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Laborem Exercens Catholic.net Laborem Exercens Sobre el trabajo Humano Carta Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II en el 90 aniversario de la Rerum Novarum 14 de septiembre de 1981 La presente encíclica trata la concepción del hombre y del trabajo. El enfoque general responde a un análisis de la época moderna, misma en la que se han desarrollado con enorme profusión ensayos de carácter económico, social, histórico, teológico, antropológico, etc...., sobre el trabajo humano, sobrepasándose en muchas ocasiones, el concepto exacto del trabajo. Con la Laboren Exercens la Iglesia va más al fondo, llega al corazón del concepto mismo del trabajo humano. En lugar de trazar un modelo ideal, Juan Pablo II ayuda a comprender lo que ha acontecido y sigue aconteciendo en la historia, de qué modo puede el hombre transformarse con su trabajo, hacerse más hombre”. En este sentido, esta encíclica es un intento bastante acabado de ir al fondo de lo que es el trabajo, y de su importancia para el ser humano. Desarrolla la significación que tiene el trabajo como fuente de realización de la exigencia de felicidad que todos los hombres son. Lo anterior, abre la posibilidad de una realización plena de la condición que todos los seres humanos viven: la de trabajadores. “Juan Pablo II reconstruye las certezas metafísicas tradicionales de la fe a partir del hombre, a partir de una reflexión profunda sobre lo que es el hombre. De la experiencia de la vida del hombre remonta a su esencia y hace de la antropología introducción y preámbulo de la fe. En otras palabras, la filosofía del hombre viene a ser el verdadero acceso a la filosofía del ser. De esta filosofía del hombre forma parte de modo esencial la filosofía del trabajo humano, que concierne a los terrenos de la experiencia humana, anteriormente apropiados por la filosofía marxista de la praxis”. (Rocco Buttiglione). La civilización occidental se ha preocupado sobre todo de desarrollar el lado objetivo del trabajo para someter a la naturaleza y liberar al hombre de condiciones de vidas de gran pobreza y miseria. Ha logrado de modo página 1 / 21

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Laborem Exercens Sobre el trabajo Humano Carta Encíclica del Sumo Pontífice Juan Pablo II en el 90 aniversario de la RerumNovarum14 de septiembre de 1981

La presente encíclica trata la concepción del hombre y del trabajo. El enfoquegeneral responde a un análisis de la época moderna, misma en la que se handesarrollado con enorme profusión ensayos de carácter económico, social,histórico, teológico, antropológico, etc...., sobre el trabajo humano,sobrepasándose en muchas ocasiones, el concepto exacto del trabajo.

Con la Laboren Exercens la Iglesia va más al fondo, llega al corazón del conceptomismo del trabajo humano. En lugar de trazar un modelo ideal, Juan Pablo II ayudaa comprender lo que ha acontecido y sigue aconteciendo en la historia, de quémodo puede el hombre transformarse con su trabajo, hacerse más hombre”.

En este sentido, esta encíclica es un intento bastante acabado de ir al fondo de loque es el trabajo, y de su importancia para el ser humano. Desarrolla lasignificación que tiene el trabajo como fuente de realización de la exigencia defelicidad que todos los hombres son. Lo anterior, abre la posibilidad de unarealización plena de la condición que todos los seres humanos viven: la detrabajadores.

“Juan Pablo II reconstruye las certezas metafísicas tradicionales de la fe a partir delhombre, a partir de una reflexión profunda sobre lo que es el hombre. De laexperiencia de la vida del hombre remonta a su esencia y hace de la antropologíaintroducción y preámbulo de la fe. En otras palabras, la filosofía del hombre vienea ser el verdadero acceso a la filosofía del ser. De esta filosofía del hombre formaparte de modo esencial la filosofía del trabajo humano, que concierne a losterrenos de la experiencia humana, anteriormente apropiados por la filosofíamarxista de la praxis”. (Rocco Buttiglione).

La civilización occidental se ha preocupado sobre todo de desarrollar el ladoobjetivo del trabajo para someter a la naturaleza y liberar al hombre decondiciones de vidas de gran pobreza y miseria. Ha logrado de modo

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extraordinario acrecentar el control del hombre sobre la naturaleza. Sin embargo,el lado subjetivo del trabajo ha sido totalmente descuidado.

El hombre ha elegido las formas de su cooperación en el trabajo y, por ende, suorganización social en total independencia de la exigencia de asegurar el justodesarrollo de la persona humana en su trabajo. El resultado es que hoy noshallamos infinitamente más seguros que en el pasado frente a las amenazas queprovienen de la naturaleza (carestía, sequía, inundación, etc.), pero mil veces másinseguros ante las amenazas que nos vienen de los demás hombres o que surgende nuestra propia intimidad personal (crisis económica, guerras, alienación,neurosis de las grandes concentraciones urbanas...). De hecho, no noshemosparado a pensar y proyectar nuestro trabajo de suerte que nos haga plenamentehombres.

He ahí la reflexión de su SS. Juan Pablo II, quien nos dice en esta encíclica: "Eltrabajo humano es una clave, quizá la clave esencial de toda la cuestión social, sitratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre”.Los temas que trata esta encíclica son los siguientes:

Índice General

I. INTRODUCCIÓN 1. El Trabajo humano 90 años después de la «Rerum Novarum» 2. En una línea de desarrollo orgánico de la acción y enseñanza social de la Iglesia 3. El problema del trabajo, clave de la cuestión social

II. EL TRABAJO Y EL HOMBRE 4. En el libro del Génesis 5. El trabajo en sentido objetivo: La técnica 6. El trabajo en sentido subjetivo: el hombre, sujeto del trabajo 7. Una amenaza al justo orden de los valores 8. Solidaridad de los hombres del trabajo 9. Trabajo - dignidad de la persona 10. Trabajo y sociedad: familia, nación

III. CONFLICTO ENTRE TRABAJO Y CAPITAL EN LA PRESENTE FASEHISTÓRICA

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11. Dimensión de este conflicto 12. Prioridad del trabajo 13. Economismo y materialismo 14. Trabajo y propiedad 15. Argumento «personalista»;

IV. DERECHOS DE LOS HOMBRES DEL TRABAJO 16. En el amplio contexto de los derechos humanos 17. Empresario: «indirecto»; y «directo»; 18. El problema del empleo 19. Salario y otras prestaciones sociales 20. Importancia de los sindicatos 21. Dignidad del trabajo agrícola 22. La persona minusválida y el trabajo 23. El trabajo y el problema de la emigración

