la urbanización difusa de la ciudad de méxico

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La urbanización difusa de la Ciudad de México Otras miradas sobre un espacio antiguo Javier Delgado Coordinador GEOGRAFÍA PARA EL SIGLO XXI SERIE: LIBROS DE INVESTIGACIÓN 2

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La urbanización difusa de la Ciudad de MéxicoOtras miradas sobre un espacio antiguo

Javier DelgadoCoordinador

G E O G R A F Í A P A R A E L S I G L O X X I S E R I E : L I B R O S D E I N V E S T I G A C I Ó N22

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La urbanización difusa de la Ciudad de México.Otras miradas sobre un espacio antiguo

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Instituto de GeografíaUniversidad Nacional Autónoma de México

Colección: Geografía para el siglo XXISerie: Libros de Investigación, núm. 2

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México, 2008

La urbanización difusa de la Ciudad de México.Otras miradas sobre un espacio antiguo

Javier DelgadoCoordinador

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La urbanización difusa de la Ciudad de México.Otras miradas sobre un espacio antiguoPrimera edición, 25 de agosto de 2008

© D.R. Instituto de GeografíaUniversidad Nacional Autónoma de MéxicoCiudad Universitaria, Delegación Coyoacán,04510, México, D. F.www.igeograf.unam.mx

Prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio, sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

La presente publicación presenta los resultados de una investigación científica y contó con dictámenes de expertos externos, de acuerdo con las normas editoriales del Instituto de Geografía. Para su publicación recibió apoyo financiero de PAPIIT, clave de proyecto IN305500.

Geografía para el siglo XXI (Obra general)Serie Libros de InvestigaciónISBN 970-32-2976-XISBN 978-607-2-00025-4

Impreso y hecho en México

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Irma Eurosia Carrascal Galindo:in memoriam

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Sumario

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7Javier Delgadillo Macías

La Ciudad de México . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Javier Delgado

Primera parteCorona urbana alrededor de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

Claude Bataillón

La difusión de la urbanización o cómo superar la dicotomía rural-urbana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43

Javier Delgado, Carlos Galindo y Mauricio Ricárdez

Diversidad y especialización económica en el subsistema de ciudades de la Región Centro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75

Luis Jaime Sobrino

Fraccionamientos, pueblos y nuevas urbanizaciones y las contradicciones del espacio público . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108

Eduardo Nivón Bolán

Segunda parteEnlaces aéreos de la Región Centro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137

Luis Chías Becerril

Reconocimiento de patrones urbanosa través de la geometría fractal . . . . 169Hind Taud y Jean-François Parrot

Los fractales: una nueva geometría para describir el espacio geográfico . . 194Gerardo G. Naumis

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Presentación

El camino por el que ha transitado la urbanización de la Ciudad de México se corresponde más con procesos históricos multicausales que a uno único y lineal como algunos especialistas han creído a lo largo del tiempo: desde la impronta de los antiguos lugares prehispánicos cuyas culturas dominaban un paisaje y te-rritorios de singular riqueza, belleza y contrastes naturales entre lagos, valles y montañas; el avasallaje del colonialismo español y sus efectos de transformación radicales de su fisonomía urbana; el auge del capitalismo de finales del siglo XIX y el transcurso del siglo XX, que denotó con claridad la configuración regional del espacio nacional y la acentuación de las polaridades territoriales a lo largo y ancho del país bajo la articulación de tres-cuatro metrópolis regionales y la jerarquía centralizadora y concentradora de la capital del país; hasta llegar a los procesos más recientes asociados al crecimiento desbordado de la “gran metrópoli” y el concepto de modernización impuesta por la globalización. Frente a todo ello, lo que hoy se nos muestra es la fisonomía de una ciudad desbordante, de contrastes entre barrios, colonias, suburbios, lugares y entre sus propios habitantes. Ciudad añeja y decadente en algunos de sus lugares que se niega a resurgir y actualizar su funcionalidad urbana, frente a la ciudad moderna, pujante y renovadora que se asemeja más a las exigencias del mundo de la “globalización” occidental.

Esta gran ciudad rebasa los preceptos estrictamente metropolitanos que la teoría define y se acerca cada vez más al concepto de ciudad-región, sin que con ello se tenga aún claro el mapa de su organización económica, social y territo-rial y mucho menos conocimiento preciso de lo que sucede entre los espacios de contacto urbano rurales sobre los cuales la ciudad se expande. Al lado de esta dualidad se acentúan hoy, con mayor fuerza, los fenómenos de la rurbanización y el incremento de las áreas periurbanas en las cuales, más allá del intento de medir sus límites, lo que aparece son formas y mecanismos de adaptación al modelo metropolitano vigente, fuertemente influidos por las determinantes históricas que le anteceden. Esta modalidad actual de expansión, a la cual también se le des-cribe como proceso de urbanización difusa, se presenta en los límites físicos entre lo arquitectónicamente urbano y la fisonomía rural, más al sur y al oriente de la ciudad, pero igual se expande al norte y al poniente, anteponiendo sus espacios

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no conurbados y la fisonomía aun campirana como forma de pervivencia y paisaje alternativo que se niega a sucumbir a la tentación de la urbe de asfalto. Mayor complicación interpretativa se genera en los estudiosos al incorporar al análisis espacial las relaciones formales que se dan entre esta metrópoli y el sistema de ciu-dades de las siete entidades federativas que forman su corona regional, en donde los vínculos actuales medidos preferentemente a través de flujos de mercancías, capital y personas no pueden ser comprendidos en su cabalidad sin el conocimien-to profundo de la historia regional, las culturas y las tradiciones de los pobladores que en conjunto han conformado lo que hoy es esta gran región central.

Estos son temas de esta publicación, cuyos autores, con una visión colectiva y de esfuerzo interdisciplinario, abonan con precisión y detalle analítico aspectos particulares de la dinámica socioterritorial, económica y urbano-regional presen-tes al interior de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México y de ésta con su entorno inmediato, la región centro del país. Una urbanización expandida que se ve regionalmente coronada por un sistema de ciudades que si bien definidas a través de etapas y sucesos históricos directamente influidos por el propio creci-miento físico de la ciudad central, se convierten, sin duda, en actores cada vez más interactuantes de la vida metropolitana actual.

En la primera parte del libro se presentan algunos de los actuales enfoques interpretativos que se abocan a dilucidar las formas y mecanismos en que la rur-banización amplía su presencia en las periferias urbanas.

Claude Bataillon en su capítulo intitulado “Corona urbana alrededor de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México”, texto con un claro enfoque histórico-espacial, da cuenta de la dinámica de las ciudades que bordean a la Ciudad de Méxi-co, asignándoles un papel de dependencia y subordinación espacial producto de la fuerte atracción central y los consecuentes procesos cíclicos de desconcentración y descentralización que motivaron posteriormente un impacto favorable en el creci-miento y desarrollo de varias de estas urbes periféricas, aunado a la reconfiguración y fortalecimiento de las redes intrarregionales de comunicación e interacción espa-ciales del comercio y los servicios; sin embargo, esta dependencia espacial no impo-ne un modelo de vida único para estas ciudades y mucho menos en sus dinámicas sociales y de la organicidad local, a lo cual Bataillon denomina estilos regionales de la vida de las ciudades. Es precisamente este capítulo el que denota el concepto histórico del subtítulo general del libro: Otras miradas sobre un espacio antiguo.

El concepto de urbanización difusa al que hacen referencia Delgado, Ga-lindo y Ricárdez en el segundo capítulo, se asocia a los efectos que en el ámbito periurbano impone la metropolización de la Ciudad de México. Representa, se-gún los autores, una forma conceptual adecuada para medir la influencia que tiene

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Presentación . 9

una ciudad en espacios no conurbados y permite contraponer criterios analíticos al sobredimensionamiento de lo urbano que deja de lado el análisis de lo rural. Para comprobar si estas hipótesis son válidas para el caso de México, hace uso de la estadística oficial, de información sobre atributos geográficos y genera índices y coeficientes de índole municipal para el conjunto de la región central, a través del análisis de tres aspectos medibles cuantitativamente: las jerarquías del sistema espacial estudiado, la especialización económica y la transición urbano-rural, y la dinámica de crecimiento y distribución territorial de las ciudades de la región a lo largo de 70 años.

Por su parte, Luis Jaime Sobrino desarrolla su investigación a partir de un enfoque clásico de la economía espacial, adoptando también a la región centro del país como caso de estudio. A partir de la determinación estadística de una variable representativa para el conjunto de las ciudades estudiadas, como es la composición sectorial de la demanda ocupacional en subsectores industrial, co-mercial y de servicios, trata de contestar algunas preguntas clave en el estudio de la estructura económica de las ciudades. Con un preciso fundamento teórico e información empírica representativa, expone sus resultados bajo conclusiones predeterminadas en las teorías expuestas: “… las ciudades (de la región central) presentan estructuras especializadas y diversificadas que responden al aprove-chamiento de economías de aglomeración…”; la especialización genera ventajas y desventajas: entre las primeras, el menor tamaño urbano les es favorable, así como el aprovechamiento de economías de localización y conformación de ca-denas espacio-sectoriales; a las segundas corresponde una menor propensión a la adopción de innovaciones tecnológicas y, por consiguiente, mayor riesgo de las ciudades analizadas a la marcha de la economía global.

Por último, Eduardo Nivón aborda el tema de las nuevas urbanizaciones a través del estudio de los fraccionamientos residenciales en la zona oriente del municipio de Huixquilucan, Estado de México, y el impacto cultural y social que se genera al interior de pueblos y comunidades, impactos a los que califica como contradicciones de la expansión urbana en los espacios públicos: producción de nuevos límites, debilitamiento de lo público, homogeneidad contra cohesión social y fortalecimiento de la capacidad del sector agrícola para resistir la urba-nización. Si bien la escala geográfica de su investigación es de carácter local, las conclusiones a las que llega son, en mi opinión, representativas de las problemá-ticas que aquejan a las pueblos de zonas periurbanas de la Ciudad de México, y quizá del modelo expansivo de muchas de las ciudades tradicionales latinoameri-canas, en donde algunos de los temas centrales de confrontación se refieren a las segregaciones socio-espaciales que produce la especulación por el suelo “urbano”,

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10 . Javier Delgadillo Macías

y de mayor interés, el de las tradiciones como escenarios de disputa entre lo públi-co y lo privado, tal y como lo expone el autor.

La segunda parte del libro incluye un capítulo relativo al papel que juega la red de transporte aéreo en los enlaces urbanos de la región centro del país, y dos textos exploratorios sobre la aplicación de la teoría de fractales al análisis urbano y los estudios geográficos.

En el capítulo inicial, cuya autoría corresponde a Luis Chías, se exponen con acuciosidad los sistemas de enlaces aéreos que se dan en forma radial y con-céntrica entre los aeropuertos de las ciudades de Toluca, Cuernavaca, Puebla, Querétaro, Tehuacán y Tlaxcala, con el de la Ciudad de México. El estudio de la infraestructura aeronáutica, las empresas que ofrecen servicios y la dinámica de flujos tanto de personas como de mercancías, presentes en este sistema regional, aportan un conocimiento relevante al tema de la integración urbano-regional del centro del país, con un enfoque por demás novedoso para el caso de México, y con una sistematización de información que permite agregar elementos para la discusión sobre el papel de la ciudad central y su tránsito hacia la integración de una verdadera megalópolis y quizá la única en sentido estricto del país.

Por su parte, Hind Taud y Jean-François Parrot con el trabajo “Reconoci-miento de patrones urbanos a través de la geometría fractal”, y Gerardo Naumis con “Los fractales: una nueva geometría para describir el espacio geográfico”, aportan sendos estudios teórico-conceptuales que seguramente serán de gran in-terés metodológico para los investigadores de la problemática urbano-regional, desde donde se abordan planteamientos acerca de la organización del espacio, las regiones y las relaciones urbano-rurales, a partir de nuevos enfoques y procedi-mientos cuantitativos aplicados.

Finalmente, considero que el conjunto de textos que componen este libro sin duda incorporan elementos relevantes a la discusión acerca del proceso de metropolización y urbanización de la región central del país, y agregan juicios sugerentes y polémicos en algunos casos, sobre el papel de los actores políticos, sociales, públicos y privados del ámbito urbano-regional, las tendencias que si-gue la confluencia espacial entre las áreas periféricas de los centros urbanos más dinámicos, el juicio sobre la emergencia de zonas rururbanas poco clarificadas, la pervivencia de aquellos espacios propiamente rurales al interior de una gran región urbana y, en mi opinión, el acuerdo implícito entre los autores, al recono-cer la existencia de un espacio meso-regional que cada vez está más claramente definido por un concepto integrador: el de ciudad-región.

Javier Delgadillo Macías

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La Ciudad de MéxicoJavier DelgadoDepartamento de Geografía Social, Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México.

Introducción

A pesar de constituir la principal región socioeconómica del país, asiento geo-gráfico tradicional de las principales culturas prehispánicas y territorio clave en la conformación histórica del país, la Región Centro ha sido poco estudia-da en su conjunto.

De acuerdo con Garza, los estudios regionales en México datan de la dé-cada de los años treinta del recién concluido siglo XX y, desde entonces hasta los años sesenta, se realizaron varios estudios para dividir al territorio nacional en regiones sistemáticas, con base en el concepto de región homogénea utilizan-do como variables de análisis la distribución espacial de recursos naturales e infraestructura existente (Garza, 1996). Con excepción de los textos pioneros de Bataillon y Bassols, durante los años sesenta los escasos estudios regionales se mantuvieron apegados al paradigma funcionalista de región homogénea, en el que se consideraba a la región como el soporte del desarrollo económico, el cual debería atravesar por una secuencia de etapas y en donde era necesaria la intervención del Estado para resolver las desigualdades interregionales y fomentar el crecimiento de todas las unidades geográficas.

En la década de los setenta –que Garza caracteriza como la década de “ins-titucionalización de la investigación espacial”–, aumentó significativamente la producción académica y se realizaron ambiciosos proyectos de investigación sobre urbanización y desarrollo regional con avances teórico-metodológicos. En la perspectiva regional se siguió con la delimitación de regiones homogé-neas con base en atributos más económicos que geográficos y se incorporaron categorías del materialismo histórico, por lo que las regiones se definieron no sólo en términos de similitud sino también por una funcionalidad impuesta por la división espacial del trabajo que acentúa las contradicciones internas y

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12 . Javier Delgado

genera mayores disparidades territoriales. Para la década de los ochenta, –de auge según Garza–, los estudios con enfoque regional matizaron los impactos de la profunda crisis económica en el territorio, tratando de identificar las re-giones más vulnerables y la prospectiva en la distribución espacial de las acti-vidades económicas, ante el agotamiento del modelo de crecimiento económi-co sustentado en la sustitución de importaciones y protección comercial, para dar paso a otro apoyado en la apertura y promoción de las exportaciones.

Por último, durante la década de los noventa, los estudios sobre el desa-rrollo regional en México adoptaron con plenitud el modelo mundial impe-rante de apertura comercial y desregulación económica por parte del Estado, como premisas de una nueva división internacional del trabajo. El concepto de región funcional fue utilizado con mayor énfasis y se le asoció al de sistema de ciudades, por el hecho de que el país contaba ya con un número significativo de localidades urbanas, diversas en tamaño y distribución espa-cial, además con la particularidad de que las ciudades medias superaron a las grandes ciudades en cuanto a dinámica demográfica y crecimiento económico. El impacto del neoliberalismo en la distribución espacial de la población y en actividades económicas, seguirá siendo tema de investigación en los primeros años del siglo XXI, en particular el debate acerca de la capacidad de esa política socioeconómica para superar o –por el contrario–, propiciar una mayor des-igualdad en el desarrollo regional del país.

Pero en todos los casos se trataba de estudios nacionales, excepto el texto de Bataillon, donde se refería a la región centro como el “México central” con un mayor alcance geográfico que el que actualmente tiene, de acuerdo con Bassols. En todos los casos, la importancia regional de la Ciudad de México juega un papel preponderante, sin embargo, ninguno de ellos trataba sobre la Región Centro en particular. En este sentido, sin duda alguna, el precursor contempo-ráneo de los estudios regionales ha sido Claude Bataillon, y desde la publicación de aquel texto precursor, sólo cuatro nuevos libros que toman a la Región como objeto de estudio y uno de forma indirecta, han sido publicados desde entonces por Jorge Serrano, Javier Delgado, Adrián Guillermo Aguilar, Javier Delgadillo e Iracheta, el cuarto, y Manuel Perló y Arsenio González el último.

En su investigación pionera sobre la región Centro del país, La ciudad y el campo en el México Central, Claude Bataillon adoptó el enfoque geohistórico para abordar simultáneamente la aglomeración del Valle de México y su re-gión “adyacente”, haciendo énfasis en la inexistencia –corría la década de los sesenta–, de un sistema jerárquico de ciudades que culminara en la ciudad principal, como supone la teoría del Lugar Central. En su lugar, Bataillon dis-

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tinguía una relación directa entre un polo único –la Ciudad de México– y ex-tensas zonas campesinas densamente pobladas y con un rico pasado histórico. Los criterios utilizados para la delimitación, a la vez geográficos e históricos –básicamente los valles altos de Mesoamérica en donde se hablaba el náhuatl–, lo llevaron a proponer las fronteras del centro-este en Guerrero y Oaxaca al sur y sureste, y en Querétaro y Michoacán al norte y noroeste (Bataillon, 1972). Este enfoque regional fue poco entendido y menos aún seguido, si juzgamos por la bibliografía producida en el ámbito de los estudios regionales, aunque es cierto que el concepto de región ha sido más utilizado por los historiadores que por los geógrafos y, menos aún por los economistas.

Por esos años, Ángel Bassols publicó otro texto que ha sido fundamental para la ciencia regional, México: Formación de Regiones Económicas, en donde, bajo un enfoque que denominó geoeconómico, coincidía en identificar el papel clave que jugaron los valles altos de México, Puebla y Toluca durante la dominación Mexica primero y la ocupación colonial después. Desde aquella etapa formativa el Centro-Este tenía una “clara frontera” en el Bajío y el centro de Jalisco (Centro-Oeste) considerados como la “transición hacia la Gran Chichimeca”, vasto territorio que se articuló alrededor de Guadalajara, el Bajío y Valladolid como centros organizadores de una intensa especialización minera y agropecuaria. En cambio, las tendencias del Centro-Este a extenderse hacia el sur no cristalizaron, ni siquiera con la dominación colonial, durante la cual se consolidó la diferenciación socioespacial definitiva entre la región central que nos ocupa y los nortes, tanto como con el sur (Bassols, 1992:134-135).

A pesar de las diferencias entre uno y otro enfoques, Bassols coincidía con Bataillon en la inexistencia de un sistema urbano similar a los que se encontra-ban en Europa o en Norteamérica. En nuestros países, decía Bassols, el terri-torio está “mal organizado”, los sistemas urbanos son “débiles” o con un “bajo grado de integración”. En su lugar, aceptaba, más como evidencia empírica, ciertas “áreas de influencia” de la aglomeración de la Ciudad de México, en el territorio que hoy denominamos como “corona regional”. También advertía que, en el caso de las capitales federales, la ciudad central tiene una función polarizadora “madura”, por lo que concluye, citando a Milton Santos, que “… que entre ciudad y región, en el subdesarrollo, existe –paradójicamente–, una (...) más fuerte solidaridad que la existente entre capitales regionales y su tras-país en el mundo industrializado” (Ibid.: 440).

Entonces, a fines de los años setenta apareció el libro de Unikel, Ruiz y Garza El desarrollo urbano de México, uno de los más relevantes realizados en el país en el campo de la ciencia regional. En él se presentó un diagnóstico

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macroestadístico y analítico de las características ecológico-demográficas de la urbanización en México, así como los patrones urbanos y regionales de lo-calización de las actividades económicas. En contraste con las macroregiones de Bataillon y Bassols, en este libro se definió una región “Valle de México” formada por el Distrito Federal y el Estado de México, al mismo tiempo que se concebía un “subsistema urbano de la Ciudad de México” como la interrela-ción funcional de la capital del país con las ciudades de Toluca, Puebla, Cuer-navaca, Querétaro y Pachuca. Sin embargo, ante la dificultad para circunscri-bir con precisión a la región, los autores agregaban con precaución, que…

... Esta definición de subsistema es arbitraria puesto que en importancia la capital domina la totalidad del país. Sin embargo, configura una zona o re-gión en la que existe un alto potencial de integración en términos de comple-mentación industrial (Unikel et al. 1978:95 [subrayado nuestro]).

Después de un largo desierto investigativo de casi 25 años con respecto a los textos precursores de Bataillon y Bassols, Jorge Serrano coordinó un estudio sobre la Región Centro, cuyo valor principal fue adoptar una postura crítica ante la preeminencia del poder central basado en la Ciudad de México. Ahí se reivindica el derecho de la periferia a un mejor destino regional, menos excluyente. Para ello se revisó minuciosamente el potencial –social, económi-co, ambiental–, de las distintas periferias que forman los estados vecinos al Distrito Federal (Serrano, 1996). Vale la pena resaltar que en este estudio se considera –ya sin ninguna duda–, a los valles de Cuernavaca, Cuautla, Tlax-cala, Pachuca, Querétaro y Toluca “como una sola unidad”, a pesar de que su configuración radial obliga a las posibles –y sobre todo deseables–, relaciones periferia-periferia a pasar, obligatoria e innecesariamente, por el centro (Ibid., t. I:14-15). Es decir, que en solo 25 años se formó el actual sistema urbano regional.

Un poco más tarde y siguiendo tanto a Bataillon como a Bassols, me-diante el enfoque de ciudad-región, se constató la existencia de una vigorosa formación regional peculiar, la corona regional de la Ciudad de México. Ade-más, se sugiere la hipótesis de que ese sistema urbano regional se encuentre en transición hacia una mayor articulación territorial con las otras dos regiones con un lugar central fuerte: Guadalajara y Monterrey. Las tendencias recientes a utilizar grandes agrupaciones regionales –norte, centro y sur, así como la incipiente discusión sobre trenes de largo recorrido–, apuntan en esa dirección (Delgado, 1998).

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Cuatro años después apareció un texto coordinado por Javier Delgadillo y Alfonso Iracheta (2002) que presenta varios ensayos sobre la Región Centro, además de contar con aportaciones de los pioneros del regionalismo actual, Claude Bataillon y Ángel Bassols.

En el escrito de Bataillon se comprende la ausencia importante, todavía en los años sesenta de un interés por los estudios regionales, disyuntiva en la que él mismo fue precursor, su interpretación de la influencia de la geografía francesa en aquellas primeras tentativas de empleo del enfoque regional para explicar las complejidades del territorio mexicano y una pequeña pero didác-tica aplicación al caso de Morelos que muestra como acoplar, sin determinis-mos ni simplificaciones, la noción de región “natural” al entramado social e histórico.

Bassols, por su parte, insiste en relacionar la investigación académica con un compromiso social y de transformación de la realidad. Su texto es útil para entender procesos controvertidos como el esfuerzo regionalista puesto en la política de cuencas hidrológicas o hacia la formación de grandes regiones bajo la influencia más reciente de la fase global

En el libro destaca una original interpretación de Olivera y Guadarrama (2002) acerca de las diferentes oleadas de desconcentración industrial desde el centro hacia la periferia, de acuerdo con los ciclos de crisis y auge indus-trial que se han presentado desde 1970, así como el papel clave que jugaron las empresas extranjeras en la efímera recuperación del período salinista. En otro capítulo se presenta un examen innovador sobre los commuters entre las ciudades de México y Cuautla a cargo de Reyna Corona (2002), lamentable-mente fallecida. Ante la falta de datos, en el estudio se aplicó una encuesta a los usuarios cotidianos de los autobuses foráneos que hacen el recorrido entre ambas ciudades. Destaca no sólo la magnitud de los desplazamientos –120 mil personas durante la aplicación de la encuesta–, sino la revelación de un por-centaje significativo –entre 26 y 39%–, de los viajeros, que tuvo como destino las zonas “rurales” intermedias y otro porcentaje de entre 4 y 12% que tenía como destino final los municipios de Puebla “cercanos a Morelos”.

En otro capítulo a cargo de Rozga (2002) se presenta una de las primeras lecturas de los cambios regionales bajo la gran división de mesorregiones: nor-te, sur y “centro consolidado” (es decir, las regiones centro y occidente juntas). Si bien este agrupamiento de “gran tamaño” tiene una clara base biogeográ-fica (clima, relieve, vegetación, biodiversidad) y fue advertida por Bataillon y Bassols desde los años sesenta, permaneció sin aplicación práctica hasta muy recientemente. De acuerdo con esta óptica, queda clara la permanencia de

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las grandes regiones en los últimos 50 años, frente a una incipiente ganancia de población y actividades en el norte y su disminución constante en el sur y centro consolidado.

Sánchez Almaza (2002) presenta una original medición de la centrali-dad de la Ciudad de México a partir de los flujos telefónicos entre pares de ciudades en 1990 –de lo cual se habla mucho pero casi nunca con el respaldo estadístico correspondiente–, así como de los flujos de carga y pasajeros. En relación con las llamadas telefónicas, nuestra ciudad absorbe o emite 26% de ellas y visto como promedio normalizado –del PIB producido, población y lla-madas–, en nueve de las 11 ciudades de la región centro que Adolfo Sánchez presenta –todas ellas dentro de la corona regional–, el porcentaje llega a 42.7.

Poco después, Adrián Guillermo Aguilar (2003) publicó un nuevo texto sobre la región centro como parte de un proyecto de grupo. Ahí se abordan nuevas formas de explicar el proceso que nos ocupa, además de la reestruc-turación demográfica y económica. Así, para ejemplificar el proceso de dis-persión industrial y los flujos de inversión extranjera, Aguilar y Santos (2003) presentan el caso de la industria metal mecánica en Querétaro y San Juan del Río, y el de la maquila textil en Tehuacán. El deterioro de las condiciones la-borales y el aumento del empleo de baja calificación sobre todo de industria y servicios regionales, es ofrecido por Ludgar Brenner (2003). Chías y Martínez (2003) se encargan de mostrar cómo la infraestructura y los servicios regiona-les de transporte se han orientado a satisfacer la demanda externa a la región en detrimento de su propia estructuración interna. La síntesis ofrecida en el libro como recomendaciones de política para el ordenamiento territorial tanto como la presentación, rica en revisiones bibliográficas, son particularmente interesantes, ya que, incluso, es poco frecuente proponer soluciones a los pro-blemas estudiados aun cuando ello se haga en términos generales.

En 2005 Manuel Perló y Arsenio González publican el quinto libro que vale la pena considerar dentro de la producción académica “sobre” la Región Centro, aun cuando el termino no esté enunciado en su título y se aluda a ella en forma limitada. En efecto, el texto ofrece un sólido abordaje regional del aprovechamiento del agua por la Ciudad de México: primero, al conside-rar como una sola unidad (“región hidropolitana” la llaman lo autores) a las cuatro cuencas hidrológicas que los sistemas de abasto y desalojo de agua han unificado funcionalmente; segundo, por el análisis de los actores sociales invo-lucrados en los conflictos generados por ese funcionamiento, los movimientos locales de resistencia y el trastrocamiento de los marcos jurídicos que norman su gestión; y tercero, por la revisión crítica del uso político de un discurso am-

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bientalista gubernamental que busca capitalizar la preocupación social por los efectos ambientales en los espacios de captación del agua más que resolverlos.

La región hidropolitana propuesta puede ser vista como el conjunto arti-ficialmente integrado por cuatro cuencas: la de México y las dos subcuencas del Alto Lerma y del Cutzamala para abastecer de agua potable a las ciudades de México y Toluca y la cuarta subcuenca del río Tula que recibe las aguas residuales de la Ciudad de México. Pero mientras la geoforma “cuenca hidro-lógica” se define con base en el parteaguas del relieve y no coincide necesaria-mente con las unidades jurídico-administrativas de los estados y municipios involucrados, total o parcialmente, en la cuenca física, la región socioeconó-mica puede definirse de varias formas, pero todas ellas adoptan los límites administrativos, estados y municipios, para delimitar su alcance, lo que oca-siona numerosos problemas en las zonas de traslape, tanto jurídicos como de responsabilidad (Bassols, 1992).

La falta de correspondencia espacial entre cuenca y región agudiza la ob-solescencia de las delimitaciones estatales surgidas a principios del siglo XIX frente a la extensa difusión territorial de los espacios económicos, tradiciona-les y emergentes (Delgado, 1998). En este caso, la peculiar región hidropoli-tana ha sido resultado del poder político central, primero virreinal, luego del PRI y después del gobierno foxista, en el que se ha dado un mayor impulso a la política privatizadora salinista y que respondió de forma represiva a las protestas locales ante la pretensión de construir la cuarta fase del Cutzamala y en Berros ante los efectos severos en la calidad de vida de la población en esta zona de extracción.

El tercer aspecto valioso del libro de Perló y González se refiere a la total desatención a los efectos ambientales de estas obras diseñadas bajo una lógica tecnocrática, con más componentes de ingeniería antes que sociales o mucho menos, ambientales, que caracterizó ese tipo de obras. En la cuenta ambiental se deben registrar no sólo los hundimientos en los terrenos –como se afirma correctamente en el texto–, sino la afectación general del funcionamiento hí-drico de las cuencas involucradas que se expresa en la desecación parcial de las lagunas del Alto Lerma, la desecación total de numerosos manantiales, muchos de ellos activos desde tiempos prehispánicos, el abatimiento del nivel freático, la afectación de la vegetación, lo que aunado a una deforestación sin freno, ha agudizado la erosión y pérdida del suelo y la alteración del microcli-ma (Maderey, 2001; Esteller y Díaz-Delgado, 2002).

El volumen, La urbanización difusa de la Ciudad e México. Otras miradas sobre un espacio antiguo se compone de dos partes. En la primera se presentan

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diversas formas de tratar el tema de la estructuración del territorio a cargo de Claude Bataillon, Javier Delgado et al., Luis Jaime Sobrino y Eduardo Nipón. Mientras que en la segunda se presentan nuevas formas de abordar la com-pleja relación entre tecnología y territorio, que presentan Luis Chías, Hind Taud, Jean Françoise Parrot y Gerardo Naume. Es resultado de un proyecto de investigación de grupo y contó con el financiamiento de PAPITT-DGAPA, UNAM, No. IN 305500 entre enero de 2001 y diciembre de 2002.

No se pretende llenar los grandes huecos en la investigación, pues ello requiere de mayores apoyos institucionales y recursos para una investigación de largo aliento, y de aceptar los riesgos de abrir nuevas vetas investigativas. Lejos de pretender ofrecer una visión terminada y, sobre todo, completa de esa compleja Región Centro mexicana, en muchos sentidos clave en la historia del país, los ensayos del libro buscan plantear interrogantes, sugerir nuevas hipó-tesis y, desde luego, interesar a los jóvenes investigadores a continuar con la tarea pendiente de estudiar la historia de una de las regiones más apasionantes de nuestro continente y, sin duda alguna, del mundo.

Bibliografía

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Primera parte

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Corona urbana alrededor de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México1

Claude BataillonUniversité de Toulouse-Le Mirail

Se da cuenta aquí de la dinámica de las ciudades que forman una corona de-pendiente directamente de la capital mexicana, la cual se ha convertido ya en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM).2 Para ello, cabe recordar algunos hechos de los años cincuenta que no siempre están en la me-moria, en tanto los cambios se han multiplicado durante estos decenios.

Hacia 1950 la dimensión metropolitana de la Ciudad de México propia-mente dicha, apenas surgía, los límites de la ciudad eran los mismos que los del Distrito Federal y, por ende, tenían la misma población: 1.7 millones de habitantes, además de que algunos miles todavía “no urbanizados”, caso los mismos que habitaban el Estado de México (Figura 1). Localidades como Coyoacán o Azcapotzalco todavía no se habían conurbado al centro. Sin em-bargo, a partir de los años ochenta, la Ciudad de México se ha convertido en una nebulosa sin límites precisos que, probablemente, rebase ya los 20 millones de habitantes, sin que ninguna autoridad se preocupe por establecer de forma precisa los municipios de nueva incorporación, no acordar formas eficaces de coordinación administrativa entre esos municipios y los estados involucrados.

Como a partir de dicha década, la expansión urbana ha sido menor, proba-blemente eso explique esa falta de interés, mientras que la multiplicidad de zonas construidas separadas del conglomerado principal (sobre todo al norte y noreste del área urbana), vuelve a esa posible delimitación cada vez más incierta.

De las ciudades de la corona, en los años cincuenta, sólo la de Puebla tenía alguna importancia. Si bien dejó de ser la tercera ciudad del país (desplazada por Monterrey), todavía podía ser considerada como una “ciudad noble”, al

1 Título original del texto, escrito en 1997, “Couronne urbaine: autour de la ZMCM”, traducción de J. Delgado y R. C. Rodríguez.2 En el capítulo “La difusión de la urbanización o cómo superar la dicotomía rural-urbana” de este libro, se incluye una delimitación de la corona regional.

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contrario de sus rivales de mayor tamaño. Guadalajara era menos refinada y estaba más bien sumergida en el mundo rural del oeste “ranchero”. Un poco más pequeña, Monterrey era ciertamente más dinámica, pero demasiado cerca de esos nuevos ricos en los Estados Unidos de América y más lejos del cora-zón de México para ser parte constitutiva de una urbanidad mexicana. Todas las demás ciudades de la corona regional eran pequeñas: ninguna sobrepasaba los 60 000 habitantes y no contaban con las actividades propias de las grandes ciudades, como una universidad u otros servicos modernos.

Si en conjunto, estas ciudades de la corona agrupaban a 240 000 habitantes en 1950 (sin incluir a Puebla), en 1990 esta cifra se multiplicó por 5.8 para llegar a 1 400 000. Mientras tanto, la ZMCM se multiplicó por 11.7 (Figura 2). Pero, además del crecimiento demográfico, el cambio más significativo de las ciuda-des de la corona ha sido una mayor diversidad y complejidad a la que no se ha prestado suficiente atención, por haberse concentrado en la propia ZMCM.

Los estudios sobre este aspecto particular de la urbanización en la proxi-midad de la capital se limitan apenas a poco más de un tercio de siglo. Una primera investigación llevada a cabo entre 1962 y 1969 fue publicada en dos versiones (Bataillon, 1971 y 1974). Por ese entonces, el interés en las ciudades anexas a la capital era muy limitado en comparación con el que suscitaba la

Figura 1. Situación demo-gráfica 1950.

Querétaro

Pachuca

TolucaCd. de México

CuernavacaPuebla

Un millón de habitantes0 25 50 km

N

S

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capital misma. Así, en medio de una discusión sobre la necesidad de disminuir la “macrocefalia” de la ciudad, me interesé en el estudio de la urbanización del valle de Toluca (Bataillon, 1978).

Durante otra estancia en la Ciudad de México, entre 1982 y 1984, las grandes transformaciones que experimentaba la ciudad, me condujeron a re-flexionar, conjuntamente con Luis Panabiere, acerca de su relación creciente con las ciudades de la corona (Bataillon y Panabiere, 1988). Dos sucesos ha-bían cambiado radicalmente su dinámica: el fin del boom petrolero en 1982 y los sismos de 1985. Adicionalmente, dentro de la particular evolución política que caracterizó a México a partir de 1982, no sólo la población del Distrito Federal eligió directamente a su gobernante, a diferencia del período anterior cuando la Presidencia de la República nombraba a un Regente sino que, ade-más, esa primera elección fue ganada por uno de los principales partidos de la oposición (Bataillon, 1997).

Por otra parte, cabe recordar que las condiciones mismas de la investi-gación urbana en ciencias sociales han cambiado radicalmente en el curso de medio siglo. Entre 1950 y 1975 los estudios urbanos (sobre la Ciudad de México y el país) eran casi inexistentes: el investigador tenía que realizar sus propias encuestas apoyándose en muy pocas publicaciones. Por el contrario, a

Figura 2. Principios de mo-dernización fuera de la ZMCM 1960.Querétaro

Pachuca

Cd. Sahagún

Toluca

Lerma

Cd. de México

Cuernavaca

Puebla

Un millón de habitantesIndustrias nuevas

Autopistas

0 25 50 km

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partir de los años ochenta, la simple lectura de los innumerables trabajos sobre la capital y su corona podría ocupar a un investigador de tiempo completo, a medida que se conocen nuevas publcaciones. No obstante, todavía es difícil encontrar publicaciones sobre la especificidad de los conjuntos urbanos de esta corona de ciudades alrededor de la Ciudad de México, en cuanto a problemas de urbanismo, economía y marginalidad social y, sobre todo, de las relaciones entre ellas mismas y entre éstas y la propia ZMCM.3

Antiguas hipótesis

En esa época, la situación económica y social del México Central conducía al investigador a estudiar las relaciones de una ciudad única, polo de modernidad y de paisajes variados, radicalmente diferentes entre sí y afectados en distintos grados por una pobreza que en aquel entonces era considerada en términos de retraso y subdesarrollo. En estas condiciones, todas las ciudades situadas al-rededor de México y Puebla aparecían, a pesar de su grandioso pasado, como estancadas en situaciones rurales variadas e incapaces de acceder plenamente a una modernidad que se concentraba por completo en un centro único, como fuente de todas las iniciativas de progreso. Las ciudades pequeñas quedaban al margen de todo ello, si bien algunos investigadores comenzaban a intere-sarse en ellas (Dollfus, 1970). Puebla, con una dinámica muy débil antes de la instalación de la Volkswagen, ofrecía poco interés, fuera de la notable historia de su arte colonial.

Sin embargo, habría que estar ciego para no ver las súbitas implantaciones de modernidad que surgían fuera de la Ciudad de México. El suburbio, que se extendía como una mancha continua alrededor de la ciudad, aparecía de forma muy similar en territorios vecinos, pero separados. El caso más espectacular fue la construcción de empresas modernas de fabricación de bienes de consu-mo durables para una clientela de clase media, resultado de la sustitución de importaciones protegidas por un sistema aduanero. Éstas se localizaban en cualquier lugar que tuviera la infraestructura y servicios necesarios para la

3 Una parte de las informaciones e ideas sobre este aspecto vienen de una conversación con María Eugenia Negrete Salas, investigadora del CEDU del Colegio de México, y de lecturas de textos que ella ha escrito para una tesis de doctorado en curso de redacción sobre esta corona urbana; por otro lado, un primer texto, a consideración preliminar de este escrito, ha sido propuesta en 1997 en una reunión sobre la ZMCM organizada en el Palacio de Minería.

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mano de obra reclutada. En el caso de las automotrices –las más espectaculares y simbólicas–, éstas se ubicaban en la zona suburbana al norte de la ZMCM, y después a partir de los años sesenta, en Toluca, Cuernavaca y Puebla. De esta forma, los tres Valles de tierras altas (Toluca, México y Puebla-Tlaxcala) o el Valle de tierras más cálidas de Cuernavaca, sus pueblos o ciudades, empezaron todos a urbanizarse también (Figura 3).

Figura 3. Situación demo-gráfica 1990.

Un análisis un poco más detallado permitirá comprender que estas nuevas empresas modernas tenían necesidad, a la vez, de un entorno de calidad de vida para atraer y conservar a sus ingenieros y ejecutivos, y de buenos me-dios de comunicación y transporte internacionales para realizar sus relaciones técnicas, comerciales y financieras. Este tipo de relaciones podía ser también esencial para las empresas agrícolas modernas, como lo mostraba el desarrollo de cultivo de flores en el estado de Morelos o en el sur del Estado de México. Las investigaciones de esa época tomaban muy poco en consideración la di-ferenciación sociopolítica de los territorios y de sus ciudades alrededor de la Ciudad de México, y se interesaban más en elementos de comercio y servicios que permitían aplicar la teoría del lugar central de Christaller o de Lösch.

Querétaro

Pachuca

TolucaCd. de México

Cuernavaca

Puebla

Un millón de habitantes

Urbanización dispersa

0 25 50 km

N

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Comercios y servicios, un medio siglo de evolución

El análisis efectuado de los años sesenta no era una aplicación ingenua y di-recta de estas teorías, que al final se aplicaban mal al territorio estudiado. La jerarquía de los lugares centrales, según Christaller, había sido concebida para un territorio (el de Alemania del sur) poblado por un grupo humano igual-mente denso y provisto de vías de comunicación en todo su territorio, sin to-mar en cuenta las especificidades políticas que favorecen uno o varios lugares. La Ciudad de México tenía ventajas socioeconómicas excepcionales por su pa-pel como capital nacional, reforzado por un estatus internacional privilegiado, la red de comunicaciones se oponía a algunas ciudades servidas por carreteras revestidas o brechas; los contrastes del nivel de vida oponían a la gente del campo y de las ciudades pequeñas frente a las clases medias de la Capital y a los obreros de fábricas modernas. Esto no ha impedido reparar en las actividades de comercio y de servicios o de algunas líneas de modernidad emergentes, en relación con un tejido tradicional, sobre todo destinado a los pobres. Retome-mos estas descripciones a la luz de este medio siglo de evolución.

Comercio al menudeo. Esta actividad diseminada por todos lados no ha dejado de diversificarse en todas las localidades alrededor de la capital mexi-cana. Cabe subrayar que en los años sesenta la característica de la “tradición”, los días de plaza o mercados semanales de los pueblos, lejos de desaparecer, se ha desarrollado y transformado enormentemente. Aquello que permitía los intercambios necesarios a los pobres del mundo rural se ha convertido en un comercio festivo, ruidoso, musical. Más que los alimentos, se venden cada vez más las vestimentas y los electrodomésticos: son centenares de “lagunillas” que viven por todos lados. Antes de la gran apertura económica posterior a 1982, el carácter “informal” de estos comercios permitía vender los innume-rables bienes de consumo importados ilegalmente sin pagar impuestos. Pero los días de plaza han sobrevivido a la desaparición de la fayuca: el comercio informal continúa barato y se dispersa por todos lados.

En los años sesenta aparecen las primeras tiendas CONASUPO; éstas re-presentaban pequeños “super” que vendían un pequeño número de bienes de consumo básico, sobre todo en alimentos, a precios subsidiados, primero en las grandes ciudades, luego en los pueblos. El clímax de este comercio modernizado para los pobres se alcanzó hacia el período 1975-85, luego las subvenciones públicas disminuyeron y poco después desaparecieron. Pero el comercio privado ha tomado el relevo y se adaptó a esta modernización; pe-queños “super” localizados, en principio, en las proximidades de los zócalos

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de las localidades, después poco a poco más cerca de entronques carreteros y de gasolineras.

Comercio al mayoreo. Es el sector que, según el esquema de lugar cen-tral, juega un papel organizador privilegiado en la jerarquía de servicios y, desde los años sesenta, se podía constatar que este comercio al mayoreo se concentraba casi exclusivamente en la Ciudad de México y en la de Puebla. Aun en esta época su estabilidad estaba garantizada por el crédito concedido por los mayoristas a los minoristas y se encontraba una clara jerarquía donde Toluca y Cuernavaca jugaban un cierto papel. Se puede pensar que el apro-visionamiento directo de los minoristas en la Ciudad de México no cesa de crecer, aun cuando no tienen acceso directo a las importaciones desde los Es-tados Unidos o desde Asia, a menos que no se dirijan por pequeñas cantidades a las plazas comerciales para ciertos bienes de lujo intermedio (Figura 4). Si un sistema estable de mayoristas que dan crédito a minoristas funciona aún, estos últimos son, sin duda, principalmente de localidades mucho más alejadas de la Ciudad de México, mientras que aquéllos del sudeste pobre de México con-tinúan aprovisionandose en Puebla (Figura 5).

Figura 4. Comercio al ma-yoreo, década de 1950.

Querétaro

Pachuca

Toluca Cd. de México

Cuernavaca Puebla

Un millón de habitantes

Flujos desde ciudadesde Zona Central

0 25 50 km

N

S

W E

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Comercio de bienes durables para las clases medias. A comienzos de los años sesenta este tipo de comercio se encontraba en estado embrionario y se concentraba en la Ciudad de México, donde el comienzo de la primera plaza comercial nació en Ciudad Satélite con el boom petrolero en 1974. A pesar de los golpes que frenaron sucesivamente el crecimiento del consumo de las clases medias en 1982, 1988 y luego en 1995, estas plazas comerciales no cesan de proliferar, a la vez como lugares de compra y lugares de convivencia protegida por los compradores cada vez más dependientes del transporte en automóvil particular. Ninguna jerarquía entre las ciudades es perceptible para su locali-zación y todas las ciudades provistas de barrios de clase media, y más todavía según la disposición de autopistas que permiten atraer clientes desde muchas decenas de kilómetros de distancia.

