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Carlos Martín Pérez

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La sabiduría secreta de Maquiavelo

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La sabiduría secreta de

Maquiavelo

Carlos Martín Pérez

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La sabiduría secreta de Maquiavelo

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CONTENIDO 

Introducción ............................................................ 4 

Dedicatoria de Maquiavelo .................................. 6 

Naturaleza humana  

Los tiempos ..................................................................... 8 

Virtudes .......................................................................... 12 

Defectos .......................................................................... 24 

Formas de actuar ....................................................... 35 

Gobierno 

Formas de gobernar ................................................. 43 

Sobre el pueblo y los súbditos poderosos .... 61 

Premios y castigos..................................................... 77 

Sublevaciones, conspiraciones y tiranías .... 93 

Diplomacia 

Política de guerra o paz ...................................... 111 

Alianzas ........................................................................ 117 

Prestigio....................................................................... 129 

Gestionar las conquistas ..................................... 133 

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La sabiduría secreta de Maquiavelo

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Guerra 

Principios del Arte de la Guerra ..................... 140 

Valores .......................................................................... 149 

Organización ............................................................. 155 

Mando ........................................................................... 157 

Combate ....................................................................... 163 

Bibliografía .......................................................... 183 

Sobre el autor ...................................................... 184 

 

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La sabiduría secreta de Maquiavelo

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INTRODUCCIÓN

Todos conocemos la expresión “maquiavélico” y la asociamos, en el mejor de los casos, a algo malvado, retorcido y astuto. Pocos pensadores han sido tan leídos, odiados y malinterpretados como el filósofo y diplomático florentino. Sin embargo, todos los poderosos han estudiado su obra con diligencia y la han aplicado con gran maestría siempre que han tenido ocasión.

¿Por qué entonces sigue siendo tan denostado? ¿Quizás porque los poderosos, como los grandes ilusionistas, nos hacían un excelente truco de magia pero no nos contaban cómo se realizaba? ¿Tal vez porque Maquiavelo desveló todos los trucos? Podría ser la razón de este desprestigio.

Además de todo lo que se ha escrito de este hombre excepcional, Maquiavelo era un gran psicólogo del Poder y de los poderosos con los que trató en su época de embajador de la República de Florencia. También llegó a sentir por si mismo cómo el pueblo percibía a las élites, ya que tuvo oportunidad de ello tras su caída en desgracia. Además, atesoraba una gran cultura clásica; sobre todo, de Roma, a la que admiraba. La unión de todo lo anterior nos da como fruto una personalidad excepcional así como una original y descarnada visión del mundo y de la realidad.

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La sabiduría secreta de Maquiavelo

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En este libro, usted disfrutará de los conocimientos extraídos de tres de sus obras - El Príncipe, Discursos sobre la primera Década de Tito Livio y Del Arte de la Guerra- en los que explica al ser humano, a la sociedad y a sus conflictos.

Lo que va a leer a continuación trata de cómo se realizan los trucos del poder y cómo lo entienden los poderosos, contado por uno de los genios de la Humanidad en este campo de la sabiduría. Si Usted ya tiene a cargo muchas personas, ejerce liderazgo o está en un puesto de poder, muchas de las ideas expuestas ya le serán familiares.

Si no es su caso, no se escandalice con lo que a veces lea: es la realidad y negarse a aceptarlo es echarse arena en los ojos.

Disfrute de estos conocimientos, medite sobre ello y aplíquese a lo que sepa y pueda.

Zaragoza, España, año dos mil once.

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DEDICATORIA DE MAQUIAVELO

Os envío un regalo que, si no corresponde a mis obligaciones con vosotros, es el mejor que puede haceros Nicolás Maquiavelo, pues en él he expresado cuanto sé y aprendí en larga práctica y continua enseñanza de las cosas del mundo. No pudiendo desear más de mí, ni vosotros ni ningún otro, tampoco os quejaréis de que no os dé más.

He elegido, no a los que son príncipes, sino a quienes por sus infinitas buenas cualidades merecen serlo; no a los que puedan prodigarme empleos, honores y riquezas, sino a los que quisieran hacerlo si pudiesen; porque los hombres, juzgando sensatamente, deben estimar a los que son, no a los que pueden ser generosos; a los que saben gobernar un reino, no a los que, sin saber, pueden gobernarlo.

Gozad, pues, del bien o del mal que vosotros mismos habéis querido, y si persistís en el error de que mis opiniones os son gratas, continuaré, como os prometí al principio, el examen de esta historia.

(De la dedicatoria a Zanobi Buondelmonti y Cosme Hucellai en Discursos sobre la primera década de Tito Livio)

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NATURALEZA HUMANA

La naturaleza de los hombres es contraer obligaciones entre sí tanto por los favores que se hacen como por los que se reciben. (El Príncipe, X)

Como tal es la naturaleza humana, es conveniente solicitar favores a las personas, aun si no nos hacen falta. Claro está, que estos favores u obligaciones tienen que ser razonables. Si se solicitan entre amigos, sirven para mantener la amistad, pues tanto alegra para uno recibirlos como al otro darlos. Cuando estas obligaciones son entre personas sin lazos de amistad, valen para poner a prueba la relación que pudiera existir.

Se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todo tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida, los hijos -como anteriormente dije- cuando la necesidad está lejos; pero cuando se te viene encima vuelve la cara. (El Príncipe, XVI)

Aquí se habla de la hipocresía, doblez y oportunismo. La excepción a esta conducta humana es muy rara. Por lo tanto, una persona prudente no se debe extrañar cuando esto ocurre ni ser sorprendido por estos comportamientos, ya que habrá tomado medidas en previsión a esta contingencia.

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Hay tres clases de inteligencias: la primera comprende las cosas por sí mismas, la segunda es capaz de evaluar lo que otro comprende y la tercera no comprende ni por sí misma ni por medio de los demás. La primera es superior, la segunda excelente, la tercera inútil. (El Príncipe, XXII)

Puesto que estás leyendo este libro, es evidente que perteneces al primer tipo de inteligencia y además estás en condiciones de discernir a que tipo pertenecen las demás personas.

LOS TIEMPOS 

 

VIEJOS BUENOS TIEMPOS 

Alaban siempre los hombres, y no siempre con razón, los antiguos tiempos y censuran los presentes, mostrándose tan partidarios de las cosas pasada; que no sólo celebran lo conocido únicamente por las narraciones de los escritores, sino lo que al llegar a la vejez, recuerdan haber visto en su juventud. Estas opiniones son muchas veces erróneas, y en mi concepto, se fundan en varias causas.

En la primera el no conocerse por completo la verdad respecto a los sucesos antiguos, ignorándose las más veces lo que podría infamar aquellos tiempos, mientras lo que les honra y

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glorifica es referido en términos pomposos y con grandes ampliaciones. La mayoría de los escritores obedecen de tal suerte a la fortuna de los vencedores que por enaltecer sus victorias, no sólo exageran lo que valerosamente hicieron, sino hasta la resistencia de sus enemigos: de modo que los descendiente de los vencedores y de los vencidos tienen sobrados motivos para maquillarse de aquellos hombres y de aquellos, tiempos y se ven obligado a elogiarlos y a amarlos.

La segunda causa consiste en que el odio en los hombres nace o de temor o de envidia, y no lo pueden inspirar los sucesos antiguos, que ni tenemos ni envidiamos. Pero lo contrario sucede con lo que se está viendo y manejando sin desconocer pormenor alguno, así los buenos como los desagradables, cosa que obliga a estimar los tiempos actuales muy inferiores a los antiguos, aunque en verdad merezcan los presentes mayor elogio y fama que los pasados. (Discursos, 2, Prólogo)

No nos podemos fiar de nuestra memoria, ni de la percepción de los acontecimientos presentes y pretéritos, pues han pasado por el tamiz de nuestros prejuicios, por la propaganda de otras personas y por los sentimientos propios sobre los sucesos acontecidos. Es difícil ser objetivo y centrarse exclusivamente en buscar y valorar los hechos en estado puro sin dejarse influenciar por cronistas interesados ni emociones propias, aunque el que logre sobresalir sobre los demás en analizar la

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realidad de forma fría, logrará una gran ventaja. El mismo Julio César escribió “La Guerra de las Galias” para contar la Historia al Senado de Roma según sus intereses y pasar a la posteridad con la imagen que él deseaba. Aconsejaba el cardenal Mazarino que cada cual escriba su biografía a su conveniencia pues los testigos de la propia vida perecen, pero el texto permanece.

TIEMPOS DIFÍCILES PARA FORJAR PERSONAS 

El verdadero mérito búscase en los tiempos difíciles. En los fáciles no son los hombres meritorios, sino los más ricos o mejor emparentados. Siempre ha ocurrido y sucederá que las repúblicas hagan poco caso de los grandes hombres en tiempo de paz porque envidiándoles muchos ciudadanos la fama que han logrado adquirir, desean ser sus iguales y aun superiores. Existe, pues, en las repúblicas la irregularidad de estimar en poco a los hombres de mérito en las épocas tranquilas; cosa que ofende a éstos doblemente, por no ocupar el lugar que les corresponde y por ver como iguales o superiores a personas indignas o de menos capacidad que ellos. Estas injusticias han causado grandes males en las repúblicas, porque los ciudadanos que inmerecidamente son desdeñados y comprenden que la causa de ello es la tranquilidad y seguridad del estado, procuran perturbarlo promoviendo nuevas guerras con perjuicio de la nación. (Discursos, 3, XVI)

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Cuando la vida discurre de forma fácil y placentera, triunfan los cortesanos y oportunistas, relegando a las personas de mérito y coraje. Sólo cuando los tiempos son difíciles pueden medrar las personas de verdadera valía. Por lo tanto, si eres, como creo, persona de valía, y los tiempos no son los que en su entorno te puedan hacer progresar, la solución es evidente: o bien migras a un entorno donde puedas progresar, o creas una situación donde sólo las personas como tú puedan sobrevivir. Los grandes conquistadores de América así lo entendieron y de este modo surgieron Cortés, Pizarro, Valdivia y tantos otros que de no ser por los tiempos difíciles en los que vivieron, no hubieran llegado a nada.

ADAPTARSE A LOS TIEMPOS 

Conviene variar con los tiempos si se quiere tener siempre buena fortuna. He observado con frecuencia que la causa del buen o mal éxito de los hombres consiste en la manera de acomodar sus artes al tiempo en que viven, porque se ve que unos proceden con impetuosidad y otros con prudencia y circunspección; y como en ambos casos se traspasan los límites convenientes no siguiendo la verdadera vía, en ambos se yerra. El que menos se equivoca y goza de más próspera fortuna es quien acomoda sus acciones al tiempo en que vive y procede aprovechando las circunstancias. (Discursos, 3, IX)

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Ritmo. Aquí Maquiavelo nos habla de seguir el ritmo de los tiempos y acomodarse a ellos. Tan malo es pasarse como quedarse corto. Fouché, que sobrevivió y medró en la Revolución Francesa, en el Terror jacobino y con Napoleón, era un genio a la hora de entender los tiempos. Sabía cuando había que quedarse quieto y escondido o cuando había que emprender una acción audaz. Es todo un arte que se aprende observando a las personas que lo dominan y practicando con prudencia.

VIRTUDES 

Caminando casi siempre los hombres por las vías holladas por otros y procediendo en sus acciones por imitación, aunque no se pueda seguir con estricta fidelidad los pasos de los demás ni sea tampoco posible alcanzar la virtud de aquellos a quienes imitas, sin embargo, un hombre prudente debe discurrir siempre por las vías trazadas por los grandes hombres e imitar a aquellos que han sobresalido extraordinariamente por encima de los demás, con el fin de que, aunque no se alcance su virtud, algo nos quede sin embargo de su aroma.

Se debe hacer como los arqueros prudentes, los cuales -conscientes de que el lugar que desean alcanzar se encuentra demasiado lejos y conociendo al mismo tiempo los límites de la capacidad de su arco- ponen la mira a bastante más altura que el objetivo deseado, no para alcanzar con su flecha a tanta altura, sino para

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poder, con la ayuda de tan alta mira, llegar al lugar que se han propuesto. (El Príncipe, VI)

Se debe usar a los grandes hombres que nos precedieron como ejemplo y estímulo. Sin embargo, no se debe apurar su senda hasta el final, puesto que nunca podremos alcanzarlos, ya que su pedestal está ocupado. Siguiendo su enseñanza y aprendiendo de sus aciertos y errores, tenemos que ser originales y crear nuestro propio triunfo. Se dice Julio César lloró en Gadir (Cádiz) ante la estatua de Alejandro Magno, pues el macedonio a su edad ya había conquistado el mundo conocido y César aún no había hecho nada digno de mención. De todas formas, César siguió su propio camino sin seguir el del admirado Alejandro.

VIRTUDES ROMANAS 

Quien examine los hechos del pueblo romano en general, y de muchos romanos en particular, observará que aquellos ciudadanos temían más faltar a sus juramentos que a las leyes, como todos los que tienen en más el poder de Dios que el de los hombres. 1

                                                             

1 Se puede considerar que las virtudes romanas eran las siguientes:

- Auctoritas: “Autoridad Espiritual”. El sentido de la función social de alguien, construida a través de la experiencia.

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Para que una sociedad sea fuerte, debe tener unos sólidos valores, donde valga más la palabra dada que la firma de un contrato. Cuantas más leyes fabrica una sociedad, más fácil es que mantenga menos valores. Cuantas más normas tiene una organización, más probable es que se vulneren. Es mejor dar pocas órdenes de forma clara que confundir a las personas en una maraña legal que sólo genera un tremendo caos. Educar a las personas en valores evita dictar muchas normas, ya que cada cual sabe lo que tiene que hacer y se avergüenza cuando no lo cumple, siendo éste sentimiento más poderoso que el temor al castigo.                                                                                                          

- Comitas: “Humor”. Buenas maneras, cortesía, amistad.

- Clementia: “Merced”. Suavidad y gentileza. - Dignitas: “Dignidad”. Un sentido de

autoestima, orgullo propio. - Firmitas: “Tenacidad”. Fuerza mental, habilidad

de defender una propuesta. - Frugalitas: Economía y simplicidad, sin llegar a

ser miserable. - Gravitas: Un sentido de la importancia de un

asunto, responsabilidad, seriedad y determinación.

- Humanitas: “Humanidad”. Refinamiento, civilidad; aprender, y poseer cultura.

- Industria: “Trabajo duro”. - Pietas: “Sumisión”. Más que piedad religiosa,

un respeto por el orden natural social, política y religiosamente. Incluye las ideas de patriotismo y devoción.

- Prudentia: “Prudencia”. Previsión, sabiduría y discreción personal. 

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Quienes estudian bien la historia romana observan cuan útil era la religión para mandar los ejércitos, para reunir al pueblo, para mantener y alentar a los buenos y avergonzar a los demás porque donde hay religión fácilmente se establecen la disciplina militar y los ejércitos y donde no hay religión, es muy difícil fundar ésta. (Discursos, 1, XI)

Para que una organización -sea sociedad, ejército o empresa- funcione de forma eficaz, hace falta una religión o ideal superior a las normas y a las leyes que funcione como tal. Así, se transciende al individuo y al propio grupo, logrando una fortaleza que no se podría lograr de otro modo.

ALCANZAR UNA EXCELENTE REPUTACIÓN 

La mejor para alcanzar la estimación pública consiste en vivir en intimidad con personas respetables, de buenas costumbres y bien reputadas por su saber y prudencia, porque el mejor indicio para juzgar del mérito de un hombre es el de las personas de su amistad y compañía; si éstas son honradas, adquieren merecidamente buena reputación, porque es imposible que no tengan analogía con ella. También se adquiere buena fama por algún acto extraordinario y notable, aunque sea de índole privada, cuando honra a quien lo ejecuta.

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Dime con quién andas y te diré quién eres. Busca siempre como amigos a personas de superior sabiduría y entendimiento, pues sólo con frecuentarlos, algo se te pegará.

De estas tres cosas que pueden producir excelente reputación, la que la da mayor es la última, porque la del parentesco es engañosa, no causa gran impresión en los hombres, y pasa pronto si no la sostienen las cualidades personales de aquel a quien debe favorecer. La segunda, la que te acredita por tus relaciones y amistades, es mejor que la primera, pero inferior a la tercera, porque mientras no se ven actos tuyos, tu mérito sólo se juzga por conjeturas que fácilmente desaparecen.

Pero la reputación que nace y se funda en actos tuyos, te da desde el principio tan buen nombre, que sólo pueden destruirlo otros muchos actos tuyos posteriores y evidentemente opuestos a los primeros. Los que nacen en una república deben tomar esta vía e ingeniarse para realizar obras extraordinarias que ilustren su nombre. Semejante conducta, no sólo es necesaria a los ciudadanos que desean adquirir fama para obtener honroso puesto en una república, sino también indispensable a los príncipes para mantener su dignidad y conservar su poder. Nada tan a propósito para atraerse la estimación pública, como ejecutar actos o pronunciar frases notables inspiradas en el bien público, que le hagan

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aparecer magnánimo o liberal o justo, y que se repitan como proverbio entre sus súbditos. (Discursos, 3, XXXIV)

Sólo el prestigio y reputación ganados por uno mismo son duraderos, los demás son efímeros. Maquiavelo nos dice que para lograr excelente reputación, los actos que la generen deben ser extraordinarios.

PRESTIGIO 

Nada proporciona a un príncipe tanta consideración como las grandes empresas y el dar de sí ejemplos fuera de lo común. De esta forma ha realizado y tramado siempre grandes proyectos que han mantenido siempre en suspenso y asombrados los ánimos de sus súbditos, atentos al resultado final. Estas acciones suyas se han sucedido de tal manera la una a la otra que nunca ha dejado espacio de tiempo entre una y otra para que se pudiera proceder contra él con calma. Ayuda también bastante a un príncipe el dar de sí ejemplos sorprendentes en su administración de los asuntos interiores. De forma que cuando alguien lleve a cabo en la vida civil cualquier acción extraordinaria, buena o mala, se adopte un premio o un castigo que dé suficiente motivo para que se hable de él. Y un príncipe debe ingeniárselas, por encima de todas las cosas, para que cada una de sus acciones le proporcione fama

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de hombre grande y de ingenio excelente. Un príncipe adquiere también prestigio cuando es un verdadero amigo y un verdadero enemigo, es decir, cuando se pone resueltamente en favor de alguien contra algún otro. Esta forma de actuar es siempre más útil que permanecer neutral, porque cuando dos Estados vecinos entran en guerra, o son de tales características que si vence uno de ellos hayas de temer al vencedor o no ocurre así. En ambos casos siempre te será más útil alinearte con uno de ellos y hacer bien la guerra, pues en el primer caso -si no lo haces- siempre estarás a merced del vencedor, con regocijo y satisfacción del vencido, y no encontrarás razón ni cosa alguna que te defienda o te proporcione refugio. El vencedor no quiere amigos dudosos que no lo defiendan en la adversidad; el derrotado no te concede refugio por no haber querido compartir su suerte con las armas en la mano. (El Príncipe, XXI)

Ser tibio no nos dará prestigio, hay que definirse y hacerlo de forma clara. Amigos y enemigos sabrán a qué atenerse. No valen medias tintas. Siempre se deben idear maneras de obtener e incrementar el propio prestigio. Cualquier acción debe tener además ese efecto derivado, elevar nuestro prestigio.

LOGRAR GRANDES COSAS 

Nadie, pues, debe desesperar de conseguir lo que otro ha logrado, porque todos los hombres

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nacen, viven y mueren sujetos a las mismas leyes naturales. (Discursos, 1, XI)

Si otro lo logró, ¿Por qué no yo?

Dos cosas impiden cambiar de genio y de conducta; la imposibilidad de resistir a nuestras inclinaciones naturales y la dificultad de convencerse, cuando se ha tenido buen éxito o un procedimiento determinado, de la conveniencia de variarlo. De aquí las alternativas de la fortuna de un hombre, porque la fortuna cambia con las circunstancias y los hombres no cambian de método. (Discursos, 3, IX)

Hay que tener la mente flexible, pues si nos acostumbramos a obrar siempre de la misma forma que cuando antaño obtuvimos un éxito, no quiere decir que obrando siempre igual lo obtengamos continuamente. Las circunstancias cambian, de forma brutal o de forma sutil, pero nunca son iguales. Por tanto, debemos variar nuestros métodos. Diferentes problemas, diferentes soluciones.

LAS EDADES DE LOS HOMBRES 

Con la edad van perdiendo los hombres las fuerzas y aumentando su prudencia y su juicio, y necesariamente lo que les parecía en la juventud soportable y bueno, en la ancianidad lo tienen por

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malo o insufrible; no es, pues, el tiempo lo que cambia, sino el juicio. (Discursos, 2, Prólogo)

Con el paso de los años, lo que se pierde en ímpetu se gana en templanza. Conviene observar esta regla tanto consigo mismo como con el trato con los demás.

SOBRE EL TRABAJO 

Los hombres trabajan, o por necesidad o por elección, y se sabe que la virtud tiene mayor imperio donde se trabaja más por precisión que voluntariamente. (Discursos, 1, I)

FORTUNA 

No se me oculta que muchos han tenido y tienen la opinión de que las cosas del mundo están gobernadas por la fortuna y por Dios hasta tal punto que los hombres, a pesar de toda su prudencia, no pueden corregir su rumbo ni oponerles remedio alguno. Por esta razón podrían estimar que no hay motivo para esforzarse demasiado en las cosas, sino más bien para dejar que las gobierne el azar. Esta opinión ha encontrado más valedores en nuestra época a causa de los grandes cambios que se han visto y se ven cada día por encima de toda posible conjetura humana. Yo mismo, pensando en ello de vez en cuando, me he inclinado en parte hacia esta

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opinión No obstante, para que nuestra libre voluntad no quede anulada, pienso que puede ser cierto que la fortuna sea árbitro de la mitad de las acciones nuestras, pero la otra mitad, o casi, nos es dejada, incluso por ella, a nuestro control. Yo la suelo comparar a uno de esos ríos torrenciales que, cuando se enfurecen, inundan los campos, tiran abajo árboles y edificios, quitan terreno de esta parte y lo ponen en aquella otra; los hombres huyen ante él, todos ceden a su ímpetu sin poder plantearle resistencia alguna. Y aunque su naturaleza sea ésta, eso no quita, sin embargo, que los hombres, cuando los tiempos están tranquilos, no puedan tomar precauciones mediante diques y espigones de forma que en crecidas posteriores o discurrirían por un canal o su ímpetu ya no sería ni tan salvaje ni tan perjudicial. Lo mismo ocurre con la fortuna: ella muestra su poder cuando no hay una virtud organizada y preparada para hacerle frente y por eso vuelve sus ímpetus allá donde sabe que no se han construido los espigones y los diques para contenerla. Se puede apreciar que los hombres proceden de distinta manera para alcanzar el fin que cada uno se ha propuesto, esto es, gloria y riquezas: uno actúa con precaución, el otro con ímpetu; el uno con violencia, el otro con astucia; el uno con paciencia, el otro al revés; y a pesar de estos diversos procedimientos todos pueden alcanzar su propósito. Incluso se ve que de dos personas precavidas la una alcanza su objetivo y la otra no; de la misma forma otros dos pueden

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prosperar en medida paralela a pesar de que sus modos de proceder son contrarios, siendo uno de ellos precavido y el otro impetuoso. La causa se halla sencillamente en la condición de los tiempos, conforme o no con su modo de proceder. De ahí que, como he dicho, dos hombres consigan el mismo resultado a pesar de actuar de manera opuesta y que, en cambio, de otros dos, aun actuando de manera idéntica, el uno alcance su propósito y el otro no. De aquí nacen también los cambios de fortuna: si un hombre actúa con precaución y paciencia y los tiempos y las cosas van de manera que su forma de proceder es buena, va progresando; pero si los tiempos y las cosas cambian, se viene abajo porque no cambia de manera de actuar. No existe hombre tan prudente que sepa adaptarse hasta este punto: en primer lugar porque no puede desviarse de aquello a lo que le inclina su propia naturaleza y en segundo lugar porque al haber prosperado siempre caminando por un único camino no se puede persuadir de la conveniencia de alejarse de él. Por eso el hombre precavido, cuando llega el tiempo de echar mano al ímpetu, no lo sabe hacer y por lo tanto se hunde. Si se cambiase la naturaleza de acuerdo con los tiempos y las cosas nunca cambiaría la fortuna. Concluyo, por tanto, que -al cambiar la fortuna y al permanecer los hombres obstinadamente apegados a sus modos de actuar- prosperan mientras hay concordancia entre ambos y vienen a menos tan pronto como empiezan a

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separarse. Sin embargo, yo sostengo firmemente lo siguiente: vale más ser impetuoso que precavido porque la fortuna es mujer y es necesario, si se quiere tenerla sumisa, castigarla y golpearla. Y se ve que se deja someter antes por éstos que por quienes proceden fríamente. Por eso siempre es, como mujer, amiga de los jóvenes, porque éstos son menos precavidos y sin tantos miramientos, más fieros y la dominan con más audacia. (El Príncipe, XXV)

Fortuna o esfuerzo, eterno dilema. Como la fortuna es variable y caprichosa, conviene tener planes: de contingencia para cuando es adversa, y de explotación cuando nos es favorable; pues es tan malo no prever las desgracias y su forma de contenerlas como no tener planes para aprovechar de forma rápida e implacable las pocas oportunidades que nos puedan aparecer. Ser oportunista no es un defecto, es una rara habilidad.

APROVECHAR LAS OPORTUNIDADES 

Considerando sus acciones y su vida (Moisés, Ciro, Rómulo y Teseo) se ve que no eran deudores de la fortuna sino de la oportunidad, la cual les proporcionó la materia en la que poder introducir la forma que les pareció más conveniente. Sin esa oportunidad la virtud de su ánimo se habría perdido, y sin dicha virtud la oportunidad habría venido en vano. Estas

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oportunidades hicieron, por tanto, la dicha y la fortuna de estos hombres; y su virtud fuera de lo común les hizo reconocer la oportunidad que se les brindaba. (El Príncipe, VI)

La clave del éxito: ser implacable y osado con las oportunidades que nos proporcione la Fortuna.

DEFECTOS 

 

DESEOS  

Siendo insaciables los deseos del hombre, porque su propia naturaleza le impulsa a quererlo todo mientras sus medios de acción le permiten conseguir pocas cosas, resulta continuo disgusto en el entendimiento humano, desdén por lo poseído y, como consecuencia, maldecir los tiempos presentes, elogiar los pasados y desear los futuros, aunque para ello no tengan motivo alguno razonable. (Discursos, 2, Prólogo)

Queremos siempre más de lo que podemos abarcar, por eso la felicidad nos rehúye.

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LA MALIGNIDAD HUMANA 

Según demuestran cuantos escritores se han ocupado de legislación y prueba la historia con multitud de ejemplos, quien funda un estado y le da leyes debe suponer a todos los hombres malos y dispuestos a emplear su malignidad natural siempre que la ocasión se lo permita. Si dicha propensión está oculta algún tiempo, es por razón desconocida y por falta de motivo para mostrarse; pero el tiempo, maestro de todas las verdades, la pone pronto de manifiesto. Los hombres hacen el bien por fuerza; pero cuando gozan de medios y libertad para ejecutar el mal, todo lo llenan de confusión y desorden. Dícese que el hambre y la pobreza hacen a los hombres industriosos, y las leyes buenos. Siempre que con obligación legal se obra bien, no son necesarias las leyes; pero cuando falta esta buena costumbre, son indispensables. (Discursos, 1, III)

Según la experiencia que Maquiavelo tuvo en el gobierno, es mejor gobernar previendo que los hombres se inclinan al mal. Así se evitan muchos disgustos. El que piense que todo el mundo es bueno, es porque no ha ejercido el gobierno de los hombres. Es mejor evitar por las leyes la tendencia humana a ejecutar el mal a que, creyendo que la humanidad es bondadosa, una vez desengañados tengamos que aplicar otras leyes más penosas para corregir el mal que los gobernados han causado.

