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FUNDACIÓN NODO XXI La subsidiariedad en la política pública de educación superior en Chile (1980-2013) Víctor Orellana C. Fundación Nodo XXI Mayo de 2014 El presente informe intenta articular una revisión relativamente exhaustiva de los documentos centrales de política pública referida a la educación superior entre los años 1981 y 2013, orientada a determinar el surgimiento, desarrollo y estado actual del principio de subsidiariedad que inspirara la reforma dictatorial a la educación superior.

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FUNDACIÓN NODO XXI

La subsidiariedad en la política pública de educación superior en Chile (1980-2013)

Víctor Orellana C. Fundación Nodo XXI

Mayo de 2014

El presente informe intenta articular una revisión relativamente exhaustiva de los documentos centrales de política pública referida a la educación superior entre los años 1981 y 2013, orientada a determinar el surgimiento, desarrollo y estado actual del principio de subsidiariedad que inspirara la reforma dictatorial a la educación superior.

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Contenido

Introducción ............................................................................................................................. 3

Período 1980-1990 ................................................................................................................... 4

La reforma educacional de la dictadura .......................................................................................... 4

La discusión opositora ..................................................................................................................... 8

Período 1990-2000 ................................................................................................................... 9

Las reformas de instalación del gobierno democrático .................................................................. 9

El proyecto de Ley Marco .............................................................................................................. 12

Período 2000-2010 ................................................................................................................. 14

La agenda de equidad y calidad de 2004 y 2005........................................................................... 14

La discusión del Consejo Asesor Presidencial para la Educación Superior (2007-2008) .............. 17

Últimos cambios a la política de educación superior post 2011 ................................................ 21

El gobierno de Piñera .................................................................................................................... 21

El programa educacional de Bachelet ........................................................................................... 21

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Introducción

El presente informe intenta articular una revisión relativamente exhaustiva de los documentos

centrales de política pública referida a la educación superior entre los años 1981 y 2013, orientada

a determinar el surgimiento, desarrollo y estado actual del principio de subsidiariedad que

inspirara la reforma dictatorial a la educación superior.

El trabajo no intenta un resumen pormenorizado de toda la política de educación superior, sino

simplemente del surgimiento y despliegue de este principio.

La subsidiariedad tiene distintas acepciones y definiciones, en la medida que responde a distintas

tradiciones intelectuales y políticas. No existe una definición unívoca. En el texto se intenta

mostrar el modo en cómo el principio es asumido por el reformador de los ochenta y luego

reinterpretado, profundizado y finalmente naturalizado como única forma política posible.

El informe se divide en cuatro apartados, destinados los tres primeros al análisis de cada década y

sus principales documentos de políticas, y el cuarto a las reformas más recientes, distinguiéndose

entre ellas las efectuadas por el gobierno de Sebastián Piñera y las contenidas en el Programa de

Gobierno de Michelle Bachelet.

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Período 1980-1990

La reforma educacional de la dictadura

Hasta 1981 la dictadura militar había intervenido las universidades únicamente como una medida

de control burocrático y depuración política. Es sólo en 1981 que se presenta al país un programa

amplio de transformación de la educación en general, concebido como modernización.

La reforma de la dictadura a la educación superior ha sido objeto hasta hoy de múltiples críticas.

Muchas veces estas críticas -elaboradas para el ataque político- toman aspectos parciales de dicha

reforma, siendo difícil a partir de ellas construir un juicio objetivo sobre su carácter, en especial,

sobre los alcances del principio de subsidiariedad en ellas.

Un primer aspecto relevante en este afán comprensivo es ir a los motivos declarados por el propio

gobierno militar como justificación de la reforma, entendiendo el principio de subsidiariedad

impuesto en dicho contexto. Estos parten de la base de un diagnóstico de la etapa histórica

anterior –caracterizada por la centralidad de lo público en el impulso del desarrollo- que

sistematiza distintos tipos de críticas. La reforma se proyecta, entonces, como una reingeniería de

la educación que se hace cargo de ellas.

En un artículo de 1981 publicado en la revista Realidad, Jaime Guzmán y Hernán Larraín sintetizan

este planteamiento. Critican una supuesta condición de "gigantismo" universitario, ineficiente y

entorpecedor de la calidad (producto de la expansión acelerada de la universidad entre 1967 y

1973). En su lugar se propone su racionalización, considerando parte de ella la libertad para fundar

nuevas universidades e instituciones no universitarias que formen profesionales (exceptuando 12

carreras que seguirán siendo potestad universitaria).

En el artículo hay una crítica más de fondo al proceso de masificación de la educación universitaria

impulsado por la reforma de los años 1967-1973, expresión de las ideas arraigadas en el legislador

de los ochenta. Se le considera fundamentalmente ineficiente, puesto que habría hipertrofiado la

oferta de profesionales universitarios en lugar de propender a una formación más vinculada con la

estructura productiva. En general, se plantea que toda la etapa anterior no hace sino desvirtuar la

calidad académica de las instituciones, politizar sus actividades, expandir la matrícula

inorgánicamente y volver dependientes a las universidades de los fondos estatales, lo que

terminaría estancándolas. Se aboga tanto por la libertad de los postulantes (demanda) como de la

libertad de las instituciones (oferta), introduciendo el arancelamiento del costo real de las carreras

y el crédito fiscal como ayuda estudiantil a los jóvenes de bajos recursos (Guzmán & Larraín,

1981).

En la misma línea, Garrido (2011), fundador y Jefe de la División de Educación Superior entonces

en la década de los ochenta, ofrece como síntesis del discurso de Sergio Fernández en una

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declaración de 1981 “que el sistema universitario hasta entonces era cerrado y virtualmente

monopólico, y que ello era la principal raíz de sus deficiencias”1.

Más allá de los planteamientos del régimen militar, la ineficiencia y el crecimiento inorgánico del

sistema universitario ya había sido objeto de cuestionamientos en el pasado, e incluso, parte de

esas críticas animaron la reforma de fines de los años sesenta. La Universidad no estaba en línea

con el desarrollo nacional, siendo básicamente un sistema de distinción elitaria presionado por las

expectativas de movilidad de los sectores medios.

En efecto, J.J. Brunner, también en 1981, señala que la etapa histórica anterior al golpe no

representó un quiebre respecto al “proyecto democratico-burgués” (sic) inaugurado en los años

veinte. Sin ahondar en comparaciones, el autor da cuenta que el problema a resolver tanto por la

reforma de los años sesenta-setenta como por la dictadura es el mismo: la sobre-saturación de

demanda para un sistema de distinción esencialmente democrático-burgués con fuerte posición

de los grupos medios, que había dado lugar a un crecimiento inorgánico. En el fondo, ambos

deben responder los límites de la integración desarrollista que no cuestionaron la educación como

fuente de distinción, sino que intentaron sumar progresivamente distintas capas a él.