De esta forma, el desarrollo comercial es cada vez menos un fenómeno de lu-gares centrales según Christaller y cada vez más una estrategia de atracción de clientes hacia puntos privilegiados del tráfico carretero. Los servicios considera-dos excepcionales entre 1950-1970, que permitían detectar el rango de una ciu-dad dentro de un sistema de lugares centrales, se han difundido y banalisado.

Figura 5. Comercio mayo-reo, década de 1990.

Querétaro

Pachuca

Toluca

ZM de laCd. de México

Cuernavaca Puebla

Un millón de habitantes

Flujos internacionales(USA, ASIA)

Flujos desde ciudadesde Zona Central

0 25 50 km

N

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Agencias bancarias. Representaban hasta hace un medio siglo un servi-cio excepcional destinado a una clientela muy restringida: intercambio entre empresas, intercambio entre éstas y los servicios públicos gubernamentales y el servicio a un muy pequeño número de personas del sector privado con altos ingresos. El número de agencias bancarias en una ciudad era un índice claro de su importancia: Puebla tenía un papel de centro bancario importante, de cara a su entorno próximo y en dirección al sureste del país. Toluca tenía también algunos servicios bancarios con dirección al norte y al este de su Va-lle, pero había perdido su rol en el suroeste del Estado de México y el este de Michoacán. Cuernavaca tenía algunas ligas en el estado de Morelos, mientras que Pachuca no servía a ninguna parte del territorio del estado de Hidalgo. Actualmente las agencias bancarias están por todos lados y éstas dependen de redes nacionales, de redes internacionales en lo que concierne al uso de las tarjetas de crédito y de cajeros automáticos. La multiplicación de lugares de servicio bancario depende del nivel de vida de la población, pero también para los menos ricos de la parte de los ingresos proveniente de las remesas de dinero mandadas por migrantes mexicanos en Estados Unidos. Y las zonas rurales del centro-este en los estados que nos interesan, las cuales no enviaban migrantes hacia los Estados Unidos en los años 1960-1970, y que ahora los envían cada vez más.

Medios de comunicación. Los periódicos producidos en las ciudades de la corona y vendidos en las localidades adyacentes han representado otro ín-dice del papel que juegan estas ciudades como ciudades centrales (si bien la prensa en la Ciudad de México comenzaba a venderse en toda la región). Has-ta nuestros días los periódicos provenientes del D.F. llegan a todos los puntos de los estados vecinos, casi tan rápido como los periódicos provenientes de las ciudades de la corona, mientras que los periódicos locales, de menor impor-tancia, se han multiplicado en los mismos pueblos.

De la misma manera, las emisoras de radio, aun poco numerosas y muy dispersas entre 1950-1970, se han multiplicado por doquier, por iniciativa de una parroquia, de un grupo de comerciantes, de una escuela, para un público local, mientras que la escucha de las emisoras nacionales y extranjeras no ha cesado de ser más fácil con la mejora técnica de emisores y receptores: el débil papel de lugar central que las ciudades de la corona han podido jugar para estos medios ha disminuido considerablemente, los anunciantes utilizan este medio de publicidad poco costoso sin seleccionar mucho sus emisoras.

Para finalizar, la recepción televisiva se ha generalizado, mientras que sólo las capas acomodadas tenían acceso en los años cincuenta y setenta. Cier-

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tamente, la recepción directa no capta más que unos canales nacionales y uno o dos que transmiten desde las ciudades de la corona: un mercado publicitario permanece entonces entre sus manos, pero éste es muy modesto en compara-ción con aquél que pasa por los grandes canales nacionales y extranjeros que se reciben vía satélite: la parabólica y el cable son accesibles igual a nivel de las clases medias bajas, si no es que más abajo.

Así, de esta manera, la jerarquía de servicios que pasan por las ciudades de la corona, consideradas como lugares centrales, se ha borrado mayormente por un consumo cada vez más banalizado.

Se verá que otros servicios, casi totalmente ausentes en las ciudades desde hace medio siglo, ahora han aparecido y tienen un poder discriminante im-portante: la enseñanza superior en particular.

Surgimiento de estilos regionales

En la medida que he conocido las diferencias de la vida política local y regio-nal, he podido comprender las muy diferentes dinámicas sociales locales que explican la situación de cada ciudad de la corona. Es cierto que algunos datos muy limitados estaban disponibles en los años cincuenta y setenta, pero esto parecía concernir a un pasado que se desdibujaba para dejar paso a una misma dinámica –la industrialización productora de bienes de consumo por sustitu-ción de importaciones– bajo la dirección, autoritaria pero eficaz, de un partido político (PRI) portador de la modernización y de la cohesión nacional. En esta coyuntura, todo lo que no era el D.F. y sus anexos directos era, como se dijo antes, percibido en términos de atraso casi uniforme, aun si la importancia de la ciudad de Puebla la hacía un caso particular y si Cuernavaca poseía un estatus “moderno” particular.

Si existían entonces diferencias políticas, sólo algunos iniciados las co-nocían sin duda, dado que en ninguna parte aparecía un voto de oposición en los territorios examinados; pero, en todo caso, ningún estudio publicado daba cuenta de comportamientos diferentes y como extranjero era incapaz de decodificar tal diferenciación. Además, todo el mundo rural parecía heredar uniformemente un movimiento zapatista (incluso el último sobresalto repre-sentado por Rubén Jaramillo quien fue asesinado en 1963, parecía entonces anacrónico y sin significado). La reforma agraria, se creía, era una política bas-tante uniforme destinada a satisfacer al movimiento zapatista: esta versión de hechos difundida por medios de izquierda cercanos al PRI no era cuestionada

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más que por pequeños grupos donde el discurso era bastante vehemente y muy complicado para entrar a un análisis regional a mediano plazo.

Es sólo a medida que se desarrollan nuevas élites locales a partir de los años setenta que las diferencias de estilos socio-políticos regionales se hacen perceptibles. En estos mismos años se darían a conocer estudios locales (de historia, antropología, sociología) que precisamente interrogan la memoria de las élites locales sobre su propio pasado, de esta forma revalorizado, pero que examinan también cada vez más las relaciones de poder en el presente. La toma de conciencia de esta diferenciación reemplaza este diálogo entre élites locales y la investigación social acerca de lo local.

Para las ciudades de la corona y sus territorios, esta toma de conciencia es más tardía que en el norte de México que reivindica su modernidad, en el oeste que frente al PRI reivindica su catolicismo a través de la guerra cristera o en los territorios del sur y sureste mexicano, donde los antropólogos ponen al día los particularismos ligados a los mundos indígenas. Es que la política de las ciudades de la corona no puede comprenderse en sí misma, sino solamente en el tipo de relaciones establecidas entre un poder omnipresente, que es a la vez Distrito Federal y Gobierno Federal. Por el contrario, las relaciones con el extranjero (es decir, los Estados Unidos) son aquí más débiles que en el resto del país.

Las diferentes ciudades de la corona han debido jugar principalmen-te dos cartas para su desarrollo y ambas dependen, en los años cincuenta y setenta de la capital nacional: por un lado estas ciudades pueden atraer industrias como ya se ha subrayado. Al principio, esto está en relación di-recta con el mercado de consumo de las clases medias de la ZMCM en ple-no crecimiento. Desde los años ochenta, es cada vez más para un mercado internacional. Por otro lado, estas ciudades pueden atraer habitantes de la zona metropolitana para actividades temporales de turismo y vacaciones que pueden transformarse eventualmente en residencia permanente primero para los jubilados, luego cada vez más por familias que tienen una actividad pro-fesional en la ZMCM, y que, además, de vez en cuando practican un empleo descentralizado desde aquellas ciudades. Es para los dos tipos de actividad, descentralización industrial y actividades ligadas al turismo y a la calidad del medio ambiente, que las ciudades de la corona se diferencían cada vez más, según las oportunidades asociadas a actitudes políticas en las que también divergen ampliamente.

Cabe recordar que no se examinó aquí el fenómeno de la expansión de la mancha urbana de la ZMCM como tal: es fundamental para el Estado

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de México, secundario para Hidalgo, a todas luces marginal para Morelos. Esto no concierne ni a los estados de Puebla, Tlaxcala o Querétaro. Hay que apegarse ahora a la dinámica de las ciudades de la corona propiamente dichas.

Los lugares

Pachuca. Comencemos por esta paradoja: la ciudad que dispone de la proxi-midad y de las conexiones carreteras más fáciles con la ZMCM no las ha apro-vechado plenamente. Pachuca está sobre la “vieja ruta panamericana”, aquella que hasta 1960 fue la principal unión entre México y los Estados Unidos. Muy probablemente las dificultades de un estado de Hidalgo pobre y violento no han permitido a Pachuca atraer actividades industriales modernas. La deca-dente industria minera no ha podido reconvertir su mano de obra, probable-mente debido a problemas sindicales no resueltos. La tentativa del gobierno federal de invertir para crear una industria moderna en Ciudad Sahagún (y no en Pachuca) ha fracasado completamente. Y es que el estado de Hidalgo está esencialmente compuesto de una zona indígena pobre bajo control fede-ral directo (el Mezquital) y de una zona montañosa conflictiva y violenta (la Huasteca hidalguense es mucho más violenta que las Huastecas tamaulipense, potosina o poblana). Esta falta de organización política se remonta sin duda desde la misma creación del estado de Hidalgo (1869), para la cual se eligió como capital no a un pequeño “lugar central” como Tulancingo, sino a Pa-chuca, una ciudad minera sin tradición comercial o religiosa susceptible de conducir una centralidad.

Muy poco parecen haberse desarrollado las élites locales desde hace me-dio siglo en Pachuca: el hecho de que la tentativa de fundar una universidad no haya aparecido más que incipientemente y hasta los años noventa es un indicador bastante claro. La única ciudad del estado que ha elegido un diputa-do federal de oposición (PAN) ha sido Tulancingo y tal parece que en el resto (Pachuca incluido) el PRI continúa haciéndose elegir practicando los métodos tradicionales cada vez más rechazados en las zonas “modernas” de México (Figura 6).

Cuernavaca. Paradójicamente esta ciudad, homóloga de Pachuca (se con-vierte en capital del Estado en el mismo año (1869) al crearse el estado de Morelos) es más valorizada mientras la primera se mantiene poco apreciada. Es que Morelos, políticamente, dispone de lazos privilegiados con la Ciudad

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de México. En la ideología revolucionaria, es el país4 de Zapata (Lomnitz, 1995), si bien el gobierno federal tiene una deuda con los campesinos de Mo-relos. Es también la ciudad elegida por Hernán Cortéz para instalar su palacio y administrar su Marquesado. Éste se constituye por propiedades bastante dispersas, pero de las cuales una porción económicamente importante se en-cuentra en el actual Morelos, gracias al desarrollo del cultivo por riego de la caña de azúcar.

Esta valoración a nivel nacional se encuentra en el dominio moral: un epis-copado se instauró en Cuernavaca desde 1892, a principios de los años setenta su titular fue Monseñor Méndez Arceo, cercano a la teología de la liberación y aquí se ubicó, después de Ivan Ilich, el primer centro de investigaciones en ciencias sociales en Morelos. Cuernavaca es una prolongación de la Ciudad de México, para los medios políticos y para la intelligentzia de los años treinta: el embajador de los Estados Unidos y los políticos alrededor de Plutarco Elías Calles pasaban sus vacaciones y fines de semana en una época cuando Aca-

4 En la tradición geográfica francesa, “país” se utiliza como sinónimo de región.

Figura 6. Relación capital estatal / Poder Federal, dé-cada de 1990.

Pachuca

Toluca

ZM de laCd. de México

Cuernavaca

Un millón de habitantes

Autonomía respectoal poder federal

Capacidades de negociaciónrespecto al poder federal

Dependencia respectoal poder federal

0 25 50 km

N

S

W E

Querétaro

Puebla

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pulco no era todavía de fácil acceso. Los siguientes decenios ven desarrollarse un turismo de fin de semana que alcanza a todas las localidades del estado de Morelos. Tras las clases acomodadas acude la clase media, y luego las clases po-pulares. Pero Cuernavaca tiene una proporción de fraccionamientos y colonias de alto nivel mucho más elevada que otras localidades morelenses.

Durante la evolución de los años ochenta y noventa, muchas casas de fin de semana se transforman en residencia permanente: para los jubilados en un principio, luego para las familias donde los adultos tienen un empleo lo bas-tante flexible en el D.F. para sólo ir ciertos días a ciertas horas (consultores, investigadores); y, por último, para cuadros profesionales donde las empresas han creado anexos o sucursales en Cuernavaca. Centros de investigación de-pendientes de la UNAM (biología, ciencias humanas) son también un ejemplo significativo. Paralelamente, la Universidad Autónoma del Estado de More-los, muy limitada hasta los años setenta, se desarrolla también.

Desde los años sesenta la zona industrial de Cuernavaca ha recibido in-dustrias modernas (particularmente automotrices). Por el contrario, ni en Cuernavaca ni en el resto de las localidades morelenses hay un crecimiento industrial, es probable que el turismo sea la prioridad; los terrenos son costo-sos y el agua se destina cada vez más a las piscinas, las cuales entran en franca competencia con la agricultura de riego. Los usuarios del turismo y del hábitat de nivel elevado desean evitar la contaminación atmosférica relacionada con empresas industriales, de lo cual justamente creen librarse dejando la ZMCM.

Además, Cuernavaca y numerosas localidades morelenses se convirtieron en una suerte de anexos directos de la ZMCM, sin gran poder de iniciativa lo-cal. Sin duda, los votos en 1997 a favor del PRD en todo Morelos (salvo la capi-tal que quedó con el PRI), se deben interpretar más como un comportamiento de capitalinos avecindados que como una tradición de protestas zapatistas.

Toluca. Como el Estado de México, es el “doble” del D.F. Paradójica-mente es una segunda capital de la ZMCM, situada fuera de ésta. Contrario a lo que sucede con Puebla, segunda ciudad fundamental del sistema colonial, Toluca no era más que una pequeña localidad sin prestigio cuando el gobier-no federal separó al D.F. del Estado de México. Si el país había adoptado la solución “hiperfederal” de los Estados Unidos de América, el Distrito Federal debió instaurarse en Toluca o en otro lugar, a un costado de la gran ciudad, como Washington se fundó a 50 kilómetros de Baltimore y 180 de Filadelfia; las dos metrópolis portuarias anteriores a la explosión urbana de Nueva York. Al contrario, la federación mexicana conserva la metrópolis colonial como capital federal y duda, al dotar de una capital al Estado de México, entre va-

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rias pequeñas localidades del Valle de México, antes de elegir Toluca un poco más alejada (50 km), en el corazón de otro valle muy poblado, y en posición para servir al norte, oeste y este del nuevo estado. Este papel político, desde 1830 (tres años después del nacimiento del Estado de México), no ha dado a la ciudad un gran prestigio; ésta no se convierte en sede episcopal hasta 1950. Toluca tiene, desde 1830, un Instituto Científico y Literario del Estado de México que reúne desde el siglo XIX diversos intelectuales modernistas, pero no es sino hasta los años setenta que la Universidad heredada de este Instituto alcanza una mayor dimensión, pero sin competir con las universidades cerca-nas a la ZMCM.

Cuando el ferrocarril une a Toluca con la Ciudad de México, a finales del siglo XIX, varias industrias modernas (cervecerías y textiles) se desarrollan, pero este dinamismo es interrumpido por más de medio siglo de concentra-ción industrial en beneficio del D.F. y de su zona metropolitana. A mediados de los sesenta, Toluca se mantiene marcada por su mercado (día de plaza) que atrae, en todas las calles del centro, una actividad comercial destinada a las numerosas poblaciones rurales pobres del Valle de Toluca, lo que la vuelve una ciudad descuidada, con bloqueos de circulación y provista de monumentos pú-blicos inacabados. No es sino hasta los años setenta que se instala un mercado moderno muy grande a orillas del periférico (Paseo Tollocan), a un costado de la Central camionera. Este sistema de comercio y de transporte asegura los servicios necesarios a un millón de rurales pobres. Es posible ahora hacer una limpieza general del centro, donde los monumentos son al fin terminados, el mercado cubierto, edificio metálico de fines del siglo XIX, es simbólicamente transformado en invernadero y decorado con vitrales.

Es desde los años setenta que Toluca se convierte en una gran ciudad con funciones más complejas. Ella está provista, en Lerma, de la más importante zona de industrias modernas en la proximidad de la ZMCM (automotriz, quí-mica, mecánica). Pero empresas industriales más pequeñas o actividades ar-tesanales son recibidas también en numerosos pueblos del sur y este del Valle de Toluca, lo que ha creado una urbanización dispersa que forma parte de la zona suburbana de la ZMCM, separada sólo por la barrera montañosa donde los bosques son protegidos, interrumpiendo la urbanización únicamente por unos 20 km de longitud.

Pero, sobre todo, Toluca es la capital política que administra la mitad de la ZMCM, sus clases medias (al norte y noroeste de la mancha urbana), sus industrias (al noroeste y noreste), sus poblaciones pobres (al noreste y sureste). Una ciudad de menos de medio millón de habitantes gobierna una nebulosa

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de ocho millones de pobladores urbanos, ciertamente gracias a los recursos fiscales de las empresas, pero sin disponer de los subsidios federales que habían beneficiado directamente, al menos hasta 1997, a los ocho millones de urba-nos del Distrito Federal.

La administración de Toluca asegura también el pasaje del acueducto que aprovisiona a la ZMCM de cerca de la mitad del agua que utiliza, bombeada desde el Estado de México en el Valle del río Lerma, principalmente, pero también desde las proximidades de Valle de Bravo, San Nicolás o Cutzamala.

Se entiende fácilmente que en Toluca la política sea mucho más federal que local. En el sistema controlado por el PRI, tal como funcionó hasta los años ochenta, es significativo que el cargo de gobernador del Estado de Méxi-co y el de regente del Distrito Federal sean muy similares y eventualmente sucesivos. El término “grupo Atlacomulco” designa un conjunto de jerarquías “conservadoras” del partido en donde el Profesor Carlos Hank González, ex gobernador del Estado de México y ex regente del Distrito Federal, fue cono-cido por la importancia de los negocios y trabajos públicos que poseía. Se debe recordar que Atlacomulco, pequeña ciudad del norte del Estado de México, fue la patria de Isidro Fabela, gobernador del Estado (1942-1945), miembro eminente de la familia revolucionaria, diplomático y universitario, que dio a Atlacomulco un equipamiento educativo excepcional.

En Toluca –al igual que las zonas rurales del Estado de México– se ha mantenido un claro dominio electoral del PRI, mientras que las zonas “mexi-quenses” de la ZMCM han pasado desde 1997 principalmente al PRD, al igual que el Distrito Federal.

Puebla. Por mucho tiempo considerada la segunda Ciudad de México, se estanca en el siglo XX, y a partir de 1900 es sobrepasada lentamente por Gua-dalajara y luego por Monterrey en 1960. Su crecimiento, menos rápido que el de sus rivales, alcanza cerca de 1.8 millones de habitantes en 1990, o sea, la población que tenía la ZMCM hacía 40 años (Moriconi-Ebrard, 1995).

Cabe recordar que Puebla se fundó como ciudad de españoles, más que como centro de control y evangelización, a diferencia de la Ciudad de México, Oaxaca o Mérida. En efecto, en las proximidades de Puebla, los tlaxcaltecas son los aliados de los españoles y no un pueblo sumiso. Puebla es el centro de una zona de colonización agrícola española al mismo tiempo que lugar de paso entre la Ciudad de México y el Puerto de Veracruz, eje fundamental del comercio de la Nueva España. Sobre este eje, Puebla conoce, a finales del siglo XIX, un crecimiento industrial estimulado por la construcción de vías férreas, que la convierten, después del D.F., en el segundo centro textil mexicano.

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Otras ciudades cercanas se relacionan entonces con esta industria, como Atlixco y Tehuacán, hacia Oaxaca, y Orizaba en el estado de Veracruz.

Por otro lado, Puebla es la plaza comercial para más de dos millones de rurales que viven en el resto del Estado, así como para unos 700 mil tlaxcal-tecas. Su influencia comercial se extiende también desde Guerrero oriental hasta Veracruz y a buena parte del sureste de México. Estas regiones son tra-dicionalmente poco urbanizadas pero, así mismo, su crecimiento urbano no ha roto los lazos con Puebla: sus pobladores aún se van a curar a los hospitales poblanos o cursar sus estudios superiores en Puebla. También su comercio al mayoreo está en relación con todas estas regiones.

Puebla también ha recibido, como Toluca o Cuernavaca, algunos años más tarde, empresas industriales modernas que forman un conjunto más dis-perso que el de sus dos rivales. En principio, el eje carretero México-Veracruz ha permitido implantaciones industriales a mayores distancias (San Martín Texmelucan está a 40 km de Puebla, mientras que Lerma está a 15 km de Toluca). Sin embargo, la burguesía local no ha influido totalmente en la ins-talación de estas nuevas industrias: Puebla tiene desde el siglo XIX una colonia alemana que sin duda ayudó a la ubicación de la empresa Volskwagen.

En fin, una ciudad tradicionalmente clerical y conservadora, Puebla tiene un obispado bastante antiguo (1525, luego arzobispado en 1903), así como una universidad privada aunque de reciente creación anclada en la tradición. Ésta se ha desarrollado asociada a la Universidad Iberoamericana (fundada por los jesuítas en el D.F.), así como a la descentralización de la Universidad de las Américas (ex Mexico City College del D.F.), ubicada en las afueras de Cholula. La situación política poblana es lo opuesto de Morelos. La oposición aquí es manejada por el PAN, que gobierna la ciudad, mientras que el resto del estado lo conserva el PRI.

Las relaciones de Puebla con el estado de Tlaxcala son evidentemente privilegiadas. Territorio densamente poblado de pueblos de tradición náhuatl, Tlaxcala no tiene una ciudad importante y todos sus pueblos han guardado la memoria de una tradición indígena (en los patronímicos en particular), si bien el uso de la lengua nahua casi ha desaparecido por completo (menos del 4% lo habla). Pero al mismo tiempo estos pueblos tienen una tradición textil artesa-nal que se ha transformado a través de la época colonial (obrajes), después en el siglo XIX (pequeñas fábricas), para recobrar vigor después de los años ochenta donde las antiguas fábricas se modernizaron y otras nuevas fábricas nacen con producciones muy variadas, a medida que las conexiones de autopista se mejo-raban entre estos pueblos y entre aquéllos y Puebla o la Ciudad de México.

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Este desarrollo reciente, comparable al del este del Valle de Toluca, tiene por consecuencia la multiplicación de nuevos municipios donde las cabeceras son pequeños centros en estas semillas de pueblos que forman cada vez más un tejido casi totalmente urbanizado entre Puebla y Apizaco a lo largo de casi 50 km.

Querétaro. A más de 200 km de la ZMCM, es la otra ciudad incorporada al sistema de satélites de la capital mexicana desde 1960, cuando la “nueva ruta panamericana” por San Luis Potosí destrona al antiguo itinerario por Pachu-ca, Tamazunchale y Valles. Hasta esta fecha, Querétaro pertenecía a la familia de las apacibles ciudades del sistema minero colonial: una zona de agricultura irrigada y de cría de animales para alimentar a los trabajadores de las minas cercanas y el esplendor de los palacios de aquellos que han hecho fortunas o de iglesias que estos últimos hicieron edificar para agradecer su oportunidad con Dios y el obispado. Muy parecidas son también San Luis Potosí, las ciudades del estado de Guanajuato, o Zacatecas. Ciudad tradicional hace un medio siglo, Querétaro es la ciudad más antigua de la corona en recibir a partir de 1960 nuevas industrias (Singer en particular), sobre la autopista más moderna del país, conectada directamente con Texas.

No es hasta los años ochenta, a medida que los chilangos van a distraerse más lejos, que el turismo de fin de semana le da a la ciudad un estilo similar al de Cuernavaca. Los balnearios vecinos se desarrollan, en los edificios colonia-les restaurados nacen hoteles de lujo, completados por otros de estilo “neoco-lonial”, mientras que el público intelectual descentralizado desde la ZMCM... o desde que Estados Unidos se instala aquí, como en San Miguel de Allende. La universidad se desarrolla también con carreras de calidad, mientras que diversos bancos nacionales instalan aquí sus servicios de gestión informática.

Pero la distancia, a pesar de una renovación parcial de la vía férrea, se mantiene muy fuerte para que las conexiones con la ZMCM sean tan diver-sificadas como en las otras ciudades de la corona. Como otras ciudades de Guanajuato o del oeste mexicano, la de Querétaro está gobernada por el PAN. Se puede remarcar que San Juan del Río, 60 km más cerca con respecto a la ZMCM por el mismo eje, ha conocido sólo un desarrollo modesto: una ocasión más para subrayar que una capital de Estado, sostenida por su gobernador, tiene un poder incomparablemente más fuerte que un simple municipio, para atraer las inversiones y los cuadros de alto nivel.

De esta forma, nuestra corona de ciudades está lejos de responder al es-quema “regional” clásico. El conjunto de seis estados, donde son capitales las cinco ciudades que se han examinado no forma de ninguna manera un territo-

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rio único, delimitado y relativamente homogéneo donde la ZMCM sería el cen-tro: la ZMCM es más una máquina nacional e internacional. Y estas ciudades no son subcentros funcionales simples al seno de un territorio. Éstas son, a la vez, mucho muy diferentes las unas de las otras, y cada vez más autónomas, y esto esencialmente en razón de la diversificación de la política local. Entonces mientras que hacia 1960 se percibía apenas esta diversificación, ésta se afirma y se comienzan a conocer estas sociedades locales, de donde la comparación será cada vez más fructífera.

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La difusión de la urbanización o cómo superar la dicotomía rural-urbanaJavier DelgadoDepartamento de Geografía Social, Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México.

Carlos GalindoCentro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM), Universidad Nacional Autónoma de México.

Mauricio RicárdezPosgrado en Urbanismo, Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México.

Presentación

La discusión temprana sobre la desaceleración del crecimiento en las grandes ciudades –que buscó la explicación en los cambios en el tamaño y jerarquía del sistema urbano (contraurbanización, reversión de la polaridad)–, tuvo, en los años noventa, un giro relativamente inesperado: la clave de ese proceso estaba en el vasto espacio periurbano, ni rural ni urbano, relativamente cercano a esas grandes ciudades que “perdían” población. Así se han propuesto, entre otras, las nociones de “urbanización diferencial” que pone a las ciudades pequeñas a jugar un papel relevante (Geyer y Kontully, 1996), la de “ciudad difusa”, que atiende más a las formas de ocupación histórica del territorio (Demateis, 1996), y el de “ciudad-región”, que parte de la articulación global-local para explicar ese movimiento económico “fuera del centro”, hacia una franja formada por el espacio ex urbano (Scott, 2001).

En el caso de la Ciudad de México y su región de influencia, a pesar de la evidencia de una difusión de ese tipo, existe todavía un escepticismo acerca de interpretar esos nuevos procesos y tendencias como ejemplo de la urbanización difusa. Las principales dificultades identificadas son las si-guientes:

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i) la dificultad metodológica para medir la influencia de una ciudad en espacios no conurbados (Connolly, 1999; Garza, 2000);

ii) los problemas teóricos y metodológicos que surgen al cambiar de esca-la geográfica de lo metropolitano a lo regional (Ramírez, 2003; Con-nolly, op. cit.);

iii) el hecho de que la hipótesis de la urbanización difusa se apoya, a su vez, en otra hipótesis controvertida, la de las “fases de desarrollo“ o evolución por las que pasan, supuestamente, todas las ciudades –independientemente del contexto socioeconómico al que pertenecen– (Delgado, 2003) y

iv) el de la sobrevaloración de lo urbano en la identificación de los muni-cipios metropolitanos que tienen todavía un peso importante de fac-tores “rurales (Connolly y Cruz, 2004).

En trabajos previos se ha iniciado una reflexión sobre las dificultades me-todológicas para medir esta nueva espacialidad, si bien en aquel momento, todavía sin el respectivo soporte estadístico (Delgado, 2003). En el segundo apartado de este capítulo, se presenta una exploración de la urbanización di-fusa a partir de la revisión de los supuestos convencionales sobre la ruralidad como espacios dispersos y pequeños. Como además es muy limitado recurrir sólo al volumen de población para fijar un umbral convencional de la categoría rural-urbana, el replanteamiento de las nociones de “dispersión” y “localidad pequeña” sirven para revalorar, en el tercer apartado, la importancia de la composición de la fuerza de trabajo como variable significativa, sobre todo en los espacios en donde se ha identificado una incipiente industrialización de espa-cios rurales, lo cual se realiza en el cuarto apartado. Por último, se pondera el alcance geográfico de la difusión para saber si es suficiente o no para revertir la concentración que aqueja, históricamente, al sistema urbano de la región.

Este último aspecto, si bien no responde a la cuestión teórica implícita en la operación técnica del “cambio de escala”, muestra de forma empírica, que tal cambio es inherente al proceso que se estudia. El señalamiento de que “el cambio de escala” se refiere a “cosas diferentes” (lo urbano y lo regional), es resultado de visualizar a la ciudad solamente intramuros y pierde de vista esa enorme, vasta urbanización no conurbada del periurbano. La ciudad difusa actual es urbana y regional e incluso urbana y rural, al mismo tiempo, pero el instrumental teórico y metodológico disponible está diseñado para anali-zar, por separado, ambos ámbitos. Por ello, es necesario el cambio de escala, mientras se diseña una metodología ad hoc que integre ambos términos. Todo nuestro esfuerzo apunta en esa dirección.

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La identificación, que aquí se presenta, de los municipios sobre cuya ca-tegoría rural o urbana existe una duda razonable, se apoya en investigacio-nes previas que han conducido a la identificación de tres contornos regionales alrededor de la Ciudad de México: núcleo central, corona y periferia regional. De acuerdo con los supuestos teóricos, aquellos controvertidos municipios se encuentran, principalmente, en la corona regional, el ámbito más dinámico de la expansión periurbana. Por ello, en el primer apartado se reflexiona sobre la metodología original propuesta para delimitar la corona regional misma.

La corona regional 2000

La metodología propuesta para medir la urbanización difusa, en el caso par-ticular de la Ciudad de México, fue publicada en 1996 (Programa, 1996) y se ha tomado como base para actualizar sus resultados al año 2000.

De las cinco variables utilizadas en aquel primer ejercicio, se mantuvie-ron dos (porcentaje de PEA no agrícola y nivel de urbanización), mientras que la distancia al centro (que fue medida entre centroides la primera vez) se ajustó ahora con la fricción de la distancia real, por carretera, mediante un sistema de información geográfica (SIG); el valor agregado censal bruto (que agregaba muy poca varianza explicada) se sustituyó por dos indicadores de la PEA (alta y baja calificación en el empleo) que han sido señalados como factores privilegiados de la ocupación periurbana (Sobrino, 2003; Arias, 1992; Lara, 1998) y se agregó la inmigración como nuevo indicador.1 Con estos ajustes se logró incrementar la varianza explicada de 59.8% (en el primer componente) en aquel primer ejercicio a 80.8% mediante dos componentes, en el ejercicio actual, lo cual se interpreta como indicativo del carácter robusto del ejercicio.

Como la primera vez, se utilizó el método estadístico de “componentes principales” para calcular el índice que resume el valor de la mayor parte de las variables consideradas en un nuevo indicador que, en este caso, se ha denominado como indicativo de la “consolidación urbano-regional” (ICUR; Cuadro 1). El índice se agrupó en cinco rangos –mediante el método de es-

1 La categoría de “alta calificación en el empleo” incluye a profesionistas y técnicos, fun-cionarios, personal directivo público y privado. La “baja calificación en el empleo” se refiere a comerciantes, vendedores y similares, trabajadores en servicios diversos, con-ductores y trabajadores en el sector agropecuario (Muestra censal, INEGI, 2001). Los “inmigrantes” se refieren a la población de cinco años y más, que en el 2000 se registró como proveniente de otro municipio, estado o país.

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tratificación de Jenk (natural breaks; Cromley, 1996), con el fin de clasificar a las delegaciones y municipios de acuerdo con su grado de urbanización en muy alto, alto, medio, bajo y muy bajo. El universo de análisis comprende 532 municipios en el 2000.2

El comportamiento de las tres primeras variables implica un alto sentido intuitivo y, además, es consistente con los supuestos convencionales de la urba-nización, es decir, el alto valor de su correlación significa que, mientras más alto sea su valor, será más representativo de la “consolidación del carácter ur-bano” de los espacios. En este ejercicio se muestra que ello es posible, incluso, sin importar su categoría urbana o rural, como se verá más adelante. La corre-lación negativa de la fricción de la distancia tiene una interpretación intuitiva y dice que “a mayor distancia del centro, la consolidación urbana regional de los lugares es menor”. Lo mismo pasa con la baja calificación del empleo.

Sin embargo, es necesario reparar en el comportamiento de las variables del segundo componente, si bien aportan sólo 17% de la varianza explicada. Aquí, la correlación negativa de la PEA no agrícola conforme aumentan el va-lor de la distancia y de los otras variables, expresa un comportamiento “inver-so” al que esa misma variable adopta en el primer componente, es decir, que la PEA no agrícola no necesariamente disminuye conforme aumenta la distancia, al contrario de lo que sucede con la migración, el nivel de urbanización y la alta calificación en el empleo, que conservan la misma dirección de su influen-2 Son 16 delegaciones del D.F., 84 municipios del estado de Hidalgo, 122 del Estado de México, 33 de Morelos, 216 de Puebla y 59 de Tlaxcala, un total de 548 en el 2000. Los nuevos municipios son uno en el Estado de México y otro en Puebla, 15 en Tlaxcala.

Cuadro 1. Correlación por cada variable en la componente principal

Variables Componente principal Segunda componente

% de PEA no agrícola .899 -.365Alta calificación en el empleo .873 .201Nivel de urbanización .783 .398Fricción de la distancia al centro -.769 .195Baja calificación en el empleo -.765 .548Inmigrantes .659 .622Varianza explicada 65% 17%

Fuente: elaboración propia con base en Ricárdez, 2005.

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cia. Este cambio no es intuitivo y tampoco sigue el canon convencional, por lo que se puede considerar como “anómalo” pero coincide con los supuestos de la urbanización difusa.

Una vez estimado el valor del ICUR por municipio y reagrupados los mu-nicipios de acuerdo con los cinco rangos establecidos, se tienen los siguientes resultados:

i) La mayor parte de la población (87%) se encuentra en municipios dentro de los tres más altos rangos alcanzados, lo que se interpreta como una “estrategia intuitiva” de la población, relativamente exito-sa, de buscar los lugares más consolidados en la búsqueda de mejores condiciones de vida. O bien si se pone atención al estrato más des-favorecido, que el restante 13%, un poco más de cuatro millones de personas habitan, todavía en el 2000, los lugares con menor consoli-dación urbana regional.

ii) La distancia promedio de esos municipios al centro de la región es de 104.7 km, por lo que puede ser interpretada como la distancia em-pírica de la difusión periurbana. Si bien no se debe considerar esa distancia como una regla, sino como resultado del insuficiente sistema de transportación masiva y rápida, a distancias regionales, con que se cuentan.3

iii) La consolidación urbano regional está definitivamente correlacionada con un mayor valor de la PEA no agrícola (76-99%). La lectura re-sidual de la PEA primaria es todavía significativa en el rango medio (24%) como insisten Cruz y Connnoly, op. cit.), pero ello no impide la consolidación urbano regional, sino que coexiste con ella, como se coincide bajo diversas ópticas teóricas.

iv) Por el contrario, la PEA con baja calificación mantiene un valor con-siderablemente alto (50 y 70%) en los municipios más consolidados, lo que se interpreta como una muy alta precarización del empleo, in-cluso en los municipios más consolidados. En el extremo, este tipo de empleo es mayoritario (87%) en el rango más bajo de consolidación,

3 Al parecer los flujos commuter desde ciudades pequeñas y las metrópolis de la región son aún muy limitados (Galindo, 2006). Por otro lado, los efectos previsibles de las nuevas tecnologías previstas para la Región Centro, podrían provocar una “contracción” mayor de esos flujos dentro de la Cuenca de México al favorecer los flujos transregionales (por ejemplo, a Guadalajara), si no se acompañan de trenes suburbanos o de cercanías Villa-señor et al., 2006.

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lo que confirma la pauperización de los lugares menos consolidados y, se podría suponer, “más rurales”.

v) Los inmigrantes parecen “preferir” los municipios con mayor consoli-dación urbano regional, pues de 74% en el rango más alto, baja abrup-tamente a 15% en el siguiente rango (Cuadro 2).

Ahora bien, la localización espacial de los lugares según su grado de con-solidación urbano regional tiene dos lecturas posibles, una, la de su dinámica, que se ajusta a un esquema de contornos tipo Von Thunen, y dos, una interpre-tación sectorial, que dé cuenta de la diferenciación interna de los contornos, lo que es abordado en otro trabajo (Galindo y Delgado, 2006).4 Aquí, nos concentramos en la primera, particularmente reveladora de la dinámica de la difusión y su relación con el centro (Figura 1):

i) La mayoría (90%) de los municipios con valores altos y muy altos del ICUR se encuentran dentro de la corona regional, en un radio de 100 km y sólo 8% de ellos se ubican entre los 100 y 120 km, pero son también lugares centrales importantes como la región metropolitana de Puebla-Tlaxcala y Tulancingo en el estado de Hidalgo (Cuadro 3).

ii) Otros tres municipios con un rango alto (2% del total), Zacaulipan en Hidalgo, Teziutlán y Tehuacán en Puebla, están más allá de los 120 km, pero a lo largo de rutas transregionales, lo que podría explicar su incipiente consolidación, aparentemente lejos del centro.

iii) En el otro extremo, en la periferia regional se encuentra la mayoría (87%) de municipios con los valores más bajos de ICUR, pero que re-presentan casi la mitad regional (43%), mientras que sólo 35 munici-pios de la periferia (13%) alcanzan valores altos y medios.

La identificación y medición de la corona regional tiene en el ICUR un indicador rubusto del proceso. Hace falta ahondar en los aspectos cuali-tativos implícitos en este proceso, en particular, de los relacionados con los procesos sociales y políticos de esta ruralidad distinta. No sólo porque ésta todavía distingue a una buen parte de la sociedad mexicana, sino porque al

4 Como sucede con los modelos urbanos, el modelo de círculos concéntricos (que mide la dinámica de expansión del proceso) y el de sectores o núcleos múltiples (que mide la dife-renciación de los contornos), no son modelos “alternativos” (uno es “mejor” que el otro), sino complementarios, ya que se refieren a aspectos distintos del proceso. Ambos son necesarios al mismo tiempo.

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incluir únicamente variables de tipo urbano, el concepto de “corona regional” subestima el mundo rural inmerso en este proceso, o más exactamente (según nuestros resultados), lo subsume.

Se inician aquí algunas reflexiones y medidas sobre “lo rural” teniendo como telón de fondo la espacialidad que supone el concepto de corona re-gional. Al contrario de lo que exige el enfoque dicotómico campo-ciudad, lo rural no es lo opuesto de lo urbano sino que lo acompaña, si bien bajo una condición subordinada y sumamente desigual.

Lo que está en discusión es saber si la ciudad sigue siendo el principal factor explicativo de la conformación territorial regional o no lo es más. La hipótesis que aquí se plantea es, qué son las ciudades y sobre todo sus nuevos espacios periurbanos los que cumplen ese papel, ya no una sola ciudad, sino el sistema urbano regional en su conjunto. Que esas ciudades integren funcio-nalmente o no un sistema o bien, como se señala en la literatura reciente, una red, depende fundamentalmente de la tecnología de intercomunicación entre ellas, lo cual no será abordado aquí.

Para asomarnos a la nueva dimensión de la ruralidad en la fase de la ur-banización difusa, se iniciará la revisión del enfoque convencional sobre este tema. Importa saber si las áreas rurales son las más dispersas y su gente vive en ciudades pequeñas, y sobre ese resultado reinterpretar lo que sucede con las áreas que cambian de categoría rural-urbana. En tercer término, se explora el papel que la especialización económica juega en ese cambio de estatus dentro de una amplia franja periurbana y para terminar se pondera si la difusión iden-

Cuadro 3. Resumen de población y municipios con contorno regional y valor del ICUR 2000 (habitantes en miles)

Rangos ICUR

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52 . Javier Delgado, Carlos Galindo y Mauricio Ricárdez

tificada lleva al sistema urbano regional hacia una distribución mejor reparti-da en el territorio. Empecemos con la dispersión rural.

La dispersión rural ¿en verdad la población rural vive en localidades “pequeñas”?

Al contrario del nivel de urbanización, el índice de dispersión permite una lec-tura de la distribución espacial de la población considerada como rural. En el enfoque convencional de oposición campo-ciudad, la población rural “tiende” a ubicarse en forma dispersa y, por lo tanto, a alcanzar un menor peso jerár-quico en el sistema regional.

Por el contrario, bajo el supuesto de la urbanización difusa, la dispersión no necesariamente significa el polo opuesto de la urbanización sino, paradójica-mente, el lugar por excelencia de las nuevas formas de ocupación del territorio. Los pobladores que habitan en lugares “rurales” dentro del área de influencia de un “lugar central fuerte” (la corona regional, en este ensayo), forman parte de esa centralidad,5 si bien todavía falta precisar el significado preciso de ese “for-mar parte”. Los estudios cualitativos sobre las transformaciones de esa nueva ruralidad (Arias, 2005; Ramírez, 2005), explican en gran medida el sentido sociológico de la interacción de los espacios cuasi rurales con los urbanos, pero sin poner a jugar al espacio como parte de la explicación, como se hace aquí. La interdisciplina tiene todavía mucho camino por recorrer.

El índice de Demangeon es adecuado para medir la dispersión y lo hace para cada municipio.6 Los resultados del índice se interpretan a partir del su-

5 Una parte muy desigual, pues esa característica ha sido utilizada como justificación de los bajos niveles de servicios públicos con que generalmente cuentan estos lugares. “Espe-ren a ser urbanos (a tener el “umbral”), y entonces tendrán derecho a sus servicios”. Con nuestro enfoque, es posible una nueva lectura de la segregación socio-espacial, lo cual no ha sido abordado por nuestro grupo.6 El índice de dispersión de Demangeon se calcula de acuerdo con la siguiente fórmula:

K = ((E * NK) /T )Da

en donde:E = es la población total “dispersa” (en este ejercicio, las menores a 10 mil habitantes); N = el número de entidades dispersas; T = la población total del municipio (Palacio et al., 2004:109-110). Para este ejercicio se ajustó el índice de acuerdo con la distancia real (por carretera) de los municipios “dispersos” según su distancia a la zona metropo-litana más cercana, en donde Da es la distancia ajustada.

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La difusión de la urbanización o cómo superar la dicotomía rural-urbana . 53

puesto de que, a mayor valor del índice es mayor la dispersión y menos urbano, y viceversa, a menor valor del índice, menor dispersión y más urbano.

En el caso de la Región Centro, los valores muy alto, alto y medio (que bajo el enfoque convencional serían los “más rurales”, es decir, “más disper-sos”, representan la quinta parte (21.4% o 6.7 millones de personas) de la población regional, de los cuales la mitad (10%) está en la corona regional en vez de la periferia como cabría esperar bajo el enfoque tradicional (Cuadro 4).

Adicionalmente, un pequeño porcentaje (2.8%) de 16 municipios con alta dispersión, esto es, supuestamente “muy rurales”, paradójicamente está “dentro” de la ZMVM, lo que avala la preocupación de Connolly y Cruz respecto a la importancia de esta población considerada sin más, como “me-tropolitana“ (son 886 mil personas, una cantidad nada despreciable). En el otro extremo geográfico y social, la mayor parte (55.5%) de la población menos dispersa o más urbana está dentro de la ZMVM (consistente con el modelo centro-periferia), pero ese mismo tipo de población llega a 16.7% en la corona y a 27.8% en la periferia, lo que ya no es tan consistente con aquel esquema.

El siguiente paso es saber si los pobladores rurales viven en localidades pequeñas, como se afirma en el esquema dicotómico. Para ello se reagrupó la base de datos anterior, ahora por rango de población, de acuerdo con su índi-ce de dispersión (Cuadro 5). De este análisis se puede deducir que el supuesto de que la población rural habita principalmente en localidades pequeñas es, al menos, impreciso:

Cuadro 4. Índice de dispersión rural (Demangeon), 2000, ajustado

Rango Región Centro ZMCM Corona PeriferiaMpios. Pob.

(miles)Mpios. Pob. (%) Mpios. Pob. (%) Mpios. Pob. (%)

Muy alto 22 1 016.1 11 1.70 11 1.52 Alto 58 2 085.0 2 0.19 28 3.93 28 2.50 Medio 128 3 645.8 14 2.62 48 4.38 66 4.56 Bajo 150 3 612.7 13 2.55 44 4.78 93 4.13 Muy bajo 174 21 172.6 46 52.98 59 11.89 69 2.27 Total 532 31 532.2 75 58.3 190 26.7 267 15.0 Fuente: cálculos propios con base en INEGI, 2001.

