la utopia del mercado

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 Alfonso Galindo Lucas La utopía del mercado 1 Alfonso Galindo Lucas LA UTOPÍA DEL MERCADO. Una revisión de la Economía dominante Preámbulo PRIMERA PARTE: DISCUSIÓN TEÓRICA Capítulo I. Aproximación contextual  Antecedentes El problema de la información El problema de la formación El tema del capital i ntangible El problema del incentivo La variable reputación El papel de la tecnología Nuevas realidades Bibliografía específica Capítulo II. El papel de la Ciencia Económica Introducción Racionalidad e individuo La Ciencia acomplejada El oficio del economista Sistema económico y Teoría Económica Hacia un nuevo paradigma El método científico en Economía El principio de incertidumbre en Ciencias Sociales Qué es la Economía Bibliografía específica

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  • Alfonso Galindo Lucas

    La utopa del mercado 1

    Alfonso Galindo Lucas

    LA UTOPA DEL MERCADO. Una revisin de la Economa dominante

    Prembulo

    PRIMERA PARTE: DISCUSIN TERICA

    Captulo I. Aproximacin contextual Antecedentes El problema de la informacin El problema de la formacin El tema del capital intangible El problema del incentivo La variable reputacin El papel de la tecnologa Nuevas realidades Bibliografa especfica

    Captulo II. El papel de la Ciencia Econmica Introduccin Racionalidad e individuo La Ciencia acomplejada El oficio del economista Sistema econmico y Teora Econmica Hacia un nuevo paradigma El mtodo cientfico en Economa El principio de incertidumbre en Ciencias Sociales Qu es la Economa Bibliografa especfica

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    SEGUNDA PARTE: LA LGICA DEL LUCRO

    Captulo III. Sistema econmico y tecnologa Introduccin La era tecnolgica actual Tecnologa y competencia Tecnologa y libre comercio Modernizacin y capitalismo institucional Bibliografa especfica

    Captulo IV. Comercio internacional Introduccin Las ventajas competitivas y el comercio mundial Proteccionismo y libre cambio Bibliografa especfica

    Captulo V. El Estado en libertad vigilada Introduccin Integracin y multilateralismo Intervencin, regulacin y dficit pblico Privatizaciones y capitalismo popular Bibliografa especfica

    Captulo VI. Sistema Financiero Internacional Introduccin Mercados financieros Instituciones financieras Sectores emergentes Crisis financieras La Teora de seales ms all de la empresa Bibliografa especfica

    Alfonso Galindo Lucas

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    Captulo VII. Panorama Empresarial Introduccin Concentracin y competencia Las pequeas empresas Bibliografa especfica

    Captulo VIII. Situacin de la mano de obra Introduccin La pequea tirana del proletariado Flexibilizacin del mercado laboral La sociedad del conocimiento Inmigracin y mercados Bibliografa especfica

    Captulo IX. El negocio de la pobreza Tercer sector y crisis del Estado Ayuda al desarrollo Comercio y desarrollo Cmulos de despropsitos Bibliografa especfica

    Captulo X. Medio ambiente versus espacio vital Introduccin Medio ambiente y riqueza El asunto del narcotrfico El pretexto del medio ambiente Medio ambiente y comercio Crisis ambiental y conflicto La guerra de Bush contra el medio ambiente Bibliografa especfica

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    Captulo XI. Economa y democracia Por qu es bueno el mercado La deificacin de la Ley La libertad de elegir Estado de derechas y fascismo de baja intensidad El papel de la prensa La Historia contina Otra izquierda es posible Bibliografa especfica

    Eplogo Bibliografa general

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    PREMBULO

    Vaya por delante que la pobreza es uno de los resul-tados y de las razones de ser del sistema econmico mundial y que el drama humano es digno de mencin preliminar, a pesar de no reflejarse fielmente en las cifras ms difundidas.

    Aunque el propsito inicial de esta obra era reivindi-car las diversas facetas de la injusticia social y, en cierto modo, el estado de desconcierto intelectual de una gene-racin de licenciados, formados toda su vida con cargo a presupuestos pblicos, finalmente, la base de este trabajo es el replanteamiento de la disciplina cientfica desde la que se debe confrontar la realidad econmica con los modelos tericos recurrentes.

    Muchos de nosotros, que nos bamos a dormir con la parbola del prisionero y que cultivamos el individua-lismo como virtud y el oportunismo como signo de agradecimiento mstico, nos hemos visto obligados a in-vestigar por qu nuestras expectativas no se cumplieron. Es este el eterno oficio del Economista, en el que, segn el proverbio, debemos emplear la mitad de nuestro tiem-po?

    Surgi la necesidad de Investigar por qu la mano invisible ha generado a su alrededor pobreza e injusticia en medidas crecientes y por qu aquellos que aprovecha-ron sus oportunidades no tienen hoy la conciencia tran-quila. Como otros muchos antecedentes, este trabajo se

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    planteaba inicialmente una crtica al sistema. En virtud de ciertos razonamientos, el proceso de investigacin se fue convirtiendo en una crtica a la ineficiencia del siste-ma. Como consecuencia de ello, la crtica se extiende a la evolucin de la Ciencia Econmica y, sobre todo, al uso que se hace de ella, en relacin con el conocimiento que posee la poblacin en general. He aqu que se vuelve a la idea de justicia y reivindicacin, pero en una faceta acor-de con los nuevos tiempos, relativa al reparto social del conocimiento (Touraine, 2004).

    No es apropiado, por otra parte, deducir que el objeti-vo de este ensayo es de tipo eminentemente poltico, a pesar de que, a veces los polticos o sus polticas puedan no resultar muy bien valorados o los cientficos puedan ser criticados de excesivamente politizados. A diferencia de algunos trabajos anteriores, no me cio al esquema puramente empirista, pero el enfoque de este ensayo no deja de ser cientfico. Existe, por supuesto, en la determi-nacin de la importancia de los hallazgos, un elemento moral, que es bastante convencional, carente de mayores sofisticaciones: La supeditacin del lucro particular al bien comn se considera el principal criterio general de eficiencia.

    Los que en los aos 80 empezamos la carrera de eco-nmicas o empresariales, nos fuimos acostumbrando a repetir proclamas y suponer que eran el resultado de concienzudos trabajos empricos o incluso que eran nues-tras propias opiniones las que enunciamos. Aunque no ramos muy conscientes, propicibamos pasivamente la

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    implantacin de prejuicios tericos; en definitiva, haca-mos poltica y no investigacin. Pronto empezamos a sospechar que nuestros dogmas eran inculcados a peti-cin de gente poderosa, aunque este encargo es una des-viacin tal vez menos explicita y ms efectiva que las demandas de los ciudadanos de a pie.

    Ahora muchos estn volviendo a Marx, tras afrontar las crticas de que sus conocimientos no estn actualiza-dos, pero esto se sigue considerando un retroceso an mayor, se busca desesperadamente un nuevo paradigma. No es bueno olvidar, sin embargo, que los mejores eco-nomistas han sido marxistas y los mejores marxistas eran economistas. Pero el marxismo mal entendido nos puede llevar a un determinismo excesivo y a una predisposi-cin fatal hacia el conflicto, que llegara a favorecer de-terminados intereses poderosos.

    La evolucin de la Economa como Ciencia describe una tendencia muy marcada hacia la corrupcin, hacia la supersticin, la persecucin, lo que Carl Sagan denomin la anti-ciencia. Sin embargo, en este ensayo trato de exponer las oportunidades que tenemos los economistas, no slo de aparentar (como hasta ahora hemos hecho), sino de estar en posesin de las verdades ms trascen-dentales para la humanidad actual y futura.

    El ttulo de esta obra hace referencia a lo que, hasta el momento, ha sido la piedra filosofal (que no angular) de la Ciencia Econmica durante mucho tiempo: El merca-do. Cuando hablamos de utopa, nos referimos a una

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    palabra inventada por Thomas More en 1516, para de-signar a algo que, literalmente, no est en ninguna parte. A raz del famoso ensayo, la palabra utopa, ha adquirido connotaciones de algo que se considera deseable. Efecti-vamente, el mercado es algo deseable, ms deseable en la medida en que ms presente est y mejor funcione. Co-mo es lgico, este no es un ensayo destinado a explicar las cualidades del mercado eficiente (amplitud, transpa-rencia, profundidad, etc.), primero porque existe una in-finidad de magnficos tratados sobre ese tema y, segun-do, porque es ms urgente comprobar si se est ponien-do o es posible poner en prctica una institucin con se-mejantes cualidades; en caso contrario, no estaramos an-te un concepto cientfico, sino teolgico. Primero hay que cerciorarse de la existencia de algo y luego describirlo.

    El mercado, como cada uno de sus trminos relacio-nados, comparte, en el sistema actual, algo de la natura-leza de los dioses, puesto que, en la opinin general, primero se cree en el mercado, luego se comulga con l y despus se estudian sus caractersticas. Citar algn ejemplo de entre los trabajos clebres, minuciosamente elaborados, en los que se da por sentado que los merca-dos asignan recursos eficientemente. Sin embargo, hoy parece demostrado que el mercado, de tan deficiente como se nos presenta, se caracteriza ms por su ausencia que por sus fallos.

    Por lo tanto, lo que me propongo no es, como en otros, mostrar lo que se puede encontrar el sujeto eco-nmico en su interaccin con otros agentes, en un para-

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    digma ideal y munificente: el mercado, el verdadero mercado; ese mecanismo que, como un demiurgo, sen-tencia de forma inapelable cul es el precio justo de cada bien. Previa a este tipo de anlisis es la crtica de los lmi-tes materiales y formales de la disciplina cientfica, pues-to que, al hablar de Economa, estamos refirindonos al desarrollo humano, a la naturaleza humana (Heilbroner, 1968) y a todo lo que a sta preocupa.