Un primer aspecto relevante entonces de la reforma dictatorial es que intenta hacerse cargo de las

falencias del sistema universitario producidas por una expansión que en el fondo daba cuenta de

las prácticas de inclusión social de los grupos medios, incluso aquellas que había planteado la

discusión vinculada a la izquierda.

Sebastián Piñera en la época -alejado tanto del núcleo del régimen como de la reflexión de la

izquierda-, en su tesis doctoral de 1980, sugiere recomendaciones de política que apuntan en la

dirección que toman posteriormente las reformas educacionales del régimen militar (Piñera,

1980). La reforma en realidad articula un consenso previo sobre la materia en la discusión

asociada a la derecha e intenta imprimir un genuino sentido de modernización en los cambios que

introduce. No se trata entonces de una reforma puramente privatizante y negativa, sino de un

nuevo proyecto que se funda en gran medida en cierto consenso crítico sobre el período anterior.

En la medida que la reforma de la dictadura abre el espacio a la creación de nuevas instituciones

por particulares, y a su vez, define política de arancelamiento de carreras, traspasa la tarea

educativa de nivel superior a los individuos, ya sea en su papel de oferta o demanda. Es aquí

donde aparece el corazón subsidiario de la reforma. El Estado se vincula con la educación como lo

hace con cualquier espacio de la sociedad que es potestad de los individuos, subsidiando en caso

que ellos no pudieran costear el servicio, o regulando y coordinando de manera general un ámbito

determinado. Esta es la respuesta central de la dictadura al problema educacional.

Del lado de la “oferta”, el principio de subsidiariedad se legitima a través de una reinterpretación

de la libertad de enseñanza, bandera clásica de la Iglesia Católica. Esta reinterpretación la vuelve

análoga o muy similar a la libertad de mercado. Y del lado de la “demanda”, el principio de

1 Referido en Jiménez & Duran (2011), p. 72.

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subsidiariedad se legitima mediante el recurso a la teoría del capital humano, que concibe la

educación como un bien de capital que, en tanto desigualmente distribuido, introduce asimetrías

en los salarios posteriores de los sujetos. De este modo, financiar la inversión educacional de las

personas -rentabilidad privada- es regresivo, y sólo corresponde financiarla cuando el retorno es

principalmente público. Ambas formas legitiman la existencia de un estudiante-cliente y de un

oferente-privado, el modo en cómo los particulares se hacen cargo de la labor educativa.

Esta forma de concebir la subsidiariedad era ya diversa y compleja al plantearse la reforma, pero

debió complejizarse más aún para convocar -incluso en los restrictivos términos de la política en el

período- el apoyo necesario para materializarse.

En 1982 Brunner señalaba que al interior del régimen militar existían tres tendencias o sectores

que tuvieron miradas distintas en la reforma de la educación superior, y que de su recíproco juego

de fuerzas, surgieron las medidas finalmente tomadas. El principio de subsidiariedad en educación

superior tendría que tensarse para incorporar estos distintos bandos.

Estas fuerzas fueron: las "intervencionistas" (básicamente militares y gente de fuera de la cultura

universitaria que tenía una visión puramente negativa de éstas), las "refundadoras" (segmentos de

derecha humanista y liberal que abogaban por una universidad elitaria, pequeña y academicista,

pero no necesariamente orientada por el mercado) y finalmente las propiamente "neoliberales",

(aquellas que confiaban en la mercantilización de la educación) (Brunner, 1982).

Las transformaciones impulsadas serían el resultado de la alianza entre neoliberales y

refundadores, aislando a los intervencionistas. Producto de ello es que se impulsa un proceso de

modernización, y que dentro de él, se restringe la idea de Universidad como algo muy elevado y

centrado en la élite intelectual, generando para las masas el nivel “técnico profesional”.

De este modo el principio de subsidiariedad tendría finalmente tres fuentes de legitimidad: una

propia de mercado, en el sentido que la educación funciona como un mercado más, donde

coinciden neoliberales y los teóricos del capital humano; una civil o liberal, vinculada a la derecha

humanista, que pretendía usar la libertad de enseñanza para recuperar el sentido clásico de la

Universidad supuestamente desvirtuado tanto por la Iglesia como por el Estado, con un

importante componente elitario; y una más conservadora -a juicio de Brunner, la más débil en el

momento- que entendió la subsidiariedad en base a su fuente religiosa, y la usó para proyectar la

influencia del conservadurismo en educación que había sido amenazada todo el siglo XX,

entendiendo la responsabilidad de la educación emplazada en corporaciones como la Iglesia a

nivel de la oferta, y a nivel de la demanda, en la familia (y no el individuo).

Este último punto no debe ser ignorado. Como indica Garrido (en Jiménez y Durán, 2011),

“la idea de incluir a las sedes de la Universidad Católica hubo de ser desechada rápidamente

por el seco rechazo del Vaticano, no obstante se obtuvo la cesión de la sede de Arica de la

Universidad del Norte (construida con fondos de la Junta de Adelanto de Arica) y que

permitió la fundación de la Universidad de Tarapacá” (p. 75).

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La Iglesia Católica resistió el componente modernizante y racionalizante de la reforma de la

dictadura en la medida que implicara su sometimiento a la autoridad pública. De lo contrario sus

sedes hubiesen sido divididas y fundidas con otras para la creación de instituciones regionales.

Finalmente la Iglesia decide imitar la reforma dividiendo la Universidad Católica en cuatro

instituciones (de la Universidad Católica original se desprendieron las actuales Católica del Maule,

de la Santísima Concepción y de Temuco).

De este modo, el principio de subsidiariedad, si bien se impone, tiene diversas fuentes

interpretativas y de legitimidad, que se vinculan con diversos sectores sociales y tradiciones

ideológicas. El principio del mercado es fuerte sólo en una de ellas -la propiamente neolibreal-, y el

rechazo común al viejo sistema adquiere distintos énfasis para diferentes sectores; para la Iglesia,

es una defensa de su condición previa al Estado laico. La reforma, aunque releva al actor privado,

tiene un importante componente de racionalización y coordinación pública, lo que da al Estado un

papel relevante. El Estado en su forma subsidiaria no desaparece, sino simplemente asume otros

rasgos. Esto es relevante, en tanto, en principio, un Estado subsidiario puede invertir más en

educación que otro de provisión directa del servicio, puede regularla con mayor intensidad, y

eventualmente puede incluso ofertarla bajo una lógica subsidiaria (donde sus propias instituciones

compiten).

