la sima de la piedra de san martín (1953) haroun tazieff

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TUlIio orll/illai: LE GOUFFRE DE LA PIERRESAINT-MARTlN

Tradllcción de JvIARJA DE Q¡UADRAS

Prefacio de FÉLIX TROJvIBE

Dl~RECHOS REsERVADOS

Prí11lcra ed-iciÓn. 'mayo 1953

IMPREsO EN ~SPAÑA

PRINTED IN SPAIN

. ATENAS A. 'c. - BARCELONA

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,INDICE

PREFACIO Pág. 7

PRÓLOGO P<fg. 15

EN EL FONDO DE LA SIMA Pág. 19

RECORD DE PROFUNDIDAD Pág. 33

REGRESO AL SOL, REGRESO' A LA NOCHE Pág. 45

EXPLORACIONES Pág;'75

UN GRITO BREVE Pág. 87

LA VIDA DE LOUBENS DEPENDÍA DE UNA VUELTADE TORNILLO DE ROSCA Pág. 93

EN LAS TINIEBLAS, A LA CABECERADE DN MORIBUNDO Pág. 101

"¿NO TIENES ESPEBANZA, TOUBIB?" Pág. 107

INTENTAR LO IMPOSIBLE Pág. 115

UN ÚLTIMO GEMIDO, MÁS LIGERO Pág. 123

"AQUÍ, MARCEL LOUBENS HA VIVIDO

LOS ÚLTIMOS DÍAS... " Pág. 131

ÚLTIMA EXPLORACIÓN Pág. 141

CUATRO HORAS Y MEDIA PENDIENTEDE UN HILO Pág. 159

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PREFACIO

EN el pequeño macizo calcareo de Arb~s, en _HauteGaronne, se llevó a cabo hace ya cmco anos, laexploración de una sima difícil;que fué durante

muchos años la más profunda de Francia: la Henne­Morte.

Si me refiero a ella en este prefacio, es porque fuépara Marcel Loubens el objetivo esencial de sus comien­zos de espeleólogo. También fué allí donde trabé cono­cimiento con él.

En 1940, explora el primer pozo con Josette Segouf­fin. En 1943, es herido con uno de sus compañeros, y

Casteret y Delteil logran sacarlo vivo casi por milagro,de una profundidad de más de doscientos m~tros. Enel año 1947, la décima c...'Cpedición de la Henne-Morte,organizada por el" Spéléo-club de París, con el concursodel Ejército, es decisiva y produce una gran alegría aLoubens: alcanza el fondo de la sima, cuya profundidades de 446 metros. La muralla alIado del río, que se pier­de en un impenetrable sifón, lleva para síempre sunombre.

Desde aquel momento Loubens se siente atacado.como dice él, por el "virus espeleológico" y consagratodos sus mementos de libertad a las exploraciones sub-

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8 PREF.4CIO

terráneas. Despues de la Henne-Morte busca en sus Pi­rineos natales otros objetivos importantes, y este es elprincipio de su cola~oración con Cosyns, que se sienteatraido hace tiempo por el valle de Licq, en el que con­vergen los torrentes que surgen de los magnificas desfi­laderos de Hol~arté y de Kakouetta.

La sima descubierta por LépinelL'<, conocida ahoracon el nombre de sima de la Pierre Saint Martin (1 l, per­mite todas las esperanzas. Su primera vertical es for­midable: más de trescientos metros. Es tentador penetraren el corazón de la montaña en donde brotan poderosostorrentes. El atractivo del descubrimiento es estimula­do todavía por. el interés práctico de una expediciónsemejante: encontrar bajo tierra, pero a mucha mayoraltura que el valle, al agua generadora de energia. Laexpedición de 1951 revela la amplitud de la cavernay la presencia de un rÍo subterráneo.

Pero las maniobras resultan muy pesadas, sobretodo para los hombres del elevador de la superficie, querealizan un esfuerzo agotador: subir a los hombres ysu materíal (más de cien kilogramos cada vez) poruna vertical de trescientos metros.

De esta dificultad nace el proyecto de construcción'de un elevador con motor eléctrico que recibiría la co­rríente de un grupo electrógeno vecino. Esta solución,que fue adoptada, era seguramente buena y probable­mente la única válida para dar toda su amplitud a laexpedición. Sin embargo, ante el hecho brutal, la caída

(1) En la yecmdad dd mojón frontenzo 262, nombrado Píen'eSaint rvIartm, eXIsten muchas Simas, entre las cuales. la que nos ocupaen este libro es designada de. un modo mas preCISO con el nombre' deSima de la Pierre Sa111t IVIartll1.

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PREFACIO 9

mortal de Loubens, nos vemos obligados a admitir qt1e.ciertos coeficientes de seguridad, suficientes tal vez parauna expedición de mediana importancia, no bastabanpara las numerosas y largas maniobras queimponia lagigantesca vertical de la sima.

Haroun Tazieff, recién llegado a la espeleologíaen e! momento en que toma parte en la exploración dela caverna de la, Pierre Saint Martin, se había distin­guido sobre todo como .especialista en volcanes. Alpi­nista y geólogo, recorre el mundo para comprobar, so­bre el terreno y lo mas cerca posible, e! proceso de laserupciones volcanicas. Ha traido ya documentos de pri­mer orden sobre los volcanes de África, de! Etna y delStromboli; en su hermoso libro "Crateres en llamas"hace un impresionante balance de su actividad y de susobservaciones.

Tazieff era compañero de Loubens en la sima dela Pierre Saint Martín, a la cual habia bajado ya enel año 1951; lleno de curiosidad por conocer mejor es­tos ambientes subterráneos estaba, como sus camara­das, dispuesto a todo para conseguir e! éxito.

Su libro hace revivir intensamente las horas trá­gícas de 1952. Escrito con sencillez, incluso a vecescon cierta concisión que acentúa todavía· e! carácterconmovedor del ambiente, sitúa realmente a la expe­dición en su marco y pone de relieve e! papel de cadacual.

Este reducido equipo de exploradores habia em­prendido una tarea desmesurada, pues hay que recor­dar que las expediciones decisivas en cavidades muygrandes exigen casi siempre un considerable desplie­gue de hombres y de material.

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ID PREFACIO

Una magnífica solidaridad se manifiesta ante eldrama.

Pienso en estos "scouts" de Lyon, Louis y Geor­ges Ballandraux, Danie! y PieHe Epelly, v Michel Le­trone, que saliendo de una sima cercana participan enel salvamento de Loubens, Acompañados por Casteret,estos cinco muchachos, con un material constituido so­lamente por cuerdas y escaleras, consiguen escalonarseen la sima a 420 metros de profundidad y permanecenlargo tiempo aferrados a frágiles salientes, en este in­menso tubo vertical en e! que cada piedra que cae puedeser un proyectil mortífero.

Pienso en el doctor Mairey, que bajó para atendera Loubens, sostenido por el cable que acababa de cederbajo e! peso de su amigo. Y el mismo doctor Maireyy Tazieff, los dos últimos que permanecen en la ca­verna, hallan todavia la suficiente fuerza y valor paradar a la e.xpedición su verdadero carácter. No volve­rán a subir hasta haber realizado el proyecto de Lou­bens' proseguir la exploración. Y en este ambiente trá­gico es cuando hacen un verdadero descubrimiento: unasala inmensa, magnífica, la sala Marce! Loubens, pro­longada por una vasta galeria y un poderoso río sub­terráneo.

Pienso también en el esfuerzo realizado en la su­perficie después de! accidente. El1 las cercanias de lasima, en la montaña, en el valle, y mucho más lejos to­davía, una muchedumbre que permanece anóníma hatrabajado denodadamente. ¿ Qué puedo decir ahora,sino que todos estos esfuerzos y todos estos sacrificiosno han sido vanos? La espeleología tiene sus víctimas,ídemasiado numerosas, por desgracia " y más numero-

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sas, sobre todo, desde que se afrontan cavidades subte­rráneas muy largas o muy profundas: pero examine­mos cuáles son los objetivos de los espeleólogos a losque el gran público considera frecuentemente sólo comodeportistas empeñados en la conquista de un record.Son deportistas, ciertamente. pues la fuerza física. laflexibilidad y la habilidad son necesarias bajo tierra.Son audaces también como los alpinistas, ávidos deespacio, y como los conquistadores de tierras descono­cidas. Pero no son solamente esto.

En efecto, muchas veces se olvída que la actividaddel espeleólogo es eminentemente útil tanto en el do­mlnío científico como desde el punto de vista práctico.

Los numerosos macizos caIcúreos que eXIsten en elmundo y que representan una superficie inmensa, con­tienen en sus profundidades simas, galerías, salas y ríossubterráneos en 2.ctividad. Hoy no conocemos, cierta­mente, más que una pequeña parte de esas cavidades;10 que nos traen, sin embargo, constituye ya un impre­sionante balance.

El macizo calcáreo suele ser una tierra árida; elagua que contiene es subterránea, a veces muy pro­funda. Es fundamental conocer los orígenes de estaagua. su caudal, su itinerario, sus comunicaciones even­tuales con las emergencias de los valles. Se podrá, porejemplo, definir el perímetro de una fuente determina­da y precisar asi sus posibilidades de emergencia y lasmedidas necesarias que deberán adoptarse para su em­pieo como agua potable. Se podrá también, por mediode apropiadas perforaciones, llevar a la superficie parafines agrícolas o industriales, un río que, naturalmen­te, vería la luz a mucha menOl- altura. IvIuchas per-

PREFACIO Ir

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foraciones (Lez, EatL'X-Chauc1es) han sído practicadasya y proporcionan saltos de agua de fuerza conside­rable.

A estas observaciones practicas, útiles a la civili­zación de un modo directo, se añade tocla una gama deinvestigaciones físicas y físicoquímicas, pues los am­bientes subterráneos, más o menos aislados del mundoexterior, son la sede de fenómenos y reacciones parti­culares.

La tarea del espeleólogo es igualmente fructíferaen 111uchos otros dominios.

A la geología le proporciona precisiones sobre elespesor y la naturaleza de los diferentes terrenos atra­vesados, sobre los rellenos muy antíguos, testigos decapas superiores, eliminadas desde hace mucho tiempode la superficie del suelo por diferentes factores de ero­sión y de corrosión.

A la prehistoria le revelan estos magníficos museossubterráneos, obras .realizadas hace muchas decenas demillares de años, que expresan la sensibilidad, el sen­tido artístico e incluso las tendencias rituales de losprímeros hombres.

Estos vestigios se hallan casi siempre a mucha pro­ftmdidad bajo tierra y su descubrimiento es muchasveces el resultado de descensos de simas, de reptacio­lles, de zambullidas o incluso de temerarias navega­ciones.

o A la biología, la exploración subterránea propor­CIona esa fauna minúscula, de innumerables especies,cuyo estudio justifica la instalación de laboratorios yla creación de clases en los graneles Institl,.1tos de ·Bstu­dios Científicos. Los animales cavernícolas, esas bes-

I2 PREFACIO

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PREFACIO 1]

tias diminutas, son los mayores señores de la tierra, yaque pueden contar a sus antepasados y su parentelahasta las razas hoy desaparecidas cuyos restos fósilesse hallan en los terrenos antiguos.

El e..,plorador, en fin, aunque no sea un especialis­ta, puede descubrir la e..,istencia de bellezas subterrá­neas. A la luz del sol se elevan muchos monumentos queel hombre conserva y repara con gastos considerables.Eajo tierra la naturaleza construye cada día, gratuita­mente, verdaderas catedrales, suntuosas galerias, cuyosadornos y aspectos ostentan una variedad infinita. Seconocen ya muchas de ellas y algunas son verdaderasjoyas que atraen cada año una muchedumbre humana,pero existen muchas más todavía por descubrir.

Este breve resumen de la actividad del espeleólogono hace más que indicaT la importancia que puede te­ner, en ciertos casos, la exploración de los subsueloscalcáreos.

Tomemos, al terminar este prefacio, un único ejem­plo' el de la Pierre Saint-Martin.

Todas las mesetas calcáreas que dominan SainteE,ngrace y se extienden mucho más allá, se convierten,por la falta de agua y la destrucción l;rogresiva de lavegetación, debida a los cOl'deros, en verdaderos de­siertos. En Sainte-Engrace mismo, la carencia de ener­gía eléctrica hace difícil la vida de la población e im­posible toda creación de industrias locales,

El agua es muy abundante pero sale a un nivel de­masiado bajo para poder ser utilizada para la irriga­dón ele las mesetas o para la producción de energía.

La exploración de la Pierre Saint Martín demues­tra que el caudaloso río subterráneo vuelve a surgir en

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I·i PREFACIO

las fuentes de Benta (.440 metros) en lGS desfiladerosde Kakouetta. Este túnel hidrogeológico que va desdeJos 1.750 metros (altitud de la sima) hasta los 440, °sea más de 1.3do metros de desnivel, es, probablemente,en la actualidad, el mayor del mundo.

Pero los resultados prácticos de la expedición tie­nen un alcance mucho más considerable que esta com­probación. El río subterráneo tiene una potencia de1 m.' por segundo. Su captación por un túnel lateraldaria un salto de setecientos metros. Puede calcularsefácilmente la energía que semejante salto podria pro­porcionar; muchas decenas de millones de kilowatiospor hora como minimo.

Este descubrimiento, susceptible de modificar lainstalación hidroeléctrica y el desarrollo económico detoda una región, demuestra que hay que tener seria­mente en cuenta, en la valorización del potencial ener­gético francés, las aportaciones constituidas por los rios

. del calcáreo. Demuestra también, sin más comentarios,el interés de ciertas exploraciones.

FÉLIX TROMBEDirector de IOvestlgaclones en el <1CcntreNatlOnal' de la Rccl1ercl1e sCientifiqucD

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PRÓLOGO

Es en un pa.1s de tierra calcárea y -'de retorcidos pi­nos, elevado, atormentado y vasto, en un extremode Francia, allí en donde la montaña vasca pier­

de sus prados y sus bosques y se hace tan árida quebasta un mojón roído, en este desierto erizado y sinnombre, para convertirse en España. Al llegar el buentiempo, los pastores de Aramíts y de Arette llevan allísus corderos blancos o negros, de largo vellón y lar­gos y retorcidos cuernos. Envueltos en sus pieles decabra, que los defienden del viento, y apoyados en suslargos bastones, los pastores contemplan a los buitresy las ;iguilas que revolotean sobre los barrancos en lainfinita profundidad del cielo, por el cual vuelan lasplateadas plumas de las nubes. rvluchas veces,' inclusoen verano, la niebla invade estos escarpados pastos,agujereados por las celadas de extraños derrumba­mientos. Es el reino de las nubes, de la lluvia y de lasborrascas. N o 'l1W'¡Ú land (1) igualmente c-'Ctranjera aía,s dos patrias humanas que su desolación separa.

Más abajo, hacia el norte, se abren unos estrechosy tortuosos desfiladeros de nombres salvajes como

(1) Tierrél de nadie.

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I6 PRóLOGO

ellos: Hol<;;arté, Kakouetta. Desfiladeros bulliciosos de,repentinos manantiales, llenos de cascadas surgidasde vertiginosas' murallas. ¿ De dónde viene esta agua,en seguida tan abundante? La mirada querria tala­drar las murallas de las que surge, armada ya desus reflejos y de sus rugidos, remontar los meandros,seguir la pista de su curso subterrill1eo, vivir las aven­turas en el seno de la piedra perforada hasta la fuenteescondida en alguna parte, dentro de la masa terres­tre ...

Hacia muchos años que Max Cosyns y sus amigoss,e esforzaban en descubrir el secreto de los desfilade­ros. A pesar de su tenaz osadía, nunca habian conse­guido ir muy lejos por los corredores en los que in­franqueables "sifones", se oponian en seguida a suavance. Entonces su curiosidad se había trasladado alas crestas y las mesetas sembradas de musgo y de pie­dras blancas que recibian los chaparrones de! cie!o, milmetros más arriba, y parecían absorberlos sin penní­tirles fluir por la superficie. ¿Adónde iban a parar es­tas aguas y las del deshielo? ¿No serian las mismasque, penetrando por mil hendiduras en e! espesor dela capa calcárea, se reunían después de deslizarse obs­curamente para brotar de nuevo en el fondo de los des­filaderos?

El equipo empezó a recorrer las áridas regiones quedomínan las siluetas del pico de Arias y del pico deAnie, frecuentemente envueltas en níeblas. Un día enque dos de los espeleólogos, Georges Lépineu.'\: y Giu­seppe Occhíaliní, descansaban cerca de! antiguo mojónfronterizo llamado Fierre Saint-Martin, el primero sefijó en una corneja que parecía salir volando de! inte-

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dar de una roca. Era de! fondo de una cavidad, es­pecie de pozo de unos diez metros de anchura en el fon­do de un vallejo escarpado. LépinetL"'{ era observador,y como Newton al ver caer la manzana, reflexionó. Sila corneja salia de aquella roca era que allí habia unagujero en el que anidaba, y las cornejas no anidanmás que en los lugares donde tienen un vacio bajo ellas.y como los exploradores buscaban precisamente losvacios que podía esconder la montaña, bajaron ágíl­mente los diez metros de acantilado, corrieron a la pa­red, hallaron en efecto un agujero, lo' ensancharon yarrojaron en él unas piedras, que se perdieron en e!"er tiginoso espacio de un abismo. La sima de la PierreSaint-Martin estaba descubierta.

Esto sucedía en 1950. El primer descenso tuvo lu­gar en e! verano siguiente. ¿Por qué participaba en élyo, que hasta entonces nunca habia penetrado en unacaverna? Había cedido a las instancias de mis amigos,que deseaban que una película fijara las peripecias deesta primera exploración. Y asi fué como a principiosde agosto de 1951, mientras allá arriba el sol abrasabalas rocas claras y los retorcidos pinos, yo me hundía enla profundidad de la tierra.

PRóLOGO 17

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; ... .....

L "Soum de Leche"2. Pico de Arias3 Pico de Anie4. "Pierre Sain! Marlin"5, Elevador6 Plataforma a 80 m.J. Plataforma a 213 m.B Plataforma de llegada a 356 ro.9. Bobina del cable telefónico.

t O. Mausoleo de Marcel Loubenst 1. Campamento de 1952t 2. Escalera da cuerda13. El torrente14" El tia15, Terreno calcáreo16. Esquisto

SALAMARCEl. LOUBENS

15 SALA

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200

1QO

100 o

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CAPÍTULO PRI1YIER,Q

EN EL FONDO DE LA SIMA

No sé cuánto rato hace que estoy aqui. Necesitaria

hacer un ligero esfuerzo para desembaraza!' amí reloj de las tres mangas que lo recubren,

y este esfuerzo no me tienta.Hace fria. i Pero no, no hace frío! Yo siento frío ...

Gruesas gotas de agua suenan al caer sobre la piedradesde la altura, pequeños chorros canturrean en la obs­cura sala, y éstos son los únicos sonidos que perciboen este extraño mundo, además del ligero roce de lagruesa bobina que ayudo a desenrollar· desde hace unaeternidad.

Me insulto a mí mismo. ¿Por qué me he dejadomojar? Lépíneu,'C no dejó de advertirme que era im­posible evitar la interminable cascada de la segundamitad del descenso, y Jackie Ertaud también me lo con­firmó. Entonces, ¿por qué no me habia provisto de al­gún impermeable? Pero ¿quién hubiera podido propor­cionarme uno?

A la débil luz de la pequeña antorcha, no distingobajo mi nariz más que la bobina del hilo telefónico, al­gunos pedruscos muy próximos y el vago contorno de

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20 LA SIivIA DE PIERRE SAINT-MARTIN

gigantescos bloques. El resto es obscuro. No obscuro;negro. Y noto que es inmenso.

Pienso en las impresiones que me ha causado hasta~ste momento el caos mineral; la alta montaña, losvolcanes - su trágica, ine..-...;:presable potencia -, Allácomo aquí no había más que roca. Pero allá habia luzy aquí no hay más que piedra, agua, obscuridad.

Apago la luz. Los minutos transcurren. Lo notopor el hilo que sube de un modo regular entre mis de-,dos, huyendo hacia la lejana superficie de la tierra.Transcurren los minutos y mis ojos no distinguen ab­solutamente nada, ni siquiera la palma de mi J11anO,que me acerco al rostr,o hasta tocarme la nariz.

¡Hola! El hilo se detiene. Ha quedado convenidoque si la parada duraba más de a1gtmas decenas desegundos establecerla contacto telefónico con la super­ficie.

-Allo?Nada.¿Qué sucede?Verifico el contacto, invierto las fichas, pero en

vano. La toma de tierra parece buena... Tal como melo habia recomendado Cosyns, he enterrado en arenahúmeda la clavija de acero y el hilo que constituye lui'berra".

Para encontrar esta gruesa y húmeda arena me hevisto obligado a abandonar el lugar relativamente seco,abrigado por un desplome de la enorme pared, en don­cle Ertaud ha vivaqueado la víspera y en el cual estáncolocadas todas mis cosas.

- Allo, a11o? ..SilenclO. No siento ninguna inquietud, sólo una li-

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gera impaciencia, como cuando en la ciudad se esperauna respuesta telefónica que se retrasa. Nada que separezca a la angustía que me ha oprimido hace algunashoras, en el curso del descenso. cuando el cable se hainmovilizado inopinadamente. .

EN EL FONDO DE LA SIMA 21

Minutos angustiosos. Ninguna voz me explicabalas razones de esta parada, y no me respondía más queel eco de mis propias llamadas sobre las vertiginosasmurallas. Suspendido sobre el vacío, a doscientos me­tros bajo la superficie de la tierra y a ciento cincuentadel fondo, con e! cuerpo echado hacia atrás por e! pesode! material atado a los hombros, y las piernas exten­didas horizontalmente, tocando apenas la pared con lapunta de los pies, ensordecido por el tamborileo delagua sobre mi casco de acero, me parecen interminablesestos minutos durante los cuales mis compañeros deallá arriba, inclinados sobre el elevador, deben de es­forzarse sin duda en hacer todo lo posible para acortarmi incertidumbre. Si este cable, si estos cinco milíme­tros de hilos trenzados se rompieran en la obscuridad...

Por fin llega la voz esperada.- ¿AlIo, Tazieff?- Allo. ¿Qué ha sucedido?- Nada de particular, chico. Nos hemos relevado

en el pedaleo.- ¡Caramba! i Podíais avisar antes de desconectar \.

. Agachado ahora, cerca de cuatrocientos metros bajotierra y ocupado en vigilar el desarrollo del cable quesube, pienso en los que están arriba, en mis compañerosdel elevador, en los ocupados en las tareas de leña, de

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22 LA SIMA DE PIERRE S¿lINT-iYIARTIN

agua, de cocina, que trabajan todos para el mismo fin:el éxito del equipo, del equipo personificado por el "chi­co del fondo", El chico del fondo soy yo, y siento hastaqué punto estoy ligado a ellos, tributario de ellos, de suvalor, de su amistad. Pienso en Janssens, cuyo pedaleosobre el elevador corresponde a ciento cincuenta kiló­metros por día. No sólo sus pies, sino también sus ma­nos accionan la doble manivela acoplada por cadenasa los pedales. Me parece verle, con los auriculares enlos oidos y la colilla en los labios, rodando y rodandodurante horas ...

Ahora empiezo a sentir mucho fria. Mis dientes seentrechocan como castañuelas. Me gustaria poder aban­donar la vigilancia del hilo para ir hasta el vívac, pocosmetros hacia mi derechá... Encendería 'la lámpara deacetileno. Siento ansia de su llama amarilla, caliente,vivida. Encendería también una pastilla de alcohol so­lidificado. Esto ya me calentaría un 'poco, y podría ha­cer hervir el agua para el té ... Pero, ¡ay!, la bobina nose ha desarrollado más que dos tercios. ¿Tal vez trescuartas partes?, me pregunto, optimista.

Mi mandibula se inmoviliza por momentos. Impre­sión de descanso. Luego comienza de nuevo. Como los-roUlzds después de descansos demasiado breves para elagotado -boxeador.

¡Pensar que podría estar acostado bajo un sol ar­diente, frente a hermosas montañas! i Ya sabía yo quesu espeleología no acabaria de gustarme!

Hace apenas veinte días que me hallaba, una no­che, a cuarenta metros del cráter del Stromboli, elelque cada cuarto de hora surgía, rugiendo, una incan­descente lámina. En muchas leguas a la redonda no se

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EN EL FONDO DE LA SnvIA 23

hubiera podido descubrir a ningún ser humano, y e!peligro era mucho mayor que aqui, a pesar de lo cualno experimentaba esta sensación de miserable impo­tencia.

Sobre un volcán, una montaña, en un desierto dearena o de hielo, la voluntad y la resistencia han sal­vado la vida de muchos hombres. En este agujero, misalvación no elepende ele mí. Si por cualquier razónllegara a faltarme la ayuela ele mis compañeros de!equipo de superficie. necesitaria alas no sólo para ele­varme hasta el tragaluz abierto en el ·'techo .de la in­mensa sala, setenta metros más arriba de mi cabeza,sino también para remontar el túnel vertical de paredeslisas y chorreantes de agua, en las cuales, en enormesdistancias, ninguna "presa" permitiria la escalada, nise hallaria ninguna hendidura en la que pudiera cla­varse a golpes de martillo una clavija ele seguridad.Después de un agotador descenso me han depositadoen el fondo ele este pozo, ele! que no podria salir si mis·compañeros no quisieran.

Sin embargo... i qué sensación tan extraña la desaberse a trescíentos setenta metros bajo tierra! Claroque he bajado a mayor profundidad en algunas minas,pero la impresión aqui es completamente diferente.

El hilo se detiene, Establezco e! contacto.- AIIo, Tazieff, ¿me oyes?-AIIo, si.- El cable ha subido, ¿Todo marcha bien?- Sí.- Entonces interrumpo la comunicación, Loubens

va a bajar. Hasta la vista.

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2~ l ..1 SlM.'f DE PlERRE .1I.VT-MARTlV

De pronto, un mido familiar me hace ciConder lacabeza entre los hombro : una piedra rebota contra lasparedes del pozo. A lo dos o tres segundo estalla cone:truendo n, 19una parte. muy cerca. en la obscuri­dad. mientra al~no fragmento pr i~en, ilbando.

Cojo con:lm . brazo- la gran bobina y U soportey me precipito hacia el emplazamiento del ·1.'i.. ,ac. De­trás de este blO/jue de roca, del tamaño de un vauón deferrocarril, me hallaré en eguridad. Tropiezo sobre lapendiente, avanzo dos pasos de rodillas, me levanto yalcanzo por fin el lugar .e!mro, Aprc.uradamente re­instalo la bobina. la apuntalo y recojo la cuerda queha quedado Aoja ... En seguida empiezo a arrollarla.i .1ientras n "e hayan hecho nudo !

Otras piedras chocan contra las paredes de la simay casi inmecliatamente se de trozan sobre el gig-antescocao' del fondo, no lejos de mí. Loubens ha debido debajar ya los primeros ochenta metros, y on las pie­dras de la gran terraza, de una inclinación de cuarentagrados, la que su paso hace mover y caer en el vacío.

Toesa por toesa, el hilo me llega, y lo voy arrollan­do. El tiempo pasa, ignoro a qué velocidad. Una paradade vez en cuando, algunos segundos, algunos minuto.,le imagino a Loubens esperando, bajo el chorro deagua glacial, que le vueh'an a poner en marcha. El des­censo y la subida se llevan a cabo al promedio de unoscuatro metros por minuto. Al alcanzar algún minúscu­lo rellano, la araña humana que baja pide que se deten­gan un momento, deseosa de devolver algo de vida a,u entumecidas piernas o aflojar por un momento laopre ión de las cinchas que le oprimen los co tado .Pero exi ten también las a,'ería : relevo de pedaleador,

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olidn de Loubens para el de -en o 1I9ó1).

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EN EL FOXOO DE l.A SlJl.i 3j

incidentes técnico. iempre suceden en los lugares me­nos propicios: en pleno vacío, fuera del alcance de lasparedes, y entonces el que desciende va girando inexo­rablemente en el extremo del hilo tenso, duro como unabarra de hierro.

Mientras por allá arriba prosigue este misteriosodescenso de Loubens, del que no tengo otro indicio queel deslizarse entre mi dedos del hilo que "oy arrollan­do, )', de vez en cuando, la caída de alguna piedra quesilba como una bala, tengo tiempo sobrado para refle­xionar sobre las singulares tareas que la espeleologíaimpone a sus adeptos.

Remos pasado ocho días preparando el descenso.,\nte la especie de e trecha ,-entana que constituye laentrada de la sima, el grupo ha construído una terrazahorizontal de horma (pared de piedra seca). Perot. Ca­~yn , Janssen~ y Petitjean han montado minuciosa­mente e! elevador. Luego. durante dos días, han pre­parado mortero y a -egurado con cemento todas laspiedras flojas, todos los bloques resquebrajados y endesplome que forman el techo de la síma y podríanconstituir un peligro. Labeyrie, Léví y Occhialini han"eriticado el material, doblado, arrollado las cuerdas yescaleras, inspeccionado las lámparas, preparado las ra­ciones de! fondo.

Rubo luego un día de prueba, después otro duranteel cual fué dispuesto el elevador. Y todos aquellos díastuvimos tm tiempo infame, llovizna tenaz, espesa nie­bla. i Yo que había esperado unos Pirineos secos, abra­sados por el sol!

Quería filmar el paso de Lépineux, el prímer hom-

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26 LA SIMA DE PIERRE 5AINT-MARTIN

bre que se puso en camino hacia el fondo del abismocuya existencia había descubierto. Me depositaron a- 80 m. sobre esta terraza de dos metros de ancho porocho de largo, en la que el menor paso mío hacia rodaren la obscuridad una inestable rocalla. ¡Aquel día el solbrillaba en un cielo sin nubes! Pero no le vimos másque por la mañana temprano, y luego al atardecer...Pasé siete horas encogido contra una pegajosa pared,sin atreverme a mover desde que LépinelL'C, despuésde pasar por delante de mí, estuvo en una zona expues­ta al desprendimiento de piedras. Empapado completa­mente y sin otra comunicación con la superficie que al­gunas palabras a grito pelado, supe que Lépineux,después de una hora y cuarenta y siete minutos de des­censo, habia batido en trescientos cincuenta y dos me­tros el record del mundo de vertical absoluta, y descu­

.bieli:o una sala !o suficientemente grande para contenerNotre Dame de Paris.

Después de largas horas, LépinelL'C habia reapare­cido ante mis ojos a la luz amarillenta del acetileno,fatigado, con el rostro demudado y los ojos desmesu­radamente abiertos.