V. ELEMENTOS PARA UNA ESPIRITUALIDAD DEL TRABAJO24. Particular cometido de la Iglesia 25. El trabajo como participación en la obra del Creador 26. Cristo, el hombre del trabajo 27. El trabajo humano a la luz de la cruz y resurrección de Cristo

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Laborem exercensa los venerables Hermanos en el Episcopadoa los Sacerdotesa las Familias religiosasa los Hijos e Hijas de la Iglesiay a todos los Hombres de Buena Voluntadsobre el Trabajo Humanoen el 90 aniversario de laRerum Novarum

1981.09.14Ioannes Paulus PP. II

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BENDICIÓN

Venerables hermanos,amadísimos hijos e hijassalud y Bendición Apostólica

I. INTRODUCCIÓN

CON SU TRABAJO el hombre ha de procurarse el pan cotidiano, 1contribuir alcontinuo progreso de las ciencias y la técnica, y sobre todo a la incesanteelevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con sushermanos. Y «trabajo» significa todo tipo de acción realizada por el hombreindependientemente de sus características o circunstancias; significa todaactividad humana que se puede o se debe reconocer como trabajo entre lasmúltiples actividades de las que el hombre es capaz y a las que está predispuestopor la naturaleza misma en virtud de su humanidad. Hecho a imagen y semejanzade Dios 2en el mundo visible y puesto en él para que dominase la tierra, 3elhombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo. El trabajo es una de lascaracterísticas que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad,relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo;solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo,llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo eltrabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de lapersona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina sucaracterística interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza.

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1. El trabajo humano 90 años después de la «Rerum novarum»

Habiéndose cumplido, el 15 de mayo del año en curso, noventa años desde lapublicación —por obra de León XIII, el gran Pontífice de la «cuestión social»— de

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aquella Encíclica de decisiva importancia, que comienza con las palabras RerumNovarum, deseo dedicar este documento precisamente al trabajo humano, y másaún deseo dedicarlo al hombre en el vasto contexto de esa realidad que es eltrabajo. En efecto, si como he dicho en la Encíclica Redemptor Hominis, publicadaal principio de mi servicio en la sede romana de San Pedro, el hombre «es elcamino primero y fundamental de la Iglesia», 4y ello precisamente a causa delinsondable misterio de la Redención en Cristo, entonces hay que volver sin cesar aeste camino y proseguirlo siempre nuevamente en sus varios aspectos en los quese revela toda la riqueza y a la vez toda la fatiga de la existencia humana sobre latierra.

El trabajo es uno de estos aspectos, perenne y fundamental, siempre actual y queexige constantemente una renovada atención y un decidido testimonio. Porquesurgen siempre nuevos interrogantes y problemas, nacen siempre nuevasesperanzas, pero nacen también temores y amenazas relacionadas con estadimensión fundamental de la existencia humana, de la que la vida del hombre estáhecha cada día, de la que deriva la propia dignidad específica y en la que a la vezestá contenida la medida incesante de la fatiga humana, del sufrimiento y tambiéndel daño y de la injusticia que invaden profundamente la vida social dentro decada Nación y a escala internacional. Si bien es verdad que el hombre se nutre conel pan del trabajo de sus manos, 5es decir, no sólo de ese pan de cada día quemantiene vivo su cuerpo, sino también del pan de la ciencia y del progreso, de lacivilización y de la cultura, entonces es también verdad perenne que él se nutre deese pan con el sudor de su frente; 6o sea no sólo con el esfuerzo y la fatigapersonales, sino también en medio de tantas tensiones, conflictos y crisis que, enrelación con la realidad del trabajo, trastocan la vida de cada sociedad y aun detoda la humanidad.

Celebramos el 90° aniversario de la Encíclica Rerum Novarum en vísperas denuevos adelantos en las condiciones tecnológicas, económicas y políticas que,según muchos expertos, influirán en el mundo del trabajo y de la producción nomenos de cuanto lo hizo la revolución industrial del siglo pasado. Son múltiples losfactores de alcance general: la introducción generalizada de la automatización enmuchos campos de la producción, el aumento del coste de la energía y de lasmaterias básicas; la creciente toma de conciencia de la limitación del patrimonionatural y de su insoportable contaminación; la aparición en la escena política depueblos que, tras siglos de sumisión, reclaman su legítimo puesto entre lasnaciones y en las decisiones internacionales. Estas condiciones y exigenciasnuevas harán necesaria una reorganización y revisión de las estructuras de laeconomía actual, así como de la distribución del trabajo. Tales cambios podránquizás significar por desgracia, para millones de trabajadores especializados,desempleo, al menos temporal, o necesidad de nueva especialización; conllevaránmuy probablemente una disminución o crecimiento menos rápido del bienestarmaterial para los Países más desarrollados; pero podrán también proporcionarrespiro y esperanza a millones de seres que viven hoy en condiciones devergonzosa e indigna miseria.

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No corresponde a la Iglesia analizar científicamente las posibles consecuencias detales cambios en la convivencia humana. Pero la Iglesia considera deber suyorecordar siempre la dignidad y los derechos de los hombres del trabajo, denunciarlas situaciones en las que se violan dichos derechos, y contribuir a orientar estoscambios para que se realice un auténtico progreso del hombre y de la sociedad.

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2. En una línea de desarrollo orgánico de la acción y enseñanza social dela Iglesia

Ciertamente el trabajo, en cuanto problema del hombre, ocupa el centro mismo dela «cuestión social», a la que durante los casi cien años transcurridos desde lapublicación de la mencionada Encíclica se dirigen de modo especial las enseñanzasde la Iglesia y las múltiples iniciativas relacionadas con su misión apostólica. Sideseo concentrar en ellas estas reflexiones, quiero hacerlo no de manera diversa,sino más bien en conexión orgánica con toda la tradición de tales enseñanzas einiciativas. Pero a la vez hago esto siguiendo las orientaciones del Evangelio, parasacar del patrimonio del Evangelio «cosas nuevas y cosas viejas». 7Ciertamente eltrabajo es «cosa antigua», tan antigua como el hombre y su vida sobre la tierra. Lasituación general del hombre en el mundo contemporáneo, considerada yanalizada en sus varios aspectos geográficos, de cultura y civilización, exige sinembargo que se descubran los nuevos significados del trabajo humano y que seformulen asimismo los nuevos cometidos que en este campo se brindan a cadahombre, a cada familia, a cada Nación, a todo el género humano y, finalmente, a lamisma Iglesia.