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i) 25% de los municipios “rurales” (de menos de 15 mil habitantes) tie-nen una dispersión de media a muy alta, es decir, que la mayoría (75%) tiene una dispersión característicamente urbana;

ii) en los primeros rangos “urbanos (de 15 a 100 mil habitantes) la cuarta parte de sus municipios tiene de media a muy alta dispersión o sea rural;

iii) sólo a partir del umbral de los 100 mil habitantes la dispersión vuelve a comportarse de acuerdo con el modelo tradicional, excepto en el rango de 100 a 250 mil en donde 40% de sus municipios es muy dispersa.

Por lo anterior, se sabe que los municipios rurales no son necesariamente los más dispersos ni ocupan las localidades más pequeñas, lo siguiente es re-visar si eso se relaciona con el cambio de categoría, “normalmente” hacia un mayor estatus urbano. Se tendrá que rehacer la base de datos para identificar el cambio de categoría rural-urbana y relacionarla con la especialización eco-nómica, la explicación más usual.

Cambio de categoría rural-urbana y especialización económica

En los enfoques tradicionales, la transición rural urbana se establece de acuer-do con rangos de población convencionales, los más comunes, en contextos como el nuestro, ubican a la ruralidad en municipios con una población menor a los 10 mil habitantes, los de la transición, entre los 10 mil y 15 mil pobladores y consideran urbanos a todos los que sobrepasan esta cifra (Unikel et al., 1978). Investigaciones recientes, incluso, cifran el límite urbano arriba de diez mil habitantes al efectuar el análisis por localidad y no por municipio (Gutiérrez y González, 2001). Pero, incluso bajo el enfoque convencional, el dinamismo de la difusión aparece como un proceso inusitado: en la Región Centro casi la mitad (44%) de los municipios cambiaron su categoría entre 1970 y 2000, lo que involucró a un poco más de 12 millones de personas (38% de la población total de la región), mientras que los que permanecieron rurales fueron apenas 2.8 millones. También fue notable el elevado volumen del cambio en el rango jerárquico más bajo (de rural a mixto rural) que abarcó casi la mitad de los municipios que cambiaron de categoría en donde habitan casi dos millones de personas (Cuadro 6 y Figura 2).

De acuerdo con el enfoque propuesto, esta forma de ver la difusión es consistente con la espacialidad que adoptan los municipios que cambiaron

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56 . Javier Delgado, Carlos Galindo y Mauricio Ricárdez

de categoría,7 pues la mayor parte (174) está dentro de la corona. Es probable que aquellos municipios dinámicos fuera de la corona (60), representen nodos emergentes en la extensa periferia regional, más vinculados con otros lugares centrales de las regiones vecinas que con sus propios centros regionales.

La explicación del dinamismo rural-urbano suele descansar en la especia-lización económica. Para este ejercicio, la especialización se estimó de acuerdo con el método de tipificación probabilística desarrollado por Propin y Thürmer (1986), que consiste en realizar una diferenciación tipológica de los territorios, considerar su repetitividad, y establecer una jerarquía territorial.8

Para el 2000, casi la mitad (28) de las 54 pequeñas ciudades de la región (apenas rebasaron los 15 mil habitantes, sin contar, por supuesto, a las once metrópolis regionales), tenían a los servicios y a la industria como actividad económica predominante. La otra mitad muestra una diversidad económi-ca (6) y un pequeño número se especializa predominantemente en agricultura (4), agricultura combinada con servicios (2) o incluso, industria con agricultu-ra (3), (Cuadros 7 y 8; Figura 2).

Como se puede observar en la Figura 2, no sólo las localidades especia-lizadas en actividades “urbanas” están en los municipios que cambiaron de categoría de rural a urbana sino también las otras nueve ciudades pequeñas especializadas. Estas ciudades “atípicas” (que tal vez habría que llamar “ciu-dades rurales” para acentuar más su peculiaridad) se ubican en medio de clusters de los municipios más dinámicos o bien “cerca” de ellos y, por ello, es factible suponer que existe una correlación entre su dinamismo y especialización.

Hasta aquí las teorías clásicas de la urbanización (la ciudad es, por defi-nición, opuesta a lo rural), aun proporcionan una parte de la explicación de ese dinamismo, a condición de considerar la noción de una secuencia (no lineal, es claro), en la evolución de las ciudades, en donde su tamaño se correlaciona con su especialización económica. Esta secuencia va de la pequeña ciudad 7 En este ensayo se consideran sólo aquellos municipios urbanos que tienen, al menos, una localidad de más de 15 mil habitantes.8 Se calcula el porcentaje de población ocupada en cada sector económico por localidad y el resultado se clasifica en rangos de acuerdo con la preeminencia de uno u otro sector. El valor cuantitativo se sustituye por un código, para facilitar el manejo de la base de datos y se aplica una matriz de correlación para organizar el conjunto de localidades en “nubes tipológicas”. Las agrupaciones se establecen de acuerdo con el criterio de “cercanía” con el centro, el primero a una distancia al centro de un solo valor, el segundo de dos valores y así sucesivamente. Se buscan todas las combinaciones posibles hasta que la totalidad de códigos queden vinculados con algún centro y establecer las nubes tipológicas que, en este caso, se refieren a la especialización económica (Ibid.).

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La difusión de la urbanización o cómo superar la dicotomía rural-urbana . 57

Cuadro 6. Cambio de Categoría rural-urbana 1970-2000

Cambio de categoría rural-urbana

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Fuente: cálculos propios con base en SIC, 1972; INEGI, 2001.

especializada en actividades agrícolas, a la siguiente fase de concentración, primero urbana y luego metropolitana para llegar, por último, a la fase de las “metrópolis maduras” con base en la terciarización económica en la que se soporta la urbanización difusa (Suárez Villa, 1988; Ruiz Chiapetto, 1999).

En este estudio, es de suponer que la especialización incipiente de las ciu-dades pequeñas fortalezca en el mediano plazo –los próximos 10 o 15 años–, su potencial como lugares alternativos estratégicos para la descentralización intraregional, a una escala inédita hasta ahora, y consoliden su categoría como lugares centrales, actualmente abajo del sexto rango jerárquico (SEDESOL, 2001) después de la Ciudad de México y las metrópolis regionales.

Nuevamente es posible constatar la preeminencia de la corona regional como lugar privilegiado de la dinámica rural-urbana, pues sólo 14 de las 43 pequeñas ciudades están fuera de ella aunque muy cerca, con excepción de cuatro (Tehuacán, Teziutlán, Huehutla y Zaculatipan) que tal vez se relacio-nen más con otros lugares centrales en las regiones vecinas. Ahora bien, ¿es azarosa esta reestructuración económica, aun “dentro de la corona regional? ¿O sigue algún patrón espacial definido?

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62 . Javier Delgado, Carlos Galindo y Mauricio Ricárdez

Agrupación de municipios con industrialización de espacios rurales

Uno de los factores presentes en la urbanización difusa más interesantes y menos estudiados es el de la industrialización de espacios rurales, si bien habrá que considerar lo que aquí se presenta como una primera aproximación a un tema sin duda muy complejo.

Tampoco es un tema nuevo y no se trata únicamente de una reproducción, en los países de la periferia, de las primeras formas históricas de la urbani-zación del XIX, a costa de los espacios entonces rurales, sino de un proceso inédito a nivel mundial. Ha sido Wallerstein quien ha dado la explicación más consistente de ello. En su opinión, para superar la crisis capitalista de larga duración agudizada por el embargo petrolero de los años setenta, el capital instrumentó una estrategia global orientada a dos objetivos: uno hacia la “des-ruralización” de los espacios todavía rurales y dos, la valoración de los recursos naturales (Wallerstein, 1999; Delgado et al., 2004).

La segunda estrategia –incorporar los recursos naturales, sobre todo agua y bosques–, al circuito de valorización del capital, no se abordará aquí, pero es una línea de investigación fundamental para explicar las nuevas formas de ocupación regional que habrá que atender en futuros trabajos. Por su parte, la desruralización representa para el capital una opción atractiva debido a los ba-jos salarios de la fuerza de trabajo disponible, así como a la falta de experiencia laboral, a la ausencia de una normatividad urbana y ambiental, como sucede en las ciudades, y a los bajos costos de urbanización en los espacios todavía rurales. Estos nuevos espacios para la industria, sin embargo, requieren estar “cerca” de los viejos centros industriales y, sobre todo, de gestión. También re-quieren del acceso al sistema vial de interconexión transregional. La fricción de la distancia, ese viejo axioma de los modelos clásicos –tan despreciados como ignorados–, sigue proporcionando una parte fundamental de la explicación de los nuevos procesos y también exige un replanteamiento a la luz de estas nuevas miradas sobre un espacio antiguo.

Como en México existe una casi total carencia de datos estadísticos para identificar y cuantificar la importancia de la industrialización rural, una forma in-directa, pero muy ingeniosa, fue sugerida por Graizbord y Molinatti (1995), la cual consiste en identificar aquellos municipios que “debían” ser considerados como “rurales” –porque tienen menos de 10 mil habitantes–, pero que tuvie-ron un crecimiento, de población económicamente activa, en manufactura y servicios. En trabajos anteriores se ha estimado el cociente de localización industrial de los municipios rurales y su diferencia de empleo entre 1986 y

Page 64: La urbanización difusa de la Ciudad de México

La difusión de la urbanización o cómo superar la dicotomía rural-urbana . 63

1994 para identificar la industrialización rural en 122 municipios (35% de los considerados como “rurales”) que tuvieron un cociente mayor de 1 y otros 31 municipios más alcanzaron un valor de más de 2. Se debe subrayar que en ese ejercicio no se incluyen los datos correspondientes a las ocho zonas metropo-litanas existentes en la región y que sólo se consideraron los cuatro subsectores industriales “exitosos” en la región (Delgado, 2003b:103-106).9

El rasgo más notorio de los municipios de la “industrialización rural” es que rebasan ampliamente la delimitación anterior de la corona y se despliegan prácticamente por toda la Región Centro, más allá de los 100 km alrededor de la Ciudad de México. En segundo término se puede constatar que se organi-zan en agrupaciones de municipios contiguos que, sin excepción, rodean a las 43 ciudades pequeñas especializadas de la región (Ibid.:107).

La identificación ex ante de agrupaciones de municipios es tentativa y hace falta –además de otro cambio de escala, ahora hacia un escalón intermedio en-tre lo municipal y lo estatal–, un intenso trabajo de campo para determinar si existen relaciones funcionales entre ellos; entre ellos y las pequeñas ciudades, o entre ellos y las metrópolis regionales y la Ciudad de México o una combi-nación de todo ello.10 Las agrupaciones identificadas han sido agregadas de acuerdo con criterios convencionales propios de la “región de planeación” bajo los siguientes supuestos:

a) todos los municipios que rodean a uno o varios lugares centrales de 3ª y 4ª orden pertenecen a la agrupación;

b) forman parte de la agrupación aquellos municipios no contiguos pero que se encuentran enlazados a una pequeña ciudad o a un centro re-gional, por una carretera principal;

c) se ha trazado, convencionalmente, una frontera entre municipios in-dustriales contiguos cuando tienen lugares centrales en ambos lados. Cuando no se tiene la certeza del lugar central al que pertenece un municipio determinado, se considerará como “municipio límite”,

9 Los cuatro subsectores económicos más dinámicos de la región, de los cuales dos están directamente vinculados a la producción agropecuaria, son: a) Alimentos, Bebidas y Ta-baco, b) Textiles, Ropa y Cuero, c) Química y Petroquímica y d) Productos Metálicos, Maquinaria y Equipo (Aguilar y Santos, 1998).10 Existen algunos trabajos que plantean formaciones regionales de este tipo. Rosales (2002) plantea la formación de un distrito industrial en el ámbito microregional de Tlax-cala, que aprovecha la experiencia histórica de la fuerza de trabajo, las redes de subcontra-tación y la cercanía entre las distintas localidades y municipios (clusters).

Page 65: La urbanización difusa de la Ciudad de México

64 . Javier Delgado, Carlos Galindo y Mauricio Ricárdez

cuya pertenencia a uno u otro lugar se determina sólo con trabajo de campo.

Como ejemplo de estos probables conjuntos, se presentan tres de los más claramente formados en la región, a reserva de ahondar en trabajos futuros en esa veta de investigación. Las tres agrupaciones subregionales periurbanas (ASP) identificadas son las siguientes:

i) La primera, la ASP del Valle del Río Necaxa que tiene a Tulancingo como lugar central, cuatro ciudades pequeñas especializadas (126 mil pobladores en total) y diez municipios “rurales” con medio millón de habitantes, con una distancia promedio al centro de 53 km.

ii) La segunda ASP del Valle del Mezquital con centro en Mixquihuala y cinco ciudades pequeñas (123 mil personas en conjunto) y 12 munici-pios con 490 mil personas a 50.4 km de distancia promedio al centro.

iii) La tercera, la ASP del Valle de Tepeca cuyo lugar central fuerte es la aglo-meración de Puebla-Tlaxcala que agrupa a otras cinco ciudades (120 mil personas) y nueve municipios con 300 mil pobladores y 60.4 km al centro (Cuadro 9 y Figura 3).

Aunque es interesante la simplicidad y consistencia de un cierto “patrón” en las agrupaciones, no se pueden considerar esas cifras de población y distan-cia como una regla, sino sólo como indicativos de las nuevas formas de estruc-turación del territorio. De nueva cuenta, este primer resultado contradice to-talmente los enfoques tradicionales que suponen que en un municipio “rural”, su fuerza de trabajo se dedica, principalmente, a las actividades del campo. La única explicación posible es la que sugirieron acertadamente Graizbord y Molinatti, esto es, que esos municipios alojan a una población commuter, que labora en otro lado; o bien, como sugieren nuestros datos, que estamos frente a un proceso incipiente de industrialización en áreas rurales.

Ahora bien, hasta ahora se ha visto que la población “rural” de la co-rona no es la más dispersa, ni habita en localidades pequeñas, ni se dedica principalmente a las actividades primarias, por el contrario, parece mostrar una tendencia a conformar aglomeraciones alrededor de las ciudades pequeñas especializadas. ¿Significa eso que se avanza hacia una redistribución regional más equilibrada como supone, tal vez inútilmente, la planeación normativa del país o bien apunta a una nueva reconcentración ahora a una escala geográ-fica inusitada, como sugiere el planteamiento de la corona regional?

Page 66: La urbanización difusa de la Ciudad de México

La difusión de la urbanización o cómo superar la dicotomía rural-urbana . 65

Cuadro 9. Agrupaciones subregionales

Lugar central

Ciudades pequeñas especializadas Municipios del periurbano localNombre Población,

2000Nombre Población,

2000

ZM Tulancingo (2)-Población: 148 528

Tulancingo de Bravo 122 274Cuautepec de Hinojosa (2) 15 697 Cuautec de Hinojosa 45 110Huachinango (1) 46 671 Huachinango 83 537Xicotepec de Juárez (6) 35 385 Xicotepec de Juárez 70 164Zacatlán (1) 28 773 Zacatlán 69 698

Chignahuapan 49 266Santiago Tulantepec 26 254Acaxotitlán 36 978Naupan 9 613Juan Galindo 9 301Ahuazotepec 9 087

Total 4 126 526 11 531 282

ZM Puebla (1)ZM Tlaxcala (2)-Población: 2 104 476

Acajete (3) 16 608 Acajete 49 462Tepeaca (1) 22 940 Tepeaca 62 651Acatzingo de Hidalgo (4) 20 577 Acatzingo 40 439Los Reyes de Juárez (6) 15 757 Los Reyes de Juárez 20 849Tecamachalco (1) 24 108 Tecamachalco 59 177Ciudad Serdán (6) 20 340 Chalchicomula de Sesma 38 711

San Salvador Huixcolotla 10 631Quecholac 38 649Cuapiaxtla de Madero 6 583

Total 6 120 330 9 327 152

Tula de Allende (1)-Población: 26 881

Tula de Allende 86 840Tepeji de Ocampo (2) 31 221 Tepeji del Río de Ocampo 67 858Tezontepec de Aldama (5) 23 903 Tezontepec de Aldama 38 718Mixquihuala (4) 21 453 Mixquihuala de Juárez 35 065Progreso (1) 15 701 Progreso de Obregón 19 041Ixmiquilpan (1) 30 831 Ixmiquilpan 75 833

Jilotepec 68 336Soyaniquilpan de Juárez 10 007Chilcuautla 15 069Zimapán 37 435Tlaxcoapan 22 641Tlahuelilpan 13 936

Total 5 123 109 12 490 779(1) Servicios predominante, (2) Industria predominante, (3) Industria con agricultura, (4) Diversi-ficación, (5) Agrícola con servicios y (6) Agrícola predominante.

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66 . Javier Delgado, Carlos Galindo y Mauricio Ricárdez

Figura 3. Coremas de los agrupamientos subregionales.

¿Urbanización difusa o concentración ampliada? Distribución espacial de las ciudades en el largo plazo 1930-2000

Hasta ahora los datos expuestos parecen sustentar con cierta certeza que es-tamos frente a un proceso de urbanización difusa en un radio de aproxima-damente 100 km alrededor de la Ciudad de México en la que coexisten diná-micas que pueden ser atribuidas a factores “urbanos” (a través del concepto de “corona regional”) tanto como “rurales”.

Para averiguar las características de la distribución territorial que adopta un sistema urbano regional, el índice de Clark-Davies (Rn) es útil para deter-minar las regularidades en cuanto a la distribución que adoptan las ciudades

ASP. Del Valledel río Necaxa

ASP. Del Valledel Mezquital

ASP. Del Valledel Tepeaca

ZM Tulancingo Huachinango

Zacatlán

Cuautepec

ZM Puebla

Tepeaca

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Ciudad SerdanAcatzingo

Áreas urbanas consolidadas Servicios predominante

Industria predominante

Industria con agricultura

Diversi�cación

Agrícola con servicios

Agrícola predominante

Especialización de ciudades

Espacio rural

Nodo central especializadoen servicios

Eje articulador

Espacio periurbano de fuerte cambio rural/urbano

Los reyes de Juárez

Acajete

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MixquihualaTezontepec

Progreso

Tula

Tepeji

Xicotepec

Page 68: La urbanización difusa de la Ciudad de México

La difusión de la urbanización o cómo superar la dicotomía rural-urbana . 67

en una región determinada y que, en apariencia, presentan una distribución aleatoria.11

El valor del índice Rn oscila entre 0 y 2.15. Cuando el valor es igual a cero o tiende a cero, se trata de una distribución totalmente concentrada y todos los asentamientos estarían prácticamente sobrepuestos. Si el valor es de 2.15 la dispersión de las localidades es uniforme. Esto es, ningún asentamiento está particularmente cercano a otro, sino que la distancia entre cada uno y el más próximo a él es la mayor posible en ese territorio. Los valores cercanos a uno indican una conformación aleatoria, ni concentrada ni homogénea. La mayor utilidad del índice es cuando se cuenta con varias estimaciones de su valor, pues así se puede advertir si una región determinada se aproxima a una distribución homogénea o hacia una concentrada.

Rn = 0 Rn =1 Rn = 2.15

En el caso de la Región Centro, en 1930 el sistema urbano regional estaba formado por la Ciudad de México, Toluca, Puebla, Pachuca y Querétaro; para 1940 se agregan dos ciudades: Atlixco y Tehuacán, ambas cercanas a Puebla, en 1950 Cuernavaca y Tulancingo aparecen, en 1960 se agregan Apizaco e Izúcar, para 1970 hay que agregar a Texcoco, Atlixco, Zacatepec, Huachinan-go, Teziutlán y Apizaco. Para el 2000 se agregan otras 48 localidades (Figura 4 y Cuadro 10).

Es de notar que el índice disminuye a todo lo largo del período, de 1.61 a 1.54, con excepción de 1960 y 1970 cuando pasó a 1.35 y luego a 1.41, arriba del valor intermedio de uno (1). Avanzó hacia una formación más concentrada espacialmente, a pesar de la tendencia identificada en el sistema urbano nacio-nal hacia una estratificación más repartida (Sobrino, 1999). Es decir, estamos ante un sistema urbano regional que reestructura su alta primacía repartiendo población hacia sus rangos intermedios pero que, en el caso de la Región Cen-tro, al mismo tiempo aumenta su concentración espacial.

11 La fórmula del Índice Clark-Davies (Rn), es la siguiente: (Palacio-Prieto et al., 2004:116-117)Rn = 2 d \/ N/S

Donde:d = Distancia promedio de cada asentamiento con respecto al más próximo en un territorio.S = Superficie del territorio.N = Número de asentamientos.

Page 69: La urbanización difusa de la Ciudad de México

68 . Javier Delgado, Carlos Galindo y Mauricio Ricárdez

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Page 70: La urbanización difusa de la Ciudad de México

La difusión de la urbanización o cómo superar la dicotomía rural-urbana . 69

También se debe subrayar que en el lapso considerado, de 1930 a 2000, el país experimentó diferentes esquemas macroeconómicos pero que no cambia-ron sustancialmente la tendencia a la concentración, e incluso, tal vez, la in-tensificaron en el caso de la “megalópolis” con centro en la Ciudad de México (Garza, 2000b). Se considera que el modelo económico seguido se agotó en la década de los sesenta, pero no es evidente que la desconcentración que muestra el índice sea reflejo de ese agotamiento. Sin embargo, se puede suponer como Ruiz Chiapetto† (1999) ha planteado de una forma brillante, que la crisis eco-nómica y los drásticos programas de ajuste de los ochenta desalentaron la mi-gración a las grandes ciudades, que habrían experimentado los impactos más fuertes de la crisis, y la población se refugió en las medias y pequeñas. Esto

Cuadro 10. Distribución espacial de las localidades urbanas de la Región Centro, 1930-2000

Año Pares de ciudades Distancia al vecino más

cercano

Distancia promedio

Índice de Clark-Davies

1930Ciudad de México

Pachuca

TolucaPachucaPuebla

99.5112.4161.8

118.3 1.61

1940 Puebla AtlixcoTehuacán

35.3129.1 85.2 1.42

1950 TolucaPachuca

CuernavacaTulancingo

85.945.4 70.2 1.35

1960 AtlixcoPuebla

IzúcarApizaco

39.353.8 65.5 1.41

1970

Ciudad de México

TulancingoCuernavacaTezihutlánApizaco

TexcocoAmecaHuachinangoZacatepecHuamantlaHuamantla

58.062.147.633.5

139.932.8

58.0 1.58

2000 54 Ciudades 54 Ciudades 30.8 1.54Fuente: elaboración propia con base en CONAPO (1994), SEN-DGE (1948), SE-DGE (1953), SIC-DGE (1963 y 1973), INEGI (1996).SEN: Secretaría de Economía Nacional; SE: Secretaría de Economía; SIC: Secretaría de Industria y Comercio; DGE: Dirección General de Estadística; INEGI: Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática; CONAPO: Consejo Nacional de Población.

Page 71: La urbanización difusa de la Ciudad de México

70 . Javier Delgado, Carlos Galindo y Mauricio Ricárdez

también es consistente con los supuestos teóricos sobre la desconcentración como un resultado de estrategias de redespliegue económico y de políticas públicas específicas (Ziccardi y Martínez, 2000).

En cambio, es factible suponer que la derrama monetaria que significó el excedente petrolero en la siguiente década, haya impulsado un poco más la desconcentración. La reversión de esa tendencia entre setenta y ochenta, nue-vamente hacia la reconcentración, tampoco es consistente con la política ur-bana, pues en 1976 se instrumentó una normatividad nacional que planteaba, por primera vez si bien formalmente, la necesidad de modificar la tendencia concentradora. Por lo anterior, la tendencia a la reconcentración se puede con-siderar como una característica estructural, dura, del sistema urbano regional, difícil de revertir en el corto plazo, y sobre todo, no únicamente vinculado a la cuestión económica.

Con base en lo anterior se pueden plantear las siguientes conclusiones:

Conclusiones

Los conceptos tradicionales de la región nodal o sistémica siguen siendo vá-lidos –en general–, en la explicación de las fuerzas, dinámica y configura-ción del territorio, aun en países en desarrollo, en donde, con características propias, se presentan patrones similares a los observados en países de mayor desarrollo socioeconómico. Lo anterior no significa que en nuestros países se hayan alcanzado los mismos estándares de desarrollo económico o en la calidad de vida de sus habitantes, en donde, por el contrario, se siguen presen-tando fuertes carencias y rezagos.

1. En particular, hay que subrayar que los lugares centrales –zonas me-tropolitanas, centros urbanos–, siguen siendo los principales organi-zadores del hinterland que les rodea. En el caso de México, asistimos a una difusión urbana en un amplio espacio periurbano que alcanza no sólo a ciudades medias y pequeñas, sino también –rasgo inédito en la historia urbana nacional–, a un numeroso grupo de municipalidades rurales, que prefiguran futuros espacios de la urbanización.

2. Estos racimos de municipios rurales en donde se han identificado in-dicios de una industrialización incipiente, tienen como características principales: i) consolidarse alrededor de otros centros urbanos peque-ños, pero que alcanzan ya una especialización económica particular;

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La difusión de la urbanización o cómo superar la dicotomía rural-urbana . 71

ii) estar articulados a los lugares centrales regionales principalmente a través de las carreteras principales, y iii) que por la extensión de la difusión, se alcanzan ya los límites de la región de planeación.

Agradecimientos

Agradecemos al doctor Manuel Suárez sus valiosos comentarios, en especial sobre la interpretación del segundo componente del ICUR. El primer apartado forma parte de la tesis de Ricárdez (2005) y los apartados 2 y 3 de la tesis de Galindo (2006). En su forma actual el texto es inédito y forma parte del proyecto CARL, Interfase rural-urbana en la Cuenca Alta del Lerma. Hacia una metodología unificada de ciencias ambientales y sociales (CONACYT-SEMARNAT 01430) que se elabora en el Instituto de Geografía de la UNAM.

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Diversidad y especialización económica en el subsistema de ciudades de la Región CentroLuis Jaime SobrinoCentro de Estudios Demográficos y de Desarrollo Urbano, El Colegio de México, México.

En el campo de los estudios urbano-regionales, el tema de la estructura eco-nómica de las ciudades es necesariamente complejo e intenta responder, al menos, cinco preguntas fundamentales: i) ¿por qué existe diversificación y es-pecialización interurbana?; ii) ¿cuáles son las ventajas y desventajas de la espe-cialización y diversificación local?; iii) ¿cómo cambia la estructura económica intraurbana en el tiempo?; iv) ¿cómo se relaciona la composición sectorial de las ciudades con su evolución demográfica y económica?, y v) ¿cómo repercute la organización de las actividades económicas por subsistemas de ciudades en la marcha de la economía nacional?

El objetivo de este documento consiste en avanzar en el conocimiento sobre las interrogantes antes mencionadas, adoptando como caso de estudio el subsistema de ciudades de la Región Centro del país (RCP). Para lo anterior, se utiliza como variable de estudio la composición sectorial de la demanda ocu-pacional de los subsectores industrial, comercial y de servicios en el período 1980-1998. En primer lugar se presenta una breve descripción de las propues-tas teóricas sobre la estructura económica de las ciudades. En segundo lugar se analiza la dinámica poblacional y el cambio en la participación económica de la RCP. En tercer lugar se describen algunos resultados empíricos de la estructura ocupacional de las áreas urbanizadas que conforman el subsistema de ciudades de la RCP.

Perspectiva conceptual sobre la estructura económica de las ciudades

El patrón de distribución de las actividades económicas en las economías de mer-cado se caracteriza por una elevada concentración que se manifiesta de tres

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maneras: i) concentración de la producción en pocas unidades productivas (concentración técnica); ii) concentración de la producción en pocas ramas de actividad (concentración sectorial); y iii) concentración de la producción en pocos puntos del territorio (concentración territorial).

Desde el punto de vista macroeconómico, las ciudades desempeñan las funciones de producción, distribución y consumo (Goodall, 1977:49-50). Es decir, las ciudades tienen vocación para ello. Pero, ¿de dónde surge tal capa-cidad para desempeñar dichas funciones? La respuesta que le han dado los estudiosos de la teoría económica espacial es a través del concepto de econo-mías de aglomeración, generalmente aceptado en la literatura especializada, pero con ciertas discrepancias en cuanto a su contenido. Pueden abarcar todas o algunas ventajas económicas que propician la concentración económica y pueden explicar de manera integral o contribuir en parte a establecer los factores de localización de las actividades económicas; son un tema relevante para el estudio económico urbano pero también son difíciles de cuantificar, estimar o medir.

Existe consenso en que las economías de aglomeración se interpretan como la existencia de incrementos en los beneficios de las unidades económi-cas conforme aumenta la escala de la actividad económica urbana, es decir, el tamaño de la ciudad. Estos beneficios, o economías de escala, pueden ser tanto internos como externos a las unidades económicas (Begovic, 1991; Carlino, 1983; Hochman, 1990; Hoover, 1937; Richardson, 1986), o solamente exter-nos (Feser, 2002; Goodall, 1977; Mills y McDonald, 1992).

Las economías de escala internas a la unidad económica (llamada tam-bién firma, empresa o unidad productiva) se logran por la disminución del costo medio de producción conforme se incrementa el volumen de producción (o existencia de rendimientos crecientes a escala). Esto se consigue tanto por la división del trabajo como por la indivisibilidad de los otros factores produc-tivos, lo que propicia un uso más eficiente de todos ellos. Las economías inter-nas se relacionan con la ciudad por el hecho de que a mayor tamaño urbano, mayor demanda por el producto. Estas economías son el factor más significa-tivo para la concentración técnica o la concentración de la producción en pocas unidades productivas. Dichas unidades son generalmente de gran tamaño y se pueden agrupar en sociedades o razones sociales conformando la concen-tración económica. Las sociedades pueden alcanzar posiciones de monopolio tanto por el producto que ofrecen como por las áreas de mercado que abarcan. Las sociedades que establecen mecanismos de fusión o adquisición obtienen eslabonamientos verticales en el proceso de producción, u horizontales en los

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procesos de concepción, producción y realización de bienes y servicios. Se centralizan las actividades directas y administrativas dando lugar a la con-formación de grupos empresariales, concentración financiera o concentración corporativa (Sylos, 1962).

Las corporaciones tienen los siguientes rasgos característicos: i) el control descansa en la dirección o consejo directivo constituido por los principales funcionarios ejecutivos; ii) la dirección la detenta un grupo de personas que se autoperpetúa; iii) cada corporación aspira, y generalmente logra, su inde-pendencia financiera mediante la creación interna de fondos o acciones que se cotizan en las bolsas de valores, y iv) la dirección no está sujeta al control de los accionistas, por lo que existe una separación entre propiedad y control (Baran y Sweezy, 1982:18-33).

Si las economías internas de escala fueran la única fuerza que afectara el proceso de producción no sería posible explicar la concentración espacial de las firmas. En otras palabras, si los factores productivos fueran ubicuos y existieran rendimientos constantes a escala, las actividades económicas se dis-tribuirían de manera uniforme en el territorio. Pero como no hay ubicuidad de factores y existen rendimientos crecientes a escala, entonces la explicación a la concentración espacial se logra con la introducción de las economías externas de escala. Estas economías externas se dividen en economías de urbanización y economías de localización.

Las economías de urbanización son externas a la unidad productiva y a la industria. Éstas reflejan ventajas a la producción debido al tamaño de la ciudad e inciden en la diversificación de la estructura económica local, por lo que se ha mencionado, siguiendo los postulados de la teoría de base exportadora y de la del lugar central, que conforme aumenta el tamaño de la ciudad, su estruc-tura económica es más diversificada (Goodall, 1977).

Por su parte, las economías de localización son externas a la firma pero internas a la industria; se obtienen por la concentración de firmas de una in-dustria en una localización particular, dando paso a las aglomeraciones inter-urbanas y a la especialización en las funciones económicas de una ciudad. De esta manera, se puede concluir que las economías de urbanización ejercen ven-tajas para la diversificación económica local, mientras que las de localización jalan hacia la especialización funcional.

Las economías de aglomeración se refieren a la existencia de incrementos en los beneficios conforme aumenta la escala de actividad debido al creci-miento de la propia unidad productiva (economías internas) y por el desarrollo de habilidades, oportunidades para la fácil comunicación de ideas, oportuni-

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dades para incrementar la diferenciación de procesos y la especialización de las actividades humanas (Besson, 1992). Las economías de aglomeración no tienen su propio precio de mercado, por lo que han sido medidas por tres vías fundamentales (Begovic, 1991:121-135; Moomaw, 1986; Richardson, 1986:233-255; Soroka, 1994):

• De manera indirecta y considerando la relación entre estructura eco-nómica y tamaño de la ciudad. De acuerdo con esta perspectiva se ha observado que algunas industrias se localizan en grandes ciudades, aprovechando economías de urbanización, mientras que otras en pe-queñas ciudades, a partir de ventajas en cuanto a la disponibilidad de recursos, mano de obra y amenidades. No se puede hablar de una re-lación directa entre tamaño de la ciudad y volumen de producción; es necesario tomar en cuenta, además de las economías de urbanización, otras variables como concentración técnica, estructura industrial, y características del mercado de trabajo.

• A partir de ejercicios econométricos con el uso de funciones de pro-ducción del tipo Coob-Douglas. Con estas mediciones se estiman las economías de escala y los niveles de productividad. Esta alter-nativa ha sido utilizada con menor frecuencia y un inconveniente es que con la estimación de economías de escala no se puede hacer una diferenciación entre economías internas y externas. Otro hallazgo es que el ingreso por trabajador ocupado se relaciona positivamente con el tamaño de la ciudad, lo que si bien puede implicar mayores niveles de productividad, también puede mencionar "pagos com-pensatorios" por las deseconomías que el tamaño urbano genera en el consumo.

• Mediante la observación directa de aglomeración de actividades es-pecíficas al interior de las ciudades y tendencias descentralizadoras; análisis de corte intraurbano por lo que las economías presentan un ámbito más limitado. Entre los principales resultados aparecen la ex-plicación a la descentralización de cierto tipo de actividad industrial por demanda de suelo, acceso a vías de transporte y tamaño del es-tablecimiento, o también el estudio sobre aparición y desarrollo de subcentros alternativos.

Estas aportaciones no han podido dilucidar cuál de los tres tipos de eco-nomías de aglomeración son más importantes. Existe consenso en que las

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economías de aglomeración propician la concentración espacial de las activi-dades en pocos puntos del territorio, característica intrínseca del modo de producción capitalista (Garza, 1985:57), y que las economías de localización generan la concentración sectorial, caracterizada por la concentración de la pro-ducción en pocos grupos industriales y cuya observancia en el espacio que-da supeditada a factores generales del aprovechamiento de ventajas absolutas para la localización interurbana y ventajas comparativas para la localización internacional (Hirschman, 1981:184-200).

El aprovechamiento de alguna de las economías de aglomeración ha propiciado que la estructura económica de las zonas urbanas contenga una mayor o menor cantidad de grupos de actividad. Las actividades especiali-zadas se denominan funciones económicas predominantes y se definen a partir del concepto de ventajas comparativas desarrollado por David Ricardo para explicar el comercio internacional, según el cual un territorio se especia-lizará en la producción de bienes que consigan el menor costo de produc-ción relativo, independientemente del nivel absoluto de costos (Ricardo, 1973:130-140). Las actividades económicas predominantes son aquéllas en las que la ciudad presenta ventajas para su ubicación y desarrollo; estas acti-vidades conforman el sector básico o de exportación. Si dichas actividades son al mismo tiempo las de mayor dinámica local y nacional y/o interna-cional, entonces ese sector básico –o parte de él– se convierte en el sector motriz para el empuje y arrastre del crecimiento económico y demográfico de la ciudad.

La teoría económica espacial ha desarrollado tres vertientes analíticas para el estudio de la estructura y especialización económica de las ciudades. La primera es de corte estático y se focaliza en la geografía dentro de la ciu-dad, es decir, los patrones intraurbanos de localización de las actividades eco-nómicas; adopta los criterios del modelo de Von Thünen sobre la distribución de usos del suelo agrícola circundante a las zonas urbanas, y en general son modelos de tipo compensatorio que toman como punto de partida una ciudad monocéntrica y en donde la localización residencial y las actividades terciarias está en función de la densidad de población, la distancia y la accesibilidad (Alonso, 1970; Shieh, 2003; Standback et al., 1981).

La segunda línea también es de naturaleza estática y enfatiza las relacio-nes entre ciudades y los patrones interurbanos de localización de las activida-des económicas. Las premisas de pensamiento se derivan de las teorías del lu-gar central de Christaller y Lösh y la normativa de localización industrial de Alfred Weber, haciendo una interrelación con los postulados analíticos del

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concepto de sistema de ciudades. Así, los subsistemas de ciudades se pueden definir a partir de las funciones económicas que desempeñan las ciudades, de las interrelaciones entre ellas y del nivel de apertura entre éstas con el resto del país o del mundo.

Por último, la tercera corriente incorpora una dimensión temporal explí-cita y retoma las aportaciones de la teoría de base económica, el multiplicador de empleo y los paradigmas sobre el tamaño óptimo de la ciudad. De acuerdo con esta perspectiva, existe una tensión entre las economías de aglomeración asociadas con la concentración territorial en una ciudad y las deseco-nomías asociadas al tamaño de las grandes ciudades; el efecto neto de estos dos elementos es una función de “U” invertida en la utilidad conforme se incrementa el tamaño de la ciudad. De esta manera, al final cada tipo de ciu-dad tendrá un tamaño óptimo y a ese tamaño cada una producirá la misma utilidad y el tamaño dependerá del tipo de estructura económica que tenga (Henderson, 1974; Fujita et al., 2000).

En general, los estudios urbano-regionales sobre la estructura y espe-cialización económica territorial, es decir, la concentración sectorial en el es-pacio, se sustentan en cuatro supuestos fundamentales: i) existen fuerzas de aglomeración relacionadas con las economías de urbanización (para diferentes sectores) y de localización (para sectores específicos); estas fuerzas dan racio-nalidad a las ciudades (en términos de eficiencia productiva) e inducen efectos centrípetos al resto del territorio; ii) existe otro tipo de fuerzas que motivan la dispersión territorial y que se relaciona con las externalidades o deseconomías de aglomeración asociadas al tamaño de la ciudad; dichas fuerzas procuran efectos centrífugos; iii) las ciudades son economías abiertas en cuanto a la mo-vilidad de bienes y residentes, y iv) el número y localización territorial de las ciudades se toma como una variable exógena, o por algún mecanismo para su estudio que adopta postulados de los conceptos de sistema de ciudades (Giles y Puga, 2000:540).

Dinámica demográfica y participación económica de la Región Centro del país

Los países con economía de mercado se han caracterizado por la concentración de población y actividades económicas en pocos puntos del territorio (Garza, 1985:42), siendo la RCP la más fiel imagen del enunciado anterior para el caso mexicano. Ésta se integra por el Distrito Federal y los estados de Hidalgo,

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México, Morelos, Puebla, Querétaro y Tlaxcala.1 La superficie conjunta de las siete entidades suma 98 490 km2, equivalentes a 5% del territorio nacional. Su población total en 2000 fue 32.9 millones de habitantes, que representa-ban 33.8% de la nacional. La densidad de población en la región se ubicó en 334 hab/km2 frente a 50 al nivel nacional, por lo que su concentración demo-gráfica relativa era siete veces superior a la nacional. Este indicador habla de la elevada concentración demográfica imperante en el país.

La tasa de crecimiento promedio anual (TCPA) de la población nacional entre 1980 y 1990 fue 2.02 y 1.85%, respectivamente, para la década 1990-2000. Durante el primer período la RCP acusó una TCPA de 1.44%, para subir a 1.99% en el segundo (Cuadro 1). Esto significa que la región mostró en los años ochenta un menor dinamismo demográfico con respecto al país en su conjunto, situación que se revirtió en los años noventa.

La población de la RCP era 23.5 millones de habitantes en 1980, lo que significaba 35.2% de la nacional. Para 1990 se incrementó a 27.1 millones, pero al tener una TCPA inferior a la nacional, su aportación disminuyó a 33.3%. Finalmente, para 2000 su población sumó 32.9 millones y su TCPA fue superior a la nacional, por lo que su participación mejoró a 33.9%. Cabe resaltar que para 1990, el Estado de México se presenta como la entidad con el mayor número de habitantes, tanto a nivel regional como nacional, mientras que para 2000 sólo Tlaxcala era menor a un millón de habitantes.

Al observar las TCPA por entidad federativa vemos que entre 1980 y 1990 el Distrito Federal tuvo un crecimiento negativo, derivado tanto por los mo-vimientos de población intrametropolitanos de la Ciudad de México hacia los municipios conurbados del Estado de México, como por los movimientos migratorios hacia otras entidades federativas. Esto significa que en la década en cuestión la Ciudad de México dejó de ser una localidad de atracción de población migrante para convertirse en expulsora.2

1 Esta delimitación de RCP aparece en Bassols (1986) y Unikel et al. (1978). El Programa Nacional de Desarrollo Urbano, 2001-2006 no incluye a Querétaro dentro de la Región Centro. Sin embargo, el desarrollo industrial de sus dos principales localidades –las zonas metropolitanas de Querétaro y San Juan del Río– ha estado muy vinculado con el creci-miento económico de la Ciudad de México, por lo que existe una interrelación muy estre-cha entre dichas localidades, aspecto que refuerza la tendencia a considerar a las ciudades queretanas como más integradas al sistema de ciudades de la Región Centro del país.2 Una estimación realizada por quien elabora este documento encontró que la expulsión neta de población del área urbana de la Ciudad de México entre 1980 y 1990 fue de 432 287 habitantes (Sobrino, 1996:115).

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Por otro lado, las seis entidades restantes de la región obtuvieron una TCPA superior al promedio nacional. El menor ritmo demográfico de la RCP respecto al país en la década de los ochenta se atribuye, entonces, exclusi-vamente a los movimientos migratorios del Distrito Federal, mientras que el resto de las entidades federativas observaron un crecimiento poblacional significativo, al tiempo de fungir como destino de una buena parte de los mi-grantes de la capital del país.

Los cambios observados en el patrón de distribución regional de la pobla-ción en los ochenta se mantuvieron durante los noventa, aunque con algunos matices. Como se mencionó anteriormente, la TCPA de la RCP durante este período superó a la nacional; el Distrito Federal tuvo ahora un incremento absoluto en su población; Hidalgo, Puebla, Querétaro y Tlaxcala redujeron su ritmo de crecimiento, quedando incluso el primero por abajo del crecimiento nacional relativo, en tanto que los estados de México y Morelos aumentaron su tasa con respecto a la década anterior.3 Lo interesante a resaltar aquí es que la dinámica poblacional conjunta de las entidades federativas integrantes de la RCP durante la década 1990-2000 fue, otra vez, superior a la experimentada por el país en su conjunto, lo que repercutió en un aumento en su concentra-3 Sin embargo, el saldo neto migratorio del área urbana de la Ciudad de México en este período siguió siendo negativo, según cálculos propios, pero ahora por una cantidad de 121 165 habitantes.

Cuadro 1. Región Centro: población y tasas de crecimiento, 1980-2000

Entidad Población Tasa de crecimiento1980 1990 2000 1980-1990 1990-2000

México 66 846 833 81 249 645 97 483 412 2.02 1.85Región Centro 23 533 883 27 073 577 32 936 450 1.44 1.99

Distrito Federal 8 831 079 8 235 744 8 605 239 -0.71 0.44Hidalgo 1 547 493 1 888 366 2 235 591 2.06 1.72México 7 564 335 9 815 795 13 096 686 2.70 2.95Morelos 947 089 1 195 059 1 555 296 2.41 2.69Puebla 3 347 685 4 126 101 5 076 686 2.16 2.11Querétaro 739 605 1 051 235 1 404 306 3.66 2.96Tlaxcala 556 597 761 277 962 646 3.26 2.39

Fuente: censos generales de población y vivienda 1980, 1990 y 2000.

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ción demográfica. Todo parece indicar que la desconcentración demográfica ocurrida en la década de los ochenta obedeció más a los efectos de la crisis económica que a un proceso global de desconcentración de las actividades humanas a lo largo del territorio nacional.

La localización de las actividades económicas en cualquier país con eco-nomía de mercado se caracteriza por un proceso de concentración territorial más pronunciado que la demográfica. La concentración económica responde a la utilización y desarrollo de un vasto conjunto de economías de escala, ligadas a la aglomeración, que se desenvuelven en las principales zonas ur-banas. Estas ventajas, como se mencionó en el acápite anterior, se dividen en economías de urbanización (para cualquier tipo de actividad económica) y de localización (o ventajas específicas para cierto tipo de ramas de actividad).