Me parece oírle todavía:- Estoy satísfecho ... , estoy tan satisfecho ...Luego, en cuanto hubo desentumecido las piernas

sobre el incómodo rellano, gritó en el laringofono:- íVa bien, podéis seguir subiendo!Una hora más tarde me remontaban a mi vez y en

seguida empezó a bajar Jackie Ertaud.Después de un descenso particularmente rápido, du­

rante el cual no solicitó ningún descanso, habia pasadola noche en el fondo, tomando fotografías. Ouando le

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EN EL FONDO DE LA SUdA

subieron, a las ocho de la mañana, tenia ese rostro de­macrado, demudado pero radiante, de los hombres quevuelven a la luz después de duros esfuerzos en la obs­curidad.

El tiempo era espléndido, como la vispera, y de bue­na gana hubiera permanecido en la superficie para tra­bar más amplio conocimiento con el huidizo sol, perome llegaba el turno de penetrar en el fondo de la simay pasé sin transición de ese calor seco que tanto habiadeseado, a la omnipresente humedad de las cavernas.

Si, la espeleología es una cosa c'lriosa... Ahoraaprendo a conocerla; obscuridad, humedad, espera...

Sin embargo, sígo ovillando el hilo que me llegalentamente.

i Por fin, la voz de LoubenslUna voz lejana toda­via, deformada por el eco. Por medio del laringófonoprocura hacerse entender por los de arriba, al parecersin gran éxito.

Cuando le oigo por segunda vez, la VOz está máscercana. Pronto me llegan las palabras con su sabrosoacento gascón:

- í Sí, sí, está bien ¡ ¡Estoy lauúendo las vi trinas!Esta roca es lisa como el cristal, y tengo la nariz pe­gada a ella.

Espero un momento todavía; luego le interpelo:- i Eh 1 ¡Loubens 1- ¡Eh 1 ¡Tazieffe! ¿Estás lejos todavia?- No te veo, pero me parece que pronto llegarás al

techo de la sala. ¿ Tienes la lámpara encendida?-¡SílProcuro reunir con una mano el material de cme,

tripode, antorcha de magnesio...

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28 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

Después de horas y horas de ininterrumpidas tinie­blas diviso un punto luminoso: la lámpara frontal deLoubens, que acaba de franquear el techo de la sala.

- ¡Eh! i Taziefie! i Veo tu luz! j Qué manera dedar vueltas J

En efecto, la amarillenta luciérnaga colocada en elcasco de mí compañero aparece, desaparece, reaparece,vuelve a desaparecer.

Abandono el hilo, empuño mis útiles fotográficos y.

me apresuro para llegar a tiempo a la proximidad de!punto de aterrizaje. Naturalmente, tropiezo, caigo derodillas, sobre los codos, me levanto, vuelvo a caer.

j Ya estoy! Coloco cuidadosamente la cámara sobresu tripode. Ahora las antorchas. La provisión que mehan dado es tan reducida que no me he atrevido a cogermás que tres. No me satisface. La próxima vez me ocu­paré yo mismo de la iluminación. Coloco las tres antor­chas en forma de haz, con las mechas juntas, y me pon­go al acecho.

Sigo sin ver nada, fuera de la aureola de la lámparafrontal. Ltlego aparece de repente iluminada por mi pilauna forma vaga, apenas perceptible. Enciendo el fós­foro que tengo en la mano y lo acerco a las mechasreunidas, que se inflaman en següida, despidiendo unaluz que me deslumbra. Cojo la máquina y aprieto e!disparador. La violencia de la luz casi me ha cegado,pero Loubens, a unos doce metros de distancia tan sólo,no es más que una silueta obscura sobre el fondo negroque gira y gira al descender lentamente. Sé que las an­torchas arden un minuto y medio: serán seis o sietemetros de descenso.

Poco a poco se va acercando. Lleva una combina-

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Clan de mono y chaqueta impermeable verde obscuro.Está suspendido por la cintura, tiene las piernas sepa­radas, ligeramente levantadas, y las manos juntas so­bre el abdomen. No distingo el rostro, que está vueltohacia arriba, y la cabeza está oculta bajo el casco me­tálico. Parece un extraño maniquí, algo aterrador.

El maniquí ha puesto el pie sobre uno de los enor­mes bloques del fondo de la sima y cobra vida instan­táneamente.

-¡Alto!El cable se detiene al momento, pero Loubens no

puede sostenerse sobre su incomoda plataforma.- ¡Baja tres metros mas! - le digo.Transmite es ta orden a la superficie y se acerca de

nuevo, de espaldas a la pendiente, suspendido de su ca­ble, rebotando blandamente contra los bloques con losmovimientos que tendría en el fondo del mar un buzoque llevara poco lastre.

- I Salud, hermano! ¿Ha ido bien el descenso?- i Oh! Tengo las costillas doloridas. Esto aprieta

mucho.- No es nada. Ya era ~ora de que llegaras y de

que pudiera moverme... Se queda uno congelado.- ¡ Sí, ya era hora de que llegara! ¡Si no, se nos

echará encima la noche!i Es verdad que en alguna parte existen las noches

y los diaslBajamos hasta el vívac. Loubens se desembaraza

de su mochila, repleta de material. Antes de desabro­char las cinchas de su arnés, vacila. Yo había vaciladotambién: es preciso poder volvérselas a poner bien, es­tar seguro de abrochar correctamente esta argolla espe-

EN EL FONDO DE LA SIlVIA 29

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30 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

cial antes de subir. La sola idea de que pudiera abrirserepentinamente mientras nos izaran en el vacío nos haceestremecer. .. Con sumo cuidado examinamos el modelodel ames y el recorrido de cada cincha.

- Bueno, está bien.Loubens Se desembaraza de la triple tenaza que le

comprimía las costillas y los muslos durante casi doshoras.

Descanso.He ido a llenar un cazo a uno de los chorros de '

agua que cantan a nuestro alrededor. Loubens la ponea hervir. Hemos inspeccionado nuestras provisiones,l1l.1estro material y los hemos clasificado' y arreglado.Consulto mi reloj; ¡las seis de la tarde! i Hace sietehoras y media que he penetrado en la sima y no hehecho nada más que maniobras de cables t

- Esto te sorprenderá - me dice Loubens -, perobajo tierra el tiempo no cuenta.

Realmente, el tiempo aqui transcurre en silencio auna velocidad e..xtraordinaria, tanto si se está trabajan­

.do como aguardando. ¡Es curioso 1 Me hubiera ímagi··nado que, al contrario, la obscuridad, los largos perio­dos de incómoda inacción, el frío, toclo haría intermi­nables las horas.

¿Que es el tiempo? Mi espíritu entumecido por lafria humedad de la. caverna intenta vanamente com­prender por qué seis horas pueden ser tanto más cor­tas que el terrible segundo de una caída en e! vacío,por qué un año de la vida de un adulto dura tan pococomparada con la eternidad de una hora de clase fasti­diosa cuando se acaban de cumplir doce años y afuera

.brilla el sol de junio...

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EN EL FONDO DE LA SIMA

Loubens me vuelve a la realidad.- ¿Cuáles son tus impresiones?Es verdad. Esta expedición es mi bautismo de "ca­

vernicola".- ¿ Mis impresiones?.. La verdad, yo me pregun­

to qué mosca os ha picado. ¿Es posible que cada añobajéis a vuestras cuevas "por gusto"?J Las pasiones, evidentemente, no pueden discutir­se...

El agua ha consentido por fin en hervir, Con cui­dado de no quemarnos, bebemos la infhsión azucaradade café con leche condensada, agradeciendo el calorque se comunica lentamente a nuestro aterido cuerpo.

- ¿Qué quieres comer? - me pregunta mi compa­ñero -. ¿Bizcochos completos, pasta vitaminada, cho­colate?

La sola idea de estos alimentos juiciosamente c\osi­ficados, científicamente preparados, me quita el apetito.Pienso con nostalgia en un sólido pedazo de pan, untrozo de queso, un vaso de vino tinto...

Menos e..'<:igente, Loubens mastica concienzudamen­te su chocolate.

- ¿ Qué vamos a hacer? - dice de pronto.- ¿ Qué te parece si acabáramos primero la toma

de vistas? Después podriamos proseguír la exploración.- De acuerdo.Loubens tiene alma de cineasta. Su primer lujo ha

sido comprar una cámara perfeccionada en seguida quesus medios se lo han permitido. Por eso nos sentimos agusto juntos; no considera tiempo perdido los minutosdedicados a filmar, Además, vivimos en una época enla que todo descubrimiento, toda aventura, todo viaje

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J2 L.1 S!JI.l DE PIERRF: S.·IL\'T-.\l,·/RTlN

que ,e alga ue lo corriente, ha de quedar registradoen una película bajo pena de no ser tomado en consi­deración.

Loubens levanta la voz, llama a los de la superficie:- ¿Allo, Uvi? Aqui, Loubens. o quedamos aba­

jo esta noche.

- ¡Entendido! Entonces, comunicación mañana porla mañana a la seis ...

- ¡Gracias! Buena noches.Lentamente se quita los auriculares y se desata el

laringÓfono. De ahora en adelante, durante once horas,estaremos aislados de todos.

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:. lida ti L~I ¡un ux hacia el fundn 1951).

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El 'Ump:lI11ent .

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CAPITULO II

RECORD DE PROFU, TDIDAD

P~RTJMOS a la aventura, provistos de nuestro ma­

terial. La pendiente es fuerte pero fácil, de grue­sa gra\·a. Nuestras lámparas de acetileno, recién

cargadas, iluminan hasta una cincuentena de metrosde distancia. Avanzamos entre dos vallas de piedraformadas por enormes bloques enclavados unos en otrosen curiosas posiciones. Sobre la roca rojiza o amari­llenta, la luz movediza hace bailar a las sombras unafantástica danza.

Hemos dado la vuelta a un torreón, hemos torcidohacia la izquierda, y ahora seguimos junto a la paredmisma ele la ala.

- ] ackie ha operado aquí - comprueba Loubens.En efecto, en el suelo unas lalllps-flash quemada

reluccn débilmente cerca ele u envoltorio de carbónrojo c n puntos blancos.

Caminamos prudentemente por este elédalo ele pie­dras, metiéndonos bajo bóvedas sostenidas por arcos,escalando bloques desportillados, deslizándonos por es­trechos pasadizos.

Durante doce horas, Jackie Ertaud ha recorrido es-

3

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34 LA 5[111A DE PIERRE SAINT-MARTIN

tos mismos lugares, mirado, registrado, fotografiado.Como estaba solo no se habia atrevido a quitarse Sll

arnés ',de paracaidista, temiendo no poder ajustárselode nuevo. Este arnés estaba muy apretado y el aguaque lo empapabJ. aumentaba todavía la presión de lascinchas, 10 cual obligaba a Jackie a doblegarse con elcuerpo conlraído; tuvo que conservar esta posición,fatigosa ya en la inmovilidad, durante doce horas deuna progresión a veces acrobática.

Prisionero voluntario de esta armadura, había em­pezado por tomárselo·a risa. Pero no se puede reír du­rante horas enteras... Separado del resto del rn1Uldo,en un lugar desconocído, lleno de emboscadas. nervioso,inquieto, agotado por continuos esfuerzos, empezó afallar las fotos una tras otra.

- Estaba tan rendido - nos contaba al vo1ver­que empecé a hacerlas mal adrede...

¿ Se encontrarían muchos hombres capaces de aven­turarse solos, completamente solos, en 10 desconocídode esta inmensa sala subterránea?

Una grieta de la pared aparece a la luz de nuestraslámparas, prometedora de caminos desconocidos. Alllegar junto a ella vemos un estrecho pasadizo que seinterna en la roca.

- ¿Voy? - me pregunta Loubens.-- Espera que filme este momento histórico.Es preciso encontrar una piedra llana, convenien­

temente inclinada y suficíentemente seca, esparcir lapólvora y colocar la pequeña mecha. Luego dirijo lacámara hacia la abertura. La luz bruta,! de las bengalasilumina las rocosas paredes y revela mejor todavía lasdimensiones de la sala. Al chisporroteo de la pólvora

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RECORD DE PROFUNDIDAD 35

se mezcla el ronroneo del motor de la cámara.Loubens ha desaparecido, tragado por un recodo

del pasadizo, en el cual se ha deslizado de lado. Hedejado de filmar y aprovecho los últimos segundos lu­minosos para contemplar 10 qtle me rodea. El techo sedistingue vagamente. Por todos los demás lados enor­mes y apretadas rocas, apuntaladas por bloques más pe­queños relucientes de humedad, que se esbozan en losúltimos y vacilantes destellos de la llama.

-¡Eh! ¡Tazieffe!- ¿Qué pasa?- No se puede ir más adelante. Pero oigo correr

el agua.- ¿A través de la roca?- No, hay una hendidura.- ¿Entonces?- Ahora regreso.Loubens reaparece.- No creo que sea el viento. Estoy seguro de que

era ruido de agua...- LépinetL'< y Ertaud lo han oido también. Están

casi seguros de que no era el viento.- Hay esperanzas. Prosigamos.Nos ponemos nuevamente en marcha, deslizándo­

nos entre dos grandes bloques enclavados. Escalamosotro, volvemos a bajar apoyándonos con la espalda enla pared y me detengo delante de un orificio de algunosdecimetros que hay entre la rocalla. Loubens se reúneconmigo y se inclina. Nos miramos uno a otro.

- Debe de ser el pozo del que hablaba Lépineux.Cojo una piedra, me adelanto y la tiro con cuidado

en el centro del pozo.

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]6 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

- Una, dos ... (la piedra choca con algo, rebota)tres, cuatro, cinco ... Se acabó.

Loubens repite la operación.- Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seIS, siete ...- Oye, esto parece serio.- Si, pero muy peligroso.Las rocas amontonadas, apoyadas unas contra otras,

constituyen amenazadoras pirámides alrededor del pozo.Vamos a ver más lejos.Una singular alegría me invade, una sed de descu­

brir, de hallar el medio de ir más adelante, más abajo ...Ahora vamos junto a la pared que da vuelta hacia.

la derecha, hacia el Este, marcando asi el fondo de lasala. Voy delante, tan rápidamente como es posible ha­cerlo en semejante terreno. Mi lámpara tantea la roca,mi mirada registra los huecos, los rincones, ansioso dedescubrir alguna abertura.

- ¡Eh! ¿Parece que se ha apoderado de ti el "vi­rus" espeleológico ~

- ¡ Mira, ahora empiezo a comprender a los aficio­nados a las simas!

Cada uno de nosotros, por separado, busca entrelas rocas como un perro de caza husmea entre los ma­torrales.

- ¡Ven a ver esto I

Escalo una roca y me dejo resbalar por el otro lado.Loubens está inclinado sobre una especie de orificio,de un metro de ancho por dos de largo, rodeado de pie­rlras de aspecto poco estable.

Tres metros más abajo una plataforma, lllego 1:1zambullida vertical prosigue. Arrojamos piedras y con­tamos los segundos: cuatro, cinco, seis ...

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Loubens junta los labios y expresa su satisfacciónsilbando suavemente.

En pocOs miuutos hemos desembarazado la entrada.Saco la cuerda de la mochila y Loubens se ,ata, se dejaresbalar por e! pozo y alcanza la plataforma sin di­ficultad.

Iuclinado sobre el vacío pasea el haz de su lámparafrontal.

- ¿Ves algo?- Hay una gran pendiente de rocalla diez metros

debajo de mi. Pero todo parece podrido ...Desprende algunas piedras y las oigo caer y rodar

al piso inferior. El ruido parece surg'ir por otros pun­tos de nuestra sala, como si este suelo caótico sobre elcual hemos caminado estuviera agujereado por todaspartes. Las piedras eaen y de nuevo oigo su estruendoa mi alrededor.

- Esto promete, chico - le digo -. ¿Vas tú, obajo yo?

- Esto es malo, malo...Con la cuerda tensa sobre mi espaJda y mi hombro

izquierdo me inclino sobre el pozo: Loubens tantea lasrocas con prudencía, se inclina, vuelve hacia atrás,prueba más hacia la derecha...

- i Si vieras lo que nos sostiene! Me hace el efec­to de que si muevo uno de estos pedruscos se delTum­bará todo este amontonamiento. Tengo miedo ...

,En el tono de su voz comprendo que es verdad. Co­nozco también ese miedo de! hombre ante la fuerza te­rrible de la Naturaleza, ese miedo que le sobrecoge auno cuando se trata de atravesar una pendiente en laque pueden producirse aludes o una zona batida por un

RECORD DE PROFUNDIDAD 3i

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38 LA SIlvIA DE PIERRE SAINT-lvIARTIN

bombardeo volcánico. Miedo de ser aplastado, enterra­do bajo el derrumbamiento de millares de toneladasde roca.

No digo nada. Es mi compañero quien debe calcu­lar sus probabilidades de éxito y decidir por si mismolo que ha de hacer.

- ¿Quieres bajarme la escala?-- Si, aseguro la cuerda y te la mando.E:"{traigo de la mochila el apretado rollo de la esca­

lera de electrón, en la cual las cuerdas están reempla­zadas por delgados cables de acero y los barrotes demad<;ra, por tubos huecos de una aleación ligera. Loscables se terminan en cada extremo por una anilla me­tálica. Paso por ella un mosquetón y, gracias a unaanilla de hilo de acero, 10 ato todo, sólidamente, a unestribo metálico. Al cabo de un momento la escala pen­de en el vacio.

- ¡Bueno! Me voy - dice Loubens -, Si no vuel­vo, tú te encargas de Patrick.

Cogiéndose a 'la escalera, baja prudentemente esca­lón por escalón, y desaparece de mi vista. Sin embargopuedo seguir su avance por el deslizamiento de la cuer­da que sostengo con firmeza y por las ligeras oscila­ciones de la escalera. Un metro, un descanso, otro me­tro, un nuevo descanso. Éste se prolonga. Luego mellega la voz de mi compañero, pero no del pozo sinocomo si saliera bajo mis pies.

- i Chico, parece imposible! Si supieras lo que tesostiene ahi arriba... Esto se aguauta por milagro. Yyo desconfío de los milagros - añade después de uncorto silencio.

La escalera se agita de nuevo. Oigo resollar a Lou-

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bens y algunos segundos después está otra vez juntoa mí.

La fatiga empieza a dejarse sentir, pero ahora sa­bemos que debajo de nosotros tenemos el vacío y quees preciso descubrir el paso a toda costa.

Debe de ser medianoche cuando localizamos por finuna pequeña abertura escondida entre la pared princi­pal de la sala y dos enormes bloques enclavados. Sinembargo, el sentido común se impone, y en lugar delanzarnos en seguida al ataque, decidimos ascender has­ta el vivac para descansar algo y tamal: un poco de café.

El café caliente nos parece mejor todavia que el delas seis. Loubens roe, como dice él, alimentación cien­tífica.

Luego nos ponemos de nuevo en marcha.Ba sido fácil: nos hemos deslizado entre dos blo­

qu)'s, nos hemos metido por debajo de otro. Algunospasos más entre la rocalla y la bóveda y llegamos jun­to al pozo. Es bastante parecido al otro, pero muchomenos expuesto.

Después de haber limpiado la entrada, desenrolla­mos la escalera sobre el vacio. Sin vacilaciones ni tro­piezos mi compañero baja los diez metros de escalones.

- i Necesito algunos metros más! ¿Puedes bajar­me con la cuerda?

Lentamente, centímetro por centímetro, dejo desli­zar la cuerda por mi mano.

Loubens ha tocado tierra.- Estoy en una pendiente muy pronunciada, una

pendiente de rocalla, asegúrame.Al llegar al extremo de la cuerda, Loubens se

desata.

,RECORD DE PROFUNDIDAD 39

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~o LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

- I Esto mar~ha bien 1- grita -. Es una pen­diente normal, de treinta a cuarenta grados, como lade la primera sala. Ésta es mayor todavia, según pa­;'ece. Sigo hacia abajo...

- Muy bien. ¿Te sigo?- í No! Espera.Permanezco inmóvil y atento.- í Es formidable 1 i Un caos fantástico I

Su "fan-tás-ti-co" entusiasta repercute de piedraen piedra. Pasan algunos segundos...

_.- í Es enorme, enorme 1 He encendido la antorchagrande y no consigo distinguir ninguna pared. Voy abajar un poco más.

Paso a paso, se va internando. Cada treinta segun­dos nos interpelamos. "¡ Oho 1, oho 1" Pronto está dema­siado lejos para hablarme y estos gritos, progresiva­mente ahogados, son el último lazo entre nosotros.

No hago el menor movimiento, esperando con im­paciencia que vuelva mi compañero para bajar a m;vez y explorar en otra dirección la gigantesca sala. Peroél sigue alejándose ...

De pronto ya no le oigo y mis gritos quedan sinrespuesta.

- Bueno - me digo -, seguramente debe de estardetrás de uno de estos grandes bloques... No tardaréen oirle otra vez.

Los minutos transcurren. El silencio se hace cadavez más pesado.

- No está detrás de ningún bloque. ¿Habrá pe­netrado tal vez en alguna galeria lateraL.. ?

De vez en cuando lanzo una interpelación sonora,escucho, luego cuento hasta treinta y vuelvo a gritar ...

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RECORD DE PROFUNDIDAD

Había lanzado una ojeada al reloj cuando Loubensse separó de mí. Lo recuerdo bien: las tres y trece.Ahora son las cuatro y cinco minutos.

Las cuatro y diez, las cuatro y cuarto...Las cuatro y media.¿ Tendré que encargarme de Patrick?Las cuatro y cuarenta.Generalmente soy optimista, pero esta vez mI op­

timismo se marchita y lo siento disminuir como la llamade mi lámpara que he colocado sobre la piedra.

Pienso en mil accidentes posibles..¡ Las cinco! ¿Qué hacer? Si se hubiera extraviado

oiria sus llamadas ...Tengo prisa por bajar a mí vez. No para explorar,

ciertamente... Pero en esta enorme sala ¿ qué proba­bilidades tengo de encontrar a mi amigo? Y. aunquelo encontrara, ¿qué podría hacer? Si está muerto, nada.Si está herido, poca cosa, pues me seria completamenteimposible traerlo conmigo. ¿Entonces ... ?

No puedo hacer otra cosa que esperar. Esperar,gritando de vez en cuando, por si acaso se hubierasencillamente extraviado. Si a las cinco y media no hesabido nada, volveré a subir al vivac. Ha quedado con­venido que a las seis en punto llamaríamos a la super­ficie. Entonces lo mejor será pedir amülio. Podrán ba­jar Labeyrie, Janssens y los otros ... Son muchachosfuertes.

No sé si me he estremecido al oir de repente, a 10lejos, después de esta hora y media de silencio, el I1a­mamiento de Loubens.

Mi respuesta es un aullido de alegria. La voz deLoubens se acerca.

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42 LA SIlvIA DE PIERRE SAINT-kIARTIN

- i Ta-zie-ffe! ¿En dónde estás?- ¡Aquíííl- ¿Dónde es aqui?- i E)n la Plaza Vendóme, tonto! ¿En dónde quie-

res que esté? ¡A la entrada de la sala!- Pues te oigo en cuatro sitios distintos! Resuena

el eco por todas partes.¿ Qué hacer, en semejantes circunstancias, sino in­

tentar una dirección después de otra hasta dar conla buena? Se lo aconsejo asi, aumento la frecuencia demis llamadas y enciendo una de las últimas antorchasde magnesio...

Loubens ha probado una dirección, luego otra... Derepente:

--¡Ta-zie-ffe! ¡Veo tu luz! Ya está.. : Reconozcola pendiente. i Chico, estoy rendido... !

- ¿Qt~¿ ha sucedido? ¿Por qué ese silencio?- Me habia perdido, al tomar notas, tratando de

calcular el camino recorrido. i Qué sala, chico! Tienepor lo menos quinientos metros por trescientos. ¿Te laimaginas?

- ¿Y de altura?-Cien.-¿Yen el fondo?- En el fondo, un río ...Ahora es preciso izarle con la cuerda hasta el nivel

de la escalera que pende en el vacío.Estiro cuanto puedo, haciendo fuerza con la es­

palda, con los brazos, con los hombros. Resuello, jadeo,como un remero e..-,:tenuado. Luego la escalera oscíla.

.Sin una palabra nos entregamos enteramente a este úl­timo esfuerzo.

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RECORD DE PROFUNDIDAD 43

Por fin la luz de la lámpara frontal aparece bajomis pies.

- i No te muevas! Agárrate bien, voy a coger lacaD1ara...

- Date prisa - murmura JVlarce!-, ya no pue­do más ...

Cojo la máCjuina. No es cuestión de trípode. El tri­pode está allí cerrado, sin desdoblar. Pero servirá como.candelabro. Coloco en él tres antorchas de magnesio.reúno las mechas, busco la· caja de .fósforos.

La luz brota con una violencía de puñetazo. Con elojo pegado al visor filmo la aparición de este rostroextenuado, vacío de toda energia.

Loubens se iza, rigido y articulado. al parecer, comoun autómata. La cabeza emerge primero, luego los hom­bros. el torso, y mi amigo se deja caer de brtlces. comopartido por la mitad, con las piernas todavia dentro delpozo. Le cojo con toda mi fuerza, y le ayudo a salircompletamente.

- Las seis menos veinte. Aprisa, i La comunicacióntelefónica es a las seis!

Doblamos las cuerdas. arrollamos la escalera me­tálica.

- La Henne-Marte ha sido superada - dice 1.ou­bens, jadeante -, Quinientos cinco metros. Y un rio...

Entonces, después de la terrible tensión nerviosaCjue provocan siempre estas largas marchas solitarias·a través de la noche total, después de esta lucha detoda la voluntad para no abandonarse al desaliento,para reflexionar, para orientarse, después de su largoderl'Oche de energia física y moral, Marcel Loubens,mientras arrolla su escalera. rompe a 1I0rar. ..

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CAPITULO III

REGRESO AL SOL, REGRESOA LA NOCHE

-HABÍAMOS pen.sado que, en seguida de regresarnosotros a la superficie, algunos compañerosnos relevarian y proseguirían la exploracíón.

Bastaria con dos hombres descansados, mejor aún, contres, bien provistos de escaleras flexibles para alcanzarel rio e intentar seguirlo. Desgraciadamente esto nofué posible: el elevador con "manivela" y pedales notenia la suficiente potencía. Fué muy complicado subir­nos a Loubens y a mí: el cansancio del elevador, deicual ciertas piezas flaqueaban, sólo podia compararsecon el nuestro.

Hacia mucho sol cuando sali a la superficie. Estababajo tierra desde hacía veinticuatro horas y hacía porlo menos dos que me extraían lentamente de ella. Elprimer reflejo del dia se ve, todavía muy lejos sobreuno mísmo, al llegar a la terraza inclínada de los "me­nos 80". Ochenta metros de profundidad en una simanormal es ya, al parecer, algo apreciable. Aqui, en esteabismo de la Pierre Saint Martin tuve la impresión de

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46 LA SIMA DE FIERRE SAINT-MARTIN

hallarme casi en la superficie. País conocido ... Aven­tura terminada.

Veinte minutos más tarde alcanzaba la salida. Mis'compañeros me esperaban, muchos de ellos asomadosal estrecho hueco de esta ventana abierta en la roca.Me alentaban y su amistosa ,solidaridad me causaba:placer. .

Apenas estuve fuera se abalanzaron sobre mí paraquitarme el arnés, desabrocharme la chaqueta, y qui­I:.:1.rme las mojadas ropas. En pocos instantes me hallécasi desnudo bajo el cálido sol.

- Entonces, chico, ¿es verdad que hay un río?- j Claro que si! En fin, es Loubens quien lo ha

encontrado.. Yo me he quedado en la primera sala...Hubo que relatar, explicar. Y la esperanza de fu­

turos descubrimientos atenuaba en parte la desilusiónde no poder volver a bajar en seguida.,.

El 'cable se desenrroIló de nuevo para bajar a buscara Loubens.

- Tengo hambre - le dije a Levi -. No habíamás que productos concentrados y aZÚcar en tus con­denadas raciones.

- ¡Bueno ! Ven y tendrás asado.Subí hacía los "cayolars" de pared de piedra seca

de nuestros amigos los pastores. Qué hermoso era elcielo, las blancas nubes impelidas por el viento, y todaaquella luz...

- ¡Un verdadero derroche de luz 1Me senté sobre la hierba rasa, esquilada por los

corderos. El cansancio se había hecho repentinamentepesado Jacqueline Cosyns, maternal, me trajo cosasbuenas y sólidas para comer: el pan, la carne jugosa,

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47REGRESO AL SOL

e! queso, el vino tinto en la vieja cantimplora de piel...- No sé qué es mejor, Jacqueline, ¿comer o dormir?¡Ah! i Qué alegría, sentir el sol en la piel y en los

ojos!- ¡Vaya con la espeleología... l Estoy satisfecho de

saber lo que es. Pero ya tengo suficiente.Jacqueline me hablaba y yo la escuchaba sin com­

prender gran cosa, masticando beatíficamente mi pan:hacía treinta y dos horas que no había pegado los ojos.

"Tendré que volver a bajar. Me gd,staría filmar lasalida de Marce!. .. "

Me desperté tres horas más tarde, tendido horizon­talmente sobre la corta y amarillenta hierba ya de fina­les de verano. A pocos pasos, cerca de la cabaña, entresus camaradas de! equipo,' Loubens relataba su aven­tura.

- i Oh! i Tazieffe! ¿Te has dormido.? ¿Qué vamosa hacer ahora? ¿Pasaremos la noche aqui o bajaremosal pueblo?

Hacia diez días que estábamos en los rocosos pas­.tos a r.8oo metros de altura. Diez días de brumas, delluvia y de niebla. Sentía nostalgia de una bañera llenade agua caliente.

- ¡Bajemos! - dije.) Nos fuimos los dos a grandes pasos. Las siete ...

El sol estaba bajo, casi sobre el infinito mar de nubesque lo cubría todo más abajo de los mil quinientos me­tros. Sólo emergian las crestas que ondulaban, armo­niosas y apacibles, en el aire puro del crepúsculo.

Caminábamos con prisa, alegremente. A nuestraderecha habíamos dejado los "bracas", ese caos extra-

ri'·

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48 LA SIMA DE PIERRE SAINT-iVIARTlN

ño y paradójicamente monótono de piedras lisas y cla­ras, cortadas por grietas profundas, obscuras fallas,simas. La roca esta descarnada por la erosión y se creever el esqueleto desnudo, los huesos mismos del globo ...Es mejor no aventurarse por este dédalo cuando se tie­ne prisa o con insuficiente visibilidad. Por la pendienteque estamos bajando, una delgada capa de tierra her­bosa resiste todavia al ca1careo. Pero después de algu­nos lustros de pastos estos caos habran invadido nue­vas superficies.

