrollo del Estado y la esclavitud, y por la

consolidación de esta división entre productores y consumidores del excedente en una

división de las clases sociales: ‘la primera gran división social del trabajo estuvo

determinada, en las condiciones históricas generales prevalecientes, por desarrollo de la

esclavitud. De la primera gran división social del trabajo derivó la primera gran división

de la sociedad en dos clases: amos y esclavos, explotadores y explotados.’ No obstante,

este desarrollo depende también de ‘una revolución social que rompa la primitiva

sociedad igualitaria para dar paso a una sociedad dividida en clases.’15 El desarrollo

social rompe el armonioso equilibrio de la naturaleza. En una forma o en otra, este

excedente es obtenido de la naturaleza y para facilitar su producción y distribución

regular se requieren instituciones sociales y formas de organización especificas. Esto a su

vez modifica la relación social con la naturaleza. El individuo natural, abstracto (‘el

hombre’) no pertenece más a un simple medio ambiente natural en equilibrio, en tanto la

relación con la naturaleza es mediada a través de las instituciones sociales.

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En consecuencia, la producción de un excedente social permanente tiene un efecto

contrario evidente. Éste proporciona los medios a través de los cuales los seres humanos

pueden desarrollar un mayor control sobre su relación con la naturaleza, en tanto pueden

regular de manera más efectiva el suministro necesario de valores de uso para satisfacer

necesidades naturales. En resumen, la producción de un excedente social permanente

permite a la sociedad humana comenzar el largo proceso para emanciparse a sí misma de

las ataduras de la naturaleza. No obstante, por otra parte, este mayor control es

necesariamente un control social, y aunque facilita la emancipación de la sociedad

humana como una totalidad de la naturaleza, únicamente lo hace desarrollando las

diferencias internas de la sociedad y esclavizando a una gran parte de la población. La

forma precisa que adquiere esta relación contradictoria depende del tipo especifico de

sociedad que se desarrolla, y es a este análisis más concreto al que debemos dirigirnos

ahora. Como Marx señaló:

En la medida que el proceso de trabajo es sólo un proceso entre el hombre

y la naturaleza, sus elementos básicos se mantienen comunes a todas las

formas sociales de desarrollo. Sin embargo, cada forma histórica

específica de este proceso desarrolla más adelante sus fundamentos

materiales y sus formas sociales. En el momento en que se alcanza un

cierto estado de madurez, la forma histórica especifica es desechada para

dar paso a otra forma más avanzada.16

II LA PRODUCCIÓN PARA EL INTERCAMBIO

El excedente puede adquirir muchas formas, dependiendo en parte de que condiciones

naturales permiten o favorecen las reservas de alimentos, el crecimiento poblacional, las

ocupaciones improductivas, etcétera. En algunas formas el excedente es utilizable, en

otras no. Si se presenta en una forma material no utilizable (por ejemplo, una reserva de

trigo mayor a lo que puede consumirse o almacenarse adecuadamente), el producto

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excedente puede intercambiarse por otros valores de uso. La producción de un excedente

es una condición necesaria, si no suficiente, para que el intercambio normal de valores de

uso se lleve a cabo. Con la producción para el intercambio, la relación con la naturaleza

deja de ser exclusivamente una relación de valor de uso; los valores de uso no se

producen para el uso directo sino para el intercambio. Conforme los valores de uso

específicos se intercambian uno frente a otro en cantidades específicas, se van

transformando socialmente en mercancías, existiendo al mismo tiempo como valores de

cambio y como valores de uso. El valor de cambio de una mercancía expresa la relación

cuantitativa en la que ésta puede intercambiarse por otras mercancías; con la producción

para el intercambio, el valor de cambio, no el valor de uso, es la razón inmediata para la

producción. De hecho, para su dueño, el valor de uso directo de una mercancía es el de

ser depositaria de valor de cambio. La producción de la vida material es por consiguiente,

no únicamente una actividad natural en la que la naturaleza proporciona el sujeto, el

objeto y el instrumento de trabajo. En una economía de intercambio, la apropiación de la

naturaleza es regulada cada vez más por formas sociales e instituciones, y en esta forma,

los seres humanos comienzan a producir más que simplemente la inmediata naturaleza de

su existencia.

Todo esto presupone el desarrollo y la extensión de la división del trabajo; la

producción para el intercambio puede subsistir sólo incidentalmente en donde tal división

del trabajo es inexistente. En primer lugar, existe una división del trabajo entre aquellas

actividades que están relacionadas con la tierra y aquellas que no lo están –la separación

entre la agricultura y el comercio. Con la generalización de la producción de mercancías,

se requieren algunas actividades comerciales e instituciones para facilitar el intercambio

de productos. La función del mercado, en tanto se encuentra separado de la producción,

se desarrolla para simplificar y centralizar las complejas transacciones de intercambio

que se llevan a cabo. La mercancía dinero se desarrolla para facilitar aún más este

complejo de intercambios. Su valor de uso es precisamente su habilidad de representar el

‘valor de cambio puro’.17 La creación de un mercado y de estas otras instituciones ocurre

a la par del desarrollo de lugares centrales y finalmente de ciudades, y otras numerosas

actividades secundarias comienzan también a concentrarse en las ciudades contribuyendo

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a su desarrollo. En esta forma la división entre la agricultura y el comercio implica la

separación entre la ciudad y el campo, la cual a su vez constituye ‘el fundamento de

cualquier división del trabajo que esté bien desarrollada y sea producto del intercambio

de mercancías’.18

La producción permanente de un excedente y el desarrollo de la división del

trabajo proporcionan el fundamento económico necesario (si las condiciones sociales

generales son favorables) para el desarrollo de las clases sociales. Aquí la diferencia

fundamental está entre la clase que realiza la totalidad del trabajo social y la clase o

clases que no efectúan ningún trabajo pero que sin embargo se apropian del excedente

social. Esta diferenciación de clase surge de la diferenciación previa entre trabajo

productivo y no productivo, pero no necesariamente se mantiene como sinónimo de ella.

Muchas clases dominantes no desempeñan trabajo alguno, mientras otras pueden llevar a

cabo funciones sociales necesarias, las cuales no obstante, no son productoras de valor

social. El problema es que con el desarrollo de las clases sociales, el acceso a la

naturaleza se distribuye en forma desigual (tanto cualitativa como cuantitativamente) de

acuerdo con la clase. La clase dominante, sea o no la que controle directamente los

medios de producción, indudablemente controla el excedente apropiado de la naturaleza a

través del trabajo humano de otros, mientras la clase trabajadora utiliza los medios de

producción. Con la propiedad de la tierra, el acceso desigual a la naturaleza se presenta

en una forma aparente, y únicamente adquiere una dimensión espacial lo suficientemente

visible con la separación entre la ciudad y el campo.

Con la división de la sociedad en clases, el Estado hace su aparición histórica

como un medio de control político. Como advirtió Engels, en ‘una determinada fase del

desarrollo económico, que necesariamente involucra la división de la sociedad en clases,

el Estado se convierte en una necesidad como resultado de dicha división.’19 La función

del Estado es administrar la sociedad de clases en favor de los intereses de la clase

dominante, y esto lo lleva a cabo a través de sus distintos apéndices militares, legales,

ideológicos y económicos. El Estado también se encarga de regular el dominio sobre las

mujeres, en tanto la división del trabajo entre los sexos se vuelve una relación social

totalmente distinta con la aparición de la propiedad privada y la producción para el

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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intercambio. No es únicamente la explotación de clase y la propiedad privada lo que

surge al mismo tiempo, sino también aparecen con ellas la esclavitud y la dominación de

las mujeres.

La división del trabajo al interior de la familia es subordinada a la división social

del trabajo más general, ahora supeditada por completo a la estructura de clases y al

proceso de producción. Lo que en principio fue sólo una ‘forma latente de esclavitud’ en

la familia, se transforma en una esclavitud carnal, en la que esposa e hijos se convierten

en la propiedad del marido y/o del padre. La unidad abstracta previamente atribuida a las

relaciones entre los sexos se transforma en su opuesto. Los hombres toman el mando en

aquellos ámbitos en los que las mujeres tenían un control efectivo sobre el proceso de

producción, más evidentemente en la agricultura. Con la evolución de los modos de

producción fundamentados en el intercambio de mercancías, en donde la responsabilidad

de la reproducción social había sido compartida, las mujeres fueron empujadas

progresivamente a cargar con toda la responsabilidad. No es que ellas hayan dejado de

trabajar. Es simplemente que mientras las mujeres fueron obligadas a aceptar la

responsabilidad de todas las tareas domésticas relacionadas con la crianza de los hijos, lo

mismo que para producir algunas mercancías, el hombre fue especializándose más y más

exclusivamente en la producción de mercancías para el intercambio. La lógica para este

desarrollo estuvo muy vinculada con los orígenes de la propiedad privada. La herencia de

la propiedad privada pudo asegurarse solamente a través de las relaciones familiares de

línea paterna, y fue su consolidación lo que escribió el capítulo final de lo que Engels

llamara la derrota histórica mundial del sexo femenino: ‘el derrocamiento del derecho

materno constituyó la destrucción histórica mundial del sexo femenino. El hombre

también tomó las riendas en el hogar; la mujer fue degradada y reducida a la

servidumbre; se convirtió en esclava de la lujuria masculina y en mero instrumento para

la producción de infantes.’20 Engels prosigue para demostrar la forma en que la familia

privatizada se desarrolla como respuesta al desarrollo de relaciones sociales, políticas y

económicas entre los hombres y las mujeres. Engels esboza el paso de los matrimonios

grupales a los de pareja y a la monogamia, como las formas predominantes de la familia,

y concluye que la monogamia, que de cualquier forma se aplica únicamente a las

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mujeres, es un mecanismo histórico finamente adaptado para la dominación de las

mujeres.

A través de la producción de estas divisiones sociales fundadas primeramente en

el sexo y la clase, las sociedades humanas generan una transformación más profunda de

la naturaleza humana. Tal como Marx señalara en la sexta tesis sobre Feuerbach, ‘la

esencia humana no es una abstracción inmanente a cada individuo singular. Es, en su

existencia, el conjunto de las relaciones sociales.’21 Y en tanto el conjunto de las

relaciones sociales se transforma, se transforma también la naturaleza humana.

Una de las divisiones del trabajo que se desarrolla a la par de la producción

específicamente para el intercambio, es la división entre el trabajo manual y el mental.

Ello revela aspectos totalmente nuevos para la producción humana de la conciencia, en

tanto que, a partir de esta separación, ciertos aspectos de la naturaleza se encuentran

disponibles sólo para algunas clases y lo están únicamente como una abstracción

conceptual, esto es, dejan de estar presentes como una presencia física o como un

oponente en el proceso de trabajo. Tal como el proceso de intercambio se abstrae en la

práctica del valor de uso de las mercancías a intercambiar, así la conciencia humana

puede abstraerse a sí misma de las condiciones materiales inmediatas de la existencia.