La implantación de la subsidiariedad tuvo que matizarse, a su vez, en virtud de la capacidad de

resistencia de las viejas universidades a ser homologadas en condiciones similares con las de

reciente creación. El Estado en efecto iría retirando lentamente el apoyo económico directo –las

partidas de financiamiento directo disminuirían- pero nunca terminarían por completo. Además, el

apoyo a los estudiantes de estas casas de estudio sería distinto al de las nuevas, accediendo éstos

a créditos blandos y becas. La idea de igualdad de trato entre distintos oferentes –públicos o

privados- se impuso sólo en cierto sentido, sobreviviendo una suerte de dualidad entre aspectos

del viejo sistema y del nuevo.

La reforma de la dictadura si bien redefinió el sistema, no fue completa. Tuvo que ceder ante

distintos intereses, generando un sistema poco coordinado, contradictorio, fragmentado.

Por lo mismo, al año 1990 el viejo sistema de educación superior seguía siendo fuerte. Con toda la

redefinición impulsada por la dictadura, aún el 66%2 del presupuesto total público dirigido a

educación superior asumía la forma de aportes directos a las instituciones. Las instituciones del

Estado todavía conservaban el 50% de la matrícula3. El crecimiento del sistema en su conjunto

durante el período comprendido entre 1973 y 1990 fue inexistente. La cobertura al inicio y al final

del período fue del orden del 17%4.

2 Elaboración propia en base a datos SIES-MINEDUC 3 Bernasconi (2003). 4 SIES MINEDUC y CASEN, en Orellana (2011).

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La discusión opositora

La oposición a la dictadura cuenta en el minuto con escasos espacios para la elaboración y

discusión política. No obstante los círculos intelectuales que se mantienen produciendo -

vinculados a centros académicos independientes con financiamiento exterior- logran elaborar

cierta crítica a la reforma educativa del régimen.

Esta crítica se divide básicamente en dos campos. Una más sustantiva va a rechazar por completo

el modelo, en especial el principio de subsidiariedad, concibiéndolo como una privatización de

derechos (Garretón & Martínez, 1985). En este ejercicio destacan enfoques conceptuales

herederos del pensamiento crítico latinoamericano, una tradición intelectual característica del

período desarrollista, vinculada a la izquierda y a sectores social-cristianos.

A medida que avanza la década, la discusión general entre Estado subsidiario y sus críticos va

derivando en una crítica más acotada a los efectos de las reformas, que se institucionaliza a su vez

en las formas de conocimiento de corriente principal. Aquello parcializa tendencialmente el

debate en distintos niveles (escolar/superior, financiamiento/ institucionalidad, etc.), lo que limita

el alcance de las críticas al modelo. Pero más importante que esto, deja de cuestionar el principio

de subsidiariedad.

En 1985 M. J. Lemaitre e I. Lavados editan a instancias de CPU –think tank educacional vinculado a

la DC- La educación superior en Chile. Riesgos y oportunidades en los 80’. La interpretación que

hacen los editores de los trabajos incluidos representa un cierto distanciamiento respecto de las

críticas que en años anteriores se han realizado a las reformas a la educación impulsadas por el

régimen militar. En primer término, se presenta el aumento de la matrícula y la diversificación (en

oferta y demanda) como tendencias internacionales y regionales que operan con independencia

de los regímenes políticos, agregando a este desarrollo tendencial el paulatino retiro del

financiamiento estatal (Lemaitre & Lavados, 1985).

En esta línea, el principal vector de crítica ya no está ni en la privatización ni en la crítica del

modelo estatal (Estado subsidiario), sino en la desarticulación de las instituciones, generando una

diversidad que no enriquece sino que divide, estanca y atomiza. Es una crítica al carácter

incompleto de la racionalización y modernización emprendida por la dictadura.

En este texto aparece más claramente lo que será la mentalidad con que se aborde en los

gobiernos de la etapa democrática el problema de la educación superior. De ahí que ciertas

definiciones propias de las reformas dictatoriales comiencen a asumirse como dadas, propias o

naturales: la noción misma de educación superior, la existencia de IPs y CFTs, el surgimiento de las

universidades regionales, etc. Incluso en otras materias más polémicas, como la arancelización de

las carreras de nivel superior. Distintos trabajos reconocen la pertinencia ética de dicho cobro en

sectores sociales altos (Brunner, 1988), y también, la deseabilidad de apoyo financiero directo del

Estado hacia las nuevas instituciones privadas (Brunner, 1987). Interesante este último punto, en

tanto cualquier recuperación del rol Estado en educación pasa por asumir su forma subsidiaria,

esto es, financiar oferentes o demandantes particulares y regular el conjunto del sistema.

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Período 1990-2000

Las reformas de instalación del gobierno democrático

Antes y con posterioridad al fin de la dictadura se produce un acercamiento de posiciones entre

los defensores del régimen y su obra refundacional y los críticos parciales de la oposición. Este

acercamiento se articula en torno al Foro de Educación Superior organizado entre distintos centros

académicos independientes –de oposición y del régimen- como CEP, FLACSO y CIEPLAN.

La discusión vuelve al diagnóstico común sobre los dilemas inconclusos del viejo sistema

universitario, y agrega a ellos la necesidad de proyectar los componentes de modernización de la

reforma dictatorial.

Según Brunner (1982), esta reforma no resolvió los profundos problemas existentes del sistema de

educación superior chileno, y además, creó otros nuevos. No satisfizo completamente ni a

neoliberales ni (en mayor medida) a los refundadores. En primer término, la competencia estaba

distorsionada por los mecanismos de financiamiento que beneficiaban abiertamente a las

universidades tradicionales, y en segundo término, el efecto del mercado de estimular el aumento

espurio de la matrícula por necesidades de financiamiento, ofuscaba a los refundadores. Esta

situación no se resolvería, dando lugar a una segmentada estratificación del sistema educacional y

al surgimiento de lo que el autor –posteriormente- llamará "diversos mercados" de la educación

superior.

Una vez instalado el nuevo gobierno, el Presidente Aylwin convoca en 1990 a una Comisión de

Estudio de la Educación Superior para diseñar las modificaciones de consenso que llevaría a cabo

su gestión en este ámbito. La Comisión estaba compuesta por el Ministro de Educación de la

época, Ricardo Lagos; J.J. Brunner como Presidente de la Comisión; Iván Lavados como

Vicepresidente; como consejeros J. Allente, P. Armanet, A. Bascuñan, A. Bernasconi, P. Basso, S.

Espinoza, E. Firedman, M.A. Garretón, O. Godoy, R. Hevia, L. Izquierdo, G. Lagos, H. Larraín, R.

Ramos, E. Schiefelbein, A. Squella, J. Troncoso, L. Vargas, R. Zorn; y A. Muga como Secretario

técnico.

El grueso de los consejeros había sido parte también del campo intelectual que animó la

confluencia en el Foro de Educación Superior organizado por CEP, FLACSO y CIEPLAN a fines de los

ochenta.