En el espacio de los años que nos separan de la publicación de la Encíclica RerumNovarum, la cuestión social no ha dejado de ocupar la atención de la Iglesia.Prueba de ello son los numerosos documentos del Magisterio, publicados por losPontífices, así como por el Concilio Vaticano II. Prueba asimismo de ello son lasdeclaraciones de los Episcopados o la actividad de los diversos centros depensamiento y de iniciativas concretas de apostolado, tanto a escala internacionalcomo a escala de Iglesias locales. Es difícil enumerar aquí detalladamente todaslas manifestaciones del vivo interés de la Iglesia y de los cristianos por la cuestiónsocial, dado que son muy numerosas. Como fruto del Concilio, el principal centrode coordinación en este campo ha venido a ser la Pontificia Comisión Justicia y Paz,la cual cuenta con Organismos correspondientes en el ámbito de cada ConferenciaEpiscopal. El nombre de esta institución es muy significativo: indica que la cuestiónsocial debe ser tratada en su dimensión integral y compleja. El compromiso enfavor de la justicia debe estar íntimamente unido con el compromiso en favor de la

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paz en el mundo contemporáneo. Y ciertamente se ha pronunciado en favor deeste doble cometido la dolorosa experiencia de las dos grandes guerras mundiales,que, durante los últimos 90 años, han sacudido a muchos Países tanto delcontinente europeo como, al menos en parte, de otros continentes. Se manifiestaen su favor, especialmente después del final de la segunda guerra mundial, lapermanente amenaza de una guerra nuclear y la perspectiva de la terribleautodestrucción que deriva de ella.

Si seguimos la línea principal del desarrollo de los documentos del supremoMagisterio de la Iglesia, encontramos en ellos la explícita confirmación de talplanteamiento del problema. La postura clave, por lo que se refiere a la cuestiónde la paz en el mundo, es la de la Encíclica Pacem in terris de Juan XXIII. Si seconsidera en cambio la evolución de la cuestión de la justicia social, ha de notarseque, mientras en el período comprendido entre la Rerum Novarum y laQuadragesimo Anno de Pío XI, las enseñanzas de la Iglesia se concentran sobretodo en torno a la justa solución de la llamada cuestión obrera, en el ámbito decada Nación y, en la etapa posterior, amplían el horizonte a dimensionesmundiales. La distribución desproporcionada de riqueza y miseria, la existencia dePaíses y Continentes desarrollados y no desarrollados, exigen una justadistribución y la búsqueda de vías para un justo desarrollo de todos. En estadirección se mueven las enseñanzas contenidas en la Encíclica Mater et Magistrade Juan XXIII, en la Constitución pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II yen la Encíclica Populorum Progressio de Pablo VI.

Esta dirección de desarrollo de las enseñanzas y del compromiso de la Iglesia en lacuestión social, corresponde exactamente al reconocimiento objetivo del estado delas cosas. Si en el pasado, como centro de tal cuestión, se ponía de relieve antetodo el problema de la «clase», en época más reciente se coloca en primer plano elproblema del «mundo». Por lo tanto, se considera no sólo el ámbito de la clase,sino también el ámbito mundial de la desigualdad y de la injusticia; y, enconsecuencia, no sólo la dimensión de clase, sino la dimensión mundial de lastareas que llevan a la realización de la justicia en el mundo contemporáneo. Unanálisis completo de la situación del mundo contemporáneo ha puesto demanifiesto de modo todavía más profundo y más pleno el significado del análisisanterior de las injusticias sociales; y es el significado que hoy se debe dar a losesfuerzos encaminados a construir la justicia sobre la tierra, no escondiendo conello las estructuras injustas, sino exigiendo un examen de las mismas y sutransformación en una dimensión más universal.

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3. El problema del trabajo, clave de la cuestión social

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En medio de todos estos procesos —tanto del diagnóstico de la realidad socialobjetiva como también de las enseñanzas de la Iglesia en el ámbito de la complejay variada cuestión social— el problema del trabajo humano aparece naturalmentemuchas veces. Es, de alguna manera, un elemento fijo tanto de la vida social comode las enseñanzas de la Iglesia. En esta enseñanza, sin embargo, la atención alproblema se remonta más allá de los últimos noventa años. En efecto, la doctrinasocial de la Iglesia tiene su fuente en la Sagrada Escritura, comenzando por el librodel Génesis y, en particular, en el Evangelio y en los escritos apostólicos. Esadoctrina perteneció desde el principio a la enseñanza de la Iglesia misma, a suconcepción del hombre y de la vida social y, especialmente, a la moral socialelaborada según las necesidades de las distintas épocas. Este patrimoniotradicional ha sido después heredado y desarrollado por las enseñanzas de losPontífices sobre la moderna «cuestión social», empezando por la Encíclica RerumNovarum. En el contexto de esta «cuestión», la profundización del problema deltrabajo ha experimentado una continua puesta al día conservando siempre aquellabase cristiana de verdad que podemos llamar perenne.

Si en el presente documento volvemos de nuevo sobre este problema —sin quererpor lo demás tocar todos los argumentos que a él se refieren— no es para recogery repetir lo que ya se encuentra en las enseñanzas de la Iglesia, sino más bienpara poner de relieve —quizá más de lo que se ha hecho hasta ahora— que eltrabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, sitratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre. Ysi la solución, o mejor, la solución gradual de la cuestión social, que se presenta denuevo constantemente y se hace cada vez más compleja, debe buscarse en ladirección de «hacer la vida humana más humana», 8entonces la clave, que es eltrabajo humano, adquiere una importancia fundamental y decisiva.

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II. EL TRABAJO Y EL HOMBRE

4. En el libro del Génesis

La Iglesia está convencida de que el trabajo constituye una dimensión fundamentalde la existencia del hombre en la tierra. Ella se confirma en esta convicciónconsiderando también todo el patrimonio de las diversas ciencias dedicadas alestudio del hombre: la antropología, la paleontología, la historia, la sociología, lasicología, etc.; todas parecen testimoniar de manera irrefutable esta realidad. LaIglesia, sin embargo, saca esta convicción sobre todo de la fuente de la Palabra de

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Dios revelada, y por ello lo que es una convicción de la inteligencia adquiere a lavez el carácter de una convicción de fe. El motivo es que la Iglesia —vale la penaobservarlo desde ahora— cree en el hombre: ella piensa en el hombre y se dirige aél no sólo a la luz de la experiencia histórica, no sólo con la ayuda de los múltiplesmétodos del conocimiento científico, sino ante todo a la luz de la palabra reveladadel Dios vivo. Al hacer referencia al hombre, ella trata de expresar los designioseternos y los destinos trascendentes que el Dios vivo, Creador y Redentor ha unidoal hombre.