Este potencial para el pensamiento abstracto aparece como un resultado de la abstracción

que en la práctica acompaña al proceso de intercambio. Un ‘flujo directo’ de la

conciencia del comportamiento material que conduce a su propia negación. En otras

palabras, tan pronto como el pensamiento abstracto y la conceptualización se desarrollan

y se institucionalizan socialmente con la separación del trabajo mental del trabajo

manual, deja de ser suficiente explicar la conciencia simplemente como un ‘flujo directo’

del comportamiento material. Hoy, por primera vez, la conciencia puede adularse a sí

misma de ser algo más que la conciencia de la práctica existente’.22 Por supuesto, el

trabajo mental puede permanecer vinculado a la tarea de descubrir objetos nuevos de

trabajo, desarrollar nuevos instrumentos de trabajo y reorganizar los hábitos de los

sujetos de trabajo. Sin embargo, algunas formas de ‘trabajo’ mental pueden por completo

dejar de ser trabajo, productivo o improductivo, en tanto en esta etapa, la naturaleza

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resulta accesible para determinados individuos, de hecho, para clases sociales enteras, sin

desempeñar ningún trabajo, a través de ‘la contemplación pura’.

Con la producción para el intercambio, más que para el uso directo, surge primero

la posibilidad, y después la necesidad de la enajenación del individuo. La producción del

excedente y el consecuente incremento de la riqueza social no garantiza una clase

trabajadora más opulenta, puesto que surgen las diferencias de clase, y en consecuencia

existe una enajenación puramente cuantitativa del trabajo. El trabajo excedente de la

clase trabajadora es apropiado por la clase dominante. Sin embargo, la relación de la

clase trabajadora con la naturaleza también se modifica de una manera cualitativa, pues

aún cuando los trabajadores se relacionen directamente con la naturaleza por medio del

uso de su fuerza de trabajo, éstos son separados de su propio producto. El propietario del

producto, por otra parte, es separado de cualquier relación práctica directa con la

naturaleza debido a que es privado de su propio trabajo. Hoy, la enajenación del

trabajador no es simple enajenación del producto, sino debido al avance en la

especialización del trabajo, es también una enajenación de los propios compañeros de

trabajo y de sí mismo. Aunque predecible, esta enajenación evoca a su opuesto; la

creciente competencia y especialización en el proceso de trabajo (o aún en el control del

proceso de trabajo) suscita la necesidad de desarrollar las capacidades naturales de la

cooperación. En tanto los efectos perjudiciales de la enajenación recaen totalmente en la

clase trabajadora, los beneficios de la cooperación raramente les favorecen. Los

trabajadores renuncian a los beneficios cuantitativos de esta cooperación progresiva, en la

forma de trabajo excedente convertido en valor de cambio, y los beneficios materiales de

esta cooperación recaen en mayor medida en el nivel de las fuerzas productivas más que

en el nivel del trabajo individual. En resumen, con el desarrollo de la producción para el

intercambio el individuo humano se convierte en un producto social:

Este posicionamiento de los precios y de su circulación, etcétera, aparece

como el proceso superficial, debajo del cual, en las profundidades, ocurre

un proceso totalmente distinto, en el que esta aparente igualdad y libertad

individual desaparecen. Por un lado, se olvida que el supuesto del valor de

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cambio, como el fundamento objetivo de todo el sistema de producción,

implica de por sí un mandato sobre el individuo, en tanto que su producto

inmediato no es un producto para él, sino únicamente se convierte en tal

en el proceso social, y en tanto el producto debe adquirir esta forma

general, aunque sea externa; y en tanto que, el individuo existe únicamente

como productor de valor de cambio, la absoluta negación de su existencia

natural está implícita; que en consecuencia, el individuo está determinado

totalmente por la sociedad; que ello presupone además una división del

trabajo, etcétera; en la que de hecho se coloca al individuo en otro tipo de

relaciones distintas a las de un simple intercambiador, etcétera. Que por lo

tanto este supuesto en absoluto surge ni de la voluntad del individuo ni

fuera su naturaleza inmediata, sino es un resultado histórico, y sitúa al

individuo como predeterminado por la sociedad.23

La enajenación del trabajador implica además de una enajenación estrictamente

material, una cierta enajenación de la conciencia. Ambas se desarrollan al mismo tiempo.

Mientras el pensamiento abstracto surge como el privilegio de unos pocos, éste

rápidamente se vuelve la propiedad de todos. Esta emancipación de la conciencia de la

práctica humana inmediata es el evento a través del cual surge la posibilidad de una

conciencia ideológica. La autoconciencia inmediata puede ser substituida por la ideología

social. ‘Las ideas dominantes de cada época han sido siempre las ideas de su clase

dominante,’ escribieron Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista.24 Para la

clase trabajadora, cualquiera que sea el modo de producción, existe una lucha constante,

tanto en el nivel del individuo como en el de clase, entre la conciencia espontánea de la

experiencia diaria del trabajo y las ideas dominantes diseminadas por la clase en el poder,

las cuales, por más exitosas y arraigadas que puedan estar en la experiencia inmediata, se

infiltran siempre como una ideología abstracta. Los campesinos feudales comprendían

que tres días de la semana, hombres y mujeres trabajaban gratis para el señor feudal,

pero también pudieron haber entendido esta realidad como un resultado de su lugar justo

y apropiado en el mundo de Dios.

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Con la producción para el intercambio, la producción de la naturaleza se realiza

en una escala ampliada. Los seres humanos no sólo producen la naturaleza inmediata de

su existencia sino producen la totalidad de la naturaleza social de su existencia. Ellos

desarrollan una diferenciación compleja en relación con la naturaleza, una naturaleza

social diferenciada de acuerdo al sexo y la clase, a la actividad mental y manual, a las

actividades de producción y distribución, etcétera. Al interior de la producción, existe una

división del trabajo aún más compleja. No obstante, la unidad que anteriormente

caracterizó la relación con la naturaleza no se convierte en un inesperado caos sino se

reproduce en una forma más compleja. Con la generalización de la producción de

mercancías y de las relaciones de intercambio, anteriormente aisladas, grupos separados

de personas se integran en un todo social concreto. Los individuos son integrados en la

totalidad social no más a partir de la unidad universal del individuo social, sino mediante

las instituciones sociales que necesariamente se han desarrollado para facilitar y regular

el intercambio de mercancías –el mercado y el Estado, el dinero y la clase, la propiedad

privada y la familia. Aparece así una sociedad perfectamente distinguible de la

naturaleza. A través de la agencia humana, se crea una separación entre la naturaleza y la

sociedad, entre una primera y una segunda naturaleza. Esta última comprende

exactamente aquellas instituciones sociales que directa e indirectamente facilitan y

regulan el intercambio de mercancías. La aislada unidad local da paso a una unidad social

más amplia. La segunda naturaleza se obtiene de la primera naturaleza.

¿Cuál es el significado preciso de la ‘segunda naturaleza’? La idea de la segunda

naturaleza comienza a surgir en el momento en que las economías de intercambio

empiezan a desarrollar instituciones estatales. Entre los antiguos griegos, Platón estaba

particularmente conciente de la forma en la que la actividad humana había transformado

la superficie de la Tierra. Sin embargo, fue con Cicerón que de hecho se acuñó el

concepto de segunda naturaleza, y para él la segunda naturaleza era claramente la

naturaleza producida por la actividad humana, el opuesto de la heredada naturaleza no-

humizada. Escrito en un estilo que aún 2000 años después tiene un aire casi moderno,

Cicerón, en Natura Deorum, presenta a Balbus el Estoico, haciendo la siguiente

observación:

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Así, vemos cómo la evidencia de nuestros sentidos nos conduce a las invenciones

de la mente, que son materializadas después por la mano del artesano, para

satisfacer todas nuestras necesidades y proveernos de hogares seguros y

mantenernos vestidos, y para proporcionarnos ciudades, paredes, viviendas y

templos. A través de nuestras habilidades humanas, con las manos nos

abastecemos de comida en abundancia y variedad. La tierra ofrece muchos frutos

para la mano que los busca, y los frutos pueden comerse de inmediato o

preservarse para ser consumidos después. Nos alimentamos también de las

criaturas de la tierra, del mar y del aire, a las que atrapamos o criamos con ese

propósito. Podemos apresar y cabalgar animales de cuatro patas y apoderarnos de

su velocidad y de su fuerza. En algunos de ellos colgamos yuntas y a otros los

usamos como bestias de carga. Explotamos los agudos sentidos del elefante y la

sagacidad del perro para nuestros propios fines. De las profundidades de la tierra

extraemos el hierro, tan necesario para arar el suelo. Buscamos vetas

profundamente enterradas de cobre, plata y oro para uso y ornamento.

Despedazamos los árboles y utilizamos toda clase de plantas silvestres y

cultivadas para encender fuego y calentar nuestros cuerpos y cocinar nuestra

comida, y también para construir techos y protegernos del calor y el frío.

También utilizamos estos materiales para construir barcos con los cuales navegar

en todas direcciones y satisfacer todas las necesidades de la vida. Nosotros solos

podemos domesticar y controlar las fuerzas más violentas de la naturaleza, el mar

y los vientos, con nuestro conocimiento de la navegación podemos disfrutar del

beneficio de todas las riquezas del mar. También hemos tomado posesión de

todos los frutos de la tierra. Las montañas y los llanos existen para nuestro

regocijo. Nuestros son los ríos y los lagos. Sembramos maíz y plantamos árboles.

Fertilizamos el suelo irrigándolo. Embalsamos los ríos para conducirlos a nuestra

voluntad. Podría decirse que buscamos crear con nuestras manos humanas una

segunda naturaleza en el mundo natural.25

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Esta concepción de la segunda naturaleza cayó en desuso y permaneció prácticamente

intacta hasta el siglo XVIII. Entonces, el Conde Buffon, el famoso científico francés

cuyas principales preocupaciones incluyeron las transformaciones de la naturaleza

provocadas por los seres humanos, escribió que ‘una nueva naturaleza puede florecer de

nuestras propias manos’. Él denominó a este proceso ‘el secundamiento de la

naturaleza’.26 Sin embargo, ya para el siglo XVIII estaba claro que no sólo los productos

materiales del trabajo humano sino también las instituciones, las reglas legales,

económicas y políticas bajo las que operaba la sociedad, integraban la segunda

naturaleza.

Por lo tanto, en la relación con la naturaleza ‘el valor de cambio . . . desempeña . .

. una función análoga a la del valor de uso.’27 Y lo hace en dos sentidos: primero, la

utilización de material natural está regulada por la cantidad de valor de cambio que su

manejo represente, y esto se aplica tanto al mercado de trabajo como al mercado de

materias primas. Pero también, en tanto los aspectos materiales de la segunda naturaleza

fueron producidos como mercancías, la naturaleza ha sido producida con un componente

de valor de cambio. (En este caso, no es la naturaleza externa abstracta la que ejerce un

control opresivo sobre los seres humanos sino es el peso del trabajo muerto). Por

supuesto que el valor de uso de la naturaleza sigue importando; difícilmente (y con un

alto costo económico) podría un carnicero hacer el trabajo de un zapatero utilizando las

herramientas y los materiales de un carpintero. Sin embargo, no es más la posibilidad o la

imposibilidad abstracta de la producción lo que determina la utilización de la naturaleza.

Lo que cuenta es cuan oneroso u económico resulta emplear valores de uso diversos. El

valor de uso se transforma en valor de cambio (como conjetura y en la práctica) en el

proceso de producción. En consecuencia, tan pronto como ‘el valor de uso ingresa en el

dominio de la economía política, tan pronto como se ve modificado por las modernas

relaciones de producción, o también como tal, puede intervenir para modificarlas.’28 El

mismo argumento es válido para el valor de cambio y la naturaleza. El valor de cambio

ingresa en el dominio de la naturaleza tan pronto como la segunda naturaleza, mediante la

producción de mercancías, es producida a partir de la primera. La relación con la

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naturaleza es mediada por las determinaciones del valor de uso como por las del valor de

cambio.