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EL MIEDO A PERDER Y EL DESEO DE ADQUIRIR 

El miedo a perder agita tanto los ánimos como el deseo de adquirir, no creyendo seguro los hombres lo que tienen si no adquieren de nuevo. Además, cuanto más poderoso mayor es la influencia y mayores los medios de abusar. Y lo peor es que los modales altivos e insolentes de los nobles excitan el ánimo de los que nada tienen, no sólo el deseo de adquirir, sino también el de vengarse de ellos, despojándoles de riquezas y honores que ven mal usados. (Discursos, 1, VI)

La ambición y el miedo a la pérdida mueven a la Humanidad. Y como los poderosos son los que más ambicionan, dan este mal ejemplo a los demás que siguen la misma senda con envidia hacia los anteriores.

AMBICIÓN HUMANA 

La ambición de los hombres es tan grande, que, por lograr la satisfacción de un deseo, no se cuidan de un mal que en breve tiempo ha de resultarles. (Discursos, 2, XX)

La ambición de reinar es tan grande, que no sólo domina a los que tienen por su nacimiento esperanza de sentarse en el trono, sino a los que no la tienen. (Discursos, 3, IV)

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Cuando los dioses quieren cegar a los hombres les vuelven ambiciosos. Estaba la lagartija tan concentrada en cazar al grillo que no reparaba en el pájaro que detrás de ella la iba a devorar.

LA FORTUNA CIEGA A LOS HOMBRES 

La fortuna ciega el ánimo de los hombres cuando no quiere que éstos se opongan a sus designios. Si se considera bien cómo proceden las cosas humanas, se verá que muchas veces ocurren hechos y accidentes que los cielos impiden prever.

Los hombres que viven ordinariamente en la mayor prosperidad o en la mayor desventura merecen menos de lo que se cree alabanzas o censuras.

La mayoría de las veces se les verá caer en la desgracia o ascender a la mayor fortuna impulsados por una fuerza superior a ellos, que procede del cielo y que les da o quita la ocasión de mostrar su virtud. Cuando la fortuna quiere que se realicen grandes cosas, elige un hombre de tanta inteligencia y tanto valor, que comprenda y aproveche la ocasión que le presenta.

De igual manera cuando quiere producir grandes ruinas presenta en primer término hombres que ayuden a realizarlas, y si hubiera

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alguno capaz de impedirlas, o lo mata o lo priva de los medios de ejecutar bien alguno.

Los hombres pueden secundar a la fortuna y no contrarrestarla; pueden tejer sus hilos, pero no romperlos. No deben abandonarse a ella porque, ignorando sus designios y caminando la fortuna por desconocidas y extraviadas sendas, siempre hay motivos de esperanza que sostendrán el ánimo en cualquier adversidad y en las mayores contrariedades de la suerte. (Discursos, 2, XXIX)

Aunque Maquiavelo parece bastante determinista y fatalista con la fortuna, concluye dejando la puerta abierta a que personas excepcionales puedan mantenerse firmes frente a cualquier revés del destino.

BIENES Y HONORES 

Cuánto más estiman los hombres los bienes que los honores; porque la nobleza romana en lo relativo a estos últimos siempre cedió, sin grande oposición, a la plebe: pero al tocar a los bienes, los defendieron tanta obstinación, que el pueblo, para saciar su apetito, tuvo que acudir a medios extraordinarios. (Discursos, 1, XXXVII)

Decía el Cardenal Mazarino que si quieres premiar a alguien sin que nada te cueste, cólmale de honores vanos.

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OPINIONES ERRÓNEAS DE LOS HOMBRES 

Los que asisten a asambleas deliberantes han visto y ven cuan falsas son muchas veces las opiniones de los hombres, pues con frecuencia los acuerdos, si no los inspiran y dirigen personas notables, son disparatados; y como los hombres eminentes en las repúblicas corrompidas, sobre todo en épocas tranquilas, por motivos de envidia o de ambición son odiados, se prefiere lo que el error común juzga bueno o lo que proponen hombres más deseosos del favor del público que del bien de la patria. La equivocación resulta evidente en las adversidades y entonces se acude a los que en tiempos de paz son olvidados. (Discursos, 2, XXII)

En tiempos de paz y prosperidad se usa y abusa de la demagogia, pero cuando los tiempos son duros y difíciles, se acude a los que cuando todo iba bien decían las verdades del barquero y se les tachaba de agoreros.

Los hombres se dejan convencer mucho más por las cosas presentes que por las pasadas y cuando encuentran el bien en el presente, gozan de él y no buscan nada más. (El Príncipe, XXIV)

La masa es corta de miras y sólo ve el bien presente sin importarle lo que el futuro traiga. Hay muchas cigarras y pocas hormigas.

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COSAS ENGAÑOSAMENTE BUENAS 

La poca prudencia de los hombres impulsa a comenzar una cosa y, por las ventajas inmediatas que ella procura, no se percata del veneno que por debajo está escondido. (El Príncipe, XIII)

Sólo vemos la parte buena de las cosas, sin apercibirnos de la maldad que esconde. Todo aquel que quiera persuadir a las masas debe ocultar lo negativo de sus propuestas y ofrecer solamente lo aparentemente beneficioso.

No habrá hombre alguno, sabio o loco, bueno o malo, a quien, dándole a elegir entre las dos especies, no elogie la que de elogio es digna y censure la que merece vituperio. Sin embargo, engañados por un falso bien o una falsa gloria, casi todos se inclinan voluntariamente o por error hacia los que merecen más censura que alabanza, hacia los que, pudiendo fundar con perpetua honra suya una república o un reino, prefieren la tiranía, sin advertir cuánta fama, honra, seguridad, paz e íntima satisfacción del ánimo pierden al tomar este partido, y cuánta infamia, vergüenza, reprobación y temor de constante peligro sobre sí atraen. (Discursos, 1, X)

Muchos tiranos se han alzado con el poder seduciendo al pueblo con falsos beneficios. Hitler llegó al poder siendo elegido de forma democrática, y no es el único tirano de la Historia que lo ha conseguido.

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El pueblo desea muchas veces su ruina engañado por una falsa apariencia de bienestar, y fácilmente se le agita con grandes esperanzas y halagüeñas promesas. En esto hay que notar dos cosas: la primera, que el pueblo, engañado muchas veces por una falsa apariencia de bienestar, desea su ruina, y si no le prueba alguno en quien tenga confianza lo que es bueno y lo que es malo, queda expuesta la república a infinitos daños y peligros; siendo inevitable su ruina cuando desgraciadamente el pueblo no tiene confianza en nadie, como a veces ocurre, por haberle engañado los acontecimientos o los hombres.

Pan para hoy y hambre para mañana, demagogia intemporal, también en el presente. Pero si el pueblo se desengaña y desconfía de todos sus líderes, también va camino de la ruina.

Al tratar de cuándo es fácil y cuándo es difícil persuadir a un pueblo, hay que hacer la distinción de si lo que se le va a aconsejar presenta al primer aspecto ganancia o perdida, y si es un acto magnánimo o despreciable. Cuando, presentado el asunto al pueblo, ve éste ganancia, aunque en el fondo se oculte pérdida, y cuando le parece magnánimo, aunque encubra la ruina de la república, siempre será fácil persuadir a la multitud: en cambio será siempre difícil que apruebe lo propuesto si en la apariencia hay pérdida o cobardía, aunque conduzca a provecho o salvación del estado. (Discursos, 1, LIII)

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Si a las personas le ofreces una medicina necesaria pero de amargo sabor, no la tomará. Cuando hay que ofrecer una solución a un problema y esta solución entraña daño, hay que endulzarla o no la aceptarán de buen grado. A la inversa, muchas soluciones que esconden veneno se enmascaran con dulces jarabes que presto toman las personas.

Hay acontecimientos respecto de los cuales con facilidad se engañan los hombres que no tienen consumada experiencia, porque se presentan bajo aspectos capaces de hacer creer lo que no son. (Discursos, 2, XXII)

Es necesario ser un gran simulador y disimulador: los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar. (El Príncipe, XVIII)

“Simula, disimula, nulli fide, omnia lauda” 1 , consejo del cardenal Mazarino. El disimulo es una de las facultades que los hombres más estiman porque les parece un alarde de fuerza y de superioridad moral. Si quieres decir la mentira que todos quieren oír, no digas la verdad que nadie quiere escuchar.

                                                             

1 Simula, disimula, no te fíes de nadie y a todos alaba.

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NECESIDAD Y AMBICIÓN 

A los hombres suele afligir el mal y hartar el bien, ya que ambas sensaciones producen el mismo resultado. En efecto; cuando los hombres no combaten por necesidad, combaten por ambición, la cual es tan poderosa en el alma humana, que jamás la abandona, cualquiera que sea el rango a que el ambicioso llegue. Causa de esto es haber creado la naturaleza al hombre de tal suerte, que todo lo puede desear y no todo conseguir; de modo que, siendo mayor siempre el deseo que los medios de lograrlo, lo poseído ni satisface el ánimo, ni detiene las aspiraciones.

De aquí nacen los cambios de fortuna porque, ambicionando unos tener más y temiendo otros perder lo adquirido, se llega a la enemistad y a la guerra, motivo de ruina para unos estados y de engrandecimiento para otros. (Discursos, 1, XXXVII)

Decía Buda que la causa del sufrimiento era el deseo. Tal vez Maquiavelo llega más lejos y entiende que nuestra capacidad de desear es insaciable y por eso chocamos entre nosotros: por desear lo ajeno y por temor a que, percibiendo que otros desean lo nuestro, lo perdamos.

HOMBRES DETESTABLES 

Son infames y detestables los hombres destructores de las religiones, los disipadores de

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reinos y repúblicas, los enemigos de la virtud, de las letras y de las demás artes que proporcionan honra y provecho al género humano, y en tal caso se encuentran los impíos y tiranos, los ignorantes, holgazanes y viles. (Discursos, 1, X)

GENTES CORRUPTAS 

Quien en los actuales tiempos quisiera fundar una república, le sería más fácil conseguirlo con hombres montaraces y sin civilización alguna, que con ciudadanos de corrompidas costumbres; como un escultor obtendrá mejor una bella estatua de un trozo informe de mármol que de un mal esbozo hecho por otro. (Discursos, 1, XI)

Cuando todo está corrompido, hay que empezar desde cero. Si el armazón de la obra tiene termitas, es mejor deshacerse de éste y comenzar con otra madera nueva, que, aunque inicialmente sea de peor calidad, esté sin contaminar.

Adviértase también la facilidad con que los hombres se corrompen, y cambian de costumbres, aunque sean buenos y bien educados, trocando en malas sus buenas costumbres.

Bien estudiados tales sucesos por los legisladores en las repúblicas o en los reinos, les inducirán a dictar medidas que refrenen rápidamente los apetitos humanos y quiten toda

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esperanza de impunidad a los que cometan faltas arrastrados por sus pasiones. (Discursos, 1, XLII)

Es mejor dictar normas que impidan la corrupción que otras para su castigo una vez extendido el mal. La experiencia demuestra que las masas tienden a las malas costumbres, que es conveniente frenar de forma ajustada a derecho.

FORMAS DE ACTUAR 

 

OCULTAR LA INTENCIÓN 

Cuan necio e imprudente es pedir una cosa, diciendo de antemano: “quiero obrar mal con ella”. La intención no debe mostrarse antes de lograr por cualquier medio lo que sé desea. Basta pedir a uno el arma que tiene, sin añadir: “Te quiero matar con ella”. Apoderado del arma, puedes matarlo. (Discursos, 1, XLIV)

Si vas a obrar mal, nunca avises de tu intención. Cita Baltasar Gracián que “no es necio el que hace la necedad, sino el que, hecha, no la sabe encubrir. Todos los hombres yerran, pero los sagaces desmienten las hechas, y los necios citan las por hacer.”

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HACERSE EL LOCO 

Es cosa sapientísima fingirse loco durante algún tiempo. Conviene fingirse estúpido, y se practica este fingimiento hablando, viendo y obrando contra tus propósitos y por complacer al príncipe. (Discursos, 3, II)

Siempre es muy razonable aparentar ser más necio que el poderoso y no destacar ni sobrepasarle en ingenio y entendimiento.

Cuantos viven descontentos de un príncipe, deben empezar por medir y pesar sus fuerzas; y si son bastante poderosos para mostrarse enemigos declarados y hacerle abiertamente la guerra, deben tomar este camino como el menos peligroso y más noble. Pero si las condiciones en que se encuentran les impiden luchar ostensiblemente contra él, deberán captarse su amistad, y para ello adoptar cuantos medios sean precisos, aprobando sus placeres y mostrándose complacidos por cuanto contribuya a sus deleites. Esta familiaridad te permite vivir seguro y sin peligro alguno, y además te hace participar de la buena fortuna del príncipe, proporcionándote al mismo tiempo toda clase de facilidades para realización de tus designios contra él. (Discursos, 3, II)

Si deseas volverte hostil contra un poderoso, debes acumular fuerzas. Mientras seas débil, permanece a su vera mostrándote manso y sumiso mientras aprovechas

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para estudiar sus puntos débiles con vistas a una acción posterior.

Cierto es que en opinión de algunos ni se debe estar tan cerca del príncipe que haya peligro de caer envuelto en su ruina, ni tan apartado que no se pueda acudir a tiempo de aprovecharla, debiendo preferirse un término medio, si se pudiera conservar; pero juzgo esto imposible, y hay que elegir entre los dos referidos términos, o alejarse o vivir junto a él. Quien haga otra cosa y sea un personaje, vive en continuo peligro.

No basta decir: «no me cuido de nada; no deseo honores ni ventajas; quiero vivir tranquilamente y sin ambición», porque tales excusas se oyen y no se creen. Los hombres de elevada posición social no escogen su manera de vivir, pues aun haciéndolo de buena fe y sin oculto propósito, no se les creería, y si se empeñan en realizar su deseo se lo impedirán los demás. (Discursos, 3, II)

El poderoso es como el fuego: muy cerca de él te quemas y si te alejas, pasas frío. Hay que calcular la distancia. Si ya tienes una cierta posición poderosa, debes jugar al juego cortesano y no desdeñar honores ya que no serás creíble y te causarás problemas.

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INGRATITUD 

¿Quién es más ingrato, un pueblo o un príncipe? Paréceme oportuno investigar quién entre un pueblo y un príncipe da más frecuentes ejemplos de ingratitud, y a fin de aclarar mejor este asunto, diré que el vicio de la ingratitud nace de la avaricia o de la desconfianza. Cuando no se premia, o mejor dicho, se ofende, no a impulsos de la avaricia, sino por temerosa sospecha, el pueblo o el príncipe merecen alguna excusa. Actos de ingratitud por tal motivo son frecuentísimos, porque el general que valerosamente conquista un imperio a su señor venciendo a los enemigos, llenándose de gloria y sus soldados de riquezas, necesariamente adquiere en el ejército, entre los enemigos y aun entre los súbditos del príncipe tanta fama, que su victoria no puede ser muy grata al señor que le dio el mando.

Y como los hombres son naturalmente ambiciosos y suspicaces y no saben contenerse en la buena fortuna, es imposible que la suspicacia nacida en el ánimo del príncipe, inmediatamente después de la victoria de su general, no la aumente éste mismo con algún acto o frase altanera o insolente que obligue al príncipe a meditar el modo de librarse de él, o haciéndole morir o privándole de la fama ganada en el ejército y en el pueblo; para lo cual procura hábilmente mostrar que la victoria no se debe a su valor, sino a la fortuna o a la cobardía de los enemigos, o a la

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prudencia de los generales que le acompañaban en la belicosa empresa.

Tan naturales son estas suspicacias en los príncipes, que no pueden evitarlas ni tampoco ser agradecidos a los que vencedores bajo su bandera, hacen para ellos grandes conquistas. No es milagroso ni digno de grande admiración que sea imposible a un pueblo librarse de él ni puede evitar un príncipe. Los pueblos libres tienen dos pasiones: la de engrandecerse y la de conservar su libertad; ambas les hacen cometer faltas. (Discursos, 1, XXVIII)

Aquí describe Maquiavelo el mecanismo mental de cómo se crea la ingratitud, basándose según él en la ambición y en la suspicacia del poderoso hacia el que medra. Decía Luis XIV de Francia que cada vez que otorgaba un puesto vacante conseguía cien descontentos y un desagradecido.

NUNCA DEL TODO BUENOS O MALOS 

Los hombres no saben ser o completamente criminales o perfectamente buenos, y que, cuando un crimen exige grandeza de alma o lleva consigo alguna magnanimidad, no se atreven a cometerlo. (Discursos, 1, XXVII)

Hasta para ser un criminal hay que tener la grandeza de ánimo de serlo hasta el final, lo que de

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forma paradójica no deja de tener cierta virtud. Muchos malvados que han recorrido toda su oscura senda hasta el final tienen más agallas que los tibios que no se atreven a nada, ni bueno ni malo. Aun al diablo, con ser el mismísimo Mal, hay que reconocerle que le echó valor al enfrentarse al Altísimo.

NI INSULTAR NI INJURIAR 

Creo que una de las mejores reglas de prudencia que puedan usar los hombres es la de abstenerse de injurias y amenazas de palabra, porque ninguna de ambas cosas quita fuerza al enemigo. En cambio aquéllas engendran contra ti odio, y éstas le obligan a ser más cauto y a emplear mayor industria en tu ofensa. (Discursos, 2, XXVI)

Si de verdad quieres atacar al tu enemigo, pasa directamente a la acción saltándote las palabras. Si le inyectas odio, lo fortaleces, y eso no te conviene.

VENGANZA 

A ningún hombre se le debe menospreciar hasta el punto de creer que, por injuriado que sea, no pensará en vengarse a costa de los mayores peligros, aun el de perder la vida. (Discursos, 2, XXVIII)

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Muchas personas, en apariencia insignificantes, han destruido en venganza a personas poderosas que les injuriaron al menospreciarles. El Sah de Corasmia 1 atacó una caravana de mongoles de Gengis Khan. Éste envió embajadores para solicitar explicaciones al Sah, pero fueron torturados y ejecutados. Tras tamaña injuria, y haber menospreciado al mongol, las hordas del Khan acabaron con este reino y su Sah en una veloz campaña.

A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras ya que de las graves no pueden: la afrenta que se hace a un hombre debe ser, por tanto, tal que no haya ocasión de temer su venganza. (El Príncipe, III)

Si de verdad vas a afrentar a alguien, debes aplastarlo; de lo contrario, abstente. Como es muy difícil aplastar totalmente a las personas, es mejor mimarlas y desistir de destruirlas, salvo que seas Gengis Khan.

ACALLAR LA ENVIDIA 

Mátase la envidia de dos modos: es uno que algún gran peligro haga temer a cada cual por su vida, en cuyo caso prescinden todos de la propia ambición y acuden voluntariamente a obedecer al que juzgan que por su valor puede salvarles. El

                                                             

1 Actual Irán 

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otro modo de extinguir la envidia consiste en que, natural o violentamente, mueran los que son tus émulos en la aspiración a la fama o a la grandeza, y que, al verte más reputado que ellos, no pueden vivir tranquilos ni sufrirlo con paciencia. Y si son hombres habituados a vivir en una ciudad de costumbres viciosas, donde la educación no pueda infundirles alguna virtud, será imposible que suceso alguno contenga sus malas inclinaciones; al contrario por realizar sus propósitos y satisfacer sus perversos instintos, verían satisfechos la ruina de su patria. El único remedio para vencer esta envidia es la muerte del que la alimenta.

Si la fortuna es tan propicia al hombre meritorio que, por fallecimiento natural de sus émulos, le libra de las asechanzas de la envidia, llega a ser famoso, pudiendo ejercitar sus virtudes sin obstáculos ni violencia; pero si no tiene esta suerte, debe pensar en la manera de librarse de envidiosos, y antes de intentar ninguna empresa, tener vencida esta dificultad. (Discursos, 3, XXX)

La envidia es un vicio que nunca descansa. Siempre tendrás envidiosos pues es inevitable, todos los tenemos. La solución es ascender poco a poco, de forma que todos se vayan acostumbrando a ello. Aun así, siempre quedará alguno acechando en la sombra. Deberás pensar cómo deshacerte de ellos, pues por su parte, nunca cesarán de maquinar tu ruina y tu desgracia.

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GOBIERNO

 

FORMAS DE GOBERNAR 

Que nunca crea un Estado que va a poder tomar opciones seguras; ha de pensar por el contrario que todas las que habrá de tomar serán dudosas, porque el orden de las cosas trae siempre consigo que apenas se trata de evitar un inconveniente cuando ya se ha presentado otro. Ahora bien, la prudencia consiste en saber conocer la naturaleza de los inconvenientes y adoptar el menos malo por bueno. Un príncipe debe mostrar también su aprecio por el talento y honrar a los que sobresalen en alguna disciplina. Además, debe procurar a sus ciudadanos la posibilidad de ejercer tranquilamente sus profesiones, ya sea el comercio, la agricultura o cualquier otra actividad, sin que nadie tema incrementar sus posesiones por miedo a que le sean arrebatadas o abrir un negocio por miedo a los impuestos. Antes bien, debe incluso tener dispuestas recompensas para el que quiera hacer estas cosas y para todo aquel que piense por el procedimiento que sea engrandecer su ciudad o su Estado. Además de todo esto, debe entretener al pueblo en las épocas convenientes del año con fiestas y espectáculos. Y puesto que toda ciudad está dividida en corporaciones o en barrios, debe

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prestarles su atención y reunirse con ellas de vez en cuando, dando ejemplos de humanidad y liberalidad, pero conservando siempre intacta la magnificencia de su dignidad, porque esto no puede faltar nunca en cosa alguna. (El Príncipe, XXI)

Toda una lección condensada de gobierno. A resaltar su idea sobre la incertidumbre a la hora de decidir, pues ninguna decisión será nunca enteramente satisfactoria. Los que han ejercido el liderazgo saben que una decisión buena a tiempo ya es suficiente, siendo mejor que una solución perfecta a destiempo.

ESTUDIAR LA HISTORIA 

El que estudia las cosas de ahora y las antiguas, conoce fácilmente que en todas las ciudades y en todos los pueblos han existido y existen los mismos deseos y las mismas pasiones; de suerte que, examinando con atención los sucesos de la antigüedad, cualquier gobierno republicano prevé lo que ha de ocurrir, puede aplicar los mismos remedios que usaron los antiguos, y, de no estar en uso, imaginarlos nuevos, por la semejanza de los acontecimientos. Pero estos estudios se descuidan; sus consecuencias no las suelen sacar los lectores, y si las sacan, las desconocen los gobernantes, por lo cual en todos los tiempos ocurren los mismos disturbios. (Discursos, 1, XXXIX)

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Cualquier situación ya se ha producido de forma similar en el pasado. Es recomendable estudiar la historia para extraer conclusiones y aprovechar las soluciones que otros grandes hombres adoptaron en el pasado.

CÍRCULO DE FORMAS DE GOBIERNO 

Cuando se conoció la diferencia entre lo bueno y honrado, y lo malo y vicioso, viendo que cuando uno dañaba a su bienhechor, producíanse en los hombres dos sentimientos, el odio y la compasión, censurando al ingrato y honrando al bueno.1 Como estas ofensas podían repetirse, a fin de evitar dicho mal, acudieron a hacer leyes y ordenar castigos para quienes las infringieran, naciendo el conocimiento de la justicia, y con él que en la elección de jefe no se escogiera ya al más fuerte, sino al más justo y sensato.

Cuando después la monarquía de electiva se convirtió en hereditaria, inmediatamente comenzaron los herederos a degenerar de sus antepasados, y prescindiendo de las obras virtuosas, creían que los príncipes sólo estaban obligados a superar a los demás en lujo, lascivia y toda clase de placeres. Comenzó, pues, el odio                                                              

1 Decía Lao Tse que “cuando se reconoce la Bondad en el Mundo se aprende lo que es la Maldad.”

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contra los monarcas, empezaron éstos a temerlo, y pasando pronto del temor a la ofensa, surgió la tiranía.

Ésta dio origen a los desórdenes, conspiraciones y atentados contra los soberanos, tramados, no por los humildes y débiles, sino por los que sobrepujaban a los demás en riquezas, generosidad, nobleza y ánimo valeroso, que no podían sufrir la desarreglada vida de los monarcas.

La multitud, alentada por la autoridad de los poderosos, se armaba contra el tirano, y muerto éste, obedecía a aquéllos como a sus libertadores. Aborreciendo los jefes de la sublevación el nombre de rey o la autoridad suprema de una sola persona, constituían por sí mismos un gobierno, y al principio, por tener vivo el recuerdo de la pasada tiranía, ateníanse a las leyes por ellos establecidas, posponiendo su utilidad personal al bien común, y administrando con suma diligencia y rectitud los asuntos públicos y privados.

Cuando la gobernación llegó a manos de sus descendientes, que ni habían conocido las variaciones de la fortuna ni experimentado los males de la tiranía, no satisfaciéndoles la igualdad civil se entregaron a la avaricia, a la ambición, a los atentados contra el honor de las mujeres, convirtiendo el gobierno aristocrático en oligarquía, sin respeto alguno a la dignidad ajena.

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Esta nueva tiranía tuvo al poco tiempo la misma suerte que la monárquica, porque el pueblo, disgustado de tal gobierno, se hizo instrumento de los que de algún modo intentaban derribar a los gobernantes, y pronto hubo quien se valió de esta ayuda para acabar con ellos.

Pero fresca aún la memoria de la tiranía monárquica y de las ofensas recibidas de la tiranía oligárquica, derribada ésta, no quisieron restablecer aquélla, y organizaron el régimen popular o democrático para que la autoridad suprema no estuviera en manos de un príncipe o de unos cuantos nobles.

Como a todo régimen nuevo se le presta al principio obediencia, duró algún tiempo el democrático, pero no mucho, sobre todo cuando desapareció la generación que lo había instituido, porque inmediatamente se llegó a la licencia y a la anarquía, desapareciendo todo respeto lo mismo entre autoridades que entre ciudadanos, viviendo cada cual como le acomodaba y causándose mil injurias; de suerte que, obligados por la necesidad, o por el deseo de terminar tanto desorden, volvióse de nuevo a la monarquía, y de ésta, de grado en grado y por las causas ya dichas, se llegó otra vez a la anarquía.

Tal es el círculo en que giran todas las naciones, ya sean gobernadas, ya se gobiernen por sí. (Discursos, 1, II)

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Del máximo desorden al máximo orden. Parece ser que se cumple, como en la Revolución Francesa en 1.798 o en la soviética en 1.917. Se derrocó a un Rey, sobrevino la anarquía, luego el Terror jacobino y al fin apareció Napoleón. En Rusia, cayeron los zares y apareció la tiranía de Lenin y Stalin. En Irán, cayó el Sah y apareció la dictadura del clero.

Como en todo, siempre hay excepciones.