El documento introduce sugerencias de política para la educación superior, sintetizando la

orientación de política en el ámbito que tendrán los gobiernos democráticos respecto a los

cambios introducidos por la dictadura. En términos generales se busca consolidar la base

institucional fundada en la década anterior, fortaleciendo la capacidad conductora y regulatoria

del Estado en el marco de un modelo subsidiario. El sentido público de la acción estatal estaría en

la regulación y supervigilancia sistémica de las instituciones, y en la focalización de la ayuda

estudiantil. No se hace distinción entre instituciones públicas o privadas (se plantea igualdad de

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trato). En términos específicos se pone énfasis en un mejoramiento cualitativo (y no

principalmente cuantitativo como será el discurso posterior) de la cobertura y matrícula,

aseguramiento de la calidad, fomento a la investigación científica (mejorando sistema de

concursos) y diversificar financiamiento (disminuyendo aportes de libre disposición y promoviendo

nuevas fuentes) (Comisión de estudio de la educación superior, 1990).

Estas recomendaciones quedaron sintetizadas en un proyecto de Ley de Educación Superior que

no tendría éxito en el trámite legislativo, en gran medida por la resistencia tanto de la derecha, la

izquierda, y de las propias instituciones tradicionales. El proyecto retomaba el sentido de una

modernización y racionalización de la educación bajo su forma subsidiaria, haciéndose cargo de los

problemas de implementación y diseño identificados en la reforma dictatorial.

La proyección del principio de subsidiariedad era claro en el ámbito de la “demanda”:

Sobre el arancelamiento de carreras:

“Los estudiantes deben concurrir a financiar en la medida de sus posibilidades económicas el

costo de la enseñanza que reciben la cual les permitirá más adelante obtener ingresos

provenientes del ejercicio de una profesión o actividad certificada por el respectivo título

técnico. Si no se procediera de esta forma se violaría el principio de equidad, sobre todo si se

considera que en Chile sólo 18 de cada 100 jóvenes del respectivo grupo de edad ingresan a

algún establecimiento de educación superior, de donde egresan premunidos de los

conocimientos y certificados educacionales que los colocan en posiciones de relativo

privilegio respecto a la gran mayoría de los chilenos, permitiéndoles obtener ingresos

adicionales que provienen, precisamente, de su formación superior. Además, debe

considerarse que alrededor de un 73% de los estudiantes universitarios ingresados el año

1985 provenía del 40% superior de la escala de ingresos” (p 59).

Sobre las ayudas estudiantiles, se entiende que se entregan al estudiante directamente, como

subsidios a la demanda, y no como parte del aporte a la institución:

“que los préstamos estudiantiles que se ofrezcan puedan ser obtenidos por cualquier

estudiante que reúna las condiciones necesarias, independiente de la institución reconocida

oficialmente en que curse estudios… que el aprovechamiento de las becas de arancel

diferenciado con recursos fiscales quede reservado exclusivamente para aquellos

establecimientos que se hayan incorporado voluntariamente al procedimiento de

acreditación propuesto en la nueva legislación” (p 61).

Y también resultaba nítido en el ámbito de la “oferta”. Señala el informe:

“Debe asegurarse que una proporción significativa de las asignaciones fiscales a la

educación superior sea canalizada mediante mecanismos que incentiven a las instituciones

receptoras a incrementar la calidad, la eficiencia y la relevancia de las actividades que

acometen. La competencia fundada en valores académicos y ejercida a través de proyectos

intelectuales puede ser, en el contexto de las políticas aquí propuestas, un principio positivo

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para la vida de las instituciones de educación superior. Pretender, en cambio, que la

“competencia de mercado” pudiera convertirse en el único criterio por el cual ellas deberían

regirse conduciría a la larga a efectos perversos… La asignación de los recursos fiscales debe

ser regulada de modo tal que las diversas instituciones, que parten de una base desigual de

capacidades, puedan efectivamente desarrollarse de acuerdo a sus necesidades… La

asignación de recursos debe ser diversificada… (ello) refuerza la efectiva autonomía de las

instituciones y crea oportunidades diferenciadas de acceso a esos recursos. En general, cabe

esperar de tal sistema que las diversas instituciones, aprovechando su libertad de iniciativa,

podrán reforzar sus propias definiciones de misión y su identidad…” (p 62).

La necesidad de intervenir sobre la educación superior para resolver los problemas de la mala

reforma y también los consignados propios del viejo sistema no puso en discusión el principio de

subsidiariedad, sino que hizo hincapié en los aspectos de racionalización, regulación y

coordinación del Estado. La idea de subsidiariedad como potestad de los particulares sobre la

educación se justificó como una tendencia internacional de modernización. El rol de lo público no

era oponerse a ella, sino regularla. Esta agenda de cambios –que tampoco va a concretarse- se

plantea explícitamente como “consolidación”. El informe dice

“un objetivo primordial de la política de desarrollo de la educación superior durante la

presente década debe ser la consolidación de la diversificada base institucional existente” (p

6).

Del proyecto de Ley de Educación Superior el ejecutivo implementó algunas cuestiones.

Modificaciones menores a FONDECYT –institucionalidad de financiamiento a la ciencia que

introducía en ella la visión subsidiaria5-, la creación a fines de los noventa del programa MECESUP

(equivalente de nivel superior de los apoyos al mejoramiento de la calidad en el nivel escolar), la

reforma del antiguo Crédito Universitario a Fondo Solidario en 1993, y cierta democratización de

los planteles tradicionales, donde los académicos recuperaron de facto su capacidad de elegir a los

rectores, a inicios de los noventa.

Estas transformaciones no cuestionaron el carácter subsidiario del modelo educacional de nivel

superior, y a su vez, en tanto no materializaron el programa de regulación e igualación de trato

sugerido por la comisión de 1990, arrastraron los problemas detectados ya en esa época: la

centralidad del mercado y de la demanda en el incentivo al crecimiento del sistema, la asimetría

de posibilidades de competencia, los dilemas de equidad, de calidad, y la falta de articulación del

sistema en términos globales.

5 Sobre el origen de PLANDECYT, CONICYT y FONDECYT, su sentido subsidiario y sentido transformador de la gestión anterior de la ciencia y la investigación, ver Courard (1989).

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El proyecto de Ley Marco

La idea de una regulación más eficaz y racional de la educación superior vuelve en 1997 con el

documento “Marco de Política de Educación Superior”. El espíritu es hacerse cargo de lo que ya en

ese momento se identifica como una expansión descontrolada e inorgánica producto del

crecimiento del sector privado -eventualmente lucrativo-, retomando los planteamientos de

racionalización que la reforma inconclusa de 1990 había instalado.