Sin introducir el valor de cambio en la naturaleza, la relación entre la primera y la

segunda naturaleza no puede ser entendida en su forma concreta. Podría resultar difícil

moverse más allá de la ambigua, limitada, y eventualmente ideológica pretensión de que,

por un lado, la naturaleza es social, mientras que por el otro, la sociedad es natural.

Igualmente limitada y problemática es la pretensión de que ambas están

‘interrelacionadas’ e ‘interactúan’ una con la otra; en tanto la interacción no es un

substituto de la dialéctica, la clave para ello está en el proceso de producción. Los

elementos de la primera naturaleza, anteriormente inalterados por la actividad humana,

son subordinados al proceso de trabajo y reaparecen para convertirse en materia social de

la segunda naturaleza. Aquí, a pesar de que su forma ha sido alterada por la actividad

humana, no dejan de ser naturales en el sentido que, de alguna manera ahora son inmunes

a las fuerzas y los procesos no- humanos –la gravedad, la presión física, la

transformación química, la interacción biológica. No obstante, éstos también se vuelven

objeto de una nueva serie de fuerzas y procesos que en origen son sociales. Así, la

relación con la naturaleza se desarrolla a la par del desarrollo de las relaciones sociales, y

en tanto estas últimas son contradictorias, también lo es la relación con la naturaleza.

En tanto el trabajo excedente se manifiesta principalmente en las mercancías

agrícolas, el poder económico y político se vincula más con la propiedad de la tierra. El

trabajo agrícola produce para el consumo directo o casi directo; intervienen muy pocos

procesos de intermediación. Sin embargo, con la continua división del trabajo comienzan

a intervenir un numero mayor de procesos. Un grupo de trabajadores y un grupo de

comerciantes, los cuales ninguno está relacionado directamente con la tierra, comienzan a

distinguirse a sí mismos. La producción de una segunda naturaleza ha acelerado la

emancipación de la sociedad de la primera naturaleza, y en el proceso ha agudizado la

contradicción, por completo inherente a la segunda naturaleza, entre una clase dominante

que está directamente vinculada a la primitiva segunda naturaleza de la tierra agrícola, y

por el otro lado, una naciente burguesía cuyo asiento político depende del control del

campo y del mercado. Conforme esta contradicción se desarrolla, se hace necesario que

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la burguesía extienda su control para incluir no sólo al proceso de intercambio sino

también al proceso de producción. Esto con el fin de asegurar el suministro continuo de

mercancías para el intercambio. A través del control combinado de la producción y la

distribución, la burguesía está más capacitada para garantizar la producción permanente

de la riqueza social; la producción para el intercambio en general, abre el camino para la

producción específicamente capitalista. No obstante, a diferencia del desarrollo inicial de

la producción para el intercambio, ésta no es una transformación ‘natural’, paulatina e

inexorable. Como resultado de la segunda naturaleza, involucra una lucha política que

culminará en la revolución burguesa. En otras palabras, implica la derrota de una clase

dominante y el ascenso de otra, y con ello aparece una nueva relación, más delimitada

con la naturaleza.

III LA PRODUCCIÓN CAPITALISTA

La relación actual con la naturaleza deriva su carácter especifico de las relaciones

sociales en el capitalismo. El capitalismo difiere de otras economías de intercambio en lo

siguiente: por un lado, produce una clase que posee los medios de producción para toda la

sociedad, incluso para aquellos que no trabajan, y por el otro lado, una clase que posee

únicamente su propia fuerza de trabajo, misma que debe vender para sobrevivir. ‘La

naturaleza no produce, por un lado, poseedores de dinero o de mercancías’, dice Marx, ‘y

por el otro, hombres poseyendo nada más que su propia fuerza de trabajo. Esta relación

no tiene un fundamento natural, ni tampoco es su fundamento social tal que sea común a

todos los periodos históricos. Ésta es claramente el resultado de un desarrollo de histórico

pasado, el producto de muchas revoluciones económicas, de la extinción de sucesiones

completas de formas antiguas de la producción social’.29

La clase trabajadora en el capitalismo es privada no sólo de las mercancías que

produce sino de los mismos objetos e instrumentos necesarios para la producción.

Únicamente con la generalización de esta relación trabajo-salario, el valor de cambio se

convierte en una expresión consistente de lo que la sustenta –el valor. El valor de una

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mercancía, expresado en el intercambio como valor de cambio, es una medida del tiempo

de trabajo socialmente necesario requerido para la producción de la mercancía. La

mercancía fuerza de trabajo no es la excepción; el salario del trabajador es una medida

del tiempo de trabajo socialmente necesario para la reproducción del trabajador. En

consecuencia, en el capitalismo, el producto excedente se presenta en la forma de

plusvalor. El valor de la fuerza de trabajo del trabajador representa sólo una cierta

fracción del valor producido durante un día de trabajo. Con la liberación histórica de los

trabajadores de los medios de producción, éstos se vuelven por completo dependientes de

la venta de su propia fuerza de trabajo. El capitalista por otra parte, liberado de la

necesidad de trabajar, es totalmente dependiente de la reinversión de una parte del

plusvalor para producir más plusvalor. Ambos, la realización y la reinversión del

plusvalor tienen lugar en condiciones competitivas que resultan de la propiedad privada

de los medios de producción, y esto obliga a los capitalistas individuales, si a fin de

cuentas existen para reproducirse a sí mismos, a hacerlo en una escala ampliada. La

estructura especifica de clase del capitalismo, por consiguiente, hace de la acumulación

de capital la condición necesaria para la reproducción de la vida material. Por primera

vez, ‘la acumulación por la acumulación misma’ es una necesidad impuesta socialmente.

El proceso de acumulación es regulado por la ley del valor, la cual se presenta

‘exclusivamente como una ley interna, como una ley ciega de la naturaleza frente a los

agentes individuales.’30

Derivada de las relaciones específicas de clase del capitalismo, esta estructura de

las relaciones económicas es única del capitalismo, e implica una relación radicalmente

distinta con la naturaleza. El capitalismo no es distinto de cualquier otro modo de

producción anterior en cuanto a que la relación con la naturaleza es mediada socialmente.

Sin embargo, difiere bastante de ellos en lo que constituye la esencia de esta mediación

social y a la complejidad de la relación con la naturaleza. La lógica de la mediación

social no es la simple racionalidad que surge inmediatamente de la necesidad de producir

y consumir valores de uso, ni aún de la lógica de la producción para el intercambio. Es

mejor dicho, la lógica abstracta unida a la creación y la acumulación de valor social lo

que determina la relación con la naturaleza en el capitalismo. Así, el movimiento de lo

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abstracto a lo concreto no es simplemente una bonita idea conceptual con la que Marx

haya soñado, sino es el movimiento perpetuo alcanzado en la relación con la naturaleza

en el capitalismo; las determinaciones abstractas en el nivel del valor se desplazan

continuamente a la actividad social concreta en la relación con la naturaleza. Esto resulta

en una única pero muy compleja determinación de la relación con la naturaleza –la

naturaleza como objeto de producción, la naturaleza humana, el proceso de

reproducción, la conciencia humana. Así como examinamos la producción en general y la

producción para el intercambio, debemos analizar la relación con la naturaleza en el

capitalismo a través de estos aspectos generales de la relación con la naturaleza.

Comenzaremos con la naturaleza como un objeto de producción.

Bajo el imperativo del proceso de acumulación, el capitalismo como modo de

producción debe expandirse continuamente para poder sobrevivir. La reproducción de la

vida material es por completo dependiente de la producción y la reproducción del

plusvalor. Con este objetivo, el capital deambula por la tierra en busca de recursos

materiales; la naturaleza se convierte en un medio universal de producción en el sentido

que ésta no sólo provee los sujetos, los objetos y los instrumentos de producción, sino es

también en su totalidad un apéndice del proceso de producción. De esta manera

‘pareciera paradójico afirmar por ejemplo que los peces sin capturar constituyan medios

de producción para la industria pesquera. No obstante, hasta el momento nadie ha

descubierto el arte de pescar en aguas que no contengan peces.’31

En el capitalismo la apropiación de la naturaleza y su transformación en medios

de producción se realizan por primera vez en una escala mundial. La búsqueda de

materias primas, la reproducción de la fuerza de trabajo, la división sexual del trabajo, la

relación trabajo-salario y la producción de mercancías y de la conciencia burguesa, se

generalizan en el modo capitalista de producción. Bajo el manto de un colonialismo

benevolente, el capitalismo destruye ante él todos los otros modos de producción,

sometiéndolos por la fuerza a su propia lógica. Geográficamente, bajo el manto del

progreso, el capitalismo intenta urbanizar el campo. ‘La historia de la Antigüedad Clásica

es la historia de las ciudades, pero de las ciudades fundadas en la propiedad de la tierra y

en la agricultura . . . La Edad Media (periodo Germánico) inicia con la definición de la

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tierra como el asiento de la historia, cuyo desarrollo posterior se mueve y avanza hacia la

contradicción entre la ciudad y el campo; la [Edad] Moderna implica la urbanización del

campo, y no la ruralización de la ciudad, como en la antigüedad.32

Acorde con esta expansión del capitalismo, se desarrolla el Estado capitalista.

Como todos los Estados anteriores, su función central es el control social en favor del

interés de la clase dominante, lo que significa que en la sociedad capitalista el Estado se

convierte en el administrador de aquello que el capital privado no está dispuesto o es

incapaz de hacer. A través de medios represivos, ideológicos, económicos y otros medios

sociales, el Estado pretende controlar la eliminación de las sociedades precapitalistas más

allá de sus fronteras y manejar al interior la represión de la clase trabajadora, y al mismo

tiempo garantizar las condiciones económicas necesarias para la acumulación. En

resumen, el Estado facilita y vigila la expansión estable del capitalismo.33 Así la

complejidad y el carácter contradictorio de la relación con la naturaleza comienza a

presentarse en una forma más concreta. En el capitalismo, la segunda naturaleza es

arrebatada progresivamente a la primera naturaleza, y ello se logra como parte de un

proceso totalmente opuesto y a la vez complementario: la generalización de la relación

capitalista con la naturaleza, y la unificación practica de la totalidad de la naturaleza en el

proceso de producción.

La división social del trabajo y el avance de las fuerzas productivas se desarrollan

aceleradamente –la segunda naturaleza experimenta una continua diferenciación interna.

Aquí la actividad científica es de suma importancia y se coloca a sí misma a la

vanguardia como una actividad separada. Su función principal es facilitar la producción

de la naturaleza en la forma de fuerzas productivas: ‘La naturaleza no fabrica máquinas,

no construye locomotoras, trenes, telégrafos eléctricos, hiladoras automatizadas, etcétera,

éstos son productos del trabajo humano; materiales naturales transformados en órganos

de la voluntad humana sobre la naturaleza, o de la participación humana en la naturaleza.

Estos son órganos del cerebro humano, creados por la mano humana; la objetivación del

poder del conocimiento.’ Así el ‘fundamento técnico apropiado’ para la industria

capitalista se logró hasta que ‘las máquinas construyeron máquinas’.34 La proliferación de

diferentes divisiones sociales y distintas subdivisiones del trabajo requiere el desarrollo

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paralelo de la cooperación social entre éstas para que el modo de producción pueda

funcionar como un todo. Han aparecido especializaciones completas que buscan

garantizar la cooperación social, sobresalen las múltiples actividades de servicios, desde

las actividades bancarias hasta la circulación masiva. La cooperación abstracta con la

naturaleza que caracteriza a la actividad humana productiva adquiere un carácter muy

concreto en el capitalismo. Ésta se desarrolla como un antídoto para la ‘anarquía en la

división social del trabajo’, una anarquía que es el resultado lógico de la competencia

basada en la propiedad privada de los medios de producción.