FORMAR GOBIERNO 

No es asunto de poca importancia para un príncipe la elección de sus ministros. Estos son buenos o malos según la prudencia del príncipe mismo; de ahí que el primer juicio que nos formamos sobre la inteligencia de un señor sea a partir del examen de los hombres que tiene a su alrededor: cuando son competentes y fieles se le puede tener siempre por sabio, puesto que ha sabido reconocer su competencia y mantenérselos fieles. Pero cuando son de otra manera hay siempre motivo para formar un mal juicio de él, puesto que su primer error ha sido precisamente elegirlos. Siempre que alguien tiene talento para discernir lo bueno o lo malo de las cosas que otro hace y dice, aunque por sí mismo carezca de la capacidad inventiva para llegar a ellas, identifica las acciones buenas y malas de su ministro, alaba las primeras y corrige las segundas. De esta forma el ministro no puede esperar engañarlo y, en

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consecuencia, se esfuerza por seguir siendo buen servidor.

Pero a propósito de cómo sea posible a un príncipe conocer al ministro, hay un procedimiento que no falla nunca: si tú ves que piensa más en sí mismo que en ti y que en todas sus acciones anda buscando su propia utilidad, tal persona jamás será buen ministro, jamás te podrás fiar de él, porque aquel a quien se ha confiado el gobierno no debe pensar nunca en sí mismo, sino siempre en el príncipe y no recordarle jamás sino aquellos asuntos que conciernen realmente a su principado. Pero, por otra parte, el príncipe, para conservar fiel a su ministro, debe pensar en él recompensándole con honores, haciéndole rico, vinculándolo a su persona y haciéndole partícipe de honores y responsabilidades. De esta manera el ministro ve que no puede mantenerse al margen del príncipe, los abundantes honores le llevan a no desear más honores ni las abundantes riquezas más riquezas, mientras las abundantes responsabilidades le hacen temer posibles cambios. Por tanto, cuando los ministros y el comportamiento de los príncipes hacia ellos se presentan de esta forma, pueden tener confianza el uno en el otro; cuando sucede de otra manera, el final es siempre desastroso para el uno o para el otro. (El Príncipe, XXII)

Es fundamental elegir con cuidado a tus personas de confianza. Deben ser observados y probados. Decía

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Sun Bin: “Hay seis formas de escoger a las personas para ejercer el mando: enriquecerlos y observar si se refrenan de la mala conducta para probar su humanidad. Ennoblecerlos y ver si se contienen de la altanería, para probar su sentido de justicia. Darles responsabilidades para ver si se contienen del comportamiento despótico, para probar su lealtad. Tentarlos para probar su confianza. Ponerlos en peligro y ver si no se asustan, para probar su valor. Abrumarlos y ver si permanecen incansables, para probar como abordan estratégicamente los problemas.”

GOBERNAR CON INDULGENCIA O SEVERIDAD 

Es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad. (El Príncipe, XV)

Si estamos a cargo de muchas personas, no siempre se puede ser magnánimo y las circunstancias nos aconsejarán si de forma excepcional debemos abandonar momentáneamente la bondad y aplicar lo contrario.

Distinguiré si tienes que dirigir hombres que de ordinario sean compañeros tuyos u hombres que son siempre súbditos. En el primer caso no se puede usar el rigor y la severidad. Muchas veces se vio obtener mejor fruto a los generales romanos que se hacían amar de los ejércitos manejándolos

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bondadosamente, que a los que se hacían temer por modo extraordinario. Pero los que mandan a súbditos, para que no lleguen a insolentarse y a menospreciar una autoridad excesivamente bondadosa, deben preferir muchas veces el rigor a la clemencia, si bien la severidad debe ser moderada para que no inspire odio contra quien la emplea, pues a ningún príncipe conviene hacerse odiar.

El modo de evitarlo es respetar los bienes de los súbditos. Ningún príncipe hace derramar sangre por gusto, sino por necesidad a no excitarle la rapiña, y la necesidad ocurre raras veces; pero buscará y encontrará pretextos para derramarla si codicia los bienes, según ampliamente demostramos en otro lugar. (Discursos, 3, XIX)

Es mucho mejor hacerse amar que temer. Lo que Maquiavelo tiene muy claro es que nunca nos debemos hacer odiar y menos despreciar. Nada más rápido para conseguir el desprecio y el odio que adueñarse de bienes ajenos abusando de nuestro poder.

Mal uso o al buen uso de la crueldad (si del mal es lícito decir bien) son los que se hacen de una sola vez y de golpe, por la necesidad de asegurarse, y luego ya no se insiste mas en ellas, sino que se convierten en lo más útiles posible para los súbditos. Mal usadas son aquellas que, pocas en principio, van aumentando sin embargo con el curso del tiempo en vez de disminuir. Quienes

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observan el primer modo pueden encontrar algún apoyo a su situación con la ayuda de Dios y de los hombres, los demás es imposible que se mantengan. (El Príncipe, VIII)

Si te encuentras en una situación en la que debes imponer correctivos, es mejor aplicarlos de golpe y eligiendo cuidadosamente las personas que lo van a sufrir, que no acabar nunca de atajar la situación usando tibias reprensiones que ni imponen disciplina ni arreglan nada.

PREVENIR TODO 

El que en un principado no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente. Pero tal cualidad solamente es concedida a pocos. (El Príncipe, XIII)

Un incendio se apaga con un vaso de agua… cuando empieza.

Un príncipe sabio debe observar ésta regla: jamás permanecerá ocioso en tiempo de paz, sino que se preparará para poderse valer por sí mismo en la adversidad, de forma que cuando cambie la fortuna lo encuentre en condiciones de hacerle frente. (El Príncipe, XIV)

Jamás será, pues, perfecta la organización de una república sí sus leyes no proveen a todo,

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fijando el remedio para cualquier peligro y el modo de aplicarlo. (Discursos, 1, XXXIV)

Al igual que José aconsejó al faraón acumular grano en tiempos de bonanza para cuando hubiera escasez, hay que concebir planes y realizar acciones con vistas a situaciones desfavorables antes de que ocurran.

Los príncipes sabios deben hacer, los cuales no solamente han de preocuparse de los problemas presentes, sino también de los futuros, tratando de superarlos con todos los recursos de su habilidad; previstos con antelación, se les puede encontrar fácil remedio, pero si se espera a tenerlos encima, la medicina nunca está a tiempo al haberse convertido la enfermedad en incurable. Ocurre aquí lo que dicen los médicos de la tisis: en un principio es fácil de curar y difícil de reconocer, pero con el curso del tiempo, si no se la ha identificado en los comienzos ni aplicado la medicina conveniente, pasa a ser fácil de reconocer y difícil de curar. (El Príncipe, III)

Detectar los males a su inicio nos exige una gran sagacidad, para ello debemos estar entrenados. Cuando se presentan a la vista de todo el mundo, su solución es mucho más difícil. Hay que buscar pequeños incendios y apagarlos con vasos de agua pues si alguno crece, será difícil extinguirlo.

Un príncipe debe, sobre todo, proceder con sus súbditos de forma que ninguna eventualidad, favorable o desfavorable, le obligue a cambiar su

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conducta, puesto que -cuando con los tiempos adversos llega la necesidad- ya no estás en condiciones de hacer el mal, mientras que el bien que haces ya no te sirve de nada porque todos lo estiman forzado y no te proporciona ninguna clase de agradecimiento. (El Príncipe, VIII)

Aquí Maquiavelo nos habla de integridad y coherencia. Si solicitamos apoyos cuando la situación se vuelve enrevesada y nos volvemos muy generosos sin haberlo sido antes, se nos ve la intención y nada conseguimos.

ADULADORES 

No quiero dejar sin tratar un punto importante y un error que difícilmente evitan los príncipes excepto si son extremadamente prudentes o han efectuado una buena elección. Se trata de los aduladores que proliferan en las cortes, pues los hombres se complacen tanto en lo que les es propio y se engañan hasta tal punto en ello que difícilmente se defienden de esta peste y en el caso de que se quiera hacerlo se corre el peligro de hacerse odioso. La razón de esto es que no hay otro medio de defenderse de las adulaciones que hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad; pero cuando todo el mundo puede decírtela te falta el respeto. Por tanto, un príncipe prudente debe procurarse un tercer procedimiento, eligiendo en su Estado hombres

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sensatos y otorgando solamente a ellos la libertad de decirle la verdad, y únicamente en aquellas cosas de las que les pregunta y no de ninguna otra. Sin embargo, debe preguntarles de cualquier cosa y escuchar sus opiniones, pero después decidir por sí mismo y a su manera. Ante estos consejos y ante cada uno de sus consejeros, debe actuar de manera que cada uno sepa que tanto más aceptado será cuanto más libremente se hable, pero fuera de ellos no ha de querer escuchar a nadie, ha de proceder directamente a la ejecución de la decisión adoptada y mantener su decisión con energía. El que actúa de otra manera o bien se pierde por culpa de los aduladores o bien cambia constantemente de determinación por las diferencias de pareceres, lo cual le acarrea una baja estimación entre sus súbditos. (El Príncipe, XXIII)

Hay que conseguir un equipo de consejeros que sólo te asesoren cuando y en lo que tú les digas. Recuerda que la decisión es tuya, y que una vez tomada ya no debes permitir opiniones ni consejos, sólo exigir su cumplimiento. Tampoco tú tienes que vacilar en tu determinación.

VIRTUDES DEL PRÍNCIPE 

Todo el mundo reconocerá que sería algo digno de los mayores elogios el que un príncipe estuviera en posesión, de entre los rasgos enumerados, de aquellos que son tenidos por buenos. Pero, puesto que no se pueden tener ni

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observar enteramente ya que las condiciones humanas no lo permiten, le es necesario ser tan prudente que sepa evitar el ser tachado de aquellos vicios que le arrebatarían el Estado y mantenerse a salvo de los que no se lo quitarían, si le es posible; pero si no le es, puede incurrir en ellos con menos miramientos. Y todavía más: que no se preocupe de caer en la fama de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podrá salvar su Estado, porque si se considera todo como es debido se encontrará alguna cosa que parecerá virtud, pero si se la sigue traería consigo su ruina, y alguna otra que parecerá vicio y si se la sigue garantiza la seguridad y el bienestar suyo. (El Príncipe, XV)

Si estamos en una posición de poder y nos dejamos llevar por la costumbre de actuar según las virtudes del momento podremos perder todo. Es mejor actuar de forma implacable según las leyes inmutables del poder e intentando guardar las apariencias de virtud. Sólo así conservaremos lo adquirido sin perder la reputación de virtuosos.

Un príncipe, -dado que no puede recurrir a esta virtud de la liberalidad sin perjuicio suyo cuando se hace manifiesta- debe, si es prudente, no preocuparse de ser tachado de tacaño, porque con el tiempo siempre será considerado más liberal al ver sus súbditos que gracias a su parsimonia sus rentas le bastan, puede defenderse de quien le hace la guerra, puede acometer empresas sin gravar a sus pueblos. De esta forma, al final, viene a ser

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liberal con todos aquellos a quienes no quita nada –que son muchísimos- y tacaño con todos aquellos a quienes no da, que son pocos. En nuestra propia época hemos visto que solamente han hecho grandes cosas quienes han llevado fama de tacaños; los demás se han gastado. un príncipe debe conceder poca importancia a que lo tachen de tacaño si con ello no se ve obligado a despojar a sus súbditos, puede defenderse, no se ve reducido a la pobreza y al desprecio y no se ve forzado a convertirse en rapaz. Porque este es uno de aquellos vicios que lo hacen reinar. (El Príncipe, XVI)

Con aquello que no es tuyo ni de tus súbditos se puede ser considerablemente más generoso, porque el gastar lo de otros no te quita consideración, antes te la aumenta. (El Príncipe, XVI)

No hay que endeudarse para evitar la fama de tacaño, siempre es mejor ahorrar y ser austero que liberal en gastos y dirigirse presto a la ruina. Si has de gastar más de lo que tienes, que sea a costa de otros.

Debe el Príncipe ser ponderado en sus reflexiones y en sus movimientos, sin crearse temores imaginarios y actuando mesuradamente, con prudencia y humanidad, para que la excesiva confianza no lo haga incauto ni la excesiva desconfianza lo vuelva intolerable. (El Príncipe, XVI)

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Prudencia y llegar al punto medio entre confianza y desconfianza, ahí la sabiduría a la hora de decidir.

SIMULAR Y DISIMULAR 

No es, por tanto, necesario a un príncipe poseer todas las cualidades, pero es muy necesario que parezca tenerlas. E incluso me atreverá a decir que si se las tiene y se las observa siempre son perjudiciales, pero si aparenta tenerlas son útiles; por ejemplo: parecer clemente, leal, humano, íntegro, devoto, y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de tal manera que si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la cualidad contraria. Y se ha de tener en cuenta que un príncipe no puede observar todas aquellas cosas por las cuales los hombres son tenidos por buenos, pues a menudo se ve obligado, para conservar su Estado, a actuar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión. Por eso necesita tener un ánimo dispuesto a moverse según le exigen los vientos y las variaciones de la fortuna y a no alejarse del bien, si puede, pero a saber entrar en el mal si se ve obligado. Debe, por tanto, un príncipe tener gran cuidado de que no le salga jamás de la boca cosa alguna que no esté llena de las cinco cualidades que acabamos de señalar y ha de parecer, al que lo mira y escucha, todo clemencia, todo fe, todo integridad, todo religión. Y no hay cosa más necesaria de aparentar

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que se tiene que esta última cualidad, pues los hombres en general juzgan más por los ojos que por las manos ya que a todos es dado ver, pero palpar a pocos: cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres y estos pocos no se atreven a enfrentarse a la opinión de muchos, que tienen además la autoridad del Estado para defenderlos. Además, en las acciones de todos los hombres y especialmente de los príncipes, donde no hay tribunal al que recurrir, se atiende al fin. Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar su Estado, y los medios siempre serán juzgados honrosos y ensalzados por todos, pues el vulgo se deja seducir por las apariencias y por el resultado final de las cosas, y en el mundo no hay más que vulgo. (El Príncipe, XVIII)

El ocupar un puesto de poder trae consigo que no se puedan aplicar las cualidades que se consideran humanas, ya que el seguirlas hasta el final puede ocasionar la ruina nuestra y de los que de nosotros dependen. Siempre que se pueda se debe ser virtuoso, pero si es necesario, abandonar sin dudar este estado y actuar al contrario guardando las apariencias ya que la gente sólo se queda en la primera impresión.

APOYARSE EN SOSPECHOSOS 

Los príncipes, y sobre todo los que son nuevos, encuentran más lealtad y mayor utilidad en aquellos hombres que al comienzo de su

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principado eran considerados sospechosos que en aquellos otros en los que al principio se confiaba. Pero sobre este punto no es posible hablar de una manera general porque varía según la situación. Solamente diré lo siguiente: el príncipe se podrá ganar siempre con grandísima facilidad a aquellos hombres que al comienzo de su principado le eran enemigos y que necesitan de un apoyo para mantenerse. Estas personas están más obligadas a servirle por cuanto que saben que les es más necesario borrar con sus actos la mala opinión que el príncipe tenía de ellos. De esta forma el príncipe saca de ellos siempre mayor utilidad que de aquellos otros que por servirle con demasiada seguridad descuidan sus asuntos. […] Resulta mucho más fácil ganarse como amigos a aquellos que resultaban beneficiados de la situación anterior y por tanto eran sus enemigos que a aquellos otros que por su descontento se hicieron amigos suyos y le ayudaron a ocupar el Estado. (El Príncipe, XX)

Es todo un arte servirse de antiguos enemigos, que pensando que los ibas a destruir les promocionas a cargos de confianza. Te deben todo, se esfuerzan más que otros y te serán los más fieles. Julio César era un maestro de este arte de la clemencia interesada. No obstante, asegúrate de que si intentan traicionarte puedes destruirlos fácilmente.

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SOBRE EL PUEBLO Y LOS SÚBDITOS PODEROSOS 

 

OÍR AL PUEBLO 

En cada ciudad debe haber manera de que el pueblo manifieste sus aspiraciones, y especialmente en aquellas donde para las cosas importantes se valen de él. Las aspiraciones de los pueblos libres rara vez son nocivas a la libertad, porque nacen de la opresión o de la sospecha de ser oprimido y cuando este temor carece de fundamento hay el recurso de las asambleas, donde algún hombre honrado muestra en un discurso el error de la opinión popular. Los pueblos, dice Cicerón, aunque ignoran tus mentiras son capaces de comprender la verdad, y fácilmente ceden cuando la demuestra un hombre digno de fe. (Discursos, 1, IV)

Nada contribuye más a la estabilidad y firmeza de una república como el organizaría de suerte que las opiniones que agitan los ánimos tengan vías legales de manifestación. Cuan útiles y aun necesarios son a las repúblicas los medios legales de manifestación de la animosidad de la multitud contra cualquier ciudadano, porque si no existen estos recursos legítimos, se acude a los extralegales, los cuales ocasionan, sin duda, peores resultados que aquéllos, y si un ciudadano es

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oprimido, aunque lo sea injustamente, pero dentro de la legalidad, escaso o ningún desorden acontece, pues la opresión no es producto de violencia privada ni de fuerza extranjera que son las que acaban con la libertad, sino del cumplimiento de las leves, realizado por una autoridad legítima que tiene sus límites propios y que no alcanza a cosa que pueda destruir la república. (Discursos, 1, VII)

Al pueblo se le deben dar cauces para expresar su opinión de forma ordenada. De paso, “tomas su temperatura” y si no eres orgulloso, hasta puedes extraer lecciones. Cuando no des salida a sus opiniones, se manifestarán de forma tan explosiva como la cólera de un niño.

PROCURAR LA AMISTAD DEL PUEBLO 

Juzgo, en verdad, infelices a los príncipes cuando para mantener su autoridad y luchar con la mayoría de sus súbditos necesitan apelar a vías extraordinarias; porque quien tiene pocos enemigos, fácilmente y sin gran escándalo se defiende de ellos; pero cuando la enemistad es de todo un pueblo, seguro vive mal, y cuanta mayor crueldad emplea, tanto más débil es su reinado. El mejor remedio en tal caso es procurarse la amistad del pueblo. Cuando un príncipe quiere ganarse la voluntad de un pueblo que le sea enemigo (y me refiero a los príncipes que llegaron a ser tiranos de

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su patria), debe estudiar primero lo que el pueblo desea, y sabrá que siempre quiere dos cosas: vengarse de los que han causado su servidumbre, y recobrar su libertad. El primero de estos deseos puede satisfacerlo el príncipe por completo; el segundo en parte. Respecto a la aspiración popular de recobrar la libertad, aspiración que el príncipe no puede satisfacer, si se examinan las causas y motivos por los que los pueblos desean ser libres, se verá que un corto número de ciudadanos quieren libertad para mandar, y todos los demás, que son infinitos, para vivir seguros. En todas las repúblicas hay, en efecto, cualquiera que sea su organización, cuarenta o cincuenta ciudadanos que aspiran a mandar, y, por ser tan pequeño el número, fácil cosa es asegurarse contra sus pretensiones: o deshaciéndose de ellos, o repartiéndoles los cargos y honores que, conforme a su posición, puedan satisfacerles. A los que sólo desean vivir seguros, se les contenta también fácilmente, estableciendo buenas instituciones y leyes que garanticen sus derechos y la seguridad de ejercerlos. Cuando un príncipe haga esto y el pueblo vea que por ningún accidente son quebrantadas las leyes, vivirá al poco tiempo seguro y contento. (Discursos, 1, XVI)

Nadie debe, fiando en este ejemplo, esperar hasta la llegada del peligro, para ganarse la voluntad del pueblo. Si entonces tuvo buen éxito, no lo tendrá siempre; porque el pueblo puede creer

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que tales beneficios no los deben a ti, sino a tus adversarios, y temeroso de que, pasado el peligro, le quites lo que por fuerza le has dado, no te quedará agradecido. (Discursos, 1, XXXII)

Un príncipe prudente debe pensar en un procedimiento por el cual sus ciudadanos tengan necesidad del Estado y de él siempre y ante cualquier tipo de circunstancias; entonces siempre le permanecerán fieles. (El Príncipe, IX)

Un líder inteligente debe ganarse la confianza del pueblo cuando las circunstancias son favorables, ya que si lo intenta cuando todo empieza a ir mal, le darán la espalda. Muchas dictaduras empiezan su declive cuando, a regañadientes, conceden algunas libertades debido a la presión popular. El pueblo lo percibe correctamente como debilidad y entonces el fin del tirano está próximo.

Hay que estudiar lo que de verdad desea el pueblo e intentar concedérselo. Generalmente, suele ser seguridad y un razonable grado de libertad. Esto se consigue promulgando leyes justas y asegurando que se cumplen. De todas formas, hay que buscar otras formas de crear dependencia hacía el líder, a ser posible, de forma discreta pero segura.

ENGAÑAR AL PUEBLO 

Los hombres, en conjunto, pueden engañarse en los asuntos generales, pero no en los

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particulares. Cuando el pueblo se equivoca juzgando en conjunto, se le puede abrir los ojos buscando el modo de que descienda a los detalles.

Puede deducirse también, en mi opinión, que ningún hombre prudente debe rehuir el juicio popular en las cosas particulares, como la distribución de empleos y dignidades. Es lo único en que no se engaña, o se engaña mucho menos, que un corto número de personas encargadas de hacer tales distribuciones. (Discursos, 1, XLVII)

Es extraño que las personas se equivoquen en temas particulares y habituales que entienden y manejan a diario. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de asuntos más generales que atañen a la comunidad.

Quien quiera que una magistratura no se dé a un hombre vil o perverso, hágala pedir por uno más vil o más perverso, o por uno excelente y nobilísimo. Cuando el senado temía que el cargo de tribuno con potestad consular se diera a un plebeyo, apelaba a uno de estos dos recursos: o lo hacía pedir a los hombres de mejor fama de Roma, o por medios ocultos corrompía a algún plebeyo sórdido y despreciable, el cual, mezclándose entre los plebeyos de mejores condiciones que de ordinario, solicitaba el cargo, lo pedía para él. En este último caso la plebe se avergonzaba de darlo, en aquél de negarlo. Esto viene a probar también lo dicho anteriormente de que, si el pueblo se engaña

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respecto de las cosas en general, no se equivoca en lo que a los individuos atañe. (Discursos, 1, XLVIII)

LOS HOMBRES PASAN DE UNA AMBICIÓN A OTRA 

Procuran, como ya he dicho, los ciudadanos ambiciosos que viven en una república, primero que nadie pueda perjudicarles, ni los particulares ni las autoridades, y para lograrlo buscan y adquieren amistades por medios aparentemente honrados, o prestando dinero o defendiendo a los pobres contra los poderosos; y por parecer esto virtuoso, engañan fácilmente a todo el mundo y nadie trata de evitarlo.

Mientras tanto el ambicioso, perseverando sin obstáculo en su propósito, consigue, por la influencia adquirida, que los particulares le teman y las autoridades le respeten. Cuando, por no impedir a tiempo su engrandecimiento, goza de extraordinario poder es imposible, sin exponerse a gran peligro, combatirle de frente, por las razones ya dichas al hablar de lo peligroso que es afrontar un vicio o un mal profundamente arraigado en un pueblo; quedando las cosas reducidas a los siguientes términos: o procurar vencerle, con riesgo de súbita ruina, o dejarle mandar, resignándose a manifiesta servidumbre, si la muerte o algún suceso no libra de ella; pues al

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llegar al extremo de que ciudadanos y autoridades teman castigar al poderoso y a sus amigos, con muy poco esfuerzo consiguen éstos que los juicios y sentencias respondan a sus deseos.

Las repúblicas deben tener entre sus leyes una que impida a los ciudadanos causar daño aparentando hacer bien, y adquirir mayor influencia de la necesaria para favorecer y no perjudicar a la libertad. (Discursos, 1, XLVI)

Hay que detectar al arribista cuando empieza a trepar y de forma solapada cortar sus ambiciones. Si se tarda en realizar estas acciones, el daño será grande y cada vez más difícil de reparar.

CONTENER LA AMBICIÓN DE HOMBRES INFLUYENTES 

Deberás servirte especialmente de aquellos que son competentes en alguna disciplina, a fin de que en la prosperidad te honres en ellos y en la adversidad en nada les tengas que temer. Pero cuando no se te unen a propósito y por causa de su propia ambición, es señal de que piensan más en ellos mismos que en ti. El príncipe se deberá guardar de ellos y temerlos como si fueran enemigos declarados, porque en los momentos de adversidad contribuirán siempre a su ruina. (El Príncipe, IX)

El medio más seguro y menos ruidoso para contener la ambición de cualquier hombre

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influyente en una república es adelantársele en el camino que conduce al poder.

No es posible en las repúblicas, sobre todo cuando están ya viciadas las costumbres, emplear procedimiento menos escandaloso ni más fácil para oponerse a la ambición de algún ciudadano que el de ocupar antes que él la vía por donde se dirige al logro de sus deseos.

Deben, pues, los hombres, antes de tomar una determinación, calcular bien sus inconvenientes y peligros y no adoptarla, cuando sea mayor la exposición que la utilidad, aunque en favor de ella esté la opinión pública. (Discursos, 1, LII)

Una regla general que nunca, o a lo sumo raramente, falla: quien propicia el poder de otro, labra su propia ruina, puesto que dicho poder lo construye o con la astucia o con la fuerza y tanto la una como la otra resultan sospechosas al que ha llegado a ser poderoso. (El Príncipe, III)

El que ha llegado a ser poderoso debe vigilar atentamente a todos aquellos que adquieren un grado considerable de poder. El sistema más seguro es adelantarse en el camino del poder, si compites con él; o tratarlos como enemigos si es tú puesto el que ambicionan, pues en cuanto seas más débil, te atacarán. Nunca, nunca propicies el poder de otros.

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EL BIEN COMÚN 

No es el bien particular, sino el bien común lo que engrandece los pueblos, y al bien común únicamente atienden las repúblicas. En ellas sólo se ejecuta lo encaminado al provecho público, aunque perjudique a algunos particulares; pues son tantos los beneficiados que imponen las resoluciones a pesar de la oposición de los pocos a quienes dañan. (Discursos, 2, II)

ES IMPRUDENTE E INÚTIL PASAR SIN GRADACIÓN DE LA HUMILDAD A LA SOBERBIA, 

DE LA COMPASIÓN A LA CRUELDAD 

Porque quien siendo bueno durante algún tiempo se convierte en malo por convenir a su propósito, debe hacer la transición gradualmente, aprovechando las ocasiones y, antes de que el cambio prive de los antiguos amigos, conseguir tantos nuevos para reemplazarlos, que su autoridad no se debilite. De otra suerte, descubiertas las intenciones y sin partidarios, quedará perdido. (Discursos, 1, XL)

Si has de mudar de carácter y cualidades, hazlo de suavemente, nunca de forma brusca. Así podrás cambiar la red de contactos y amistades.

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ACONSEJAR A PODEROSOS 

Larga y ardua materia sería explicar los peligros que corre el jefe de una empresa nueva que interesa a muchos y las dificultades de dirigirla, realizarla y mantenerla en sus efectos. Dejándola para sitio más oportuno, hablaré únicamente del riesgo a que se exponen los ciudadanos que aconsejen a un príncipe una determinación grave e importante, de suerte que toda la responsabilidad de la misma se atribuya a quien da el consejo; porque juzgando los hombres las cosas por sus efectos, todo el mal que resulta impútase al autor del consejo, como si el éxito es bueno se le elogia; pero el premio no es ni con mucho equivalente al daño.

Reflexionando acerca del modo de evitar esta deslealtad o sea, este peligro, no veo otro camino que el de proceder con moderación, no hacer empresa alguna cuestión de amor propio y decir la opinión y defenderla sin apasionamiento, de suerte que si el príncipe la sigue sea por su exclusiva voluntad y no parezca obligado por importunas instancias.