El modelo económico de sustitución de importaciones seguido por el país desde la década de los cuarenta se caracterizó, desde el punto de vista territo-rial, por una elevada concentración de la actividad económica en pocos puntos y teniendo como nodo preeminente a la RCP en general y a la Zona Metro-politana de la Ciudad de México en particular. En 1980, el producto interno bruto (PIB) sumó 891 085 millones de pesos, de los cuales 406 760 millones se generaron en las siete entidades que conforman la RCP, con una participación de 45.7% en la riqueza nacional (Cuadro 2).

La concentración económica de la RCP era superior a la demográfica, por lo que el PIB per cápita (PIB entre población total) regional se ubicó en 17 284 pesos frente a 13 330 del contexto nacional. En otras palabras, la RCP tenía una eficiencia económica 23% mayor con respecto al país en su conjunto.4

El agotamiento del modelo económico de sustitución de importaciones y la crisis en las finanzas públicas motivaron que entre 1980 y 1988 el PIB nacional acusara una TCPA de tan solo 0.9%, para pasar a 958 230 millones de pesos en el último año. La crisis económica se resintió prácticamente en todas las grandes divisiones de la actividad económica, sobre todo en la industria manufacturera, construcción y comercio. Como el producto creció a un menor ritmo que la población, el PIB per cápita nacional disminuyó a 11 794 pesos, es decir, 12% inferior al de 1980.5

Este período de lento crecimiento económico tuvo también manifesta-ciones significativas en el ámbito territorial. La RCP generó en 1988 un PIB

4 Todos los valores monetarios están expresados a precios constantes de 1993.5 Este PIB per cápita se calculó al dividir el PIB nacional de 1988 entre la población del país en 1990.

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absoluto de 408 324 millones de pesos, apenas 1 564 millones de pesos supe-rior al de 1980, y su participación en el agregado nacional disminuyó a 42.6% (Cuadro 2). Sin embargo, el dinamismo al interior de la región fue diferencial, siendo que el Distrito Federal y los estados de México, Puebla y Tlaxcala mos-traron una pérdida en su aportación al producto nacional, situación inversa registrada en Hidalgo, Morelos y Querétaro. Estos datos indican que la crisis económica de los ochenta se resintió particularmente en las entidades fede-rativas del centro del país en donde se ubican las principales zonas metropoli-tanas de la región (Ciudad de México y Puebla). Las actividades más afectadas por la crisis económica en la RCP fueron comercio, construcción, industria manufacturera y agricultura. Por otro lado, la única gran división que mostró un desempeño aceptable fue la de los servicios financieros. Como corolario, su PIB per cápita se desplomó a 15 082 pesos, 13% menor al de 1980.

El nuevo modelo económico de apertura comercial y control de la infla-ción, adoptado desde finales de 1987, ha propiciado tasas de crecimiento mo-destas y determinadas, en lo interno, por desequilibrios en las variables ma-croeconómicas y, en lo externo, por la marcha de la economía estadounidense que se ha consolidado como el destino casi exclusivo de las exportaciones del país. Con ello, entre 1988 y 1998 el PIB nacional logró una tasa de crecimiento de 3.4%, ritmo que al ser mayor que el demográfico permitió que el PIB per cá-

Cuadro 2. Región Centro: producto interno bruto, 1980-1998 (en millones de pesos de 1993)

Entidad Valores absolutos Porcentajes verticales1980 1988 1998 1980 1988 1998

México 891 085 958 230 1 334 586 100.00 100.00 100.00 Región Centro 406 760 408 324 568 554 45.65 42.61 42.60

Distrito Federal 241 876 229 945 313 952 27.14 24.00 23.52 Hidalgo 13 349 14 637 19 702 1.50 1.53 1.48 México 98 411 102 983 141 495 11.04 10.75 10.60 Morelos 10 044 12 941 18 412 1.13 1.35 1.38 Puebla 30 296 29 675 45 187 3.40 3.10 3.39 Querétaro 8 442 13 537 22 610 0.95 1.41 1.69 Tlaxcala 4 343 4 605 7 195 0.49 0.48 0.54

Fuente: sistema de cuentas nacionales de México, producto interno bruto por entidad federativa.

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pita se recuperara a un monto de 13 690 pesos, cantidad ligeramente superior a la de 1980. Dicho crecimiento se sustentó en la industria manufacturera, así como en los servicios financieros y en los servicios sociales y comunales.

La expresión territorial de la cierta recuperación económica nacional en el período 1988-1998 tuvo como escenario ganador a las entidades federativas del norte del país, especializadas en la localización de empresas maquiladoras, mientras que la RCP acusó una tasa de crecimiento similar a la del país en su conjunto, por lo que su participación en el agregado nacional se mantuvo en 42.6%; nuevamente el Distrito Federal y el Estado de México registraron ta-sas de crecimiento económico inferiores a la del país en su conjunto, situación manifestada también por Hidalgo, en tanto que Puebla y Tlaxcala se trans-formaron de entidades perdedoras en los ochenta a ganadoras en los noventa, y Morelos y Querétaro conservaron su ritmo de crecimiento por arriba del total nacional. Asimismo, el PIB per cápita regional para el último año fue 17 262 pesos, monto, que al igual que en el contexto nacional, resultó prácti-camente similar al de 1980. Esto significa que para 1998 el país y la RCP ha-bían superado las dificultades macroeconómicas de la década perdida, lo que se manifestaba en el PIB per cápita, pero no así en las desigualdades entre los grupos sociales, las cuales siguieron con la tendencia de agudización mostrada desde principios de la década de los ochenta.6

La serie de tiempo analizada ha permitido establecer que en los períodos de recesión económica nacional, la TCPA del PIB es inferior a la de la pobla-ción en su conjunto y las grandes divisiones más afectadas son construcción, comercio y servicios sociales y comunales. La expresión territorial de los pro-blemas macroeconómicos del país se traduce en una pérdida de competitivi-dad de la RCP, cuya estructura económica se ve afectada también en las tres grandes divisiones arriba mencionadas del contexto nacional, a la que se añade la industria manufacturera.

La composición económica entre las entidades federativas de la RCP no es homogénea, sino que coexisten territorios con elevada especialización en un sector (gran división), mientras que otros presentan una estructura más diver-sificada; la especialización en un sector específico es resultado del aprovecha-miento de economías de localización, en tanto que la diversificación ocurre por la explotación de economías de urbanización y por interacciones entre sectores (Duranton y Puga, 2002: 536).

6 Esto se puede comprobar con el uso de información proporcionada por las encuestas de ingreso-gasto de los hogares elaboradas por el INEGI.

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86 . Luis Jaime Sobrino

La forma más sencilla para establecer el sector en el que se especializa un territorio consiste en seleccionar aquél que tiene la mayor participación en la estructura local; esto se denomina especialización absoluta.7 Para el caso mexi-cano, en 1980 el sector (gran división) más importante era comercio, que gene-raba 23.8% del PIB nacional; en 1988 el sector especializado absoluto cambió a servicios y con una concentración sectorial de 23.6%, y finalmente en 1998 el sector manufacturero se convirtió en el más significativo y con una participa-ción de 21.3%. Estos datos muestran, por un lado, crecimientos diferenciales entre los sectores de la economía nacional y que implicaron que ningún sector haya repetido como el más importante en la generación de riqueza del país y, por otro lado, que la participación del sector más representativo ha ido dismi-nuyendo, propiciando así una diversificación en la estructura económica.

Las entidades de la RCP se caracterizan por haber tenido una especializa-ción absoluta en sólo dos sectores –industria manufacturera y servicios perso-nales, sociales y comunales– al tiempo de mostrar una estabilidad en el sector especializado; el Distrito Federal y Morelos se especializaron en servicios en los tres años de estudio, en tanto que Hidalgo, México y Querétaro en industria, y Puebla y Tlaxcala observaron un cambio entre industria y servicios. Asimis-mo, el índice de especialización observó un incremento en el tiempo en Puebla, Querétaro y Tlaxcala, lo que indica una tendencia a la mayor concentración sectorial en su estructura productiva (véase la parte superior del Cuadro 3).

Es claro que ciertos sectores contienen una participación mayor que otros, tal y como se muestra en la especialización absoluta de la estructura productiva del país. Para corregir esto es útil obtener una medida de especialización relativa.8

Como se observa en el Cuadro 3, los sectores especializados en el Distrito Federal y los estados de México, Querétaro y Tlaxcala son básicamente los mismos, tanto en términos absolutos como relativos, mientras que existe una diferencia relevante en Hidalgo y Morelos: la primera entidad tiene una espe-cialización absoluta en industria, pero relativa en electricidad y, por ejemplo, en 1998 la participación de éste en la estructura local era 3.4 veces mayor que su participación en el total nacional; por su parte, Morelos presenta una especialización absoluta hacia el sector servicios, pero relativa en construcción hasta 1988 y una cierta regresión en su estructura económica al aparecer el

7 La especialización absoluta se obtiene con el siguiente índice: EAi = Maxj(sij), en donde sij es la participación del sector j en la estructura económica del territorio i.8 El índice de especialización relativa se obtiene con: ERi = Maxj(sij/sit), en donde sit es la participación del sector i en la estructura total nacional.

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Diversidad y especialización económica en el subsistema de ciudades de la Región Centro . 87

Cuadro 3. Región Centro: actividades especializadas, 1980-1998

Entidad 1980 E 1988 E 1998 E

Especialización absolutaDistrito Federal Servicios 30.2 Servicios 34.8 Servicios 29.5Hidalgo Industria 27.9 Industria 22.6 Industria 28.3México Industria 31.2 Industria 30.5 Industria 33.6Morelos Servicios 21.1 Servicios 30.8 Servicios 22.7Puebla Industria 21.2 Servicios 22.0 Industria 25.3Querétaro Industria 28.4 Industria 29.1 Industria 33.6Tlaxcala Servicios 19.6 Industria 26.3 Industria 30.1

Especialización relativaDistrito Federal Servicios 1.4 Servicios 1.5 Finanzas 1.4Hidalgo Electricidad 4.8 Electricidad 4.8 Electricidad 3.4México Industria 1.6 Industria 1.6 Industria 1.6Morelos Construcción 1.7 Construcción 1.3 Agropecuaria 1.5Puebla Agropecuaria 1.4 Finanzas 1.3 Industria 1.2Querétaro Industria 1.5 Industria 1.6 Industria 1.6Tlaxcala Agropecuaria 1.7 Industria 1.4 Industria 1.4

Fuente: cálculos elaborados con información del sistema de cuentas nacionales de México, pro-ducto interno bruto por entidad federativa.

sector agropecuario en 1998 como el de mayor especialización relativa; por último, Puebla ha sido la entidad con mayor inconsistencia en cuanto a su sector especializado.

Delimitación del subsistema de ciudades de la Región Centro del país

Un problema metodológico –consiste en la selección y delimitación de las áreas urbanas pertenecientes al subsistema de ciudades de la RCP. Hacia finales de la década de los setenta apareció publicado un libro que en gran medida ha determinado el rumbo y la metodología de los estudios urbano-regionales en México. En él se cuestionó la operatividad de la definición oficial de población urbana, aquélla que vive en localidades de 2 500 y más habitantes, y con base

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88 . Luis Jaime Sobrino

en un ejercicio clasificatorio con características de continuum a través de la verificación gráfica entre tamaño de localidad y variables seleccionadas como características diferenciales entre lo urbano y rural, se llegó a la conclusión de que las localidades en México con características eminentemente urbanas son las localidades censales con un tamaño mínimo de población de 15 000 habi-tantes (Unikel et al., 1978:337-355).

Existe clara evidencia de que varias localidades urbanas de la RCP han rebasado su límite político-administrativo, conformado áreas metropolitanas. Para la delimitación de dichas áreas metropolitanas se adoptó, en primer lu-gar, el concepto de área urbanizada, que corresponde al concepto económico de área urbana y que fue utilizado por primera ocasión en la Oficina de Cen-sos de los Estados Unidos en 1950, para diferenciar lo urbano con respecto a lo rural en las inmediaciones de las grandes ciudades. El área urbanizada consis-te en una ciudad central (o a veces dos) de al menos 50 mil habitantes y el área habitada circundante y cercana. La ciudad central y las localidades periféricas pueden estar o no físicamente unidas y se refiere a la actual población urbana de un territorio, independientemente de los límites político-administrativos, y a la interrelación funcional subyacente entre las localidades (Adams et al., 1999:698; Mills y Hamilton, 1994:6; Palen, 1997:135-136).

El concepto de área urbanizada permite avanzar en el conocimiento sobre la estructura y conformación del sistema urbano nacional. Los pasos para la delimitación de las áreas urbanizadas de la RCP en 2000 fueron los siguientes: i) las áreas urbanizadas se conformarían con una ciudad central y localidades periféricas con una población conjunta de al menos 50 mil habitantes y que la ciudad central tuviera al menos 25 mil habitantes; ii) definir como localida-des potencialmente periféricas, unidas o no físicamente a la ciudad central, a las localidades censales de mil y más habitantes que presentan características socioeconómicas suficientes para ser consideradas urbanas o mixtas; y iii) es-tablecer una medida probabilística de interrelación funcional entre la ciudad central y las localidades periféricas.

El ejercicio anterior dio como resultado la definición en la RCP de 20 áreas urbanizadas, conformadas por 593 localidades censales ubicadas en las 16 dele-gaciones del Distrito Federal y 159 municipios. De ellas, las áreas urbanizadas de la Ciudad de México, Puebla y San Martín Texmelucan son de corte inter-estatal por estar conformadas por localidades pertenecientes a tres entidades federativas distintas en el primer caso y dos en el segundo y tercero. Por número de localidades censales integrantes, la Ciudad de México es el área urbanizada más compleja y expandida con 194 asentamientos, seguida por Toluca con 82,

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Diversidad y especialización económica en el subsistema de ciudades de la Región Centro . 89

Puebla con 41 y San Martín Texmelucan con 30. Desde el punto de vista de los municipios en donde se asientan las localidades censales pertenecientes a las áreas urbanizadas, la Ciudad de México nuevamente abarca la mayor cantidad de células político-administrativas con 58 (16 de las cuales corresponden a las delegaciones del Distrito Federal), quedando muy abajo Puebla con 19, Tolu-ca con 12 y San Martín Texmelucan y Tlaxcala con nueve (Cuadro 4).

Entre 1980 y 2000, la dinámica demográfica conjunta de estas 20 áreas urbanizadas fue ligeramente superior a la del país en su conjunto, por lo que su participación poblacional, o concentración demográfica, se elevó de 24.6% en 1980 a 24.9% en 2000. Prácticamente todas las áreas urbanizadas tuvieron un ritmo de crecimiento por arriba del ocurrido en el contexto nacional, salvo la Ciudad de México y Amecameca (Cuadro 4). El hecho de que la Ciudad de México, el nodo jerárquico del sistema urbano nacional, haya crecido por abajo de la tasa de crecimiento poblacional del país como un todo, habla de una segunda etapa en el ciclo del desarrollo urbano nacional, caracterizado por una polarización regresiva en los niveles de concentración, gracias a la actuación de fuerzas centrípetas y centrífugas (Geyer y Kontuly, 1993); las fuerzas centrípetas se comprueban con el significativo ritmo de crecimiento poblacional de algunas de las áreas urbanizadas de la RCP como San Juan del Río, Tehuacán, Querétaro y Toluca, en tanto que las fuerzas centrífugas se perciben con el cambio en los niveles de participación demográfica de otros subsistemas del país, como los de la Frontera Norte y el Sureste.

En términos absolutos, entre 1980 y 2000 la población del país se incre-mentó en 31.2 millones de habitantes, de los cuales 7.9 se ubicaron en las 20 áreas urbanizadas de la RCP y 4.4 millones en la Ciudad de México. Si bien es cierto que esta ciudad mostró un ritmo de crecimiento inferior al experimen-tado por el país en su conjunto, no se debe perder la perspectiva absoluta, ya que dicho crecimiento fue 1.2 veces superior al volumen de población del área urbanizada de Guadalajara en 2000, la segunda metrópoli más poblada del país; en otras palabras, el crecimiento absoluto de la Ciudad de México entre 1980 y 2000 fue mayor que toda la población existente en la segunda área urbanizada del país en 2000.

Estructura ocupacional y concentración regional

En México se dispone de varias fuentes de información sobre la estructura ocupacional nacional, por estados e incluso por ciudades. Desde el punto de

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90 . Luis Jaime Sobrino90 . Luis Jaime Sobrino

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vista de la oferta ocupacional, es decir, el lugar de residencia de la población ocupada, los censos de población se constituyen en el principal instrumento para el acopio de información, en tanto que para las ciudades se cuenta también con los resultados de las encuestas nacionales de empleo urbano (De Oliveira y García, 1996:229-262). Por otro lado, los censos económicos representan la herramienta por excelencia para el estudio de la demanda ocupacional, o el sitio de trabajo del personal ocupado formal, habiendo una notable desagre-gación sectorial y territorial, incluyendo en la última los ámbitos nacional, entidad federativa, municipio y AGEB urbana.

En este estudio se utilizó como fuente de información la población ocu-pada formal por municipio de los subsectores industrial, comercial y de ser-vicios para los años 1980, 1985, 1993 y 1998. Dicha información se clasificó en 20 grupos de actividad, de los cuales nueve corresponden al subsector de la industria manufacturera (31 al 39), cinco al de comercio (61 a 65) y seis al de servicios (91 a 96):

31 Alimentos, bebidas y tabaco32 Textil, vestido y calzado33 Madera y sus productos34 Papel, imprenta y editoriales35 Química, hule y plástico36 Minerales no metálicos37 Metálica básica38 Metálicos, maquinaria y equipo39 Otras industrias manufactureras61 Comercio no alimenticio al mayoreo62 Comercio alimenticio al mayoreo63 Supermercados y tiendas de departamentos64 Comercio alimenticio al menudeo65 Comercio no alimenticio al menudeo91 Restaurantes y hoteles92 Servicios inmobiliarios93 Servicios al productor94 Servicios de educación y salud95 Servicios de recreación y esparcimiento96 Servicios personales y sociales

El personal ocupado en el contexto nacional de estos tres subsectores en 1980 sumó 4.6 millones de personas, incrementándose a 11.8 millones en 2000,

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92 . Luis Jaime Sobrino

con un crecimiento absoluto de 7.2 millones y relativo de 156% (Cuadro 5). La tasa bruta de ocupación para el conjunto de estos subsectores (población ocupada entre población total) se incrementó de 6.9% en 1980 a 12% en 1998, es decir, una ganancia de casi 100%. Este importante cambio en la tasa bruta de ocupación hablaría de un crecimiento significativo en la de-manda ocupacional en el país, o en otras palabras de un fuerte dinamismo en el mercado de trabajo.

Sin embargo, en realidad dicho dinamismo no fue de tal magnitud, pues-to que las cifras de los censos económicos no son perfectamente comparables entre sí por haber existido un mayor cuidado, desde los censos económicos de 1994, en el empadronamiento y levantamiento del censo de los establecimien-tos existentes. En otras palabras, a partir de 1994 se tiene mayor rigor para abarcar el universo de establecimientos económicos existentes en el país.

A pesar del inconveniente antes mencionado, la información presenta un cambio significativo en la estructura ocupacional del país entre 1980 y 1998, etapa que se caracterizó por la crisis de las finanzas públicas y el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones durante buena parte de la década de los ochenta; el cambio de la política económica hacia la apertura comercial y la desregulación económica desde finales de los ochenta, y el error de diciem-bre de 1994 y la subsiguiente crisis financiera (Sobrino, 2002:11-24).

En 1980 sólo tres grupos de actividad demandaron, cada uno, más de 500 mil empleos y concentraron 10% o más de la demanda ocupacional total (38, productos metálicos, maquinaria y equipo; 64, comercio alimenticio al menudeo, y 65, comercio no alimenticio al menudeo); entre los tres partici-paron con 36.3% de la ocupación total, más de una tercera parte. En el polo opuesto, cuatro grupos ocuparon menos de 100 mil trabajadores y proporcio-naron menos de 2% cada uno (39, otras industrias manufactureras; 95, servi-cios de recreación y esparcimiento; 92, servicios inmobiliarios, y 33, madera y sus productos), generando en conjunto apenas 5.7% de los empleos totales. A pesar de estas discrepancias, la estructura ocupacional mostró un claro patrón de diversificación sectorial.

Para 1998 la estructura ocupacional del país mostró ciertos cambios. Por principio de cuentas, los tres grupos más importantes de 1980 se mantuvieron en esta fecha y a ellos se agregó el 93, servicios al productor, cobijando cada uno más de un millón de trabajadores y una participación de al menos 10% en cada uno; 42.8% de los trabajadores del país en estos subsectores laboraban en alguno de los cuatro grupos más importantes. En contraparte, tres grupos no concentraron ni el uno por ciento del total de ocupados (37, metálica básica;

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39, otras industrias manufactureras y 92, servicios inmobiliarios), por lo que su aportación conjunta representó apenas 1.6% del empleo total (Cuadro 5).

Sin duda, el hecho más significativo lo escenificó el grupo de servicios al productor, englobando el mayor crecimiento absoluto y relativo, situación co-mún de los países altamente desarrollados (Sassen, 2001:130-140). Entre 1980 y 1998 este grupo mostró un crecimiento absoluto en su demanda ocupacional de más de un millón de empleos, cifra que representó un crecimiento relativo de 700%. Desde el punto de vista del crecimiento absoluto, el grupo 65, comercio no alimenticio al menudeo, se ubicó en segundo lugar con una apertura de cerca de 900 mil nuevas fuentes de trabajo, en tanto que en términos relativos el grupo con mayor dinamismo, después de los servicios al productor, recayó en el 61, comercio no alimenticio al mayoreo, con casi 260% de incremento por-centual. Cabe destacar también que el grupo 37, metálica básica, fue el único con una contracción absoluta en el número de puestos de trabajo, reducción en más del 50% y se explica por sus importantes transformaciones al interior de su proceso de producción, así como por la propensión del gobierno federal para liquidar y transferir a la iniciativa privada este tipo de actividades.

Ahora bien, al aglutinar a los grupos de actividad por subsectores se per-cata que para ambos años, 1980 y 1998, el subsector de la industria manu-facturera es el de mayor demanda ocupacional absoluta, pero su crecimiento absoluto, poco más de dos millones de trabajadores, y relativo, 97.4%, fue inferior al de los subsectores comercial y de servicios, por lo que su parti-cipación en el empleo total se redujo de 45.7% en 1980 a 35.3% en 1998. El subsector de servicios contó con el mayor dinamismo absoluto, 2.8 millones, y relativo, 266%, mientras que el incremento ocupacional en comercio, de poco más de 2.3 millones, observó un crecimiento relativo marginalmente por arriba del total, 160%. Así, en 1998 los servicios ocuparon el segundo lugar por generación de empleos y con una participación de 32.7%, relegando al comercio al tercero y con una aportación de 32.1%.

Los grupos también se pueden agrupar por actividades tradicionales y modernas. Las actividades tradicionales se componen por alimentos, bebidas y tabaco, textil, vestido y calzado, madera y sus productos, minerales no me-tálicos, metálica básica, comercio alimenticio al menudeo, comercio no ali-menticio al menudeo, restaurantes y hoteles, servicios de educación y salud, servicios de recreación y esparcimiento y servicios personales y sociales (gru-pos 31, 32, 33, 36, 37, 64, 65, 91, 94, 95 y 96). Por su parte, los grupos mo-dernos son papel, imprenta y editoriales, química, hule y plástico, metálicos, maquinaria y equipo, otras industrias manufactureras, comercio no alimenti-

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Diversidad y especialización económica en el subsistema de ciudades de la Región Centro . 95

cio al mayoreo, comercio alimenticio al mayoreo, supermercados y tiendas de departamentos, servicios inmobiliarios y servicios al productor (grupos 34, 35, 38, 39, 61, 62, 63, 92 y 93).

En 1980 las actividades tradicionales demandaron 64% del empleo total, 7.3 millones de trabajadores, en tanto que las modernas 36% o 4.5 millones. En términos absolutos las actividades tradicionales generaron una mayor can-tidad de nuevos puestos de trabajo entre 1980 y 1998, 4.3 millones, y con un ritmo de crecimiento ligeramente por abajo del total, por lo que su aportación cayó a 61.9%. Como corolario, las actividades modernas alcanzaron un creci-miento relativo mayor, 170%, y su contribución se elevó a 38.1%. Sin embargo, el avance de las actividades modernas se explica fundamentalmente por el exitoso desempeño de los servicios al productor, ya que si se elimina éste en el agregado de dichas actividades, su crecimiento relativo se ubica por abajo del total nacional, 119%. En otras palabras, el avance de las actividades modernas en la estructura ocupacional del país entre 1980 y 1998 se debió por los servi-cios al productor y en mucho menor medida por el comercio no alimenticio al mayoreo y los supermercados y tiendas de departamentos; el resto de este tipo de actividades observó un ritmo de crecimiento ocupacional inferior al total de la estructura ocupacional.

La dinámica ocupacional en las áreas urbanizadas de la RCP fue un tan-to cuanto diferencial. En términos generales dichas localidades concentra-ban en 1980 a 46.2% de la demanda ocupacional nacional de los subsectores industrial, comercial y de servicios, reduciendo drásticamente su aportación en 1998 a 33.9%, es decir, una pérdida de poco más de doce puntos porcen-tuales. Estas participaciones hablan, en un primer momento, de un proceso de desconcentración territorial de la demanda ocupacional hacia el resto del territorio nacional, pero también de graves problemas en el comportamiento de los mercados de trabajo en dichas ciudades.

Sin embargo, al analizar la evolución ocupacional para cada área urbanizada las apariencias anteriores se diluyen. La drástica disminución en los niveles de concentración ocupacional obedeció al desempeño de la Ciudad de México, cuya contribución en el empleo nacional se contrajo de 38 a 24.6% entre 1980 y 1998, a pesar de haber generado más de un millón de nuevos puestos de tra-bajo, complementado con Amecameca, Atlixco y Ciudad Sahagún, en donde su magro comportamiento ocupacional repercutió en una pérdida de partici-pación en el total nacional de 0.6% en 1980 a 0.3% en 1998 (Cuadro 6).

Cabe destacar la crisis ocupacional reportada en Ciudad Sahagún, al per-der poco más de ocho mil puestos de trabajo en el período de estudio, permi-

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96 . Luis Jaime Sobrino

tiendo concluir el fracaso, al menos en esta localidad, del programa de parques y ciudades industriales instrumentado por el gobierno federal a partir de la década de los cincuenta (Garza, 1992). En contrapartida, las áreas urbani-zadas de Puebla y Toluca incrementaron su demanda ocupacional en más de 100 mil empleos cada una, mientras que Teziutlán, Apizaco, Tepeji del Río y Tehuacán registraron un ritmo de crecimiento dos veces superior al ocurrido en el total nacional (Cuadro 6).

El crecimiento absoluto del personal ocupado entre 1980 y 1998 en las 20 áreas urbanizadas de la RCP sumó 1.9 millones de personas. Tal y como suce-dió en el contexto nacional, el mayor crecimiento en la demanda ocupacional ocurrió en el grupo 93, servicios al productor, y 65, comercio no alimenticio al menudeo; a diferencia del total nacional, el tercer grupo con mayor creci-miento fue el 96, servicios personales y sociales, mientras que cuatro registra-ron un menor volumen de ocupación en 1998 con respecto a 1980: 38, metá-licos, maquinaria y equipo; 37, metálica básica; 92, servicios inmobiliarios, y 39, otras industrias manufactureras (Cuadro 7).

La dinámica ocupacional en el conjunto de las áreas urbanizadas de la RCP, con respecto al escenario nacional, mostró generalidades en cuanto a su desglose por subsectores, pero especificidades en lo concerniente al tipo de actividad. En efecto, el subsector de servicios registró, como en el país, el mayor crecimiento absoluto, casi un millón de nuevos empleos, y relativo en la demanda ocupacional, cuya magnitud le significó pasar del tercer lugar en aportación en 1980 al primero en 1998. Asimismo, el menor crecimiento absoluto se registró en la industria manufacturera con apenas 215 738 nuevos trabajadores. Sin embargo, lo más relevante es el comportamiento ocupacional según tipo de actividad, siendo que los grupos tradicionales, contrariamente a lo presenciado por el país en su conjunto, lograron un mayor ritmo de creci-miento frente a los grupos modernos, por lo que su participación se elevó de 54.8 a 58.6%; como corolario, las actividades modernas vieron una merma en su aportación de 45.2 a 41.4%.

Especialización y diversificación ocupacional en las áreas urbanizadas de la Región Centro del país

En los estudios empíricos se han encontrado patrones de comportamiento en la estructura económica local, mismos que han tratado de ser explicados con referentes teóricos o que han dado luz para la formulación de nuevas perspec-

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tivas teóricas de pensamiento (Black y Henderson, 1998; Duranton y Puga, 2000:533-555). Estos patrones son retomados para describir la estructura y cambio ocupacional de las áreas urbanizadas de la RCP.

El primer patrón se refiere a la coexistencia interurbana entre especiali-zación y diversificación. La especialización o diversificación económica local no es aleatoria; en términos muy genéricos, la especialización es producto del aprovechamiento de economías de localización, o interrelaciones al interior de un grupo de actividad, en tanto que la diversificación se explica por el uso de economías de urbanización, o interrelaciones entre sectores.

Para estudiar la estructura económica u ocupacional local con detalle se calcularon índices de especialización absoluta y relativa, tal y como se elaboró en el párrafo precedente. Con base en lo anterior, en 1998 el país mostró una especialización absoluta en el grupo 65, comercio no alimenticio al mayoreo, siendo esta una actividad de tipo tradicional, misma situación evidenciada por las áreas urbanizadas de Pachuca y Cuernavaca, en tanto que la especialización absoluta más repetida en las áreas urbanizadas de la RCP se registró con el grupo 32, textil, vestido y calzado, al ser el índice máximo en Teziutlán, Tehuacán, Tepeji del Río, San Juan del Río, Tlaxcala, San Martín Texmelucan, Apizaco y Tulancingo. Por su parte, Amecameca, Huauchinan-go, Atlixco y Cuautla mostraron una especialización absoluta en el grupo 64, comercio alimenticio al menudeo, y Huamantla en el 31, alimentos, bebidas y tabaco. Las únicas ciudades con especialización absoluta en actividades mo-dernas fueron Ciudad Sahagún, Puebla, Toluca y Querétaro, todas ellas en el grupo 38, metálicos, maquinaria y equipo, así como la Ciudad de México en el grupo 93, servicios al productor (Cuadro 8).

Al aplicar el índice de especialización relativa y compararlo con el de es-pecialización absoluta se desprenden algunas conclusiones sobre el patrón de especialización de las áreas urbanizadas de estudio. Por principio de cuentas, sólo seis de las 20 ciudades tienen un grupo distinto en el IEA con respecto al IER (Amecameca, Puebla, Pachuca, Toluca, Cuernavaca y Ciudad de México); esto significa que en las 14 restantes el grupo de actividad con mayor especia-lización absoluta mantiene, al mismo tiempo, la mayor participación relativa intraurbana con respecto a la estructura ocupacional del país.

En segundo lugar, el área urbanizada con el IER más alto es Teziutlán, cuyo valor significa que la participación en el empleo intraurbano del gru-po 32, textil, vestido y calzado es ocho veces mayor que en la contraparte nacional. Las siguientes ciudades con mayor especialización relativa fueron Tehuacán, Tepeji del Río y Huamantla, todas ellas con un IER mayor a cinco y

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100 . Luis Jaime Sobrino

especializadas en actividades tradicionales relacionadas con la transformación industrial de recursos naturales. Nótese también la especialización relevante en grupos modernos para Ciudad Sahagún y Amecameca, así como del apro-vechamiento de recursos minerales para su proceso manufacturero en Apiza-co, Puebla y Cuernavaca (Cuadro 8).

En tercer lugar, las ciudades con menor especialización relativa fueron Querétaro y Ciudad de México, apareciendo en ambas un grupo moderno, seguidas por Cuernavaca, Cuautla, Atlixco y Toluca. En todas estas ciudades su actividad especializada participó con poco menos de dos veces con respecto a su nivel de concentración sectorial en la estructura ocupacional nacional.

Ahora bien, la diversificación ocupacional intraurbana se puede medir con un índice de diversificación relativa (IDR):

IDRj = 1 / ∑| (eij/ej) ‒ (Ei/Et)|

Si la estructura ocupacional de la ciudad j está altamente concentrada, es decir, existe una elevada concentración sectorial, entonces el IDR será alrede-dor de uno, y este índice se incrementa conforme las actividades en la ciudad llegan a ser más diversificadas. Nótese que bajo esta medición, la diversifica-ción y especialización están un tanto cuanto relacionadas, a mayor especiali-zación menor diversificación, pero no necesariamente son opuestos.

Al aplicar el índice a la estructura ocupacional intraurbana de las ciu-dades de estudio en 1998, se obtuvo que la de mayor diversificación fue Tolu-ca, seguida por Puebla, Ciudad de México, Querétaro, Cuernavaca y Pachuca, esto es, las principales capitales de las entidades federativas de la región, en tanto que la menor diversificación se presentó en Teziutlán, Ciudad Sahagún y Huamantla (Cuadro 8).

De esta manera, se puede concluir que en el subsistema de ciudades de la RCP coexisten ciudades altamente especializadas en su estructura ocupa-cional, como Teziutlán, Tehuacán, Tepeji del Río y Huamantla, y altamente diversificadas, siendo en este caso Toluca, Puebla y Ciudad de México. Cabe destacar también que el grupo de actividad con especialización absoluta y re-lativa máxima es el mismo en 14 de las 20 áreas urbanizadas, al tiempo que el grupo de actividad más repetido como actividad especializada relativa es el 32, textil, vestido y calzado, habiendo siete ciudades en dicha situación, quedan-do en segundo lugar el grupo 64, comercio alimenticio al menudeo con tres ciudades. Se debe añadir que 16 ciudades presentan un IER máximo en algún grupo de la industria manufacturera, en tanto que sólo seis ostentan dicho

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102 . Luis Jaime Sobrino

comportamiento en grupos de actividad modernos (Ciudad Sahagún, Queré-taro, Amecameca, Ciudad de México, Pachuca y Toluca).

El segundo patrón se refiere a la relación intraurbana entre tamaño y diversificación de la estructura económica. En términos generales, diversos estudios empíricos han encontrado que las ciudades con mayor tamaño de población tienen una estructura económica más diversificada, o con menores niveles de concentración sectorial, en tanto que las ciudades con índices de es-pecialización relativa tienden a ser de similar tamaño. Las ciudades pueden ser clasificadas en grupos de similar tamaño y especialización relativa: las gran-des ciudades están, en promedio, más especializadas en servicios y menos en actividades industriales con respecto a las de tamaño intermedio; asimismo, las ciudades intermedias se especializan más en actividades industriales de grupos tradicionales y menos en grupos industriales modernos.

Para comprobar este patrón en las áreas urbanizadas de la RCP se corrieron funciones de regresión lineal simple, utilizando la población de cada ciudad en 1998 como variable independiente y el idr de la ciudad para el mismo año. Las funciones de regresión que se realizaron fueron: i) lineal; ii) logarítmica; iii) potencial y iv) exponencial. Los resultados estadísticos mostraron que la función de mejor ajuste es la logarítmica, lo que significa una mejora asocia-ción entre cambios relativos en el tamaño de población con cambios absolutos en su índice de diversificación:

Y = 0.7125 Ln(X) – 6.5238 R2 = 0.6592

La gráfica de esta función muestra una pendiente positiva, por lo que se ratifica el patrón de mayor diversificación en la estructura ocupacional del área urbanizada conforme se incrementa su tamaño de población (Figura 1).

Analizando con mayor detalle las particularidades entre tamaño de po-blación y estructura ocupacional de las áreas urbanizadas de la RCP, en 1998 se observa que la Ciudad de México registró mayores IER en grupos de servicios, particularmente al productor y modernos, y menos en grupos manufactureros tradicionales; por su parte, las urbes con un tamaño de población entre 300 mil y 1.8 millones conjugaron grupos especializados terciarios y de manufactura moderna; las ciudades con población entre 120 y 250 mil estuvieron, todas ellas, con alta especialización en el grupo 32, textil, vestido y calzado, mientras que las de menor tamaño mostraron una mayor especialización hacia otros grupos manufactureros sin mostrar un patrón sectorial específico de especialización.

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Diversidad y especialización económica en el subsistema de ciudades de la Región Centro . 103

Figura 1. RCP: tamaño de población e IDR, 1998.

Por último, un tercer patrón alude a la estabilidad temporal del tamaño urbano relativo y su especialización económica. El patrón general de creci-miento poblacional en los subsistemas urbanos es de cierto paralelismo re-lativo, no obstante que algunas ciudades crecen a ritmos más acelerados que otras; asimismo, no sólo el tamaño relativo de la ciudad es estable en el tiempo, sino también la persistencia de las mismas actividades especializadas en las mismas ciudades, ocurriendo así un proceso de expansión cuantitativa de su base económica tradicional, habiendo, sin embargo, algunos ejemplos de reestructuración cualitativa desde actividades tradicionales en declive hacia nuevas actividades dinámicas (Kresl, 1998:695-722).

Para comprobar este patrón en las áreas urbanizadas de la RCP, éstas se ordenaron según su rango por tamaño de población para 1980, 1990 y 2000. Dicho ordenamiento muestra que las ciudades en cuestión tuvieron un cambio absoluto promedio en su rango de 1.9 posiciones entre 1980 y 2000, desta-cando el hecho que siete de las 20 mantuvieron su mismo rango en ambos años (Ciudad de México, Puebla, Toluca, Pachuca, Tehuacán, Huamantla y Huauchinango), en tanto que Cuautla y San Juan del Río observaron el mayor ritmo de crecimiento poblacional relativo, traducido en una ganancia de siete y seis posiciones, respectivamente, en tanto que Apizaco y Amecameca retro-cedieron la mayor cantidad de escalones con cuatro (Cuadro 9). Estos datos permiten concluir una cierta permanencia en el ordenamiento de las áreas urbanizadas, según el tamaño de población, entre 1980 y 2000.

Ahora bien, el cambio en el ordenamiento por ciudad según su IER fue más significativo que el diferencial en el ordenamiento según tamaño de po-blación. En efecto, la muestra de ciudades tuvieron un cambio absoluto pro-medio de cuatro posiciones en su ordenamiento según especialización, lla-

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mando la atención que nueve localidades mostraron una mayor diversificación ocupacional, en tanto que once evidenciaron un cambio hacia mayores niveles de concentración sectorial.

La ciudad que mostró la mayor transformación en su estructura ocupa-cional hacia la diversificación fue Cuautla, siendo también la de mayor ga-nancia en su jerarquía poblacional. Sin embargo, la información no permite concluir que a mayor crecimiento poblacional relativo, mayor diversificación de su estructura ocupacional, situación previsible en la teoría económica espa-cial (Goodall, 1977:211-217). En efecto, sólo Cuautla, Cuernavaca y Pachuca observaron un crecimiento poblacional relativo por arriba del promedio regio-nal, combinado con una diversificación en su estructura económica, pero las siete ciudades que permanecieron en la misma posición según su tamaño de población, elevaron sus niveles de concentración sectorial, y seis de ocho ciudades cuya dinámica demográfica estuvo por abajo del promedio regional mostraron, al mismo tiempo, una mayor diversificación en su estructura eco-nómica. Por tanto, se infiere que entre 1980 y 1998 la evolución de estructura ocupacional en las áreas urbanizadas de la RCP no estuvo asociada con su ritmo de crecimiento demográfico, lo que puede decir que dichas localidades evidenciaron más procesos de expansión cuantitativa de su base económica y menos reestructuración cualitativa hacia grupos de actividad con mayor dina-mismo en el contexto nacional.

Consideraciones finales

Las aportaciones teóricas y las evidencias empíricas sobre la estructura eco-nómica de las ciudades permiten proponer dos grandes conclusiones: i) Desde una perspectiva interurbana, las ciudades integradas en subsistemas presentan estructuras especializadas y diversificadas, que responden al aprovechamiento de economías de aglomeración, y que permiten obtener inferencias sobre los patrones de localización de las actividades económicas en función del tamaño de la ciudad y de su posición geográfica. Estos patrones no cambian tan fá-cilmente en el tiempo, por lo que las economías urbanas atestiguan más bien procesos de expansión cuantitativa de su base económica y menos reestruc-turación cualitativa hacia otros giros de actividad. ii) Desde una perspectiva intraurbana, la especialización tiene ventajas y desventajas. Las primeras se re-lacionan con menor tamaño urbano, máximo aprovechamiento de economías de localización y emergente conformación de cadenas espacio-sectoriales. Las

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106 . Luis Jaime Sobrino

desventajas incluyen menor propensión a la adopción de innovaciones tecno-lógicas y mayor riesgo a la marcha del sector en la economía global.

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Page 109: La urbanización difusa de la Ciudad de México

Fraccionamientos, pueblos y nuevas urbanizaciones y las contradicciones del espacio públicoEduardo Nivón BolánDepartamento de Antropología, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa.

Cuatro contradicciones de la expansión urbana

En el trabajo que fue presentado en la primera edición de este coloquio1 se propuso pensar cuatro contradicciones de la expansión urbana que afectan nuestra percepción cultural de la misma. Las contradicciones fueron enuncia-das sintéticamente del siguiente modo:

1. Producción de nuevos límites. La ciudad difusa, la ciudad que cada vez es más difícil delimitar, es al mismo tiempo una ciudad que ha cons-truido nuevos límites; éstos se refieren tanto a delimitaciones físicas, administrativas o sociales como a emblemas o símbolos que sirven para operar en la ciudad. Las casetas de cobro, barrancas y bardas en ciertas zonas de la ciudad, fronteras municipales o barriales, definen de modo nuevo la metrópoli ante el crecimiento de la urbanización.

2. Debilitamiento de lo público. Los agentes sociales que intervienen en la vida urbana se jerarquizan de manera diferente a medida que nos alejamos de las zonas centrales. La preponderancia de lo público y su paulatina sustitución por lo privado puede observarse en la expansión urbana en campos tan dispares como el transporte, el patrimonio ar-tístico o las instituciones educativas.

3. Homogeneidad versus cohesión social. La construcción de los am-bientes de segregación social tanto de sectores de altos como de bajos

1 Se refiere al 2°. Seminario del Proyecto “La rurbanización de la Corona Regional de la Ciudad de México”, organizada por el Instituto de Geografía, de la Universidad Nacional Autónoma de México en 2002.

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Fraccionamientos, pueblos y nuevas urbanizaciones y las contradicciones del espacio público . 109

ingresos es consecuencia del debilitamiento de la gestión pública y del paulatino avance de la privatización. Así, los grupos organizados de altos ingresos se erigen en constructores de sociedades homogéneas que cierran los poros por donde se puede filtrar la desigualdad. Por otra parte, las poblaciones pobres se ven arrojadas a ambientes ecoló-gicos hostiles en donde el grupo se da a la tarea de construir las condi-ciones de habitabilidad, obligando a sus miembros a una participación con diversos grados de verticalidad.

4. Fortalecimiento de la capacidad del sector agrícola para resistir la urbanización. La frontera tradicional entre el campo y la ciudad se empieza a hacer invisible conforme nos alejamos de las ciudades cen-trales y, por el contrario, empiezan a surgir nuevos modos de relación con la agricultura y la producción pecuaria al interior de la ciudad. Estas transformaciones se encuentran a su vez influidas por factores internacionales que inciden en la producción agrícola de modos muy distintos de expresión. Se ponía el ejemplo de la fruticultura en Chile, pero también se puede observar este fenómeno en el desarrollo de la producción nopalera en Milpa Alta como un caso específico más próximo a nuestra realidad.2

Las contradicciones enunciadas en esa ocasión eran en realidad sólo puntos de partida que se suponía podían ser demostradas por investigaciones subsecuentes; algunas han empezado ya a atacarse con cierto éxito. Los es-tudios sobre la rurbanización en la ciudad región están dando lugar a nuevas visiones sobre la relación del campo y la ciudad, la rural-urbanidad metro-politana, como algunos han dado en llamar a la nueva relación de la ciudad con el campo en las periferias, habla de la resistencia de la agricultura a la expansión urbana y de la supervivencia y refuncionalización de la identi-dad campesina en la ciudad región. Por otra parte las investigaciones sobre la segmentación urbana, especialmente el fenómeno del amurallamiento de amplias zonas de la ciudad está siendo objeto de interés en toda América, así como el análisis cultural de la homogeneidad urbana y la falta de cohesión social que está produciendo.