Con la división social del trabajo se desarrolla una división técnica del trabajo al

interior del lugar de trabajo, y es aquí donde comenzamos a ver algunos de los elementos

básicos de la producción de la naturaleza humana en el capitalismo. La producción de

una sola mercancía es dividida en numerosas y detalladas operaciones, al grado que la

actividad del trabajador individual se limita progresivamente sólo a unas cuantas

actividades motoras. Ello requiere también de un uso extensivo de ‘las capacidades

naturales de cooperación’ de los trabajadores, aunque, bajo el dominio del capital este

ejercicio de cooperación produce no únicamente el desarrollo de las capacidades

naturales de los individuos sino justamente lo contrario. Como los otros componentes

naturales del proceso de trabajo, las capacidades de cooperación del trabajador son

enajenadas; éstas se enfrentan a él como los poderes del capital. Esto sucede

precisamente con el capital fijo, que representa no sólo una gigantesca inversión de

habilidades manuales y científicas, sino representa también un ejercicio enorme de

cooperación entre los trabajadores. Frente a la maquinaria de los capitalistas, ‘el

trabajador se confronta cara a cara con las capacidades intelectuales del proceso material

de producción’ y a la impotencia intelectual de su naturaleza individual. La pericia

manual, intelectual y cooperativa se enfrentan al trabajador ‘como si fueran propiedad de

otro y como un poder dominante . . . Para crear el trabajador colectivo, y a través de él,

generar el capital, vasto en su capacidad social productiva, cada trabajador debe ser

empobrecido en sus capacidades productivas individuales.’ Como en la producción

simple de valores de uso para el consumo directo, el individuo, él o ella, realiza su

naturaleza en el proceso de trabajo. Pero las condiciones actuales de trabajo son tales que

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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transforman al trabajador no en el digno, romántico e idealizado hombre que se hace a sí

mismo, sino ‘forzando su minuciosa destreza a expensas de un mundo de capacidades

productivas y de instintos’, lo convierten en ‘una monstruosidad mutilada.’ En lo que se

refiere al trabajador, el modo de producción fundado en el desarrollo del capital hace de

‘la ausencia de todo desarrollo una especialización’:

Todos los medios para el desarrollo de la producción se transforman a sí mismos

en medios de dominación sobre los trabajadores, y en medios para la explotación

ejercida por los productores; mutilan al trabajador reduciéndolo a fragmentos de

un hombre, lo degradan al nivel convertirlo en apéndice de una máquina,

destruyen cualquier remanente de encanto en su trabajo, convirtiéndolo en una

tarea odiosa, un trabajo detestable; separan de él las potencialidades intelectuales

del proceso de trabajo en la misma proporción en que la ciencia se incorpora

como un poder independiente; pervierten las condiciones en las que trabaja,

sometiéndolo durante el proceso de trabajo al despotismo más mezquino;

transforman su tiempo de vida en tiempo de trabajo, y arrojan a su esposa y a sus

hijos a las ruedas de la gran maquinaria del capital.35

Este es el destino de la naturaleza humana en el capitalismo.

Engels demostró que con el desarrollo de las economías mercantiles, ‘la familia

individual’ se vuelve la ‘unidad económica de la sociedad’.36 Con el triunfo de la forma

específicamente capitalista de la propiedad privada, la forma de la familia es nuevamente

revolucionada. En particular, mientras la familia permanece como una unidad económica,

su función económica es más especializada y deja de ser la unidad económica de la

sociedad. El plusvalor no se produce únicamente en la familia sino en la fábrica y en

otros lugares de trabajo. Engels insistía en que la familia individual dejará de ser la

unidad económica fundamental de la sociedad en el momento en que ocurra la

‘transferencia de los medios de producción hacia una forma de propiedad común’, sin

embargo, el mismo capitalismo inicia el proceso de resquebrajamiento de la familia

individual al incorporar a las mujeres como fuerza de trabajo en cantidades cada vez

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mayores, y transfiriendo la producción de plusvalor de la familia hacia la fábrica y hacia

el espacio público de trabajo.37

Conforme el trabajo asalariado se traslada al dominio de la actividad pública fuera

del hogar, una serie de funciones relacionadas con la reproducción de la fuerza de trabajo

se privatizan en el núcleo familiar. Este último se convierte en el dominio del ‘trabajo de

las mujeres’, aunque la mayoría de las mujeres de la clase trabajadora también trabajen

fuera del hogar. El modo de reproducción de la familia privada tiene numerosas ventajas

para el capitalismo: los costos de reproducción son sostenidos por la familia privada y por

la mujer en particular, en tanto ella no es remunerada por su trabajo de reproducir la

fuerza de trabajo; la familia privada prepara a la siguiente generación de trabajadores

para aceptar la autoridad ‘natural’; y ello requiere del consumo privatizado, con todas

sus consecuencias ideológicas y económicas. Sin embargo, la estructura de clase del

capitalismo penetra cada uno de los aspectos de la estructura social, y la reproducción no

es la excepción. La familia burguesa es diferente a la familia de la clase trabajadora en

muchas formas. Mientras la familia burguesa probablemente compra la fuerza de trabajo

(‘sirvienta’, ‘niñera’) para desempeñar su trabajo doméstico, las esposas de la clase

trabajadora realizan no sólo su propio trabajo doméstico sino también pueden vender su

fuerza de trabajo por un salario, como lo hacen sus maridos. De ahí la ‘doble carga de las

mujeres de la clase trabajadora’. En todo esto, aún cuando la familia se privatiza, la

reproducción lo hace sólo parcialmente. El Estado está profundamente involucrado en la

organización de la reproducción. No sólo controla procesos tan cruciales como la

educación sino que a través del sistema legal, controla la forma misma de la familia;

controla la dominación de las mujeres a través de las leyes de matrimonio y de divorcio,

la legislación del aborto, las leyes hereditarias, etcétera.38

La producción de la fuerza de trabajo, como cualquier otra mercancía, es

susceptible a las fluctuaciones periódicas del ciclo de acumulación. Y como con la

producción de otras mercancías, se han hecho esfuerzos para regular las fluctuaciones a

través de un amplio conjunto de innovaciones tecnológicas –anticonceptivos, tecnologías

medicas, ingeniería genética. También en este ámbito la producción de la naturaleza es

un hecho consumado. La mercancía producida es, en su justa dimensión, un producto

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social. Los bebes de probeta, por lo general considerados como el primer paso en la

producción de la naturaleza, son más apropiadamente vistos como la última etapa. Lo que

comenzó, por un lado, con la producción involuntaria de la mano, y por el otro lado, con

los medios más primitivos para regular el embarazo, se ha reunido en un proceso único –

la producción de la vida misma.

Con la generalización de la relación trabajo-salario, la conciencia se desarrolla

aceleradamente. Las ideologías religiosas que insistían en el legítimo derecho a un lugar

propio en el universo de Dios se mantuvieron aunque fueron de uso limitado en la

justificación de la relación trabajo-salario. De esta forma, el desarrollo de la sociedad

burguesa se complementa con el desarrollo de la conciencia burguesa fundamentada en

las relaciones de intercambio, más que en relaciones de producción. Si las relaciones de

producción en el capitalismo se caracterizan por la explotación del trabajo con el objetivo

de extraer el plusvalor, las relaciones de intercambio en el capitalismo se fundamentan en

los principios de igualdad y libertad. La libertad para intercambiar las pertenencias

propias, y el intercambio de equivalentes, son los principios que caracterizan el

intercambio, y es a partir de ellos que surge la ideología burguesa. Por esta razón, Marx

para referirse sarcásticamente a la esfera del intercambio señala que ‘ahí gobiernan

únicamente la Libertad, la Igualdad, la Propiedad y Bentham.39 La esclavitud asalariada,

las desigualdades y el fundamento de clase de la propiedad que definen al proceso de

producción desaparecen en el mercado, en donde el comprador y el vendedor se

enfrentan uno frente al otro como iguales. Cualquier persona es un consumidor. Con el

consumo de masas, la publicidad, la televisión, los deportes espectáculo y demás, la

ideología burguesa representa la separación más exitosa de la conciencia del proceso

inmediato de producción. Donde este alejamiento resulta más exitoso, como en los

Estados Unidos, se llega a la conclusión de que las diferencias de clase no existen más;

implícitamente todos se han convertido en clase media.

Esta homogenización de la conciencia recibe un impulso del desarrollo mismo del

sistema de producción. Para poder acumular, el capital debe desarrollar continuamente

los medios técnicos de producción y ello implica el desarrollo permanente de la ciencia.

Si la ciencia avanza con el objetivo inmediato de desarrollar las fuerzas productivas,

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adquiere rápidamente una importante función ideológica, a tal grado que opera casi como

una religión laica. Sin embargo, esta homogenización de la conciencia es siempre sólo

una tendencia. Puede suceder únicamente en tanto la conciencia sea separada del proceso

inmediato de trabajo, y mientras ello sea favorecido por la creciente división del trabajo y

por el carácter abstracto del pensamiento científico, el modo de producción capitalista

permanece fundamentado en la distinción fundamental entre la clase trabajadora y la

clase poseedora del capital. Esto conduce en la dirección opuesta, hacia la diferenciación

de la cultura a través de parámetros de clase, y por supuesto, a una diferenciación

posterior sobre la base del género y la raza. Si se acepta la función de la ideología, la

conciencia continúa siendo un resultado directo de la práctica material; no obstante, en

tanto la sociedad está diferenciada, también lo está la conciencia. Mientras más explícita

es la lucha de clases en la práctica, más explícita es la diferenciación de la conciencia.

‘El modo de producción de la vida material condiciona el proceso general de la vida

social, política e intelectual. No es la conciencia de los hombres lo que determina su

existencia sino es su existencia social lo que determina su conciencia.’40

El capitalismo no es único en su habilidad para producir naturaleza. La

producción en general es la producción de naturaleza:

Los animales y las plantas, que estamos acostumbrados a considerar como

productos de la naturaleza, son en su forma actual, productos digamos, no

únicamente del año anterior de trabajo, sino el resultado de una transformación

gradual y perpetuada a través de muchas generaciones bajo la supervisión del

hombre, y por medio de su trabajo . . . . En la gran mayoría de los casos, los

instrumentos de trabajo muestran, aún al más superficial observador, los vestigios

del trabajo de épocas anteriores.41

En lo que el capitalismo sí resulta único es en el hecho que, por primera vez los seres

humanos producen naturaleza a una escala mundial. De ahí la brillante observación de

Marx, más de 120 años atrás, que ‘la naturaleza que precedió a la historia humana . . . ya

no existe absolutamente en ninguna parte (excepto quizás en unas cuantas islas coralinas

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australianas de reciente formación).’42 Actualmente, por supuesto, esta afirmación

constituye sabiduría geográfica convencional, aunque generalmente no es interpretada en

términos de la producción de la naturaleza.