    En el captulo sobre metodologa, expongo la necesi-dad que existe en las Ciencias Sociales de realizar traba-jos tericos tendentes a formular hiptesis razonable-mente probables, sin necesidad de experimentar y com-probar, uno por uno, los pasos del mtodo emprico. Es bien cierto que en este libro no se estn exponiendo hechos fehacientemente cuantificados, ni modelos capa-ces de predecir un dato, sino que se estn haciendo ad-vertencias acerca de la evolucin de nuestra Ciencia, en relacin con su entorno real. Son la historia y el sentido comn los laboratorios apropiados, si es que, ante la ur-gencia, cabe alguna experimentacin.

    Buena parte de este libro puede considerarse una re-copilacin revisada de versiones de trabajos anteriores, que aparecen debidamente reseados. De ellos, muchos se elaboraron (y algunos llegaron a publicarse) para se-cundar iniciativas coordinadas por Julio Prez Serrano, de la Universidad de Cdiz. Por eso, es pertinente co-menzar agradeciendo al Grupo de Historia Actual la oportunidad de permitirme plantear ciertas cuestiones en el foro abierto por los historiadores a todas las dems

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    disciplinas. Por los mismos motivos, las publicaciones y actividades organizadas por Juan Carlos Martnez Coll y su grupo de investigacin eumed.net, han sido el des-tino de muchos de dichos trabajos previos y han supues-to, a su vez un foro abierto para los no-economistas. Una de las finalidades de la obra es ofrecer el enfoque subya-cente a una serie de trabajos de temtica aparentemente dispersa, que sin embargo, desde una perspectiva con-junta, han venido a completar un proceso de reflexin in-terdisciplinar, asumido por el autor, pero compartido. En el caso concreto del tercer captulo, es preciso agradecer particularmente a Rafael Gmez Snchez su colabora-cin, de la misma forma que a Elia Manuela Mera, con respecto al captulo X y parte de los dos precedentes. Han aportado mucho a esta obra una multitud de perso-nas, unos son amigos, otros casi desconocidos, con quie-nes he conversado puntualmente, en provecho de re-flexiones posteriores. Es cronolgicamente ms cercano el apoyo y la ayuda de Arno Tausch, de la Universidad de Innsbruck, aunque posiblemente su ejemplo ha sido la ms valiosa y definitiva razn para que este libro se pu-blique. Debido al hecho de la compilacin de trabajos mos poco conocidos, algunos de los casos que se comen-tan llegan a ser poco recientes y la mayor parte de la cr-tica que se hace expresamente al Gobierno, se ejerci du-rante las legislaturas del Partido Popular.

    En la crtica al enfoque institucionalista, me anim bastante la conversacin mantenida con el profesor Greenwood, de la universidad de Alberta, a quien expu-

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    se sucintamente estos planteamientos y me respondi pensativo maybe youre right, maybe youre right. En l-timo trmino, el volumen y la idiosincrasia de esta obra no tendran mucho sentido sin esta crtica terica, que se ejemplifica una y otra vez. Por ltimo, los medios apor-tados por la Universidad de Cdiz han sido decisivos para la consulta de antecedentes y la elaboracin de con-tenidos. En este sentido, tambin ha sido til, directa o indirectamente, la financiacin de la Junta de Andaluca a determinados proyectos de investigacin.

    El contenido de este libro pretende redistribuir el co-nocimiento acerca de cosas que, en su mayor parte, son asuntos que ya se conocan, aunque entiendo que la forma en que se han compendiado transmite una idea nueva que era necesario formular: La Economa actual es la alquimia de la futura Ciencia Social. Al igual que en otras obras, que inician su contenido justificando el ca-rcter cientfico de lo que sigue, el esquema que se ha adoptado empieza por el planteamiento terico. Por mo-tivos de comprensin, se ha optado por plantear primero la discusin sobre la validez cientfica del enfoque que se adopta comnmente, para abordar, sobre la base de esta crtica, el estado actual de la discusin acerca de temas claves. El punto de vista adoptado en el captulo II se jus-tifica mediante multitud de ejemplos de la segunda par-te. Este orden definitivo entre las dos partes es inverso al que ha producido el proceso lgico seguido en realidad, pero parece ms didctico. Es decir, para llegar a preferir un mtodo de investigacin ha sido necesario recopilar

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    evidencias y analizar fragmentos de realidad; a efectos de exposicin, es preferible, en cambio, defender primero dicho mtodo y demostrar luego que es el ms capaz de explicar los hechos estilizados.

    En cuanto al lenguaje utilizado, suele ocurrir que para un determinado pblico resultar demasiado tcnico y para otros excesivamente coloquial. Recuerdo un manual de Macroeconoma en el que se daba la siguiente reco-mendacin: Si no es capaz de comprender alguno de los prrafos, no es grave que se lo salte. Por eso creo que pa-ra cualquier pblico, la lectura global de la obra merece-r la pena.

    Las caractersticas que van a ser destacadas del com-plejo sistema econmico actual se expondrn en el si-guiente orden: La tecnologa, el comercio internacional, el Estado, el Sistema Financiero, el panorama empresa-rial, la mano de obra, el sector no-gubernamental y el medio ambiente. A continuacin, se hace inevitable un apunte de matiz ms poltico, que no pierde de vista el mtodo de anlisis y que evita adoptar cariz panfletario. Todas ellas son cuestiones que he considerado dignas de comentario, por lo que de novedoso pueden aportar a debates actuales.

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    PRIMERA PARTE: DISCUSIN TERICA

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    Captulo I. APROXIMACIN CONTEXTUAL

    Antecedentes

    Por su propsito general, este libro se podra haber llamado como un trabajo de Wallerstein (1989) en el que se pone en duda que el capitalismo sea una economa ba-sada en el concepto de mercado. En lugar de usar la ex-presin utopa, se podra haber hablado del mercado como mito de Occidente (Todd, 1999), como ideologa (Touraine, 1999) o como panacea o demiurgo (Sarto-ri y Mazzoleni, 2003). El subttulo del presente libro permitira elaborar una extenssima obra que difcilmen-te sera comprendida por el lector. Debo reconocer que no he ledo completas ni la famosa triloga de Marx, ni la tambin clebre de Castells, como tampoco la obra com-pleta de Polanyi, a pesar de haberme sido imprescindible su cosmovisin. Sin embargo, en ellas subyacen plan-teamientos de conjunto que aconsejan que estas obras sean estudiadas. Tan slo con el propsito inicial de criti-car al sistema, se podra haber compuesto otra volumi-nosa triloga consistente tan slo en recopilar anteceden-tes. Por eso y para no sobrepasar el argumento final de hacer una crtica a la propia Ciencia Econmica, las crti-cas que se han conservado son nicamente las que he considerado menos recurrentes y ms ocurrentes y cons-tructivas, menos nihilistas. Esto no significa un alinea-miento opuesto a otras crticas ms usuales al sistema

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    capitalista, que son debidamente referenciadas, aunque no de modo exhaustivo. Los distintos apartados son ms bien un escueto marco que sugiere lneas de investiga-cin futuras, pero subyace una idea original, que tal vez tenga nicamente como precedentes directos los volumi-nosos tratados sobre marxismo, en su aspecto metodol-gico (por ejemplo, Harnecker, M., 1979) y la obra de Po-lanyi (1944), en la conceptuacin del sistema capitalista.

    Aunque este libro se desva de la lnea de especializa-cin habitual del autor, considero que hago aportaciones muy necesarias, no tanto en lo relativo a los resultados, como a los puntos de vistas. No se trata de un discurso poltico rancio y forzado, con econmica y cientfica so-lemnidad, como el de Robert Skidelsky (1995), sino que se pretende un anlisis serio, aunque desprovisto de pa-rafernalia expositiva que acertadamente descalifica Ga-leano (1999).

    En la actualidad, todos los economistas leen y repro-ducen crticas al sistema, unas ms ficticias que otras. Otros, ms aventajados, saben que no basta con criticar y buscan una explicacin sistmica, global, y caen en tpi-cos globales. Otros anlisis ms serios, entran de lleno en cuestiones bsicas y se aproximan a lo que ser una ex-plicacin sinttica del Sistema. Muchos trabajos ms bien recientes, acerca de temas econmicos, comienzan con una contextualizacin globalista que en otros tiempos fue sobreentendida. Antes de 1989, los artculos cientfi-cos, en las Ciencias Sociales, no empezaban proclamando en qu etapa histrica nos encontramos y tratando de

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    conectar esta idea, a toda costa, con el ttulo y la temtica del artculo.

    Sobre el concepto de globalizacin se ha escrito mu-cho, pero una de las versiones no escritas (hasta ahora) nos permite afirmar que la globalizacin era un maremo-to que nos haba pasado por encima y ahora estamos analizando lo que queda despus. Con esto, nos da a en-tender que la globalizacin es algo que probablemente ya ha pasado y por eso se nos permite que la conozcamos. Entre otras cosas, la globalizacin es una palabra, pero su imposicin ineludible al acervo cultural de Occidente responde a una realidad material, a los que muchos de-nominan por igual globalizacin, otros mundializa-cin y otros capitalismo global. Esa realidad, como se ha dicho en otras ocasiones, ni es tan reciente este proce-so ni se ha terminado de producir, pero se puede decir que hoy nos encontramos claramente en una fase global del capitalismo: Mi aportacin a esta caracterizacin del capitalismo es el concepto de nuevo capitalismo institu-cional.

    Entre las facetas interesantes de este capitalismo, he destacado la existencia de relaciones de clientelismo que no son nada novedosas, pero que se hacen cada vez ms insolentes y con mayor impacto cuantitativo, aunque ra-ra vez se tienen en cuenta en la Teora. En una etapa del capitalismo en que la bsqueda de mercados est llevan-do a la necesidad cada vez ms urgente de exterminar al competidor y a gran parte de la poblacin de determina-dos pases, una solucin comprensible, dentro de lo que

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    cabe, es la derivacin del concepto de consumidor, refe-rido hasta el momento al individuo o persona fsica, a un tipo de cliente mucho ms interesante: La persona jurdi-ca. Esa persona jurdica puede ser el propio sector pbli-co o bien el sector privado alentado y respaldado por el sector pblico: Organizaciones No-Gubernamentales (ONG) y Pequeas y Medianas Empresas (PYME).