Los objetivos de la política se presentarían en siete puntos: promover la calidad, fomentar la

equidad, aportar al desarrollo de la cultura, vinculación con el desarrollo nacional y el fomento de

la investigación, regionalización, internacionalización, y consolidar la diversificada base

institucional existente (Salazar & Leihy, 2013).

En el documento de 1997 aparece por primera vez un discurso marcadamente tecnocrático y

gerencialista referido al problema de la calidad de la educación, y una valoración de la expansión

reciente en virtud de su aporte a la movilidad social.

Como plantea Salazar,

“(Esta) nueva valoración que se hace de la expansión de la educación superior –y del papel

que en ella cabe al sector privado– tiene importantes consecuencias para el marco de

política. Implica un sutil pero determinante cambio de orientación en la función que la

competencia debía cumplir para guiar el desarrollo del sistema.

Para el modelo gremialista (conservador), la competencia debía enfocarse en la producción

de graduados y de investigación de alta calidad, suponiendo una demanda limitada debido a

la alta selectividad que, en función de su propia naturaleza, posee de la educación

universitaria. De manera similar, la propuesta de la Comisión Brunner (1990) sugirió apostar

por un crecimiento cualitativo de la matrícula, en vez de su crecimiento cuantitativo.

El marco de política de 1997, por el contrario, apuesta por ampliar la cobertura de la

educación superior mediante la expansión de la matrícula, para lo cual se requiere que los

estudiantes en el nuevo sector privado tengan acceso a alguna forma de ayudas

estudiantiles, que hasta entonces habían estado principalmente orientadas a los estudiantes

de las universidades del Consejo de Rectores. Esta nueva orientación se hace cargo del

sostenido crecimiento que el nuevo sector privado había venido experimentando desde

1990.

El logro de este objetivo implicó ampliar el rol de la competencia en el marco de política, que

en adelante sería cualitativa y cuantitativa a la vez.” (p 23).

Aunque la apuesta de 1990 era efectivamente expandir los sistemas de ayudas estudiantiles a las

nuevas instituciones, recién en 1997 eso se vincula con una opción explícita por el crecimiento

cuantitativo de la matrícula. Ello se condice con impulsar y no negar la potencialidad de distinción

y ascenso social que anida en el sistema terciario, proyectándola como una manera eficaz de

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reducción de las desigualdades sociales. Desde entonces la agenda de la Concertación no sólo

blinda el principio de subsidiariedad, sino que lo asume -y en gran medida naturaliza- como

condición de posibilidad para conquistar equidad y calidad en la educación superior. La educación

vista como “retorno privado” se legitima.

A pesar del consenso en el gobierno en ese minuto, la Ley Marco no logra ser aprobada por la

resistencia -otra vez- de las propias instituciones académicas tradicionales y del movimiento

estudiantil. El desarrollo de la agenda de racionalización en el marco de un Estado subsidiario, la

idea de igualdad de trato entre las instituciones, y el creciente espacio del mercado como

coordinador en el ámbito de la educación superior, van a ser frenadas por estos sectores que

mantienen una importante capacidad de veto.

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Período 2000-2010

La agenda de equidad y calidad de 2004 y 2005

El gobierno de Ricardo Lagos retoma la agenda de cambios a la educación superior que había

estado dormida por toda la década de los noventa, en el contexto de una masificación cada vez

mayor de la matrícula liderada por el sector privado. Es en este gobierno que el discurso la sobre

educación superior como distribuidor social se enraíza aún más, en la medida que el aporte de la

educación a la movilidad social –ante siempre considerado una externalidad- se vuelve el centro

del problema, fortaleciendo los planteamientos y formas de legitimidad del principio de

subsidiariedad que se desprendían de los enfoques teóricos del capital humano.

La subsidiariedad se vuelve compatible con la equidad y la democracia, y la participación de los

oferentes privados, con su aparejada conceptualización de lo público, no son cuestionadas.

Aunque no constituye un informe elaborado por una Comisión convocada por el gobierno, el

reporte “Guiar el mercado” (Brunner et al., 2005) sintetiza la nueva política de reforma a la

educación superior emprendida por Lagos. Allí se sistematizan los avances que ha tenido años

antes la agenda de la calidad educacional (expresada en la política de la acreditación6), a la que se

le suma principalmente los cambios en financiamiento. Se trata de dos instrumentos de política –

la acreditación y el nuevo financiamiento bancario, el CAE- que no hacen distinciones entre

instituciones públicas o privadas, sino sólo la diferencia técnica entre acreditadas y no acreditadas.

Desde este punto de vista, esta agenda representa una profundización de la subsidiariedad del

Estado. Dice el informe:

“La experiencia de los últimos 25 años provee el punto de partida para este nuevo diseño de

política. En efecto, ahora existe un mayor conocimiento y aprendizaje en torno a cómo usar

los instrumentos de política pública en un contexto de mercado. En algunos casos, la nueva

política necesitará desregular aspectos del actual funcionamiento del mercado que entraban

su operación; en otros, introducir regulaciones para mejorar su desempeño. En algunos

casos se requerirá aumentar los subsidios, en otros disminuirlos.

Algunas reglas establecidas deberán perfeccionarse, otras deberán modificarse o

abandonarse. El aprendizaje realizado durante este período permite actuar sin el

esquematismo de la etapa anterior, donde a ratos la discusión parecía oponer a quienes

sugieren un mercado completamente desregulado para la educación superior con quienes

buscarían establecer un sistema centralmente coordinado en este sector. En los extremos,

ambas posiciones ya no tienen ninguna relevancia para el debate contemporáneo”

…“Ahora que el mercado se halla firmemente establecido en el sector de la educación

superior y muestra vigorosos signos de crecimiento, la pregunta clave es cómo la acción

6 Para más detalles referir los trabajos de M.J. Lemaitre publicados en CINDA. (www.cinda.cl)

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gubernamental puede crear las condiciones necesarias para que este mercado sirva los fines

públicos en la próxima fase de desarrollo del país.” (p. 228-229).

En sus conclusiones y durante todo el informe se defiende la pertinencia de abordar el problema

de la educación como un mercado, y de concebir el rol en él del Estado como subsidiario y

regulador.

En las dos dimensiones referidas en los períodos anteriores, la “oferta” y la “demanda”, el informe

profundiza este sentido subsidiario. En el ámbito de la demanda plantea que el Estado debe

aumentar los recursos entregados a los estudiantes y terminar con sus discriminaciones. Y en el

ámbito de la oferta, terminar con las discriminaciones y los recursos basales entregados de forma

automática.

En la dimensión de la “demanda” el informe señala:

“Esta doble dimensión de la educación superior—su carácter de bien público y privado a la

vez— justifica, por un lado, no hacer gratuito el acceso a un bien que reporta ingentes

beneficios privados al mismo tiempo que, por otro lado, justifica que la autoridad pública se

ocupe de asegurar el financiamiento para todos quienes deseen cursar estudios superiores

sin contar con los recursos para hacerlo.