Sin embargo, el desarrollo del capitalismo implica no sólo un desarrollo

cuantitativo sino cualitativo en relación con la naturaleza. No es meramente una

expansión lineal del control humano sobre la naturaleza, un ensanchamiento del dominio

de la segunda naturaleza a expensas de la primera. Con la producción de la naturaleza a

una escala mundial, la naturaleza es producida progresivamente desde el interior y como

parte de la denominada segunda naturaleza. La primera naturaleza es privada de su

carácter primigenio, de su originalidad. El origen de este cambio cualitativo en relación

con la naturaleza yace en la modificación de la relación entre el valor de uso y el valor de

cambio. En ‘diferentes etapas del desarrollo de las relaciones económicas, las relaciones

entre el valor de uso y el valor de cambio fueron determinadas en forma distinta.’43 En

consecuencia, en el capitalismo el papel del valor de cambio deja de ser el de

simplemente acompañar al valor de uso. Con el desarrollo del capitalismo a una escala

mundial y la generalización de la relación trabajo-salario, la relación con la naturaleza es

sobre todo una relación de valor de cambio. Es evidente que el valor de uso sigue siendo

fundamental, sin embargo, con el gran desarrollo de las fuerzas productivas, necesidades

especificas pueden ser satisfechas incrementando el rango de los valores de uso, y

mercancías específicas pueden producirse mediante un conjunto creciente de materias

primas. En el capitalismo, la transformación en una relación de valor de cambio se logra

en la práctica. La producción capitalista (y la apropiación de la naturaleza) se alcanza no

por la satisfacción de necesidades en general, sino por la satisfacción de una necesidad

particular: la ganancia. El capital acecha el planeta entero buscando la ganancia. El

capital etiqueta y pone precio a todo lo que ve, y así, en adelante, la etiqueta y el precio

determinan el destino de la naturaleza.

Una vez que la relación con la naturaleza está determinada por la lógica del valor

de cambio, y la primera naturaleza es producida desde el interior y como parte de la

segunda naturaleza, la primera y la segunda naturaleza se redefinen a sí mismas. Con la

producción para el intercambio, la diferencia entre la primera y la segunda naturaleza es

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simplemente la diferencia entre un mundo no-humanizado y un mundo socialmente

producido. Esta distinción deja de tener un significado real una vez que la primera

naturaleza es también producida. O mejor dicho, la distinción es ahora entre una primera

naturaleza que es concreta y material, la naturaleza de los valores de uso en general, y

una segunda naturaleza, que es abstracta y resultado de la abstracción del valor de uso

que es inherente al valor de cambio. La oposición conceptual original entre el mundo

humanizado y no-humanizado permanece fuertemente arraigada en nuestros días, y de

hecho, no fue puesta en tela de juicio sino hasta iniciado ya el siglo XIX. La nueva idea

de una segunda naturaleza fue desarrollada más ampliamente, no en la Francia del Conde

Buffon, en donde la vieja oposición permaneció vigente, sino en la Alemania de Hegel,

con su excepcional tradición filosófica. La Alemania Hegeliana constituyó la segunda

naturaleza idealista. Ésta no era simplemente el mundo material transformado y creado

por la acción humana, sino la manifestación de la libre voluntad a través de un sistema de

derechos tal como las instituciones económicas y políticas de la sociedad moderna. No

fueron las estructuras construidas las que ocuparon la segunda naturaleza de Hegel, sino

el sistema legal, las leyes del mercado, y los fundamentos éticos de la sociedad moderna

−‘el dominio de la libertad vuelto realidad, el universo de la mente materializado en una

segunda naturaleza’.44

La realidad que dio origen a la concepción idealista de la naturaleza de Hegel,

también trajo consigo una concepción material de la segunda naturaleza más avanzada

que la de Cicerón y Buffon, y más adecuada a la realidad del capitalismo emergente. La

mejor descripción de esta segunda naturaleza es provista por Alfred Sohn-Rethel:

En alemán la palabra ‘uso’ comúnmente se refiere a la ‘primera naturaleza o

naturaleza primitiva’, material en esencia, mientras que la esfera del intercambio

es denominada una ‘segunda naturaleza, estrictamente social’, y totalmente

abstracta en apariencia … [La primera naturaleza es] concreta y material,

comprende las mercancías como objetos de uso y nuestras propias actividades

como un intercambio material con la naturaleza; [la segunda naturaleza es]

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abstracta y puramente social, comprende las mercancías como objetos de

intercambio y como medidas de valor.45

La misma pieza de materia existe simultáneamente en ambas naturalezas; existe como

una mercancía física sujeta a las leyes de la gravedad y la física en la primera naturaleza,

aunque en la segunda naturaleza se desplaza como un valor de intercambio y se sujeta a

las leyes del mercado. El trabajo humano produce la primera naturaleza, las relaciones

humanas producen la segunda.

En el capitalismo, lo que en principio constituye un potencial abstracto y

naturaleza fundamental del trabajo humano, se convierte por vez primera en una realidad.

El capitalismo produce no sólo la naturaleza inmediata o local de la existencia humana

sino la totalidad de la naturaleza. El modo de producción fundamentado en el capital,

intenta consumar ‘la apropiación universal de la naturaleza tanto como apropiarse del

mismo vínculo social que une a los miembros de la sociedad. Esta es pues la gran

influencia civilizatoria del capital; la producción de una etapa de la sociedad frente a la

cual todas las etapas anteriores resultan meros desarrollos locales de la humanidad y la

naturaleza, una naturaleza idolatrada’.46 La naturaleza material es producida como una

unidad en el proceso de trabajo, y asimismo es guiada por las necesidades, la lógica, los

caprichos de la segunda naturaleza. Ninguna parte de la superficie terrestre, la atmósfera,

los océanos, el sustrato geológico o el medio ambiente biológico permanece inmune a la

transformación del capital. A través de las etiquetas que indican los precios, cada valor de

uso es invitado a participar en el proceso de trabajo, y el capital −por su naturaleza

esencialmente social− se encargará de llevar a buen fin cada una de estas invitaciones.

Ésta pareciera ser la lógica del argumento de Marx, pero ¿qué acaso en El Capital

no manifestó así mismo que el proceso de trabajo todavía utiliza ‘muchos medios de

producción provistos directamente por la naturaleza que no representan ninguna

combinación de sustancias naturales con el trabajo humano’? 47 ¿Y ello no pondría en

duda la idea de que la naturaleza es producida? Aquí es necesario considerar dos procesos

distintos. Primero, es completamente posible que en términos económicos y políticos, la

sustancia natural no contenga ningún valor de cambio, sin embargo, como valor de uso,

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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está profundamente transformada, directa o indirectamente por el trabajo humano. Esto

ocurre por ejemplo, con la tierra agrícola, donde las mejoras a la tierra restituyen la

totalidad de su valor, transformando su valor de uso, pero no obstante, modifican

profundamente la fertilidad y la estructura física del suelo.48 Este también puede ser el

caso de productos del trabajo más evidentes como los edificios, los cuales en su proceso

de producción no conservan ningún vestigio económico de sus orígenes, pero

evidentemente mantienen las características físicas del artificio humano. Resulta más

común que algunos aspectos de la naturaleza pudieran haber sido profundamente

alterados en su forma física por la actividad humana, sin que ello, en modo alguno haya

involucrado una inversión de trabajo socialmente necesario. La producción del síndrome

tóxico de conmoción nerviosa, el cáncer, y otras enfermedades producidas socialmente,

son un buen ejemplo de lo anterior, lo mismo que la modificación del clima consecuencia

de la actividad humana. Como componentes de la primera naturaleza, éstos elementos

resultan ser bastante sociales en su producción, aunque no son mercancías.

Existe de hecho un caso más contundente, en el que ni siquiera la forma de la

sustancia natural ha sido previamente alterada por la actividad humana. Una parte

sustancial del sustrato geológico podría considerarse así, si nos fuera posible llegar lo

suficientemente profundo. Lo mismo podría decirse para el sistema solar, si pudiéramos

viajar lo suficientemente lejos, es decir, mas allá de la Luna, más allá de algunos

planetas, y más allá de la mezcla de desechos que han sido arrojados al espacio. Sin

embargo, estos ejemplos extremos difícilmente serían útiles para echar abajo la

veracidad de la tesis de la ‘producción de la naturaleza’, especialmente sí uno considera

ejemplos más terrenales o de una supuesta naturaleza no producida, como el Parque

Yellowstone o el de Yosemite. Éstos son espacios naturales producidos en cualquier

sentido imaginable. Desde el manejo de la vida salvaje, hasta la modificación del paisaje

por la ocupación humana, el medio ambiente material lleva la impronta del trabajo

humano; desde la belleza de los museos hasta los restaurantes, y desde los parques para

acampar, hasta las postales del oso Yogui, Yosemite y Yellowstone, son nítidas

experiencias culturales comprimidas del medio ambiente, de las cuales se obtienen

ganancias substanciales cada año. El problema aquí no es la nostalgia por una naturaleza

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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pre-fabricada, en cualquier forma que ésta pudiera presentarse, sino demostrar hasta qué

punto la naturaleza ha sido alterada por la agencia humana. Donde la naturaleza

sobrevive inalterada, kilómetros bajo la superficie terrestre o años luz hacia adelante, lo

hace únicamente porque aún resulta inaccesible. Si es necesario, podemos dejar que esta

naturaleza inaccesible sostenga nuestras nociones de una naturaleza idílica, pero ésta será

siempre una naturaleza ideal, abstracta, producto de la imaginación, una naturaleza que

jamás conoceremos. Los seres humanos han producido la totalidad de la naturaleza que

hasta ahora les ha sido accesible.

La unidad de la naturaleza a la que conduce el capitalismo, es ciertamente una

unidad materialista pero no es la unidad física o biológica de los científicos naturales.

Por el contrario, es una unidad social enfocada en el proceso de producción. Empero, esta

unidad no debe entenderse como sinónimo de una naturaleza no diferenciada. Existe,

como vimos anteriormente, una diferencia entre la primera y la segunda naturaleza. Sin

embargo, a la luz de la producción de la naturaleza por el capitalismo y de la tendencia a

hacer de ésta un proceso universal, ¿qué tan relevante resulta esta diferencia respecto a la

unidad de la naturaleza? Indudablemente la estructura económica se presenta a sí misma

como una segunda naturaleza: ‘en toda producción no planificada y desorganizada las

leyes de la economía se enfrentan a los hombres como leyes objetivas, ante las cuales son

impotentes, es decir, adquieren la forma de leyes naturales.’ Por esta razón, Marx

comprendió que su tarea en El Capital era la de desnudar ‘las leyes económicas del

movimiento de la sociedad moderna’. Su ‘punto de partida, a partir del cual la evolución

de la formación económica de la sociedad se explica como un proceso de la historia

natural, podría, menos que ningún otro, responsabilizar al individuo por relaciones cuya

creación él mismo únicamente contribuye a perpetuar, sin importar cuan subjetivamente

se coloque por encima de ellas’ Los seres humanos sin duda hacen su propia historia,

pero no en circunstancias de su propia elección sino determinadas y heredadas del

pasado.49

Sin embargo, existe un problema latente al explicar las leyes de la economía y la

sociedad en este modo eminentemente naturalista, pues el mismo Marx también señaló,

en su famosa carta a Kugelmann del 11 de julio de 1868: ‘Es imposible alterar cualquier

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ley natural. Lo que puede modificarse, al cambiar las circunstancias históricas, es la

forma en la que operan estas leyes.’50 Sí las leyes económicas del capitalismo son pues

leyes naturales, pudiera parecer que Marx estuviese aceptando la imposibilidad de

perturbar estas leyes, y por ende negara la posibilidad de derrotar al capitalismo. Aunque

esto carecería de sentido viniendo de Marx, el comprometido revolucionario que dedicó

su vida a la lucha por el socialismo. Tal aseveración tampoco sería meramente un

descuido de su parte, un revés para burdamente entender a la naturaleza como existiendo

fuera de la sociedad; puesto que, cuando se menciona la ley natural no ésta refiriéndose a

la ley de la gravedad o a las leyes de la física, sino a la distribución del trabajo social.