La Iglesia halla ya en las primeras páginas del libro del Génesis la fuente de suconvicción según la cual el trabajo constituye una dimensión fundamental de laexistencia humana sobre la tierra. El análisis de estos textos nos hace conscientesa cada uno del hecho de que en ellos —a veces aun manifestando el pensamientode una manera arcaica— han sido expresadas las verdades fundamentales sobreel hombre, ya en el contexto del misterio de la Creación. Estas son las verdadesque deciden acerca del hombre desde el principio y que, al mismo tiempo, trazanlas grandes líneas de su existencia en la tierra, tanto en el estado de justiciaoriginal como también después de la ruptura, provocada por el pecado, de laalianza original del Creador con lo creado, en el hombre. Cuando éste, hecho «aimagen de Dios... varón y hembra», 9siente las palabras: «Procread y multiplicaos,y henchid la tierra; sometedla », 10 aunque estas palabras no se refieren directa yexplícitamente al trabajo, indirectamente ya se lo indican sin duda alguna comouna actividad a desarrollar en el mundo. Más aún, demuestran su misma esenciamás profunda. El hombre es la imagen de Dios, entre otros motivos por el mandatorecibido de su Creador de someter y dominar la tierra. En la realización de estemandato, el hombre, todo ser humano, refleja la acción misma del Creador deluniverso.

El trabajo entendido como una actividad «transitiva», es decir, de tal naturalezaque, empezando en el sujeto humano, está dirigida hacia un objeto externo,supone un dominio específico del hombre sobre la «tierra» y a la vez confirma ydesarrolla este dominio. Está claro que con el término «tierra», del que habla eltexto bíblico, se debe entender ante todo la parte del universo visible en el quehabita el hombre; por extensión sin embargo, se puede entender todo el mundovisible, dado que se encuentra en el radio de influencia del hombre y de subúsqueda por satisfacer las propias necesidades. La expresión «someter la tierra»tiene un amplio alcance. Indica todos los recursos que la tierra (e indirectamente elmundo visible) encierra en sí y que, mediante la actividad consciente del hombre,pueden ser descubiertos y oportunamente usados. De esta manera, aquellaspalabras, puestas al principio de la Biblia, no dejan de ser actuales. Abarcan todaslas épocas pasadas de la civilización y de la economía, así como toda la realidadcontemporánea y las fases futuras del desarrollo, las cuales, en alguna medida,quizás se están delineando ya, aunque en gran parte permanecen todavía casidesconocidas o escondidas para el hombre.

Si a veces se habla de período de «aceleración» en la vida económica y en la

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civilización de la humanidad o de las naciones, uniendo estas «aceleraciones» alprogreso de la ciencia y de la técnica, y especialmente a los descubrimientosdecisivos para la vida socio-económica, se puede decir al mismo tiempo queninguna de estas «aceleraciones» supera el contenido esencial de lo indicado enese antiquísimo texto bíblico. Haciéndose —mediante su trabajo— cada vez másdueño de la tierra y confirmando todavía —mediante el trabajo— su dominio sobreel mundo visible, el hombre en cada caso y en cada fase de este proceso se colocaen la línea del plan original del Creador; lo cual está necesaria e indisolublementeunido al hecho de que el hombre ha sido creado, varón y hembra, «a imagen deDios». Este proceso es, al mismo tiempo, universal: abarca a todos los hombres, acada generación, a cada fase del desarrollo económico y cultural, y a la vez es unproceso que se actúa en cada hombre, en cada sujeto humano consciente. Todos ycada uno están comprendidos en él con temporáneamente. Todos y cada uno, enuna justa medida y en un número incalculable de formas, toman parte en estegigantesco proceso, mediante el cual el hombre «somete la tierra» con su trabajo.

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5. El trabajo en sentido objetivo: la técnica

Esta universalidad y a la vez esta multiplicidad del proceso de «someter la tierra»iluminan el trabajo del hombre, ya que el dominio del hombre sobre la tierra serealiza en el trabajo y mediante el trabajo. Emerge así el significado del trabajo ensentido objetivo, el cual halla su expresión en las varias épocas de la cultura y dela civilización. El hombre domina ya la tierra por el hecho de que domestica losanimales, los cría y de ellos saca el alimento y vestido necesarios, y por el hechode que puede extraer de la tierra y de los mares diversos recursos naturales. Peromucho más «somete la tierra», cuando el hombre empieza a cultivarla yposteriormente elabora sus productos, adaptándolos a sus necesidades. Laagricultura constituye así un campo primario de la actividad económica y un factorindispensable de la producción por medio del trabajo humano. La industria, a suvez, consistirá siempre en conjugar las riquezas de la tierra —los recursos vivos dela naturaleza, los productos de la agricultura, los recursos minerales o químicos— yel trabajo del hombre, tanto el trabajo físico como el intelectual. Lo cual puedeaplicarse también en cierto sentido al campo de la llamada industria de losservicios y al de la investigación, pura o aplicada.

Hoy, en la industria y en la agricultura la actividad del hombre ha dejado de ser, enmuchos casos, un trabajo prevalentemente manual, ya que la fatiga de las manosy de los músculos es ayudada por máquinas y mecanismos cada vez másperfeccionados. No solamente en la industria, sino también en la agricultura,somos testigos de las transformaciones llevadas a cabo por el gradual y continuodesarrollo de la ciencia y de la técnica. Lo cual, en su conjunto, se ha convertido

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históricamente en una causa de profundas transformaciones de la civilización,desde el origen de la «era industrial» hasta las sucesivas fases de desarrollogracias a las nuevas técnicas, como las de la electrónica o de losmicroprocesadores de los últimos años.

Aunque pueda parecer que en el proceso industrial «trabaja» la máquina mientrasel hombre solamente la vigila, haciendo posible y guiando de diversas maneras sufuncionamiento, es verdad también que precisamente por ello el desarrolloindustrial pone la base para plantear de manera nueva el problema del trabajohumano. Tanto la primera industrialización, que creó la llamada cuestión obrera,como los sucesivos cambios industriales y postindustriales, demuestran de maneraelocuente que, también en la época del «trabajo» cada vez más mecanizado, elsujeto propio del trabajo sigue siendo el hombre.