    Sobre el funcionamiento terico del mercado y sus posibles fallos, tambin existe gran cantidad de biblio-grafa, pero en general, se asume la posibilidad de encon-trar un mercado para todas las cosas y las legislaciones de todos los pases obligan a contabilizar aquellos valo-res que se puedan prever en funcin del mercado (el mercado est presente en los conceptos de valor residual, valor venal, provisiones por depreciacin, etc.). La nor-mativa contable, por ejemplo, confiere a las bolsas de va-lores la virtud de valorar ciertos bienes propiedad de la empresa; esto no es exactamente incorrecto, sino que, a falta de mercados eficientes, las cotizaciones son los ni-cos datos de que se dispone.

    Incluso las leyes de expropiacin de todos los pases dictaminan que el justo precio se deba calcular con arreglo a criterios de mercado. En la prctica, al no ser comparables entre s bienes inmuebles o peor an empresas o negocios, ocurre que no existe un mercado al que se pueda consultar en estos casos. Sartori y Mazzo-leni (2003, p. 167) hablan de la extendida conviccin que ahora tiende a atribuir al libre mercado soluciones mila-grosas. Por eso, los procesos de expropiacin se resuel-

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    ven en funcin del poder de negociacin de cada propie-tario frente a la Administracin. Aunque pueda parecer que las expropiaciones (o nacionalizaciones) son un asunto del pasado, en el mbito local, las pequeas pro-piedades estn supeditadas a la planificacin urbanstica y, por lo tanto, al criterio o inters de quien gobierna. No ocurre lo mismo con los grandes latifundios. La historia de los dos ltimos siglos en Andaluca es en resumen un claro ejemplo del fracaso de las desamortizaciones.

    Por eso, es bueno insistir en que todo esto ya se cono-ca; como expongo ms adelante, la connivencia entre la academia y otros medios culturales, como la prensa, hacen que tengamos que repetir una y otra vez las mis-mas crticas que hace justo un siglo: El capital financiero busca la dominacin, no la libertad... necesita que el Es-tado garantice sus mercados nacionales... y conquiste mercados extranjeros... (Hilferding, R., 1910). Tampoco es novedoso el ejercicio de crticas a la doctrina imperan-te en economa, de forma inseparable a las crticas al ca-pitalismo (Galbraith, 1971; Thourow, 1980; Stigler, 1982; Krugman, 1999), aunque en muchos aspectos, el conteni-do de la presente crtica puede resultar muy distinto al de las anteriores.

    La suposicin de que existe el mercado ha trascendido inevitablemente a la sociedad y su inclusin en las nor-mas legales ha producido infinidad de sentencias judicia-les manifiestamente injustas. Por ejemplo, cuando se em-bargan los bienes del deudor y se espera que la subasta ejerza la funcin de determinar eficientemente el precio

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    de los bienes embargados, las leyes y sus jueces estn institucionalizando el mito del mercado. Todo el mundo sabe o debera saber que las subastas, establecidas for-malmente como un acto pblico y transparente, son en realidad un mundillo de entendidos y viejos conoci-dos, que se reparten los bienes antes de que se abra la puja. Esto redunda siempre en perjuicio del deudor.

    El mercado es bueno como modelo y los modelos son tiles, a pesar de su simplicidad, al permitir explicar la realidad... (Fernndez de Castro y Tugores, 1997), pe-ro no es la realidad. El mercado nos es til a los econo-mistas como herramienta terica, para que el estudio de sus imperfecciones y excepciones nos permita compren-der y predecir la realidad, pero no es un objeto de culto que vaya a conducir al creyente hacia la verdad y la jus-ticia.

    Tal ha sido el fervor cientfico acerca del mercado que el propio Sir Lionel Robbins, en su famoso ensayo de 1932, lamentaba que los economistas no se ocupasen del funcionamiento interno de las organizaciones, sino de lo que sucede en el mercado (En Coase, 1994). En ese mis-mo sentido, el premio Nobel, Herbert Simon, apreciaba en 1991 que la Economa segua centrada en el funcio-namiento de los mercados, ms que en la naturaleza y cometido de la empresa y adverta que en la actividad econmica predominan las organizaciones y no los mer-cados. Ese mismo ao reciba el Nobel el discpulo ms destacado de Robbins, Ronald Coase, y en su discurso incida en este problema: La microeconoma se refiere

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    principalmente al estudio de la determinacin de precios y produccin... la empresa y el mercado se mencionan, pero carecen de sustancia (1994).

    As surgi la Economa de los Costes de Transaccin, que pareca aportar un remiendo al paradigma del mer-cado. Como continuacin de este planteamiento, la Eco-noma de la Empresa busca, en la actualidad, una expli-cacin de cmo se dirime la disyuntiva entre empresa y mercado, en funcin de sus caractersticas. Una solucin es propuesta por numerosos autores, en virtud de la de-nominada Teora de los derechos de propiedad, sinte-tizada por Oliver Hart (1995). Segn esta teora, el poder es a la empresa, para su propietario, lo que el mecanismo de precios es al mercado. El derecho de propiedad sobre la empresa lleva consigo el ejercicio de potestades cuya contratacin en el mercado ocasionara altos costes de transaccin. El ejercicio de esa autoridad, en este contex-to, tendra la finalidad de proteger inversiones que tie-nen un escaso valor fuera de la relacin de poder, pero generan gran valor en la empresa. Es un buen comienzo contar con un esquema bsico materialista, en que el po-der surge de la propiedad sobre los activos fsicos, lo cual significa que los lmites de la empresa estn marca-dos sobre dicho conjunto de activos (Salas, 1999). Esta definicin, estrictamente material, no contempla aquellos activos potencialmente rentables cuya naturaleza no es fsica. Discutiremos ms adelante si dichos activos exis-ten y si tienen mercado.

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    En aquellos mbitos ya sean de carcter temporal y espacial o sectorial o ya afecten slo al lado de la oferta o el de la demanda en que ha existido competencia, es razonable usar el vocablo mercado, en sentido restrin-gido. Pero en la actualidad, cuando se produce alguna de esas situaciones, es normalmente debido a algn cliente poderoso de esa actividad, que consiente o incluso pro-picia la competencia y no participa en ella. Es decir, en la mayora de los procesos de fijacin de precios y en las decisiones de compra, hay agentes que estn por encima del mercado y del Estado.

    En vista de todas las pginas derrochadas en cansinas crticas al sistema, durante los ltimos dos lustros, y las loas generalizadas vertidas en las dcadas anteriores, es preciso adaptar la corriente de las modas a un discurso ms perenne; ms cientfico. Por ejemplo, es precipitado abandonar la terminologa de sistema y sustituirla por el concepto de orden econmico. La estructura y fun-cionamiento de la economa mundial responde en parte, en la actualidad, al establecimiento de un orden impues-to de forma vertical1, pero no existe un control absoluto sobre nuestras decisiones. Tampoco se trata de una si-tuacin resultante de la actuacin libre y mltiple de empresas o estados, sino de una concepcin prediseada que ha tenido bastante xito y que conlleva reglamenta-ciones, Tratados internacionales y campaas de concien-

    1 Esta misma idea es adoptada en Nar, S., 2003 y en Galindo

    (2005c).

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    ciacin financiadas con dinero pblico, entre otros ele-mentos ms o menos eficaces para dicha implantacin.

    El capitalismo es hoy el sistema caracterizado por la ausencia de mercado y por la ineficiencia, por el descen-so de las rentabilidades y la falta de oportunidades em-presariales; por la ausencia de libertad de empresa. La concentracin empresarial y el exceso de capacidad hacen imposible un modo de asignacin de recursos tan utpico como el libre mercado. El sistema de competen-cia alabado por Adam Smith llevaba, efectivamente, el germen de su propia destruccin. La providencia de la mano invisible ha retornado al ideario econmico para sustituir a la del gasto pblico. Pero, desde 1989, el sis-tema dominante ya no representa la libertad de empresa, sino algo netamente distinto, que aspira a convertirse en un nuevo orden. Incluso ha mudado recientemente el nombre capitalismo por el de globalizacin, cuyo agotamiento tambin se vislumbra en una convalecencia post-global; un periodo de secuelas en el que estamos.

    Es conveniente adelantar que, en Economa, hay al-gunos temas que estn de moda y otros que son tab. Entre los primeros, como veremos, se encuentran algu-nas formas de negocios que gozan de algn incentivo institucional. Entre los segundos, el ms caracterstico es el estudio de la concentracin, en sus diversas acepcio-nes, del que se huye por anticuado. Tanto las invocacio-nes, como los conjuros, suelen hacerse injustamente.

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    Hay un tema que parece que tendr oportunidad de resurgir, en vista de la gran cantidad de crticas al capita-lismo a las que podemos denominar, a su vez, utpicas, como lo hizo Marx con respecto a los socialistas de su poca. Esta puede ser una buena coyuntura para las con-fesiones religiosas para relanzar el tema de la tica y la economa. Existen trabajos muy interesantes, en pocas previas al fenmeno de la globalizacin, entre ellos, Milln-Puelles, A. (1974). En esta lnea, es muy represen-tativo el trabajo de Tamayo-Acosta (Dir., 2002) y otros.

    Por ltimo, existen otros temas prometedores, en cuanto a sus posibles resultados y tambin en relacin con el eco que alcanzan. Con ellos, estamos exponiendo en primer lugar lo que podra ser la propuesta de lneas futuras de investigacin. De este modo, se persigue ad-vertir que, en el trasfondo de todos los problemas eco-nmicos que se desarrollan ms adelante subyace la ne-cesidad de investigacin. A continuacin se expone una breve justificacin de algunos de estos campos.

