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84 Monográfico SIMBOLOGÍA TEMPLARIA LA TIZONA Y EL CASTILLO TEMPLARIO DE MONZÓN

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Más Allá de la Ciencia nº77Agosto 2015Monográfico Templarios

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SIMBOLOGÍA TEMPLARIA

LA TIZONA Y EL CASTILLO TEMPLARIO DE MONZÓN

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En el maravilloso valle del Cinca medio, sobre un cerro de laderas escarpadas a 65 km de Huesca, se alza el castillo de origen musulmán de Monzón (siglo X). Fortaleza templaria durante los siglos XII al XIV, allí fue cuidado e instruido por los caballeros y por el Maestre de la orden, Guillén de Monredón, el rey Jaime I durante su infancia; y entre sus inexpugnables murallas se custodió la Tizona, famosa espada del Cid Campeador, quien casó a su hija Cristina con uno de los señores de Monzón, Ramiro Sánchez, cuyo hijo sería el rey de Navarra, García Ramírez...texto: Álex Guerra Terra

E stos son solo algunos de los famosos episo-dios de una fortaleza que, en nuestros días,

sigue dando fe de su esplendor originario: una mole concebida para resistir envites en la Edad Media y desde la que, durante siglos, se dominó una estratégi-ca y signifi cativa parte de la Co-rona de Aragón. Los templarios dominaron las tierras de esta parte del Reino de Aragón desde el año 1143 hasta la disolución de la orden, en 1309. Llegaron a poseer 28 iglesias, repartidas por una extensa área geográfi ca que incluía un amplio número de poblaciones.

EL TEMPLE Y LA RECONQUISTALos templarios llegaron a la Pe-nínsula Ibérica a los pocos años de su fundación en Jerusalén. En concreto, fue el caballero Hugo de Rigaud quien se en-cargaría de su introducción en estas tierras. A comienzos del siglo XII, los reinos cristianos estaban en plena expansión hacia el Sur, en pugna con los musulmanes, que llevaban ya siglos en la Península. El Con-dado de Barcelona, el Reino de Aragón y Navarra, el Reino de Castilla y León y el Reino de Portugal luchaban por ganar te-rritorios a los invasores venidos del otro lado del Estrecho, en lo que se llamó la Reconquista.

El ideal del Temple encontró aquí un terreno abonado, pues su objetivo coincidía con los deseos de los soberanos de los reinos cristianos peninsulares. A partir del año 1130, en que el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, se convertía en templario y entregaba, al fi nal de sus días, algunas de sus más preciadas pertenencias a la or-den –ejemplo seguido por otros nobles que realizaron importan-tes y abundantes donaciones–, el patrimonio del Temple fue cre-ciendo de manera vertiginosa. Los soberanos, a cambio, solici-taron su ayuda en la Reconquis-ta, reclamando caballeros, ba-llesteros y armas para la guerra contra el islam.

La llegada de los templarios a la Península Ibérica (y también de las otras órdenes, la del Hos-pital y la del Santo Sepulcro) tuvo una gran aceptación y sir-vió como modelo para la funda-ción de órdenes militares pro-pias (Orden de Avis en Portugal, Santiago, Alcántara y Calatrava en Castilla y León, y Montesa en la Corona de Aragón). Algunos soberanos cristianos incluso profesaron los votos del Tem-ple, como García Ramírez (su madre, Cristina, era hija del Cid Campeador) o Sancho VI de Navarra, motivo por el cual su disolución y persecución en el siglo XIV encontró en nues-

fotos: Maximus Hermes

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Algunos soberanos cristianos incluso profesaron los votos del Temple, como García Ramírez (su madre, Cristina, era hija del Cid Campeador) o Sancho VI de Navarra.

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tro territorio importantes y po-derosos detractores.

LA TIZONA DEL CID CAMPEADOREl castillo de Monzón, incorporado a la corona de Aragón en 1089, se convirtió en uno de los principales baluartes de la Reconquista arago-nesa, y fue entregado al Temple en 1143 por Ramón Berenguer IV. Los templarios dotaron a la fortale-za de una iglesia, nuevas torres, ga-lerías subterráneas, murallas más reforzadas, caballerizas, refectorio y dormitorios, y desde allí ejercie-ron una poderosa infl uencia en el reino. Fueron adquiriendo cada vez más privilegios y propiedades, y a principios del siglo XIII se había convertido ya en una de las princi-pales encomiendas de la orden en Aragón.