El régimen de crédito (que se propone en el documento) es uno solo y el mismo para todos

los alumnos elegibles, independientemente de si se matriculan en instituciones públicas o

privadas, en carreras cortas o largas, o lo solicitan al comienzo o durante su carrera, aunque

en su aplicación—por ejemplo, el plazo de pago—puedan existir alternativas diversas (por

ejemplo, dependiendo del largo de la carrera cursada).

Los pagos del crédito se realizan sobre una base contingente al ingreso, con condiciones de

pago predeterminadas: porcentaje de pago no superior al 10% del ingreso, plazo no mayor a

25 años y tasas de interés con mínimos subsidio, similares a las de un crédito hipotecario.

Los recursos del sistema de crédito provienen del mercado de capitales de largo plazo—

donde los inversionistas naturales son las compañías de seguros de vida, los fondos de

pensiones, y en menor medida los fondos mutuos y las cajas de compensación. Los bancos

comerciales podrían tener participación en la originación y servicio de los créditos. Por

último, la garantía del Estado es necesaria para la participación de los privados”. (p 232-

233).

En la dimensión de la “oferta”, ya no se cuestiona la libertad de particulares para fundar

instituciones, sino que se insiste en difuminar la distinción entre públicas y privadas, y sobre todo,

en hacer retroceder las formas de financiamiento que habían sobrevivido de la época anterior a la

reforma de 1981.

“Reformar el modelo de financiamiento de la educación superior. Los gobiernos invierten

recursos públicos en las instituciones de educación superior por los beneficios sociales o

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bienes públicos que éstas producen, lo cual supone que los subsidios e incentivos otorgados

efectivamente se encuentren alineados con el interés público. No parece ser este el caso en

Chile, donde tanto los aportes fiscales directos como los fondos de desarrollo institucional

son discriminatorios (favorecen sólo a un grupo de universidades), incondicionados (no

vinculados explícitamente a fines públicos) y no se hallan sujetos a evaluaciones de

desempeño y resultados” (p. 233-234).

...“Esto lleva a plantearla necesidad de una reforma global del modelo de financiamiento

público de la educación superior, en torno a los siguientes principios básicos:

El aporte directo del Estado (AFD) debería financiar solamente a aquellas instituciones

públicas que asumen un compromiso de actividades y metas en áreas prioritarias para el

desarrollo nacional y regional. En consecuencia, este financiamiento pasaría a regirse en

adelante por contratos plurianuales de desempeño, perdiendo su carácter actual de

contribuciones anuales automáticas, garantizadas por el peso inercial de la historia y no

condicionadas al cumplimiento de propósitos explícitos de bien público.

Este subsidio consideraría dos principales áreas de financiamiento: formación de capital

humano avanzado de calidad (pregrado y postgrado) y generación de capacidades en torno

de objetivos prioritarios.

El aporte por contribución a la formación de capital humano avanzado de

calidadadoptaría la forma de un financiamiento vinculado a resultados, medidos por el

número de graduados anuales de la institución en las diversas disciplinas y profesiones

(de modo de dar cuenta de los diferentes costos unitarios de la formación). Con el objeto

de asegurar y fomentar la calidad de la formación otorgada bajo este esquema, los

programas beneficiados deberían estar acreditados o sujetarse a acreditación como

parte del contrato. De esta manera se garantiza una modalidad transparente de asignar

esta parte del subsidio, a la vez que se crea un poderoso incentivo de eficiencia y

mejoramiento de la calidad para las instituciones públicas.

El aporte para la generación de capacidades institucionales sería asignado en

función de metas convenidas en el contrato de desempeño, en materias tales como el

establecimiento o fortalecimiento de centros o programas de investigación estratégica;

creación y desarrollo de capacidades regionales vinculadas a los sectores productivos

más dinámicos o demandantes de innovación; formación de postgrado, especialmente en

el nivel de doctorado; generación de conocimiento en sectores claves de la política

pública; exportación de servicios educacionales y desarrollo de programas de e-learning;

formación de consorcios internacionales de investigación o formación avanzada;

fortalecimiento del sistema escolar en sus niveles pre-primario, primario y secundario;

oferta de oportunidades de formación continua para adultos, etc.

Los fondos de desarrollo institucional deberían vincularse a objetivos definidos por la

autoridad en función de las prioridades del desarrollo nacional y concursarse, sobre bases

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técnicas claramente enunciadas, entre todas las instituciones autónomas debidamente

acreditadas, independiente de su carácter público o privado, bajo el principio de que la

producción y gestión de bienes públicos puede ser garantizada, en un contexto de mercado,

por agencias que tienen diferentes formas de propiedad y organización.

Las prioridades para la asignación de estos fondos serían definidas en función de líneas

preferentes de desarrollo institucional (tales como gestión, sistemas de información,

desarrollo profesional docente, infraestructura y equipamiento, consorcios y redes

nacionales, vinculación con la empresa, etc.) o del desarrollo institucional en áreas

específicas de conocimiento, debiendo incluirse en ambos casos las condiciones de

satisfacción de las metas propuestas”. (p 235-236).

La condición de bien público de las instituciones y sus productos no está determinada ex ante, sino

que debe acreditarse por determinadas condiciones y desempeño. La noción de público-privado

ya no queda, al menos en principio, limitada al deslinde cronológico pre-post 1981, sino que es

potestad del Estado determinarlo sin tomar en consideración la propiedad formal de las

instituciones ni el sujeto que en ellas tomas las decisiones.

Finalmente el informe defiende la idea de regular los mercados de educación superior a través del

instrumento de aseguramiento de la calidad, en especial por su capacidad de producir información

para los actores que intervienen en él.

Más allá del recurso más explícito al enfoque económico, la agenda de 2005 sigue teniendo

importantes ecos respecto de la de 1990. Básicamente: coordinar una función social entregada a

los particulares, donde el mercado tiene un importante rol como espacio regulativo. La idea de lo

público, desde entonces, ha sido tal coordinación y regulación, no la provisión directa del servicio.

En este sentido la subsidiariedad ha sido profundizada y en gran medida naturalizada como único

horizonte posible de la política en educación superior.

La discusión del Consejo Asesor Presidencial para la Educación Superior

(2007-2008)

Tras la movilización estudiantil de 2006 por primera vez el principio de subsidiariedad es discutido

con cierta relevancia. Aunque aplicado al tema escolar, los estudiantes van a plantear retirar la

modalidad subsidiaria al menos de la educación estatal. Esto implica que el Estado ya no considere

a las instancias oferentes como competitivas entre sí, ni tampoco las financia mediante subsidios a

la demanda.

La discusión escaló a un cuestionamiento más general al modelo instalado en la dictadura militar y

profundizado años posteriores.