Fué en tiempos de Luis XIV, según creo, cuando la I

degradación del suelo empezó aquí sus devastaciones.Hasta entonces, espesos bosques de hayas y de pinos cu­brian las pendientes superiores de la montaña. Pero senecesitaba madera para construir las carabelas y lasfragatas de la flota real. Los árboles fueron derribadossin piedad, y las aguas, tan abundantes en este país delluvias, arrastraron hacía los valles el mantillo y laotierras que ninguna raiz vigorosa retenia. Sólo la hier­ba subsiste y de vez en cuando un pino aferrado enalgún hueco de la pIedra. Recientemente, un leñadoracaba de encontrar en el bosque, que subsiste más aba­jo, un conmovedor testigo de lo que en aquella épocase llamaba "el camino de la arboladura", ese caminopor el cual los galeotes encadenados transportaban ha­cia los valles los troncos de pinos destinados a las can­teras navales. Este testigo es un "corazón de bronce",un corazón de bronce que servía para cerrar con uncandado las cadenas de los presidiarios ...

Desde los millones de años que hace que e.'Cisten losPirineos, las aguas de lluvia y las del deshielo se hanido filtrando a través de la tierra. Gran parte de estas

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REGRESO AL SOL 49

aguas quedaban acumuladas formando capas y rcapa­recían en forma de fuentes en diversos puntos de laspendientes. Otra porción, alcanzando la roca. se insi­nuaba por estrechas hendiduras. La roca calcárea espnícticamente la única que el agua puede disolver, so­bre todo si es algo ácida. Y, esta agua lo era por haber­se C<1.rgado de ácidos al atravesar el mantillo, asi es queen el curso de centenares de milenios ha ido ensanchan­do poco a poco las grietas del ca1cáreo, socavando pro­gresivamente la roca. Los cortes se han hecho másprofundos y se han abierto galerias a 10 largo de lasjunturas, no ya verticales, sino horizontales u oblictlas.En los puntos de unión, con capas más solubles queotras, se han formado salas. Y finalmente, entre la su­perficie y la base de estos ca1cár'eos que reposan milquinientos metros más abajo sobre esquistos impennea­bies la montaña se ha encontrado agujereada, perfora­da, por canteras, pozos, hoyas, simas o galerias, ca­vernas de todas clases y de todas medidas.

Mientras la piedra estaba cubierta por una gruesacapa terrosa, los abismos subyacentes no se revelabanmás que por algunas depresiones del suelo. Pero cuan­do, después de talar los bosques, esta tierra fué arras­trada, las aberturas fueron desapareciendo y las aguasse precipitaron en estos agujeros abiertos. La cantidadde agua que fluia por la superficie se hizo insignifican­te: todo el caudal aportado por las llnvias y el deshielopenetró en el seno de la montaña. Las cavernas y po­zos se agrandaron más todavia, horadados por los to­rrentes que se precipitaban a veces por ellos. En can1­bio, en el exterior se secaron las fuentes. arroyos yríos.

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jO LA SI.i\1A DE PIERRE 5AINT-MARTIN

- ¿En realidad - le digo a Loubens -, 10 que osinteresa a vosotros, los espeleólogos, es hallar el Cllrsóde los rios subterraneos?

- Eso entre otras cosas. Cuenta también el U<""\..lll-.:··

brimiento de las salas, y su belleza. A veces lade las estalactitas, estalagmitas y capiteles calcáreos esextraordinaria... Pero en este caso, lo interesante es. elrio : no hay ninguno por parte alguna sobre esta monta­ña, y en cambio salen muchos en la parte baja, en losdesfiladeros de Kakouetta, en el cañón de Hol<;arté...Queriamos saber de dónde salen y cómo.

- Entonces, ¿estás satisfecho de tu descubri-'miento?

- ¿Satisfecho? ¡Tú dirás!El atractivo de la espeleología, sin embargo, era

todavía escaso para mí. Recordaba, eso si, la alegreexcitación que me habia invadido al sentir aproximar­se el momento del descubrimiento del pozo que conducea la' sala inferior, Pero de esto a abandonar el cielo,el sol, las nubes ...

A algunos kilómetros a nuestra izquierda un her­moso acantilado se alargaba, dibujado en líneas purassobre el <Cielo vel-de claro. Ante nosotros, muy cerca-.no ahora, un mar de nieblas. Apresurábamos el paso,impelidos por el deseo de llegar al pueblo de SainteEngráce antes de la noche. Deseo defraudado: nos per­climas primero en los pastos, debido a la niebla, y en elbosque después. La obscuridad nos envolvió y una tenuellovizna se fué tejiendo el nuestro alrededor. Ya no,sabíamos por donde íbamos, entre aquellos troncos,aquellos torrentes, aquellas paredes de rocas lívidas ...Nosotros, que acabábamos ele pasar veinticuatro horas

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en' unas grutas, cargad0s de lámparas, nos habíamosmarchado tan aprisa del campamento que no nos ha­bíamos llevado ninguna _otra fuente de luz que unacaja de fósforos.

La fatiga me embrutecía. ¡Estaba muy lejos de pen­sar en este momento cuál sería el lugar en el que podríaresurgir el río subterráneo t Dormir, dormir..- Estába­mos calados y sentíamos correr el agua fria a lo largoele la espalda, encharcarse un momento en el hueco dela cintura y fluir de pronto sobre los rinones y losmuslos.

- ¡Marcel, no pueelo más! Yo me echo a dormir.Mañana por la manana se verá mejor.

- No, hombre, no ... Dentro de poco llegaremos.Nunca he sabido si creía verdaderal11.ente que íba­

mos a llegar pronto o si era una pura frase de aliento.Me la repitió media docena de veces y luego, "llega­mos". A medianoch~ estábamos en Sainte Engrace.Hacía dos semanas que nuestro coche dormía en casadel párroco, el úníco garaje disponible.

-- ¿Le despertamos?- j Claro .que le despertamos!El buen parroco no dormía y nos recibió con toda

la cordialidad vasca, hasta el punto de que cuando cogíel volante y puse el coche en marcha por la estrechay serpenteante carretera, crei prudente ir "en segun­da". Loubens, riendo, me daba la razón.

- ¡ No, no, por favor, no 'cambíes la marcha: so­bre todo quédate en segunda!

Llegamos ilesos a Lícq hacia la una de la madru­gada. Al penetrar en la sala del hotel en la cual lasparedes revestidas ele madera obscura relucían suave-

REGRESO AL SOL SI

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52 L·} SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

mente, Loubens declaró con su hablar lento y sabrosode gascón:

- iSra. Bouchet, como soy 1'ecórdnzon de profun­didad, desearía una pipérade digna de este nombre y

de nosotros!y la amable NIargarita Bouchet, a pesar de 10 insó-

lito de ·la hora, nos preparó ul1a píperadc capaz ele des­trozar el paladar más resistente.

Voiv-eria de buena gana por la. pípéradc - mUr- .,muré antes de dormirme -. En cuanto a vuestras ca­vernas. "

* * *

El otoño y el invierno transcurrieron sin que pen­sara en la Pierre Saint lVlartin: no he tenido nuncatiempo disponible para los recuerdos, y la sima no en­traba en mis proyectos. Ni cuando me estaba asando alsol junto a una isb. del r.¡Iar Rojo, ni cuando con mis.compañeros me afanaba repintando el blanco casco dela "Calipso~' en el horno elel pl1CI'to de Djeddah, en nin­gún momento sentí la nostalgia de l<ts frescas cuevaspIrenaIcas.

Luego regresamos a Europa y volví a encontrar aalgunos ele mis compañeros del grupo espe1eológico'Janssens, Lévi, Cosyns, Loubens. Todos hablaban deldescenso proyectado para el mes de agosto, establecianel pb.n de ataque, se' ocupaban en reunir el material.Esta vez se trataba de bajar en grupo suficientementenumeroso, seis 11 ocho hombres, para explorar en de­talle la inmensa sab y seguír el curso del río. Para queesta exploración fuera eficaz, era preciso que el equipopucliera llegar al fondo en la mejor forma posible y,

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por consiguiente, que el descenso fuera rápido y cómo­do a la vez.

Esto exigía un sistema de suspensión y un elevadorsuperiores a los del primer intento. Del elevador se en­cargaba 'l\tI,L,( Cosyns. Gracias a Janssens, parte de laspiezas mecánicas serían proporcionadas por una granfábrica. En cuanto a la suspensión, Roberto Lévi~ in­tendente oficial del equipo, amable y tenaz, flaco peroinfatigable, había establecido ya estrecho contacto conel ministerio del Aire: el mejor tipo de arnés de para­caidista nos sería prestado.

Poco a poco, a fuerz;a de discutir 105 pmblemas delequipo y los proyectos ele exploración, sentí renace!' en1111 un creciente mterés por aquel negro agujero. Me in­terrogaban sobre la cm-el-na, sondeaban mis recuerdos,tanto más cuanto que Loubens estaba poco visible enaquella epoca, ocupado en la pequeña fábrica de papely de materia plástica que acababa de montar, que Jac­kie Ertaud, el segundo hombre que. había descendidoa la sIma, trabajaba sin descanso en las películas traí­das de nuestro crucero por el Mar ,Rojo con J. Y. Cous­tean, y que George Lépineux, después de varios me­ses, había marchado a Tene Adélie a reunirse con laexpedición antártica de Franck Liotard.

y así fue como volvÍ... El pretexto, el motÍvo qth~

me di, fue la insuficiencia ele mi reportaje filmado enla primera exploración y el interés excepcional de lasima, que merecía ser mejor conocida. En realidad, mesentía atacado por la pasión del descubrimiento. Y com­prendí ele qué modo la espeleología absorbe a sus adep­tos: actua sobre ellos con el más activo de los fermen­tos: el atractivo de 10 desconocido.

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t,

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54 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

Guardando las debidas proporciones, es la mismapasión que ha lanzado sobre la inmensidad de los océa­nos a los hombres de Erick el Rojo (1) Y a los de Maga­llanes, que ha conducido luego a través de hostiles sel­vas vírgenes a Stanley y Fawcett, y empuja hoy toda-vía a los exploradores polares o a los alpinistas. Sobre .la gran exploración de superficie, la de los abismos sub­terráneos presenta dos ventajas: su campo de acciónes todavía tan nuevo que las posibilidades de descubri­miento son más innumerables que en el Antártico, losAndes o el Himalaya y, por otra parte, pasta recorrer· .algunas decenas, algunos centenares de kilómetroscomo maximo, para llegal- a una región calcárea: Ver­cors, Causses, Jura, Pirineos, Carso italiano o Karstyugoeslavo, casi al salir de casa. En el período de unsencillo wedé-end, el espeleólogo podrá experimentartodas las dificultades, las angustias y las alegrías deuna expedición en un país virgen. La espeleología o laexploración dominicaL ..

Este atractivo de lo desconocido. y de lo descono­cido difícil, no se atreve mucho, sin embargo. a maní··festarse como tal. En todos los tiempos se ha refugiadodetrás de móviles mas admisibles; razones económiCas,objetivos científi·cos... Quiero creer que fllé el cebo delas riquezas fabulosas lo que arrastraba mar adentroa los navegantes de Cartago o de Cádiz, a Marco Poloa las estepas o los desiertos del Asia Central, a losexploradores a los montes del Perú o a las selvas delCongo.

Éste era al menos el motivo confesado: pero 10 que

(l) Rey escandinavo que descubrió Groenlandia.

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ardía en el fondo de ellos mismos, ¿no era acaso laembriaguez del contacto con lo desconocido?

También la espeleologia pone en evidencia unos ob­jetivos de orden utilitario, incluso estratégico. No seatreve a confesar su simple amor de lo desconocidorevelado, del riesgo corrido, de las dificultades supe­radas. Lo mismo que el alpinismo de los primeros tiem­pos. se reviste de apariencias científicas. Y en realidades apasionante, hallar en el fondo de las simas y lasgalerías subterráneas, algún indicio sobre la pedal-a­ción de la corteza terrestre, descubrir vestigios de lahumanidad primitiva y de animales desaparecidos, in­tentar penetrar el misterio de los rayos cósmicos o es­tudiarla biología de los cavernícolas ... Pero no creoque nadie se haya hecho espeleólogo por razones seme­jantes. En cambio, más de un espeleólogo venido deldeporte a la ciencia, ha sentido crecer en él la curiosi­dad de ese lTIundo extraño, en el cual sólo la afición ala acción le había introducido.

No sé cómo se reclutan los otros grupos espeleoló­gicos, pero el de la Pierre Saint Martin se compone degente de diferentes profesiones y nacionalidades. Hayque decir que nuestro equipo es un poco como aquelcuchillo, al que le han sido cambiadas sucesivamente lashojas y el mango, pero que sigue siendo el mismo cu­chillo. Desde que Cosyns e,.,:plora este macizo calcáreoen la frontera del Pais Vasco y el Béarn, muchos com­pañeros de equipo se han ido sucediendo_ Ha habidoingleses, italianos, belgas y franseses, pero el espirituse ha comunicado de unos a otros. Entre los miembrosdel equipo actual, algunos vienen del Doubs, otros dela Haute Garonne, otros incluso de la Haute Sa6ne,

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56 L.! SBU DE PIE/(J<E SAINT-.IIARTI.

algunos de B':lgic<l. sin oh-idar París: todos e reúnena principio de ag-osto en Licq Aftherey, en los BajoPirineo". El estar ¡¡, í, desparramado , no facilita lapreparación y la puesta en marcha de las c.xpedicione, .. '

A medida que avanzaba la primavera e iban ultiman­<:0 los detalles. El de\'ildor había ,ido dibujado y GlI­culado por _lax Co yns, Debía accionar e, no ya caml)daño precedent por el mú culo humano, sino por me­tlio de un motor eléctrico alimentado por un grupo electrógeno, Su construcción se llevó a cabo en Bruselas.bajo la v'gilancia de su im'entor, En principio teniaque bajar un hombre en media hora al fondo de lo,treo cientos cincuenta metros de pozo vertical. A e tavelocidad una cadencia de cuatro. inclu o de ,ei des­censos por día, podían ser calrulado . lo que permitiríaI're\'er un número uficiente de (,<¡uipo, fre.co en elfondo :i unos rele\'o fáciles,

Cada hombre bajaría con cincuenta o e enta kilo­~ramo de material: material de campamento, de na­\'egación, de zambullida , e caleras, cuerdas, y un cam­pamento de base sería establecido en la parte baja dela sala Elisabeth Casteret, hacia lo quinientos m trasde profundidad, en la playa de guijarro que Loubensno' había dicho que existía en la orilla del río dc<cu­bierto por él.

En cuanto a Roberto Lévi, a mi pa o por Parí:. leencontraba iempre negociando con industriales o co­merciantes, pré 'tamos de material, donativo de vÍ\'e­res o de equipo. Desde los dos años que hace que Iconozco, no le veo en plena accíón, en plena euforia,más que durante las semanas que preceden a la reunióndel equipo

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Ca:nHlu tic K:t1w I 'IIn. (.\1 pie lit, frl" lo' '1'1·1, agosto 11151.)

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Loub '11 n'Jll a u '.1 '11 \ ... U .Irn

., aulllr ... lq'lipa IJar:! I l· cco. ti.

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REGRESO Al. SOL

Gracia. a él obtul"imos un material moderno de su.­pensión paracaidista, monos y chaquetas impermeables.excelentes cascos, canoa neumáticas, cocinilla de bu­tano, tiendas dc campaña )' nucvo vívercs en cantidad,desdc el zumo de fruta basta la galleta de mantcquilla.Esto no ólo nos aborraba dinero, del que no nos so­braba mucho, sino que además dejaba pre\-er un des­cen o y una e tancia en el fondo bastante confortable..Esta comodidad no podía dejar de contribuir :ll éxitode la aventura.

El material y las promcsa dc material se acumula­ban, y las esperanzas de éxito aumentaban in c~_ar.

El primer punto, en seguida que cinco hombres hubic­ran llegado al fondo del gran pozo vcrtical, ería hajara arreglar el paso que conduce a la sala inferior y trans­portar hasta la orilla del ríq lo necesario para montarun campamento de ba e obre la playa. Durante e teticmpo. utro componentes del equipo debían reunirsea !J. vanguardia y la exploracíón _c dc arrollaría en­tonces, por una parte, alrededor de \'a tas sala y, porotra, a lo largo del curso del agua. Tanto tiempo CQmnesto ft¡era posible se seguiría una u otra de las orillasrocosas; lucgo, las canoas neumáticas permitirían na­"egar por la superficie; las escalera Aexibles, bajar lacascada -; las "escafandras Cousteau" franquear losifones. e tos túneles inundados en los cuales el aguallega hasta las bÓ,·edas. En fin, sí todo iba bien e po­dría. vol\-er a salir de la montaña en alguna parte alfondo de los desfiladeros de Kakouetta, mil quinientosmetros más abajo, seis kilómetros más lejos.

Geológicamente, la cosa era posible, pues parecíaque esta gruesa "torta" calcárea reposaba, según un

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58 LA SIlVIA DE PIERRE SAINT-MARTIN

plano inclinado, sobre una base de esquistos impermea­bles. En este plano inferior, los numerosos hilillos deagua que se filtraban a través ,de la roca calcárea alunirse formaban ríos, y volvian a salir a la luz en ellugar en donde afloraba el contacto esquistocalcáreo, osea en el fondo de los desfiladeros antedíchos.

- Eres l11uy optimista - observaba Labeyrie,escuchar mis lucubraciones.

Pero a pesar de los esfuerzos de Lévi, quedabantodavía muchos gastos por cubrir.,. Recurrimos a unexpedíente clásico: vender por anticipado a un diarioel relato de nuestras impresiones y de nuestras aven-'turas. Tratamos el asunto por teléfono y el precio fija­do por Léví fué aceptado sin vacilar.

En el Ministerio del Aire pasamos muchas horasdiscutiendo con amables técnicos, sob¡'e la calidad de losarneses de paracaidista y la seguridad de sus argollas.Acabamos por elegir el modelo que nos pareció mejory Lévi y yo, uno ligero y el otro pesado, fuimos suspen­didos, por turno, a un pórtico. Este sillin hecho de cin­chas y de nylón nos pareció incomparablemente máscómodo que el insoportable arnés del año precedcnte, alque tanto habiamos maldecido en el curso de las horas,un poco demasiado largas, que permanecimos suspen­didos en el. interminable pozo, durante las cuales, pocoa poco, nuestras piernas, después de entumecerse, pare­cían haberse osificado,

A principios de agosto atravesaba toda Francia, ca­mino de los Pirineos. En el transcurso de este viajesenti por primera vez una aprensión muy ligera al pen­sar en nuestra empresa. Resulta muy fácil hablar "des­pués" ele las intuiciones que se han tenido "antes", Sin

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embargo, es un hecho: me sorpre.ndí varias veces pa­sando revista a mis compañeros de equipo y sopesandocuál de los once causaría menos pesar si quedaba en elfondo de la sima...

HEres idiota - me dije -. El cansancio te da ideasfúnebres. "

Volví a hallar, encajado entre sus altas grupas casiexcesivamente verdes, al valle de Saison, las blancas~asitas vascas, diseminadas C01110 juguetes d'e N urem­berg en medio de los prados, la estrecha y serpenteantecarretera y por fin Licq, agazapado en un recodo delvalle, con el Hotel ele los Turistas, tradicional lugar decita de los espeleólogos que desde hace cerca de treintaaños se re~111en allí antes de dispersarse hacia las pro­fundidades' de la reg-ión. Pensaba en el clásico HotelSeiler de Zermatt ele antes del 1900, en el que simpá­tícos pl"opietarios, más amigos que hoteleros, tomabanparte en las esperanz8.s, en las alegrías y en los desen­gaños de los \iVhymper y los MU111mery. Del mismomodo, volvíamos a encontrar aquí. con placer no disi­mulado, los rostros abiertos y acogedores de la familiaBouchet.

Durante dos días, en espera de que todos los miem­bros del equipo fueran llegando, formamos una rui­dosa reunión en torno a la mesa del centro del co­medor.

.Hacía U110S tres días que Lévi estaba allí, marcan­do el·material y almacenándolo en una gtanja. Tododebía ser transportado a lomos de mula al collado de laPieHe Saint-Martin y se preparaban las cargas, Tien­das, escaleras, conservas, cuerdas, ropa, zumos de f ru­ta, neumáticos, galletas, antorchas de mag11esio, pelícu-

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60 LA SIMA DE PlERRE SAINT-MARTlN

las, clavijas, legumbres secas, herramientas,café, té, mosquetones, azúcar, sal, cocinillas, pastachocolate eran meticulosamente dispuestos en unapecie de largos cilindros hechos de una delgadade madera que se cerraba con una tapa del mismo ma­terial y que Pierre Accoce, el periodista que se habíaconvertído en un compañero para nosotros,con un número de orden.

El año anterior, una nube de representantes de losperiódicos más diversos habia caido sobre nosotros, allíarriba, en el 'ifi<JaC que compartíamos con los pastores,De momento no comprendimos a qué obedecía aquellainvasión, pero luego nos dimos q¡enta por fin de lo queles había atraído' era el rumor de que podía ser batídoun "record del mundo". Confesémoslo, esta noción mis­ma de rcco:rd de profundidad no tiene más que un in­terés muy relatívo: un día u otro, si las circunstanciasnaturales 10 permiten, se descenderá sin' dificultades'particulares a más de mil o de mil quínientos metros:todo depende de la configuración de los pozos. En cam~

bio, existen gran número de simas extraordinariamenteduras de vencer que no tíenen una profundidad supe­rior a los trescientos o cuatrocientos metros. Pero nos'hallábamos en el mes de agosto, estación de las serpien­tes de mar. .. Reporteros, amigos míos, dejadme que osdiga que la espeleología tiene más valor que una ser­piente de mar.

En 1952, Lícq víó surgir, desde antes de nuestramarcha al collado, dos reporteros, uno de extrema iz­quierda y otro de extrema derecha. Se entendían comobuenos compañeros y creo incluso que se comunicabanlas informaciones. Informaciones es mucho decir ... No

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REGRESO AL SOL ó¡

había gran cosa que relatar sino que se empaquetaba,se hacían listas; que Labeyrie, prudente como siempre,probaba las cuerdas. Después de sujetarlas por un ex­tremo al Jecp de Sauveur Bouchet, las hacia pasar porencima de una viga colocada a gran altura y ataba enel otro extremo un tonel de 200 litros lleno de arena.Entre las cuerdas viejas guardadas por· Léví, muy po­cas fueron las que soportaron la prueba...

El elevador no estaba todavía allí. Venia por carre­tera, traído desde Bruselas sobre dos coches, por MaxCosyns y Jimmy Théoclor. Mientras lo esperábamos,tuvimos un día ele descanso. Sólo trabajó Leví, discu­,tienelo c0n los arrieros ele Saínte Engrace y de Arette,sobre el transporte de nuestro equipaje.

Aquella jornada de venlaelero reposo fi.lé agrada­ble. Haclél meses que no habia conocido nínguna seme­jante. Durante horas pasamos el rato en una pradera,CO~l Labeyríc, lanzando el elisco. Las bondadosas vac<1.Svascas, sorprendidas en el primer momento, se resig­naron en seguida y fueron a pacer en el fondo del cam­po, entre un nlllrete de piedra seca y una valla de ar­bustos. Al disco sucedió la jabalina. Fué GllillatuneBouchet quien nos la proporcionó, pues diez años an­tes casi estuvo a punto de alcanzar el -rccord de FI"an­cía, y un record de jabalina es, a mi entender, algo masserio que un 1"ccord de profundidad ...

Mientras nos ejercitábamos bajo la burlona mi­rada de la juventud pueblerina, llegó un cabnólct des­capotable cuyo conductor empezó a lanzar alegresaullidos mientras agitaba los brazos. í Sólo por elacento ya hubiéramos reconocído a Loubens! En se­guida se remiió con nosotros, se despojó de la camisa,

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62 LA SIMA DE PIERRE' SAINT-l1;IARTIN

se informé de la técnica del juego, y con toda su ener­gía proyectó el disco directamente sobre una boñigavaca ...

Las llegadas se sucedían: el doctor André Maírey,.de cabellos rizados y amable y sutil sonrisa; Jirnmy',Théodor, (Iue nos traía de Bruselas el elevador eléctri..,ca. ¿Jimmy ? Un veterano del equipo que no habíadido ser de los nuestros en 1951. Luego, Ma.'\: Cosyns,con el grupo electrógeno y el motor. Con N orbert Cas­teret, Jean Janssens, André Treuthard y Pierre Louis~

que habían Ilegado la víspera, el equipo estaba casi COlU- .

pleto. N o faltaba más que Occhialini. Como veníaBrasil, un retraso de veinticuatro o de cuarenta y ocho·horas era naturaL.. '

La subida del elevador, desde los chalets de Arettehasta el collado de la Pierre Saint-Martill, fué casi unaproeza. Este elevador ultraligero pesaba de todos mo­dos ciento tres kilos ... Tenía cerca de dos metros delongitud y la mitad de altura y anchura. Sólo podíallevarse al collado en caballerÍa, pues el camino no era,en algunos lugares, más que una escalera natural enla, roca. El mulo no tenía capacidad para realizar se­mejante trabajo, se necesitaba un caballo, y un caballoacostumbrado a la montaña. Este raro animal fué des­.cubierto por Lévi en Arette, en el valle del Vert, pa­ralelo al de Saison.

El jeep de Bouchet llevó el material hasta el naci­miento del río. Hacía un tiempo magnífico: unas' nu­becitas blancas fiot:1.ban por el cielo, sobre el cual sedibujaban los montes, verdeantes de bosques y de pas­tos. Sobre los prados, más verdes aún, se destacabanalgtUlos chalets de troncos y chapas, obscurecidos y pa-·

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REGRESO AL SOL

tinados por el tiempo, y unas vacas de un color ocreclaro que pacían tintineando las esquilas.

Allá nos esperaban las mulas y el caballo. Cargara las primeras no ofreció ninguna dificultad, pero fuépreciso mucho tiempo y mucha paciencia para colocarsobre el caballo el embarazoso y frágil elevador. Final­mente, se sostuvo, pero con un equilibrio bastante in­estable, y fué necesario que a cada lado del animal ca­minara un hombre para mantener la máquina en susitio durante las cinco horas que duro la subida. Estosólo habria supuesto una pequeña molestia si el caminohubiera sido fácil, pero, desgraciadamente, el senderono era muchas veces más que una pista vagamente per­ceptible en un caos de rocas claras, y los acompañanteselel elevador tenían que hacer entonces verdaderas acro­bacias para permaneccr a la altura del caballo, sobretodo cuando éste, para franquear los repechos, acele­raba· de pronto la marcha. Fierre Louis, Treuthard yLévi se relevaban por babor; por el otro lado, el pro­pietario del caballo, un joven bearnés rubio, de ojosazules, realizaba verdaderos prodigios.

Una vez atravesada la zona de bosques, alcanzamoSlos vastos pastos superiores. sembrados de agujeros yde depresiones del terreno. La caravana se alargaba enla extensión de k'lS crestas. Bordeamos el e.:'<traordina­rio caos del Grand Bracas y, después de haber rodeadola base del pico ele Arias, lmllamos cerca del collado anuestros viejos amigos los pastores, a los hermanosTantham primero, luego Henri y por fin Vincent La­grave, llamado el Juez, que debia ser nuestro pacientey risueño huésped en aquellas árielas regiones.

Este hombre alto, flaco e infatigable, ele ojos pers-

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6¡ f." .\1\1./ nF. PlERRF. •. 1/. 7 ;\fLlRT!.V

picaces entre la eterna boina negra y el bigote, era unhuésped muy genero,o que nos dejaba a nue tra COlU­

pleta di. po. ición dos de sus tre "cayolars". Y todaviaeu d tercero, en el cual habitaba, albergaba a dus o tremá de no ·otros.

Lo días qu~ siguieron e tuvieron llenos de tran­quila actividad. Una vez montadas las tienda, cadauno emprendió 'u tarea; se trataba de transportar elmaterial y de instalar las máquinas.

La cabaña. e.-tilll ituada debajo mi mu de lacrc ta calcárea, al abrigo de lo "¡ento del norte. Unapendiente muy rápida de piedra y de hierba rasa des­ciende ha la un \'alJecito, do ciento: metro má' abajo..\ media pendiente hay un fa o de uno diez metros enla pared del cual, como tina ,-entalla. e abre la eutradade b. sima.

Puco a poco, el ele"ador, el motor, el grnpo electró­geno, la e caleras. el cemento. se hallaron al borde dela sima.

El elc"ador tenía nn aspecto magnífico: acero mate,poleas relucientes, ~no y de magnífica da e. Por su me­canismo de precisión era objeto de todos los cuidados,de toda la atenciones. Cuando f ué preciso bajarlo enbrazos de de el c liado, todo el llIundo quiso ayudar:doce pare de brazo, algunos vigoro os, otros no tan­to. 'e apoderar n de la percha de haya a la cual estaba.ujeta la máquina, y todos lo hombre'. de frente de ­ceudieron la pendiente paso a pa o.

Cosyn' no permitió que nadie má' que él di pusiera.una por una, y a:egurara con cemento, la. piedras quedebían formar la bao e. Fué una tarea minuciosa que leocupó má de un día. Luego. cuando el cemento se hubo

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REGRESO AL SOL

endurecido por fin. el quintal de acero trabajado fuélevantado por seis o siete hombres y cuidadosamentecolocado sobre este zócalo.

Una cincuentena de metros má' arriba, en el hue­co de otra cavidad. Pierre Louis, JinU11Y, lIairey yTreuthard. después de traer la diferentes piezas, lasmontaron y pusieron a punto de marcha el grupo elec­trógeno. Gna linea fué tendida de allí hasta el ele"a­dor. Un pino muerto y retorcido sirvió de poste.

El motor eléctrico dcIJía accionar la máquina pormedio de un árbol de más de un metro de longitud.Ajustar tod este conjunto !leyó mucho tiempo. En piesobre la cornisas calcáreas que e de tacaban sobrela yerde hierba con su grisácea blancura, ~larccl, Jim­my y yo admirábamos el trabajo de los mecánicos.

- Un elevador eléctrico - dijo Loubens - hará eldescenso mucho más agradable.

- Técnicamente, bastará media hora para llegar alfondo - añadió Jimmy.

- i Media hora solamente y con un arnés de unacomodidad incomparable! - observé yo.

- Con este equipo - prosiguió Marcel-. la ex­ploración del pozo se ha convertido en una simple for­malidad ... i 'i no hallamo dificultades en el fondo, noserá más que un paseo en ascensor!