    El problema de la informacin

    Desde hace dcadas, un mbito de estudio muy inte-resante, por su implicacin en la realidad econmica es el problema de la falta o asimetra de informacin en las transacciones. El coste de informacin, como elemento

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    disuasorio en la toma de decisiones2 y de distorsin en la formacin de precios, se estudia por primera vez en la obra de Coase (1937), en la que se haban detectado otros dos tipos de los denominados costes de transaccin. Su obra fue desarrollada ampliamente por Williamson (1975, 1985) y por el propio Coase (1994). En sus trabajos se trata el coste o la ausencia de informacin como impe-dimento para que los mercados existan. Los mejores fru-tos del estudio de esta nueva variable se estn produ-ciendo en las Finanzas, como muestran los trabajos de Hellman y Stiglitz (1986) o Stiglitz y Grossman (1980).

    Aunque supone un avance incorporar al anlisis eco-nmico tradicional la problemtica relativa al coste de la informacin, la modelizacin resultante sigue sin ser completamente fiel a la realidad. Enunciar que existe un coste para la informacin es equivalente a suponer que existe un mercado para sta, pero si el coste de la misma era un inconveniente para que los mercados convencio-nales funcionasen, entonces, la ausencia de un mercado para la informacin indica la posibilidad de no poder cuantificar el problema de la informacin asimtrica.

    El funcionamiento actual del sistema econmico est basado, en gran parte, en la desigual informacin, en la denegacin de su contenido. Algo similar sucede con lo que podemos denominar asimetras de la formacin. Para el tratamiento de la informacin como recurso, des- 2 Para una explicacin sencilla del efecto de estos costes en las tran-

    sacciones, ver Galindo (2005a).

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    de la Teora Econmica, hay trabajos recientes (Martnez Coll, 2004; Mir, 2004) que abarca el tema de la forma-cin y el enfoque de las instituciones.

    El problema de la formacin

    Tal vez sera necesario otro libro para aadir el tema de la formacin, dado que los ms brillantes economistas (Stiglitz, 2001, inter alia) tienen claro que la inversin p-blica en educacin es la principal ventaja competitiva de las naciones en la era del conocimiento; en perfecta con-cordancia con socilogos como Todd o filsofos, como Touraine (2004). El deterioro de esta estrategia competi-tiva en pases como Espaa es algo que salta a la vista a quienes nos hemos formado con un nivel de calidad que entonces era comparable al de la enseanza privada; ahora la inversin pblica en formacin est destinada, cada vez en mayor proporcin, a fines ocupacionales, de reinsercin y de escamoteo de cifras de paro.

    En una obra sobre el capitalismo actual y el papel de la Ciencia Econmica en su desarrollo no es posible es-capar de un comentario acerca de los procedimientos mediante los cuales los recursos humanos de una eco-noma adquieren la cualificacin productivamente nece-saria y las aptitudes personales y colectivas que permitan a nuestros descendientes cambiar de rumbo, si estiman que el crecimiento actual no es sostenible ni conveniente. La necesidad y la dificultad de abordar este tema vienen

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    determinada, primero, por la implicacin del autor en dichos procesos. Adems, se trata de un aspecto sobre el que se ha investigado y publicado hasta la saciedad, en relacin con la economa y la sociedad.

    Como defienden hoy la mayora de los grandes teri-cos, la formacin es uno de los principales factores com-petitivos de una sociedad, la fuente primordial del po-der. Cuando el origen del poder o la desigualdad o como ahora diramos la ventaja competitiva depen-dan de la pertenencia a una casta, hubo tal injusticia que fue necesaria una revolucin para repartir equitativa-mente los derechos civiles. Cuando dicha injusticia de-pendi del poder econmico, fue necesaria la Revolucin sovitica (con ms pena que gloria, desde el punto de vista de la justicia, pero con una trascendencia innegable en todos los mbitos). Cuando la Revolucin francesa trat de corregir las desigualdades de partida en lo que luego se llam libre juego, la clase ascendente empez a cometer otras injusticias de repercusin social. El co-munismo, implantado en Rusia y alrededores, hasta 1991, aproximadamente, responda a la idea de evitar que, en lo sucesivo, se volviesen a producir nuevas des-igualdades competitivas, mediante la supresin del dere-cho a la herencia (y en los welfare states occidentales, la redistribucin de la renta y la riqueza). Era la libertad el logro alcanzado en 1789 y la igualdad en 1917. Pero de nuevo, comunismo y redistribucin no eliminaron la in-justicia. Dado que el origen de la desigualdad en la ac-tualidad se encuentra en la informacin y el conocimien-

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    to, la prxima revolucin, como asegura Touraine3 logra-r redistribuir este capital, considerado definitivo e insu-perable para la humanidad.

    La frontera terica y prctica entre los conceptos de formacin e informacin no es ntida. Se puede trasplan-tar a la formacin, como recurso, muchos de los comen-tarios que hemos dedicado a la informacin. Como ocu-rre con el resto de factores productivos, la formacin es un bien alienable, difcil de controlar. Se producen tres problemas prcticos cuyo estudio no ha sido muy pro-fundo hasta ahora: La fuga de cerebros, la subversin ba-sada en la informacin, la necesidad de desinformacin.

    El primero de estos aspectos, aunque no es nada no-vedoso, es tal vez el ms relacionado con la globaliza-cin. Debido al abaratamiento de los transportes y las comunicaciones y, por tanto, de los servicios bancarios, las migraciones de personas y de empresas se estn con-virtiendo en un fenmeno frecuente. Por lo tanto, tam-bin surge un problema econmico muy interesante, si contraponemos a dicha globalizacin de la prestacin de servicios el carcter normalmente regional o nacional de las inversiones pblicas en formacin. El problema de dichas fugas puede tener nicamente dos soluciones: Una, que la inversin pblica en enseanza se lleve a ca-bo por organismos internacionales; dos, que la docencia e investigacin se presten en rgimen privado, de forma 3 Parece preferir el trmino resistencia, como modalidad de lu-

    cha.

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    que el alumno obtenga su cualificacin por encargo y las empresas privadas los resultados de investigacin que persiguen. La primera opcin es, sin duda, la que se im-pondr, puesto que la formacin y la cultura son bienes esencialmente pblicos. Eso s, a corto plazo, no ser fcil combatir determinadas expectativas de lucro.

    En el mbito de las empresas, tambin puede repre-sentar un problema invertir en trabajadores que son li-bres de prestar sus servicios a la competencia. En el or-den terico tambin representa un problema la valora-cin de dichas inversiones en formacin, en virtud del comportamiento previsible de sus rendimientos futuros.

    En segundo lugar, de nuevo, los medios de produc-cin y dominacin pueden ser utilizados como arma de lucha social, contra el capital que hizo posible los inven-tos. Si las formas tradicionales de protesta eran los pique-tes y barricadas, donde los soldadores preparaban tira-chinas, tubos, blindajes y tornillos, ahora son la piratera ciberntica y la formacin de redes virtuales las que es-tn ms a mano. Las tradicionales formas de organiza-cin y lucha de los trabajadores se revelaron obsoletas (Prez, 2002). El correo electrnico canaliza el revan-chismo islmico, la defensa del marxismo, la conciencia-cin tnica, etc.

    Por eso, en tercer lugar, los poseedores de tales me-dios de produccin intentan usarlos para reaccionar, con una sofisticacin cada vez mayor. Paradjicamente, en la etapa en que el conocimiento destaca como recurso pro-

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    ductivo, los ms poderosos estn interesados en difundir el desconocimiento. Puesto que en el conocimiento se ba-sa la dominacin de unos sobre otros, en un determinado estadio del proceso, la desinformacin, el entretenimien-to y la ignorancia se convierten en los cimientos del sis-tema (sociedad del desconocimiento), aunque esta acti-tud inflija a las naciones la escasez de ideas, trabajo cuali-ficado y organizacin. Esto se comprueba en el hecho de que, a pesar de hallarnos en una poca de superpobla-cin sin precedentes, tenemos una intelectualidad muy reducida y un nmero ridculo de personas vivas a las que podamos catalogar como genios consagrados. Bien es verdad que nadie fue profeta en su poca y que los sa-bios que se dieron a conocer, fueron prejuzgados y per-seguidos, desde Scrates hasta Einstein, pasando por Kepler, Galilei o Heisenberg.

    Por todo ello, la inversin en formacin no es una cuestin meramente cuantitativa, pues se corre el riesgo de invertir en deformacin. En los aos 70 y 80, en los que la inflacin era preocupante, en las Universidades europeas ensebamos a los futuros economistas de em-presa que era recomendable mantener, por motivos de solvencia a corto plazo, un determinado importe de acti-vos ociosos financiado con pasivos caros; el denominado fondo de rotacin. La prctica empresarial opt, sin embargo, por gestionar cada cntimo de tesorera para contrarrestar la erosin monetaria y, durante esa poca, triunfaron las empresas que eran capaces de financiar parte de los activos productivos con crdito gratuito, es

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    decir, tenan fondo de rotacin negativo. La ventaja competitiva de las grandes superficies con respecto al comercio tradicional no era de tipo productivo, sino en costes de financiacin. No es fcil determinar si la Eco-noma de la empresa se encontraba en una fase de nova-tada o si por el contrario, algn capital interesado del sector financiero haba fomentado un tipo de enseanza que se import de Estados Unidos y que procuraba un mnimo de solvencia en las PYME. A esto se le lleg a denominar regla de oro. En la vida real, las empresas menos poderosas respetan este fondo de maniobra, no porque les haya sido recomendado, sino por falta de po-der de negociacin frente a clientes y proveedores. Como comentar ms adelante, el poder de negociacin es una de las caractersticas que definen el tamao empresarial.