Cuentan las leyendas (ciertas o no) que el famoso caballero Rodri-go Díaz de Vivar (1048-1099), me-jor conocido como el Cid Campea-dor –cuya vida inspiró el Cantar del

mío Cid, que bebió de los hechos de los últimos años de su vida–, utili-zó en sus gestas dos espadas con nombres propios: la Colada y la Ti-zona. Esta última habría permane-cido durante años bajo la custodia de los templarios en el castillo de Monzón. Actualmente, la espada se expone en el Museo de Burgos (que pagó por ella un millón y medio de euros al marqués de Falces). Sin embargo, algunos expertos asegu-ran que se trata de una falsifi cación del siglo XV, forjada como espada ceremonial y no como arma de combate.

Si bien es muy probable que la espada que se exhibe en la actua-lidad en Burgos no sea la auténtica –tal vez, no una imitación o falsi-fi cación, pero sí una forja sobre los restos de la original–, diversos historiadores consideran probado que la espada original del Cid Cam-peador, la legendaria Tizona, sí fue realmente custodiada por los tem-plarios en el castillo de Monzón.

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DEFENSORES DEL TEMPLE

En la Península Ibérica, algunos soberanos cristianos profesaron los votos del Temple, como García Ramírez o Sancho VI de Navarra, motivo por el cual su disolución y persecución en el siglo XIV, promovida

por el rey de Francia, Felipe IV, encontró en nuestro territorio detractores que respetaban a los templarios y los defendieron hasta que les fue imposible seguir haciéndolo. En 1312, los caballeros templarios de la Corona de Aragón

fueron absueltos en el Concilio de Tarragona, en el que se les consideró inocentes de los cargos que se les imputaban; aunque bien es cierto que el rey Jaime II dilataría el proceso para poder quedarse con algunos de sus bienes.

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JAIME I DE ARAGÓN Y EL MONZÓNEl Temple se estableció en Aragón entre 1128 y 1130. En esos años, la orden poseía ya algunos bienes, aunque su presencia no fue espe-cialmente relevante en este territo-rio hasta que, en 1131, el rey Alfon-so I tomó una decisión insólita que quedó refl ejada en su testamento: sin descendencia directa, legaba su reino a las órdenes de los tem-plarios, hospitalarios y del Santo Sepulcro –además de su caballo personal y sus armas–. Sin embar-go, a su muerte, en 1134, los nobles aragoneses no aceptaron ni acata-ron la decisión del soberano, pro-clamando sucesor a su hermano, el clérigo Ramiro II.

Las órdenes renunciaron a sus derechos al trono sin oponer re-sistencia, y fueron compensadas con abundantes donaciones que se sucedieron vertiginosamente desde 1134 hasta fi nales del siglo XII, además de quedar eximidas de impuestos (salvo los derivados del comercio) y ver ampliadas sus pre-rrogativas para establecer y fundar iglesias y recaudar derechos de se-pultura en sus templos.

Ya en el siglo siguiente, en 1213, moría el rey Pedro II en la batalla de Muret. Su heredero, Jaime I, de apenas seis años, quedó bajo la custodia del maestre de la Orden del Temple en la provincia de Ara-gón y Cataluña, Guillén de Mon-redón, en el castillo de Monzón, donde permanecería hasta los 9 años. A esa edad, los caballeros decidieron dejarle salir de la cár-cel de la encomienda, también lla-mada Torre de Jaime I por haber sido su alojamiento durante ese tiempo. Este hecho le marcaría para el resto de su vida y serviría de apoyo a los templarios en mo-mentos difíciles.

En la segunda mitad del siglo XIII, el Monzón era ya la encomienda más rica del reino y contaba con una completa armería, con yelmos, corazas, espadas y ballestas, cua-renta y ocho cautivos, una cautiva, ciento ochenta y dos puercos, cien-to cuarenta y tres vacas y ochocien-tas once cabezas de ganado lanar.

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De arriba abajo, capilla de San Nicolás, que actualmente acoge el centro de Interpretación sobre

los templarios, sala capitular-refectorio y el castillo de Monzón desde el patio de armas.

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EL MÓNZON TEMPLARIO

Con apenas seis años, Jaime I quedó bajo la custodia del Maestre de la orden del Temple en la provincia de Aragón y Cataluña, Guillén de Monredón, en el castillo de Monzón.

Cuando la Orden del Temple recibió el Monzón en 1143, de manos de Ramón Berenguer IV, dotó a la fortaleza de una iglesia (la capilla de San Nicolás, presidida por un impresionante ábside poligonal que es también torreón de defensa), nuevas torres (como la de Jaime I, también cárcel), galerías

subterráneas (distribuidas por todo el castillo para dar rápida escapatoria en caso de necesidad), murallas reforzadas, caballerizas (que a lo largo de su historia han hecho las veces de almacén de armas y refugio), refectorio (una imponente nave, aunque sobria, cubierta de cañón apuntado y óculo) y

dormitorios (compuestos de dos pisos, sótano y un pasadizo subterráneo con salida al río Cinca, según la tradición).