En una de las cabañas, nuestro gran intendente ha­bía <tcabado de presidir la clasificación de las cuerdas,escalas, lámparas, escafandras y camas neumática..Este material bien ordenado era tan impresionante comoun arsenal antes de la batalla.

El segundo "cayolar" había yi~to alinearse las ca­jas de macarrones y las latas de sardinas. los cestos de

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66 LA SIAIA DE PIERKB SAINT-lvIARTIN

cebollas y pimientos, las cajas de htlevos, los ",-';_c.co

de galletas y bizcochos, En las vigas, ennegrecidasel humo de muchos años, quedaron suspendidos dosmanes y el tocino, Y el antiguo hogar hecho con algu­nas piedras llanas se maravilló ante un modernoazul, limpio y reluciente.

Los días transcurrieron. Ya no quedaba másbajo que para los encargados del rancho y los UlC:Lal1l­

cos; Píerre Louis, delgado, enjuto, un poco pnrn,rv"r1"

de mirada viva y dulce a la vez bajo su gorra decaqui con la visera levantada, trabajaba pacientt~m'cnte.

con sus hábiles manos, dirigido por Max Cosyns. Éste,callado y con aire distraido cuando no miraba a su ele­vador, secomia literalmente a la máquina con losinclinando hacia ella su largo torso y largo rostro.

André Mairey habia agrupado sus m'cdicame:nbas;StlS drogas, sus vendas y sus instrumentos. Como todosnosotros, tenia prisa por bajar a la sima y esperaba conimpaciencia que todo estuviera dispuesto para que em­pezara la verdadera e..."pedición.

Se discutia un poco, por pequeños grupos. ¿En quéorden se efectuaría el descenso? Debia darse preferen­cia a los que no habian podido penetrar en la simaaño anterioL Cada uno a su vez, es natura!. Pero tamc

bién era preciso que el primero fuera un hombreperfectas condiciones físicas y morales, que contara.con una gran experiencia de espeleólogo.

Por fin pudieron empezarse los ensayos. Loubens,que hubiera tenido que ser el último en bajar al fondo,se propuso para esta prueba preliminar del material yequipó .. casco impresionante de píloto de avión de reac-

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REGRESO AL SOL 67

ción, arnés de paracaidista de nylón caqui, una lámparaen la f rente, otra en el pecho, la mochila en la espalda,martillo, clavijas y mosquetones en la cintura.

Mientras yo ayudaba a Marcel a colocarse sus com­plicados arreos, tres o cuatro reporteros gráficos toma­ban fotografías. Uno de ellos, casi arrodillado, se adelan­taba hacia él armado con su máquina como si pretendieraametrallarle. Marcel esbozaba una sonrisa cortés. Lue­go, la sonrisa se borraba, dejando lugar a esa gravedadque impregna siempre el rostro de los más audaces, delos más aguerridos, en el momento en que van a entre­garse, una vez mas, a las tinieblas. Tendido oblicua­mente en la cavidad, entre el elevador y la polea colo­cada en el orificio de la sima, el delg'ado cable centell~a­

ba al sol. Habia ligeras nubes en el cielo, y unos corde­ros, como suspendidos encima del acantilado, semeja­ban también ligeras nubes. Todo hablaba de luz y devida, y parecía extraño pensar en el mundo subterráneo.

- El perllnetro de seguridad - ordenó Cosyns,bajo el toldo en donde estaba sentado junto al elevador.

y Norbert Casteret, con una expresión maliciosaen su rostro de viejo pastor, se pl1soa rodear toda lacavidad con una larga cuerda... que periodistas y cu­riosos saltaron en seguida con desenvoltura.

Mi madre, al subir de Sainte Engrace aquella mis­ma mañana, habia cogido en los pastos algunos clave­les de pastor; se los tendió a Loubens, que se los pusosobre el pecho, murmurando con una sonrisa, que no erapara los fotógrafos:

-Abrace a mi hijo.En el curso de este primer ensayo, Loubens tenia

por misión colocar un "diávolo", una especie de polea

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68 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

muy ancha, en un punto que habíamos localizado elanterior hacía - 80 m., donde el cable de suspensiónzaba la roca y había marcado ya en ella una hendichlrade ·casi un centímetro.

El motor eléctrico no había podido sertodavía y el elevador tenía que moverse a mano:grandes manivelas, accionada cada una por un homllre.

El mecanismo soportó perfectamente esta nrlme,'o

prueba, y Loubens también, aunque tuvo quecinco horas en el pozo, excavando con el buril enpared calcárea, los cuatro agujeros de fijación declavijas a las cuales debía aferrarse el diávolo. Notaba cansado 10 más mínímo cuando reapareció a lasuperficie, con las pupilas extremadamentecomo las tienen siempre los hombres que salen deobscuridad.

- i Qué rOca tan dura! - Su acento de Toulouseresonaba alegremente -. ¡Pero cuánta agua hay

,año! He oído la cascada desde los - 90 m., y el año pa­sado no se oia hasta los - 1-50 m.

Bueno, todo habia ido bien. Menos dos ligeroscidentes en el elevador: uno en el descenso y otro ensubida. Todo quedó reparado bastanteLos descensos verdaderos podrían empezar al díaguiente.

¿ Quién sería el primero en bajar.? El segundoque ser forzosamente yo, por mi misión de Ulle",

pues tenia que estar presente en el fondo durante todala exploración, pero quería que alguien me precedieraen la primera sala, la sala LépinetL'<:, y encendiese unapotente antorcha para poder filmar a esta luz, mien­tras girase en el vacio de los últímos cien metros,

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REGRESO AL SOL

el alucinante desfile de las paredes y las bóvedas.Pasamos revista a los muchachos del equípo: entre

los que reunían las condiciones requeridas, quiso lasuerte que el más calificado fuera una vez más MarcelLoubens.

Satisfecho de su suerte, L01.1bellS se equípó, cerrósu mochila y bajó por la escala ele cuerda hasta el fon­do ele la cavidad.

Un reportero de actualidades le filmaba míentras lecolocaban en el arnés la argolla del extremo del cable.

- Dejadme un poco ele cuerda, por f<;Lvor.Marce1 introdujo su cabeza en el grueso casco blan­

co, ajustó a sus orejas los auriculares que estaban i11­

cluídos en él y se pUoSO al cuello los discos del larin­gofono.

- ¡Preparado!Se deslizó por la estrecha abertura, asiéndose con

las manos al gato enclavado de través, sobre el cualestaba colocada la polea. Luego, se dejó resbalar hastaquedar suspendido por los brazos.

- Dejadme bajar un poco.Casteret y COSY11S, en las "manivelas", soltaron

cuerda.-jAltolMarcel estaba en pie sobre el rellano natural, tres

metros más abajo de la entrada.- Dadme los paquetes.Jimmy y Mairey habían atado los dos pesados /út­

bags repletos de material a una cuerda de alpinismo.Uno después ele otro fueron bajados hasta Loubens. Seoyó el chasquido de los mosquetones.

Marce! deshIZO los nudos.

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70 LA SV.JA DE PIERRE SAINT-kIARTIN

- Ya estoy preparado. Eajadl11e. Hasta lachicos.

El cable se puso silenciosamente en marcha.nadas sobre las negras profundidades, de las queun soplo f río, mirábamos disminuir el puntode la pequeña lámpara.

Como el elevador no funcionaba todavía consino a fuerza de brazos, se necesitó una hora y .",_u."",;

para que Loubens alcanzara el fondo, pero no nrllr'nn

ningún incidente notable.Desde abajo telefoneo que había encontrado el

tedal' tal como 10 habíamos dejado el año anterior:bobina de cuatrocientos metros de hilo telefónico, cajasele chocolate, ele café, de alcohol solidificado.

Mientras izaban el cable me equipé a mi vez: ropa'interior de lana, camisa y jersey ligero de lana, panta-,Ión, mono de hilo y encima otro mono impermeable. Me"calcé y me puse el casco especial. Mis lámparas esta­ban revisadas, con pilas nuevas. Bajamos a la cavidad.Los compañeros estaban satisfechos, todo iba estupen­damente.

Ante la entrada ele la sima estábamos reunidas 10menos diez personas. El cable habia subido ya casi por,completo, era el momento' de colocarse el arnés.

Unos minutos todavía y la e,.-...;:tremidad del cable apa­reció. Jimmy 10 cogió, me 10 acercó y colgó en él elmosquetón del arnés.

- ¡Preparado tDesde el elevador, diez metros más arriba de donde

yo estaba, vino una breve respuesta.- í Esperad un momento!Luego:

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REGRESQ·AL SOL

- Debemos rectificar un detalle.Permanecimos esperando.Mi memoria ha tenido desde entonces curiosas fluc­

tuaciones y hay vacíos que no consigo llenar. Recuerdosolamente que todo, en el fondo de la cavidad, trans­curría en un ambiente agradable. Norbert Casteret, hu­morista como siempre, Jiml11y y Mairey desbordantesde buen humor.

Transcurrió casi una hora. Bajo el mono de cauchose formaba una condensación que no resultaba muyagradable. Seguíamos ignorando qué manipulaban losdel elevador...

Este elevador era, desde el primer momento, unaespecie de objeto sagrado. No podía bromearse sobre él.

- Vaya usted, Casteret - murmuró Mairey-,A usted no se atreverán a fulminarle con los ojos.

Algunos minutos después, nuestro amigo me haciaseñas de que podía despojarme de mis ropas y efectosde exploración.

Creo que esto ocurría hacia las dos de la tarde. Midescenso no empezó hasta las diez de la noche. El tam­bor del elevador, sobre el cual se arrollaba el cable, sehabí~ atascado al izarlo y no había sido fácil hallarremedio a esta importante avería. Pierre Louis y M<L""\:Cosyns trabajaron sin tregua y por fin pude equiparmede nuevo. La noche había sobrevenido y con ella unafina lluvia. André Treuthard y Jimmy permanecierona mi lado para ayudarme, mientras los demás se ibana acostar. El ambiente causaba una impresión más bienlúgubre.

Abandonando sin pena aquel negro y mojado mun­do, me deslicé a mi vez hasta el rellano. Mis compañe- .

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ros hicieron llegar hasta mí con la cuerda los dos lar­gos y pesados k-it·bags. Los colgué, liberé la cuerday me despedí dc André y de Jimmy...

El elevador era accionado por Louis y Cosyn~, yfué con este último con quien permanecí en comunica­ción. :1'10 con.igo recordar bien este descenso en el mo­mento en que escribo e -tas líneas. Tal vez me sientodemasiado fatigado todavía: no hace más que un mes(lue he vuelto a alir, y no ha sido precisamente un mesde reposo ...

Ante mis ojos desfilaron inmensas parede' vertica­les, brillantes de humedad que a mí me parecieron ki­lómetros de pozo. De vez Ct1 cuando, rompiendo estal' 'rtigínosa y li,;a uniformidad, alguna cornisa, algunaestrecha terraza. A veces unas láminas calcáreas, deuno diez a veinte centímetros de anchura, formabanamplías desplomes separados por chimeneas. Esta sima,este túnel vertical, tiene a veces una sección casi circu­lar de quínce, de treinta, de cuarenta metros de diáme­tro, otras, al contrario, se pre enta como una hendidu­ra prodigiosamente ensanchada que por un lado se ter­mina en una estrechez vertical de impenetrable obscu­ridad y por el otro queda cortada por una muralla per­pendicular completamente lisa: superficie de falla o dediac1asa. Otras veces el tubo se estrecha y la lámpararevela la roca alrededor de! que baja, cerca, muy cercainclu o. En cambio otras veces el abismo se ensanchahasta ca i disolverse en la obscuridad.

Al llegar más o menos a la mitad, se penetra enla "cascada". A pesar de lo anunciado por Loubens, noera mucho más fuerte que en 1951. Imaginaos senci­lla1l1tnte un grifo completamente abierto. Era como una

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Lou.bcns aterriza.

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C,APlTULOIV

EXPLORACIONES

A L día siguiente, M.arcel Loubens y yo, volvíamos1"-\ a sublr penosamente los últimos metros de la

-"- -'- empinada cuesta de rocalla que conducia alcampamento.

La jornada había sido dura. Desde las nueve de lamañana hasta las siete de la tarde habíamos vuelto aseguir, metro por metro, la pared de la inmensa salaovalada, la caverna que descubrimos el año anterior yque Loubells, después de haberla recorrido solitaria­mente, habia bautizado con el nombre de sala Elisa­beth Casteret.

Buscábamos pacientemente algún agujero, algúnpasadizo, para salir de esta sala y ganar profundidadpara alcanzar una red de galerías y de salas descono­cidas todavia... Nuestras lámparas registraban las mu­rallas, los rincones. Nuestros oidos acechaban el lejanorumor de un torrente nocturno. Hasta la piel de nues­tro rostro esperaba la reveladora corriente de aire deun respiradero abierto sobre nuevas profundidades.

Avanzábamos muy lentamente, escalando piedrasaltas como casas. La lámpara que llevábamos colgada

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76 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

del cuello iluminaba planos, aristas, hendiduras. Algar a la cima de algún montón de rocas nuestra 111''':''':,1,::',,, ,"'"

se sumergía en la obscurídad y era preciso bajarvez prudentemente para no torcernos el tobillo opernos las tibias. De vez en cuando uno de nosotros, ~,.' ",', I

apretaba el botón de su poderosa antorcha y elhaz de luz barría la inmensa obscuridad, chocando,y acullá, con una pared, una bóveda surgida de la nada;un caos de rocas amontonadas.

Nuestra inspección había sido desalentadora: nin­gún pozo, ningún orificío que condujera a los nivelesinferiores ...

Solamente en la bóveda se adivinaban dos o trestragaluces, que se abrían seguramente"sobre símas cer­canas.

Habíamos intentado también seguir el río, o mejor'dicho el arroyo, que se deslizaba entre los enormes blo­,ques amontonados en el fondo de la' sala, pero tam­bién allí nos habíamos encontrado en un callejón sínsalida; el agua desaparecía en un sifón tan estrechoque hacía imposible pensar en una zambullida: Encuanto a la playa que Mar.cel, debido a su fatiga, ha­bía creído ver allí el año anterior, era inexistente: entoda la sala no se veía el menor espacio llano para po­cIer acampar.

No fué hasta las siete de la noche, en el momentoen que, para ser puntuales con la cita fijada por la ma­ñana con nuestros compañeros, teníamos que abandonaresta tarea dura y enardecedora a la vez, cuando halla­mos por fin la entrada ele un pozo: las piedras que arro­jábamos en él rebotaban y, caían durante largos segun­dos con resonancias que denotaban la profundidad. CoI-

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gar una escala, iniciar un descenso hacia una posiblevictoria ... Naturalmente, pero era tarde... -'\.S1 es que,.a pesar de este hallazgo hecho tn cxtre¡ms, ele esta es­peranza, la atmósfera seguía siendo pesimista.

- Lo más dramático de todo esto - murmuré­son esos artículos que hay que escribir. ¿Qué es 10 quepuedo relatar en ellos, me pregunto yo?

El campamento estaba instalado en la primera sala,hacia los b-escíentos metms de profundidad, sobre unapequeña terraza de más o menos cuatro metros por cua­tro' uno ele los poquísimos resaltos re1ativamente hori­zontales de este mundo inclinado a 40".

Loubens estaba solo én la tienda "Narvik"; mi camade campaña, demasiado grande, no cabía en ella. La an­tevíspera nos habiamos acostado a las dos de la ma­drugada. La vispera casi a la misma hora: el día habíatranscurrido esperando comunicaciones telefónicas, ase­gurando el descenso y la subida de André Treuthardque había bajado sesenta kilogramos de material, aguar­dando todavía junto a los auriculares horas enteras,ayudando por fin al descenso ele Jacques Labeyrie, ter­cer miembro del equipo de vanguardia. Este día, fué élquien se encargó de las comunicaciones telefónicas y elelas maniobras ele cable.

Después ele subir la escala y los úl'timos metros derocalla volvimos a encontrar en el campamento a nues­tro compañero y con él a Beppo Occhialini, reciente­mente descendido.

:Mientras Jacques, con habilidad y paciencia cocíasobre el hornillo de butano unas lentejas sin materiagrasa (no había ninguna en nuestro stock de provisio­nes alimenticias), Loubells y yo hacíamos el relato de

EXPLORACIONES 77

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78 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

nuestra exploración mientras veíamos apagarse eltusias1110 en el expresivo rostro de Occhialini ...

Una conversación con Beppo se orienta inevitable­mente hacia consideraciones filosóficas, consideracion~s

que nos llevaron, una vez más, hasta las primeras horasde la madrugada.

Nos metimos entonces en nuestros sacos de dormir,dos hombres en el interior de la tienda, ]acques.y yoen el exterior. ]acques empezó a silbar un concierto deVivaldi y yo me dormí.

Al día siguiente, ante la idea de salir de los calien­tes sacos de dormir, de ponernos los vestidos húmedos)de hacer hervir el agua del desayuno, nuestro entusias:.mo era bastante moderado. Era tarde ya cuando nos."pusimos en marcha cargados pesadamente. IvIis com­pañeros transportaban cincuenta kilogramos de fluo­resceina, yo una veintena de kilogramos de materialcinematográfico; cámaras, antorchas, películas.

Los veinte metros de escala metálica flexible, quehabíamos colocado la ~íspera y que conducían a la salaElisabeth Casteret, fueron bajados Tápidamente y nosencaminamos a través de los enormes bloques hasta ellugar en donde se perdía el arroyo.

La fll10resceÍna colorea el agua de una manera in­tensa, y esta coloración se percibe todavía por diluidaque esté, lo que permite conocer dónde resurgen loscursos de agua subterráneos: Precisamente nna de lasincógnitas fundamentales de nuestro problema espeleo­lógico era el lugar de reaparíción al aire libre de aquelrío abisal descubierto por Loubens el año precedente.

Uno después de otro hicimos desaparecer varios bi­dones de diez kilogramos hasta el fondo del embudo \

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rocoso de cuatro o cinco metros en el fondo del cual,,e1 agua aparecia en un recorrido e.."'{tremadamente corto,Jacques abría los bidones con un destornillador, y lossumergia rápidamente para que el impalpable polvo rojono tuviera tiempo de esparcirse por el aire y hacerloirrespirable,

Vista a la luz la fluoresceina es roja, de un hermo­so rojo bermellón. Una vez disuelta da al agua, por,transparencia, un maravilloso color de esmeralda.

Espectáculo sensacional: dos hombres, con las pier­nas muy abiertas sobre el arroyo, manipulaban con susmanos escarlata los blancos bidones sobre el verde pro­digioso que fltlÍa hacía abajo y desaparecía bajo los blo­ques calcáreos.

- ¡Éste es el momento de hacer una foto en colores!- me gritó Loubens.

Encendi una antorcha de magnesio, preparé la Lei­ca... y me di cuenta de que el disparador no funcionaba.Cuatro días de humedad ha:bian bastado para ponerfuera de combate a la fiel compañera de tantos víajes.

A las seis de la tarde, mientras Occhialini y yorecogíamos el material, los otros dos hicieron una ex­ploración hacía una hendidura observada en el trans­curso de aquellas últimas horas y cuyo corte negruzcose adivinaba. Media hora más tarde regresaron porta­dores de noticias: la hendidura era 10 suficientementeancha para poder deslizarse por ella. Penetraba en laroca por espacio de algunos metros, luego torcía enángulo recto hacia la derecha. El suelo era primera­mente llano, después subia rápidamente y de pronto losdetuvo un corte bastante profundo que se perdía en las.tinieblas, a sus pies.

EXPLORACIONES 79

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80 r.A. nr 4 flF. prERI.:F. S.II.\'T-.IrARTT.·

-.'0 1<'n;amo, nada para hacer un "rappcl", perohemos creído que seria po ible penetrar en ese espacio\'olviendo hacia atrá y rodeando un Ll'>que quc nues­tra hendidura separa de la roca maciza.

En efecto, así era: hallamos la abertura, a la cualseguía un ancho corredor de rocalla de pendiente Las­tante pronunciada. Finalmente. un centenar de metrosmás abajo, habian alcanzado un punto de de el cual elrumor de las agua se percibía claramente. Esto per­mitía e\'itar el sifón que conocíamo y "oh'er a hallarel curso del torrente.

~Iejor todavía: el lugar en el cual e habían dete­nido le hahía parecido la entrada de una sala de co­nocida, a la cual el optimismo de Loubens atribuía vas­tas proporciones. El prudente Labeyrie no le concedíamá CJue unas dimen 'iones mediana . Fuera lo que fue­se, e las perspecti\'as nu tentaban terriblemente y úni­camente el can ancio y lo avanzado de la hora nos in­clinaron a dejar para el día siguiente la continuaciónde la aventura.

- En cuanto a mí - declaró Loubells - ya he di ­frutado la parle CJue me corresponde. Mañana por lamañana ubiré para que otro pueda pro eguir en milugar.

A í era el bueno de l\larcel... i lo echaríamos mu­cho de menos cuando hubiera regresado al mundo dela luz! E a noche su buen humor nos animaba to­davía.

Lo cuatro nos entíamos felices. Felice' de estarjuntos, de presentir nuevos descubrimientos. Fué nuestraprimera noche completa de dormir bien, de. pués de unacena re1atÍ\'amente substanciosa de staglu1/i con to-

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82 LA SIlvIA DE PIERRE SAINT-1VIARTIN

- añade esta vez por el laringófono -, ¡Hablaba coÍllos compañeros de abajo!

Subimos algunos metros todavia, luego el cabledetiene.

- ¿AIlo, qué ocurre?

- ¿ Una pequeña verificación en el elevador?no. ¿No será demasiado largo?

- ¿Cinco minutos apenas? O. K.Nos sentan10S los tres sobre las nlojadas rocas y

esperamos pacientemente. Un cuarto de hora transcu­rre, luego media hora... Es preciso aguardar mucho enespeleología, esto forma parte del oficio. Muchas ve,.ces en posíciones incómodas, incluso peligrosas. Estavez, no; estamos tranquilamente instalados en nuestrosasientos de húmeda piedra.

- Me hubiera gustado quedarme un día más en elfondo - observa Loubens, algo pesaroso -, Creo que,esta sala, aunque a ti, Jacques, no te 10 parezca, es gran­de, muy grande.

- Puede que sí - responde Labeyrie -, puede que'tengas razón. Pero en realidad no hemos visto nada muypositivo ...

Labeyrie tiene la prudencia cartesiana que corres­ponde a un sabio como él.

- Moderemos nuestro entusiasmo. Orden y méto-do. Si no, será un desbarajuste.

Lollbens insiste.- Yo "siento" que hay Ulla sala detrás de esto...Jacques reflexiona un momento.- Quizá sÍ. Puede que tengas razón... Evidente-

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EXPLORACIONES

mente - añade después de un breve silencio -, tú tie­nes el sentido de la gruta, la percibes mejor que nos­otros.

El sentido de la gruta es, como el sentido de lamontaña, del desierto, del mar. Es posible que un doninnato sea necesario. Una larga práctica, la experien­cia acumulada, el espirítu de observación, sólo puedenagudizar esa percepción casi intuitiva. Marcel Loubens,desde la edad de diecisiete años hasta la de veintinue­ve, había e.,"'(plorado caverna tras caverna, sima trassima, iniciado, pilotado, por el mas experImentado, elmás perspicaz de los espeleólogos, N orbert Casteret...

- Si - prosiguió Loubens -, creo que esto conti­núa. y no me extrañaria que el agua fuera más abun­dante que la que ya conocemos.

- Como kilowatios tendria. mucha importancia­dije.

- j Ya lo creo!La vispera, Jacques Labeyrie habia dejado estallar

ya un repentino entusIasmo al acercarse al aHOYO en elque debiamos disolver la fluoresceina.

- j Caramba! j Esto es fantástico!- ¿El qué?-- Espera... Un metro por segundo, dos metros de

ancho con una profundidad de... una profundidad...digamos de cíncuenta centímetros de promedio. Estosena...

Las cifras vuelan rápidas, claramente articuladascon la perfecta dicción que caracteriza a Labeyrie.

- .. , Treinta millones de metros cúbicos por año,por lo menos. En realidad hay más, pues debe de servisiblemente el periodo de e~tiaje, no hay más que ob-

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84 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTlN,

servar el nivel de la arcilla, muchos metros másdel punto en que nos hallamos. Creo que regularizandoel suministro, lo que no sería muy difícil en salas comoésta, se podría contar con cien millones de metros cú-·bicos por lo menos.

Labeyrie se detiene, mirándonos con una alegre in­tensidad, con los ojos centelleantes de un entusiasmo alque se podría denominar técnico.

- Habría que perforar un túnel, una galería ho­rizontal a partir del flanco de la montaña. No se nece- .sitaria mucho, tal vez doscientos metros...

- Tresciell~os - digo prudentemente. ,- Bueno, trescientos: horizontalmente se debe ha-

ber pasado ya, de sobra, el aplomo del Soum de Leche.Más allá la pendiente es rápida, y no debemos estarmuy lejos de ella. Trescientos metros, a un millón elmetro, nunca serán más que trescientos millones. Unavez fuera se ~ncierra el agua en una tuberia y se man­da al valle de Líeq o de Arette.

- Pertenece al municipio de Arette.- Vaya por Arette. Aqui estamos a unos mil dos-

cíentos metros de altura, .y Arette debe de estar a qui­nientos: setecientos metros de salto. Transformemosesto en kilowatios, amigtútos, y los kilowatios enfrancos ...

Rehicimos los cálculos. Unos cálculos aproximados,ciertamente, pero minuciosos y voluntariamente despro­vistos de optimismo: túnel, tubería, fábrica hidroeléc­trica, todo debía ser amortizado en cuatro años. Luego,beneficio Íntegro.

- Tanto más - añadió Labeyrie - cuanto que sehacen a veces trabajos más considerables por cosas de

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EXPLORACIONES

menos importancia: en Tré-Ia-Tete han perforado casidos kilómetros de galerías para ir a buscar e! agua de!deshielo del glaciar. Diez veces más de trabajos subte­rráneos por dos o tres veces menos de agua, a mi pa­recer ...

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CAPÍTULO V.

UN GRITO BREVE

Er, tiempo transcurre, y seglllmos sentados sobre, nuestros mojados bloques. ¿ Qué diablos estarán

haciendo allá arriba? ¡Esto sucede así desde elprimer momento. desde que Loubens' bajó hace cincodías!

Nunca se les explica a los hombres del fondo quées 10 que sucede exactamente, nunca se les dice por quése detiene el cable, por qué durante horas nadie res­ponde al teléfono...

- Somos como los hombres del frente, que siempregruñen contra los de la retaguardia - conduye Lou­bens.

- ¡y no me e."trañaría que los de la superficiegruñeran del mismo modo contra nosotros J

- Al fin y al cabo es bastante normal: ¿cómo quie­res que la gente se comprenda sin poder hablarse nidecirse claramente todo lo que hay que decir?

- No importa, aquí no estamOS sobre un lecho derosas, y si algo falla en el elevador podrían explicár­noslo francamente, as! como la duración probable de lareparación.

1p

~

I

.:

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--..--...._-_IiiS L.I SI II DE PlERRE S.Il.7·JURTlV

- Tal \'ez "hran a 'í por no inquietarnos - dicel.abevri<:. conciliador. in entando apaciguarnos.

- ¿ Por no inquietarnos:' Ya no 011105 críos. bienuna aY<:ria es reparable. dura cierto tiempo y quedaarreglada; " bien no lo es, y en e<te ca.O tampoc hay'Iue preocupar <:: hasta esperar que traigan otro ele­\ ador, o que pongan e 'calera - en el pozo...

~le le\'ante" mne\ o las piernas para desentumecer­la' ) calentarme. LaLeyrie hace lo mismo. L uben~ nopuede imitarnos, enfundado en u armadura. Pre o de:us pesados arreo, es ca'i tan incapaz de moverse por'U' propios medio como un buzo fuera dcl agua.

Labeyrie se aparta dos pa os, prepara su máquinay retrata e ·ta especie de obscura e inmóvil estatua, e tehombre equipado. egún parece, para algún daje in­terplanetario. iluminado 'o1amente en e ta obscuridadpor su lámpara eléct rica de pecho. Luego toma desdeI11UY cerca una egunda foto: el re uclto ro tro de nues­tro amigo, bajo el casco.

En ese momento nos llega la noticia de allí arriba:todo CSUI a punto, la subida puede empezar.

- Adiós, chico. Feliz ascensión. Recucr los a loscompañeros de arriba. Insiste para que nos mandenmá gente, dile que nunca habd\ dema~iada para eltrabajo que hay.

El cable e' tá tensu otra vez. A lo largo de la roca­lla, de bloque en bloque, Loubens reemprende u mar­cha lenta, extraña, como curiosamente liberada de lasleyes de la gravedad.

En la mano izquierda lleva la antorcha de magne­sio, emejante a un grueso bastón de cincuenta centíme­tro' de longitud. La encenderá cuando lo hayan izado

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Loubcns ni borele (ll'l ríu. (Sala Elis41heth euslere!, hm'ia lu, '10 111.)

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1,· I:RTTO BREf'¡;

a1¡:ltno' metro:. Su violenta luz me permitirá filmare -ta a:c<:n ilÍn c.:·trallrdinaria de un hombre en plenovacio, IcntamL-nte atraído hacia el cuadrado ag-uj ro deltecho qUe? acabará por ab orberle.

Jacque r~'1heyrie _e detiene. di:pu lO a tomar fo­t~afía - d' de el lugar donde se halla. YIl . ubo unpoco 111" tod.wia tra lo talone de L"ubcn:; lue"-".en el minut ell <¡ue e, izado a lo Iar"o del gran hl ueli 'C) CJu c r na d pedr=I, me aparto bacia la izquier­da para poder filmar d' de un punto c 11\' niente.

Ya e-tá, Loubcn, ha despegado.En t:I h:¡z de mi lámpara di-tingo a diez metro de

di-tancia . u tenebr' 'ilueta que ,e e!c\'a c n I'ntitud,~irandll s lbr' . i mi:ma al ~'1:rcmo del cable.

Quiero rl'!~i ·trar en mi pelicula e-te impre ionante\"olte . y no prc. tamo atención a Louben ... Hahitual­mente .c alcnúa para el lJ,ue ube (o el que baja) e. ta1l1ancra tan poco agradable de dar nldtas, 'ostenienrlofirmcmente ten,,) el hilo telefqnico que lo nne al pe­(]ueiío tambor de la taraza de salida. E te hil no sirvepara e~te fin humanitario más que de un modo acceso­rio, Imes su objeto esencial es permitir remontar elcahle de acero, terminado por una especie de obús dealuminio que contiene la argolla de fijación y el hilotelefónico, sin que e encalle ni quede bloqueado enalgún ob -táculo de la roca.