Obrando así, no será probable que el príncipe o el pueblo lleven a mal un consejo que no es aceptado contra la voluntad del mayor número. Éste resulta peligroso cuando son muchos los que lo contradicen, y, por tanto, si da mal resultado, los que contribuyen a la perdición del consejero.

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Quien obre como digo, no adquiere la gloria que corresponde al que solo, contra muchos, aconseja cosa que resulta bien; pero en cambio goza de dos ventajas: una, librarse del peligro; otra, que si aconsejas modestamente alguna cosa y por la oposición de tus contradictores el consejo no es seguido, aceptándose el de otro, si de ello resulta alguna catástrofe, tu reputación aumentará considerablemente; y aunque la gloria adquirida a causa de las desgracias de tu república o tu príncipe no sea envidiable, debe tenerse, sin embargo, en cuenta. (Discursos, 3, XXXV)

Es asunto delicado y peligroso aconsejar al poderoso, sobre todo si tu opinión contradice la de la mayoría. Siempre debes expresarte de forma modesta y desapasionada por las ventajas que puedes adquirir y los peligros que evitarás actuando así, tal y como explica Maquiavelo.

Un príncipe, por tanto, debe aconsejarse siempre, pero cuando él quiere y no cuando quieren los demás; debe incluso desanimar a los demás a aconsejarle sobre cualquier cosa si no se les pide consejo. Sin embargo, debe estar siempre preguntando y escuchar pacientemente la verdad sobre todo aquello de lo que ha preguntado, enojándose incluso si alguien por cualquier razón no se la dice. Muchos piensan que el príncipe que da de sí esta impresión de prudente no es tal por su propia naturaleza, sino por los buenos consejos de los que tiene alrededor. Tales personas se

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engañan porque hay una regla general que no falla nunca: un príncipe que por sí mismo no sea sabio no puede recibir buenos consejos, a no ser que se ponga enteramente en las manos de un hombre prudentísimo que lo gobierne en todo. En este caso podría ocurrir, pero duraría poco, ya que el que gobierna por él le arrebataría el Estado. Pero si se aconseja con más de uno, un príncipe que no sea prudente no recibirá jamás consejos coherentes, ni sabrá unificarías. Cada uno de sus consejeros pensará en sus propios intereses y él no sabrá ni corregirlos ni percatarse de ellos. Y no puede ser de otra manera porque los hombres siempre te saldrán malos a no ser que una necesidad las haga buenos. Por eso se ha de concluir que los buenos consejos, vengan de quien vengan, han de nacer de la prudencia del príncipe y no la prudencia del príncipe de los buenos consejos. (El Príncipe, XXIII)

Para hacerte aconsejar, hazlo sólo cuando tú quieras, pero dejando claro que el consejero puede hablar con libertad. Aplicado a otras personas, conocerás al personaje poderoso por los consejeros que le rodean.

ATAJAR LOS PROBLEMAS 

Ni las repúblicas ni los príncipes deben diferir los remedios a las necesidades públicas. Por ello el que rige un estado, sea república o monarquía, debe prever los tiempos y sucesos

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contrarios que puedan sobrevenirle, y los hombres de quienes en la adversidad pueda sobrevenirle, y los hombres de quienes en la adversidad pueda valerse, tratándoles desde luego cual lo haría si necesitara de ellos en algún peligro. Los que gobiernan de otro modo, sean príncipes o repúblicas, y máxime si son príncipes, formándose la ilusión de que, llegado el peligro, ganarán la voluntad de los hombres a fuerza de beneficios, se engañan, y lejos de aumentar su seguridad, aceleran su perdición. (Discursos, 1, XXXII)

Se deben forjar planes para superar cualquier contingencia que nos pueda surgir. También debemos saber quienes nos ayudarán en tiempos adversos y quienes nos darán la espalda. Para ello, no está de más probar a todas las personas que nos rodean.

DECISIONES POR NECESIDAD Y NO POR PRUDENCIA 

Lo peor de las repúblicas débiles es ser irresolutas, de tal suerte, que cuantas determinaciones toman las adoptan por fuerza, y cuando de ellos les resulta algún bien, débenlo a la necesidad y no a la prudencia. Las repúblicas irresolutas no toman ninguna determinación buena sino por fuerza, pues su propia debilidad no les deja determinar cuando alguna duda ocurre, y si esta duda no la disipa alguna violencia que

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aclare la verdad, permanecen siempre en la incertidumbre. (Discursos, 1, XXXVII)

Ser indeciso nos va a obligar de todas formas a tener que decidir cuando no nos queden buenas alternativas. Los prudentes disipan cuanto antes la incertidumbre pudiendo elegir más opciones.

Las repúblicas y los príncipes deben demostrar que hacen generosamente aquello a que la necesidad les obliga. Los hombres prudentes saben convertir en mérito propio sus acciones, aun las que por necesidad ejecutan. El senado romano empleó hábilmente esta prudencia al determinar que se pagara sueldo del tesoro público a los que hasta entonces militaban a su costa.

Veía que de tal modo las guerras no podían ser largas, ni por tanto sitiar plazas o enviar lejos los ejércitos y considerando indispensable ambas cosas, acordó dar los referidos sueldos: pero de tal modo, que se juzgó generosidad lo que por presión hacía, y tanto agradó al pueblo esta gracia, que parecióle un beneficio superior a cuanto podía pedir y debía esperar. (Discursos, 1, LI)

Hacer de la necesidad virtud, saber vender la idea de que lo que hacemos por necesidad, lo realizamos por voluntad y con agrado.

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MIEDO A NUEVAS LEYES 

Jamás la multitud se conforma con nuevas leyes que cambien la constitución de la república, salvo cuando es evidente la necesidad de establecerlas; y como la necesidad no llega sino acompañada del peligro, es cosa fácil que se arruine la república antes de perfeccionar su constitución. (Discursos, 1, II)

Hay que prever los cambios futuros y legislar antes de que ocurran, así evitaremos hacerlo por peligro y necesidad resultando la ruina.

No hay cosa más difícil de tratar, ni más dudosa de conseguir, ni más peligrosa de conducir, que hacerse promotor de la implantación de nuevas instituciones. La causa de tamaña dificultad reside en que el promotor tiene por enemigos a todos aquellos que sacaban provecho del viejo orden y encuentra unos defensores tímidos en todos los que se verían beneficiados por el nuevo. Esta timidez nace en parte del temor a los adversarios, que tienen la ley a su lado, y en parte también de la incredulidad de los hombres, quienes -en realidad- nunca creen en lo nuevo basta que adquieren una firme experiencia de ello. De ahí nace que, siempre que los enemigos encuentran la ocasión de atacar, lo hacen con ánimo faccioso, mientras los demás sólo proceden a la defensa con tibieza, de lo cual resulta un serio

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peligro para el príncipe y para ellos. (El Príncipe, VI)

Lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, situación delicada y peligrosa, ya que nadie te defiende cuando intentas tomar medidas nuevas.

La naturaleza de los pueblos es inconstante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos. Por eso conviene estar preparado de manera que cuando dejen de creer se les pueda hacer creer por la fuerza. (El Príncipe, VI)

LAS FALTAS DE LOS PUEBLOS PROVIENEN DE LAS DE LOS PRÍNCIPES 

No se quejen los príncipes de las faltas que cometan los pueblos gobernados por ellos: provienen de su negligencia o de haberlas cometido ellos antes. Quien observe cuáles pueblos en nuestros días viven entregados al pillaje y a otros vicios semejantes, verá que no son mejores que ellos los que los gobiernan. Entre otros medios reprensibles empleaban el de hacer leyes prohibiendo cualquier cesa; eran ellos los primeros en favorecer su inobservancia y dejaban sin castigo a los infractores hasta que llegaban a ser en número considerable: entonces imponían penas, no por deseo de que las leyes se cumplieran, sino por codicia del dinero que los culpados daban para

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librarse de ellas. Resultaban de esto muchos males, y sobre todo el de que los pueblos se empobrecían sin corregirse, procurando los empobrecidos indemnizarse a costa de los más débiles. (Discursos, 3, XXIX)

Cualquier organización es reflejo del que la dirige, tanto en sus virtudes como en sus defectos. Por eso el líder debe ser ejemplo para el pueblo.

PREMIOS Y CASTIGOS 

Los príncipes deben ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearle odio y ejecutar por sí mismo aquellas que le reportan el favor de los súbditos. Debe estimar a los nobles, pero no hacerse odiar del pueblo. (El Príncipe, XIX)

Una de las primeras medidas que debes adoptar si eres un líder es buscar un segundo jefe que ejecute todas las medidas impopulares. Para ti te reservarás los premios y recompensas.

Conquistada la Romaña y encontrándola gobernada por señores incapaces, más dispuestos a despojar a sus súbditos que a llamarlos al orden -con lo cual les daban motivo de desunión y no de unión, hasta el punto de que todo el territorio estaba sembrado de ladrones, banderías y toda clase de rebeldías-, determinó [César Borgia] que era necesario darle un buen gobierno si quería

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reducirla al orden y hacerla obediente al poder soberano. Por eso puso al frente del país a Ramiro de Orco, hombre cruel y expeditivo, al cual dio plenos poderes. Al cabo de poco tiempo su ministro consiguió pacificar el territorio y reducirlo a la unidad, todo lo cual trajo consigo la extraordinaria reputación del duque. Pero más tarde juzgó el duque que ya no era necesaria tan gran autoridad, pues se corría el peligro de que resultara odiosa, e implantó un tribunal civil en el centro del territorio, presidido por un hombre excelentísimo y en el que cada ciudad tenía su propio abogado. Y como sabía que los rigores pasados le habían generado algún odio, para curar los ánimos de aquellos pueblos y ganárselos plenamente decidió mostrar que, si alguna crueldad se había ejercido, no había provenido de él, sino de la acerba naturaleza de su ministro. Así que, cuando tuvo ocasión, lo hizo llevar una mañana a la plaza de Cesena partido en dos mitades con un pedazo de madera y un cuchillo ensangrentado al lado. La ferocidad del espectáculo hizo que aquellos pueblos permanecieran satisfechos y estupefactos durante un tiempo. (El Príncipe, VII)

Cuando el nombrado para realizar las tareas necesarias y desagradables ha cumplido su labor, puedes decapitarlo como hizo César Borgia con Ramiro de Orco. Pon atención si eres tú el que ejecuta esas medidas: vigila y toma medidas para que tu cabeza siga pegada al cuerpo.

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Los hombres, cuando reciben el bien de quien esperaban iba a causarles mal, se sienten más obligados con quien ha resultado ser su benefactor. (El Príncipe, IX)

ORDEN Y DISCIPLINA 

Es innegable que a la fortuna y a la disciplina se debió el poderío romano. Creo, sin embargo, que donde hay buena disciplina hay orden, y rara vez falla la buena fortuna. Los buenos ejemplos nacen de la buena educación y la buena educación de las buenas leyes. (Discursos, 1, IV)

De la educación surge el orden y de éste la disciplina que asegura el poderío.

CASTIGOS 

No se debía matar a un parricida, a un malvado o a un sedicioso, porque avergonzaría al príncipe mostrar que carecía de fuerza para dominar a un hombre solo. Los que tienen tales opiniones no ven que los hombres aislados o las ciudades enteras cometen a veces hechos punibles contra el estado, y que el príncipe se ve precisado a castigarlos por seguridad propia y para que el castigo sirva de ejemplo. Lo honroso es saber y poder castigar a los culpados, no el poderlos contener a costa de mil peligros. El príncipe que no

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castiga a quien delinque de manera que no pueda volver a delinquir, es tenido por ignorante o cobarde. (Discursos, 2, XXIII)

Cuando castigues debes dejar claro que lo haces por justicia, no por percibir inseguridad en tu puesto debido a la acción del castigado. Una vez decidido el castigo, éste debe asegurar que el reprendido no repita la acción.

Los que estudian atentamente la historia antigua saben que en toda mutación de régimen político, de república a tiranía o de tiranía a república, se necesita un castigo memorable aplicado a enemigos del régimen imperante. (Discursos, 3, III)

En un cambio de régimen se debe pasar por la guillotina al rey y a la corte caídos. Este mensaje debe calar en los que aun añoran la vieja estructura y alegrar a los que apoyan al nuevo régimen.

El que ocupa un Estado debe tener en cuenta la necesidad de examinar todos los castigos que ha de llevar a cabo y realizarlos todos de una sola vez, para no tenerlos que renovar cada día y para poder –al no renovarlos- tranquilizar a los súbditos y ganárselos con favores. Quien procede de otra manera, ya sea por debilidad o por perversidad de ánimo, se verá siempre obligado a tener el cuchillo en la mano; jamás se podrá apoyar en sus propios súbditos, pues las injusticias -frescas y renovadas- impedirán que se sientan seguros con él. Porque

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las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por gustarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores se deben hacer poco a poco con el objetivo de que se saboreen mejor. (El Príncipe, VIII)

Castigar de golpe, premiar con parsimonia.

Debe un príncipe no preocuparse de la fama de cruel si a cambio mantiene a sus súbditos unidos y leales. Porque con poquísimos castigos ejemplares será más clemente que aquellos otros que, por excesiva clemencia, permiten que los desórdenes continúen, de lo cual surgen siempre asesinatos y rapiñas; pues bien, estas últimas suelen perjudicara a toda la comunidad, mientras las ejecuciones ordenadas por el príncipe perjudican sólo a un particular. (El Príncipe, XVI)

Hay que ponderar si una cirugía expeditiva es menor daño al paciente que un tratamiento lento y duradero de la enfermedad.

SIN TÉRMINO MEDIO CON LOS SÚBDITOS  

En los asuntos de estado [los romanos] prescindieron de los términos medios y acudieron a los extremos, pues gobernar no es otra cosa que mantener a los súbditos de modo que no puedan ni deban ofender, cosa que se consigue, o sujetándolos de manera que les sea imposible

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dañarte, o beneficiándolos hasta el punto de que no sea razonable deseen mudar de estado. A los súbditos rebeldes se les debe beneficiar o destruir. (Discursos, 2, XXIII)

No hay que permitir que los subordinados puedan ofender, hay que conseguir que le sea imposible. Esto se consigue o bien dándoles beneficios o bien con su destrucción.

TEMOR O AMOR 

Excitan principalmente a los hombres dos afectos, el amor y el miedo, y lo mismo les domina quien se hace amar que el que les inspira temor, siendo frecuente que sigan y obedezcan mejor a quien temen que a quien aman. Importa, por tanto, poco a un general seguir cualquiera de ambos caminos, siempre que por su valor y mérito sea famoso; pues si su reputación es grande, borra cuantas faltas se cometen por hacerse amar o temer demasiado. Ambas cosas pueden producir grandes inconvenientes y sucesos ocasionados a la ruina de un príncipe, porque quien desea ser excesivamente amado, a poco se aparte de la verdadera vía, resulta despreciable; y quien aspira a ser muy temido, a poco que exagere los medios, será odioso. (Discursos, 3, XXI)

Si ocupas una posición de poder, es mejor ser justo y con muy buena reputación a la opción de ser

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amado. Además, si eres un líder sobre muchas personas, alguna vez tendrás que tomar medidas que no ocasionen el amor de tus seguidores.

Una cuestión ampliamente debatida: si es mejor ser amado que temido o viceversa. Se responde que sería menester ser lo uno y lo otro; pero, puesto que resulta difícil combinar ambas cosas, es mucho más seguro ser temido que amado cuando se haya de renunciar a una de las dos. Aquel príncipe que se ha apoyado enteramente en sus promesas, encontrándose desnudo y desprovisto de otros preparativos, se hunde: porque las amistades que se adquieren a costa de recompensas y no con grandeza y nobleza de ánimo, se compran, pero no se tienen, y en los momentos de necesidad no se puede disponer de ellas. Además los hombres vacilan menos en hacer daño a quien se hace amar que a quien se hace temer, pues el amor emana de una vinculación basada en la obligación, la cual (por la maldad humana) queda rota siempre que la propia utilidad da motivo para ello, mientras que el temor emana del miedo al castigo, el cual jamás te abandona. Debe, no obstante, el príncipe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor consiga evitar el odio, porque puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado. Conseguirá esto siempre que se abstenga de tocar los bienes de sus ciudadanos y de sus súbditos, y sus mujeres. Y si a pesar de todo le resulta necesario proceder a ejecutar a alguien,

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debe hacerlo cuando haya justificación oportuna y causa manifiesta. Pero, por encima de todas las cosas, debe abstenerse siempre de los bienes ajenos, porque los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio. Además, motivos para arrebatar los bienes no faltan nunca y el que comienza a vivir con rapiña encontrará siempre razones para apropiarse de lo que pertenece a otros; por el contrario motivos para ejecutar a alguien son más raros y pasan con más rapidez. (El Príncipe, XVI)

Si no podemos ser amados, seamos entonces temidos, pero sin cruzar la línea de ser odiado y despreciado. Para ello, abstente de arrebatar bienes ajenos. Ser justo, aun siendo temido, es fundamental pues no te perderán el respeto ni te odiarán.

GUARDARSE DEL ODIO Y DEL DESPRECIO 

El orgullo y la altanería es otra de las causas que ocasionan la animadversión de los pueblos, sobre todo de los pueblos libres, y aunque el fasto y la soberbia no le produzcan daño alguno, odia al soberbio. De este defecto debe guardarse un príncipe como de un escollo, porque atraerse el odio sin utilidad alguna es determinación imprudente y temeraria. (Discursos, 3, XXIII)

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Ser soberbio atrae al odio como un imán al hierro. Guárdate de ser odiado: carece de ventajas y trae un sinfín de inconvenientes.

Todo príncipe debe desear ser tenido por clemente y no por cruel, pero no obstante debe estar atento a no hacer mal uso de esta clemencia. (El Príncipe, XVI)

Odioso lo hace sobre todo -como ya he dicho- el ser rapaz y usurpar los bienes y las mujeres de sus súbditos. De todo ello debe abstenerse y siempre que al conjunto de los hombres no se les arrebata ni bienes ni honor, viven contentos y sólo se ha de luchar con la ambición de unos pocos, la cual puede ser refrenada de muchas maneras y con facilidad. Despreciable lo hace el ser considerado voluble, frívolo, afeminado, pusilánime, irresoluto. Un príncipe debe guardarse de estos reproches como de un escollo e ingeniárselas para que en sus acciones se vea grandeza de ánimo, valor, firmeza y fortaleza. Ante los manejos privados de los súbditos ha de sostener su dictamen de manera irrevocable, dando siempre de sí una opinión tal que nadie piense ni en engañarla ni en burlarlo. El príncipe que da de sí esta imagen adquiere una reputación suficiente y si alguien tiene buena reputación, difícilmente se conjura contra él, difícilmente se le asalta, si se ve que es excelente y temido por los suyos. Porque un príncipe debe tener dos temores: uno hacia dentro, ante sus

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súbditos; otro hacia fuera, ante les extranjeros poderosos. De los últimos se defiende con las buenas armas y con los buenos aliados, y siempre que tenga buenas armas tendrá buenos aliados. Además, los asuntos internos siempre estarán seguros si también lo están los de fuera a no ser que se vean perturbados por alguna conjura. Y aunque los asuntos de fuera se perturben, si él se ha organizado y actuado como he dicho, sostendrá cualquier ataque siempre que no se descorazone. (El Príncipe, XIX)

Además de insistir en cómo evitar ser despreciado, Maquiavelo nos cita otras virtudes de un líder: grandeza de ánimo, valor, firmeza y fortaleza, así como sostener la decisión tomada. Es fundamental la reputación, tanto hacia el interior como al exterior de la organización propia.

Un príncipe debe estimar a los nobles, pero no hacerse odiar del pueblo. (El Príncipe, XIX)

PREMIOS Y CASTIGOS 

Las repúblicas bien organizadas establecen premios y castigos para los ciudadanos, sin compensar jamás unos con otros. Ninguna república bien ordenada compensó jamás los servicios con los delitos; al contrario, establecidos los premios para los actos meritorios, y los castigos para las malas acciones: premiado un ciudadano

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por obrar bien, es castigado después si obra mal, sin consideración alguna a sus precedentes servicios. Bien observados estos principios, puede gozar una república de libertad largo tiempo; de otra suerte camina a pronta ruina. En efecto, si a la fama que un ciudadano logra por haber hecho un servicio eminente a la república se agrega la audaz confianza de poder hacer algo malo sin temor a la pena, llegará a ser en breve tan insolente, que anula la eficacia de las leyes. (Discursos, 1, XXIV)

El que alguien haya sido recompensado por sus servicios no impide que también sea castigado por sus faltas. No se debe compensar lo uno con lo otro.

Cuan dañoso es a una república o a un príncipe tener, por continuos procesos y castigos, sobresaltados y temerosos los ánimos de los súbditos. No puede haber cosa peor sin duda alguna, porque los hombres que viven inciertos de su seguridad personal, procuran por cualquier medio librarse de este peligro, y al efecto se aumenta su audacia y atrevimiento contra el orden de cosas establecido. Es, pues, indispensable no hacer daño a nadie o hacerlo de una vez, y después tranquilizar los ánimos con medidas que les infundan confianza. (Discursos, 1, XLV)

Si vas a tomar medidas penosas para tus subordinados, hazlo de una sola vez. Lo mejor es no tener que tomarlas. Nunca alteres la percepción de

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seguridad personal en tus subordinados, serán capaces de cualquier cosa.

Quien cree que nuevas recompensas hacen olvidar a los grandes hombres las viejas injusticias de que han sido víctimas, se engaña. (El Príncipe, VII)

CALUMNIAS Y REMEDIOS CONTRA ÉSTAS 

Cuan detestable es la calumnia en un régimen de libertad o en cualquier otro, y que debe acudirse a lodos los medios oportunos para reprimirla; siendo el que mejor la impide la libre facultad de acusar, pues la acusación es tan útil en las repúblicas como funesta la calumnia. Hay, además, entre ellas la diferencia de que la calumnia no necesita testigos ni ningún otro género de prueba, de suerte que cualquiera puede calumniar a otro, pero no acusarlo, porque la acusación exige verdaderas pruebas y circunstancias que demuestren la verdad en que se funda.

Se acusa a los hombres ante los magistrados, ante el pueblo, o ante los consejos. Son calumniados en las plazas o en el interior de las casas, y prospera menos la calumnia a medida que el régimen permite más la acusación. Por ello el legislador de una república debe establecer que todo ciudadano pueda acusar a los demás sin temor ni consideración alguna. Así establecido y observado, debe castigar duramente a los

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calumniadores, quienes no tendrán motivo para quejarse del castigo, puesto que en su mano está el recurso de acusar en público a los que secretamente calumnian.

La falta de buen régimen en este punto produce los mayores desórdenes, porque la calumnia irrita y no corrige a los ciudadanos, y los calumniados procuran asegurarse, inspirándoles más odio que temor lo que contra ellos se diga. (Discursos, 1, VIII)

Es fundamental parar en seco a las calumnias, murmuraciones y bulos, identificando a los culpables y dándoles la oportunidad de probar lo que propagan. Al ser falsa su calumnia y no tener pruebas, el castigo debe ser ejemplar.

HACER PODEROSA UNA CIUDAD 

Los que deseen que una ciudad llegue a tener grandes dominios deben procurar por todos los medios hacerla populosa, porque, sin grande abundancia de hombres, jamás aumentará su poder. Esto se consigue de dos modos: por atracción cariñosa, o por la fuerza. Por atracción, ofreciendo camino franco y seguro a los extranjeros que deseen venir a habitar en ella, de suerte que les agrade vivir por fuerza, destruyendo las ciudades inmediatas y obligando a sus vecinos a vivir en la vencedora.

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Todas nuestras acciones imitan a la naturaleza; no es posible ni natural que un tallo delgado mantenga grueso ramaje, ni que una república pequeña conquiste ciudades y reinos que sean más grandes y poderosos que ella, y si los conquista, le sucede lo que al árbol que tiene las ramas más gruesas que el tronco, que el peso de aquéllas lo agobia y el menor impulso del viento lo derriba. (Discursos, 2, III)

Todos los grandes países que han prosperado a lo largo de la historia han tenido una población considerable. En cuanto Roma dejó de cuidar la natalidad, empezó su ocaso. Tal vez Occidente se encuentre en esta encrucijada.

PREMIOS Y HONORES A HOMBRES LIBRES 

El vivir libre supone que los honores y premios se dan cuando y a quien los merezca, y los que se juzgan con derecho a las utilidades y honores, si los obtienen no confiesan agradecimiento a quien se los da. (Discursos, 1, XVI)

La justicia hace libres a los hombres.

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QUIENES HAN EJERCIDO LOS MÁS ELEVADOS CARGOS NO DEBEN DESDEÑAR EL DESEMPEÑO 

DE LOS MÁS MODESTOS  

Aunque los romanos eran aficionadísimos a la fama, no juzgaban deshonroso obedecer a quien antes habían mandado, y servir en el mismo ejército que anteriormente estaba a sus órdenes; cosa muy opuesta a las ideas, instituciones y costumbres de los ciudadanos en nuestros tiempos. Porque mayor debe ser la esperanza de la república y más debe confiar en quien de un alto cargo desciende a desempeñar otro inferior, que en el que de uno de éstos pasa a otro de aquéllos. La aptitud de éste le será, por razón natural, dudosa, si no lo ve rodeado de hombres de consideración y respeto, cuyos consejos moderen su autoridad y suplan su inexperiencia. (Discursos, 1, XXXV)

Lo que aquí propone Maquiavelo nos resulta chocante hoy en día, si las personas fueran virtuosas, no nos parecería tan extraño.

CASTIGAR LAS OFENSAS HECHAS A LOS PUEBLOS O A LOS PARTICULARES 

Los príncipes y las repúblicas deben, pues, procurar que no se cometan tales ofensas, ni contra los pueblos, ni contra los particulares; porque si un hombre es gravemente ofendido por un estado o un individuo y no obtiene la reparación que juzgue

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necesaria, si es ciudadano de una república, procura vengarse aunque sea a costa de la ruina de su patria, y si súbdito de un príncipe, y tiene alguna altivez, no quedará satisfecho hasta que de algún modo se haya vengado de él, aun a costa de su propia vida. (Discursos, 2, XXVIII)

Es mejor que sea el Estado quien repare las ofensas hechas a sus ciudadanos a que sean estos los que lo hagan por su propia mano.

GUARDIANES DE COSAS VALIOSAS 

La guardia de toda cosa debe darse a quien menos deseo tenga de usurparla. (Discursos, 1, V)

BENEFICIOS DE LA LIBERTAD 

Los beneficios comunes que la libertad lleva consigo, el goce tranquilo de los bienes propios, la seguridad del respeto al honor de las esposas, y la garantía de la independencia personal, nadie los aprecia en lo que valen mientras los posee, por lo mismo que nadie cree estar obligado a persona que no le ofenda. (Discursos, 1, XVI)

Maquiavelo describe una buena definición de libertad: no temer que nos usurpen los bienes propios, que nos respeten la familia y garantía de independencia

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personal. Se pueden apreciar mucho mejor cuando se pierden.