El desarrollo de la industria y de los diversos sectores relacionados con ella —hastalas más modernas tecnologías de la electrónica, especialmente en el terreno de laminiaturización, de la informática, de la telemática y otros— indica el papel deprimerísima importancia que adquiere, en la interacción entre el sujeto y objeto deltrabajo (en el sentido más amplio de esta palabra), precisamente esa aliada deltrabajo, creada por el cerebro humano, que es la técnica. Entendida aquí no comocapacidad o aptitud para el trabajo, sino como un conjunto de instrumentos de losque el hombre se vale en su trabajo, la técnica es indudablemente una aliada delhombre. Ella le facilita el trabajo, lo perfecciona, lo acelera y lo multiplica. Ellafomenta el aumento de la cantidad de productos del trabajo y perfecciona inclusola calidad de muchos de ellos. Es un hecho, por otra parte, que a veces, la técnicapuede transformarse de aliada en adversaria del hombre, como cuando lamecanización del trabajo «suplanta» al hombre, quitándole toda satisfacciónpersonal y el estímulo a la creatividad y responsabilidad; cuando quita el puesto detrabajo a muchos trabajadores antes ocupados, o cuando mediante la exaltaciónde la máquina reduce al hombre a ser su esclavo.

Si las palabras bíblicas «someted la tierra», dichas al hombre desde el principio,son entendidas en el contexto de toda la época moderna, industrial ypostindustrial, indudablemente encierran ya en sí una relación con la técnica, conel mundo de mecanismos y máquinas que es el fruto del trabajo del cerebrohumano y la confirmación histórica del dominio del hombre sobre la naturaleza.

La época reciente de la historia de la humanidad, especialmente la de algunassociedades, conlleva una justa afirmación de la técnica como un coeficientefundamental del progreso económico; pero al mismo tiempo, con esta afirmaciónhan surgido y continúan surgiendo los interrogantes esenciales que se refieren altrabajo humano en relación con el sujeto, que es precisamente el hombre. Estosinterrogantes encierran una carga particular de contenidos y tensiones de carácterético y ético-social. Por ello constituyen un desafío continuo para múltiplesinstituciones, para los Estados y para los gobiernos, para los sistemas y lasorganizaciones internacionales; constituyen también un desafío para la Iglesia.

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6. El trabajo en sentido subjetivo: el hombre, sujeto del trabajo

Para continuar nuestro análisis del trabajo en relación con la palabras de la Biblia,en virtud de las cuales el hombre ha de someter la tierra, hemos de concentrarnuestra atención sobre el trabajo en sentido subjetivo, mucho más de cuanto lohemos hecho hablando acerca del significado objetivo del trabajo, tocando apenasesa vasta problemática que conocen perfecta y detalladamente los hombres deestudio en los diversos campos y también los hombres mismos del trabajo segúnsus especializaciones. Si las palabras del libro del Génesis, a las que nos referimosen este análisis, hablan indirectamente del trabajo en sentido objetivo, a la vezhablan también del sujeto del trabajo; y lo que dicen es muy elocuente y está llenode un gran significado.

El hombre debe someter la tierra, debe dominarla, porque como «imagen de Dios»es una persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada yracional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Comopersona, el hombre es pues sujeto del trabajo. Como persona él trabaja, realizavarias acciones pertenecientes al proceso del trabajo; éstas, independientementede su contenido objetivo, han de servir todas ellas a la realización de suhumanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona, que tiene en virtudde su misma humanidad. Las principales verdades sobre este tema han sidoúltimamente recordadas por el Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium etSpes, sobre todo en el capítulo I, dedicado a la vocación del hombre.

Así ese «dominio» del que habla el texto bíblico que estamos analizando, se refiereno sólo a la dimensión objetiva del trabajo, sino que nos introducecontemporáneamente en la comprensión de su dimensión subjetiva. El trabajoentendido como proceso mediante el cual el hombre y el género humano sometenla tierra, corresponde a este concepto fundamental de la Biblia sólo cuando almismo tiempo, en todo este proceso, el hombre se manifiesta y confirma como elque «domina». Ese dominio se refiere en cierto sentido a la dimensión subjetivamás que a la objetiva: esta dimensión condiciona la misma esencia ética deltrabajo. En efecto no hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, elcual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a caboes una persona, un sujeto consciente y libre, es decir, un sujeto que decide de símismo.

Esta verdad, que constituye en cierto sentido el meollo fundamental y perenne dela doctrina cristiana sobre el trabajo humano, ha tenido y sigue teniendo unsignificado primordial en la formulación de los importantes problemas sociales que

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han interesado épocas enteras.

La edad antigua introdujo entre los hombres una propia y típica diferenciación engremios, según el tipo de trabajo que realizaban. El trabajo que exigía de parte deltrabajador el uso de sus fuerzas físicas, el trabajo de los músculos y manos, eraconsiderado indigno de hombres libres y por ello era ejecutado por los esclavos. Elcristianismo, ampliando algunos aspectos ya contenidos en el Antiguo Testamento,ha llevado a cabo una fundamental transformación de conceptos, partiendo detodo el contenido del mensaje evangélico y sobre todo del hecho de que Aquel,que siendo Dios se hizo semejante a nosotros en todo, 11 dedicó la mayor parte delos años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero. Estacircunstancia constituye por sí sola el más elocuente «Evangelio del trabajo», quemanifiesta cómo el fundamento para determinar el valor del trabajo humano no esen primer lugar el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien loejecuta es una persona. Las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarseprincipalmente no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva.

En esta concepción desaparece casi el fundamento mismo de la antigua división delos hombres en clases sociales, según el tipo de trabajo que realizasen. Esto noquiere decir que el trabajo humano, desde el punto de vista objetivo, no pueda ono deba ser de algún modo valorizado y cualificado. Quiere decir solamente que elprimer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto. A esto vaunida inmediatamente una consecuencia muy importante de naturaleza ética: escierto que el hombre está destinado y llamado al trabajo; pero, ante todo, eltrabajo está «en función del hombre» y no el hombre «en función del trabajo». Conesta conclusión se llega justamente a reconocer la preeminencia del significadosubjetivo del trabajo sobre el significado objetivo. Dado este modo de entender, ysuponiendo que algunos trabajos realizados por los hombres puedan tener un valorobjetivo más o menos grande, sin embargo queremos poner en evidencia que cadauno de ellos se mide sobre todo con el metro de la dignidad del sujeto mismo deltrabajo, o sea de la persona, del hombre que lo realiza. A su vez,independientemente del trabajo que cada hombre realiza, y suponiendo que elloconstituya una finalidad —a veces muy exigente— de su obrar, esta finalidad noposee un significado definitivo por sí mismo. De hecho, en fin de cuentas, lafinalidad del trabajo, de cualquier trabajo realizado por el hombre —aunque fuerael trabajo «más corriente», más monótono en la escala del modo común devalorar, e incluso el que más margina— permanece siempre el hombre mismo.