En 2007 la Presidenta Bachelet convoca al Consejo Asesor Presidencial para la Educación Superior,

presidido por Carlos Peña, Rector de la Universidad Diego Portales y conformada por los rectores o

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ex rectores Víctor Pérez, Rector de la U. de Chile; Sergio Bravo, Rector U. de La Frontera; Juan

Zolezzi, Rector U. de Santiago; Mónica Jiménez, Rectora U. Católica de Temuco; Pedro Pablo

Rosso, Rector de la PUC; Alfonso Muga, Rector de la PUCV; Sergio Torres, Rector de la U. Cardenal

Silva Henríquez; Manuel Krauskopf, Ex Rector de la U. Nacional Andrés Bello; Jorge Carvajal, Ex

Rector de la Universidad de la República; Fernando Montes, Rector Universidad Alberto Hurtado;

por los académicos Andrés Bernasconi, Sol Serrano, Agustín Squella, Juan Pablo Prieto, Matko

Koljatic, Carlos Mujica, Marcelo Von Chrismar, Enrique O'Reilly; por la representante de los

funcionarios de las universidades del Estado Myriam Barahona; por los dirigentes estudiantiles

Pablo Cuevas, Marcela Espinoza, Juan Cristóbal Palma, Javier Candia, Claudio Muñoz, Victor

González, Giorgio Boccardo, Omar Núñez; y por Julio Castro, Jefe de la División de Educación

Superior del Ministerio de Educación, como secretario técnico.

Aunque a medio camino la instancia sufre la renuncia de los representantes sociales, elabora el

año 2008 un informe de recomendaciones (CAPESUP, 2008). En lo esencial la subsidiariedad se

proyecta, haciéndose más fuertes los controles y las regulaciones diseñadas para el mercado. El

informe sugiere una reforma que regule el sistema actual, sobre la base de mantener una matriz

mixta de la oferta y distinguir entre universidades con y sin fines de lucro (se reconoce la

existencia de estas últimas).

La condición específica que legitima las regulaciones es que la educación superior se constituye

como mercado imperfecto. Pero su condición de mercado se da por sentado. Dice el informe:

“A diferencia de mercados no regulados o con escasa regulación, la educación requiere de

una institucionalidad que ordene y mejore su funcionamiento. Existen fallas como asimetrías

de información, mercados incompletos, externalidades y desigualdades de acceso y

permanencia que demandan de una institucionalidad que contribuya adecuadamente a

reducir los efectos de dichas fallas o imperfecciones. Si el sistema educativo operara como

un mercado completo y perfectamente competitivo, las necesidades de regulación y

coordinación serían mínimas, excepto por la necesidad de promover bienes públicos que

requieren un política estatal particular.

Sin embargo, dado que el sistema de educación superior chileno se enfrenta a las

imperfecciones descritas anteriormente, no parece sensato que éste permanezca entregado

a un desarrollado espontáneo y carente de metas y perspectivas generales compartidas. Por

el contrario, debiesen definirse estándares y buenas prácticas que contribuyan a la calidad e

integridad del sistema. Sin realizar una revisión de estainstitucionalidad se podría lesionar el

bienestar social y el cumplimiento de las dimensiones de bien público propias de un buen

sistema de educación superior.” (p 43).

El informe avanza discutiendo, una vez más, como ha sido la tónica desde los 90, la necesidad de

recuperar una coordinación única en el contexto de distintos principios constitutivos del sistema:

los de mercado (post 1981) y los tradicionales (pre 1981).

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Pero la recuperación no es igual al proyecto Marco de 1997. Además del tono -en este caso más

republicano y con más recurso a lenguajes tradicionales y abiertos a la participación- el

documento intenta relevar las múltiples visiones sobre la educación superior. Incluso somete a

votación múltiples cuestiones (incluido el lucro).

Es un documento que incorpora componentes del programa neoliberal, tecnocrático, pero que por

primera vez en una comisión convocada por el gobierno a propósito de la educación superior,

sugiere en sus definiciones parciales (no siempre acompañadas por la mayoría) un retroceso del

financiamiento a la demanda en el ámbito de las estatales, reemplazado (o al menos acompañado)

por un incremento del aporte directo. Pero no de tipo automático o garantizado, sino contra

resultados. En esta línea el informe recoge lo propuesto por la agenda de 2005.

El tipo de financiamiento contra resultados sigue siendo un subsidio. No es un aporte permanente

en tanto se verifica ex post. En ese sentido, no constituye un gasto público regular, del modo en

cómo se financia la planta funcionaria de un ministerio, por ejemplo, sino uno contingente, que

puede ser retirado, y que debe ser “merecido”. Con todo, aunque resulta compatible con el

principio de subsidiariedad, éste no reside en sí mismo en la política de financiamiento por

desempeño, sino más bien en las áreas que se intenta cubrir con tal instrumento. Ocurre en

muchos países que estos convenios financian proyectos específicos, pero no reemplazan los

aportes basales. En la medida que en ambas comisiones los aportes basales (hoy exiguos) se

piensan suplir por medio de este tipo de instrumentos, se puede concluir que hay una agenda de

largo plazo en esta dirección, que busca en realidad desmantelar los remedos del viejo Estado y su

política de educación superior (pre 1981), instalando lo público en el control técnico de lo que

hacen las instituciones, y no en las instituciones mismas.

En la medida que los mercados educacionales se desarrollan, y quedan desnudas sus

imperfecciones, resultan entonces asediados por el control tecnocrático. El paradigma

tecnocrático presupone subsidiariedad en tanto implica la regulación de particulares, y no la

planificación racional de una unidad más amplia y orgánica. El punto de quiebre es que en el

primer caso, los sujetos desconocen lo que hacen los particulares (que son autónomos en tanto

potencial propiedad privada) y deben necesariamente construir formas de conocimiento y

aseguramiento de la calidad externas, emplazadas en agencias; y en el segundo, los sujetos sí

conocen lo que ocurre en tanto las instituciones colaboran y no compiten, siendo parte de una

unidad mayor.

El paradigma tecnocrático, entonces, se torna más relevante para la política educacional en tanto

se proyecta como eficaz regulación y contención del mercado.

Como señala la Fundación Nodo XXI:

“Ya uno de los intelectuales clave de la Concertación en el campo educacional -J.J. Brunner-

escribía en 2004 que, en educación, correspondía al Estado “guiar al mercado”. Con todo el

espacio político que los separa, el ex Ministro de la dictadura, Alfredo Prieto, se manifestó en

una dirección similar en su libro “La modernización educacional”, veinte años antes (en

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1984). Un conjunto sofisticado de mediciones, estímulos y correctivos (garrotes y zanahorias

a fin de cuentas) debían ser los brazos del interés público, los que intervinieran encima de los

particulares -considerando en igualdad de trato instituciones educativas del Estado y

privadas-, para orientarlos a los fines generales de la sociedad.