(Esta aparente contradicción fue la que por casualidad llevo a Schmidt a distinguir en

Marx una diferencia entre las categorías lógico-epistemológicas y las categorías

económicas, a partir de la cual elaboró su acusación de utopismo.)

La solución yace no en la distinción filosófica entre las categorías sino, como

siempre, en la práctica humana, específicamente en la historia humana. Como ocurre con

la gravedad, es posible obedecer o contrariar las leyes del mercado, y con ello es posible

alterar la forma en que éstas operan y la forma en que son experimentadas. Sin embargo,

a diferencia de la gravedad, no existe nada de natural en la ley del valor; ninguna

sociedad ha vivido sin experimentar el efecto de la gravedad, pero muchas lo han hecho

sin conocer la ley del valor. Por mucho que ésta y otras leyes del mercado se

experimenten como leyes naturales, éstas no son equiparables con la gravedad. Este es

precisamente el argumento de Marx cuando señala que la derrota del capitalismo hace

posible el fin de la historia natural de los seres humanos y el principio de la historia real,

el fin de las leyes sociales experimentadas como leyes naturales y el comienzo de un

efectivo control social de la historia. Con el impresionante desarrollo de las fuerzas

productivas, el capitalismo ha colocado en la agenda el problema de la producción de la

naturaleza. Sin embargo, este es un problema que el modo de producción capitalista es

incapaz de resolver por sí mismo. El capitalismo ha logrado unificar la naturaleza para el

futuro, pero no es capaz de unificarla en el presente.

La diferencia entre una primera y una segunda naturaleza es por lo tanto cada vez

más obsoleta. Entendida como una diferencia filosófica entre realidades que son abstracta

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u ontológicamente equivalentes, o aún similares, dicha diferencia se volvió obsoleta tan

pronto como dejó de explicar la división entre el mundo humanizado y el no humanizado.

Es cierto que, como diferencia entre materialidad y abstracción, la división entre primera

y segunda naturaleza capturaba la complejidad de la organización social y su

distanciamiento respecto a la naturaleza primigenia. Sin embargo, la capacidad del capital

de producir el mundo material ‘a su propia imagen’51 convirtió esta distinción en una

victima de sí misma –una abstracción que perdió todo contacto con una realidad

cambiante y con el potencial de la historia humana. La producción de la primera

naturaleza desde el interior y como parte de la segunda naturaleza, transforma a la

producción de la naturaleza, no como primera o segunda naturaleza en sí mismas, sino en

la realidad dominante. No obstante, queda por señalar una diferencia importante.

Engels alude a esta distinción cuando señala que nuestro ‘dominio’ sobre la

naturaleza ‘consiste en que tenemos la ventaja sobre todas las otras criaturas de ser

capaces de aprender sus leyes y aplicarlas correctamente’.52 La producción de la

naturaleza es posible debido a la identificación y la aplicación de leyes naturales. Sin

embargo, la identificación de leyes naturales involucra inevitablemente un conocimiento

preciso de sus limites, y por ende, de la diferencia entre leyes que realmente son naturales

y aquellas que en una forma específica de sociedad se presentan como naturales. Ésta no

es una distinción filosófica sino práctica. La diferencia entre la gravedad y la ley del valor

no tiene que ver con lo que puede o no puede producirse, en tanto el efecto de la

gravedad puede fácilmente alterarse y contrarrestarse, obteniendo resultados totalmente

contrarios simplemente a través de la identificación y la aplicación social de otras leyes

de la naturaleza. Nosotros, por ejemplo, aplicamos este principio cada vez que hacemos

volar un avión. Entonces, la diferencia fundamental que debe hacerse está entre lo que

puede y lo que no puede destruirse para ser substituido. Esta diferencia se realiza en el

proceso práctico de la historia social y no como un proceso de especulación filosófica.

Mirando atrás en la historia, la evidencia muestra que aunque es imposible eliminar la ley

de la gravedad, no importa cuanto puedan objetarse sus efectos ni cuanto pueda resistirse

y determinarse socialmente su forma actual, sin embargo, sí es posible suprimir la ‘ley’

del valor. Mirando hacia adelante en la historia, únicamente descubriendo e identificando

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las leyes naturales seremos finalmente capaces de distinguir y revelar las leyes naturales

que sustentan la historia humana. Y ello puede lograrse únicamente en el proceso de

destruir y derribar las barreras sociales que se nos presentan como leyes naturales.

Aquellos que en la sociedad poseen una comprensión más precisa de la naturaleza

humana no son los supremos sacerdotes que predican la naturalidad (entendida como

inexorabilidad) de buena parte de la conducta humana y social. Sino son quienes tienen la

certeza de que las monstruosidades sociales pueden ser destruidas. Son ellos quienes

mejor comprenden que los seres humanos pueden crear algo más humano.53

En su incontrolada marcha hacia la universalidad, el capitalismo impone nuevas

barreras a su propio futuro. Crea una escasez de los recursos necesarios, mengua la

calidad de aquellos recursos aún no consumidos, propaga enfermedades nuevas,

desarrolla una tecnología nuclear que amenaza el futuro de toda la humanidad, contamina

la totalidad del medio ambiente que debemos consumir para poder reproducirnos, y en el

proceso cotidiano de trabajo amenaza la existencia misma de quienes producen la riqueza

social vital. Sin embargo, el capitalismo debe desarrollar una fuerza intrínseca capaz de

desenmascarar cuan anti-natural y vulnerable resulta este modo de producción, y lo

transitorio que puede ser históricamente. No es sólo la relativa novedad del capitalismo lo

que conduce a su transitoriedad, sino es la producción de sus propias contradicciones

internas lo que garantiza ese carácter temporal. La producción de la naturaleza es el

medio a través del cual estas contradicciones se vuelven concretas. En sociedades

anteriores, la relación contradictoria con la naturaleza se expresaba como una crisis de

escasez, y el efecto era inmediato. Igualmente fundamental como el proceso de

producción, las crisis de escasez representaban también los limites últimos de la

sociedad; la escasez natural determinaba los límites del desarrollo social. En el

capitalismo, las crisis sociales se concentran todavía en el proceso de producción, pero

ahora yacen en el corazón de un complejo sistema social. La producción de la naturaleza

es universal, pero en este proceso las contradicciones internas se vuelven igualmente

universales. Actualmente las crisis no surgen de la interfase entre la sociedad y una

naturaleza externa, sino de las mismas contradicciones esenciales del proceso social de

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producción. En tanto las crisis sociales se atribuyen todavía hoy la escasez natural, ésta

deberá entenderse como una escasez producida socialmente en la naturaleza.

Sea en la forma de energía nuclear o como una sublevación de la clase

trabajadora, la contradicción inscrita en la producción de la naturaleza emana de la forma

misma del capitalismo. Así, de ninguna manera debemos interpretar a Marx

metafóricamente cuando escribe que ‘la naturaleza misma del capitalismo forja sus

propias barreras’, la última de las cuales es la clase trabajadora, distinta del resto de la

humanidad por constituir los esclavos asalariados del capital. Esta ‘barrera inherente’ [la

clase trabajadora], logrará que, ‘en una fase determinada de su propio desarrollo, [el

capitalismo] se reconozca a sí mismo como la más grande barrera para su propia

existencia, y por lo tanto, lo empujará hacia su propia destrucción’. 54 En el proceso de

luchar en contra del capital, es la clase trabajadora quien podrá conquistar la oportunidad

real de definir la naturaleza humana. Ello de ninguna manera significa sugerir que, por

definición, la clase trabajadora actual es en cierta forma más natural que las otras clases.

Al ser una clase enajenada mediante el control que ejerce la sociedad que la emplea, la

clase trabajadora es en todos los sentidos no-natural y es un producto del capitalismo. Ni

tampoco se está sugiriendo la imposibilidad del socialismo. Lo que se está afirmando, no

obstante lo inevitable de la sublevación; es que resulta una ley natural que el animal

humano, cuando se ve despojado de los medios para satisfacer sus necesidades naturales,

reaccione a esta privación, algunas veces violentamente y algunas veces en una forma

socialmente organizada. La forma de la sublevación no está regida por ninguna ley

natural sino es un resultado social. El triunfo de esta sublevación traerá consigo la única

oportunidad histórica para que los seres humanos puedan transformarse en sujetos

sociales partícipes y no en sujetos naturales de su propia historia.

IV CONCLUSIÓN

Cuando Isaiah Bowman, el gran geógrafo imperial, enseñaba en Yale, él solía decir a sus

alumnos que ‘sería posible construir una ciudad de cien mil habitantes en el Polo Sur y

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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equiparla con luz eléctrica y teatro de ópera. La civilización podría pagar el costo’. Esto

ocurrió justo en el tiempo en que la expedición de Peary había alcanzado el Polo, en

1909. Aún cuando la idea de un Polo Sur urbanizado probablemente representó más una

severa rectificación a su previa atracción por el determinismo ambiental, indudablemente

Bowman estaba en lo correcto. Con el mismo ánimo solía afirmar que ‘podríamos

también levantar en el Sahara una cadena montañosa lo suficientemente alta para

provocar una tormenta’. Y en un sentido más general, 20 años después, Bowman fue más

preciso al señalar que ‘el ser humano no puede mover montañas’ – no sin antes ‘dejarse

llevar por tal imposibilidad’.55

Predeciblemente, la producción de la naturaleza ha seguido una trayectoria guiada

menos por la imposibilidad extrema del evento físico y más por la rentabilidad del evento

económico. Igualmente previsible, quizá sea en Norteamérica, que abriera el camino a la

expansión del capitalismo mundial de 1918 hasta 1973, donde podemos encontrar los

ejemplos más admirables de la producción de la naturaleza. Al respecto, Jean Gottmann,

en su análisis iconoclasta de Megalópolis, señala lo siguiente:

Los Prometéicos esfuerzos que por mucho tiempo habían permanecido confinados

a los sueños de los europeos, renunciaron a un status quo en sus propias tierras

natales, deshaciéndose de las viejas ataduras de esta vasta naturaleza . . . .

Mientras ahí existió el tiempo y propósito para la expansión de las tierras baldías,

se desarrollaron las grandes ciudades de Megalópolis, mediante una división del

trabajo más sofisticada, del mayor intercambio de servicios, un comercio

incrementado, y la mayor acumulación de capital y de personas, un horizonte

infinito de recursos ilimitados para una sociedad opulenta.

La expansión de Megalópolis difícilmente hubiera podido suceder sin ese

ímpetu Prometéico tan extraordinario. Conforme la frontera se vuelve más urbana

en esencia, y en tanto la naturaleza a domesticar se transforma perceptiblemente

de los bosques y las praderas, en las calles de la ciudad y en las multitudes

humanas, quizá resulte más difícil ahuyentar los buitres que atemorizaron a

Prometeo.56

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La mezcla eventualmente contradictoria de oportunidad y Apocalipsis de esta

imagen, no es del todo distinta a lo que plantea Marx respecto a la naturaleza. En general,

Marx y Engels entendieron la esencia de la relación con la naturaleza en términos de un

dominio o dominación progresiva sobre la naturaleza, aunque no en un sentido

unidimensional: ‘la supremacía sobre la naturaleza comenzó con el desarrollo de la mano,

con el trabajo, y ensanchando en cada avance el horizonte humano.’57 Día tras día, este

progresivo dominio de la naturaleza se ha tornado más sofisticado; por primera vez en la

historia, el crecimiento económico en la forma de acumulación de capital se volvió una

necesidad social absoluta, y el ensanchamiento permanente de la dominación de la

naturaleza se volvió igualmente necesario. Sin embargo, el capital y la sociedad burguesa

que lo alimenta, introducen no sólo un cambio cualitativo sino cuantitativo en la relación

con la naturaleza. El capitalismo hereda un mercado mundial global –un sistema de

intercambio y circulación de mercancías– el cual digiere y devuelve después como un

sistema mundial capitalista, como un sistema de producción. Para lograrlo, la capacidad

humana productiva en sí misma se convierte en una mercancía producida como cualquier

otras mercancía, de acuerdo a las relaciones sociales específicamente capitalistas. La

producción de la naturaleza en una escala global y no simplemente un ‘dominio’ mayor

sobre la naturaleza, es el objetivo del capital.