Muchas de las galerías subterráneas o pasadizos muestran extrañas marcas de cantero que no aparecen en el resto del castillo (principalmente cruces y taus templarias), como compases o sextantes, y un Baphomet (una cruz con un rabo enroscado que, probablemente, hace referencia al Diablo o, tal vez, al símbolo alquímico de Saturno). Son accesibles en la actualidad, porque aunque fueron selladas tras el abandono del castillo con piedra local, tejas y argamasa (en la que pueden observarse multitud de elementos como hebillas, objetos de bronce e incluso huesos humanos de procedencia desconocida), se reabrieron en siglos posteriores cuando el castillo fue empleado en el curso de diversas contiendas: el enfrentamiento castellano-aragonés (siglo XIV), la guerra independentista catalana contra Felipe IV (1640, en que el castillo se rindió ante el ejército francocatalán de La Motte, para ser recuperado un año más tarde por las tropas castellanas de Felipe de Silva), e incluso la Guerra Civil española.

Reformas posteriores le harán tener su aspecto defi nitivo, que podemos observar hoy en día, aunque siempre conservando su estilo original, de clásica huella templaria, entre el románico y el gótico.

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De arriba abajo, dormitorios templarios, la

espada Tizona, guardada en el Museo de

Burgos, y vista exterior del ábside de la

capilla de San Nicolás.

MAGIA Y ESOTERISMO: EL FIN DEL TEMPLELamentablemente, la eterna envidia y la codicia humanas resultaron dañi-nas para la orden. En 1293, Jaques de Molay era elegido Maestre del Temple; un hombre de bastante cora-je, pero poco discernimiento y escasa elocuencia. Por otra parte, las rique-zas del Temple, su éxito, su secretis-mo y su espíritu orgulloso, granjea-ron a la orden la envidia y la codicia del rey de Francia, Felipe IV, que se ensañó cruelmente con ella. La pér-dida de Tierra Santa en 1291, dando fi n a la época de las Cruzadas, mermó la utilidad de los templarios, que co-menzaron a ser cuestionados en Eu-ropa, donde un gran complot empezó a ser tramado contra ellos.

En la primavera de 1306 circularon los primeros rumores sobre terribles prácticas de magia y esoterismo por parte de los caballeros, así como ex-traños ritos iniciáticos para los postu-lantes, como escupir sobre el crucifi -jo, realizar prácticas homosexuales y adorar al Baphomet. Al año siguiente, en 1307, Felipe IV de Francia inicia-ba la encarnizada persecución contra ellos, acusándolos de orgullo, avari-cia y crueldad, además de blasfemia, sodomía e idolatría.

En apenas una jornada fueron dete-nidos hasta 20.000 templarios, que no ofrecieron la menor resistencia. En los años que siguieron, centenares fueron quemados en la hoguera. En 1311 se

celebró el concilio de Vienne, en el que se estableció la disolución ofi cial de la Orden del Temple a través de la bula Vox Clamantis del papa Clemente V. A los 76 años de edad, en 1314, Jacques de Molay fue juzgado y ajusticiado.

EL MONZÓN: ÚLTIMO REDUCTO TEMPLARIO DE ARAGÓNEn España, los caballeros templarios estaban muy bien vistos y gozaban del respeto de los soberanos. En Ara-gón, el rey mostró resistencia a la hora de suprimir la orden, argumen-tando que eran fi eles al servicio real y buenos represores de los infi eles. Sin embargo, no pudo actuar con-trariamente a la bula papal y se vio obligado a prohibir a sus súbditos cualquier defensa y protección de los templarios, que no tuvieron otra op-ción que refugiarse en sus fortalezas.

A fi nales de 1308, solo resistía ya el Monzón, defendido por el comenda-dor Berenguer de Bellvis y los caba-lleros Dalmau de Timor, Arnau de Banyuls y Bernat de Belliusen, entre otros. Al poco tiempo, los templarios de la encomienda de Aragón tuvieron que redistribuirse por los conventos del Hospital, permaneciendo en sus antiguos distritos del reino. El castillo quedó abandonado y prácticamente arruinado, hasta que el siglo XIV vol-vió a recuperar su importancia duran-te el enfrentamiento castellano-arago-nés, momento en que se reformaron sus estructuras defensivas.