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7. Una amenaza al justo orden de los valores

Precisamente estas afirmaciones básicas sobre el trabajo han surgido siempre de

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la riqueza de la verdad cristiana, especialmente del mensaje mismo del «Evangeliodel trabajo», creando el fundamento del nuevo modo humano de pensar, devalorar y de actuar. En la época moderna, desde el comienzo de la era industrial, laverdad cristiana sobre el trabajo debía contraponerse a las diversas corrientes delpensamiento materialista y «economicista».

Para algunos fautores de tales ideas, el trabajo se entendía y se trataba como unaespecie de «mercancía», que el trabajador —especialmente el obrero de laindustria— vende al empresario, que es a la vez poseedor del capital, o sea delconjunto de los instrumentos de trabajo y de los medios que hacen posible laproducción. Este modo de entender el trabajo se difundió, de modo particular, enla primera mitad del siglo XIX. A continuación, las formulaciones explícitas de estetipo casi han ido desapareciendo, cediendo a un modo más humano de pensar yvalorar el trabajo. La interacción entre el hombre del trabajo y el conjunto de losinstrumentos y de los medios de producción ha dado lugar al desarrollo dediversas formas de capitalismo —paralelamente a diversas formas decolectivismo— en las que se han insertado otros elementos socio-económicoscomo consecuencia de nuevas circunstancias concretas, de la acción de lasasociaciones de lostrabajadores y de los poderes públicos, así como de la entradaen acción de grandes empresas transnacionales. A pesar de todo, el peligro deconsiderar el trabajo como una «mercancia sui generis», o como una anónima«fuerza» necesaria para la producción (se habla incluso de «fuerza-trabajo»),existe siempre, especialmente cuando toda la visual de la problemática económicaesté caracterizada por las premisas del economismo materialista.

Una ocasión sistemática y, en cierto sentido, hasta un estímulo para este modo depensar y valorar está constituido por el acelerado proceso de desarrollo de lacivilización unilateralmente materialista, en la que se da importancia primordial ala dimensión objetiva del trabajo, mientras la subjetiva —todo lo que se refiereindirecta o directamente al mismo sujeto del trabajo— permanece a un nivelsecundario. En todos los casos de este género, en cada situación social de estetipo se da una confusión, e incluso una inversión del orden establecido desde elcomienzo con las palabras del libro del Génesis: el hombre es considerado comoun instrumento de producción ,12 mientras él, —él solo, independientemente deltrabajo que realiza— debería ser tratado como sujeto eficiente y su verdaderoartífice y creador. Precisamente tal inversión de orden, prescindiendo delprograma y de la denominación según la cual se realiza, merecería el nombre de«capitalismo» en el sentido indicado más adelante con mayor amplitud. Se sabeque el capitalismo tiene su preciso significado histórico como sistema, y sistemaeconómico-social, en contraposición al «socialismo» o «comunismo». Pero, a la luzdel análisis de la realidad fundamental del entero proceso económico y, ante todo,de la estructura de producción —como es precisamente el trabajo— convienereconocer que el error del capitalismo primitivo puede repetirse dondequiera queel hombre sea tratado de alguna manera a la par de todo el complejo de losmedios materiales de producción, como un instrumento y no según la verdaderadignidad de su trabajo, o sea como sujeto y autor, y, por consiguiente, como

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verdadero fin de todo el proceso productivo.

Se comprende así cómo el análisis del trabajo humano hecho a la luz de aquellaspalabras, que se refieren al «dominio» del hombre sobre la tierra, penetra hasta elcentro mismo de la problemática ético-social. Esta concepción debería tambiénencontrar un puesto central en toda la esfera de la política social y económica,tanto en el ámbito de cada uno de los países, como en el más amplio de lasrelaciones internacionales e intercontinentales, con particular referencia a lastensiones, que se delinean en el mundo no sólo en el eje Oriente-Occidente, sinotambién en el del Norte-Sur. Tanto el Papa Juan XXIII en la Encíclica Mater etMagistra como Pablo VI en la Populorum Progressio han dirigido una decididaatención a estas dimensiones de la problemática ético-social contemporánea.

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8. Solidaridad de los hombres del trabajo

Si se trata del trabajo humano en la fundamental dimensión de su sujeto, o sea delhombrepersona que ejecuta un determinado trabajo, se debe bajo este punto devista hacer por lo menos una sumaria valoración de las transformaciones que, enlos 90 años que nos separan de la Rerum Novarum, han acaecido en relación conel aspecto subjetivo del trabajo. De hecho aunque el sujeto del trabajo sea siempreel mismo, o sea el hombre, sin embargo en el aspecto objetivo se verificantransformaciones notables. Aunque se pueda decir que el trabajo, a causa de susujeto, es uno (uno y cada vez irrepetible) sin embargo, considerando susdirecciones objetivas, hay que constatar que existen muchos trabajos: tantostrabajos distintos. El desarrollo de la civilización humana conlleva en este campoun enriquecimiento continuo. Al mismo tiempo, sin embargo, no se puede dejar denotar cómo en el proceso de este desarrollo no sólo aparecen nuevas formas detrabajo, sino que también otras desaparecen. Aun concediendo que en línea demáxima sea esto un fenómeno normal, hay que ver todavía si no se infiltran en él,y en qué manera, ciertas irregularidades, que por motivos ético-sociales puedenser peligrosas.

Precisamente, a raíz de esta anomalía de gran alcance surgió en el siglo pasado lallamada cuestión obrera, denominada a veces «cuestión proletaria». Tal cuestión—con los problemas anexos a ella— ha dado origen a una justa reacción social, hahecho surgir y casi irrumpir un gran impulso de solidaridad entre los hombres deltrabajo y, ante todo, entre los trabajadores de la industria. La llamada a lasolidaridad y a la acción común, lanzada a los hombres del trabajo —sobre todo alos del trabajo sectorial, monótono, despersonalizador en los complejosindustriales, cuando la máquina tiende a dominar sobre el hombre— tenía un

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importante valor y su elocuencia desde el punto de vista de la ética social. Era lareacción contra la degradación del hombre como sujeto del trabajo, y contra lainaudita y concomitante explotación en el campo de las ganancias, de lascondiciones de trabajo y de previdencia hacia la persona del trabajador. Semejantereacción ha reunido al mundo obrero en una comunidad caracterizada por unagran solidaridad.