    La especie humana, obviamente, no ha evolucionado al mismo ritmo que la terminologa oficial y, aunque aparentemente, estamos en una nueva poca, la percep-cin que tiene la sociedad sobre s misma y sobre las condiciones de vida vienen a ser similares a las de hace un siglo. En aquella poca, se pona al alcance de la lite el psicoanlisis, la relatividad, la teora cuntica, la fe-nomenologa y la lgica de Russell, etc., pero las masas estaban extasiadas por los inventos del automvil, la aviacin y el cine. La civilizacin occidental tena la sen-sacin, como hoy, de haber tocado techo: No ms gue-rras, ni ms revoluciones; no ms enfermedades, ni ms despotismo. Algunos preclaros, como Kafka, describie-ron la decadencia de su entorno cultural y la tirana del

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    progreso. Hoy parece involucionar el capitalismo hasta el punto donde se qued, tras el largo parntesis bolchevi-que. Ahora los productos cibernticos, las nuevas tcni-cas de animacin y la telefona mvil atraen a la pobla-cin, mientras se les aparta de los avances en fuentes de energa alternativas, conocimiento del universo y otros avances cientficos y, sobre todo, se les envuelve en un opaco lenguaje el contenido de la Ciencia Econmica. Alguien podra imaginar que dicho contenido no es otro que el propio envoltorio.

    Dentro de nuestra disciplina, plantea un serio pro-blema la medicin, en trminos de eficiencia, de los lo-gros en formacin de un pas, una Universidad, una per-sona,... Tenemos multitud de ejemplos diarios de que la posesin de un currculum determinado no siempre es una garanta de que se es til para la sociedad, pero en resumidas cuentas, la anarqua econmica de la socie-dad capitalista, tal como existe hoy, es la verdadera fuen-te de todos los males. La competencia ilimitada provoca el derroche de trabajo y la amputacin de la conciencia social de los individuos. (Einstein, A., 1932). En esta afirmacin tenemos un ejemplo del alcance que puede ser achacado a la pasividad cientfica de los economistas, pues segn parece, estamos consistiendo que el sistema cultural y educativo, nada menos, corra peligro por no contrarrestar lo que ms adelante denominar la lgica del lucro. Una cita ms reciente y directa, acorde con el significado de esta idea, puede extraerse de Stanfield (1986), quien afirma que el mito del mercado y la glori-

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    ficacin del beneficio produce una tendencia perversa de dominacin de la vida social, cultural y poltica por ra-zones econmicas.

    El tema del capital intangible

    El capital basado en la informacin se ha denominado intangible (Grant, 1996; Itami y Roehl, 1991, inter alia). Por este motivo, tambin ha sido denominado capital in-telectual. El problema terico que representa la existencia de capital intangible es netamente distinto del descrito acerca de las imperfecciones de mercado. En este caso, no se trata de evidencias empricas que refuten los compor-tamientos predichos por la microeconoma, sino de ele-mentos que se induce que deben existir, aunque su me-dicin y su identificacin exacta se encuentren inmersas en una gran dosis de incertidumbre.

    Como ocurre con la electricidad, no se puede demos-trar la existencia del capital intangible, sino por la evi-dencia que se induce de sus efectos. La relacin entre las cotizaciones y los valores de mercado de los activos son el indicio de que existen los intangibles, pero cuando tra-tamos de medirlos ocurre lo mismo que con el ter lu-minfero (Ver captulo II). Su importe no aparece aso-ciado a ningn activo en concreto; no es posible materia-lizarlo. Su valoracin es difcil y bastante subjetiva y es el tipo de activos ms caractersticamente identificables con el concepto de recurso productivo. La posesin de capi-

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    tal intangible es lo que, en el lenguaje de la calle, se de-nomina competitividad (Prez, 1999). Son derechos ba-sados en contratos tcitos y el valor de uno depende es-trechamente del funcionamiento de los otros (Ruiz, 1999, p. 129).

    El primer rudimento de lo que hoy se llama capital in-tangible empez a conocerse en el siglo XIX con el nom-bre de Fondo de Comercio, como reminiscencia de la tradicin de capitalismo comercial. Ese elemento trataba de justificar una diferencia de precios a veces enorme en-tre el todo y la suma de las partes de la empresa. Su exis-tencia se achacaba a infravaloraciones de elementos im-portantes, como los terrenos y, ms adelante, a la exis-tencia de economas conjuntas. Hoy en da, se aaden la fidelidad del personal o del cliente, las buenas relaciones con la banca o con suministradores, la forma de trabajar en grupo dentro de la empresa, los elementos motivado-res casuales, etc.

    Estos elementos o circunstancias no son fcilmente transmisibles, a no ser a costa de transferir la titularidad del negocio. Si se traspasa a un empleado, su desempeo en la nueva empresa ser menor, debido a la inexperien-cia. Si se transmite, en definitiva, un recurso productivo, ste se deprecia; su valor es muy superior dentro de la empresa que en el mercado. As pues, la empresa basa su ventaja comparativa sostenible exclusivamente en aque-llos elementos que son difciles de imitar, ya estn o no cuantificados y registrados.

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    Todos estos elementos estn basados en el conoci-miento. Por ejemplo, la mera existencia de reputacin es efecto del conocimiento mutuo y no puede ser fcilmente comprobada por un tercero ajeno al negocio. La obten-cin de un ptimo tecnolgico de dimensin en planta (apalancamiento operativo) depende fatalmente del co-nocimiento que se tenga acerca de la capacidad de absor-cin del mercado y de los precios de los factores. Las ru-tinas organizativas y los elementos motivadores provie-nen de la experiencia y el mutuo conocimiento de los empleados. Las relaciones con agentes frontera (clien-tes y proveedores), bancos, Administraciones pblicas, etc. tienen una naturaleza similar a la cultura organizati-va, pero externalizada. La imagen y la fidelidad del con-sumidor estn relacionadas con los resultados de estu-dios de mercadotecnia y las campaas de informacin-sugestin.

    Los motivos principales por los que es difcil cuantifi-car los intangibles son la incertidumbre sobre sus rendi-mientos y su explotacin conjunta (Salas, 1996). Por este motivo, buena parte de su valor econmico est condi-cionada a la continuidad de la relacin empresarial de que forman parte. Como consecuencia, el valor de liqui-dacin o transferencia es muy bajo y la contabilidad asume la prudencia, no slo de ignorar los elementos no evaluables, sino de provisionar los activos contables se-gn el precio de mercado. Esas sinergias derivadas del diseo del trabajo conjunto es uno de los argumentos ms acertados en contra de la disolucin de las compa-

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    as y a favor de una mayor implicacin de los acreedores en su gestin (Salas, 1993). Por otra parte, sucede que los usuarios de la contabilidad son mltiples y la informa-cin sobre intangibles puede hacerlos ms imitables por su mera incorporacin a las Cuentas Anuales (Moneva, 1999). Se han emitido ya los primeros intentos de norma-lizacin contable (IASC, 1999) tendentes a establecer al-guna valoracin (se cree que por defecto) de estos miste-riosos elementos.

    Una caracterstica muy importante del capital basado en el conocimiento es que el consumo de los servicios que generan los activos intangibles no disminuye signifi-cativamente la capacidad para utilizarlos nuevamente (Ruiz, 1999). El conocimiento, como recurso especfico reutilizable en la empresa, a diferencia del trabajo no es-pecializado, puede ser acumulado, al igual que el capital. Al menos en cierta medida, el capital intelectual se auto-financia cclicamente, ya que del conocimiento produci-do no todo se incorpora al producto o servicio que se vende, sino que se reutiliza en gran medida para el in-cremento de los beneficios futuros, es decir, se reinvierte. La gestin del conocimiento dentro de la empresa hace que stos sean tanto acumuladores como productores de activos intangibles (Itami y Roehl, 1991).

    Hoy se admite que los intangibles existen, pero no ex-plican la totalidad de ese desfase entre valor de los acti-vos y los pasivos de la empresa. Por eso, sin necesidad de que se haya procedido a comprobar fehacientemente en qu medida influyen en la formacin de precios, la

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    obtencin de beneficios o la ventaja competitiva de las naciones, ya se han establecido pormenorizadas clasifica-ciones de su naturaleza (Hall, 1992; Roos et al., 1997, inter alia). El resto del importe de la sobrevaloracin de las co-tizaciones es atribuible a la volatilidad del mercado, que es tambin la volatilidad del concepto mismo de mercado y del presupuesto de eficiencia en su funciona-miento.

    Puesto que no es posible cuantificar el valor de los in-tangibles, ni desde el precio de mercado de los activos, ni de los pasivos, los cientficos buscan, desde hace aos aproximaciones basadas en teoras que se formularon hace dcadas. Salas defiende la necesidad de completar la Teora de los derechos de propiedad mencionada ms arriba con una extensin debida a Rajan y Zinga-les (1998). Segn este enfoque, existen activos intangibles que no se pueden comprar ni vender, puesto que consis-ten en relaciones (normalmente laborales) con personas. No existen derechos de propiedad sobre los servicios que prestan los recursos humanos, pero tales recursos existen y se da, en virtud de una parte tcita del contrato, un acceso a tales recursos, en tanto que la empresa es be-neficiaria de la creacin de valor debida a tales relacio-nes. Eso se debe a la especializacin que se alcanza entre cada recurso productivo (concretamente, los de naturale-za humana) y el resto de recursos. El trabajo de cada em-pleado es ms valioso en la empresa que en el mercado (en otra empresa) y eso liga la prestacin de su labor ms valiosa a una relacin contractual determinada. Tambin

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    el empleado experto, segn Salas, ejerce poder sobre los dems recursos, puesto que la empresa no se desprende-r de un activo que le resulta ms valioso que los que pueda adquirir en el mercado con el mismo coste.