De este modo la imagen clásica de la ineficacia estatal y el afán de lucro son superadas por

el imperativo de cumplir metas objetivas, pudiendo completarse entonces -ahora sí- la

prometida modernización de la educación chilena. Este discurso se presenta a veces con

retórica socialdemócrata -en la medida que implica regulación estatal sobre el mercado- o

bien como una genuina ética emprendedora, centrada en la producción de valor y la calidad

de los resultados, no tanto en el lucro (que se entiende entonces como un cobro abusivo, una

suerte de rentismo educacional que valoriza no los aprendizajes sino la segregación social

que ofrece disfrazada de enseñanza). En ambos discursos la educación es vista como una

cuestión centralmente técnica o instrumental, debilitándose o perdiendo centralidad sus

demás dimensiones”.

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Últimos cambios a la política de educación superior post 2011

El gobierno de Piñera

Como resulta consenso, tras las movilizaciones de 2011 toda la política educacional cambió. Por

primera vez la discusión se centró nítidamente en el principio de subsidiariedad, base para la

existencia del mercado educativo.

El Presidente Piñera intentó retomar la agenda pre 2006 en educación como respuesta al

movimiento. La propuesta de reforma al financiamiento estudiantil del panel de expertos 2011

(coordinado por Ricardo Paredes) mantiene los ejes de subsidio a la demanda y focalización de los

recursos en los sectores más vulnerables, retomando de hecho elementos de la agenda de 2005.

La propuesta “GANE” también se estructuró en torno al subsidio a la demanda, y presupone la

igualdad de trato entre instituciones públicas y privadas, lo que constituye un antiguo anhelo de

los reformadores de los ochenta. Se termina con la noción de instituciones públicas, y se pasa a

concebir la política pública como apoyo a la demanda estudiantil focalizada por créditos o becas,

sin distingo de institución y tomando en cuenta únicamente la calidad medida como acreditación.

Por cierto, ni se menciona la posibilidad de acabar con la arancelización de la educación superior.

La reforma a las ayudas estudiantiles (el llamado “fin del CAE”), implicó naturalmente el

crecimiento del subsidio estatal, pero en una lógica focalizada, y además, garantizando el lucro

con recursos públicos al menos hasta el fin del traspaso al Estado.

En síntesis, las propuestas del gobierno de Piñera ni siquiera proponen explícitamente una defensa

del modelo, simplemente operan en él, sustrayendo su continuidad o reforma del debate público.

En ese sentido es que se naturaliza, se niega su discusión. Y no sólo ante los actores sociales, sino

también ante el conjunto de los actores políticos.

El programa educacional de Bachelet

El programa anuncia una reforma estructural implementada gradualmente.

“Cambio del paradigma de cómo entendemos la educación, es decir que pase de ser un bien

de consumo a un derecho social”… “Reforma no consistirá en hacer ajustes, sino que en

cambiar el concepto que hay actualmente de la educación”.

Dicha reforma estaría sustentada en cuatro pilares: Fin al lucro, calidad, fin de la segregación, y

avances sustantivos hacia la gratuidad universal en todos los niveles (sobre esto último, plantea

llegar a gratuidad universal en 6 años).

A su vez, señala que

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“el corazón de la reforma estará en la educación pública a nivel pre escolar, escolar y

superior”… “Quiero recalcar que en esta tarea, la educación pública tendrá un espacio ya no

preferencial, sino absolutamente central”

En educación superior, además de la gratuidad universal y fin al lucro, Bachelet ha anunciado otras

dos iniciativas: creación de dos universidades estatales y un CFT público, y creación de un nuevo

sistema de acreditación.

Las nuevas universidades públicas estarían ubicadas en Aysén y O’Higgins.

Se creará un CFT estatal. Un “Centro de Formación Técnica estatal que partirá inicialmente en una

región y que gradualmente crecerá hasta tener presencia nacional”. Este CFT se vinculará a una

universidad pública local.

En acreditación: “implementaremos un nuevo sistema de acreditación. Un sistema único,

obligatorio y con estándares de nivel internacionales”

Sobre los lineamientos generales de la reforma, no hay nada que cuestione el carácter subsidiario

del Estado. El único elemento nuevo respecto del programa original de la Concertación, de las

agendas de 1990, 1997, 2005 y 2008, es la creación de nuevas instituciones públicas y la

“gratuidad” en todos los niveles. Aquello es posible en el contexto del Estado subsidiario, en la

misma lógica de cómo Beyer retiró a los Bancos e hizo crecer al Estado.

El programa de Bachelet intenta insertarse dentro de la concepción histórica de la transición sobre

educación, con el adendo de la educación gratuita, léase, buscando incorporar las banderas del

movimiento estudiantil. De ahí el silencio sobre cómo ha de financiarse la gratuidad. Si bien el

programa deja abierta la puerta a una recuperación de la idea pública de la educación en un

sentido no subsidiario, tiene importantes componentes de la agenda clásica de control del

mercado y los privados, y sobre todo, resonantes ecos del paradigma tecnocrático relevado por el

proyecto Ley Marco, la agenda de 2005, y el gobierno de Piñera.

En esa línea, hay silencio sobre cómo se canalizarán los recursos. Se desprende que se trata de

financiamiento a la demanda, ello se señala explícitamente en educación escolar. La educación

financiada así, no tiene otro destino que comportarse como mercado, por el supuesto de

competencia de las instituciones y de iteración de decisiones individuales que van formando un

panorama determinado –amoldado a la desigualdad social-, la pague o no el Estado. Incluso

aumentando levemente los aportes directos a las universidades públicas, bajo el paradigma

tecnocrático, estructuralmente nada se mueve si no se da el financiamiento a la oferta ni se

reemplaza la competencia de los particulares por la función pública.

Confunde en este punto el concepto de educación como “derecho social” que Bachelet instala. Es

una especie de “voucher universal”.

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Sobre educación superior en específico, es relevante poner atención al tema del CFT estatal. Con el

estancamiento y lento retroceso del mercado de las universidades “de mala calidad” la expansión

futura del sistema post-secundario beneficiará básicamente a dos instituciones: INACAP y DUOC.

El programa naturaliza esta división propia de la dictadura entre “universidades” y “formación

técnico-profesional”. En su origen, tal división tiene el objetivo de restringir la formación de

universitarios a las élites, y la expansión de la educación “de masa” dejarla sólo como técnica. El

crecimiento de las universidades privadas fue un efecto no buscado del mercado mismo. Ahora las

cosas se enrielarían en el diseño inicial de la dictadura: para las masas, IPs y CFTs, para la élite o los

“meritorios”, la universidad.

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