Tras las huellas de la Encíclica Rerum Novarum y de muchos documentossucesivos del Magisterio de la Iglesia se debe reconocer francamente que fuejustificada, desde la óptica de la moral social, la reacción contra el sistema deinjusticia y de daño, que pedía venganza al cielo, 13 y que pesaba sobre el hombredel trabajo en aquel período de rápida industrialización. Esta situación estabafavorecida por el sistema socio-político liberal que, según sus premisas deeconomismo, reforzaba y aseguraba la iniciativa económica de los solosposeedores del capital, y no se preocupaba suficientemente de los derechos delhombre del trabajo, afirmando que el trabajo humano es solamente instrumentode producción, y que el capital es el fundamento, el factor eficiente, y el fin de laproducción.

Desde entonces la solidaridad de los hombres del trabajo, junto con una toma deconciencia más neta y más comprometida sobre los derechos de los trabajadorespor parte de los demás, ha dado lugar en muchos casos a cambios profundos. Sehan ido buscando diversos sistemas nuevos. Se han desarrollado diversas formasde neocapitalismo o de colectivismo. Con frecuencia los hombres del trabajopueden participar, y efectivamente participan, en la gestión y en el control de laproductividad de las empresas. Por medio de asociaciones adecuadas, ellosinfluyen en las condiciones de trabajo y de remuneración, así como en lalegislación social. Pero al mismo tiempo, sistemas ideológicos o de poder, así comonuevas relaciones surgidas a distintos niveles de la convivencia humana, handejado perdurar injusticias flagrantes o han provocado otras nuevas. A escalamundial, el desarrollo de la civilización y de las comunicaciones ha hecho posibleun diagnóstico más completo de las condiciones de vida y del trabajo del hombreen toda la tierra, y también ha manifestado otras formas de injusticia mucho másvastas de las que, en el siglo pasado, fueron un estímulo a la unión de los hombresdel trabajo para una solidaridad particular en el mundo obrero. Así ha ocurrido enlos Países que han llevado ya a cabo un cierto proceso de revolución industrial; yasí también en los Países donde el lugar primordial de trabajo sigue estando en elcultivo de la tierra u otras ocupaciones similares.

Movimientos de solidaridad en el campo del trabajo —de una solidaridad que nodebe ser cerrazón al diálogo y a la colaboración con los demás —pueden sernecesarios incluso con relación a las condiciones de grupos sociales que antes noestaban comprendidos en tales movimientos, pero que sufren, en los sistemassociales y en las condiciones de vida que cambian, una «proletarización» efectivao, más aún, se encuentran ya realmente en la condición de «proletariado», la cual,aunque no es conocida todavía con este nombre, lo merece de hecho. En esa

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condición pueden encontrarse algunas categorías o grupos de la «inteligencia»trabajadora, especialmente cuando junto con el acceso cada vez más amplio a lainstrucción, con el número cada vez más numeroso de personas, que hanconseguido un diploma por su preparación cultural, disminuye la demanda de sutrabajo. Tal desocupación de los intelectuales tiene lugar o aumenta cuando lainstrucción accesible no está orientada hacia los tipos de empleo o de serviciosrequeridos por las verdaderas necesidades de la sociedad, o cuando el trabajopara el que se requiere la instrucción, al menos profesional, es menos buscado omenos pagado que un trabajo manual. Es obvio que la instrucción de por síconstituye siempre un valor y un enriquecimiento importante de la personahumana; pero no obstante, algunos procesos de «proletarización» siguen siendoposibles independientemente de este hecho.

Por eso, hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condicionesen las que vive. Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo, enlos distintos Países, y en las relaciones entre ellos, son siempre necesarios nuevosmovimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con loshombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lorequiere la degradación social del sujeto del trabajo, la explotación de lostrabajadores, y las crecientes zonas de miseria e incluso de hambre. La Iglesia estávivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, suservicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamentela «Iglesia de los pobres». Y los «pobres» se encuentran bajo diversas formas;aparecen en diversos lugares y en diversos momentos; aparecen en muchos casoscome resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porquese limitan las posibilidades del trabajo —es decir por la plaga del desempleo—,bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo,especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona deltrabajador y de su familia.

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9. Trabajo - dignidad de la persona

Continuando todavía en la perspectiva del hombre como sujeto del trabajo, nosconviene tocar, al menos sintéticamente, algunos problemas que definen conmayor aproximación la dignidad del trabajo humano, ya que permiten distinguirmás plenamente su específico valor moral. Hay que hacer esto, teniendo siemprepresente la vocación bíblica a «dominar la tierra», 14 en la que se ha expresado lavoluntad del Creador, para que el trabajo ofreciera al hombre la posibilidad dealcanzar el «dominio» que le es propio en el mundo visible.

La intención fundamental y primordial de Dios respecto del hombre, que Él «creó...

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a su semejanza, a su imagen», 15 no ha sido revocada ni anulada ni siquieracuando el hombre, después de haber roto la alianza original con Dios, oyó laspalabras: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan», 16 Estas palabras se refierena la fatiga a veces pesada, que desde entonces acompaña al trabajo humano; perono cambian el hecho de que éste es el camino por el que el hombre realiza el«dominio», que le es propio sobre el mundo visible «sometiendo» la tierra. Estafatiga es un hecho universalmente conocido, porque es universalmenteexperimentado. Lo saben los hombres del trabajo manual, realizado a veces encondiciones excepcionalmente pesadas. La saben no sólo los agricultores, queconsumen largas jornadas en cultivar la tierra, la cual a veces «produce abrojos yespinas», 17 sino también los mineros en las minas o en las canteras de piedra, lossiderúrgicos junto a sus altos hornos, los hombres que trabajan en obras dealbañilería y en el sector de la construcción con frecuente peligro de vida o deinvalidez. Lo saben a su vez, los hombres vinculados a la mesa de trabajointelectual; lo saben los científicos; lo saben los hombres sobre quienes pesa lagran responsabilidad de decisiones destinadas a tener una vasta repercusiónsocial. Lo saben los médicos y los enfermeros, que velan día y noche junto a losenfermos. Lo saben las mujeres, que a veces sin un adecuado reconocimiento porparte de la sociedad y de sus mismos familiares, soportan cada día la fatiga y laresponsabilidad de la casa y de la educación de los hijos. Lo saben todos loshombres del trabajo y, puesto que es verdad que el trabajo es una vocaciónuniversal, lo saben todos los hombres.