SUBLEVACIONES, CONSPIRACIONES Y TIRANÍAS 

 

SUBLEVACIONES 

Nada hay tan a propósito para refrenar una multitud sobrexcitada, como la autoridad de un hombre grave y respetado que salga a su encuentro. Por tanto, el que manda en un ejército o en una ciudad donde ocurre un tumulto, debe presentarse muy sereno ante los amotinados y lo más dignamente que pueda, revestido de las insignias de su mando, para inspirar mayor respeto. (Discursos, 1, LIV)

El pueblo en conjunto es valeroso, pero individualmente es débil. Audaz muchas veces en las palabras contra las decisiones del príncipe, cuando amenaza el castigo, por desconfiar unos de otros, todos se apresuran a obedecer. Pero entiéndale bien que esto se refiere a los casos en que la indignación popular no proceda de la pérdida de la libertad o de un príncipe amado, y que aún viva, porque entonces es formidable y exige grandes medios para refrenarla. En los demás se vence fácilmente si el pueblo no tiene jefe

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en quien apoyarse, pues nada aparece tan terrible como una multitud amotinada y sin jefe, y, sin embargo, nada es más débil. Aunque esté armada es facilísimo sujetarla siempre que haya retirada segura para resistir su primer ímpetu, porque cuando los ánimos empiezan a calmarse y cada ciudadano piensa en volver a su casa, cunde la desconfianza entre ellos y el deseo de acudir a la propia salvación, huyendo o capitulando.

Por tanto, cuando el pueblo se subleva y no quiere correr este peligro, debe nombrar inmediatamente un jefe que lo mantenga unido y provea a su defensa. No haciendo esto sucederá siempre que la multitud es valerosa; pero cuando cada cual empieza a pensar en el propio peligro, se convierte en débil y cobarde. (Discursos, 1, LVII)

Ante un motín de las masas, presentarse ante ellas sereno y con los atributos del cargo. Ver si tienen un jefe; si no es el caso, esperar a que se enfríen.

RESTABLECER LA UNIÓN EN UNA CIUDAD DONDE HAY DIVISIONES 

Para acabar con las facciones en una ciudad, sólo hay tres maneras de terminar los disturbios: o la muerte de los jefes, o el destierro o convenir la paz, con obligación de que no se ofendan más los contendientes. De estos tres procedimientos, el último es el más perjudicial e inútil; por ser

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imposible que la paz forzosa dure, cuando ha corrido la sangre o mediado ofensas de idéntica gravedad. Tienen que verse diariamente los rivales, y es muy difícil que dejen de injuriarse, pudiendo ocurrir a cada momento, por las conversaciones, nuevos motivos de querella. (Discursos, 3, XXVII)

Está claro que para apaciguar a varias facciones rivales en conflicto, hay que descabezarlas. Imponer una paz forzosa en engañarse: aunque no veamos las llamas, el fuego sigue latente y es cuestión de tiempo el que se reavive.

APARIENCIA DE CONTINUIDAD 

Quien quiera reformar la antigua organización de un estado libre, conserve al menos la sombra de las antiguas instituciones. Quien desee reformar la constitución de un estado de suerte que la reforma sea aceptada y subsista con el beneplácito de todos, necesita conservar la sombra al menos de las antiguas instituciones, para que el pueblo no advierta el cambio, aunque la nueva organización sea completamente distinta de la anterior; porque a casi todos los hombres satisfacen lo mismo las apariencias que la realidad, y muchas veces les agitan más las primeras que la segunda. (Discursos, 1, XXV)

Cambiar todo y guardar las apariencias.

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CÓMO PERDER EL TRONO 

Sepan, pues, los príncipes que empiezan a perder el trono cuando empiezan a quebrantar las leyes y los antiguos usos y costumbres, con los cuales han vivido los hombres largo tiempo. Sí. privados del trono, fueran bastante sensatos para conocer cuan fácilmente se gobiernan los reinos cuando los reyes son bien aconsejados, mucho más les dolería la pérdida de la corona, y se condenarían a más severa pena que la sufrida; porque es más fácil hacerse amar de los buenos que de los malos, y obedecer las leyes que sobreponerse a ellas. Cuando los hombres son gobernados bien, no pretenden ni desean otras libertades. (Discursos, 3, V)

Los líderes son los primeros que deben observar las leyes; de no hacerlo así, no se está gobernando bien y empezarán los problemas.

CONSPIRACIONES, COMO PREVENIRSE 

Son pocos los que pueden declarar guerra abierta a un monarca, pero cualquiera puede conspirar contra él. Por otra parte, nada hay tan expuesto y peligroso como una conjuración, cosa difícil y arriesgadísima en todas sus partes. Por ello son muchas las que se fraguan, y muy pocas las que producen el fin con que se intentan.

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Deben, pues, los príncipes aprender a guardarse de este peligro, y los súbditos meterse lo menos posible en conspiraciones, contentándose con vivir bajo el gobierno que la suerte les depare. Porque los príncipes que concitan en contra suya el odio universal tienen entre sus súbditos algunos más especialmente ofendidos y más deseosos de vengarse, deseo que crece en proporción a la general malevolencia.

Debe, pues, evitar el príncipe esta universal antipatía. Guardándose de ella, las ofensas individuales que cometa le serán menos peligrosas, pues se encuentran rara vez hombres tan sensibles a las injurias que arriesguen la vida por vengarlas; y aunque los haya con poder y voluntad de hacerlo, el general afecto que inspira el príncipe les impide realizarlo.

Los ultrajes que se pueden hacer a un hombre son en sus bienes, en su persona o en su honor. Respecto a los segundos, es más expuesto amenazar que ejecutar la ofensa. Las amenazas son peligrosísimas, y ningún peligro hay en realizar los ultrajes, porque los muertos no meditan venganza, y los que sobreviven casi siempre la dejan al cuidado del muerto. Pero quien es amenazado y se ve por necesidad en la alternativa de obrar o de huir, conviértese en hombre muy peligroso para el príncipe, como oportunamente demostraremos.

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Después de este género de ultrajes, los dirigidos contra los bienes o la honra son los que más ofenden a los hombres, y de ellos debe también abstenerse el príncipe; porque a nadie se le puede despojar hasta el punto de no quedarle un cuchillo para vengarse, ni deshonrarle hasta el extremo de que pierda el obstinado amor a la venganza. De los insultos hechos a la honra, el más grave es el dirigido contra el honor de las mujeres, y después el vilipendio de la persona. Hay otro motivo poderosísimo de conjuración contra el príncipe, cual es el deseo de librar a la patria de la tiranía. (Discursos, 3, VI)

En resumen; no amenazar –o se ejecuta a amenaza o nos abstenemos de ella- , no usurpar los bienes ajenos y respetar la honra, en especial la de los matrimonios.

Los peligros a que se exponen los conspiradores son gravísimos y de todos los momentos, lo mismo al intentar y tramar la conspiración que al ejecutarla; antes, durante y después de la ejecución. Conspiran uno o varios; en el primer caso, no puede decirse que haya conjura, sino firme resolución en un hombre para matar al príncipe. Sólo en este caso falta el primero de los tres peligros mencionados, porque antes de la ejecución no hay riesgo alguno, no siendo nadie poseedor del secreto, ni pudiendo llegar por tanto a oídos del príncipe. Esta resolución puede tenerla cualquier hombre humilde o poderoso, noble o

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plebeyo, admitido o no en la familiaridad del príncipe; porque todos pueden encontrar alguna vez ocasión de hablarle, y, por tanto, de realizar su venganza. Muchos serán, según creo, los que formen tales propósitos, porque en formarlos no hay peligro alguno; pero pocos los que lo realicen, y aun, de éstos, poquísimos los que no sean muertos en el acto, por lo cual no se encuentra con frecuencia quien quiera arriesgarse a segura muerte. Pero dejemos estas conjuraciones individuales y vamos a las colectivas. La historia enseña que todas éstas las han formado hombres de elevada posición social y muy familiares del príncipe, los de humilde condición y alejados del príncipe, a menos de estar locos, no pueden conspirar; porque ni tienen ni esperan la ocasión indispensable para ejecutar la conjura. Además, carecen de los medios que aseguran la fidelidad de los cómplices, porque no pueden prometerles nada de lo que determina a los hombres a arrostrar grandes peligros; de modo que al entrar en la conspiración más de dos o tres personas, hay enseguida un acusador que los pierde. Pero, aun teniendo la suerte de que no lo haya, les es tan difícil llevar a la práctica su propósito, por no poder acercarse al príncipe, que casi seguramente fracasa al llegar a la ejecución. Si las nobles y grandes de la nación que tienen fácil acceso al príncipe tropiezan con los obstáculos que después diremos, éstos deben aumentar extraordinariamente para los plebeyos.

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Y como los hombres, al jugarse vida y hacienda no pierden completamente el juicio, si son de condición humilde se guardan de estos peligros, y cuando aborrecen a un príncipe, se limitan a hablar mal de él y a esperar que los de más elevada posición les venguen. Si por acaso alguno de condición humilde se atreve a conspirar más debe alabarse su intención que su prudencia.

Se ve, pues, que todos los conspiradores contra los príncipes han sido personajes o amigos íntimos de aquéllos, y que a unos les excitó a conspirar las ofensas, y a otros los beneficios excesivos.

Debe, pues, el príncipe que quiera guardarse de conspiraciones temer más a los que ha colmado de beneficios que a los que ha ofendido; porque a éstos les faltan oportunidad y medios y a aquéllos les sobran. La voluntad es igual en unos y otros, porque el deseo de la dominación es tan grande o mayor que el de la venganza.

La autoridad de sus favoritos ha de ser la necesaria para que quede bastante distancia entre el que la da y quien la recibe, dejando siempre a éste algo que ambicionar; de lo contrario, será raro que no les ocurra lo que a los príncipes citados. (Discursos, 3, VI)

Maquiavelo razona de forma muy lógica que las personas que más hay que vigilar ante las

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conspiraciones son los más cercanos, con ambiciones más que con rencores y a los que hayamos beneficiado en mayor medida. Generalmente serán un grupo, es raro que el conspirador actúe aislado. Si desconfías de alguien y crees que te va a traicionar, tenlo siempre cerca de ti y llévalo siempre contigo.

CONSPIRACIONES, COMO REALIZARLAS 

Conviene examinar las causas del buen o mal éxito de estas empresas. Hay en toda conspiración tres períodos de peligro; cuando se proyectan, cuando se ejecutan y después de la ejecución, siendo casi imposible salir de todos ellos felizmente. (Discursos, 3, VI)

Preparación.

Los peligros del primer período son sin duda los mayores, y se necesita ser prudentísimo y tener mucha suerte para que, al proyectar una conjuración, no se descubra, o por declaraciones o por conjeturas. Ocasionan lo primero la poca fe o escasa prudencia de los hombres a quienes te confías. Con la poca fe se tropieza fácilmente porque no puedes decir el secreto más que a amigos tan íntimos que por la amistad se expongan a la muerte o a descontentos del príncipe. De los primeros se podrán encontrar uno o dos, y si quieres allegar más te será imposible hallarlos. Además, es preciso que la amistad que te

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profesen sea tan grande, que supere el peligro a que se exponen y el miedo al suplicio. Los hombres se engañan con frecuencia respecto a la adhesión de sus amigos, la cual sólo se conoce por experiencia, y la experiencia en estos casos es por demás arriesgada. Aunque en otra ocasión de peligro hubieras probado con buen éxito la amistad de algunos, no es posible por esta prueba confiar en el afecto personal, al tratar de asunto infinitamente más peligroso.

Si juzgas la fidelidad por la malquerencia de cualquiera contra el príncipe, fácilmente puedes equivocarte. Al confiar tu proyecto a un descontento le das medios para que deje de serlo, y es preciso para tenerle seguro, o que su odio al príncipe sea muy grande, o grandísima tu autoridad sobre él. De aquí que muchas conjuraciones hayan sido conocidas y sofocadas al iniciarse, considerándose milagroso que alguna pueda estar entre muchos hombres secreta largo tiempo. Imposible es evitar que una conspiración no se descubra por malicia, imprudencia o ligereza cuando son más de tres o cuatro los conspiradores. Presos más de uno de ellos, la trama se descubre, por la dificultad de que se pongan de acuerdo para todas las declaraciones; y cuando sea detenido uno solo, bastante animoso para no nombrar a sus cómplices, preciso es que estos tengan igual firmeza de carácter para mostrarse tranquilos y no descubrirse con la fuga; porque si falta el valor, sea

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en el que está preso, sea en los que permanecen libres, la conspiración se descubre. Hay que arrostrar todos estos peligros al proyectar una conjuración y mientras llega el momento de ejecutarla. Si se quiere evitarlos, acúdase a estos remedios. El primero, el más eficaz o por mejor decir el único, consiste en no dejar tiempo a los conjurados para denunciarte, dándoles cuenta del proyecto sólo cuando se va a ejecutar, y no antes. Los que así lo hicieron no han corrido los peligros antes mencionados y sus intentos tuvieron el éxito que deseaban. Todo hombre hábil y prudente puede practicar este recurso.

Ejecución.

Los peligros que se corren en la ejecución de las conjuraciones nacen, o de cambios de órdenes, o de falta de ánimo en los encargados de ejecutarlas, o de errores que cometan por prudencia o por no consumar el proyecto, dejando vivos algunos de los que pensaban matar.

Lo que más perturba y entorpece los actos de los hombres es la necesidad de cambiar de plan en un momento dado y repentinamente. Estos cambios, son sobremanera peligrosos en la guerra y en asuntos como el que ahora tratamos; porque en ellos lo más importante es que cada cual esté resuelto a ejecutar la parte que le toca, y si durante muchos días se vacila en el empleo de tales medios, la perturbación de los ánimos es inevitable

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y con ella el fracaso del proyecto; de suerte que vale más persistir en el plan convenido al principio, cualesquiera que sean sus inconvenientes, que, por evitar éstos, cambiarlo y exponerse a otros mayores. Así sucede cuando falta tiempo para reorganizar el plan; porque si lo hay, puede reformarse a gusto de los conjurados.

La falta de ánimo procede, o del respeto que inspiran las víctimas, o de la cobardía del ejecutor. La majestad propia del príncipe y la reverencia que se le guarda pueden fácilmente contener o asustar al ejecutor. Ocurren en la ejecución de las conjuraciones inconvenientes o errores por poca prudencia o por falta de valor; porque una u otra cosa ofuscan el entendimiento y hacen decir o hacer lo que no se debe. Es imposible que hombre alguno, por sereno que sea y acostumbrado a ver morir a sus semejantes y a manejar la espada, no se perturbe en tales momentos. Por ello deben elegirse hombres experimentados en estos asuntos y no fiarse de otros, por valerosos que sean; porque nadie debe confiar en su valor si no está experimentado en cesas de tan grande importancia. La turbación puede hacer caer el arma de tu mano, o hacerte decir cosas que produzcan el mismo efecto.

Pueden no tener buen éxito las conspiraciones contra una sola persona, por los motivos antes referidos; pero lo tienen mucho menos si la conjuración es contra dos, hasta el

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punto de ser dificilísimo que prosperen; porque realizar dos hechos iguales y al mismo tiempo en diversos sitios, es casi imposible. Ejecutarlos en distinto tiempo tampoco se puede sin peligro de que el uno dificulte el otro. De suerte que si conspirar contra un príncipe es empresa dudosa, arriesgada y poco prudente, hacerlo contra dos a la vez es vana e insensata.

También pueden hacer fracasar las conspiraciones un temor infundado o un accidente ocurrido al tiempo de ejecutarlas. Estas falsas alarmas deben tenerse en cuenta y apreciarse prudentemente por la facilidad con que se producen; porque quien tiene la conciencia impura, fácilmente cree que se habla de él, y una frase dicha con otro objeto la atribuye a lo que preocupa su ánimo y produce la alarma ocasionando, o la fuga, que descubre la conjura, o su fracaso por precipitar la ejecución. Esto es tanto más fácil cuanto mayor es el número de conspiradores.

Después de la ejecución.

Réstanos hablar ahora de los peligros posteriores a la ejecución. No hay más que uno: consiste en que sobreviva alguno que vengue al príncipe muerto. Pueden sobrevivir sus hermanos o sus hijos u otros parientes llamados a sucederle en el trono, y ocurrir esto, o por negligencia de los conjurados, o por cualquiera de las causas ya

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referidas, que facilitan la venganza. En tales casos, ni lo que sucede es por faltas de los conjurados, ni hay remedio posible; pero cuando sobrevive alguno por imprudencia o negligencia de los conspiradores, no merecen éstos excusa. Pero de todos los peligros que pueden seguir a la ejecución de una conjura, ninguno es más seguro ni más temeroso que el afecto del pueblo al príncipe asesinado, porque en tal caso no hay remedio para los conjurados, siéndoles imposible librarse de todo el pueblo. Ejemplo de esto es César. Le amaba el pueblo romano y vengó su muerte porque, arrojando de Roma a los conjurados, hizo que murieran todos violentamente en diversos tiempos y distintos lugares. (Discursos, 3, VI)

Esto es cuanto me ocurre decir de las conjuraciones, y si he hablado de las en que se emplean las armas y no el veneno, es porque en ambas se procede de igual modo. Verdad es que aquellas en que se emplea el veneno son más peligrosas por ser más inciertas. Este medio no está al alcance de todo el mundo; es necesario entenderse con quien lo posee, y de aquí el riesgo que se corre al buscar la complicidad. Además, por muchas causas puede no matar un veneno, como sucedió en el asesinato de Cómodo, quien rechazó el que le daban, y, queriendo los asesinos acabar con él, tuvieron que estrangularle.

La mayor contrariedad, la mayor desdicha para un príncipe es una conspiración contra él,

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porque le mata o le infama. Si la conjura prospera, él muere, y si se descubre y son muertos los conjurados, siempre se supone que ha sido una invención del príncipe para satisfacer su avaricia, o su crueldad, o su sed de sangre, o su codicia de los bienes de los castigados.

Conspirar es algo muy peligroso y delicado. Rara vez se obtiene el éxito. Sin embargo, para el objetivo de la conspiración, salga bien o mal para los conjurados, siempre le va a resultar gravosa.

NO VIVE SEGURO UN PRÍNCIPE EN SU ESTADO MIENTRAS VIVEN LOS QUE FUERON 

DESPOJADOS POR ÉL 

Ningún príncipe vivirá seguro en su reino mientras vivan en él los despojados de la corona. Recordará a los poderosos que las viejas ofensas no se borran con beneficios nuevos, tanto menos cuanto el beneficio es inferior a la injuria. Tarquino Prisco y Servio Tulio perdieron la corona por no saberse guardar del odio de aquellos a quienes se la habían usurpado. (Discursos, 3, IV)

Si usurpas un reino, destruye al rey y a toda su familia. Mientras quede alguno, nunca estarás seguro.

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MUCHAS VECES ALGUNOS CIUDADANOS, AL PARECER VIRTUOSOS, ESCONDEN UN 

PRINCIPIO DE TIRANÍA 

Muchas veces los actos que parecen caritativos e imposibles racionalmente de causar daño, llegan a ser malísimos y muy peligrosos en una república, cuando con oportunidad no se corrigen.

Para desarrollar esta idea diré que ninguna república puede vivir y gobernarse bien sin tener algunos ciudadanos de gran reputación, y que, por otra parte, la fama que adquieren puede ser causa a veces de la tiranía. A fin de conjurar este peligro es preciso establecer las instituciones de suerte que la reputación de los ciudadanos favorezca, y en ningún caso perjudique al estado y a la libertad. (Discursos, 3, XXVIII)

Por ese motivo en la democracia de la antigua Grecia se instituyó el ostracismo. Era un método por el cual se podía desterrar durante un cierto tiempo a un ciudadano no grato o peligroso para el bien común. Generalmente eran personas que alcanzaban demasiado poder y podrían manipular a su conveniencia mediante aparentes virtudes a la joven democracia ateniense. Por ejemplo, a un personaje que se le apodaba “el justo”, se le aplicó esta medida, pues semejante fama apestaba bastante a engaño.

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CÓMO SE CREA UN TIRANO 

Cuando un pueblo comete la falta de ensalzar a alguno porque combate a los que el aborrece y el ensalzado es hábil, llega éste siempre a ser tirano del estado; porque, con el favor del pueblo, destruirá a la nobleza, y cuando lo haya conseguido oprimirá al pueblo, que, comprendiendo entonces su servidumbre, no tendrá a quien recurrir en demanda de auxilio. Tal es el procedimiento de cuantos han fundado tiranías en las repúblicas. Aun cuando la nobleza desea la tiranía, los nobles no participantes en ella son enemigos del tirano, quien nunca puede ganarse a todos a causa de no disponer de las riquezas y honores necesarios para satisfacer la grande ambición y extraordinaria avaricia de todos ellos.

Cuando se quiere ejercer el mando apelando a la violencia, preciso es tener más fuerza que los forzados a obedecer. Por ello los tiranos que tienen al pueblo por amigo y por enemigos a los grandes, están más seguros, a causa de apoyar su tiranía en mayor fuerza, de la que poseen los que cuentan con la amistad de los nobles y no tienen la del pueblo. (Discursos, 1, XL)

Muchas veces el pueblo, por huir de un peligro entra en otro peor y así eleva al poder a los tiranos. Como ejemplos, las revoluciones francesa y soviética.

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RENOVARSE 

Es indispensable, pues, a los hombres que viven en sociedad, bajo una organización cualquiera, restablecer con frecuencia las primitivas instituciones, y demuestran esta conveniencia sucesos exteriores o interiores. Los últimos son de dos clases: o defecto de una ley que obligue a los ciudadanos a dar con frecuencia cuenta de su conducta, o resultado de aparecer un hombre eminente que con sus ejemplos y sus valerosos esfuerzos produzca el mismo efecto que la ley. Renace, pues, el bien en una república, o por virtud de un hombre, o por virtud de una ley. Tales leyes exigen, para que produzcan los deseados efectos, el valor de un ciudadano que rigurosamente contrarreste el poder de los que las infringen. En resumen: lo más necesario en la vida social para una religión, monarquía o república, es devolverle el crédito que tuvieron en su origen, procurando conseguirlo por medio de buenas leyes o de buenos hombres y no por una causa exterior; pues aun cuando ésta sea a veces óptimo remedio, como lo fue en Roma, es tan peligroso, que no se debe desear en modo alguno. (Discursos, 3, I)

Todas las instituciones van adquiriendo “vicios” y malos hábitos. De vez en cuando conviene revisar todo y volver a los orígenes.

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DIPLOMACIA

Maquiavelo ejerció de diplomático durante varios años. Sabía que se obtienen mucho mejores resultados ejerciendo la diplomacia que usando la fuerza. Para el florentino, la guerra es siempre la última opción pues siempre se deben usar otras artes.

POLÍTICA DE GUERRA O PAZ 

 

CÓMO EVITAR LAS GUERRAS 

Sólo por dos motivos se declara la guerra a una república: o por dominarla, o por temer su dominación. Los medios antes indicados evitan ambas causas de conflicto; que si el agredirla es difícil, como supongo ha de serlo si está bien preparada a la defensa, será muy raro o no acontecerá nunca que haya quien intente conquistarla. Viviendo tranquila dentro de los límites de su territorio, demostrará, con los hechos, que no tiene ambición de conquistas, y nadie, por temor a su poder, procurará hostilizarla.

La prueba será más patente si en su constitución o en sus leyes se prohíben por modo terminante las conquistas. Creo indudable que la verdadera vida política de un estado y la

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verdadera paz interior y exterior consisten en mantener en lo posible este equilibrio en los asuntos públicos.

Pero como las cosas humanas están en perpetuo movimiento y no pueden permanecer inmutables, su inestabilidad las lleva a subir o bajar, y a muchos actos induce, no la razón, sino la necesidad; así sucede que una república organizada para vivir sin conquistas por necesidad tiene que hacerlas, perdiendo con ello los fundamentos de su organización y caminando más rápidamente a su ruina. Por lo contrario, si el cielo la favorece hasta el punto de no necesitar la guerra, ocurrirá que del ocio nacerán, o la afeminación de las costumbres, o las divisiones, y ambas cosas juntas o aisladas pueden acabar con ella.

No siendo posible, en mi opinión, el equilibrio en tales cosas, ni el justo término medio, es indispensable, al constituir una república, pensar en el partido más honroso y ordenarla de modo que, si la necesidad le obliga a hacer conquistas, pueda conservar lo conquistado. (Discursos, 1, VI)

En principio, hay que tener la fuerza suficiente para disuadir que nos ataquen pero no tanta como para que nos teman y forcemos que los vecinos se alíen contra nosotros.

Así, se podrá vivir en paz. La parte negativa y paradójica es que al relajarnos perdemos las virtudes que

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nos hacían fuertes y así incitamos a otros a que nos ataquen. Es como el arquero que debe mantener siempre la tensión justa en su arco, con el paso del tiempo, al final se relajará.

NI GUERRA NI PAZ 

De todas las situaciones desgraciadas, la más infeliz es la de una república o un príncipe reducidos a términos de no poder estar en paz ni en guerra. En este caso se encuentran los que para la paz sufren condiciones demasiado gravosas, y para la guerra se exponen a ser presa de sus aliados o de sus enemigos.

A tal extremo se llega, o por los malos consejos, o por las malas determinaciones, o por no calcular bien las propias fuerzas, porque la república o el príncipe que las mide bien, con dificultad llega al término en que se encontraron los latinos; quienes no supieron hacer la guerra ni la paz con los romanos cuando debían hacerla, de modo que la enemistad y la amistad de Roma les fue igualmente perjudicial. Los venció y redujo a la mayor extremidad. (Discursos, 2, XXIII)

A veces conviene elegir, aunque sea necesario elegir la guerra. Ya lo dijo un indignado Churchill tras la vergonzosa negociación con la Alemania nazi: “Inglaterra tenía para escoger entre la deshonra y la guerra, escogió la deshonra y tendrá guerra”. También cita Tucídides que “determinad hacer esta guerra y no os espantéis de las dificultades de ella, antes pensad el

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bien que os vendrá de la larga paz que ha de seguirla. Porque de la guerra nace la paz, y en el reposo y descanso no estamos seguros de que no se pueda mover guerra.”

APROVECHAR LA DESUNIÓN DE ENEMIGO 

La causa de la desunión en las repúblicas nace muchas veces del ocio que sigue a la paz, y el motivo de la unión del miedo a la guerra. (Discursos, 2, XXV)

Siendo astuto, hay que pensar menos en la guerra cuanto mayor sea la desunión en los enemigos para, con las artes de la paz, someterlos. El modo de conseguir esto es inspirar confianza a los parciales de cada bando y ofrecer tu mediación mientras no llegan a las armas. Cuando esto sucede, ayudar algo a la parte más débil para mantener la lucha y que ésta cause la ruina de unos y de otros, sin presentar grandes fuerzas que les hagan sospechar tus propósitos de opresión y tus deseos de llegar a ser su rey. Observando esta conducta conseguirás el fin que ambicionas. (Discursos, 2, XXV)

Sabio consejo, similar a la estrategia china de “observar los fuegos que arden al otro lado del río” que consiste en dejar que los enemigos se destruyan entre ellos. Hay que aprovechar las contradicciones del adversario y atacar sus alianzas.

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BOICOTEAR LA PAZ 

Cuando alguno quiere quitar a un pueblo o a un príncipe el deseo de un convenio, el medio más eficaz y duradero consiste en hacerle cometer una gran maldad contra aquel con quien se quiere que trate, porque el temor del castigo que crea merecer por el crimen cometido, le tendrá siempre alejado de él. (Discursos, 3, XXXII)

Se trata de instigar a alguien a que cometa una atrocidad contra un tercero. El temor a represalias hará que nunca intente aliarse.