    En la Teora de los derechos de propiedad existen otras aportaciones importantes, como las de Grossman (1986, con Oliver Hart) y Moore (1995). Debido a las ca-ractersticas de la relacin laboral, en la civilizacin ac-tual, excluyen a los empleados como parte integrante de la empresa, que se define por la propiedad de activos f-sicos, ya que esos derechos de propiedad son los que permiten el incremento de valor de los recursos humanos empleados. En esta perspectiva, el recurso intangible contenido en ese incremento de valor no es un recurso humano o identificable con la relacin laboral, sino una extensin del valor de mercado de los elementos fsicos empleados, debido al proceso productivo que configu-ran. Pero este planteamiento no es consistente con la de-fensa del mercado como mecanismo para la asignacin de valor. Los recursos intangibles no estn presentes en el valor de liquidacin de dichos bienes reales, as pues, lo ms correcto es suponer que los recursos intangibles, relacionados con el desempeo personal, tienen un valor propio, separado del valor de los bienes reales, a pesar de que el intangible carece de mercado y eso nos impide cuantificarlo con exactitud.

    En relacin con este problema, Salas invoca, junto con el enfoque del acceso, el de los contratos relacionales e implcitos, basado en las aportaciones de Kreps (1996).

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    Los contratos relacionales son aquellos en que una parte est formalizada o explcita y otra parte contractual es t-cita o implcita, basada en la confianza mutua de las par-tes. Puesto que dicha confianza, reputacin, costumbre,... en definitiva, contrato implcito puede generar beneficios y crear valor para las partes, entonces debe aadirse a los activos fsicos, con la naturaleza de intangibles.

    Por ltimo, Salas aade la Teora de las complementa-riedades, desarrollada sobre todo por Milgrom y Roberts (1995). Cuando se trata de resolver problemas de incen-tivos y de coordinacin, se est intentando, en definitiva, poner en valor aquellos activos derivados de contratos implcitos y potestades de direccin, que delimitaran el concepto de empresa y su tamao. Los problemas de in-centivos y de coordinacin surgen, segn estos autores, por la falta de complementariedad entre las decisiones de inversin en bienes reales y la contratacin o direc-cin de recursos humanos. As pues, los recursos huma-nos supondrn un aumento en el valor y, segn la defi-nicin que se emplee, en el tamao de la empresa, siem-pre y cuando existan complementariedades entre stos y las inversiones reales.

    No es nuevo el concepto de activos intangibles, aun-que su definicin exacta se venga realizando y normali-zando progresivamente. Tampoco es reciente el conven-cimiento acadmico sobre la importancia de este tipo de recursos en el mundo empresarial. Los recursos huma-nos especializados y avanzados y los recursos del cono-cimiento son las dos categoras de recursos consideradas

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    ms importantes para crear y mantener ventaja competi-tiva (Ruiz, 1999, p. 13; Ver tambin Porter, 1990, p. 121). Desde hace aos se sabe que las empresas slo pueden diferenciarse en el uso de recursos productivos, carac-terizados por su especificidad. La fidelidad del personal o del cliente, las buenas relaciones con la banca o con suministradores, la forma de trabajar en grupo dentro de la empresa, los elementos motivadores casuales, etc. no son fcilmente transmisibles, a no ser a costa de transfe-rir la titularidad del negocio. Si se traspasa a un emplea-do, su desempeo en la nueva empresa ser menor, de-bido a la inexperiencia. Si se transmite, en definitiva, un recurso productivo, ste se deprecia; su valor es muy su-perior dentro de la empresa que en el mercado. As pues, la empresa basa su ventaja comparativa sostenible exclu-sivamente en aquellos elementos que son difciles de imi-tar, ya estn o no cuantificados y registrados (Bueno, 1998).

    Una aportacin terica que me he permitido con res-pecto a este tipo de capital es la introduccin del concep-to de pasivo intangible, que se explica ms adelante. Esta clase de pasivos consta de la parte que toca a cada em-presa en el descontento anti-globalizacin del consumi-dor y del trabajador, el deterioro del medio ambiente, el desgaste de la competicin, la intranquilidad del capital ocioso acumulado, etc. Muchos de estos pasivos provie-nen de decisiones propias, ajenas o colectivas, pero tarde o temprano, se pagan.

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    El problema del incentivo

    Hace ms de una dcada que se estudia a fondo el te-ma de los incentivos, en relacin con la gestin de Recur-sos Humanos, aunque su encumbramiento se ha visto momentneamente frustrado por los escndalos deriva-dos de las famosas opciones sobre acciones (en ingls, stock options). Es procedente augurar al campo de los problemas de incentivos un futuro acadmico promete-dor y unos resultados decisivos en la comprensin de la Economa en su conjunto, tanto a nivel micro, como ma-cro; en qu situaciones se dan incentivos hacia la eficien-cia y cmo (y quin) hacer para mejorarlos.

    Tanto el antiguo socialismo real, como el capitalis-mo han confirmado intrnsicamente la existencia de pro-blemas de incentivos. Un sistema en que el incentivo es el excedente y no el servicio que se presta es necesaria-mente ineficiente, desde el punto de vista econmico. Se puede decir, que el propio ser humano, se encuentre donde se encuentre, est incentivado a favor de la inefi-ciencia. En trminos sociales, el problema del incentivo est muy relacionado con el tema del sistema poltico, que ms adelante se analiza. Si una organizacin deter-minada persigue un fin concreto, puede tratar de disear e implantar incentivos conducentes a ese fin, pero cuan-do se persiguen fines de eficiencia social o justicia, en-tonces, los incentivos deben ser diseados e implantados en comn. Ese es el aspecto comn del fracaso reciente del modelo capitalista y el anterior derrumbe del sistema

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    sovitico; la falta de participacin crea incentivos a trai-cionar.

    En Galindo (2001a) se deduce, haciendo ciertas supo-siciones iniciales, que el mantenimiento de una poltica monetaria contractiva es una de las polticas que ms pueden incentivar la eficiencia en la asignacin de recur-sos y la cooperacin entre empresas o individuos, en concreto, la no-elevacin de los tipos de inters o incluso su descenso provocara que se revalorizase la reputacin de los agentes econmicos y se incrementase la probabi-lidad de cumplir los compromisos informales. Esta con-clusin tiene, lgicamente, multitud de limitaciones y, por eso se abre un campo prometedor para la investiga-cin, sobre todo, desde el momento en que el Estado transfiere sus potestades a los dspotas ilustrados, como ocurre en Europa y Estados Unidos con la poltica mone-taria.

    No es vano partir del ejemplo del prisionero para es-tudiar esta problemtica, pero es preciso advertir que nuestras vidas no se desarrollan en una situacin lmite. Hay una regla, no obstante, que es muy necesario recor-dar: El nmero de cooperantes es inversamente propor-cional a las probabilidades de xito de la cooperacin. Cuando este nmero es bajo, por ejemplo, en un duopo-lio, existe una tendencia casi natural al mutuo acuerdo en pos del mutuo beneficio, pero cuando los que comparten un inters son muchos y no se conocen, se diluye el in-centivo a cooperar y se hara necesaria la implantacin de un mecanismo adicional de incentivos. Esto puede

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    explicar por qu los intereses empresariales concentrados consiguen controlar a las instituciones pblicas, en mu-chas ocasiones, con mucha mayor efectividad que los vo-tantes o los contribuyentes y por qu los consumidores no son capaces de hacer valer sus derechos frente a las empresas de telefona, crdito, vivienda, etc.

    Los incentivos adicionales a la cooperacin tendran que ser implantados por iniciativa de los propios intere-sados, ya que el sector pblico, en el esquema que aqu se defiende, est ms bien incentivado a evitar que esas iniciativas se produzcan. Esto es un crculo vicioso en el que los intereses empresariales han tenido siempre ven-taja, desde que en la antigua Grecia se invent la demo-cracia. Es difcil de resolver, pues toda iniciativa de con-trol ciudadano hacia las instituciones se enfrentar no s-lo a la desgana generalizada de los interesados, sino tam-bin con mecanismos disuasorios desarrollados a travs de dichas instituciones. Como ocurre en las sociedades por acciones, slo tendr incentivo para controlar a las instituciones aqul que se convierta en accionista mayori-tario de stas. El resto, se conformar con un dividendo razonable que, en trminos polticos, se denomina pan y circo.

    La variable reputacin

    Dentro del problema del incentivo, es preciso men-cionar de forma particular un campo que se est abrien-

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    do paso en nuestra disciplina, de una manera peculiar: La reputacin. Su estudio est prosperando en temas como la cooperacin empresarial o las relaciones de las empresas con los bancos y otros prestamistas. Los inten-tos de medicin que se han hecho de esta variable tienen el aliciente de que enturbian los lmites de la disciplina cientfica que nos ocupa, al igual que ocurre con otras va-riables, hasta ahora consideradas cualitativas y ajenas a la problemtica econmica (Boulding, 1976).

    En mi artculo antes citado se hace un intento por modelizar el altruismo, en contraposicin con el egosmo y otras cualidades intermedias. La contribucin ms lla-mativa de este trabajo es quiz la formulacin de una medida de la reputacin que es funcin inversa de una variable macroeconmica crucial el tipo de inters y la definicin de la reputacin como un activo y, al mismo tiempo, un pasivo intangible. La reputacin est conside-rada como un capital intangible, pero como ocurre en s-tos, existen facetas de activo y pasivo, como en cualquier inversin de carcter tangible.

    Aunque el concepto de pasivo intangible es una no-vedad en Economa, la formulacin del concepto es im-portante, puesto que el sujeto econmico responder a las expectativas asociadas a su reputacin nicamente en los casos en que su activo sea ms rentable que costoso su pasivo.

    El coste de la reputacin y de la informacin, as como otros aspectos que ms adelante se detallan, pueden

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    usarse como explicacin de conductas aparentemente irracionales, como la falta de iniciativas empresariales en casos de aparente oportunidad lucrativa.