No obstante, con toda esta fatiga —y quizás, en un cierto sentido, debido a ella—el trabajo es un bien del hombre. Si este bien comporta el signo de un «bonumarduum», según la terminología de Santo Tomás; 18 esto no quita que, en cuantotal, sea un bien del hombre. Y es no sólo un bien «útil» o «para disfrutar», sino unbien «digno», es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien queexpresa esta dignidad y la aumenta. Queriendo precisar mejor el significado éticodel trabajo, se debe tener presente ante todo esta verdad. El trabajo es un bien delhombre —es un bien de su humanidad—, porque mediante el trabajo el hombre nosólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que serealiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido «se hace máshombre».

Si se prescinde de esta consideración no se puede comprender el significado de lavirtud de la laboriosidad y más en concreto no se puede comprender por qué lalaboriosidad debería ser una virtud: en efecto, la virtud, como actitud moral, esaquello por lo que el hombre llega a ser bueno como hombre. 19 Este hecho nocambia para nada nuestra justa preocupación, a fin de que en el trabajo, medianteel cual la materia es ennoblecida, el hombre mismo no sufra mengua en su propiadignidad. 20 Es sabido además, que es posible usar de diversos modos el trabajocontra el hombre, que se puede castigar al hombre con el sistema de trabajosforzados en los campos de concentración, que se puede hacer del trabajo unmedio de opresión del hombre, que, en fin, se puede explotar de diversos modos eltrabajo humano, es decir, al hombre del trabajo. Todo esto da testimonio en favor

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de la obligación moral de unir la laboriosidad como virtud con el orden social deltrabajo, que permitirá al hombre «hacerse más hombre» en el trabajo, y nodegradarse a causa del trabajo, perjudicando no sólo sus fuerzas físicas (lo cual, almenos hasta un cierto punto, es inevitable), sino, sobre todo, menoscabando supropia dignidad y subjetividad.

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10. Trabajo y sociedad: familia, nación

Confirmada de este modo la dimensión personal del trabajo humano, se debeluego llegar al segundo ámbito de valores, que está necesariamente unido a él. Eltrabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es underecho natural y una vocación del hombre. Estos dos ámbitos de valores —unorelacionado con el trabajo y otro consecuente con el carácter familiar de la vidahumana— deben unirse entre sí correctamente y correctamente compenetrarse. Eltrabajo es, en un cierto sentido, una condición para hacer posible la fundación deuna familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia, que el hombre adquierenormalmente mediante el trabajo. Trabajo y laboriosidad condicionan a su vez todoel proceso de educación dentro de la familia, precisamente por la razón de quecada uno «se hace hombre», entre otras cosas, mediante el trabajo, y ese hacersehombre expresa precisamente el fin principal de todo el proceso educativo.Evidentemente aquí entran en juego, en un cierto sentido, dos significados deltrabajo: el que consiente la vida y manutención de la familia, y aquel por el cual serealizan los fines de la familia misma, especialmente la educación. No obstante,estos dos significados del trabajo están unidos entre sí y se complementan envarios puntos.

En conjunto se debe recordar y afirmar que la familia constituye uno de los puntosde referencia más importantes, según los cuales debe formarse el orden socio-ético del trabajo humano. La doctrina de la Iglesia ha dedicado siempre unaatención especial a este problema y en el presente documento convendrá quevolvamos sobre él. En efecto, la familia es, al mismo tiempo, una comunidad hechaposible gracias al trabajo y la primera escuela interior de trabajo para todohombre.

El tercer ámbito de valores que emerge en la presente perspectiva —en laperspectiva del sujeto del trabajo— se refiere a esa gran sociedad, a la quepertenece el hombre en base a particulares vínculos culturales e históricos. Dichasociedad— aun cuando no ha asumido todavía la forma madura de una nación— esno sólo la gran «educadora» de cada hombre, aunque indirecta (porque cadahombre asume en la familia los contenidos y valores que componen, en suconjunto, la cultura de una determinada nación), sino también una gran

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encarnación histórica y social del trabajo de todas las generaciones. Todo estohace que el hombre concilie su más profunda identidad humana con la pertenenciaa la nación y entienda también su trabajo como incremento del bien comúnelaborado juntamente con sus compatriotas, dándose así cuenta de que por estecamino el trabajo sirve para multiplicar el patrimonio de toda la familia humana, detodos los hombres que viven en el mundo.

Estos tres ámbitos conservan permanentemente su importancia para el trabajohumano en su dimensión subjetiva. Y esta dimensión, es decir la realidad concretadel hombre del trabajo, tiene precedencia sobre la dimensión objetiva. En sudimensión subjetiva se realiza, ante todo, aquel «dominio» sobre el mundo de lanaturaleza, al que el hombre está llamado desde el principio según las palabras dellibro del Génesis. Si el proceso mismo de «someter la tierra», es decir, el trabajobajo el aspecto de la técnica, está marcado a lo largo de la historia y,especialmente en los últimos siglos, por un desarrollo inconmensurable de losmedios de producción, entonces éste es un fenómeno ventajoso y positivo, acondición de que la dimensión objetiva del trabajo no prevalezca sobre ladimensión subjetiva, quitando al hombre o disminuyendo su dignidad y susderechos inalienables.

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III. CONFLICTO ENTRE TRABAJO Y CAPITAL EN LA PRESENTE FASEHISTÓRICA

11. Dimensión de este conflicto

El esbozo de la problemática fundamental del trabajo, tal como se ha delineadomás arriba haciendo referencia a los primeros textos bíblicos, constituye así, en uncierto sentido, la misma estructura portadora de la enseñanza de la Iglesia, que semantiene sin cambio a través de los siglos, en el contexto de las diversasexperiencias de la historia. Sin embargo, en el transfondo de las experiencias queprecedieron y siguieron a la publicación de la Encíclica Rerum Novarum, esaenseñanza adquiere una expresividad particular y una elocuencia de vivaactualidad. El trabajo aparece en este análisis como una gran realidad, que ejerceun influjo fundamental sobre la formación, en sentido humano del mundo dado alhombre por el Creador y es una realidad estrechamente ligada al hombre como alpropio sujeto y a su obrar racional. Esta realidad, en el curso normal de las cosas,llena la vida humana e incide fuertemente sobre su valor y su sentido. Aunqueunido a la fatiga y al esfuerzo, el trabajo no deja de ser un bien, de modo que elhombre se desarrolla mediante el amor al trabajo. Este carácter del trabajo

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