2 He tenido oportunidad de leer un trabajo muy interesante sobre esto último de José Martín Álvarez P., presentado como tesis de licenciatura en Sociología en la UAM-Azcapotzalco.

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Lo público y lo privado en la vida urbana

Sin embargo, tal vez el tema que más ha causado preocupación para la polí-tica urbana es la transformación del sentido de lo público en la vida urbana. Centro y periferias se ven sometidos a un constante ataque que se expresa en la reducción de zonas urbanas para el consumo de unos cuantos o, por el con-trario, en la construcción de límites simbólicos que no pueden ser traspuestos por el conjunto de las clases.

La transformación del sentido de lo público en la vida urbana ha sido com-prendida a través de tres enfoques íntimamente relacionados. En primer lugar la reducción de los espacios comunes y su paulatina transformación en espacios privados. El cierre de las calles, el control de los accesos a ciertos barrios o colo-nias, el uso de las aceras para el estacionamiento de vehículos o la instalación de locales comerciales, ha venido limitando la participación en espacios comunes y la responsabilidad pública en el cuidado, seguridad y mantenimiento de am-plias zonas de la ciudad. A las razones de seguridad y control se sobreponen las diferenciaciones sociales y económicas. Quién no ha presenciado esos pequeños pero cotidianos enfrentamientos entre vecinos o parroquianos que son urgidos a moverse de cierto lugar público, arguyendo, a veces como recurso definitivo, que el solicitante paga mucho dinero en contribuciones y que por tanto tiene derecho a disponer de algunos espacios públicos de manera privada.

Esta preocupación por la suerte de los espacios públicos en las ciudades ha conducido a reflexiones sobre el propio diseño de las ciudades. Un número re-ciente de la revista Casas Internacional de Argentina (2001), hace una revisión del curso que ha asumido la creación de barrios privados en la zona conurbada de Buenos Aires. Con una argumentación de escasas pretensiones políticas, la tesis fundamental del autor de la revisión de los diez casos tratados en la revista es que el objetivo de los barrios cerrados, que es lograr una forma de vida y una estudia-da calidad visual, no se satisface exclusivamente con el diseño de unidades resi-denciales centradas en la vivienda. Se requiere, dice, de una “urbanización pro-funda y planificada” que integre los servicios comunes, de consumo, diversión e incluso de empleo. En realidad, a lo que nos llevan los arquitectos especialistas en estas urbanizaciones es a que la contradicción público-privado se expresa más allá del ámbito reducido de la residencia, y abarca en cambio la totalidad del diseño urbano, así sea sólo de una región del conjunto metropolitano.

El segundo énfasis depositado en la contradicción público-privado, con-siste en el reacomodo de las relaciones de la ciudadanía en el medio urbano. Se sabe que el origen de la ciudad moderna en Occidente está relacionado con

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la promoción de una serie de derechos y deberes que dan lugar al burgués, al ciudadano. La ciudad, es básicamente lo que sucede en las calles; “La urbe es ante todo esto –señala Ortega y Gasset–: plazuela, ágora, lugar para la conversación, la disputa, la elocuencia, la política: En rigor, la urbe clásica no debía tener casas, sino sólo fachadas que son necesarias para cerrar una plaza, escena artificial que el animal político acota sobre el espacio agrícola” (citado por Chueca Goitia:8-9). Es decir, el lugar de la polis es el opuesto al del oikos, la casa, y por tanto la dinámica de la ciudadanía se mueve de manera opuesta a la del consumo. De este modo hay una continuidad entre la defensa del es-pacio público y la construcción de actitudes ciudadanas, entendidas como la conciencia de participar de derechos y deberes normados por una colectividad. El primer gobierno del polémico alcalde de Bogotá se distinguió por el papel que asignó a la cultura en la conducción de su política urbana. Toda acción, obra de infraestructura, decisión de vialidad o acción de seguridad era eva-luada por el equipo de cultura, de modo que se insertara en una concepción el despertar de una conciencia ciudadana. De hecho su plan de cultura adoptó el nombre de “Cultura ciudadana” el cual no consistía en la promoción de las artes o la cultura entendida como campo especializado, sino en acciones que con base en el arte y la diversión provocaran la reflexión y el cambio de actitu-des anti-sociales de los ciudadanos bogotanos. A los pocos meses de aplicado el programa, el gobierno de Mokus podía entregar buenas cuentas en algunos rubros: los conductores de la ciudad respetaban más la señalización urbana, los taxistas prestaban un mejor servicio e incluso las alarmantes tasas de crimina-lidad mostraban una pequeña disminución, además de que se habían recupe-rado calles y aceras para los habitantes de la ciudad.3

El tercer enfoque con que se ha tratado la relación público-privado ha puesto su atención en los medios. En su actuar, prensa, radio, televisión, Inter-net, etc., permiten la discusión de asuntos públicos, promueven en la sociedad determinadas agendas de discusión y facilitan modelos de identificación para grupos sociales determinados. Los medios no son un reflejo de la sociedad, pero sí permiten que ciertos problemas se proyecten de mejor o peor modo entre el conjunto de la comunidad metropolitana. Como lo ha puesto en evi-dencia Rosalía Winocur en sus investigaciones sobre radio e Internet, la relación entre los medios y la ciudadanía no es directa, pero sí, al menos, permite cier-tos recortes por edad, género, grupo social, etcétera.

3 Para un análisis más amplio de la política cultural de Antanas Mokus, véase a López Borbón, 2002.

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Cuando pensamos que la expansión metropolitana abre un frente de contra-dicción entre la vida pública y las nuevas formas de vida urbana, es conveniente tener a la vista que esta relación no es inmediata ni unívoca. Por el contrario, existen diversos modos de gestión de la vida social en las periferias metropo-litanas que abren o cierran los espacios de expresión de lo público. En lo que sigue se intentará poner en relevancia, a partir de diversos casos etnográficos, diversos modos de expresión de la contradicción público-privado. Se trata en primer lugar del impacto del consumo individualista en las formas residencia-les de la periferia metropolitana, a continuación de la gestión de lo público a partir de la tradición en uno de los pueblos y finalmente de un movimiento social que trata de poner en ejecución una política de identidad que arroje la constitución de un sujeto público a partir de demandas privadas. Se espera poner a la vista la difícil convivencia entre lo público y lo privado, y el esce-nario privilegiado que la expansión metropolitana ha dispuesto para que estas contradicciones se hagan evidentes. Al final se señalarán algunas conclusiones para continuar con la investigación en este tema.

La ilusión suburbana. Los fraccionamientos residenciales

Los fraccionamientos residenciales de los sectores de altos ingresos de la ciu-dad son un ejemplo sugerente de la manera en que las distinciones de clase se involucran en la organización espacial de un territorio suburbano. Tanto la forma urbana como la carga simbólica de sus espacios habitacionales pueden aclarar algunas formas de desigualdad social al interior de la ciudad multicul-tural. En la formación y reproducción de estos asentamientos se encuentran involucradas las imágenes y los contenidos socioculturales de sus habitantes y las políticas de expansión urbana –o la falta de ellas–, así como sus actores y sus modelos residenciales.

De acuerdo con esta premisa se tiene que los habitantes suburbanos de es-tos fraccionamientos mantienen, de manera notable, correspondencias simila-res con las formas de convivencia y diseño urbano de los suburbios norteame-ricanos. Entre ellos se pueden citar: a) la fuga de la ciudad central; b) búsqueda de la “naturaleza” a través del establecimiento en áreas boscosas o semirurales; c) organización racional del diseño suburbano a través de la funcionalidad, la uniformidad y la “armonía” entre espacios boscosos y equipamiento urbano; d) el encuentro y la convivencia con individuos de la misma clase y estatus, expresadas a través del confort y el consumo elevado, y e) la dialéctica entre

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la afirmación individual y el compromiso vecinal. Estos elementos marcan rasgos socioculturales y del entorno urbano que definen a un tipo particular de habitante metropolitano.

Por otro lado, en la existencia de estas áreas periféricas se involucran lo que llamaremos “agentes del cambio”: actores inmobiliarios, “especialistas” urbanos (ingenieros, arquitectos y urbanistas), autoridades municipales y es-tatales que se convierten en los generadores primarios de la construcción del fraccionamiento. Pero si, como se ha señalado, haciendo referencia a los ba-rrios privados bonaerenses, sus objetivos son otorgar la forma urbana deseada por los sectores acomodados “de modo que se desenvuelva naturalmente la vida comunitaria” (Cordeyro, 7), produciendo barrios escindidos del conjunto urbano a través de la organización funcional del territorio (la zonificación), en los hechos los planes se ven frustrados ante el inesperado crecimiento del área y la ineficacia de prever el impacto de esto último, además de la dotación de infraestructura. Así, la total emancipación de lo público se ve afectada por la compleja naturaleza de la expansión metropolitana, que obliga a todos los actores a contender con el transporte, la dotación de agua, o la gestión de los servicios. Esta nueva realidad periurbana es conocida en Argentina como “megaemprendimientos” y “ciudades-pueblo” (Lacarreu, 2001).

De esta forma los fraccionamientos de clase media y alta de la periferia metropolitana se convierten en verdaderos enemigos de la sustentabilidad su-burbana. Es en esos momentos cuando surgen con mayor intensidad las es-trategias organizacionales de los habitantes: expresiones de descontento y de unión, enclaustramiento y protección de su espacio inmediato (la casa, la calle, la asociación vecinal), exigencias de mayores y mejores servicios públicos, re-chazo a proyectos intraurbanos que afecten el modelo residencial, entre otros.

En los siguientes apartados se enfatizarán dos características sociocultu-rales y espaciales que definen a los fraccionamientos suburbanos de sectores acomodados: la segregación como un elemento presente tanto en el entorno suburbano como en el sentido social y cultural de sus residentes, y la homoge-neidad como una estrategia de reconocimiento y distinción ante el resto de la ciudad de esta población pudiente.

a. Segregación

El área de fraccionamientos residenciales que nos ocupa se sitúa en la zona oriente del municipio de Huixquilucan, Estado de México. Colinda con las delegaciones de Cuajimalpa, Miguel Hidalgo y el municipio de Naucalpan.

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Su topografía irregular y elevada se compone de áreas semimontañosas, lomas y lomeríos, barrancas y pequeños riachuelos. Este panorama ofreció lugares tentadores para el asentamiento de sectores pudientes de la ciudad. La Herra-dura, uno de los primeros fraccionamientos en el municipio, ocupó lo que fue el rancho del general Manuel Ávila Camacho. Tras el deceso de éste, ocurrido en 1955, su viuda solicitó el 8 de marzo de 1962 permiso al gobierno estatal para establecer un fraccionamiento de tipo residencial campestre. A partir de entonces se comenzó a fraccionar y urbanizar sucesivamente en tres secciones de terreno (147.475 ha en total) –bajo la dirección de la compañía inmobiliaria FRISA– viviendas de tipo residencial unifamiliar. La construcción paulatina abrió el camino para que familias jóvenes (parejas con uno o dos hijos) inmi-graran a lo que en esos años eran terrenos recónditos de la metrópoli. El entrar en contacto con un paisaje semirural, con servicios mínimos de equipamiento urbano (pequeña área comercial, escuelas de calidad, clubes, redes subterrá-neas de gas y alumbrado público) reprodujo las imágenes más gratas de la residencia suburbana. Dice una informante:

Teníamos la presa hecha un laguito donde estaba muy limpio, ¡impecable! Teníamos policía montada tipo Canadá: ver policías en sus caballos blancos preciosos, con todas sus casacas rojas, todo como tipo canadiense. Y como todo era puro bosque, ¡esto era verdaderamente una belleza, un paraíso!

Por su parte, los agentes inmobiliarios satisfacían los caprichos residencia-les de un pequeño y selecto grupo de individuos suburbanos. En La Herradu-ra se proyectó inicialmente un máximo de 2 000 terrenos (por lo tanto 2 000 viviendas unifamiliares), mismos que se dotarían de la infraestructura urbana adecuada. También se zonificaron áreas comerciales, escolares y de vivienda. Densidades, alturas y ciertos materiales de construcción (rasgo peculiar en este fraccionamiento es el uso del adoquín rosa de Querétaro para las banquetas) se reglamentaron con el propósito de controlar el crecimiento y el caos residencial. La arquitectura de la vivienda se dejó a la iniciativa familiar, pero gran parte de los primeros habitantes tenían un “gusto muy mexicano”, preferían lo que llama-ban –cualquiera que fuera su significado– el “estilo tradicional mexicano”:

Nosotros no queríamos negar nuestro pasado (...) Ya ves que en las colonias residenciales como Polanco o La Condesa se construyó de todo: que el colonial californiano, que el afrancesamiento con el art decó, casas polacas, orientales, de todo... ¡No, no, eso no está bien!” Era curioso que mientras los nuevos resi-

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dentes creaban entornos y estilos de vida muy similares a los suburbios norte-americanos, pretendieran “conservar un sentido arquitectónico del pasado.

Esta segregación residencial, la unifuncionalidad de sus espacios y la re-unión suburbana con individuos de su misma posición socioeconómica, per-maneció como un rasgo constante en la construcción del suburbio. El aisla-miento de su entorno y la búsqueda de privacidad familiar y vecinal otorgaron contenidos simbólicos a sus habitantes y un mínimo de identificación con su territorio. Sin embargo, el suburbio empezó a crecer, nuevos fraccionamientos se construyeron y alteraron entornos ecológicos previos. La única diferencia con respecto a la expansión de las zonas populares cercanas era que éstas cre-cían con igual intensidad pero con mucho mayor desorden. Las vialidades internas eran suficientes pero las que conectaban a la ciudad y zonas aledañas se volvieron poco eficientes para los commuters suburbanos, que hacían del automóvil una verdadera “cultura autocéntrica” (Chermayeff).

Actualmente la zona residencial huixquiluquense se conforma de 16 frac-cionamientos en un área de 1 032.187 ha (38.75% de la superficie de la zona oriente y el 7.19% de la municipal). Cuenta con 14 405 viviendas unifamiliares (el 44.38% de las viviendas del oriente y el 28.78% municipal) y aproximada-mente 57 620 habitantes. El territorio suburbano de esta zona se expande ace-leradamente pero mantiene la prioridad residencial. Nuevos estilos arquitectó-nicos se integran día a día al panorama residencial sin ser mal vistos, siempre y cuando respeten los límites de altura y densidad previstos. Se edifican zonas condominales en áreas exclusivas de los distintos fraccionamientos. Nuevas y mejores escuelas, clubes e iglesias se integran al paisaje suburbano. Se constru-yó un área comercial con el objetivo de vincular a todos los habitantes bajo un mismo espacio de consumo y servicios (la zona comercial de Interlomas, aunque Santa Fe resulta una opción igual de atrayente para la población suburbana). En fin, el crecimiento del área de fraccionamientos no ha disuelto las imágenes de exclusividad y confort en que viven, sólo que la misma expansión urbana los ha acercado inevitablemente a las dinámicas y los problemas metropolitanos, situa-ción que incide en la organización socioespacial de su territorio.

b. Homogeneidad

Los “agentes del cambio” (señalados en el primer apartado) y su excesivo afán de integrar nuevos proyectos comerciales ocasionan serias y originales dis-putas con los habitantes. Este factor, asociado a la más cercana interrelación

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con las áreas populares del municipio ha impulsado la creciente organización vecinal y las manifestaciones físicas más acabadas de enclaustramiento su-burbano. La homogeneidad socioespacial puede actuar como una estrategia de identificación residencial a fin de distinguirse no sólo de otros sectores de clase, sino también de otros habitantes acomodados del área. Los más re-cientes fraccionamientos de la zona, por ejemplo, se crean en medio de un amurallamiento total: Lomas del Sol, Lomas Country Club, Lomas Aná-huac, Frondoso, La Enramada. Una característica arquitectónica nueva es que numerosos conjuntos habitacionales se diseñan bajo el concepto de la “invisi-bilidad”, es decir, con la discreción como norma, a pesar de que cuentan con vigilancia permanente. Los accesos son restringidos en tanto que patrullas de policía privada rondan por toda el área. Se modifica también la escala de los servicios comunes con parques semiprivados y campos de golf, y a diferencia de los fraccionamientos más antiguos, ahora se imponen estilos arquitectóni-cos que homogeneizan necesidades y gustos (en Lomas Country Club sólo se permiten construcciones estilo “contemporáneo mexicano”, en calles de otros fraccionamientos únicamente tienen cabida estilos italianos, franceses, condo-minios vanguardistas o calles con una “atmósfera guanajuatense”).

A esta segregación y homogeneidad del diseño residencial lo acompaña una serie de valores socioculturales que pueden tener empatía con el entorno residencial construido, o bien manifestar su rechazo a una alteración misma del espacio. La expresión más acabada de las relaciones sociales dentro del suburbio se aprecia en las formas que asumen la organización vecinal (ya Her-bert Gans resaltaba la importancia de las relaciones vecinales, llamadas por él cuasi-primarias en la caracterización de los suburbios). Atendiendo la relación entre espacio y comportamiento vecinal se puede inferir lo que sucede en el ámbito público por excelencia: la calle. En el suburbio se niega el uso de ésta para los fines de convivencia social. En el fraccionamiento de La Herradura, por ejemplo, cerca del 50% de las calles están cerradas al tránsito peatonal y/o vehicular de extraños. Sistemas electrónicos de seguridad, rejas, portones y plumas indican la permanente vigilancia. Una identificación y presentación decorosa pueden conceder la entrada a un eventual antropólogo dispuesto a soportar miradas inquisitivas, sin embargo, sabe que está fuera de lugar: un mínimo de aceras por donde caminar, la soledad de la calle y el vigilante que lo observa le dicen que la sociabilidad no se encuentra en este espacio, que para eso existen lugares y momentos exclusivos.

La mayor parte del cierre de las calles se efectúa primordialmente por la iniciativa vecinal. La voluntad de realizar esta acción se acompaña de las

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experiencias personales o familiares con la delincuencia urbana (secuestros, robos, asesinatos, etc.). Una especie de conciencia ciudadana de protegerse de los otros, que son peligrosos. Una informante se expresa de esta manera:

Yo creo que soy una persona de formación muy racional (...) justamente lo que hago es planear, prever, tomar todas las medidas precautorias (...) Todos los días me levanto a las 6:00 AM, escucho las noticias de Radio Red: no hay una mañana en la que no den el reporte de las tragedias: la muerte de no sé quién, el asalto de no sé cuántos, el secuestro de no sé quién ... Entonces bueno, no puedes perder la objetividad. Ante lo que sucede puede uno tomar ciertas medidas (...) Y no es que le tema ... el vivir uno con miedo es lo peor. Toma uno sus precauciones y hace hasta lo que puede ... y se encomienda uno a Dios.

La calle donde nuestra informante vive cuenta con dos casetas de vigi-lancia y el acceso está cerrado mediante rejas y plumas. La organización veci-nal ocurre cuando se colectan las cuotas para contratar la seguridad privada, nombrar representantes anuales, turnarse las responsabilidades de la adminis-tración, dar parte a las autoridades municipales y organizar eventos de con-vivencia vecinal. La igualdad económica y social de los participantes produce un sentimiento natural de confianza en el manejo honesto de las aportaciones vecinales.

Si en el ámbito concreto de la calle se manifiesta la organización familiar y vecinal, sus efectos rebasan la esfera particular del espacio público, envol-viendo esferas más privadas y selectivas. El caso llamativo es la formación de asociaciones de colonos al interior de cada fraccionamiento. En la zona exis-ten 16 de estas organizaciones, la incidencia de participación puede variar de acuerdo con las dimensiones y con la antigüedad propias del fraccionamiento, pero también de las prestaciones administrativas que puedan ofrecer a los resi-dentes y del grado de problemas urbanos en que se involucren. La Asociación de Colonos de la Herradura tiene 950 familias afiliadas (cerca del 52.7% del total de familias al interior), que pagan una cuota anual de 1 300 pesos cada una, misma que les da derecho a integrarse a las mesas directivas que repre-sentan al fraccionamiento. Las mesas directivas se forman por medio de la elección de vecinos a través de planillas, que en caso de resultar electas presi-den y administran los problemas cotidianos al interior de su fraccionamiento. Se elige una mesa directiva cada dos años, pero además se promueve la partici-pación de delegados (vocales) que manejan asuntos tales como la arquitectura,

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parques y áreas verdes, vialidad y seguridad, ecología, comunicación, etc. Con esta organización formal los colonos logran homogeneizar intereses y deman-das, seleccionar a especialistas para la representación ante el gobierno estatal y municipal, y hacer más efectiva la gestión de la vida cotidiana. A su vez, el re-presentante de cada asociación de colonos se reúne permanentemente con los demás presidentes, ya sea en un desayuno o comida en algún restaurante. Allí exponen los problemas principales de la zona, dan prioridad a ciertos asuntos comunes y se asumen posturas generales que ayudan a gestionar las soluciones ante las autoridades respectivas. Es frecuente que por esas reuniones pasen funcionarios como el alcalde, el jefe de la policía municipal, el director de desarrollo urbano o el mismo gobernador del estado.

Otro de los objetivos primordiales de las asociaciones reside en ofrecer servicios administrativos sin necesidad de dirigirse a las oficinas públicas del municipio. Se tiene plena confianza en el manejo del dinero ya que los miembros poseen una situación económica desahogada, siendo impensable la corrupción al interior. Por otra parte, la cercanía y la mayor eficacia de los em-pleados que laboran en las asociaciones infunde gran confianza en el colono para realizar en su nombre trámites como el pago de impuesto predial, agua, gas, energía eléctrica, teléfono, impuestos sobre la tenencia de automóviles, entre otros. Por otra parte, la organización recibe y atiende quejas de los colo-nos respecto a los servicios municipales relacionados con la seguridad públi-ca, el alumbrado público, la recolección de basura, pavimentación y bacheo, nomenclatura de calles, fugas de gas, vialidades, poda de árboles, entre otros. Mientras más eficiente sea la organización –y ésta es una de sus premisas–, asume más funciones que en los hechos eximen a los colonos del contacto burocrático con el sector público, dejando en manos de especialistas gerencia-les las obligaciones administrativas. De este modo los residentes se conducen como consumidores privilegiados, más que como ciudadanos, que demandan servicios eficientes y de calidad.

c. Relación con la expansión metropolitana

En los fraccionamientos suburbanos de los sectores acomodados de la ciudad se privilegia el espacio privado: la vivienda unifamiliar, la calle y en ocasiones hasta el fraccionamiento fortificado expresan un deseo social y cultural de sus habitantes de segregarse y encontrarse ante individuos de semejante posición socioeconómica o racial. Ya la literatura sobre suburbios indica que existe una dicotomía cultural que fundamenta las acciones sobre el entorno y el compor-

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tamiento social: aquélla donde el suburbio se mira como el ámbito privado (la familia, la mujer, la vivienda, la naturaleza, la noche) y la ciudad como el ámbito público (el trabajo, el hombre, la oficina, la urbanidad, el día). El éxodo realizado por las familias pudientes de la ciudad se apoyó en este tipo de aspiraciones suburbanas. Las áreas periféricas de la ciudad, con sus actores inmobiliarios, lograron construir algunos de estos valores residenciales (a tra-vés de la zonificación, las bajas densidades, la armonía bosque-vivienda, etc.). Sin embargo, la falta de un verdadero proyecto suburbial produjo la alteración paulatina del espacio. La expansión urbana los alcanzó en parte y con ello los problemas cotidianos de la ciudad; es decir, el ámbito público se diseminó al interior de la zona residencial. Ante eso las formas de organización vecinal responden homogeneizando intereses suburbanos, actuando de una manera gerencial para con los actores externos y manifestando los disgustos mediante la forma física de su territorio. Pero en realidad estas respuestas vienen de “co-munidades” que se construyen bajo un sentido cultural de privacidad e indivi-dualidad familiar, centrados en la distinción de clase y en el confort residencial y consumista. Es un rechazo a la ciudad multicultural y a sus variadas formas de convivencia.

Las tradiciones como escenario de disputa entre lo público y lo privado

A diferencia de los fraccionamientos suburbanos, la situación de los pueblos y rancherías que casi sin darse cuenta se van integrando a la metrópoli, lejos de privilegiar la privacidad, parece más bien que todo en ellos es espacio público. ¿Cómo se armoniza el espacio público tradicional con la modernidad metro-politana?

San Juan Yautepec, es uno de los diez pueblos que junto con nueve ran-cherías, conforman la llamada zona tradicional o rural del municipio de Huixquilucan, Estado de México. Tal delimitación se hace a partir de las di-ferencias entre esta región y las otras dos zonas del municipio: la zona popular y la zona residencial, las cuales constituyen nichos ecológicos muy distintos de los pueblos y rancherías.

Quienes habitan la zona tradicional suelen tener la certeza de poseer ca-racterísticas propias que los distinguen del resto de la población. En primer lugar, piensan que el hecho de ser nativos del lugar les confiere una identidad y un sentido de pertenencia diferentes a los de los residentes en las colonias y fraccionamientos del municipio. Por lo común, manifiestan un fuerte arraigo

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a su lugar de nacimiento y con dificultad cabe la posibilidad en sus planes a futuro de ir a vivir a otro municipio o estado, más bien aseguran que ahí nacie-ron y que ahí morirán. Algunos tienen conocimiento de que en las colonias y fraccionamientos, en donde se concentra la mayor parte de los que han llegado a radicar al municipio y con quienes tienen algún tipo de contacto (porque trabajan o prestan algún servicio ahí), no existe ese arraigo, pues creen que los inmigrantes tienen que conciliar elementos de sus culturas originarias con los nuevos usos presentes en un contexto social, económico, político y cultural distinto.

Al comparar a su comunidad y lo que se vive en la Ciudad de México, los nativos de los pueblos tienen presentes algunos rasgos que los diferencian. ¿Qué factores entran en acción para lograr estas percepciones que los identi-fican y distinguen? Se supone que a raíz de la conurbación del municipio de Huixquilucan y frente a la creciente comunicación que se desarrolló con el D.F., las personas tuvieron la posibilidad de buscar nuevas oportunidades de trabajo y de estudio. Con el desarrollo tecnológico y el acceso a un modo de vida urbano conocieron otras formas de pensar y de vivir y, a partir de esto, redefinieron sus características propias y su posición en la sociedad, al ser par-tícipes de la transformación de su entorno social y físico.

Ahora bien, los habitantes de la zona tradicional perciben algunos cam-bios que han experimentado su comunidad y la sociedad de la que forma parte, así como los beneficios y consecuencias que eso ha implicado. La explosión demográfica, la creciente inmigración, la contaminación, la expansión urbana, entre otros problemas que observan en la metrópoli, les permiten vislumbrar lo que podría pasar en su entorno inmediato. Saben que a largo plazo esos problemas generarán en su entorno las mismas consecuencias negativas que en el resto de la ciudad. Empero, parecen tener la confianza de que ello no les afectará profundamente, ya que piensan que será posible prevenir los cambios y enfrentarse ante esta sociedad transfigurada, definiendo un futuro más ade-cuado como individuos y como grupo social.

a. La puesta en escena de la tradición. Relaciones de género y de fracciones

En San Juan Yautepec y en otros pueblos se han conservado algunas costum-bres y tradiciones que han permanecido no sin variación. Los usos tradicio-nales dan cuenta justamente de ese cambio que experimentan las personas, y revelan las diferentes formas de cómo se ubican ante una sociedad en continua transformación. A partir del estudio del ritual de la fiesta en San Juan Yaute-

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pec, se observa dos relaciones íntimamente relacionadas: naturaleza-sociedad y modernidad-tradición.

La fiesta es una práctica social que revela el sentido de pertenencia al lu-gar de origen. Tiene un sentido performativo al hacer visible la unidad dentro de la comunidad. Permite la identificación y el reconocimiento del grupo ante sí mismo y ante los demás. Y, más allá de esto, hace posibles relaciones inter-personales afectivas o estructuradas.

Una cuestión que resulta ser fundamental en este aspecto es la diversidad en los modos de percibir y experimentar el espacio público y el privado. Justa-mente, a partir de las relaciones interpersonales, en la construcción de la iden-tidad, y en la revalorización de las personas es posible aprehender esas dife-rencias. En primer lugar, es interesante destacar que la relación entre géneros no deja de ser desigual, pese a la preparación educativa que muchas mujeres han alcanzado y el consiguiente cambio en la manera de mirar las diferencias y capacidades de cada sexo. Desde el momento en que sólo se eligen hombres para que se hagan cargo de la organización de la fiesta (conocidos como fis-cales), es notoria la posición de desventaja que ocupan las mujeres en la vida social de San Juan. Éstas no pueden ser fiscales, se dice, porque adolecen de la condición física adecuada para llevar a cabo los trabajos pesados que deben realizarse; o bien, porque como amas de casa no cuentan con el tiempo para desempeñar el cargo.

La norma se ve apoyada con el recurso de la tradición: existe la creencia de que si las mujeres tocan las campanas (una de las muchas obligaciones de un fiscal), las rompen. Por ello, aun cuando hay libertad de elección y formal-mente no existe un impedimento real para que accedan al cargo, de manera velada se sabe que no puede haber mujeres fiscales. Por otra parte, las mujeres parecen convenir con este principio organizativo por razones de “ética social”, pues años atrás, cuando algunas de ellas ocuparon el cargo, se generaron ru-mores negativos sobre algunas mujeres, por lo que desde entonces “está mal visto que la mujer ande en grupo con varios hombres...”. Sea o no sea justa la fama pública de las mujeres que participaron en aquella época como fiscales, el hecho es que desde entonces suelen ser los hombres quienes ocupan el cargo; empero, algunas de ellas aún aspiran a que las cosas cambien:

... hay que afrontar la responsabilidad que uno tiene, enfocarse a lo que a uno le corresponde hacer, ¿no? Sin distinción, sin malos manejos, sin dar cabida a que a uno de mujer, pues, te vean mal ante un grupo, porque uno de mujer, debes de llevar … debes de guardar tu posición.

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Esta situación discriminatoria no se aplica en cambio cuando se deter-mina quiénes son los que deben cooperar para llevar a efecto la fiesta. Se afirma que cada jefe de familia tiene que aportar su cooperación, pero tam-bién los jóvenes mayores de edad que trabajan y las madres solteras (porque supuestamente cuando su hijo crezca va a necesitar los servicios de la iglesia y por ello debe dar su cooperación). Ahora bien, dicha discriminación hacia las mujeres que son madres solteras se evidencia en las limitaciones que se le imponen a su participación en una práctica festiva tradicional del pueblo: la Danza de los Arrieros. Afirman que cualquier persona que desee formar parte de la cuadrilla de arrieros es bienvenida, sin distinción de sexo, edad y origen. Pero de hecho sí existen ciertas restricciones, pues participan prin-cipalmente más hombres que mujeres, aquí el detalle es que las mujeres que bailan deben ser solteras, sin ningún este... Vamos, señoritas en este caso. Los ejemplos hacen patente que la mujer es prejuzgada moralmente, lo que repercute y se manifiesta en el lugar que ocupa dentro de la familia y la co-munidad.

b. La fiesta como articulación de los intereses públicos

Por otra parte, las relaciones que sostienen los nativos y los avecindados, per-miten vislumbrar otras formas de vivir lo público y lo privado. En San Juan Yautepec han llegado a radicar relativamente pocas familias. A diferencia de otros pueblos, los nativos predominan en número. Éstos se conocen muy bien entre sí e identifican fácilmente a las familias de avecindados y saben de dónde vienen. En la definición de la política local, se ha determinado que los avecin-dados también aporten su cooperación para la fiesta, pertenezcan a la religión católica o no. Y deben hacerlo porque de otro modo no tendrán derecho a los servicios de la iglesia o bien no podrán realizar algunos trámites administra-tivos. Muchos señalan la justicia de esta decisión, pues ellos son los que llegan y tienen que adaptarse a la comunidad. La contraparte de su cooperación es el derecho a participar en la organización y realización de la fiesta. Los ave-cindados que ya tienen algunos años viviendo ahí, pueden incluso ser elegidos para ocupar el cargo de fiscales, aunque en los hechos tienen menos posibili-dades que un nativo. Se afirma que los avecindados deben ser participativos en los diferentes ámbitos de la vida social del pueblo, sin embargo, en realidad se encuentran marginados, pues los nativos no conciben la idea de que algún día aquéllos tengan una mayor participación dentro de la comunidad y tomen decisiones que “no les corresponden”.

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c. El sistema de cargos como forma de organizar la vida pública

Siguiendo la idea anterior, es necesario ahondar en lo que significa para las personas ocupar el cargo de fiscal. Es sabido que ante todo implica una gran responsabilidad y un compromiso formal con la comunidad. Las obligaciones derivadas del cargo deben cumplirse lo mejor posible y a cambio los fiscales obtienen el reconocimiento de la gente de su pueblo y de quienes llegan a visitarlos. Este reconocimiento depende del desempeño en conjunto de los fiscales electos en cuanto el manejo del dinero, y del esfuerzo realizado para el logro de una fiesta organizada y suntuosa. Al terminar su período en el cargo, los fiscales convocan a una asamblea, presentan el resultado del corte de caja y hacen del conocimiento público los nombres de quienes aportaron o negaron su cooperación, si es que hubo alguna donación u otro tipo de apoyo. Por si esto no fuera suficiente, en la entrada del templo se colocan las listas con esa información. De uno u otro modo, esto da pie a que las personas sean objeto de críticas positivas y negativas según sea el caso, e influye, claro está, en las relaciones interpersonales al interior de la comunidad.

Los fiscales no están exentos a la crítica social, pues como organizadores de la festividad patronal, representan a San Juan Yautepec ante los pueblos vecinos; de ahí que su conducta deba ser lo más íntegra posible. Por tal razón, quizás se entienda la discreción con la que se manejó un problema hace unos años, cuando uno de los fiscales recién nombrados cometió un delito en su comunidad que provocó que fuera privado de su libertad –la reserva de las per-sonas fue tan notable que el hecho sólo fue conocido a través de la prensa–. Asi-mismo, la menor duda de la honestidad de los fiscales en cuanto al manejo de la cooperación de los vecinos, genera los peores comentarios en la comunidad.

Es importante destacar la forma como a partir del ritual de la fiesta, se expresan algunos de los cambios que se experimentan en el pueblo. Antes se llevaban a efecto fiestas sencillas y se admite que las de ahora son más bo-nitas y se celebran “en grande”, sin embargo, un ex delegado y ex fiscal señala: “Ya no es como antes, antes había mucha unión. Ahora ya no, porque ya hay mucha política, yo no sé a qué se debe eso, a lo mejor hay un dinero que se roba o no se roba, quién sabe...” ¿Por qué en este testimonio se aborda el ámbito de lo político y su vínculo con una festividad religiosa?

En el pueblo de San Juan Yautepec existen dos grupos, uno que con-forman los miembros de una familia nativa y otro que integra a un número significativo del resto de la población. Entre ellos hay una rivalidad evidente que nació años atrás y que aún persiste. En el afán de la poderosa familia por

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ocupar algún cargo, y la determinación del resto del pueblo de no permitirlo, se llevó a cabo una discusión que terminó en golpes durante una asamblea en que se iban a elegir a los nuevos fiscales. Hay que aclarar que ocupar el cargo de fiscal, otorga a las personas el mérito de participar en otros ámbitos de la vida social de la comunidad. Por ejemplo, un hombre que aspire a ser delegado del pueblo, y que ya ha sido fiscal alguna ocasión, tiene más posibilidades de obtener la designación que alguien que nunca lo ha sido. Dado que varios miembros de esa familia además de haber sido fiscales, han ocupado otros cargos en su pueblo y en el municipio y no desempeñaron un buen papel, se dice que no deben participar más ni pretender tener el poder en la comunidad: “... ellos quieren estar en todo, quieren pelear todo, pero cuando tuvieron la oportunidad de hacer mucho en San Juan nunca hicieron nada”.

Esta pugna se hace presente en el momento en que finalmente la fiscalía se conforma por miembros de ambos grupos (al menos de los años 2000, 2001 y 2002) y, en consecuencia, existen dificultades que repercuten en la organiza-ción y realización de la fiesta. Tal fue el caso de la festividad del 24 de junio de 2004 cuando, por problemas entre los fiscales, hubo una riña y fue necesaria la intervención de las autoridades. Incluso, el delegado y los fiscales debieron presentarse a declarar ante el ministerio público por los acontecimientos de ese día. Estos conflictos muestran como la fiesta hace visible las contradicciones comunitarias y las personas que son testigos de esos hechos, se forman una idea, no siempre correcta, de lo que ocurre en esa localidad.

Los movimientos sociales en el campo mediático. El caso de San Salvador Atenco

Por último, se hace referencia, en forma respetuosa, al movimiento social des-plegado por los pobladores de San Salvador Atenco como consecuencia de la decisión gubernamental de construir el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México en esa zona. La intención es observar un fenómeno específico: el que demandas privadas se conviertan en interés público y las estrategias de los ejidatarios para lograrlo. La perspectiva que se sigue en este trabajo toma en cuenta exclusivamente los medios de comunicación, en particular la prensa. La finalidad es observar cómo se articula lo que aquí se llama política de iden-tidad y los recursos empleados.

Hasta antes del anuncio definitivo sobre el lugar en que se establecerá el nuevo aeropuerto, las reacciones se habían reducido a los debates de aca-

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démicos, técnicos y políticos. Pero la decisión creó un grupo con intereses nuevos, el de los afectados. Éstos, casi ignorados por los anteriores pro-tagonistas de la discusión despertaron, según parece, de manera lenta. El problema simplemente parecía haber tocado a su puerta y sorprenderlos en pleno sueño. Así describe un diario la “sorpresa” de la noticia en esta peque-ña población:

Estado de México (25 octubre 2001). Una hoja blanca pegada a un costado del Palacio Municipal de San Salvador Atenco le anuncia a Don Asunción Hernández un futuro que jamás imaginó: la Federación expropió su parcela de riego, de 3 mil metros cuadrados, y le dará 75 mil pesos de indemnización, que serán su manutención para el resto de su vida. Liquida-rán con $50 mil a la mayoría. Repartirá el Gobierno federal $534 millones para 5 mil ejidatarios, pero el 20% de las parcelas en la zona de Texcoco son comunales (Reforma).

Con esto se abrió la etapa de la movilización. Pensamos como Alain Touraine (1985) que la noción de movimiento social, al igual que la mayoría de las nociones en las ciencias sociales, no describe parte de la “realidad” sino un elemento de un modo específico de construcción de la realidad social. Los movimientos sociales son, en principio, un ejercicio cognitivo. Los individuos se ubican a sí mismos y son ubicados por otros, formando parte de un con-glomerado que tiene vínculos imaginarios de identidad. Constituyen visiones del mundo al modo como las analiza Kearney (1975). Se trata de sistemas clasificatorios, así como de percepciones del tiempo, espacio y causalidad. Es decir, dividen y agrupan la sociedad, imponen un sentido de la historia y del cambio, establecen relaciones entre fenómenos, delimitan territorios... Estos procesos dan lugar a la construcción de identidades políticas particulares o “políticas de identidad”.

A lo largo del movimiento que se gesta en oposición a la construcción del nuevo aeropuerto, se observan distintas tácticas de construcción de la realidad social. El caso de San Salvador Atenco es especialmente interesante. Se trata de un municipio de 34 435 habitantes que cuenta con un gran territorio dedi-cado a la agricultura. Pero lo que es menos evidente son las características de su ruralidad. De las 11 671 personas que componen la población económica-mente activa, el 90% se ocupa en actividades secundarias o terciarias. Supo-niendo que el porcentaje restante se dedique a la agricultura, un tercio de éste (390 personas) estaría compuesto por jornaleros o peones, es decir, habitantes que carecen de tierra. De este modo, aproximadamente sólo el 6.5% de la PEA de Atenco está entre los afectados, lo que no lleva necesariamente a despreciar

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su importancia demográfica, más bien a reconsiderar el peso de la imagen “campesina” que el municipio ha sabido difundir a través de los medios.4

Una de las constantes de los movimientos sociales es la combinación de un cierto principio de globalidad con una referencia a una identidad parti-cular. La característica principal de lo que se denominó “política de identi-dad” de los movimientos sociales es la combinación de referentes generales o universales con un grupo social particular. El tratamiento que ha recibido el análisis de la identidad política ha pasado por enfatizar dos aspectos (Hale, 1997:577s); inicialmente fue el proceso de elaboración de una identidad unifi-cada que incluyó a todos los miembros de una comunidad. Más tarde, el análi-sis ha considerado las relaciones internas de un grupo que contiene diferencias internas, lo que afecta cualquier iniciativa política. Este último punto de vista se esfuerza por derruir toda forma de esencialismo, enfatizando en cambio la invención de la tradición, la hibridización de las culturas y la multiplicidad de identidades. Sin embargo, los movimientos sociales no se empeñan exclusiva-mente en fortalecer la representación de un grupo, sino también en relacio-narla con sujetos universales o generales. El referente mayor se convierte en un elemento unificador ante condiciones individuales diferenciadas, al mismo tiempo que permite que la sociedad en su conjunto se identifique o distancie del sujeto que está generando la acción política. El “hombre” o el “ciudadano” en el caso de los revolucionarios franceses, el “proletario”, la “mujer”, el “estu-diante”, etc., son abstracciones movilizadoras de los grupos sociales que de esa manera decantan a la sociedad a favor o en contra de un sujeto universal. Este proceso de construcción de una identidad particular, que produce al mismo tiempo referentes universales, es el aspecto central de la política de identidad. Para el caso de un movimiento social, en la capacidad de “universalización” de sus demandas radica la posibilidad de convertir demandas privadas en de-mandas públicas, es decir, de colocar un problema particular en la agenda de la discusión general.

4 El efecto más notable de la construcción del nuevo aeropuerto se observará en el territo-rio: más de la tercera parte de la superficie del municipio (37 de 94 km2) será expropiada para la construcción de la magna obra y el monto de las indemnizaciones es a todas luces insuficiente:

De la inversión de 2 mil 863 millones de dólares destinada a la construcción del aero-puerto en Texcoco, el 1.9 por ciento será empleado para la compra de terrenos expro-piados, lo cual, con base en un comparativo internacional sobre proyectos aeroportua-rios, significa la proporción más baja (Reforma 13-05-2002).

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La dificultad más grande que manifiesta este proceso en el caso de San Salvador Atenco es que la figura del afectado no es fácilmente un sujeto gene-ralizable. Por ello los afectados han debido apelar a referentes simbólicos que pudieran servir de puentes entre lo universal y lo particular. En primer lugar acudieron a la imagen consagrada del campesino y su referencia revolucionaria en el caso de México. Los vecinos de San Salvador Atenco se presentaron ante la sociedad como nuevos luchadores por la Tierra, imagen que a su vez los co-necta con la fuente de la nacionalidad y de la identidad mexicana. Roger Bar-tra ha hablado del campesino como el Adán de la nación mexicana, en el doble sentido de origen y de héroe arruinado por el pecado de la pre-modernidad:

... La cultura mexicana ha tejido el mito del héroe campesino con los hilos de la añoranza. Inevitablemente, la imaginería nacional ha convertido a los campe-sinos en personajes dramáticos, víctimas de la historia, ahogados en su propia tierra después del gran naufragio de la Revolución mexicana... (Bartra: 47).

De esta manera, si los afectados de Atenco son individuos particulares, el impacto de su condición campesina mueve la conciencia de al menos una parte de la sociedad mexicana. Así, Atenco se moviliza desafiando la modernidad y llevando por delante los símbolos de su vida campesina, mezclando su lucha de resistencia con signos tradicionales del ambiente rural en el que se mueven. Con motivo del carnaval, el pueblo de Atenco se vio en la necesidad de trans-formar su sentido tradicional de acuerdo con las condiciones de la lucha:

Estado de México (1 febrero 2002). Como desde hace más de 100 años, tres días antes del Miércoles de Ceniza, las calles de Atenco serán invadidas por hombres vestidos de catrines en tonos serios y coloridos, y bailarán con un paraguas en la mano derecha, durante 72 horas.

... Sin embargo, este año ante el desgaste que ha traído la protesta en contra del aeropuerto en Texcoco, la tradición, que llevará el nombre de “Carnaval de la resistencia”, será económicamente austera, pues los lugare-ños de este Municipio, catalogado como rural, han gastado hasta un millón y medio de pesos en su realización (Reforma).