Ésta es la conclusión lógica, aunque no explícita, de la concepción de Marx

acerca de la relación con la naturaleza, y también de una parte del trabajo de Engels,

aunque en mi opinión, la idea de una ‘dialéctica de la naturaleza’ evidentemente condujo

a Engels por un camino totalmente diferente y equivocado. La pregunta es porqué ambos

mantuvieron el lenguaje y en parte la concepción de ‘dominio’ y ‘dominación’ de la

naturaleza. En la práctica, la relación con la naturaleza progresó más allá de un dominio y

una dominación, tan pronto como la distinción entre una primera naturaleza pre-

humanizada (la dominada) y una segunda naturaleza humana (la dominante) fue

volviéndose obsoleta. El ‘dominio’ no describe en absoluto la relación entre la nueva

primera y segunda naturaleza, no explica la diferencia entre materialidad y abstracción

que terminó con la ingenuidad heredada de la diferenciación original. La materia no es de

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alguna forma dominada o gobernada por un mundo de abstracciones –ello conduciría

rápidamente al idealismo– sino que en todo el planeta se producen piezas especificas de

materia (esto es, se altera su forma) de acuerdo a las leyes abstractas, necesidades,

fuerzas y accidentes de la sociedad capitalista. La realidad de la producción de la

naturaleza es hoy mucho más evidente al terminar el siglo XX, que lo que fue a mediados

del siglo XIX, y este hecho, más que ninguna otra razón explica porqué Marx pudo

haberse aferrado a esta idea obsoleta del dominio. Un siglo adicional de desarrollo

capitalista abatido por la inexorable búsqueda del plusvalor relativo, debiera haber

transformado la idea de la producción de la naturaleza en un absurdo cliché. Que no sea

así, en tanto que lejos de ser un cliché, es una novedad y casi una idea quijotesca,

constituye un testimonio del poder que tiene la ideología de la naturaleza.

La producción de la naturaleza no debe confundirse con un control sobre la

naturaleza. Esto último es insostenible aunque exista un cierto nivel de control en el

proceso de producción. La producción de la naturaleza de ninguna manera constituye la

culminación del dominio sobre ella, sino es algo absoluta y cualitativamente diferente.

Incluso Engels fue cuidadoso en distinguir entre dominio (que sugiere más una idea de

control que de ‘producción’) y control cuando afirma: ‘no . . . nos complazcamos

demasiado a nosotros mismos ufanándonos de nuestras victorias humanas sobre la

naturaleza’, e introduce un párrafo de ejemplos que ilustran el costo de estas victorias y

la ‘venganza’ de la naturaleza. A cada paso, concluye Engels:

Se nos recuerda que nosotros de ninguna manera mandamos sobre la naturaleza

como lo hace un conquistador sobre un pueblo extranjero, como alguien que está

postrado fuera de la naturaleza –sino que, nosotros, en carne, sangre y cerebro,

pertenecemos a la naturaleza, y existimos en su seno, y que todo nuestro dominio

sobre ella consiste en el hecho de tener la ventaja sobre todas las otras criaturas de

ser capaces de aprender sus leyes y aplicarlas correctamente.58

La idea de una venganza de la naturaleza entraña un aire de las implicaciones

dualistas inherentes a la idea de ‘dominio’, sin embargo, en esencia resulta una idea

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maravillosa (a la que Engels en el mismo trabajo sucumbe una y otra vez) considerando

el contexto del triunfalismo científico del siglo XIX. En este sentido, la producción

industrial de bióxido de carbono y de bióxido sulfúrico hacia la atmósfera ha tenido

efectos climáticos por demás incontrolables: sí todavía queda alguna duda, un número

creciente de científicos apoyan la posibilidad de un efecto invernadero y el consecuente

derretimiento de las capas de hielo, mientras que muchos de aquellos que rechazan la

idea, esperan un enfriamiento igualmente dramático; y el incremento en el contenido de

bióxido sulfúrico en el aire es responsable de la lluvia ácida. Ni siquiera la producción de

la mano humana –o quizá ésta en particular– fue en absoluto un proceso controlado. Así,

mientras más completas y elaboradas son las producciones humanas, el sistema

capitalista se vuelve más anárquico. Tal como los contaminantes son productos integrales

del proceso de producción aunque no constituyen su objetivo inmediato, mucha de la

producción de la naturaleza no es el objetivo premeditado de la producción. El proceso de

producción es bastante premeditado, pero su finalidad inmediata, la ganancia, es estimada

en términos del valor de cambio y no de valor de uso. En consecuencia, el aspecto del

control es sumamente importante pero sólo hasta que comienza a entenderse en este

contexto. La primera pregunta no es si la naturaleza está controlada o hasta qué punto

está controlada; ésta es una cuestión planteada en el lenguaje dicotómico de la primera y

segunda naturaleza, de un dominio pre-capitalista y de un no-dominio sobre la naturaleza.

El problema real es cómo producimos naturaleza y quién controla esta producción de la

naturaleza.

El capitalismo desarrolla las fuerzas de productivas hasta el punto en que la

unidad de la naturaleza se vuelve nuevamente una posibilidad. No obstante, en el

capitalismo esta unidad permanece siempre como una eterna promesa en la marcha hacia

la universalidad. El capitalismo crea los medios técnicos para cumplir esa promesa, pero

por sí mismo es incapaz de cumplirla. La alternativa, como señaló Marx, es socialismo o

barbarie; cualquiera de los dos representa una unidad de la naturaleza. La cruel ironía de

esta alternativa es más crítica actualmente, en tanto que con la amenaza de la guerra

nuclear, la barbarie unifica la naturaleza sólo para destruirla. Sin embargo, la sociedad de

clase que amenaza con la derrota de un final barbárico, igualmente promete la ambición

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del socialismo. El socialismo no es una utopía como tampoco es una garantía. Es sin

embargo, el lugar y el tiempo dónde y cuándo la unidad de la naturaleza se convierten en

una posibilidad real. Es el campo de batalla para desarrollar un auténtico control social

sobre la producción de la naturaleza. Muy temprano en su vida, Marx imaginó el

comunismo como una ‘legítima solución al conflicto entre los hombres y la naturaleza’.59

El que tal afirmación resulte verdadera, todavía está por verse –y por realizarse.

Lo cierto es la lucha alrededor de este conflicto, la sublevación en contra de la

escasez. En muchos sentidos ésta es una batalla por el control de lo que es ‘socialmente

necesario’. Como ocurre con la contaminación, mucha de la producción de la naturaleza

es el resultado impredecible e incontrolable del proceso de producción. Estos pueden ser

productos integrales del proceso de trabajo, pero la contaminación y muchos otros

elementos producidos de la naturaleza, no son portadores de ‘tiempo de trabajo

socialmente necesario’. La batalla por el socialismo es la lucha por el control social para

determinar qué es y qué no es socialmente necesario. Al final, es una batalla por controlar

lo que es valor y lo que no lo es. En el capitalismo, este es un juicio resuelto en el

mercado, un juicio que se presenta a sí mismo como un resultado natural. El socialismo

es la batalla para juzgar la necesidad no en función del mercado y su lógica, sino

conforme a las necesidades humanas, en función no del valor de cambio y la ganancia,

sino del valor de uso.

Más tarde en su vida, Marx fue menos ambiguo respecto a la relación con la

naturaleza, y más reservado acerca de lo que el comunismo podría o no podría ser. El

siguiente pasaje de El Capital se refiere a este aspecto, sin embargo, comparado con sus

primeros escritos, éste es políticamente más concreto, preciso y resolutivo:

El dominio de la libertad comienza efectivamente donde acaba el trabajo dictado

por la necesidad y las consideraciones mundanas; así, la libertad yace en la

esencia misma de las cosas, más allá de la esfera de la producción material . . . .

La libertad en este ámbito puede existir únicamente en el hombre socializado, en

los productores reunidos, regulando racionalmente su intercambio con la

naturaleza, alentando su control colectivo, y no dejándose dominar por la

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naturaleza como por una fuerza ciega; logrando además su objetivo con el menor

gasto de energía y en las condiciones más favorables y más merecedoras de su

naturaleza humana. Sin embargo, en ello persiste todavía un ámbito de la

necesidad. Más allá del cual comienza el desarrollo de esa energía humana que

constituye un medio, y en sí mismo, constituye el ámbito real de la libertad.

Libertad que empero, en adelante puede florecer sólo teniendo a este ámbito de la

necesidad como su fundamento. La reducción de la jornada laboral es la

condición previa fundamental.60

La reducción de la jornada laboral es, pudiéramos decirlo así, la demanda transitoria.

Pues continua representándose en términos del valor de cambio. Entre más reducida la

jornada laboral, menor es la masa de plusvalor producido en la forma de ganancia para la

clase capitalista. La demanda fundamental es por el control de los trabajadores, el control

sobre el proceso de producción y en consecuencia, sobre la producción de la naturaleza;

en otras palabras, la destrucción del capitalismo y su dominio de la sociedad a través del

control del sistema del valor de cambio. Todo ello con el objetivo de controlar la esfera

de los valores de uso. En esta forma, el concepto de la ‘producción de la naturaleza’,

logra lo que el ‘concepto de naturaleza’ de Schmidt pretendió formalizar pero jamás pudo

conseguir: ‘transformarse en el concepto de acción política’.61

Habrá quienes consideren este análisis, y de hecho, la idea misma de la

producción de la naturaleza, como un sacrilegio insolente, como una cruenta violación de

la belleza, la santidad y el misterio inherentes a la naturaleza. Para ellos, el significado de

la naturaleza no sólo es sagrado sino trasciende aquellas consideraciones vulgares que la

conciben como un resultado del trabajo y el sudor real. Respecto a la vulgaridad, no están

equivocados; podrían simplemente escapar de ella y así, negarla. Empero, es real. El

capitalismo industrial contemporáneo y todo lo que éste implica es una vulgaridad del

capitalismo, y no una vulgaridad de la necesidad. Es un resultado de la realidad actual, y

no un fantasma de la teoría marxista. Otros argumentaran que, si no vulgar, la idea resulta

terriblemente antropocéntrica aún para una teoría de la naturaleza. Pero lo mismo que la

acusación explícitamente romántica de vulgaridad, ésta también es un producto de la

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nostalgia. Tan pronto como los seres humanos se separaron de los animales al comenzar a

producir sus propios medios de subsistencia, empezaron a colocarse a sí mismos cada

vez más al centro de la naturaleza. A través del trabajo humano y de la producción de la

naturaleza en una escala global, la sociedad humana se ha colocado a sí misma justo al

centro de la naturaleza. Quererlo ver de otra manera acaso es nostalgia. Precisamente esta

centralidad en la naturaleza es la que alienta la ansiedad frenética del capital por controlar

la naturaleza; pero la idea de controlar la naturaleza es un sueño. Es el sueño soñado cada

noche por el capital y su clase, en la víspera del siguiente día de trabajo. Mas, el control

social, verdaderamente humano sobre la producción de la naturaleza, es el sueño

realizable del socialismo.