Louben ha llegado a diez metro. de altura.-¡Alto!El cable e detiene. n fósforo e encendido, .or­

prendentemente luminoso en esta obscuridad, lueg-onlch'e a apagarse. Louben gira bre í mi '¡no y vooaparecer y desaparecer, como un minú culo faro. el pe-

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90 LA SIlvI.ll DE PIERRE SAINT-iVIARTIN

queño disco amarillento de su lámpara de pecho. Unsegundo fósforo, un tercero... A cada instante esperover surgir el resplandor deslumbrante del magnesio,pero éste no funciona.

- i No hay manera de encender la antorcha! - megrita Loubens -. i Estoy en medio de una corriente de

• 1aIre ....Un momento de silencio; luego, dirigiéndose a la

superficie:- ¡No, nada! ¡Me dirigia a Tazieffe!Me pongo la cámara a la altura del ojo; en el visor

veo distintamente el punto luminoso, la lámpara deI.oubens, brillar, apagarse, brillar, apagarse... ¿Tal vezeste vaivén podria impresionar la película y producirun efecto sorprendente? Aprieto el disparador y la cá­mara empieza a ronronear de un modo suave.

La antorcha sigue. sin querer encenderse. Sólo elpequeño faro continúa girando, una vuelta por segun­do... Dejo de filmar, pero conservo la cámara pegadaalojo, dispuesto a ponerla de nuevo en marcha.

Se oye un brevisimo y angustiado grito.y. en seguida, en el profundo silencio, veo el punto

luminoso trazar hacia abajo un rápido rasgo. Una frac­ción de segundo y luego un choque cuyo horrible es­truendo me invade por completo. El cuerpo de mi ami­go, rodando y cayendo, pasa a tres pasos de mi.

Ra ocurrido aquello, aquello que siempre nos ha­biamos negado a creer, no sólo que pudiera pasar, sinoque siquiera e:¡'."-istiese la menor posibilidad de. que suceo

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UN GRITO BREVE 91

diera. Muchas veces la gente me habia hablado de ello.después de la expedición del año anterior o antes deésta: "¿ y no tenéis miedo de suspenderos en un abis­mo de cerca de cuatrocientos metros, al extremo de unhilo de algunos milímetros de espesor?" Seguramentehubiéramos tenido miedo de haber dejado correr nues­tra imaginación, permitiéndole meditar sobre la delga­dez de un cable, la ligereza de un eje, la fragilidad deun pasador. Cuando se sube a un avión, ¿se piensa aca­so en la paja que podría encontrarse en el árbol de lahélice?

y sucedió... La máquina en la cual el hombre ha­bia puesto su confianza, la máquina dibujada, calcula­da, construida, la máquina creada por un especialista,110S habia traicionado.

Después de diez metros de caida en el vacio y trein­ta metros de rodar y rebotar de roca en roca, el cuerpode Loubens acababa de detenerse como una maSa iner­te. Labeyrie estaba ya con él y lo sostenía sobre la ro­calla, impidiéndole continuar la horrorosa caida.

Prudentemente, para evitar que cayeran piedrassobre mis dos compañeros, y no ,,-,'Cponerme tampoco,con un intempestivo apresuramiento, a un accidente,bajé aquellos quince o veinte metros de rocalla.

'1III

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CAPÍTULO VI,

LA VIDA DE LOUBENS DEPENDIADE UNA VUELTA DE TORNILLO

DE ROSCA'

L ounENS yada de bruces a través de la pendiente,con la cabeza ligeramente vuelta de lado. Escru­té ansiosamente a la luz de mi lámpara el ros­

tro manchado ele sangre: la sangre manaba por la bocay un poco por la nariz. Nada parecía salir por los oídos.

- Tal vez no tenga fractura de crcineo.Nos aferrábámos a esta esperanza, deseando el mi­

lagro ...Llamamos a OcchialinÍ, que seguía durmíendo bajo

Io. tienda. Algunos gritos: "¡ Oho! ¡Oho! í Beppo!"Luego: "¡ Socorro!" Labeyrie aulló primero para hacercomprender desde el primer momento a Beppo queuna cosa terrible acababa de ocurrir, y uní mis llama­das a las suyas.

Sólo se píde socorro cuando uno se siente supera­do, aplastado, aniquilado por una fuerza contía la cualya no se puede luchar solo. Es la confesión de la impo­tencia, una imploración implícita a la compasión, al

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94 LA SIlVIA DE PIERRE SAINT-IviARTIN

apoyo de los otros, una especie de renunciación. Está­bamos anonadados por aquella fulminante catástrofe.

Occhiali11i se reunió con nosotros, jadeante por ha­ber subido demasiado aprisa la abrupta pendiente. 'No'se entretuvo en calzarse y se había precipitado hacianosotros, corriendo sobre la húmeda y helada piedra. 'Traía consigo un saco de pluma y la ligera cama de:campaña de Labeyrie.

- Tendríamos que volverle y acostarle boca arri­ba - sugerí.

- Sí, pero con mucho cuidado. Si tiene rota la co­lumna vertebral no hay que moverle.

- De todas maneras debemos sacarlo de aquí. Esimposible dejarlo en esta zona en donde caen continua­mente las piedras...

Perplejo, Occhialini reflexionaba, apretando y se­parando los labios, con la mirada ausente.

- Bajo a buscar una tela de tienda - dijo de pron-'to, echando a COlTer en calcetines pendiente abajo.

,En pie, algo más abajo del cuerpo, le sosteniamoscon todo nuestro peso, temerosos de que se deslizarapor el reborde del saliente en donde se había detenido yreemprendiera su horrible caída. Loubens jadeaba, conuna respiración fuerte y apresurada C01110 la iragl1a deun herrero.

Había perdido sus lentes y yo miraba sus ojos me­dio cerrados, esperando a la vez estas dos cosas contra­dictorias: que aquellos ojos se abrieran diciéndonos:"Voy a vivir", y que permanecieran velados, cerrados,probándonos que nuestro amigo, privado de conocí­miento, ignoraba el exceso de sufrimientos acumuladossobre él...

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Beppo regresó con la tíenda. No se habla calzadotodavía para no perder tiempo, y le reñí.

- í Estás loco, vas a coger una pulmonia! No ga-naremos nada con ello.

Entornando los ojos movió la cabeza, muy italiano.-¡Eh... !Nos costó mucho darle la vuelta a Loubens. Era

alto y pesado, terriblemente pesado. Le hicimos desli­zar sobre la tela de la tienda, esforzándonos en combi­nar el cuidado y la suavidad, con el mantenimiento delequilibrio, comprometido continuamente. Luego le trans­portamos, palmo a palmo, metro por metro, hacia el únicolugar relativamente resguardado de las piedras en don­de pudíéramos. tenderlo horizontalmente; nuestro an­tiguo vivac. No teniamos que recorrer más que unaveintena de metros y empleamos media hora. Coloca­mos a Loubens sobre la cama de campaña y lo cubrimoscon el saco de pluma. Luego cogi con las dos manos lasorejas del casco, las aparté cuanto pude y, mientrasJasques Labeyrie le levantaba la cabeza, conseguí qui­társelo. Examinamos ansiosamente el cráneo; no ha­bia nada de anormal en él. En la superficie del casco,en la capa de tela de nylón descubierta al estallar lapintura ~'[terna, habia como dos estrellas; doble pun­to de impacto. En el término de esta caida libre de diezmetros, el casco de nylón habia resistido. Si hubiesesido de acero se hubiera aplastado.

- Voy a ver si hay manera de volver a traer elextremo del cable - dijo Labeyrie.

Hacía un instante que yo pensaba lo mismo. i mien­tras se les haya ocurrido dejarlo bajar otra vez y po­damos telefonearles... ! Labeyrie se internó pausada-

LA VIDA DE LOUEENS... 951/1:

¡:¡Iii

p:;E

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96 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

mente, con largos pasos, en la obscuridad. Occhialini vyo permanecimos silenciosos. No se oia más que I~'spedruscos que rodaban por la pendiente y el ronco ynipido jadeo del hombre acostado a nuestros pies.

Luego Labeyrie volvió con el cable. En la super­ficie debían de haber notado que sucedía algo anormaly habian dejado la cuerda floja. Labeyrie encontró elcable esparcido en flojas espirales entre los bloques de .la parte alta de la sala.

Jacques llevaba en la mano el obús de aluminio des­tinado a proteger de los choques la argolla terminal.Se acercó a nosotros en silencio, con el rostro triste y "contraido, nos miró y nos tendió el objeto. El cable en­traba, tal como estábamos acostumbrados a 'verlo, porel agujero perforado en la punta, pero no reapareciapor el otro lado, no formaba ya aquel bucle de dos pul-'gadas de largo por una de ancho en el cual se cólgabael mosquetón del arnés: surgla en un haz de ramalesde acero despeinados en medio de los cuales, doradobajo su funda de materia plástica transparente, se veiael hilo telefónico de rojo cobre.

Atontado, yo miraba sin comprender aquel abanico·de hilos met,l!icos, apretado en su base por un pequeñobucle y una tuerca.

¿Qúé ha sucedido?Preciso, técnico, Labeyrie explicó:- El ajuste se ha revelado insuficiente, a la larga.

Vibraciones repetidas, encogimiénto debido al fria, yel cable se ha escurrido.

Es horrible que la viela de un hombre dependa deuna arandela ele acero, de una vuelta de tornillo... ¡Lavida de un hombre l Treinta años de esfuerzos, de tra-

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LA VIDA DE LOUBENS... 97

bajo, de cuidados, de inquietud, de amor. Todo esto des­vanecido por faltar una clavija, por no dar una vueltasuplementaria con la llave.

Jacques conectó los auriculares y se colocó el larin­gófono.

- ¿A110, elevador? ¿Allo, elevador? ¿Allo, ele­vador?

- Aquí Labeyrie. Loubens ha caido hace cosa deuna hora. Está gravemente herido.

Escuchó la respuesta, luego:- Muy bien, lIamadlo.y más bajo, dirigiéndose a nosotros.- Van a llamar a Mairey.Mairey, uno de los mejores componentes de nuestro

equipo, era el médico de la e..'(pedición.Un momento de espera.- ¿Allo, Mairey? Sí, buenos días.

- Está sin conocimiento desde el primer momento.

- H.espira violentamente, cincuenta y ocho aspira­ciones-espiraciones por minuto. Echa espuma por laboca. Tiene la mandibula superior aparentemente frac­turada y algo en los riñones, pnes intenta inconscien­temente llevarse a ellos la mano derecha.

- No te oigo bien. Repite.

- No te oigo bien.

- ¿Mantenerlo inmóvil?

7

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98 LA SIlVIA DE PIERRE SAINT-MARTIN

-¡Repite!- ¿ Mantenerlo inmóvil sobre una superficie rígida

y horizontal? Bien.

- ¿Y bajarás en seguida que sea posible? Perfec- .tamente. Hasta pronto. Ponme con Lévi. Bien.

Un momento de silencio, el tiempo necesario para.que los de arriba se cambien los auriculares y el larin­gáfono, luego la conversación prosigue, limitadanosotros a los silencios atentos, a las frases claras yprecisas de Labeyrie.

- Buenos días, Roberto.

- Sí, es terrible. Hay que intentar izarlo lo másaprisa posible. Supongo que tanto si sobrevive comosi no, es cuestión de horas.

- ¿Instalar escaleras en el pozo?Jacques nos dirige una mirada interrogadora. Nues­

tra reacción común es inmediata: j por el momento esimposible; se ve que no se dan cuenta de cómo se pre­sentan aquí las cosas!

Labeyrie prosigue:- No, es absolutamente imposible instalar escaleras

por el momento; Marcel está apenas seguro aquí,pues casi no hemos podido resguardarle de las piedrasque caen continuamente. Si se empieza a clavar cla-·vijas y colocar escaleras nos mandarán toneladas deroca, y hay nueve probabilidades contra una de que cai-·gan sobre Marce!.

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- Sí, lo esencial es mandarnos a Mairey lo maspronto posible.

- Muy bien, subid el cable, reparad el bucle ter\]Ú­nal- es lo que se ha soltado - y mandadnos el médí­ca. Hasta la vista.

La espera empezó.

LA VIDA DE LOUBENS... 99

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CAPITULO VII

EN LAS TINIEBLAS A LA CABECERADE UN MORIBUNDO

DEBÍA de se: cerca del mediodía. Impulsado ?~r

los de arnba, el cable empezó a subir. Yo vigi­laba atentamente el desarrollo del hilo telefóni­

co que habiamos atado al obús terminaL El elevadorno necesitó más que una hora para recuperar toda lalongitud del cable. Mi pequeño tambor quedó inmóviLJacques volvió a ponerse los auriculares mientras yo lereemplazaba a la cabecera de MarceL

La comunicación fué laboriosa: la voz tenia quefranquear los cuatrocientos metros de cable, luego loscuatrocientos metros de hilo. Era mucho. Esta vez La­beyrie percibía perfectamente lo que le decían, pero eraen la superficie en donde no conseguían oirle.

- Me dícen que están reparando el terminal de ca­ble. Píerre Louis trabaja sin parar. Coloca muchas abra­zaderas de ajuste, separadas entre sí. El pais enteroestá alerta. La Radiodífusíón francesa se hallaba juntoal elevador en el momento en que llegaba la noticia.Un helícóptero ha salído esta mañana de Alemania.

- ¿De Alemania? ¿Por qué de Alemania?

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102 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

- No lo sé. Además no he entendido bien sí veníadé Alelnania o de Inglaterra. Hay también un aviónsanitario, varías grupos de espeleólogos que llegan dediversos lugares, de Pau, de Mauléon. Los cinco mu­chachos de Lyon que estaban el otro día en el agujeroFertel han subido también. Habían bajado para vigi­lar la reaparición de la fluoresceína.

Un ardiente agradecimiento nos invadía por todaaquella ayuda espontánea que acudía hacia nuestro ami­go en peligro.

Pero nos sentíamos terriblemente impotentes, inca­paces de proporcionarle nada más a Loubens en su trá­gica lucha con la muerte. Pues esto era aquel prodi­gioso derroche de energía, aquel furioso resoplido defragua: la lucha despiadada de la vida contra la muer­te. Yo sentía que la muerte era algo implacablement~

paciente, que no tenía que hacer ningún esfuerzo, queaguardaba allí, plácidamente, detrás de una de las pa­redes de roca. No tiene 'que ganar, ni siquiera que li­brar, ninguna batalla. Está allí en permanencia, y sólola VIda es una batalla. Esto se percibe inexorablementeen esta caverna opaca y húmeda, junto al jadeo casirugiente del hombre que yace sin conocimiento.

- ¡ Mientras Mairey llegue antes de que haya vuel­to en sí! - murmuré.

- Sí, sería terrible.Me helaba la idea de que Marcel saliera' de su des­

vanecimiento y fuera devuelto a los sufrimientos de sudestrozado cuerpo. Por él y por nosotros, incapaces deproporcionarle el menor alivio, deseaba que el efecto delgolpe subsistiera hasta que llegara el médico C011 suscalmantes.

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A LA CABECERA DE UN lYIORIBUNDO rD3

Las horas transcurrían, el cable seguía todavía enreparación. Mairey no podía bajar. Loubens luchabasin tregua.

- i Qué duro, qué fuerte es un hombre t- i Cuánta energia pierde respirando así! ¿Y si in-

tentáramos hacerle tomar algunas gotas de café o deleche?

- ¿ Cómo quieres hacerlo? Ya tiene la gargantaobstruída por las mucosidades. Tengo miedo. Con ellíquido podría ahogarse.

- ¿y si le pusiéramos una botella dé agua calientesobre el pecho? - sugirió Occhialíni -, Eso le devol­vería algunas calorías...

Mientras yo bajaba al campamento a buscar el hor­nillo de butano, Occhialíni se encargó del agua. Hayrelatívamente poca en esta gruta, pues los arroyuelosson inaccesibles bajo los enormes pedregales que obs­truyen el fondo de las salas. A causa de ello nos veía­mos oblígados a recoger Iíteralmente gota a gota elagua que necesitábamos. El lugar más cómodo se ha­llaba a una veintena de metros del VLvac, exactamentedebajo del pequeño desplome sobre el cual se había de­tenido Loubens en su caida. Para recoger un litro deagua era preciso media hora de paciencia. Occhialiniregresó, hizo hervir un ,cazo lleno del líquido consegui­do, lo vertió en una cantimplora y 10 colocó bajo el saco¡:le pluma, sobre el pecho del herido.

Desde arriba no nos enviaban ya muchas noticiasy la transmisión era cada vez peor. Jacques, incansable,intentaba mantener el contacto, a veces hablando, otraspor alfabeto Morse, por medio de uno de los hilos delteléfono tomado como manipulador. Sin gran éxito,

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1°4 LA SIlvIA DEPIBRRE SAINT-MARTIN

desgraciadamente. Luego hubo un periodo mejor, du­rante el cual no nos oían mucho desde la superficie, peronosotros los entendíamos bastante bien. .'

- Es Jimmy quien habla- nos dijo Jacques-.Dice que siguen trabajando en el bucle del cable y que .los gendarmes han instalado un poste de radio para co­municar con el valle. Norbert Casteret 1m avisado a lospadres de Loubens.

Pensé en aquellos pobres padres con intensa com­pasión. Debía de ser atroz para ellos saber a su hijo engravisimo peligro y.no poder prestarle el menor socorro.

No había más que cuatrocientos metros entre nues­tro compañero yacente y la salvación posible. Cuatro­cientos metros más infranqueables que un océano o undesierto...

- ¿y a Huguette, se lo han dicho?Jacques hizo esta pregunta por medio del laringó­

fono, pero Jimmy no consiguió entenderla. Finalmenteconsiguió transmitirla pqr 1\tIorse.

- Sí. Lo ha soportado valerosamente.J acques siguió comunicándonos todo 10 que conse­

guía entender:- Allá arriba están muy inquietos, mucho más que

nosotros todavía.Hacia las cinco de la tarde el silencio se hizo com­

pleto de pronto.- El circuito ya no está cerrado - diagnosticó La­

beyrie -. ¿ Qué sucede?Durante más ele una hora se esforzó en reanudar

el contacto, pero arriba todo parecía muerto. Poco apoco nos sentíamos abandonados, solos en el fondo eleeste abismo, tan incapaces de salir de él como si estu-

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A LA CABECERA DE UN MORIBUNDO J05

yiéramos en el fondo de una colosal y obscura botella.- ¡Ah! í Los idiotas! ¿ Qué estarán fabricando?

¿Qué estaran... ?

No me atrevía a mirar el reloj. Cinco minutos ha­bían transcurrido penosamente desde mi última ojea­da. Llegaron las ocho. las ocho y media. Marce! jadea­ba siempre con el mismo ritmo. con la núsma violen­cía. Las mucosidades espumosas le salían ahora de lanariz tanto como de la boca. De vez en cuando. uno denosotros se inclinaba sobre él y le enjugaba los labioscon la toalla mojada...

- Debemos tomar alg·o. amigos míos. No es éste elmomento de perder las fuerzas ...

- ¿ Qué tenemos?- Mirad... - rebusque entre los objetos esparci-

dos entre los bloques -, tenemos sardinas, galletas,nescafé y azúcar.

Estos alimentos y la bebida caliente nos reanimaron.Las nueve de la noche. Seguiamos sin comunicación

telefónica con la superficie. Decidimos irnos a descan­sar por turno en la tienda del campamento de abajo.

Fui el primero en bajar.

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CAPÍTULO VIII

"¿NO TIENES ESPERANZA, TOUBIB?"

~ LTANDO me desperté, las dos agujas de mi reloj es­~ taban superpuestas en las doce. Vacilé un mo­

mento. ¿Mediodía o medianoche? No, no podíaser el mediodía: i tenia aún demasiado sueño!

Me habia deslizado sin las ropas de día en el sacode dormir. Es preciso desnudarse, siempre ·que sea po­sible hacerlo, para aprovechar un descanso, en la mon­taña, en el mar o bajo tierra. Ahora reunia todo mivalor para obligarme a dejar este calor suave y seco,para ponerme el pantalón húmedo, el mono, el calzadomojado...

Había dormido bajo la tienda, sobre uno de los col­chones nemmiticos. Al penetrar en el pequeño recintoblanco habia prohibido a mi cerebro, demasiado cansa­do, que indagase por qué habia abandonado mi cama decampaña por este colchón que no me gustaba... Ahoraque habia entreabierto la estrecha entrada circular dela tienda, sabia por qué motivo habia huido de mi camade gruesa tela instalada en el e.,;;;terior; poderoso, terri­ble, invadiendo la obscura inmensidad de la gruta, eljadeo de Loubens llegaba hasta allí, llenando mi mente

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Jo8 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

con el sufrimiento de su cuerpo y el sentimiento denuestra espantosa impotencia. Durante tres horas deun sueño inquieto, habla logrado huir de aquella pesa­dilla. Ahora era preciso abrír de nuevo los oidos y losojos a la dura realidad.

En el vivac volví a encontrar a mis amigos. Habíanconseguido instalarse con la mínima incomodidad, actl­rrucados sobre un colchón neumatico, a la cabecera deLoubens. protegiendo sus piernas del' insidioso frío conuna tienda desplegada. Habían pasado las tres horasintentando vanamente reanudar la comunicación telefó­nica, recogiendo agua, limpiándole la boca a Marce1.

Jacques me cedió su sitio y se fué a dormir.La noche se alargo, pesada, interminable, formada

POl- nuestro ansioso silencio y por este resoplido de fra­gua junto a nosotros. De vez en cuando, yo cogía losauriculares y conectaba el laringófono.

- ¿Allo. del elevador? ¿Allo, del elevador? Aquí,Tazieff. ¿Allo, del elevador?

Nada. Ni respuesta ni siquiera un tenue zumbidoque hubiera demostrado que los de allá arriba habíancen-ado el circuito...

- Pero ¿ qué deben de hacer allá arriba? ¿Creesque se habrán largado todos?

- Oye - dijo Occhialini, de pronto -, ¿Cómo eranlos españoles que vinieron el otro día?

- ¿Tienes miedo de que los carabineros hayan de­tenido a todo el mundo? i No, es imposible! Han sidotodos muy amables, sobre todo el que mandaba el des­k1.camento.

Sí, era un hombre muy simpático, de unos cuarentaaños, con la frente despejada bajo unos cabellos de un

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«¿NO TIENES ESPERANZA, TQUBIB?» 109

color castaño claro. Habíamos pasado dos horas juntosen el fondo del salvaje vallecito , junto al mojón fron­terízo llamado Pien-e Saint-Martin. Eran cuatro espa­ñoles, venidos en misión o5.cial, que esperaban paciente­mente que otros miel11bms de nuestro equipo volvierana copiar las cartas de la Embajada certificando que nohabian venido aquí para hacer espionaje. Y dos de 110S­

otl"üS les hacíamos compañía: Marcel, que hablaba 111UY

bien su lengua, y yo, que quería filmarlos.Loubens y el capítán habían charlado amistosa­

mente, con largos y apacibles silencios durante los cua­les se oía cantar la tibia brisa entre el ramaje verde es­meralda de los pinos. Habían bromeado y todo el mun­do se rió, incluso yo, que no comprendía ni la mitad de10 que se decía.

No, estoy seguro de que, sabiendo a Loubens enpeligro, ni siquiera por violación flagrante de fronterahubieran ordenado la evacuación de los horn.bres qLle,al menos asi 10 esperamos, están haciendo lo imposiblepara salvar al herido.

-Si al menos nos dieran algún signo de vida, aun­que nada más fuera agitando el cable, dejando caer unapiedra... No se dan cuenta de lo que es no saber nada...i 110 saber nada, aquí \

De vez en cuando enjugábamos la boca ele Loube11s.le levantábamos la cabeza.

- \Taziefi!-¿Qué hay?Me había adormecido ligeramente. La angustiada

voz de mi compañero me volvió bruscamente a la rea­lidad.

- Ya no le sale nada de la boca. Solamente de

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lID LA. SlJ1IA DE PIERRE 5AINT-1VIARTIN

la nariz. La infección sube. ¿ Qué podemos hacer?Nada. No podiamos hacer nada. Nada más que es­

t~s sacos de dormir, esta botella caliente, esta ternuraangustiada...

A las cinco de la mañana, Labeyrie vino a relevara Occhialini. que bajó a acostarse a su vez. Esto meinfundió una nueva esperanza de ver restablecida lacomunicación telefónica, pues tenía gran confianza en.la paclencia y los conocimientos de Jacques. Pero porhábil y competente qpe fuera, ¿ qué podía hacer unhombre aislado en el fondo de un abismo. si los de lasuperficie habian cortado el circuito?

- i Que se vayan a la porra!Jacques vino a acurrucarse a mi lado y nos apreta­

mos uno contra otro, ávidos de un poco de calor...Horas y más horas todavia...Con un codazo, Jacques me hizo volver la cabeza,

señalándome con la núrada el hilo telefónico, que su­bia, tenso. desde el tambor, que la llama del carburoiluminaba débiÍmente. Este hilo se movia a sacudidas,como agitado por sobresaltos.

Lancé una ojeada a mi reloj: eran las ocho.- Por lo visto. los de arriba na se han muerto. ¡Al

menos no todos tEn seg'uída estuvimos en pie. dispuestos a arrollar

en la bobina el hilo que bajaba. i Sí, que bajaba! Quin­ce horas interminables habían transcurrido. Quince ho­ras de completo abandono, sin ningún contacto con elmundo de Jos vivos, sin la menor noción de lo ,que su­cedía en la superficíe. atenazados por la angustia de nopoder salvar a este hombre que luchaba con la muerte.Nuestra imaginación se había desbordado hasta unos

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«¿NO TIENES ESPERANZA, TOUBIB?" UI

límites inenarrables. Y ahora renacía de nuevo la es­peranza: el mundo exterior existia aún, se preocupabapor el herido, pero nosotros sólo lo sabiamos por aquelsencillo hilo de cobre que consentía por fin en mo­verse.

Imposible telefonear, pues alguien estaba suspendi­do del cable, Mairey probablemente, y sólo él podía ha­blar con la superficie.

El descenso parecía efectuarse con regularidad. Amedida que íbamos arrollando el hílo, crecían las espe­ranzas de salvar a Loubens.

A Loubens, que seguia batallando éontra la muertey jadeaba al mismo ritmo de una aspiración y una es­piración por segundo, con la regularidad de una má­quina. Una máquina de vivir.

Pusimos agua a calentar para que el toubib hallaradispuesto lo poco que podiamos preparar. Durante lanoche' habíamos llenado todos los recípientes que po­seiamos, cantímploras y cazos, y pusimos a hervir so­bre el hornillo una marmita de tres litros.

Era André Mairey. Hacia las nueve y media reco­nodmos su voz gritando indicadones por el laringó­fono a los de la superficie. Algunos minutos despuéssu lámpara apareció, pequeño redondel amarillo inten­so en las inmensas tinieblas. Empezó a girar en el va­cio, pero tirando del hilo telefónico atado en su cinturapudimos reducir este volteo a un ritmo insignificante..Aterrizó por fin, apoyandose primero en el gran bloquesomital, deslizándose luego a lo largo de la pared y re­botando sobre los bloques inferiores y los pedruscos.

El toubib nos llegaba, con una mochila en la espalday una camilla metálica colocada en las correas del arnés.

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II2 LA 51111:A DE PIERRE SA1NT-lv1ARTIN

Le ayudamos a aterrizar, a quitarse el arnés y el casco,que le apretaba las orejas.

Ya no recuerdo si hablamos, pero sé que nos sen­tíamos felices, Labeyrie y yo, felices de verlo junto anosotros ,con su hermoso rostro lleno de bondad. Nosestrechamos las manos fuertemente, largamente.

Luego, Mairey se .inclinó sobre el herido mientrasnosotros le observábamos ansiosamente. Haciendo unamueca movió la cabeza.

- ¿No tienes esperanzas, toubiiP!'- No. Está perdido.Creo que siempre oiré estas palabras pronunciadas

suavemente con ese acento cantarín del Franco Condadoque me recuerda al de Liege: "Está perdido... "

- Pero ¿por qué? ¡El cráneo está intacto 1- No. Fractura del cráneo y fractura de la colum-

na vertebral.- Pero ha movido las piernas. Al menos un poco,

mientras 10 transportábamos. Y no le ha salido sangrepor los oidos...

- Pero le ha salido por la nariz, y no tiene nin­guna herida en ella. La columna vertebral también, es­toy seguro.

Sereno, preciso, sacó su instrumental.- En fin, si le queda alguna probabilidad de sa1­

liarse debemos dársela. Haremos todo 10 posible.Yo no quería abandonar toda esperanza. 'Soy opti­

místa por naturaleza, y aunque a veces esto es un error,tiene tambíén sus ventajas. Me aferraba desesperada­mente a una de mis experiencias personales, una caídalibre de nueve metros en el curso de una escalada enlas rocas de la Meuse. Había caído de espalda sobre

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«¿NO TIENES ESPERANZA, TOVBIB?, JI]

una losa horizontal. Nueve metros: poco más o menos,la altura de la caida de Loubens. Y no me habia cos­tado más que una hericla insignificante en el brazo yuna espalda de todos los colores ...

- Sí - elijo Maírey -, pero esta vez es grave.

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CAPÍTULO IX

INTENTAR LO IMPOSIBLE

SGRIQ, concentrado, sin apresuramientos, Maire.ypuso manos a la obra. Rompió una ampolla, llenounas jeringuillas, dió unas inyecciones. Yo lo veia

sin mirarlo.Ante el cuerpo de nuestro compañero, luchando fe­

rozmente por vivir, ante nuestra total impotencia parasacarlo de la trampa en la que nos hallábamos con él,nos había invadido un sentimiento casi de culpabilidad.Cuanto más duraba el incomprensible silencio de la su­perficie, cuanto más tardaba la llegada del socorro, mascuenta nos dábamos de que las probabilidades de sal­vación de ~oubens disminuian y la sensación de que suvida dependia de nosotros pesaba sobre nuestros hom­bros de un modo más agobiador. Pero ¿qué podíamoshacer nosotros para ayudarle? Nada, nada más que enju­garle la boca, sostenerle la cabeza, mantenerle abrigado...

Ahora el médico estaba allí, y nuestra responsabi­lidad habia tenninado. Sin embargo, no me sentía ali­viada, estaba embrutecido, y tan rendido ...

El médico diagnosticó una fractura abierta del codoizquierdo.

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II6 LA SIMA DE PIERRE S~-'lINT-MARTIN

- Sera mejor enyesarlo antes de moverlo.Occhialini se reunió con nosotros, después de cínco

horas de un sueño inquieto obtenido gracias a narcóti­cos. Habia llegado muy cansado del Brasil y, aunqueno hacIa más que cuatro días que estaba en el fondo dela síma) parecia agotado, con el rostro demacrado! lamandíbula avanzada, los ojos hundidos.