Con todo, el empleo de los símbolos de la vida campesina tienen menos de folclore que de representación dramática, y mientras más cruda sea ésta, es decir, mientras más claramente remita al recuerdo del campesino arcaico no obstante su vecindad con la gran metrópoli, más efectivo parece ser el desdi-

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bujamiento de las condiciones particulares de los afectados por la construc-ción del nuevo aeropuerto a favor de un sujeto abstracto más general. De este modo, las manifestaciones políticas de los afectados entrañan por ejemplo la movilización de bestias, el uso de machetes, y una retórica sobre la Tierra como madre universal...5

Los medios han jugado un papel relevante en la configuración del mo-vimiento al relatar o transmitir en vivo las manifestaciones de los vecinos de Atenco, mismas que destacan con cierto dramatismo los elementos disruptores de la vida social. Los machetes dejan de ser para los comentaristas un instru-mento de labranza y se convierten en armas de potencial agresión; el empleo de bestias y las lentas caminatas que realizan por las principales avenidas de la ciudad ponen de relieve su diferente apreciación del tiempo frente a la de los ciudadanos modernos; la tierra es la fuente de los recursos de la vida y no el sustento de un proyecto inmobiliario. Hay además, por parte de los afectados de San Salvador Atenco, una clara intención de aprovechar los símbolos de la vida campesina:

... Las herramientas del campo, como las guadañas, palas, vertederas y asa-dones, también fueron personajes principales en la plaza, custodiada por una catrina de trapo que representaba a los ricos y al Presidente de la República, y una calavera pulquera, que representaba a los pobres y campesinos” (Refor-ma, 5-11-2001).

... La marcha, que inició alrededor de las 8:45 horas, congrega a vecinos de Santa Isabel Ixtapan, Nexquipayac, Acuescómac, Colonia Francisco I. Madero y a la cabecera municipal, San Salvador Atenco.

El recorrido de unos 28 kilómetros hasta el Ángel de la Independencia que se ubica sobre el Paseo de la Reforma, en el Distrito Federal, es hecho a pie, a caballo, en camionetas y tractores, así como en una decena de autobu-ses contratados por los inconformes (Reforma, 14-11-2001).

... Afilamos los machetes porque estamos en época de corte (en sus cul-tivos); ¿qué más podemos decir?, Ahorita, paso que demos es pensado como si quisiéramos ir en contra de los granaderos, pero ellos no son nuestro obje-tivo, sino defender nuestra tierra y de alguna agresión, no sabemos de quién (Reforma, 28-11-2001).

5 En un noticiero de la CNN hacían mención del rechazo de los campesinos de Atenco a la construcción del nuevo aeropuerto, porque éste les impediría el cumplimiento de sus tradiciones prehispánicas.

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A este uso de los símbolos se añade la adaptación de tradiciones religiosas para reforzar el sentido de la lucha que los campesinos han emprendido. Con motivo de la fiesta de la “Candelaria” (2 de febrero) se llevó a cabo una adap-tación interesante de la tradicional presentación del niño Jesús. La costumbre de vestir su imagen con algún motivo particular se expresó en Atenco de un modo nuevo:

Muchos de los habitantes que acudieron a misa en la parroquia del Divino Salvador para festejar el levantamiento del niño Dios del pesebre, se traslada-ron al plantón con el propósito de enseñar su canasta a Ofelia Medina. “Hay que festejar –dijo la artista−, el Día de la Candelaria, del niño machetero”, y colocó un machete junto a uno de los niños que varias mujeres subieron al estrado donde se realizaba el acto artístico-cultural (La Jornada, 03-02-02).

La imagen del campesino en México está asociada por otra parte al uni-verso político de la revolución, movimiento social por excelencia. El campe-sino por otra parte representa al “México bronco”, metáfora de los sectores sociales que no ven en las instituciones jurídicas instrumentos adecuados para lograr sus demandas sociales y que fácilmente desplazan su expresión política hacia la acción directa, extra-legal, pero legítimamente sostenida por la ur-gencia de su situación de vida.

Así en las fechas consagradas por el calendario y el panteón político mexi-cano los campesinos de Atenco expresan su tono revolucionario, pero éste no mira hacia el futuro sino hacia el pasado.

... Durante todo el día, en lapsos de tres a diez minutos, lanzaron cañones de pólvora en la plaza municipal para reafirmar su negativa a la negociación y criticar la postura de Mandatario federal (Reforma, 5-11-2002).

... La marcha se hace por el 20 de noviembre [fecha oficial de conmemora-ción de la Revolución mexicana] y también para advertirle al Gobierno que no estamos jugando, y que si quiere una revolución la va a tener; si se retracta de su decreto, estaremos calmados, pero si no, quien sabe (Reforma, 21-11-2001).

Con motivo del aniversario del asesinato de Emiliano Zapata los vecinos de Atenco junto con grupos campesinos y sindicales de otros puntos del país volvieron a las calles esta vez directamente contra la residencia oficial. Los pe-riódicos sólo recogieron de ese día el incremento de la beligerancia de los mani-festantes (fue herido con una piedra un jefe policiaco) y el enorme caos vial de

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ese día, pero se trató para los de Atenco en una puesta en escena de la renovada lucha por la tierra. Una entusiasta reportera puso en su nota lo siguiente:

... El general revolucionario y defensor de tierras en comunidades indígenas, quien nació en 1879 y murió asesinado el 10 de abril de 1919, es el personaje moral que ha encabezado 171 días la lucha de los ejidatarios de Atenco, Texcoco y Chimalhuacán, para revocar el decreto de expropiación de 5 mil 391 hectáreas para construir la nueva terminal aérea (Érika Hernández, Reforma 10-04-02).

La referencia a la tierra ha ido acompañada de un énfasis particular: la defensa del medio ambiente. Como he señalado más arriba, la opción Texcoco del nuevo aeropuerto supone el aprovechamiento de parte del antiguo lecho del lago ahora desecado por las obras hidráulicas emprendidas desde hace años. Sin embargo, estos suelos han sido objeto de importantes trabajos de recupe-ración emprendidos a partir de los años setenta cuyo éxito ha sido notable. A través de la construcción de lagos artificiales y de la siembra de pastos salados, la superficie salitrosa de la zona ha cambiado su aspecto. El alcance de las obras ha sido de tal magnitud que el microclima de la región se ha transfor-mado, la ciudad se libró de terribles tormentas de polvo y se ha recuperado la presencia de numerosas aves migratorias procedentes de Norteamérica, al volver a encontrar cobijo en la devastada región. Este último hecho ha sido particularmente agradable para los habitantes de esta megalópolis quienes lo ven como un rayo de esperanza ante la debacle ambiental. Por ello numerosas asociaciones ecologistas, tanto nacionales como internacionales, han expresa-do su rechazo a la decisión tomada por el gobierno federal.

De este modo, la defensa de los habitantes de Atenco de su entorno rural se ha conectado estrechamente con el movimiento ambientalista al identificar la preservación de la ocupación agrícola de la tierra con las necesidades de los habitantes de la metrópolis de un medio más sano. Incluso el rasgo de iden-tidad más universal adoptado por los campesinos de Atenco ha rebasado las fronteras de México y se ha conectado con movimientos críticos de la globali-zación y a favor del ambiente.6

6 Aunque la protesta de los ambientalistas ha sido en su mayor parte contra la construc-ción del aeropuerto en Texcoco, existen otras voces que ven en la obra una oportunidad para lograr el rescate definitivo de la zona. Este es el caso de los diseñadores del proyecto “México, ciudad futura”, en su mayoría arquitectos, que defienden la opción Texcoco precisamente por criterios ambientalistas (Proceso 21-01-02).

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En resumen se tiene que la “política de identidad” que han seguido los po-bladores de Atenco se ha desplegado por tres campos o recursos simbólicos:

Sujeto Campesino Revolucionario Ambientalista

Soporte simbólico

Tradición Justicia Defensa de la tierra y el ambiente

Acción Acción local Acción local y nacional

Acción nacional y global

¿Triunfarán los campesinos de Atenco? Es muy pronto para decir hasta donde será exitoso el movimiento de defensa por su tierra. Por el momento el curso legal del movimiento ha consistido en demandar la nulidad de la deci-sión del gobierno federal, dado que ha incursionado en materia de calificación del uso del suelo que es una atribución local. Sin embargo, no es ahí donde está el verdadero pulso del movimiento, sino en la capacidad de vincularse más ampliamente con otros sectores de la sociedad mexicana; es decir, de convertir y mantener su demanda como un asunto público.

Lo público y lo privado en la expansión urbana

Se ha intentado trabajar dos grandes espacios de transformación de la so-ciedad urbana contemporánea en México: la expansión metropolitana y las nuevas expresiones de la contradicción de lo público y lo privado. El fenómeno evidenciado por las actuales condiciones de expansión metropolitana consiste en que el crecimiento urbano ha topado con una lógica nueva en la medida en que extiende sus brazos a la gran periferia de la ciudad-región. Los estudios de Marisol Cruz, por ejemplo, muestran que la expansión de la Ciudad de México en la actualidad se sostiene en la ocupación de terrenos agrícolas pri-vados, más que públicos (ejidos y terrenos comunales), los cuales, en cambio, se han constituido en espacios de resistencia a la urbanización. Sin embargo, parece que no es la importancia agrícola de estos terrenos lo que ha levantado el dique a la urbanización, más bien cambió el modo en que la región rural circunvecina se ha conectado con la expansión metropolitana.

Tal vez pueden ayudarnos a comprender este fenómeno las reflexiones de Thierry Linck sobre las ruralidades emergentes. Su planteamiento, es que los espacios rurales han asumido nuevas funciones. En lugar de ámbitos to-

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talmente escindidos de lo urbano se han integrado a esta realidad de maneras muy variadas. No marcan más la discontinuidad del territorio, sino un modo distinto de su despliegue; ya no se hallan marginados de los centros de deci-sión, sino que se han convertido en objeto de interés importante tanto del sector público como del privado; en lugar de ser identificados estrictamente como “explotaciones agrícolas” tienen funciones nuevas y distintas, algunas de ellas muy apreciadas por los habitantes de las metrópolis.

En efecto, cuando se habla de nueva ruralidad o de rurbanización nos referimos al despliegue de actividades tradicionalmente consideradas como propias de la ciudad en los medios rurales tradicionales. El empleo industrial o los servicios son, como en el resto de la ciudad, predominantes en las zo-nas que tradicionalmente fueron consideradas como agrícolas; incluso quienes se ocupan de esas actividades tradicionales con frecuencia las combinan con ocupaciones terciarias o secundarias. El cambio más notable parece estar en los jóvenes, pues presentan niveles educativos poco asociados con el trabajo rural y, sin embargo, es frecuente su identificación con la producción agrícola a pesar de su contacto con otras áreas de actividad económica.

El caso del nuevo aeropuerto, por otra parte, permite ilustrar la combina-ción de intereses públicos y privados en la periurbanización, pero éste sólo es un caso extremo. Industria, comercio, administración pública, turismo, servi-cios de transporte, agentes inmobiliarios y muchos actores más observan con notable interés lo que sucede en las áreas rurales tradicionales, no siempre para cambiar su uso del suelo, sino para integrarlas de modo distinto al resto de la estructura metropolitana.

Tal vez lo que mejor ilustre el cambio de percepción de la periurbaniza-ción es la multiplicidad de sentidos que pueden producir las zonas rururbanas: son desde luego espacios que no han dejado de ser susceptibles de ingresar al mercado, pero además representan valores ambientales, recursos culturales e identitarios en cuanto tradiciones y sus fiestas colaboran al despliegue de vi-siones del mundo cosmológicas. Pueden ser vistos incluso como patrimonio y desde luego como espacio de confrontación y movilización social y política.

¿Cómo afectan estos cambios la organización de lo público y lo privado? Estado y sociedad han encontrado en el espacio metropolitano uno de sus puntos de contacto paradigmáticos. Los intereses individuales y comunes se encuentran en él en constante relación y tensión por lo que tal vez la clave de esta polaridad sea más bien un problema de equilibrio. Los casos reseñados permiten plantearnos al menos dos problemas sobre el modo de organizar el espacio público y privado.

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El consumismo individualista ejemplificado por los fraccionamientos re-sidenciales de clases acomodadas en la periferia metropolitana no sólo repre-senta un choque con los intereses de otras comunidades, sino que hace notar que éstos se ven afectados por su falta de contacto con los intereses públicos en su ciego proceso de expansión. Es imposible desarrollar fraccionamientos per-fectamente organizados y regulados en cuanto a los modos de vivir, la distri-bución de los espacios físicos y los estilos de vida, sin tomar en cuenta que a la larga los problemas de abasto, transporte y seguridad implican al conjunto de la organización metropolitana. El riesgo que actualmente amenaza a estos su-burbios no proviene de su exterior, sino de la lógica de su propia organización: la escisión del resto de la sociedad les afecta e impide que su exclusivo modo de vida pueda ser reproducido exitosamente. Basta observar el movimiento matutino de vehículos que se despliega en los suburbios metropolitanos para concluir que si no hay una coordinación con todos los grupos de la región, el inmovilismo será la única opción que les depare el futuro inmediato.

La segunda contradicción consiste en que en el momento actual de nues-tra vida política y social, la identificación de lo público con lo estatal ya no es inmediata. El caso del nuevo aeropuerto resulta ejemplar. ¿Representa la decisión gubernamental el interés público? ¿Es la reacción de los ejidatarios y comuneros que se oponen al proyecto una respuesta motivada exclusivamente por intereses privados? Desde luego no hay una manera clara e inequívoca de establecer lo uno o lo otro, pero sí es posible observar que en la relación en-tre ambos espacios queda un amplio campo de acción de muchos otros agentes involucrados. Si los vecinos de Atenco tienen dificultades para que el resto de la metrópoli reconozca su movimiento como una defensa de intereses genera-les, no es menos difícil para el Estado que la sociedad comprenda su decisión como una correcta respuesta a una necesidad común.

El nuevo escenario de la rurbanización nos enfrenta entonces a la nece-sidad de diferenciar agentes públicos estatales de los agentes públicos no esta-tales y de establecer la legitimidad de las acciones e intereses que cada uno de ellos representa. En contraparte, los intereses privados luchan por obtener legitimidad justificándose en los intereses comunitarios. Las crisis urbanas tie-nen en la experiencia de los pueblos y zonas tradicionales tal vez una imagen que pueda ser útil para su solución: las devociones privadas, las fiestas como elementos en que se despliega la identidad, son al mismo tiempo la principal escuela para aprender a manejar los asuntos públicos. Sólo encontrando la ade-cuada combinación entre estos dos campos se tendrá resuelta la supervivencia de la comunidad. ¿No sería también este el caso de toda la metrópoli?

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Agradecimiento

Se agradece la colaboración de Aníbal Álvarez y Adriana Ortega en la elabo-ración del presente texto.

Bibliografía

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Segunda parte

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Enlaces aéreos de la Región CentroLuis Chías BecerrilDepartamento de Geografía Económica, Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México.

Introducción

La Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM) articula las rela-ciones que se generan entre Tlaxcala, Puebla, Morelos, Hidalgo, Querétaro, el Estado de México y el Distrito Federal, conformando un espacio social complejo y dinámico que se conoce como Región Centro. Para establecer, reforzar y preservar su jerarquía socioeconómica, la ZMCM ha desarrollado una compleja red de comunicaciones y transportes terrestres y aéreos que se caracteriza por su morfología radial y concéntrica, su alta densidad de viajes y sus intensos niveles de operación.

En este capítulo se presenta un breve análisis de la situación actual y las principales tendencias que rigen la estructura y operación de los enlaces aéreos de la Región Centro, con ese fin se analiza exclusivamente la participación de las aerolíneas nacionales que tienen como base de operaciones algunos de los aeropuertos que se localizan en dicha región.

Actualmente, los servicios aéreos de todo el país se encuentran bajo un intenso proceso de reestructuración, que no se puede entender si no se con-templan las siguientes premisas teóricas básicas:

a) La organización y funcionamiento de los enlaces aéreos no depen-de exclusivamente de los procesos regionales o nacionales. El mismo estudio de los impactos generados por la apertura comercial mexi-cana resultaría insuficiente si se realizara al margen del proceso de globalización y de la reestructuración del sistema-mundo capitalista (Wallerstein, 1992).

b) Sin embargo, como el proceso de globalización es por principio ex-cluyente, no todo el país ni todos los aeropuertos o sectores econó-

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138 . Luis Chías Becerril

micos forman parte de él. Las complejas y múltiples relaciones que se establecen entre las localidades de cada región, entre las de distintas regiones y con ciudades de otros países, generan por su propia natura-leza, distintos ámbitos de operación y redes aéreas diferenciales que se expresan a escala: regional, nacional e internacional.

c) Cada tipo de enlace aéreo tiene consecuentemente diferentes niveles de desarrollo tecnológico. Al internacional le corresponde, en princi-pio, la mejor infraestructura, los aviones más rápidos y de mayor capa-cidad, los servicios más eficientes y oportunos, modernos sistemas de comunicación y, por tanto, puede conformar el espacio aéreo más cer-cano, de fácil acceso y no siempre el más caro; en cambio, los enlaces aéreos nacionales y regionales pueden ser lentos y costosos por el tipo de aeronaves empleadas, por no tener vuelos diarios y directos, y por obligar a los usuarios a seguir itinerarios con escalas que incrementan considerablemente los tiempos y costos del desplazamiento aéreo.

d) Para finalizar, hay que señalar que la participación de distintos ti-pos de servicios aéreos no necesariamente significa que se desarrollen en espacios y tiempos diferentes. En la realidad, pueden brindarse al mismo tiempo en un solo aeropuerto o región, como si se realizaran sobre espacios superpuestos (Camarena, 1996), con diferentes ritmos de funcionamiento: la aviación comercial utiliza aviones de gran ca-pacidad e itinerarios fijos que demandan sofisticadas infraestructu-ras y servicios de apoyo para realizar adecuadamente sus operaciones; mientras que la aviación regional, los taxis aéreos y los vuelos charter pueden operar sin itinerarios regulares y con menores exigencias ad-ministrativas y tecnológicas. Al registrarse en un mismo aeropuerto distintas lógicas de operación, los diversos actores que participan en-tran en conflicto al compartir y competir por el espacio (aerovías, pis-tas, plataformas y hangares), por los apoyos en tierra (mantenimiento, combustible, alimentos, etc.), por los servicios para la radionavegación y por la demanda de pasajeros y mercancías.

En la Región Centro, por ejemplo, el Distrito Federal y los estados de México e Hidalgo registraron fuertes enfrentamientos para convertirse en la sede del nuevo aeropuerto de la ZMCM; en esta región también se han rea-lizado frustrados intentos para crear un Sistema Aéreo Metropolitano y, en ella nacen, compiten y desaparecen importantes aerolíneas que luchan por encontrar sus nichos de oportunidad con rutas y ritmos de operación óptimos,

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Enlaces aéreos de la Región Centro . 139

bajo un ambiente que se caracteriza por la incertidumbre social y económica generada por el proceso de globalización.

Infraestructura y servicios aéreos en la Región Centro

1. Los aeropuertos de la Región Centro: ¿una infraestructura sobredimensionada?

Los estados que conforman la Región Centro cuentan con una importante y sofisticada infraestructura aérea: dos aeropuertos internacionales, siete nacio-nales, 41 helipuertos y 28 aeródromos, donde se realiza un significativo volu-men de los servicios aéreos nacionales e internacionales. Esta región también cuenta con 42% de los centros de capacitación aérea, lo que permite suponer que este es el principal enclave nacional para la prestación de los servicios aéreos y la formación del personal altamente capacitado que demanda la com-pleja operación de aeronaves, aeropuertos y radioayudas en todo el país.

De la infraestructura mencionada, en este capítulo sólo se analizaron las actividades de los siete aeropuertos de la Región Centro administrados por Aeropuertos y Servicios Auxiliares (ASA), se obtuvieron estadísticas para evaluar su participación y, como se constatará, en ellos se realiza la mayor parte de las actividades aéreas comerciales de México. De acuerdo con ASA, estos aeropuertos (Cuadro 1) se clasifican de la siguiente manera:

a) Dos internacionales (Distrito Federal y Toluca) cuyas calificaciones técnicas (sexta y quinta, respectivamente) permiten atender y satisfacer necesidades de desplazamiento aéreo típicas de cualquier zona metropolitana del mundo.

b) Cinco nacionales de los cuales: Cuernavaca, Puebla y Querétaro tienen altas calificaciones técnico-operativas (quinta categoría); en cambio, las instalaciones de Tlaxcala y Tehuacán son de tercera categoría. Por el tipo de operaciones que se realizan predominantemente en estos cinco aeropuertos, ASA los clasifica como terminales aéreas regionales.

La construcción y operación de estos aeropuertos tan cercanos y operando en un espacio relativamente reducido, parece tener fundamento en las siguien-tes consideraciones, que se desprenden del estudio realizado a principios de los años noventa por Aeropuertos y Servicios Auxiliares (ASA, 1991):

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140 . Luis Chías Becerril

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Enlaces aéreos de la Región Centro . 141

a) El desarrollo aeroportuario de la capital del país tiene que considerar la demanda de su extensa área metropolitana.

b) En ese contexto territorial las instalaciones del Aeropuerto Interna-cional de la Ciudad de México (AICM) serán insuficientes en tiempos relativamente cortos.

c) Su ampliación sólo conduciría a una terminal excesivamente ahogada dentro del crecimiento urbano y difícil de manejar con eficiencia téc-nica y operativa.

d) Además, la ampliación del AICM iría contra los lineamientos de descentralización trazados en el entonces Plan Nacional de Desa-rrollo.

Con estos argumentos, las autoridades de ASA consideraron que habilitar otros aeropuertos cercanos para el tráfico aéreo de la zona metropolitana con-tribuiría a: i) descongestionar y descentralizar los servicios aéreos de la Ciudad de México; ii) incrementar la seguridad y flexibilidad de sus comunicaciones por aire, consideradas de gran valor estratégico para el proceso de apertura comercial, y iii) hacer frente a las contingencias socioeconómicas y naturales que pueden dejar a la ciudad prácticamente incomunicada.

Congruente con lo anterior y señalando que en el mundo entero las me-galópolis como la nuestra tienden a adoptar el esquema de dos o tres aero-puertos para su comunicación aérea, el Gobierno Federal dispuso en 1991 la instrumentación del Sistema Aeroportuario Metropolitano (SAM). El SAM quedó integrado básicamente por las terminales aéreas de la Ciudad de Méxi-co, Toluca y Puebla, donde se realizarían operaciones mixtas (nacionales e internacionales de pasaje y de carga). Además, el SAM contaría con el apoyo del nuevo aeropuerto de Cuernavaca y se contemplaba la posibilidad de incluir al de Pachuca, Hidalgo (ASA, 1991).

Como la construcción de este tipo de infraestructuras demanda conside-rables inversiones (Cuadro 4), grandes espacios (Cuadro 1), sofisticados servi-cios y equipamientos y complicados estudios que demuestren su rentabilidad económica y función social, se puede suponer a priori (antes de conocer las estadísticas correspondientes), que no se trata de una red sobredimensionada, sino de terminales que se planearon para satisfacer crecientes y competidas de-mandas de servicios aéreos, es decir, de aeropuertos que deben estar sometidos a usos intensivos. Sin embargo, el análisis estadístico referente a la partici-pación de los servicios aéreos por tipo de servicio y por aeropuerto, reporta la siguiente situación.

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142 . Luis Chías Becerril

2. Importancia de los servicios aéreos de la Región Centro y jerarquía del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México

En 1995 se realizaron 1.3 millones de vuelos en todo el sistema aeroportuario de México, los siete aeropuertos correspondientes a la Región Centro atendie-ron 24.6% del total y si se considera el tipo de servicio brindado, resulta que en esta región se realizaron 27.2% de los vuelos correspondientes a la aviación comercial; 24.1% de la aviación regional y 17% de los que proporciona la avia-ción general. Estos porcentajes reflejan la importancia económica que tienen las operaciones aéreas de la Región Centro para la vida económica de la región y la de todo el país (Figura 1).

Figura 1. Participación de los vuelos por región y tipo de aviación, 1995.Fuente: ASA, 1996.

La jerarquía del AICM en la Región Centro resulta abrumadora: a nivel nacional, esta terminal captó casi 19% de todos los vuelos realizados en nues-tro país en 1995, en segundo lugar quedó el aeropuerto de Toluca (ATOL) con 3.6% y la participación de los otros cinco aeropuertos de esta región, respecto al total de vuelos es en todos los casos insignificante (inferior a 1%). Al interior de la Región Centro, el AICM concentró 76.1% de los vuelos, el ATOL 14.6% y muy por debajo le siguen las operaciones aéreas realizadas en las terminales de Querétaro y Puebla (Figura 2).

El AICM es, sin duda, el más importante de todo el país y por supuesto de la Región Centro; sin embargo, al analizar la participación de cada aeropuerto por el tipo de aviación predominante, los datos de la Figura 3 indican que:

a) El AICM manifiesta su jerarquía fundamentalmente en las operacio-nes realizadas por la aviación comercial al absorber 96.1% de todos los

Total0

20

40

60

80

100

%

Comercial

Resto País Región Centro

Tipo de aviación

Regional General

75.4

24.6

72.8 75.9

24.1

83

1727.2

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Enlaces aéreos de la Región Centro . 143

vuelos correspondientes a la Región Centro, un 3.9% restante se dis-tribuyó entre los otros seis aeropuertos, y sólo en las terminales aéreas de Querétaro (AQRO) y Puebla (APUE) adquieren cierto significado.

b) En la aviación regional, el ATOL ocupó el primer lugar al realizar 58.2% de los vuelos, el segundo lugar fue para el AICM con 32% y el resto se repartió entre los otros cinco aeropuertos, de los cuales Cuer-navaca (ACUE) registró 5%.

c) En la aviación general el ATOL ocupó nuevamente el primer lugar con 41% de las operaciones registradas en 1995, el AICM quedó en segundo lugar con 19.9%, y un 31% restante se distribuyó entre los otros cinco ae-ropuertos con porcentajes que oscilan entre 4.4 y 9.4%, respectivamente.

Se puede afirmar, por tanto, que el Aeropuerto Internacional de la Ciu-dad de México funciona como el nodo concentrador de la aviación comercial; el de Toluca es el más importante para los servicios aéreos de carácter regional y general; el de Querétaro supera al de Puebla, y los otros cuatro aeropuertos se caracterizan por tener insignificantes o nulos porcentajes de participación.

3. Desequilibrios operativos en el tráfico de pasajeros

De los 45 millones de pasajeros transportados en 1995 por los servicios aéreos brindados en todo el país, 16 millones (35%) utilizaron alguno de los siete ae-ropuertos ubicados en la Región Centro. En estas terminales aéreas se registró un 36.3% de los pasajeros correspondientes a la aviación comercial, 13.2% de los que solicitaron servicios aéreos regionales y 16.6% de los atendidos por la aviación general (Figura 3).

Figura 2. Aeropuertos de la Región Centro, participa-ción de los vuelos, 1995.Fuente: ASA, 1996.80

70605040302010

0

MEX

% de vuelos respectoa la Región Centro

% de vuelos respectoal Total Nacional

TLC QET PBC CVA TXA TCN

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14.6

3.3 2.5 1.8 1.1 0.7

18.8

3.60.8 0.6 0.4 0.3 0.2

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144 . Luis Chías Becerril

Del total nacional, el AICM atendió al 98.3%, lo que significa que la parti-cipación de los otros seis aeropuertos analizados, a escala nacional y al interior de la Región Centro, es en términos generales insignificante. Sin embargo, al analizar dicha participación por aeropuerto y por tipo de servicio resulta que (Figura 4):

1. El AICM tiene una participación abrumadora en el caso de la aviación comercial al transportar 99.2% de los pasajeros que viajaron en 1995; los aeropuertos de Cuernavaca, Puebla y Querétaro se repartieron el resto, con porcentajes insignificantes.

2. En los servicios de la aviación regional la situación es diferente, la ma-yoría de los pasajeros (80.7%) utilizó el ATOL, el AQRO atendió 8.7%, el APUE 4.5% y el AICM quedaron en cuarto lugar con sólo 4% de los pasajeros transportados en esta clase de servicios aéreos.

3. En la aviación general, el ATOL también ocupó el primer sitio con 51.5% de los pasajeros transportados, el AICM quedó en segundo con 18.5%, las terminales aéreas de Querétaro, Puebla y Cuernavaca registraron significativas cifras al transportar 9.1, 8.5 y 8.5%, respectivamente; el aeropuerto de Tehuacán (ATE), sólo movilizó 3.1% de los pasajeros y el de Tlaxcala no registró este tipo de servicios en 1995.

Como puede advertirse, al igual que en el total de los vuelos realizados, el AICM es el que registra la mayor cantidad de pasajeros transportados en los servicios de la aviación comercial; pero, en los servicios de la aviación regional y general, el ATOL tiene mayor jerarquía y el AQRO ocupa el tercer lugar.

Figura 3. Participación de pasajeros transportados por región y tipo de aviación, 1995.Fuente: ASA, 1996.

100%

80%

60%

40%

20%

0%

Resto País Región Centro

64.2

Total Comercial Regional General

63.7 86.8

35.8 36.3 13.2 16.6

83.4

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Enlaces aéreos de la Región Centro . 145

Las aerolíneas de la Región Centro: estructura de sus rutas y enlaces aéreos

1. Aerolíneas que brindan sus servicios en la Región Centro

La Dirección General de Aeronáutica Civil de la Secretaría de Comunicacio-nes y Transportes (SCT), reportó para 1995 la participación de 23 aerolíneas mexicanas clasificadas de la siguiente manera: seis troncales que transportaron en conjunto 90% de los pasajeros y 17 regionales que brindaron sus servicios al restante 10% de los pasajeros.

La Región Centro constituye el centro de operaciones de seis empresas: aquí se ubican las tres troncales de mayor jerarquía, Aeroméxico, Mexicana de Aviación y Transportes Aéreos Ejecutivos, S.A. (TAESA), así como Aeromar, Aeromorelos y PAL Aerolíneas, clasificadas como aerolíneas regionales. Estas seis empresas transportaron en conjunto a 83.4% de todos los pasajeros que utilizaron los servicios aéreos comerciales en 1995, el resto (16.6%) se distribuyó entre las otras 17 aerolíneas, situación que refleja la importancia que tienen las que operan en la Región Centro, no sólo para la región estudiada sino para toda la aviación comercial de México. Sin embargo, al analizar la participación en función de las rutas troncales y regionales resulta que la jerarquía nacional que tienen las aerolíneas troncales que operan en la Región Centro se manifiesta claramente al transportar al 90.7% de los pasajeros, dejando el resto a las otras tres troncales que operan en el país. En cambio, las tres empresas regionales que se ubican en nuestra zona en estudio, apenas participaron con 17.6% de los pasajeros transportados en este tipo de servicios.

Figura 4. Región Centro: pasajeros transportados por aeropuerto y tipo de avia-ción, 1995.Nota: El aeropuerto de Tlax-cala no registró este tipo de servicio.

100%

80%

60%

40%

20%

0%

MEX TLC QET CVA PBC TCN

98.3

Total R.C. Comercial Regional General

99.2

0.31.7

3.9

8.58.5

51.5

18.5

80.7

8.74.5

4

9.1

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146 . Luis Chías Becerril

Los 15.5 millones de pasajeros atendidos por las seis aerolíneas que ope-ran en la Región Centro se distribuyeron de la siguiente manera: 97.9% utilizó a las empresas troncales y un 2.1% restante a las regionales.

a) Del total de los pasajeros transportados en las rutas troncales (15.2 mi-llones), Mexicana de Aviación y Aeroméxico se reparten casi de ma-nera equitativa un 89.4%. TAESA, por su parte, aunque empezó sus operaciones en 1991, ya participa con un significativo 10.6% de los pasajeros transportados (Figura 5).

b) De las tres aerolíneas regionales que operan en la zona en estudio, Aeromar desplazó 93% de los pasajeros que usaron este tipo de empresas en 1995; Aeromorelos manejo casi a 7% restante y PAL Aerolíneas registró movimientos poco significativos (Figura 6).

Figura 6. Porcentaje de pa-sajeros transportados por empresas regionales, en %, 1995.

Figura 5. Porcentaje de pasa-jeros transportados por em-presas troncales, 1995.

Aerovías de México Cía. Mexicana de Aviación

TAESA

9.39.62614597

40.7369925

40.32622931

Otras troncales

Aeromar Aeromorelos

PAL Aerolíneas

16.31130064

0.106609808

82.4

1.226012793

Otras regionales

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Enlaces aéreos de la Región Centro . 147

2. Estructura de la red de rutas aéreas

Las Figuras 7, 8 y 9 sirven de ejemplo para conocer de manera esquemática las características generales de la red de rutas troncal (nacional e internacional) y regional que conforman las empresas que operan en la Región Centro.

En la Figura 7 se muestra la red troncal de las rutas nacionales de Mexi-cana de Aviación, los 27 itinerarios que cubría la empresa en 1995 mues-tran que sus servicios comunicaban a las principales localidades industriales (Guadalajara, Monterrey, León, entre otros), turísticas (Cancún, Acapulco, Puerto Vallarta, por mencionar algunas), fronterizas (Tijuana, Mexicali y Nuevo Laredo), así como a otras destacadas ciudades de México. La estruc-tura de esta red troncal era y sigue siendo básicamente radioconcéntrica, con predominio de ejes longitudinales y carencia de ejes transversales. También predomina el mayor número de ejes que van del centro hacia el norte y, por tanto, contrasta la fragilidad de las comunicaciones aéreas hacia el sureste del país.

La red troncal de Mexicana, y lo mismo ocurre con la de Aeroméxico, reconoce en general a la Ciudad de México como el principal vértice de sus operaciones y sólo contadas terminales como la de Guadalajara funcionan como bases aéreas secundarias. La mayoría de sus rutas son de largo alcan-ce, excepto las del corredor aéreo Morelia-León-San Luis Potosí, que al enlazarse con Guadalajara integran un circuito de gran importancia social y económica. También se aprecia que las rutas conectan a la Ciudad de Méxi-co preferentemente con ciudades costeras, sobre todo con las del Pacífico (Figura 7).

En la Figura 8 se esquematizan las rutas internacionales de Mexicana de Aviación y en ella se repite el patrón radioconcéntrico de las nacionales; sólo contadas terminales aéreas, además del AICM, realizan este tipo de ope-raciones (por ejemplo, Guadalajara, León, Zacatecas y Cancún). Aunque el número de destinos internacionales que tiene Mexicana de Aviación hacia América Latina (12) y hacia Estados Unidos (14) son casi iguales, los enlaces hacia el vecino país del norte adquieren mayor importancia económica y polí-tica, a través de ellos nuestra red aérea se vincula con el resto del mundo (desde Los Ángeles, San Francisco, Denver, Chicago o Nueva York). Mexicana de Aviación sólo tenía itinerarios directos hacia Frankfurth, Alemania y de ahí se comunicaba con otras cuatro ciudades europeas (Revista Mexicana de Avia-ción), para comunicarse a otras partes del mundo utiliza preferentemente los aeropuertos de Estados Unidos.

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148 . Luis Chías Becerril

Figura 7. Mexicana de Aviación: Enlaces Aéreos Nacionales. Fuente: Mexicana de Aviación, 1995.

Para esquematizar la estructura de las rutas aéreas regionales se presenta la Figura 9 con la información de Aerolitoral y Aeromar (también aparecen las rutas de Aerocaribe pero ésta no tiene su base en el AICM, sino en Mérida, Yucatán).

Como puede advertirse, las empresas regionales tienen ámbitos de ope-ración bien delimitados territorialmente: Aerolitoral enlaza al centro del país con el norte y sobre todo con las ciudades del noroeste; Aeromar, por su par-te, comunica a las principales ciudades del Bajío y el occidente de México y extiende sus conexiones hasta Monterrey; Aerocaribe controla los servicios aéreos en el sur y sureste de México, y su alianza con Aerocozumel le permite ampliar sus operaciones hacia las ciudades del Pacífico norte. En todos los ca-sos se trata de rutas de corto y mediano alcance que conectan a ciudades cuyos indicadores demográficos y económicos las hacen atractivas para fomentar el desarrollo de los servicios aéreos regionales, sobre todo en los vuelos que tie-nen como motivo del viaje el trabajo y los negocios.

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Enlaces aéreos de la Región Centro . 149

Figura 8. Mexicana de Aviación Enlaces Aéreos Internacionales.Fuente: Mexicana de Aviación, 1995.

Actualmente, las empresas aéreas mexicanas hacen conexión con 63 ciu-dades en todo el territorio nacional y 34 más a nivel internacional, 17 de las cuales se encuentran en Estados Unidos.

3. Los principales enlaces aéreos de la Región Centro

El análisis de los 31 pares de ciudades con mayor tráfico de pasajeros de la aviación troncal en las rutas internacionales permite advertir lo siguiente:

1. En estos 31 pares de ciudades se realizaron 67.4% de los vuelos y se transportaron 81.8% de los pasajeros que viajaron por las rutas in-ternacionales, por tanto, constituye una muestra representativa de lo que ocurre en este tipo de enlaces aéreos dentro de la Región Centro (Cuadro 2).

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150 . Luis Chías Becerril

2. De los 31 pares de ciudades con mayor tráfico destacan cinco locali-dades nacionales: además de la Ciudad de México, Guadalajara, Can-cún, Puerto Vallarta y Morelia, es decir, tres capitales y dos centros turísticos.

3. De las terminales de la Región Centro sólo participa el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el cual interviene como origen en cinco de los pares y como destino en otros seis. Con estos 11 pares de ciudades el AICM captó 30.8% de todos los vuelos al extranjero que se realizaron hacia y desde México en 1995 y 31.9% de todos los pasajeros transportados en las rutas internacionales. Sin duda es el aeropuerto más importante de la Región Centro y del país, y su principal flujo de pasajeros se registró de Los Ángeles a la Ciudad de México (9.2% de los pasajeros).

4. La ciudad de Guadalajara le sigue en orden de importancia por ser el origen de tres rutas y destino de una más, con estos cuatro pares de ciudades captó 13.5% de los vuelos y 20.9% de los pasajeros. Aunque

Figura 9. Aerolíneas Regionales y sus Enlaces Nacionales.Fuente: Mexicana de Aviación, 1995.

Page 152: La urbanización difusa de la Ciudad de México

Enlaces aéreos de la Región Centro . 151

Cuadro 2. Pares de ciudades con más tráfico de pasajeros. Rutas internacionales, 1995

Orden* Pares de ciudades Vuelos PasajerosNúm. % (Miles) %

2. Los Ángeles-México 5 263 8.0 317.8 9.27. Chicago-México 1 428 2.2 132.1 3.8

11. Houston-México 2 221 3.4 88.3 2.615. Dallas-México 2 035 3.1 66.6 1.918. Guatemala-México 721 1.1 48.0 1.424. La Habana-México 421 0.6 41.3 1.2

4. México-Nueva York 1 899 2.9 177.6 5.212. México-San Antonio 1 071 1.6 84.4 2.514. México-Miami 3 073 4.7 69.4 2.023. México-San Francisco 1 408 2.1 42.3 1.231. México-San José, Costa Rica 647 1.0 30.1 0.9

Subtotal México 20 187 30.8 1 098 31.91. Guadalajara-Los Ángeles 4 520 6.9 393.0 11.46. Guadalajara-San Francisco 2 083 3.2 139.5 4.09. Guadalajara-San José, Costa Rica 1 139 1.7 93.8 2.7

10. Chicago-Guadalajara 1 114 1.7 92.3 2.7Subtotal Guadalajara 8 856 13.5 719 20.9

3. Cancún-Miami 2 188 3.3 177.9 5.25. Cancún Nueva York 1 171 1.8 143.4 4.2

16. Cancún-Los Ángeles 509 0.8 58.1 1.721. Cancún-Houston 710 1.1 44.1 1.3

Subtotal Cancún 4 578 7.0 423 1213. Los Ángeles-Puerto Vallarta 1 174 1.8 74.3 2.219. Chicago-Puerto Vallarta 722 1.1 47.8 1.429. Denver-Puerto Vallarta 589 0.9 35.3 1.022. Puerto Vallarta-San Diego 698 1.1 43.6 1.3

Subtotal Puerto Vallarta 3 183 4.9 201 5.820. Morelia-San Francisco 571 0.9 46.2 1.325. Chicago-Morelia 677 1.0 39.6 1.1

Subtotal Morelia 1 248 1.9 85.8 2.58. Los Ángeles-San José del Cabo 1 396 2.1 94.9 2.8

30. Los Ángeles-Zacatecas 359 0.5 34.7 1.027. La Paz-Los Ángeles 1 304 2.0 36.3 1.117. Del Bajío-Los Ángeles 729 1.1 51.0 1.526. Mérida-Miami 1 656 2.5 38.2 1.128. Cozumel-Miami 714 1.1 35.9 1.0

Subtotal 31 pares de ciudades 44 210 67.4 2 818 81.8Otros pares de ciudades 21 374 32.6 628 18.2Total 65 584 100 3 446.2 100

*Orden en función del total de pasajeros.

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152 . Luis Chías Becerril

ocupó el segundo lugar, debe señalarse que la ruta Guadalajara-Los Ángeles es la que registró el mayor tráfico de pasajeros (11.4%).

5. Si a los aeropuertos de la Ciudad de México y Guadalajara se agregan los pares de ciudades que se enlazan desde Cancún, Puerto Vallarta y Morelia, resulta que en los aeropuertos de estas cinco localidades mexicanas se concentraron 25 de los pares de ciudades con mayor trá-fico internacional, que captaron en conjunto 56% de todos los vuelos y 71% del total de pasajeros transportados en las rutas internacionales en 1995.

Además, de los 31 principales pares de ciudades con mayor tráfico de pasajeros, 27 corresponden a ciudades de Estados Unidos y entre éstas des-tacan: Los Ángeles con ocho pares, Miami con cuatro, Nueva York con dos, Chicago con cuatro, San Francisco con tres y Houston con dos; en conjunto, los aeropuertos de estas ciudades controlaron 46% de todos los vuelos interna-cionales y casi 60% de los pasajeros que se desplazaron por la aviación troncal en 1995. Los otros cuatro pares de ciudades con mayor tráfico de pasajeros de la aviación troncal en rutas internacionales corresponde a ciudades latinoame-ricanas, mismas que controlaron solamente 4.5% de los vuelos y 6.2% de los pasajeros.

El análisis de los 31 pares de ciudades con mayor tráfico de pasajeros de la aviación troncal en las rutas nacionales permite advertir lo siguiente:

a) La Ciudad de México interviene en 25 de los 31 pares de ciudades, en 12 funciona como origen y en 13 como destino. El AICM controló por tanto 57.7% de todos los vuelos y 77.9% del total de pasajeros trans-portados por la aviación troncal en las rutas nacionales en 1995.

b) De los 31 pares de ciudades analizadas sólo seis no tocan la Ciudad de México y de éstos, cuatro reconocen a Tijuana como centro generador y los dos restantes a Guadalajara. El aeropuerto de Tijuana controló 6.4% de los vuelos y 8.8% de los pasajeros, mientras que el de Guada-lajara captó 1.8% de los vuelos y el mismo procentaje de pasajeros.

c) En conjunto, esto significa que entre los aeropuertos de la Ciudad de México, Tijuana y Guadalajara controlaron en 1995 casi 66% de los vuelos y casi 80% de los pasajeros que utilizaron la aviación troncal en rutas nacionales.

d) Vale la pena señalar que las rutas nacionales con mayor tráfico de pasajeros fueron la México-Monterrey, donde seguramente los viajes

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Enlaces aéreos de la Región Centro . 153

de trabajo y negocios deben ser significativos, mientras que, la México-Tijuana, constituye el principal corredor aéreo para las corrientes comerciales y migratorias hacia Estados Unidos.

e) Por último, como se advierte en el Cuadro 9, de las terminales aéreas de la Región Centro sólo el AICM figura entre las 31 rutas de mayor tráfico de pasajeros.

El análisis de los 31 pares de ciudades con mayor tráfico de pasajeros de la aviación regional en las rutas nacionales permite advertir lo siguiente:

a) En este tipo de enlaces aéreos el AICM participa en 12 de los 31 pares de ciudades con mayor tráfico de pasajeros, por lo cual controla 22.4% del total de los vuelos regionales y 38% de los pasajeros transportados en este tipo de servicios.

b) Monterrey tiene seis rutas regionales (cuatro como origen y dos como destino) lo que le permite disponer de 14% de los vuelos en que se transportó 8.3% de los pasajeros. Cancún por su parte, sólo tiene dos enlaces que le permitieron disponer del 9.3% de los vuelos y con esos le bastó para atender más pasajeros (13.2%) que Monterrey.

c) Tijuana, Villahermosa y Oaxaca también tienen rutas con significati-vo tráfico de pasajeros en vuelos regionales.

d) Pero, lo que interesa destacar para el caso de la Región Centro, es la participación del Aeropuerto de Querétaro por ser el único (además del AICM), que figura entre los 31 pares de ciudades con mayor trá-fico de pasajeros de la aviación regional en 1995. Los vuelos que co-nectan a la Capital del país y a Monterrey con Querétaro significaron 2.8% del total y permitieron que se transportaran en estas rutas 2.2% de todos los pasajeros que viajaron en vuelos regionales en 1995.