CÓMO PROVOCAR LA GUERRA 

Este procedimiento de provocar nuevas guerras lo han empleado siempre las naciones poderosas que tienen algún respeto a la fe de los tratados, porque si quiero guerrear con un príncipe al que le unen tratados de paz respetados algún tiempo, con cualquier motivo o pretexto atacaré a un aliado suyo y, o tomará su defensa, en cuyo caso consigo mi intento guerreando contra él, o le abandonara a su suerte, y entonces pondrá de manifiesto su debilidad o su infidelidad a la obligación de defender a sus protegidos. Cualquiera de ambas cosas le han de acarrear la pérdida de la fama y contribuirán a mi intento. (Discursos, 2, IX)

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Si se han de realizar hostilidades, hay que realizarlas contra los aliados de quien de verdad queremos ofender. Sólo podrá acudir en su ayuda, con lo cual entramos en conflicto o, si no lo hace, perderá mas aliados por no parecer de confianza.

EL ENEMIGO TE HACE FUERTE 

Los príncipes se hacen grandes cuando superan las dificultades y los obstáculos que se les oponen. Por eso la fortuna -especialmente cuando quiere ensalzar a un príncipe nuevo, que tiene más necesidad de conquistar reputación que un príncipe hereditario- hace que le nazcan enemigos, a quienes lleva a realizar empresas en contra suya con el fin de que él encuentre medios de superarlas y por la escala que sus enemigos le han proporcionado ascienda todavía más alto. Por esta razón estiman muchos que un príncipe sabio debe, cuando tenga la oportunidad, fomentarse con astucia alguna oposición a fin de que una vez vencida brille a mayor altura su grandeza. (El Príncipe, XX)

Los amigos te ocultan las faltas y los enemigos nos hacen superarnos. Más bien le hacen al prudente sus enemigos que al necio sus amigos. Conviene buscarse un enemigo no demasiado poderoso para superarnos, y que una vez vencido, aumente nuestro prestigio.

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ALIANZAS 

No es determinación prudente contraer alianza con un príncipe que tenga más fama que fuerza. (Discursos, 2, XI)

Entre quien está armado y quien está desarmado no hay proporción alguna, y no es razonable que quien está armado obedezca de buen grado a quien está desarmado, ni que el desarmado se sienta seguro entre servidores armados, ya que -por haber en el uno desdén y en el otro temor- es imposible que actúen juntos correctamente. (El Príncipe, XIV)

Si no quieres una alianza absurda y nefasta, hazlo con quien tenga una fuerza similar a la tuya.

Solamente son buenas, solamente son seguras, solamente son duraderas aquellas formas de defensa que dependen de ti mismo y de tu propia virtud. (El Príncipe, XXIV)

Las repúblicas y los príncipes verdaderamente poderosos no adquieren aliados por dinero, sino con el valor y la reputación de su fuerza. Una de las señales para conocer el poderío de un estado, es su manera de vivir con sus vecinos. Cuando se arregla de modo que éstos, para conservar su amistad, le pagan tributos,

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seguramente el estado es poderoso. Si sus vecinos, aun siendo inferiores en fuerza, le sacan dinero, la prueba de su debilidad es evidente. (Discursos, 2, XXX)

Todo lo que aquí se describe sigue en vigor hoy en día. Sólo nos podemos fiar de las fuerzas propias y no de las prestadas. Si eres fuerte, te pagarán. Si te crees fuerte pero estás pagando a otros más débiles, ¿quién es el débil?

Hay que guardarse de entablar una alianza con alguien más poderoso que tu para atacar a otros, a no ser que te veas forzado a ello. La razón es que en caso de victoria te haces su prisionero y los príncipes deben evitar en la medida de lo posible el estar a discreción de los demás. También se adquiere prestigio cuando se es un verdadero amigo y un verdadero enemigo, es decir, cuando se pone resueltamente en favor de alguien contra algún otro. Esta forma de actuar es siempre más útil que permanecer neutral, porque cuando dos estados vecinos entran en guerra, como son de tales características que si vence uno de ellos haya de temer al vencedor. El vencedor no quiere amigos dudosos que no lo defiendan en la adversidad; el derrotado no te concede refugio por no haber querido compartir su suerte con las armas en la mano. (El Príncipe)

Nunca te alíes a otro más fuerte para atacar a otros. Si todo acaba en victoria, tú serás uno de los

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derrotados. Por otra parte, la tibieza no es buena en la diplomacia: hay que tomar partido cuando dos vecinos pelean y que el que venza será más fuerte y te amenazará.

Reglas de las alianzas: - Impedir que tus competidores se unan para

oponérsete. - Si existen alianzas poderosas, evita atacarlas. - Si es preciso atacar, primero separa a tu

competidor de sus aliados. - Usa con habilidad a tus propios aliados. - No elijas aliados que no convengan. - Debes saber cómo conservar una alianza y

cuándo terminarla.

FUERTES Y DÉBILES 

Siempre ocurrirá que el que no es tu amigo buscará tu neutralidad y el que es tu amigo te exhortará a que combatas a su lado. Los príncipes indecisos, por evitar los peligros presentes, siguen las más de las veces la vía neutral, y las más de las veces se hunden. Por el contrario, cuando el príncipe se alinea valientemente con una de las partes, si vence tu aliado -por muy poderoso que sea y aunque permanezcas en sus manos-, habrá contraído una obligación hacia ti y unos vínculos de amistad contigo; y los hombres nunca son tan deshonestos como para actuar en contra tuya dando una muestra tan grande de ingratitud. Además, las victorias nunca son tan completas que

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el vencedor no se vea obligado a guardar algún temor y especialmente a la justicia. Por otra parte, si aquel a quien te has adherido resulta derrotado, siempre te proporcionará un refugio, te ayudará mientras pueda y será copartícipe de una fortuna que puede aún enderezarse. En el segundo caso, cuando nada tienes que temer de los que se enfrentan, todavía es más inteligente unirse a uno de ellos, pues contribuyes a la ruina de uno con la ayuda de quien lo debería salvar si fuera sabio. En el caso de que tu aliado venza, queda en tus manos; y es imposible que no venza si tú le ayudas. Se ha de señalar aquí que un príncipe debe guardarse de entablar una alianza con alguien más poderoso que él para atacar a otros, a no ser -como antes dijimos- que se vea forzado a ello. La razón es que en caso de victoria te haces su prisionero y los príncipes deben evitar en la medida de lo posible el estar a discreción de los demás. (El Príncipe, XXI)

Según Maquiavelo, la neutralidad a nada conduce. Aliarse de forma clara tiene más ventajas, tanto en victoria como en derrota.

MANTENER LA PALABRA DADA 

Cuán loable es en un príncipe mantener la palabra dada y comportarse con integridad y no con astucia, todo el mundo lo sabe. Sin embargo, la experiencia muestra en nuestro tiempo que

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quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con astucia el ingenio de los hombres. Al final han superado a quienes se han fundado en la lealtad. (El Príncipe, XVIII)

Debéis, pues, saber que existen dos formas de combatir: la una con las leyes, la otra con la fuerza. La primera es propia del hombre, la segunda de las bestias; pero como la primera muchas veces no basta, conviene recurrir a la segunda. Por lo tanto, es necesario a un príncipe saber utilizar correctamente la bestia y el hombre. Este punto fue enseñado veladamente a los príncipes por los antiguos autores, los cuales escriben cómo Aquiles y otros muchos de aquellos príncipes antiguos fueron entregados al centauro Quirón para que los educara bajo su disciplina. Esto de tener por preceptor a alguien medio bestia y medio hombre no quiere decir otra cosa sino que es necesario a un príncipe saber usar una y otra naturaleza y que la una no dura sin la otra. Estando, por tanto, un príncipe obligado a saber utilizar correctamente la bestia, debe elegir entre ellas la zorra y el león, porque el león no se protege de las trampas ni la zorra de los lobos. Es necesario, por tanto, ser zorra para conocer las trampas y león para amedrentar a los lobos. Los que solamente hacen de león no saben lo que se llevan entre manos. No puede, por tanto, un señor

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prudente -ni debe- guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa. Si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería correcto, pero -puesto que son malos y no te guardarían a ti su palabra- tú tampoco tienes por qué guardarles la tuya. Además, jamás faltaron a un príncipe razones legítimas con las que disfrazar la violación de sus promesas. Se podría dar de esto infinitos ejemplos modernos y mostrar cuántas paces, cuántas promesas han permanecido sin ratificar y estériles por la infidelidad de los príncipes; y quien ha sabido hacer mejor la zorra ha salido mejor librado. (El Príncipe, XVIII)

Está muy bien cumplir la palabra dada y ser noble como un león, pero si las circunstancias obligan, es conveniente ser como una zorra y no mantener la palabra dada alegando múltiples razones si de ello sacamos ventaja.

DECISIONES ENÉRGICAS. NO VACILAR. 

La ambigüedad y la incertidumbre sobre lo que debe hacerse, no hay palabras que la expliquen; pero tomado un partido y resuelto el ánimo a realizarlo, fácilmente se encuentran frases para explicarlo. Insisto en esta observación, por haber visto muchas veces los perjuicios de la indecisión en los negocios públicos, con daño y

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vergüenza de nuestra república, y en los casos dudosos, cuando se necesita energía para resolver, habrá siempre incertidumbre, si los llamados a aconsejar y determinar son hombres débiles.

No es menos nociva la lentitud y tardanza en las resoluciones, sobre todo si se refieren a auxiliar a un aliado, porque le privan del auxilio y dañan al mismo que en ellas incurre. La lentitud en las determinaciones procede, o de flaqueza de ánimo, o de falta de fuerzas, o de perfidia en los encargados de tomarlas, quienes, por deseo de arruinar la patria o de lograr cualquier aspiración personal, en vez de facilitar las determinaciones, las estorban y entretienen de mil modos. Los buenos ciudadanos, aunque vean que en un arrebato popular se toma decisión perniciosa, jamás la impiden, sobre todo tratándose de cosas que no admiten espera. (Discursos, 2, XV)

Tómate un tiempo razonable para sopesar cada asunto. Este tiempo no debe sobrepasar en ningún momento el necesario para evitar que la situación se pudra y degenere. Una vez ponderado todo, decidir y ejecutar la decisión.

TRES VÍAS PARA QUE SE ENGRANDEZCA UNA REPÚBLICA 

Quien lea atentamente la historia antigua observará que las repúblicas han tenido tres modos

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de engrandecerse. Uno el practicado por los antiguos toscanos, que consistía en formar una liga de varias repúblicas, sin que ninguna de ellas ejerza sobre las otras autoridad o preeminencia. En tal caso las ciudades conquistadas entran a formar parte de la liga. El segundo modo consiste en aliarse con otros estados, cuidando de conservar la superioridad del mando, la capitalidad y la iniciativa en las empresas; éste fue el empleado por los romanos. El tercero en convertir en súbditos, y no en aliados, a los vencidos, como hicieron los espartanos y los atenienses. De estos tres sistemas de engrandecimiento, el tercero es inútil, y lo fue en las dos citadas repúblicas, las cuales perecieron por haber hecho conquistas que no podían conservar. Porque gobernar por fuerza ciudades sometidas, sobre todo si están acostumbradas a vivir libres, es cosa difícil y de gran trabajo. Sin numeroso ejército no podréis regirlas y gobernarlas; y para tener muchas tropas necesitáis alianzas que aumentan vuestra población. Por no haber hecho Atenas y Esparta ni lo uno ni lo otro, sus procedimientos fueron ineficaces. Roma, ejemplo del segundo sistema, hizo ambas cosas, y así logró poder tan grande. Por ser el único estado que constantemente siguió estas reglas fue el único en llegar a tanta dominación (Discursos, 2, IV)

Para aliarse, siempre con iguales, ya sea sin preeminencia sobre el resto o con ella. Convertir en súbditos a los vencidos nunca da resultados.

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SI NO PUEDES CONTRA ÉL, MEJOR CON ÉL 

Cuando se presenta una dificultad grave en una república o contra una república por causas internas o externas, y llega a un punto de inspirar general temor, es mucho mejor contemporizar con ella que intentar extirparla; porque casi siempre lo ejecutado para extinguirla, aumenta y acelera el mal temido.

Tales accidentes ocurren en las repúblicas con más frecuencia por causas interiores que exteriores, porque muchas veces, o se tolera adquirir a un ciudadano más autoridad de la razonable, o se empieza a alterar una ley que es nervio y vida de las instituciones libres. Permítese la continuación de este error, hasta llegar a ser peor intentar remediarlo que dejarlo seguir; y es tanto más difícil conocer tales inconvenientes cuando aparecen, cuanto más natural es en los hombres favorecer siempre todo lo que empieza, especialmente las obras que aparentan llevar en sí alguna virtud y ejecutan los jóvenes; porque si en una república aparece un joven noble de mérito extraordinario, todos los ciudadanos fijan en él la vista, y acuden sin consideración alguna a tributarle honores; de suerte que por poca ambición que tenga, uniendo a los méritos con que le dotó la naturaleza los favores de sus compatriotas, llega rápidamente a tan elevada

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posición, que, cuando los ciudadanos comprenden su error, apenas tienen medio de remediarlo; y si lo intentan con los recursos que les quedan, sólo consiguen afirmar su poder.

Repito, pues, que, siendo difícil conocer estos males cuando empiezan, por lo que ilusionan las cosas en su principio, es más atinado y sensato contemporizar con ellos que contrarrestarlos abiertamente, porque, contemporizando, o desaparecen por propia consunción, o se prorrogan a largo plazo. Los gobernantes que quieran destruir u oponer resistencia a la fuerza e ímpetu de estos males, deben ser muy vigilantes para no aumentar lo que quieren disminuir; atraer lo que desean alejar, y secar una planta regándola; deben estudiar bien el mal: si se encuentra en condiciones de poderlo curar, curarlo sin consideración alguna; y si no dejarlo estar, guardándose bien de contrariarlo. (Discursos, 1, XXXIII)

Aquí propone Maquiavelo apagar el fuego por medio del fuego, cuanto antes se consuma, antes se extingue. Las cosas tienen un ciclo, hay que ir a favor de ellas. Como todo sube y llega a un punto en que empieza a declinar, en este caso, la solución es acelerar el ascenso para que la caída se produzca cuanto antes.

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LA HUMILDAD NO VENCE LA SOBERBIA 

Vese muchas veces que la humildad, en vez de aprovechar perjudica, sobre todo si se emplea con hombres insolentes que por envidia o cualquiera otra causa os odian. Ningún príncipe debe descender de su rango, ni entregar voluntariamente cosa alguna, sino cuando la pueda o se crea que la puede conservar. Si se llega a término de tener que entregar algo, vale más dejar que lo tomen por fuerza que cederlo por temor, porque si lo das por miedo y deseo de evitar la guerra, las más veces no la evitas; que aquel a quien pruebas con la concesión tu cobardía, no se dará por satisfecho y querrá apoderarse de otras cosas, atreviéndose a más cuanto menos te estime. Por otra parte, encontrarás frialdad en tus defensores al creerte débil o cobarde.

Pero si tan pronto como descubras los deseos del adversario preparas tus fuerzas, aunque sean inferiores a las suyas, el mismo enemigo empieza a estimarte, y más aún los príncipes de los estados limítrofes; y al ver tu resolución por la defensa, quizá intente ayudarte alguno que jamás lo hiciera si te entregaras.

Entiéndase esto para el caso de que sólo tengas un enemigo, pues siendo varios, lo más prudente es dar a alguno de ellos parte de lo que posees para ganarlo en tu favor, aunque haya

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empezado la guerra, y en todo caso para separarle de los demás aliados contra ti. (Discursos, 2, XIV)

A los bravucones hay que atajarlos cuanto antes para que no se crezcan. Sólo así te respetan. A un espadachín fanfarrón no le mentes poemas, saca tu espada. Cita Tucídides que “tan natural es querer mandar a los que se quieren someter como guardarse y recatarse de los que le quieren acometer”

ASTUCIA O FUERZA 

Considero cosa ciertísima que rara vez o nunca llegan los hombres de escasos medios a elevado rango sin emplear la fuerza o la astucia, a no ser que lo obtengan por herencia o donación. Creo también que en muchas ocasiones la fuerza sola no basta; pero sí la astucia. Un príncipe deseoso de realizar acciones memorables, necesita aprender a engañar. Creo, pues, que jamás persona alguna de humilde estado ha logrado gran poder sólo por medio de la fuerza, empleándola franca e ingenuamente; pero sí sólo con la astucia. Se ve, pues, que los romanos al principio de su engrandecimiento no dejaron de emplear la astucia, recurso siempre necesario para los que, de pequeños, quieren llegar a la grandeza, y menos vituperable cuanto más disimuladamente se emplea, como lo hicieron los romanos. (Discursos, 2, XIII)

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Aunque socialmente se desdeñe el uso de la astucia y se premie el “ir de frente”, en asuntos públicos es más seguro el uso de la astucia y del engaño. Nunca actuar de forma franca, buscar el punto débil.

PRESTIGIO 

 

EL PRESTIGIO DEL PRÍNCIPE 

Es notorio que cuando un príncipe o un pueblo llegan a tan grande reputación de valerosos que los demás pueblos o príncipes vecinos temen atacarle, jamás se verá agredido sino por necesidad ineludible de los agresores, y estará en el caso de elegir por su parte a quién de los vecinos ha de hacer guerra, mientras con industria mantiene a los demás tranquilos; cosa fácil, no sólo por el respeto que su poder infunde, sino también por los recursos que emplee para engañarlos, y adormecerlos. Las potencias más apartadas que no vivan en relaciones con ellos se cuidarán de los sucesos como de cosas lejanas que no les interesan: en este error continuarán hasta que el incendio se les acerque y, cuando les llegue, sólo tendrán para apagarlo las fuerzas propias, insuficientes contra un enemigo que ha llegado a ser poderosísimo. (Discursos, 2, I)

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Si vis pacem, para bellum1, citaba Vegecio.

AUDACIA E ÍMPETU 

Con el ímpetu y la audacia se consigue muchas veces lo que con los procedimientos ordinarios no se obtendría jamás. Cuando un príncipe desea obtener algo de otro, debe, si las circunstancias lo permiten, no dejarle tiempo para pensarlo, sino obrar de modo que éste comprenda la necesidad de decidirse prontamente, como sucederá si ve que negándose o no decidiéndose, puede ocasionar súbita y peligrosa indignación. (Discursos, 3, XLIV)

Actuar, aunque no tengamos los planes acabados, antes de que los demás los tengan medio pensados: eso es ímpetu. Audacia es asumir ciertos riesgos a cambio de poder obtener muchos más beneficios. En ambos casos, el riesgo debe ser calculado y tener previstos planes para caso de que el desarrollo de los acontecimientos nos sea desfavorable.

                                                             

1 Si quieres la paz, prepárate para la guerra 

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LOS GRANDES HOMBRES DEBEN TENER RASGOS HUMANITARIOS 

Cuánto más influye a veces en el ánimo de los hombres un acto generoso y caritativo, que uno feroz y violento, y cómo la ocupación de una provincia o de una ciudad que ha resistido a las armas, a las máquinas de guerra y a toda humana fuerza se consigue muchas veces por un ejemplo de bondad, de piedad, de castidad o de liberalidad, de los cuales se leen muchísimos en la historia. No dio tanto prestigio en España a Escipión el Africano la toma de Cartagena, como el ejemplo de castidad de devolver intacta a su marido una joven y bella esposa; la fama de este acto le produjo la amistad de toda España. La historia demuestra también cuánto desean los pueblos estas virtudes en los grandes hombres, y cuánto las alaban los escritores, tanto los que narran la vida de los príncipes, como los que les preceptúan la manera de vivir. (Discursos, 3, XX)

Elegir la realización de algún acto de humanidad o generosidad para conseguir el efecto deseado, como lealtad, alianzas, etc.

LAS PROMESAS HECHAS POR FUERZA NO DEBEN SER CUMPLIDAS 

Con cualquier acción se puede adquirir gloria; porque con la victoria siempre se logra, y

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con la derrota también si se demuestra que no fue por culpa del vencido, o ejecutando inmediatamente después alguna acción preclara que la haga olvidar; otra, que no es indigno dejar sin cumplir lo que por fuerza se promete. Las promesas forzadas que se refieren al interés público, cuando desaparece la fuerza que las impuso, se rompen sin deshonor para quien deja de observarlas. De esto hay muchos ejemplos en la historia, y diariamente se están presentando. Entre los príncipes no sólo no se observan las promesas hechas por fuerza, cuando ésta desaparece, sino tampoco las demás promesas, cuando dejan de existir los motivos por que se hicieron. (Discursos, 3, XLII)

Alemania se deshizo en cuanto tuvo ocasión de las condiciones del Tratado de Versalles 1 , ya que fue firmado por la fuerza. Nunca cumplas una promesa forzada ni esperes que lo hagan contigo.

                                                             

1 El Tratado de Versalles fue un tratado de paz firmado al final de la Primera Guerra Mundial que oficialmente puso fin al estado de guerra entre Alemania y los Países Aliados. Este  tratado  impuso  condiciones  humillantes  para Alemania,  que  en  cuanto  pudo  se  rearmó  e  inició  el desquite en la Segunda Guerra Mundial 

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SIN TÉRMINO MEDIO CON LOS ENEMIGOS 

Se debe huir sobre todo de términos medios por ser perniciosos como lo fueron a los samnitas cuando redujeron a los romanos a las Horcas Caudinas y, no queriendo seguir la opinión de aquel anciano que les aconsejó dejarlos volver con honor o matarlos, tomaron un término medio; los desarmaron e hicieron pasar por debajo del yugo, permitiéndoles marchar llenos de rabia y de ignominia. Poco tiempo después conocieron a su pesar los samnitas cuan atinado era el consejo del anciano y cuan perniciosa su citada determinación (Discursos, 2, XXIII)

A los enemigos, o se les trata con dignidad o se les aplasta. Actuar con medianía sólo traerá sed de venganza. En caso de duda, ponerse en su lugar y ponderar cual sería nuestra reacción.

GESTIONAR LAS CONQUISTAS 

Las conquistas hechas por repúblicas mal organizadas, que no toman por modelo a la romana, arruinan, en vez de engrandecer, al conquistador. Las falsas opiniones fundadas en malos ejemplos que corren con crédito en este nuestro corrompido siglo, hacen que los hombres no piensen apartarse de la rutina. Si las repúblicas y los príncipes lo creyeran, cometerían menos

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errores, serían más fuertes para contrarrestar el ímpetu de quien viniera a atacarlos, no fundarían esperanzas en la huida, y los que tuvieron en sus manos el gobierno de un estado sabrían conducirse mejor, o para engrandecerlo o para conservarlo. Comprenderían que aumentando el número de ciudadanos, procurándose aliados y no súbditos, estableciendo colonias que mantengan en la obediencia los países conquistados, reforzando con las presas del tesoro público, domando al enemigo con invasiones y batallas, y no con asedios de plazas, teniendo al estado rico y al ciudadano pobre y conservando cuidadosamente la disciplina militar, es como se hacen grandes las repúblicas y extienden su poder. Y si no les agradaban estos medios de engrandecimiento, pensarían que las conquistas por otro camino son ruinosas para las repúblicas, y pondrían freno a toda ambición, arreglando el estado con buenas leyes, buenas costumbres, renunciando a las conquistas y atendiendo sólo a la defensa, para la cual estuviera todo dispuesto. Sin embargo, como ya dije otra vez, cuando explique la diferencia entre organizarse para conquistar y disponerse para la defensa, es imposible que una república pequeña pueda vivir tranquila y gozar de su libertad; porque si no molesta a los vecinos, será molestada por ellos, y esta molestia le producirá el deseo y la necesidad de conquistar. Y si no halla el enemigo fuera lo hallará en casa, como parece indispensable que ocurra en todas las grandes ciudades. No

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adquieren fuerza los que se empobrecen con la guerra, aunque sean victoriosos, ni aquellos a quienes las conquistas cuestan más que éstas producen (Discursos, 2, XIX)

Antes de lanzarse a una conquista, hay que estudiar si en caso de conseguirla nos será más beneficioso que perjudicial.

Las ciudades acostumbradas a vivir libres y a ser gobernadas por sus habitantes están contentas y tranquilas con una dominación que no ven a diario, y parece reprobarles diariamente su servidumbre.

Tanto mejor se echan en tus brazos los hombres cuanto menos deseo muestras de sujetarlos, y tanto menos temen por su libertad cuanto más suave y humano te muestres con ellos. No quiere decir esto que no se deben emplear la fuerza y las armas; pero conviene que sea en último caso y a falta de otros medios. (Discursos, 2, XXI)

Una vez realizada la conquista, el trato debe ser humano y suave, y sobre todo, sin ostentación de nuestro poderío. Manejar los asuntos como quien fríe un pequeño pez: con cuidado y sin moverlo mucho.

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EL PRÍNCIPE NUEVO EN CIUDAD O PROVINCIA CONQUISTADA POR ÉL, DEBE REFORMARLO 

TODO 

Quien se apodera de una ciudad o de un estado y no quiere fundar en él una monarquía o república, el mejor medio para conservarlo, por lo mismo que los fundamentos de su poder son débiles, consiste en reformarlo todo para que la organización sea nueva, como lo es el príncipe, nuevo el gobierno, con nuevo nombre, con nueva autoridad, con nuevos hombres que la ejerzan, y convertir a los pobres en ricos.

Son estos medios cruelísimos, sino inhumanos; todos deben evitarlos, prefiriendo la vida de ciudadano a ser rey a costa de tanta destrucción de hombres. Quien no quiera seguir este buen camino y desee conservar la dominación, necesita ejecutar dichas maldades. Los hombres, sin embargo, escogen un término medio, que es perjudicialísimo, porque no saben ser ni completamente buenos, ni completamente malos. (Discursos, 1, XXVI)

Son enemigos tuyos todos aquellos a quienes has lesionado al ocupar aquel principado, mientras no puedes conservar como amigos a aquellos que te introdujeron en él por no poderles dar satisfacción en la medida en que se habían imaginado y porque las obligaciones que con ellos has contraído te impiden usar en su contra

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medicinas fuertes, ya que para entrar en un país siempre se tiene necesidad, por más fuertes que sean los ejércitos propios, del favor de los habitantes. (El Príncipe, III)

El que adquiere territorios nuevos debe respetar dos principios si quiere conservarlos: el primero consiste en extinguir la familia del antiguo príncipe; el segundo en no alterar ni sus leyes ni sus tributos. El resultado será que el nuevo territorio formará en brevísimo tiempo un solo cuerpo con su antiguo principado. Aquellos a quienes ha perjudicado, al quedar dispersos y empobrecidos, no le pueden nunca ocasionar daño alguno; todos los demás permanecen por un lado no perjudicados, con lo cual deberán estar quietos, y por otro con miedo a equivocarse, temerosos de que les suceda a ellos igual que a los expoliados. (El Príncipe, III)

Mantener las conquistas exige mucha habilidad y un gran derroche de energías. Lo más sensato es descabezar totalmente la cúpula anterior manteniendo las normas anteriores. Este caso se puede apreciar muy a menudo en empresas que absorben a otras más pequeñas: mantienen su sistema de funcionamiento, pero desaparecen sus anteriores directivos.