- Mairey - elijo de pronto con su voz de elevadotimbre -, si hay que hacer algo dímelo, porque yo no .se...

- Si - dijo Mairey -, sí quieres tirar del brazo...Si, el izquierdo. Cógelo así por la muñeca y tira contodas tus fuerzas.

Occhialiní cogió la ínel-te muñeca de MarceL Yo lemiraba. cerró los ojos y apretó fuertemente los labios.Decir que cerró los ojos-no es bastante, sino que apretó105 párpados tan enérgicamente como apretaba los la­bios, y estiro.

Mientras trabajaba, ,Anclré nos contaba lo que ba-bia sucedido en la superficie.

- ¡Ha sido un g-olpe terrible para nosotros!- Para nosotros también - dijo Labeyrie.- Quise bajar ínmediatamente...- Sí, me 10 dijiste por el iaringofono y te hemos

estado esperando.- i Podéis imaginar mi impaciencia mientras aguar­

daba [ La reparación del terminal de cable ha sido muylaboriosa... ¡Os aseguro que esta vez no se soltara 1

- Así lo espero...- Luego. hacia las <.:1nco ele la tarde de ayer hubo

lo del paracaidista ...- ¿Hacía las cinco ele la tarde? A esa hora fué

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cuando perdimos definitivamente el contacto telefónico.- i Claro 1 Cuando el avión empezó a dar vueltas,

todo el mundo se precipitó para hacer señales ...- i Qué frescura! Sin decirnos nada...- Sí, parecía que creyeran que un milagroso soco-

rro les iba a llover de aquel aparato que volaba...- Mejor dicho, que caia del cielo -le interrumpió

Labeyrie.- Por otra parte, resultaba terriblemente hermoso

el espectaculo de aquel g-rantrimotor dando vueltas ymás vueltas bajo un tormentoso cielo crepuscular, gris,negro y rOJo.

El enyesado progresaba. Me producía una sensa­ción de alivio ver convertirse el miembro dislocado enun cilindro blanco, daro, limpio ...

- ¿y ha caido lejos?- Sí. Hacia un viento endemoniado y el paracai-

dista fue arrastrado hasta el lindero del bosque.- ¡Cm-amba, es un buen trecho I ¿ Quién fué a bus­

car la caja?- i Oh, no faltaron voluntarios! Gendarmes, pas­

tores, los muchachos de Mauléon y ele Pau, los de Licqy los de Arette ...

- e Sauveur y Guillaul11e Bouchet estaban allí?- ¡ Ya lo creo t i Y han trabajado de una manera!- Bueno, pero después de lo del paracaidista, ¿por

qué no restablecieron la comunicación?- En realidad, no lo sé ... Todo lo que puedo de­

círos es que algo faBaba en el laringófol1o y que des­pués de ese episodio aéreo se pusieron a repal-arlo.

- El1 fin, te aseguro que· desde aquí abajo no esnada divertido no saber 10 que sucede por arriba.

INTENT.-''1R LO IMPOSIBLE II7

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II8 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

André no respondió, pero miró a su interlocutorhaciendo un ligero signo de aprobación con la cabeza.

- ¿Y lueg'o?- Luego, se hizo de noche y se desencadenó una

tempestad formidable, realmente formidable, que haarrancado la tienda del elevador. Lluvia, viento, true­nos, relámpagos, no faltaba nada. En tales condicionesno se podían llevar a cabo, al menos sin un cierto peli­gro, las maniobras de descenso. Por eso he tenido queesperar a la mañana.

- ¿No podemos cuidade aqui? - preguntó Occhia­lini, que hacia rato que permanecía silencioso.

- ¿Cuidarle aqui? ¿Cómo queréis hacerlo? Talcomo está, necesita unas condiciones ideales para apro­vechar la oportunidad, si es que le queda alguna, desalvarse. Y aqui, como condiciones ideales ...

- Pero tú decias que era absolutamente necesarioevitar todo movimiento para no lesionar la médula.

- Si, pero no .hay ninguna esperanza de salvarlesi no se le sube a la superficie. Habrá que sujetarlomuy fuertemente en la camilla para evitar toda lesiónen el curso de la subida. Sera difícil, terriblemente di­ficil.

De pronto percibimos a 10 lejos un ruido que nues­tros ejercitados oidos reconocieron en seguida: despren­dimiento de piedras. Una piedra caia en el interminablepozo vertical, rebotando de una pared a otra. Los cua­tro nos agazapamos con e! mismo movimiento, con losbrazos replegados detrás de la nuca. Nuestras cabezasse encontraron a pocos centímetros de! vientre de Lou­bens. Nuestras cuatro espaldas intentaban cubrir laparte baja de! cuerpo de nuestro compañero, al cual

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INTENTAR LO IiVIPOSIBLE

había sido imposible resguardarlo completamente de­bajo de la roca.

La piedra percutió brutalmente al alcanzar el fon­do del abismo y estalló en fragmentos que pasaron,como de costumbre, hacia el lado de la "fuente", losmayores roncando y los pequeños silbando suavemente.

Nos enderezamos y Mairey acabó su enyesado.- Son \los muchachos que bajan para colocar las

escaleras - comentó.- ¿Qué muchachos?- Los de Lyon.- ¡Good! - gritó Beppo -. í Magnífico! Son estu-

pendos en las escaleras: la semana pasada los vi salirdel Fertel.

- Será cuestión de vigilar los pedruscos - dijoJacques -, porque haran caer alg'unos al colocar lasclavijas.

A Mairey le castañeteaban los dientes, cansado porsu descenso con la embazarosa camilla. Sus nervios de­bían de estar extremadamente tensos aunque no 10demostrara: se había colgado del delgado cable sobretrescientos cincuenta metros de vacio, siendo el prime­ro en hacerlo después que Maree1 Loubens se hubo es­trellado en el fondo.

Terminadas las inyecciones, se enderezó y contem­pló al herido.

- Hay que dejarle descansar un momento. Dentrode poco 10 colocaremos en la camilla y podremos remon­tarlo. Vamos, intentaremos remontarlo...

- No será cosa fáciL..- ¡Oh, no, no será cosa fácil J Querria acostarme

un poco para recuperar fuerzas.

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120 L-'l SIMA DE PIERRE SAINT-MARTlN

Occhialini le acompañó al campamento guiándole através de la inmensa sala. Labeyrie y yo nos acurru­camos en nuestro sitio acostumbrado a la cabecera deMarcel, con las piernas abrigadas bajo una tienda des­plegada.

La dura y agotadora tarea comenzó. De la cama enla cual yacía desde que el accidente tuvo lugar,erapreciso transportar el cuerpo de Loubens a la camilla.Habitualmente, se coloca al herido sobre un enrejadometálico encuadrado de acero, que se coloca sobre labase de la camilla formada por tubos. Mairey, antesde bajar, había preparado la camilla para que pudieraser adaptada 10 mejor posible a su papel de vehículo desubida de un abismo. En lugar de acostar a Loubenssobre esta especie de colchoneta metálica, debíamos co­locado sobre el espacio hueco preparado debajo, entrelos tubos de acero que formaban los pies de la camilla.

Primeramente colocamos un saco de dormir, luegointentamos levantar a nuestro amigo. Fué extremada­mente difícil: alrededor de la cama de campaña y dela camilla sobr~puestas, no habia lugar en donde colo­car nuestros propios pies; la plataforma era muy es­trecha y un gran bloque rocoso, enclavado demasiadoprofundamente pal-a que pudiéramos sacarlo, ocupabael centro. En estas condiciones, con las escasas fuerzasque nos quedaban nos costaba mucho levantar a Lou­bens, que, con el equipo que llevaba, pesaba unos no­venta kilos. Ademas, era preciso cogerlo con precaucio­nes infinitas para no moverle las vértebras.

Nos costó mucho, pero por fin 10 logramos.Otra tarea empezó entonces: se trataba de volver a

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pasar alrededor del torso de Loubens el arnés de para­caidista que le habíamos quitado la víspera, pues poreste ames debía ser izado. Una vez hecho esto seriaprecíso sujetar estrechamente al herido sobre la cami­lla, lo mas estrechamente posible, siempre para prote­ger la médula espinal.

Parece que ponerle a un hombre acostado el arnésde paracaidista sea una cosa de poca importancia. Perocuando este hombre es vuestm compañero, cuando elaccidente que lo ha destrozado ha hecho de él, más queun amigo, un niño al cual queréis proteger como unamadre protege a su hijo, cuando sabéis que el menorfalso movimiento puede matarle o dejarle paralíticopara siempre; cuando el espado es tan reducido que esimposible poner los dos pies llanos spbre el accident~do

suelo; cuando los músculos de vuestros brazos y vues­tros hombros están agotados y en lugar de sentirosfuertes sólo notáis en vosotros debilidad, entonces osparecerá sobrehumano colocar a ese cuerpo inerte, quesigue jadeando cama una fragua, este anlés mas fácilde poner que un chaleco.

INTENT.AR LO l11tIPOSIBLE 121

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CAPÍTULO X

UN, ,ÚLTIMO GEMIDO, MÁS LIGERO...

CJN toda mi alma hubiera deseado poder darle aLoubens su última oportunidad, que lo sacarande aquella obscura sima, que se hallara ya en

una de esas clínicas blancas, limpias, luminosas, ricasde aparatos milagrosos que defienden la escasa vidaque queda en un hombre en peligro de muerte. Pero nopodíamos apresurarnos. No podíamos hacer más queesforzarnos penosamente, lentamente, prudentemente, ala danzante luz de nuestras lámparas.

Cuando Loubens estuvo colocado por fin en su ca­milla, empezamos a atarlo. Era preciso que no· se enco­giera sobre si mismo al poner la camilla vertical y alizarJa hacia arriba, ni tampoco que se desplazara late­ralmente en caso de choque. Evidentemente, hubiéra­mos podido sujetarle con tanta energía que tales acci­dentes no habrian sido de temer. Pero no podíamosapretarle demasiado. Quedaba el casco. Mairey, antesde bajar, habia pensado en tocio: para que la cabeza deMaree! no oscilara, había hecho dos agujeritos en laparte de la nuca de un casco para pasar por ellos unhilo metálico que inmovilizara la cabeza sobre la ca-

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I24 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

milla. También habia mandado fijar en ella una tablaen la que habia ahondado una depresión para apoyarla parte posterior del casco.

André cogió cuidadosamente la cabeza de Loubensentre las palmas de sus manos y la levantó. Yo apartéel tapaorejas elástico y deslicé el casco.

Loubens estaba dispuesto para la subida. Sólo que­daba una COsa por hacerle abajo: la transfusión de plas­ma. También era preciso esperar que en la parte altadel pozo los hombres que debian ayudar a que la ca­milla franqueara los desplomes y los pasos estrechoshubieran acabado de colocar sus flexibles escaleras yhubieran alcanzado todos las pequeñas plataformas enlas cuales permanecerian de guardia.

Ahora ya los oiamos, mejor dicho, oíamos sus sil­bidos mientras efectuaban sus audaces maniobras.Bajar más de cien metros de escalera vertical exige1111 considerable esfuerzo físico. El equípo de socorrodebia repartirse en doscientos cuarenta metros: doshombres a-8o m. uno, a-120 m., otro y el último a- 240 m. Ataban entre si sus elementos de veinte me­tros, luego bajaban uno después de otro, aseguradospor cuerdas como en la montaña. Una vez llegados allugar previsto, se esforzaban en clavar una clavija enalguna hendidura, se colgaban de ella con ayuda de unmosquetón y una anilla de cuerda, esperaban al siguien­te y lo aseguraban a su vez mientras éste proseguia eldescenso. De vez en cuando, a pesar de sus precaucio­nes y de SIl habilidad, hacian caer una piedra de suprecario equilibrio, y oíamos, lejano todavía, el cho­que del proyectil contra la muralla, luego un silencio,un ruido más fuerte, un nuevo silencio. Nosotros está-

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UN ÚLTIMO GEMIDO ... 1 :>­-:J

bamos preparados, con el casCo puesto, inclinados sobreel cuerpo .de Loubens. Después de un último silencio,el de los últimos ciento diez metros de 'vacío, el bloquepercutía repentinamente en el fondo y estallaba literal­mente mientras algunos fragmentos azotaban el airecerca de nosotros.

Los silbidos se oían más distmtamente: uno sólo:"Alto"; dos: "Subid"; tres: "Bajad". El equipo, cohe­rente y eficaz, se acercaba poco a poco. Pronto estaría eljefe en la plataforma a-24° m. (a 140 metros sobrenuestras cabezas). Estos silbidos, algún nuelo de vocesque percibiamos por momentos, era todo 10 que sabíamosde aquellos hombres que exponían deliberadamente suviela para ayudarnos a salvar a Loubcns.,

El doctor sacó de su mochila algunos frascos, tubosde goma, jeringuillas, disponiéndolo todo de lll1 modometódico sobre el cuerpo lUIsmo de Loubens: no habíaningún otro lugar en donde ponerlo.

Luego se arrodilló junto al herido, sobre una solarodilla, apoyando la otra contra la pared. Al otro ladode la camilla Labeyrie y Occh1a1ini, ansiosos enferme­ros, se las compusieron como pudieron para hallar unaposición estable. Mairey les entregó los frascos, colocolas gomas y cogiendo el brazo de Loubens buscó lavena. La transfusión comenzaba.

Varias veces, en el curso ele las últimas horas, ha­bíamos reído y bromeado, era necesario hacerlo, erapreciso preservar 10 que nos quedaba de potencial ener­gético, tanto por .Marce! como por nosotros. Ahora nosenvolvia una seriedad absoluta, casi palpable.

Cogí los aurículares y el laríngófono. En la super­ficíe habla siempre alg-uien de turno.

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Iz6 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

- ¿ Allo, del elevador? Aqui Tazieff.- jAllo, Raroun! Aqui Janssens. ¿ Qué noticias

hay?Le conté brevemente lo que habiamos hecho durante

las últimas horas y le dije que pronto estaríamos dís­. puestos a "enviar" a Loubens; luego les pregunté siarríba estaban dispuestos.

Sí, todo está a punto. En seguida que el ú1tímode los muchachos de Lyon ocupe su puesto, podéis em­pezar.

- Bien, hasta pronto.- Espera, Robert quiere decirte unas palabras.La transfusión proseguía. Milímetro por milímtero el

incoloro líquido disminuía en el frasco que Occhialinisostenia a la altura de su rostro.

- ¿ Cómo va eso, chico?- Vamos pasando, Robert. ¿ Qué hay de nuevo?- Dime, ¿has tomado fotos del accídente?- No, ninguna,En efecto, no habia tomado ninguna fotografía.

y no porque no se me hubiera ocurrido. Muchas ve­ces, a lo largo de aquella jornada, habia "visto" fotosy "enmarcado" patéticas imágenes y sorprendentes do­cumentos. Pero no toqué mi cámara que tenia al alcan­ce de la mano. ¿ Por qué? Precisamente, yo habia ba­jado para eso, para obtener el mayor número de imá­genes posible. Pero desde que ocurrió la catástrofeunos escrúpulos más fuertes que la pasión del repor­taje me contenían. Tal vez algo de superstición tam­bién: si me abstengo, Marcel sobrevivirá ...

Robert insistía desde arriba.- Quizá deberias hacer algunas. Unas fotos de re-

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¡/qUN OLTI1VIO GEMIDO ...

portaje nos ayudarían. Los gastos han aumentado te­rriblemente.

Yo le oia como avergonzado, en el otro extremodel hilo.

- Bien, Robert. Ahora tomaré esas fotos.Bajé al cámpamento en donde habia dejado la má­

quina. cuando fui a dormir aquellas tres horas. ¡Diosmio, qué lejos estaban aquellas pobres horas de un po­bre sueño!

Me sentia feliz, si puedo usar esta palabra, al ha­llarme un momento solo; al no tener que fingir estoi­cismo, que todo se deslizaba sobre mi indiferencia,y que, al fin y al cabo, la vida era hermosa. Y me ale­graba además de alejarme de aquel hombre en estadocomatoso, de su alucinante jadeo.

Pero en seguida algo me hizo prestar atención; mehabia alejado una decena ele pasos y a esta distanciame parecía que el jadeo habia disminuido ... ¿O eraquizá mi fatiga?

No me entretuve en el campamento. Cogí la má­quina, me tendí cuan largo era sobre la amable y elás­tica tela de mi cama... sólo algunos segundos, el tiem­po de cerciorarme de que existían todavía cosas agra­dables en la tierra, y reemprendí el camino haciaaniba.

No habia caminado todavía veinte metros cuandomi única lámpara se apagó. La sacudí, la apreté, afiojéel pulsador, atornillé la bombilla, nada. Una negrura

, perfecta, absoluta. Llamé:-¡Jacgues! ¡Jacques!Una respuesta indistinta me llegó. A pesar de la

proximidad del vivac (un centenar de metros), la con-

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J,?, 1..1 .\1"'./ /!lo PIERRE .'1./1. T-JI I/<Tl

figuración de la ,ala impedía que pudiéral1lo' oirnu.."Es \ erdad - me dije -, están bloqueado' aUi arri­

ua por la tral1'fu ión." Permanecí un in 'tante il1D1ó\'ill n la ob curielad.

.. 'i al mcno lUliera fó-joros ... ··Lo - tcnía, afurtunadamente. Fué una hazaña bas­

tanle deportiva d remontar aquello, cien metro' debloque a la fugíti\a luz de 1..., fó foro: ... i Por suertepara mi, hULO', d"'''llllé- de una emana, empezaba aconocer uien el terreno!

.\1 rCl're;ar juntu a Louben' t. mé alguna foto,ele la operaciún, in mague 'io, a causa del humo tóxicoque de 'prende. Toda la iluminación con -i"tia en débilesanturcha' eléctricas culgada en el pecho de mi e 01­

pañero' y en do: minúscula llama de acetileno.La tran fusión concluyó, ~Ii camarada, e 'taban

extenuado por haber mantenido durante una hora unapusición impu 'ible.• lairey cogio el teléfono.

- ¿,\110, superficie? Aquí ~Iairey,

- Cuando queráis.Se quitó los auriculare y contempló silenciosa­

mente a Louuens. Su bandada o ro 'tro estaba endure­cido, eñaladu por la fatiga.

El tiempo trall'curría. ¿ Qué má ¡¡odíamos hacer?Era preciso e perar. Ahora sentiamo' el frío, la hume­dad, el agobio del esfuerzo realizadu. \ Iguien encen­dió el hornillo para hacer un poco de café.

Uama azul del butano, :\¡''l.Ia que canturrea. lIu"iónde dulzura familiar.

. larcd exhaló un débil gt.'lUido, el primero de 'de"u caída obre la piedras. Luego un 'egundo. un ter-

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- l. lar ti Loub n ha mu rt h cm o n11-nut .

1n ernlllll iú la e municacl n y quit' 1 aun-ular~ .. !ir ~ el r 1 j: l<l diez y cuart . La aída babía

tenid lu ar treinta y _ i bora ante.J~cqllc 'fíe e gi' de nuev 1 t l'fono.- ¿. II . I . de arriba? -o amo a d fmi r.

- ,1, ' nlt1nicaci '11 mañana a la nu v .

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CAPÍTULO XI

"AQUI, l\rIARCEL LOUBENS HA VIVIDOLOS ULTIMaS DIAS..."

METIMOS. en la mochila t.OdO CUaI.ltO podia ser­. nos útil abajo' el hornillo. la marmita, algu­

. nos viveres, un colchón neumatico, las can­timploras. Mis tres compañeros se internaron en elpedregal mientras yo me dirigia a buscar agua. Éstaseguia cayendo gota a gota, bajo la roca contra la cualLoubens habia chocado al caer. Su sangre se habia es­parcido allí, a menos de un metro mis arriba del huecodonde yo me agazapaba, sosteniendo la lata de conser­vas vacia, en la que iba acumulándose lentamente elagua.

A pesar del fria de cuatro grados, aquella sangre sealteraba y un hedor dulzón empezaba a flotar. Yo inten­taba no pensar en nada y respirar sólo por la boca...

Media hora, treinta largos minutos. Las cantím­pIaras estaban llenas. Bajé al campamento.

Jacques y André hacian hervir lentejas, abríanunas latas de sardinas. Beppo y yo, después de des­montar la pequeña tienda "Narvik", instalamos una"RacJet" mayor en la que podriamos caber los cuatro

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I32 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

y conservar así las 111~L.....il11as calorías. No pensábamos,no deseábamos, más que una sola cosa. dormir.

Pero no pasamos buena noche; ínsl.1ficíencia de col­chones sobre las piedras demasiado agudas. Ya no te":nÍamos mas que dos sacos de dormir, de los cuales unoera muy pequeño, y tuvimos demasiado frío para po- I

der hacer otra cosa que dormitar.Al día siguiente no hubo que discutir mucho para

decidir que, sí era normal intentarlo todo para izar aMarcel herido, seria. una locura exponer la vida de unoshombres aferrados a las platafom1as del abismo parasubir a 1.111 muerto. No sólo el peligro de las -caidas de ­piedras era extremo, S1110 que la resistencia física y sobretodo los reflejos de estos muchachos debían de haberdisminuido notablemente. La víspera habían realizadola verdadera proeza de colocar doscientos cincuentametros de escaleras completamente verticales, bajarlasa fuerza ele puños y, después elel anuncio de la muerteele Loubens, volver a subir a la superficie. El último,según nos enteramos por teléfono, no salió de la simahas ta las cuatro de la mañana.

La imperfecta verticalidad del pozo, que ya cono­ciamos, era el mayor impedimento para la subida de'una camilla ele dos metros cargada con un cuerpo deochenta -kilos. La única solución satisfactoria hubierasido un elevador con suficiente potencia para subir ala vez la camilla cargada y un hombre válido que la ­guiara en los pasos difíciles. Peroc01110 no disponía­mos de U11 elevador semejante hubiera sido preciso queen los rellanos intermediarios se apostaran de nuevounos hombres que, subiendo y bajando las escalas decuerda, pudieran sacar a la camilla de los lugares donde

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«AQUJ UARCEL LOUBENS HA VIVIDO ... ))

se hubiese atascado. Especialmente aquellas hojas cal­cáreas que ya nos habían estorbado cuando bajábamosentorpecídos por 105 embarazosos "kit-bags". Conside­ramos, pues, que seria criminal e..'-poner por un cadá­ver la vida de los jóvenes exploradores y Labeyrieconectó el teléfono para exponer nuestro ptU1tO de vista,Era su mujer, Frant;oise. quien estaba de turno en elteléfono y transmitió nuestra opinión. Esperamos unmomento, luego nos comunico el asentimiento de los dela superficie.

- Bien - dijo Jacques -, cortamos la comunica­ción. Cita para esta noche. De toclas maneras que hayasiempre algmen de turno en el teléfono... Oye. Fran­¡;;oise, vuelve a dat' las gracias de parte nuestra a todoslos del equipo de socorro, a los de Lyon sobre todo, y

Bouillol1 y Bonchet. y Laplace. Por 10 que han hechopor Loubens y por su lucha a nuestro lado. Hasta lavista.

Una nueva jornada de penoso trabajo iba a empe­zar. Para nosotros hubiera sido más sencillo colgar lacamilla de1cable, hacer la señal de subida y luego dor­mir, dormir ...

Mairey fué a dar una vuelta de lllspección por lacaverna en busca de algún lugar donde se pudiese ente­rrar a Loubens.

- Lo mejor que he encontrado - nos dijo al re­gresar - es un espacio estrecho, de más o menos unmetro por dos, entre dos grandes losas verticales a me­dio camino del campamento.

- ¿El1 dónde?- Aquí cerca, entre el campamento y la bobina.Me sentb cansado, molido por fa fatiga. ¿ Por qué

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IS.f. LA SIMA DE rJERRE SAINT-MARTIN

ir esta noche? Mañana por la mañana 10 veríamosmeJor.

"¡ Idiota! - me dije -, JYlañana por la mañana..."Era la décima vez.que me sorprendía en semejante

irreflexión. Decididamente me era imposíble hacermea la idea de que allí no se veía mejor de día que denoche.

La camilla nos pareció muy pesada, pero consegui­mos bajilrJa sin tropiezos cogiéndola uno por los piesy dos por la cabeza. Labeyde, sólidamente aferrado yapuntalado contra una roca, aseguraba la cuerda quehabiamos colocado en la cabecera de la camilla.

El trabajo de dar sepultura a nuestro amigo fuélarguisimo, y el día transcurrió casi por entero sin quenos diéramos cuenta. Colocamos el cuerpo de nuestrocamarada en el hueco de una especie de fosa naturalentre dos bloques. Yacia rigido, cubierto por una ver­dadera armadura; mono y chaqueta impermeable, co­rreas y hebillas relucientes del arnés de paracaidista,fuerte y abombado casco blanco. El brazo izquierdo,enyesado. estaba ~"tendido a 10 largo de su cuerpo, elderecho doblado sobre el pecho. A su rostro, que siemprehabia sido enérgico, la muerte le daba una tranquilanobleza. Marcel Loubens semejaba un auténtico caba­llero yacente de la Edad Media, muerto pero no ven­cido.

Me costó contener la rebeldía que me invadió anteel cadáver de nuestro robusto compañero, 'el alegre mu­chacho por quien habia temblado ya durante una inter­minable hora, exactamente un año antes, en aquellanllsma caverna. Tanto amor, su madre, su padre, sumujer, tantos esfuerzos para hacer de él el hombre

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«AQUl! MARCEL LOUBENS HA VIVIDO ..." I35

valeroso que había llegado a ser, y luego, una simpletuerca que se afloja y...

Tuvimos que resolvernos a entenarle. a separarlepara siempre del mundo de los vivos al cual nosotrospertenecíamos todavía. Maírey puso sobre él, comoproteccíón, el ligero enrejado de la camilla, lueg'o 10recubrimos con una blanca tienda de campaña desple­gada.

En esa gruta no hay tierra. Lo. más fino que pudi­mos hallar fué una arena de algunos milímetros de es­pesor, que pusimos, puñado tras puñado; sobre la morta­ja de gruesa tela.

De pronto Occhialini sintió cierto escrúpulo: ¿ha­.bíamos hecho todo lo que se debía hacer, tal como lohubiera deseado la familia de Maree!? Se 10 habiamospreguntado a Casteret por teléfono, pero ¿qué es 10que podía desear todavía el dolor de una madre, la ter­nura de una esposa?, Occhíalini subíó rapidamente has­ta el cable, conectó y preguntó de nuevo. Hizo venir aCasteret, ti quíen Loubens llamaba su "padre espiri­tual", a Casteret a quíen sabíamos casi tan afectadocomo los padres de Loubens.

- Dígame, Casteret, ¿qué debemos hacer para susfunerales? ¿Hay que fabricar una cruz? ¿Debemos qui­tarle la alianza?

Cuando una primera capa de arena hubo cubiertocasi completamente la tela, excavamos en la grava paraderramarla con un casco. Jacques empuñó un buril yempezó pausadamente a martillar la superficie de una"ncha losa a la izquierda ele la cabeza ele Loubens.

Las horas transcurrieron. A la grava fina sucedió.otra de mayor tamaño. Lueg'o cogímos piedras gran-

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136 LA SIMA DE PIERRE SAINT-iVIARTIN

des como el puño y las fuimos colocando, primero una ­capa, luego otra". Poco a poco las piedras eran másvoluminosas, más pesadas... La forma htunana de nues­tro amigo habia desaparecido bajo el montón de roca­lla. El escrúpulo que sentíamos al principio se atenuóa su vez y seguimos echando, no sé durante cuantotiempo, pesados pedruscos sobre el desgraciado Lou­bens.

Labeyríe terminó el epitafio, sobrio y sencillo comola tumba misma. Un nombre, nna cruz, una fecha.

En la cima de dos grandes rocas, y sobre una ter­cera algo más baja, elevamos unos pequeños c(J¡in¡s depiedras. Occhialini hacia horas que recitaba entre dien­tes, como para si mismo, unos poemas en español, creoque de Garcia Larca. Esta poesia murmurada junto ala muerte era semejante a una oración. Mairey no de­cía nada, trabajaba de firme manejando bloques desesenta kilogramos. A la cabecera de la tumba cons­truyó una pared en cuya cima colocó un pedazo de rocacalcárea negra atravesada por dos rayas de pura cal­cita blanca. Luego, con rectángulos de chapa recubier­ta por materia blanca luminescente, fabriqné nna cruzirregular puesta sobre una losa inclinada. Reflejaba elmenor destello de luz y se vería desde la entrada de lasala como una cruz luminosa en medio de la noche.

Habíamos concluido. Recogimos las lámparas, lacuerda, los cascos, y contemplamos unos instantes estemausoleo de una grandeza incomparable. Luego, ren­didos de cansancio, volvimos a bajar hacia nuestratíenda.

Mientras Jacqnes y André preparaban una comidacaliente, Beppo coglO una lámpara ele acetileno, acercó

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la llama a la pared que limitaba por abajo nuestra pla­taforma, y empezó a escribir con humo. Un cuarto dehora después, fui a relevarle, y acabé la inscripción.

AQUÍ,

MARCP,L LOUBENS

HA VIVIDO LOS ÚLTIMOS DÍAS

DE SU VIDA VALEROSA

"AQUl MARCEL LOUBENS HA VIVIDO ..." 1"-:'JI

* * *Aquella noche dormimos muy mal, como la prece­

dente. El día siguiente, 16 de agosto, fué consagradopor entero a la subida de Labeyrie primero, y de Occhia­lini después.

Jacques Labeyrie es un hombre tan prudente comoaudaz.

"Hubiera debido repasarlo todo antes de bajar - noshabia dicho y repetído después del accidente -, pero temiqt!e me dijeran que exageraba las precauciones, que te­nia ll1iedo."

Ahora que, desgraciadamente, sus aprensiones se'veian justificadas, no quiso dejar nada al azar, al menosnada de 10 que él pudiera verificar desde el fondo. Pa­samos horas enteras atando y reforzando con alambreslas argollas que sujetaban el mosquetón al arnés. Cor­té en varios pedazos la hermosa cuerda denylón y fa­bricamos con ellos unas anillas de suspensión supleto­rias que atamos paralelamente a las normales.

- Lástima - observé - una "nylón" de 10 milí­metros completamente nueva...

- Es que tenemos empeño en salir vivos ele aqui- replicó Jacques.

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J38 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

Lueg'O se eqmpo con extremo cuidado, examinóatentamente cada argolla, cada mosquetón.

- Vosotros haréis 10 mismo - ordenó -. ¿Veseste pasador, Mairey? Asegúrate de que en cada unode vosotros está colocado de este modo, y que la cuerdade nylón está dispuesta as!. .. ¿ te das cuenta?