Perspectivas y retos de la aviación comercial en México

Las condiciones prevalecientes en el entorno mundial y doméstico del trans-porte durante la década pasada y la presente, han sido propicias para que sur-jan o se adopten ideas tendientes a modernizar el funcionamiento de todo nuestro sistema de transporte (Poder Ejecutivo Federal, 1996). Para el caso concreto del transporte aéreo hay que señalar que en la Conferencia Mundial sobre Transporte Aéreo promovida por la Organización Internacional de la

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154 . Luis Chías Becerril

Aviación Civil (OACI) en 1994, el tema central se orientó a las transforma-ciones radicales del ámbito comercial y operativo que afectan al transporte aéreo, exigiendo nuevas actitudes, políticas y prácticas regulatorias acordes con el ambiente competitivo y liberalizador del comercio y a la cada vez mayor globalización de los negocios. Entre las tendencias registradas en la aviación comercial en todo el mundo, que tienden a modificar la estructura y ope-ración de la aviación mexicana, se pueden citar por lo menos tres: la guerra de tarifas, las alianzas y fusión de empresas, y la privatización de aerolíneas e infraestructura aeroportuaria.

1. Guerra de tarifas e incertidumbre de la aviación comercial

La desregulación de los servicios aéreos en México iniciada en julio de 1991 se aplicó para promover la competencia en el sector, fomentar la creación de nuevas aerolíneas y evitar que el mercado de los servicios aéreos quedara ex-clusivamente en manos de Aeroméxico y Mexicana de Aviación.

La crisis financiera de Aeroméxico y Mexicana a finales de los años ochenta las obligó a suspender sus servicios en diferentes rutas, situación que aprovecharon inversionistas mexicanos para comprar aviones relativamente viejos y baratos, crear nuevas empresas para atender mercados regionales y para apropiarse de rutas troncales que no podían mantener nuestras principa-les aerolíneas (Chías, 1989).

Esta coyuntura, generó una sobreoferta de entre 15 y 20% en la cantidad de asientos disponibles por las aerolíneas mexicanas (Flores, 1995), que per-mitió abaratar significativamente las tarifas aéreas. Las pequeñas aerolíneas de reciente creación, siguieron dicha estrategia con el fin de posicionarse y ganar mercado, las grandes, en cambio, se vieron obligadas a disminuir sus tarifas o participar en rutas poco rentables para no perder mercado, debilitando aún más su crítica situación financiera.

En México, la guerra de tarifas fue lidereada por TAESA, aerolínea que nació en 1988 para atender vuelos ejecutivos y de fletamento, pero durante la crisis financiera de Aeroméxico y Mexicana de Aviación, desarrolló un nicho de mercado que antes no tenía acceso al servicio aéreo, integrado fundamen-talmente por profesionistas jóvenes, pequeños empresarios y empleados de niveles correspondientes a mandos medios. Sin embargo, al ofrecer boletos que debían costar entre 400 y 800 pesos a sólo 99 y 199 pesos, su estrategia comercial afectó no sólo a otras empresas aéreas, sino incluso a varías líneas de autobuses (en sus servicios ejecutivos, premier o estrella): de los pasajeros

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que viajan por TAESA, 23% se ha subido por primera vez a un avión y 40% de los que utilizan los servicios de esta aerolínea por primera ocasión, ya habían viajado antes con otras aerolíneas.

El proceso de desregulación permitió que de 1991 a 1994 las aerolíneas pasaran de 11 a 35. Sin embargo, la mayoría estaba representada por pequeñas empresas (Quassar, Estrellas del Aire, Aerosudpacífico, Aeroponiente, Varsa, Aeroejecutivo, etc.), que se crearon con aviones viejos, adquiridos con bajos arrendamientos, sin infraestructura para su mantenimiento y utilizados sobre todo durante las temporadas altas de turismo en las rutas más transitadas, con tarifas muy por abajo del promedio. La Asociación Sindical de Pilotos Aviadores afirma que esta situación permitió el nacimiento de un mercado artificial y barato, que creció rápidamente de 1.3% de todos los asientos/km vendidos en 1991, a 40.5% en 1994. Esta situación permitió que más de cuatro millones de personas, que nunca antes se habían subido a un avión, empezaran a utilizar dichos servicios (Ibid.).

La guerra de tarifas y la política de cielos abiertos originó que importan-tes aerolíneas de todo el mundo como Panam, Eastern y Western Airlines se declararan en quiebra. En México, de las 35 aerolíneas registradas en 1995 sólo quedaban 17 en 1997, las más débiles como SARO, Aerosudpacífico, Ae-rovías de Poniente, Aeromorelos, Transportes Gane, Aeromonterrey, Aero-vías Oaxaqueñas, Servicios Aéreos Leo López y Aero Marcos que se creó para el turismo revolucionario con destino a Chiapas desaparecieron; otras se consolidaron como fue el caso de TAESA y algunas más se fusionaron para enfrentar la crisis, Aeroméxico y Mexicana de Aviación, por ejemplo, forma-ron la Controladora Internacional de Aviación (CINTRA) a la cual se acusa de practicar acciones monopólicas que inhiben la competencia en el mercado aéreo doméstico.

Aunque TAESA ya no es una amenaza para las líneas de autobuses y para las principales compañías aéreas de México (actualmente enfrenta una deman-da de quiebra interpuesta por Bancomer), el futuro de la aviación comercial en México sigue siendo incierto. La desregulación generó un inusitado desa-rrollo del transporte aéreo que no guarda relación con el comportamiento de la economía, el PIB crece en promedio 3% anual mientras que las operaciones aéreas lo hacen en 20%. Consecuentemente, después de la fase de crecimiento relativamente artificial, se está registrando la contracción del mercado donde sólo sobrevivirán aquellas aerolíneas que desarrollaron las bases económicas, tecnológicas y administrativas que exige un mercado fuertemente competido y competitivo.

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156 . Luis Chías Becerril

2. Alianzas, fusiones y creación de megatransportadoras aéreas

Lo que se consideraba tendencia futurista hace apenas una década hoy es una realidad, las contadas megatransportadoras aéreas que se están conforman-do serán las que dominen el panorama mundial de la aviación comercial, y las aerolíneas que no se integren tendrán serias dificultades para sobrevivir. Entre las alianzas estratégicas que se están registrando para competir por los mercados mundiales de los servicios aéreos destacan tres casos: Star Alliance, One World y Qualityfide. Las características de Star Alliance permiten apreciar lo que significa este tipo de organizaciones: los acuerdos establecidos entre seis de las principales aerolíneas del mundo (United Airlines, Lufthansa, Scan-dinavian Airlines System, Air Canada, Thai International y Varig), permiten te-ner acceso a una conexión realmente global con más de 1 300 aviones y 207 mil empleados, accesibilidad a 95% de los aeropuertos comerciales del mundo y conexiones a 578 ciudades en 106 países, con capacidad para transportar anualmente a más de 180 millones de pasajeros y controlar un mercado global de 45 mil millones de dólares.

En México, nuestras principales aerolíneas reaccionaron a las nuevas con-diciones del mercado aéreo y como ejemplos de sus acciones se pueden men-cionar las siguientes:

Mexicana de Aviación empezó en 1998 el proceso de certificación para integrarse a Star Alliance; firmó carta de intención para asociarse con US Air-lines (séptima aerolínea de Estados Unidos que atiende a 220 ciudades con 443 aviones y 44 mil empleados); con United Airlines, que tiene 600 aviones, fir-mó alianza de código compartido y asistencia técnica en noviembre de 1996; en febrero de 1998 firmó acuerdo de código compartido con Lufthansa para acceder a varias ciudades alemanas y en contraparte, Lufthansa podrá volar a Cancún, Monterrey, Guadalajara y Mérida.

Aeroméxico tiene convenio con Delta Airlines para compartir los sistemas de reservaciones, operación que le permite conocer la ocupación y capacidad disponible en términos de vuelos y destinos y reservar en cualquiera de las dos aerolíneas; en 1993 adquirió la mayoría de las acciones de Aeroperú (47%), extendiendo sus servicios hacia Brasil, Argentina, Chile y otros destinos del cono sur; con estas facilidades implementó el programa Alas de América, uti-lizando indistintamente equipo de Mexicana, Aeroméxico y Aeroperú. Pero, la reciente quiebra de Aeroperú (marzo de 1999), la obligó a vender 35% de sus acciones a Delta, situación que canceló las aspiraciones de internacionalizar los servicios de Aeroméxico.

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Enlaces aéreos de la Región Centro . 157

De las otras aerolíneas mexicanas que formalizaron alianzas se puede de-cir lo siguiente: Aerocalifornia firmó acuerdo con American Airlines en octubre de 1997 para volar en código compartido 70 pares de rutas nacionales; United Airlines promovió un convenio con Aeromar para tener acceso a un mayor número de vuelos en rutas del interior de México (convenio que sostendrá mientras que no le sea posible operar directamente vuelos domésticos en nues-tro país); TAESA por su parte, firmó convenio por cinco años con Transvía de Holanda (subsidiaria de KLM), y tiene una asociación estratégica con la em-presa más importante de vuelos “charter” de Japón.

La carta firmada entre American Airlines y Aerocalifornia, que entró en vigor en otoño de 1994, permitió a la aerolínea mexicana vincular sus vuelos entre el D.F. y Tampa Florida, para la de Estados Unidos esta alianza es parte de su programa de expansión hacia Latinoamérica y el Caribe, con este conve-nio se lograron conexiones con importantes destinos de negocios y diversiones como Guadalajara, Puerto Vallarta y Acapulco. El convenio firmado entre Delta y Aeroméxico, obedeció a la visión de Delta para tener acceso a toda La-tinoamérica; mientras que, para Aeroméxico, el convenio tiende a fortalecer su presencia en Estados Unidos, ésta es precisamente la diferencia entre em-presas mexicanas y estadounidenses: visión global contra sobreviviencia local y dominio regional.

Las alianzas con las aerolíneas más importantes de Estados Unidos muestran el interés que tienen por el mercado aéreo mexicano en particular y el latinoamericano en general: United Airlines (con base en Los Ánge-les, controla los vuelos de la zona oeste de Estados Unidos), mantiene una fuerte competencia por el mercado de rutas aéreas en Latinoamérica, hasta ahora dominado por American Airlines. Situación que se entiende al saber que los viajes de negocio entre Estados Unidos y América Latina se dupli-caron entre 1990 y 1996, generando 33.2 millones de pasajeros y beneficios por 18 mil millones de dólares, cifras que seguramente se incrementarán con los acuerdos comerciales en proceso (El Economista, 10 de septiembre, 1998:4).

De acuerdo con esta coyuntura se debe entender la fusión de Aeroméxico y Mexicana de Aviación, las cuales para hacer frente a la crisis y ponerse a la altura de las empresas internacionales, crearon en 1995 la Controladora Inter-nacional de Aviación (CINTRA) integrada por: Aeroméxico (la filial del grupo orientada al mercado internacional), Mexicana de Aviación, tres aerolíneas regionales (Aeromar, Aerolitoral y Aerocaribe/Cozumel), la sudamericana Aeroperú y otras compañías de servicios aeronáuticos.

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158 . Luis Chías Becerril

3. Privatización de aeropuertos y el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México

Otra de las tendencias mundiales que seguramente va a transformar la forma y funcionalidad de la aviación comercial en todo el mundo, es la privatización de las terminales aéreas con participaciones significativas de capital extranjero, lo que ha dado lugar a empresas internacionales especializadas en la planeación, construcción y administración de importantes cadenas de aeropuertos como el consorcio español AENA, Copenhagen Airports, Schipoo International y Aero-ports de París.

En México, el gobierno concluyó en abril de 1997 los estudios de re-gulación económica que sirvieron de base para la desincorporación de los aeropuertos del país, mismos que en su conjunto representan un atractivo negocio para los inversionistas nacionales y extranjeros por los cerca de 2 800 millones de pesos que genera anualmente nuestro sistema aeropor-tuario.

Derivado del estudio, se concluyó que 35 terminales tenían potencial para ser concesionadas y aunque no se dice, las otras 23 no se licitaron porque sus niveles de rentabilidad no resultaban atractivos a los inversionistas (Cuadro 3). Para iniciar el proceso de licitación de los aeropuertos seleccionados, se integraron cuatro grupos regionales denominados: Aeropuertos del Sureste, Aeropuertos del Pacífico, Aeropuertos del Centro Norte y el Aeropuerto In-ternacional de la Ciudad de México (Cuadro 3). En conjunto, los cuatro gru-pos de aeropuertos que se abrirán a la inversión manejaron en 1995, 84.6% de los vuelos, 96.8% del total de pasajeros y 95.8% de la carga.

El proceso de privatización se inició con los Aeropuertos del Sureste, porque Cancún es el tercer destino turístico a escala mundial (US Airways, El Economista 14 de octubre, 1998:35). Este grupo de aeropuertos se adjudicó al consorcio internacional organizado por Triturados Basálticos (TRIBASA). El paquete accionario de los Aeropuertos del Pacífico lo ganó la empresa formada por Inversora del Norte, Grupo Dragados, Aena y Grupo Ángeles. Actual-mente se encuentran en proceso las bases para licitar las terminales del Centro Norte y el de la Ciudad de México (AICM) se licitará al último.

El caso del AICM merece especial atención no sólo porque en él se registra actualmente 18.7% de todos los vuelos, se mueve 35.2% de los pasajeros y 49.3% de la carga aérea de todo el país, sino también porque las alternativas para atender su crecimiento implican decisiones trascenden-tales a escala regional y nacional. El AICM fue construido a mediados de los años cincuenta y desde entonces ha sido adaptado, según las demandas

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operacionales de un tráfico creciente y de la evolución de las características de las aeronaves.

Este aeropuerto cuenta con dos pistas de aterrizaje paralelas con una se-paración de 330 m que no permiten operaciones simultáneas y sólo las puede aceptar en forma secuencial. Esto le da una capacidad máxima de 60 operacio-nes por hora o 792 operaciones por día, su movimiento anual es de 16 millones de pasajeros y 174 mil toneladas de carga en 242 mil operaciones, lo que lo hace uno de los aeropuertos más utilizados en el mundo y a punto de alcanzar su nivel de saturación.

Con base en una estimación conservadora de 1.2% de crecimiento anual, en el 2015 el AICM requerirá la capacidad para atender un movi-miento de aproximadamente 35 millones de pasajeros, en cerca de 400 mil operaciones por año o 90 operaciones por hora. Las dos opciones que se han considerado para la atención de la demanda futura estimada son (Heredia, 1998a):

1. La construcción de una tercera pista de aterrizaje en el actual ae-ropuerto. Esta opción aumentaría la capacidad en aproximada-mente 30%, a 78 operaciones por hora, 1 029 por día y 375 mil por año.

2. La construcción de un nuevo aeropuerto con cuatro pistas de aterri-zaje para permitir operaciones simultáneas, con una capacidad de 116 operaciones por hora, 1531 por día y 650 mil por año.

La primera alternativa sólo serviría para retrasar el momento de satura-ción del actual AICM, para la segunda se requiere identificar el sitio donde se podría construir un nuevo aeropuerto, los numerosos estudios realizados desde los años sesenta, consideran características de aeronavegabilidad, segu-ridad, costos compartidos, distancias y vialidades, impacto económico re-gional e incidencias ambientales, tenencia de la tierra, generación de empleos, inversión en infraestructura urbana y servicios, rentabilidad y área disponible, identificando con dichos estudios las siguientes posibilidades para construir el nuevo aeropuerto.

De estas seis alternativas, la atención se ha centrado en los proyectos Caracol-Texcoco y el de Tizayuca. Se dice que atrás de cada proyecto existen importantes grupos económicos y políticos que los apoyan, por ejemplo, en el del Caracol-Texcoco se consideran involucrados a las constructoras ICA, TRIBASA y GUTSA, el gobernador del Estado de México, el Colegio de Ingenieros Civiles

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162 . Luis Chías Becerril

y el Colegio de Pilotos, el Grupo México y el Grupo Atlacomulco. En el proyecto Tizayuca se tiene el apoyo del gobernador del estado, el grupo Autrey y el Grupo Acerero del Norte, las empresas transnacionales Lockeed Martin, Bechtell, Koll Corporation, Daewoo y el apoyo financiero del Banco Mundial. Cada uno de estos proyectos tiene por supuesto ventajas y desventajas que se trataron de esquematizar en el Cuadro 4.

Cuadro 4. Alternativas para la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México

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Inversión millones de dólares

Caracol-Texcoco 23 km 31 4 1 290Tizayuca, Hidalgo 75 83 4 1 340AICM 8 16 3 325Puebla 105 99 2 1 257Santa Lucía, Hidalgo 56 64 3 1 135Toluca 65 75 4 1 264Cuernavaca 85 91 2 1 199Fuente: Hernández, 1996.

Conclusiones

De la panorámica general que se brinda de la infraestructura aeroportuaria, servicios aéreos y enlaces de la aviación comercial de la Región Centro, se desprenden las siguientes reflexiones.

Aunque la Región Centro cuenta con una importante y sofisticada in-fraestructura aérea, representada por siete aeropuertos (dos internacionales y cinco nacionales), el peso abrumador que tiene el de la Ciudad de México (AICM), al captar la mayor parte de los vuelos y pasajeros transportados, pare-ce inhibir el desarrollo de los otros seis.

Se tiene por tanto una situación contradictoria, mientras que el Aero-puerto Internacional de la Ciudad de México está llegando a su punto de saturación, las otras seis terminales aéreas de la Región Centro se encuentran subutilizados. Sólo los aeropuertos de la Ciudad de México y el de Toluca operan las 24 horas, el resto funciona de las 7 de la mañana a las 7 de la noche,

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Enlaces aéreos de la Región Centro . 163

lo que muestra sus niveles de utilización y el potencial que todavía tienen para incrementar sus servicios aéreos.

Desde hace más de veinte años se posterga la decisión de construir un nuevo aeropuerto para la Ciudad de México capaz de atender el crecimiento y demanda de su Zona Metropolitana y de toda su área de influencia (Re-gión Centro). A principios de los años noventa la idea de crear un Sistema Aeroportuario Metropolitano (SAM) implicó cuantiosas inversiones para la construcción del aeropuerto de Cuernavaca y la modernización de los otros aeropuertos seleccionados, por tanto, sorprende que en estos momentos en que se discute la ubicación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, con todas las implicaciones económicas, políticas, ambientales y de desarrollo urbano regional que esto implica, no se mencione para nada la idea del SAM. Cabe preguntarse entonces, si no tenía sustento real, si más que un proyecto de descentralización se utilizó como proceso especulativo urbano, o simple-mente como ocurre con los programas sexenales del pasado, caducó y no se puede volver a mencionar.

a) La idea del SAM parece interesante y congruente para una zona me-tropolitana que sigue extendiendo su área de influencia. Sin embargo, la información estadística analizada en este documento parece indicar que no tuvo el éxito esperado.

b) Las actividades se concentran fundamentalmente en el AICM como fiel reflejo de la jerarquía económica y el poder concentrador que tiene la capital del país.

c) El marcado desarrollo que registra el aeropuerto de Toluca, no se debe al crecimiento natural y planificado de su entorno y demanda natural, sino a la salida forzosa de la aviación general y los taxis aéreos decre-tada por el gobierno federal el 11 de enero de 1994 y aplicada hasta septiembre del mismo año. Esta terminal constituye la base operativa de TAESA y bajo sus lineamientos se desarrolla de manera significati-va, atendiendo fundamentalmente la demanda de la ZMCM.

d) El caso del aeropuerto de Querétaro merece particular atención; por el volumen de sus vuelos y pasajeros transportados se ubicó en tercer lugar dentro de la Región Centro. Tal parece que el corredor terres-tre México-Querétaro ha generado las condiciones económicas sufi-cientes para detonar la demanda de servicios aéreos (con motivo de trabajo y negocios), que permitan desplazamientos pendulares diarios y rápidos entre la capital del país y la ciudad de Querétaro. Esta lo-

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164 . Luis Chías Becerril

calidad, además del desarrollo industrial, comercial y cultural que ha registrado, se caracteriza por funcionar como centro estratégico para la distribución de grandes volúmenes de productos hacia y desde la Región Centro hacia el norte del país.

e) Puebla se encuentra en una situación contraria, por su capacidad demográfica, económica y la distancia que la separa de la Ciudad de México, tiene aparentemente mayor potencial para el desarrollo en sus servicios aéreos. Sin embargo no ocurre así, es probable que la calidad de sus servicios por tierra (gran número de líneas de autobu-ses con diversidad de servicios, tarifas y frecuencias), generen fuerte competencia con los servicios aéreos ofrecidos en su aeropuerto, que en general son más caros y con una oferta de itinerarios limitada para los usuarios en movimientos pendulares diarios. Pero, el potencial que tiene sólo está esperando que sea capitalizado.

f) Los de Cuernavaca y Tlaxcala parecen estar tan cerca de la Ciudad de México (Figura 1), que al considerar los tiempos globales de despla-zamiento, itinerarios y frecuencias de viaje, resultan poco atractivos frente al AICM y, el de Tehuacán, sin duda, constituye una terminal básicamente regional con un desarrollo inestable e incierto.

En cuanto a los enlaces aéreos de la Región Centro, que se analizaron exclusivamente con la participación de las aerolíneas matriculadas en el país y que tienen como base de operaciones alguno de los siete aeropuertos de la región estudiada, se advierte que: a nivel internacional nuestra red se caracte-riza por la alta frecuencia de vuelos y elevados porcentajes de pasajeros y carga transportada hacia los aeropuertos de Estados Unidos, nuestra red troncal de viajes internacionales funciona por tanto, como una extensión de la del vecino país del norte. La red de rutas reconoce al AICM como el principal vértice y la mayor parte del tráfico se concentra sólo en cinco aeropuertos que captaron en conjunto el 56% de los vuelos y 71% de los pasajeros. Lo que indica la exis-tencia de un número limitado de rutas altamente rentables frente a otras que se mantienen incluso en los momentos más críticos para no perder mercado. De la Región Centro sólo el AICM figura entre los 31 pares de tráfico de pa-sajeros más importantes en 1995 y por tanto es el articulador de las relaciones socioeconómicas de toda la región con el exterior.

Respecto a los enlaces nacionales en las rutas troncales nuevamente el peso del AICM los muestra como un sistema dependiente de la Ciudad de México, quien interviene como origen o destino en 25 de los 31 pares de

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Enlaces aéreos de la Región Centro . 165

tráfico de pasajeros más importantes. Por su importancia en la vida nacional, las ciudades de Guadalajara y Monterrey, junto con la capital del país, están en proceso de formar un triángulo de comunicaciones aéreas, aunque el flujo Monterrey Guadalajara todavía es muy débil. De la Región Centro no figura ningún otro enlace ajeno a los del AICM, que conecte alguno de los otros seis aeropuertos de dicha región, ni como origen ni destino, entre los 31 pares de ciudades analizados.

En los enlaces regionales disminuye un poco la jerarquía del AICM al par-ticipar solamente en 12 de los 31 pares de rutas con mayor tráfico de pasajeros y se destaca la configuración de tres grandes áreas de servicio:

1. La del corredor aéreo del noroeste Tijuana-Guadalajara y Ciudad de México.

2. La del sureste donde además de los grandes ejes turísticos empieza a destacar la demanda de servicios aéreos en localidades medias como Villahermosa, Ciudad del Carmen y Minatitlán, por razones econó-micas ajenas a los clásicos destinos turísticos.

3. La que conforma la Ciudad de México con una configuración radio-concéntrica en la que participan débilmente los aeropuertos de Que-rétaro, con enlaces a Monterrey y al D.F., y el de Cuernavaca que se vincula con Tijuana.

Se puede concluir, por tanto, que la participación del AICM sesga y deter-mina el desarrollo de los otros aeropuertos ubicados en la Región Centro, tal parece que la dinámica de los otros depende más de lo que el AICM no puede operar que de programas y proyectos propios e independientes de las localida-des que ya cuentan con esta infraestructura y que no la han sabido o no han podido capitalizarla, al respecto merece comentarse que aunque la experiencia mundial del transporte aéreo muestra que las aerolíneas troncales y regionales son complementarias, pues su desarrollo equilibrado permite atender mayor número de centros y rutas, abriendo la posibilidad de atender más pasajeros con menores costos de operación para las compañías. En México la aviación regional no se ha desarrollado como debería.

En el programa de desarrollo del subsector aéreo de 1998 (SCT, 1988:191), se advierte que dicho programa enfatizaba el transporte aéreo de pasajeros de las líneas troncales, ya que el transporte de carga era poco significativo y el re-gional y alimentador casi inexistente. En ese entonces sólo 19 rutas (de más de 100) tenían un mínimo de dos vuelos diarios por sentido. Había, como hasta

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la fecha, aeropuertos que no registraban un mínimo de vuelos para permitir su rentabilidad y la mayor parte de las rutas con buenos factores de ocupa-ción y adecuados niveles de servicio se concentraban en la Ciudad de México. Aunque con matices, la situación que prevalecía hace once años sigue siendo vigente.

Sin embargo, el empuje económico de las ciudades medias del país hace pensar en un futuro promisorio para actividades como el transporte aéreo. Se estima que el número de pasajeros que hace recorridos de una ciudad mediana a otra, sin pasar por los tres grandes centros urbanos del país, crece al doble de lo que lo hace la aviación troncal, que se caracteriza precisamente por ar-ticularse a través de estos puntos. Como el uso de la aviación regional está vinculada a la actividad económica productiva, la mayoría de sus usuarios son viajeros de negocios, esto explicaría el caso sobre todo de Toluca y de Queré-taro. Actualmente se estima que los circuitos regionales movilizan entre siete y ocho millones de personas anualmente, lo que representa alrededor de 14% del total de usuarios en México (Ramírez, 1998:96) y se piensa que se podría movilizar el doble aunque para eso tendrían que inducirse más que sentarse a esperar que ocurra: convenios entre aerolíneas troncales y regionales para respetar y fortalecer la implementación de nuevas rutas, tarifas diferenciales y adecuadas para los derechos de uso de aeropuerto, para aviones y pasajeros, y de radioayudas para las naves, acordes con las particularidades de la aviación comercial y regional.

En cuanto al proceso de privatización de los aeropuertos es importante señalar que el AICM se licitara solo, no forma parte de ningún paquete dada la importancia que tiene y para el caso de la Región Centro, esto significa que el resto de los aeropuertos ubicados en ella quedan fuera de este proceso, lo cual confirma que no se han considerado parte fundamental de un siste-ma metropolitano, y no se tienen planes para descentralizar en realidad las operaciones del actual AICM, no se contemplan como alternativa seria para reorganizar las actividades aéreas de la ZMCM y su región, y que constituyen una infraestructura cara y subutilizada a la que se le debería de brindar la po-sibilidad de desarrollarse mediante programas e inversiones locales regionales (que permitieran una dinámica acorde con su entorno), sin la incertidumbre que genera una administración centralizada que sólo atiende a los que generan suficientes ingresos.

Del proceso de licitación resultará un doble sistema aeroportuario: el privatizado con administraciones especializadas y recursos suficientes para desarrollar y controlar los principales mercados aéreos internacionales y do-

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mésticos y, el otro, que seguramente quedará administrado por un organismo estatal que tendrá serias dificultades para sobrevivir si no se replantea la parti-cipación de la aviación regional como efecto potencializador de las relaciones sociales y económicas de un gran número de nuestras ciudades medias.

Su posible reubicación tendrá repercusiones de gran magnitud para el futuro de la ZMCM y de toda la Región Centro. Este proyecto, junto con otros de carácter metropolitano (trenes radiales, autopistas, etc.), deberían conside-rarse en conjunto y no como eventos aislados para darle sustentabilidad social, económica y ambiental a la megalópolis.

Por último, la decisión en torno a la competencia de los servicios aéreos en México y la existencia o disolución de la Controladora Internacional de Aviación (CINTRA), estará sesgada si no se dimensiona la magnitud e impor-tancia que tiene este sector para el desarrollo del país y de las regiones en las que operan las aerolíneas.

Las autoridades antimonopolios admitieron la creación de CINTRA, a pesar de que Aeroméxico y Mexicana concentran cerca de 80% del merca-do, al considerar que ésta era una acción necesaria para salvar a la industria aeronáutica nacional de las garras de las grandes empresas internacionales. Actualmente se discute si debe permitirse que estas empresas en nombre de una aviación mexicana a la altura de las globales circunstancias se mantengan unidas, o si ya es tiempo que resuelvan por sí mismas sus problemas y se les deje de dar trato especial.

Independientemente de lo que se decida en un futuro cercano, lo cierto es que cualquiera de las principales aerolíneas de Estados Unidos tiene más aviones que todas las de México en conjunto, la creación de CINTRA sólo re-presenta una débil posibilidad de seguir teniendo bajo el control de empresas nacionales el mercado aéreo doméstico; en el internacional, será fundamental aliarse con las megatransportadoras para no quedar relegados de los princi-pales corredores de servicios aéreos mundiales, actualmente las 80 empresas del extranjero que llegan al país se llevan un 63% de los vuelos de México al exterior.

La disolución de CINTRA y la apertura indiscriminada de nuestros cielos, sin una reglamentación adecuada como la que tienen los países desarrollados para proteger sus servicios domésticos, sólo beneficiaría a las grandes empre-sas mundiales que intentan controlar el mercado aéreo de todo el continente americano.

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168 . Luis Chías Becerril

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Reconocimiento de patrones urbanos a través de la geometría fractalHind TaudInstituto Mexicano del Petróleo, México

Jean-François ParrotDepartamento de Geografía Física, Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México, México

Introducción

La evolución de la estructura de una ciudad depende no sólo de la presión demográfica, de diversos procesos socio-económicos o del mercado local o global, sino también, entre otros, de factores topológicos como el relieve, la naturaleza de los suelos y los recursos naturales. Estos factores interactúan para formar patrones de evolución probable de la morfología urbana y, a la inversa, las características morfológicas de esos patrones pueden servir para explicar y medir el papel que desempeñan dichos factores en el desarrollo de una ciudad.

Para hacer operativa esa utilización “inversa” del patrón o modelo se re-quiere trabajar a diferentes escalas geográficas. Actualmente se reconoce que la expansión urbana es algo más que una simple agregación continua a partir del centro hacia la periferia. Ahora se presentan cambios cualitativos tales como la fragmentación espacial, gradientes diversos y nada regulares entre el centro y la periferia y la ausencia de una clara oposición entre las zonas inter-nas y externas de la ciudad (Demateis, 1998; Delgado, 2003).

Para definir de forma precisa las zonas involucradas en la evolución de la superficie urbana, algunos autores han recurrido al concepto de urban field para esclarecer el nuevo patrón de urbanización (Friedmann y Miller, 1965; Ballou y Pipkin, 1980). En esa perspectiva, se define al espacio urbano como una agregación de fragmentos urbanizados diseminados en un espacio regio-nal. La complejidad espacial de un conjunto de este tipo, formado por zonas

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170 . Hind Taud y Jean-François Parrot

edificadas de alta densidad, rodeadas por espacios abiertos con funciones agrí-colas, ambientales o de recreación, ha dado lugar a diferentes formas de estu-diar esos conjuntos ya sea a nivel regional o local.

En la Figura 1 se muestran diferentes enfoques que se utilizan común-mente para obtener determinada información sobre la estructura de las zonas urbanas. En este ensayo, y a diferencia de los enfoques tradicionales, se busca no sólo medir la evolución del perímetro urbano, sino ofrecer un modelo de expansión que tome en cuenta todos los conjuntos que componen el espacio urbanizado. Los enfoques considerados son los siguientes:

• Cálculo de la densidad del espacio edificado a partir del centro en for-ma de círculos concéntricos. Se trata de uno de los modelos clásicos de la estructura urbana en donde la evolución de la densidad de cada con-torno permite suponer el grado de consolidación del espacio urbano estudiado (Burgues, 1988 y también estimar la expansión probable; Suárez y Delgado, 2007).

• Medición cuantitativa general de la evolución de la ciudad con base en la relación perímetro/superficie del espacio urbano y cálculo de la dimensión fractal en diversos períodos de su evolución (Parrot, 1999a, b y c).

• Aplicación local de la medición cuantitativa utilizando la relación perímetro/superficie a los antiguos centros urbanos que ahora cons-tituyen subcentros y están conurbados a la ciudad central. Este trata-miento puede desembocar en la definición de un modelo de desarrollo a cualquier escala, con el fin de integrarlo a un esquema general.

• Estudio de la disposición de las diversas zonas urbanas (áreas edifi-cadas, espacios verdes, vías de comunicación, etc.) definidas ex ante mediante parámetros de “reconocimiento de patrones” y aquéllos uti-lizados en el análisis fractal (Mandelbrot, 1983). Los límites de las zonas predefinidas pueden corresponder a los límites de delegaciones o municipios, de las colonias o de la red de las calles principales.

• Reasignación del valor de índices determinados en una malla regular o en una ventana móvil de tamaño variable. Dichos índices, que pue-den ser la densidad o la fragmentación, proporcionan una representa-ción de la estructuración a nivel local.

En este capítulo se presenta una aplicación propia del segundo enfoque, con base en la medición de las características de la morfología urbana em-

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Reconocimiento de patrones urbanos a través de la geometría fractal . 171

Figura 1. Enfoques conside-rando escalas global y local.

pleando el análisis fractal y los parámetros de “reconocimiento de patrones”. El objetivo es definir las tendencias de la expansión urbana, en una perspec-tiva general de las relaciones que existen entre la zona urbana y su espacio peri-urbano.

Enfoques(forma de observar

la estructura urbana)

Datosempleados

Nivel deobservación

Mapas

SAR o TM

id.

id.

id.

GLOBAL

LOCAL

5

4

3

2

1

2000

19751850

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172 . Hind Taud y Jean-François Parrot

Metodología

El método de “reconocimiento de patrones” se basa en el uso de parámetros que permiten extraer y elegir objetos de una imagen de satélite. A su vez, a través del análisis fractal se pueden medir las formas irregulares ya sea de la superficie o del perímetro de una zona urbana.

A. Parámetros de reconocimiento de patrones

La construcción de un sistema de Reconocimiento de Patrones (RDP) pasa por una fase inicial de “aprendizaje”, es decir, por la búsqueda del mejor algoritmo en relación con la modelación elegida. Consiste en definir las formas a tratar, las clases de formas y de sus modos de separación. Esta es la etapa más impor-tante del proceso de RDP, pues permite elegir los modelos de aprendizaje más apropiados (Belaid and Belaid, 1992).

Existen varias técnicas que se basan en la clasificación automática, en la discriminación funcional y en los métodos estadísticos o estructurales. Sin embargo, en estas técnicas, las subdivisiones no tienen fronteras y suponen una estructura útil para distinguir varios procesamientos (Figura 2). Sin entrar

Figura 2. Proceso de un sistema de RDP.

Problemática

Tratamiento de nivel intermedio

Tratamiento de alto nivelTratamiento de bajo nivel

Resultado

Representacióny descripción

Segmentación

Adquisiciónde la imagen

Tratamiento

Reconocimientoe interpretaciónBase del conocimiento

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Reconocimiento de patrones urbanos a través de la geometría fractal . 173

en mayores detalles sobre la transición del mundo físico al mundo discreto (di-gital), las imágenes digitales corresponden a una conversión de señales del espacio continuo en el mundo digital (códigos). Sin embargo, es necesario precisar los primeros tratamientos de aquellas imágenes que son necesarios para convertirlas en datos, por ejemplo, eliminación del ruido, alisamiento, filtración, umbral y extracción de los elementos y especialmente sobre el cálcu-lo de los parámetros. El éxito de un proceso de RDP depende de la selección de los parámetros que pueden ser simples o complejos (Parker, 1994).

a) Parámetros simples

Se calculan en el espacio euclidiano y pueden ser medidos del perímetro o de la superficie urbana, o bien, índices que utilizan estas medidas, por ejemplo:

Tabla 1. Algunos parámetros simples

Parámetros Fórmula

SuperficieNbp = número total de píxeles o S = número de píxeles de la superficie interna + mitad del número de píxeles del perímetro

Perímetro Número de píxeles del contorno Np o largo del perímetro P

Índice de Circularidad ϖ = ( P² / S) * 100Relación perímetro/superficie Lola = (Np/Nbp)*100Presencia de huecos Número de huecos

b) Parámetros complejos

Este tipo de parámetros se obtiene al comparar la forma estudiada con formas simples como rectángulos, círculos, cuadrados o una región convexa (Figura 3). En la mayoría de las veces, este cálculo requiere definir el Centro de Gra-vedad (CG) de la forma, así como su eje principal (EP), el cual es una línea que pasa por el Centro de Gravedad.

Se puede calcular el EP aplicando la fórmula:

tg(2α) = 2µxy/(µyy − µxx) if (µyy − µxx) ≠ 0.

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174 . Hind Taud y Jean-François Parrot

Por otro lado, el Centro de Gravedad CG (Xc, Yc) y los momentos de se-gundo orden µxx, µyy yµxy son respectivamente iguales a:

Xc = 1 ∑ XiNbpnbp

i=1 Yc = 1 ∑ YiNbp

nbp

i=1 µxx = ∑ (Xi − Xc)2nbp

i=1 µyy = ∑ (Yi − Yc)2nbp

i=1

µxx = ∑ (Xi − Xc)(Yi −Yc)nbp

i=1

en donde Nbp es el número de píxeles del objeto y Xi Yi las coordenadas del píxel.

Cuando la diferencia entre µxx y µyy es igual a 0, el objeto presenta una si-metría de revolución sin orientación privilegiada (Garcia-Zúñiga y Parrot, 1998; Adiyaman et al., 2003). Esto significa que se necesita asignar un valor especial para distinguir estos objetos. La orientación de EP se expresa en grados en un sentido anti-trigonométrico con el origen ubicado al norte de la imagen.

Figura 3. Relaciones entre formas estudiadas y formas simples. A. Superficie con-vexa; B. Círculo; C. Cuadra-do; D. Rectángulo orientado y eje principal; E. Cuadrado orientado.A

E

C D

B

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Calculando todas las distancias entre CG y los píxeles del contorno, EP corresponde a la línea que presenta la menor distancia total. Cuando EP es conocido, se puede calcular el menor rectángulo que encierra el objeto.

Nbp es el número total de píxeles de la forma. Sc corresponde al número de píxeles de la superficie convexa que encierra la forma. Scr, Sq y Sr corresponden respectivamente a las superficies del círculo, del cuadrado y del rectángulo que encierran la forma. Lr y lr son el largo y al ancho del rectángulo.

Tabla 2. Algunos parámetros complejos

Parámetros Fórmula

Índice de Convexidad ϑ = (Npb/Sc)*100Relación Forma/Círculo ℑ = (S/Scr)*100Relación Forma/Cuadrado ξ = (Nbp/Sq) *100Relación Forma/Rectángulo ψ = (S/Sr)*100Orientación del eje principal α

Relación Largo/Ancho ζ = (lr / Lr)*100Relación Forma/Cuadrado orientado ϕ = (S/Lr2)*100

B. Dimensión fractal

La geometría fractal propuesta por Mandelbrot (1983) hace posible la des-cripción matemática de varios fenómenos y formas naturales (Naumis, 2001). Un objeto fractal se define como auto-semejante o auto-afin. Tal objeto re-sulta de la unión de copias de una forma primitiva, a diferentes escalas. La auto-semejanza ocurre cuando el re-escalamiento es isotrópico o uniforme en todas las direcciones; la auto-afinidad ocurre cuando el re-escalamiento es anisotrópico.

Los objetos fractales exhiben los detalles cualquiera que sea la escala y son demasiado complejos para ser representados en un espacio euclidiano. Se caracterizan por poseer una dimensión que no es un número entero. Así, la dimensión fractal es diferente de la dimensión topológica que requiere el valor de 1 para una línea, de 2 para una superficie y de 3 para un volumen. Por ello, la dimensión fractal puede servir para medir la complejidad de un objeto, en nuestro caso, urbano. Una forma que tiene un valor alto es más compleja que una forma con un valor bajo. Por ejemplo, una forma que tiene una dimensión

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fractal comprendida en el rango [1, 2] ocupa un espacio más grande que una curva uni-dimensional y un espacio más pequeño que una superficie bi-dimensional. La auto-semejanza se define estadísticamente cuando no puede ser probada a través de un rango infinito de escalas. Para referirse a la dimen-sión fractal de un modelo determinado que cambia dentro de rangos consecu-tivos de la escala, se utiliza la noción de “multi-fractality”.

Diversos métodos están disponibles para estimar la dimensión fractal. Por ejemplo, el “movimiento browniano” (Mark y Aronson, 1984), o el box counting (Falconer, 1990) que se utiliza en este trabajo.

Según este método, la dimensión fractal D se calcula utilizando la fórmula:

D = lim log Ns

log (1/s)s → 0 (1)

en donde Ns es el número de cajas llenas de tamaño s.

Asimismo, el inverso de la pendiente S = log (s) /l n (Ns), corresponde a la di-mensión fractal. Se calcula también el coeficiente cuadrado de correlación R2.

Aplicación de la teoría fractal al estudio de la expansión urbana

Con el fin de estudiar tipos diferentes de evolución urbana, se han elegido dos ciudades, la de México y la de París.

Para hacer más clara la comparación, en ambas ciudades, los resultados serán analizados en cuatro párrafos, aunque el estudio de la evolución de la superficie, y también del centro de gravedad, provienen de los parámetros de RDP.

La definición de los límites de un espacio urbanizado representa uno de los mayores problemas en los estudios urbanos (MacGregor y Sánchez, 2001). Para superar este obstáculo se han establecido reglas de extracción objetiva, como la agrupación, a partir de imágenes de satélite, de todos los píxeles co-nectados en zonas edificadas por medio de la distancia que separa a estos grupos o por medio de la distancia que separa los centros de gravedad de estos grupos de píxeles conectados entre sí (Parrot et al., 1997). Cuando se uti-liza un SIG para la extracción, se requiere igualmente seguir con precisión las reglas de elección de los límites urbanos, especialmente cuando se considera también el nivel regional en el análisis.

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Estos datos se utilizan para describir, a través de imágenes binarias, las formas correspondientes a las superficies edificadas sobre las cuales se realiza el tratamiento de extracción. En este caso, no es necesario extraer o elegir formas de imágenes de satélite, sino aplicar directamente a estas superficies los parámetros de RDP y la dimensión fractal, con la finalidad de verificar si la evolución del perímetro urbano obedece o no a diferentes reglas.

A. México

En este trabajo se ha estudiado la evolución de la superficie urbana de México utilizando los datos que provienen de los mapas del área urbana de la ciudad de México.1 Estos datos corresponden a una interpretación del crecimiento a partir del centro y no incluyen todas las zonas edificadas que se encuentran en el espacio periurbano. Cuatro fechas están disponibles: 1953, 1973, 1993 y 1995 (Figura 4).

a) Parámetros de Reconocimiento de Patrones

De acuerdo con un enfoque fractal, el perímetro urbano de la Ciudad de México se transforma progresivamente en un rectángulo con una orientación norte. El índice de convexidad (Figuras 5A y B) y el parámetro relación forma/círculo (Figuras 5B y D), decrecen regularmente, lo que traduce la irregularidad del perímetro involucrado en un proceso de difusión, aunque la relación perímetro/superficie (Lola) se mantiene, más o menos, constante. Esta evolución se acompaña de un crecimiento más grande a lo largo que a lo ancho (Figuras 5A y C) por lo que el valor del parámetro Lola disminuye (Figura 5B).

Si bien los parámetros reportados en 5A y B permiten seguir la tendencia general, los diagramas 5C y D ilustran mejor el cambio radical en la evolución de los parámetros que se presentan a partir de 1993. En 1995, de acuerdo con los documentos estudiados, la zona urbanizada toma de repente en conside-ración zonas edificadas, como la ciudad de Texcoco, como parte integrante del área metropolitana, que no habían sido consideradas anteriormente. Al no contar con los datos urbanos previos, no se puede seguir la evolución de estas zonas, y su inclusión súbita en 1995 introduce una desviación importante en los resultados. Para seguir el crecimiento de la forma urbana y establecer las

1 Los mapas provienen de un proyecto inédito (Delgado et al., 1999).

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Figura 4. Crecimiento de la Ciudad de México desde 1953 hasta 1995.

relaciones entre el espacio urbano y peri-urbano, se requiere profundizar en el estudio de estas zonas desde 1953.

b) Dimensión fractal

La medición de la dimensión fractal de un objeto depende de su posición en la imagen. Los resultados no son iguales si el objeto llena todo el espacio de observación o si se presenta como un objeto aislado ubicado en un espacio más grande. Ello llevó a medir la dimensión fractal de acuerdo con esas condicio-nes. En el primer caso (cuadro local), el resultado corresponde directamente al grado de complejidad del perímetro (Parrot, 1999a). En el segundo (cuadro general), se pasa de un perímetro anterior a un perímetro más grande que corresponde a la expansión urbana verificada en ese lapso de tiempo (Parrot, 1999c). Los resultados obtenidos en este estudio reflejan la tendencia de la ciudad a desbordar el espacio periurbano, mencionada reiteradamente en los estudios de orden social del fenómeno (Ávila, 2005; Ramírez, 2005; Delgado, 2002).