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SABER PARAR EN EL ÉXITO 

El usar palabras ofensivas contra el enemigo nace las más veces de la soberbia que la victoria engendra o de la falsa esperanza de vencer, falsa esperanza que hace errar a los hombres no sólo en lo que dicen, sino también en lo que hacen, porque al penetrar en su corazón le hace traspasar los justos límites y perder con frecuencia la ocasión de conseguir un bien seguro por ambicionar otro mayor, pero incierto. Cuando Aníbal derrotó a los romanos en Canas, envió comisionados a Cartago para dar cuenta de su victoria y pedir recursos. Discutióse mucho en el senado sobre lo que debía hacerse. Hannón, anciano y prudente ciudadano cartaginés, aconsejó que se aprovechara la victoria hábilmente para ajustar la paz, pues como vencedor, se obtendría con condiciones ventajosas y no esperar a tenerla que pedir como vencido; porque el propósito de los cartagineses era demostrar a Roma que tenían fuerzas y medios para combatirla y, conseguido el triunfo, no se debía aprovechar esta ventaja por la esperanza de otro mayor. Rechazóse el consejo y el senado cartaginés comprendió lo bueno que era cuando pasó la oportunidad de seguirlo. (Discursos, 2, XXVII)

El mayor error que pueden cometer los príncipes que se ven atacados por fuerzas muy superiores a las suyas desde hace largo tiempo, es, por tanto, negarse a un acuerdo, sobra todo si se lo

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ofrecen, porque las proposiciones no serán tan duras que no favorezcan de algún modo a quien las acepta, y en tal sentido se interpretan como una victoria suya. (Discursos, 2, XXVII)

Es muy sensato negociar cuando se ha alcanzado una posición de fuerza respecto a la otra parte y además se ve claramente que no podremos vencerlo. Israel ha ganado muchas guerras a sus vecinos árabes negociando la paz desde una posición ventajosa, pero declinando el aplastar a sus enemigos, pues sabe que no tiene semejante poder.

ESCOGER LA OPCIÓN DE MENOS INCONVENIENTES 

Quien examine atentamente las cosas humanas observará que, cuando se evita un inconveniente, siempre aparece otro. Si quieres, pues, tener un pueblo numeroso y armado para engrandecer el imperio, lo has de organizar de tal suerte que no siempre puedas manejarlo a tu gusto, y si lo mantienes poco numeroso o desarmado, para dominarle y llegar a hacer conquistas, no podrás conservarlas, cayendo en vileza tal que serás presa de cualquiera que te ataque. Conviene, pues, en todas nuestras determinaciones escoger el partido que menos inconvenientes ofrezca, porque ninguno hay completamente libre de ellos. (Discursos, 1, VI)

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GUERRA

Un príncipe, pues, no debe tener otro objeto, ni otra preocupación, ni considerar competencia suya cosa alguna, excepto la guerra y su organización y dirección, porque éste es un arte que corresponde exclusivamente a quien manda. Y además comporta tanta virtud que no tan sólo mantiene en su lugar a quienes han nacido príncipes, sino que muchas veces eleva a ese rango a hombres de condición privada. En contrapartida, la experiencia muestra que, cuando los príncipes han pensado más en las exquisiteces que en las armas, han perdido su Estado. Pues el motivo fundamental que te lleva a perderlo es el descuidar este arte, y el motivo que te lo hace adquirir es el ser experto en el mismo. (El Príncipe, XIV)

PRINCIPIOS DEL ARTE DE LA GUERRA 

 

REGLAS DE LA GUERRA 

Me doy cuenta de que he hablado de muchas cosas que vosotros por vuestra cuenta habéis podido aprender y considerar. Pero lo he hecho, como en su momento os indiqué, para mejor mostraros mediante ellas las características del ejercicio militar, y para complacer, si es que alguno

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existe, a quienes no han tenido las mismas facilidades que vosotros para aprenderlas. No me queda más que daros algunas reglas generales que sin duda conoceréis perfectamente. Son las siguientes:

- Lo que favorece al enemigo nos perjudica a nosotros, y lo que nos favorece a nosotros perjudica al enemigo.

- Aquel que durante la guerra esté más atento a conocer los planes del enemigo y emplee más esfuerzo en instruir a sus tropas incurrirá en menos peligros y tendrá más esperanzas de victoria.

- Jamás hay que llevar a las tropas al combate sin haber comprobado su moral, constatado que no tienen miedo y verificado que van bien organizadas. No hay que comprometerlas en una acción más que cuando tienen moral de victoria.

- Es preferible rendir al enemigo por hambre que con las armas, porque para vencer con éstas cuenta más la fortuna que la capacidad.

- El mejor de los proyectos es el que permanece oculto para el enemigo hasta el momento de ejecutarlo.

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- Nada es más útil en la guerra que saber ver la ocasión y aprovecharla.

- La naturaleza produce menos hombres valientes que la educación y el ejercicio.

- En la guerra vale más la disciplina que la impetuosidad.

- Si algunos enemigos se pasan a las filas propias, resultarán muy útiles si son fieles, porque las filas adversarias se debilitan más con la pérdida de los desertores que con la de os muertos, aunque la palabra desertor resulte poco tranquilizadora para los nuevos amigos y odiosa para los antiguos.

- Al establecer el orden de combate es mejor situar muchas reservas tras la primera línea que desperdigar a los soldados por hacerla más larga.

- Difícilmente resulta vencido el que sabe evaluar sus fuerzas y las del enemigo.

- Más vale que los soldados sean valientes que no que sean muchos, y a veces es mejor la posición que el valor.

- Las cosas nuevas y repentinas atemorizan a los ejércitos; las conocidas y

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progresivas les impresionan poco. Por eso conviene que, antes de presentar batalla a un enemigo desconocido, las tropas tomen contacto con él mediante pequeñas escaramuzas.

- El que persigue desordenadamente al enemigo después de derrotarlo, no busca sino pasar de ganador a perdedor.

- Quien no se provee de los víveres necesarios, está ya derrotado sin necesidad de combatir.

- Quien confía más en la caballería que en la infantería, o al contrario, escogerá en consecuencia el campo de batalla.

- Si durante el día se quiere comprobar si ha entrado algún espía en el sector propio, se ordenará que todos los soldados entren en sus alojamientos.

- Hay que cambiar de planes si se constata que han llegado a conocimiento del enemigo.

- Hay que aconsejarse con muchos sobre lo que se debe hacer, y con pocos sobre lo que se quiere realmente hacer.

- En los acuartelamientos se mantendrá la disciplina con el temor y el

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castigo; en campaña, con la esperanza y las recompensas.

- Los buenos generales nunca entablan combate sí la necesidad no los obliga o la ocasión no los llama.

- Hay que evitar que el enemigo conozca nuestro orden de combate; cualquiera que sea éste, debe prever que la primera línea pueda replegarse sobre la segunda y tercera.

- Si se quiere evitar la desorganización en el combate, una brigada no debe emplearse para otra misión distinta de la que se le tenía asignada.

- Las incidencias no previstas son difíciles de resolver; las meditadas, fáciles.

- El eje de la guerra lo constituyen los hombres, las armas, el dinero y el pan; los factores indispensables son los dos primeros, porque con hombres y armas se obtiene dinero y pan, pero con pan y dinero no se consiguen hombres y armas.

- El no combatiente rico es el premio del soldado pobre.

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- Hay que acostumbrar a los soldados a despreciar la comida delicada y la vestimenta lujosa.

Estas son las generalidades que se me ocurre recordaros. Sé que a lo largo de mi exposición se hubiera podido tratar de muchas otras cosas; por ejemplo, de cómo y según qué modalidades se ordenaban las líneas en la antigüedad; qué vestimenta usaban y qué otros tipos de instrucción practicaban, así como otros muchos detalles en los que no he creído necesario entrar, tanto porque podréis informaros por vosotros mismos como porque mi intención no era explicaros cómo fueron los ejércitos de la antigüedad, sino cómo se podría organizar hoy un ejército con más efectividad de la que actualmente constatamos. Por eso no he considerado oportuno traer a colación otros aspectos de la antigüedad más que en la medida. (Del Arte de la Guerra)

Lo que aquí expone Maquiavelo se parece mucho a lo que Flavio Vegecio Renato escribió en su Epitoma Rei Militaris en el Siglo IV:

- Es la naturaleza de la guerra que lo que os resulta beneficioso va en desventaja del enemigo y que, lo que a él sirve, a vosotros os daña. Es, pues, una máxima, no nacer nunca, u omitir hacer, algo que le sirva sino atender siempre a vuestro propio interés.

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- Os perjudicaréis si hacéis lo mismo que él hace en su propio beneficio. Por el mismo motivo, será malo para él imitaros en lo que ejecutáis en vuestro provecho.

- Cuanto más acostumbradas estén vuestras tropas a las guardias del campamento en lugares de frontera y cuanto más disciplinadas sean, a menos riesgos estarán expuestas en el campo de batalla.

- Los hombres han de estar suficientemente entrenados antes de llevarlos frente al enemigo.

- Es mucho mejor derrotar al enemigo por hambre, sorpresa o terror que en batallas campales pues, en última instancia, la fortuna ha tenido a menudo más cuenta que el valor. Tales empeños resultan mejores cuando el enemigo los ignora completamente hasta el instante en que se ejecutan. En la guerra, se depende más a menudo de la casualidad que del valor.

- Es de mucha utilidad atraerse a los soldados enemigos y estimularles cuando son sinceros en su rendición, pues un adversario resulta más debilitado por la deserción que por la muerte.

- Es mejor tener varios cuerpos en reserva que extender demasiado vuestro frente.

- Un general no será fácilmente derrotado si tiene una idea clara de sus fuerzas y de las del enemigo.

- El valor es superior al número.

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- A menudo, vale más la elección del terreno que el valor.

- Pocos hombres nacen valerosos; muchos lo son por la fuerza de la disciplina.

- Un ejército se fortalece con el trabajo y se debilita con la inacción.

- No se han de conducir al combate las tropas sin confianza en la victoria.

- Lo novedoso y la sorpresa llevan al enemigo al temor, pero lo conocido no le afecta.

- Quienes persiguen desordenadamente a un enemigo que huye, parece rehusar la victoria que antes había ganado.

- Un ejército sin suministros de grano y otras provisiones necesarias será vencido sin lucha.

- Un general que tiene buena caballería debe elegir el terreno adecuado a ella y emplearla principalmente en el combate.

- Quien tenga una buena infantería debe escoger la situación más adecuada a ella para servirse de todas sus ventajas.

- Si en el campamento se introduce algún espía, ordenad a todos vuestros soldados que se introduzcan en sus tiendas y lo aprehenderéis de inmediato.

- Si veis que el enemigo conoce vuestros planes, cambiadlos inmediatamente.

- Consultad con muchos las medidas que se hayan de tomar, pero comunicad a pocos los planes que queréis ejecutar y que éstos sean de

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la mayor fidelidad o, aún mejor, no lo digáis a nadie.

- El castigo y el miedo son necesarios para mantener el orden de los soldados en el cuartel; pero en el campo de batalla se les estimula más con la esperanza y la recompensa.

- Los buenos oficiales nunca combaten en batallas campales a menos que se les presente una oportunidad o les obligue la necesidad.

- Derrotar al enemigo por hambre antes que por la espada es una muestra de habilidad excelente.

- Muchas normas se pueden dar respecto a la caballería. Pero, pues que esta arma ha crecido en perfección desde los antiguos escritos y se han hecho considerables mejoras en sus formaciones y maniobras, en sus armas y en la calidad y manejo de sus caballos, nada se puede obtener de sus escritos. Nunca disciplina actual es bastante.

- El orden de combate debe ser cuidadosamente ocultado al enemigo, para que no pueda precaverse contra aquél y tomar sus propias medidas.

FINALIDAD DE HACER LA GUERRA 

Los propósitos de quienes por elección o por ambición hacen la guerra, son conquistar y conservar lo conquistado, procediendo de modo

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que, en vez de empobrecerse su patria y los países conquistados, aumenten en riqueza. Para ello es necesario que en la conquista y en la conservación de lo conquistado se gaste lo menos posible, teniendo siempre la vista fija en la utilidad pública. (Discursos, 2, VI)

La guerra se realiza para obtener un beneficio. Si la conquista y mantenimiento de lo conquistado nos resulta más caro (sea en sangre o en dinero) que lo que obtenemos, estamos perdiendo.

VALORES 

 

CONVENCIMIENTO DE VICTORIA 

Jamás se comenzaba una expedición belicosa sin haber persuadido a los soldados de que los dioses les prometían la victoria. (Discursos, 1, XIV)

Era, pues, indispensable, por la igualdad de fuerzas y de valor, que ocurriera algo extraordinario para hacer más tenaces a los unos que a los otros, pues, como he dicho otras veces, en la obstinación consiste la victoria, y mientras dura aquélla en el pecho de los combatientes, ningún ejército vuelve la cara. (Discursos, 2, XVI)

Si se quiere que un ejército sea victorioso, es necesario inspirarle tal confianza que se crea seguro de vencer, suceda lo que suceda. Le hace

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confiar en su fuerza el estar bien armado y disciplinado y el conocerse los soldados unos a otros, para todo lo cual es preciso que vivan y se adiestren juntos. (Discursos, 3, XXXIII)

Un ejército debe tener voluntad de vencer a toda costa. Si carece de esta voluntad, la derrota es segura. Para conseguir este sentimiento de victoria es necesaria la disciplina, cohesión e instrucción.

Conviene también que el general merezca la confianza de los soldados por su prudencia y habilidad, y confiarán seguramente en él si de ordinario le ven solícito y valeroso desempeñando su elevado cargo con la dignidad que le corresponde, como sucederá si castiga las faltas, no fatiga innecesariamente a los soldados, cumple sus promesas, muestra fácil el camino de la victoria y oculta o atenúa lo que puede infundir temor. Observados bien estos preceptos, el ejército tendrá confianza, y, confiando, vencerá. El verdadero valor, la excelente disciplina y la confianza que inspiran repetidas victorias, no las anulan cosas de poca monta; ni una preocupación vana les amedrenta, ni un ligero desorden les perjudica. (Discursos, 3, XXXIII)

Aquí describe las virtudes del generalato que son válidas para cualquier cargo similar en cualquier organización o empresa.

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VALOR Y DISCIPLINA EN LOS EJÉRCITOS 

Distinguiré tres clases de ejércitos; unos que tienen valor y disciplina, porque la disciplina mantiene el verdadero valor, como sucedía en los ejércitos romanos. En un ejército bien organizado nadie debe hacer más que lo que está dentro de sus atribuciones, y en el romano, que debe servir de ejemplo a todos los demás, porque venció al mundo entero, ni se comía, ni se dormía, ni se aprovisionaba, ni se hacía ningún acto militar ni civil sin orden del cónsul. Los ejércitos organizados de otro modo no son verdaderos ejércitos, y si alcanzan alguna ventaja, débese a ciega impetuosidad, no a verdadero valor.

Cuando el valor está sujeto a la disciplina, se emplea a propósito y en la forma conveniente, sin que pueda abatirlo ni desalentarlo ningún obstáculo. Con el buen orden renacen las fuerzas y el aliento y la esperanza en el triunfo, que nunca falta mientras aquél se mantiene. Lo contrario sucede en la segunda clase de ejércitos. En ella domina el furor y no la disciplina, y así eran las tropas de los galos, cuyo ardor desaparecía durante el combate; porque si no alcanzaban la victoria al primer choque, faltándoles la disciplina, que sostiene el valor, y no teniendo cosa alguna que les inspirara confianza, salvo el furor con que empezaban la batalla, cuando se enfriaba el primer ardimiento eran vencidos.

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No sucedía esto en los ejércitos romanos. Tranquilos ante el peligro por su buena organización, sin desconfiar de la victoria, firmes en sus posiciones, con igual valor y tenacidad combatían al principio que al fin de la batalla, y el ardor del combate aumentaba su esfuerzo.

La tercera clase de ejércitos es aquella en que las tropas no tienen valor natural ni disciplina militar, y sólo vencerán en el caso de que cualquier imprevisto accidente ponga en fuga al enemigo. (Discursos, 3, XXXVI)

Sin valor ni disciplina, no es posible la victoria. Con sólo valor, hay algunas posibilidades, que se convierten en muy escasas ante un rival con las dos virtudes. Se cuenta que un general de la antigua China hizo ejecutar a un oficial que en un derroche de valor salió de las filas propias y mató varios enemigos. El motivo de la condena fue la indisciplina. Más tarde, este general ganó la batalla gracias a la disciplina de su ejército.

RESISTIR ES VENCER 

Quien tiene que combatir con varios enemigos, si puede resistir el primer ataque, aunque sea inferior a ellos en recursos, logrará vencerles. Cuando muchos poderosos se coligan contra uno que también lo es, aunque sin igual en fuerza a la que aquellos reúnen se debe esperar

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más del que está sólo y es más débil que de los aliados, a pesar de ser más fuertes; porque, dejando aparte las cosas que aprovechan mejor a uno que a varios (que son infinitas), siempre podrá el que está solo, empleando alguna astucia, desunir a los aliados y con ello, debilitarlos. Debe, pues, creerse indudable cuando estalla una guerra de varios contra uno, que éste triunfará si tiene talento militar para resistir el primer ímpetu y esperar los sucesos, ganando tiempo. Cuando no lo posea, se expondrá a multitud de peligros (Discursos, 3, XI)

Primera enseñanza: el que se siente acorralado peleará con desesperación. Segunda enseñanza: Si te ves en esta situación, intenta deshacer las alianzas. Cuando se formaba una coalición para atacar a Napoleón, éste siempre atacaba la parte más débil de ésta, intrigaba para debilitar la alianzas o se infiltraba entre el hueco de las fuerzas de dos aliados, atacando luego la retaguardia del mas débil.

EL DINERO NO ES EL NERVIO DE LA GUERRA 

Cada cual puede comenzar la guerra cuando guste, pero no acabarla; y los príncipes deben, antes de acometer empresa de esta clase, medir sus fuerzas y arreglarse a ellas, haciéndolo con tal prudencia que no le engañen las ilusiones, como sucederá si sólo se fía del dinero, de los obstáculos del terreno o del afecto de los hombres; pero le

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falta un buen ejército. Las tres cosas predichas aumentan las fuerzas, pero no las crean. Cada una por sí es nula, y para nada sirve sin el auxilio de un ejército fiel. Faltando éste, todo el dinero es inútil: inútil la fortaleza natural del país, inútil la fe y buena voluntad de los hombres, porque éstos no serán fieles a quien no puede defenderlos. Los montes, los lagos, los parajes inaccesibles, dejan de ser obstáculos cuando no hay quien los defienda, y el dinero, sin ejército, en vez de contener, alienta al enemigo codicioso. El rey de Lidia, Creso, enseñó al ateniense Solón, entre otras diferentes cosas, su inmenso tesoro, preguntándole qué le parecía su poder; a lo que respondió Solón que por aquella riqueza no lo juzgaba muy fuerte, puesto que la guerra se hacía con hierro y no con oro, y alguno con más hierro que él, podía quitarle el oro. Sostengo, pues, que no es el oro, como vulgarmente se dice, el nervio de la guerra, sino los buenos soldados, porque el oro no es suficiente para tener bien organizado ejército y éste sí lo es para encontrar oro. (Discursos, 2, X)

Lo primero es tener un buen ejército, lo demás es simplemente un potenciador de fuerzas, en el mejor de los casos. También advierte Maquiavelo de que se sabe cómo empieza una guerra, pero su resultado siempre es incierto y la situación final nunca es la esperada por todos los bandos.

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ORGANIZACIÓN 

 

EJÉRCITO NACIONAL 

Los príncipes y las repúblicas de ahora que para el ataque o la defensa no tienen ejército nacional, deben avergonzarse de sí mismos y meditar, que si les falta no es por carecer de hombres aptos para la milicia, sino por culpa de ellos, que no supieron hacerlos soldados. No cabe duda, pues, que si donde hay hombres no hay soldados, no es por culpa de su naturaleza o de la tierra que habitan, sino del príncipe que los gobierna. (Discursos, 1, XXI)

MERCENARIOS 

No adquieren fuerza los que se empobrecen con la guerra, aunque sean victoriosos, ni aquellos a quienes las conquistas cuestan más que éstas producen. (Discursos, 2, XX)

Las armas de otro o te vienen grandes o te pesan o te oprimen. (El Príncipe, XIII)

En la época que a Maquiavelo le toco vivir, muchos ejércitos eran mercenarios al mando de

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“condottieris”1, de ahí estos comentario de los que de todas formas se pueden extraer enseñanzas.

LOS ROMANOS DABAN A LOS GENERALES DE SUS EJÉRCITOS COMPLETA LIBERTAD PARA DIRIGIR LAS OPERACIONES MILITARES 

Creo que deben tenerse en cuenta, si se lee con fruto la historia de Tito Livio, las reglas de conducta del pueblo y del senado romano, y entre las muchas cosas dignas de estudio figura la extensión de la autoridad concedida a los cónsules, dictadores y demás generales de sus ejércitos, que era grandísima, no reservándose el senado sino el derecho de declarar la guerra o de confirmar la paz. Todo lo demás quedaba al arbitrio y bajo la potestad del cónsul. Porque acordada por el senado y el pueblo una guerra como, por ejemplo, la de los latinos, todos los detalles de la ejecución correspondían al cónsul, que podía dar una batalla

                                                             

1  Los  condotieros  (en  italiano  condottieri;  singular condottiero)  eran  los  capitanes  de  tropas mercenarias  al servicio de  las  ciudades‐estado  italianas desde  finales de la  Edad  Media  hasta  mediados  del  siglo  XVI.  La  palabra condottiero  deriva  de  “condotta”,  término  que  designaba al contrato entre el capitán de mercenarios y el gobierno que alquilaba sus servicios. 

 

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o no darla, sitiar una plaza u otra según lo estimara conveniente. (Discursos, 2, XXXIII)

Cita Sun Zi en “El Arte de la Guerra” que hay tres formas en que un soberano puede llevar a la derrota a su ejército:

- Si, ignorante de que el ejército no debería avanzar, ordena un avance; o si, ignorante de que no debería retirarse, ordena una retirada. Esto se conoce como desequilibrar al ejército.

- Si, ignorante de los asuntos militares, interfiere en su administración. Esto causa perplejidad entre los oficiales.

- Si, ignorante de los problemas del mando, interfiere en la dirección de la lucha. Esto engendra dudas en la mente de los oficiales.

MANDO 

 

MANDO ÚNICO 

El mando del ejército debe tenerlo uno y no varios, porque en más de uno es perjudicial. Cuán difícil es el mando ejercido por varios. Teniendo cada cual su opinión y deseando imponerla a los otros, se ocasiona que el enemigo se aproveche de su desacuerdo. (Discursos, 3, XV)

En tiempos de la República, los romanos llegaron a tener dos Cónsules (Mandos) para un ejército. Fue

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una de las causas de muchas victorias de Aníbal en Italia.

NO SE DEBE OFENDER A ALGUIEN Y DESPUÉS DARLE UN MANDO 

Deben las repúblicas no confiar mandos importantes a ciudadanos a quienes antes hayan ofendido gravemente. (Discursos, 3, XVII)

ERRORES EN EL MANDO 

Juzgaban de tanta importancia para los que tenían el mando de sus ejércitos la libertad de pensamientos y acción y no sujetar sus actos a consideraciones extrañas, que rehusaban añadir a lo que era por sí difícil y peligroso nuevas dificultades y peligros, convencidos de que, en caso contrario, ninguno podría operar valerosamente. Juzgando, pues, que, a los que en tal caso se encuentran, bastante pena es perder la batalla, no quiso intimidarlos con amenaza de mayor castigo. (Discursos, 1, XXXI)

Al comienzo de la invasión alemana a la URSS, los generales del Ejército Rojo tenían tanto miedo de que sus decisiones encolerizaran a Stalin que no se atrevieron a ejecutar ciertas operaciones, con nefasto resultado para su país. Curiosamente, les sucedió más

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tarde esto mismo a los generales alemanes, puesto que Hitler los destituía por cualquier motivo.

MEDIOS DE UN GENERAL PARA EVITAR LA INGRATITUD DEL PRÍNCIPE 

Para evitar un príncipe ser suspicaz o ingrato, debe dirigir personalmente las expediciones militares; porque, venciendo, suya es la gloría de la conquista; y cuando ellos no mandan las tropas, siendo la gloria de otros, parece que no pueden gozar de lo conquistado si no extinguen en los victoriosos la fama que por sí y para sí no supieron ganar, llegando a ser ingratos e injustos y siendo sin duda, más lo que pierden que lo que adquieren. Pero cuando por pereza, o por escasa prudencia permanecen ociosos en sus palacios y envían un general a mandar el ejército, lo único que aconsejo es lo que en tal caso saben hacer los generales por sí mismos.

Digo, pues, que no pudiendo, en mi opinión, librarse el general de las mordeduras de la ingratitud, haga una de estas dos cosas: o dejar el ejército inmediatamente después de la victoria, poniéndose en manos del príncipe, y cuidando de no ejecutar ningún acto de altivez ni de ambición, para que éste, libre de toda sospecha, le premie o no le ofenda, o si no quiere hacer esto, tome animosamente el partido contrario y acuda a todos los medios que juzgue apropiados para que la

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conquista resulte en su favor y no en el de su príncipe, procurándose la benevolencia de los soldados y de los súbditos; trabando nuevas amistades con los pueblos vecinos; guarneciendo con hombres de su confianza las fortalezas; seduciendo a los principales jefes de su ejército; teniendo seguros a los que no pueda corromper y procurando por tales medios castigar de antemano a su señor por la ingratitud de que seguramente le haría víctima. No hay más que estos dos caminos: pero como los hombres, según ya se ha dicho, no saben ser completamente buenos ni malos, sucede siempre que, a seguida de la victoria, ni quieren los generales dejar el ejército, ni pueden portarse con modestia, ni saber acudir a recursos extremos no desprovistos de grandeza y, permaneciendo indecisos, durante la indecisión son oprimidos. (Discursos, 1, XXX)

A Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, le sucedió todo lo que cita, ya que tras conquistar todo el Reino de Nápoles para Fernando de Aragón, no supo dejar a tiempo el mando o, por el contrario, alzarse contra su rey, con lo que acabó sus días amargado por la ingratitud real. Contemporáneo de Maquiavelo, tal vez tuviera en mente a este excepcional general cuando describe este ejemplo.

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EJERCICIO DEL MANDO 

Cuando un hombre llega a ejercer un mando desea que los demás se le parezcan, y la fortaleza de su espíritu le hace ordenar cosas difíciles y exigir el estricto cumplimiento de sus órdenes. Es regla ciertísima que cuando con severidad se manda rigurosamente hay que hacer cumplir el mandato, pues de otra suerte se engañará el que mande. Además, el que quiera ser obedecido necesita saber mandar. Saben hacerlo los que comparando sus fuerzas con las de quienes han de obedecer, cuando las ven en proporción conveniente, dan las órdenes, y cuando desproporcionadas en contra suya, se abstienen. Para ordenar cosas enérgicas y difíciles conviene ser fuerte, y los que tienen esta fortaleza de ánimo, no emplean blandura para hacerse obedecer. Los que carecen de ella no ordenen nada extraordinario, y en lo ordinario pueden mostrar la bondad de su carácter, pues los castigos ordinarios no se imputan a los que mandan, sino a las leyes y a las exigencias del orden. (Discursos, 3, XXII)

CUALIDADES QUE DEBE TENER UN GENERAL  

Las palabras que Tito Livio pone en boca de Valerio Corvino explican las condiciones que debe tener un general para inspirar confianza a sus tropas: “Mirad, además, bajo qué dirección y con qué auspicios se empeña la lucha; si el jefe no es

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más que un brillante orador, bueno sólo para ser oído, bravo sólo en palabras, inexperto en la guerra, o es hombre que sabe manejar las armas, marchar al frente de las banderas, meterse donde más empeñada es la lucha. Mis hechos, y no mis palabras, quiero que imitéis. No me pidáis solamente órdenes, sino también ejemplos”. Estas palabras, bien comprendidas, enseñan las cualidades necesarias para ser buen general, y a los que carezcan de ellas, si la fortuna o la ambición les lleva a desempeñar dicho cargo, en vez de honor le ocasionará desprestigio; porque no son los títulos los que honran a los hombres, sino éstos a los títulos. Téngase también en cuenta que si los grandes capitanes han empleado medios extraordinarios para inspirar confianza a un ejército de veteranos frente a un enemigo desconocido, con mayor razón deben emplearse cuando se manda un ejército de bisoños que no ha visto la cara al adversario; porque si el enemigo nuevo infunde temor a tropas veteranas, con mayor motivo debe infundirlo a un ejército de reclutas cualquier otro con quien haya de medir sus armas. (Discursos, 3, XXXVIII)

Mandar un gran ejército es parecido a mandar pocos hombres. Los generales romanos primero instruían a su fuerza, luego la endurecían y cohesionaban, mas tarde la empeñaban en pequeños combates para que adquirieran confianza en sí mismos y después ya podían usarlas donde quisieran. Naturalmente, desde Escipión o César hasta Napoleón o

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Rommel, las demostraciones de valor por parte de su general en lo más fiero del combate enardecía a sus tropas y en ocasiones les otorgaba la victoria.