Cogió una pequeña mochila y metió en ella los ob­jetos de mas importancia que deseaba llevar consigo ala superficie: no era cuestión de subir peso inútil. "Espor el elevador. .. " había dicho André. Le confié miLeica, momentáneamente inservible, y todas las pelicu­las impresionadas que pude hallar; si llegaba a buenpuerto, estos films estarian en seguridad.

J acques se puso el gran casco al que no tenia muchaafición. Habia sido imposible hallar uno suficientementeancho para él, y el que llevaba, a pesar de ser el mayorele todos, le pl'Oducia dolor de cabeza.

- ¿Allo, superficie? ¿Estáis dispuestos ... ? Bueno,tirad entonces. Suavemente.

-¡Adiós, Jacques! Buen viaje ...Algunos minutos más tarde tuve que cerrar los

OJos: Labeyrie se elevaba lentamente, silueta informey anónima en la vaga claridad de nuestras lámparas, y10 que veia en este preciso momento era exactamente10 que habia visto tres días antes durante los minutosque precedieron a la caida de Marce!. Y sentí miedo,miedo como no creo haberlo sentido nunca, miedo por'el amigo colgado sobre el vacio. Era algo que se agi­taba vagamente dentro de mi, algo indefinible y tan pocohabitual... Cerraba obstinadamente Jos páFpados, de­iando deslizarse a través de! mosquetón que tenía en lamano el hilo telefónico que Jacques se llevaba consigo.

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"AQUi Jl1ARCEL LOUBENS HA VIVIDO.,,» I39

Occhialini y Mairey estaban menos impresionados.Sin duda porque no habian asistido a la caida de Lou­bens.

Cuando Jacques estuvo fuera de mi vista, estaaprensión desapareció también. ¡Felizmente! El miedoes una sensación desagradable, y tan inuti!... El hilose desarrollaba de un modo regular. Labeyríe subiabastante lentamente, pero sin intermitencias. Dos otres veces tuvo que detenerse para apartar del trayectolas fle.'Cibles escalas que podian quedar enganchadas. Deesta manera nos preparaba el paso.

Yo iba mirando la gran bobina que se vaciaba pro­gresivamente. Llegaron por fin las 'últimas vueltas, lue­go la bobina se detuvo. Jacques habia salido de lasima.

Entonces fué preciso arreglar algo del elevador, peroesta vez nos avisaron por teléfono. Además, desde queLabeyrie estaba arriba nos sentíamos infinitamente másseguros. Durante los dias que habiamos pasado juntospude conocer quién .era este. hombre, qué valor tan só­lido y seguro representaba. Ahora sabia que si Labey­rie se ocupaba de algo podíamos estar tranquilos.

Occhialini no se separó de nosotros hasta el finalde la tarde. Cuando hablo de la tarde sólo es para si­tuarnos en el tiempo, porque para nosotros, sólo e.'Cis­tió la noche... Le confié la mas pequeña de mis dos ca­maras: al menos esto estaria a salvo si llegaba bienarriba. Se puso en marcha muy lentamente, detenién­dose con frecuencia en ]a pendiente de rocalla para pro­bar el elevador antes de llegar al vaelo: se colgaba delos suspensores con todo su peso, encogiendo las pier­nas, y oiamos que se informaba por medio del teléfono.

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I'¡O LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

- ¿ Qué marca el dinamómetro? ¿ Cómo van las po­leas?

Por fin dejó de tocar tierra. Nosotros tirábamosdel hilo inferíor para que no girara demasiado. Perouna vez más tuve que cerrar los ojos... Aunque menosimpresionado que por la vista de Labeyrie, sentía denuevo en la boca del estómago la angustia de ver laforma viva suspendida en pleno vacio elevarse !enta-.mente, demasiado lentamente. A su vez Occhialini sehallaba en el punto desde donde Loubens se habia es­trellado contra las rocas ...

La subida de Occhialini fué más larga que la pre­cedente. La fatiga pesaba dolorosamente sobre nues­tros omóplatos.

"¿ Acabará por llegar? Dios mio, qué sueño tengo,, -- "que sueno...Por fin, hacia la medianoche, la bobina quedó casi

vacia y nuestra aspiración al reposo creyó poder sersatisfecha ... Pero, ¡ay... I Durante algunos minutostodavía Occhialini permaneció quieto en el rellano na­tural, a menos de dos metros bajo la salida de la sima.Hasta dos días mas tarde no supimos la raZÓn de estainterminable espera: .una veintena de reporteros gráfi­cos esperaban con sus máquinas, prestos a disparar, yél no tenia ganas de ser retratado...

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CAPITULO XII

ÚLTIMA EXPLORACIÓN

A NTES de que nuestros dos compañeros fueran re­montados, habiamos hablado de un proyecto,Tímidamente primero, por temor a pasar por

unos inconscientes, Pero nuestro sentimiento se habiarevelado umi.nime. ¿Nuestro proyecto? No volver a su­bir a la .superficle hasta después de haber descubierto,si era posíble, un paso que condujera más abajo toda­·via. Este deseo habia nacído en los días precedentes, yse fué haciendo ímperioso poco a poco. ¿ Por qué? Sen­cíllamente porque habiamos percíbido, a través de lasconversaciones telefónicas sostenidas últimamente conla superficie, que el mundo exterior nos consíderabacomo una especie de. náufragos, unos hombres a la de­riva, a los que había que socorrer. Sobre todo ahora,que ya no se podía salvar a Loubens, nos habíamosconvertido en un objeto de solícitud. Pero sí después dela catástrofe se pidíó auxílío, solícítando hombres y ma­terial, había sido solamente para que se pudíera retirara tiempo al herido, de la sima. Ahora sólo faltábamoslos dos para ser izados a la superficie, y el vasto senti­míento de compa"ión se habia volcado sobre nosotros.

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LA SIMA DE PIERRE SAINT-llIARTIN

Pero ní él ní yo teniamos temperamento de vencidos,sino todo 10 contrario. No estábamos abatidos por losacontecimientos y los esfuerzos de esta larga semana,y queríamos demostrarlo. Pero deseábamos tambiendarnos cuenta de la prolongación de esta gigantescacaverna de la cual Loubens sólo logró entrever la en­trada. Se trataba de demostrar que Loubens habia te­nido razón, y de' descubrir nuevos pasos, de hacer, enfin, lo que nuestro compañero hubiera deseado que sehiciese: proseguir.

Habiamos esperado poder hacer esta exploraciónios cuatro juntos, pero las circunstancias no 10 permi­tieron. era preCISO pensar en 10 de allá arriba, parien­tes, amigos, equipos de socorro ...

Quedábamos solamente dos.- ¿Allo, de! elevador? i Escuchad, es muy tarde!

Estamos muertos de fatiga.

- ¿Vosotros también? No me extraña. Bueno. Nosvamos a dormir y no penséis oírnos hasta mañana alas dos de la tarde. Buenas noches.

Bajamos rápídamente por la pendiente que nos eraya familíar. Un vaso de tonimalt, espeso y caliente, y.,nos deslizamos en nuestros sacos de dormir. i Qué bienestábamos! Cada uno en su saco caliente, sin puntia­gudas piedras bajo la espalda... Desgraciadamente estebienestar no. duró mucho. Aunque ya no tuviéramos e!despertador de Occhialini, nos despertamos hacia lasocho y media, como estaba previsto.

En semejantes circunstancias no hay que vacilar enlevantarse, si no, la tortura es cada vez mayor. Ademásse corre e! peligro de volver a dormirse y por muchas

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horas... Antes de haber tenido tiempo de Iamentar)lOS,de maldecir la vida, la humanidad, la obscurídad, elfrío, el mundo, nos hallamos en pie de un salto, ponién­donos la ropa, el mono, el calzado. André puso agua ahervir y mientras yo reunia y metía en nuestras mo­chilas el material que pensábamos llevar, cuerda, mos­quetones, víver~s, cámara, peliculas, antorchas, lámpa:ras, vertió en aquel litro de agua un bote entero de to­nimalt. Lo tragamos hirviendo. Estaba tan concentra­do que nos escocia la garganta, y no por el calor. Yohice una mueca; los alimentos azucarados no me hangustado nunca mucho...

- Tómalo - me dijo André -, te tonificará. Y trá­gate también esto - añadió tendiéndome un compri­mido.

- ¿ Crees que debemos tomarlo ya? ¿ No sería me­jor guardarlo para los momentos decísivos?

Era "lambaréne", un excítante que debia permitir­nos hallar la fuerza que tanto necesitaban nuestros ago­tados cuerpos.

- No, no... Tómalo, hay que prevenirse. Luegoiremos tomando otros de un modo regular.

- Bien, doctor.A las nueve nos cargamos las mochilas a la espalda

y nos pusímos en camíno hacía el fondo de la caverna.

OLTIMA EXPLORACIóN Li3

A buena marcha, rodeamos la roca denominada"Gibraltar", nos deslizamos entre grandes bloques en­clavados en posiciones impresionantes, al menos paralos que han de pasar por debajo de ellos y llegamos alborde del pozo que conduce a la sala Elisabeth Caste­reto Desdoblo lo que queda de la anaranjada y hermosa

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JU LA 'llU DI; T'IFJ(J?J; SAINT-MARTIN

cuerda de nylón, me ato para que André pueda asegu­rarme, y me deslizo por la estrecha abertura en la quesopla una violenta corriente de aire. Bajo rápidamentelos veinte metros de escalera, cuya parte inferior searrastra sobre la rocalla. André me sigue de prisa tam­bién, recogemos la cuerda y nos vamos a grandes pasoshacia la parte baja, atra\'esando la ca\'erna en diago­nal, en dirección al lugar en donde se pierde el arroyo,a la entrada de la galería descubierta cuatro días antes.

~lairey es feliz. Le gustan las grUL.1.S y las c..,plo­raciones subterráneas. Hace quince dias que llegó alcollado de la Pierre Saint Martin, y desde entonces hae3perado y esperado que la mecánica funcione, luegoque quiera bajarle. Para realizar su deseo ha sido ne­cesario que ocurriera el accidente. Y su estancia en elfondo, desgraciadamente, no ha sido consagrada a laespeleología ...

En la negra inmensidad, en la que nuestras lámpa­ra~ no revelan más que una pequeña parte de los amon­tonamientos de roca, reluce de vez en cuando, e.,trañoy difuso, un rectángulo livido, elemento del abalizajeque Marcel y yo hicimos ocho días antes.

Atravesamos la sala a marcha redoblada, pues lacita telefónica es para las do de la tarde... Aqui está,la quebradura, la "diacasa". La galería debe de ha­llarse un poco más abajo. i Sí, aquí es! ro hemos em­pleado más que media hora en llegar, la cosa marcha.Nos internamos en seguida por la abertura y bajamosuna pendiente de pedruscos de una inclinación de 30'

poco más o menos.- ¿Oyes el agua?André se detiene, atento.

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Ht'Jllral'iim dl'l el .\ a Jor mi nlrn TU/i·(I ',la u Il ndid I Illr I Ili ro .

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OLTlJf.1 EXPLORACfó,'

- Si ... Si, hacía abajo. Cuando ubieron dijeronque habian oido el río por otro lado. Debieron de bajarhasta aquí.

Proseguimos, sín hallar dificultade . Una decena demctros más abajo, nos tropezamos con un pequeño cairnconstruido a la c:ntrada de 1m ensanchamiento que eabre hacia la derecha y parece subir.

- Hasta aquí es donde llegaron. Y esta bóveda esla sala sobre la cual no estaban de acucrdo.

Era allí cn donde Loubens entrevió el principio deuna nuc"a sala, pero Labeyrie, prudente, habia descon­fiado de u cxccsivo optimismo.

A la izquierda el ruido del torrente se percibía aho­ra de un modo claro. Buscamos un poco, hallamos tmestrecho pa o y nos internarnos por él, uno detrás deotro. Galería, gateras, un callejón sin salida que nosobliga a retroceder un poco y alcanzarnos el agua. Con­sulto el altímetro: si no se tiene en cucnta la variaciónde la presión atmosférica, nos hallamos por lo menos"eil1te metro má abajo del lugar donde se pierde elarroyo en la sala Casteret.

- Hay que tener en cuenta la \'ariación diurna. Enrealidad c tamos más abajo toda\'Ía - digo -. ¿Creeque es el mismo arroyo?

André ha conseguido descender hasta la orilla delagua que fluye bajo sorprendentes montones de bloque~mpotrados unos en otros. Está dos metros más abajoquc yo, con los brazos y las piernas separados.

- Estoy seguro - me responde -. En aquel rin­cón de allá abajo veo que queda todavía fluorcsceínapegada en la piedra.

- ¿Entonce , no se ha desleído del todo?

lO

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I46 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

Me echo de bruces en el suelo y desciendo a rastraspor entre los bloques... i Es verdad! ¡Ya la veo! Laf1uoresceina ha dejado t1l1 musgo de un color rojo ber­mellón algunas pulgadas más arriba del nivel actual delagua.

- En pocos días el nivel ha bajado mucho.- Podríamos probar a zambullírnos - propone

André - para pasar por debajo de este sifón. Es posi­ble que luego se ensanche de nuevo...

-¡Brrr. .. !¡ Tal vez en distintas circunstancias no me habría

negado! Pero en el estado en que me hallo, la perspec­tiva de una inmersión en el agua a 3° no acaba de se­ducirme.

l-lemos señalado nuestm camino con tiras desga­rradas de una pieza de ropa recubierta con pintura lu­miniscente, y esto nos facilita el regTeso: en cada bifur­cación sabemos sin vacilar hacia donde debemos diri­g'lrnos.

Al llegar al ca¡:m, hemos torcido ala izquierda, ha­cia un orificio bastante ancho abierto a media alturade la pared, algunos metros más arriba de nuestras ca­bezas. Después de llegar allí sin esfuerzo franqueamosuna especie de umbral y penetramos en una pequeñacaverna que atravesamos rápidamente.

Un nuevo ensanchamiento, luego nuestras lámpa­ras no barren más que inmensos espacios negros. En­ciendo la potente lámpara que Pierre Louis. nuestmjefe mecánico, nos ha prestado; muy lejos, el haz lumi­110S0 choca con la roca. Nos miramos. ¡Es demasiadohermo~o, demasiada suerte! Una sala nueva, una sala,realmente enorme, una tercera sala que añadir a las

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dos que ya conocemos, y este sin obstáculos, caSI S111

esfuerzo,- ¿y si encendieras una de tus antorchas, Harolln?- Tienes razón, Espera un instante: preparo la ma-

quina y enciendo.Saco de la mochila la máquina grande de cine. Está

muy fria y para calentarla un poco Ja deslizo bajo michaqueta de plumón, junto a la camisa, y esperamos,inmóviles, con las lámparas apagadas. No se oye nin­gún ruido, sólo de vez en cuando el chasquido de lasfrias gotas que caen de las invisibles bovedas.

Pruebo el motor de la cámara y veo que funciona,- í Esto marcha. André! Vaya encender. Ve ha­

cia la derecha y camina sin preocuparte de mi, aprove­chando la luz de! magnesio para e."aminar la sala.

La antorcha chisporrotea durante un segundo, y laluz surge, deslumbradora. Nos hallamos a la entradade una especíe de maravilloso navio de muchos cente­nares de metros de longitud. Estamos a media altura,más o menos a cuarenta metros del fondo, y la bóvedase halla a una veintena de toesas sobre nosotros.

André avanza sin perder altura, prudente y rápidoa la vez, a 10 largo de la muralla de la derecha. Yo lesigo con el visor. Su gigantesca sombra danza y se de­forma sobre la rugosa pared. Dejo de seguirle, barrien­do la saja con mi cámara, con la esperanza de poderdar alguna idea de su extraordinario tamaño. Acabóla cuerda, la izo apresuradamente, cambio de diafrag­ma y vuelvo a rodar. André ha desaparecido, al menosde mi visor, y no consigo volver a encontrar su siluetademasiado pequeña, perdida en esta rocosa nave.

La antorcha se apaga, y permanezCO varios minu-

ÚLTIMA EXPLORACIóN Lit

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I~8 LA S!J1L1 DE PlERRE SAINT-MARTIN

tos cegado. Cuando mís ojos se han vuelto a acostum­brar a la obscuridad y soy capaz de nuevo de emplearmí lámpara eléctrica, guardo la cámara, me coloco lamochila al hombro y sigo las huellas de mi compañero.Éste me espera trescientos .metros más lejos, con losojos brillantes de entusiasmo.

- i Es formidable, Haroun, formidable!Realmente, nos sentíamos felices. Con esa alegria

difícilmente traducible para el que río ha podido sen­tirla, del descubrimiento de espacios vírgenes ... Recuer­do las maravillosas impresiones experimentadas en elCongo, cuando pisé por primera vez - siendo el pri­mer hombre en hacerlo -la lava y la ceniza de un vol­cán nuevo. "Sabía" que nadie habia pasado por allíantes que yo, que nadie se habia aventurado por aquelcráter, y esta certidumbre daba toda su intensidad ala alegria que me llenaba en medio de aquellos sinies­tros espacios.

También aqm sabemos que somos los primeros: nilos hombres del paleolitico ní los modernos espeleólogoshan penetrado hasta este lugar. Somos los primerosseres humanos que contemplamos estas bóvedas, y estoes embriagador ... ¿Será esto vanidad? ¡Tal vez lo sea,aunque no lo creo! Este sentimiento forma parte denuestra curiosa naturaleza hum:ma que desea conocer,comprender.

Habíamos recorrido unos trescientos metros más omenos y creiamos haber llegado al extremo de la sala,pues hacia la izquierda se destacaba de la pared unaespecie de abrupto dique natUl'al que se hundíá haciaabajo cosa de cuarenta metros. Pero luego descubrimosque detrás de aquel dique la sala continuaba todavía.

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úLTIMA EXPLORACIóN 149

- Hay lo menos doscientos metros más - dijoMairey, barriendo la nueva inmensidad con el haz desu lámpara.

En mi mochila llevaba una "bomba" de magnesioparticularmente potente, de diez kilogramos de peso,que puede arder durante diez minutos. Yo la reservabapara alguna ocasión excepcional. i Ésta era la ocasión!Preparé la cámara, la calenté otra vez junto a mi cuer­po, puse la antorcha grande sobre una roca y la encendí.

Las prodigiosas dimensiones de la caverna nos ma­ravillaron. La sala era más vasta que las otras dos,cuatrocientos o quinientos metros de longitud por tres­cientos o cuatrocientos de anchura, y parecia más im­ponente aún porque el fondo, en lugar de estar repletode colosales rocas, se hallaba vacio, hueco como la ca­rena de un buque ,colosal.

No habia rocas, pero en cambio habia concreciones,finas estalactitas suspendidas como largas pajas de lasmajestuosas bóvedas, drapeados, columnas estalagmiti­cas anchas y cortas, como setas monstruosas que sacanla cabeza a través del suelo color ocre de la caverna.Muy cerca, unas hoyas de agua inmóvil y transparen­te, delicadas picas de obscura arcilla ...

Aprovechando la deslumbrante luz, Mairey avanzapor la cresta del dique. Este paso, visto a la luz denuestras lámparas, nos pareció tan estrecho que temia­mas que fuera impracticable. Filmo a Mairey mientrascamina, hábil y circunspecto. Luego se me encalla el

111otor. ., Ti ':~~fLJ

¡No faltaba más que esto! Con la Leica inutiliza­ble, y la cámara pequeña en la superficie, sólo me que­da esta maquina para conseguir algún documento, y

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IjO LA SIMA DE PIERRE 5AINT-MARTIN

ahora se me estropea en el preciso momento que des­cubrimos una maravilla ... A pesar de todos mis esfuer­zos el motor permanece encallado, vencido por nuevedías de fría humedad. Rebusco en mi bolsillo, cojo la"manivela" pequeña, la coloco y sigo rodando a mano:es mejor tomar una película mala, muy mala, que que­darme sin pelí.cula.

Acabamos de tomarnos nuestro tercer comprimidode "lambarene" y se nota su efecto tónico. En seguidaque he terminado la bobina de película, cierro la mo­chila y me aventuro a mi vez por la exigua arista deldique. André ha desaparecido. Le llamo una, dos ve­ces, pero se halla ya fuera del alcance de la voz. No mecuesta ningun trabajo seguir su huella, pues el caminoestá perfectamente señalado con cintas luminiscentesde seoteh-lite colocadas sobi'e relieves rocosos.

Es realmente la mejor manera de señalar un itine­rario subterráneo, y lo recomiendo de un modo parti­cular a mis colegas espeleólogos. Una· feliz casualidadnos habia permitido usar este sistema y apreciar su cua­lidad excepcional. Algunos días antes de mi salida ha­cia la sima de la Pierre Saint Martin, tuve que pasarpor la ,comisaria de mi barrio por alguna historia dee..'<ceso de velocidad. Una vez el acta debidamente fir­mada, el comisario me dijo:

- ¿Le serviría a usted, en su caverna, un poco detejido de seoteh-lite? Me quedan algunos trozos ...

Acepté, pensando que siempre podría ser útil. Lohabia traído más bien como material de socorro, ya queteníamos un "stock" de chapas cuadradas recubiertasde una pintura similar. En realidad las chapas nos de­cepcionaron. La tela, en cambio, cortada en tiras estre-

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chas y largas se reveló perfecta desde todos los puntosde vista, tanto por la luminosidad como por la facilidadde colocarla o colgarla.

- Es una gran cosa estar en buenas relaciones conlas autoridades - me decía André a nuestro regreso,mientras avanzábamos sin pérdída de tíempo y sin equi­vocarnos.

Después de hab,er bordeado la cresta del díque, yalcanzado una ancha terraza de rocaIla, tuerzo hacia laderecha y sigo una vía descendente que me Ileve sindíficultad hasta el fondo de la caverna, Al levantar lacabeza y dirigir hacia arriba el haz de mi lámpara, ad­vierto que no "toco" ya al techo; éste debe de haIlarsea unos cien metros sobre mí.

André sigue sín responder. .. Veo en la noche dos otres cintas luminíscentes que conducen al lugar eu don­de la bóveda se une ,con el suelo, una cincuentena demetros mas lejos: la e..-..;:tremidad de la caverna. ¿Pordónde habrá desaparecído André? Me apresuro, anima­do por el "lambarene", saltando de un bloque a otrocon recuperada agílídad. Y luego comprendo: la sala setermína, sí, pero un túnel se abre al final de eIla, en elpunto más bajo. Un túnel negro y abierto hacia el cualme arrastran las brillantes tiras de scotch-lite.

, Penetro en el túnel. Sus proporciones están a la es­cala de la sala que acabo de dejar; diez metros de altu­ra, veinte o cuarenta de anchura...

Miro la hora, el altimetro, inscríbo algunas notas enmi mojado carnet, luego sigo las hueIlas de Maírey.

El enorme túnel, como trazado por un tiralíneas, sedirige hacia el noroeste. Medía docena de trenes, unoal lado del otro, podrían pasar por él. La pendiente de

OLTIlvIA EXPLORACIóN 15T

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152 LA Slllf,:1. DE PIERRE S.'1INT-MARTIN

pocos grados de inclinación contrasta con los declivesrápidos de las tres salas. No hay agua en el suelo; sólograneles bloques amontonados.

-¡Eh!El llamamiento de Mairey me produce alegria; es­

toy satisfecho de volver a encontrarle y satisfecho elepoder compartir con él tan extraordinarias impresio­nes. Me espera allí, doscientos metros al interior deltúnel.

- ¿Oyes? - pregunta.Presto atención un momento' un potente rumor

llena la caverna. Es terriblemente impresionante. "¿ Dedónde viene?"

Hay que fijar verdaderamente la atención para de­terminar de dónde procede el ruido, pues aquel roncofragor parece salir de la pared entera. En realidad vie­ne de abajo.

- El río - dice André.El túnel prosigue, siempre igual, y nos ponemos

nuevamente en m~rcha. Un poco más lejos, entre laspiedras que obstruyen en fondo, aparece el agua.

En pocos momentos, hemos pasado de una galeríaseca a las orillas de un gran río subterráneo. Este cur­so de agua es más importante, mucho más importante,que el arroyo que ya conocíamos: su caudal es muchomayor y tiene de cinco a diez metros de anchura y. deuno a tres de profundidad ... Avanzamos rápidamente,impacientes por descubrir algo más, temiendo la horaque nos obligará al regreso.

Tan pronto el camino puede seguirse fácilmente,como es preciso franquear delicados pasos sobre el aguacristalina, tan límpida que por dos veces, al divisar

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CíLTIMA EXPLOR.dCIÓN

una roca a propósito para poner el pie, me mojo hastael tobillo por no haberme dado cuenta de que la peñaen cuestión se hallaba debajo de la superficie del agua.

A las 12,45, después de una media hora de progre­sión en línea recta por este túnel extraordinario, nosdetenemos junto a una ancha laguna de aguas tran­quilas, ligeramente verdosas. Nuestras lámparas, re­buscando más allá del peqneño lago descubren el negroarco de un túnel que parece prolongarse indefinidamen­te. Enciendo una última antorcha de magnesio y ruedoalg1l1l0S metros de pelicula con la "manivela". Andréaprovecha la luz para inspeccionar la galeria lo máslejos posible; tanto como alcanza la vista, el túnel pro­sigue siempre igual.

Dar media vuelta es para nosotros un verdaderosacrificio" . Nos resignamos a hacerlo únicamente acausa de los que nos esperan en la superficie y se in­quietarían de nuestro largo silencio. Pero, ¡cuánto noscuesta! Según nuestros cálculos, fundados en la lectu­ra del altímetro, debíamos encontrarnos cerca de seis­cientos metros bajo tierra y habíamos recorrido en lí­nea recta una distancia de mil quinientos metros desdeel lugar donde acaba el cable.

Es un resultado magnífico. Estamos seguramenteen la base del potente macizo de calcáreos terciarios,allá en donde las rocas están en contacto, siguiendo unasuperficie débilmente inclinada, con los esquístas car­boníferos subyacentes.

A partir de este lugar no habrá, seguramente, maspozos, sino una sucesión de galel'ías que coriduciránprobablemente hasta el fondo de los desfiladeros de Ka­kaouetta, a seis kilómetros ele aquí, y con un elesnivel

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154 LA SIMA DE FIERRE SAINT-MARTIN

de seiscientos metros. Ancho y recto el túnel nos 111­

vita ...j Qué sueño tan maravilloso para un espeleólogo,

penetrar en el seno de una montaña por la parte dearriba y volver a salir por abajo, "mil doscientos me­tros más abajo" después de haberla atravesado en todosu espesor ... r Ahora nos hallamos ante la realizaciónprobable de tan audaz sueño. Y es preciso volverseatrás. No sólo abandonar esta embriagadora explora­ción, sino también afrontar las fatigas de la subidahasta el campamento, los azares del gran pozo vertical...

j Pobre Marce!! í Él que había descubierto la entra­da de todo esto y pidió que le subieran para dejar suparte a los compañeros!

Nos preparamos nescafé con unas pastillas de al­cohol solidificado, comemos un paquete de bizcochos,tomamos otra vez "lambarene" y, volviendo la espaldaal tentador curso del río volvemos a subir hacia lasobscuras inmensidades, guiados por la suave luz de lascintas luminiscentes.

Alcanzamos el gran dique y franqueamos por se­gunda vez la estrecha cresta. Me siento cansado y lapaso mal, a caballo sobre la arista.

- ¡Dios mío, me has asustado! - dice André, queme estaba contemplando.

Permanecemos un momento inmóviles en esta salade admirables proporciones, de pie al lado de las c-'"'(­

trañas protuberancias de reluciente calcita.- Esta sala es estupenda...- Estupenda. Se llamará sala lVIarcel Loubens.- ¡ Naturalmente... 1Todo va bien hasta la sala Casteret que atravesa-

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mas oblicuamente, dirigiéndonos hacia la flexible esca­lera que cuelga del techo en el rincón sudoeste, Soy yoquien señalo la dirección que debemos seguir, pues soyel único de los dos que conozco la sala, ya que Andréno ha hecho más que atravesarla a la ida, No hay yacintas de scotch-lite, sólo de vez en cuando algunas cha­pas luminiscentes, de mediana calidad, y un pape! lu­miniscente rojo, testigo de la exploración de esta salapor Marce! Loubens un año antes.

A ];lesar de! "lambaréne", empiezo a. sentir dura­mente la fatiga, y me cuesta escalar los bloques enore

mes que hay que volver a bajar luego para atacar enseguida el siguiente. Un insidioso calambre serpenteapor la parte anterior de mis muslos. Mientras no vayaen aumento ...

y luego, no sé cómo, perdemos el pozo de salida.Hemos llegado a un punto elevado de la sala donde labóveda forma un ángulo y se une con las' gigantescasro~as del fondo. Nos detenemos proyectando a nuestroalrededor, como largas antenas, los haces luminosos denuestras lámparas. La escalera no aparece por ningúnlado; nos hallamos en un paraje desconocido. Sin em­bargo, yo habia estado varias veces en esta sala; tresveces, seis entre ir y volver, lo cual ya constituye unaexploración detallada.

. j\,JIi fatigada mente empieza a aturullarse. Acabopor dudar de mi lucidez...

- No reconozco este lugar. ¿ Es seguro que esta­mos en la sala Elisabeth Casteret, André?

Mairey asiente, y esto me tranquiliza.- Entonces no podemos hallarnos más que en la.

parte superior izquierda ele la caverna - prosigo -, la

úLTIMA EXPLORACIóN 155

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I56 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

que no visitamos con Loubens (1). Total: hay que vol­ver hacia allí y buscar hacia la derecha.

Nos ponemos nuevamente en marcha. André lVIaí­rey se adelanta rápido. Hago un esfuerzo para seguírsu paso y entonces, bruscamente, los calambres me ate- .nazan los muslos. Son tan dolorosos que me doblo vio­lentamente por la mitad y pierdo el equilibriD. Caigodel bloque donde me hallo, me tuerzo la muñeca, medespellejo .

-¡M !Debo proseguir con las rodillas dobladas, casi a

gatas. Es a la vez grotesco y doloroso. Me síento terri­blemente riclicu10, al mismo tiempo que me invade unaligera angustia.

"No conseguiré subir la escalera... Eso, si la en­contramos. "

Pienso en Loubens, e.c'Ctraviado el año anterior enesta misma sala, pero solo, mientras yo le esperaba en­cÍma del pozo que ahora buscamos en vano. Sus doslámparas se e..'(tinguían, sus llamadas quedaban sin res­puesta. Cuando por fin nos volvimos a encontrar y nos.abrazamos me dijo, extenuado: "He tenido miedo".Ahora somos dos y sé, mi razón sabe, que no podemosdejar de encontrar la salida hacia arriba. Y, sin em­bargo ... Por eso admiro todavía el valor, la sangre fríagracias a los cuales nuestro amigo se había salvadoaquella vez.