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1 = 19

53; 2

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73; 3

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95. C

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450

AB

CD

100 80 6 40 20 0

01

23

45

400

350

300

250

200

150

100 50

450

90 80 70 60 50 40 30 20

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1980

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Conv

Psr

Lola

Rec

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180 . Hind Taud y Jean-François Parrot

Así, la dimensión fractal (Figura 6A) del perímetro ha sido calculada utilizando el cuadro general y el cuadro local. Calculada en un cuadro gene-ral, la dimensión fractal crece regularmente hasta 1993 y decrece cuando las zonas periurbanas fueron incluidas en el mapa urbano. Pero, calculando en un cuadro local, la complejidad del perímetro disminuye desde 1973.

Por otro lado, la Figura 6B ilustra la evolución de la dimensión fractal, comparando resultados obtenidos, sobre todo el conjunto a escala regional y sobre el conjunto de píxeles conectados de la superficie urbanizada central. En la Figura 6B se observa que la dimensión fractal crece regularmente desde 1953 hasta 1993 gracias a la evolución del área central y presenta un creci-miento más fuerte entre 1993 y 1995, lo que expresa el desbordamiento del espacio urbano y un aumento de su complejidad. Con todo, a escala regional del conjunto, se observa una inversión de la tendencia en 1995 (la dimensión fractal disminuye) porque, en comparación con las fechas anteriores, el espacio urbano es más disperso.

Figura 6. Medidas Ciudad de México. A. Dimensión fractal del perímetro urbano con medidas en un cuadro general y local. B. Com-paración entre la evolución de la dimensión fractal re-gional de la superficie total y de la superficie de la zona central conectada.

1.45

1.4

1.35

1.3

1.25

1.2

1.15

1.76

1.74

1.72

1.7

1.68

1.66

1.64

1.62

1.6

0

1940 1960 1980 2000

1 2 3 4 5

Cuadro local

Cuadro general

DF regional

DF Z. central

A

B

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Reconocimiento de patrones urbanos a través de la geometría fractal . 181

c) Evolución de la superficie urbana

El crecimiento de la ciudad se ilustra por la evolución del número de píxeles desde 1953 hasta 1995 (Figura 7), con un salto notable en 1995. Como se mencionó antes, este salto no es resultado sólo de la expansión de la ciudad, sino de la inclusión de los datos del área periubana. De esta última observación se deduce que el crecimiento futuro del área edificada resulta problemático, como se muestra en la Figura 7.

Es posible calcular el índice de crecimiento anual de cada porción de la curva de evolución de la superficie urbanizada, es decir, la relación entre el crecimiento de la superficie y el tiempo de crecimiento. Ese índice tiene un valor de 442 entre 1953 y 1973, de 519 entre 1973 y 1993 y de 5 143 entre 1993 y 1995. Entre el punto inicial A (1953) y el punto final D (1995), el índice medio es de 703.

Suponiendo que el crecimiento sigue una función lineal del tiempo, la extrapolación para el 2020 depende del índice de crecimiento elegido. Por ejemplo, el paso de 1993 a 1995 depende en gran medida de la inclusión de las zonas que pertenecen a la ciudad: valor de 32 721 (punto D) contra 23 472 (punto G) para un índice anual de 519 calculado por la porción 1973-1993, y un resultado extrapolado por el 2020 de 36 447 (punto E). Con un índice

Figura 7. Crecimiento de la Ciudad de México en píxeles (1 píxel = 4.86 hectáreas).

80000

70000

60000

50000

40000

30000

20000

10000

1950 1960 1970 1980 1990 2000 2010 2020

Años

A B442

703

519

5143C

D

G

E

F

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r�ci

e en

Píx

eles

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182 . Hind Taud y Jean-François Parrot

global de 703 y una superficie de 32 721 por 1995, el valor para el 2020 es de 50 293 (punto F). Finalmente, para una superficie de 32 721 en 1995 (punto D) y un índice de 5 143; la superficie resultante para 2020 alcanza una cifra ex-cesiva de 161 296 (punto H); este último índice no se puede realmente tomar en cuenta, ya que a partir de los datos de 1993 se unieron las zonas periféricas con la zona central; anteriormente las estimaciones no utilizaban dichas zo-nas, por lo que es necesario realizar un trabajo exhaustivo de redefinición de la expansión urbana en todo el espacio periurbano considerado y en todas las fechas incluidas.

d) Centro de gravedad

Entre los resultados obtenidos (Figura 8), la migración del centro de gravedad y el cambio de la orientación del eje principal asociado, aportan información interesante sobre la evolución de la ciudad.

Desde 1953 hasta 1973 el centro de gravedad se mueve levemente hacia el sureste para desplazarse después hacia el norte-noreste (dirección ≈ 30). Por su

Figura 8. Centro de Grave-dad y eje principal.

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Reconocimiento de patrones urbanos a través de la geometría fractal . 183

parte, el eje principal asociado es de 26° en 1953, 179° en 1973, 169° en 1993 y 168° en 1995. Esto significa que existen impedimentos que influyen en la rotación del eje principal; dichos impedimentos están relacionados con la pre-sencia de la laguna de Texcoco y del Aeropuerto Internacional Benito Juárez.

B. París

Los datos de la ciudad de París elaborados por IAURIF en 1977, cubren un es-pacio regional que se extiende desde la ciudad de Pontoise en el noroeste hasta la ciudad de Corbeil-Essones en el sureste. Cinco fechas han sido estudiadas: 1857, 1870, 1906, 1935 y 1964. Estos datos permiten seguir el crecimiento de todas las zonas edificadas al nivel regional y el proceso de agrupamiento de estas zonas al nivel global.

Al contrario de la Ciudad de México, en donde la falta de datos precisos sugiere un crecimiento centrífugo a partir de un único centro de evolución, los diversos pueblos y ciudades ubicados alrededor de la ciudad de París, forman un conjunto de entidades que crecen a partir de sus propios centros hasta que se unen progresivamente a la zona central, dejando espacios libres no edifica-dos (Figura 9). En este caso, se ha utilizado un parámetro adicional, el índice de atracción, que permite seguir las modificaciones que resultan del agrupa-miento de las diversas zonas urbanas y verificar si el crecimiento del centro urbano influye o no sobre el desarrollo de las ciudades periféricas.

Para comparar las dos ciudades, es necesario extraer el límite de la ciudad de París a partir de los datos regionales, siguiendo como regla de elección el supuesto de que las zonas edificadas más densas están conectadas entre ellas y que forman un solo conjunto; esta forma de definir el límite se inscribe en un proceso clásico de difusión (Figura 10).

a) Parámetros de Reconocimiento de Patrones

El crecimiento circular y centrífugo de la ciudad en su parte central, muy den-sa, se ilustra a través de una evolución débil del índice de convexidad (conv) de entre 70 y 64; un índice de circularidad (psr) de entre 30 y 40, tal como la relación circulo/superficie (Cer).

Los únicos cambios significativos registrados se refieren a las relaciones que existen entre el largo y el ancho y el desplazamiento de la orientación del eje principal de 70° hasta 112°. Esta ultima orientación, que aparece desde 1935, es el principal eje histórico de la ciudad que va del Palacio de Louvres

Page 185: La urbanización difusa de la Ciudad de México

184 . Hind Taud y Jean-François Parrot

Figura 10. París. Zona central.

Figura 9. Evolución de la ciudad de París desde 1857 hasta 1963.

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Reconocimiento de patrones urbanos a través de la geometría fractal . 185

hasta la zona moderna de La Défense pasando por la avenida Champs Elysées y el Arco del Triunfo.

En el contexto regional, el crecimiento de la ciudad se ilustra por la evolu-ción del número de píxeles desde 1857 hasta 1964, con un incremento más alto entre 1934 y 1964 (Figura 11A). Tomando en cuenta la totalidad de la región (Figura 11B), el índice de convexidad siempre es muy bajo, porque la zona convexa global es siempre más o menos la misma y es también muy grande; su evolución va de 5 hasta 30, lo que básicamente expresa el crecimiento general de la ciudad en el período. La relación largo/ancho (de 70 hasta 92) indica que estas dos dimensiones son más o menos iguales.

Figura 11. Algunos paráme-tros de RDP. A. Parte central de la ciudad: Psr: relación perímetro / superficie: Cer: relación círculo / superficie. Conv: índice de convexidad. Lola: relación largo / ancho. Ang: orientación del eje prin-cipal. B. Región.

Psr

Cer

Conv

Lola

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120

90

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301850

0102030405060708090

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1850 1900 1950 2000

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Conv

Lola

A

B

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186 . Hind Taud y Jean-François Parrot

b) Dimensión fractal

El carácter compacto de la zona central (Figura 12A) se traduce en un va-lor alto y se establece de la dimensión fractal de su superficie (entre 1.752 y 1.804), con un ligero alisamiento progresivo de sus límites (DF de 1.270 hasta 1.233). En el caso de las medidas regionales (Figura 12B), la dimensión fractal traduce solamente el crecimiento de la complejidad de los límites del espacio urbanizado, calculada a partir de la superficie o del perímetro.

Figura 12. Dimensión frac-tal. A. Al nivel central. B. Al nivel regional. Sup: superfi-cie. Per: perímetro.

c) Evolución de la superficie

El crecimiento de la ciudad se ilustra por la evolución del número de píxeles desde 1857 hasta 1964 (Figura 13). El índice de crecimiento anual de cada porción de la curva de evolución de la superficie urbanizada es igual a 789 en-tre 1857 y 1870, a 269 entre 1870 y 1906, a 1 078 entre 1906 y 1935, y a 1 099 entre 1935 y 1964.

1.2

1.3

1.4

1.5

1.6

1.7

1.8

1.2

1.1

1

1.3

1.4

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1.9

0 1 2 3 4 5 6

1840 1860 1880 1900 1920 1940 1960 1980

Sup

Per

Sup

Per

A

B

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Reconocimiento de patrones urbanos a través de la geometría fractal . 187

Entre el punto inicial A (1857) y el punto final E (1964), el índice llama-do índice medio es de 776. La extrapolación para el 2000 depende del índice de crecimiento elegido, índice medio o último índice entre 1935 (punto D) y 1964.

Con un índice global de 776 y una superficie de 112 771 para 1964 (punto E), el valor para el 2000 es de 140 707 (punto F). Con el índice de 1 099, la superficie resultante para el 2000 alcanza la cifra de 152 335 (punto G).

Después de una época de crecimiento importante entre 1857 y 1870, du-rante el segundo imperio, el ritmo de crecimiento decrece hasta 1906 y no comienza a aumentar sino hasta después de la primera guerra mundial.

En el trabajo de IAURIF (1997), la estimación del crecimiento de la región parisina para el 2000 con base en datos estadísticos, es de 97 400 hectáreas (punto F). La estimación efectuada con el parámetro superficie es de 140 707 píxeles y corresponde a una superficie de 98 495 hectáreas utilizando el índi-ce medio de 776 (es decir, un índice de crecimiento de 543.2 hectáreas por año). Este resultado es muy similar al obtenido por la IAUREF con métodos convencionales. Sin embargo, en el caso del punto G, la estimación obtenida es de 106 634 contra 129 900 hectáreas. Esta ligera desviación resulta de un crecimiento importante del índice de crecimiento entre 1964 y 1974 (1 099). Es decir, que las estimaciones más altas de la superficie están estrechamente relacionadas con el último índice calculado.

d) Centro de gravedad

Una vez medidos los centros de gravedad, para todas las fechas, en las zonas central y regional, es evidente que todos se localizan en una zona muy pequeña

Figura 13. Crecimiento de la ciudad de París en píxeles (1 píxel = 0.7 hectáreas).

180000

140000

100000

60000

200001840 1860 1880 1900

Años

AB

C

D

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1920 1940 1960 1980 2000 2020

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188 . Hind Taud y Jean-François Parrot

Región

Centro

60

70

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110

120

130

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150

160

1850 1900 1950 2000

cerca del punto considerado como el centro teórico de la ciudad, en medio de la plaza frente de la catedral de Notre Dame, en la isla de la Cité (Figura 14A). Este resultado implica que la evolución de la región está fuertemente ligada al desarrollo de la zona central y, por consiguiente, se puede considerar que el peso de la capital influye sobre todo el desarrollo a nivel regional.

Por otra parte, la orientación del eje principal regional (Figura 14B) está comprendida entre 146 y 155°, respectivamente. Es conveniente subrayar la presencia de rasgos naturales que presentan una orientación casi similar, tales como la sección de la red fluvial o las zonas edificadas que siguen los acciden-tes del terreno. Estas alineaciones parecen relacionarse con fallas caledonianas reactivadas por el movimiento alpino. Así, aunque de forma muy leve, los rasgos geomorfológicos parecen haber influido sobre el desarrollo de la ciu-dad, cualesquiera que fueran las decisiones históricas y/o políticas. Después de 1964, el esquema director de desarrollo de la ciudad ha tomado en cuenta este aspecto morfológico y la orientación resultante, para definir el eje principal de organización y repartición de las nuevas entidades urbanizadas y la red de comunicaciones relacionando estas nuevas zonas y el centro de la aglomera-ción parisina.

Figura 14. Centros de gravedad y ejes principales. A. Posición de los centros de gravedad calculados; cuadritos vacíos: medida regional; cuadritos llenos: medida sobre la zona central. B. Orientación de los ejes principales (región y centro).

A B

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Reconocimiento de patrones urbanos a través de la geometría fractal . 189

e) Índice de atracción

La relación que existe entre la zona central y las zonas ubicadas en la región peri-urbana se estudió mediante un nuevo parámetro, llamado “índice de atracción”. Éste consiste en medir la distancia di entre el centro de gravedad de la superficie que describe la zona central (Sc) y los centros de gravedad de todas las zonas edificadas (i) situadas en su alrededor (ciudades y pueblos). Considerando que el peso de la zona central decrece con la distancia (Sc / di), la relación Ai entre la superficie Si de cada entidad i y el peso de la zona central, indica cual es el grado de atracción de la zona central sobre estas entidades. El valor de este índice depende también de la superficie de cada entidad.

El índice de atracción se calcula como sigue:

Ai = 100 – (Si Sx x di) di = (xi – xc)2 + (yi – yc)2√

en donde el punto (xi,yi) corresponde al centro de gravedad del objeto i, el punto (xc,yc) al centro de gravedad del objeto de referencia, di la distancia entre estos dos centros de gravedad, Si es la superficie del objeto i y Sc la superficie del objeto de referencia.

Los resultados obtenidos en 1857, 1870 y 1906 se muestran en la Figura 15. Algunas entidades crecen desde 1857 hasta 1906. El número máximo de píxeles es de 2 400 en 1857 (≈1 700 hectáreas), de 3 800 en 1870 (≈2 700 hectá-reas) y de 4 700 en 1906 (≈3 300 hectáreas). Al mismo tiempo, en relación con el crecimiento de la zona central, el grado de atracción crece con el tiempo, como lo muestra el valor de la pendiente.

El caso de la ciudad de Versailles ilustra este tipo de relación. Ya para 1857 Versailles (V1 en la Figura 15) tenía una superficie de ≈ 1 700 hectáreas y un índice de atracción solamente de 69; en 1870, la superficie de la ciudad (V2) aumenta y alcanza cerca de 2 700 hectáreas y por eso el índice de atrac-ción permanece casi igual (67), aunque la superficie de la zona central pasa de 33 557 píxeles (23 490 hectáreas) a 48 376 píxeles (33 863 hectáreas). Entre 1870 y 1906, un crecimiento débil de ≈ 210 hectáreas (V3), ligado con el fuerte incremento (más o menos del doble) de la zona central (88 650 píxeles, es de-cir, 62 055 hectáreas), hace subir el índice de atracción a un valor de 80. Para 1934, la ciudad de Versailles está ya conurbada con la zona central.

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190 . Hind Taud y Jean-François Parrot

C. Comparación

En el caso de la ciudad de París el centro de gravedad permanece siempre cerca del centro, traduciendo el peso de la zona central en la estructura de la zona metropolitana. En cambio, en el caso de la Ciudad de México, hay una migración de este centro y también una desviación del eje principal. Esta migración del centro de gravedad en dirección norte, indica que las zonas ur-banizadas del norte están regularmente más alejadas del centro de actividad y que no tienen el mismo avance que las zonas del sur. Si la presencia de la sierra Guadalupe no impide el desarrollo de la ciudad en la dirección del norte, la zona del lago de Texcoco y del aeropuerto provoca la rotación del eje principal. Esta observación significa que la zona noroeste se aleja poco a poco del centro comercial principal, y hay que tomarla en consideración por ejemplo en la organización de las redes de comunicación.

Globalmente, los índices de convexidad y la dimensión fractal traducen la irregularidad del perímetro urbano y el nivel de complejidad alcanzada duran-te el período de crecimiento del espacio urbano. La Figura 16 ilustra la evolu-ción de estos parámetros en México y París. Tomando en cuenta la evolución del índice de convexidad de la zona central de París (Figura 16A), se puede constatar que los valores son cercanos con los obtenidos en el caso de la Ciudad

Figura 15. Evolución del índice de atracción entre 1857 y 1934.

60

65

70

75

80

85

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0 20001000 3000 4000 5000

Número de píxeles

V1 V2

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1857

1870

Lineal (1906)

Lineal (1870)

Lineal (1857)

1906

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Reconocimiento de patrones urbanos a través de la geometría fractal . 191

Figura 16. Comparación A. Índice de convexidad. B. Dimensión fractal.

de México, siendo esta última un poco más irregular. Las curvas obtenidas de las medidas de la dimensión fractal de acuerdo con el tiempo (Figura 16B), son muy parecidas y crecientes, lo que expresa el fenómeno general de desbor-damiento del espacio periurbano.

El parámetro Superficie permitió estimar la evolución de la zona urbana a través las medidas del índice de crecimiento. Debido a la diversa disponibi-lidad de datos espacio-temporales para cada ciudad, se tienen índices anuales diferentes (para el ámbito regional en el caso de París y para el área central en el caso de México), el índice global medido para París entre 1857 y 1964 y para México entre 1953 1995, es más o menos igual. Si la evolución de la superficie no fuera resultado de un complejo proceso socioeconómico, la reflexión sería que la evolución en ambos casos fuera parecida para los períodos analizados.

París Centro

México

París

México

30

3540

45

505560

6570

75

1850 1900 1950 2000

1.7

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1.74

1.76

1.78

1.8

1.82

1850 1900 1950 2000

A

B

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192 . Hind Taud y Jean-François Parrot

Conclusión

La información extraída de las formas que describen las superficies urbanas refleja el desarrollo y el crecimiento de estas superficies. La utilización de los parámetros de Reconocimiento de Patrones y el análisis fractal permite medir de manera objetiva los cambios espaciales que afectan la extensión urbana. Los resultados dependen fuertemente del límite de lo que se considera como “zona urbana”. Así, estos índices pueden servir de guía no sólo para seguir el crecimiento y auxiliar las directrices del esquema director del desarrollo ur-bano futuro sino también para definir los límites reales que determinan una zona urbana.

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Los fractales: una nueva geometría para describir el espacio geográficoGerardo G. NaumisDepartamento de Física-Química, Instituto de Física, Universidad Nacional Autónoma de México.

Introducción

La geografía, desde sus principios, ha estado relacionada de manera muy ínti-ma con las matemáticas. Ambas han crecido de manera tan espectacular, que parecerían haberse alejado sin posibilidad de reconocerse mutuamente. Sin embargo, la geometría, que resultó del fruto de esta unión, ha retroalimentado a estas dos ciencias mediante una relación simbiótica, dejando beneficios mu-tuos. La pregunta básica que se plantea es si realmente la geometría tradicional que se ha desarrollado durante estos últimos tres mil años alcanza para des-cribir de manera apropiada el espacio geográfico. Aunque es innegable el éxito de la geometría tradicional en esta descripción, en este trabajo se usará esta pregunta como pretexto para introducir una nueva geometría –llamada fractal− y explorar sus aplicaciones dentro de la geografía. Para entrar en la cuestión de si realmente se necesita una nueva geometría, haremos unas reflexiones muy generales acerca del desarrollo histórico de la relación geometría-geografía.

Las primeras noticias que se tienen de esta relación provienen del antiguo Egipto, donde se desarrolló la geometría, que mide la tierra en términos de algún patrón de longitud y área. Aquélla se desarrolló de la necesidad prác-tica de cuantificar la cantidad de terreno, bien sea para cobrar impuestos, medir la productividad o delimitar las tierras. Durante esta época se empe-zaron a conocer algunas propiedades básicas de las figuras geométricas más simples, tales como triángulos, cuadrados, pirámides, etc. El desarrollo de la geometría, inmediatamente tuvo repercusiones en otros ámbitos, tales como en la arquitectura o la escultura, donde sus métodos resultaron muy útiles para diseñar y planificar (Harigatti y Hargatti, 1994).

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Posteriormente, fueron los griegos quienes realizaron el paso fundamen-tal de la abstracción de la geometría (Zhmud, 1996), es decir, se dieron cuenta que ésta podía construirse sin hacer referencia a objetos reales, de tal modo que una figura geométrica como el triángulo tenía una existencia propia, y que dada esta generalidad, podía usarse para representar diferentes objetos (un terreno triangular, una escuadra, la esquina en un edificio, un problema de navegación celeste, etc.). Partiendo de unos pocos axiomas geométricos, que constituyen proposiciones básicas evidentes que no pueden demostrarse, los griegos fueron capaces de deducir –mediante la lógica– nuevas proposiciones, llamadas teo-remas. El éxito de los métodos inductivos y deductivos de los griegos fue tal, que finalmente les llevó a pensar que la realidad debía ajustarse a sus modelos geométricos y numéricos, y no al revés (aunque aún hoy seguimos cometiendo el mismo error). Así, los griegos pensaban en un modelo del universo, donde cada elemento, la tierra, el mar, el fuego, el viento, el sol y las estrellas, es-taban situados cada uno sobre los cinco sólidos plátonicos (tetraedro, cubo, octaedro, icosaedro y dodecaedro; Chossat, 1996). Es aquí donde la geometría se empieza a convertir en una rama de la matemáticas, desarrollándose de manera independiente de la geografía. En el renacimiento nace la geometría descriptiva, y Descartes combina la geometría con el álgebra produciendo la geometría analítica. Más tarde se combina el cálculo y se obtiene la geometría diferencial (que tiene hoy día un papel relevante en la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica relativista). Recientemente, la topología ha sido una de las ramas con mayor auge dentro de la matemática.

Este desarrollo espectacular de la geometría abstracta, de alguna manera la separó de sus orígenes geográficos; sin embargo, en 1979 ocurrió un hecho sin precedentes que volvió a hermanar a ambas ciencias. Durante todo el siglo XX se había estado tratando de demostrar la conjetura del mapa de cuatro co-lores, la cual proponía que todo mapa puede colorearse usando sólo cuatro colores, de modo que ningún país con frontera común tuviera el mismo color (aquí deben ponerse como excepción que no existan puntos fronterizos don-de se junten cuatro países. El mapa de los estados de los Estados Unidos de Norteamérica no puede colorearse con cuatro colores, debido a que existe un lugar llamado four corners, donde la frontera de Utah, Nuevo México, Arizona y Nevada se tocan). La demostración de esta conjetura había sido elusiva, sin embargo, en 1979 pudo ser demostrada pero mediante el uso de computado-ras, siendo esta la primera vez en que se requiere de una computadora para realizar una demostración formal. Esto acarreó diversos problemas filosóficos (Lorenzo, 1997), tales como si la demostración es válida o si los programas

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eran correctos. Pero dejando a un lado estas discusiones, la demostración de la conjetura representa un hito dentro de la matemática y no deja de ser sor-prendente que tal paso fundamental se dio cuando la geometría regresó a sus orígenes para demostrar un problema que parece tan sencillo en apariencia.

Aun tomando en cuenta todos estos éxitos de la geometría, la pregunta básica que surge al mirar la forma de las islas, montañas y el curso serpentante de un río, es si realmente estos objetos pueden describirse mediante figuras geométricas simples como triángulos o cuadrados. En principio, la geometría usual sí describe parte de esta realidad; los mapas son un ejemplo claro de ello, ya que los levantamientos topográficos a base de líneas y triángulos permiten describir el espacio geográfico. Sin embargo, estos son modelos en los cuales se pierden muchos detalles en aras de una descripción general, y aun así, no se podría usar una simple figura geométrica para modelar la compleja forma del cañón del Colorado. En la siguiente sección se discutirá este problema.

Geometría fractal

Al intentar modelar formas naturales, como una línea costera, las figuras geomé-tricas simples no son un buen modelo; parecería como si una cualidad fundamen-tal pasara desapercibida ante la geometría tradicional. Para intentar descubrir la cualidad faltante, formulemos la siguiente pregunta, ¿cuál es la longitud de una costa? A modo de ejemplo, calculemos la longitud de la Baja California, entre la ciudad de Tijuana y la Bufadora. Para contestar esto, lo primero es conseguir un mapa de la costa a cierta escala, y después, con una regla de cierta medida, contar cuantas veces cabe nuestra regla en la costa, tal como puede observarse en la Figura 1A. La longitud de la costa (que llamaremos L) será el número de segmentos contados multiplicada por la escala de la regla en kilómetros.

L = (escala) (# de veces que cabe la regla)

Por ejemplo, en la Figura 1A se muestra el procedimiento. Si la escala de la regla es 16 km, se obtienen seis pedazos, de donde L=96 km. Sin embargo, al observar el mapa, queda claro que muchos detalles no pueden medirse en esta escala tan grande, ya que su tamaño es menor a la regla utilizada. Se pue-de utilizar una regla más pequeña para medir los detalles, por ejemplo, una regla de 8 km, y entonces el conteo de los cuadrados es de 15 pedazos, siendo L=120 km (tal como se muestra en la Figura 1B).

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Figura 2. Logaritmo de las longitudes aproximadas de diversas costas y fronteras en fun-ción del logaritmo de la escala. La línea de arriba es la costa de África del Sur; la línea de en medio es la costa de la Gran Bretaña, y la línea inferior es la frontera terrestre entre España y Portugal.

Como puede verse, la longitud de la costa es mayor que lo medido con otra regla. Puede repetirse este procedimiento usando reglas más pequeñas cada vez, observándose que la longitud de la costa crece a medida que la regla se hace más pequeña. La razón de ello es evidente, a medida que medimos con mayor precisión, pueden verse más detalles de la costa, por lo cual la longitud crece. Así, la longitud de una costa depende de la escala en la cual se mida. La forma de esta dependencia puede obtenerse inmediatamente si graficamos, tal y como se muestra en la Figura 3 para diferentes costas y fronteras, el lo-garitmo en base diez de L (que puede pensarse como el número de ceros de la longitud) contra el logaritmo del tamaño de la regla usada, como se muestra en la Figura 2.

2.50

2.70

2.90

3.10

3.30

3.50

3.70

3.90

1.0 1.5 2.0 2.5 3.0

log. decimal de la regla (en km)

log.

dec

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la lo

ngitu

d (e

n km

)

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Esta gráfica fue obtenida por primera vez en 1960 por Fry Richardson, para diferentes costas. Puede observarse que todas son líneas rectas caracteri-zadas por diferentes pendientes, cuyo valor denotaremos por -D y ordenadas al origen que llamaremos Log10(L0). Las ecuaciones de estas rectas son del tipo,

Log10 (L) = -D Log10 (escala) + Log10 (L0)

Exponenciando ambas lados de la ecuación, se obtiene la dependencia de la longitud de la costa en términos de la escala,

L = L0 (escala)-D

El exponente D caracteriza la rugosidad de la costa, como puede verse en la comparación de la Figura 2 para diferentes tipos de costas. Nótese que su valor es cercano a 1.5 para costas muy rugosas, mientras que tiende a uno para costas poco accidentadas. Así, el parámetro D describe una característica de la costa, su rugosidad.

Repitamos el mismo procedimiento para medir una costa totalmente rec-ta de tamaño L. Si se escogen reglas de tamaños L/n donde n es un número entero, entonces el número de veces que cabe la regla de escala L/n en L es simplemente n. Esto puede entenderse fácilmente en la Figura 3, donde una recta se parte en cuatro pedazos. La longitud de la recta está dada por,

Longitud = (escala)(# de pedazos) = (L/n)n = L

de donde se obtiene que, # de pedazos = L (escala)-1

Es importante notar que la recta de tamaño L/4 es en realidad una versión re-escalada de la recta de longitud L. La importancia de este hecho quedará de manifiesto posteriormente.

El mismo procedimiento puede repetirse para medir el área de un cua-drado con lados de tamaño L. En el ejemplo de la Figura 3. En este caso, si medimos el área contando cuántos cuadrados de lado (L/n) caben en el cua-drado grande, es claro que ahora caben n2, entonces se tiene que:

(# de pedazos) = n2 = L2(L/n)2

de donde, (# de pedazos) = L2(escala)-2

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De lo anterior, es claro que la longitud de una recta tiene una D=1, mien-tras que un cuadrado tiene D=2. Ahora recordemos que la recta es una figura geométrica unidimensional, siendo el cuadrado una figura en dos dimensiones.

Siguiendo esta idea, el matemático francés Benoit Mandelbrot, quien estaba estudiando los errores de transmisión que se producen en una línea telefónica, propuso identificar a D con la dimensión de los objetos. Esta di-mensión no es igual a la dimensión del espacio donde se sitúa la figura. El número D puede ahora ser un número fraccionario por lo cual se le llamó dimensión fractal.

Así, una figura con dimensión fractal D=1.3 es una curva irregular, ya que tiene una dimensión entre una recta y un plano. Si la curva tiene dimen-sión D=2, sería tan irregular que alcanzaría a cubrir de manera uniforme el plano, mientras que una curva con dimensión fractal 1 es una recta. Aná-logamente se puede construir un objeto con dimensión fractal entre cero y uno, es decir, con una dimensión intermedia entre un punto y una recta. Para ello consideramos un intervalo de longitud 1, y lo dividimos en tres pedazos, según se muestra en la Figura 4. Quitamos el pedazo central. Ahora sólo que-

Figura 3. Obtención de la longitud de una recta y el área de un cuadrado, en fun-ción de la escala.

L

L/4

L L/2

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dan dos pedazos de longitud 1/3. Cada uno de estos pedazos se puede volver a subdividir quitando el pedazo central de cada segmento, como se muestra en la Figura 4. Si se repite el procedimiento infinitas veces, se obtendrá un polvo muy fino, invisible para el ojo. Este polvo es conocido como conjunto de Cantor. Su dimensión fractal es 0.63.

La contribución de Mandelbrot fue más allá de interpretar al número D como una dimensión fraccionaria. Lo importante de este número es que pone de manifiesto una clase de simetría que había permanecido desapercibida para los matemáticos, aunque jamás para los artistas. Esta simetría consiste en que muchos objetos son similares a sí mismos aunque se cambie la escala con la cual los miremos. Un árbol es el ejemplo cotidiano más sencillo que se pue-de imaginar. Su tronco se subdivide en ramas más pequeñas y cada rama en otra rama, y así sucesivamente. Sin embargo, si se amplifica suficientemente una sola rama junto con sus ramas más pequeñas, su aspecto general será la del mismo árbol. Así, se podría decir que las partes del todo están formadas por versiones más pequeñas del todo. He aquí justamente la propiedad que se escapaba de la costa. En una escala pequeña, la costa tiene una forma muy similar a la costa en un mapa con una escala mayor. Esta propiedad se cono-ce como autosimilaridad u homotecia interna, y es la característica primordial de los fractales. De acuerdo con este enfoque, la recta pequeña de la Figura 3 es sólo una versión escalada por el factor 1/4 de la recta original. Algo parecido sucede con los cuadrados que se forman al subdividir el cuadrado grande de la Figura 3; al cambiar la escala de un cuadrado a la mitad, el todo se obtiene de sus partes utilizando cuatro cuadrados rescalados, y por eso la dimensión fractal es dos (Figura 4).

Una vez entendida esta propiedad, se puede utilizar la geometría fractal para construir modelos más realistas de costas, como por ejemplo la isla de Koch (Figura 5), formada mediante un mecanismo de subdivisión análogo al del polvo de Cantor. Aunque este modelo todavía es muy sencillo, en la siguente sección se explicará como formar modelos más realistas y se hablará de diversas aplicaciones de los fractales en la geografía.

Aplicaciones

La propiedad de autosimilaridad que captura la geometría fractal ha dado lu-gar a un número importante de aplicaciones. Históricamente, las primeras se dieron dentro de las matemáticas, conviertiéndose la geometría fractal en una

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rama de la geometría, que ha sido desarrollada ampliamente durante las dos décadas finales del siglo XX. En la física esta repercusión ha sido enorme, por-que su desarrollo coincidió con el descubrimiento de la teoría del caos y siste-mas no-lineales. La geometría fractal resultó ser el lenguaje natural de teorías que permiten explicar diversos fenómenos, tales como la no-predictibilidad del clima a largo plazo, la establidad de los anillos de Saturno, la turbulencia de los fluidos, las transiciones de fase entre líquido-sólido y gas-líquido, etc. Otras disciplinas como la teoría de la información, del lenguaje, la biología, la química y aun la música y la pintura, se han visto afectadas por esta nueva visión geométrica. En este trabajo no alcanzaría el espacio para hacer justicia a todas las aplicaciones, sin embargo, se mencionarán las más relevantes.

En primer lugar, no sólo las costas presentan esta propiedad de autosimi-laridad característica de los fractales. Por ejemplo, en 1982 Lovejoy, utilizando datos de radar y satélite, encontró que la relación entre el área y el perímetro de las nubes es de 1.33. Posteriormente, Rys y Waldvogel (1986) encontraron que las nubes de tormenta son aún más irregulares, con una dimensión D=1.36.

De modo análogo puede medirse la dimensión fractal de las cadenas mon-tañosas, o bien proceder a la inversa, es decir, construir paisajes con montañas generadas partiendo de algoritmos fractales (Mandelbrot, 1982). Debe decirse que los algoritmos fractales para generar texturas en los paisajes generados por computadora son una práctica común porque ahorran espacio de memoria y

Figura 4. Construcción de un conjunto de Cantor. Para ello se parte una recta en tres pedazos iguales, y se quita el pedazo central. El proceso de subdivisión se repite sucesivamente. Nó-tese la tendencia de los seg-mentos hacia la formación de grupos o ráfagas. Este es el efecto “Josué”, que intui-tivamente relacionamos con las “rachas” de buen tiempo, economía, accidentes aéreos, etc. Un fractal aleatorio se construye desordenando los intervalos en blanco, pero sin alterar sus longitudes.

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tiempo de cómputo. Aun más, existen métodos de codificación fractal para comprimir imágenes, que resultan convenientes para cierto tipo de imágenes. Otra aplicación muy interesante, aparece en este volumen donde Taud y Parrot analizan la evolución del espacio urbano mediante la geometría fractal.

La geometría fractal no sólo permite analizar la forma de objetos, sino que puede ir más allá, analizando fenómenos geográficos que transcurren en el tiempo. Mandelbrot analizó la recurrencia de las crecidas del rio Nilo; si en un año ocurría una crecida mayor a cierta norma, ese año se marcaba con un uno, y con cero en caso contrario. Los resultados obtenidos le indicaron que las crecidas ocurrían a ráfagas, es decir, si en un año ocurría una crecida, era más probable que en el siguiente año ocurriera otra (a este fenómeno se le llamó “efecto Josué”, en alusión a la historia bíblica). Esto se debe a que la cantidad de crecidas sigue un patrón fractal. De hecho, este resultado era similar a sus resultados sobre errores en una línea telefónica, y su gráfico de unos y ceros es muy similar al del polvo de Cantor. Usando el mismo método de contar a diferentes escalas, Mandelbrot encontró que las crecidas en el río Nilo siguen un patrón con dimensión fractal D=0.9, mientras que el Rhin tiene D=0.5 y el Loira D=0.5 (Mandelbrot, 1975).

Figura 5. Isla de Koch, cuya costa tiene una dimensión fractal D=1.26. Se construye subdividiendo un triángulo de manera recursiva.

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A pesar de todo lo dicho anteriormente, es difícil pensar que el polvo de Cantor pueda ser un modelo realista de crecidas de ríos, o la isla de Koch una isla real. Ambos son objetos fractales muy regulares. Por esta razón, para cons-truir modelos más realistas se necesita introducir algo de desorden aleatorio. A modo de ejemplo, se pueden desordenar los puntos del conjunto de Cantor, pero con la condición de que las distancias entre los puntos del conjunto sigan teniendo la misma distribución (es decir, en un paso dado de la construcción del Polvo de Cantor, tómense todos los segmentos de recta, e intercálense al azar). Es claro que el conjunto resultante seguirá siendo autosimilar, aunque se verá mucho más desordenado. Por esta razón, los modelos realistas necesitan introducir el azar, pero respetando la autosimilaridad propia de los fractales. Tomando en cuenta estos dos elementos, pueden contruirse modelos muy rea-listas de costas y procesos en el tiempo.

No sobra decir que otros procesos en el tiempo, como las fluctuaciones de las acciones en la bolsa de valores, siguen un patrón fractal similar al observa-do en las crecidas de los ríos (Ibid.).

Otra aplicación donde los fractales resultan ser de gran importancia, es en las llamadas redes de distribución. No es casualidad que la estructura del sistema sanguíneo de los animales, vascular de los árboles, la red internet, la red de distribución de agua, electricidad, gas y la manera en la cual los ríos drenan un territorio tengan una estructura en ramificaciones similares a la de un árbol (Strogatz, 2001). De hecho, la dimensión fractal está relacionada directamente con las necesidades de transporte y, por ello, se puede estimar la altura de una cadena montañosa calculando la dimensión fractal de la red fluvial que la drena (Banavar et al., 1999).

Los cambios de escala que estudia la geometría fractal, ha dado a la alo-metría, que estudia el escalamiento de unas cantidades respecto a otras. A modo de ejemplo, citemos que el metabolismo de los animales por kilogramo de peso (es decir, el consumo de energía por kilo corporal) no es lineal; los animales grandes gastan en proporción menos energía que los pequeños. Si no fuera así, y un elefante comiera proporcionalmente a su peso lo mismo que un ratón, entonces acabaría con sus recursos de manera inmediata. De hecho, el metabolismo respecto al peso corporal sigue la ley, Metabolismo=(Peso)3/4 que nos recuerda la fórmula para la longitud de la costa. Esta ley proviene de las leyes generales que gobiernan la dimensión de una red de distribución (Ibid.).

Las ciudades de un país también siguen una relación similar y, de hecho, no es casualidad que el movimiento de bienes y personas dentro de una ciudad sea aludido como “circulación”, y hablamos de “arterias viales” (Jones, 1992).

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Si clasificamos la importancia de las ciudades de acuerdo con su población, es decir, las ciudades de más de diez millones tienen rango uno, las de uno a diez millones, rango dos, de cien mil a un millón rango tres, y así sucesivamente, entonces se puede hacer una gráfica del logaritmo del rango con respecto al logaritmo del número de ciudades que tienen ese rango en un país. Esta es una gráfica similar a la obtenida para la longitud de la costa, y se le conoce como regla de Zipf (Ibid.). La razón es clara, sería difícil imaginar que hubieran mu-chas ciudades como la de México en el país, ya que acabarían con sus recursos de manera inmediata. Por necesidad, el número de megalópolis es menor que el número de pueblos, y no existe una proporción lineal entre ambos números. La ley de Zipf revela una relación de jerarquías a diversas escalas, caracterís-tica de las redes fractales.

Más allá de esta descripción mediante los fractales, esta universalidad conduce a buscar mecanismos que puedan explicar la ubiquidad de la autosi-milaridad. Muchas de las respuestas provienen de las ecuaciones diferenciales no-lineales y procesos estocásticos. La unión de ambas ha dado lugar a la llamada teoría de los sistemas complejos. Por ejemplo, diversas ecuaciones es-tocásticas generan costas cuya dimensión fractal es D=1.5, muy cercanas a las observadas en la realidad. También se obtienen fractales cuando se intenta op-timizar alguna característica funcional, como la relación superficie/volumen o mínimas pérdidas de energía en las redes de distribución. Así, los fractales son la consecuencia del desorden que opera a diversas escalas, o de la optimiza-ción de alguna cantidad. Por ello, el estudio de la fractalidad puede conducir a una comprensión profunda de los fenómenos que la causan, y por lo tanto a modelos más realistas.

Conclusiones

En este texto se ha discutido la necesidad de utilizar la geometría fractal para describir de manera matemática un hecho fundamental del espacio-tiempo geográfico: la autosimilaridad o simetría de escalamiento. Esta simetría fun-damental aparece en numerosos aspectos que revelan una universalidad en su carácter. La fractalidad observada en diversos sistemas, es consecuencia de muchos factores, pero en la actualidad recién estamos pasando de la eta-pa descriptiva, a una etapa de comprensión. Los geometría fractal, junto con la teoría de sistemas complejos, promete continuar durante largo tiempo, la siempre beneficiosa unión de las matemáticas con la geografía.

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Agradecimiento

Quisiera agradecer a T. Suárez Meaney, H. Taud, J.F. Parrot y J. Delgado por sus valiosos comentarios. También se agradece a los proyectos DGAPA-UNAM IN117806, IN111906 y CONACYT 48783-F, 50368 por el apoyo financiero. Se agradece también al Departamento de Física-Matemática de la Universidad Iberoamericana, el cual me brindó su apoyo durante la elaboración del presen-te texto bajo los auspicios del programa Académicos Externos Distinguidos.

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p. 116.

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La urbanización difusa de la ciudad de México. Otras miradas sobre un espacio antiguo se terminó de imprimir en septiembre de 2008, en los talleres de Navegantes de la comunicación gráfica, S.A. de C.V. Pascual Ortíz Rubio, no. 40, San Simón Ticumac, Del. Benito Juárez, 03660, México, D.F.

El tiraje consta de 1 000 ejemplares impresos en offset sobre papel cultural de 90 gramos (portada couché de 250 gramos). Para la formación de galeras se usó la fuente tipográfica Adobe Caslon Pro, en 9.5/10, 10/12, 11.2/12.7 y 16/19 puntos.

Edición realizada a cargo de la Sección Editorial del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México. Cuidado de la edición: Martha Pavón. Diseño, formación de galeras y cuidado de la impresión: Raquel Martínez Campos. Fotografía de portada: Javier Delgado.

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Es una paradoja difícil de entender, pero la Región Centro de México, princi-pal región económica del país, asiento de las grandes culturas prehispánicas y territorio clave en la formación del México actual, ha sido poco estudiada.

A los estudios pioneros de Bataillon en 1963 y Bassols en 1964, siguió un vacío investigativo de 25 años –habrá que discutir sus causas–, y sólo cinco libros que tratan directamente sobre la región fueron publicados desde enton-ces. Los textos de Jorge Serrano (1996), Javier Delgado (1998), Delgadillo e Iracheta (2002), Adrián G. Aguilar (2003) y Perlo y González (2005) abrieron

que se desenvuelve a escala regional, que sustituye las formas preexistentes con nuevas formas socioespaciales.

En este volumen, La urbanización difusa de la Ciudad de México. Otras miradas sobre un espacio antiguo, Claude Bataillon, Javier Delgado, Luis Jaime Sobrino y Eduardo Nivón explican, a su manera, la reestructuración socioes-pacial en curso, bajo enfoques alternativos a la tradicional dicotomía y que apuntan cada vez más hacia una mayor interrelación urbano-regional. En la segunda parte, Luis Chías Becerril, Hind Taud, Jean François Parrot y Gerardo

interesar a jóvenes investigadores e investigadoras, formados en los últimos diez años en los principales posgrados del país, para que aborden de una for-ma decidida la cuestión regional de una de las regiones más apasionantes del mundo, la gran región central mexicana.

La urbanización difusa de la Ciudad de MéxicoOtras miradas sobre un espacio antiguo

Javier Delgado Coordinador

GEOGRAFÍA PARA EL SIGLO XXI SERIE: LIBROS DE INVESTIGACIÓN