1 Karl Marx, Value, Price and Profit (Londres, 1899), p. 54. 2 La cuestión de si el trabajo de Marx debe entenderse como una continuidad o como una secuencia de periodos claramente separados no es un problema nuevo. Comienza con la publicación de algunos de sus primeros trabajos a principios del siglo XX, ninguno de los cuales se había publicado antes. Más recientemente, el defensor más fiel de esta visión del trabajo de Marx dividido en periodos específicos ha sido Louis Althusser. Véase For Marx. Varios escritores se han opuesto a esta diferenciación entre un jóven Marx y un Marx maduro. Véase particularmente Bertell Ollman, Alienation: Marx’s Concept of Man in Capitalist Society (Cambridge, 1971). Véase también William LeoGrande, ‘An Investigation into the “Young Marx” Controversy’, Science and Society 41 (1977), 129-51. 3 Marx, Grundrisse, pp. 100-1. Para una argumentación interesante sobre el método lógico-histórico en el capítulo 1 de El Capital, véase Harry Cleaver, Reading Capital Politically (Austin, 1979). 4 Grundrisse, p. 85. Cfr. también la afirmación de Marx de que ‘debemos entender primero a la naturaleza en general, y después a la naturaleza humana modificada en cada época humana’, El Capital, 1, p. 609n. 5 Marx y Engels, German Ideology, p. 63.

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6 El Capital, pp. 42-3, 71. (En esta traducción de El Capital, la palabra ‘naturaleza’ a veces aparece escrita en mayúsculas, no obstante, respetando otras traducciones, y dado que el original en alemán está escrito en mayúscula como un sustantivo mas que para añadir significado, al citar he mantenido las minúsculas en todos los casos. Así mismo, Marx utilizó la palabra ‘hombre’ y ‘hombres’ para referirse a la humanidad o a los seres humanos. En un afán de simplificación, mas que evadir el problema del lenguaje sexista, en las citas se mantienen los vocablos originales. 7 El Capital, 1, p. 177. 8 Karl Marx, Early Writtings (Harmondsworth, 1975), p. 355. 9 Ibid., pp. 389-90. 10 German Ideology, p. 47. 11 Ibid., p. 51. 12 Ibid., p. 42. 13 Frederick Engels, Origin, pp. 251-2; Donna Haraway, ‘Animal Sociology and a Natural Economy of the Body Politic, Part II: The Past is the Contested Zone: Human Nature and Theories of Production and Reproduction in Private Behaviour Studies’, Signs 4 (1) (1978), 38. Véase también Gordon Childe, Man Makes Himself (Nueva York, 1939), y Charles Woolfson, The Labour Theory of Culture (Londres, 1982). 14 Rosa Luxemburg, The Accumulation of Capital (Nueva York, 1968), p. 77; Ernest Mandel, Marxist Economic Theory (Londres, 1962), pp. 27-8. Para un resumen del debate sobre el origen y la función del excedente en el contexto de los orígenes urbanos, véase David Harvey, Social Justice, pp. 216-23. 15 Engels, Origin, p. 220; Mandel, Marxist Economic Theory, pp. 40, 44. 16 El Capital, 3, p. 883. 17 Grundrisse, p. 146. 18 El Capital, 1, p. 352. 19 Origin, p. 232. Véase también Lawrence Krader, Formation of the State (Englewood Cliffs, NJ, 1968); Elman R. Service, Origins of the State and Civilization (Nueva York, 1975). 20 Origin, pp. 120-1. Véase también German Ideology, p. 52. 21 German Ideology, p. 122. 22 Ibid., p. 52. A menudo se cita a Marx afirmando que la conciencia es el ‘flujo directo’ de la práctica humana, para tacharlo de determinista, reduccionista o algún otro ‘ista’. Casi nunca se le cita cinco páginas adelante, en el párrafo donde Marx explícitamente clarifica esta afirmación general y provisional. Aquellos que tergiversan a Marx en esta forma no entienden la naturaleza lógico-histórica de la argumentación. 23 Grundrisse, p. 247-8. 24 Karl Marx and Frederick Engels, The Comunist Manifesto (Nueva York, 1955), p. 30. 25 Cicero, De Natura Deorum, II, 151-2. Véase The Nature of Gods, traducido por Horace C.P. McGregor (Harmondsworth, 1972), pp. 184-5. 26 Count Buffon, citado en Glacken, Rhodian Shore, pp. 663, 665, 664. Para una discusión de Glacken sobre Cicero, véase pp. 144-6. 27 Grundrisse, p. 252. 28 Ibid., p. 881.

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29 El Capital, 1, p. 169. 30 Ibid., 3, p. 880. 31 Ibid., 1, pp. 180, 181n. 32 Grundrisse, p. 479. 33 Sobre las dificultades y debates alrededor del análisis del Estado, véase Colin Barker, “The State as Capital’, Internacional Socialism 2 (1) (1978), 16-42; J. Holloway y S. Picciotto, State and Capital (Londres, 1978); James O’Connor, The Fiscal Crisis of the State (Nueva York, 1973); Suzzanne de Brunhoff, The State, Capital and Economic Policy (Londres, 1978). Sobre el debate Miliband-Poulantzas, que sintetizó mucho de la discusión sobre el Estado, véase Ralph Miliband, The State in Capitalist Society, (Londres, 1969); Nicos Poulantzas, ‘The Problem of the Capitalist State’, New Left Review 58 (1969), 67-78; Ralph Miliband, ‘The Capitalist State: A Reply to Nicos Poulantzas, New Left Review 59 (1969), 53-60; Ernesto Laclau, ‘The Specificity of the Political: The Poulantzas-Miliband Debate’, Economy and Society 4 (1975), 87-100; Ralph Miliband, ‘Poulantzas and the Capitalist State’, New Left Review 82 (1973), 83-93; Nicos Poulantzas, ‘The Capitalist State: A Reply to Miliband and Laclau’, New Left Review 95 (1976), 63-83. 34 Grundrisse, p. 706; El Capital, 1, p. 384. 35 El Capital, 1, pp. 360-1, 350, 645. 36 Engels, Origin, p. 223. 37 Joan Smith, ‘Women and the Family’, Internacional Socialism 100 (1977), 21-2. Para una evaluación y una crítica de los diferentes puntos de vista sobre el matriarcado y la clase, véase Joan Smith, ‘Women, Work, Family and the Economic Recession’, ponencia presentada en el simposio ‘Feminism and the Critique of Capitalism’, The Johns Hopkins University, (Abril 24-5, 1981). La conclusión de Marx y Engels de que la proletarización pudiera liberar a las mujeres de la dominación pareciera haber sido un poco optimista, aún concediéndole el beneficio de la duda. 38 Sobre la necesidad de la familia en el capitalismo, véase Barbara Winslow, ‘Women’s Alienation and Revolutionary Politics’, Internacional Socialism 2 (4) (1979), 1-14. Para una perspectiva distinta, véase Irene Bruegel, “What Keeps the Family Going?’, Internacional Socialism 2 (1) (1978), 2-15. 39 El Capital, 1, p. 176. 40 Karl Marx, A Contribution to the Critique of Political Economy (Londres, 1971), pp. 20-1. 41 El Capital, 1, p. 181. 42 German Ideology, p. 63. 43 Grundrisse, p. 646. 44 G.W.F. Hegel, Philosophy of Right, traducción de T.M. Knox (Londres, 1967), p. 20. 45 Sohn-Rethel, Intellectual and Manual Labour, pp. 28, 56-7. 46 Grundrisse, p. 409-10. 47 El Capital, 1, p. 183. 48 Marx escribe: ‘La tierra sucumbe a la renta una vez que el capital es invertido, no porque se invierta el capital, sino porque el capital invertido hace a esta tierra más productiva de lo que era antes . . . . También esta renta, que puede transformarse en

Claudia Villegas Delgado. “La producción del espacio”. Trad. de: Neil Smith, “The production of nature”, “The production of space”, Uneven Development. Nature, Capital and the production of Space, Blackwell, NY, 1990. Biblioteca de Básica de Geografía. SUA-FFYL, UNAM, Mexico, 2006.

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interés, se convierte en una renta diferencial absoluta una vez que el capital invertido se amortice’ – El Capital, 3, p. 746. David Harvey desarrolla este argumento en Limits, p. 337. 49 Friedrich Engels, Anti-Duhring (Londres, 1975), p. 425; El Capital, 1, p. 10, Karl Marx, The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte (Nueva York, 1963), p. 15. 50 Marx a Kugelmann, 11 de Julio de 1868, Marx-Engels, Selected Correspondence (Londres, 1934), p. 246. 51 Comunist Manifesto, p.14. 52 Friedrich Engels, Dialectics of Nature (Moscú, 1954), p.180. 53 Esto evidentemente otorga un papel fundamental a la ciencia, pero a la ciencia crítica, pues en general, la función ideológica de la ciencia ha sido la de lograr que relaciones específicamente sociales aparezcan como naturales, es decir, como inevitables. Como Marx escribió, la lógica de la economía política ‘resulta ser para el intelecto burgués una necesidad obvia impuesta por la naturaleza tanto como el trabajo productivo por sí mismo’ (El Capital, 1, p. 81). La diferencia entre la ciencia natural y social admite un fetichismo de la ‘naturaleza’ como el objeto de la investigación científica natural, y permite a la ciencia social construirse a sí misma frente a la ciencia natural, tomando a la sociedad como su objeto natural de investigación. De acuerdo con Marx y Engels, no hay sino una ciencia única, no existen ciencias diferentes para la naturaleza y para la sociedad. No obstante, la unidad de la ciencia es un proceso práctico, una unidad que debe desarrollarse. Como escribieran Marx a Engels, la ciencia debe cuestionarse ‘hasta el punto en que pueda ser entendida dialécticamente’, (Selected Correspondence, p. 123. Respecto a las denominadas ciencias ‘naturales’ en particular, lo anterior implica recuperar la política que de hecho le pertenece a la ciencia pero que le ha sido expropiada y hecha a un lado. Si estamos en lo correcto acerca de la producción de la naturaleza, la política de la ciencia involucra distinguir las leyes naturales de las creaciones sociales, no en términos de ciencia natural versus ciencia social, sino como ciencia versus ideología. Al respecto, véase la crítica de Valentino Gerratana al evolucionismo post-Darwinista: los científicos preocupados por la evolución, ‘quienes más que ninguna otra persona contribuyeron a demostrar la historicidad de la naturaleza, terminaron por negar y excluir el proceso histórico precisamente en aquella parte donde la historia natural es la historia humana’. Ello significó una ‘inversión metodológica’ –un regreso ‘hacia la afirmación de las leyes históricas del desarrollo social como leyes eternas de la naturaleza’. Gerratana, ‘Marx and Darwin’, New Left Review 82 (1973), 60-82. 54 Grundrisse, p. 410. 55 Isaiah Bowman, Geography in Relation to the Social Sciences (Nueva York, 1934). 56 Jean Gottmann, Megalopolis, (Nueva York, 1961), p. 79. 57 Origin, p. 253. 58 Dialectics of Nature, p.180. 59 Early Writings, p. 348. 60 El Capital, 3, p. 820. 61 Schmidt, Nature in Marx, p. 196.