André lanza un grito de alegría.- ¡Ya está. Haroun, he hallado la salida!

(1) Buscábamos una salida por abajo.

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OLTIMA EXPLORACI6N

Vuelvo a tomar "lambarene", :Mientras André tre­pa por' la escalera me hago masaje en las piernas. Alcabo de diez minutos me siento mejor y subo a mi vezsÍn dificultad.

Son más cerca de las cuatro que de las tres y lle­vamos retraso. Hemos salido por la mañana a las nue­ve, y prácticamente no nos hemos detenido más que uncuarto de hora, para tomar café en el punto extremaque hemos alcanzado. Durante estas seis largas horas)los esfuerzos, el entusiasmo, la tensión, nos han aleja­do del drama vivido los días precedentes. Éste se nosimpone de nuevo después de que, tras una última con­tracción a la salida del pozo, penetramos en la salasuperior: el acre hedor de la sangTe se ha esparcidopor toda la caverna. Es atroz.

Nos apresuramos hacia el campamento. Hay que iraprisa para no inquietar a los que esperan en la super­ficie (creían que dormíamos ... ). Es preciso apresurar­se por nosotros también, para poder ser izados antesele la noche.

Casi todo el material debe ser abandonado. Nos hanprevenido: quince kilogramos por persona, como mú­ximo. Escoger lo esencial. Para mi, ante todo, la pe­lícula impresionada. Luego la cámara de gran valor,el trípode cinematográfico, el saco de dormÍr. Andrésólo tiene que llevarse algunos' instrumentos de cirugía,pues no había traído ningún objeto personal, ni siquie­ra un jersey de recambio, para pesar menos en el ele­vador y bajar más aprisa.

Nos repartimos el lote de objetos y COsas que de­bemos subir. Meto la cámara y el saco de plumón en unabolsa de goma para lwya-k que }acques me había dejado

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158 LA SIMA DE l'lERRE SAINT-MARTIN

v lo encierro todo con las películas impresionadas enuna mochila. Pongo en un kit-bag el tripode y las doscamas ligeras, la de Labeyrie y la mía, y en cinco mi­nutos nuestro equipaje está terminado.

- En camino. ¿ Te llevas las flores?André coge el vaso donde están en remojo desde

hace cinco dias, sorprendentemente bien conservadas,las ílorecillas campestres que Occhialini le había traidoa Labeyrie. "De parte de tu mujer", habia dicho.

Otra vez, una última vez, trepamos por el enormetalud de rocalla, camínando entre estos bloques queahora conocemos uno por uno. Intentamos apresurar­nos, pero la fatiga hace más pesadas nuestras mochi­las y nuestros músculos menos flexibles. Llegamos a lacabecera de la tumba. André coloca el vaso de floresjunto a la piedra rayada de blanco.

- Adiós, Marcel- hemos murmurado...Luego proseguimos la marcha.

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CAPiTULO XIII

CUATRO HORAS Y NIEDIAPENDIENTE DE UN HILO

ALLO,.clel elevador? Aquí, Mairey.

- Si, muy bien. Vamos a equiparnos.

- Bueno, dentro de media hora poco más o menos.Fuimos a explorar hacia abajo esta mañana y hemosdescubierto una tercera sala, muy grande. Luego, untúnel, muy grande también. Y un importante río a másde seiscientos metros de profundidad.

- ¿ Esto no os extraña? ¡A nosotros si! Hastaáhora.

Nos equipamos. No resulta cosa fácil embutirse enun mono impermeable, colocarse un arnés de paracai­dista como los que empleábamos, y colgarse un ha7)/,c­

sac y un J;út-bag SIn atL"\:ilio de nadie, así es que nosequipamos a la vez para poder ayudarnos mutuamente.

Cometí el error de no ponerme el mono impermea­ble que había quedado en el campamento. Esperaba su-

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160 1-.1 SlU.·/ Di, PTHRI<E S./lXT-UARTl.V

bir rá[liuamente, como lo habian hecho los dos prime­ros, y no tener que pasar más que un cuarto de horau media hora bajo la cascada. Esperanza que debía que­dar destruída...

- i Y pensar que hace cinco días temíamos no te­ner nada que contar! Ahora hay demasiado...

- ¡Desgraciadamente 1. ..Como recordaréis, antes de salir la e.xpedición ha­

bíamos vendido a la prensa la c."clusiva de los artículosque escribiéramos sobre nuestras a\·enturas. Ahora quela catástrofe había aumentado enormemente nuestrosga to era precíso ganar dinero. Este dinero era toda­vía más necesario, pues habíamos decidido constituirun pequeño capital para Patrick Loubens, el hijo denuestro amigo, de dos años de edad. Artículos, fotos,películas, debían servir para ello...

]\fe puse el casco, colgué el mosquetón del bucle ter­minal del cable y conecté el laringófono.

- ¿A110, del e1e,-auor? Aquí, Tazieff. Estoy dis­puesto.

- Aquí, Cosyns. Buenos días. Empezamos a re­montarle.

Me volví hacia Mairey.- Adiós, André. Esperemos que lodo irá bien.

Procu ra no tener frío y prepárale con frecuencia al­guna co a caliente para beber.

El cable se puso tenso. Escalé la pendiente con ese[la o extraño y lento semejante al de un buzo, caracte­rístico del hombre izado hacia arriba oblicuamente yretenido hacia abajo por su peso. Seguía la vía habi­tual, la que había seguido Loubens. Después de llegaral gran bloque fuí remolcado verticalmente.

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El Ilr 'Iailt'

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PJJ..\'DI1~ lE VE HILO 161

- ¿E t fa bien?a bien, racia.

- Hable a In nudo para que cpamo i el tel~-

fon funciona r gularmcnt - me dij yn .li ubida e efectua1Ja de pací más dI.: pacio que

la de mi do prede e 01' '.

- .. o 'él muy apri. él - b rvé.- ~ ~ má prutl nte - re'p ndi6 ¿ la:'

\;rificaUlo la t ni' 11 11 el dinamómetr :má' que Labeyric.

- T atu ralmcnt : j Be\ Q encim toda' la película 1Uajanc.l la cabeza, lo que e n e~t rran ca eo y tod

1 a ro e 11 ·ti tuía un \'crdader fuerzu di vi t: laan'k'lrillcnta luz d la lúmpara de Iairey. i u ~ 1 joparecía :a! Jir ~ un p o, má o meno' reten' d por1 hilo elcf 'ni u inferiur. El poder haz de mi lám-

para barría la parcde y la 1art up rior del pedre­ral: lo bl que aparecían . dcsaparedan e 1110 lívidofan a 111a .

- f abl - dij yn -. ¿e' In marcha e t ?- •a bi n. \'a bi n., p -al' del "Iambaren ,'o qu acababa de tomar, no

me clltÍa ab 01 am nU: 11 da locu z. \ r e ntrari hu­Li ra qu ridu p 'rmanee~r C mplctamcnt ilencio () ara(ump n t1'a1'111C 1 m j r po ible con aquel prodigiosohwar, e n tan s rprendentc ituación... • taba a tI' in­ta, a treinta cinco metro obre 1 "acío, atraído lell­tament~ hacia arriba p r un d 1 ad eabI 'a i in,,' i­ble, n el ob cu ro iI ncio d 1 interior de la tierra ilen-i qu ercibía plenament a pe ar d 1 tamb riL del

agua obr mi case .J,ue oí JU nm lej s . muy abajo, f ndr' em-

u

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162 LA SIMA DE PIERRE SAINT-ií{ARTIN

pezaba a sílbar el "Himno a la alegría", Era sorpren­dentemente tónico y lleno de vida. Empecé a acompa­ñarle, pero no pude silbar mucho rato: el agua quechorreaba sobre mi rostro y mis labios lo hacia impo­sible. Entonces empecé a Cc1.ntar.

- ¡Muy bien!Viniendo de la superficie oí en los auriculares la

apro ba.ción de IVIa.."C Cosyns.- Muy bien, la "Nov.ena Sinfonía" conviene ad­

mírablemente y así podemos verificar el buen funcio­namiento del laringÓfono ...

Oincuenta metros, sesenta metros. La lámpara yano revelaba nada de la negra inmensidad. Sesenta me­tros, setenta. Gracias al laringáfono podía estar al co­rriente de cómo se realizaba la subida. De pronto, elcable se inmovilizó.

- ¿Allo, qué sucede?- Una sencilla verificación.¿Una sencilla verificación? Esto me inÍtmdió des-

confianza.- ¿Verificacián de qué? ¿ Cuánto rato tardará?Silencio.- ¿Allo? ¿ Tvle ois? ¿Cuánto rato tardará.?Silencio otra vez. Grité:-¡Ano! ¡Allo!- No será largo, no será largo.- ¿ Cuánto rato? Decídmelo francamente.- Pues ... - percibí una vacilación -. Diez minu-

tos. Tal vez una hora...Estallé;-¡Una hora!- Tal vez nos veamos obligados a bajarte.

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PENDIENTE DE UN HILO IÓ3

- ¿Cómo? - rugí -, ¿Cómo?' ¿3ajarme? ¡Peroeso es una locura! ...

Silencio.Esperé í111 momento, esforzándome en recobrar la

serenidad; luego, prosegui;- ¿Allo? ¿Me ois?-Si.- Escuchad, estoy en pleuo vacío y en plena cas-

cada. Verdaderamente es el SitiO peor para hacer espe­rar a nadie. ¿No podríais subirme unos quince metroshasta la pequeña cornisa de - 290 m.

- No, es imposible.Murmuré con resignación;- Bueno, como queráis.El agua caia sobre mi casco y mis hombros, empe­

zaba a filtrarse por el cuello a pesar de la toalla queme habia arrollado en él.

"¿ Qué le, debe de haber sucedido al elevador? - mepreguntaba -, Si al menos me lo dijeran... "

Oi a André Mairey que me interpelaba:- ¡Eh! ¡Haroun!- ¡André, el elevador tiene avena!Mairey me dirigió una pregunta que no pude en­

tender a causa de la distancia (un centenar de metros j,de los auriculares que llevaba puestos en las orejas ydel tamborileo de las gruesas gotas de agua sobre micasco.

Miré el reloj' habia transcurrido un cuarto dehora.

- ¿Allo, Max?- ¿Allo?- ¿Falta mucho todavía?

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164 LA SEU DE PIERRE SAINT-MARTJi'v'

Uu corto silencIo, luego:-Unos diez minutos, si todo va bien.- Escuche, estoy por completo bajo el ag'ua, S111,

impermeable. Mi chaqueta de plumón empieza a empa­parse. Todo lo que 11evo pesará más con el agua: 10menos diez kilos. ¿Habéis pensado en esto? Tendríaisque subirme hasta la cornisa.

- Es imposible, chico.- Entonces, tanto peor. hacedme bajar.- Es imposible."Imposible subir - me dije -, imposible bajar.

Esto es excesivo. ¿ Qué debe de teuer el elevador?"Para ahorrar las pilas apagué la lámpara. La noche

me envolvió. En el fondo, que parecía inlinitamente le­jos, el reflejo de la lámpara de' André agravaba la im­presión de inmensidad.

En un momento, mi paciencia se hizo trizas.- ¿Allo, allo? ¿ Qué sucede ahi arriba? i Decídme­

lo de una vez! Ha soy un chiquillo. Si es algo grave,es mejor que me lo digáis, ¡demonio! i Allo l. ..

Silencio.Esperé un momento.-¿Allo? ¿Allo? .. I Allo I

Silencio.Yo echaba chispas.- ¡Al menos podríais conserv<l:r la comunic~ción!

¿Pensáis que esto resulta muy divertido? ¿A11o? ...Nada.Durante algunos mínutos permanecí silencioso. El

agua me pesaba terriblemente. Pensaba en los kilos quese añadian a mí propio peso, y en aquel elevador que nohabia tenido sulieíente fuerza para subirme cuando es-

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taba seco ... Ferspecti':a poco halagüeña. Recordé en­tonces lo que LabeYr1c nos había contado ocho díasantes. En el curso de su descenso ttn·o que veríficaralgún arreglo en el pozo. En un ¡"oncento dado pidióque le remontaran diez centimetros. D:~z centímetrossolamente. Ciertamente no es mucho. Le respondieron:"Imposible, no hay manera... " Esto nos habia dejadoalgo pensativos.

Esta vez no estaba pensativo, sino loco furioso.Chillé mil insultos, desgraciadamente perdidos parasiempre, ya que nadie los oia allá ¡¡n·iba...

Envuelto en una capa de agua fria colgaba, inerte,en la obscuridad.

Por fin me hablaron. Reconod la afable voz deJanssens.

- ¿ Al1o, Haroun? ¿ Va bien eso?jAllo, Jean! No, esto no va bien. ¿Qué es lo que

sncede? Dímelo, ya sabes que no soy cobarde. Explíca­me qné es lo que falla. Y sobre todo, no me dejéis in­comunicado. i Es una sensación horrible!

- Ahora 10 estamos arreglando. Beppo ha encon­trado el sistema. Para disminuir la tensión del cablehemos atado una docena de hilos eléctricos, y hay docehombres que tiran de ellos. ¿ No lo notas?

- No, no noto nada. Me hace el efecto de que nome he movido.

- Debe de ser sin duda por la elasticidad del cable.Pero csto funciona admirablemente.

- ¿ Hay 111ucha gente ahí arriba?Sentía renacer la tranqnilidad. Mi cólera se habla

ya disipado.- J Ya lo creo J Todos quieren ayudar: [os g·endal·-

PENDIEi'iTE DE UN RILO 1°5

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I66 LA SIMA DE PIERRE SAINT-llIARTIN

mes, los periodistas, los chicos de Mauléon, sin hablarde los compañeros. ¿Sabes quién ha sido el primero enbajar al fondo de la cavidad para tirar de! cable en se­guida que se ha sabido que era preciso aligerarlo?

-No...-¡Tu padre!- ¿Mi padre? ¿Mis padres están ahi?- Sí, si, desde ayer.- ¿ No están demasiado inquietos?Conozco el temperamento nervioso de mi madre.- No, no, todo va bien. Son perfectos.- Abrázalos de mi parte.El tiempo se deslizaba. El agua también. Pasó una

hora. El efecto del "lambaréne" pasó igualmente ...Irresistible, la fatiga acumulada por nueve días pa­

sados bajo tierra cayó sobre mi. Nueve días casi sindormir, con demasiadas emociones y demasiado pocoalimento. Y este último día, esta carrera desenfrenadaen pos de un descubrimiento. aque]]as seis horas de des­censos y escaladas sostenidos por el "Iambaréne", esteterrible día añadido a los otros.

Sólo el C-.'(cÍtante nos habla permitido resistir. Unavez pasado el efecto del último comprimido, y no te­niendo ya ninguno más, sólo fui un lamentable paquetede ,carne miserablemente colgado en el extremo de unhilo, sometido a un movimiento de rotación alternativo,unas vueltas a la izquierda, unas vueltas a la dere­cha, unas vueltas a la izquierda.... siempre bajo el grangrifo abierto sobre mi cabeza en algún lugar de! obs­curo abismo.

Casi sentia ganas de ]]ol·ar.Ltlego, empecé i\ tiritar. De momento. me distrajo;

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luego, fué agotador. Intenté vanamente detener el in­interrumpido castañeteo de mis mandíbulas: dmó másde tres horas.

Desde arriba, el bondadoso Janssel1s me repetía pa­cientemente que sólo faltaban diez minutos. Un cuartode hora mas tarde, diez minutos todavia: a la mediahora faltaban diez minutos... Lo que mas me desespe­raba eran aquellos "diez minutos".

- Pero, J ean, dime cuánto tiempo necesitáis "real­mente".

No sé cuantas veces le dirigí esta pregunta... Jans­sens se lo preguntaba a los que trabajaban sin descansoen el elevador.

- Un cuarto de hora, tal vez veínte minutos. PierreLouis está perforando un agujero en e! eje de la polea.Luego pondrá un tornillo.

Aunque no entendia gran cosa, me alegraba oir es­tos detalles técnicos, algo que no fuera ni esta obscuri­dad, ni esta agua, ni este girar, ni esta fatiga horrible,ni estas piernas que parecían muertas por estar dema­siado comprimidas en la cabeza del fémur por las cin­chas de mi arnés.

Fué interminable. En conjunto duró dos horas yveinte minutos. Hubiera deseado donninne o desma­yarme, pero habría sido demasiada suerte. En mi vidame he sentido tan desgraciado.

El episodio de! klt-bag me volvió a la realidad porun momento. JHa..'< Cosyns me preguntó cuántos kilosde equipaje llevaba.

- Unos quince - respondí.- i Quince kilos! - exclamó -, }Iabia dicho: "diez

como 111áximo". ; Qué lleva?..~

PENDIENTE DE UN HILO I67

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168 T.,-/ Sl.1TA nI; PlERJ?F: .\ATST·M./RT1.·

Se lo dije.- ¿Camas de campaña? - e talló -. Había dich'J:

.. :olalJlente lo indi -pensable".- Lo indí ·pensable.. _-murmuré -. Entonce hu­

I,era podido ubir de-nudo.\'(l eguía munnurando: .. )ndi )l\:n able, indi peno

o able... "- Oe.cm araee- del kit-bag - ordenó.En ell·/t-blJY. adenú, de las do camas que pesaban

cuatro kil ., habia. entre otra. el)sas. un e.xeelente trí­pode cinematográfico...

- Hay el trípode C. T. ~1. - dije -. Entre too"debe de valer uno- do cientos mil franco:. ¿Lo ueltode todo- modo:?

JIubo un lar ro silencio: lueWJ:- uéltelo.Abri I.)s dos mosquetones y sO tU"e el precio o klt-

bay sobre el vado con el brazo extendido.- ¡Eh..\ndré!-¿Qué hay, Haroun?- Suelto el kit-bag, ¡atención! lo encuentra-,

echa un "istazo al trípode ...- Entendido. uéltalo.Abrí la mano.

ilencio. Como si no sncediera nada. Silencio, Ya­rio egundos de ilencio. A veces, "ario segundo- pa­recen muy largos. Y de pronto. el "era ", el aplasta­miento del pesado paquete obre las rocas del fondo.Entonces me di cuenta de pronto del enorme vacío queme eparaba del fondo del abi mo.

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-f.uí· .on 11 JIa<ln :11 ,Ija ¡gilí 'oh' 11. I ., Ilill.••

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.olllpmil'l"1l I1l' LUlIl11'O. ah ;tfJlIrl' ~ pa tor 1111raoll' 1 r '/11 ,ll'l n' l)IIn 11.

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J'F..\·D/C\"[¡¡ DE l.' /1lI.U

* * *

16

¿ Qué 'uccdia allí arriba? ~Iis padre me 111 conta­ron mi tarele. Habían regresado de Lic'] en donul' e.­perahan la' noticía.. en . egui<la que ~ trató ele rcmon­taro< .)' pa al' n vario' día en aquel im'cro imil ''¡''GC'.

me,colanza el' L'luipos dc '(>corro, de gendarm ,depa -torc - )' d ' ¡x:riodi. la: que :e habian rennido en ¡r­no al pequetio grupo de la expediciílll. He aquí CI)IllII

puedo rcpre 'cnlarme la coa,. -e¡.,"lÍn el relalo que -eme hizo.

• on la cinco y media de la tarde. El tiempo, h 1'­

nlO 'o al ¡,rincipio. ha ido empeorando poco a Jl<>C0 'i'

amenaza 1I1J\'ia. ).0 - a:istente: . iguen la <:>tapa de miasccn -iím por la' breve frases que Co. yn< pronunciacn el laringófono con 'u monótona \'oz. Ha la ahorae:ta a:censión . e ha efectuado de un modo regular aun­que Icnta por mis ochenta kilo y el peso de mi equipaje.

El elevador 'e detiene,Ca yns ,e quita lo' auriculare y sc inclina hacia el

mecánico. Luego, "uelve a coger el laringófono. hablade \'Crincación, propone el descenso y finalmente con­cede:

- Bueno. intenlaremo arreglarlo sin bajarte.\Irededor de la frágil mAquina encaramada en el

abrul,lo borde de la ca\'idad, Max Co yn.• Louis y uayudante: e con. ultan a media voz. l\Iadame ,Iaireye:tá en ti teléfono que comunica con el campamento.: e le oye pedir que bu quen entre el material UIk'l po­le:t de cinco milímetro . Todo el mundo comprende. .¿ Un:<: verificación? e trata de al~o má~ que e lo.

Pero no encuentran lo que .c nece -ila )' e prl'Ci~o

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rio LA SI1VIA DE PIERRE SAINT-IvIARTIN

resignarse a reparar allí mismo la polea del elevador.Para hacerlo es preciso apartar el cable unos treín­

ta centímetros y mantenerlo separado mientras reem­plazan el tornillo que ha cedido ... Treinta centímetrosparece que no sea nada. Pero hay que contar con mípeso, el de mís paquetes, el roce contra la roca y la ten­síón de casí cuatrocientos metros de cable... ¿Puedeuno imaginarse 10 difícil que resulta sostener un cabletenso de cinco milímetros de diámetro?

Para sostener el cable al sacarlo de la polea, sierranun pedazo de la percha que había servido una decenade dias antes para transportar la máquina y que, feliz­mente, rueda todavía por allí. Este rodillo es íntrodu­cido y empotrado en el armazón del elevador. Para po­der deslizarlo bajo el cable es preciso aflojar éste yaguantar también abajo, en el orificio de la síma, estedelgado hilo de acero al cual está suspendido, en algúnlugar de los centenares de metros de tinieblas, el pesode una vída.

Labeyrie, Treuthard y Occhialini se afanan. Unoshilos telefónicos servírán de ligaduras de socorro. Losatan al cable y una docena de hombres se inclinan ha­cía delante sosteníendo las blancas cuerdecitas, que pa­recen serrarles el hombro.

- Sostenedlo solamente. No tiréis con demasíadafuerza porque podría romperse.

Está allí el equípo de Pau y de Ivlauléon, con La­place, el gran Bouchet, el alegre Bouíllon con su legen­,daría sombrero agujereado, y otros más. Estos mucha­chos, que habian venído a relevar a los de Lyon, que sefueron la antevíspera, se disponían a regresar por lamañana, creyéndose ya inútiles, Felizmente est~n todac

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PENDIENTE DE UN HILO I7f

vía allí, y sus brazos servirán, durante dos largas ho­ras, para sostener el destino de un hombre. "¿ Cómo vaeso, remeros?" I les grita desde aHíba del elevador La­beyrie, que ha tomado instintivamente la dirección delsalvamento con una, decisión y una exactitud de golpede vista que no e.."i:c1uyen en él el valeroso buen humor.

El crepúsculo, agravado por la lluvia, se va espe­sando alrededor del pequeño grupo reunido junto a, lacavidad. Bajando la escala de cuerda que se balanceasobre el abismo, mi padre se une a aquellos hombres,y pronto un robusto periodista que no puede resignarsea ser unicamente un simple testigo reclama su parte enla lucha. Todo el tiempo que los técnicos necesiten paraconcebir y realizar la delicada reparación permaneceránrígidos en su esfuerzo, lo mismo que otros cinco hom­bres que se apuntalan arriba, detrás del elevador.

En la obscuridad, mi madre registra las alforjas deLouis.

- Un tornillo, por favor. .. No, éste no, un tornillode acero, de cinco milímetros. ¿No hay ninguno? En­tonces busque una varilla de metaL

Alguien presta su alLOTakJ que es extendido sobreel fangoso suelo para vaciar sobre él el contenido de lacaja de herramientas. El mecanico Louis se ha sentado

, ante el elevador, de espaldas al precipicio, aseguradopor la cuerda ele alpinismo. Con su precisión de arte­sano se ingenia para realizar las sugerencias de Delteily de Labeyrie. Entre ellos dos an-eglan y colocan laspiezas necesarias. Louís perfora, corta y lima el metal,10 ajusta, lo golpea con el martina.

Cada tres o cuatro minutos (de vez en cuando, mimadrf' lanzaba 1.1n8 oieada sobre su reloj pulsera. des-

,.' . ,

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I12 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

pués' de enjugar el cristal, mojado por la lluvia), Co­syns responde con voz que se esfuerza en conservartranquila a unas preguntas que suben del fondo y quese adivinan apremiantes. Su rostro amoratado por elfria y la emoción expresa la gravedad del momento.

- Chico, comprendo que no es mny divertido parati. pero la seguridad ante todo ...

y da la orden de tirar el kit-bag ... Luego, traspasael 1aringófono a Janssens, que, con su brusca y bonda­dosa voz a la vez, intentará luchar contra la fatiga y lainquietud del compañero suspendido sobre el abismo.

- Señora Tazieff, díg'ale usted algo. .Mi madre no quie¡'e hablarme, por miedo a que el

sonido de su voz me turbe.- Dígale que todo marcha muy bien, que no se im­

paciente, que estoy aquí y que yo traigo suerte.Con una sangre fria que no se desmiente, los hom­

bres del elevador siguen trabajando.-¡Ya está!No falta más Cjue limar los tres milímetros que so­

bresalen... Lueg'o habrá que sacar el rodillo, apoyare.."actamente el cable en la polea, con cuidado de no des­viar el eje, y los quince hombres que sostienen el cable10 soltarán muy suavemente, uno después de otro, coninfinitas precauciones, pues una sacudida podría serfata1.

Como que estas manipulaciones han descentrado li­geramente la polea, Labeyrie, asegurado por una cue¡'­da, deberá controlar a mano, con ayuda ele una argollasuplementaria, el interminable deslizamiento ele! cablede acero ... Pero la esperanza ha renacido.

Por fin. la lenta ascensión vuelve a empezar. Al

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'" '" *'

borde de la cavidad llamea un gran fuego en el que po­nen un enorme tronco de pino que nuestro joven com­pañero André Laisse se ha esforzado en arrancar de latierra. Allá arriba, en una cabaña de pastor, el buenMorizot está preparando un guisado para reponerme.

Por milésima vez, ] anssens me había dicho' "Den­tro de diez minutos". y o respondí con 'voz agotada:"¡ Ya me 10 has clicho tantas veces ... l'l

Pero por último fué nrdad: el cable se puso de nue­vo en movimiento.

- Adiós, Anclré, me voy otra vez. í No te enfríesahí abajo!

•- Hasta la vista, Haronn. j Ánímo 1

Durante hora y media fui arrastrado a 10 largo elelas paredes verticales, entre las mcas lisas y húmedasde la sÍma. De vez en cuando, al alcanzar alguna cor­nisa, pedia. que me detuvieran un momento para Ínten­tal' hacer circular de nuevo la sangre por mis piernasdolorosamente anquilosadas. Max Cosyns habia reem­plazado a ] anssens en el teléfono y me alentaba cons­tantemente.

- Ya falta poco, chico. ¡Ánimo!Y me decía los metros que faltaban todavía.En la terraza de - 80 m., Robert Lévi y Jimmy Theo­

dar me esperaban, inquíetos, dispuestos a prestarmeayuda. Llegué allí completamente aniquilado, murmuré"Alto" en el teléfono y me dejé caer contra la roca, col­gado 'del cable, como un saco ínerte. ]immy me Ínter-:­peló. Mi satísfacción fué grandisírna al olr su afable

¡ ->/.;PENDIENTE DE UN HILO

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174 LA SIMA DE PIERRE SAINT-MARTIN

voz, pero no podia ni responder 111 esbozar el menorgesto; mi cuerpo estaba agotado. Leia perfectamentela inquietud en los ojos de mis compañeros y hubieraquerido decirles que no era nada, que no se preorupa­rano Fué imposible. El cerebro funcionaba, pero nIn­gún músculo, ningún nervio quería ni podía ya obe­decer.

Luego, me dijeron que les pareció que habia perdi­do la razón, pues mis esfuerzos para hablar se reducíana la emisión de sonidos incoherentes que yo mismo nopercibia por tener los oidos tapados por el casco.

Por fin conseguí que funcionase mi voluntad, mo­verme. ] immy me puso azúcar en la boca y logré mas­tkarlo y tragarlo. Algunos minutos después pude le­vantarme y me sostuve en pie.

- Gracias, ]immy. Estoy satisfecho de veros. Ha­béis sido muy amables bajando a esperarme aqui.

Sus rostros amigos se iluminaron tras la barba dequince dias.

- Ya podéis subirme dije por el Iqringófono.Media hora después surgía a la superficie. Era de

noche. Poderosas lámparas iluminaban la cavidad. Losansiosos rostros que se inclinaban sobre el abismo eranincontables. Y sentí en mi pecho un calor maravilloso,un verdadero sentimiento de amor, de vasto agradeci­miento por todos aqtlellos hombres, mís hermanos ...

.iVIe sacaron, me desnudaron, me acostaron junto aun fuego en el que ardía un enorme tronco de pino, die­ron masaje, pacientemente, a mis músculos, atenazadospor calambres, me dieron de comer. jl/Ií madre, mi pa­dre, mis amigos, estaban a mi lado. Mis amigos: losque conocía ya y los que nunca habia visto.

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PENDIENTE DE UN HILO

- Mandad inmediatamente el cable a Mairey. ¡Enseguida! No sabéis lo pesado que es esperar allá abajo ...

Desgraciadamente, tuvo que hacerse una nueva re­paración en el elevador, y Anclré no pudo subir hastael día siguiente, sin dificultad, felizmente. Emergió enpleno sol... _

Pero la última noche la había pasado solo, a tres­cientos cincuenta metros bajo tierra, solo con nuestroamigo Marcel Loubens.

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t

MIEMBROS DE LAS EXPEDICIONES

A LA SIMA DE LA «P.1ERRE SAINT-MARTIN.

Dos expediciones han explorado la sima Lépincux bajo 1(1dirección de Max Cosyns. La de agosto de 19SJ comprendía lo

. siguientes miembros:

Max COSYNSJacques .ER'rAuDJean J"''1SSF.NSJacques LABEYRJl¡André LAlSSEGeorges LÉPJNRUX

Robert-J. Líwr

Marcel LOUBENSAndré MATREYGiuseppe OCCBIA""IJ¡,éon PÉROTP¡'TJ'rJF.ANlfar0\111 T AZI ¡¡PI'

La segunda expedición, en agosto de 1952, comprendía:

Max COSYNSJ ean JANssriNSJacques LAB'lWRIF.André LAISS1~

Robert-J. U:vrMarcel LOUBENS

Pierre LOUISAnclré MAlRF.YAndré MORIzoTGiuseppe OCCHIAL'Nr

Jacqnes' THÉODORJ laroun T AZIF.FF