En la Batalla del puente de Arcole, Napoleón, cargó a la cabeza de sus granaderos portando la bandera de Francia, atacando el puente que es bombardeado intensamente. Sus oficiales le gritan para que no se arriesgue más, hasta que su ayudante le protege con su propio cuerpo de una bala que le resultaría mortal.

Al día siguiente, Napoleón recurre a una estratagema y ordena a todos sus tambores y trompetas que describan un círculo alrededor de la retaguardia de su enemigo haciendo todo el ruido posible. El enemigo, creyendo que los franceses están atacando su retaguardia, deshace su sólida defensa y persigue los tambores con su ejército.

COMBATE 

 

CÓMO HACÍAN LA GUERRA LOS ROMANOS 

Si se estudian sus guerras desde el principio de Roma hasta el sitio de Veyos, veráse que todas las terminaron en seis, en diez o en veinte días; porque su costumbre era ir con el ejército, inmediatamente que se declaraba la guerra, al encuentro del enemigo y dar la batalla. Alcanzada

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la victoria, pedía el enemigo, para que no fuera su patria arrasada, condiciones de paz y los romanos les imponían la de cederles terrenos que distribuían entre individuos partidarios suyos, o dedicaban a la fundación de colonias situadas en la frontera enemiga, que venían a ser salvaguardia de la romana, con utilidad de los colonos a quienes se distribuían los campos de Roma, que, sin gastos, aseguraba sus fronteras.

No podía haber procedimiento más seguro, ni más formidable, ni más útil, porque mientras el enemigo estaba tranquilo, aquella guardia fronteriza era bastante; y cuando iba con poderoso ejército a atacar a la colonia, acudían los romanos con numerosas fuerzas, daban la batalla, la ganaban, imponían durísimas condiciones al vencido y volvíanse a su ciudad. De esta suerte adquirieron fama entre sus enemigos y aumentaron su poder. En cuanto al botín, modificaron su conducta, no siendo tan liberales como al principio, o por no parecerles necesario repartirlo entre soldados asalariados o porque, llegando a ser importantísimas las presas, determinaron enriquecer con ellas el tesoro público, para no verse obligados a mantener la guerra a costa de los tributos de los ciudadanos. Con tal procedimiento el erario llegó pronto a estar riquísimo.

Estos dos sistemas, el de emplear el botín en los gastos militares y el de fundar colonias en los

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países conquistados, hicieron que Roma se enriqueciera con las guerras, las cuales son causa de empobrecimiento para monarquías y repúblicas menos sabias. Con estos procedimientos y con terminar pronto las campañas, agotar las fuerzas de los enemigos por medio de frecuentes guerras, destruir sus ejércitos, devastar sus territorios y obligarles a hacer tratados ventajosos para Roma, fueron los romanos cada vez más ricos y poderosos. (Discursos, 2, VI)

Muchos estrategas, desde Sun Zi, Napoleón, Guderian y cualquier ejército moderno preconizan la “guerra relámpago” para tomar casi intacto el territorio enemigo. Si se decide atacar, lo sensato es hacerlo (o intentarlo) de forma que se logre la victoria de forma fulminante, como Julio César al emplear la famosa frase “vini, vidi, vinci”1. Naturalmente, el enemigo conocerá nuestra intención e intentará alargar todo lo posible la campaña con idea de forzar una guerra de desgaste en su propio territorio.

Una vez conseguida la victoria y la conquista de un nuevo territorio, lo sensato es usar el botín obtenido para incrementar el Tesoro propio sin dilapidarlo en recompensas.

                                                             

1 Llegué, vi, vencí. Frase que empleó Julio César al dirigirse al Senado romano, describiendo su victoria reciente sobre Farnaces II del Ponto en la Batalla de Zela

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Quien se organiza para poder luchar tres veces durante la acción ha de tener tres veces la fortuna contraria para ser vencido, y el enemigo el valor necesario para tres victorias seguidas. (Discursos, 2, XVI)

Las legiones romanas en tiempos de la República estaban divididas de acuerdo a la experiencia de los legionarios en tres líneas separadas:

- Los hastati, que eran los más jóvenes y formaban la línea delantera.

- Los príncipes, con edades rondando los treinta años, componían la segunda línea de la legión e iban armados al igual que los primeros.

- Los triarii, que eran los soldados veteranos y alineados atrás, que sólo entraban en combate en situaciones extremas.

En las legiones existía un dicho: "la pelea llegó a los Triarii", que se refería a la situación difícil en que una legión debía verse para recurrir a estas tropas de reserva.

Como moraleja, cada vez que emplees cualquier medio, nunca lo empeñes de una sola vez, es mejor hacerlo de forma escalonada y siempre contar con una reserva. Tener una adecuada reserva es siempre la clave para obtener el éxito.

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LOS QUE COMBATEN POR SU PROPIA GLORIA SON BUENOS Y FIELES SOLDADOS 

Cuánta es la diferencia entre un ejército satisfecho que combate por su gloria, y otro mal contento que pelea por la ambición ajena. Esto demuestra la inutilidad de los soldados mercenarios; los cuales combaten únicamente por el dinero que reciben, motivo insuficiente para hacerles fieles y adictos hasta el punto de dar la vida por la causa que defienden; y si los ejércitos no consideran como propia dicha causa, carecen del valor necesario para resistir a un enemigo algo esforzado. El amor a los intereses y a la honra de la patria sólo lo tienen los súbditos, y cuando se quiere conservar un estado, sea república o reino, preciso es armar a los ciudadanos o súbditos como han hecho cuantos con sus ejércitos engrandecieron la patria. (Discursos, 1, XLIII)

La moral de un ejército, y de cualquier organización, es fundamental. Hay ejércitos de milicias, que sin ser profesionales, bien dirigidos pueden ser invencibles si se identifican plenamente con su país. A otros, más profesionales, aun identificados con su patria, les pesa más el espíritu de cuerpo. Estos también son buenos ejércitos, pero si no se sienten apoyados por su pueblo, su moral solo se mantiene por el orgullo profesional. Lo peor es un ejército mercenario que sólo pelea por dinero. Su fidelidad y efectividad es más que dudosa.

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ATACAR EN TERRENO ENEMIGO O ESPERAR AL ENEMIGO EN EL PROPIO 

Cuando un príncipe tiene su pueblo armado y organizado para la guerra, debe esperar en sus estados al enemigo poderoso y no salir a su encuentro; pero si los súbditos están desarmados y desacostumbrados los pueblos a guerrear, debe apartarla de ellos cuanto pueda. De una o de otra manera, según los casos citados, le será más fácil la defensa. (Discursos, 2, XII)

Sobre este particular hay opiniones diversas. Combatir en tu territorio tiene como ventaja que tienes a tu disposición tus recursos y a tu población, pero si pierdes, no tienes donde replegarte. Si combates al enemigo fuera de tu país, todo está en tu contra, pero si ganas ya estás en su territorio y si pierdes, te puedes replegar al tuyo. Cuando Alemania atacó Francia en la II Guerra Mundial, los ingleses pudieron replegar gran parte de su ejército en Dunkerque, pues luchaban en país ajeno. Sin embargo, Alemania se replegó de Rusia y éstos le persiguieron hasta su territorio.

Bin Laden ha forzado a la OTAN a combatir en territorio lejano, con el esfuerzo logístico y de combate que supone. El resultado aun está por decidir, aunque el precedente es que ni Alejandro Magno, ni el Imperio Británico ni el Ejército Rojo lograron conquistar Afganistán.

En conclusión, no hay reglas fijas y es muy necesario ponderar todos los factores.

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LAS FORTALEZAS SON EN GENERAL MÁS PERJUDICIALES QUE ÚTILES 

Mientras Roma vivió libre y atenida a sus leyes y a su excelente régimen, jamás hizo fortalezas para sujetar ciudades o provincias, y sólo conservó alguna de las que encontró construidas.

Cuando un príncipe o república tiene miedo a sus súbditos o teme que se rebelen, es porque se hace odioso a ellos. Este odio nace de su mal comportamiento y el mal proceder de la confianza en su fuerza o de la poca prudencia de los gobernantes. Una de las cosas que engendra la confianza en la fuerza es tener fortalezas, y los malos tratamientos que producen el odio los ocasiona no pocas veces esta confianza de los príncipes o las repúblicas en sus plazas fuertes; en tal concepto son mucho más perjudiciales que útiles, pues en primer lugar, como he dicho antes, permiten a los tiranos ser más audaces y más violentos con los súbditos, y en segundo, no prestan la seguridad que se cree, porque cuanta violencia se emplea para contener a un pueblo es nula excepto en dos casos: cuando se tiene dispuesto siempre un buen ejército para salir a campaña, como lo tenían los romanos, o cuando los súbditos se desordenan y dispersan de suerte que no pueden unirse para ofender. Si los

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empobreces, spoliatis arma supersunt. 1 Si los desarmas, furor arma ministrat. 2 Si matas a los jefes y continúas oprimiendo a los demás, renacen los jefes como las cabezas de la hidra, y si construyes fortalezas, te serán útiles en tiempo de paz porque te animan a obrar mal; pero en el de guerra inutilísimas, porque atacadas por tus enemigos y por tus súbditos, no es posible que resistan a unos y otros. (Discursos, 2, XXIV)

Las fortalezas para nada son útiles, porque se pierden, o por traición de quien las guarda, o por la fuerza de quien las ataca, o por hambre. En resumen: el príncipe que pueda tener buen ejército no necesita edificar fortalezas, y el que no lo tiene tampoco debe construirlas. Lo que le conviene es fortificar la ciudad donde habite y tenerla bien provista y bien dispuestos sus habitantes a resistir el ataque del enemigo, para dar tiempo a un tratado o un auxilio extranjero que le libre de él. Todos los demás medios son costosos en la paz e inútiles en la guerra. (Discursos, 2, XXIV)

Maquiavelo tiene sus razones, pero creo que tener fortalezas complementa a disponer de un buen ejército, siempre que puedas confiar en el pueblo y éste en ti. Metafóricamente, no es bueno encerrarse en una torre de marfil, pues se pierde el contacto con la realidad. Sin embargo, una fortaleza concebida como un último                                                              

1 La miseria hace encontrar armas. 2 El furor proporciona armas. 

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refugio para resistir a toda costa cuando todo lo demás falla es una buena idea.

NO SE PUEDE EVITAR LA BATALLA SI EL ENEMIGO ESTÁ DECIDIDO 

Cuando los príncipes tímidos o las repúblicas afeminadas envían a la guerra a uno de sus generales, la orden más beneficiosa que creen darle es que de ningún modo aventure batalla ni se deje obligar a darla, juzgando que así imitan la prudencia de Fabio Máximo 1 , quien, evitando combatir, salvó a Roma, y sin tener en cuenta que la mayoría de las veces esta recomendación es

                                                             

1 Quinto Fabio Máximo, llamado Cunctator (el que retrasa), fue nombrado dictador tras el desastre del Lago Trasimeno ocasionado por Aníbal. Fabio era consciente de la superioridad militar cartaginesa y, cuando Aníbal invadió Italia, rehusó enfrentarse al general en batalla campal. En lugar de ello, mantuvo a sus tropas cercanas al ejército de Aníbal, hostigándolas constantemente en una guerra de desgaste. Durante la campaña, estableció un plan simple e inmutable de acción. Evitó todo encuentro directo con el enemigo, trasladó su campamento de tierras altas a tierras altas, donde la caballería númida y la infantería hispana no podían seguirlo; observando los movimientos de Aníbal con extrema vigilancia, y atacando a los soldados rezagados y a los recolectores púnicos. 

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inútil o perjudicial; porque es indudablemente seguro que un general que quiera permanecer en campaña no puede evitar la batalla cuando el enemigo está dispuesto a darla de cualquier modo, y la orden en tal caso significa decirle: “da la batalla a gusto del enemigo y no el tuyo”. Cuando un general invade un país enemigo, tanto menos puede evitar el combatir, cuanto más desea internarse en él, para lo cual necesita batallar tan pronto como el enemigo se presente, y si se atrinchera apoyándose en una plaza, más obligado estará a combatir (Discursos, 3, X)

Habrá casos como el de Quinto Fabio en los que nos convendrá rehusar el combate y otros, como los que cita Maquiavelo en los que deberemos buscarlo a toda costa. En este caso, deberemos tentar al enemigo mediante engaños a que entable batalla aunque no le convenga.

PONER A LOS SOLDADOS EN SITUACIÓN DE VENCER O MORIR 

Acertadamente han escrito algunos filósofos moralistas que las manos y la lengua de los hombres, dos nobilísimos instrumentos para enaltecer la raza humana, no hubieran obrado bien, ni producido la grandeza a que han llegado los actos humanos, sino obligados por la necesidad. Un general prudente debe poner a sus

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soldados en la necesidad de batirse y quitar esta necesidad a sus enemigos.

Conocían los antiguos generales la virtud de la necesidad, y sabiendo cómo obligaba a combatir a los soldados, hacían lo posible para que la sintieran sus tropas y las precisaran a pelear. Procuraban al mismo tiempo que el enemigo no la experimentase, y muchas veces le abrían caminos que le podían cerrar, mientras a sus soldados les cerraban los que podían dejarles abiertos.

Quien quiera que una ciudad se defienda obstinadamente y que obstinadamente pelee un ejército en campaña, debe procurar, sobre todo, convencer a sus tropas de la necesidad de combatir. El general prudente que tiene que sitiar una plaza calculará la facilidad o dificultad de tomarla, por lo que sepa respecto a la necesidad de los habitantes para la defensa, si ésta es grande, la expugnación será difícil, y si no, fácil. De aquí nace que sofocar la rebelión de una provincia sea cosa más difícil que conquistar ésta por primera vez; porque en la conquista, no habiendo cometido ofensa los habitantes, y no temiendo el castigo, se rinden fácilmente: pero en la rebelión juzgan los rebelados que hay ofensa, temen la pena y resisten tenazmente a los que les combaten. (Discursos, 3, XII)

Debe el general que sitia una plaza ingeniarse con diligencia para que los sitiados no

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tengan la necesidad de la defensa, y, por consiguiente, la obstinación en realizarla, prometiendo perdón a los que temen el castigo; y sí lo que temen es la pérdida de la libertad, mostrar que no va contra el bien común, sino contra unos cuantos ciudadanos ambiciosos, cosa que muchas veces ha facilitado el triunfo y la toma de las plazas; pues aunque el objeto de tales promesas es fácilmente conocido, sobre todo por las personas entendidas, casi siempre engaña a los pueblos que, deseosos de la paz, cierran los ojos a los peligros que estas lisonjeras promesas encubren. (Discursos, 3, XII)

Si pones a las personas en situación de perder todo, tienen todo para ganar y pelearán hasta sus últimas fuerzas. Por este motivo nunca pelees contra alguien desesperado.

Por otra parte, a veces conviene ponerse a uno mismo en esta tesitura para que, al igual que Hernán Cortés, quemando nuestras naves, no nos quede más remedio que enfrentarnos a nuestro destino.

DESCIFRAR LA MENTE DEL ADVERSARIO 

La mayor habilidad de un general consiste en adivinar los designios del enemigo. Decía el tebano Epaminondas que lo más necesario y útil a un general de ejército es conocer los proyectos y las determinaciones del enemigo. Siendo difícil

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este conocimiento, digno de grandes alabanzas es quien lo adquiere. Y no ofrece tanta dificultad saber los intentos del enemigo como conocer sus actos, sobre todo cuando no está lejano, sino inmediato, pues muchas veces ha sucedido que, durando una batalla hasta llegar la noche, el vencedor se crea perdido y el vencido victorioso; error que ha producido determinaciones funestas para quien las toma. Debe tenerse en cuenta, porque con frecuencia ocurre, que dos ejércitos enemigos, estando frente a frente, sufran igual desorden y tengan iguales necesidades, venciendo en tal caso el primero que sepa los apuros del otro. (Discursos, 3, XVIII)

Para lograr esto, es necesario tener un buen sistema de información sobre el rival, basado en hechos objetivos y no en suposiciones. Hay que tener claro lo que se pretende saber sobre el jefe enemigo. Después la forma de conseguirlo puede ser muy variada: espías, diplomacia; falsos tratados y negociaciones; y sobre todo, la información que de primera mano podamos obtener. Por ejemplo, simular una negociación nos permite ganar tiempo y conocer más a fondo cómo piensa y actúa el rival. Cuídate de las acciones para captar tus pensamientos que tus adversarios desplegaran contra ti. Dice Sun Bin que todo lo que tiene forma puede ser definido y todo lo que puede ser definido puede ser vencido. Por lo tanto, no adoptes ninguna forma, sé imprevisible.

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NO ARRIESGARLO TODO A UNA CARTA. TANTEAR AL ENEMIGO 

Un buen general debe evitar cuanto sea de escasa importancia y puede causar mal efecto en su ejército siendo temerario empeñar un combate donde no se emplee toda la fuerza y se arriesgue toda la fortuna. En segundo lugar, creo que un general prudente, cuando va al encuentro de un ejército nuevo y bien reputado, necesita, antes de empeñar una batalla decisiva, provocar algunas escaramuzas para que sus soldados conozcan al enemigo y se acostumbren a combatirlo, perdiéndole el miedo que su fama les haya inspirado. Este deber es esencial y casi indispensable para un general, pues evidentemente caminará a segura pérdida si no procura por el indicado medio destruir el terror que la fama del enemigo infunda a sus soldados.

Se corre, sin embargo, el peligro de que, vencidos los soldados en estas escaramuzas, aumente su temor y abatimiento, siendo el efecto contrario al propósito de quien las provoca con ánimo de alentarlos. Esta es una de las cosas en que lo malo se encuentra tan unido a lo bueno, que es fácil, al buscar el provecho, encontrar el daño. A este propósito digo que un buen general debe evitar con gran cuidado todo lo que por cualquier accidente desanime a su ejército. Lo que más puede desalentarle es comenzar la campaña con algún fracaso, y por ello las escaramuzas no debe

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empeñarlas sino con grandísima ventaja y fundada esperanza de victoria. (Discursos, 3, XXXVII)

Para ver de qué están hechos los rivales hay que tantearles. A la vez que obtenemos información sobre ellos, eligiendo ataques fáciles y de seguro resultado, nos vamos entrenando en el combate y nuestra moral sube.

A nivel personal, establecer pequeños objetivos que requieran un esfuerzo razonable nos permite que, una vez alcanzados, aumente nuestra autoconfianza y nuestros conocimientos prácticos.

ADIESTRAMIENTO 

Jamás deberá apartar su pensamiento del adiestramiento militar y en época de paz se habrá de emplear en ello con más intensidad que durante la guerra, lo cual puede llevar a cabo de dos maneras: por un lado de obra, por otro mentalmente. (El Príncipe, XIV)

Por lo que a las obras se refiere, además de mantener sus ejércitos bien organizados y adiestrados, debe ir siempre de caza para acostumbrar el cuerpo a los inconvenientes y al mismo tiempo para aprender la naturaleza de los lugares y conocer cómo se alzan las montañas, cómo se abren los valles, cómo se extienden las llanuras, estudiando la naturaleza de los ríos y de los pantanos y poniendo en todo ello una

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extraordinaria atención. El conocimiento de todos estos puntos es útil por dos razones: en primer lugar, aprende así a conocer su territorio, con lo cual podrá atender en mejores condiciones a su defensa; pero, por otra parte, gracias al conocimiento y a su familiaridad con aquellos lugares, podrá comprender con facilidad cualquier otro nuevo lugar con el que se encuentre en la necesidad de familiarizarse. (El Príncipe, XIV)

Por lo que hace referencia al adiestramiento de la mente, el príncipe debe leer las obras de los historiadores y en ellas examinar las acciones de los hombres eminentes, viendo cómo se han conducido en la guerra, estudiando las razones de sus victorias y de sus derrotas a fin de que esté en condiciones de evitar las últimas e imitar las primeras. Y sobre todo debe hacer lo que por otra parte siempre hicieron los hombres eminentes: tomar como modelo a alguien que con anterioridad haya sido alabado y celebrado. (El Príncipe, XIV)

El estudio y la preparación sobre cualquier disciplina de nuestra vida deben ser continuos. Debemos tener nuestra mente y nuestro autocontrol perfectamente entrenados. Las lecturas sobre quienes nos precedieron y se enfrentaron a problemas similares nos ayudarán a afrontar con ventaja muchos retos.

No pocas veces se ha visto a buenos generales vencer todas estas dificultades con suma

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prudencia, y que con tropas bisoñas vencieron a soldados veteranos y ejercitadísimos. Para ello les adiestraban durante algunos meses en combates simulados, acostumbrándolos a la obediencia y al orden, y después los empeñaban con la mayor confianza en las verdaderas batallas. Ningún general debe desconfiar de tener buen ejército cuando no le falten hombres. El príncipe que tiene muchos hombres y carece de soldados, debe atribuirlo no a la cobardía de los hombres, sino a su indolencia y falta de habilidad. (Discursos, 3, XXXVIII)

Un buen líder es capar de obtener éxitos de cualquier masa de personas por muy bisoñas que sean. El secreto es la preparación y adiestramiento en condiciones reales. Por otra parte, un jefe ejemplar encuentra la victoria en la situación y no la exige de sus subordinados.

CONOCIMIENTO DEL TERRENO 

El general debe conocer el terreno donde opera con su ejército. Necesita entre otros conocimientos un general de ejército el de la comarca donde opera y conocerla detalladamente, porque sin ello no puede intentar cosa alguna de provecho. Si en todas las ciencias es indispensable la práctica para saberlas bien, ésta exige práctica grandísima. (Discursos, 3, XXXIX)

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En cualquier actividad es vital conocer el entorno en el que te desenvuelves. Si te dedicas a una profesión, debes conocer perfectamente el ambiente en que te desenvuelves y tener conocimientos prácticos. De nada sirve leer mucho sobre natación si nunca has nadado, probablemente te ahogarás en cuanto caigas al agua.

SORPRESA 

Muchos ejemplos hay de accidentes imprevistos durante una batalla o una sublevación por algo nuevo que se vea o que se diga, y se puede citar lo ocurrido en la batalla de los romanos contra los volscos, durante la cual, viendo Quintio que mandaba a aquéllos, replegarse una de las alas de su ejército, empezó a gritar que estuviera firme, porque la otra ala iba venciendo, con cuyos gritos alentó a los suyos y asustó a los enemigos, alcanzando la victoria.

Debe tenerse en cuenta que la disciplina es necesaria no sólo para combatir ordenadamente, sino para evitar que cualquier accidente desorganice las fuerzas. Por esta causa las aglomeraciones de gente del pueblo no sirven para la guerra, pues cualquiera voz, cualquier ruido, cualquier estrépito las asusta y hace huir. Y un buen general debe determinar, entre otras cosas, quiénes son los que han de recibir sus órdenes y comunicárselas a los demás, acostumbrando a sus soldados a no dar crédito más que a los oficiales, y

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a éstos a decirles sólo lo que mande el jefe. Por la inobservancia de dicha regla han ocurrido grandísimos males.

En cuanto a las estratagemas, los generales deben inventar algunas durante la lucha que anime a sus soldados y amilane al enemigo, porque entre los accidentes en una batalla, éste es eficacísimo. Todo buen general debe inventar algún ardid para asustar al enemigo y estar prevenido contra los que éste invente, para descubrirlos e inutilizarlos. (Discursos, 3, XIV)

La sorpresa se consigue empleando medios o tácticas desconocidas o inesperadas por los rivales. También puede ser el momento en que empleamos medios convencionales. Decía Sun Zi que empleaba tropas regulares para distraer al enemigo y tropas especiales para lograr la victoria.

ENGAÑOS EN LA GUERRA 

Aunque el engaño sea en todo lo demás reprensible, en la guerra es cosa laudable y digna de elogio, y lo mismo se alaba a quien, por medio de él, vence al enemigo, como a quien lo rechaza por fuerza. Diré que no considero glorioso el engaño cuando consiste en romper la fe a los tratados, porque esto, aunque haya producido alguna vez la conquista de estados y reinos, jamás, como he dicho en otra ocasión, reportará gloria.

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Refiérome al engaño o ardid empleado contra el enemigo que se fía de ti y que constituye propiamente el arte de la guerra. (Discursos, 3, XL)

El general de un ejército no debe fiarse de cualquier error evidente que cometa el enemigo, porque siempre ocultará alguna estratagema, no siendo razonable tanta imprudencia. Pero el deseo de vencer ciega a los hombres hasta el punto de no distinguir las verdaderas faltas de las simuladas, juzgándolas todas favorables a sus designios. (Discursos, 3, XLVIII)

El engaño es el alma de la guerra. Si estás en conflicto, lo usarán contra ti, luego tu también debes usarlo y hacerlo con maestría. Que la piel de zorro te cubra donde no llegue la capa de piel de león.

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BIBLIOGRAFÍA

- El Príncipe. Nicolás Maquiavelo

- Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio. Nicolás Maquiavelo

- Del Arte de la Guerra. Nicolás Maquiavelo

- El Arte de la Guerra. Sun Zi

- El Arte de la Guerra. Sun Bin

- Breviario de los Políticos. Cardenal Mazarino

- Estratagemas. Sexto Julio Frontino

- Epitoma Rei Militaris (El Arte de la Guerra en Roma). Flavio Vegecio Renato

- Huai Nan Zi. Anónimo

- Historia de la Guerra del Peloponeso. Tucídides

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SOBRE EL AUTOR

Carlos Martín Pérez nació en la España de los años 60. Actualmente vive en una capital de provincia. Tiene bastante experiencia en administración, logística y gestión de recursos humanos. Ha aprendido mucho observando y escuchando a todo tipo de personas, que siempre logran sorprenderlo con su brillante ingenio. Ve muy claro que aprender de las propias

vivencias está muy bien, pero es mucho mejor hacerlo, además, de la experiencia ajena.

Además de Manual y espejo de cortesanos, escribió, con razonable éxito (son los cuatro más vendidos de la editorial LibrosEnRed), los siguientes títulos: El gran juego, Estrategia y mente, 36 estrategias chinas y El arte de la ventaja. Claro y conciso, llama a las cosas por su nombre, y los libros que escribe son políticamente incorrectos. Tal vez por eso sean muy útiles. A continuación puede ver un extracto de sus libros, que también puede descargar en esta Web.

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Carlos Martín Pérez