    El papel de la tecnologa

    La corriente historiogrfica ms conservadora nos hace ver la mundializacin como consecuencia de los descubrimientos y las revoluciones tecnolgicas como consecuencias de los inventos. Sin embargo, la tecnologa no es una causa, sino un requisito del desarrollo econ-mico y la movilidad social. La cuestin de fondo est en considerar el papel crucial de las tecnologas en una cla-ve marxista o, por el contrario, revisionista. Las tecnolo-gas son o bien el socorro de los intereses materiales de las clases altas o los promotores de dichos intereses. Pueden enfrentarse multitud de ejemplos a favor de am-bos argumentos, pero en la generalidad de los casos, ser ms fcil la comprensin y la prediccin de los hechos si se adopta el primer punto de vista es decir, un enfoque materialista; los inventos son impulsados por los inter-eses y no a la inversa. Si el progreso cientfico-tcnico fuera previo o independiente del devenir social, todos es-taramos ya vacunados contra la caries y usaramos mo-tores de explosin que funcionasen con agua de mar.

    El libro de Michael Andrews (1991) es una recopila-cin de cmo la geologa y la geografa determinan las fases histricas, por encima o incluso en contra de la vo-

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    luntad humana y las cualidades de los gobernantes y de cmo los inventos y descubrimientos han acompaado al desarrollo social, econmico y cultural. El papel de la ve-la en la navegacin es entendido en Andrews errnea-mente, aunque con relacin a otros inventos, adopta un planteamiento intuitivo muy distinto, por ejemplo, cuando reconoce que el descubrimiento del petrleo y del carbn no les convirti automticamente a ninguno de estos combustibles en fuente principal de energa y mucho menos en fuente de poder.

    Segn Petras (2000), existen varias inconsistencias en el argumento de que la globalizacin es resultado de la revolucin electrnico-informtica. Para este y otros au-tores, la poltica est al mando de la tecnologa. Esto es cierto, siempre que advirtamos que el capital (beneficios acumulados) puede estar al mando de la poltica. El pro-pio Petras cuestiona la capacidad del Estado para llevar a cabo decisiones sociopolticas. Estas decisiones y la existencia de capital son las que determinan, segn Pe-tras, que una inversin se lleve a cabo, en investigacin, desarrollo o produccin y no la existencia, por s sola, de tecnologa (conocimientos). Como ejemplo clsico, la oc-cidental atribucin del invento de la imprenta a Gutem-berg demuestra que un invento conocido en un mundo ms desarrollado (en el sentido simplista de Rostow) como era China, no se instal en Europa hasta que la si-tuacin socioeconmica fue propicia.

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    Nuevas realidades

    El mercado se nos presenta en los libros como una si-tuacin de equilibrio a largo plazo, es decir, algo esttico. Esto es equivalente a reconocer que se trata de algo que no existe. Las situaciones de equilibrio no llegan a alcan-zarse y las empresas mejor situadas consiguen cambiar la realidad, para expulsar a las dems. Promueven el em-puje tecnolgico que crea posibilidades de aplazar, de forma sucesiva el reajuste hacia el equilibrio, porque el mercado ya es otro, es decir, el producto o servicio ya es otro y la necesidad ya es otra4. Al principio, el exceso de oferta llev a los competidores a invertir en publicidad (engaosa, en muchos casos) y esto elev el coste e impi-di que la demanda alcanzase a la oferta; al final, cuando la tecnologa evoluciona, se produce un exceso de de-manda de los modelos antiguos, entre otros motivos, de-bido a que sus piezas son aprovechables.

    En las nuevas tecnologas, las famosas divisorias que evocaba Drucker (1988) estn cada vez ms juntas. Esto es lo que hoy se llama entorno cambiante. En el mbito microeconmico de la empresa, existe una inten-sa bibliografa acerca del cambio organizativo o de

    4 Por ejemplo, nunca se alcanz el equilibrio entre la oferta y la de-

    manda de mquinas de escribir, ni en el mercado de cmaras fo-togrficas no digitales, ni en los telfonos celulares en blanco y negro, ni en los televisores en blanco y negro o incluso a color, con tubo de rayos catdicos.

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    cmo afectan las nuevas realidades a la estructura pro-ductiva y decisoria de la empresa.

    Sin embargo, desde un punto de vista macroeconmi-co, el cambio no es algo caprichoso, aleatorio, providen-cial. El proverbial cambio es ms bien una sucesin de consecuencias lgicas concatenadas, previsibles desde cierto margen temporal; por ejemplo, la crisis argentina era previsible. Esa lgica, sin embargo, no est muy ela-borada, desde el punto de vista terico, pero es implaca-ble: La lgica del lucro, hoy denominada lgica del mercado, an no est perfectamente entendida y expli-cada; de ah que su nombre no sea el ms correcto.

    Pero esta lgica, aun en el caso en que nos llevara, de-ntro de un tiempo, a una situacin eficiente, de la mano invisible de los deseos de Adam Smith, entraara un grave defecto de carcter tico. Las buenas intenciones del padre de la Economa deben, necesariamente, consi-derarse excesivamente conservadoras, anticuadas, pro-pias de una poca en que pocos hijos sobrevivan a sus padres5, en definitiva, de derechas. No basta con que nos creamos que, a largo plazo, esa situacin de equilibrio se producir y que ser deseable u ptima en sentido de Pa-reto. Mientras que el mercado se dirige hasta una su-puesta situacin de equilibrio, hay gente que ha muerto de hambre.

    5 El propio Smith fue objeto de un rapto, siendo nio, porque la

    mano de obra infantil no abundaba.

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    Una posible interpretacin benvola de la obra del padre de la Economa es que, en vista de toda la miseria que se haca insoportable a su alrededor, Smith ide una especie de consuelo de tontos cientifista, acorde con unos tiempos en que ya no era suficiente la religin. El mito del mercado ha constituido, desde este punto de vista, una etapa necesaria para liberar el pensamiento de otros mitos ms implacables. Esto sugiere que para desvincu-larnos del paradigma mercantil habra que idear otro ob-jeto de culto que fuera menos pernicioso. Ese mito tal vez existe ya, pues al parecer la ciencia se est deificando, en-tre la poblacin, hasta un nivel que antes alcanz el De-recho y, previamente, la religin. Los genes y su alcance etolgico pueden sustituir en el acervo exotrico a la creencia en el libre albedro.

    Por eso no es descabellado prever que la nueva era se-r la de las biotecnologas (ms adelante, defendemos la idea de estancamiento en los sectores de informtica y te-lecomunicaciones). El diseo biolgico de personas espe-cialistas para funciones propias del sistema conseguir liberar a la especie humana de s misma, las armas gen-ticas tal vez consigan decidir el resultado de una hipot-tica rivalidad entre razas. Ya no sern necesarios los de-rechos ni las libertades, como tampoco lo sern sus por-tadores. La propia biologa del enjambre dar a cada uno sus atribuciones, en funcin de unos determinados co-metidos; no se podrn infringir las leyes, porque esas le-yes sern las de la naturaleza. Ya no sern necesarias las promesas que no se pueden cumplir, ni los eslganes, ni

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    los falsos debates, ni el deleite televisivo de las masas. Pero vayamos por pasos, antes de llegar a un mundo fe-liz, vamos a explicar el estado actual de las cosas.

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    Captulo II. EL PAPEL DE LA CIENCIA ECONMICA

    Introduccin

    Se ha escrito mucho sobre epistemologa e incluso so-bre mtodo cientfico en Economa. No es este el lugar para desarrollar todos los antecedentes al respecto, pero una breve descripcin de lo que se espera del cientfico la da Bertrand Russell cuando les prescribe una paciente compilacin de hechos, combinada con la audaz adivina-cin de las leyes que agrupan estos hechos (1945, p. 575). El mensaje principal de este captulo es que la cien-cia, especialmente la Economa, forma parte de las for-mas de organizacin humana, lo mismo que la economa con minscula o conjunto de fenmenos econmicos. Por lo tanto, ambas se insertan en un esquema social, que es ms bien consecuencia de esta ltima y cusa propiciato-ria de la Ciencia Econmica, en su estado actual. Sin em-bargo, esta relacin de causalidad no siempre es enten-dida o compartida. Al habernos repartido las disciplinas acadmicas en compartimentos incuestionables, los cien-tficos hemos conseguido, desde antiguo, que el investi-gador del despacho adyacente nos deje trabajar, pero tambin esto ha contribuido al engao frecuente de que, en la vida real, todo lo econmico (supuestamente reser-vado a la mano invisible del mercado) est separado de lo social, lo poltico, lo cultural, lo teolgico, etc. Uno de

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    los autores que reconoce este problema de forma ms original fue Polanyi (1944, pp. 104-105), quien habla de sociedad de mercado y afirma que la economa de mercado no podra existir sin este marco institucional, en que se integra. De manera perversa contina el planteamiento de Polanyi la economa se nos presenta como algo formalmente separado de la poltica y socie-dad, porque este modo de dependencia es el que le per-mite insertarse en dicha sociedad de mercado y funcio-nar en alguna medida.

    Tambin es tradicional la discusin acercad de la im-portancia de un sistema de creencias religiosas, jurdicas, ideolgicas, etc., en las estructuras socioeconmicas o la relacin de causalidad entre ambos niveles de organiza-cin humana, pero no es ste el lugar para dirimir esta disyuntiva. Lo que s es indiscutible es que el boato cul-tural constituye un papel que en las ltimas dcadas ha sido desempeado por la Ciencia Econmica, tal vez no en solitario, pero s de manera fundamentalista6. El triste devenir de nuestra pretendida disciplina cientfica la ha llevado a la complicidad con las ms graves injusticias de mbito mundial, en parte por actividades o pasividades de los propios economistas y a veces por las interpreta-

    6 La expresin fundamentalismo de mercado procede de una con-

    ferencia redactada en 1999 por E. Sakakibara, funcionario respon-sable del Ministerio de Hacienda japons en el Club de Represen-tantes Extranjeros. Con respecto a esta idea, ver tambin Ali, T., 2002 y Stiglitz, J. E., 2001 y 2003.

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    ciones torticeras que el mundillo poltico-periodstico ha hecho de grandes obras del pensamiento econmico.

    En el terreno micro-econmico, un buen ejemplo de lo que ha sido el papel de la Teora Econmica son las grandes tiradas editoriales de manuales de bolsa que tra-tan de estandarizar el comportamiento considerado ra-cional de los inversores, para que los promotores de la idea puedan anticiparse a dicho comportamiento. En mbitos macroeconmicos, esa jugada ha costado la cre-dibilidad a los propios economistas, pues si alguien le convenci para que proclamase esto va a subir (o a ba-jar), fue precisamente para anticiparse vendiendo (o comprando) cuando todo el mundo compre (o venda). Adems, quien contrat al economista, intervendr en grandes operaciones y esto causar una perturbacin en el mercado (en este caso, una bajada) que le dejar en el lugar de un embustero o un ignorante. Con estos ejem-plos, que se desarrollan en captulos sucesivos, es legti-mo desear que la Economa nunca se hubiese desgajado de la filosofa moral.

    A la gran infidencia de la Ciencia, en relacin con el papel que debera desempear, se le suma la aleve mi-sin de la funcin pblica. Su cometido es anunciarnos que tenemos libertad e igualdad de condiciones. Pero al decirnos esto, los poderes pblicos actan sojuzgados por grandes capitales que gozan de grandes ventajas competitivas con respecto al resto de nosotros y que son capaces de restringir nuestra libertad, a travs de la su-puesta legitimidad de dichos poderes. Libertad de mo-

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    vimiento, derecho a la intimidad y la imagen, incluso la integridad fsica estn ahora ms amenazados que nun-ca, debido a que ya todo se supedita ya a la acumulacin global.

    Racionalidad e individuo

    Una de las debilidades ms afortunadas de la Ciencia Econmica es la suposicin de racionalidad. Esta racio-nalidad se aplicar a un concepto bsico que es el de in-ters, no el referido al coste del tiempo o tipo de inters, sino el inters material; Ese inters que, en trminos amplios, puede venir definido por necesidades humanas, pero que, en trminos estrictamente economicistas, iden-tificaremos con el lucro. El lucro es una palabra que pue-de sonar desagradable, sobre todo cuando se usa, como John Reed, como explicacin de la denominada guerra imperialista. Sin embargo, no hay que olvidar que el trmino lucro es, a su vez, un eufemismo para la pala-bra codicia. Ese es el concepto que asimilaremos al de inters material de un individuo, desde el punto de vista egosta.

    El premio Nobel Herbert Simon (1991), fallecido en 2001, se opuso siempre a la visin antao ortodoxa de la racionalidad y defendi la existencia una limitacin en las decisiones racionales. En consonancia con el xito de Simon, es necesario advertir que, recientemente, recaye-ron sendos premios Nobel en expertos que lograban de-

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    mostrar la irracionalidad del comportamiento humano. Tambin en los mercados de capitales se supuso aos an-tes la existencia de una exhuberancia irracional pro-clamada por Greenspan (Stiglitz, 2003). A pesar de que ahora la defensa de la racionalidad constituira la hete-rodoxia, me propongo argumentar que en los desorbita-dos movimientos especulativos lo que est presente es un exceso de racionalidad no regulado.

    En realidad, los trabajos que niegan la hiptesis de ra-cionalidad vienen a confirmar mi punto de vista, en el sentido de que hoy los economistas trabajan para los grandes intereses financiero-institucionales. En realidad, lo que se pretende averiguar en la mayora de las inves-tigaciones es cmo acta el consumidor y el ahorrador.

    Eso sin olvidar lo que ya se ha comentado y se volver a explicar con respecto a los denominados pasivos in-tangibles. En relacin con esto, conviene advertir que el coste de la informacin, en trminos de tiempo empleado para las comprobaciones, es otra variable cuyo compor-tamiento, en trminos estadsticos, puede ser predicho.

    No es la irracionalidad o racionalidad limitada lo que impide que los mercados funcionen correctamente, sino la imperfeccin de la informacin y el poder de mer-cado; sin ir ms lejos, la realizacin de campaas publici-tarias con cargo al propio consumidor es producto de ambos problemas.

    Una de las limitaciones que se atribuyen a la raciona-lidad es que slo sera defendible en grandes nmeros de

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    decisiones sobre un mismo asunto. As, todos los agentes pueden incurrir en equivocaciones individuales o, dicho de otra forma, decisiones de las que luego se arrepenti-rn. La llamada Ley de los grandes nmeros permitira resolver, mediante el clculo de probabilidad, la posibi-lidad de una decisin incorrecta, compensndola con otras de sentido contrario.

    A pesar de todo, la hiptesis de la falta de racionali-dad parte de un supuesto que no es aceptable ms que en el paradigma del mercado, ese al que vengo a criticar. Este supuesto es el libre albedro de los sujetos decisores. Cuando la aparente irracionalidad de las decisiones es inducida, mediante una inversin en desinformacin o persuasin realizada por otro agente, el supuesto del li-bre albedro no es sostenible. En estos casos, la ineficien-cia de las empresas se externaliza y se convierte en inefi-ciencia del sistema.

    Por eso, me mantengo en afirmar que, en promedio, existira una tendencia a la racionalidad, si no fuera por el xito de las campaas publicitarias y la investigacin de mercados. Sin embargo, en raras ocasiones, el econo-mista adopta tambin el punto de vista de las clases me-nos pudientes y trata de averiguar las pautas de compor-tamiento de las empresas poderosas. Entonces, le es til echar mano del supuesto de racionalidad, en sentido econmico.

    Las teoras recientes, emanadas de la Economa Fi-nanciera de la Empresa, tienden a controlar el efecto de

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    las imperfecciones de mercado en las decisiones econ-micas. Junto con la Ley de los grandes nmeros y pese a su antigedad, la presuncin de racionalidad es uno de los principales pilares de la Ciencia Econmica. En sentido estricto, la hiptesis de las decisiones irracionales es una forma de huir de la posibilidad de modelizar el compor-tamiento humano. Una teora supone un logro para la Economa en la medida en que sea capaz de ceirse a la hiptesis de la racionalidad. Por ejemplo, Jensen y Mec-king, en 1976 fueron capaces de explicar decisiones que hasta entonces se haban considerado irracionales por parte de las empresas, al detectar la existencia de un con-flicto de agencia entre directivos y accionistas. Los psic-logos nos dicen hoy, por el contrario, que las decisiones de los consumidores no se explican por su mejor conve-niencia. Podemos afirmar, de todos modos, que los fe-nmenos de satisfaccin psicolgica constituyen una va-riable que tiene un comportamiento predecible o racional con limitaciones, por desgracia para el consumidor.

    Para nuestra joven Ciencia, la racionalidad no es otra cosa que un dogma; ni siquiera una hiptesis, pues para contrastar este aspecto fundamental del comportamiento humano, tendra que pedir permiso a otras ciencias ms maduras como la antropologa, la biologa, la sociologa, etc. (ms recientes son la Psicologa y la Ecologa como Ciencias). El reconocimiento de esta limitacin metodo-lgica irremediable e inicial, esta desventaja con respecto a otras ciencias, puede, como se explica ms adelante, acomplejar al economista. Ahora bien, no se trata de un

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    dogma en sentido tico, sino de un presupuesto siempre cientfico, es decir, una conjetura acerca del ser, una su-posicin y nunca una recomendacin, ni nada relaciona-do con el deber. Muchos libros y manuales de Economa de la Empresa se extralimitan del mbito cientfico pues-to que emiten recomendaciones en relacin con unos fi-nes sobreentendidos y a veces malinterpretados. Nor-malmente esto sucede porque se asume una justificacin implcita en las explicaciones.

    Hemos hablado de la racionalidad como un hallazgo importante de los economistas y un avance en el conoci-miento del comportamiento humano. El problema que se ha mencionado, desde el punto de vista cientfico, es que se trata de un imperativo categrico y es susceptible de ser mal interpretado. La racionalidad no debe entenderse aqu en trminos filosficos, sino ms bien como una muestra de egosmo maquiavlico. Si en una guerra mueren nios, a fin de que alguien pueda seguir acumu-lando inmensos capitales, eso puede no parecernos ra-cional y, sobre todo, nada razonable. Por eso, la raciona-lidad no debe ser en ningn caso entendida como una justificacin del comportamiento econmico (del mismo modo que el darwinismo fue adulterado por los seguido-res de Herbert Spencer), sino una herramienta impres-cindible para la explicacin de dicho comportamiento. Todos sabemos que, en la vida real, mueren nios de hambre para satisfacer la codicia de los hombres; esto es una mera descripcin.

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    Dado que la Economa tiene an mucho camino por recorrer, la mayora de modelos econmicos, por simpli-cidad, han supuesto que la racionalidad el egosmo tiene lugar nicamente a nivel individual. Sin embargo, una decisin puede ser tambin racional, cuando busca la maximizacin del bien colectivo. Eso es lo que se pre-tende conseguir dentro de las organizaciones empresa-riales y en eso trabajan economistas, codo a codo con psi-clogos de empresa.

    Sin embargo, en el mbito macroeconmico y en los mercados de consumo, no slo persisten los modelos in-dividualistas, sino que los economistas han conseguido potenciar el individualismo para que sus modelos fun-cionen y porque el individualismo incrementa el consu-mo y eleva los precios.

    La Ciencia acomplejada

    La presente obra no es la primera autocrtica de la Ciencia Econmica (Mishan, 1969; Krugman, 1999). Pre-cisamente, esta es prcticamente la nica virtud del eco-nomista como cientfico: Siente remordimientos. Ade-ms, el pecado capital y original de la Economa como ciencia es, por la fecha en que na